Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 90

El secreto de Ivanova

Clara Ann Simons


El secreto de Ivanova
Clara Ann Simons

Copyright © 2019 por Clara Ann Simons.


Todos los Derechos Reservados.

Todos los derechos reservados. Ninguna sección de este material puede ser reproducida en
ninguna forma ni por ningún medio sin la autorización expresa de su autor. Esto incluye, pero no se
limita a reimpresiones, extractos, fotocopias, grabación, o cualquier otro medio de reproducción,
incluidos medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el libro son totalmente
ficticios. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es pura coincidencia.
La obra describe algunas escenas de sexo explícito por lo que no es apta para menores de 18
años o la edad legal del país del lector, o bien si las leyes de tu país no lo permiten.
Para mayor información, o si quieres saber sobre nuevas publicaciones, por favor contactar
vía correo electrónico en [email protected]

http://www.clarasimons.com
Twitter: @claraannsimons1
Índice
Prefacio
Una oferta inesperada
Mesa para dos
Promesas y mentiras
Toma de decisiones
Dulce despertar
Tensión inesperada
Sueños de juventud
Última noche
Leyendas de la Madre Rusia
Gambito de rey
Última mañana en San Petesburgo
Desconcierto
Cerrando el círculo
Vuelta a casa
Prefacio

¿Es posible enamorarse de dos personas al mismo tiempo?


¿Enamorarse de verdad?
La vida de Lucía da un giro inesperado cuando debe asistir con Carlos a un viaje de trabajo en
Rusia, su país natal.
Allí descubrirá a una Lucía muy diferente de la que ella misma pensaba ser. Y a un Carlos,
también muy diferente a lo que imaginaba al principio.
En apenas una semana, ambos vivirán pasión, dudas, culpabilidad y celos.
Una llama incontenible se encenderá en su interior.
Una llama que podría consumirles a ambos.
Los dos quedan ahora unidos por un secreto. Un pacto que han jurado no romper.
El secreto de Ivanova.

∞∞∞
Una oferta inesperada

¿Es posible enamorarse de dos personas al mismo tiempo?


Pero…enamorarse de verdad, hasta los huesos. No simplemente encapricharse.
Siempre pensé que no. Pensaba que si realmente querías a alguien todos los demás se quedaban
fuera de manera automática. Pensaba que podrías sentir cierta atracción física, cierta curiosidad.
Pero nada más.
Hasta que conocí a Carlos.
Ahora llevo mi semana de vacaciones tirada en la cama sin ganas de nada. Sin energía.
Pensando. Dando vueltas en mi cabeza. Mi cerebro y mi corazón debatiendo sin cesar sobre las
implicaciones prácticas y morales del lío en el que me he metido yo solita.
Bueno, solita no, porque Carlos ayudó. Vaya que si ayudó.
No abro los grupos de Whatsapp, ni miro mi Facebook, ni el Instagram, ni siquiera el correo
electrónico, donde los mensajes se van acumulando uno tras otro.
No tengo energía para ponerme con ello.
No ayuda nada que Carlos esté en Dubai con su enésimo viaje de trabajo del año.
Pero, aunque estuviese aquí. ¿Serviría de algo? O quizá liaría mucho más las cosas.
Mi nombre es Lucía López Ivanova. Mi padre es español y mi madre rusa. Mi vida era
totalmente normal y algo monótona hasta hace muy poco. A mis veintinueve años acabo de
encontrar un trabajo que me gusta en una importante empresa de ingeniería eléctrica que, si bien en
estos momentos desaprovecha mis capacidades, o esa es mi impresión, por lo menos me daba
buenas perspectivas de futuro si juego bien mis cartas y me hago valer. Me considero una mujer
fuerte e independiente y con muchas ganas de luchar para llegar alto en mi trabajo.
El plano sentimental me va bien. Llevo seis años viviendo con Alberto. No estamos casados,
pero como si lo estuviésemos. Formamos una buena pareja. Con altibajos, pero bien. Alberto es
cariñoso conmigo, me entiende bien y nuestro sexo es bueno.
¿Entonces, Carlos?
Puff, Carlos…
¿Cómo empezó todo esto? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

El lunes de la semana pasada parecía un lunes normal, como cualquier otro lunes. Un lunes de
esos que suena el despertador a las siete de la mañana, te acuerdas de todos sus muertos durante
los primeros cinco minutos, pero luego te pones en marcha.
No llevo mucho tiempo en mi trabajo, así que voy ilusionada cada día con la posibilidad de
aprender e ir subiendo escalones dentro de la empresa. Eso me ayuda a ponerme en
funcionamiento.
Como todas las mañanas, me preparé un café solo, de los fuertes. Yo sin mi café mañanero soy
incapaz de funcionar ni siquiera al nivel más básico.
Tras el café, entro en el baño a darme una ducha caliente a ver si espabilo, que sigo medio
dormida. Me gustan las duchas largas y con calma, y con agua muy caliente. Alberto siempre se
queja de que paso demasiado tiempo en la ducha. Dejo el camisón en una percha del baño y
mientras preparo el baño no puedo evitar echar una mirada al espejo. ¿Por que no tendré las tetas
más grandes? Sin duda, mi cuerpo ganaría un montón con mejores tetas. Pero bueno, es lo que hay.
Del resto supongo que no puedo quejarme mucho. Para mi gusto estoy algo delgada a pesar de
que no me corto nada a la hora de comer, pero mis amigas me dicen continuamente que menudo
chollo, así que supongo que no me puedo quejar mucho. Poco culo, piel muy blanca. Más o menos
una chica normalita. Nada llamativo.
Mientras me entretengo en esos pensamientos Alberto abre la puerta, totalmente desnudo y con
bastantes ganas de juerga por lo que se puede ver entre sus piernas.
Entra en la ducha conmigo y se coloca a mi espalda. Siento su erección frotarse en mis nalgas
mientras coloca sus manos en mis tetas y acaricia mis pezones, que se han puesto duros al
momento. Me vuelve loca sentir su pene enjabonado resbalar por mi culo.
—No tengo tiempo, amor. Tengo que terminar de ducharme y vestirme o no llegaré al bus, ya lo
sabes. Te lo compensaré por la noche— le digo esbozando una sonrisa pícara y muriéndome de
ganas de acariciarle.
—Es que tengo muchas ganas, Lu. —Me responde —. Venga, aunque sea uno muy rápido.
Siento cómo se agarra el pene y busca con él mi vagina que se va abriendo cada vez más, hasta
que consigue meter su glande y empieza a empujar para meter el resto. No puedo evitar soltar unos
gemidos. Me tiemblan las piernas. Se me erizan los pelos de la nuca. Me muero de ganas de hacer
el amor allí mismo, en la ducha, como lo hemos hecho tantas otras veces.
Pero mi parte más racional toma el control.
—Cariño, de verdad. No puedo llegar tarde. Llevo poco tiempo en la empresa y tengo que
causar buena impresión. No puedo ir llegando tarde de buenas a primeras. Ya sabes que me muero
de ganas de tenerte dentro, pero voy muy mal de tiempo. En serio. Por favor, para.
Veo su cara contrariada.
—Y ¿qué voy a hacer yo ahora? —me dice con esa carita de cachorrillo que me pone cuando
quiere convencerme para follar.
—Pues tú veras…tienes manitas, y jabón, pero deja algo para esta noche, amor. En serio, salgo
que tengo mucha prisa. Mua, te quiero cariño.
Mientras me voy secando veo cómo Alberto echa jabón en su pene totalmente erecto y deja
resbalar su mano derecha por él muy lentamente, mostrándome su glande, mientras me mira con
cara de “mira lo que te estás perdiendo”, como si no lo supiera ya. Me vuelve totalmente loca
pasar mi lengua por ese glande, y él lo sabe. Jugar con él. Sentir como mi boca recorre cada
milímetro de esa suave piel.
Intento no mirar demasiado mientras me seco a toda prisa y salgo del baño para evitar entrar de
nuevo en la ducha, que no será por falta de ganas. ¿Por qué seré tan responsable? Ya dicen mis
amigas que perder un poco la cabeza de vez en cuando no me vendría nada mal.
Mi vagina está casi goteando. Intento secarla un poco antes de ponerme las bragas, pero eso no
hace más que empeorarlo. Paso dos de mis dedos por mis labios y siento lo húmeda que estoy, me
encanta acariciar mi vagina cuando está así. Sentir cómo resbalan mis dedos, sentir su interior, tan
suave…
Consigo recomponerme a tiempo y terminar de vestirme mientras oigo a Alberto gemir en el
baño. ¡Debe estar a punto de correrse! ¡Qué mierda…!
—Cariño, te lo compenso por la noche. Te lo juro. —Le grito mientras salgo por la puerta a
toda prisa para no perder el bus—. Te quiero, chao, amor.
Todavía no sé cómo, pero llego a tiempo al bus y en él puedo relajarme un poco. ¡Qué rabia me
da tener que salir a toda prisa cuando tengo ganas! Pongo algo de música y sigo el trayecto de
cada día hasta mi empresa. Tendría que aprovechar para leer, es un montón de tiempo que pierdo
cada día entre ir y volver. Pero soy incapaz de leer en movimiento. Quizá pruebe con un
audiolibro, No sé, algo para aprovechar mejor ese tiempo.
Al llegar a la ofi aquello es ya nada más que un recuerdo y ahora toca concentrarse en el
trabajo.
Mi empresa ocupa dos pisos en un edificio de oficinas en el centro de Madrid. En el piso de
abajo se hace el trabajo administrativo, seguimiento de ofertas y recursos humanos, mientras que
en la parte de arriba están los despachos de dirección, la oficina técnica y los despachos de los
comerciales tanto nacionales como de comercio exterior.
Yo estoy en seguimiento de ofertas, o comercial técnico interno como les gusta llamarlo en mi
empresa. Mi grado en ingeniería eléctrica de momento no me da para más. Y el sueldo es bastante
ajustado, y más para una ciudad tan cara como Madrid. Alberto tampoco es que tenga un sueldo
muy boyante, así que cada mes nos toca ajustarnos el cinturón, y después de pagar el alquiler y los
gastos básicos, poco queda. Los padres de Alberto nos ayudan a veces con alguna cosa, lo que es
de agradecer. Me encantaría poder viajar con él. Conocer otros países y otras culturas. Perderme
por el mundo a su lado. Siempre soñamos con ir a Nueva York juntos. Pero, ahora mismo,
imposible.
Cuando envié el currículum esperaba trabajar en la oficina técnica. Preparando los planos,
haciendo cálculos técnicos. Trabajando con programas de simulación. En fin, lo eso que nos dicen
en la facultad que hacemos los ingenieros. Te lo pintan muy bonito, pero, al menos en mi empresa,
la gran mayoría de los ingenieros estamos en seguimiento de ofertas o de comerciales técnicos.
Los que trabajan de verdad como ingenieros son cuatro gatos. Y por lo que me dicen mis
compañeros de facultad, en la mayoría de los sitios es igual. Creo que en la facultad nos venden
un poco la moto.
Ser mujer en un sector todavía muy machista tampoco ayuda mucho, y que tus padres no te
puedan pagar un máster de postín ayuda menos aún. La educación pública da para lo que da, está
bien, pero al final, cada línea de un buen currículum vale un montón de miles de euros. Y eso es lo
que te destaca de los demás. Eso, y tener buenos contactos. Yo no tengo ninguna de las dos cosas,
así que me toca empezar desde abajo.
Rabia me da ver a algunos compañeros de facultad en puestazos sabiendo como sé que son unos
incompetentes y unos inútiles. Pero si tus padres te han pagado un buen máster o tienes enchufe
para entrar en un sitio o en otro, pues ya se avanza mucho. No sé si esa ventaja inicial se puede
recuperar algún día a base de trabajo duro y de demostrar lo que realmente vales. Me levanto
cada día pensando en que sí se puede, pero a juzgar por lo quemados que están algunos de mis
compañeros a partir de los cuarenta años, no lo tengo tan claro.
La mañana fue pasando dentro de la rutina habitual. Clientes que tienen mucha prisa con el
presupuesto, pero luego mucha menos prisa para decidirse si aceptan o no la oferta. Llamada tras
llamada para seguir esas dichosas ofertas. Secretarias que me dicen que la persona a quien llamo
no se encuentra en ese momento, gente que te grita cuando tú no tienes la culpa de nada…lo de
todos los días.
De repente veo venir a Lourdes de recursos humanos hacia mi mesa.
—Lu, te llaman al despacho del gran jefe en la planta de arriba.
¿El gran jefe?
—Lourdes, no me van a despedir ¿no? —Le pregunto con una cara de preocupación que es todo
un poema.
Mi amiga Lourdes se ríe. Es de las mejores amigas que tengo en la empresa. Siempre muy
atenta. Me ayudó un montón a integrarme desde el primer día. Ojalá hubiese más gente como ella,
pero por desgracia no abundan. Cada uno va a lo suyo.
—Tranquila Lu, para despedirte no te llaman al despacho del gran jefe.
No es que me tranquilice mucho ese comentario.
—La verdad, no tengo ni idea, Lu. A mí solamente me mandaron llamarte. No es cosa de
recursos humanos, eso ya te lo digo. Sólo sé que en el despacho está el mismísimo gran jefe,
Marta, tu jefa y uno de los “VIP”.
“VIP” es el nombre que les ponemos a los comerciales técnicos de internacional. Esos que se
pasan el día viajando de país en país, een buenos hoteles, tienen un apellido de esos compuesto
que suena tan bien y, según Lourdes, ganan en un mes lo mismo que yo en todo el año.
—¡Qué nervios Lourdes, no puedo quedarme sin trabajo ahora! Nos cuesta llegar a fin de mes,
como para perder uno de los sueldos. Me da algo, de verdad. Necesito el dinero.
Lourdes intenta tranquilizarme como puede. La verdad es que es un encanto de chica.
Llegamos hasta el despacho del gran jefe y Lourdes se despide de mí deseándome buena suerte.
Pico a la puerta con suavidad y muerta de miedo. Lo único que tengo en la cabeza es que no me
pueden despedir.
—¿Se puede?
—Señorita López Ivanova, adelante, estábamos esperando. —Dice el gran jefe en persona.
Entro con pánico, me sudan las manos. Odio cuando les tengo que dar la mano con sudor, pero
no puedo evitarlo. Cada vez que me pongo nerviosa me pasa lo mismo.
Mi jefa, Marta, que nunca me tuvo especial estima, me mira con una mirada extraña que no sé ni
empezar a definir. Es una mujer de unos cuarenta años y lleva desde hace tres la dirección de
seguimiento de ofertas. A mí me da la impresión de que está un poco amargada. En cualquier caso,
es una déspota con todo el departamento, especialmente con las demás mujeres. Tiene narices que
en vez de apoyarnos unas a otras nos trate así. En el departamento recibe el nombre de “la
víbora”.
Es la primera vez que veo al gran jefe de la empresa. Pasa la mayor parte del tiempo encerrado
en su despacho o en la planta de arriba con la oficina técnica y los comerciales. A nuestra planta
no baja para nada. Estoy segura de que hasta hace diez minutos no sabía ni que yo existía. Hago
nota mental de si algún día llego a gran jefa preocuparme de conocer a todos los trabajadores que
tengo a mi cargo.
No puedo evitar fijarme en el grandísimo despacho. De esos que están puestos para impresionar
a los clientes. Una gran mesa de reuniones, cuadros, imponente mesa de despacho con un gran
sillón de cuero. El despacho puede dividirse en dos, dejando a un lado la sala de reuniones y a
otro la mesa del jefe. Huele un poco a rancio. Mi mente sigue saltando sin control.
—Siéntese, por favor, Señorita López Ivanova. —Me dice señalando la gran mesa de
reuniones. Me hace gracia que utilice también mi segundo apellido. Abajo todos me llaman Lucía
o Lu. Como mucho, si es una situación más formal, Señorita López, pero el segundo apellido creo
que es la primera vez que lo oigo en la empresa, posiblemente porque al ser ruso les suena raro.
—Ya conoce a su superiora, Marta, —la víbora me mira y me dedica una sonrisa más falsa que
Judas— y le presento al director del departamento comercial internacional, el señor Carlos Díaz-
Rábida.
Y allí estaba Carlos. Impecablemente vestido. Perfectamente afeitado. Su pelo parecía que
acababa de salir de la peluquería. Esbozó una sonrisa de actor de cine que dejó ver unos dientes
perfectamente blancos y todos iguales. Debe hacer millonario a su dentista.
La verdad es que tengo que decir que en ese momento mi primera impresión es pensar que tengo
delante al tipo más superficial y estirado de toda la empresa.
El gran jefe retoma la palabra, sacándome de golpe de mis pensamientos.
—Señorita López Ivanova. Me informan de que su madre es rusa y de que en su currículum ha
escrito usted que es bilingüe en español y ruso.
Le contesto afirmativamente y le explico que viví en Rusia hasta los 15 años. A partir de ese
momento vine a España con la familia de mi padre. Por eso hablo ruso y apenas se nota el acento
al hablar español, salvo en contadas ocasiones. Prefiero no darle explicaciones de la
absolutamente disfuncional que me ha tocado en suerte.
—Perfecto, perfecto. Además, tiene usted un grado en ingeniería eléctrica por la Universidad
Autónoma y me dice su superiora que dispone de suficientes conocimientos técnicos de los
servicios de ingeniería que presta nuestra empresa.
¡Qué hija de puta, la víbora! “Suficientes” conocimientos técnicos. Me gustaría ver cuánto sabe
ella. Intento centrarme y contesto al gran jefe lo mejor que puedo.
—Sí, al llevar un año en seguimiento de ofertas voy tomando contacto con todos los servicios
de ingeniería que ofrecemos, e intento formarme lo más posible para ofrecer un mejor servicio.
Toma ya, si no me tiro flores yo misma en esta situación, no sé cuándo me las voy a tirar. Si me
quieren despedir, por lo menos que les entren las dudas. Porque ayuda de la víbora está claro que
no voy a tener para nada.
—Perfecto, perfecto. —Vuelve a decir el gran jefe.
Ese “perfecto, perfecto” suena entre pretencioso y falso. Pero es que estoy hecha un flan. Este
hombre te clava los ojos y utiliza unos silencios que me ponen de los nervios. Me siguen sudando
las manos y me tiemblan las piernas. Siento el nerviosismo en mi pecho. Tan solo me repito
mentalmente que no puedo perder el trabajo. Necesitamos ese dinero.
—Le informo, Señorita López Ivanova, del interés de la empresa por entrar en el mercado ruso.
Hemos conseguido finalmente algunos proveedores que disponen de productos con certificado
GOST y que cumplen plenamente la normativa EAC, lo que nos permitiría ofrecer nuestros
servicios a las importantes empresas petroquímicas rusas.
Asiento como si me estuviese enterando de algo. Nota mental, cuando llegue al ordenador tengo
que buscar en Google el significado de las siglas esas, si es que me acuerdo de ellas.
—El señor Carlos Díaz-Rábida parte mañana para San Petesburgo para participar en una
importante reunión con una de las principales petroquímicas de ese país. Queremos que le
acompañe en su viaje para facilitar la logística y hacer ver a los rusos nuestra buena voluntad y la
importancia que le damos a ese mercado.
Mis ojos están en este momento como platos. Estoy segura de que tengo la mayor cara de boba
que se puede tener. ¿Tengo que ir a San Petesburgo? ¿Mañana? ¿Con un presumido al que no
conozco de nada?
¿Qué digo ahora? Mi mente da mil vueltas, pero no consigo centrarme. Me da pánico. ¿Y si todo
sale mal y me echan a mí la culpa? Porque el estirado no se va a tragar el sapo si salen mal las
cosas, eso va a ser cosa mía.
En cualquier caso, no me siento preparada. Pero, por otro lado quiero aceptar el reto. Y mañana
tenemos cena con la hermana de Alberto y su marido. Bueno, vaya tontería, la cambiamos, pero es
que mi mente está divagando demasiado en estos momentos. Siento mis piernas temblando y mis
manos sudando cada vez más.
—Sí, por supuesto. Para mi será un placer y un honor que hayan contado conmigo. Haré todo lo
que esté en mi mano para que la empresa pueda cerrar el contrato. Tengo total disponibilidad para
salir en el momento que se precise.
¿De verdad he respondido así? Me salió totalmente automático, sin pensar. Fruto de los nervios,
no les he hecho ni una sola pregunta, ni una duda, ni lo más básico. ¡Qué horror!
—Perfecto, perfecto, Señorita López Ivanova. Esa es la actitud que quiero en mi empresa. Le
pasarán todos los detalles del viaje, así como las dietas desde recursos humanos. Ha sido un
placer poder contar con usted.
Me dice señalando la puerta. No malgasta tiempo.
Pongo en mi cara mi mejor sonrisa y salgo del despacho con cara de un poco atontada. Veo a
Marta, mi jefa, poner una mirada entre odio e incredulidad. No me extraña, porque no me lo creo
ni yo misma. Ni la situación en sí, ni que haya dicho que aceptaba por las buenas. Estoy segura de
que la víbora, dentro de su asombro, estará pensando en el tortazo profesional que me voy a dar
por aceptar esta aventura sin estar preparada.
El estirado no dijo ni una sola palabra. Sólo miraba fijamente y sonreía. No me da muy buena
espina el tipo ese.
Camino un poco hacia el ascensor para bajar al piso de abajo y me asalta Lourdes.
—¿Qué te han dicho?...cuenta…me muero de ganas por saber lo que pasó en ese despacho. No
te dejes nada. ¿No te han despedido, no? Tomamos un café ahora que está tranquilo y me cuentas.
Total, tu jefa no bajará hasta dentro de un buen rato.
Así que, dicho y hecho, nos dirigimos a una pequeña zona destinada a los descansos. No era
gran cosa, la verdad es que la empresa no se había gastado demasiado dinero en ella. Unas
cuantas mesas y sillas, una nevera, un par de microondas y unas máquinas de café y cosas de picar.
Por lo menos, a esa hora estaba muy tranquila.
—Pues no sé, Lourdes. No tengo claro si he metido la pata hasta el fondo o es la oportunidad de
mi vida. Me mandan a San Petesburgo con el VIP estirado ese de internacional.
—¿Carlos? —Pregunta Lourdes.
—Sí, el mismo. Lo malo es que salimos mañana mismo a negociar no sé qué acuerdo muy
importante con una petroquímica rusa, y yo tengo que ir a darle apoyo logístico porque hablo ruso,
y para que los rusos vean que nos lo tomamos en serio, según el gran jefe. No tengo ni idea ni de
lo que vamos a hacer allí. Al parecer, alguien de tu departamento se pondrá hoy en contacto
conmigo para los detalles del viaje y mañana durante el viaje, el tal Carlos, me pondrá al día de
las negociaciones con la empresa rusa y lo que quiere que yo haga para él.
—Pero eso es la bomba, tía. —Lourdes siempre con su eterno optimismo —lástima que no
tenemos tiempo ni para celebrarlo.
—Lo celebraremos a la vuelta si todo sale bien. ¿Sabes algo del tal Carlos?
—Sé que el jefe está loco con él. Que gana un auténtico pastón. El sueldo más alto de la
empresa con el bonus, por encima incluso del propio jefe. Pero yo no te he dicho nada, ¿vale?
Pide siempre hotel con gimnasio y vaya, que dentro de los niños mimados de la empresa él es el
más mimado de todos.
—Ya, como persona, tía. Al fin y al cabo, si me tengo que pasar el resto de la semana con él lo
que quiero saber es cómo es como persona.
—Ya sabes. Fama de chulín y estirado, y poco más sé de él. Está poco por la empresa. Siempre
de viaje.
Me encanta oír hablar a Lourdes con su acento gallego que no pierde a pesar de llevar varios
años viviendo en Madrid.
Me despido de ella para aprovechar lo más posible el tiempo que me queda hoy. Tengo que
terminar al menos parte de las cosas que tengo abiertas para dejar el menos marrón posible a mis
compañeros. Tendrán que repartirse mi trabajo entre ellos, y donde ya vamos bastante mal de
tiempo de manera habitual, les voy a hacer una faena.
Al llegar a mi mesa de trabajo y abrir el email, ya tenía allí un correo de María de recursos
humanos, anunciando que un coche pasaría a recogerme por mi domicilio a las ocho en punto de la
mañana para llevarme al aeropuerto. Adjuntaba los billetes electrónicos. ¡Sí que se mueven
rápido cuando quieren!
Desde Madrid, haríamos una escala de dos horas en el aeropuerto de Amsterdam y desde ahí a
San Petesburgo. Adjuntaba también la reserva del hotel. ¿El Grand Hotel Europa? Tiene que ser
una broma. Es uno de los mejores hoteles de Rusia. Como poco nos vamos a dejar doscientos y
pico euros la noche por persona, sólo de habitación. ¡Vaya cómo tratan al estirado! Pues sí que va
a ser verdad que es el más mimado de todos los niños mimados de la empresa. Todos los gastos se
pasarán a través de la tarjeta de crédito del señor Díaz-Rábida, ósea, el estirado.
Mi excitación y nerviosismo van en aumento. Por un lado, me muero de ganas de ir. De
demostrar lo que valgo. Quizá sea la oportunidad que estoy buscando. Algo así no se presenta a
menudo, y hay que aprovecharlo. Por otro lado, literalmente, estoy cagada de miedo.
Son las cinco de la tarde y soy incapaz de concentrarme en nada de lo que hago. Tengo que
hablar con Alberto.
Le llamo por teléfono, debe estar a punto de salir.
—Hola amor, ¿qué tal el día?
—Bien —me contesta— ¿y esa llamada?
—Te espero en casa a las seis en punto, te debo algo desde esta mañana. Si no llegas a tiempo
empezaré sin ti. —Le cuelgo el teléfono.
No puedo creer que esté pensando en sexo en estos momentos, pero la verdad es que el día ha
sido de lo más loco y tengo la adrenalina a tope. Ahora mismo necesito estar con Alberto, que me
acaricie, sentir su excitación, tocar su pene, besarle, follar.
Me estoy volviendo a poner a cien y si no salgo ya la que no voy a estar a las seis en punto seré
yo.
Consigo llegar a casa a las seis menos cuarto. Un poco justita, Alberto no llegará hasta las seis,
pero me da tiempo para una ducha rápida y preparar un poco el ambiente.
Tras ducharme a toda prisa enciendo unas velas y dejo la habitación en penumbra al tiempo que
le espero totalmente desnuda. Siento ya mi vagina humedecerse y eso que todavía falta un poco
para que Alberto llegue a casa.
Estoy completamente excitada. Es una mezcla de todo, el nerviosismo de la aventura del viaje a
Rusia, la ducha inacabada de esta mañana, saber que Alberto está a punto de llegar, que le estoy
esperando desnuda, con la habitación iluminada con velas…todo junto.
Siento unas ganas locas de masturbarme. De empezar yo sola. Pero mejor espero. La espera lo
hace más excitante. Paso mis dedos por mi vagina. Siento mis labios húmedos. Meto un dedo en su
interior. Estoy a cien. Caliente y húmeda. Por favor, Alberto, ven pronto.
Por fin llega Alberto. Me llama y le digo que le espero en la habitación.
Entra y me mira con cara de asombro. Veo su pene crecer tras los pantalones. Se empieza a
quitar la ropa a toda prisa. Veo que tiene tantas ganas como yo.
Pero tengo otros planes. Hoy quiero ir mucho más despacio. Probar algo un poco distinto.
—Shhh, —le digo poniendo mi dedo índice sobre sus labios. Me pregunto si notará que ese
mismo dedo índice ha estado hace unos momentos resbalando por los míos, pero no los de mi
boca.
—Deja que yo te desnude. No puedes hacer nada hasta que yo te lo pida. Si lo haces, se acabó
la fiesta y tendrás que acabar tú solito como esta mañana.
Alberto asiente con la cabeza con una mezcla entre asombro y excitación.
Le voy desabrochando la camisa, botón a botón, mientras le beso en el cuello y suspiro a su
oído. Noto cómo se va excitando.
Tras la camisa llega el turno de los pantalones. Se los quito lentamente y le dejo en ropa
interior frente a mí. Intenta quitarse los boxer pero le recuerdo nuestro trato.
—Sólo yo, nada de prisas. —Le digo susurrando al oído.
Paso las yemas de mis dedos por su pecho. Acaricio sus pezones que se ponen duros
inmediatamente al sentir mi tacto. Noto que su respiración se hace más fuerte. Se va excitando
cada vez más.
—¿Te gustó tu pajita mañanera? —Le pregunto para provocarle—Seguro que ni siquiera
pensaste en mi cuando te corriste.
Intenta hablar, pero le corto inmediatamente.
—Tendrás que pagar por ello. —Le digo poniendo cara de mala.
Veo que no puede aguantar mucho más, así que mejor paso un poco más a la acción.
Con mis dedos pulgares por dentro de la goma, le quito su ropa interior lentamente. Su pene
está totalmente duro. Bajo primero la parte de atrás de sus boxer y a continuación, muy lentamente,
la parte de adelante. Dejo que la tela de su ropa interior roce su pene. Le oigo gemir. Acaricio su
pubis poco a poco. Gime. Hago círculos con mis dedos en el pelo de su pubis.
—Por favor, Lu, vamos a hacerlo ya.
—Ni hablar de eso. —Le digo cortante—. Hoy vamos poco a poco, te tengo preparada una
sorpresa.
Sigo pasando mis dedos por su pubis. Los bajo lentamente por la entrepierna, con un toque muy
suave, sólo rozándole con las yemas de mis dedos. Oigo su respiración agitada.
Paso las yemas de mis dedos por toda la superficie de su pene, con un toque suave y lento.
Gime. Me está costando horrores ir tan lento, pero verle disfrutar de esta manera vale la pena.
Con dos de mis dedos bajo su prepucio y dejo al descubierto su glande. Alberto ahora gime
abiertamente. Yo no puedo evitar dejar escapar un suspiro. Me encanta su glande. Pasar mis dedos
por él. Besarlo. Pasar mi lengua lentamente por su suave piel.
Los dos estamos temblando en estos momentos. Es hora de tomar una postura algo más cómoda.
Coloco una toalla al borde de la cama y le digo que se siente en ella mirando al espejo de
nuestro armario frente a la cama. Alberto está entre sorprendido y excitado viendo su erección en
el espejo.
Traigo un bote de aceite de bebé y lo echo sobre mis manos.
Me siento detrás de él y empiezo a masajear sus hombros con el aceite. Se relaja y se excita al
mismo tiempo. Poco a poco voy pasando por toda la espalda. Con calma.
—Por favor, Lu, haz algo ya —me susurra entre gemidos.
Ahora le toca el turno a su pecho. Me entretengo con sus pezones, mientras froto los míos en su
espalda. Los siento resbalar por su piel llena de aceite. Mis pezones están totalmente duros. Me
está volviendo loca frotarme contra su espalda, pero tengo que concentrarme.
Vierto una pequeña cantidad de aceite sobre su pene. Alberto lanza un suspiro intenso.
—Esto te va a gustar —le digo susurrando al oído.
Con suavidad, paso mis manos embadurnadas de aceite por su pene. No puede estar más duro.
Bajo su prepucio y vuelvo a sacar su glande.
Echo un poco más de aceite directamente sobre el glande para que resbale bien y paso las
yemas de mis dedos por su delicada piel.
Alberto gime.
—Ni se te ocurra correrte —le digo al oído apretando un poco la punta de su pene.
Es increíblemente excitante ver en el espejo el masaje que estoy haciendo a su pene. Ver la cara
de excitación de Alberto, y también la mía.
En el espejo veo a Alberto con los ojos cerrados, disfrutando de mis dedos. Mi boca está
medio abierta y de vez en cuando muerdo mi labio inferior. No sabía que hiciese eso cuando estoy
excitada.
Empiezo a masturbarle suavemente, dejando que toda la superficie de la palma de mis manos
resbale con el aceite. Al llegar a la parte de arriba de su pene giro la muñeca y aprieto un poco
más. Gime. Hago una copa con la palma de mi mano sobre su glande y lo presiono mientras sigo
girando la muñeca. Su respiración se hace más y más entrecortada. Me vuelve loca verle tan
excitado.
Yo, por mi parte, estoy casi igual que él. Froto cada vez más fuerte mis pechos sobre su
espalda. Me está volviendo loca sentir el roce de mis pezones duros sobre su piel.
Vuelvo a centrarme en su glande. Lo toco con mis dedos y con la palma de mi mano. Pongo más
presión. Froto las palmas de mis manos por toda su superficie. Los gemidos de Alberto van en
aumento. Mi excitación también.
Tras este rato masajeando su glande veo que se está excitando demasiado. No quiero que tenga
un orgasmo todavía, y me temo que debe estar a punto.
Le tumbo en la cama y me coloco sobre él.
Siento que mi vagina está totalmente abierta y mojada. Con su pene en mis manos lo paso por
los labios de mi sexo. El aceite y mi lubricante natural se entremezclan. Le oigo gemir aún más.
Sigo pasando su pene por mi vagina como si fuese un consolador. Siento como su glande
resbala por el interior de mis labios. Llego hasta mi clítoris y me detengo a jugar con él.
Presionando. Haciendo círculos.
No puedo parar de gemir. Ahora soy yo la que estoy totalmente excitada. Me tiemblan las
piernas así que no podré aguantar mucho tiempo en esa posición.
Meto ligeramente su pene dentro de mi vagina, sólo el glande, y lo vuelvo a sacar para pasarlo
de nuevo por toda la superficie de mi vagina hasta mi clítoris. Alberto suspira con fuerza.
Noto su pene resbalar entre mis manos. Lo froto más rápido por toda mi vagina. Me lo meto un
poco dentro. Lo saco. Lo froto con mi clítoris. Me estoy haciendo una paja increíble. Se me
escapan más y más gemidos y veo que Alberto cada vez va a más. Sé que le encanta verme gemir.
¡Qué pasada! Estoy a punto de tener un orgasmo. Mi clítoris está ya tan sensible que cada roce
son su glande me hace llegar al paraíso.
Me siento sobre él y meto todo su pene dentro de mí. Lo noto resbalar por el interior de mi
vagina totalmente mojada y abierta. Muevo mis caderas. Arqueo mi espalda. Aumento la
velocidad. Alberto toma mis pechos entre sus manos y acaricia mis pezones mientras empuja con
fuerza su erección dentro de mí. Nos fundimos entre gemidos y pasión.
De repente noto un chorro caliente en mi vagina.
¿En serio se ha corrido? No me lo puedo creer. Ya estaba a punto.
Sigo pasando su pene por mis labios. Ahora el semen, el aceite y mi flujo vaginal se
entremezclan. Quiero seguir follándole antes de que pierda la erección.
Pero su pene tiene otros planes. Me dice que es demasiado intenso y que no puede más. En
cuanto dejo de estimularlo con mi vagina su pene empieza a ponerse blando.
—Fue una auténtica pasada Lu. —Me dice con voz entrecortada.
—Súper intenso. No podía más.
—Ya veo, ya —le digo—. Seguiremos por la noche.
La verdad es que no estuvo nada mal, me encantó verle disfrutar así, y lo cierto es que yo
disfruté también. Y mucho.
Pero me dan un poco de rabia esas situaciones en las que yo estoy a punto de tener un orgasmo y
él lo tiene antes. Y allí se acaba. Porque se empeña en sacarlo. Y podía esperar un poco más. Sé
que no tendría que basarlo todo en los orgasmos. Pero cuando estoy a punto y se acaba…
Le limpio el aceite con una toalla y se va a la ducha a quitarse el resto. Se le nota súper
relajado. No sé si seguirle a la ducha o esperar. Opto por la segunda opción porque no creo que
ahora mismo consiga nada más en términos de sexo.
Aprovecho su toalla para quitar el aceite de mi cuerpo y me pongo una camiseta básica blanca.
Sé que a Alberto le gusta verme solamente con una camiseta. Sin ropa interior. Marcando mis
pezones. La camiseta deja entrever la parte de debajo de mi culo. Y mucho más si me agacho. Sigo
caliente. Pero tengo que esperar. Además, tengo que hablar con Alberto de la movida del viaje y
cambiar la cama, que a pesar de la toalla que había puesto la tenemos empapada.
Por fin sale de la ducha con una toalla a la cintura. Le llevó su tiempo. Me gusta verle con la
toalla a la cintura. Un poco de gimnasio no le vendría mal, pero no me quejo.
—Alberto, tenemos que hablar de una cosa. —Le digo—. Mejor te sientas.
Me mira con cara de preocupación. Como preguntándose qué ha hecho mal.
—Lucía, me estás preocupando.
—No es nada malo, amor —le digo para tranquilizarle—. Es un tema de la empresa.
—¿No te van a despedir no, Lu?
—No, tranquilo. Es que me ha salido un viaje de trabajo. La empresa ha empezado a hacer
negocios en Rusia y aprovechando que hablo bien el idioma y conozco su cultura quieren que
acompañe a uno de los comerciales de internacional a San Petesburgo. Salimos mañana mismo.
La cara de Alberto cambia por completo. Se ha ido la relajación.
—¿Mañana? —Me pregunta.
—Sí, mañana. Surgió de repente. Me enteré hoy mismo. Todavía estoy bastante asustada, pero
creo que es una gran oportunidad. Sabes que aspiro a más dentro de la empresa. Sabes que me
gustaría pasar a la oficina técnica. No quiero estar en seguimiento de ofertas toda la vida. Si las
negociaciones con la empresa rusa salen bien y se consigue el pedido tendré un bonus. Y un
dinerillo extra no nos viene nada mal.
Me sigue mirando con ojos de incredulidad. Me da la impresión de que está bastante tenso.
—Pero, mañana. ¿Y cuándo pensabas decírmelo?
Joder, ¡Cómo me molesta que no me escuche!
—¿Qué parte de “me enteré hoy mismo” no has entendido, Alberto? Te acabo de decir que me
lo han dicho hoy. Yo no sabía nada. Supongo que el viaje ya estaba planificado, pero a mi me lo
propusieron hoy mismo, Alberto. Son solamente tres días. El viernes estoy de vuelta y con un poco
de suerte podremos celebrar que las negociaciones han salido bien y que tendremos un bonus para
gastar. No sé de cuánto será, pero un dinero extra nos viene de maravilla.
Alberto me sigue mirando como si fuese un espectro.
—Y ¿te vas tú sola con un tío? ¿Ya les has dicho que sí?
Ahora soy yo la que no me lo puedo creer.
—Alberto, por favor, no montes un drama. ¡Qué coño tiene que ver que me vaya sola con un tío!
Ni que me fuese a violar. Es un compañero de trabajo. Que estamos en el Siglo XXI, joder. Es que
lo estoy flipando contigo.
—Es que no sé, Lu. No me parece normal que de buenas a primeras te vayas tu sola de viaje
con un tío de tu empresa toda la semana. Y que te enteres así, de repente.
—Joder, Alberto. Es mi carrera profesional. Es una oportunidad de mejora. Es un reto muy
grande para mí. Te estoy diciendo que estoy asustada. Que no he tenido tiempo ni para pensarlo.
En vez de estar contento y animarme, me preguntas que si me voy sola con un tío. ¿Eso es todo lo
que te importa? Eres un imbécil machista.
Al marcharme a la habitación y cerrar la puerta de un portazo me doy cuenta de que puede que
haya sobre reaccionado un poco. No suelo gritar así. Tengo mucho temperamento, es cierto.
Supongo que es la sangre rusa. Pero es la primera vez que llamo imbécil a Alberto, y me
arrepiento. De hecho, pocas veces discutimos. Quizá por eso me siento tan rara. No tenía que
haberlo hecho.
Pero es que todavía no me puedo creer la situación. Vengo a casa toda emocionada, deseando
contarle lo que me ha pasado en el trabajo. Algo que puede ser una grandísima oportunidad para
mí. Para nosotros. Y a él solamente se le ocurre preguntar que si me voy sola con un tío. Pero,
¿esto qué es?
Sabía que Alberto era algo celoso, recuerdo una vez que me encontré a un ex novio de la
facultad y estuvo raro toda la tarde. Pero hoy se pasó bastante. Con lo bien que iba el día.
Yo también me pasé bastante con él. Pero no pienso pedirle perdón. Al menos de momento. Soy
demasiado orgullosa y tengo mi corazoncito. Las actitudes machistas en el Siglo XXI me sientan
muy mal.
Lo que iba a ser una tarde especial se ha acabado convirtiendo en una mierda, así que
aprovecho para hacer la maleta y relajarme un poco escuchando música. ¡Qué raro se me hace
volver a la Madre Rusia! Hace ya doce años que no voy.
A las diez Alberto decide volver a hablarme.
—Lu, he preparado la cena. Un risotto con setas de esos que te gustan. ¿Sigues enfadada?
Me lo dice como si tal cosa. En el fondo es un buenazo. Y yo una cabezota orgullosa.
Cenamos sin hablar demasiado. Le vuelvo a explicar que me acabo de enterar. Que puede ser
una gran oportunidad para nosotros. Que solamente son tres días. Que es indiferente ir con un tío o
con diecisiete. La verdad, espero que lo entienda. La primera sorprendida con su reacción fui yo
misma.
La “fiesta” que esperaba para esta noche en la cama se esfuma. Mi gozo en un pozo. No me
apetece lo más mínimo, y creo que a él tampoco. En cualquier caso, no me vendrá mal una buena
noche de sueño antes del viaje para estar fresca. Me juego mucho en este viaje. Tengo que dar lo
mejor de mí misma y demostrar lo que valgo para intentar que mi puesto de trabajo mejore.

