Barbara Cartland - La Princesa Secreta

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La princesa secreta

La princesa secreta
Título original: The secret princess
Colección: Barbara Cartland nº 344
Protagonistas: Aleza Lane y Victor Wrex

Argumento:

Lady Jean estaba empeñada en conquistar a Lord Wrexhampton, quien


no encontraba a ninguna mujer digna de ser su esposa, y cuando descubrió que
el vanidoso aristócrata la despreciaba, decidió burlarse de él presentándole a su
doncella, Aleza Lane, como si fuese una princesa de sangre real. Pero la trama
se le fue de las manos cuando Víctor Wrex, hermano de Lord Wrexhampton,
descubrió el engaño. Sin embargo, nadie sospechaba la verdadera identidad de
Aleza Lane, que ella ocultaba como un pecado … ¿Por qué?

1
Capítulo 1

1892

- ¡Lesa!
La voz áspera resonaba por los pasillos desnudos y Aleza Lane, que se
encontraba en uno de los dormitorios, se estremeció como siempre que oía su
nombre mal pronunciado.
Aquello formaba parte de la humillación que sufría todos los días.
Estaba trabajando en el internado para señoritas más selecto de toda
Inglaterra.
Se había sentido muy complacida cuando obtuvo el puesto de doncella
personal de las alumnas, porque cuando menos estaría en compañía de gente
educada, que su madre habría aprobado.
Sin embargo, una vez que estuvo instalada en el internado y ganando un
sueldo muy bajo, descubrió que todo era muy diferente a como lo imaginaba.
La directora esperaba que fuera una especie de esclava para todo el
colegio y, por desgracia, Aleza no estaba en situación de mostrarse rebelde.
A menos que lo que la pidiera le resultara insoportable, lo prefería antes
que volver al orfanato.
- ¡Lesa! ¡Lesa! – gritaban su nombre con mayor apremio.
Rápidamente, soltó el libro que estaba leyendo y, cogiendo un vestido
que debía planchar, se dirigió hacia el lugar de donde provenían los gritos.
La señora Strickland la esperaba.
Era, pensaba Aleza con frecuencia, exactamente como los caricaturistas
dibujaban a la típica directora de un internado.
Alta y delgada, llevaba el cabello canoso recogido hacia lo alto de la
cabeza en un pequeño moño.
El cuello con ballenas de su blusa hacía que casi pareciera una jirafa.
Las gafas, sujetas por una cadena de oro, las llevaba siempre caídas sobre
la punta de la nariz.
- ¿Dónde estabas metida, Lesa? - ¡Llevo horas llamándote!
- Lo siento, señora – dijo Aleza en tono de excusa. Estaba en la habitación
de Lady Jean. He ido a recoger este vestido que necesita plancharse.
- Pasas demasiado tiempo con Lady Jean – dijo la señora Strickland con
voz aguda. Estás aquí para cuidar de todas las señoritas y debes dedicar a todas
el mismo tiempo, ¡no lo olvides!
- Trato de hacerlo, señora, pero son demasiadas.
- ¡Cielo santo! No irás a quejarte de que trabajas demasiado; cuando eres
una perezosa y te pasas el tiempo leyendo. ¡Métete en la cabeza que estás aquí
para trabajar, no para aprender como las jóvenes damas que pagan por ese
privilegio!

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Aleza no contestó. Ya había oído aquello antes.
La señora Strickland se alejó muy tiesa, y sólo cuando la directora hubo
desaparecido, cayó Aleza en la cuenta de que no le había dicho para qué la
quería.
Sin duda era para darle más trabajo del que ya tenía.
Con un leve suspiro de alivio, pensó que en esta ocasión había escapado
sin mucha dificultad.
Las mejores ocasiones que tenía para leer o buscar un libro interesante
eran cuando las alumnas estaban de recreo en el jardín, o bien en los dos días
semanales en que iban a cabalgar, un servicio por el cual habían de pagar
aparte.
Y había tantos libros que atraían a Aleza.
El colegio poseía una gran biblioteca, donada por el agradecido padre de
una alumna, y para Aleza estaba llena de tentaciones irresistibles.
Algunas veces pensaba que cualquier cosa era soportable mientras
pudiera leer.
Los libros eran demasiado caros para ella pudiera comprarlos, y tal vez
no tuviera oportunidad de leer si se iba a trabajar a otra parte.
¡Cuánto habría disfrutado su madre con los libros que allí había!
Pero su madre estaba muerta.
Algunas veces, Aleza lloraba al pensar en lo sola que se había quedado.
No existía nadie que se preocupara por ella ni que tuviera el menor
interés por lo que el futuro le deparaba.
Ella sólo podía pensar que consistiría siempre en la misma rutina: lavar,
planchar, remendar, limpiar …
Era lo que hacía mañana, tarde y noche en el selecto internado para
señoritas de la señora Strickland.
Tal vez estuviese condenada a trabajar en colegios como aquél, o aún
peores, hasta que muriera de vieja.
Para ahuyentar las negras ideas, se dirigió aprisa al cuarto destinado al
planchado y arreglo de la ropa de las afortunadas alumnas.
La señora Strickland siempre procuraba mostrársele a los padres que
visitaban el internado, pues sabía que les causaba muy buena impresión.
- Nos gusta que nuestras queridas jovencitas anden siempre muy bien
arregladas – decía con la voz especial que reservaba para las personas con las
cuales quería congraciarse, muy distinta de la que empleaba para hablar con las
alumnas … y aún más del tono agrio con que increpaba a Aleza y los sirvientes.
Procedía luego a enumerar a los padres los servicios especiales de que
podían disponer las alumnas; servicios que las convertirían luego en las
debutantes más elegantes e inteligentes de la temporada.
Aleza pensaba que, considerando los honorarios astronómicos que
cobraba, la señora Strickland no proporcionaba a las alumnas nada excepcional
… aparte de la biblioteca, desde luego.
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Había, sí, clases especiales, pero había que pagarlas aparte; por ejemplo,
lecciones de idiomas, de arte, de música y baile …
Casi asombraba que la señora Strickland no exigiera honorarios
extraordinarios por respirar o sonreír.
Sin embargo, pensaba Aleza, ella no podía permitirse el lujo de criticar y
cada noche, en el desván donde dormía, daba gracias a Dios por haberla llevado
allí.
Cualquier cosa era mejor que enfrentarse a otra horrible situación como
la que había padecido en su primer empleo.
El desván era gélido en invierno y asfixiante en verano, pero al menos
allí estaba sola.
Cuando se tendía en el duro colchón y se cubría con las viejas mantas,
podía leer hasta que la vela chisporroteaba y se apagaba.
Entonces se dejaba llevar a un mundo fantástico, muy diferente al real en
el que vivía.
Podía, gracias a los libros, visitar con la imaginación países como Francia,
Alemania, Italia, Rumania y, por supuesto, Grecia.
Además, de éstos, el país que más le interesaba de todos era Rusia.
Con frecuencia recordaba la impresión de oír de los labios de su madre,
poco antes de fallecer ésta, que era medio rusa.
- No me queda mucho de vida, queridita – le había dicho – y yo …
considero justo que conozcas la verdad sobre ti misma.
- ¿La verdad, mamá? – preguntó Aleza sorprendida.
- Es algo que llevo queriendo decirte desde hace tiempo … pero temía que
te alterase demasiado.
Aleza no entendía las palabras de su madre. ¿Acaso deliraba?
Estaba muy enferma. Los médicos le habían detectado un tumor que
crecía incesante.
Y, sin embargo, Elizabeth Lane continuaba siendo muy hermosa.
Aleza podía imaginar con facilidad lo bella que debía haber sido cuando
tenía su edad.
Algunas veces su madre decía:
- Te pareces mucho a mí cuando yo tenía dieciocho años. Y, desde luego,
te pareces mucho también a …
Aleza siempre esperaba oírla decir a “a tu padre”, pero, extrañamente,
tales palabras parecían ahogarse en la garganta de su madre.
Tal vez fuese debido a que todavía echaba de menos, desesperadamente,
al que había sido su esposa.
Sin embargo, llevaba mucho tiempo muerto.
En realidad, Aleza no recordaba haberlo visto nunca. Era demasiado
pequeña cuando su padre aún vivía.
Todo esto vino a su mente mientras sentada junto a la cama, oprimía
cálidamente la mano de su madre.
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La señora Lane dijo con lentitud, como si hablara consigo misma:
- Sí … es justo que sepas lo que he guardado en secreto durante todos
estos años.
- ¿Un secreto, mamá? – preguntó Aleza. Lo que decía su madre era cada
vez más extraño.
La señora Lane añadió:
- Como sabes, tu abuelo, mi padre, era maestro de escuela en el pequeño
pueblo de Brierly, en Worcestershire.
- Sí, lo sé – murmuró Aleza.
- Era un caballero – continuó su madre – un hombre muy inteligente que
hubiera podido ocupar una posición más destacada en la vida … pero lo que él
deseaba sobre todas las cosas eran traducir al inglés libros y poemas escritos
originalmente en griego.
Hizo una pausa, porque le cansaba mucho hablar, antes de proseguir
evocando:
- La escuela era pequeña y los alumnos, hijos de obreros, no le quitaban
mucho tiempo.
- Pero así era feliz … - murmuró Aleza, que ya había oído aquello
anteriormente y se preguntaba cuándo llegaría su madre al secreto que acababa
de mencionar.
- Sí, yo también fui muy feliz con mis padres – dijo la señora Lane.
Teníamos un caballo que podíamos montar y en aquella parte del condado
había chicos y chicas de mi edad que eran mis amigos …
La expresión de la señora se ensombreció cuando prosiguió relatando:
- Luego … cuando yo tenía dieciocho años, murió mi madre. Con su
muerte cesó de llegarnos la pequeña renta que ella percibía y quedamos en una
situación económica bastante difícil.
- ¿Los libros del abuelo no daban dinero? – preguntó Aleza.
- Muy poco. Por eso, yo pensé que debía tratar de ayudar a papá ganando
dinero también.
La dama sonrió con melancolía.
- Estaba muy bien educada, porque mi padre me había dado lecciones …
cuando se acordaba de hacerlo, es verdad, e incluso le había ayudado a traducir
aquellos poemas. Me parecían tan hermosos, hija mía, que por eso te enseñé
griego, tanto antiguo como moderno.
- Pero nunca lo hablaré tan bien como tú – suspiró Aleza.
- En cambio, tu francés es perfecto – la consoló su madre, quien de
inmediato se sumergió nuevamente en el pasado. Por mediación del
representante de la Corona en el condado, un hombre que fue siempre muy
bondadoso con mis padres, obtuve un empleo que me pareció el más
maravilloso que una muchacha de dieciocho años podía tener.
- Recuerdo que me lo contaste, mamá – dijo Aleza: enseñaba a los hijos
más pequeños de Lord Vernon, un caballero muy distinguido, y de su esposa,
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que era una gran belleza.
- Sí, un día te mostré una foto suya que publicaron en el Diario de las
Damas, ¿verdad? … Es realmente muy hermosa. Me fui con ellos a Londres,
donde tenían una mansión impresionante.
- ¿Cómo eran los niños, mamá?
- ¡Adorables! Una niña de once años y un niño de ocho, los dos preciosos y
con unos modales exquisitos.
La señora Lane se complacía en rememorar un nuevo pasaje de su
existencia.
- Yo era su institutriz, pero tenía una doncella para ayudarme con ellos,
así que podía concentrarme en darles las lecciones, sin preocuparme
excesivamente de lo demás.
- ¿Y tuviste tiempo para explorar Londres?
- Lo tuve y lo aproveché.
- Fui al Museo Británico, a la Galería Nacional y a muchos otros museos.
Y luego, después de Navidad, recibí una noticia que me emocionó muchísimo:
me comunicaron que Lord Vernon había alquilado una villa en Montecarlo e
íbamos a pasar allí la Pascua.
Esto era nuevo para Aleza, que escuchaba a su madre con los ojos muy
abiertos.
- Los periódicos venían llenos de historias sobre Montecarlo y su famoso
Casino: cartas de miembros de la Iglesia que reprobaban los juegos de azar,
fotos y entrevistas de las celebridades que visitaban el principado y lo habían
convertido en uno de los lugares más de moda en toda Europa.
- No tenía idea de que hubieras estado allí – dijo Aleza. Nunca me lo
habías contado.
- Lo estoy haciendo ahora. Montecarlo resultó ser tan emocionante como
yo esperaba con su mar, era tan azul, las mimosas en flor y el casino que,
parecía una tarta de merengue y chocolate.
Aleza rio al oír esta descripción.
- ¡Es cierto! – afirmó su madre. Yo nunca entré en él, pero todo el mundo
habla de la excitación que se producía en su interior cuando alguien hacía saltar
la banca o perdía hasta el último céntimo e intentaba suicidarse.
Aleza escuchaba casi sin parpadear a su madre y ésta le siguió contando:
- Lord Vernon había alquilado una villa lindísima, con un jardín lleno de
buganvillas, pelargonios y muchas otras flores propias del Mediterráneo.
Lanzó un profundo suspiro antes de decir:
- Fue allí, en aquel jardín, donde conocí al gran duque Ivor.
- ¿Quién era ese duque, mamá?
- Uno de los visitantes más distinguidos de Montecarlo: ¡El gran duque
Ivor de Rusia!
Aleza sabía que, en Rusia, un gran duque era el hijo o el nieto del zar; así
que su título equivalía al de infante en España o al de “hijo de Francia” en
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Francia.
- ¿Era bien parecido? – preguntó.
- ¡El hombre más apuesto que he visto en mi vida! Era también muy
inteligente y poseía una fascinación irresistible.
- ¿Y hablaste con él, mamá?
- No sólo eso … ¡me enamoré de ti! – declaró la señora Lane y cerró los
ojos.
Su hija la miraba asombrada.
¡Era extraordinario que nunca le hubiese hablado de aquello!
Hubo una larga pausa antes de que la señora Lane abriese los ojos y
confesara:
- Yo trataba de no oírlo … pero era irresistible y … terminé por hacer …
lo que él quería.
Aleza la miró desconcertada.
- ¿Y qué era?
- Me pidió que … cuando Lady Vernon y los niños volvieran a … Londres,
yo … me fugara con él.
- ¿Y lo hiciste?
- Él decía que me amaba, que no podíamos vivir el uno sin el otro. Era lo
que yo sentía también … y me fue imposible decir que no.
- No … no entiendo – dijo Aleza. ¿Por qué no te casaste con él?
- Porque, queridita mía, ¡él tenía mujer e hijos en Rusia!
- ¡Oh, no, mamá!
- Ya temía yo que te escandalizaran – suspiró la señora Lane. Es imposible
expresar mi situación … Aunque yo sabía que aquello estaba mal … no pude
rechazar al gran duque. Volví con Lady Vernon y los niños a Londres, pero
renuncié a mi puesto y partí al día siguiente hacia París.
- ¿Tenías dinero para ello, mamá?
La señora Lane sonrió.
- ¡El gran duque lo hacía todo a lo grande! Un comisionado suyo me
esperaba en la estación y, cuando llegué, me condujo a un vagón reservado. Él
viajaba en el compartimento contiguo por si yo necesitaba algo. Tuve el mejor
camarote disponible en el barco en el que cruzamos el Canal … y otro vagón
reservado en el tren que me llevó a París.
Apareció una luz repentina en los ojos de la dama cuando dijo con
mucha suavidad:
- Allí me estaba esperando Ivor.
Aleza casi no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, pero fue incapaz
de hablar y, después de un silencio que le pareció muy largo, su madre dijo:
- ¡Fuimos increíblemente felices! Yo sentía como si Ivor me llevara al cielo
con su amor. Desde luego, todo era muy diferente a cuanto yo había conocido
hasta entonces.
- ¿En qué sentido, mamá?
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- Ivor había alquilado una casa cerca del Bois de Boulogne. Era muy
grande, muy cómoda y había muchos sirvientes para cuidar de nosotros.
- ¿Estabas allí sola con él?
- Eso era lo que los dos queríamos, estar solos y decirnos uno al otro
cuánto nos amábamos.
La señora Lane parecía tener la mirada perdida en el pasado y estar
viendo todo aquello que evocaba.
- Ivor me regaló vestidos maravillosos, joyas, pieles … ¡cuanto yo
deseaba! Pero nada de eso tenía importancia para mí aparte de él mismo. Yo
creía que nuestra felicidad era para siempre.
- ¿Y no fue así, mamá? – preguntó Aleza.
Vibraba una nota de tristeza en la voz de su madre cuando repuso:
- Viví en la gloria, en la felicidad absoluta, durante dos años. Luego …
Ivor tuvo que volver a Rusia.
- ¡Te dejó! – exclamó Aleza.
- El zar quería verlo y él no podía negarse.
- Pero, sin duda alguna, volvió … ¿no?
- Esperé y esperé. Esperaba y rezaba para que no se entretuviera
demasiado tiempo. Por fin … recibí una carta suya. En ella me decía que el zar
le había dado un puesto en la Corte y eso significaba que no podría salir de
Rusia.
- ¡Oh, mamá …! ¿Sería cierto? – preguntó Aleza.
- Yo sabía que lo era – contestó su madre. Lo sabía y comprendí. Si Ivor
hubiera desobedecido al zar, él y su familia habrían sido enviados a Siberia.
- ¡Dios mío! ¡Qué desdichada te sentirías!
- Sólo quería morir y creo que me hubiera matado, de no ser por ti.
- ¿Por mí, mamá?
- ¡Sí, yo esperaba ansiosa que Ivor volviera para decirle, segura de lo
mucho que lo ilusionaría, que iba a tener un hijo suyo.
- ¿Te refieres … a mí? – preguntó Aleza con un hilo de voz.
- Sí, hija mía, era a ti a quien yo esperaba. Cuando le escribí a Ivor para
comunicárselo, me contestó que … esperaba que tu llegada hiciese más fácil
para mí el haberlo perdido a él.
- ¿Y fue así?
- En cierto modo, sí. Pero yo tenía mucho tiempo porque estaba sola y no
sabía lo que hacer.
Aleza escuchaba atónita, tratando de asimilar lo que oía.
¿Cómo era posible que su verdadero padre fuera el gran duque Ivor de
Rusia?
Ella siempre había creído que su padre era un hombre muy diferente.
- Por fin, después de pensarlo mucho – seguía contando su madre –
comprendí que debía volver a Brierly y vivir con mi padre.
- ¿Él sabía lo del gran duque?
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- No, claro que no. Le había escrito para decirle que había cambiado de
empleo y estaba trabajando en París.
La señora Lane hizo una pausa antes de agregar:
- Luego … cuando comprendí que había perdido a Ivor definitivamente,
tuve que forjarme otra vida muy diferente …, tanto para mí como para ti.
- Así que volviste a casa.
- Volví al lado de mi padre y le dije que me había casado, mientras estaba
en París, con un oficial de la Marina apellidado Lane.
- ¿Por qué un oficial de la Marina?
- Eso explicaba que mi supuesto marido estuviera ausente. Tal como
aseguré a todo el mundo, se hallaba en el mar.
- ¿Y el abuelo te creyó?
- Por supuesto que me creyó … no había ninguna razón para que dudara
de mi palabra. También conté que los padres de mi marido habían muerto y no
tenía hermanos.
La señora Lane suspiró profundamente.
- Luego, todos se mostraron muy amables y llenos de compasión cuando,
aproximadamente, un mes después de mi llegada, los periódicos informaron de
que un barco de la Marina de guerra se había hundido durante una tormenta …
y yo dije que mi marido iba en él.
- Y luego nací yo – dijo Aleza en voz muy baja.
- Naciste tú y eras tan bonita como yo esperaba. Siendo hija de Ivor no
podía ser de otro modo.
- Nunca había pensado … ¡nunca había soñado siquiera que pudiera ser
medio rusa! – exclamó Aleza.
- Algunas veces me recuerdas mucho a tu padre. Era el hombre más
apuesto que he visto nunca y también muy inteligente, igual que tú, hija mía.
- Supongo – dijo Aleza en voz muy baja – que debería sentirme orgullosa
de que mi padre fuera de sangre real.
- Tal vez hizo algo malo a los ojos del mundo – murmuró su madre – pero
el amor es avasallador, irresistible, y no se puede hacer nada frente a él. Por mi
parte, ¡nunca me arrepentiré de haber amado a Ivor ni de haberte tenido a ti
gracias a él!
Hubo un silencio y luego la señora Lane dijo con voz más débil:
- Estoy muy cansada … pero quería, mi adorable niña, que supieras la
verdad. Es algo que nunca podrás contarle a nadie … y sería mejor que no
volviéramos a hablar de ello … nunca.
Casi antes de terminar de hablar se quedó dormida. Entonces Aleza salió
de puntillas de la habitación.
Le llevó mucho tiempo aceptar por completo aquella revelación y
comprender de que modo habían afectado tales hechos en la vida de su madre.
Nunca volvieron a hablar de ello.
Al morir el abuelo de Aleza, ésta y su madre se habían quedado a vivir
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solas en la casita de Brierly.
La señora Lane disponía de una considerable suma de dinero que el gran
duque le había dado antes de abandonar París.
Pero, como cabía esperar, el dinero se fue agotando, y las joyas de la
dama tuvieron que ser vendidas una tras otra.
Parte del dinero se destinó a la educación de Aleza. Profesores de un
pueblo cercano le enseñaron idiomas, literatura y también música, para la cual
tenía una gran facilidad, tal vez debido a su sangre rusa, ya que ni su madre ni
su abuelo se habían mostrado nunca particularmente interesados por el arte de
los sonidos.
Y luego, cuando murió su madre, el mundo se le vino encima.
Aleza no se había dado cuenta del poco dinero que le quedaba hasta
después de haber pagado el funeral.
Supo entonces por el banco que incluso se había excedido en los gastos,
así que se encontró sin un penique y sin saber cómo ganarse la vida.
Tenía la suerte, sin embargo, de que su abuelo hubiera sido el dueño de
la casa en que vivían, que ahora pasaba a ser suya como herencia de su madre.
Empezó por pensar que podía tomar un huésped, tal vez dos, lo que
significaría la posibilidad de seguir viviendo allí.
Pero la mujer del pueblo que iba a limpiar todos los días, de forma
inadvertida prendió fuego a la casa.
A los bomberos les fue imposible llegar a tiempo, puesto que su cuartel
estaba a varias millas de Brierly.
La casa quedó convertida en cenizas.
Fue entonces cuando Aleza hubo de marcharse al orfanato que, como
prácticamente todo el pueblo, pertenecía al terrateniente de la zona, un hombre
ya muy anciano, a quien le fallaba la memoria.
Las personas que llevaban el orfanato la conocían desde niña y trataron
de ayudarla, pero encontraban difícil que les alcanzase el poco dinero que
recibían para sostener la institución.
No obstante, proporcionaron a Aleza un techo y ella correspondió
ayudando con los niños más pequeños.
Lamentablemente, no podían tenerla allí de manera definida.
Por lo general, los huérfanos eran enviados a trabajar a las fábricas
cuando cumplían los doce años.
Aleza era demasiado mayor para eso, y por fin le sugirieron que aceptara
un empleo en casa de un hombre que había solicitado al orfanato a alguien que
trabajase para él.
Necesitaba una muchacha que limpiara la casa que utilizaba como
vivienda y oficina.
Aleza no tardó en darse cuenta de que la casa era, en realidad, un lugar
de reunión para muchos personajes de dudosa reputación.
Aquellos visitantes era, de un modo u otro, fuente de ingresos para el
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dueño.
Debido a que era inteligente y perspicaz, Aleza pronto descubrió que
aquel individuo vivía en buena parte de la extorsión y era posible que actuara
también como intermediario en la venta de objetos robados.
Era un hombre maduro, soltero, y cuando trató de acariciar a Aleza, ella
retrocedió horrorizada.
- ¡Vamos, no seas tonta! – le dijo él. Yo me encargaré de ti y te daré una
vida mucho más cómoda de la que ahora llevas.
- ¡Si me toca, pediré ayuda a gritos! – le advirtió Aleza.
- Si lo haces te echaré a la calle y me aseguraré de que no encuentres nunca
otro empleo – le amenazó él.
- No me importa. Me voy de aquí de cualquier modo – replicó Aleza,
mostrando más valor del que en realidad sentía. Y si trata usted de hacerme
daño o dice cosas falsas sobre mí, contaré a la policía a qué se dedica usted.
Como su patrón quedó boquiabierto, sin respuesta al parecer, ella
aprovechó para subir corriendo la escalera y disponer su escaso equipaje.
Dejó la casa sin cobrar el modesto salario a que tenía derecho, pero se
sintió aliviada y agradecida de poder escapar de allí.
En realidad, había sido muy tonta, se reprochó. Debía haberse ido en
cuanto comprendió el tipo de sinvergüenza que era aquel sujeto.
Volvió al orfanato, cuyos responsables quedaron horrorizados ante lo
que ella les contó.
Fue posteriormente, por mediación de una dama del condado, cuando se
enteraron de la existencia de la señora Strickland, quien buscaba alguien que
trabajar en su distinguido establecimiento docente.
- Allí estarás a salvo – le dijo la bondadosa directora del orfanato. Hicimos
muy mal, considerando tu apariencia, al dejarte ir a trabajar con un hombre.
Ahora vas a un internado selecto, sólo para jóvenes damas. Es un golpe de
suerte para ti, porque, desafortunadamente, son las muchachas bonitas las que
encuentran mayores dificultades a la hora de trabajar.
Aleza, recordando lo que le había sucedido a su madre, se estremeció.
Trataba de no sentirse escandalizada por lo que le había contado, pero no
podía dejar de pensar que era un pecado.
Por eso, cada noche rezaba para que a ella nunca le sucediera nada
semejante.
Sin embargo, reflexionaba, existía un mundo de diferencia entre el gran
duque Ivor de Rusia y un malvado y repulsivo como el señor Tranter.
“¡Por favor, Dios mío, protégeme de hombres como ése!”, imploraba.
Era de suponer que, como aseguraba la directora del orfanato, estuviese
a salvo en un colegio para señoritas.
Lo que no cabía esperar, por el contrario, era que el trabajo fuese tan
duro.
El señor Tranter, a pesar de todos sus defectos, no la hacía trabajar desde
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el amanecer hasta bien entrada la noche, algo a lo que la señora Strickland sí la
obligaba.
Aleza era el miembro más joven de todo el servicio y también el menos
importante.
Por lo tanto, no sólo la señora Strickland, sino todas las maestras,
esperaban que fuese poco menos que una esclava para ellas.
Era siempre lo mismo: “Lesa, haz esto, Lesa haz lo otro, arregla lo de más
allá, baja, trae, lleva …” y siempre “aprisa, aprisa, aprisa …!
A la hora de irse a la cama, Aleza estaba ya tan cansada, que tenía que
subir la escalera casi arrastrándose y se quedaba dormida de puro agotamiento,
lo cual le sucedía a veces, aunque estuviera leyendo uno de los emocionantes
libros que se subía a escondidas de la biblioteca.
“Pero al menos aquí estoy sola”, se decía con frecuencia para consolarse.
Sin embargo, ¡cuánto ansiaba tener a alguien con quien hablar …!
Alguien que la tratara como a un ser humano y no se limitase a darle órdenes.
Y un día llegó Lady Jane al internado.
Lady Jean, hija del conde de Normanford, era bonita, mimada y
perezosa.
En cuanto vio que Aleza estaba allí para servir a las alumnas, empezó a
tratarla como si fuera su doncella personal.
Aleza la oía, la admiraba y hablaba con ella como si fuera una amiga.
Lady Jean quería que Aleza la ayudara a vestirse, la peinara e incluso le
atara los zapatos.
A cambio de ello le regalaba bombones y le compraba pastelillos y otras
golosinas cuando salía.
- ¡Estoy harte de este estúpido colegio! – se quejaba. ¡Sólo he venido
porque papá prometió dar en mi honor el baile más excitante que Londres haya
visto nunca!
- ¿Cuándo tendrá lugar? – preguntó Aleza.
- En junio. Voy a ser presentada en mayo, en el primer “salón” que se
celebre. ¡Imagínate lo emocionante que será! Me convertiré en la debutante más
distinguida de la temporada. ¡Ah, espero que montones de jóvenes guapísimos
se enamoren de mí y me propongan matrimonio!
- Estoy segura de que así será – manifestó Aleza, a quien Lady Jean le
parecía fascinante.
Como hasta entonces nunca había tenido a nadie de su propia edad con
quien hablar, pasaba cuantos momentos le era posible con aquella muchacha
rica y caprichosa, cuyo dormitorio era diferente a todos los otros del internado.
Lady Jean había llevado consigo una colcha calada, almohadas con orla
de encaje y una gruesa alfombra para el suelo, aparte de un gran espejo
giratorio donde poder contemplarse a su gusto.
La habitación, además, estaba adornada con toda clase de objetos fuera
de lo corriente: muñecas y animales de tela que, según Lady Jean, eran sus
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mascotas; fotos de sus parientes y de la gran casa solariega de la familia,
recuerdos de fiestas, funciones de teatro y bailes a los que había asistido …
- ¡Mira estas flores que recibí en la última fiesta a la que asistí! – exclamó
ufana. ¡Ninguna recibió más flores que yo!
Para Aleza, todas aquellas cosas formaban parte de un mundo cuya
existencia ella apenas sospechaba.
Sin embargo, empezaba a comprender que era el mismo mundo en que
su padre, cuyo nombre jamás mencionaba, había vivido.
Tal vez por eso, quería saber lo más posible acerca de él y no perdía
palabra de lo que le contaba Lady Jean, cuyos padres se movían en el ambiente
de la Casa Marlborough, en torno al príncipe heredero, y visitaban con
frecuencia Montecarlo y París.
Así, Aleza empezó a enterarse de cuanto se refería a la alta sociedad, un
mundo hacia el cual se sentía instintivamente atraída.
Sustrayéndose a las fantasías, empezó a planchar el vestido de Lady Jean
y entonces se dio cuenta de que había varios vestidos más en espera de plancha.
¡Debía dejarlos todos listos antes de irse a la cama!
Miró el reloj que había sobre la repisa de la chimenea. A aquella hora,
Lady Jean debía de haber vuelto ya con las demás alumnas que habían estado
jugando al tenis en el jardín, bajo las instrucciones de un hábil profesor.
“Le llevaré su vestido”, decidió, “y después vendré a planchar los otros”.
Lady Jean, la alumna más importante que había tenido hasta entonces el
internado, tenía el mejor dormitorio, situado en el primer piso. Daba al jardín y
era mucho más espacioso que los de sus condiscípulas.
Al entrar, Aleza encontró a Lady Jean recostada en una tumbona.
- ¡Ah, eres tú, Aleza! – dijo. Esperaba que vinieras a quitarme los zapatos
de tenis.
Aleza colgó en el armario el vestido que llevaba y preguntó:
- ¿Ha estado bien el partido?
- ¡Oh, sí! He vencido a mis dos contrincantes – respondió Lady Jean – pero
me aburre tanto jugar con chicas.
- ¡Le resultaría más difícil vencer a un hombre! – rio Aleza y se arrodilló
para quitarle a Lady Jean los blancos zapatos de tenis.
Vio que necesitaban limpieza y lo puso en su cuenta de tareas para el día
siguiente.
- Tengo algo importante que decirte – anunció Lady Jean de pronto.
Aleza la miró con curiosidad.
- ¿Qué sucede?
- Recibí carta de mamá. Me dice que puedo dejar el internado el próximo
sábado. No ha terminado todavía el curso, pero hay una fiesta a la que quiere
que yo asista, porque se da en casa de la duquesa de Devonshire.
- ¿Se va usted? – casi gritó Aleza. ¡No soporto siquiera la idea de que se
vaya! La echaré mucho de menos.
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- Y yo a ti – declaró Lady Jean.
Porque no quería que la otra joven viera sus lágrimas, Aleza se dio la
vuelta. Cuando Lady Jean se hubiera ido, pensaba, no tendría nadie con quien
hablar, nadie que la tratara con normalidad, ni habría ilusión alguna en su vida.
Sería una esclava día y noche, obligada a trabajar para gente que sólo le
daba órdenes y encontrarle defectos a lo que ella hacía.
Sabía, desde luego, que esto iba a suceder antes que pasara mucho
tiempo; pero como todavía faltaban tres semanas para que terminara el curso,
había preferido no pensar en ello.
Se daba cuenta de lo mucho que Lady Jean significaba para ella. Era la
única persona, desde la muerte de su madre, con quien había podido charlar y
reír.
- Estás muy callada – observó Lady Jean. ¿En qué estás pensando, Aleza?
- Estaba pensando … en lo horrible que será todo cuando usted se haya
ido – contestó Aleza y su voz estuvo a punto de quebrarse. Me siento contenta
cuando estoy con usted …
- Y a mí también me gusta mucho estar contigo – dijo Lady Jean y lanzó
un grito repentino. ¡Pero qué estúpida soy!
- ¿Por qué? – Aleza la miró sobresaltada. ¿Qué ocurre?
- Sencillamente, que soy tonta y tú también.
- No … no sé a qué se refiere usted.
- Escucha: mamá me dice en su carta que buscará una doncella que me
atienda a mí sola. Bien, pues no necesita molestarse: ¡ya la he encontrado yo!
Aleza la miró fijamente.
- No … no entiendo.
- ¿Qué no? Pues óyeme: ¡dejarás este horrible colegio y vendrás conmigo!
¡Sería imposible para mí encontrar una doncella mejor que tú!

