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02 The Wicked King - Holly Black PDF
02 The Wicked King - Holly Black PDF
alguno.
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ebes ser lo suficientemente fuerte como para golpear, golpear
y golpear de nuevo sin cansarte.
La primera lección es hacerte fuerte.
Después de la sorprendente revelación de que Oak es el heredero de
la Tierra de las Hadas, Jude debe mantener a su hermano menor a salvo.
Para lograrlo, tiene que atar al rey malvado, Cardan, a ella, y hacerse con el
poder detrás del trono. Navegar por las alianzas políticas en constante
cambio de la Tierra de las Hadas sería bastante difícil si Cardan fuera fácil
de controlar. Pero él hace todo lo que está a su alcance para humillarla y
socavarla aun cuando su fascinación por ella no ha disminuido.
Cuando queda claro que alguien cercano a Jude quiere traicionarla,
amenazando su propia vida y la vida de todos los que ama, Jude debe
descubrir al traidor y luchar contra sus propios sentimientos complicados
por Cardan para mantener el control como mortal en la Tierra de las Hadas.
—
e estás proyectando a ti misma como un
maestro de espías —dice la Cucaracha,
mirándome y luego a mi prisionero—. Eso
debería incluir ser astuta. Confiar solo en ti
misma es una buena manera de conseguir
ser atrapada. La próxima vez, lleva a un miembro de la guardia real. Lleva
a uno de nosotros. Lleva una nube de sprites o un spriggan borracho. No
vayas sola.
—Cuidar mi espalda es la oportunidad perfecta para meter un cuchillo
en ella —le recuerdo.
—Hablado como el propio Madoc —dice la Cucaracha con un resoplido
irritado de su nariz larga y torcida. Se sienta en la mesa de madera en la
Corte de las Sombras, la guarida de espías en lo profundo de los túneles
bajo el Palacio de Elfhame. Está quemando las puntas de los pernos de
ballesta en una llama y luego los cubre con un alquitrán pegajoso—. Si no
confías en nosotros, solo dilo. Llegamos a un acuerdo, podemos llegar a otro.
—Eso no es lo que quiero decir —digo, poniendo mi cabeza sobre mis
manos por un largo momento. Confío en ellos. No hubiera hablado tan
libremente si no lo hiciera, pero estoy dejando que mi irritación se muestre.
Estoy sentada frente a la Cucaracha, comiendo queso y pan con
mantequilla con manzanas. Es la primera comida que comía ese día, y mi
barriga está haciendo ruidos hambrientos, otro recordatorio de la forma en
que mi cuerpo es diferente al de ellos. Los estómagos de las hadas no
gorgotean.
Tal vez el hambre es la razón por la que estoy siendo susceptible. Mi
mejilla está picando, y aunque le di vuelta a la situación, estaba más cerca
de lo que me gustaría admitir. Además, todavía no sé lo que Balekin quería
decirle a Cardan.
Cuanto más agotada me permitiera estar, más meteré la pata. Los
cuerpos humanos nos traicionan. Se mueren de hambre, se enferman y se
agotan. Lo sé, y, sin embargo, siempre hay mucho más que hacer.
A nuestro lado, Vulciber se sienta, atado a una silla y con los ojos
vendados.
—¿Quieres un poco de queso? —le pregunto.
El guardia gruñe sin comprometerse, pero tira de sus ataduras ante
la atención. Ha estado despierto por varios minutos y se ha vuelto
visiblemente más preocupado cuanto más tiempo no hemos hablado con él.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —grita finalmente, meciendo su silla de
un lado a otro—. ¡Déjame ir! —La silla se vuelca, golpeándolo contra el suelo,
donde yace de costado. Comienza a luchar contra las cuerdas con
vehemencia.
La Cucaracha se encoge de hombros, se levanta y le quita la venda a
Vulciber.
—Saludos —dice.
En el otro lado de la habitación, la Bomba se está limpiando debajo
de las uñas con un largo cuchillo de media luna. El Fantasma está sentado
en un rincón tan silenciosamente que, de vez en cuando, parece no estar
allí. Unos cuantos más de los nuevos reclutas observan, interesados en los
procedimientos: un niño con alas de gorrión, tres spriggans, una chica
sluagh. No estoy acostumbrada a una audiencia.
Vulciber mira a la Cucaracha, a su piel de duende verde y sus ojos
que reflejan el color naranja, su larga nariz y el único mechón de cabello en
su cabeza. Inspecciona la habitación.
—El Rey Supremo no permitirá esto —dice Vulciber.
Le doy una sonrisa triste.
—El Rey Supremo no lo sabe, y es poco probable que se lo digas una
vez que te corte la lengua.
Ver su miedo madurar me llena de una satisfacción casi voluptuosa.
Yo, que he tenido poco poder en mi vida, debo estar en guardia contra ese
sentimiento. El poder va demasiado rápido a mi cabeza, como el vino de las
hadas.
—Déjame adivinar —le digo, volviéndome hacia atrás en mi silla para
enfrentarlo, con frialdad calculada en mi mirada—. Pensaste que podías
golpearme y no habría consecuencias.
Se encoge un poco ante mis palabras.
—¿Qué deseas?
—¿Quién dice que quiero algo en particular? —contesto—. Tal vez solo
un poco de revancha…
Como si lo hubiéramos ensayado, la Cucaracha saca una hoja
particularmente desagradable de su cinturón y la sostiene sobre Vulciber.
Él le sonríe al guardia.
La Bomba levanta la vista de sus uñas, con una pequeña sonrisa en
sus labios mientras observa a la Cucaracha.
—Supongo que el espectáculo está a punto de comenzar.
Vulciber lucha contra sus ataduras, golpeando su cabeza de un lado
a otro. Escucho que se rompe la madera de la silla, pero él no se libera.
Después de varias respiraciones pesadas, se desploma.
—Por favor —susurra.
Toco mi barbilla como si se me hubiera ocurrido un pensamiento.
—O podrías ayudarnos. Balekin quería hacer un trato con Cardan.
Podrías hablarme de eso.
—No sé nada de eso —dice desesperadamente.
