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Las Sumisas Del Profesor
Las Sumisas Del Profesor
Gracias a todos por leerme y por hacer posible que siga aquí un año
después.
Hola, Marta.
Ya tengo corregidos los trabajos, aunque lamento anunciarte que el
tuyo es bastante deficiente, por lo que te lo he puntuado con tan solo 0´5
puntos sobre 3. Esto significa que tendrás que esforzarte mucho más en el
examen, pues necesitarás obtener un 4´5 sobre 7 para aprobar, y es un
gran desafío. Sin embargo creo que podrás conseguirlo. Te adjunto un
documento con ejercicios resueltos sobre las dudas que me planteas, estoy
seguro de que te serán de utilidad.
Si tienes cualquier otra duda o quieres que revisemos tu trabajo,
pasado mañana estaré en mi despacho entre las nueve y las diez de la
mañana.
Un saludo,
Jason W. Black.
Eran las cuatro y trece minutos cuando sonó el timbre del telefonillo.
Con absoluta calma me dirigí hacia él y lo descolgué. En la pantallita la
cámara mostraba a mi joven vecina frente al patio.
—¿Sí?
—Soy Nue. Me ha dicho mi madre que le ha dejado las llaves a usted,
profe.
Era toda alegría, lo que no hacía más que hacer que el depredador que
se ocultaba en mi interior sintiese todavía más ganas de cerrar las garras
en torno a ella. Sin decir una sola palabra apreté al interruptor que abría la
puerta y colgué. Después dejé la puerta del piso entreabierta y me dirigí a
mi habitación. En la mesa, el ordenador aguardaba encendido; junto a él
humeaba una taza de café recién hecho. Tan solo pasaron unos momentos
hasta que escuché el timbre de la puerta.
—Pasa, está abierto.
Bebí un sorbo y fingí que trabajaba. Escuché cómo Nue entraba en
casa, cerraba la puerta y me buscaba.
—Hola, profe —dijo al poco—. ¿Estás trabajando?
Me volví hacia ella muy serio y con expresión de pocos amigos.
—Siéntate —señalé la cama con un movimiento de cabeza y me giré de
nuevo hacia el ordenador.
La chica, sorprendida por mi actitud, obedeció y guardó silencio, a la
espera de que terminase. La hice esperar durante casi diez minutos,
mientras aprovechaba para revisar algunas páginas de la novela. En ese
capítulo la protagonista era chantajeada por primera vez y cedía a lo que
era el principio de incontables humillaciones. Cuando consideré que ya era
suficiente cerré el archivo, apuré el café y me volví hacia Nue. Su mirada
azul se encontró con la mía, pero lo que el día anterior había hecho
temblar mi mundo, al depredador tan solo conseguía excitarle.
—Me debes una explicación —demandé con mi tono de profesor
enfadado—. ¿A qué jugabas ayer?
Abrió mucho los ojos y trató de responder, pero no supo que decir.
—Profe, yo…
—No soy tu profesor, eso lo primero. Tampoco soy tu amigo ni el buen
samaritano que contaste a tu madre que te ayudó ayer. Te lo preguntaré
otra vez: ¿a qué estás jugando, niña?
Conozco bien a esa clase de chicas. No solo llevo años lidiando con
ellas en la universidad, como profesor, sino que la propia Martha era muy
parecida. Por lo general se trata de niñas con cuerpo de mujer que han
descubierto el poder que ejercen sobre los hombres y buscan experimentar
y divertirse a costa de los pobres idiotas a los que arrastran a su juego.
Creen que con una sonrisa bonita y un buen escote pueden jugar con los
hombres como lo haría un gato con un ratón y, si bien la mayoría de las
veces es así, lo que no saben es que a veces pueden encontrarse con un
depredador más peligroso que ellas mismas, con alguien capaz de darle la
vuelta a la tortilla. Martha lo aprendió y ahora lo iba a aprender la pequeña
Nue. Solo esperaba que tuviese que ser por las malas.
—Te he hecho una pregunta, niña.
—No soy una niña —su protesta acompañada de un ceño fruncido se
me antojó el ridículo y adorable gesto de un gatito que trata de mostrarte
amenazante—. ¡Tengo dieciocho años!
—Estás en segundo de Bachiller.
—Porque repetí un curso.
Podía ser cierto o no. En cualquier caso poco me importaba.
—Tengas la edad que tengas sigues siendo una niña.
—¿Me das mis llaves?
—Antes vas a responderme lo que te he preguntado.
—No he hecho nada malo —se defendió—. Solo jugaba un poco.
Sonreí, pues era justo lo que esperaba que dijese. Con la calma de quien
controla la situación me giré de nuevo hacia el ordenador y abrí una
carpeta del escritorio. Seleccioné una imagen, la abrí y apareció Nue,
posando en ropa interior frente a un espejo.
—Avisé a tu madre —dije ante el asombro de la joven—. Le dije que
no era buena idea darle las llaves de vuestra casa a cualquiera, que podría
ser un depredador. Tampoco es buena idea que tengáis el ordenador
desprotegido. Como a tu madre se le ocurra mirar en la carpeta de
literatura inglesa se va a llevar una sorpresa, ¿eh?
—¿Qué…? ¿Cómo…?
—Te escuché ayer por la noche. ¿Lo hiciste para provocarme? —
Agachó la cabeza y balbuceó algo, avergonzada—. Mírame a los ojos
cuando hables, niña.
Obedeció. Eran tan fácil…
—Escuché gemidos a través de la pared y me excité —confesó—.
Además… además sabía que me escucharías. Eso me excitaba más.
Comencé a pasar las fotos del ordenador. En ellas podía verse a Nue en
diferentes posturas frente al espejo, aunque siempre con braguitas o tanga
y con los pechos tapados por una prenda o las manos. Pese a eso resultaban
tremendamente excitantes para mí. Me acaricié la polla por encima del
pantalón, consciente de que la chica me miraba.
—Ven, siéntate en mis rodillas —ordené.
Quedó inmóvil, incapaz de reaccionar, pero cuando le lancé una mirada
de enfado se apresuró a obedecer. Me aseguré de que sintiese mi polla y
cerré la ventana de las fotos para abrir Internet.
