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Oratoria
Oratoria
Oratoria
Tabla de contenidos
Tabla de contenidos
1 Definición
2 Elocuencia
3 Para una adecuada oratoria
4 Los cuatro elementos de la persuación
5 Cualidades generales del orador
6 Elementos claves para la oratoria
7 Tips sobre lo que puede o no realizar un orador
1 Definición
1 Definición
Definición
Los pilares de una adecuada técnica vocal son, sin duda, la claridad e inteligibilidad de las palabras, la correspondencia del volumen con la situación en la
que se habla, una velocidad de emisión que permita al interlocutor seguir la conversación sin que de su cabeza salga humo, la adecuación entre el lenguaje
corporal y el verbal y, finalmente, la riqueza de tonos y de léxico.
El hablar es siempre un arte. A pesar de que algunas personas posean esta habilidad de forma natural, para la mayoría requiere el aprendizaje de una técnica básica.
Aprender es complejo, pero siempre posible, y requiere método y práctica constante. Por ello, animamos a considerar el arte de hablar como una tarea inconclusa,
cuyas mejores herramientas son la observación y la praxis. Anotar cualquier ocurrencia, cualquier experiencia propia o ajena, cualquier reflexión... resulta muy
enriquecedor.
La palabra es el atributo que distingue al hombre de los demás seres que pueblan la tierra, y justo será que se esfuerce en llevar al más alto grado de perfección
posible el don que se le ha concedido por esta singular prerrogativa. Es el lazo invisible del amor y de la benevolencia, es el eco fiel que repite a los demás lo que pasa
dentro de nosotros, es el nuncio de nuestra felicidad o de nuestros dolores, es para decirlo de una vez, la vida; porque la vida circula con ella, y por eso no se le encuentra
entre los mudos y obscuros sepulcros. Porque la palabra en su origen viene de Dios, su desarrollo, su espontaneidad y la improvisación en que se ostentan se deben
exclusivamente al hombre.
Qué es Oratoria
La oratoria es una forma particular del fenómeno social de la comunicación, es la ciencia de la persuasión oral, dicho de otra manera, es el arte de comunicar y
persuadir a los demás por medio de la palabra.
La oratoria no es sólo el arte del bien decir, sino también el arte de la demostración en donde el orador domina las voluntades y abre luz al criterio
valiéndose de la ciencia, de la poesía, de la dialéctica y del inmenso poder de la elocuencia.
2 Elocuencia
2 Elocuencia
Etimológicamente la palabra Elocuencia deriva del verbo latín: elocuor, que significa hablar claro y distintamente, como decía Quintiliano: “Manifestar
nuestros pensamientos con claridad por medio del lenguaje.”
Históricamente la elocuencia precedió a la oratoria con la cual solía ser confundida, considerándolas parte de una misma figura, sin embargo, a lo largo de los
años se han hecho estudios que han demostrado la diferencia de ambas, pues, la oratoria tiene un sentido más general y retórico, en cambio la
elocuencia, no es sólo una elocución pública. La buena elocuencia pide equilibrio y calidad de las palabras; extensión de las cláusulas, sin el exceso,
porque hay que saber usar unas veces la espada y otras el puñal.
Cuando se habla, a parte del mensaje especifico que se quiere comunicar, se está transmitiendo mucho más. El tono de voz, la imagen personal, los
movimientos, el perfume, las manos y sus movimientos. El público va más allá del mensaje verbal estricto y se forma una imagen mental más amplia. Tras una
intervención oral de una hora, el público sólo recuerda un 30% del mensaje total y guarda en su mente una imagen global, idealizada, de lo que ha visto y
escuchado.
La elocuencia tiene dos características diferentes o más bien opuestas; como son: la calma y la impetuosidad; y bien desde este punto de vista
podemos compararla con el mar. El mar en su hora inefable de serenidad y de calma suspira dulcemente como un niño; parece dormido sobre el lecho de sus
arenas; su superficie refleja como un espejo los astros del infinito. Más en sus horas de turbulencias, se revuelven las aguas, se amontonan las olas, escupen
sus espumas a las nubes como si quisiera con ellas apagar los rayos que lanzan, y en aquellos momentos la vista de este espectáculo imponente, inspira al
mortal que lo contempla profundos y variados sentimientos de terror; de espanto y de sorpresa indefinible. Así la elocuencia es dulce, tranquila y armoniosa
cuando representa objetos agradables; es el arpa melodiosa que halaga nuestros oídos para dominar dulcemente nuestro corazón. Pero llega el momento
solemne en que el orador se agita en las tempestades del pensamiento; es un torrente desbordado; es un atleta formidable e invencible, es un hombre o mejor
un semidiós, que por medio de grandes imágenes produce en nosotros grandes emociones, que se hace dueño de nuestra sensibilidad, de nuestra cabeza,
de nuestro corazón y que se apodera de nuestro ser por asalto y sin dejar lugar alguno a la duda ni a la resistencia.
