CIFE 15 N 01 La Pasión de La Ira

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CIFE 15 N 01    IPADE 

CIFE 15 N 01
Enero, 2015

LA PASIÓN DE LA IRA

Nota técnica elaborada “La ira, al parecer, escucha hasta cierto punto a la razón, sólo
que la escucha a medias”*
por el profesor Carlos
Alejandro Armenta 1. La pasión
Pico, del Centro de
Investigación de Uso común del término
Filosofía y Empresa
del Instituto En el lenguaje ordinario, la ira es una palabra que conlleva un
Panamericano de Alta significado negativo. De inmediato viene a la cabeza la imagen de
una persona alterada y fuera de sí. El habla común sugiere una
Dirección de Empresa,
pasión desordenada, algo ciego, un apetito irracional, falta de
con la colaboración de dominio. ¿Por qué este sentido negativo del término? ¿Es la ira
Jorge Antonio siempre mala? ¿Puede haber una ira buena? Para responder estos
Merodio Rivas.  interrogantes necesitamos estudiar la pasión de la ira y
distinguirla de dos hábitos relacionados con ella: la virtud de la
mansedumbre y el vicio de la ira. De manera particular,
necesitamos distinguir la pasión de la ira del vicio que lleva el
mismo nombre.

Naturaleza

La ira es una pasión en la que concurren otras tres pasiones:


tristeza, deseo y esperanza. La tristeza es causada por el malestar
que produce el daño recibido y de ella nace, a su vez, el deseo de
resarcir la ofensa. La esperanza alimenta la confianza de lograr la
revancha. Si el agresor es muy superior, la esperanza de
reivindicar el agravio se desvanece y entonces la ira se degrada en
mera tristeza. La pasión de la ira mira en dos direcciones: al
agresor a quien ve como un mal y a la revancha a la cual estima
como un bien.

*
Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1149 a1-25.

Derechos Reservados © 2015 por Sociedad Panamericana de Estudios Empresariales, A.C.


(Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa, IPADE).
Impreso en EDAC, S.A. de C.V., Cairo Nº 29, 02080 México, D.F.
El contenido de este documento no puede ser reproducido, todo o en parte, por cualesquier
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El atractivo de reparar el agravio confiere a la ira una fuerza particular. En el habla común, la venganza es
una palabra fuerte y tiene una connotación negativa que sugiere que siempre es algo malo. Por este
motivo conviene entenderla, en un sentido más amplio, como reivindicación o reparación de la injuria. La
ira, de ordinario, es un movimiento pasajero de la afectividad. Sin embargo, puede echar raíces y arraigar
en el interior de la persona.

Causa

La causa de la ira es el menosprecio injusto, es decir, la percepción de que nos han hecho algo injusto,
algo que pone de manifiesto que se nos aprecia en menor medida de la que merecemos. El desprecio
injusto es fundamental para entender la naturaleza de la ira. Aristóteles insiste en que los hombres no se
irritan cuando saben que sufren justamente: la ira no se dirige contra lo que se considera justo. La ira no
se despierta por cualquier agravio, sino por aquel que se considera injusto e inmerecido.

Hay tres tipos de menosprecio: el desdén, la contumelia y la oposición. El desdén corresponde a muestras
de indiferencia que manifiestan falta de estima y consideración (no ser saludados, el olvido de nuestro
nombre, no ser tomados en cuenta, etc.). La contumelia es una ofensa manifiesta, ya sea de palabra o de
obra. La oposición es la resistencia al cumplimiento de nuestra voluntad. La excelencia es causa de que
uno se irrite, pues a mayor excelencia y dignidad se considera que las muestras de aprecio son más
merecidas y, por contraste, más injusta cualquier manifestación de menosprecio. También, el que calla
provoca la ira del que le injuria porque el silencio parece una señal de desprecio.