—Muy mal. —Me encojo de hombros y tomo otro trozo de queso,
metiéndolo en mi boca.
Echa un vistazo a la Cucaracha y al cuchillo feo.
—Pero sé un secreto. Vale más que mi vida, más que lo que sea que
Balekin quiera con Cardan. Si lo digo, ¿me darás tu juramento de que me
iré de aquí esta noche ileso?
La Cucaracha me mira y me encojo de hombros.
—Bastante bien —dice la Cucaracha—. Si el secreto es todo lo que
reclamas que es, y si juras que nunca revelarás que tuviste una visita a la
Corte de las Sombras, entonces dinos y te dejaremos ir.
—La reina de Bajo el Mar —dice Vulciber, ansioso por hablar ahora—
. Su gente se arrastra por las rocas en la noche y le susurra a Balekin. Se
meten en la Torre, aunque no sabemos cómo, y le dejan conchas y dientes
de tiburón. Los mensajes se están intercambiando, pero no podemos
descifrarlos. Hay susurros de que Orlagh intenta romper su tratado con la
tierra y usar la información que Balekin le está dando para arruinar a
Cardan.
De todas las amenazas al reinado de Cardan, la de Bajo el Mar no era
una que esperaba. La Reina de Bajo el Mar tiene una hija soltera, Nicasia,
criada en tierra y una de las terribles amigas de Cardan. Como Locke,
Nicasia y yo tenemos una historia. También como la de Locke, no es buena.
Pero pensé que la amistad de Cardan con Nicasia significaba que
Orlagh estaba feliz de que estuviera en el trono.
—La próxima vez que ocurra uno de estos intercambios —digo—, ven
directamente a mí. Y si escuchas algo más que crees que me interesaría,
vienes y me dices eso también.
—Eso no es lo que acordamos —protesta Vulciber.
—Es cierto —le digo—. Nos has contado una historia, y es una buena.
Te dejaremos ir esta noche. Pero puedo recompensarte mejor que un
príncipe asesino que no tiene y nunca tendrá el favor del Rey Supremo. Hay
mejores posiciones que proteger la Torre del Olvido, tuyas para tomarlas.
Hay oro. Hay todas las recompensas que Balekin puede prometer pero que
es poco probable que se cumplan.
Me lanza una mirada extraña, probablemente intentando juzgar si,
dado que me golpeó y lo envenené, todavía es posible que seamos aliados.
—Puedes mentir —dice finalmente.
—Yo garantizaré las recompensas —dice la Cucaracha. Se acerca y
corta las ataduras de Vulciber con su aterrador cuchillo.
—Prométanme un puesto que no sea en la Torre —dice Vulciber,
frotándose las muñecas y poniéndose de pie—, y los obedeceré como si
fueran el Rey Supremo en persona.
La Bomba se ríe de eso, con un guiño en mi dirección. No saben
explícitamente que tengo el poder de comandar a Cardan, pero saben que
tenemos un acuerdo que implica que yo haga la mayor parte del trabajo y
que la Corte de las Sombras actúe directamente por la corona y también
reciba un pago directo.
Estoy interpretando al Rey supremo en tu pequeño espectáculo, dijo
Cardan una vez en mi oído. La Cucaracha y la Bomba rieron; el fantasma
no lo hizo.
Una vez que Vulciber intercambia promesas con nosotros, y la
Cucaracha se lo lleva, con los ojos vendados, a los pasillos que salen del
Nido, el Fantasma viene a sentarse a mi lado.
—Ven a entrenar —dice, tomando un pedazo de manzana de mi
plato—. Quema algo de esa furia a fuego lento.
Le doy una pequeña risa.
—No menosprecies. No es fácil mantener una temperatura tan
constante —le digo.
—Ni tan alta —devuelve, mirándome cuidadosamente con ojos color
avellana. Sé que hay humanos en su linaje, puedo verlo en la forma de sus
orejas y su pelo arenoso, algo inusual en la Tierra de las Hadas. Pero no me
ha contado su historia, y aquí, en este lugar de secretos, me siento incómoda
al preguntar.
Aunque la Corte de las Sombras no me sigue, los cuatro hemos hecho
un voto juntos. Hemos prometido proteger a la persona y oficio del Rey
Supremo, para garantizar la seguridad y prosperidad de Elfhame con la
esperanza de menos derramamiento de sangre y más oro. Así que hemos
jurado. Así que me dejaron jurar, aunque mis palabras no me atan, como lo
hacen las suyas, por la magia. Estoy obligada por el honor y por su fe en
que lo tenga.
—El rey mismo ha tenido audiencia con la Cucaracha tres veces en
esta última quincena. Él está aprendiendo a robar. Si no eres cuidadosa,
será mejor que tú. —El Fantasma ha sido añadido a la guardia personal del
Rey Supremo, lo que le permite mantener a Cardan a salvo y también
conocer sus hábitos.
Suspiro. Está completamente oscuro y tengo mucho que hacer antes
del amanecer. Y, sin embargo, es difícil ignorar esta invitación, que me
pincha el orgullo.
Especialmente ahora, con los nuevos espías escuchando mi
respuesta. Reclutamos más miembros, desplazados después de los
asesinatos reales. Cada príncipe y princesa empleaba a unos pocos, y ahora
los empleamos a todos. Los spriggans son tan cautelosos como los gatos,
pero excelentes para descubrir el escándalo. El niño gorrión es tan novato
como una vez fui. Me gustaría que la expansión de la Corte de las Sombras
crea que no retrocedo ante un desafío.
—La verdadera dificultad vendrá cuando alguien intente enseñarle a
nuestro rey a sortear una espada —digo, pensando en las frustraciones de
Balekin en ese frente, en la declaración de Cardan de que su única virtud
era que no era un asesino.
No es una virtud que comparto.
—¿Oh? —dice el Fantasma—. Tal vez tengas que enseñárselo a él.
—Ven —le digo, levantándome—. A ver si puedo enseñarte a ti.
Ante eso, el Fantasma se ríe abiertamente. Madoc me crio con la
espada, pero hasta que me uní a la Corte de las Sombras, solo conocía una
forma de luchar. El Fantasma ha estudiado por más tiempo y sabe mucho
más.
