Bergson Henri Materia Y Memoria PDF
Bergson Henri Materia Y Memoria PDF
M A TER IA Y M EM O R IA
En sayo sobre la relación
del cuerpo con el espíritu
Prólogo
BER G SO N , EL V ITALISTA
(M aría Pía López)
Editorial Cactus
Serie «Perenne»
Los filósofos que han especulado sobre la
significación de la vida y el destino del hombre
no han notado lo suficiente que la naturaleza
se ha tomado la molestia de informarnos sobre
sí misma. Ella nos advierte por un signo preciso
que nuestro destino está alcanzado.
Ese signo es la alegría. Digo la alegría, no digo
el placer. E l placer no es más que un artificio
imaginado por la naturaleza para obtener
del ser viviente la conservación de la vida;
no indica la dirección en la que la vida es
lanzada. Pero la alegría anuncia siempre que
la vida ha triunfado, que ha ganado terreno,
que ha conseguido una victoria: toda gran
alegría tiene un acento triunfal. Ahora bien,
si tomamos en cuenta esta indicación y si
seguimos esta nueva línea de hechos, hallamos
que por todas partes donde hay alegría, hay
creación: más rica es la creación, más profunda
es la alegría.
H. Bergson
Materia y Memoria, Ia Edición, Buenos Aires: Cactus, 2006.
280 p. ; 20x14 cm.- (Perenne, 2)
ISBN-13: 978-987-21000-4-9
Título original en francés: «Matiére et mémoire. Essai sur la relación du corps i I’esprit»
Autor: Henri Bergson
Título en español: «Materia y memoria. Ensayo sobre la relación del cuerpo con el espíritu»
Ira. edición en español - Buenos Aires, Abril de 2006
Ira. reimpresión - Buenos Aires, junio de 2007
2da. reimpresión - Buenos Aires, Abril de 2010
3ra. reimpresión - Buenos Aires, Octubre de 2013
[email protected]
www.editorialcactus.com.ar
índice
12Henri Bergson, M em oriay vida, Alfaya, Barceloná, 1994 (comp. Gilíes Deleuze)
13Según Deleuze -cu ya interpretación de Bergson es difícil eludir y de cuyo impacto
es difícil sustraerse- la duración es diferencia. Y sólo al interior de esa diferencia se
pueden pensar grados o intensidades. («La concepción de la diferencia en Bergson»,
en L a isla desiertay otros textos, op.cit.)
flexibilidad de acritud, aten ción a la vida, aju ste siem pre renovado
a situacion es siem pre n u evas.»14
La cuarta estación es u n a coda: que versa sobre el desplazam ien to
de la filosofía h acia el arte, p or m edio de la idea —extrema- de in
tuición . Por un lado, la crítica de la cien cia n o deja de proyectarse
sobre el revés de un festejo de las poten cias del arte para desgarrar los
lím ites de la percepción : «su pon ed, en cam bio, que n o tratam os de
elevarn os p or en cim a de la percepción d e las cosas, sin o qu e ah on
dam os en ella, para agran darla en profu n didad y altura; su pon ed
qu e in trodu cim os en ella n uestra volu n tad, y qu e n uestra volun tad,
al dilatarse, dilata tam bién n uestra visión de las cosas (...) Se m e
dir á qu e este en san ch am ien to es im posible. Pues, ¿cóm o exigir a los
ojos del cuerpo o a los del espíritu, que vean m ás de lo qu e ven? La
aten ción puede precisar, aclarar, in ten sificar, pero n o pu ede crear,
en el cam po de la percepción , lo qu e n o se h alle de an tem an o en él.
Esa es la objeción . Pero esa objeción queda, según creemos, refutada
por la experien cia. En efecto, existen desde h ace siglos ciertos seres
cuya fun ción es cabalm en te ver, y h acern os ver, lo qu e n o percibim os
n aturalm en te: esos seres son los artistas.»15
Por otro lado, aparece el problem a de la sin gularidad. El cam in o
de la in tuición es el de la com pren sión por sim patía (la vida es ca
paz de com pren der a la vida), por iden tificación con la experiencia.
Sign ifica que la in tuición se dirige h acia lo que h ay «de ún ico y de
in expresable» en un objeto. Bergson im agin a un em pirism o radical,
«un em pirism o que n o trabaje m ás que a m edida, se ve obligado
a su m in istrar un esfuerzo com pletam en te n uevo para cada nuevo
2Ver los trabajos de Pierre Marie y la obra de F. Moutier, L’aphasie de Broca, Paris,
1908 (en particular el capítulo VII). Nosotros no podemos entrar en el detalle de las
investigaciones y las controversias relativas a la cuestión. Sin embargo, tenemos que
citar el reciente artículo de J. Dignan-Bouveret, «L’aphasie motrice souscorticale»
{Journ al depsychologie nórm ale etpathologique, enero-febrero 1911).
3 E Janet, Les obsessions et la psychasthénie, Paris, F. Alean, 1903 (en particular
págs. 474-502)
esta con exión es real, in cluso ín tim a; y si un o la tom a en cuenta,
un problem a m etafísico capital resulta tran sportado al terreno de
la observación , don d e p od r á ser resuelto progresivam en te, en lugar
de alim en tar in defin idam en te disputas en tre escuelas en el cam po
cerrado de la dialéctica pura. La com plicación de ciertas partes de la
presente obra se sostien e en el inevitable en trecruzamien to de proble
mas que se produce cuan do se tom a la filosofía desde este án gulo. Pero
a través de esta com plicación , qu e se atien e a la com plicación m ism a
de la realidad, creem os qu e u n o se orien tará sin dificu ltad si n o deja
escapar dos prin cipios qu e n os h an servido a n osotros m ism os de
h ilo con du ctor en n uestras bú squ edas. El prim ero es qu e el an álisis
psicológico debe situ arse siem pre en relación al carácter u tilitario
de n uestras fu n cion es m en tales esen cialm en te vueltas a la acción .
El segun do es que los h ábitos con tr aídos en la acción , rem on tan do
en la esfera de la especu lación , crean problem as ficticios, y qu e la
m etafísica debe com en zar p or disipar esas oscuridades artificiales.
Capítulo I
De la selección de las
imágenes para la representación.
El papel del cuerpo.
.1(1
devuelven pues a mi cuerpo, como harta un espejo, su influencia even-
tual; se ordenan según las potencias crecientes o decrecientes de mi
cuerpo. Los objetos que rodean mi cuerpo reflejan la acción posible de mi
cuerpo sobre ellos.
Sin tocar las otras imágenes, ahora voy a m odificar ligeramente eso
que llamo mi cuerpo. En esta imagen, secciono a través del pensamiento
todos los nervios aferentes dei sistema cerebro-espinal. ¿Qué va a pasar?
Algunos golpes de escalpelo habrán corlado algunos manojos de fibras:
el resto del universo, e incluso el resto de mi cuerpo, quedarán como
eran. El cam bio operado es pues insignificante. De hecho, «mi
percepción» entera se desvanece. Exam inem os pues más de cerca lo
que acaba de producirse. H e aquí las imágenes que componen el
universo en general, luego aquellas que se avecinan a mi cuerpo, luego
por último mi cuerpo mismo. En esta última imagen, el papel habitual
de los nervios centrípetos es el de transmitir movimientos al cerebro y
a la médula; ios nervios centrífugos devuelven ese movimiento a la
periferia. Eí seccionamiento de los nervios centrípetos no puede pues
producir más que un único efecto realm ente inteligible, el de
interrumpir la corriente que va de la periferia a la periferia pasando por
el centro; se trata, en consecuencia, de poner mi cuerpo en la
imposibilidad de extraer, en el medio de las cosas que lo rodean, la
cualidad y la cantidad de movimiento necesarias para obrar sobre ellas.
He aquí lo que concierne a la acción, y solamente a la acción. Sin
embargo es mi percepción la que se desvanece. ¿Qué implica decir esto
sino que mi percepción dibuja fielmente en el conjunto de las imágenes,
a la manera de una sombra o un reflejo, las acciones virtuales o posibles
de mi cuerpo? Ahora bien, el sistema de imágenes donde el escalpelo
sólo ha operado un cambio insignificante es lo que generalmente
llamamos el mundo material; y, por otra parte, lo que acaba de
desvanecerse es «mi percepción» de ia materia. D e ahí, provisoriamente,
estas dos definiciones: Llamo materia al conjunto de las imágenes, y
percepción de la materia a esas mismas imágenes relacionadas a la acción
posible de una cierta imagen determinada, mi cuerpo.
Profundicemos esta última relación. Considero mi cuerpo con ios
reñiros nerviosos, con los centros centrípetos y centrífugos. Sé que los
objetos exteriores imprimen a los nervios aferentes conmociones que
se propagan a los centros, que los centros son el teatro de movimientos
moleculares muy variados, que esos movimientos dependen de la
naturaleza y de ia posición de los objetos. Cam bien los objetos,
modifiquen su relación con mi cuerpo, y todo habrá cambiado en los
movimientos interiores de mis centros perceptivos. Pero también todo
habrá cambiado en «mi percepción». M i percepción es pues íunción
de esos movimientos moleculares, ella depende de ellos. Pero ¿cómo
depende? Ustedes dirán quizás que los traduce, y que no me represento
ninguna otra cosa, en últim o análisis, más que los movimientos
moleculares de la sustancia cerebral. Pero, ¿cómo esta proposición
podría tener el menor sentido si la imagen del sistema nervioso y de
sus movimientos interiores 110 es, en hipótesis, más que ia de un cierto
objeto material, y yo me represento el universo material en su totalidad?
Es verdad que aquí intentamos dar vuelta la dificultad. Se nos muestra
un cerebro en su esencia análogo al resto del universo material; imagen,
pues, en tanto que el universo es imagen. Luego, como se pretende
que los movimientos interiores de ese cerebro crean o determinan la
representación de todo el mundo material, imagen que desborda
infinitamente a la de las vibraciones cerebrales, se finge no ver en esos
movimientos moleculares, ni en el m ovimiento en general, imágenes
como ias otras, sino algo que sería más o menos que una imagen, en
todo caso de otra naturaleza que la imagen y de donde la representación
surgiría por un verdadero milagro. La materia deviene de este modo
cosa radicalmente diferente de la representación, de la cual no tenemos
en consecuencia ninguna imagen; frente a ella se ubica una conciencia
vacía de imagen de ia que 110 podemos hacernos idea alguna; finalmente,
para llenar ia conciencia se inventa una acción incomprensible de esia
materia sin forma sobre este pensamiento sin materia. Pero lo cierto es
que los movimientos de la materia son muy claros en taino que
imágenes, y que no hay lugar para buscar en el movimiento otra cosa
que lo que allí se ve. 1.a única dificultad provendría de hacer nacer de
esas imágenes muy particulares la variedad infinita de las representa-
ciones; pero ¿por qué pensar esto cuando está a la vista de todos que las
vibraciones cerebralesy¿n;//w parte del mundo material, y cuando esas
imágenes no ocupan en consecuencia más que un pequeñísim o rin-
cón de la representación? ¿Q ué son pues, por fin, esos movim ientos,
y qué papel juegan esas imágenes particulares en la representación del
todo? N o podría dudar de esto: son movim ientos destinados a pre-
parar en el interior de mi cuerpo, iniciándola, la reacción de mi cuer-
po a la acción de los objetos exteriores. Imágenes ellas mismas, no
pueden crear imágenes; pero marcan en todo mom ento, com o haría
una brújula que se desplaza, la posición de cierta imagen determina-
da, mi cuerpo, en relación a las imágenes circundantes. En el conjun-
to de la representación, son m uy poca cosa; pero tienen una im por-
tancia capital para esa parte de la representación que llam o mi cuer-
po, pues esbozan en todo m om ento sus cam inos virtuales. N o hay
entonces más que una diferencia de grado, no puede haber una dife-
rencia de naturaleza entre la (acuitad llamada perceptiva del cerebro y
las funciones reflejas de la médula espinal. La médula transforma las
excitaciones sufridas en m ovim ientos ejecutados; el cerebro las pro-
longa en reacciones simplemente nacientes; pero en un caso como en
el otro, el papel de la materia nerviosa es el de conducir, com poner o
inhibir movim ientos. ¿De dónde proviene entonces el hecho de que
«mi percepción del universo» parezca depender de los m ovim ientos
internos de la sustancia cerebral, cam biar cuando ellos varían y des-
vanecerse cuando son abolidos?
La dificultad de este problema consiste sobre todo en que uno se
representa la sustancia gris y sus modificaciones como cos-'.s que se
bastarían a sí misma y que podrían aislarse del resto del universo.
Materialistas y dualistas acuerdan, en el fondo, sobre este punto. Ellos
consideran separadamente ciertos movimientos moleculares de la
materia cerebral : entonces, unos venen nuestra percepción conciente
una fosforescencia que sigue esos movimientos e ilumina su trazo; los
otros despliegan nuestras percepciones en una conciencia que expresa
sin cesar, a su manera, los sacudimientos moleculares de la sustancia
cortical: en un caso com o en el otro, se trata de estados de nuestro
sistema nervioso que la percepción supone diseñar o traducir. Pero,
¿puede concebirse vivo al sistema nervioso sin el organismo que lo
nutre, sin la atrnóslera en la que el organism o respira, sin la Tierra
que esta atmósfera baña, sin e! sol alrededor del cual la Tierra gravita?
Más generalmente, ¿no implica la ficción de un objeto material aislado
una especie de absurdo, puesto que este objeto toma sus relaciones
físicas de las relaciones que mantiene con todos los otros, y debe
cada una desús determinaciones, en consecuencia su existencia misma,
al lugar que ocupa en el conjunto del universo? N o decimos pues
que nuestras percepciones simplemente dependen de los movimientos
moleculares de la masa cerebral. D ecim os que ellas varían con ellos,
pero que dichos m ovim ientos quedan inseparablemente ligados al
resto del mundo material. Ya no se trata entonces solamente de saber
cómo nuestras percepciones se vinculan a las modificaciones de la
sustancia gris. El problema se amplia, y se plantea también en términos
mucho más claros. H e aquí un sistema de imágenes que llamo mi
percepción del universo y que se trastorna de arriba a abajo por suaves
variaciones de cierta imagen privilegiada, mi cuerpo. Esta imagen
ocupa el centro; sobre ella se regulan todas las otras; todo cambia
con cada uno de sus m ovim ientos, com o si se hubiera dado vuelta
un caleidoscopio, He aquí, por otra parte, las mismas imágenes pero
relacionadas cada una consigo misma; influyendo sin dudas unas
sobre otras, pero de m odo que el electo perm anece siem pre
proporcionado con la causa: es lo que llamo el universo. ¿Cóm o
explicar que estos dos sistemas coexistan, y que las mismas imágenes
sean relativamente invariables en el universo e infinitamente variables
en la percepción? El problem a pendiente entre el realismo y el
idealism o, quizás incluso entre el materialismo y el esplritualism o,
se plantea pues, para nosotros, en los siguientes términos: ¿De dónde
proviene el hecho de que las mismas imágenes puedan entrar a la t>cz
en dos sistemas diferentes, uno en el que cada imagen paría por si misma
y en la medida bien definida en que ella padece la acción real de las
imágenes circundantes, otro en el que todas varían por una sola, y en la
medida variable en que ellas reflejan la acción posible de esta imagen
privilegiada?
Toda imagen es interior a ciertas imágenes y exterior a otras; pero
del conjunto uno no puede decir que nos sea interior ni que nos sea
exterior, puesto que la interioridad y la exterioridad no son más que
relaciones entre imágenes. Preguntarse si el universo existe solamente
en nuestro pensamiento o más allá de él, es enunciar el problema en
términos insolubles, suponiendo que ellos sean inteligibles; es
condenarse a una discusión estéril, donde los términos pensamienco,
existencia, universo estarán necesariamente tomados en una y otra parte
en sentidos totalmente diferentes. Para zanjar el debate, es preciso ante
todo encontrar un terreno común en eí que se entable la lucha, y puesto
que nosotros sólo captamos las cosas bajo forma de imágenes, es en
función de imágenes, y solamente de imágenes, que unos y otros
debemos plantear el problema. Ahora bien, ninguna doctrina filosófica
discute que las mismas imágenes puedan entrara la vez en dos sistemas
distintos, uno que pertenece a la ciencia, y en el que cada imagen, no
estando relacionada más que a sí misma, conserva un valor absoluto,
otro que es el mundo de la conciencia, y en el que todas las imágenes se
regulan sobre una imagen centra!, nuestro cuerpo, cuyas variaciones
ellas siguen. La cuestión planteada entre el realismo y el idealismo se
vuelve entonces muy clara: ¿cuáles son las relaciones que estos dos
sistemas de imágenes sostienen entre sí? Y es fácil de ver que el idealismo
subjetivo consiste en hacer derivar el primer sistema del segundo, el
realismo materialista en extraer el segundo de! primero.
£1 realista parte en efecto del universo, es decir de un conjunto de
imágenes gobernadas en sus relaciones mutuas por leyes inmutables,
donde los electos permanecen proporcionados a sus causas, y cuyo
carácter es no tener centro, todas las imágenes se despliegan sobre un
mismo plano que se prolonga indefinidamente. Pero también es forzoso
conscatar que además de este sistema existen percepciones, es decir
sistemas en los que esas mismas imágenes están relacionadas a una única
imagen entre ellas, se escalonan alrededor suyo sobre planos diferentes,
y se transfiguran en su conjunto por modificaciones ligeras de esta
imagen central. El idealismo parce de esta percepción, y en el sistema
de imágenes que se da hay una imagen privilegiada, su cuerpo, sobre el
cual se regulan las otras imágenes. Pero desde que pretende religar el
presente al pasado y prever el porvenir, está obligado a abandonar esta
posición central, a resituar todas las imágenes sobre el mismo plano, a
suponer que ya no varían por él sino por ellas, y a tratarlas como si
formaran parte de un sistema en el que cada cambio da la medida
exacta de su causa. Solamente con esta condición la ciencia del universo
se vuelve posible; y puesto que esta ciencia existe, puesto que ella
consigue prever el porvenir, la hipótesis que la luncla no es una hipótesis
arbitraria. El primer sistema no es dado sino a la experiencia presente;
pero creemos en el segundo sólo por esto que afirmamos, la continuidad
del pasado, del presente y del porvenir. Así, tanto en el idealismo como
en el realismo, se plantea uno de los dos sistemas, y luego se busca
deducir el otro.
