La Leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl
La Leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl
La Leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl
El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la princesa más bella y depositó su amor
en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo.
Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la
guerra, Popocatépetl pidió al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió
gustoso y prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si
regresaba victorioso de la batalla.
El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la promesa de que
la princesa lo esperaría para consumar su amor.
Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaban,
le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate.
Abatida por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió.
Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme
montaña.
Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la
gran montaña. El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se
arrodilló frente a su amada, para velar así, su sueño eterno.
Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus
cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo.
La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón
que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo. Por ello hasta hoy
en día, el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.