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Tres semanas en Bath era lo que la vizcondesa de Antonwe pensaba pasar

en la tranquilidad propia del lugar junto a su cuñada, lady Evelin y sus tres hijas,
lady Eliza, lady Coralina y lady Leona. Deseaba socializar de modo sosegado y,
quizás, inclinar un poco la fortuna a su favor y encontrar algún buen pretendiente
para sus hijas, entendiendo por tal a adecuados caballeros con título o herederos
de los mismos que gozaren de una buena posición económica y social. Pero lo que
lady Antonwe no sabía es que ni todos los hombres son lo que aparentan ni menos
sus intenciones para con sus hijas, sobre todo cuando éstas acaban enredadas en un
complot que bien podría afectar a la Corona y a sus propias vidas.
Siendo un caballero heredero de título y, además, uno que se preciaba de no
dejarse cazar por matronas o por las dulces pero ávidas palomitas del siempre
ansioso mercado matrimonial de la aristocracia, lord Bromder, heredero del duque
de Plintel, no podía imaginar que precisamente alejarse de unas damas solteras y
menos de una que aparecía ante sus ojos como constantemente necesitada de
protección incluso de su propia persona, era lo que su estancia en Bath no iba a
permitirle, no sin atentar contra su honor ni sus deberes para con la Corona. Debía
elegir, proteger a una dama de un peligro cierto o protegerse a sí mismo de la
dama y del camino que el caprichoso destino parecía empeñado en marcar para él
y su futuro. Elegiría bien o se condenaría para la eternidad y no precisamente a los
fuegos de los infiernos sino de los de un yugo más certero.
LA ELECCIÓN DE UNA DUQUESA

Si seguía intentando no morir de aburrimiento buscando algo con que llenar


su mente de algo lejano a lo inmediato y cercano a ella, acabaría logrando volverse
loca en aquel penoso viaje de tortuoso camino, de agotadora conversación entre su
madre y su tía Evelin que, si nadie la frenaba, acabaría en inevitable discusión y,
finalmente, enfado mutuo y, sobre todo, de constantes cabezazos dados por su
hermana Libby que tenía una afortunada y envidiable capacidad de dormir en
cualquier lugar y bajo cualquier infortunio.
Tres días llevaba de viaje en carruaje con su madre, su tía y sus dos
hermanas, Eliza y Coralina, a la que Eliza y ella llamaban Libby desde niñas
porque odiaba su nombre y decía que querría llamarse Elizabeth. Tres días y
parecían toda una vida.
Su padre las había enviado a Bath con el único propósito de encontrar un
poco de paz en su casa, por mucho que alegase como excusa para deshacerse de
ellas, la salud de su madre y su hermana Evelin y la conveniencia de socializar con
muchos de los aristócratas que, por esas fechas, permanecían en Bath buscando,
supuestamente, los beneficios de las aguas de las fuentes.
Odiaba Bath, odiaba la vida que se llevaba en Bath, siempre con paseos,
siempre con reuniones de té, conciertos privados y algunas cenas y bailes para
socializar con la buena sociedad que aparentemente descansaba unos días allí.
Llevaba días refunfuñando ante la idea de ese viaje, claro que refunfuñaba solo
para sí misma y en la intimidad de su dormitorio pues, obviamente, su opinión
poco importaba a un padre cuya decisión había sido tomada sin importar la
inquietud de sus tres jóvenes hijas, y menos aún importaba a una madre ansiosa
por socializar lo máximo posible con la esperanza de encontrar buenos maridos
para sus tres hijas, ya que al único varón de la familia, su hermano Andrew, al
parecer, le estaba permitido hacer lo que se le antojase, sin más responsabilidad
que la de no excederse en extremo y no poner en boca de nadie el buen nombre de
la familia. Claro que excederse para un hombre era muy distinto que para una
mujer ya que ésta lo hacía con solo pensar, al menos, eso opinaba Leona.
Gracias a los cielos, pensó en un momento de casi desesperación, su madre,
tuvo la sensata idea de hacer un alto en el camino en una posada para almorzar y
descansar un poco del traqueteo del viaje, y aunque no lo dijere, de la cháchara
incesante de la tía Evelin.
En menos de veinte minutos el cochero entró en la posada “El molino viejo”,
un lugar en el que muchos de los que viajaban a Bath solían detenerse, prueba de
ello era la cantidad de caballos y carruajes que había. Tras descender y ser
conducidas a una de las mesas que en esa época colocaban en unos jardines
traseros, más agradables por la temperatura y el comienzo del verano que las
mesas del comedor interior, pudieron por fin relajarse un poco.
Mientras su madre, su tía y sus hermanas almorzaban relajadas en la mesa,
ella se sentó a la sombra del árbol cercano con su cuaderno de dibujo.
—Leo, cielo, no te ensimismes como siempre con los dibujos y almuerza un
poco. —Dijo con cierto reproche su madre.
—Mamá, tengo el estómago un poco revuelto del trajín del coche, creo que
será mejor que no coma nada pues aún nos quedan unas cuantas horas de viaje.
Sabía que su madre no insistiría si imaginaba que acabaría arruinando los
vestidos de más de una en el carruaje por un desarreglo estomacal. Eliza, su
hermana mayor, la miró con ese gesto tan suyo de “sé lo que haces” pero después
esbozó su sonrisa de “me callaré”, como siempre, en cambio, Libby contuvo la risa
que estuvo a punto de salirle de los labios.
Sin más, y con su madre y su tía ocupadas en el almuerzo, apoyó la espalda
en el tronco del árbol y miró tanto los jardines como el patio de la posada,
eligiendo a quien o quienes pintaría. Hacía años pintaba escenas de todo lo que
veía, aunque solía también pintar muchos pájaros para que cuando su madre, su
tía o su padre se acercaren a su cuaderno de dibujo y echaren un vistazo, vieran
éstos y no reprobasen que pintase la realidad.
Su mayor disfrute era pintar aquello que veía y que por uno u otro motivo
le llamase la atención o captase su interés. Podía ser cualquier tontería o la cosa
más nimia, pero había veces que le gustaba alguien que veía por un gesto, una
mirada o algo cotidiano que hiciere en el momento. Secretamente guardaba el
deseo de que le publicaren uno de los libros de ilustraciones que había realizado en
todo ese tiempo. Había uno que contaba una historia infantil, pero otro era una
suma de escenas de personajes que había ido retratando en la ciudad, el campo e
incluso en algunos lugares emblemáticos como el teatro, los jardines de Vauxhall o
Hyde Park, en ocasiones de memoria y otras con el cuaderno delante. En ese
momento le llamó la atención una pareja de hermanos de no más de cinco años
centrándose en ellos unos minutos, tras más de una hora concentrada y sin atender
a nada más, su madre llamó su atención:
—Leo, cariño, tía Evelin y yo nos subimos a la habitación a descansar un
poco antes de proseguir la marcha. Coraline y Eliza se quedarán contigo, pero ni se
os ocurra salir de aquí. Dora y Lucille estarán con vosotras.
Leona miró a su derecha donde las dos doncellas permanecían, terminando
de almorzar, junto a su tía ya su hermana Eliza, que leía tranquila un libro.
—Está bien, mamá, no te preocupes. Si surgiere algo te avisaríamos.
Tras marcharse su madre y su tía, Libby se sentó a su lado con un libro que
sabía habría llevado escondido de su madre pues sería una novela romántica de
esas que tanto le gustaban y que su madre desaprobaba.
—He pensado que, cuando lleguemos a Bath, deberíamos ir una mañana a
esa tiendecita de libros cerca de la abadía sin que mamá se entere. Esta es mi
última novela y si vamos a pasar tres semanas de aburridas tardes con la tía y
madre intentando convencernos de los beneficios de los paseos por los parques,
alrededor de las fuentes y por los paseos habituales de las damas y sus
acompañantes, necesitaré historias con las que mantener mi mente ocupada.
Leona se rio.
—¿Y las novelas románticas te proporcionan esas historias? Pues muy
buenas han de ser para conseguir sacarte de sopor de horas y horas sonriendo
como si fuéramos muñequitas bobas a toda dama o caballero con el que nos
crucemos durante tan tediosos paseos.
Libby le dio un golpecito en el hombro.
—O eso o me volveré loca de aburrimiento. No logro entender por qué, de
entre todos los lugares para reunirse y socializar, la buena sociedad escoge Bath. —
Leona abrió la boca, pero su hermana se apresuró a añadir—. Y como me digas
algo de las aguas y las fuentes te juro que te lanzo una de las manzanas de este
árbol.
Leona alzó la cabeza y vio que efectivamente el árbol bajo el que se hallaban
era un manzano. Sonrió negando con la cabeza.
—En realidad, iba a decirte que Bath es tan aburrido que lo único que puede
hacerse para no morir de puro sopor es hablar con aquéllos que como uno están a
punto de sucumbir al tedio… Creo que alguna matrona se dio cuenta y propuso
ese lugar como un destino acertado de descanso sabiendo que quienes acudieren o
se reunían, hablaban y buscaban alguna actividad en común o morirían de pesado
letargo. Fue la táctica de alguna matrona hábil con hijas casaderas, pero que no
dejaba de ser cruel.
Libby se rio.
–Muy cruel había de ser la muy bruja.
Las dos se rieron.
—No seáis burras…
La voz de Eliza las hizo alzar el rostro y mirarla mientras ella se acercaba y
se sentaba en la hierba a la sombra del árbol a su lado antes de tomar el cuaderno
de Leona.
—Oh, qué bien te ha quedado…— observaba al detalle uno de sus dibujos
sonriendo —. El posadero con esa señora que estuvo quejándose por no tener pan
de nueces…— alzó la vista y miró a Leona —. Pobre hombre, si todos los clientes
son tan melindrosos, debe acabar el día deseando golpearse la cabeza con una
pared.
Leona se rio.
–Creo que son peores los grupos con niños pequeños porque no paran
quietos, lo que es lógico después de horas encerrados en un carruaje, pero al
posadero y sus meseras les debe resulta agotador.
Pasó una hoja y le mostró la escena de una camarera esquivando a los dos
niños que correteaban a su alrededor mientras ella alzaba la bandeja para no
volcarla.
Libby se rio.
–Qué graciosa… Es una pena que padre no te deje enviarlo a algún editor
para publicar tus dibujos. —
Resopló —. No creo que debiere considerarse inadecuado para una dama
ganar dinero con un talento cuando este es decente.
—¡Libby!
La reprendieron las dos, pero enseguida se rieron porque “talento decente”
era una forma muy poco sutil de decir lejos de profesiones que se consideraban no
adecuadas para alguien “digno”, es decir, nada de teatro, ópera y, por supuesto,
nada que hiciere referencia al juego o a los encantos de una mujer.
—Podrías intentar publicarla con pseudónimo ocultando tu identidad.
Tiene que ser emocionante ver algo que tú has hecho publicado y que otras
personas puedan admirarlo. –Señalaba Libby con mirada soñadora.
Leona miró su cuaderno.
–No creas que no lo he pensado, pero el riesgo de ser descubierta es muy
alto. Aunque solo sean historias infantiles o dibujos de cosas cotidianas, si alguien
pensare que trabajo, que me remuneran en modo alguno por algo, sabes lo que
dirían de mí, de la familia en realidad. Sabes que inventarían cosas como que
necesitamos dinero, o que desobedezco a padre y mancho el nombre de la familia o
que soy una de esas hijas problemáticas que no me avengo a las normas ni a lo que
se espera de nosotras.
—Pues no es justo. A una dama que cante bien o que toque el piano casi que
se la obliga en todas las reuniones o veladas con muchos extraños a tocar y cantar
delante de ellos como si fuere una simple marioneta que exhibir cuando se le
mueven los hilos, en cambio, otras cosas, como pintar o dibujar algo que no sean
paisajes aburridos, se considera objeto de reproche. Es absurdo. —Refunfuñó de
nuevo Libby.
—O escoger nuestros libros de lectura libremente. —La sonrió Leona
divertida.
—¡Eso! —asintió Libby—. Si he de leer otro libro aburrido sobre plantas de
invierno juro que haré una pila con todos los libros de jardinería y la prenderé sin
remordimiento.
—A mí me gustan los libros de botánica y jardinería. —Protestó Eliza.
Leona y Libby la miraron unos segundos antes de prorrumpir en carcajadas.
—Definitivamente, Eliza, eres la oveja negra de la familia. —Decía Leona
secándose las lágrimas que se le habían escapado.
—Sí, a la vista de cómo son el resto de las ovejas, no me queda sino
reconocer la certeza de tal afirmación. —Suspiró poniendo los ojos en blanco—. De
todos modos, esta oveja quiere que le prometáis que no haréis ninguna tontería
durante nuestra estancia en Bath. Mamá parece convencida de que intentamos por
todos los medios ahuyentar posibles pretendientes y tiene la mosca tras la oreja así
que nos va a vigilar como un halcón.
—Oh, por favor, no hacemos eso. —Protestó Libby—. Solo ahuyentamos a
los que no tienen ni un gramo interesante en sus cuerpos y sus cabezas… Tampoco
es que vayamos ahuyentando a todo caballero, pero, al menos, espero poder llegar
a escoger a alguien que me agrade y pueda hacerme un poquito de cosquilleo en el
corazón.
Leona se rio entre dientes mirándola con cariño sabiendo que Libby era la
más romántica de las tres y aún pensaba que sus padres la dejarían casarse por
amor, claro que, de hacerlo, de las tres sería ella pues sin duda era la que atraía
como la miel a todo caballero con buen gusto que se les acercaba ya que era la más
hermosa, con diferencia, de las tres, e incluso de la gran mayoría de las jóvenes que
conocían. Con ese pelo rubio bruñido y esos ojos azules rasgados que junto a su
boca le daban un toque de sensualidad natural Y atrayente a su rostro, no era
difícil que todos los caballeros la mirasen con embeleso. Además, era la que tenía el
cuerpo más bonito de las tres pues tenía busto y cadera sin llegar al exceso. Eliza
era muy guapa, pero de otro estilo, más discreto, elegante, sobrio. Rubia y de ojos
azules como Libby, sin embargo, transmitía tranquilidad y sosiego por cada poro
de su cuerpo.
En cambio, Leona se veía a sí misma casi como alguien invisible en cuanto
atractivo se refería en cuanto a sus hermanas. Ella había heredado los rasgos de su
padre. El pelo castaño y los ojos de un gris brumoso que parecían transmitir
tristeza por su color demasiado suave, incluso de bebé, su madre le decía que eran
tan claros que parecían transparentes. De niña, su tía comentaba que incluso
cuando se reía parecía triste con esos ojos melancólicos. Con los años, simplemente
se resignó a no ser considerada hermosa como sus hermanas, lo que en el fondo no
le importaba, aunque su hermano mayor, Andrew, siempre protector con ella que
era la pequeña, le decía que no hiciere caso ni a su tía ni a nadie, que ella era como
los lobos grises y blancos, especiales, singulares y hermosos precisamente porque
eran distintos a los demás. Andrew, que también tenía los ojos grises y el pelo
castaño, sin embargo, era en extremo atractivo pues en un hombre esos rasgos
parecían dotarle de un aura de misterio y peligro que ella no lograba entender
cómo conseguía con solo esbozar una sonrisa pícara.
Aún meditaba sobre eso cuando Libby, sin ninguna delicadeza, le dio un
codazo en el costado.
—Mirad. —Susurró intentando que fijaren sus ojos en la puerta del salón de
la posada por dónde acababan de salir varios caballeros—. Ese es lord Bromder el
heredero del duque de Plintel.
Eliza la miró frunciendo el ceño.
—¿Cómo lo sabes? Yo nunca he coincidido con él en baile alguno.
Libby sonrió:
–Un día, paseando con Massy, lo vimos montado en su caballo y ella lo
conoce porque la propiedad de su padre linda con la del duque en Devonshire. Es
el caballero que toda dama soltera debería desear y, desde luego, el que toda
madre aspira alcanzar para su hija, más cuando, de todos es sabido que, es esquivo
al matrimonio como el que más, de ahí que jamás pise un salón de baile o una
reunión con debutantes.
Eliza y Leona miraron al que las matronas de la ciudad consideraban el
elefante blanco de toda dama soltera. El más precisado botín para las redes
matrimoniales. El hijo del duque de Plintel, rico como Creso y con un título de
duquesa para quién lograre alcanzarlo. Realmente era un hombre muy bien
parecido con ese pelo negro y ese porte tan aristocrático, alto, de anchas espaldas y
esas piernas y muslos claramente musculados bajo esos pantalones y bajo esas
botas de montar. Incluso sin el gabán oscuro, del que acababa de desprenderse, se
le veía un hombre al que no convenía enfadar en modo alguno.
Massy, lady Madeleine, la hija del barón de Brymor, amiga de Libby desde
que ambas fueron presentadas dos años atrás, era una joven divertida, animosa y
de un gran corazón, pero a decir de las matronas sin grandes atractivos más que su
dote y unas buenas relaciones sociales, pues consideraban que sus rasgos se
alejaban de lo que tan en boga estaba en las jóvenes en ese momento, y que no era
sino el pelo rubio, los ojos azules, y la piel nívea y perlada. Sin embargo, a Libby y
a ella, siempre les gustó mucho su cabello rojizo y esos enormes ojos marrones,
expresivos, abiertos, sinceros.
Leona pensaba que era mucho más hermosa que la mayoría de las
debutantes que pululaban por los salones y, sin importar lo que dijesen las estrictas
y formales matronas, los hombres gustaban de las mujeres que podían hacer algo
más que esbozar sonrisas falsamente tímidas, poses fingidas y ensayadas.
—¿Quiénes son los caballeros que le acompañan? —preguntó Eliza
mirando, como ellas con disimulo a los seis caballeros que entraron con él.
—No lo sé, umm, espera, el alto de cabello castaño y que habla con el
posadero es el vizconde de Dashwoth. Lo vi una noche que fui con tía Evelin al
teatro. —Libby se rio—. Me prohibió mirar en dirección a su palco porque iba con
dos caballeros más y tres mujeres que distaban mucho de ser consideradas damas
a pesar de las joyas y los vestidos que lucían… —se inclinó un poco hacia Leona
riéndose—. Seguro eran cortesanas.
Leona suspiró poniendo los ojos en blanco.
—Si lo eran, no debes decirlo, Libby. —La reprendió Eliza—. Sabes que no
debemos hablar de esas cosas.
—Se incorporó e hizo un gesto suave a Dora y Lucille clara señal de que
debían marcharse—. Vamos, será mejor que nos reunamos con mamá y la tía pues
si retrasamos más nuestra partida, se nos hará de noche antes de llegar.
Las dos se levantaron y la siguieron al interior de la posada con Dora y
Lucille como sus perennes sombras protectoras.
—De veras que no entiendo por qué lord Willow nos convoca en Bath, ¿no
hay otro lugar para hacerlo? —se quejaba lord Brendel, conde de Brendel,
dejándose caer en el banco de la mesa del jardín de la posada.
Lord Bennet, cuarto hijo del duque de Plintel se reía sentándose frente a él.
—Te quejas demasiado, Albert. La culpa la tenéis vosotros por no dejar los
servicios a la corona una vez terminó la guerra contra el corso. Además, ¿no dices
siempre que eres el más duro de todos?
Pues unos días rodeados de matronas, familias de la nobleza y alguna linda
dama no resultará tan difícil de soportar para un hombre curtido como tú. Por lo
menos, contarás con algunas viudas prestas a ciertos entretenimientos.
—Dudo que contemos con demasiado tiempo para retozar con viudas o
mujer alguna. —Señaló su hermano mayor, Arthur, a la sazón el heredero del
ducado y el preferido de cualquier madre con hija casadera—. Estoy seguro que
citarnos en Bath no es porque nos quiera para rondar dama alguna, y menos
alguna casadera, ni para que recuperemos la salud con las aguas termales.
Seguramente, el asunto por el que nos convoque implique estar en Bath o cerca. —
Vio a sus amigos, Lorens Willows y Lucas, vizconde Dashwoth, por fin unirse a
ellos—. Espero que hayáis pedido a ese posadero cerveza y una buena y copiosa
comida porque después de tanto camino a caballo estoy exhausto, pero sobre todo
hambriento.
Lucas se sentó junto a Albert mientras respondía:
—Sí, tranquilo, he pedido comida y bebida para saciarnos. —Miró frente a él
a Aldo, marqués de Viscont, que miraba distraídamente a su alrededor—. ¿Buscas
a alguien?
Aldo lo miró atendiendo por fin.
—No, es solo que… —Negó con la cabeza suspirando—. Tengo la sensación
de que alguien nos sigue desde que hemos salido de Londres. Estaba buscando
algún rostro familiar o algo.
Lucas lo observó serio unos segundos pues si algo había aprendido con los
años es que la intuición de Aldo solía acertar. En más de una ocasión esa intuición
endiablada les hubo salvado en territorio francés durante la guerra. Bajando un
poco la voz preguntó:
—¿Y has visto algo o alguien sospechoso?
Negó con la cabeza.
—No, pero no dejaré de estar atento. Este picor en mi nuca resulta muy
molesto.
En unos minutos el posadero junto a dos jovencitas con aspecto de ser sus
hijas, les dejó la cerveza y la comida.
—Padre, creo que una de las señoritas que estaba antes allí, —señaló una de
ellas al posadero tras regresar de unos metros más allá—, se ha dejado olvidado
esto.
Le entregó un cuaderno con las cubiertas de cuero y una cinta rodeándolo
para cerrarlo, pero no tuvo tiempo el hombre de decir ni hacer nada pues
aparecieron detrás de él dos doncellas y dos jóvenes mirando en derredor
claramente buscando algo.
—Leona, de veras que no pasa nada, no te pongas nerviosa.
—Libby, si madre se entera que he vuelto a retratar extraños y encima sin su
consentimiento, me pasaré una semana sin que me deje separarme de ella y tía
Eveline ni un instante y ya me veo paseando de fuente en fuente, de terma en
terma sin poder quejarme. Mi futuro inmediato se torna turbio si no encontramos
mi cuaderno, sin mencionar que contiene los dibujos de dos semanas.
Libby tomó el brazo de Leona y le hizo mirar al posadero que se plantó
frente a ambas con el cuaderno en la mano.
—¿Buscáis esto, milady?
—Oh Dios, señor, sois mi salvador. —Decía Leona tomando el cuaderno y
sonriéndole amable —. Creo que acabáis de salvar mi vida por no decir mi
cordura. Muchas gracias.
El posadero se rio sacudiéndose las manos en el mandil.
—¿Todo eso he hecho solo entregándoos algo que ya era vuestro?
Leona se rio suavemente.
—Eso y más, podéis creedme, incluso podéis consideraros el salvador de la
salud mental de mis hermanas pues aún nos queda un poco de camino hasta
nuestro destino y habría sido una tortura para ellas soportar el sermón,
seguramente merecido por mi parte, de mi madre.
—Oh, es verdad. —Suspiró Libby mirando al posadero—. Nos habéis
salvado a las tres de una tortura cierta.
El pobre hombre se rio viéndolas marchar, tras darle de nuevo las gracias,
seguidas de cerca de sus dos doncellas.
Lorens miró a sus amigos tras observar la escena.
—¿Alguno conoce a alguna de esas jóvenes?
Lucas le miró con una media sonrisa.
—¿Alguna en particular?
Lorens se rio negando con la cabeza, aunque le hubiere gustado decir, la
rubia de labios sensuales.
—Son las hijas del vizconde de Antowe. —Contestó Arthur sin,
aparentemente, inmutarse.
Sus amigos y su hermano lo miraron alzando las cejas, sorprendidos de que,
precisamente él, de todos los presentes, conociere el nombre de jóvenes
debutantes.
—¿Y eso lo sabes porque…? —fue su hermano el que preguntó con aire de
verdadero interés en la respuesta de esa pregunta que dejaba abierta.
—He visto varias veces a la que preguntaba por su cuaderno de dibujo,
sentada en algún banco de los parques cercanos Mayfair, siempre con cuadernos y
carboncillo. La recuerdo porque me encontré a su hermano mayor, lord Arthur
Bremer, cuando iba y cito sus palabras textuales, “a buscar a su hermanita, la
despistada”.
Bennet soltó una carcajada.
—¿Por eso lo recuerdas?
—Por eso y porque al verle acercarse a la supuesta hermanita que yo supuse
por su tono y su aire cansino, sería una niña, me sorprendí de que fuera
precisamente la joven que tantas mañanas había visto sentada en uno u otro lugar
del parque cercano a su casa, supongo, pintando ajena a lo que ocurriese
alrededor.
Lucas lo miró entrecerrando los ojos.
—Y supongo pretendes nos creamos que recuerdas ver a esa joven tan a
menudo porque siempre estás pendiente de lo que te rodea.
Arthur se encogió de hombros estirando el brazo tomando su jarra de
cerveza.
—No soy ciego a las jóvenes bonitas que veo, solo reacio a la idea de
acercarme con lo que evidentemente me evito muchos quebraderos de cabeza con
madres ansiosas, padres elucubrando sobre posibles enlaces y jovencitas que dejan
volar sus sueños románticos con uno como centro de los mismos.
Lucas, Lorens y Aldo soltaron estruendosas carcajadas.
—Y con eso, caballeros, se corta de raíz las esperanzas del duque de que su
heredero, por fin, siente cabeza y llene Plintel House de mocosos de la siguiente
generación ducal.
La voz de sir Promet, que se sentaba junto a sus amigos, uniéndose a ellos
en el almuerzo, les hizo a todos mirarle.
—Anthony, como siempre, llegas tarde. —Señaló Albert mirándole con
resignación.
Anthony se rio sirviéndose una cerveza.
–A diferencia de todos los presentes, yo tengo una adorable y bella esposa
en casa que reclama mis inestimables atenciones, sin mencionar un hijo que
comienza a dar sus primeros pasos y con ello quebraderos de cabeza a sus padres.
Lucas se rio:
— ¿Así que el pequeño Richard por fin ha tomado consciencia de quiénes
son sus padres y ha decidido darse a la fuga a como dé lugar?
Anthony se rio.
–Casi. De momento se conforma con coger todo lo que esté a su alcance y a
ser posible romperlo. A este paso, mi casa no será sino un triste cementerio de
porcelanas muertas en una contienda sin enemigo cierto y jarrones caídos sin
oposición ni lucha. —Sonrió enderezándose divertido—. Bien,
¿alguno sabe de qué se trata en esta ocasión? He de decir que mi esposa me
ha advertido que toda parte del trabajo que implique galantear damas y ponerse
frente a pistolas, ha de ser realizado por todos menos por mí y me ha ordenado
advertiros que, si no regreso sin rasguño alguno, ella se encargará de que vosotros
tampoco regreséis a casa ilesos.
Todos se rieron siendo Aldo el que alzó su copa.
—Como siempre, Amelie, sigue siendo un peligro para todos nosotros.
Sonrió, como los demás, recordando que dos años atrás la conocieron en
una misión pues ella era la hija de un diplomático del gobierno que estaba en serio
peligro. Creyéndoles los hombres que amenazaban a sus padres, a su hermana y a
ella misma, les disparó a todos ellos sin ningún reparo, con la fortuna para ellos
que, al menos, carecía de puntería.
—Y no conviene que lo olviden, caballeros. —Anthony sonrió orgulloso—.
Pero, en fin, no me habéis contestado.
—Porque no podemos hacerlo, amigo. —Contestó Lorens–. Aún no hemos
sido informados, solo hemos sido requeridos para presentarnos en Bath de
inmediato.
En cuanto llegaron a la casa que su padre había alquilado en Bath, una de
las bonitas casas de The Circus, su madre las mandó de inmediato a instalarse y
dejar todo preparado para poder salir temprano a visitar las aguas, pero también a
dar a conocer a algunos conocidos su llegada a la ciudad. Leona agradeció
sobremanera esa noche de gracia, como la consideraba ella, antes del comienzo de
sus casi tres semanas de tortura y lo dedicó a perfilar algunos dibujos y, sobre
todo, a dibujar algunas rostros o situaciones que aún tenía frescos en la retina del
viaje.
Esa misma noche, en otros dos puntos de la ciudad ocurrían cosas bien
distintas. La primera en una de las casas de Gay Street.
—A ver si logro entender lo que me estás diciendo. —La voz grave y ronca
de su jefe, casi en un susurro silbado, hizo a los dos hombres y la dama tensarse—.
Pensáis que encontraros con esos hombres en la posada fue mera casualidad ¿no es
cierto? —Los miró indistintamente y al ver que ninguno respondía continuó—.
Debierais meteros en esas cabezas que nada referente a esos hombres ocurre por
casualidad. —Giró con tenso gesto quedándose mirando unos instantes el fuego–.
El heredero de Plintel y Dashwoth… Maldita sea, seguro están a la caza.
—Pero ninguno de ellos nos conoce, milord, y prueba de ello es que ni se
percataron de nuestra presencia ni de la de milady…— señaló la señora Smithy.
Joe Trenton, lord Filmore.
Lord Filmore la miró con colérico. Su última amante había resultado
francamente hábil entre las sábanas, en ese aspecto no tenía queja alguna, pero por
ambiciosa y capaz de todo que fuera con tal de que él le siguiese costeando sus
caprichos y los lujos que tanto le gustaban y que no podía permitirse desde la
muerte en un duelo de su esposo, no podía decir de ella que fuere la mujer más
sagaz del mundo civilizado.
—Eso no asegura que no permaneciesen simplemente expectantes y os
siguieren o estén preparando algo para frustrar nuestros planes y capturarnos a
todos.
—Estoy seguro que no sabían quiénes éramos y que no podrían
identificarnos pues salimos del patio de la posada y de sus ojos en cuanto ellos
llegaron. No podrían saber que estábamos allí ni que les observamos para
asegurarnos de ello, hasta que de nuevo continuaron su camino.
Esta vez lord Filmore miró a los ojos a Joe Trenton tras su comentario. Ese
hombre, que tan útil le había resultado en los últimos años, era cruel y astuto como
un zorro, de eso estaba seguro. Sería capaz de vender el alma de su madre con tal
de sacar tajada y tenía un lado sádico y un gusto por la sangre nada desdeñable
que él supo identificar y aprovechar en su propio beneficio. Sí, Joe Trenton era
muy útil, lord Filmore sonrió para sus adentros mirándole con fijeza.
—¿Estás seguro de que ni os vieron ni os podrían identificar?
El sanguinario hombre le observaba serio mientras asintió con un golpe de
cabeza.
—Y milady se hubo marchado antes de que llegaren ellos. —Añadió tajante.
Lord Filmore los observó con gesto severo unos segundos.
—Aunque… —Verner por primera vez habló.
—¿Aunque qué? —Lord Filmore le miró furioso a la espera de que
continuare.
—Pues que pudieron vernos las demás personas que había allí.
—Lo que no debiera ser un problema si fuisteis discretos como os ordené. —
Respondió con brusca sequedad.
—Y lo fuimos, pero había una mujer, una de esas damas tan estiradas,
haciendo dibujos de algunos de los que estaban en el patio.
—¿¡Qué!? —Gritó lord Filmore y miró a los otros dos frente a él.
—Había una de esas señoritingas haciendo dibujos de niños y del posadero
y de una señora. Lo vi cuando fui a preparar los caballos y al pasar me fijé en lo
que hacía. —Señaló Verner.
—¿Por qué no lo dijiste antes, maldito asno? —le preguntó furioso Joe.
—Porque no lo he pensado hasta ahora. —Se excusó –. No vi dibujos de
nosotros.
—Está bien. De momento nuestros planes continuarán como habíamos
previsto, salvo por dos detalles.
El primero, no os quiero cerca de ninguno de esos dos caballeros. Si los veis
o intuís que os siguen, avisadme con presteza, pero ni se os ocurra conducidlos a
mí o juro que os degollaré yo mismo. Y tú, Verner, vas a dedicarte a buscar por
toda esta maldita ciudad a esa mujer y asegurarte de que ni os pintó ni puede
reconoceros, especialmente a milady… Tú —señaló a Joe—… le ayudarás y
encontrad sus dibujos, aseguraos de que no dejamos ningún cabo suelto…
No muy lejos de allí, en la mansión en la que fueron instalados todos los
caballeros, en Queens Square, propiedad de lord Willow, éste se reunía con ellos
en la biblioteca.
—Caballeros, tomen asiento. —Le decía mientras hacía una señal a su
segundo para que cerrase las puertas y obtener así privacidad.
Lord Willow era conocido por ser un hombre especialmente cuidadoso,
desconfiado y precavido, lo cual, teniendo en cuenta a lo que se dedicaba lejos de
los ojos de los demás, era lógico no en vano era el hombre al que le correspondía
dirigir a los aristócratas y caballeros de rango, cuna y—o fortuna que prestasen
servicios a la corona tan lejos de ojos y oídos indiscretos como él mismo.
Tras cerrarse las puertas tomó asiento en uno de los sillones frente a la
chimenea.
—Regreso mañana temprano a Londres de modo que contactarán conmigo
por los cauces habituales cuando haya novedades o algún problema reseñable… —
los miró—. Algunos permanecerán aquí, otros se instalarán en otras casas para no
levantar sospechas pues, en principio, todos están aquí por uno u otro motivo,
para socializar o relajarse… no importa qué motivo aleguen pero que nadie dude
que están aquí como displicentes y ociosos caballeros.
Algunos de ellos se rieron entre dientes.
—Bien, el asunto que nos ocupa. —Continuó con seriedad—. Hace siete días
se celebró un baile en la mansión londinense de un alto funcionario ruso, el
príncipe Misha Vólkov. Durante la velada, uno de los invitados, no sabemos si
hombre o mujer o ambos, accedieron a las instancias privadas del anfitrión
robando un huevo de Fabergé, que en este caso es una caja de música y que hace
juego con una pieza en forma de carruaje. Ambos, el carruaje y ese huevo en
concreto, forman parte de una importantísima negociación de la que dependen
importantes intereses para la corona y, además, la vida de algunos de nuestros
compatriotas y muchos rusos. Ambas piezas han de ser entregadas a un correo
dentro de un mes o de lo contrario, la negociación y con ella esas vidas e intereses
se perderán, pues el destinatario al que el correo ha de entregar los dos objetos, los
considera una prueba de buena fe tanto nuestra como de los rusos… Robaron el
huevo, pero no la carroza porque estaba en otro lugar de la casa, por seguridad,
pero ambos han de ser entregados, los dos juntos.
—Si fue un invitado quiere decir que es un aristócrata. —Insinuó Lucas.
Lord Willow asintió.
–Uno contratado, además. Sabemos qué hará la venta de ese objeto aquí en
Bath a alguien interesado en que no avancen tales negociaciones.
—¿Alguna pista sobre el ladrón? ¿Una lista de invitados? —preguntó Aldo.
Lord Willow hizo un gesto a su callado ayudante que puso una lista en la
mesa entre ellos.
—Esos son los invitados, pero suponed que algunos llevaron acompañantes
inesperadas.
Alzó las cejas en significativo mensaje de que no era un baile precisamente
al que asistieran debutantes y, por lo tanto, algunos invitados y sus acompañantes
no querrían hacerse notar.
—¿Y el comprador? ¿Podemos saber de quién se trata o suponerlo al
menos? —intervino Arthur.
Lord Willow negó:
–Los posibles interesados en que estas negociaciones no salgan adelante son
muchos, me temo.
—Dadnos una pista de esas negociaciones para, por lo menos, saber a qué o,
mejor dicho, a quiénes atenernos— pidió Anthony mirando la larga lista de
posibles ladrones.
—Imposible. —Respondió tajante—. Son reservadas.
—Es decir, solo contamos con la pista de posibles ladrones. —Meditó en alto
Lucas.
—Contad con dos ideas. Es aristócrata y cuenta con relaciones hábiles y,
además, ha de contar con ayuda. No os limitéis a buscar a una persona— les
insistió tajante —. Os insistí que acudiereis hoy porque sabemos que el ladrón
venía hoy a Bath o, por lo menos, se reunía en una posada con sus intermediarios
hoy mismo. El príncipe mató al lacayo que dejó pasar a los ladrones cuando les
ayudaba a escapar y en su delirio final de moribundo mencionó la posada “El
molino viejo” y el día de hoy.
Todos lo miraron serios.
–Es decir, que podemos incluso habernos cruzado con ellos…— señaló de
nuevo Lucas.
—Si fuera así, sería un golpe de suerte pues, al menos, podríais reconocerlo
si es que lo visteis.
Aunque no sabemos ni a qué hora era la cita ni siquiera si se reunían dentro
de la posada. —Insistió lord Willow.
—Cierto, cierto. —Arthur miraba el listado de asistentes suspicaz—. Esto no
era un baile, milord, lo sabéis.
Lord Willow suspiró:
–A efectos oficiales sí lo es. A efectos extraoficiales, el príncipe celebraba una
reunión bastante alejada de las formalidades de rigor.
—Luego, además de aristócratas que pudieren asistir a este tipo de fiestas,
hemos de suponer la asistencia de cortesanas. —Señaló Bennet mirando a lord
Willow.
—Supongámoslo, sí. Pero no olvidéis que quienes supieren de esta
negociación y de las importantes consecuencias de la entrega de esos dos objetos,
es alguien que se mueve en ambientes relacionados con el espionaje, sino que,
además, tiene los contactos adecuados para pasar desapercibido en ese tipo de
reuniones, pero también en la buena sociedad— razonó lord Willow.
—Un o una aristócratas con gusto por las fiestas de tono cuestionable no es
tan inusual, de hecho, son demasiados… —Señaló con claro pesimismo Arthur.
—Pero no todos estarán en Bath. —Insistió de nuevo lord Willow—.
Caballeros, no creo que sea necesario insistir en que el tiempo es crucial.
—Una cosa más… —Arthur alzó la cabeza para mirar a lord Willow—. ¿Tan
importantes son estas negociaciones para que estemos tantos en Bath
dedicándonos por entero a este asunto?
Lord Willow asintió:
–El tiempo para que deis con el ladrón, y a ser posible el comprador, así
como sus compinches, es muy limitado, pero sobre todo habréis de recuperar ese
huevo a la mayor brevedad. No es solo que las negociaciones sean de vital
importancia para los intereses de Inglaterra, sino que, además, algunos de nuestros
compatriotas pueden ser descubiertos en distintos lugares del continente
realizando algunas misiones de no llegar a cerrarse dicha negociación en plazo.
Todos ellos se tensaron al saber que algunos espías y oficiales en misiones
pudieren ser asesinados de no dar ellos con los responsables.
—Una cosa más. –Lord Willow miró fijamente a Lucas—. Lord Bremer y tu
primo Joseph, han sido encargados de custodiar la otra pieza que ha de ser
entregada al correo y están investigando las personas cercanas al príncipe pues
alguno ha de haber sido el informador y cómplice de bien el ladrón bien del
comprador, quizás de ambos. De descubrir algo os informarán de inmediato.
Tras salir de la estancia Lucas miró a Arthur.
—Por eso conocías a lord Bremer. Sabías que también realiza actividades
para la corona.
Arthur se rio.
–Su hermanita, sin saberlo, le ha ayudado en un par de ocasiones a
identificar objetivos. Al parecer, la joven realiza retratos de personajes que ve a su
alrededor y él, muy listo, la ha llevado a algún lugar público con la esperanza de
que entre los rostros que ella pintase se encontrase alguno que le interesase. —
Sonrió negando con la cabeza—. La pasada primavera trajo a una reunión un
retrato a carboncillo de un individuo diciendo que era el que buscábamos desde
hacía semanas y cuando lord Willow le preguntó quién lo había hecho casi le da
una tunda cuando reconoció que fue su hermanita a la que llevó al teatro con la
esperanza de que, entre las caras de los asistentes, alguna le llamase la atención. De
entre todos los retratos que hizo durante los días siguientes, ese individuo resultó
nuestro objetivo.
—¿Llevó a su hermana a una misión? —preguntó alzando las cejas Aldo con
evidente desconcierto.
—No, hombre, llevó a las damas de su familia a una representación en el
Drury Lane, sabiendo que un posible objetivo acudiría pues se sospechaba que era
el protector de una de las actrices… —se rio—. Al final no era tal sino otro
individuo que pintó de memoria uno o dos días después…
Lucas se enderezó en el asiento.
– ¿Esa no era la hermanita que estaba en la posada? —Arthur lo miró, pero
antes de que contestase continuó—. Quizás, ella sí viere a los personajes que
buscamos y o los retratase o lo haga más tarde.
Podría ser una pista.
Arthur lo miró entrecerrando los ojos.
–No vamos a inmiscuir en esto a la hija del conde Antonwe. Bastante malo
es que su hermano se valga de ella en lugares más o menos controlados y bajo su
supervisión, pero esto es distinto.
—Por probar no perdemos nada. Apenas si tenemos pistas y esto no supone
un riesgo para ella. — Convino, esta vez Albert, mirando a Arthur—. Podríamos
intentar hacernos o ver ese cuaderno y ver qué caras dibujó en la posada o las que
pueda pintar en los próximos días. Eso no supondría riesgo alguno para ella y sí,
en cambio, una gran ayuda para nosotros de tener la fortuna que pintare, aunque
solo sea un rostro de interés.
—Es cierto, Arthur. —Bennet miró a su hermano serio—. Tenemos el tiempo
limitado, no podemos demorar esto demasiado, y aunque solo fuere por mera
casualidad, si encontrásemos rostros sospechosos en su cuaderno, centrarnos en
investigarlos desde el inicio nos podría facilitar en extremo el trabajo. Sería fácil
llegar a alegar algún motivo para verlos por pura curiosidad tras un encuentro
fortuito con las damas de esa familia. Esto es Bath, al fin y al cabo, es lo único que
es posible hacer aquí. Encontrarse con unos y otros y entablar conversaciones
ociosas.
Arthur gruñó.
—¿Y qué propones? ¿Qué alguno de nosotros aborde a la condesa con
varias hijas casaderas sin más ni más? Por Dios, quién haga eso, tendrá que fingir
mostrar interés por alguna de ellas y no es correcto alentar ciertas expectativas en
damas de cierto rango y menos rumores o especulaciones alrededor de las mismas.
Aldo se dejó caer en el respaldo del sillón que ocupaba suspirando
pesadamente.
—Cierto, no podemos abordarlas sin más. Somos nobles solteros y ellas
debutantes del mercado matrimonial.
Lucas negó con la cabeza:
–Su hermano mayor forma parte de todo esto ¿no es lo que ha dicho milord?
Diremos a lLord Willow que uno de nosotros se encargará con Joseph de la
investigación en Londres y la custodia de la otra pieza y que Lord Bremer venga a
Bath y él se encargue de averiguar si su hermana ha pintado o recuerda rostros de
la posada, que la aliente, en su caso, a hacer memoria y pintar a cuantos viere en
ese tiempo. Con suerte, nos revele alguna pista. Así, ni la dama estaría en peligro
ni nosotros pareceríamos posibles pretendientes de esas jóvenes.
Arthur suspiró –Supongo que eso sí sería posible y una opción más o menos
viable y segura. Antes de que parta milord le informaré de esto y le pediré que nos
envíe a Lord Bremer en cuanto llegue a Londres. —Miró a Anthony —. Si quieres,
ocupa tú su lugar en la ciudad, estarás más cerca de Amelie y del pequeño.
Anthony se rio.
–Sí, sería lo mejor, sí.
—Y ya que estás, vigila al inconsciente de mi primo Joseph, últimamente se
está volviendo en exceso alocado.
Anthony se rio sabiendo que se refería a que, en las pasadas navidades,
evitando un incidente en palacio, recibió una bala en un brazo destinada a un
mandatario extranjero que residía en Buckingham Palace en esos momentos.
—Lo intentaré, pero si comete locuras no me pidas que rinda cuentas por
actos ajenos.
A la mañana siguiente el temor de las tres hermanas sobre lo que serían las
tres próximas semanas se hizo certero. Su madre y su tía las llevaron a una de las
fuentes donde, como era habitual, se dedicaron a pasear y socializar con cuantos
allí estaban. A media mañana fueron a tomar el té a una de las cafeterías tan de
moda, cercanas a la abadía, pero ni su madre ni su tía les perdieron de vista ni un
instante por lo que no pudieron apartarse de ellas ni un poco, para desesperación
de las tres.
Mucho temían que sus días estarían avocados a un suplicio similar pues su
madre y su tía concertaron citas para el té, reuniones e incluso encuentros en
algunos salones para conciertos privados, bailes a los que sabían estaban ya
invitadas, e incluso algunos almuerzos, con matronas, sus hijas o hijos casaderos o
peor, ajadas parejas aristocráticas que buscaban descanso y sosiego.
Al regresar a la casa Leona se estaba cambiando para el almuerzo cuando
entró sin ceremonias ni delicadezas, Libby.
—Tienes que acompañarme esta tarde. Dora puede ser nuestra
acompañante y necesito que corrobores mi excusa ante mamá. Eliza tiene que ir a
la modista pues se le han enganchado en el viaje varios vestidos pues su baúl tenía
un alambre suelto, así que la acompañaremos, pero en vez de quedarnos con ella y
con mamá en el atelier, iremos a buscar hilos para bordar.
Leona la miró terminando de guardar sus carboncillos en el cajón de su
cómoda.
—¿Y he de mentir para ir a comprar hilos?
—Bueno, no, pero después tú y yo, con Dora, claro, nos acercaremos a la
librería y regresaremos directamente a casa y no al atelier y si mamá pregunta,
habremos de decir…
—Que había muchas damas en la tienda de costura. Ya, comprendo. —
Leona giró el rostro y miró a Dora, que terminaba de guardar la ropa de cama en
los cajones del aparador—. Dora, creo que además de comprar hilos como prueba,
te compraremos en justa compensación, esos dulces de melaza que tanto te gusta.
La doncella emitió una risa de asentimiento mientras Libby se dejaba caer
en la cama riéndose traviesa.
—En ese caso, deberemos comprarle también a la pobre Lucille que ha de
quedarse con madre y Eliza con la modista.
Leona sonrió.
–Bien, pues dulces para ambas, pero, a cambio, yo también exijo premio por
mi colaboración. —Miró a su hermana alzando las cejas—. Mañana habremos de
encontrar una excusa para ir a los jardines de Sydney en la tarde. Siempre hay
personajes interesantes por allí. Además, podemos buscar en la calle Great
Pulteney alguna tiendecita que nos sirva de excusa ante mamá o la tía para ir hasta
allí.
Libby asintió:
—Le diré a madre que olvidé los guantes de noche y que necesito otros. Allí
hay varias tiendas de complementos para las damas.
—No, no. Si le pones esa excusa, ella o tía Evelin insistirán en venir con
nosotras.
Libby hizo una mueca.
—Umm, tienes razón, necesitamos algo que crean inocente, pero que no les
anime a acompañarnos.
—Milady. —La voz de Dora les hizo girar el rostro hacia ella—. Se acerca la
fecha del aniversario de sus señorías. Podrían decir que quieren empezar a buscar
un regalo adecuado para sus señorías en tan especial fecha. Eso les serviría para
varios días pues pueden regresar sin haber encontrado nada que crean lo bastante
especial en al menos dos o tres ocasiones.
Leona se reía acercándose y dando un suave abrazo a su doncella.
—Ay Dora, que hemos torcido tu recto y buen carácter. Ahora no solo te
enredamos en nuestros líos, sino que incluso nos ayudas a enredarlos con destreza.
Dora sonrió mientras que Libby palmeo dos veces las manos entusiasmada.
—Es una idea magistral, Dora. Eso nos daría una excusa con la que poder
salir dos o tres tardes y quizás un par de mañanas de supuestas compras o
búsqueda de tal presente. Uno especial para el aniversario de papá y mamá, claro.
Quizás en una o dos ocasiones la tía insista en venir con nosotras, pero ya veremos
lo que hacemos entonces. —Se acercó a Dora y la besó en la mejilla —. Dora, eres la
mejor de las mujeres y una compinche extrordinaria.
La doncella sonreía negando con la cabeza. Había prácticamente criado a las
tres hijas del vizconde y ahora ejercía de doncella de las dos menores y las conocía
mejor que nadie, incluso mejor que ellas mismas.
Esa tarde, tras escabullirse de su madre, Libby y ella, acompañadas de Dora,
salían de la librería tras casi una hora mirando estantes y libros en la sección de
señoras. Libby iba muy contenta pues llevaba tres novelas que parecían haberle
despertado mucho interés. Caminaban con Dora cuando Libby chocó con un
hombre enorme de aspecto rudo y casi grotesco con una enorme cicatriz en la parte
derecha de la frente. El hombre las miró a ambas con fría grosería y después se
alejó mientras que Libby refunfuñaba llamándole entre dientes, una vez se alejaba,
“patán”. Leona le observó alejarse y a cierta distancia pararse con un hombre
delgado de aspecto extraño que le resultó familiar. En cuanto los vio juntos le vino
a la cabeza qué les eran familiares. Entrecerró los ojos quedándose unos segundos
mirándolos hasta que les vio girar las cabezas de nuevo en su dirección y mirarlas
unos segundos.
—Libby, subamos al carruaje. Creo que esos hombres son ladrones o algo
similar, y no quiero quedarme aquí a averiguarlo.
Su hermana la miró tensa y después en la dirección de los hombres, pero se
habían esfumado.
—¿Lo crees de veras?
—No lo sé y no quiero saber si estoy en lo cierto. Vamos. —Le dio un suave
empujoncito en dirección a donde estaba el carruaje esperándolas —. Regresemos a
casa antes de que ocurra algo.
Mientras veía a su hermana subir, pensó en que quizás debiera pintar esos
rostros para no olvidarlos, aunque al menos el grandote de la cicatriz era
inolvidable, pensaba aupándose al coche.
—¡Maldita sea, Verner! Si antes no nos habían visto, ahora sí, al menos a mí.
Joe empotró a Verner contra la pared del callejón.
—No se te ocurra decirle nada de esto a milord. Puede que esas mujeres
ahora solo nos recuerden por chocar con ellas, no por la posada. Mejor no alentar
sus recuerdos… Voy a seguirlas y si veo algo sospechoso haremos lo que nos pidió
milord…— lo soltó con brusquedad haciendo que Verner se tambalease
ligeramente antes de enderezarse —. Maldito estúpido… Cuando la has visto
tendrías que haberme hecho una señal para cambiar de acera y no tropezar con
ellas…
—Creía que era lo que teníamos que hacer. Milord nos dijo que la
buscásemos. Eso es lo que hacemos desde ayer…
—Buscarla no es tropezar con ellas y hacerla recordar nuestro rostro. —
Gruñó furioso —. Me han visto a mí, puede que a ti no y no parecían reconocerme,
aun así, si milord se entera de esto, estamos muertos. Detesta los errores y nos
considerará cabos sueltos así que mantén la boca cerrada. Yo me ocuparé de esto.
Verner asintió firme pues si milord le asustaba pues era vengativo, Joe
Trenton no era un hombre al que hacer enfadar pues tenía un carácter muy
exaltable y sobre todo una furia difícil de contener una vez se desataba y esta solía
derivar en golpes, sangre y mucho dolor. Bien lo sabía pues había visto como
golpeaba a un hombre hasta la muerte en una ocasión.
Tras la cena y mientras su madre y su tía organizaban las invitaciones para
veladas nocturnas para los próximos días seleccionando aquéllas que consideraba
adecuadas o convenientes, entendiendo por esto aquéllas en las que creyesen
fueren haber solteros apetecibles, Leona subió a su dormitorio a pintar algunos
rostros del día, especialmente esos que tenía bailando en su cabeza desde la salida
de la librería. Como había agotado el cuaderno anterior, empezó uno nuevo
mientras se acomodaba en la cama.
Despertó con las primeras luces del alba entrando por el balcón con el
cuaderno a su lado y mucho se temía las sábanas y su camisón manchados por el
carboncillo.
—Oh, Dora me va a matar. —Murmuraba rodando para salir de la cama.
—¿Qué ha hecho esta vez, milady?
La voz de la mentada le hizo mirar en su dirección y poner cara de
arrepentimiento mientras se ponía de pie mostrándole las manchas del carboncillo
por todo el camisón.
Dora suspiró negando con la cabeza.
—Otra vez, milady. —Señaló con resignada paciencia—. Entre a tomar su
baño, milady, que ya está preparado. Su madre ya se ha levantado.
Leona sonrió.
–Me apresuraré. —Al pasar le dio un beso en la mejilla—. Siento ser tan
despistada, Dora, pero te prometo una buena provisión de caramelos de melaza
durante toda nuestra estancia en Bath.
Dora se rio entre dientes.
–Al baño, milady, no me enrede más.
Para cuando bajó al comedor de mañana se sorprendió al encontrar en él a
Andrew, pero enseguida sonrió caminando directa hacia su asiento.
—Buenos días, pequeñaja. —Le dice con tono de burla cariñoso.
Se ríe abrazándolo.
—No sabía que vendrías. –Añadía separándose de él antes de tomar asiento
frente a su madre.
—No lo tenía previsto, pero no creo que sea conveniente dejar solas a las
peligrosas damas de esta familia tanto tiempo.
Leona se rio y le miró alzando la ceja.
—Y ahora, después de semejante grosería, ¿vas a decirnos la verdadera
razón que te ha traído hasta Bath?
—Madre, ciertamente no habéis hecho un buen trabajo con esta joven. Se
nos ha tornado impertinente. — decía mirando a su madre con sorna.
La vizcondesa miró a su hijo con un suspiro.
—De ser eso cierto, no he debido hacer un buen trabajo con ninguno de mis
hijos, pues no he sino de reconocer que todos tenéis un lado sarcástico que se
vuelve impertinente cada vez que me descuido.
Leona y su hermano se rieron mirando a su madre con inocencia.
—A decir verdad, Leo, he de atender algunos asuntos, entre ellos, negociar
con lord Viscont, que se halla en Bath, la compra de unos terrenos de siembra
cercanos a la propiedad de padre en Kent, y según tengo entendido pertenecen al
marqués.
Leona frunció el ceño, extrañada, pero incapaz de preguntar nada sobre el
tema pues desconocía nada sobre los asuntos de su padre y su hermano.
—¿Y te quedarás mucho?
Andrew la miró tras su taza de café.
—Aún no lo sé. ¿Acabo de llegar y ya deseas librarte de mí?
Leona se rio.
—Eso depende de lo bien que te portes con nosotras, especialmente
conmigo, claro está.
Andrew alzó los ojos al techo y después la señaló con un dedo moviéndolo
de arriba abajo.
—Leo, eres una pequeña interesada.
Leona se rio divertida.
—Es posible, pero entonces, dime, ¿veré algún interés satisfecho durante tu
estancia con nosotras?
Andrew soltó una carcajada.
—Ya veremos. De momento, os llevaré a ti, a Libby y Eliza a pasear esta
mañana mientras madre y tía Evelin se van a una de las fuentes.
—¡Estupendo! —Exclamó entusiasmada—. ¿Nos llevarás a algún sitio que
elijamos nosotras?
Andrew suspiró.
—No creo que tenga demasiadas alternativas. Sois tres contra uno.
—Oh sí, pero uno muy cabezota y difícil de convencer cuando se le mete
algo entre ceja y ceja. —dijo ella entre risas.
—A ver si me llevo de paseo solo a mis dos hermanas preferidas. —La miró
el desafiante.
—Umm interesante, ¿tienes hermanas que no conozcamos?
Andrew se rio.
—Realmente eres una pequeñaja muy impertinente, ni siquiera haber sido
presentada ante la buena sociedad ha corregido tu carácter.
Leona sonrió divertida.
—¿Y cómo esperabas que ser presentada me convirtiere en una mujer
distinta?
—Buena pregunta. —La miro alzando las cejas antes de girar el rostro hacia
su madre—. Supongo que la hierba mala no deja de serlo porque la pisen pies
selectos.
Su madre y Leona se rieron.
—Ahora eres tú el impertinente, Andrew. Me temo, ambos somos mala
hierba.
—¡Andrew!
El grito de Libby al entrar los hizo mirarla y a Andrew levantarse para
abrazarla.
—¿Cuándo has llegado? ¿Cuánto te quedas? ¿Nos llevas a montar?
Andrew se reía dándole un abrazo.
—Como siempre, imperiosa y mandona. Por orden. Acabo de llegar, aún no
sé cuánto me quedaré y sí, puedo llevaros a montar.
—¡Estupendo! —Se sentó junto a Leona que le sonrió.
—Acaba de decirme que hoy, en la mañana, vendrá a pasear con nosotras
mientras madre y tía Evelin acuden a una de las fuentes.
—Oh qué gran idea. Me encantaría, un día, hacer una pequeña excursión a
Claverton Manor. Podríamos ir a caballo o incluso en una de las barcazas que van
por el canal de Kennet y Avon. Massy me dijo que apenas es una milla o milla y
media de travesía por el canal, que las vistas son muy bonitas y que en Claverton
hay muchas pequeñas tiendecitas de productos locales, desde dulces hasta
mermeladas y compotas que merece la pena visitar. Además, hay un par de
propiedades con jardines francamente hermosos que permiten ser visitados.
Leona miró a Andrew con claro interés.
—¿Podrías llevarnos? Sería una oportunidad de salir de la rutina de Bath.
Además, podrías llevar a padre, cuando regreses a Londres, algunas de esas
compotas y mermeladas. Después de todo, es el más goloso de todos.
Su madre negó con la cabeza esbozando una sonrisa cariñosa.
—Sois las dos unas liantas de cuidado. Subid a poneros los abrigos y
sombreros y buscad a Eliza que debe estar en el invernadero. Podéis salir a pasear
por la ciudad con Andrew, pero almorzaremos todos juntos en el Hotel Sydney.
Vuestra tía tenía especial interés en almorzar hoy allí pues tomará el té más tarde
con lady Grumber y lady Jowlles en una tetería de la calle Great Pulteney.
Andrew suspiró alzando los ojos.
–Tras el almuerzo, espero no se ofenda, madre, pero yo marcharé a atender
algunos asuntos.
Su madre sonrió.
—Tranquilo, Andrew, no te obligaré a pasar la tarde con viejas matronas.
Andrew sonrió con complacido asentimiento.
Dos horas después, paseaban por las concurridas calles donde más
comercios y tiendas había y mientras Eliza y Libby se entretenían en uno de los
escaparates, Andrew, con Leona del brazo, se detuvo para no perder a sus
hermanas.
—Dime, ¿qué tal el viaje? ¿Algún percance o curiosidad?
Leona negó con la cabeza.
–Un poco pesado, como imaginarás. Mamá y tía Evelin hablando de todo y
de nada acabando cada charla con una pequeña discusión y Libby durmiendo
como un lirón. Tiene un talento envidiable para lograr dormir en cualquier lugar y
circunstancia.
Andrew se rio.
—Sí, incluso de niña en una ocasión se durmió subida al caballo.
Los dos se rieron.
—¿Hicisteis algún alto al final del trayecto? Yo, cada vengo a esta zona,
procuro parar cada pocas horas.
—Ah sí, en la posada “el viejo molino”. Estaba abarrotado de viajeros y de
los pasajeros de los coches de postas.
Andrew se rio y la miró a alzando una ceja divertido.
—Seguro que esa parada te dio muchos rostros retratar.
Leona se rio.
—Algunos, sí.
—Cuando lleguemos a casa me los muestras. Quiero ver cómo ha mejorado
tu destreza reflejando gestos y peculiaridades.
Leona se rio.
—¿Por qué a ti no te molesta que haga retratos de desconocidos o de
personas que me llaman la atención?
Andrew se encogió de hombros.
—Es un hobby inocente que en nada daña a quienes retratas. Además,
tienes un innegable talento para los retratos y recoger con realismo tanto sus
rostros como sus rasgos e incluso reflejas el carácter de los personajes que te
rodean. Eres muy buena fisonomista. No veo por qué debería desaprovecharse ese
talento.
Leona frunció el ceño mirándole con cierta desconfianza.
—¿Por qué tengo la sensación que tras esa alabanza se esconde algo más?
Andrew se rio dándole una palmadita en la mano enguatada que apoyaba
en su manga.
—Porque eres una jovencita con tendencia a la desconfianza y a las historias
truculentas ¿O crees que no sé qué mientras Libby devora novelitas románticas, tú
no paras de leer algunas de detectives que pone en tus manos el muy pícaro de
padre?
Leona se rio.
–Pero eso lo hace porque necesita alguien con quien comentar esos libros e
historias y soy la única que parece haber desarrollado su gusto por los cuentos
enrevesados y con personajes sibilinos.
—Lo cual es un signo muy revelador del carácter y personalidad de ambos.
La miró alzando la ceja de modo desafiante mientras ella se reía divertida.
Mientras sus hermanas se entretenían en una tienda de encajes, Andrew
escribió rápidamente una nota y se la entregó a su siempre fiel segundo, el
supuesto ayudante de armas que le hubo acompañado a Francia cuando el corso se
escapó de Elba y que le asistió durante los días previos a la batalla de Waterloo, así
como tras esos difíciles días.
—Ve a la casa de lord Willow y entrégasela a alguno de los caballeros a sus
órdenes.
Tras marchar, Andrew continuó como si nada, paseando con sus hermanas.
Un poco más tarde, durante el almuerzo, Arthur reunió a sus amigos en la
casa en la que residirían Lucas y Lorens. Tras tomar asiento miró a sus amigos de
modo distraído.
—Lord Bremer me ha enviado una nota. En la tarde verá el cuaderno de
dibujo de su hermanita y si no viere rostro sospechoso la alentará a recordar y
pintar cuántos pudiere recordar. Vendrá en la noche y nos informará. Con suerte
tendremos una pista porque, de momento, no avanzamos demasiado.
Lorens miró por encima de su copa de vino a su amigo.
—Quizás algo si avancemos. Pasado mañana es el baile de inauguración de
temporada en el salón principal del edificio de la nueva Asamblea[i]. Todo el que
sea o pretenda ser alguien en la ciudad, estará invitado. Quizás podamos,
viéndolos todos juntos descartar a muchos de la lista y en cambio, centrar nuestra
atención en algunos personajes que creamos sospechosos.
Lucas asintió.
–De hecho, de la lista, además, de todos lo que no están en Bath ni se les
espera, podremos reducir el número de sospechosos considerablemente y aunque
no tanto como nos gustaría sí podríamos centrarnos en un grupo concreto y cada
uno investigarlos e ir descartando así, poco a poco, más sospechosos.
Aldo asintió asertivo.
—Sí, aunque debamos dejarnos ver en uno de esos bailes multitudinarios a
rebosar de matronas, debutantes y demás, no veo mejor momento para encontrar
de golpe a muchos sospechosos. Aunque eso sí, deberemos ir por separado. Si
vamos como una manada nos olerán a la legua por no mencionar que seremos un
blanco perfecto para las matronas ansiosas. Mejor nos repartimos en varios grupos
pequeños.
Albert se rio.
–Sí, mejor ir en parejas o solos para pasar un poco más desapercibidos.
Aldo tomó una nota que le pasaba su mayordomo leyéndola de inmediato.
—Es de Anthony. Joseph y él siguen una pista. Creen que hemos de buscar
más de un aristócrata pues piensan que uno organizó el robo y otro lo ejecutó… —
miraba la nota con detenimiento—. La sospecha de lord Willow era acertada. Dice
que van a hablar con el que creen responsable de la filtración del círculo cercano
del príncipe Volkov. —Sonrió negando con la cabeza—. Cómo no… —alzó los ojos
y los miró con una media sonrisa—. Creen que puede haber sido una de las
amantes del príncipe, una corista francesa.
Albert se rio.
—Espero que sea Joseph el que se encargue de interrogarla porque como
Amelie sospeche que Anthony se acerca a una corista francesa le disparará en
cuanto cruce la puerta de su casa.
Todos se rieron imaginándose a Anthony en la tesitura de explicar a Amelie
su conversación con una corista francesa.
Al otro lado de la ciudad, mientras Leona y sus hermanos entraban en el
hotel para encontrarse con su madre y su tía para el almuerzo, Joe vigilaba en la
distancia al grupo sopesando la idea de colarse en la mansión de la que hubo visto
salir esa mujer en la mañana tras localizar su residencia y buscar ese supuesto
cuaderno en el que dibujaba para cerciorarse de que no le hubiese retratado a
ninguno, especialmente a él y a milady. Llegado el caso no le importaría librarse de
Verner y menos de la señora Smithy pues por mucho que compartiese cama con
milord, éste acabaría deshaciéndose de ella como sus anteriores amantes, y no a
todas las despidió sin más, a dos de ellas hubo de eliminarlas él mismo pues
milord sospechó que les había escuchado en alguno de sus anteriores trabajos y
nunca dejaban cabos sueltos y menos testigos. La señora Smithy, llegado el
momento, correría igual suerte, más si él o milord, les creyese un obstáculo incluso
para llevar a buen puerto el que se iba a convertir en el mejor golpe de los últimos
años. Se alejó del hotel y rondó la casa de la familia de la chica inspeccionando
posibles entradas. Quizás una incursión nocturna… pensaba mientras observaba
desde lejos los jardines traseros por donde podría colarse y después entrar por
algún balcón o ventana…
Tras el té en compañía de su madre y su tía y de las amigas de ésta, lady
Grumber y lady Jowlles, las tres hermanas regresaron a la mansión donde
encontraron a Andrew revisando algunos documentos.
Una vez su madre y su tía subieron a descansar antes de la velada musical a
la que asistirían esa noche, ellas se acomodaron en uno de los salones traseros y
mientras Libby se sentó en una esquina a leer una de sus novelas y Eliza se puso a
bordar, ella tomó su cuaderno y comenzó a pintar algunas escenas de ese día.
—¿Me enseñas los retratos del viaje?
La voz de Andrew le hizo alzar el rostro y salir de su concentrado
ensimismamiento, encontrándolo de pie justo tras ella.
—Si gustas, pero están en el cuaderno acabado. Lo escondo en mi vestidor
para que mamá no lo vea.
Andrew sonrió.
–Por favor, muéstramelo, siento curiosidad por cómo son esos rostros que te
llamaron la atención en el viaje.
Leona sonrió poniéndose en pie.
–Está bien, pero tampoco busques personajes novelescos. La mayoría son
personas muy corrientes. A veces me gustan precisamente por eso.
Andrew sonrió.
–Lo tendré en cuenta.
Cuando regresó con el cuaderno en la mano, le mostró los dibujos que
contenían las caras desde que salieron de Londres y Leona observó cómo su
hermano parecía concentrado en exceso en cada rostro, cada escena. Al llegar a las
de la posada se detuvo en una muy general del patio. Había pintado en el centro al
posadero con aquélla señora que le reclamaba un pan especial en vez del que le
hubo servido y a su alrededor, esbozó lo que les rodeaba.
—Umm… esta es curiosa… —señaló la escena deteniéndose mucho en
ella—. Pareces haber recogido, en líneas generales todos los personajes que había
en ese momento… claro que salvo los dos personajes centrales a los demás
simplemente los dibujas en contorno…
—Bueno, no a todos…
Pasó una hoja y le mostró algunos personajes más en detalle. Tras un par de
ellas se detuvo en la de los dos niños jugando señalando la mesa tras la misma que
al igual que antes meramente estaba esbozada.
—¿Recuerdas a los personajes de esta mesa?
Leona frunció el ceño.
—¿Por qué? Pareces buscar algo, Andrew. ¿Qué pasa?
Andrew negó con la cabeza.
—No pasa nada, es solo que siento curiosidad pues creo que me recuerdan a
alguien, pero no logro situarlo y sabes que me molesta sobremanera no ver mi
curiosidad satisfecha o que me intrigue algo.
Leona suspiró y fijó los ojos en la mesa intentando hacer memoria de esos
momentos, pero en ellos ella se fijaba más en los niños que en la mesa un poco más
atrás de ellos. Señaló a la dama que hubo pintado de espaldas.
—A ella no le vi la cara, pero supongo que si la viere de espaldas o caminar
podría reconocerla. Era una dama que no parecía casar bien con sus acompañantes
pues parecían extraños, pero al tiempo parecían charlar como si se conocieren. Era
morena, llevaba un sombrero muy a la moda pues tenía esas plumas de avestruz
coloreadas que lucen algunas damas ahora. No le vi el rostro, pero era de esas
damas que reconoces por su forma de moverse. Como la tía que siempre gesticula
con los brazos cuando camina y aunque esté de espalda a uno la podría reconocer
fácilmente.
Andrew frunció el ceño asintiendo.
—Entiendo. ¿Por qué dices que sus acompañantes no casaban bien con ella?
—Bueno, tras ella, sentada a su lado, había un hombre al que no veía porque
lo tapaba su sombrilla, pero no llevaba ropas de caballero sino de mozo y era muy
grande, eso sí. Frente a ella, — señaló el dibujo—, había un hombre enjuto también
vestido con ropas de mozo, pelo negro, sin afeitar. Solo le vi de perfil y no el rostro
al completo, pero tenía un aspecto descuidado. Había una mujer, —señaló de
nuevo una figura no perfilada en el dibujo—, Iba vestida de manera sencilla pero sí
que recuerdo que llevaba un collar demasiado caro para esas ropas. —Frunció el
ceño y cerró los ojos —. Quizás a ella sí la reconocería por su rostro…
—¿Podrías dibujarla?
Leona abrió los ojos y lo miró entrecerrando los ojos.
—¿Por qué estás tan interesado, Andrew? No me digas que es solo
curiosidad.
Andrew suspiró y decidió mentirla en parte.
—Pues es posible que esa mujer y uno o sus dos acompañantes fueren los
que robaron en el camino, posiblemente en la posada, a un conocido mío.
—¿A esa dama que estaba con ellos?— preguntó abriendo los ojos.
Andrew se rio:
–No, ella no, claro que no. No, a un compañero de estudios que he visto esta
tarde y me ha dicho que le robaron su bolsa de oro y un par de objetos personales
en algún momento del camino hace unos días, y cree que fue precisamente en la
posada en la que os detuvisteis vosotras, lo que no es de extrañar pues muchos de
los visitantes de Bath se detienen allí.
Leona suspiró y, aunque desconfiaba de esa explicación, prefirió creerle.
—Intentaré hacer memoria de los dos hombres, pero dudo te ayuden pues
no les vi las caras de modo cierto a ninguno. La dama, si la viere por Bath te la
podría indicar, pero si no es ella la que te interesa, podría intentar sacar un dibujo
de la otra mujer, quizás si la dibujo varias veces logre recordar bien su rostro y sus
rasgos. Si es ella o los hombres que la acompañaban los ladrones, puedes
entregarlos a la policía y que los busquen.
Andrew sonrió asintiendo.
—Sería estupendo, porque, aunque el caballero de por perdido el dinero,
seguro le gustará recuperar sus objetos personales.
Leona se sentó en el escritorio de estilo francés, guardando en el cajón el
cuaderno que había empezado el día anterior y también el acabado con los dibujos
de la posada para evitar que su madre o su tía los viere, y tomó varias cuartillas
sueltas para poder dárselas a Andrew para lo que fuere que quisiere hacer con
ellas, dedicándose durante la siguiente hora a hacer memoria y dibujar el rostro
que poco a poco fue recordando…
Él se sentó cerca de ella dejándola dibujar varias veces un rostro de mujer
que iba perfilando con más y más detalles conforme repetía el dibujo mientras él
disimulaba no vigilarla fingiendo revisar documentos.
Tras esa hora, y sabiendo que pronto su madre y su tía despertarían y ellas
habían de prepararse para la aburrida velada musical en casa de lady Jowlles,
Leona cerró con llave el cajón del escritorio donde dejaría sus dos cuadernos
guardando la llave para no perderla. Se levantó y le entregó a Andrew los dibujos
colocando arriba el último que creía más se asemejaba al rostro según sus
recuerdos.
—Creo que era así. Te he dibujado el collar por si fuere también robado y
por eso no fuere bien con el resto de su indumentaria. Quizás encontrando el collar
la encuentres a ella o a otra posible víctima.
Andrew sonrió tomando los dibujos.
—Creo que las novelas detectivescas que leéis padre y tú, empiezan a hacer
mella en ti.
Leona se rio.
–Es posible— se inclinó y le dio un beso en la mejilla —. Espero que si
lográis dar con los ladrones y capturarlos me lo cuentes.
Andrew asintió.
—E incluso te haré un presente por tu inestimable ayuda.
—Te lo recordaré llegado el caso. —Se reía caminando hacia la puerta —.
Creo que será mejor que me ponga en manos de Dora para prepararme para una
larga y tediosa velada musical.
Andrew se rio quedándose en la biblioteca mientras sus hermanas subían a
cambiarse para su salida.
Observó los dibujos apartando el último más detallado y el del collar del
que ella le habló. Esperó, tras la cena, que su madre, su tía y sus hermanas se
marcharen para salir por fin.
Al llegar a la casa en la que le indicó su ayudante, residían dos de los
caballeros que buscaba, entregó al mayordomo su tarjeta y pocos minutos después
le llevaba a un salón de billar en el que se encontraban varios caballeros.
—Lord Bremer, un placer recibirle al fin.
Andrew sonrió tras hacer la cortesía.
—Lord Dashwoth. —Lo correspondió cortés.
—Creo que ya conoce a todos incluso al señor Winston.
Le fue guiando al interior, mientras él observaba a los caballeros presentes.
lord Bromder, su hermano lord Bennet, El señor Winston, lord Brendel, lord
Viscont, fue identificándolos mentalmente pues a todos los conocía de White’s y de
algunos salones o de otros lugares en que coincidían.
—Sí, nos conocemos. Milores, señor Winston. —Los saludó formal antes de
que Aldo le entregase una copa de coñac—. Gracias.
—Estábamos comentando que debiéremos acudir al baile de apretura del
Assamble Room pasado mañana con la esperanza de circunscribir nuestros
objetivos. —Señaló Arthur mientras él se acomodaba en un taburete para poder
observar el juego mientras charlaban.
—Ciertamente todo el que sea alguien en la ciudad se encontrará esa noche
allí para hacer notar su presencia en la ciudad a los demás. —Asintió—. Es una
excelente idea.
Aldo se rio.
–Aunque eso nos ponga una diana en la frente para las matronas del lugar.
Andrew se rio.
–Nadie dijo que fuere a ser una misión exenta de peligros. —Sacó las hojas
que llevaba en su chaqueta—. No querría olvidar el principal motivo que me ha
traído aquí. Quizás no sea nada, quizás sí, pero traigo un retrato de una mujer.
Se lo entregó a Arthur que se encontraba más cerca de él y describió la
escena como su hermana la recordó pues lo que para ella era una cosa sin
importancia, quizás fuere lo que buscaban. Todos observaron el dibujo conforme
se lo fueron pasando de uno a otro mientras le escuchaban.
—Cree que es relevante por esa dama que se encontraba con ellos ¿me
equivoco? —Inquirió Lucas mirándolo fijamente.
—Mi hermana tiene talento para observar lo que ocurre alrededor, incluso
aunque no sepa lo que ocurre y, aunque ciertamente solo presta atención a aquello
que por uno u otro motivo despierta su curiosidad, suele, sin embargo, reflejar
muy bien lo que le rodea. —Se rio suavemente —. Por ejemplo, me consta que solo
les vio unos instantes ese día y, sin embargo, a todos los ha retratado bastante
fielmente.
Todos le miraron alzando las cejas de pronto sorprendidos.
—¿Nos ha retratado? —preguntó Bennet divertido ante la idea.
—En lo que supongo será su llegada a la posada. A milord y el señor
Winston hablando con el posadero y al resto caminando en dirección a una mesa.
—Había señalado a Lucas y a Loren.
Lucas se rio.
–¿De modo que despertamos su interés?
Andrew suspiró poniendo los ojos en blanco:
–No le den mayor importancia, también retrató, con más detalle incluso que
a vos, al cerdo que había en uno de los corralitos.
Arthur soltó una carcajada:
–Es bueno saber que le despertamos el mismo e incluso menor interés que
un compañero porcino.
Aldo miró a Andrew con gesto serio.
—¿Y la dama con la que estaban esta mujer del retrato y esos dos hombres,
decís que la reconocería si la viera?
Andrew asintió.
–Dice que reconocería su modo de moverse, de caminar, aunque no le viere
el rostro y estoy seguro que sería capaz. Si aún está en Bath y coinciden me lo
indicará. A lo mejor erramos la dirección de nuestras pesquisas, pero, de momento,
pocas pistas más tenemos.
—¿Y el collar?— preguntó Loren con el dibujo en la mano.
—Le resultó curioso porque no parecía ir bien con el resto del atuendo de
esta mujer. Quizás podamos dar con ella o con los hombres que le acompañaban
por el collar.
—Quizás podríais enseñaros el cuaderno y el resto de los dibujos. Puede
que veamos algo que despierte nuestra memoria o quizás algo que ahora
comprendamos importante pero ese día nos pasó desapercibido. —Sugirió Aldo.
Andrew suspiró.
—Intentaré tomar el cuaderno sin que ella lo note, pero no sé si podré. Es
muy celosa de sus cuadernos de dibujo y muchas explicaciones habría de dar para
tal acción. Leona puede ser muy despistada para ciertas cosas, pero, en lo referente
a sus dibujos, es una fiera guardiana.
Arthur sonrió de modo involuntario, pero enseguida disimuló. Miró a Aldo
para preguntar:
—¿Buscas algo en ellos en particular?
Aldo se encogió de hombros soltando el taco de billar que hasta ese
momento sostenía.
—No lo sé, pero dado el escaso margen de tiempo con el que contamos será
mejor que no nos cerremos a posibles pistas por pequeñas o irrisorias que
parezcan. —Miró a Andrew dedicándole una sonrisa divertida—. ¿De modo que
soléis emplear a vuestra hermana como retratista?
Andrew se rio.
–Expresándolo de ese modo parece que la enredo en maquinaciones y
espionajes cuando lo único que hago es llevarla de paseo a algún parque y
alentarle a que pinte libremente, sin que mi madre se entere, por supuesto. Nos
torturaría a ambos. A ella por retratar extraños y a mí por alentarla. Y les aseguro,
caballeros, mi madre enfadada, asusta más que lord Willow.
—Si sus hermanas acuden al baile quizás, su hermana pequeña pueda
identificar a la dama de la posada.
—Sugirió Lucas.
—Quizás, pero quiero dejar una cosa muy clara, milores. Mis hermanas,
ninguna de ellas, van a ser involucradas en modo alguno en este asunto y menos
colocadas en una posición que suponga riesgo o peligro alguno. —Andrew lo miró
con fijeza—. Una cosa es sentarme con Leona en un parque o en la seguridad del
salón de casa y que pinte un retrato y otra muy distinta, convertirlas en objetivo o
cebo de nadie.
—Ni yo pretendo tal cosa, milord, puede estar seguro de ello— se apresuró
a decir Lucas en tono defensivo.
—Eso espero porque, por mucho que puedan volverme loco, no dejaré a
nadie acercarse a mis hermanas y menos causarles el menor daño. —Advirtió con
fiereza.
Esa misma noche Joe se encontraba ya en el jardín de la mansión que había
vigilado toda la tarde y tras ver salir a esas mujeres y después al que sabía el único
caballero que las acompañaba decidió actuar. No iba a arriesgarse a que milord
conociese su metedura de pata por culpa del necio de Verner ni tampoco que lo
considerase tan prescindible como éste. Esperó a que se hiciere noche cerrada para
trepar por la pared exterior hasta alcanzar uno de los balcones y colarse en el
mismo. Debía ir con cuidado, se dijo nada más mirar el interior, había doncellas y
lacayos en algunos lugares y lo que menos le convenía es alertar a ninguno de
ellos. Se deslizó dentro de uno de los dormitorios y miró en derredor… No, no,
esas ropas y esas cosas eran de una dama mayor. Había de buscar otro de los
dormitorios… Se escabulló a otro… después a otro… maldita sea, ¿cuántas
malditas mujeres vivían en esa casa?, mascullaba mientras se movía de uno a otro
lugar. Por fin… encontró un dormitorio en el que había, en un tocador, lápices,
carboncillos, tenía que ser ese… Empezó a registrar cajón por cajón, sitio a sitio sin
ninguna delicadeza, había perdido demasiado tiempo y como tardase más le
descubrirían… maldita chica ¿Dónde demonio había guardado aquéllos
endemoniados dibujos…?
Empezaba a desesperarse cuando había vaciado todos los cajones y estantes
de ese dormitorio y del tocador… A lo mejor llevaba el cuaderno consigo… Si
fuera así iba a tener un problema y quitárselo directamente… miraba en derredor
desesperado… Dichosa chica… Escuchó voces en el corredor, voces de mujeres…
Demonios, había perdido demasiado tiempo encontrando el dormitorio correcto, le
iba a descubrir… Corrió al balcón y justo cuando saltaba fuera escuchó un grito.
Corrió por el jardín y saltó el muro trasero escuchando a su espalda ya jaleo y
voces de los lacayos y criados por la casa. Corrió calle abajo a la oscuridad y con
ella al anónimo silencio… A salvo, pensó entrando en un callejón lejos de ojos y
oídos indiscretos.
—¿Qué son esos gritos?— fue corriendo al vizcondesa a los dormitorios de
las niñas—… Oh Dios mío… —jadeó la entrar en el dormitorio de Leona todo
revuelto, todo patas arriba—. Nos han robado…
Leona y Dora estaban en el balcón con uno de los lacayos que llevaba una
lámpara de aceite en la mano.
—Ha saltado por el balcón cuando hemos entrado Dora y yo… —decía
regresando al interior y mirando en derredor con cara de estupor—. No he logrado
verlo, solo que era un hombre grande, muy grande.
—Es cierto, milady… —Dora miraba a la vizcondesa—. Era un hombre
enorme. No quiero ni pensar lo que podría haber hecho si hubiéremos entrado
unos segundos antes.
—Oh Dios… —la vizcondesa se llevó una mano al pecho—. Hemos de
avisar a los alguaciles que lo busquen por los alrededores y… y… —miró tras ella
al mayordomo que llegaba presto en ese momento—. Dorson, hay que poner
guardias en los jardines para que nadie pueda entrar en la casa… —cerró los ojos
un segundo antes de ir a abrazar fuerte a Leona que se desconcertó un momento—.
Mi pequeña…
Leona se separó de su madre tras dejarla abrazarla algo más posesiva de lo
que era necesario.
—Mamá, no creo que hubiere ocurrido gran cosa. Dora y yo hubiéremos
gritado como hicimos y Julius hubiese aparecido en un santiamén como ha hecho
hace unos minutos. —Señaló al lacayo que permanecía en la puerta del balcón.
Aún terminaba de recoger las cosas de su habitación una hora más tarde
cuando entró Andrew con clara alarma en el rostro.
—¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido?
Leona se levantó del suelo donde terminaba de tomar algunas cosas
desperdigadas.
—Nada, Andrew, de veras, no te alarmes. Supongo que le pillamos en pleno
robo porque no creo que me falte nada. De momento, no he notado que falte nada
incluso el broche de brillantes que me regaló papá, estaba en su cajita.
Andrew se tragó una imprecación mirando en derredor.
—¿Pero te lo ha desordenado todo?
Leona asintió.
–Sí. Vestidor, cómodas, el estante de los libros, el tocador.
Andrew supo enseguida que no era un ladrón sino alguien que buscaba
algo.
—No habéis de preocuparos, Leo, acabo de hablar con los alguaciles,
vigilarán más de cerca las calles aledañas a las casas y desde mañana habrá dos
guardias en los jardines para evitar que se cuele ningún individuo.
—Me he asustado en el momento de verlo en el balcón, pero solo ha sido un
instante. A las que debieras intentar calmar son a madre y a tía Evelin. Aún andan
nerviosas y algo aprehensivas a la idea de relajarse tras el pequeño infortunio. —Le
sonrió animosa.
Andrew miró tras ella a Dora.
—Milady afirma que no podríais identificarle.
Dora negó con la cabeza.
–Lo siento, milord. Ya se encontraba en el balcón lejos de luz alguna que
permitiese verle el rostro o rasgo alguno, salvo que era un hombre alto, ancho, yo
diría que incluso más grande de lo habitual.
—Sí, eso sí, Andrew. —Corroboró Leona—. Era un hombre grande y ágil
porque saltó del balcón y cuando Julius se acercó ya corría por el jardín y después
saltó el muro exterior con aparente facilidad como si no le resultase en exceso alto.
Andrew asintió y la abrazó cariñoso.
—Bueno, a partir de ahora, no entrará ladrón alguno porque habrá
guardias.
A primera hora de la mañana Andrew entró en trompa en la casa de lord
Willow en la que residían Arthur, su hermano y Albert cuando estos estaban en el
comedor de mañana en pleno desayuno.
—Lamento saltarme toda cortesía, pero anoche entraron en mi casa y
destrozaron el dormitorio de mi hermana Leona, obviamente buscando algo y
todos los presentes podemos imaginar qué pues ni robaron joyas ni enseres de
valor. Es de suponer que otra persona imagina que mi hermana ha podido verle y
puede identificarlo.
Todos ellos se tensaron.
—¿Se llevaron el cuaderno? —preguntó Albert—. Quizás, si lo hicieron, no
vuelvan a molestaros. —Señaló, aunque sabía lo poco probable que sería eso.
Andrew le miró alzando una ceja demostrando lo poco que creía él en eso
tampoco.
—Esta mañana, le he escuchado decir a su doncella que sus cuadernos
estaban en la biblioteca, de modo que no, no se los llevaron. Pero, aun así, esto
cambia mucho las cosas. Mis hermanas como blanco de unos desconocidos que son
capaces de todo, no es, en ningún caso, aceptable ni voy a consentirlo.
—Y, sin embargo, nos da un punto de referencia claro. Si sus hermanas
están en el punto de mira de los ladrones o de los compradores, es evidente
deberemos vigilarlas y asegurarnos que están a salvo, más, también, nos
proporciona una oportunidad de cazarlos. —Señaló Arthur con seriedad.
Andrew le miró con furia.
—¿No estaréis insinuando usar a mis hermanas de cebo? —preguntó con
evidente enfado.
—¡No, por Dios! —Arthur se levantó casi como un resorte al verle a punto
de lanzarle algo a la cabeza—. Milord, el que ahora sus hermanas no sean ajenas a
lo que ocurre supone que deberemos asegurarnos su protección, solo intentaba
decir que mientras lo hacemos deberemos estar, además, atentos a lo que ocurre a
su alrededor, solo eso.
Andrew le sostuvo la mirada unos largos segundos tenso como la cuerda de
un violín.
—Me parece que no logran entenderlo. Esos individuos sospechan que mi
hermanita no solo les vio, sino que puede identificarles, aunque no sepa qué han
hecho o en qué estén enredados, lo que significa que, a sus ojos, ellos y lo que
planeen corren peligro por mi hermana.
Albert se levantó y señaló a Andrew una silla intentando que se sentare.
—Lo mejor en estos casos, es pensar las cosas con calma y actuar con cabeza.
Andrew suspiró y tomó asiento.
—Si mi hermana hubiere entrado unos minutos antes se habría topado con
aquél hombre. Digamos que lo de tomar las cosas con calma no cabe ya.
Arthur asintió.
—Sí, lo comprendemos. Tenéis tres hermanas, ¿no es cierto? —Andrew
asintió mirándole con desconfianza—. Umm, supongo que no bastaría con que uno
de nosotros le acompañase cuando esté con ellas.
Andrew alzó las cejas sorprendido.
—¿Perdón? ¿Acompañarme?
Arthur asintió.
–Sí. Tampoco sería tan extraño que caballeros amigos suyos les acompañen
con cierta asiduidad.
—Caballeros solteros con mis hermanas casaderas. —Andrew lo miró
firme—. Con los rumores que eso generaría.
Arthur suspiró.
—No generaríamos rumores si somos cortésmente cuidadosos,
comportándonos adecuadamente y jamás nos quedamos a solas con ninguna de
ellas, tenéis mi palabra.
Andrew lo miró entrecerrando los ojos unos instantes.
—¿Y puedo saber qué excusa esperáis dé para que unos caballeros solteros
ronden a mis hermanas si no es el cortejo?
Bennet se rio.
—Sí, Arthur, dinos, ¿qué excusa se te puede ocurrir?
Arthur miró a su hermano con gesto adusto mientras éste, en cambio, le
dedicaba una displicente sonrisa.
—Pues… —miró a Albert buscando un poco de ayuda, pero este también se
rio.
—A mí no me mires. Al igual que ciertos caballeros, yo procuro evitar
situaciones como esas precisamente por las posibles connotaciones a ojos de
terceros, y más concretamente, a ojos de matronas.
Andrew gruñó cerrando los ojos.
—Está bien. A mi madre y hermana les puse de excusa para hallarme aquí el
tener que cerrar algunos negocios y de hecho mencioné a lord Dashwoth pues
recordé que mi padre quería cerrar la compra de unos terrenos de su propiedad,
así que ampliemos el círculo de posibles vínculos contractuales.
Diremos que estamos planteándonos una inversión común. Por cortesía les
invitaré en alguna ocasión a acompañarnos y en otras simplemente coincidiremos,
por suerte Bath tampoco es que sea una ciudad que de demasiadas oportunidades
de eludir conocidos.
Arthur asintió.
–Una inversión en común, bien, supongo que eso no es extraño, aunque
acercarnos a sus hermanas no veo cómo puede estar relacionado.
—Digamos que esa será la excusa para vernos unas primeras veces y el que
mi familia esté en la ciudad, simplemente supone relaciones con cortesías con
todas ellas. —Convino Andrew vencido pues evidentemente tres hermanas no
podía protegerlas él solo si les daba por hacer como siempre y enredar.
Bennet le miró serio.
–Es de suponer que ya ha tomado alguna medida para asegurar la casa.
Andrew asintió.
–Por el jardín, que fue por donde huyó y es de suponer que se coló, he
apostado dos guardias armados. Además, en el interior de la casa, especialmente
en el piso ocupado por todas ellas, he aumentado el número lacayos que vigilan los
pasillos y accesos. Por supuesto, no dejaré que salgan de casa sin la conveniente
compañía, y no me refiero a solo las doncellas.
Albert miró a Arthur y después a Andrew.
—Creo que me reuniré con Lucas, Loren y Aldo y les informaré de lo
ocurrido. Supongo que deberemos organizar una especie de visita formal a su
familia, como un saludo de cortesía dado que iniciamos nuestros negocios juntos y
con ello una habitual relación mientras cerramos el trato o el asunto de que se trate.
Andrew asintió.
—Prepararé el camino con un par de comentarios inocentes en el almuerzo
y quizás un par de frases aquí y allá para que no lo crean extraño y, ni mi madre y
mi tía, hagan alharacas creyéndoles posibles pretendientes, especialmente cuando
consideran a mis hermanas auténticas maestras a la hora de espantar a los
caballeros que las tres tildan de indeseables, descerebrados, insulsos o carentes de
interés… —suspiró poniendo los ojos en blanco—… es decir, a todo hombre vivo y
que camine.
Arthur sonrió.
—No serán tan malas.
Andrew gimió suavemente.
—Milord, mis hermanas tienen una idea preconcebida y muy clara de lo que
desea cada una y si no se ajusta a esa idea ya puede presentárseles el mismo
regente que les parecerá carente de interés. Bueno, al menos Eliza y Libby, pues
Leona directamente es que ni se plantea pensar en caballero alguno pues, según
ella, acaba de ser presentada y eso le da mucho margen aún para no tener que
pensar en el matrimonio.
Bennet, Albert y Arthur se rieron.
—Debe ser la única debutante que piense de tal modo, milord— señaló
Albert riéndose entre dientes.
—Sí, bueno, de momento no me importa que lo haga pues aún tengo a dos
hermanas mayores que ella de las que preocuparme, además, y aun sabiendo en el
fondo ha crecido, yo sigo viéndola como mi hermanita pequeña. Ciertamente,
adoro a mis hermanas, pero no son conscientes de la fortuna con que cuentan al no
ser hermanos mayores de jovencitas casaderas.
Los tres se rieron mirándolo comprensivos. Tras marcharse Andrew, los tres
amigos partieron a reunirse con el resto de los caballeros que encontraron en la
mansión que ocupaban dando instrucciones a mozos y algunos hombres para que
buscaren a la mujer del retrato que les mostraron, por la ciudad. Una vez solos,
Arthur les contó lo que hubo narrado Andrew y los planes que tenían en mente,
pues obviamente, las hijas del vizconde de Antonwe se habían convertido, de
modo involuntario, en objetivo de aquéllos a los que buscaban por considerarlas
un posible peligro para sus planes o su anonimato.
Lucas miró fijamente a Arthur.
—Codearnos con milord públicamente en compañía de las damas de su
familia, aún con esa excusa, puede generar rumores, los sabéis.
—De ahí que debamos ser extremadamente cuidadosos en nuestros gestos
con ella en público y en privado— aseveró rotundo Albert.