Capítulo 1

Cuando se encontró en el elegante carruaje que el conde de Normanford


había enviado para su hija, Aleza creyó estar soñando.
Había sido aterrador el momento en que la señora Strickland se mostró
renuente a dejarla ir.
Al avisarle que se marchaba, ya la joven sospechaba que habría
dificultades.
- ¿Cómo que te vas? ¿Por qué quieres irte? – preguntó la señora Strickland
en tono agudo. Tú fuiste enviada aquí por el orfanato y no tienes derecho a
dejarme cuando llevas tan poco tiempo trabajando aquí.
- Lo siento – dijo Aleza – pero Lady Jean quiere que me vaya con ella
como doncella suya.
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- Hay muchas doncellas en Londres que serían mucho más eficientes que
tú – replicó la señora Strickland. Ya hablaré con la condesa y le diré que te
considero inadecuada para el puesto.
Lady Jean, sin embargo, estaba decidido a salirse con la suya.
- Muchas gracias mi querida señora Strickland, por dejar que me lleve a
Aleza – le dijo a la directora antes que ésta pudiera manifestar su oposición. Mi
madre estará encantada de que le hayamos ahorrado el trabajo de entrevistar a
las mujeres que envían de la agencia – continuó diciendo. Eso se algo que nunca
le ha gustado hacer.
La señora Strickland debió de pensar que sería un error oponerse a la
condesa de Normanford, porque al fin concedió, aunque de mala gana:
- Supongo que si usted quiere realmente que Aleza la acompañe, tendrá
que hacerlo. Sólo espero que milady no se lleve una desilusión – su tono
insinuaba que lo consideraba inevitable.
Lady Jean se limitó a decir:
- Muchas gracias. Voy a escribir ahora mismo a mi madre para anunciarle
que me llevo a Aleza conmigo.
Aleza observó que la señora Strickland estaba a punto de oponer algo …
pero después optaba por contenerse.
Cuando unos días más tarde llegó el carruaje y las dos jóvenes subieron a
él, Lady Jean, reclinándose en el mullido asiento, exclamó:
- ¡Gracias a Dios que quedo libre de todas esas normas y restricciones!
¡Detesto el colegio y no tengo intención de volver a estar nunca encerrada sólo
con mujeres!
Aleza se limitaba a escuchar y sonreír como muestra de asentimiento.
Lady Jean habló durante todo el camino a Londres de las diversiones que
disfrutaría en el futuro.
Cuando llegaron, Aleza quedó impresionada por la casa del conde, que
estaba situada en la plaza de Belgravia.
Un mayordomo y tres lacayos dieron la bienvenida a Lady Jean, quien se
precipitó a través del vestíbulo hacia el salón para abrazar a sus padres.
- ¡Ya llegué a casa, mamá! – gritó al ver a la condesa.
Y después, volviéndose hacia su padre:
- ¡Ahora soy tan lista, papá, que no necesito aprender ni una sola cosa
más!
El conde, un apuesto caballero de unos cuarenta años, se echó a reír.
- Sin duda alguna, la mayor parte de los hombres se interesarán mucho
más por tu rostro que por tu cerebro – dijo.
Aleza no había seguido a Lady Jean a la sala. Se daba cuenta que
ocupaba la posición de una sirvienta y esperó a recibir sus órdenes.
El mayordomo encargó a un lacayo que la llevara a la escalera de
servicio.
- Encontrará la habitación del ama de llaves al llegar arriba – explicó la
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joven. Ella le indicará dónde va a dormir.
Aleza le dio las gracias y, al alejarse con el lacayo, notó que el
mayordomo la seguía con la mirada como si advirtiera en ella algo extraño. Tal
vez en el primer momento la había tomado por una dama, amiga de Lady Jean

El ama de llaves, una mujer vestida de crujiente seda negra, parecía muy
autoritaria y un poco dada a la crítica.
- Demasiado joven te veo para ser doncella personal – observó. Espero que
conozcas tus deberes.
- He estado trabajando como doncella de Lady Jean y de otras treinta
damas jóvenes.
El ama de llaves frunció la nariz con cierto aire desdeñoso; pero como si
no encontrase nada más que decir, llamó a una doncella para que le mostrara
cuál iba a ser su dormitorio.
Éste se hallaba en el segundo piso y había en él un timbre de
comunicación con el aposento de Lady Jean.
Tan pronto como se quedó sola, Aleza miró a su alrededor.
Aquel dormitorio era mucho más acogedor que el desván del internado,
pues estaba bien amueblado, con una alfombra en el suelo y una cama que
parecía mullida.
Su madre le había explicado, en cierta ocasión, la jerarquía que existía en
las grandes casas.
- Los sirvientes superiores comen en la sala del ama de llaves.
- ¿Y quiénes son los sirvientes superiores, mamá? – preguntó Aleza.
El mayordomo, la doncella jefe y las doncellas personales de las damas
de la casa, así como el ayuda de cámara del señor. Los sirvientes visitantes son
siempre tratados con gran cortesía y ocupan posiciones acordes con el rango de
sus amos.
Aleza pareció desconcertada y su madre le explicó:
- La doncella personal de la dama de más alto rango se sienta a la derecha
del mayordomo; la que la sigue en importancia, a su izquierda. La misma
norma rige con los ayudas de cámara, en su posición respecto al ama de llaves.
Aleza se había reído entonces, pero ahora pensó que, si alguna vez
acompañaba a Lady Jean a otra casa, ocuparía una buena posición en la mesa
del ama de llaves.
Estaba desocupando su baúl, que contenía muy pocas cosas, cuando
sonó el timbre.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había preguntado dónde
estaba el dormitorio de Lady Jean.
Bajó la escalera y tuvo la suerte de encontrarse con una doncella.
- ¿Sería tan amable de indicarme cuál es la habitación de Lady Jean? – le
preguntó.
La otra doncella, que era bastante joven, le sonrió.
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- Usted debe de ser la doncella personal de milady, ¿verdad? Pues se la ve
demasiado joven y bonita para eso.
- Gracias – dijo Aleza.
- Tendrá que tener mucho cuidado para no meterse en dificultades –
continuó diciendo su interlocutora. Si se dan cuenta de que no es buena, para el
puesto, la echarán con cajas destempladas antes que tenga tiempo de parpadear
siquiera.
Aleza la miró sorprendida. ¿A qué clase de dificultades se refería?
Pero enseguida recordó al señor Tranter y dijo con rapidez:
- Gracias por advertírmelo. Tendré mucho cuidado.
Al mismo tiempo pensó que aquello era algo que no esperaba en casa de
los condes de Normanford.
Lady Jean la estaba esperando y le dijo con cierta irritación:
- ¿Dónde estabas? Creí que te encontraría aquí deshaciendo mi equipaje.
- Lo siento – contestó Aleza – pero me han llevado ante el ama de llaves,
me han indicado después cuál será mi habitación y … ¡Oh, por favor, dígame
siempre lo que quiere que yo haga! Si cometo algún error, me despedirán, ¡y eso
sería espantoso!
- Nadie te despedirá – le aseguró Lady Jean menos impaciente. Vamos,
saca mi ropa y después te diré lo que voy a hacer esta noche.
Dado que Aleza había preparado ella misma los tres baúles de Lady Jean,
no encontró ninguna dificultad en sacar y guardar los vestidos, la ropa interior,
los sombreros y los zapatos, cada cosa en su sitio.
Allí había armarios mucho más espaciosos que los del internado.
Además, en un guardarropa contiguo, podía ponerse lo que no cabía en el
dormitorio.
Estaba ya con el segundo baúl cuando Lady Jean comentó:
- Es realmente una pérdida de tiempo colgar esa ropa. Mamá me ha dicho
que saldremos de compras a partir del lunes y tendré un guardarropa
completamente nuevo, para hacer mi presentación en sociedad.
- Es usted muy afortunada – dijo Aleza. La mayor parte de las mujeres
tendrían que arreglárselas para que esta ropa les durase años y años.
- Como ése no es mi caso, tan pronto como llegue la ropa nueva, puedes
tirar todos estos vestidos … o quedarte con los que quieras.
Aleza la miró asombrada.
- ¿Lo dice … en serio?
- ¡Por supuesto que sí! Y será mejor que te lleves cuanto antes algunos de
los vestidos que usaba en el colegio. ¡No quiero volver a verlos más! ¡Me
recuerdan aquel sitio deprimente!
Miró a Aleza con aire crítico, como si la estuviera viendo por primera vez
y observó:
- Ese vestido que tienes puesto se está ya deshilachando.
- Lo sé, pero no tengo dinero para comprarme otro nuevo.
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- ¡Oh, pobre Aleza! – se compadeció Lady Jean. Por lo que más quieras,
llévate los vestidos que te gusten. Supongo que no tendrás que preocuparte por
vestidos de noche, ¿verdad?
Aleza sonrió.
- ¡No, claro que no! A menos que se vistan de gala para cenar en la sala del
ama de llaves.
- ¡No me sorprenderían si lo hicieran! La señora Peel es una mujer muy
pretenciosa, y papá siempre dice que Burrows, el mayordomo, tiene un aspecto
mucho más importante que él mismo. Alguna de las personas que visitan la
casa por primera vez, ¡creen que Burrows es el conde!
Aleza se echó a reír … y continuó riendo con las muchas cosas que Lady
Jean le contó mientras ella deshacía el equipaje.
Antes de salir del colegio aquella mañana temprano, habían tomado en el
colegio un almuerzo no muy apetitoso, así que cuando Lady Jean bajó a tomar
el té, Aleza se dirigió a las habitaciones del ama de llaves … por si acaso.
- Ah, al fin llega usted, señorita Lane – exclamó la señora Peel. Me estaba
preguntando cuándo volveríamos a verla.
- Milady ha bajado a tomar el té – dijo Aleza – y yo … pensé que tal vez
tendría usted la amabilidad de ofrecerme una taza a mí.
- Siéntese y sírvase lo que quiera – la autorizó el ama de llaves. ¡Hay
mucho que comer y usted tiene cara de hambre!
Aleza pensó que no era sorprendente tal aspecto, considerando lo mucho
que trabajaba en el internado.
Los que comían con el ama de llaves se cuidaban bien, no cabía duda:
había pastelillos, emparedados y bizcochos de varias clases además de tostadas
con mantequilla que se conservaban calientes en una fuente cubierta.
Se reunieron con ellas Burrows, el mayordomo, y la señorita Smith,
doncella personal de la condesa.
Tan pronto como la conoció, Aleza sospechó que tendría en ella una
enemiga.
Contaba más de cuarenta años, vestía de forma elegante y se peinaba a la
última moda.
Su mirada evidenció que consideraba a Aleza muy inferior a ella.
No le dirigió la palabra para nada y menospreció los esfuerzos de la
joven por mostrarse cordial con ella.
A la hora de la cena, que tomó también en el comedor del ama de llaves,
la señorita Smith se sentó a la derecha del mayordomo y se aseguró de que él no
tuviera oportunidad de conversar con Aleza, que estaba sentada a la izquierda.
Antes de la cena, Aleza había estaba muy ocupada arreglando a Lady
Jean para la fiesta que se iba a celebrar en casa de la duquesa de Devonshire.
La condesa había comprado a su hija un vestido nuevo, pero como no se
lo habían probado, tuvieron que arreglárselo en el último momento, ya que le
quedaba ancho de cintura y muy ceñido en el busto.
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Por lo demás era un vestido precioso y Lady Jean estaba muy bonita con
él.
Aleza procuró hacerle un peinado más original que el que llevaba en el
colegio.
- Lo que tenemos que hacer – dijo Lady Jean – es mandar mañana por el
peluquero de mamá, para que puedas ver cómo me peina él. Luego podrá tú
peinarme de la misma forma, excepto cuando vaya a una fiesta muy especial;
entonces lo hará él. Por fortuna, parece que la de esta noche es una fiesta para
pocas personas.
Sin embargo, cuando Lady Jean salió por fin de la casa, Aleza pensó que
estaba lo bastante bonita como para ir al propio palacio de Buckingham.
Una vez que terminó de arreglar el dormitorio, se dirigió a las
habitaciones del ama de llaves y después de la cena estaba tan cansada, que
pensó en irse a la cama.
Había visto algunos libros en el dormitorio de Lady Jean y decidió tomar
prestado uno de ellos.
Durante la cena se había enterado de que existía una pequeña biblioteca
en la casa y otra muy grande en Ford Park, la residencia campestre de los
condes.
- Tendrá mucha suerte si encuentra tiempo para leer – comentó la señorita
Smith con desdén. Personalmente, yo nunca encuentro un minuto para mí
misma … claro que, desde luego, yo soy muy escrupulosa en el cumplimiento
de mis deberes.
Aleza no contestó; lo único que le interesaba era encontrar libros en
alguna parte.
Sería absurdo que, después de haberse alegrado tanto de dejar el
internado, lo echara de menos por la biblioteca.
Al despedirse del ama de llaves, éste le dijo:
- Si va a subir a su cuarto, recuerde que no puede desnudarse hasta que
Lady Jean se haya retirado. Supongo que eso será poco después de medianoche.
Aleza había olvidado los comentarios de su madre respecto a que, en las
casas importantes, las doncellas esperaban siempre a las damas que servían
para ayudarlas a desvestirse.
Comprendió, por lo tanto, que sería un error ir a su propia habitación.
Se dirigió a la de Lady Jean y se sentó cómodamente, con el libro que
quería leer en las manos.
No supo en qué momento se quedaba dormida … sólo que despertó
sobresaltada cuando oyó decir a Lady Jean:
- Buenas noches, mamá. Me he divertido mucho esta noche.
- Has tenido un gran éxito, querida – sonó la voz de la condesa. Tu padre
y yo estamos muy orgullosos de ti.
Aleza se puso en pie con rapidez y estaba esperando muy atenta a Lady
Jean cuando ésta entró en la habitación.
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- ¡Ah, estás aquí, Aleza! – dijo la joven aristócrata. Lo he pasado
maravillosamente y estoy ansiosa de contártelo todo.
Aleza la ayudó a quitarse el vestido y, después de cepillarle el cabello,
también la ayudó a acostarse.
- Supongo que debería estar cansada – dijo Lady Jean - ¡pero en realidad
siento ganas de bailar toda la noche!
Aleza sonrió.
- Podrá hacerlo mañana, me imagino.
- ¡Mañana y todos los días!
Lady Jean se estiró complacida y después se arrebujó entre las sábanas.
- Buenas noches, Aleza. Me encanta … tenerte conmigo.
Estaba dormida al terminar de decir esto y no oyó la respuesta de Aleza.
Ésta, una vez que apagó la luz, subió rápidamente a su propio
dormitorio.
Se sentía tan cansada, que temía quedarse dormida en el corredor.

Aleza tuvo mucho que hacer y aprender en los días siguientes.


Incluso empezó a pensar que el trabajo era todavía más agotador que en
el internado.
Los armarios se iban llenando con la ropa nueva de Lady Jean, prendas
delicadas que lavar y planchar, así como numerosos zapatos que limpiar.
Lady Jean también insistía en que la acompañara a las tiendas cuando iba
a que le probaran los nuevos vestidos.
A Aleza esto le encantaba, pero vio que, para tenerlo todo planchado y
listo, tenía que seguir trabajando hasta mucho después que Lady Jean se
hubiera ido a una fiesta o a un baile.
Era un consuelo que Lady Jean hubiese cumplido su promesa de
regalarle cuantos vestidos quisiera.
Aleza eligió los más sencillos, les quitó los adornos que, en su opinión,
eran demasiado ostentosos para su posición de doncella personal, y por
primera vez en años pensó que su madre se habría sentido complacida de su
aspecto.
Se daba cuenta de las miradas de admiración que le dirigía la
servidumbre, y lo mismo le sucedía fuera de la casa.
Había salido a pasear sola, una o dos veces, para tomar un poco de aire
fresco, pero los hombres pretendían abordarla y, debido a que esto la asustó,
prefirió no repetir la experiencia.
Se dio cuenta de que cuando iban de compras, con frecuencia los
dependientes creían que era amiga de Lady Jean y no su doncella.
Hacía diez días que habían llegado a Londres cuando Lady Jean anunció
que se iban al campo.
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- Vamos a tener huéspedes que asistirán a la exposición floral que
inaugurará mamá – explicó. Habrá muchas personas mayores, pero pienso
invitar también a algunas de mis amigas.
- Debe usted decirme qué vestidos querrá ponerse allí – le indicó Aleza a
Lady Jean, pero ésta no la escuchaba.
- ¿Sabes quién irá? – prosiguió sin hacerle caso. ¡Lord Wrexhampton!
- ¿Y quién es? – preguntó Aleza.
- ¡Pero tienes que haber oído hablar de él! ¡Es el soltero más codiciado de
todo Londres, la “presa” favorita de la temporada! Sin embargo, él jura y
perjura que seguirá siendo soltero.
Cierto matiz que captó en la voz de Lady Jean reveló a Aleza cuál era la
intención de su interlocutora.
- Estoy segura de que querrá casarse con usted – dijo.
- ¡Me estás leyendo el pensamiento! – rio Lady Jean. Por supuesto, eso es
lo que deseo. El problema es que otras mujeres debutantes quieren lo mismo.
- No puedo creer que ninguna de ellas sea más bonita que usted – dijo
Aleza con sinceridad.
- Como ya te he contado, he recibido tres proposiciones de matrimonio,
Pero yo quiero casarme con alguien que sea realmente importante. Aunque en
la jerarquía de la nobleza mi padre ocupa una posición superior a la de Lord
Wrexhampton, él es el primer barón de Inglaterra y sus antecedentes familiares
lo envanecen tanto, que al parecer no considera a nadie lo bastante bueno para
él.
Aleza quedó desconcertada.
- ¿Y por qué piensa semejante cosa?
- Porque su familia estaba ya aquí antes que llegara Guillermo el
Conquistador y tiene antecedentes nobiliarios más antiguos que los de la propia
reina Victoria. Yo no recuerdo bien cómo es toda la historia, sólo sé que su
señoría está siempre muy consciente de su propia importancia.
Aleza supuso que no debía de ser un hombre muy agradable, pero no
dijo nada al respecto.
- De cualquier modo – prosiguió Lady Jean – ha aceptado ser nuestro
huésped y yo he invitado a algunas de mis amigas más atractivas para que lo
conozcan.
Aleza la miró sorprendida.
- No soy ninguna tonta – le explicó Lady Jean. Si lo fuese invitaría sólo a
las feas … y eso haría que él descubriera mi intención. ¡Y precisamente mi única
oportunidad de pescarlo consiste en hacerle creer que no estoy interesada!
Aleza no pudo menos que pensar que aquello no sonaba muy romántico
y recordó cómo hablaba su madre del amor: un sentimiento abrumador e
irresistible que podía justificar cualquier cosa … o al menos disculparla.
Sin embargo, debido al cariño que sentía por Lady Jean, Aleza deseaba
que consiguiera lo que deseaba.
21
Por lo tanto, oía con atención cuanto le contaba sobre Lord
Wrexhampton.
Lady Jean hablaba de él de forma casi continua. Casi no dejó de hacerlo
durante los días que procedieron al viaje.
Por sus repetidas descripciones, Aleza llegó a una conclusión inflexible:
- Su señoría era un joven caprichoso y pagado de sí mismo, que haría
infeliz a cualquier mujer que se casara con él.
“No puedo imaginar nada peor que oír decir a mi marido que era de
mejor cuna que yo”, pensaba.
Fue entonces cuando, por primera vez, se le ocurrió que ningún hombre
querría casarse con ella y, por descontado, ninguno lo haría conociendo su
verdadero origen.
Era ilegítima, lo que los criados llamaban una “bastarda”.
En cuanto a la alta sociedad y el mundo respetable se refería, era una
“mujer marcada”.
De pronto, Aleza sintió mucho miedo y pensó:
“¡Mamá tenía razón! No debo decir nunca jamás a nadie quién era mi
padre. Tal vez un día encontraré un hombre inteligente y bueno que me ame
por mí misma …”
¡Qué maravilloso sería casarse y poder vivir en una casa de campo! Tal
vez hasta pudieran permitirse el lujo de tener caballos.
Y, por supuesto, tendrían unos hijos encantadores …
Aleza conocía el mundo de la alta sociedad sólo a través de Lady Jean y
le parecía horrible que todos pretendieran ser superiores a los demás.
Inevitablemente, debía de haber envidia, malevolencia y odio.
“¡Esa vida, ciertamente, no es para mí!”, pensó.
Después, con tristeza, hubo de enfrentarse a la verdad y ésta era que, a
menos que estuviera dispuesta a casarse con un sirviente, nunca conocería a un
hombre.
Nunca podría casarse con un caballero que su madre hubiese aprobado,
con un hombre que se pareciese de algún modo a su verdadero padre.

