13 Casos Misteriosos - Cap.2 - Perlas Grises

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2.

EL CASO DE LAS PERLAS GRISES

La señora Fernández cumplía cincuenta años, y esa noche recibiría


a sus amigos más íntimos a cenar. De pie frente al espejo de
medialuna se contempló otra vez.. ¿Representaba los cincuenta?
Según Alvaro, su marido, nadie diría que sobrepasaba la
cuarentena, pero ella, a veces, dudaba de tales afirmaciones.
Aunque la vida no le había sido difícil, ni mucho menos, sus ojos
ya sin el brillo de la juventud, sus carnes un poco sueltas bajo la
barbilla y esas malditas manchas en las manos revelaban a la
futura abuela.
Suspiró y terminó de acomodar sus cabellos en un moño. El vestido dejaba ver
un cuello desnudo, empolvado y blanco, listo para recibir el regalo de Alvaro.
Por supuesto que lo había elegido ella misma, y había sido la primera vez en
su vida que una joya le producía tal placer: ¿sería que los años le habían traído
también un apego a las cosas materiales? ¿O era un inconfesado deseo de
impactar a su amiga Lulú, que se jactaba siempre de tener las joyas más lindas
de Santiago? Con una sonrisa derramó gotas de perfume tras sus orejas.
-Adela: ¿no será un poco excesivo esperar a las doce de la noche para
entregarte el regalo delante de todos? -oyó la voz de su marido desde el baño.
-Es parte del regalo, querido; el collar, acompañado de la mirada de Lulú, será
mi fiesta...
-¡Curiosa amistad la tuya con Lulú! -murmuró Alvaro, frunciendo la nariz.
Terminaba de afeitarse.
A las diez de la noche la casa de los Fernández resplandecía de luces y flores.
Los invitados comenzaron a llegar, Lulú, la primera, vestida de seda negra con
collar y aros de mostacillas que realzaban la palidez de su piel. Lo único de
color en ella eran sus largas uñas rojas. Sergio, su marido, hombre barrigón y
entrado en años, paseaba con aire distraído mirando los cuadros colgados en
las paredes.
-¿Sigues admirando a Pacheco Altamirano, Sergio? --preguntó Víctor Astudillo,
haciendo tintinear los hielos en su vaso de whisky.
-Tú sabes, Víctor, que yo me en tiendo más con números que con arte-le
contestó Sergio, palmoteando el hombro del más bohemio de sus amigos
-Deberíamos asociarnos, Sergio-bromeó Astudillo-. Yo pongo mi ojo de
conocedor y tú el capital: tengo un proyecto excelente... ¡Y este sí que no me
fallará!
La dueña de casa lanzó una mirada disimulada a su marido: era el mismo
Víctor de siempre, a la caza de un negocio que le permitiera vivir y obtener
dinero sin esfuerzo.
-Estoy en tiempo de vacas flacas, amigo. -Sergio tenía cierto aire de
preocupación-. Por primera vez me he quedado sin dinero para invertir, y te lo
digo en serio.
Astudillo levantó los hombros con desaliento, pero hizo un gesto con su
mano, como para quitar importancia al asunto.
Adela, entonces, ofreció:
-¿Más whisky, Víctor?
-Sí, gracias. Y si quieres, agrégame un par de cubos de hielo.
En ese momento llegaban los tres invitados restantes: el matrimonio Gómez,
jovial y alegre, cantando a coro cumpleaños feliz, y Laura, la amiga soltera de
Adela, que pasaba por una de sus crisis existenciales.
-Les anuncio que me vaya Europa: Santiago me ahoga -declaró Laura con
sequedad.
¿Te ganaste la lotería, Laura? ¡Invítame! -bromeó Víctor, levantando su ceja
derecha.
-¿Lotería? ¡Ja! Esa siempre se la ganan los ricos, Víctor -contestó ella con
gesto escéptico-. Por suerte, existen los créditos.
-Pero los créditos hay que pagarlos -insistió Víctor.
-Ese es problema mío. Y no estoy de ánimo hoy para discutir asuntos
materiales.
Venga un champán, querida Adela! Adela miraba el reloj con impaciencia, y
los invitó al comedor.
Se sentaron en torno a una mesa ovalada, cubierta por un mantel de encajes:
dos candelabros de plata hacían juego con los cubiertos.
Los Gómez, él alto y de bigotes tiesos; ella bajita y de anteojos, no dejaban de
hablar ni de contar sus problemas domésticos.
-Mi Martita sueña con un anillo como los de Lulú, pero yo le digo que primero
está cambiar el auto y alfombrar la casa -dijo Gómez, moviendo sus bigotes al
hablar.
Martita, para apoyar a su marido, estiró su mano desnuda, y dijo con mucha
suavidad:
-Mientras tanto, me estoy dejando crecer las uñas.
Víctor hizo tintinear los cubos de hielo dentro del vaso:
-Muy interesante la conversación, pero permítanme interrumpirlos para
excusarme por seguir cenando con whisky en lugar de vino: ¡no me gusta
mezclar! -Antes la salud que la buena educación -bromeó con estruendo
Gómez.
En ese momento Adela miró el reloj, por segunda vez en la noche: eran casi
las doce. Hizo una seña disimulada a su esposo. Álvaro, entonces, alzó sus
manos, y pidió silencio:
-Adela, ¿qué prefieres? ¿La sorpresa antes o después de la torta?
-¿Sorpresa? -exclamó Adela, fingiendo asombro, aunque inconscientemente
tocó su propio cuello-. ¡Por favor, ahora! No quiero ni pensar en las velas que
traerá la torta. Álvaro insistió en que no debía fallar ni una...
