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29/9/2020 Los impuestos en tiempos de Jesús | Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

Una novela sobre la vida de Jesús basada en unas revelaciones asombrosas

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Los impuestos en tiempos de Jesús

Impuestos imperiales

En la época de Jesús no existían naciones como hoy las entendemos, sino imperios y estados vasallos. El imperio que gobernaba los destinos
judíos era el romano, y por la ápoca de Jesús, el reino más o menos amplio que gobernó Herodes hasta el año 4 a.C. fue dividido a su muerte en un
conjunto de tetrarquías (unas divisiones de menor categoría que el reino). Herodes Antipas se hizo cargo de Galilea y Perea; su hermano Arquelao,
y luego un prefecto romano, se hicieron cargo de Samaría, Judea e Idumea, en este caso formando una etnarquía; Herodes Filipo de Batanea, Panias,
Gaulanítide y Traconítide; Salomé, una hermana de Herodes, de las ciudades de Jamnia, Azoto y Fáselis. Por otra parte, existió en medio de estos
territorios una zona llamada Decápolis, una liga de ciudades gobernadas de forma independiente.

El poder gobernante final estaba en manos del emperador y las familias aristocráticas romanas. Ellos eran quienes ejercían el derecho a recaudar
impuestos en sus territorios anexionados, y en caso de rebelión, enviaban implacables sus tropas.

Pero la recaudación de impuestos, que era el eje central que condicionaba la vida económica de la época, no se realizaba de forma simple y
directa, sino que se desplegaba a través de toda una telaraña y toda una jerarquía de puestos hasta que se efectuaba sobre el habitante común.

Esta jerarquía se puede resumir del siguiente modo:

1. El emperador y la aristocracia

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Los emperadores fueron los mayores multimillonarios de la época gracias unos ingresos desproporcinados que obtenían sobre todo de tributos
anuales directos que ejercían sus reyes-cliente sobre la tenencia de la tierra y sobre las personas físicas (Mc 13 12-17, Josefo BJ II 403 y 405). En
segundo lugar, se enriquecían mediante impuestos indirectos de varias clases, inclusive honorarios de aduana en puertos y caminos (Plinio, Historia
Natural 12,32, 63-65). Por último, eran beneficiarios del testamento de sus reyes-cliente, y esta última fuente no era nada despreciable. Josefo
informa de que Herodes el Grande, por ejemplo, legó a Augusto 1000 talentos (unos 6 millones de denarios), y Julia, esposa de Augusto, 500 talentos
(Josefo AJ XVII 146 y 190). Suetonio dice que en los últimos veinte años de su reinado, Augusto recibió 1400 millones de sestercios de testamentos
(“Augustus”
101).

El talento de plata, que en realidad era una medida de peso (35 kg), se correspondía proximadamente con 6000 dracmas en época antigua, y con
la misma cantidad de denarios. Pero esta medida de dinero no era muy precisa y fluctuó en la época de Jesús.

2. Los reyes – cliente y los prefectos

Debajo del emperador están los reyes-cliente, como Herodes padre, y después sus hijos Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Filipo. Del mismo
modo, si no resultaba conveniente que gobernara un reyezuelo local, el emperador podía echar mano de gobernadores romanos. Durante el
período de la vida de Jesús, esto es lo que sucedió con la etnarquía de Arquelao, que pasó a manos de un prefecto romano.

En cuanto a Herodes el Grande, éste ganó fama de derrochador. Josefo dice de él: “Como gastaba más de lo que le permitían sus recursos,
tenía que mostrarse duro con sus súbditos”. Sus cuantiosos ingresos mediante impuestos le granjeó no pocas antipatías entre el pueblo. Su hijo
Arquelao, como él, se sobrepasó tanto en estas cuestiones y gestionó tan mal su etnaquía, que Augusto no dudó en deponerle, desterrarle y
confiscarle todos sus bienes, colocando a un prefecto romano.