—¿Qué quieres de mí?
—Por ahora que inicies sesión en tu e–mail y en tus cuentas de redes
sociales.
—¿Para qué?
Hundí la mano en su entrepierna, le acerqué los labios al oído y
acaricié su coño por encima del pantalón. Fuese por la sorpresa, por el
miedo o porque lo estaba disfrutando, Nue no se resistió.
—Hazlo —le susurré.
Obedeció con rapidez. Mi mano seguía acariciando su coño mientras lo
hacía, pero me aseguré de prestar atención a sus contraseñas. Era siempre
la misma: 69lolita69. No me lo podía creer.
—Ya está
Se le escapó un gemido, lo que me dijo que todo aquello le gustaba más
de lo que estaba dispuesta a demostrar, aunque lo cierto era que ya me
esperaba algo así. Como dije, conozco bien a las chicas como ella.
La hice volverse hacia mí y la besé. Mi lengua entró en su boca con
ansia, ante lo que ella respondió de igual manera. Entonces, cuando
empezaba a moverse para frotarse con mi mano, puse fin al beso y la
obligué a levantarse.
—¿Qué pasa? —dijo asustada—. ¿Qué he hecho ahora?
Saqué sus llaves de mi bolsillo y las tiré encima de su cama.
—Vete, Nue. Ahora tengo cosas que hacer.
Aturdida y sin entender qué estaba pasando, la chica cogió sus llaves y
se marchó corriendo. En cuanto escuché cómo se cerraba la puerta de su
casa pegué la oreja a la pared y oí cómo llegaba y se echaba en la cama
entre lágrimas. Sin inmutarme regresé al ordenador y abrí el controlador
de la cámara que había ocultado en la lámpara de la habitación de Nue. No
era la única que había ocultado en su casa, pero sí la que quería ver en ese
momento.
En cuanto la activé pude ver a la chica tumbada bocabajo en su cama,
con la almohada en los brazos. Sus sollozos, al principio incontrolables,
comenzaban a remitir. Entonces, sin más, se tumbó del revés, se bajó los
pantalones y comenzó a tocarse por encima de unas braguitas infantiles.
Los sollozos desaparecieron para verse reemplazados por pequeños
gemidos. Advertí que lanzaba una anhelante mirada a la pared que
comunicaba con mi habitación y después empezaba a tocarse las tetas por
encima de la ropa. Tras comprobar que todo estuviese siendo debidamente
grabado, me levanté y fui de nuevo hasta la pared, sin dejar de mirar la
pantalla del ordenador. Con firmeza di tres golpecitos en la pared. Toc, toc,
toc.
Nue se detuvo con los labios jadeantes entreabiertos y la respiración
agitada. Entonces introdujo la mano en las bragas, empezó a meterse los
dedos como loca y con la otra mano repitió el golpeteo en la pared. Toc,
toc, toc.
Me había devuelto la llamada, lo que significaba que sabía que la
escuchaba y, a juzgar por el vídeo, eso la excitaba todavía más de lo que la
excitó lo que había sucedido en mi habitación.
Sonreí. El depredador había vuelto a cobrarse una presa: la pequeña
Nue ya era mía, como en el pasado lo había sido la dulce Martha. Esta vez,
sin embargo, no volvería a cometer los mismos errores.
5
Eran las ocho y siete minutos cuando llamé al timbre de mis vecinas.
Duchado y arreglado aunque informal, lucía vaqueros y camiseta negra.
Llevaba, además, una bolsa con una botella de vino tinto y una tarta helada
para la cena.
La puerta se abrió al fin. Advertí divertido que se trataba de la pequeña
Nue, sonrojada y vestida con un vestido amarillo bastante ceñido. Tras ella
se asomó Emma, con vestido azul de falda larga y sonrisa encantadora.
—¡Pasa, vecino! —invitó.
No me hice de rogar. Haciendo caso omiso a la joven, me dirigí hacia el
salón y entregué la bolsa a su madre.
—Toma, para acompañar la cena —dije, sonriendo mientras ella la
cogía y miraba lo que había dentro.
—¡Pero cómo eres! ¡No tenías que traer nada, esta cena es para darte
las gracias por todo!
—No es molestia, Emma. Deberías guardar la tarta en la nevera, si se
derrite no valdrá nada.
—Sí, tienes razón. Pero pasa y siéntate, por favor. ¡Nue, ponle algo de
beber!
Emma se marchó hacia la cocina, presurosa. A buen seguro quería
asegurarse de que todo estuviese como debía para la cena. Por mi parte me
senté en el sofá y miré a la muchacha con expresión lobuna.
—¿Qué te apetece? —lo dijo con un hilo de voz, la cabeza gacha y roja
hasta las orejas.
—Me apetece que te quites las bragas y me las des ahora mismo.
Me miró como si acabase de golpearla. Abrió la boca para protestar
pero volvió a cerrarla sin encontrar las palabras que buscaba, lanzó un
presuroso vistazo por encima del hombro para comprobar que su madre
seguía en la cocina, me miró de nuevo y metió las manos por debajo de su
vestido para deslizar hasta los tobillos un pequeño tanga blanco. Cuando
me lo entregó, tras retenerlo unos segundos en las manos, lo guardé en uno
de mis bolsillos.
—¿Y de beber?
Sonreí.
—Una cerveza.
Se marchó de inmediato hacia la cocina, justo cuando su madre
regresaba al salón.
—¿Todavía no le has sacado nada de beber? ¡Pero Nue, espabila! —la
regañó—. ¿Qué tendrá en la cabeza esta niña últimamente?
—No te preocupes, ahora me trae una cerveza —dije yo sin darle
mayor importancia—. Además, ¿qué prisa hay?
Emma me sonrió de nuevo y se sentó a mi lado, sin saber que en uno de
mis bolsillos guardaba las bragas de su querida hija.
—¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí, Jason? —Preguntó justo
cuando Nue regresaba al salón con una cerveza y me la tendía. Después se
sentó a mi lado, en el único sitio disponible en el sillón, lo que me dejó
entre las dos mujeres.
