Reorientando Latinoamerica en El Contexto Global Augusto Roa Bastos Junyoung Veronica Kim
Reorientando Latinoamerica en El Contexto Global Augusto Roa Bastos Junyoung Veronica Kim
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DOI: 10.1353/hsf.2014.0059
“. . . si parece redundante que un habitante del Extremo Oriente
necesitara orientarse, basta con pensar que si existe el Oriente es
porque al otro lado está el Occidente . . .”.
César Aira, El pequeño monje budista
“¿Cómo harían los japoneses para universalizar con tanta facili-
dad su cultura popular?”.
Edmundo Paz Soldán, El delirio de Turing
“. . . por los ejecutivos y los obreros y los técnicos japoneses
que viven esa misma ficción y a quienes todos presentan como
los ejemplares del hombre moderno . . . en todos los Estados del
mundo hay un cerebro japonés que da las órdenes”.
Ricardo Piglia, La ciudad ausente
En este ensayo, analizaré la manera en que dos textos sudamericanos imaginan el
tropo a la vez ficcional e histórico de “Japón” – como idea, imagen y referencia del
“Oriente”. Por un lado, uno de estos textos es la reflexión crítico-cultural del acadé-
mico e intelectual brasileño Renato Ortiz, específicamente su libro Lo próximo y lo
distante: Japón y la modernidad-mundo (2000); por otro lado, la novela Madama
Sui (1995), del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, texto en que la presencia de
Japón como una entidad geográfica particular y una representación “cultural” se fil-
tra a través de la figura ficcional de Lágrima González Yoshimaru Kusugüe, una pa-
225
226 Junyoung Verónica Kim
raguaya de descendencia japonesa conocida como Sui. En la idea del Japón como
objeto de discusión cultural en Ortiz y de escritura novelística en Roa Bastos se
concentran aspectos claves en que se vuelve a “inventar” la relación América Latina
y Asia, en las cercanías que se imaginan y en las distancias que retornan entre am-
bos continentes, a fines de siglo xx y principios del presente.
Japón se convierte, así, en un espacio posible para la lectura del movi-
miento de mundialización de la cultura. El país, o mejor, algunos de sus
aspectos se configuran como ‘lugares’ mundializados. no se trata, sin em-
bargo, de un espacio ficticio, algo que surge de la imaginación del investi-
gador. Texto y pretexto se encuentran orgánicamente articulados entre sí, si
bien pertenecen a dominios distintos de comprensión (14).
Ortiz enfatiza que aunque su “texto” central es un análisis de la globalización y la
mundialización (como lo de Barthes fue sobre post-estructuralismo y post-semióti-
ca), el “pretexto” no es, sin embargo, un sistema ficticio.1 Esto demuestra que Ortiz
claramente quiere distanciarse del sujeto barthesiano que “inventa” el “imperio de
los signos”; es decir, Japón, aquí, es real. ¿Cómo es que el texto y el pretexto se en-
cuentran orgánicamente articulados entre sí? ¿Cómo es que Japón – el “estudio de
caso”, la información masiva de datos – demuestra tan claramente la operación de
globalización? ¿Por qué estos espacios “japoneses” o estos espacios dentro de Japón
más que otros espacios en otros lugares representan “lugares mundializados”? Y si
no, ¿por qué elige a Japón como el ejemplo privilegiado de la globalización?
Ortiz presenta cuatro razones principales por las cuales escoge Japón. Primero,
junto con Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos, fue uno de los pocos
países en el mundo que exitosamente se industrializó ya en el siglo xIx. Segundo,
en la década de los 50, al igual que los Estados Unidos, Japón conoció el desarro-
llo radical del consumo masivo. Tercero, por su posición incuestionable en la eco-
nomía global actual y el desarrollo tecnológico, Japón ocupa un lugar destacado en
los debates sociológicos sobre la modernidad y el capitalismo. Finalmente, Ortiz
afirma que tiene motivos de orden personal para elegir Japón por encima de los Es-
(Re)orientando América Latina en el capitalismo global 227
tados Unidos o países europeos; motivos que tienen que ver con su propio lugar
de enunciación como un latinoamericano y específicamente como un intelectual
brasileño.
En el imaginario latinoamericano, a diferencia del ya “familiar” Occidente que
América Latina ha tomado por siglos como un modelo de modernización y desarro-
llo, Japón es el Oriente, aquello “distante”, “extranjero” o “exótico,” cuya cultura
poco tiene en común con la “nuestra”. Sin embargo, Ortiz indica que bajo la super-
ficie existen muchos aspectos en común entre Japón y las naciones latinoamericanas,
como la necesidad de construir una identidad nacional autóctona que simultánea-
mente se distinga del Occidente y que sin embargo incorpore nociones occidentales
del estado-nación. Por lo tanto, para Ortiz, el caso del Japón no sólo demuestra la
conexión fundamental entre el capitalismo global y la modernidad (que es esencial
para su análisis de la globalización/mundialización), sino también enseña cómo en
el contexto de “la modernidad-mundo”, no existen lugares “distantes” o “ajenos”.
Él escribe:
Este libro parte por lo tanto de un supuesto: en la perspectiva aquí adopta-
da Japón no es un país “exótico”, “distante”, “oriental”. mi mirada deste-
rritorializada quiere aprenderlo como “vecino”, “próximo”, es decir, como
parte de la modernidad-mundo. Viajar a Japón no significa conocer “otro
mundo”, como creían los románticos, sino dislocarse en el interior de un
continuum espacial diferenciado (15).
Según Ortiz, la globalización se extiende y complica la cuestión de la modernidad.
