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EL ENSAYO: EL PADRE FEIJOO

ISBN: 84-96359-12-3

EMILIO PALACIOS FERNÁNDEZ


([email protected])

THESAURUS:
ensayo, Ilustración, misceláneas, literatura ilustrada, pensamiento dieciochesco,
superstición, educación.

ESQUEMA DEL ARTÍCULO


1. Datos históricos: el tiempo de Feijoo
2. Vida y obra de Feijoo
3. Feijoo, poeta
4. Feijoo, ensayista
4.1. El ensayista frente al erudito
4.2. Las fuentes formales
4.3. Las lecturas que le inspiran
4.4. Aspectos formales
4.4.1. Estructura del ensayo: discurso y carta
4.4.2. El estilo: lenguaje literario
4.5. Los temas
4.5.1. Crítica de los vicios de la sociedad española: la religión, la magia…
4.5.2. El pensamiento filosófico
4.5.3. La promoción de la mujer
4.5.4. La educación
4.5.5. La teoría estética y juicios sobre la literatura española
4.5.6. La ciencia y la medicina
4.5.7. La política
4.5.8. La filología
5. Feijoo y el pensamiento ilustrado
6. Éxito y pervivencia de la obra feijoniana
7. Bibliografía
7.1. Ediciones
7.2. Estudios.

ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS:


Prosa de ideas: los hermanos Valdés..., Los novatores: la renovación científica y filosófica,
El ensayo: Cadalso, Jovellanos, Forner, otros,
1. Datos históricos: el tiempo de Feijoo

Tras la muerte de Felipe IV y la regencia de


Mariana de Austria, gobernó el país Carlos II el
Hechizado (1675-1699). Los años de su reinado fueron
de desorden y progresiva decadencia, situación que se
complicará todavía más al morir sin descendencia.
Comenzó el nuevo siglo con una contienda civil, la
Guerra de Sucesión (1700-1714) que enfrentó en
nuestras tierras a los Borbones con los Habsburgos
austríacos ya que ambas casas reales se creían con
derecho al trono. Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de
Francia, fue proclamado rey por las Cortes en 1701 con
el nombre de Felipe V (1700-1746). Estas dos ofertas
Retrato de Benito Jerónimo Feijoo
políticas fracturaron España de una manera radical: el
Dibujo de J. Maea;
antiguo reino de Aragón, apoyado por una Alianza y José Vázquez lo grabó.
europea (Inglaterra, Prusia, Austria, Holanda, y más Aguafuerte y grabado al buril. 1791 -

tarde Saboya y Portugal) defendía la causa del Biblioteca Nacional (Madrid),


IH-2941-1
archiduque Carlos de Habsburgo; por el contrario, la
vieja corona de Castilla, con la anuencia de Navarra y el País Vasco, apoyaba la causa del
Borbón. Acabó la guerra con la firma del Tratado de Utrech (1713), que situó en la corte de
Madrid a Felipe V, a pesar de que la corona perdió algunos territorios europeos, y de que
Menorca y la estratégica Gibraltar quedaran en manos inglesas. Las tierras de Cataluña,
Mallorca e Ibiza continuaron sublevadas durante casi un año hasta que llegó su definitiva
rendición por las tropas del gobierno central. El Decreto de Nueva Planta (1716) privó al
antiguo Reino de Aragón, incluida Cataluña, de sus ancestrales fueros y de sus instituciones
nacionales, en castigo a su comportamiento.
La instauración de la nueva dinastía trajo a España aires renovadores que seguían el
modelo francés, blindado por los sucesivos Pactos de Familia entre ambas coronas. Se
promovieron reformas en todos los ámbitos de la sociedad, amparadas por el ideario
progresista de la Ilustración: la organización política (nuevo ordenamiento del Estado,
audiencias, intendencias, corregimientos, centralismo), la economía y la fiscalidad, la
industria y las obras públicas, la modernización del ejército, el control del poder religioso y
de la Inquisición, la cultura (arte, literatura, diversiones públicas) y la estructura de la
sociedad, dando comienzo a un fructífero período regenerador, en el que se agitaba
periódicamente el fantasma conservador promovido por algún sector de la nobleza y de la

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Iglesia oficial, instituciones que rechazaban la merma de poder y privilegios.
Este proyecto creció de manera evidente durante los reinados de Fernando VI (1746-
1759) y de Carlos III (1759-1788), que fue el gobierno más netamente ilustrado. La
profundidad de las reformas de Grimaldi, de Campomanes y, sobre todo, de Aranda fueron
contestadas con el famoso Motín de Esquilache (1766), que traería como consecuencia la
disolución de los jesuitas (1767), al parecer ocultos promotores del mismo.

2. Vida y obra de Feijoo

El libro de Ramón Otero Pedrayo (1972) sigue siendo todavía la fuente principal de
información biográfica sobre nuestro autor. Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro nació en
Casdemiro (Orense) el 8 de octubre de 1676. Sus padres, Antonio Feijoo Montenegro y
María de Puga Sandoval, pertenecían a la nobleza media gallega y disfrutaban de un
modesto mayorazgo. Eran personas interesadas por la cultura, dueños de una buena
biblioteca y amantes de las tertulias. A pesar de ser el primogénito, decidieron que siguiera
su inclinación natural por los estudios. Cursó las primeras letras en Allariz, y luego inició sus
estudios regulares en el Real Colegio de San Esteban de Rivas de Sil, situado cerca de su
aldea natal. Decidió más tarde ingresar en la Orden de San Benito en el monasterio de San
Julián de Samos donde, tras hacer los estudios pertinentes, tomó el hábito en 1692. Luego
continuó su educación eclesiástica en otros centros monásticos: en el colegio de San
Salvador de Lérez donde estudió Artes durante tres cursos, hasta 1695; en el de San
Vicente (Salamanca), incorporado a la Universidad, en el que cursó estudios de Teología
hasta 1698; y en el de San Pedro de Eslonza (León) durante otros tres años. Volvió luego a
Lérez como lector hasta 1708. El ambiente benedictino tendrá un gran peso en la formación
del futuro escritor, por más que su religiosidad no sea la tridentina sino más moderna.
En 1709 abandonó las tierras gallegas para trasladarse a Oviedo como profesor de
Teología en el monasterio de San Vicente. Ese mismo año consiguió los títulos de licenciado
y de doctor en Teología por la universidad ovetense. En la capital asturiana Feijoo vivía
bastante apartado del mundo, entre la soledad de su celda y las aulas de la universidad,
entre su erudición y las disputas académicas. Se sentía más libre para expresar sus ideas,
pues le parecía que estaba menos dominado por la ideología que en la corte. También en el
entorno de su orden gozaba de prestigio, a pesar de que su personalidad encontraba mejor
acomodo en el ambiente académico universitario. Los grandes temas de debate cultural le
llegaban muy de lejos, indirectamente. Sin embargo, la realidad de aquellos años difíciles en
los que Asturias se vio asolada por el hambre debió sacarle de sus reflexiones intelectuales.
Fue un punto de partida para tomar conciencia sobre la crisis de la cultura y de la sociedad,
y poner remedio a la situación de descuido que se daba en el país.