La Fuerza Mágica de la Elocuencia:
¡Pero que ventaja y qué superioridad da al hombre la elocuencia! ¡Qué corona le ciñe! ¡Qué triunfos le proporciona! ¡Que brillante reputación le forma!
El orador con placer indefinible, en su boca las ideas toman otra vida, otras formas, otra fisonomía y otra expresión; ve que la palabra rebelde para tantos otros
le obedece sumisa presentándose cuando él le llama y de la manera que él le ordena; ve que del mismo instrumento de que los demás no pueden sacar sino
sonidos confusos, él hace salir ecos misteriosos e inmortales que se derraman por el espacio, acogidos por el entusiasmo y aplauso universal, para subir a los
cielos. Es el huracán que todo lo conmueve y todo lo agita; es el brazo poderoso e invencible que derriba y postra cuanto se le opone o le resiste. Millares de
hombres obedecen aquellos acentos que cruzan por el espacio como un meteoro inflamado y que penetran en el corazón como dardos que no es posible ni
huir ni arrancar; y al mandato de aquella palabra omnipotente, el pueblo se postra, se levanta, se irrita, se calma, grita, enmudece, provoca o perdona, según le
señala la voz que sigue ansioso y embriagado, en todos sus rumbos y trasformaciones.
· Claridad:
En términos generales significa pensamiento diáfano, conceptos bien definidos, exposición coherente, es decir, una sintaxis correcta y un vocabulario al
alcance de la mayoría. En otras palabras, un estilo es claro cuando el pensamiento del que emite el mensaje penetra sin esfuerzo en la mente del
receptor.
· Concisión:
Significa que se deben de emplear únicamente palabras significativas, indispensables para expresar lo que se quiere decir. La concisión es
enemiga de la verborrea, la redundancia y el titubeo, elementos que obstruyen la comunicación; el mensaje no llega adecuadamente y en muchos casos ni
siquiera llega.
· Coherencia:
Las relaciones entre las ideas expuestas deben de ser lógicas y las contradicciones evitadas. Cuando el emisor, orador o conferenciante esté
expresando puntos de vista personales y puntos de vista de otra persona, debe de prevenir a quienes lo escuchan, porque de lo contrario provocara
incomprensión y distorsión en lo que está diciendo. Además, emplear un vocabulario que se adapte al nivel de los oyentes, es requisito importante
para la claridad de la exposición.
· Sencillez:
Es una cualidad necesaria para la expresión oral y la oratoria. La sencillez es para Martín Vivaldi “huir de lo enrevesado, de lo artificioso, de lo complicado, de
lo barroco”. Ser sencillo no es tan fácil, porque cuando nos situamos ante un público que está pendiente de nuestras palabras, hay un
sentimiento natural que nos lleva a tratar de hablar mejor.
· Naturalidad:
El orador se sirve de su propio vocabulario, de su habitual modo expresivo. La naturalidad no está reñida con la elegancia. El orador debe conjugar lo
natural con lo preciso, procurando aunar la sencillez y la exactitud. Ser uno mismo, sin artificios, no disfrazar la voz, ni emplear palabras ni frases
rebuscadas.
· El instruir y el convencer:
El orador está obligado al conocimiento claro y determinado de los medios que habrá de emplear, el discurso oratorio debe ser fruto de una meditación
profunda, del cálculo y de la reflexión; por cuyo motivo además del cúmulo de conocimientos reunidos, estudiará el arte de hacerlos penetrar en la mente de los
que ignoran, dudan o niegan.
Todo discurso tiende a probar una verdad, para esto se debe instruir al auditorio, analizando frente a ellos, experimentando, juzgando, abstrayendo, calculando,
es decir que la instrucción se vuelve el alma de la oración. Aristóteles pedía al mismo disertante defendiera y atacará el mismo tema.
Para instruir, los expositores se valen de dos métodos: la deducción y la inducción. En el primer caso se parte de principios ciertos o refutados como tales, por
las personas a quienes tratamos de convencer, se emplea la suposición con aparentes visos de realidad, y en el segundo fundándose en la analogía de los
hechos individuales, con memoria, pruebas y testimonios, se producen conclusiones tajantes. Frecuentemente ambos métodos se combinan.
