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Operación canónica ≠ Canon

Cómo se constituye el canon—quienes/por qué


Ejes
- Tipos de canon
- Canon e institución
- Canon y mercado
- Canon y escritura
- Canon e historia de la literatura
- Canon y género
- Discusión sobre el canon
El canon literario- Harold Bloom
El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas:
El--- es uno/Occidental---europeo, blanca, masculina/Escuela---institución/libros—obras/de
todas las épocas---tiempo?
26 autores para Bloom---solo tres mujeres/no hay escritores negros
Shakespeare es el núcleo de todo—todo existe en Shakespeare
Todo canon tiene un contracanon porque los cánones no pueden abarcar todo
Poder---¿quién determina qué se lee?
Canon---subconjunto de escrituras que varían de época a época, de lector a lector, etc.

Canon----literatura y poder/El imperio del autor y la obra


Bloom—no tiene en cuenta contextos… no le interesa lo social, es antiestructuralista
Método para realizar la operación canónica---yo individual-único método crítico
Literatura---algo estético---¿Qué valores estéticos las hace canónica?
- Uso del lenguaje metafórico
- Exuberancia de la dicción
- Poder cognitivo
- Originalidad
- Sabiduría
Valor periférico: extrañeza
La angustia de las influencias---el autor tiene que matar al Padre autor porque si no va a vivir
siempre bajo su sombra

TEXTO
Prefacio y preludio
Bloom toma a 26 escritores---pretende aislar las cualidades que convierten a estos autores en
canónicos, es decir, en autoridades de nuestra cultura. Retoma la idea de “valor estético”,
afirmando que ha podido encontrarlo en su experiencia de lectura, a pesar de que “el mundo
erudito” se encuentre en anarquía.
Vico---tres fases: Teocrática, Aristocrática, Democrática
Bloom empieza por la aristocrática--- con Shakespeare, la figura central del canon occidental.
Luego lo estudia con relación con casi todos aquellos que dejaron huella en su obra, a través
de muchos de aquellos a quienes influyó y también a través de aquellos que intentaron
rechazarlo
Elección de los autores: por su sublimidad como por su naturaleza representativa. Elige solo 26
porque sería imposible escribir un libro sobre 400 autores. Deja muchos escritores
fundamentales afuera (Leopardi, Henry James, Dostoievski, Balzac, Nietzsche, Baudelaire…) Los
cánones nacionales son representados por sus figuras cruciales.
La Edad Democrática de Vico en la realidad es una edad caótica: Freud, Proust, Joyce, Kafka.

¿Qué convierte a las obras de estos autores en canónicas? ¿De dónde viene su grandeza?---la
extrañeza, una forma de originalidad que o bien no puede ser asimilada o bien nos asimila de
tal modo que dejamos de verla como extraña. Toda escritura canónica es la suma de la
extrañeza y la belleza. De lo extraño a lo extraño, de La divina comedia a Fin de partida.
Cuando se lee una obra canónica por primera vez se experimenta un extraño y misterioso
asombro, y casi nunca es lo que esperábamos. Todas tienen en común esa cualidad misteriosa,
esa capacidad de hacerte sentir extraño en tu propia casa.
Shakespeare, el más grande escritor que podremos llegar a conocer, a menudo da la impresión
contraria: nos lleva a tierra extraña pero nos hace sentir como en casa. Su poder de asimilación
y contaminación es único, y constituye un perpetuo reto a la puesta en escena y la crítica---es
absurdo que la crítica actual (materialista cultural [neomarxista], neohistorica [Foucault],
feminista) haya desertado de ese reto. La crítica shakesperiana se ha olvidado por completo de
su supremacía estética e intenta reducirlo a las “energía sociales” del Renacimiento inglés,
como si no existiera una verdadera diferencia de mérito estético entre Shakespeare y otros
escritores (sus discípulos por ejemplo). El canon es necesario para que las instituciones
académicas funcionen. Actualmente el canon está en proceso de destrucción.