Pero ni el realismo ni el idealismo llegan a mucho con esta deducción,
puesto que ninguno de los dos sistemas está implicado en el otro, y
cada uno de ellos se basta a sí mismo. Si ustedes se dan el sistema de
imágenes que no posee centro, y en el que cada elemento posee su
tamaño y su valor absoluto, no veo por qué a ese sistema se le adjuntaría
un segundo, en el que cada imagen toma un valor indeterminado,
sometido a todas las vicisitudes de una imagen central. Para engendrar
la percepción será preciso pues evocar algún ricas exmiichhui ral como
la hipótesis materialista de la conciencia-epifenómeno. Entre todas las
imágenes de los cambios absolutos que se habrán puesto de enriada, se
escogerá aquella que llamamos nuestro cerebro, y se conferirá a los
estados interiores de esta imagen el singular privilegio de duplicarse,
no se sabe cómo, en la reproducción esta vez relativa y variable de
todas las otras. Es cieno que luego se fingirá no dar ninguna importancia
a esta representación, ver allí una fosforescencia que las vibraciones
cerebrales dejarían detrás de sí: ¡como si la sustancia cerebral y las
vibraciones cerebrales incrustadas en las imágenes que componen esta
representación, pudiesen ser de otra naturaleza que ellas mismas! Así
pues, todo realismo hará de la percepción un accidente, y en
i2
consecuencia un misterio. Pero inversamente, si ustedes se dan un sis-
tema de imágenes inestables dispuestas alrededor de un centro privile-
giado y que se modifican profundamente por desplazamientos insen-
sibles de ese centro, excluyen de entrada el orden de !a naturaleza, este
orden indiferente al punto donde se lo ubica y al término por el que se
lo comienza. N o podrán restituir este orden más que evocando a vues-
tro turno un deas ex machina, suponiendo, a través de una hipótesis
arbitraria, no se cuál armonía preestablecida entre las cosas y el espíri-
tu, o al menos, para hablar como Kanc, entre la sensibilidad y el enten-
dimiento. Es ¡a ciencia la que se volverá entonces un accidente, y su
éxito un misterio. Ustedes no podrían pues deducir ni el primer siste-
ma del segundo, ni el segundo del primero, y esas dos doctrinas opues-
tas, realismo e idealismo, cuando finalm ente se las sitúa sobre el
mismo terreno, acaban en sentidos contrarios chocando contra el
mismo obstáculo.
Profundizando ahora por debajo de las dos doctrinas ustedes
descubrirán en ellas un postulado común, que formularemos así: la
percepción tiene un interés completamente especulativo; ella es
conocimiento puro. Toda !a discusión consiste en el rango que hay que
atribuir a este conocimiento frente al conocimiento científico. Unos
se dan el orden exigido por la ciencia y no ven en la percepción más
que una ciencia confusa y provisoria. Los otros ponen la percepción en
primer lugar, la erigen en absoluto, y román a la ciencia como una
expresión simbólica de lo real. Pero para unos y otros percibir significa
ante todo conocer.
Ahora bien, este es el postulado que nosotros discutimos. El es
desmentido por el examen, aún el más superficial, de la estructura del
sistema nervioso en la serie animal. Y uno no podría aceptarlo sin
oscurecer profundamente el triple problema de la materia, de la
conciencia y de su relación.
¿Seguimos en efecto, paso a paso, el progreso de la percepción externa
desde la monera hasta los vertebrados superiores? Encontramos que en
el estado de simple masa protoplásmica la materia viviente es ya irritable
y contráctil, que sufre la influencia de los estímulos exteriores, a los
que responde a través de reacciones mecánicas, físicas y químicas. A
medida que nos elevamos en la serie de los organismos, vemos dividir-
se el trabajo fisiológico. Aparecen células nerviosas, se diversifican, tien-
den a agruparse en sistema. A l mismo tiempo, el animal reacciona a la
excitación exterior a través de movimientos más variados. Pero, aun
cuando la conm oción recibida no se prolongue de inmediato en
movimiento cumplido, parece simplemente esperar la ocasión para
ello, y la misma impresión que las modificaciones ambientes transmiten
ai organismo lo determinan o lo preparan para adaptarse a ellas. En los
vertebrados superiores, se vuelve sin dudas radical la distinción entre el
puro automatismo, que reside sobre todo en la médula, y la actividad
voluntaria, que exige la intervención del cerebro. Uno podría imaginar
que la impresión recibida, en lugar de florecer en movimientos, se
espiritualiza en conocimiento. Pero basta comparar la estructura del
cerebro con la de la médula para convencerse de que entre las funciones
de! cerebro y la actividad refleja del sistema medular sólo existe una
diferencia de complejidad, y no una diferencia de naturaleza. ¿Qué
sucede, en efecto, en la acción refleja? El movimiento centrípeto
comunicado por la excitación se refleja de inmediato por intermedio
de las células nerviosas de la médula en un movimiento centrífugo que
determina una contracción muscular. ¿En qué consiste, por otra parte,
la función del sistema cerebral? La conmoción periférica, en lugar de
propagarse directamente a la célula motriz de la médula e imprimir al
músculo una necesaria contracción, remonta en primer lugar al encéfalo,
luego vuelve a descender a las mismas células motrices de la médula
que intervenían en el movimiento reflejo. ¿Qué se ha ganado con este
rodeo, y qué ha ido a buscar en las células llamadas sensitivas de la
corteza cerebral? N o comprendo, no comprenderé jamás que extraiga
de esto la milagrosa potencia de transformarse en representación de las
cosas, y además tengo esta hipótesis por inútil, como se lo verá luego.
Pero lo que veo muy bien es que esas células de las diversas regiones
llamadas sensoriales de la corteza, células interpuestas entre las
arborizaciones terminales de las Fibras centrípetas y las células motrices
de la zona rolándica, permiten a la conmoción recibida ganar a voluntad
ral o cual mecanismo motor cle la médula espinal y escoger así su efec-
to. M ás se multiplicarán esas células interpuestas, más emitirán pro-
longaciones ameboideas capaces de unirse diversamente, más numero-
sas y variadas serán también las vías capaces de abrirse frente a una
conmoción venida de la periferia, y en consecuencia, habrá más siste-
mas de movimientos entre los cuales una misma excitación permitirá
escoger. El cerebro no debe pues ser otra cosa, en nuestra visión, que
una especie de oficina telefónica central: su papel es el de «dar la comu-
nicación», o el de hacerla esperar. No añade nada a lo que recibe; pero
como todos los órganos perceptivos envían allí sus últimas prolonga-
ciones, y como todos los mecanismos motores de la médula y del
bulbo tienen allí representantes acreditados, constituye realmente un
centro en el que la excitación periférica se pone en relación con tal o
cual mecanismo motor, elegido y no ya impuesto. Por otra parte, de-
bido a que una multitud de vías motrices pueden abrirse todas a la vez
en esta sustancia, por una misma conmoción venida de la periferia,
esta conmoción posee la facultad de dividirse allí al infinito, y en
consecuencia, perderse en reacciones m otrices innum erables,
simplemente nacientes. De este modo, el papeí del cerebro es tanto el
de conducir el movimiento recogido a un órgano de reacción elegido,
como el de abrir a ese movimiento la totalidad de las vías motrices
para que esboce allí todas las reacciones posibles de las que está preñado,
y para que se analice él mismo al dispersarse. En otros términos, el
cerebro nos parece un instrumento de análisis en relación al movimiento
recogido y un instrumento de selección en relación al movimiento
ejecutado. Pero en un caso como en el otro, su rol básico se limita a
transmitir y a dividir el movimiento. Y ni en los centros superiores de
la corteza ni en la médula los elementos nerviosos trabajan en vista del
conocimiento: no hacen más que esbozar de un sólo golpe una
pluralidad de acciones posibles, u organizar una de ellas.
Es decir que el sistema nervioso nada posee de un aparato que serviría
para fabricar o aún para preparar representaciones. Él tiene por función
recibir excitaciones, montar aparatos motores y presentar el mayor
número posible de esos aparatos a una excitación dada. Tanto más se
desarrolla, tamo más numerosos y más alejados devienen los puntos
.en el espacio que pone en relación con mecanismos motores siempre
más complejos: así se agranda la amplitud que él deja a nuestra acción,
y en esto consiste justamente su creciente perfección. Pero si el sistema
nervioso está construido, de un extremo al otro de la serie animal, en
vista de una acción cada vez menos necesaria, ¿no es preciso pensar que
la percepción, cuyo progreso se regula por el suyo, está por completo
orientada, ella también, hacia ía acción, no hacia el conocimiento puro?
Y desde entonces la riqueza creciente de esta misma percepción, ¿no
debe simbolizar sencillamente ía parte creciente de indeterminación
dejada a la elección del ser viviente en su conducta frente a las cosas?
Partimos pues de esta indeterminación como del verdadero principio.
Buscamos, una vez planteada esta indeterminación, si 110 se podría
deducir de ella la posibilidad y aún la necesidad de la percepción
concierne. En otros términos, nos damos este sistema de imágenes
solidarias y ligadas que llamamos el mundo material, e imaginamos
aquí y allá, en este sistema, centros de acción real representados por la
materia viviente: digo que es preciso que alrededor de cada uno de
estos cen tros se dispongan imágenes subordinadas a su posición y variables
con respecto a ellos; digo en consecuencia que la percepción conciente
1debe producirse, y que además es posible comprender cómo surge.
Notemos ante codo que una ley rigurosa liga la extensión de la
percepción conciente con la intensidad de acción de ia que el ser viviente
dispone. Si nuescra hipótesis es fundada, esta percepción aparece en el
momento preciso en que una conmoción recibida a través de la materia
no se prolonga en reacción necesaria. En el caso de un organismo
rudimentario, será necesario, es cierro, un contacto inmediato del objeto
interesado para que la conmoción se produzca, y entonces la reacción
no puede apenas hacerse esperar. Es así que, en las especies inferiores, el
tacto es pasivo y activo a la vez; sirve para reconocer una presa y para
tomarla, para sentir el peligro y hacer el esfuerzo para evitarlo. Las
prolongaciones variadas de los protozoarios, ios ambulacros de los
equinodermos, son tanto órganos de movimiento como de percepción
táctil; el aparato urticante de los celentéreos es un instrumento de
‘i(>
percepción ai mismo tiempo que un medio de defensa. En una pala-
bra, cuánto más inmediata debe ser la reacción, más necesario que ia
percepción se asemeje a un simple contacto, y el proceso completo de
percepción y de reacción apenas se distingue entonces del impulso
mecánico seguido de un movimiento necesario. Pero a medida que la
reacción se vuelve más incierta, que ella deja lugar a la hesitación,
también se incrementa la distancia respecto a la cual se hace sentir sobre
el animal la acción del objeto interesado. A través de la vista, del oído,
el animal se pone en relación con un número siempre mayor de cosas,
sufre influencias cada vez más lejanas; y sea que esos objetos le permitan
una ventaja, sea que lo amenacen de un peligro, promesas y amenazas
retrasan su concreción. La parte de independencia de la que dispone un
ser vivo, o como diremos nosotros, la zona de indeterminación que
rodea su actividad, permite pues evaluar// priori el número y la distancia
de las cosas con las cuales él está en relación. Cualquiera sea esa relación,
cualquiera sea pues la naturaleza íntima de la percepción, se puede
afirm ar que la am plitud de la percepción mide exactamente ia
indeterminación de la acción consecutiva, y en consecuencia enunciar
esta ley: la percepción dispone del espacio en la exactaproporción en que
la acción dispone del tiempo.
Pero, ¿por qué esta relación del organismo con objetos más o menos
lejanos tómala forma particular de una percepción conciente? Nosotros
hemos examinado lo que sucede en el cuerpo organizado; hemos visto
movimientos transmitidos o inhibidos, metamorfoseados en acciones
cumplidas o dispersados en acciones nacientes. Nos ha parecido que
esos movimientos interesaban a la acción, y solamente a ella; ellos
permanecen absolutamente ajenos al proceso de la representación.
Hemos considerado entonces la acción misma y la indeterminación
que la rodea, indeterminación que está implicada en la estructura del
sistema nervioso, y en vista de la cual este sistema más bien parece
haber sido construido para otra cosa que en vista de la representación.
De esta indeterminación, aceptada como un hecho, hemos podido
deducir la necesidad de una percepción, es decir de una relación variable
entre el ser viviente y las in fluencias más o menos lejanas de los objetos
que le interesan. ¿De dónde proviene el hecho de que esta percepción
sea conciente, y por qué rodo sucede como si esta conciencia naciera de
los movimientos interiores de la sustancia cerebral?
Para responder a esta pregunta, vamos en primer lugar a simplificar
mucho las condiciones en que se cumple la percepción conciente. De
hecho, no hay percepción que no esté impregnada de recuerdos. A ios
datos inmediatos y presentes de nuestros sentidos les mezclamos miles
de detalles de nuestra experiencia pasada. Lo más frecuente es que esos
recuerdos desplacen nuestras percepciones reales, de las que no retenemos
entonces más que algunas indicaciones, simples «signos» destinados a
recordarnos antiguas imágenes. La com odidad y la rapidez de la
percepción existen a ese precio; pero de allí nacen también las ilusiones
de todo género. Nada impide sustituir esta percepción, penetrada
completamente de nuestro pasado, con la percepción que tendría una
conciencia adulta y formada pero encerrada en el presente y absorbida,
con exclusión de cualquier otro trabajo, en la tarea de moldearse sobre
el objeto exterior. ¿Se dirá que hacemos una hipótesis arbitraria, y que
esta percepción ideal, obtenida por la eliminación de los accidentes
individuales, ya no responde en nada a la realidad? Mas nosotros
esperamos mostrar precisamente que los accidentes individuales están
injertados sobre esta percepción impersonal, que esta percepción está
en la base misma de nuestro conocimiento de las cosas, y que es por
haberla desconocido, por 110 haberla distinguido de lo que la memoria
le añade o le resta, que se ha hecho de la percepción una especie de
visión interior y subjetiva, que no diferiría del recuerdo más que por
su mayor intensidad. Tal será pues nuestra primera hipótesis. Pero por
naturaleza ella entraña otra. Por corra que se suponga una percepción,
ella ocupa en efecto una cierta duración, y exige en consecuencia un
esfuerzo de la memoria que prolongue unos en otros una pluralidad
de momentos. Incluso, como intentaremos mostrarlo, la «subjetividad»
de las cualidades sensibles consiste sobre todo en una especie de
'contracción de lo real, operada por nuestra memoria. Resumiendo, la
^memoria bajo esas dos formas, en tanto recubre con un manto de
recuerdos uñ fondo de percepción inmediata y en tanto contrae a su
vez una multiplicidad de momentos, constituye el principal aporte de
la conciencia individual a la percepción, el costado subjetivo de nues-
tro conocimiento de las cosas; y descuidando esta iportación para vol-
ver nuestra idea más clara, nosotros avanzamos mucho más lejos de lo
que conviene en el camino en que estamos comprometidos. Estare-
mos libres para volver enseguida sobre nuestros pasos, y para corregir,
sobre todo a través de la restitución de la memoria, lo que nuestras
conclusiones podrían tener de excesivas. N o es necesario pues ver en lo
que sigue más que una exposición esquemática, y pediremos que se
entienda provisoriamente por percepción no mi percepción concreta y
compleja, aquella que es hinchada por mis recuerdos y que ofrece
siempre un cierto espesor de duración, sino la percepción pura, una
percepción que existe de derecho más que de hecho, la que tendría un
ser situado donde soy, viviendo como vivo, pero absorbido en el
presente, y capaz de obtener de la materia, a través de ía eliminación de
la memoria bajo todas sus formas, una visión a la vez inmediata e
instantánea. Coloquémonos pues en esta hipótesis, y preguntémonos
cómo se explica la percepción conciente.
Deducir la conciencia sería una empresa muy audaz, pero no es
realmente necesario aquí, puesto que ubicando el mundo material uno
se ha dado un conjunto de imágenes, y es imposible darse otra cosa.
Ninguna teoría de la materia ha escapado a esta necesidad. Reduzcan la
materia a átomos en movimiento: esos átomos, todavía desprovistos
de cualidades físicas, no se determinan por tanto más que en relación a
una visión y a un contacto posibles, aquella sin iluminación, y este sin
materialidad. Condensen el átomo en centros de tuerza, disuélvanlo
en remolinos que progresan en un fluido continuo: ese fluido, esos
movimientos, esos centros no se determinan más que en relación a un
tacto impotente, a un impulso ineficaz, a una luz descolorida: son
todavía imágenes. Es cierto que una imagen puede « rsin serpercibida-,
puede estar presente sin estar representada; y la distancia entre estos
dos términos, presencia y representación, parece medir precisamente el
intervalo entre la materia misma y la percepción conciente que tenemos
de ella. Pero examinemos estas cosas más de cerca y veamos en qué
-í(>
consiste exactamente esta diferencia. Si hubiera más en el segundo
término que en el primero, si para pasar de la presencia a la representa-
ción hubiera que añadir algo, la distancia sería infranqueable, y el pasa-
je de la materia a la percepción quedaría envuelto de un misterio impe-
netrable. Esto no sería del mismo modo si uno pudiera pasar del pri-
mer al segundo término por vía de disminución, y si la representación
de una imagen fuera menos que su sola presencia; pues entonces bastaría
que las imágenes presentes fuesen forzadas a abandonar algo de sí
mismos para que su simple presencia las convirtiera en representaciones.
Ahora bien, he aquí la imagen que llamo un objeto material; poseo su
representación. ¿De dónde proviene el hecho de que ella no parece ser
en sí lo que es para mí? Resulca del hecho de que, solidaria de la totalidad
de las o eras imágenes, se continúa en las que le siguen tal como
prolongaba a las que la precedían. Para transformar su existencia pura y
simple en representación, bastaría suprimir de un golpe aquello que la
sigue,•aquello que la precede, y también aquello que la llena, no
conservando más que la costra excerior, la película superficial. Lo que
la distingue a ella, imagen presente, realidad objetiva, de una imagen
representada, es la necesidad que tiene de obrar a través de cada uno de
sus puntos sobre todos los puntos de las otras imágenes, de transmitir
la totalidad de lo que recibe, de oponer a cada acción una reacción
igual y contraria, de no ser finalmente más que un sendero sobre el
cual pasan en todos los sentidos las modificaciones que se propagan en
la inmensidad del universo. Yo la convertiría en representación si pudiera
aislarla, si sobre todo pudiera aislar lo que la envuelve. La representación
está allí, pero siempre virtual, neutralizada en eí instante en que pasaría
al acto por la obligación de continuarse y perderse en otra cosa. Lo que
hace falta para obtener esta conversión no es iluminar el objeto, sino
por el contrario oscurecerle ciertos costados, reducirle la mayor parte
de sí mismo, de manera que el sobrante, en lugar de quedar encajado
en el entorno como una cos/i, se despegue de él como un cuadro. Ahora
bien, si los seres vivientes constituyen en el universo «centros de
indeterminación», y si el grado de esta indeterminación se mide a través
del número y la elevación de sus funciones, se concibe que su sola
presencia pueda equivaler a la supresión de codas las parces de los obje-
tos en las que sus funciones no están comprometidas. Se dejaran atra-
vesar, en cierto modo, por aquellas de entre las acciones exteriores que
le son indiferentes; las otras, aisladas, devendrán «percepciones» por su
mismo aislamiento. Todo sucederá entonces para nosotros como si
reflejáramos sobre las superficies la luz que emana de ellas, luz que
propagándose siempre, nunca hubiera sido revelada. Las imágenes que
nos rodean parecerán volverse hacia nuestro cuerpo, pero esta vez ilu-
minada la cara que le interesa; ellas soltarán de su sustancia lo que
nosotros habremos fijado a su paso, aquello que somos capaces de
afectar. Indiferentes las unas de las otras en razón del mecanismo radi-
cal que las liga, se presentan recíprocamente todas sus caras, lo que
equivale a decir que actúan y reaccionan entre ellas a través de todas sus
partes elementales, y que ninguna en consecuencia es percibida ni per-
cibe concienremente. Que si, por el contrario, se enfrentan en alguna
parte a una cierta espontaneidad de reacción, su acción es rebajada otro
tanto, y esta disminución de su acción es justamente la representación
que tenemos de ellas. Nuestra representación de las cosas nacería pues,
en suma, de que ellas vienen a reflejarse contra nuestra libertad.