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Ejerció la docencia en la universidad donde desde 1710 ocupó la cátedra de Teología
de Santo Tomás. En esta época publicó Oración panegírica (Oviedo, 1719), texto piadoso
en homenaje a la Virgen. A partir de 1721 cambió a la cátedra de Sagrada Escritura. A la
vez tuvo que desempeñar cargos dentro de su Orden como abad del convento durante dos
años, luego maestro de estudiantes, lector de Vísperas de Teología, después de Tercia y
como regente de estudios. En 1724 opositó a la cátedra de Vísperas de Teología. Al año
siguiente apareció el interesante folleto Aprobación apologética del Escepticismo Médico
(Madrid, 1725) en defensa del doctor don Martín Martínez, médico honorario del rey y
profesor de Anatomía, que había publicado hace tres años un librito que había provocado
una reacción negativa en los medios médicos y universitarios. Explica el concepto de
“escéptico” en el que aquél basaba su medicina, distinguiéndola de la que entonces se
estudiaba en España. Feijoo intentaba comprobar cuál era la reacción del poder y de los
intelectuales ante su defensa de las nuevas teorías científicas, ofreciendo a la vez una forma
novedosa de interpretar la cultura. Al año siguiente tuvo que hacer frente a sus críticos con
un nuevo folleto Respuesta a los doctores Martínez, Aquenza, y Ribera, editado en Madrid.
En 1726 se trasladó a la corte porque había decidido iniciar un nuevo trabajo de mayor
aliento como fue la publicación del primer tomo del Teatro crítico universal o Discursos
varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes, que con bella
impresión apareció en Madrid en L. F. Mojados (1726). El libro tenía al frente la
<<Aprobación>> oficial de la Orden de San Benito, escrita por Antonio Sarmiento, “Maestro
General de su Religión”, y la <<Censura>> del padre Juan de Campo-Verde de la Compañía
de Jesús, la cual dirigía la política cultural del reino a través de los confesores regios. La
obra, que pretende desengañar a la gente de los “errores comunes”, trata de argumentos
variados, sin aparente orden, pero organizados así de manera intencional ya que, como dice
el autor en el <<Prólogo al lector>> “son incomprensibles debajo de facultad determinada, o
porque participan igualmente de muchas. Fuera de esto, hay muchos de los cuales cada
uno trata solitariamente alguna facultad, sin que otro le haga consorcio en el asunto”. Feijoo
se sentía preocupado por el atraso cultural del país y quiere contribuir a su mejora. Así, la
obra contiene diversidad de materias pero un único objetivo: la separación entre el plano de
la religión y el de la ciencia, idea que podemos situar en el inicio del pensamiento ilustrado.
Este primer tomo, que abordaba asuntos en litigio, obtuvo un gran éxito pero al mismo
tiempo suscitó numerosas polémicas. Los ocho tomos que alcanzó la colección (1726-1739)
aparecieron con periodicidad desigual, aunque luego su edición pasaría a la imprenta de
Francisco del Hierro (II-1728, III-1729), a la de su Viuda (IV-1730, V-1733) y a la de sus
Herederos (VI-1734, VII-1736, VIII-1739), siempre bajo la mirada atenta de su amigo el
académico Martín Sarmiento.

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Los volúmenes de su Teatro contienen en total 118 discursos sobre temas variados.
Su finalidad era claramente enciclopédica ya que intentaba ofrecer informaciones y
comentarios de todo lo que se refería al mundo de la cultura, y al mismo tiempo didáctica ya
que unía materiales tan diferentes con intención formativa. Pronto tuvo que hacer frente a
varias censuras, cartas anónimas y todo tipo de escritos que se publicaban en su contra a
los que respondió en varios folletos fechados en 1727. El ataque que tuvo más relevancia
fue el Anti-Teatro Crítico sobre el primero y segundo tomo del Teatro Crítico Universal, en el
que se impugnan veinte y seis Discursos y se le notan setenta descuidos (1729) de Salvador
José Mañer. Se defendió en el ensayo la llustración apologética al primero y segundo tomo
del Teatro crítico (Madrid, 1729), al que Mañer contestó con una segunda parte de su Anti-
Teatro (1731). Feijoo no quiso continuar el debate, aunque lo hizo su amigo fray Martín
Sarmiento con su Demostración apologética (1732). Estas polémicas contribuyeron a
difundir su obra y sirvieron para manifestar la superioridad cultural de la moderna filosofía
experimental, de carácter renovador, sobre otros sistemas más antiguos. Tuvo tiempo de
opositar en 1737 a la cátedra de Prima de Teología. Dos años después obtuvo la jubilación
definitiva, para “reparo de su salud”. Añadió otro tomo, el noveno, de Suplemento al Teatro
crítico o Adiciones y correcciones a muchos de los asuntos (Madrid, 1740), mientras
publicaba un texto religioso Desengaño y conversión de un pecador (Zaragoza, 1740).
Siguió Feijoo su trabajo de ensayista con los cinco tomos de Cartas eruditas y curiosas
en que, por la mayor parte, se continúa el designio del Teatro crítico universal (1742-1760),
en la misma imprenta de los Herederos de Francisco del Hierro. El tomo I se abre con una
<<Dedicatoria que hizo el autor al Ilmo. y Rmo. Señor don Juan Avello y Castrillón>>, y las
oportunas aprobaciones, y un brevísimo <<Prólogo>>. Los tomos recogen un número
desigual de <<Cartas>>: I (44), II (28), III (32), IV (26) y V (30), y distintas piezas
introductorias. Tenía la misma finalidad que el Teatro, aunque su tono era más periodístico,
con rápidas observaciones sobre argumentos variados y un menor interés en el ataque de
las viejas doctrinas y en la defensa de las nuevas. También durante esta época Feijoo hubo
de defenderse de las críticas que se le hacían con Justa repulsa de inicuas acusaciones.
Carta en que mostrando las imposturas contra el Teatro crítico y su autor (Madrid, 1749)
contra el castizo franciscano Francisco de Soto y Marne que había escrito unas Reflexiones
crítico-apologéticas sobre las obras del R. P. Feijoo (Salamanca, 1749). Tuvo muchos
admiradores en vida, pero también numerosos detractores. Fernando VI que le había
nombrado en 1748 Consejero Real, el 23 de junio de 1750 dictó una Real Orden que exigía
taxativamente que “no debe haber quien se atreve a impugnarle”.
Un biógrafo coetáneo hace la siguiente descripción de su figura: “Fue de estatura
prócer, como de ocho palmos o algo más, y sus miembros muy proporcionados, su cara
algo más larga que lo justo, el color medianamente blanco y los ojos vivos y penetrantes”. Y

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sobre sus valores humanos: “Era ameno y cortesano en su trato como lo es comúnmente el
de estos monjes escogidos por su corto número de familias honradas y decentes, salado en
la conversación, como lo acredita su afición a la poesía, sin salir de la decencia. Esto le
hacía agradable a la sociedad, además de lo apacible de su aspecto. Su estatura alta y bien
dispuesta y de una facilidad de explicarse de palabra con la propiedad misma que por
escrito. La viveza de sus ojos era un índice de la de su alma”.
Murió el 26 de septiembre de 1764 en su celda del convento de San Vicente de
Oviedo, en cuya iglesia se conserva su sepultura.

3. Feijoo, poeta

Resulta la producción menos relevante en el conjunto de la obra de nuestro escritor.