Loren se acomodaba en un sillón mientras decía:
—Muy seguro ha de estar quien entró en la mansión de milord, de que esa
joven le vio y, sobre todo, de que le retrató, para arriesgarse de ese modo para
tomar la supuesta prueba de su identidad…
Arthur asintió.
–Yo también lo creo y aunque no lo he expresado en alto delante de su
hermano, me temo que ese hombre, si tan seguro está, no se conformará y menos si
no se hizo con ese cuaderno como nos señaló milord, de modo que es posible no
tenga escrúpulos de hacer lo que sea contra ella considerándola una amenaza.
—¿Y si simplemente no le decimos a esa joven que buscamos a unos
personajes peligrosos y que posiblemente, ella, sin saberlo puede no solo haberlos
visto sino dibujado o quizás hacerlo para nosotros?— preguntó Lucas —. No es
necesario contarle la verdad. Su hermano le contó que son ladrones, y unos que
robaron a un conocido suyo, quizás si hacemos hincapié e incluso le decimos que
son peligrosos, forcemos un poco sus recuerdos.
—O la asustemos tanto que apenas si consiga tomar entre sus dedos pincel
alguno. —Arthur lo miró con gesto tenso—. No estamos hablando de un soldado o
de alguien habituado a lidiar con según qué cosas, sino de una jovencita recién
salida del cascarón, una debutante.
Lucas suspiró pesadamente.
—Luego la alternativa es convertirnos, mientras damos con el ladrón y el
dichoso Fabergé, en los guardianes de esa debutante y sus dos hermanas
casaderas…
—Lo que hay que hacer por la patria… —señaló con ironía Aldo sirviendo
varias copas de jerez que comenzó a repartir entre todos.
Loren miró con fijeza a Arthur e insistió:
—¿Deberemos dedicarnos todos a eso o nos repartiremos las tareas?
Albert suspiró adelantándose a la contestación de su amigo pues señaló
antes que él:
—Aunque no nos guste, el saberlas en el punto de mira de las personas que
buscamos, puede conducirnos a ellos, sin mencionar que evidentemente no
podemos dejarles dañaras bajo ningún concepto, pero ciertamente no veo por qué
hayamos de dedicarnos todos a la protección de las damitas, independientemente
de que quienes realicen esa labor también estén ojo avizor por si logran dar con
quienes las persiguen.
Loren asintió —¿Y cómo nos repartiremos el trabajo?
—De modo que ninguno pase demasiado tiempo con ninguna de las
jóvenes dando pie a posibles rumores. Nos iremos rotando. —Respondió tajante
Arthur.
Lucas se rio alzando su copa en su dirección apreciativo.
–Muy acertado.
Durante el almuerzo, Andrew se dedicó a insinuar en repetidas ocasiones
que durante esos días iba a tener que reunirse y ver a distintos caballeros con los
que estaba gestionando algunos negocios e inversiones que requerían ciertos
acuerdos y verse algunas veces.
A la hora del té, recibió una misiva de Arthur anunciándole su visita en
compañía de su hermano, de Lucas y de Loren. Andrew tras guardar la nota miró
a su madre sentada frente a él junto a la enorme chimenea bordando relajada.
—Madre. —Esperó que ella alzase la vista—. Esta tarde espero la visita de
cuatro caballeros con los que mantengo negocios. Supongo gustaran tomar el té
después con la familia y presentar su respeto.
Su madre alzó las cejas.
—¿Cuatro caballeros?
—Lord Bromder y su hermano lord Alwils, lord Dashwoth y el señor
Winston.
Eso pareció despertar de inmediato el interés no solo de su madre, que
apartó el bastidor de su bordado, sino el de su tía Evelin que de inmediato dejó su
costura.
—¿El heredero de duque de Plintel? ¿El vizconde de Dashwoth?
Andrew suspiró para su interior porque las ansias casamenteras de las dos
mujeres de su familia acababan no solo de encenderse sino de exacerbarse sin
necesidad de más que mencionar a tales caballeros.
—Madre, os lo ruego, apartad ideas y planes para con ellos. Solo vienen
porque pretendo iniciar unos negocios con ellos. Presentarán sus respetos por
cortesía, solo por eso. No dejéis volar vuestra imaginación y, por lo que más
queríais no maquinéis en modo alguno. Esto es muy importante, no hagáis nada
que pueda perjudicarlo.
Su madre lo miró falsamente ofendida.
—Me resulta del todo ofensiva tanto la advertencia como el tono que
empleas, Andrew. Sé muy bien cómo comportarme. No sé por qué crees que por
tener hijas casaderas y recibir en mi casa a dos de los solteros que toda madre
consideraría las dos piezas más deseables del mercado matrimonial, seré incapaz
de comportarme y menos de actuar con el decoro y la cortesía necesaria.
Esta vez Andrew sí gimió de modo sonoro mientras Eliza y Libby sentadas
un poco más allá se reían entre dientes mirándolo divertidas como si ni siquiera
entendieren que esperase que su madre hiciere oídos a su petición en modo
alguno. Miró más allá, al banco cercano al ventanal y vio a Leona ensimismada
mirando por los ventanales. Era increíble lo concentrada que lograba estar cuando
se ensimismaba en sus pensamientos, en sus dibujos. Esto le hizo sonreír de modo
involuntario negando con la cabeza. Ni siquiera la mención de la visita de cuatro
caballeros había atraído lo más mínimo su atención.
Se levantó y se sentó junto a ella.
—Leo, ¿estás asustada por lo ocurrido la pasada noche? —preguntó con
cautela sabiéndose ajeno a los oídos del resto de las damas de la familia que
parecían encantadas, para su particular tormento, con sus elucubraciones sobre los
caballeros.
Leona alzó los ojos hacia él y frunció de inmediato el ceño.
—¿Asustada? —preguntó con evidente desconcierto.
—Por el intruso.
Leona negó con la cabeza, pero no suavizó su gesto.
—No, no… bueno, no lo creo… —suspiró desviando de nuevo los ojos al
jardín—. Es que llevo todo el día preguntándome ¿Para qué entraría si no robó
nada? ¿Querría hacerme daño? ¿O a alguna de nosotras? Y de ser así ¿Para qué
desordenó de ese modo mi dormitorio? ¿No estaría buscando algo?
Pero entonces ¿Qué sería si no quería joyas o nada de valor? —le miró
fijamente unos segundos—. Además, te parecerá una locura, especialmente porque
no vi a ese hombre sino solo su sombra cuando ya casi desaparecía del balcón, pero
aun así… no sé… tengo una extraña sensación de familiaridad… —negó con la
cabeza—. No, no es eso… de haberlo visto antes, pero sin verlo o sin fijarme o… —
resopló—. ¿Qué se yo? Supongo que es de esas cosas con las que mamá dice se
desespera conmigo porque paro de darle vueltas a todo, bueno, a todo lo que ella
dice son tonterías.
Andrew se rio entre dientes y enseguida ella volvió a mirarle ceñuda.
—Andrew no empezarás a decirme que la culpa la tienen las historias de
detectives ¿verdad?
La atrajo hacia él y la abrazó cariñoso un segundo riéndose suavemente.
—Eres la hermana con la imaginación más desbordante, eso no te quepa
duda, pero no por ello quiero que cambies, pequeña elucubradora. Quizás debieres
plasmar en escritos todas tus intrincadas historias,
Leona le dio un golpecito en el hombro.
—De nada serviría ¿no es cierto? Nunca nadie las leería.
Andrew se rio.
—Bueno, a mí me encanta una buena historia de intrincados enredos y
personajes complicados. Yo leería tus escritos.
Leona resopló.
–Pues qué bien, un lector. Qué éxito el mío, mi vida ya tiene un sentido.
Andrew soltó una carcajada ante su gesto y su comentario del todo
sarcástico y malhumorado.
—Milord, miladies. —Dorson entró haciendo de inmediato la cortesía—.
Milord tiene visita.
Se apresuró a acercase y poner a su alcance las tarjetas de los visitantes.
Andrew asintió.
—Muy bien, Dorson, los recibiré en el despacho, más, un poco más tarde
tomaremos el té con las damas.
El mayordomo salió para guiar hasta el despacho a los visitantes. Andrew
se levantó y caminó decidido hacia la puerta y al llegar giró para mirarlas a todas.
—Madre, tía, los caballeros que mencioné me esperan. Quizás gustéis
acompañarnos después al té, más, se lo ruego, es solo una cortesía, alejen
imaginaciones y, sobre todo, posibles maquinaciones.
Eliza, Libby y Leona se rieron, mientras, la vizcondesa y su cuñada lo
miraban ceñudas tras resoplar ofendidas.
—Niñas, comportaos. —Decía la vizcondesa mientras Andrew salía.
—Madre, no es a nosotras a quién él le ha pedido eso precisamente… —se
apresuró a decir Libby y enseguida escucharon la carcajada de Andrew en el
pasillo que debió haber oído el comentario de su hermana.
—Bien, caballeros, —dijo tras cerrar las puertas del despacho y comenzar a
servirles una copa—, Siéntense. Si hemos de fingir tener un negocio entre manos y
reunirnos por tal motivo, deberemos hacer un poco de teatro de cara a la galería y
especialmente de cara a mi madre y mi tía que, me temo, ha bastado escuchar
ciertos nombres de caballeros solteros para que sus desbordantes y maquinadoras
mentes se pongan a funcionar, de modo que prepárense para una matrona ansiosa
y su fiel escudera, mi tía Evelin. No por haberles rogado contención y
circunspección, la esperen. Me temo que hacen oídos sordos a aquello que no
quieren escuchar.
Loren y Bennet soltaron sendas carcajadas.
—No serán tan terribles, milord. —Decía el primero sonriendo.
—No, milord, son peores. Son una madre y una tía con tres hijas y sobrinas
solteras en edad de casar. —Le decía entregándole una copa de brandy.
Esta vez fueron Lucas y Arthur los que se rieron ante la cara de los dos
sentados frente a ellos.
—¿No ha habido ningún otro incidente? —preguntó Lucas.
Andrew negó con la cabeza.
—Esta mañana mis hermanas no se separaron de mi madre y tía que las
tuvieron, para desesperación de las tres, dando vueltas en uno de los salones de las
fuentes, razón por la que no duden mis hermanas no estarán muy dispuestas a
aceptar como posibles destinos de reuniones o encuentros ni las fuentes ni las salas
de té de los mismos. Créanme, incluso la damita más paciente, pierde toda calma
tras dos días paseando y sonriendo con cuantos se cruzan en esos salones y
fuentes. Como dice mi hermana Libby, quién propusiere esta forma de supuesto
entretenimiento y socialización o era un personaje con gusto por la tortura mental
de los demás, o el ser con el carácter y la personalidad más aburrida de la historia
de las islas.
Los cuatro se rieron divertidos.
—¿Por qué empiezo a creer que sus hermanas no son precisamente las
damitas más tranquilas y calmadas de estos lares? —sonrió Lucas mientras miraba
a Andrew alzando las cejas con evidente diversión dibujada en sus ojos.
—Bien, ciertamente mis hermanas tienen caracteres y personalidades bien
distintas y diferenciadas, más, las tres coinciden en que son bastante menos dóciles
de lo que gustaría a mi madre y, desde luego, no carecen de la inteligencia y la
inventiva para enredar, en ocasiones, más de lo que mi salud es capaz de soportar.
—Pero aún con ello, debemos entender que es su hermana pequeña la que
probablemente pueda recordar las caras o por lo menos los rasgos de ciertos
personajes que, aunque para ella carezcan de interés, no así para nosotros ¿no es
cierto? —preguntó Arthur.
—Bien, no puedo estar seguro de que ni Eliza ni Libby sean del todo ajenas
a esa posibilidad también, más, en principio, presupongamos como la más
probable en ese sentido a Leona. Incluso hace unos minutos me ha insinuado que,
aunque no pudiere ver al intruso algo en él le resultaba familiar y, aunque haya
evitado decirle nada, es más que probable que sea así por haber coincidido con él
en la posada o tal vez en el camino que les ha conducido a Bath.
Arthur se removió del asiento.
—¿Creéis que podríais alentarla a dibujar cuanto recuerde de los últimos
días así como a enseñarnos ese cuaderno?
Andrew asintió.
–Lo intentaré, pero para hacerlo mi madre y tía no han de encontrarse cerca.
Arthur asintió:
–Bien, supongo que debiéramos hacer ya la parte de la obra de teatro en que
presentamos nuestros respetos a las damas de su familia, milord. —Decía
enderezándose y poniéndose en pie tras dejar la copa que hubo apurado de un
trago en la mesita cercana.
Andrew sonrió también poniéndose en pie.
—Bien, caballeros, recuerden lo pactado. Proteger a mis hermanas no
implica usarlas de cebo ni tampoco ponerlas en boca de los demás como posibles
centros de chismes y rumores ya sea bien intencionados, ya maliciosos. Sean
corteses y formales, pero dejen las familiaridades apartadas y, por lo que más
quieran, no alienten ni den alas, aunque sea involuntariamente, a las aspiraciones
de mi madre y mi tía. Por su bien y por el mío… —los miró alzando las cejas
enviándoles un claro mensaje de advertencia.
Los cuatro asintieron antes de salir siguiéndoles camino del salón. Al llegar
las cuatro damas presentes se levantaron haciendo de inmediato la cortesía que
ellos correspondieron.
—Madre, tía, les presentó a lord Bromder, lord Alwils, lord Daswoth y el
señor Winston. Caballeros, mi madre, vizcondesa de Antonwe, mi tía Lady Evelin
y mis hermanas lady Eliza, lady Coraline y… —miró en derredor antes de centrar
los ojos en su madre—. ¿Dónde está Leo?
—Caballeros, un placer. Por favor, entren y acomódense mientras nos sirven
el té… —decía la vizcondesa mirándolos a todos y señalando los sillones del salón
antes de centrar los ojos en su hijo—. Leo ha salido al jardín pues algo le ha
llamado la atención. —Vio que su hijo se tensaba y abría la boca para protestar,
pero se apresuró a decir—: La ha acompañado Dora y los dos guardias siguen
apostados en el jardín. Dorson acaba de confirmármelo.
Andrew suspiró e hizo un gesto con la mano a los caballeros para que
hicieren caso a su madre.
–Milores, señor Winston, por favor.
Mientras ellos se sentaban, él caminó hacia los ventanales de que daban al
jardín y miraba a través de ellos frunciendo el ceño pues veía a Dora y a uno de los
guardias apostado en una de las esquinas más alejada, pero no vislumbraba a Leo.
—Madre, no veo a…
No llegó a terminar la frase pues se abrió uno de los ventanales del jardín y
apareció Leona con el vestido algo manchado de barro y un bulto entre los brazos
pegado al pecho. Se plantó frente a ella antes de que caminase más y la miró
ceñudo poniendo los brazos en jarras mientras los caballeros por cortesía se ponían
en pie y observaban con decoroso silencio la escena.
—Pero ¿se puede saber de dónde vienes y qué estabas haciendo?
—Mira lo que he encontrado en el jardín. El pobre está lleno de barro y
parece hambriento. —Abrió un poco los brazos y le mostró lo que llevaba—.
Incluso sucio y asustado como está, es bonito ¿no crees?
Lo miró sonriendo encantada e indiferente a hallarse con el vestido, las
manos y las manoletinas manchadas de barro.
Andrew gruñó, pero enseguida llegaron a su lado Libby y Eliza.
—¡Un cachorrito! —exclamó inclinándose hacia ella Libby encantada y tan
indiferente, de pronto, a su hermano, su madre y los caballeros, como la misma
Leona—. ¿Dónde estaba? Pobrecito, parece hambriento.
Leona sonrió.
–Estaba en el rosal. Creo que se ha colado por la verja de atrás. Seguro se ha
separado de su madre y se ha perdido.
Andrew carraspeó.
–Disculpad, pero tenemos visita, sin mencionar, Leona, que tanto ese pobre
animal como tú tenéis un aspecto deplorable, prácticamente tenéis más barro que
el jardín.
Leona lo miró con los ojos abiertos como platos y enrojeció de vergüenza al
girar el rostro hacia su madre y el lugar en el que se encontraban los visitantes.
—Uy, lo siento. —Farfulló y miró a su hermano y después, de nuevo, a los
caballeros haciendo una forzada genuflexión pegándose al pobre perrito al
pecho—. Creo, creo, — miró a Andrew claramente buscando ayuda—. Debería ir a
arreglarme.
Andrew suspiro poniendo los ojos en blanco.
—Sí, será lo mejor. Sube pues aún han de traer el té. —Se inclinó
ligeramente hacia ella y le susurró—: Corre, pequeño desastre.
Leona le sonrió con inocencia antes de salir apresuradamente y limitándose
a hacer una rapidísima cortesía al alcanzar la puerta y salir por ella a la carrera.
—¿Podemos quedarnos el cachorrito? —le preguntó Libby esperanzada en
cuanto se cerró la puerta y sin tiempo a decir nada, ella misma se contestó girando
el rostro hacia su hermana mayor—. Por fin tenemos mascota. La llevaremos con
nosotras a pasear.
—Le diré a Dorson que traiga un poco de comida para el pobre. —Decía
Eliza caminando hacia la puerta, pero de nuevo Andrew carraspeó con
desesperación.
—Queridas. ¿No os olvidáis de algo? —masculló entre dientes e hizo un
gesto con la cabeza en dirección a los caballeros aún de pie más allá del salón.
Las dos giraron en esa dirección y al igual que su hermana antes se
ruborizaron.
—Lo lamentamos, milores, hemos sido en extremos descorteses —iba
diciendo Eliza caminando de nuevo hacia donde estaban su madre, su tía y ellos.
Libby también caminó con ella y con Andrew para sentarse junto a su
madre y su tía que las miraban con desesperada resignación.
—Al menos, ¿puedes decir a Dorson que traiga un poco de comida para el
cachorro? Parecía de veras hambriento. —Insistió Libby mirando a Andrew que se
quedó de pie apoyado en el dintel de la chimenea.
Suspiró pesadamente alzando los ojos al cielo.
—Está bien. —Respondió vencido.
Los cuatro caballeros los miraban claramente divertidos.
—Bien, caballeros. —La vizcondesa por fin decidió enderezar lo que parecía
una calamitosa visita—. Mi hijo nos ha informado que se hallan aquí por un asunto
de negocios, más, esperamos que ello no les impida socializar un poco y
confraternizar con sus pares en estos días, al fin y al cabo, Bath invita a ese tipo de
actividades en compañía de amigos y conocidos.
Andrew suspiró disimuladamente alzando los ojos de nuevo al techo
claramente desesperado.
—Ciertamente, milady, lo que nos ha traído son asuntos de negocios, más,
no por ello, dejaremos de lado la oportunidad de codearnos con algunos
conocidos. —Arthur la sonrió amable haciendo gala de todo su repertorio de
formal y amable cortesía social.
—Madre —Intervino rápidamente Andrew—. Me temo que los asuntos que
nos ocupan nos obligarán a reunirnos en más de una ocasión antes de tenerlo todo
cerrado y bien sellado.
—Oh bueno —Su madre sonrió de pronto satisfecha—. Seguro que
coincidiremos entonces en otras ocasiones, incluso podrían venir un día a almorzar
tras tratar esos complicados asuntos…
Andrew gimió y suspiró todo en uno.
—Dígannos, miladies, ¿Les está agradando su estancia en Bath? —Loren
miró a las dos hermanas, aunque especialmente a Libby que le atraía como la miel
a las abejas con esos ojos azules y esos labios carnosos que parecían llamarle de un
modo destacado.
Libby suspiró delicadamente.
–Sí, por supuesto. —Sonrió y cuando su madre giró el rostro añadió —.
Aunque no puede decirse que sea una ciudad llena de aventuras y emociones.
Eliza se rio entre dientes negando con la cabeza.
–Bien, ciertamente, se trata de un destino en el que se busca descanso,
sosiego y paz y, desde luego, de ello hay a raudales.
Ambas escucharon a su madre carraspear en claro reproche.
—A salvo las aventuras en el jardín de vuestra hermana, desde luego. —
Bennet sonrió divertido a Eliza.
—A salvo eso. —Suspiró Libby —. Bueno, aunque también fuimos víctimas
ayer mismo de un ladrón que aprovechó la oscuridad de la noche y el que nos
hallásemos en una velada musical para colarse en la casa.
—¿De veras? —Lucas fingió sorpresa mirándola aparentemente
interesado—. Qué desafortunado.
—Realmente no ocurrió gran cosa salvo desorden y el sobresalto inicial. —
Añadió Eliza con serenidad dejando paso a Dorson y las dos doncellas que traían
el té y los bocadillos y pastas—. Dorson, por favor, ¿Podríais traer algo de comer
para el cachorro que ha encontrado lady Leona en el jardín?
Dorson con el bagaje de años e inalterable como siempre asintió y antes de
hacer una cortesía señaló:
—Milady ya nos ha pedido un poco de leche y pan para el animalito.
La vizcondesa suspiró mirando a su hijo mientras sus hijas servían el té.
—Supongo que no habrá forma de evitar que, una vez en sus manos, Leona
se desprenda del animalito.
Andrew la sonrió con cariño.
–Podéis intentarlo, pero presumo tendréis la misma suerte que con aquélla
paloma del parque.
La vizcondesa gimió tocándose el puente de la nariz.
—Francamente, no logro atisbar cómo encuentra a todo animal herido o
perdido allá donde esté.
Andrew se rio.
–No exageréis madre. Solo ha recogido a un par de animales.
—Una paloma, un conejo, el gallo de aquél granjero, la oveja del molinero,
el cabritillo en aquélla posada cercana a Cork, — empezó a enumerar la tía Evelin
frunciendo el ceño.
—Bien, bueno, quizás a más de uno, pero a todos los dejó en manos de otros
una vez curados y sanos y salvos. —La defendió divertido.
—Y este es el primer perro y es un cachorrito. Este debemos quedárnoslo
como mascota. —Se apresuró a decir Libby poniendo en las manos de su madre la
taza de té—. Además, padre siempre dice que debiéramos tener un fiero guardián,
uno al que no enredemos tan fácilmente como a Andrew.
Andrew gruñó.
—Gracias Libby, después de eso no sé si contarás con mi voto a favor de tu
petición.
Libby sonrió con falsa inocencia a su hermano alzando la barbilla con
orgullo.
—¿Te he dado la impresión de que fuere una petición?
Los cuatro caballeros empezaron a reírse incluso Lucas casi escupe el té que
acababa de beber.
Enseguida regresó Leona que se hubo apresurado a cambiarse de vestido y
arreglarse y bañado al pobre cachorrito que traía envuelto en una toalla de tela aún
algo mojado.
—Lamento el retraso y tan descortés comportamiento. —Se excusó
sentándose junto a su hermana mayor y dejando al cachorro totalmente envuelto
en la tela.
—Deja que lo vea. —Le decía Eliza inclinándose un poco hacia ella y
liberando un poco al animal—. Oh, qué bonito, debe de tener solo unos días. —
Decía tomándolo entre las manos y alzándolo—. Ahh… es cachorrita. —Miró de
soslayo su hermano sonriendo con picardía —. Me temo, Andrew, que contarás
con otra dama que te volverá loco.
Andrew sonrió negando con la cabeza.
–Es mi sino. En vez de liberarme de las que ya me vuelven loco, sumamos
más para acabar con mi cordura sin remedio.
Leona sonrió tomando de nuevo al animal.
–No seas melodramático. ¿Qué sería de ti sin la emoción de esa locura
añadida a tu vida?
Andrew se rio.
—Viviría en feliz y tranquila calma.
Leona le sonrió incrédula a su comentario.
—Por ser objeto de nuestros supuestos martirios, te concedo el honor de
elegir su nombre. —Señaló sonriéndole como si nada.
La vizcondesa gimió.
—Si le ponéis nombre sí que no os desprenderéis de él.
—¡Bathy! —Se apresuró a decir Libby girando el rostro hacia Leona—. Le
llamaremos Bathy en honor a la ciudad en que la encontramos.
Eliza y Leona se rieron mirando a su madre que suspiraba desesperada,
pero en ese momento llegó Dorson dejando frente a Leona, en la mesa, una bandeja
con lo que le hubo pedido para el animal. En cuanto se marchó, Leona se arrodilló
ante la mesa y colocó al cachorro frente al bol de leche tibia y fue desmigando pan
dándoselo con paciencia mientras su madre y su tía retomaban una conversación
propia de situaciones como esa de visita formal y cortés.
Arthur no paraba de observar a la hermana pequeña. No sabía qué esperar
cuando se dirigieron todos hacia allí. Simplemente tenía en la cabeza la imagen de
esa joven sentada bajo un árbol en el parque o en un banco, siempre concentrada,
en silencio tranquilo. De cerca, su hermana mayor se ajustaba a la belleza rubia, de
ojos claros y aspecto sereno que debiera ser lo más deseado por un caballero y la
mediana era de una belleza similar, pero con un toque de sensualidad y quizás de
travieso encanto que seguramente la convertiría en objeto de deseo de la mayoría.
Sin embargo, esa joven de increíbles ojos grises de un color francamente difícil de
precisar, tenía algo que la hacía mirarla con interés, con una especie de afán que
iba más allá de la curiosidad. Tras unos minutos en que se dedicó a dar de comer a
ese animalito sin atender a nada más, como si no le interesasen ninguno de los
caballeros presentes, se quedó sentada sobre sus talones en el suelo junto a su
hermana mayor manteniendo al animalito entre sus manos o en su regazo. Ni
siquiera era capaz de recordar las conversaciones que se desarrollaban alrededor,
hasta que escuchó a Lucas decir:
—Desde luego, milady, acudiremos al baile. No por menos hemos oído que
es de casi obligada presencia pues es el primer baile oficial de Bath, aunque haya
habido algunos previos oficiosos de algunos visitantes.
Arthur lo miró alzando la ceja de pronto sorprendido porque anunciarles
que irían al baile era una forma de asegurar que las dos matronas frente a ellos
esperasen, con razón, que invitasen a las jóvenes a bailar, durante esa velada.
No tardaron mucho más en despedirse y marcharse. Camino de la mansión
de Lord Willow, Arthur iba meditando sobre la necesidad de vigilar de cerca a esas
jóvenes pues realmente se temía que su hermano estuviere en lo cierto y la
pequeña, especialmente, fuere considerada un obstáculo para el hombre u hombres
involucrado en aquél engorroso asunto. Tras hacer un gesto discreto a su hermano
para que se adelantare, se quedó con los que eran, sin duda, dos de sus mejores
amigos, caminando con un poco más de relajo.
—Esas tres jóvenes no pueden quedarse sin protección. —Meditó en alto,
serio, caminando sin mirar a ninguno de sus dos acompañantes.
—Especialmente la pequeña. Su hermano dijo que es despistada, pero
sencillamente es ajena a lo que ocurre alrededor cuando centra su atención en algo.
Prácticamente ha ignorado lo que ocurría en esa estancia durante el tiempo que
hemos estado allí. —Corroboró Loren mirando de soslayo a Arthur y enseguida
esbozando una sonrisa—. Parecías curioso con ella.
Arthur alzó los ojos para cerciorarse que se refería a él y al verle mirarlo se
dio una patada mental por no haber estado un poco más atento a lo que ocurría
más allá de la joven.
—Quizás porque he llegado a la misma conclusión que tú. Se ha centrado en
ese animalito y lo demás parecía serle del todo indiferente.
Lucas soltó una carcajada.
–¿Lord Bremer no dijo que aún no le interesan los caballeros por considerar
que al haber sido recientemente presentada en sociedad no creía necesario pensar
en el matrimonio como algo prioritario? Sinceramente, lo que creo es que
simplemente le resultamos poco interesantes o atrayentes. Al menos las dos
hermanas mayores nos miraban con apreciación. La menor ni siquiera nos ha
dedicado una segunda mirada. Si se rige para sus dibujos en lo que le resulta
interesante, me temo que no nos veremos más en ellos. —Se rio—. Creo que mi
autoestima acaba de ser arañada por una jovencita indiferente del todo a mi
presencia.
Arthur frunció el ceño.
—Tampoco es que le resultásemos indiferentes.
Lucas se rio.
—Del todo indiferentes, amigo. Apenas si nos ha sonreído cuando nos ha
visto y después le ha dedicado más sonrisas a ese ajado mayordomo cuando le ha
llevado la comida para el perro, que a ninguno de nosotros. Sinceramente, no
recuerdo la última vez que una dama se mostró tan poco interesada en mi persona.
—No exageres, Lucas, ni que fueres irresistible para toda mujer. —Loren se
rio con sorna —. Aunque a favor de esta visita, he de decir que encuentro
deliciosas a esas tres hermanas, aunque especialmente a lady Coraline a la que aún
no atisbo a entender por qué todos sus hermanos la llaman Libby a diferencia de
las damas más mayores de la familia.
El comentario hizo que los dos amigos se detuvieren de golpe y lo mirasen
entrecerrando los ojos con preocupación.
—¿Lady Coraline? ¿Te has prendado de lady Coraline? —preguntó Lucas
tras unos segundos con tensa voz mirándole con evidente alarma en su tono y
gesto.
Loren se encogió de hombros.
—Prendado no, pero no he de negar que la encuentro una dama hermosa y
francamente interesante.
Tiene una inteligencia despierta y pícara que, desde luego, la aleja de la
mayoría de las debutantes insulsas y cabecitas huecas.
Esta vez fue Arthur el que gruñó y le miró con gesto severo.
—Por favor, Loren, aleja esa peligrosa inclinación y aún más peligrosa idea
de tu cabeza y procura mantenerte frío respecto a las tres hermanas y
especialmente de esa que tan interesante parece resultarte.
Loren soltó una carcajada.
—Dejad de mirarme cómo si hubiere dicho que pretendo lanzarme a una
enorme hoguera. Solo he reconocido encontrarla hermosa y con encanto, solo eso.
No creo que ninguno haya ignorado eso, como tampoco yo. Sois hombres vivos
con ojos y sentidos despiertos, no os comportéis frente a mí como corderitos
ignorantes del mundo que les rodea y menos de las damas que nos rodean.
Lucas sonrió con sagaz diversión.
—Bien, ciertamente estamos vivos y con los sentidos intactos, así que sí,
puedo reconocer que milady es hermosa. Las tres hermanas lo son, cada una en su
estilo, supongo. Sin duda, la pequeña es la única que parece ajena a esa creencia o,
al menos, esa impresión me ha dado. Más, aún con ello, he de reconocer que esos
ojos de color niebla en unos rasgos tan suaves y delicados, la hacen muy atractiva.
Arthur frunció mucho el cejo pues algo había en ese comentario que no
sabía por qué le irritaba sobremanera.
Cuando regresó solo, tras caminar con ellos, a la mansión de lord Willow, su
hermano lo esperaba en uno de los salones revisando el correo y las misivas de los
hombres repartidos por la ciudad que, esperaban, les diere alguna pista.
—¿Alguna novedad? —preguntó dejándose caer en uno de los sillones.
Su hermano alzó los ojos de los papeles y negó con la cabeza.
—Me temo que no. Aunque quizás habremos de mandar a alguien a la
morgue. En el atestado de la policía figura una mujer encontrada degollada en la
orilla norte del canal. Quizás hayan decidido eliminarla si han escuchado a
extraños por la ciudad preguntando por ella o buscándola…
Arthur frunció el ceño.
–Si eso fuere así habremos de dar por cierto que los responsables de este
embrollo no dudan en eliminar los rastros que puedan descubrirlos.
Al otro lado de Bath en la casa en Gay Street ocupada por lord Filmore se
desarrollaba una acalorada discusión entre éste y su socia, lady Archer, tras la que
ésta salió con gesto airado de la mansión.
Lord Filmore tiró del cordón de llamada y en cuanto apareció el
mayordomo espetó con rudeza;
—Traedme a Trenton de inmediato.
Para cuando llegó unos minutos después, milord estaba colérico gritándole
de inmediato que cerrase la puerta. Tras hacerlo lo miró con furia palpable en cada
parte de su cuerpo.
—Te dije cuando me advertiste que ciertos hombres buscaban a la señora
Smithy que te deshicieres de ella discretamente ¿y ahora descubro que su cuerpo
ha sido hallado al mediodía en el canal? ¿Qué parte de la palabra discreción no
entendiste, maldito estúpido? Se trataba de alejar las sospechas de nosotros no de
atraer la atención innecesaria de curioso. ¿Y si alguien la vio rondar mi casa y viene
la policía preguntando? Aunque no prueben su relación conmigo, sería una
atención no bien recibida y menos en este momento.
Trenton lo miró serio esperando que terminase de gritarle.
—Tuvimos que actuar deprisa. Dos de los hombres estuvieron a punto de
dar con ella. Debieron desprenderse las piedras que atamos para que se hundiere.
Pero recuperé el collar como me pidió. —Decía acercándose y entregándole el
collar que le quitó a la viuda una vez la hubo matado—. Con esto, ya no podrán
relacionarle con ella.
Lord Filmore lo tomó con brusquedad.
—Más te vale, pues para que lo sepas, tanto el asesinato como la alta
traición implican la horca de modo que no podemos correr más riesgos ni cometer
errores. Si sospecho que hemos dejado cabos sueltos te haré inmediato
responsable…
Trenton asintió con un tenso golpe de cabeza, aunque en su mente solo
bailaba la idea de que, si esa chica pudo describir a la viuda, era más que probable
que también a él y a Verner y de ser así iba a tener que solucionarlo antes de que
milord lo sospechare o lo mataría sin vacilar.
—Ve al punto de reunión de siempre y recoge el mensaje que nos ha dejado
nuestro socio.
Necesitamos terminar cuanto antes con este asunto… Cuando lo tengas,
regresa de inmediato y después informarás a milady.
Trenton asintió antes de marchar de la mansión e ir a hacer lo que le hubo
ordenado lord Filmore pero teniendo en la cabeza como única y urgente idea, la
necesidad de eliminar el cabo suelto que podría llevarlos a la ruina, especialmente
a él pues si no lo llevaba a la horca lo llevaría a las manos de Filmore que era más
despiadado aún que esa horca.
A la mañana siguiente, las tres hermanas se libraron de ir de nuevo a las
fuentes con las dos ajadas damas gracias a que Andrew se ofreció a acompañarlas a
las tiendas del centro para hacerse con algunas cosas para la nueva mascota de la
familia, aunque en el fondo lo que quería era no perder de vista a sus hermanas y
llevarlas, después, a algún lugar tranquilo en el que poder alentar a Leona a
retratar rostros de los últimos días.
Sentadas en relajada comodidad, tras las compras, en los bonitos jardines
del hotel Sydney y mientras Eliza y Libby parecían embebidas en una conversación
sobre un libro que, al parecer, las mantenía muy entretenidas, él animó a Leona,
con sutil destreza, a que se dedicare a dibujar.
—Oh, mirad. —La voz de Libby le hizo alzar el rostro hacia las escaleras de
la terraza y acceso a esa zona verde del hotel—. Creo que lord Dashwoth se dirige
hacia aquí. Quizás nos haya visto desde la terraza y desee saludarte, Andrew.
Andrew la miró con aparente indiferencia sabiendo que ese, y los caballeros
que con él iban en ese momento, conocían de antemano dónde se iban a encontrar
esa mañana. Esperó a que llegaren hasta ellos para ponerse en pie y hacer la
cortesía.
—Milores. —Miró tras tres de ellos sonriendo—. Señor Winston, qué
sorpresa encontrarnos.
—Diría que una afortunada sorpresa ciertamente, más, tampoco sería tan
sorprendente dado que Bath es un lugar bastante pequeño. —Respondió con una
sonrisa Lucas antes de girar hacia donde las tres hermanas permanecían sentadas
sobre la cuidada hierba e hizo una elegante cortesía ante ellas—. Miladies, es un
placer coincidir de nuevo… —las sonrió y giró un poco el cuerpo—. Al señor
Winston ya lo conocen, así como a lord Bromder, pero permitan les presenten a
nuestros otros acompañantes.
Lord Viscont y lord Brendel. Milores, les presento a Lady Eliza, lady
Coraline y Lady Leona, las hermanas de lord Bremel e hijas del vizconde de
Antonwe.
Los caballeros hicieron una cortesía mientras ellas les correspondían con un
suave saludo de cabeza.
Arthur miró a Andrew con una sonrisa amable.
—¿Nos permitirían acompañarles? Estamos haciendo un poco de tiempo
antes del té pues aún es temprano.
Andrew les señaló las mantas que hubieron extendido.
—Desde luego, por favor, siéntense.
Arthur se sentó entre Eliza y Leona que había apartado a un lado su
cuaderno de dibujo, pero mantenía al cachorro en su regazo.
—Observo, milady, que finalmente adoptaron la mascota.
Leona se rio suavemente girando el rostro a Andrew que se sentó junto a
ella.
—En realidad, ha sido una adopción algo forzada.
Andrew suspiró pesadamente.
—Da a las cosas su nombre, Leo. —Alzó los ojos a Arthur y añadió—. Me he
visto forzado a adquirir ese cachorro bajo cierto precio.
Libby se rio suavemente y se apresuró a decir.
—Uno de los guardias nos dijo que la perrita procedía de la casa junto a la
nuestra donde reside lady Condish cuya pareja de perros de agua, la pasada
semana, había tenido una camada y al enterarse que teníamos a uno de sus tres
cachorros nos exigía devolverlo.
—Presuman, caballeros, que milady lo único que deseaba era que cierto
hermano, obligado por las circunstancias, a la sazón tres hermanas insistentes y
tenaces, pagare un precio desorbitado por el peludo botín. –Señaló con un dedo el
regazo de Leona.
Leona se inclinó ligeramente y le besó por sorpresa en la mejilla.
–Nada es desorbitado cuando se trata de la felicidad de tus adorables
hermanas y más aún, de tu cordura. Después de todo, tres hermanas
desconsoladas por la pérdida de su pequeña Bathy habría sido un tormento difícil
de soportar, especialmente si te culpasen de esa pérdida.
Lo miró con traviesa picardía mientras él resoplaba.
—Tras ese desorbitado precio por mi estabilidad y cordura, espero seáis
conscientes de que me hallo libre de costear locura alguna de esas no
desconsoladas hermanas durante, al menos, el próximo mes.
Tenedlo presente para cuando se os ocurra vuestro próximo enredo.
Las tres le sonrieron con fingida inocencia.
—Por todos los cielos. —Masculló—. ¡Qué paciencia ha de tener un hombre
con tres hermanas pequeñas!
Leona alzó el perrito y lo puso frente al rostro de su hermano.
—Tres hermanas pequeñas y una perrita.
Andrew suspiró alzando los ojos al cielo. Leona se reía mirándolo mientras
volvía a acomodar a la perra en su falda.
—¿Entonces su raza es esa? ¿Perro de agua? —preguntaba Arthur
observándola con cierta incredulidad
—. Siendo tan pequeña, la verdad es que cuesta creerlo.
Leona le miró y después al cachorro que tomó entre las manos alzándolo
ligeramente para verlo.
—Hasta que vi a los perros de milady, no había visto ningún perro de esa
raza. Son graciosos. —Dio un beso al cachorro entre las orejas y la sonrió
divertida—. Vas a ser una perrita preciosa que me obligará a darte un baño día sí y
día también con tan espeso pelaje, pero será un pequeño precio para que estés
limpita y bonita.
—Estupendo, de modo que te acabas de responsabilizar voluntariamente de
bañarla cuando sea ya grande, bien —Sonrió satisfecha Libby.
Leona se rio.
–Pero tú le cepillarás el pelo.
Libby suspiró.
–Bueno, supongo que eso es mejor que acabar mojada de la cabeza a los pies
cada vez que vuelva a casa y madre se queje porque tiene barro en las patas.
Leona estiró el brazo y le pasó el cachorro.
—Con lo mandona que te vuelves diciéndonos qué ponernos, cómo
peinarnos y demás, te va a encantar tener una víctima que no se pueda quejar.
Libby se rio.
—Eres una impertinente, Leo, pero te perdono porque no me harás bañarla
a diario. —Alzó a la perrita poniéndosela ante los ojos—. Bathy, vas a ser la perrita
más acicalada de las islas.
Eliza se rio.
–Te prohíbo llenarla de lazos y flores como esas damas ajadas que llevan a
sus perros a pasear por toda la ciudad como si fueran niñas cursis llenas de lacitos
y encajes. Dan tanto miedo los perros como las damas.
Libby y Leona se rieron.
—Bien, bien. Nada de encajes, lazos, ni flores. Quedo advertida.
Se reía Libby dejando a la perrita en el centro de la manta donde se acurrucó
indiferente a quienes le rodeaban.
Andrew suspiro sonoramente.
–Y con esto, caballeros, es con lo que han de lidiar un pobre hermano como
yo y mi augusto padre, estando rodeado de damas con tendencias a ignorar
opiniones que no sean las suyas propias y, sobre todo, los sabios consejos de los
inteligentes varones de la familia.
Las tres se rieron mirándolo divertidas. Leona se inclinó y puso las manos a
ambos lados de las orejas de la perra fingiendo hacerla no oírle.
—No le escuches, Bathy. —Retiró las manos sonriendo como si nada—. No
somos tan irracionales, al menos no usualmente y no carecemos de la capacidad de
escuchar consejos sensatos ni seguir recomendaciones inteligentes. En realidad,
solo ignoramos o hacemos oídos sordos, como prefieras considerarlo, a aquello que
no merece la pena ser escuchado y menos aún tenido en consideración, cuanto
menos obedecido.
Eliza y Libby se reían lanzando miradas de sorna a su hermano que las
miraba con resignada paciencia.
—¿Puedo preguntar de quién es el cuaderno? —inquirió Aldo al fin
señalando el cuaderno abierto cerca de Leona.
—Mío. —Respondió ruborizándose y lanzando una rápida mirada a su
hermano.
—¿Os importa que lo vea, milady? Siempre he admirado las personas
capaces de recoger la naturaleza y el mundo que les rodea.
Leona miró de nuevo a Andrew que se encogió de hombros. Leona suspiró
tomando el cuaderno y cediéndoselo.
—Apenas si lo he comenzado, milord.
Andrew se apresuró a mirar a Aldo y decir.
—Mi hermana suele acabar rápidamente con un cuaderno de dibujo,
milord, de hecho, acabó uno nada más llegar a Bath.
Aldo asintió con una media sonrisa en la que claramente le decía que
entendía lo que intentaba decirle. Enseguida se centró en el cuaderno pasando las
hojas de las últimas a las primeras. Sonrió al ver una escena de la tarde anterior. Se
lo mostró con disimulo a Arthur y a Albert.
—Sois muy hábil, milady. Retratáis muy bien a las personas a vuestro
alrededor.
—Gracias. —Murmuró avergonzada mirando a Andrew que le sonreía
como si nada.
—¡Qué personaje tan poco tranquilizador! —señaló tras unos minutos con
supuesta e inocente curiosidad señalando unos dibujos del principio.
Leona frunció el ceño esperando que le mostrase a cuáles se refería y al alzar
el dibujo le mostró el primer dibujo de ese cuaderno, ya que lo hizo justo porque se
le acabó el otro cuando hubo dibujado en la última hoja de cuaderno anterior al
otro hombre que le acompañó.
—Ahh sí, sí, era un hombre que acompañaba a otro con el que Libby y yo
tropezamos el día siguiente a nuestra llegada. —Miró a su hermana —. ¿Recuerdas
aquél hombre con el que tropezaste a la salida de la librería?
—Oh sí, fue muy rudo y tosco. Tenía un aspecto algo amenazador. No se
disculpó a pesar de que casi me tira al camino, pero no me atreví a decirle nada.
Realmente daba un poco de miedo.
Leona miró a Aldo para decir:
–Ese hombre que mostráis, lo esperaba al otro lado de la calle.
Desaparecieron enseguida. Supongo que eran ladrones callejeros de esos que
toman la bolsa de los que les rodean sin que uno apenas si lo note porque parecían
tensos y se apresuraron a escurrirse entre las callejuelas.
Arthur la observó unos instantes entrecerrando los ojos. Para parecer tan
despistada y ajena a lo que ocurría alrededor esa joven era muy observadora,
prueba de ello es que, a pesar de creerla ajena a lo que ocurría en la tarde anterior,
hubo dibujado al detalle la escena del té con ellos cuatro muy bien representados
en esa hoja que Aldo les había mostrado discretamente.
—No es muy cortés retratar a alguien sin su consentimiento y menos a
desconocidos, pero supongo que ningún daño hago si nadie lo ve.
Aldo le devolvió el cuaderno con una sonrisa.
–También dibujáis con destreza la flora y algunos pájaros.
Eliza se rio suavemente.
–Eso solo lo hace para cuando se acerca mi madre o mi tía mostrarles esos o
dejar el cuaderno abierto en esa página para que no la reprendan.
Leona la miró ceñuda.
–Te recuerdo que esa idea partió de ti, delatora.
Eliza le dedicó una sonrisa complacida.
—Soy una dama muy inteligente.
—Sibilina. —dijo Leona.
—Manipuladora. —Añadió Libby.
—Supuestas cualidades, todas ellas, de las que adolecéis las tres, no
intentéis negarlo. — añadió Andrew que alzó los ojos a la terraza—. Bien mis
inteligentes, manipuladoras y sibilinas hermanas ¿Os placería un pequeño receso
en vuestros enredos mientras descansamos ante una agradable taza de té y algunos
bocadillos? —lanzó una mirada a los cinco caballeros—. Caballeros, ¿gustan
acompañarnos?
Se puso en pie y ofreciendo la mano a Leona para ayudarla a incorporarse
mientras esta se apresuraba a guardar en su bandolera, sus enseres y a tomar en
una mano a la perrita. Loren le ofreció el brazo a Libby y Arthur a Eliza, mientras
que Andrew se hubo asegurado de tener a su hermana menor con él.
Durante el té, procuraron derivar las conversaciones a temas inocuos, pero
Arthur pudo observar con detalle cómo Andrew vigilaba especialmente a la
menor, como si temiese por ella incluso más que por las mayores y como en la
tarde anterior, se mantenía más reservada que las hermanas, más ajena a ellos e
incluso a las conversaciones pero empezaba a comprender que lo que antes tildaba
de despiste y concentrada indiferencia, no era sino un mecanismo de defensa de la
menor de las hermanas pues a buen seguro sería capaz de reproducir lo que
hubiere despertado de modo directo o indirecto su interés en ese rato y no solo en
la mesa que ocupaban ellos sino en las que les rodeaban.
—Andrew. —Leona se inclinó ligeramente hacia él—. Voy un momento a la
sala de descanso de las damas.
Andrew la miró un instante pensativo.
—Te acompaño.
—¿A la sala de las damas? —preguntó alzando las cejas—. Solo voy a
lavarme las manos, no quiero que mamá vea restos de carboncillo cuando
regresemos. No tardo más que un segundo. La sala está al otro lado del hall, no
temas, Dora me acompañará. Dejo aquí la bandolera y —Le tomó una mano
abriéndosela poniendo la palma hacia arriba depositando en ella al cachorro —. Te
dejo al cuidado de Bathy.
Andrew gruñó— Leo. —Masculló.
Cuando ella se levantó, lo que de inmediato hicieron los caballeros por
cortesía, Arthur se inclinó ligeramente hacia él viéndola alejarse con la doncella
siguiéndola de cerca.
—¿Creéis buena idea dejarla ir solo con la doncella?
—Solo va al otro lado de este salón, a la sala de las damas.
Arthur asintió, pero sin embargo se pasó los siguientes minutos mirando de
soslayo el lugar por el que hubo salido. Cuando regresó y se sentó de nuevo junto
a su hermano parecía meditabunda, pero para dejar de centrarse tanto en la joven
decidió centrarse en la otra hermana sentada a su derecha, Eliza.
Cuando se despidieron pudo comprobar cómo Andrew le pasaba
disimuladamente una hoja que hubo arrancado del cuaderno a Aldo. Una vez el
carruaje de la familia se alejó miró a Aldo señalando el papel que sostenía entre los
dedos.
—¿El dibujo de ese personaje por el que preguntabas?
Aldo asintió.
–No podría aseverarlo, pero de algo me resulta familiar este individuo…—
respondía con los ojos fijos en el dibujo antes de pasarlo a los demás—. Quizás de
haberlo visto en algún momento en el camino o quizás en otro sitio y puede que
solo sea un individuo más del montón, pero la verdad, ha despertado mi
curiosidad.
Lucas fijó la vista en Arthur no en el dibujo pues leía una nota que le acaba
de entregar su mozo.
—¿Qué ocurre?
Arthur negó con la cabeza.
–No estoy seguro, pero Lady Leona percibe lo que ocurre a su alrededor
mejor de lo que creemos e incluso diría mejor de lo que ella cree y si no soy el
único que lo ha notado, corre grave peligro. —Le entregó la nota—. Es de Bennet.
La mujer que encontraron en el canal a mediodía es la mujer que buscábamos, la
del dibujo.
Esto hizo que todos lo mirasen excepto Lucas que leía la nota.
—Es decir, que quién sea, ha averiguado que la buscábamos y si sospecha,
como la intrusión en la mansión de Lord Bremer demuestra, que fue lady Leona la
que la describió y que puede identificar al resto de los participantes de este lío,
pueden intentar también acabar con su vida. Tu hermano dice que apareció
degollada. —Alzó la vista por fin y lo miró—. Es decir, que no dudan en ser
despiadados y demuestran sangre fría.
—¿Se sabe quién es la mujer? —preguntó Albert—. Quizás si supiéremos
quién es y con quién se relaciona, diéremos con sus compinches.
Aldo asintió mientras decía:
–Deberíamos intentar averiguarlo y mientras vigilar a esa joven, aunque, la
verdad, dado el peligro, me inclino por plantear a lord Bremer la posibilidad de
contar la verdad a milady para que nos ayude sin engaños ni subterfugios. Ahora
no es solo el tiempo lo que nos urge, sino la necesidad de desenmascararlos antes
de que dañen a la joven o a alguien de su familia.
Lucas y Arthur intercambiaron una mirada. Lucas guardaba la misiva en el
bolsillo de su chaqueta mientras decía serio:
—Me temo que si seguimos sin avanzar nos veremos en la tesitura de
proceder de ese modo tan abierto para con ella.
Arthur lo miró con gesto tenso.
—Lo que la colocaría, seguramente, más directamente en peligro.
—No, si nos ocupamos de protegerla, a ella y a sus hermanas.
Arthur suspiró pesadamente.
—Si nos hallásemos en esa tesitura, informaré sin ambages a lord Bremer y
que sea él el que tome la decisión que afectará a las damas de su familia. De
momento, será mejor que intentemos lograr algo en el baile de esta noche.
Esa misma noche, en el baile, Leona se encontraba junto a su madre y su tía
que departía con una ajada pareja cuyos nombres no llegó a oír que si en cambio,
que procedían de un lugar cercano a Newcastle. Llevaba ya diez minutos ajena a la
conversación pues era francamente tediosa y no podía alejarse sin más,
disculpándose, pues sus afortunadas hermanas se encontraban bailando con
sendos caballeros que les habían pedido bailar y Andrew parecía entretenido con
una dama a la que debía conocer pues parecían mantener una conversación muy
cercana y privada. Este pensamiento le hizo fruncir el ceño. ¿Sería quizás una de
esas mujeres casadas o viudas con las que los caballeros solían compartir ciertas
familiaridades? Y de ser así ¿Las compartiría con Andrew? Suspiró por tercera vez
en pocos segundos intentando disimular su aburrimiento y lo peor intentando
encontrar el modo de alejarse de su madre, su tía y de esa pareja que seguro sería
encantadora, pero en ese momento, querría darles a todos con un candelabro en la
cabeza si con ello lograba huir.
Justo cuando empezaba a esbozar una sonrisa ante la idea de blandir un
candelabro y golpear a diestro y siniestro alzó los ojos hacia el piso superior de ese
enorme salón, al corredor de la segunda planta que lo rodeaba, vio de refilón una
mujer que caminaba hacia uno de las grandes puertas que daban a las escaleras de
acceso del salón. Se la quedó mirando unos segundos, pero sin darse ni cuenta
comenzó a recorrer el salón por uno de los laterales siguiéndola, intentando no
perderla.
Subió las escaleras de mármol que daban a esa planta y por unos segundos
la hubo perdido. Miró en derredor al llegar al último escalón. Solo podía haber
salido por la puerta doble que daba al salón de esa segunda planta así que las
atravesó y caminó en su busca. Tras unos minutos casi a la desesperada la vio
saliendo del salón en compañía de caballero. Maldita sea, solo quería verle el
rostro… se decía mientras se apresuraba para alcanzarla. No, no, no… cuando
llegó al otro salón, resultó ser uno de los vestíbulos y solo había un par de parejas y
algunos lacayos. Salió y vio un carruaje alejarse justo cuando consiguió llegar a las
escaleras de salida. Se le hubo escapado por los pelos… Estaba segura que era la
dama de la posada, la que Andrew quiso que le señalare si la volvía a ver.
—Demonios. —Murmuró mirando el carruaje alejarse calle abajo.
—Eso no es muy delicado, milady.
La voz grave la hizo girar de golpe encontrándose a Arthur, Bennet y Albert
que la miraban con mucha curiosidad. Leona se ruborizó como una amapola
apresurándose a hacer una rápida reverencia.
—Milores.
—Lady Leona. —La sonrió Arthur tras una suave inclinación—. ¿Sería en
exceso grosero preguntarle por el motivo de su arrebato?
Leona no pudo evitar esbozar una sonrisa que rápidamente disimuló.
—Creo que mi madre lo habría llamado una completa pérdida de papeles,
pero me gusta más su forma de describirlo, milord. “Arrebato”, suena
melodramático, pero no demasiado descortés, gracias. —Negó con la cabeza antes
de volver a mirarles—. ¿Podría yo preguntarles si alguno ha visto a la dama y al
caballero que han subido al carruaje que acaba de alejarse?
Arthur frunció ligeramente el ceño, pero negó con la cabeza.
—Lo lamento, milady, me temo que venimos justo del otro lado.
Leona suspiró.
–No importa, era solo curiosidad. —Los miró al tiempo que giraba y
comenzaba a subir las escaleras de nuevo—. Creo que será mejor que regrese antes
de que mi madre piense que me he dado a la fuga sin siquiera tener la amabilidad
de informarle de ello.
Bennet soltó una carcajada apresurándose a ofrecerle el brazo.
–Permitid que os devuelva a las manos de la abandonada vizcondesa e
incluso podría serviros de coartada.
Leona se rio.
—¿Creéis que eso me salvaría, milord? Me temo que eso solo os hará
también a vos objeto de sus idus.
Arthur y Albert les seguían entrando de nuevo en los salones de la segunda
planta.
—¿Qué ocasionó vuestra curiosidad, milady?
Leona se detuvo y giró el cuerpo para mirar a Albert que era quién hubo
formulado la pregunta.
—Pues, mi hermano me hubo pedido que si veía aquí a una dama con la
que creo coincidimos de camino a Bath, se la señalare y creo que era ella, pero,
como entonces, no he podido verle el rostro, solo que llevaba un vestido borgoña.
Es un fastidio.
—Bueno, no pierda la esperanza. Bath es una ciudad pequeña en la que
irremediablemente acaban sus habitantes coincidiendo, seguro volvéis a coincidir
con la dama en cuestión. —La sonrió Bennet intentando disimular—. ¿Vamos,
milady? —Le ofreció de nuevo el brazo—. Los idus de una madre cruelmente
abandonada nos esperan.
Leona se rio suavemente.
—Que rápidamente os prestáis a una tortura voluntaria, milord. O sois un
loco o un inconsciente.
Bennet se rio.
–Creo que son la misma cosa, milady ¿Qué diferencia puede haber entre
ambos?
—Oh, desde luego que hay diferencias, milord. Un inconsciente no ve
peligro y, por lo tanto, incluso aunque se lance a él, no lo aprecia. Un loco, por el
contrario, lo ve, pero se muestra indiferente al mismo y, por lo tanto, también se
muestra presto a ese peligro pues no le importan las consecuencias del mismo.
Bennet sonrió.
—Según esa definición, milady, ¿Qué soy yo, un loco o un inconsciente?
—Me temo que un loco, milord, pues conocéis el peligro, ya que yo os lo he
advertido, y aun así os lanzáis a él de cabeza y voluntariamente. —Chasqueó la
lengua—. Un loco cuya locura, además, ignora, lo que os convierte en un loco
inconsciente, el peor de todos.
Esta vez fue Arthur el que soltó tras ellos una carcajada.
—Ha visto en ti como en un libro abierto, Bennet. Milady te ha descrito con
una exactitud encomiable.
Loco inconsciente, ¿se puede ser algo más peligroso?
—Yo diría que aquél que sigue al loco inconsciente podría ser tachado de
ese “más peligroso” pues conoce la grave tara del loco y su inconsciencia y aun así
lo sigue al peligro y, encima, con el grave añadido de hacerlo con sorna ante su
proceder… — respondió Bennet mirándole por encima del hombro remarcando
que él y Albert les seguían a través del salón.
Leona se rio.
–Indudablemente, vuestra familia adolece de una grave tara en varios de
sus miembros.
Esta vez fue el Albert el prorrumpió en carcajadas.
—¿No es preocupante que haya dos hermanos más en tal familia, milady?
—preguntaba con socarronería sin parar de reírse.
—Mucho, no hay duda, preocupante en extremo, especialmente para
vuestros pobres padres que deben preguntarse a diario qué error cometieron en el
pasado para tal tormento en el presente.
Arthur se rio.
—Trasladaré a los duques vuestra preocupación, milady, tenéis mi palabra.
Eso la hizo detenerse y mirarle ruborizada.
—Supongo que es justo castigo por mis burlas, milord.
Arthur sonrió y enseguida miró por encima de su hombro viendo a Andrew
apresurarse hacia ellos con evidente preocupación dibujada en cada gesto de su
rostro.
—Leo, ¿Dónde estabas? Me he vuelto loco de preocupación al no hallarte. —
Decía nada más alcanzarlos tomando su mano.
—Lo siento, Andrew, Lamento haberte preocupado. Creo haber visto a la
dama de la posada. He intentado alcanzarla, pero se ha marchado antes de poder
verle el rostro y tampoco he alcanzado a ver blasón alguno en el carruaje y los
palafreneros y el carruaje no llevaban librea así que sigo sin saber quién es.
Andrew suspiró lanzando una disimulada, pero significativa mirada a los
caballeros.
–No importa, pero hazme el favor de no volver a desaparecer sin decir a
nadie dónde o con quién vas.
Leona se rio suavemente.
—Está bien, pero debes reconocer que exageras un poco. Estamos en el
Assambly Room, no hay ni un rincón en este lugar no ocupado por invitados y
lacayos. Poco o nada podría pasarme, a salvo perderme en un mar de sedas, tules y
echarpes.
Andrew sonrió negando con la cabeza.
–Está bien, quizás me haya alarmado desproporcionadamente. —Giró el
rostro al fin y sonrió a los tres caballeros —. Milores.
—Lord Bremer. —Se apresuraron a corresponder la cortesía que él les hacía.
—Nos dirigíamos precisamente a devolver a manos de su madre a la oveja
descarriada y a saludar a las damas de su familia como corresponde. —Bennet
sonrió con relajada diversión.
—Ahora sí que os merecéis los idus de mi augusta madre, milord. Tildarme
de oveja y descarriada nada menos. –Chasqueaba la lengua negando con la
cabeza—. Eso es muy poco halagador.
Bennet se reía mientras Andrew, ya con la mano de su hermana en su
manga giraba y echaba a andar en dirección al otro lado del salón.
—Sí, qué osadía considerarte a ti una oveja descarriada. Tú que siempre te
encuentras donde debes, junto con el resto del rebaño. —Andrew la miraba con
traviesa sonrisa.
—Andrew. —Se quejó—. Quizás te someta también a cierta dosis de
tormento haciendo partícipes a madre y tía de tu consideración de las damas de la
familia como un rebaño.
Andrew se rio.
—No creo que pudieren negar tal apreciación pues, me temo, nuestra madre
y nuestra tía son conscientes de que en la mayoría de las ocasiones me obligáis a
actuar como un fiero pastor que no intenta sino mantener juntas y a salvo a sus
rebeldes ovejitas.
Leona resopló.
—Realmente eres un mal hermano mayor. Tildándonos de ovejitas rebeldes
ante los demás no conseguirás que nadie nos estime como unas damitas
encantadoras, dignas de admiración y devoción y menos habiendo tantas otras
ovejitas en el amplio y saturado mercado matrimonial.
Andrew soltó una carcajada.
–Cierto. Reconozco mi error. Más, dime, querida ovejita, ¿desde cuándo
prestas tú atención a tal mercado?
Leona sonrió alzando la barbilla orgullosa.
–Tengo dos hermanas mayores en ese mercado. Solo es fraternal solidaridad
para con ellas.
Andrew sonreía negando con la cabeza.
–Ya decía yo.
Alcanzaron por fin, el lugar en el que se encontraban su madre y su tía, ya
con Libby y Aliza de regreso.
—Madre, tía, les traigo unos caballeros que desean saludarlas. —Dijo
Andrew permitiendo a éstas mirar a los tres recién llegados—. A lord Bromder y a
Lord Alwils ya los conocían, más, permitan presentarles a su acompañante, Lord
Albert Brendel, conde de Brendel.
—Miladies. —Las saludó Arthur con formal cortesía—. Un placer volver a
encontrarlas. —Giró con ese encanto que desplegaba ante las damas, sabiendo que
sus ojos verdes y sus sonrisas seductoras hacían las delicias de las damas, sobre
todo de las madres casamenteras y de sus casaderas hijas fijando los ojos en la
mayor de las hijas—. Miladies, están encantadoras esta noche.
Mientras Eliza y Libby hacían una cortesía sonriendo de oreja a oreja, Leona
lo miró frunciendo el ceño, << vaya, pues sí que sabe desplegar sus encantos cuando le
interesa una dama>> pensaba fijándose en la mirada y la sonrisa que desplegaba
ante Eliza.
Durante unos minutos, tanto las damas como los caballeros, intercambiaron
las típicas frases de rigor en ese tipo de situaciones mientras ella del brazo de
Andrew veía acercarse al ajado interventor, lord Shefield, un caballero ya muy
mayor con gusto por flirtear con todas las jovencitas que se pusieren a su alcance y
del que sabría no podría escabullirse pues nada más llegar al baile tropezaron con
él y su madre no tuvo mejor ocurrencia que aceptar, sin darle a ella oportunidad
alguna de negarse, un baile con ella y mucho se temía en esos instantes, iba a
reclamar dicha deuda. Gimió observando cómo se acercaba con decidido paso a
pesar de su más que palpable avanzada edad. Andrew que tras escuchar su
gemido bajó los ojos a ella, sonrió al seguir la dirección de su mirada.
—Solo es un baile, Leo, y cuando termine quedarás libre para corretear libre
de tormentos por todo el salón, cual ovejita alocada. —Decía inclinándose un poco
para que no la oyese todo el mundo.
Leona alzó los ojos hacia él dedicándole una furibunda mirada que lo hizo
sonreír.
—Muy gracioso. Podrías haberme ayudado antes y haber impedido que
madre aceptase ese baile en mi nombre. Siempre ocurre igual, siempre acabo
bailando con caballeros que podrían ser mis bisabuelos, aunque eso sí, con la
osadía de un jovenzuelo.
Andrew se reía enderezándose a tiempo de saludar al recién llegado
poniendo en sus manos a su malhumorada hermana menor cuando sonaron los
acordes que avisaban del comienzo de un nuevo
baile. Arthur por su parte, dadas las circunstancias, consideró conveniente
hacer lo propio con la hermana mayor, de modo que sacó a la pista a lady Eliza,
mientras que Albert lo hizo con lady Coralina tras susurrar a su hermano que
intentare averiguar quién era la dama a la que seguía Leona cuando la encontraron
y quizás el caballero, que, según ella, le acompañaba y que informase de ello a
Lucas y los demás que estaban desperdigados por esos salones en esos momentos.
En esos instantes, en un rincón de uno de los salones donde los caballeros
jugaban a las cartas, a lord Filmore le era entregada por uno de los lacayos una
nota.
“Parto con nuestro enlace. Mañana espere mi llegada en su casa. LA”.
Sonrió pues, al menos, algo salía bien ese día. Lady Archer se reunía con el
mensajero de su cliente para acordar el lugar y punto de entrega de la mercancía y
sobre todo el precio de sus servicios. Con suerte saldrían de allí en pocos días con
una fortuna con la que liquidar por fin sus deudas de juego demasiado elevadas
por esa maldita racha de mala suerte que le hubo acompañado en las últimas
semanas pero que por fin parecía dejar atrás tras su golpe. Alzó la vista de la mesa
de juego y miró disimuladamente en derredor. Quizás podría celebrar su
recuperación de efectivo y de buena suerte con alguna viuda complaciente de las
presentes en el baile… enseguida desechó la idea << demasiadas complicaciones.
Mejor acudir a su burdel habitual frente al puente del canal. Menos preocupaciones y
menos preguntas…>> Tras la mano, se levantó de la mesa de juego despidiéndose de
los caballeros presentes y marchó de la fiesta con la mente ya fija en su próximo
destino. Aún sonreía ante la idea cuando se detuvo y se apartó a un rincón del
salón que atravesaba en ese momento al ver al otro lado una cara familiar. <<
Maldita sea, estaba en lo cierto, esos malditos bastardos están de caza>> masculló
mientras fijaba sus ojos en dos caballeros << Dashwoth y Viscont… diablos… ¿cuántas
posibilidades había que se hallaren en Bath por un asunto distinto a su robo? Pocas o
ninguna>> meditaba con los ojos clavados en los dos caballeros y sus
acompañantes, que en ese momento eran varias damas de esas que seguramente
intentaban atraerlos a su cama a cómo diere lugar. Se deslizó con sigilo hasta la
salida y se apresuró a salir del salón esperando que no hubieren reparado en él ni
en esos momentos ni antes. Tendría que hablar con lady Archer y de nuevo
prevenirla respecto a ellos. Esperaba que no la hubieren visto y menos en
compañía del intermediario. Aun desconociendo lo que pudieren hacer, esos tipos
era unos sabuesos difíciles de engañar, menos si sus sospechas se centraban en
alguien. Bien lo sabía él que en el pasado vio frustrado dos buenos golpes por su
culpa, librándose de ser cogido por ellos por los pelos, que no así uno de sus socios
a los que liquidó justo a tiempo evitando que le delatare. Iban a tener que proceder
con más sigilo esos días y evitar su atención a como diere lugar.
Tras bailar con lady Eliza mirando de soslayo como Leona se dedicaba a
soportar con estoicismo los intentos de acercamiento del senil, pero algo ligero de
manos, Lord Shefield, bailó con Lady Coralina, como así lo hicieron, con ambas, un
poco más tarde Bennet, Loren e incluso Aldo, cuando saludaron a la vizcondesa y
su cuñada mientras él y Albert recorrían de nuevo los salones.
Al final de la velada, tras despedirse de la familia de Lord Bremer, se
molestó consigo mismo consciente de que no hubo bailado con la menor de las
hermanas, de hecho, salvo Albert, ninguno de ellos, pues todos se centraron en las
dos hermanas mayores, lo que para su sorpresa no pareció molestar ni siquiera
sorprender a Leona, como si no le importase quedar relegada y en manos de su
madre y tía mientras sus hermanas bailaban con uno u otro caballero. Miraba por
la ventanilla del carruaje que les llevaba a uno de los clubs de la ciudad donde
seguirían la noche en busca de pistas e información, meditando sobre ello sin darse
cuenta de que fruncía el ceño con enfado.
—¿Qué te hace poner esa cara? —le preguntó Lucas sentado frente a él
sacándole de golpe de sus divagaciones.
Fingió y simplemente negaba con la cabeza.
—Solo meditaba sobre las pistas que tenemos. Buscamos al menos dos
aristócratas, sin saber si son hombre o mujer, pero sí que tienen contactos o
relaciones tanto dentro de la buena sociedad como lejos de ella. También tenemos
esa mujer muerta y el collar que milady describió llevaba en su cuello el día de la
posada. El personaje del dibujo que Aldo —miró a su derecha donde iba sentado el
mentado— cree que quizás sea interesante a nuestros fines. También esa dama con
un traje borgoña que, de nuevo, milady ha descrito pero cuyo rostro e identidad
desconoce. Tenemos muchas pistas, pero ninguna de la que aún podamos tirar del
hilo… es un poco frustrante.
—Aún podemos encontrar algo en el cuaderno de lady Leona, el que
contenía los dibujos de la posada.
—Intervino Aldo tranquilo—. Habremos de encontrar una ocasión para
echarle un vistazo…
Lucas asintió –Cierto. Además, Lord Bremer ha asegurado que mañana se
llevará lejos de los ojos de su madre a la menor de sus hermanas y la alentará a
pintar no solo a la dama que la tiene intrigada sino personajes de los pasados días.
Mientras, quizás, averigüemos la identidad de la mujer asesinada y podamos
seguir esa pista.
—Sí, bueno, supongo que algo es algo, al menos tenemos más que cuando
llegamos. —Se conformó él.
—Mañana, Bennet, Lucas y yo acompañaremos a lord Bremer y sus
hermanas. Nos hemos ofrecido a hacerle de guía en su visita al Sudeley Castle.
Arthur alzó las cejas con evidente extrañeza.
– ¿Lord Bremer las lleva a Cotswolds para alejarlas de la vigilancia de su
madre o como medio para alentar que, mientras unas hermanas se entretienen
visitando los jardines y el castillo, él pueda conseguir aguijonear a la menor con el
dibujo para sus intereses?
Lucas soltó una carcajada.
–Veo que lo has comprendido. Mientras nosotros, serviciales caballeros
ofrecidos como fieles acompañantes, mantendremos ocupadas a las dos mayores,
él se encargará de la menor.
Arthur frunció el ceño.
—Mientras, Albert y yo seguiremos intentando averiguar la identidad de
esa mujer y buscar a ese personaje del dibujo que, ciertamente, me tiene intrigado.
Tú, supongo, permanecerás con nosotros en Bath.
Arthur entrecerró los ojos unos instantes.
—Creo que acompañaré a lord Bremer. Tres hermanas son muchas a las que
vigilar y mantener a salvo, sobre todo, si separa a unas de otras.
Lucas soltó una carcajada.
—¿He de entender que no nos consideras a Loren, Bennet y a mí, lo bastante
hábiles para esa tarea sin necesidad de tu ayuda, arrogante amigo?
Arthur sonrió malicioso devolviéndole sus palabras al decir con sorna:
–Veo que lo has comprendido.
Trenton, apostado en una esquina lejos de los posibles ojos de los
viandantes y de los curiosos, permanecía a la espera de la llegada de esa mujer y
sus hermanas a las que había seguido a primera hora de la noche al baile en el
Assambly Room. Esperaba poder escuchar de los lacayos o del cochero qué planes
tenían para el día siguiente y, con suerte, abordar a esa mujer cuando se encontrase
en algún momento sola o, por lo menos, apartada de los demás.
Tenía que eliminarla, pero no podía hacerlo abiertamente así que se le
ocurrió encargárselo a Verner con lo que eliminaba dos pájaros de un tiro. Sería él,
si llegare alguien a verlo, al que buscarían y tras eliminar el obstáculo de la mujer,
él lo eliminaría a él, asegurándose de que milord comprendiere que ese estúpido
eliminó en un arrebato a la mujer pensándose descubierto. Sonreía ante su idea
cuando los oyó por fin regresar a la casa y descender en dos carruajes… Esperó
que entrasen en la casa y siguió con sigilo a los cocheros y mozos a las cuadras.
Uno de ellos dijo que a primera hora debían preparar el coche para ir a las termas.
Gruñó, ese era un lugar de imposible ejecución de sus planes y ya se marchaba
pensando tener que buscar otra ocasión cuando escuchó a otro cochero decir que
milord y las jóvenes marcharían a una visita a Cotswolds. Se escabulló de allí y
caminó por las calles de Bath de regreso a la habitación que ocupaba en la pensión
cercana a la casa de su jefe. Cotswolds, eso daba muchas ocasiones para actuar.
Tendría que darle órdenes tajantes a Verner para que el muy estúpido no emplease
su imaginación ni improvisase lo que podría desbaratar sus planes… sí, allí podría
intentar abordarla lejos de los demás en algún momento de descuido y regresar
corriendo a Bath donde él esperaría a ese estúpido y tras cerciorarse de que
hubiese cumplido sus órdenes, matarlo y librarse de ese lastre peligroso. Ya
después se encargaría de que milord viese su acción como necesaria sin entrar en
detalles que en nada le beneficiarían frente a su iracundo jefe…
Por la mañana, muy temprano, tras despedirse de su madre y su tía,
Andrew apresuró a sus hermanas pues si querían aprovechar el día debían salir
antes de que las calles se llenasen de carruajes y las carreteras de carretas con heno
o de productos para los mercados.
Esperaba, de un momento a otro, la llegada de los caballeros que les
acompañarían a caballo y puesto que irían en un carruaje abierto para disfrutar del
paisaje, estaba seguro eso facilitaría un paseo agradable y que Leona se animase a
dibujar para después poder guiarla con sutileza a lo que quería que pintare.
—Milord.
La voz de Dorson le hizo alzar la vista hacia la puerta del salón.
—Lord Bromder, lord Bennet, lord Dashwoth y el señor Winston acaban de
llegar.
Andrew asintió:
–Acompáñeles hasta aquí y avise a al cochero y los palafreneros que
marchamos en unos minutos y, por favor, avisad a miladies que hemos de partir
en breve.
—Sí, milord.
Tras las cortesías y los saludos de rigor, Andrew llevó a los caballeros al
vestíbulo pues las doncellas acaban de bajar indicándole que sus hermanas ya
estaban listas. Cuando se reunieron con ellos en el vestíbulo, sonrió al ver que
Leona no solo llevaba su bandolera, lo que suponía que llevaba sus enseres de
dibujo, sino, además, entre las manos al cachorro.
—¿No preferirías dejarlo cómodamente en tu dormitorio?
Miraba sus manos cuando la tuvo frente a él mientras sus hermanas
correspondían las cortesías y saludos de los caballeros.
—¿Y privarle de un bonito paseo al aire libre y corretear por los jardines del
Sudeley Castle?
—Leo, —contestaba deslizando un dedo por la cabecita del cachorro—, aún
no da ni dos pasos sin caerse, ¿cómo esperas que corretee?
Leona le sonrió con feliz tranquilidad mientras le contestaba:
—Bien, pues yo corretearé y la llevaré conmigo.
Andrew suspiró.
—Ni se te ocurra ponerte a corretear sin ton ni son que ello me obligará a
correr tras de ti.
Se rio divertida y negó con la cabeza.
—Procuraré contener mis ansias de libertad, más, no prometo no intentar
huir de ti a la menor ocasión.
Andrew gruñó y miró a sus hermanas diciendo con voz de mandato
resignado:
—Bien, ¿Podemos ya marchar?
Todas asintieron riéndose y en escasos minutos se hallaban las tres
acomodadas en el carruaje sin capota junto a Dora y Lucille, con todos los
caballeros en sus monturas. Durante el camino, Eliza y Libby mantenían, en
ocasiones, algunas breves palabras con los caballeros cuando acercaban sus
monturas, en cambio, Leona parecía inmersa en sus pensamientos la mayor parte
del tiempo.
Arthur la iba observando todo el camino, curioso ante una joven tan poco
interesada en captar la atención de los caballeros que supo, la noche anterior, no le
resultaban ajenos por cómo se ruborizaba en alguna ocasión, no solo cuando le
hacían algún cumplido, sino incluso ante algunos gestos que sus amigos y el casi
que hacían de manera innata ante las mujeres.
Cuando casi habían llegado a su destino, vio a la joven por fin prestar más
atención a lo que le rodeaba con despierta curiosidad.
—Andrew. —Llamó a su hermano que enseguida se colocó a su lado—.
¿Podríamos comprar un poco de la compota que tía Evelin dice fabrican en una de
las granjas de la zona y que venden en nuestro destino?
Su hermano sonrió observándola desde su caballo que hubo colocado junto
al carruaje tras llamarlo.
—¿Puedo saber a quién pretendes sobornar con dicho producto?
Leona le lanzó una inocente mirada de incredulidad.
—¿Sobornar?
—Leo, querida, —comenzó a decir con cierto tonillo de suspicaz diversión—
, de sobra sé que a ti no te gustan ni las compotas, ni las mermeladas ni las cremas
de frutas, de modo que, ese deseo de hacerte con tal compota solo puede deberse a
que deseas comprarlo para alguien en particular, y siendo así, y como te conozco
sobradamente, sé con seguridad que se debe a que o bien quieres compensar algún
favor, o bien prevés alguna maldad que requiere la colaboración del posible
destinatario o destinataria de tal frugal dulce.
Leona resopló y lo miró con supuesta indignación al decir:
–¡Qué mal concepto de mí tienes, Andrew! Presumes que todas mis acciones
tienen algún propósito.
No, no, propósito no, maquinación que es aún más insultante.
Su hermano sonrió deslizando entonces los ojos a las dos doncellas que
supo enseguida que serían las destinatarias de ese supuesto soborno. Sonrió más
ampliamente desviando de nuevo los ojos a su hermana pequeña.
—¿Y bien?
—Andrew, de veras me siento ofendida. —Alzó la barbilla orgullosa.
—Y aún con ello insisto. ¿Y bien?
Leona suspiró y alzó las manos en gesto de darse por vencida.
—Oh bueno, está bien. Quiero que mañana, una de ellas, me acompañe a
comprar algunas cosas sin que mamá y la tía se enteren. —Señaló con una mano a
Dora y a Lucille.
—¿Qué cosas?— preguntó de nuevo con interés y cierta maliciosa sorna.
Leona alzó los ojos al cielo.
—Y luego llaman a las mujeres curiosas. —Suspiraba negando con la
cabeza—. Cosas de dibujo.
Carboncillos, lápices, hojas de papel suave. —Se encogió de hombros—.
Cosas.
Andrew se rio.
—¿Y por qué has de escapar de madre y de tía para esa compra? Ellas
siempre te ven con materiales de dibujos, no habrían de extrañarse que adquieras
más artículos de ellos.
Leona suspiró.
–Es que, teóricamente, fui el otro día con Libby a buscar hilos y carboncillos,
cuando en realidad fuimos a comprar libros.
Andrew soltó una carcajada antes de decir riéndose:
–Libros. —Las miró, esta vez a ella y a Libby con la ceja alzada altanero—.
¿No querrás decir “novelas”?
—No, no querré decirlo. —Respondió altiva haciendo que su hermano
prorrumpiese en carcajadas.
—Ay, Leo, que fácil eres de enredar.
Leona le miró sorprendida.
—¡No me lo puedo creer!, ¿te has estado burlando de mí? Eres un mal
hermano, Andrew.
—Ah no, no, no. Te recuerdo que el haberos conseguido cierto cachorro me
otorgaba el título de mejor hermano por al menos un mes.
—Muy generosas fuimos si dijimos tal cosa. —Lo miró ceñuda pero
enseguida desvió la mirada más allá de él—. Oh, ¡qué bonito! —exclamó mirando a
lo lejos el castillo—. Realmente tiene unos jardines muy hermosos.
Arthur sonrió negando con la cabeza escuchándola, pero fue Lucas el que se
apresuró a decir colocando su caballo entre el suyo y el carruaje:
—Visitaremos primero el interior del castillo especialmente su bonita capilla
donde está enterrada la reina Catalina Parr.
Libby le sonrió divertida mientras decía:
—Anoche leímos sobre el lugar. Algunos episodios históricos ocurrieron
aquí, y muchas intrigas palaciegas comenzaron por los distintos propietarios del
lugar. Es como las historias detectivescas que tanto gustan a padre y a Leo. Todos
los personajes son enrevesados, sibilinos y maquinadores.
Las tres se rieron.
—Con la diferencia de que los personajes de la historia de este castillo
fueron reales y que manipularon a diestro y siniestro para hacerse con el trono o
con su influencia. —Añadió Leona. Giró el rostro y miró a su hermano sonriendo
de oreja a oreja mientras añadía—: ¡Qué emocionante!
Andrew soltó una carcajada.
—¿Por qué no muestras el mismo entusiasmo cuando vas a bailes y
reuniones sociales?
Leona resopló.
—Allí las intrigas son menos interesantes. El riesgo extremo de una velada
consiste en ser objeto de los posibles idus de alguna matrona o su hija que intentan
por todos los medios tirar una copa de algo en tu vestido si piensan que haces
sombra a la joven con tu aspecto esa noche. —Suspiró negando con la cabeza—.
¿Dónde está cuándo se le necesita un buen complot para hacerse con la corona, con
un país o con las cartas secretas de la amante de un alto dignatario extranjero?
Andrew y algunos caballeros prorrumpieron en carcajadas.
—Leo, padre te ha convertido en una amante de las intrigas enrevesadas,
pero también en una inconformista. Ya no son suficientes los enredos de los
salones para mantener esa peligrosa mente tuya entretenida.
Leona se encogió de hombros y lo miró de soslayo.
—Es posible. Pero has de reconocer que los enredos del mercado
matrimonial son tediosos y del todo absurdos. ¿Por qué debería sentir envidia por
qué un caballero prefiera a otra joven? Mejor para ella.
Si a ella le gusta, a su familia y demás, pues se les felicita y listo. ¿Por qué
debería sentir celos? O más absurdo ¿Por qué debería entender como un desprecio
hacia mi pobre persona el que ese caballero no posare sus ojos en mí y sí en ella? Es
una tontería.
—¡Exacto! —exclamó Libby sonriendo—. Además, si un caballero está tan
ciego para no mirarnos a nosotras, mejor que se aleje. Los topos no son buenos
maridos. No querría pasarme la vida guiándole para poder moverse de un lado a
otro evitando que tropiece. Uff, eso suena a trabajo arduo, pesado y cansino.
Leona y Eliza se rieron mirando la cara de resignación y casi incredulidad
de Andrew.
—Ciego, sordo y mudo habrá de ser cualquier caballero para lograr
sobrevivir a vuestro lado. —Sentenció sonriendo triunfal mientras que ellas le
miraron ceñudas.
—Eso no es nada galante por tu parte, Andrew. —Decía Eliza con aire
inocente—. Sin mencionar que con ello no haces sino tirar piedras a tu propio
tejado, pues, si dijeres tales cosas a nuestros posibles pretendientes, no dudo que
dejaren de ser tales incluso antes de que les invitases a tomar asiento, huyendo
despavoridos como alma que lleva el diablo.
Andrew la miró entrecerrando los ojos unos instantes antes de decir:
—Cierto. En tales momentos me contendré y mentiré a esos pobres
desventurados describiéndoos como deliciosas y delicadas florecillas de buen
talante y dulce carácter.
Las tres se rieron.
—No habrías de mentir describiéndonos de tal modo. —Sonrió Libby
orgullosa—. Las tres somos hermosas flores, de suaves pétalos y dulce néctar y
solo de vez en cuando clavamos nuestras espinas a caballeros que se lo merecen.
—¡Exacto! —exclamaron al unísono Eliza y Leona asintiendo con un golpe
de cabeza y una sonrisa orgullosa.
Andrew soltó una carcajada y mirándolas desafiante, señaló:
—Bien, en ese caso, tras describiros como flores hermosas, añadiré la
advertencia de cuidarse de vuestras espinas.
Leona lo miró imitando su desafiante mirada mientras decía:
—Tu vena satírica, Andrew, no resulta nada atractiva y si tú añades la
advertencia de las espinas, yo añadiré a tu posible futura esposa, la advertencia de
ese sátiro carácter que sale a la luz en los momentos menos oportunos.
—¡Uy!, en ese caso, será necesario advertir esa manía de dormir solo en el
lado derecho de la cama.— Añadió con sorna Eliza.
——O la de echar miel al café de la mañana. ¡Dos veces! —Dijo Libby.
Leona se rio antes de decir de nuevo:
—O esa de sacudirse la nieve y el agua de lluvia en cuanto llega a casa de
igual modo que como hacen los perros.
—Está bien, está bien. Entendido. —Señalaba Andrew mirándolas
indistintamente —. Me doy por seriamente avisado de vuestra posible represalia.
—Fijó los ojos en Leona al añadir—: Y que conste que yo no me sacudo la nieve
como un perro.
Las tres se rieron mirándolo divertidas y con cierto gusto por burlarse de él.
Llegaron por fin a su destino y tras dejar los caballos en manos de los
mozos, los caballeros ayudaron a las damas a descender del carruaje. Arthur
ofreció su brazo a Eliza aunque algo en la forma de mirarla de su hermano le hacía
empezar a sospechar que su hermano pequeño se encontraba bastante prendado
de la joven. Aún con ello, paseó junto a la joven mientras Loren llevaba de su brazo
a Libby y Andrew a su hermana menor a la que, tras un paseo por el interior del
castillo y la capilla, guio y acomodó en los jardines mientras los demás se las
ingeniaron para llevar a las dos mayores a conocer el pequeño sendero.
Tras un rato en que Andrew la fue animando a pintar, Leona la miró con
evidente extrañeza.
—Andrew, ¿por qué no me dices de una vez que ocurre? Llevas unos días
muy raro, y, además, intentas lograr algo de mí, pero no atisbo a saber qué es. Sé
que tiene que ver con el robo a tu amigo y que posiblemente se trate de esas
personas de la posada, pero pareces buscar algo más.
Ladeó el rostro para observar su reacción e intentar saber qué se traía entre
manos, pero él simplemente le devolvió la mirada, serio, durante unos segundos.
Después desvió los ojos al sendero tras ella y suspiró pesadamente.
—Está bien, Leo, te diré algo, pero no puedes hablar de esto ni con madre,
ni con Libby y Eliza y, desde luego, no podrás hacerme preguntas que, de
antemano he de advertirte, no puedo contestar.
Leona asintió seria.
—Bueno, no haré preguntas, pero al menos, dime qué buscas y por qué.
Andrew fijó los ojos en ella antes de contestar:
—Buscamos a los responsables de un robo efectuado en Londres, de unos
objetos de suma importancia tanto para la corona como para uno de nuestros
aliados. Desconocemos la identidad de los ladrones, salvo algunas pistas que, de
momento, no nos permiten identificarlos. Son peligrosos y, además, no contamos
con demasiado tiempo para dar con ellos sin que corran peligro asuntos de Estado
y, sobre todo, la vida de muchas personas.
Leona lo miró con cara de asombro casi congelada unos minutos hasta que
por fin reaccionó.
—Un momento, ¿buscamos? ¿Quiénes? ¿Tú y quién más? —Tomó una
bocanada de aire entendiéndolo todo de golpe—. Ahh, ya veo. Tú y esos
caballeros. —Señaló con un dedo al castillo donde suponía estarían en compañía
de Libby y Eliza.
Se levantó tras apartar el cuaderno y caminó unos metros con Andrew
apresurándose a colocarse a su lado.
—¿Desde cuándo haces esto? —se detuvo para mirarlo y preguntó de
nuevo—: ¿Puedo preguntar eso?
Andrew asintió.
—Desde que regresé de la guerra y ya entonces solía hacer algunas misiones
relacionadas con obtener información valiosa.
—Espionaje. —Afirmó ella con rotundidad.
Andrew se encogió de hombros, pero no dijo nada. Leona volvió a ponerse
a caminar con ociosa lentitud.
—¿Tus viajes? ¿Todas esas veces en que te marchas unos días o entras y
sales de casa sin decir nada misteriosamente?
Andrew asintió:
—No todas, pero muchas.
—Ya veo. —Se detuvo de nuevo y lo miró—. Está bien. ¿Y en qué puedo
ayudaros yo?
Andrew sonrió negando con la cabeza.
—Eres la única mujer a la que nunca llegaré a comprender del todo, ¿lo
sabías?
Le tomó la mano poniéndola en su manga guiándola de nuevo al árbol bajo
el que estuvieron sentados.
—Creo, creemos, que algunos de los posibles involucrados en el asunto
hicieron parada en la posada, y más posible aún que coincidieseis con ellos en ese
lugar y dada tu habilidad para recordar rostros y personas, incluso aunque no te
fijes realmente en ellas, esperábamos conseguir identificar a algunos de los
posibles ladrones o a sus cómplices.
—Los dibujos de aquélla mesa que te interesaron. Y la dama que no llegué a
ver bien. —Señaló con seguridad.
Andrew asintió.
—Sospechamos de ellos, sí.
—Puedes quedarte si quieres con todos los dibujos que hice en la posada.
Quizás alguno os sirva.
Andrew se rio ayudándola a sentarse de nuevo sobre la hierba.
—Lo haré, gracias. Pero ¿crees que, ahora que sabes lo que buscamos,
podrías hacer memoria e intentar recordar más cosas? Quizás puedas recordar algo
nuevo, algún detalle, algún personaje. No lo sé, algo.
Leona le miró seria unos segundos.
—Bueno, lo intentaré. Quizás si vuelvo a ver los dibujos que hice comience a
recordar más y más detalles. Cuando regresemos, si gustas, los miramos juntos e
incluso podemos intentar que Libby y Eliza nos ayuden, aunque no les contemos la
verdad.
Andrew asintió.
—Pero no puedes contarles nada, Leo, has de prometérmelo.
Ella asintió levantando después el rostro hacia el camino.
—¿Todos esos caballeros que te acompañan también hacen labores para la
corona como tú?
Andrew se rio.
—Menos mal que decías no preguntar lo que no debías. Sí, todos. Pero al
igual que conmigo has de guardar silencio, Leo. No siempre las labores que
realizamos son peligrosas, pero otras sí, y en todas ellas la discreción es
fundamental.
Leona sonrió.
—Lo entiendo. Solo una pregunta más: ¿Papá sabe algo de esto?
Andrew se rio.
—Con lo que le gusta a padre un buen misterio y lo inquisitivo que es,
¿crees que se le podría ocultar algo así mucho tiempo?
Leona sonrió negando con la cabeza mientras decía:
—No, supongo que no. —Tomó su cuaderno mientras decía—: ¿Sabes de lo
que me he acordado tras el baile de ayer? –no esperó respuesta de su hermano,
sino que continuó—. Pues que no recuerdo haber visto a la dama salir de la
posada. Intenté recordar, tras ir en su busca por el salón, cuándo pudo marcharse.
¿Antes? ¿Después de irnos nosotras? Pero ahora que lo pienso, tampoco recuerdo
haber visto levantarse de la mesa a ninguno de sus acompañantes, y, sin embargo,
estoy segura que cuando nosotras dejamos el patio ya no estaban sentados en la
mesa pues sí que recuerdo que ese hueco estaba vacío al subir para reunirnos con
madre.
Andrew la miraba frunciendo el ceño.
—Quizás tanto esa dama como sus acompañantes salieron de modo
discreto.
—Umm. —Suspiró—. Quizás, pero de ser así, nosotras no tardamos mucho
en partir tras eso, ¿no crees que habríamos podido ver el carruaje? Quizás nos
habríamos cruzado con ella. Si venía a Bath, deberíamos haber coincidido pues
solo hay un camino desde la posada hasta la ciudad y solo coincidimos en ese
tramo con algunos caballistas y con un par de carruajes, pero eran de matrimonios
muy mayores que venían, decían, a sanar en las aguas.
Andrew entrecerró los ojos guardando silencio unos instantes. Después fijó
la vista en ella con gesto pensativo y preguntó:
—¿Crees que la dama continuaba en la posada cuando os marchasteis?
—Pero de ser así ¿dónde estuvo lejos de poder verla? —abrió los ojos
sorprendida—. ¿Crees que podría tener una habitación allí? De ser así, el posadero
debiera saber de quién se trataba ¿no crees?
—Eso era lo que estaba barruntando. Sería una pista... incluso aunque no
diere su nombre o no el real, él podría describirla o algo que nos llevare a dar con
ella. — se rio negando con la cabeza—. Incluso tus despistes dan pistas. Si no
fueras tan propensa a perderte en tus pensamientos y mostrarte indiferente a
aquello que no crees de interés, serías una estupenda espía.
Leona frunció el ceño.
—No sé si eso ha sido un halago o no. —Musitó con desconfianza.
—Una excelente pregunta que podríamos debatir. —Se burló él con
socarronería.
Leona le dio un golpe en el hombro.
—No te pongas agresiva, Leo, que soy el único hermano que tienes. –
Señalaba entre risas.
Unos minutos después se unieron a ellos el resto del grupo y enseguida
Libby comenzó a contarle que se hubieron encontrado a dos pequeños grupos más,
provenientes de Bath que también habían querido hacer una pequeña excursión y
visitar algo de los alrededores. Durante el almuerzo en una bonita posada, se
relajaron y charlaron tranquilos. Antes de partir, las tres hermanas se disculparon
para ir a asearse antes del camino de regreso, aprovechando Andrew, ya que iban
acompañadas de Lucille y de Dora, para hablar con los caballeros.