Lo sigo hasta el Milkwood, donde las abejas con espinas negras
zumban en sus colmenas en lo alto de los árboles de corteza blanca. Los
hombres de raíz están dormidos. El mar lame los bordes rocosos de la isla.
El mundo se siente en silencio cuando nos enfrentamos. Tan cansada como
estoy, mis músculos recuerdan mejor que yo.
Desenfundo a Nightfell. El Fantasma viene a mí rápido, la espada
apuntando hacia mi corazón, y la aparto, barriendo mi espada por su
costado.
—No tan fuera de práctica como temía —dice mientras
intercambiamos golpes, cada uno de nosotros probando al otro.
No le cuento sobre los ejercicios que hago ante el espejo, así como no
le cuento de todas las otras formas en que intento corregir mis defectos.
Como senescal del Rey Supremo y el gobernante de facto, tengo
mucho que estudiar. Compromisos militares, mensajes de vasallos,
demandas de todos los rincones de Elfhame escritos en tantos idiomas. Hace
solo unos meses, todavía estaba asistiendo a clases, todavía haciendo tareas
para que los académicos las corrigieran. La idea de que puedo desentrañar
todo parece tan imposible como convertir la paja en oro, pero cada noche
me quedo despierta hasta que el sol está alto en el cielo, haciendo todo lo
posible por hacer eso.
Ese es el problema con un gobierno títere: no va a funcionar solo.
La adrenalina puede convertirse en un sustituto de la experiencia.
Habiendo terminado de probarme con lo básico, el Fantasma
comienza la verdadera lucha. Baila ligeramente sobre la hierba, de modo
que apenas hay un sonido de sus pisadas. Golpea y golpea de nuevo,
presentando una ofensiva vertiginosa. Me detengo desesperadamente, cada
uno de mis pensamientos dedicados a esto, la lucha. Mis preocupaciones se
desvanecen en el fondo a medida que mi atención se agudiza. Incluso mi
agotamiento me hace tan liviana como la pelusa de la parte posterior de un
diente de león.
Es glorioso.
Intercambiamos golpes, adelante y atrás, avanzando y retrocediendo.
—¿Extrañas el mundo mortal? —pregunta. Me siento aliviada al
descubrir que su aliento no viene del todo fácil.
—No —digo—. Apenas lo conocía.
Ataca de nuevo, su espada como un pez plateado lanzándose a través
del mar de la noche.
Mira la hoja, no al soldado, me dijo Madoc muchas veces. El acero
nunca engaña.
Nuestras armas chocan una y otra vez mientras nos rodeamos.
—Debes recordar algo.
Pienso en el nombre de mi madre susurrado a través de los barrotes
en la Torre.
Finge a un lado y, distraída, me doy cuenta demasiado tarde de lo que
está haciendo. El plano de su espada golpea mi hombro. Podría haber
cortado mi piel si no hubiera girado su golpe en el último momento, y tal
como está, va a dejar un moretón.
—Nada importante —le digo, intentando ignorar el dolor. Dos pueden
jugar al juego de la distracción—. Tal vez tus recuerdos sean mejores que
los míos. ¿Qué recuerdas?
Él se encoge de hombros.
—Como tú, yo nací allí. —Él apuñala y yo giro la hoja—. Pero las cosas
eran diferentes hace cien años, supongo.
Levanto mis cejas y paro otro golpe, bailando fuera de su alcance.
—¿Fuiste un niño feliz?
—Yo era mágico. ¿Cómo podría fallar en serlo?
—Magia —digo, y con un giro de mi espada, un movimiento de Madoc,
golpeo la espada de la mano del Fantasma.
Él parpadea hacia mí. Ojos color avellana. Boca torcida abriéndose de
asombro.
—Tú…
—¿Mejoré? —suministro, lo suficientemente complacida como para no
preocuparme por mi dolorido hombro. Se siente como una victoria, pero si
realmente estuviéramos luchando, esa herida en el hombro probablemente
hubiera hecho imposible mi movimiento final. Aun así, su sorpresa me
emociona casi tanto como mi victoria.
—Es bueno que Oak crezca como nosotros no lo hicimos —le digo
después de un momento—. Lejos de la Corte. Lejos de todo esto.
La última vez que vi a mi hermanito, él estaba sentado en la mesa en
el apartamento de Vivi, aprendiendo la multiplicación como si fuera un juego
de adivinanzas. Estaba comiendo queso en tiras. Se reía.
—Cuando el rey regrese —dice el Fantasma, citando una balada—, los
pétalos de rosa se dispersarán en su camino y sus pisadas acabarán con la
ira. Pero, ¿cómo gobernará tu Oak si él tiene tan pocos recuerdos de la Tierra
de las Hadas como nosotros del mundo mortal?
La euforia de la victoria disminuye. El Fantasma me da una pequeña
sonrisa, como para atenuar el aguijón de sus palabras.
Voy a un arroyo cercano y sumerjo las manos, contenta del agua fría.
Me la llevo a los labios y la trago con gratitud, probando agujas de pino y
limo.
Pienso en Oak, mi hermanito. Un niño hada completamente normal,
ni particularmente llamado a la crueldad ni a liberarse de ella. Solía ser
mimado, solía ser apartado de la angustia por una Oriana preocupada.
Ahora se acostumbra a los cereales azucarados, los dibujos animados y una
vida sin traición. Considero la oleada de placer que sentí en mi triunfo
temporal sobre el Fantasma, la emoción de ser el poder detrás del trono, la
preocupante satisfacción que recibí al hacer que Vulciber se retorciera. ¿Es
mejor que Oak no tenga esos impulsos o es imposible que él pueda gobernar
a menos que los tenga?
Y ahora que he encontrado en mí un gusto por el poder, ¿odiaré
renunciar a él?
Me limpio las manos mojadas sobre la cara, haciendo retroceder esos
pensamientos.
Solo existe el ahora. Solo hay mañana, esta noche, ahora, pronto y
nunca.
Comenzamos a caminar juntos, mientras el alba vuelve el cielo
dorado. En la distancia escucho el bramido de un ciervo y lo que suena como
tambores.