Atravesando fronteras nacionales, el movimiento de la globalización pone bajo sos-
pecha la validez del estado-nación y por consiguiente pone en duda la conexión ini-
cial entre la modernidad y la nación. Pues, si la nación ya no es el agente o el sujeto
de modernidad y la modernidad ya no está localizada en la nación, ¿cómo podemos
comprender la modernidad?
Su conceptualización de la “modernidad-mundo” trata de cubrir la brecha epis-
temológica: la globalización puede ser vista como la expansión de “la modernidad-
mundo” en la cual la modernidad ya no ocurre en el nivel nacional, sino en el espacio
global. La modernidad-mundo pone a disposición de las colectividades un conjunto
de referentes que resultarían de la mundialización de la cultura. Así, por ejemplo,
los diversos elementos de modernidad como el “toyotismo” se pueden desarrollar
en contextos diferenciados separados de su origen. Consecuentemente, en el contex-
to de “la modernidad-mundo”, las antiguas categorías espaciales utilizadas para je-
rarquizar espacios ya no funcionan; ya no existen Occidente-Oriente, norte-Sur,
próximo-distante. La transformación de la noción de espacio vuelve obsoleta la
estructura del Orientalismo. Por cierto, en el capitalismo global, los japoneses ya no
son los “distantes”, sino parte de “nosotros”.
A esta altura quisiera hacer dos preguntas con respecto a la narración del capita-
lismo global que propone Ortiz. La primera se refiere al supuesto desmantelamiento
del Orientalismo por la globalización y la segunda concierne a la función teleológi-
ca del capitalismo en la estructura discursiva de “la modernidad-mundo”. Primero,
228 Junyoung Verónica Kim
Ortiz atribuye el capitalismo global como un tipo de fuerza que no sólo transforma
nuestras nociones anteriores de espacio, sino además democratiza los espacios. Tal
y como él triunfalmente declara:
En el contexto de la modernidad-mundo, no hay ni Oriente ni Occidente . . .
La desterritorialización y la reterritorialización de las culturas comprome-
ten su validez teórica, y aquellas categorías pierden la escasa fuerza expli-
cativa que todavía poseían. El imaginario colectivo “internacional-popular”
nada tiene de occidental o de oriental, de norteamericano o de japonés, y
las formas/representaciones que lo componen (madonna, Asterix, dorae-
mon, karaoke) perdieron su color local (287-295).
La “integración” de la(s) cultura(s) japonesa/asiática del Este en el mercado global,
o lo que Ortiz nombra como la “internacional-popular”, junto con el auge del Este
de Asia en el mundo capitalista, ha vuelta anacrónico el Orientalismo.2 Además, es
precisamente a través de esta estructura del capitalismo global que el Japón “distan-
te” se convierte en “lo próximo”. En otras palabras, los mecanismos de la globaliza-
ción llevan al Japón hasta América Latina. ¿La globalización realmente ha causado
el declive del Orientalismo como lo propone Ortiz? ¿Estamos nosotros ahora siendo
testigos de la separación entre el espacio y el poder? Y si no, ¿cómo ha transforma-
do la globalización la relación entre el espacio y el poder si los puntos cardinales –
Este/Oeste, norte/Sur, dentro/fuera – ya no son aplicables?
A partir de la publicación de Orientalism, libro señero de Edward Said, en 1978,
la relación entre historia, cultura y política se ha visto significativamente alterada
desde la configuración inicial que Said planteó con respecto a esta problemática.
Para Said, el Orientalismo es un discurso que se articula del modo en que Foucault
lo había planteado: “Orientalism can be discussed and analyzed as the corporate
institution for dealing with the Orient – dealing with it by making statements about
it, authorizing views of it, describing it, by teaching it, settling it, ruling over it;
in short, Orientalism as a Western style for dominating, restructuring, and having
authority over the Orient” (8). Hay que subrayar que el Orientalismo no sólo mera-
mente representa o sirve el poder, sino es en sí mismo, como Said lo plantea, “a dis-
tribution of geopolitical awareness into aesthetic, scholarly, economic, sociological,
historical, and philological texts”(12). Es decir, el Orientalismo como discurso es
una epistemología de poder. El poder, específicamente el poder político europeo y
norteamericano, ocupa el lugar central en el argumento de Said sobre el Orientalis-
mo y además plantea un estrecho nexo entre política, cultura y historia que estructu-
ra su conceptualización del Orientalismo.3 Siguiendo esta línea del pensamiento,
pensaríamos que un cambio de poder en las relaciones globales causaría una recon-
figuración de esa relación; en tal caso, el Orientalismo quedaría relegado al pasado
como una manifestación de una época particular en la historia Occidental. Por lo
tanto, el Orientalismo se limitaría a una parte del mundo que ha tenido o sigue man-
teniendo relaciones imperiales y coloniales con el “Oriente”. Es decir, no podríamos
hablar de estructuras orientalistas en el pensamiento latinoamericano o representa-
ciones latinoamericanas del Oriente.
(Re)orientando América Latina en el capitalismo global 229
Quisiera sugerir una posición contraria: que lejos de ser un fenómeno del pasa-
do, el Orientalismo, y la epistemología culturalista que lo ha alimentado, se hallan
aún vigentes en el presente, pero no necesariamente donde Said lo ha encontrado en
sus vinculaciones de política, historia y cultura, ni tampoco donde Ortiz advierte su
disolución. mi propuesta es que la reconfiguración en sí de este nexo a causa del ca-
pitalismo global ha originado la globalización de Orientalismo. La comunicación
veloz, la proliferación de la información, y el acceso fácil de los archivos han preci-
pitado la reificación de Orientalismo como un producto de consumo.