∞∞∞
Mesa para dos

Suena el despertador. Las siete de la mañana. Normalmente, cuando suena el despertador cada
mañana me hago un poco la remolona. Me cuesta salir de la cama. Hoy me levanto como un
resorte. Casi de un salto.
Me doy una ducha rápida, con agua muy caliente, y desayuno. El olor del café recién hecho me
reconforta. Creo que me estoy volviendo una adicta al café. Alberto ya se está levantando también
y le veo entrar en el baño.
Decido poner algo de mi parte en el proceso de paz y le preparo un café mientras voy
repasando la lista con las cosas que tengo que llevar para el viaje.
Sí, soy una fanática de hacer listas. Hago listas desde que tenía unos diez años. Hago listas para
todo. Alberto dice que es un poco compulsivo, pero las listas me dan tranquilidad.
—Buenos días, amor. Te he preparado el café. —Le digo según entra en la cocina.
—Siento lo de ayer, Lu. No sé qué se me pasó por la cabeza. Sabes que tienes todo mi apoyo,
de verdad. Estoy seguro de que saldrá todo bien. Les vas a dejar con la boca abierta cuando
demuestres todo lo que vales.
Pero, ¡qué bueno es! Si es que en el fondo Alberto es un cacho de pan y me quiere un montón. Si
no fuese porque pasarán a recogerme en veinte minutos le follaba ahora mismo.
—Yo también lo siento, amor. Me dejé llevar. No te tenía que haber gritado así. Nunca más. Te
lo prometo. Estoy un poco nerviosa.
Nerviosa es decir muy poco. En el fondo estoy cagada de miedo. No he tenido tiempo para
prepararme mentalmente. No se pueden hacer las cosas así, a salto de mata. La perfeccionista
dentro de mí me dice que esto hay que planificarlo con detalle. No sé todavía ni lo que quieren
que haga en Rusia, porque no creo que me lleven solamente de traductora. Espero. Joder, ¡qué
miedo! Pero puede ser la oportunidad que estaba buscando. Las oportunidades así hay que
cazarlas al vuelo. Según pasan. Quién sabe cuándo me darán otra oportunidad. Ya se encargará la
víbora de que no me den muchas más si esta sale mal.
—Lo vas a hacer genial Lu. Te quiero. —Me dice mientras se termina el café.
—Sabes que yo también te quiero, amor. No seas malo esta semana sin mí. Muaa, un besito para
hacer las paces, que me tengo que ir. Te echaré mucho de menos.
—Yo también a ti, Lu.
Decido bajar un poco antes no sea que el coche que viene a por mí se adelante. Hace un montón
de calor en Madrid ya por la mañana. En San Petesburgo también tendremos calor. Y más
humedad que en Madrid.
Las mujeres tenemos más recursos para vestir con calor. Dentro de la sobriedad de ir vestida
para una reunión, podemos ir más fresquitas. Pero, el estirado lo va a pasar mal con la chaqueta y
corbata en San Petesburgo.
El coche que envía la empresa pasa a recogerme cinco minutos tarde. Estaba de los nervios.
Todavía no me he hecho a la idea de este viaje, y empezamos con un retraso. Es el Karma por
llamar imbécil ayer a Alberto. Estoy segura.
El conductor me comenta que había mucho tráfico y que de camino al aeropuerto recogeremos
al señor Díaz-Rábida. Es muy majo, habla y habla. De todo. Del tráfico de Madrid, del calor. Me
pregunta que si voy a empezar a viajar más veces. Sube el aire acondicionado. Me dice que al
señor Díaz-Rábida le gusta el coche “fresquito” cuando se monta en él.
Al parecer le lleva y le recoge del aeropuerto casi todas las semanas. Se disculpa por ir un
poco rápido, pero es que el señor Díaz-Rábida valora mucho la puntualidad.
—Se enfadará un poco si llego tarde a recogerle. —Me dice con cara de preocupación.
Ya me está cayendo mal el señor Díaz-Rábida este. Puto estirado.
De todos modos, tomo nota mental de lo de la puntualidad. Es uno de mis puntos débiles. Lo
que me faltaba, que se enfade conmigo en mi primer viaje porque se me pegan las sábanas.
El conductor para el coche y se baja. Estamos en una zona de chalets caros a las afueras de
Madrid. Todo tranquilidad y coches de marca. Hombres de traje y corbata saliendo de las casas.
Nada que ver con la zona bulliciosa donde yo vivo.
—Buenos días, señor Díaz-Rábida. Me alegro de volver a verle. —Oigo decir al conductor.
—Llega tarde Martínez. Espero que no haya demasiado tráfico hasta el aeropuerto. Salimos
desde la T-4 esta vez.
Puf, ¡qué estirado es el tío! Su tono de voz es cortante. Habla con autoridad, casi como dando
órdenes.
Entra y se sienta a mi lado. Al mirarle me llevo una sorpresa mayúscula. Esperaba verle con su
impecable traje y corbata, pero entra de vaqueros y camiseta negra. No sé por qué ya me lo había
imaginado mentalmente todo trajeado y verle informal es un pequeño shock para mí.
—¿Pasa algo? —Me dice.
Se me debió notar mucho la mirada atónita.
—No, perdone señor Díaz-Rábida. Buenos días. Es que estoy acostumbrada a verle de traje y
corbata y no esperaba que viajase tan de sport.
Decidí decirle la verdad sobre mi cara de sorpresa, aún a riesgo de que no le pareciese bien,
más que nada porque no se me ocurría otra cosa mejor que decir en esos momentos. Decidí
también darle los buenos días antes de contestar, porque él ni buenos días ni nada.
—Llámame Carlos y trátame de tu, por favor. Si vamos a trabajar juntos es mejor dejar a un
lado las formalidades excesivas. ¿Puedo llamarte Lucía?
Será un estirado, pero irradia seguridad por cada uno de los poros de su piel. Mi abuela
materna decía que las personas tienen una energía invisible, pero que se deja sentir en los demás y
que aquellos con mayor energía son capaces de llegar más lejos en la vida si se lo proponen.
Carlos Díaz-Rábida se había quedado con toda la energía para él.
—Por supuesto, Carlos. Por mi parte mucho mejor sin formalismos. Es más fácil. —Le digo
esbozando una sonrisa un poco forzada.
—Perfecto entonces, Lucía. En el aeropuerto mientras tomamos un café te pondré al día de
algunos detalles de las negociaciones. Luego tenemos dos horas en el aeropuerto de Amsterdam.
Conozco un buen sitio para comer, no nos harán esperar y es tranquilo, algo no demasiado fácil de
encontrar en un aeropuerto tan transitado. Durante los vuelos me gusta trabajar concentrado, te
ruego que no me interrumpas si no es estrictamente necesario. Por cierto, es un verdadero placer
viajar contigo a tu patria.
Al decir esta última frase su cara se transformó en una sonrisa. Pero ¡Qué sonrisa! La sonrisa
más encantadora que había visto en mi vida. Estoy segura de que este tipo se ha pasado
literalmente miles de horas delante de un espejo ensayando esa sonrisa.
Seguridad, ternura, confianza, encanto. Todo en uno. Pedazo de sonrisa.
Estoy segura de que se me notó la cara de boba que debí haber puesto.
El hecho de que tuviese unos labios absolutamente perfectos ayudaba bastante. El labio inferior
algo más grueso que el superior es de esos que te apetece morderlos. De paso sigo pensando que
por el camino debió hacer millonario a su dentista, porque aquellos dientes no podían ser
naturales de ninguna manera. Todos igualitos. Tan blancos que podrían iluminar una habitación por
la noche sin necesidad de encender las luces.
O quizá es que lo de oír que volvía a mi patria me tocó la fibra sensible.
O ambas cosas.
—Facturaremos las maletas y una vez pasados los controles de seguridad podremos parar a
tomar un café si te apetece.
Deja claro en todo momento quién está al mando. Pero de manera sutil. Habla con autoridad,
pero sin imponer.
Mientras estamos en la cola para facturar las maletas y sacar las tarjetas de embarque
aprovecho para fijarme un poco más en él. Cuando estuvimos en el despacho del gran jefe apenas
había reparado en sus características físicas. Sólo veía un estirado con traje y corbata. Y estaba
demasiado nerviosa como para ver mucho más. Además, Carlos apenas había intervenido en la
reunión, pasó totalmente desapercibido, sólo observando.
Lourdes me dijo que tiene cuarenta años. Aparenta algo menos. Viste muy juvenil con unos
vaqueros, unas zapatillas de deporte blancas de marca y una camiseta negra ajustada. El reloj,
deportivo pero carísimo.
Viste de sport, pero muy estudiado. La camiseta negra le queda de lujo. Lourdes ya me había
comentado que siempre que viaja pide gimnasio en el hotel. La verdad es que se nota. No está
grande, pero sí bien definido.
La camiseta negra marca las líneas de sus pectorales y eso me encanta en un hombre. Hasta las
mangas de la camiseta llegan al punto en el que marcan el principio de sus bíceps cuando dobla
los brazos, pero sin enseñarlos. Sólo insinuando. Seguro que se pasó horas eligiendo camiseta,
para que las mangas quedasen justo en ese punto.
Yo sigo muy nerviosa con el viaje, pero a este tipo no parece afectarle lo más mínimo. Imagino
que los viajes de trabajo a otros países se han convertido en parte de su rutina, parte de su vida.
Al fin y al cabo, es algo que hace casi todas las semanas. Vaya chollo de trabajo. Ojalá tuviese yo
un trabajo así.
Por fin nos dan las tarjetas de embarque y facturamos las maletas. Las colas para pasar el
control de seguridad del aeropuerto y entrar en la zona de embarque se me hacen eternas. Me
abren la maleta. El encargado de la seguridad me echa la bronca porque llevo un bote de champú
demasiado grande en el equipaje de mano. Por esta vez me deja pasar, pero me avisa de que la
próxima vez lleve uno más pequeño y en una bolsa transparente.
Carlos solamente observa la situación, como en el despacho del gran jefe. No sé si está
sorprendido, cabreado, divertido o no le importa para nada. Si no quiere, es capaz de no
transmitir ningún sentimiento. Algo que me asusta un poco. Tras pasar el control de seguridad me
lleva a un pequeño café con bastante poca gente.
—Tomaremos un café y te explico detalles del viaje y de la oferta a los rusos. ¿Cómo quieres el
café?
No me da opciones. Sólo órdenes. De manera educada y sutil, pero órdenes al fin y al cabo. Yo
soy un bastante independiente por naturaleza, mi abuela materna decía que soy un espíritu libre,
como ella, y no llevo bien que me den muchas órdenes, así que no sé yo cómo pueden acabar esto.
Tendré que controlarme porque me interesa mucho que todo salga bien.
Mientras tomamos el café me comenta algunos detalles de la oferta técnica que haremos a la
empresa rusa. Es para una ampliación en una importante planta petroquímica. Hace mucho énfasis
en que puede ser la primera piedra en futuros contratos en ese país, tanto con esta empresa como
con otras.
Me deja claro que será él quien lleve todo el peso de la negociación, que se realizará en inglés.
Mi misión es poco más o menos saludarles en ruso, sonreír, tomar notas y encargarme de cualquier
tema logístico que pueda surgir durante nuestra estancia. Pero que no debo meterme en la
conversación en ningún momento.
Directamente me dice que, si bien no cree que fuese necesaria mi presencia y así se lo dijo a
nuestro director gerente, se alegra de que le acompañe en el viaje ya que demostramos a los rusos
nuestro interés por el contrato.
Osea, que voy de mujer florero, poco más o menos. O de rusa florero, porque parece que me
llevan porque soy la única rusa de la empresa. Menudo plan. Voy a tener que aprovechar cualquier
oportunidad para hacerme valer. A ver si puedo demostrarle algo al estirado, aunque tiene pinta de
que es de los que no se dejan impresionar de manera fácil.
El caso es que te lo dice con tal seguridad y con una sonrisa tan mona, que en ese momento casi
te dan ganas de darle las gracias y de paso un abrazo.
Joder, que poco menos me acaba de insultar educadamente. Que me lleva para decir “hola” en
ruso y pedir la comida. Y yo aquí, asintiendo con la cabeza como diciendo “qué bien que me
llevas de excursión”.
Al terminar con los detalles de las reuniones que nos esperan en San Petesburgo me pregunta
por mi experiencia en la empresa. Le comento que llevo relativamente poco tiempo, que me
dedico a seguir las ofertas nacionales y muy de vez en cuando alguna fuera de España. Que me
gustaría trabajar en la oficina técnica.
Me mira y sonríe asintiendo con la cabeza, pero no hace comentarios. Hace silencios muy
largos. Normalmente no me molestarían, pero no sé si es por el nerviosismo o por la energía que
desprende, cada vez que hace uno de esos silencios me pone de los nervios.
—Y tú, ¿qué tal en tu departamento? Menudo chollo de trabajo que tienes ¿no? Siempre
viajando por el mundo, con lo que a mí me gusta viajar y encima con sueldazo y eres el jefe del
departamento.
Grave error.
Pregunta equivocada.
Me mira fijamente y por un momento se le borra la sonrisa de la cara. Creo que acabo de tocar
su punto sensible y no tenía que haberlo hecho.
En una fracción de segundo se recompone, casi no te das ni cuenta, vuelve a sonreír y a irradiar
seguridad, pero tengo la impresión de que es puro teatro. Por algún motivo está dolido por lo que
acabo de decir, simplemente tiene mucho autocontrol y no lo deja ver.
—Puedes creerme, Lucía, no es ningún chollo. Quizá el primer año, cuando tienes veintitantos
como tú y toda tu vida parece una aventura, pueda estar bien. Pero luego es de los trabajos más
duros que te puedas imaginar. ¿Sabes que muchos comerciales internacionales acaban con
problemas de alcoholismo?
—Prácticamente vivo en una maleta. Rara vez estoy por semana en casa y a veces ni siquiera
los fines de semana. Yo estoy casado y tengo un hijo de once años. Gracias a este trabajo les
puedo dar una buena vida, es cierto, pero el precio a pagar es muy grande.
En ese momento no sé dónde meterme. Espero que la tierra se abra y me trague lo más rápido
posible. Me quedo petrificada mirándole y sólo acierto a pedir perdón.
—No pasa nada, Lucía. Ya casi estoy acostumbrado a esos comentarios. Pero la gente se piensa
que este trabajo es una pasada, cuando en el fondo es muy duro. El jefe y los accionistas de la
empresa lo valoran mucho porque traemos mucho negocio, pero sabemos que el resto de la
empresa no lo hace.
—No, ¡qué va!, sí que se valora, y mucho. —Le digo para quitar un poco de hierro a la
conversación que está un poco tensa.
Me sonríe y me mira a los ojos. ¡Qué sonrisa tan mona tiene! Me gustan los hombres que te
miran a los ojos.
—¿Cómo nos llamáis en la empresa, Lucía?
La verdad es que en ese momento estaba mirando su sonrisa y no prestando atención a sus
palabras pero antes de que le tenga que pedir que por favor me lo repita, que estaba distraída con
su encantadora sonrisa, él mismo contesta su pregunta.
—¿No nos llamáis “lameculos”?
Me quedo atónita. Sigue sonriendo, pero me ha cortado el rollo. Es una situación un poco
incómoda. Lo cierto es que sí les llamamos “lameculos” y también lo hacen en otras empresas.
Supongo que es porque su trabajo requiere muchas comidas y cenas, y supongo que otras cosas, y
hay que hacerles creer a los clientes que son especiales.
—No, ¡Qué va! ¡Para nada!. De hecho os llamamos los VIP. —Salgo como puedo de la
situación, aunque no soy muy buena disimulando.
—Buen intento. —Me dice sonriendo de nuevo—. Eres muy rápida.
—La verdad es que sí tenemos que mantener en todo momento una buena sintonía con nuestros
clientes. A veces me gustaría darles con una silla en la cabeza, pero hay que controlarse y seguir
sonriendo. En cualquier caso, “hacer la pelota” es solamente una pequeña, pequeñísima, parte del
trabajo. Tienes que marcar una distancia, darles seguridad y mantener un tono cordial en todo
momento. Algo que no es nada fácil, ya te darás cuenta.
Menos mal que tenemos que embarcar en el avión porque la conversación no me estaba
gustando nada. No pensaba que se fuese a sincerar conmigo de esa manera si nos acabamos de
conocer. Pero estaba claro que ese tema le toca de lleno.
Durante las dos horas y media del vuelo a Amsterdam hizo lo que ya me había anunciado.
Trabajar en proyectos. Pasaba tablas y tablas de Excel con un montón de colores y fórmulas. Yo
pasé el vuelo como pude. Pensando en la conversación que habíamos tenido, leyendo una revista,
mirando a la nada. Mirándole a él.
Al llegar al aeropuerto de Schiphol, en Amsterdam, bajamos del avión y Carlos pronto tomó un
camino diferente del resto de los pasajeros.
—Sígueme, conozco un restaurante pequeñito en una zona tranquila del aeropuerto. Seguramente
habrá poca gente.
Conoce el aeropuerto como la palma de su mano. Menos mal porque es enorme. Pedazo de
aeropuerto. Según vamos pasando por las distintas puertas de embarque y los monitores no puedo
evitar fijarme en que tienen vuelos a todos los sitios del mundo. Incluso a los lugares más
recónditos. Cuánto me gustaría visitarlos todos.
Al fin llegamos al restaurante. Como Carlos había dicho había poca gente. Principalmente
pilotos de varias líneas aéreas.
El camarero le saluda en inglés. Le pregunta si quiere lo de siempre. Me hace gracia que le
llame “Mr. Carlos”.
Curiosamente “lo de siempre” es una hamburguesa de buey sola, sin ningún tipo de condimento.
Carne y pan. Pensaba que tomaría algo más sofisticado. Debió adivinar lo que estaba pensando
porque me asegura que las hamburguesas de ese restaurante están deliciosas, pero que puedo pedir
lo que quiera.
Me decidí por un sándwich vegetal que por cierto estaba increíble.
—¿Vienes mucho por aquí? Parece que te conoces el aeropuerto al dedillo y el camarero sabía
cómo te llamas y lo que sueles comer.
Sonríe de nuevo.
—Sí, Amsterdam es el aeropuerto donde solemos hacer las conexiones a otros países por la
cantidad de vuelos que tiene hacia cualquier parte del mundo. Es un aeropuerto que, a pesar de ser
muy grande, es muy cómodo. A mí me gusta mucho. Tanto el aeropuerto como la ciudad. Incluso si
se cancela algún vuelo trato de volver a Amsterdam y reorganizar el viaje desde aquí.
—Yo nunca estuve en Amsterdam —le digo.— Me encantaría. Dicen que es una ciudad
preciosa, con sus canales. ¿Sabes que San Petesburgo está también lleno de canales? Te va a
gustar la ciudad. La conozco bastante bien, ya verás en las dos tardes libres te puedo enseñar un
montón de sitios, algunos que no suelen ser los típicos de los turistas. Bueno, no sé si ya has
estado en San Petesgurgo antes con todo lo que viajas. —Le digo esperando no haber metido la
pata. A ver si va a conocer San Petesburgo mejor que yo…
—No. Nunca he estado. No viajo demasiado fuera del trabajo. Y cuando lo hago es a sitios de
sol y playa. De todos modos, no creas que lo normal de estos viajes es tener dos tardes libres
como vamos a tener nosotros. Normalmente este tipo de viajes va muy comprimido y solamente
conoces de la ciudad lo que te quieran enseñar tus anfitriones, y a veces nada. Hay ciudades en las
que he estado un montón de veces y no conozco casi nada de ellas.
Me da pena esa respuesta, aunque Carlos no parece inmutarse al decirlo. Es como si lo
considerase algo normal. Algo rutinario.
—¿Pero, no sientes curiosidad por conocer más esas ciudades? Aunque sea después de cenar,
antes de empezar la reunión. No sé, siempre habrá algo de tiempo libre. Creo que, si yo tuviese un
trabajo así, buscaría tiempo hasta debajo de las piedras para poder conocer un poco más las
ciudades a las que viajo.
Sonríe y me dice que, normalmente, hay poco tiempo libre y que prefiere utilizarlo en ir al
gimnasio del hotel para quemar la tensión de los viajes y las negociaciones. Me comenta que para
él es importante estar en forma porque son muchas comidas y cenas fuera de casa y un trabajo muy
estresante con largas horas tanto de viaje como de reuniones.
—Ya se nota, ya. —Le digo e inmediatamente me arrepiento de haberlo dicho.
¿Qué coño acabo de decir? Me pongo roja como un tomate. No me lo puedo creer. Va a pensar
que le estoy tirando los tejos.
—No te preocupes Lucía. Es muy halagador que una chica tan joven piense que a mis años
estoy en forma. —Me dice con esa sonrisa irresistible. Me parece un poco coqueto.
Durante unos segundos solamente le miro. Irradia seguridad y energía. Sus ojos no son
especialmente llamativos, pero te mira siempre directamente y llaman la atención.
Me gustan los hombres que te miran a los ojos.
Esos segundos de silencio me parecieron eternos, pero fascinantes.
—¡Qué curioso! —Me dice de repente.
—¿Qué es curioso?
—Tus pendientes. Nunca había visto esa forma. Son muy bonitos.
Al decírmelo, separa mi pelo suavemente con el reverso de su mano para verlos mejor y roza
levemente mi mejilla y mi cuello.
Sin querer cierro brevemente los ojos. Es un contacto levísimo, pero es como si con ese toque
me hubiese transferido parte de su tremenda energía y no estaba preparada para ello. Espero que
no se haya dado cuenta.
Le miro a los ojos y siento su mirada clavada en mí. Siempre con esa sonrisa encantadora.
Siento cosas que no tendría que estar sintiendo, pero ese brevísimo toque con sus dedos en mi piel
fue tan sensual y tan cargado de energía que no puedo evitarlo.
Su mirada cambia de repente y se dirige disimuladamente hacia mis pechos. Adivino por qué.
Mis pezones empiezan a marcarse a través del sujetador y la camisa. No es mucho, pero sí lo
suficiente para que se note. En ese momento doy gracias de tener unos pezones bastante pequeños.
Creo que Carlos se da cuenta y retira rápidamente su mirada.
No estoy muy segura de lo que siento en este momento. Me parece increíble que me haya
mirado los pechos, pero al mismo tiempo me ha excitado muchísimo, lo que no ayuda a que mis
pezones dejen de notarse a través de la camisa.
Carlos se da cuenta de que me siento incómoda y levantándose me dice que mejor nos vamos ya
hacia la puerta de embarque.
Menos mal, porque si seguimos allí me da algo.
Apenas hablamos durante el tiempo que restaba hasta la salida del vuelo, y por supuesto no le
interrumpí en su trabajo durante todo el trayecto desde Amsterdam a San Petesburgo.
Aproveché para pensar sobre lo que había pasado. Está claro que él estaba avergonzado. A fin
de cuentas, su mirada no tendría que estar en los pechos de una compañera de trabajo. Yo, al
principio, también. Bueno, sigo estándolo de alguna manera, pero un montón de pensamientos
pasan a la vez y a toda prisa por mi cabeza.
En el fondo fue súper excitante. Quizá eso es lo que más me molesta. Un leve toque de un
extraño en mi mejilla y mi cuello para ver mis pendientes me ha puesto a cien en un momento. El
hecho de que se haya dado cuenta de que estaba excitada por culpa de mis pezones, me ha puesto
aún más a cien.
Alberto no consigue eso ni de coña. No hizo nada. Pero nada de nada. Y yo estaba derretida.
Quizá, simplemente, lo que me excitó fue que la situación está totalmente prohibida. Tengo
pareja, Carlos es un compañero de trabajo, está casado con un hijo, nos acabamos de conocer, me
saca unos cuantos años. Nada encaja.
Pero, en ese momento, me sentí como una adolescente ante su primera caricia.
Solamente pensar en cómo retiró con delicadeza mi pelo, en su mirada sobre mis pezones
duros, el olor de su mano, me vuelve a excitar por completo. Me tapo con la manta de la aerolínea
y finjo dormir. Carlos está concentrado en sus hojas de cálculo, pero al fin y al cabo está a mi
lado. No quiero que se dé cuenta de que vuelvo a tener duros los pezones.
¡Qué horror! En cuanto lleguemos me voy a poner el sujetador con más relleno que tenga en la
maleta.
Cierro los ojos. No me puedo quitar de la cabeza ese momento mágico y a la vez vergonzoso.
¿Qué pensará de mí? ¿Le habrá dado alguna importancia? ¿Habrá sentido algo también?
Me excita pensar en que Carlos pudo haber sentido algo tan intenso como yo. Tenía que haber
mirado su paquete cuando se levantó, pero si me pilla haciendo algo así me da algo. Me sorprendo
a mí misma imaginándole desnudo. Su cuerpo bien definido en gimnasios de medio mundo.
Estrechándome entre sus brazos. Sintiendo el calor de su piel. Percibiendo ese olor. ¡Qué bien
huele! Siento que mi vagina se humedece. Tengo que parar, está mal. Muy mal.
Es solamente una fantasía, pero ¡madre mía! ¡qué fantasía!
Por los altavoces del avión anuncian que pronto tomaremos tierra en el aeropuerto de San
Petesburgo. Menos mal, porque mi fantasía iba corriendo demasiado por su cuenta.
Al aterrizar tomamos un taxi.
—Es tu turno. —Me dice Carlos sonriendo.
Le pido al taxista que nos lleve hasta el Grand Hotel Europa en Nevsky Prospeck. El taxista se
queda sorprendido de que hable ruso ya que me acaba de ver hablando en español con Carlos. Le
explico que nací y me crié en Rusia y que luego me fui para España que es donde vivo ahora. Se
anima y no para de hablar. Me comenta los cambios en la ciudad en los últimos años, me pregunta
por España. Carlos nos mira con cara entretenida, aunque no entiende ni palabra.
—Me encanta oírte hablar en ruso. Es realmente interesante. —Me dice según llegábamos al
hotel.
¡Y qué hotel!
Casi me da algo al verlo. Inmenso. Espectacular. Solamente la entrada ya es de película.
Carlos debe darse cuenta de la cara de tonta que estoy poniendo.
—Antes de que me preguntes, no suelo quedarme en hoteles de esta categoría. Porque con la
imagen que tienes de mi trabajo seguro que te piensas que es siempre así. —Me dice sonriendo y
guiñando un ojo.
—La empresa quiere dar una muy buena primera impresión de cara a la reunión, y el hotel es
parte del juego.
—Pues yo estoy impresionada. —Le digo con mis ojos como platos. Aunque creo que no hace
falta que se lo confirme.
No sé Carlos, pero yo estoy viviendo en un sueño. Jamás había estado en un hotel así. El hall
del hotel es realmente impresionante. Sus techos son enormes, las columnas, el mobiliario, los
espejos. Me siento como una niña. Creo que después de ver ese hall ya puedo morirme.
Subimos a las habitaciones y son también increíbles. Mezclan un estilo clásico y señorial con
todas la comodidades que esperas encontrar en un hotel de esta categoría.
Las vistas desde la ventana son fantásticas. Aprovecho para sacar algunas fotos y ponerlas en
Instagram para dar algo de envidia a mis amigos cuando recibo una llamada.
—¿Tienes hambre Lucía?
Oigo la voz de Carlos a través del teléfono. ¡Madre mía! Su voz por teléfono es tan sensual. La
verdad es que sí tengo un poco de hambre. Tenía que haberme informado de dónde podíamos
comer bien y barato en las inmediaciones del hotel. Fallo mío. No sé muy bien qué contestarle.
—Hola Carlos. Sí, la verdad es que tengo un poco de hambre, pero también estoy bastante
cansada del viaje. ¿Saldría muy caro tomar un sándwich en la cafetería del hotel? —Vaya
comienzo, pensará que soy una gastiza porque en este hotel nos pueden costar un par de
sándwiches la mitad de mi sueldo.
—Bueno, yo te iba a proponer pedir la cena al servicio de habitaciones y cenar en la terraza de
mi habitación. Hace una noche espléndida y las vistas son magníficas. Así podremos ir a
descansar temprano y estar frescos para la reunión de mañana.
¿Servicio de habitaciones? ¿En la terraza de su habitación? ¿Pero su habitación tiene terraza?
Porque la mía no.
—Vale, genial. —Es todo lo que me sale en ese momento.
De nuevo debí parecer un poco boba. Yo creo que ya se está acostumbrando y me parece que a
estas alturas no debe tener muy buen concepto de mí.
—Te espero en media hora para que te dé tiempo a darte una ducha, si te apetece y colocar tus
cosas en el armario.
—Bien, allí estaré, Carlos.
Mientras me ducho voy pensando qué me pongo. Es simplemente una cena con un compañero de
trabajo, pero no sé por qué quiero estar guapa. Oigo la ducha en la habitación de al lado, al otro
lado de la pared.
No puedo evitar pensar que Carlos está allí, desnudo, enjabonando su cuerpo. Percibo el olor a
lavanda del gel que ha puesto el hotel en el baño. Es un olor fabuloso. ¿Estará Carlos usando el
mismo gel?
Intento controlarme un poco. No sé qué me pasa. Desde lo del aeropuerto de Amsterdam estoy
como una cría adolescente. ¿En serio estoy teniendo fantasías con un compañero de trabajo,
casado y mucho mayor que yo?
¡Por favor! Tengo pareja estable y él está casado y tiene un niño.
Pero, por otro lado, me siento más viva que nunca. Es una sensación que no sentía desde hace
un montón de años. Esa ansiedad y emoción de las primeras citas. Cuando alguien te gusta mucho
y te da miedo a ser rechazada. Llevaba mucho tiempo sin sentir algo así. No tendría que estar
sintiéndolo.
Me pongo unos vaqueros azules y una blusa blanca. Esta vez me aseguro de ponerme un
sujetador con bastante relleno para no tener contratiempos. No hace nada de frío y no lo puedo
poner como excusa.
Llamo a su puerta y me abre casi al instante. Lo primero que veo es que su habitación es
bastante mejor que la mía. Vaya, vaya. Está claro a quién quieren cuidar en la empresa. Recuerdo
las palabras de Lourdes el día antes de partir, “de los niños mimados de la empresa, él es el más
mimado”.
—Pasa Lucía. —Me dice con esa eterna sonrisa tan cautivadora.
—Me he tomado la libertad de pedir la cena para no perder tiempo. Espero que no te moleste.
—Vale, no hay problema. ¡Sorpréndeme! —Le digo, aunque lo que de verdad pienso es que
prefería haber elegido yo, porque soy muy, pero que muy, complicada para las comidas.
Me lleva hasta la terraza y pensé que me moría de emoción. ¡Qué pasada! Su habitación tenía
una terraza preciosa con una mesa y dos sillas. No era grande, pero sí tenía el tamaño justo para
una cena romántica. Decir que las vistas al casco antiguo de la ciudad eran fantásticas es quedarse
cortísimo, casi un insulto para lo que se podía ver desde aquella terraza. Bajo una luna casi llena,
en una noche clarísima podíamos divisar desde aquella terraza algunos de los monumentos más
famosos de San Petesburgo, todos iluminados.
No puedo dejar de imaginarme cómo sería un fin de semana romántico en esta habitación.
Desayunando en esa terraza después de hacer el amor por la mañana y antes de ir de compras por
las mejores tiendas de la ciudad. Algo que seguramente nunca podré permitirme y se quedará tan
sólo en mi imaginación.
Una llamada a la puerta me saca de mis ensoñaciones. Entra el camarero y en un abrir y cerrar
de ojos coloca un mantel en la mesa, con sus servilletas y los platos y nos deja un carrito auxiliar
con unas fuentes.
—Balshoye spaseeba —Le dice Carlos al tiempo que le da una buena propina a juzgar por la
cara de alegría del camarero.
—No hablarás ruso ¿no? —Le digo con cara de asombro.
Carlos se ríe distendido y me responde que no. Que solamente sabe decir muchas gracias, hola,
adiós y un par de cosas más. Me comenta que a cualquier país donde va, aunque se comunique en
inglés, siempre quiere ser capaz de decir muchas gracias, buenos días y alguna frase muy sencilla
en ese idioma, en señal de deferencia y respeto hacia su cultura.
Me derrite.
—Siéntate por favor, Lucía. —Me dice señalando la mesa—. Tenemos unas bonitas vistas
¿verdad?
—¿Bonitas? Se podría matar por tenerlas —Le respondo.
Es una tarde preciosa y lo de cenar en su terraza me empieza a parecer una idea excelente.
—Bueno, sorpréndeme, Carlos. ¿Qué ha pedido? —Le digo para romper un poco el hielo.
—Bien, como me parece que no te gusta mucho la carne te he pedido kulebiaka y de postre
Kasha Guriev.
Me quedo con una cara de boba sin solución.
Una vez más.
Carlos me mira, casi alarmado, y me pregunta si ha hecho algo mal.
—No, todo lo contrario. —Le digo—. ¿Cómo sabías que no me gusta la carne? Y lo de la
kulebiaka me encanta. Solía prepararla mi abuela materna y me trae recuerdos de cuando era niña
en Rusia. Perdona si me puse algo melancólica. Has acertado de lleno.
—Bueno, lo de la carne lo supuse por nuestra comida en el aeropuerto de Amsterdam. Te
comenté que preparaban unas excelentes hamburguesas de buey y, en cambio, pediste un sándwich
vegetal. Lo de la kulebiaka fue pura suerte, la verdad. No me puedo atribuir mérito alguno. Les
comenté a los de servicio de habitaciones que no te gustaba la carne y me sugirieron una kulebiaka
rellena de vegetales, que por lo que veo es una especie de empanada. Lo de que lo preparaba tu
abuela materna, lógicamente, no tenía ni idea. —Me dice riendo.
—Pues has acertado de lleno. No sabes la ilusión que me hace comer una kulebiaka de nuevo.
¿Qué has pedido para ti? No me lo digas, hamburguesa de buey.
—Filete Strogonoff, soy bastante carnívoro, pero ya te estás dando cuenta. —Me contesta al
tiempo que coloca su servilleta casi con devoción. Es una persona muy meticulosa.
Tengo que reconocer que fue todo un detalle fijarse en que no me gusta la carne. Por otro lado,
tengo que hacer nota mental de la habilidad que tiene para fijarse en los pequeños detalles y
analizarlos. A veces da un poco de miedo.
Carlos está radiante con una camiseta blanca, vaqueros desgastados y sus zapatillas de deporte
blancas de marca. La camiseta blanca, al igual que la negra de esta mañana, está elegida con
esmero. Le queda como un guante. Deja imaginar sus músculos bien definidos, pero al mismo
tiempo queda muy fina. Casi elegante. Tengo que reconocer que tiene muy buen gusto cuando viste
de manera deportiva. Y buena percha para que la ropa le quede bien. Muy bien.
Los trajes y las corbatas no me gustan. Es una manía personal. Entiendo que tiene que
ponérselos, pero está mucho más guapo así, deportivo.
Lo de los trajes y las corbatas es algo que no entiendo. Me parece un poco patético que tengas
que ponerte chaqueta y corbata para marcar un estatus, para inspirar más respeto. Pero son las
reglas de los negocios y no las voy a cambiar. Ni ahora ni nunca.
La cena está exquisita y el entorno no podía ser mejor. Me siento muy relajada mientras
cenamos. Hablamos de una cosa y de otra. A veces cosas sin importancia, otras de temas más
profundos. Carlos es un gran conversador y sobre todo escucha. Sabe escuchar muy bien.
Eso es algo que me encanta en un hombre. Carlos escucha de manera genuina. Le interesa lo que
tienes que decir. Tu punto de vista sobre las cosas. Luego, podrá estar de acuerdo o no. Pero te
escucha con interés auténtico.
Creo que él también está pasando un buen rato. Le noto muy relajado. No puedo evitar de vez en
cuando dejar de mirar esa sonrisa encantadora y los pectorales que se adivinan tras su camiseta
blanca.
—¿Sabes que tienes unos ojos muy expresivos? —Me dice Carlos de repente.
Se me acelera el corazón.
—¿Eso es bueno o es malo? —Le respondo.
—Depende. Cuando un tema te interesa tus ojos brillan. Eso es muy bueno porque trasmites
entusiasmo. Casi magia. Pero también funciona al revés. Cuando estás nerviosa o insegura tus ojos
te delatan. Es un arma de doble filo. Te diría que lo cuidases, pero sería una pena perder la
expresividad de esos ojitos.
Me quedo mirándole sin saber qué decir. Es una persona súper observadora. Supongo que eso
le ayuda también a ser muy bueno en su trabajo.
Vuelvo a sentir una sensación extraña. No sabría definirla.
Carlos se acerca un poco más a mí. Puedo oler su colonia. ¡Qué bien huele esa colonia!
Transmite una energía increíble. Siento que mi corazón late con fuerza.
Decido cambiar de tema porque en estos momentos no confío plenamente en mí misma.
—Carlos, tú has viajado a muchos países. ¿Cuál es tu favorito? —Le pregunto intentando
desviar su atención.
—A falta de ver un poco más de Rusia, mi lugar favorito sin ninguna duda alguna es la India.
No solamente por la belleza natural del país o de algunos de sus templos. Sobre todo, por la
filosofía que hay subyacente a su cultura y por su gente.
¡Qué extraño! Esto sí que no me lo esperaba. Nunca hubiese pensado que iba a decir la India.
Su mirada, fija en mis ojos, me está poniendo nerviosísima.
—¿Te importa si echo un vistazo a través de la barandilla de la terraza? —Le digo para
cambiar de situación.
No es que no me fíe de él. Es que en estos momentos no me fío de mí. Mi cabeza no puede
procesar todo lo que estoy sintiendo al mismo tiempo. Y lo más chungo es que no tendría que estar
sintiendo nada de nada.
—Sí, claro, Lucía. Adelante.
Se levanta conmigo y ambos vamos hacia el extremo de la terraza desde donde podemos
disfrutar de las mejores vistas.
La noche es preciosa. Una temperatura perfecta y una luna casi llena iluminando algunos de los
mejores monumentos del centro de San Petesburgo. Le añades una cena fabulosa en un hotel de
lujo junto a la mejor sonrisa que he conocido en mi vida y es una noche casi perfecta.
Aunque está a mi espalda, siento que Carlos me mira con intensidad. Transmite tanta energía
que puedo sentirla.
—Estás preciosa a la luz de la luna. —Me dice irradiando seguridad.
Se me acaba de parar la respiración. Me siento como una adolescente. No puedo ni pensar. No
tendría que haberme dicho eso. Pero quiero que siga. Me encanta oírselo decir. Tiemblo.
—¿Seguro? —Es lo único que se me ocurre decirle.
—Totalmente seguro. —Me dice, casi susurrando con su boca pegada a mi oído.
No puede ser. Se me eriza el pelo de la nuca. Siento escalofríos. Me tiemblan las piernas, las
manos. Me estoy derritiendo.
Mi cabeza lucha contra mi corazón. Un torrente de emociones encontradas traspasan todo mi
cuerpo. Me siento completamente viva. No sé si es por lo peligroso de la situación o porque
siento algo intenso por Carlos.
Me sigue mirando de arriba abajo. Le tengo a centímetros de mí. Debo parar la situación antes
de que esto acabe mal. Somos compañeros de trabajo. Carlos está casado y yo como si lo
estuviese.
En vez de eso me giro y pongo las palmas de mis manos sobre su pecho. Madre mía, ¡qué
pecho! Cómo se nota el gimnasio. Siento que su corazón late con fuerza.
Le miro a los ojos y pone sus manos en mi cintura.
—Tienes cinturita de avispa. —Me dice sin dejar de mirarme a los ojos.
Su boca es tan sensual. Esa sonrisa. Ese labio inferior. Quiero morderlo.
Mi corazón va a estallar.
Con suavidad me acerca hacia su cuerpo. Mi respiración se acelera. Su mano derecha abandona
mi cintura para acariciar mi mejilla y mi cuello. Con muchísima suavidad. Es una caricia tan
delicada.
No puedo más. Me estoy derritiendo. Es un momento totalmente mágico.
Cierro los ojos y sin pensarlo me acerco más a él con mi boca entreabierta.
Siento cómo sus labios rozan los míos. Con suavidad. Me da un beso delicado. Suave.
Dejándome sentir sus labios.
Tras el beso nos miramos fijamente. Mi respiración está entrecortada. En estos momentos soy
un torrente de emociones.
—¿Puedo besarte otra vez? —Me dice al oído, casi susurrando.
Solamente puedo asentir con la cabeza.
Toco su pecho con las palmas de mis manos. Cierro los ojos. Acerca su boca a la mía y me da
un beso tan increíble que se me escapa un gemido.
Suspiro. Estoy excitada. Muerdo su labio inferior. Más suspiros.
Me acerco más a él y siento su erección.
Me pongo de puntillas para sentir su pene más cerca de mi vagina. Quiero quitarle la ropa.
—Alto. Por favor, Carlos. Para. Esto está mal. Muy mal. Tenemos que parar. Me voy a mi
habitación. Lo siento.
Mi cabeza toma el control de la situación, al tiempo que mi corazón maldice con todas sus
fuerzas esa decisión.
Carlos me mira con cara de preocupación. Ya no irradia energía.
—Lo siento Lucía. No sé lo que me ha pasado. No suelo comportarme así. De verdad. —Me
dice sin la seguridad que le acompaña en todo momento.
—No pasa nada. —Le digo.
—Para mí también es la primera vez que hago algo así. Lo juro. —Me voy a mi habitación casi
corriendo—. Buenas noches. Nos vemos mañana.
Salgo por la puerta como si me estuviesen persiguiendo los mismísimos demonios mientras veo
que Carlos me mira desde la terraza.
Tiemblo.
Me cuesta hasta abrir la puerta de mi habitación.
Cuando por fin consigo abrirla, todavía temblando, me dejo caer sobre la cama y me agarro a la
almohada.
¡Madre mía! ¿Pero qué ha pasado?
Si por lo menos hubiésemos tomado vino le podría echar la culpa. Pero no. Fueron las
hormonas sin ayuda de ningún tipo de bebida. Ellas solitas.
Estoy hecha un lío tremendo. No sé qué pensar.
Me siento culpable. Alberto está en casa esperándome. ¿Tenía razón en preocuparse?
Nunca, ni siquiera cuando era una adolescente, había hecho algo similar. La fidelidad es muy
importante para mí.
Se me escapan las lágrimas.
Pero, al mismo tiempo hacía muchos años que no sentía sensaciones tan intensas. Ese beso con
Carlos, en su terraza, a la luz de la luna, fue un momento totalmente increíble, mágico. Me sentí
viva. Me sentí totalmente excitada y segura a la vez.
Por favor, le acabo de conocer. Prácticamente no sé nada de él. Eso sin contar con la situación
amorosa de ambos. ¿Qué les diría a mis amigos? ¿Qué pensarían en la empresa? No quiero hacer
daño a Alberto.
¡Alberto!
Suena el teléfono y es él. ¿Justo tiene que llamar en este momento?
Bueno, mucho peor hubiese sido diez minutos antes cuando se me escapaban los gemidos
mientras daba el mejor beso de mi vida. O cuando me ponía de puntillas para sentir el pene de
Carlos más cerca de mi vagina.
—Hola amor. ¿Qué tal estás? —Le digo sintiéndome absolutamente culpable por lo que ha
pasado hace un rato.
—Muy bien todo, Lu —Dice desconociendo todo lo que ha ocurrido.
—¿Qué tal San Petesburgo? ¿Y el hotel? ¿Es tan bonito como pensabas?
Muerdo mi labio inferior llena de rabia. Debo decírselo. Pero no quiero hacerle daño. No por
teléfono. Es mejor hablarlo en persona, no así, en la distancia. Creo que lo comprenderá. Casi no
hemos hecho nada. O sí. ¿Dónde está el límite?
—Todo fenomenal, amor. —Le digo sintiendo la opresión de la mentira en mi pecho. Me invade
un sentimiento de culpa terrible—. El hotel es una pasada, pero de la ciudad aún no he visto nada.
—Te noto un poco rara Lu. ¿Va todo bien?
Después de tanto tiempo juntos Alberto me conoce bastante bien. Y yo quiero que se abra la
tierra y me trague, cuanto más profundo mejor.
—Sí, amor. Todo bien. Solamente estoy un poco cansada del viaje. He tomado un sándwich en
la cafetería del hotel y me voy a ir a la cama a descansar. Mañana es un día muy importante para
mí. Ya lo sabes.
¿Pero qué está pasando? ¿Me salen las mentiras sin ni siquiera pensarlas? Podría no haberle
dicho nada. Y sin embargo…
—Muy bien cariño. A por ellos mañana. Demuestra lo que vales. Estoy muy orgulloso de ti, Lu.
Un beso y descansa. Ya mañana me cuentas. Te quiero.
—Yo también te quiero. —Le digo colgando el teléfono al tiempo que se me vuelven a escapar
las lágrimas.
Intento convencerme de que no fue nada. Solamente fue un beso sin importancia. Pero no lo fue.
¿De nada? Lo que sentí en esa terraza era muy profundo. No era un capricho, dejarme besar a
ver qué pasaba. Era real. Muy real. Lo deseaba. Deseaba eso y mucho más.
Me invade un enorme sentimiento de culpa. Estoy hecha polvo. Pienso en Alberto. Más
lágrimas. Me agarro con fuerza a la almohada y me quedo dormida.