—Desde poco antes de empezar a trabajar en la universidad. —Desde
Martha, pensé mientras abría la cerveza y bebía un par de sorbos. Pero no
era el momento ni el lugar para ponerme nostálgico—. ¿Qué hay de
vosotras? ¿Por qué os mudáis?
—Trato de poner distancia con mi ex —dijo Emma encogiéndose de
hombros—. Pero es un tema del que prefiero no hablar. Me hace enfadar.
Asentí, comprensivo. Eché otro trago de cerveza, la dejé en la mesita
que había junto al sofá y me levanté.
—Nue, ¿me enseñas dónde está el baño? Quiero lavarme las manos
antes de que cenemos.
La aludida se puso en pie dócilmente y echó a andar, por lo que me
apresuré a ir tras ella. Emma, por su parte, regresó a la cocina, de la que
salía un olor delicioso. En cuanto llegamos a la puerta del baño, el mismo
en el que la pequeña Nue se había corrido apenas dos horas antes mientras
lamía mi semen del suelo, la cogí por el brazo para obligarla a mirarme.
—Por favor, con mi madre aquí no —suplicó con un hilo de voz.
—Obedecerás —le susurré al oído—. Podría chantajearte con los
vídeos y fotos que tengo de ti, pero estoy seguro de que no hará falta. Te
gusta cómo te hago sentirte con todo esto, y por eso obedecerás. Ahora
ponte de rodillas.
Obedeció al instante, para mi satisfacción. Era mucho más
complaciente de lo que nunca fue Martha, aunque temía que no tuviese su
fuego. Pero dadas las circunstancias no podía quejarme. Me bajé la
bragueta del pantalón, saqué la polla morcillona y coloqué la mano sobre
la cabeza de Nue, como si fuese un perrito. No fue preciso que le diese
instrucciones, pues de inmediato se introdujo mi miembro en la boca y
comenzó a lamer con ansia, como un niño que teme que alguien le quite su
dulce. La mantuve así durante varios minutos, pendiente siempre de
Emma, que continuaba en la cocina mientras canturreaba una canción. Los
labios de la pequeña Nue apretaban mi polla y su lengua no dejaba de
jugar con el capullo. Dejé escapar un suspiro de placer y, finalmente, saqué
la polla de su boca. Hilos de baba de la chica chorrearon sobre el suelo
mientras me la guardaba.
—Limpia eso y vuelve al sofá. Voy a lavarme las manos, nos vemos en
el salón.
Agachó la mirada y obedeció, aplicando la lengua a los goterones de
baba. Esa iba a ser una gran noche.
7
Mi dulce Lucía llegó a mi vida como llegan casi todas las grandes
experiencias que vivimos: de casualidad. Por aquel entonces yo llevaba
poco tiempo escribiendo literatura erótica, pese a que contaba con un largo
listado de obras publicadas de otros géneros y un buen número de relatos
premiados en diversos concursos (no intentéis buscarlo; Jason W. Black es
solo el nick que utilizo para mis escritos eróticos). Un día, no sé muy bien
qué me empujó a ello, escribí un relato erótico que publiqué en varias
entregas en una web de relatos dedicada a este género y que tuvo una gran
aceptación entre los lectores. “La pequeña Nue”, se llamaba. La historia,
básicamente, narraba las vivencias de mi alter ego Jason W. Black como
Amo y, en particular, se centraba en cómo sometía a su joven vecina, una
adolescente cuya edad estaba en torno a los dieciocho años pero de la que
nunca se concretaba si los había cumplido ya o no. Una suerte de Lolita,
aunque varios años mayor (pues el inmortal personaje de Nabókov tan solo
contaba con doce años en su novela; yo no quería escribir sobre una niña,
sino sobre una joven que, sin ser ya una niña, todavía no se ha convertido
en adulta). Si buscáis el relato, creo que aún podréis encontrarlo.
Muy poco después de haber publicado la primera entrega, comencé a
recibir e-mails de lectores y, sobre todo, de lectoras. Eran varios los
perfiles que solía encontrarme entre aquellos que se decidían a escribirme:
la mayoría eran hombres y mujeres de diferentes edades que contactaban
conmigo tan solo para decirme lo mucho que les habían gustado mis textos
y para felicitarme por el relato, aunque también había no pocas mujeres
(en su mayoría maduras y casadas) que, según creo, buscaban en mí
nuevas experiencias que pudiesen dotar a sus monótonas vidas de un poco
de emoción. Debo decir que no tuvieron mucho éxito.
Hubo, sin embargo, una persona que llamó mi atención. Todavía
recuerdo con una sonrisa cargada de ternura sus primeros e-mails,
nerviosos, impacientes y algo torpes. Empezó por preguntarme cuándo
publicaría una nueva entrega de “Mi pequeña Nue” y, tres días más tarde,
me escribió de nuevo para quejarse porque no le había respondido. Le
contesté entonces diciéndole que estaba trabajando en esa nueva entrega
pero que no sabía cuándo estaría preparada, que si el trabajo y tal, y
dándole las gracias por escribir y por sus elogios; cerraba el e-mail
deseándole con picardía que mis relatos le hubiesen ayudado a conseguir
algunos orgasmos.
Tardó un poco en responderme, quizá porque se demoró en revisar su e-
mail o tal vez por inseguridad o dudas. Nunca se lo pregunté. El caso es
que unos días más tarde me encontré con cuatro e-mails suyos. ¡Cuatro!
En ellos, además de preguntarme por mi trabajo, me decía cosas como
“espero con avidez tu respuesta” o “realmente me interesa lo que tengas
que decir” (en referencia a mis e-mails). Era más que evidente que esa
chica, de la que nada sabía aún, estaba muy interesada en mí más allá de
mis relatos. Dado que solo sabía de mí que escribía relatos eróticos y que
era Amo, quedaban pocas dudas respecto a qué era lo que tanto le atraía.
Pero si quedaba alguna duda en mí se disipó cuando, después de que yo le
respondiese a esos e-mails, me escribió diciéndome que se había excitado
tanto al recibir mi e-mail (en el que no le decía nada particularmente
excitante, a decir verdad) que había tenido que masturbarse. Me explicaba
también, pues se lo había preguntado, que su escena favorita de mis relatos
era una no especialmente sexual (al menos en comparación con otras) en
la que el protagonista demostraba a Nue el poder que tenía sobre ella,
dominándola, excitándola y humillándola sin que la chica fuese capaz de
poner resistencia a causa del enorme nivel de excitación que le provocaba
la situación.