Sólo para que tengamos una imagen completa del literato gallego hacemos una reflexión
sobre la misma, que ha sido estudiada por Gamallo Fierro (1964). Parece que fue
escribiendo versos a lo largo de su vida como un desahogo personal. Quedaron, sin
embargo, inéditos hasta que Vicente de la Fuente presentó una selección de ellos en las
Obras Escogidas (1863), se amplió luego con las colecciones Las poesías (Lugo, 1899) y
Poesías inéditas (1901). Ni su estética, como se verá más adelante, ni su obra lírica
manifiestan las novedades que observamos mediado el Setecientos. Responden a los
modelos de la poesía posbarroca, similar a la de Álvarez de Toledo, Torres Villarroel o del
militar poeta Eugenio Gerardo Lobo. El trabajo de Isabel Visedo Orden (1985) hace una
clasificación temática en estos grupos: poemas amorosos, como <<Enfermedad, muerte,
entierro y testamento del amor>>, conceptuoso y plagado de imágenes; poemas burlescos
tal que <<A una dama que pedía a un galán para ferias>>, lleno de imágenes de sabor
quevedesco; poemas religiosos, como el romance <<Desengaño y conversión de un
pecador>> de estructura compleja y con tono reflexivo; poemas filosóficos de estilo
conceptuoso como se observa en las décimas <<A la conciencia>>, plagado de metáforas;
poesía de circunstancias como las liras <<A una despedida>>. La poesía de Feijoo
desentona de su obra ensayística más moderna, y refleja los usos en temas y estilo de la
poesía barroquista que se cultiva en la primera mitad del siglo.

4. Feijoo, ensayista

4.1. El ensayista frente al erudito

La obra de Feijoo está relacionada con el ensayo, y se le considera el creador o


promotor de este género literario como podemos comprobar en Abellán (1981), Sánchez

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Blanco (1992, 1999), Álvarez de Miranda (1996). Nacido históricamente en los Essais (1580)
de M. Montaigne, a pesar de que encontramos algunas experiencias anteriores bajo
fórmulas afines, este género se confirma en nuestras letras con el Teatro crítico y con las
Cartas eruditas y curiosas de Feijoo, a pesar de que nunca utilizó este nombre. Según
Giordano este texto discursivo sólo podía nacer y desarrollarse bajo el signo de la
Ilustración, entre intelectuales con seguridad en sí mismos, con capacidad de pensamiento
independiente de cualquier autoridad o dogma y con un criterio de verdad basado en la
razón apoyada en la experiencia (1970: 409-411). Interpreta la obra de Feijoo como una
“épica de la inteligencia” contra el enemigo de la ignorancia, de la superstición y de los
errores vulgares. Refleja con claridad los objetivos que se propone el género ensayístico:
proponer la verdad, luchar contra el error, explicar las cosas basándose en la experiencia, la
razón y la autoridad de los escritores que trataron el tema y tener una voluntad de estilo. Es
posible que falte en nuestro autor una conciencia plena del género si tomamos esta palabra
en el sentido moderno, pero su discurso ideológico no sistemático encaja en los
presupuestos de lo que era entonces el ensayo en Europa.
Por otro lado, observamos cómo algunos escritores de su tiempo quisieron marcar
distancias con el trabajo del benedictino. Es el caso de Gregorio Mayans y Síscar, como ha
señalado A. Mestre en Fray B. J. Feijoo, fe cristiana e Ilustración (1976: 275-304), ya que
pretendía elevar el nivel de la cultura española con sus trabajos de investigación sobre la
literatura, la poética, la historia desde su conciencia de humanista erudito. La lectura que
hizo éste de los escritos de Feijoo, en especial de algunos juicios sobre estética o la
prelación de las lenguas modernas sobre las clásicas, le debieron parecer un auténtico
disparate. Eran dos maneras diferentes de interpretar la cultura: el ensayista Feijoo era un
simple divulgador que adoptaba un tono conversacional, y aquél un sabio que sólo tenía
trato con especialistas. Ya algunos amigos del valenciano como Andrés Marcos Burriel o
Manuel Martí intentaron aproximarlos, y fueron lectores más generosos de su obra del como
le comunicaba Martí a aquél en una carta (1736): “He leído con admiración sus obras
críticas, celebrando con sumo gozo que por su medio haya amanecido en España la luz de
la crítica, tan necesaria para el examen de todas las ciencias y perfecto conocimiento de
ellas. De que carecía esta nación, y por eso está a oscuras. […] Estas tinieblas son las que
ha de desterrar nuestro héroe, el insigne Feijoo. A quien venero como ojo crítico de España”
(Mestre, 1976: 280-281).

4.2. Las fuentes formales

La obra ensayística de Feijoo no es original en su totalidad, sino que es deudora de


algunos textos anteriores, y además sus ideas nacen inspiradas en multitud de lecturas

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españolas y extranjeras. En lo que se refiere a los géneros él mismo se relaciona en el
<<Prólogo al lector>> con la “literatura mixta” o sea con la miscelánea, fórmula cultivada por
nuestros literatos en los Siglos de Oro, relación analizada por J. L. Varela en un estudio
recogido en El padre Feijoo y su siglo (1966, I: 79-88). Eran libros de entretenimiento que
integraban materiales varios como el ejemplo, los sucesos curiosos, las reflexiones sobre los
mismos que a veces se concretaban en una máxima. La obra más conocida fue la Silva de
varia lección (1540-1543) de Pedro Mexía, leída por un público masivo como muestra sus
numerosas ediciones a lo largo de los tiempos, editada todavía en la época de Feijoo.
También se le ha vinculado con los Errores celebrados (1653) de Juan de Zabaleta,
más por la utilización del término error que por la estructura del libro, y porque los capítulos
también se dividen en Discursos. Pero lo que cuenta son anécdotas históricas de origen
clásico de las que hace una interpretación nueva, porque creía erróneas las anteriores.
Supone Álvarez de Miranda (1996: 310) que resulta más cercano el ejemplo de las Cartas
filológicas (1634) de Cascales, o de las Epístolas varias (1675) de Félix Lucio Espinosa y
Malo en lo que se refiere a la configuración del canon de la carta erudita con temas curiosos,
por más que el término ya se usara desde las Cartas de Hernando del Pulgar a finales del
siglo XV, y siguiera en las Epístolas familiares (1539) de fray Antonio de Guevara. También
se le ha puesto en relación con otros trabajos de escritores extranjeros: el médico inglés T.
Browne, Pseudodoxia Epidemica, or Enquiries into very many receivets tenents and
commonly presumed truths (1646), del que hay una traducción francesa de 1733; del
italiano S. Mercurio, Degli errori popolari d’Italia (1603); y del padre Buffier, Examen des
préjugés vulgaires de 1704 (Álvarez de Miranda, 1996: 310-311).

4.3. Las lecturas que le inspiran

Para escribir sus ensayos Feijoo utiliza una bibliografía muy amplia y diversa, que en
parte ha sido reconstruida por A. Hevia Ballina en “Hacia una reconstrucción de la librería
particular de Feijoo” (Fray B. J. Feijoo, fe cristiana e Ilustración, 1976: 139-186). Por un lado
destacan los libros que procedían del mundo eclesiástico y del universitario en los que se
movía. Era, además, un literato autodidacta a quien le preocupaban varios temas sobre los
que intenta informarse (filosofía, historia, sociedad…), que puede leer en latín, francés e
italiano. Hizo uso, sobre todo, de diccionarios y de enciclopedias como: las Mémoires,
revista de noticias curiosas que publicaban los jesuitas de Trévoux, y también el Dictionaire
de la misma procedencia; el Journal des Savants que se publicaba en París; el Diccionario
de Comercio de Jacobo Saveri, el Diccionario geográfico de Thomas Cornelio. Con
frecuencia cita el Dictionaire historique del abate francés Luis Moreri, que tuvo varias

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traducciones al castellano en especial la titulada El gran diccionario histórico (1753) que
trasladó José de Miravel y Casadevante en diez tomos.