Se puede hacer daño a alguien de tres maneras: por ignorancia, por pasión o por elección. Cuando el
agravio se hace por ignorancia, la ira decae al advertir que se hizo sin intención. Si el agresor actúa bajo el
influjo de alguna pasión, la ira disminuye al ver que no obra completamente a propósito. En cambio, la ira
se enciende especialmente contra aquellos que nos perjudican a sabiendas y con la intención clara de
hacerlo. El desprecio de los amigos aumenta la ira porque de ellos esperamos recibir buen trato y, cuando
nos hacen daño o no nos ayudan, consideramos más injusto el menosprecio. La causa de la ira disminuye
paulatinamente con el tiempo.

Relación con la razón

La ira escucha de alguna manera a la razón porque la respalda cuando advierte que se nos ha hecho algo
injusto. La escucha pero no lo hace enteramente porque se apresura a la revancha. La ira desea hacer daño
al agresor porque considera que la reparación del ultraje es justa. A la razón le compete discernir, con
objetividad, cuál es la proporción adecuada entre el agravio y la reivindicación, es decir, conocer cuál es
la venganza justa. La ira, sin embargo, con su espontaneidad, vehemencia y energía características, se
suele precipitar a infligir el castigo. Aristóteles insiste en que sólo escucha a la razón a medias.

Al modo de esos servidores apresurados que antes de oír todo lo que tiene que decírseles echan a
correr y yerran luego en la ejecución de la orden, o como los perros, que antes de advertir si es
amigo el que llega, con sólo que toquen a la puerta se ponen a ladrar.1

Esta es la ambivalencia propia de la ira. Por un lado, requiere de la intervención de la razón para advertir
el menosprecio injusto y, por otro, le pone obstáculos con su tendencia a precipitarse a la venganza.

                                                            
1
Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1149 a1-25.

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Especies

Hay tres clases de ira: cólera, manía y furor. La cólera se caracteriza por la facilidad y rapidez con que se
despierta la ira. El término manía proviene del verbo latino manere que significa permanecer. Esta
especie de ira se distingue porque la tristeza del agravio permanece durante mucho tiempo. El furor se
caracteriza por la fuerza y persistencia del deseo de venganza que lleva a no descansar hasta que se
castiga. Los tres tipos de ira se corresponden con los coléricos o iracundos (coléra), los amargos o
resentidos (manía) y los difíciles o agudos (furor). Basta una mirada atenta y serena para identificar la
especie de ira que domina en cada uno.

Efectos

Las manifestaciones de la ira se extienden a todos los estratos del psiquismo humano (físico, emocional e
intelectual).

Los efectos en el organismo son claramente perceptibles: el corazón palpita, el rostro se enciende, los ojos
se vuelven fieros y torvos, el cuerpo tiembla y la lengua se traba. La ira demanda una cantidad
significativa de energía y, por este mismo hecho, tiende a pasar rápidamente: una vez consumido el
combustible, la ira decae. La medicina contemporánea constata que la ira produce un estado de excitación
que dispone para el combate y, mientras dura, predispone y facilita el aumento del enfado. El sustrato
biológico de la ira activa una espiral ascendente en la que el iracundo tiende a quedar atrapado: la ira se
construye sobre la ira.2

En la esfera emocional, el malestar del agravio da entrada a la tristeza que se compensa con el deseo y la
esperanza de la venganza. La revancha se presenta con el atractivo de un bien que remedia la tristeza: “La
ira crece en el pecho de los hombres más dulce que la miel que destila”.3 El hombre se goza con el
pensamiento continuo de lo que desea: la imaginación trabaja constantemente dando vueltas al momento
y al modo de lograr el desquite. El airado piensa mucho y se enfrasca en un intenso monólogo interior. La
esperanza de la revancha convive con la tristeza y la ira, pues nadie se irrita si no ve factible vengarse.
Cuando se logra la venganza, el gozo pone remedio a la tristeza y aquieta el impulso de la ira.