∞∞∞
Promesas y mentiras

Suena el despertador. Son las siete de la mañana y tengo que empezar a ponerme en marcha. Me
levanto envuelta en sudor. He dormido fatal. Muy alterada toda la noche. Despertándome
constantemente a pesar del cansancio del viaje. Toda la noche un duermevela contínuo pensando
en lo que había pasado en esa maldita terraza. Fue precioso, pero no tendría que haber ocurrido.
Respiro hondo. Vaya lío. En una hora tengo que ver a Carlos y no quiero. Bueno, sí quiero. No
lo sé. Estoy igual que una cría. Ni yo misma entiendo lo que está pasando.
Entro en el baño a darme una ducha. Menudo baño. Amplio, lleno de mármol. Perfectamente
decorado. Un espejo enorme. Ojalá tuviese uno así en mi casa. ¡Cómo me lo iba a pasar con
Alberto!
Me desnudo y me miro en el espejo. No soy gran cosa. Tampoco estoy mal. Normalita. Una
chica del montón. ¿Fui solamente un capricho para Carlos? ¿Necesita probar de vez en cuando que
su encanto sigue funcionando con las mujeres? ¿Es solamente la crisis de los cuarenta?
Soy tonta. No puedo hacerme ilusiones. Es imposible que Calos vaya en serio conmigo. Estoy
segura de que puede conseguir chichas mucho mejores que yo cuando quiera. Es guapo, elegante,
con dinero. Y esa sonrisa.
Pero…por otro lado, se juega mucho para ser un simple capricho. Tan sólo una prueba. Somos
compañeros de trabajo. Una cosa es ligarse a cualquiera que encuentre por la calle mientras
estamos aquí, a alguien a quien no volverá nunca a ver, y otra muy distinta a una compañera de
trabajo.
Decido darme un baño y no una ducha. Tengo tiempo y un baño de agua caliente me vendrá bien.
La bañera es enorme. Cabrían bien dos personas. Puff, lo que me faltaba. Mejor no pensar en esas
cosas.
Mientras me enjabono me convenzo a mí misma de que Carlos, prácticamente, desaparecerá de
mi vida en cuanto volvamos a Madrid. Él volverá a sus viajes y yo a seguir las ofertas. Todo
habrá quedado en un recuerdo. Un bello recuerdo, pero un recuerdo al fin y al cabo.
Entonces… ¿Es necesario que se lo diga a Alberto? Tengo tiempo para pensarlo. Quizá no fue
tan importante. Pero bueno, precisamente por eso debe saberlo. No sé. Sigo hecha un lío. Creo que
sí debo decírselo. En estas cosas no me parece que se pueda poner un límite en plan si es un beso
no pasa nada, pero si nos acostamos sí. Porque, ¿dónde pones ese límite? ¿Hasta dónde está bien y
dónde empieza a estar mal?
De nuevo noto la ducha que se enciende en la habitación de al lado. Es Carlos. Al igual que
ayer no puedo evitar pensar que está desnudo al otro lado de la pared. Sin querer trato de imaginar
su cuerpo.
Cierro los ojos y pienso en él. Paso mis manos enjabonadas por mis pequeños pechos. Siento
cómo se endurecen mis pezones. Los acaricio. Los pezones son mi auténtica debilidad. Los tengo
muy sensibles. Me pone a cien cualquier cosa que me hagan en ellos. El simple roce de la ropa
sobre mis pezones me excita. Me gusta que me los chupen, que me los toquen. Lástima que Alberto
les dedica poco tiempo. Casi nada de tiempo. Alguna vez se lo comenté pero es demasiado
fogoso. Se salta demasiado los preliminares.
Sigo escuchando la ducha en la habitación de al lado, y sigo imaginando a Carlos desnudo.
Maldita imaginación. Casi puedo notar su pene erecto sobre mi vientre mientras me besa. Un beso
apasionado a la luz de la luna como el que nos dimos ayer por la noche en su terraza.
¿Cómo será su pene? Me lo imagino resbalando sobre mi piel por el jabón al tiempo que
acaricia mis pezones y me besa.
Me imagino acariciando esa espalda de gimnasio. Agarrando su culo para sentirle más cerca de
mí.
Casi sin darme cuenta estoy acariciando mi vagina. La siento abierta y húmeda. Imagino su pene
entre mis manos. Lo enjabono lentamente. Dejo pasar la palma de mi mano llena de jabón por su
glande mientras le siento gemir.
O soy yo la que empiezo a gemir mientras acaricio mi clítoris que empieza a asomar. Estoy
súper sensible. Terriblemente excitada.
La ducha de al lado se detiene y me devuelve a la realidad.
¿Pero qué narices me pasa?
¿En serio me masturbaba pensando en un tío que acabo de conocer? ¿En alguien que encima ha
complicado mi vida de manera infinita en un momento? ¿Alguien que con poco más de un beso
puede acabar con mi relación de seis años con Alberto?
Y me estaba encantando…
Me visto a toda velocidad. He quedado para desayunar con Carlos en la cafetería del hotel y no
quiero llegar tarde. Elijo un traje bastante recatado y vuelvo a poner mi sujetador con más relleno.
No quiero sorpresas con mis pezones.
Al llegar a la cafetería, Carlos ya está en la mesa. Lee detenidamente el New York Times
mientras toma un zumo de naranja y un café solo.
Como el resto del hotel, la cafetería es sencillamente increíble.
Saludo a Carlos con un seco “buenos días” y me siento.
—Buenos días, Lucía. ¿Has dormido bien?
¿Qué si he dormido bien? Hay que joderse. No sé, quizá hay otras cosas sobre las que teníamos
que hablar, más que de si he dormido bien. Es que se supone que no puedo dormir bien después de
engañar a mi pareja con un compañero de trabajo.
Me callo, porque no quiero líos en la empresa. Su posición en ella es muy superior a la mía.
Aunque imagino que él tiene mucho que perder también. Seguramente más que yo. No sé en qué va
a acabar todo esto. En nada bueno, supongo. ¿Puede un beso y poco más poner patas arriba toda
mi vida y la suya?
Decido dar el primer paso.
—Escucha, Carlos, lo de ayer…
—Sí, yo también quería hablar de ello Lucía. —Me dice.
—Sabes que estoy casado y que tengo un hijo. No puede saberlo nadie. Bajo ninguna
circunstancia. Tienes que prometerme que quedará entre nosotros dos. ¿Puedo confiar en ti? —Me
dice mirándome a los ojos.
No sé, quizá eso lo tendrías que haber pensado antes. Ahora los dos tenemos un problema, que
tú no eres el único con pareja, guapo.
Eso es lo que me gustaría haberle dicho, en vez de…
—Sí, claro, Carlos. No te preocupes que lo entiendo perfectamente. Puedes estar tranquilo que
no voy a decir nada a nadie. Es una situación muy complicada para los dos. Yo también me juego
perder mi pareja si se entera, y en cualquier caso perdería su confianza en mí.
¿Pero estoy tonta o qué me pasa?
Vale que quizá tenga razón. Quizá lo mejor es dejarlo ahí y que nadie lo sepa. Meterme mis
valores donde me quepan y tratar de olvidarlo. Convencerme a mí misma de que no fue nada. Un
beso sin importancia. Un beso maravilloso sin importancia. Y lo de ponerme de puntillas para
sentir mejor su pene, pues nada, otra cosilla sin importancia. Pero es verdad que si lo decimos la
cosa puede acabar fatal.
Pero, ¿contestarle como una corderita enamorada?
Por favor, que soy una mujer adulta y con mucho genio. Presumo de independiente. Tengo
derecho a decidir si quiero contar lo que ocurrió a mi pareja o no. Es mi pareja y es mi vida. Lo
que haga él con su pareja y con su vida es cosa suya.
Prefiero ni mirarle. Pido un zumo de naranja y miro los detalles de esa majestuosa cafetería. No
me apetece ni hablar. Por mi cabeza vuelven a pasar los millones de implicaciones de ese maldito
beso.
—Lucía. —Me dice en voz baja.
—Quiero que sepas que lo de ayer no fue ningún juego. Realmente siento algo por ti. No sé qué
es. Quizá no me creas, pero es la primera vez que me pasa. Fue un beso muy especial. Sentí
sensaciones que no había sentido en mucho tiempo. Sé que no está bien, pero te juro que fueron
sentimientos auténticos.
Le miro y tiene su mirada clavada en mí. Me sonríe. Esa sonrisa me derrite y creo que él lo
sabe. O quizá la utiliza con todas. Seguramente la utiliza con todas.
Por algún motivo pienso que lo que me está diciendo es verdad. Quiero creer que Carlos
también sintió algo auténtico. Que para él tampoco fue un juego. Quiero pensar que fue algo
especial. Algo que, simplemente, no puede seguir, pero que existe. Quiero pensar que significo
algo para él. Prohibido, pero algo a fin de cuentas.
—Carlos, —le digo— yo también sentí algo especial ayer. No sé lo que me pasó, pero me sentí
como una adolescente entre tus brazos. Pero no puede repetirse. De ninguna manera puede volver
a repetirse. Llevo seis años con Alberto y le quiero mucho. Tú estás casado, con un niño, somos
compañeros de trabajo. Está todo en nuestra contra.
—Ya lo sé, Lucía. Por eso te pido disculpas y te agradezco muchísimo que lo mantengas en
secreto.
—Vale, no te preocupes, Carlos.
—¿Prometido?
—Sí, prometido.
—Bajo ninguna circunstancia, Lucía.
—Sí, no te preocupes. —Le digo totalmente segura de que acabo de poner unos ojitos de
adolescente tonta.
—Ese Alberto es una persona muy afortunada, Lucía. Muy afortunada. Espero que sea
consciente de ello.
Sonrío sin ganas. Por qué tiene que mencionar a Alberto.
Mientras terminamos el desayuno intento no mantener contacto visual, pero es muy difícil.
Mira que a mí no me gustan los trajes y las corbatas, pero le quedan de miedo. El traje parece
hecho a medida, le queda perfecto. Trasmite seguridad por todos sus poros.
En varias ocasiones me mira e intento disimular, aunque supongo que se habrá dado cuenta. Por
momentos me siento como una niña con su primer amor. Un amor prohibido.
A las ocho y media llegan nuestros anfitriones rusos y tenemos que esperarles a la entrada del
hotel.
Un chófer de la empresa rusa nos recoge en un gran coche negro y nos lleva a unas modernas
oficinas a las afueras de San Petesburgo. Al igual que el taxista se sorprende de que yo hable ruso.
Lo agradece porque me dice que su inglés es algo rudimentario y que le cuesta mantener
conversaciones.
Al llegar nos recibe una secretaria rubia de largas piernas. Podría trabajar de modelo
tranquilamente si algún día se queda sin trabajo en la petroquímica. Es una mujer impresionante.
Pasa de mí y se centra en Carlos. Le dice que nuestros interlocutores se reunirán con nosotros
en un momento para mantener la reunión. Le sonríe y mueve constantemente su larga melena rubia.
Luce un escote mucho mayor de lo que sería aconsejable en una empresa española, y mucho
menos aconsejable para una mujer tan guapa. A través del escote deja insinuar dos pechos de un
tamaño considerable. Su falda también está ajustada. Demasiado ajustada, marcando un culo
perfecto. Las facciones de su cara son suaves, con pómulos altos y labios finos. Se le ha ido un
poco la mano con el perfume. Pero es el único “pero” que se me ocurre.
Miro a Carlos sintiendo celos. Pero ni siquiera se ha inmutado con la rubia. Al menos, no lo
demuestra.
Me quedo mucho más tranquila.
La rubia nos lleva a una amplia sala de reuniones, bien iluminada y moderna. Nos dice que si
queremos que nos traiga algo de beber o de comer y se va.
Al irse me quedo más relajada. Tiene narices haber sentido celos de la rubia esa. ¿Celos de
qué? Con Carlos no tengo nada y no va a volver a pasar nada. Por mí como si se va esta noche con
la rubia. Pero creo que me moriría si lo hace.
En mi empresa no me puedo imaginar qué pasaría si una mujer insinuase tanto. No hay norma de
vestir escrita, pero todas vestimos de manera mucho más conservadora.
Carlos debe estar adivinando mis pensamientos.
—Es sólo para distraer. Además, o es mi tipo para nada. Me gustan los pechos pequeños.
Morenas y delgadas. —Me dice sonriendo y en voz baja.
Mira que majo. Parece que me está describiendo. Lo que me faltaba para ponerme mucho más
nerviosa.
Por fin llegan nuestros interlocutores. Boris Vasiliev y Viktor Kuznetsov. Ambos ostentan el
cargo de vicepresidente dentro de la petroquímica rusa. El primero de compras y el segundo
técnico.
Antes de la reunión, Carlos me indicó que tengo que hablarles en ruso lo suficiente para
dejarles claro que domino el idioma con la misma facilidad que ellos. Más tarde, pasaríamos al
inglés, idioma en el que quiere mantener el resto de la reunión.
Según Carlos, mantener una negociación en un idioma que no es el tuyo limita de alguna manera
tu pensamiento ya que tienes que estar más concentrado. Dejando claro que yo hablo ruso
perfectamente pretende evitar que nuestros dos interlocutores hagan pequeñas pausas en ruso para
discutir detalles de la negociación sin que nosotros nos enteremos de lo que hablan.
Aparentemente lo tiene todo muy pensado, hasta los más mínimos detalles.
Tras la introducción en ruso Carlos les pone una presentación de nuestra empresa en un vídeo
corto, muy profesional, que nos debió costar un riñón y luego pasa a unas interminables hojas de
cálculo con datos y más datos.
Yo solamente observo y tomo notas, como Carlos me ha dicho que haga.
De los dos interlocutores rusos Viktor Kuznetsov, de unos cincuenta años, me parece bastante
moderado. Hace preguntas inteligentes y se le ve con ganas de llegar a un acuerdo.
El otro, Boris Vasiliev es mucho más complicado. Aparenta treinta y tantos. A veces estalla en
episodios algo violentos levantando el tono de voz y varias veces amenaza con levantarse y
terminar la reunión.
Miro constantemente a Carlos. No pierde la compostura en ningún momento. Siempre con esa
sonrisa. Irradia seguridad y energía. Tiene respuestas para todas las pegas que le ponen los rusos.
Ni siquiera en los momentos más tensos parece inmutarse lo más mínimo.
Estuvimos en aquella sala unas seis horas. Bien pasada la hora de comer. Todo el tiempo en un
tira y afloja verdaderamente insoportable. Me siento agotada. Pero Carlos daba la impresión de
poder con eso y con otras seis horas más. De algún modo era capaz de mantener su postura, pero
al mismo tiempo no contrariar a los rusos. Sobre todo, a Boris.
En un momento determinado, en medio de las negociaciones, Boris corta la reunión y se
despiden de nosotros. Así, de repente.
Otra rubia, mucho más del montón, no tan llamativa como la primera, nos lleva hasta el gran
coche negro que nos trajo esta mañana.
Son las tres y media de la tarde y estoy totalmente perdida en cuanto al resultado de la reunión.
No entiendo nada. Da la impresión de que no hemos llegado a ninguna parte y encima no hemos
hecho pausa para comer, ni nada. Fue un auténtico maratón y, a veces, muy tenso. No
continuaremos hasta mañana.
El chófer del coche negro me pregunta en ruso que dónde nos lleva. Le respondo que creo que
al hotel, pero que consultaré por si acaso.
Carlos me sorprende diciendo que le gustaría dar un paseo por el Campo de Marte antes de que
oscurezca y picar algo por la zona.
Le miro sorprendida. Gratamente sorprendida. ¡Ha hecho los deberes! A él que no parecen
importarle las ciudades a las que viaja.
Yo tenía unas ganas tremendas de pasear por el Campo de Marte. Es un parque precioso, muy
céntrico. En el pasado se utilizó para ejercicios militares, de ahí su nombre, pero hoy tiene unos
bonitos jardines que la gente utiliza para pasear y relajarse.
Al bajar del coche le miro y sonriendo le comento que me ha dejado muy sorprendida con lo
del Campo de Marte.
—¿Por? —Me dice riendo—. Nos queda cerca del hotel y es un lugar bastante tranquilo por lo
que me han dicho. Picamos algo y damos un paseo. Si nos apetece seguir el paseo creo que hay
bastantes cosas alrededor, tú sabrás mejor que yo, que eres la experta. Si no, estamos cerquita del
hotel para ir caminando hasta allí.
—Vale, buena elección. Lo reconozco.
—¿Qué lectura sacas de la reunión, Lucía?
Vaya. Temía que me fuese a preguntar esto. De hecho, se lo iba a preguntar yo antes para evitar
la incómoda pregunta. Me parece que no fue demasiado bien, pero no me atrevo a decírselo
abiertamente.
—Bueno, a ver. Es mi primera reunión de este tipo, pero no me pareció que Boris estuviese
muy de acuerdo con usarnos como proveedores. Viktor, en cambio, me pareció más reflexivo, pero
creo que tampoco nos quiere dentro del proyecto. Si quieres que te diga la verdad, no estoy muy
convencida de que haya salido muy bien. —Le digo cuidando un poco mis palabras y
guardándome mi opinión sobre el tal Boris que me pareció un maleducado y un imbécil.
—¿En qué te basas para sacar esa conclusión?
—Bueno, me parece que Boris nos dijo como un millón de veces que no éramos los socios
adecuados. Ni siquiera que no le “parecíamos” los socios adecuados. Viktor cerró la reunión con
la misma frase. —Le digo ya directamente, sin medias tintas.
Carlos me sigue mirando mientras sonríe. Intento no centrarme en esa sonrisa que me derrite. La
verdad es que me gusta que me pida mi opinión, incluso me apetecería tener una pequeña
discusión con él de temas empresariales. Estoy dispuesta a demostrarle que valgo bastante más de
lo que piensan en mi empresa.
—Veo que eres observadora. En cambio, has prestado mucha atención a las palabras que han
utilizado y no me has dicho nada de los gestos.
—Lucía, el lenguaje verbal es más fácil de controlar, porque es voluntario. Puedo estar
pensando una cosa y diciendo todo lo contrario. En cambio, el lenguaje corporal nunca miente, te
da muchos más datos adicionales, aunque hay diferencias culturales muy importantes. Debes tener
en cuenta siempre el lenguaje corporal.
Me deja intrigada, ¿ha visto algo diferente?
—Vale, y según tú, ¿qué nos dice de diferente el lenguaje corporal?
—La reunión no ha sido una alfombra de rosas, pero no me parece que haya terminado tan mal
como crees. Boris es el hijo del principal accionista. Es orgulloso y seguro de sí mismo, como has
visto. Mantiene siempre la cabeza alta y la barbilla hacia delante, demostrando agresividad y
poder, al igual que el tono de su voz.
—En cambio, hay pequeños detalles que quizá indiquen que no tiene una posición de tanta
fuerza y, sobre todo, que no nos dice toda la verdad. Cuando tocamos el tema económico y nos
dijo que tenía una mejor oferta de una empresa ucraniana nos miró fijamente sin pestañear. Quería
demostrar seguridad, aumentó su tono de voz. En cambio, muchas veces eso refleja justo lo
contrario, que te están mintiendo. En esos momentos se tocaba la nariz constantemente, lo que
quizá pueda estar reforzando mi teoría de que no es cierto lo que nos decía.
—Viktor es más difícil de leer. Se controla mucho más. Tiene mucha más experiencia y tiene
fama de ser un gran técnico. Es la persona de confianza del padre de Boris, con lo que, aunque
parezca que no está tan activo en las negociaciones, su opinión va a ser muy importante y sin duda
se tendrá en cuenta.
—Todas las personas tienen algún gesto que les delata. No importa su experiencia. Y esto es
muy importante. Con Viktor tienes que fijarte en sus manos. Cuando se siente seguro une las puntas
de los dedos. En cambio, cuando Boris nos estaba contando lo de la empresa ucraniana con
mejores precios, Viktor entrelazaba sus dedos con cierta tensión. Eso nos indica algo de ansiedad.
—Pienso que Viktor es nuestro aliado en esta negociación. Quiere sacar el proyecto adelante
con nosotros. Le ofrecemos confianza. Estuvo muy relajado toda la reunión escuchando los
pormenores técnicos y procesando toda esa información en su cabeza. Solamente se puso en
tensión al llegar al tema económico, pero no por nuestra parte, sino cuando Boris empezó a hablar.
Pienso que estaba preocupado de que Boris acabe rompiendo la negociación.
Le miro con ojos como platos.
—¡Madre mía! ¿Y mientras estás dando la presentación estás atento a esos detalles? Estoy
alucinada.
—Ya te he dicho que soy muy observador, Lucía. —Me dice sonriendo
—Además, son detalles importantes para este tipo de trabajo. Pueden marcar la diferencia entre
cerrar una venta o no cerrarla, y para nosotros, cada venta es mucho dinero.
Me parece fascinante todo lo que Carlos me está contando. Jamás habría pensado que fuese tan
complejo.
—¿Te fijas también en mi lenguaje corporal? —Le digo sonriendo, aunque inmediatamente
pienso que lo mejor sería evitar toda conversación de tipo personal, en vista de lo que pasó ayer
en su terraza. Pero ya es tarde.
Su sonrisa se hace más amplia. ¡Qué sonrisa! Me mira fijamente a los ojos.
—¿Es una pregunta trampa, Lucía?
Me divierte su expresión.
—No, de verdad, es sólo curiosidad.
—¿Quieres que te diga la verdad y toda la verdad?
—Por supuesto, —le digo sonriente. —Estaré mirando si te tocas la nariz para detectar si
mientes.
—Como te acabo de decir, todas las personas tienen algún gesto que les delata, no importan
cuánto quieran ocultarlo. En tu caso, y no te ofendas, son varios. Ya te comenté que lo más obvio,
claramente, son tus ojos. Tienes unos ojos súper expresivos. Cuando estás interesada en algo,
como ahora, tu mirada se ilumina, brilla. En una situación romántica como la de ayer, y perdona
que hable de ello, tus ojos lo dicen todo. Cuando tus ojos brillan son irresistibles. En los
momentos más románticos de la cena ponías una mirada rozando la timidez que te hacía
irresistible y tu pupila se dilata.
—En esos momentos tienes también la tendencia a morder tu labio inferior o a humedecerte los
labios y a jugar con tu pelo.
No sé si enfadarme o seguir escuchando. Carlos lo nota. ¡Cómo no!
—¿Quieres que pare? —Me dice.
—No, sigue. Es interesante. Está bien saber este tipo de cosas, aunque me siento algo
incómoda.
—Entonces entramos en un poco más de detalle. Cuando estás ligeramente excitada cierras los
ojos y abres ligeramente los labios. También respiras profundamente. Lo noté por primera vez
mientras comíamos en Amsterdam y te separé el pelo con la mano para ver tus pendientes.
—En ese momento ladeaste la cabeza para ofrecerme tu cuello, cerraste los ojos y respiraste
profundo. Fue un acto reflejo, algo que hiciste sin querer, pero creo que, en el fondo, querías que
acariciase tu cuello.
—Tus pezones se marcaron por encima de la blusa, así que, y en ese momento, la situación
estaba bastante clara.
Giro la cabeza hacia abajo, apartando la mirada. ¡Joder! ¡Qué mierda! Soy un libro abierto. Y
notó lo de los pezones, me lo imaginaba.
Ahora mismo no tengo claros mis sentimientos.
Rabia. Vergüenza. Odio. ¿Amor?
—Lucía, quiero que sepas que en ningún momento utilicé nada de tu lenguaje corporal para
aprovecharme de ti. Todo lo contrario. Te juro que los sentimientos de ayer tras la cena eran
auténticos. No estés disgustada, por favor.