· El agradar y el conmover:
Si el orador es virtuoso, causa virtuosa es la que con su verbo defiende. La primera condición para conmover a los demás es “estar conmovido”. Si exageras
haces el ridículo.
En el discurso, no solamente es lícito concitar las pasiones, sino que así debe hacerse siempre que el asunto lo permita, porque este es el medio más seguro
de hacerle interesante y de manejar la voluntad de los oyentes. Las pasiones, en la oratoria, producen el mismo placer estético que en el drama, y esa emoción
enérgica persuade con más fuerza que las mejores razones. Pero la primera condición para conmover a los demás es” estar conmovido”. Un auditorio se
presta fácilmente a oír la verdad y las razones en que se funda, pero no siempre se halla en estado de compartir las pasiones con que intenta enardecerlo el
orador; la sensibilidad es en extremo caprichosa y variable, y el orador, que se guía por la razón, debe obedecer las leyes de la dialéctica.
Una forma de interesar al auditorio y conseguir su voluntad es… el respeto, la consideración que el orador le demuestra; que no trata de herir
sus sentimientos; que participa de su alegría o de su dolor. A estos miramientos se les llama PRECAUCIONES ORATORIAS. La prudencia y el tacto
piden al orador respeto a las instituciones veneradas; respeto a la vejez, a la dignidad, al saber y a la virtud. No debes insistir obstinadamente en los
efectos sublimes, ardientes e impetuosos, porque toda insistencia desgasta y cansa; si el entusiasmo se hace rutina, deja de impresionar; si la insistencia
atosiga cierra los conductos de la emoción y como aquí hablamos de agradar y conmover, recordemos la palabra transición. Los autores en el teatro usan la
transición para interesar y hacer descansar el cerebro. Transición es pasar de un estado a otro, cambiar de tema o ambiente sin olvidar donde estuvimos. Si
manejamos esto, podemos llegar a manejar el mundo.
Postura
Ello comienza por percatarse de cómo se están apoyando los pies en el piso; si el apoyo es firme y equilibrado, hay más probabilidad de dar un discurso fluido
y coherente, con la energía y el ritmo adecuados. He visto muchos oradores en desequilibrio, jugando con los pies o moviéndose de un lado a otro sin sentido.
Generalmente cuando participo en los concursos practico el discurso de pie en un sólo sitio, con un apoyo firme de ambos pies en el piso; posteriormente
trabajo con desplazamientos en el espacio cuidando que no sean movimientos continuos tanto que cansen al público.
Todos estos aspectos están estrechamente vinculados con la respiración.
Respiración
Desde mi perspectiva, que el orador tenga conciencia de su patrón de respiración es vital. Algunos elementos que tengo siempre en consideración son:
Ritmo de la respiración: hay respiraciones rápidas y entrecortadas, otras caóticas, que se producen debido al nervio de estar en público lo más
recomendable es controlarse y buscar cómo recuperar la respiración normal.
Algunos usan muy poco aire y acumulan un exceso de tensión en la garganta, otros por el contrario suenan como si tuviesen “fuga de aire”, lo
que quiere decir que sueltan más aire del que necesitan para hablar. Algunos se cansan al hablar y eso se hace evidente por la forma de respirar.
Lo más importante que he aprendido desde mi vivencia, es no forzar ningún cambio en estos aspectos, por eso en un primer nivel de trabajo se solicita
únicamente observar estos patrones. Es probable que ocurra que ellos vayan variando naturalmente cuando el orador toma conciencia de ellos, es decir, de
cómo es su funcionamiento.
Además de estos aspectos relativos al funcionamiento corporal en la situación de comunicación presencial o física, es de suma importancia tener un objetivo o
intención de comunicación.
Objetivo
Quien da un discurso debe tener claridad sobre su propósito específico, el cual siempre está vinculado al efecto que desea causar en su audiencia; por otro
lado, ese objetivo debe constituir una necesidad genuina de comprometer al presentador.
La existencia de este compromiso constituye ya una energía que corrige o compensa naturalmente las fallas que, en su ejecución discursiva, puede tener
cualquier orador. El deseo de comunicarle al público nuestras ideas, nos llena de emoción y esto permite darnos mayor confianza, con respecto a
lo que diremos, hay que buscar temas actuales, los temas controversiales ayudan a mantener el interés del público, hay que evitar los temas
monótonos y desactualizados.
Estos tres elementos (postura, respiración y objetivo) son el núcleo del trabajo sobre la comunicación oral. A partir de ellos se pueden aprender y desarrollar
los otros aspectos técnicos del arte de hablar en público. Pero lo más importante que he aprendido es que la oratoria es un músculo que hay que
entrenarlo y ejercitarlo siempre.