En vez de volverse obsoleto, como Ortiz lo ha sugerido, el Orientalismo como
un sistema de citación y repetición se ha acelerado y extendido en la época de la re-
producción digital.4 El propio texto de Ortiz repite la noción de una homogeneidad
cultural japonesa e inevitablemente desconoce la existencia de los grupos minorita-
rios en Japón como los ainu, los burakumin, y los coreanos étnicos.5 Además, en su
descripción de Japón como una nación moderna, Ortiz ignora la historia del conflic-
to de clases y la opresión social basada en clase/raza/género que pone en duda la
teleología de la modernidad y modernización en el propio contexto japonés. Con-
vendría preguntarse, ¿cuál es la fuente de datos citados en Lo próximo y lo distante
de Ortiz? Es, precisamente, el archivo metropolitano occidental de la erudición
orientalista – desde Chrysanthemum and the Sword de Ruth Benedict, las obras de
nihonjiron, hasta los estudios de reconocidos especialistas europeos y norteamerica-
nos de “estudios de área”. Este corpus es el que autoriza y media la perspectiva del
sociólogo brasileño para enunciar y designar Japón como “un lugar próximo”.
Si en la conceptualización de Said del Orientalismo, el Oriente se erige como
punto de oposición, que permite definir el Occidente, ¿cuál es el motivo político-
cultural en juego en Ortiz que lo lleva a configurar Japón como “lo próximo”? Hay
que recordar que “lo próximo” no es una objetiva descripción espacial, sino una
posicionalidad que depende en el lugar de enunciación y de lecturas del sujeto que
escribe. ¿Semejanza, y no sólo diferencia, puede lograr ser un medio de auto-defini-
ción y auto-construcción? Es decir, ¿el estudio de Ortiz sobre “Japón y la moderni-
dad-mundo” tiene menos que ver con el lugar de Japón en nuestro mundo y más que
ver con “latinoamericanos buscando su lugar en nuestro siglo”?
Esto me lleva a mi segundo reparo crítico respecto de la narración de Ortiz so-
bre el capitalismo global. Aunque Ortiz critica los nacionalismos culturales e inte-
rroga también la validez de los proyectos nacionales en nuestro presente, él todavía
les atribuye a las originales culturas nacionales la fuerza de la modernidad, precisa-
mente en simbiosis con la modernización capitalista. Además, aún su reconocimien-
to y celebración de modernidades múltiples, localizadas en la diversidad de culturas
nacionales, no implica una búsqueda de trayectorias históricas alternativas, aquellas
que han sido suprimidas por la hegemonía de la modernidad capitalista. Ciertamen-
te, mientras que la conceptualización de “la modernidad-mundo”, que depende de la
intersección de las modernidades múltiples y la reconfiguración de espacio, despla-
za la noción que los europeos tuvieron del sistema de valores propios del capitalis-
mo y afirma la posibilidad de múltiples caminos, todos esos múltiples caminos son
contenidos en la teleología de capitalismo como el fin de la historia. Occidental o
no, todos los caminos nos llevan al capitalismo global.
230 Junyoung Verónica Kim
Paradójicamente, en vez de desprenderse del Orientalismo, la elección de Japón,
por parte de Ortiz, como el espacio privilegiado de la “mundialización de la cultu-
ra” y de la modernidad capitalista, lo promociona. Por ejemplo, ciertos atributos
culturales que son supuestamente “orientales”, como la rígida jerarquía social y la
falta del individualismo fueron vistos en el pasado como obstáculos que le impidie-
ron modernizarse. Ahora, con el ascenso de Japón al estatus de potencia mundial,
estos atributos han sido reafirmados como una fuerza positiva al desarrollo capita-
lista – ejemplificado con la ética laboral japonesa, la figura del samurai-empresario
japonés, entre otras instancias –, relevante no solamente para la sociedad japonesa,
sino para las sociedades de Asia del Este en general. Es la posición de Asia del Este
en el estructuramiento capitalista del mundo la que en última instancia explica la re-
lación cambiante entre el discurso orientalista y el poder. Aparentemente antes era
la supuesta incapacidad “oriental” de hacer la transición al capitalismo, lo que con-
denaba el mundo asiático a un pasado extinto; mientras que ahora es el éxito del
Asia del Este en el escenario capitalista, lo que le permite entrada al centro de la
modernidad global como una alternativa al capitalismo “Occidental”. no obstante,
lo positivo del “Oriente” en estas circunstancias parece representar no una alternati-
va, como Ortiz reivindica, sino una consolidación de la hegemonía occidental; o
más precisamente, la hegemonía del capitalismo global.
Como ya he señalado, el Orientalismo fue un producto de la modernización ca-
pitalista y el imperialismo/colonización europeo/a; y la noción misma de la moder-
nización incorporó suposiciones orientalistas como premisa integral. mientras que
el Orientalismo anteriormente representó el pasado de la modernidad, en la actua-
lidad se convierte en una de sus versiones – pero todavía sin historia. En el actual
escenario del capitalismo global, el Orientalismo no desaparece. El cambio de las
relaciones globales de poder no vuelve obsoleto el discurso del Este/Oeste,
Oriete/Occidente, norte/Sur; al contrario, como implica el propio planteamiento de
Ortiz en Lo próximo y lo distante, este nuevo escenario le da al Orientalismo un
papel privilegiado para poder erigir una narrativa de nuestra época de globalización.
de un modo diciente, la entidad que se halla claramente ausente en el libro de
Ortiz es el lugar de enunciación del propio autor. ¿dónde está el autor en relación
con Japón si como él aclara “no me sitúo ‘desde’ Japón”? ¿dónde está ese “no-
sotros” que se auto-imagina cerca Japón, pero que no está dentro de éste? En otras
palabras, ¿dónde se encuentra América Latina en esta tecnología narrativa de Orien-
talismo? Y ¿qué posición ésta ocupa en el escenario del capitalismo global si es “lo
próximo” de Japón?