Le miro y me pone una cara que es difícil no creerle.
—Lo sé, Carlos. Perdona. Es que no pensé que fuese tan fácil leerme. Y pensé que no te habías
dado cuenta de lo de mis pezones. ¡Vaya vergüenza!
Carlos me mira con expresión divertida.
—Pues menos mal que estabas preocupada con ese detalle y no te fijaste más. Habrías visto que
tuve que utilizar la bolsa del portátil para tapar mi erección.
Rompo a reír. Tiene una habilidad especial para sacarme de situaciones tensas.
—¡Qué tonto eres! Le digo riendo mientras toco su brazo. Noto su bíceps bien definido. Con lo
que a mí me gusta. Sin querer le miro a los ojos. Él solamente me sonríe y me devuelve la mirada.
Me da confianza.
Picamos algo de manera informal y seguimos con nuestro paseo. Desde el Campo de Marte
pasamos a los Jardines de verano. Su aspecto es muy diferente, muchas más fuentes, esculturas,
caminos. Una auténtica pasada.
La verdad es que la elección de Carlos de dar un paseo por los parques del centro de la ciudad
fue un acierto. Me siento muy relajada a su lado.
Nuestra conversación pasa desde lo más trivial, a temas muy serios y de nuevo a temas
triviales. Me río con él. Hablamos de mil cosas y aprendo constantemente. Es una fuente
inagotable de experiencia. No solamente ha viajado muchísimo, sino que lee constantemente. No
conocía esa faceta de Carlos, pero me encanta.
—¿Qué es lo que más te gustaría hacer en San Petesburgo? —Me dice, haciendo una parada en
nuestro paseo.
—¿Puedo elegir cualquier cosa?
—“Casi” cualquier cosa. —Me responde riendo.
—No, quiero decir…a ver, no es nada indecente, no te hagas ilusiones. No pensaba en eso.
Me siento muy relajada a su lado.
—San Petesburgo es famosa por sus canales, la llaman la Venecia del Norte. Una visita a San
Petesburgo no estaría completa sin una cena navegando por sus canales. Recorren toda la ciudad y
hay más de 300 puentes preciosos. Desde el barco, mientras se cena, se pueden ver algunos de los
principales monumentos iluminados por la noche.
—Pero bueno, me has preguntado. Eso sería lo que más me gustaría hacer, pero soy consciente
de que, posiblemente, no sería un gasto fácil de justificar en la empresa.
Carlos me sonríe y me mira interesado.
—No, no creo que fuese un gasto fácil de justificar, salvo que quieras incluir a Boris y a Viktor
en la cena por los canales.
Río con una abierta carcajada y vuelvo a acariciar su brazo de manera instintiva.
—No era mi intención invitarles, la verdad. Creo que nos estropearían un poco la experiencia.
Carlos también ríe abiertamente. Normalmente sólo sonríe. Se controla bastante, pero esta tarde
está mucho más relajado y varias veces se ha soltado y ha reído con ganas.
—Lucía, si te sientes cómoda con la situación me gustaría invitarte a esa cena por los canales.
Yo también pienso que debe ser una experiencia única y me gustaría mucho vivirla. Pero depende
de ti. Entiendo que después de lo de ayer puede ser un tema algo delicado.
La expresión de Carlos se pone más seria. Me mira fijamente a los ojos y desprende esa energía
tan característica en él. Nunca había sentido tanta energía. Es como si llegase hasta ti.
—Sería simplemente una cena entre dos amigos, pero sólo si estás cómoda en esa situación.
Entiendo que quizá no quieras.
—No pasa nada, Carlos, de verdad. —Le digo.
—Lo de ayer está olvidado, fue bonito. Pero fue un error. A mí me apetece muchísimo esa cena,
pero solamente si pagamos a medias. Creo que ni mi pareja ni tu mujer deberían sentirse mal
porque hagamos una cena típica. Además, no va a pasar nada. Estaríamos en un sitio público.
Decididamente estoy mintiendo, y me da igual si me lo nota con su fijación por el lenguaje
corporal. Me muero por una cena navegando por el río Neva, pero ni loca se lo puedo contar a
Alberto. No va a pasar nada, pero es un entorno demasiado romántico como para que se quede
tranquilo. Seguro que se pensaría un montón de historias que nunca habrían pasado.
Estoy casi segura de que Carlos tampoco se lo contará a su mujer. Pero eso ya es problema
suyo. Pero no creo que esta noche cuando hablen por teléfono se pongan en plan “¿Qué hiciste hoy
cariño?...Nada, estuve de cena romántica por el río Neva con una chica de veintinueve años, pero
tranquila, que era sólo trabajo”.
No sé, me jugaría el cuello a no se lo va a decir. Y, en realidad, menuda tontería. Tiene que ser
una cena preciosa, una pesa desaprovechar algo así. Una cena entre amigos que hay que esconder
por si acaso alguien se lo toma de otra manera. Si Carlos fuese una mujer los dos podríamos decir
tranquilamente a nuestras parejas que vamos a cenar juntas. Pero entre hombre y mujer no. Se da
por hecho de que en un determinado momento puede surgir algo más que amistad. Es increíble lo
que nos condiciona la sociedad.
Tras un paso rápido por el hotel nos cambiamos de ropa y vamos a cenar.
Me siento como una niña con lo de la cena de hoy. ¡Vaya pasada! Siempre quise una cena en
pareja navegando por San Petesburgo mientras tocan música a nuestro lado. Bueno, Carlos no es
mi pareja, pero todo lo demás no le va a faltar.
Insisto en pagar a medias aunque me cueste un riñón. Yo no estoy acostumbrada a pagar esas
cantidades por una cena y mi sueldo no es gran cosa. No da para ese tipo de alegrías.
La cena es una pasada. No por la calidad de la comida, que también, sino por el ambiente.
Llamarlo una “cena romántica” es quedarse muy corto. Carlos eligió uno de los barcos caros,
pensando que pagaría él, y el barco tiene en su interior un pequeño comedor de lo más acogedor
con varias mesas. Todas ellas con parejas. La iluminación es tenue, pero deja ver bien. Una
pequeña banda toca música en vivo mientras cenamos.
El barco recorre durante dos horas el río Neva y varios de los canales centrales de la ciudad,
dejando ver bajo la luna llena algunos de los mejores monumentos que esta bella ciudad puede
ofrecer. La Fortaleza de Pedro y Pablo, la Catedral de Smolny, la Catedral de San Isaac, el Museo
Kunstkamera.
Si un día me piden matrimonio, quiero que sea en este barco.
Me siento como una niña mientras le voy comentando a Carlos lo que vamos viendo. Cada poco
interrumpo la conversación para enseñarle algún monumento o algún dato interesante de la ciudad.
Es un sueño hecho realidad.
Uno de los camareros entra y ofrece por las mesas rosas rojas. Supongo que es una manera de
sacar un dinero extra para ellos. Con la cabeza le hago un gesto a Carlos de que ni se le ocurra
comprar una, pero no me hace caso.
—Solamente te la compro como amigos, Lucía.
Ay, con lo que a mi me gustan las rosas.
—Me encanta cuando brillan tus ojitos. —Me dice Carlos con su eterna sonrisa.
Y vaya si deben estar brillando. Recordaré esta cena toda mi vida.
Durante la cena hablamos de todo y de nada. Carlos es un gran conversador.
En mi caso, el delicioso vino me soltó mucho la lengua. Empecé hablando de mi situación en la
empresa y acabé hablando de mi vida sexual.
En esos momentos Carlos solamente escuchaba con atención.
Y sonreía.
¡Pedazo de sonrisa!
—Tendrías que probar la meditación orgásmica. —Me suelta, como si tal cosa, mientras yo me
quejaba de las prisas con las que Alberto hace a veces el amor.
—¿La qué…? Ah, es verdad, se me olvidaba que te gusta lo de la India. ¿Es alguna técnica del
Tantra? —Le pregunto muerta de risa.
No sé si es el vino o el ambiente, o las dos cosas, pero hoy me siento muy desinhibida con
Carlos. Siento que puedo hablar con él sobre cualquier cosa.
Durante la cena hemos estado coqueteando un poco, siempre controlando, y me alegra que haya
llevado la conversación por ahí.
—No…¡Qué va!. De hecho, es una técnica americana, aunque se basa en el Tantra. Pero nació
en Estados Unidos. —Me dice riendo con mi comentario.
—Bueno, y ¿no me vas a decir de qué va? ¿o tienes miedo de escandalizarme?
Carlos también está distendido y disfrutando de la cena, se le nota. Ya no es el idiota estirado
del primer día, ni trata de controlarse en todo momento.
—No, ya imagino que no te vas a escandalizar por esas cosas. Además, ni siquiera es una
técnica sexual. Como bien dice su nombre es una técnica de meditación basada en algo sexual.
Pero el objetivo no es sexual en sí.
—Cuenta, cuenta, que me estás intrigando un montón. ¿Cómo puede llamarse “orgásmica” y no
ser sexual. —Le digo riendo, pero muerta de curiosidad.
—También se llama “meditación”. Y te he dicho que el objetivo no es sexual en sí mismo, no
que no sea sexual.
—¿Pero me lo vas a contar de una vez o no?
—Pues la meditación orgásmica, de manera muy resumida, se trataría de que tu pareja acaricie
el cuadrante inferior izquierdo de tu clítoris lo más suave que pueda y tú te concentras en esos
sentimientos.
—Pero es un toque suave, íntimo. No una masturbación. Es una caricia lo más suave posible
pero que sea percibido por tu clítoris. Eso se hace durante quince minutos y luego se acaba. No
persigue ningún fin en concreto. No es algo que se haga para luego hacer el amor, ni para tener un
orgasmo.
—Es posible que lo puedas tener, o no. Pero el orgasmo no se busca en sí. Solamente las
sensaciones y la intimidad de la pareja. Durante esos momentos te concentras en el momento de
intimidad, solamente en tus sensaciones. No buscas nada más.
—JO-DER. —Es lo único que acierto a decir en ese momento.
Carlos me regala una de sus sonrisas. Esta vez con un poco más de picardía y yo me derrito.
Estoy súper excitada. En mi mente imagino a Carlos acariciando mi clítoris suavemente en una
habitación en penumbra, mientras yo gimo de placer a punto de llegar al orgasmo.
—Pero, Lucía, no es nada sexual, su fin no es el orgasmo sino concentrarse en las sensaciones y
mejorar la intimidad de la pareja que es una de las claves del Tantra. —Interrumpe ese precioso
momento como si supiese lo que estoy pensando.
No sé si matarle por haberme interrumpido o quitarle la ropa y lanzarme sobre él.
—Me gusta la idea de que sea algo que no lleva a un fin concreto sino simplemente a escuchar
las sensaciones de tu cuerpo. —Le digo intentando recomponerme.
Lo pasé bastante mal ayer por la noche y no quiero una repetición.
Bueno, en el fondo sí la quiero. Deseo lo de ayer y mucho más. Pero sé que está mal y vale más
frenar a tiempo. No quiero pasarlo aún peor. Lo del beso lo tengo ya asumido como algo casi sin
importancia. Lo de intentar buscar un contacto más íntimo con su erección es un detalle que mi
mente prefiere obviarlo. Es increíble lo que la mente puede hacer cuando le interesa.
El crucero nocturno llega a su fin. Dos horas que se me han pasado como un suspiro. Ojalá
hubiese durado dos semanas. Se me han hecho tan cortas…
Nuestro hotel está cerca y decidimos volver dando un paseo. Mientras paseamos y charlamos
me acerco a él para caminar de su brazo.
—Lucía. Aunque estemos fuera de España, nunca sabes con quién te puedes encontrar. Y menos
en una ciudad grande y turística como San Petesburgo. Hay que mantener una distancia. —Me dice
al tiempo que se separa de mí.
Y tiene mucha razón, sólo que me apetecía tanto caminar de su brazo. Me siento tan bien a su
lado, caminando juntos a la luz de la luna. Desearía que el hotel estuviese mucho más lejos.
—Perdona, Carlos. Es que me siento muy bien caminando junto a ti después de una cena tan
increíble. No era nada. Lo siento.
—Para mí también ha sido una noche mágica, Lucía. En todos los sentidos. Junto a ti me siento
muy vivo. Lleno de energía. Me gustaría que la noche no se acabase nunca.
Me siento morir mientras le escucho. Me tiemblan las piernas. Maldigo al hotel por aparecer
ante nuestros ojos cortando ese momento tan increíblemente intenso.
—¿Damos la vuelta? —Le digo, totalmente en serio, aunque creo que él lo ha tomado como una
broma. Me sonríe y seguimos adelante.
Mis emociones luchan en todas las direcciones en esos momentos. Mi cabeza y mi corazón
mantienen una batalla encarnizada mientras que mis hormonas circulan disparadas por todo mi
cuerpo.
Al llegar a la puerta de mi habitación miro fijamente a Carlos.
—Carlos, te lo tengo que preguntar. ¿Sientes algo por mí?
—Creo que se nota mucho que sí, Lucía. Pero los dos tenemos pareja y… —Le agarro por la
americana y le meto en mi habitación cerrando la puerta.
—Lucía, ¿Qué haces? Es muy arriesgado.
—Shsss, —Le digo mientras pongo mi dedo en su boca. Mientras acaricio con él sus preciosos
labios.
—Carlos, ¿podrás mantenerlo en secreto? No puede enterarse nadie, ni de casualidad. Por
favor. —Le digo suplicándole con los ojos que diga que sí.
Deseo tanto tener su cuerpo. Sentirme entre sus brazos. Que me acaricie entera. Quiero
desnudarme junto a él. Besarle. Soy una antorcha de hormonas en este momento. Por favor, di que
sí. El momento se me hace eterno.
—Sí.
Bendita palabra. Nunca pensé que me fuese a sentir tan feliz por escuchar dos letras. Nunca
pensé que una palabra tan corta pudiese ser tan intensa. Quería escuchar esas dos letras juntas con
todo mi ser.
Le quito a toda prisa la americana y le tiro sobre mi cama al tiempo que levanto su camiseta e
intento quitársela.
—Con calma, Lucía. Tenemos mucho tiempo, acuérdate de la meditación orgásmica.
—Ni meditación orgásmica ni leches, Carlos. Quiero desnudarte. Quiero besar todo tu cuerpo.
Te necesito ya. —Le digo, sorprendiéndome a mí misma.
Normalmente, en mi relación con Alberto, soy yo la que quiere ir despacio y Alberto rápido.
Pero no sé lo que me pasa. Estoy a cien y tengo una tremenda necesidad de desnudar su cuerpo.
Quito su camiseta y dejo a la vista su torso desnudo. ¡Qué maravilla! ¡Cómo se nota el
gimnasio!
Acaricio sus pectorales con pasión al tiempo que beso sus labios. Carlos me devuelve el beso.
Siento sus labios jugando con los míos, su lengua. Le muerdo su labio inferior mientras sigo
acariciando su pecho.
Carlos pone las manos sobre mi cintura y noto cómo las va subiendo. Ahora es él quien intenta
quitarme la blusa. Desabrocha cada uno de los botones mientras yo acaricio sus pezones con mis
dedos.
Me encanta su torso. Está muy definido sin estar excesivamente musculado. Bajo con mi mano
hasta acariciar sus abdominales. Los contrae, no sé si de placer o para que se marquen más.
—Eres un coqueto. —Le digo sonriendo—. No hace falta que marques los abdominales, a mí ya
me has seducido.
Sonríe.
Esa sonrisa divina que me vuelve totalmente loca. ¿Se puede perder la cabeza por una sonrisa?
Su torso está totalmente depilado. Es suave. Para mí es una sensación nueva porque Alberto
tiene bastante pelo.
Carlos quita con delicadeza mi blusa. Me levanto y quito los pantalones a toda prisa. Carlos
hace lo mismo con sus vaqueros. Los dos nos quedamos en ropa interior sobre la cama.
Me coloco sobre él. Siento la erección de su pene. Rozo mi vagina con él. Carlos pone sus
manos en mi culo y me empuja con suavidad hacia su pene. Mueve lentamente su cintura. Siento mi
vagina cada vez más sensible.
—Esas braguitas se van a mojar demasiado. —Me dice en voz baja.
Sus manos acarician ahora mi espalda y siento cómo desabrocha mi sujetador.
Lo quita con suavidad. Siento la tela rozando uno de mis pezones que están totalmente duros
deseando que Carlos los acaricie.
—Me encantan tus pezones. —Me dice con su eterna sonrisa, mientras sigue moviendo su
cintura lenta y rítmicamente.
—No te creo. Se lo dirás a todas. —Le digo medio en broma, medio en serio.
—Tengo las tetas demasiado pequeñas y pezones de hombre. Pequeñajos y casi sin aureola.
Carlos parece divertido.
—Son perfectos. Tan duros y sensibles. —Me dice mientras acaricia suavemente mis pezones
con sus dedos.
Cierro los ojos y me concentro en cómo me está acariciando. Lo hace despacio, con delicadeza.
Casi como admirándolos. Sin prisas.
Es una sensación increíble.
Siento como mi vagina está cada vez más sensible. Más abierta. Más húmeda.
Carlos me tumba sobre la cama y se acuesta de lado junto a mí.
Se me han ido las prisas.
Me besa. Acaricia mi cuello y luego lo besa con suavidad.
Siento el contacto de su piel sobre la mía.
¡Qué bien huele!
Y ¡Qué bien besa!
Me dejo llevar. Solamente acaricio sus fuertes hombros y sus brazos.
Me excita su ausencia de prisa. Es como si quisiese admirar mi cuerpo. Eso me encanta. Me
hace sentir especial. Me hace sentir bella.
Mientras me besa baja su mano hasta mi vagina y empieza a acariciarla por encima de mi ropa
interior.
No puedo evitar unos gemidos mientras sus dedos presionan mis labios.
—¿Ves cómo al final la braguita se mojó? —Me dice en tono divertido.
Sus labios pasan ahora a mis pechos. Me besa lentamente. Noto su lengua rodeando mis
pezones. Me está volviendo loca. El roce de su lengua con mis pezones duros me excita. Me besa
con suavidad, intercalando sus labios y su lengua.
—Son perfectos, Lucía. Absolutamente perfectos.
No sé si realmente lo piensa, pero me gusta oírselo decir.
Se incorpora y me quita la braguita.
Me quedo totalmente desnuda sobre la cama. Pero me siento muy segura. Es una sensación muy
extraña. Normalmente soy mucho más activa, pero con Carlos estoy dejando que lo haga todo.
Esa sensación de ausencia de prisas me relaja y me excita al mismo tiempo.
Separa mis piernas y se queda con su cara cerca de mi vagina. Solamente acaricia mi pubis,
luego mi entrepierna. Lentamente.
—Mastúrbame. —Le digo mientras acaricio mis pezones—. No puedo más.
—Espera. —Susurra.
Pasa sus dedos y la palma de su mano por encima de los labios de mi vagina. De abajo a arriba,
hacia mi pubis, y luego en la dirección contraria. Despacio.
Con sus dedos abre con delicadeza los labios de mi vagina y siento como la yema de uno de
ellos resbala por el interior hasta que entra dentro de mí.
Gimo abiertamente. ¡Lo estaba deseando tanto!
Siento su dedo en mi interior. Siento cómo lo gira y lo mueve. Presiona la parte superior de mi
vagina desde dentro, al mismo tiempo que frota mi clítoris.
Me está volviendo loca.
—Necesito tu pene, Carlos.
—Espera un poquito más. Sólo un poquito. Hay algo que tengo muchas ganas de hacer.
Tras decir esto siento su lengua húmeda explorando el interior de mis labios. Los separa con
suavidad y deja al descubierto mi clítoris.
Pasa su lengua sobre él. Es un toque suave. Casi imperceptible. Pero ¡tan excitante!
Vuelve a bajar con su lengua por toda la superficie de mis labios que ya se encuentran
totalmente abiertos.
No puedo más.
—Necesito tu pene. —Le digo entre suspiros.
Por fin cede a mis peticiones y se levanta acercándose a mí.
Le despojo de su ropa interior con prisas y acaricio su erección.
Le miro a los ojos mordiendo mi labio inferior.
—Estás totalmente depilado. ¡Qué pasada! Me encanta.
Carlos sonríe.
—¿Te gusta así?
—Mucho. —Le digo.
Para mí es una situación nueva. Ni Alberto ni ninguna de mis anteriores parejas se habían
depilado nunca esa parte, al menos por completo. Lo había visto en algún vídeo, sí. Pero nunca al
natural.
Acaricio su pene, su pubis. Me encanta la suavidad de su piel. Esa ausencia de pelo.
Ahora soy yo la que se recrea, casi admirando sus genitales. Es muy excitante.
Empiezo a masturbarle, al principio con suavidad y luego más fuerte. Estoy totalmente excitada.
Quiero hacerle disfrutar. Le oigo gemir. Quiero que disfrute, que se corra.
—Espera, espera, Lucía. A este paso se va a acabar muy pronto. —Le oigo decir.
No quiero que se acabe. Esto sí que quiero que dure toda la noche. Pero estoy a cien. Me siento
totalmente electrizada.
—Yo también hay algo que quiero hacer. —Le digo poniendo cara de mala.
Acercándome a él paso mi lengua por toda la superficie de su pene. Me detengo en el glande
haciendo unos círculos y vuelvo a bajar.
Oigo a Carlos gemir.
Sigo pasando mi lengua por todo el pene y besando su pubis.
Carlos tiene un pene muy bonito. No es grande, pero sí bonito. Me encanta la forma de su
glande y que vaya totalmente depilado. Unido a ese torso tan sensual es una visión impresionante.
Meto su glande en mi boca apretando con mis labios. Carlos gime.
—Me estás volviendo loco, Lucía. —Me dice entre suspiros. Ya somos dos.
Le paso la lengua de nuevo por todo el glande y meto su pene entero en mi boca.
—Ohhh. —Me encanta sentir cómo se excita.
Sigo metiendo su pene entero en mi boca, incrementando el ritmo.
Carlos acaricia mi pelo y sigue gimiendo y excitado.
Me vuelve loca tenerle así. Ahora soy yo la que llevo el control.
Le masturbo con fuerza. Mi mano resbala por su pene humedecido por mi saliva.
No puedo más, y creo que él tampoco.
Me coloco sobre él sin soltar su pene y lo dirijo hacia mi vagina.
—Te quiero dentro de mí. —Le digo con un suspiro.
—¿No tendrás un preservativo no? —Le digo, aunque imagino que la respuesta no me va a
gustar.
Mierda, ¡Cómo odio esos momentos! Creo que ninguno de los dos esperaba esto.
En una fracción de segundo, mucho antes de que Carlos pueda contestar, mi cerebro procesa
todo tipo de informaciones contradictorias.
¿Ahora qué hago?
¿Me lo follo igual y espero que no pase nada?
Es una situación muy peligrosa.
Pero no puedo parar.
¿Qué hago?
—No tengo Lucía. Supongo que tú tampoco ¿no? No esperaba esto.
—Estoy tomando la píldora. —Le digo metiendo su pene dentro de mí.
—Lucía, hay más cosas además de los embarazos.
—Calla, por favor. Lo necesito. Ya mañana compramos condones.
Sé que luego me voy a arrepentir. Pero es que me voy a arrepentir de toda la situación de igual
modo. Esto es solamente la guinda. Lo que hará que me arrepienta aún más.
Yo sé que no he estado con nadie salvo con Alberto en los últimos 6 años. Pero no sé con quién
ha podido estar Carlos. Dice que es la primera vez que hace algo así. Pero quizá no sea cierto.
Por no saber, tampoco puedo asegurar por completo que Alberto no estuviese con nadie.
Supongo que no. Espero que no. Pero, ¿Y si le pasó algo similar a esto y acabó en la cama con una
pelandrusca?
¿Con una pelandrusca? ¿Eso es lo que soy yo?
¡Qué mierda! No soy más imbécil porque no se puede.
Siento que Carlos me mira con cara de preocupación. Su pene sigue dentro de mí, pero ya no
muevo mis caderas. Me quedo quieta. Él también.
Una lágrima rueda por mi mejilla derecha.