—He tenido unas palabras con Leona. Hablando con ella, se nos ha ocurrido
que la dama que buscamos es posible que hubiere tomado una habitación en la
posada y de ser así, quizás el posadero pudiere recordarla o algún detalle que nos
ayude.
Arthur que había tomado el cuaderno de dibujo que Leona hubo dejado en
la mesa y le echaba algún ligero vistazo escuchaba los comentarios que sobre ellos
hacían sus amigos. Al verlo, Andrew añadió:
—También se ha ofrecido a entregarme todos los dibujos de la posada y a
revisarlos conmigo. Quizás le refresquen la memoria con algo que se le pasare o
que ahora cobre sentido en sus recuerdos perdidos.
Arthur alzó la vista mirándolo serio.
—Le habéis contado lo que hacemos.
No fue una pregunta sino una completa y convencida afirmación. Andrew
asintió serio.
—Por supuesto le he hecho prometer guardar el secreto, y aunque me he
ahorrado detalles, procurará actuar en consecuencia. Aún con ello, no le he dicho
que sospecho podría correr peligro.
—Entiendo. —Arthur de nuevo bajó la vista a los dibujos antes de decir—:
Y, sin embargo, no estaría de más alertarla en ese sentido. Me consta que sabéis
que vuestra hermana, aunque sea capaz de percatarse de muchas cosas que
ocurren alrededor, extrañamente también tiende a abstraerse y no prestar atención
a detalles que a los demás nos llevan a alertarnos o ponernos en guardia de manera
instintiva. Lo que intento decir, es que es bastante despistada.
Andrew se rio.
—Bastante no hace justicia a sus despistes, milord. No me ofendo, y ella
tampoco lo hará, si la llamáis una calamitosa despistada.
Arthur alzó el rostro hacia él y lo miró entrecerrando los ojos, pero no llegó
a añadir nada más pues Loren señaló:
—Lady Coraline ha mencionado que tiende a perderse a menudo y que
incluso cuando van juntas, a veces, lady Leona desaparece porque, en algún
momento, se ha separado y acabado en otro lugar.
Eso, milord, puede ser peligroso dadas las circunstancias.
Andrew gimió tocándose el puente de la nariz.
—Sí, sí que lo es. —Alzó el rostro inspirando una bocanada de aire—.
Intentaré hacerle entender que ha de estar un poco más atenta, más, no las tengo
todas conmigo, se lo aseguro, caballeros. Ni aunque haga propósito de enmienda,
espero que lo logre.
Enseguida vieron aparecer a las dos hermanas mayores con las doncellas
apresurándose él a preguntar, estando ya en pie como el resto de los caballeros:
—¿Dónde está Leo?
Eliza le miró tranquila al contestar:
—Ahora viene. Está con Bathy bajo el árbol del patio trasero.
Andrew suspiró e iba a salir a por ella cuando Arthur se puso en pie de
nuevo al tiempo que decía:
—No se preocupe, milord, yo iré a por la oveja descarriada. —Sonrió
encantador a las dos hermanas que le miraron frunciendo el ceño antes de que él
volviese a mirar al hermano mayor para decir—: De cualquier modo, he de ir a
pedir que vayan preparando los caballos y el carruaje para nuestra partida.
Andrew asintió dejándose caer de nuevo en el asiento mientras Arthur salía
por la puerta trasera de la posada. La buscó con la mirada hallándola enseguida
pues el patio estaba desierto. Estaba agachada bajo uno de los árboles con el
cachorro a sus pies que parecía estar retozando sobre la hierba.
Comenzó a caminar decidido hacia ella negando con la cabeza incapaz de
no sonreír ante la imagen de la joven riéndose mientras él cachorro pasaba una y
otra vez el lomo por la hierba. Apenas hubo recorrido un par de metros cuando
escuchó un silbido y vio cómo se hacía la marca de un proyectil en el tronco del
árbol a pocos centímetros de la cabeza de Leona que de inmediato alzó el rostro y
lo giró en dirección contraria claramente alarmada. Mientras la veía enderezándose
con el cachorro entre las manos corrió hacia ella y, sin pensarlo, la tomó del brazo y
la puso en el lado contrario del que procedía el disparo apoyándola de inmediato
contra el tronco y cubriéndola con su cuerpo.
—No os mováis. —Le ordenó tajante manteniéndola inmóvil en sus brazos
unos segundos antes de girar un poco el rostro y buscar al tirador más allá. Vio
moverse una figura, entre la maleza a bastante distancia apretó su abrazo sobre ella
al tiempo que decía—: No os mováis aún. No sé si será seguro.
Leona alzó el rostro pues era lo único que podía mover encerrada como
estaba entre sus brazos y con el cuerpo sujeto contra el tronco.
—¿Habéis visto quién ha disparado?
Arthur bajó la cabeza hacia ella.
—No, solo la figura moviéndose a lo lejos. Creo que huye, pero no podemos
saber si volverá a disparar. Esperad unos minutos a estar seguros.
Leona permaneció muy quieta conteniendo casi la respiración.
—¿Estáis bien? —preguntó él pasados unos minutos.
Al alzar de nuevo el rostro se encontró a escasos centímetros del suyo el de
quien la había protegido con un gesto de evidente tensión y preocupación. Leona
asintió antes de decir con una voz no muy firme:
—Un poco desconcertada.
Arthur dio un paso hacia atrás, pequeño para poder sujetarla
manteniéndola aún apoyada contra el árbol. Miró más allá asegurándose de que ya
no estaba el tirador y después bajó el rostro hacia ella al tiempo que le tomaba la
cara entre las manos alzándosela ligeramente para que lo mirase.
—Escuchadme. No podéis decir nada de esto a vuestras hermanas ni a
vuestra madre. Se lo diremos a vuestro hermano, más, desde ahora, habéis de
prometer que no os volveréis a quedar sola fuera de vuestra casa y no me refiero
solo a la compañía de vuestra doncella. A partir de este momento, habéis de estar
siempre con vuestro hermano o con uno de nosotros. Sean quienes sean esos
hombres, es evidente que os consideran una amenaza y no dudarán en eliminaros.
No pretendo asustaros más pero sí quiero que comprendáis que estáis en peligro y
que debéis ser cuidadosa y prestar atención a cuanto os rodea. Os protegeremos y
averiguaremos quiénes son, pero habréis de ayudarnos en ambas tareas.
Leona cerró los ojos antes de asentir librándose de su agarre.
—Está bien. Lo prometo y haré lo que pedís. —suspiró dejando caer el peso
de su cuerpo en el tronco del árbol al tiempo que bajaba el rostro mirando sus
manos temblorosas que sostenían a duras penas a Bathy—. Estoy un poco
mareada. —Susurró notando cómo le comenzaban a ceder las rodillas.
Arthur se apresuró a rodearla de nuevo con los brazos y haciendo que fuera
ahora en él en quién se sostuviere.
—Apoyaos en mí y respirad hondo. Se os pasará enseguida. Solo ha sido la
impresión.
—Sí, quizás. Os sorprenderá, pero no suelen dispararme todos los días.
Arthur se rio mientras la hacía sentar en la hierba.
—Veo que, a pesar de la impresión, conserváis el sentido del humor.
—Será lo poco que conservo pues mis nervios y mi cordura creo que acaban
de alcanzar las costas irlandesas. – Contestaba antes de tomar una bocanada de
aire y alzar el rostro de nuevo hacia él que se había sentado a su lado.
De nuevo Arthur se rio.
—Bien, démosles unos minutos para que regresen.
Leona frunció el ceño.
—Es posible que me hayáis salvado la vida, milord. Gracias.
Arthur negó con la cabeza.
—Me encantaría atribuirme tal mérito, milady, sin embargo, me inclino por
entender que fue más la fortuna o la mala puntería del tirador pues falló por poco.
Leona gimió bajando el rostro.
—No debería haber dicho eso, disculpadme.
—No, no. –negaba con la cabeza alzando de nuevo la vista hacia él —.
Hacéis bien en decirlo para que no vuelva a ser tan poco precavida y que preste
más atención. Andrew siempre me lo dice. Siempre intenta que vaya un poco más
atenta a lo que me rodea y debería empezar a hacerle caso. Un susto como este
debiera servirme de serio acicate, ¿no creéis?
Arthur sonrió asintiendo.
—Al menos no sois asustadiza, sino más bien sensata y, aunque despistada,
también realista.
Leona le sonrió:
–Asustada sí que estoy, milord, no he de negarlo.
Arthur se puso serio y la observó en silencio unos escasos segundos. Alzó
una mano, y sin pensarlo, le acarició la mejilla con los nudillos.
—¿De verdad estáis bien? –preguntó muy serio pero calmado.
—Sí, sí lo estoy. No os preocupéis, milord. Aunque, quizás, debiéremos
entrar. A lo mejor ese hombre regresa o no estaba solo.
Arthur, de pronto fue consciente que se hubo quedado un poco absorto,
ajeno a todo lo que les rodeaba unos instantes. Se enderezó afianzando la espalda.
—Tenéis razón. Entremos. –Se puso en pie y la ayudó a hacerlo también,
pero en vez de soltarla la rodeó con un brazo pegándosela al cuerpo—. Vamos,
pongámonos a cubierto.
La guio hasta la puerta sin separarse de ella y después la hizo entrar
dejándola fuera de la vista de cualquiera. Le llevó hasta un lugar un poco más
apartado para hablar con ella un instante.
—Milady. ¿Creéis que podréis disimular?
Leona alzó el rostro para mirarle a los ojos.
— ¿Preguntáis si lo puedo hacer ante mis hermanas? – él asintió—. Eso creo.
Sí. –Afirmó tajante al tiempo que asentía—. Podré hacerlo y, cuando regresemos,
os prometo escuchar lo que Andrew diga y obedecerle.
Arthur asintió.
—Lo primero que haréis será enseñarnos vuestros dibujos y, si podéis
recordar algo, hacédselo saber a vuestro hermano o dibujadlo, pero, sobre todo,
procurad no hallaros nunca sola ni en lugares en exceso desprotegidos.
—Debiera deciros una cosa, milord. Tiendo a perderme con suma facilidad
incluso aunque intento no hacerlo.
Arthur se rio de pronto divertido, mirándola con cierta ternura.
—Quedo avisado. Intentaremos prestar más atención. Vos, porque os lo
pedimos encarecidamente y, nosotros, porque nos damos por advertidos. ¿Lo
haremos?
Leona sonrió.
—Está bien, al menos lo intentaré.
Arthur asintió y le ofreció el brazo.
—¿Regresamos? ¿Os veis con fuerzas para fingir?
Leona cuadró los hombros, se cambió a Bathy de mano para poder apoyar la
otra en su brazo y asintió.
—Regresemos.
Al llegar a la mesa y tras cederle paso para que se sentare junto a una de sus
hermanas hizo un suave gesto a Lucas y éste se levantó disculpándose ante todos,
mientras él, señaló a modo de excusa:
—Vamos a asegurarnos de que apresuran la preparación de los caballos.
En cuanto hubieron salido y caminando hacia los establos, Arthur, bajando
la voz dijo:
—Acaban de disparar contra milady y han fallado por escasos centímetros.
Lucas se detuvo en seco mirándole con gesto tenso.
—¿Los has visto?
Arthur que se hubo detenido lo enfrentó.
—No, solo una figura a bastante distancia y por no dejarla sola no la seguí.
No podía saber si estaba solo o había un segundo tirador.
Lucas inhaló y exhaló lentamente.
—Empiezo a encontrar enervante esto de ir por detrás de los
acontecimientos y actuar en base a lo que pasa ante nuestras narices sin casi
enterarnos. Además, que atenten tan abiertamente contra lady Leona no deja de ser
un acto muy claro de desesperación o, todo lo contrario, de audacia y excesiva
seguridad de impunidad.
—Sí, pero mientras todo eso ocurre, milady ha podido morir de un disparo
y nosotros sin siquiera saber contra quién hemos de protegerla.
Lucas entrecerró los ojos y sonrió.
—¿No querrás decir “protegerlas”?
Arthur arrugó la frente un segundo, más extrañado que molesto por el
comentario.
—Algo te pasa con lady Leona, no lo niegues. Lo noté desde el primer
momento, pero no quise decir nada pues no estaba seguro. Pero ahora lo estoy.
Estás alterado, pero sobre todo enfadado. Tú nunca te alteras y menos te enfadas.
Esa joven te afecta, y más de lo que, sé, vas a reconocer.
—No sé de lo que hablas, Lucas.
—Sí lo sabes, Arthur. La observas, la sigues con los ojos y estás atento a cada
movimiento que hace y lo que es más revelador, sabías bien quién era antes de
venir. Jamás la habrías recordado si no te hubieres fijado en ella de un modo más
firme que simplemente verla al pasar cerca de ella en alguna ocasión puntual en la
ciudad. Te conozco, Arthur. ¿Cuántas amantes has tenido en los últimos años?
Seguro que apenas si eres capaz de recordarlas en el orden correcto pues no
dejas que compartan tu cama ni dos veces seguidas para no tener lazo alguno con
ellas, porque no quieres sentir nada por ellas. No creo que ninguna de esas mujeres
con las que te has acostado llegue siquiera a lograr alterarte, por mucho que lo
intentaren, como lo hace Lady Leona en cuanto la sabes cerca. Eres un hombre en
exceso contenido, siempre controlado, con los nervios de hielo salvo cuando la
tienes cerca. Y no lo digo en el mal sentido, sino, por el contrario, en el mejor de
todos. Quizás, por fin, alguien logre lo imposible: dar de lleno en el elefante blanco
de la nobleza inglesa.
Lucas se rio especialmente con el rostro de enfado y contrariedad de su
amigo.
—Oh vamos, Arthur, reconoce que esa joven es particularmente
“agradable” —señaló con un tono mitad burla mitad desafío, como si le retase a
negarlo, pero también a reconocer lo que tan evidente era para él.
—Lucas, ¿Podrías, por favor, dejar de lado semejantes elucubraciones y
centrarte en lo importante? Te recuerdo que acaban de atentar contra la vida de
milady, y nosotros seguimos a ciegas en este asunto.
Lucas suspiró conteniendo, a su pesar, una sonrisa de victoria pues Arthur,
lo supiere o no, estaba prendado de una jovencita de ojos niebla y con tendencia al
despiste. Enderezó la espalda y comenzó a andar en dirección a los establos de
nuevo al tiempo que preguntaba:
—Bien, entonces ¿alguna idea de cómo actuar y sobre todo de cómo
comenzar a tomar la delantera a esos tipos? Sinceramente, no puedo creer que en
cuatro días no hayamos avanzado más en que sospechas sin ninguna pista clara o
por lo menos firme. A salvo un cadáver y una certeza de que las hijas del vizconde
pueden correr peligro.
Arthur tomó una bocanada de aire fijando la vista por delante de sus pasos:
—Milady nos entregará sus dibujos, los revisará e intentará recordar algún
detalle que se le pasare por alto. Quizás si los viésemos nosotros también
traigamos a la memoria algo que obviamos en su momento. También creo que uno
de nosotros debiera ir a la posada e intentar sonsacar información del posadero o
las meseras, e incluso de los mozos, sobre esa dama o alguno de los personajes con
los que pudo encontrarse, especialmente si tomaron una habitación. Quizás
tengamos suerte y recuerden a alguno o por lo menos a la dama. Cada vez es más
evidente que esos tres, incluida la mujer muerta, debían ser los que hacían el
trabajo indeseable y la dama y algún otro u otros aristócratas dan las órdenes.
—Sabiendo que milady es consciente del peligro y que, además, sabe lo que
buscamos, quizás podría ayudarnos a encontrar a esa mujer en la ciudad si es que
aún sigue allí. La pasada noche estuvo a punto de verla. Sería providencial que se
la volviere a cruzar, aunque quizás debamos dar un empujón a la providencia y
procurar llevar a milady a lugares donde sea habitual socializar y departir con los
demás— de soslayo observó cómo Arthur mudaba el gesto casi de alarma
apresurándose a añadir, esta vez sí, sin contener una sonrisa—: Por supuesto,
siempre debidamente acompañada y protegida.
Arthur y él habían llegado al establo y tras dar instrucciones al cochero y
mozos salieron quedándose en el camino que unía los estalos con la posada.
—Si nos dedicamos a pasear a milady por la ciudad con esa intención, sabes
que los demás, especialmente las matronas y las lenguas ávidas de chismes y
rumores de todo Bath, verán otra intención bien distinta pues obviamente no
puede ir cada día con uno de nosotros con ella ya que ello sí que daría lugar a
rumores, sin mencionar que podría alertar a quienes pretendemos cazar.
Lucas sonrió.
—Habremos de ser cuidadosos y sí, ciertamente, la dama no puede ir cada
día del brazo de un caballero distinto incluso aunque siempre le acompañe su
hermano, como presumo ocurrirá.
Supongo que habremos de ser uno o dos de nosotros los que se encarguen
de esa tarea, aunque no olvides que deberemos ser más de uno normalmente pues
iremos acompañadas de sus hermanas. En cualquier caso, y anticipando la
necesidad de decoro, y por supuesto el debido cuidado para que no haya más
rumores que los necesarios ni malentendidos, ni, claro está, situaciones incómodas
o intolerables para milady, lo mejor es que dos de nosotros seamos los que la
acompañemos de ordinario. –Lo miró con una sonrisa y sobre todo una mirada que
no escondía el reto tras la misma —.
Me ofrezco para ser uno de ellos pues ya que tú niegas tu interés por la
joven, puedo abiertamente reconocer que es francamente bonita con esos ojos
grises y esa aura de travieso despiste.
Arthur suspiró lentamente.
—¿De veras crees que no me doy cuenta de lo que haces? Sinceramente, sin
piensas que sentiré celos con una estrategia tan burda es que no me conoces en
absoluto. –Alzó una ceja mirándolo impertinentemente antes de añadir—: ¿Te
ofreces a hacer de custodio? Bien, lo eres.
Lucas le sonrió satisfecho.
–Arthur, no digas que no te aviso ni que actúo de modo innoble.
Arthur gruñó y giró comenzando a caminar con paso airado de regreso a la
posada.
—Ni siquiera sé por qué soporto tus estupideces, Lucas. –Masculló en un
refunfuño que hizo a Lucas prorrumpir en carcajadas mientras caminaba tras él.
Mientras las damas se encontraban ya en el carruaje con las doncellas, Lucas
y Arthur informaron a los demás de lo ocurrido y Andrew casi estampa a Arthur
contra la pared colérico ante lo ocurrido y, sobre todo, por no haberle informado
de inmediato. Tras tranquilizarlo ligeramente se auparon a sus monturas para
unirse a las damas en el camino de regreso, si bien, Andrew, insistió en reunirse
con ellos nada más llegar a Bath en la casa de Lord Willow. Al regresar lo primero
que hizo fue llevarse a Leona a la biblioteca y abrazarla.
—¿Estás bien?— preguntaba sin soltarla.
Leona suspiró rodeándole la cintura con los brazos.
—Sí, solo un poco aturdida e impresionada. —Alzó el rostro y le miró
fijamente—. Y si lo pienso bien, un poco enfadada. En fin, me han disparado.
Deberías darme un arma para hacerlo yo también.
Arthur la soltaba prorrumpiendo en carcajadas.
—No te daría un arma ni por todo el oro de las Américas. Un arma en tus
manos, ¡Válgame el cielo, qué ocurrencia!
—¡Andrew! –le dio un golpecito en el hombro mirándolo ofendida—.
Bastaría con que me enseñases a disparar.
—Deja las pistolas para mí. –La besó en la frente antes de separarse un poco
para mirarla bien—. Esta noche hablaremos con calma, pero no quiero que te
preocupes y menos que te asustes. No dejaré que nadie os haga daño.
Caminó hacia la puerta tras darle otro abrazo. Al llegar, giró y la miró con
firmeza.
—He de marchar. Hablaremos con calma tras la cena, pero prométeme que
no saldréis de casa.
Leona negó con la cabeza.
—Esperaremos el regreso de madre y de tía. Seguro desearán le contemos
nuestro día. Marcha tranquilo. No saldremos.
En cuanto atravesó las puertas de la mansión de Lord Willow, el
mayordomo le guio hasta el salón donde permanecían reunidos los caballeros. Tras
las cortesías de mera formalidad y tomar la copa que le entregaba Loren, Andrew
se sentó en uno de los sillones.
—Ni que decir tiene que lo de hoy no va a volver a repetirse bajo ningún
concepto. –Señaló tajante sin mirar a nadie en particular.
Aldo se adelantó a los demás al decir:
—Desde luego. Sin duda, hemos pecado de confiados en exceso, pero no
volverá a ocurrir.
Andrew asintió tenso como una cuerda de violín.
—Esta noche hablaré con Leona con calma y me aseguraré que tome ciertas
precauciones. Me reuniré con milores más tarde cuando haya revisado con ella su
cuaderno de dibujo y haya intentado ayudarla a hacer memoria. De cualquier
modo, debiéramos empezar a tomar un poco la iniciativa. Por ejemplo, seguir la
pista de la posada y ahora, además, buscar al tirador. Obviamente, ha de haber
estado siguiendo a mi hermana para saber dónde se encontraba y, sobre todo, en
qué momento sería más propicio dispararla.
Albert se puso en pie para tomar de nuevo la botella de brandy, que era lo
que bebían todos, mientras decía:
—Eso mismo estábamos comentando cuando llegasteis, milord. Quien
fuere, había de estar esperando un momento adecuado para disparar y escapar y,
es obvio, hoy lo ha encontrado, pero para ello, sin duda, debiere haber estado
siguiendo a milady.
—Luego, es posible que, desde la llegada de mi familia a Bath, estuvieren
atentos a sus movimientos.
—Razón por la que deberemos estar más atentos a cuantos veamos
merodeando o que puedan estar vigilándolas. —Inquirió serio Arthur mirándolo
con firmeza.
—Pero ahora no estaré tranquilo ante la posibilidad de que salgan de casa e
incluso allí temo no se encuentren seguras, no en vano, les recuerdo, entraron sin
ningún reparo ya una vez y por todos es sabido que, si de verdad uno quiere
entrar en un lugar, ya pueden ponerse mil guardias que encontrarse, se encontrará
el medio de hacerlo.
Arthur suspiró.
—Sí, eso no podemos negarlo, más tampoco que fueron pillados in fraganti
de modo que estimarán en exceso arriesgado volver a intentarlo.
—No estaría tan seguro. De cualquier manera, doblaré los guardias de la
casa y, además, dispondré que algunos estén en lugares muy visibles para
persuadir siquiera el que lo intenten llegado el caso. —Suspiró dejando su copa en
la mesa y mirándolos indistintamente—. Puesto que las damas de mi casa conocen
que mantendré relaciones comerciales con algunos de los presentes, dado que esa
fue la excusa inicial, y que mi madre les adelantó una invitación hace unos días,
alguno podría venir a cenar. Si voy a revisar los dibujos con Leona y dado que
fueron sus señorías quienes también coincidieron en el lugar ese día, quizás fuere
acertado que unos y otros se ayuden a recodar detalles.
Aldo alzó las cejas.
—Pues no sería mala idea. Quizás cosas que a mí se me pasaron por alto ella
me las permita traer de regreso y viceversa. Cosas que a ella quizás no le resultasen
de interés cobren ahora sentido… —Asintió tajante—. Si me lo permitís, milord,
me gustaría ser uno de los que le acompañen.
Lucas sonrió y aunque evitó mirar de soslayo a Arthur sabía qué cara iba a
poner cuando le escuchase decir:
—Yo le acompañaría, milord, si me concedéis el honor. También me
gustaría refrescar mi memoria en compañía de vuestra hermana.
Poco tardó Loren en enderezarse en su asiento para hacerse notar al decir:
—Milord, me gustaría ir, si no os molesta.
—Y a mí también, milord. –Bennet sonrió encantador—. Después de todo,
fui uno de los presentados ante las encantadoras damas de la familia como uno de
sus asociados comerciales.
—Supongo que eso nos deja a nosotros la tarea de salir a primera hora a la
posada para intentar averiguar lo que pueda del posadero y demás empleados del
lugar… —inquirió Albert mirando a Arthur.
Por su parte, Arthur, en ese momento, quiso mascullar una maldición que
quedó en su fuero interno mientras se limitaba a asentir con un gesto
aparentemente indiferente a Albert.
Andrew entregó una nota al mayordomo para que la enviase a su casa
avisando a la vizcondesa de la compañía que iría con él esa noche para que no se
viere asaltada de golpe por cuatro invitados sorpresa, aunque, conociendo las
ansias casaderas de su madre, el que se presentase con cuatro caballeros solteros,
excelentes posibles pretendientes de cualquier damita casadera, sería suficiente
para perdonarle cualquier cosa, esa noche y muchas más.
Durante la cena, los caballeros derivaron las conversaciones con maestría a
temas sociales, asuntos de poca controversia y sobre todo temas alejados con los
motivos que les llevaban allí, y en la medida de lo posible, del mercado
matrimonial.
Una vez acabada la cena, Andrew con cierta discreción le pidió a Leona que
fingiese jaqueca, pero que se reuniese con ellos en el despacho con sus cuadernos
de dibujo.
Tras el té, hizo lo que le pidió retirándose pronto y no mucho más tarde,
Andrew, disculpándose se llevó a los caballeros a la biblioteca, por asuntos de
negocios que debían tratan sin demora, dijo disculpándose con las demás damas
de la casa.
Una vez en la biblioteca, Leona se reunió con ellos con cierta dificultad para
acceder a la estancia sin que la vieran.
—Siento haber tardado. —Se disculpaba con todos, aunque miraba a su
hermano—. En esta casa, para llegar hasta aquí, he de pasar por el salón donde
están madre y la tía y me ha costado un poco hacerlo sin que me vieran.
Andrew la hizo sentar en la chaise longe cercana a la chimenea.
—¿Empezamos con los dibujos generales de ese día y después nos enseñas
rostros que hubieres retratado? –Le preguntaba Andrew sentándose a su lado
permitiendo a los caballeros que los rodeasen para poder ver también de cerca los
dibujos conforme los fueren abriendo.
—Desde luego. He descosido el cuaderno para que puedas quedarte con las
cuartillas que quieras. —Iba diciendo abriéndolo—. A ver, bueno, los de la primera
posada en que paramos al salir de Londres no sé si serán de interés, solo nos
detuvimos para cambiar uno de los caballos.
Andrew asintió.
—Los dejaremos si acaso para después. Primero veamos los que hiciste en el
viejo molino.
Leona asintió centrada en buscarlos.
—Aquí. Estos primeros los hice allí durante el almuerzo. —Los fue pasando
tras ojearlos ligeramente—. Había muchos viajeros y también pasajeros de dos
coches de postas, uno de Londres y otro de Dover.
—¿Uno de los coches de postas procedía de Dover? —preguntó Aldo
interesado.
Leona alzó el rostro para mirarlo.
—Así es, milord. Lo recuerdo porque la pareja de niños que me llamó al
principio la atención, estaban muy inquietos y lo supuse comprensible ya que la
pobre madre se disculpaba ante las meseras que habían de evitarlos al pasar,
porque decía que después de un viaje en barco tan largo y uno igual de cansado en
carruaje desde Dover, los pobres estaban deseando correr en cierta libertad.
Aldo asintió, pero desvió los ojos a sus amigos.
—Quizás esa también sea una pista pues si se reunieron en esta posada
puede que no fuere solo con quienes procediesen de Londres sino de Dover.
Después de todo, lord Willow insistió en que las transacciones se harían en Bath,
luego los compradores podrían proceder o venir de algún puerto que les permita
una rápida salida.
—¿Pero no sería más inteligente usar un puerto más cercano que el de
Dover en tal caso? –Preguntó Leona desconcertada—. En fin, si me he de reunir
con alguien en la clandestinidad, una posada concurrida no deja de ser en cierto
modo lógico, aunque también peligroso pues muchas personas pueden verme.
Más, aun logrando pasar desapercibido, ¿no debería escoger puertos cercanos a mi
destino no solo para llegar antes sino para huir con mayor rapidez y premura
llegado el caso? No sé, Cork, Plymouth, incluso Falmouth, serían más lógicos para
una huida presurosa. —Hizo una mueca —. Aunque, bueno, Dover es un puerto
mucho más concurrido, eso es innegable.
Andrew prorrumpió en carcajadas negando con la cabeza.
—Leo, creo que padre ha corrompido tu mente y ahora eres una peligrosa
intrigante con tanta novela de misterio e historias detectivescas.
Leona se ruborizó mirándolo ceñuda.
—Solo empleo la lógica, burro. Nada tienen que ver las historias
detectivescas, de ser así se me ocurrirían mil sitios mejores en los que encontrarme
para una confabulación contra la corona que no fuere una ciudad tan poco
emocionante como Bath, por ejemplo, el mismo Dover, ya que estamos.
Aldo prorrumpió en carcajadas al igual que Andrew.
—Habéis de reconocer, milord, que su lógica es innegable y certera. –
Señalaba sin dejar de reírse —. Siempre he sospechado que no hay mente mejor
para las maquinaciones que las de una mujer inteligente.
Leona frunció el ceño mientras decía:
—Milord, por el bien de ambos tomaré eso por el sentido del halago
considerando así que alabáis mi inteligencia, porque de lo contrario habría de
pediros que me acerquéis el atizador y después os zurraría con él.
Aldo se reía negando con la cabeza.
—Mejor nos lo tomamos ambos por el sentido innegablemente más salubre
del halago, milady.
—En fin. —Suspiró y miró a Andrew—. ¿Entonces os resulta de interés
saber que había un coche de postas procedente de Dover?
Andrew sonrió divertido.
—Quizás sea de interés, sí. –Señaló de nuevo los dibujos—. Continúa que
tienes tendencia a la distracción.
Leona resopló –Mal encaminado vas si sigues ese sendero, Andrew. –
Masculló bajando de nuevo la vista a los dibujos —. Veamos, en la mesa en la que
se sentaban los niños, solo había un par de parejas ajadas, la madre de los niños y
un señor con aspecto de profesor de escuela. —Les mostró el dibujo y después el
siguiente que con más detalle recogía a todos ellos cediéndoles ambos—. Lo cierto
es que dieron bastante trabajo al pobre posadero y a la muchacha que le ayudaba.
Umm… Cerca de ellos estaban un grupo de lo que parecían estudiantes de regreso
de la escuela. Casi todos eran caballeretes que se dirigían a distintos lugares que no
a Bath, donde supongo solo harían parada. También había una mesa con un par de
caballeros y damas que sí tenían como destino Bath. Oh. –se detuvo un momento
en un dibujo—. Este mozo me llamó la atención, ahora lo recuerdo, parecía haber
perdido a su señor. Quizás estaba en una de las habitaciones. —Se lo mostró a
todos ellos que parecieron estudiarlo con detalle—. No llevaba librea, pero sí las
alforjas de su señor en un brazo, y aunque no vi el blasón, estaban encurtidas con
algún blasón o sello.
—¿Un caballero que no llegaste a ver o que quizás no te llamó la
atención?— preguntó Andrew.
Leona se encogió de hombros.
—No lo sé. A lo mejor lo vi, pero no me fijé en él. —Frunció el ceño,
pensativa—. Quizás esa sea una de las cosas que podríamos preguntarle a Libby o
a Eliza. Durante el almuerzo a lo mejor lo vieron.
Andrew asintió:
–Ya buscaré la forma de preguntarles.
Leona lo observó un instante ladeando la cabeza con cierta desconfianza.
—¿Has hecho esto mucho con nosotras? –Cuando Andrew la miró alzando
las cejas añadió—: Quiero decir que ¿si nos has preguntado y averiguado cosas así
sin que lo sepamos?
Andrew se rio.
—Quizás en alguna ocasión.
Leona abrió los ojos como platos.
—Eso es muy ofensivo e insultante. ¿Así que nos interrogabas sin saberlo
nosotras? –le dio un golpe en el hombro mientras él se reía—. No tienes vergüenza.
Andrew se reía contestando con cierta socarronería:
—Lo que no tengo es la paciencia para verme asaltado por miles de
preguntas de deciros la verdad de lo que buscaba. Sois peor que un perro sabueso
cuando se os despierta el interés, en cambio, cuando se os mantiene en la feliz
ignorancia sois una inestimable fuente de información.
—¡Andrew! –Le reprendió ceñuda—. Realmente no tienes vergüenza.
—No la tengo, no la tengo. —Sonreía con fingida inocencia—. Pero sigamos
con lo que nos ocupa, por favor. —Señaló uno de los dibujos.
Leona suspiró negando con la cabeza.
–Vas a tener que hacerme un regalo magnífico para que te guarde el secreto
ante Libby y Eliza, y otro a Bathy. —Centró de nuevo la vista en los dibujos y
señaló la mesa al fondo de una de sus escenas—. En esta estaba esa dama que no
llegué a ver, los dos hombres y la otra mujer. He pensado mucho en el collar y
ahora sé porque me llamaba la atención. Me recordó el que llevaba aquélla
cantante rusa que vimos una vez en una recepción en una embajada. No recuerdo
cuál ni cuándo. Cantó un par de piezas. Era una mujer muy hermosa, pelo oscuro,
ojos azules y con esa piel tan bonita que tienen algunas mujeres que vienen de
algunos lugares tan fríos, como aquéllas bailarinas del ballet de este pasado otoño.
—Espera, espera que me estás confundiendo. ¿El collar se parecía a uno que
viste lucir por una cantante rusa?
Leona asintió.
–Sí, era muy recargado y laborioso. No sé, a lo mejor ese tipo de piezas no se
compran en cualquier sitio. El collar de la mujer de la posada tenía varias flores
engarzadas y piedras de distintos tonos. —Hizo una mueca—. Era demasiado
recargado para mi gusto, pero es que, además, era… no sé cómo decirlo, bueno, sí
sé cómo –Miró firme a su hermano al decir—: es lo que tía Evelin dice cuándo cree
que no la oímos: que es el tipo de cosas que los caballeros regalan a sus amantes.
Andrew gimió tocándose el puente de la nariz.
—Poco elegante habría bastado.
Leona se encogió de hombros.
–Poco elegante es ese batín que te has comprado cualquiera sabe dónde y
que te decimos es horrible y nos ignoras. El collar era aún peor.
Esta vez fue Lucas el que prorrumpió en carcajadas.
—Al menos reconoced, milord, que a franqueza no la gana nadie.
Andrew lo miró resignado y después a Leona.
—Realmente no hablas mucho, pero cuando lo haces eres de un
impertinente supino, Leo.
Leona se rio y alzando la barbilla dijo con un tono petulante:
—Ser certera no es ser impertinente. –Asintió satisfecha como
confirmándose a sí misma—. En fin. ¿Qué más? –Volvió a bajar los ojos a los
dibujos frunciendo el ceño—. Umm, no sé, creo que poco después habíamos de
regresar con madre. Bueno, —alzó el rostro y miró a los caballeros —, en ese
momento fue cuando llegaron ellos. —Negó con la cabeza como reprendiéndose a
sí misma—. Quizás fuera porque nos pusimos a hablar Libby y yo, pero no
recuerdo ver salir a nadie de aquélla mesa y sí, en cambio, que cuando nos
marchamos la mesa estaba vacía.
—¿Por eso sospecháis que pudieron haber tomado una habitación? —
preguntaba Loren alzando la vista del dibujo que tenía entre sus manos.
Leona negó con la cabeza devolviéndole la mirada al decir:
—No, bueno, no solo por eso. —Se encogió de hombros—. Si se dirigían a
Bath debieron seguir nuestro camino y si no lo hicieron al tiempo que nosotros, o
estarían alojados en la posada o… — miró a su hermano para preguntar—: ¿Hay
otros caminos que no conozca?
—El canal. –Contestó firme Lucas haciendo que todos le mirasen—. Se
puede acceder a la ciudad por el canal y es un modo discreto de entrar sin levantar
sospechas si tienes a alguien que pueda introducirte de ese modo: un barquero, un
comerciante con acceso a alguna barcaza. Hay varias alternativas.
Leona frunció el ceño.
—Vaya, eso no lo sabía. De ser así, será difícil dar con ellos.
Bajó los ojos a los dibujos de nuevo y tras entregarles el resto se quedó con
el resto del cuaderno.
—El hombre que visteis en la calle, el enjuto con aspecto y comportamiento
de ladrón. —comenzó a decir Lucas con la vista fija en algunos dibujos—. Dijisteis
que iba acompañando a otro hombre.
Leona lo miró fijamente unos instantes hasta que abrió los ojos comprensiva
de lo que se refería.
—Ah, sí, sí, el que chocó con Libby, umm. —Bajó los ojos y rebuscó entre
sus dibujos—. Lo pinté. Era un poco intimidante por la cicatriz de su frente, pero
sobre todo por su gesto hosco. —Suspiró negando la cabeza—. Debe de haberse
caído cuando he desatado el cuaderno. —Alzó el rostro hacia Lucas—. Lo buscaré
y se lo entregaré a Andrew, e intentaré repetir el retrato, quizás recuerde algún
rasgo nuevo.
Lucas asintió—. ¿Lo habíais visto antes?
Leona le miró seria sopesando la pregunta.
—¿Os referís a la posada? –Lucas asintió—. Pues no lo sé. Desde luego no le
vi el rostro entonces pues lo recordaría ya que ciertamente tenía un gesto y una
actitud algo hostil, pero no podría juraros que no coincidiere con él sin haberle
visto.
—No os preocupéis. Posiblemente hubiese muchas personas que no
pudiereis ver ese día al igual que nosotros.
Loren miró a Andrew mientras decía:
—¿Creéis que sería posible que cuándo salgáis por la ciudad con miladies
podamos acompañaros sin generar sospechas?
Leona giró el rostro hacia su hermano un poco desconcertada ante la
pregunta. Andrew asintió.
—En ese caso, milord –continuaba Loren mirándolo con aparente
tranquilidad —. Si gustáis, podríais ir avisándonos de los movimientos de milord y
las damas de la familia para poder acompañarlas según se tercie y procurando su
seguridad.
Leona de nuevo giró el rostro hacia Andrew que asentía con idéntica calma
antes de mirarla a ella para decir:
—Leo, es mejor que te retires ya, antes de que madre o tía Evelin te vean y
quieran saber a qué es debido que estés rondando por la casa cuando,
supuestamente, debieras estar descansando.
Leona sonrió divertida.
—Siempre podría decirles que estoy pergeñando contigo un medio para
impedir un complot con ladrones de joyas y enredos políticos, seguramente me
considerarán dormida y deambulante por la casa en estado de sonambulismo.
Andrew se rio poniéndose en pie ofreciéndole de inmediato la mano para
ayudarla a levantarse.
—Vamos, mi somnolienta hermana. Es mejor que te retires y evites el tener
que mentir o, peor, tener que contar la verdad a damas aprehensivas como madre
y tía.
Leona que se puso en pie aceptando su mano, gesto que todos los caballeros
imitaron por cortesía.
—Caballeros, la sonámbula de la familia se retira. Si me disculpan. –Decía
haciendo una reverencia que los caballeros correspondieron con suaves
inclinaciones.
Tras salir de la estancia, Lucas sonrió a Andrew tomando de nuevo asiento
con su copa en la mano.
—Vuestra hermana es una curiosa mezcla de sagacidad, perspicacia y
despiste nada desdeñable, milord.
Andrew soltó una carcajada antes de decir:
—Mi padre suele poner en sus manos muchos libros de detectives y
misterios que luego ambos gustan comentar y discutir. Aunque, también, se
divierte y preocupa a partes iguales, sabiéndola tan poco dada prestar atención a
detalles y circunstancias del día a día que cualquiera suele apreciar y atisbar
incluso en la distancia. Quizás por eso tiene esa tendencia a perderse en cualquier
lugar, así como a olvidar detalles y comentarios que debiere recordar con
prontitud o que otro consideraría de suma importancia y, sin embargo, parece
tener facilidad para recordar y ver, sin casi quererlo, muchos detalles que a los
demás se nos pasan por alto. –Sonrió divertido y miró a Lucas—. Sí, milord, creo
que acertáis al considerar a mi hermana una mezcla curiosa de cualidades
aparentemente contradictorias y contrapuestas.
Loren sonrió mientras decía:
—Por el contrario, vuestras otras dos hermanas, parecen tener un carácter
bien definido.
Andrew se rio.
—Eliza es toda sensatez, saber estar y calidez de hogar y Libby, bueno, es
toda energía incontenida, buen humor, algo alocada y, sin duda, la más romántica
de las tres. Quién diga que no pueden darse mujeres tan distintas en una misma
familia y un mismo hogar es porque no ha tenido más de una mujer en su familia.
Todas juntas son un caos y agotadoras, pero, y esto lo negaré lejos de estas
paredes, no las cambiaría por tres hermanos. Incluso siendo pequeñas, me gustaba
regresar a casa sabiéndolas encantadas de tenerme como su particular paladín al
que volvían loco, pero, también, al que mimaban como el único varón de la familia.
Lucas se rio.
—No puede negarse que tener tres damitas prendadas de uno ayuda al ego
de un jovencito.
Andrew se rio.
—Sobre todo si obedecen cuando se les pide algo bajo la premisa de ser su
hermano mayor que todo lo sabe y que siempre tiene razón. —Suspiró
teatralmente—. Luego crecen, dejan de lado esa supuesta docilidad y tienen
conciencia de que no soy todopoderoso ni toda sabiduría y ya cuesta más que le
obedezcan a uno. Sobre todo, cuando uno tiene la suerte y también la tortura de
tener hermanas dotadas de una inteligencia y una perspicacia nada desdeñable.
Aldo se rio.
—En cambio, yo tengo dos hermanos pequeños tendentes a meterse en líos
con solo saltar de la cama, e incluso sin salir de ellas y con el mismo sentido común
que un crío de dos años.
Loren se rio.
—No seas tan duro con ellos. Pueden ser algo impulsivos y temerarios, pero
no carentes de inteligencia. Bien es cierto que esta última la usan en escasas
ocasiones. –Soltó una risotada al igual que Bennet y Lucas.
Andrew sonrió poniéndose en pie.
—Será mejor, caballeros, que nos despidamos ya. Mejor se llevan los
retratos y dibujos pues quizás vean en ellos algo que les refresque la memoria a
alguno o quizás les traiga algún recuerdo que permanezca dormido. —Miró a
Loren especialmente—. Mañana llevaré a mis hermanas a algún paseo lejos de mi
madre tras dejarlas estar con ellas en la mañana, seguramente en alguna fuente o
alguna reunión de damas para el té de media mañana. Les mandaré aviso con los
detalles.
Los cuatro ya de pie, asintieron siendo Aldo y Lucas los que tomaron todos
los dibujos, e incluso alguno más de los sueltos que había en el cuaderno, ya
desanudado que Leona hubo dejado en la mesa.
Tras salir de la casa, todos se dirigieron a la zona de las tabernas locales
frecuentadas tanto por caballeros como por otros hombres que no podría tildarse
de tales, al que sabían Albert y Arthur se hubieron marchado en busca de
información.
En cuanto los encontraron sentados en un garito de juego junto a varios
hombres de aspecto de jugadores profesionales y buscavidas, les hicieron una
disimulada señal para que supieren que estaban allí, sentándose en una mesa
apartada donde poder observar con mucha discreción. Tras servirles unas copas
una mujer que obviamente era más que una camarera y así se los hizo saber a los
cuatro, Lucas se arrellanó en su asiento.
—Creo que milady no es la única que observó lo ocurrido en esa posada. —
Dijo serio sin mirar a nadie en particular.
Aldo giró el rostro hacia él y señaló:
—¿Te refieres a que quién fuere también se fijó en ella?
Lucas asintió.
—En ella y en que dibujaba a quienes estaban a su alrededor porque apenas
llevaban aquí unos días entraron en la mansión y creo que el no encontrar el
cuaderno de dibujo fue la que la salvó de que no la mataren ese día marchándose
sin más. Quizás, quienes lo buscaron, perdieron los nervios y simplemente
decidieron, tras unos días, eliminar la posible amenaza y eso les llevó a intentar
matarla después aún sin tener en su poder el cuaderno.
Loren guardó silencio, serio y meditabundo ante esa idea y lo ocurrido hasta
entonces y cualquier cosa que fuere a decir quedó en el aire pues se unió a ellos
Arthur que se hubo despedido de Albert.
—Marcha a la casa a descansar. Mañana partirá temprano a la posada para
intentar sonsacar información al posadero y quienes estuvieron sirviendo ese día.
—Les aclaró nada más tomar asiento.
Bennet se levantó presuroso tomando de las manos de Aldo varios de los
dibujos.
—En ese caso, me marcho para alcanzarle. Creo que convendría que al
menos viere algunos de los dibujos de milady. Quizás le ayuden en su tarea.
Con un simple golpe de cabeza se despidió de su hermano y de los demás
antes de salir casi a la carrera de allí para que no se le escapare Albert.
Arthur lo vio partir tomando un sorbo de su espantoso coñac haciendo una
mueca de desaprobación dejándolo sobre la mesa.
—¿Has averiguado algo? –Preguntó Lucas bajando la voz mirándole por
encima de su copa.
Arthur asintió.
—Bastante más de lo que creíamos. –Se inclinó un poco hacia delante
apoyando los codos en la mesa—. Hemos estado en varios garitos que no
recomendaría ni a mi peor enemigo y esa mujer que han encontrado muerta parece
ser que ha sido vista en compañía de dos tipos cerca de las pensiones de la zona
norte de la ciudad. Una mujer que estaba en compañía de un caballero comentaba
que creía reconocerla de sus tiempos de cantante en Londres. Si se trata de la
misma mujer señaló que estuvo casada con un actor que murió en un accidente en
un teatro hace un tiempo y desde entonces se la ha relacionado con varios
caballeros.
—Uno de ellos un protector que seguramente era quién la relacionó en todo
esto. —Señaló Aldo alzando una ceja como si pensare en voz alta.
—Eso creemos Albert y yo. Especialmente porque es de suponer que los dos
tipos con los que la vieron moverse por aquí serían, al igual que ella, quienes
hacían el trabajo sucio a ese protector y sus posibles cómplices.
Lucas lo miró serio.
–La dama que milady atisbó en la posada sería una de ellos.
Arthur asintió sonriendo complacido.
—Y he ahí otra pista. ¿Recordáis a lord Delamy?
Loren fue el que se tensó al escuchar ese nombre, pues él y Anthony casi
mueren a manos de un plan urdido, estaban seguros, por ese canalla, cuando
trabajaba para los hombres que atentaron contra Amelie, la ahora esposa de
Anthony y su familia.
—¿Está metido en esto? –preguntó con gesto hosco.
Arthur sonrió.
—Está en la ciudad. –giró el rostro y señaló disimuladamente al jefe de sala
—. Debe en este y otro establecimiento, una buena suma a pesar de que lleva pocos
días en Bath. Según nos ha contado a Albert y a mí, cuando le hemos puesto un
poco de dinero en la mano, lord Delamy ha dejado entrever que dentro de poco se
hará con una buena suma de dinero pues espera el pago de unos servicios.
Según nuestro amigo, —señaló de nuevo con un golpe de cabeza a ese
hombre del fondo de la sala—, se ha encontrado aquí en dos ocasiones con una
dama que siempre ha evitado que le vieren el rostro, pero según dice, no es una
dama cualquiera, más tampoco una que parezca asustada ni amedrentada en
locales como este, luego no debe ser la primera vez que los frecuenta.
—¿Una amante o una cómplice? –Preguntó tajante Lucas interesado.
Arthur de nuevo sonrió.
—En realidad, ni una ni otra pues, según nuestro amigo, ella parecía llevar
la sartén por el mango en todo momento, y aunque se retiraron a una mesa
apartada, él le hablaba serio y tajante, pero ella era la que parecía dominarlo.
—Es decir que, como en otras ocasiones, ese canalla está haciendo de correo,
recadero o intermediario de lo que sea que se trate. —Inquirió Loren con firmeza.
Arthur asintió.
—Eso piensa Albert y no puedo por menos que inclinarme también en ese
sentido, sobre todo, después de saber de las otras ocasiones a ese canalla que
siempre se libra porque nunca parece haber nada que le incrimine en firme.
—Y si lo pensamos bien –intervino de nuevo Lucas—. Si lo encontramos a
él, es más que posible que encontremos tanto a esa “dama” como a los otros
conspiradores.
Arthur sonrió abiertamente dejándose caer en el respaldo de la silla.
—Y de nuevo, no puedo sino asentir. Pero hemos de ir con cuidado porque
si se sabe perseguido o simplemente sospechoso, huirá y seguramente alertará a
sus cómplices.
Aldo miró con disimulo al hombre del fondo y después a Arthur.
—Y ese “amigo” ¿sabría cómo localizar al lord Delamy?
Arthur asintió.
—Más o menos. Se hospeda en una de las grandes mansiones de las afueras.
Bueno, eso cree porque siempre que se ha marchado de aquí iba bastante bebido y
se ha quedado en uno de los prostíbulos calle abajo porque no era capaz de
recorrer a caballo tanta distancia. Pero eso poco nos ayuda sin pillarle o bien con la
dama o bien con aquél o aquéllos a quienes haga de correo o intermediario.
Más, a todos nosotros nos conoce y en cuanto nos huela o se marchará sin
mirar atrás.
Lucas hizo una mueca.
—Sí, eso es cierto. Deberemos valernos de terceros para vigilarle no solo
para localizarle. —De pronto sonrió de oreja a oreja a Arthur—. ¿Qué tal tus
hermanos? Y no me refiero a Bennet que, a él, ese canalla lo conoce.
Arthur gruñó. Sus dos hermanos menores, los que iban inmediatamente
después de él, eran unos temerarios de cuidado. Julian, el segundo hijo del duque,
se hubo alistado en la Marina en cuanto tuvo edad suficiente a pesar de los
intentos de los duques de desalentar esa idea y las constantes batallas navales en
las que se vio inmerso, si bien le habían traído riquezas, también le llevó de regreso
a casa en exceso curtido en muchos sentidos. Apenas si llevaba un año en tierra y
era un trasero inquieto.
Por su parte William, el tercero de los cuatro hijos del duque, era lo que en
principio consideraron un erudito, siempre metido en estudios, rodeado de libros y
escritos, pero al final había resultado tan temerario o más que sus hermanos pues
no solo se hubo revelado como un explorador y arqueólogo de renombre en su
mundillo, sino, además, un explorador diestro y muy dado al peligro, como
demostró durante los meses finales de las guerras napoleónicas en que se vio
envuelto en muchas de las misiones más arriesgadas bajo las órdenes de Duque de
Hierro, del Duque de Wellington.
—Sí, quizás ese canalla no haya coincidido lo bastante con ellos para
reconocerles, al menos si no se hacen notar y no revelan su identidad si tropezaren
abiertamente con él. —Reconoció a su pesar.
Lucas sonrió mientras decía:
–Hazlos llamar. Estamos apurados de tiempo y, además, mientras no
sepamos a quiénes nos enfrentamos estamos un poco a ciegas y, al menos, algunos
de nosotros, habremos de procurar la seguridad de las damas de la familia de lord
Antonwe.
Aldo estalló en carcajadas.
—Lo confieso. La joven Lady Leona me intriga. Con esa carita inocente y
esos ojos grises que parecen contener una cándida nobleza, sin embargo, es tan
despistada como perspicaz. Además, no es muy dada a prestar atención a lo que
otras damas, e incluso diría que poco o nada le interesan los enredos sociales y los
chismes de sociedad, pero en cambio, ha sabido leer entre líneas algunos de
nuestros comentarios e incluso en un par de ocasiones en que la hemos preguntado
intentado eludir cualquier intención, ella parecía sabernos leer como en un libro
abierto. —Giró el rostro y miró a Lucas —. Es muy intuitiva incluso aunque no
entienda el fin último de lo que intuye.
—Sin mencionar que parece presta a los misterios. Como ese comentario
sobre puertos más cercanos que Dover o los lugares para maquinaciones mejores
que el aburrido Bath. —Señalaba Loren entre risas.
Arthur frunció el ceño molesto por no entender ni de lo que hablaban ni
menos aún, el supuesto chiste. Loren viéndole algo molesto se apresuró a contarle
lo de los coches de postas y los comentarios posteriores, así como, además, como
ella riñó a su hermano cuando intuyó que no era la primera vez que les usaba, a
ella y sus hermanas, como fuente de información.
Arthur negó con la cabeza sin evitar una leve sonrisa.
—Lo cierto es que lord Bremer se ha revelado como un tipo astuto. —Señaló
lo apreciación.
—Sí, eso es innegable. –Se rio divertido Loren—. Nos enviará aviso cuando
conozca sus planes para que estemos atentos, más, mientras eso ocurre, propongo
que nos pongamos de inmediato manos a la obra con los nuevos datos que
contamos.
Al otro lado de la ciudad, Joe Trenton esperaba agazapado y lejos de
miradas curiosas cerca de la puerta trasera de la mansión de lord Filmore pues
habían sido llamados para presentarse allí esa noche y sabía que antes debía
asegurarse de una cosa de vital importancia para su propia supervivencia. En
cuanto vio a Verner acercarse se abalanzó hacia ese cuerpo desgarbado y lo
acorraló en el callejón trasero.
—Sé que has fallado –Le espetó nada más apretar su cuello con su enorme
mano—. He visto a toda la maldita familia de lord Antonwe regresar esta tarde a la
casa.
Verner jadeó aún de la impresión del golpe contra la pared.
—Por poco, he fallado por poco. Ese caballero… lord… lord Bromder estaba
con ella y no podía arriesgarme a que me viere. –Se apresuró a decir
atropelladamente y casi sin aliento.
—¿Te han visto? –preguntó con rudeza y un tono más que amenazante.
—No. No. — exclamó con vehemencia—. No me ha visto nadie.
—¡Maldita sea! Era muy sencillo lo que había de hacer y ahora que saben
que la queremos muerta esos malditos agentes de la corona nos complicarán
mucho deshacernos de ella.
Lo soltó con brusquedad girando el cuerpo tenso y nervioso. Tras un par de
pasos volvió a girarse para mirarle y decir con voz cruda y tosca:
—No dirás nada de esto a milord o no saldremos vivos de esa casa. Ni se te
ocurra abrir esa boca delante de milord o juro que te arranco la cabeza yo mismo.
Me ocuparé de este asunto y por tu bien milord no ha de sospechar lo ocurrido o el
destino que nos esperará será peor que la suerte de esa bruja de la señora Smithy.
Lord Filmore no perdona errores.
Verner asintió temiendo, en ese momento, más a Joe que a milord,
especialmente porque sospechaba que cuando decía que se ocuparía de ese asunto,
no se refería solo a la joven milady sino también a él. Ocurriere lo que ocurriere en
casa de milord esa noche, si salía de allí con vida, no se quedaría para conocer los
planes de Joe ni siquiera los de milord. Iba a desaparecer sin decir nada, aunque se
quedase sin la bolsa de oro prometida por milord. Mejor sin bolsa, pero con vida
que sin vida y con bolsa.
Siguió a Joe hacia el interior de la mansión entrando por la discreta puerta
lateral lejos de miradas indiscretas, especialmente de sirvientes. Llegaron con sigilo
a la biblioteca donde ya se encontraba lord Filmore con cara de pocos amigos.
—Cerrad la maldita puerta antes de que alguien os vea. –dijo con
brusquedad sin siquiera levantar la mirada hacia ellos desde el sillón que ocupaba.
Una vez dentro los dos se colocaron frente a él.
—Tenemos que empezar a movernos y no quiero errores pues ahora que
sabemos que esos malditos bastardos de Lord Bromder y los suyos andan por aquí
la discreción es primordial.
Ambos guardaron silencio unos segundos hasta que milord se levantó y
tomando una nota de la repisa cercana extendió el brazo en dirección a Joe Trenton
mientras decía:
—Lleva con discreción esto a milady. Sin que te vean. Has de esperar su
contestación ya que nos dirá cuándo y dónde nos reuniremos con nuestros amigos.
Quiero inspeccionar el terreno para que no nos sorprendan. Los rusos son muy
astutos y si piensan que pueden hacerse con la mercancía gratis de algún modo, no
dudo que lo intenten.
Trenton tomando la nota preguntó:
—¿Milady quedará a partir de ahora lejos o nos acompañará? —Lord
Filmore le miró entrecerrando los ojos con desconfianza—. En determinados
lugares, nos moveríamos o pasaríamos más desapercibidos sin ella
acompañándonos, milord. Milady es… —carraspeó de pronto incomodo—. Bueno,
puede despertar cierta curiosidad el que una dama como ella se encuentre con
nosotros.
Lord Filmore suspiró.
—Sí, sí. Flaco favor nos haríamos si empezare a crear expectación el que la
vieren con individuos tan alejados de su círculo y clase. —Gruñó antes de alzar de
nuevo la vista hacia él—. Está bien, ya me encargo yo de que ella no se deje ver
demasiado a partir de ahora, aunque dudo que no quiera estar presente en el
momento del intercambio.
Trenton asintió algo más aliviado pensando que si la joven milady vio a la
señora Smithy y era capaz de reconocerla, seguro con más motivo a milady y
matar a una mujer de su condición iba a ser un problema, pero a dos sería cuanto
menos en exceso arriesgado, incluso aunque una de ella fuere una arpía como lady
Archer capaz de vender su alma al diablo si con ello sacare tajada.
Nada más salir, miró a Verner serio.
—Vete a la pensión y no salgas y ni se te ocurra meterte en una posada a
emborracharte. Mañana te daré instrucciones.
Verner se limitó a asentir mordiéndose la lengua porque en cuanto recogiese
sus cosas en la pensión regresaría a Londres antes de que Trenton, milord o
cualquiera le matasen. Además, no sería el tipo más inteligente del mundo, pero
tenía un sexto sentido para los problemas y ese trabajo le daba mala espina. Era el
momento de escabullirse y hacerlo antes de que Trenton se diere cuenta.
A primera hora de la mañana, Leona se encontraba en el jardín dejando a
Bathy intentar corretear un poco por el césped cuando uno de los guardias salió
con gesto tenso por la puerta trasera que comunicaba con la calle de atrás de la
casa. Regresó unos minutos después y no le quitó ojo hasta que, de nuevo, entró en
la casa. Sabía que no debía salir sola, pero llevaba toda la noche inquieta. Se había
pasado toda la noche soñando, no con el disparo ni con el peligro del que le
hablaron Andrew y sus compañeros, sino con lord Bromder y más concretamente
con su abrazo, con el modo en que se sentía encerrada en sus brazos. Fue todo
extraño y a la vez, de un modo inexplicable, tierno, cariñoso y peligroso, excitante
y de un modo que no lograba entender posesivo, muy posesivo, agradablemente
posesivo, siendo esto último lo que no le dejaba dormir. Cada vez que cerraba los
ojos parecía recordar ese momento con nitidez y en vez de sentirse inquieta se
sentía bien. Le gusto ese abrazo protector, posesivo y ese tono ligeramente mandón
y cariñoso que usó con ella. Gimió para su interior mientras caminaba hacia el
comedor, diciéndose a sí misma que era lógico sentirse así, pero también se
reprendía por sentirse, comportarse y verse como una jovencita bobalicona de fácil
impresionar. Lord Bromder era un hombre demasiado curtido, experimentado e
imponente para no dejar huella en una jovencita atolondrada como ella. Se sentó
en el comedor de mañana para tomar un té mientras esperaba a su madre y sus
hermanas y desayunar con ellas cuando Andrew entró y tomó asiento a la cabecera
y tras serle servido el café y un plato copioso, como cada mañana, esperó que los
lacayos se retirasen tras hacerles un gesto para decir:
—Leo, necesito que me prometas que no pasearás sola por el jardín. –Ella
alzó las cejas esperando un poco de aclaración —. Uno de los guardias acaba de
decirme que han visto merodear a alguien durante la noche y esta mañana había
un hombre cerca de los muros cuando has salido.
Leona se removió en la silla nerviosa.
—¿De veras? ¿Crees que era el mismo que disparó?
Andrew alargó el brazo y le tomó la mano por encima de la mesa dándole
un suave y ligero apretón.
—No te asustes. No era esa mi intención sino solo que necesito saberte a
salvo.
Leona asintió.
—Está bien, lo entiendo. No saldré sola. Lo prometo.
—Se me ha ocurrido una cosa. —Andrew le sonrió—. Si es que te animas a
hacer por unas horas de espía.
Leona se rio.
—¿No querrás decir de espía con consciencia de que lo soy ya que al parecer
no es la primera vez que hago tal papel?
Andrew soltó una carcajada.
—¿No me vas a dejar olvidar mis enredos del pasado, no es cierto?
Ella se rio.
—¿Y perder así la oportunidad de torturarte un poquito? ¡Ni hablar! —
Andrew sonreía negando con la cabeza—. Bueno, di, –Continuó—, ¿En qué
consistiría mi “misión”?
Andrew estalló en carcajadas.
—¿Tu misión? ¿De veras? –Se reía sin parar antes de volver a mirarla tras
tomar una bocanada de aire—. Leo, debiera revisar los libros que padre pone en
tus manos, has leído en exceso sobre maquinaciones y complots. –Leona resopló y
él le sonrió divertido—. Solo voy a llevaros a montar en la tarde y mientras nos
alejamos de Eliza y Libby, a las que dejaremos convenientemente en manos de dos
mozos y algunos de los caballeros que nos acompañen, tú, yo y alguno de ellos,
recorreremos más sosegadamente algunos de los caminos observando al resto de
caballistas. Quizás encontremos a la dama que buscamos.
Leona frunció el ceño, meditabunda, unos instantes antes de preguntar:
—¿Y qué te hace pensar que podamos verla allí?
Andrew se rio.
—Todos aquéllos que desean ver y ser vistos pero que se aburren de tanto
paseo alrededor de las fuentes y especialmente las damas y caballeros que desean
un poco de relaciones algo más… —hizo una mueca mientras intentaba encontrar
una palabra adecuada—. Digamos que algo más interesantes que la de ajadas
parejas que vienen a relajarse o en busca de la salud y que la de matronas y sus
hijas, suelen salir a montar por las tardes por esos senderos.
Leona arrugó la frente brevemente pero después abrió los ojos tanto como la
boca.
—¿Quieres decir caballeros en busca de amantes y de damas casadas o
viudas que buscan compañía?
Andrew de nuevo soltó una carcajada.
—Leo, si así fuera no os llevaría a vosotras tres. No es tan sencillo o al
menos tan directo. No, no. En realidad, se trata más de jóvenes aburridos de
acompañar a sus familiares en paseos o visitas formales, algunos caballeros y
damas que también buscan un poco de descanso de tanta vida tranquila.
Leona sonrió negando con la cabeza.
—Y también donde mujeres y hombres aburridos buscan entretenimientos
menos prosaicos. —insistió divertida.
Andrew sonrió.
—Eso, aunque no sea bueno llenar una inocente cabecita como la tuya de
cierta información, has de saber que puede hacerse prácticamente en cualquier
lugar.
Leona lo miró abriendo mucho los ojos, pero después prorrumpió en
carcajadas.
—Lo entiendo, lo entiendo. Es cuestión de saber qué hacer y cómo para que
ojos inocentes como los míos, —señaló con cierta ironía—, permanezcan ajenos a lo
que ocurre a su alrededor y en su feliz ignorancia.
Andrew sonrió tocándose la punta de la nariz con un par de golpecitos de
su dedo en sentido afirmativo y malicioso. Leona sonrió divertida.
—Bien, bien. Entendido, pues, seremos espías, pero ¿Cómo pretendes
conseguir alejarnos de Eliza y Libby sin que sospechen? Y lo más importante:
¿Cómo lograrás que madre y tía no vean sospechoso que vayamos a montar en la
tarde?
Andrew se rio.
—Lo tengo todo pensado. Les diré que lord Daswoth y sus amigos, para
agradecer la invitación de la pasada noche, nos han invitado a pasear.
Leona le interrumpió riéndose:
—Y claro, la mera idea de que piensen que sus hijas serán acompañadas por
adecuados y deseados solteros será motivo suficiente no ya para que estén
encantadas con la idea sino para que no hagan pregunta alguna. –Asintió tajante
con satisfecha sonrisa—. Muy astuto, Andrew, muy, muy astuto.
Empiezo a entender por qué eres quién eres y haces lo que haces. Eres muy
sibilino.
Andrew prorrumpió de nuevo en carcajadas.
—Viniendo de ti, querida hermana, lo tomaré como el mejor de los
cumplidos.
—¿Por qué te hace Leo un cumplido? ¿Qué regalo le has prometido? Y
siendo así ¿Por qué no me lo haces también a mí?
La voz de Libby que entraba decidida en el salón les hizo a ambos mirar
hacia la entrada y a Andrew levantarse por cortesía.
—Ha prometido convencer a mamá de que nos deje montar a caballo esta
tarde.
Leona se apresuró a contestar lanzándole una mirada cómplice a su
hermano mientras él y Libby tomaban asiento.
—¿De veras? –preguntaba ella con clara emocionada esperanza.
Andrew sonrió.
—Sí, pero no digáis nada hasta que me informe adecuadamente. Mejor no
dar a madre y tía opción para dudas ni quejas. —Respondía como si nada mientras
pensaba que debía primero asegurarse la compañía de los caballeros y que éstos
fingiesen ser quienes las hubieron invitado pues era la excusa que daría.
Liby se rio.
—Seré una tumba hasta que me lo indiques si con ello logras que esta tarde
no tengamos que visitar fuente alguna ni ir a tomar el té en alguna aburrida
reunión.
Andrew se rio.
—Libby, espero que el caballero que consiga llevarte al altar, logre domar tu
rebelde carácter o si no le preveo una vida muy corta con tantas preocupaciones y
sobresaltos a tu lado.
Libby se reía tomando la taza de té.
—Corta o no, será una vida feliz y provechosa. Ya lo verás, el caballero que
consiga mi mano se considerará el más afortunado de los hombres.
Leona le sonrió con inocencia:
—Afortunado, sin duda, más también ciego e inconsciente de la realidad
que le rodea también.
Andrew se reía mientras Libby le lanzaba una mirada de falso desdén tras
resoplar.
Apenas hubo terminado el desayuno, Andrew se despidió de su familia que
partía hacia una de las fuentes más concurridas, no sin haber dado instrucciones
precisas a Leona sobre cómo precaverse y haberse asegurado de que dos guardias
las vigilasen como dos halcones con discreción sin que ni su madre, tía y hermanas
mayores los supieren. Al llegar a la mansión de lord Willow en la ciudad se
sorprendió de encontrarse a todos los caballeros menos a lord Albert y lord Bennet
que habían partido temprano a la posada en busca de alguna pista, pero también a
dos nuevos caballeros. Fue Andrew el que se apresuró a acompañarles en la
terraza trasera en la que se encontraban acomodados en ese momento, mientras
decía:
—Lord Bremer, por favor, pasad. Os presento a mis hermanos, lord William
y lord Julian Alwis.
—Milores. –Se apresuró a hacer la cortesía que ellos correspondieron antes
de tomar asiento de nuevo.
—Milord. –Lucas le hizo mirarlo—. Tenemos algunas novedades y una de
ellas nos ha alentado para llamar a estos dos compañeros pues necesitábamos
contar con su discreta presencia.
Andrew miró, alzando una ceja con cierta incredulidad, a los dos caballeros
en cuestión pues su aspecto de caballeros algo más que curtidos y experimentados,
no podía decirse pudiere pasar desapercibido y menos en una ciudad como Bath
por abarrotada que se encontrase en esos instantes.
Lucas que enseguida comprendió su mirada se rio.
—Debiere haber dicho que su discreta presencia se debe al hecho de que
esperamos que a cierto individuo no les sea conocido.
El comentario hizo que Andrew volviere a mirarlo con interés siendo
informado en ese momento de las nuevas de la noche anterior y de sus planes para
con lord Delamy. Tras sopesarlo, Andrew permaneció callado unos instantes.
—Quizás debiera advertirles que yo sí que soy conocido de lord Delamy y
no creo que me aprecie en exceso puesto que hace poco más de un año casi lo
mato.
Eso hizo que todos los caballeros le mirasen con curioso y ávido interés.
Andrew suspiró dejándose caer en el respaldo de la silla que ocupaba con cierto
desgarbado cansancio:
—Las pasadas navidades lord Willow nos envió a un amigo y a mí a “un
encargo” cerca de Devon y aunque el asunto se resolvió sin demasiado incidentes
reseñables, sí que tuvimos un pequeño encontronazo con lord Delamy que intentó
hacer pasar a los ojos de ciertas personas, el intento de secuestro de una joven,
como un arrebato pasional para llevarla al altar en tierras escocesas. –Al ver el
gesto de todos se apresuró a añadir—: No se preocupen, no se trataba de ninguna
de mis hermanas.
En tal caso, no simplemente habría intentado matarlo, lo habría hecho tras
desollarlo vivo. —sonrió con cierto regusto satisfecho —. Se trataba de la
prometida de mi amigo y pudimos evitar que nada ocurriere y que nada se supiere
a tiempo, más, aun así, lord Delamy se nos escurrió entre las manos por la
intervención de un indeseable comerciante de sedas que en presencia del
magistrado juró encontrarse en compañía de milord durante los días en cuestión
no pudiendo nosotros rebatirlo sin poner en riesgo no solo la reputación y el
compromiso de la joven que se vio obligada a permanecer en compañía de ese
individuo a solas varias horas lo que, aunque no pasare nada, todos sabemos lo
que habría supuesto a ojos de terceros, sino además, sin poder revelar datos de
nuestro “asunto” lo cual claramente no podíamos y lord Delamy contaba con
ambas cosas cuando fue llevado ante el magistrado.
Loren gruñó malhumorado.
—Ese canalla siempre sale de rositas de todos sus enredos. Juro por Dios
que he de pillarlo como sea.
—Andrew le miró frunciendo el ceño y él se apresuró a añadir—: También
he tenido un encuentro desagradable con ese individuo del que se libró por los
pelos.
Andrew asintió suspirando.
—Algún día se le agotará la suerte. –Concluyó, aunque más como un deseo
que como una creencia cierta.
Alzó el rostro y se enderezó en su asiento para mirarlos de nuevo con
decisión.
—En fin. Venía para decirles que se me había ocurrido un medio, más o
menos seguro, para intentar que mi hermana se encuentre a esa dama, o, por lo
menos, que frecuente un sitio de habitual relajo de cierta parte de la ciudad.
Montar a caballo en los terrenos de la zona sur en la tarde. Para evitar reticencias
de mi madre y tía, había pensado poner como excusa que milores, —Miró a Lucas
y a Loren especialmente—, querían agradecer así la invitación a cenar de la pasada
noche. De cualquier modo, de parecerles bien mi excusa, habría de encontrar un
modo de justificar la presencia de milores en el paseo y así mato dos pájaros de un
tiro. Y para evitar que Eliza y Libby se den cuenta de lo que hacemos, debiéremos
procurar separarnos y, mientras algunos de los caballeros presentes las acompañan
un rato, yo me quedaré con Leona y con detenimiento inspeccionaremos a los
caballistas y transeúntes de los alrededores.
Aldo fue el que contestó en primer lugar:
—No es mala idea. Si presumimos que esa dama no es simplemente una
dama sino, además, algo más, seguro que no gustará pasarse el día entero entre
fuentes y reuniones de té con matronas y ajadas parejas. Seguro frecuenta, durante
el día, zonas de recreo más entretenidas.
Andrew asintió.
—Y dado que han de ser zonas de buen tono para que mi hermana pueda
frecuentarlas, solo se me ocurren en Bath, un par de salones donde se celebran
fiestas y conciertos privados, un par de zonas de compras y por supuesto, la zona
de paseo a caballo.
Arthur por fin habló:
—Supongo que nada perdemos por intentarlo. Esta mañana la podemos
dedicar a seguir las pistas que contamos y esta tarde nos reuniríamos con milord y
sus hermanas, pues, además intentar seguir esa ocurrencia, es evidente habremos
de asegurarnos su seguridad y bienestar. –Giró el rostro y miró a William y
Julian—. Bueno, vosotros deberíais intentar localizar a lord Delamy y seguidle con
discreción. Ciertamente es la pista más firme con la que contamos.
William asintió.
–Creo que yo empezaré a hacer preguntas por los alrededores pues no dudo
que soy, probablemente, el que menos posibilidad tiene de ser reconocido por ese
canalla. Con suerte, en un par de horas habré localizado su residencia ya que no
hay tantas casas en los alrededores y menos en las que las gentes cercanas no sepan
quiénes las ocupan, aunque solo sea por curiosidad.
Julian se rio.
–En ese caso, yo me centraré en preguntar, con discreción, por esos locales
en los que decís ya debe una buena suma por el juego y también por ese burdel del
que hablabais. Quizás cuente con una chica favorita y se le haya soltado la lengua
en su presencia en estado de embriaguez. –Sonrió divertido—.
Seguro que un par de coronas soltará también la lengua de la chica en
cuestión o de su madame.
Andrew se inclinó ligeramente hacia adelante apoyando los codos en las
rodillas mirándole con gesto adusto.
—Si hay alguna chica de color o exótica, empezad por ella. A ese cerdo le
gustan sobre todo ellas. –
Negó con la cabeza con disgusto al añadir—: Y buscad a alguna con alguna
magulladura. Además de un cerdo es una mala bestia. Le gusta golpearlas.
Julian alzó las cejas e hizo una mueca de desprecio.
—Menuda joyita es ese Delamy. ¿Qué demonios hace para librarse de sus
enredos?
Loren gruñó de nuevo.
—Es la suerte de los desgraciados, supongo. El canalla es muy bueno
escurriéndose llegado el caso.
Tenedlo presente para que no os haga algún enredo para daros esquinazo ni
para liaros. – Decía mirando a William y a Julian.
—Avisado quedamos. —Señaló William antes de girar el rostro hacia
Andrew sonriendo para decir—: Milord, permitidme deciros que vuestra hermana
tiene mucho talento como retratista. —Señaló con el dedo alguno de los dibujos
extendidos sobre la mesa situada entre todos ellos—. Quizás os pida permiso para
que colabore en el libro que estoy terminando sobre la última expedición que
hicimos mis compañeros y yo en el bajo Egipto y que nos retrate y algunas de las
piezas que trajimos para incluirlas como ilustraciones.
Andrew se rio.
—Debiereis preguntar primero a mi padre, milord, ya que si Leona se entera
que me preguntasteis a mí y no dije que sí de inmediato me perseguirá con un
atizador. –Se rio suavemente con un brillo de evidente diversión en los ojos—.
Algo me dice que mi hermana aspira no muy secretamente, a publicar un libro de
ilustraciones y unas historias infantiles de dibujos y cuando esa aspiración alcance
unas pequeñas cotas más altas, sospecho que se atreverá a visitar editores, sobre
todo si depende de mis otras hermanas que no dudo la animan a ello.
Loren se rio.
—Por vuestra cara no parecéis ni disgustado ni alarmado ante esa idea,
milord.
Andrew se rio.
—Siendo sincero, no lo estoy. A mi madre puede darle un síncope de
enterarse y no dudo a mi padre haya que convencerle con mucha maestría llegado
el caso, pero a mí, personalmente, no me importaría que mi hermana tuviere esa
oportunidad. –Alzó los ojos hacia William—. Yo también creo que tiene talento y
sabiendo que es una aspiración inocente que, en mi opinión, a nadie daña ni
supone ninguna transgresión grave de las normas de nuestra sociedad, no debiere
impedírsele si consiguiere finalmente armarse de valor para hacerlo, lo que como
digo, creo que tarde o temprano hará, más, si depende de Libby. –Se rio negando
con la cabeza —. Sospecho que incluso secretamente Libby tiene escogido un
pseudónimo por si acaso. —De pronto tensó el cuerpo y el rostro antes de decir
muy serio—: Por todos los santos, se me olvidaba decirles que he sido informado
por los guardias de la casa que durante la noche alguien merodeaba los callejones
traseros de la casa y, esta mañana, uno de los guardias, mientras Leona estaba en el
jardín con el cachorro, está seguro vio a un hombre en el enrejado de los jardines.
Me he asegurado que Leona me prometa no salir a los jardines sola y cuando digo
sola digo sin mí o un par de guardias y también he ordenado que dos guardias
estén, en todo momento, con mis hermanas sin que les vean. He contratado a dos
cadetes de caballería que están de permiso y pueden simplemente pasar por dos
caballeretes de asueto.
Arthur lo miró con seriedad.
—¿El mismo hombre que disparó?
Andrew suspiró.
—Lo mismo que ha preguntado Leona. Al final va a resultar que sería buena
espía a pesar de su tendencia al despiste. –Negó con la cabeza —. ¿Cómo saberlo?
Se ha asegurado de no ser visto con claridad. Pero algo me dice que es el ladrón de
la primera noche. Si es el mismo o no del disparo, eso, me temo, solo lo sabré
cuando lo cace porque tengo claro que tanto si resolvemos este embrollo como si
no, daré con el canalla que disparó a Leona.
Arthur por un instante sintió mucha ira al recordar el instante del disparo,
pero también cierto placer, casi íntimo, al rememorar la sensación de tenerla entre
sus brazos. Recordar no solo la sensación de protegerla entre sus brazos sino
también de la suavidad de su piel, la calidez de su cuerpo y esos increíbles ojos
grises como la niebla en un día de tormenta cerca de la costa, fijos en él cuando
alzó el rostro para mirarle, aún asustada sorprendida y algo desorientada y, sin
embargo, parecía, de algún modo, calmada. El sosiego y la paz personificado.
Gimió para su interior removiéndose incómodo en su silla.
—Bien.
La voz firme de Andrew le trajo de regreso y le hizo mirarlo mientras se
ponía en pie.
—Si me disculpan caballeros, dado su conformidad, mentiré con descaro a
mi madre y tía con su falsa invitación para pasear. —Sonrió de pronto divertido —.
Algún día me serán devueltas todas las mentiras contadas a las damas de mi
familia y no tendré lugar sobre la faz de la Tierra dónde esconderme de los idus de
mi madre.
Los caballeros se rieron despidiéndose de él con un golpe de cabeza
viéndole partir unos segundos después. Mientras les servían unos tés y unos
bollos, Julian inspeccionó los dibujos sobre la mesa con detenimiento, deteniéndose
en uno en concreto.
—Este collar me resulta familiar. — Dijo sin levantar la vista del dibujo —.
Bien, quizás no el collar sino su diseño…— Meditaba en voz alta—. Tiene algo, no
sé, es demasiado chabacano para ser de una dama.
—De pronto abrió mucho los ojos y alzó el rostro con gesto triunfal —. ¡El
ballet húngaro!
Todos permanecieron en silencio unos segundos esperando que aclarase el
comentario y fue Arthur el que finalmente preguntó ansioso cuando tras unos
segundos se quedó callado.
—Julian, mejor te explicas porque me temo no te seguimos.
Julian se rio.
–Lo siento. Me he quedado simplemente en mi triunfo. Ya sé dónde o mejor
dicho quién elabora estas piezas. Quizás podamos mandarles el dibujo a Anthony
y a Joseph, ya que están en Londres, para que interroguen al joyero que elabora
estas cosas. –Sonrió de nuevo complacido consigo mismo—. Dasha es una de las
bailarinas de la compañía húngara y me pidió en una ocasión cierto presente
indicándome no muy sutilmente, el nombre de un joyero que había elaborado una
pieza para una compañera suya, regalo de otro caballero. Digamos que era un
joyero con cierta tendencia a lo rococó que parecía ser del gusto de este grupo de
mujeres y sus protectores.
Arthur gruñó.
—Creía que lo de esa bailarina había quedado atrás.
Julian se rio.
—Sí, hermano, pero no por ello soy incapaz de recordar algunos detalles de
los meses con ella. —
Respondió con cierto deje burlón que sabía a su hermano ponía de los
nervios.
Lucas se rio ante el comentario y el modo de hacerlo sabiendo que era para
aguijonear a Arthur, pero enseguida tomó de las manos de Julian el dibujo.
—Se lo mandaré de inmediato a Anthony con los datos que me facilites.
Quizás el joyero le dé el nombre del caballero que compró este collar en concreto. –
Miró con cierta sonrisa irónica a Arthur—. Al final, milady iba a tener razón con
aquél recuerdo de la cantante rusa y su collar. —Giró el rostro hacia Loren con
diversión—. ¿Cómo era que lo describió? ¿” Recargado” y el tipo de cosas que
según su tía “los caballeros regalan a sus amantes”?
Loren, Aldo y Lucas prorrumpieron en carcajadas.
—Sí, sí, pobre Lord Bremer, intentó suavizar su espanto diciéndole que
habría bastado con que dijere que era poco elegante. —Señalaba entre risas
incontroladas Loren—. Y milady, indiferente, se encogió de hombros y siguió
como si no importase lo más mínimo.
Aldo una vez controló sus carcajadas miró en derredor.
—Es de un despiste asombrosamente perspicaz. De veras que es todo un
misterio.
—Pues ese despiste de mujer se halla como objetivo cierto de ciertos
ladrones que ya han matado para permanecer en el anonimato. —Señaló Arthur
con gesto tenso intentando que todos se centraren de nuevo—. Además, no creo
que se os haya pasado por alto, que lord Bremer ha dicho que cree vuelven a
merodear por su casa, de modo que hemos de suponer que están nerviosos ante la
idea de que milady les reconozca y tipejos que matan nerviosos, no creo que sea
algo que debamos ignorar, pues es un peligro más que cierto. Nervios y asesinos,
no son buena combinación.
Julian miró con ávido interés a su hermano. Se tensaba en exceso ante la
mención de esa joven. Lo notó en cuanto lord Bremer señaló que había alguien
rondando la casa esa mañana con ella en el jardín, pero sobre todo cuando Lucas
narró el episodio de la posada. Parecía enfadado consigo mismo y empezaba a
creer que realmente sí que estaba enfadado, pero no por lo que creyó en un primer
momento, por un descuido de sus deberes que pudo costar la vida a la joven, sino
que había algo más en la tensión y el malhumor de su hermano al que nunca había
visto perder los nervios. Ni siquiera perdió su habitual templanza cuando a él,
Bennet y Arthur, se les notificó, tras Waterloo, que William se hallaba entre los
desaparecidos. Tardaron casi una semana en localizarle en un hospital, herido,
sabiendo que se sentía responsable de sus hermanos menores y por ello más
preocupado, si cabía, que Bennet y él, mientras le buscaban como locos. Tomo nota
mental para hablar en reserva con Arthur en otro momento antes de levantarse y
tras dar el nombre del joyero a Lucas, partir en busca de pistas sobre ese tipejo.
—¡Bastardo cobarde!
La brusca exclamación de Joe Trenton resonó en aquélla pequeña habitación
de la pensión donde se suponía encontraría a Verner, pero en su lugar encontró la
habitación vacía.
—El muy…
Dio una patada a la silla del rincón de frustración molesto consigo mismo
por no haberse dado cuenta de que la noche anterior debió percibir que iba a
eliminarlo a la primera oportunidad y ahora era un cabo suelto y uno que
seguramente se encontraría ya a millas de allí.
Gruñó porque decirle a milord que Verner se había marchado era tan
peligroso para él como callarlo y que lo descubriere por sí mismo.
—Maldita rata, cuando te encuentre voy a…
Salió de la habitación con furia sabiendo que tendría que ocuparse de él una
vez terminado el asunto de milord pues en ese momento había de partir a casa del
jefe para ir a inspeccionar el lugar en el que cuatro días más tarde se reunirían con
ese supuesto comprador ruso que según milord iba a darles una fortuna por esa
pieza que robaron a pesar de que milady, él y Verner no pudieren hacerse aquélla
noche de las dos cosas que les hubieron encargado sino solo de una.
Nada más llegar a la posada “el molino viejo”, Verner se acomodó en un
discreto rincón desde el que podía ver la puerta de entrada ya que en cuanto
Trenton se diere cuenta de su huida saldría a buscarlo y había de poner tierra de
por medio. Al menos contaba con la ventaja de que milord no le dejaría irse de
Bath hasta que hubieren terminado su asunto. Gruñó mientras se maldecía por no
haber cobrado la bolsa de oro que le habría permitido vivir muy bien una
temporada.
Miraba en derredor todo el tiempo, alerta y temeroso. Aun terminaba de
tomar el desayuno cuando vio aparecer a esos dos caballeros que hubo visto en
compañía de esa maldita joven y de los otros caballeros que tan alarmado pusieron
a lord Filmore. Se encogió en su sitio cerniéndose la gorra que llevaba intentando
al tiempo no perder de vista a los dos caballeros. Cruzaron el comedor delantero y
fueron directos hacia el posadero. Desde donde estaba y con los ruidos del
comedor no podía escucharles, pero parecían hacerles preguntas que el posadero y
la oronda mujer que se hallaba a su lado tras la barra contestaban asintiendo o
negando junto con algunos comentarios. Al cabo de unos minutos salieron con el
posadero a la parte trasera, a la del comedor exterior y tuvo que moverse para
poder seguir espiándoles. Se quedó junto al camino que daba a los establos
observándolos en la distancia. Se acercaron a varias de las muchachas que
trabajaban en la posada y vio como les enseñaban algunas cuartillas y tanto ellas
como el posadero las miraban con atención. Pasadas algunas el posadero tomó una
y la miró alzando de inmediato la mirada señalando hacia el comedor.
—Maldita sea. —Murmuró comprendiendo casi de inmediato que el
posadero debía haber reconocido su cara.
—Maldita mujer entrometida. —Mascullaba girando y saliendo a la carrera
hacia los establos.
Con suerte, saldría de allí antes de que le vieren pues, estaba seguro, el
posadero le había visto bien esa mañana cuando le ordenó de modo tajante al pedir
el desayuno, que no mirase de ese modo a la muchacha que le servía y que debía
ser una de sus hijas.
No esperó ni siquiera a tomar aire para ensillar el caballo que hubo robado
casi al alba en Bath y montar apresuradamente ante la sorpresa de los dos mozos
de las cuadras. En cuanto cruzó la puerta del establo y enfiló el camino en
dirección a Londres espoleando el caballo vio salir por el rabillo del ojo a una de
las muchachas de la posada y levantar el brazo en su dirección al tiempo que decía
algo que no llegó a escuchar, pero sí, en cambio, atisbó a ver salir varias figuras de
la posada.
—Demonios. –Espetó el posadero en cuanto cruzó la puerta que daba al
camino con los dos caballeros tras escuchar la voz de Mariana, su hija, llamándolos
—. Milores, es él. –Giró el rostro hacia ellos y de inmediato al camino por el que ya
veían salir a galope a ese hombre.
—Corramos. –Señaló Bennet echándose a la carrera hacia los establos—.
Aún podemos alcanzarle.
Albert salió tras él dando las gracias al posadero y gritándole que
regresarían.
Apenas unos minutos después salían a galope tendido por el camino
tomado por ese hombre y poco después lo veían más allá huyendo de ellos.
—Vamos. —gritó Albert—. Podemos cortarle el paso por la llanura.
Conozco un atajo, pero estate atento a los salientes y recodos traicioneros.
Bennet asintió girando la montura tras él.
—Tranquilo, te sigo.
Casi media hora después retomaban el camino principal colocándose tras
unos árboles para esperar a su presa y poco tardaron en escuchar los sonidos de
unos cascos acercarse. En cuanto lo supieron a la distancia adecuada adelantaron
sus monturas colocándose en medio del camino impidiéndole el paso, pero por un
momento se desconcertaron al encontrar frente a sí a una pareja de jovenzuelos de
poco más de doce años sobre sus caballos seguidos de un mozo bastante ajado que
les miraron, todos ellos, con el mismo asombro y desconcierto. Pero no tuvieron
tiempo alguno para explicarse ni disculparse pues tras los tres jinetes frente a ellos
llegó a la carrera frenando el caballo justo tras los dos muchachos.
—Caballeros, por favor, continúen su camino. –Dijo Albert en un tono
aparentemente calmo, pero muy firme con los ojos fijos en el ajado mozo que supo
enseguida comprendía que debía sacar a los chicos de allí.
—Milores. —Decía el mozo con una media sonrisa mirando a los dos
jovencitos —. Será mejor que regresemos pues he de recordarles sus señorías les
esperan para el almuerzo.
Uno de los muchachos resopló.
—Está bien.
—No tan deprisa. —Espetó Verner con brusquedad alargando uno de los
brazos y tirando de uno de los muchachos al que desequilibró de su montura y lo
dejó caer sobre él a modo de parapeto afianzándolo en esa posición rodeándole el
cuello con un brazo al tiempo que con la otra mano le colocaba el cañón de su
pistola en la sien.
Por reflejo, Bennet tiró de las riendas del otro muchacho guiando el caballo
por detrás del suyo antes de sacar su pistola movimiento que Albert ya había
hecho apuntando con su arma a hombre que tenía al pobre chico sujeto y
encañonado ordenando de inmediato:
—Suelte al muchacho.
—Ni lo piensen. En cuanto lo haga me dispararán.
—No lo haremos si lo deja ir sano y salvo, pero de otro modo no saldrá
vivo. Si causa algún daño al muchacho nosotros dos le dispararemos. —Señaló
firme Albert sin dejar de apuntarle.
—Piénselo con calma. —Empezó a decirle Bennet—. No le queremos a usted
sino a sus jefes, las personas que le han ido encargando los trabajos. Sabemos que
solo seguía órdenes.
Bennet intentaba calmarlo, darle una supuesta salida que le hiciere pensar
que le convenía salir de allí con vida.
—No.— Respondió tajante tras unos segundos en que pareció meditarlo —.
Milord no me dejaría vivir ni un día de saber que le he traicionado y Joe me
destriparía de tenerme a mano. Nada hay peor que eso.
—¿Milord? ¿Quién es su jefe? Colabore con nosotros y nos aseguraremos
que saldrá de esta mejor que ese tal Joe y milord.
Verner los miró a ambos unos largos segundos apretando más y más el
brazo en torno al cuello del muchacho que a duras penas se mantenía inmóvil con
el rostro desencajado de pánico.
—No, no, no –Movía la cabeza negando como si con ello se desembarazase
de alguna idea—. Me matarán y no pienso darles la oportunidad. Van a dejarme
marchar o meto una bala al chico en su azulada cabeza. —Dijo con brusquedad
apretando más fuerte el arma en la sien del muchacho que mantenía los ojos fijos
en Albert llenos de pánico.
Albert se enderezó en una postura algo más amenazante sobre la silla
oscureciendo tanto la voz como su mirada para decir:
—No sea estúpido. En cuanto haga eso le dispararemos y le aseguro que
ninguno de nosotros fallaremos, aunque es más que posible que disparemos para
dejarle con vida y llevarle a la torre de Londres donde lo dejaremos en manos de
quienes le sacarán información y otras cosas con métodos que le harán desear que
le hubiésemos matado.
Vio al hombre ponerse nervioso e incluso desviar unos segundos la pistola
cuando se removió involuntariamente sobre su caballo lo que permitió a Bennet
apresar rápidamente las riendas del caballo del muchacho y tirar de ellas hacía sí
haciendo que el caballo se desplazase y el muchacho se desequilibrase del todo al
distanciarse su caballo del de otro hombre que, sin tiempo a reaccionar por la
sorpresa, vio al muchacho escurrírsele y caer de un golpe al suelo dejándole sin la
protección de su cuerpo, pero también por unos instantes indefenso al
desequilibrarse también ligeramente y temblarle levemente el brazo con el sujetaba
la pistola.
Enseguida comprendió su situación e incluso antes de enderezarse apuntó
casi a ciegas al primero de los hombres frente a él. Sin esperar a ver si disparaba o
no, tanto Albert como Bennet dispararon sin errar los tiros pues enseguida Verner
cayó hacia atrás mientras el mozo, protector, se tiraba sobre el cuerpo del
muchacho que permanecía en el suelo evitando no solo posibles pisadas del
caballo sino, además, haciendo de escudo entre él y el hombre que caía al suelo.
Albert y Bennet saltaron a toda prisa de sus monturas y corrieron a por
Verner con la secreta esperanza de que estuviere vivo y pudieren interrogarle, pero
ambos hubieron disparado con certera puntería y ya antes de tocar el suelo debía
estar muerto.
—Maldita sea. –Mascullaba Albert enderezándose antes de girar e ir a ver al
chico al que el mozo enderezaba en el camino —. ¿Estáis bien?
El muchacho asintió a pesar de estar blanco como la cal.
Albert le sonrió animoso.
