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Lectura continuada del evangelio de Marcos abp Diócesis de Vitoria

Adaptación del comentario de Joel Marcus

ORACIÓN

Queremos, Señor Jesús, escucharte en tu Palabra.


Y escuchándola, sintonizar con tu corazón de Hijo confiado en el Padre del cielo, aprender a orar
Contigo, a esperar con paciencia activa, a amar y a perdonar sin cansarnos.
Saber una y otra vez cuánto te importa cada hombre y cada mujer, cuánto te interesa nuestra propia paz
y felicidad.
Enséñanos, Jesús, Señor y Hermano nuestro, a conocerte a través de tu evangelio. ASI SEA.

TEXTO

MARCOS 11,12-25

«12Y al día siguiente, al salir ellos de Betania, tuvo hambre.


13
Y viendo desde lejos una higuera con hojas fue, por si encontraba algo en ella. Y, tras llegar a ella, no encontró más
que hojas, porque no era tiempo de higos.
14
Y, respondiendo, le dijo: “Nunca más coma nadie fruto de ti”.
Y lo escuchaban sus discípulos.

15
Y llegan a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que estaban vendiendo y comprando en el
Templo, y derribó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, 16y no permitía que nadie
transportara vasijas por el Templo.
17
Y les enseñaba y les decía: “¿No está escrito que Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones?
Pero vosotros la habéis convertido en guarida de bandidos”.
18
Y lo escucharon los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban matarlo; porque le tenían miedo, porque toda la
muchedumbre quedaba impresionada por su enseñanza.
19
Y cuando llegó la tarde, salieron fuera de la ciudad.

20
Y, al pasar muy de mañana, vieron la higuera secada desde las raíces.
21
Y, al recordarlo, le dice Pedro: “Rabí, mira, la higuera que maldijiste, se ha secado”.
22
Y, respondiendo, Jesús les dice: “Tened fe en Dios. 23En verdad os digo que quien diga a este monte: ‘Levántate y
arrójate al mar’, y no dude en su corazón sino que crea que ocurrirá lo que dice, lo tendrá. 24Por eso os digo: todo
cuanto recéis y pidáis, creed que lo habéis recibido, y lo tendréis. 25Y cuando os paréis a rezar, perdonad lo que
tengáis contra alguno, para que vuestro padre [que está] en los cielos os perdone vuestras faltas”. 26».

COMENTARIO
 Jesús vuelve ahora a la capital y al Templo. En el camino, maldice una higuera (11,12-14) y luego entra en el
Templo, interrumpiendo violentamente el comercio que allí había; luego explica esta acción con palabras
tomadas del Antiguo Testamento (11,15-19). En el camino de vuelta a Betania los discípulos observan que la
higuera maldecida se ha marchitado de repente y Jesús emplea este milagro como punto de partida para su
enseñanza sobre la fe y la oración (11,20-25). Marcos ha compuesto una de sus composiciones más originales y
reveladoras utilizando material de origen diverso. El centro de la composición es la acción de Jesús en el Templo,
interpretada por la historia circundante de la higuera, que no solo otorga al santuario el papel de árbol sin fruto,
estéril y maldito, sino que presenta también una alternativa: la fe y la oración que evitan el sistema sacrificial de
la «cueva de bandidos» y apela directamente a la misericordia del Padre divino.
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Lectura continuada del evangelio de Marcos abp Diócesis de Vitoria
Adaptación del comentario de Joel Marcus