Cuando un rayo de luz pasa de un medio a otro, lo atraviesa
generalmente cam biando de dirección. Pero tales pueden ser las
densidades respectivas de los dos medios que, por un cierto ángulo de
incidencia, no haya ya refracción posible. Se produce entonces la
reflexión total. Del punto luminoso se forma una imagen virtual, que
simboliza, en cierto modo, la imposibilidad en que se encuentran los
rayos luminosos para proseguir su cam ino. La percepción es un
fenómeno del mismo género. Lo que está dado es la totalidad de las
imágenes del mundo material con la totalidad de sus elementos
interiores. Pero si ustedes suponen centros de actividad verdadera, es
decir espontánea, los rayos que allí llegan y que interesarían esta
actividad, en lugar de atravesarlos, parecerán volver a dibujar los
contornos del objeto que los envía. N o habrá ahí nada de positivo,
nada que se añada a la imagen, nuda nuevo. Los objetos no harán más
que abandonar algo de su acción real para figurar así su acción virtual,
es decir, en el fondo, la influencia posible del ser viviente sobre ellos.
La percepción se asemeja pues a esos fenómenos de reflexión que pro-
vienen de una refracción impedida; es como un efecto de espejismo.
Esto equivale a decir que para las imágenes existe una simple diferencia
de grado, y no de naturaleza, entre ser y ser percibidas candentemente.
La realidad de ía materia consiste en la realidad de sus elementos y de
sus acciones de codo género. Nuestra representación de la materia es la
medida de nuestra acción posible sobre los cuerpos; resulta de la
eliminación de aquello que no compromete nuestras necesidades y
más generalmente nuestras funciones. En un sentido, se podría decir
que la percepción de un punto material inconciente cualquiera, en sil
instantaneidad, es infinitamente más vasta y completa que la nuescra,
puesto que ese punto recoge y transmite las acciones de todos los puntos
del mundo material, mientras que nuestra conciencia no alcanza más
que ciertas partes a través de cierros coscados. La conciencia -e n el caso
de la percepción exterior- consiste precisamente en esa selección. Pero,
en esa pobreza necesaria de nuestra percepción conciente, existe algo
positivo y que anuncia ya el espíritu: se trata,'en el sentido etimológico
del término, del discernimiento.
Toda la dificultad del problema que nos ocupa proviene del hecho
de que uno se representa la percepción como una vista fotográfica de
las cosas, que se captaría desde un punto determinado con un aparato
especial, como el órgano de percepción, y que se desarrollaría enseguida
en la sustancia cerebral por no sé qué proceso de elaboración química y
psíquica. Pero, ¿cómo no ver que la fotografía, si ella existe, ya está
tomada, sacada en el interior mismo de las cosas y para todos los puntos
del espacio? Ninguna metafísica, ninguna física incluso, puede sustraerse
a esta conclusión. Com pongan el universo con átomos: en cada uno
de ellos se hacen sentir, en cualidad y en cantidad variables según la
distancia, las acciones ejercidas por todos los átomos de la materia.
¿Con centros de fuerza? Las líneas de fuerza emitidas en todos los
sentidos por todos los centros dirigen sobre cada centro las influencias
del mundo material por completo. ¿Con mónadas, en fin? Cada
mónada, como pretendía Leibniz, es el espejo del universo. Todo el
mundo está pues de acuerdo sobre este punto. Sólo que, si se conside-
ra un lugar cualquiera del universo, se puede decir que la acción entera
de la materia pasa allí sin resistencia y sin desperdicio, y que la fotogra-
fía es allí del todo traslúcida: falta, tras la placa, una pantalla negra
sobre la cual se recortaría la imagen. Nuestras «zonas de indetermina-
ción» jugarían en cierto modo el rol de pantalla. Ellas no añaden
nada a lo que es; hacen únicamente que la acción real pase y que la
acción virtual permanezca.
N o se trata aquí de una hipótesis. Nos limitamos a formular los
datos que ninguna teoría de la percepción puede dejar pasar. Ningún
psicólogo, en efecto, abordará el estudio de la percepción exterior sin
plantear al menos la posibilidad de un mundo material, es decir, en el
fondo, ia percepción virtual de todas las cosas. En esta masa material
simplemente posible se aislará el objeto particular que llamo mi cuerpo,
y en ese cuerpo los centros perceptivos: el estremecimiento se me
aparecerá llegando desde un punto cualquiera del espacio, propagándose
a lo largo de los nervios, ocupando los centros. Pero aquí se consuma
un golpe de efecto. Ese mundo material que rodeaba el cuerpo, ese
cuerpo que aloja el cerebro, ese cerebro en el qite se distinguían centros,
son bruscamente expulsados; y como bajo el influjo de una varita
mágica se hace surgir, a la manera de una cosa absolutamente nueva, la
representación de lo que se había puesto al principio. Esta representación
es impulsada fuera del espacio, para que ya no tenga nada en común
con la materia de donde había partido: en cuanto a la materia misma,
se querría prescindir de ella, sin embargo no se puede, pues sus
fenómenos presentan entre ellos un orden tan riguroso, tan indiferente
al punto que se tome por origen, que esta regularidad y esta indiferencia
constituyen verdaderamente una existencia independiente. Será preciso
resignarse entonces a conservar el fantasma de la materia. Cuanto menos,
se la despojará de todas las cualidades que dan la vida. Se recortarán
figuras que se mueven en un espacio amorfo; o incluso (lo que equivale
más o menos a lo mismo), se imaginarán relaciones de magnitud que
se compondrían entre ellas, funciones que evolucionarían desenrollando
su contenido: desde entonces la representación, cargada con los despojos
de la materia, se desplegará libremente en una conciencia inextensa.
Pero no basta cortar, es preciso coser. Hará falta ahora explicar cómo
esas cualidades que ustedes han liberado de su sostén material, van a
reencontrarlo. Cada atributo cuya materia reducen, ensancha el intervalo
entre la representación y su objeto. Si ustedes hacen inextensa esa materia,
¿cómo recibirá ella la extensión? Si la reducen al m ovim iento
homogéneo, ¿de dónde nacerá pues la cualidad? Sobre todo, ¿cómo
imaginar una relación entre la cosa y la imagen, entre la materia y el
pensamiento, si cada uno de esos dos términos sólo posee, por
definición, lo que le falta al otro? Así las dificultades van a nacer bajo
vuestro paso, y cada esfuerzo que hagan para disipar una de ellas no
podrá más que resolverse en muchas otras. ¿Qué les pedimos entonces?
Simplemente renunciar a vuestro golpe de varita mágica, y continuar
por el camino en el que habían enerado desde un principio. Ustedes
nos habían mostrado las imágenes exteriores afectando los órganos de
los sentidos, modificando los nervios, propagando su influencia en el
cerebro. Vayan hasta el final. El movimiento va a atravesar la sustancia
cerebral, no sin hacer un alto allí, y brotará entonces en acción voluntaria.
He aquí todo el mecanismo de la percepción. En cuanto a la percepción
misma en tanto imagen, no tienen que rehacer su génesis, puesto que
la han situado desde el principio y no podían, además, no situarla:
dándose el cerebro, dándose la menor parcela de materia, ¿no se dan
ustedes la totalidad de las imágenec? Le que ustedes tienen pues que ,
explicar, no es como nuce l<i percepción, sino cómo se limita, puesto que
ella sería, de derecho, Lt imagen del todo, j1puesto que se reduce, de
hecho, a aquello que a vosotros interesa. Pero si justamente ella se discingue
de la imagen pura y simple en que sus partes se ordenan en relación a
un centro variable, su limitación se'comprende sin esfuerzo: i ndeímida
de derecho, ella se lim ita, de hecho, a d ib u jar la parte de
indeterminación dejada por el paso de esta imagen especial que ustedes
llam an vuestro cuerpo. Y por consecuencia, inversam ente, la
indeterminación de los movimientos del cuerpo, ral como se deduce
de la estructura gris del cerebro, da la med ida exacta de la extensión de
vuestra percepción. N o es preciso pues asombrarse si iodo sucede como
si vuestra percepción resultara de los movimientos interiores del cere-
bro y surgiese, en cieno modo, de los centros corticales. Ella no podría
venir de allí, pues el cerebro es una imagen como las otras, envuelta en
la masa de las otras imágenes, y sería absurdo que el continente surgiera
del contenido. Pero como la estructura del cerebro ofrece el plan
minucioso de ios movimientos entre los cuales ustedes eligen; como,
por otro lado, la porción de las imágenes exteriores que parece volver
sobre sí misma para constituirla percepción dibuja precisamente todos
los puntos del universo que esos movimientos habrían ocupado,
percepción concierne y m odificación cerebral se corresponden
rigurosamente. La dependencia recíproca de estos dos términos proviene
pues simplemente del hecho de que ellos son, el uno y el otro, función
de un tercero, que es la indeterminación del querer.
Sea, por ejemplo, un punto luminoso P cuyos rayos actúan sobre
los diferentes puntos ¿i, b, c, de la retina. En ese punto P la ciencia
localiza vibraciones de una cierta amplitud y de una cierta duración.
En ese mismo punto P la conciencia percibe la luz. Nos proponemos
mostrar, en el curso de este estudio, que ambos tienen razón, y que no
hay diferencia esencial entre esa luz y esos movimientos, siempre que
se restituya la unidad al m ovim ien to, la in d ivisib ilid ad y la
heterogeneidad cualitativa que un mecanismo abstracto le niega, siempre
que también se vea en las cualidades sensibles otras tantas contracciones
operadas por nuestra memoria: ciencia y conciencia coincidirían en lo
instantáneo. Limitémonos provisoriamente a decir, sin prof undizar
demasiado aquí en el sentido de las palabras, que el punto P envía a la
retina conmociones luminosas. ¿Qué va a suceder? Si la imagen visual
del punto P no estuviese dada, tendría sentido investigar cómo se forma,
y uno se encontraría muy rápido en presencia de un problema insoluble.
Pero de cualquier manera que aquí se lo tome, uno no puede impedir
planteáiselo de entrada: la única cuestión es, pues, saber por qué y
cómo esta imagen es escogida para formar parte de mi percepción,
mientras que una infinidad de otras imágenes permanecen excluidas
de ella. Ahora bien, veo que las conmociones transmitidas desde el
punto P a los diversos corpúsculos retinianos son conducidas a los
sim plem en te del h ech o de qu e ellos son , el u n o y el otro, fun ción
de un tercero, que es la in determ in ación del querer.
Sea, por ejem plo, un pu n to lu m in oso P cuyos rayos actúan sobre
los diferentes pun tos a, b, c, de la retin a. En ese pu n to P la cien cia
localiza vibracion es de un a cierta am plitu d y de u n a cierta duración .
En ese m ism o pun to P la con cien cia percibe la luz. N o s propon e
m os m ostrar, en el curso de este estudio, qu e am bos tien en razón,
y que n o h ay diferen cia esen cial entre esa luz y esos m ovim ien tos,
siem pre que se restituya la u n idad al m ovim ien to, la in divisibilidad
y la h eterogen eidad cualitativa que un m ecan ism o abstracto le niega,
siem pre que tam bién se vea en las cualidades sen sibles otras tan tas
contracciones operadas por n uestra m em oria: cien cia y con cien cia
coin cidirían en lo in stan tán eo. Lim itém on os provisoriam en te a
decir, sin profun dizar dem asiado aqu í en el sen tido de las palabras,
que el pun to P en vía a la retin a con m ocion es lu m in osas. ¿Q u é va a
suceder? Si la im agen visual del pu n to P n o estuviese dada, ten dría
sen tido investigar cóm o se form a, y un o se en con traría m u y rápido
en presen cia de un problem a in soluble. Pero de cualquier m an era
que aqu í se lo tom e, uno n o puede im pedir plan teárselo de en tra
da: la ún ica cuestión es, pues, saber por qué y cóm o esta im agen
es escogida para form ar parte de m i percepción , m ien tras que un a
in fin idad de otras im ágen es perm an ecen excluidas de ella. Ah ora
bien, veo que las con m ocion es tran sm itidas desde el pu n to P a los
diversos corpúsculos retin ian os son con du cidas a los cen tros ópticos
sub-corticales y corticales, a m en udo tam bién a otros cen tros, y que
esos cen tros unas veces las tran sm iten h acia m ecan ism os m otores,
otras las detien en provisoriam en te. Los elem en tos n erviosos in te
resados son pues los que dan a la con m oción recibida su eficacia;
ellos sim bolizan la in determ in ación del querer; de su in tegridad
depen de esa in determ in ación ; y por con siguien te, toda lesión de
esos elementos, dism in uyen do n uestra acción posible, dism in u irá
a su vez la percepción . En otros térm in os, si existen en el m un do
m aterial pun tos en los qu e las con m ocion es recibidas n o son m ecá
n icam en te tran sm itidos, si existen com o decim os n osotros zon as de
in determ in ación , esas zon as deben en con trarse precisam en te sobre el
trayecto de lo qu e se llam a el proceso sen so-m otor: y desde en ton ces
tod o debe ocurrir com o si los rayos Va, Fb, Pe fueran percibidos a
lo largo de ese trayecto y proyectados a con tin uación en P. Aún más,
si esta in determ in ación es algo qu e escapa a la experim en tación y al
cálculo, no pasa lo m ism o con los elem en tos n erviosos a través de
los cuales es recibida y tran sm itida la im presión . Es pues de estos
elem en tos qu e deberán ocuparse fisiólogos y psicólogos; sobre ellos
se regulará y a través de ellos se explicará todo el porm en or de la
percepción exterior. Se podrá decir, si se quiere, qu e la excitación ,
luego de h aber tran sitado a lo largo de esos elem en tos, luego de h a
ber gan ado el cen tro, se con vierte allí en u n a im agen con cien te que
es exteriorizada a con tin uación en el pu n to P. La verdad es que el
pu n to P, los rayos que él em ite, la retin a y los elem en tos nerviosos
interesados form an un todo solidario, qu e el pun to lum in oso P form a
parte de ese todo, y qu e es en P, y n o en otro lugar, qu e la im agen
de P es form ada y percibida.
Represen tán don os así las cosas, n o h acem os m ás que volver a
la con vicción in gen ua del sen tido com ún . Tod os n osotros h em os
com en zado por creer que en trábam os en el objeto m ism o, que lo
percibíam os en él, y n o en n osotros. Si el psicólogo desdeñ a u n a idea
tan sim ple, tan cercan a a lo real, es porque el proceso in tracerebral,
esa parte m ín im a de la percepción , parece ser para él equivalen te a
la percepción entera. Su pr im an el objeto percibido con servan do ese
proceso in tern o; a él le parece que la im agen del objeto perm an ece. Y
su creen cia se explica sin esfuerzo: existen n um erosos estados, com o
la alucin ación o el sueñ o, en los que surgen im ágen es qu e im itan en
todo pun to a la percepción exterior. Com o, en esos casos, el objeto h a
desaparecido m ien tras qu e el cerebro subsiste, se con cluye allí qu e el
fen óm en o cerebral es suficiente para la producción de la imagen. Pero
n o es n ecesario olvidar que, en todos los estados psicológicos de ese
género, la m em oria ju ega el rol prin cipal. Ah ora bien , in ten tarem os
m ostrar m ás adelan te que, u n a vez adm itida la percepción tal com o
la en ten dem os, la m em oria debe surgir, y que esta m em oria, al igual
que la percepción m ism a, n o posee su con dición real y com pleta en
un estado cerebral. Sin abordar aún el exam en de estos dos pun tos,
lim itém on os a presen tar un a observación m u y sim ple, qu e n o es
n ueva adem ás. M u ch os ciegos de n acim ien to poseen sus cen tros
visuales in tactos: sin em bargo viven y m ueren sin h aber form ado
jam ás un a im agen visual. Sem ejan te im agen n o pu ede aparecer más
que si el objeto exterior h a ju gad o algún papel al m en os u n a pri
m era vez; en con secuen cia, al m en os por prim era vez, él debe h aber
en trado efectivam en te en la represen tación . Ah ora bien , n o n os
exigim os otra cosa por el m om en to, pues es de la percepción pura
que n osotros h ablam os aquí, y no de la percepción com plicada de
m em oria. Rech acen pues la aportación de la m em oria, con sideren
la percepción en estado bruto, estarán obligados a recon ocer qu e n o
h ay jam ás im agen sin objeto. Pero desde que ustedes adju n tan a los
procesos in tracerebrales el objeto exterior qu e es su causa, veo m u y
bien cóm o la im agen de ese objeto está dada con él y en él, n o veo
en absoluto cóm o ella n acería del m ovim ien to cerebral.
Cu an do un a lesión de los n ervios o de los cen tros in terrum pe el
trayecto de la con m oción n erviosa, la percepción es a su vez dism i
n uida. ¿Es preciso asom brarse de esto? El rol del sistem a nervioso es
el de utilizar esta con m oción , con vertirla en pasos prácticos, real o
virtualmen te cum plidos. Si por u n a razón o por otra, la excitación ya
no pasara, sería extraño que la percepción correspon dien te tuviera lu
gar aún, puesto que esta percepción pon dría en ton ces n uestro cuerpo
en relación con pun tos del espacio qu e ya n o in vitarían directam en te
a h acer un a selección . Seccion en el n ervio óptico de un an im al; la
con m oción que parte del pu n to lu m in oso ya n o se tran sm ite al cere
bro y de ah í a los n ervios m otores; el h ilo que un ía el objeto exterior
a los m ecan ism os m otores del an im al, en globan do el nervio óptico,
se h a roto: la percepción visual h a deven ido pues im poten te, y la
in con cien cia con siste precisam en te en esa im poten cia. Q u e la m a
teria pu eda ser percibida sin el con curso de un sistem a nervioso, sin
órgan os de ios sen tidos, n o es algo teóricam en te in con cebible; pero
es prácticam en te im posible, porque u n a percepción de ese género n o
serviría par a n ada. Ella sería adecu ada par a un fan tasm a, n o para un
ser vivien te, es decir, obran te. N o s represen tam os el cuerpo viviente
com o un im perio den tro de un im perio, el sistem a nervioso com o un
ser aparte, cuya fu n ción sería en prim er lu gar elaborar percepcion es,
después crear m ovim ien tos. La verdad es que m i sistem a n ervioso,
in terpuesto en tre los objetos qu e sacuden m i cuerpo y aquellos que
yo podría in fluen ciar, ju ega el papel de un sim ple con du ctor que
tran smite, reparte o in h ibe el m ovim ien to. Ese con ductor se com pon e
de u n a m u ltit u d en orm e d e h ilos ten didos de la periferia al cen tro y
del centro a la periferia. Tan t o existen h ilos yen do de la periferia h acia
el cen tro com o pu n tos del espacio capaces de solicitar m i volu n tad y
de plan tear, por así decirlo, u n a pregu n ta elemen tal a m i actividad
m otriz: cada pregu n ta plan teada es precisam en te lo qu e llam am os
u n a percepción . La percepción tam bién resulta d ism in u ida en uno
de su s elem en tos cada vez qu e un o de los h ilos llam ados sen sitivos
es cortado, porqu e en ton ces algu n a parte del objeto exterior deviene
im poten te para solicitar la actividad, y tam bién cada vez qu e un
h ábito estable h a sido con traído, porque esta vez la réplica siem pre
pron ta vuelve la pregu n ta in útil. Lo qu e desaparece en un caso com o
en el otro, es la reflexión aparen te de la con m oción sobre sí m ism a,
el retorn o de la luz a la im agen de la qu e parte, o m ejor dich o esta
disociación , ese discernimiento que h ace que la percepción se libere
de la im agen . Se puede decir por con siguien te que el detalle de la
percepción se m oldea exactam en te sobre el de los n ervios llam ados
sen sitivos, pero que la percepción en su con ju n to tiene su verdadera
razón de ser en la ten den cia del cuerpo a moverse.