—Has sido muy valiente manteniéndote firme y tranquilo. –Le dio un suave
apretón en el hombro logrando sonsacarle una tímida sonrisa antes de alzar los
ojos al mozo —. Será mejor que los llevéis de regreso a casa. –Sacó una tarjeta del
bolsillo de su levita y se la entregó—. Decid a vuestros señores que el Conde de
Brendel lamenta el incidente y el susto de sus hijos pues ciertamente ha sido una
desafortunada coincidencia que el canalla que perseguíamos apareciese justo al
tiempo que sus jóvenes señores, más que, desde hoy, no han de dudar en buscar
mi ayuda si alguna vez se la puedo prestar para cualquier cosa que necesiten.
El mozo tomando la tarjeta y tras hacer una suave cortesía asintió.
—Así lo haré, milord. ¿Me permitís preguntaros qué haréis con ese hombre?
Bennet, que se hubo enderezado y acercado a ellos, suspiró.
—Supongo que habremos de dejarlo en manos de los alguaciles y que ellos
se ocupen de todo. Aunque antes buscaremos pistas de sus cómplices.
El mozo asintió.
—En cuanto regrese a la casa de sus señorías enviaré aviso a alguacil para
que les mande unos hombres.
Albert le ofreció la mano como gesto amigable sonriéndole al decir:
—Muchas gracias. Les esperaremos e informaremos de lo ocurrido.
El mozo asintió y se giró para echar a andar, pero antes de hacerlo volvió a
girar sobre sus talones para mirarles y preguntar:
—¿Están sus señorías seguros de que ese hombre iba solo? Quizás uno de
sus cómplices le sigan o le esperen en algún sitio. Estén en guardia por si acaso.
Este es un camino muy transitado, pero también por ello frecuentado por todo tipo
de individuos.
Bennet sonrió.
—No se preocupe. Estaremos alerta. Parta sin cuidado y deje a sus jóvenes
señores en casa para que puedan narrar su peligrosa hazaña del día.
El jovencito que aún se encontraba sobre su caballo se rio suavemente.
—Robert no nos creerá. –miró a Bennet sonriendo—. Es nuestro hermano
mayor y seguro que dirá que nos lo inventamos.
Mientras el mozo aupaba al otro a su montura Bennet le sonrió.
–Bien, pues no tenéis más que decir a vuestro hermano que hable con
vuestro valiente custodio y, además, decidle que si no os cree a ninguno puede
preguntarnos a lord Brendel o a mí, que soy lord Bennet Alwis, hijo del duque de
Plintel, que seguro podremos corroborar vuestra historia sin dudarlo.
El jovencito se rio asintiendo tajante antes de girar su montura.
—Se lo diré. Se morirá de envidia.
Albert y Bennet se rieron entre dientes negando con la cabeza y esperaron a
verles ya bastante lejos para registrar las alforjas del caballo y las ropas de ese
hombre.
Tras unos minutos Bennet gruñó tras un registro del cadáver y sus ropas.
—Nada. Aunque no sé qué dice de sus cómplices, de ese lord y el tal Joe que
mencionó si le asustaban tanto como para arriesgarse a ser disparado.
—Nada bueno. –Respondía Albert apartando las alforjas—. Nada bueno.
Claro que tampoco lo decía el que degollaren a una mujer por creerla un estorbo y
que atentaren contra la vida de milady por sospechar que podría reconocer a
alguno de ellos. ¡Maldita sea! —dio una patada de frustración antes de girar y
mirar a Bennet —. Nada. No hay nada que nos dé una pista de quiénes eran sus
hombres.
Bennet ponía junto al rostro de ese hombre el retrato de Leona y sonrió
negando con la cabeza.
—En realidad, tenemos una pista excelente. Milady— dijo enderezándose y
mostrándole el dibujo—. Es muy certero, comprendo por qué el posadero
enseguida lo reconoció, aunque no de aquél día sino de esta misma mañana,
supongo que de aquél día poco recuerda ya. Piénsalo. Lady Leona no hizo este
dibujo como uno de los hombres de la posada sino de los ladrones de Bath y dijo
que iba acompañado de un hombre con una marcada cicatriz en el rostro.
Albert asintió empezando a esbozar una sonrisa.
—Es cierto. Tienes razón. Hemos de decirle que nos retrate a ese hombre.
Sin quererlo, este individuo, estando en la posada hoy, nos ha facilitado un poco el
trabajo pues ciertamente nos ha confirmado que era uno de los dos hombres que
acompañaba a la mujer muerta en la posada y es fácil suponer que el otro hombre
fuere el que le acompañare también en Bath. —Miró fijamente a Bennet—. Quizás
ese día iban siguiendo a milady ¿quién sabe? De todos modos, eso nos dice que
ella lo vio bien y, como dices, retrata con certero acierto, de modo que podríamos
tener el rostro de su compañero. —Señaló con el dedo el cadáver.
Bennet asintió.
–Si pudiéremos localizarlo aún en Bath, solo tendríamos que tenderle una
trampa o dejarle que nos conduzca a su señor para dar con todos los responsables.
—Cierto. –Asintió con un golpe firme de cabeza—. ¿Crees que el lord del
que hablaba sea lord Delamy?
Bennet frunció el ceño.
–Es posible. Pero en las anteriores veces que hemos coincidido con él, solía
trabajar solo. Es más, solía ser él el intermediario o el correo sin emplear a otros
que le hicieren el trabajo, lo que, viéndolo en perspectiva, es bastante inteligente
pues no deja ni testigos molestos ni posibles pistas tras de sí, a salvo, sus propios
jefes o compinches a los que menos que a él les conviene que les relacionen.
Albert suspiró con cierta resignada conformidad.
—Es cierto, es bastante listo a pesar de ser tan evidente sus enredos. —
Caminó hacia las monturas tomándolas de las riendas y apartándolas del camino
al tiempo que decía a Bennet—. Será mejor que apartemos a ese despojo del
camino no vaya a venir algún carruaje o caballo y se sorprenda ocasionando algún
percance desafortunado.
Para cuando se pusieron en marcha de nuevo hacia Bath tras esperar a los
alguaciles, explicarles lo ocurrido y detenerse en la posada, habían pasado unas
horas de modo que llegaron justo para el almuerzo a la ciudad.
Tras asearse y cambiarse se unieron a todos en la terraza donde habían
dispuesto la mesa para el almuerzo.
—Bien, contadnos ¿Qué ocurrió? –señaló Aldo tras saber que hubieron
localizado a uno de los hombres pero que estaba muerto antes de poder sacarle
información.
Bennet tras tomar un trago de su copa de vino narró lo ocurrido sin saltarse
ningún detalle.
—El hombre de la cicatriz en el rostro. —Señaló Arthur mirando con fijeza a
Bennet—. Suponéis que lady Leona pueda retratarlo.
—Y lady Coraline quizás ayudarla. —Intervino Loren—. Ambas lo vieron.
Arthur gimió tocándose el puente de la nariz y cerrando los ojos.
—Luego hay dos no una sola hermana de testigo y, por lo tanto, en peligro.
—Concluyó tenso.
Loren se enderezó en su asiento incómodo.
—Es cierto. Tienes razón, pero entonces, ¿por qué solo parecen dirigir sus
ataques contra Lady Leona? — insistió Loren.
Esta vez fue Lucas el que respondió:
—Quizás porque crean que solo ella les recuerda por haberles dibujado en
la posada o porque piensen que solo relacionaron a la mujer con la posada pues
por la única por la que preguntamos al principio y darían por cierto que el
encuentro en la calle de Bath era del todo inofensivo pues no les relacionarían.
¿Quién sabe?
—En todo caso, no está de más lograr que retrate a ese hombre a la mayor
brevedad. —Señaló William serio—. Es más, de poder hacerlo, pedidle que lo haga
hoy mismo. Vais a encontraros con lord Bremer y sus hermanas esta tarde,
aprovechad la salida no solo para buscar a esa dama sino también para pedir a
Lady Leona que haga el retrato cuanto antes.
Arthur asintió.
—Sí, tienes razón, sobre todo si presumimos a ese individuo tan peligroso
como para tener atemorizado a su cómplice.
—Al menos hemos conseguido algunas pistas de lord Delamy —Intervino
Julian intentando animar al grupo. Sonrió a Bennet—. Mientras tú y Albert
jugabais a asaltadores de caminos, William y yo hemos hecho algunos progresos.
Su hermano William se rio.
—Cierto. Habéis necesitado la llegada de dos hombres inteligentes para
avanzar un poco.
Los dos hermanos se rieron mientras Bennet, al igual que Arthur ponían los
ojos en blanco.
—En fin. Como señaló lord Bremer –de nuevo habló Julian—. Ese canalla
tiene debilidad por las mujeres de piel oscura o de rasgos exóticos y ciertamente no
es lo que se dice su cliente favorito ya que más de una vez la madame le ha hecho
pagar un extra por dejar marcas en las pobres chicas. Una de ellas me dijo que el
muy estúpido dijo, la última vez que estuvo con ella, que esperaba una buena
suma pronto. Estaba bastante ebrio e incluso uno de los porteros tuvo que llevarlo
hasta uno de los cuartos de atrás para que durmiese la mona.
William asintió.
—Está residiendo en una casa de las afueras: Ville de Charme. Pertenece a un
conde francés huido de Francia cuando regresó Napoleón antes del fin definitivo
de la guerra, pero no porque temiere ésta sino las consecuencias de saberse que
estuvo actuando contra muchos nobles a los que vendió para sacarse una pequeña
fortuna. No puede extrañarnos que este individuo esté relacionado de algún modo
con alguien como lord Delamy.
—¿Está relacionado con todo este asunto? —preguntó Bennet interesado.
—Lo dudo. Según los vecinos lleva al menos un año en el continente. En
concreto en Italia pues el ama de llaves recibe instrucciones desde allí cada poco
tiempo.
Arthur asintió.
—No lo descartemos aún. Seguramente se trate simplemente de un amigo
de ese canalla de Delamy que le haya prestado su casa para una temporada, pero
no lo descartemos por si acaso. —Miró con fijeza a William —. Entonces, sabes
seguro su paradero.
—E incluso puedo decirte que estaba allí esta mañana cuando he
inspeccionado el lugar. He dejado a mi mozo vigilando los alrededores hasta que
salga. Julian inspeccionará la casa cuando se vaya mientras yo le sigo.
—Umm, no es mala idea registrar la casa. —Meditó en alto Aldo girando el
rostro hacia Julian —. ¿Quieres que te acompañe?
Julian se encogió de hombros.
—Como gustes, pero hemos de ser en extremo cuidadosos. No es que se
trate de una casa con excesivo servicio, de hecho, William dice que apenas hay
unos seis o siete para toda la propiedad, pero no conviene que nos vean y tampoco
que noten que hemos estado allí una vez nos vayamos.
Aldo sonrió mirándole con una ceja alzada, altiva y desafiante.
—Marinero, estás hablando con un hombre curtido.
Julian soltó una carcajada.
—Ya veremos cuán curtido se encuentra un lord remilgado como tú.
Aldo se reía al igual que sus amigos ante el tono de burla y reto de Julian.
—¿Os han hecho muchas preguntas los alguaciles? —Arthur cambió de
tema rápidamente con los ojos fijos en Albert.
—No, en realidad no. Hemos dicho que buscábamos a este individuo desde
Bath y que en la posada “el molino viejo” se dio a la fuga al saberse encontrado.
Hemos dicho que simplemente se trataba de un canalla que la pasada noche entró
en nuestra casa a robar agrediendo a uno de nuestros invitados. —
Miró a Lucas sonriendo —. Por cierto, si un alguacil preguntase por ti, eres
tú la supuesta víctima.
Simplemente te dejaron inconsciente cuando llegaste en pleno robo.
Lucas se rio.
—¿Por qué, de todos los presentes, había de ser yo la víctima?
Bennet soltó una carcajada.
—Alguno había de ser. Digamos que fue el primer nombre que cruzó mi
mente.
Lucas gruñó y refunfuñó:
—Lo próximo que cruzará tu mente y más exactamente tu cabeza, será mi
gancho de derecha, mastuerzo.
Loren les miró serio haciendo una señal al mayordomo que se hallaba a una
discreta distancia mientras decía:
—Será mejor que terminemos de almorzar que aún hemos de ir a recoger a
nuestros supuestos invitados para el paseo.
Arthur asintió:
—Sí, será lo más conveniente. Menos Julian y William, habremos de ir los
seis ya que si hemos de procurar separar a las dos mayores de la menor y
asegurarnos que todas están debidamente protegidas tendremos que ir los cinco.
Tras unos minutos Bennet se rio recordando, una vez pasado el susto inicial,
a uno de los jovencitos.
Cuando todos le miraron curiosos Bennet señaló:
—Estoy recordando el comentario de uno de los jovencitos de esta mañana
cuando ya todo hubo pasado y decía que cuando le contase lo ocurrido a su
hermano mayor se moriría de envidia.
Albert se rio.
—Es verdad. Menuda pieza. Desde luego tenía cara de pillastre.
Más tarde estando ya en el salón de visitas de la casa ocupada por la familia
de lord Antonwe, los caballeros eran atendidos por lady Antonwe y su cuñada, así
como por Andrew mientras esperaban que se unieren a ellos, las tres hermanas.
Tras saludar con cortesía una vez éstas se reunieron con ellos ya con los trajes de
montar y sus mozos esperando a la entrada con las monturas, Leona se acercó
discretamente a su hermano.
—Toma. Llévala tú en tu gabán hasta que lleguemos al parque. —Decía
poniendo en sus manos al cachorro.
Andrew la miró un instante sorprendido y después alzó los ojos al rostro de
su hermana.
—¿Es necesario llevar a un paseo a caballo a un cachorro de apenas unos
días de vida?
—Bueno, necesario no, pero sí conveniente. No quiero dejarla sola tantas
horas. Además, es bueno para ella tomar un poco el aire. Bathy necesita ver
mundo.
Arthur que se hallaba de pie junto a Andrew no pudo evitar reírse ante la
convicción y determinada cabezonería de la joven. Leona alzó los ojos hacia él con
curiosidad.
—¿Consideráis que los jardines y zonas de paseo de la parte sur de la
ciudad es ver mundo, milady?
—Bueno —sonrió ella con inocencia—. Siempre es una parte más
interesante del mundo que el jardín trasero de la casa o que el invernadero.
Andrew gimió.
—Vas a tomar por costumbre llevarla a todas partes ¿no es cierto?
Leona sonrió complacida.
—Cuando crezca y sea tan grande como sus padres, solo la llevaré de paseo
al parque o alguna excursión, no temas. Pero, de momento, no veo por qué no
llevarla. Además, así la educamos y la convertimos en una perrita sociable y
civilizada.
—¡Exacto! Va a ser la perrita más bonita y encantadora de las islas, ya verás.
Con nosotras como guías será una perrita envidiada y deseada a partes iguales. —
Señaló Libby, ufana, acercándose y acariciando entre las orejitas a la perrita que
aún se encontraba en manos de un asombrado y desconcertado Andrew.
Andrew miró por encima del hombro de sus hermanas a su madre.
—Definitivamente algo equivocamos en algún punto del camino de su
educación, madre.
Su madre se rio.
—Di mejor, que, en algún lugar de ese camino, tú hiciste algo que las hizo
torcerse irremediablemente.
Las tres hermanas se rieron y miraron a su hermano.
—Es verdad, Andrew. –Señalaba Eliza tomando los guantes que le cedía
Dora—. Siempre debes dar por cierta una verdad irrefutable. En esta familia, todos
los errores los cometen los varones, jamás las damas que no podemos sino
declararnos encantadoras, inteligentes, de recto carácter y buen proceder, y, por
supuesto, de intachable comportamiento.
—¡Exacto! —exclamaron a un tiempo Libby y Leona riéndose.
Andrew afianzó la perrita en una mano y le ofreció el brazo a Eliza mientras
decía:
—Será mejor que nos pongamos en marcha antes de que me arrepienta de
sacaros de casa pues empezáis a asustarme ante lo que imagino sois capaces de
hacer las tres juntas.
Leona tras tomar los guantes que le entregaba Dora alzó la vista
encontrándose frente a ella el brazo y la imponente presencia de Arthur.
—Permítame acompañaros hasta nuestras monturas.
Leona se ruborizó ligeramente limitándose a farfullar un tímido gracias al
tiempo que posaba su mano en su manga dejándose guiar hacia la salida
reprendiéndose a sí misma queriéndose dar una patada mental por volver a
reaccionar ante él como una jovencita boba. No sabía cómo lograba desconcertarla
de ese modo ni tampoco hacerla sentir extraña con su propia persona y cuerpo.
Caminando hacia donde les esperaban los mozos con los caballos, Arthur
pudo ver a los guardias de los que hubo hablado Andrew, los caballeretes en
asueto, como los describió, y no pudo evitar sonreír. Leona al fijarse en la dirección
de su mirada y su ligera sonrisa suspiró.
—Son los dos caballeros que Andrew ha contratado. –Señaló bajando la
voz—. Mi madre y hermanas no lo saben así que supongo que habrán de
esconderse o por lo menos no hacerse notar en exceso cuando nos sigan.
Arthur la miró entrecerrando los ojos.
—¿He de suponer que vuestro hermano os ha puesto al tanto de todo lo
referente a vuestra seguridad y las medidas que habéis de tomar?
Leona asintió seria.
—Pero no sé si ha sido buena idea. No paro de mirar en derredor y más que
atenta parezco en tensión.
Incluso mi doncella ha intentado darme una tila esta mañana porque me
creía alterada.
Arthur se rio.
—Lo siento, no pretendía enfadaros y menos burlarme de vos. Es solo que, a
veces, no es bueno mostrar nuestro estado de expectación o por lo menos nuestros
miedos de un modo en exceso evidente pues alertamos a aquéllos que esperan
cogernos en un renuncio.
Leona suspiró descorazonada.
—Pues si actúo como siempre me temo que en menos de un minuto
encontrarán ese renuncio. No puedo dejar de pensar que mi natural despiste me
convierte en una presa en exceso fácil y que por eso Andrew está tan preocupado y
alarmado.
Arthur se detuvo junto a la montura de ella y en vez de auparla de
inmediato lo que hizo fue girarla para que lo mirase directamente.
—Escuchad. No es vuestro carácter o vuestro comportamiento el que
preocupa o alarma a vuestro hermano sino el de las personas que han ocasionado
todo este asunto y que son peligrosas sea lo que sea lo que hagáis. Desde luego, el
precaveros y el estar un poco en guardia, facilita la protección de vuestro hermano,
más, no os culpéis ni de su preocupación ni de lo que la genera pues de ambos sois
ajena.
Leona lo miraba seria atendiendo a sus palabras y tras unos segundos ladeó
ligeramente el rostro.
—¿Habéis descubierto algo, no es cierto?
Arthur sonrió de pronto asombrado y también desconcertado sin saber de
dónde, de lo que acababa de decir, deducía ella esa conclusión.
—Para ser una persona a la que tildan y se tilda de despistada, sois
tremendamente perspicaz e intuitiva.
Sí, hemos descubierto algunas cosas e incluso algunas de ellas gracias a vos
y puedo, además, deciros que voy a pediros un poco más de esa ayuda que ya nos
habéis brindado, más, de momento… —rodeó su cintura con ambas manos y la
aupó con decisión a su silla tomando el estribo ajustándole la bota en el mismo
rápidamente antes de tomar las riendas para cedérselas—. Cuando os apartéis de
vuestras hermanas, vuestro hermano y yo mismo os acompañaremos, y
hablaremos con calma. –
Añadía poniendo las riendas en sus manos bajando la voz.
Leona asintió.
–Quizás debiere deciros que esta noche he recordado una cosa que puede
ser una tontería o quizás no.
Recordadme después que os la diga, os lo ruego. A veces olvido mencionar
cosas cuando es oportuno y cuando las recuerdo ya carecen de utilidad.
Arthur sonrió con cierto grado de diversión en la mirada, pero sobre todo
con cierta ternura pues a veces Leona le provocaba esa necesidad de protegerla y
defenderla del mundo e incluso de sí misma y al tiempo de divertida confusión e
inocente desorientación.
—Os lo recordaré. Tenéis mi palabra.
Giró echando a andar de inmediato hacia el mozo que sujetaba su caballo
alzándose enseguida al mismo. Se colocó al otro lado de Leona mientras que su
hermano y Lucas se colocaron junto a Eliza y Loren y Aldo junto a Libby. Los dos
mozos se encontraban tras todos ellos y vio más allá a discreta distancia a esos dos
guardias que antes vio de refilón.
Tras ponerse en marcha con Andrew montando al otro lado de Leona, ésta
sonrió a su hermano con inocencia.
—Deberías llevar a Bathy en el bolsillo delantero y así podrá sacar la cabeza
e ir observando el paseo.
Andrew gimió.
—Leo, eres peor que un dolor de muelas. —Tomó el cachorrito y lo puso en
el bolsillo superior de su gabán junto a su pecho dejando la cabeza del cachorro
fuera—. ¿Satisfecha?
—De un modo difícil de describir. —Contestó con cierto tono cándido que
hizo que Andrew resoplase sabiéndola burlándose de él.
—Lo que he de soportar con vosotras definitivamente ha de servirme de
penitencia para ganarme el cielo.
Leona se rio.
—Teniendo en cuenta que el punto de partida de ese supuesto camino hacia
el cielo comienza en el infierno dado tu endemoniado carácter y tu mente
malévola, mucha penitencia has de hacer Andrew.
—Leona, no me obligues a descender del caballo y darte unos azotes.
—Con ello perderías los puntos ganados a tu favor al llevar de paseo a
Bathy.
Arthur estalló en carcajadas lo que hizo a los dos hermanos girar el rostro y
mirarle con curiosidad.
—Milord, sinceramente, concededle la razón a milady. Algo me dice que
por mucho que alarguéis esta discusión ella siempre acabará vencedora.
Leona alzó la barbilla con cierto teatral orgullo girando el rostro hacia
Andrew.
—Haz caso a milord, Andrew, parece un hombre inteligente y cabal. No
luches contra las adversidades.
Andrew se rio entre dientes negando con la cabeza.
—Ay Leo, si no fueras mi hermana y te quisiere, acabaría matándote.
Leona resopló.
—No te creo. Me adorarías igualmente pues ¿quién si no te llevaría al cielo?
Andrew se rio esta vez alzando él la barbilla en triunfal gesto.
—Tengo dos hermanas más que empedrarán gustosas tal camino, no temas.
Leona se rio.
—Ninguna de ellas colocará baldosas como yo.
De nuevo Arthur soltó una carcajada.
—Milord, reitero mi anterior conclusión. Dad por vencedora a milady, dudo
que podías ganarla.
Leona le lanzó una mirada de inocencia a Arthur mientras decía con aire
pícaro:
—Me agradáis, milord, sin duda alguna, me agradáis. Demostráis
inteligencia y juicio y eso siempre es bueno que lo vean otros caballeros para que
puedan tomar ejemplo y seguir vuestra senda.
Andrew gruñó a su lado.
—Leona, deja en paz al pobre Lord Bromder y a cambio reconoceré que
tienes razón en cualquier cosa que estuviéremos tratando hasta hace unos minutos.
Mientras Leona reía, Arthur tuvo que obligarse a mirar al frente desviando
sus ojos de ella pues cuando le hubo mirado, unos segundos antes, con esos ojos
tan claros con su tono de inocencia y picardía y esa sonrisa traviesa, tuvo ganas de
inclinarse y susurrarle alguna cosa que la hiciera ruborizar de un modo tan
encantador como en el salón de su casa cuando la sorprendió ofreciéndole su brazo
sabiéndola ligeramente azorada por la visión del hombre frente a ella pero también
con ese brillo de apreciación por dicho hombre. Gimió para sí reprendiéndose a sí
mismo por pensar esas cosas y sentir ese incómodo cosquilleo en la piel al saberla
cerca.
Tras más de media hora paseando por algunos de los senderos exteriores el
grupo al completo, Andrew y él, tras hacer una discreta señal a Lucas y los demás
caballeros, lograron retrasar con destreza a Leona alejándola de sus hermanas e
instantes después conducirla por otros senderos para poder centrarse en su tarea.
—Tenía que recordaros, milady, que deseabais contarnos algo que
recordasteis anoche. –Señaló pasados unos minutos de calmado paseo.
Leona abrió los ojos mucho y se removió en su silla nerviosa.
—Uy sí. —Miró a su hermano con firme determinación—. Recordé que la
noche del baile de la Assambly Room cuando salí tras la mujer que estoy segura
era la dama de la posada, iba acompañada de un caballero y bueno, como estaba
centrada en ella e intentando verle el rostro, apenas si presté atención a ese
caballero, pero he recordado que llevaba una coleta anudada con un lazo verde del
mismo tono que su horrible levita de terciopelo.
Arthur se rio suavemente mientras Andrew suspiró.
—Bien, bueno, sabemos que era un caballero de escaso gusto, más, eso, no
reduce mucho la lista pues, sin saber algo más del caballero, será difícil dar con él.
—Eso es lo que intento decirte, Andrew, que aun no habiéndole visto creo
que podría reconocer su cabeza o mejor dicho su coleta y nuca de verle de
espaldas. Igual que a esa dama. –Se encogió de hombros y suspiró—. Sé que no es
mucho, pero de veras creo que si le viere caminando le reconocería. –De nuevo
abrió mucho los ojos—. ¡Oh! y otra cosa, llevaba bastón, pero no para caminar
porque lo necesitase sino de adorno, ya sabes, como hacía tío Ferdinand.
Andrew asintió.
–Bueno, son dos cosas a tener presente; usa bastón por gusto hacia esa moda
y coleta.
—Tres: tiene una horrible levita de terciopelo verde. – Leona insistió
cabezota.
Andrew y Arthur se rieron.
—Tendré presente cuando acuda a mi sastre, milady, vuestra tajante
desaprobación del terciopelo verde. –Decía Arthur mirándola con diversión en sus
ojos verdes.
—Aunque he detectado cierto sarcasmo en vuestra voz, milord, no os lo
tendré en cuenta, más, en cambio, vos no olvidéis ese firme rechazo al terciopelo
verde. Un consejo amigable de una dama con excelente gusto.
—Y una modestia nada desdeñable. —Añadía Andrew riéndose.
Leona le sonrió como si nada antes de volver el rostro hacia Arthur.
—Milord, ya que me habéis recordado eso, yo os devolveré el favor,
recordándoos que queríais pedirme algo.
Arthur le sonrió claramente divertido.
—Cierto. Gracias, milady. Queríamos pediros que retrataseis al hombre de
la cicatriz en el rostro que mencionasteis del día de vuestra salida con Lady
Coraline.
Leona le miró entrecerrando los ojos.
—Si gustáis, os haré el retrato, milord. ¿Tiene él algo que ver con ese robo y
con los hombres que buscáis?
Arthur asintió, aunque miraba más a Andrew que a ella.
—Eso sospechamos, sí. Al menos el hombre que retratasteis y que iba con él
ese día, formaba parte de todo este asunto, así que, no es difícil presuponerlos a
ambos compinches en ello. –Lanzó una mirada firma a Andrew cuando añadía—.
Ha sido apresado por mi hermano y por lord Brendel esta mañana, más no puede
dar información alguna.
Andrew alzó una ceja comprendiendo de inmediato. En cambio, Leona le
miró unos segundos en silencio intentando comprender.
—¿Por qué no puede dar ninguna información? –Preguntó finalmente
incapaz de comprenderlo bien—. No sabe nada o es que no quiere decir lo que
sabe… —se calla de golpe como si enseguida ella misma se respondiese—. Oh…
oh… ¿está… muerto?
Arthur suspiró.
—Eso me temo, milady.
—Ah.
Giró el rostro y miró a su hermano que parecía calmado y nada
sorprendido. Suspiró de nuevo antes de decir mirando hacia el sendero.
—Está bien. En cuanto regresemos haré un retrato, aunque tengo ya uno
solo que no sé dónde puede haber ido a parar. Supongo que caería cuando desaté
todo el cuaderno y cayeron al suelo desperdigándose todas las cuartillas. Creí
haberlas reunido todas, pero la buscaré por si acaso apareciere.
Habían llegado a uno de los cruces principales y Andrew les guio hasta uno
de los laterales para poder observar a quienes pasaren por allí, pero sin estorbar ni
tampoco llamar en exceso la atención.
Andrew atrajo su atención ofreciéndole el brazo, una vez hubieron dejado
los caballos en manos del mozo que les acompañaba, para poder pasear por los
jardines colindantes a los senderos de paseo a caballo.
—Está bien, Leo. –Comenzó a caminar con ella colocada debidamente entre
él y Arthur—. Procura fijarte en las personas que nos rodean y cuantos nos
crucemos y si alguno te resultare familiar, por el motivo que sea, nos lo indicas. —
La sonrió con cierta maliciosa picardía—. Con discreción, recuerda que estamos de
misión.
Leo se rio.
—¿Te estás burlando de tu camarada? Porque he de decirte que no es muy
inteligente reírse de quién se supone está de tu parte. Puede que dicho camarada se
piense eso de protegerte y defenderte llegado el caso e incluso que te eche a los
brazos, garras y fauces de una madre fiera que estará encantada de llevarte a las
mazmorras y mantenerte en ellas el tiempo que estime necesario para corregir tu
incorregible carácter.
—¿Camarada? –Preguntó soltando de inmediato una carcajada mirándola
casi incrédulo—. ¿Así que ahora eres mi camarada?
Leona resopló y se soltó de su brazo girando el rostro hacia Arthur
apresando su brazo sorprendiéndole ligeramente antes de mirar de nuevo, esta vez
con desafío en los ojos, a su hermano para decir:
—Bien, tú lo has querido. Ahora soy la camarada de milord y tú no eres más
que un incordio que entorpeces mi misión.
Tanto Andrew como Arthur se detuvieron a la vez un poco desconcertados,
pero fue Andrew el que prorrumpió enseguida en carcajadas.
—Bien, pues ahora eres la camarada de milord. Supongo que, entonces, será
él quien haya de guiar tus atolondrados pasos en “tu misión”. —Señaló con un
marcado deje de ironía y claro reto en la voz.
De nuevo Leona resopló y miró a Arthur esperanzada.
—Ya lo habéis oído, milord, debéis guiarme y lograr que este mentecato que
Dios me ha dado por hermano, se trague esa arrogancia y nos reconozca como
mejores espías.
Arthur la miró alzando las cejas y sonrió de pronto tan divertido como los
hermanos.
—Bien, milady, procuremos lograr tan loable objetivo. —La instó a echar de
nuevo a andar de su brazo—. Bien, empecemos por observar bien el entorno y
cuantos en él se encuentran, y, en todo momento, sin mostrar ningún tipo de
emoción ya sea sorpresa ya sea euforia en el caso de hallar algo interesante ya sea
desilusión en caso contrario.
Leona caminaba lento a su lado con Andrew al otro lado. Giró el rostro
ligeramente ladeado para mirarle.
—Umm, interesante, no mostrar emoción. —Sonrió estirando el brazo
contrario al que llevaba enredado en el de Arthur abriendo la mano frente a
Andrew con la palma hacia arriba —. Creo que Bathy prefiere un poco de emoción
e ir con dos espías de verdad.
Andrew soltó una carcajada metiéndose la mano en el bolsillo y poniéndole
al animalito en la mano abierta frente a él.
—¿A ver qué sois capaces de enseñar a esta inocente criatura?
Leona se rio pegándosela al cuello sujetándola contra ella.
—Será una perrita espía muy espabilada, ya verás. Atrapará conspiradores,
ladrones, estafadores y traidores ella solita.
Esta vez fue Arthur el que se rio y miró por encima de la cabeza de Leona a
su hermano.
—Quizás debamos decirle a cierto lord que la incluya en los servicios a la
corona.
—Milord, no le deis ideas, que ella sola se sobra y basta para enredar sin
necesidad de que le animen. —Refunfuñó Andrew.
Leona se rio.
—Soy una mujer competente, inteligente y con ideas propias, Andrew. Me
alegra que te hayas dado cuenta. —Inquirió con sorna y un evidente retintín.
Andrew gimió.
—¿Volvemos a lo que nos ocupa, por favor? Concéntrate en lo que nos
rodean y fíjate en las damas.
Leona asintió volviendo a la seriedad dejándose guiar por los jardines,
recorriendo con calma algunos de ellos.
—¿Sabes a quién podrías preguntar por esa dama? —dijo tras más de media
hora de paseo atrayendo la atención de su hermano—. A las modistas de la ciudad.
Seguro ellas saben bien qué damas de ciertas edades y características se encuentran
estos días por la zona y suelen ser muy parlanchinas si les das trabajo o en vuestro
caso, unas monedas.
Andrew la observó unos segundos en silencio y después alzó los ojos hacia
Arthur.
—Incluso, —continuó ella—, algunas de sus señorías podrían decir a alguna
de ellas que estáis buscándola porque os habéis prendado de ella y queréis dar con
la dama para galantearla convenientemente con algunos presentes entre ellos un
vestuario. Seguro que la perspectiva de elaborar un vestuario completo hace que
dicha modista mueva cielo y tierra para dar con la dama y sus señas y facilitárosla
con intención de hacerse con tal supuesto encargo antes que nadie.
Los dos se detuvieron mirándola con fijeza y las cejas alzadas.
—Bueno, —ella se encogió de hombros y miró a su hermano—, en el libro
del asesinato del marqués de Dupont, el detective daba con la cortesana asesina
valiéndose de un joyero fingiendo ser un enamorado que deseaba localizarla para
regalarle joyas, y, en fin, funcionaba.
Arthur prorrumpió en carcajadas y acto seguido Andrew.
—Creo que empezaré a tomar por costumbre leer libros de detectives,
misterios e historias similares. —Decía sin dejar de reírse a pesar de que Leona lo
miraba con el ceño fruncido claramente molesta con los dos —. Quizás aprenda
más de este oficio de lo que en todos mis años de servicio.
Andrew se reía atrayendo a Leona hacia él para besarla en la frente.
—Leo, pequeña, realmente padre te ha convertido en una dama de ideas
peligrosas.
Ella alzaba el rostro para mirarle enfurruñada.
—¿A qué sería una estupenda espía? Quizás me perdería varias veces antes
de llegar a mi destino, pero finalmente lo encontraría y seguro que también
resolvería los acertijos antes que tú.
Andrew se reía negando con la cabeza.
—Estoy seguro que lo harías siempre que alguien te llevare a ese destino o
acabarías, en más de una ocasión, camino de las Américas sin quererlo.
Leona resopló.
—Al menos has reconocido que sería una estupenda espía.
—En realidad, solo he reconocido que eres una dama con ideas peligrosas. –
La sonrió divertido—.
Vamos, tomemos el camino de regreso que seguro Libby y Eliza se
preguntarán dónde estamos.
—Si preguntan, podemos poner a Bathy, nuestra camarada, de conveniente
excusa. —la alzó frente al rostro de Andrew—. Podemos decir que la hemos dejado
corretear un poco y jugar con otros perritos.
Andrew suspiró poniendo los ojos en blanco.
—Apenas da dos pasos sin caerse ¿cómo esperas que crean que la hemos
dejado corretear?
—Bueno, les diré que paseé con ella y me dejaste juguetear por los jardines
enseñándosela a otras damas. Eso seguro lo creerán.
Andrew suspiró negando con la cabeza alzando los ojos hacia Arthur:
—Tener tres hermanas como ella –señaló a Leona con un dedo— habéis de
presumir resulta agotador.
—Tres hermanas y una perrita espía, resulta agotador. –Se apresuró a decir
con gesto cabezota Leona.
Andrew suspiró ofreciéndole el brazo en gesto de paz.
—Vamos, mi temeraria y peligrosa hermana, regresemos. Quizás tengamos
suerte y veamos a la dama.
Si no, mañana os llevaré en la tarde a las tiendas del centro.
Leonas se rio traviesa.
—Seré buena y le diré a madre que he roto dos enaguas y querría llevarlas a
una buena modista.
Seguro puedo interrogar a un par o quizás tres de ellas sobre cierta dama a
la que considero peculiarmente elegante por su vestuario…
Arthur se reía colocándose a su lado.
—Sois tenaz, milady. No sé si debiera alabarla por tal virtud o temerla por
tal vicio de carácter.
Leona se rio mirándole de soslayo.
—Alabar, milord, a una dama siempre conviene alabarla, aunque en vuestra
mente deseéis estrangularla.
Arthur prorrumpió en carcajadas.
—Lo tendré presente de ahora en adelante, especialmente cuando mis
deseos de estrangulamiento de féminas a mi alrededor se encuentren en la cúspide
de su intensidad.
Leona lo miró un segundo y después a su hermano fingiendo decirle un
secreto.
—¿Desde cuándo conoces las tendencia homicidas de milord? Quizás no sea
el acompañante más adecuado en una misión ya de por sí arriesgada. Añadir el
peligro de sus tendencias homicidas puede entorpecer mucho nuestros avances.
Andrew alzó los ojos al cielo suspirando.
—Santo Dios, dame fuerzas. —Dijo en teatral tono mientras Arthur no pudo
evitar reírse.
—Prometo mantener férreamente sujetas mis “tendencias homicidas”,
milady. — Contestaba riéndose.
—Umm, no sé, no sé. ¿Qué credibilidad debo otorgar a un hombre como vos
con esas tendencias homicidas? ¿Qué puede valer la promesa de un hombre
carente de la cordura necesaria para conducirse rectamente por este mundo?
—¡Por Dios Bendito! —resopló Andrew y miró a Arthur que había abierto la
boca con intención de responder—. Si le seguís el juego, milord, juro que os doy
con algo en la cabeza.
Leona se reía divertida.
—Eres un refunfuñón, Andrew. En fin, regresemos, ¿quién sabe? A lo mejor
Bathy encuentra a nuestros conspiradores.
Andrew volvió a gemir caminando con ella de su brazo tomando la
dirección que les llevaría hasta donde el mozo debía estar esperándoles con los
caballos.
Tras unos minutos y cuando ya se acercaban a sus monturas, Leona se
detuvo con la vista fija y el gesto concentrado. Andrew siguió la dirección de su
mirada hacia un par de jinetes tras los cuales se encontraban otros dos. Leona
permanecía tan callada que fue Arthur el que finalmente optó por preguntar:
—¿Milady?
—Umm. — Respondió distraídamente sin siquiera desviar sus ojos y parecía
casi no haberle escuchado.
—¿Leo? –Lo intentó Andrew.
—¿Conocéis al caballero de pelo oscuro que se encuentra tras esos cuatro
caballistas? El que va sentado en el carruaje más allá. El de la levita brocada.
Los dos volvieron a mirar en aquélla dirección comprendiendo que ella no
miraba a los caballistas como habían creído sino a un lugar muy distinto, un poco
más apartado, un carruaje junto al camino, detenido.
Arthur agudizó un poco la vista sin lograr ver bien al caballero, pero sí al
cochero que no llevaba librea ni un uniforme digno de mención pues era negro sin
ningún signo distintivo característico.
—Lo lamento, pero no logro ver al caballero. —Reconoció sin dejar de
mirarlo.
Andrew se soltó del brazo de Leona y tomando su mano la hizo girar
ligeramente hacia Arthur.
—Milord, por favor, cuidad un momento de ella. —Decía al tiempo que
posaba la mano de Leona en el brazo de él —. Veamos de qué caballero se trata.
Rodearé el sendero y le veré el rostro sin que él pueda verme.
Arthur asintió posando su mano en la enguatada de Leona y tras dedicarle
una sencilla sonrisa calmada ambos volvieron a girar el rostro hacia el carruaje
mientras Andrew se apresuraba, con disimulo, a rodear a los caballistas desde los
jardines.
—Maldita sea. —Masculló tras unos minutos, colocado tras un árbol una
vez logró colocarse en una posición que le permitió ver a ese caballero.
Esperó a que el carruaje se marchare tras unos minutos para regresar junto a
Leona y Arthur.
—¿De qué te ha resultado familiar? —preguntó sin ambages a Leona nada
más colocarse a su lado.
Leona le miró frunciendo el ceño:
—Creo que era el caballero que la otra noche se marchó con esa mujer del
Assembly Room.
Andrew asintió haciéndoles un gesto con la cabeza para que se encaminaren
hacia los caballos.
—Reunámonos con los demás.
—Sabes quién es.
No fue una pregunta sino una afirmación más que tajante la de Leona que
aceptando su brazo comenzó a caminar con él hacia el mozo que ya les esperaba a
unos metros.
—Sí, y nos has dado una excelente pista. Ahora regresemos antes de que
Eliza y Libby les dé por preguntar cosas que no debieren saber.
Leona fruncía el ceño sin detenerse.
—¿No vas a decirme quién es?
Andrew negó con la cabeza.
—Un individuo que no permitiré que se acerque a vosotras. No es una
persona que debas conocer y menos una compañía adecuada. Tú solo deja esto en
nuestras manos. –Al verla con intención de protestar se apresuró a añadir—:
Mañana podremos seguir con la búsqueda de la dama, no temas.
Leona resopló.
—Está bien. Pero no creas que no me molesta que me mantengas en esta
ignorancia.
Andrew alzó su mano y la besó antes de detenerse junto a su montura.
—Vamos, mi ignorante hermana, regresemos con esas hermanas que aún
han de considerarse más ignorantes que tú, lo que espero consuele tu ofendido
corazón.
Leona resoplaba mirándole airada mientras la aupaba a su silla.
—Andrew, a veces eres un engorro. —Respondía con un tono de ofensa y
orgullo herido mientras él le colocaba la bota en el estribo.
—Lo soy, lo soy, no he de negarlo. –Le sonrió de oreja a oreja mientras le
cedía las riendas —. Pero es parte de mi encanto.
—Eso es opinable. –Se apresuró a decirle ella cuando él giró en dirección a
su montura aunque sin molestia ni disgusto en la voz sino que parecía más
divertida y aliviada que enfadada por mantenerla en esa ignorancia forzada.
Colocado entre su caballo y el de Arthur, que ya se había montado y con las
riendas en la mano antes de auparse, Andrew, lejos de los oídos y vista de Leona,
dijo en voz baja a Arthur:
—Lord Delamy. Era lord Delamy.
Arthur asintió con gesto serio esperando que se acomodare en la silla antes
de girar ambos sus caballos para ponerse junto a Leona aprovechando para mirar
en derredor pues si era él, uno de sus hermanos, William, debía estar por allí,
siguiéndole. Tras un minuto por fin comprendió que debía haberse marchado
siguiendo el carruaje. Después tendrían que hablar y enterarse con quién se hubo
reunido allí, pues seguro no habría ido hasta ese parque solo a tomar el sol.
Leona tras incorporarse al sendero de los caballistas miró a Bathy a la que
llevaba acurrucada en su regazo y después alzó la vista hacia su hermano sabiendo
que no debía insistir pues no iba a decirle el nombre de ese caballero, no después
de verle el gesto tenso y de claro disgusto que había puesto.
—Bueno, entonces ¿les decimos a Libby y a Eliza que he estado jugando un
poco con Bathy mientras tú charlabas con algún conocido con el que has
coincidido?
Andrew sonrió.
—Sí, incluso dejaré que me enredéis para que os invite a un té en algún
lugar bonito antes de llevaros de regreso a casa. Que no se diga que no soy un
hermano atento y entregado para con mis hermanas.
Leona se rio.
—Oh sí, un té te convierte en eso y mucho más. ¿Desde cuándo crees que las
mujeres se conforman con tan poco? A lo sumo, necesitarás, para ser considerado
un buen hermano, comprarnos alguna fruslería en nuestro paseo de mañana en la
tarde.
Andrew se rio.
—Sois unas abusadoras.
—Ese halago hará que mañana la fruslería de esta hermana sea un poco más
cara que en el inicio, que lo sepas. Incluso Bathy reclama un presente acorde con el
poco halagador halago.
Andrew se rio.
—Y lo reitero, abusadora.
Se reunieron con los demás y en pocos minutos se encontraban todos
sentados en una de los muchos locales de té y dulces cercanos al parque de paseo.
Leona, que se encontraba sentada con Eliza a un lado y Arthur al otro, permanecía
callada escuchando las conversaciones a su alrededor, con Bathy en su regazo
adormilada tras haberle dado un poco de leche caliente con pan desmigado.
—Estáis muy callada.
La voz suave y casi en susurro de Arthur le hizo alzar la vista hacia él.
—¿Estáis preocupada o aún enfadada por no conocer la identidad del
caballero?
Leona negó con la cabeza.
—Si Andrew no desea que lo sepa ha de tener una buena razón. Me quejé
por aguijonearle un poco, me gusta hacerle rabiar de vez en cuando. —Le sonrió
con inocencia—. Si de veras creyese que debiera saber la identidad de ese hombre
incluso por mi seguridad, me lo habría dicho. No me importa no saberla mientras a
vos y a vuestros amigos os sirva de algo saberla. Además, –sonrió más aún—, así
nos debe un presente.
Arthur se rio entre dientes.
—De modo que le aguijoneáis a conciencia y después le sonsacáis un
presente con arteras artimañas.
—Debéis reconocer que tengo excelentes dotes para el espionaje. Soy
maquinadora y sibilina cuando se tercia. —Señaló bajando la voz.
Arthur sonrió negando con la cabeza y con cuidado le tomó de entre las
manos a la perrita a la que alzó ligeramente para observarla.
—No parece que eche en falta o sienta añoranza a su madre a pesar de haber
sido separada tan pronto de ella.
—Eso es porque tiene tres madres sustitutas que no la dejan sola nunca. —
Sonrió orgullosa —. Creo que mi madre empieza a temer que nuestra mascota sea
como la pareja de perros de lady Condish pues, aunque son bonitos, hay que
reconocer que son grandotes y ese pelaje tan denso y pesado da la sensación de
que requiere cuidado constante. Como todavía es tan pequeña y apenas si tiene
pelusilla no parece que vaya a convertirse en tal perro y realmente pienso que
cruza los dedos para que no se trate de un cachorro de milady sino de otro lugar y
se quede pequeñita y manejable.
Arthur la dejó en la mesa junto a la mano de Leona.
—No rompamos las esperanzas de vuestra madre precipitadamente, más,
algo me dice que la perrita espía que está destinada a convertirse no será ni
pequeñita ni manejable.
Leona se rio moviendo la mano y acariciando el lomo del cachorro
suavemente.
—Eso espero. Me gustan los perros gigantones.
Arthur se rio.
—En ese caso, le gustarían mi padre y sus enormes perros. Tiene una pareja
de daneses.
—¿De veras? –Preguntó con los ojos muy abiertos —. Me encantan esos
perros. Siempre que Eliza y yo vemos al que tiene lord Fellow correteando por los
campos cerca de la propiedad de mi padre en Devon, nos acercamos a saludarlo.
Es precioso, blanco con manchas negras por todos lados.
—Mi madre se resignó hace tiempo a tenerlos por casa. Siempre siguen a mi
padre por toda la propiedad y permanecen a su lado todo el tiempo, incluso en el
comedor, lo que sí que es algo que hace enfadar a mi madre.
Leona se rio.
—Bueno, no se puede negar que son listos. Seguro que saben que su
excelencia les dará algún bocado cuando no le vea nadie.
Arthur se rio.
—Más bien lo contrario. Saben que les dará comida ignorando si le mira o
no alguien de la mesa, incluida su augusta esposa.
—Un duque osado si se enfrenta a su esposa por alimentar a sus perros.
Arthur de nuevo se rio.
—Le haré partícipe de vuestra opinión, seguro que le agradará que alguien
aprecie los riesgos que corre en provecho de sus caninos acompañantes.
Leona sonrió tomando a Bathy dándole un beso cariñoso enseguida.
—No temas, yo haré lo mismo por ti. Me enfrentaré a los idus de las fieras
damas de la familia a diario y te iré dando ricos manjares.
Arthur sonreía negando con la cabeza. Era absolutamente ajena a todo
galanteo o intento de seducción. Por el contrario, sus hermanas, no eran ignorantes
de sus encantos y de los efectos de los mismos en ciertos caballeros. Aunque de
formas distintas, ambas parecían haberse dado cuenta del interés de dos personajes
por ellas y alentaban ese interés de distintos modos, pero desde luego con
consciencia. La mayor, era bastante discreta o quizás la más serena y parecía
corresponder el interés de Bennet por ella sonriéndole, atendiendo sus reclamos de
modo discreto pero claro y claramente asertivo del galanteo de su hermano. La
segunda, por el contrario, era la más directa, por decirlo de algún modo, pues no
solo aceptaba el galanteo de Loren, sino que parecía flirtear ligeramente con él.
La voz de Lucas le sacó de sus pensamientos.
—Te preguntaba, —insistía al saberlo ajeno a lo que le había dicho hacía
unos escasos segundos—, si te importaría que Albert y yo os dejemos con miladies
y milord, así podemos hacer unos recados.
Lucas alzó las cejas significativamente dándole a entender qué tipo de
recados: investigar.
Arthur asintió.
—Claro, y si podéis, acercaros a ver a William. Supongo que habrá
aprovechado e ido de paseo con el amigo que buscaba.
Lucas sonrió entendiendo rápidamente lo que le decía.
—Procuraremos encontrarnos con él. —Giró el rostro al tiempo que él y
Albert se ponían en pie y hacían una cortesía—. Miladies, milord, ha sido un paseo
francamente agradable. Esperamos poder repetirlo en alguna ocasión.
Las tres hermanas hicieron un golpe suave de cabeza a modo de cortesía
siendo Andrew el que señalaba:
—Les agradecemos el paseo y la compañía, milores, y sin duda esperamos
verles de nuevo.
Tras marcharse Albert y Lucas, ellos no tardaron mucho también en
regresar a la casa que ocupaba la familia del vizconde, esta vez con las tres damas
llevando sus monturas juntas mientras los caballeros se colocaban a ambos lados
de ellas y los mozos a su espalda.
—Diablos. — Mascullada Joe Trenton desde dentro del carruaje cubierto en
el que se encontraba frente a la casa de la familia de Lord Antonwe observando el
regreso de las tres jóvenes—. Ese estúpido de Verner tenía razón, ahora no será
fácil encontrarla sola.
Observó en tenso silencio como entraban en la casa intentando pensar un
plan pues Lord Filmore no tardaría en darse cuenta de que le ocultaba algo y algo
importante. Ya esa mañana se enfureció al saber desaparecido a Verner
considerándolo un cabo suelto del que sería necesario ocuparse cuanto antes, pero
sabiendo que primero tendrían que terminar con ese asunto en Bath. Dio un golpe
en el techo y el cochero se puso en marcha. Moverse por la ciudad en un coche
alquilado no era lo que tenía pensado, pero obviamente no podía dejarse ver en las
cercanías de la casa sin levantar sospechas y menos a pleno día. Tenía que andarse
con cuidado, ya había cometido un par de errores que pagaría caro como no los
corrigiese oportunamente, empezando por esa mujer que empezaba a tornarse en
un quebradero de cabeza muy molesto.
Tras dejar a sus hermanas sanas y salvas en casa, Andrew partió con los
caballeros sabiendo que tenían mucho de lo que hablar y ocuparse. Al llegar a la
casa de Lord Willow se sorprendieron de ver allí a Aldo y a Julian.
—Os creíamos buscando pistas en la casa donde reside lord Delamy.
Julian cediendo una copa a Loren que era el que había hablado mientras
Aldo servía a los demás se encogió de hombros de modo despreocupado.
—Iremos esta noche. Será menos arriesgado. Hemos escuchado a un mozo
comentar que su señor había ordenado para esa noche tener preparado su caballo
pues iba a salir. Creo que irá a uno de los locales de juego, al menos eso deducimos
de lo que parecían insinuar los dos mozos.
Arthur miró a su hermano.
—¿William se marchó para seguir a Delamy?
Julian asintió.
—Sí, en cuanto supimos que preparaban el carruaje para salir en la tarde, se
colocó en un lugar donde poder esperarle para seguirle. Cuando dejamos la casa
aún no había regresado.
Arthur suspiró.
—Lo hemos visto en el parque. Estaba detenido en un margen del sendero y
parecía que se había reunido con alguien o que lo esperaba, pero se marchó apenas
unos minutos después de que lo viéremos.
Andrew asintió continuando la narración.
—Tenía el gesto tenso, yo creo que o bien la persona con la que debía
reunirse no apareció o bien lo había hecho pero ese encuentro no fue como
esperaba.
—Quizás enfadado y furioso sea un estado de ánimo que nos convenga.
Puede que cometa algún desliz imprevisto. —Señaló Aldo con una media sonrisa.
Arthur tomó la palabra tras dar un buen trago de su copa de brandy:
—De cualquier modo, no hemos de perderle de vista. Lady Leona le ha
reconocido por ser el caballero con el que la dama que buscábamos abandonó el
baile del Assembly Room.
—Lo que no deja de confirmarnos que está actuando como correo,
intermediario o ayudando a aquéllos que buscamos, empezando por dicha dama. –
Insistió Andrew—. Aún con ello, y sabiendo que se reunieron en al menos dos
ocasiones en el local de apuestas, seguimos sin saber de quién se trata y lamento
ser yo quien haga hincapié en esto, pero, el tiempo se nos agota. No creo que
tarden mucho en vender o deshacerse del Fabergé y dudo que Lord Willow no
hablase en serio cuando señaló que la reunión en la que debía hacerse la entrega
del huevo y de la carroza será pronto, muy pronto.
Arthur gruñó tocándose el puente de la nariz mientras cerraba un instante
los ojos.
—Es cierto. El tiempo juega en nuestra contra. Quizás tengamos que apretar
las tuercas a ese canalla de Delamy dejando las sutilezas de lado esta vez.
Bennet se inclinó ligeramente hacia adelante apoyando los codos en sus
rodillas tras dejar la copa vacía en la mesa:
—Sí, pero si lo hiciéremos y sus cómplices o jefes sospecharen que algo no
iba bien, podrían desaparecer y aunque frustrásemos sus planes, seguiríamos sin
dar con ellos, y lo que es peor, sin recuperar la pieza de Fabergé que, al fin y al
cabo, es una de las claves de esa reunión que debemos asegurarnos se lleva a cabo
por el bien de la corona y de nuestros compatriotas.
—Quizás no nos quede más remedio que dejarnos de sutilezas, pero de
momento, estoy con Bennet, no deberíamos aún arriesgarnos a que se nos escapen
llevándose el huevo. – Convino Loren mirando serio a sus amigos.
Andrew que se había puesto en pie y tomado de la licorera la botella de
brandy y comenzó a rellenar la copa de la mayoría.
—Pues, desde mi punto de vista tenemos tres importantes pistas que seguir:
La de lord Delamy, que después de todo nos puede conducir a esa dama y los
demás cómplices; la de la propia dama; y, por último, ese hombre de la cicatriz en
el rostro. Aunque contemos con otras pequeñas pistas como el collar o el hecho de
que uno de los supuestos asesinos de la mujer muerta o quizás quién lo ordenase
fuere su amante o su protector, de momento no tenemos pistas bastantes que nos
lleven a él.
Aldo se puso en pie y después se apoyó en el marco de la chimenea
mirándoles a todos al decir:
—Cierto. Esa mujer y su amante serían un indicio más que importante de
contar con tiempo para investigarlo, pero, precisamente, tiempo es lo que no
tenemos. Aunque a mí me preocupan dos cosas; La primera, que quién atentase
contra vuestra hermana –miró con fijeza a Andrew—… empiece a ponerse
nervioso pues es evidente que él y sus compinches también deben tener unos
plazos o fechas dentro de las que actuar y seguramente la premura por deshacerse
del huevo, de las pistas que dejaren atrás y de todo este asunto, pueda llevarle a
actuar más con nervios que con cabeza lo que por un lado es bueno pues cometería
errores, pero por otro, peligroso.
Andrew suspiró pesadamente.
—Lo sé. Además, conociendo el modus operandi de Delamy y la ralea con
la que suele tratar, se trata de tipos que prefieren no dejar cabos sueltos por nimios
que puedan parecer.
Aldo asintió.
—Sí, ciertamente, incluso aunque solucionemos este embrollo, hemos de
asegurarnos que todos los involucrados han sido apresados para evitar posibles
represalias o revanchas contra vos o vuestra familia.
Aunque Andrew se tensó ante la idea fue Arthur el que pareció fruncir más
el ceño ante esa idea pues ciertamente, lady Leona quizás no estuviere a salvo si no
era apresándolos a todos. Desde el primero al último involucrado.
Tras unos segundos fue Julian el que preguntó:
—¿Y la segunda?— cuando Aldo lo miró alzando las cejas añadió—: Has
dicho que hay dos cosas que te preocupaban.
—Ah, sí. Pues la segunda es tan sencilla como que el tiempo corre en contra
de esos tipos tanto como de la nuestra, aunque de un modo distinto. Es decir,
algunos de ellos, aunque no consigan el huevo o vean frustrados todos sus planes,
sí pueden entender un éxito el mero hecho de que dicha pieza no sea devuelta al
príncipe y sobre todo no entregada en la reunión llegado el caso, pues ello ya en sí
supondría un triunfo en cuento que las negociaciones quizás no lleguen a buen
puerto o incluso haciéndolo, estarían viciadas desde el inicio pues esa supuesta
prueba de buena fe o confianza que se supone era la entrega de las dos piezas no se
habría producido. Quizás nuestros actos frustren sus planes en cierta medida, pero
puede que incluso a pesar de ello, salgan victoriosos. Encontrar y recuperar el
huevo, resulta, lo miremos como lo miremos, vital.
Andrew asintió:
—Estoy de acuerdo. Recuperarlo es fundamental, pero de nuevo la
pregunta es ¿quién o quiénes lo robaron y en manos de quién está?
Arthur lo miró con fijeza unos segundos antes de girar el rosto hacia su
hermano:
—Dudo que esté en poder de Delamy, pero apostaría que está en las manos
de uno de los individuos con los que trata. Si hace de correo o intermediario sabrá
cuándo será entregado o vendido y dónde, de modo que seguimos teniendo que
encontrar pistas en su casa y sobre todo no perderlo de vista.
Andrew se puso en pie dejando la copa en la mesa.
—Bien, caballeros, yo me marcho pues hoy acompaño a mi madre y tía a un
concierto en casa de lady Jowlles de las que mis inteligentes hermanas se han
librado para quedarse preparando las cestas que aportarán para la fiesta en favor
del orfanato local de pasado mañana, a donde, me temo, algunos de los presentes
deberán acudir pues se celebran en los jardines frente a las casas de Royal
Crescent.
Arthur lo miró con gesto disgustado.
—Ese es un terreno demasiado abierto, milord. Es muy expuesto para no
considerarlo peligroso, sobre todo después de que ya disparasen contra milady en
campo abierto.
—Pues ya me diréis como pretenden lograr que mis hermanas se nieguen a
participar en esa colecta, milord. Os aseguro que es algo que he intentado desde
que me he enterado de dónde y cuándo se iba a llevar a cabo y salvo atarlas a la
cama, dudo que nada les impida participar.
Loren se rio.
—Ciertamente tenéis todas las de perder cuando las tres se alían y se ponen
de acuerdo o quieren algo.
Andrew soltó una carcajada.
—Tened eso por seguro. Nunca ganaré una discusión si he de hacerlo contra
todas juntas.
Arthur sonrió negando con la cabeza.
—No os ofendáis, milord, pero incluso contra solo una, estáis en clara
desventaja.
Andrew se rio.
—Si lo decís por Leona, no suele ser muy belicosa, pero cuando se empeña
en algo es bastante tenaz.
De nuevo Arthur sonrió recordando las pocas veces que los había oído
conversar y la joven había demostrado no solo tenacidad sino ser bastante más
inteligente que lo que su reservado y callado carácter dejaba traslucir en un primer
momento, sin mencionar que la creía dotada de cierta picardía y un más que
destacado sentido del humor incluso burlándose de sí misma.
En la noche, todos menos Aldo y Julian, estaban en uno de los locales de
juego, en un sitio apartado y lejos de vistas ajenas que el jefe de sala les hubo
cedido. Observaban a Lord Delamy jugar, aunque sería más exacto decir, perder a
las cartas con algunos diestros caballeros.
—A este paso Delamy deberá en este local, gran parte del poco patrimonio
que pueda quedarle. –
Señalaba Lucas observándole tirar las cartas sobre el tapete tras lo que
parecía otra mano desastrosa.
Arthur se rio.
—¿Quién sabe? A lo mejor sus acreedores acaben con él antes que nosotros.
William tras apurar su copa y hacer una mueca de disgusto señaló:
—Pues el dueño del local, con lo que gana en juego, debería mejorar la
bodega que destina a sus clientes. Este coñac es de lo peorcito que he bebido y
teniendo en cuenta que he pasado largas temporadas en el desierto no es pequeño
el insulto.
Arthur se rio.
—Para ser alguien que se ha alimentado de dátiles durante largas
temporadas te muestras muy quisquilloso con los licores.
William le miró sonriéndole divertido.
—No te burles de los dátiles que son muy nutritivos. —Giró el rostro al ver
un leve movimiento en un lado del salón—. Ahí están Aldo y Julian. Poco han
tardado. —Añadía frunciendo el ceño viéndoles dirigirse con discreción hacia
ellos.
Nada más tomar asiento, los dos bebieron un trago de la copa que les
habían entregado.
—¿No podríais premiarnos por nuestros servicios con algún licor más
apetecible que este quema gargantas? –Se quejaba Aldo mirando ceñudo el
contenido de su copa.
Arthur sonrió negando con la cabeza.
—En cuanto salgamos de aquí os lo compensaremos. Decid ¿qué habéis
descubierto?
Julian gruñó dejándose caer en el respaldo del asiento lanzando una mirada
de soslayo a Lord Delamy antes de decir:
—Se marcha en cuatro días, de modo que lo que sea que tengan previsto lo
harán dentro de este plazo.
Aldo suspiró antes de añadir:
—Cuando hemos alcanzado el dormitorio que ocupa, apenas si hemos
descubierto nada en él, salvo un par de misivas escritas en clave.
Sacó su pequeña libreta de notas mostrando una hoja en la que hubo
copiado los dos mensajes de los que apenas se infería nada.
—Pero sí que hemos oído, —Continuaba Aldo con seriedad—, cómo el valet
de Delamy le decía a un lacayo que debía llevar el baúl de milord al vestidor dos
días más tarde para preparar el equipaje ya que su estancia allí terminaría en
cuatro días.
Loren miró por encima de su hombro a Delamy antes de girar el rostro de
nuevo a sus acompañantes.
—Lo que significa que la reunión o el intercambio de dinero y lo que hayan
acordado se producirá dentro de tres días. Dudo que Delamy espere ni un día para
marchar una vez terminado su asunto. Es poco dado a mantenerse en un lugar con
el riesgo que ello pueda suponer de que lo capturen, más si sigue acumulando
deudas. –Añadía mirando la mesa en la que se hallaba con gesto tenso y
malhumorado Lord Delamy.
—Lo que de nuevo nos recuerda que el tiempo es crucial y corre en nuestra
contra. — Señalaba serio Bennet—. Deberemos repartirnos el trabajo pues quizás
así demos con…
Se quedó callado de golpe cuando vio que Delamy se levantaba de la mesa y
tras hacer una discreta señal a un tipo del fondo de la sala salía del salón. Se puso
en pie, al igual que Arthur y William como si los tres hubieren tenido la misma
idea:
—Vamos.
Los tres hermanos se apresuraron a salir en pos de su presa que no solo salía
del salón sino del local.
—Va calle abajo, a las casas de citas. —Dijo serio Arthur.
—Sí, pero lo apresurado de su marcha me hace pensar que no solo va a
buscar compañía femenina.
Creo que va a reunirse con alguien. –Dijo William cerrando el cuello de su
gabán caminando presuroso con sus dos hermanos.
—Sí, yo también lo creo. Con suerte sea uno de sus compinches.
Arthur se calló y detuvo de golpe empujando a sus dos hermanos contra la
pared al tiempo que mascullaba un “maldita sea”.
William y Bennet con la espalda pegada a la pared lo miraron guardando
silencio mientras Arthur permanecía con la espalda también contra la pared y la
vista fija en un carruaje detenido en un callejón, aparentemente en discreto lugar.
Tras un par de minutos y bajando la voz dijo:
—Ese cochero sé para quién trabaja y ahora sabemos quién robó el huevo de
Fabergé o por lo menos quién lo organizó. Regresemos antes de que me vea.
Los tres hermanos regresaron con discreción al local en silencio y una vez
sentados en la mesa con sus amigos, Arthur miró con fijeza a Lucas.
—Esto es más peliagudo de lo que pensábamos. El tipo con el que se iba a
reunir Delamy en el local de citas, aunque no lo viere, sé quién es. Lord Filmore. Su
cochero le esperaba fuera en un callejón.
Lucas y Aldo enderezaron la espalda como un resorte.
—Esto es bueno y malo. Bueno porque sabemos quién organizó el robo y
malo porque ese bastardo es despiadado y muy listo.
—Pero debe estar muy desesperado o preocupado para haberse visto cara a
cara con un intermediario.
–Señaló Arthur con gesto tenso.
Aldo asintió.
—Cierto.
Arthur gruñó molesto.
—¿Podríais alguno ponernos al día de vuestro supuesto hallazgo pues
algunos de los presentes estamos a ciegas? –Preguntaba Julian ligeramente tenso
pues salvo Aldo, Arthur y Lucas los demás tenían cara de desconcierto.
Aldo suspiró pesadamente.
—Lord Filmore es un tipo francamente peligroso y listo como un zorro.
Creo que este es el primer error que comete en una década.
Lucas entrecerró los ojos.
—Es cierto. ¿Qué le habrá hecho cometer el error de reunirse en un lugar
como una casa de citas con Delamy?
Arthur negó con la cabeza.
—Solo se me ocurre que empiece a sospechar que las cosas se le están yendo
de las manos y ha de terminar con lo que se traiga entre manos rápidamente.
—Y que necesite fondos con urgencia. — Añadió Aldo con firmeza y
cuando vio a Lucas y Arthur mirarle con interrogación en los ojos señalaba—:
Perdió mucho dinero en las carreras el pasado año.
Sus cuadras no ganaron ningún premio y siempre ha sido de los que
apostaba grandes sumas a favor de sus caballos.
Arthur meditó serio unos segundos.
—Pues desesperado, ese hombre es mucho más que peligroso. —Miró por
fin al resto de la mesa para explicar al fin—: Lord Willow lo considera, desde hace
muchos años, uno de los grandes traidores de las Islas, pero nunca ha podido
probar nada. Sospecha incluso que vendía armas e información a los franceses.
Pero es un tipo listo. Jamás hace nada él mismo. Siempre se vale de otros que se
dejarían matar antes de traicionarlo pues lo saben despiadado.
Albert se removió en el asiento.
—¿Será por eso que el hombre de la posada se dejare matar?
—Si su jefe era Filmore, tenlo por seguro. –Respondió tajante Lucas antes de
mirar a Arthur—. Y si no recuerdo mal, siempre tiene a uno o dos tipos que son
capaces de atrocidades si él lo manda.
Arthur suspiró tocándose el puente de la nariz, un gesto tenso y de
preocupación que sus hermanos y sus amigos conocían:
—Si es Filmore el que va tras milady, no podemos dejarla sola ni un
instante. –Alzó los ojos y miró a Julian—. ¿Tu ayudante sigue siendo Bobby?
Julian se rio.
–Claro. Ya sabes que no pienso cambiar a mi cañonero por valet estirado
alguno.
Arthur asintió.
–Pues siento decirte que vas a prescindir de él unos días. Mañana le diré a
Lord Bremer que será el guardia de milady hasta que esto se solucione.
Julian entrecerró los ojos, pero se mordió la lengua ante la alarma de su
hermano.
—Está bien. Y ahora habladnos de ese Filmore y sobre todo decidnos ¿por
qué no vamos directamente contra él?
Lucas fue el que contestó.
—Si está en esto, te aseguro que es el que teje los hilos, pero no habrá
robado nada él mismo ni tendrá en su poder el objeto. Hemos de hallar a quienes
esté usando.
—Delamy debe estar actuando de intermediario para los compradores, pero
dude que sepa que Filmore, si se ha dejado ver por él, no le dejará salir de esta con
vida, pues jamás deja testigos que puedan identificarle. Si Delamy es listo, Filmore
es además mucho más despiadado— decía Aldo mirando a los demás.
—Lo que nos lleva de nuevo a la idea de que si Filmore se arriesga a verse
con un intermediario es porque o está desesperado o sabe que algo está saliendo
mal— Intervino de nuevo Arthur.
—A ver, un momento, necesito que recapitulemos porque estáis dando por
ciertas muchas cosas, pero al tiempo solo sabemos que ahora uno de los tipos que
buscamos es ese Lord Filmore y que es peligroso. —Señalaba Albert mirando
alternativamente a Lucas, a Aldo y a Arthur.
—Sí, sí. Lo siento. Tienes razón. –Asentía Arthur pasándose una mano por
el pelo antes de alzar la vista hacia él—. Veamos. Si lord Filmore es el vendedor de
la pieza, es quién ha organizado el robo y puesto que no se arriesgaría a hacerlo él
ni siquiera a estar en la fiesta para evitar sospecha alguna sobre él, debemos dar
por cierto que otra u otras personas lo robaron siguiendo sus instrucciones.
—La dama. —Señaló serio Loren siguiendo el hilo de su exposición—. Tuvo
que ser, sola o con ayuda, esa dama que presuponemos capaz de moverse por
salones de la aristocracia sin levantar sospechas, pero también que se desenvuelve
bien en ambientes menos “refinados”.
—Supongamos que es así. Lo cierto, es que explicaría cómo lo robó. Una
dama con ciertas dotes podría andar por una casa y hacerse con ciertos objetos
levantando menos sospechas que un caballero. –Aceptó Julian mirando a su
hermano—. Y si ese Lord Filmores es tan listo para no dejarse apresar con el objeto,
podemos suponer que confió ese objeto a alguien a quién sabe lo bastante hábil
para protegerlo, pero también lo bastante confiable o que le tema lo suficiente para
no delatarle a él.
—Lo que nos lleva de nuevo a la dama. —Insistió Loren—. Si la cree capaz
de robarlo también de guardarlo con cierta confianza, además, si ella lo mantiene
en su poder, intervendrían menos personas.
—Lo que deja menos testigos y menos cabos sueltos. —Asintió Arthur
aceptando su hipótesis—. Además, si era con ella con quién se reunía Delamy,
seguramente confía lo bastante en ella para hacer ciertos trabajos y debe saber con
certeza que no lo delataría ni revelaría su participación en este asunto.
—¿Y la otra mujer? —preguntó Albert de nuevo—. La que hallamos muerta,
¿sería la amante de Filmore o quizás también un peón en todo esto?
—O ambas cosas. —Señaló Lucas—. Creo que la última amante que tuvo
huyó de Londres y de las islas cuando su acuerdo con él cesó. Quizás por miedo.
—¿Su última amante? —Preguntó Arthur mirándole fijamente.
—Dessiré. La bailarina hindú. –Respondía.
—Esperad, esperad. Si tan peligroso es, ¿Por qué hasta ahora nosotros no
habíamos oído hablar de él?
Sinceramente, yo solo reconozco su nombre de las carreras de caballos. –
Preguntaba Bennet con gesto de claro interés.
—Porque es un tipo muy listo que mantiene un perfil social bajo para no
atraer la atención sobre él y sus negocios. –Respondía Arthur con seriedad—. Lord
Willow lleva muchos años intentando echarle el lazo, pero le ha resultado
imposible.
—Bien, entonces, —William se inclinó hacia adelante apoyando los codos en
la mesa—, supongamos que el error de encontrarse con Delamy se debe a que está
apurado o que teme que algo esté saliendo mal.
Eso siguen sin decirnos quién tiene la joya ni quién es el comprador, el otro
conspirador, y solo tenemos la certeza de que en cuatro días máximo esto se ha de
acabar y que, además, ahora contamos con que uno de los que ha organizado todo
esto es un tipo astuto, peligroso y sobre todo que sabe cómo lograr salir indemne
de ciertos aprietos… —miró en derredor alzando las cejas —. Cuanto más
averiguamos de todo esto, peor se pone la cosa…
—Lo primero es averiguar dónde reside lord Filmore y qué hombres tiene a
su servicio porque serán los que le hagan el trabajo sucio. Al menos conviene
tenerlos vigilados. –Insistió Arthur—. Después localizar tanto a la mujer como a los
compradores. En manos de la primera o de quién la ayudare a robarlo, estará el
dichoso Fabergé.
Lucas lo miró serio.
–Debemos seguir a Delamy con la esperanza de que se reúna con el
comprador.
—Cierto. Pero sigo sin ver claro qué espera Filmore reuniéndose con él en
persona. Quizás sepa que lo seguimos. —Meditó Aldo.
—De ser así, Delamy ha de darse por muerto —Lucas se dejaba caer en el
respaldo de la silla con gesto hosco—. Si Delamy no suele dejar cabos sueltos,
menos aún Filmore y éste considerará a Delamy un cabo suelto si le ha visto.
—Yo no lloraré su ausencia de producirse ese final. Aunque preferiría verle
preso en la Torre de Londres. –Intervino Loren con sinceridad.
—Esperad, esperad. Acabo de pensar una cosa. —William se enderezaba—.
¿Y si informamos a Delamy de que Filmore no le dejará con vida haciéndole
entender que para salir con vida de este entuerto ha de colaborar con nosotros?
Arthur fruncía el ceño un segundo.
—Dudo que pique ese anzuelo.
—Será cuestión de asustarle lo bastante para que sepa que no cuenta con
otra alternativa. –Insistía William—. Al menos si ese Filmore no lo ha matado ya.
Arthur enderezó la espalda abriendo mucho los ojos.
—¡Oh, diablos! Tienes razón. Por evitar que el cochero y el propio Filmore
me vieren se me pasó por alto lo evidente.
Miró a Lucas y a Aldo que comprendieron como él que quizás Delamy se
había reunido con Filmore que lo podría matar en ese instante o dejarlo en manos
de alguno de sus hombres para tal final. Lucas fue quién se puso en pie mientras
decía con voz determinante:
–William, Albert, ¿venís conmigo? Con suerte ese bastardo aún continúe en
la casa de citas y se haya librado por hoy de acabar muerto, pero dudo que tarde
más de un par de días en estarlo si depende de Filmore.
En ese mismo momento, lord Filmore se encontraba ya dentro de su
carruaje de regreso a la mansión que ocupaba. Tener que reunirse con Delamy no
entraba en sus planes, pero tras haber recibido una misiva de lady Archer
contándole que esa tarde el gusano de Delamy había exigido más dinero por no
alertar a los rusos de que no se reunieren con ellos para el intercambio, supo que
debía tomar medidas inmediatas. Lady Archer le contó, cuando de inmediato la
mandó llamar para que le diese detalles de lo ocurrido, que esa tarde le hubo
exigido doblar su precio y aunque intentó razonar con él, se mostró inflexible.
Mandó de inmediato a Trenton a buscar información y enseguida averiguó que ese
estúpido iba por las noches a algunas casas de citas y lo peor a un par de garitos a
jugar.
Comprendió, rápidamente, que debía haber perdido mucho dinero con
individuos que no le permitiría salir de la ciudad sin saldar sus deudas por
completo y pensaba resarcirse con él. Pues nada más lejos de la realidad. Iba a
hacerle creer un par de días que se había salido con la suya y después lo mataría
evitando pagarle, pero, además, que se fuere de la lengua. Estaba de mal humor.
Le disgustaba sobremanera que intentaren chantajearle, pero más tener que
alterar sus planes y ese estúpido le había hecho no solo alterarlos sino mostrarse
ante él, lo que ya de por sí le llevaría a morir seguro, por mucho que ese estúpido
se creyese con la mano ganadora.
Lady Archer era una pieza útil y había demostrado ser lo bastante lista para
temerle y no aliarse en su contra jamás. Las veces que la había usado en algún
trabajito había sido eficaz y discreta de modo que no pensaba deshacerse de ella,
salvo que las cosas se torciesen y se convirtiere más en un estorbo que una pieza
útil. Sin embargo, lo que le tenía inquieto era que este último asunto llevaba
demasiados tropiezos. Siempre contaba con algún imprevisto y algún tropiezo,
pero, esos días, todo parecía que se estaba enredando en exceso. Primero el no
conseguir las dos piezas, solo una, después el que Lady Archer no pudiere llegar
como habían previsto, dos días antes, por la herida del caballero que usó para
entrar en la casa del príncipe cuando les descubrieron y que había resultado más
grave de lo que creyeron y al final, Trenton tuvo que deshacerse de él para evitar
más problemas. Después lo de la señora Smithy por la que ya preguntaban algunos
individuos desde su llegada a Bath mostrando su retrato por ciertos lugares, y esa
tarde descubriendo que Verner no aparecía, lo que sospechaba tenía que ver con
las desapariciones sospechosas de Trenton desde hacía días. Sabía que le ocultaba
algo pero tendría que ocuparse de ello tras solucionar asuntos más urgentes.
En cuanto llegó a la casa se reunió con Trenton al que había hecho llamar
antes de reunirse con ese mentecato de Delamy.
—En cuanto te dé los datos de la reunión con los compradores, te libras de
lord Delamy. –Espetó sin esperar nada en cuanto la puerta del despacho se cerró.
Se acercó al mueble de las bebidas sirviéndose una copa de vodka que se
bebió de un trago pensando que, dada la naturaleza del asunto y los individuos
involucrados en el mismo, resultaba muy apropiado. Giró el rostro y miró con
gesto adusto a Trenton que parecía, desde hacía un par de días, más tenso de lo
que era habitual en él.
—No quiero más errores ni contratiempos. Hazlo bien y discretamente y
sobre todo sin que nadie te vea ni te relacione con él. Opten la información y
después lo matas. Te reunirás con él en los lindes de los jardines frente a Royal
Crescent, dentro de dos días y te dará los datos de la reunión del día siguiente. El
muy bastardo es estúpido para ciertas cosas, pero no para otras. Supongo que
sospecha y ha concertado la reunión para darnos esa información en un lugar muy
público y, además, en el que habrá mucha gente pues se celebra no sé qué evento
benéfico de las damas de la ciudad. Habrás de llevarlo a algún lugar discreto y
acabas con él. No se te ocurra dejar que se te escurra de entre los dedos. Me ha
visto, pues el muy estúpido intentaba extorsionarnos y le dejaré creer que se ha
salido con la suya pues aún ha de hacer su parte.
Trenton asintió girando para marcharse, pero nada más llegar a la puerta
escuchó a su espalda.
—Ni pienses que he olvidado todos los fallos cometidos, empezando por la
desaparición de Verner que imagino ha de haber salido huyendo pues de haberlo
eliminado me habrías informado.
Trenton lo miró casi de soslayo, pero se limitó a salir rápidamente. << No
más errores>> iba pensando una vez fuera de la casa de milord. Tenía tres días solo
para solucionar el problema de milady y su dichoso cuaderno de retratos pues tras
el encuentro con el comprador del maldito tesoro que lady Archer robó en la
mansión de Londres, lord Filmore no permanecería en Bath ni un día. Y después se
ocuparía del bastardo de Verner. Y ahora, además, tendría que deshacerse de lord
Delamy.
Con lo astuto que era debería estar ojo avizor. El tipejo puso nervioso a
milady y ésta a lord Filmore y sabía que éste no lo dejaría marchar sin más, no
después de ver alterados sus planes y menos aún después de pedir más dinero que
el acordado.
A primera hora de la mañana, Arthur, acompañado de Loren y de Bennet,
fue a casa de la familia del vizconde de Antonwe para informar a Andrew de los
descubrimientos de la noche anterior, y sobre todo, para alertarle. Para ello, habían
decidido alternarse para permanecer con él y sus hermanas, buscando excusas
variadas. En esa mañana, Arthur, Bennet y Loren tras acudir a reunirse,
supuestamente, por asuntos de negocios con Andrew, preguntarían a las damas si
podrían ayudarlas a elegir el adecuado regalo para la duquesa ya que sería pronto
su cumpleaños.
Sentada en el salón contiguo al comedor, Leona permanecía en el banco al
pie de uno de los grandes ventanales concentrada en su cuaderno de dibujo sin
percatarse de la entrada en el salón de Andrew y de Arthur que habían dejado a
Loren y a Bennet en el comedor con el resto de las damas de la familia tras haber
recibido el consentimiento de la vizcondesa para que las tres jóvenes,
acompañadas por su hermano y las dos doncellas, les acompañaren en esas
compras.
Andrew sonrió al acercarse tomando de la alfombra, a los pies de donde se
encontraba sentada, al cachorro que jugueteaba con un ovillo de lana, aunque sería
más correcto decir que se encontraba enredado en el ovillo.
—Leo, un poco más y tu perrita se encontraría maniatada por ella misma. –
Le iba diciendo alzando a la perra enredada en la lana.
Leona alzó los ojos y Arthur supo el momento exacto en que salió de su
concentración pues sus ojos pasaron de un transparente casi absoluto a un gris
azulado, como si regresare de un mundo de ensueño privado y lejano. Casi sonrió
al pensarlo. Apartó el cuaderno poniéndose en pie y tomando a la perrita riéndose
mientras la liberaba de su enredo involuntario.
—¿Querías convertirte en una ovejita cubierta de lana? –le iba diciendo
mientras le desprendía de la lana.
Tardó unos minutos en percatarse de que Arthur estaba allí lo cual también
le hacía gracia aprovechando su desconcierto y azoramiento al notarlo para hacer
una inclinación esbozando una sonrisa seductora y pícara mientras decía:
—Buenos días, milady. Lamento haberos importunado ya que veo que tanto
la pequeña espía como vos os encontrabais atareadas.
Las mejillas de Leona adquirieron un rosado más palpable antes de sonreír
haciéndole una reverencia con la perrita en la mano:
—Buenos días, milord. Estaba terminando el retrato que me pedisteis. No
encontré el que había hecho hace unos días, pero creo que más o menos recordaba
bien el rostro de ese hombre.
Giró para tomar el cuaderno y ofrecérselo a él y a Andrew. Fue Arthur el
que lo tomó, pero ambos observaron con detalle el rostro.
—Es un rostro peculiar, sin duda –Dijo Arthur sin apartar los ojos del
dibujo.
—Era un hombre corpulento, más alto que vos, milord, y llevaba guantes y
botas oscuras.
Arthur alzó el rostro y la miró.
—¿Lo habéis vuelto a ver aunque sea de soslayo?
Leona negó con la cabeza.
—Espera, Leo. Dices que era corpulento y alto. Así describiste la figura del
hombre que entró en tu dormitorio.
Leona abrió los ojos de par en par.
—¿Crees, crees que era él? –Señaló con un dedo el cuaderno.
—No, bueno, no lo sé. Lo pregunto por eso. —Se apresuró a decir Andrew
con cautela.
Leona inspiró una bocanada de aire.
—No sabría decirte, Andrew. No le vimos, solo su figura ya sin apenas luz.
Era grande, pero también bastante ágil por lo fácil que pareció le resultó no solo
saltar desde el balcón y atravesar el jardín sino también saltar el muro trasero.
Andrew asintió tomando el cuaderno y arrancando el retrato.
—Bueno, estemos atentos por si le vemos merodear de nuevo ¿de acuerdo?
—decía mirando a Leona especialmente.
—Está bien. Procuraré estar más atenta que normalmente.
Andrew asintió doblando y guardando la cuartilla en el bolsillo de su levita.
—Leo, te informo, por si Libby y Eliza preguntan por ello, para que puedas
decir lo mismo que yo, milord ha traído al ayuda de cámara de lord Julian Alwils.
Ocupará el lugar de guardia para las tres, acompañará al cochero cuando salgáis
de paseo o si vais a pie, irá junto a Dora y Lucille. Si preguntan, diles que le estoy
haciendo un favor al jefe de cuadras de Antonwe Hills pues es un familiar suyo, y
que le he contratado para acompañaros para cuando estéis de viaje, por los
peligros de los caminos y demás.
Leona asintió y después los miró indistintamente ladeando de inmediato la
cabeza ligeramente.
—Y en realidad, ¿Quién es? Bueno, además del ayuda de cámara del
hermano de lord Alwils.
Arthur se rio lanzándole una mirada divertida.
—Es su ayuda de cámara. Tenéis mi palabra.
Leona entrecerró los ojos mirándole desafiante. Arthur soltó por fin una
risotada girando el rostro hacia Andrew.
—Realmente es tenaz y sería una espía bastante decidida.
Andrew se quejó con un gruñido.
—No le alentéis, milord, os lo ruego.
—Y tampoco me distraigáis. ¿Quién es ese “ayuda de cámara”? –insistía
Leona mirándoles decidida.
Arthur de nuevo se rio negando con la cabeza.
—Es el ayuda de cámara de mi hermano Julian, y, antes, fue uno de los
cañoneros de su barco.
Leona abrió los ojos, pero enseguida sonrió de oreja a oreja.
—¿Cañonero? ¿De veras? ¡Qué emocionante!
Arthur se rio por el tono claramente entusiasta de Leona. Parecía casi
emocionada de poder conocer a un cañonero de un navío de guerra.
—Bien, pues, ahora podré pedirle a todo un profesional que nos enseñe a
Bathy y a mí a disparar, ya que tú te niegas a hacerlo. —Miraba sonriendo a su
hermano.
—Ni se te ocurra pedirle que te enseñe a disparar, ni poner en tus manos
arma alguna ni instrumento que pueda considerarse hiriente para ser vivo alguno.
Leona, te lo prohíbo. –Decía tajante moviendo un dedo frente al rostro de su
hermana.
Leona suspiró desilusionada mientras fruncía el ceño, contrariada.
—De veras que no entiendo por qué no quieres que al menos aprenda a
disparar. Nunca se sabe cuándo puede necesitarse ese tipo de conocimientos, como
cargar una pistola, saber apuntar, disparar certeramente. Aunque solo sea para
asustar a alguien. ¿O es que temes que te persigamos por los jardines usándote
como diana?
—Leona, hablo muy seriamente. Te quiero lejos de arma alguna. Que no me
entere yo que enredas a nadie para que te enseñe a disparar.
Leona resopló y miró a Arthur poniendo ojos pesarosos y apenados.
—¿Vos también creéis que es una mala idea que aprenda a disparar?
—Aun a riesgo de ganarme vuestra desaprobación, milady, en este tema,
creo que vuestro hermano actúa acertadamente. Las armas nunca son buenas.
Quizás, cuando regreséis al campo y en un entorno más seguro y calmado, podáis
aprender a cargar y disparar si vuestro padre considera conveniente que hagáis
gala de tal destreza.
—Puff, padre nunca dejará que aprendamos a disparar, menos yo. –Miró a
su hermano—. Al parecer tiendo al despiste con demasiada asiduidad.
Andrew se rio inclinándose ligeramente para besarle en la sien.
—¿Tú? ¿Despistarte asiduamente? ¡No! ¿Qué mente cruel diría tal cosa? —
preguntaba con un tonillo de claro sarcasmo y burla.
—Andrew, no me agradas en este momento. —Leona lo miró ceñuda.
—Oh, vamos, Leo, eso no es cierto, sobre todo cuando milord y yo vamos a
llevaros a Libby, Eliza y a ti a pasear al centro y a tomar el té en un bonito lugar,
librándoos así de otro paseo alrededor de la fuente saludando y sonriendo a
cuantas ajadas y adustas parejas veáis.
Leona sonrió.
—Bueno el paseo estará bien, y me volverías a agradar si, además de pasear,
nos llevases a una armería y me comprases una pistola fácil de manejar. Incluso
llegaría a adorarte si, además, me enseñases a usarla.
—Leona, no insistas. Las armas están prohibidas para ti.
Leona apretó a Bathy contra su cuello melosa.
—Está bien, pero luego no me preguntes si eres mi hermano favorito.
—Soy tú único hermano, ¡claro que soy tu favorito! —se reía Andrew
empujándola suavemente en dirección al comedor.
—Lo que debiera ser entendido como que debes ser muy mal hermano para,
sin tener competencia, no llegar a ser considerado como el mejor. —Replicaba ella
mientras Andrew y Arthur caminaban tras ella.
Andrew suspiraba pesadamente mientras que Arthur no podía evitar
sonreír. Solo estando en presencia de su hermano parecía sentirse verdaderamente
relajada y sacaba a pasear esa vena peleona y bromista que lucía con él y con la que
demostraba no solo que era inteligente y mordaz sino, además, con ese aire
travieso y pícaro que al tiempo le hacía reír y desear cuidarla y protegerla de todo
lo que la rodeaba. Al final Lucas iba a tener razón y empezaba a encariñarse con
ella lo que iba a suponer que debía mantener distancias a como diere lugar. Aún
tenía es idea en la cabeza cuando Leona se detenía antes de entrar en el comedor y
giraba mirándole directamente.
—¿Dónde nos llevan de paseo? ¿Quieren que lleve un par de enaguas para
justificar ante mi madre el ir a ver a varias modistas?
Arthur deseó acariciarle la mejilla deslizando los dedos por su piel hasta la
garganta. Casi tuvo que gruñir y pegarse un golpe en la cabeza ante semejantes
pensamientos. Esbozó una media sonrisa negando con la cabeza.
—No os preocupéis, milady, Lucas y Albert se ocupan en la mañana de
seguir vuestro consejo y procurarán encontrar a la dama insinuando esa promesa
de poder elaborar cierto vestuario a la modista que pudiere darles los datos del
supuesto objeto de enamoramiento.
Leona emitió una risilla traviesa que le llegó como un rayo a la piel
sintiendo una corriente bajo la misma y un cosquilleo que casi le hizo removerse
nervioso allí, de pie, ante la puerta del comedor de mañana de la vizcondesa y su
familia. Volvió a gruñir para sí mismo y a punto estuvo de gritar cuando ella puso
la mano en su manga girando el cuerpo indicándole así que la guiase hasta el
interior.
—He preguntado a Dorson, estuvo en el ejército de joven y siempre llevaba
consigo a un perdiguero.
Dice que lo mejor es entrenar a los perros desde cachorros. Enseñarles a
rastrear, a moverse por el campo, pero también en una casa, algunos trucos para
moverse sigilosamente.
Arthur la observaba mientras caminaban juntos hacia una de las alas de la
mesa del comedor donde ya les esperaban dos lacayos tras las sillas.
—¿De modo que creéis conveniente entrenarla desde el instante mismo en
que comience a sostenerse sola en sus patas y corretear?
Leona le sonrió separando su mano de su brazo antes de tomar asiento
dejando el cachorro a su lado y rápidamente se puso a dar pasitos torpes en
dirección a Eliza que se hallaba sentada al otro lado.
—Ven, bonita –decía mientras golpeaba un dedo con suavidad en la mesa
para que el ruido atrajese al perro —. Ven, conmigo.
Leona se rio divertida.
—No sé si intenta huir de mí o buscar una nueva presa a la que engatusar.
Eliza que seguía golpeando suavemente el dedo se rio mirándola de
soslayo.
—Seguramente huye de ti y busca una compañía más adecuada para su
talante encantador e inteligente, y ¿quién mejor que una dama tan encantadora e
inteligente como ella?
Leona resopló.
—¿Eres consciente de que acabas de decir que ni soy inteligente ni
encantadora, mala hermana?
Eliza sonreía tomando por fin al cachorro entre las manos.
—No he dicho que no seas ambas cosas, sino que lo eres menos que Bathy y
que yo que podemos ser consideradas el paradigma del encanto e inteligencia.
—Y de modestia también. Menudo ego el tuyo, Eliza. —Se reía Libby
sentada frente a ellas junto a Loren.
Tras despedirse de las dos matronas de la familia, que obviamente estaban
encantadas de que a sus tres hijas les acompañasen en su paseo los dos hijos del
duque de Plintel y aunque en menor medida, también Loren como hombre
acaudalado y de excelentes relaciones a pesar de su falta de título, los caballeros
llevaron a las damas a pasear por la zona céntrica de la ciudad, primero paseando
por algunos de los bonitos jardines y después callejeando por algunos de las zonas
de comercios. Libby paseaba del brazo de Loren delante de todos, Andrew
caminaba junto a Eliza que iba del brazo de Bennet y parecían ir comentando
algunos de los temas más polémicos que reseñaban los periódicos esa mañana y
Leona, no supo cómo había acabado paseando del brazo de Arthur entre todos
ellos.
—¿Puedo preguntar a qué se debe que os hayáis ofrecido a pasear en esta
mañana?
Arthur sonrió con una media sonrisa.
—Pues creía que habíamos expresado nuestros motivos, milady, que no
eran sino solicitar su generosa ayuda para buscar un regalo adecuado para mi
augusta madre a la que me temo, Bennet y yo, no solemos sorprender con nuestros
presentes.
Leona se rio entre dientes.