4.4. Aspectos formales

4.4.1. Estructura del ensayo: discurso y carta

El Teatro crítico universal está compuesto por ocho volúmenes en los que se incluyen
ciento dieciocho discursos. El término teatro debe tomarse en su sentido etimológico griego
de escenario, incluso en el de mirar. Esto nos indica que estamos ante una obra que supone
una mirada crítica sobre cualquier tipo de materias. Es un escenario amplio en el que se
desarrolla la actividad crítica de la razón fuera de las escuelas filosóficas tradicionales y sin
una sistematización científica. El subtítulo de la obra es Discursos varios en todo género de
materias para desengaño de errores comunes, en los que Feijoo pretende combatir todo tipo
de errores científicos o populares. Los conocimientos que incluye son enciclopédicos, pues
la obra contiene cualquier cosa que pudiera ser motivo de interés en la sociedad y en la
cultura de su tiempo. Da unidad a unos contenidos tan variados la intención didáctica, ya
que Feijoo parte del deseo de educar y modernizar a los ciudadanos, con pasión ilustrada.
La colección de Cartas eruditas y curiosas está formada por ciento sesenta y cuatro
escritos reunidos en cinco volúmenes. Cuando el escritor publicó en 1742 el primer tomo de
sus Cartas insistió en la continuidad de su propósito en el breve <<Prólogo>>: “Preséntote,
Lector mío, nuevo Escrito, y con nuevo nombre; pero sin variar el género ni el designio, pues
todo es Crítica, todo Instrucción en varias materias, con muchos desengaños de opiniones
vulgares o errores comunes. Si te agradaron mis anteriores producciones, no puede
desagradarte ésta, que es en todo semejante a aquéllas, sin otra discrepancia que ser en
ésta mayor la variedad; y no pienso que tengas por defecto lo que, sobre extender a más
dilatada esfera de objetos la enseñanza, te aleja más del riesgo del fastidio”. Con estas
palabras Feijoo quería que su público estuviese tranquilo y no se preocupase por el cambio
de título y fórmula. Aparecen al comienzo y al final de cada carta los rasgos propios del
género epistolar, es decir la salutación y la despedida. El texto se dirige casi siempre a una
segunda persona (Vuestra merced, Vuestra señoría o Vuestra excelencia). Algunas
epístolas, pocas, llevan fecha, aunque Feijoo procura eliminar los detalles personales.
Aunque se tiene a Feijoo como un gran ensayista, o el fundador del ensayo moderno,
nunca utiliza la palabra ensayo para nombrar sus reflexiones. Dos son los géneros literarios
que emplea: el discurso en el Teatro crítico y la carta en las Cartas eruditas. El primero es
denominación que ya se utilizaba en el siglo anterior para este tipo de escrito reflexivo, y que
el Diccionario de Autoridades define como “el tratado o escrito que contiene varios

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pensamientos y reflexiones sobre alguna materia”. La carta, más familiar y sencilla, resulta
una fórmula afín al ensayo, conocida ya en la cultura clásica como las Epístolas a Lucano de
Séneca y con modelos relevantes en la literatura española, según señalamos antes. Ambos,
discursos y cartas, llevan título, y se dividen en párrafos marcados con números romanos y
en incisos numerados en arábigo para facilitar su consulta como si fuera un diccionario.
Cada tomo lleva un prólogo y un índice detallado de materias. Respondiendo a la tradición
de la miscelánea, con la que dijimos que se autoenlaza, cada capítulo ofrece elementos
varios: narraciones, descripciones, consideraciones filosóficas, discusiones, elogios, citas,
censuras... Feijoo se muestra siempre como polemista rebelde, intransigente en ocasiones,
pero sincero, valiente, bien intencionado y con deseo de originalidad. Si tenemos en cuenta
la evolución interna de la producción del benedictino y los moldes formales que utiliza,
podemos decir que su obra configura un todo compacto y homogéneo. Sin embargo, se
perciben algunas diferencias formales entre el Teatro crítico y las Cartas eruditas: las Cartas
son más breves, menos solemnes y su estructura es más ligera y flexible.

4.4.2. El estilo: lenguaje literario

Feijoo era contrario al aprendizaje del estilo en las Retóricas, defendiendo por eso la
naturalidad expresiva, el ingenio y la intuición. Como ha señalado R. Lapesa (1967), utiliza
un tipo de prosa sencilla y directa, funcional. Escribía con rapidez y corregía poco, por lo que
su lengua literaria consigue una viveza que se da en pocos autores. En ocasiones emplea
una prosa recortada y simétrica, paralelística y antitética, que seguramente había aprendido,
de manera consciente o inconsciente, en algunos ensayistas de siglos anteriores como
Guevara en el XVI o Saavedra Fajardo y Gracián en el XVII. Decía Feijoo sobre el estilo:
“consiste la propiedad del estilo en usar de las locuciones más naturales y más
inmediatamente representativas de los objetos” (Giordano, 1970: 412). Esto quiere decir que
sabe adecuar el lenguaje a los asuntos: el discurso se carga de imágenes, sobre todo
“personificaciones y metáforas en una larga serie alegórica” como Gracián, se torna sublime
para describir temas elevados, mientras que el estilo es trivial para acomodarse al asunto
sencillo. A pesar de que en ocasiones le gusta la brillantez, en general con sus escritos
consiguió desterrar de la prosa castellana el estilo retórico posbarroco.
Álvarez de Miranda (1992) ha señalado que Feijoo hace uso de un lenguaje renovado,
porque unas palabras muestran las novedosas realidades científicas y otras reflejan las
nuevas inquietudes de la Ilustración en las que fue un adelantado. Por su parte, Giordano ha
subrayado la “voluntad de estilo” del ensayista que busca un lenguaje original, que sirve a la
vez para expresar las nuevas inquietudes de la sociedad de su tiempo (1970: 415).