En el ámbito intelectual, la ira suele ser un obstáculo para la razón porque la ciega y la turba con su
agitación. La ira se adelanta al juicio objetivo de la inteligencia. El iracundo no logra discernir lo que
debe manifestarse y lo que debe ocultarse. Expresa abiertamente lo que siente y lo que piensa. Se
precipita: actúa, habla o escribe bajo el arrebato de la ira. Cuando advierte que debe ocultar algo no logra
idear el modo de hacerlo. La ira puede llevar al extremo del mutismo y, entonces, la lengua se traba y
queda impedida para hablar: “la ira encerrada por el silencio, hierve con más fuerza dentro del alma”.4

Relación con el placer

La falta de moderación de la pasión de la ira es más difícil de advertir y de censurar que la de los placeres.
El modo en que la ira se relaciona con la justicia y su cercanía con la razón hacen que el iracundo siempre
tenga razones para airarse. La ira se muestra siempre razonable. En cambio, la falta de moderación de los
placeres es más fácil de advertir y reprochar. Su torpeza y contraste con la razón son más claras. Basta
pensar en la imagen de un hombre ebrio o comilón. Por otra parte, la ira se suele expresar de forma
abierta y franca. La concupiscencia, en cambio, actúa de forma oculta e insidiosa. Además, la ira se
enciende más rápido en las personas que están inclinadas a ella por su complexión que el deseo en

                                                            
2
Cfr. Daniel Goleman, La inteligencia emocional, Parte II, n. 5.
3
Cfr. Tomás de Aquino I-II q. 48, a. 1 sed contra.
4
Cfr. Tomás de Aquino I-II q. 48, a. 4 sed contra.

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quienes están más propensos a él por su constitución física. Estas diferencias hacen que la moderación de
la ira presente una dificultad particular.

Factores individuales

Junto a las consideraciones generales sobre la ira se suman algunos factores individuales que influyen en
la disposición de cada persona a irritarse: el temperamento, el estado del cuerpo, el cargo o posición y la
cultura. El temperamento es un rasgo de carácter congénito que dispone al predominio de ciertas
pasiones. Así hay personas que naturalmente tienden a ser optimistas o aprehensivas o melancólicas. Del
mismo modo, algunos individuos están inclinados de forma natural –temperamental– a irritarse. La ira se
transmite de padres a hijos en mayor medida que otras pasiones.

Es el caso de aquel que se disculpaba de golpear a su padre, diciendo: “Este golpeó al suyo, y aquél
a su antepasado”, y mostrando a su hijo añadía: “Y éste me golpeará cuando sea hombre; nos viene
de familia.5

El estado del cuerpo también influye en la facilidad para airarse. El estrés provoca que disminuya el
umbral de excitación ante los estímulos que disparan la ira. Un cuerpo minado por el cansancio propicia
un estado de hipersensibilidad e irritabilidad: pequeños detalles generan reacciones de ira
desproporcionadas. De ordinario, estos estados son pasajeros, pero pueden volverse crónicos. El cargo o
posición influye en la propensión a la ira debido a que el mayor grado de excelencia de una persona hace
que sea más manifiesto el menosprecio injusto. Por eso, las personas que ocupan puestos de gobierno o de
dirección se irritan más fácilmente ante el desdén, la contumelia o la oposición a su voluntad. La cultura
de una nación –con sus usos, sus costumbres, su historia y el patrimonio biológico característico de sus
ciudadanos– influye también en la disposición a irritarse. Así, mientras en algunos países se pueden
expresar los desacuerdos de forma directa y franca, en otros, hacerlo abiertamente suele ser considerado
como un agravio.

2. La virtud de la mansedumbre

Término medio

La pasión de la ira se puede apartar de la razón por exceso o por defecto. Cuando lo hace por exceso, se
habla de irascibilidad o iracundia y, cuando lo hace por defecto, de apatía o insensibilidad. Aristóteles
afirma que la mansedumbre es el término medio entre el exceso y el defecto en la ira. Es un hábito que
promueve el acierto en el modo y la medida en que conviene irritarse. Quien posee esta cualidad de
carácter se irrita por los motivos que conviene, contra quienes conviene, del modo conveniente, cuando
conviene y por el tiempo que conviene. La mansedumbre hace que la ira escuche a la razón y lo haga
enteramente. El nombre de esta virtud es poco utilizado en el lenguaje ordinario y no siempre con el
significado preciso. El adjetivo manso, que corresponde a quien practica esta virtud, tiene incluso un
sentido peyorativo: sugiere una persona sumisa y falta de carácter. La mansedumbre no es lo mismo que
la incapacidad de airarse. Esta virtud no suprime la ira sino que la presupone, la modera y la dirige.