Lo que generalmente produce ilusión sobre este pun to es la aparen
te in diferen cia de n uestros m ovim ien tos respecto a la excitación que
los ocasion a. Parece que el m ovim ien to de m i cuerpo para alcanzar
y m odificar un objeto es siempre el m ism o, sea que yo h aya sido
advertido de su existen cia por el oído, sea que m e h aya sido revelado
por la vísta o el tacto. M i actividad m otriz devien e en ton ces un a en
tidad aparte, un a especie de reservorio del cual el m ovim ien to surge
a volun tad, siem pre el m ism o para u n a m ism a acción , cualquiera
sea el género de la im agen qu e le h a solicitado producirse. Pero la
verdad es que el carácter de los m ovim ien tos exteriormen te idén ticos
es in teriorm en te m odificado, según que respon dan a un a im presión
visual, táctil o auditiva.
Yo percibo un a m u ltitu d de objetos en el espacio; cada u n o de
ellos, en tan to form a visual, solicita m i actividad. Pierdo bruscam en te
la vista. Sin dudas dispon go aú n de la m ism a can tidad y la m ism a
calidad de m ovim ien tos en el espacio; pero esos m ovim ien tos ya no
pueden ser coordin ados a través de im presion es visuales; a partir de
ah ora deberán seguir im presion es táctiles, por ejem plo, y sin dudas
se esbozará en el cerebro u n a n ueva disposición ; las expan sion es
protoplásm icas de los elem en tos n erviosos m otores en la corteza,
estarán en relación con un n úm ero esta vez m uch o m ayor de esos
elementos nerviosos qu e llam am os sen soriales. M i actividad, por lo
tanto, se ve realmente dism in u ida, en el sen tido de que si bien puedo
produ cir los m ism os m ovim ien tos, los objetos m e proporcion an
men os la ocasión para ello. Y en con secuen cia, la in terrupción brusca
de la con ducción óptica h a ten ido p or efecto esen cial, profu n do,
el de suprim ir toda un a parte de las solicitacion es de m i actividad:
ah ora bien, esta solicitación , com o lo h em os visto, es la percepción
m ism a. Aqu í dim os pruebas del error de aquellos qu e h acen n acer
la percepción de la con m oción sen sorial propiam en te dich a, y n o
de un a especie de pregu n ta plan teada a n uestra actividad motriz.
Separan esta actividad m otriz del proceso perceptivo, y com o ella
parece sobrevivir a la abolición de la percepción , con cluyen que la
percepción está localizada en los elem en tos n erviosos llam ados sen
soriales. Pero la verdad es qu e n o está m ás en los cen tros sensoriales
que en los centros motores; ella m ide la com plejidad de sus relaciones,
y existe ah í don de aparece.
Los psicólogos que h an estu diado la in fan cia saben bien qu e n ues
tra represen tación com ien za por ser im person al. Es poco a poco, y a
fuerza de in duccion es, qu e ella adopta n uestro cuerpo p or cen tro y
deviene nuestra represen tación . El m ecan ism o de esta operación es
adem ás fácil de com pren der. A m edida qu e m i cuerpo se desplaza
en el espacio, todas las otras im ágen es varían; este, por el con tra
rio, perm an ece in variable. Deb o produ cir pues un cen tro, al cual
ligaré todas las otras im ágen es. M i creen cia en un m u n do exterior
n o viene, no pu ede ven ir, de qu e proyecto fuera de m í sen sacion es
in exten sas: ¿cóm o esas sen sacion es con qu istarían la exten sión , y
de dón de pod r ía yo extraer la n oción de exterioridad? Pero si se
con cede, com o la experien cia da fe de ello, qu e el con ju n to de las
im ágen es está dado desde el prin cipio, veo m u y bien cóm o m i cuer
po acaba por ocu par en este con ju n to un a situación privilegiada. Y
com pren do a su vez cóm o n ace en ton ces la n oción de lo in terior y
lo exterior, qu e desde el com ien zo n o es m ás qu e la distin ción entre
m i cuerpo y los otros cuerpos. Partan en efecto de m i cuerpo, com o
lo h acem os h abitualm en te; ustedes n un ca m e h arán com pren der
cóm o im presion es recibidas en la superficie de m i cuerpo, y que
n o com prom eten m ás qu e a ese cuerpo, van a con stituirse para m í
en objetos in depen dien tes y form ar un m u n do exterior. Den m e, al
con trario, las imágen es en general; m i cuerpo n ecesariamente acabará
por dibujarse en m edio de ellas com o u n a cosa distin ta, puesto que
ellas cam bian sin cesar y él perm an ece in variable. D e este m odo, la
distin ción de lo in terior y lo exterior se recon ducirá a la de la parte
y el todo. Existe en prim er lugar el con ju n to de las im ágen es; en
este con jun to h ay «cen tros de acción » con tra los cuales las imágen es
com prom etidas parecen reflejarse; así es cóm o nacen las percepciones
y se preparan las accion es. M i cuerpo es lo qu e se dibu ja en el centro
de esas percepcion es; mi persona es el ser al que es preciso relacion ar
esas accion es. Las cosas se esclarecen si un o va de este m odo de la
periferia de la represen tación al cen tro, com o lo h ace el n iñ o, com o
n os in vitan a h acerlo la experien cia in m ediata y el sen tido com ún .
Tod o se oscurece por el con trario, y los problem as se m ultiplican ,
si un o preten de ir, con los teóricos, del cen tro a la periferia. ¿De
dón de vien e en ton ces esta idea de un m u n do exterior con struido
artificialmente, pieza por pieza, con sen sacion es in exten sas de las que
n o se com pren de ni cóm o llegarían a form ar u n a superficie extensa,
n i cóm o se proyectarían después fuera de n uestro cuerpo? ¿Por qué
se quiere, con tra toda aparien cia, qu e vaya de m i yo con cien te a mi
cuerpo, luego de m i cuerpo a los otros cuerpos, cuan do de h ech o
m e sitúo de in m ediato en el m u n do m aterial en gen eral, para lim itar
progresivam en te ese cen tro de acción que se llam ará m i cuerpo y
de este m odo distin guirlo de todos los otros? Existen tan tas ilusio
nes reun idas en esta creen cia en torn o al carácter en prim er lugar
in exten so de n uestra percepción exterior; se en con trarían tan tos
m alen ten didos en esta idea de qu e proyectam os fuera de n osotros
estados puram en te in tern os, tan tas respuestas tullidas a pregun tas
m al plan teadas, que no podríam os preten der h acer la luz de golpe.
Esperam os que ella se h aga poco a poco, a m edida que m ostrem os
m ás claramente, m ás allá de aquellas ilusion es, la con fusión m etafí
sica de la extensión in divisa y del espacio h om ogén eo, la con fusión
psicológica de la «percepción pura» y de la m em oria. Pero ellas se
relacionan adem ás con h ech os reales, qu e n osotros podem os señ alar
desde ah ora para rectificar su in terpretación .
El prim ero de esos h ech os es que n uestros sen tidos tienen n ece
sidad de educarse. N i la vista ni el tacto llegan in m ediatam en te a
localizar sus im presion es. Es n ecesaria u n a serie de aproxim acion es e
in duccion es, a través de las cuales coordin am os n uestras im presion es
entre sí. D e ah í se salta a la idea de sen sacion es in exten sas por esen
cia, y que con stituirían lo exten so yuxtapon ién dose. Pero ¿cóm o n o
ver que en la h ipótesis m ism a en la qu e estam os ubicados, n uestros
sen tidos tendrán igualmen te n ecesidad de educarse, n o sin dudas para
con cordar con las cosas, sin o par a pon erse de acuerdo entre ellos? H e
aquí, en m edio de todas las im ágen es, un a cierta im agen qu e llam o
m i cuerpo y cuya acción virtual se traduce p or u n a aparen te reflexión
de las imágenes circun dan tes sobre sí m ism as. Tan t os tipos de acción
posible h ay para m i cuerpo com o sistem as de reflexión diferen tes
h abrá para los otros cuerpos, y cada un o de esos sistem as correspon
derá a uno de mis sen tidos. M i cuerpo se con du ce pues com o un a
imagen que se reflejaría en las dem ás an alizán dolas según el pun to de
vista de las diversas accion es a ejercer sobre ellas. Y en con secuen cia,
cada un a de las cualidades percibidas por m is diferen tes sen tidos en
el m ism o objeto sim boliza u n a cierta dirección de m i actividad, un a
cierta n ecesidad. Ah ora bien , todas esas percepcion es de un cuerpo
a través de m is diversos sen tidos ¿van a dar, al reunirse, la imagen
com pleta de ese cuerpo? N o , sin dudas, pues ellas h an sido recogidas
con jun tam en te. Percibir todas las in fluen cias de todos los pun tos
de todos los cuerpos sería descen der al estado de objeto material.
Percibir con cien tem en te sign ifica escoger, y la con cien cia con siste
an te todo en ese discern im ien to práctico. Las diversas percepcion es
del m ism o objeto qu e dan m is diversos sen tidos n o recon stituirán
pues, al reun irse, la im agen com pleta del objeto; quedarán separa
das un as de otras p or in tervalos que m iden , de cierta m an era, otros
tan tos vacíos en m is n ecesidades: es n ecesaria u n a edu cación de
los sen tidos para colm ar esos in tervalos. Esta educación tiene por
fin arm on izar m is sen tidos entre sí, restablecer en tre sus datos un a
con tin u idad que h a sido rota p or la discon tin u idad m ism a de las
n ecesidades de m i cuerpo, por últim o recon struir aproxim adam en te
el todo del objeto m aterial. Así se explicará, en n uestra h ipótesis,
la n ecesidad de u n a educación de los sen tidos. Com par em os esta
explicación a la preceden te. En la prim era, sen sacion es in exten sas de
la vista se com pon drán con sen sacion es in exten sas del tacto y de los
otros sen tidos para dar, por su sín tesis, la idea de un objeto material.
Pero en prim er lugar n o se ve cóm o esas sen sacion es adquirirán la
exten sión , ni sobre todo cóm o, u n a vez adqu irida la exten sión de
derech o, se explicará, de h ech o, la preferen cia de u n a de ellas por
tal pu n to del espacio. Y a con tin uación u n o puede pregun tarse por
cuál feliz acuerdo, en virtud de qu é arm on ía preestablecida, esas
sen sacion es de diferen tes tipos van a coordin arse en con ju n to para
form ar un objeto estable, solidificado d e ah ora en m ás, com ú n a mi
experien cia y a la de todos los h om bres, som etido fren te a los otros
objetos a esas reglas inflexibles que llam am os las leyes de la naturaleza.
En la segun da explicación , por el con trario, los «datos de n uestros
diferen tes sen tidos» son cualidades de las cosas, percibidas prim ero
en ellas an tes qu e en n osotros: ¿es sorpren den te que ellas se reún an ,
m ien tras que la abstracción las h a separado? En la prim era h ipótesis,
el objeto m aterial n o es n ada de todo lo qu e percibim os: se pon drá
de un lado el prin cipio con cien te con las cualidades sen sibles, del
otro un a m ateria de la qu e n ada se pu ede decir, y qu e se defin e por
n egacion es ya que se la h a despojado de en trada de todo lo qu e la
revela. En la segun da, es posible un con ocim ien to cada vez m ás
profun do de la m ateria. Lejos de su prim ir algun a cosa percibida,
debem os por el con trario relacion ar todas las cualidades sen sibles,
en con trar el paren tesco, restablecer en tre ellas la con tin u idad que
n uestras necesidades h an roto. N u estr a percepción de la m ateria
no es ya en ton ces ni relativa ni subjetiva, al m en os en prin cipio y
h ech a abstracción de la afección y sobre todo de la m em oria, com o
lo veremos den tro de un m om en to; ella está sim plem en te escin dida
por la m ultiplicidad de n uestras n ecesidades. En la prim era h ipó
tesis, el espíritu es tan in cogn oscible com o la materia, pues se le
atribuye la in defin ible capacidad de evocar sen sacion es, n o se sabe
de dón de, y de proyectarlas, no se sabe por qué, en un espacio en el
que ellas form arán cuerpos. En la segun da, el papel de la con cien cia
está n etam en te defin ido: con cien cia sign ifica acción posible; y las
form as adquiridas p or el espíritu, aquellas qu e n os velan su esencia,
deberán ser descartadas a la luz de este segun do prin cipio. Se entrevé
así, en n uestra h ipótesis, la posibilidad de distin gu ir m ás claram en te
el espíritu de la m ateria, y de operar u n a aproxim ación en tre ellos.
Pero dejem os de lado este prim er pu n to, y lleguem os al segun do.
El segun do h ech o alegado con sistiría en lo que se h a llam ado
duran te largo tiem po «la en ergía específica de los n ervios». Se sabe
que la excitación del n ervio óptico p or un ch oqu e exterior o por un a
corriente eléctrica dará u n a sen sación visual, que esa m ism a corrien te
eléctrica, aplicada al nervio acústico o al gloso-farin geo, h ará percibir
un sabor o escuch ar un son ido. D e esos h ech os tan particulares se
pasa a estas dos leyes tan gen erales: qu e causas diferen tes, actuan do
sobre el m ism o nervio, excitan la m ism a sen sación ; y qu e la m ism a
causa, actuan do sobre n ervios diferen tes, provoca sen sacion es di
ferentes. Y de esas m ism as leyes se in fiere qu e n uestras sen sacion es
son sim plem en te sign os, qu e el rol de cada sen tido es el de traducir
en su propio len gu aje m ovim ien tos h om ogén eos y m ecán icos que
se cum plen en el espacio. D e ah í en fin, la idea de escin dir n uestra
percepción en dos partes distin tas, de ah ora en m ás in capaces de
reunirse: de un lado los m ovim ien tos h om ogén eos en el espacio, del
otro las sen sacion es in exten sas en la con cien cia. N o n os correspon de
entrar en el examen de los problem as fisiológicos que ia interpretación
de las dos leyes plan tea: de cualquier m an era qu e se com pren dan
esas leyes, sea que se atribuya la en ergía específica a los nervios,
sea que se la rem ita a los cen tros, un o se tropieza con dificultades
insalvables. Pero son las m ism as leyes las que parecen cada vez más
problem áticas. Ya Lotze h abía sospech ado de la falsedad de esto.
El esperaba, para creer en ello, «que on das son oras diesen al ojo la
sen sación de luz, o que vibracion es lum in osas h iciesen escuch ar un
son ido al oíd o1». La verdad es que todos los h ech os alegados parecen
reducirse a un sólo tipo: el ún ico excitan te capaz de produ cir sen sa
cion es diferentes, los excitan tes m últiples capaces de en gen drar un a
m ism a sen sación , son o la corrien te eléctrica o u n a causa m ecán ica
capaz de determ in ar en el órgan o un a m odificación del equilibrio
eléctrico. Ah ora bien , un o puede pregun tarse si la excitación eléctrica
n o com pren dería componentes diversos, que respon den objetivamente
a sen sacion es de diferen tes gén eros, y si el rol de cada sen tido no
sería sim plem en te el de extraer del tod o la com pon en te qu e le
in teresa: serían en ton ces las m ism as excitacion es las qu e darían las
m ism as sen sacion es, y excitacion es diversas las que provocarían
sen sacion es diferen tes. Para h ablar con m ayor precisión , es difícil
de ad m itir qu e la electrización de la len gu a, p or ejem plo, n o oca
sion e m odificacion es qu ím icas: ah ora bien , esas m odificacion es
son llam adas p or n osotros, en todos los casos, sabores. P or otra
parte, si el físico h a p od id o iden tificar la luz con u n a pertu rbación
electro-m agn ética, se pu ede decir in versam en te que lo qu e llam a
aqu í u n a pertu rbación electro-m agn ética es la luz, de suerte que
sería la luz lo qu e el nervio óptico percibiría objetivam en te en la
Del reconocimiento
de las imágenes.
La memoria y el cerebro.
1RO BERTSO N, ReflexSpeech (Journal qfm entalScience, abril 1888) Cf. el artículo
de Ch . FERÉ, Le langage réflexe (Revue philosophique, enero 1896).
2 O PPENH EIM , Ueber das Verhalten der musikalischen Ausdrucksbewegungen
bel Aphatischen (CharitéA nnalen, XIII, 1888, p. 348 y sis;.).
3 Ibid., p. 365
4 Ver, a propósito de este sen tim ien to de error, el artículo de M U LLER y
SCH U M A N N , Experimen teile Beitrage zur Un tersuch un g des Gedách tnisses
(Zeitschr. f Psych. u. Phys. der Sinnesorgane, diciembre, 1893, p. 305).
! W !G. SM ITH , The relation o f attention to memory (M ind, enero 1894).
para im pedirles señ alar las letras percibidas a través de m ovim ien tos
apropiados de articulación , se exigía que repitiesen con stan tem en te
un a cierta sílaba m ien tras m iraban la im agen . D e don de resultaba
un estado psicológico especial, en el que los sujetos se sen tían en
posesión com pleta de la im agen visual «sin poder sin em bargo re
produ cir de ella la m en or parte en el m om en to debido: para su gran
sorpresa, la lín ea desaparecía». Al decir de un o de ellos, «h abía en
la base del fen óm en o un a representación de conjunto, u n a suerte de
idea com pleja abrazan do el todo, y en la que las partes ten ían un a
un idad in expresablem en te sen tid a»6.