A mitad de camino, el Fantasma inclina la cabeza en media reverencia.
—Me venciste esta noche. No permitiré que eso vuelva a suceder.
—Si tú lo dices —le digo con una sonrisa.
Cuando vuelvo al palacio, el sol ha salido y no quiero más que dormir.
Pero cuando llego a mis apartamentos, encuentro a alguien parado frente a
la puerta.
Mi hermana gemela, Taryn.
—Tienes un moretón en la mejilla —dice, las primeras palabras que
me dirige en cinco meses.
Traducido por Flochi
Una vez que está hecho, pongo en fila los brillantes viales de vidrio
frente a mí.
Mitridatismo, se llama, el proceso por el cual uno toma un poco de
veneno para inocularse a sí mismo contra una dosis completa del mismo.
Comencé hace un año, otra manera para corregir mis defectos.
Todavía hay efectos secundarios. Mis ojos se tornan muy brillantes.
Las medialunas de mis uñas están azuladas, como si mi sangre no tuviera
suficiente oxígeno. Mis sueños son raros, llenos de sueños demasiado
vívidos.
Una gota del líquido rojo sangre del hongo lepiota, que provoca una
parálisis potencialmente mortal. Un pétalo de muerte dulce, que puede
causar un sueño que dura cien años. Una tajada fina de fresa fantasma,
que hace que la sangre corra e induce un tipo de locura antes de detener el
corazón. Y una semilla de manzana eterna, la fruta de las hadas, que
enturbia las mentes de los mortales.
Me siento mareada y un poco descompuesta cuando el veneno llega a
mi sangre, pero me enfermaría todavía más si me saltara una dosis. Mi
cuerpo se ha acostumbrado y ahora anhela lo que debería dañarlo.
Una metáfora apta para otras cosas.
Me arrastro hasta el sofá y me recuesto allí. Cuando lo hago, las
palabras de Balekin me atraviesan: He oído que, para los mortales, el
sentimiento de enamorarse es muy parecido al sentimiento del miedo. Tu
corazón late rápido. Tus sentidos se agudizan. Te aturdes, puedes incluso
marearte. ¿Es cierto?
No estoy segura si duermo, pero sí sueño.
Traducido por Naomi, Anna y Flopy
Cruzando el palacio, paso por una cámara donde se han reunido unos
pocos cortesanos. Allí, tostando una anguila en las llamas de una enorme
chimenea, sentado en una alfombra, está el viejo Poeta y Senescal de la
Corte Superior del Rey Eldred, Val Moren.
Los artistas y músicos hadas se sientan a su alrededor. Desde la
muerte de la mayor parte de la familia real, se ha encontrado en el centro
de una de las facciones de la Corte, el Círculo de Alondras. Las zarzas están
enrolladas en su cabello y canta suavemente para sí mismo. Es mortal, como
yo. También es probable que esté enojado.
—Ven a beber con nosotros —dice uno de los Alondras, pero declino.
—Bonita, bonita Jude. —Las llamas bailan en los ojos de Val Moren
cuando mira en mi dirección. Comienza a quitar la piel quemada y comer la
suave carne blanca de la anguila. Entre bocados, habla—: ¿Por qué no has
venido a pedirme consejo?
Se dice que fue el amante del Rey Supremo Eldred, una vez. Ha estado
en la corte desde mucho antes que mis hermanas y yo estuviéramos aquí. A
pesar de eso, nunca hizo causa común de nuestra mortalidad. Nunca
intentó ayudarnos, nunca intentó acercarse a nosotros para hacernos sentir
menos solas.
—¿Tienes alguno?
Me mira y mete uno de los ojos de la anguila en su boca. Éste es
depositado, reluciente, sobre su lengua. Luego traga.
—Tal vez. Pero importa poco.
Estoy tan cansada de acertijos.
—Déjame adivinar. Porque cuando te pida consejo, ¿no me lo vas a
dar?
Se ríe, un sonido seco y hueco. Me pregunto cuántos años tiene. Bajo
la zarza, parece un hombre joven, pero los mortales no envejecerán mientras
no abandonen Elfhame. Aunque no puedo ver la edad en las arrugas en su
rostro, puedo verlo en sus ojos.
—Oh, te daré el mejor consejo que alguien te haya dado. Pero no le
prestarás atención.
—Entonces, ¿para qué eres bueno? —exijo, a punto de dar la vuelta.
No tengo tiempo para interpretar algunas líneas de versos inútiles.
—Soy un excelente malabarista —dice, limpiándose las manos en los
pantalones, dejando las manchas detrás. Se mete la mano en el bolsillo y
saca una piedra, tres bellotas, un trozo de cristal y lo que parece ser un
hueso de los deseos—. El malabarismo, ya ves, es simplemente lanzar dos
cosas al aire al mismo tiempo.
Comienza a tirar las bellotas de un lado a otro, luego agrega el hueso
de la suerte. Algunas de las alondras se dan codazos, susurrando
encantados.
—No importa cuántas cosas agregues, solo tienes dos manos, así que
solo puedes lanzar dos cosas. Solo tienes que lanzar más y más rápido, más
alto y más alto. —Agrega la piedra y el cristal, las cosas vuelan entre sus
manos lo suficientemente rápido como para que sea difícil ver lo que está
lanzando. Tomo una respiración.
Entonces todo cae, estrellándose contra el suelo de piedra. El cristal
se rompe. Una de las bellotas rueda cerca del fuego.
—Mi consejo —dice Val Moren—, es que aprendas a hacer malabares
mejor que yo, senescal.
Por un largo momento, estoy tan enojada que no puedo moverme. Me
siento incandescente con eso, traicionada por la única persona que debería
entender lo difícil que es ser lo que somos aquí.
Antes de hacer algo de lo que me arrepentiré, giro sobre mis talones y
me alejo.
—Te dije que no seguirías mi consejo —grita detrás de mí.
Traducido por Anna y Flopy
Paso por la sala del trono donde Cardan está sentado en una de las
mesas bajas, su cabeza inclinada hacia la de Nicasia. No puedo ver su
rostro, pero puedo ver el de ella cuando inclina su cabeza hacia atrás riendo,
mostrando la columna de su cuello. Se ve incandescente de alegría, la
atención de él es la luz en la cual su belleza brilla especialmente brillante.