Hubo una enorme conmoción antes de que, por fin, partieran por
ferrocarril hacia el campo.
El vagón privado del conde iba enganchado a un tren que salía de
Paddington a las dos en punto.
Lady Jean cambiaba a cada momento de opinión sobre lo que iba a llevar
y no iba a llevar consigo.
Aleza sólo consiguió tenerlo todo listo gracias a que se quedó sin
almorzar.
Luego, ya en el último minuto, hizo apresuradamente y sin orden su
propio equipaje y fue la última en subir al carruaje que llevaba al personal de
22
servicio a la estación.
Aunque jadeaba por las prisas como si hubiera corrido varias millas sin
detenerse o participado en una carrera de obstáculos, le parecía muy
emocionante ir al campo.
Se preguntó si habría alguna oportunidad de que pudiera montar uno de
los caballos del conde.
Había tenido mucho cuidado, desde que estaba con Lady Jean, de no
mostrarse exigente con ella en ningún aspecto.
Había aceptado la ropa que le ofrecía por una simple razón : no quería
que Lady Jean se sintiera avergonzada de su doncella personal.
“Al menos puedo ir a las caballerizas … aunque sólo sea a ver los
caballos”, se dijo para consolarse.
Ford Park resultó ser más impresionante aún de lo que parecía en las
fotos que Lady Jean tenía en su dormitorio del internado.
La mansión era grande y mejestuosa.
Aleza comprendía perfectamente que el conde estuviera tan orgulloso de
ella.
Al entrar en el enorme vestíbulo con techo en forma de cúpula, pensó
divertida que hasta el presuntuoso Lord Wrexhampton debía de sentirse
impresionado allí.
Pronto descubrirá que estaba equivocada.
Cuando estaba ayudándola a vestirse para la cena, Lady Jean le dijo:
- No vas a creerlo, pero le pregunté a Lord Wrexhampton qué pensaba de
mi casa y dijo: “Espero tener ocasión de mostrarle la mía. Es más antigua y no
pretendo ser grosero al asegurarle que también mucho más hermosa”.
- ¡Dios mío, qué arrogancia! – se admiró Aleza.
- Ya te dije lo importante que se cree – le recordó Lady Jean. Ninguna de
mis amigas lo va a creer cuando les diga que me propuso matrimonio … ¡si es
que lo hace!
- Es una lástima que todas las hijas de la reina estén ya casadas – dijo
Aleza con falsa seriedad y Lady Jean se echó a reír.
- Pues te equivocas – dijo. Como es jacobita, sólo consideraría digna de él
a una Estuardo.
Aleza miró con fijeza a Lady Jean y ésta continuó:
- Cree que la familia real es un detestable grupo de arribistas alemanes.
¡No me sorprendería que estuviera convencido de que es él quien debería
ocupar el trono!
Esto parecía tan gracioso, que las dos se echaron a reír
inconteniblemente.
- Debo verlo en algún momento, sea como sea – dijo Aleza.
- ¡Naturalmente que sí! Te diré lo que puedes hacer. Hoy no va a tocar
ninguna orquesta, así que puedes subir durante la cena a la galería de los
trovadores y, a través de la celosía de madera, vernos a él y a todos.
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Aleza pensó que ésta era una excelente idea y cuando Lady Jean hubo
bajado poco antes de la cena, ella descendió a su vez por la escalera de servicio
que terminaba en la despensa del mayordomo.
Una vez segura de que no había nadie allí, cruzó corriendo el pasillo y,
siguiendo las indicaciones que Lady Jean le había dado, abrió una pequeña
puerta de roble desde la cual partía la escalera que llevaba a la galería de los
trovadores.
Había en ésta un piano, varias sillas y atriles para las partituras. A la
sazón se hallaba solitaria y Aleza esperó emocionada, contemplando a través de
la celosía el gran salón comedor de cuyo techo pendían tres enormes lámparas
de cristal.
La pulida mesa estaba puesta para la cena.
Aleza sabía ya que, entre los miembros de la familia y los invitados,
había treinta personas hospedadas en la casa.
La mesa se veía enorme con sus candelabros de oro y sus mantelitos
individuales, en el centro de los cuales se veía el escudo condal bordado con
hilo de oro.
Los lacayos se apresuraron a ocupar su puesto, uno detrás de cada silla.
Los invitados entraron en comitiva que encabeza el conde, llevando del
brazo a la más importante de las damas invitadas.
El padre de Lady Jean lucía la cinta azul de la orden de la jarretera sobre
el pecho, y todas las señoras mayores llevaban tiara.
Cuando se hubieron sentado, la mesa cobró un aspecto resplandeciente.
A Aleza le parecía aquello un cuento de hadas y después, cuando
identificó a Lord Wrexhampton, pensó que era tal como ella se lo imaginaba.
Se le veía tan orgulloso, que parecía imposible para él inclinar la cabeza.
Aleza creyó captar una expresión de desdén en su rostro, como si hiciera
una concesión al estar presente allí y el conde debiera considerarse muy
afortunado por tenerlo como invitado.
“Si Lady Jean se casa con él, será muy desgraciada”, pensó.
Examinó después a los otros hombres sentados a la mesa; los más
jóvenes respondían al clásico arquetipo del caballero inglés, pero entre ellos
había uno que parecía diferente a los demás.
Era algo mayor, moreno y bien parecido.
Aleza no hubiera podido explicar en qué consistía, pero la de aquel
hombre era una personalidad extraña.
Estaba hablando seriamente con una mujer anciana que estaba sentada a
su derecha y lo escuchaba muy atenta.
Los otros hombres reían y bromeaban, excepto Lord Wrexhampton, que
parecía demasiado rígido para disfrutar de un chiste.
Aleza estuvo en su puesto de observación durante casi una hora y luego,
cuando vio que el mayordomo y los lacayos procedían a servir los postres, se
marchó.
24
Debido a que era viernes, las damas subieron a acostarse más temprano
que de costumbre.
Aleza estaba aún despierta cuando Lady Jean entró en su dormitorio.
- He ido a la galería de los trovadores, como usted me dijo – le contó
mientras le desabrochaba el vestido. ¡Qué espléndido se veía el comedor! Todo
el grupo era tan hermoso, que casi no parecía real.
- Pues lo era – rio Lady Jean. ¿Y qué te ha parecido Wrexhampton?
- Creo que sería usted muy desdichada si se casara con él – respondió
Aleza sin pensar.
- ¿De veras? Pues yo creo que sería muy feliz si pudiera usar las joyas de
su familia, vivir en su castillo y mostrarme tan orgullosa como su señoría.
- Había otro hombre, sentado frente a él, que me ha parecido más
interesante – dijo Aleza. Es moreno y ha estado hablando la mayor parte del
tiempo con la dama que llevaba una tiara de diamantes y amatistas.
Lady Jean se echó a reír.
- ¿Apuestas por el segundo caballo en lugar de hacerlo por el favorito?
Dado que Aleza no parecía comprender, le explicó:
- Ése es el hermano de Lord Wrexhampton, Victor Wrex.
- Pues se le ve muy diferente a su señoría.
- Lo es, y por cierto, me sorprende que aceptar la invitación de papá.
- ¿Por qué?
- Porque es un hombre muy extraño y, si puede evitarlo, no asiste a
reuniones de tipo social.
- ¿A qué se dedica?
- Viaja. Según me contó papá, está más interesado por Oriente que por
Occidente.
Lady Jean se encogió de hombros con desdén.
- De cualquier modo, a mí no me interesa Victor. ¡No tengo intención de
casarme con un segundón!
Aleza sabía, por relato de su madre, que en las familias aristocráticas el
hijo primogénito se quedaba con todo. Heredaba el título, las propiedades y el
dinero, y el resto de la familia tenía que conformarse prácticamente con las
migajas.
- ¡Pero eso es injusto, mamá! – había protestado Aleza al oír aquello.
- Tal vez, pero en realidad es la única forma de preservar intactas las
grandes propiedades y asegurarse de que el poseedor del título pueda
permitirse el lujo de vivir en la casa solariega y ser un buen terrateniente.
Aleza podía comprender estas razones, pero no por ello dejaba de
parecerle injusto el desigual reparto.
Se preguntaba ahora si Victor Wrex no estaría resentido por el hecho de
que su hermano lo tuviera todo.
- No soy la única que anda detrás de Lord Wrexhampton – continuaba
diciendo Lady Jean. Mi amiga Lucy está decidida a casarse con él y también lo
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está Charlotte, que tiene muchas probabilidades de lograrlo.
- ¿Por qué? – preguntó Aleza.
- Porque su familia es casi tan antigua como la de Lord Wrexhampton.
Esta noche le he oído decir a él que ya ha examinado el árbol genealógico de
Charlotte.
Aleza suspiró.
- Estoy segura de que ése no es un buen sistema para casarse – dijo. Lo
que se desea en el matrimonio es amor y sin él se puede ser muy desgraciada.
Lady Jean no contestó.
Aleza, sin embargo, vio su expresión reflejadas en el espejo y adivinó que
sus palabras le parecían absurdas.
Cuando por fin se fue a la cama, a Aleza le costó trabajo conciliar el
sueño durante un largo rato.
Lady Jean la preocupaba. Temía que al perseguir a Lord Wrexhampton
tal vez estuviese arruinando su vida.
“¿Cómo puedo ayudarla para que vea que está haciendo algo
equivocado?”, se preguntaba.
Estaba convencida de que era el amor lo más importante.
A través de los siglos, la humanidad había buscado siempre el amor de
una manera o de otra.
Los músicos que componían melodías que expresaban su idea del amor,
los pintores repetían el tema eterno de Venus y Cupido, los poetas escribían
poemas eróticos …
Todos se inspiraban en el amor y trataban de describirlo.
A lo largo de la historia, millones de personas habían buscado anhelantes
lo que, a fin de cuentas, es más importante para el hombre que cualquier otra
cosa.
“Es el amor lo que nos impulsa a alcanzar las estrellas”, decía Aleza. “Tal
vez podamos tocarlas, pero al menos lo intentamos …”
Aún creía ver a Lord Wrexhampton sentado a la mesa, con aquella
expresión de que nada era lo bastante bueno para él.
“Debo procurar que Lady Jean vea las cosas con claridad”.
Éste fue su último pensamiento antes de quedarse dormida.
Capítulo 3

A la noche siguiente iba a darse una cena aún mejor que la del día
anterior, y que sería seguida de un baile, al cual habían sido invitados también
algunos amigos de mansiones cercanas.
- No es un baile propiamente dicho – le explicó Lady Jane a Aleza – pero
mamá pensó que sería divertido, en vista de que hay muchos jóvenes, que
tuviéramos oportunidad de bailar.
- Me encantaría poder verlo – dijo Aleza.
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- También yo quisiera que pudieras hacerlo; pero, por desgracia, no hay
galería de trovadores en el salón de recepciones.
Aleza ayudó a Lady Jean a ponerse un vestido nuevo muy bonito,
adornado con pequeñas rosas en la falda y alrededor del escote. En el cabello
llevaría un tocado de rosas muy parecidas.
- ¡Está usted realmente preciosa! – la elogió Aleza. Seguramente, todos
dirán que es una auténtica rosa inglesa.
Lady Jean suspiró cómicamente.
- He oído eso hasta el cansancio. ¡Si insisten en decírmelo, me convertiré
en un cardo!
Y entre risas, Lady Jean salió para bajar al salón.
Aleza oyó como empezaban a llegar los invitados. Habría unos cincuenta
para la cena y luego llegarían otros tantos a la hora del baile.
Pensó con tristeza que era exactamente la clase de fiesta a la cual su
madre hubiera querido que asistiera, pues habría tenido más oportunidad de
hablar con muchachos jóvenes que en otra más formal y protocolaria.
“Eso es algo que nunca me sucederá”, pensó suspirando, pero al
momento se dijo que era una ingrata.
Debía sentirse afortunada de no estar ya en el internado, sino con Lady
Jean, a quien tenía verdadero cariño.
“Da gracias por lo que tiene”, se recomendó a sí misma.
Además, no era cuestión de deprimirse cuando la esperaba tanto que
hacer.
En efecto, estuvo tan atareada, que no pudo dirigirse al dormitorio de
Lady Jean hasta cerca de la medianoche.
De abajo llegaba rumor de música y risas que parecían llenar la casa de
felicidad.
Casi había llegado a la habitación de Lady Jean cuando la señorita Smith
salió del gabinete de la condesa.
- Quería preguntarle si podría hacerme el favor, señorita Lane – le dijo a
Aleza con un tono bastante más agradable de lo habitual.
La joven se apresuró a contestar:
- Naturalmente. ¿De qué se trata?
- Tengo un terrible resfriado y todavía no he sacado al perro de milady.
¿Podría hacerme el favor de sacarlo por mí?
- Desde luego, con mucho gusto.
El perro favorito de la condesa era un pequeño spaniel rey Carlos
llamado César.
Aleza lo tomó en brazos y bajó con él por la escalera que conducía a la
sección de la casa que ocupaba la servidumbre.
Más allá del comedor había una puerta que daba a una parte del jardín
sombreada de arbustos. Éstos ocultaban el área de las cocinas.
Al salir, Aleza dejó al perrito en el suelo.
27
César empezó a corretear entre los arbustos y ella lo siguió.
Mientras lo hacía contempló el cielo. La luna estaba en lo alto y las
estrellas brillaban en todo su esplendor.
¡Qué hermosa era la noche!, ¡y qué afortunada Lady Jean al tener una
casa tan grande y bonita!
Debido a que estaba mirando hacia las estrellas, pensó en su madre y en
silencio, le pidió que la ayudara y guiara.
“Estoy segura de que tú me trajiste a este hermoso lugar, mamá … y
aunque no pueda participar en el baile, al menos puedo oír la música e
imaginar que estoy bailando como los demás”.
Se echó a reír de su ingenua fantasía, pero de pronto, con cierto
sobresalto, recordó que estaba a cargo de César y no había señales del perrito.
Estaba a punto de llamarlo cuando, sorprendida, oyó voces.
Supuso que se trataba de alguna pareja que había salido al jardín entre
un baile y otro prosiguió su búsqueda del perro; pero, según avanzaba, las
voces se iban haciendo más claras.
Súbitamente se detuvo porque, asombrada, distinguió que eran dos
hombres los que hablaban y lo hacían en griego, un idioma que nunca hubiera
esperado oír allí.
Ganada por la sorpresa, sin pensarlo se quedó quieta y escuchando.
- ¿Estás seguro de que has buscado los documentos por todas partes? –
preguntó uno de los hombres.
- ¡Por todas partes! – contestó el otro. Es evidente que no los ha traído.
- Entonces debe de tenerlos en Londres o tal vez en el castillo Wrex.
Aleza se estremeció al comprender que estaban hablando de Lord
Wrexhampton, dueño de aquel castillo.
- Tendremos que esperar – continuó el hombre tras una pausa. Busca con
todo cuidado cuando vuelvas a Londres. Si no están allí, los seguiremos cuando
se vayan a Wrex.
- Ten cuidado con lo que haces – dijo el otro hombre. ¡No me haría ningún
favor el verme mezclado en un asesinato!
- Tendré cuidado – gruñó su interlocutor. ¡Pero juro que te estrangulo si
descubro que ha tenido esos papeles aquí todo el tiempo!
- ¡Te aseguro que he buscado por todas partes!
El hombre que había hablado primero suspiró, cansado al parecer.
- Está bien, tendré que irme con las manos vacías. Ha sido un viaje inútil
que no quisiera tener que repetir.
Parecía que iba furioso al alejarse de ahí.
Aleza podía oír sus pisadas sobre lo que sin duda era un sendero
pedregoso.
Se sentía desconcertada y al mismo tiempo horrorizada por lo que había
oído.
De pronto advirtió que César había aparecido un poco más allá de donde
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ella estaba.
Lo tomó en brazos y dio la vuelta para regresar a la casa.
Al hacerlo se percató de que el hombre que se había quedado iba en la
misma dirección que ella, pero por el otro lado del seto de rododendros que los
separaba.
Hacía un ruido bastante perceptible al andar.
Aleza se alegró de llevar, en cambio, unas zapatillas de casa que no
hacían ruido alguno, así que el hombre no la descubriría.
Dado que aquel individuo se dirigía hacia la mansión, tuvo curiosidad
de ver quién era.
No le parecía posible que Lord Wrexhampton estuviera relacionado en
ningún sentido con griegos ni con documentos secretos.
El hombre iba ya varios metros por delante de ella.
Aleza procuraba mantenerse a la sombra de los arbustos, los cuales
terminaban frente a la puerta por la que ella había salido al jardín.
Esta puerta tenía una ventana a cada lado, por las cuales la luz del
interior se proyectaba al jardín, lo que permitía ver la zona de entrada con toda
claridad.
Esperó, con César acurrucado en sus brazos, y por fin vio que el hombre
aparecía por el extremo del seto y se dirigía a la puerta.
Al abrirla se detuvo para mirar hacia atrás.
Era casi como si pretendiera ver a su amigo o, tal vez, asegurarse de que
nadie lo había visto a él.
Aleza contuvo con esfuerzo una exclamación de sorpresa cuando
reconoció al hombre.
Era el ayuda de cámara de Lord Wrexhampton.
Nunca había hablado con él, porque en el comedor del ama de llaves se
sentaba al otro lado de donde ella lo hacía.
Sin embargo, había reparado en que era un hombre de aspecto sombrío y
desagradable.
“¡El ayuda de cámara de Lord Wrexhampton!”, se dijo asombrada.
“¡Y está intrigando de algún modo en contra de su amo!”.
Tal vez la mención de un asesinato había sido sólo una broma.
Pero también podía significar algo mucho más grave.
“¿Qué voy a hacer?”, se preguntaba Aleza.
Esperó varios minutos después de que el ayuda de cámara hubiera
entrado a la casa.
Después abandonó la protección de los arbustos y, procurando actuar
con la mayor naturalidad, rodeó la casa para dirigirse a la entrada principal.
Sabía que, dado su posición, no debía hacerlo; pero el instinto le avisaba
que tuviera cuidado.
Aquellos hombres no debían sospechar siquiera que alguien los había
oído.
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Dejó libre a César para que la siguiera y, al llegar ante la puerta, volvió a
tomarlo en brazos.
La alfombra roja que había sido puesta para los invitados aún cubría la
escalinata de piedra.
La puerta estaba entreabierta y, cuando Aleza la empujó para entrar, los
dos lacayos que estaban de servicio la miraron sorprendidos.
- ¡Ah, es usted, señorita Lane! – exclamó uno de ellos. Pensé que era
Cenicienta que llegaba al baile.
- ¡Ojalá lo fuera! – contestó Aleza. He sacado a pasear un poco al perro de
la señora condesa … ¡y él se considera con derecho a entrar por la puerta
grande!
Los dos lacayos rieron al oír esto, pero contenidamente para evitar que
los reprendieran.
Por fortuna, no había señales del mayordomo y Aleza pudo subir por la
escalera principal sin ningún contratiempo.
Le llevó a César a la señorita Smith, que estaba en el dormitorio de la
condesa. Al dejarlo en el suelo dijo:
- Creo que ha hecho suficiente ejercicio. ¡Y qué noche tan bonita hace!
- Gracias, señorita Lane – dijo la señorita Smith y estornudó.
Aleza dio las buenas noches y salió de la habitación.
Esperaba que la señorita Smith no mencionase al ayuda de cámara de
Lord Wrexhampton que ella había salido al jardín.
Esto no era probable, pero tenía la impresión de que debía ser muy
cuidadosa.
Allí estaba sucediendo algo grave y podía ser muy peligroso mezclarse
en ello.
“No diré nada a nadie”, decidió mientras iba hacia su dormitorio. “¡Es un
asunto que a mí no me incumbe!”.
Pero de inmediato pensó que su madre se sentiría escandalizada.
¿Cómo podía permitir que Lord Wrexhampton fuera robado y tal vez
lastimado, porque ella había guardado silencio?
“¿Qué voy a hacer?”, se preguntó de nuevo … y seguía haciéndose la
misma pregunta dos horas más tarde, cuando Lady Jean subió a acostarse.
- He pasado la velada más maravillosa que puedas imaginarte, Aleza –
dijo al entrar en el dormitorio. ¡Y no vas a creer lo que ha sucedido!
- ¿Le ha propuesto matrimonio Lord Wrexhampton?
- No exactamente, pero ha hecho algo muy parecido.
- ¿Qué quiere decir con eso? – preguntó Aleza mientras la desabrochaba el
vestido a Lady Jean.
- Me ha invitado a pasar el próximo fin de semana en el castillo Wrex.
- ¿De veras? – exclamó Aleza. ¡Estoy segura de que eso es muy
significativo!
- Lo es, lo es realmente … ¡aunque ha invitado también a Betty y a
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Charlotte!
Aleza pensó en ello un momento y preguntó después:
- ¿La ha invitado a usted primero?
- Pues sí, así ha sido.
- Entonces eso significa que, si usted hubiera rechazado la invitación, su
Señoría no habría invitado a las otras dos.
- ¡Tienes razón! ¡Qué lista eres, Aleza! Y te diré más, ha bailado conmigo
dos veces y sólo una con Betty.
- ¡Vaya, me alegro mucho por usted!
Aleza se preguntó, al decir eso, si debía confiarle a Lady Jean lo que
había oído en el jardín.
Decidió que sería un error hacerlo.
Lady Jean se lo diría a Lord Wrexhampton, porque seguramente se
sentiría obligado a hacerlo. Entonces ella, Aleza, tendría que admitir que
entendía el griego, cosa que llamaría la atención en una sirvienta y podría
suponer el descubrimiento de su personalidad …
Además, el comentario sobre un asesinato, se dijo de nuevo, podía haber
sido una simple broma, y si acusaba sin motivo al ayuda de cámara, éste se
convertiría en un terrible enemigo suyo.
“De cualquier modo”, razonó, “si el ayuda de cámara no encuentra los
papeles en Londres, nada sucederá hasta que Lord Wrexhampton vaya al
castillo Wrex en el próximo fin de semana. Entonces yo también estaré allí con
Lady Jean y, si noto algo siniestro, puedo advertir a su señoría … aunque dudo
mucho que preste atención a algo que yo le diga”.
Era todo tan preocupante, que se fue a la cama pensando aún en lo
sucedido.

Al otro día era domingo y Aleza hubiera querido ir a la iglesia, pero no


hubo manera de que lo hiciera.
Debido a que habían estado bailando hasta tan tarde, Lady Jean no fue
despertada hasta las diez de la mañana.
Desayunó en la cama y no se levantó hasta poco antes del almuerzo.
Entonces Aleza tuvo que ayudarla a vestirse y peinarla.
Después de la comida, todos los jóvenes se fueron a cabalgar o a pasear
en carruaje.
Desde la ventana de Lady Jean, Aleza los vio irse montados en los
magníficos caballos del conde.
“¡Qué afortunados son!”, pensó.
Le hubiera encantado montar un buen caballo y cabalgar bajo los árboles
del parque como ahora lo hacían aquellos jóvenes.
Seguro que iban hacia algún lugar llano donde poder galopar a gusto …
Arrancándose estas ideas con esfuerzo, volvió a su trabajo y se dijo a sí
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misma con severidad que no había pecado más despreciable que la envidia.
Recordó que su madre había dicho una vez:
- Nadie puede evitar sentir celos en algunas ocasiones, sobre todo si ama
mucho a alguien y tiene miedo de perderlo.
El leve sollozo que vibraba en su voz al decir esto reveló a Aleza que en
ocasiones había estado muy celosa del gran duque Ivor.
- Pero lo que resultaba imperdonable – continuó su madre – es la envidia.
¡Qué bajo e indigno, desear lo que pertenece a otra persona! En las mujeres,
generalmente, significa envidiar las joyas, la casa o la ropa de otras mujeres.
- ¿Y no hay hombres envidiosos? – preguntó Aleza.
Su madre sonrió.
- Creo que todo hombre desea tener un hijo y, si no lo tiene, envidia a los
amigos que son padres.
Por entonces, estas palabras no habían significado mucho para Aleza,
pero no las había olvidado y ahora se dijo con firmeza que no debía sentir
envidia de Lady Jean.
Sólo pensaría en lo afortunada que era ella misma. Tenía un buen empleo
y muchos vestidos bonitos que ponerse.
Tenía mucho cuidado de vestir siempre de negro cuando estaba de
servicio.
Por fortuna, Lady Jean le había regalado, entre muchos otros, tres
vestidos de ese color que tenía porque había estado de luto el año anterior,
debido a la muerte de un pariente.
Con ellos, Aleza estaba muy elegante, pero no llamativa, lo que en su
situación resultaba muy conveniente.
Cuando vestía de color, su cabello, que era oscuro con reflejos azulados,
destacaba ostensiblemente, sobre todo por el contraste con su piel
asombrosamente blanca y de textura de magnolia que raras veces se veía en una
muchacha inglesa.
Aleza suponía que esto era debido a su sangre rusa. También sus ojos
enormes tenían un color extraño y parecían mucho más rusos que ingleses.
Dado que había llevado siempre una vida retirada en el campo, la gente
no lo había notado, y en el colegio estaba siempre tan abrumada de
obligaciones, que nadie reparaba en su apariencia.
Desde que estaba en Londres con Lady Jean se peinaba el cabello hacia
atrás suavemente, dejando al descubierto su frente ovalada, y se lo recogía en
un moño bajo.
“Así estoy más en mi papel”, pensó la primera vez que se vio peinada de
aquel modo y le hizo una mueca burlona a su imagen reflejada en el espejo.
Lady Jean volvió de montar y se cambió la ropa de amazona por un
precioso vestido para bajar a tomar el té.
- ¡Lo he pasado de maravilla! – dijo. Lord Wrexhampton ha estado muy
cortés conmigo, casi podría decir que se ha mostrado atento, ¡lo que en él
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supone mucho!
- Seguro que se está enamorando de usted – dijo Aleza.
- ¡Eso es lo que quiero creer! – suspiró Lady Jean – así que mantén los
dedos cruzados para que me salgan bien las cosas.
- Así lo haré – prometió Aleza riendo y, cuando Lady Jean se hubo ido,
procedió a limpiar la habitación y planchar la ropa de montar que había
utilizado la joven aristócrata.
Luego llegó la hora de prepararlo todo para la cena.
Las doncellas entraron en el dormitorio con una bañera y la pusieron
frente al fuego.
Los lacayos subieron grandes cubos de latón con agua caliente y fría que
dejaron junto a la puerta.
Era un ritual muy aparatoso para un simple baño y Aleza lo contemplaba
casi fascinada.
Lady Jean, por su parte, no hizo otra cosa que hablar de Lord
Wrexhampton mientras estaba sumergida en el agua perfumada.
Cuando salió del baño, Aleza la envolvió en una gran toalla de felpa que
previamente había calentado frente al fuego.
Lady Jean estaba ya lista para la cena y a punto de bajar, cuando dijo:
- Espero que te estén atendiendo debidamente, Aleza. No me gustaría que
pasaras incomodidades en mi casa.
- No se preocupe por mí – contestó Aleza. Estoy muy cómoda, se lo
aseguro.
Lady Jean le sonrió encantadoramente y se marchó.
Hora y media más tarde, Aleza bajó a cenar también y miró con
disimulada atención al ayuda de cámara de Lord Wrexhampton, sentado a la
izquierda del ama de llaves.
Había casi tantos criados visitantes en el comedor del ama de llaves
como invitados en el comedor principal de la casa.
Todas las damas de cierta edad habían llevado consigo a sus doncellas
personales, y los caballeros a sus ayudas de cámara. También varias de las
invitadas jóvenes habían llevado a sus doncellas.
Entre tanta gente, fue fácil para Aleza observar al ayuda de cámara sin
que éste se diera cuenta de que lo hacía.
Se llama Nicolás, según había averiguado Aleza, y tendría unos cuarenta
años.
Sus ojos oscuros y su cabello oscuro también, le conferían un aire
extranjero; pero hablaba inglés de forma tan perfecta, que Aleza estaba segura
de que había pasado la mayor parte de su vida en Inglaterra.
Su cómplice, en cambio, hablaba como si fuese auténticamente griego.
Desde luego, Aleza no podía estar segura de nada; especulaba
simplemente.
Como prefería no atraer la atención de nadie, tan pronto como terminó
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de cenar salió de allí, junto con dos de las doncellas visitantes.
No era muy probable que Lady Jean subiese a acostarse muy tarde
aquella noche, así que se instaló en el sillón de su dormitorio con un libro que
quería leer.
Sin embargo, inevitablemente, se encontró pensando con preocupación
en Nicolás, el ayuda de cámara de Lord Wrexhampton.
¿Qué estaba planeando en contra de su señoría?
Era algo malo, ¡por supuesto que lo era!
No obstante, Aleza temía que fuera un error por su parte intervenir.
No podía imaginarse a sí misma dirigiéndose a Lord Wrexhampton para
decirle lo que había oído.
Estas reflexiones fueron cortadas de golpe porque, mucho antes de lo que
esperaba, se abrió la puerta y entró Lady Jean, que volvió a cerrar con violencia.
Después se apoyó de espaldas en la puerta, como si necesitara apoyo.
Aleza se había puesto en pie sobresaltada.
- ¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que la ha alterado de ese modo?
- ¡Casi no puedo creerlo! – exclamó Lady Jean.
- ¿Creer qué? – preguntó Aleza.
Lady Jean cruzó la habitación y se arrojó en el sillón que Aleza acababa
de dejar.
- ¡Estoy tan furiosa – dijo después de tomar el aliento – que casi no puedo
hablar!
- Pero, ¿por qué? Cuénteme qué le ha pasado.
- ¡Tengo ganas de matar a ese hombre! – declaró Lady Jean con
vehemencia.
- ¿De quién habla?
- ¿De quién voy a hablar, sino de Lord Wrexhampton?
- ¿Qué le ha hecho para ponerla en ese estado?
Lady Jean aspiró una bocanada de aire.
- ¡No vas a creerlo! ¡En realidad, hasta yo misma encuentro difícil creerlo!
Aleza esperó, llena de temor.
- Estábamos entretenidos en varios juegos un tanto pueriles después de la
cena – empezó a contar Lady Jean – cuando me he dado cuenta de que Lord
Wrexhampton no quería participar. ¡Es demasiado presuntuoso y estirado para
ello!
La amargura de su voz hizo que Aleza la mirase con sorpresa, pero no
dijo nada y Lady Jean prosiguió:
- Llevábamos un rato jugando … y de pronto he visto que Lord
Wrexhampton no estaba en el salón, así que he decidido ir a buscarlo.
- ¿Estaba solo? – preguntó Aleza.
- ¡Eso era lo que yo esperaba! Supuse que habría ido al estudio de papá,
porque allí es donde están siempre los periódicos.
Aleza supuso que Lady Jean había considerado aquél el momento
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oportuno para estar a solas con Lord Wrexhampton. Seguramente confiaba en
que él le diría lo que estaba deseando escuchar …
- Pero en el estudio – proseguía Lady Jean – sólo estaba papá, dormido en
un sillón.
- Entonces, ¿a dónde se había ido su señoría?
- Estaba en la biblioteca. Al abrir la puerta le oí hablar …
- ¿Con quién?
- Con su hermano, Víctor Wrex. No podía verlos, porque, como sabes, en
la biblioteca hay varias estanterías que la dividen y no permiten abarcarlo todo
de una ojeada.
Aleza no dijo nada aunque, en efecto, sabía que, por ejemplo, desde la
puerta era imposible ver a quien estuviese ante la chimenea.
Había ido a ver la biblioteca mientras los huéspedes estaban de paseo.
esperaba que fuera magnífica, pero no la más grande que había visto en su vida.
Como Lady Jean acababa de explicar, la estancia se hallaba dividida por
estanterías repletas de libros que llegaban del suelo al techo, y la chimenea
estaba en el centro de la pared opuesta a la entrada.
- Yo me había quedado parada – continuó Lady Jean – pensando si era
preferible reunirme con los Wrex o volver junto a los otros, cuando he oído a
Víctor decir:
“Creo que vas a tener huéspedes el próximo fin de semana”.
- Y su señoría le ha contestado:
“Así es. Como sabes, irá con su hija al castillo y a mí se me ha ocurrido
que, ya que Mavis será presentada en la Corte próximamente, sería agradable
que conociera a Jean, la hija de nuestro anfitrión”.
“Es muy considerado por tu parte – le ha dicho Victor – Jean es una chica
muy bonita. ¿Estás pensando en casarte con ella?”.
- Entonces ese estúpido de Lord Wrexhampton se ha echado a reír.
“¡Cielos, no! ¡No es lo bastante importante para mí, Víctor!
- Y sin hacer caso de la carcajada de su hermano, aún ha remachado el
clavo:
“Si he de casarme con una chiquilla tonta para que me dé un heredero,
tendrá que ser de mayor importancia social y estar mucho mejor educada”.
Lady Jean dejó de hablar y, respirando aún con esfuerzo por culpa de la
indignación, miró a Aleza.
- Te juro que he estado a punto de encararme con él y soltarle lo que
pensaba sobre sus declaraciones. Pero después he pensado que me humillaría
haciendo una escena y he preferido venir aquí, a hablar contigo.
Aleza comprendió la impresión que debía de haber causado a Lady Jean
lo sucedido.
- ¡Es un hombre despreciable! – dijo. Me lo pareció cuando lo vi por
primera vez. Ahora, quería, tendrá usted que olvidarlo y buscar un hombre que
sea realmente bueno y la ame como se merece.
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- ¡Es una bestia y le odio! – dijo Lady Jean, furiosa. ¿Cómo se atreve a
hablar de ese modo respecto a mí? ¡Decir que no estoy lo bastante bien educada!
Aleza se arrodilló a su lado.
- Lord Wrexhampton no es el único hombre del mundo – dijo. Hay miles
de jóvenes que se enamorarán de usted. ¡Olvídelo! No merece siquiera que
usted piense en él.
- ¿Olvidarlo? ¡Ah, no! Estoy decidida a vengarme y debo pensar cómo
hacerlo.
- Está usted demasiado alterada. Mañana verá que todo esto carece de
importancia. Vamos, venga a acostarse.
- No, volveré a bajar y si es amable conmigo, cuando sé lo que piensa de
mí, ¡le daré de bofetadas!
- Eso provocaría un gran escándalo y enfadaría mucho a sus padres –
opuso Aleza. Levántese y deje que le desabroche el vestido.
Por fin logró meter en la cama a Lady Jean, que no cesaba de murmurar
sobre Lord Wrexhampton y lo horrible que le parecía.
Cuando Aleza estuvo por fin en su propio dormitorio, no pudo menos
que pensar que lo sucedido había sido una bendición.
“Lady Jean jamás habría sido feliz con un hombre así. Sólo porque él no
se mostraba demasiado interesado se propuso ella conquistarlo”.
Pero Lady Jean había estado mimada toda su vida, y Aleza estaba segura
de que costaría algún tiempo el que se sobrepusiera al disgusto sufrido.