—Fingiré por unos instantes que creo en esa razón o motivo para así poder
preguntaros ¿a qué se debe el descontento de su excelencia ante anteriores
presentes? ¿Quizás no sois capaces de encontrar algo al gusto de una dama
elegante e inteligente como, presumo, será vuestra madre? ¿O quizás simplemente
espera de sus hijos un regalo en concreto, pero ninguno parece animado a dárselo
al fin?
—¿Un regalo concreto? –preguntó alzando las cejas curioso —. ¿Podéis ser
más específica, milady? Os lo ruego.
—Milord, su excelencia tiene cuatro apuestos y crecidos hijos, seguro espera
de ellos que por fin le den nietos con los que enredar y jugar en la propiedad de los
duques y seguro gustaría, además de adecuados herederos para la saga familiar,
alguna bonita niña con la que compensar tantos años rodeada de brutos y rebeldes
varones. Deberíais buscar una dama inteligente, cultivada, encantadora y alegre
con la que continuar el apellido familiar y, sobre todo, con la que poder rodear a
vuestra madre de pequeñajos que la enreden y la vuelvan loca.
Arthur se detuvo con gesto tenso mirándola con los ojos entornados.
—¿Os estáis ofreciendo para tal papel?
Leona abrió los ojos como platos y cara de asombro al ser consciente de lo
que él parecía haber entendido.
—¡No, por Dios! Sois el futuro duque, debéis buscar a una dama acorde a
vuestra posición y sobre todo que pueda cumplir con los deberes que, presumo,
haya de asumir la esposa del heredero del duque y futura duquesa. Yo apenas si
conseguiría recordar los títulos que acompañan al duque de Plintel y su estirpe,
menos aún asumir tal tarea que ante mis ojos se presenta y antoja titánica e
imposible de cumplir por alguien como yo. Os aseguro que vuestra madre os
odiaría si llevaseis del brazo a alguien como yo que apenas se conduce con
mediana rectitud por esta vida sin perderse varias veces al día. Seguro pensaría
que acabaría con el legado familiar en menos de un mes. –Negó vehemente con la
cabeza—. Uy no, no, no, ya habéis oído a mi hermano, me pierdo incluso en la casa
de mis padres que es en la que nací y crecí, imaginaos poniendo en mis manos una
casa y un título como el vuestro. Sería un completo despropósito.
Arthur conforme la escuchaba sentía deseos de abrazarla, de protegerla y de
decirle que le encantaría que se perdiere por los salones y pasillos de Plintel Manor
pues él la rescataría a diario y le pediría un premio por tales rescates. La primera
mujer que le hablaba tan abiertamente de matrimonio, además de su madre, y una,
además, que supuestamente podría optar a tal puesto, y, por el contrario, mostraba
más su deseo de no serlo que de serlo. Si no fuere hilarante casi podría sentirse
ofendido ante tamaño rechazo y por algún motivo quiso jugar un poco con ella.
—¿Debo entender, milady, que a pesar de todos esos inconvenientes que
habéis reseñado por el título y lo que éste conlleva, el caballero que lo ostentaría no
hace gala ante vuestros ojos de atributos y cualidades suficientes para dejar de lado
tales inconvenientes y considerar que, a pesar de los mismos, dicho caballero
merece la pena y compensaría con creces tamaño sacrificio con su compañía,
encanto y atractivo?
Leona que se hallaba parada frente a él sonrió ladeando la cabeza
ligeramente observándole por unos segundos en silencio.
—Me temo que no, milord, creo que un caballero con tales cualidades haría
las delicias de mi madre y ya sabéis lo que se dice, una damita que se precie ha de
hacer rabiar a su madre un poco antes de decidirse por el caballero adecuado.
Además, creo que sois un caballero adecuado, quizás demasiado, más, por el
contrario, yo no soy la dama adecuada. Eso es demasiado desequilibrado para mi
bienestar mental. Siempre os miraría con excesiva adoración y un marido adorado
es difícil de sobrellevar pues se sabría demasiado irresistible para su esposa y por
ello la consideración de sí mismo sería tan elevada que no sería buena para su
propio bien ni su paz mental, de modo que acabaríamos con un matrimonio cuyos
cónyuges estarían irremediablemente destinados a la locura y el mal
entendimiento del mundo que les rodea.
Arthur alzó las cejas sorprendido comenzando a esbozar una sonrisa tras la
que contenía, a duras penas, una carcajada.
—¿De modo que yo os llevaría a la locura y vos a mí? Desafortunado
destino, sin duda. Claro que habéis obviado una posibilidad, milady: quizás no
solo el marido sea el objeto de adoración de su esposa sino ésta de la de él, siendo
entonces, ambos esposos adorados.
Leona se rio.
—En ese caso, milord, mi ego y, por lo tanto, mi estabilidad mental estaría
abocada al mismo trágico final que el vuestro y de nuevo nos conduciríamos,
inevitablemente, al mismo cruel destino: la locura de ambos. –Suspiró
teatralmente—. La fortuna nos separa, milord, la cruel fortuna nos llama por
sendas distintas. Habéis de buscaros una dama que os adore con moderación y a la
que adoréis de igual modo y sobre todo que os permita conduciros por la vida con
la estabilidad mental y la cordura que requiere vuestra posición, vuestra familia y
sobre todo los nietecitos que deberéis regalar a su excelencia, vuestra madre, a ser
posible antes de que Dios la llame a su lado.
Arthur sonrió negando con la cabeza ofreciéndole de nuevo el brazo para
retomar el camino que sus acompañantes habían seguido sin detenerse.
—Cruel fortuna entonces, pues nos separa incluso antes de unirnos. Bien,
dado que, de momento, no haré ese esperado presente a su excelencia, ¿Qué me
aconsejáis?
—Una cajita de finos y elegantes pañuelos con los que secar las lágrimas que
le producirán vuestros presentes, milord. Me temo que hará buen uso de ellos
cuando sus cuatro descastados hijos no satisfagan los deseos de su buen corazón
de madre abnegada y entregada.
Arthur soltó una carcajada.
—¿Creéis que debería acompañar tan delicado presente de alguna nota?
¿Quizás una que reseñe mi cariño de hijo y sobre todo que no quiebre su corazón
de abnegada madre ni sus esperanzas de obtener por fin una bonita niña que
compense tan duros años rodeada de rebeldes y brutos varones?
Leona le miró de soslayo con una sonrisa tímida.
—Sería lo mínimo que se esperaría de un buen hijo. Pañuelos y una nota
esperanzadora. Aunque quizás podáis también regalar a su excelencia una
adecuada compañía que la calme mientras espera tan deseado momento de verse
rodeada de nietecitos. Puesto que vuestro padre tienes dos grandes daneses para
ello, quizás fuera justo que vuestra madre tuviere un perro también, aunque eso sí,
uno más pequeño. Pretendemos que os quiera un poquito más, no que os odie con
sobrados motivos.
Arthur sonrió deteniéndose.
—Aunque os sé burlándoos de mí, no creáis que no habéis tenido una idea
brillante, milady, más quizás no un perro sino un gato. Ha bailado en mi cabeza en
unos segundos el recuerdo de un retrato de mi madre de niña en la que aparece
con una gata blanca que fue su mascota durante su niñez. Quizás la compañía de
una gatita que pueda acompañarla incluso cuando viaje, sea bien recibida y
apreciada.
Leona sonrió.
—¿Una gatita blanca? Bueno, milord, no dudo que podréis encontrar una a
vuestro gusto, o mejor dicho al gusto de vuestra madre.
Arthur se rio.
—Al menos espero poder encontrar una cría de gato blanco pues si una
tarea como esa no fuere capaz de realizarla y se me resistiere en demasía, menudo
prohombre de nuestros días sería.
Leona se rio.
—Que nadie diga que no presto conveniente ayuda a un prohombre de
nuestros días. –Se detuvo y lo miró de frente–. Milord, lady Madeleine Cromby, es
una de las mejores amigas de mi hermana Libby y sé que tiene una bonita pareja
de gatos persas blancos y su hermana lady Aleen tiene una pareja mucho más
bonita que, aunque no sean del todo blancos sino blancos con un poco de gris, son
de una raza que se llama Highland Fold. Seguro que si se lo pedís os cede alguna
de las crías de su próxima camada. Tienen al menos una al año y si mi madre no
fuera alérgica ya nos habríamos hecho con varios mis hermanas y yo. La pareja de
lady Aleen es preciosa y sus crías siempre salen igualitas a sus padres, parecen
ositos en pequeñito, además son muy tranquilos y buenos.
Arthur sonreía negando con la cabeza.
—¿Y por qué creéis que estará milady dispuesta a cederme uno de esos
gatitos?
Leona se rio.
—No regala sus gatitos a cualquiera. Quiere hogares buenos para ellos. Si le
decís que es para la duquesa, seguro piensa que será un gatito mimado y
complacido. Y os bastaría con regalar a lady Aleen una caja de chocolates. Yo
siempre la convenzo o le pido algún favor con chocolate.
Arthur estalló en carcajadas.
—¿De veras? ¿Una caja de bombones consigue el milagro de obtener la
colaboración de una damita?
¿Así, sin más?
Leona alzó la barbilla orgullosa, aunque no podía evitar la sonrisa que se
dibujaba en su rostro.
—Bueno, depende la damita, milord. Yo prefiero carbonillos, lapiceros de
colores y cuadernos de dibujo, aunque algún bombón que otro no sería rechazado.
Arthur de nuevo se rio.
—Bien, si conseguimos convencer a milady y logro tan preciado animalito,
prometo regalar a lady Aleen una enorme caja de chocolates y a vos algún presente
por vuestra intermediación.
Leona asintió con un golpe de cabeza.
—Estupendo. —Giró comenzando a andar de nuevo en la dirección de los
demás —. Pues entonces, milord, nos olvidamos de los pañuelos.
Arthur se rio apresurándose a tomar la mano contraria a la que tenía el
cachorro y posarla de nuevo en su manga.
—No olvidemos aún tal presente. Quizás mis hermanos se vean abocados a
ellos.
Leona se rio.
—Sois malo. ¿No queréis compartir el mejor de los presentes con ellos?
—¡Jamás! De ese modo yo quedaré como el mejor de los hijos y ellos como
lo que son, unos brutos insensibles y carentes de las dotes necesarias para halagar a
una dama como se merece y menos una tan augusta como su excelencia.
—Bien, no seré yo quien revele vuestro secreto ni vuestro intento de
acaparar todo el cariño de su excelencia la duquesa, más, espero seáis consciente
de vuestro mal proceder, milord.
—Lo soy, lo soy— se reía—. Más, esa consciencia no logrará que haga gala
de propósito de enmienda alguno, no antes de obtener de su excelencia el preciado
premio de su agradecimiento más sincero y el cariño derivado del mismo, sin
olvidarnos de alguna mirada desaprobatoria dedicada a esos torpes y carentes de
inventiva hermanos míos. –Apretó un poco el paso para alcanzar a los demás—.
Vamos, busquemos esos supuestos presentes, aunque sería más correcto decir,
ayudemos al pobre iluso de Bennet a encontrar un adecuado presente para su
excelencia.
Leona rio entre dientes.
—Entonces ¿aún he de fingirme ignorante y considerar como motivo de este
paseo la búsqueda de tal presente?
Arthur sonrió malicioso.
—Aun habéis de hacerlo, milady. Después de todo, un espía que se precie
no ha de alterar un buen plan salvo algún imprevisto.
Leona sonrió negando con la cabeza con la vista fija unos metros más
adelante donde se encontraban los demás, Libby frente a un escaparate del brazo
de Loren y Eliza riéndose de lo que parecía una broma entre Andrew y Bennet.
Desde un lado de la calle oculto en un callejón se encontraba Trenton que
tras varios minutos siguiendo al grupo era consciente de que no sería fácil
acercarse a esa mujer sin que le viere, o peor, le detuviere alguno de esos hombres
que les acompañaban sin separarse de ellas ni un momento.
Malhumorado siguió al grupo una hora más hasta que cansado de perder el
tiempo decidió ir a vigilar a Lord Delamy por si lograse algo por ese lado, no en
vano al día siguiente había de eliminarlo tras lograr de él la información que tanto
ansiaba milord. Acudiría después a reconocer los terrenos cercanos a los jardines
del Royal Crescent pues algo le decía que no sería un lugar muy propicio para un
encuentro discreto y menos para deshacerse de ese dichoso Lord Delamy que a la
postre era más astuto de lo que milord pensaba.
Sentados en el salón de té del bonito local del centro, Bennet conversaba
relajadamente con Lady Eliza mientras que Loren parecía entretenido con Lady
Coralina y él por su parte, aunque conversaba con Andrew no dejaba de prestar
disimulada atención a Leona que absorta como estaba en intentar dar de comer al
cachorro sin que le vieren ni las señoras de la mesa contigua ni la oronda
propietaria del local. Aprovechó el momento en que Andrew comenzó a hablar
con su hermana mayor y con Bennet para inclinarse un poco hacia Leona y bajando
la voz preguntó:
—¿Dónde la habéis escondido cuando hemos entrado para que no os la
vieren?
Leona alzó los ojos hacia él y sonrió traviesa.
—En el bolsillo de la levita de Andrew.
Arthur sonrió.
—Debería daros vergüenza, colar un polizón.
Leona se rio entre dientes.
—Pobrecita. No iba a dejarla sola en el carruaje. Además, os recuerdo que he
de entrenarla para ser una perrita hábil y astuta y una importante lección será
aprender a colarse en sitios inesperados sin hacerse notar. De momento, lo ha
hecho muy bien ¿no creéis, milord?
Arthur se rio negando con la cabeza.
—Sois muy cabezota ¿os lo habían dicho, milady?
Leona se ruborizó ligeramente.
—No puedo negar que así pueda haber sido de modo categórico, milord.
Aunque ¿Se consideraría un defecto o una virtud tal rasgo de carácter en un espía?
Arthur ensanchó su sonrisa.
—Depende de que en lo que se emplee ese rasgo, supongo.
Leona asintió y sonrió divertida.
—En ese caso, lo consideraremos un rasgo de carácter favorable. Siempre es
mejor ser positivo.
De nuevo se sorprendió sonriendo como un tonto.
—Si vuestra madre y vuestra tía no os hubieren traído a Bath, ¿Dónde os
gustaría estar?
Leona tapó con el chal a Bathy que se había acurrucado en su regazo lista
para dormitar. Lo miró de soslayo antes de contestar:
—Pues, no lo sé. Supongo que en la propiedad de Devon de mi padre. Lo
cierto es que soy una persona muy tranquila e incluso diría que aburrida. Me gusta
más el campo que la ciudad, aunque la ciudad tiene la ventaja de que me permite
poder observar a muchas personas diferentes a lo largo del día. En el campo, salvo
algún visitante esporádico o alguna ocasión especial como una fiesta o un evento
en el pueblo, siempre coincides con las mismas personas y caras. Pero salvo por
eso y quizás por poder ir alguna vez a la ópera o al museo de historia, prefiero el
campo.
—¿El museo de Historia? –Preguntó curioso.
Leona sonrió.
—Cuando tenía nueve años, Andrew me llevó por primera vez y dio unas
monedas a uno de los custodios de las salas de Egipto y nos llevó a ver un
sarcófago que iba a ser expuesto unas semanas después narrándonos la historia de
cómo la hallaron, la maldición que pesaba sobre ella y aquéllos que la descubrieron
y me dejó tan profundo recuerdo que, desde entonces, me gustan los libros de
Historia, ir a museos con piezas de otros lugares, otros tiempos, otras gentes.
Quizás por eso las antiguas ruinas cercanas a la casa de mis padres en Devon son
mi lugar preferido de los alrededores.
Arthur sonrió.
—¿Y lo de retratar cuánto observáis a vuestro alrededor, de dónde surge esa
afición?
Leona se encogió de hombros ligeramente.
—No sé. No soy muy hábil con aquello que requiera cierta destreza como el
bordado o tocar algún instrumento. Mi madre dice que es porque tiendo a
despistarme, pero no sé yo. Pintar y sobre todo hacer retratos o recoger en el papel
alguna escena que se muestre ante mí es más sencillo, solo necesito dejar que mi
cabeza y mi mano actúen con libertad. Además, no importa lo que resulte de ello.
Si no es exacto o no es cómo debiera, a nadie importa ni siquiera a mí.
Arthur la observó incluso cuando se incorporaron a la conversación con los
demás acompañantes.
Realmente era una joven ajena a todas cuantas había conocido. Carecía de la
malicia y la ambición de la mayoría de las jóvenes que pululaban por los salones
por la sencilla razón de que ella era tal y como se mostraba. Sencilla, poco dada a
los enredos, tímida y despistada hasta unos extremos absurdos y sobre todo ajena
a juegos y dobleces tan propios de la aristocracia y la nobleza. Se preguntó de
pronto ¿qué sería lo que buscaría en un marido? Qué sería lo que necesitaba un
caballero para atraer y acaparar su atención frente a otros e incluso simplemente
para acaparar su atención lo bastante para que su habitual indiferencia hacia lo que
le rodease quedase eclipsada por su interés por tal caballero. En cuanto se supo
cuestionándose tales cosas se reprendió a sí mismo obligándose a centrarse de
nuevo en lo importante, en aquello por lo que estaban allí, en Bath, en ese lugar.
Al unirse a sus amigos en el salón previo a la cena en la casa de Lord Willow
donde todos se informarían unos a otros de sus distintos progresos, se supo aún
inquieto y preocupado por su falta de concentración y ese molesto desasosiego que
parecía acompañarle desde hacía días. Se sirvió una copa de coñac mientras Bennet
y Loren les narraban a los demás la ausencia de incidentes en su paseo con las
damas. A continuación Lucas y Albert narraron su mañana dedicada a visitar
todas las modistas de la ciudad. Siendo Albert el que señaló:
—En base a lo obtenido de todas ellas, hemos elaborado una lista de
posibles damas que encajan en lo que parecemos buscar, aunque yo me inclino por
una en particular, una con la que cierto heredero de un ducado tuvo algo más que
palabras en el pasado.
Arthur alzó las cejas pues obviamente se referían a él.
—¿De veras? ¿Y podemos saber el nombre de la dama en cuestión?
—Lady Archer. –Se apresuró a contestar Lucas.
Arthur gruñó.
—Ciertamente es lo bastante hábil y sibilina para hallarse en un enredo
como este.
—¿Quién es lady Archer? –Preguntó William mirando a su hermano.
Fue Lucas el que se apresuró a contestar:
—Es la viuda del barón de Archer, un pobre hombre que no supo elegir bien
a su esposa pues solo se guio por la belleza, de la cual es justo reconocer no carece
milady, más tampoco de ambición, falta de escrúpulos y sobre todo un talento
innato para atraer las malas compañías ¿o quizás sea para aliarse con ellas? –Lanzó
una mirada altiva a Arthur junto con una media sonrisa maliciosa.
—En un pasado ambos tuvimos un breve encuentro con el que ambos
intentamos y logramos sonsacarnos la información que buscábamos. –Arthur
sonrió con cierta petulancia—. Al menos yo sí la logre. –Giró el rostro y miró a
William—. Es muy hábil engañando, enredando y maquinando y, desde luego, es
muy capaz de moverse tanto entre aristócratas como en ambientes no precisamente
refinados. Su matrimonio con el barón le enseñó a lo primero y su origen y gustos
le han formado en lo segundo. Si ella participó en el robo no reconocerá ese hecho
ni tampoco revelará el nombre de quienes estén en este asunto con ella. Hay que
encontrarla en una situación comprometida o de la que no se crea capaz de salir
para que delate a sus cómplices y el paradero del dichoso huevo.
William le dedicó una sonrisa canalla mientras preguntaba:
—¿Y por qué no vuelves a obtener información de ella como la vez anterior?
Arthur suspiró alzando los ojos al cielo.
—William, aquélla situación era bien distinta. Además, no creo que sea el
caballero de su predilección después de aquélla ocasión.
Lucas soltó una carcajada.
—Di mejor que no guarda un grato recuerdo de cómo la dejaste en aquélla
posada sin ropa, sin dinero y sin posibilidad de dar con su cómplice de entonces.
Arthur sonrió recordando los gritos a través de la ventana que daba sin
mucho decoro mientras él se aupaba a su caballo dejándola en tal aprieto para
tomar ventaja e interceptar a su cómplice justo cuando iba a cometer el robo que
impidió casi por los pelos.
—Bien, descartemos entonces ese método de obtención de información. –
Concluyó Julian suspirando pesadamente—. De cualquier modo, podremos no
solo investigar en que enredo está inmersa ahora y también registrar su
alojamiento. Con suerte se trate de la dama que buscamos y demos con eso que
tanto os trae de cabeza.
—De modo que, ahora mismo tenemos que vigilar a Delamy, localizar a
Filmore y ahora, además, dar y vigilar a esa dama y todo ello protegiendo al
tiempo a las hijas del vizconde. –Acabó señalando pesadamente Albert dejándose
caer en el respaldo del sillón que ocupaba—. Menudo encargo nos ha dado Lord
Willow. –Se quejó pesaroso.
—El problema no es ese, pues por suerte estamos bastantes para hacernos
cargo por parejas o incluso algunos más, de cada una de esas tareas, sino que nos
vemos limitados por la certeza de que contamos con dos o tres días máximo para
resolver el embrollo o nos veremos en una situación ardua, pero sobre todo
peligrosa para otras personas y para la corona. –Concluyó Aldo serio.
Arthur se puso en pie al ver al mayordomo acercarse para anunciar la cena
y enseguida se acomodaron en el comedor mientras él aún le daba vueltas a la idea
de que, en dos, tres o quizás cuatro días el peligro que se cernía sobre Leona
desapareciere, más también que esos días constituían una enorme fuente de riesgo
para ella. De nuevo se descubrió distraído y desconcentrado no solo de las
conversaciones de sus amigos sino de todo lo que le rodeaba. Empezaba a entender
que debiera tomar cartas en el asunto y decidir alejarse de Leona antes de que su
atracción por ella se convirtiere en un problema.
Leona estaba sentada en el saloncito con su madre, su tía y sus hermanas
tras la cena. Su tía narraba una a una las historias y anécdotas del día, pero
también todo chisme, rumor o enredo que había escuchado a lo largo de su visita a
la fuente pero no prestó atención a ninguno hasta que su madre dijo con una
sonrisa satisfecha:
—Hoy lady Jowlles ha intentado sonsacarnos información para averiguar si
son ciertos esos rumores que comienzan a correr por Bath de que lord Bromder
pretende a una de mis hijas.
Sonrió mirando a Eliza lo que provocó que tanto ella como Leona y Libby
fruncieren el ceño, siendo Eliza la que finalmente señaló con aparente indiferencia:
—Madre, es lógico que, si nos han visto en una o dos ocasiones en su
compañía, aquéllos ávidos de chismes y rumores, elucubren, más, espero, hayáis
despejado dudas al respecto.
—Bien. –Sonrió su tía complacida—. Ciertamente ninguna de las dos ha
dado a entender como cierta como verdadera tal conclusión, más tampoco la
hemos desmentido de modo tajante y categórico, Eliza. El que os crean a alguna de
vosotras como la dama de la posible predilección del heredero del duque de Plintel
os convierte en damas a tener en cuenta por las demás jóvenes y sus madres, pero,
además, a seguir por caballeros que conocen lo selectivo y exigente que es milord
de tal modo que darán por cierto que si alguna sois de su gusto es porque gozáis
de las virtudes y cualidades esperadas y requeridas en para las mejores damas.
Las tres hermanas gimieron e intercambiaron una mirada lastimera pues
sabían que, si bien la estrategia de su tía podría ser certera en cuanto a ese difícil y
siempre complicado mundo que era el mercado matrimonial de la aristocracia,
también contaba con el enorme escollo de que ninguna de ellas era la predilecta ni
el objeto de interés de lord Bromder.
—Madre, tía, les ruego me disculpen, —iba diciendo Leona poniéndose en
pie—. Creo que me retiraré.
Presumo mañana será un día ajetreado si vamos a ayudar a las damas del
comité de caridad en la venta de dulces.
—Claro, claro, descansa, cariño. –Respondía su madre sin apenas levantar
los ojos de su bordado.
En cuanto subió a su dormitorio notó algo raro en él. Dora no estaba
esperándola como siempre y aunque supuso que quizás había bajado a por agua o
alguna cosa, algo le decía que algo no estaba como debiera. Miró en derredor y no
parecía haber nada fuera de lugar, pero algo le puso en guardia.
Se acercó al vestidor dejando al pasar junto a la banqueta a los pies de su
cama a Bathy. Abrió la puerta del vestidor y enseguida chocó con un cuerpo
grande y casi como reacción instantánea dio un paso atrás, pero algo la detuvo y al
tiempo una mano grande le tapó la boca impidiéndole gritar. De golpe se encontró
arrinconada con la espalda contra la esquina del vestidor e incapaz de moverse.
—¿Dónde está vuestro cuaderno?
Una voz ronca y tosca sonó por encima de su cabeza, pero ella no podía
alzar la vista pues una fuerte mano le sujetaba la cara tapándole al tiempo la boca
de modo que no solo no podía hablar sino ver algo que no fuera el torso de ese
enorme cuerpo que a ella le parecía una gigantesca muralla en esos instantes.
Emitió un ruido pues no podía hablar y ese hombre apretó un instante más
la mano mientras le advertía que no gritase para enseguida retirarla un poco
esperando de nuevo una contestación.
—Lo he perdido. Lo he perdido. –Repitió si poder elevar los ojos pues había
retirado justo la mano para que hablase pero no para que moviere la cabeza.
—No os creo. Os he visto con él esta misma tarde.
—Es otro, es otro… puede comprobarlo. Está en el primer cajón de mi
tocador. El anterior se me calló en un descuido en la tina antes de que mi doncella
retirase el agua y se perdió por completo.
Le vino a la cabeza el recuerdo del cuaderno que hubo perdido ese invierno
cuando se le calló en el barreno del agua de los caballos cuando se tropezó. Pensó
que era una excusa válida para ese hombre que evidentemente no parecía
dispuesto a marcharse sin algo que le calmare esa más que evidente tensión que
emanaba de su voz y cuerpo.
Le tomó del brazo y la guio sin ninguna delicadeza al dormitorio de nuevo.
—Entréguemelo y por su bien no haga ningún ruido ni intente escapar. Le
rompería el cuello antes incluso de pedir ayuda.
Leona jadeó y en cuanto salieron del vestidor ladeó la cabeza alzando el
rostro para verle.
—Es usted el hombre de la posada. Le recuerdo.
—Calle. –Le ordenó empujándola hasta el tocador.
—¿Por qué me sigue? Si lo que quiere es su retrato lo perdí, ya se lo he
dicho. A nadie le interesan los retratos que hago.
—Se lo habéis entregado a esos caballeros. No me engañéis.
—No, no. Le entregué el que hice de ellos en la posada.
La detuvo casi a la altura del tocador y tomándola de ambos brazos la alzó
como si fuere una pluma colocándola a su altura. Comprobó entonces que además
de dar miedo por lo grande que era, su rostro de cerca aún tenía más cicatrices de
las que se verían de lejos y asustaba aún más.
—No juguéis conmigo. No soy estúpido.
—No lo hago, se lo prometo, ¿por qué habría de hacerlo? Uno de esos
caballeros es amigo de mi hermano y él le dijo que les retraté cuando paramos en
la posada y me pidieron que se lo diere porque uno de ellos es el hijo del duque de
Plintel y no parece agradarle que muchachas entrometidas le retraten. Eso fue lo
que me dijo mi hermano, pero solo se llevaron los dos retratos en los que aparecían
ellos. No le interesaban los de los niños ni los del posadero como era lógico.
La dejó con brusquedad en el suelo y la empujó contra el tocador cortando
de golpe su nervioso parloteo.
—Dadme ese maldito cuaderno de una vez.
Leona se apresuró a tomar el cuaderno que había dejado en el tocador y en
el que solo había dibujos de pájaros del jardín, de Bathy y de algunas flores. Cosas
que pintaba estando en compañía de su madre y su tía. Se giró y se lo ofreció
mientras veía que ese hombre estaba atento tanto a la puerta del vestidor como del
dormitorio.
Lo tomó y lo abrió echándole un rápido vistazo.
—¿Dónde están los otros dibujos? –Preguntó con evidente furia en su voz y
más en su rostro.
—Se lo he dicho, se perdieron. El cuaderno se arruinó al caer al agua de la
tina. Busque si lo desea, no hallará ningún otro.
La tomó del cuello con una sola mano y la apretó ligeramente.
—En ese caso, solo vos sois un problema.
Leona que apenas si podía respirar notando como poco a poco la presión
cortaba el flujo de aire en su garganta, tanteó a ciegas a su espalda las cosas sobre
el tocador hasta que tocó el cristal de la lamparita de aceite que Dora solía dejar en
la mesita junto a su cama por si necesitaba encender una luz durante la noche.
Cerró la mano entorno a ella y girando el brazo golpeó en la sien a ese hombre
rompiéndose el cristal con el impacto y vertiendo el aceite sobre él. La soltó, estaba
segura, más por la impresión que por el daño, pero fue bastante para que cayera
sobre el tocador libre de su agarre.
Sin pensarlo salió corriendo zafándose como pudo de él que la agarró del
vestido desgarrándolo pues ella tiraba y él también. Cayó con brusquedad al suelo
de mármol notando que algo estallaba en su cabeza, pero sabiendo que debía gritar
y pedir auxilio consciente de que salvo que alguien entrare a ayudarla, ese hombre
la mataría en una abrir y cerrar de ojos. Justo cuando de nuevo se abalanzaba sobre
ella agarrándola para alzarla, las puertas de su dormitorio se abrieron de golpe
entrando en trompa ese enorme hombre que lord Bromder les hubo asignado para
protegerlas y que se llamaba Bobby. Al verlo el hombre desistió de agarrarla y
salió a la carrera al balcón pasando Bobby a su lado tras él persiguiéndolo junto
con uno de los lacayos que hacían guardia de noche y de Julius.
Aún en el suelo, aturdida y algo mareada notó las manos de Dora en su
cabeza y enseguida algo blando tras ella.
—No os movías, milady. Ya estáis a salvo. Cogerán a ese hombre. No es
preocupéis.
Apenas recordaba con nitidez los minutos posteriores salvo que alguien la
tomó en brazos y la llevó hasta una cama que no era la suya. Después, las voces de
su madre, su tía, sus hermanas y finalmente nada salvo oscuridad y sueño.
Andrew se hallaba en el despacho de la casa revisando las notas que le
habían entregado tras la cena con la información que los caballeros hubieron
descubierto a lo largo de sus pesquisas ese día cuando escuchó un estruendo de
voces, ruidos y pasos en el piso superior y después un par de disparos en el jardín.
No lo pensó dos veces y subió a la carrera al piso de arriba pistola en mano
encontrándose a un guardia en la puerta del dormitorio de Leona. Entró con el
corazón en un puño encontrándose a Dora con su hermana tumbada en el suelo y
la cabeza sobre su regazo.
—Dora, ¿Qué ha ocurrido? –preguntaba agachándose.
—Milord, ese ladrón, ha atacado a milady. Bobby y Julius lo han perseguido
cuando huía por el balcón.
Andrew tomó en brazos a Leona que parecía conmocionada casi a punto de
perder el conocimiento.
—La llevaremos a mis habitaciones, lejos de los jardines. Llamad al médico.
Creo que tiene un golpe en la cabeza.
—Milord, —le hablaba siguiéndole mientras él avanzaba a zancadas ya por
el pasillo—. Creo que ha intentado estrangularla. Tiene el cuello enrojecido.
Andrew, sin detenerse, fijaba los ojos no ya en la sien de Leona donde
estaba seguro la habría golpeado, sino en su cuello y efectivamente tenía evidentes
signos de estrangulamiento.
—Maldita sea. —Mascullaba enfadado y en cuanto entró en su dormitorio
espetó sin muchas cortesías a su valet–. Decidle a Bobby que no deje escapar a ese
hombre, que lo persiga y lo cace a como dé lugar. Que os acompañen algunos
guardias, pero dejad dos armados aquí.
Su valet salió corriendo pistola en mano para cumplir la orden de su señor
mientras él depositaba a la pequeña milady en la cama, cruzándose en el pasillo
con el resto de las asustadas damas de la familia que acudían en busca de la joven.
Una hora después Andrew despedía al doctor en el vestíbulo tras haber
dejado a Leona profundamente dormida acompañada de sus hermanas y lograr
que su madre y su tía se retirasen a dormir gracias al té que se ocupó de drogar
ligeramente para que realmente descasaren tras la impresión y el más que notable
nerviosismo de ambas.
Bobby y los guardias, que habían regresado hacia unos minutos se
reunieron con él en el despacho.
—Milord, lo lamento, ha escapado, pero estaba herido. Le alcanzó una bala
en el brazo antes de saltar por el balcón.
—¿Cómo llegó hasta allí con guardias en el jardín?
Fue Julius el que contestó:
—Milord, los dos guardias del jardín de atrás estaban inconscientes. A
ambos les golpearon.
Andrew frunció el ceño.
—¿Están bien? ¿Están heridos?
—Uno de ellos tiene un golpe nada más, el otro tiene una herida en nuca
posiblemente de la caída, pero nada grave. –Aseguró Julius.
—Está bien, está bien. –Intentaba pensar con un poco de sentido común—.
Ese hombre dudo que intente regresar, más, como no podemos estar seguros,
enviaré una nota a alguacil para que ponga dos policías en la casa pues es la
segunda vez que atentan contra la misma. Esperemos que el saber no solo a
guardias sino a policías en la casa le haga desistir de querer regresar— Alzó los
ojos al enorme cañonero—. Manteneos cerca de las estancias de mis hermanas. No
creo que puedan evitar estar asustadas, pero seguro que saberlo cerca las alivia un
poco.
Bobby asintió con un golpe de cabeza antes de retirarse dejando a Andrew
solo con su valet.
—Dermont, ve a la mansión de lord Willow y narra lo ocurrido a cualquiera
de los caballeros que se hallen en la casa. Infórmales que Leona está herida pero
que se pondrá bien y que hasta mañana no podremos saber con detalle lo ocurrido
pues se halla descansando y no ha dicho nada antes de caer inconsciente.
Al llegar a la mansión el mayordomo le condujo sin demora a una sala
donde se encontraban algunos de los caballeros jugando al billar. Tras la cortesía
miró fijamente a Arthur que fue el que se acercó de inmediato a él con gesto tenso.
—Milord, lamento importunarles, pero su señoría me ha pedido que venga
a informarles de lo acontecido esta noche. –Arthur asintió como si entendiese que
le pedía permiso para continuar tras esperar que el mayordomo cerrase la puerta—
. Un hombre ha entrado en la mansión y ha atacado a lady Leona.
Todos se enderezaron como un resorte mirándole con fijeza. Dermont narró
brevemente lo que le hubo pedido su señor y también que milady no despertaría
hasta la mañana pues le hubieron dado láudano antes de caer en una plena
inconsciencia.
Arthur de pie y mirando a Dermont con seriedad señaló:
—Decid a vuestro señor que en la mañana acudiremos a su casa y, mientras,
enviaremos unos cuantos hombres extra para buscar al atacante. Si está herido es
posible que no haya llegado al lugar donde seguramente se esconda. De cualquier
modo, nosotros también seguiremos algunas pistas para intentar dar con él.
Decidle a milord que no escatimaremos esfuerzos.
En cuanto se hubo marchado, Lucas intuyendo lo que pretendía su amigo
preguntó:
—Vamos a intentar dar con Filmore, ¿verdad? Crees que si trabaja para él
quizás vaya a encontrarse con su señor.
—Y de ser así los detendremos a ambos. –Contestaba echando a andar
decidido hacia la puerta con varios de ellos tras él—Trenton mascullaba
maldiciones y todo tipo de improperios una vez consiguió zafarse de esos
hombres. Apoyado en la pared del callejón cercano al Assembly Room, apenas
faltaban unas manzanas para el río y una vez cruzase el Avon podría rodear el
Henrietta Park y llegar a la posada.
Se cerraría la herida pues solo le había rozado el hombro y si lord Filmore se
enterase de la misma lo mataría por el error cometido. Malditos fueren, le habían
perseguido por todo Brock Street y solo al rodear The Circus pareció dejarlos atrás.
Y todo para nada. No había logrado ese dichoso cuaderno de dibujos y tampoco se
hubo librado de esa muchachita del demonio y para colmo, ese lacayo y ese
gigantón que casi le atrapa. Este encargo iba de mal a peor y mucho se
complicarían las cosas para él en cuanto milord descubriese sus tropiezos. No los
dejaría pasar. Iba a tener que huir en cuanto cobrase antes de que milord
entendiere los fallos cometidos.
Regresaron al alba a la mansión de lord Willow con un Arthur de un humor
algo cetrino como su gesto desde que fueron informados de lo ocurrido. Les costó
varias horas y muchas libras entregadas a golfillos de la calle, varias de las amigas
de Delamy en el burdel e incluso a un par de serenos, pero finalmente dieron con
la casa que ocupaba lord Filmore bajo un nombre ficticio. Aldo y Albert se
ofrecieron a hacer guardia, aunque estaban seguros que Filmore no daría un paso
en falso antes del momento en que debieren finalizar sus planes. Creía además que
el hombre, fuere quién fuere, no había acudido a la casa de su jefe, pues el sereno
aseguró que nadie hubo entrado y salido en esa casa desde que el señor de la
misma hubo regresado antes de la cena. Permanecieron alerta por si había algún
modo de que ese hombre se colare en la mansión lejos de la vista de terceros.
Mientras tanto Arthur se dio un baño y se aseó con intención de marchar
temprano a la mansión de la familia del vizconde e interesarse por Leona. El
saberla herida le tenía completamente descentrado, incapaz de pensar con un
mínimo de claridad y empezaba a ser consciente de que lo que él consideraba un
motivo para alejarse de ella y evitar males mayores como los enredos del mercado
matrimonial, los rumores y los chismes, ya quedaba lejos de ser posible pues sentía
bastante seguro de que alejarse de Leona no iba a resultarle no ya fácil sino
simplemente factible.
En cuanto alcanzó el comedor de mañana se topó con Lucas, Bennet, Loren,
William y Julian que obviamente no tenían intención de dejarle ir a visitar la
mansión de la familia del vizconde a él solo.
Gimió para su interior mientras tomaba asiento. Lucas le dedicó una sonrisa
sibilina mientras tomaba la taza de café que acababan de servirle.
—¿Pensabas acudir en solitario a visitar a la damita, Arthur?
Gruñó de un modo poco amable, pero, desde luego, molesto al notar la
sonrisa de sus hermanos y amigos.
—Oh vamos, Arthur, que no eres tan hermético como para no saberte
prendado de la menor de las hijas del vizconde de Antonwe. –Se reía Loren ante la
cara de lobo a punto de atacar de su amigo.
—No reflejes en mí lo que te ocurre a ti, Loren, ¿o es que crees que todos
somos ciegos ante la cara de atolondrado que pones cuando aparece frente a tus
ojos lady Coralina?
Loren soltó una carcajada.
—No pretendo negarlo, bueno, al menos no el fondo de la acusación que sí
esa idiotez de parecer atolondrado. Jamás aceptaré semejante falacia.
Arthur suspiró alzando los ojos al techo.
—Centraos de una vez. Hemos sido de lo más inútiles en la sencilla tarea de
proteger a tres jóvenes incluso en su propia casa, no por menos que debemos
intentar corregir nuestros fallos y enmendarnos convenientemente antes de que
ocurra algo que lamentemos y no pueda ser enmendado ni corregido por ser
definitivo.
Lucas sonrió un instante negando con la cabeza antes de tornar su rostro
serio.
—Bien. Enmendémonos. ¿Qué propones? Porque salvo hacer guardia en la
puerta de su dormitorio poco más podemos hacer pues ya nos aseguramos de que
estén custodiadas cuando pasean o salen de su casa.
Arthur suspiró.
—Sí. Lo único que se me ocurre es cazar a los responsables de esto antes de
que ellos terminen lo que parecen empeñados en lograr, incluyendo eliminar
testigos y cabos sueltos.
Lucas miró a Arthur con gesto pétreo lejos ya de broma alguna antes de
decir:
—Lo que me extraña es que Filmore cometiere el error de mandar a uno de
los suyos a matar a milady a su casa después de que una primera vez ese paso no
le saliere bien. Es más listo y sobre todo precavido que eso.
Arthur asintió.
—Sí, tienes razón. Es un error demasiado grave para alguien como él.
Quizás no fuere idea suya sino de otro.
—¿Otro?— preguntó William alzando las cejas—. ¿No decíais que es lo
bastante astuto para valerse de socios pero que obrasen bajo su mano y mandato?
Suponía que eso implicaba que él siempre era quién mandaba y controlaba lo que
ocurría. Ya que tanto miedo provoca en sus socios, di por supuesto que estos no
actuarían de motu propio sin el consentimiento y orden del mismo.
Arthur le observó unos segundos en silencio.
—Es cierto. O bien está actuando por pura desesperación sin meditar en
extremo sus pasos o alguno de los suyos está actuando a sus espaldas por alguna
razón.
Loren frunció el ceño.
—De ser esto último, debería saber que su jefe no le permitirá tal cosa y que
cualquier actividad no ordenada por él sea severamente reprendida, más cuando
conllevan errores tan evidentes. O es un necio carente del más sentido de la
realidad que le rodea y sobre todo de las consecuencias que acarrea su acto de
rebeldía para con su jefe, o por el contrario, un hombre tan desesperado que actúa
a sabiendas de tal riesgo.
—Lo que supondría que es tan peligroso como su propio jefe, pues debe ser
capaz de todo si corre el riesgo de encolerizar a su jefe a pesar de todo. –Concluyó
Bennet mirándolos a todos.
Arthur soltó la taza de café de la que acababa de beber mientras decía:
—Cualquiera de las opciones no deja de ser grave. Si actúa por orden de
Filmore, este está tan desesperado que es capaz de cualquier cosa por liquidar lo
que estime un estorbo por nimio que sea.
Si es uno de sus socios que va por libre, me temo que ha de estar seriamente
nervioso para arriesgarse a la ira de su jefe.
—Propongo dividirnos. —Intervino Julian con tono seguro y firme. Miró a
su hermano y a Lucas principalmente—. Puesto que Aldo y Albert vigilan a
Filmore, William y yo seguiremos a Delamy.
Con suerte nos lleve a la pieza que buscamos o a los compradores. Los
demás, encargaos de proteger a las damas, aunque alguno debiera intentar hallar y
comprobar si las sospechas que tenemos sobre Lady Archer son ciertas y de ser así,
actuar en consecuencia.
Lucas asintió.
—Es cierto. No podemos olvidarnos de ella pues si está en este enredo, es lo
bastante lista para huir de creerse en peligro y si es ella la que tiene el Fabergé
complicarnos mucho las cosas.
Arthur miró serio a su amigo.
—En cuanto nos vea aparecer a alguno de nosotros sabrá que habrá de
ponerse en guardia. Incluso es posible que ya lo esté si ha llegado a sus oídos que
estamos en Bath.
—A mí no me conoce y dudo que salvo que me presente como tu hermano,
se ponga en alerta conmigo. Al menos no como lo haría con vosotros. –Señaló
Julian.
—Yo seguiré a Delamy. –Dijo William—. Si hay alguna novedad os
mandaré llamar.
Lucas negó con la cabeza.
—No, solo no vigilarás a Delamy y menos si, como suponemos, planea
reunirse con compradores, por no mencionar que es posible que Filmore haya
decidido eliminarlo en cualquier momento. Yo iré contigo. –Giró el rostro y miró a
Loren, Bennet y Arthur—. Supongo, caballeros, que los tres seréis capaces de
cuidar de las damas sin necesidad de mi espada como protección añadida ¿no es
cierto? –
Preguntó con una más que evidente sorna.
Tras decidir ignorar la broma final, Arthur se levantó e instó a Bennet y
Loren a apresurarse para marchar prestos. Media hora más tarde entraban en la
mansión de la familia del vizconde donde eran recibidos por Andrew tras ser
conducidos a su despacho.
—Mi madre y mi tía aún descansan. –Comenzó a decir instándolos a tomar
asiento—. Preferí sedarlas un poco pues estaban francamente impresionadas tras lo
ocurrido anoche, de modo que dudo que salgan de sus habitaciones en toda la
mañana. Eliza y Libby permanecen aún con Leona que despertó hace unos
minutos, pero aún parece algo desorientada. Voy a darles un poco de tiempo para
que pueda darse un baño, tranquila y ser revisada por el médico.
Arthur frunció el ceño ante la referencia al médico.
—Su valet nos informó que no había sufrido daño alguno permanente.
Andrew suspiró negando con la cabeza.
—Tenía un golpe en la cabeza no sé si ese hombre la golpeó o fue cuando
huía de él. Simplemente la dejó un poco aturdida, más, lo que me preocupa son las
marcas del cuello. Ese animal casi la estrangula, lo que me lleva a decir con firme
determinación que seré yo el que se encargue de él cuando le hallemos. Pienso
asegurarme de que le cuelguen para que experimente en sus últimos instantes de
vida una justicia muy poética.
Arthur alzó las cejas y esbozó una sonrisa socarrona.
—No habéis de preocuparos, milord, no seremos nosotros quién os detenga
en tal objetivo. –Se enderezó ligeramente en el asiento y lo miró con fijeza—.
Decidnos, ¿milady os pudo contar lo ocurrido?
Andrew negó con la cabeza.
—Estaba muy aturdida por el golpe y finalmente tuvimos que dormirla.
Decidí esperar a la mañana.
Después de todo, en nada iba a ayudarnos para atrapar a ese tipejo ya que
Bobby y varios guardias fueron tras él e incluso herido se nos escurrió de entre las
manos. Al menos sí puedo informaros con certeza que era el hombre de la cicatriz
de su dibujo.
Loren se inclinó ligeramente hacia delante apoyando los codos en las
rodillas, mientras decía:
—Hemos discutido esta mañana acerca del porqué de regresar a la mansión
a pesar de lo arriesgado y sobre todo del evidente paso en falso que suponía. Aún
no sabemos si es un error de Filmore, lo cual, personalmente no creo, o un error de
su compinche.
—De modo que, o uno u otro están desesperados por eliminar los que creen
testigos de algo o de alguien. –Meditó en alto Andrew—. Pero si ya hemos
identificado a los tres sujetos de aquélla posada y sospechamos quién era la dama,
¿Qué les importa que ahora que mi hermana les viere?
Arthur lo miró con fijeza.
–Filmore jamás deja cabos sueltos por insignificantes que sean. Puede
entender que lady Leona sigue siendo tal al poder relacionar a esa dama y los
hombres que vio con ella con todo este embrollo, testificar o incluso proporcionar
un retrato de esos sujetos y, con lady Archer o ese otro hombre, quizás logremos
hilar lo bastante para llegar hasta Filmore. Lo que me lleva a pensar que, si es lady
Archer la otra conspiradora, se deshará de ella en cuanto termine aquello para lo
que la necesite pues a la larga sería en un problema del que habrá de librarse tarde
o temprano.
—Bien, ahora conocemos los nombres de los que con casi seguridad son los
ladrones. Hemos de lograr el modo no solo de detenerlos sino hacerlo con premura
y muy especialmente asegurándonos de recuperar el Fabergé. –Inquirió Bennet—.
Supongo que dar con los compradores hemos de considerarlo, en este momento,
algo secundario, al menos mientras tengamos sospechas de que no ha habido
intercambio lo que parece lógico si aún siguen Delamy y Filmore en la ciudad.
—De momento, voy a asegurarme de que mis hermanas, mi madre y mi tía
regresan a Devon mañana mismo. –Afirmaba tajante Andrew—. Las mandaría hoy
mismo, pero esa especie de feria o rastrillo benéfico se celebra en los jardines frente
a esta calle y presumo no pocas complicaciones en partir hoy por ese motivo con
tanto tráfico y jaleo. Además, dejaré a Leona descansar al menos un día después de
lo de anoche.
Arthur se levantó y apoyó el hombro en el dintel de la chimenea y
mirándolo con determinación señaló:
—Aun a riesgo de parecer en exceso alarmista, milord, debierais contar con
el hecho cierto de que si Filmore se escapa intentará más adelante llegar hasta
milady, incluso aunque ya no sea una amenaza cierta si se ha deshecho de todos
sus cómplices en el camino. No solo es astuto eliminando rastros que conduzcan
hasta él sino, además, vengativo. Si cree que vuestra hermana fue un tropiezo en
sus planes en el pasado querrá vengarse de ella de modo que, aunque la mandéis a
Devon entended que hemos de detener a Filmore o nunca podremos estar seguros
de que vuestra hermana esté completamente a salvo.
Leona despertó con un fuerte dolor de cabeza y sobre todo un más que
evidente dolor de cuello lo que le hizo recordar de inmediato lo ocurrido la noche
pasada. Sin moverse de donde estaba miró junto a su cama encontrándose a su
hermana Libby sentada en una butaca leyendo un libro y junto a ella a Dora que
parecía estar frunciendo algo.
—Hola. –Carraspeó al escuchar su voz ronca y casi sin fuerza.
Libby soltó el libro y se sentó en la cama a su lado sonriéndola.
—Buenos días, dormilona.
Leona sonrió incorporándose un poco apoyando la espalda en el cabecero.
—Solo tú puede llamar dormilona a la pobre víctima de un asalto.
Libby sonrió.
—¿Cómo estás? Andrew ha dicho que en cuanto despertases te dieres un
baño caliente pues después te visitará el doctor para asegurarse de que no tienes
ninguna contusión grave.
Leona suspiró.
—Solo tengo un martilleo en la cabeza y sobre todo me duele el cuello. –
Pasó los dedos de ambas manos por el cuello haciendo una mueca de dolor al
notarlo dolorido.
—Lo tienes amoratado, Leona. Ese hombre debió intentar asfixiarte. ¿Lo
recuerdas? –Preguntaba con gesto de preocupación.
Leona asintió lentamente.
—Lo sorprendí en el vestidor. Noté algo raro al entrar, no sabía qué, pero en
cuanto llegué al vestidor me agarró y me tapó la boca. Era enorme.
—El señor Robert y Julius le persiguieron. Andrew dice que le hirieron así
que lo atraparán.
Leona frunció el ceño.
—¿Quién es el señor Robert?
—El hombre que nos acompaña. Ese que es el sobrino del jefe de cuadras de
padre y al que Andrew ha contratado. –Aclaró mirándola sonriendo.
Leona emitió una risilla.
—Se llama Bobby, Libby. No creo que responda al nombre de señor Robert
por mucho que te empeñes en llamarlo así.
—Es que Bobby no parece adecuado para un hombre tan grande. –Se excusó
encogiéndose de hombros y poniéndose en pie—. Voy a decirle a Eliza que venga y
así te ayudamos a darte un baño y a vestirte mientras Dora subirá un poco de
chocolate y mandará aviso al doctor.
Dora sonrió aparentemente divertida.
—Le traeré un poco de chocolate y unas galletas de almendra, milady.
Avisaré a milord de que os habéis despertado y pediré a un lacayo que acuda a
buscar al galeno.
En cuanto Dora salió del dormitorio, libby se tumbó junto a Leona.
—Dime la verdad, ¿estás bien?
Leona asintió.
–Sí, por suerte los guardias estaban al otro lado de la puerta y entraron en
cuanto conseguí gritar. ¿Por qué estoy en el dormitorio de Andrew? –Preguntó
mirando la habitación.
Libby se rio.
—No esperarías quedarte en la habitación donde se coló ese canalla,
¿verdad? —Se enderezó y la miró a la cara—. No es un ladrón ¿no es cierto?
Andrew dice que debe ser el mismo que la última vez que regresó porque no se
llevó nada y que ha habido robos en las casas vecinas, pero yo sé que miente.
Leona sabía que no lo dejaría pasar así que le contó la mentira que creyó
más creíble.
—Es un ladrón, Libby, de veras, pero no venía a buscar joyas u objetos sino
mi cuaderno de dibujo.
Andrew cree que le retraté entre los dibujos de la posada por casualidad y él
debió verme y desde entonces intenta recuperarlos. Andrew me ha dicho que
varios caballeros fueros víctimas de hurtos en la posada. Como los alguaciles están
intentando dar con él y saber cómo es, es de suponer que quiera mis cuadernos
porque piense que le retraté.
—¿Y lo hiciste? ¿Lo retrataste?
Leona se encogió un poco de hombros, pero rápidamente hizo un gesto de
dolor. Suspiró.
—¿Quién sabe, Libby? Quizás uno de los hombres era él o su compinche.
No puedo saberlo. Quizás no le retraté a pesar de lo que él piense.
—Umm. –Frunció el ceño, pensativa—. ¿Eso era lo que os traíais Andrew y
tú estos días con tus cuadernos? Sabía que os traíais algo entre manos.
Leona se rio intentando restar importancia al asunto y desviar su atención a
otros menesteres.
—Lo cierto es que esos caballeros también sentían curiosidad cuando
creyeron que quizás les retraté.
Por mucho que digan lo contrario, los caballeros son tan o más presumidos
que las damas.
Eliza entró en el dormitorio y se acercó rápida por el otro lado.
—Gracias a Dios que estás bien. Madre no para de preguntar por ti incluso
estando como está medio atolondrada por lo que sea que Andrew le ha pedido a
su doncella le dé para que descanse. –Emitió una risa traviesa—. También se lo ha
dado a la tía. El muy canalla las mantiene dormidas y fuera de peligro.
Las tres se rieron justo cuando regresaba Dora.
—Milady, milord me ha pedido que os diga que en cuanto se marche el
doctor subirá a veros, pero que no quiere que ninguna de las tres salga de la casa.
—Estupendo. Ahora somos prisioneras. Droga a madre y a la tía y a
nosotras nos retiene. Andrew empieza a tornarse el dictador que siempre vaticiné.
–Refunfuñaba Libby con aire teatral.
—Definitivamente las tablas perdieron un fulgurante talento contigo, Libby.
Si hubieres terminado con una aria incluso te habríamos aplaudido.
Eliza negaba con la cabeza mientras que Leona se reía mirando la cara de
indignación de Libby.
Una hora después salía el doctor de la habitación de Andrew y se reunía con
éste en el despacho donde aún permanecían los caballeros a la espera de noticias.
—No se alarme, milord. Solo tiene algunas contusiones que se mitigarán en
unos días. Quizás le duela un poco la garganta, más, es normal. El golpe en la sien,
por fortuna, no ha sido profundo.
Tras despedirse de él, Andrew subió a ver a Leona pidiendo a sus hermanas
que, mientras, acompañasen a los tres caballeros que esperaban en el despacho,
acompañadas de Lucille.
—Bien, ¿podemos hablar de tu aventurilla peligrosa de ayer? —preguntaba
a Leona sentándose en el sillón frente al ocupado por ella junto a la chimenea del
dormitorio una vez les dejaron solos.
Leona suspiró.
—No sé qué esperas averiguar salvo que se trataba del hombre que chocó
con Libby en la calle. Estaba en mi vestidor y preguntó por mis cuadernos. Le
mentí. La verdad es que no sé cómo logré hilvanar dos frases seguidas. Le dije que
lo perdí porque se me cayó en la tina con agua y perdí todos los dibujos. Me exigió
enseñarle el cuaderno con el que dijo me había visto esa mañana. – Frunció el ceño
comprendiendo entonces lo que eso significaba—. ¿Nos ha estado siguiendo?
Andrew asintió.
—Es más que posible, sí. Pero eso ahora no te preocupe, continúa.
Leona suspiró pesadamente.
—Está bien. Me obligó a dárselo así que recordé que guardo el que suelo
tener cuando pinto a la hora del té cuando estamos en casa y se lo di, pero tras
ojearlo dijo que entonces solo le quedaba librarse de mí.
Andrew suspiró meditando unos segundos.
—Vais a regresar a Devon. Os mandaría hoy mismo pero el rastrillo
benéfico empieza en pocas horas y copará los jardines y con ellos las calles
aledañas. Sería complicado circular y más salir.
Leona frunció el ceño.
—En otras circunstancias acogería de buen grado esa petición, Andrew, es
más, la seguiría gustosa sin rechistar, pero ¿no crees que, si ese hombre nos ha
estado siguiendo por la ciudad, también lo podrá hacer por los caminos?
Andrew fijó los ojos en ella arrugando el ceño.
—Pues ciertamente no lo había pensado, aunque dudo que lo haga pues
debe estar ocupado ultimando el asunto que les ha traído a la ciudad. Supongo que
no se marchará hasta que lo acaben.
—Pues eso no le ha impedido encontrar tiempo para seguirnos y colarse en
casa hasta en dos ocasiones. –Contestó mirándole con las cejas alzadas.
Andrew sonrió negando con la cabeza.
—Leona, eres el despiste hecho carne, más, cuando pones a funcionar esa
peligrosa mente tuya debiere echarme a temblar. Te vuelves muy incisiva y
mordaz.
Leona sonrió alzando a Bathy ligeramente.
—Y Bathy también puede ser incisiva y ser aún más mordaz pues puede
darte algún bocado en el trasero. Creo que la entrenaré para ese menester en
cuanto crezca un poco.
Andrew soltó una carcajada poniéndose en pie.
—Venga, bajemos al comedor y desayunemos ahora que sé que puedes
moverte, pero nada de salir de la casa.
Leona aceptó su mano llevando consigo a Bathy.
—Empiezo a dar por cierta la afirmación de Libby de que eres el dictador
que se convierte en nuestro carcelero con sumo placer.
Andrew sonrió llevándola del brazo.
—No he de negarlo. Es posible que encuentre cierta satisfacción en
convertiros en modosas florecillas de jardín imposibilitadas de enredar ni meteros
en líos más allá de la puerta de la casa.
Cuando llegaron al comedor, Andrew mandó llamar a sus hermanas y a los
caballeros que estaban con ellos para que les acompañasen.
En cuanto entró en el comedor, Arthur fijó sus ojos en Leona que
permanecía sentada junto a la cabecera de la mesa donde Andrew se había puesto
en pie. Tras las cortesías no dudó en tomar asiento casi frente a ella. Le molestaba
no poder preguntarle abiertamente lo ocurrido con sus hermanas allí, pero, sobre
todo, ver las marcas de su cuello visibles incluso bajo esa fina capa de lino del
cuello de su blusa y también el golpe en la sien cuya marca era aún más visible.
—Tienes que tomar esto.
El comentario de Andrew que le pasaba un sobre pequeño con unos polvos
le hizo desviar los ojos de sus heridas.
Leona extendió el brazo y tomó de la mesa el sobrecito.
—Si es para la cabeza, Dora ya me ha dado algo hace un rato.
Andrew asintió.
—Quédatelos y si empieza a molestarte la garganta o la cabeza, te los tomas
con té o con un poco de leche.
—Está bien, pesado. –Sonrió negando con la cabeza—. Esto no te librará de
que entrene a Bathy para darte mordiscos.
Andrew sonrió.
—Sí, sí, la mordaz Bathy, no lo olvido.
Leona sonrió subiendo desde su regazo a Bathy a la mesa.
—¿Ves? Sabe que ha de ir a por ti y morderte en cuanto te alcance. –Decía
riéndose viendo a la perrita tambalearse, pero ir en dirección de Andrew.
—Lo que pasa es que huele a algo apetecible— Se reía viéndola dirigirse
directa hacia su plato—. La pobre busca su desayuno.
—Eso, eso, Bathy mete tus patitas en el plato de ese dictador de pacotilla. –
Sonreía Leona viendo al cachorro acerarse decidida al plato.
Andrew soltó una carcajada tomando a la perrita evitando que
efectivamente acabare de bruces en su plato.
—Si fuera un dictador prohibiría a mis impertinentes hermanas decir ni una
sola palabra no solo salir de la casa.
Las tres resoplaron en protesta.
—Poco te falta. De hecho, como te veamos aparecer con cadenas o grilletes
gritaremos hasta que se nos oiga en Londres. –Señaló Libby mirándole
impertinente.
Andrew suspiró pesadamente.
—No me des ideas, Libby, que es probable que acabe encadenándoos a
todas por torturar a vuestro encantador hermano. –Miró a Leona extendiendo el
brazo acercándole al cachorro—. Leo, has de beber líquidos. El doctor ha dicho que
tomes líquidos y un poco de limón melisa.
Leona asintió.
—Lo sé, pero es difícil.
El resto del desayuno transcurrió con temas más o menos inocuos, que
Arthur pudo apreciar, las hermanas incluían en la conversación para que Leona
dejase a un lado lo ocurrido la noche anterior.
Después se trasladaron a uno de los salones que daba a los jardines y se
repartieron por distintos lugares. Arthur aprovechó para acomodarse cerca de ella
y de su hermano y poder preguntar un poco más discretamente por lo ocurrido en
la noche.
Viéndola con aspecto de cansada, simplemente dejó que fuere Andrew el
que le narrase, con cierta reserva, lo ocurrido. Cuando el hermano se retiró un
momento tras ser requerido por el mayordomo, aprovechó para sentarse junto a
ella en el diván en el que permanecía leyendo aparentemente ajena a nada más que
su perrita que dormitaba en su regazo.
—¿Os encontráis bien, milady? –Preguntó con suavidad.
Leona alzó los ojos y de nuevo comprobó, como en ocasiones anteriores,
cómo sus ojos adquirían un leve tono azulado cuando salía de ese estado de
concentración e indiferencia a lo que le rodeaba, rasgo que ya consideraba innato
en ella. Esbozó una tímida sonrisa y asintió lentamente.
—Solo me duele un poco la cabeza, pero supongo es normal.
Arthur asintió lentamente sin dejar de mirarla.
—Vuestro hermano desea alejaros del peligro y enviaros de regreso a la casa
de vuestro padre.
—Lo sé. Me lo ha dicho esta mañana, pero ahora no creo que sea un buen
momento. Él tendría que venir con nosotras pues dudo que nos deje viajar solas y
eso supondría que tendríais a una persona menos para dar con esos hombres.
Además, en el camino es más fácil que nos asalten ¿no creéis?
Arthur ensanchó su sonrisa divertido ante lo perceptiva que era cuando
realmente había algo que le interesaba y, además, más sensata de lo que parecía
con ese aspecto de duendecillo despistado.
—Finalmente vais a resultar una espía muy hábil, milady.
Leona se rio suavemente apartando el libro que sostenía.
—¿Eso significa que cambiaríais de parecer en lo referente a las lecciones de
tiro, milord?
Arthur negó con la cabeza, aunque no dejase de sonreír.
—Correríais peligro vos y cuantos estuviesen cerca de vos. Me temo que
más que un instrumento de protección, un arma en vuestras manos se convertiría
en un peligro y un riesgo cierto para todo ser vivo en varias millas a la redonda.
Leona resopló frunciendo el ceño.
—Eso no es justo. Tener una ligera tendencia al despiste no significa carecer
de puntería o de destreza en el manejo de un arma de fuego, a lo sumo podría
significar que perdería con cierta asiduidad la pólvora, las balas o incluso el arma
misma, pero eso es un detalle aparte.
Arthur soltó una risotada ante el razonamiento.
—Visto de ese modo.
Leona asintió tajante como gesto de cabezonería, pero de inmediato hizo
una mueca de dolor al notar el tirón en el cuello y Arthur cambió rápidamente el
gesto.
—¿Os duele? Decid a vuestra doncella que os prepare un ungüento con
camomila, aceite de almendras y miel. Os aliviará un poco la hinchazón.
Leona suspiró lentamente.
—No quiero pensar mucho en lo ocurrido. Creo que tuve la fortuna de mi
parte pues ese hombre era demasiado grande y realmente daba miedo. Libby no
sabe que era el mismo que vimos ese día en la calle porque se asustaría más aún.
Aunque le hubiere dado los cuadernos no se habría ido sin más ¿verdad?
Arthur quería abrazarla y cerrar los brazos, protector, y a duras penas se
contenía por las personas y el sitio dónde estaban. Se tragó un suspiro de rendición
antes de ponerse en pie y ofrecerle la mano para instarla a levantarse.
—¿Paseamos un poco? Creo que deberíamos dejar a esa perrita perezosa
empezar a corretear para mejorar sus andares.
Leona sonrió tomando con una mano a Bathy y aceptando con la otra la que
él le ofrecía.
—Podemos ir al invernadero. A esta hora debe estar Lucille y en los
pequeños caminos Bathy podrá mejorar sus andares como sugerís.
Arthur se rio pensando que ella le hubo dado la oportunidad de alejarla del
resto sin saberlo. En cuanto salieron del salón, él, haciéndole un gesto de
tranquilidad a su hermano, caminó un poco con Leona que no tardó en dejar al
cachorro en el suelo en el pasillo en dirección al invernadero y, con lo lento que iba
y sobre todo yendo de un lado a otro curioseando, eso le iba a dar a Arthur la
oportunidad de estar con ella un buen rato vigilado, solo de refilón, por los lacayos
y guardias colocados en algunos lugares.
—¿Por qué no le distéis vuestros cuadernos? –Preguntó tras unos minutos,
curioso ante esa reacción sensata y serena de ella.
—No lo sé. Supongo que presumí que no debía entregárselos, aunque los
dibujos que le interesaran los tenéis vuestros amigos y vos. Además, habría tenido
que guiarle hasta el salón que comparto con Libby y no sabía si ella o Eliza estaban
allí. Ocurrió todo muy deprisa, no sabría qué decir con sinceridad. Aunque sí que
esperaba que Dora apareciere en cualquier momento y pudiere gritar.
Arthur asintió serio caminando lentamente con ella vigilando a la perrita
que les obligaba a detenerse cada pocos pasos.
—¿Creéis que habrá desistido por fin?
Arthur la miró intentando disimular y tragarse la respuesta que de
inmediato acudía a su mente << Ése hombre quizás sí, pero el canalla de su jefe, no
apostaría por ello>>.
—Es posible, pero aún no debemos bajar la guardia pues, hasta que los
atrapemos a todos, no conviene confiarse. Prometed que tendréis cuidado.
Leona sonrió.
—Bueno, ahora duermo en el dormitorio de Andrew que da al patio y no al
jardín. Si ese hombre regresa se encontrará con él, no conmigo. Además, Dora ha
decidido llevar unas tijeras en el bolsillo de su falda en todo momento. Quizás
debiera hacer yo lo mismo. –Emitió una risa traviesa—. Seguro que mi madre y mi
tía antes de un día preguntarían qué ha pasado para que desaparezcan todas las
tijeras de casa si todas hacemos lo mismo.
Arthur se tragó el decirle que no estaría de más que llevare una daga, pero
con ello la alarmaría y su hermano lo mataría por sugerir tal cosa.
—He estado pensando. –Dijo de pronto Leona deteniéndose al final del
pasillo donde Bathy curioseaba entorno a un macetón—. Si lo he entendido bien,
vuestra prioridad es encontrar esa pieza robada y devolverla con prontitud ¿no es
cierto?
Arthur asintió mirándola con interés y franca curiosidad.
—Pues ¿no sería posible que os acercaseis a quién sospecháis custodia esa
pieza y fingir que le pagaríais más dinero que aquéllos a los que va a entregárselo?
Arthur la observó en silencio unos segundos. << Maldición, no es mala idea. Si
resultare que es lady Archer la ladrona y ella esconde el Fabergé, nos vendería la pieza por
más dinero del que piense sacará con sus otros compradores, a salvo el hecho de que temerá
traicionar a Filmore>>. Se rio negando con la cabeza, de pronto divertido.
—Realmente tenéis ciertas aptitudes para esto del espionaje, milady.
Leona enderezó la espalda, cruzó los brazos tras ella y alzando la barbilla le
sonrió.
—Sí que los tengo. Tengo un alma sibilina oculta y una mente perversa y
maquinadora, milord.
Arthur soltó una carcajada.
—Reconociéndolo perdéis el factor sorpresa y de engaño, milady.
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, lo reconozco ante vos que sois mi supuesto aliado o compinche o
¿Cómo os llamáis entre…? —movió una mano al aire como si abarcase a un grupo.
Arthur soltó una carcajada resultándole difícil dejar de reírse ante la cara de
ella.
—No nos llamados en modo alguno, milady, a salvo por nuestros nombres.
–Respondía aun riéndose.
—¿Y no tienen nombres ficticios y ese tipo de cosas para ocultar su
identidad? –Preguntaba ladeando ligeramente la cabeza.
Arthur sonreía negando con la cabeza.
—Me temo que el espionaje es más prosaico de lo que imagináis.
Leona resopló.
—Pues sí, por lo que parece así resulta. Nada de nombres extraños para
ocultaros, ni alianzas perversas ni escondites y pasadizos donde esconder cosas.
Realmente el espionaje es más aburrido que los enredos de las matronas y menos
peligroso.
Arthur se rio.
—Esto último no puedo negarlo en absoluto. Asusta más una matrona
experta que el más peligroso de los canallas con los que tratamos en ocasiones.
—Definitivamente, —se agachaba para tomar a Bathy de detrás de un
macetón—. Necesitan las habilidades de dos damas como Bathy y yo y nuestras
mentes maquinadoras y perversas para ayudarles ¿verdad, Bathy? –Le preguntaba
acariciándose la mejilla con la cabeza de la perrita.
—Quizás no andéis desencaminada, milady. –Contestaba sonriéndola y
ofreciéndole el brazo antes de entrar en el invernadero.
Una hora después regresaban al salón y mientras las damas se retiraban
unos instantes para prepararse para el almuerzo, Arthur se sentaba en el salón
junto a sus amigos y Andrew y les hacía partícipes de la idea de Leona.
—Pues no es ninguna idea descabellada. –Decía Loren meditabundo—. Si
damos por cierto el que Filmore no tendrá en su poder el objeto para evitar que le
relacionen con él y que tampoco lo confiaría en cualquiera, debiéremos creer que es
posible que lo conserve en sus manos Lady Archer, si es ella la que lo robó.
—Pero el terror que debe sentir por las consecuencias de traicionar a
Filmore, no le permitirá aceptar ni tampoco entregarnos el Fabergé. –Señalaba
Bennet con practicidad.
—De cualquier modo, contamos con poco tiempo para actuar si se confirma
nuestra suposición de que mañana o pasado se realizará la reunión con los
compradores. Claro que si llega a manos de estos nos resultará más difícil dar con
ellos y recuperar el objeto antes de que sea tarde. –Intervino serio Andrew.
—Lo que de nuevo hace que la idea de intentar hacernos con él antes de ese
intercambio por remota que sea, resulte bastante atrayente. –Inquirió Arthur cada
vez considerando más viable y casi una opción certera la de hacerse con el huevo a
través del ladrón. –De hecho— se puso en pie con determinación—. Creo que voy a
reunirme con William y abordar sin ambages a lady Archer y no solo averiguar si
es ella la dama que buscamos sino ofrecerle esa alternativa, incluida la posibilidad
de salir de Bath antes de que sus socios se percaten de lo que ocurre.
Loren le miró alzando las cejas.
—Sabes que esa mujer te exigirá una fortuna para entregarte el huevo.
Arthur sonrió.
—Y yo se la daré. Haré uso de los fondos de Lord Willow y dejaré que él y
Anthony no solo los recuperen después, sino que se encarguen de Lady Archer
como tengan a bien, una vez ésta regrese a Londres lo que presumiblemente hará
de inmediato para desde allí partir a algún sitio donde esconderse de Filmore, por
si acaso.
Bennet se levantó y se ajustó el chaleco en un gesto firme.
—Bien, pues en ese caso, te acompaño.
Arthur negó con la cabeza.
—Hasta que no hallamos detenido a Filmore y ese canalla que utiliza de
secuaz, procuremos mantener a salvo a las damas. Quédate con Loren y milord.
Creo que William y yo podremos actuar con cierta discreción. En cuanto tengamos
noticias os las haremos saber, más, —giró y miró a Andrew—, creo que no
conviene que las damas se echen a los caminos aún, milord, pues ciertamente en
ellos el riesgo es más que evidente.
Andrew asintió.
—Sí, lo sé, lo sé. Ya he descartado la idea de mandarlas a Devon sin más
pues, por protegerlas, es posible que las exponga a un peligro mayor. Aun con ello,
procuraré mantenerlas en lugares no muy expuestos.
—En ese caso, si me disculpáis con vuestras hermanas, madre y tía, creo que
excusaré mi presencia en el almuerzo e iré a atender el asunto que nos ocupa.
Una vez fuera de la casa se encaminó directamente a Charles Street, por
dónde suponía se encontraría su hermano William ya que era el lugar en el que
presumían se encontraría la casa ocupada por Lady Archer. Tardó bastante en dar
con William, pero finalmente lo localizó en James Street West a la altura de
Kinhsmead Square situado en un discreto lugar vigilando una casa concreta.
—¿Qué haces aquí? –Le preguntó extrañado en cuanto se colocó junto a él—
. Ha ocurrido algo.
Arthur negó con la cabeza.
—No, pero tú y yo vamos a provocar que algo sí que ocurra. –Miró al otro
lado de la calle antes de preguntar—: ¿Es allí donde se aloja?
William asintió:
—Nos costó dar con ella porque no reside en casa alguna arrendada por
ella, sino que es la invitada de un caballero húngaro, que se hace llamar Dugan, de
dudosa reputación pero que parece contar y disfrutar de los encantos de su
invitada. La modista que nos indicó que un hombre era el que pagó el vestido que
hizo para una mujer que coincidía con su descripción vivía por esta zona, pero no
especificó exactamente dónde. He tardado un poco en localizar la casa exacta.
Arthur frunció el ceño:
—¿Lo has visto? –William asintió—. ¿Tienes la impresión de que está
enredado en esto?
—No puedo aseverarlo. Tiene aspecto de ser un hombre inteligente y de
recursos, pero sin investigar sus actividades no haría más que aventurarme a
ciegas. ¿Qué querías decir con que nosotros provocaremos que ocurra algo? ¿Qué
te propones?
—Digamos que vamos a averiguar sin tapujos ni engaños si es lady Archer
la que robó el huevo y, de serlo, ofrecerle una buena suma por ella y la posibilidad
de huir a Londres antes de que sus socios se percaten de su traición y huida.
Después que se encargue Lord Willow con ayuda de Anthony de apresarla en
Londres. Pero mientras nosotros recuperaremos ese dichoso huevo antes de que se
nos escurra de entre los dedos y después nos ocuparemos del resto.
—Entiendo. Pero no sé qué nos encontraremos en esa casa, además de ese
tal Dugan y de baronesa.
Arthur sonrió.
—Bien, pues averigüémoslo. Al fin y al cabo, no creo que haya nada dentro
de ella de la que no podamos ocuparnos como hombres cabales.
William se reía siguiéndole y cruzando la calle con paso vivo.
—¿Desde cuándo puedes tú tildarte de ser un hombre cabal?
Arthur sonrió como un lobo antes de tomar la aldaba de la puerta y golpear
con ella en la puerta.
Pasados un par de minutos un mayordomo les abría la puerta. Extendiendo
ante él una tarjeta que enseguida tomó Arthur señaló:
—Soy lord Bromder, un viejo amigo de lady Archer. Desearía ser recibido
por milady.
El mayordomo miró la tarjeta y les echó un vistazo a ambos antes de
apartarse de la puerta y cederle el paso al vestíbulo mientras decía:
—Os ruego esperen aquí unos instantes mientras voy a preguntar si milady
puede recibirles.
En cuanto se alejó y tras entregar al lacayo que se hubo acercado sus
sombreros, guantes y el gabán Arthur hizo una señal a su hermano hacia un rincón
donde estaban colocados varios baúles, bolsas de viaje y cajones listos para lo que
parecía una partida inminente.
—Creo, Will, que hemos llegado justo a tiempo pues milady no parece
dispuesta a permanecer en la ciudad más de un día o dos. –Señalaba bajando la
voz.
William sonrió de pronto divertido.
—Sería en exceso descortés registrar tal equipaje por si encontrásemos el
objeto que buscamos.
Arthur se rio entre dientes.
—No creo que milady haya sido tan simplista. Puedes creerme, es lo
bastante astuta para no dejar a mano de nadie cualquier objeto que le reporte algún
beneficio.
En unos regresó el mayordomo conduciéndoles directamente hasta un
pequeño salón de visitas vacío.
—Milady les recibirá enseguida. –Señaló antes de retirarse y cerrar la puerta
tras él.
Arthur entrecerró los ojos.
—Ha sido demasiado fácil. Mantén tu pistola a mano, Will. –Dijo bajando la
voz y echando un rápido vistazo alrededor.
Además de la puerta por donde habían entrado había otra frente a los
ventanales que daban a otra calle que si no se equivocaba era Avon Streen a la
altura de la plaza de Kingsmead.
—Vigila la puerta del lateral, por si acaso. –Le ordenó casi en un susurro.
No tardó mucho en abrirse la puerta anterior y aparecer el mayordomo que
cedió de inmediato el paso a un caballero de mediana edad elegantemente vestido,
pero cuya apariencia no engañaba que encerraba a un canalla y no de la clase que
podían serlo ellos precisamente, y tras él Lady Archer con una sonrisa formal y
falsamente amigable.
Arthur esbozó su mejor sonrisa dirigida a la dama mientras hacia una suave
inclinación.
—Milady, le agradecemos la generosidad de ser recibidos especialmente sin
haber anunciado previamente nuestra visita.
—Lord Bromder, somos viejos amigos. Ambos sabemos que no es necesario
tan estricto seguimiento de la etiqueta entre nosotros. Por no haberse anunciado no
iba a privarme del placer de saludar a tan ilustre amistad. –Lo sonrió dedicándole
una muy significativa mirada.
—En tal caso, permitid que al menos sí cumpla con la formalidad de
presentaros a mi acompañante.
Milady, mi hermano menor lord William Alwis. William, lady Archer,
baronesa viuda.
—Milord, un placer. Veo que no solo su hermano ha heredado los ilustres
rasgos del duque— William la sonrió con cierto aire canallesco—. Caballeros,
permitan les presente a nuestro anfitrión, el señor Dugan.
Los dos hicieron la cortesía frente a él.
—Milores, un placer. ¿Gustan una copa?
Arthur negó con la cabeza.
—Le agradecemos la deferencia señor Dugan, más, me temo, nos hallamos
aquí para tratar sin demora un asunto de vital importancia con milady.
Lady Archer alzó una ceja sin moverse siendo de nuevo él el que señaló:
—Debe ser de importancia para tan inesperada visita.
Arthur entrecerró los ojos ligeramente decidiendo calibrar fácilmente cuán
podía estar enredado ese hombre en el asunto o si simplemente era un peón del
que ella se hubiere valido esos días.
—Pues se trata de un asunto algo peliagudo, me temo. Creemos que milady
podría facilitarnos información sobre cierto objeto familiar perdido de vital
importancia para nosotros y por cuya pérdida estamos en exceso preocupados,
tanto que incluso estamos dispuestos a tomar medidas drásticas de ser necesario.
Bien es cierto que preferiríamos hallar el objeto y comprárselo generosamente a la
persona que lo tenga en su poder.
Dugan alzó ambas cejas y miró a su acompañante.
—¿Y por qué presumís que milady pueda facilitaros tal información?
—Oh, bueno, simplemente teníamos esa esperanza ya que milady es bien
conocida por sus buenas relaciones y quizás ella haya podido hablar a alguno de
sus conocidos sobre el objeto que buscamos.
Lady Archer pareció frenar en seco el interés de su acompañante revelando
con ello lo ajeno que ese hombre se hallaba a aquello en lo que ella estaba metida,
pero, al tiempo, reconociendo involuntariamente su participación al decir:
—Dugan, querido, es evidente que este asunto es de suma importancia para
lord Bromder y lord Alwis y también delicado. Espero no te ofendas si te pido nos
dejes unos minutos a solas para averiguar si de veras puedo serles de ayuda.
Ambos vieron a ese hombre poner gesto malhumorado unos instantes para,
finalmente, aceptar y dejarles solos.
—Seguís escogiendo hombres a los que manejar con demasiada facilidad.
En el fondo debéis aburriros sobremanera. –Señaló Arthur mirándola mientras se
apoyaba en el dintel de la chimenea y ella tomaba asiento.
—Y vos seguís siendo tan impertinente y arrogante como solo puede serlo
un hombre que se cree demasiado por encima de su verdadera condición.
Arthur soltó una risotada antes de mirarla con fijeza.
—Dejémonos de nimiedades, Melinda. –Se refirió a ella con su nombre
sabiendo que así le recordaba, sin que fuere necesario, que se conocían demasiado
bien—. Tienes algo que no te pertenece, algo que has tomado cuando no debías
hacerlo y, lo que es más importante, algo por la que cierto lord es posible te pague
una buena suma por tu participación en este asunto, claro que no sin que puedas
estar segura que inmediatamente después no te matará.
—Muchas cosas has presumido afirmándolas como ciertas, diría yo.
—Lo diría más, aun así, ambos sabemos que no hierro ni en mis
presunciones ni en mis afirmaciones.
Filmore no te dejará con vida si llega a saber que te hemos visitado pues te
creerá un cabo suelto, lo sabes.
Ella le sostuvo la mirada con fijeza unos segundos.
—Y de nuevo afirmas con demasiada rotundidad.
Arthur sonrió enderezándose.
—Bien, deja que afirme de nuevo con idéntica rotundidad dándote con ello
cierta opción que quizás estimes más conveniente que la de guardar un silencio
que se torna cada vez más peligroso para tu persona. Veamos. Afirmo, señora mía,
que vos y posiblemente algún cómplice más, os hicisteis con cierto huevo Fabergé
de cierta mansión en Londres bajo los auspicios o, mejor dicho, mandato, de
Filmore. Afirmo que, conociendo a milord, él no tendrá en su poder un objeto que
le vincula directamente a un delito, pero tampoco lo habrá dejado en manos de
alguien en quién no confíe, entendiendo por confiar, que le tema sobremanera.
Afirmo, entonces que aún continúas como portadora y custodia de ese objeto a la
espera de que él te lo reclame para entregársela a unos compradores. Y ahora viene
la afirmación que te conviene atender por encima de cualquier otra cosa; si nos
entregas ese huevo sin dilación, te haremos entrega de una recompensa mayor que
la que esperabas obtener. Además, te daremos la oportunidad de salir de la ciudad
antes de que Filmore se entere de lo ocurrido dándote la ventaja que necesitas para
huir contando, además, con que el habernos ayudado te permita no solo salir con
vida y con una bolsa llena de este entuerto sino librarte de Filmore al dejarnos a
nosotros ocuparnos de él y, por último, te daremos la oportunidad de librarte de
cualquier consecuencia añadida de tu participación en el robo y en esta trama,
como por ejemplo acabar en un barco de deportación por actos contra la corona.
—Milord, se excede. –Decía poniéndose en pie y dando un par de pasos
hacia la puerta.
—Melinda —dejó de lado toda formalidad—. No es una presunción el que
Filmore no te dejará con vida incluso aunque continúes ayudándole hasta que todo
este asunto se termine. Has de conocerlo, lo bastante al menos, para temerle si él
confió o te encargó hacer algo y de ser así, has de tener la certeza de que se libra,
sin siquiera pensárselo dos veces, de cualquiera que estime o perciba como un
posible tropiezo o cabo suelto y eso es lo que tú eres desde que sepa que te hemos
visitado. Créeme, lo sabrá.
Se giró con brusquedad mirándole con gesto adusto.
—¿Me estás amenazando?
—Te estoy avisando. En este asunto ya se ha deshecho de varias de las
personas que le ayudaban, pero que han resultado, finalmente, algún estorbo, y lo
sabes.
Ella lo miró con gesto pétreo sin revelar nada con él. Arthur la sabía capaz
de disimular incluso en los peores momentos.
—No tardaremos mucho en marcharnos de esta casa, y con nosotros saldrá
la oferta más no la certeza de que nos haremos con la pieza que buscamos y con
ella con todos los responsables de su robo y de su intento de manipulación. En tus
manos está que tu salida de esta casa como la nuestra implique no solo tu bonanza
económica sino tu posibilidad de llegar a Londres sana y salva y librarte no solo de
la cárcel y la horca o la deportación, sino lo que es más seguro, de la muerte a
manos de cierto caballero.
Arthur rodeó un sillón en dirección a la puerta lo que hizo también William
alcanzando éste la puerta antes de que la dama hablara.
—No puedo fiarme de ti y ni pienses que seré tan estúpida de cometer dos
veces el error de darte la espalda sin precaverme de que no sales por la puerta
dejándome mal parada.
Arthur la sonrió desafiante.
—En realidad, tu única opción de salir bien parada de esto es confiar en mí.
De nuevo le sostuvo la mirada durante largo rato antes de girar y caminar
hacia la ventana con gesto frío y aparentemente impasible. Tras unos segundos se
giró y lo miró con firmeza.
—Seré yo ahora la que haga algunas presunciones o suposiciones. –Alzó
una ceja antes de añadir—. Supongamos que conozco el lugar en el que se halla un
objeto de interés para ciertos caballeros y supongamos que podría interesarme una
posible oferta por dar a conocer esa ubicación a alguien.
¿De cuánto estaríamos hablando? Y dejemos claro que no estoy dispuesta a
escuchar nada que no implique la entrega de esa cantidad de manera inmediata
para salir sin demora de esta ciudad y sus peligros.
Arthur sonrió.
—La pregunta sería ¿qué cantidad sería necesario para que cierta dama
salga de la casa con la bolsa llena camino de Londres y nosotros con el objeto en
nuestras manos?
Lady Archer lo miró desafiante antes de girar tomar de un pequeño
escritorio un papel y tras escribir algo en él lo tomó y caminó en dirección a Arthur
entregándoselo.
—Si tu hermano trae esa cantidad dentro de una hora quizás salgáis de la
casa con ese objeto y yo camino de Londres. Pero mientras eso ocurre no dejaré
que salgas de esta casa dejándome a merced de mi propia suerte y menos de los
peligros a los que tú, con tu visita, me has sometido. –Sacó de su falda una pistola
que alzó apuntándole mientras daba unos pasos atrás tomando distancia de él—.
Serás mi invitado hasta el regreso de tu hermano o hasta que, llegado el momento,
decida cuál será el destino que quiera darte.
Arthur se rio entre dientes pasándole el papel a William sin mirar. Le dedicó
una sobrada y complacida sonrisa a la mujer frente a él mientras le decía:
—Vamos, vamos, sabes que no es conveniente que me sienta amenazado.
Filmore será peligroso, más no olvides ante quién te hayas. Podemos hacer esto de
modo discreto y beneficioso para todos nosotros o de un modo brusco del que no
saldrías bien parada como tampoco ese señor Dugan que parece no muy ajeno a la
vida carente de leyes que si de este enredo tuyo.
—¿Crees que Dugan no sabe defenderse bien por sí mismo? –Preguntó
alzando la barbilla—. Me gustan los hombres a los que puedo manejar, como bien
insinuaste, pero desde luego no carentes de ciertas habilidades y destrezas.
De nuevo Arthur se rio.
—Ni por asomo pienses que creeré que esas habilidades son superiores a las
tuyas. Jamás te expondrías de ese modo, de manera que dominándote a ti seré
capaz de dominarlo a él y no hará falta que te recuerde cuán dominante e
intimidante puedo llegar a ser en ciertas situaciones, ¿verdad? –
Insistió esta vez mirándola con fría advertencia y una velada amenaza en su
enronquecida voz.
Ella, que no dejaba de apuntarle, miró a su hermano.
—Milord, una hora y el reloj marca el paso del tiempo.
William miró a Arthur que asintió indicándole que marchase. Tras salir de
la habitación Arthur señaló uno de los sillones.
—Creo que debiéremos sentarnos y quizás comportarnos civilizadamente
en pos de mantener a tu anfitrión en la feliz ignorancia de lo que ocurre en su
propia casa.
La baronesa resopló, pero bajó el arma guardándola de nuevo en el bolsillo
oculto de su falda.
—Sigue siendo un petulante, milord. —Refunfuñó rodeando un diván y
tomando asiento en él.
—Es posible, pero quiero que contestes a una pregunta antes de que se nos
una, presumiblemente, ese señor Dugan que te has agenciado. ¿Cómo alguien tan
inteligente como tú acaba al servicio de Filmore?
La baronesa entrecerró los ojos, suspicaz.
—No esperarás que conteste a eso ¿no es cierto? Precisamente porque nos
conocemos bien, jamás confiaré en ti lo bastante para revelar cierta información.
Arthur se rio entre dientes.
—Aún me guardas rencor por abandonarte en aquélla posada. No debieras.
En el fondo, evité que acabares mal en manos de aquéllos bastardos con los que
pretendías reunirte.
—Permite que ponga en tela de juicio tu estimación de aquél suceso.
—Está bien, pero habrás de reconocer que, de antemano, sabías que ponerte
al alcance de un tipejo como Filmore no era buena idea.
La baronesa resopló:
—Y de nuevo pongo en tela de juicio lo que creas buena o mala idea.
Arthur sonrió relajándose sabiendo que la baronesa había claudicado
incluso antes de recordarle lo peliagudo de su situación con Filmore de saber éste
que le habían visitado William y él.
A media tarde William se hallaba cabalgando en dirección a Londres con el
Fabergé y un mensaje para lord Willow sobre lady Archer, su participación en los
hechos y sobre lo que ellos esperaban lograr antes de que Filmore se diere cuenta,
no solo de la pérdida de su objeto de venta, sino de una de sus piezas clave, pues
lady Archer no esperó siquiera unos minutos para, en cuanto se despidió de
Arthur y su hermano, partir sin demora lejos de Bath.
Pero eso solo fue uno de los acontecimientos del día que no hacían sino
corroborar la presunción de todos de que el supuesto intercambio estaba a punto
de suceder precipitándose todo lo que esperaban ocurriese.
Nada más despedirse de William, al que vio partir acompañado de dos de
sus valets como protección y refuerzo, Arthur marchó a la mansión de lord Willow
para esperar noticias de sus amigos y no tardaron en llegar pues Julian y Lucas
aparecieron con gesto de preocupación y sobre todo con las ropas desordenadas e
intentando disimular las marcas de sangre de algunas de ellas.
—¿Qué ha ocurrido? –Les preguntaba Arthur entregándoles sendas copas
de coñac una vez se sentaron.
Lucas contestó mientras se desprendía de la levita y las botas:
—Seguimos a Delamy hasta los jardines frente al Royal Crescent. Supimos
enseguida que iba a reunirse con alguien pues estaba en esa especie de rastrillo
benéfico en el momento de su máximo apogeo, lo que indicaba que buscaba un
lugar seguro donde sentirse a salvo. Pero realmente era hábil y más inteligente de
lo que parecía pues nos debió ver y nos despistó. Para cuando dimos de nuevo con
él, estaba en un extremo bastante apartado del otro lado del parque, pasada la
Royal Avenue.
Seguramente buscó donde poder verse tranquilamente con quienes le
esperasen. Cuando llegamos hasta él, tenía varias heridas de cuchillo.
—Solo alcanzó a decir Canal y mañana anochecer antes de morir. –Añadía
Julian tras apurar de un trago su copa.
—Es de suponer que Filmore o sus otros socios se librasen de él.
—Creo que fue el primero porque vimos alejarse a la carrera a un gigantón
que, por la descripción, coincide con el dibujo de lady Leona y quién la atacó. –
Contestó Lucas antes de beber también su coñac.
—Pues si lo que Delamy intentó decir era que se reuniría al anochecer de
mañana, contamos con poco tiempo para atrapar a Filmore porque dudo que no
intente contactar con lady Archer antes de esa reunión.
Tanto Julian como Lucas le miraron alzando las cejas, interrogativos. Arthur
les contó brevemente lo ocurrido y cómo recuperaron el huevo.
Julian empezó a carcajearse.
—¿Sois conscientes de que cada pista la hemos logrado, de un modo u otro,
gracias a lady Leona y, ahora, incluso recuperar el dichoso huevo lo hemos logrado
siguiendo una idea suya? Resulta un poco humillante descubrir que una jovencita
es capaz de resolver y hallar una respuesta a cada entuerto antes que supuestos
expertos en estas lides. Al menos, yo no soy más que un marino, pero, vosotros,
caballeros, que os tildáis de espías curtidos y experimentados, ¿no sentís vuestra
autoestima desfallecer?
Arthur suspiró alzando los ojos al cielo.
—¿Cómo podían soportarte tus hombres tantos meses en el mar?
De nuevo Julian prorrumpió en carcajadas.
—Te sorprenderías las ventajas que tiene ser capitán. La principal es que a
uno no le discuten simplemente obedecen mis órdenes sin cuestionarlas.
De nuevo Arthur suspiró.
—Mandaré a dos hombres que sustituyan en su vigilancia a Filmore a Aldo
y Albert. Llevan todo el día haciéndolo.
Lucas asintió poniéndose en pie.
—Pues yo voy a darme un baño y cambiarme estas ropas de una santa vez.