 11,12-14: Después de pasar la noche en Betania, Jesús y sus discípulos se dirigen de nuevo a Jerusalén (11,12).
En el camino Jesús siente hambre y se acerca a una higuera para ver si tiene algún fruto (11,13a). Al no encontrar
higo alguno (11,13b), maldice el árbol con una profecía amenazante: nunca dará fruto de nuevo (11,14). Desde
épocas muy antiguas, los exegetas se han sentido molestos por la aparente dureza y la injusticia de la ira de
Jesús contra un objeto insensible, especialmente cuando el mismo Marcos nos dice que «no era época de
higos». Mateo omite ya la frase de que no era época de higos (Mt 21,19), y algunos autores suponen que el
dueño del árbol, no queriendo que otros disfrutaran de su producto, lo había dejado limpio antes del tiempo de
la cosecha; la maldición de Jesús, por tanto, era un castigo justificado a su egoísmo. Si no queremos dejamos
llevar por una simple especulación, deberemos comenzar preguntándonos cómo se consideraban en el mundo
bíblico los árboles, y sobre todo las higueras. En el contexto de las leyendas judías no hay nada insólito en que un
maestro se dirija a un árbol y este le responda. Además, el Antiguo Testamento, textos judíos y el Nuevo
Testamento muestran que la higuera y otros árboles simbolizan a menudo a la gente buena y mala, a los
dirigentes de Israel o a la nación en conjunto (cf., por ejemplo, Jr 24,1-10; Mt 15,13; Lc 13,6-9); los mismos textos
indican también que estos símbolos se utilizan muchas veces en contextos escatológicos para hablar del juicio
sobre Israel (Is 34,4; Am 8,1-3; Mt 15,13; Lc 13,6-9; 23,31; Ap 6,13-14); y, finalmente, señalan que hay una
relación especialmente cercana entre estas imágenes de árboles por una parte y Jerusalén y su Templo, por otra
(cf., por ejemplo, Ez 47,1-12; 1Cor 3,5-17).
A la luz de este trasfondo bíblico, podríamos interpretar la higuera como un símbolo para la nación en total, pero
la conclusión de la siguiente escena revela que una gran parte de la gente («la muchedumbre entera») está
todavía con Jesús; solo los sumos sacerdotes y los escribas se oponen a su acción y mensaje. Teniendo en cuenta
la función del Templo en nuestro relato, los culpables más inmediatos parecen ser el Templo y sus funcionarios.
La imposibilidad de Jesús de encontrar fruta en el árbol, y su maldición consiguiente, apoyan la conclusión de
que los mandatarios del Templo están corruptos sin esperanza; en el conjunto de la narración marcana, la
esterilidad de la higuera anticipa «la abominación de la desolación» profetizada respecto al Templo en 13,14.
Para Marcos, ciertamente, el Templo parece estar firmemente atrincherado en el ámbito de una estéril vejez
que se encamina hacia la destrucción.
Para la comunidad marcana, que sabe que el Templo ha sido arrasado o que su destrucción es inminente, este
acontecimiento catastrófico, que Jesús profetiza por medio de su maldición contra la higuera, demostrará la
fiabilidad absoluta de su palabra.

 11,15-19: Así pues, en 11,14 Jesús ha predicho la destrucción del Templo con palabras simbólicas, que sus
discípulos oyeron debidamente; ahora Jesús lo representará ante sus ojos, en una demostración parabólica al
igual que los extraños «signos» simbólicos de los profetas del Antiguo Testamento. Esta demostración comienza
con una lacónica introducción: «y llegaron a Jerusalén» (11,15a). Aunque esta frase repite la sustancia de 11,11a
(«Y entró en Jerusalén»), el cambio al plural incluye a los discípulos -de quienes se acaba de subrayar que han
oído la maldición de Jesús contra la higuera- en la entrada de Jesús, haciéndolos así testigos de los hechos que
comenzarán a dar cumplimiento a la maldición. Los lectores familiarizados con las Escrituras y la historia del
Templo podrían acordarse de la historia de Nehemías, quien -como Jesús- entra en la ciudad santa a lomos de un
burro (Neh 2,12) y cuyas palabras, «y llegué a Jerusalén», fueron el preámbulo de un relato de la reconstrucción
de los muros y de la restauración de las puertas de la ciudad con el apoyo activo de los sumos sacerdotes y otros
dirigentes. Jesús, en cambio, llega para amenazar con la destrucción del Templo y ganarse así la enemistad
mortal de los sumos sacerdotes y sus aliados (cf. 11,18). Jesús lo hace lanzando un ataque completo al comercio
que se practicaba en el recinto del Templo, probablemente en el patio de los gentiles, expulsando a
compradores y vendedores (11,15b), volcando las mesas de los cambistas y vendedores de palomas (11,15c), e
interceptando a cualquiera que llevara un objeto sagrado a través de esa zona (11,16). En realidad, el efecto fue
más simbólico que económico; es dudoso que una persona que actuaba solo (no se describe a los discípulos
ayudándolo) pudiera haber hecho un daño verdadero en la ingente masa del comercio que se practicaba en el
enorme patio.