Cuando despertó a la mañana siguiente, Aleza recordó lo sucedido y se


dijo que ojalá Lady Jean se encontrara más tranquila.
Para su sorpresa, cuando bajó a despertarla a las ocho y media, Lady
Jean no estaba en el dormitorio.
Su cama estaba todavía sin hacer y no se veía por ninguna parte su
negligé.
Supuso, por lo tanto, que había ido a hablar con Betty o con Charlotte.
La partida hacia Londres sería después del almuerzo, y Aleza ya había
empezado a disponer el equipaje de Lady Jean.
Ésta apareció en el dormitorio cuando Aleza estaba guardando el vestido
que había lucido la noche anterior.
Para alivio de Aleza, llegaba sonriendo.
- He estado charlando con Betty – dijo.
- Imaginé que habría ido usted a hablar con ella.
- Pues sí … ¡y se nos ha ocurrido una forma estupenda de humillar a Lord
Wrexhampton!
Aleza suspiró.
- ¡Dios mío, olvídese de eso! Su señoría no es digno de usted, así que
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cuanto menos piense en él, mejor.
- ¡Ni hablar! Betty está de acuerdo conmigo en que debemos darle una
lección que no olvide nunca.
Aleza dijo, inclinándose sobre el baúl para guardar unas zapatillas de
raso:
- Creo que sería un error convertirlo en enemigo.
- ¡Pero si en realidad vamos a hacerle un favor! ¡Le presentaremos a una
dama lo bastante importante como para que se digne a casarse con ella!
Aleza miró a Lady Jean con suspicacia.
- Está usted planeando una travesura – dijo. Lo percibo en su voz.
- ¡Ah, la venganza es el más dulce de los placeres! – exclamó Lady Jean. Y
lo será realmente para mí cuando haga aparecer a su señoría como un imbécil.
- Tendrá que ser muy astuta para conseguirlo.
- ¡Pues tú habrás de serlo todavía más! ¿No quieres oír lo que se nos ha
ocurrido?
- Por supuesto. Pero temo que va usted a meterse en problemas sin motivo
justificado.
- Calla y escucha – se impacientó Lady Jean. Sabemos lo presuntuoso que
es su señoría, que ni a Betty ni a mí nos considera lo bastante buenas para él,
¡que quiere como esposa cuando menos a una princesa! ¿No? ¡Pues eso es lo
que vamos a darle!
- ¿Una princesa? – exclamó Aleza. ¿Y dónde va a encontrarla?
- Ya la hemos encontrado. En realidad, a Betty fue a quien se le ocurrió.
- Que se le ocurrió … ¿qué?
- ¡Que el orgulloso y estirado Lord Wrexhampton, que tanto se jacta de ser
el primer barón de Inglaterra, sufra la más terrible humillación de su vida,
gracias a nosotras!
- No lo hagan. Insisto en que será mejor que se olvide usted de él.
- ¡No, queremos que nos recuerde el resto de su vida! – dijo Lady Jean con
tono amenazador y se sentó en la orilla de la cama. Ahora escucha con atención,
Aleza, porque esto te concierne.
- ¿A mí?
Por la mente de Aleza cruzó la idea de que tal vez Lady Jean sabía algo
sobre el ayuda de cámara y su cómplice griego.
- Lo que Betty y yo hemos planeado – continuó diciendo Lady Jean – es
que cuando vayamos al castillo Wrex el próximo fin de semana, llevaremos con
nosotros a una princesa que sin duda alguna impresionará a nuestro anfitrión
que, con un poco de suerte, se enamorará de ella.
Aleza la miró desconcertada.
- ¡Dios santo, qué locura! En primer lugar, ¿dónde van a encontrar a la
princesa? En segundo, no creo que las personas se enamoren con esa facilidad.
- La verdad, yo creo que su señoría es incapaz de amar a nadie – dijo Lady
Jean en tono ácido. Pero pensará que una princesa es ideal para presidir su
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mesa, lucir las joyas de la familia y, desde luego, honrar ese detestable árbol
genealógico del que se siente tan orgulloso.
Aleza suspiró de nuevo.
A ella todo eso le parecía muy pueril, pero no quiso enfadar a Lady Jean
diciéndoselo.
Se hizo el silencio, hasta que Lady Jean dijo:
- Bien … ¿no me vas a preguntar quién es la princesa que hemos
encontrado?
Aleza sonrió.
- Sí, desde luego. ¿De quién se trata?
- ¡Tú! – contestó Lady Jean.
Aleza la miró momentáneamente asombrada.
- Vaya, veo que están tomando a broma el asunto – dijo después de un
momento. Es lo mejor que pueden hacer.
- ¡Nada de broma! – aclaró Lady Jean. Es Betty quien ha hecho ver que no
sólo eres muy bella, sino que pareces rusa.
Aleza se quedó como petrificada.
- ¿Yo … parezco rusa? – dijo con lentitud.
- ¡Claro que lo pareces! No sé por qué nunca había reparado en ello. Claro
que yo no conozco a muchos rusos.
- Me imagino … que no está usted hablando en serio, ¿verdad?
- ¡Pues claro que hablo en serio! El padre de Betty es muy amigo del
embajador ruso y ella va a muchas fiestas en la embajada. Como te digo, es ella
quien me ha hecho notar que pareces de ese país.
- Estoy … estoy segura de que eso no es verdad – dijo Aleza con cierto
temblor en la voz.
- Vamos, no ponga dificultades – le rogó Lady Jean. Necesito tu ayuda y
estoy decidida a obtenerla. Piensa en lo divertido que será también para ti.
Cuando todo haya pasado, podremos reírnos juntas de la humillación de Lord
Wrexhampton.
- ¿Cómo se les puede haber ocurrido algo tan absurdo? – protestó Aleza.
¡Además, su madre jamás permitiría una farsa de esas características!
- Mamá y papá no han sido invitados al castillo Wrez el próximo fin de
semana. Su señoría ha propuesto que una de sus parientes nos sirva como
carabina, lo cual nos facilita mucho las cosas.
Lady Jean se puso en pie de un salto y, cogiendo a Aleza de una mano, la
llevó frente al espejo del tocador.
- Mírate bien – dijo. ¡Betty tiene razón! No pareces inglesa. ¡Pareces rusa!
Tus grandes ojos, tu pequeña nariz recta y el cabello tan oscuro, te hacen
diferente a mí o a cualquier otra muchacha que yo haya visto.
- ¡Pero esto es ridículo! Yo … yo no puedo hacer lo que usted sugiere.
Aleza temía que Lady Jean se pusiera furiosa, pero lo que hizo fue decir
en tono quejumbroso:
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- ¿Cómo puedes ser tan ingrata? ¡Y yo te tenía por mi amiga! Pensé que
comprenderías lo que siento respecto a Lord Wrexhampton y lo mucho que me
ha herido.
- Por supuesto que comprendo sus sentimientos y lamento de veras lo
sucedido – manifestó Aleza – pero es que cuando se descubra la farsa que están
planeando … ¡Dios mío, prefiero no pensarlo!
Al decir esto, Aleza temía que tan pronto como los condes se enteraran
de lo sucedido, la despedirían sin apelación y ella no podría hacer otra cosa que
volver al orfanato, donde habría de suplicar que la admitieran de nuevo.
Como si adivinara lo que estaba pensando, Lady Jean le dijo:
- Te juro que, pase lo que pase, no permitiré que tú pagues las
consecuencias. Explicaré a cuantas personas me lo pregunten que yo te obligué
a participar en la farsa, bajo la amenaza de devolverte a aquel horrible
internado si no lo hacías.
Aleza la miró suplicante.
- Por favor … por favor … busquen otra manera de desquitarse.
- No, no, ésta es la mejor y la única forma en que podemos vengarnos.
Betty está de acuerdo conmigo y las dos creemos que puede hacerse sin
problemas.
Aleza guardó silencio unos momentos y dijo después:
- El ayuda de cámara de su señoría me ha visto.
- ¿En las habitaciones del ama de llaves? – preguntó Lady Jean. ¿Ha
hablado contigo?
- No.
- ¿Crees que habrá reparado en ti de alguna forma particular?
- Pues no … no lo creo.
- ¿Y crees que relacionaría en algún sentido a una doncella personal, si es
que ha notado siquiera tu existencia, con una princesa primorosamente vestida,
resplandeciente de joyas y con un aire muy de alteza real?
Todo aquello sonaba tan fantástico, que Aleza no pudo dejar de reírse.
- ¿Y usted cree de veras que yo puedo tener tales aires?
- ¡Claro que puedes! Además, contamos con toda una semana para
adiestrarte.
Impulsivamente, Lady Jean abrazó a Aleza.
- ¡Por favor, querida – exclamó – tú eres la única persona que me puede
ayudar en este momento! Dependo por completo de ti. ¡No me niegues tu
ayuda!
- Pero es que … cometeré errores … la haré quedar mal y usted se
arrepentirá de haber inventado todo esto.
- Betty y yo estaremos a tu lado para evitar que cometas errores, así que,
por favor, Aleza, mi buenísima Aleza, ¡di que me ayudarás!
Aleza la miró sintiéndose indefensa.
Si no ayudaba a Lady Jean como ésta le pedía, tal vez la alejaría para
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siempre de su vida …
Si se negaba, era evidente que Lady Jean ya no se sentiría como antes
respecto a ella; dejaría de considerarla como a una amiga.
“¿Qué importa lo que me suceda?”, pensó. “Las cosas no pueden irme
peor que hasta ahora”.
Recordó al señor Tranter, el orfanato, los malos tratos del internado … y
se estremeció.
Lady Jean la abrazó de nuevo.
- ¡Oh, Aleza, dime que lo harás! ¡Prométeme que lo harás!
- Está bien – dijo al fin Aleza en voz muy baja. Si eso la ayuda de algún
modo … yo haré lo que usted me pida.
Lady Jean la besó exclamando triunfal:
- ¡Gracias, Aleza, estaba segura de que tú no me fallarías!