–No había salido del salón cuando giró y miró con una media sonrisa a Arthur—.
¿No crees que podrías ir a ver cómo sigue la astuta lady Leona? Quizás mañana
sea el último día que tengas ocasión de verla y, al menos hoy, sigues teniendo la
excusa de tu preocupación por su bienestar.
Arthur gruñó, pero, antes de poder contestar, Lucas y Julian habían salido
del salón riéndose. Decidió simplemente mandar a dos de los hombres que lord
Willow hubo dejado en su casa para que remplazaren a Aldo y Albert en su
vigilancia. Tras ello, subió a cambiarse para la cena y esperar el regreso de sus
amigos por si hubiere noticias, incluyendo a Bennet y Loren que ya se retrasaban
en su regreso a la mansión.
Para cuando bajó se topó con Aldo y Albert en el salón charlando relajados
con Julian que parecía haberles informado de lo ocurrido.
—Supongo que no hay novedades respecto al canalla de Filmore.
—En realidad, sí. —Contestó Aldo mirándole mientras tomaba asiento
frente a él—. Al mediodía salió a almorzar en un local del centro y ello no sería
extraño si no fuere porque estuvo demorando su regreso hasta que un lacayo le
entregó una nota tras lo que se montó en su carruaje y fue directo a la casa que
ocupa.
Arthur frunció el ceño.
—No podrían ser noticias sobre la huida de lady Archer pues habría
actuado de otro modo, ¿no creéis? ¿Os parecía molesto o extrañado por el
contenido de la nota?
Albert negó con la cabeza.
—Al contrario, incluso parecía complacido. Al menos sonreía como un lobo
al subir al carruaje.
Arthur asintió.
—No tardará mucho en intentar ponerse en contacto con ella para que le
entregue el Fabergé.
—Pues cuando descubra que ha salido de la ciudad irá en su busca y la
matará incluso sin saber que ya no tiene el Fabergé en sus manos. –Contestó Aldo.
—Lo que me lleva a preguntar ¿Cuál será la reacción de los posibles
compradores cuando descubran que Filmore carece de la pieza? –Albert los miró a
los tres indistintamente—. ¿Creéis que intentarán hacerse de nuevo con él dejando
a Filmore al margen o tomarán represalias contra él?
—Es una buena pregunta. –Respondía Julian —. Quizás ellos nos ahorren el
esfuerzo de enjuiciarlo tras apresarle.
—Es posible, más dudo que Filmore se exponga al alcance de la ira de nadie,
si los cree peligroso, cuando sabe que los enfurecerá por no entregar aquello a lo
que se ha comprometido. –Añadía Arthur.
—Umm. Supongo que no se expondrá a verse con esos compradores sin la
joya, aunque ya ha demostrado que está bastante desesperado y quizás piense que
puede engañarles o incluso matarles y hacerse con el botín que esperaba recibir. –
Señalaba Aldo observando distraídamente el vaivén de las llamas en la chimenea.
—Delamy dijo Canal y mañana al anochecer. Quizás sea ese el punto y el
momento del encuentro. –Agregó Julian.
—De ser así, no es mucho detalle. El canal puede ser desde cualquier punto
a lo largo del Canal del Este de la ciudad, en ambas orillas, además, e incluso, en
otro punto al que llamen canal. –Dijo Aldo mirándolo fijamente.
—Tendremos que vigilar a Filmore, pero es lo bastante astuto para salir de
su casa sin ser visto y se nos puede escurrir de las manos. –Intervino de nuevo
Arthur—. Con el Fabergé ya de regreso, al menos no corren peligro las
negociaciones, pero ciertamente me molesta dejar a Filmore escapar.
—Sin olvidarnos del detalle de que si considerase como el tropiezo que
supuso el fin de su plan, la ayuda que presuma nos facilitó lady Leona, la
convertiría en el blanco de su ira y ambos sabemos que no es precisamente un
individuo al que convenga tener como perseguidor y menos por venganza. –
Albert lo miró tajante —. Hagamos lo que hagamos, a Filmore hemos de
pararle los pies o por lo menos ponerlo en manos de la justicia con alguna prueba
que no pueda eludir con influencias o engaños.
Arthur frunció el ceño.
—Sí, es cierto, no podemos dejarle escapar sin más.
—Y hablando de escapar. —La voz desde la puerta les hizo a todos girar el
rostro encontrándose a Bennet—. Dado que has sido tan descortés de escapar de la
amable invitación al almuerzo, quizás gustes acompañarnos de regreso a la
mansión del vizconde pues, me temo, lady Antonwe aún se siente inquieta en la
casa y ha decidido invitar a ciertos caballeros a que les acompañen en la cena y, por
supuesto, no podíamos negarnos a hacer de fieros custodios de ciertas damitas
indefensas.
Julian soltó una carcajada.
—Pues yo opino que la joven lady Leona será todo lo despistada que
gustéis, pero tildarla de indefensa no me parece que le haga justicia con esa mente
aguda que tiene.
Arthur gruñó.
—Inteligente o no, nada puede hacer contra un tipo como Filmore y los
secuaces de los que suele valerse. –Giró el rostro hacia Bennet—. Apresúrate en
cambiarte si no quieres llegar muy tarde. Te acompañaré.
Bennet giró y caminó de nuevo hacia la puerta.
—Fingiré que creo que lo haces como un sacrificio inesperado cuando todos
sabemos que estás deseando ver a cierta damita astuta y dada a perderse en su
casa, lo que, dicho sea de paso, hoy ha hecho en dos ocasiones, por increíble que
pueda resultar. Tiene peor sentido de la orientación que su cachorro. —Se reía ya
caminando por el pasillo que llevaba a las escaleras.
—Tanto esfuerzo no debiera haberle costado a padre tenerme a mí y
librarme de estos hermanos que en mala hora vinieron a martirizar mi existencia.
—Refunfuñaba antes de apurar su copa de brandy.
Julian se reía negando con la cabeza.
—No habrías sabido que hacer de pequeño. Nos tenías como tus
particulares objeto de tortura, no mientas.
—Como si padre me hubiere permitido zurraros como quise en muchas
ocasiones.
Media hora más tarde, Bennet, Loren y Arthur salían de la casa dejando a
los demás relajándose en el salón previo a la cena.
—Nunca creí que diría esto, pero, me temo, el heredero del duque ha sido
cazado antes que ninguno de nosotros. –Se reía Lucas mirando a Albert y Aldo–. A
salvo el inconsciente de Anthony que obviamente perdió la cabeza, el corazón y la
cordura cuando se le cruzó en su camino la fiera Amelie.
—Pues el pobre Arthur va a pasarse media vida buscando a su perdida
duquesa con esa tendencia suya al despiste y a perderse por doquier. –Se reía
Julian—. Al duque le va a entusiasmar la jovencita, eso os lo aseguro, sobre todo
cuando vea la cara de bobalicón que pone su heredero cuando la damita se planta
frente a él y ella ni se da cuenta de ello.
Lucas prorrumpió en carcajadas.
—Es cierto. Creo que la joven es del todo ajena al efecto que causa en Arthur
y eso que es como un libro abierto el muy descerebrado.
—De todos modos, no hemos de perder de vista el problema y peligro que
se cierne aún sobre milady y que no es otro que Filmore. Si de verdad acaba
culpándola de que sus planes no salieren como esperaba, os aseguro que tarde o
temprano se vengará de ella. –Señaló Albert con gesto serio—. Y precisamente el
efecto que la joven causa en Arthur lo convierte en un descerebrado y quizás se le
pase por alto algo que en un estado normal no dejaría pasar. De momento, hemos
actuado con excesiva confianza y es ella la que lo ha sufrido. La atacaron en su casa
incluso aunque presumíamos que podía correr peligro. No hemos estado muy
hábiles en este asunto y no debiéremos olvidar que hemos prometido proteger a
las hijas del vizconde. Es nuestro deber asegurar su seguridad.
Empezando por atrapar a Filmore y dar con ese gigantón asesino del que se
vale.
Lucas se inclinó hacia delante apoyando los codos en sus rodillas mirándole
con determinación.
—Pues dudo que su hermano se haya dado cuenta del interés de Arthur por
la menor de sus hermanas, pues pondría en tela de juicio que le agrade la idea.
Julian se rio.
—¿No lo dirás en serio? Al igual que su madre, estará encantado que sea su
hermana la dama de la elección del futuro duque de Plintel.
Lucas hizo una mueca, pero fue Aldo el que contestó:
—Quizás le agradase para las dos mayores, pero tengo la ligera impresión
que milord tiene un especial cariño por la menor y le preocupará en extremo que
tenga que ocupar el título de heredera de la duquesa y después el de ésta. No es el
tipo de joven que ambiciona e incluso diría que desea semejante posición, más bien
lo contrario. Parece indiferente a ese tipo de enredos y más esas aspiraciones. He
de darle la razón a Lucas, no creo que ni la dama aspire a esa posición, ni su
hermano la desee para ella.
—De ser eso cierto, habría puesto coto a cualquier cercanía de Arthur hacia
su hermana, pues realmente es más que evidente el cambio que se produce en el
rostro y el modo de actuar de Arthur cuando ella está presente. –Insistió Julian.
—En realidad, creo que milord anda más centrado en la lógica preocupación
por la seguridad de su hermana y no ha prestado atención a los gestos de Arthur o
los cambios que puedan haberse producido en los mismos en ciertos momentos
cuando es la menor de las hermanas la que se halla cerca de él. –Aseveró Albert en
la misma línea que sus dos amigos.
—Pero, aun suponiendo que no fomente ese inicio de cortejo, dudo que lo
frene en el caso de que Arthur se decidiere a manifestarle sus intenciones ¿no es
cierto? –Preguntaba curioso Julian—. Pues ciertamente esa joven es la única mujer
que parece haber hecho mella en la infranqueable coraza con la que Arthur se ha
rodeado desde que éramos unos críos y, presumo, será muy difícil, por no decir
imposible, que dama alguna vuelva a hacer mella en la misma.
Lucas sonrió.
—Creo que, si tu hermano acaba admitiendo para sí mismo lo que para
nosotros parece más que evidente, no dejará que ni su hermano ni nadie frene su
cortejo, como tú lo llamas, y su elección será más que definitiva si consigue
cautivar a la despistada damita, que eso aún está por ver. –Sonrió divertido ante la
situación—. Más, sí podemos decirte que prendado de ella parecía estarlo, sin
saberlo, desde hace un tiempo pues sabía quién era incluso antes de llegar a Bath,
bien es cierto que no se había acercado a ella, pero ¿De cuántas damas solteras,
especialmente casaderas, puedes decir que sea reconocible por tu hermano y, más
aún, que supiere de quién se tratare sin tener que preguntar a alguien por su
nombre y familia?
Julian alzó las cejas con la curiosidad despierta.
—¿Arthur conocía a lady Leona antes de llegar a Bath?
—No habían sido presentados, pero él sí sabía quién era y solo porque la
había visto en el parque en alguna ocasión. Muy significativo, ¿no te parece? —
Contestaba Aldo, esbozando una sonrisa maliciosa.
Julian se rio negando con la cabeza.
—Me reconozco asombrado, lo admito. Sin duda, mi hermano me ha dejado
perplejo.
—Pues imagina a nosotros cuando dijo quién era la joven sin siquiera
necesitar pensarlo dos veces. –Se reía Albert completamente divertido.
En cuanto llegaron a la casa de la familia del vizconde Antonwe fueron
conducidos al salón previo a la cena y recibidos por la vizcondesa, la hermana del
vizconde y por las dos hijas mayores. Mientras uno de los lacayos les servía los
licores, la vizcondesa señaló en tono tranquilo.
—Mi hijo se unirá en unos minutos a nosotros. Se ha demorado un poco ya
que ha estado enseñando a los policías que custodiarán la casa, el lugar por el que
ese ladrón parece pudo acceder la pasada noche. Sinceramente, él cree que no
deberíamos alarmarnos, pero aún no estoy muy convencida de que sea buena idea
retrasar nuestro regreso a casa, más piensa que debiéremos esperar unos días
mientras se cerciora que el viaje será seguro, además, ciertamente, no querría que
Leona sufriese en exceso en el trayecto estando aun recuperándose de lo ocurrido.
Arthur intentó sonreír de modo animoso y tranquilizador señalando al
tiempo:
—No es del todo desacertada tal apreciación, milady, si me permitís el
atrevimiento de decirlo. Los caminos son peligrosos y más si no se toman las
precauciones adecuadas. Por otro lado, vuestro hijo parece haber asegurado la casa
ante cualquier posible nuevo intento de asalto con guardias extras y ahora,
además, con policías que conocen bien la zona y saben actuar en consecuencia.
La vizcondesa suspiró aun un poco dudosa.
—Supongo que tendréis razón, milord. De todos modos, todas nosotras
dormiremos acompañadas de una doncella por si acaso.
Libby se rio.
—En realidad, nosotras tres hemos decididos dormir juntas como cuando
jugábamos de niñas y Bathy hará de fiera guardiana.
Su madre suspiró alzando los ojos al techo.
—¿Podemos preguntar dónde se encuentra lady Leona? –Preguntó Bennet
sabiendo que Arthur hacia esfuerzos para no preguntarlo él.
—Oh sí, claro, disculpen milores su ausencia, me temo que por fin el
cansancio ha hecho mella en ella y la he mandado arriba a descansar, aunque
presumo no se dormirá como sería lo deseable pues ha enredado a Andrew para
que le suba algunas cosas que estoy segura dedicará a juegos para esa perrita que,
si nadie lo remedia, será tan despistada como mi hija pues ya ha demostrado tener
tan escaso sentido de la orientación como ella.
Libby se reía negando con la cabeza.
—Pobrecita, madre, aun ha de aprender a dominar su sentido del olfato.
Démosle un poco de tiempo.
—Libby, la perrita se ha pasado casi veinte minutos intentando
desenredarse de las telas de las cortinas y salir de ellas. Sinceramente, dudo que un
olfato afilado hubiere cambiado mucho su situación.
De nuevo Libby se rio negando con la cabeza.
—En su defensa diré, madre, que esos enormes y pesados cortinajes han de
verse a los ojos de un cachorro tan pequeño aún, como unas enormes murallas
infranqueables.
—Lo que yo digo. Nos vamos a pasar los años venideros buscando a Leona
por la casa y, una vez la hallemos, a la perrita, pues ella sola será incapaz de
retornar a ningún lugar conocido por sus propios pasos.
—No tema, madre, Bathy será entrenada convenientemente para convertirse
en una hábil perra cazadora y si me apura protectora de las damas de la familia.
La voz de Andrew les hizo a todos mirar hacia las puertas de acceso por las
que él apareció caminando decidido en su dirección.
—Es más, he dejado a Leona enseñándole un par de trucos con ayuda del
señor Robert y de Dora. –Lanzó una sonrisa a los tres caballeros antes de hacer una
despreocupada cortesía—. Caballeros.
Señaló hacía la puerta donde ya esperaba Dorson para guiarles al comedor.
Una vez acomodados Andrew condujo la conversación a temas inocuos
procurando mantener la atención de su madre lejos de miedos y aprehensiones. Ya
antes de los postres Dorson le entregó una nota de Dora en la que le informaba que
Leona se encontraba dormida y con Robert vigilando la puerta del dormitorio.
Arthur, Bennet y Lorens tras retirarse las damas a descansar una hora más
tarde, permanecieron en uno de los salones con Andrew tomando una última copa
tras informarle al detalle de todo lo acontecido en el día.
—¿De veras creen que Filmore, pasado un tiempo, si lograse escapar,
tomará represalias contra Leona por considerarla en parte responsable de su
fracaso?
Lorens le miró serio antes de contestar.
—En realidad, le creemos capaz de tomar represalias contra todo el que
culpe del desastroso final de su plan.
—¿Y por qué no nos aseguramos de que quienes esperasen marchar con el
huevo y lo que ello les reportaría en el futuro sean quienes se encarguen de él
cuando comprueben su estrepitoso fracaso? –
Sugirió Bennet que meditaba en voz alta.
—¿Quieres decir que dejemos que los supuestos compradores del Fabergé le
maten? –Preguntó Arthur mirando con fijeza a su hermano.
Bennet asintió.
—Es de suponer que no estén muy complacidos con lo ocurrido y,
obviamente, Filmore será el que les ha fallado.
—Eso estaría muy bien, pero no sabemos si Filmore les dará oportunidad de
tal acción pues en cuanto sea incapaz de hallar a Lady Archer y con ella el Fabergé,
dudo que se reúna con esos compradores ni les dé ocasión alguna de vengarse o
tomar represalias. –Inquirió Arthur de nuevo.
—Sin mencionar que eso nos dejaría con el problema de buscar a los
compradores. –Insistía Loren.
—En realidad me preocupa ahora más, tener que buscar a Filmore porque
se nos escape sabiéndose incapaz de llevar a buen término su plan. –Intervenía de
nuevo Andrew mirando con gesto serio el interior de su copa.
—Si así fuera habríamos de ir tras él y darle caza. –Aseveró Arthur
mirándole—. Como decíamos, Filmore no puede quedar libre para hacer en el
futuro lo que su depravada cabeza guste pues no solo es peligroso, sino, además,
despiadado de un modo que roza la locura.
Andrew se tensó mirándolo con fijeza.
—Es decir, que pase lo que pase, mañana hemos de cazarlo a como dé lugar
por el bien de mi hermana.
Arthur suspiró pesadamente.
—Me temo que es así. Si sus hombres le informaron de toda su participación
en este asunto o al menos de una parte, lo que hemos de presumir pues en dos
ocasiones entraron en la casa y en una, además de lo ocurrido la pasada noche,
atentaron con su vida disparándola, a sus ojos la considerará de algún modo, parte
de su fracaso.
—Supongo que cortando la cabeza de la serpiente se elimina el peligro, pero
hasta acabar con ella, también deberemos considerar peligroso para mis hermanas
a ese hombre de la cicatriz en el rostro.
Loren, Bennet y Arthur le miraron con igual gesto de seriedad asintiendo.
Finalmente marcharon de regreso a la mansión de Lord Willow para descansar.
Al otro lado de la ciudad, Trenton se reunía con Lord Filmore tras
escabullirse de sus perseguidores y permanecer escondido hasta poder usar la
entrada del callejón trasero de la mansión de su jefe, por la entrada secreta.
—Te dije que no regresares aquí si no te reclamaba. Solo habías de enviarme
una nota con los datos de la reunión de mañana.
—Milord, he cumplido el encargo que me encomendasteis. Lord Delamy
está muerto y sin posibilidad de dar pistas sobre vos.
Lord Filmore lo miró malhumorado.
—¿Dónde será la reunión?
—En el lado oeste del Kennet and Avon Canal, a la altura de Beckford
Gardens. Os esperarán en un carruaje y deberéis ir solo acompañado de milady
que será la que ha de entregar la joya. Cuando descendáis del carruaje un hombre
os entregará el pagaré que acordasteis y una carta para que la entreguéis en el
banco de Londres. Habréis de estar allí a medianoche, tras el turno de la guardia
que pasea por los márgenes del este pues ello da un margen de media hora antes
del cambio de los guardias del lado oeste.
Filmore le sostuvo la mirada largo rato en silencio. Sabía que Trenton estaba
callándose algo, algo importante, pero también sabía que no debía alertarle de que
ya había decidido prescindir de él e incluso se había hecho con los servicios de un
viejo conocido, de Jack Smother, una rata de lo peor, pero grande como un toro y
con gusto por la sangre cuando ésta le reportaba unas monedas. Jack se encargaría
de Trenton cuando todo acabare al día siguiente antes incluso de marchar de Bath.
Así mantendría a Jack ajeno al asunto que le ocupaba y por lo tanto
convenientemente ignorante de todo y, además, aún necesitaba que Trenton se
ocupase de llevar a lady Archer al punto de reunión.
Recordó entonces algo que aún le tenía con la mosca tras la oreja:
—¿Estás seguro de que esa dichosa mocosa no supone un problema? No has
vuelto a mencionar ese asunto.
Trenton disimuló como pudo asintiendo.
—Me ocuparé de ella antes de partir, milord, no os preocupéis. Si muriese
milady ahora, crearíamos demasiado ruido.
—Maldita sea. –Masculló iracundo—. Tendrías que haberte ocupado de ella
hace días y así no estaríamos en este problema. Más te vale deshacerte de ella antes
de irnos o juro que te colgaré de los tobillos mientras te desangras.
Trenton se tragó una soez contestación sabiendo que si lo enfadaba más
acabaría dándose cuenta de lo mucho que le estaba ocultando.
—Está bien. Sube al desván y escóndete allí. Quizás sea mejor que no
corramos riesgos de que alguien te vea saliendo de aquí. –Le hizo un gesto con la
mano en señal para que se marchase antes de caminar hacia la licorera.
Trenton atravesó el despacho y salió aguantando, hasta que hubo cerrado la
puerta tras él, el suspiro de alivio que sentía en ese instante. Le costó un esfuerzo
considerable zafarse de esos lores que le persiguieron desde el Royal Avenue tras
matar a lord Delamy, pero más aún zafarse sin verle entrar ni salir en la pensión de
la dueña de la casa tras recoger a toda prisa sus cosas tras haber escuchado, por
pura la fortuna al regresar, cómo le decía a esa estúpida hija suya que unos
hombres estaban preguntando por él y enseñando su retrato por los alrededores.
Eso significaba que no solo debía marcharse a toda prisa sin ser visto sino, además,
moverse por la ciudad sin que nadie le pudiere ver.
Si milord se enteraba que había un retrato suyo y que lo estaban buscando
con él por la ciudad, lo mataría sin dudarlo en el mismo instante. Iba a tener que
huir en cuanto le pagase y estar precavido para que no lo hiciere antes e incluso ser
lo bastante listo para matarlo él antes, aunque eso le traería numerosos problemas.
Pero mejor ser un hombre con problemas que uno muerto. Aunque una cosa era
segura, milord ya le consideraba un estorbo, lo veía en sus ojos, incluso sin saber lo
de los caballeros que le buscaban por toda la ciudad, le consideraba un estorbo por
culpa de esa dichosa mujer de la que ahora habría de ocuparse sin excusa ni fallos.
A medianoche del día siguiente milord tendría lo que había esperado y él cobraría
su parte. Después, solo había de asegurarse de salir de Bath por su cuenta, lejos de
Lord Filmore y lo que ya planease para él, claro que antes debía ocuparse de la
mujer para evitar que le acabaren llevando a la horca por sus malditos retratos.
Leona despertó temprano con los lametones de Bathy en su mejilla. Libby
dormía a su lado y Elisa un poco más allá, así que, con cuidado, tomó al cachorro y
la bata y se deslizó fuera del cuarto. En cuanto cerró la puerta se topó con el pobre
Robert que debía llevar toda la noche sentado en esa silla.
—Robert. –Lo llamó bajando la voz y cuando la miró se incorporó de un
salto—. Ven, acompáñame a la cocina. Mientras yo doy de comer a Bathy, tú
puedes tomar un desayuno y café caliente que tienes aspecto de necesitarlo y
después será mejor que te vayas a dormir.
—Milady, milord me ha ordenado…
Empezó a protestar, pero ella le detuvo negando con la cabeza.
—No te preocupes. Es de día, dentro de unos minutos la casa estará llena de
gente y no hará falta que estés en el pasillo. Además, tienes aspecto de necesitar
dormir tanto como tomar algo caliente. Vamos.
Giró y le hizo seguirla a pesar de solo llevar la bata de terciopelo
cubriéndole sobre el camisón.
—Además, seguro que siendo los primeros nos hacemos con un par de esos
bollitos tan ricos recién hechos y calentitos.
Vio por el rabillo del ojo al pobre Robert seguirla sonriendo claramente
resignado mientras negaba con la cabeza.
Media hora después entraba en la cocina Andrew con cara de preocupación
y, cuando los vio sentados en la mesa, resopló haciendo un gesto a Robert para que
no se levantase ya que empezaba a hacerlo. Leona le sonrió con inocencia.
—Bathy estaba hambrienta y Robert y yo también y no queríamos despertar
a nadie.
Andrew suspiró pesadamente sentándose en la enorme mesa de la cocina
mientras Leona le servía un café.
—Creía que habías abandonado la costumbre de asaltar la cocina antes de
que nadie despertase.
Leona se rio.
—Bueno, no he asaltado la cocina exactamente. Solo he venido a alimentar a
la pobre Bathy.
—Y de paso a devorar todo a vuestro alcance. –Respondió él con una media
sonrisa señalando la bandeja frente a ellos llena de bollos y panes recién hechos.
Leona se rio tomando su taza de té.
—Bueno, ya que estábamos aquí. –Se encogió de hombros mirándole con
inocencia.
Pasados unos minutos también aparecieron Libby y Eliza, seguidas de Dora
y Lucille que las reprendían hasta, incluso, cuando se sentaron a desayunar con los
demás.
—Estamos como cuando desayunábamos todos juntos en vacaciones en las
cocinas de Antonwe Hills. –Sonreía Libby mirando en derredor en la mesa.
Leona se reía.
—La señora Albert siempre nos dejaba cascar los huevos para los pasteles
separando las claras de las yemas. ¿Recuerdas?
—Y medir las proporciones de azúcar y harina. –Sonreía Eliza—. Libby se
comía más almendras de las que contaba.
Libby se rio, pero miró a Eliza acusatoria.
—No era la única. Además, tú te comías las nueces.
Mientras eso ocurría en la mansión de lord Filmore éste se reunía con
Trenton en su despacho antes de que la casa despertase y con ello posibles oídos
curiosos.
—He meditado esta noche sobre cómo actuar —le decía sentado aún en
batín y con una taza de café en la mano mirándole con gesto severo—. Lord
Bromder y sus molestos amigos andan tras la pista de nuestros planes y ahora que
estamos tan cerca de lograrlos no quiero que nos lo estropeen y menos que, una
vez acabado, nos eviten regresar a casa de modo que vamos a adelantarnos y
asegurarnos un seguro.
Trenton le escuchaba atento sin atisbar aún qué planeaba.
—No irás a recoger a lady Archer, lo haré yo mismo, tú te ocuparás de algo
antes y como me falles, te aseguro que lo lamentarás.
Andrew entró en el salón en el que se hallaban todas las damas de la familia
y tras dar los buenos días a su madre y tía hizo una señal a Julius para que se
quedare en la puerta.
—Madre, he de salir. Dejo la casa bien vigilada, pero quiero que me
prometan que no saldrán, al menos en el día de hoy.
Leona alzó los ojos de su cuaderno y lo miró entrecerrando los ojos
mordiéndose la lengua para no preguntar en alto lo que bailó de inmediato en su
mente << ¿Por qué al menos ese día? ¿Esperaba que todo pasare tras el mismo? >> Se
contuvo sabiendo que no debía alarmar a su madre por lo que simplemente
guardó silencio y en cuanto salió del salón se apresuró a alcanzarlo en el vestíbulo
antes de que saliere.
—Andrew. –En cuanto su hermano la miró y ella se colocó muy cerca de él
preguntó bajando la voz sabiéndose a solas con él a salvo Dorson que permanecía
en la puerta principal—: ¿Piensas que hoy podréis por fin capturar a las personas
que buscáis?
Andrew asintió, aunque en su interior su seguridad no fuere tal.
—Hemos recuperado la pieza robada y ya debe estar llegando a Londres
para ser entregada a quién corresponde, más, aún hemos de apresar a todos los
responsables y aunque sabemos quiénes sean necesitamos hallarles en plena
fechoría o alguno de ellos puede eludir la justicia ante los tribunales.
Aún con ello, hasta no haberlos arrestado a todos, necesito que
permanezcáis en la casa para saberos a salvo.
Leona asintió.
—Está bien. Si alguna insiste en salir fingiré encontrarme un poco mal aún.
Tú estate tranquilo, ya me las arreglaré para que nos quedemos aquí.
Andrew sonrió besándola en la frente.
—A ver si al final va a resultar que tienes madera de conspiradora
realmente.
Leona se rio empujándole hacia atrás.
—Pues claro, te lo he dicho. Sería una extraordinaria espía y mejor aún si me
enseñases a disparar.
Andrew se reía negando con la cabeza caminando decidido hacia la puerta
tomando al pasar junto a Dorson el sombrero y el bastón que le ofrecía.
—Eres peor que un sabueso tras su hueso, pequeñaja.
Al llegar a la mansión de lord Willow encontró, en uno de los salones
cercano a la puerta, a varios guardias y policías uniformados esperando. Fue
conducido directamente por el mayordomo a uno de los salones donde el resto de
los caballeros permanecían en torno a una mesa, de pie mirando lo que parecía un
mapa de la ciudad y sus alrededores.
—Buenos días, milord. –Lo saludó Lorens apartándose un poco de la
mesa—. Estamos intentando repartirnos las zonas de búsqueda para esta noche
pues ciertamente el canal cubre demasiado terreno.
Andrew asintió acercándose a la mesa.
—¿Y los guardias y policías que he visto esperando?
Arthur fue el que contestó:
—Hemos pedido ayuda a los alguaciles y a la policía. Los que están ahí
fuera son los guardias encargados de informar a sus compañeros, pero, me temo,
que sin muchos detalles de lo que ocurre, difícil tarea les encomendamos. Será
como buscar una aguja en un pajar.
—Entiendo. –Se limitó a contestar con la vista ya fija en el plano.
—¿Podemos preguntar cómo se encuentran sus hermanas?
Andrew alzó la vista y esbozó una media sonrisa.
—Bien, milord, gracias. He insistido en que permanezcan en casa en el día
de hoy y Leona ha prometido fingirse enferma si a alguna quisiere dar un paseo.
Arthur contuvo una sonrisa. Había que reconocerle temple a la hermana
menor. Enseguida se pudieron a discutir sobre las acciones a tomar y el modo de
dar con el lugar exacto en que ese Filmore se reuniría con los compradores, aunque
la mayoría de ellos dudase que llegare a hacerlo una vez se diere cuenta de que
carecía del Fabergé
—Alguno debiera acudir a interrogar al valet de Delamy. Debe haber
comprendido a esta hora que su señor no regresará y quizás sepa algo que nos
sirva de ayuda para dar con la identidad de los compradores. –Propuso Lucas tras
un rato.
—No es ninguna idea descabellada. –Señaló Albert sonriéndole—. Al menos
si aún permanece en la casa que ocupaba Delamy. No olvidemos que pensaba
partir de inmediato.
Andrew se enderezó.
—Me ofrezco voluntario. Preferiría mantener la cabeza ocupada y si,
además, logramos acabar con esto antes mejor que mejor.
Lucas sonrió.
—Yo le acompaño, milord. Como decís, mejor acabar con esto cuanto antes
y mantener mente y cuerpo ocupados.
—Estupendo. En ese caso, los demás debiéramos peinar la ciudad para
intentar localizar al tipejo de la cicatriz. –Decía Arthur que giró y miró a Julian y a
Aldo—. ¿Os ocupáis vosotros de vigilar la casa de Filmore?
Julian asintió con un golpe de cabeza.
—Nos llevaremos un par de hombres pues creo que esa casa debe de tener
más de una salida. Estoy seguro que ese Filmore sabe cómo escabullirse cuando lo
necesita.
—Está bien, pero id con cuidado, recordad que ese hombre es despiadado. –
Insistió Arthur mirando especialmente a su hermano.
Al llegar a la mansión a las afueras de Bath que ocupaba Delamy, Andrew y
Lucas la encontraron extrañamente silenciosa. Tras desmontar de sus caballos,
llamaron a la puerta y después de unos minutos esperando sin respuesta alguna la
abrieron encontrándose el lugar completamente vacío.
—Quizás Delamy, al prever marcharse ayer, dijere al servicio que quedaban
relegados de funciones desde ayer. –Señalaba Andrew caminando hacia el interior
mirando en derredor para evitar sorpresas.
—Es posible. Vayamos a buscar al valet, quizás, permanezca aun esperando
a su señor.
—Empecemos por las habitaciones principales. –Sugirió Andrew subiendo
ya las escaleras.
Tras revisar algunas de ellas, por fin dieron con la que parecía la de lord
Delamy donde aún permanecían sus baúles convenientemente cerrados.
—Esto es extraño, —Decía Andrew señalándolas con una mano mientras
con la otra sacaba de su gabán su pistola.
—Sí, lo es. –asentía Lucas también echando mano de su pistola siguiendo a
Andrew que iba en dirección al vestidor.
—Maldita sea. –Murmuró echando la rodilla a tierra junto al cadáver del
valet que yacía en medio del vestidor.
Lucas le observaba desde la puerta del vestidor.
—Debe de llevar muerto al menos un día por el color y lo rígido que está. –
Señalaba Andrew enderezándose—. O lo mataron antes de ir a por Delamy o justo
después.
—Sí, es posible que quién mató a Delamy pensó lo mismo que nosotros, que
quizás el valet supiere algo.
Caminaron los dos hacia la salida sabiendo que ya nada podían hacer allí a
salvo avisar a los alguaciles de su hallazgo.
Todos los caballeros se pasaron la mañana y parte de la tarde peinando la
ciudad en busca de pistas y del hombre con la cicatriz sin resultado alguno. A
media tarde, con la excusa de visitar a las damas en su encierro, Loren, Bennet y
Arthur acompañaron a Andrew cuando regresó a la mansión.
—No huyas.
Nada más atravesar las puertas de la casa y con Dorson y dos lacayos ya
ayudándoles a desprenderse de los gabanes, sombreros y guantes, escucharon
voces y risas femeninas por algún lugar de la casa.
—Leona, no se te ocurra dejar que huya o juro por Dios que te perseguiré y
conocerás mis idus.
Andrew suspiró negando con la cabeza reconociendo la voz de Libby y las
risas inconfundibles de sus hermanas.
—¡Eliza! Ni lo pienses.
—Corre, Bathy, corre, busca la libertad.
Se escuchaba la voz de Leona entre risas.
Andrew miró al mayordomo que se limitó a señalar:
—En el salón azul, milord.
Andrew miró a los caballeros que parecían curiosos ante lo que escuchaban.
—En fin, caballeros, veamos en qué andan enredadas mis endemoniadas
hermanas.
Al llegar al salón se encontraron a Libby tumbada boca abajo en la alfombra
con los brazos estirados por encima de su cabeza y a Leona y Eliza sentadas sobre
ella sin dejar de reírse.
—Sois unas brujas y pienso haceros quemar en la hoguera. –Refunfuñaba
Libby removiéndose bajo las dos hermanas—. Bathy no te atrevas a dar ni un paso
más.
—Corre, Bathy, no te detengas, huye ahora que puedes.
Le decía Leona entre risas mirando más allá. Andrew desde la puerta dio un
par de pasos y carraspeó haciendo que las tres giraran sus rostros de golpe y al
verlo junto a los tres caballeros se levantaron del suelo como un resorte, incapaces
de dejar de reírse.
—¿Puedo preguntar qué estabais haciendo en el suelo? –Inquiría Andrew
caminando decidido hacia sus hermanas obviando la cortesía que los caballeros
hacían tras él.
—Yo solo defendía a la pobre Bathy de la fiera Libby. –Sonrió Leona con
inocencia.
—Ah no, eso sí que no. —Respondía Libby caminando hacia el otro lado de
la habitación apresurándose a tomar a Bathy—. En realidad, lo que hacía es
defender a su cómplice de fechorías. –Alzó al cachorro frente a Andrew
enseñándoselo—. Y ahí tienes las pruebas del delito.
Andrew tomó el cachorro y sonrió negando con la cabeza.
—Deduzco que estas manchas son restos de pinturas de acuarelas.
Leona se rio quitándoselo de las manos y pegándoselo al cuerpo tras
envolverlo en un paño.
—En realidad, solo quería imitar a Libby que pintaba, pero ella quiere
coartarle su vena creativa.
—¿Su vena creativa? —Libby puso ambas manos en sus caderas mirando
acusadora a su hermana—. Has tomado mi paleta de pinturas recién preparada, la
has colocado en el suelo y has azuzado a la pobre e inconsciente Bathy con frases
como “vamos, pequeña, demuestra que tienes más talento que esta pobre mujer”,
la has dejado ir embadurnándose de pinturas para después tumbar un lienzo y
decirle que caminase y rodase por él a placer.
Leona sonrió y señaló a una mesa donde estaba el lienzo.
—Y ese es el resultado. Mira qué bonito y qué gama de colores. Es la
primera obra de Bathy.
Andrew la miró alzando las cejas antes de volver a mirar a sus hermanas.
—Definitivamente estabais muy aburridas.
Las tres lo miraron un instante con los ojos como platos antes de prorrumpir
en carcajadas.
—Es cierto. Esto es culpa tuya por dejarnos encerradas sin nada qué hacer. –
Afirmó finalmente Libby sonriendo.
—Exacto. Eres un mal hermano. –Convino Leona riéndose.
Andrew suspiró alzando los ojos al techo.
—El caso es culparme a mí. En fin –giró y miró de nuevo a los caballeros—.
Milores, señor Winston, al menos permitan que les ofrezca una copa y un
tentempié después de este espectáculo tan peculiar.
Las tres hermanas se rieron siendo Eliza la que se acercó al cordón de
llamada pidiendo a Dorson, en cuanto apareció, un servicio de té y bebidas para
los caballeros.
—¿Dónde están madre y tía Evelin?— preguntaba Andrew tras permitir a
los tres caballeros tomar asiento después de hacerlo sus hermanas.
—Están arriba descansando. La tía, como no pensábamos salir, envió una
invitación para el almuerzo a lady Jowlles y lady Grumber y tras marcharse, han
subido a descansar un poco. –Contestó Eliza.
—Son agotadoras. –Añadió Libby mirándolos a todos—. Realmente
agotadoras.
Andrew suspiró. Eliza sonrió y miró a Leona.
—Especialmente lady Jowlles, ¿no es cierto, Leo?
Leona la miró frunciendo el ceño, reprobatoria. Andrew giró el rostro de
una a otra, curioso.
—¿Por alguna razón? –Preguntó finalmente.
Leona gimió negando con la cabeza sin responder siendo Eliza la que lo
hizo por ella sonriendo divertida:
—Está empeñada en que Leona haría una excelente pareja con su hijo, lord
Charles, pues, según dice, ambos adolecen del mismo carácter taciturno y, sobre
todo, de la tendencia al silencio.
Libby empezó a reírse a carcajadas.
—Además, según ella, Leona y él harían un excelente matrimonio pues
tendrían hijos bonitos y ajenos a complicaciones.
Andrew prorrumpió en carcajadas mientras Leona refunfuñaba en
murmullos inaudibles mirándolo enfadada.
—Ni se te ocurra darle alas a tía Evelin en este asunto, Andrew. –Le dijo
cuando aún se reía.
Andrew la miró con ojos traviesos.
—¿No quieres hijos bonitos y ajenos a complicaciones?
—Andrew, hablo en serio. Haré de tu vida un infierno como des alas a tía
Evelin y peor aún a las aspiraciones casamenteras de lady Jowlles. Además, con lo
que habla esa mujer no puede saber si su hijo es o no dado al silencio o mudo
directamente. No da ocasión alguna a decir palabra. En su infancia, el pobre lord
Charles no creo que haya dicho palabra, no por adolecer de un carácter taciturno o
callado, sino porque su madre no le daba ocasión siquiera a dar los buenos días. O
una alternativa peor, lady Jowlles encubre la verdad y su hijo se parece a ella
incluso en su inclinación por la palabrería innecesaria. Acabaría tirándome de un
puente tras un día en su compañía.
Eliza y Libby se reían mirándola divertidas.
—Si os veo a alguna alentar a milady o a la tía en esa idea, juro que yo
alentaré a lady Grumber para que incentive un acercamiento de sus dos sobrinos a
ciertas dos hermanas de malos sentimientos.
Las dos se callaron de golpe mirándola frunciendo el ceño.
—¿Los sobrinos de lady Grumber? –preguntó Andrew alzando las cejas
divertido.
Leona sonrió satisfecha:
—Son dos pesadillas. Al mayor solo le interesa la caza del zorro de la que
habla y habla y habla, y al menor, bueno, digamos que no hay mujer hacia la que
no gire el rostro y la mire de un modo que pone los pelos de punta y encima lo
hace sin dejar de comer.
Andrew entrecerró los ojos.
—Resumiendo, que si madre o tía Evelin mencionan al hijo de lady Jowlles
o a los sobrinos de lady Grumber yo he de…
—Mostrarte espantado. –Le interrumpió tajante Libby.
—Absolutamente en contra de que se acerquen en modo alguno a alguna de
tus adorables y adoradas hermanas. –Señaló Leona.
—Incluso algo ofendido ante la posibilidad siquiera de mencionar a esos
caballeros en la misma frase que a nosotras. –Concluyó también Eliza mirándole
con firmeza.
Andrew se rio mientras Dorson y dos doncellas dejaban el servicio de té
junto a Eliza y una bandeja con bebidas junto a Andrew.
—Ya veremos, ya veremos. Todo dependerá de cómo os portéis.
Leona lo miró con ojos pícaros y una sonrisa maliciosa.
—Bien, siempre podemos portarnos como buenas hermanas y preocuparnos
por tu futuro y más exactamente por la dama conveniente para compartir ese
futuro y a mi mente acuden nombres tan
“convenientes” como el de lady Rowena. Es una joven tan adorable, tan
dulce y de un carácter tan risueño.
Andrew la miró ceñudo abriendo la boca para protestar conociendo a la
mentada y sabiéndola una pesadilla << carácter risueño, ¡ja! >>, pero no llegó a
formular protesta alguna pues Libby se le adelantó diciendo:
—¿Lady Rowena? Es una buena elección, más, a mí se me ocurre como una
dama más del gusto de nuestro querido Andrew a lady Stella. Siempre amable,
siempre con una palabra agradable para cualquiera con quién se cruce.
—Ah no, no. De elegir a una dama, debiera elegir a la señorita Adelaine,
después de todo, es una joven conocida por su calmado carácter y su conversación
relajada y eso es lo que más necesita Andrew, una mujer calmada y relajada.
Andrew gruñó tocándose el puente de la nariz.
—Comprendido, comprendido. Yo no alzo armas contra vosotras y vosotras
tampoco contra mí.
Las tres sonrieron con inocencia mientras los tres caballeros que habían
permanecido simplemente escuchándoles conversar, se rieron entre dientes.
Tras servir el té y Andrew las copas para los caballeros, Leona se retiró unos
instantes para ir a bañar a Bathy y quitarle los restos de pintura regresando veinte
minutos después con el cachorro envuelto en un chal de lana dejándolo en su
regazo cuando de nuevo tomó asiento.
—Lord Alwis nos estaba contando, Leona, que su hermano lord William,
que hace poco regresó de su último viaje y excavación, verá expuestos algunos de
los hallazgos de su grupo en el museo en Londres dentro de unas semanas y nos
insta a acudir a verla.
Leona giró el rostro hacia Bennet sonriendo.
—Oh qué emocionante. Descubrir tesoros ocultos y misteriosos objetos de
otras épocas. –Sonrió traviesa—. Prometo no dejar a Bathy y su recién descubierta
vena artística suelta por el museo, milord, tenéis mi palabra.
Bennet se rio lanzándole una mirada divertida.
—Si lo hiciereis no sería a mí a quién debierais rendir cuentas, milady, sino
a mi hermano o a lo sumo al responsable del museo. Personalmente procuraré no
señalaros con dedo acusador y daros tiempo a huir con vuestra peluda cómplice.
Leona se rio rascando entre las orejas a la perrita.
—Bathy y yo os lo agradeceríamos, milord, aunque dudo que dejen a mi
pobre cómplice entrar en el museo. Supongo, además, deberé entrenarla con
ahínco cuando regresemos a Devon. He de conseguir que sea una fiera guardiana,
cazadora y rastreadora.
Libby prorrumpió en carcajadas.
—Leona, nos daremos por satisfechas con que, a diferencia de su ama, no se
pierda después de recorrer un metro de distancia.
Leona resopló alzando la barbilla con gesto altivo.
—Eso es una impertinencia incluso viniendo de ti, Libby. Para tu
información, Bathy tiene unas excelentes dotes solo que aún es muy pequeñita.
Libby sonrió con diversión antes de mirar Andrew.
—Ya que estás aquí, ¿por qué no nos acompañas a pasear por el parque?
Solo para tomar un poco el aire aprovechando que madre y tía Evelin están
descansando.
Andrew suspiró.
—Yo prefiero quedarme en casa, Libby. –La miró apenada Leona—. Pero
podríais salir a los jardines un rato.
Andrew asintió conteniendo la sonrisa por la ayuda innegable que le acaba
de brindar Leona.
—Sí, Libby, salid a los jardines, aunque solo sea para ahorrarnos a todos
unos cuantos quebraderos de cabeza si madre se despierta y no os encuentra en la
casa.
Libby suspiró lentamente.
—Sí, es cierto. En fin, supongo que al menos un paseo por los jardines
estaría bien.
Loren se apresuró a levantarse ofreciéndole el brazo con una sonrisa
dibujada en el rostro y Bennet viendo que iba a aceptar hizo lo propio con Eliza.
Leona miró a Andrew y negó con la cabeza disimuladamente indicándole que ella
no quería salir al jardín, al verlo, Arthur se apresuró a decir:
—Lady Leona ¿os importaría mostrarme los libros de los que tanto he oído
hablar a su hermano sobre las tierras cercanas a la propiedad de su padre?
Leona esbozó una media sonrisa asintiendo y poniéndose en pie mientras
tomaba a Bathy con una mano.
—Será un placer, milord.
Andrew, dejando pasar primero a Libby y Eliza camino de los jardines, se
acercó a Leona bajando la voz:
—¿Estás bien?
Leona asintió. Andrew le pasó los nudillos por la mejilla.
—Si te mareas recuerda tumbarte un rato. Robert se quedará en la puerta y
me avisará enseguida De nuevo ella asintió esperando que se marchase tras sus
hermanas.
—Supongo que no querréis que os enseñe libro alguno ¿no es cierto, milord?
Arthur sonrió negando con la cabeza.
—Pero quizás podríamos pasear por el invernadero.
Leona asintió comenzando a caminar hacia la puerta de acceso al corredor.
—¿Puedo preguntaros si os mareáis a consecuencia de lo ocurrido la pasada
noche?
Leona se encogió de hombros.
—El doctor me ha dado algunos polvos para el dolor de cabeza, pero aún
me mareo un poco. Solo es por el golpe en la cabeza.
Arthur asintió con un suave movimiento de cabeza mirándola de soslayo.
—¿Os ha contado vuestro hermano que recuperamos la pieza de Fabergé
que buscábamos?
Leona asintió.
—Solo me ha dicho que iba camino de Londres para ser puesta en manos de
quienes la esperaban.
—He de reconocer que, en parte, se ha recuperado gracias a vuestra idea.
Leona ladeó la cabeza para mirarlo.
—¿De veras? –Sonrió—. Y como premio, ¿no creéis que me debéis un deseo?
Arthur se rio entre dientes.
—No os voy a comprar una pistola ni a enseñaros a disparar.
Leona resopló.
—¿Me negáis mi deseo a pesar de la enorme ayuda que os he brindado,
milord? Eso no dice mucho a vuestro favor.
Arthur se rio de nuevo entre dientes negando con la cabeza.
—Creo que, en esta ocasión, vais a tener que conformaros con una gran caja
de chocolates como en una ocasión asegurasteis os gustaba.
Leona suspiró negando con la cabeza.
—Supongo que habré de hacer el esfuerzo de aceptar tal premio. –Arthur se
rio—. Pero ha de ser una gran caja, milord, lo habéis dicho, una gran caja de
chocolates.
Una vez en el invernadero Leona se agachó dejando a Bathy en el suelo para
que corretease un poco.
—Andrew no ha querido contarme nada más, salvo que intentaréis atrapar
a los hombres que creéis responsables de todo este embrollo en el día de hoy.
—Bueno, eso esperamos, de no ser así, acabaremos atrapándolos, os lo
aseguro, más, posiblemente nos costase mucho más trabajo y enredos.
Leona se detuvo girando el cuerpo y cruzando las manos a la espalda, alzó
el rostro hacia él sonriendo casi de oreja a oreja.
—Bueno, como soy una espía en prácticas no puedo resolver esos enredos
yo sola, milord, más, le diré a Andrew que podéis contar con mis sabios consejos y
mi inestimable ayuda cuando lo necesitéis.
Arthur prorrumpió en carcajadas.
—Os creo capaz de resolver más de un enredo, más, también, ocasionarlos,
milady, aunque, de momento, os señalo un enredo que requiere vuestra atención.
Señaló con un dedo un poco más allá y cuando Leona siguió la dirección de
su mano vio a Bathy medio enterrada en un parterre del que parecía incapaz de
salir sin ayuda. Se apresuró a ayudarla riéndose.
—Bathy, pequeña, ¿qué tesoro esperas desenterrar en las gardenias de
madre? –Le decía sacudiéndole la arena de patas, cuerpo y hocico.
—A lo mejor estaba entrenando su olfato. No hemos de olvidarnos que será
una excelente cazadora. –
Dijo Arthur sonriendo travieso.
Leona le miró entrecerrando los ojos.
—Oh, milord, esa caja de chocolates habrá de ser enorme, pues ahora
habréis de ganaros el perdón de Bathy por vuestras chanzas. –Alzó a la perrita con
ambas manos y la puso a la altura del rostro de Arthur—. Deberíais avergonzaros
y pedir perdón a Bathy. Os perdonará.
Arthur miró a la perra cuyo cuerpecito colgaba de las manos de ella y
después desvió los ojos a Leona alzando las cejas que le sonreía claramente con
sorna.
—Milady, acepto vuestro tirón de orejas, no es necesario que os burléis más
de mí, os lo ruego.
Leona se rio traviesa pegándose de nuevo a Bathy al cuello.
—Está bien, dejaré de burlarme, más no lo olvidéis; una caja enorme de
chocolates.
Arthur asintió ofreciéndole de nuevo el brazo para seguir paseando.
—Aun no me habéis dicho cómo pensáis atrapar a esos hombres.
Arthur sonrió.
—Quizás porque aún no estamos seguros de cómo hacerlo. Sabemos que
pretenden reunirse con los compradores esta noche y sería una suerte atraparles en
ese momento, pero no las tenemos todas con nosotros pues, el causante de todo
esto, cuando sea consciente de que la pieza que pretendía vender ya no se haya en
su poder, quizás no acuda a esa reunión y pretenda escurrirse antes incluso de que
lo alcancemos.
—Pero entonces sí conocéis la identidad de ese hombre. –Leona le miró
ladeando ligeramente la cabeza sin detener su lento paso.
Arthur asintió.
—Pero sin pruebas contundentes o sin hallarle en plena fechoría, solo
contaremos con el testimonio de uno de sus compinches para la acusación y
teniendo en cuenta que tendrá la misma credibilidad que él, eso no garantiza la
condena y el castigo.
Leona frunció el ceño.
—¿Por qué decís que goza de la misma credibilidad que él?
—Pues porque ambos son aristócratas gozando de algunas influencias,
ambos han cometido delitos graves y ambos buscarán acusar al otro evitando la
propia culpa. Después de todo, uno robó la joya y otro lo ordenó.
—Ah, os referís a la dama que entró en la mansión para robar el Fabergé. —
Concluyó entendiendo el hilo de su pensamiento. Frunció el ceño meditándolo
unos segundos—. Sí, supongo que es la palabra de uno contra la de otro. Pero, si
no recuerdo mal, dijisteis que había más cómplices. ¿Ellos no pueden también dar
testimonio de lo que ese hombre ha hecho?
Arthur disimulo una mueca de tensión.
—Me temo que eso es complicado también, pues el individuo con el que
tratamos es bastante astuto y no suele dejar testigos de sus fechorías, y, de
haberlos, suele tenerlos bastante amedrentados hasta el punto de preferir el castigo
de la justicia que el que vendría de su mano.
Leona de nuevo lo miró con curiosidad.
—¿Tan peligroso es?
—Sí, sí que lo es. Es un hombre carente de escrúpulos cuando se trata de
conseguir algo que le interese y, obviamente, salvar su propia cabeza le interesa en
extremo.
—Luego, como decís habéis de atraparle en plena fechoría para asegurar su
castigo o de otro modo os encontraréis en una situación de cuyo resultado no
podéis estar seguro ¿no es eso?
Arthur sonrió negando con la cabeza.
—Empiezo a considerar que realmente os gustan las intrigas enrevesadas,
milady.
Leona se rio.
—Bueno, reconozco que habéis despertado una vena oculta de mi persona
que no sabía tenía y ahora ya no hay quién la vuelva a acallar. Además, habéis de
reconocer que siempre es más entretenido el mundo de los espías que el de los
enredos sociales y del mercado matrimonial. ¿Más peligroso?
Quizás no, pero sin duda es más emocionante. Y a Bathy y a mí nos gustan
las emociones.
Arthur se rio entre dientes negando con la cabeza.
—De todos modos, — Continuó ella—, dentro de pocos días regresamos a
Devon donde, me temo, las emociones más fuertes vienen de la mano de las pobres
aventuras que sufre el viejo señor Pomodoy al que se le escapan con cierta
asiduidad sus gallinas, gansos y sus ovejas.
Artur estalló en carcajadas.
—¿De veras?
—No os riais, milord. Me encanta vivir en el campo, pero no he de negar
que, en lo referente a enredos de espías y maquinaciones para derrocar testas
coronadas, gobiernos o complots entre naciones, adolecemos de una innegable
falta de colaboración por parte de los vecinos. Al parecer no gustan de ese tipo de
cuestiones.
Arthur se rio.
—A Dios gracias. Si todos los que viven en las islas se aficionaren a ellos,
sería yo el que huiría con premura a más tranquilos destinos y tierras sin vecinos o
habitantes con tales inclinaciones.
—Os aburriríais enseguida, milord. Estoy segura que regresaríais presuroso
buscando cualquier tipo de confabulación o enredo con el que llenar vuestro
tranquilo descanso. Yo, por mi parte, no cejaré en mi empeño de convertir a Bathy
en la mejor de las espías. Temedla, milord, pues en pocos meses la corona
prescindirá de vuestros servicios en pos de una preciosa can de habilidades
sorprendentes. Ya lo veréis.
Arthur sonrió quitándole de las manos al cachorro y alzándolo para mirarlo
con detalle.
—No tiene aspecto de fiero.
—Ahh, pero ahí es donde radica su peligro. No os esperaríais su ataque ni
tampoco sus innegables talentos. –Se lo volvió a quitar y girando con ella en las
manos comenzó a caminar con paso alegre hacia la puerta que accedía al corredor
por el que hubieron entrado—. Cuando sea investida por la corona y premiada con
medallas y honores, recordaréis este momento, milord, y os reprenderéis a vos
mismo por no haber reconocido con antelación tan magnífica compañera de armas.
Deberéis rendirle honores y referiros a ella como Lady Bathy, el terror de nuestros
enemigos.
Arthur caminaba a su lado sonriendo incrédulo.
—¿Lady Bathy? ¿Y deberé hacer las cortesías oportunas en su presencia?
Leona salió al corredor, donde aún permanecía Robert vigilante. Leona miró
desafiante a Arthur alzando una ceja.
—Y no solo eso, sino que deberéis caminar un par de pasos por detrás de
ella y procurar que todos a su alrededor respeten su presencia y autoridad.
—¿Deberé hacer todo eso? Cruel destino me espera si solo veis en mi
horizonte el deber de guardar pleitesía a un peludo acompañante. ¿No prevéis
también para mí tales honores y consideraciones? ¿No me juzgáis merecedor de
ellos?
—Mi juicio dependerá de cuán grande sea mi caja de chocolates y delicioso
su contenido. –Sonrió girando y echando a andar hacia el salón azul donde
esperarían a los demás.
Arthur sonrió de nuevo negando con la cabeza siguiéndola como un
corderito y aún consciente de ello no le importaba.
Una vez acomodados de nuevo en el salón azul, Arthur la observó
acomodar a la perrita en un cómodo lugar en el diván donde no dudó en dormirse
sin más.
—¿Regresaréis a Londres en cuanto consigáis poner fin a todo este
embrollo? –Preguntó Leona mirándole con aparente tranquilidad.
Arthur asintió.
—Unos días, aunque después partiré a la propiedad de los duques para
celebrar el aniversario de la duquesa ¿recordáis?
Leona sonrió asintiendo.
—¿Queréis que os escriba una carta para entregársela a Lady Aleen y terciar
a vuestro favor y que os entregue uno de sus gatitos?
Arthur asintió esbozando una sonrisa.
—Os lo agradecería y más cuando mi madre me declare su hijo más atento,
considerado y adorado.
Leona se rio.
—¿Adorado? ¿De veras? ¿No presumís excesivo y ciego agradecimiento por
parte de la duquesa por solo un gatito?
Arthur se rio y la miró con picardía.
—Un gatito con un bonito lazo rodeando su cuello.
—Oh, bien, el lazo sí explicará entonces el embelesamiento de su excelencia.
–Contestó con sorna.
Arthur sonrió como un niño travieso, pero no tuvo tiempo de decir nada
más pues regresaron todos uniéndose a ellos durante la media hora que
permanecieron en la mansión antes de marchar incluido Andrew pues se unía a la
búsqueda por la orilla oeste del canal de Filmore y sus cómplices.
—Maldita sea. –Gruñó Filmore
En cuanto vio a Jack Smother descender por las escaleras de la casa en la
que supuestamente residía Lady Archer supo que algo no iba bien. Tras entrar en
el coche donde le esperaba éste le informó que el mayordomo de la casa le hubo
dicho que milady se hubo marchado junto a su señor el día anterior sin dar detalles
de su destino.
—Esa alimaña me ha traicionado. No habrá lugar en el mundo en el que se
esconderá. La voy a despellejar viva por esto.
Golpeó con el puño el asiento del coche tras lo que se dejó caer en el
respaldo malhumorado decidiendo qué hacer. Si acudía a la reunión sin el Fabergé,
los prusianos le matarían, pero necesitaba la bolsa con el dinero, la carta de cobro
para el banco y la carta de cancelación del pagaré que firmó o estaría en un buen
lío. No solo no liquidaría sus deudas, sino que carecería de fondos a corto plazo
con los que poder mantenerse sin que los acreedores llamaren a su puerta mientras
planeaba otro golpe con el que recuperar sus arcas.
Iba a tener que ser más listo que los prusianos y arrebatarles lo convenido
antes de que se dieren cuenta que no tenía el Fabergé.
—Jack. –Miró serio y con gesto adusto al hombre sentado frente a él—. Ve al
punto de reunión y escóndete. En cuanto me veas entrar en el carruaje, elimina a
cómo de lugar y con discreción a los hombres que los dos prusianos lleven con
ellos. Estoy seguro que no acudirán solos. Que Carl te ayude— Señaló con un
rápido movimiento de ojos al cochero—. Esa maldita mujerzuela se ha marchado
con nuestro tesoro y no podemos dejar que esos hombres lo sepan, pero tampoco
que se vayan con lo que me deben.
El gigantón de Jack Smother se limitó a asentir mientras su señor daba un
golpe con el mango del bastón al techo del carruaje indicando así al cochero que se
pusiere en marcha.
Tras una cena tranquila en la casa con las cinco damas solas en la misma,
todas se acomodaron en uno de los salones para leer, bordar o jugar a las cartas.
Leona permanecía un poco descentrada en el juego pues ciertamente tenía cada
uno de sus pensamientos a muchas calles de allí, preguntándose cómo les iría a
Andrew y sus compañeros en su caza.
—Leona, querida, estamos esperando.
La voz de su madre le hizo despertar de su letargo y mirar el centro de la
mesa y después a ella que insistió:
—¿Vas a tomas una carta o ceder turno?
Leona suspiró.
—Lo siento, madre, estoy un poco distraída. Creo que será mejor que suba a
descansar. Si me disculpáis.
Se puso en pie mientras su madre la miraba seria.
—Leona, cielo ¿Estás bien? ¿Quieres que llamemos al doctor?
Leona esbozó una sonrisa tranquilizadora negando con la cabeza.
—No, no es necesario. Es solo que estoy un poco cansada, eso es todo.
Subiré y me acostaré directamente y seguro que antes de terminar un par de hojas
del libro de mi mesilla estaré profundamente dormida.
Su madre le sostuvo la mirada unos segundos hasta que finalmente asintió.
—Está bien. Dile a Dora que se quede contigo hasta que suban Libby y
Eliza.
—Claro. –Se inclinó y la besó en la mejilla—. Buenas noches, madre, tía
Evelin.
Subió directamente a su dormitorio dejando a Bathy en la cama antes de
caminar hacia el balcón para cerrarlo pues Dora parecía haberlo dejado
ligeramente abierto.
—Dora. –La llamó sabiendo que estaría en el vestidor o en la sala contigua—
. Dora. –Repitió caminando hacia el vestidor cuando no recibió respuesta ni
apareció tras un par de minutos—. ¿Dora? –Insistió entrando en el vestidor.
Enseguida giró y se apresuró a correr hacia la puerta pues algo no iba bien
pero antes de alcanzarla alguien la rodeó por la cintura desde la espalda, la alzó al
tiempo que ponía un pañuelo en su boca y a pesar de intentar forcejear en apenas
unos segundos todo empezó a dar vueltas y después perdió el conocimiento.
Un par de horas después había oscurecido completamente y al otro lado de
la ciudad, Lucas, Arthur y Aldo permanecían semi ocultos en la oscuridad cercana
al callejón de acceso norte al canal.
—Si seguimos mucho más aquí juro que necesitaré que esta noche halla algo
más en mi cama que una mera manta para calentarme. –Refunfuñaba Lucas
malhumorado.
Aldo se rio entre dientes.
—¿Desde cuándo necesitas una noche fría escondido en un callejón como
excusa para enredarte con una mujer que caliente tus sábanas?
No llegó a contestar pues escucharon a los lejos ruidos de disparos y tras
intercambiar una mirada fueron corriendo siguiendo la dirección desde dónde
parecían provenir. Tras recorrer varias calles llegaron a un recodo previo a un
punto del embarcadero de mercancías del canal donde vieron ya a Albert, Andrew
y Julian que también debían haber acudido tras los disparos, así como los tres
alguaciles y dos policías uniformados.
—Hay dos hombres muertos degollados, en aquél callejón, milord. –
Informó uno de los policías recién llegados con los ojos fijos en el cuerpo ante el
que estaba arrodillado Andrew.
—Este tiene un disparo de bala y por sus ropas parece que era el cochero.
—Allí están sus dos señores.
La voz de Lorens les hizo alzar la vista a todos para mirarle acercarse en
compañía de Bennet
—Prusianos. –Añadía Bennet que mantenía los ojos en los papeles que
sostenía entre las manos sin detenerse conforme se acercaba—. Tienen credenciales
de Prusia. Seguramente sean correos enviados para comprar el Fabergé.
Arthur miró en derredor haciéndose una idea de lo ocurrido.
—Supongo que Filmore no estaba dispuesto a marcharse de Bath sin su
premio, aunque tuviere que robarlo por no tener la pieza matando en el proceso.
Lucas asintió severo.
—Ahora deberemos darle caza. No debe haber salido de Bath aun y
conociéndole se encaminará directamente a Londres o a su propiedad de Cardiff.
—De ir a Cardiff tomará un barco en Bristol para evitar los caminos. –Señaló
Albert meditando en alto.
—Es cierto. No se arriesgará a hacer tanto camino en carruaje si sospecha
que le siguen. –Convino Lucas—. Por si acaso. –Giró hacia uno de los policías y
señaló—. Avisen a sus superiores y busquen por la ciudad. Adviertan a sus
compañeros que Lord Filmore suele ir acompañado por uno o dos hombres
peligrosos. Que no se confíen y estén alerta. –Giró de nuevo y miró a los demás—.
Será mejor que regresemos a la mansión y tomemos nuestras monturas. Quizás a
caballo le interceptemos.
Repartámonos los caminos.
—Sí, apresurémonos antes de que nos tome más ventaja.
En cuanto llegaron a la mansión ordenaron preparar sus caballos mientras
ellos tomaban y se repartían los caminos.
—Milord, milord.
La voz de Robet que entró a la carrera en la biblioteca donde estaban todos
reunidos les atrajo especialmente a Andrew que se plantó frente al hombre en
cuanto atravesó la puerta de la estancia.
—¿Mis hermanas? ¿Están bien?
—Milord, lady Leona ha desaparecido.
—¿Qué? –Andrew lo miró alarmado.
—Lo lamento, milord. Su doncella estaba maniatada e inconsciente en el
salón contiguo a sus habitaciones. Lady Eliza la encontró así hace una hora, pero
lady Leona había desaparecido.
—¿Desde cuándo? ¿Cuándo fue la última vez que la vieron? –Preguntó de
nuevo con una más que evidente tensión en voz y cuerpo.
—Un poco antes de eso, milord. Subió tras la cena y lady Eliza lo hizo una
media hora después.
Andrew iba a echar a correr, pero Lucas lo detuvo.
—Esperad, esperad, os lo ruego. Tenemos que pensar un instante con la
cabeza fría.
Andrew lo miró sin comprender.
—Si despareció hace unas dos horas quiere decir que Lord Filmore o quién
mandase en su lugar, la tuvo que secuestrar antes de la reunión con los prusianos.
—Es decir que la quería como un seguro, como un escudo para poder
escapar si las cosas se torcían. –
Aldo siguió el hilo de pensamiento de Lucas que asintió con un gesto de
cabeza serio.
—Eso solo implica que estará viva mientras no sepa seguro que ha escapado
o tiene bastante camino de por medio para desvincularse de Bath y lo que ha
dejado atrás. –Continuó Albert.
—Pero eso puede significar un sinfín de posibilidades. Quizás la mate nada
más salir de Bath o un poco después. –Señaló tenso Andrew—. No significa nada
en realidad, salvo que dentro de poco no la verá como un seguro o un escudo sino
como una molestia de la que habrá de deshacerse si es que no lo ha hecho ya, y
aquí estamos todos perdiendo el tiempo en vez de dar con ella.
Arthur se adelantó.
—Tenéis razón, hay que encontrarlos cuanto antes. –Giró y miró a los
demás—. Albert, tú, Bennet y Lorens dirigíos a Londres. Aldo, tú y Julian tomad el
camino hacia Cardiff por su finalmente decide hacerlo por tierra. Milord, vos,
Lucas y yo, nos dirigiremos a Bristol.
Andrew tomó una bocanada de aire antes de mirar a Robert.
—Regresad a la casa y decid a mi madre que nos habéis dado el recado y
que vamos a encontrar a milady. No os separéis de ellas y decid a Dorson que si
mañana a esta hora no hemos regresado o recibido noticia alguna, que envíe de
inmediato notificación a mi padre de lo ocurrido.
Robert asintió mirando de soslayo a Julian que asintió mostrando su
conformidad.
—Voy a despellejar a ese bastardo con pruebas o sin ellas. –Decía Andrew
mientras se montaba en su caballo pocos minutos después—. Si le ha hecho algo a
Leona, lo despellejaré antes de colgarlo de una soga.
Lucas lanzó una mirada a Arthur antes de que este azuzare su montura
sabiendo a su amigo tan o más alarmado que el propio hermano de la joven. Todos
atravesaron la ciudad lo más rápido posible poniéndose a galope en cuanto
alcanzaron las lindes de los caminos separándose y para intentar dar caza a Lord
Filmore.
Leona sintió un fuerte dolor en el costado y al abrir los ojos se encontró
tumbada de costado con las manos y los tobillos atados y una mordaza en la boca.
Giró un poco el rostro intentando saber dónde se encontraba y parecía la
habitación de una posada. Estaba en un camastro y tras ella había un pequeño
ventanuco del que entraba luz anaranjada del comienzo del amanecer. Sentía la
cabeza abotargada y un dolor fuerte en el costado. Centró la vista e intentó ver
todo lo que le rodeaba. La habitación de una posada, de una bastante modesta.
Olía a humedad, a carbón y a queso rancio. En la mesa había un plato con restos de
lo que parecía una comida y también cerveza. La chimenea estaba apagada,
aunque por el olor que desprendía se habían apagado las últimas brasas no hacía
mucho.
Suspiró e intentó incorporarse inútilmente comprendiendo entonces que no
solo tenía muñecas y tobillos atados sino también tenía una cuerda alrededor de la
cintura que la fijaba a camastro.
Cerró los ojos intentando afinar los oídos concentrándose solo en eso y lo
único que alcanzaba a diferenciar era ruido de cascos de caballo más allá, voces y
algunos ruidos de lo que parecía la calle.
Suspiró sintiendo desánimo. Estaba segura que no se hallaba en Bath pues
había un fuerte olor a salitre en el aire que reconocía con nitidez y que significaba
que estaban cerca del mar. ¿Dónde le habrían llevado? ¿Quién? ¿Para qué? Aún
bailaban esas preguntas en su mente cuando la puerta de la estancia se abrió
fuertemente dando un golpe al chocar con la pared. En el umbral apareció un
hombre enorme que no reconocía. No era el hombre de la cicatriz que ella hubo
visto en aquélla ocasión en la calle ni en su casa. ¿Quién sería ese hombre que la
miraba fijamente? Tras unos segundos giró y dejó pasar a otro con ropas y aspecto
de aristócrata y que enseguida le sonrió mientras entraba en la estancia y se
sentaba en una silla bastante desvencijada.
—Veo que por fin habéis decidido despertaros. –Decía mientras se
desprendía de los guantes y los dejaba dentro del sombrero encima de la mesa.
Leona desvió un instante los ojos de él pues vio movimiento un poco más
allá. El gigantón cerró la puerta tras él quedándose de pie delante con la vista fija
también en ella.
—Sois una jovencita bastante molesta, si me permitís decíroslo, lady Leona.
Leona de nuevo deslizó los ojos hacia el hombre sentado frente a ella.
—Tenéis un molesto talento, debiera decir mejor.
Señaló alzando un cuaderno de dibujo que reconoció como el que hubo
dejado encima de su cama antes de bajar a cenar y que contenía los últimos retratos
que hubo hecho en esos dos días. Maldijo para su interior pues uno de esos
retratos era el del hombre de la cicatriz.
—Es una lástima que halláis puesto ese talento al servicio de unos intereses
contrarios a los míos.
Leona gimió intentando decir algo. Ese hombre la sonrió y tras unos
segundos se inclinó y le bajó la mordaza.
—¿Decíais? –Señaló con aire de burlona condescendencia poniendo a Leona
los pelos de punta.
—Ni siquiera sé quién sois.
Soltó una carcajada espeluznante.
—Y quizás no os convendría saberlo, más, me temo, el manteneros
ignorante ante ese detalle no os salvará.
Leona lo miró frunciendo el ceño.
—No sé qué queréis decir.
—Oh vamos, milady, por poco perspicaz que pueda ser una debutante hoy
en día, no puede carecer de tanto sentido común para no saber cuándo corre un
serio peligro. –La sonrió de un modo espeluznante con un brillo de malicia
dibujada en sus ojos mientras se inclinaba hacia delante apoyando los codos en las
rodillas—. Vais a morir, milady. Os diría que lo lamento, pero no es así ya que viva
sois más peligrosa para mí que muerta. Es cruel decirlo, más no por ello menos
cierto.
—Sois el que robó la joya y quién habéis maquinado todo este entramado
contra la corona. –Respondió fingiendo una tranquilidad que estaba lejos de tener.
Él soltó una carcajada.
—La corona poco me importa, milady. Yo no he planeado nada en contra de
la misma y poco me importaba si contra ella se dirigieren los actos de aquéllos que
pagaren por el encargo. Yo solo planeé hacerme con una pequeña fortuna y
aunque nada ha salido como yo esperaba, sí puedo deciros que al menos he
logrado mi objetivo final. Claro que vos y todos los que han entorpecido o
perjudicado esos planes, habréis de desaparecer. Yo jamás dejo cabos sueltos pues
ello es peligroso para mí y no me gusta correr peligros. –Sonrió con lo que a ella le
pareció una clara complacencia—. No, si no los he previsto y buscado yo.
Leona de nuevo lo miró frunciendo el ceño.
—¿Por qué me habéis traído entonces? ¿Para qué me necesitabais?
—Por si mis planes se torcían y os necesitaba como un seguro frente a los
hombres de lord Willow.
—¿Y ahora ese “seguro” ya no es necesario?
La sonrió de nuevo de ese modo tan horrible.
—Dentro de dos horas tomaré un barco que me alejará de Bath y de toda
vinculación con los acontecimientos allí ocurridos, de modo que no os necesitaré
más.
Leona comprendió que efectivamente estaban en un puerto de ahí el olor a
salitre y mar del aire.
—¿Vais a matarme aquí? ¿No pensáis que alguien ha podido veros y que os
relacionarán directamente con mi muerte?
Él sonrió negando con la cabeza.
—No encontrarán vuestro cadáver, milady. Para vuestra información, es
difícil hallar un cadáver cuando éste es lanzado en alta mar.
Un escalofrío recorrió de punta a punta a Leona, pero aun así insistió.
—Mi hermano no necesitará encontrar mi cuerpo para saber que me ha
ocurrido algo y que vos sois el responsable como tampoco lord Bromder y sus
amigos. Os darán caza. No lo dudéis.
Soltó una risotada burlona antes de volver a mirarla con arrogante desafío.
—Podrán intentarlo, pero nada conseguirán demostrar. Y a diferencia de mí,
ellos se encuentran maniatados por unos estúpidos principios y valores basados en
el honor y la dignidad. No matarán sin unas pruebas fehacientes de lo hecho por
mí o por quienes estuvieren bajo mi mano. Es lo malo de tener conciencia, para
matar se necesita un buen motivo.
—Sois despreciable. —Espetó mirándolo con repulsión.
—Por suerte para mí, lo soy. Eso me permitirá mataros sin necesidad de más
motivo que mi propio interés.
—¿No se os ha ocurrido pensar que habéis cometido más de un error que
desconocéis y que matarme no os va a librar de esos acontecimientos que creéis
dejar atrás? –Le vio fruncir el ceño y supo que había captado su atención.
—No sois rival para mí, pequeña. Nada de lo que intentéis convencerme os
librará del final que he previsto para vos ni me hará dudar de ello.
—No lo pretendo, pero no voy a privarme del placer de ser la que os
informe que vais a pagar por todo lo que habéis hecho. Puede que me matéis, pero
al menos tengo la certeza de que os colgarán por vuestras acciones y que ello
ocurrirá mucho antes de lo que creéis.
De nuevo soltó una risotada que a ella esta vez la enfureció pues era tan
terrorífica como arrogante.
—Bien, milady, os reconozco la virtud de haberme sorprendido. Tenéis más
temperamento del que cabría esperar de alguien como vos. Al menos no sois de
esas jovencitas bobas que tiemblan, chillan y pierden los nervios a la menor
ocasión.
Leona alzó las cejas.
—¿Ganaría algo con ello?
De nuevo se carcajeó frente a ella.
—Lástima que no busque una joven dama que diere pedigrí a mi linaje y
descendencia.
Leona lo miró frunciendo el ceño con desagrado mordiéndose la lengua
para no soltar un soez exabrupto que posiblemente solo lograse hacer enfadar a ese
hombre.
Lord Filmore se levantó de la silla tras colocarle de nuevo la mordaza sin
dejar de sonreírla, aparentemente divertido. Giró al tiempo que sacaba del bolsillo
de su chaleco su reloj de bolsillo levantando ligeramente la tapa del mismo. Miró al
otro hombre tras guardarlo de nuevo y tomar su sombrero y guantes.
—Dentro de dos horas embarcamos. Reúnete conmigo en el camarote.
Cierra con llave la puerta y ve a buscar a Trenton, primero has de ocuparte de él.
Está en los establos y presumo que no tardará mucho en intuir lo que pretendemos
así que encárgate de él discretamente. Después regresa y te ocupas de ella. Mete su
cuerpo en un baúl y súbelo al barco. Lo arrojaremos por la borda cuando estemos
en alta mar una vez oscurezca.
Vio al gigantón asentir antes de abrir la puerta cediéndole el paso a su
señor. Después se acercó a ella y le puso una capucha en la cabeza dejándola
totalmente a oscuras solo consciente de que la dejó sola cuando escuchó la puerta
cerrarse y el ruido de una llave al otro lado.
Andrew estuvo a punto de perder los nervios de pura desesperación tras
toda una noche cabalgando casi a ciegas deteniéndose solo en las dos posadas que
encontraron en el camino a Bristol para preguntar si hubieron visto algún carruaje
pasar, pero en ninguna de las dos les dieron indicaciones ni datos útiles. Nada más
llegar a Bristol recorrieron los muelles y tabernas cercanas al puerto desde antes
del amanecer hasta que uno de los marineros de uno de los barcos reconoció haber
chocado con un tipo grande con una cicatriz en el rostro que se encontraba
rondando por uno de los muelles del fondo del puerto. Tras recorrer con discreción
esa zona el mozo de uno de los establos les dijo que había un coche recién llegado
y que en él viajaba un caballero con dos hombres grandes que eran sus criados
pero que no había visto mujer alguna.
—Está bien, separémonos. Tienen que estar en una de las posadas de esta
calle pues no pueden llevar a una dama sin llamar la atención. –Sugirió Lucas tras
dejar sus caballos al mozo dándoles unas monedas para que les buscase si el
caballero o alguno de los hombres regresaba por allí.
Andrew suspiró pesadamente mirando la calle donde solo había tabernas
de mala muerte y posadas de peor aspecto temiendo que ese canalla hubiere
matado ya a Leona.
—Si está acompañado de esos dos gigantones que dice el mozo, en cuanto
vea a uno de nosotros acercarse matará a Leona y uno solo no podrá detenerlos.
—Disculpen.
El mozo de antes les hizo girar el rostro a los tres para mirarle.
—Hace un rato el hombre de la cicatriz estuvo aquí, pero se marchó hacia
allí cuando vio al otro hombre venir hacia aquí con el cochero. –Estaba señalando
una de las calles que se dirigían a los muelles mientras hablaba.
—¿Y el caballero? –Preguntó Arthur.
El mozo se encogió de hombros.
—No lo sé. Desde que dejaron el carruaje aquí hace unas horas no le he
vuelto a ver.
Andrew y los dos caballeros intercambiaron una mirada dudosa, pero fue
finalmente Arthur el que tomó la decisión. Sacó varias monedas y se las dio al
mozo.
—Vas a ir a buscar a los alguaciles y les guías en la dirección que tomaron
esos hombres. Ayúdales a encontrarles y te daré más monedas. Diles a los
alguaciles que apresen a esos hombres pues son asesinos y que son peligrosos.
El mozo miró las monedas que le hubo entregado antes de asentir.
—Lo haré, milord.
En cuanto salió a la carrera, Arthur miró a Lucas y Andrew.
—Será mejor que nos apresuremos a localizar la posada donde tengan a su
hermana y sobre todo alejarla de Filmore y sus hombres.
—Esperad, esperad. –Lucas fruncía el ceño y miraba hacia el embarcadero—
. Será mejor que yo me dedique a buscar el barco en el que pretende embarcar si es
que no está ya en él. Quizás haya subido a milady al barco en vez de llevarla a la
posada.
Andrew asintió.
—Es cierto. Tendremos que separarnos después de todo.
—Bien, Lucas, tú a los muelles. Nosotros iremos a las posadas.
Se separaron al fin y Arthur y Andrew empezaron a entrar en las posadas
de los muelles. Tras tres de ellas sin pistas entraron en una ruidosa, llena de
marineros ebrios y de mujerzuelas que les azuzaban para beber más. Andrew no se
anduvo por las ramas y fue directo hacia el posadero que le miraba con ojos avaros
desde detrás de la barra pensando que de esos dos adinerados petimetres que
entraban en su posada, sacaría una buena tajada.
—Un amigo nuestro tomó una habitación esta noche. Díganos cuál es y
recompensaremos su ayuda.
El posadero esbozó una sonrisa perezosa sin dejar de mirarles claramente
interesado.
—Mis clientes, señoría, esperan discreción.
Andrew sonrió deslizando varias monedas de plata por la barra.
—Y nosotros también.
Tras unos segundos el posadero alargó el brazo con intención de alcanzar
las monedas, pero Andrew puso su mano encima de ellas.
—¿Nuestro amigo?
El posadero con la vista fija en su mano asintió.
—La habitación de arriba al final del pasillo.
Andrew levantó la mano dejando libre las monedas que el posadero se
apresuró a tomar y enseguida volvió a poner otras dos en la barra a la vista del
posadero y con firmeza le preguntó:
—Y nuestro amigo y sus acompañantes, ¿dónde se encuentran en estos
momentos?
El posadero hizo un gesto con la cabeza en dirección a las escaleras.
—El caballero se fue hace un buen rato y otro de sus amigos acaba de subir.
Andrew giró como un resorte la cabeza hacia Arthur y ambos salieron casi a
la carrera escaleras arriba.
Al llegar al fondo del pasillo Arthur pegó la oreja a la desvencijada puerta
de madera y solo escuchó unos pasos. Abrió su gabán mientras se enderezaba y al
igual que hizo Andrew sacó su pistola aparatándose ligeramente cuando Andrew
le hizo un gesto señalándole que iba a tirarla abajo.
—¿Listo? –Le susurró Andrew.
Arthur asintió cerrando mejor la mano en la empuñadura del arma. Andrew
tomó impulso y se lanzó fuerte contra la puerta de costado cediendo casi en cuanto
su hombro golpeó la madera. Calló al suelo con un gran estruendo y Arthur se
apresuró a entrar alzando la pistola y apuntando al hombre que en ese instante
giraba para mirarlos alzando el cuerpo maniatado de Leona que aún llevaba la
capucha. La apresaba contra él agarrándola con un brazo por la cintura mientras
colocaba amenazante un cuchillo a la altura de su cuello.
Mientras Andrew se apresuraba a ponerse en pie y apuntar también al
hombre Arthur inquirió con tono imperativo, aunque aparentemente relajado.
—O suelta a milady o saldrá de aquí con dos balas en el cuerpo que no le
matarán pues nos aseguraremos de herirle para poder después despellejarlo antes
de colgarlo de una soga.
El hombre los miró indistintamente sin aflojar su agarre.
—Si dejo suelta a milady, será mi amo el que me torturará antes de
matarme.
Andrew dio un paso hacia él.
—O puede salir de aquí con vida sin más consecuencia que la de huir a toda
prisa si suelta a mi hermana ahora mismo. Tendrá tiempo para huir, sobre todo
porque pensamos cazar a su señor como la escoria miserable que es.
El hombre negó con la cabeza.
—No. Smother me matará.
—¿Smother es el hombre de la cicatriz?
De nuevo negó con la cabeza.
—No.
Arthur apartó ligeramente la pistola.
—Sois el cochero de lord Filmore ¿me equivoco?
El hombre le miró con desconfianza, pero tras unos segundos asintió.
—Junto con milord viajaban otros dos hombres.
De nuevo asintió.
—El hombre de la cicatriz y ese tal Smother ¿cierto? –insistió Arthur con
supuesta calma
Asintió mientras decía:
—Jack Smother y Joe Trenton y cualquiera de ellos me matará en cuanto
sepan que he dejado libre a milady.
—No lo harán si nosotros cazamos a Smother y Trenton antes, al igual que a
lord Filmore. Si dejáis a milady ahora, os dejaremos huir.
Ambos vieron como el hombre dudaba, aunque no apartaba el cuchillo de
Leona ni aflojaba su agarre.
—No atraparán a milord. Él siempre gana.
Arthur sonrió.
—Esta vez no. Pero, en cambio, si soltáis a milady correréis mejor suerte. –
Alzó de nuevo la pistola apuntándole tensando el cuerpo y el gesto de su rostro—.
O podéis sufrir el mismo destino que él y acabar en la horca pasando antes por
nuestras manos y os aseguro que ni milord ni yo tendremos piedad si no soltáis de
inmediato a milady.
De nuevo vieron cómo se debatía en una u otra opción.
Andrew dio otro paso hacia él sin dejar de mirarlo amenazante.
—Hablemos abiertamente. O soltáis a mi hermana de inmediato o voy a
infligiros tanto dolor que suplicaréis porque milord o yo os matemos para que deje
de causároslo. Soltad a mi hermana de inmediato. No lo repetiré.
El hombre miró a Andrew.
—¿Dejaréis que me vaya?
—Sí. –Respondió firme Arthur.
El hombre los miró indistintamente y finalmente apartó el cuchillo dando
empujón a Leona hacia Andrew que tuvo que apresurarse a tomarla antes de que
cayese de bruces pues no podía dar un paso con los tobillos atados.
Arrodillado con Leona sentada en el suelo se concentró en ella mientras
Arthur daba un paso atrás sin dejar de apuntar a ese hombre.
—Marchaos y huid sin mirar atrás.
Carl iba a dar un paso, pero la voz de Andrew le detuvo.
—Esperad. –Decía sin mirarle sacando un bolsillo de su bota para cortar las
cuerdas con que Leona estaba atada—. ¿Qué barco iba a tomar vuestro señor?
Carl lo miró y después a Arthur.
—La Gaviota. Está en el último atraque del muelle sur.
Arthur asintió e hizo un gesto con la pistola hacia la puerta indicándole que
huyese.
—No le alertéis o sufriréis el mismo destino que él.
Carl asintió apresurándose a pasar entre los dos hombres y después salir a
la carrera nada más atravesar la puerta.
Andrew quitó la capucha a Leona y, cuando ella le miró, también le quitó la
mordaza.
—¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? –Preguntaba tomándole el rostro entre
las manos mientras ella le miraba con ojos desconcertados.
Leona negó con la cabeza y enseguida Andrew se centró en cortar las
cuerdas que mantenían sus manos a su espalda y después los tobillos antes de
abrazarla con fuerza y alzarla para ponerla en pie sin soltarla.
Leona alzó el rostro sin soltarlo.
—Ese hombre va a escaparse, Andrew, si no os apresuráis. Pensaba partir
enseguida y había mandado a uno de sus hombres a matarme y llevarme después
al barco para tirarme por la borda y que así no me encontraseis. Tiene que estar a
punto de llegar.
Andrew sonrió tomándole de nuevo el rostro entre las manos mirándola
unos segundos negando con la cabeza mitad aliviado mitad divertido. Tenía el
aspecto de haber pasado por una guerra y aun así parecía tan calmada como
siempre.
—Está bien. –La besó en la frente y la soltó alzando los ojos hacia Arthur—.
Quizás sea mejor tenderle una trampa al gigantón y después apresurarnos e ir a
por Filmore.
Arthur miró a Leona unos segundos como si intentare estudiar si estaba o
no bien y después asintió.
—Sí, será lo mejor.
Miró en derredor y tomando de la mano a Leona obviando toda cortesía y
formalidad la llevó hasta un rincón y movió ligeramente una cómoda haciendo un
hueco.
—Sentaos ahí y ocultaos. No hagáis ruido y no salgáis hasta que os lo
indiquemos.
Leona miró el hueco y después a él asintiendo y obedeciendo
inmediatamente. Andrew encajó de nuevo la puerta y la cerró.
—Yo me quedaré aquí para, en cuanto entre, cerrarla e impedirle la huida.
Arthur asintió mientras apartaba la mesa para dejar espacio libre.
—No deje de apuntarle desde que entre. Ese cochero parecía asustado tanto
o más que de Filmore así que mejor presumamos que es peligroso en extremo.
—¿Y el otro? –Preguntó Leona asomando al cabeza.
—¿El otro? ¿El de la cicatriz? –Preguntó a su vez Andrew mirándola.
Leona asintió.
—Ordenó a ese gigantón ir a por él antes. Decía que estaba en los establos.
Andrew giró el rostro y miró a Arthur.
—De ahí que el mozo nos dijere que los dos gigantones y el cochero se
dirigían a uno de los muelles.
Seguro ese tal Trenton intentaba escapar antes de que le atrape el otro.
—Pues tanto si ha escapado como si no, nos preocuparemos de él después.
Primero deberemos ocuparnos del gigantón número uno y de Filmore para que no
escape. –Respondía Arthur intentando mirar por el ventanuco comprendiendo la
inutilidad de ello pues daba al patio trasero de aquél establecimiento poco
recomendable. Giró y miró de nuevo en derredor—. Supongo que solo nos queda
esperar. Seguramente no tarde en llegar si Filmore lo espera para embarcar.
Lástima que no podamos avisar a Lucas.
Andrew lo miró con fijeza.
—Quizás dé con Filmore antes que nosotros. –Señalaba Andrew bajando ya
la voz para no ser oídos fuera de la estancia.
—Sí, quizás. –Respondió de modo distraído y con igual tono de voz
volviendo el rostro hacia Leona que permanecía sentada con las piernas recogidas
en el rincón tras la cómoda queriendo preguntarle si de veras estaba bien o qué le
había hecho ese canalla de Filmore para hacérselo pagar con creces—. ¿Cómo os ha
traído Filmore hasta aquí?
Leona de nuevo sacó la cabeza y lo miró.
—No lo sé. Me he despertado amordazada y atada a ese camastro cuando
amanecía.
—¿Qué recuerdas de lo ocurrido, Leo? –Preguntó Andrew mirándola con
gesto calmado.
Leona frunció ligeramente el ceño antes de contestar.
—Subí tras la cena a acostarme. Dejé a Bathy encima de la cama antes de ir
al balcón a cerrar los ventanales pensando que Dora se habría olvidado de
cerrarlos. La llamé y como no contestó fui al vestidor, pero no llegué a entrar
porque pensé que había algo raro y corrí hacia la puerta enseguida.
No la alcancé porque alguien me agarró desde la espalda y me tapó la boca
con un trapo y después de eso nada. No sé si me desmayé. Creo que el trapo tenía
algo porque todo me daba vueltas antes de perder el conocimiento.
—Seguramente cloroformo. Así se asegurarían de poder sacarte de casa sin
que pudieres hacer ruido y también de llevarte en el carruaje sin que nadie te viere.
–Señalaba Andrew intentando restar importancia para no asustarla.
—¿Dónde estamos? ¿En qué puerto? –le preguntaba Leona cayendo en la
cuenta de que no sabía aún en que sitio estaban.
—En Bristol. Seguramente pensó que era más seguro tomar un barco hasta
Cardiff, donde tiene su propiedad y sus cuadras, que hacerlo por los caminos con
perseguidores intentando darle caza.
Leona abrió la boca para preguntar algo, pero Andrew le hizo un gesto para
guardar silencio mientras parecía tensarse y prestar oídos y atención a algo tras la
puerta. Se puso en posición al tiempo que hacía un gesto a Arthur que también se
enderezaba y asía la pistola con firmeza.
Andrew dio un paso atrás apartándose de la puerta en cuanto escuchó el
ruido metalizado de llaves y de botas parando justo al otro lado. Lo siguiente
ocurrió todo en extremo deprisa y caótico.
La puerta se abrió apareciendo bajo el umbral un gigantón que apenas dio
un paso hacia el interior comprendió que aquello era una trampa. Giró para huir,
pero Andrew se abalanzó sobre él con ímpetu cayendo los dos al suelo.
Forcejearon mientras que Arthur se unía a Andrew para intentar sujetar a ese
enorme hombre con la fuerza de un oso. Varios golpes de unos y otros después,
Andrew consiguió poner el cañón de la pistola en la boca del hombre obligándole a
no moverse.
Jadeantes y aun intentando recuperar fuerzas tras esos minutos él y Arthur
se enderezaron ligeramente, este último apresurándose a tomar la pistola y
apuntar también a ese hombre.
—Ahora va a quedarse quieto o le disparamos y acabamos con esto sin más.
–Señaló aún sin resuello Andrew deslizando la pistola de su boca al punto entre
sus cejas empujando el cañón contra su frente—. ¿Lo habéis comprendido?
Jack, sentado en el suelo de la habitación sin moverse, se limitó a contestar
que sí.
Arthur miró en derredor y tomó de las alforjas que encontró sobre la
cómoda y que suponía eran de ese hombre, unas tiras de cuero para enseguida
hacerlo ponerse de pie y atarlo con las manos en la espalda.
—Si lo dejamos aquí no dudo que un hombre tan grande como este se libere
en cuanto salgamos por esa puerta. –Decía terminando de apretar el agarre.
Andrew asintió echando una mirada de arriba abajo al gigantón.
—Sí, también lo creo. Vendrá con nosotros…— giró y quitándose el gabán
caminó hacia Leona a la que ayudó a ponerse en pie y enseguida lo cubrió con él
alzando sus cuellos y cerrándolos para evitar que se le viere el rostro.
—Leona, tienes que venir con nosotros pues no creo que encontremos por
aquí ningún lugar seguro.
Camina conmigo y no te separes y procura que no se te vea el rostro.
Leona asintió sin decir nada. Arthur empujó al gigantón hacia la puerta sin
dejar de apuntarle.