Ella lo ama, me doy cuenta incómodamente. Lo ama, y lo traicionó
con Locke y está aterrada de que él nunca vuelva a amarla.
Sus dedos acarician su brazo hasta su muñeca y recuerdo
vívidamente la sensación de esas manos sobre mí. Mi piel arde ante el
recuerdo, un rubor que comienza en mi cuello y se expande desde allí.
Bésame hasta que me harte de ello, dijo, y ahora sin duda se había
asqueado de mis besos. Ahora con toda seguridad está harto de ellos.
Odio verlo con Nicasia. Odio la idea de él tocándola. Odio que sea mi
plan y no tener a nadie con quien enfadarme excepto yo.
Soy una idiota.
El dolor te hace fuerte, me dijo Madoc una vez, haciéndome levantar
una espada una y otra vez. Acostúmbrate al peso.
Me obligo a dejar de mirar. En vez de eso, me encuentro con Vulciber
para coordinar traer a Balekin al palacio para su audiencia con Cardan.
Luego voy a la Corte de las Sombras y oigo información sobre
cortesanos, oigo rumores de Madoc organizando sus fuerzas como si se
estuviese preparando para la guerra que aún espero evitar. Envío dos espías
a las Cortes inferiores con la mayor cantidad de cambiantes sin juramento
para ver que pueden averiguar. Hablo con la Bomba sobre Grimsen, quien
ha creado a Nicasia un broche incrustado de gemas que le permite conjurar
vaporosas alas de su espalda y volar.
—¿Qué crees que quiere? —pregunto.
—Elogios, alabanzas —dice la Bomba—. Quizás encontrar un nuevo
benefactor. Probablemente no le moleste un beso.
—¿Crees que está interesado en Nicasia por Orlagh o por ella? —
quiero saber.
La Bomba se encoge de hombros.
—Está interesado en la belleza de Nicasia y el poder de Orlagh.
Grimsen fue exiliado con el primer Alderking; creo que la próxima vez que
jure lealtad, estará muy seguro del monarca al que jura.
—O quizás él no quiere jurar lealtad nunca más —digo, decidiendo
hacerle una visita.
1
Spriggan: es un adusto y feo, guerrero hada de la tradición de Cornualles.
Todo lo que tengo que hacer es conseguirlo.
Los cascos se escuchan a mis espaldas mientras atravesamos el
bosque. Miro hacia atrás, con el viento en mi cara, haciendo que se me meta
el cabello en la boca. Están muy lejos, intentando acercase lo suficiente a
mí para alejarme de las tierras de Madoc, hacia la costa, donde no pueda
esconderme.
Se acercan más y más. Puedo escucharlos llamándose unos a otros,
pero las palabras se pierden en el viento. Mi caballo es rápido, pero los suyos
se mueven como el viento a través de la noche. Cuando miro, veo a uno de
ellos blandiendo un arco con flechas de color negro.
Giro mi montura hacia un lado solo para encontrar otro jinete allí,
cortando mi camino.
Están blindados, con las armas a mano. Yo solo tengo unos cuantos
cuchillos en mi espalda, y a Nightfell en las alforjas, junto con una pequeña
ballesta desmontada. Recorrí estos bosques cientos de veces durante mi
niñez; nunca pensé que debería estar armada aquí.
Una flecha pasa volando junto a mí, mientras otro jinete se acerca,
blandiendo un cuchillo.
No hay manera de dejarlos atrás.
Me pongo de pie sobre los estribos, un truco que no estoy segura si
funcionará, y luego me agarro a la siguiente rama robusta que paso. Uno de
los caballos de ojos blanquecinos muestra sus dientes y muerde el lateral
de mi montura. Mi pobre caballo relincha y se sacude. A la luz de la luna
creo ver unos ojos ámbar, mientras la larga espada de un jinete se balancea
en el aire.
Subo de un salto arrastrándome por la rama. Por un segundo, me
aferro a ella, respirando con dificultad, mientras los jinetes pasan debajo de
mí. Dan la vuelta. Uno toma un trago de una botella, que deja una mancha
dorada en sus labios.
—Pequeña gatita en el árbol —llama otro—. ¡Baja hasta los zorros!
Me pongo de pie, recordando las lecciones del Fantasma mientras
corro por la rama. Tres jinetes rondan por debajo de mí. Hay un destello en
el aire mientras el hacha vuela en mi dirección. Me agacho, intentando no
resbalar. El hacha se clava a mi lado, astillando el tronco del árbol.
—Buen intento —grito, intentando no sonar asustada. Tengo que
alejarme de ellos. Tengo que subir más alto. Pero, ¿entonces qué? No puedo
pelear contra siete de ellos. Incluso si quisiera intentarlo, mi espada sigue
atada a mi caballo. Todo lo que tengo son unos cuantos cuchillos.
—Baja, niña humana —dice uno con ojos plateados.
—Hemos oído de tu crueldad. Hemos oído de tu ferocidad —dice otro,
con una voz profunda y melodiosa que podría ser femenina—. No nos
decepciones.
Una tercera muesca, cortesía de una flecha de punta negra.
—Si voy a ser un gato, déjame que te arañe —le digo, sacando dos
cuchillos con forma de hoja de mis costados y enviándolos, en dos arcos
brillantes, hacia los jinetes.
Uno falla y el otro golpea en una armadura, pero espero que los
distraiga lo suficiente para que saque el hacha de la madera. Entonces, me
muevo. Salto de rama en rama, mientras las flechas vuelan a mi alrededor,
agradeciendo todo lo que el Fantasma me enseñó.
Entonces, una flecha me alcanza en la pierna.
Soy incapaz de contener un grito de dolor. Empiezo a moverme otra
vez, luchando contra el dolor, pero mi velocidad se ha ido. La siguiente flecha
se clava tan cerca de mí, que solo me salva la suerte.
Ven demasiado bien, incluso en la oscuridad. Ven incluso mejor que
yo.