∞∞∞
Toma de decisiones

Me tumbo en la cama en posición fetal. Siento rabia, miedo, vergüenza. Mis pensamientos van
tan rápido que no puedo procesarlos. ¿Qué estoy haciendo?
—Lo siento, Carlos. Lo estoy estropeando todo. Soy una idiota.
—No lo eres peque. Es un lío en el que nos hemos metido los dos. No pasa nada, tienes que
estar tranquila.
Me abraza con ternura, al tiempo que acaricia mi pelo y besa con delicadeza mi mejilla. Me
gusta esa faceta tierna de Carlos. Nunca antes me habían llamado “peque” pero me gusta también.
Eso es justo lo que soy en estos momentos. Una niña asustada que necesita protección y seguridad.
—Podemos ir todo lo despacio que tú quieras, Lucía. Eres muy especial para mí. Te quiero de
verdad y no quiero perderte.
—Pero, ¿no ves que es imposible, Carlos? Está mal.
—Ya estaría mal si fuese solamente sexo y fuésemos conscientes de que ahí se acaba la cosa.
Pero no es así. Carlos, al menos por mi parte, hay sentimientos auténticos. Me estoy enamorando
de verdad. Pero quiero a Alberto. No quiero hacerle daño. Es buena persona y estamos bien
juntos. Siento que le estoy traicionando. No lo siento, sé que le estoy traicionando.
—¿Lucía, Crees que se puede querer de verdad a más de una persona?
—No lo sé. En estos momentos ya no sé nada. Pensaba que no. Pero estoy loca por ti. No quiero
que esto acabe. Pero quiero a Alberto, no quiero hacerle daño y sé que le voy a hacer mucho
daño. Un daño terrible. Irreparable.
—Lucía, yo tengo una familia. Un niño pequeño. También estoy bien y por nada del mundo les
haría daño. Jamás pensé que esto podría pasar. Sólo sé que está pasando y es algo auténtico. No
es un capricho. Son sentimientos muy profundos. Sentimientos que hace mucho tiempo que no
tenía.
—¿Pero no ves que está mal, Carlos? Si quieres de verdad a una persona no puedes querer a
otra. Eso es imposible.
—¿Estás segura? Creo que aquí tenemos la prueba de que eso no es así. Incluso
antropológicamente los humanos nos desarrollamos en relaciones poliamorosas. La monogamia es
relativamente reciente dentro de la historia de la humanidad. La mayor parte de los mamíferos no
son monógamos.
—Peque, lo importante es que te quiero de verdad, y creo que tú también a mí. Esto no es un
rollo de una noche por un calentón o para aprovechar un viaje. Es algo mucho más profundo. Si no
quieres no tenemos sexo. Me conformo con estar así abrazados. A mí me vale. Lo otro, si surge,
bien, pero si complica nuestra relación prefiero pasar sin ello.
—¿Te he dicho ya que te quiero mucho? —Me dice mientras sigue besándome en la mejilla y en
el cuello.
Tengo que reconocer que lo de los besitos está surtiendo efecto. A base de besos y caricias, con
su faceta más tierna está consiguiendo que me relaje un poco, que dada la situación es algo que
tiene su mérito.
—En el poliamor están todos de acuerdo, ¿no? Carlos, lo nuestro es un secreto. Algo prohibido.
No es lo mismo. Para nada. Hay terceras personas. Está la empresa. ¿Qué pensarían de ti y de mi
si se llega a saber? No quiero ni pensar lo que dirían de mi en el trabajo. Me van a poner de puta
para arriba. Y tú tienes un puesto importante y una reputación. No es lo mismo que una relación de
poliamor, Carlos. Ni siquiera se le parece.
—Vale, tienes razón. Esto es diferente. Pero piénsalo. Es imposible que se entere nadie.
Solamente estamos tú y yo. Mientras no digamos nada y seamos cuidadosos no haremos daño a
nadie. No tiene por qué pasar nada. No te estoy diciendo que estemos haciendo lo correcto.
Claramente no. Pero es algo especial. Te quiero de verdad.
—Abrázame Carlos. —Le digo sin pensar, pero es lo que necesito en ese momento. Un abrazo.
Sentirme segura. Sentirme querida.
—Te quiero peque. —Me dice al tiempo que me toma entre sus brazos y pegando su cara a la
mía besa mi sien.
—Eres muy especial para mí, Lucía. De verdad.
Carlos me abraza fuerte y en ese momento me siento más relajada. Me siento bien entre sus
brazos. Me siento querida. Mis pensamientos se relajan. Se detienen. Sólo pienso en que estoy a
gusto cuando me abraza. Y en lo bien que huele.
—¿Puedes quedarte conmigo esta noche? No quiero quedarme sola.
Sigo hablando sin pensar. Pero esas palabras salen de mi corazón, y es lo que siento en ese
momento.
—Claro, peque. Pero con una condición.
—Tú dirás.
—Nada de sexo. —Me dice con esa sonrisa totalmente irresistible.
—Trato hecho.
Me giro y le beso. Carlos me devuelve el beso. Un beso tierno. Un beso lleno de cariño.
Apoyo mi cabeza en su pecho y acaricio sus pectorales. Me siento tan bien junto a él.
—Hueles muy bien. Pero ya te lo había dicho.
—Creo que sí. —Me contesta divertido, mientras acaricia mi pelo.
—No pasará nada por lo de hace un rato ¿no? Por entrar dentro de mí y eso. Estoy un poco
cagada de miedo, la verdad.
—Por mi parte no, Lucía. Puedes estar tranquila. De todos modos, fuimos un poco
irresponsables.
—Ya, un poco sólo.
—¿Sabes que me encanta que estés totalmente depilado? Nunca había visto al natural a un tío
depilado por ahí abajo. Es muy excitante acariciar unos genitales sin pelo. Y tienes un pene muy
bonito. Que lo sepas.
—Me alegra saberlo. Un día me contarás qué problema le ves a tus pechos. Con lo que a mí me
gustan pequeñitos. Y esos pezoncitos me vuelven loco. Aunque sean de “hombre” como tú dices.
—Me dice en tono divertido.
—Eres un tonto.
Lucía, ¿sabes lo que me llamó muchísimo la atención de tu cuerpo? Tu vagina.
—¿Qué? Eso sí que no me lo habían dicho nunca.
—Pues va en serio. Tienes unos labios pequeños y simétricos. Un clítoris del tamaño perfecto.
Al abrirse deja ver un color rosa precioso.
—¡Y está llena de pelos!
—Tienes un pelo finísimo así que queda muy bien.
—Calla que me estoy poniendo roja. ¡Eres un pervertido! —Le digo riendo.
—Gracias por hacer que me sienta tan especial, Carlos.
—Lo mismo digo. Fue un día inolvidable, en todos los sentidos.
—Te quiero. —Le digo—. Pero mañana nos jugamos mucho en la reunión y tenemos que
descansar. Quiero que mañana estés en plena forma.
—Buenas noches entonces, peque.
Cierro los ojos y siento cómo abraza mi cuerpo. Me relaja su abrazo.
Poco a poco, me voy quedando dormida.

∞∞∞
Dulce despertar

Al día siguiente me despierto con unos besos en el cuello y en la mejilla. Abro los ojos con
pereza y le veo desnudo a mi lado.
—Eh, buenos días, amor. Así da gusto despertarse. —Le sonrío con cara de niña boba. Me está
volviendo loquita.
—Buenos días, Ivanova.
—¿Ivanova? —Le digo entre risas.
—Bueno, no sé, me gusta cómo suena.
—A mí me gusta cómo lo dices tú. Sólo prométeme que no me llamarás “Lu”.
—Prometido.
—He pedido el desayuno a la habitación para ahorrar tiempo. Estará aquí en diez minutos.
Este chico piensa en todo.
—Entonces ¿mejor nos vestimos no? No se vaya a escandalizar el camarero. Aunque por otro
lado estás muy guapo así. Umm, me gusta más con erección, pero no está mal de todos modos. —
Le guiño un ojo al tiempo que miro a su pene entre risas.
—Si quieres en cuanto se marche el camarero me quito la ropa, eso no es problema. Y lo de la
erección se arregla fácil.
—¿Te molesta que haya utilizado tu baño para ducharme y afeitarme?
—¿Ya te has duchado? ¿Pero a qué hora te levantaste?
—Hace un buen rato. Duermo poco. Preparé algunos números para la reunión y aproveché a
ducharme. Estabas dormida y no quería despertarte.
—No, tranquilo. Usa el baño todo lo que necesites. Aunque me hubiese gustado ducharnos
juntos. Pero bueno, creo que no aguantaría. No soy de piedra. Pero que sepas que me hubiese
gustado enjabonar ese cuerpo que tienes.
—Lo mismo digo, Lucía, pero tenemos un trato, ¿recuerdas?
—Bueno, bueno. Mejor nos vestimos. Sobre todo tú que “eso” se te empieza a notar mucho.
Carlos mira hacia sus partes y sonríe.
—No se puede evitar, y menos contigo. Vale con que nos pongamos un albornoz de los que hay
en el baño.
Entra en el baño y saca dos bolsas con unos albornoces blancos perfectamente doblados. Al
ponérmelo no puedo evitar pensar en lo que me gustaría poder permitirme una vida así, llena de
lujos. Me abrazo con el albornoz y dejo escapar un suspiro.
Me pongo también una braguita porque me siento un poco rara con lo de que entre el camarero y
yo esté solamente con un albornoz. Lo bueno de los pechos pequeños es que el sujetador no me
hace falta. Lo tapa todo el albornoz.
A Carlos el albornoz blanco le queda de maravilla. Pero es que, joder, le queda bien todo.
Cualquier cosa que se ponga.
—Estás súper sexy con ese albornoz puesto. Y sin nada debajo… —Le digo poniendo ojitos
pícaros.
—Ni te imaginas lo que me gustaría hacerte en estos momentos.
Puff, vaya cómo me he levantado hoy. Ni yo misma me conozco. Pero es que despertarse así,
con su cuerpo desnudo a mi lado, con besos y caricias. Es mucho. Podría acostumbrarme a que
pasase todos los días. Carlos me llena de energía. Me da seguridad. Me tranquiliza y encima…
¡me pone a cien! ¿Qué más se puede pedir?
—Así que ya te has duchado, afeitado. Y por lo que veo ya te has echado tu colonia también.
¡Eres un coqueto!
Llaman a la puerta. Carlos abre y entra un camarero perfectamente vestido con un carrito con el
desayudo. Carlos le indica que lo deje en una pequeña mesa que tengo en mi habitación. Es
realmente el único sitio donde puede colocarlo. Como yo no tengo terraza, eso que nos perdemos.
Con lo bien que hubiese estado un desayuno en su terraza.
No sé cuánto piensa Carlos que como, pero creo que se ha pasado un poco pidiendo el
desayuno. Zumo de naranja, café, bollería, unas tostadas. Hasta un par de tortillas francesas. Un
poco excesivo. Va a sobrar la mitad.
Junto al desayuno, el camarero coloca una rosa roja, una caja de bombones y un pequeño osito
de peluche sujetando un corazón rojo entre las manos. Al dejarlo sobre la mesa me mira de reojo y
se le escapa una pequeña sonrisa. Me pongo roja.
—Carlos, ¿Y esto?
—Es un pequeño detalle para alegrarte el día. ¿Te gusta?
—Mucho, pero el día me lo alegras tú tratándome tan bien y con esa sonrisa. No necesitas nada
más.
La verdad es que Carlos es encantador. Tan detallista. Se fija en todo y te hace sentir querida en
todo momento. Una persona especial. Me pasa brevemente por la cabeza si será así también en su
casa, a diario, o se está esmerando por conquistarme.
Mi corazón me dice que me olvide de eso y que me deje conquistar. Tomo la rosa entre mis
manos y la huelo pasando mis dedos por sus suaves pétalos. Es una rosa tan fresca. Con lo que a
mi me gustan las rosas.
El desayuno está delicioso. Al final acabo comiendo más de lo que pensaba, pero aún así sobra
mucha comida.
—Elige bombón. —Le digo abriendo la caja de bombones.
Carlos elige un bombón con una pinta deliciosa de chocolate con leche y praliné. Le alejo la
caja y tomo el bombón entre mis dedos llevándolo a su boca. Sonríe mientras cierra los ojos
saboreandolo.
Nos damos la mano. Acaricio con mis dedos la palma de su mano y toda la superficie de sus
dedos. Sus manos son suaves para ser un hombre. Bien cuidadas. Mi mente me dice que me fije en
el anillo de casado, pero mi corazón parece ignorar ese “pequeño” detalle.
Le miro a los ojos y le beso. Siento sus labios rozando los míos. Segundos después su lengua
jugando con mi lengua. ¡Qué bien besa! Sabe al chocolate del bombón. Acaricio su cuello y la
parte superior de su pecho.
Carlos me acaricia el pelo y me besa suavemente. Abro un poco su albornoz para besarle el
pecho.
—Se te está escapando el pajarito por el albornoz, Carlos. Y ya está como a mí me gusta. —Le
digo entre risas.
Le sigo besando el pecho al tiempo que acaricio su cuello. Estoy muy excitada. Este hombre
consigue ponerme a cien sin hacer nada. No sé si es la manera en que me despertó, el ambiente de
la habitación del hotel, el desayuno, los regalos que me hizo. O todo junto. Mi respiración se
acelera y Carlos lo nota.
—Recuerda que tenemos un trato Lucía. Tú decides.
—Ya, nuestro trato.
Luego quizá sea difícil parar. Quizá no, seguro. Y no quiero que acabe como ayer. Me
sorprendo a mí misma aceptando más y más la idea de que puedo tener sexo con Carlos. Siempre
que sigamos ciertas reglas.
—Lo del sexo…Por mí, si surge, vale. Pero hoy compramos preservativos. De hecho, creo que
si ahora mismo tuviese uno te follaría.
—Ten cuidado con lo que deseas, que a veces los deseos se convierten en realidad. —Me dice
sonriendo al tiempo que saca una pequeña caja de preservativos.
—En la recepción te pueden conseguir todo lo que necesites. Tenían unas cuantas cajas a mano.
Y hay que ser previsor. —Me dice riendo abiertamente.
—No me lo creo. ¡Eres un salido!
Mi cabeza ya no pinta nada en esta ecuación. Sólo habla mi corazón. Y mis hormonas.
—¿Tenemos tiempo?
Carlos menea la cabeza como diciendo “tiempo para algo muy rápido sí, pero para algo de
calidad, más bien no.”
—¿Alguna vez has echado un polvo rápido o siempre es en plan tántrico?
—Bueno, puedo hacer una excepción de vez en cuando. Como ahora, por ejemplo.
Se acerca a mí tomándome entre sus brazos. Me besa el cuello y el lóbulo de la oreja. Suspiro.
Directamente baja a mi entrepierna y acaricia suavemente mi sexo. Me está poniendo a cien. Mis
suspiros son más fuertes.
—Vamos a ver si esta cosita está ya preparada. —Me dice al tiempo que introduce uno de sus
dedos en mi vagina.
Se me escapa un gemido de placer.
—Todavía le falta un poco, pero va prometiendo.
Saca su dedo y lo pone en mi boca. Chupo su dedo con los jugos de mi vagina. Me tiemblan las
piernas. Tomo su mano y chupo su dedo excitada. Se quita el albornoz y me deja ver todo su
cuerpo desnudo. ¡Cómo me está poniendo!
—Esta noche te voy a dar un masaje. Acuérdate de que compremos aceite. —Me dice
susurrándome al oído.
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente en serio.
—¿Erótico?
Carlos sonríe.
—Erótico y relajante a partes iguales.
Por qué tendremos que ir a la maldita reunión. Por qué no tendremos todo el día para nosotros.
Quiero que el día pase a toda velocidad y que llegue la noche.
—Creo que te lo voy a compensar con una mini sesión de striptease. Siéntate en la cama.
Me coloco de pie frente a él y me quito el albornoz mirándole a los ojos y bailando lentamente.
Toco mis caderas de arriba abajo muy despacio.
Me quedo sólo con las braguitas puestas. Carlos me mira sin creerse lo que está pasando. Yo
tampoco me lo creo mucho. Es la primera vez en mi vida que hago un striptease y no tengo ni idea
de lo que voy a hacer a continuación.
Me doy la vuelta dejándole ver mi espalda y mi culo. Juego con mis pulgares por dentro de la
goma mis bragas mientras bailo. Las bajo un poco enseñando a Carlos la parte superior de mi
culo. Luego las vuelvo a subir. Dejo una de mis manos por dentro de la braguita tocándome el culo
y con la otra la voy subiendo lentamente por la cintura hasta llegar a mi pecho. Dejando que
Carlos vea cómo va subiendo pero sin que pueda ver cómo me toco.
Lo acaricio. Acaricio el pezón.
Miro de reojo a Carlos sentado en la cama. Me mira con cara de querer comerme. Está
disfrutando. Su pene totalmente duro.
Vuelvo a jugar con mi braguita y la bajo con mis pulgares enseñando casi todo mi culo al mismo
tiempo que sigo bailando lentamente. La dejo a medio bajar mientras con una mano acaricio mi
entrepierna y mi vagina por encima de mi ropa interior. La noto mojada.
No sé quién está más excitado en estos momentos, si Carlos o yo misma.
Le miro de reojo y veo que se está empezando a acariciar el pene. Pasa su mano derecha por
toda la superficie moviendo su piel de arriba a abajo de manera rítmica. Lenta.
—Te recuerdo que no te puedes tocar, Carlos. —Le digo provocando—. Si rompes las reglas se
acaba el show.
Me quito la braguita del todo, sin prisas, sigo de espaldas a Carlos. Solamente puede ver mi
culo y mi espalda. Me inclino hacia delante mientras muevo rítmicamente mi culo. Abro
ligeramente mis piernas para ofrecerle un vistazo a mi vagina desde atrás.
Carlos suspira.
Me giro y quedo frente a él a un metro escaso. Le miro a los ojos. Acaricio mis pechos, mi
vientre. Paso la mano por mi vagina y mi entrepierna mientras me muevo lentamente.
Noto que Carlos no puede más. Yo tampoco. Me mira con cara de deseo.
Avanzo hacia Carlos con pasos lentos. Intenta agarrar mi culo para que me siente sobre él.
—Shhh, quieto. Todavía no puedes hacer nada. Hasta que yo te diga sólo mirar.
Carlos sonríe con resignación y menea la cabeza, como diciéndome que me dé prisa que no
puede aguantar más.
Me agacho y acaricio sus mejillas y su cuello. Intenta tocarme, pero vuelvo a negárselo. Se
desespera. Siento que lo necesita.
Acaricio con suavidad su pecho. Paso mis dedos por sus pezones. Los desplazo hacia abajo
acariciando sus abdominales. Miro su erección y no puedo dejar de imaginar ese pene dentro de
mí.
Me acerco un poco más a él y al tiempo que acaricio su cuello le doy beso suave en la boca.
Siento mis labios acariciar los suyos. Le noto jadear.
Miro su pene y no puedo evitar besarle con más fuerza, con más pasión.
Bajo con mi boca hasta sus pezones y los chupo. Le doy un pequeño mordisquito y le oigo
suspirar. Mi lengua recorre a continuación su vientre. Noto sus abdominales endurecerse de la
tensión. Bajo un poco más para besar sus abdominales inferiores y al hacerlo su pene toca mi
barbilla.
Uff, muero de ganas de meterlo en mi boca. Ganas de pasar mi lengua por toda esa erección. De
succionar su glande. Pero no tenemos demasiado tiempo.
Le miro a los ojos y le sonrío con picardía al tiempo que me levanto y tomo de la mesa uno de
los preservativos.
—Tú sigue sentado al borde de la cama y no hagas nada todavía. Ya te aviso.
Consigo ponérselo con alguna dificultad más de lo que esperaba. Falta de práctica desde que
tomo la píldora. Carlos sonríe mientras me mira.
Tras ponerle el preservativo, me siento sobre Carlos y abriendo las piernas introduzco su pene
dentro de mí. Se me escapa un gemido algo más fuerte de lo que hubiese deseado.
—No podía más, Carlos.
Por la cara que pode y la manera en que está jadeando, veo que Carlos tampoco podía aguantar
mucho más. Agarro su fuerte espalda y le clavo las uñas. Me siento por completo sobre él para
que entre hasta el fondo dentro de mí.
Carlos agarra mi culo y lo mueve contra él, al principio despacio, pero me penetra con fuerza.
Lo noto en el fondo de mi vagina. Me está volviendo loca. Cada vez que muevo mis caderas siento
su glande masajear con fuerza en lo más profundo de mí.
Gimo con más y más fuerza.
—Sigue, me encanta oírte gemir. —Dice Carlos con la respiración entrecortada.
No puedo más, está siendo súper intenso. Siento que voy a tener un orgasmo en cualquier
momento.
—Justo ahí, Carlos, sigue justo ahí.
Ohhh, tengo un orgasmo increíblemente intenso. Agarro su cabeza con fuerza y le beso. Es como
si hubiese pasado una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.
Al poco tiempo noto que Carlos está teniendo un orgasmo también.
—Qué pasada Lucía. Ha sido increíble. Muy intenso.
—Sí que ha estado bien, sí. —Le digo mientras me levanto.
Me gustaría dejar su pene dentro de mí un buen rato, es algo que me vuelve loca. Pero no
tenemos tiempo y tampoco quiero que se pueda escapar algo de semen por el preservativo a
medida que pierde su erección. Seamos algo más responsables que ayer, dentro de la
irresponsabilidad de toda la situación en sí, claro está.
—Creo que tendremos que ir espabilando, Carlos, límpiate un poco que no podemos dejar
esperando al chófer.
—Puff, me quedaría aquí contigo toda la vida, preciosa.
—Ya somos dos.

∞∞∞
Tensión inesperada

De mala gana, ambos nos vestimos refunfuñando. Al bajar a la recepción del hotel el chófer que
nos enviaba la empresa rusa ya estaba esperando. Me disculpo por la tardanza, pero me dice que
acababa de llegar, que no me preocupe, que ya avisó a la empresa de que había mucho tráfico.
Durante el trayecto, Carlos me informa de unos retoques que ha hecho a la parte de la oferta
económica del proyecto. Ha conseguido bajar un cinco por ciento el montante total con lo que al
tratarse de una cantidad tan grande queda muy atractiva.
—Vamos a hacer un esfuerzo grandísimo para conseguir este proyecto, Lucía. Con estos
cambios básicamente cubrimos gastos y poco más, pero ahora no deberían ponernos pegas ni a la
oferta económica ni a la oferta técnica.
—Vaya, se nota que tienes ganas de volver por Rusia a menudo… —Le digo sonriendo con
malicia.
—Pues sí, pero espero convencer al jefe de que tienes que venir conmigo.
Me sonríe y me guiña un ojo. De repente cambia su cara. Me dice que el chófer de la empresa
rusa estaba mirando por el retrovisor y que cree que lo ha visto.
—No te preocupes —le digo —no es nada. Es solamente un guiño y una sonrisa. Aunque lo
haya visto no pasa nada. No significa nada.
—Ya sé que no es nada, pero recuerda todo lo que te expliqué sobre el lenguaje no verbal.
Fuera de la habitación hay que mantenerlo todo al mínimo.
—Vale. —Le digo muy seria.
Me divierte lo paranoico que está con cualquier roce en cuanto salimos de la habitación, pero
sé que en el fondo tiene razón.
—Oye, lo de convencer al jefe para venir más veces contigo a Rusia ¿lo dices en serio?
Estoy temblando. Parezco una niña con su primer amor. Como ya está todo bastante complicado,
vamos a complicarlo un poco más.
—Sí, lo digo en serio, pero no creas que habrá muchas ocasiones. Por desgracia, una vez que se
firma el contrato, si no firmamos, los comerciales hemos terminado. Los técnicos toman el control
del proyecto. Vendríamos de vez en cuando, pero no creas que estaríamos aquí supervisando el
proyecto ni mucho menos.
—Pero, ¿habrá más proyectos no? —Le digo con mirada ansiosa.
—Sí, Lucía. Habrá más proyectos. El más difícil es el primero. Con una buena referencia como
esta es más fácil conseguirlos. Pero nuestra especialidad son los proyectos grandes llave en mano.
Ni hay tantos, ni tenemos la capacidad de ir a por todos. Pero tranquila que habrá más. De
momento, es muy importante que saquemos este adelante.
—Vale. —Se me escapa una sonrisa.
—Cuando una sonrisa es verdadera los ojos brillan y se forman unas pequeñas arruguitas
alrededor de los ojos. Como a ti ahora. Es otra manera de diferenciar si te están mintiendo.
Creo que independientemente del sexo, podría aprender bastante de Carlos. Se le notan los años
de experiencia.
—Y además, a ti, se te forman unos hoyitos súper sexys a ambos lados de la boca.
—Carlos, no me hagas esos comentarios si quieres que me concentre en la reunión, por fa.
Llegamos a la empresa de los rusos. Hoy no nos recibe la secretaria de las piernas
interminables y las tetas grandes. La de hoy es la misma que nos despidió ayer.
Nos lleva de nuevo a la misma sala en la que estuvimos el día anterior. Allí nos esperan Boris y
Viktor.
Tras saludarnos, Boris toma la palabra mientras Viktor queda a la escucha.
—Señores. Su oferta técnica tiene algunos retoques que hacer, pero su oferta económica nos
parece inaceptable. Como les comuniqué ayer disponemos de una ingeniería ucraniana que nos
ofrece mejores condiciones económicas con un nivel técnico ligeramente superior. Por lo tanto,
creo que nuestras negociaciones se han terminado.
Lo dice con su chulería habitual. Mirando fijamente a los ojos de Carlos. Casi sin parpadear.
Este tipo es inaguantable. No me imagino cómo sería trabajar para él.
Miro a Viktor y su cara está seria. Como de piedra. Me fijo en lo que me dijo ayer Carlos de
sus manos. Ahora sus dedos están entrelazados, no tiene las yemas de los dedos unidas como
cuando está más relajado. Creo que es un farol. Espero que sea un farol.
Dudo si decírselo a Carlos, pero tendría que hacerlo en español y no sería educado intervenir
así. No quiero estropearlo por pasarme de impetuosa. Espero que Carlos se haya dado cuenta
también.
Carlos toma la palabra. Empieza por la parte técnica. Se dirige principalmente a Viktor. Conoce
bien a la empresa ucraniana de la que Boris está hablando. Compara su tecnología con la nuestra
con gran detalle, incluso proyectando sobre una pantalla planos y especificaciones técnicas del
tipo de instalación y de los productos empleados. En caso de una bajada o subida extrema de las
temperaturas la instalación de la empresa ucraniana podría verse comprometida, pero la nuestra
aguantaría unos cuántos grados de menos o de más. Una parada no programada en una instalación
tan cara es un auténtico desastre. Nuestras especificaciones son más eficientes también en cuanto
al consumo de energía.
Carlos propone a Viktor correr una simulación del consumo de energía de nuestra propuesta
frente a la propuesta ucraniana.
En ese momento Boris intenta interrumpir volviendo a la oferta económica, tachándola de
inaceptable. Sin embargo, Viktor le pide seguir escuchando lo que Carlos tiene que decir e
informa a Carlos de que está muy interesado en correr una simulación comparando las
especificaciones técnicas de ambas ofertas.
Boris no disimula su enfado. Es mucho más impulsivo, pero se le ve menos experimentado.
Carlos y Viktor cargan un programa en el ordenador donde van metiendo las especificaciones
técnicas de distintas fases del proyecto al tiempo que, cambiando los distintos parámetros, van
simulando las diferentes condiciones de trabajo de la futura instalación.
La conversación entre Carlos y Viktor se va volviendo más y más compleja cada momento que
pasa. Yo me he perdido hace un rato, pero creo que Boris se perdió nada más empezar.
En cambio, entre Viktor y Carlos se nota una gran sintonía.
Carlos le explica cómo se comporta la instalación con cada cambio en los parámetros de las
condiciones de trabajo de los productos. Viktor asiente y hace millones de preguntas que a mí me
parecen muy complicadas, pero que son respondidas con prontitud por Carlos.
Viktor asiente y toma notas y más notas.
No puedo evitar sentirme orgullosa de Carlos. Me pregunto si sentiría lo mismo si no hubiese
nada entre nosotros.
La sucesión de cambios en los parámetros de las condiciones de trabajo es interminable. Veo a
Boris claramente desesperado. Pide de malos modos un café a una de las secretarias. Ni siquiera
pregunta a los demás si quieren algo.
Por fin, el programa termina de simular todas las condiciones de trabajo. El resultado son un
montón de números que Viktor exporta a una hoja de cálculo.
Mirando a Boris le informa de que la oferta técnica de nuestra empresa es plenamente solvente
y, de hecho, es mejor que la empresa ucraniana, pudiendo ahorrar mucho dinero a lo largo de los
años de vida de la instalación, sobre todo si se diesen picos extremos de temperatura. En el caso
de picos extremos podría evitar paradas no programadas.
Las yemas de sus dedos se tocan.
Boris vuelve a la carga.
Con su típica chulería nos dice que, aunque fuese así, la oferta económica de nuestra empresa es
inaceptable y que aquí se acaban las negociaciones.
Lo dice levantándose y señalando la puerta.
Me tiembla todo el cuerpo de la tensión. En cambio, Carlos no se inmuta. Parece relajado.
Supongo que la procesión va por dentro, pero ha aprendido a controlarse en ese tipo de
situaciones.
Yo estoy que me falta el aire. Podría darle un tortazo a Boris en cualquier momento o echar una
lágrima aquí mismo.
O las dos cosas a la vez.
Carlos toma la palabra con tranquilidad y proyecta los datos resumidos de la nueva oferta
económica.
Informa a nuestros anfitriones rusos de que hemos conseguido hacer algunos retoques y, sin
ninguna modificación en las condiciones técnicas, hemos conseguido rebajar el montante total de
la oferta económica en casi un cinco por ciento, que unido a los ahorros en consumo de energía
que pueden obtener a lo largo de los años de la instalación, al ser nuestros productos más
eficientes debería mejorar mucho las condiciones de la oferta en comparación con la empresa
ucraniana.
Boris se queda sin palabras. Miro a Viktor y veo que tiene media sonrisa en la boca.
Boris pide que le excusemos un momento y se lleva a Viktor fuera de la sala de reuniones.
Es justo lo que Carlos no quería, que hablasen entre ellos con calma en ruso, pero no podemos
evitarlo.
Todavía estoy temblando. Miro a Carlos para ver si saco algo de su expresión.
—Además de una batalla entre la empresa ucraniana y nosotros hay otra batalla entre Boris y
Viktor. —Me dice Carlos sonriendo.
—¿Cómo lo ves? —Le digo susurrando.
—Viktor quedó muy impresionado con la simulación de las especificaciones técnicas de los
productos. Somos superiores a los ucranianos. Ellos podrían ofertar ahora mejores productos de
los que han ofertado, pero se les dispararía el precio. Por mi experiencia creo que todavía vamos
algo por encima de los ucranianos en precio, pero con una oferta técnica notablemente mejor. Es
una planta muy cara la que van a construir. En un proyecto así deberían de tener en cuenta el
aspecto técnico. Cualquier parón en la producción por una avería sale carísimo y ellos lo saben.
—Vale. —Vuelvo a susurrar.
—No nos oyen ni nos entienden. —Me dice Carlos susurrando y riéndose de mí.
—Me tiemblan las piernas de la tensión.
—También te temblaban por la mañana. —Me dice sonriendo.
—Calla tonto. —Logra que se me escape una sonrisa y que me relaje un poco al tiempo que
muevo la cabeza y abro los ojos de par en par como diciéndole que no me puedo creer que haya
dicho eso aquí. Toma lenguaje no verbal.
Al cabo de un buen rato, para mí una auténtica eternidad, Boris y Viktor entran de nuevo en la
sala de reuniones.
Como las veces anteriores, es Boris quien toma la palabra.
—En contra de mi opinión, se ha decidido investigar más su oferta y abandonar la oferta de la
empresa ucraniana. Nuestros departamentos económico y jurídico se pondrán en contacto con los
suyos para cerrar los últimos detalles del contrato.
Boris ha sufrido una derrota y ya no está tan chulito, pero poco esperaba yo que iba a morir
matando.
Mirando a Carlos le dice que agradecería que “la señorita”, osea yo, fuese desplazada a San
Petesburgo mientras duren las obras de instalación de la planta, si es que usted puede
desprenderse de ella unos meses. Recalcando esta última parte de la frase.
Si las miradas mataran Boris estaría fulminado en el suelo, porque Carlos perdiendo su
compostura habitual le lanzó una mirada asesina que daba auténtico miedo.
Yo me quedé de piedra.
A continuación, dirigiéndose a mí en ruso tuvo el morro de decirme que no creía que mi jefe se
fuese a separar de mí vistas las miradas de amor que me dedicaba en el coche mientras veníamos.
Y lanzó unas risitas con su chulería habitual.
Pe-da-zo de hijo de hijo de la gran puta.
Mi cara cambió por completo. Se me aceleró la respiración y si no fuese porque nos jugábamos
mucho juro que le tiraba una silla a la cabeza.
La cara de Viktor era un poema. No sabía dónde meterse.
Carlos no necesitó entender ruso para darse cuenta de la situación. Perdiendo por completo su
perfecta compostura le dijo que en su empresa las personas estaban muy por encima de los
negocios, que sus comentarios sobraban y que además de ser una falta de educación dirigirse a mí
en ruso, no necesitaba entender el idioma para saber que los comentarios habían sido
inapropiados.
Y todo esto lo dijo en un tono de voz mucho más elevado de lo que le había oído nunca.
Viktor tuvo que intervenir para poner paz cortando la reunión de manera prematura mientras que
Boris seguía en la sala sonriendo con su actitud chulesca.
Casi corriendo, Viktor nos llevó hacia el coche que nos había recogido y se despidió de Carlos
diciéndole algo que no acerté a escuchar.
El chófer nos preguntó dónde nos dejaba y esta vez Carlos pidió que nos llevasen directamente
al hotel.
Durante todo el trayecto no hablamos ni una sola palabra. Yo miré a Carlos alguna vez de reojo,
y su cara parecía petrificada. No soy consciente de que Carlos me mirase en todo el trayecto, ni
siquiera de reojo.
Esta vez, el chófer de la empresa rusa tampoco habló nada. ¡Y menos mal!
Juro que si me dice algo le ahogo allí mismo con mis propias manos. ¡Qué cabronazo! ¿Cómo
se le ocurre ir con sus cuentos a su jefe? Aunque posiblemente eso es parte de su trabajo.
Observar por si puede sacar algo interesante para desestabilizar la negociación.
¡Increíble! Y caímos como tontos.
Aunque, realmente, el Boris éste se montó una película sobre nada. Quizá a ellos les parezca
algo raro, pero en España no tiene mayor importancia que un compañero de trabajo te sonría y te
guiñe un ojo para darte confianza.
Lo que nos mató fue la reacción que tuvimos ambos cuando Boris lo dijo en la reunión. Si nos
hubiésemos hecho los locos, como que no comprendíamos lo que decía, no hubiese pasado nada.
Supongo que en estos momentos nuestros sentimientos están demasiado a flor de piel. Y esos
sentimientos nos han traicionado. Si no hubiese nada entre nosotros y hubiese sido el típico guiño
de ojo sin malicia, esto no habría pasado.
Podría entender la reacción en mí, pero, ¿en Carlos? Con toda la experiencia que tiene y lo bien
que se sabe controlar…Quizá le gusto de verdad. Puede que realmente sea alguien especial para
él y de verdad esté enamorado de mí.
O, seguramente, sólo le dio rabia de que le pillasen en una trampa tan infantil y no pudo
contenerse.
No lo sé. Espero de verdad que sea la primera opción.
Y que me hable. Por favor.
Yo no tengo la culpa de nada. Está demostrando un comportamiento pueril que no esperaba de
él para nada. ¡Yo que le tenía tan idealizado! Se me está viniendo abajo.
Entiendo que nos jugamos muchísimo. No solamente un contrato importantísimo para la
empresa, sino también su prestigio personal y quizá su situación familiar.
Bueno, ¿y la mía qué? Pues también. A Alberto no le va a hacer mucha gracia, desde luego. Y la
fama que voy a tener en la empresa, ni te cuento. Más me vale cambiar de empresa y de ciudad.
Pero, es que realmente no pasó nada. Bueno, no pasó nada en el coche. Fue una película que se
montaron entre el chófer y el cretino de Boris. Si nos hubiesen pillado en la habitación esta
mañana lo entendería. Pero montar una película y sacar suposiciones por una sonrisa y un guiño de
ojo me parece muy excesivo.
Entonces, ¿por qué nosotros reaccionamos así?
Mi cabeza da vueltas y a cada minuto me cabreo más y más. Supongo que eso es lo que le pasa
también a Carlos y por eso lleva esa cara de perro.
No lo sé.
Por fin llegamos al hotel y nos despedimos del chófer de la empresa rusa con una mirada fría.
Gélida, más bien. De esas que cortan casi literalmente.
Cabronazo, ¡espero no volver a verte en mi vida! Es lo único que se me viene a la cabeza en
ese momento.
Casi tuve hasta que contenerme para no decírselo en ruso, para que lo entendiese bien.
Estoy súper cabreada.
Al llegar a las habitaciones le digo a Carlos que si podemos hablar un momento.
—Sólo un minuto, por favor.
Entramos en mi habitación y estallo.
—¿Pero tú en qué coño estabas pensando para reaccionar así en la reunión? —Le digo a Carlos
a voz en grito. ¿En serio le estoy diciendo esto? ¿Gritando?
—Yo me sé defender solita. No necesito que el caballero medieval venga a salvarme.
—No había pasado nada, fue una película que se montaron ellos y ni siquiera entendiste lo que
me estaba diciendo. ¿A qué coño vino esa reacción de macho alfa sobreprotector?
—Parecía que estabas compitiendo con Boris a ver quién de los dos es más imbécil o la tiene
más grande.
—Si no querías que nadie se enterase de nada ya vas por mal camino. Al igual que nuestro
contrato con la empresa rusa.
—Además, nosotros no tenemos nada para que vengas a salvarme. No eres mi pareja, ni mi
marido. Hemos follado una vez. Punto.
—Y aunque lo fueses, te repito que yo me salvo sola. No necesito que vengas tú en plan macho
troglodita a enfrentarte al cretino ese del Boris que es un completo imbécil.
La cara de Carlos es un auténtico poema. Su sonrisa ya no está. Su infinita seguridad ha
desaparecido. Solamente me mira.
—Lucía…
—Ni Lucía ni leches. No tengo más que decir, ¡ahí tienes la puerta, guapo! —Le digo dando
media vuelta y encerrándome en el baño.
A los pocos segundos oigo cerrarse la puerta y abrirse la de la habitación de al lado.