Esa chica tan especial, tan inexperta en el bdsm como ansiosa por
sentirse dominada y sometida, se llamaba Lucía. Puede que Lucía sea solo
el nombre que he escogido para ella en esta novela, o puede que realmente
se llame así. ¿Qué importa?
Comencé a escribirme con Lucía de forma regular y poco a poco fui
conociendo más sobre ella. Descubrí que en efecto sentía un gran interés
por el bdsm pero que carecía de experiencia; que su edad no distaba
mucho de la de la protagonista de mis relatos; que pese a que era muy
bajita poseía un gran encanto y un cuerpo delicioso; que sus ojos verdes
parecían decir al mismo tiempo “sé bueno conmigo” y “soy tuya, hazme lo
que quieras”; que sus ojos no mentían.
Iniciamos una relación Amo-sumisa. Si bien son muchas las sumisas
que han pasado por mí, os confieso que ninguna hasta entonces había
mostrado al mismo tiempo tanta pasión y entrega, tanta inocencia y
dulzura, tanta sed de experiencias y tanto compromiso como Lucía. Pronto
entendí que aquello no eran tan solo una relación Amo-sumisa; que Lucía
se había entregado a mí por completo y sin condiciones y mi
responsabilidad y decisión era cuidarla, guiarla y enseñarla. Incluso a
veces me daba la sensación de que en determinadas cosas yo era el novato
y ella me guiaba y enseñaba a mí. Todavía consigue hacerme sentir de esa
forma a veces; así de especial es Lucía.
La novela que os traigo es al mismo tiempo ficción y realidad, aunque
no me preguntéis dónde se encuentran los límites entre uno y otro; no os lo
diré. Tendrá que bastaros con saber que hay muchos elementos de la
narración sacados de experiencias reales y de nuestra propia historia, pero
también hay muchos que pudieron ser o, quizá, que serán. La verdad no es
importante para la historia.
Mi dulce Lucía os aguarda, no la hagáis esperar. Tan solo deseo que
podáis apreciar lo especial que es tal y como yo lo he hecho, y que nos
acompañéis página a página hasta el desenlace de una historia que es, muy
probablemente, la más íntima y personal que jamás he escrito. Y eso está
bien, porque es lo menos que ella merece.
Disfrutad el viaje.
Jason W. Black
[email protected]
1
Lucía tenía la boca llena de polla; tan llena que apenas podía respirar.
Resistió unos cuántos segundos más hasta que, con un lento movimiento
de cabeza, fue extrayendo el miembro poco a poco mientras acariciaba los
huevos con sus pequeñas manos, apretando suavemente al tiempo que
aplicaba la lengua al glande y, tras dar algunas pasadas, volvía a introducir
el falo hasta su garganta. Sin aminorar el ritmo en absoluto alzó los ojos
hacia su Amo y, para su regocijo, advirtió que este, con los ojos cerrados,
apretaba la mandíbula para evitar gemir ante la excepcional comida de
polla que le estaba haciendo la joven. Lucía volvió a repetir todo el
proceso, pero en esta ocasión aumentó el ritmo y trató de apretar más los
labios en torno al miembro. De pronto, cuando se disponía a lamer el
glande, Jason la agarró de la cabeza e introdujo de nuevo la polla en su
boca, derramándose en ella. La sumisa, con la boca llena de polla, no fue
capaz de retener toda la corrida y sintió que una parte se escurría por la
comisura de los labios. Con la cabeza todavía sujeta por una de las manos
de su Amo, la polla en la boca, el semén chorreando por su mentón y
poniendo ojos de cordero, sintió el flash que indicaba que Jason acababa
de fotografiarla. Tan solo después de otros dos destellos la soltó, sacó la
polla de la boca y la ayudó a levantarse para después hacer que se colocase
contra la pared, con el rostro sobre el espejo. Dulce pero firmemente le
tapó la boca con la mano y la penetró desde atrás, con la polla todavía
dura, para comenzar a follarle el coño. Lucía no cabía en sí de gozo, con la
polla de su Amo penetrándola mientras este la controlaba desde esa
posición que le daba total dominio sobre ella, tal y como a ambos les
gustaba. Habría querido gemir, gritar incluso, pero la mano de Jason,
fuerte y grande, le impedía emitir sonido alguno. No importaba, no
mientras pudiera ser usada por su Amo. Era todo lo que deseaba.
Con sus cuerpos fundidos en uno, unidos por la polla de Jason, Lucía
acarició la mano con que este le tapaba la boca y, tras un duro esfuerzo,
logró que su Amo le introdujese dos dedos entre los labios, dedos que
comenzó a lamer de inmediato tal y como había estado haciendo con su
polla tan solo unos minutos antes. La joven sentía que el placer era cada
vez más y más grande; el orgasmo estaba próximo. Farfulló algo
ininteligible para advertir a su Amo y este, tras darse cuenta de qué era lo
que la chica intentaba decirle, salió de ella para hacer que se volviese y le
propinó un sonoro bofetón, más escandaloso que doloroso. Lucía,
arrastrada por la masoquista que había en su interior, dejó escapar un
gemido de placer que Jason tuvo que silenciar con un beso húmedo y
profundo.
Cuando finalmente separaron sus lenguas, sus cuerpos todavía
permanecían muy pegados y sus ojos se encontraron; ambos reflejaban
deseo y pasión, ambos querían más. Jason, tras adecentarse la ropa, esbozó
la sonrisa lobuna que Lucía tan bien conocía ya, la sonrisa que advertía
que no tramaba nada bueno.
—Ahora vengo, cielo. No me eches mucho de menos.