Capítulo 4

Durante los siguientes días, Aleza empezó a pensar que estaba viviendo
en un sueño.
¿O era una pesadilla?
En todo momento, que no estaba lavando o planchando la ropa de Lady
Jean, recibía instrucciones de las dos jóvenes, quienes le decían lo que debía y lo
que no.
Mientras su temor crecía, Lady Jean y Lady Betty disfrutaban del asunto
como si fuera un juego que estaban decididas a ganar.
Lady Betty, aunque era hija de Sir Ralph Harlow, décimo baronet de una
familia muy distinguida, dijo con toda franqueza que había comprendido desde
el primer momento que Lord Wrexhampton no la consideraría digna de ser su
esposa.
- De cualquier modo, lo considero un insulto – declaró. Es humillante que
un hombre escoja esposa por su pedigree, por decirlo así, y no porque la ame.
Aleza pensaba lo mismo.
Sin embargo, se daba cuenta de que las dos jóvenes estaban decididas a
casarse con el pretendiente que tuviera la mejor posición, tanto económica como
social.
No había olvidado que si Lady Jean deseaba que Lord Wrexhampton
pidiera su mano no era porque le amara, sino por su situación prominente en
los círculos aristocráticos.
Era, como ella solía repetir, el soltero más codiciado del país.
“¡Todo este asunto me asquea!”, pensaba pero no lo decía. Al fin y al
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cabo, a nadie le interesaba su opinión.
En manos de Lady Jean y Lady Betty se sentía como una simple
marioneta sin voluntad propia.
Sin embargo, no habría sido humana si no le hubieran emocionado los
vestidos que le proporcionaban.
Antes no habría querido aceptar los vestidos de noche de Lady Jean,
porque no tendría ocasión de ponérselos.
Ahora tuvo que probárselos, mientras Lady Jean y Lady Betty la
examinaban con ojos críticos.
- ¡No son lo bastante elegantes! – decidió la primera.
Aleza hubo de contener una exclamación de protesta, porque a ella le
parecían preciosos.
Sólo uno obtuvo la aprobación de las otras jóvenes.
Era azul turquesa y hacía que Aleza pareciera muy joven, realzando de
modo perfecto su cabello oscuro y su piel nacarada.
- Cuando se lo ponga – dijo Lady Betty – estará espectacular con el
aderezo de turquesa de mamá.
- ¡Ah, sí, lo recuerdo! – dijo Lady Jean. Es magnífico, pero … ¿te lo dejará
tu madre?
- Mamá estará ausente una semana, visitando a su hermana que está
enferma. Puedo recogerlo de la caja fuerte … y ella nunca se enterará.
Aleza hubiera querido protestar, pero no hacían caso a nada de lo que
ella decía.
Por fin, el día anterior al de la partida hacia el castillo Wrex, tenía oculta
en el equipaje una colección de joyas tan valiosas, que la aterraba pensar en
ellas.
“¿Y si pierde alguna?”, se inquietaba. “Nadie creerá que no alenté a Lady
Jean y Lady Betty a prestármelas”.
Lady Betty tenía una hermana mayor que había dejado mucha ropa en
Londres al irse a París durante una temporada.
- ¿No le disgustará que haya usted tomado sus cosas para mí? – preguntó
Aleza, cada vez más inquieta.
- Si conozco bien a mi hermana, volverá de París con un nuevo
guardarropa completo, y dirá que puedo quedarme con lo que dejó o tirarlo a la
basura.
Había sombreros, zapatos y guantes con los cuales Aleza, según le
dijeron, parecía exactamente una princesa.
Luego decidieron hacer algo con su cabello.
El peluquero de la condesa fue llamado para atender a Lady Jean, que
iba a asistir a una fiesta.
Cuando terminó de peinarse a la última moda, ella le dijo:
- Quiero pedirle el favor de que le arregle el pelo a mi doncella personal
con uno de sus nuevos peinados. Me gustaría poder copiarlo cuando esté en el
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campo, y me es difícil observar lo que hace en mi propio cabello, porque no
puedo verme la parte posterior de la cabeza.
El peluquero, que era muy famoso en Mayfair, se echó a reír:
- Entiendo, milady, y, por supuesto, será un placer para mí hacer lo que
me pide.
Aleza se sentó frente al espejo y el peluquero le recogió el largo cabello
alrededor de la cabeza, en el estilo que había puesto de moda la princesa
Alejandra.
Este peinado le dio altura, dignidad y una elegancia muy diferente a la
de las debutantes.
Lady Jean aplaudió entusiasmada.
- ¡Maravilloso! Pero … dudo que mi cabello sea lo bastante largo como
para poder copiar con exactitud ese peinado.
- Será mejor que espere hasta que yo pueda hacérselo, milady – dijo el
peluquero con aire complaciente.
Aleza sospechó que, deliberadamente, le había hecho un peinado que
Lady Jean no pudiera copiar.
Pero ella lo había observado sin perder detalle y estaba segura de que,
con un poco de práctica, podría repetirlo.
El inicio de la gran prueba llegó al fin el viernes por la mañana.
Debían viajar por ferrocarril en el vagón privado de Lord Wrexhampton,
junto con otros invitados de éste.
La primera dificultad, por supuesto, consistía en evitar que los sirvientes
de los condes se dieran cuenta del cambio de personalidad que iba a efectuarse
en Aleza.
Finalmente decidieron que lo mejor era irse a casa de Lady Betty y se
cambiara allí, donde ninguno de los sirvientes la conocía, ni siquiera de vista.
Lady Betty podía decir que era una amiga suya.
Todo hubo de ser planeado con mucho cuidado.
Lady Jean y Aleza salieron de la Plaza Belgravia por la mañana temprano
y, con un baúl lleno de ropa; llegaron a casa de Lady Betty antes que ésta
hubiera terminado de desayunar.
Lord y Lady Harlow se habían ido ya de viaje.
Subieron inmediatamente al dormitorio de Lady Betty, quien no tenía
doncella personal. Solía atenderla la de su madre, pero ésta se la había llevado.
En el dormitorio de Lady Betty, Aleza se puso un elegante traje de viaje,
cuya ajustada chaqueta de terciopelo estaba adornada con trencilla.
Las jóvenes aristócratas insistieron en que se pusiera pendientes de zafiro
y diamantes, así como un broche de las mismas piedras.
Cuando Aleza se miró en el espejo, le pareció que estaba viendo a una
desconocida.
Había logrado peinarse de la misma forma en que lo había hecho el
peluquero.
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Al mirar su imagen comprendió que Lady Betty tenía razón: se la veía
inconfundiblemente rusa.
No conocía personalmente a ningún ruso, pero había visto gran número
de retratos.
Precisamente, los periódicos habían publicado numerosos reportajes
fotográficos sobre el zar Nicolás II, elevado al trono cuatro años antes.
Era evidente que existían muchas mujeres hermosas en su corte.
Aleza habría tenido que ser muy tonta para no darse cuenta de que podía
compararse con cualquiera de ellas.
- ¡Estás fantástica! – exclamó Lady Betty.
- No me han dicho todavía cómo voy a llamarme – observó Aleza.
- ¡Cielos, me había olvidado de eso! – dijo Lady Jean.
- Pero yo estuve pensando en ello – intervino Lady Betty. El príncipe
Vasilaw Kropothin es alguien que he oído mencionar a mi padre varias veces.
- Sí, ha de ser el nombre de una persona real – aprobó Lady Jean. No creo
que haya un libro con todos los títulos de nobleza rusos; pero si lo hay seguro
que Lord Wrexhampton tiene uno.
- ¡Y como libro de cabecera! – apostilló Lady Betty entre carcajadas.
- ¿Y cuál será mi nombre de pila? – preguntó Aleza.
- ¿Por qué no el tuyo? – propuso Lady Betty. A mí me suena ruso y será
mucho más fácil para todas recordarlo.
Ya habían explicado a Aleza que iban a presentarla como condiscípula
suya del colegio, esto explicaría que fueran tan amigas.
Como era algo próximo a la verdad, Aleza se tranquilizó un poco.
Detestaba decir mentiras.
Era algo que su madre siempre había despreciado. “Una mentira siempre
conduce a otra”, solía decir, y Aleza comprendía, llena de tristeza, que a su
madre le remordía la conciencia por la farsa que estaba representando desde
que el gran duque la dejó.
- Por favor – rogó a las jóvenes aristócratas – digamos el menor número de
mentiras posible. Yo soy muy mala para fingir y me aterra pensar que puedo
hacer sospechar algo a su señoría.
- Muéstrate vaga respecto a todo – le aconsejó Lady Betty. Supongo que
sabes algo sobre Rusia.
Aleza sonrió, recordando cuántos libros había leído sobre aquel país.
Lo sabía casi todo acerca de los zares, la política rusa y el sufrimiento del
pueblo.
- Trataré de cometer errores – dijo.
- En mi opinión, lo único que tienes que hacer – dijo Lady Jean – es estar lo
más preciosa posible, sonreír a Lord Wrexhampton y tratar de fascinarlo.
- ¡Estoy segura de que eso no lo conseguiré nunca! – exclamó Aleza.
- ¡Pues tienes que intentarlo! – insistió Lady Jean en tono agudo.
Aleza comprendió que sería un error tratar de discutir con ella.
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Sobre todo, antes de que hubiera empezado siquiera lo que ella
consideraba una farsa sin pies ni cabeza.
- Les prometo que haré cuanto pueda – dijo con suavidad.
Lady Jean reaccionó en el acto.
- Sé bien que lo harás – dijo en un tono diferente. Tanto Betty como yo
creemos que eres maravillosa.
- ¡Claro que sí! – confirmó la mencionada y miró el reloj que había en la
repisa de la chimenea. Si ya estamos listas, opino que debemos irnos a la
estación. Sería conveniente que llegáramos temprano y nos sentáramos al fondo
del vagón privado de su señoría. Así podremos observar a los otros invitados,
en lugar de ser observadas por ellos.
Aleza pensó que ésta era una buena idea.
Lady Betty llamó a un lacayo para que bajara el baúl, al que Lady Jean ya
le había puesto una etiqueta con el nombre de la supuesta princesa: Aleza
Kropothin.
Lady Jean y Lady Betty no dejaron de hablar en todo el trayecto hasta la
estación de Paddington.
Aleza iba callada.
Estaba tratando de pensar con calma y de rezar para no cometer errores.
Ya había cometido uno al subir al carruaje.
Cuando salía en coche con Lady Jean y su madre, siempre se sentaba en
el pequeño asiento que la hacía quedar de espaldas a los caballos y ahora,
automáticamente, se dirigió hacia él.
Debido a que las estaba ayudando un lacayo, Lady Jean sólo pudo darle
un leve empujón, pero fue suficiente para que comprendiera.
Una vez que partieron, Lady Jean le dijo:
- Recuerda, Aleza: ¡eres una princesa de sangre real! Tú irás del brazo de
su señoría cuando nos dirijamos al comedor, porque eres socialmente mucho
más importante que nosotras. Irás siempre delante de nosotras y te sentarás en
los mejores puestos, ¿entiendes?
- Trataré de recordarlo – dijo Aleza y pensó que iba a ser algo difícil para
ella, después de haber estado en el orfanato, después al servicio del señor
Tranter y por último en el internado.
Como doncella personal, había tratado de hacerse notar lo menos posible
y … ahora tendría que actuar a la inversa.
Miró pensativamente el elegante bolso de mano que Lady Jean le había
prestado, los guantes de piel, que debían de ser carísimos, y se dijo que más le
valía disfrutar de su momento de gloria. ¡No duraría mucho!
Cuando ya se acercaba a la estación, Lady Jean le dijo:
- No olvides que nuestra carabina será la hermana de Lord Wrexhampton,
la marquesa de Ludlow. La conozco y puedo asegurarte que es mucho más
agradable que su hermano mayor.
Había en la voz de Lady Jean la nota aguda que aparecía siempre que
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mencionaba a Lord Wrexhampton.
Aleza pensó que esto era un error e iba a decirlo así, cuando Lady Betty
lo hizo por ella.
- Si le hablas a su señoría en un tono así – dijo - ¡sospechará algo en el acto!
Lady Jean se quedó pensativa un momento y contestó:
- Tienes razón. Hemos de hacerle pensar que tú y yo estamos locamente
enamoradas de él. Y, desde luego, mostrarnos emocionadas cada vez que nos
diga una palabra amable.
Betty se echó a reír.
- Las dos sabemos que son palabras hipócritas y que milord nos considera
indignas de él. Pero en tanto no logremos nuestra venganza, debemos tener
mucho cuidado y no dejarle sospechar que nos traemos algo entre manos.
- Eso es lo sensato – convino Lady Jean. Y debemos empezar por
mostrarnos impresionadas por el castillo Wrex y todo lo que su señoría posee.
Llegaron a la estación de Paddington y de inmediato se dirigieron al
andén donde estaba el vagón privado de Lord Wrexhampton enganchado al
tren de Buckinghamshire, el condado en que se hallaba el castillo Wrex.
La única persona que había en el vagón cuando llegaron era la marquesa
de Ludlow, una mujer atractiva, de cerca de cuarenta años y mucho más
agradable que su hermano.
Lady Jean corrió hacia ella y le dijo casi jadeante:
- Espero, señora, no haber hecho algo imperdonable, pero he traído
conmigo a mi gran amiga la princesa Aleza Kropthin, que llegó anoche de Rusia
inesperadamente.
La marquesa pareció sorprendida y Lady Jean continuó:
- No podía dejarla sola en Londres, ya que mis padres están fuera de la
ciudad, y tampoco quería perderme este maravilloso fin de semana en el castillo
Wrex.
La marquesa sonrió.
- No se preocupe. Ha hecho lo único que cabía hacer: traer a la princesa
consigo.
Y le tendió la mano a Aleza diciendo:
- Estoy segura, alteza, de que mi hermano se sentirá encantado de darle la
bienvenida.
Después procedió a saludar a Lady Betty y, mientras las jóvenes
aristócratas le contaban la patraña de que habían estado juntas en el colegio, se
dirigieron las cuatro hacia el fondo del vagón.
Desde allí podían observar a los invitados que empezaban a llegar.
Eran gente joven en su mayor parte; pero había también varios amigos
de la marquesa, todos muy aficionados al bridge.
Cuando el tren se puso en marcha, Aleza pensó que, al menos, ya habían
saltado el primer obstáculo.
Esta idea la hizo recordar que en el castillo podría cabalgar a placer.
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Lady Jean había insistido en que llevara uno de sus trajes de amazona y
ella le preguntó:
- ¿Acaso podré montar?
- Por supuesto que lo harás, si nosotras lo hacemos – contestó Lady Jean.
- En cuanto a mí, estoy ansiosa por ver los caballos de Lord Wrexhampton,
manifestó Lady Betty. Hablaba muy orgulloso de ellos y dejo bien claro que, en
su opinión, los caballos de papá eran muy inferiores a los suyos.
- Supongo que piensa lo mismo de todos los caballos ajenos – dijo Lady
Jean con tono despectivo. Es una lástima que Aleza no haya traído un caballo
ruso que pudiese vencer al mejor que tenga su señoría.
Estas palabras hicieron que las tres jóvenes se echaran a reír.
Ahora, el corazón de Aleza saltaba de alegría por la perspectiva de poder
cabalgar.
Hacía mucho tiempo que no montaba y empezaba a pensar que no
volvería a hacerlo nunca.
Algunos de los jóvenes invitados ya conocían a Lady Jean y a Lady Betty,
porque solían asistir a las mismas fiestas y charlaban y reían animadamente con
ellas.
Aleza se limitaba a escucharlos, pensando que su conversación era un
tanto pueril.
Se dijo que tal vez la consideraba así porque estaba acostumbrada a
hablar con su abuelo.
Los amigos de éste eran por lo general inteligentes y, cuando iban de
visita, a ella le encantaba oírlos hablar de temas que, seguramente Lady Jean y
Lady Betty ignoraban por completo.
No dispondría de mucho tiempo en el castillo Wrex, pero estaba segura
de que habría allí una magnífica biblioteca.
Estaba decidida a leer, si tal cosa era posible, algunos de aquellos libros.
Poco después de la partida, lacayos con la librea de Lord Wrexhampton
sirvieron un delicioso almuerzo regado con champán.
Aleza, prefirió no beber, pues hacía mucho tiempo que no probaba el
champán, en realidad sólo lo tomaba en Navidad y por su cumpleaños y temía
que se le subiese a la cabeza.
“Y ahora lo más importante”, se dijo, “es pensar antes de hablar y,
ciertamente, antes de actuar”.
Llegaron a las doce y media a la estación privada del castillo Wrex,
donde había una hilera de carruajes esperando a los viajeros.
La marquesa invitó a Aleza y a Lady Jean a ir con ella.
Aleza no pudo dejar de encontrar gracioso que Lady Jean y un joven
aristócrata se sentaran en el pequeño asiento en que iban de espaldas a los
caballos, mientras que la marquesa y ella ocupaban los mejores puestos.
La primera visita que tuvo del castillo la hizo lanzar una exclamación
ahogada.
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Esperaba que fuera impresionante, pero no tan hermoso y magnífico.
El castillo original, que ahora formaba uno de los extremos, proclamaba
su antigüedad.
El sol brillaba en todo su esplendor, reflejándose en los cientos de
ventanas y en el lago que había delante del edificio.
Era todo tan hermoso, que a Aleza no la habría sorprendido que se
esfumara en el aire al acercarse, cual si fuera un espejismo.
Pero no ocurrió así.
El carruaje se detuvo ante la escalinata cubierta con una alfombra roja y,
al ver el gran número de sirvientes que aguardaban en el vestíbulo, Aleza
comprendió que todo era maravilloso, pero también real.
Después de haber saludado a la marquesa, el mayordomo se adelantó
para abrir la puerta de una amplia sala y anunciar con voz engolada:
- ¡La honorable marquesa de Ludlow!
Lord Wrexhampton estaba en el extremo opuesto de la estancia, en pie y
de espaldas a la chimenea.
Con paso lento y difuso avanzó hacia su hermana, que lo besó
afectuosamente diciendo:
- ¡Aquí estamos, Stanhope, y te traemos una sorpresa!
- ¿Una sorpresa? – preguntó Lord Wrexhampton.
La marquesa hizo adelantarse a Aleza.
- Quiero presentarte a su alteza, la princesa Aleza Kropothin, que llegó
ayer para hospedarse en casa de su amiga, Lady Jean Norman. Muy
sensatamente, Lady Jean pensó que no podía dejarla sola en Londres.
- ¡Por supuesto que no! – dijo Lord Wrexhampton, tendiéndole la mano a
Aleza. Encantado de dar a su alteza la bienvenida al castillo Wrex.
- Gracias – contestó Aleza, pensando que estaba tomándose la inesperada
situación de manera muy diplomática.
Después su señoría saludó a Lady Jean, que dijo en tono preocupado:
- Espero que no se enfade conmigo … Como le dije a su hermana, mis
padres están fuera de la ciudad y yo pensé que no podía dejar a mi pobre amiga
sola en Londres.
- Claro que no – reconoció Lord Wrexhampton. Además, estoy seguro de
que su alteza disfrutará de la estancia en el castillo – su tono revelaba que se
habría sentido muy asombrado si alguien no hubiera estado a gusto en su casa.
Lady Jean y Aleza subieron juntas para que les mostraran sus respectivos
dormitorios y cambiarse antes del té.
Según iba viendo el castillo, Aleza tuvo que admitir que el castillo era
realmente tan sensacional como su dueño lo consideraba.
Su madre le había enseñado mucho acerca de cuadros y muebles, por lo
que pudo darse cuenta de que todo lo que había en la sala, los corredores y su
propio dormitorio era inapreciable.
Pensó lo mismo cuando tuvo tiempo de examinar las porcelanas, así
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como una notable colección de cajitas de rapé.
El ama de llaves, que portaba un gran llavero de plata en la cintura, las
llevó primero a un lujoso dormitorio asignado a Aleza.
Lady Jean le explicó que Lane, la doncella personal, había enfermado en
el último minuto.
- Sentiría mucho causarle problemas – añadió. Su alteza pensaba
conseguir una doncella inglesa para que la atendiera mientras está en nuestro
país, pero como teníamos que partir hoy mismo hacia aquí, le dije que podía
compartir la mía mientras estábamos en el castillo. Sin embargo, cuando íbamos
a salir, Lane se puso tan enferma, que fue imposible traerla.
- No se preocupe por eso, milady – contestó el ama de llaves. Yo me
encargaré de que una de las mejores doncellas se ponga a disposición de su
alteza y que otra la atienda a usted debidamente, milady.
- Gracias, es usted muy amable – contestó Lady Jean, y dejando a Aleza, se
fue con el ama de llaves al dormitorio que le habían asignado.
Poco después fue subido el equipaje y una mujer de edad madura entró
para encargarse de deshacerlo.
Aleza había aprendido muchas cosas al lado de Lady Jean y, por lo tanto,
advirtió que la doncella era muy experta.
Cuando terminó con el equipaje, peinó a Aleza y no tuvo ninguna
dificultad en hacerlo tan bien o mejor que el peluquero de la madre de Lady
Jean.
Después ayudó a Aleza a ponerse uno de los bonitos vestidos de tarde
que había llevado.
Cuando Lady Jean se reunió con ella, bajaron juntas la escalera.
- ¿Va todo bien? – le preguntó en voz baja Lady Jean.
- Hasta ahora, todo marcha a la perfección – contestó Aleza. Pero, por
favor, ¡cuide de mí!
- Bien sabes que lo haré. Y empieza a tutearme, por favor – dijo Lady
Jean, cogiéndola de la mano.
Así, juntas, entraron en el salón principal, donde ya estaba servido el té y
Lord Wrexhampton las esperaba.
- ¡Ah, están aquí! – exclamó. Espero que mi ama de llaves las haya
atendido bien.
Miraba a Aleza al decir esto y ella repuso con el grado suficiente de
admiración en su voz:
- ¡Todo, milord, es perfecto en su magnífico castillo! – y Lord
Wrexhampton pareció complacido.
Los demás invitados se les fueron uniendo gradualmente.
Todos estaban disfrutando del té cuando apareció el hermano del conde.
Besó a su hermana y después recorrió el salón saludando a todos.
Cuando fue presentado a Aleza la miró, según pensó ella, con sorpresa.
Alexa sintió un estremecimiento de temor, porque tuvo la inquietante
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impresión, aunque pareciese absurda, de que Victor Wrex, con sus ojos
extraordinariamente penetrantes, se había dado cuenta de que era una farsante.
Después, mientras la marquesa le servía una taza de té, él se sentó en un
sofá junto a Aleza, diciendo:
- Así que acaba de llegar de Rusia. ¿Cómo van las cosas en su turbulento
país?
- Igual que siempre – dijo Aleza. Pero me alegra mucho haber vuelto a
Inglaterra.
- ¿Había estado aquí antes, su alteza?
- Sí, estuve en el colegio con Jean y Betty.
- Creo que en Rusia está ahora de moda tener maestros ingleses,
institutrices inglesas y, desde luego, también niñeras inglesas. Supongo que eso
explica el modo perfecto en que habla usted inglés.
- ¡Espera que lo sea! – rio Aleza. Tiene que serlo, considerando que cursé
la mayor parte de mis estudios aquí. Pero en casa hablamos francés.
Aleza dijo esto porque había leído que los aristócratas rusos siempre
hablaban el idioma galo, y sería una buena excusa si, por casualidad, alguien
descubría lo limitadísimo que era su ruso.
Había aprendido unas cuantas frases leídas en libros, pero no estaba muy
segura de su pronunciación, pues nunca había conocido a nadie que pudiera
enseñarle aquel idioma.
- Su alteza parece muy preocupada – dijo Victor Wrex inesperadamente.
¿Qué puede preocuparle si ahora está en Inglaterra, donde no hay policía
secreta que la vigile?
Aleza pensó que era un hombre demasiado perspicaz y podía ser
peligroso.
- Si estoy preocupada – repuso en tono ligero – es sólo porque temo haber
impuesto mi presencia a su hermano al presentarme aquí sin ser invitada. Por
desgracia, la carta en la que avisaba a Jean de mi llegada a Londres no llegó a
tiempo.
- Eso no me sorprende. El correo ruso es tradicionalmente errático.
- Eso se debe a las grandes distancias y a las inclemencias del tiempo,
siempre impredecible.
Aleza pensó al decir esto, que estaba haciendo bastante bien su papel.
Sin embargo, se sintió aliviada cuando Lord Wrexhampton se la llevó al
otro lado del salón para mostrarle una caja de rapé que tenía en el centro una
miniatura de Catalina la Grande.
Era una pieza evidentemente valiosa.
- Sólo sus compatriotas son capaces de realizar un trabajo como éste – dijo
Lord Wrexhampton. Este casi es uno de mis tesoros favoritos.
- No me sorprende – manifestó Aleza. ¿Ha estado su señoría en Rusia
alguna vez?
- No, pero es algo que pienso hacer en el futuro. He visto a la zarina aquí
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en varias ocasiones, y estoy seguro de que me daría la bienvenida en San
Petersburgo.
- Es muy hermosa – comentó Aleza, recordando las fotos que había visto
de la princesa Alejandra de Hesse, antes de que se casara con el zar.
- ¡Casi tan hermosa como usted! – dijo Lord Wrexhampton.
El cumplido sorprendió tanto a Aleza, que lo miró con los ojos muy
abiertos.
- Al verla entrar en el salón al lado de mi hermana – continuó diciendo el
caballero – pensé que era usted la mujer más hermosa que había visto en toda
mi vida.
Con tono más bajo, pero más intenso, añadió:
- Después, cuando subió usted a cambiarse y dejé de verla, me dijo que
sólo podía ser una ilusión … ¡Cuánto me alegra que no sea así! Es usted tan
bella como la preciosa pieza que tiene en sus manos
Cogió al decir esto la caja de rapé y la guardó de nuevo en la vitrina.
La pausa le dio tiempo a ella para recobrar la compostura.
- Su señoría es muy adulador – logró decir cortésmente. Sólo espero no
causarle una desilusión.
- Eso sería imposible – aseguró Lord Wrexhampton.
Cuando subieron a vestirse para la cena, Aleza le contó a Lady Jean la
escena.
Lady Jean la miró como si pensara que no podía ser cierto.
Después palmoteó exclamando:
- ¡Lo lograste! ¡Oh, qué lista, pero que lista eres, Aleza! Lo tienes ya
cautivado.
- No saques conclusiones precipitadas – opuso Aleza. Un cumplido no es
una proposición de matrimonio.
- Pero indica que el viento sopla en la dirección conveniente. ¡Oh, Aleza,
juega tus cartas con habilidad esta noche y aliéntalo de todas las maneras
posibles!
Antes de que Aleza pudiera contestar, apareció su doncella y Lady Jean
tuvo que marcharse a su propio dormitorio.
Mientras disfrutaba por primera vez en su vida de un baño perfumado
frente al fuego de la chimenea, Aleza se sintió un poco avergonzada de lo que
estaba haciendo.
No le parecía bien intrigar contra el dueño de aquel magnífico castillo.
Era incorrecto tratar de humillar a un hombre que, aunque tal vez pecara
de vanidoso, tenía todas las razones para enorgullecerse de su ascendencia y su
posición social.
“Me gustaría ser una invitada común y corriente”, se dijo y esta idea la
hizo reír.
¡Era absurdo pensar que Lord Wrexhampton, sabiendo que se trataba de
una simple doncella, la hubiese admitido en su castillo!
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El comedor era mucho más espléndido que el de la casa del conde.
En cuanto al ambiente, resultaba muy parecido al que Aleza había
podido contemplar desde la galería de los trovadores.
Entonces le había parecido como si estuviera viendo una obra teatral …
¡y ahora formaba parte del elenco!
La marquesa y sus amigas llevaban tiaras magníficas, los diamantes con
que se adornaban resplandecían casi deslumbrantes.
Por indicación de Lady Jean, Aleza se había puesto el vestido azul
turquesa, junto con el aderezo de esas piedras preciosas, pertenecientes a la
madre de Lady Betty: collar, pendientes y pulseras a juego.
Debido a que era soltera, no podía usar una tiara.
- ¿No es esto demasiado elegante para la primera noche? – había opuesto
a la sugerencia de Lady Jean. Deberíamos reservarlo para el baile del sábado.
Lady Jean movió al cabeza de un lado a otro.
- Las primeras impresiones son siempre las más importantes. Hemos de
lograr que su señoría esté consciente de ti desde un principio.
Aleza pensó que, ciertamente, eso ya lo había logrado.
Luego, cuando se dirigía hacia el comedor del brazo del anfitrión, se dijo
que no era ella en realidad. Estaba interpretando un papel que habría de olvidar
cuando bajara el telón.
¡Y entonces tendré que volver al comedor del ama de llaves!, se dijo con
tristeza.
Era imposible no sentirse emocionada de comer en vajilla de oro y beber
champán en copas de cristal tallado, grabadas con el escudo de los
Wrexhampton.
Los candelabros que había sobre la mesa, las fuentes de porcelana de
Sèvres llenas de melocotones y uvas moscatel, así como las grandes lámparas
que pendían del techo, componían un cuadro tan deslumbrante que apenas
podía describirse con palabras.
A Aleza se le hacía difícil escuchar lo que Lord Wrexhampton estaba
diciendo.
Ella quería ver y recordar todo lo que la rodeaba.
De pronto advirtió que, desde el otro lado de la mesa, Victor Wrex la
estaba observando y, una vez más, sintió un leve estremecimiento de temor.
Había pensado, al verlo por primera vez, que era diferente a los otros
hombres, y ahora comprobó que tenía una presencia mucho más imponente que
la de su hermano.
No podía explicarse en qué consistía, pero percibía sus vibraciones y
comprendió que la de Victor Wrex era una observación crítica.
“¡Me da miedo!”, pensó y se volvió para oír a Lord Wrexhampton, como
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si éste pudiese protegerla de su hermano.
Pasaron a otro magnífico salón después de la cena.
Había música, que podían escuchar si así lo deseaban, y varios juegos de
mesa en los cuales participar: ajedrez, backgammon, piquet, bridge e incluso
una pequeña ruleta.
Aleza hubiera preferido oír la música interpretada por un trío de piano,
violín y violonchelo; pero Lord Wrexhampton insistió en mostrarle sus cuadros.
Le enseñó primero los que había en el salón y después los de la galería de
retratos.
Para alivio de Aleza, Lady Jean los acompañó cuando salieron del salón.
Lord Wrexhampton pareció complacido de tener un auditorio mayor
para sus explicaciones eruditas.
Los cuadros eran ciertamente magníficos.
Aleza trató de recordar todo lo que su madre le había enseñado sobre
pintura y decir algo inteligente acerca de cada obra que veían.
Fue evidente que había logrado impresionar a su anfitrión, quien le dijo
cuando volvieron al salón:
- Es un gran placer, alteza, encontrar a alguien que conoce tanto sobre mis
posesiones. Espero tener la oportunidad de mostrarle mañana algunas más.
- Será un placer para mí, milord – contestó Aleza – y muchas gracias por
haberme aceptado con tanta amabilidad como su huésped.
Lord Wrexhampton se inclinó galantemente sobre su mano.
Aleza pensó, al subir más tarde la escalera, que había hecho su papel a la
perfección.
Iba por la mitad cuando volvió la cabeza con intención de sonreír
encantadoramente a su señoría … pero se encontró con los ojos penetrantes de
Victor Wrex, que acababa de abandonar el salón con otros invitados y la
observaba gravemente, sin el menor vestigio de sonrisa en sus labios.
Sobrecogida a su pesar, Aleza subió casi corriendo la escalera, como si
huyera de algo que no acababa de comprender.
Llevaba sólo unos minutos en su dormitorio cuando Lady Jean se reunió
con ella.
- ¡Has estado brillante, Aleza, absolutamente brillante! Me he dado cuenta,
cuando hemos ido a la galería de retratos, que su señoría está cautivado por ti.
Se sentó a los pies de la cama y continuó diciendo:
- ¿Cómo sabes tanto de pintura? ¡Me has dejado impresionada!
- No sé tanto … tenía miedo de decir algo equivocado.
- ¡Bah, ni se habrían fijado! Lo único que veían era lo preciosa que estabas.
Los hombres decían tantas cosas halagadoras sobre ti, que empezaba a sentirme
celosa.
Aleza se echó a reír.
- ¿Cómo puede decir algo tan absurdo?
- No es absurdo – le aseguró Lady Jean. Sin embargo, estás actuando tal
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como yo quería que lo hicieras, ¡así que me siento orgullosa de mi protegida!
- ¡Mantén cruzados los dedos! Aún nos quedan mañana y pasado, antes
de poder cantar victoria – le recordó Aleza, mientras se quitaba el aderezo de
turquesas para guardarlo cuidadosamente en el estuche forrado de terciopelo.
Después preguntó:
- ¿Cuándo piensas decirle a su señoría que lo hemos estado engañando?
Hubo una larga pausa antes que Lady Jean contestara:
- Betty y yo no lo hemos decidido todavía. Queremos esperar a ver si se
enamora de ti o por lo menos a que, orgulloso de tener por huésped a una
persona de sangre real, te invite a inaugurar una exposición floral o algo por el
estilo.
- Creo que sería mucho mejor que esperásemos hasta habernos ido de
aquí – dijo Aleza. Entonces puedes escribirle diciendo que has descubierto que
soy una impostora.
Lady Jean pensó un momento y reconoció:
- Es una idea, ciertamente … ¡Pero es que quiero estar presente, quiero ver
su cara y poder jactarme ante él cuando se descubra todo!
- Yo creo que eso sería un gran error – opinó Aleza.
- Bueno, es demasiado pronto para tomar ninguna decisión al respecto.
¡Deja las cosas como están y diviértete, querida Aleza! Esto no volverá a
sucederte nunca.
Aleza no pudo reprimir su tristeza al decir:
- No, tienes mucha razón … esto no volverá a sucederme … nunca.

Capítulo 5

Montando uno de los soberbios caballos de Lord Wrexhampton, Aleza


pensó que no se había sentido tan feliz en mucho tiempo.
Era una experiencia indescriptible cabalgar en tan espléndido animal,
algo que no esperaba que sucediera nunca.
El traje de amazona que le había prestado Lady Jean era muy elegante y
podía compararse favorablemente con los que llevaban las otras invitadas.
Volvieron al castillo después de haber estado cabalgando durante hora y
media.
Aleza vio que Lady Jean hablaba muy animadamente con un atractivo
joven que, según se había enterado la noche anterior, era el vizconde de
Sherrington, muy popular en los círculos sociales de la aristocracia.
Se le ocurrió que si Lady Jean se enamoraba, tal vez renunciara a su
“campaña” contra Lord Wrexhampton.
Éste se mostraba orgulloso y condescendiente con sus invitados, pero no
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cabía la menor duda de que era un excelente anfitrión, pues todo lo que
necesitaban estaba a su disposición.
Al regresar del paseo, se emparejó con ella y le dijo:
- Me doy cuenta, alteza, de que se está divirtiendo.
- ¡Claro que sí! – contestó Aleza. ¿Quién no disfrutaría montando estos
caballos? Creo que son los más finos que he visto en mi vida.
- Gracias – dijo complacido el Lord. He sido singularmente afortunado en
los últimos años. Espero poder mostrarle un día mis caballos de carreras, que
han logrado muchos triunfos.
- Me encantaría verlos – manifestó Aleza, pero sabía que esto no sería
posible.
Sin embargo, prefería no recordar que, al cabo de dos días, volvería a su
humilde puesto de doncella.
Después de un excelente almuerzo, Lord Wrexhampton llevó a sus
invitados a dar un paseo en carruaje por la finca.
Aleza se dio cuenta de que, una vez más, Lady Jean iba con el vizconde
de Settington, y también le pareció que Lady Betty coqueteaba con otro joven
cuyo nombre no recordaba.
De cualquier modo, era evidente que se estaba divirtiendo mucho.
“Este es el mundo en que mamá hubiera querido que yo me moviera”,
pensó, “y aunque lo estoy haciendo de forma habitual, al menos ya lo conozco y
recordaré siempre lo lujoso que es … y lo irreal”.
Volvieron al castillo después de explorar buena parte de las tierras que lo
rodeaban.
En el comedor azul estaba servido el té, con todas las golosinas
imaginables para tentar el apetito.
Cuando terminaron de tomar el té, la marquesa dijo que se iba a acostar
un rato y Aleza pensó que ella debía hacerlo también.
Temía padecer agujetas por haber cabalgado después de no hacerlo en
tanto tiempo.
Sin embargo, esperaba llena de excitación el baile que se celebraría
después de la cena.
- No será muy solemne – había explicado Lord Wrexhampton – sino sólo
preparatorio de los grandes bailes que mi sobrina disfrutará cuando vaya a
Londres la semana próxima.
- Estoy esperando con ansiedad esos bailes, tío Stanhope – manifestó su
sobrina Mavis. Pero será muy emocionante poder bailar en tu hermoso salón,
aquí en el castillo.
- Lo he mandado decorar especialmente y espero que todos queden
sorprendidos al verlo – dijo él mirando a Aleza, y ella tuvo que contenerse para
no confesar que sería el primer baile al que asistiera.
Se limitó a contestar:
- Estoy segura de que cualquier cosa que usted organice, milord, será
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perfecta como todo en su castillo.
Lord Wrexhampton le sonrió muy ufano, y Aleza se dijo que Lady Jean
podía estar satisfecha de su actuación.
Pero cuando la buscó con la mirada, se dio cuenta de que Lady Jean no
hacía caso de nadie, excepto del vizconde.
Estaban sentados en un sofá, un poco separados del resto del grupo, y
era evidente que sostenían una conversación muy íntima.
No era difícil ver la admiración que había en los ojos del vizconde ni que
los de Lady Jean brillaban con intensidad.
“Subiré sola, sin molestarla”, decidió Aleza y se dirigió hacia la puerta,
pero Lord Wrexhampton la siguió.
- Todavía no he mostrado a su alteza mis estatuas. Estoy seguro de que le
gustarán.
- Me encantaría verlas – contestó Aleza. Me fijé en una hermosa Afrodita
que hay en el vestíbulo.
- Ésa la compré en Roma, pero tengo varias imágenes más de la misma
diosa en otros lugares de la casa.
- Me encantará verlas todas. También me gusta mucho esa manita de niño
que hay cerca de mi dormitorio; estoy segura de que proviene de Delfos.
- ¡Así es! Mi hermano me la regaló por Navidad y yo me he propuesto
visitar Grecia el próximo año.
- La veo cada vez que entro o salgo de mi habitación. Volveré a verla
ahora, cuando vaya a echarme un rato.
- Le enseñaré todas mis estatuas mañana – prometió Lord Wrexhampton
y ella, tras dedicarle una sonrisa salió al vestíbulo.
Estaba a punto de subir la escalera, cuando Victor Wrex apareció en el
corredor y dijo:
- Me gustaría hablar con su alteza.
Aleza iba a negarse, pero se contuvo pensando que sería una grosería.
- Me disponía a descansar – dijo – pero, desde luego, si usted quiere
hablar conmigo …
- No la entretendré mucho – prometió él.
Giró al decir esto y Aleza lo siguió hasta una habitación que ella no había
visto hasta entonces.
Era, evidentemente, la habitación de un hombre, amueblada con sillones
de cuero y estanterías llenas de libros.
Aleza supuso que era la sala privada de Victor Wrex.
Éste cerró la puerta e indicó un sillón cerca de la chimenea.
- ¿Tiene la bondad de sentarse?
Aleza obedeció.
De pronto se sentía temerosa de la razón que lo había impulsado a
llevarla allí.
Notó sobre sí la mirada de sus ojos oscuros, penetrantes, y se estremeció
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interiormente.
¿Por qué no había tenido la desenvoltura para negarse a seguirlo?
Debía haber esperado a que Lady Jean o Lady Betty pudiesen
acompañarla.
Como Wrex no hablaba, ella preguntó con voz un poco trémula:
- ¿De … de qué quería usted hablar conmigo?
- Quiero preguntarle con toda franqueza por qué finge usted ser la hija del
príncipe Kropothin.
Era lo último que Aleza esperaba oír y, por un momento, se quedó sin
habla, limitándose a mirarlo con fijeza.
Después, viendo que él esperaba una respuesta, repuso:
- Yo no … no sé lo que quiere usted decir.
- Creo que sí lo sabe y a mí me gustaría enterarme de cuál es su juego …
¿Se trata de extorsión?
Ella lanzó una exclamación de protesta.
- ¿Cómo puede sugerir algo así? – y añadió enseguida: Además, repito que
no sé de qué me habla.
- ¿Cuál es el nombre de pila de su padre? – preguntó Victor Wrex con tono
seco.
Por un momento, Aleza no pudo recordar el nombre que Lady Betty le
había dicho, pero al fin, con voz asustada, contestó:
- Vasilav.
Victor sonrió con escepticismo y dijo:
- El príncipe Vasilav Kropothin tiene tres hijos varones y ninguna hija.
Aleza contuvo la respiración, mientras le parecía como si la habitación
diera vueltas a su alrededor.
El aturdimiento que le causaba aquella situación le impedía pensar.
Era como si, de pronto, el mundo se hubiera vuelto del revés.
Hubo un prolongado silencio, que Victor Wrex quebró al decir con
amenazadora calma:
- Estoy esperando una explicación antes de revelar a mi hermano que
usted lo está engañando.
Aleza casi no pudo contener un grito.
- ¡No, no, por favor, no lo haga!
- Entonces, ¿admite que es usted una impostora? Aunque, ciertamente,
parece rusa …
- Soy … medio rusa – confesó Aleza.
- ¡Pero no la hija del príncipe Vasilav Kropothin!- acusó Wrex con voz
dura. Parecía decidido a hacerla confesar incluso por la fuerza.
En silencio, desesperadamente, Aleza rogaba a su madre que, desde el
cielo, le inspirase la actitud correcta.
Sus ojos se veían muy grandes y asustados cuando los levantó hacia su
acusador, que permanecía en pie frente a ella.
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Aleza lo veía como un ser dominante, inflexible, y en cambio ella se
sentía pequeña e indefensa …
¡Estaba completamente a merced de aquel hombre!
Lo miró con expresión suplicante hasta que él demandó:
- ¡Estoy esperando!
- Si … si le digo toda la verdad … ¿tratará de comprender?
- Supongo que, para actuar correctamente, debería llamar a mi hermano
para que oyera esa verdad.
- ¡No, no, por favor …! – suplicó Aleza. ¡Por favor, no lo llame!
Captó que él estaba indeciso y agregó, procurando ser persuasiva:
- Aunque le parezca improbable, cuando le diga la verdad comprenderá
que no estamos haciendo nada malo.
- ¿Por qué habla en plural? ¿Quiere decir que Lady Jean y Lady Betty
andan mezcladas en esto?
- Sí …
- Entonces, tal vez deba mandar por ellas …
- No, no – le interrumpió ella. Óigame, como le he dicho, tal vez
comprenda.
A Aleza le pareció que él titubeaba.
Y Victor Wrex, por su parte, vio que ella también temblaba de miedo.
- Muy bien – dijo – escucharé lo que tiene que decirme, pero recuerde que
ha de ser verdad.
- Le … le prometo que cuanto voy a decirles es cierto – afirmó Aleza y,
dado que la intimidaba verlo en pie ante ella, le pidió: ¿No podía sentarse, por
favor? Es usted tan alto que me asusta.
- Me ha dado cuenta que tiene usted miedo desde que ha entrado aquí.
Como sabía que estaba usted representando una farsa, no me ha sorprendido.
Hablaba con voz dura; pero, accediendo a la solicitud de Aleza, se sentó
en un sillón frente a ella.
Cruzó las piernas, se arrellanó en el asiento y fijó sus ojos penetrantes en
el rostro femenino.
Aleza tuvo la impresión de que, si mentía, él se daría cuenta de
inmediato. Tenía tanto miedo, que hubiera querido salir corriendo de la
habitación y escapar del castillo, huir, desaparecer para que nadie pudiera
encontrarla.
Pero esto era imposible.
Por lo tanto, decidió confesar la verdad que Wrex le exigía.
- ¿Recuerda que, cuando estuvieron en Ford Park, la noche del último
domingo habló usted con su hermano en la biblioteca?
Victor Wrex la miró sorprendido.
- Sí. ¿Nos vio usted allí?
- No, yo no; pero Lady Jean entró a la biblioteca buscando a su señoría y,
por casualidad, oyó lo que él le estaba diciendo a usted.
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- No recuerdo haberla visto entrar.
- No se puede ver la puerta desde la chimenea, porque hay una estantería
en medio.
- Sí, es cierto … Continúe.
- Lady Jean oyó que usted le preguntaba a su hermano si … si tenía
intenciones de casarse con ella.
Victor Wrex no dijo nada; pero ella comprendió, por la expresión de sus
ojos, que recordaba la conversación.
- Lord Wrexhampton contestó que si tenía que casarse con una joven
estúpida para que le diese un heredero, tendría que ser de mayor importancia
social y estar mucho mejor educada.
Los ojos de Victor Wrex brillaban maliciosos cuando dijo:
- Mi hermano, por supuesto, no tenía idea de lo que estaba escuchando.
- Puede usted imaginar cómo se sintió Lady Jean al conocer la opinión de
su señoría sobre ella.
- Sí … fue muy poco afortunado que estuviera oyendo lo que no debía …
Pero siga usted.
Aleza tragó saliva con esfuerzo antes de continuar relatando:
- Lady Jean se sintió tan ofendida y tan furiosa … que entre ella y Lady
Betty Harlow decidieron … darle a su hermano una lección.
Apareció una leve sonrisa en los labios de Victor Wrex. Al parecer,
adivinaba ya cómo proseguía la historia.
- Así que la trajeron aquí, fingiendo que era una princesa y, ¡por
descontado!, esperaban que mi hermano se enamorara de usted.
- Está mal – dijo Aleza en voz baja – sé que está mal … pero me pidieron
que hiciera ese papel … y no podía negarme.
- ¿Por qué no?
Al oír esta pregunta, Aleza comprendió que no podía decirle toda la
verdad.
¿Cómo confesarle que era la doncella personal de Lady Jean?
No sabía por qué, pero le pareció que confesar esto sería más humillante
que cualquiera de las vergüenzas que había sufrido hasta entonces.
Al fin repuso, apartando sus ojos del hombre:
- Yo … tenía una deuda de gratitud con Lady Jean.
Temió que él la presionara todavía más. Si la obligaba a confesar quién
era realmente, ¿cómo soportar la ignominia de que la hiciera volver de
inmediato al puesto que le correspondía, entre los criados?
También cabía la posibilidad de que la echara del castillo, y si Lady Jean
se enfadaba con ella por haber revelado la situación, no tendría ningún sitio
donde ir …
Estaba tan asustada que no podía ni siquiera mirar al hombre y tenía los
dedos tan apretados, que le blanqueaban los nudillos.
Y de pronto ocurrió algo totalmente inesperado: Victor Wrex se echó a
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reír.
Aleza pensó que no podía ser verdad que estuviese oyendo aquella risa.
Alzó la cabeza para mirarlo.
¡Se estaba riendo de veras y sus ojos resplandecían con una sonrisa
traviesa!
- Puedo comprender con exactitud lo que sucedió – dijo él al fin. He de
admitir que fue una idea brillante, ¡sencillamente lo que mi hermano se merece!
Aleza lo miraba atónita.
- ¿Habla … en serio?
- ¡Naturalmente! Yo esperaba una explicación mucho más siniestra – dijo
él con tono ligero.
Aleza se levantó del asiento y Wrex la imitó.
- Bien, debe usted subir a descansar – dijo. Discúlpeme por haberla
perturbado.
Aleza sólo podía continuar mirándolo, no muy segura de si había oído
bien.
Al ver que él sonreía, se atrevió a preguntarle:
- ¿Tiene … la intención de descubrirme?
- ¡Por supuesto que no! – respondió Wrex. Pero no sea demasiado dura
con mi hermano. No tuvo una infancia feliz y el castillo y todo lo que éste
contiene significa para él más que nada en el mundo.
Aleza se sentía como si hubiera sido zarandeada por un mar
tempestuoso que, de pronto, se había calmado dejándola en una playa de suave
arena.
De nuevo se notaba la cabeza embotada, pero por otro motivo: el alivio
hacía que experimentara una extraña debilidad que apenas le permitía moverse.
Victor Wrex, se percató de ello, fue a la mesita de bebidas que había en
un rincón de la estancia y volvió junto a la muchacha con una copa de
champán.
- Beba esto – dijo – y perdóneme si he sido innecesariamente cruel con
usted.
Ella tomó la copa con la mano que seguía temblando y bebió sólo dos
tragos, pero él insistió:
- Beba más. No quiero que se me desmaye aquí y todos se pregunten qué
le he hecho.
Aleza dejó escapar una risa que era casi un sollozo y tomó un poco más
de champán.
Sintió que su cuerpo recobraba las fuerzas y dijo:
- Yo … siento mucho haber hecho algo que, bien lo sé, mi madre jamás
hubiese aprobado. Ahora … tal vez fuese mejor que … me marchara lejos de
aquí.
- ¿Y estropear la reunión de mi hermano? Eso sería cruel.
- ¿Usted … no le va a decir la verdad?
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- ¡No pienso decirle nada a nadie! Lo que acaba de confesarme queda sólo
entre los dos. Y si es usted sensata, tampoco se lo dirá a sus dos amigas.
- No … claro que no se lo diré – convino Aleza, que se había bebido casi
todo el champán y dejó la copa en la mesita que había junto al sillón.
- Permítame decirle que hasta ahora ha hecho su papel admirablemente –
la elogió Victor Wrex. En realidad, si hubiera utilizado otro apellido que no
fuera el de un hombre al que conozco personalmente, también me habría dejado
engañar por usted.
Aleza no contestó.
Él continuó, como si hablara consigo mismo.
- Usted me recuerda a alguien … No sé a quién, pero su rostro es,
inequívocamente, el que una persona conocedora esperaría encontrar en una
princesa rusa.
Aleza comprendió que le estaba haciendo un cumplido, y un leve rubor
cubría su piel de magnolia cuando dijo:
- Ahora … creo que se burla usted de mí.
- Por el contrario, le digo la verdad. Pero váyase a descansar y disfrute del
baile de esta noche, como estoy seguro que mi hermano desea.
- Me sentiré muy turbada … porque ahora sé … que cuanto diga o haga
servirá sólo para que usted …
Iba a decir “me desprecie”, pero prefirió concluir con otras palabras:
- … se ría de mí.
- No haré tal cosa – prometió Victor Wrex. Y mañana espero verla montar
tan bien como lo ha hecho hoy.
Casi como una niña, Aleza preguntó:
- ¿De veras he montado bien? Hace tanto tiempo que no cabalgaba, que
tenía miedo de hacer algo mal.
- No la he visto hacer nada mal todavía, aparte de utilizar un apellido que,
según sospecho, no escogió usted misma.
Aleza lo miró sorprendida.
- Es verdad … Lo escogió Betty porque es el apellido de alguien real.
Victor Wrex sonrió.
- Permítame decirle que la próxima vez que finja ser otra persona, debe
prestar más atención a los detalles. Nunca es aconsejable utilizar el nombre de
una persona existente.
- Seguramente tiene usted razón, pero yo espero no tener que volver a
hacer … lo que estoy haciendo ahora.
Al decir esto, Aleza pensó que no era la verdad estricta. ¿Cómo no iba a
desear volver a un lugar como el castillo Wrex, montar caballos magníficos,
asistir a un baile como el de aquella noche …?
Como si, de alguna forma misteriosa, Victor Wrex pudiera leerle el
pensamiento, dijo:
- ¿Es esto realmente tan nuevo para usted … tan distinto de su vida
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corriente?
- Por favor … no me haga más preguntas – dijo Aleza sin dejar de pensar y
al momento se dio cuenta de que había sido una contestación excesivamente
reveladora.
- Entonces disfrute de todos los momentos – le aconsejó Victor Wrex.
Nadie puede saber lo que le depara la vida. Lo más absurdo que se puede hacer
es perder el tiempo lamentando el ayer o mirando sólo hacia el mañana, en vez
de disfrutar el presente.
Los ojos de Aleza se encontraron con los del hombre.
A la joven le pareció que había en ellos una expresión bondadosa que
nunca hubiera esperado ver.
Entonces tuvo la impresión de que estaban ligados de una manera muy
extraña.
Él la comprendía como nadie lo había hecho hasta entonces.
Se sintió avergonzado de pronto y parpadeó nerviosa.
- ¿Puedo irme? – preguntó.
- Desde luego.
Wrex le abrió la puerta y ella salió al corredor.
Él no la acompañó.
Aleza, al oír que se cerraba la puerta, echó a correr cruzó el vestíbulo y
subió los peldaños de la escalera casi de dos en dos.
Cuando llegó a su dormitorio iba sin aliento.
La doncella la estaba esperando y esto la obligó a controlarse.
Cruzó la habitación con dignidad.
- Lo tengo todo listo para que su alteza pueda tener un buen descanso –
dijo la doncella mientras empezaba a desabrocharle el vestido.
- Gracias – logró decir Aleza.
Después, cuando se quedó sola en la penumbra del dormitorio, trató de
calmar sus nervios y descansar en la amplia y mullida cama.
Pero no podía olvidar lo ocurrido. ¿Había sucedido realmente o lo había
imaginado solamente?
¿Cómo era que Victor Wrex había descubierto que era una impostora y
sin embargo le permitía continuar engañando a su hermano?
Parecía mentira, pero le estaba profundamente agradecida.
Prefería no imaginar lo que habría pasado si él hubiera provocado una
escena, desenmascarándola ante todo el mundo.
Incluso Lady Jean y Lady Betty hubieran pensado que había sido por su
culpa.
“¡Gracias, gracias, Dios mío, por salvarme!”, rezó con fervor.
Al quedarse dormida estaba pensando que aquella noche habría baile y
aún le restaba otro día más de felicidad … antes de volver a su oscuro puesto de
sirvienta.