Defecto

La mansedumbre está más cerca del defecto en la ira que del exceso por un doble motivo: porque es más
común fallar por exceso y porque quien practica esta virtud es más indulgente que vengativo. Sin
embargo, conviene insistir que la mansedumbre no significa incapacidad de irritarse, pues el defecto en la
ira es algo censurable. Aristóteles afirma que los que no se irritan –en las cosas que deben, ni con quien
                                                            
5
Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1149 b-10.

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deben, ni como deben, ni cuando deben–, parecen estúpidos y tienen alma de esclavos. 6 La apatía o
insensibilidad se opone a la razón y, como tal, es un vicio.

Exceso

El exceso en la ira se presenta de muchas formas. Hay quienes se enfadan por cosas que no deben o
contra quien no deben o en mayor medida o prontitud que las debidas o por más tiempo del que conviene.
Así, los iracundos se enojan prontamente, contra quien no es oportuno, por motivos que no lo ameritan y
más de lo que conviene. No dominan su ira y la despliegan con toda la vehemencia de su temperamento.
Pronto se desquitan y pronto se calman. Los coléricos en grado extremo están siempre prontos a enojarse,
de todo se irritan y en cualquier ocasión. Los amargados o resentidos son difíciles de aplacar y se
enfurecen durante mucho tiempo. Guardan dentro de sí el recuerdo del menosprecio y el deseo de
venganza. Descansan hasta que devuelven el mal. Mientras no lo consiguen cargan con el peso del
agravio. No se dejan ayudar, pues callan y no manifiestan su ira. Les lleva mucho tiempo digerir su
coraje. Se hacen pesados para sí mismos y para las personas cercanas. Los difíciles o agudos se irritan por
cosas que no deben, más de lo que conviene o por mayor tiempo del debido. No descansan hasta que
castigan con la venganza.

La mansedumbre es una virtud difícil, pues no es sencillo conocer cuál es el término medio entre el
defecto y el exceso en la pasión de la ira. La dificultad es tal que a veces se tiene por mansas a personas
que en realidad fallan por defecto. Otras veces se considera muy hombres y capaces de mandar a quienes
son de humor difícil: se les tiene como personas de carácter, pero en realidad, su falta de dominio
manifiesta falta de carácter. No se pueden establecer reglas generales para acertar con el término medio.
Hace falta discernir en cada momento lo que conviene hacer. Las dificultades que enfrentan los iracundos,
los amargados y los difíciles para dominar la ira son diferentes. Así, los gritos destemplados de los
coléricos provocan los pesados silencios de los amargos. Las batallas interiores de cada uno son diferentes
y no es fácil para uno entender las del otro. La mansedumbre es fundamental para hacer al hombre dueño
de sí mismo y es una virtud particularmente necesaria para las personas que ocupan cargos de dirección,
pues el gobierno de uno mismo es condición para el gobierno de otros.

3. El vicio de la ira

Falta de orden

La ira puede escuchar a medias a la razón y apartarse de ella por un doble motivo. Ya sea porque se
apetece una venganza injusta, es decir, se desea castigar al que no lo merece o más de lo que merece, o no
se hace con el propósito de restablecer el orden de la justicia o la corrección del agresor. El otro modo es
cuando el hombre se excita demasiado en su interior o expresa su cólera con signos descompuestos y
exagerados. Cuando la ira se desordena de alguna de estas formas y lo hace de forma habitual, entonces
surge el vicio de la ira.