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4.5. Los temas

4.5.1. Crítica de los vicios de la sociedad española: la religión, la magia…

Desde el punto de vista del desarrollo de su trabajo resulta interesante constatar que el
Discurso I, <<Voz de pueblo>>, abra la colección. Convenía desautorizar esta expresión que
se utilizaba con frecuencia para justificar los errores comunes de la gente. La voz del pueblo
no sólo no es la de Dios, a pesar del refrán, sino que a veces las opiniones populares nacen
de personas poco doctas, del vulgo, de cuya importancia ya advirtió en su trabajo Henriques
(1980). Resulta imposible realizar un estudio sistemático de las abundantes materias que
recogen los catorce tomos de sus ensayos, cuyo análisis más completo sigue siendo el
documentado volumen de Otero Pedrayo (1972). Pretendía Feijoo ofrecer información y
nuevas ideas sobre cualquier cosa que pudiera suscitar la curiosidad cultural de su lector y,
al mismo tiempo, combatir los errores, en especial la superstición. Lo más destacable con
ello iniciaba en España una comunicación intelectual diferente a la que se había utilizado a
partir de Trento, superando el autoritarismo. El escritor une en sus escritos una información
científica moderna, la erudición humanística, el genio pedagógico y el humor personal. Sus
interlocutores no son hombres incultos sino personas bien informadas que desean leer entre
líneas y comprender más allá de lo que dice. Tratan sus ensayos los asuntos más diversos
como religión, astronomía, geografía, sociedad, filosofía, literatura, derecho, música,
matemáticas, arte, medicina, y otros muchos, descritos además con diversidad de matices
imposibles de estudiar con detenimiento en estas breves páginas.
Creemos que Feijoo es un católico firme que respeta los dogmas, lo cual no es óbice
para que tome una postura crítica sobre ciertos comportamientos de la Iglesia, y las
prácticas religiosas de los cristianos. Censura de manera particular los milagros supuestos
(T, III, 6; C, V, 11), los abusos de peregrinaciones y romerías (T, IV, 5), los anuncios del fin
del mundo (T, VII, 5), las apariciones (C, IV, 31), y otras costumbres de los fieles que eran
difíciles de casar con su espíritu racionalista. Le parecía tan negativa la impiedad como la
credulidad supersticiosa, por lo que afirmaba que era necesario “depurar la hermosura de la
religión”. La actitud de Feijoo concuerda con la de otros escritores de su siglo que rechazan
al vulgo crédulo y cuyo propósito es desterrar los errores comunes referidos a la religión,
haciendo gala de un nuevo espíritu erasmista. Aparte de lo que concernía al dogma del que
nunca se aleja, se guiaba por los criterios de la razón y de la experiencia, buscando el bien
de los ciudadanos. En alguna ocasión tocó asuntos un poco resbaladizos, como el del
milagro, difícil de justificar con argumentos científicos, pero salió adelante con su buen
criterio a pesar de que algunos no entendieron correctamente sus planteamientos y de que
la Inquisición estaba atenta para velar por la ortodoxia. En el <<Prólogo>> al tomo IV de las

11
Cartas aclara con exactitud su opinión sobre este asunto: “Llegué al término de mi carrera
literaria, habiendo observado en cuanto he escrito la fe que debía como cristiano, como
religioso y como hombre de bien” (1753).
En su lucha por la verdad, dedica el escritor numerosos discursos y cartas a la
brujería, las supersticiones, hechizos, adivinación, astrología, y otros asuntos similares,
aspectos estudiados con acierto por J. Caro Baroja (1966: 153-186). La pintura que hace de
la sociedad mágica española, plagada de ejemplos y curiosidades que afectan a todas las
clases sociales, de la más humilde a la nobleza, ha permitido a algunos críticos afirmar que
el siglo XVIII estaba dominado por la superstición y la magia pero no más que otros siglos,
sólo lo conocemos mejor gracias a la labor crítica del ensayista. Además, algunos de los
ejemplos que incluye no eran específicamente nacionales sino que procedían de sus
lecturas de obras extranjeras.

4.5.2. El pensamiento filosófico

A pesar de que existen varios trabajos de interés sobre el pensamiento filosófico de


Feijoo (Abellán, Sánchez-Blanco), la antología de Ensayos filosóficos (1985) de E. Subirats,
y la última sistematización de sus ideas en el estudio de Sánchez-Blanco <<La filosofía de
Feijoo>> en Feijoo, hoy (2003: 239-256) Vive en un momento decisivo en el pensamiento
europeo y español ya que estaba haciendo crisis el viejo escolasticismo ante el progreso del
enciclopedismo francés. Aunque su formación estaba basada tanto en Aristóteles como en
Santo Tomás, como observamos en <<Mérito y fortuna de Aristóteles y de sus escritos>> (T,
IV, 7), es en gran medida antiaristotélico y antiescolástico. Admiraba también a nuevos
pensadores como Bacon (“hablo como beiconiano”, dice en un lugar), del que aprendió el
valor de la experiencia (T, V, 11, <<El gran magisterio de la experiencia>>), la utilización del
método inductivo, abriendo el camino al futuro positivismo. Recibe influencia de otros
filósofos galos como Descartes, Bayle, Fontenelle o Malebranche. Sin embargo, su espíritu
integrador le llevó a aceptar y a tolerar todo lo que le parecía válido, de aquí que le surgieran
tantos detractores. Fue aceptando estos cambios según venían, sin pretensiones de
presentar un proyecto filosófico definitivo, se trata de un “filósofo sin sistema”. Resume así
su postura en el Teatro crítico: “Es menester huir de dos extremos que igualmente estorban
el hallazgo de la verdad. El uno es la tenaz adherencia a las máximas antiguas; el otro la
indiscreta inclinación a las doctrinas nuevas. El verdadero filósofo no debe ser parcial, ni de
éste ni de aquel siglo. En las naciones extranjeras pecan muchos en el segundo extremo; en
España casi todos en el primero” (T, II, 1). Feijoo no sigue un sistema exclusivo, sino que es
un escéptico y un ecléctico (T, III, 13, <<Escepticismo filosófico>>). Su filosofía es la natural
y cosmológica, interesada por la ciencia, atenta a los nuevos descubrimientos, y preocupada

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por orientar al lector ante los inquietudes del mundo moderno. Le resulta difícil a veces
conciliar su pensamiento moderno con el dogma católico, pero nunca es un heterodoxo e
inicia, con limitaciones, la Ilustración católica.

4.5.3. La promoción de la mujer

Durante el siglo XVIII sufre una gran transformación la identidad de la mujer, sometida
tradicionalmente al hombre, o convertida en objeto social. El primer episodio relevante de
este largo camino, como ha descrito Palacios Fernández (2002: 22-62), es el ensayo
<<Defensa de las mujeres>> (T, I, 16), del que disponemos de una edición moderna de V.
Sau (1997). Con valentía asevera: “En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo
ignorante con quien entro en la contienda. Defender a todas las mujeres, viene a ser lo
mismo, que ofender a casi todos los hombres: pues raro hay, que no se interese en la
precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión
común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las
llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza hace es en la
limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna
brevedad sobre otros capítulos, discurriré más largamente sobre su actitud para todo género
de ciencias, y conocimientos sublimes.”
Sabía Feijoo que entraba en un terreno resbaladizo en el que se iba a ganar la crítica
de sus compañeros los varones. Necesitaba disipar las interpretaciones erróneas sobre el
tema de la mujer. Son los hombres mujeriegos quienes dirigen críticas más acerbas contra
ellas, aunque confiesa que, por lo general, son más virtuosas que los varones. Tras
rechazar el aserto de Aristóteles de la mujer como “animal imperfecto”, pinta sus cualidades:
“[...] por tres prendas que hacen notoria ventaja a las mujeres, parece se debe la preferencia
de los hombres: robustez, constancia y prudencia. Pero aun concedidas por las mujeres
estas ventajas, pueden pretender el empate, señalando otras tres prendas en que exceden
ellas: hermosura, docilidad y sencillez”. En esta contraposición les da una clara superioridad,
salvo la su mayor habilidad para la vida pública (política y gobierno), aunque recuerda que la
historia nos proporciona, desde la Antigüedad, ilustres ejemplos de señoras “que se
distinguieron de modo sobresaliente en el ejercicio de virtudes juzgadas de tipo varonil”.