Signo de originalidad capaz de otorgar el estatus canónico a una obra literaria es esa extrañeza
que nunca acabamos de asimilar (Dante), o que se convierte en algo tan asumido que
permanecemos ciegos a sus características (Shakespeare). Cuando se lee una obra canónica
por primera vez se experimenta un extraño y misterioso asombro.
El aroma de originalidad debe flotar sobre cualquier obra que de modo inapelable gane el
agón1 con la tradición y entre a formar parte del canon. Estética y agonística son una sola cosa
(cosa que las instituciones educativas idealistas quieren negar). Homero enseñó una poética
del conflicto. Todo Platón se trata de un conflicto del filósofo con Homero.

1
La palabra agón proviene del griego antiguo y significa disputa pero también un “juego” de lucha en
donde dos personajes se enfrentan.
En el antiguo teatro griego, particularmente en la comedia del siglo V a. C., el agón se refiere a una
convención formal en virtud de la cual la lucha entre los personajes debe planificarse de tal manera que
proporcione la base de la acción. El significado del término ha escapado de la circunscripción de sus
orígenes clásicos para significar, de manera más general, el conflicto alrededor del cual gira una obra
literaria.
En filosofía política, el agonismo (del griego ἀγών, agón, "conflicto, disputa") es una teoría política que
enfatiza los aspectos potencialmente positivos de ciertas (pero no todas) formas de conflicto político,
difiriendo de la descripción de la democracia como la búsqueda de consensos. Acepta la existencia de un
espacio permanente para tal conflicto, pero busca mostrar cómo se puede aceptar y canalizarlo
positivamente. Esta tradición también se conoce como pluralismo agonista.
Mucho hay que esforzarse por no ser irónico con el “idealismo”, ahora la moda en nuestras
universidades y facultades, donde todos los criterios estéticos y casi todos los criterios
intelectuales han sido abandonados en nombre de la armonía social y el remedio a la injusticia
histórica. La ampliación del canon ha significado la destrucción del canon, puesto que entre los
escritores que uno estudia no se encuentran ya los mejores (crítica a la “Escuela del
Resentimiento”).
Concepto crítico que él desarrolló= “Angustias de las influencias”--- no puede haber escritura
vigorosa y canónica sin el proceso de influencia literaria, un proceso fastidioso de sufrir. Hay
que arrastrar la carga de las influencias si se desea alcanzar una originalidad significativa
dentro de la riqueza de la tradición literaria occidental. La tradición es una lucha entre el genio
anterior y el actual aspirante, en la que el premio es la supervivencia literaria o la inclusión en
el canon. Va en contra de la naturaleza humana como de la naturaleza de la literatura de
imaginación. Ej: está a favor de una lectura shakespeariana de Freud y no viceversa. La
angustia de la influencia no es una angustia relacionada con el padre, real o literario, sino una
angustia conquistada en el poema, novela u obra de teatro. Cualquier gran obra literaria lee de
una manera errónea (y creativa) y por lo tanto malinterpreta un texto anterior. La obra que
escribe un autor canónico es la angustia. La influencia para Bloom es una figura tropológica,
una figura que determina la tradición poética y una mezcla de relaciones psíquicas, históricas y
de imágenes… la influencia describe las relaciones entre los textos, es un fenómeno
intertextual… tanto la defensa psíquica interna (la experiencia de la angustia por parte del
poeta) como las relaciones históricas externas de los textos entre sí son el resultado de una
lectura equivocada, o de un encubrimiento, y no la causa.
Hay que arrastrar la carga de las influencias si se desea alcanzar una originalidad significativa
dentro de la riqueza de la tradición literaria occidental. La tradición no es solo una entrega de
testigo o un amable proceso de transmisión: es también una lucha entre el genio anterior y el
actual aspirante, en la que el premio es la supervivencia literaria o la inclusión en el canon.
Esta lucha no pueden dirimirla las inquietudes sociales, ni el criterio de una generación de
impacientes idealistas, ni un grupo de marxistas que proclamen: Dejad que los muertos
entierren a los muertos, ni unos sofistas que intentan sustituir el canon por la biblioteca y el
espíritu perspicaz del archivo. Las obras literarias nacen como respuesta a otras obras
literarias, y estas respuestas dependen de los actos de lectura de los escritores. Estas lecturas
son necesariamente defensivas, no en un sentido de rivalidad edípica sino por la naturaleza
misma de vigorosas y originales imaginaciones literarias.
Párrafos en donde dice que Shakespeare es el mejor, que todos tienen su influencia porque
escribió la mejor poesía y prosa de la literatura occidental.
Bloom defiende la AUTONOMÍA DE LA ESTÉTICA. La literatura no es dependiente de la filosofía
y la estética es irreductible a la ideología o la metafísica. La crítica estética nos devuelve a la
autonomía de la literatura de imaginación y a la soberanía del alma solitaria, al lector no como
un ser social sino como el yo profundo---nuestra más recóndita interioridad. En un gran
escritor, lo profundo de esa interioridad constituye la fuerza que consigue sacudirse el
abrumador peso de los logros pasados, para que cada originalidad no sea aplastada antes de
que se manifieste. Los grandes textos son siempre reescritura o revisionismo, y se fundan
sobre una lectura que abre espacio para el yo, o que actúa para reabrir viejas obras a nuestros
recientes sufrimientos. Los originales no existen, la originalidad es “cómo pedir prestado”.
La angustia de las influencias cercena a los talentos más débiles pero estimula el genio
canónico. Los grandes escritores no eligen a sus precursores fundamentales, son elegidos por
ellos.
La gran literatura, agonística lo quiera o no, no puede separarse de las ansiedades provocadas
por las obras que poseen prioridad y autoridad sobre ellas. Las sombrías verdades de la
competencia y la contaminación se hacen más fuertes a medida que la historia canónica se
prolonga en el tiempo. Una obra literaria se ve necesariamente obligada a nacer a través de
obras precursoras. La contingencia gobierna la literatura y cualquier empresa cognitiva, y la
contingencia constituida por el canon literario occidental se manifiesta esencialmente en la
angustia de las influencias que forma y malforma cada nuevo texto que aspira a la
permanencia. Literatura---deseo del yo de estar en otra parte, de ser original; esa originalidad
debe combinarse con la angustia de las influencias.