Les invito a continuación a examinar estas preguntas a través de una lectura de
un texto novelístico escrito por otro intelectual latinoamericano que también viaja a
Japón en su escritura: Madama Sui de Augusto Roa Bastos. En esta obra literaria, al
contrario de lo esbozado por Ortiz, América Latina es discursivamente visible y
central. Su futuro emerge no dentro de sus fronteras territoriales, sino desde su re-
lación con Japón – ese extraño imaginario que ocupa el espacio ambiguo de “lo
próximo y lo distante”, una posición liminal de aquello que es lo-mismo-pero-no-
del-todo y aquello que es diferente-aunque-no-del-todo.
(Re)orientando América Latina en el capitalismo global 231
tiene que ser narrada. Es una historia que ha sido callada y torcida por la dictadura
opresiva; una historia que debe ser recuperada de las cenizas de memoria, de los re-
siduos de archivos personales y clandestinos, y cuyos huecos tienen que ser rellena-
dos por la voz y la imaginación del escritor-narrador.
El narrador en el prefacio describe la dificultad de este trabajo post-dictatorial
de la recuperación y narración:
Este relato ha surgido de un moroso, difícil e incidentado trabajo de docu-
mentación y compilación realizado con ayuda de personas conocedoras del
tema, que me han pedido permanecer en el anonimato más estricto. La ta-
rea de varios años fue obstaculizada de mil maneras, no solo por la espesa
red de intereses y de ocultamiento, imperante en las esferas del poder, al-
gunos de cuyos conspicuos figurones aparecen o están implicados en los
sucesos que aquí se narran. Por su parte, algunos informantes oficiosos se
sintieron contrariados por la necesaria depuración de sus informes, así
como por los cambios y omisiones de nombres, hechos y lugares, que me
vi compelido a hacer por los mismos motivos, sin alterar, desde luego, la
verdad esencial de la historia, cuya publicación esos informantes trataron
por su parte de impedir cuando ya la dictadura había sido derrocada (8).
En este pasaje que acabo de citar, el narrador señala tanto los varios obstáculos que
encuentra durante el proceso de escribir “este libro” así como también recalca el de-
seo de verosimilitud del texto a pesar de los cambios que fue forzado a hacer. Pero
¿cuál es “la verdad esencial de la historia” que se intenta ficcionalizar? ¿Qué revela
el relato de madama Sui sobre la verdad de la historia paraguaya durante y después
de la dictadura? Además, ¿cómo es que la historia particular de Sui representa
completamente el pueblo paraguayo, al contrario por ejemplo a la del narrador – un
guerrillero que padeció la tortura y el encarcelamiento en las prisiones infames de
Stroessner? ¿Por qué la historia de ella y no la de él? Una vez más el prefacio les
ofrece a los lectores una explicación por la elección temática del narrador-escritor
y una conceptualización de la inseparable conexión entre los destinos de Sui y Para-
guay. El prefacio dice:
. . . la protagonista se convirtió en una víctima propiciatoria del proceso de
degeneración social y nacional que produjo la tiranía. La estrategia del po-
der unipersonal encontró en la prostitución de la mujer el elemento prima-
rio, el más vulnerable, pero también el más eficaz, que le permitió implan-
tar la corrupción generalizada de una sociedad atrasada e inerme. En el
contexto de este fenómeno masivo, a la vez político y social, el destino de
la protagonista adquiere su perfil verdaderamente trágico, su pleno valor
de documento humano (9).
La ex-miss Paraguay que se convierte en una de las hetairas del dictador paraguayo
encarna la opresión general, la victimización y tragedia de los paraguayos. Hay que
subrayar que el narrador conecta directamente la tiranía política con la perversión
sexual. La prostitución, en este contexto, llega a simbolizar la suprema degenera-
ción de la política y sociedad paraguaya. Es una manifestación de una sociedad pre-
(Re)orientando América Latina en el capitalismo global 233
capitalista y subdesarrollada en la cual las relaciones humanas son gobernadas por
la dialéctica del amo-esclavo: uno es un amo o un esclavo. Así, según este marco
conceptual, la historia de Sui personifica la historia nacional en sí: ella tipifica la
paraguaya explotada y a la vez su vida representa la tragedia general que caracteriza
la nación paraguaya.6
no obstante, el marco narrativo de la novela no limita a Sui a constituirse en una
figura representativa de la sociedad paraguaya que Roa Bastos alguna vez describió
como la “que ha vivido siempre en su año cero” (Benedetti 76). Personificando una
no-contaminada esencia cultural y una figura de autenticidad, Sui se transforma en
una hoja blanca en la cual se puede imaginar una nación moderna y democrática. El
narrador lo plantea así: “más edificante es la figura de una joven mujer, favorita de
uno de estos prohombres, en la que el vértigo del poder no logró prostituir su digni-
dad intrínseca de ser humano y su innata inocencia” (10). Por cierto, se puede encon-
trar en esto la razón principal para escribir una historia silenciada a través de esta
promesa del futuro que Sui supuestamente ofrece. Si bien Sui, a pesar de haber vivi-
do en las entrañas de la bestia, podría mantener su dignidad y pureza enfrentando la
corrupción política o la degradación sexual, ¿no significa que Paraguay, también,
puede superar su historia de pobreza, genocidios, violaciones y guerras?