Tanto los reyes-cliente como los prefectos deben ganarse la confianza del emperador. Su cargo no es vitalicio. Saben que en cualquier momento
pueden ser depuestos y sustituidos por otro soberano de mayor confianza. Por ello, debían estar prestos a satisfacer al emperador haciéndole todo
tipo de halagos. Por ejemplo, Antipas construye Tiberias en honor del emperador Tiberio y su hermanastro Filipo refuerza Betsaida renombrándola
como Julias, en honor de una hija del César, según Josefo.

Cada división administrativa tenía aplicadas unas rentas anuales. Arquelao estaba obligado a pagar 600 talentos ó 3,6 millones de denarios
(según menciona Flavio Josefo en AJ 17, 318), Herodes Antipas 200 talentos ó 1,2 millones de denarios, Filipo 100 talentos ó 600.000 denarios, y
Salomé 60 talentos.

Sin embargo, estas fueron las cantidades a la muerte de Herodes el Grande, cuando su reino fue dividido por Augusto en tetrarquías. Muy
posiblemente, en tiempos del Jesús adulto, treinta años después, estos impuestos fueran bastante mayores. Podemos deducir esto al comprobar que
los 960 talentos exigidos entre todas las tetrarquías pasaron a ser 2000 talentos (¡más del doble!) con Agripa I, en tiempos de Calígula, 38 d.C. (Josefo
AJ 19, 352). Por tanto, hacia el año 30 d.C. los 960 talentos seguramente habían pasado a ser ya unos 1500.
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Por otra parte, los reyezuelos y prefectos también sacaban su tajada personal del cobro de impuestos. Ellos tenían que entregar la cantidad
exigida al emperador, pero en realidad cobraban al pueblo unos porcentajes mayores, a veces verdaderamente abusivos, de modo que esos
1500 talentos podían llegar a convertirse fácilmente en 2000. La ganancia de 500 talentos iba a engrosar las arcas privadas de estos reyes-cliente y
gobernadores. Este dineral representaban una buena fortuna con la que estos personajes podían vivir en muchas ocasiones rodeados de lujo y
derroche. Herodes Antipas fue el exponente de rey necio que se granjeó la enemistad de su pueblo por sus continuos excesos. No es de extrañar,
pues, que se produjeran entre el pueblo judío frecuentes protestas (Josefo BJ II 4; Tácito “Anales” 2-42). Josefo llama a Herodes Antipas un “amante
del lujo” (AJ XVIII 245). Ya que Josefo mismo estaba situado en la élite urbana, hay que tomar este comentario como algo crítico, queriendo decir
que Herodes Antipas “se pasaba con mucho”. En cambio, su hermanastro Herodes Filipo parece que gobernó en su tetrarquía con algo más de
moderación.

Como elemento de comparación, conviene recordar que un denario era el jornal de trabajo de un obrero común. Un legionario del ejército
romano cobrara dos denarios al día. Esos 500 talentos que podían llegar a engrosarse los tetrarcas cada año para sus arcas privadas, o 3 millones de
denarios, representaba una fortuna desproporcionada.

3. Jefes de los recaudadores de impuestos

Estos eran a quienes los reyes-cliente y prefectos entregaban de forma directa los derechos de recaudación. Sin duda, ellos se llevaban una parte
muy sustanciosa de la operación elevando el impuesto, que ya venía aumentado con el extraordinario plus que aplicaban los gobernantes. Como
veremos el impuesto iba aumentando a través de un buen número de intermediarios, de modo que los pagadores finales tenían que sufrir un
gravamen mucho mayor que el fijado por los emperadores.

Se les llamaba architelonai. Tenemos un ejemplo mencionado en el evangelio con Zaqueo de Jericó (Lc 19 1-10). En Jericó estaba la capital de una
de las toparquías de Judea (la toparquía es una división administrativa justo por debajo de la tetrarquía, con fines fiscales), por lo que Zaqueo tenía
un puesto de importancia. Es curioso pero de Lc 19 10 se prueba el hecho de que estos recaudadores jefes se enriquecían hasta límites insospechados
a costa de las comisiones. Dice Zaqueo: “Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más“. Mucho
dinero debía haber acaparado este hombre para hacer semejante afirmación. (Es interesante pensar en cómo debió de sentarle a Pilato, que
gobernaba en Judea, el que uno de sus architelonai de Jericó decidiera volverse altruista de pronto. No sabemos qué fue de Zaqueo pero es
poco probable que su repentino cambio de conducta le permitiera continuar en su cargo. Los gobernantes necesitaban gente sin escrúpulos para
estos puestos.)