Ese recuerdo espon tán eo, que se escon de sin dudas tras el recuerdo
adquirido, puede revelarse a través de ilum in acion es bruscas: pero se
h un de al m en or m ovim ien to de la m em oria volun taria. Si el sujeto
ve desaparecer la serie de las letras cuya im agen creía h aber reten ido,
es sobre todo cuan do com ien za a repetirlas: «este esfuerzo parece
im pulsar el resto de la im agen fuera de la con cien cia7». An alicen
ah ora los procedim ien tos im agin ativos de la m em otecn ia, h allarán
que esta cien cia tien e precisam en te por objeto llevar al prim er plan o
el recuerdo espon tán eo qu e se disimula, y pon erlo a n uestra libre dis
posición com o un recuerdo activo: para eso se reprim e prim ero toda
veleidad de la m em oria actuan te o m otriz. La facu ltad de fotografía
Ver la exposición sistemática de esta tesis, con experiencias como apoyo, en los
artículos de LEH M ANN, Ueber Wiedererkennen (Philos. Studien de W UNDT, tomo
V, p. 96 y sig., y tomo VII, p. 169 y sig.).
11 PILLO N, La formation des idees abstraites et genérales (Crit. Philos., 1885,
tomo I, p. 208 y sig.). - Cf. W ARD, Assimilation and Association (M ind, Julio 1893
y octubre 1894).
in terpretacion es que h abíam os an un ciado, la prim era acaba de este
m odo p or fun dirse en la segun da, qu e vam os a examin ar.
Se su pon e esta vez qu e la percepción presen te siem pre va a buscar,
en el fon do de la m em oria, el recuerdo de la percepción an terior que
se le parece: el sen tim ien to de «déjá vu» ven dría de u n a yuxtaposi
ción o de u n a fusión en tre la percepción y el recuerdo. Sin dudas,
com o se lo h a h ech o observar con pr ofu n d idad 12, la sem ejan za es
u n a relación establecida p or el espíritu entre dos térm in os que él
relacion a y qu e en con secuen cia ya posee, de suerte qu e la percep
ción de u n a sem ejan za es m ás bien un efecto de la asociación más
que su causa. Pero al lado de esta sem ejan za defin ida y percibida
qu e con siste en la com u n idad de u n elem en to captado y liberado
por el espíritu, existe u n a sem ejan za vaga y en cierto m odo objetiva,
esparcida sobre la p r opia superficie de las im ágen es, y que podría
actuar com o u n a cau sa física de atracción recíproca13. ¿Alegaremos
que se recon oce a m en u do un objeto sin lograr iden tificarlo con
un a an tigu a imagen ? Algu n o se refugiará en la h ipótesis cóm od a de
h uellas cerebrales qu e coin cidirían , de m ovim ien tos cerebrales que
el ejercicio facilitaría14, o de células de percepción com un ican do con
células en las que residen los recuerdos15. A decir verdad, es en este
tipo de h ipótesis fisiológicas que, de buen o m al grado, todas estas
teorías del recon ocim ien to term in an por ech arse a perder. Preten
den h acer surgir todo recon ocim ien to de un a aproxim ación entre
la percepción y el recuerdo; pero por otra parte la experien cia está
ahí, lo cual dem uestra qu e con m ás frecuen cia el recuerdo n o surge
m ás qu e un a vez recon ocida la percepción . Forzoso es pues volver a
lan zar al cerebro, bajo la form a de com bin ación entre m ovim ien tos
24 A lt. cit., A rch. F Psychiatrie, 1889-90, p. 224. Cf. W ILBRAND, op. cit., p.
140, y BERNH ARDT, Eigenthumlicher Fall von Hirnerkrankung (Berliner klinische
W ochenschrifi, 1877, p. 581).
25 Are. cit., Arch. F. Psychiatrie, t. XXIV, p. 898.
que se llamaría dibu jar «por pun tos». Pero el m edio del que h abitual
m en te nos valemos es otro distin to. Dibu jam os «por trazo con tin uo»,
luego de h aber observado el m odelo o de h aberlo pen sado. ¿Cóm o
explicar un a facultad sem ejan te, sin o p or el h ábito de discern ir de
in m ediato la organización de los con torn os m ás usuales, es decir, por
un a ten den cia m otriz a figurarse el esqu em a de un trazo? Pero si son
precisam en te los h ábitos o las correspon den cias de ese tipo los qu e
se disuelven en ciertas form as de la ceguera psíquica, el en ferm o aún
podrá, quizás, trazar elementos en lín ea que, mal qu e bien, con ectará
entre ellos; ya no pod r á dibu jar de un trazo con tin uo, por qu e ya
n o ten drá en la m an o el m ovim ien to d e los con torn os. Ah ora bien ,
esto es precisam en te lo qu e verifica la experien cia. La observación
de Lissauer ya es in structiva a este respecto26. Su en ferm o h acía el
m ayor esfuerzo en dibu jar los objetos sim ples, y sí quería dibujarlos
m en talm en te, trazaba porcion es recortadas de ellos, tom adas de
aquí y de allá, y que n o llegaba a un ir en tre ellas. Pero los casos de
ceguera psíquica com pleta son raros. M u ch o m ás n um erosos son
los de ceguera verbal, es decir de u n a pérdida del recon ocim ien to
visual lim itado a los caracteres del alfabeto. Ah ora bien, es un h e
ch o de observación corriente la im poten cia del en ferm o, en caso
sem ejan te, para captar lo que podríam os llam ar el movimiento de
las letras cuan do in ten ta copiarlas. Com ien za el dibu jo en un pu n to
cualquiera, verificando en todo m om en to si qu eda de acuerdo con
el m odelo. Y es aún más n otable qu e con frecuen cia h a con servado
in tacta la facultad de escribir bajo dictado o espon tán eam en te. Lo
que aqu í está abolido es pues el h ábito de discern ir las articulacion es
del objeto percibido, es decir de com pletar su percepción visual a
través de un a tendencia m otriz a esbozar su esquem a. D e don de
se puede concluir, com o lo h abíam os an un ciado, que aqu í está la
con dición primordial del recon ocim ien to.
Pero debemos pasar ah ora del recon ocim ien to autom ático, que
se produce sobre todo a través de m ovim ien tos, a aquel qu e exige
48ADLER, Beitrag zur Kenntniss der seltneren Formen von sensorischer Aphasie
(Neurol. Centralblatt, 1891, p. 296 y 297).
49 BERNARD, De laph asie, París, 1889, p. 143.
50 BALLET, Le langage intérieur, París, 1888, p. 85 (Ed. Félix Alean).
la palabra varias veces y sobre tod o si se la pron u n cia recalcán dosela
sílaba por sílaba51. ¿N o es particularm en te sign ificativo este últim o
h ech o, con statado en varios casos absolutam en te puros de sordera
verbal con con servación de los recuerdos acústicos?
El error de Stricker52 h a sido el de creer en u n a repetición in te
rior in tegral de la palabra oída. Su tesis ya estaría refutada por el
sim ple h ech o de qu e n o se con oce un sólo caso de afasia m otriz que
haya en trañ ado sordera verbal. Pero todos los h ech os con curren a
dem ostrar la existen cia de u n a ten den cia m otriz a desarticular los
son idos, a establecer su esquem a. Adem ás esta ten den cia au tom ática
no ocurre —lo decíam os m ás arriba—sin un cierto trabajo in telectual
rudim en tario: ¿cóm o podríam os sin o iden tificar con jun tam en te, y
en con secuen cia aten der con el m ism o esquem a, palabras sem ejan
tes pron un ciadas a alturas diferen tes con tim bres de voz diferentes?
Esos m ovim ien tos in teriores de repetición y de recon ocim ien to son
com o un preludio a la aten ción volun taria. Señ alan el lím ite entre la
volun tad y el au tom atism o. A través suyo se preparan y se deciden ,
com o lo dejábam os presen tir, los fen óm en os característicos del reco
n ocim ien to intelectual. Pero, ¿qué es este recon ocim ien to com pleto
llegado a la plen a con cien cia de sí m ism o?
31 Ver los tres casos citados por ARNAUD en los Archives de Neitrologie, 1886, p.
366 y sig. (Contrib. Clinique á l ’étiide de la surdité verbale, 1 ° arricie). —Cf. El caso
de SCH M IDT, Gehors- und Sprach storung in Folge von Apoplexie {Allg. Zeitschr.
F. Psychiatrie, 1871, t. XXVII, p. 304).
32 STRICKER, Du langage et de la m usique, París, 1885.
luego en palabras pron u n ciadas. Será preciso pues, si estam os en lo
cierto, que el oyente se sitúe de golpe entre ideas correspondientes, y las
desarrolle a través de represen tacion es auditivas que recubrirán los
son idos brutos percibidos en caján dose ellas m ism as en el esquem a
m otor. Segu ir un cálculo es reh acerlo p or pr opia cuen ta. D el m ism o
m od o com pren der la palabra de otro con sistiría en recon stituir in te
ligen tem en te, es decir partien do de las ideas, la con tin u idad de los
son idos qu e el oído percibe. Y m ás gen eralm en te prestar aten ción ,
recon ocer con in teligen cia e in terpretar se con fun dirían en u n a única
y m ism a operación por la cual el espíritu, h abien do fijado su nivel,
h abien do escogido él m ism o en relación a las percepcion es brutas
el pu n to sim étrico de su cau sa m ás o m en os próxim a, dejaría correr
h acia ellas los recuerdos qu e van a recubrirlas.
Apresurém on os a decirlo, n o es así com o h abitu alm en te con si
deram os las cosas. Aqu í están n uestros h ábitos asociacion istas, en
virtud de los cuales n os represen tam os son idos qu e evocarían por
con tigü idad recuerdos auditivos, y los recuerdos auditivos ideas.
Lu ego existen las lesion es cerebrales, qu e parecen en trañ ar la desa
parición de los recuerdos: m ás específicam en te, en el caso qu e n os
ocupa, se podrán in vocar las lesion es características de la sordera
verbal cortical. D e este m odo la observación psicológica y los h ech os
clín icos parecen con cordar. H abr ía por ejem plo represen tacion es
auditivas adorm ecidas en la corteza bajo la for m a de m odificacion es
físico-quím icas de las células: u n a con m oción ven ida de afuera las
despierta, y ellas evocan ideas por un proceso in tra-cerebral, quizás
por m ovim ien tos transcorticales que van a buscar las representaciones
com plem en tarias.
Reflexion em os sin em bargo a las extrañas con secuen cias de un a
h ipótesis de este tipo. La im agen auditiva de u n a palabra n o es un
objeto de con torn os defin itivam en te fijados, pues la m ism a palabra
pron u n ciada por voces diferen tes o por la m ism a voz a diferen tes
alturas da son idos diferentes. H ab r á pues tan tos recuerdos auditi
vos de un a palabra com o niveles de son ido y tim bres de voz. ¿Se
am on ton arán todas esas im ágen es en el cerebro? o si el cerebro elige,
¿cuál preferirá? Su pon gam os sin em bargo qu e ten ga sus razones
para elegir un a de ellas: ¿cóm o esa m ism a palabra, pron u n ciada por
un a n ueva person a, irá a reun irse con un recuerdo del qu e difiere?
Notem os en efecto que este recuerdo es, en h ipótesis, algo inerte
y pasivo, in capaz en con secuen cia de captar u n a sim ilitud in tern a
bajo diferencias exteriores. Se n os h abla de la im agen auditiva de la
palabra com o si fuera u n a en tidad o un gén ero: ese gén ero existe, sin
d u d a algun a, para u n a m em oria activa qu e esquem atiza la sem ejan za
de ios son idos com plejos; pero para un cerebro qu e no registra y n o
puede registrar m ás que la m aterialidad de los son idos percibidos,
h abrá para la m ism a palabra miles y miles de imágen es distin tas.
P ron un ciada por u n a voz n ueva con stitu irá u n a im agen n ueva que
se añ adirá pu r a y sim plem en te a las otras.
Pero he aquí algo no m en os dificultoso. U n a palabra sólo tiene
in dividualidad para n osotros desde el día en que nuestros maestros
nos h an enseñado a abstraería. N o son palabras lo que apren dem os
primero a pronun ciar, sin o frases. U n a palabra siempre se an astom osa
con aquella que la acom pañ a, y tom a aspectos diferentes según el an dar
y el m ovim ien to de la frase de la qu e for m a parte integrante: del m is
m o m odo, cada n ota de un tem a m elódico refleja vagamen te el tem a
com pleto. Su pon gam os pues qu e h aya recuerdos auditivos modelos,
representados por ciertos dispositivos intra-cerebrales, y esperan do
el paso de las im presion es son oras: estas impresion es pasarán sin ser
recon ocidas. ¿Dón de está en efecto la m edida com ún , dón de está el
pun to de con tacto entre la im agen seca, inerte, aislada, y la realidad
viviente de la palabra que se organ iza con la frase? Com pren do m u y
bien ese com ien zo del recon ocim ien to autom ático que con sistiría,
com o lo h em os visto más arriba, en subrayar las prin cipales articula
cion es de esta frase, en adoptar de ese m odo su m ovim ien to. Pero a
men os de supon er en todos los h om bres voces idénticas pron un cian do
en el m ism o ton o las m ism as frases estereotipadas, n o veo cóm o las
palabras oídas irían a reun ir sus im ágen es en la corteza cerebral.
Ah ora, si realmen te existen recuerdos depositados en las células
de la corteza, se con statará por ejem plo en la afasia sen sorial la pér
dida irreparable de ciertas palabras determ in adas, la con servación
in tegral de otras. D e h ech o, n o es así com o las cosas suceden . En
algun os casos es la totalidad de los recuerdos la qu e desaparece, es
tan do la facultad de audición m en tal pu ra y sim plem en te abolida,
en otros se asiste a un debilitam ien to gen eral de esta fun ción ; pero
es h abitualm en te la fun ción la que está reducida y no el n úm ero de
los recuerdos. Parece qu e el en ferm o n o tuviera ya la fuerza para
volver a captar su s recuerdos acústicos, gira alrededor de la imagen
verbal sin llegar a posarse sobre ella. Para h acerle recon ocer un a
palabra basta a m en udo que se lo en cam in e, que se le in dique la
prim era sílaba53, o sim plem en te que se lo alien te54. U n a em oción
podrá produ cir el m ism o efecto55. Sin em bargo se presen tan casos
en que parece que fueran grupos de represen tacion es determ in adas
las que son borradas de la m em oria. H em os pasado revista a un gran
n úm ero de esos h ech os, y n os h a parecido que se los p od ía repartir
en dos categorías absolutam en te separadas. En la prim era, la pérdida
de los recuerdos es gen eralm en te brusca; en la segu n da es progresiva.
En la prim era, los recuerdos recortados de la m em oria son cualquier
recuerdo, escogidos arbitraria e in cluso caprich osam en te: pueden ser
ciertas palabras, ciertas cifras, o in cluso, con frecuen cia, todas las
palabras de u n a len gua apren dida. En la segun da, las palabras siguen
un orden m etódico y gram atical para desaparecer, aquel m ism o que
in dica la ley de Ribot: los n om bres propios se eclipsan prim ero, luego
los n om bres com un es, por últim o los verbos56. H ast a aqu í las dife
rencias exteriores. H e aqu í ah ora, n os parece, la diferen cia interna.
En las am n esias del prim er gén ero, qu e son casi todas con secutivas
33 BERNARD, op. cit., p. 172 y 179. Cf. BABILÉE, Les troubles de la mémoire
dans L’alcoolism e, Paris, 1886 (thése de médecine), p. 44.
54 RIEGER, Beschreibung der Intelligenzstorungen in Folge einer Him verletzung,
Würzburg, 1889, p. 35.
55 W ERNICKE, Der aphasische Symptomencomplex, Breslau, 1874, p. 39. —Cf.
VALENTIN, Sur un cas d’aphasie d’origine traumatique (Rev. M edícale de l'Est,
1880, p.171).
56 RIBOT, Les m aladies de la mémoire, Paris, 1881, p. 131 y sig. (Ed. Félix Alean).
a un ch oque violen to, n os in clin aríam os a creer qu e los recuerdos
aparen tem en te abolidos están realm en te presen tes, y no solam en te
presen tes, sin o actuan tes. Para pon er un ejem plo a m en udo tom ado
por W in slow 57, aquel del sujeto qu e h abía olvidado la letra F, y sólo
la letra F, nos pregu n tam os si se pu ede h acer abstracción de un a
letra determ in ada en todas partes don d e se la en cuen tra, recortarla
en con secuen cia de las palabras h abladas o escritas con las qu e form a
cuerpo, si n o se la h a recon ocido im plícitam en te prim ero. En otro
caso citado por el m ism o autor58, el sujeto h abía olvidado idiom as
que h abía apren dido y tam bién poem as qu e h abía escrito. Volvien do
a com pon er, reh ace aproxim adam en te los m ism os versos. Se asiste
adem ás a m en udo, en caso sem ejan te, a u n a restauración in tegral de
los recuerdos desaparecidos. Sin querer pron u n ciarn os dem asiado
categóricam en te sobre un a cuestión d e este tipo, n o podem os evitar
en con trar un a an alogía en tre estos fen óm en os y las escision es de la
person alidad que M . Pierre Jan et h a descrito59: un a de ellas se asemeja
sorpren den tem en te a esas «alucin acion es n egativas» y «sugestion es
con pu n to de referen cia» que in ducen los h ipn otistas60. Com ple
tam en te distin tas son las afasias del segun do tipo, las verdaderas
afasias. Con sisten , com o in ten tam os m ostrarlo h ace un m om en to,
en un a dism in u ción progresiva de u n a fun ción bien localizada, la
facultad de actualizar los recuerdos en palabras. ¿Cóm o explicar
que la am n esia siga aqu í un a m arch a m etódica, com en zan do por
los n om bres propios y fin alizan do por los verbos? Apen as se vería
el m edio a través del cual esto sucedería si las im ágen es verbales
75Ver la enumeración de los casos más puros en ei artículo de SHAW, The sensory
side o f Aphasia (Brain , 1893, p. 501). Varios autores limitan por otra parte a la primera
circunvolución la lesión característica de la pérdida de las imágenes verbales auditivas.
Ver en particular BALLET, Lelan gage intérieur, p. 153.
76LUCIANI, citado por j. SOURY, Lesfonctionsdu cerveau, París, 1892, p. 2 11.
que lan zam os a su en cuen tro. La aten ción ocurre a este precio, y sin
la aten ción n o h ay m ás qu e u n a yuxtaposición pasiva de sen sacion es
acom pañ adas de un a reacción m aquin al. Pero p or otro lado, com o
lo m ostrarem os m ás adelan te, la pr opia im agen -recuerdo reducida al
estado de recuerdo puro perm an ecería ineficaz. Virtual, ese recuerdo
no puede deven ir actual m ás qu e p or la percepción qu e lo atrae.