1. Elegía al canon
Originariamente, el canon significaba la elección de libros por parte de nuestras instituciones
de enseñanza, y a pesar de las recientes ideas políticas de multiculturalismo, la auténtica
cuestión del canon todavía subsiste: ¿Qué debe intentar leer el individuo que todavía desea
leer en este momento de la historia?
Leer a los mejores escritores no nos convertirá en mejores ciudadanos. Toda mala poesía es
sincera. El arte es absolutamente inútil 2.
Bloom se apena por la baja calidad de las obras literarias, y dice que eso conllevará que lo
traten de sexista o racista. Ironía en relación al feminismo: todos somos críticos feministas en
un país que no necesita la liberación de la liberación.
La estética es un asunto individual más que social. La crítica literaria, como arte, siempre fue y
será un fenómeno elitista. Fue un error creer que la crítica literaria podía convertirse en un
pilar de la educación democrática o de la mejora social.
El canon, una vez lo consideremos como la relación de un lector y escritor individual con lo que
se ha conservado entre todo lo que se ha escrito, será idéntico a un Arte de la Memoria
literario. Necesitamos enseñar más selectivamente, buscar aquellos pocos que poseen la
capacidad de convertirse en lectores y escritores muy individuales. A los demás, a aquellos que
se someten a un currículum politizado, podemos abandonarlos a su suerte. En la práctica, el
valor estético puede reconocerse o experimentarse, pero no puede transmitirse a aquellos que
son incapaces de captar sus percepciones.
Hay que conservar la literatura con tanta plenitud y pureza posible. Bloom ve una pérdida de
criterios intelectuales y estéticos de valor y perfección de su gremio. Lo único que queda por
hacer es mantener cierta continuidad con la estética.