Antes de que la aludida pudiese replicar o preguntar, él cogió el
montón de ropa de la chica, en el que se encontraban también sus
braguitas, y, tras abrir la puerta del probador en el que se encontraban,
salió y cerró a su espalda. Lucía, confusa por tan repentina marcha, aún
tardó unos instantes en darse cuenta de que su Amo no solo se había
llevado sus ropas, sino también aquellas del establecimiento que habían
entrado al probador, lo que la dejaba sin nada que ponerse. Tras echar un
vistazo a su alrededor advirtió que no solo se encontraba desnuda en los
probadores de un centro comercial, sino que lo único que había allí con
ella era un taburete y dos perchas torcidas. ¿Qué demonios se traía su Amo
entre manos en esa ocasión?
Jason estaba más que encantado con la situación. Si bien no había sido
fácil que Lucía se olvidase de sus temores, al final los fue dejando atrás a
medida que el reencuentro con su amiga iba sacando a la luz viejas
historias, anécdotas, explicaciones sobre las vivencias de los últimos
tiempos y muchas, muchas bromas entre las dos chicas. Al café que la
sumisa había aceptado a regañadientes le habían seguido unas cervezas; en
esos momentos las dos chicas estaban terminando su segundo botellín
mientras que Jason había comenzado ya con el cuarto. Bebía mientras
escuchaba la conversación de las dos jóvenes y, de tanto en tanto, hacía
algún comentario pícaro o alguna broma con la intención de que las chicas
se riesen. En esos momentos, sin embargo, Dani estaba relatando a su
amiga sus vivencias con el último chico con el que había salido mientras
Jason la observaba con detenimiento, más interesado en ella que en su
historia.
Lo cierto era que las dos amigas resultaban muy parecidas, aunque
también habían diferencias sustanciales entre ellas. Sus cuerpos juveniles
estaban ambos bien formados y dotados de curvas muy femeninas y
sensuales, pero mientras Lucía destacaba por un culo increíble, el de Dani
era más vulgar. En cuanto al pecho, por otra parte, era esta la que contaba
con unas tetas más grandes y llamativas, aunque a Jason siempre le había
gustado los pechos pequeños y firmes de su sumisa. Ambas tenían el
cabello largo y castaño, pero Dani tenía ojos azules y nariz afilada
mientras que Lucía podía presumir de unos preciosos ojos verdes y de una
nariz mucho más discreta que la de su amiga, quien, sin embargo, la
ganaba en altura por casi una cabeza, ya que Lucía medía poco más de un
metro y medio. Jason, de hecho, acostumbraba a bromear con esto,
diciéndole a la joven que era su zorrita de bolsillo.
—Voy un momento al lavabo —dijo Lucía, y lanzó una feroz mirada a
su Amo—. No tardo nada.
Jason sonrió, consciente de que su sumisa estaba tratando de indicarle
que se comportase en su ausencia. Naturalmente no pensaba hacer algo
semejante.
Apenas se hubo alejado, y antes de que el hombre pudiese abrir la boca,
Danielle, visiblemente afectada por la cerveza, se acercó a su oreja.
—Bueno, ¿qué es lo que pasa entre tú y Lucía? Te la estás follando,
¿verdad? Siempre he creído que era un poco puta.
Eso, desde luego, no era para nada lo que Jason se esperaba de una
joven que poco tiempo atrás estaba en el instituto. Aunque, a decir verdad,
después de que Lucía desplegase cuando la conoció lo viciosa y pervertida
que era, no debería sorprenderlo que otra chica de su edad dijese esa clase
de cosas. Confundido pese a todo, bebió un trago de cerveza a fin de ganar
tiempo para tratar de ordenar las ideas. La situación requería un cambio de
estrategia por su parte.
—Bueno, en realidad yo...
—Vamos, no me tomes por tonta. Siempre le han ido los hombres
mayores, ¿sabes? Su primer novio pasaba de los veinte cuando la desvirgó,
pero ella tenía solo catorce años. Con dieciséis salió con uno que tenía casi
treinta años.
Naturalmente todo eso eran historias que Jason sabía de sobra, pues
Lucía le contaba todas sus experiencias en el sexo, y a menudo incluso
consultaba con él cuando tenía dudas respecto a alguien o a algo. Lo que lo
desconcertaba no era tampoco que Danielle lo supiese, pues era obvio que
se lo debía haber contado su amiga, sino qué era lo que esa chica pretendía
conseguir de él diciéndole esas cosas. Sin embargo, antes de que pudiese
preguntarle nada al respecto, advirtió que desviaba la mirada hacia los
baños y, cuando se volvió él también, pudo comprobar que Lucía se dirigía
hacia la mesa tan rauda como podía, al parecer temerosa de que, en su
ausencia, Jason pudiese decir algo que la pusiese en evidencia. No podía ni
imaginarse que, por desconcertante que resultase para el propio Jason, en
esa ocasión no era él quien debía preocuparla.
Danielle y Lucía retomaron su charla como si nada hubiese pasado,
pero las palabras de la amiga de su sumisa no dejaban de resonar en la
mente de Jason. Advirtió entonces la mirada de deseo con que Dani
observaba a Lucía y, de pronto, todo cobró sentido por sí mismo.
Consciente de que era una oportunidad que no podía dejar pasar, Jason
decidió que había llegado el momento de tomar las riendas de aquella
situación tan prometedora.
Lucía dio un respingo al sentir una mano sobre su pierna y lanzó una
mirada de reproche a su Amo, quien se limitó a ignorarla con descaro. Su
mano no solo siguió en la pierna sino que poco a poco se fue abriendo paso
hacia el interior de sus muslos mientras Jason, meloso, se acercaba al oído
de Lucía y le susurraba algo que hizo que esta le lanzase una mirada
temerosa y, muy al pesar de la propia Lucía, cargada de deseo.
—Pero...
—Ve —la interrumpió Jason—. Ahora.
Danielle guardó silencio al advertir la tensión y aguardó la réplica de
su amiga. Pero, para su desconcierto, esta obedeció y se dirigió al baño sin
decir una sola palabra de protesta.
—¿Qué ha sido eso?
—Dime una cosa, Danielle —dijo Jason—. He visto cómo miras a
Lucía, ¿cuánto hace que la deseas?
La joven se quedó petrificada.
—¿De qué estás hablando? —reaccionó ella.
—Puedes fingir que no sabes de lo que hablo o puedes decirme la
verdad y, tal vez, ver tus fantasías cumplidas. Tú decides.