La parábola que viene a continuación de la historia de Zaqueo en el evangelio de Lucas (Lc 19 11-28) tiene también muchísimo que ver con estos
recaudadores jefes. Se trata de una referencia velada a Herodes Arquelao y su intento de obtener la corona de manos de Augusto. Los criados del
aspirante a rey son en realidad los architelonai. Como se puede apreciar de la parábola, estos recaudadores jefes tenían que tener muy buen olfato
para los negocios, puesto que no sólo tenían que entregar la cantidad exigida por el emperador sino también el plus que el gobernante local les

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exigía. Por tanto, tenían que ser expertos en realizar inversiones productivas y conseguir que su dinero creciera. En caso contrario, no había
segundas oportunidades, y se entregaba el puesto a otro. Un cargo semejante, a pesar de lo mal visto que estaba entre los judíos, era sin embargo
muy codiciado.

4. Recaudadores de impuestos y funcionarios de aduanas

Los architelonai vendían en realidad sus derechos de cobro de impuestos a recaudadores locales, quienes elevaban con un nuevo plus el impuesto
para su ganancia personal antes de aplicarla finalmente a los ciudadanos. Para poder hacer esto se requería que toda persona susceptible de pagar el
impuesto (mayor de dieciséis años) estuviera inscrita en algún tipo de censo. Había censos de las personas, censos de propiedades, y censos de
actividades industriales. Los recaudadores disponían de estos censos y los mantenían al día. Nadie podía trabajar sin estar inscrito en algún censo.
Los recaudadores literalmente perseguían a los morosos e iban casa por casa exigiendo el tributo. Para ello contarían con un buen número
de funcionarios encargados del cobro de aquellos que no se presentaban voluntariamente para el pago.

Se aplicaban impuestos, por tanto, por las posesiones y bienes (tributum soli), por la producción, y por las personas o impuesto de capitación
(tributum capitis). En caso de un empresario que tuviera jornaleros o esclavos a su cargo, éste retenía una parte del jornal para el pago de este último
impuesto. En el pago del impuesto por producción, éste podía hacerse en especie. Este pago en especie se hacía con frecuencia para las cosechas de
cereal y para el vino.

Cuando el jornalero no podía pagar el impuesto, estos recaudadores actuaban también como prestamistas, adelantando el dinero en forma de
deuda que luego había que devolver con sangrantes intereses.

Pero todo esto son sólo los impuestos directos. Había también un buen número de impuestos indirectos, provenientes de la utilización
de puentes y calzadas, el transporte de mercancías (hasta cada producto tenía su precio particular), el uso del agua proveniente de acueductos, el
uso de instalaciones portuarias, y una largo etcétera. Para el cobro de estos impuestos se disponía también de un denso cuerpo de publicanos
(publicani) o recaudadores de aduanas. Lo más posible es que Mateo, el apóstol, fuera uno de ellos.

Las tasas aduaneras eran del 2%, 2.5%, o 5%, dependiendo de los bienes; y esta tasa de 2% (más o menos) se ejemplifica por uno de los términos
técnicos para “recaudadores de aduana”: pentêkostologos (“el recaudador del quincuagésimo”; Ateneo “Los deinosofistas” 2,49; 11,481). Los
honorarios de peaje para los caminos variaban considerablemente; también se aplicaban a animales (en tasas diferentes para camellos y asnos) y a
las carretas. Presumiblemente los gobernantes reunieron unas buenas sumas por el tráfico local en caminos y puentes. La construcción de estas
infraestructuras, sufragadas por los reyes y los emperadores, no se realizaban para la satisfacción del populacho, sino de la clase alta. Para el pueblo
llano tan sólo tenía una función fiscal. En una lista de peajes de Coptus, Egipto (90 d.C.), aparecen los peajes, proporcionando alguna idea de las
tasas del siglo primero en una provincia romana. Cubren diferentes clasificaciones de personas basadas en el sexo, la posición, y la profesión (por
ejemplo, 5 dracmas para un marinero, 20 dracmas para una mujer de marinero); y animales y transportes diferentes (por ejemplo, 1 óbolo para un
camello, 4 dracmas para un carro cubierto). Otro ejemplo: los derechos de importación para llevar pescado en sazón a Palmyra en el año 137 d.C. era
de 10 denarios por cada carga de camello.