—Si haces algo o intentas huir te dispararemos sin dudarlo.
Jack los miró antes de atravesar la puerta sin decir nada y caminó con
Arthur empujando el cañón de su pistola en su espalda sin separarse de él.
Andrew pasó el brazo con el que no sostenía la pistola, por los hombros de Leona y
pegándosela al costado sosteniéndola y asegurándose de que no se alejaba de su
protección. Siguieron a Arthur con la vista fija en el gigantón.
Una vez en la calle, Arthur detuvo a Jack y bajando la voz preguntó:
—¿Dónde está atracado el barco de Lord Filmore?
Jack lo miró por encima del hombro y después con un golpe de cabeza
señaló calle abajo. Arthur lo instó a andar con Andrew y Leona siguiéndolos de
cerca manteniéndose alerta ante las miradas curiosas que les lanzaban desde
algunos rincones de la calle.
—¿Cuántos hombres están con él? –Preguntó de nuevo.
Jack se encogió de hombros sin detenerse:
—Los hombres del barco. Pero milord solo conoce al capitán.
—¿Estará con él?
De nuevo se encogió de hombros.
—Qué puedo saber yo. Solo había de reunirme con milord en el camarote.
—¿Y ese otro hombre que os acompañaba? ¿Trenton? –Preguntó Andrew.
—No, el no estará con él.
—¿Dónde está? –Insistió Andrew.
—Se ha marchado.
Arthur se rio entre dientes.
—¿No querrá decir que se le ha escurrido de entre los dedos cuando ha
intuido el destino que su señor preparaba para él? Supongo que eso no gustará a
Lord Filmore cuando lo sepa. Otro cabo suelto.
¿No es así como llama a quienes deja con vida tras de sí?
Jack lo miró por encima de hombro con gesto tenso mordiéndose la lengua
para no soltar un improperio a quién le apuntaba con una pistola.
Leona se apoyó un poco más en Andrew sin detenerse, lo que hizo que este
inclinase un poco la cabeza bajando el brazo a su cintura y cerrándolo un poco más
para afianzarla.
—Aguanta un poco, pequeñaja. En un rato te encontrarás en un lugar
cómodo, caliente y con una taza de té entre las manos. Lo prometo. –Dijo bajando
un poco la voz besándole en la cabeza.
Leona asintió lentamente.
—Tranquilo, estoy bien.
Al llegar a uno de los muelles, Arthur pidió a uno de los marineros cuerda
con la que ataron mejor a Jack dejándolo maniatado y amordazado vigilado por
dos marineros a los que dieron unas monedas y prometieron más al regresar si no
se les escapaba. Tras eso fueron al embarque donde estaba un barco de pesca
llamado la Gaviota. Arthur fue el primero en cruzar la pasarela, después Andrew y
por último Leona a la que en cuanto estuvo a bordo Andrew la llevó a un rincón
mientras Andrew inspeccionaba la cubierta que parecía desértica.
—Leo, Vas a quedarte aquí. Escóndete. –Le decía mientras sacaba un
cuchillo de su bota y lo ponía en su mano—. Si alguien se te acerca, grita, grita
fuerte y si lo necesitas usa el cuchillo.
Leona miró el cuchillo en su mano un instante antes de cerrar los de dos y
alzar de nuevo la vista a su hermano.
—Lo haré, lo prometo.
Andrew la ayudó a colocarse tras una pila de redes y maderas.
—No hagas ruido, pero si te sientes amenazada grita muy, muy fuerte.
Vendremos enseguida.
De nuevo asintió acuclillada con la falda y el enorme gabán de Andrew
recogidos tras sus rodillas.
Andrew giró encontrándose de pie tras él a Arthur que mantenía los ojos
fijos en Leona.
—No sé si es buena idea dejarla sola. Pueden aparecer los marineros o ese
tal Trenton mientras inspeccionamos la parte de debajo del barco.
Andrew asintió.
—Lo sé, pero no voy a llevarla abajo donde no sabemos lo que nos
encontraremos y será más difícil movernos.
Arthur suspiró y miró de nuevo donde Leona permanecía agazapada.
—Está bien, atrapemos a ese maldito bastardo.
Los dos abrieron la escotilla que daba acceso a la parte de abajo y
comenzaron a bajar las escaleras pistola en mano. Solo al fondo, en la parte alejada
del casco, parecía haber un camarote o una zona separada. Tras hacerle una señal a
Arthur de que se dirigiesen directamente allí, Andrew se encaminó hacia la puerta
ante la que se paró e intentó escuchar acercando el rostro a ella. Tras unos
segundos solo escuchaba pasos de lo que parecía un hombre deambulando de un
lado a otro. Alzó una mano y un dedo a Arthur indicándole que solo escuchaba a
un individuo.
Arthur asintió y le hizo apartar para abrir la puerta e intentar sorprenderlo.
Tras unos segundos Arthur dio una patada a la puerta haciendo que esta se abriese
de modo estruendoso saliéndose de uno de los goznes y quedando desencajada.
Ambos entraron en trompa encontrándose con un hombre con aspecto de ebrio
pues al girar para mirarlos tras el estruendo de la puerta se tambaleó ligeramente y
parecía costarle fijar los ojos en él.
—¿Quiénes son?— Preguntó con la voz gangosa.
—¿Dónde está lord Filmore? –Preguntaba Arthur andando a zancadas hacia
él sin detenerse ni cuando le tomó de las solapas estampándolo contra una de las
paredes.
—¿Lord, lord Quién? –Preguntó tras lo que hipó un par de veces.
—El hombre que va a sacar del puerto. –Insistió con voz firme y gesto
amenazante.
—Yo no sé quién es ese Lord lo que sea.
—El hombre que va a viajar en este barco. No nos haga perder el tiempo.
¿Dónde está?
—Este es un barco de pesca no de pasajeros. –Respondía con voz pastosa.
Arthur lo apretó contra la pared sin delicadeza.
—Sabemos que llevará al menos a dos hombres. ¿Dónde está el que le pagó?
Tiene un segundo para responder o le mandaremos a la horca por confabulación
contra traidores con la corona.
Lo vio salir ligeramente del sopor etílico para mirarle con alarma en el
rostro.
—No sé cómo se llama. Está en el camarote que hay tras el almacén, en proa.
Arthur lo soltó con brusquedad mientras le decía:
—Quédese aquí sin hacer ruido. Si se mueve o dice algo le dispararemos.
Enseguida Arthur y Andrew atravesaron de nuevo el barco hasta la otra
punta y al llegar a la puerta Andrew volvió a pegar el rostro en la madera para
intentar escuchar lo que había y sobre todo quienes al otro lado y esta vez solo
escuchaban el crujir de la madera por el bamboleo del barco.
—Entremos de golpe. Si está dentro no le dará tiempo a reaccionar. –
Señalaba Andrew bajando la voz hasta un susurro.
Arthur alzó ligeramente el brazo en el que sostenía la pistola asintiendo
señalándole así que él abriese la puerta mientras él apuntaba en cuanto lo viere.
Asintiendo Andrew se apartó ligeramente para tomar impulso y enseguida golpeó
la puerta con el hombro abriéndola de golpe.
Sorprendido por el ruido, Filmore se levantó de un salto de la silla donde
permanecía sentado tirando al suelo la copa que sostenía en la mano que se hizo
añicos al golpear el suelo.
—Ni se moleste en intentar tomar la pistola. –Señalaba Arthur esbozando
una sonrisa satisfecha sin dejar de apuntarle mientras caminaba hacia el interior
dejando espacio en el estrecho camarote para que también entrase Andrew.
—Buenos días, milord. —Sonrió Andrew con satisfecha malicia—. Creo que
deberá demorar su partida pues me temo asuntos más urgentes le retendrán por
estos lares.
Lord Filmore les miró a ambos con gesto pétreo tras recomponerse de la
sorpresa inicial.
—¿Y qué asuntos son esos, milord? Que yo sepa no tengo ninguna cuestión
pendiente.
—¿No lo sabe? –Andrew chasqueó la lengua negando con la cabeza sin
dejar de sonreír deslizando los ojos a Arthur—. Milord ¿tendríais la amabilidad de
informar a milord de qué asuntos hablamos? Al parecer él desconoce los mismos y
eso no está bien. Después de todo no sería cortés mandar a la horca a un hombre
sin conocer los motivos de ello.
Arthur ensanchó su sonrisa mientras alzaba las cejas con satisfacción
dirigiendo ojos a la mesa junto a la que se encontraba Lord Filmore y las alforjas
sobre la misma.
—Algo me dice que en esas alforjas encontraremos pruebas de algunos de
los hechos de los que será acusado.
Lord Filmore desvió los ojos a la mesa y se inclinó hacia ella alargando el
brazo, pero Arthur le detuvo interponiéndose.
—No, no, milord. Ahora esas alforjas y su contenido pertenecen a los
agentes de la corona que le custodiarán hasta ponerle en manos del verdugo con
algunos de sus cómplices. Andrew pasó por detrás de Arthur y tomó las alforjas
sacando del interior los legajos que contenía y tras un vistazo somero sonrió sobre
todo al encontrar el cuaderno de su hermana en sus alforjas.
—Veo que apreciáis el talento de mi hermana, milord, y como ella no os has
entregado este cuaderno, hay que deducir su robo durante el trascurso de su
secuestro.
Lo separó de todo enrollándolo y guardándolo en el bolsillo de su levita.
Después se centró en los demás papeles.
—Esto no solo le vincula con los cadáveres que encontramos en Bath de
ciertos caballeros venidos de tierras lejanas sino, además, con cierto banquero de
Londres que deberá rendir cuentas de su posible vinculación con agentes
extranjeros. –Alzó los ojos y miró con arrogante desprecio a Lord Filmore—. Claro
que una cosa es lo que deberá afrontar frente a un tribunal por actos de traición,
robo, asesinato y Dios sabe cuántos delitos más, y otra cosa será cómo llegará a
manos del tribunal tras rendir cuentas ante mí por llevarse a mi hermana e intentar
acabar con su vida en varias ocasiones por no mencionar su intención de matarla y
tirarla por la borda.
Arthur se apoyó en la mesa sin dejar de apuntarle y mirando de soslayo a
Andrew con una media sonrisa dijo:
—Creo que debiere maniatarlo, milord. Durante el camino a de regreso a
Bath podremos dejarle a solas con él cuanto necesite y exigir la rendición de
cuentas de la que habláis con plena libertad.
Andrew guardó en las alforjas los legajos y papeles antes de buscar por el
camarote cuerdas con que atar a Lord Filmore. Mientras lo ataba, Lord Filmore
miraba de soslayo la puerta como si de un momento a otro esperase que entrase
alguien. Andrew apretó el último nudo sonriéndole.
—No esperéis la entrada y ayuda de ese gigantón vuestro, de ese tal
Smother. Me temo, milord, que queda fuera de sus posibilidades ayudaros ahora.
Lord Filmore fijó los ojos en él intentando no parecer sorprendido.
—¿Pensáis que lograréis llevarme ante un tribunal y lograr que cargo
alguno se sostenga contra mí? –Preguntó molesto y demasiado complacido consigo
mismo.
—Lo pensamos, sí. –Fue Arthur el que contestó tomándolo de un brazo y
obligándole, con un empujón a empezar a caminar hacia la salida—. Por una vez,
milord, habéis dejado algo más que sospechas tras vos, empezando por muchos
testigos vivos y más que dispuestos a dar testimonio contra vos. ¿Recordáis a Lady
Archer? Sí, seguro que sí. –Se contestaba él mismo sin darle ocasión para
intervenir—. Estoy seguro que esperabais hacerle pagar el privaros del Fabergé
que robó para vos en Londres. Ahora, además, contamos con un gigantón que no
dudará en reconocer algunos hechos con tal de evitar la horca, por no mencionar
otros “cabos sueltos” que habéis ido dejando tras vos. En esta ocasión los hechos y
la fortuna se han confabulado para que todos vuestros planes se torcieren ¿no es
cierto, milord?
Lord Filmore no dijo nada mientras caminaba por hacia las escaleras que
daban a la cubierta.
Leona permanecía agazapada en el rincón en que le hubo dejado Andrew
con la vista fija en la escotilla por la que habían desaparecido hacía ya un buen rato
cuando escuchó un golpe seco un poco más allá. Con un poco de cuidado para no
hacer ruido sacó ligeramente la cabeza y vio al gigante de la cicatriz de pie en la
cubierta mirando en derredor con aspecto amenazante. Llevaba un cuchillo
enorme en una mano y una pistola prendida al cincho. Permaneció muy quieta
intentando no hacer ruido con la vista fija en el hombre que tras un par de pasos
cautelosos hacia el interior de la cubierta mirando a su alrededor como si se
cuidare de no ser sorprendido, fijó sus ojos en la escotilla tomada por Andrew y
Lord Bromder y cuando comenzó a caminar decidido hacia ella afianzando el
cuchillo delante de él como arma de ataque, por la mente de Leona solo cruzó al
idea de que se podría topar de bruces con Andrew sorprendiéndole e hiriéndole de
gravedad. Sin darle un segundo y sensato pensamiento justo cuando había
introducido una pierna por la escotilla, ella salió de su escondite y enderezándose
dijo en voz alta:
—No entre ahí, señor. –En cuanto el hombre giró el cuerpo enderezándose
de nuevo y afianzándose firme en la cubierta con los ojos fijos en ella claramente
desconcertado de hallarla allí añadió—: Hay hombres abajo con alguaciles y
policías apresando a lord Filmore. Ya han detenido a ese otro hombre que le
ayudaba y que tenía por misión matarme.
Trenton la miraba unos segundos intentando calibrar la certeza de sus
palabras. Si tantos hombres había abajo apresando al bastardo de Filmore, ¿por
qué temblaba como una hoja? ¿Y por qué blandía ese cuchillo? o ¿por qué estaba
allí sola? Sonrió pues podría llevarla con él y pedir un rescate con que sacar el
dinero del que el bastardo de lord Filmore le había privado. Aunque primero iba a
encargarse de ese petimetre antes de que de nuevo mandare a Smother o cualquier
otro contra él. No le sorprendería de nuevo. Tenía que matarlo antes de que
volviere a por él. Dio un par de zancadas en dirección a ella, pero Leona reculó
dando unos pasos hacia atrás alzando el cuchillo.
—No se acerque. Hablo en serio. Le matarán si intenta hacerme algo.
—No la creo, milady. –Joe esbozaba una sonrisa avariciosa y peligrosa
acercándose a ella.
Leona de inmediato recordó lo que le dijo Andrew y empezó a chillar
llamándolo.
—Andrew, Andrew, socorro, socorro.
Por un segundo Trenton se detuvo, pero enseguida se abalanzó hacia ella no
solo para apresarla sino para hacerla callar con presteza. Andrew y Arthur
caminaban con Filmore hacia la escotilla cuando escucharon los gritos de Leona en
la cubierta. Arthur dio un empujón a Filmore tirándolo al suelo y apartándolo de
su camino sin dudarlo lanzándose a la carrera hacia la escotilla. Andrew pasó
también junto a Filmore que ya permanecía en el suelo de costado cuando lo hubo
dejado atrás.
Leona giró y corrió en sentido contrario buscando distancia y algo que
poner entre ese hombre tan grande y ella sin dejar de llamar a su hermano. Sintió
un tirón. Ese hombre había agarrado el gabán así que se removió sacando los
brazos escurriéndose de él, pero antes de lograr dar otro paso, de nuevo sintió un
tirón, esta vez de la falda y cómo empujaba de ella hacia atrás.
—No, suélteme. –Gritó intentando tirar hacia el lado contrario que él.
En cuanto Arthur salió a la cubierta vio a Leona intentando zafarse de un
hombre y salió a la carrera hacia ellos lanzándose contra el cuerpo de ese hombre
en cuanto lo tuvo a su alcance cayendo ambos sobre la cubierta comenzando a
forcejear. Leona cayó sobre la madera sin mucho tiempo para reaccionar antes de
ver cómo ese hombre caía cerca de ella y, con él, otro cuerpo. Se apartó
deslizándose por el suelo de la cubierta dándose cuenta entonces que era lord
Bromder quién luchaba con ese hombre y enseguida apareció Andrew que, tras
mirarla cerciorándose de que estaba bien, se lanzó en ayuda de Arthur.
—Está armado. –Gritó Leona—. Tiene un cuchillo y una pistola.
Intentó avisarles, aunque respecto al cuchillo no parecía hacer falta porque
Arthur intentaba sujetar con fuerza la muñeca de la mano con que lo sostenía para
evitar que lo blandiese contra ellos. Varios golpes, puñetazos y empujones
después, vio a Andrew salir despedido hacia atrás y caer a un par de metros y a
Arthur recibir un puñetazo en el rostro que también le hizo caer a un lado lo justo
para que ese hombre se zafase de ambos y se pusiere en pie y en vez de salir
huyendo se lanzó a por Leona que chilló al verle intentar alcanzarla. Todo
transcurrió muy deprisa porque no le dio tiempo siquiera a moverse ya que solo
oyó un disparo y a ese hombre caer a plomo en la madera de la cubierta a sus pies.
Al alzar la vista solo pudo ver un hombre alto a unos metros que sostenía una
pistola humeante antes de que los brazos de Andrew le rodeasen y la alzasen
apartándola de ese cuerpo que yacía frente a ella.
—Justo a tiempo, Luc.
Escuchó decir a Arthur sin tiempo para mirarlos pues ya Andrew la
abrazaba contra él.
—¿Estás bien?— Preguntó tras unos segundos, aún jadeante del esfuerzo y
con lo que parecían un par de golpes en el rostro mientras tomaba el de Leona para
alzárselo.
Leona asintió.
—¿Habéis encontrado a Filmore?
La pregunta procedía de un poco más allá de donde ellos estaban y al girar
el rostro vio a lord Dashwoth ayudando a levantarse del suelo a su amigo.
—Está abajo. Será mejor que vayamos a por él antes de que se nos escape.
Está maniatado, pero una serpiente es una serpiente y mejor no le demos la
oportunidad de escabullirse. –Decía Arthur enderezándose antes de girar el cuerpo
para mirarlos a ella y a Andrew—. ¿Estáis bien? —preguntó con los ojos fijos en
Leona.
Leona asintió.
—Gracias a vos, milord. Gracias.
Arthur sonrió asintiendo girando el rostro hacia Lucas.
—Vamos a por Filmore. –En cuanto ambos dieron unos pasos hacia la
escotilla preguntó—: ¿Cómo nos has encontrado?
—Unos marineros que están custodiando a un gigantón me dirigieron hacia
aquí. Empezaba a desesperar pues no encontraba el barco de Filmore hasta que un
pillastre me indicó que el Gaviota no era un barco de pasajeros ni un mercante sino
un barco pesquero.
Leona los vio desparecer por la escotilla mientras Andrew la guiaba a hacia
un barril en el que poder apoyarse.
—¿Estás bien? –Volvió a preguntarle una vez se hubo sentado.
Justo en ese momento Lucas y Arthur salían y mientras Lucas sujetaba con
firmeza a lord Filmore y Arthur se echaba al hombro las alforjas.
Leona asintió.
—Sé que me dijiste que no hiciere ruido, pero ese hombre parecía muy
enfadado e iba donde estabais y pensé que os sorprendería y, bueno, —se encogió
de hombros lanzando una mirada de súplica y perdón a su hermano.
Andrew gruñó sentándose a su lado y, pasándole un brazo por los hombros,
la besó en la cabeza al tiempo que la instaba a dejar caer su peso en su costado.
Arthur la observaba en silencio. No era una joven cualquiera. Lo
demostraba cada vez que la veía.
Había preferido ponerse en peligro deliberadamente al creerlos a ellos en
riesgo porque ese hombre les sorprendiere. Parecía asustada, cansada y algo
desorientada pero aun así seguía conservando cierta serenidad y calma alejada del
nerviosismo o la histeria que cualquier otra dama de su edad mostraría ante solo
alguno de los sucesos acaecidos y ella en cambio, a pesar de todo ese cúmulo de
peligros y del riesgo constante, permanecía con una entereza encomiable.
Tras unos segundos la vio esbozar una sonrisa hacia su hermano.
—No es por mostrarme quejumbrosa, pero me habías prometido llevarme a
un lugar cómodo y sobre todo un poco de té y comida caliente.
Su hermano soltó una carcajada.
—Siendo fiel a la verdad, creo que todos agradeceríamos tanto o más que tú
todas esas cosas después de la noche que hemos pasado.
Arthur sonrió negando con la cabeza, pero fue Lucas el que habló.
—Llevad a milady a la residencia de lord Donderlot en Castle Street. Mi tío
suele dejarnos usar esa residencia cuando estamos en la ciudad. Podremos
descansar allí. Decid a Leroy, así se llama el mayordomo, que sois mis invitados y
que yo no tardaré en llegar. Nosotros nos ocuparemos de poner a buen recaudo a
este canalla. He visto uno los buques reales atracados y creo que mejor los dejamos
en manos del oficial al mando para que los custodie hasta Londres. Mandaremos
un mensajero de inmediato a lord Willow para que se encargue de todo
personalmente. En cuanto lleguéis a la residencia de mi tío, pedid que envíen un
mensajero a Bath con que calmar a vuestra madre, milord. Estoy seguro estará en
un comprensible estado de desasosiego sin noticia alguna. Además, estimo
prudente que todos descansemos un poco antes de regresar a Bath.
Andrew asintió al tiempo que se ponía en pie y ayudaba a Leona a hacerlo.
—Estáis en lo cierto. No creo que ninguno pudiere dar ni dos pasos con
aplomo.
Una hora después Leona lograba por fin relajarse un poco estando en el
salón de la residencia del barón de Donderlot, frente a la chimenea y con una
cálida taza de té entre las manos.
Andrew, sentado frente a ella, le narraba todo lo acaecido la noche anterior.
Los asesinatos de los prusianos y sus guardias, la llegada de Robert informándole
de su desaparición, el destino tomado por todos ellos para atrapar a lord Filmore a
tiempo e incluso detalles de su recorrido por Bristol.
Un rato después el mayordomo la conducía a una de las habitaciones donde
poder darse un baño caliente y dormir un poco antes de regresar a Bath. Tras darse
un baño y cambiarse de ropa e incapaz de dormir en esa habitación extraña,
sintiéndose inquieta, decidió bajar con la esperanza de que Andrew no se hubiere
retirado todavía. Al llegar al salón se encontró a Andrew acompañado de Lucas y
Arthur que acababan de regresar y estaban devorando lo que parecía un copioso
desayuno.
—Lo lamento, no querría importunar. –Decía entrando en la instancia
cuando todos ellos se levantaron.
—Esperaba que estuvieres ya descansando. –Le contestaba Andrew
acercándose a ella.
Leona se encogió de hombros.
—Estoy inquieta y no consigo dormir. ¿Puedo quedarme contigo un poco,
por favor?
Andrew la tomó de la mano y la llevó con él a uno de los sofás instándola a
sentarse junto a él permitiendo así que Lucas y Arthur se acomodaren de nuevo.
—¿No estarás asustada, verdad? –Le preguntó con suavidad Andrew—.
Lord Filmore y sus secuaces ya están apresados y no supondrán peligro alguno
nunca más.
Leona se encogió de hombros suspirando.
—Lo sé, es solo que me siento un poco desubicada. Eso es todo.
—Está bien. Ven. –Le pasó un brazo por los hombros y la instó a acomodar
la cabeza en su hombro—. Dado lo que hemos pasado esta noche creo que a
ninguno de nosotros nos importará prescindir de formalidades.
Arthur sonrió cuando la escuchó suspirar y acomodarse en el costado de su
hermano.
—Mamá nos mantendrá encerradas en casa durante semanas hasta que se
olvide de todo esto. Ya verás.
Estoy segura que no nos dejará ni salir a cabalgar por la propiedad.
Andrew se rio entre dientes.
—Bueno, no la culpes. Creo que acaba de perder algunos años de vida por
nuestra culpa. Dejaremos que se ponga pesada y sobreprotectora unos días.
—Durante mi encierro forzoso podrías mantenerme entretenida
enseñándome ciertas útiles habilidades. –Alzó los ojos sin separar la mejilla del
hombro de Andrew mirándole pedigüeña.
—Si después de esto madre te ve con un arma y, sobre todo, a mí
poniéndola entre tus manos, no solo estarás unos días encerrada forzosamente sino
de por vida.
Leona resopló.
—Pues entrenaré a Bathy para que muerda por doquier y se convierta en
una fiera guardiana.
Andrew se rio negando con la cabeza.
—No creo que madre ponga pegas a eso. Me decía lord Dashwoth que
podemos regresar a Bath esta misma tarde cuando todos hayamos dormido unas
horas.
—Lord Dashwoth, por momentos os convertís en mi caballero preferido.
Nos permitís descansar en casa de su tío, nos dais comida caliente, ropa limpia y,
además, nos lleváis de regreso a los tortuosos, pero amorosos brazos de mi madre.
Realmente sois un hombre encantador.
Lucas soltó una carcajada y la miró divertido.
—Y además de eso soy atractivo. Sin duda un caballero sin parangón.
Leona se rio entre dientes.
—Y arrogante como el que más.
Lucas alzó su taza de café en su dirección a modo de brindis aseverativo.
Tras unos minutos en que Arthur terminó de narrar la puesta en manos de
los militares de lord Filmore y sus dos compinches pues Joe Trenton estaba herido,
pero con vida y sobreviviría para ser ajusticiado como los demás, Andrew instó a
Leona a subir e intentar dormir un poco acompañándola quedándose a solas Lucas
con Arthur mientras terminaban el desayuno.
—Voy a darte un consejo, Arthur. –Dijo atrayendo su atención cuando supo
que los dos hermanos se hallaban ya en el piso superior—. No dejes que lady
Leona regrese a Devonshire sin conocer que cierto futuro duque está algo más que
encandilado con ella. Dudo siquiera que se plantee ser el posible objeto de tu
interés cómo no tomes la inteligente decisión de hacérselo saber de una vez. Se te
va a escapar de entre las manos como no despiertes pronto y, conociendo la
tendencia de la joven a perderse a la menor oportunidad, quizás no vuelvas a
encontrar ocasión alguna para atraparla.
Arthur lo miró con gesto malhumorado y Lucas se rio negando con la
cabeza.
—Oh vamos, Arthur, no sé por qué te pones arisco. Piénsalo de este modo,
¿Qué habría pasado si no llegamos a tiempo y el bastardo de Filmore la hubiere
matado?
—Lo habría despedazado con mis manos. –Contestó de modo instintivo, sin
pensar y casi sin tiempo a reaccionar.
Lucas se rio antes de mirarle con una sonrisa socarrona alzando una ceja
impertinente. Arthur gruñó.
—No niego que me agrade, pero no creo que debas ir más allá.
—Bien. –Lucas se levantó del sillón que ocupaba tras apartar la mesita
portátil—. En ese caso, espero no te moleste otros intenten lo que hasta ahora no
habíamos intentado por cortesía hacia ti y lo que creíamos un serio interés por tu
parte en cierta dama. Pero si no existe tal interés, es de suponer que no te importe
sean otros lo que sí expresen a la dama y sus allegados ese tipo de inclinaciones.
Arthur lo miró entrecerrando los ojos.
—No voy a morder tan burdo anzuelo, Lucas. No me convencerás de que tu
interés por Lady Leona vas más allá que una simple simpatía.
Lucas giró para rodear el sillón y comenzar a caminar hacia la puerta.
—Ni lo pretendo, hombre. Yo no soy el que siente tal predilección.
Arthur se levantó y lo miró ceñudo sabiendo que posiblemente no era más
que una treta de su amigo, pero aun así picaría pues le molestaba la duda de que
alguien quisiere cortejarla, más todavía uno de sus amigos.
—Está bien, caeré en tu estúpida trampa. ¿Quién se supone siente esa
predilección?
Lucas se volvió hacia él sonriendo.
—¿De veras? ¿Tan absorto estabas que no eres capaz de distinguir cuándo a
un caballero le agrada más de lo normal una dama? ¿Una en concreto con la que
hemos estado socializando últimamente?
Arthur gruñó y murmuró molesto:
—Lucas.
Lucas soltó una carcajada.
—Tu hermano William, para empezar, y si no me equivoco a Albert
tampoco le importaría rondar a cierta damita despistada de no tener el
impedimento de cierto amigo prendado de ella.
—¿Bromeas? –Preguntaba casi en un gruñido mirándolo con desconfianza—
. ¿William? ¿Mi hermano William gusta de lady Leona? No te creo.
—Oh vamos, Arthur. ¿De verdad tan ciego estás? Le gusta y si no ha
querido ir más allá ni intentar averiguar cuánto podría gustarle la damita es
porque, a todas luces, a su hermano esa joven le tiene algo más que cegado. Pero si
de veras no intentarás hacerte con la dama dejándola libre para otros posibles
pretendientes, no veo por qué William no debiere intentar averiguar qué buena
pareja haría con ella como tampoco Albert, al que te aseguro no le importará
averiguar cuantas más cosas de la dama pueda pues, sinceramente, le resulta muy,
muy interesante y más en su posible papel de condesa de Brendel.
Arthur lo observó unos instantes en silencio calibrando si simplemente le
estaba aguijoneando o ciertamente le advertía de las consecuencias de la decisión
de permanecer quieto en aquél asunto.
Lucas le sonrió girando de nuevo y caminando hacia la salida.
—Piénsalo bien, amigo, y no te obceques por pura cabezonería. Si no estás
interesado como estoy convencido lo estás por la joven, bien, déjala marchar sin
mayores incidentes, pero si lo estás, como sé que lo estás, más te vale empezar a
mover tus fichas o la partida la perderás sin siquiera hacer movimiento alguno. Y
ahora, me retiro a dormir pues estoy molido de tanto cabalgar e ir detrás de ese
canalla por caminos y puertos.
Arthur aún permanecía con la vista fija en la puerta varios minutos después
de haberse quedado solo en el salón manteniendo el gesto ceñudo en su rostro y
así continuaba mientras se hundía en la tina de agua caliente un rato después.
Sintió un alivio inmenso cuando la encontraron en aquélla mugrienta habitación
de posada y cuando su hermano la descubrió asintiendo a la pregunta de si estaba
bien. Fue como si de nuevo recuperase el aire y sus pulmones se expandiesen
después de tantas horas de opresión. Y lo peor fue sentir esa compulsión de querer
abrazarla. Deseaba abrazarla muy fuerte, incluso en ese momento, sabiéndola ya a
salvo, deseaba abrazarla y sentirla segura en sus brazos como cuando la mantuvo
en ellos contra el árbol tras aquél disparo días atrás. Parecían haber pasado
semanas desde entonces y no días, pero de cualquier modo mantenía muy vívidas
las sensaciones de aquél abrazo, de aquél placer extraño que sintió en esos
instantes.
—Maldita sea. –Masculló saliendo de la tina.
Se apresuró a secarse y vestirse y, con disimulo, se deslizó por la casa sin
que nadie le viera. Llegó hasta donde sabía estaba el dormitorio en el que
descansaba Leona y, con todo el sigilo que pudo, entró en la habitación echando el
pestillo evitando que nadie le sorprendiere allí pues sería todo un escándalo y no
quería llevarla al altar forzada. Nunca se lo perdonaría y aun así ahí estaba,
colándose en su habitación como un vulgar ladrón. Se acercó a la cama rodeándola
para poder verla. Se encontraba echada de costado abrazada a una almohada con
el rostro en dirección al balcón. Se acercó un poco más y se sentó en el borde
despacio. Estiró el brazo y le acarició la mejilla con los nudillos.
—Leona, Leona. –La llamó con suavidad.
Leona parpadeó un par de veces antes de girar el rostro y mirarle para de
inmediato incorporarse y quedar sentada con gesto de alarma dibujado en su
rostro.
—¿Qué ocurre?
Miró en derredor como si buscase algo o a alguien y Arthur se apresuró a
tomarle el rostro entre las manos y hacerla mirarlo.
—No os asustéis, nada ocurre. —Señalaba mientras le soltaba lenta y
suavemente el rostro una vez comprobó que sus ojos volvían a ser gris azulado
sabiéndola un poco más tranquila.
Leona frunció el ceño y miró hacia la puerta y después de nuevo a él.
—¿Qué hacéis aquí?
Arthur sonrió.
—Necesitaba hablar con vos a solas y de modo tranquilo y, me temo, una
vez regresemos a Bath será imposible por lo que presumo este será el único
momento que podré contar para conversar con vos sobre una cosa importante.
Leona suspiró y asintió con un golpe suave de cabeza apartando la
almohada antes de recular un poco hacia atrás para apoyar la espalda en el
cabecero mientras Arthur mantenía su postura permitiéndoles quedar cara a cara.
—¿De qué os gustaría hablar, milord? –Preguntó aún con desconcierto
dibujado en su rostro.
Arthur tomó aire y lo expiró lentamente.
—Por mi cabeza ronda la conversación que mantuvimos aquélla mañana
por las calles de Bath sobre el regalo de la duquesa, ¿recordáis? –Leona frunció un
instante el ceño, pero asintió—. Me preguntaba si opinabais igual.
—¿Opinar igual, milord? ¿Acerca de qué?
Arthur sonrió reconociendo que era la conversación más torpe que había
iniciado en su vida. No podía estar más desatinado que en ese momento.
—Os pido disculpas, milady, parece que el cansancio ha hecho mella en mi
capacidad para expresar ideas.
Leona emitió una risilla divertida mirándole paciente.
—No os preocupéis, seré paciente hasta que encontréis el camino que os
abra paso hacia la idea que buscáis y su correcta manifestación.
Arthur se rio entre dientes negando con la cabeza. Incluso burlándose de él
conseguía que tuviere que hacer esfuerzos para no devorarla.
—¿Recordáis que hablamos de buscar el regalo perfecto para la duquesa y
que concluisteis que este no era sino muchos nietos y alguna nieta a los que mimar
y reprender de vez en cuando?
De nuevo Leona asintió sonriendo:
—Y mientras le lleváis su esperado regalo, pensáis contentarla con un
bonito gatito con un lazo que ablande su corazón.
Arthur sonrió y asintió.
—Más, antes de esa conclusión, vos mencionasteis el paso previo a tales
nietos cual era, como es lógico, el hallar la esposa adecuada. –Leona asintió
lentamente volviendo a lucir ligeramente desconcertada—. ¿Por qué opináis que
no seríais adecuada para tal papel? Recuerdo que considerasteis vuestro supuesto
despiste como algo poco adecuado, más también habéis de reconocer que, siendo
justos, ese rasgo de vuestro carácter no os ha impedido esclarecer todo un
entramando de robos, asesinatos y atentados contra la corona que un grupo de
caballeros, entre los que me hallo, no éramos capaces de desentrañar con la
premura necesaria siendo vuestras ideas y propuestas los que nos han ido guiando
paso a paso hasta el final.
—Bueno, creo que exageráis, más, también, casi me conducen a mí hacia
una muerte cierta.
Arthur se removió ligeramente en su lugar y suspiró.
—Lo que intento decir es que ese rasgo, ese despiste vuestro que aducíais
como un supuesto defecto, en realidad no es tal o al menos no os impide hacer
frente a las más difíciles tareas y complicadas situaciones afrontándolas con
entereza, sentido común y aplomo.
Leona ladeó ligeramente la cabeza intentando descifrar a dónde quería ir a
parar.
—Gracias, milord, supongo. Pero sigo sin saber qué es lo que intentáis
expresar, creo que aún habremos de andar un poco más el camino del que
hablábamos antes pues ciertamente no atisbo a ver qué intentáis hacerme
vislumbrar.
Arthur sonrió.
—Realmente estoy siendo en extremo torpe.
Leona le sonrió animosa.
—¿Por qué no preguntáis directamente lo que deseáis saber?
Arthur suspiró pasándose la mano por el pelo detrás de la oreja.
—Es complicado, me temo. Hace unos días vos parecíais convencida sobre.
De pronto se quedó callado con los ojos fijos en ella y tras unos segundos se
acercó más a ella quedando sentado a su lado, pero muy cerca rostro con rostro. Le
tomó una de las manos que descansaba en su regazo y se la acarició con el pulgar
muy lentamente.
—Leona. —Decidió por fin obviar toda formalidad y norma de decoro pues
al fin y al cabo las había incumplido casi todas colándose en su habitación—.
Quiero que pienses muy detenidamente una cosa.
Quiero que medites bien sobre lo que quieres, sientes y piensas y después
me contestes con honestidad. Sin presiones ni temor a lo que pueda pasar o no
pasar. Solo quiero que pienses en lo que de verdad quieres, solo tú. No quiero que
te preocupes por lo que quiera tu madre, tu familia o yo, no quiero que pienses en
lo que crees se espera o gustaría para ti. Solo quiero que pienses en lo que tú
quieres, deseas y esperas.
Leona con los ojos fijos en la mano que él le apresaba intentaba respirar,
pero algo le oprimía el pecho.
—Leona, mírame.
La instó tomándole el rostro entre las manos y en cuanto sus ojos grises se
posaron en él, la sonrió deslizando su pulgar por su sonrosada mejilla
acariciándosela muy lentamente.
—Quiero que pienses en mí como en Arthur, solo Arthur. Nada de lord
Bromder, nada de heredero de Duque de Plintel. Soy todo eso, sí, pero quiero, te
pido que obvies todo eso para mirarme a mí, al hombre frente a ti pues es el
hombre frente a ti el que pide que pienses en él más allá de todo lo que nos rodea.
Leona, quiero que seas mi esposa y lo deseo desde hace tiempo. Todo en mí
reacciona ante ti, despierta ante ti. Todo en mí parece vivo cuando estoy cerca de ti
e incluso cuando pienso en ti.
Eres inteligente, cariñosa, dulce, con un enorme corazón y un pícaro sentido
del humor. Eres preciosa, adorablemente bonita y con una capacidad para
seducirme con solo sonreír solo equiparable a la de una diosa con sus siervos. –
Acercó su rostro al de ella y le acarició la mejilla con los labios—. Y adoro que te
despistes y te pierdas pues pienso perderme contigo a la menor oportunidad y
hallarte cuando te pierdas y asegurarme de que sea yo el que te conduzca de
regreso a mis brazos y a casa.
Leona gimió dejando caer la cabeza.
—Pero no puedo pensar en vos solo como Arthur. Sois lord Bromder, seréis
duque de Plintel y la dama casada con vos será la duquesa de Plintel. Habéis de
elegir una dama que pueda ocupar ese puesto y la dama que os acepte deberá ser
capaz de asumir ese papel. Yo sé que no podré. Os desilusionaré cada día.
—No lo harás, Leona, no lo harás. –De nuevo le tomó el rostro entre las
manos y se lo alzó—. Sé cuál es mi deber. Sé lo que se espera de mí y lo que se
esperará de la mujer que esté a mi lado. Sé que asumiré ese papel y sé que tú
asumirás ese papel pues yo te tendré a ti para ayudarme, apoyarme y sostenerme y
tú me tendrás a mí para ayudarte, apoyarte y sostenerte. –La sonrió acercando sus
rostros rozando sus labios con los suyos—. Además, tengo la fortuna de haberme
prendado de la más adorable y bonita de las damas y cuando se despiste espero
que alce los ojos, busque con sus bonitos ojos grises azulados a su encantador
esposo para que éste vaya presto a abrazarla y rescatarla allá donde se halle y, en
premio, lo abrace fuerte y lo mime tanto como a su fiera Bathy, a la que prometo
entrenar para que no solo te proteja sino para que siempre te conduzca de regreso
a mis brazos.
Leona se rio entre dientes nerviosa y emocionada.
—Además, cielo, creo que este año si, junto con un bonito gatito, le regalo a
mi madre una futura duquesa, envuelta en un bonito lazo, los desdichados de mis
hermanos nunca volverán a conseguir el favor de la duquesa, al menos no frente a
su afortunado hermano mayor.
—¿Me pondríais un lazo para entregarme a vuestra madre como un regalo?
Arthur sonrió con arrogancia.
—Un enorme lazo e incluso una tarjeta expresando la importancia del
presente.
Leona se rio ruborizada en extremo, pero paró de golpe y le miró
frunciendo el ceño.
—¿Me habéis llamado cielo?
Arthur sonrió consciente en ese momento que lo había hecho sin pensar.
—Sí ¿te ha molestado?
Leona de nuevo ladeó la cabeza meditándolo. Le gustó que le llamase así.
—Debería decir que sí, ¿no es cierto?
Arthur sonrió con seductor encanto.
—¿Prometes que pensarás en mí?
Leona suspiró y asintió.
—¿Me daréis tiempo para pensarlo?
Arthur asintió alzando al tiempo una mano deslizando los nudillos por su
mejilla.
—Iré a visitarte a Devonshire. Podrías llevarme a conocer esas ruinas que
dijiste te gustaban y podrás enseñarme los progresos de Bathy en cuanto a sus
aptitudes como espía.
—No quiero ser duquesa. –Reconoció avergonzada.
Arthur sonrió.
—Siendo sinceros, yo tampoco quiero ser duque.
Leona le miró reprobatoria.
—Siempre habéis sabido que ibais a ser duque y os han preparado para ello.
A sus excelencias dudo que les agrade tener que considerarme como futura
duquesa. Seguro una hora después de conocerme cometería algún error o alguna
incorrección. No les gustará saberme como vuestra elección.
—Leona. –Posó dos dedos bajo su barbilla haciéndola girar el rostro para
mirarle a los ojos—. Mi padre estará encantado con solo conocerte. Te lo aseguro. Y
respecto a mi madre, créeme, el simple hecho de que logres que me decida a pasar
por la vicaría a sentar cabeza te convertirá, a sus ojos, en la dama perfecta y cuando
le demos unos nietos revoltosos te elevarán a los altares.
Leona negó con la cabeza lentamente. Arthur se inclinó sonriendo
besándola en la frente antes de preguntar:
—¿No te gustaré como marido?
Leona bajó los ojos ruborizada.
—No sé. –Murmuró con cierto azoramiento trasluciéndose en la voz—. Es
que nunca he pensado en lo que me gustaría tuviere mi marido.
Arthur sonrió.
—Bueno, yo nunca he pensado seriamente lo que me gustaría tuviere mi
esposa y estoy seguro que ahora todo lo que me gustaría encontrar en ella son las
cualidades de cierta joven que no parece agradarle mucho mi persona.
Leona alzó el rostro como un resorte.
—Sí me agradáis. –Respondió rápidamente pero enseguida frunció el
ceño—. Sois un tramposo, me habéis enredado.
Arthur se rio.
—Un poquito, lo siento. –Sonrió con fingida inocencia mientras que ella
resoplaba—. ¿Entonces sí te gusto?
Leona le miró reprobatoria.
—Bien sabéis que sí.
Arthur sonrió acercando de nuevo su rostro al de ella.
—Oh no, yo no sé nada.
Leona se rio nerviosa.
—Sois un liante.
Suspiró cerrando los ojos y Arthur aprovechó para rodearla con los brazos y
abrazarla suavemente instándola a acomodar su cabeza en el hueco de su hombro.
—Llevaba mucho tiempo deseando volver a hacer esto.
—¿Irrumpir en mi dormitorio para hablar? –Preguntó Leona sin moverse
pues no quería dejar de sentir el calor de su cuerpo ni la agradable sensación de
sus brazos a su alrededor.
Arthur se rio entre dientes acomodando la barbilla en su cabeza cerrando un
poco más los brazos.
—Abrazar a mi despistada favorita.
—¿Conocéis muchas más despistadas?
Arthur besó su cabello sonriendo.
—Ninguna tan adorable como tú.
—Sí que soy adorable. Soy una espía adorable.
Arthur se rio de nuevo sin soltarla.
—Adorablemente cabezota.
Leona suspiró removiéndose un poco para pasar sus brazos alrededor de los
costados de Arthur.
—Os olvidaréis de mí en cuanto regreséis a Londres. –Murmuró un poco
avergonzada.
Arthur ladeó ligeramente el rostro y la besó en la sien acariciándosela
después con los labios.
—No me olvidaré de mi pequeño desastre de ojos grises ni tampoco de lo
mucho que me gusta abrazarla.
La escuchó suspirar suavemente.
—Tendréis que pasaros la vida arreglando mis desastres, recordándome las
cosas y procurando que no me pierda cada vez que de dos pasos. ¿No creéis que
acabaréis cansándoos de mí?
—No me cansaré de ti, Leona, más al contrario, eres la única capaz de
mantenerse en mi mente y en cada fibra de mi ser haciéndome desear tenerte tan
cerca como ahora.
Tras un par de minutos abrió los brazos y se separaron ligeramente.
—Debieras dormir un poco pues no creo que tu madre quiera separarse de
su ovejita descarriada en cuanto te vuelva tener en su redil.
Leona se rio inclinándose y volviendo a apoyar la cabeza en su hombro.
—Ahora no podré dormir de nuevo.
Arthur suspiró besándole en la cabeza.
—Te he desvelado, lo lamento. ¿Quieres que me quede contigo hasta que te
duermas? No debiere estar aquí y desde luego menos arriesgarme a que nos
encuentren a solas, pero he cerrado la puerta.
Leona suspiró y alzó el rostro para mirarle.
—¿Hasta que me duerma?
Arthur asintió sonriendo antes de inclinarse y besarla en la frente.
—Hasta que te duermas. Creo que asumiré por un rato el papel de esa fiera
perrita que te custodia.
Leona sonrió.
—Yo duermo acariciando a Bathy y me deja abrazarla.
Arthur se rio.
—Yo te dejo abrazarme.
Leona se ruborizó como una amapola.
—Túmbate. Prometo ser bueno y tumbarme a tu lado y dejar que me
abraces si gustas.
Leona se rio mirándole divertida.
—Vale, pero habéis prometido ser bueno. Quizás os rasque tras las orejas.
Arthur prorrumpió en carcajadas, pero Leona le tapó la boca con las dos
manos.
—Os van a oír. –Le reprendió.
Arthur se contuvo riéndose aun instándola a tumbarse de costado cara a
cara con él. Al cabo de un par de minutos alzó una mano y le acarició la mejilla
libre deslizando un dedo y pasando tras su oreja un mechón de cabello que se le
había soltado del recogido.
—Me gustan mucho tus ojos y como pasan de un gris muy claro al gris
azulado cuando sales de esos periodos de concentrada abstracción en la que te
envuelves a menudo.
—¿Concentrada abstracción? –Preguntaba ruborizada—. Mi madre
simplemente dice que me ensimismo y que sueño despierta.
Arthur sonrió.
—¿Con qué sueñas?
Leona se encogió de hombros sin dejar de mirarle.
—No sé. Pienso en cosas.
—¿En misterios y complots contra la corona?
Leona se rio traviesa.
—Ahora sí. Son divertidos, aunque sean peligrosos. –Frunció ligeramente el
ceño alzando una mano y retirando con la que él le acariciaba suavemente—.
¿Seguiréis haciendo lo que hacéis si acepto casarme con vos?
Arthur frunció el ceño.
—No querrías que lo hiciera, ¿verdad?
—No querría que corrieseis peligro, pero no sé si me gustaría saber que
podríais hacer algo para detener a quienes hacen cosas malas y os contenéis por
mí. Aunque preferiría que me prometieseis no mantenerme al margen, o
desaparecer durante días sin decirme en qué estáis metido o si corréis peligro y
esas cosas. No sé, no estaría bien que no hiciereis esas cosas, pero tampoco que me
las ocultéis.
Arthur deslizó la cabeza acercándola a la de ella quedando nariz con nariz a
escasos centímetros.
—De modo que no te agradaría casarte conmigo si te oculto cosas o te he de
mentir para mantenerte a salvo, pero tampoco que dejare de servir a la corona sin
más.
—Sí, eso creo. Supongo que podríais continuar con lo que hacéis, pero no
apartarme de ello.
—No te expondré a esos peligros, Leona. Bastante duro han sido estos días,
sabiéndote expuesta a un tipejo como Filmore como para repetir la experiencia.
—Pero no pido que me expongáis a peligro alguno, solo que no me
mantengáis ignorante y tampoco que no me impidáis ayudar a mi marido cuando
sea preciso. Sé que soy despistada y olvidadiza, pero prometo enmendarme y
prestar mucha atención. De veras que puedo ayudar. Lo dijisteis, os he ayudado
estos días. Además, yo tampoco quiero saber a mi marido expuesto a peligros y no
hacer nada por él.
Arthur le sostuvo la mirada unos instantes en silencio, pero de inmediato se
removió y la atrajo hasta él acomodándola en sus brazos con la cabeza apoyada en
su hombro y su cuerpo ajustado en su costado mientras él permanecía boca arriba.
Ladeó la cabeza posando los labios en la frente de Leona.
—No te ocultaré las cosas, Leona, lo prometo, pero tampoco te expondré a
nada peligroso. Protegeré a mi esposa con fiereza y ay de aquél que intente
acercarse a mi despistado tesoro.
Leona alzó los ojos hacia él sin levantar la cabeza para poder mirarle a los
ojos.
—¿Y me buscaréis cuando me pierda?
—Y te hallaré, puedes estar segura. –Respondió sonriéndola.
—No sé. No tenéis aspecto de marido de alguien como yo.
Arthur se rio entre dientes.
—¿Y qué aspecto ha de tener un marido para alguien como tú?
Leona sonrió.
—Pues no sé, pero seguro que no la de un canalla peligroso como vos.
Tenéis aspecto de pirata seductor y calavera disoluto de incorregible carácter.
Arthur se rio.
—¿De todo eso tengo aspecto? Qué infortunado destino me espera en tal
caso.
—No os riais. Bien sabéis que sois lo que las matronas consideran el
impenitente libertino que, sin embargo, todas ellas quisieran cazar. Sois la pieza a
abatir por toda matrona ansiosa y el caballero por el que jóvenes y no tan jóvenes
damas suspiran a su paso.
—¿Tú suspiras a mi paso?— Preguntó con aire travieso.
Leona suspiró bajando de nuevo los ojos y acomodando mejor la mejilla en
su hombro.
—La verdad es que no sabía quién eráis. Bueno, sí que reconocí vuestro
nombre de haberlo escuchado en alguna ocasión, pero como no presto mucha
atención apenas si recordaba mucho.
Arthur se rio entre dientes posando los labios en su frente.
—Pues ahora no solo no has de olvidar mi nombre sino tampoco mi rostro y
exijo que suspires al menos un par de veces a mi paso.
Leona se rio ocultando su rostro en su pecho.
—Eso es exigir en exceso, milord. ¿Queréis una esposa bobalicona que
suspire al ver a su marido?
—Salvo por que no quiero que sea bobalicona en lo demás, no solo lo
quiero, sino que lo exijo. Al menos dos suspiros al día.
Leona se incorporó apoyándose sobre un codo.
—¿Y qué recibiría yo a cambio de tales suspiros?
Arthur sonrió provocativamente.
—¿Qué deseas?
Leona frunció el ceño y después le sonrió.
—No, no, nada de disparar pistolas. –Se apresuraba a contestar él mirándola
fijamente sin evitar que se le alzaren los labios en una sonrisa mientras ella abría la
boca para protestar—. Ni pistolas ni nada semejante.
Leona resopló acomodándose de nuevo en su costado.
—Ahora no sé si me agrada siquiera la idea de tener un marido mandón al
que no podré disparar porque no me habrá enseñado a hacerlo.
Arthur se rio.
—Puedes azuzar contra mí a tu fiera custodia.
Leona resopló.
—Pero un mordisco de Bathy seguramente no sea bastante y justo castigo
contra un marido mandón.
—¿Y si te prometo una enorme caja de chocolates?
—Si siempre intentarás sobornarme y obtener mi perdón de tal modo,
acabaré oronda como lady Jowlles y serás el culpable de mi pobre y abultado
destino.
Arthur de pronto se tuvo que contener a duras penas para no decir que él se
encargaría de obtener una abultada figura en su esposa, pero no precisamente
gracias a los chocolates. Habían hablado no hacía ni unos minutos de hijos, pero de
hijos como una abstracción, como un plan de futuro lógico y esperado, pero la
imagen que en esos instantes surgió en su cabeza de Leona embarazada, se le
antojó como algo más que un simple plan de futuro o una consecuencia lógica de
un matrimonio, de pronto se aparecía ante sus ojos como algo que realmente
deseaba, como un anhelo tangible y que casi podía tocar con la punta de los dedos.
Leona embarazada de su hijo. Quería eso, quería a Leona en su vida, como parte de
su vida, como el centro de toda su vida. Quería tenerla en su cama, en su casa, en
su vida. Quería escucharla reír, lograr que sus ojos se volviesen azulados
trayéndola de regreso de su particular mundo solo con su voz y ser él en quién
fijare sus ojos siendo lo primero que viese al regresar. Quería ser él a quién deseare
retratar, con quién le gustase bromear, ser con el que, como hacía con su hermano,
se volviese pícara y traviesa y tremendamente cariñosa.
Apretó el brazo con el que la rodeaba instándola, al tiempo, a alzar los ojos
hacia él sin moverse de dónde estaba.
—Leona, deseo ir a Devonshire a pedir tu mano a tu padre, llevarte como mi
prometida al cumpleaños de mi madre y poder presumir de ser el más afortunado
de los hombres a los ojos de todos.
Alzó la mano y le dibujó con la yema del dedo las líneas de rostro
lentamente.
—Seré el mejor de los maridos, Leona, lo prometo. Me asusta que te alejes
de mí. Acabo de comprender que me asusta sobremanera que te alejes de mí.
Leona le miró seria unos instantes sintiéndose del todo sobrecogida y con la
sensación de no ser capaz de alejarse de él por mucho que lo intentare.
—Tampoco quiero que te alejes de mí. Es extraño, pero creo que si te alejas
de mí sentiré que me falta algo, algo importante.
Arthur sonrió pues por fin le tuteó.
—¿Vas a dejar que pida tu mano?
Leona frunció el ceño.
—Tengo que pensarlo. Sé que has dicho que solo piense en ti como Arthur,
pero no eres solo Arthur y eso me da miedo.
Arthur se incorporó ligeramente ladeando al tiempo el cuerpo dejándola a
ella de espaldas a la cama.
—Leona, no tengas miedo de ser lady Bromder. Eres perfecta para el papel
de lady Bromder pues lord Bromder está perdidamente enamorado de ti.
Leona se ruborizó de golpe al escucharle decir que estaba enamorado de ella
con esa rotunda seguridad.
—¿Estás enamorado de mí?— Balbuceó avergonzada.
Arthur sonreía inclinándose para besar su mejilla deslizando sus labios
hacía la boca de Leona que acarició provocativo y dulcemente antes de besarla con
suavidad. Quería ir despacio con ella, saborear cada momento con ella y los iba a
disfrutar como un tonto atolondrado.
—Estoy irremediable, profunda e inequívocamente enamorado de ti. Estoy
embelesado con mi despistada dama.
Al alzar un poco la cabeza para mirarla la vio abrir esos increíbles ojos
grises que tardaba unos segundos en azularse ligeramente.
—Al parecer soy un canalla al que cierta espía ha conseguido enderezar.
Leona emitió una risilla nerviosa.
—¿Me dejarás ser tu compinche?
Arthur se rio.
—No sé yo. Cuando estás cerca de mí, tiendo a distraerme con facilidad.
Seríamos una pareja de espías bastante despistados.
Leona se rio ladeando el rostro para enterrarlo en su cuello.
—No temas, yo estoy muy acostumbrada a los despistes así que te indicaré
cómo conducirte para que puedas actuar como un espía cabal. En esta ocasión lo
hemos hecho muy bien, ¿no es cierto? Y eso que Bathy aún no ha podido participar
por ser tan pequeñita. Cuando crezca, ella y yo te ayudaremos. Seremos tus espías
de apoyo.
Arthur se reía cerrando fuerte los brazos cerniéndose sobre ella con cuidado
inhalando su aroma y sintiendo la suavidad y calidez de su piel.
—Mi espía de apoyo. Umm, pero solo si prometes no ponerte nunca en
peligro.
—Podría admitir esa condición. –Respondió separando su rostro del cuello
de Arthur para mirarle.
—Entonces, mi tenaz dama, ¿me dejarás pedir tu mano convirtiéndote no
solo en mi esposa sino en mi espía de apoyo?
Leona se rio traviesa.
—No soy muy dada al romanticismo, eso, me temo, lo ha copado por entero
Libby, pero has de reconocer que no es la petición más romántica del mundo, y,
aun así, ha resultado muy halagadora.
Arthur sonrió seductoramente.
—Eso es porque este caballero sabe cómo halagar a su dama.
—¿Soy tu dama? –Preguntó sonriendo.
Arthur asintió antes de acariciar su mejilla con los labios.
—Mi dama. Mía.
La escuchó suspirar suavemente. Alzó el rostro para mirarla y sonrió al ver
sus mejillas ruborizadas, sus ojos brillantes y ese rostro ligeramente azorado.
—Leona, cierra los ojos y duerme. Prometo no moverme hasta que estés
profundamente dormida.
—Está bien. –Cerró los ojos, pero enseguida los abrió—. Uy, espera. Aun no
me has dicho lo que habré de decirle a mi madre cuando regresemos.
Arthur frunció ligeramente el ceño pues ciertamente no habían pensado en
ello.
—Aún no lo sé. Supongo que durante el camino de regreso deberemos
todos ponernos de acuerdo.
—Bueno, pero no le diré nada de, de, de, en fin, de tu propuesta. –Arthur
marcó aún más su ceño fruncido—. Solo hasta que vayas a Devonshire.
Arthur se rio entre dientes.
—De modo que me das permiso para presentarme ante tu augusto padre.
—Primero tienes que dejar que lo piense bien y cuando vengas te prometo
que te daré una respuesta muy, muy meditada. Así no pensarás que respondo solo
porque esté obnubilada con tus ojos verdes, tu sonrisa de canalla y tus ardides de
espía.
Arthur se rio ladeando un poco la cabeza para poder acariciarle el cuello
con los labios antes de volver a acomodarla en su costado.
—Está bien. Te dejaré decidir sin la influencia de mis ardides de espía.
Aunque ahora que sé que no he de separarme de mi espía apoyo, no sé si
soportaría que me dijeres que no quieres ser Lady Bromder.
Leona gimió.
—¿Ves? Incluso solo llamarme así me produce un escalofrío de pavor.
Arthur cerró sus brazos ajustándola a su cuerpo mientras decía:
—No te asustes, Leona. No es más que un título. En realidad, lo más duro
será ser mi esposa.
—Y tu espía de apoyo.
Arthur sonrió besándole cariñoso la frente.
—Y mi espía de apoyo, cabezota. –Repitió sonriendo.
—Bueno, lo pensaré bien.
—Bien, pues ahora duerme y descansa.
Tras un rato, la supo profundamente dormida dejándola con cuidado
acomodada en la cama. Tras taparla con una de las mantas, salió con discreción del
dormitorio y decidió regresar al dormitorio que le hubieron asignado e intentar
dormir un poco.
Cuando se reunieron en el salón tras unas horas de descanso, Andrew había
arreglado todos los detalles del viaje, pues irían en un carruaje llevando sus
caballos con ellos. Una vez acomodados en el interior y con Leona sentada junto a
su hermano pusieron rumbo de regreso a Bath. No tardaron mucho en sacar el
tema de la historia a contar a las damas de la familia.
—Bien, no veo por qué no decirles que simplemente se trataba de un ladrón
intentando hacerse con un pequeño botín y para no alarmar a ni a madre ni a tía
podríamos decirles que te dejó en la primera posada cercana a Bath encerrada en
una habitación para darle tiempo a escapar una vez comprendió que nada ganaría
con semejante argucia salvo la horca por rapto de la hija de un par del reino.
Leona miró a Andrew frunciendo el ceño.
—¿Tan inútil he sido que he estado todo un día en la habitación de una
posada, sola, sin ser capaz de pedir o reclamar auxilio?
Arthur y Lucas se rieron y miraron a Andrew con interés esperando
escuchar cómo salía del entuerto.
—Em, bueno, pues te dejó maniatada y amordazada de modo tal que
tardaste unas horas en liberarte y buscar ayuda.
Leona le miró entrecerrando los ojos.
—Umm, bueno, eso tiene sentido, pero ¿cómo es que nadie le vio llevarme a
la fuerza hasta esa habitación y salió en mi ayuda o en buscar a los alguaciles?
De nuevo los dos caballeros se rieron y miraron con renovado interés a
Andrew que suspiraba pesadamente.
—Pues, te consiguió deslizar dentro de la posada siendo ya muy tarde
teniendo la fortuna de no cruzarse con nadie.
—Pues menuda fortuna la del desventurado ladrón. –Refunfuñó Leona.
—Leo, cuántos menos detalles demos mejor que mejor.
De nuevo ella resopló.
—Sí, desde luego, lo que resultará en extremo fácil porque madre y tía
Evelin son dos mujeres que se sobran y bastan con dos detalles sin importancia sin
querer ir más allá intentando recabar cada ínfima información hasta obtener toda
la historia de cabo a rabo incluso valiéndose de tortura para ello.
Andrew gruñó.
—Si se ponen en exceso inquisitivas muéstrate apenada y cansada y ya me
ocuparé yo de hacerles comprender que conviene que olvides este episodio lo
antes posible y que recordarlo y traer a tu mente cada ínfimo detalle no será bueno
para ti.
Leona sonrió.
—Apenada y con necesidad de olvido. Bien, eso sí es más sencillo. ¿Ves?
Cuando te esfuerzas es cuando por fin logras ver las cosas con claridad y
practicidad. –Lo besó en la mejilla y le sonrió con inocencia—. Realmente
necesitabas otra espía en la familia para sacarte de muchos embrollos.
Andrew de nuevo gruñó.
—¿No has tenido bastante experiencia en estas lides para no querer repetir
la experiencia?
Leona hizo una mueca.
—Bueno, intentaría que secuestros e intentos de asesinatos contra mí no se
repitiesen, pero por lo demás, creo que ha sido muy interesante. Además, ahora
que sé lo que haces cuando haces lo que haces, estaré más atenta a los detalles. Seré
una hábil buscadora de información para ti. Ya verás, a partir de ahora resolverás
los misterios más rápidamente y con menos esfuerzos. Después de todo, la mente
de una mujer siempre es más práctica que la de un hombre.
—Leona, practicidad y atención a los detalles rara vez son dos cosas que
puedan aplicarse a tu persona.
Leona abrió y cerró la boca varias veces mirándole ofendida y finalmente
resopló.
—Eso es una impertinencia y lo rebatiría de no encontrar injustamente cierta
verdad de fondo en ello.
Andrew se rio y le pasó un brazo por los hombros empujándola hacia él y
besándola en la frente.
—Te dejaré explicarle a padre todos los detalles de tus aventuras de estos
días y así podrás escandalizarlo y seguro que, una vez se le pase el susto y la
impresión inicial, deseará saberlo todo y analizar contigo los detalles de todo el
misterio.
Leona sonrió alzando el rostro hacia él.
—Podría, además, decirle que si supiere disparar podría haber usado mi
pistola contra ese canalla de lord Filmore o contra cualquiera de sus gigantones.
Seré muy teatral y melodramática y habrás de guardar silencio cuando le haga ver
las virtudes de saber disparar y de tener una pistola pequeña.
Andrew sonrió.
—Ni aunque le dijeres que todo el ejército ruso te persigue pondría una
pistola en tus manos. Pensaría, como yo, que serías tú la que supondría un peligro
para ti misma y el resto de tu familia.
Leona resopló y le miró enfurruñada, después miró a Arthur que le sonrió
alzando una ceja dándole claramente a entender que con él mordía en hueso. Giró
el rostro y sonrió a Lucas.
—Milord, seguro que vos podéis ver y apreciar las virtudes que puede tener
para una dama saber manejar un arma con soltura.
Lucas la miró alzando las cejas con una media sonrisa.
—Milady, tildadme de cobarde, más, prefiero no expresar mi opinión so
pena de salir mal parado de llegar a hacerlo.
Leona sonrió con picardía.
—Oh bueno, si teméis que Andrew os golpee en castigo, no os apuréis, yo
os protegeré. Sentíos libre de peligro para darme la razón.
Lucas, al igual que Arthur y Andrew estallaron en carcajadas.
—¿No se te ha ocurrido pensar que teme más tus idus que los míos?—
Preguntaba Andrew aun riéndose entre dientes.
—No, no se me ha ocurrido porque no ha de temer mis idus mostrando su
conformidad con mi sensato y acertado parecer.
Andrew sonrió negando con la cabeza.
—Dejemos la integridad física de milord tranquila tanto de tus idus como
de los míos. Dentro de un rato llegaremos al molino viejo y podremos tomar un té
y prepararnos para el momento de vernos asaltados por las damas de la familia.
Leona suspiró.
—Resulta irónico que esto acabe precisamente donde empezó todo.
Andrew se rio mirándola divertido.
—Al menos, espero que, en esta ocasión, la parada no reporte emociones ni
intrigas añadidas.
Leona sonrió.
—Por si acaso, no pienso levantar los ojos de la taza de té. No miraré más
allá del borde de la misma y así no recordaré cara ni personaje alguno con el que
nos topemos.
Andrew se rio asintiendo.
—Me parece bien. Es posible que todos imitemos tu conducta.
Durante todo el trayecto, los tres caballeros charlaron relajados mientras que
Leona permanecía adormilada con la cabeza apoyada en Andrew mientras que
Arthur la vigilaba disimuladamente, consciente de que debía aun estar agotada
después de tantas emociones.
Al llegar a la posada se sentaron en una de las mesas del interior cerca de la
gran chimenea y Arthur se las arregló para sentarse junto a ella y con disimulo
tomarle la mano bajo la mesa que estuvo acariciando durante todo el rato que
estuvieron allí. El trayecto desde la posada hasta la ciudad, Lucas prefirió hacerlo a
caballo por lo que fue junto al carruaje todo el camino y él se mantuvo sentado
frente a Leona y su hermano, aunque durante esta parte del trayecto consiguieron
entre él y Andrew mantener a Leona entretenida con historias relativamente
inocuas de algunas de sus aventuras pasadas.
Como había predicho Andrew, en cuanto llegaron a la mansión, todas las
damas de la familia los asaltaron ansiosas, nerviosas y aliviadas, pero también
ávidas por saber y conocer lo ocurrido y con cierta habilidad, Andrew consiguió
contar una historia bastante somera haciendo hincapié en la necesidad de dejar
atrás lo ocurrido y no insistirle a Leona que recordase tal experiencia. Además,
como su madre informó, al día siguiente partirían a Devon para recuperar un poco
del sosiego y la seguridad de la casa familiar.
Una vez en la mansión de lord Willow, tras haber dejado a Leona y su
hermano en manos de las damas Antonwe, Lucas y Arthur esperaron el
escalonado regreso de todos. Antes de salir de Bristol se hubieron asegurado de
mandar algunos mensajeros para interceptarlos en sus caminos e informarles de la
captura de lord Filmore y los suyos y de que Leona se hallaba sana y salva.
Los últimos en llegar fueron Bennet, Lorens y Albert procedentes de
Londres que llegaron pasada la medianoche. Con todos ya reunidos y con los tres
recién llegados devorando una copiosa cena, Lucas les narró con detalle todo lo
ocurrido desde que consiguieron dar con el paradero de Filmore y los suyos.
William miró frunciendo el ceño a Arthur.
—¿Estáis seguros de que no se valdrá de algún enredo para escurrir la
justicia?
Arthur negó con la cabeza.
—Tendremos el testimonio de lady Archer, de esos dos hombres a los que
solo confesar sus crímenes les librará de la horca y sobre todo la documentación
apresada en manos de Filmore que le vincula directamente no solo con el robo sino
con los asesinatos aquí en Bath.
—¿Entonces, lady Leona no habrá de prestar declaración? –Preguntó Julian.
—Pretendemos dejarla fuera de todo esto en la medida de lo posible. En
cualquier caso, lord Bremer, como su hermano y como agente de la corona, podrá
prestar testimonio en completa reserva y debiera ser suficiente. –Contestó Lucas
mirándolo fijamente—. Además, en nada convendría relacionar a la futura
duquesa de Plintel con la captura de un asesino y su banda de malhechores.
Los tres hermanos giraron el rostro como un resorte hacia Arthur que gruñó
lanzando una mirada a Lucas.
—No sé de lo que hablas. –Contestó esquivo.
—No, claro que no. –Señalaba Lucas entre risas.
De nuevo Arthur gruñó, pero no se libró de que sus hermanos le asaltaren
en privado antes de retirarse a dormir.
—Lo has decidido, ¿no es cierto? —preguntaba Julian sin ambages mientras
servía cuatro copas de coñac.
Arthur suspiró devolviéndole la mirada seria.
—Sí.
William se rio entre dientes.
—Nos alegramos, Arthur, de veras que sí. Consigue que dejes tu frialdad
habitual de lado y eso es bueno.
Arthur le miró alzando una ceja con tono de reproche, pero enseguida
esbozó una media sonrisa deslizando sus ojos verdes hacia Bennet.
—Pues no debo ser el único que deja de lado algunas cosas ante una dama
de la familia de lord Antonwe ya que, al parecer, el pequeñajo tiene cierta
predilección por la mayor de las hijas.
Julian y William fijaron sus ojos entonces en Bennet que suspiró elevando
los ojos al techo.
—No intentes desviar la atención, Arthur.
—No lo intento. De hecho, ya he confesado lo que queríais saber, de modo
que, no veo qué tiene de malo obtener también cierta información de ti. Aunque
eso sí, te prohíbo asaltar la casa del vizconde hasta que yo haya obtenido la mano
de la menor de sus hijas. A ver si por verse de pronto sin hijas a su alrededor me
quedo sin mi futura duquesa.
Bennet se rio.
—Dudo que al heredero del ducado le pongan pegas. Más difícil lo tendré
yo siendo cuarto hijo.
Arthur sonrió.
—Extrañamente, no creo que a lord Antonwe le parezca el mejor de los
partidos para la menor de sus hijas. Presumo que le gustaría alguien con menos
responsabilidades y cargas, al menos para Leona.
Bastante arduo será que ella obvie el que sea quién soy para lograr también
eso en su padre y hermano. Además, no creo que ellos, precisamente, sean ajenos a
la fama que me persigue en cuanto a supuestas conquistas.
William le miró frunciendo el ceño.
—Por mujeriego o conquistador que seas a sus oídos, precisamente el ser el
heredero del ducado de Plintel hará que perdonen en tu persona muchos detalles
como ese.
—No estoy del todo seguro de eso. Tengo la impresión de que salvo que
Leona se muestre muy tajante en su resolución de ser yo su esposo, lord Antonwe
y lord Bremer preferirían para su hija y hermana menor, respectivamente, alguien
con un bagaje social y público menos movido y ni siquiera el ser heredero de un
duque me libraría de ello, es más, en este caso, creo que juega más en contra que a
favor de mis intereses.
Julian tras tomar un buen trago de su copa le miró con determinada
decisión.
—No lo entiendo. Lady Leona, como toda dama casadera y sus familiares,
buscarán y aspirarán al mejor partido posible y desde luego el heredero del duque
de Plintel lo es. ¿Por qué presumes tan poca predisposición a tu favor en este caso?
Arthur se encogió de hombros.
—Porque pienso que, para su hermano, la menor es su debilidad y querrá
para ella una vida acomodada, segura y lo menos complicada posible y presumo
que su padre actúa igual para con Leona. No solo porque sea despistada y ajena y
carente de todo gusto por los enredos sociales o las luchas entre la aristocracia, sino
porque a ella ese mundo no es solo que le resulte indiferente, sino que no le agrada
e, incluso, me atrevería a aseverar la asusta. Pensarán que cierto estatus la obligará
a estar inmersa en esa vorágine tanto si le gusta como si no.
—Pues ya puedes hacerles comprender que tú, precisamente, eres el
primero que se aleja y evita esa vorágine a como dé lugar y prueba de ello es que
muchos te consideren el caballero más difícil de atrapar por las matronas y sus
familias. –Señalaba de nuevo Julian.
Arthur suspiró.
—Creo que, si Leona me acepta, su padre y hermano también lo harán.
—¿Cómo que si te acepta? —preguntaba William alzando las cejas—. ¿No le
has preguntado? ¿Tan agotado has quedado tras la captura de Filmore que no se te
ha ocurrido asegurarte su mano antes de que parta de nuevo a Devonshire?
—Le he preguntado, pero también le he concedido tiempo para pensarlo
bien. Os recuerdo que ha tenido unos días muy difíciles, empezando por el intento
de asesinato y terminando por su secuestro. Quiero que me dé una respuesta
meditada y convencida del paso que da. Lo que no significa que me vaya a
conformar sin luchar. –Sonrió—. Leona es mi duquesa, estoy seguro. Solo necesito
que se dé cuenta, o mejor dicho que reconozca que ella también lo sabe.
Bennet sonrió negando con la cabeza.
—Pues asegúrate que no lo olvida con alguno de sus despistes.
Arthur se rio.
—Me pasaré la vida rescatándola de algún enredo, pero estoy convencido
que me divertiré sobremanera. –Lanzó una mirada de pura diversión a Bennet—.
Claro que tú no andarás muy a la zaga ya que lady Eliza parece toda cordura,
contención y recato, pero cuando se alía con sus hermanas es tan peligrosa como
ellas.
Bennet se rio.
—Ya veremos quién de los dos acaba más ocupado desenredando entuertos
de ambas hermanas.
Arthur sonrió negando con la cabeza poniéndose en pie al tiempo que
dejaba su copa vacía en la mesa junto a él.
—Bien, ya veremos quién tiene más quebraderos de cabeza. Yo, de
momento, voy a dormir que necesito recuperar fuerzas.
A media mañana Arthur se presentó en la mansión sabiendo que la familia
se marchaba antes del mediodía por lo que fue a despedirse de ellos, pero sobre
todo con la única intención de estar un rato a solas con Leona del modo que fuere.
—Buenos días, milord. –Le saludaba Dorson tomando de sus manos el
gabán y el sombrero—. Milord se encuentra en la biblioteca. Anunciaré su visita. Si
gusta esperar en el salón azul.
Arthur asintió discretamente caminando hacia dónde le hubo indicado. Al
cabo de unos minutos apareció Andrew con mejor aspecto que el día anterior.
—Lord Bromder, espero que su visita no tenga relación con ningún nuevo
encargo de cierto Lord procedente de Londres.
Arthur rio negando con la cabeza.
—Por fortuna para ambos, nada más lejos de la verdad. Solo venía para
despedirme y desearles buen viaje.
Andrew asintió señalándole un sillón cercano a la ventana.
—Pues llega a tiempo pues no tardaremos mucho más en marchar. De
hecho, ya he dado aviso a mis torturadoras que la que no se halle preparada en
pocos minutos quedará como única ocupante de esta casa.
Arthur sonrió.
—¿Y lady Leona? ¿Ha logrado descansar?
Andrew suspiró pesadamente.
—Me temo que ha estado toda la noche inquieta y del todo nerviosa, pero al
menos no la veo temerosa.
Mi madre y hermanas la han liberado de todo el ajetreo del traslado de
modo que ahora está un poco más tranquila paseando por el jardín.
Arthur sonrió asintiendo.
—Es de suponer que tarde unos días en olvidar o por lo menos dejar atrás
todo lo ocurrido. Vuestro padre, en cambio, es posible que se enfurezca más de lo
que sería aconsejable, pero dadas las circunstancias no creo que podamos evitar
excusarle.
Andrew suspiró.
—Sí, supongo que tardará un tiempo en perdonarme. Por cierto, esperad
aquí. Os traeré el cuaderno de dibujo de Leona con los retratos de todos los
participantes en este embrollo, al menos los que ella ha visto. Será mejor que se los
entreguéis a lord Willow junto con el resto de las pruebas.
Arthur asintió y de soslayo miró los ventanales que daban al jardín.
—¿Me permitís, mientras, acompañar a vuestra hermana en su paseo por el
jardín? Así me despido de ella.
Andrew frunció ligeramente el ceño, pero asintió.
—Como gustéis. Subiré a mi dormitorio a buscar el cuaderno, pues pensaba
enviároslo por mensajero, pero ya que estáis aquí os lo entregaré en mano.
Procurad no recordad a Leona lo ocurrido si podéis evitarlo, con suerte volverá a
dormir plácidamente en pocos días.
Arthur esperó que Andrew saliere por la puerta para hacer lo mismo por el
ventanal apresurándose a cruzar la terraza y buscar a Leona en el jardín
encontrándola paseando con aire distraído por uno de los senderos con Bathy
dando titubeantes pasos delante de ella.
Se acercó a ella con cuidado y miró en derredor asegurándose de no estar a
la vista de ojos indiscretos viendo cerca de ella unos altos setos. Sonrió
inclinándose tomando al cachorro, y, por sorpresa, al mismo tiempo la mano de
ella llevándola con él tras el seto. Giró poniéndose cara a cara con ella y antes de
darle oportunidad de decir nada la atrajo hacia él rodeándola con los brazos.
—No quería que te fueras sin despedirme de ti y sin abrazarte.
Notó el suspiro de Leona antes de que deslizare los brazos por sus costados
acurrucándose en su cuerpo.
—Supongo que ya no podré volver a hacer esto si nos vamos en unos
minutos. —Murmuró sintiéndose apenada y como si empezare a sentir su ausencia
incluso en ese momento.
Arthur suspiró cerrando fuerte los brazos encajándola en su cuerpo.
—No tardarás mucho en volver a hacerlo. Dentro de unos días iré a
buscarte, iré a por mi dama. No olvides que eres mi dama.
Leona alzó un poco el rostro sin separarse de él para poder mirarle.
—Tu dama. –Repitió en un murmullo—. ¿Y si no consigo convencer a mi yo
racional de que acepte?
Arthur sonrió.
—¿Eso es lo que has de hacer? ¿Convencer a tu razón?
Leona suspiró.
—Bueno, es que creo que son mi razón, mi cordura y mi sensatez las que me
advierten de que no seré lo que necesitas.
—Lo eres, Leona. –Aseguró él con firmeza—. Eres todo lo que necesito y
mucho más. Nunca dudes de ello.
Inclinó un poco más la cabeza y la besó en la frente, en la mejilla y
finalmente en los labios con suavidad, solo queriendo acariciarle los labios.
—Leona, dejaré que juegues un poco más con tu pobre perrita que seguro te
ha añorado. Quiero que recuerdes que pensaré mucho en mi dama y estaré
preocupado por si se ha perdido por los campos de Antonwe Hills más de lo que
acostumbra y desearé que sueñes conmigo y con mis irresistibles abrazos.
Leona sonrió ladeando ligeramente el rostro.
—¿Irresistibles abrazos?
Arthur sonrió seductor.
—A las pruebas me remito. –Contestó apretando sus brazos un poco más
mientras Leona se reía—. Leona, será mejor que me vaya antes de que alguien nos
encuentre.
Leona suspiró pegando la mejilla a su pecho unos instantes más.
—No se me ha olvidado que me debes una enorme caja de chocolates.
Arthur se rio antes de besarle la cabeza y aflojar su agarre.
—Y tú me debes una respuesta.
Leona asintió dando un par de pasos hacia atrás rompiendo el abrazo.
Arthur le acarició la mejilla con los nudillos lentamente.
—Leona, intenta descansar. Ahora estás a salvo. Nada va a ocurrirte, lo
prometo.
Leona suspiró.
—Supongo que es la casa. No me siento segura aquí, pero ya no importa
pues nos marchamos.
Arthur alzó la vista y la llevó de nuevo al otro lado del muro posando su
mano en su manga.
Comenzó a pasear con ella por el sendero sabiendo que en breves instantes
regresaría su hermano.
—Sueña conmigo, Leona. –Decía bajando mucho la voz tras cederle al
cachorro—. Sueña conmigo y no tengas miedo. Yo no dejaré que nada te pase.
Leona ladeó la cabeza para poder mirarle.
—¿Cómo es que has venido hoy? ¿No habrá ocurrido nada?
Arthur se rio entre dientes negando con la cabeza.
—Tu hermano me ha preguntado algo similar.
Leona se rio traviesa.
—Ambos llevamos un espía dentro de nosotros.
Arthur giró ligeramente el cuerpo y miró hacia la casa antes de inclinarse y
besarle en la frente deslizando sus labios por su rostro hasta sus labios dándole un
beso suave, lento y dulce.
—Promete no olvidarme ni meterte en ningún enredo ni complot contra la
corona hasta que vaya a buscarte.
Leona sonrió mientras él daba un paso atrás.
—No puedo prometer eso. Ya sabes que Devonshire es conocido por ser un
nido peligroso de espías y confabuladores.
Arthur soltó una carcajada.
—Vas a llevarme por caminos tortuosos de ahora en adelante, ¿no es cierto,
pequeña maquinadora?
Leona alzó la barbilla sonriéndole con picardía.
—Es posible. Todo dependerá de cuán necesitado de ayuda se hallen ciertos
caballeros. No olvidemos que suelen requerir el auxilio de mentes más duchas y
preclaras.
Arthur de nuevo soltó una carcajada.
—¿De modo que ahora te proclamas como una mente ducha y preclara? Lo
achacaré al cansancio y la falta de sueño, milady, pues de lo contrario os tacharía
de arrogante e incluso, quizás, de no ser capaz de distinguir entre la verdad y la
mentira, entre lo real y lo irreal, entre lo racional y lo irracional.
—Ah, no, eso sí que no. Milord, creo que seré yo la que os tache de tal y por
ello una compañía no adecuada para una dama inteligente y cabal como yo.
Arthur sonrió mirando de soslayo hacia la terraza donde veía acercarse a
Andrew y bajando la voz añadió:
—Cabal o no, recuerda que adoras mis abrazos y me adoras a mí, casi tanto
como yo a ti.
Leona se ruborizó como una amapola sin posibilidad de decir nada pues
Andrew atrajo la atención de los dos llegando a su altura.
—Milord, aquí os traigo lo prometido. –Le sonreía ofreciéndole un pequeño
paquete envuelto en papel de estraza antes de mirar a Leona sonriendo—. Será
mejor que vayas a por tu pelliza y los guantes pues madre y las demás están a
punto de bajar. Acompañaré a milord hasta la puerta.
Leona asintió y giró para mirar a Arthur.
—Recordaré vuestras palabras, milord y prometo pensar en ellas y no
olvidarlas, a salvo aquéllas en que me tildabais de arrogante y ajena a la cordura.
Arthur se rio entre dientes.
—Por mí no hagáis el esfuerzo de tal olvido, milady. Después de todo,
mejor recordarlo todo antes de comenzar a dejar vacíos en nuestros recuerdos y
con ellos motivos de preocupación y no querría ser yo el que genere tal
desasosiego, más lo contrario. Esperaba haberos ofrecido algunas palabras que os
inspiren un sueño calmado y alejado de preocupaciones, a pesar de esa pequeña
dosis de arrogancia y carencia de cordura de la que un inconsciente ha dicho
adolecéis.
Leona frunció el ceño unos segundos antes de asentir con un golpe de
cabeza firme.
—Me gusta. Me quedaré solo con la parte en que os reconocéis un
inconsciente.
Arthur alzó las cejas antes de prorrumpir en carcajadas igual que Andrew
viéndola alejarse y entrar en la casa. Andrew lo guio hasta el vestíbulo y mientras
Dorson le entregaba el gabán y el sombrero le miró con una media sonrisa.
—Supongo que nos encontraremos en Londres, milord.
Arthur le devolvió la mirada pensando que tanto el tono como la forma de
mirarle parecían indicarle que a Andrew no se le escapaba algo más de lo que él
creía. Asintiendo se despidió de él con una cortesía y le deseó buen viaje y saludo
para el resto de las damas de la familia.
El regreso a Devonshire, a Antonwe Hills fue como en la ida, pesado y
cansado, pero cuando llegaron por fin consiguieron descansar y restablecerse y
apenas tres días después habían recuperado sus rutinas del hogar a salvo el hecho
de que su padre parecía estar un poco más atento de lo normal a Leona y solía salir
a montar con ellas por las mañanas. Tras otra semana pareció convencido de que
ella estaba bien y suavizó su vigilancia que no así su prohibición de no salir de la
propiedad sin compañía no solo de Dora o de Lucille como si temiere que Filmore
o alguno de los suyos regresare.
—Leo.
Andrew se acercó a ella en el jardín una mañana mientras ella estaba
cuidando de los rosales de su madre ayudando a Eliza vigilando a Bathy que
jugueteaba cerca con un calcetín viejo. Al levantar el rostro para mirarle, Andrew
le hizo un gesto para que fuere con él.
—Eliza, ¿vigilas a Bathy? —Preguntaba mientras se quitaba los guantes y el
cubre faldas.
—Claro. En un rato la llevaré a las cocinas a que coma y beba, pero después
te ocupas tú de bañarla porque si madre la ve sucia empezará a refunfuñar.
Leona asintió sonriendo.
—Prometo bañarla y ponerla limpita para evitar refunfuños.
Una vez junto a Andrew, éste la tomó de la mano y la llevó hacia el interior
de la casa.
—Ven, padre quiere hablar con nosotros.
Leona frunció el ceño dejándose llevar.
—¿Ha ocurrido algo?
—Espero que nada preocupante. Últimamente prefiero la falta de noticias y
el aburrimiento a novedad alguna. Creo que me estoy volviendo acomodaticio.
Leona se rio mirándole con clara incredulidad.
—Ya veremos cuánto dura esa nueva faceta de tu carácter.
Al llegar al despacho de su padre les hizo sentar en ambos confidentes
frente a su imponente mesa de caoba.
—He recibido noticias desde Londres. Lord Dashwoth ha tenido la gentileza
de enviarnos noticias del proceso abierto contra lord Filmore y los suyos. Al
parecer, lord Willow ha conseguido enfrentarlo ante la corte y eliminar sus
privilegios de modo que será juzgado por todos sus delitos incluyendo el
asesinato, el robo y actos contra la corona. También reseña que no será necesaria la
declaración de Leona y que bastará con los testimonios de los caballeros que
actuaron para apresarle y los documentos facilitados como pruebas. Aunque me
temo, Andrew, tú deberás ir a refrendar tu declaración.
Andrew asintió.
—Respecto a la devolución del Fabergé y las consecuencias de ello, ¿dice
algo?
Su padre miró la carta que tenía frente a él negando con la cabeza.
—Supongo que el carecer de noticias en ese sentido es bueno.
Andrew sonrió.
—Sí, eso mismo le decía a Leona hace unos instantes.
—Aun así— insistió su padre—. No quiero que salgas sola. Por favor,
obedece.
Leona asintió.
—Bien, en ese caso, creo que podríamos retomar la normalidad y olvidarnos
de todo este asunto dejándolo atrás. –Miró a Andrew sonriendo—. Dentro de dos
días es el baile de los barones de Fellow y dado que es el primer baile de la
temporada de verano en la zona, podríamos ir todos juntos. Además, sus hijos se
encuentran en casa y seguro les agradará ver de nuevo a tus hermanas.
Leona gimió. Sus padres llevaban desde que eran unas niñas pequeñas
intentando que a alguna de ellas le atrajese uno de los dos hijos del barón de
Fellow y al parecer no iban a cejar en su intento jamás.
—Padre, empieza a adquirir algunos de los peores hábitos de tía Evelin
como el de la falta de sutileza.
–Refunfuñó logrando solo que su padre se riese indiferente a la crítica—. En
fin, —suspiraba poniéndose en pie—, creo que iré a dar de comer a Bathy y a
bañarla antes de que madre me riña porque deje sus patas marcadas en sus
alfombras.
Su padre soltó una carcajada.
—Has de reconocer, Leona, que aun siendo pequeña ese perro es un trasto
de cuidado. No deja alfombra ni cortina sin mordisquear.
Leona miró a su padre con resignación.
—Pero si aún no tiene más que unos dientecitos enanos con los que no logra
ni masticar comida sólida.
—Pues ello no le impide intentarlo con ahínco. –Se reía su padre mirándola
desde el sillón tras su mesa.
Leona le lanzó una mirada desde la puerta ya abierta.
—Padre, empezáis de veras a pareceros en extremo a tía Evelin.
Su padre soltó una carcajada.
—Para ser un duendecillo impertinente y despistado mucho te fijas tú en las
personas a tu alrededor.
—Yo no soy impertinente. –Se quejó sonriendo antes de salir con paso vivo.
En cuanto se cerró la puerta el vizconde miró a su hijo.
—Supongo que después de todo, sí era cierto lo que decías respecto a ciertos
caballeros y tus hermanas.
Extendió el brazo por encima de la mesa y le cedió una misiva que había
recibido en el correo de la mañana. Andrew tomó la nota y la leyó someramente
esbozando una media sonrisa después.
—Bien, no puedo por menos que reconocerme el mérito de la observación y
la correcta conclusión de ideas en base a lo que veo. –Miró a su padre alzando una
ceja—. ¿Residirán entonces en la propiedad de Lord Fellow estos días?
Su padre asintió.
—Les debe haber invitado a cazar y al baile de verano.
—Me agradan mucho lord Alwis y el señor Winston. Aunque ninguno sea
heredero de título alguno, ambos tienen fortuna, buen linaje y excelentes
relaciones, carecen de vicios destacados y, desde luego, congeniaban bien con Eliza
y con Libby. No tengo pegas respecto a ninguno ni respecto a sus posibles
intenciones para con ellas.
—¿Pero?— Preguntó el vizconde alzando una ceja dándole a entender que
sabía que algo más había tras sus palabras.
—No hay pero, padre, no respecto a ninguno de ellos.
—No respecto a ninguno de ellos, luego solo queda el tercer mentado en la
nota. Lord Bromder.
—Padre, ciertamente no expresó ni manifestó de modo tan evidente interés
alguno, más, no dejo de pensar que siente una inclinación por Leona que le
conduce inevitablemente al mismo final que sus amigos respecto a Eliza y Libby y,
a diferencia de ellos, lord Bromder ocupará una posición que entiendo debiéremos
estimar deseable para el pretendiente de cualquiera de mis hermanas, sin embargo,
es precisamente esa posición la que me hace considerarlo inadecuado para Leona.
Ella no aspira ni desea el papel de futura duquesa y dudo que le agrade el status y
lo que conlleva tal papel, especialmente estar siempre bajo la observación de toda
la aristocracia. Más aún cuando fuere la duquesa de Plintel. El carácter, el gusto y
el propio temperamento de Leona, nos debería hacer pensar y estimar como
pretendientes adecuados para ella caballeros con una buena posición social, con
adecuada fortuna, formación y carácter, pero también que le permitan vivir sin ser
la constante atención de terceros. Ella no gusta serlo y acabaría resistiéndolo. A ella
le agrada la vida tranquila, alejada de la vorágine social e incluso de los ojos de los
demás y quizás no pudiere obtener nada de ello siendo la esposa de Lord Bromder
y menos cuando éste sea ya el duque de Plintel.
Su padre suspiró meditando sobre ello en silencio unos segundos con gesto
severo.
—No, es cierto, a Leona no le agradan ese tipo de atenciones y la presión de
no querer fallar a su esposo y su título podría acabar haciendo mella en ella y su
carácter. De cualquier modo, creo que no debiéremos adelantar acontecimientos.
De querer hacer una petición deberemos esperar a esta y plantear nuestras dudas a
lord Bromder haciéndole partícipe de nuestras preocupaciones y, en su caso,
objeciones a ese posible enlace. Además, también debiéremos escuchar lo que
tenga que decir, llegado el caso, la propia Leona. Dices que Eliza y Libby
mostraron abiertamente su favor a lord Alwis y el señor Winston, al menos a tus
ojos parecían agradarles sus atenciones, bien, ¿Qué opinas de Leona? ¿Mostró ella
algún tipo de predilección por lord Bromder?
Andrew suspiró.
—Lo cierto, padre, es que la cabeza de Leona estaba centrada en el enredo
en el que nos hallábamos metidos y de ello no puedo sino considerarme culpable
por lo que no sabría decirle si pudo o no mostrar algún tipo de inclinación por lord
Bromder, más cuando, la veces que estaban juntos, se debía precisamente a que
estaba protegiéndola o ayudándome en tal tarea.
Su padre le miró serio antes de asentir.
—Entiendo. ¿Y ahora? ¿Crees que nota su ausencia o ha mostrado algún
indicio respecto a esto? ¿La notas más distraída, meditabunda o triste?
Andrew alzó una ceja mirando a su padre con incredulidad.
—Preguntar algo así sobre Leona es como preguntar si de noche oscurece,
padre. Ciertamente si se diere la circunstancia de encontrarse distraída,
meditabunda o en exceso abstraída, no podría haberlo notado ni esforzándome
sobremanera.
Su padre sonrió negando con la cabeza.
—Sí, ciertamente sería difícil apreciarlo. Supongo que solo nos queda
esperar y si lord Bromder, como sospechas, pretendiere a Leona, deberemos actuar
en consecuencia incluyendo conocer la opinión y, sobre todo, los deseos de Leona.