Las angustias más profundas de la literatura son literarias, definen lo literario y se identifican
con ello. Miedo a la mortalidad---en la literatura se transmuta en la pretensión de ser
canónico, de unirse a la memoria social o común. Poemas o relatos inmortales (idea que está
en Homero [Ilíada], en los sonetos de Shakespeare, Petrarca).
El canon laico---catálogo de autores aprobados—no comienza hasta mitad del siglo XVIII. El
canon, una palabra religiosa en su origen, se ha convertido en una selección entre textos que
compiten para sobrevivir, ya se interprete esa elección como realizada por grupos sociales
2
Cf Arte por el arte vs arte tendencioso, es decir, con un fin social
dominantes, instituciones educativas, tradiciones críticas o (lo que él piensa) por autores de
aparición posterior que se sienten elegidos por figuras concretas.
Centro del canon---Shakespeare: originalidad escandalosa. La originalidad se convierte en el
equivalente literario de términos como empresa individual, confianza en uno mismo y
competencia.

FOWLER---los cambios en el gusto literario a menudo pueden atribuirse a una reevaluación de


los géneros que las obras canónicas representan. En cada época, hay géneros más canónicos
que otros. En cada momento de la historia, no todos los géneros gozan de la misma
popularidad---algunos quedan prácticamente relegados al olvido. Cada época posee un
repertorio de géneros bastante escaso al que los lectores y críticos reaccionan con entusiasmo,
y el repertorio del que pueden disponer sus escritores es también más pequeño: el canon
provisional queda fijado, en su casi totalidad, por los escritores más importantes, de mayor
personalidad o más arcanos. Quizás existan todos los géneros en todas las edades…pero el
repertorio de géneros en activo siempre ha sido pequeño.
La elección estética ha guiado siempre cualquier aspecto laico de la formación del canon. Nada
resulta tan esencial al canon occidental como sus principios de selectividad, que son elitistas
solo en la medida en que se fundan en criterios solamente artísticos. Aquellos que se oponen
al canon insiste en que en la formación del mismo siempre hay una ideología de por medio; de
hecho, van más allá y hablan de la ideología de la formación del canon, sugiriendo que
construir un canon es un acto ideológico en sí mismo.
El héroe de estos anticanonizadores es Antonio Gramsci---niega que cualquier intelectual
pueda estar libre del grupo social dominante si depende exclusicamente de la “cualificación
especial” que comparte con el gremio de sus colegas.
La Escuela del Resentimiento---lo que se denominan valores estéticos emana de la lucha de
clase. Bloom considera que el yo individual es el único método y el único criterio para percibir
el valor estético. Pero admite que el yo individual se define en contra de la sociedad.
Shakespeare es el canon laico, o incluso escritura laica; para propósitos canónicos, él define
por igual a predecesores y legatarios.
Toda poderosa originalidad literaria se convierte en canónica.
Ningún movimiento originado en el interior de la tradición puede ser ideológico ni ponerse al
servicio de ningún objetivo social. Uno solo irrumpe en el canon por fuerza estética, que se
compone primordialmente de la siguiente amalgama: dominio del lenguaje metafísico,
originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia en la dicción. Sea lo que sea el canon
occidental, no se trata de un programa para la salvación social.
La verdadera utilidad de Shakespeare o Cervantes, Homero o Dante consiste en contribuir al
crecimiento de nuestro yo interior. Leer a fondo el canon no nos hará mejores o peores
personas, ciudadanos más útiles o dañinos. EL dialogo de la mente consigo misma no es
primordialmente una realidad social. Lo único que el canon occidental puede provocar es que
utilicemos adecuadamente nuestra soledad, que no es más que la confrontación con nuestra
propia mentalidad.
Aquellos que se indignan ante los cánones sufren un complejo de culpa elitista basado en la