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Pero si el objetivo del ataque era simbólico, ¿qué simboliza? Algunos autores argumentan que Jesús tuvo la
intención de indicar la inminente destrucción del Templo como parte de los acontecimientos catastróficos del
tiempo final, no «purificarlo» o reformarlo; su acción, pues, fue similar a la de otro Jesús, hijo de Ananías, que
profetizó el final inminente del Templo ganándose así la enemistad de los sumos sacerdotes y otros dirigentes en
los años inmediatamente anteriores a su caída. Esta interpretación encaja relativamente bien con la imagen
marcana, pero en la narración de Marcos la demostración de Jesús parece reflejar también el deseo de una
eliminación escatológica del comercio en el Templo percibido como una práctica abusiva, al igual que la profecía
de Zac 14,21. La idea del mesías que restaura el Templo tiene profundas raíces en la tradición judía, y parece que
Jesús sigue esta tradición, aunque de un modo peculiar. En la tradición, el mesías y el Templo van juntos a
menudo de un modo opuesto al interés marcano por la misión a los gentiles y al sueño de que la casa de Dios se
convertirá en «una casa de oración para todas las naciones» (11,17). En verdad, la imagen mesiánica es a
menudo militantemente anti-pagana, y sus raíces se remontan a una dinastía davídica cuyo objetivo principal en
política exterior era mantener la independencia de Israel, por la fuerza militar si fuera necesario, contra los
países circundantes.
Así, mientras Jesús cumple de algún modo las esperanzas tradicionales respecto al mesías, combinando su
entrada triunfal en Jerusalén con una acción dramática que afirma su autoridad sobre el Templo purificándolo,
por otra parte desafía la imagen mesiánica frecuente en el mundo de Marcos. Mientras que otros judíos con una
mentalidad escatológica soñaban con un mesías que habría de purificar el Templo liberándolo de influencias
extranjeras, el mesías de Marcos lo purifica expulsando a los comerciantes (judíos) que profanan el patio de los
gentiles y que frustran el objetivo del Templo, divinamente intencionado, de convertirse en «una casa de oración
para todos los pueblos». Y mientras otros judíos veían el mesías davídico como el restaurador del Templo, la
demostración de Jesús en Marcos apunta hacia su destrucción.
Los sumos sacerdotes y los escribas, como es natural, responden al asalto de Jesús al Templo con una
animosidad mortal: conspiran para destruirlo, porque ven que la muchedumbre está impresionada por su
enseñanza (11,18). La respuesta hostil de los dirigentes recuerda aquí la reacción al primer milagro de Jesús, el
exorcismo en la sinagoga de Cafarnaún en 1,21-28; allí también la muchedumbre estaba impresionada por su
enseñanza (1,22.27), y criticaba implícitamente a los escribas por carecer de autoridad. En ese pasaje, además,
se hablaba de destrucción, porque los demonios preguntaban ansiosamente: «¿Has venido a destruirnos?»
(1,24). Ahora, sin embargo, los sumos sacerdotes y los escribas, de quienes Marcos piensa que pertenecen al
bando demoníaco de la guerra escatológica, responden al intento de Jesús de «exorcizar» a los que dependían
de ellos, los comerciantes, intentando destruirlo a su vez.
Esta sub-sección termina con la salida de Jesús de la ciudad a la puesta del sol (11,19). La conclusión del pasaje
describirá algo más siniestro aún: la higuera, con la que el relato ha vinculado a estos funcionarios, se ha secado.

 11,20-25: A la mañana siguiente, en el camino de vuelta a la ciudad, Jesús y sus discípulos ven la higuera maldita,
marchitada en el entretanto (11,20); entonces Pedro recuerda la maldición del día anterior (11,21). Los lectores
deducirán que la eficaz maldición de Jesús contra el árbol tiene implicaciones negativas para el Templo con el
que el árbol ha quedado vinculado por la estructura marcana del «emparedado». Esta intuición se confirmará
más tarde cuando Jesús profetice que no quedará en pie ni una de las piedras del Templo (13,2); la imagen de un
edificio arrasado hasta sus cimentos es coherente con la descripción de la higuera marchita «desde las raíces»
(11,20). Además, los dos pasajes van unidos por el empleo de los discípulos de la exclamación, «¡Rabí/Maestro,
mira!», referida tanto a la higuera (11,21) como al Templo (13,1).
La contestación inicial de Jesús, «tened fe en Dios» (11,22), podría ser también interpretada como «creed
firmemente en la fidelidad de Dios», y pudo ser interpretada como una exhortación a no desanimarse respecto
al Templo. Después de todo, este es todavía la casa de Dios. Pero si el relato alienta brevemente la esperanza de
una protección continuada del Templo por Dios, esta se rompe en el versículo siguiente donde encontramos una
frase que no pide que «se conserve esta montaña», sino que se desarraigue y se arroje al océano (11,23).
Aunque el objetivo primario de tal afirmación sea acentuar el poder de la fe, puede haber también en ella un