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Cuando Aleza estaba ya vestida para la cena, entró Lady Jean en su
dormitorio y se mostró encantada de su apariencia.
Aleza se había puesto un vestido que pertenecía a la hermana de Lady
Betty.
Su dueña lo había comprado el año anterior para un baile que se
celebraba en su honor.
La amplia falda era de gasa blanca sobre lamé plateado, cuyo brillo hacía
que, a cada movimiento, Aleza pareciera estar rodeada de agua. Los volantes
que orlaban el bajo reforzaban esta impresión con su aspecto de olas
espumosas.
La cintura se ceñía con una banda plateada, y corpiño y mangas estaban
adornadas con marcasita y encaje.
- ¡Pareces una princesa de cuento! – exclamó Lady Jean.
- ¡Eso es lo que yo pensaba también, milady! – contribuyó al elogio la
doncella.
- Debes ponerte tu collar de diamantes esta noche – dispuso Lady Jean.
Y … sí creo que también las estrellas de diamantes en el cabello.
Mientras se adornaba con las joyas pertenecientes a la madre de Lady
Jean, Aleza pensó lo aterrador que sería perder alguna de ellas.
Al parecer, la joven aristócrata pensó lo mismo, porque hizo que la
doncella se asegurase de que todo iba bien prendido.
Cuando entraron en el salón, Aleza vio la admiración reflejada en los ojos
de Lord Wrexhampton.
También se dio cuenta de que la mirada de Victor Wrex brillaba
alegremente.
Ya en el comedor, Lord Wrexhampton le dijo:
- Su alteza engalana mi mesa mejor que cualquier otra mujer que jamás
haya estado en el castillo.
Aleza comprendió que aquél era el más alto cumplido que le había
dedicado hasta entonces y contestó sonriendo:
- Me siento profundamente honrada de que su señoría lo piense así, pero
mucho me temo que un buen número de sus invitadas no estarían de acuerdo si
le oyeran.
- Puedo asegurarle que ninguna de mis invitadas ha sido tan hermosa
como usted – insistió el Lord, cuya evidente sinceridad turbó un poco a Aleza.
Por lo tanto, se sintió aliviada cuando la dama sentada al otro lado del
caballero atrajo su atención.
Los comensales de aquella noche eran más numerosos que los de la
noche anterior, porque Lord Wrexhampton había invitado a muchos de sus
vecinos. Cuando las damas salieron del comedor, la sobrina del anfitrión le
manifestó a Aleza su impaciencia.
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- Creí que nunca íbamos a dejar de comer – dijo. A tío Stanhope le gusta
tanto presumir de la comida que sirve en su mesa como de sus caballos.
Hablaba con cierto menosprecio y Aleza pensó que sería un error
contestarle.
Por fortuna, los caballeros no tardaron en reunirse en el jardín.
De allí, Lord Wrexhampton los condujo al salón de baile.
Pretendía sorprenderlos y lo consiguió realmente.
La enorme estancia había sido convertida en una especie de festival
vienés.
Estaba hecho con mucho ingenio.
Uno de los extremos lo ocupaba un gran cuadro de la Escuela española
de Equitación, donde se veía haciendo una exhibición a sus célebres caballos
lipizianos.
Las otras paredes estaban decoradas con grandes racimos de uvas negras
y blancas. La pequeña orquesta era vienesa. Sus músicos vestían a la usanza
tradicional y tocaban animados valses de Johann Strauss.
- ¿Le gusta a su alteza? – preguntó Lord Wrexhampton a Aleza.
- ¡Es lo más bonito que he visto en mi vida! – exclamó ella. ¡Tengo la
impresión de que por fin visito Viena!
- ¿Nunca ha estado allí?
- ¡No … hasta ahora!
Aleza notó que Lord Wrexhampton quedaba encantado con su
respuesta.
Le vio extender los brazos y comprendió que pretendía iniciar el baile
con ella.
Por fortuna, Aleza había aprendido a bailar el vals observando, siempre
que podía, las clases de danza de las alumnas del internado.
Más tarde, en su habitación, practicaba los pasos que el maestro había
enseñado aquel día.
Como era muy ligera, le fue fácil seguir los movimientos de Lord
Wrexhampton.
Supuso que Victor Wrex se estaría riendo de ella, pero no dejaba de ser
una gran emoción, desconocida hasta entonces, el que la llevaran girando sobre
el reluciente pavimento.
El resto de los presentes no tardó en unirse a ellos.
Lord Wrexhampton sólo dejó de bailar con ella cuando hubo de dar la
bienvenida a otros invitados que vivían en las cercanías y acababan de llegar.
A Aleza no le faltaron parejas. Radiante de hermosura y contento, bailó
con cuantos se lo pidieron; en realidad, todos los caballeros con dos únicas
excepciones: Victor Wrex y el vizconde de Settington, que no tenía ojos más que
para Lady Jean.
Más tarde, los dos desaparecieron del salón de baile y Aleza no pudo
menos que preguntarse si la marquesa de Ludlow se habría dado cuenta de
63
ello.
Estaba segura de que aquello era algo que su madre no hubiese
aprobado. Recordó que le había advertido:
- Nunca debes bailar más de dos piezas con el mismo caballero, a menos
que quieras exponerte a que se hable de ti, lo que sería un gran error en una
jovencita.
Volvió a evocar el consejo cuando, más tarde, Lord Wrexhampton le
pidió una tercera pieza y la ciñó con más fuerza que antes, según le pareció a
ella por lo menos.
Disfrutó luego de un delicioso refrigerio, mientras las risas y las
conversaciones de los presentes subían de volumen, dominando casi las
melodías que, yendo de mesa en mesa, tocaban los violinistas.
Debía de ser más de medianoche cuando Lord Wrexhampton le dijo a
Aleza:
- Estoy ansioso de mostrar a su alteza el invernadero. Lo he hecho
iluminar esta noche de manera especial y hay algunas orquídeas que están
floreciendo. Seguro que le gustará verlas.
- Me parece una idea excelente – repuso ella por compromiso.
No le gustaba la idea de dejar el salón de baile, pero pensó que tal vez
pareciese grosera si no aceptaba la sugerencia de Lord Wrexhampton.
El invernadero estaba a poca distancia del salón de baile.
Cuando iba hacia él, Aleza se preguntó si el Lord no la estaría alejando
de la fiesta por alguna razón particular.
Entraron en el invernadero y Aleza se quedó fascinada por las flores,
sobre todo los lirios y claveles en floración.
La ingeniosa iluminación parecía provenir del suelo más que del techo y
hacía resaltar la belleza de las orquídeas que Lord Wrexhampton le mostró con
especial interés.
Entonces, mientras se encontraba mirándolas, tuvo una idea repentina
que le provocó un estremecimiento: Lord Wrexhampton iba a proponerle
matrimonio.
Era lo que Lady Jean y Lady Betty esperaban, lo que ansiaban que
sucediera …
Pero el instinto le indicó a Aleza que llevar las cosas a tal extremo sería
perverso y cruel.
Lord Wrex podía ser altanero y estirado, pero era un hombre que tenía
sentimientos como los demás.
Su hermano había dicho que en la infancia había sido desgraciado.
Por lo tanto, Aleza sospechó que muchas de sus jactancias no se debían a
que fuera vanidoso y altanero, sino a que, en realidad, no estaba seguro de ser
tan magnífico como pretendía.
Tal vez, bajo todas las apariencias, eran también un hombre sensible.
Aleza se dijo que, por mucho que Lady Jean y Lady Betty quedaran
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desilusionados, no podía hacer lo que ellas querían.
No podía incitarlo, si ésta era la palabra adecuada, a que le propusiera
matrimonio.
Sin embargo, ya era demasiado tarde.
Advirtió que Lord Wrexhampton se acercaba un poco más a ella.
- La he traído aquí … - empezó a decir.
- ¡Sus orquídeas son maravillosas – lo interrumpió ella – absolutamente
maravillosas! ¡Cómo me habría gustado que las viera mi prometido!
Hubo una larga pausa antes de que Lord Wrexhampton preguntara con
voz ahogada:
- ¿Su … prometido?
Aleza se llevó una mano a los labios.
- ¡Oh, qué indiscreción por mi parte! – exclamó. Se supone que nuestro
compromiso matrimonial es todavía secreto. Claro que … yo sé que puedo
confiar en la discreción de su señoría.
Lord Wrexhampton no dijo nada y ella continuó explicando:
- Estoy comprometida para casarme; pero debido a que mi novio está de
luto por la muerte de su madre, no podremos hacerlo en público hasta dentro
de seis meses.
No se atrevía a mirar a Lord Wrexhampton, quien, según sospechaba, se
estaba obligando a actuar con la debida calma.
- Por eso decidí venir a Inglaterra – prosiguió – para que el tiempo se me
pase más aprisa. Espero que su señoría acepte asistir a la boda. Seguro que toda
mi familia querrá agasajarlo.
Por fin pareció que Lord Wrexhampton se había repuesto de la
impresión.
- Su alteza es muy amable – dijo. Desde luego, esperaré impaciente tan
feliz acontecimiento.
La llevó de regreso al salón de baile y no volvió a acercarse a ella en el
resto de la noche.
Sin embargo, Aleza tuvo otras muchas parejas.
Victor Wrex estaba en el salón de baile y ella tuvo la impresión de que la
observaba, pero no la invitó a bailar.
“Seguramente pensará que he hecho lo más correcto que podía hacer”, se
dijo.
Pero de pronto se sintió triste, porque recordó que no había razón para
que él se enterase de lo que había hecho.
Era ya de madrugada cuando los invitados que no estaban hospedados
en la casa se despidieron por fin, asegurando a Lord Wrexhampton que era la
mejor fiesta a la que habían asistido en mucho tiempo.
Su sobrina le dijo lo mismo.
- ¡Ha sido una velada preciosa, absolutamente preciosa, tío Stanhope! ¡Por
favor, organiza otro baile muy pronto!
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Las jóvenes que la escuchaban se manifestaron de acuerdo.
- ¡Sí, sí, hágalo usted, milord! – le suplicaron. ¡Aunque sería difícil pensar
en algo más original que traer Viena al castillo Wrex!
- Tendré que poner en juego toda mi imaginación – prometió Lord
Wrexhampton sonriendo.
Luego, siguiendo a la marquesa, las damas subieron a sus dormitorios
respectivos.
Tal y como había hecho la noche anterior, Aleza se detuvo en mitad de la
escalera para mirar hacia atrás.
Lord Wrexhampton no estaba en el vestíbulo.
Pero allí, junto a varios jóvenes, vio a Victor Wrex.
No pudo menos que mirarlo fijamente para darle las gracias en silencio
por ser tan bondadoso con ella.
Pareció como si él la comprendiera, porque sonrió y levantó la mano
derecha a modo de saludo.
Debido a lo inesperado del ademán y a que él le sonreía, a Aleza le
pareció como si aquel fuera el broche dorado de la encantadora velada y, a su
vez, alzó la mano en respuesta.
Después subió casi corriendo la escalera, mientras sentía que su corazón
bailaba a los acordes de El Bello Danubio Azul.