Im poten te, tom a su vida y su fuerza de la sen sación presen te en que
se materializa. ¿Esto n o equivale a decir qu e la percepción distin ta es
provocada p or dos corrien tes de sen tidos con trarios, un a de las cuales,
centrípeta, viene del objeto exterior, y la otra, cen trífuga, tien e por
pun to de partida lo qu e llam am os el «recuerdo puro»? La prim era
corriente, com pletam en te sola, n o daría m ás qu e un a percepción
pasiva con las reacciones m aquin ales que la acom pañ an . La segun da,
dejada a sí m ism a, tien de a dar un recuerdo actualizado, cada vez
más actual a m edida que la corrien te se acen tuara. Reun idas, esas dos
corrientes form an , en el pu n to don d e se en cuen tran , la percepción
distin ta y recon ocida.
H e aquí lo qu e dice la observación in terior. Pero n o ten em os
el derecho de deten ern os aquí. D esd e luego es gran de el peligro en
aventurarse, sin suficien te luz, en el m edio de las oscuras cuestion es
de localización cerebral. Pero h em os dich o qu e la separación de la
percepción com pleta y de la im agen -recuerdo pon ía a la observación
clín ica en pu gn a con el an álisis psicológico y qu e de ah í resultaba
un a grave an tin om ia para la doctrin a de la localización de los re
cuerdos. Estam os obligados a in vestigar en qu é devien en los h ech os
con ocidos cuan do un o deja de con siderar el cerebro com o depósito
de recuerdos77.
De la supervivencia
de las imágenes.
La memoria y el espíritu.
D e esta con cepción de la vida men tal in ferior pueden deducirse las
leyes de asociación de las ideas. Pero an tes de profun dizar este pun to,
m ostrem os la in suficien cia de las teorías corrien tes de la asociación .
Es in discutible que toda idea que surge en el espíritu tien e una
relación de sem ejan za o de con tigüidad con el estado men tal anterior;
pero un a afirm ación de este tipo n o n os in form a sobre el m ecan ism o
de la asociación e in cluso, a decir verdad, n o n os en señ a absolu ta
m en te n ada. Se buscarían van am en te, en efecto, dos ideas qu e no
tuvieran en tre sí algún rastro de sem ejan za o qu e n o se tocaran por
algún costado. ¿Se h abla de semejan za? Por m ás profun das que sean
las diferencias qu e separan dos im ágen es se h allará siem pre, al subir
la altura suficien te, un gén ero com ún al cual am bas perten ecen , y
en con secuen cia u n a sem ejan za que les sirve de enlace. ¿Se con sidera
la con tigüidad? U n a percepción A, com o lo decíam os m ás arriba,
n o evoca por «con tigü idad» u n a vieja im agen B m ás qu e si ella
n os recuerda prim ero un a im agen A ’ qu e se le parece, pues es un
recuerdo A ’, y n o la percepción A, quien con tacta realmen te con B
en la m em oria. Por m ás alejados que se su pon gan pues los dos tér
m in os A y B el un o del otro, siem pre se p od r á establecer en tre ellos
u n a relación de con tigü idad en tan to el térm in o que se in tercala A’
m an tien e con A un a sem ejan za suficien tem en te lejan a. Esto equivale
a decir que en tre dos ideas cualquiera, escogidas al azar, siem pre
existe sem ejan za y, si se quiere, siem pre h ay con tigü idad, de suerte
qu e al descubrir un a relación de con tigü idad o de sem ejan za entre
dos represen tacion es qu e se suceden , n o se explica en absoluto por
qué un a evoca a la otra.
La verdadera cuestión es saber cóm o opera en la percepción pre
sen te la selección en tre u n a in fin idad de recuerdos que se parecen
todos p or algún lado, y por qu é uno sólo de en tre ellos —este m ás
bien que aquel- em erge a la luz de la con cien cia. Pero el asociacio
n ismo no puede respon der a esta cuestión , ya qu e h a erigido las ideas
y las im ágen es en en tidades in depen dien tes, flotan do a la m an era
de los átom os de Epicuro en un espacio in terior, aproxim án dose,
en gan ch án dose en tre ellas cuan do el azar con duce a un as a la esfera
de atracción de las otras. Y al ah on dar en la doctrin a sobre este
pun to, se vería qu e su error h a sido el de intelectualizar dem asiado
las ideas, el de atribuirles u n rol com pletam en te especulativo, el de
h aber creído que ellas existen para sí m ism as y n o para n osotros, el
de h aber descon ocido la relación qu e ellas tienen con la actividad
del querer. Si los recuerdos pu lu lan in diferen tes en u n a con cien
cia inerte y am orfa, n o h ay n in gun a razón para que la percepción
presen te atraiga preferen tem en te a un o de ellos: sólo p od r ía pues
con statar el en cuen tro u n a vez produ cido, y h ablar de sem ejan za o
de con tigüidad, lo que en el fon do equivale a recon ocer vagam en te
que los estados de con cien cia tienen afin idades en tre sí.
Pero in cluso sobre esta afin idad, que tom a la doble form a de la
con tigüidad y de la sem ejan za, n o pu ede el asociacion ism o p r o
porcion ar n in gun a explicación . La ten den cia gen eral a asociarse
perm an ece en esta doctrin a tan oscura com o las form as particulares
de la asociación . H abien do erigido los recuerdos-im ágen es in divi
duales en cosas com pletam en te h ech as, dadas así tal cual al curso
de n uestra vida m en tal, el asociacion ism o se reduce a su pon er entre
esos objetos atraccion es m isteriosas, de las qu e in cluso n o se podría
decir por adelan tado, com o en la atracción física, a través de qué
fen óm en os se m an ifestarán . ¿Por qué u n a im agen que en h ipótesis
se basta a sí m ism a aspiraría en efecto a agregarse a otras imágenes,
o semejantes, o dadas en con tigü idad con ella? La verdad es que esta
im agen in depen dien te es un produ cto artificial y tardío del espíritu.
D e h ech o, percibim os las sem ejan zas an tes qu e los in dividuos que
se asem ejan , y en u n agregado de partes con tiguas, el todo an tes que
las partes. Vam os de la sem ejan za a los objetos sem ejan tes, bordan do
sobre la sem ejan za ese pañ o com ún , la variedad de las diferencias
in dividuales. Y vam os tam bién del tod o a las partes, a través de un
trabajo de descom posición cuya ley se verá m ás adelan te, y que
con siste en parcelar, para m ayor com od idad de la vida práctica, la
con tin u idad de lo real. La asociación no es pues el h ech o prim itivo;
es a través de un a disociación que com en zam os, y la ten den cia de
todo recuerdo a agregarse a otros se explica a través de un retorn o
n atural del espíritu a la u n idad in divisa de la percepción .
Pero descubrim os aquí el vicio radical del asociacion ism o. Estan do
dada una percepción presente que form a con diversos recuerdos varias
asociacion es sucesivas u n a tras otra, decíam os qu e h ay dos man eras
de con cebir el m ecan ism o de esta asociación . Se pu ede su pon er
que la percepción perm an ece idén tica a sí m ism a, verdadero átom o
psicológico al qu e se le agregan otras de ellas a m edida que pasan
a su lado. Tal es el pu n to de vista del asociacion ism o. Pero existe
u n a segun da m an era y es precisam en te aquella que h em os in dicado
en n uestra teoría del recon ocim ien to. H em os supuesto que n uestra
person alidad en tera, con la totalidad de n uestros recuerdos, en traba
in divisa en n uestra percepción presente. En ton ces, si esta percepción
evoca diferentes recuerdos un o por vez, n o es p or u n a agregación m e
cán ica de elementos cada vez m ás n um erosos que ella atraería in móvil
a su alrededor; es por u n a dilatación de n uestra en tera con cien cia
que, exten dién dose en ton ces sobre u n a superficie m ás vasta, puede
em pu jar m ás lejos el in ven tario detallado de su riqueza. D el m ism o
m odo un cúm ulo n ebuloso, visto a través de telescopios cada vez
m ás poten tes, se resuelve en un n úm ero crecien te de estrellas. En la
prim era h ipótesis (que sólo tien e de su parte su aparen te sim plicidad
y su an alogía con un atom ism o m al com pren dido), cada recuerdo
con stituye u n ser in depen dien te y fijo, del qu e n o se pu ede decir ni
p or qu é aspiraría a agregarse a otros, n i cóm o escoge, para asociár
selos en virtud d e u n a con tigü idad o de u n a sem ejan za, en tre miles
de recuerdos que ten drían iguales derech os. H ace falta su pon er que
las ideas se en trech ocan al azar, o qu e se ejercen en tre ellas fuerzas
m isteriosas, y ten em os todavía en su con tra el testim on io de la con
cien cia, que n o n os m u estra jam ás h ech os psicológicos flotan do en
estado in depen dien te. En la segun da, un o se lim ita a con statar la
solidaridad de los h ech os psicológicos, siempre dados con jun tam en te
a la con cien cia in m ediata com o un todo in diviso que sólo la reflexión
troza en fragm en tos distin tos. Lo qu e es preciso explicar en ton ces n o
es ya la coh esión de los estados in tern os, sin o el doble m ovim ien to de
con tracción y de expan sión p or el cual la con cien cia en coge o en san
ch a el desarrollo de su con ten ido. Pero este m ovim ien to se deduce,
com o vam os a ver, de las n ecesidades fun dam en tales de la vida; y es
fácil ver tam bién p or qu é las «asociacion es» que parecem os form ar
a lo largo de este m ovim ien to agotan todos los grados sucesivos de
la con tigü idad y de la sem ejan za.
En efecto, su pon gam os un in stan te que n uestra vida psicológica
se reduce a las solas fun cion es sen so-m otoras. En otros térm in os,
ubiquém on os en la figura esquem ática que h em os trazado (pág. 168),
en ese pu n to S que correspon dería a la m ayor sim plificación posible
de n uestra vida m en tal. En ese estado, toda percepción se prolon ga
ella m ism a en reaccion es apropiadas, pues las percepcion es an álogas
an teriores h an m on tado aparatos m otores m ás o m en os com plejos
qu e n o esperan, para en trar en ju ego, m ás qu e la repetición del
m ism o llam ado. Ah ora bien existe en ese m ecan ism o un a asociación
por semejanza, puesto que la percepción presen te actú a en virtu d de
su sim ilitud con las percepcion es pasadas, y h ay ah í tam bién un a
asociaciónpor contigüidad, puesto que los m ovim ien tos consecutivos a
esas an tiguas percepcion es se reproducen , e in cluso pueden en trañ ar
para su serie un n úm ero in defin ido de accion es coordin adas con la
prim era. Aqu í captam os pues, en su m ism a fuen te y casi con fu n di
das —no pen sadas, sin du das, sin o actu adas y vividas- la asociación
por sem ejan za y la asociación p or con tigü idad. N o son aqu í form as
con tin gen tes de n uestra vida psicológica. Represen tan los dos aspec
tos com plem en tarios de u n a ú n ica y m ism a ten den cia fun dam en tal,
la ten den cia de todo organ ism o a extraer de u n a situación dada lo
que tien e de útil y a alm acen ar la reacción eventual, bajo la form a de
h ábito m otriz, para h acerla servir en situacion es del m ism o género.
Tran sportém on os ah ora de un sólo salto a la otra extrem idad de
n uestra vida m en tal. Pasem os, según n uestro m étodo, de la existen
cia psicológica sim plem en te «actuada» a la qu e sería exclusivamen te
«soñ ada». Ubiqu ém on os, en otros térm in os, sobre esa base AB de la
m em oria (pág. 168) en qu e se dibu jan en sus m ín im os detalles todos
los acon tecim ien tos de n uestra vida tran scurrida. U n a con cien cia
que, liberada de la acción , tuviera así bajo su m irada la totalidad de
su pasado, n o ten dría n in gu n a razón par a fijarse sobre u n a parte de
ese pasado an tes qu e sobre otro. En un sen tido, todos sus recuerdos
diferirían de su percepción actual, pues si se los tom a en la m ulti
plicidad de sus detalles, n un ca dos recuerdos son idén ticos. Pero,
en otro sen tido, un recuerdo cualquiera pod ría ser relacion ado a la
situación presen te: bastaría desaten der, en esta percepción y en este
recuerdo, los detalles suficien tes para qu e la sola sem ejan za aparezca.
Por otra parte, un a vez ligado el recuerdo con la percepción , a un
tiem po se un irán a la percepción un a m u ltitu d de acon tecim ien tos
con tigu os al recuerdo, m u ltitu d in defin ida que sólo se lim itaría en el
pu n to en que eligiera deten erse. Las n ecesidades de la vida n o están
ya ah í para regular el efecto de la sem ejan za y en con secuen cia de
la con tigü idad, y com o en el fon do todo se asem eja, se deduce que
todo puede asociarse. H ace un m om en to, la percepción actual se
prolon gaba en m ovim ien tos determ in ados; ah ora ella se disuelve en
u n a in fin idad de recuerdos igualm en te posibles. En AB la asociación
con du ciría pues a un a elección arbitraria; en S a un trayecto fatal.
Pero estos no son m ás que dos lím ites extremos don de el psicó
logo debe colocarse cada vez para com odidad del estudio y que, de
h ech o, n o son jam ás alcan zados. N o existe, al m en os en el h om bre,
u n pu r o estado sen so-m otor, al igual qu e n o existe en él vida im agi
n ativa sin u n substrato de vaga actividad. Nu estra vida psicológica
n orm al oscila, decíam os, entre esas dos extrem idades. D e un lado
el estado sen so-m otor S orien ta a la m em oria, de la que n o es en
el fon do más que la extrem idad actual y activa; y de otra parte esta
m ism a m em oria, con la totalidad de n uestro pasado, ejerce un em
pu je h acia delan te para in sertar en la acción presen te la m ayor parte
posible de sí mism a. D e ese doble esfuerzo resultan , en todo in stan te,
un a m u ltitud in defin ida de estados posibles de la m em oria, estados
represen tados por los cortes A ’B’, A ” B” , etc., de n uestro esquem a.
Estas son , decíam os, otras tan tas repeticion es de n uestra en tera vida
pasada. Pero cada un o de esos cortes es m ás o m en os am plio, según
que ella se aproxim e m ás a la base o al vértice; y adem ás, cada u n a de
esas representacion es com pletas de n uestro pasado n o trae a la luz de
la con cien cia más que lo que pu ede en cuadrarse en el estado sen so-
m otor, en con secuen cia, lo que se asem eja a la percepción presen te
desde el pun to de vista de la acción a cum plir. En otros térm in os, la
m em oria integral respon de al llam ado de un estado presen te a través
de dos m ovim ien tos sim ultán eos, un o de traslación , por el cual se
presen ta entera al en cuen tro de la experien cia con trayén dose m ás o
m en os de este m odo, sin dividirse, en vista de la acción ; el otro de
rotación sobre sí m ism a, p or el cual se orien ta h acia la situación del
m om en to para presen tarle la cara m ás útil. A esos diversos grados
de con tracción correspon den las form as variadas de la asociación
por semejanza.
T o d o pasa pues com o si en esas miles y miles de reduccion es
posibles de n uestra vida pasad a n uestros recuerdos estuvieran repe
tidos un n úm ero in defin ido de veces. Ellos tom an u n a for m a m ás
gen eral cuan do la m em oria m ás se estrech a, m ás person al cuan do
se dilata, y en tran así en u n a m u ltitu d ilim itada de «sistem atizacio
nes» diferentes. U n a palabra pron u n ciada a m i oído en un a len gua
extran jera puede h acerm e pen sar en esta len gu a en gen eral o en un a
voz que la pron u n ciaba d e cierta m an era en otra oportu n idad. Esas
dos asociacion es p or sem ejan za no se deben a la llegada acciden tal
de dos represen tacion es diferen tes qu e el azar h abría acarreado un a
por vez a la esfera de atracción de la percepción actual. Ellas res
pon den a dos disposiciones m en tales diversas, a dos grados distin tos
de ten sión de la m em oria, aqu í m ás pr óxim a de la im agen pura, allí
m ás dispu esta a la réplica in m ediata, es decir a la acción . Clasificar
esos sistem as, buscar la ley que los liga respectivam en te a los diver
sos «ton os» de n uestra vida men tal, m ostrar cóm o cada un o de esos
ton os está determ in ado él m ism o por las n ecesidades del m om en to y
tam bién por el grado variable de n uestro esfuerzo person al, sería un a
em presa difícil: tod a esta psicología está aú n por h acerse, y n osotros
n o querem os p or el m om en to in ten tarlo. Pero cada un o de n osotros
sien te qu e efectivam en te esas leyes existen , y que existen relaciones
estables de ese gén ero. Sabem os, por ejem plo, cuan do leem os un a
novela de an álisis, que ciertas asociacion es de ideas qu e se n os pin tan
son verdaderas, que h an podido ser vividas; otras n os ch ocan o n o
n os dan la im presión de lo real, porque sen tim os allí el efecto de un a
aproxim ación m ecán ica entre niveles diferen tes del espíritu, com o
si el au tor n o h ubiera sabido m an ten erse sobre el plan o de la vida
m en tal qu e h abía escogido. La m em oria tien e por tan to sus grados
sucesivos y distin tos de ten sión o de vitalidad, difíciles de defin ir,
sin dudas, pero que el pin tor del alm a n o pu ede con fun dir en tre sí
im pun em en te. La patología viene adem ás a con firm ar aqu í —con
ejem plos bu rdos, es cierto- un a verdad cuyo in stin to ten em os todos.
En las «am n esias sistem atizadas» de los h istéricos, por ejem plo, los
recuerdos qu e parecen abolidos están realm en te presen tes; pero se
relacion an todos sin dudas a un cierto ton o determ in ado de vitalidad
in telectual don de el sujeto ya n o pu ede colocarse.