Así, la narración de la historia de Sui no simplemente exhuma el pasado y revela
la verdad, sino que también ofrece la fundación sobre la cual podemos imaginar un
futuro. nos han enseñado los estudios de Benedict Anderson y doris Sommer que
las construcciones nacionales toman la forma de proyectos futurísticos depositados
en el ámbito de las narrativas históricas y genealógicas.7 Entonces ¿cómo nos lleva la
historia de Sui al Paraguay del “año cero”, a 1995 o aún, desde la perspectiva tempo-
ral de nuestra lectura, al presente? ¿Cómo se transforma la desnuda “niña salvaje” de
las provincias paraguayas a una dama sofisticada y cosmopolita que llega a ser una
famosa figura internacional y embajadora de su país? El momento decisivo en la no-
vela Madama Sui es marcado por el viaje de Sui al Japón. Al regresar de Japón, ella
se desprende del dictador y abandona el harem de éste para volver a vivir en manorá,
su pueblo natal. Pero esta vez ella ya no es la huérfana salvaje y mestizada que fue,
aquella mujer intimidada por su pertenencia a la sociedad provinciana.
En la ficción de la novela, Ottavio doria, el arquitecto amigo y admirador, le
construye a Sui una casa bellísima, diseñada sobre las revistas que Sui trajo de Ja-
pón. Este “templete oriental” (o un pabellón) se convierte en el mayor atractivo tu-
rístico en un pobre y pequeño país latinoamericano y un santuario donde Sui logra
escapar de la realidad de la dictadura paraguaya. Pero, este “templete oriental”, lu-
joso, amueblado con los tatamis, los bonsais, los inciensos de jazmín, los almohado-
nes rojos de seda, los cajones de nácar, los juegos de té ceremonial, las caligrafías
japonesas y todas las otras japonerías la separa de los residentes del “poblacho” que
la envidian y malentienden. La novela describe la distancia abismal entre Sui y el
resto de su entorno pueblerino a través de la diferencia deslumbrante entre su casa y
la de su pueblo. Se nos cuenta que la casa de Sui, “era la más moderna, la más her-
mosa de las casas del pueblo, pero nada tenía que ver con las otras, rústicas, modes-
tas, antiguas, varias de ellas a punto de desmoronarse” (95). Este pasaje demuestra
234 Junyoung Verónica Kim
que Sui no sólo trae objetos exóticos de Japón a Paraguay, sino también le trae la
modernidad a un país que se encontraría en “un rincón del mundo”.
La novela destaca la importancia del rol de Sui en la imaginada ruta paraguaya a
la modernidad describiendo la manera en que ella, como una afamada figura inter-
nacional y también como la anfitriona del “templete oriental”, incorpora al Para-
guay al Primer mundo, un orden en el cual poco se conocía de la existencia del
país. La ficción novelística de Roa Bastos, via Sui, inserta a Paraguay en un imagi-
nario internacional.
Hay que anotar que en la novela de Roa Bastos la modernidad significa integra-
ción global. Es cierto que la conceptualización de la modernidad presentada en este
texto literario es una noción de la modernidad característica del discurso del capita-
lismo tardío. Por ejemplo, al contrario del discurso del siglo xIx y de comienzos del
siglo xx, la modernidad no es simplemente medida por el desarrollo nacional, sino
más bien por la capacidad de una nación de globalizarse, de ser integrada en la red
global del capitalismo, de participar en sistemas de información y comunicación, y
de consumir artículos de “culturas mundializadas”. En resumen, la noción de la mo-
dernidad que presenta la novela Madama Sui es el concepto de Ortiz de “la moder-
nidad-mundo”.
En los textos de Ortiz y Roa Bastos, el primero un estudio sociológico publicado
en el año 2000, el segundo una novela publicada 5 años antes, el “lugar” que es posi-
cionado como el caso ejemplar de una modernidad global exitosa es Japón – figura-
do de modo literal aunque abstraído por Ortiz, y figurado como persona femenina en
Roa Bastos. no me interesa si Japón verdaderamente ha llegado a la cúspide del ca-
pitalismo tardío o no; aquella fabulación globalizadora de que, encabezada por Chi-
na, Asia va a llegar a convertirse en la próxima potencia continental de la economía
mundial. Lo que sí me interesa es la aparición y la proliferación de ficciones literarias,
sociológicas y culturales que intentan ofrecer explicaciones culturales al fenómeno
político y económico. Estas narraciones destacan un discurso sobre un excepciona-
lismo japonés y/o “oriental” basado en nociones de identidades putativas que son
reificadas y esencializadas; una narración que raramente repite el previo discurso
orientalista que condenó el Oriente al punto cero del desarrollo capitalista. En un
movimiento de reconversión simbólica, es decir, esta vez este mismo discurso es uti-
lizado para explicar no el sub-desarrollo “oriental”, sino el super-desarrollo de Asia.