Respecto a la capacidad intelectual de la mujer, que tantos desacuerdos había


provocado, sostiene con lucidez: “Llegamos ya al batidero mayor, que es la cuestión del
entendimiento, en la cual yo confieso, que si no me vale la razón no tengo mucho recurso a
la autoridad; porque los autores que tocan esta materia (salvo uno u otro muy raro) están tan
a favor de la opinión del vulgo, que casi uniformes hablan del entendimiento de las mujeres

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con desprecio”. Desgrana luego las razones para defender las capacidades intelectuales de
las damas. Sus limitaciones no se deben a la naturaleza, sino “a la diferencia de aplicación y
uso del talento”. Una formación adecuada daría al sexo femenino las mismas competencias
y habilidades que desempeñaba el masculino, como así ha demostrado la historia. En
resumen, “mi voto, pues, es que no hay desigualdad en las capacidades de uno y otro sexo”.
El padre Feijoo ofrece, además, multitud de referencias sociales y costumbristas sobre la
vida femenina que tienen un indudable valor sociológico.

4.5.4. La educación

En un trabajo aparecido en Feijoo, hoy, J. L. Peset ha vuelto a destacar que estamos


ante una figura que “está en todo momento preocupado por la educación del pueblo” (2003:
225-238). Esto se manifiesta de manera directa cuando el profesor imparte clases en la
universidad, pero se extiende también a un público numeroso que recibe sus escritos y a
quien informa de las novedades científicas del momento. Las reformas borbónicas apenas
habían afectado al ámbito universitario. Defiende la modificación de las disciplinas
universitarias, a la que dedica varios discursos del tomo VII del Teatro en especial los
referidos al Arte, la Lógica y Metafísica (D. 12), la Física (D. 13) y la Medicina (D. 14),
mientras aconseja incluso la forma de enseñar algunas materias como la Teología. Sobre la
docencia de la Filosofía recomienda sencillez, no reducirla a la metafísica ni a la
abstracción, valorando al Aristóteles que cree en la experiencia. Describe algunos métodos
generales de educación, y censura sin piedad ciertas prácticas sin sentido como el
desenredo de sofismas, los abusos de las disputas verbales (T, VIII, 1). Propone abandonar
el latín como lengua de expresión y y que en la dialéctica magistral pudieran traerse a
autores modernos y no sólo a los clásicos. Llama a la modernización de las materias de
estudio incluyendo ciencias experimentales, la observación y los instrumentos científicos,
aunque teme que la ciencia moderna caiga en el materialismo. No hizo el plan de estudios
que prometía, pero estas advertencias críticas, si se hubieran puesto en práctica, habían
ayudado a reformar la enseñanza superior.
En otras ocasiones trata de iluminar a la gente con sus consejos educativos generales.
Propone un tipo de enseñanza práctica frente a los modelos discursivos. Resultan curiosas
las reflexiones del padre Maestro sobre la trompetilla para sordos de nacimiento.

4.5.5. La teoría estética y juicios sobre la literatura española

14
Durante sus estudios eclesiásticos no tuvo Feijoo una formación retórica adecuada.
Afirma en Justa repulsa: “En el segundo tomo de las Cartas tengo escrito que nunca estudié
reglas de Retórica, ni vi de ellas sino como de paso, lo que bastó para conocer que me eran
inútiles. Y en esto mismo estoy siempre, sientan otros lo que quisieren” (Eiján, 1943: 274).
Este desinterés por un estudio más profundo de la misma, contrasta con la cantidad de
reflexiones sobre estética y crítica literaria o musical que aparecen dispersas en su obra.
Su teoría estética, estudiada por Montero Díaz (1932) y J. A. Valero (1988), aparece
en especial en dos discursos seguidos del Teatro titulados <<La razón del gusto>> (T, VI,
11), donde estudia lo que de subjetivo hay en la belleza, y <<El no sé qué>> (T, VI, 12) que
analiza la belleza en el objeto, siendo ambos elementos complementarios de la misma
realidad estética. La clave teórica de la belleza es: “Dirán que está contra el arte, mas, con
todo, tiene un no sé qué que la hace parecer bien. Y yo digo que ese no sé qué no es otra
cosa que estar hecha según arte, pero según arte superior al suyo”. Es una llamada a la
libertad estética en la que resuenan las ideas que se manejaban en el Barroco. Esto se
confirma de manera clarividente en la carta <<La elocuencia es naturaleza y no arte>> (C, II,
6). En ella hace una rotunda defensa del antipreceptismo, aconseja la estética barroca y es
contraria a las tendencias neoclásicas que se estaban extendiendo desde la publicación de
la Poética (1737) de Luzán. Su interpretación de los conceptos de imitación de la naturaleza,
de verosimilitud, rompe las estrechas normas clasicistas y proporcionan base teórica a los
defensores de la estética popular posbarroca como Ignacio de Loyola Oyanguren, Nipho o
García de la Huerta. Ampara la naturalidad de estilo, que es algo innato, y que no se
consigue practicando las reglas de la retórica, sino que se basa en la intuición. Estilo natural
y personal son para él una misma cosa.
Esta percepción de la belleza orienta su interpretación de las creaciones artísticas
desde la música a la literatura, y en particular su revisión de sobre la poesía y el teatro
españoles, estudiados por Eiján (1943) y B. Varela Jácome (1968). Define la lírica en
<<Cuál sea el constitutivo esencial de la poesía>> (C, V, 19), donde valora el estilo
personal, la naturalidad, el entusiasmo, la inspiración y la versificación. Dice en algún lugar
del Teatro: “pero yo digo que quien quiere que los poetas sean muy cuerdos, quiere que no
haya poetas. El furor es la alma de la poesía, el rapto de la mente es el vuelo de la pluma”
(Montero Díaz, 1932: 78). Esto justifica su opinión favorable sobre nuestros poetas
barrocos: “En los asuntos poéticos, ninguno hay que las musas no hayan cantado con alta
melodía en la lengua castellana. Garcilaso, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Mendoza,
Solís y otros muchos fueron cisnes sin vestirse de plumas extranjeras” (Montero Díaz, 1932:
82). Por el contrario, resulta negativo su juicio sobre los vates coetáneos: “En España está
la poesía en un estado lastimoso. El que menos mal lo hace, exceptuando uno u otro raro,
parece que estudia cómo lo ha de hacer mal. Todo el cuidado que pone en hinchar el verso

15
con hipérboles irracionales y voces pomposas, con lo que sale una poesía hidrópica
confirmada, que da asco y lástima verla.” (Montero Díaz, 1932: 79).
Opiniones parecidas encontramos en su revisión del teatro nacional, aunque no entra
en las polémicas de la época. El desprecio de lo clasicista, su oposición a las reglas
dramáticas que fomentan la imaginación, justifican su valoración positiva del teatro áureo
que había tenido un gran papel en el desarrollo del arte escénico europeo: “No sería justo
omitir aquí que la poesía cómica moderna, casi enteramente se debe a España, pues
aunque antes se vio levantar el teatro en Italia, lo que se representaba en él más era un
agregado de conceptos amorosos que verdadera comedia hasta que el famoso Lope de
Vega le dio designio, planta y forma” (T, I, 14). Hace alabanzas expresas al teatro de Lope
de Vega, Moreto y Calderón, al que llama “discretísimo y agudísimo cómico”. No hay
excesivos juicios sobre los dramaturgos de su tiempo. Con todo, valora el teatro como una
diversión ciudadana, y avanza algunas opiniones sobre la moralidad del teatro, que no
siempre depende de la obra sino de las circunstancias de la representación.