Si de este m odo existen, en n úm ero in defin ido, planos diferentes
para la asociación p or sem ejan za, sucede lo m ism o en la asociación
p or con tigü idad. En el plan o extremo qu e represen ta la base de la
m em oria, n o h ay recuerdo qu e no esté ligado por con tigü idad a la
totalidad de los acon tecim ien tos que le preceden y tam bién de aque
llos qu e le siguen . M ien tras qu e en el pu n to en que n uestra acción
se con cen tra en el espacio, la con tigü idad no con duce, bajo la form a
de m ovim ien to, m ás que la reacción in m ediatam en te con secutiva a
un a percepción an terior semejan te. D e h ech o, toda asociación por
con tigü idad im plica un a posición del espíritu in term edia en tre estos
dos lím ites extremos. Si se supon en , todavía aquí, u n a m u ltitu d de
repeticion es posibles de la totalidad de n uestros recuerdos, cada un o
de estos ejemplares de n uestra vida tran scurrida se recortará, a su
man era, en secciones determ in adas, y el m od o de división n o será
el m ism o si se pasa de un ejem plar a otro, por qu e cada un o de ellos
está caracterizado precisam en te p or la n aturaleza de los recuerdos
dom in an tes a los cuales se adosan los otros recuerdos com o a pu n tos
de apoyo. Por ejem plo, cuan to un o m ás se aproxim a a la acción , m ás
la con tigüidad tien de a participar de la sem ejan za y a distin guirse
así de un a sim ple relación de sucesión cron ológica: es así que no
se podría decir de las palabras de un idiom a extran jero, cuan do se
evocan unas a otras en la m em oria, si estas se asocian por sem ejan za
o por con tigüidad. Por el con trario, cuan to m ás n os separam os de
la acción real o posible, m ás la asociación por con tigü idad tien de
pura y sen cillam en te a reproducir las imágen es con secutivas de n ues
tra vida pasada. Es im posible entrar aqu í en un estudio profu n do
de estos diversos sistem as. Bastará h acer n otar que estos n o están
form ados de recuerdos yuxtapuestos cual si fueran átom os. Existen
siem pre algun os recuerdos dom in an tes, verdaderos pu n tos brillantes
alrededor de los cuales los otros form an u n a n ebu losidad vaga. Esos
pun tos brillantes se m u ltiplican a m edida qu e se dilata n uestra m e
m oria. El proceso de localización de un recuerdo en el pasado, por
ejem plo, no con siste en absolu to, com o se h a dich o, en sum ergirse
com o en un saco en la m asa de n uestros recuerdos par a retirar de él
recuerdos cada vez m ás aproxim ados en tre los cuales ten drá su lu gar
el recuerdo a localizar. ¿Por cuál dich osa suerte ech aríam os m an o
ju stam en te a un n úm ero crecien te de recuerdos in tercalados? El
trabajo de localización con siste en realidad en un esfuerzo crecien te
de expansión, por el cual la m em oria, siem pre presen te en teram en te
a sí m ism a, extiende sus recuerdos sobre u n a superficie cada vez m ás
am plia y acaba así por distin guir de un cúm ulo h asta ese m om en to
con fuso el recuerdo que n o en con traba su lugar. Aqu í tam bién la
patología de la m em oria n os proporcion aría p or su parte datos in s
tructivos. En la am n esia retrógrada, los recuerdos qu e desaparecen
de la con cien cia son probablem en te con servados sobre los plan os
extrem os de la m em oria, y el sujeto podrá en con trarlos allí por un
esfuerzo excepcion al, com o aquel que se produ ce en el estado de h ip
n otism o. Pero sobre los plan os in feriores estos recuerdos esperarían ,
en cierto m odo, la im agen dom in an te a la cual pudieran adosarse.
Este ch oqu e brusco, esta em oción violen ta, será el acon tecim ien to
decisivo al cual se ligarán : y si este acon tecim ien to, en razón de su
carácter repen tin o, se despega del resto de n uestra h istoria, ellos lo
seguirán en el olvido. Se con cibe pues que el olvido con secutivo a
un ch oque, físico o m oral, com pren da los acon tecim ien tos in m e
diatam en te an teriores, fen óm en o bien difícil de explicar en todas las
otras con cepcion es de la memoria. Notém oslo de pasada: si se rechaza
atribuir algun a espera de ese tipo a los recuerdos recien tes e in cluso
relativam en te alejados, el trabajo n orm al de la m em oria se volverá
in inteligible. Pues todo acon tecim ien to cuyo recuerdo se h a im preso
en la m em oria, p or m ás sim ple que se lo su pon ga, h a ocu pado un
cierto tiem po. Las percepcion es qu e h an llen ado el prim er período
de este in tervalo, y qu e form an ah ora un recuerdo in diviso con las
percepcion es con secutivas, estaban pues realm en te «en el aire» en
tan to la parte decisiva del acon tecim ien to n o se h abía produ cido
aú n . En tre la desaparición de un recuerdo con su s diversos detalles
prelim in ares y la abolición , a través de la am n esia retrógrada, de un
n úm ero m ayor o m en or de recuerdos an teriores a un acon tecim ien to
dado, h ay pues u n a sim ple diferen cia de grado y n o de n aturaleza.
6 BALL, Lefons sur les m aladies m entales, París, 1890, p. 608 y sig. Cf. un análisis
bien curioso: Visions, a personal narrative {Journ al o f m ental Science, 1896, p. 284).
7Ver más arriba, pág. 145.
8 Pierre JANET, Les accidents m entaitx, París, 1894, p. 292 y sig.
9 Pierre JANET, L’autom atism epsychologiqiie, París, 1889, p. 95 y sig.
qu e se traducen p or u n a dism in u ción m ecán ica, y n o ya din ám ica,
de dich as fun cion es, com o si ciertas con exion es sen so-m otrices se
separaran pu r a y sen cillam en te d e las otras. Si n uestra h ipótesis es
fu n dada, la m em oria será afectada m uy distin tam en te en am bos
casos. En el prim ero, n in gún recuerdo estará distraído, pero todos
estarán m en os atiborrados, m en os sólidam en te orien tados h acia lo
real, de allí u n a verdadera ru ptu ra del equilibrio m en tal. En el se
gu n do, el equilibrio n o será roto, pero perderá su com plejidad. Los
recuerdos con servarán su aspecto n orm al pero ren un ciarán en parte
a su solidaridad, pues su base sen so-m otriz en lu gar de ser, p or así
decirlo, quím icam en te alterada, estará m ecán icam en te dism in u ida.
Adem ás, en un caso com o en el otro, los recuerdos n o serán direc
tam en te afectados o lesion ados.
La idea de qu e el cuerpo con serva recuerdos bajo la form a de
dispositivos cerebrales, qu e las pérdidas y las dism in u cion es de la
m em oria con sisten en la destrucción m ás o m en os com pleta de
esos m ecan ism os, y que la exaltación de la m em oria y la alucin ación
con sisten por el con trario en un a exageración de su actividad, no
es pues con firm ada ni por el razon am ien to ni p or los h ech os. La
verdad es que h ay un caso, un o sólo, en que la observación parece
ría sugerir en un prin cipio esta visión : h ablam os de la afasia, o m ás
gen eralm en te de los trastorn os del recon ocim ien to auditivo o visual.
Se trata del ún ico caso en qu e se puede asign ar a la en ferm edad un a
sede con stan te en u n a circun volución determ in ada del cerebro; pero
precisam en te tam bién es el caso en el qu e n o se asiste a la rem oción
m ecán ica e in m ediatam en te defin itiva de tales y cuales recuerdos,
sin o m ás bien al debilitam ien to gradual y fun cion al del con ju n to de
la m em oria in teresada. Y h em os explicado cóm o la lesión cerebral
p od ía ocasion ar este debilitam ien to, sin que h aga falta su pon er de
n in gun a m an era u n a provisión de recuerdos acum ulados en el ce
rebro. Las que son realm en te afectadas son las region es sen soriales
y m otrices correspon dien tes a ese tipo de percepción y sobre todo
las anexas que perm iten accion arlas in teriorm en te, de suerte qu e el
recuerdo, n o en con tran do ya de qué tom arse, term in a p or deven ir
prácticam en te im poten te: ah ora bien , en psicología, im poten cia
sign ifica in con cien cia. En todos los otros casos la lesión observada
o supuesta, n un ca n ítidam en te localizada, actú a a través de la per
turbación que acarrea al con ju n to de las con exion es sen so-m otrices,
sea que altere esta m asa sea qu e la fragm en te: de ah í un a ruptura
o un a sim plificación del equilibrio in telectual y, de rebote, el des
orden o la disyun ción de los recuerdos. La doctrin a qu e h ace de la
m em oria un a fun ción in m ediata del cerebro, doctrin a que plan tea
dificultades teóricas in salvables, doctrin a cuya com plicación desafía
toda im agin ación y cuyos resultados son in com patibles con los datos
de la observación in terior, no pu ede in cluso con tar con el apoyo de
la patología cerebral. Tod o s los h ech os y todas las an alogías están
a favor de un a teoría que no vería en el cerebro m ás que un in ter
m ediario entre las sen sacion es y los m ovim ien tos, que h aría de este
con ju n to de sen sacion es y m ovim ien tos la pu n ta extrem a de la vida
m en tal, pu n ta sin cesar in serta en el tejido de los acon tecim ien tos y
que, atribuyen do de este m od o al cuerpo la sola fun ción de orien tar
la m em oria h acia lo real y de ligarla al presen te, con sideraría esta
m em oria m ism a com o absolu tam en te in depen dien te de la materia.
En este sen tido el cerebro con tribuye a evocar el recuerdo útil, pero
m ás todavía a descartar provisoriam en te todos los otros. N o vem os
cóm o la m em oria se alojaría en la materia; pero com pren dem os bien
—según la palabra profu n da de un filósofo con tem porán eo- cóm o
«la m aterialidad pon e en n osotros el olvido10
188
Capítulo IV
De la delimitación y fijación
de las imágenes.
Percepción y materia.
Alma y cuerpo.
1 Recordemos brevemente este argumento. Sea un móvil que se desplaza con una
cierta velocidad y que pasa simultáneamente delante de dos cuerpos uno de los cuales
está inmóvil y otro de los cuales se mueve a su encuentro con la misma velocidad que
él. Al mismo tiempo que él recorre una cierta lon gitud del primer cuerpo, franquea
naturalmente una longitud doble del segundo. De ahí Zenón concluye «que una
duración es el doble de sí misma». - Razonamiento pueril, decimos, puesto que
Zenón no tiene en cuenta que la velocidad es el doble, en un caso, de lo que es en
el otro. - De acuerdo, pero les ruego me digan ¿cómo podría darse cuenta de ello?
Que un móvil recorra, en el mismo tiempo, longitudes diferentes de dos cuerpos
uno de los cuales está en reposo y otro en movimiento, es claro para aquel que hace
de la duración una especie de absoluto, y la ubica sea en la conciencia sea en alguna
cosa que participa de la conciencia. Mientras que una porción determ inada de esta
duración conciente o absoluta se derrama, en efecto, el mismo móvil recorrerá, a lo
largo de los dos cuerpos, dos espacios dobles el uno del otro, sin que se pueda deducir
de ello que una duración es el doble de sí misma, puesto que de la duración queda algo
independiente de uno y otro espacio. Pero el error de Zenón, en toda su argumentación,
es justamente el de dejar de lado la duración verdadera para no considerar de ella más
que el trazado objetivo en el espacio. ¿Cóm o los dos trazados dejados por el mismo
móvil no merecerían entonces una igual consideración, en tanto que medidas de la
duración? ¿Y cómo no representarían la m ism a duración, aún cuando uno fuera el
doble del otro? Al concluir de esto que una duración es el doble de sí misma», Zenón
permanece en la lógica de su hipótesis, y su cuarto argumento vale exactamente tanto
como los otros tres.
II. Hay movimientos reales.
El m atem ático, expresan do con m ayor precisión u n a idea del
sen tido com ún , defin e la posición a través de la distan cia respecto a
pun tos de referen cia o ejes, y el m ovim ien to por la variación de la
distan cia. N o se con oce pues del m ovim ien to m ás qu e cam bios de
lon gitu d; y com o los valores absolutos de la distan cia variable entre
un pu n to y un eje, por ejem plo, expresan tan to el desplazam ien to
del eje en relación al pu n to com o el del pu n to en relación al eje, se
atribuirá in diferen tem en te al m ism o pu n to el reposo o la m ovilidad.
Si el m ovim ien to se reduce pues a un cam bio de distan cia, el m ism o
objeto devien e m óvil o in m óvil según los pu n tos de referen cia a los
cuales se lo relacion a, y n o h ay m ovim ien to absolu to.
Pero las cosas cam bian ya de aspecto cu an do se pasa de las m a
tem áticas a la física, del estudio abstracto del m ovim ien to a la con
sideración de los cam bios con cretos qu e se efectúan en el universo.
Si som os libres de atribuir el reposo o el m ovim ien to a tod o pu n to
m aterial tom ado aisladam en te, no es m en os verdad qu e el aspecto
del universo m aterial cam bia, qu e la con figuración in terior de todo
sistem a real varía, y que aqu í ya n o ten em os elección en tre la m o
vilidad y el reposo: el m ovim ien to, cualquiera qu e sea su n aturaleza
ín tim a, se vuelve u n a realidad in con testable. Su pon gam os qu e n o
se pu eda decir qué partes del con ju n to se m ueven ; n o p or eso h ay
m en os m ovim ien to en el con ju n to. Tam p oco h ace falta asom brarse
si los m ism os pen sadores que con sideran todo m ovim ien to particular
com o relativo tratan de la totalidad de los m ovim ien tos com o de
un absolu to. La con tradicción h a sido n otada en Descartes, quien
luego de h aber dado a la tesis de la relatividad su form a m ás radical
al afirm ar que todo m ovim ien to es «recíproco»2, form u la las leyes del
m ovim ien to com o si el m ovim ien to fuera un absolu to3. Leibn iz, y
otros después de él, h an señ alado esta con tradicción 4: con siste sim
8 En particular Newton.
entre colores, entre m atices, la diferen cia es absoluta. El trán sito de
un o a otro es, él tam bién , u n fen óm en o absolu tam en te real. Ten go
pues las dos extrem idades de la caden a, las sen sacion es m usculares
en m í, las cualidades sen sibles d e la m ateria fuera de m í, y ni en un
caso ni en el otro capto el m ovim ien to, si lo hay, com o u n a sim ple
relación: es un absoluto. En tr e esas d os extrem idades vienen a ubi
carse los m ovim ien tos de los cuerpos exteriores propiam en te dich os.
¿Cóm o distin guir aquí un m ovim ien to aparen te de un m ovim ien to
real? ¿De cuál objeto, exteriorm en te percibido, puede decirse qu e se
mueve, de cuál otro qu e perm an ece in m óvil? Plan tear u n a pregu n ta
sem ejan te su pon e adm itir qu e la discon tin u idad establecida por el
sen tido com ún entre objetos in depen dien tes un os de otros, ten ien do
cada un o su in dividualidad, com parables a especies de person as, es
un a distin ción fun dada. En la h ipótesis con traria, en efecto, ya n o
se trataría de saber cóm o se produ cen cam bios de posición en tales
partes determ in adas de la m ateria, sin o com o se cum ple en el todo
un cam bio de aspecto, cam bio cuya n aturaleza por otra parte n os
quedaría por determ in ar. Form u lem os pues de in m ediato n uestra
tercera proposición :
12 TH O M SO N , On vortex aroms (Proc. ofth e Roy. Soc. ofEdim b., 1867). Una
hipótesis del mismo tipo h abía sido emitida por GH AH AM, On the molecular
mobiliry o f gases (Proc. o f the Roy. Soc., 1863, p. 621 y sig.).
géneos. Las sensaciones, in divisibles por esencia, escapan a la m edida;
los m ovim ien tos, siem pre divisibles, se distin guen por diferen cias
calculables de dirección y velocidad. N os com placem os en situar las
cualidades bajo la form a de sen sacion es en la con cien cia, m ien tras
que los m ovim ien tos se ejecutan in depen dien tem en te de n osotros
en el espacio. Esos m ovim ien tos, com pon ién dose en tre sí, n o darían
jam ás otra cosa que m ovim ien tos; por un m isterioso proceso, n uestra
con cien cia, in capaz de con tactar con ellos, los traduciría en sen sacio-
nes que se proyectarían a con tin u ación en el espacio y acabarían por
recubrir, n o se sabe cóm o, los m ovim ien tos que traducen . D e ah í
dos m un dos diferentes, in capaces de com un icarse de otro m odo que
no sea a través de un m ilagro, de un lado el de los m ovim ien tos en
el espacio, del otro el de la con cien cia con las sen sacion es. Y desde
luego, com o an teriorm en te lo h em os m ostrado n osotros m ism os, la
diferen cia entre la cu alidad p or u n a parte y la can tidad p u r a p or otra
perm an ece irreductible. Pero la cuestión es ju stam en te saber si los
m ovim ien tos reales sólo presen tan en tre sí diferen cias de can tidad, o
si no serían la m ism a cualidad vibran do por así decirlo in teriorm en te
y escan dien do su propia existen cia en un n úm ero de m om en tos a
m en udo in calculable. El m ovim ien to que la m ecán ica estu dia n o
es m ás que un a abstracción o un sím bolo, u n a m edida com ú n , un
den om in ador com ún qu e perm ite com parar en tre sí todos los m ovi
m ien tos reales; pero esos m ovim ien tos, con siderados en sí m ism os,
son in divisibles que ocu pan la duración , su pon en un an tes y un
después, y ligan los m om en tos sucesivos del tiem po por un h ilo de
cualidad variable qu e n o debe existir sin algu n a an alogía con la con
tin u idad de n uestra p r opia con cien cia. ¿N o p od em os con cebir, por
ejem plo, que la irreductibilidad de dos colores percibidos depen da
fun dam en talm en te de la estrech a duración en qu e se con traen los tri-
llon es de vibracion es que ellos ejecutan en un o de n uestros instantes?
Si pudiéram os estirar esta duración , es decir vivirla en un ritm o más
len to, ¿no veríam os, a m edida qu e ese ritm o am in orara, palidecer
los colores y prolon garse en im presion es sucesivas, aú n coloreadas
sin dudas, pero cada vez m ás cerca de con fun dirse con con m ocion es
puras? Allí don de el ritm o del m ovimien to es lo suficien temen te lento
para con cordar con los h ábitos de n uestra con cien cia —com o sucede
p or ejem plo con las n otas graves de la escala m usical- ¿n o sen tim os
descom pon erse la pr opia cualidad percibida en con m ocion es repeti
das y sucesivas, ligadas en tre sí por un a con tin u idad in terior? Lo que
de ordin ario perjudica la aproxim ación es el h ábito adquirido de ligar
el m ovim ien to con elem en tos —átom os u otros—qu e in terpon drían
su solidez en tre el m ovim ien to m ism o y la cualidad en la cual él se
con trae. Com o n uestra experien cia cotidian a n os m u estra cuerpos
qu e se m ueven , n os parece qu e h acen falta al m en os corpú sculos
para sosten er los m ovim ien tos elementales a los qu e se reducen las
cualidades. El m ovim ien to n o es en ton ces para n uestra im agin ación
m ás que un acciden te, un a serie de posicion es, un cam bio de rela
cion es; y com o es un a ley de n uestra represen tación que lo estable
desplace a lo in estable, el átom o devien e para n osotros el elem en to
im portan te y cen tral cuyo m ovim ien to n o h aría m ás qu e relacion ar
las posicion es sucesivas. Pero esta con cepción n o solam en te tien e el
in con ven ien te de resucitar para el átom o todos los problem as que
plan tea la materia; n o solam en te con lleva el error de atribuir un valor
absolu to a esta división de la m ateria qu e parece sobre tod o respon
der a las n ecesidades de la vida; ella tam bién vuelve in in teligible el
proceso por el cual captam os sim ultán eam en te en n uestra percepción
un estado de n uestra con cien cia y un a realidad in depen dien te de
n osotros. Este carácter m ixto de n uestra percepción in m ediata, esta
aparien cia de con tradicción realizada, es la prin cipal razón teórica
qu e ten em os para creer en un m u n do exterior qu e n o coin cide ab
solu tam en te con n uestra percepción ; y com o esto se descon oce en
u n a doctrin a qu e vuelve la sen sación com pletam en te h eterogén ea a
los m ovim ien tos de los que sólo sería la traducción con cien te, esta
doctrin a debería, según parece, aten erse a las sen sacion es de las que
h a h echo el único dato, y n o adjun tarle m ovim ien tos qu e sin con tacto
posible con ellas n o son m ás que su duplicado in útil. El realism o
en ten dido de este m odo se destruye pues a sí m ism o. N osotr os en
defin itiva n o ten em os elección: si n uestra creen cia en un substrato
m ás o m en os h om ogén eo de las cualidades sen sibles es fun dada, no
puede serlo m ás que por un acto que n os h aría captar o adivin ar en
la cualidad misma algo que sobrepasa n uestra sen sación , com o si esta
sen sación estuviera preñ ada de detalles sospech ados e in advertidos.