Dani boqueó, incapaz de decidir qué responder. Lanzó una rápida
mirada hacia los baños, después a Jason y después otra vez a los baños.
—Demasiado tiempo —confesó con un suspiro de resignación—. Pero
nunca me he atrevido a decírselo, pues sé que la atraen los hombres, en
especial los que son más mayores que ella. Hombres como tú.
—Hoy es tu día de suerte. Toma esto y procura que no lo vea.
Jason deslizó algo en su mano justo en el momento en que Lucía
regresaba del lavabo. En esta ocasión ya no parecía tener prisa alguna por
volver a la mesa, como si supiese que ya no tenía sentido que se
preocupase por lo que su Amo pudiese decir o hacer, como el condenado
que sabe que nada puede hacer para escapar del verdugo. Dani, nerviosa
por la conversación que acababa de tener con el hombre, miró con
discrección lo que ocultaba en su mano y frunció el ceño con desconcierto
al ver que se trataba de un pequeño mando a distancia. Tocó un botón para
ver qué pasaba y Lucía dio un respingo sobre la silla para, acto seguido,
dar un manotazo a Jason, quien se echó a reír ante la inesperada reacción
de la joven. Volvió a tocar el botón y advirtió que su amiga se tensaba y
lanzaba una mirada de súplica al hombre, sin saber que no era él a quien
debía dirigir sus protestas y ruegos.
Danielle sonrió, dirigió una mirada de comprensión y gratitud a Jason y
pidió otra ronda de cervezas.
—Yo no sé si quiero más —inquirió Lucía—. Creo que ya es suficiente
por... ¡AH!
El vibrador que se había puesto en el baño por orden de Jason, el
mismo que llevase en el restaurante, funcionaba de pronto a máxima
potencia. Lucía se agarró con fuerza del brazo de su Amo y, apenas dueña
de sí misma, trató de suplicarle que lo detuviese, pero advirtió que este
tenía las manos vacías.
—Deberías verte la cara, cielo —dijo burlón—. Creo que deberíamos
quedar más con tu amiga, ¿sabes?
Lucía lanzó una estupefacta mirada a Danielle y esta le mostró el
mando entre risas.
—No... yo... ¡ah! Dani, yo... ¡AH! ¡Para, por faaaAH!
Danielle bajó la potencia del aparato y sonrió a Jason, encantada con el
juguete mientras Lucía mantenía la mirada sobre la mesa y se concentraba
en tratar de disimular todo lo que le provocaba ese vibrador infernal.
El camarero se acercó a la mesa, dejó las cervezas que habían pedido y
se marchó de nuevo, todo ello sin reparar o sin que le importase en lo más
mínimo lo que allí sucedía. Jason, por su parte, se cambió de silla para
estar más cerca de Danielle y, bajo la atónita mirada de su sumisa, empezó
a acariciar la pierna de la joven mientras esta seguía jugando con el
control a distancia.
—¿Cuántas veces te has masturbado pensando en Lucía?
Fue solo un susurro, pero las dos jóvenes escucharon con claridad la
pregunta e intercambiaron una mirada envuelta en silencio que llenó de
comprensión a la sumisa.
—Más de las que estoy dispuesta a admitir —respondió Dani
finalmente, pues de nada servía ya fingir.
—¿Te la quieres follar?
—Sí. —En esta ocasión su respuesta fue instantánea—. Sí, sí quiero.
Jason la besó, hundiendo la lengua en su boca y uniéndola a la de ella
mientras deslizaba la mano entre las piernas de la joven, hacia su coño.
Sin embargo fue solo un instante, pues de inmediato se separo de nuevo y
recupero el mando de la mano de Danielle.
—Voy a pagar y nos vamos —anunció—. Tenemos el hotel cerca de
aquí.
Se dirigió al mostrador mientras las dos amigas se miraban; los
sentimientos de ambas pendían entre la vergüenza y el deseo. Jason no
tardó en regresar y, con una chica de cada mano, abandonaron el local para
dirigirse al hotel.
—¿Sabes, Danielle? —dijo cuando hubieron perdido de vista el local,
no mucho rato después—. Desde hace tiempo Lucía ha querido que una
mujer le coma el coño.
—Qué casualidad —respondió la aludida con una carcajada mientras la
sumisa se sonrojaba—. Desde hace tiempo yo he querido comérselo.
7
Lucía sintió que la abrazaban y con gran esfuerzo abrió los ojos,
agotada. Cuando vio que se trataba de su Amo, simplemente sonrió, volvió
a cerrarlos y apoyó la cabeza contra su pecho. Todavía llevaba puesto el
collar.
—Gracias —susurró—. Gracias por el día de hoy.
Jason le acarició el cabello y sonrió. La joven estaba agotada después
de veinticuatro horas de emociones fuertes. La madrugada anterior la
había llevado a la discoteca, donde estuvo a punto de follársela un
desconocido; esa mañana habían estado de compras, donde la había usado
a placer e hizo que le comiese el coño a la dependienta, de forma similar a
lo que sucedió poco después, en el restaurante en el que comieron y donde,
a modo de entrante, se tragó la corrida del camarero y la de él mismo. Y
esa tarde, como colofón, habían follado durante horas, y lo habían hecho
con una amiga del instituto de Lucía. No había forma de saber cuántas
veces se había corrido la sumisa, pero eran muchas. Lo increíble, pensó
Jason, era que aún fuese capaz de aguantar despierta.
La miro con admiración y sonrió al comprobar que, después de todo, no
lo había hecho. Lucía, su niña, respiraba profundamente dormida entre sus
brazos. Con cuidado para no despertarla la besó en los labios con ternura,
apagó la luz de la lampara de la mesita y dejó que la noche lo arrastrase a
él también a un sueño profundo y reparador. Bien lo necesitaba.
8
“Todos los días estoy excitada y húmeda porque así es como mi Amo
quiere que este y tampoco es que pueda evitarlo, con una sola palabra es
capaz de ponerme cachonda. Si me dice perra, perrita o puta ya estoy
chorreando, si me dice que me envía un beso húmedo pongo las bragas
perdidas. ¡Es tan excitante y tan frustrante cuando me ordena tocarme y
no me deja correr!