Los jinetes tienen todas las de ganar. En lo alto de los árboles,
mientras no pueda esconderme, solo soy un objetivo un poco complicado,
sino el tipo de diversión complicada. Y cuanto más me canso, más sangro,
más me duele, y más lenta me vuelvo. Si no cambio de estrategia voy a
perder el juego.
Tengo que igualar las probabilidades. Tengo que hacer algo que no
esperan. Si no puedo ver, tengo que confiar en mis otros sentidos.
Respirando hondo, mientras ignoro el dolor en mi pierna, y la flecha
que todavía tengo clavada, hacha en mano salto de la rama con un grito.
Los jinetes intentan girar sus caballos para alejarse de mí.
Golpeo a uno de los jinetes en el pecho con el hacha. La punta del
hacha dobla su armadura hacia adentro. Lo que es un gran truco, o lo
habría sido si no perdiese mi equilibrio un momento después. El arma se
cae de mi mano cuando caigo. Golpeo el suelo con fuerza, quedándome sin
aliento. Inmediatamente, ruedo para evitar ser pisoteada por los caballos.
Oigo un zumbido en mi cabeza y noto como si mi pierna estuviese en llamas
cuando me pongo de pie. El mástil de la flecha en mi pierna se ha roto, pero
la punta se ha clavado más.
El jinete que he atacado está colgado de su silla, su cuerpo está flojo
y de su boca sale espuma roja.
Otro jinete se mueve hacia un lado, mientras que un tercero viene de
frente a mí. Saco un cuchillo cuando el arquero frente a mí intenta sacar su
espada.
Las probabilidades de seis a uno son mucho mejores, especialmente
cuando cuatro de los jinetes se quedan en un segundo plano, como si nunca
hubiesen pensado antes que yo también pudiese hacerles daño.
—¿Ha sido lo suficientemente feroz para ustedes? —les grito.
El jinete de ojos plateados viene hacia mí y le lanzo mi cuchillo. Lo
esquiva, pero golpea al caballo en el flanco. El animal se encabrita. Pero
mientras él trata de recuperar el control de su montura, los otros avanzan
hacia mí. Agarro el hacha, respiro hondo y me concentro.
El esquelético caballo me mira, con sus ojos blancos y sin pupilas. Se
ve hambriento.
Si muero aquí en el bosque porque no estaba mejor preparada, porque
estaba demasiado distraída como para molestarme en ponerme mi estúpida
espada, estaré absolutamente furiosa conmigo misma.
Me preparo cuando otro jinete me ataca, pero no estoy segura de poder
soportar la carga. Intento encontrar otra opción frenéticamente.
Cuando el caballo está cerca, me arrojo al suelo, luchando contra cada
instinto de supervivencia, cada impulso de huir del enorme animal. Se
precipita sobre mí, así que levanto el hacha y corto hacia arriba. La sangre
salpica mi cara.
La criatura corre un poco más lejos, y luego cae con un terrible sonido
agudo, atrapando la pierna de su jinete debajo de su cuerpo.
Me pongo de pie, limpiándome la cara, justo a tiempo para ver al
caballero de ojos plateados preparándose para cargar. Le sonrío, levantando
el hacha ensangrentada.
El jinete de ojos ámbar se dirige hacia su compañero caído, llamando
a los demás. El caballero de ojos plateados se da la vuelta al escuchar el
sonido y se dirige hacia sus compañeros. El jinete atrapado lucha mientras
observo cómo los otros dos caballeros lo liberan y lo suben a uno de los otros
caballos. Luego los seis se alejan por la noche, sin más risas siguiéndolos.
Espero, temiendo que puedan dar la vuelta, temiendo que algo peor
esté a punto de saltar de las sombras. Los minutos pasan. El sonido más
fuerte es mi respiración entrecortada y el rugido de la sangre en mis oídos.
Temblorosa y dolorosamente camino por el bosque, solo para
encontrar a mi propio corcel tirado en la hierba, siendo devorado por el
caballo del jinete muerto. Agito mi hacha y se aleja. Sin embargo, nada hace
que mi pobre caballo esté menos muerto.
Se han llevado mi mochila de su lomo. Debe haberse caído durante el
viaje, llevándose mi ropa y ballesta con él. Mis cuchillos también se han ido,
esparcidos en el bosque después de haberlos arrojado, probablemente
perdidos en la maleza. Al menos Nightfell todavía está aquí, atada a la silla.
Desengancho la espada de mi padre con dedos acalambrados.
Usándola como un bastón, logro arrastrarme el resto del camino hasta
la fortaleza de Madoc y me limpio la sangre en la bomba de afuera.
Dentro, encuentro a Oriana sentada cerca de una ventana, cosiendo
en un aro de bordado. Ella me mira con sus ojos rosados y no se molesta en
sonreír, como un ser humano podría hacer para tranquilizarme.
—Taryn está arriba con Vivi y su amante. Oak duerme y Madoc está
planificando. —Se fija en mi apariencia—. ¿Te caíste en un lago?
Asiento.
—Estúpido, ¿verdad?
Toma otra puntada. Me dirijo a las escaleras y ella vuelve a hablar
antes de que mi pie pueda dar el primer paso.
—¿Sería tan terrible que Oak se quede conmigo en la Tierra de las
Hadas? —pregunta. Hay una larga pausa, y luego susurra—: No quiero
perder su amor.
Odio tener que decir lo que ella ya sabe.
—Aquí, no habría fin para los rumores venenosos de los cortesanos
en sus oídos, susurrando sobre el rey que sería si solo Cardan estuviera
fuera del camino, y eso, a su vez, podría hacer que aquellos leales a Cardan
quisieran sacar a Oak del camino. Y eso ni siquiera es pensar en las mayores
amenazas. Mientras viva Balekin, Oak está más seguro lejos de la Tierra de
las Hadas. Además, está Orlagh.
Ella asiente, con expresión sombría y se vuelve hacia la ventana.
Tal vez solo necesita que alguien más sea el villano, alguien que sea
responsable de mantenerlos separados. Buena suerte para ella que soy
alguien que ya no le agrado mucho.
Todavía recuerdo cómo era extrañar donde crecí, extrañar a las
personas que me criaron.