∞∞∞
Sueños de juventud

Me miro al espejo del baño y me rompo. No entiendo nada. No entiendo mi reacción. Estaba
enfadada porque Carlos no me hablaba y me pongo como una energúmena con él.
¿A qué ha venido todo esto? ¿Por qué lo he hecho?
Carlos tampoco tiene ninguna culpa.
¿Por qué me puse así con él?
Sé que no sentía nada de lo que le dije. Entonces, ¿por qué se lo dije? Y, además, a gritos al
pobre.
En el fondo me gustó que saliese a defenderme en la reunión aún a riesgo de estropearlo todo.
Pero es cierto que no era necesario. Sé defenderme yo sola. No soy una mujer que haya que
estar protegiendo todo el tiempo. Mi vida no ha sido nada fácil y he aprendido a defenderme.
Pero al mismo tiempo que me gusta, también me hace daño que haya sido capaz de jugárselo
todo por mí.
Si esto sale mal, no solamente perderemos el contrato, que yo creo que ya está perdido, pero
encima podría tener repercusiones muy graves en la empresa y en su familia.
Está casado y tiene un niño pequeño. Una posición de importancia dentro de la empresa. De
mucho prestigio.
Y, aún así, lo arriesgó todo para salir en mi ayuda.
Pero no hacía falta. Me muero de rabia. Fue una bobada. Un guiño. Una sonrisa en el coche. No
significa nada. Hemos sobre reaccionado. Sobre todo él. Fue una actitud tan infantil por su parte.
Y lo hemos estropeado todo.
Me tiro en la cama y no puedo retener mis lágrimas.
Soy imbécil. ¿Por qué me puse así con Carlos? ¿Por qué él no me contestó? Tampoco le dejé
contestarme. No le di opción.
Debería pedirle perdón, pero soy tan orgullosa. Con Alberto siempre tiene que ser él el que
pida perdón.
Sigo llorando hasta quedarme dormida.
Llaman a la puerta de la habitación. Abro los ojos y todo está oscuro. Pero, ¿qué hora es?
Miro el reloj. Son las siete de la tarde. He dormido cuatro horas del tirón. No me lo puedo
creer.
Abro la puerta y es Carlos.
—Lo siento peque. —Me dice al tiempo que me entrega un pequeño ramo de rosas rojas.
—Yo sí que lo siento, amor. No quería decirte esas cosas. No quería gritarte. No entiendo lo
que me pasó.
—No pasa nada, Lucía.
—Eres un cielo. No mereces que te haya dicho esas cosas. De verdad que lo siento, Carlos.
—¿Has estado llorando? —Me dice mientras levanta mi barbilla con mi mano derecha.
Miro de reojo al espejo del armario. Menudas pintas que llevo. Mi pelo está todo desmadejado
de la larga siesta. El rimen corrido por culpa de las lágrimas me hace ojos de zombi. La blusa
toda arrugada de dormir sobre ella. En bragas. Y menos mal que me quité los pantalones, que
estarían igual de arrugados que la blusa.
—Mira que pintas. —Le digo señalándome a mí misma.
—Tú estás guapa de todas las formas. Unas veces más y otras un poco menos. Pero siempre
guapa.
¡Su sonrisa ha vuelto!
¡Cómo echaba de menos esa sonrisa tan encantadora!
—Eso eres tú que me ves con buenos ojos. Ahora mismo no creo que pudiese ligar mucho.
—Pues sí. La verdad es que te veo con buenos ojos. Ya te he dicho que eres muy especial para
mí.
—Carlos, ¿de verdad me quieres?
—Creo que te lo he dicho ya como un millón y medio de veces, pero sí. Te quiero de verdad. Y
mucho.
—Es que me gusta oírtelo decir. Yo a ti también. —Le digo susurrando.
—Ya lo sé, Lucía.
Coloco las rosas en la mesa de la habitación y le tiro un beso a Carlos.
—¿Me dejas que me lave la cara un momento?
—Claro peque, aunque tengo que reconocer que esos ojillos en plan gótico, tienen su punto.
Me lavo la cara a toda prisa y me cepillo el pelo para que quede mínimamente presentable. Con
la blusa, poco o nada puedo hacer, así que se queda toda arrugada de momento.
Carlos está sentado en mi cama y me pide que me siente a su lado.
—Creo que la hemos cagado, pero bien, Carlos. Y lo que más me fastidia es que fue todo una
auténtica tontería. No teníamos que habernos puesto así. ¿Crees que se enterarán de todo esto en la
empresa?
—Espero que no, la verdad. ¿Qué van a decir? ¿Que no llegamos a un acuerdo porque casi
pegamos al hijo del jefe?
—Es que es un cretino. —Le digo riendo.
Carlos se ríe con mi comentario.
—Ya, dan ganas de darle en la cabeza, pero fuerte.
—En serio, peque. El acuerdo en sí, no tiene muy buena pinta, eso es cierto. La empresa ha
hecho un esfuerzo muy grande por intentar conseguirlo, pero no todas las ofertas se ganan. ¡Ojalá
fuese así! Pero que pase de ahí, lo veo difícil. No le veo muchas probabilidades.
—Sí, pero esas pocas probabilidades asustan. —Le digo abriendo mis ojos como platos.
—Sí, asustan, sí. Y mucho. Pero lo veo difícil. No te voy a decir que estoy muy tranquilo,
porque no es cierto. Para mí las consecuencias de que simplemente sospechasen en Madrid que
hay algo entre nosotros serían devastadoras. Supongo que para ti también.
—Sabes que no quiero hacer daño a mi familia por nada del mundo. Tú eres algo especial.
Todavía no sé cómo ha pasado, pero no quiero perderte. Estoy hecho un lío, la verdad, Lucía. Y
suelo estar muy seguro de las cosas. Esta situación me está desquiciando.
—No eres el único, guapo. —Le digo soltándole un beso en la mejilla.
—Carlos, en cuanto a lo de antes… en serio que lo siento mucho, y no suelo pedir perdón, que
soy muy orgullosa. En el fondo sí que me gustó que salieses en mi defensa. Fuiste un idiota,
porque te juegas mucho, pero me gustó.
—Lo otro que te dije de que no éramos nada. Olvídalo, por favor. Sabes que no lo sentía. No sé
qué me pasó. No suelo ir a hacer daño de esa manera, y menos haciéndomelo a mí misma. Quiero
pensar que lo nuestro no es una aventura, al menos para mí no lo es. Y creo que para ti tampoco.
—Para mí tampoco lo es, peque. No sé si te lo crees o no, pero nunca he tenido una aventura, a
pesar de que dedicándome a las ventas internacionales es bastante fácil. Pero nunca he tenido
ninguna. Y si fuese a tenerla, nunca pensé que sería con una compañera de trabajo, incluso alguien
tan radiante como tú.
—Lucía, son sentimientos auténticos. Sentimientos intensos que estaban casi olvidados. Eres
muy especial, pero creo que ya te lo he dicho ¿no?
—Alguna vez, pero por mí puedes seguir diciéndolo todo lo que quieras. Me encanta
escucharlo.
—Por cierto, Lucía. Ya sé que no necesitas que te defiendan. Una de las cosas que más me
gustan de ti es que eres una mujer muy fuerte. Con mucho carácter. Pero en ese momento ni
siquiera pude pensar. Tenía que echarte una mano. No pensé en si lo necesitabas, que seguro que
no, ni en las consecuencias. Tenía que haber sido un poco más reflexivo. Pero lo volvería hacer
una y mil veces.
—Tonto.
Sonrío. Seguro que es una sonrisa de niña boba. Pero es que cuando me dice esas cosas me
derrite. Beso sus labios y me quedo mirándole.
—¿Qué?
—Nada. Te miro. ¿No puedo mirarte?
Carlos me sonríe de nuevo.
—Sabes que puedes mirar todo lo que quieras.
—Siento haber estropeado la escapada de turismo romántico en nuestra última tarde libre.
—Eso sí que no te lo perdonaré nunca, Ivanova. —Me dice sonriendo.
—Para compensarlo, tendrás que acompañarme a cenar algo rápido y luego, de castigo, al
teatro Michailovsky. Espero que te guste el ballet, si no problema tuyo porque es tu castigo.
—¡Ballet en el Michailovsky! ¿Me estás vacilando? ¿Me lo dices en serio? ¿Cómo has
acertado?
—¿He acertado? ¿Eso es un sí?
—¿Sabes que de pequeña hice ballet? Hasta los catorce años. El sueño de todas las niñas de la
escuela de ballet era bailar un día en el Michailovsky. ¡Me encanta! Y, además, con la pasta que te
debes haber gastado en las entradas, como para decirte que no.
—Ya decía yo que con ese cuerpecito y esa flexibilidad tenías que haber hecho gimnasia o
ballet.
—Eres un pervertido, Carlitos.
—Te dejo que te arregles. Tendremos que ir un poco elegantes. Te recojo en media hora ¿vale?
—Vale. ¡Qué pasada! Te quiero.
—Y yo a ti. Espabila.
—Eso no anula el masaje que me habías prometido ¿no?
—No.
—No te libras. Le digo susurrando y moviendo mi dedo índice.
La cena fue rápida, pero estuvo muy bien. Me siento increíblemente bien a su lado. Demasiado
bien. Cuando estoy a su lado me olvido de todo y creo que él también. Eso es lo malo. No está
bien. En breves momentos me entran dudas. Me acuerdo de Alberto. Del daño que le haré si llega
a enterarse. Se me pasa pronto, es cuestión de segundos. Quizá ni eso. Pero sé que cuando no esté
junto a Carlos la cosa va a ser diferente.
¿Tiene algún futuro esta situación? Supongo que no. Pero no quiero que se acabe.
Cualquier duda que tuviese se disipó al entrar en el Teatro Michailovsky. Mi sueño hecho
realidad. ¡Qué pasada! Casi me muero al entrar. Estoy segura de que parecía una paleta mirándolo
todo. Carlos sonreía a mi lado. Estaba radiante. No se puso chaqueta y corbata como yo esperaba
sino un cuello cisne negro que realzaba su torso y una chaqueta que le quedaba a las mil
maravillas. Si no fuese porque el teatro me impresionaba más todavía, daban ganas de comérselo.
Y el teatro Michailovsky era para impresionar. Uno de los más antiguos de Rusia, se dedica a
grandes actuaciones de ópera, teatro y ballet. Todo en él es majestuoso. De la época en la que en
San Petesburgo corría el dinero de manera ilimitada.
Y majestuoso es el palco privado al que nos conducen. Miro a Carlos con ojos de decirle,
¿pero qué haces?...te vas a dejar el sueldo.
—Es nuestra última noche en San Petesburgo, peque. Quiero que sea inolvidable.
—Inolvidable va a ser en cuanto lleguemos a la habitación. —Le digo susurrando y poniendo
cara de mala.
La actuación es absolutamente soberbia. Ese día la compañía de ballet ejecutaba la obra “La
Bayadera”.
—Muy apropiado para la ocasión. —Le digo a Carlos con un guiño.
—¿Por?
—No sabes nada de ballet, ¿no? Te tengo que llevar más a menudo, Carlos. —Le digo
sonriendo.
—La obra se desarrolla en la India, tu país favorito. Trata de engaños amorosos, celos y los dos
protagonistas mueren al final de la obra. No sé qué pensar, Carlos.
Me muero de risa al ver la cara de Carlos. Evidentemente no tenía ni idea ni de la obra que iban
a representar ni de qué trataba la obra.
—Ni idea. —Me dice con cara de despistado—. Espero que ni tu ni yo vayamos a morir.
—Ya, de este tema sé un cacho más que tú…
—Eso no es difícil, no te tires flores. —Me dice riendo.
No sé si a Carlos le gustó la actuación. Creo que sí, al menos eso me dijo. Supongo que le
hubiese gustado más aprovechar con disimulo el palco privado para ver y tocar al mismo tiempo,
pero en vista de que yo estaba absolutamente extasiada disfrutando de la actuación se contuvo.
Pienso que si me llega a interrumpir para meterme mano le cae un tortazo. Hay un lugar y un
tiempo para todas las cosas y un templo del ballet como este hay que respetarlo.
Yo, por mi parte, no sabía si había muerto y estaba en el paraíso o si seguía en la tierra.
Necesito ganar más dinero para darme estos lujos de vez en cuando. ¡Qué maravilla! La
representación fue perfecta. La acústica del teatro no es de este mundo. Los bailarines
absolutamente brillantes. Daría lo que fuese por poder bailar así. Sé lo duro que es. La cantidad
de horas que pasé ensayando hasta que me sangraban los pies. Y ver esa perfección me maravilla.
—Gracias Carlos. No olvidaré nunca esta noche. Te lo juro. —Es lo único que le pude decir
con ojitos de cordero degollado al terminar la actuación, al tiempo que se me escapaban unas
lágrimas de felicidad y emoción.
Volvimos caminando al hotel. Es lo bueno de tener un hotel tan céntrico, está todo cerca. Yo
seguía flotando en las nubes. Me daban ganas de abrazar a Carlos. De besarle. De bailar. Pero
recordé lo que me dijo la noche anterior. Nunca se sabe con quién te puedes encontrar en una gran
ciudad. Me tuve que reprimir. Aunque costó lo suyo.
—¿Qué te apetece hacer mañana Lucía? El avión no sale hasta las cuatro de la tarde. Tenemos
toda la mañana libre para nosotros.
—No sé. Quizá tengas que pasar la mañana descansando. La noche es joven y tú ya tienes tus
años. —Le digo con mirada pícara arqueando mis cejas.
—No me asustes.
∞∞∞
Última noche

Llego al hotel con muchos problemas para intentar contenerme. Daría cualquier cosa por caminar
de su mano por San Petesburgo. Por poder abrazarle en plena calle. Así, porque sí. Sin un motivo.
Sin miedo a que nadie nos vea. Me duele en el alma que eso sea imposible.
Imposible hoy, y posiblemente siempre.
No quiero que el día se termine. Me gustaría que durase para siempre. Supongo que en eso
consiste estar enamorado, cuando no quieres que el día se termine nunca. Cuando deseas que ni
siquiera los sueños puedan separarte de la persona a la que amas.
Sólo pienso en que es nuestra última noche en San Petesburgo. Nuestra última noche juntos.
Espero que haya más noches a su lado. Pero no lo sé. No lo puedo saber. Carlos volverá con su
familia. Yo volveré con Alberto. Y la vida seguirá igual que siempre. O quizá no. De momento
solamente sé que tengo que aprovechar mi última noche a su lado.
Le miro. Una mirada mezcla entre amor, deseo y melancolía. Es un sentimiento profundo, de los
que salen del mismísimo fondo de tu corazón. Me siento tan viva a su lado. Quizá sea la novedad.
Quizá el lado prohibido de nuestra relación.
¿Es una relación? Sí, al menos para mí sí lo es. Algo que sé que no tiene futuro. Algo que sé que
está prohibido. Que está mal. Que seguramente se acabará mañana. Pero vaya si es una relación.
Tan intensa que me está matando. De amor, de dudas y de culpa.
—¿En qué piensas Lucía? Te noto con la mirada un poco perdida.
—En ti, en mí, en nosotros, en todo esto. Es de locos Carlos.
—Es que el amor es loco, Lucía. El verdadero amor no se puede controlar. Surge de repente y
no puedes pararlo. Es un sentimiento tan profundo y tan intenso que no puedes sujetarlo con las
leyes de la razón.
—Pero, ¿has pensado en lo que pasará a partir de mañana entre nosotros? ¿Se acaba para
siempre? ¿Podemos seguir de alguna manera? ¿Podemos tener una relación “oficial”?
Sé que la respuesta a la última pregunta es no, pero la hago más para mí que para él. Es una
pregunta que me he hecho varias veces estos dos días, y que tengo la sospecha de que me haré
muchas más veces en el futuro.
—Vamos pasito a pasito, Lucía. A ver qué se puede hacer. Lo que no podemos hacer es
arriesgarnos. Una cosa es estar juntos de viaje y otra muy distinta Madrid. Sé que es muy difícil no
pensar en ello, pero creo que tendremos que ir viendo cómo se desarrollan las cosas.
Carlos me sonríe, pero no es esa sonrisa cargada de seguridad de otras veces. Su sonrisa ahora
es algo más forzada. Deja ver un trasfondo de duda. Imagino que está pasando por algo similar a
lo mío. Odio esta situación y tengo el presentimiento de que va a empeorar notablemente.
Cuando el ascensor llega a nuestro piso, Carlos me dirige a su habitación. Pone sus manos en
mi cintura y me acerca a él con suavidad. Retira el pelo de mi cara con sus dedos y me besa en la
frente.
—¿Tienes el aceite de masaje Carlos?
—Claro, un trato es un trato.
—Pues cambio de planes. El masaje te lo voy a dar yo a ti.
—No, no, no. Me dice gesticulando con su dedo índice. Un trato es un trato y no se puede
romper. En todo caso esperarás tu turno. La noche es joven, tú misma lo has dicho.
A regañadientes acepto. Me apetecía un montón darle un masaje por todo su cuerpo. Era una
gran oportunidad para acariciar todos sus músculos, pasar mis manos sin prisa por su espalda. Por
su torso. Pero, en fin, el otro plan tampoco es que esté nada mal.
Veo a Carlos colocando dos toallas de baño sobre la cama. Mirando su habitación no puedo
evitar pensar que es una persona muy ordenada. Todo lo contrario de lo que yo soy.
Estoy segura de que debió de alucinar con mi habitación. Todo descolocado. La ropa sucia
apilada en el armario. Braguitas por el suelo. Un desastre. Carlos lo tiene todo bien colocadito,
cada cosa en su sitio.
—Quítate toda la ropa y túmbate en la cama boca abajo. —Me dice Carlos señalando las
toallas que acaba de colocar sobre la cama.
—¿Así que me pongo mi mejor ropa interior de tul transparente con encaje para nada? Pues
vaya plan Carlitos.
Carlos me mira sonriendo al tiempo que me voy desnudando.
—La verdad es que es una ropa interior preciosa. No deja nada a la imaginación. Me encantan
tus pezoncitos asomando a través del sujetador. ¡Y te has depilado ahí abajo! No me lo puedo
creer.
—Aunque no te lo creas es la primera vez en mi vida que me depilo por completo la vagina.
Mira si eres especial.
Según se lo digo me viene a la mente que Alberto va a alucinar cuando me vea mañana. Me lo
había pedido varias veces y nunca sentí la necesidad. Tengo muy poco pelo y alguna vez me había
depilado en parte, pero no totalmente. Siempre le decía que el día que se depilase él lo haría yo.
Que él tiene mucho más pelo.
Y estos días que he estado con Carlos totalmente depilado tanto el torso como sus partes
íntimas he descubierto que me gusta mucho más así. Prefiero besar y pasar mi lengua por su piel y
no andar encontrándome pelos cada dos por tres.
—Pues te lo agradezco mucho, de verdad. Tiene mucho valor para mí, aunque sabes que no era
necesario. Me gustaba mucho también como antes. Ahora resbalará mejor el aceite.
—¿Me tumbo boca arriba con las piernas abiertas?
—No seas mala, Ivanova. Boca abajo y con las piernas cerradas.
Me tumbo en la cama sobre las toallas y cierro los ojos al tiempo que oigo que Carlos se mete
en el baño y abre el grifo.
—Amor, ¿No te irás a duchar ahora no? Y te puedes desnudar aquí. ¿O es que te da vergüenza?
Oigo a Carlos reírse. Una risa relajada. Hermosa.
—Estoy calentando el aceite y mis manos bajo el grifo de agua caliente para que no tengas frio.
Jo-der, ¡Qué detalle! Este tío es para comérselo con patatas. Me encanta. Es un cielo.
Por fin sale del baño, desnudo, con el aceite en la mano. Le miro y me dan ganas de saltarme el
masaje, pero cierro los ojos deseando sentir sus manos sobre mi cuerpo.
—Lo ideal sería apagar las luces y poner unas velas, pero no quiero que salte la alarma de
incendios del hotel, así que por hoy tendremos que arreglarnos así.
—Tengo los ojos cerrados. —Le digo riendo.
—¿Haces esto de los masajes muy a menudo? —Pregunta equivocada. Según termino me doy
cuenta de que sobran las preguntas personales y más en estos momentos. Mierda.
—Pienso que los masajes son una de las claves para ganar intimidad en una pareja, y esa
intimidad se transmite en mejor sexo y mejores relaciones de pareja en general. Incluso uno de los
ejercicios básicos del Tantra es simplemente estar desnudos juntos sin hacer nada, para aumentar
la intimidad de la pareja.
—Pero respondiendo a tu pregunta, no, no lo hago muy a menudo de hecho hace mucho que no
lo hago. Entre lo poco que estoy en casa, el niño, y que a mi mujer no le van mucho estas cosas
solemos tener un sexo más tradicional. Y por favor, Lucía, prefiero no hablar de mi vida familiar
privada, igual que yo no te pregunto por tu sexo con Alberto. ¿Lo entiendes, verdad?
—Perdón. Tienes razón. Me di cuenta según acabé la frase. Lo siento.
Joder, estoy celosa. En vez de estar disfrutando de la situación estoy celosa. Pienso en su mujer.
Si yo le tuviese para mi haríamos todo el repertorio tántrico de seguido. ¿De verdad se conforma
con sexo tradicional con este tío? Si es un chollo encontrar a alguien con intereses fuera de lo
tradicional, pero sin cosas raras. Lo que más me fastidia es que Alberto lleva el mismo camino.
Cada vez experimentamos menos. Cada vez tenemos un sexo más predecible. Es bueno, no me
quejo. Pero no tiene nada que ver. Y eso sin niños y sin cumplir los treinta.
Siento el aceite caliente cayendo sobre mi espalda. Mis pensamientos desaparecen. ¡Qué
placer! Carlos lo deja chorrear poco a poco por mi columna vertebral. Desde mi nuca hasta mi
culo. ¡Madre mía! ¡Qué pasada!
—El aceite es normalito. Me hubiese gustado conseguir un aceite más perfumado. También
haber podido usar algún tipo de estimulador del olfato como incienso o pétalos. Pero hubo que
improvisar.
—Shhh, Carlos…no hables…por fa…
A continuación, echa aceite en mis piernas de la misma manera. Dejándolo chorrear poco a
poco, desde mis tobillos hasta casi mi culo. Es una sensación increíble.
Pensé que empezaría por mis hombros, pero siento sus manos en mis gemelos. Siento cómo sus
dedos resbalan por la parte inferior de mis piernas. Es muy relajante. Me gustaría que fuese algo
más arriba, pero me relaja.
Poco a poco pasa a la parte de atrás de mis muslos. Pasa sus dedos lentamente, esparciendo el
aceite caliente por mis piernas.
—¡Qué piernas tan fuertes Lucía! No lo parecen al ser tan delgada. ¿Vas mucho al gimnasio?
—¿Qué dijimos de no hablar? Son años de ballet de cuando era niña.
—Perdona, es que me sorprendió.
Al terminar con mis piernas noto que pone más aceite en sus manos y las pasa por mi nuca.
Aprieta algo más fuerte con sus dedos mi nuca y mis hombros, haciendo círculos. Es justo lo que
necesitaba. Me podría acostumbrar a esto sin problema.
Baja con suavidad por toda mi espalda, lentamente, sin prisa. Sus manos hacen unos círculos
maravillosos, como si estuviesen bailando. Sí, es un ballet entre sus manos y mi piel.
Estoy relajada y excitada al mismo tiempo. Me quedaría recibiendo este masaje toda la vida, y
al mismo tiempo me gustaría girarme y tomar su pene entre mis manos.
Carlos sigue masajeando toda mi espalda. ¡Qué maravilla!
De repente, siento chorrear de nuevo el aceite, ya está templado. Esta vez chorrea entre mis
nalgas, por mi culo. Abro las piernas instintivamente deseando que parte del aceite baje por mi
vagina. Se me escapa un suspiro profundo.
Carlos pasa sus manos por mi culo con una delicadeza extrema. Sigue con sus círculos, con su
baile. Separa mis nalgas y me vuelve completamente loca. Imagino sus ojos viendo como mi sexo
se abre para él al separar mis nalgas. Siguiendo con los círculos las vuelve a cerrar y a abrir. Una
y otra vez. Cada vez que separa o cierra mis nalgas lo siento en los labios de mi vagina, que se
abren y cierran con ellas. Es un placer increíble. Se me escapan pequeños gemidos cada vez que
lo hace.
Baja más sus manos hasta el comienzo de mi culo. Me está volviendo loca. Abre mis nalgas
desde abajo y noto mis labios abriéndose. Carlos echa un poco de aceite sobre mis labios abiertos
y parte entra en el interior de mi vagina. Grito de placer. Carlos me da un golpecito en el culo
pidiendo que baje la voz, que estamos en un hotel.
No me importa. Fue una sensación increíble. Como una descarga eléctrica por todo mi cuerpo
partiendo desde el interior de mi vagina. Y solamente estamos empezando.
Carlos pide que me gire. Lo hago y me quedo boca arriba completamente desnuda. Cierro los
ojos. Sigo sin estar a gusto con mis pechos y eso me crea un poco de inseguridad, pero no es el
momento de pensar en eso.
Noto el aceite chorrear por mis piernas. Carlos masajea mis muslos con delicadeza. Cada vez
que su mano sube hasta acercarse a mi pelvis dejo escapar un suspiro. Sus manos se detienen en la
parte de arriba de mis muslos y separa mis piernas para masajear su parte interior. Arqueo la
espalda y abro las piernas ofreciéndole lo más profundo de mi cuerpo.
—Shhh, despacio. Ahora relájate, Lucía. Pronto llegaré ahí.
Noto sus manos en mi vientre. Resbalando por mis caderas. Masajeando mi pubis. No puedo
más.
Sigo con los ojos cerrados. Ahora el aceite cae sobre mis pezones. Los siento endurecerse aún
más, esperando con ansia los dedos de Carlos sobre ellos.
Por fin llega a mis pechos. Los acaricia con suavidad, por toda su superficie. Pasa las yemas de
sus dedos alrededor de mis pezones, pero sin tocarlos. ¡Tócalos! ¡Acarícialos!
Vuelvo a arquear mi espalda de placer. Sus manos siguen recorriendo toda la superficie de mis
senos hasta que por fin sus dedos llegan a mis pezones. Carlos juega con ellos. Pasa sus dedos a
su alrededor y por encima. Con la yema de sus dedos los masajea con suavidad. Suaves pellizcos.
¡No puedo más! Estoy súper excitada. La relajación se ha ido para dar paso a un sentimiento de
excitación como jamás había sentido. Abro los ojos, pero Carlos me pide que los cierre.
Sus manos descienden ahora lentamente por mi vientre, mi pubis y sus dedos pasan por mi
vagina como si fuesen una pluma. Gimo.
Quiero sus dedos dentro de mí, pero me temo que me hará sufrir un poco más.
—Ahora llega la mejor parte. —Me dice susurrando.
Yo no puedo esperar más. Instintivamente abro mis piernas dejándole ver toda mi vagina.
Imagino mis labios separados, abiertos como una flor, dejando ver su interior.
—Lucía, tienes la mejor vagina que he visto nunca.
Lo ha dicho de manera tan sensual que no sé cómo tomarlo.
—Tonto, serán todas parecidas.
—Para nada. Tienes unos labios absolutamente simétricos. Tus labios interiores abiertos son
una obra de arte. Como una flor perfecta. Dejan ver el interior de tu vagina de un rosa brillante
precioso. Y ese clítoris pequeñito que empieza a asomar es la guinda que culmina una vagina
perfecta.
Jamás pensé que hablar de mi vagina me iba a excitar tanto, pero oírselo decir me está
volviendo loca.
Carlos echa un poco más de aceite directamente sobre mis labios. Me estremezco de placer.
Con su dedo índice extiende el aceite templado por toda la superficie, subiendo hasta mi clítoris.
Me hace estallar de placer. Vuelvo a gritar.
Ya ni se molesta en pedirme que baje la voz. Va a ser una causa perdida.
Con cada una de sus manos acaricia el interior de mis muslos. Extiende el aceite por la parte
externa de mis labios y luego los separa con sus dedos. Desliza sus dedos por el interior de mi
vagina sin meterlos dentro.
Gimo. Quiero su pene dentro de mí.
Carlos sigue masajeando mis labios. Abriéndolos de vez en cuando para acariciar su interior.
Cada vez que lo hace me pone a cien. Todo mi cuerpo tiembla. Me siento totalmente abierta. No sé
si es el aceite o yo misma, o quizá los dos, pero estoy goteando.
Sube hasta mi clítoris. Separa la piel y lo descubre por completo. El toque de sus dedos sobre
mi clítoris me provoca un estallido de placer. Es una sensación increíblemente intensa.
—No puedo más, Carlos, de verdad. No puedo más.
No me hace ni caso. Ignora mis súplicas y sigue haciendo círculos sobre mi clítoris con la yema
de uno de sus dedos, mientras que con su otra mano separa la piel que lo cubre.
Gimo, suspiro, tiemblo. Es como si me traspasasen corrientes eléctricas por todo mi cuerpo.
Siento que voy a tener un orgasmo. Carlos sigue sobre mi clítoris. Su tacto es delicado, en su justo
punto. Es un placer indescriptible. No puedo más.
—Carlos, no puedo más, para, por favor. Me voy a correr. Quiero hacerlo con tu pene dentro de
mi cuerpo.
—Ohhh —Grito de placer arqueando todo mi cuerpo al tiempo que tengo uno de los orgasmos
más intensos de mi vida.
Me dejo caer por completo sobre la cama y abro los ojos. Carlos me mira con una sensación
entre asombro y excitación.
—¿Has tenido un orgasmo?
—¿A ti qué te parece? —Las preguntas de los hombres a veces me sacan de quicio.
—¡Sí que eres sensible!
Por unos segundos me invaden los celos y vuelvo a pensar en su mujer. Por la cara que ha
puesto, lo de tener orgasmos mientras le acarician el clítoris no debe prodigarse mucho. ¡Qué
suerte tienen algunas y qué poco la aprovechan!
Carlos se tumba a mi lado y acaricia mi mejilla.
—¿Quieres descansar un poco?
—¿Descansar de qué Carlos? No soy un tío. Puedes seguir. Quiero más. Quiero otro. Ahora
mismo necesito que entres dentro de mí, joder. Con tus dedos, con tu pene, con lo que sea. Estoy a
cien.
Carlos me mira con cara de asombro y sonríe. Una sonrisa diferente. Como de orgullo. Como
pensando “estoy que me salgo”.
Vuelve a acariciar mis labios y a separarlos, aunque no necesitan mucha ayuda. Sube de nuevo
hasta mi clítoris.
Tomo su mano con la mía y la desplazo más abajo.
—Dentro, por favor, ahí estoy demasiado sensible en estos momentos.
Separando con suavidad mis labios introduce uno de sus dedos. Lo gira. Sigue haciendo
círculos. ¡A este hombre le encantan los círculos! Pero está bien. Genial.
Mete un segundo dedo y empieza a masturbarme con ambos. Al principio los mueve lentamente,
pero va aumentando la velocidad a medida que aumenta mi placer.
Con el pulgar de su otra mano vuelve a mi clítoris. Lo acaricia con una mano al tiempo que me
mete dentro los dedos de la otra.
Vuelvo a estar súper excitada. Suspiro, jadeo. Oigo su respiración entrecortada mientras me
masturba.
Presiona con las yemas de sus dedos la parte de arriba del interior de mi vagina. Me está
volviendo loca. Si no acabase de tener un orgasmo tendría otro ahora mismo.
—Fóllame ya, Carlos.
Carlos me mira como pensando que a qué vienen tantas prisas. Pero ahora mismo necesito un
pene. Los dedos están bien, pero un pene es un pene.
Se levanta hacia la mesita donde tiene la caja de preservativos.
Agarro su mano y le empujo con fuerza sobre la cama. Siento su cuerpo sobre el mío. Siento su
pene duro cerca de mi vagina.
Abro las piernas y tomo su pene con mi mano derecha. Lo paso por los labios de mi vagina y le
siento suspirar.
—Voy a por un preservativo, Lucía.
—Espera un poco. Antes deja que me masturbe con esto.
Carlos me mira con cara de resignación, pero creo que lo está deseando tanto como yo.
Froto su pene por toda la superficie de mis labios. Los separo. Froto el pene en su interior. Lo
subo hasta mi clítoris. Siento la excitación de Carlos. Siento mi propia excitación. Bajo su piel
para que su glande sienta la suavidad de mi vagina. Lo paso por el interior de mis labios. Lo froto
en mis labios menores. Oigo a Carlos jadear.
Lo meto dentro de mí. No puedo más. Carlos entra con fuerza. Creo que él tampoco podía
esperar mucho más. Ya se preocupará “don perfecto” del detalle del preservativo más tarde.
Puede que yo luego también me preocupe. Pero eso será luego.
Siento el pene de Carlos entrar dentro de mí una y otra vez. Siento el peso de su cuerpo sobre el
mio. Me encanta sentir su cuerpo. Me besa con pasión al tiempo que noto sus embestidas cada vez
más fuertes. Muerdo sus labios. Siento cómo jadea.
—Sigue, justo ahí.
Carlos se apoya ahora sobre sus brazos y sigue sobre mí. Me vuelve loca ver su fuerte torso
mientras me hace el amor. Acaricio su pecho. Acaricio sus pezones. Los siento duros entre mis
dedos. Se los pellizco con suavidad. Carlos gime.
Estoy a cien. Clavo mis uñas en su espalda. Agarro su culo con mi mano derecha y le empujo
dentro de mí. Le quiero muy dentro. Quiero tenerle en el fondo de mi cuerpo.
Me sorprende lo fuerte que me está haciendo el amor. La vez anterior había sido muy delicado.
Ahora está lleno de pasión. Me gusta. Está muy excitado.
Carlos empuja con fuerza jadeando, vuelve a tumbarse sobre mí y gime a mi oído. Me vuelve
loca sacar su lado salvaje. Me excita. Me está poniendo a cien. Me penetra con fuerza. Siento que
voy a tener otro orgasmo.
Carlos sigue gimiendo cerca de mi oído. No puedo más. Me estremezco y tengo otro orgasmo
casi tan intenso como el anterior. Carlos sigue penetrándome con fuerza y le oído gemir. Noto su
semen caliente en el fondo de mi vagina.
Esa sensación me vuelve absolutamente loca sentir el semen caliente dispararse dentro de mi
justo después de haberme corrido.
Carlos se tumba a mi lado. La cama está empapada. Nos miramos.
No quiero que la noche termine nunca.
No quiero que mis sueños me separen de Carlos.