Las especies de la pasión de la ira –cólera, manía y furor que se corresponden con los iracundos,
amargados y difíciles– también se encuentran en el vicio de la ira. Los iracundos se irritan con excesiva
frecuencia y por cualquier motivo. Los amargados conservan el recuerdo de la injuria por mucho tiempo y
contraen una tristeza duradera. Los difíciles buscan la venganza con deseo obsesivo y no descansan hasta
que la consiguen.

                                                            
6
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1126 a1-5.

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Vicio capital

Los vicios capitales son aquellos que, por su naturaleza, promueven otros vicios. La ira es uno de ellos y
lo es por dos razones: porque el deseo de venganza es algo sumamente apetecible y por la vehemencia de
esta pasión que empuja a la ejecución del castigo. Los “hijos” que nacen del vicio capital de la ira se
manifiestan en tres ámbitos: en el interior de la persona, en sus palabras y en sus acciones. En el interior
se gestan dos vicios: la indignación que aleja afectiva y efectivamente de quien ha cometido el agravio, y
el engreimiento que llena la mente y la imaginación de ideas e imágenes sobre los modos de alcanzar la
venganza. En el uso de las palabras nacen otros dos vicios: el clamor que revela la ira en el modo de
hablar airado, confuso y desordenado (gritos violentos y groseros) y el insulto que consiste en palabras
agresivas e injuriosas en contra del agresor. Finalmente, en el terreno de las acciones nace otro vicio: las
querellas que son todos los actos violentos e injustos que se cometen bajo el influjo de la ira (litigios,
pleitos, golpes, disputas, etc.).

4. Consideraciones

Retorno a los interrogantes

Una vez que hemos hablado de la pasión de la ira, la virtud de la mansedumbre y el vicio de la ira
debemos volver a los interrogantes iniciales: ¿Por qué el sentido negativo de la ira? ¿Es la ira siempre
mala? ¿Puede haber una ira buena?

La ira es desordenada y reprochable cuando el deseo de venganza es injusto o cuando la excitación que
produce es excesiva. En cambio, es ordenada y laudable cuando escucha enteramente a la razón, es decir,
cuando busca la reparación justa y lo hace en la medida, modo, momento y duración convenientes. La ira
puede estar regulada por la inteligencia o puede no estarlo. Por tanto, no es necesariamente una pasión
mala. Lo será si no escucha completamente a la razón y será buena si atiende por entero su voz. El sentido
negativo que acompaña a la ira es comprensible porque es frecuente y común que el hombre se irrite en
exceso. Además, la tendencia a vengarse está muy arraigada en el ser humano y la fuerza y rapidez del
movimiento de la ira son grandes.

Elogio de la ira

La inteligencia y la voluntad del hombre se fortalecen cuando la ira está al servicio de la razón. La pasión
de la ira, como todas las demás pasiones, puede colaborar a cumplir con prontitud lo que la razón sugiere.
La energía y espontaneidad características de los sentimientos pueden aumentar la agudeza de la
inteligencia y robustecer la fuerza de la voluntad, sin olvidar que también pueden obscurecer la razón y
debilitar o arrastrar la voluntad. La virtud de la mansedumbre impregna de racionalidad el movimiento de
la ira. De esta forma, la ira colabora delatando con rapidez la injusticia y exigiendo con vehemencia la
reparación del derecho atropellado. La ira dispone al hombre a pelear y a remover los obstáculos que se
oponen a la consecución de las cosas grandes que se propone o evitar los males que lo amenazan.7 La ira
es una fuerza necesaria y conveniente para la vida. Por contraste, la falta de esta pasión –la insensibilidad
irracional– es falta de carácter, alimenta la negligencia e invita al mal a los injustos.

El desafío

La virtud de la mansedumbre constituye un reto atractivo, pues el gobierno de la ira hace al hombre señor
de sí mismo. Se suelen recomendar distintas estrategias para dominar la ira. Algunas se centran en
disminuir sus efectos. Así, para atenuar la excitación fisiológica se sugieren paseos y ejercicios de
                                                            
7
Cfr. Josef Pieper, Las virtudes fundamentales, pp. 282-287.

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relajación con el fin de promover el “enfriamiento” del cuerpo. Se trata de apagar el “incendio” que
provoca la ira. De manera semejante, para mitigar el impacto en la esfera afectiva se aconsejan
distracciones que desvíen la atención y que produzcan gozos que atenúen la tristeza. También se aconseja
tener presentes dos factores: el silencio y el tiempo. La idea es callar y esperar para evitar la precipitación:
no actuar ni hablar ni escribir bajo el efecto de la ira. Se trata de no introducirse en la espiral del combate
y evitar reacciones que hagan más difícil la reconciliación.