Su objetividad, es decir lo que tiene de m ás que n o entrega, con sistirá
precisam en te en ton ces, com o lo dejábam os presen tir, en la in m en sa
m ultiplicidad de los m ovim ien tos que ejecuta, de cierta m an era, en
el in terior de su crisálida. Ella se extien de in m óvil en superficie; pero
vive y vibra en profu n didad.
A decir verdad, n adie se represen ta de otro m odo la relación
de la can tidad con la cualidad. Creer en realidades distin tas de las
percibidas es sobre todo recon ocer qu e el orden de n uestras percep
cion es depen de de ellas y n o de n osotros. D ebe pues h aber allí, en
el con jun to de las percepcion es qu e ocu pan un m om en to dado, la
razón de lo que pasará en el m om en to siguien te. Y el m ecan icism o
no hace m ás que form ular con m ayor precisión esta creen cia cuan do
afirm a que los estados de la m ateria pueden deducirse los un os de
los otros. Esta deducción , es verdad, n o es posible m ás qu e si se des
cubren , bajo la h eterogen eidad aparen te de las cualidades sen sibles,
elementos h om ogén eos y calculables. Pero, por otra parte, si esos
elementos son exteriores a las cualidades cuyo orden regular deben
explicar, ya no pueden prestar el servicio que se les dem an da, pues
to que las cualidades n o se agregan en ton ces allí m ás qu e p or un a
especie de m ilagro y n o se correspon den m ás que en virtud de un a
arm on ía preestablecida. Forzoso es pues m eter esos m ovim ien tos en
esas cualidades bajo la for m a de con m ocion es interiores, con siderar
esas con m ocion es com o m en os h om ogén eas y esas cualidades com o
m en os h eterogén eas de lo que parecen superficialm en te, y atribuir
la diferen cia de aspecto de los dos térm in os a la n ecesidad, para
esta m u ltiplicidad en cierto m od o in defin ida, de con traerse en un a
duración dem asiado estrech a par a distin gu ir sus m om en tos.
In sistam os sobre este últim o pu n to, del qu e ya h em os dich o algu
n a palabra en otra oportu n idad, pero qu e ten em os p or esen cial. La
duración vivida por n uestra con cien cia es u n a duración a un ritm o
determ in ado, bien diferen te de ese tiem po del qu e h abla el físico y
que pu ede alm acen ar, en un intervalo dado, un n úm ero tan gran de
com o se quiera de fen óm en os. En el espacio de un segun do, la luz
roja —la cual posee la m ayor lon gitud de on da y cuyas vibracion es
son en con secuen cia las m en os frecuen tes- produ ce 400 trillon es de
vibracion es sucesivas. ¿Q uerem os h acern os un a idea de ese n úm ero?
Se deberán apartar las vibracion es un as de otras lo suficien te para
qu e n uestra con cien cia pu eda con tarlas o al m en os registrar explíci
tam en te su sucesión , y se in vestigará cuán to ocu paría esta sucesión
en días, m eses, o añ os. Ah ora bien , el m ás pequ eñ o intervalo de
tiem po vacío del qu e ten em os con cien cia es igual, según Exn er, a 2
m ilésim as de segun do; aún es du doso qu e pod am os percibir varios
in tervalos seguidos tan cortos. Adm itam os sin em bargo qu e som os
capaces de ello in defin idam en te. Im agin em os, en u n a palabra, un a
con cien cia qu e asistiera al desfile de 400 trillon es de vibracion es,
todas in stan tán eas, y solam en te separadas un as de otras por las 2
m ilésim as de segun do necesarias para distin guirlas. U n cálculo m uy
sim ple m u estra que h arán falta m ás de 25.000 añ os para acabar la
operación . Así esta sen sación de luz roja experim en tada por n oso
tros duran te un segun do correspon de, en sí m ism a, a un a sucesión
de fen óm en os que desplegados en n uestra duración con la m ayor
econ om ía de tiem po posible ocuparían m ás de 250 siglos de n uestra
h istoria. ¿Es esto con cebible? Es necesario distin guir aqu í entre n ues
tra propia duración y el tiem po en gen eral. En n uestra duración , la
que n uestra con cien cia percibe, un intervalo dado n o puede con ten er
m ás que un n úm ero lim itado de fen óm en os con cien tes. Con ceb i
m os que este con ten ido aum en te, y cuan do h ablam os de un tiem po
in defin idam en te divisible, ¿es en esta duración en la qu e pen sam os?
M ien tras se trate del espacio, se puede llevar la división tan lejos
com o se quiera; n o se cam bia de este m od o n ada de la n aturaleza de
lo que se divide. Es que, por defin ición , el espacio n os es exterior,
un a parte del espacio n os parece subsistir aún cuan do dejam os de
ocu parn os de él. Tam b ién ten em os a bien dejarlo in diviso, sabem os
que puede esperar, y que un n uevo esfuerzo de im agin ación lo des
com pon drá a su turn o. Com o adem ás n un ca deja de ser espacio,
siem pre im plica yuxtaposición , y en con secuen cia división posible.
El espacio no es p or otra parte, en el fon do, m ás que el esquem a
de la divisibilidad in defin ida. Pero sucede com pletam en te de otro
m odo en la duración . Las partes de n uestra duración coin ciden con
los m om en tos sucesivos del acto que la divide; tan tos in stan tes fija
m os en ella, tan tas partes ella tiene; y si n uestra con cien cia no puede
distin guir en un in tervalo m ás qu e un n úm ero determ in ado de actos
elementales, si ella detien e en algu n a parte la división , ah í se detien e
tam bién la divisibilidad. En van o se esfuerza n uestra im agin ación
en ir más allá, en dividir a su vez las partes últim as, y en activar
de cierto m odo la circulación de n uestros fen óm en os in teriores: el
m ism o esfuerzo por el cual querríam os llevar m ás lejos la división de
n uestra duración alargaría esta duración otro tan to. Y sin em bargo
sabem os que millon es de fen óm en os se suceden m ien tras n osotros
apen as con tam os algun os. N o es solam en te la física quien n os lo
dice; la experien cia bu rda de los sen tidos ya n os lo deja adivin ar;
presen tim os en la n aturaleza sucesion es m uch o m ás rápidas qu e
las de n uestros estados in teriores. ¿Cóm o con cebirlas, y qu é es esta
duración cuya capacidad sobrepasa tod a im agin ación ?
Segu ram en te n o es la n uestra; pero tam poco es esa dur ación
im person al y h om ogén ea, la m ism a para todo y para todos, qu e se
derramaría in diferen te y vacía m ás allá de lo qu e dura. Este preten di
do tiem po h om ogén eo, com o h em os in ten tado dem ostrarlo en otra
parte, es un ídolo del len guaje, u n a ficción cuyo origen se recon oce
fácilmente. En realidad, n o h ay un ritm o ún ico de la duración ; se
pueden im agin ar ritm os m u y diferen tes que, m ás len tos o m ás rápi
dos, medirían el grado de ten sión o de relajamien to de las con cien cias
y, p or tan to, fijarían sus lugares respectivos en la serie de los seres.
Esta represen tación de las duracion es con desigual elasticidad es
quizás pen osa para n uestro espíritu, qu e h a con traído el h ábito útil
de reemplazar la verdadera duración , vivida por la con cien cia, por un
tiem po h om ogén eo e in depen dien te; pero en prim er lugar, com o lo
h em os m ostrado, es fácil desen m ascarar la ilusión qu e vuelve pen osa
un a tal represen tación , y adem ás esta idea tiene de su parte, en el
fon do, el asen tim ien to tácito de n uestra con cien cia. ¿No n os sucede
duran te el sueñ o percibir dos person as con tem porán eas y distin tas
en n osotros, un a de las cuales duerm e algun os m in utos mien tras que
el sueñ o de la otra ocu pa días y seman as? Y ¿no ten dría la h istoria
en tera un tiem po m u y corto para un a con cien cia m ás ten sa que la
n uestra, qu e asistiera al desarrollo de la h um an idad con trayén dola,
por así decirlo, en las gran des fases de su evolución ? Percibir con siste
pues, en su m a, en con den sar períodos en orm es de un a existen cia in
fin itam en te dilu ida en algun os m om en tos m ás diferen ciados de un a
vida m ás in ten sa, y en resumir así u n a m uy larga h istoria. Percibir
sign ifica in m ovilizar.
Es decir qu e n osotros captam os, en el acto de la percepción , algo
que sobrepasa la percepción m ism a, sin que el universo m aterial sin
em bargo difiera o se distin ga esen cialm en te de la represen tación que
ten em os de él. En un sen tido m i percepción m e es in terior, puesto
que con trae en un m om en to ún ico de m i duración lo qu e por sí
m ism o se repartiría en un n úm ero in calculable de m om en tos. Pero
si ustedes su prim en m i con cien cia, el un iverso m aterial subsiste tal
com o era: solam en te que, com o h an h ech o abstracción de ese ritm o
particular de duración qu e era la con dición de m i acción sobre las
cosas, esas cosas vuelven a entrar en sí m ism as para destacarse en otros
tan tos m om en tos qu e la cien cia distin gue, mientras que las cualidades
sensibles, sin desvanecerse, se extien den y se diluyen en un a duración
in com parablem en te m ás dividida. La m ateria se resuelve así en un
sin n úm ero de estrem ecim ien tos, todos ligados en un a con tin u idad
in in terrum pida, todos solidarios en tre sí y que corren en todos los
sen tidos com o si fueran escalofríos. Liguen un os a otros los objetos
discon tin u os de vuestra experiencia cotidian a; luego con viertan la
con tin u idad in m óvil de sus cualidades en estrem ecim ien tos in situ\
un an esos m ovim ien tos despren dién dose del espacio divisible que
los subtien de para ya n o con siderar m ás qu e su m ovilidad, ese acto
indiviso que vuestra con cien cia capta en los m ovim ien tos que ustedes
ejecutan por sí m ism os: obten drán de la m ateria u n a visión quizás
fatigosa para vuestra im agin ación , pero pu ra y desem barazada de
aquello que las exigen cias de la vida les h acen añ adir en la percepción
exterior. Restablezcan ah ora m i con cien cia y con ella las exigencias de
la vida: a m u y gran des in tervalos, y fran qu ean do cada vez en orm es
períodos de la h istoria in terior de las cosas, serán tom adas vistas cuasi
instantáneas, vistas pin torescas esta vez, cuyos colores más acen tuados
con den san un a in fin idad de repeticion es y de cam bios elementales.
Es así que las miles de posicion es sucesivas de un corredor se con
traen en u n a ún ica actitu d sim bólica que n uestro ojo percibe, que
el arte reproduce, y qu e devien e para todo el m u n do la im agen de
un h om bre que corre. La m irada qu e a cada m om en to ech am os a
nuestro alrededor n o capta pues m ás que los efectos de un a m u ltitud
de repeticion es y de evolucion es in teriores, efectos discon tin u os por
eso m ism o, y cuya con tin uidad restablecemos m edian te m ovimien tos
relativos que atribuim os a «objetos» en el espacio. El cam bio está en
todas partes, pero en profu n didad; n osotros lo localizam os aqu í y
allá, pero en superficie; y así con stituim os cuerpos a la vez estables
en cuan to a sus cualidades y m óviles en cuan to a sus posicion es,
con trayén dose a n uestros ojos la tran sform ación universal en un
sim ple cam bio de lugar.
En cierto sen tido, es in discutible que h aya objetos m últiples,
que un h om bre se distin ga de otro h om bre, un árbol de un árbol,
un a piedra de un a piedra, puesto qu e cada uno de esos seres, cada
un a de esas cosas posee propiedades características y obedece a un a
determ in ada ley de evolución . Pero la separación en tre la cosa y su
en torn o no puede estar absolutam en te recortada; se pasa, por grados
in sensibles, de lo un o a lo otro: la estrech a solidaridad qu e liga todos
los objetos del universo m aterial, la perpetuidad de sus accion es y
reacciones recíprocas, pru eba suficien tem en te qu e no tienen los
lím ites precisos que les atribuim os. En cierto m odo n uestra per
cepción distin gu e la form a de su residuo; los con cluye en el pu n to
don de se detien e n uestra acción posible sobre ellos y don de dejan ,
en con secuen cia, de com prom eter n uestras n ecesidades. Esta es la
prim era y la m ás evidente operación del espíritu qu e percibe: traza
division es en la con tin u idad de lo exten so, cedien do sim plem en te a
las sugeren cias de la n ecesidad y a las n ecesidades de la vida práctica.
Pero para dividir así lo real, debem os persuadirn os de en trada qu e lo
real es arbitrariam en te divisible. Debem os en con secuen cia ten der
por debajo de la con tin u idad de las cualidades sen sibles, qu e es la
exten sión con creta, u n a red de m allas in defin idam en te deform ables
e in defin idam en te decrecien tes: ese substrato sim plem en te con cebi
do, ese esqu em a com pletam en te ideal de la divisibilidad arbitraria e
in defin ida, es el espacio h om ogén eo. Ah ora, al m ism o tiem po que
n uestra percepción actual y por así decirlo in stan tán ea efectúa esta
división de la m ateria en objetos in depen dien tes, n uestra m em oria
solidifica en cualidades sen sibles el curso con tin u o de las cosas.
P rolon ga el pasado en el presen te, ya que n uestra acción dispon drá
del porven ir en la proporción exacta en qu e n uestra percepción ,
en grosada por la m em oria, h aya con traído el pasado. Respon der a
un a acción sufrida a través de u n a reacción in m ediata que se ajuste
a su ritm o y se con tin ú e en la duración m ism a, ser en el presen te y
en un presen te qu e recom ien za sin cesar, h e aqu í la ley fun dam en tal
de la m ateria: en esto con siste la necesidad. Si existen accion es libres
o al m en os parcialm en te in determ in adas, n o pueden perten ecer m ás
que a seres capaces de fijar en gran des in tervalos el deven ir sobre
el cual se aplica su propio deven ir, de solidificarlo en m om en tos
distin tos, de con den sar así su m ateria y, al asim ilársela, de digerirla
en m ovim ien tos de reacción qu e pasarán a través de las m allas de la
n ecesidad n atural. La m ayor o m en or ten sión de su duración , qu e en
el fon do expresa la m ayor o m en or in ten sidad de la vida, determ in a
así tan to la fuerza de con cen tración de su percepción com o el grado
de su libertad. La in depen den cia de su acción sobre la m ateria cir
cun dan te se afirm a cada vez m ejor a m edida qu e ellas se despren den
m ás del ritm o según el cual esta m ateria discurre. D e suerte qu e las
cualidades sen sibles, com o figuran en n uestra percepción revestida
de m em oria, son los m om en tos sucesivos obten idos p or la solidifi
cación de lo real. Pero para distin guir estos m om en tos, y tam bién
para un irlos con ju n tam en te a través de un h ilo qu e sea com ú n a
n uestra propia existen cia y a la de las cosas, n os es forzoso im agin ar
un esqu em a abstracto de la sucesión en general, un m edio h om ogé
n eo e in diferen te que sea para el decurso de la m ateria en el sen tido
de la lon gitud, lo que el espacio es en el sen tido de la am plitu d: en
esto con siste el tiem po h om ogén eo. Espacio h om ogén eo y tiem po
h om ogén eo no son pues ni propiedades de las cosas, ni con dicion es
esen ciales de n uestra facu ltad de con ocerlas: expresan , bajo u n a
for m a abstracta, el doble trabajo de solidificación y de división que
h acem os sufrir a la con tin u idad m ovien te de lo real para asegurar
n os en ella pun tos de apoyo, para fijarn os allí cen tros de operación ,
para in troducir en fin autén ticos cam bios; estos son los esquem as de
n uestra acción sobre la m ateria. El prim er error, aquel que con siste
en h acer de este tiem po y de este espacio h om ogén eos propiedades
de las cosas, con duce a las insalvables dificultades del dogm atism o
metafísico —m ecan icism o o din am ism o—, el din am ism o erigien do los
cortes sucesivos que practicam os a lo largo del un iverso qu e discurre
en otros tan tos absolutos v esforzán dose van am en te en ton ces en
j
14 Ver, sobre este tema: Paul JANET, La perception visuelle de la distance, Revue
philosophique, 1879, t. VII, p. I y sig. —W illiam JAM ES, Principies o f Psychology, t.
II, cap. XXII. - Cf. a propósito de la percepción visual de la extensión: DUNAN,
L’espace visuel et l’espace tactile {Revuephilosophique, febrero y abril 1888, enero 1889).
m uch o m en os de lo qu e se cree. El espacio am orfo, los átom os que
se im pulsan y se en trech ocan , n o son otra cosa qu e las percepcion es
táctiles objetivadas, liberadas de las otras percepcion es en razón de la
im portan cia excepcion al que se les atribuye, y erigidas en realidades
in depen dien tes para ser distin guidas por eso de las otras sen sacion es,
qu e devien en su s sím bolos. Por otro lado en esta operación se las h a
vaciado de u n a parte de su con ten ido; luego de h aber h ech o con
verger todos los sen tidos h acia el tacto, n o se con serva ya del tacto
m ism o m ás qu e el esqu em a abstracto de la percepción táctil para
con struir con él el m u n d o exterior. ¿H ace falta asom brarse de que
ya n o se en cuen tre com un icación posible en tre esta abstracción y las
sen sacion es? Pero lo cierto es qu e el espacio no está m ás afuera de
n osotros que en n osotros, y que n o pertenece a un grupo privilegiado
de sen sacion es. Todas las sen sacion es participan de lo exten so; todas
ech an en lo exten so raíces m ás o m en os profu n das; y las dificultades
del realism o vulgar provien en del h ech o de que, h abien do sido el
paren tesco de las sen sacion es extraído y puesto aparte bajo la form a
de espacio in defin ido y vacío, ya n o vem os ni cóm o esas sen sacion es
participan de lo extenso, ni cóm o se correspon den entre sí.
La idea de que todas n uestras sen sacion es son extensivas en algún
grado penetra cada vez más la psicología con tem porán ea. Se sostiene,
n o sin algún viso de razón , que n o h ay sen sación sin «exten sidad»15
o sin «un sen tim ien to de volu m en »16. El idealism o inglés preten día
reservar a la percepción táctil el m on opolio de lo extenso, n o ejer
cién dose los otros sen tidos en el espacio m ás que en la m edida en que
n os recuerdan los datos del tacto. Por el con trario, u n a psicología