También me ha ordenado ir a clase con el coño al aire, dos veces, y en
ambas ocasiones he sentido como mis flujos bajan por mis piernas. Me ha
hecho azotarme el coño, follarmelo con los dedos, el cepillo y hasta con
una zanahoria. El culo, admito que es algo que no me llama mucho la
atención, me ha hecho follarmelo también y a pesar de todo el dolor que
pueda sentir lo hago porque sé que le encanta y que ese es su placer y
como su placer es mi placer obedezco. Él lo sabe, sabe que a pesar de que
me pueda doler el culo, me humedezco de solo pensar en el placer que yo
le podría proporcionar estando a cuatro patas, con el culo arriba
esperando a que él lo penetre; sabe que me derrito de solo pensar en él y
en todo lo que me ha hecho y en lo que me hará. En todas las cosas que me
ha hecho sentir. Hace unos pocos días tuve un orgasmo muy intenso
follandome el coño con el cepillo mientras tenía el culo perforado por un
lápiz labial fino. Solo él es capaz de hacer que me corra así sin tocarme.
Me encanta complacerlo en lo que más pueda, me encanta que se sienta
orgulloso de su perra y feliz de haberme aceptado. Y puede que no todo
sea color de rosas, pero el siempre vela por mi bienestar, tanto físico como
emocional y me encanta cuando me demuestra lo mucho que le importo.”
A continuación podréis leer el relato que he escrito y que ella
protagoniza.
Mi pequeña perra.
Había sido un duro día de trabajo, pero por fin llegaba a casa. Saqué las
llaves del bolsillo sin poder evitar pensar en las largas horas de tutorías
que me esperaban al día siguiente en la universidad, pues se acercaban los
exámenes finales y, como cada curso, buena parte de los alumnos trataría
de resolver en dos semanas lo que no había hecho en todo el semestre.
Con un suspiro de resignación abrí la puerta, entré en casa y, tras cerrar
con doble vuelta, dejé las llaves sobre la mesa de la entrada. Entré en el
salón, dejé la bandolera con los libros y cuadernos en la mesa, y me quité
los zapatos, cansado. Me disponía a dirigirme al sofá cuando un gemido
llamó mi atención, y al volverme vi a mi mascota mirándome con ojos de
adoración, a la espera de una caricia o una palabra de cariño. Me agaché
junto a ella, mi perrita, y la acaricié. Sentí que temblaba, aunque no podía
saber si era por la emoción de sentir mis caricias o por los dos vibradores
que llevaba insertados en su cuerpo, un consolador en el coño y un plug
con un penacho de pelo que emulaba una cola en el culo. Su cuerpo estaba
completamente desnudo, a excepción de un collar de perra que yo mismo
le compré el día que me la llevé a casa. Mi perra, feliz de tenerme en casa,
me llenó la cara de besos hasta hacerme reír.
—Basta, basta, pequeña —dije con una sonrisa, y me dirigí al sofá con
ella pegada a mis piernas. Una vez allí me puse cómodo y miré de nuevo a
mi adorada mascota—. Deja que te vea. Ponte a dos patas, perrita mía.
La joven se levantó, abrió las piernas y colocó las manos tras la cabeza,
tal y como yo le había enseñado durante la doma. Observé su cuerpo, ese
cuerpo juvenil que tan bien conocía ya. Su piel clara y limpia, sus formas
exquisitas, los dos pechos pequeños pero deliciosos, su coño afeitado,
como el de una niña. Llevaba dos coletas, tal y como sabía que me
gustaba, y su mirada tan solo reflejaba deseo y amor. El collar, pequeño y
delicado como ella, llevaba grabadas tres letras: JWB. Jason W. Black, el
nombre de su dueño.
No fue necesario que le dijese lo que tenía que hacer. Lucía era una
perra excepcional, obediente y dispuesta como ninguna, y conocía bien
qué era lo que yo esperaba de ella. Nunca me decepcionaba. Me
desabrochó el cinturón, bajó el pantalón hasta quitármelo y, finalmente, se
arrodilló y me bajó los calzoncillos. La expresión de felicidad de Lucía
cuando vio mi polla dura me recordó a la de un niño ante un dulce, y como
tal la devoró, enterrándola en su boca por completo. Acto seguido
comenzó a hacerme una mamada con la habilidad que había adquirido
después de docenas de ellas. Sonreí al recordar que al principio la hacía
practicar con gruesas zanahorias mientras la observaba por cam. Siempre
fue una jovencita muy aplicada.
Mientras su boca, sus labios y su lengua me regalaban una excelente
mamada, le di dos tirones del collar para que supiese que quería que
subiese al sofá. Lo hizo, lo que me permitió acceder a los consoladores.
Decidí empezar por el del culo, un culito todavía virgen que reservaba
para una ocasión especial. Desabroché el arnés que sujetaba ambos
consoladores, le saqué el del culo y le metí dos dedos, que entraron con
facilidad a causa de lo dilatada y mojada que estaba. Le follé el culo con
los dedos durante unos minutos, pero no tardé en ir en busca del premio
gordo y retiré por completo el arnés para poder coger el segundo vibrador.
Ambos eran estrechos, pues quería a mi perra estrecha para sentir así un
mayor placer, y emitía suaves vibraciones que no eran suficiente para que
se corriese, pero que la mantenían en continuo estado de excitación. Saqué
el consolador de su coño, le metí de golpe dos dedos y, cuando apenas
empezaba a follarla con ellos, se corrió entre gemidos. Me relamí los
labios satisfecho y la miré a los ojos, dos ojos que sabían que se había
ganado un castigo.
Sin una sola palabra la agarré de los pelos, tiré para sacar mi polla de
su boca y me puse en pie. Con su metro cincuenta de altura y sus cincuenta
kilos, y teniendo en cuenta que yo soy un hombre corpulento y fuerte, no
supuso ningún problema echármela al hombro como un saco. Lucía
todavía jadeaba a causa del orgasmo cuando la llevé a la habitación y la
arrojé sobre la cama sin contemplaciones. Consciente de lo que se
esperaba de ella se puso a cuatro patas y sacó culo, preparada para el
castigo.