4.5.6. La ciencia y la medicina

En lo referente a la ciencia, el autor parte del escepticismo para comenzar una


investigación con espíritu crítico. No duda de todo, sino que adopta una postura prudente
para examinar los fenómenos con imparcialidad. Quedan al margen de esta postura los
temas de fe, por su propia naturaleza, y los de las ciencias experimentales, por ser
comprobables. Feijoo no era un científico, pero poseía una información amplia y actualizada
de lo que ocurría en las Academias europeas, y estaba lejos de la consideración de la
ciencia como algo peligroso, producto de herejes, como había dicho tradicionalmente la
Iglesia. El nuevo espíritu científico que aparece en la obra del benedictino conecta con el
empirismo de Bacon y se aleja del racionalismo de Descartes. La crítica que hace al sistema
cartesiano se centra en la explicación de la formación del universo, problema que enlaza
con el de la “senectud” del mundo; tiene presente el concepto de la infinitud del espacio y
del tiempo que para él confieren una visión catastrofista del cosmos.
A Feijoo le interesaron bastante los temas médicos, como comprobamos por el trabajo
de A. Talenti (1969). No olvidemos que se dio a conocer con la polémica sobre el
escepticismo médico en defensa de su amigo el doctor Martín Martínez y elige para su
primera entrega el discurso <<Réquiem para conservar la salud>> (T, I, 6). Reprocha a la
medicina de su tiempo, que tuviera un carácter más filosófico que científico. Censura a los
galenos que aplicaran siempre las mismas soluciones (abuso de drogas, sangría, remedios
secretos...) sin hacer observaciones personales. Se inclina por la medicina natural, por la
terapéutica individual, en la que vale el uso del agua, visto todavía con recelo en su tiempo.

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Defiende los remedios baratos y caseros, e incluso las vacunas. Muestra sus dudas sobre
las transfusiones de sangre y los injertos de tejidos.

4.5.7. La política

Sobre la política, tema estudiado por J. A. González-Feijoo (1991), también realiza


reflexiones varias, aunque en este terreno sigue en general las ideas del pensamiento
católico, en la misma línea en que se habían situado Luis Vives, el Padre Mariana o
Saavedra Fajardo, entre otros. Admira las glorias españolas del pasado pero al mismo
tiempo denuncia los males del país y aconseja cambios que corrijan estos defectos. Se
extiende en consideraciones sobre la educación del príncipe, a pesar de que niega eficacia
a los libros para su formación (T, V, 10) y del cortesano, y ataca duramente a la nobleza. En
la <<Política más fina>> (T, I, 4) rechaza las propuestas políticas del famoso Maquiavelo.
La igualdad de los hombres es uno de sus postulados básicos pues, aunque reconoce
diferencias en costumbres, inclinaciones y temperamento, cree que es un error afirmar que
tengan distinta capacidad racional. Predominan en Feijoo las ideas pacifistas, y la condena
de todas las guerras. Desciende, a veces, a temas muy concretos como el uso de la tortura,
que él rechaza, o la impunidad de la mentira, que considera uno de los peores males
sociales. En <<Paradojas políticas>> (T. VI, 1) defiende el uso de la pólvora, sostiene que
los oficios deben ser hereditarios, y que la clemencia de príncipes y magistrados es
perniciosa para los pueblos. Aborda, asimismo, determinados aspectos de las relaciones
sociales, unos que tiene por negativos (la indiscreción, la burla ofensiva...), y otros que
sirven para mejorarlas como la urbanidad, la sociabilidad. Cree conveniente que los jóvenes
intervengan en la vida política, que se lleven a cabo reformas, que se reduzca la burocracia,
que los trabajadores tengan un salario justo, que haya menos días festivos, fiel en todo ello
al ideario reformista. Feijoo no es un revolucionario ilustrado pero sus opiniones abrirán el
camino para la Ilustración posterior más madura.

4.5.8. La filología

En el campo filológico, Feijoo valora las lenguas tanto clásicas (conocía bien el latín y
algo el griego) como modernas. Considera que estas últimas son muy útiles, pues en ellas
pueden leerse las literaturas antiguas, ya traducidas, como las actuales. Valora en especial
la lengua francesa, en la que se realizaban en su época obras de carácter literario y
científico de extraordinario interés. Es partidario de los neologismos, que algunos le han
reprochado, puesto que la lengua es un organismo vivo que debe desarrollarse y
enriquecerse, pero utilizados cuando la palabra importada sea necesaria y no por simple

17
deseo de modernidad. Levantó polémica que aconsejara a un amigo el estudio de la lengua
francesa, más práctica, frente a la griega que defendían los humanistas (C. V, 23).

5. Feijoo y el pensamiento ilustrado

Fue un auténtico animador cultural de su época. Sus escritos fueron muy leídos y
motivaron innumerables polémicas, a las que en ocasiones respondía él o bien sus amigos.
De esta manera algunos de los temas más polémicos provocaron gran cantidad de ensayos
que sirvieron para completar o contrariar sus ideas. Algunos de los discursos, y sobre todo
cartas fueron respuestas a temas de actualidad que le preguntaban sus lectores.
El valor histórico de Feijoo es enorme, no tanto por los temas que trata sino por su
modo de enfocarlos. Hasta hace poco se consideraba que era el único autor representativo
de la Ilustración en la primera mitad del siglo XVIII, que con su esfuerzo individual había
introducido la nueva filosofía, el método experimental, la crítica de las supersticiones. Esto
es un poco exagerado, ya que existen otros grupos reformistas (novatores, Luzán...) pero
debemos reconocerle dos méritos: contribuir decisivamente a la incorporación del ensayo
como género literario en nuestra literatura, y difundir las nuevas ideas entre amplias capas
de público. Abrió el camino a la Ilustración, Ilustración cristiana, por más que en ocasiones
sus reflexiones religiosas tuvieran dificultades para entenderse entre las autoridades
religiosas. Su formación eclesiástica, lo temprano de su reflexión avalan que todavía su
pensamiento esté aún lejos de otros escritores más progresistas como Cadalso, Jovellanos,
Campomanes o Meléndez Valdés. Pero su trabajo de ensayista fue fundamental para
remover de su inacción y de sus defectos a la sociedad española.

6. Éxito y pervivencia de obra feijoniana

El éxito editorial de Feijoo fue enorme en el siglo XVIII. Sus obras fueron apareciendo
entre 1726 y 1760 con regularidad. Se agotaban pronto y se reimprimían. De algunos
volúmenes del Teatro crítico se hicieron tiradas de tres mil ejemplares, una cantidad
considerable para este tipo de literatura. Tras la muerte del autor en 1764 se inicia la
publicación de sus obras completas (“ediciones conjuntas”, según el profesor Caso) que ven
la luz en 1765 en 14 tomos. Se suceden varias hasta la de Pamplona de 1784-1787,
después de la cual el éxito de Feijoo comienza a decaer. Hasta 1787 se vendieron en
España entre cuatrocientos mil y medio millón de ejemplares, lo que quiere decir que el
escritor llegó a toda la población española que era capaz de leer sus obras. Los
desencuentros fueron también muy numerosos. Ya en 1726, año en que se inició la
publicación de su Teatro crítico, salieron a la luz 29 escritos contra varios discursos del