Todos estos medios son útiles y convenientes, pero no bastan. No es suficiente mitigar los efectos. Es
necesario ir a la causa de la ira: el menosprecio injusto. Y esto tiene que ver con escuchar enteramente la
voz de la razón. La estimación de lo que se considera injusto debe ser objetiva, razonable. Hay muchos
movimientos de ira injustificados que generan pesos y sufrimientos innecesarios, dañan a quienes se
irritan y lesionan las relaciones entre quienes combaten. Hay cosas que se consideran agravios injustos y
ni son agravios ni son injustos. La valoración del carácter injusto de una injuria exige un conocimiento
recto de uno mismo, de quien se estima agresor y de lo que se considera un agravio (y de las
circunstancias que lo acompañan). Es necesario conocer la realidad como es y la ira dificulta que el ánimo
del hombre juzgue rectamente sobre la verdad de las cosas.8 El hombre tiende a sobreestimarse, pero
cuando conoce con objetividad sus limitaciones y sus errores, y los acepta, entonces advierte que es
comprensible que sus defectos puedan irritar a otros y, como consecuencia, no se le valore en lo que él
pensaba que merecía: los hombres no se irritan cuando saben que sufren justamente. Por otra parte, el
conocimiento objetivo del agresor, muchas veces, pone de manifiesto que no actúa a propósito sino que lo
hace por ignorancia, por el vigor de su temperamento o bajo el influjo del temor (el hombre que teme
grita y ataca). Darse cuenta de esto disminuye la ira. También la mitiga la consideración atenta de las
circunstancias que rodean la supuesta injuria (un momento de cansancio, una jornada difícil, etc.). Ver las
cosas como son y no como las presenta la ira, es el mejor recurso para gobernar esta pasión. Conviene
desafiar y cuestionar las “razones” que la ira sugiere a primera vista. El cambio en el modo de ver las
cosas puede llevar, incluso, a descubrir que quien se consideraba un enemigo es en realidad un benefactor
que ayuda a moldear el propio carácter.

 
 

                                                            
8
Cfr. Tomás de Aquino I-II q. 157, a. 4, ad. 1.

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Referencias bibliográficas

Fuentes directas

– Aristóteles, Arte retórica. México, Porrúa, 2002.


Libro II, n. 2: Sobre la ira y sus facetas
– Aristóteles, Ética a Nicómaco. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983.
Libro IV, n. 5: Sobre la mansedumbre
Libro VII, n. 6: De la continencia y la incontinencia
– Tomás de Aquino, Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Trad. de Ana Mallea. España,
EUNSA, 2000.
Lección XIII, nn. 556-568
Lección VI, nn. 978-985
– Tomás de Aquino, Suma Teológica. Madrid, BAC, 1954.
I-II qq. 46-48 Sobre la pasión de la ira
II-II qq. 157 Sobre la clemencia y la mansedumbre
II-II qq. 158 Sobre el vicio de la ira
– Josef Pieper, Las virtudes fundamentales. Madrid, Ediciones Rialp. S.A., 1976.
Capítulo VIII. Las pasiones humanas, elogio de la ira

Fuentes indirectas

– Goleman, Daniel, La inteligencia emocional. 4ª ed. Barcelona, Editorial Kairós. Barcelona, 1996.
– Picos, Arturo, “Agresividad y amor propio: una combinación explosiva”. Nota técnica (P)FHN-219.
Área de Factor Humano del IPADE. México, 2007.
– Rossetti, Luigi M., Práctica de caracteriología. Valencia, Editorial Marfil, S.A., 1974.

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