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guiño a la destrucción del santuario, ya que «este monte» puede ser una expresión para designar la colina del
Templo.
Ahora bien, aunque Jesús profetiza el fin del Templo, también afirma el poder de la oración en una serie de
dichos que comienzan con la fórmula «Amén, os digo...» (11,23a). Así, hay coherencia en la progresión de 11,12-
19 a 11,20-25: Jesús ataca primero el antiguo lugar de oración, pero luego asegura a sus seguidores que la
oración es más eficaz que nunca. Sin embargo, el garante de su eficacia no es ya «el Templo hecho por manos de
hombres» (cf. 14,58), sino la autoridad escatológica de Jesús («Amén, os digo...»). Jesús promete concretamente
que los que destierran la duda y creen que se cumplirán sus peticiones las verán realizadas (11,23b). Este punto
queda subrayado enérgicamente en 11,24, «todo cuanto pidáis en la oración, tened confianza de que lo habéis
recibido ya y lo tendréis». Estas promesas categóricas de que la oración será escuchada tiene paralelos en otros
lugares de la tradición sinóptica (cf. Mt 7,7-11 / Lc 11,5-13), pero más tarde fueron precisadas cuando los
cristianos comenzaron a notar que no todas sus peticiones eran escuchadas de hecho (cf., por ejemplo, Jn 14,13:
«Todo lo que pidáis mi nombre», junto con Jn 15,7: «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros»). Sin embargo, estas enmiendas «realistas» solo subrayan la rotundidad extraordinaria de la promesa
en nuestro pasaje, que es un testimonio de la creencia en el advenimiento del Reino que penetraba el ministerio
de Jesús y de la iglesia primitiva postpascual: el poder de la nueva edad divina ha aparecido en el mundo, y por
tanto ha llegado la edad del cumplimiento de las ansias escatológicas.
En la situación marcana, 11,23-25 sería probablemente entendido como un contrapeso a la duda, la
desesperación y la amargura que prevalece en una comunidad atormentada por la guerra y la persecución, en la
cual los miembros de la familia se traicionan entre sí hasta la muerte y «todos» odian a los cristianos (cf. 13,12-
13). La enseñanza sobre la fe y la oración en 11,23-25 les aseguraría de que, en contra de todas las apariencias
en contrario, sus oraciones estaban siendo escuchadas, que no habían sido abandonados por Dios y que incluso
entonces, en medio de la persecución y de la muerte, Dios los empleaba para arrancar y aniquilar los poderes de
este mundo y para «edificar y plantar» las estructuras de su reinado. Así la exhortación a no dudar sino a
continuar creyendo, y la promesa de que la oración será escuchada tiene casi el mismo valor que la afirmación
de 13,13: «el que resista hasta el final... se salvará».
La exhortación de 11,23-24, además, contiene una serie de cuatro verbos en presente, lo que gramaticalmente
acentúa intensamente la necesidad de la oración continua («cree... reza... pide... cree»), y los verbos están
dispuestos de modo que comienzan y terminan con la palabra «creer». Nuestro pasaje, pues, acentúa
intensamente la necesidad de la perseverancia ante una realidad aparentemente contraria. Además, concluye
con una petición de perdón. En 11,12-25 Jesús ha desafiado implícitamente la autoridad sacerdotal al
representar simbólicamente la destrucción del Templo, y concluye proclamando que el perdón está disponible
sin el Templo sobre la base de su propia palabra. No es, pues, asombroso, que en el siguiente pasaje los
representantes ofendidos de aquel sistema lo desafíen a concretar qué autoridad supone que tiene él para
actuar así.

Paso 1 Lectio: ¿Qué dice el texto? Atiende todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca todos los elementos que llaman la
atención o te son muy significativos. Disfruta de la lectura atenta. Toma nota de todo lo que adviertas.

Paso 2 Meditatio: ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende a tu interior. A las mociones (movimientos) y emociones que sientes.
¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?

Paso 3 Oratio: ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón,
ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…

Paso 4 Actio: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo hacer
efectiva esa enseñanza

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