∞∞∞
Leyendas de la Madre Rusia

Tumbada en la cama, al lado de Carlos, me siento relajada, segura. Mi mente está en blanco.
Solamente quiero sentir el momento. Ya no tengo sentimiento de culpa. No quiero pensar en si esto
está bien o está mal. Sólo quiero estar a su lado.
—¿Qué te apetece hacer mañana, Lucía?
Carlos me saca de golpe de mi mundo. Esperaba esa pregunta, pero me debato entre varias
opciones. Hay demasiado que ver y una sola mañana. ¡Ojalá pudiésemos estar aquí una semana
más! ¡Ojalá pudiese estar con Carlos para siempre!
—Hay demasiadas cosas para ver, Carlos. ¿Tienes algo en mente?
—Tendría que comprar algo típico y ¿quizá visitar el Hermitage?
—¿El Hermitage? Con una mañana no tenemos ni para empezar a visitar el Hermitage. Si
quieres decir que has estado allí, vale. Pero visitarlo de verdad llevaría mucho más tiempo.
Quizá es que yo me eduqué en las tradiciones rusas, pero, a veces, los comentarios de Carlos
me descolocan un poco. El Hermitage tiene un tamaño enorme y las obras expuestas son una
auténtica maravilla. Dedicarle una mañana es un auténtico pecado. Tan sólo pensar en poder hacer
algo sexual aprovechando el palco privado en el teatro Michailovsky como ayer, es una falta de
respeto.
Viaja mucho, pero no utiliza sus viajes para aprender. Si yo tuviese esa oportunidad…Es una
auténtica enciclopedia en temas relacionados con el trabajo, pero podría aprovechar mucho más
esos viajes.
—¿Qué querías comprar?
Me vuelve a dar un pequeño ataque de celos. Bueno, quizá no tan pequeño. Ya me imagino para
quién es el regalo.
—No sé, algo típico, quizá alguna Matrioska bonita y algo de joyería.
Ya no tengo que imaginar para quién es el regalo. Me muero de celos.
—Sabes que las Matrioskas tienen su origen en Japón ¿no?
Carlos me mira sorprendido.
Un empresario ruso trajo una desde Japón representando a sus divinidades. A continuación, un
artista ruso se inspiró en las campesinas locales o “Matrionas”. Las llevaron a la Exposición
Universal de París en 1900 y fueron un éxito. Desde entonces se las vendemos a los turistas. —Le
digo con aire de superioridad empujada por un ataque de celos, mientras Carlos se me queda
mirando con cara de no entender nada.
¿Pero qué estoy haciendo? He tratado de hacerle daño. ¿Por qué? No puedo estar celosa. Todo
lo contrario. Él tiene su vida. Yo la mía. Ahora mismo estamos juntos y no sabemos cuánto va a
durar. Ni siquiera sabemos si se volverá a repetir. Tengo que vivir el momento. Su mujer no me ha
hecho nada. Más bien se lo he hecho yo a ella. Sentir celos es ridículo. Lo sé. Pero solamente
pensar en que mañana por la noche estará en la cama con ella, pensar que hará el amor con ella y
no conmigo. me pone celosa.
Me giro arrepentida y le miro a los ojos sonriendo.
—Pero poca gente lo sabe. De hecho, hay una leyenda muy bonita sobre su nacimiento. Te la
voy a contar para que se la cuentes a la afortunada persona que va a recibir tu regalo.
—Cuenta la leyenda que había un carpintero ruso llamado Sergey. Salió a buscar madera para
hacer algún objeto que poder vender y todo el bosque estaba cubierto de nieve. Buscó y buscó y
toda la madera estaba mojada y no le servía. Cansado, decidió volver a su casa. De repente,
observó un trozo de madera muy especial en un árbol. El trozo de madera más bello que jamás
había visto.
—Lo cortó y decidió, después de pensarlo durante varios días, hacer una talla de una muñeca.
Consiguió tallar una muñeca tan perfecta, decorada con bellos colores, que decidió no venderla y
quedarse con ella. Le dio el nombre de “Matrioska”.
—Sergey no tenía familia, y cada mañana se dirigía a su muñeca y le decía “Buenos días,
Matrioska”. Un día, la muñeca respondió “Buenos días, Sergey”. Sergey se puso muy contento
porque al fin tenía una compañera con quien hablar. Pero el carpintero pudo ver que su muñeca
estaba triste. Y le preguntó por qué. La muñeca le respondió que era porque todas las mujeres
tenían hijos y ella no. Y le pidió si por favor podría sacar de ella una hija.
—El carpintero dijo que si quería podría hacerlo, pero tendría que sacar madera de su propio
interior, y eso sería doloroso. La Matrioska le respondió diciendo que no importaba ya que en la
vida, las cosas que realmente quieres requieren que hagas sacrificios.
—Así, el carpintero sacó del interior de la muñeca otra talla, más pequeña, a la que llamó
Trioska.
—Pero Trioska también quería tener una hija, y el carpintero tuvo que sacar de ella otra muñeca
más pequeña a la que llamó Oska.
—Lo mismo se repitió con Oska. Sergey tuvo que sacar otra bella talla de su interior y la llamó
Ka. Pero, visto que ya no quedaba madera para más tallas y suponiendo que Ka también querría
tener hijos, pintó unos bigotes a Ka, puso la talla frente al espejo y le dijo “eres un hombre, no
puedes tener hijos”.
—Así, Sergey metió a Ka dentro de Oska. A Oska dentro de Trioska y a Trioska dentro de
Matrioska.
—Esa es la historia que tienes que contar, Amor. No lo de Japón. —Le digo sonriendo mientras
le doy un suave beso en los labios.
—Vaya, es una historia muy bonita, Lucía. ¿Dónde sugieres tú que vayamos?
—Me debato entre varios sitios. Si madrugamos y quieres sacar buenas fotos te recomiendo el
palacio de Peterhof. No tendremos mucho tiempo. Tardaremos 50 minutos en llegar. Pero es
impresionante. Sus estatuas, sus fuentes, la decoración. Todo.
—Otra opción es visitar las distintas catedrales y palacios que tenemos por el centro. Podemos
hacerlo caminando y queda más o menos cerca del hotel. Así también puedes hacer alguna
compra. Quizá sea mejor opción.
Le sonrío mirándole a los ojos mientras él acaricia mi mejilla. Pienso para mí, que ni palacios
ni catedrales, lo que de verdad me apetece es pasar nuestra última mañana en la habitación
haciendo el amor con Carlos.
Me doy la vuelta y Carlos vuelve a abrazarme.
Estoy en la gloria.

∞∞∞
Gambito de rey

A la mañana siguiente siento de nuevo caricias en mi cuello. Besos en mi mejilla. Noto ese olor a
Carlos tan característico. ¡Me encanta su olor! Tengo que comprar esa colonia, aunque
seguramente no me la podré permitir.
—Ayer me dijiste que te gustaba despertarte así ¿no Ivanova?
—Síiiii, y que me llames Ivanova. —Le digo susurrando—. Creo que me acostumbraría a
despertarme así todos los días.
Me besa el cuello con esa ausencia de prisas tan habitual en él. Se acerca más. Puedo sentir su
erección al pegarse a mi cuerpo. Giro mi cabeza para besar sus labios. El paraíso debe ser algo
así.
Carlos pone la mano sobre una de mis caderas, la acaricia con suavidad hasta llegar a mi culo.
Más tarde aparta mi pelo y me besa en la nuca, me besa detrás de mi oreja. Se me eriza el pelo de
la nuca con cada uno de sus besos.
—Te quiero, Ivanova. —Me susurra al oído al tiempo que me lo besa.
Me doy la vuelta. Me tumbo sobre él en la cama. Siento su pecho pegado al mío. Su piel con mi
piel. Beso sus labios. Muerdo su labio inferior con pasión. El sexo por la mañana me vuelve loca,
pero creo que es el morbo de saber que puede ser nuestra última oportunidad lo que me excita
más.
Froto mis pezones sobre su pecho. Siento una corriente eléctrica cada vez que lo hago. Acaricio
su erección con mi vientre, con círculos, luego de arriba abajo. Con suavidad.
Carlos toma mis pezones con sus dedos y me da un suave pellizco.
—Me vuelven loco tus pezones, Lucía. —A fuerza de decirlo ya me están gustando a mí
también. A su lado me siento muy segura.
Beso su pecho. Mordisqueo sus pezones. Siento que le gusta que le haga eso. Bajo un poco más
para besar su vientre. Esos abdominales me vuelven loquita. Creo que Carlos lo sabe y cada vez
que intento besarlos los tensa para que se marquen más. En el fondo es un coqueto. O quizá los
tensa de placer.
Beso su pubis. Besos pequeños. Paso su pene por mi mejilla. Por mis labios. Todavía huele a
mi sexo desde la noche anterior. Eso me excita más todavía.
Meto su pene en mi boca. Bajando su piel con mi mano rodeo su glande con mi lengua. Siento
que está muy excitado. Meto su pene entero en mi boca y se lo chupo. Le noto gemir.
No quiero que esto acabe. El plan para nuestra última mañana de quedarme en la habitación del
hotel haciendo el amor con Carlos va tomando fuerza en mi cabeza.
Quiero ese pene dentro de mi cuerpo.
—Me gusta ver como lo haces, Lucía.
Nuestros cuerpos se reflejan en el espejo del armario. No me había dado ni cuenta. Yo también
echo un vistazo al espejo. Me excita ver como meto su erección en mi boca. Como paso mi lengua
por todo su pene.
Lo froto por mis labios. Mi lengua vuelve a lamer toda la superficie de su glande. Tiene un pene
precioso.
Suena el teléfono.
¿Suena el puto teléfono? ¿Justo ahora?
No le hacemos caso, pero el teléfono sigue sonando.
—Tíralo por la ventana, amor.
—Tengo que contestar, Lucía. Es el teléfono del trabajo. Puede ser importante.
Mierda para el teléfono y mierda para el trabajo. Estaba disfrutando de lo lindo. Estoy súper
excitada. No quiero parar.
Carlos contesta el teléfono. Vuelvo a meterme su pene en la boca, quiero jugar con él. Quiero
provocarle mientras habla por teléfono. Ver si puede controlarse.
Carlos me fulmina con la mirada, al mismo tiempo que se retira con brusquedad.
Me sorprende esa reacción. Me acaba de cortar la excitación de golpe y veo que él ya ha
perdido su erección. Habrá que empezar de nuevo. ¡Qué mal!
—Tenemos que vestirnos, Lucía. Rápido.
—¿Qué pasa Carlos? No entiendo nada. ¿Quién era? ¿Llamaban de la empresa?
—No, llaman de la empresa rusa. El dueño de la empresa quiere hablar con nosotros. —Me
dice con gesto duro.
—Pero…¿Eso qué significa? ¿Es bueno o es malo? —Yo ya me empiezo a alarmar.
—No lo sé Lucía, pero tendremos un coche a la puerta del hotel en 20 minutos. Tal como están
las cosas vale más no hacerles esperar.
Veo que Carlos busca su ropa a toda prisa. Su traje ya está dentro del porta trajes. No esperaba
usarlo esta mañana. Su gesto sigue en una mezcla de sorpresa y preocupación mientras elige
camisa y corbata que ya estaban también dentro de su maleta.
Yo estoy parecido. Pero sigo excitada. Lo único bueno es que quizá tengamos otra oportunidad
más tarde si volvemos pronto al hotel. Aunque puede que aquí se acabe lo nuestro.
¡Qué mierda! Sigo abierta y mojada.
Me pongo el sujetador. Mis pezones siguen duros, deseando las manos de Carlos. Sigo excitada,
pero ya no hay ni rastro de su erección.
Coloco bien la blusa frente al espejo. Carlos está sentado en la cama colocando los gemelos a
los puños de su camisa. Como siempre, impecable.
Aprovecho que le estoy dando la espalda y que todavía no me he puesto las bragas para hacer
un último intento.
Calzo uno de los zapatos y me agacho a abrocharlo sin doblar las piernas. Mi vagina depilada
queda a pocos centímetros de Carlos. Al agacharme sin doblar las piernas debe tener una visión
excelente de mi sexo. Estoy abierta y mojada. Me imagino a mí misma como Carolina en la novela
“El hombre fetichista” de Mimmi Kass.
—Déjate de juegos y vístete, Lucía. —Me dice Carlos con voz fuerte, casi como una orden.
Desaparece de manera inmediata cualquier resto de deseo.
Me visto a toda prisa. Menos mal que había traído ropa de trabajo también para hoy.
Se me pasan por la cabeza un millón de pensamientos. ¿Para qué nos llaman? No quiero volver
a ver al imbécil de Boris. Ni tampoco al cretino de su chófer. Me empieza a entrar cierta ansiedad
por esta última reunión. El dueño de la empresa no había intervenido en las negociaciones, a pesar
de ser un contrato importante, incluso para una empresa tan grande como ellos. Había dejado toda
la negociación en manos del imbécil de su hijo y de su mano derecha. Y ahora quería vernos.
—Carlos, ¿no tienes ni idea de lo que puede ser? Estoy muy nerviosa.
—En este tipo de negociaciones nunca sabes por dónde pueden salir las cosas. Las diferencias
culturales entre nuestros países son importantes, tú deberías saberlo mejor que nadie, Lucía. Hay
que ser flexible. Ir lidiando con la negociación según se vaya produciendo.
—A mí también me sorprende esta llamada. Ya ves que no se había involucrado hasta ahora.
Puede ser bueno o muy malo. —Me mira con cara de cierta preocupación.
—Yo casi opto por la segunda opción, Carlos. Creo que va a salir en defensa de su hijo y nos
va a meter una bronca por haber perdido los papeles. Nos culpará a nosotros y luego llamará a la
empresa para decírselo al jefe. Estoy cagada de miedo.
Mi cara debe estar desencajada, porque Carlos me agarra con ambas manos por la cintura y me
besa la frente.
—Tranquila, peque. Vamos a ver en qué queda todo esto. Lo que sí tenemos que tener claro es
que hay que mantener la calma, aunque nos provoquen. ¿Entendido?
—Sí, claro. Cuenta con ello.
Carlos me sonríe y me vuelve a guiñar un ojo. Si no fuera porque ese mismo gesto nos ha
metido en todo este jaleo, le comería a besos.
Subimos al coche que nos envía la empresa rusa. Al menos han tenido la decencia de no enviar
al cretino de los dos días anteriores. Me resultaría muy difícil aguantarme. Pienso en si podré
reprimirme cuando vuelva a ver a Boris. Sobre todo, si nos vuelve a provocar. Delante de su
padre estará aún más envalentonado.
Saludo al chófer en ruso y le pregunto si piensa que encontraremos mucho tráfico hasta llegar a
la empresa. Más que nada para matar el tiempo y quitar los nervios.
Noto que se alegra de poder hablar en ruso. Es un señor que ya tiene sus años. Me dice que es
el chófer del Señor Vasiliev desde hace veinte años y que apenas habla inglés. Comenta que es
extraño que el Señor Vasiliev nos haya mandado llamar porque en los últimos dos años tiene muy
pocas reuniones con gente exterior a la empresa.
Me indica que cada vez delega más en su hijo Boris, que pronto dirigirá la empresa.
El corazón me da un vuelco. Me pongo mucho más nerviosa. Esto va a acabar mal. Lo
presiento.
Miro a Carlos, pero decido no comentarle nada de mis miedos y de los comentarios del
conductor del coche.
Carlos va impecablemente vestido, como siempre. Vaya formal o informal su ropa está siempre
bien estudiada. Debe gastar un pastizal en ropa. De trajes no entiendo ni mucho ni poco, pero le
queda como un guante, no me extrañaría que estuviese hecho a medida. Y, claro, sus sesiones
diarias de gimnasio ayudan a que la ropa le quede bien.
Huelo su colonia. Tengo que acordarme de preguntarle por la marca para ver si la puedo
comprar en el aeropuerto. ¡Me encanta como huele! Reparo en que no le ha dado tiempo a
afeitarse esta mañana. Siempre va perfectamente afeitado. Aún así, un poco de barba incipiente le
queda muy bien. Le hace parecer un poco más informal.
El trayecto del hotel a la empresa se me está haciendo eterno. Hundo mi cuerpo en los asientos
de cuero del coche y miro por la ventanilla. El coche del Señor Vasiliev tiene ya unos cuantos
años, ha vivido mejores tiempos, pero conserva la elegancia. El acabado es impecable, aunque
algo gastado por algunos sitios. Hasta el olor es a coche caro.
Ayer no quería que el día terminase, y hoy sólo quiero que esto termine cuanto antes. Para bien
o para mal.
Llegamos a la empresa y una secretaria nos conduce hasta el despacho del padre de Boris. Está
en el segundo piso del edificio. Hasta ahora solamente habíamos visto algo del primer piso. Hay
más despachos, pero todos con la puerta cerrada. Es un piso menos moderno, pero más señorial.
Casi con reverencia, la secretaria llama a la puerta del Señor Vasiliev pidiendo permiso para
entrar. Se le nota un gran respeto.
El despacho es enorme. De los que ya no se ven en casi ninguna empresa. Muy de los años
setenta. De sus paredes cuelgan hermosos cuadros. Está todo decorado en madera y cuero, pero se
nota que sus muebles no han sido renovados en mucho tiempo. Si es que lo han sido alguna vez.
El Señor Vasiliev nos recibe sentado en su mesa de trabajo. Grande, sólida. Debe pesar una
tonelada. Las patas de la mesa en madera tallada. Seguramente lleva en el mismo sitio desde que
se fundó la empresa.
La mesa está limpia. Sin ordenador. Casi sin papeles. Todo el despacho está muy ordenado. Si
este hombre ve mi mesa de trabajo le da algo.
Su mirada es seria. Grave. A mí me está metiendo un miedo terrible. No estoy acostumbrada a
estas situaciones.
Por lo menos no está el imbécil de su hijo, al menos de momento. Tampoco está Viktor. Ese
hombre me caía bien. Había muy buen feeling entre él y Carlos. Pienso que sin el idiota de Boris
la cosa podría haber funcionado muy bien.
Nos saluda en un inglés entrecortado. A continuación, me pide que haga de traductora y se
disculpa diciendo que prefiere hablar en ruso ya que en su época no era muy normal aprender
inglés. Nos comenta que en los tiempos modernos es muy diferente. Las nuevas generaciones están
muy preparadas. Hablan idiomas y algunos se forman en universidades extranjeras. Su hijo Boris
había estudiado en el Reino Unido. En una universidad de prestigio.
Nos dice que en su época solamente contaban con el trabajo duro, algo que es difícil encontrar
en la generación actual.
Habla con nostalgia de esos tiempos. De los comienzos de la empresa. De lo duros que fueron
esos años. De cómo fue creciendo y de los planes de futuro que tenían, en los que su hijo Boris
debería llevar las riendas en una nueva fase.
Voy traduciendo lo mejor que puedo para Carlos. Nunca había traducido del ruso en una reunión
de trabajo. Habla lento y con frases cortas. Con pausas continuas para que pueda traducir más
fácilmente. Carlos y yo solamente asentimos con la cabeza.
Mientras habla me fijo más en él. ¿Qué años tendrá? Es difícil de saber. Viene de una época
donde el trabajo duro era la norma. Él mismo nos comenta que pasaba más tiempo en los talleres
con los operarios que en el despacho. Su mirada es profunda y algo cansada. Es un hombre que
inspira mucho respeto.
—Señorita Ivanova. —Me dice mirándome fijamente. Muy serio. Se ha saltado mi primer
apellido para pasar al apellido ruso que le resulta más familiar.
—El señor Kuznetsov me ha informado de lo que pasó en la última reunión. También he
recabado la opinión de mi hijo Boris.
Hace una pausa para que traduzca. Me tiembla la voz. Al traducir miro a Carlos con
preocupación y casi me entran ganas de llorar. ¿Qué le han contado?
Su hijo Boris, nada bueno, eso seguro. ¿Viktor nos habrá defendido? Es su hombre de confianza,
su mano derecha, aunque supondría una guerra abierta contra Boris. Pero, Boris es su hijo, y su
sucesor en la empresa. ¿Sabe que es imbécil? Supongo que casi ningún padre admite que su hijo
es un imbécil. Me tiembla todo el cuerpo de la tensión.
Según termino de traducir me entra una terrible angustia imaginando lo que puede venir a
continuación.
El gesto grave del Señor Vasiliev se hace algo más dulce. O eso me ha parecido. Quizá me lo
estoy imaginando. Quizá es lo que quiero ver. Lo que quiero imaginar.
Le miro con los ojos como platos y cara de muerta de miedo.
—Mi hijo Boris es impulsivo. Es un pecado de juventud. Yo también lo era a su edad, pero
entonces teníamos más disciplina y respeto. Le pido disculpas en su nombre y en el mío por los
inapropiados comentarios emitidos en la reunión de ayer.
¡Madre mía! Casi le doy un abrazo y un millón de besos. Mi cara ha cambiado por completo. El
Señor Vasiliev lo ha notado porque ha dejado escapar una media sonrisa, casi de abuelo.
Le digo que no pasa nada. Que no estoy ofendida para nada. Y tampoco Carlos. Que ya sabe que
los españoles tienen mucho temperamento y que está muy arrepentido de no haber conservado la
calma.
Le pregunto que si quiere que lo traduzca para Carlos. Su gesto irradia cierta dulzura de nuevo
y me hace un gesto con la mano para que espere.
—Su compañero Carlos solamente actuó en su defensa ante lo impropio de los comentarios. Es
lo que haría un buen jefe y cualquier caballero. Los comentarios de mi hijo Boris sobraban en
cualquier contexto.
Estoy tan sorprendida y aliviada que ni siquiera reparo en el comentario de tintes machistas que
me acaba de soltar. Carlos no es estrictamente mi jefe, porque no trabajamos en el mismo
departamento, aunque supongo que a efectos del viaje y las reuniones sí lo es. Desde luego, su
puesto en la empresa es mucho más alto que el mío.
Lo de caballero, le diría lo mismo que le dije a Carlos. Soy una mujer del Siglo XXI y no
necesito que venga un caballero de brillante armadura a salvarme. Por muy romántico que
parezca. Pero bueno, en estos momentos solamente agradezco sus palabras con educación.
Carlos me mira con cara de no entender nada. No sabe por qué ya no estoy traduciendo, pero no
me dice nada para no interrumpir la conversación. Espero que esté pillando algo por el cambio en
el gesto del Señor Vasiliev y sobre todo en el mío, que soy como un libro abierto para él. Y me
temo que para cualquiera.
—Confío totalmente en los criterios del Señor Viktor Kuznetsov. Lleva trabajando a mi lado
casi treinta años. Juntos levantamos esta empresa hasta lo que es hoy en día. Boris era todavía un
bebé y el Señor Kuznetsov ya tenía altas responsabilidades en la empresa. No sólo sus
conocimientos técnicos son muy altos, sino que tengo en gran estima su juicio para las relaciones
personales y su sentido común.
—La opinión del Señor Viktor Kuznetsov sobre ustedes y su empresa es muy alta. Se quedó muy
impresionado por los conocimientos técnicos de su compañero y de su capacidad para la
negociación. De igual modo, me ha informado que su empresa es totalmente fiable y que las
ofertas técnica y económica son de su agrado. Recomienda, por tanto, seguir adelante con el
contrato. Puede traducir a su compañero.
Se me escapó un suspiro de alivio que el Señor Vasiliev notó sin dificultad porque volvió a
lanzarme su sonrisa de abuelo. Mi cara debe estar radiante de felicidad mientras traduzco con
todo detalle para Carlos las palabras que acabo de oír. Sobre todo, lo de que el contrato sigue
adelante. La verdad es que omito lo del caballero que sale en mi defensa, porque creo que Carlos
no necesita saberlo, no vaya a ser que le guste más de la cuenta.
Carlos agradece, brevemente, de manera educada sus palabras al Señor Vasiliev que continúa
hablando.
—Es evidente que la tensa relación entre mi hijo Boris y su compañero puede generar cierto
conflicto. Pero espero que, con la ayuda de todos, esas diferencias se vayan limando por el bien
común.
—Estoy segura de que sí. —Le digo, intentando parecer convencida, aunque no me lo creo ni
yo.
—En cualquier caso, a partir de ahora, casi todo el trato entre nuestras dos empresas se
desarrollará en el ámbito técnico ya que hemos dejado atrás la fase de negociación, y estoy
convencido de que las buenas relaciones y el respeto mutuo entre su compañero y el Señor Viktor
Kuznetsov será un importante activo para que todo llegue a buen puerto.
Traduzco esa parte para Carlos, que vuelve a agradecerle sus palabras asegurándole que por su
parte no hay ningún problema y que tiene en muy alta estima tanto a Viktor Kuznetsov, que le
impresionó por sus conocimientos técnicos, como a su hijo Boris. Por su parte está todo olvidado,
le dice. Y su trato con Boris seguirá dentro de la cordialidad.
¡Miente muy bien! Tanto que asusta. Casi me convence a mí que sé la verdad, así que supongo
que con él ha funcionado. Eso espero.
Nos acompaña hasta la puerta. Es un hombre que inspira un respeto impresionante. Hemos
estado poco tiempo con él, pero te da una sensación de respeto tremenda.
—Señorita Ivanova. —Me dice agarrando mi codo justo cuando estamos saliendo del despacho
—. Yo ya soy un hombre mayor. Vengo de un tiempo en el que los negocios se hacían de forma
diferente. Un tiempo en el que el honor y el trabajo duro eran lo más importante. Pero sé juzgar a
la gente. Gran parte de mi éxito en los negocios se debe a eso. Usted es especial, tiene un gran
futuro por delante, pero tendrá que trabajar duro para aprender. Me alegra ver una mujer de su
edad fuerte y decidida. Con ambición y, sobre todo, honesta.
—No es fácil hoy en día encontrar gente de la que te puedas fiar. Eso lo sé bien. Su compañero
le puede enseñar mucho, debe aprovecharlo, pero no puedo decir lo mismo en cuanto a su
honestidad. No hace falta que le traduzca todo esto. Espero que nos volvamos a ver. Si vuelve a
visitarnos me encargaré personalmente de hacer con usted una visita a la empresa para que vea de
primera mano nuestro negocio. Ha sido un auténtico placer.
—El placer ha sido mío, Señor Vasiliev. Es usted toda una leyenda, y un caballero. —Le digo
con los ojos como platos sin saber muy bien qué decir.
¡Vaya subidón! A ver si voy a tener que volver a Rusia de nuevo para que me valoren. Estoy
flotando por las nubes. Todavía no me lo puedo creer. El miedo, el nerviosismo inicial ha pasado
a una felicidad inmensa. Tenemos el contrato y las palabras que me dedicó el padre de Boris justo
antes de salir me han subido directamente a la luna.
—Se te ve súper contenta, Lucía. —Me dice Carlos mientras el coche de la empresa rusa nos
lleva hasta el hotel.
—Bueno, hemos conseguido el contrato, ¿no? ¿Cómo no voy a estar contenta? ¿Es que tú no lo
estás?
—Sí, también, claro. Mucho. No me has traducido lo que te dijo el padre de Boris al salir del
despacho.
—Es algo entre él y yo. Te tendrás que quedar con las ganas.
Carlos sonríe mirándome como si fuese una niña. Le cuesta muchísimo dejar pasar las
emociones. Al menos, dejar que se noten. Siempre las filtra. Supongo que es parte de su trabajo, al
final se le ha pegado. Sin embargo, no me puedo quitar las últimas palabras que dijo el Señor
Vasiliev sobre la honestidad de Carlos. ¿A qué se podría referir?