apreciación, bastante exacta, de que los cánones siempre sirven indirectamente a los intereses
y objetivos sociales y políticos, y ciertamente espirituales, de las clases más opulentas de cada
generación de la sociedad occidental. Parece claro que el capital es necesario para el cultivo de
los valores estéticos. Píndaro, el último campeón supremo de la lírica arcaica, componía sus
odas a cambio de grandes sumas, y los ricos, a cambio de su generoso apoyo financiero,
obtenían una espléndida exaltación de su divino linaje. Esta alianza de sublimidad y poder
financiero y político nunca ha cesado, y presumiblemente nunca lo hará ni podrá hacerlo-
La Musa, ya sea trágica o cómica, siempre toma partido por la élite. Por cada Shelley o Brecht,
en cada sociedad hay más de una docena de grandes poetas que gravitan de manera natural
del lado de las clases dominantes. La imaginación literaria está contaminada por el celo y los
excesos de la competencia social, pues a lo largo de toda la historia de Occidente la
imaginación creativa se ha concebido a sí misma como lo competitivo por antonomasia,
semejante al corredor solitario, que sólo persigue su propia gloria.
Puede que un crítico tenga obligaciones políticas, pero su primera obligación es suscitar de
nueva la antigua e inflexible pregunta del agonista: ¿más que, menos que, igual a? Estamos
destruyendo todos los criterios intelectuales y estéticos de las humanidades y las ciencias
sociales en nombre de la justicia social.
El canon occidental, a pesar del idealismo ilimitado de aquellos que querrían abrirlo, existe
precisamente con el fin de imponer límites, de establecer un patrón de medida que no es en
absoluto político o moral. Soy consciente de que ahora existe una alianza encubierta entre la
cultura popular y lo que se autodenomina «crítica cultural», y en nombre de esa alianza la
propia cognición puede, sin duda, adquirir el estigma de lo incorrecto. La cognición no puede
darse sin memoria, y el canon es el verdadero arte de la memoria, la verdadera base del
pensamiento cultural. Dicho con la mayor llaneza, el canon es Platón y Shakespeare; es la
imagen del pensamiento individual.
De este modo debemos distinguir el poder y la autoridad estéticos del canon occidental de
cualquier tipo de consecuencia espiritual, política o moral que pueda haber favorecido.
Gertrude Stein sostenía que uno escribía para sí mismo y para los desconocidos, una magnífica
reflexión que yo extendería a un apotegma paralelo: uno lee para sí mismo y para los
desconocidos. El canon occidental no existe a fin de incrementar las élites sociales
preexistentes. Está ahí para que lo leas tú y los desconocidos, de manera que tú y aquellos a
quienes nunca conocerás podáis encontraros con el verdadero poder y autoridad estéticos de
lo que Baudelaire (y Erich Auerbach después de él) llamaba «dignidad estética». Uno de los
ineluctables estigmas de lo canónico es la dignidad estética, que es algo que no se puede
alquilar.
Todos los cánones, incluyendo los contracánones tan de moda hoy en día, son elitistas, y como
ningún canon está nunca cerrado, la tan cacareada «apertura del canon» es una operación
bastante redundante. Aunque los cánones, al igual que todas las listas y catálogos, tienen
tendencia a ser inclusivos más que exclusivos, hemos llegado al punto en que toda una vida de
lectura y relectura apenas nos permite recorrer todo el canon occidental. De hecho, ahora es
virtualmente imposible dominar el canon occidental.
En nuestro contexto y desde nuestra perspectiva, el canon occidental es una especie de lista
de supervivientes.
El tema central es la mortalidad o inmortalidad de las obras literarias, Donde se han convertido
en canónicas, han sobrevivido a una inmensa lucha en las relaciones sociales, pero estas
relaciones tienen poco que ver con la lucha de clases. El valor estético emana de la lucha entre
textos: en el lector, en el lenguaje, en el aula, en las discusiones dentro de una sociedad.