-¡Ay, tantas velas, qué horror! -se escuchó musitar a Lulú. Álvaro dijo
"permiso", y se puso de pie. Demoró unos segundos en sacar un estuche
negro de su bolsillo, ante una audiencia expectante. Adela no contenía su
nerviosismo y miraba a Lulú de reojo. Cuando Álvaro abrió el estuche, catorce
ojos estaban fijos en él.
-¡Oh! -fue el murmullo general cuando apareció la joya: tres vueltas de perlas
naturales grises y tornasoladas cubrieron en unos instantes el desnudo cuello
de Adela.
-¡Querido...! ¿Cómo pudiste? ¡Gracias! -dijo Adela, poniéndose de pie para
besar a su marido y observar a hurtadillas la expresión de su amiga.
-¡Vaya, este sí que es un marido
espléndido! Una sola de esas perlas
pagaría mi viaje a Europa de ida y
vuelta – comentó Laura, amargada.
-¡Alégrate, mujer, alégrate! No
siempre una amiga cumple cincuenta
años -observó Lulú.
-¡La torta! ¡La torta! -pidió en ese momento la señora Gómez, con tono
infantil.
-¡No te apures tanto, Martita!, antes brindemos por esas perlas: hacía tiempo
que no veía algo tan bello y auténtico -interrumpió Víctor levantando su vaso
de whisky.
-Tienes una fortuna en tu cuello, querida Adela –comentó Sergio-o Supongo
que lo habrás asegurado, Álvaro.
-Aún no... -contestó el aludido.
Los Gómez, mientras tanto, observaban en silencio y abstraídos la triple hilera
de perlas grises y nacaradas.
En ese momento entró un enguantado mozo con una enorme torta entre sus
manos.
-Apaguen la luz -ordenó Álvaro.
Martita Gómez se levantó y se acercó al interruptor. Bastó un movimiento
para que el comedor quedara solamente iluminado por la luz de las cincuenta
velitas.
Adela se puso de pie y se acercó a la torta. Los otros la rodearon. Sopló, y
cuando apagaba las últimas cinco pequeñas llamas, todos gritaron, y Adela se
sintió abrazada por sus amigos.
Entre besos y felicitaciones pasaron algunos segundos hasta que alguien
nuevamente dio la luz. En ese momento se oyó el grito:
-¡Mi collar!
Los invitados estaban ahora sentados en el living. Adela, en un sillón, miraba,
pálida y nerviosa, a su esposo que se paseaba a lo largo del salón.
-Si es una broma, ya dura demasiado -dijo Álvaro con voz seca-. Ese collar me
ha costado varios miles de dólares y debe aparecer ahora.
-¿No sentiste nada en el cuello? -inquirió la señora Gómez, con una mirada
asustada tras sus gruesos anteojos. -Bueno, todos me abrazaron. Solamente
que..., no, no sé... ¡Estoy tan confundida! -gimió Adela. -Tienes que pensar
bien, Adela -habló Álvaro-, esto no es broma.
-Alguien tiene el collar, y de eso no tengo la menor duda.
-¿Por qué no comienzas por interrogar al mozo? -preguntó Lulú, molesta.
-Eliseo está fuera de cuestión -replicó seguro y aún más serio el dueño de
casa-o Está con nosotros hace veinte años, y pongo mis manos al fuego por él.
Además, en ese momento, se había retirado.
-¿Manos al fuego, dijiste? -saltó Adela con la voz aguzada-. ¡Eso era!
-¿De qué hablas? -preguntó la voz tensa de Sergio, él su lado.
-¡Manos...! ¡Pero muy heladas! ¡Eso fue lo que sentí en el cuello! ¡Unos dedos
muy, muy helados, y luego el pequeño tirón!
Miró trémula a su esposo.
Álvaro observó a sus invitados uno por uno, y se decidió:
-Amigos míos: tendré que llamar a la policía, porque entre ustedes está el
ladrón.
Lo que siguió, mientras el dueño de casa se dirigía al teléfono, no es difícil de
adivinar: voces airadas, un intento de desmayo de Laura y sollozos de Lulú.
Los Gómez, muy juntos, se abrazaban. Laura, recostada en el sillón, miraba
con terquedad un punto fijo del cuadro de Pacheco Altamirano. Lulú, con ojos
ausentes, jugueteaba con sus cadenas de oro. Víctor sostenía firme el vaso de
whisky con hielo que no había abandonado en toda la noche. Sergio, por su
parte, sentado junto a la dueña de casa, movía nervioso el pie, fruncido el
ceño.
Pronto se oyeron las campanillas del
timbre: la policía.

Cuando el inspector Soto irrumpió en


el living, el dedo de Álvaro apuntó a
uno de sus invitados: -Creo, señor
inspector, que esa es la persona
culpable.
Y sucedió que no se equivocaba. Las
pesquisas del inspector, famoso por su
eficiencia
-y también por sus grandes orejas-, corroboraron su afirmación.

Y bien, lector, ¿podrías deducir tú -al igual que Álvaro- quién es el ladrón y
qué lo delató?

I.- VERDADERO O FALSO. Justificar las falsas.

1. __ La señora Fernández cumplía 50 años y pidió de regalo un collar de


perlas.
2. __ Adela quería impresionar a Lulú con su maravilloso regalo
3. __ Se supo quién robó el collar porque sus manos estaban muy calientes

1. El collar de perlas lo robó: 2. El ladrón se delató porque su vaso tenía:


a) Lulú a) Muchos hielos que le enfriaron la mano
b) Víctor b) Whisky que le entibió la mano
c) Los Gómez c) Coca cola helada
d) Su marido d) Café calentito
3. El inspector Soto supo
quien era el culpable
porque:
a) Tenía las uñas largas
b) tenía las manos heladas
c) estaba muy nervioso
d) n.a

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