∞∞∞
Última mañana en San Petesburgo

El trayecto en coche desde la empresa de nuestros anfitriones rusos y el hotel se me hizo


rapidísimo. Pasó prácticamente volando. O quizá la que estaba volando era yo. Seguía viajando
por las nubes.
Habíamos terminado bastante pronto, y sobre todo bien, que es lo que importa. Pero no lo
suficientemente pronto como para hacer algo por la ciudad en nuestra última mañana.
Mis planes para dedicar nuestra última mañana al turismo por San Petesburgo o a una sesión
sexo con Carlos sin prisas se habían esfumado. Lo de la sesión de sexo con Carlos posiblemente
podría arreglarse, pero no sin prisa.
Había merecido la pena, aunque nos quedemos sin turismo y sin buen sexo, y no me puedo creer
que esté diciendo esto. Pero el subidón que me dieron esas palabras al salir del despacho fue tan
grande que creo que ni el mejor sexo lo supera. Y sigo sin creer que esté diciendo esto.
Ahora mismo estoy motivada al cien por cien. Creo que voy a abrasar al pobre Carlos a
preguntas durante el viaje de vuelta. Es cierto que puedo aprender de él. Es muy bueno en su
trabajo y tiene muchos años de experiencia. Ahora me doy cuenta de que no he aprovechado el
viaje todo lo que habría podido. No me puedo quejar, por supuesto. Estuvo fenomenal, pero
podría haber sacado más.
Tenemos una hora más o menos hasta que nos tengamos que ir.
—Voy a hacer la maleta y darme una ducha. Te pico a la puerta en una hora para salir hacia el
aeropuerto. —Me dice Carlos.
Ya casi se me olvidaba que ni siquiera nos había dado tiempo a ducharnos con las prisas. Me
doy una ducha rápida y hago la maleta o, mejor dicho, tiro de cualquier manera la ropa sucia
dentro de mi maleta.
Desnuda frente al espejo empiezo a descubrir a una nueva Lucía. Una Lucía más segura de sí
misma. Más ambiciosa. Hasta me empiezan a gustar mis tetas y mi culo, algo que no me había
pasado nunca. Creo que esa parte se la debo a Carlos que a base de repetirlo me lo ha metido en
la cabeza.
Voy a echar mucho de menos San Petesburgo. La ciudad y el precioso hotel. Las cenas con
Carlos. El sexo. El ballet. Ay, el ballet. Espero que mi posición en la empresa mejore mucho para
poder permitirme estas cosas.
Tengo ganas de volver a Madrid, a la empresa. Seguro que el jefe se habrá quedado
impresionado con el contrato. Era muy importante para nosotros. Espero que Carlos le hable muy,
pero que muy bien de mí. ¡Más le vale! Tengo tantas preguntas que hacer a Carlos en el viaje de
vuelta…
Me fijo en el albornoz blanco del hotel colgado en la percha del baño. ¡Cómo voy a echar de
menos el precioso baño de mármol! Al ver el albornoz no puedo dejar de pensar en lo guapo que
estaba Carlos con él puesto. En el fantástico desayuno. En su regalo. En el sexo que tuvimos a
continuación. El sexo que ahora no hizo ningún ademán de querer repetir.
Si no fuese por el subidón profesional que llevo encima, en estos momentos me estaría
comiendo el coco con eso. Joder, en una hora tiene tiempo de sobra para ducharse y hacer la
maleta y le sobra para echar nuestro último polvo en Rusia. ¿Qué coño le pasa?
Es el primer tío que me tiene prácticamente comiendo de su mano, bueno, sin “prácticamente”, y
ni siquiera hace un intento de hacer el amor antes de marchar.
Vale que soy un poco enamoradiza, pero creo que Carlos tiene un poder sobre mí que no había
tenido ningún hombre antes. Normalmente tengo mucho carácter. Con Carlos estoy todo el día con
ojitos de niña tonta esperando que me diga algo bonito.
¡Mierda! Pero es nuestra última mañana en San Petesburgo. ¿No puede sacar un poco de tiempo
para mí?
Siento que dentro de mi crece el enfado y surgen dudas a patadas, pero pensar en Carlos me
excita. Noto mis pezones duros y esa sensación tan característica en mi vagina como pidiendo
más.
No puedo evitar acariciarme los pechos, pellizcar mis pezones. Imagino los dedos de Carlos
sobre ellos. Su boca. ¡Menudo final de fiesta, yo sola con mi imaginación! En fin. Una mierda.
¡Un momento! ¡Tengo la llave extra de la habitación de Carlos! No sé si debo entrar en ella sin
ser invitada, pero ahora mismo le necesito. Me pongo el albornoz blanco y llave en mano me
dirijo a su habitación. Tan solo espero que no esté hablando con su mujer por Skype con la cámara
hacia la puerta. Eso sí que sería un gran final de fiesta. Yo entrando medio desnuda en su
habitación y la cámara enfocando a la puerta. Apoteósico.
Abro con cuidado su habitación y le veo sentado en la terraza mirando la calle. Hace un día
precioso y el sol baña su maravilloso torso.
Cierro la puerta con cuidado y me acerco con sigilo, no quiero que se dé cuenta. Quiero darle
una sorpresa.
Al llegar a su lado cierro sus ojos con mis manos y susurro a su oído.
—¿Quién soy?
Carlos sonríe.
—Ya sé que eres tú, Ivanova. ¿Quién más podría ser?
—Podría ser una rusa rubia con tetas grandes que quiere aprovecharse del español guapo. —Le
digo sin dejar de susurrar.
—Prefiero una rusa con tetas pequeñas.
—¿Sabes que ya me está gustando que me llames Ivanova? Creo que será mi “nombre de
guerra” a partir de ahora. —Le digo riendo.
Me siento frente a él sobre la mesa de la terraza rezando para que no se rompa. Parece fuerte y
yo no peso mucho, pero a ver cómo explicamos al hotel que se rompió la mesa de la terraza,
además del golpe que me voy a dar como por casualidad lo haga.
Carlos me mira con sorpresa y deseo a partes iguales. Noto su erección a través de sus boxer
blancos.
—Menos mal que te has puesto los boxer para tomar el sol en la terraza, Carlos. Se te podría
haber quemado ese pajarito tan mono que tienes. —Le digo riendo mientras al abrir mis piernas el
albornoz resbala hacia los lados dejando ver mi sexo totalmente depilado.
—¿Te gustan las vistas?
—Mucho. Son fantásticas.
Siento sus ojos devorando mi vagina que se va humedeciendo de deseo. Un cosquilleo parte de
mi sexo y sube hasta mi abdomen. No quiero sus ojos, quiero su lengua. Me paso un dedo
recorriendo toda su superficie hasta llegar a mi clítoris. Vuelvo a hacerlo lentamente. Siento mis
labios abiertos, mi clítoris sensible empezando a asomar a través de su capuchón.
Acerco mi dedo a su cara. Le dejo olerlo. Noto cómo se excita mientras se deleita en su olor.
Lo paso por sus labios, los deja entreabiertos esperando que meta mi dedo en su boca. Lo hago y
me lo chupa con pasión. Me encanta que me chupe el dedo después de haber estado en mi sexo.
Pareceré tonta, pero nunca había hecho eso con ningún hombre antes que con Carlos y me
vuelve loca. Vuelvo a hacerlo.
Carlos desabrocha el cinturón de mi albornoz dejando al descubierto mi cuerpo desnudo.
Sonríe mientras me come con la mirada.
—¡Qué pechitos tan ricos tienes, Lucía! Sabes que esos pezoncitos duros me vuelven loco.
Me derrite que me lo diga. No sé si lo piensa de verdad o no, pero me importa una mierda.
Quiero que me desee. Que me diga que me desea.
Pasa su lengua por mis pezones. Los pone aún más duros si es que eso es posible. No se puede
tener unos pezones tan sensibles, creo que si le dedica el tiempo suficiente tendría un orgasmo
solamente con su lengua en mis pezones.
Mientras me sigue chupando y besando los pechos acaricia con su mano derecha mi entrepierna.
—¡Qué suave eres!
Se me escapa un suspiro. Me encanta que me diga esas cosas.
Abro más mis piernas invitándole a que acaricie mi sexo. Siento que estoy literalmente
goteando. Pasa sus dedos por mi pubis describiendo suaves círculos. Yo sigo suspirando,
intentando que nadie me oiga.
—Shhhh, que estamos en la terraza. —Me dice Carlos con su mirada ahora entre mis piernas.
Pasa los dedos de ambas manos por el exterior de mis labios mayores. Me está volviendo loca.
Su boca se acerca más a mí. Arqueo instintivamente mi espalda al tiempo que abro más mis
piernas apoyando mis pies desnudos sobre sus hombros.
Carlos abre mis labios con sus dedos y pasa su lengua por el interior de mi vagina. Se me
escapa un gemido mucho más fuerte. No me importa si alguien me oye. Quiero más, mucho más.
Su lengua es absolutamente increíble. Va alternando entre mis labios, el interior de mi vagina y
mi clítoris. Cada vez que llega a mi clítoris lanzo unos gemidos de placer en un tono mucho más
alto del que debería.
El contacto de sus labios me encanta. Si sigue así voy a tener un orgasmo en esa terraza. En la
misma terraza en la que empezó todo con aquel inocente beso. Carlos me mira y sonríe. Le gusta
hacerme disfrutar y eso se nota.
Se pone de pie y coloca una mano en mi cintura al tiempo que mete dos de sus dedos dentro de
mí. Grito de placer. Carlos no me hace callar, solamente sigue moviendo sus dedos en mi interior,
haciendo círculos, presionando la parte superior del interior de mi vagina, bajo el monte de Venus.
La mesa se está moviendo algo más de la cuenta, pero en esos momentos no me importa. Carlos,
más cauto, lo nota y me pide que me levante. De mala gana lo hago.
—Verás como no te arrepientes. —Me dice con esa sonrisa que me ha cautivado desde el
principio.
Me coloca de espaldas y abre mis piernas para meter sus dedos desde atrás. Ya no los mueve en
círculos, sino que entran y salen con fuerza. Me está volviendo loca. Siento caer gotas resbalando
por mis piernas.
De repente se para y veo de reojo que se quita sus boxers. Lo estaba deseando. Toma su pene
con su mano derecha y lo pasa por toda mi vagina. Siento como resbala. Abro más mis piernas
invitándole a entrar. Carlos entra con fuerza. Con un gemido de placer siento como su erección
llena todo mi interior.
Coloca ambas manos en mis caderas y me penetra como si llevase meses sin hacerlo. Oigo sus
gemidos entremezclándose con los míos. Me empuja fuerte con cada embestida. Es un sexo muy
diferente al que habíamos tenido hasta ahora. Pero me gusta.
Sigue empujando con fuerza. Gimiendo. Pone su mano en mi cuello levantando mi cabeza y
acerca su boca a mi oído.
—¿Te gusta?
—Me encanta.
Me tiemblan las piernas. Con cada movimiento siento su pene golpear el fondo de mi vagina.
No puedo dejar de gemir. Voy a tener un orgasmo en cualquier momento. Carlos me embiste más
fuerte y lanza un gemido. Siento su semen caliente llenar el interior de mi cuerpo.
Deja de bombear y saca su pene.
¡Joder, estaba a punto! Con que hubiese esperado un poquito más ya estaba.
Carlos me da la vuelta y desliza sus dedos por mi vagina. Su semen y mi flujo se entremezclan.
A continuación, frota su pene por mi sexo. Siento cómo mis labios se abren aún más al recibir el
tacto de su glande. Lo siento resbalar sin resistencia hasta mi clítoris. Ha perdido parte de la
erección, pero sigue dando placer.
—Mételo en la boca. —Me dice, casi como una orden agarrando su pene con la mano derecha.
—No me gusta mucho el semen, Carlos.
—Casi no queda. Mételo en la boca.
Sin protestar más me arrodillo delante de él y meto su pene en la boca. La mezcla de sabores
entre su semen y mi vagina es extraña. Bajo la piel de su prepucio y paso mi lengua por su glande.
Mantiene una erección a medias, pero noto cómo disfruta cada vez que mi lengua recorre su
glande. Gime de placer.
Carlos empuja hundiendo todo su pene dentro de mi boca.
—Déjame a mí, Carlos.
Ni me contesta. Coloca su mano derecha en mi nuca y sigue empujando con fuerza mientras me
sujeta la cabeza. No me siento cómoda.
Al ver que no me está gustando lo saca.
—¿No te ha gustado? —Me dice, casi con cara de extrañado.
No le contesto. Sigo arrodillada frente a él, con su pene a centímetros de mi cara. Lo acaricio
con suavidad. Ya ha perdido la erección, pero sigue teniendo un pene precioso. Podría pasar una
tarde entera solamente mirándolo y acariciándolo. Lo paso con suavidad por mis labios y mis
mejillas.
—Hay que ir poniéndose en marcha.
Carlos me saca de mi trance.
—Voy a darme otra ducha para quitar el olor. Te pico en quince minutos. —Me dice dándose la
vuelta y dirigiéndose al baño como si no hubiese pasado nada.
Nada de abrazarme, de besarme. De palabras bonitas.
En mi habitación me seco y limpio un poco y empiezo a vestirme.
¿Quitar el olor?
Tengo que reconocer que tiene toda la razón. Si hace el amor al llegar a casa, su mujer podría
notar el olor de mi sexo en su pene. Pero es que lo ha dicho de manera tan natural…como si fuese
algo rutinario.
Entre que me dejó a medias y el numerito final que no me lo esperaba estoy algo confusa. Pero
no estuvo mal. El sexo brusco me gusta de vez en cuando, pero con Carlos no me lo esperaba.
Hasta ahora había sido todo como muy suave y lento.
Pican a la puerta y me sacan de nuevo de mis pensamientos.
Abro y al otro lado está Carlos. Radiante. Impecable. Lleva una camisa blanca de marca, con
vaqueros negros y sus zapatillas de deporte blancas. Para comérselo.
Se me escapa una sonrisa tonta al verle.

∞∞∞
Desconcierto

En el aeropuerto vuelve a maravillarme la soltura de Carlos para moverse. Es la primera vez que
está en San Petesburgo, en cambio se mueve como si conociese el aeropuerto tan bien como el de
Amsterdam. Supongo que cuando has viajado tanto como él, todos los aeropuertos te empiezan a
parecer un poco iguales.
Mientras está enfrascado en una llamada de la empresa, aprovecho para acercarme a una tienda
que teníamos frente a nosotros. Está llena de souvenirs rusos. No me interesa nada de lo que hay
dentro. Pero Carlos no ha tenido tiempo de comprar su matrioska.
Me jode un montón tener que comprársela yo. Por un lado, me apetece elegirla para él y darle
una sorpresa. Pero, sé para quién es ese regalo. Y esa parte no me gusta. Me pone celosa. Sé que
no tengo motivos. Intento reprimirlo. Racionalizarlo. Pero no puedo evitarlo. Espero que le guste.
Que les guste a los dos.
—Vaya detalle, Lucía. Te has acordado de mi matrioska. Muchísimas gracias.
Su sonrisa al decirme esto vale la pena. Hasta casi se me olvida quién va a ser la destinataria
del regalo.
—Por cierto, tienes que decirme la colonia que usas. Me gustaría comprarla. ¿Te he dicho ya
que me gusta cómo hueles?
—Sí, creo que alguna vez. Te acompaño. Es justo que pague yo la colonia en compensación por
el detalle de la matrioska.
Respiro aliviada, porque mucho me temo que la colonia va a ser bastante más cara que la
muñeca, aunque la muñequita no ha sido barata precisamente. Es lo que tienen las compras de
última hora en los aeropuertos.
—Por cierto, Lucía. Muy buena idea lo de la colonia. Si usas la misma colonia que yo, no
podrán detectar un olor distinto.
Me lo dice sonriendo. Como si fuese lo más normal del mundo. Mi cara debe ser un poema en
estos momentos. Mis ojos como platos, como si acabase de ver un espectro.
—Bueno…la verdad es que no había pensado en esa posibilidad. Simplemente quería hacerle
un regalo a Alberto, aunque no estoy segura de que pueda permitirme ese tipo de colonias
habitualmente.
—Ah, vale. —Carlos me mira desconcertado.
Joder. Vuelve a tener razón. Pero, coño, pensar en todos esos detalles…¡Vaya tela! Lo difícil
que es tener una aventura.
Lo malo es que le volvió a salir de manera totalmente natural. Como si fuese lo más normal del
mundo.
Carlos me saca de nuevo de mis pensamientos para señalar un bar a nuestra derecha.
—Piquemos algo. Ya sabes que la comida del avión es de lo menos recomendable.
En el bar hablamos de todo y de nada. Me siento tan a gusto a su lado. Te escucha. Tiene buena
conversación. Y esa sonrisa. Moriría por esa sonrisa. Por morder su labio inferior.
Ya en el avión Carlos, con el portátil abierto, se concentra en sus hojas de cálculo. Tengo mil y
una preguntas para hacerle sobre la empresa, las ventas internacionales. Nosotros.
Pero recuerdo su advertencia en el primer viaje. Durante el vuelo quiere estar concentrado
mientras trabaja. No quiere que se le interrumpa.
Es cierto que ahora la situación debería ser diferente. Ahora somos algo más que compañeros
de trabajo. Pero no me atrevo a arriesgarme. Ya habrá tiempo en la escala de dos horas en el
aeropuerto de Amsterdam.
Me tapo de nuevo con una manta como en el vuelo de ida y finjo dormir. Y pienso en Carlos. En
su boca. En sus manos sobre mi piel. En su torso desnudo. En su pene dentro de mi cuerpo.

∞∞∞
Cerrando el círculo

Llegamos al aeropuerto de Schiphol en Amsterdam, donde haremos una escala de dos horas antes
de tomar el vuelo hacia Madrid. Para Carlos, más o menos, como su segunda casa.
Al tomar tierra el avión me invade un sentimiento extraño. Por un lado, aquí fue donde empezó
todo. Con ese escalofrío que recorrió todo mi cuerpo cuando Carlos me separó el pelo rozando mi
mejilla. Ese escalofrío que hizo que mis pezones quisiesen salir del sujetador. Como si mi cuerpo
ya supiese de antemano que le necesitaba. Que caería en sus brazos. Que besaría sus labios,
rozaría su piel, le tendría dentro.
Por otro lado, lo quiera o no, el viaje se acaba. En dos horas tomaremos el siguiente avión y en
breve estaremos de nuevo en Madrid. Allí nos espera a cada uno nuestra vida. Con sus problemas
y sus alegrías. Cosas buenas y malas. Pero nuestra vida.
He prometido a Carlos que no diría nada. He prometido que lo mantendría en secreto. No tengo
muy claro si es mejor o peor. No quiero hacerle daño y sé que su familia es muy importante para
él. Pero tampoco quiero hacer daño a Alberto. Supongo que Carlos tiene razón, lo que ignoran no
puede hacerles daño.
Es como si en este aeropuerto cerrásemos el círculo. Eso dice mi mente, aunque mi corazón se
niega a aceptarlo. Mi corazón se aferra con todas sus fuerzas a la idea de que Carlos y yo tenemos
un futuro juntos. A la idea de que, de alguna manera, esta locura puede seguir funcionando.
Le propongo comer algo en el pequeño restaurante donde comimos en el viaje de ida. Donde
empezó todo. Quiero reencontrarme con esa sensación.
—¿Todavía tienes hambre? Yo te iba a proponer pasar por el casino a probar suerte. No
estamos lejos. Piénsatelo, Lucía.
—Preferiría un sitio tranquilo, si no te importa. Ese restaurante me encantó. Me gustaría volver.
Incluso puede que pruebe tu hamburguesa de buey.
Carlos se encoge de hombros y sonríe. Me da la impresión de que no le apetece mucho hablar.
Es posible que esté pasando por la misma situación que yo. Ponderando las posibilidades de que
esto pueda seguir o tenga que llegar inexorablemente a su fin.
—Me gustaría hablar un poco contigo antes de embarcar en el siguiente vuelo. Para mí es
importante. —Le digo mirándole a los ojos.
—Muy bien. Nos sentaremos en una mesa tranquilita y hablamos de lo que tú quieras.
—Ya sabes de lo que quiero hablar.
—De lo que tú quieras, Lucía. Sin problema. Es mejor que queden las cosas bien claras.
Al llegar al pequeño restaurante nos sentamos en una mesa algo apartada. Perfecta para poder
hablar sin que nadie nos oiga. Incluso al camarero le costó vernos al encontrarse la mesa un poco
tapada por unas plantas que han dejado crecer más de la cuenta.
Carlos pide su famosa hamburguesa de buey sin nada para acompañarla. Solamente la carne y el
pan. Yo no me atrevo con ella y pido una ensalada.
—¿Qué te preocupa, peque?
Carlos pone su mejor sonrisa. Esa sonrisa que sabe que me derrite. Esa sonrisa que desprende
tanta energía que puede conseguir que hagas cualquier cosa.
Sin poder evitarlo, una corriente eléctrica pasa por todo mi cuerpo hasta mi pecho. Siento mis
pezones endurecerse de nuevo. ¡Qué cruz tengo con ellos! Pero esta vez no me importa. Es más, lo
quiero así.
Veo la mirada de Carlos bajar desde mis ojos a mis pechos.
—¿Sabes que se notan, verdad?
—Llevo un sujetador sin relleno. Así los recordarás mejor.
Carlos mira con disimulo y cierto nerviosismo a su alrededor. Es una mesa muy segura. Salvo
el camarero, es bastante difícil que alguien nos pueda ver.
—¿Se te ha puesto duro, Carlos?
—Sí.
—Mejor, así podemos empezar a hablar en igualdad de condiciones.
Ahora soy yo la que sonríe mientras noto cierto nerviosismo en Carlos.
—¿En qué situación quedo yo con todo esto? Cuando lleguemos a Madrid, me refiero.
—Será en qué situación quedamos los dos, Lucía. Porque estamos los dos metidos en lo mismo.
—Bueno, vale. En qué situación quedamos los dos. Porque no sé tú, pero yo tengo mi
corazoncito y si solamente fue una aventura me lo vas a partir por la mitad y va a doler mucho. Me
vas a dejar hecha polvo. Lo sabes, ¿verdad?
—Lucía, para nada ha sido sólo una aventura. Sabes que te quiero de verdad. Para mí eres una
persona muy especial.
—Pero ¿vamos a seguir o no? —Le digo interrumpiéndole.
—Me gustaría seguir, pero Madrid no es San Petesburgo.
—Ya sé que Madrid no es San Petesburgo, Carlos. Así que me estás diciendo que se acabó lo
que se daba ¿no? Que como en Madrid tienes a tu mujercita para follar a mí ya me puedes olvidar.
Ya estoy otra vez con el ataque de celos.
—Por favor, Lucía, no metas a mi familia en esto. Ya sabías desde el principio que los dos
teníamos pareja. Y no pretendo olvidarte. Solamente te digo que en Madrid habrá muy pocas
posibilidades para hacer algo juntos. Lo que no podemos es asumir riesgos y que se acabe
sabiendo por una tontería.
—Así que ¿es una tontería? —Vuelvo a interrumpirle algo agitada. Mis pezones siguen duros,
pero creo que ahora es más por estar enfadada que excitada.
—No, sabes que no es una tontería. No quise decir eso. Simplemente me refería a que, por
quedar una sola vez en un hotel en Madrid, o en tu casa, por ejemplo, asumimos un riesgo muy
grande. Y yo me juego mucho.
—Los dos nos jugamos mucho, Carlos. Pareces olvidar continuamente que yo también tengo
pareja. —Le digo casi gritando y muy enfadada.
—Escucha un momento lo que tenía pensado, por favor.
Carlos ha perdido parte de su seguridad. Le noto más vulnerable. No sé si me gusta o no.
—Ya he informado en la empresa del magnífico trabajo que has hecho en Rusia. Curiosamente,
Vasiliev, el padre de Boris, había enviado un email al jefe para decirle que había sido un placer
reunirse con nosotros y te ponía por las nubes, así que mi mensaje se vio reforzado. De esta
manera…
Vuelvo a interrumpirle algo agitada.
—“Curiosamente” el Señor Vasiliev me ponía por las nubes. Porque mi excelente trabajo
contigo fue ¿dónde? ¿en la cama?
—Joder, Lucía. Déjame hablar. No entiendo por qué te estás poniendo así. Los dos estamos en
el mismo barco.
—Perdona, Carlos. Yo tampoco sé qué me pasa.
Me pasa que, en el fondo, estoy muerta de celos de la sosa de su mujer, pero no se lo pienso
decir.
—Yo también pienso que has hecho un excelente trabajo durante las negociaciones, Lucía. Era
tu primera experiencia y la has superado con nota. Me tomé la libertad de decirle al jefe que te
gustaría hacer otro trabajo dentro de la empresa que no sea seguimiento de ofertas. No me mires
así. Tengo mucha confianza con él.
Mi mirada de asombro debe notarse mucho. No sé si matarle por tomarse esa confianza o
comerle a besos aquí mismo. Mientras tanto, no podía dejar de pensar en el detallazo del Señor
Vasiliev diciéndole a mi jefe que había quedado muy contento conmigo. Porque Carlos tiene una
motivación extra para estar contento, pero en el otro caso es auténtico. Podría no haberlo hecho.
Lo normal es que no hubiese dicho nada.
—Al llegar a Madrid vas a tener una semana de vacaciones, que por lo visto se te debían, para
decidir con calma si quieres seguir tu carrera profesional en la oficina técnica o en ventas
internacionales. En ambos casos, tus condiciones laborales van a mejorar. En el tema económico,
al menos. En cuanto a las horas de trabajo, seguramente, vas a empeorar. Recursos humanos te
enviará un email con las condiciones de ambos puestos.
Sigo mirando a Carlos sin saber muy bien cómo reaccionar.
—¿De verdad? —Es todo lo que acierto a decir.
—Sí, Lucía, claro que de verdad. Creo que vales mucho y tienes mucho recorrido en la
empresa. En tu mano está elegir una carrera dentro de ventas internacionales o de la oficina
técnica. Eso es una oportunidad que no se da muy a menudo.
—¿Qué crees que debo elegir? ¿Cuál es tu recomendación? Tú tienes mucha más experiencia
que yo. Me gustaría saber tu opinión.
—Lucía. Yo no soy parcial. Lógicamente me gustaría que eligieses ventas internacionales para
poder hacer algún viaje contigo mientras dura tu período de aprendizaje. Luego viajarías sola a no
ser que vayamos a una feria o similar. Pero al menos tendríamos dos años o así donde
coincidiríamos en varios viajes.
—Por otro lado, sé que tu pasión era entrar en la oficina técnica. Tienes esa oportunidad si es
lo que deseas. No tendrías que moverte de Madrid, salvo en casos muy contados.
—Creo que a lo de los viajes al extranjero me podría acostumbrar. La experiencia no estuvo
nada mal. —Le digo sonriendo.
—Eso espero. —Carlos me sonríe de nuevo.
—En cualquier caso, es una decisión muy importante porque marcará el resto de tu carrera
profesional en nuestra empresa, y posiblemente en tu vida. Los dos puestos de trabajo son muy
diferentes, la elección entre ellos es algo muy personal. En ambos casos será duro al principio.
Tienes que empezar de cero y eso siempre es difícil.
—Vaya semanita de decisiones que voy a tener. ¿Te puedo llamar o podemos quedar para tomar
un café y comentarlo durante la semana? ¿O crees que levantaremos sospechas?
—Desgraciadamente voy a estar en Dubai esta semana. Parto pasado mañana, en domingo.
Visita de cortesía por un proyecto importante que estamos desarrollando, pero no me puedo
escapar. Lo siento. Por escrito es mejor que no me pongas nada. Todas las comunicaciones
escritas hay que llevarlas en un plano estrictamente profesional.
—Ya, no te preocupes.
¡Qué mal! ¿Se tiene que ir a Dubai justo esta semana? También es mala suerte. Siento que tengo
que consultarlo con él. Es una decisión importantísima para mí. Puede cambiar mi vida. Tendría
que estar pensando en hablarlo con Alberto. En cambio, siento la necesidad de hablarlo con
Carlos.
—Vale. Lo consultaré con la almohada entonces.
—Tienes una semana.
—Sí. Muchas gracias por tu ayuda, Carlos. De verdad. Te lo digo de corazón. Lo que has hecho
es muy importante para mí.
—De nada, mujer. Un placer. Lo creo de verdad que vas a hacer un gran papel en cualquiera de
los dos puestos.
—Otra pregunta, Carlos.
—Dime.
—¿Viajaría contigo todo el tiempo durante mi período de aprendizaje?
—No. —Carlos sonríe, pero para mí es como un jarro de agua fría—. A veces sí, y a veces no.
No te sabría decir cuántas veces ni con qué frecuencia. Hay más gente en el departamento. Imagino
que los viajes a Rusia los haríamos juntos, pero otros viajes los harías con otros compañeros.
—Vale, me lo imaginaba. Pero tú eres el director del departamento. ¿No podrías encargarte tú
de mi aprendizaje esos dos años? Así viajaríamos siempre juntos.
—No, Lucía. Precisamente por ser el director del departamento y por haber algo entre nosotros
no puedo hacer ninguna distinción contigo. Seguirías el proceso normal dentro del departamento.
Te repito, habrá viajes juntos seguro, pero no sé con qué frecuencia. Y también con otros
compañeros.
—Vale, entendido. Muchas gracias de nuevo, Carlos. Eres un cielo, de verdad.
—Venga, peque, que tenemos que llegar a la puerta de embarque.

∞∞∞
Vuelta a casa

El viaje de vuelta a Madrid fue una auténtica tormenta dentro de mi cabeza. Envuelta de nuevo en
la manta haciendo como que dormía, mi cabeza se debatía entre las distintas posibilidades.
Siempre quise estar en la oficina técnica. Era mi sueño. Ahora tengo la oportunidad. Pero, lo de
las ventas internacionales estuvo muy bien. O quizá fue Carlos el que estuvo muy bien. Me encanta
viajar y conocer otras culturas. Es una gran oportunidad. Y, sobre todo, es mi opción de estar con
Carlos.
¿Qué hago?
Estoy hecha un lío, pero al mismo tiempo la adrenalina fluye libre por mis venas. Tengo un
subidón increíble. Quiero hablarlo con alguien, pero Carlos sigue enfrascado en su portátil con
sus malditas hojas de cálculo como en cada vuelo.
Me dan ganas de hacer una locura. Quiero llevarle al baño. Es muy pequeño y no creo que
pudiésemos hacer gran cosa, pero por lo menos le acariciaría de nuevo. Sentiría sus labios
acariciando los míos. Pufff, debe ser el subidón de adrenalina. ¡Qué locura! Carlos jamás haría
algo así en un avión. Y hace bien.
Y yo, aquí. Envuelta en la manta. Confusa. Y ahora excitada.
Al tomar tierra en Madrid tengo ya el correo de recursos humanos con las condiciones de los
dos puestos de trabajo. Lo miro por encima. Mejoran mi salario sustancialmente. Más que
sustancialmente. Ahora me doy cuenta de las desigualdades de las que me habla Lourdes a veces.
Podremos hacer tantas cosas ahora. Por fin me iré con Alberto a Nueva York.
Tengo varios mensajes de voz. Me hace gracia el de mi amiga Lourdes, de recursos humanos.
“Tía, ¿pero a quién te has follado para que te den esa oportunidad?”
Me río. Si ella supiera…
Cuando vamos a pasar la puerta de salida, justo después de recoger las maletas, Carlos me
sujeta por el codo y me mira a los ojos.
—Por favor. Acuérdate de que esto queda entre nosotros dos. No se puede enterar nadie, bajo
ninguna circunstancia. Nunca. Por favor, Lucía, tienes que prometérmelo. Lucía, lo perdería todo.
—Jamás le había visto tan serio.
—No te preocupes, Carlos, soy una tumba. Nunca te haría daño, ya lo sabes. Te lo prometo.
Me guiña un ojo sonriendo. Me regala de nuevo esa sonrisa tan encantadora. Creo que soñaré
con ella durante meses.
El coche de la empresa nos deja a cada uno en su casa. A Carlos con su familia, en su zona de
chalets caros. A mí, con Alberto. No sé cuándo le volveré a ver. Ni en qué circunstancias.
Al llegar a casa Alberto me está esperando. Ha preparado una cena especial. Puedo notar que
se alegra un montón de verme de nuevo.
—¡Cómo te he echado de menos, Lu!
—Yo también a ti, amor. Tengo que contarte un montón de cosas. Hay un montonazo de cambios.
Me ofrecen unas oportunidades súper chulas. Vamos a tener más dinero.
—Yo lo que quiero es tenerte a ti, Lu. Te eché demasiado de menos esta semana. No me importa
tener más dinero. Deja las maletas y me cuentas.
Cenamos mientras le cuento todas las novedades. Se alegra mucho. Me dice que estaba seguro
de que tarde o temprano en la empresa se darían cuenta de lo que valgo. Que tengo que descansar
esta semana. Que lo tenemos que celebrar con los amigos. Nos acostamos a las tantas, hablando y
hablando. Fue una noche mágica. Parece estar tan orgulloso de mí.
Al día siguiente, tras marcharse Alberto al trabajo, mi mente entra en bucle. No puedo procesar
tanta información. Todas mis neuronas trabajan sin parar y no me centro.
Mi corazón quiere unas cosas. Mi mente otras totalmente distintas.
¿Qué hago?
Toda la situación está mal. Ya partimos de ese punto. En qué momento se me ocurre engañar a
Alberto con un tío casado y encima compañero de trabajo.
Y mantenerlo en secreto.
Porque creo que si se lo digo le haría mucho daño, pero quizá, sólo quizá, con el tiempo me
podría perdonar, recuperaría su confianza y volveríamos a estar bien. Pero si mantengo el secreto
y un día se entera. No hay perdón que valga.
Pero le he prometido a Carlos que mantendría el secreto. Se juega muchísimo. Tiene un hijo
pequeño.
En el trabajo ya ni te cuento. Todos me pondrían de “pilingui”. Adiós a mis nuevas
oportunidades dentro de la empresa. Tendría que empezar de cero en otra empresa.
Y quiero a Carlos. Le quiero de verdad. No es un capricho. En sólo unos días ha conseguido
que me enamore de él. Debajo de esa capa de súper controlado y estirado hay un hombre sensible.
Un hombre que me quiere. Que me hace sentirme especial en sus brazos.
Y me ha ayudado tanto con mis nuevas oportunidades en el trabajo. No puedo hacerle daño.
O quizá me ha ayudado precisamente por eso. Si se me escapa una palabra, una sola palabra su
vida se va al traste. Lo puede perder todo de golpe. Su mujer, su hijo, su prestigio dentro del
trabajo.
También yo lo puedo perder todo.
Pero creo que lo ha hecho porque de verdad piensa que puedo hacer una buena labor dentro de
la empresa. Al menos eso quiero creer. No estoy segura. Mi mente me hace dudar. Lo quiero creer.
Más dudas. Es un sentimiento agónico.
El propio trabajo me da miedo. Quiero aceptar el reto. Cualquiera de los dos retos. Es mi
oportunidad. Es para lo que he estado luchando. Pero todos los ojos van a estar fijos en mí. Hasta
Carlos lo decía, es una oportunidad que no se da muy a menudo.
Tendré que demostrar mucho más que mis compañeros. ¿Puedo hacerlo? Quiero creer que sí.
Pero sigo con dudas.
Y el comentario de Lourdes…
“Tía, ¿pero a quién te follaste para que te den esa oportunidad?” Literal.
¿Es posible que sospechen algo?
¿Quizá no es la primera vez que Carlos ayuda a alguna jovencita dentro de la empresa?
No. Intento borrar esos pensamientos de mi mente. Quiero a Carlos. Tenemos algo auténtico
entre los dos. No es un capricho, ni yo soy sólo un capricho para él. Es guapo, tiene dinero y un
buen puesto. Puede conseguir a quien quiera.
Quiero viajar con él. Conocer otros países. Otras culturas. Pasear juntos por otras ciudades.
Hacer el amor con él cada noche. Le quiero.
Pero también quiero a Alberto. Le quiero de verdad. Por nada en el mundo quisiera hacerle
daño. Ayer parecía un niño al verme. Se notaba tanto que me había echado de menos. Estaba tan
emocionado. Tan orgulloso.
¿Se puede querer a dos personas a la vez?
No quiero separarme de ninguno de los dos. ¿Es esto posible?
¡Qué mierda! Estoy totalmente confusa. Mi mente es incapaz de pensar con claridad.
Y así estoy. En mi semana de vacaciones. En la antesala de lo que podría ser un cambio radical
en mi vida. Con la necesidad de tomar una de las decisiones más importantes de mi vida metida en
la cama.
Sin ganas de nada.
Sufriendo.
Consumida por un secreto.
Me tapo con la manta. Intento dormir. Y pienso en Carlos. En su boca. En su sonrisa. En sus
manos sobre mi piel. En su torso desnudo. En su pene dentro de mi cuerpo.

∞∞∞

También podría gustarte