Lo creas o no, juzgo muy capaz a Leona de ser una excelente duquesa. Cuando se
propone algo es muy tenaz.
Andrew se rio.
—Decid mejor que es terca como una mula, padre. Aún sigue preguntando
si le enseñaré a disparar.
—Ni se te ocurra poner arma alguna en manos de Leona. No quiero ni
imaginar lo que resultaría de tal idea descabellada.
A media tarde Leona, sentada en el saloncito pequeño en que solía pintar
por la agradable luz que entraba por el ventanal a cuyos pies solía sentarse,
escuchó un pequeño alboroto procedente de unas de las habitaciones más alejadas
de esa ala de la casa. Apartó su cuaderno de dibujo y tomó a Bathy que dormitaba
en la alfombra junto a ella. Fue directa en la dirección de donde procedían los
ruidos y las voces hasta alcanzar el salón situado a la derecha del vestíbulo y al
cruzar la puerta de comunicación de la sala por la que entró con esa se topó a Eliza
y a Libby riéndose y abrazando a lady Madeleine y a lady Aleen mientras un poco
más allá sus padres saludaban a los barones de Brymor. Sonrió viendo a Libby
riéndose con su amiga y entró acercándose para saludarlas.
—Leo, ven. —Libby la azuzó en cuanto la vio—. Mira quienes acaban de
llegar.
Leona las saludó a las dos sin dejar de sonreír.
—Qué sorpresa. –Decía tras saludar a Aleen—. No sabía que veníais.
Aleen se rio.
—Queríamos daros una sorpresa. Mis padres adelantaron el viaje pues la
estancia en casa de mi abuela empezaba a resultar un poco pesada ya que tiene
muchos de invitados y a cada paso que dábamos chocábamos con alguno de ellos,
y como de todos modos pensábamos regresar a tiempo de acudir al baile de los
barones de Fellow, padre decidió que bien podíamos descansar un par de días lejos
de tanto alboroto, aquí, ya que vuestra madre insistió en que nos quedásemos toda
la semana.
—Pues nos alegramos porque así podremos ir a pasear tranquilas por el
pueblo y hacer un picnic en el lago. –Señalaba Leona—. Saluda al nuevo miembro
de la familia. Se llama Bathy y es mi perrita. –Alzó al cachorro para ponerlo a la
altura de su cara—. Ya que madre no nos dejaba tener gatitos nos las hemos
arreglado para tener una perrita.
Aleen se rio acariciando a Bathy.
—¿A quién se la has robado?— preguntaba mirándola divertida.
Leona resopló pegándose a Bathy al pecho.
—¿Por quién me tomas, mala amiga? La encontré en el jardín trasero y el
pobre Andrew tuvo que pagar un pequeño rescate por ella a lady Condish, nuestra
vecina en Bath, pues reclamaba que se la devolviésemos.
Aleen sonrió negando con la cabeza. Tras mirar por encima de su hombro se
inclinó hacia Leona y bajando mucho la voz señaló:
—Tenemos que hablar de una cosa, pero cuando estemos solas. ¿Crees que
puedes venir a mi habitación antes de la cena?
Leona asintió y ambas dejaron para más tarde esa supuesta conversación
privada. Leona se apresuró a cambiarse para la cena y así tener tiempo para ir a
hablar con Aleen antes de bajar juntas. Tras llamar y escuchar que le daban
permiso, entró en el dormitorio de Aleen mientras esta aún se terminaba de vestir.
Disimuladamente le pidió a su doncella que las dejara solas antes de instar a Leona
a sentarse con ella en la banqueta a los pues de la cama.
—Si le has pedido a July que se marche, grave ha de ser el asunto que
quieras tratar.
Aleen asintió con un golpe de cabeza.
—Lo es, aunque más que grave es simplemente que ardo en deseos de que
me expliques qué ocurre. –Leona la miró sin comprender—. Recibí tu nota
pidiéndome uno de los gatitos de la camada, lo cual no parecía nada sorpresivo en
sí pues siempre te gustaron mis gatos, pero lo que resultaba del todo sorprendente
era la persona a quién deseabas que se lo entregase. No podía creerme que me
pidieres un gatito de Highland Fold para la duquesa de Plintel y menos para que
se lo regalase lord Bromder. ¿Cuándo has conocido a lord Bromder? y sobre todo
¿Cómo es que has llegado a tener la cercanía bastante para interceder por él para
conseguirle un gato?
Leona suspiró.
—Es complicado y al tiempo sencillo. Coincidimos con él, su hermano lord
Bennet Alwis y algunos de sus amigos en Bath y, casualmente, vinieron a tratar
unos asuntos de negocios con Andrew. Nos vimos en unas pocas ocasiones y en
una de ellas conversamos sobre regalos para su excelencia y no sé cómo acabamos
hablando de gatos y recordé los tuyos y lo bonitos que son y, bueno, me ofrecí a
pedirte uno de los gatitos que sabían estaban a punto de nacer.
Aleen la miró entrecerrando los ojos.
—¿Qué es lo que no me cuentas? Porque en esa historia faltan muchos
detalles, especialmente cuando lord Bromder se presentó en casa de mi abuela y
llevarse uno de los gatos, aunque eso sí, me regaló una caja de mis bombones
preferidos y una bonita caja de porcelana.
Leona se encogió de hombros.
—Bueno, le dije que debería hacerte un buen regalo por el favor de
entregarle un gatito y como mínimo una caja de chocolates.
Aleen de nuevo la miró entrecerrando los ojos.
—Pues que sepas que mi abuela, mi madre y creo que todas las damas y
caballeros de la reunión en casa de mi abuela, creyeron por un buen rato que
acudía con la intención de cortejarme y aún mi madre debe de guardar
secretamente tal aspiración pues no logra creer como único motivo para su visita,
el venir a por un gato que regalar a su excelencia.
Leona prorrumpió en carcajadas.
—Lo siento, Aleen, de veras, no se me ocurrió que el que fuere a por una
mascota con la que acompañar a su madre, pudiere dar lugar a ese tipo de
situaciones.
—No te rías, boba, y dime de verdad si ese hombre tan increíblemente
apuesto está interesado en ti.
Juro que, si un hombre esbozase esa sonrisa tierna al decir mi nombre por
mucho que tratase de disimularlo, como lo hacía con el tuyo, no lo dejaría escapar
y menos siendo como es tan apuesto y atractivo.
Leona suspiró bajando la vista.
—No sé, Aleen. En Bath mencionó que quería venir a verme y si yo
mostraba sentimientos hacia él, quizás hablar con mi padre.
—Oh Dios mío, ¿de veras? –La miró con los ojos como platos, de pronto
exaltada y eufórica—. Oh por los cielos, Leo, eso es, es, es… —Negó con la cabeza
tomándole las manos sin dejar de sonreír de pura entusiasmo—. No sé si decir que
es maravilloso, increíble o del todo asombroso o todo ello. Por Dios, Leona, el
heredero del ducado de Plintel y, además, el caballero más apuesto que he visto en
mi vida.
Leona gimió cerrando los ojos.
—¿No estás contenta? ¿No quieres que te corteje? –Preguntó al verla de
pronto mortificada.
—Ay, Aleen, no sé. Cuando estoy con él, es como si no importase que sea
despistada, ni que tienda a olvidar las cosas, ni siquiera que no parezca el tipo de
mujer que atraería a alguien como él. Todo deja de importar, de veras. Solo me
importa que estoy con él, que me hace reír, que me gusta todo de él y cómo me
hace sentir, pero después, vuelvo a la realidad y la realidad es que es el hijo del
duque de Plintel, su heredero, el caballero por el que toda dama suspira. Yo no sé
si podré ser lo que él espera, lo que necesita, lo que su título y posición necesitan.
Ya me conoces. No hay ninguna dama que menos se ajuste a lo que se espera de la
esposa del heredero del ducado de Plintel que yo. Libby, Eliza, tú misma o tu
hermana Madeleine, cualquiera de vosotras parece la elección acertada, lógica y
conveniente, pero ¿yo? No quiero ser duquesa. No creo que sea una buena
duquesa. –Negó con la cabeza mirándola mortificada—. De todos modos, es
posible que haya cambiado de opinión. Seguro después de estos días, ha
comprendido que su arrebato no fue sino fruto de un momento de pasajera locura
o ceguera. Han pasado casi dos semanas, seguro se ha olvidado de mí.
Aleen sonrió negando con la cabeza.
—Yo no estaría muy segura de ello. Fue a visitarme hace apenas dos días y
juro que sonreía como quién está prendado sin remedio de alguien.
Leona se ruborizó como una amapola.
—Aleen, no digas nada, te lo ruego. No se lo he dicho ni siquiera a Eliza ni a
Libby. En el fondo, creo que no vendrá y no tendré que decidir sobre nada pues
nada ocurrirá.
Aleen se rio poniéndose en pie.
—Seré una tumba, pero más vale que cuentes la historia de por qué
intercediste por el gato en favor de lord Bromder de un modo más convincente
delante de mi madre o juro pensará o bien que estás haciendo de alcahueta para
conmigo o bien que, como siempre, lo ocurrido se debe a uno de tus despistes.
Leona se rio.
—¿Y exactamente cómo uno de mis despistes puede provocar que un
caballero acuda a tu casa a buscar un gato para su augusta madre?
Aleen se rio girando y caminando con ella hacia la puerta.
—¿Qué puedo saber yo? Digamos que es uno de esos misterios provocados
por una serie de coincidencias afortunadas o desafortunadas, según se mire, todo
ello, auspiciado, además, por una mente distraída y un carácter tendente con
habitual asiduidad a un despiste nada desdeñable.
Leona resopló.
—Menuda amiga eres tú que casi me tacha de desastre peligroso.
Tras la cena Leona se retiró a descansar pues hubieron planeado entre sus
hermanas y sus amigas una salida para el día siguiente para visitar el pueblo todas
juntas. Apenas si conseguía hilvanar dos ideas seguidas desde que hubo hablado
con Aleen pues el único pensamiento que ocupaba su cabeza era Arthur y, sobre
todo, lo mucho que le añoraba, por absurdo que pudiere parecerle. Algo dentro de
ella empezaba a temer que la hubiere olvidado, que hubiere cambiado de parecer o
que hubiere comprendido que ella no era la dama que debiere tener a su lado y al
mismo tiempo le asustaba sobremanera que no lo hubiere hecho y que aún deseare
casarse con ella pues cuánto más lo pensaba más inadecuada se veía para el papel
de la esposa del futuro duque de Plintel. Le asustaba cometer errores que le
hicieren quedar mal o que le hicieren avergonzarse de la esposa que había
escogido arrepintiéndose tarde o temprano de estar atado a alguien como ella y al
mismo tiempo anhelaba estar con él, verle, hablarle y sobre todo abrazarle.
Añoraba demasiado sentirse en sus brazos.
Se dejó caer en la cama y estirando el brazo acarició a Bathy que permanecía
hecha un ovillo un poco más allá.
—Esto es una tortura Bathy. ¿Esto es estar enamorada? ¿Crees que estoy
enamorada o solo estoy deslumbrada por un hombre como él? Quizás
simplemente estoy algo más atolondrada de lo que es habitual en mí. —Suspiró
dejándose caer de espaldas sobre el colchón mirando el techo—. Si al menos
supiere si se acuerda de mí, si aún me recuerda.
En cuanto amaneció se apresuró a asearse y vestirse y se fue con Bathy al
jardín un rato antes de ir al comedor de mañana para unirse a los demás en el
desayuno. Apenas si había recorrido uno de los senderos que gustaba a Bathy
especialmente para corretear a primera hora, cuando alzó la vista y vio lo que a ella
le pareció un espejismo.
—Hola.
Fue como un susurro, una suave caricia, un simple sonido que acariciaba su
oído instantes antes de encontrarse rodeada y encajada en unos brazos y una
calidez que reconocería sin esfuerzo.
—No te has olvidado de mí. –Murmuró avergonzada acurrucándose en su
pecho.
—Nunca, nunca me olvidaría de ti.
Arthur cerró fuerte los brazos un instante antes de comprender que debía
apartarla de posibles ojos indiscretos procedentes de la casa.
—Ven.
La tomó de la mano y la guio hasta el comienzo de la zona de las arboledas
lejos de cualquier vista curiosa. Una vez lejos de cualquier injerencia de terceros la
apoyó suavemente en el tronco de un naranjo cerniéndose ligeramente sobre ella
instándola a mirarle.
—Llevo casi una hora esperando. Esperanzado ante la idea de que salieses a
los jardines a pasear a Bathy. Quería verte, abrazarte, ver tus bonitos ojos solo fijos
en mí.
Leona gimió y se pegó a su pecho rodeándole los costados con los brazos.
—Te he echado de menos, mi dama.
Leona emitió una risilla nerviosa.
—¿Aún soy tu dama?
—Siempre. –Respondió tajante.
Arthur la instó a alzar el rostro si romper el abrazo e inclinando la cabeza la
besó en la frente, en la mejilla y en los labios muy, muy lentamente. Deseaba
paladearla, Necesitaba paladearla. Era pura ambrosía. Dulce, cálida, suave,
inexperta y al tiempo perfecta para él pues le hacía sentir vivo, vivo por primera
vez en su vida. Le acarició los labios con entregada delicadeza antes de instarla a
abrirlos y poder saborearla más profunda e íntimamente. Y lo hizo y fue como si se
abriera la tierra a sus pies. Su cuerpo tembló sintiéndola curiosa, ávida y deseosa
de él, profundizando el beso a medida que él daba y pedía con más reclamo y
ansia. Gimió en sus labios lo que le hizo comprender que debía tensar las riendas
de su deseo, pues Leona era una inocente, una completa inocente y más importante
aún, era el tesoro del que había de cuidar y proteger por encima de todo. Fue
suavizando poco a poco el beso hasta interrumpirlo tomando su rostro entre sus
manos acariciándoselo y dándole unos segundos para volver con él al mundo de
los conscientes. Esas mejillas arreboladas, esos labios enrojecidos, esos ojos
aturdidos, completamente transparentes y tan velados por el deseo que él había
despertado, todo en ella era un reclamo para él y para el hombre vivo y deseoso
que habitaba en su interior.
—Mi dama. –Susurró acariciando sus labios con el pulgar manteniendo su
rostro a escasos centímetros del de ella. Sonrió seductor antes de decir—: Me debes
una respuesta.
Leona suspiró saliendo de ese aturdimiento.
—No sabré ser una buena duquesa. Acabarás arrepintiéndote de estar atado
a mí.
—Cariño, no lo haré, nunca lo haré. –La atrajo hasta él encerrándola en un
posesivo abrazo—. Tú eres lo único sin lo que sé no puedo ni quiero vivir. Te he
añorado cada instante, cada segundo de estos eternos días y no podría vivir sin mi
dama. Estoy muy seguro de ello. Dime qué he de hacer o decir para convencerte de
que eres perfecta para mí, de que eres la única que podría ser mi duquesa.
Leona gimió enterrando su rostro en su hombro. Había anhelado ese aroma,
ese calor, esa sensación de estar en sus brazos. Tras unos segundos alzó el rostro
hacia él.
—¿Dónde estás residiendo?
Arthur sonrió besándola en la frente antes de decir.
—Te daré una pista. He conocido al gran danés de cierto barón que sé gusta
a mi dama.
Leona ensanchó su sonrisa.
—Pero ahora hay un perro más guapo que él en la comarca.
Arthur alzó los ojos más allá viendo a Bathy perseguir una mariposa con
torpes andares y saltitos.
—Aún deberemos entrenarla mucho si pretendes que, además de bonita, sea
una espía como Dios manda.
Leona se rio dejando caer la cabeza y la mejilla en su pecho.
—¿No vas a darme una respuesta?— preguntó cerrando de nuevo los
brazos a su alrededor encajándola en su cuerpo.
—Me da mucho miedo dártela.
—No tengas miedo, Leona, no lo tengas. Serás mi esposa y siempre estaré a
tu lado, iré a buscarte cuando tú y esa perrita despistada os perdáis por los jardines
de Plintel Halls y te abrazaré muy fuerte para que sepas que estás a salvo conmigo
y que yo solo me siento a salvo teniendo a mi despistada dama entre mis brazos.
Leona apoyó la barbilla en su pecho alzando los ojos hacia él que la miraba
sonriendo.
—¿Quieres hablar con mi padre?
Arthur ensanchó su sonrisa y sus ojos verdes brillaron más si cabe centrados
en los ojos grises de Leona.
—Quiero.
Leona asintió.
—Está bien. Ayer llegaron los barones de Brymor y permanecerán unos días
con nosotros. Sus hijas, Eliza, Libby y yo, nos iremos al pueblo tras el desayuno.
Arthur tomó su rostro entre sus manos acariciando sus mejillas con los
pulgares sin dejar de mirarla, sin dejar de disfrutar de ese rostro que llevaba días
viendo solo en sus recuerdos.
—Vendré a presentar mis respetos a media mañana y solicitaré hablar en
privado con tu padre. Ya tengo en mi poder la mitad del regalo de su excelencia,
ahora necesito a la dama a la que atar con el bonito lazo que he comprado para que
luzca como el más bonito presente.
Leona se rio.
—¿No habrás sido capaz?
Arthur alzó una ceja sonriendo con maliciosa diversión.
—Metros y metros de lazo azul a juego con el de cierto gato gris y blanco
que pondré en las dulces manos de mi dama para que sea ella la que se lo entregue
a cierta duquesa que me adorará hasta límites inimaginables por ser el mejor de los
hijos.
Leona se rio negando con la cabeza.
—Eres un liante.
—¿Qué puedo decir? Soy un espía confabulador de lo más competente.
Leona se rio.
—Me gusta que me abraces y también que me beses.
Arthur se rio.
—No esperaba menos de mi osada espía de apoyo. –Le dio un rápido beso
casi como una mera caricia antes de añadir—: Debieres regresar antes de que
salgan a buscarte preguntándose dónde estás.
—Espera. Dices que estás residiendo en la propiedad de lord Fellow,
¿Dónde se supone te hayas en estos momentos?
Arthur se rio entre dientes.
—Cariño, los caballeros no solemos rendir cuentas de cada paso que damos,
más, para aliviar tu preocupación, estoy conociendo los alrededores por donde se
supone cazaremos en la jornada de hoy mientras monto como cada mañana. He
dejado atada mi montura más allá del camino. Aunque me temo que la caza no
será la actividad a la que dedique la mañana, al menos la caza de perdices o
codornices. Tengo una importante misión que no he de posponer: Cazar a cierta
jovencita antes de que se halle inmersa en algún otro enredo para detener un
complot contra la corona.
Leona se rio.
—Pierde cuidado, los vecinos de esta zona no parecen dispuestos a
colaborar en tales complots por lo que, me temo, me hallo ociosa y tediosamente
ajena a peligro alguno.
Arthur sonrió.
—Gracias a los cielos. –Suspiró abriendo los brazos rompiendo el abrazo
dando un pequeño paso atrás—. Regresa, cielo, vendré a visitarte tras hablar con
tu padre.
Leona asintió sin dejar de mirarle, pero no se movió. Arthur volvió a tirar de
ella y la abrazó fuerte una última vez.
—Regresa y rescata a la pobre Bathy que en su contienda con la mariposa
creo que ha vencido su alada contrincante.
Leona se rio girando el cuerpo para mirar hacia el sendero más allá. Arthur
la besó en la sien antes de darle un suave empujoncito hacia los jardines.
—Vamos, ve o no conseguiré dejarte ir.
Leona le miró poniéndose rápidamente de puntillas y besándolo en la
mejilla antes de salir a la carrera tomando a Bathy al llegar a su altura. Arthur
permaneció quieto observándola hasta el momento en que la vio entrar en la casa
por uno de los laterales, tras eso marchó a buscar su abandonada montura que
debía estar pifiando ya de desesperación pues la hubo dejado atada a un árbol
hacía casi dos horas.
Al regresar a la propiedad de lord Fellow se apresuró a asearse y cambiarse
esperando que al llegar tan tarde la sala del desayuno se hallare ligeramente
despejada, pero nada más lejos de la realidad. No solo se encontraban los barones,
sus dos hijos e hijas sino también algunos otros invitados a la cacería. Tras las
cortesías de rigor tomó asiento junto a Bennet.
—¿Le ha agradado el paseo, milord?— Preguntó lord Alvin, el mayor de los
hijos del barón.
—Así es, milord. Los terrenos de la propiedad y sus alrededores son
francamente bonitos, más aún en esta época del año.
—Y, además, ahora habrá una excelente caza para la partida de hoy.
Arthur se limitó a sonreír pensando que lo mejor era esperar a que
terminase el desayuno para disculpar su ausencia en esa partida ante lord Fellow.
Bennet se inclinó ligeramente hacia él tras un par de minutos y bajando mucho la
voz preguntó:
—¿Exactamente qué terrenos de los alrededores has ido a visitar durante tan
largo paseo?
Arthur le miró alzando una ceja sin contestar mientras que su hermano
sonrió sabiéndole cogido en falta.
—¿Cómo se encuentra la futura lady Bromder?— preguntó de nuevo
sonriendo.
Arthur suspiró pesadamente evitando responder para que ningún oído
curioso despertase su interés repentinamente. Tras el desayuno y disculparse con
lord Fellow subió a vestirse adecuadamente para ir a visitar al que esperaba fuere
su suegro en breve. Al llegar a Antonwe Hills y dejar en manos de un mozo su
caballo entregó su tarjeta de visita al mayordomo pidiendo ver al vizconde.
Enseguida apareció en el vestíbulo Andrew que le acompañó a la biblioteca sin
mostrar indicio alguno de que conociese el motivo final de esa visita, pero no por
ello Arthur no pensó que parecía mirarle con cierto recelo. Al entrar en la
biblioteca, lord Antonwe apartó un libro que parecía estar leyendo y tras las
cortesías de rigor le instó a tomar asiento.
—Nos alegra su visita, milord, pues así tengo la oportunidad de agradecer
en persona el cuidado y protección que brindó a mi familia en Bath.
—No habéis de agradecérmelo, milord, es más, fue gracias a la ayuda de
vuestra hija que conseguimos avanzar y finalmente solucionar el asunto que nos
llevó allí.
Lord Antonwe suspiró antes de hacer un gesto a su hijo para que sirviere
unas copas de oporto.
—De cualquier modo, es precisamente vuestra hija la que me ha traído hasta
aquí, milord, pues esperaba que me concedieseis la venia para cortejarla y pedir su
mano.
Lord Antonwe le sostuvo la mirada en silencio unos segundos hasta que
Andrew le cedió una copa tras entregársela a Arthur.
—No os ofenderé haciéndome el ignorante de a qué hija os referís, milord.
Permitidme, sin embargo, expresaros algunas preocupaciones que se alzan ante
mis ojos cuando os asocio con mi hija Leona y más exactamente a la posición que
ocupáis y que estáis destinado a ocupar, esperamos, dentro de muchos años.
Arthur asintió serio sabiendo que como había supuesto su posición, que
para otros padres era el principal motivo por el que le consideraba la pieza a
alcanzar y abatir del mercado matrimonial, para lord Antonwe, en lo referente a la
menor de sus hijas era un gran escollo.
—Si deseáis cortejar a Leona y solicitar la venia para celebrar un enlace con
ella, no debéis haber pasado por alto ni sus virtudes ni sus defectos, aunque a mí
no me parecen defectos sino más bien rasgos de su carácter que conforman una
personalidad complicada y, sobre todo a mis ojos, adorable. Más, no por ello me
declaro ignorante de lo que dichos rasgos pueden suponer para cierto matrimonio
y sobre todo las responsabilidades que conllevaría. No quiero, no deseo que Leona
sufra en modo alguno ni que su carácter y personalidad se resientan por
obcecarme en concertar un matrimonio que, por resultar a priori en exceso
ventajoso, a la postre mine su felicidad. Vos, milord, seréis duque de Plintel algún
día y eso implica que la dama que se halle a vuestro lado será objeto de atención
tanto si la desea como si no y os adelanto que Leona no es de las que gustan ser i el
centro de atención ni siquiera parte de la vorágine social que seguramente os rodea
y os rodeará dada vuestra condición. A Leona le gusta la vida tranquila, alejada de
ciertos enredos sociales. Tiende a distraerse con suma facilidad, es olvidadiza,
indiferente a los rumores y vaivenes sociales y carece de dobleces. Lo que veis es lo
que hay. No gusta del engaño y es demasiado buena para no mostrarse demasiado
generosa con quienes le rodean. No querrá defraudarle y ello la situará en una
posición de constante presión pues vuestro título y posición conllevan numerosas
cargas que ella deseará cumplir fielmente y si pensare que le defrauda, se sentirá
devastada.
Arthur le miraba con gesto serio y atento, pero empezaba a comprender que
o ponía freno a las dudas del vizconde o nunca le concedería la mano de Leona y
ya era más que consciente de que la necesitaba, la necesitaba a su lado más que el
aire mismo.
—Milord, no desconozco los recelos de vuestra hija respecto a la idea de ser
duquesa, más, lo que le he expresado a ella y quiero expresaros a vos es que ella no
será la duquesa de Plintel como un papel o una posición abstracta, sino que será mi
duquesa. Lo único importante es que ella será mi esposa. Yo no deseo que cambie,
no quiero que cambie ni un ápice. Vuestra hija es perfecta para mí y estoy
convencido que yo soy perfecto para ella. No habrá de esforzarse para cambiar ni
para cumplir deberes más allá de lo que lo haría cualquier esposa, os doy mi
palabra. No recaerán sobre ella más cargas que las de ser mi esposa, aunque
presumo bastante penitencia será ya el tener que soportar a alguien como yo.
El vizconde sonrió ligeramente antes de volver a mirarle con fijeza y gesto
pensativo.
—Al margen de que hablaré con mi hija sobre todo esto, puedo preguntaros
¿qué os ha dicho ella cuándo le habéis hecho partícipe de vuestras intenciones y
planes?
Arthur sonrió.
—Obviamente ha accedido a que viniere a veros, milord, pues de otro modo
no me habría atrevido a actuar a sus espaldas. Aun con ello, he de admitir que,
como vos, recela aún de esa idea de convertirse algún día en duquesa, pero no
niega su deseo de aceptarme a mí como esposo. Quizás por eso estoy aún más
convencido de que es perfecta para mí y lo que deseo para el futuro pues Leona no
ve en mí un título ni una fortuna o si lo ve, a diferencia de la mayoría, lo considera
un escollo y un extremo que juzga un inconveniente a mi persona.
El vizconde permaneció en silencio unos largos segundos mirándole
meditabundo siendo Andrew el que por fin intervino entonces mirándole con
tenso gesto:
—¿Y los duques? ¿Acogerán ellos con agrado a una joven tan tímida, tan
alejada del gusto por los oropeles y que prefiere quedarse durante horas sentada
en un parque pintando en su cuaderno de dibujo antes que socializando con sus
pares? ¿Aceptarán de buen grado a una joven que tiende a despistarse con
considerable asiduidad y que no presta atención a chismes, rumores o historias que
ocurren a su alrededor y que, en cambio, prefiere permanecer en un segundo plano
e incluso el anonimato ante otras personas? Cosas todas ellas que, estoy seguro, no
es lo que se esperará la dama que aspira a ser la esposa del heredero del ducado de
Plintel.
Arthur esbozó una media sonrisa.
—La acogerán con los brazos abiertos, os lo aseguro. El simple hecho de que
logre que por fin desee sentar cabeza la convertirá, a los ojos de los duques, en un
ángel salvador, más, puedo asegurar que Leona conquistará sin esfuerzo tanto al
duque como a la duquesa. Vuestra hermana, milord, es una joya, una joya con un
gran corazón, un increíble talento, una inteligencia despierta y un fino y agudo
sentido del humor que, aunque no suele mostrar abiertamente a todos los que la
rodean, no por ello desconoce cómo usarlos con tino cuando lo desea. Además, es
demasiado tenaz y decidida para no luchar por lo que desea y si desea conquistar a
los duques o al mismísimo Zeus, lo logrará.
El vizconde suspiró lentamente.
—Os concedo permiso para cortejarla, milord, y si Leona consiente podréis
formular una petición expresa y formal de su mano, más, quiero que tengáis
presente mis recelos.
Arthur asintió.
—Los comprendo, milord, y hablaré largo y tendido sobre ellos con vuestra
hija asegurándome que sus deseos coinciden con su razón y que no se deja llevar ni
presionar por mí ni por mis deseos. Os doy mi palabra.
El vizconde asintió poniéndose en pie comenzando a guiarlo hacia la puerta.
—Os concedería permiso para ir a verla ahora, milord, más, me temo, ella y
sus hermanas han ido con dos de nuestras invitadas a pasear al pueblo. Presumo
que todas ellas se encontraban ansiosas porque levantase un poco el celo al que las
he sometido estos días.
Arthur sonrió.
—Un celo comprensible, milord. Puedo aseguraros que ninguna de vuestras
hijas corre ya peligro. Todos los involucrados en aquél asunto o está muerto o
encerrado sin posibilidad alguna de escapar. Lord Willow no dejará que eviten el
justo castigo que merecen.
El vizconde lo miró con cierto recelo, pero finalmente asintió.
—Informaré a mi hija a su regreso de vuestra visita y, si gustáis, podéis
venir a verla en la tarde salvo que lord Fellow y las actividades presumo ha
organizado para sus invitados os impidan escabulliros de tal compromiso.
Arthur se rio entre dientes.
—Me disculparé con milord si así fuere y aceptaré vuestro permiso para
venir a visitar a milady en la tarde y no dudo que mi hermano Bennet y el señor
Winston, que también son invitados de lord Fellow, desearán presentar sus
respetos a su esposa e hijas.
El vizconde asintió con un sencillo golpe de cabeza siendo Andrew el que le
acompañó hasta el vestíbulo y después hasta la rotonda donde el mozo le esperaba
con su caballo ya preparado. Antes de montar, Arthur giró para mirar cara a cara a
Andrew:
—¿No os agrada mi título o yo? –Preguntó sin cortapisas.
Andrew le sostuvo la mirada.
—No tengo objeciones para con ninguno, milord. Al menos no si aspiraseis
a la mano de cualquier dama incluso de Eliza o Libby, pero Leona es distinta. Ella
no es solo que no aspire a la posición que vos ocupáis y la que ocuparéis más
adelante, sino que, además, dudo que acabe gustándole el papel que conlleva ser
vuestra esposa. Ese ajetreo social, la constante mirada de cuantos os rodean. A
Leona le gusta la vida tranquila, milord. Sí, le gustan los misterios, pero eso no
implica que le agrade tener que socializar en pro del ducado de Plintel.
—Milord, me juzgáis mal. Sed justo conmigo. Yo eludo la vorágine social y
precisamente una dama con gusto por ella no creo que hiciere buena pareja
conmigo pues acabaríamos o bien discutiendo sin remedio o bien llevando vidas
separadas. Como futura duquesa tendrá ciertas responsabilidades, eso no he de
negarlo, pero no serán distintas a las obligaciones de vuestra madre y de las damas
que de ordinario rodean a vuestra hermana, y si pensáis que a ellas han de
sumarse otras para dar lustro al título que ostentaré, os equivocáis, os lo aseguro.
Ni espero ni deseo ese tipo de esposa, sino una que sea una esposa adecuada para
mí pues siéndolo para mí lo será para mi título y posición. Leona es esa esposa,
milord. Leona es la esposa que deseo, quiero y necesito y no pienso cambiar ni un
ápice de ella para amoldarla a lo que otros esperen o dejen de esperar de la dama
que elija. Soy yo el que ha de juzgar lo que espero o no, soy yo el que ha de elegir y
elijo a vuestra hermana pues es vuestra hermana la única que podría desear como
esposa y, desde luego, ni un solo cabello cambiaría de ella. Despistada, olvidadiza
y con tendencia a abstraerse es como la quiero y deseo. Así es perfecta, podéis estar
seguro de ello. No ha de cambiar por mí, por mi título ni por nadie.
Andrew le sostuvo la mirada unos instantes para finalmente dar un par de
pasos atrás.
—Bien, milord, en ese caso, supongo que solo me queda desearos suerte
para por fin lograr su mano.
Leona fue llamada al despacho de su padre nada más regresar, más, aun
antes de llegar a su despacho fue abordada por su eufórica tía, por su madre e
incluso por la baronesa de Brymor que sin decir palabra la abrazaron y se rieron
como colegialas.
—Leona, pasa y siéntate, por favor. –Dijo serio su padre señalando uno de
los sillones que había frente a la chimenea de su despacho.
Tras tomar asiento su padre lo hizo también en el sillón contrario y la miró
con fijeza unos segundos antes de hablar.
—Leo, esta mañana hemos recibido una visita. Podría decir que es
inesperada y sorpresiva, pero, en realidad, es simplemente un poco desconcertante
pues realmente nunca hubiere imaginado que posares tus ojos en un hombre como
él. Siempre has sido tan tímida y ajena a los vaivenes sociales que ni siquiera
hubiere imaginado que pudieres fijar tus atenciones en tal caballero.
Leona ladeó ligeramente la cabeza sabiendo que los rodeos que su padre
daba eran porque estaba preocupado. Solía divagar durante unos minutos cuando
intentaba dar una mala noticia o simplemente cuando intentaba hablar de algo que
le preocupaba.
—Padre, os lo ruego. –Intentó instarle a ir al grano.
Su padre suspiró.
—Lord Bromder ha estado aquí. Ha pedido permiso para cortejarte y pedir
tu mano. Le he dado permiso para lo primero y, si tú consientes y te muestras a
favor de tal enlace, aceptaré una petición formal de mano, pero antes necesito que
me asegures que lo que él ha afirmado de que tú accediste a que viniere y diere
este paso es cierto y, sobre todo, que estás a favor de ir más allá con lo que ello
conllevaría.
—Lo estoy, padre.
Su padre la observó unos instantes con fijeza.
—¿Deseas llegar a convertirte en su esposa? ¿Sabes lo que conllevará?
Leona asintió lentamente.
—No me gusta la idea de ser duquesa, no he de negarlo, más, tampoco
puedo negar que lord Bromder es el hombre que imagino para mí como esposo.
Ahora no podría imaginar a nadie en su lugar. Ha prometido ayudarme, apoyarme
y sostenerme cuando lo necesite y creo firmemente que lo hará. Además, ya le he
advertido que soy despistada, que suelo perderme incluso aun intentando no
hacerlo, que suelo olvidar cosas que otros juzgan importantes y a él no le importa,
de veras que no. Hace que me sienta segura y no he de fingir o disimular frente a
él. Nos llevamos bien, padre, de veras que sí. Es inteligente, con sentido del humor,
fuerte y muy seguro de sí y del lugar que ocupa en el mundo, pero también es
atento, amable y cariñoso. Se preocupa por mí.
De nuevo su padre pareció observarla meditabundo.
—Te agrada y también la idea de ser lady Bromder, ¿es así?
Leona asintió.
—Quizás me habría gustado más no saberlo el heredero del duque, pero –se
encogió de hombros antes de añadir—: me agrada, padre, me agrada mucho.
—Está bien, pues en ese caso, no mostraré contrariedad alguna al cortejo.
Esta tarde vendrá a visitarte y dado que vendrá acompañado de otros caballeros
quizás gustéis ir a dar un paseo por el lago. Así podréis alejaros un poco de la
incontenible euforia de tu madre y de mi hermana Evelin pues, presumo, de lo
contrario no podréis ni moveros sin saberos asediadas por dos damas ansiosas.
Leona gemía camino de la puerta y en cuanto la abrió sacó un poco la
cabeza, miró a ambos lados y al no ver a su madre ni a su tía corrió escaleras arriba
para esconderse en su dormitorio hasta la hora del té, pero apenas si hubo dejado
su sombrero y guantes en la banqueta a los pies de la cama, sus hermanas entraron
en tropel en su cuarto.
—¿Es cierto? ¿Lord Bromder ha pedido permiso para cortejarte? —
preguntaba ansiosa Libby corriendo hacia ella seguida de Eliza y de Aleen y
Madeleine.
Leona se dejó caer en la banqueta mirando indistintamente a sus hermanas.
—Sí, lo ha pedido.
—Oh, madre mía. –Libby se sentaba a su lado con clara emoción, pero
enseguida la miró entrecerrando los ojos—. Un momento, tú ya lo sabías. Sabías
que vendría a ver a padre.
Leona se encogió de hombros.
—Bueno, sí.
—Ay, Leo, qué alegría. –Libby la abrazó entusiasmada—. Vas a ser la mujer
más envidiada de las islas.
Leona gimió cerrando los ojos.
—Niñas, niñas. —Su madre, por suerte, entró en ese momento y
colocándose frente a ellas miró a Libby—. Coralina, suelta a tu hermana, vamos.
Idos todas a descansar un poco antes del té y como esperamos visita, no quiero que
os retraséis mucho en cambiaros el vestido de paseo por uno de tarde.
Libby se levantó de un salto sonriendo y al pasar junto a su madre lanzó
una mirada pícara a Leona antes de dejarla a solas con ella.
—Leo, cielo, no puedo expresar cuán contentos estamos. Lord Bromder, tu
pretendiente es lord Bromder. –Sonreía de oreja a oreja tomando asiento a su lado
donde antes estuvo Libby—. Te perdono por no decirme nada antes, pero espero
que no lo desalientes.
—Ay, madre. —Gimió—. No, no lo desalentaré.
Su madre se rio dándole un par de palmaditas en el dorso de la mano
levantándose.
—Anda, sé buena y ponte un vestido bonito para ese pretendiente tan
apuesto que tienes.
Leona gimió dejándose caer de espalda a la cama mientras su madre se reía.
Unos minutos después entraba Dora sonriendo de oreja a oreja.
—Su madre me ha pedido que le prepare el vestido de flores azul cielo,
milady, pues cree que realzará su piel y su cabello.
Leona gimió tapándose el rostro con las manos.
—Dora, por favor, no te dejes llevar por las locuras de mi madre.
Dora se rio caminando hacia el vestidor.
—Ciertamente es un hombre muy apuesto, milady.
—Dora, el mundo ha de acabar si de veras repites las palabras de mi madre.
Una hora después esperaba en uno de los salones intentando obviar la
euforia a su alrededor centrándose en el dibujo que estaba haciendo de Bathy que
retozaba en el sillón a su lado. En cuanto anunciaron a los caballeros, su madre
sonrió de oreja a oreja, su padre frunció el ceño, Andrew la miró con resignación y
sus hermanas, Madeleine, Aleen y sus padres, los seis, parecían tan eufóricos como
su madre o como su tía que casi tira el bastidor a un lado al escuchar el nombre de
los recién llegados.
Tras las cortesías de rigor y las típicas palabras formales, Arthur fue directo
hacia ella y se sentó a su lado mientras sus hermanas recibían, junto a sus amigas, a
Bennet y a Lorens.
—Hola, mi dama. –Dijo en voz muy baja besando su mano logrando que
ella se ruborizase.
—Para. –Refunfuñó, pero solo logró que él se riese entre dientes—. No
puedo creer que diga esto, pero ahora no sé si me arrepiento que hayas hablado
con mi padre.
Arthur la miró alzando las cejas, un poco alarmado y ella se apresuró a
añadir:
—Ahora nos observarán como si fuéremos pececitos en un estanque.
Arthur se rio mirando de soslayo a la habitación y ciertamente más de un
par de ojos les observaban con poco disimulo.
—Después del té, te llevaré a pasear y podremos dejar a esos observadores
atrás.
Leona suspiró y de pronto recordó algo.
—No he olvidado que me debes una caja de chocolates. Una muy grande,
además.
Arthur se rio.
—No llevamos ni cinco minutos de cortejo y ya estás exigiéndome
presentes. Presumo que serás una prometida exigente e inconformista.
Leona se rio entre dientes.
—Es posible, más, en este caso, solo reclamo cierta deuda que tienes
conmigo, ¿o habré de considerar que mi supuesto pretendiente es un interesado
desmemoriado?
Arthur asintió sonriendo.
—Está bien, está bien, reconozco mi deuda y mi deber de pagarla. No temas,
tendrás la caja prometida.
–Miró a su lado donde había dejado su cuaderno de dibujo—. ¿Me enseñas
tus últimos retratos?
Leona se ruborizó como una amapola negando con la cabeza.
—¿No me permites ver tus dibujos?— Preguntó mirándola con una media
sonrisa provocativa y de nuevo ella negó con la cabeza—. ¿Por qué?
—Me da vergüenza. –Reconoció mortificada.
—Cielo. –Señalaba bajando mucho la voz—. Me encantan tus dibujos y
admiro tu talento a la hora de captar los rasgos y el carácter de los personajes que
retratas. ¿Por qué habrías de avergonzarte?
Leona suspiró y le miró con ojos azorados.
—Te los enseño más tarde.
Arthur sonrió.
—Está bien, pero si no quieres no has de enseñármelos.
Leona suspiró de nuevo.
—Te los enseñaré, pero cuando estemos lejos de otros ojos, ¿quieres?
Arthur asintió viendo por el rabillo de los ojos que traían las bandejas del té
lo que les obligaría a conversar con las demás personas de la estancia. Leona le
sonrió alzando a Bathy y colocándosela en el regazo.
—Ha crecido mucho y ahora corretea un poco, así que la llevaremos de
paseo. Recuerda que prometiste ayudarme a convertirla en una fiera guardiana y
una hábil espía.
Arthur sonrió aprovechando la oportunidad que le concedía teniendo el
cachorro en el regazo para tocar un poco a Leona ya que alargó el brazo y acarició
al cachorro en la cabeza y el lomo.
—Después la dejaremos corretear libre y empezaremos a convertirla en una
hábil guardiana, empezando por ladrar a todos los que se acerquen a cierta dama,
menos a mí, por supuesto.
Leona se rio dejando el cachorro en manos de Arthur para inclinarse y
ayudar a Eliza a servir el té tras decirle lanzándole una mirada pícara:
—Por supuesto.
Tras el té, durante el que Leona se limitó a dejar que fluyesen las
conversaciones a su alrededor y a que Arthur contestase algunas inquisitivas
preguntas, especialmente de las damas, los más jóvenes se marcharon a dar un
relajado paseo por los márgenes del lago. Arthur poco a poco, en cuanto se
hubieron alejado de la casa, fue retrasando a Leona con la excusa de que ellos
debían ir al ritmo del cachorro y tras asegurarse de que tanto Andrew, como las
hermanas e incluso las doncellas se hubieron alejado lo bastante, llevó a Leona a
un pequeño recodo en el margen del lago sentándose con ella en un mullido lecho
de hierba con la espalda apoyada en el tronco del árbol a cuyo pie se encontraban.
Arthur pasó un brazo por sus hombros encajándola en su costado
instándola a apoyar la cabeza en el hueco de su hombro lo que le permitía besarla
en la frente, mejillas y labios si gustaba. Tomó al cachorro y lo acomodó en su falda
dejándola relajarse mientras la acariciaba.
—¿Has hablado con tu padre?
Leona asintió.
—Creo que está un poco preocupado, pero dará su permiso si pides mi
mano y yo estoy convencida.
Arthur posó dos dedos bajo su barbilla instándola a alzar el rostro para
mirarlo.
—¿Y lo estás o tienes dudas?
Leona se acurrucó un poco mejor en su costado cerrando los ojos.
—Es cierto lo que te dije esta mañana. Tengo miedo por ser quién eres, pero
también sé que te he echado mucho de menos estos días y, aunque no sé si es
bueno o malo, pesa más mi añoranza por ti que mi miedo.
—Pequeña. —Murmuró besando su frente y cerrando fuerte sus brazos a su
alrededor—. Yo también te he añorado de un modo que me robaba el aliento. No
sabía que podía sentir algo así por nadie, pero ahora no puedo imaginar no
sentirlo, no saber que puedo abrazarte, sentirte cerca, oír tu voz y ver esos
preciosos ojos niebla que me aturden con solo posarse en mí.
Leona alzó el rostro y le miró con una sonrisa conmovida.
—Eso es muy bonito.
Arthur sonrió provocador.
—¿Lo bastante para dejar que pida tu mano y hacer este cortejo lo más
breve posible?
—Umm, no sé, es posible. Quizás si eres bueno conmigo y prometes no
cubrirme con metros y metros de lazo azul, lo pensaría.
Arthur se rio.
—Mujer, no debes privarme del capricho de envolverte como un bonito
paquetito para su excelencia.
Leona resopló.
—¿Un paquetito?
—Un bonito, adorable y dulce paquetito. –Respondía burlón tras besarle en
la mejilla y acariciarle los labios con los suyos.
—Definitivamente debiera aprender a disparar para castigarte cada vez que
te burles de mí.
Arthur soltó una carcajada.
—Otra razón para no poner arma alguna en manos de mi vengativa dama.
Seguro que acabaría lleno de agujeros.
—Puedes estar seguro de ello. Practicaría con ahínco mi puntería.
Arthur la volvió a acomodar quedándose ambos mirando el lago,
tranquilos.
—¿Me enseñas tus dibujos? –Preguntó con suavidad.
Leona gimió, pero le cedió el cuaderno que llevaba en su bandolera. Arthur
lo acomodó en sus rodillas y comenzó a pasar las primeras hojas muy despacio. Lo
había estado retratando a él, sonriendo, frunciendo el ceño, incluso con gesto
preocupado. Cerró el brazo que mantenía en su cintura pegándosela un poco más
sintiendo su corazón latir fuerte en su pecho sin evitar que una sonrisa se dibujase
en su rostro de modo involuntario.
—Leona, ¿me quieres? –Preguntó mirándola con fijeza a los ojos.
Leona ocultó su rostro en su hombro, avergonzada.
—Cielo, no te escondas de mí. –Le pidió besándola en la sien—. Por favor,
mírame.
Leona gimió, pero después alzó el rostro sin separarlo de su hombro.
—¿Me quieres? –Preguntó de nuevo con suave calma.
Leona cerró los ojos, pero asintió lentamente.
—Leona. –Susurró acariciándole la mejilla con una mano—. No cierres los
ojos, cielo. Me gustaría ver esos preciosos ojos azularse cuando me digas que me
quieres y, sobre todo, cuando escuches lo mucho que yo quiero a mi adorable y
despistada dama.
Leona emitió una risa nerviosa abriendo los ojos.
—No dudo que serás más difícil de convencer en el futuro y que me costará
mucho esfuerzo lograr que mi cabezota esposa me obedezca, pero me alegra saber
que gustas hacerlo para escucharme decir que te quiero.
Leona sonrió alzando una mano que posó en su pecho aferrándose al
chaleco bajo su levita.
—Te quiero, Arthur, creo que desde el día que me abrazaste protegiéndome
tras el disparo.
Arthur bajó la cabeza y le acarició lentamente la mejilla con los labios.
—Pediré tu mano a tu padre en cuanto regresemos pues así podré llevarte
conmigo dentro de una semana al cumpleaños de su excelencia como mi hermosa
prometida.
Leona sonrió ruborizada.
—¿Me llevarás como un paquete envuelto en lazos azules?
—Es muy posible, más no te apures, te desenvolveré en cuanto lleguemos a
Plintel Hall.
—Realmente necesito ser adiestrada en el manejo de un arma y es posible
que enseñe a Bathy a morder el trasero de cierto esposo cada vez que me haga
enfadar.
Arthur sonrió negando con la cabeza.
—No, yo sé que no harás eso. Bathy habrá de ladrar, gruñir y perseguir a
cuantos intenten acercarse a mi dama que no así a su caballero, pues su señora lo
quiere mucho y querrá que llegue hasta ella para abrazarla, besarla y decirle lo
mucho que él la quiere. Además, mi señora, os recuerdo que es este caballero el
que saldrá en vuestra búsqueda cada vez que os perdáis y que reclamará, como
premio por hallaros, un abrazo y un beso apasionado de su despistada esposa.
Escucharon ruidos más allá de modo que se enderezaron y se sentaron un
poco más derechos mientras Leona se reía divertida.
—Si no fuera porque presumo que lo que intentas es evitarme horas y horas
de reproches de cierta madre, pensaría que te asusta recibir ciertos disparos no de
mi mano sino de la de mi hermano.
Arthur se reía viendo por el rabillo del ojo acercarse a los demás.
—Es posible, más no por conservar cierto decoro ahora, pienso privarme de
abrazarte y besarte más tarde. Ahora que he probado el manjar de los dioses no
pienso privarme de él, ni aunque mi vida corriese grave peligro.
Leona le miró riéndose y negando con la cabeza.
—No recordaba que estuvieres tan falto de cordura la última vez que nos
vimos en Bath.
Arthur sonrió provocador.
Leona apenas si recordaba nada de los días posteriores pues en toda la
comarca se corrió como la pólvora la noticia del compromiso de una de las hijas
del vizconde de Antonwe con lord Bromder, heredero del duque de Plintel. Ni
siquiera recordaba la noche del baile de los barones de Fellow, a salvo los minutos
que estuvo bailando en brazos de Arthur y un poco después los minutos en que los
dos consiguieron escabullirse y comportarse como dos embobados enamorados.
Pero a ella no le importaba pues a él tampoco parecía importarle que les juzgasen
como dos bobalicones.
Una semana después del baile, toda la familia del vizconde fue invitada por
el duque al festejo de la duquesa. Sentada en el carruaje frente a sus padres y junto
a Arthur, que hubo ido a buscarles en la última parada donde se detuvieron antes
de llegar a Plintel Hall, Leona procuraba contener sus nervios acariciando a Bathy
y al gato que Arthur llevaba como regalo a su madre, además de ella, pues no
paraba de decirle que una doncella le esperaría en las escaleras de Plintel Hall para
envolverla convenientemente antes de ser llevada ante la duquesa.
Suspiró con los ojos fijos en su regazo donde dormitaban, indiferentes a
nada, ambas mascotas.
Arthur sonrió pasando un brazo por los hombros de Leona pues sus padres
se habían quedado dormidos en el asiento de enfrente. La besó cariñoso en la sien.
—No estés nerviosa, mi bonito paquetito.
Leona alzó el rostro sonriendo hacia él.
—Si veo a una mujer con un lazo entre las manos no bajaré del carruaje.
Arthur la besó en la frente y después en la mejilla lentamente.
—Mujer, deja que te convierta en mi paquetito azul. Mira lo bien que luce el
gato con su lazo. Tú estarás infinitamente más bonita toda cubierta con un enorme
lazo azul que yo llevaré prendido por un extremo.
Leona se rio dándole un empujoncito hacia atrás.
—Yo sí que debiera atarte y llevarte sujeto por un extremo, de hecho, creo
que debiere comprarte una correa como la de Bathy. –Ensanchó su sonrisa
mirándole con picardía—. Aunque la tuya será muy corta para que no te
desmandes y cometas locuras.
Arthur la tomó de la mano entrelazando los dedos con los suyos
disfrutando de esa pequeña intimidad, aunque ambos llevaren guantes.
—Cielo, te recuerdo que la que tiene tendencia a meterse en enredos y líos,
es cierta dama. Es más, hoy mismo he visto como sacabas a Bathy de la cubeta del
carbón en la posada y has estado a punto de tirar la cubeta, el carbón y toda la pila
de troncos situada junto a ella.
Leona se rio.
—Calla, burro. Nadie me ha visto. Ha sido un pequeño revés. La pobre
Bathy estaba olisqueando algo y por seguir el rastro se ha metido en la cubeta. Si lo
piensas, es culpa tuya. Desde que te has empecinado en adiestrar su sentido del
olfato va metiendo su hocico por doquier, cualquier rincón llama su atención.
Arthur tomó al cachorro y lo puso en sus rodillas.
—Te recuerdo que me comprometí a convertirla en una fiera custodia y una
espía eficiente.
Leona se rio entre dientes.
—¿Cómo me has visto sacarla de la cubeta? Creía que estaba sola.
Arthur se rio inclinándose para besarla en la mejilla deteniéndose ahí para
acariciársela con los labios mientras decía bajando la voz:
—Cielo, me paso el día buscándote y hallándote en los sitios más
insospechados. En cuanto te he visto separarte de tus hermanas, he sabido que
acabarías perdida.
Leona sonrió alzando el rostro para que la besare suavemente en los labios
lo que Arthur hizo con placer.
—Mi rescatador.
Arthur se rio dándole un último beso antes de enderezarse.
—Y que no se te olvide. Allá donde vayas, te encontraré.
Nada más atravesar las puertas exteriores de Plintel Hall, Arthur vio desde
lo lejos, conforme el coche se acercaba, a Bennet y a William frente a las escaleras
de piedra a los pies del gran portón de la mansión. Supo así que sus padres debían
estar esperándolos a todos con algunos de los invitados a la fiesta de la duquesa.
Tras descender y ayudar a hacerlo a los vizcondes, ayudó a Leona que, una vez con
los pies en el suelo, lo miró un instante y después observó con interés la fachada de
la mansión.
La escuchó suspirar mientras se acercaban a ellos sus hermanos y tomando
en una mano a Bathy, dejando el gato en su poder, tomó su mano libre y la posó en
su manga sonriéndola y viendo por el rabillo del ojo que el carruaje en el que
viajaban las dos hermanas, las doncellas y Andrew se acercaba a la rotonda.
—Milord, milady, ¿me permiten presentarles a mi hermano lord William
Alwils? A mi otro hermano, lord Bennet, ya lo conocen.
Tanto sus padres como Leona hicieron una cortesía al igual que sus
hermanos.
—Milord, miladies, bienvenidos. –Señalaba Bennet sonriéndolos—. Les
estábamos esperando. Los duques se encuentran en la terraza del jardín norte
deseando que les conduzcamos hasta allí. –Miró a Arthur al añadir—: Adelantaos.
Nosotros recibiremos a los demás.
Arthur asintió sabiendo que eso significaba que realmente sus padres
estaban deseando que llegaren y conocer a Leona.
—Milord, miladies, si gustan. –Señaló hacia las escaleras echando a andar
con Leona de su brazo.
Una vez frente al portón y mientras el mayordomo y unos lacayos tomaban
sus capas y pellizas, besó, sin que le vieren los vizcondes, a Leona en la sien.
—No estés nerviosa, cielo. Los duques te adorarán casi tanto como yo. –Le
susurró tomando de nuevo su mano y posándola en su manga.
Leary, el mayordomo ducal, les precedió conduciéndoles hasta la terraza
donde nada más aparecer todos los rostros se giraron hacia ellos. Leona gimió
suavemente y él, sin detenerse, los condujo hasta una de las glorietas donde veía
ya a sus padres observándoles con ávido interés. Enseguida llegaron frente a ellos
y los duques se acercaron más.
—Excelencias. –Los tres hicieron las cortesías ante ellos y vio a su padre
sonreír rápidamente sabiéndolo complacido.
—Milores, bienvenidos, nos alegra su llegada. –Inquirió el duque sonriendo
al vizconde.
—Les agradecemos la invitación, excelencia. –Contestó el vizconde con la
misma cortesía.
—Bienvenida, milady. –Sonrió acercándose a Leona y, tomando la mano de
la manga de Arthur, la alzó besándola ligeramente consiguiendo que Leona se
ruborizase y mirase a Arthur buscando ayuda.
—Padres. –Arthur se colocó tras Leona en un gesto protector—. Permitan les
presente a lady Leona, mi prometida. Leona, ellos sus excelencias los duques de
Plintel, mis padres.
—Excelencias. –Repitió una suave genuflexión frente a ambos, pero
enseguida giró un poco hacia la duquesa y, extendiendo los brazos, le ofreció el
gatito con gesto nervioso—. Feliz cumpleaños, excelencia.
La duquesa se rio suavemente tomando el gatito mirándolo al alzarlo
ligeramente.
—¿Es para mí?
Leona asintió.
—Es el regalo de vuestro hijo, excelencia.
Arthur se rio posando una de sus manos en el hombro de Leona pues en la
otra mantenía a Bathy.
—Bueno, solo una parte, madre. La otra se ha revelado y no me ha dejado
envolverla en un lazo como pretendía. Aun con ello, ¿no pensáis que soy el más
considerado y atento de los hijos? –La miró travieso y con ojos pícaros.
—Arthur, no me enredes. –Sonrió ella negando con la cabeza, pero
enseguida miró el gato—. Puedo confesar que es el regalo más acertado que me
has hecho en los últimos años.
—Lo sé. Me he dejado aconsejar por una dama inteligente que consideraba
que si padre tenía sus enormes canes para acompañarlo por toda la casa, no por
menos vos deberíais tener idéntico privilegio con la salvedad de que esa mascota
es más manejable y sobre todo más fácil de llevar en un carruaje.
La duquesa le sonrió y después a Leona a la que su hijo ponía entre las
manos a su cachorro.
—Venid, paseemos las dos con nuestras mascotas ya que veo vos también
tenéis una.
Leona alzó los ojos a Arthur que se inclinó ligeramente y la besó en la frente
indiferente a las miradas de sus padres e incluso de los de Leona.
—Ve. El duque y yo recibiremos a tus hermanos y acompañaremos a tus
padres.
Leona asintió y giró hacia la duquesa pegándose al pecho a Bathy antes de
caminar con ella hacia uno de los senderos de los jardines dejando a atrás a los
demás.
—Mis hijos me han hablado mucho de ti, pequeña.
Leona le miró azorada caminando a su lado.
—He de reconocer que tenía curiosidad por saber si era cierto cuánto ellos
me contaron, pero sobre todo deseaba saber, comprobar en verdad, si era cierto
que conseguías hacer que mi siempre recto, calmado y racional hijo Arthur se
mostrase de un modo más –hizo una ligera pausa—. Sus hermanos dicen de un
modo más humano, más cercano y relajado. Quizás también pueden haber usado
la expresión, menos frío, pero yo siempre he sabido que Arthur ni era frío ni
distante, sino que simplemente no se dejaba llevar por arrebatos ni irracionales
comportamientos. Como duquesa, no puedo sino reconocer las ventajas que ello
tiene para el carácter del heredero de un título como el de duque de Plintel, más,
como madre, también que es lo que siempre me ha preocupado más de él. Me
producía cierto desasosiego que pesaren en él, por encima de todo lo demás, sus
responsabilidades, el deber, el papel al que estaba destinado y que ello le avocare a
una existencia quizás falta del calor y la complicidad que suavizare un poco ese
papel y lo que conlleva. –Se detuvo girando para mirar a Leona a los ojos—.
Quizás sí que pueda dejar a un lado esa preocupación si no he juzgado mal el
modo en que mi hijo te mira y parece hallarse cuando está contigo. Decidme con
sinceridad, ¿es correspondido?
Leona se sorprendió y ruborizó de golpe al mismo tiempo.
—No has de preocuparte, pequeña, nada malo tengo que decir u objetar de
ti y puedes estar segura que sé bien qué es lo que te asusta del papel que asumirás
en el futuro especialmente porque Arthur nos explicó tus recelos y los motivos de
los mismos. Te juzgas demasiado despistada, ajena al ajetreo social, tímida y,
según confesó mi hijo, con una nada desdeñable tendencia a obviar detalles
prosaicos.
Leona se ruborizó más aun bajando la mirada a Bathy a la que sostenía con
ambas manos.
—Es cierto, excelencia. Tiendo a olvidar detalles porque en muchos casos ni
siquiera he llegado a prestar atención a los mismos. Mi madre me considera, con
razón, una pequeña calamidad, no en vano suelo perderme incluso en casa.
Confieso que deseo casarme con vuestro hijo, pero al mismo tiempo no deseo ser
duquesa pues no estoy segura de ser capaz de asumir esa carga como debiera y
aunque él afirme que no es mayor que la de cualquier otra esposa, yo sé bien que
no es cierto y que solo pretende mitigar mi miedo.
—¿Y si no fuere el heredero?
Leona alzó los ojos y sin querer sonrió y lo que consiguió es que la duquesa
se riese.
—Entiendo. De modo que lo que no te gusta de él es precisamente aquello
por el que la mayoría de las mujeres de las Islas trata de conseguirlo.
Leona suspiró encogiéndose de hombros. La duquesa se acercó a ella y
posando una mano en el brazo de Leona y la sonrió.
—No has de preocuparte, pequeña, en realidad, ser duquesa tiene tantas
cosas malas como buenas.
Además, lo más importante ya lo has logrado. Quieres al futuro duque y él
te quiere a ti.
Leona suspiró.
—Sí, eso no puedo negarlo. Le quiero mucho, además, ha prometido
encontrarme siempre que me extravíe.
La duquesa de nuevo se rio.
—Presumo que eso os mantendrá ocupados a menudo.
Leona suspiró.
—Sí, me temo que sí.
La duquesa enredó un brazo en el suyo y la hizo girar caminando de
regreso por el sendero hacia donde estaban los demás.
—Supongo que no estaría de más que te enseñe, cuando todos se hayan
marchado, la propiedad. Al menos para que no te desorientes más de lo que sería
aconsejable.
Leona se rio entre dientes por el tono bromista de la duquesa.
—Vuestro hijo ha amenazado con ponerme un cascabel al cuello si empiezo
a perderme con una asiduidad excesiva.
La duquesa se reía alzando los ojos viendo a su hijo acercarse claramente
con ánimo curioso, pero también protector. Sí, pensaba, su hijo estaba más que
prendado de la joven Leona. La quería de veras y la protegería de cualquiera,
incluso de una madre pesada.
Al llegar a su altura Arthur no dudó en tomar una mano de Leona y posarla
en su manga y besarla de nuevo en la frente a pesar de la presencia de su madre.
—Madre, debiereis enseñar el magnífico presente que os he hecho a esos
otros hijos menos considerados que yo para que les sirva de lección y guía para
futuras ocasiones.
La duquesa soltó una carcajada antes de mirar con pícara complicidad a su
hijo acariciando al gatito que sostenía contra su pecho.
—Sí, no he de negar que este año has estado acertado y considerado.
Andrew sonrió divertido.
—En más de un sentido, madre, más, no os acostumbréis, ciertos regalos
solo ocurren una vez en la vida.
La duquesa se rio negando con la cabeza.
—Vamos a reunirnos con tu padre y tus hermanos que ya veo se encuentran
con las hermanas de tu prometida y sus padres.
Arthur asintió acompañándolas a ambas y en cuanto su madre se puso a
saludar y dar la bienvenida a los hermanos de Leona, la apartó ligeramente de ella
y la condujo poco a poco a un salón de la casa.
En cuanto cerró la puerta la guio hasta unos sillones sentándola en su
regazo y rodeándola con los brazos.
—Te dije que los duques te adorarían.
Leona suspiró dejando caer el peso de su cuerpo ligeramente sobre él
manteniendo las manos en su regazo donde tenía a Bathy.
—¿Les habías dicho a los duques que soy muy despistada y un poco
atolondrada?
Arthur sonrió:
—¿No querías que se lo dijere? Cielo, lo iban a descubrir tarde o temprano.
Además, los que tú consideras casi un defecto, para mí constituyen algunos de tus
rasgos más destacables, sin olvidar que algunos de esos rasgos me permitirán
aparecer como un caballero de brillante armadura que acude al rescate de su dama
cada día.
Leona se rio divertida.
—Es verdad, has prometido rescatarme y venir en mi busca siempre.
—Siempre. –Repitió besándola en la mejilla y después en el cuello.
—¿Viviremos aquí?
Arthur sonrió.
—Cuando deba asumir el título sí, mientras tanto, residiremos en la
propiedad que está al norte.
Mañana te la mostraré. Aunque vendremos con asiduidad y celebremos las
fiestas y algunas ocasiones importantes aquí, tú y yo tendremos nuestra propia
residencia.
Leona sonrió:
—¿Me llevarás mañana?
Arthur la besó de nuevo:
—Mañana. Os enseñaré a Bathy y a ti cada rincón del que será nuestro
hogar.
—Nuestro. –Sonrió alzando una mano y pasándole el dedo por el mentón—.
Me gusta mucho esa idea. Nuestro hogar. Allí podré perderme contigo.
Arthur la observó en silencio unos segundos pensando que iba a perderse
mucho, muchísimo por cada recodo de esa propiedad con ella, buscaría sitios para
perderse con ella y quedarse a solas juntos. La besó de nuevo en el cuello viéndose
sorprendidos por la irrupción en la estancia de Julian que, al verlos, sonrió y
aunque Leona quiso levantarse azorada, Arthur no se lo permitió lanzando una
mirada casina a Julian.
—¿Sobra decir que eres un inoportuno?
Julian soltó una carcajada.
—Al contrario. Vengo a avisaros que madre no tardará mucho más en
llamarnos a todos al comedor, así que, si no quieres que sea Leary o un lacayo el
que os encuentre de esta guisa, más os vale venir conmigo y poner en marcha
ciertos planes.
Arthur suspiró sin evitar sonreír con picardía antes de ponerlos a ambos en
pie y posando de nuevo la mano de Leona en su manga la miró.
—En fin, mi dama. Ya nos perderemos más tarde. Primero comamos en
honor a la duquesa, sobre todo ahora que me reconoce como el mejor de los hijos y
el más atento de todos ellos.
Julian suspiró alzando los ojos.
—Cómo si madre no supiere que ese peludo animalito que has puesto en
sus manos no ha sido idea de cierta joven dama y no tuya, arrogante descerebrado.
Leona se rio ente dientes mirando de soslayo a Arthur que la guiaba hacia la
puerta.
—No les rías las tontunas a este mastuerzo, cielo, que acabará creyendo
como ciertas las mismas y bastante falto de sentido común está ya como para
alentarlo a que continúe la senda de los ajenos a la cordura.
—Pues no veo que sea un hombre falto de cordura. –Sonrió Leona al pasar
por su lado—. Es más, ahora que lo miro con ojos favorables, creo que no está falto
de atractivo y aspectos destacables.
Julian se rio mientras que Andrew gruñó atrayendo a Leona a sus brazos
indiferente al hecho de estar junto a Julian.
—Cielo, a pesar del obligado aprecio fraternal que tengo a este mentecato,
preferiría que tú no le apreciares más de lo estrictamente necesario y menos te
encariñases con él que luego se acostumbra al trato amable e incluso cariñoso y no
habrá quién se libre de él.
Leona se rio apoyando la mejilla en el pecho de Arthur con confiada
complicidad mirando a Julian.
—¿Entonces no he de encariñarme mucho con tus hermanos?
—No mucho que luego se malacostumbran a los halagos, las palabras
amables y los gestos afectuosos y eso no es bueno tratándose de estos pesados
hermanos míos.
Leona se rio sin moverse de los brazos de Arthur que la rodeaba con ellos
mirando también a Julian.
—No le hagáis caso, milady. Lo que ocurre es que teme que os deis cuenta
de vuestro error al elegir al hermano menos atractivo, encantador y sobre todo
prometedor esposo.
Leona sonrió alzando el rostro hacia Arthur:
—¿Eso he hecho? Porque sería bueno saberlo para corregir ese error pues
aún estoy a tiempo.
Arthur bajó ligeramente el rostro mirándola fijamente.
—Ni se te ocurra prestarle oídos a este mentecato. Recuerda que eres mi
dama y eso no hay modo alguno de corregirlo, cambiarlo o alterarlo. Eres mía para
la posteridad. Además, no has de olvidar que me quieres muchísimo, como así ha
de ser.
Leona sonrió y giró el rostro para mirar a Julian.
—En eso tiene razón. Por algún motivo ha conseguido que le quiera.
Julian se rio.
—Sí es así, he de decir que os ha engañado, milady, pues es obvio que no
tiene ni más ni mejores dotes que esos hermanos de los que recela, no sin motivo y
razón, pues nos sabe mejores en todos los sentidos.
Arthur resopló cerrando más los brazos pegándose del todo a Leona.
—No le escuches. Está en uno de esos momentos en que carece de todo
raciocinio y juicio y, como ya te he advertido, no son pocos los instantes en que
carece de cordura y sentido común. –La besó en la frente y después en la mejilla—.
Vayamos a reunirnos con seres con más juicio e inteligencia que este pobre y loco
hermano mío. Además, quiero presumir de dama ante todos y así conseguiré que
este mentecato sea consciente de que eres mi dama y yo tu caballero. De hecho, soy
tu caballero de brillante armadura pues te buscaré y hallaré siempre, no lo olvides.
Leona acomodó la mejilla en su pecho melosa acurrucándose en sus brazos.
—Siempre.
Arthur la besó en la cabeza antes de mirar a Julian sonriendo.
—Es mi dama.
Leona se rio nerviosa mirando a Julian.
—Soy su dama.
—Mi dama, mi lady Bromder, mi duquesa.
Arthur abrió los brazos por fin y tomando a Bathy de las manos de Leona se
la entregó a Julian.
—Bien, mi mentecato hermano, ya que mi dama se ha reconocido como tal,
así como su deseo de ser y permanecer como mi dama y también quererme como
merezco, tú vas a ir al comedor donde se encuentran todos y nos esperarás, como
los demás, unos minutos pues mi dama y yo tenemos que hacer una breve parada
previa antes de acudir a ese lugar.
Julian suspiró alzando los ojos y girando el cuerpo salió de la estancia.
Leona alzó el rostro mirando ceñuda a Arthur:
—¿Qué parada hemos de hacer? Tus padres nos esperan, no quiero
enfadarlos el primer día.
Arthur sonrió tomándola de la mano de modo relajado.
—Tranquila, cielo, no se molestarán.
Hablaba guiándola fuera de la estancia, pero en vez de girar en dirección a
los salones la llevó escaleras arriba. Leona miraba en derredor preocupada.
—¿Dónde vamos?
Arthur sonrió sin detenerse llevándola de la mano.
—A un lugar con el permiso de sus excelencias, no temas.
—¿De sus excelencias? –Preguntó extrañada pues ahora caminaban por uno
de los corredores de la segunda planta.
—Sí, cielo, no temas. –Respondía distraídamente.
—Trayendo a colación la ocasión en que mi hermano me tachó de ovejita
descarriada ante ti, he de decir que me siento como una ovejita a la que llevan al
matadero y encima va balando la mar de contenta.
Arthur soltó una carcajada que resonó en todo el corredor.
—Mi ovejita. –Dijo tras unos segundos abriendo una puerta y señalando con
la mano para que pasare añadiendo mientras la sonreía provocativamente—:
Continúe camino hacia su matadero, por favor.
Leona se detuvo en el umbral, metió ligeramente la cabeza con desconfianza
y miró el interior.
—Esto es una alcoba. –Señaló tras enderezarse y mirarlo acusatorio.
—Tu alcoba, mi dama. -Respondió tajante dándole un empujoncito para que
entrase y enseguida la siguió, la tomó de la mano y la llevó hasta la enorme cama
con dosel. La sentó en el borde de uno de los lados con él a su lado, girando el
cuerpo para poder mirarla a la cara.
—Cielo, creo que vas a acusarme en breves instantes de haberte enredado,
pero antes de que lo hagas recuerda que quieres casarte conmigo, que me habías
aceptado y que tu familia se encuentra aquí, así como la mía.
Leona frunció el ceño, desconcertada, pero antes de poder decir o hacer
nada más él la hizo caer de espaldas quedándose de costado ligeramente
incorporado sobre ella. Deslizó el dorso dos dedos por la mejilla lentamente
inclinándose un poco para besarla con suavidad antes de volver a mirarla a los ojos
sin separarse de ella.
—Cariño, quiero que nos casemos hoy, aquí, en unos minutos. Todos nos
esperan en el salón previo a la capilla y solo has de decir que aceptas casarnos hoy
para que dentro de unas horas seamos marido y mujer y, mañana, cuando te lleve
a nuestro hogar, lo haga como marido y mujer.
Leona frunció el ceño, pero no se movió:
—¿Quieres que nos casemos ahora?
Arthur sonrió divertido.
—Tu familia ha sido informada y tu padre ha dado su beneplácito, tengo
una licencia especial y, lo más importante, te quiero más de lo que puedo expresar
y no deseo, no puedo separarme de ti. No hay motivo para que nos volvamos a
separar, salvo que tú desees esperar.
Leona ladeó el cuerpo acurrucándose en el de él enterrando el rostro en su
cuello.
—No deseo esperar.
Arthur cerró el brazo a su alrededor sonriendo. La besó en el cuello
ladeando ligeramente la cabeza.
—¿Entonces consientes en seguir adelante con mi enredo?
Leona se rio echando la cabeza ligeramente hacia atrás para poder mirarle a
los ojos.
—Consiento.
Arthur la besó en los labios y se los acarició con parsimonioso deleite.
—En ese caso, amor, te concedo unos minutos para ponerte el vestido que
tus hermanas han dejado preparado en el vestidor y, tengo entendido, debe ser el
vestido de novia de tu madre y tu abuela.
Leona abrió mucho los ojos impresionada.
—¿El traje de mi madre?
Arthur sonrió:
—He conseguido la colaboración de las damas de tu familia para con mi
enredo. Soy un hombre encantador cuando tengo un buen motivo y no hay
ninguno mejor que el de lograr con presteza a mi hermosa dama, lograr que se ate
a mí de modo irrevocable y, sobre todo, lograr tenerla en mis brazos para la
posteridad. Quiero declarar ante el mundo que mi hermosa, adorable y despistada
Leona es mi esposa.
De nuevo ella se rio nerviosa.
—Es un buen motivo, sin duda.
—¿Quieres, pues, ponerte ese vestido y bajar conmigo para que el obispo
nos declare esposos ante nuestras familias, ovejita mía?
Leona sonrió asintiendo.
—Bien.
Se incorporó y tiró de ella para que quedare de nuevo sentada en el borde
de la cama con él a su lado.
Tomó una de sus manos y la miró sin dejar de sonreír y antes de que ella
comprendiere lo que hacía deslizó un anillo por su dedo mientras decía:
—Ahora, eres mi hermosa prometida y este anillo te declara como la mujer
que me ha robado el corazón, la razón y mi alma, más, en unos minutos, deslizaré
uno que te declarará mi esposa, mi señora, mi dama y a mí tu esposo, tu señor y tu
caballero.
Leona bajó la mirada a su mano y su dedo donde brillaba un hermoso zafiro
rodeado de diamantes azulados.
—Arthur, ¿de veras crees que seré una buena esposa para ti? –Preguntaba
mortificada.
—Leona. –Le tomó el rostro entre las manos alzándoselo ligeramente para
que lo mirase a los ojos—. Eres todo lo que deseo, espero y aspiro para mi esposa y
mucho, muchísimo más. Y te prometo que seré el mejor de los esposos para ti. Te
querré, cuidaré, protegeré, cumpliré todos los sueños y deseos que tengas y te
colmaré de todas las atenciones que sé te mereces.
Leona emitió una risilla nerviosa alzando los brazos y rodeándole el cuello
con ellos.
—¿Puedo decirte que te quiero mucho a pesar de que me enredes con la
misma facilidad que al resto de las damas de mi familia?
Arthur sonrió inclinando la cabeza sin soltar su rostro y despacio le recorrió
las mejillas, párpados, frente y, finalmente los labios, con los suyos en una suave y
lenta caricia.
—Yo también te quiero, Leona y adoraré a mi ovejita y nunca la dejaré
alejarse de mi lado ni siquiera cuando se pierda pues presto iré en su busca y la
traeré de regreso a mis brazos.
Leona le dio un rápido beso antes de separarse y saltar de la cama.
—Vamos, vete. He de vestirme pues cierto caballero ha prometido
desposarme ante nuestras familias sin demora.
Arthur se rio enderezándose frente a ella.
—Bien, pues no hagamos esperar a tan afortunado caballero. –Por sorpresa
la tomó en brazos alzándola unos centímetros del suelo manteniéndola a su misma
altura, cara a cara—. Te esperaré ansioso en la puerta.
Leona, que le había rodeado los hombros con los brazos asintió sonriendo.
—Prometo no tardar. –Le dio un último beso antes de decir—: Me encanta el
anillo.
Arthur ensanchó su sonrisa.
—Siempre te ha pertenecido, Leona. Siempre ha estado destinado a mi
despistada y adorable dama.
Cinco años más tarde, Londres…

Nada más cruzar el vestíbulo de Plintel House se vio recibido por una
entusiasmada Bathy que, como siempre, se alzó poniéndose a dos patas apoyando
las delanteras en sus muslos a modo de saludo.
—Buenas tardes, bonita. –La correspondió sonriendo y frotándole su bonito
pelaje tras las orejas—. ¿Dónde se encuentran el resto de las damas de la familia?
—Milord, miladies y sus excelencias se encuentran en el salón azul. –Se
apresuró a contestarle Leary que había esperado paciente cerca del hijo de su
señor.
Arthur asintió sonriendo haciendo un gesto a Bathy que enseguida se colocó
a cuatro patas a su lado y lo siguió por el corredor.
Se detuvo bajo el umbral del salón en discreto silencio deleitándose de la
imagen ante él. Leona se hallaba sentada en el diván con su pequeño León en
brazos, acunado dentro de su hatillo por los amorosos brazos de su madre y a los
pies de Leona se encontraba Andrea, su pequeña, su primogénita de cuatro años,
sentada en un cojín de terciopelo, con la espalda apoyada en la pierna de su madre,
garabateando en su cuaderno. Su pequeña era su viva imagen, pero tenía los ojos
grises de Leona y esa nada desdeñable capacidad de desarmarle con solo mirarle
con ellos.
Bathy delató la presencia de ambos llegando con risueños saltitos hasta ellas
dejándose caer de costado a los pies de Leona en cuanto la alcanzó, como era su
costumbre.
—Buenas tardes, mis damas. –Señaló entrando en el salón y un carraspeo le
hizo sonreír y mirar el lugar del que procedía—. Y padre.
El duque sonrió negando con la cabeza apartando su pipa.
—Llegas justo a tiempo. Tu esposa estaba a punto de decirnos qué nombre
habéis decidido poner al fin al futuro heredero.
Arthur sonrió al ver a Leona negando con la cabeza señalándole que no era
así. Se apresuró a tomar asiento junto a ella y tras besarla en la mejilla y la sien,
aupó a Andrea para sentarla en su regazo y besarla de igual modo que a su madre.
—Buenas tardes, mi pequeña. –La rodeó con un brazo acomodándola
protector y cariñoso mientras pasaba el otro por los hombros de Leona instándola a
dejar caer un poco su peso en su costado—. ¿Has tenido un buen día?
La pequeña asintió y le sonrió con esa sonrisa infantil y esos ojos inocentes
que nunca lograrían dejar de derretirlo.
—Papi, el abuelo dice que, si le digo el nombre de León, me comprará un
caballito.
Leona y Arthur suspiraron al unísono mientras el duque soltó una
carcajada.
—Cielo, ahora deberá regalarte ese caballito pues ya le has revelado del
nombre elegido.
La pequeña frunció el ceño y después de unos segundos se rio traviesa
tapándose la boca con las dos manos.
—Es verdad.
Arthur besó sus suaves cabellos antes de deslizar los ojos a su padre.
—Debiera darle vergüenza, padre. Enredar a su inocente y dulce nieta para
saciar su inagotable curiosidad.
El duque se rio mirando a su nieta guiñándole un ojo como si fuera un niño
travieso y después a su nuera.
—León. Es un bonito nombre para un futuro duque.
Leona sonrió negando con la cabeza:
—Cielo. –Miró a la pequeña sonriendo—. ¿Por qué no vas a buscar el libro
que te ha regalado la abuela para que papá te lo lea? Se está haciendo tarde y
dentro de poco has de retirarte a dormir.
La pequeña asintió escurriéndose por las piernas de su padre antes de salir a
la carrera con Dora siguiéndola escaleras arriba. En cuanto salió, Arthur le quitó a
León de los brazos y lo acunó.
—Parece que mi heredero se encuentra indiferente a la llegada de su
augusto padre. —Lo besó en la frente antes de mirar al duque—. Según tengo
entendido, esta tarde ese mentecato de Lucas ha estado aquí intentando corromper
las inocentes mentes de mis hijos.
El duque se rio:
—Tanto como corromper…
—¿No vas a contarnos lo ocurrido?— Le preguntó Leona tras unos
segundos con una más que evidente y ansiosa curiosidad sabiendo que Arthur se
hacía el despistado con intención.
Arthur se rio entre dientes alzando los ojos del rostro regordete de su hijo.
—Al parecer, su excelencia ha logrado extender su inusitada curiosidad a
mi esposa.
Leona suspiró.
—No seas liante. ¿Qué ha ocurrido? –Insistió.
Arthur sonrió y miró indistintamente a su madre y a Leona.
—Bien, señoras mías, tenían razón, el caballero de la ópera era el ladrón. He
de felicitarles.
La duquesa y Leona sonrieron complacidas.
—Debieres asumir, querido, que las inteligentes damas que os acompañan,
siempre tienen razón. Sin excepción. –Afirmó la duquesa con arrogante diversión.
Arthur y su padre se rieron.
—No me atreveré a negarlo so pena de sufrir un cruel castigo por parte de
ambas. –Contestaba riéndose aún—. Además, el retrato de Leona permitió que los
agentes de Bow Street contasen con un rostro que buscar entre todos los que
pasean por Londres. No han tardado ni tres días en dar con él y apresarle.
Leona sonrió.
—Era un rostro bastante fácil de distinguir.
Arthur se inclinó y la besó en la sien demorando un poco los labios en su
piel acariciándosela.
—Si no fuera por lo peligroso que es, habría dicho al inspector jefe quién
realizó el retrato pues, ciertamente, siente un ávido interés por conocer a nuestro
retratista, más cuando no es el primer malhechor que apresamos con su ayuda.
Leona sonrió dejando caer la cabeza en su hombro mientras él mantenía a su
hijo en sus brazos.
—Quizás tengamos otra retratista en la familia. –Añadió él lanzando una
mirada al cuaderno meramente lleno de garabatos dejado olvidado por su hija en
el suelo. Leona sonrió siguiendo la dirección de sus ojos.
El duque se rio.
—Sería otro rasgo que heredase de su madre, pues ciertamente tiene un
escaso sentido de la orientación. Hoy, en los escasos segundos que se ha separado
de mi mano mientras saludaba a un conocido, se ha perdido en White’s y
Dashwoth me ha ayudado a encontrarla. Estaba sentada bajo una de las mesas de
billar como si nada, jugando con su trenecito de madera.
Leona se rio tomando de nuevo al pequeño de los brazos de su padre
mientras decía:
—Estaba emocionada porque milord le ha traído hasta casa a la espalda, a
caballito, desde el club del abuelo.
La duquesa sonrió.
—Oh sí, usando sus palabras ha dicho que su amigo Lucas le ha traído a
caballito desde el cuarto de juegos del abuelito.
El duque soltó una carcajada mientras Arthur alzó los ojos hacia su padre:
—Padre, deje de llevar a mi pequeña a White’s, se lo ruego. No es lugar para
mi niña y menos con descerebrados como Lucas.
El duque soltó una sonora risotada.
—Oh vamos, le encanta estar con su abuelo y puedo presumir de tener la
damita más bonita del mundo embelesada conmigo.
Arthur sonrió negando con la cabeza.
—Sois peor que el vizconde cuando la lleva al parque y la deja corretear
salvaje junto a Bathy.
El duque se rio.
—Oh vamos, tampoco es que corretee salvaje. Solo juega con el perro por los
jardines.
—Padre, ambas suelen acabar encontrando y tirándose de cabeza al mayor
de los charcos que haya en millas a la redonda y saltando y chapoteando dentro
del mismo con entusiasmo, es más, ayer mismo una dama malhumorada me tachó
de padre displicente por dejar a mi pequeña ensuciarse tanto o más que el perro y
delante de desconocidos nada menos.
La duquesa se rio:
—¿Quién tuvo la osadía de reprenderte y, sobre todo, cuál fue tu
contestación?
Arthur suspiró pesadamente:
—La vieja lady Comvert. Tuvo la desfachatez de tildar a mi pequeña de
fierecilla y de alterar la paz de las buenas gentes, así como de atentar contra la
buena moral. —Sonrió arrogante—. Por supuesto no pude contenerme y le espeté
con aire altivo que lo único que atentaba contra la buena moral era su horrendo
tocado de plumas que asustaba a propios y extraños y que la paz se hallaba en
peligro solo debido al estruendo que ocasionaban sus dos horribles perros con esos
cascabeles de oro que gusta colgarles de sus collares de paseo.
El duque se carcajeó:
—¿Y no te respondió nada ante semejante “ataque”? —Insistió la duquesa
riéndose.
Arthur sonrió orgulloso y con cierto poso de maliciosa satisfacción:
—No tuvo oportunidad pues mi particular pastora cubierta de barro tuvo a
bien aparecer cuál ovejita descarriada que regresa al redil y al pasar por su lado
sujetando de la correa a Bathy le ensució todo el lado de las faldas de barro para
espanto de la dama a la que casi le da un síncope sobre todo porque veía que,
como retrasase su partida no saliendo presta de allí, acabaría como mi “fierecilla”,
pues la muy nerviosa Bathy, que claramente tenía intención de corretear a su
alrededor y el de esos pobres animalitos que tiene por mascotas, parecía decidida a
querer dejar su marca no solo en la falda sino en todo su atuendo y acabaría
logrando que acabase de manera similar a como lo estaba mi pequeña que
realmente lucía como si se hubiere zambullido de cabeza en un enorme charco de
barro.
El objeto de la conversación regresó con ese mismo entusiasmo mentado
corriendo con un libro entre las manos y dirigiéndose sin detenerse hasta su padre
que, riéndose, la aupó sentándola en su regazo de nuevo.
—Mira papi. –La pequeña, jadeando, alzaba el libro—. Es el regalo de la
abuelita.
La pequeña lanzó una mirada sonriente a la duquesa que le devolvió la
mirada con cariño.
Arthur tomó el libro rodeando al tiempo a la pequeña con sus brazos
acomodándola y afianzándola en sus piernas.
—Bien, mi fierecilla, pues leeremos tan bonito obsequio. –Decía mientras la
pequeña apoyaba con confiada relajación la mejilla en su pecho dispuesta a
quedarse así mientras su padre le leía como todas las noches.
—Tienes que describir las ilustraciones, papi. También me gustan las
ilustraciones y los paisajes.
Arthur sonrió besándola en la cabeza, cariñoso, tras su imperioso mandato.
—Sí, mi pequeña mandona, te mostraré y describiré con detalle todos ellos.
—De nuevo la besó antes de abrir el libro y dedicarse al sencillo placer de leer a su
hija.
Dos horas más tarde se deslizaba bajo las sábanas de su cama tras quitarse
del batín, atrayendo de inmediato a Leona hacia él desprendiéndola con rapidez de
su camisón. Desde que se hubieron casado en la capilla de Plintell Hills, el día de la
fiesta de su madre, no se hubo separado de ella más que uno o dos días en
excepcionales ocasiones. No había menguado, sino, por el contrario, crecido como
no imaginaba posible, su amor por ella, su necesidad de ella y sobre todo su avidez
de ella. No imaginaba su vida sin Leona, sin tocarla, besarla, hacerle el amor cada
noche y abrazarla al dormir y, desde el nacimiento de sus dos hijos, sin verlos a
ellos, sin jugar con ellos, sin simplemente escuchar la risa de Andrea y los pocos
gorjeos de su pequeño León, su fiero León como lo llamaba Leona cuando
reclamaba, imperioso, su comida. Además, con su tendencia a distraerse y
perderse incluso en su propia casa, su mayor placer lo encontraba en ir a buscarla,
hallarla y reclamarle un premio por, como él los llamaba, “su rescate”.
—Cariño —Susurraba deslizando sus labios por sus turgentes y plenos
pechos—. Tu caballero reclama las atenciones de su dama.
Leona suspiraba de placer enredando los dedos de su mano en su espeso
cabello mientras él seguía besando, mesurando y acariciando con dedicada entrega
sus pechos.
—Bueno, como mi caballero me ha encontrado, considero justo premiarle
con besos, abrazos y mis atenciones.
Arthur se rio entre dientes alzándose y colocándose a su altura.
—Así me gusta. Una esposa entregada y presta a mis atenciones. –La besó
con parsimonioso placer en los labios deslizando sus manos por su cuerpo—. Te
amo, mi dama.
Leona sonrió cuando él alzó ligeramente el rostro para ponerlo a la altura de
ella que aún se encontraba atolondrada por su beso y sus palabras.
—Te amo, mi caballero.

FIN
Dedicatoria

A vosotros, quienes aún seguís leyendo las historias que publico. Gracias de
corazón. Escribir suele ser algo que me ayuda, escuchar a las personas a mi
alrededor que leen lo que escribo mientras lo hago me hacer reír y saber que otras
personas cuyos rostros no conozco se animan a leerme, supone más de lo que
ninguna palabra podría expresar. Gracias a todos.
Historia

Tres semanas en Bath era lo que la vizcondesa de Antonwe pensaba pasar


en la tranquilidad propia del lugar junto a su cuñada, lady Evelin y sus tres hijas,
lady Eliza, lady Coralina y lady Leona.
Deseaba socializar de modo sosegado y, quizás, inclinar un poco la fortuna
a su favor y encontrar algún buen pretendiente para sus hijas, entendiendo por tal
a adecuados caballeros con título o herederos de los mismos que gozaren de una
buena posición económica y social. Pero lo que lady Antonwe no sabía es que ni
todos los hombres son lo que aparentan ni menos sus intenciones para con sus
hijas, sobre todo cuando éstas acaban enredadas en un complot que bien podría
afectar a la Corona y a sus propias vidas.
Siendo un caballero heredero de título y, además, uno que se preciaba de no
dejarse cazar por matronas o por las dulces pero ávidas palomitas del siempre
ansioso mercado matrimonial de la aristocracia, lord Bromder, heredero del duque
de Plintel, no podía imaginar que precisamente alejarse de unas damas solteras y
menos de una que aparecía ante sus ojos como constantemente necesitada de
protección incluso de su propia persona, era lo que su estancia en Bath no iba a
permitirle, no sin atentar contra su honor ni sus deberes para con la Corona. Debía
elegir, proteger a una dama de un peligro cierto o protegerse a sí mismo de la
dama y del camino que el caprichoso destino parecía empeñado en marcar para él
y su futuro. Elegiría bien o se condenaría para la eternidad y no precisamente a los
fuegos de los infiernos sino de los de un yugo más certero.
Personajes

Lord y lady Antonwe, vizcondes de Antowe: Tienen cuatro hijos: Lord


Andrew Bremer, de 28 y heredero del título; Lady Eliza, la mayor de las tres
hermanas con 21 años; Coralina, de 20 años, odia su nombre y por ello desde niña
sus hermanas le llaman Libby; Lady Leona, de 19 años; la menor de todos los hijos.
Tía Evelin, lady Evelin hermana del vizconde, soltera por elección pues tuvo
numerosos pretendientes, pero su soltería es el motivo de su constante interés por
meterse en la vida de su hermano, cuñada y sus sobrinos.
Dora y Lucille, sus doncellas de las hijas de los vizcondes de Antonwe.
Massy, Lady Madeleine Cromby, hija del baron de Brymor, vecinos de los
vizcondes de Antonwe y mejor amiga de Libby.
Señorita Lorena Daniels, hija de Sir Daniels, vecino del barón y del duque.
Duques de Plintel; hijos: Lord Arthur Bromder, heredero, Lord Julian,
marino, Lord William Alwils, explorador y arqueólogo, Lord Bennet Alwils.
Lord Lucas, Vizconde de Dashwoth.
Señor Loren Winston, hijo de un adinerado comerciante pero sin título
nobiliario. Pelo rubio y ojos azules.
Lord Albert, Conde de Brendel.
Lord Aldo, Marqués de Viscont.
Sir Anthony Promet. Casado con lady Amelie, padres de un pequeño,
Richard.
Lord Willow, jefe en el ministerio de los caballeros que hacen trabajos de
espionaje o defensa de la nación.
Lady Grumber y Lady Jowlles; conocidas de tía Evelin.
Dorson, mayordomo de los vizcondes de Antonwe en Bath.
Julius, lacayo de los vizcondes de Antowe.
Dermont— valet de lord Andrew Bremer.
Bobby—cañonero y ayuda de cámara de lord Julian Alwis.
Sujetos que intervienen en el complot: Lord Filmore, el instigador; señora
Smithy, amante de lord Filmore; Joe Trenton, Verner; Lady Archer, baronesa de
Archer; Lord Delamy; Jack Smother.

[I] Assembly Rooms, diseñados por John Wood, el joven, en 1769. Son un
conjunto de elegantes salas de reuniones situadas en el corazón de la ciudad y que
a día de hoy son Patrimonio de la Humanidad. La nueva Asamblea abrió con un
gran baile en 1771 y se convirtió en el eje de la sociedad elegante siendo
frecuentado por personajes como Jane Austin y Charles Dickens, junto con la
nobleza del tiempo.
ISBN—13: 978—1540430632

ISBN—10: 1540430634

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