La aparición de Asia del Este en variadas figuraciones de identidad cultural (el-
mismo-pero-no-del-todo-el-mismo) y de diferencia cultural (diferente-pero-no-del-
todo-diferente), y que se asocia con sus posibilidades presentes de éxito económico,
coincide con la aparición de Asia en el centro de los debates culturales latinoameri-
canos sobre la modernidad y el desarrollo capitalista. Baste consignar el hecho que
néstor García Canclini describe así la situación actual en La globalización imagina-
da: “los tigres asiáticos funcionaron como modelos de desarrollo económico y sus-
citaron curiosidad en las élites del Tercer mundo occidental por su manera de rela-
(Re)orientando América Latina en el capitalismo global 235
cionar innovación industrial, culturas antiguas y hábitos de trabajo” (33). de esta
manera, Asia del Este llega también a ocupar el centro del escenario en las interro-
gaciones sobre el lugar de América Latina en nuestro espacio-tiempo. Esta es una
preocupación central en las discusiones del campo intelectual en la región. En otro
libro, Latinoamericanos buscando lugar en este siglo, García Canclini se pregunta:
“¿Cómo puede situarse la integración económica y cultural de las sociedades latino-
americanas en esta recomposición de los mercados globales?” (68). Es decir, ¿cómo
podemos negociar nuestra condición actual de estar entre las promesas del cosmo-
politismo global y la pérdida de proyectos nacionales? (50).
A mi juicio, la novela Madama Sui de Roa Bastos nos ofrece una respuesta a es-
tas interrogaciones con respecto a “nuestro lugar en el mundo”: reorientar América
Latina; en vez de ir al Occidente como hicieron los criollo-letrados anteriormente,
vamos a ahora al “Oriente”.8 En esta novela, aun antes de que Sui físicamente vaya
al Japón, el Paraguay de la novela de Roa Bastos ya se “orienta” hacia un Japón
imaginario. Es decir, es un Paraguay donde Japón ya forma parte de la ficción na-
cional. Por ejemplo, la novela frecuentemente subraya la presencia de la colonia ja-
ponesa ejemplificada en la influencia de la madre de Sui en la formación cultural y
espiritual de Sui. La novela líricamente nos dibuja el siguiente cuadro:
Sui conocía los secretos de su madre a través de esa vibración que le pene-
traba por la piel. Y, a través de su madre, intuía los secretos de un pueblo
de antiquísima memoria y planetario olvido, al que amaba sin haber cono-
cido. Sui y su madre vivían, vivieron toda su vida, en un país más allá de
sus tierras (46).
La “esencia secreta” y la “verdad” de la cultura japonesa son transmitidas de su
madre a Sui, no por el lenguaje (el ataque nuclear a nagasaki durante la Segunda
Guerra mundial le causó a su madre perder el mecanismo de hablar) sino por el es-
píritu. Esta profunda sabiduría y apreciación del Japón le permiten a Sui hacer un
performance de japoneidad en Japón y también desarrollar una conexión profunda
con la cultura indígena de Paraguay – el otro pueblo de “antiquísima memoria y
planetario olvido”.9
En otras palabras, la identificación de Sui con Japón no la distancia de Para-
guay, sino que más bien la lleva más cerca a las raíces autóctonas de la nación. Así
como la novela bien lo describe, desde el comienzo de los tiempos, los japoneses y
los guaraníes habrían compartido el mismo sueño mítico, un sueño que es ahora
transmitido a Sui por el espíritu y la sangre: “Intuía esa sabiduría indescifrable y os-
cura que se transmite de una generación a otra, en una sucesión de mortalidades por
siempre vivientes; enlazadas en un tejido de reconocimientos, compromisos y olvi-
dos; de dudas, de deudas, de catástrofes sin término, en la acelerada degradación de
la especie humana, en la añoranza sin fin de la tierra sin mal” (47). Por lo tanto, este
sueño de encontrar “la Tierra sin mal”, un mito originario guaraní, que Sui después
descubre que los japoneses también comparten, le lleva al Japón. En la preparación
de su viaje al Japón, Sui habla con el espíritu de su madre, como se describe en las
siguientes líneas de la novela:
236 Junyoung Verónica Kim
Sui le dijo que iba a viajar en su busca . . . a esa tierra intocada por el mal,
donde ella reposaba. Oyó por vez primera la voz que nunca había oído.
Una voz nueva, alegre, viva, que le anticipaba la bienvenida en la lengua
de los antepasados (261).
Su viaje al Japón no constituye simplemente un retorno a la tierra natal de su madre
o de ella: es, más bien un retorno al Paraguay “auténtico, puro y descontaminado”.
“La Tierra sin mal” – el mito originario del Paraguay, el Paraguay ideal, el Para-
guay del pasado y del futuro – actualmente reside en “la Tierra del Sol naciente”.
Por lo tanto, Sui viaja a Japón para encontrar el imaginado Japón y, en un trayecto
especular, para buscar el Paraguay utópico, tal como Roa Bastos inventa el Japón
para construir narrativamente una nueva nación paraguaya; u Ortiz elige el Japón
como un ejemplo de la globalización que le permite situar un espacio discursivo que
ayuda finalmente a imaginar América Latina en el capitalismo global.
Sin embargo, ¿cómo es posible que un país como Japón con su historia de impe-
rialismo, colonialismo, crímenes de guerra, y de “la limpieza de sangre” sea imagi-
nado como “la Tierra sin mal”? ¿Cuál es la relación entre esta imagen ahistórica del
Japón y el desconocimiento de la herencia colonial de la modernidad? Y, ¿por qué
está siendo insertada una visión reificada de un Japón sin historia y memoria en el
imaginario latinoamericano? Además, en este tipo de discursos literarios y socioló-
gicos, ¿qué significa que América Latina adopte “Japón” como el modelo de la mo-
dernidad global?