Capítulo 6

Era domingo, la marquesa anunció que iría a la iglesia a las once de la


mañana y preguntó si alguien deseaba acompañarla.
Hubo un incómodo silencio, hasta que Aleza contestó:
- Me gustaría mucho ir con usted, señora, si no es molestia.
- Por supuesto que no lo es – contestó la marquesa. Sólo que pensé que tal
vez preferiría usted ir a una iglesia ortodoxa rusa.
Aleza sonrió.
- Mientras estuve en el colegio, aquí en Inglaterra, iba a la iglesia del
pueblo con las demás alumnas.
- ¡Claro! – exclamó la marquesa. Olvidaba que estudió aquí.
Se les unió una amiga de la marquesa y las tres partieron hacia la iglesia
en un carruaje descubierto.
El pequeño templo estaba dentro del parque y del castillo y era muy
antiguo.
Aleza notó que el sencillo servicio religioso le ayudaba a orar.
Quería irse al día siguiente sin que Lord Wrexampton se diera cuenta de
que había sido engañado.
Había sido muy feliz en el castillo y no soportaba la idea de que hubiera
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una escena y alguien la acusara de impostora.
Todavía le resultaba difícil entender por qué Victor Wrex había sido tan
comprensivo y amable.
Cuando volvieron al castillo era ya casi la hora del almuerzo.
Éste consistió en una comida deliciosa de la que todos disfrutaron.
Al terminar, Lord Wrexhampton sugirió que salieran a cabalgar.
Aceptada la idea, los caballos fueron llevados a la puerta de la casa.
A Aleza le dieron uno diferente del que había montado el día anterior,
pero tan bien entrenado como el otro.
Los hombres decidieron competir entre ellos en la pista de obstáculos.
Aleza ansiaba preguntar si podía participar ella también, pero era
demasiado tímida para hacerlo.
Después, cabalgando lentamente, todos volvieron al castillo.
Aleza se encontró de pronto cabalgando al lado de Victor Wrex, que
acercó su caballo al de ella y dijo:
- Anoche le confió usted a mi hermano que está comprometida para
casarse. ¿Es verdad eso?
A Aleza le sorprendió la pregunta.
Sintió que sus mejillas se encendían y miró hacia otro lado.
- Usted … me pidió que fuese amable con él – murmuró.
Victor Wrex sonrió.
- Supuse que ésa era la razón … Sí, es lo que esperaba de usted.
Aleza lo miró sorprendida y la expresión que vio en sus ojos hizo que se
sintiera tímida.
En aquel momento se les acercaron otros jinetes y ya no tuvieron
oportunidad de seguir hablando.
Aquella noche no hubo más invitados a la cena que los huéspedes del
castillo.
Como era la última noche y todos habían llegado a conocerse, fue una
comida alegre y amistosa.
Luego, mientras las personas mayores jugaban a los naipes, Aleza se dio
cuenta de que Lady Jean y el vizconde habían desaparecido.
Poco después tampoco había señales de Lady Betty y el joven caballero
que se había mostrado tan atento con ella a lo largo del día.
Aleza tuvo la sensación de que Lord Wrexhampton casi la rehuía.
Se mostraba cortés, pero parecía haberse encerrado en sí mismo.
Ella percibía que una coraza de reserva lo rodeaba.
Todavía era temprano cuando la marquesa dijo:
- Creo que, ya que todos viajaremos mañana, es hora de que nos
retiremos.
Hablaba mirando a Aleza, como si solicitara su aquiescencia, y la joven
se puso en pie mientras pensaba que nunca más gozaría de tantas deferencias ni
se divertía tanto.
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“Tal vez esté mal lo que he hecho”, se dijo, “pero es algo que nunca,
jamás lamentaré”.
Al salir al vestíbulo encabezando al grupo junto a la marquesa, observó
que aún no había señales de Lady Jean.
Creyó advertir que la marquesa también se había dado cuenta de ello y
parecía algo molesta.
Cuando entró en su dormitorio, la doncella estaba esperándola para
ayudarle a quitarse el elegante vestido y las joyas.
Aleza pensó suspirando que ella era Cenicienta … y ya había llegado la
medianoche.
Su hada madrina, sin embargo, la había abandonado.
Al día siguiente estaría de regreso a su vida de siempre, tal vez no
vestida de harapos, pero sí con el uniforme negro que se ponía para atender a
Lady Jean.
Cada momento de los que le quedaban era de un valor incalculable, y
pensó que cuando se fuera la doncella, se asomaría a la ventana para recrearse
por última vez con la belleza del jardín, con la luna bañando de plata los
árboles, las estrellas reflejadas en el lago …
Se estaba levantando del tocador cuando se abrió la puerta y entró Lady
Jean.
- Aleza, ¿qué crees que me …? – empezó a decir, pero al ver que la
doncella todavía estaba en la habitación, se interrumpió bruscamente: Ven a
darme las buenas noches – añadió sólo y se fue.
La doncella le dio a Aleza una hermosa bata que Lady Jean le había
prestado. Era de tela muy suave, color rosa, con aplicaciones de encaje por
delante y alrededor de las mangas. Se complementaba con unas zapatillas del
mismo color.
La doncella había cepillado hasta hacerlo brillar, el cabello de Aleza, que
le caía casi hasta la cintura.
- Tiene usted un cabello tan bonito, alteza … - había dicho la doncella.
- Me cuesta mucho trabajo peinarlo – dijo Aleza sin pensar.
La doncella sonrió.
- Estoy segura de que quienes sirven a su alteza tendrán por un privilegio
el peinar un cabello tan suave y sedoso.
Aleza pensó que era la primera vez que alguien admiraba su cabello
desde que había muerto su madre.
Aleza siempre había deseado preguntar a su madre si el cabello de su
padre era del mismo color.
Estaba casi segura de que así era, porque su cabello no se parecía al de
las otras jóvenes inglesas que conocía.
Sus reflejos azulados debían de ser muy característicos del tipo femenino
ruso.
La doncella le preguntó qué se pondría al día siguiente para el viaje.
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Aleza le dio instrucciones, agradeció sus atenciones y, tras desearle las
buenas noches, salió de la habitación y se dirigió a la de Lady Jean.
La encontró ya acostada.
- ¡Oh, Aleza! – exclamó. ¿A qué no adivinas …?
Aleza la interrumpió sonriente:
- El vizconde se le ha declarado.
- ¡Así es! – confirmó Lady Jean: ¡Oh, Aleza, soy tan feliz! Es maravilloso …
Y, ¿sabes, nos casaremos antes que termine la temporada.
Aleza se sentó cerca de la cama.
- Me alegro mucho. Creo que es encantador y muy apuesto.
- ¡Me ama, me ama locamente! – dijo Lady Jean con voz de embeleso. Yo
no tenía idea de que podría sentir de este modo por alguien.
- Ya le dije que el amor era más importante que cualquier otra cosa – le
recordó Aleza, que nunca la había visto más feliz.
- ¡Imagínate, si me hubiera comprometido con ese horrible Lord
Wrexhamton! ¡Jamás habría sabido lo que es sentirse como me siento ahora!
- Mi madre aseguraba que el amor es irresistible – dijo Aleza con
suavidad.
- Paul es irresistible para mí – afirmó Lady Jean. Dice que se enamoró de
mí a primera vista.
- Es usted muy afortunada – murmuró Aleza.
- ¡Anhelo bailar con él a la luz de la luna! – manifestó Lady Jean. No
quería venir a acostarme, pero Paul dice que él debe proteger mi reputación, así
que hemos tenido que darnos las buenas noches.
- Parece el hombre adecuado para cuidar de usted – opinó Aleza.
- ¡Por supuesto que lo es! – respondió Lady Jean y, como si hubiera
recordado algo de pronto, miró a Aleza vivamente y añadió: ¡Oye, jamás debe
saber que intentábamos humillar a Lord Wrexhampton!
- No, por supuesto que no – estuvo de acuerdo Aleza.
- Se escandalizaría mucho. Además, le encanta hospedarse aquí y montar
los soberbios caballos de su señoría.
- ¿Se lo ha dicho a Lady Betty? – preguntó Aleza.
- Sí, se lo he dicho antes de la cena. Ella me ha confiado que está
enamorada de Lord Newcombe y tiene la esperanza de verlo con frecuencia en
Londres.
- Entonces, todo ha terminado felizmente – Aleza suspiró aliviada porque
Lady Jean y Lady Betty habían abandonado la idea de dar una lección a Lord
Wrexhampton.
Como si se avergonzase, Lady Jean dijo:
- Por supuesto, Aleza, no es probable que Paul te vea cuando regresemos a
casa … pero creo que sería un riesgo que permanecieras conmigo mucho
tiempo y, por supuesto, después de que me case no debemos volver a vernos.
Aleza contuvo el aliento.
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Era lo que debía haber esperado.
Aun así, fue un golpe para ella.
- Comprendo … - dijo en voz muy baja.
- ¡Has estado maravillosa, absolutamente maravillosa! En realidad, me
sorprende mucho que su señoría no te haya propuesto matrimonio.
- Creo que es de los que prefieren tomarse tiempo para pensar las cosas –
dijo Aleza, un tanto incómoda.
- Sí, eso parece … Más adelante habremos de decirle que tuviste que
volver a Rusia por un asunto de familia.
Lady Jean lanzó un suspiro, como si todo aquello fuera una molestia,
antes de añadir:
- De todas maneras, ha sido maravilloso estar aquí y yo siempre lo
recordaré, porque fue en el invernadero donde Paul me pidió que me casara
con él.
Aleza, procurando disimular su tristeza, dijo:
- Usted es feliz, Lady Betty es feliz y yo … estoy muy agradecida por
haber tenido la oportunidad de conocer un castillo tan magnífico y hermoso
como éste.
- Prometo que procuraré encontrarte otro empleo.
Lady Jean hablaba con el tono de quien cumple un deber, y añadió:
- Te diré lo que haremos, Aleza. Puedes quedarte con toda la ropa que es
mía y estoy segura de que Betty te lo dará también todo, excepto los vestidos de
su hermana. Así, bien ataviada, será fácil que te contraten como institutriz o
señorita de compañía.
Aleza asintió lentamente con la cabeza.
- Ya encontraré algo – respondió con valentía – y estoy segura de que
usted me dará buenas referencias.
- ¡Por supuesto que lo haré! – afirmó Lady Jean. Pero debes prometerme
que no volverás a aquel horrible internado.
- No, claro que no lo haré … Y si usted es tan amable para regalarme esa
bonita ropa, estoy segura de que podré conseguir un empleo mejor.
- Te ayudaré, ¡te aseguro que lo haré! – prometió Lady Jean.
Aleza se puso de pie.
- Debe dormir – dijo – para que mañana el vizconde la vea muy bella.
- No quiero dormir – protestó Lady Jean. ¡Quiero permanecer despierta
y pensar en él, en sus besos …!
- Tienen muchos días por delante – dijo Aleza sonriendo y se inclinó para
besar a Lady Jean. Estoy muy contenta por usted. Como ya sabe, deseaba
mucho que se enamorara.
- ¡Y lo estoy! – confirmó Lady Jean. ¡Es la sensación más maravillosa que
existe!
Aleza se dirigió a la puerta.
- Buenas noches y gracias por traerme aquí.
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Hablaba con toda sinceridad.
La estancia en el castillo era algo que recordaría siempre.
Al salir al corredor se dio cuenta de que, mientras ellas charlaban, los
lacayos habían apagado la mayoría de las luces.
Podía ver su camino, pero había sombras oscuras a un lado y otro del
comedor.
Cerró la puerta de Lady Jean e iba a echar a andar cuando vio que a lo
lejos, se movía alguien.
Instintivamente, se quedó inmóvil.
No quería que nadie la viera en bata.
Cuando su vista se acostumbró a la semioscuridad, pudo distinguir que
eran dos hombres, los cuales se movían de forma sigilosa, subrepticiamente.
Y cuando la luz cayó sobre el rostro de uno de ellos, lo reconoció al
instante.
Era Nicolás, el ayuda de cámara de Lord Wrexhampton.
La había alegrado mucho no verlo desde su llegada al castillo, pues temía
que la reconociese, aunque era improbable que se le ocurriera relacionar a la
princesa Kropothin con la señorita Lane, la doncella personal de vestido negro
y austero peinado.
Ahora, al observar a Nicolás, se confirmó en su idea de que era un
hombre desagradable.
El ayuda de cámara abrió una de las puertas que daban al corredor, se
asomó al interior y, por señas, indicó al hombre que lo acompañaba que podía
entrar.
También el otro hombre era de cabello oscuro y había algo
decididamente siniestro en él.
Rápidamente, se deslizó por la puerta, casi andando de puntillas.
“¿Qué estarían haciendo?”, se preguntó Aleza, inmóvil mientras Nicolás
cerraba la puerta, daba la vuelta y se alejaba hasta desaparecer entre las
sombras que había al otro extremo del corredor.
Entonces Aleza se dirigió hacia su dormitorio y, al pasar, vio la mano del
niño esculpida que según le había confirmado Lord Wrexhampton, provenía de
Delfos.
Fue entonces cuando la luz se hizo en su cerebro y comprendió lo que
acababa de ver.
Nicolás había llevado subrepticiamente a aquel hombre, que sin duda era
griego como él, a un dormitorio …
¿Por qué?
Estaba casi segura de que aquel dormitorio era el de Victor Wrex …
Recordaba con claridad la conversación en griego que, casualmente, le
había oído en el jardín de Ford Park.
Había supuesto que hablaban de Lord Wrexhampton cuando
mencionaron unos papeles por lo que se interesaban. Si no los encontraban en
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Ford Park ni en la casa londinense del Lord, los buscarían en el castillo. Esto era
lo que el cómplice de Nicolás había dicho y eso era lo que había sucedido.
El siniestro individuo había seguido a Nicolás y éste lo había dejado
entrar al dormitorio de Victor Wrex …
Aleza se preguntó con desesperación si debía tratar de salvarlo, pero se
obligó a pensar con calma.
Nicolás se había asomado a la habitación antes de dejar entrar al hombre.
Esto significaba que Victor Wrex no estaba allí.
Estremeciéndose, recordó lo que Nicolás le había dicho a su cómplice: no
quería verse mezclado en un asesinato.
Decidió entonces que, no obstante, los riesgos que ella pudiera correr,
debía hacer algo de inmediato.
Rápidamente, dio la vuelta y enfiló el corredor en dirección contraria a la
que llevaba. Si bajaba por la escalera principal, los lacayos de guardia se
extrañarían al verla aparecer en la planta baja en negligé.
Estaba segura de que en una casa tan grande debía haber una escalera
secundaria de comunicación con la planta.
Lo más probable era que estuviera cerca del dormitorio principal, y
precisamente el de Lord Wrexhampton se encontraba en el extremo del
corredor al que ella iba.
No estaba equivocada, en efecto, existía una escalera secundaria,
entonces casi sumida en la oscuridad.
Agarrándose a la barandilla para no caer, descendió por ella.
Tal como esperaba, la llevó muy cerca del estudio de Victor Wrex, donde
habían hablado el día anterior.
Mientras hacía girar el pomo de la puerta, se preguntó con desesperación
que haría si él no estaba allí.
Las luces se encontraban encendidas, pero no parecía haber nadie en la
estancia.
Después, con indescriptible alivio, vio a Victor Wrex que, sentado en un
sillón de espaldas a la puerta, leía un libro.
Al oír el ruido de la puerta se volvió extrañado.
Entonces, Aleza corrió hacia él, que la miró con asombro.
- ¿Qué sucede? ¿Qué le pasa a usted? – preguntó antes que ella pudiera
hablar.
- ¡Vengo a avisarle … porque está en peligro! – exclamó ella. Tonta de mí,
había olvidado cierta conversación que oí … De cualquier modo, creí que se
refería a su hermano, no a usted.
Las palabras salían atropelladas de los labios de Aleza.
Wrex se levantó y dijo con voz serena:
- Siéntese, por favor, y tranquilícese. Tal vez esté en peligro como usted
dice, pero, como puede ver, por el momento estoy perfectamente bien.
- ¡Sí, pero un hombre está esperando en su dormitorio!
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Él la miró con fijeza y, al notar que temblaba de temor, la tomó con
gentileza de un brazo e hizo que se sentara en un sillón cercano al suyo.
- Empiece por el principio – le pidió. Yo escucharé con atención cuanto
quiera decirme.
Al verlo tan firme y sereno, Aleza sintió que su miedo disminuía.
- ¡Dios mío! – suspiró. ¿Cómo he podido ser tan tonta para no …?
Calló bruscamente al darse cuenta de lo que iba a decir: que ella había
estado también en Ford Park, y si confesaba esto, le resultaría muy difícil
explicarle por qué él no la había visto allí.
Sin embargo, pensó casi al instante, si él ya sabía que su calidad de
princesa era falsa, ¿qué importaba que supiera lo demás?
Ciertamente, no le agradaba que Wrex estuviese al tanto de su condición
de doncella; pero eso carecía de importancia comparado con la situación de
peligro en que se hallaba.
Wrex se había alejado de ella para ir a la mesita de las bebidas y servirle
una copa de champán.
Se la puso en la mano mientras le decía sonriendo:
- Creo que necesita usted esto. Tranquilícese. Le aseguro que ambos
estamos a salvo por el momento.
- Pero … ¿es que no entiende usted? ¡Podrían haberlo matado porque a mí
no se me ocurrió pensar …!
- Pero estoy vivo – la interrumpió Wrex. Vamos, beba el champán y
dígame que la tiene tan asustada.
Ella bebió un poco por no discutir y enseguida dejó la copa en una mesita
cercana.
- Cuando … cuando estaba en Ford Park – empezó a contar – una noche,
ya tarde, saqué a pasear al perro de la condesa …
Mientras hablaba no se atrevía a mirar al hombre, que había vuelto a
ocupar su asiento.
Esperaba que él la interrumpiera, pero como no decía nada, tragó saliva
y prosiguió relatándole como había oído a dos hombres hablar en griego entre
los arbustos.
Le repitió la conversación con la mayor fidelidad que su buena memoria
le permitía, incluso la referencia a un posible asesinato.
Con el entrecejo fruncido, Wrex preguntó:
- ¿Dijeron algo más?
- Sí. El cómplice le dijo a Nicolás que lo estrangularía si descubría luego
que los documentos los había tenido en Ford Park el hombre al que se referían.
Se hizo el silencio y después Aleza dijo:
- Yo siento mucho … siento muchísimo haber sido tan descuidada como
para olvidarme del asunto … pero sucedieron tantas cosas después de aquello,
que no volví a recordarlo hasta que he visto a Nicolás hace un momento. Estaba
haciendo entrar a su cómplice en el dormitorio de usted.
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Victor Wrex asentía con aire sombrío.
- ¿Qué va a hacer usted? – le preguntó Aleza.
- Sea lo que sea, usted no debe mezclarse en ello – contestó Wrex.
- No … tal vez no – convino Aleza – pero …
Él se levantó y le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie.
- Vuelva a su habitación y trate de dormir. Le aseguro que, estando ya
prevenido por usted, puedo encargarme de todo sin problemas.
- Pero … ¡pero es peligroso!
- Sé que lo es, pero no debe usted preocuparse por mí.
- ¿De veras no puedo ayudarle? – preguntó Aleza. ¡Dios mío …! Parece
mentira que pueda suceder algo así en un lugar tan hermoso como éste.
Se dio cuenta de que, mientras ella hablaba, Victor Wrex la iba
empujando con suavidad hacia la puerta.
- Ha sido usted muy astuta al bajar procurando que nadie la viese – le
dijo. Ahora, por favor, suba de la misma forma y olvídese de lo que sucede.
Al llegar junto a la puerta añadió:
- Piense en lo mucho que disfruto esta mañana mientras cabalgaba. Sería
mejor.
Aleza lo miraba llena de inquietud.
- ¿Tendrá usted mucho cuidado? Estoy segura de que ese hombre es
peligroso, ¡qué no vacilará en hacerle daño!
Victor Wrex sonrió.
- Tendré mucho cuidado. Y le estoy sumamente agradecido.
Se inclinó al decir esto y sus labios se posaron en los de ella.
Fue tan inesperado, que Aleza no podía creerlo.
Por un momento, mientras él la retenía cautivada con aquel beso, le
pareció como si las estrellas hubieran caído del cielo.
Después, antes de que pudiera comprender bien lo que estaba pasando,
él la empujó con suavidad hacia el corredor y cerró la puerta.
Aleza se quedó inmóvil.
Casi no podía pensar ni recordar siquiera dónde estaba.
Al contacto de los labios masculinos, había sentido como si todo su ser
respondiese al del hombre.
Ya no era ella misma, sino parte de él.
Sin que apenas interviniera su voluntad, sólo porque Victor Wrex había
dicho que lo hiciera, avanzó por el pasillo hacia la escalera.
Lo que había sucedido parecía formar parte de un sueño.
¡Y, sin embargo, era verdad!
Victor Wrex la había besado.
Y ella había percibido una sensación increíblemente maravillosa,
desconocida hasta entonces.
Mientras subía lentamente la escalera, comprendió que le amaba.
¡No era probable! ¡No podía ser verdad!
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¡Pero lo era!
¡Le amaba … y él iba a enfrentarse al peligro!
En el extremo opuesto del corredor, su asesino esperaba en la oscuridad
para atacarlo.
Estaba segura de que era esto lo que iba a suceder y hubiera querido
gritar horrorizada.
¿Por qué, se preguntó, no había llamado a los sirvientes?
En cambio, sólo había puesto sobre aviso al hombre que iba a ser
asesinado.
Victor Wrex no lo había dicho así, pero ella sabía que tenía intención de
enfrentarse solo al griego.
“¡No puedo permitirlo! ¡Debo salvarlo!”, pensó al llegar ante la puerta de
su dormitorio.
Al entrar vio que la doncella había dejado dos velas encendidas en la
mesita de noche. Por lo demás, la habitación estaba sumida en la oscuridad.
De forma instintiva, se dirigió a la ventana y descorrió las cortinas.
Ahora podía contemplar, tal como deseaba, el jardín iluminado por la luz
de la luna y las estrellas reflejadas en el lago.
La escena era maravillosa.
Sin embargo, todo su ser pugnaba por gritar espantada.
¡El hombre que ella amaba iba hacia un peligro cierto en la oscuridad!
“¿Por qué no hace que los lacayos se apoderen de ese individuo?”, se
preguntó y al instante, como si alguien se lo estuviera diciendo al oído,
comprendió que era a causa de los papeles que el griego buscaba.
Sin duda eran documentos secretos.
Por lo tanto, su existencia no debía ser conocida por nadie.
Se quedó junto a la ventana, mirando a las estrellas y rezando con más
fervor que nunca para que no le sucediera nada a Victor Wrex.
¿Cuánto tiempo pasó allí?
No hubiera podido decirlo.
Fue bastante más tarde, al cabo de una hora o más, cuando se dio cuenta
de lo silencioso que estaba todo.
No había sonado ningún disparo … ninguna voz había gritado
expresamente furia o dolor …
“Tal vez las cosas no sean tan malas como yo temo”, se dijo,
esperanzada.
Hubiera querido salir al corredor por si oía o veía algo, pero sospechaba
que Victor Wrex no querría que lo hiciese.
Como notaba frío, se quitó la negligé y se metió en la cama, donde
empezó a rezar de nuevo para que Dios apartase todo mal del camino de Victor.
“¡Le amo!”, murmuró, y en sus labios estas dos palabras sonaron
también como una oración.

75
Aleza debió de quedarse dormida poco antes del amanecer.
Cuando la despertó la doncella, se incorporó con un estremecimiento y,
al instante, los acontecimientos de la noche anterior acudieron en tropel a su
mente.
Hubiera querido preguntar si había sucedido algo, pero comprendió que
hacerlo sería un error.
Por lo tanto, esperó a que la doncella le llevara una bandeja con el té.
- La señora marquesa me pidió le dijese a su alteza que saldrán para la
estación a las nueve y media en punto – le comunicó la doncella.
- Entonces será mejor que me levante cuanto antes.
- Tengo ya lista el agua caliente para que su alteza pueda asearse.
Fue algo más tarde, mientras le ayudaba a vestirse, cuando la doncella le
comentó a Aleza:
- ¡No va a creer su alteza lo que sucedió anoche!
- ¿Es que … sucedió algo? – preguntó Aleza con el ánimo en suspenso.
- ¡Y tanto que sucedió! Aunque le parezca increíble un ladrón se metió en
la casa y el señor Wrex lo descubrió.
- ¿Y … y qué ocurrió entonces?
- ¡Pues nada! Que el ladrón atacó al señor Wrex con un cuchillo, pero el
señor Wrex se las arregló para herirlo a él tan malamente, que tuvieron que
bajarlo entre tres lacayos.
Aleza sintió por un momento como si la habitación diera vueltas en torno
suyo.
- El señor Wrex … ¿no está herido?
- ¡No, gracias a Dios! El cuchillo, que según dicen era muy afilado, se clavó
en la almohada con que se protegió. Entonces lo sacó rápidamente y atacó con
él al ladrón, cuando éste se le echó encima. ¡Hay sangre por toda la alfombra!
Por cierto, que a su señoría eso no va a gustarle nada cuando lo vea.
Aleza dejó escapar un profundo suspiro. Víctor estaba a salvo y eso era
lo que importaba.
- Es raro – continuó la doncella, deseosa sin duda de comentar el suceso –
que el ladrón se metiera en el dormitorio del señor Wrex … Seguramente creyó
que era el de su señoría.
- ¿Se lo han llevado ya? – preguntó Aleza.
- Sí, se lo llevaron al hospital. El señor Wrex mandó llamar a la policía …
Por cierto que Nicolás, el ayuda de cámara de su señoría, se fue con la policía
también … Supongo que querían preguntarle si faltaba algo.
Durante el rato que le llevó peinar a Aleza, la doncella estuvo hablando
de lo asombroso que resultaba todo.
- ¿Nadie oyó nada? – preguntó Aleza después, mientras se ponía el
sombrero a juego con su ropa de viaje.
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- No, alteza, hasta que el señor Wrex llamó a los lacayos de guardia.
“¿Cómo pudo ser tan astuto y valiente?”, se preguntó Aleza, admirada.
No obstante, lo que la doncella le había dicho, estaba ansiosa de bajar a
desayunar para ver por sí misma a Victor.
Quería estar absolutamente segura de que no le había pasado nada.
En torno a la mesa del desayuno, todos hablaban de lo ocurrido, pero no
había señales del “héroe del día”, como alguien lo llamó.
- Todavía no puedo entender cómo entró a la casa – decía la marquesa de
Ludlow. Y me parece todavía más extraño que se metiera en el dormitorio de
Victor.
- Supongo que cuando vuelva nuestro hermano, podrá contarnos cómo
sucedió todo – dijo Lord Wrexhampton. Y por el momento, ¡me parece que ya
hemos oído más que suficiente del asunto!
Su tono hizo sospechar a Aleza que sabía del asunto más de lo que
aparentaba. Quizá estaba al tanto de lo que buscaba el griego y que no era,
como suponían todos, joyas, dinero u objetos de plata.
Como nadie quería desagradar a su anfitrión, los hombres empezaron a
alabar sus caballos, manifestando lo mucho que habían disfrutado al montarlos.
Lady Jean estaba sentada junto al vizconde de Settington y era evidente
que nada le interesaba aparte de él.
Terminado el desayuno, todos se apresuraron porque los coches estaban
dispuestos y los equipajes habían sido cargados ya en la carreta donde también
irían a la estación los ayudas de cámara y las doncellas.
Tal como había sucedido a la llegada del castillo, Aleza iba en el mismo
coche que la marquesa, con Lady Jean y el vizconde sentados frente a ellas.
En la escalinata, Aleza se despidió de Lord Wrexhampton.
- Ha sido un gran honor y un privilegio tenerla en mi casa – le dijo él
cortésmente.
- Para mí ha sido una estancia deliciosa – contestó ella. Gracias, muchas
gracias por todas sus atenciones.
Lord Wrexhampton bajó la escalinata junto a ella.
Aleza tuvo la impresión de que, cuando los vehículos se pusieron en
marcha, él se daba la vuelta con un suspiro de alivio.
“Aun si me ama, lo cual dudo mucho”, pensó, “pronto me olvidará. ¡Le
queda su castillo, que es su verdadero amor!”.
No podía reprimir la desilusión que le causaba no haber podido
despedirse de Victor Wrex.
Esperaba que volviese antes que ellos se fueran y, como no fue así,
supuso que lo que tenía que comunicar a la policía debía de llevar mucho
tiempo.
Las cosas serían, sin duda, muy complicadas para él.
Si los documentos eran secretos, esto significaba que no podía revelar a
nadie su contenido.
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“¡Es tan valiente!”, pensó. “¿Volverá a Grecia después de esto?”.
Entonces se reprochó a sí misma el haber sido tan tonta.
Cuando le dijeron que él era un gran viajero, debía haber comprendido
que aquellos griegos hablaban de él y no de su hermano.
Y había otra pista: Lord Wrexhampton le dijo que iba a visitar Grecia al
año siguiente, dando a entender que él nunca había estado en ese país.
Si Victor Wrex hubiera sido encontrado muerto por la mañana, como era
la intención de su agresor, Aleza no se habría perdonado nunca a sí misma.
Pero, aunque estuviera sano y salvo, ella no lo volvería a ver …
Sin embargo, ¡jamás le olvidaría!
El vagón privado de Lord Wrexhampton fue enganchado al tren que se
detuvo en la estación unos minutos después que hubieran llegado a ella los
viajeros del castillo.
Aleza advirtió que Lady Jean prefería que ella no tuviera el menor
contacto posible con el vizconde, así que se instaló lejos de ellos.
Por fortuna, Lady Jean se las arregló, cuando llegaron, para dejarlo a él
primero en su casa.
Se detuvieron en la Park Avenue, que era donde vivía Settington, antes
de dirigirse a casa de Lady Betty.
El vizconde inclinó la cabeza cortésmente sobre la mano de Aleza y
después se volvió hacia Lady Jean.
- Te veré esta noche, cariño – le oyó decir Aleza, aunque habló en un
susurro.
Cuando reanudaron el camino, Lady Jean exclamó radiante:
- ¡Oh, Betty, soy tan feliz …!
- Sé que lo eres – dijo Betty – pero por el momento debemos pensar en lo
de Aleza.
- Sí, desde luego – reconoció Lady Jean. Las dos debemos contar la misma
historia.
- Es muy fácil – dijo Lady Betty. Explicaremos simplemente que la estaba
esperando un telegrama en el cual se le pedía que volviera a Rusia
inmediatamente.
- Sí … es buena idea – dijo Lady Jean con tono vago, y Aleza adivinó que
en realidad, estaba pensando en el vizconde.
Habían decidido que se cambiara de ropa en casa de Lady Betty; pero
ésta, cuando la vio quitarse el sombrero, le dijo:
- Sé que tienes que buscar otro empleo, Aleza, y creo que tendrás mayor
posibilidad de conseguirlo si llevas puesto ese vestido y ese sombrero.
Quédatelos. Sé que mi hermana no volverá a usarlos nunca. En cambio, es
posible que quiera el vestido de noche.
- ¡Oh, deja que se quede con él también! – le pidió Lady Jean. Sabes tan
bien como yo que tu hermana volverá de París con un nuevo guardarropa como
hace siempre.
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Lady Betty se echó a reir.
- Es cierto. ¡Bien, quédate con todo, Aleza! Lo mereces después de haber
hecho tu papel a la perfección. Su señoría, ni sospechas tiene de que no seas
más que lo que aparentabas. Nadie lo sospecha en realidad.
- Lo que deberías hacer, Aleza – sugirió Lady Jean – es convertirte en
actriz. ¡Sé que tienes dotes para el teatro!
- Es una idea – dijo Aleza en tono ligero – pero no tienen que preocuparse
por mí. Las dos han sido muy ambles conmigo.
Mientras hablaban, se había puesto la ropa que usaba como doncella de
Lady Jean y se recogió el cabello en la nuca como de costumbre.
Mientras lo hacía le pareció que estaba despertando de un sueño para
volver a la realidad.
Las otras dos jóvenes ya habían sacado todas las joyas de su baúl.
Al ir a guardar la ropa que había utilizado aquella mañana, Aleza
titubeó.
- ¿Están seguras de que quieren que me quede con todas esas cosas? –
preguntó. Me parece un abuso por mi parte.
- Por supuesto que debes quedarte con ellas – le aseguró Lady Jean. Y no
es ningún abuso. Además, te prometo darte algo de dinero antes que me dejes.
- ¡Ah, no, eso sí que no! – protestó Aleza. Me basta con mi salario.
- ¡No seas tonta! – intervino Lady Betty. Has contribuido a que nos
divirtamos muchísimo y las dos estamos dispuestas a pagar tu ayuda.
Al decir esto, sacó diez libras de su bolso y las puso en la mano de Aleza.
- Esto te ayudará un poco – dijo. Trataré de darte algo más antes que dejes
el servicio de Lady Jean.
- Son las dos muy buenas – dijo Aleza, a punto de llorar.
Se daba cuenta de que, aunque no le agradara, sería una tontería no
aceptar lo que le ofrecían.
Al menos por un tiempo, no tendría que acudir al orfanato a pedir
ayuda.
Su baúl, que había sido separado del resto del equipaje en la estación de
Paddington, fue bajado ahora y cargado de nuevo en el carruaje.
Aleza se preguntó si al cochero y al lacayo del conde no les parecería
extraño tener que llevárselo de nuevo.
Cuando la vio salir de casa de Lady Betty detrás de Lady Jean, el lacayo
le sonrió.
Era evidente que no tenía idea de que la señorita Lane era la supuesta
princesa que poco antes había bajado del carruaje con tanta arrogancia.
Aleza correspondió a la sonrisa y él le guiñó un ojo.
Cuando el coche se puso en marcha, la joven pensó que la comedia había
llegado a su fin. ¡Abajo el telón!
Ahora estaba donde había empezado y pronto tendría que empezar a
buscar empleo, otro sitio donde habría de servir de un modo u otro.
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“¡Ayúdame, mamá … por favor, ayúdame!”, rogó.
Al mismo tiempo, sin que ella pudiera evitarlo, su corazón decía con
cada latido:
“¡Le amo! ¡Le amo! ¡Le amo!”.

Capítulo 7

Aleza miró el baúl, que los lacayos habían dejado en su dormitorio.