El valor estético surge de la memoria, y también (tal como lo vio Nietzsche) del dolor, el dolor
de renunciar a placeres más cómodos en favor de otros mucho más difíciles. Los obreros ya
tienen suficientes angustias, y prefieren la religión como alivio.
La muerte del autor, proclamada por Foucault, Barthes y otros autores clónicos posteriores, es
otro mito anticanónico, similar al grito de guerra del resentimiento, que rechazaría a «todos
los varones europeos blancos y muertos», es decir, por nombrar a la docena del fraile,
Homero, Virgilio, Dante, Chaucer, Shakespeare, Cervantes, Montaigne, Milton, Goethe, Tolstói,
Ibsen, Kafka y Proust. Más vivos que vosotros mismos, quienesquiera que seáis, estos autores
eran indudablemente varones, y supongo que «blancos». Pero, comparados con cualquier
autor vivo de la actualidad, no están muertos. Entre nosotros tenemos a García Márquez,
Pynchon, Ashbery, y otros que es probable que lleguen a ser tan canónicos como Borges y
Beckett, entre los recientemente fallecidos, pero Cervantes y Shakespeare pertenecen a otro
orden de vitalidad. El canon es sin duda un patrón de vitalidad, una medida que pretende
poner límites a lo inconmensurable. La antigua metáfora de la inmortalidad del escritor resulta
aquí pertinente, y renueva, para nosotros, el poder del canon.
La defensa del canon occidental no es de ningún modo una defensa de Occidente o de la
empresa nacionalista. Si el multiculturalismo significara Cervantes, ¿quién podría quejarse? Los
mayores enemigos de los criterios estéticos y cognitivos son supuestos defensores que nos
vienen con tonterías acerca de los valores morales y políticos de la literatura. No vivimos según
la ética de la Ilíada ni según las ideas políticas de Platón. Aquellos que enseñan a interpretar
los textos tienen más en común con los sofistas que con Sócrates. ¿Qué podemos esperar que
haga Shakespeare por nuestra sociedad en declive, teniendo en cuenta que la función del
teatro shakespeariano tiene poco que ver con la virtud cívica o la justicia social? Los
neohistoricistas de hoy en día, con su extraña mezcla de Foucault y Marx, son sólo un episodio
menor de la interminable historia del platonismo. Platón tenía la esperanza de, al desterrar a
los poetas, desterrar también al tirano. Al desterrar a Shakespeare, o al reducirlo a su
contexto, no nos libramos de nuestros tiranos. En cualquier caso, no podemos librarnos de
Shakespeare, ni del canon que gira a su alrededor. Shakespeare, tal como nos gusta olvidar, en
gran medida nos ha inventado; si añadimos el resto del canon, entonces Shakespeare y el
canon nos han inventado por completo. Emerson, en Hombres representativos, lo dijo
atinadamente: «Shakespeare está tan por encima de la categoría de los autores eminentes
como lo está por encima del vulgo. Es inconcebiblemente sabio; los demás lo son
concebiblemente. Un buen lector puede, en cierto modo, situarse en la mente de Platón y
pensar desde ahí; pero no en la de Shakespeare. Sigue estando fuera de nuestro alcance. Por
facilidad compositiva, por creación, Shakespeare es único». Nada podemos decir acerca de
Shakespeare que sea tan importante como lo que expresó Emerson. Sin Shakespeare no habría
canon, pues sin Shakespeare no habría en nosotros, quienesquiera que seamos, ningún yo
reconocible. Le debemos a Shakespeare no sólo que representara nuestra cognición, sino gran
parte de nuestra capacidad cognitiva. La diferencia entre Shakespeare y sus más directos
rivales es cualitativa y cuantitativa, y esa doble diferencia define la realidad y necesidad del
canon. Sin el canon, dejarnos de pensar. Se puede perseguir sin tregua el ideal de sustituir los
criterios estéticos por consideraciones etnocéntricas y de género, y también se pueden tener
unos objetivos sociales admirables. Pero, a pesar de ello, la fuerza sólo acepta la fuerza, tal
como Nietzsche testimonió durante toda su vida.

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