En un Japón que ha superado las ruinas de la guerra, construyendo su propia
marca de modernidad, una modernidad basada en nociones de tradición y origina-
lidad cultural, Sui encuentra también el Paraguay ideal, o lo que Paraguay podría
llegar a ser: “la Tierra sin mal”. En la novela de Roa Bastos, esto es lo que se nos
presenta de modo emblemático: “. . . se sentía orgullosa y segura con toda esa pano-
plia de armas de seducción y de combate, en un país seductor y combativo desde
hacía miles de años. no era casual, pensó, que el país arrasado por la hecatombe
atómica fuese hoy la mayor potencia del mundo” (274). Lo que obviamente no dice
el texto es que no es casual que uno de los poderes coloniales más fuertes ha vuelto
a transformarse en un poder mundial.10 Por cierto, en este tipo de texto Japón nunca
puede tomar la posición del imperialista o del colonialista. En este marco discursivo
del Orientalismo, Japón siempre necesita ser la víctima femenina y racializada de
Hiroshima, nagasaki y la ocupación Occidental que sólo por sus atributos culturales
de ser el Oriente – la disciplina, la seducción, la belleza, el misterio, entre otros – ha
llegado a ser una potencia mundial mayor.
Pero ¿por qué la historia imperialista de Japón se oblitera, se vela, o ignora, en
momentos en que su poder económico y político son reconocidos y aplaudidos? Y,
¿qué consecuencias pueden traer a nuestra formulación de globalización y moderni-
dad del capitalismo tardío este tipo de obliteraciones o velamientos? En Becoming
(Re)orientando América Latina en el capitalismo global 237
“Japanese”: Colonial Taiwan and the Politics of Identity Formation, Leo Ching
convincentemente expresa un sugerente argumento: la indiferencia por parte del
mundo Occidental a la historia del imperialismo y colonialismo japonés subraya la
continua obsesión por reificar el Oriente y realidades históricas – como el imperia-
lismo, colonialismo, invenciones científicas, revoluciones, etc. – son sólo proble-
mas “Occidentales”.11 Si bien el propio pensamiento de un perpetrador, que no es ni
Occidental ni blanco y que es capaz de una formidable violencia colonial, no es
pensable en la conciencia eurocéntrica, así Japón se libra de tomar responsabilidad
por sus acciones en el pasado. En consecuencia, esta negación, o desentendimiento
de sí, le permite a Japón ser reinventado como “la Tierra sin mal”.
En la novela Madama Sui, en contraste al Japón “benévolo”, el Occidente es aso-
ciado con Alfredo Stroessner, el dictador y su régimen de ex-nazis. El Occidente no
ocupa el origen de la civilización o el modelo de la modernidad que América Latina
debe imitar; más bien es la fuente del fascismo, de perversión sexual y de degenera-
ción cultural. no obstante, el anti-Eurocentrismo del escritor paraguayo irónicamente
resulta ser una expresión “desplazada” de Eurocentrismo. Roa Bastos, en su registro
ficcional, reifica y esencializa el fascismo, el imperialismo y el colonialismo como
propiedades “Occidentales”. no es una coincidencia que la construcción de Japón
por parte de Roa Bastos refleje la imagen del “país de la nieve”, de un país femeniza-
do e indefenso, sin agresión, militarismo ni memorias violentas del pasado.12
desconociendo la historia japonesa del colonialismo e imperialismo, la inven-
ción de Japón como “la Tierra sin mal” en la novela de Roa Bastos separa la moder-
nidad y el capitalismo global del imperialismo y colonialismo y de este modo produce
un modelo de la modernidad sin conflictos – la imagen idealizada y femenizada del
personaje Sui. Como Leo Ching señala, “it is not that colonialism has produced mo-
dernization, but that colonialism is part and parcel of modernity itself” (Becoming
“Japanese” 11). La adopción latinoamericana de Europa o norte América como
modelos del desarrollo capitalista ha sido históricamente entrecruzada con la acep-
tación de relaciones coloniales o neocoloniales en las que América Latina es forza-
da a aceptar el rol del colonizado o subordinado. Esta historia latinoamericana se
presenta en la novela Madama Sui vía la intervención europea y estadounidense en
la política y económica latinoamericana. Por ejemplo, la novela hace referencias a
la Operación Cóndor, o a la infiltración de los criminales ex-nazis en la región. En
contraste, la falta de relaciones imperiales o coloniales directas con respecto a Japón
hace que éste sea un lugar ideal en el cual se pueden guardar fantasías de un camino
seguro a la modernización y de una globalización en la cual jerarquizaciones espa-
ciales, como Este/Oeste, norte/Sur dejan de existir. Pero, como lo he expuesto, esta
invención de Japón como un modelo del capitalismo benévolo sólo puede ser proce-
sada a través de una estructura discursiva en la cual el Oriente siempre necesita ser
el objeto reificado sin historia. de esta manera, la negación del Orientalismo produ-
cido por la celebración de la nueva posición de Asia en el capitalismo global, para-
dójicamente prepara una nueva fase simbólica en el devenir, ahora “global”, del
Orientalismo.
238 Junyoung Verónica Kim
nOTAS
1
Al destacar la posición de Japón en Imperio de los signos, Lisa Lowe escribe:
“Ironically, Barthes’s attempt to resolve the dilemma of criticizing western ideology while
escaping the tyranny of binary logic takes a form not unlike that of traditional orientalism:
through an invocation of the Orient as a utopian space, Barthes constitutes an imaginary
third position. The imagined Orient – as critique of the Occident – becomes an emblem of
his ‘poetics of escape,’ a desire to transcend semiology and the ideology of signifier and sig-
nified, to invent a place that exceeds binary structure itself” (154). En su lectura del mismo
texto barthesiano, Gayatri Chakravorty Spivak propone que la “invención” de Japón en la
década de los 70 no es una casualidad, sino es parte del deseo e imaginario occidental en la
época del capitalismo tardío (344).