Contenía toda la hermosa ropa que había utilizado en el castillo.
Pensó, llena de tristeza, que no tenía objeto sacarla de allí, pues sabía que
Lady Jean deseaba que se fuera lo antes posible.
A ella, por su parte, no le apetecía quedarse donde no era deseada.
Al mismo tiempo, daba vueltas en su mente a qué clase de trabajo podía
aspirar.
Quería que fuese una posición mejor que la ocupaba en aquellos
momentos.
“Estoy segura de que podría ser señorita de compañía”, pensó.
Se miró en el espejo y decidió que era demasiado joven y, para ser
sincera, demasiado bonita.
Generalmente, eran damas ancianas las que buscaban una señorita de
compañía.
Tal vez pudiera encontrar alguien de edad avanzada que quisiera que
ella le leyera y le escribiera sus cartas porque ya le fallaba la vista.
Esto sería ideal.
De pronto se sintió impotente, sin saber por dónde empezar a buscar
trabajo.
Afortunadamente, recordó que las doncellas de la casa tal vez pudieran
ayudarla.
Esperó hasta que la joven doncella que le ayudaba en ocasiones entrara
en la habitación.
Emily era una chica muy simpática que había llegado del campo unos
cinco años atrás.
- Me estaba preguntando, Emily – dijo mientras la doncella se ocupaba de
hacerle la cama – cómo conseguiste este empleo, cómo fue que llegaste a
trabajar para su señoría.
- ¡Oh, yo tuve mucha suerte! – contestó Emily. Mi pueblo está cerca de
Ford Park y toda mi familia ha servido siempre a los señores de la casa grande.
Aleza suspiró. Aquello no era ninguna ayuda para ella.
- ¿Todos los sirvientes de la casa vienen del campo? ¿No sabes si alguno lo
envió alguna agencia de empleo o algo así?
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- Por lo que yo sé, la señorita Smith vino de la agencia que hay en la calle
Mount – contestó Emily. Habían enviado a dos o tres antes que ella, pero eran
mujeres horribles, que se daban aires de gran señora.
Aleza pensó para sí que la señorita Smith no era mejor, pero no dijo nada
al respecto.
Había averiguado lo que quería saber y decidió que iría a una agencia
tan pronto como estuviera libre, lo cual sería después del almuerzo.
Dado que mientras Emily estuviera en la habitación no podía sacar la
elegante ropa que Lady Betty le había regalado ni el sombrero que estaba en
una sombrerera junto al baúl, dejó el equipaje para más tarde y se dedicó a
planchar la ropa de Lady Jean.
Esperaba que ésta hiciera sonar el timbre en cuando despertara.
- No me dejes dormir más allá de las once – le había dicho la noche
anterior – porque Paul va a llevarme a almorzar con su madre.
- Eso es muy significativo – sonrió Aleza.
- ¡Claro que lo es! Y decisivo además; como Paul es hijo único, su madre
piensa que ninguna mujer que no sea una reina es lo bastante buena para él.
Las dos se echaron a reír.
- Espero que no se vuelva tan pomposo como Lord Wrexhampton –
dijo Aleza.
- ¡Yo me encargaré de que tal cosa no suceda! – afirmó Lady Jean.
Aleza planchaba con el mayor cuidado el vestido de Lady Jean que
consideraba más bonito.
Sabía que iba a ser una tortura para ella conocer a los familiares del
vizconde. Hablaba con ligereza del asunto, pero Aleza estaba segura de que en
realidad se sentía muy nerviosa.
“Cuando menos”, pensó con amarga ironía, “el hombre que se case
conmigo, si es que llego a casarme, no tendrá que conocer a mis familiares”.
De pronto se le ocurrió qué maravilloso sería que el gran duque Ivor la
reconociera como hija.
Entonces todo cambiaría … ¡sería incluso más importante que la
supuesta princesa Kropothin.
De manera inevitable, sus pensamientos se volvieron hacia Victor Wrex.
Se preguntó si, al saber la verdad sobre quién era ella, se mostraría
comprensivo o escandalizado.
Seguramente se escandalizaría.
Desde que era muy pequeña, Aleza había visto que la sociedad miraba
con malos ojos a un hijo ilegítimo.
Incluso en su propia casa había oído relatos sobre muchachas que habían
dado un “mal paso” en Londres y eran despedidas por sus patrones sin
referencias y sin dinero. Entonces no tenían a donde ir, como no fuese a tirarse
de cabeza al río.
“¡Qué valiente fue mamá cuando se arriesgó a verse en una situación tan
81
horrible!”, pensó. “Y también muy hábil al actuar como lo hizo luego”.
Por primera vez comprendió la situación.
Era el amor lo que había hecho que su madre lo arriesgara todo.
Pero si bien conoció una gran felicidad con el gran duque, luego tuvo
que pagar un alto precio por ello.
Se había quedado sola, sin un hombre que la protegiera y la cuidara,
durante el resto de su vida.
Nunca le había preguntado a su madre por qué no había vuelto a casarse.
Ahora conocía la respuesta.
Después de haber amado a un hombre con toda su alma, habría sido
imposible para ella vivir con otro, al que jamás hubiera podido amara de la
misma forma.
“¡El amor es abrumador, devastador, irresistible!”.
Aleza creía oír de nuevo a su madre diciendo estas palabras.
Era lo que ahora sentía ella.
Lady Jean hizo sonar el timbre y Aleza acudió rápidamente a su
dormitorio.
- ¡Ya estoy despierta! – exclamó Lady Jean al verla entrar.
- Pediré el desayuno – dijo Aleza mientras descorría las cortinas.
- No quiero comer nada. Estoy demasiado excitada por la idea de ver a
Paul.
Aleza no le hizo caso.
Salió de la habitación, dijo a un lacayo que subieran el desayuno de Lady
Jean y volvió a entrar.
- ¿Qué me pondré para estar lo mejor posible? – preguntó Lady Jean.
- He planchado su vestido azul. Como es del color de sus ojos, ¡estará
preciosa con él! – aseguró Aleza.
- Así es como quiero estar – dijo Lady Jean. ¡Quiero que Paul me diga que
me ama, que me adora!
Saltó de la cama para sentarse ante el tocador y mirarse al espejo.
Era realmente atractiva con su cabello rubio cayéndole sobre los hombros
y sus ojos azules brillantes de excitación.
Aleza necesitó casi hora y media para dejarla a su gusto.
El vizconde iría a buscarla a las doce y media.
Antes de salir de la habitación, Lady Jean besó a Aleza diciendo:
- Me ha encantado tenerte conmigo, querida – dijo. Es una pena que
tengas que irte … ¡Oh! ¿Por qué le dimos tanta importancia a ese tonto de Lord
Wrexhampton? ¡Ahora, por su culpa se ha arruinado todo!
- No todo – le recordó Aleza. Usted siempre recordará el castillo como el
lugar donde el vizconde le propuso matrimonio.
Lady Jean sonrió.
- Es cierto. ¡Tal vez logremos convencer a Lord Wrexhampton para que
ponga una placa en el invernadero recordando ese acontecimiento!
82
- ¡Dudo mucho que su señoría permitiera tal cosa! No lo haría ni siquiera
por una condesa, que es lo que llegará a ser usted con el paso del tiempo. ¡Su
sangre no es lo bastante azul para él!
Las dos muchachas se echaron a reír.
Después, Lady Jean cogió su bolso y bajó aprisa la escalera.
Aleza fue a retirar la bandeja del desayuno, que había quedado en la
mesita de noche, y vio que Lady Jean no se había comido los bollos que eran el
orgullo del cocinero.
No le apetecía ir al comedor del ama de llaves para almorzar con los
otros sirvientes.
La noche anterior se había acostado temprano y Emily le había subido
una cena ligera en una bandeja, pero no quería pedirle que lo hiciera otra vez,
así que decidió comer los bollos con mantequilla y miel y beber el café frío que
quedaba.
“Tan pronto como se vayan todos a almorzar”, se propuso, “me cambiaré
de ropa y saldré de la casa sin que nadie me vea”.
Dejó la bandeja del desayuno junto a la puerta para que la recogiera un
lacayo y procedió a recoger la ropa de Lady Jean para que las doncellas
pudieran entrar a hacer la cama.
Iba hacia su propia habitación cuando un lacayo que había subido por la
escalera de servicio le dijo:
- La esperan en el estudio, señorita Lane – y desapareció por la escalera
principal antes que Aleza pudiera preguntarle quién reclamaba su presencia.
Tal vez fuera el conde que había regresado ya.
¿Se había enterado acaso de lo sucedido en el castillo Wrex e iba a
despedirla de manera ignominiosa?
Bajó la escalera llena de temor.
Hubiera querido que Lady Jean estuviese todavía en la casa. Sólo ella
podía defenderla ante su padre.
Llegó a la puerta del estudio y se detuvo un momento, tratando de
recobrar la compostura, antes de hacer girar el pomo.
Al entrar esperaba ver al conde sentado ante su escritorio, pero su
señoría no estaba allí.
Por un momento creyó que la habitación estaba vacía.
Después se dio cuenta de que había alguien ante una de las ventanas.
Cuando aquella persona se dio la vuelta, Aleza lanzó una exclamación
ahogada.
Era Victor Wrex.
Bajó su mirada, ella no acertaba ni a moverse.
Se quedó en el umbral, mirándolo atónita.
Al fin, con gran esfuerzo, logró recobrar la voz.
- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó. ¿Ocurre algo malo?
- No, no ocurre nada malo – contestó él. Sólo que no pude despedirme de
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usted ni darle las gracias por salvarme la vida.
- ¿Está usted bien? – preguntó Aleza. ¿Aquel hombre no le hizo ningún
daño?
- Como puede ver por sí misma, no me hizo nada – respondió él con una
sonrisa y se dirigió hacia la chimenea.
Aleza sólo se había apartado un paso de la puerta.
- Me dijeron que su agresor estaba en el hospital, así que no podrá hacerle
ningún daño por ahora. Pero si hay otros …
- El ayuda de cámara de mi hermano está bajo custodia de la policía y yo
estoy haciendo gestiones para que lo devuelvan a su país.
Aleza unió las manos en un expresivo ademán.
- Es un alivio saber eso. Pero … ¿no cree usted que puede haber otros
cómplices?
- No hay motivo para que se preocupe por mí – dijo Victor Wrex. He
venido aquí a hablar con usted …
Aleza volvió el rostro hacia otro lado.
- No hay nada de que hablar – dijo en voz baja.
- ¡Acérquese! – ordenó Victor Wrex. ¡Quiero verla bien!
Aleza se sintió de pronto muy consciente de lo diferente que era su
aspecto comparado con el de la última vez que él la había visto.
Ahora vestía sobriamente de negro y llevaba el cabello recogido en un
moño bajo.
Muy turbada, hizo un leve ademán con la mano y dijo:
- Tengo … muchas cosas que hacer.
- ¿Qué cosas? ¿Pueden ser más importantes que lo que tenemos que
decirnos el uno al otro?
Aleza contuvo la respiración.
- Ahora que está usted a salvo … ya no habrá más que decir.
- Por el contrario – opuso Wrex – yo tengo mucho que decirte. Y, por
favor, Aleza, repito, que te quiero más cerca de mí.
Era una orden.
Con lentitud, porque se sentía cohibida y temerosa de sus propios
sentimientos, Aleza avanzó paso a paso hasta quedar frente a él.
- Estás muy distinta de la última vez que te vi – dijo Wrex en voz baja.
Aleza volvió la cabeza hacia otro lado.
- Sí … lo sé.
- Me gustas así. Con el cabello peinado hacia atrás te parece aún más a la
estatua de Afrodita.
Esto fue tan sorprendente, que Aleza volvió a mirarlo con ojos muy
abiertos.
Él adivinó que tomaba por una broma sus palabras.
- Es verdad – aseguró. Eres muy bella, ¿sabes?, tanto si te finges princesa
como doncella.
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Aleza se estremeció.
- Es que soy una doncella – recalcó.
- ¿Con tu belleza y tu inteligencia? Sin duda alguna puedes encontrar algo
mejor que hacer.
- Voy a tratar de ser señorita de compañía.
- Me alegra saberlo, porque eso es precisamente lo que yo necesito.
Aleza miró a Victor con incertidumbre y él le dijo:
- ¡No seas absurda, cariño! ¡Yo comprendí, cuando te besé, que me amabas
como yo a ti!
- No … eso no es verdad – dijo Aleza como a la defensiva.
Victor la rodeó con los brazos y la atrajo contra su pecho.
Después, sus labios cayeron sobre los de ella.
La besó exigente, apasionadamente.
Aleza sintió como si la habitación girara en torno a ellos.
Victor le estaba devolviendo la belleza que ella creía haber perdido para
siempre.
Era la perfección que había encontrado en el castillo.
Era la luz de la luna brillando a través de los árboles, las estrellas
reflejadas en el lago …
Fue un éxtasis lo que los unió mientras él la abrazaba con más fuerza y
ella se sentía estremecida por la pasión.
¿Era posible conocer algo así … y continuar viviendo?
Cuando él levantó la cabeza, dijo sin poder contenerse:
- ¡Te amo, sí, te amo! Pero … ¿cómo puedes amarme tú a mí?
- ¡Te adoro desde el primer momento que te vi!
- Eso no puede ser verdad … Me mirabas con ojos de tanta crítica … que
me daba miedo.
- Yo sabía que no era quien pretendías ser. Sin embargo, no me parecías
sólo la mujer más hermosa que había visto en mi vida, sino también que mi
corazón y mi alma vibraban por ti.
- Yo estaba muy consciente de ti … pero me dabas miedo.
- Eso se debía a que me estabas mintiendo, algo que no debes volver a
hacer nunca. ¡Quiero la verdad y sólo la verdad de ti, preciosa mía!
No esperó la respuesta, sino que empezó a besarla de nuevo y Aleza no
pudo ya pensar, sino únicamente sentir mientras todo su ser palpitaba con el
amor que la envolvía como una luz divina.
Cuando él levantó la cabeza, los dos estaban casi sin aliento.
Aleza notó que el corazón de Victor palpitaba en la misma forma
frenética que el suyo.
- ¿Cómo puedes hacerme sentir así? - dijo él. Ahora sé que jamás había
estado enamorado …, que no sabía lo que era el amor hasta que te he conocido.
- Ni yo que era amor lo que sentía … hasta que me besaste – murmuró
Aleza. Pero … ¿cómo iba a pensar que tú podrías corresponderme?
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- ¡Pues te amo y quiero que seas mía! Nos casaremos inmediatamente.
¡No puedo esperar más tiempo!
Fue entonces cuando Aleza despertó a la realidad.
Los besos de Victor la habían fascinado de tal modo, que no la habían
dejado pensar con claridad.
Ahora comprendió que la “espada de Damasco” que siempre había
pendido sobre su cabeza estaba a punto de caer y ella debía encarar la verdad.
Intentó apartarse de sus brazos, pero él no la dejó.
- ¿Qué sucede?
- Te amo – dijo Aleza con voz muy leve. Te amo con todo mi corazón y mi
alma entera … pero no puedo casarme contigo.
Sintió que los brazos de Victor la soltaban, y él daba un paso atrás.
- ¿Qué estás diciendo?
- Que no puedo ser tu esposa … Es … ¡es imposible!
- ¿Estás ya casada? – preguntó él con tono acerado.
- ¡No, no, claro que no! Pero …
Victor pareció relajarse.
- Sabía que no podía estar equivocado al pensar que nunca te habían
besado.
- Ningún hombre me ha besado … excepto tú.
- Entonces, ¿qué tratas de decirme, amor mío?
Aleza se quedó mirándolo sin saber qué responder.
Él pensó que nunca había visto tanto dolor en los ojos de una mujer.
Al fin, Aleza dijo con voz casi inaudible:
- ¿Puedes besarme sólo una vez más … para que tenga algo que recordar?
Y emitió un leve solloz antes de añadir:
- Después, cuando sepas por qué no puedes casarte conmigo, ¿te irás? Por
favor … No podría soportar que dijeras nada o que … sintiera compasión por
mí.
Las últimas palabras casi no pudieron oírse.
Las lágrimas fluían de los ojos d Aleza y rodaban por sus mejillas.
Victor la tomó entre sus brazos.
- Te besaré, preciosa mía – dijo - ¡pero no me iré! Nada de lo que digas me
hará dejarte.
- Lo harás cuando sepas que … - empezó Aleza, pero no pudo decir más
porque los labios de él aprisionaron los suyos.
La besó hasta que casi no podía ya respirar.
Aleza comprendió que estaba tratando de vencer a besos su resistencia.
Le pareció que había pasado mucho tiempo antes que él la soltara y
dijese:
- Bien, ahora cuéntame ese horrible secreto.
Aleza se zafó de sus brazos para ir hasta la ventana. Allí se quedó
mirando el jardín lleno de flores bajo la luz del sol.
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Pero ella no podía ver nada, excepto la oscuridad que había en su alma.
Veía la soledad que la esperaba, porque iba a perder a Victor y ella, como
su madre, jamás podría amar a otro hombre.
Pasaría sola el resto de su vida.
“Tal vez”, pensó con desesperación, “él puede darme un hijo que yo
criaré sola”.
De inmediato, todos los nervios de su cuerpo se rebelaron contra la idea.
Se sintió tan escandalizada como se sentiría él cuando supiera quién era
ella realmente.
Tenía ganas de echarse a llorar.
Quería aferrarse a Victor, suplicarle que la dejara quedarse con él aunque
sólo fuera por un tiempo …
- Estoy esperando – sonó a su espalda la voz suave de Victor.
Fue casi imposible para Aleza encontrar su voz.
Cuando habló por fin, sintió como si las palabras vinieran de una
desconocida.
- Mi padre … jamás se casó con mi madre. Soy ilegítima.
Se hizo el silencio.
Esperaba oír que Victor se marchaba.
Esperaba oír sus pasos que cruzaban la habitación hacia la puerta y que
ésta se cerraba luego.
En cambio, lo que oyó fue la misma voz suave de antes, que ahora le
preguntaba:
- ¿Quién era tu padre?
- El … el gran duque Ivor de Rusia.
Tal vez hubiera sido más inteligente por su parte fingir que no lo sabía.
Pero lo sabía y, porque amaba a Victor, no podía mentirle.
Él lanzó una exclamación.
- ¡Ahora sé a quién te pareces! Pero, ¿cómo podía yo imaginar …? ¡Claro,
te pareces extraordinariamente a la princesa Olga!
Aleza no se movió, pero lo escuchaba sorprendida.
- La princesa Olga es la hija del gran duque Ivor – explicó Victor. Es
mayor que tú y se trata de una de las mujeres más hermosas que hay en la corte
de San Petersburgo.
Al oír esto, Aleza comprendió que él conocía perfectamente a la hija del
gran duque, lo que hacía la barrera entre ellos todavía más alta.
¿Por qué Victor no se iba, tal como ella le había pedido?
- Por favor, márchate – suplicó.
Cuando él se hubiera ido, podría llorar con desesperación, sin sentirse
avergonzada de sus lágrimas.
Repentinamente, causándole un estremecimiento, los brazos de Victor la
rodearon.
- ¡Mi adorada tontuela! ¿Crees de veras que eso me importa? Y menos
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cuando tu padre es el hombre más notable y encantador que conozco.
- Pero él … no se casó con mi madre – balbuceó Aleza; sin embargo,
mientras decía esto, notó que empezaba a desaparecer la oscuridad que la
envolvía y en su corazón empezaba a alentar la esperanza.
Victor Wrex miraba con una ternura que antes no había visto en sus ojos.
- ¡Mi pobre amor! Esto es algo que sin duda te ha dolido mucho. Pero no
tienes que volver a preocuparte por ello.
- ¿Qué … qué quieres decir? No entiendo …
- Quiero decir que vamos a casarnos inmediatamente.
- ¿Cómo puedes pensar tal … cosa? ¡Tu hermano se horrorizará … no
volverá a hablarte jamás!
Victor se echó a reír y la abrazó con más fuerza.
- Si fuiste lo bastante lista como para engañar a mi hermano y hacerle
creer que eras la princesa Kropothin, e incluso hacerle pensar en casarse
contigo, entre los dos podemos ser todavía más listos, ¿no crees?
- Yo … sigo sin entenderte.
- Te lo explicaré, pero por el momento sólo quiero besarte.
Y lo hizo hasta que el color volvió a las mejillas de Aleza y dejó de haber
lágrimas en sus ojos.
Después, con un brazo en torno a su cintura, la condujo al sofá y se
sentaron los dos en él.
- Ahora, cuéntame, desde el principio todo lo que a ti se refiere.
Titubeante porque se sentía avergonzada, Aleza le habló primero de su
abuelo.
- ¿Traducía del griego? – exclamó Victor. ¿Cuál era su nombre?
- Edward Belville – respondió Aleza.
- ¡Tengo varios de sus libros en mi biblioteca! ¡Están espléndidamente
traducidos!
- Me alegra mucho que opines así.
- Así que esa es la razón de que tú hables griego – la besó con ternura
antes de agregar: y pudieras salvarme la vida.
Aleza le contó después que su madre era institutriz de los hijos de Lord
Vernon y fue a Montecarlo con ellos.
- Fue allí – dijo en voz baja – donde conoció al gran duque.
Hubiera ocultado su rostro, pero Victor se lo impidió.
- Me siento muy agradecido de que tu madre lo amara – dijo él con su voz
profunda. De no haber sido así, no estaría yo besando a su hija.
Y lo hizo con tal pasión, que ella lanzó una exclamación de protesta.
Al momento, Victor la dejó libre.
- Discúlpame, cariño, pero me excitas hasta la locura. Me portaré con
sensatez hasta que hayamos resuelto nuestro pequeño problema; porque te
aseguro que es nimio comparado con los que suelo afrontar.
- ¿Son peligrosos como ocurrió en el castillo Wrex, cuando casi pierdes la
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vida? – preguntó Aleza con aprensión.
- Pero tú me salvaste y tendrás tal vez que salvarme muchas veces más. Al
fin y al cabo, ¡para eso es una esposa!
Victor sonreía, pero Aleza ocultó la cara en su hombro.
- ¿Cómo podría yo … ser su esposa?
- Muy fácilmente, pero debemos ser listos – repuso Victor y la besó en la
frente antes de proseguir diciendo: A mí no me importa en absoluto que seas
una hija del amor. Pero, como sabes, eso escandalizaría a mi hermano y a
mucha otra gente.
Aleza levantó la cabeza del hombro masculino.
- Por eso no debes casarte conmigo.
Victor sonrió.
- Pero tengo toda la intención de hacerlo. ¿Cómo voy a resistirme al amor?
- Es lo que mi madre decía – murmuró Aleza – que el amor es abrumador
e irresistible.
- Y lo que tu madre sintió por el gran duque Ivor es lo que ahora sientes
tú por mí, ¿verdad? ¡Me sentiría ofendido si no fuera así!
- Sí … es eso lo que siento … ¡Te amo, te amo desesperadamente!
Hubo una breve pausa y después Aleza dijo en voz muy baja:
- Tal vez fuera mejor … que no te casaras conmigo … aunque … yo viviera
contigo como mamá vivió con el gran duque.
Sintió que los brazos de Victor la apretaban con fuerza.
- Es maravilloso lo que dices, exactamente lo que podría esperarse de una
persona tan sensitiva como tú. ¡Pero la respuesta, amada mía, es “no”!
La besó en el cabello antes de agregar:
- ¡No quiero que tengas que ocultarte del mundo! Te deseo a mi lado día y
noche, esté donde esté y haga lo que haga.
La ciñó a su pecho al añadir con suavidad:
- También quiero que seas la madre de mis hijos y estoy decidido a que
ellos no se sientan avergonzados ni de ti ni de mí.
Aleza, suspirando, dijo:
- Si me resisto es porque pienso en ti … ¿cómo podríamos evitar que tu
hermano y todos sus amigos supieran la verdad?
- Eso es un problema; pero, por fortuna, tengo la solución.
Aleza lo miró con los ojos muy abiertos, como una niña que esperase oír
un cuento de hadas.
Victor pensó que ninguna mujer podía ser más adorable que ella, tan
pura e inocente.
Era exactamente la mujer que había estado buscando siempre, sin
esperanzas de encontrarla jamás.
Deseaba besar su suaves e inocentes labios que lo excitaban; deseaba
enseñarla a amar y hacerla arder como él ardía …
Sin embargo, se dominó con un esfuerzo y dijo:
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- Debemos arreglar este asunto de una vez por todas. En realidad, es
bastante sencillo.
- ¿Cómo es posible? – preguntó Aleza.
- Escucha: mi hermano y algunas de sus amistades te conocen como la
Princesa Aleza Kropothin, ¡y eso continuarás siendo!
Aleza lo miró asombrada.
- ¿Qué es lo que dices?
- Lo que oyes. Tú te presentaste como la princesa Kropothin, pero los
apellidos rusos son muy complicados y creo que el tuyo podríamos deletrarlo
de una manera diferente – y deletreó sonriendo: K-r-o-p-o-k-i-n.
Una vez hubo comprendido, Aleza preguntó:
- ¿Supones que la gente creerá realmente que es así como me llamo?
- Rusia es un país muy grande y hay cientos, sino miles, de príncipes y
princesas diseminados por él. De cualquier modo, será un apellido que no
utilizarás durante mucho tiempo. Nos iremos lejos a pasar la luna de miel y sólo
más tarde, al cabo de varios meses, anunciaremos que me casé con la princesa
Aleza Kropokin.
Emocionada, Aleza se acercó un poco más a él, que le rozó las mejillas
con los labios antes de continuar:
- Pero a partir de mañana, una vez casados, sólo usarás mi apellido, al
estilo inglés. Serás la honorable señora de Victor Wrex y tu título ruso quedará
olvidado.
- ¿Y crees que nadie sospechará quién soy en realidad?
- Un día, cuando llevemos casados largo tiempo, te llevaré a San
Petersburgo y conocerás a tu padre. Él, sólo él, sabrá quién eres en realidad.
Aleza lanzó un profundo suspiro.
Era como si se le hubiera quitado de los hombros un peso agobiante.
- ¡Parece demasiado maravilloso para ser verdad! Sólo tengo miedo de que
se produzca un escándalo … o de que se murmure algo que pueda perjudicarte.
- ¿Piensa en mí, cariño? – preguntó Victor, conmovido.
- ¡Por supuesto que pienso en ti! ¿Cómo podría dejar que algo te lastime
cuando eres tan maravilloso?
Él se rio.
- Eso es lo que deseo que pienses, amor mío. Pero ahora, como tenemos
muchas cosas que hacer, sugiero que recojas tus cosas porque voy a llevarte,
sólo por esta noche, a casa de mi tía abuela, que es ya muy anciana y no pondrá
en duda nada que yo le diga.
Como si Aleza le hubiera hecho una pregunta, Victor explicó:
- Te quedarás con ella hasta que nos casemos mañana por la mañana.
Luego te llevaré lejos, tal vez a Egipto y más al interior de Oriente.
- ¡No puede ser verdad! – dijo Aleza con voz trémula. Temo estar soñando
y encontrarme al despertar con que te has desvanecido.
Victor rio de nuevo.
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- Te probaré, en cuanto nos casemos, que soy completamente real.
Se levantó del sofá y la ayudó a ponerse en pie.
- Y ahora, a menos que desees encontrarte con los condes que, según tengo
entendido, llegarán esta tarde, debes subir y recoger tus cosas.
- ¿Estás seguro de que lo que vamos a hacer es lo mejor?
- ¡Es lo mejor para mí! – afirmó Victor. ¡Y haré que sea lo mejor para ti, mi
bonita y pequeña rusa!
La besó y después, dándose cuenta de que a ella le resultaba imposible
pensar en algo que no fuera su mutua cercanía, la condujo hasta la puerta.
- ¡Vamos, date prisa! – y la empujó suavemente hacia el corredor. Estaré
esperándote en el vestíbulo.
Al correr hacia su dormitorio, Aleza recordó con alivio que no había
deshecho su baúl.
Rápidamente, se puso el abrigo y el sombrero que solía llevar como
doncella de Lady Jean.
Llamaron a la puerta y apareció un sirviente que dijo:
- Señorita Lane, el caballero que está abajo dice que debo bajar un baúl.
- Sí, ése es – señaló Aleza – y baje también la sombrerera.
- Las cosas aquí suben y bajan con tanta frecuencia – dijo el lacayo – que
es una lástima que no tengan alas.
Aleza hubo de reprimir una carcajada.
¡Ella sí que tenía alas cuando bajó a reunirse con Victor!
Él había ido allí en un carruaje cerrado en el que cargaron el equipaje de
Aleza antes de que ambos subieran a él.
Cuando ya se alejaban, ella dijo:
- Debo avisar a Lady Jean que me voy.
- Puedes escribirle una carta y yo me encargaré de que la entreguen.
Victor le cogió una mano y se la llevó a los labios.
- ¡Qué increíblemente hermosa eres, incluso con ese vestido negro y ese
sombrero tan poco favorecedor!
- No quería suscitar comentarios poniéndome otra ropa. Pero como Lady
Jean y Lady Betty me regalaron cosas muy bonitas, no te haré quedar mal.
- Si tu ajuar es lo que te preocupa, primero iremos a París y te vestiré, no
como una princesa, sino como mi esposa.
Resplandecieron los ojos de Aleza y él, como si no pudiera resistir la
tentación, la besó apasionadamente.
La casa de la tía abuela de Victor no quedaba lejos.
Un anciano mayordomo les abrió la puerta y dio la bienvenida al “amo
Victor”, según lo llamó.
Los informó de que la señora estaba dormida, algo que, al parecer, ya se
esperaba Victor, quien dio órdenes para que condujesen a Aleza a un
dormitorio.
Ella deseaba cambiarse de ropa.
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Una anciana doncella deshizo el equipaje y la ayudó a ponerse uno de los
hermosos vestidos que le había regalado Lady Jean.
Aleza se peinó de igual modo que cuando se hacía pasar por princesa y
bajó a reunirse con Victor.
Al verla aparecer, él le sonrió y abrió los brazos, en los que Aleza corrió a
refugiarse.
- ¿Es verdad esto? – preguntó de nuevo.
- Es verdad que te amo – respondió él – y que todo está dispuesto para
que nos casemos mañana temprano. Luego partiremos hacia París.
Aleza lo miró con los ojos muy abiertos.
- ¿Tienes una licencia especial?
- Sí, las conseguí antes de ir a verte hoy. Supe cuando te besé que me
amabas, ¿recuerdas que te lo he dicho? ¡Nada más tiene importancia!
- Es también lo que yo creo. Te amo, te amo y deseo seguir diciéndolo una
y otra vez.
- Y yo te lo diré también a ti, siempre. Creo, amor mío, que seremos muy
felices.
- Yo te cuidaré y protegeré, pero siempre tendré miedo de que alguien
pueda hacerte daño.
- Es lo que deseo que hagas: cuidarme. ¡Nadie más que tú puede hacerlo!
Con los labios muy cerca de los de ella, Victor agregó:
- ¡Jura que nunca volverás a mentirme!
- Juro decirte siempre la verdad – susurró Aleza.
- Tú eres mi princesa secreta, hermosa, adorable y, en algunos aspectos,
muy rusa.
- ¿Rusa? – preguntó Aleza.
- Sí, porque un ruso ama no sólo con el corazón, sino con el alma entera.
¡Eso es lo que espero de ti!
- Así será – afirmó Aleza. Mi amor por ti proviene de Dios … y creo que Él
me hizo sólo para ti.
- También lo creo yo – dijo Victor suavemente. Pero los rusos también
entienden el fuego del amor, que los consume por completo.
Aleza lanzó una exclamación.
- ¡Enséñame a amar! Enséñame a querer como tú deseas ser querido.
Comprendió que sus palabras habían excitado a Victor al ver surgir en
sus ojos un fuego con el que parecía quemarla cuando la besó apasionado y
posesivo.
Aleza sintió una vez más que las estrellas bajaban del cielo para
rodearlos.
Ambos estaban envueltos en una luz divina que surgía de sus almas.
Era la luz del amor, incandescente e irresistible.

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FIN

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