Con una mano sujeté las suyas a la espalda y con la otra empecé a
azotarla mientras la perra contaba en voz alta los azotes. No le di descanso
hasta que llegué a cincuenta, y para entonces ella lloraba de dolor. Su culo
al día siguiente estaría morado, pero no era la primera vez.
—¿Quieres que pare? —pregunté mirándola muy serio.
—Soy tuya —respondió con voz cargada de excitación—. Haz lo que
quieras conmigo, Amo.
No esperaba otra respuesta. Como ya dije está muy bien domada y su
entrega solo está a la altura de su obediencia.
Le clavé la polla en el coño y empecé a follármela con fuerza al tiempo
que la agarraba del pelo. La perra jadeaba y gemía, tan excitada por la
situación que su coño goteaba sobre las sábanas cada vez que yo sacaba la
polla solo para volver a metérsela de un golpe. Sabía que ella no sería
capaz de soportar mucho más tiempo ese ritmo, pero no solo no me
importaba, sino que usé la mano libre para buscar su clítoris y atacarlo
también.
—¡A... mo! ¡Amo! ¿Pu... pue... pu...?
—Puedes correrte, perra.
Estalló en una corrida tan bestial que sus ojos se pusieron en blanco,
pero yo continué embistiéndola. Solo un par de minutos después, cuando
sus gemidos volvían a acompañarme, sentí que estaba a punto de estallar y
saqué la polla con presteza. Mi perrita, siempre pendiente de mi placer,
buscó mi polla de inmediato y la engulló justo en el instante en que me
corría. No desperdició una sola gota. Satisfecho me dejé caer en la cama
con ella acurrucada a mi lado.
—Gracias —susurró.
Un momento después dormía con la cabeza sobre mi pecho.
Scarlett.
JASON W. BLACK
Capítulo 1. Una nueva vida.
Dicen que la luna llena es la luna de las bestias; que es en esas noches
cuando brujas y lobos salen de sus escondites para ser ellos mismos una
vez más. Debe ser verdad, pues fue precisamente una noche de luna llena
cuando cambié para siempre y dejé salir por primera vez a mi auténtico
yo, una faceta de mí misma que en aquel entonces todavía no sabía que
tenía. Pero vayamos por partes.
Corría el año 2010. Recién salida de un pequeño pueblo de la periferia
de Zaragoza, tras varios años en un aún más pequeño instituto en el que
nunca pasaba nada, acababa de llegar a Valencia, donde estaba a punto de
comenzar a estudiar Bellas Artes. Sí, sé lo que estás pensando: “buf,
cuánta hambre va a pasar esta chica”. ¿Pero sabes qué? Hay cosas que se
hacen porque necesitamos hacerlas, cosas cuya ausencia nos marchitaría
hasta convertirnos en personas grises y tristes. Tenía dieciocho años recién
cumplidos, amaba expresarme con dibujos y colores y el mundo me
parecía infinito, ¿qué tenía que perder?
Tengo la suerte de que mi familia es una familia con cierta comodidad
económica. Eso, claro, jugaba a mi favor, pues, de otra manera, jamás
habría podido costearme los gastos que suponen estudiar en ciudad ajena.
Mis padres, sin embargo, se ocuparon de que nada me faltase. A fin de
cuentas yo era su única hija, la niña de sus ojos, y todo era poco para mí.
Sí, sí, también sé lo que estás pensando ahora. Pero, como dije, era joven y
quería comerme el mundo. El dinero de mi familia tan solo era un medio
para un fin, ¿qué había de malo en ello?
Fueron mis padres los que hicieron todo el trabajo: buscaron un buen
piso de estudiantes, en el que compartiría mi nueva vida de universitaria
con otras dos chicas; un piso situado en el mismo centro histórico de
Valencia, en un entramado de calles peatonales que nunca he sido capaz de
desenmarañar por completo. Desde allí tan solo tendría que salir hasta la
Plaza de la Reina, a no más de cinco minutos de mi casa, para coger el
autobús que me llevaría a la universidad. Mis padres pagaron un poco más
para que la mía fuese la habitación más grande de la casa y me
prometieron que cada mes me ingresarían dinero para que pudiese vivir y
para que comprase todo aquello que necesitase durante mis años
universitarios. ¿Qué más podía pedir?
Era, en definitiva, una niña mimada que acababa de llegar a la gran
ciudad. Lo que no sabía era que esta estaba a punto de devorarme y
masticarme, solo para volver a escupirme después. Pero, como dije antes,
vayamos por partes.
Cuando llegué a casa de nuevo, apenas podía creerme todo lo que había
sucedido. Aturdida todavía por los recientes acontecimientos, fui
directamente a la ducha y me refugié bajo el agua caliente. No podía
olvidar los ojos azules de Sonia, capaces de ejercer un dominio sobre mí
que yo no conseguía comprender y que me aterrorizaba y me excitaba por
igual. No podia olvidar el sabor de su coño, cuyos jugos había bebido esa
mañana por segunda vez. No podía olvidar sus caricias ni sus azotes, como
tampoco podía olvidarlo mi enrojecido culo. No podía olvidar el momento
en que vi a Elena, desnuda y a cuatro patas; ni cómo, siguiendo las órdenes
que me daba Sonia, había azotado, humillado y sodomizado a mi
compañera de piso. No podía olvidar la traviesa lengua de Elena en mi
coño ni la expresión de absoluto placer que la chica puso cuando Sonia la
penetró con su enorme arnés. No podía olvidar cómo me había follado a
Elena mientras esta le comía el coño a Sonia, ni la manera en que la
sumisa aulló de placer cuando se corrió entre espasmos.
Arrastrada por los recuerdos gemí y advertí no sin sorpresa que había
comenzado a meterme los dedos, llevada por la lujuria. Incapaz de
contener el torrente de excitación que corría por mi interior desde aquella
primera noche en casa de Sonia, me masturbé hasta alcanzar un fuerte
orgasmo.
Elena ahora te
pertenece, como tú me
perteneces a mí.
Disfrútala.
Sonia.
¡Nos leemos!
JASON W. BLACK
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