2
En su intervención en la discusión de muchos críticos asiáticos respecto a la po-
pularidad de Doraemon (y otros productos culturales de consumo) en Asia, Leo Ching escri-
be: “It is worth noting that despite the empirical evidence of the popularity beyond the Asian
region of both Oshin and Doraemon . . . there is a persistent desire not only to Japanize Asia
but also to Asianize Japan, a desire both to see Japan as the embodiment of Asia and to cons-
truct Asia as a reflection of Japan’s past – in short, to place Asian countries along a spatial
continuum, but at the same time to deny them temporal coevalness” (“Globalizing the Re-
gional” 302). Al contrario de lo que propone Ortiz, para esos críticos, Doraemon es japonés,
y además representa la modernidad y el desarrollo económico-tecnológico que supuestamen-
te caracterizan Japón.
3
Poder, en el texto de Said, no es igual al concepto de poder que propone Fou-
cault. En Orientalism, poder se puede localizar en momentos históricos (el imperialismo eu-
ropeo) e instituciones específicas (el estado). Además, como subraya Timothy Brennan,
“Said nowhere violates their (Raymon Williams and Antonio Gramsci’s) important emphases
on specifically state power, an emphasis quite out of step with literary-theoretical trends (ba-
sed on a Foucauldian framework) then as now, which seek the ‘dissemination’ of the state
into the more manageable private realms of ‘micropolitics’”(564).
4
Said explícitamente subraya que Orientalismo es “a system for citing works and
authors” (23); es decir, la autoridad del discurso orientalista es basada en el conocimiento del
archivo orientalista (que es predominantemente francés y inglés).
5
Aquí me refiero a ciertos grupos minoritarios en Japón que han sido perseguidos
y oprimidos a lo largo de la historia japonesa contemporánea. durante la época del imperio
japonés, esos grupos han sido objetos de colonización, y por lo tanto, incorporados parcial-
mente como parte de “la Esfera de coprosperidad del este de Asia” (el Imperio Japonés) sólo
que como ciudadanos de segunda clase. Al igual que a otros imperios de esa época – como
Inglaterra, Francia y los Estados Unidos – el discurso de pluralismo le sirvió a Japón en su
misión imperialista. Sin embargo, después de la derrota que sufrió en la Segunda Guerra
mundial, el discurso nacional de Japón cambió drásticamente. En vez de ser un imperio plu-
ral, multi-cultural y multi-étnico, Japón se reconstruyó a sí mismo como un país homogéneo
con una etnicidad, una cultura nacional y una historia. Consecuentemente, los grupos mino-
ritarios fueron borrados, expulsados e invisibilizados de su imaginario nacional. La visión
dominante del Occidente que reitera la noción de Japón como un país homogéneo es prueba
suficiente del poder hegemónico de este imaginario. Veáse Weiner (1997) sobre la historia de
cada grupo minoritario de Japón, como los ainu, los burakumin, los coreanos étnicos, los
okinawenses etc.
(Re)orientando América Latina en el capitalismo global 239
6
En su estudio sobre la literatura roabastiana, Horacio Legrás destaca el proyecto
literario de Roa Bastos: “These traumatic events caused a collapse of national memory, and
Roa Bastos’s strategy for overcoming the trauma involves a popular subjectification of his-
tory. As in any subjectification, what is at stake here is a process of disalienation, of appro-
priating one’s own history for oneself. In this case, the popular sectors must understand that
history as their history. They must make it their own, in their own language and imagination,
and validate their views in the larger context of Paraguayan society” (161-2). Por lo tanto,
como señala Legrás, Roa Bastos atribuye el fracaso de la literatura paraguaya a su incapaci-
dad a representar “la identidad nacional”.
7
Veáse Anderson (1983) y Sommer (1993).
8
Aunque fueron una minoría, algunos intelectuales latinoamericanos durante el
fin de siglo xIx y comienzos del siglo xx miraban hacia Japón, en vez de Europa, como un
modelo de modernidad y progreso tecnológico. Veánse las crónicas viajeras de Eduardo Wil-
de (1899), Enrique Gómez Carrillo (1906) y Juan José Tablada (1919).
9
Veáse la entrevista de Roa Bastos (1987) en la que subraya la posición funda-
mental del Guaraní en la construcción de la identidad nacional paraguaya y la literatura para-
guaya.
10
La expansión económica de Japón después de la Segunda Guerra mundial fue
parte del diseño neoimperialista de los Estados Unidos. Para poder “combatir” el gobierno co-
munista en China y mantener una hegemonía global económica y militar, los Estados Unidos
dividieron el trabajo de los países asiáticos: mientras Japón se concentraba en expandir su
economía y transformarse en el centro económico de la región, los otros países como Corea
del Sur, Taiwan, y las Filipinas tomaron la responsabilidad del cargo militar. Por lo tanto, el
dominio estadounidense después de la Segunda Guerra mundial y durante la guerra fría es en
cierta manera una reconstrucción de la orden imperial japonés que existió antes de la guerra.
11
Veáse Ching, pp. 29-34.
12
La construcción de Japón en Madama Sui coincide con aquella imagen del
“snow country” que la ocupación estadounidense proyectó en su propio imaginario cultural
de Japón después de la Segunda Guerra mundial.
OBRAS CITAdAS