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primer tomo (sobre Medicina, Astrología, Música y hasta aspectos de su feminismo), que
continuaron hasta la muerte de Feijoo. En total fueron unos 190 escritos en contra. También
desde el primer momento surgieron muchos defensores de sus opiniones. Esta reacción
ante los textos feijonianos tiene una gran importancia ya que el escritor gallego se convirtió
en un gran animador de la cultura española de su tiempo y patrocinador del pensamiento
ilustrado. Varios textos se tradujeron pronto al francés, inglés, alemán, italiano y portugués.
La obra de Feijoo es enciclopédica por su carácter y por su función. Pero para ser una
obra de consulta le faltaba estar ordenada por materias. De aquí que empezasen a surgir en
el mercado editorial algunos índices alfabéticos de los temas tratados en sus escritos para
que se vendieran junto con éstos. Así salieron: Índice general alfabético de las cosas más
notables de todo el Teatro crítico universal (1752), a cargo de don Diego de Faro y
Vasconcelos; Índice general alfabético de las cosas notables que contienen todas las obras
del muy ilustre señor D. Fr. Benito Jerónimo Feijoo (1754) de José Santos; Diccionario
Feijoniano o Compendio metódico de varios conocimientos críticos, eruditos y curiosos,
utilísimos al pueblo, para quien le dispuso por orden alfabético por el doctor don Antonio
Marqués y Espejo (1802).
En el siglo XIX no se debió de entender bien al escritor o se despreciaron sus
propuestas reformistas, pues sólo se realizaron tres ediciones de obras escogidas en toda la
centuria, a pesar de que lo recordara con cariño su paisana doña Emilia Pardo Bazán.
Durante el XX se fue intensificando el interés hacia esta figura a partir de la Generación del
98, por lo que varios estudiosos (Américo Castro, José María de Cossío, Pedro Salinas,
Gregorio Marañón...) le han dedicado sus trabajos.

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7. Bibliografía

7.1. Ediciones

Teatro crítico universal, tomo I, Madrid, 1726; y los siguientes volúmenes: t. II, Madrid, 1728;
t. III, Madrid, 1729; t. IV, Madrid, 1730; t. V, Madrid, 1733; t. VI, Madrid, 1734; t. VII,
Madrid, 1736; t. VIII, Madrid, 1739.
Suplemento del Teatro crítico y adiciones y correcciones a los tomos de dicho Teatro, t. IX,
Madrid, 1740.
Cartas eruditas y curiosas, tomo I, Madrid, 1742; que continúa: t. II, Madrid, 1745; t. III,
Madrid, 1750; t. IV, Madrid, 1753; t. V, Madrid, 1760.
Obras escogidas, por V. de la Fuente, Madrid, Ed. Rivadeneyra, 1863 (BAE, 56); II, III, IV,
ed. de A. Millares Carlo, Madrid, Ed. Atlas, 1952-1961 (BAE, 141, 142,143).
Las poesías de Feijoo, con un Prólogo por don A. López Peláez, Lugo, 1899.
Poesía inéditas, publicadas por don J. E. Areal, Tuy, 1901.
Teatro crítico universal, ed. de A. Millares Carlo, Madrid, Espasa-Calpe, 1941, 3 vols.
Cartas eruditas, ed. de A. Millares Carlo, Madrid, Espasa-Calpe, 1944.
Obras (selección), ed. de I. McClelland, Madrid, Taurus, 1985.
Teatro crítico. Ensayos filosóficos, intr. y sel. E. Subirats, Barcelona, Ed. Anthropos, 1985.
Defensa de la mujer, ed. de V. Sau, Barcelona, Icaria, 1997.

7.2. Estudios

AA. VV. (1966): El padre Feijoo y su siglo, Oviedo, Cátedra Feijoo.


AA- VV. (1981): II Simposio sobre el P. Feijoo y su siglo, Oviedo, IFES XVIII, 2 vols.
Abellán, J. L. (1981): Historia crítica del pensamiento español. 3. Del Barroco a la Ilustración
(s. XVII-XVIII), Madrid, Espasa-Calpe, 477-511.
Álvarez de Miranda, P. (1992): Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración temprana en
España (1680-1760), Madrid, RAE.
Álvarez de Miranda, P. (1996): ”Ensayo”, en Historia literaria de España en el siglo XVIII,
coord. por F. Aguilar Piñal, Madrid, Trotta-CSIC, 285-326.
Caro Baroja, J. (1966): “Feijoo en su medio cultural, o la crisis de la superstición”, en El
padre Feijoo y su siglo, I, Oviedo, Cátedra Feijoo, 153-186.
Caso González, J. M. y S. Cerra Suárez (1981): Obras completas Tomo 1. Bibliografía,
Oviedo, CES XVIII.

20
Díaz Merchán, G., J. et al. (1976): Fray Benito Jerónimo Feijoo: Fe cristiana e Ilustración,
Oviedo, Seminario Metropolitano.
Eiján, S. (1943): “Ideas literarias del P. Feijoo”, Boletín de la Real Academia Gallega, XXIII,
269-277, 281-977; 1944-45, XXIV, 35-50.
Gamallo Fierro, D. (1964): “La poesía de Feijoo”, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo,
XL, 117-165.
Giordano, J. (1970): “Feijoo y el género ensayístico”, Grial (Vigo), 30, 409-417.
González Feijoo, J. A. (1991): El pensamiento ético-político de B. J. Feijoo, Oviedo, Pentalfa.
Henriques, A. (1980): El humanismo crítico y el vulgo en Fray Benito Jerónimo Feijoo, Quito,
Universidad Católica.
Lapesa, R. (1967): “Sobre el estilo de Feijoo”, en De la Edad Media a nuestros días, Madrid,
Gredos, 290-299.
McClelland, I. L. (1969): Benito Jerónimo Feijoo, Nueva York, Twayne.
Montero Díaz, S. (1932): “Las ideas estéticas del P. Feijoo”, Boletín de la Universidad de
Santiago de Compostela, IV, 3-95.
Otero Pedrayo, R. (1972): El Padre Feijoo. Su vida, doctrina e influencias, Orense, Instituto
de Estudios Orensanos.
Palacios Fernández, E. (2002): La mujer y las letras en la España del siglo XVIII, Madrid,
Ediciones del Laberinto.
Sánchez Blanco, F. (1992): La prosa del siglo XVIII, Madrid, Júcar.
Sánchez Blanco, F. (1998): El ensayo español. 2. El siglo XVIII, Barcelona, Crítica.
Sánchez-Blanco, F. (1999): La mentalidad ilustrada, Madrid, Taurus, 61-122.
Talenti, A. (1969): Aspectos médicos en la obra del maestro fray B. J. Feijoo, Oviedo, IDEA.
Urzainqui, I. et al. (2003): Feijoo, hoy, Oviedo, Fund. Gregorio Marañón-IFES XVIII.
Valero, J. A. (1988): “Las ideas estéticas de Feijoo”, Ideologies and Literature, III, 30-41.
Varela Jácome, B. (1968): “Las preocupaciones literarias del P. Feijoo”, Cuadernos de
Estudios Gallegos (Santiago de Compostela), XXIII, 155-174.
Visedo Orden, I. (1985): Aportación al estudio de la lengua poética en la primera mitad del
siglo XVIII, Madrid, Universidad Complutense.

ILUSTRACIONES
Otras ilustraciones en:
Urzainqui, I. (ed.), (2003): Feijoo, hoy, Oviedo, Fund. Gregorio Marañón-IFES XVIII.
En pp. 201-224 hay una completa colección de retratos, portadas…

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