—Jamás perderás su amor —digo, mi voz que saliendo tan
silenciosamente como la de ella. Sé que ella puede escucharme, pero aun
así no se vuelve.
Con eso, subo las escaleras, me duele la pierna. Estoy en el rellano
cuando Madoc sale de su oficina y me mira. Él huele el aire. Me pregunto si
huele la sangre que aún corre por mi pierna, si huele la suciedad, el sudor
y el agua fría.
Un escalofrío recorre mis huesos.
Entro en mi antigua habitación y cierro la puerta. Busco debajo de mi
cabecera y estoy agradecida de encontrar que uno de mis cuchillos todavía
está allí, enfundado y un poco polvoriento. Lo dejo donde estaba,
sintiéndome un poco más segura.
Me acerco a mi vieja bañera rengueando, me muerdo el interior de mi
mejilla contra el dolor y me siento en el borde. Luego corto mis pantalones
e inspecciono lo que queda de la flecha incrustada en mi pierna. El eje
agrietado es de sauce, teñido con ceniza. Lo que puedo ver de la punta de la
flecha está hecho de asta dentada.
Mis manos empiezan a temblar y me doy cuenta de lo rápido que late
mi corazón, de lo confusa que se siente mi cabeza.
Las heridas de flecha son malas, porque cada vez que te mueves la
herida empeora. Tu cuerpo no puede curarse con un pedazo afilado cortando
el tejido, y cuanto más tiempo esté allí, más difícil será sacarlo.
Respirando profundamente, deslizo mi dedo hacia la punta de la
flecha y presiono ligeramente. Me duele tanto que jadeo y me mareo por un
momento, pero no parece alojada en el hueso.
Me preparo, tomo el cuchillo y corto alrededor de unos centímetros en
la piel de mi pierna. Es insoportable y estoy respirando en resoplidos
superficiales para cuando pongo los dedos en la piel y libero la punta de la
flecha. Hay mucha sangre, una cantidad aterradora. Presiono mi mano
contra ella, intentando detener el flujo.
Por un tiempo, estoy demasiado mareada para hacer algo más que
sentarme allí.
—¿Jude? —Es Vivi, abriendo la puerta. Ella me mira y luego a la
bañera. Sus ojos de gato se abren de par en par.
Sacudo la cabeza.
—No se lo digas a nadie.
—Estás sangrando —dice.
—Consígueme… —comienzo y luego me detengo, dándome cuenta que
necesito coser la herida, que no pensé en eso. Tal vez no estoy tan bien como
pensaba. El shock no siempre golpea de inmediato—. Necesito una aguja e
hilo, no cosas finas como hilo de bordar. Y un paño para seguir presionando
la herida.
Ella frunce el ceño ante el cuchillo en mi mano, la frescura de la
herida.
—¿Te hiciste eso a ti misma?
Eso me saca de mi aturdimiento por un momento.
—Sí, me disparé a mí misma con una flecha.
—Está bien, está bien. —Me da una camisa de la cama y luego sale de
la habitación. Presiono la tela contra mi herida, esperando disminuir el
sangrado.
Cuando vuelve sostiene un hilo blanco y una aguja. Ese hilo no va a
ser blanco por mucho tiempo.
—Está bien —digo, intentando concentrarme—. ¿Quieres sostener o
coser?
—Sostener —dice ella, mirándome como si quisiera que hubiera una
tercera opción—. ¿No crees que debería buscar a Taryn?
—¿La noche antes de su boda? Absolutamente no. —Intento enhebrar
la aguja, pero mis manos tiemblan tanto que es difícil—. Está bien, ahora
empuja los lados de la herida entre sí.
Vivi se arrodilla y lo hace, haciendo una mueca. Jadeo y trato de no
desmayarme. Solo unos minutos más y puedo sentarme y relajarme, me
prometo. Solo unos minutos más y será como si esto nunca hubiera pasado.
Coso. Duele. Duele, duele y duele. Después de terminar, lavo la pierna
con más agua y arranco la parte más limpia de la camisa para envolverla
alrededor.
Ella se acerca.
—¿Puedes pararte?
—En un minuto. —Sacudo la cabeza.
—¿Qué hay de Madoc? —pregunta—. Podríamos decirl…
—A nadie —digo, y, agarrando el borde de la bañera, paso mi pierna,
reprimiendo un grito.
Vivi abre los grifos, y el agua salpica, lavando la sangre.
—Tu ropa está empapada —dice, frunciendo el ceño.
—Dame un vestido de allí —le indico—. Busca algo parecido a un saco.
Me obligo a cojear hacia una silla y hundirme en ella. Luego me quito
la chaqueta y la camisa debajo de ella. Desnuda hasta mi cintura, no puedo
ir más lejos sin que el dolor me detenga.
Vivi trae un vestido, uno tan viejo que Taryn no se molestó en
traérmelo, y me lo pone para que pueda guiarlo sobre mi cabeza, luego guía
mis manos a través de los agujeros de los brazos como si fuera una niña.
Suavemente, me quita las botas y los restos de mis pantalones.
—Podrías acostarte —dice—. Descansa. Heather y yo podemos
distraer a Taryn.
—Voy a estar bien —le digo.
—No tienes que hacer nada más, es todo lo que estoy diciendo. —Vivi
parece que está reconsiderando mis advertencias sobre venir aquí—. ¿Quién
hizo esto?
—Siete jinetes… tal vez caballeros. Pero, ¿quién estaba realmente
detrás del ataque? No lo sé.
Vivi da un largo suspiro.
—Jude, vuelve al mundo humano conmigo. Esto no tiene por qué ser
normal. Esto no es normal.
Me levanto de la silla. Preferiría caminar con la pierna herida que
escuchar más de esto.
—¿Qué hubiera pasado si no hubiera entrado aquí? —exige.
Ahora que estoy de pie, tengo que seguir moviéndome o perderé
impulso. Me dirijo a la puerta.
—No lo sé —respondo—. Pero sí sé esto. El peligro también puede
encontrarme en el mundo mortal. Mi presencia aquí me permite asegurarme
que tú y Oak tengan guardias vigilándolos allí. Mira, entiendo que piensas
que lo que estoy haciendo es estúpido. Pero no actúes como si fuera inútil.