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Impuestos religiosos

A toda esta axfisiante situación de la economía de la época hay que sumar el pago de las obligadas tasas religiosas para el sustento de la clase
sacerdotal y del Templo de Jerusalén. Este pago se efectuaba tanto en moneda como también en la forma de un porcentaje de la producción o
diezmo.

Había varios impuestos religiosos que era obligado pagar anualmente:

Uno procedente de la producción de la tierra y del ganado,

otro para el mantenimiento del culto, conocido como el “medio siclo” o didracma,

y finalmente, otros menores, como el destinado a la compra de leña para el altar.

Mención aparte están los impuestos por causa del nacimiento de hijos primogénitos.

Impuesto procedente de los productos de la tierra

Este impuesto incluía varios conceptos que podían ser abonados en dinero o en especie. De este impuesto y del procedente del ganado es de
donde obtenían los sacerdotes sus mayores ingresos. Se componía de lo siguiente:

Las primicias o bikkurim. Afectaba a las llamadas “siete especies”, es decir, las siete principales cosechas en Palestina: trigo, cebada, uvas,
higos, granadas, aceitunas y miel. Si se vivía cerca de Jerusalén se llevaba el producto fresco y si se vivía en el extranjero, seco. Llama la atención
que a pesar de ser un impuesto, el pueblo organizaba procesiones festivas con gran algaraza para llevar la carga. Se colocaban guirnaldas sobre
los cestos, un toro enjaezado marchaba en cabeza para ser sacrificado, y la procesión era recibida en el atrio del templo por los levitas.
Cada participarte entregaba entonces su cesto al tiempo que entonaba un pasaje del Deuteronomio. Quizá este ambiente festivo se deba
a que el pueblo, a pesar de saber que era un impuesto, lo veía aún como una ofrenda religiosa en agradecimiento por la cosecha, que debió ser su
significado original.

El terumah. Aquí no sólo entraban las siete especies de las primicías, sino también el fruto de los árboles. Sobre todo afectaba al trigo, el vino y
el aceite. Había que entregar
por término medio la quincuagésima parte de los ingresos anuales de la persona. Este pago seguramente se veía más que el anterior como un
pago a los sacerdotes, aunque los dos lo eran en realidad, puesto que éstas primicias sólo podían ser consumidas en el interior del templo por
los sacerdotes. Las familias de éstos no podían beneficiarse.

El diezmo. Era el más importante y de mayor cuantía. Afectaba a todo, hasta a lo más nimio que el agricultor pudiera producir, de lo
cual había que entregar anualmente la décima parte. Los evangelios muestran en algunos pasajes la excesiva escrupulosidad que aplicaban los
sacerdotes para determinar si el producto era diezmable o no. Hasta los productos menos valiosos, como la menta, el eneldo y el comino, debían
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tenerse en cuenta (Mt 23 23; Lc 11 42). Este impuesto estaba destinado a los levitas o ministros de segundo orden del templo, pero los sacerdotes
habían ideado una argucia para hacerse con parte del botín. La décima parte de lo que percibían los levitas era para los sacerdotes. Y esta parte
sí podía usarse por toda la familia sacerdotal.

El segundo diezmo. No estaba destinado ni a los sacerdotes ni a los levitas, pero aún así, era un impuesto más que minaba por completo la
economía doméstica de la época. Era otra décima parte de todo lo producido, que debía ser llevado a Jerusalén y consumirse allí en banquetes
sacrificiales.

Finalmente, la “ofrenda de la masa” o hallah. Afectaba a la masa que se hacía con trigo, cebada, espelta, avena y centeno. Se entregaba la
masa, no el grano. Un ciudadano normal debía entregar la vigésima cuarta parte, y un panadero la cuadragésima octava parte del total.

Si se suman los porcentajes de cada impuesto puede verse que en total la aportación representa ¡un poco más de la cuarta parte de toda la
producción agrícola!

Impuesto procedente del ganado

Lo más importante era la entrega del primogénito macho del ganado. En el caso de animales aptos para el sacrificio (toros, carneros y machos
cabríos), debía ser entregado en especie. Si no tenían defecto alguno se sacrificaban, su sangre se asperjaba en el altar y la grasa se quemaba. El resto
se lo quedaban los sacerdotes y podían consumirlo en Jerusalén a su antojo. Si tenían defecto entonces todo el animal quedaba en propiedad del
sacerdocio. En cuanto a los animales impuros (caballo, asno y camello), tenía que pagarse una cantidad de dinero en concepto de rescate. Por
un asno había que pagar una oveja. La cantidad venía a ser de un siclo y medio por cada animal.

También había un impuesto por esquileo para los propietarios de rebaños de ovejas. Venía a ser de unos cinco selá de Judea, o diez de Galilea.

El “medio siclo”

Debía pagarse en la moneda hebrea antigua o tiria (fenicia). El tiempo fijado para hacer el pago era el mes de adar (febrero-marzo) y solía
recogerse por medio de recolectores locales en las comunidades, que luego se encargaban de transferir a Jerusalén. Estaba obligado a pagarlo
todo israelita varón mayor de veinte años. Debido a que el siclo no era una moneda de curso habitual, el pueblo se veía en la necesidad de utilizar
cambistas que realizaban la conversión de moneda, gravando con una nada despreciable cantidad el cambio, y ocasionando que el medio siclo se
convirtiera en casi tres cuartos de siclo.

Se cuenta en el Talmud que si una persona acudía al templo para pagar su tributo de medio siclo con un siclo entero, entonces los sacerdotes se
quedaban con todo el siclo completo, exigían una cantidad adicional, 2 kalbonot, y devolvían al contribuyente un medio-siclo. El pago de
los kalbonot, al parecer, se justificaba en que los sacerdotes después tendrían que cambiar esas monedas a los cambistas, que les cobrarían a su vez

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por el cambio. Además, al devolver medio-siclo al pagador, le facilitaban el pago para el año
siguiente. Al final, el judío de a pie podían llegar a pagar un quinto de siclo en concepto de cambios de moneda.

Otros impuestos

Se pagaba anualmente otra tasa, concretamente una ofrenda anual de leña para el altar de los holocaustos. Se admitía cualquier clase de
leña, excepto la del olivo y cepa de vid.

El rescate de los primogénitos

El hijo primogénito, es decir el primer hijo varón que tuviera una mujer, había de ser rescatado a la edad de un mes mediante el pago de cinco
siclos (Nm 18,15-16; cf. Nm 3,44ss; Neh 10,37; Ex 13,13; 22,28; 34,20). No era necesario presentar al niño en el templo, contrariamente a lo que da a
pensar Lc 2,22.

En resumen

Podemos imaginarnos la situación económica de un campesino medio de aquella época, o de un comerciante de bajo rango, si le suponemos unos
ingresos medios de 500 denarios anuales, y realizamos la siguiente lista de impuestos a deducir:

Concepto Denarios

Impuestos al monarca 50

Otras tasas (caminos, portazgos, aduanas, etc) 25

Primicias 5

Terumah 10

Diezmo general 50

Diezmo para los pobres o segundo diezmo 15

Sacrificios anuales por cualquier causa (ganado, primogénitos, 9


etc)

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2,5
Tasa anual para el Templo (teniendo en cuenta a los cambistas)

Total 166,5

Es decir, que se iban sólo en impuestos unos 167 denarios, el 33%, la tercera parte de los ingresos de una persona con pocos recursos, y además
sujeto a los riesgos del clima y de una mala época. Podemos imaginarnos el descontento que semejante sangría podía causar en la población, sobre
todo al contemplar cómo eran malgastados y derrochados por sus gobernantes esos ingresos que con tanto esfuerzo y sudor el pueblo se encargaba
de producir.