—No me refiero a eso —dice, pero para entonces estoy en el corredor.
Abro la puerta de la habitación de Taryn y la encuentro a ella y a Heather
riéndose de algo. Se detienen cuando entro.
—¿Jude? —pregunta Taryn.
—Me caí de mi caballo —le digo y Vivi no me contradice—. ¿De qué
están hablando?
Taryn está nerviosa, vagando por la habitación para tocar el vestido
de gaza que usará mañana, para sostener la diadema tejida con follaje
sacado de los jardines de los duendes y fresco como cuando fueron
arrancados.
Me doy cuenta que los pendientes que le compré a Taryn se han ido,
perdidos con el resto de la mochila. Dispersos entre hojas y maleza.
Los sirvientes traen vino y pasteles, y lamo el dulce glaseado y dejo
que la conversación me inunde. El dolor de mi pierna es distractor, pero lo
que me distrae más es el recuerdo de los jinetes riendo, el recuerdo de su
cercanía debajo del árbol. El recuerdo de estar herida, asustada y sola.
Al día siguiente, me traen una jarra con agua clara de río, que engullo
agradecidamente. El día después de ese, comienzan a prepararme para
regresar a la superficie.
Balekin está sentado en una silla cerca de las escaleras cuando entro
en Hollow Hall.
—¿Y dónde pasaste la noche? —pregunta, todo insinuación.
Me acerco a él y levanto mi nueva máscara.
—Disfraz.
Asiente, aburrido de nuevo.
—Puedes prepararte —dice, saludando vagamente a las escaleras.
Subo. No estoy segura de qué habitación piensa que use, pero voy de
nuevo a la de Cardan. Allí, me siento en la alfombra ante la rejilla apagada
y abro la nuez. Muselina, albaricoque pálida se derrama, echando
cantidades de espuma de ella. Agito el vestido. Tiene una cintura de imperio,
mangas anchas y recogidas que comienzan justo por encima del codo para
que mis hombros queden al descubierto. Llega hasta el suelo en pliegues
más juntos.
Cuando me lo pongo, me doy cuenta que el tejido es el complemento
perfecto para mi cutis, aunque nada puede hacerme parecer menos
hambrienta. No importa cómo me favorezca el vestido, no puedo alejarme de
la sensación de que no es mi estilo. Aun así, servirá bien por la noche.
Sin embargo, al ajustarlo, me doy cuenta que el vestido tiene varios
bolsillos escondidos astutamente. Transfiero el veneno a uno. Transfiero el
más pequeño de mis cuchillos a otro.
Entonces trato de ponerme presentable. Encuentro un peine entre las
cosas de Cardan y trato de arreglar mi cabello. No tengo nada para ponerme,
así que me lo dejo suelto alrededor de los hombros. Me lavo la boca. Luego,
poniéndome la máscara, me dirijo a donde espera Balekin.
De cerca, es probable que me reconozcan aquellos que me conocen
bien, pero de lo contrario, creo que podré pasar inadvertida entre la
multitud.
Cuando me ve, no tiene reacción visible sino impaciencia. Se pone de
pie.
—¿Sabes qué hacer?
A veces mentir es un verdadero placer.
Tomo el frasco tapado de mi bolsillo.
—Yo era un espía para el príncipe Dain. He sido parte de la Corte de
las Sombras. Puedes confiar en que mate a tu hermano.
Eso trae una sonrisa a su rostro.
—Cardan fue un niño ingrato por encarcelarme. Debería haberme
puesto junto a él. Debería haberme hecho senescal. En realidad, debería
haberme dado la corona.
No digo nada, pensando en el chico que vi en el cristal. El chico que
aún esperaba que pudiera ser amado. La admisión de Cardan de lo que se
ha convertido me atormenta: Si pensaba que yo era malo, sería peor.
Qué bien conozco ese sentimiento.
—Voy a llorar por mi hermano pequeño —dice Balekin, pareciendo
animarse ante la idea—. Puede que no me lamente por los otros, pero haré
que se compongan canciones en su honor. Él será recordado.
Pienso en el pedido de Dulcamara para matar al Príncipe Balekin, que
fue él quien ordenó el ataque a la Corte de Termitas. Quizás incluso fue
responsable de que el Fantasma pusiera explosivos en la Corte de las
Sombras. Lo recuerdo en Bajo el Mar, exultante en su poder. Pienso en todo
lo que ha hecho y en todo lo que planea hacer y estoy aliviada de estar
usando una máscara.
—Ven —dice y lo sigo hacia la puerta.
Fin
Él será la destrucción de la corona
y la ruina del trono.
El poder es mucho más fácil de
adquirir que de mantener. Jude aprendió
esta lección cuando libero de su control
al rey perverso, Cardan, a cambio de
poder inconmensurable.
Ahora como la exiliada y mortal
Reina de la Tierra de las Hadas, Jude no
tiene poder y fue dejada tambaleándose
tras la traición de Cardan. Aguarda su
momento, determinada a reclamar todo lo que le quitó. La oportunidad llega
en forma de su engañosa hermana gemela, Taryn, cuya vida mortal está en
peligro.
Jude debe arriesgarse aventurándose de vuelta en la traicionera Corte
de las hadas y enfrentar los sentimientos que tiene por Cardan, si desea
salvar a su hermana. Pero Elfhame no está como lo dejó. La guerra está
desarrollándose. Mientras Jude se escabulle en la profundidad de las líneas
enemigas, se ve atrapada en el conflicto de la política sangrienta.
Y cuando una maldición latente pero peligrosa es liberada, el pánico
se extiende por toda la tierra, obligándola a elegir entre su ambición y su
humanidad.
Traductoras
âmenoire Brendy Eris Mari NC
Anabel-vp Flochi Naomi Mora
AnnaTheBrave Flopy durmiente Ximena Vergara
LizC
Correctoras
Arcy Briel Dai' Larochz
Bella' Flochi Mime
Carib Imma Marques Vickyra
Recopilación y Edición de
revisión final Poemas
Flochi Mari NC
Diseño
Tolola