Conclusión

En definitiva, la situación económica de Palestina en aquel tiempo era muy precaria debido sobre todo a los agobiantes impuestos y a la
avariciosa burocracia que se había creado en torno a ellos. Los obreros de la época de Jesús ganaban lo justo para vivir, no existía superávit ni había
posibilidad de ahorro. Sin embargo, era una situación compartida en todo el Imperio. Los judíos no estaban especialmente gravados a impuestos, y
el ciudadano de aquella época, por mucho que se indignara, sabía que no podía hacer nada contra un poder establecido y sostenido por un férreo
ejército que se abatiría inexorable al menor síntoma de rebelión anti-recaudadora. A Jesús intentaron hacerle caer en la trampa de manifestar
declaraciones en contra del impuesto al César (Mt 22 15-22; Mc 12 13-17; Lc 20 20-26), y él, con buen ojo, y conociendo la nula permisividad que
Roma tenía en estos asuntos, eludió la respuesta directa. ¿Había que pagar el impuesto, o había que rebelarse contra esta situación? En el caso de los
judíos había un trasfondo distinto que en el resto de pueblos para el impuesto romano. Los judíos no resentían en especial el impuesto al César por
la simple cuestión económica, sino más bien un criterio de celo religioso. Y fue ese celo religioso, y no la cuantía del impuesto, la que
finalmente desató en varias ocasiones la rebelión armada contra Roma. Pero por lo general, la situación, aunque asfixiante, siempre fue admitida y
soportada de una forma u otra por todos los habitantes de aquel tiempo.

Referencias:

Obras de referencia:

Jerusalén en tiempos de Jesús. Estudio ecnonómico y social del mundo del Antiguo Testamento, Joachim Jeremias, Ediciones Cristiandad.

Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, Emil Schürer, Ediciones Cristiandad.

Año I. Israel y su mundo cuando nació Jesús, Antonio Piñero, Ediciones del Laberinto, p. 93-94.

Páginas web:

https://buscandoajesus.wordpress.com/articulos/los-impuestos-en-tiempos-de-jesus/ 8/10
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The galilean fishing economy and the Jesus tradition, K.C. Hanson, Biblical Theology Bulletin 27 (1997) 99-111.
h p://www.kchanson.com/ARTICLES/fishing.html (h p://www.kchanson.com/ARTICLES/fishing.html)

Obras clásicas:

Antigüedades Judías (AJ), Flavio Josefo.

Guerras de los Judíos (De Bello Judaico, BJ), Flavio Josefo.

Anales, Tácito.

Historia Natural, Plinio.

Augustus, Suetonio.

El banquete de los eruditos o Deinosofistas, Ateneo de Náucratis.

Descargas:

PDF (h ps://buscandoajesus.files.wordpress.com/2013/11/impuestos.pdf)

(h p://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/)
© Jan Herca, 2013. Este trabajo está sujeto a la licencia Creative Commons A ribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Spain License
(h p://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/es/)

6 Comments »

6 comentarios

X en 8 abril 2015 a 6:42 pm | Responder


Pues ahora se paga un 37% de impuestos en España, y la gente (que parece ser que pasarán los siglos y seguirá siendo igual de gilipollas)
tan contenta. h p://www.maldomao.com/?id=5769015641243648

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isaias huaman fernandes en 17 junio 2015 a 10:26 am | Responder


Satisfecho, por la informacion historica,

Alberto Molina en 27 mayo 2016 a 8:59 pm | Responder


Excelente publicación. Los felicito por la amplitud de información tributaria

Carlos Manuel Ogando en 20 octubre 2016 a 4:56 am | Responder


Excelente exposicion, me ha sido muy util. Gracias y bendiciones.

Elder Rdoriguez en 27 diciembre 2016 a 5:16 am | Responder


Buena info Gracias, Dios siga ampliandolos en todo conocimiento

lolikon123 en 19 agosto 2017 a 6:20 pm | Responder


pero yo necesitana saber con que tipo de moneda se pagaban los impuestos religiosos en ese tiempo

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