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Sendas de Oku: 11 poemas

de Matsuo Basho

 Matsuo Bashō dibujado por Sugiyama Sanpu..


 Johnny Lima Gamarra
 Poesía
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Escrito durante un viaje al norte de Japón. Sendas de Oku recoge los


poemas de Matsuo Basho, donde nos presenta el aliento de la
naturaleza, sus mitos y las respuestas a lo desconocido.

Índice de contenido
1. Introducción
1. Sendas de Oku es un libro de viajes
2. Poemas de Matsuo Basho escritos en Haibun
2. Sendas de Oku
3. Partida
4. Muro-no-Yashima
5. La Piedra-que-mata
6. Tsurugaoka y Sokata
7. Kanazawa
8. La despedida de la pareja de gaviotas
9. Una noche en el templo de Zensho
10. El santuario de Kehi-no-Myo
11. La playa de Iro
12. El pueblo de Ohgaki
13. Biografía de Matsuo Basho 
1. Origen del nombre Basho 
2. Muerte de Yoshidata y viajes

Introducción
Matsuo Basho es considerado el poeta japonés más famoso del
periodo Edo y uno de los cuatro grandes maestros del Haiku (breve
poema que lo constituyen 3 versos con 5-7-5 sílabas o moras
japonesas) junto a Yosa Buson, Kobayashi Issa y Masaoka Shiki.

De Basho se sabe que empezó a escribir desde muy temprano,


adquiriendo fama rápidamente en Japón, para luego renunciar a todo
circuito literario y dedicarse a viajar, buscando fuentes de
inspiración, atestiguando diversas situaciones que se le presentaban a
cada instante.
Sendas de Oku es un libro de viajes

Escrito durante un viaje con su amigo Soa hacia el norte del


Japón, Sendas de Oku(Oku no Hosomichi) es un libro de viajes, una
fotografía que nos muestra las innumerables situaciones que se pueden
rescatar cada vez que nos paramos para dar un respiro y luego
continuar. 

Este libro recoge el aliento de la naturaleza, sus mitos,


sus costumbres y las respuestas a lo desconocido.
Poemas de Matsuo Basho escritos en Haibun

Como el mayor exponente del Haiku, Basho nos regala este


manuscrito que abarca 1,985 Km a pie y a caballo o bote hacia un
peregrinaje. El libro está escrito en haibun (una forma que combina la
prosa y el haiku, se dice que Basho inventó este estilo). 
La traducción que se presenta a continuación fue realizada por el
poeta Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, en 1957.

Monumento a Matsuo Basho. Templo Chū son-ji, Japón.

Sendas de Oku
Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el
que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus
vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos
los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos
murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como girón
de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de
vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño
pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me
sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de
cruzar el paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y
campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por
los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del
camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en
nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero
de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La
idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí
mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de la
salida. En uno de los pilares de mi choza colgué un poema de ocho
estrofas. La primera decía así:
Otros ahora
en mi choza —mañana
casa de muñecas.

Partida
Salimos el veintisiete del tercer Mes. El cielo del alba envuelto en
vapores; la luna en menguante y ya sin brillo; se veía vagamente el
monte Fuji. La imagen de los ramos de los cerezos en flor de Ueno y
Yanaka me entristeció y me pregunté si alguna vez volvería a verlos.
Desde la noche anterior mis amigos se habían reunido en casa de
Sampu, para acompañarme el corto trecho del viaje que haría por
agua. Cuando desembarcamos en el lugar llamado Senju, pensé en los
tres mil ri de viaje que me aguardaban y se me encogió el corazón.
Mientras veía el camino que acaso iba a separarnos para siempre en
esta existencia irreal, lloré lágrimas de adiós:

Se va la primavera,
quejas de pájaros, lágrimas
en los ojos de los peces.

Este poema fue el primero de mi viaje. Me pareció que no avanzaba al


caminar; tampoco la gente que había ido a despedirme se marchaba,
como si no hubieran querido moverse hasta no verme desaparecer.

Muro-no-Yashima
Visitamos el santuario de Muro-no-Yashima. Sora, mi compañero, me
dijo que la diosa de este santuario se llama Konohana Sakuyahime
(Señora de los Árboles Floridos) y que es la misma del monte Fuji. Es
la madre del príncipe Hikohohodemino-Mikoto. Para dar a luz se
encerró en esa casa tapiada y se prendió fuego. Por eso el santuario se
llama Muro-no-Yashima, que quiere decir: “Horno de Yashima”. Así
se explica la costumbre de mencionar al humo en los poemas que
tienen por tema este lugar. También se conserva una tradición que
prohíbe comer los peces llamados konoshiro.

La Piedra-que-mata
Cerca de Kurobane se encuentra la Piedra-que-mata. Como decidiese
ir a verla, el administrador del Señorío me prestó un caballo y un
palafrenero. Durante el trayecto aquel hombre de ruda apariencia me
rogó que compusiese un poema. Me sorprendió tanta finura y escribí
lo siguiente:

A caballo en el campo,
y de pronto, detente:
¡el ruiseñor!

Detrás de la montaña, junto al manantial de aguas termales, se halla la


Piedra-que-mata. El veneno que destila sigue siendo de tal modo
activo que no se puede distinguir el color de las arenas en que se
asienta, tan espesa es la capa formada por las abejas y mariposas que
caen muertas apenas lo rozan.

Tsurugaoka y Sokata
Salimos de Haguro y llegamos al pueblo que está al pie del castillo de
Tsurugaoka. Paramos en casa de un samurai, Shigeyuki Nagayama.
Allí compusimos un renga haikai. Hasta aquí nos acompañó aquel
Sakichi Zushi. En barco fuimos al puerto de Sakata y nos alojamos en
casa de un médico llamado Fugyoku Enan.

Rueda del monte


al mar, de Atsumi a Fuko,
la tarde fresca.

Río Mogami:
tomas al sol y al mar
lo precipitas.

Kanazawa
Cruzamos los montes de Hanayama y el valle de Kurikara y llegamos
a Kanazawa el día quince del Séptimo Mes. Un comerciante que venía
de Osaka, de nombre Kasho, se alojó en la misma posada que
nosotros. Era poeta también. Vivía en esta ciudad un señor llamado
Isshoo; su afición a la poesía le había dado cierto renombre entre los
entendidos pero había muerto el invierno pasado. Su hermano
organizó una reunión para recordarlo. He aquí uno de mis poemas:
Muévete, tumba,
oye en mis quejas
al viento de otoño.

Al visitar una ermita:

Frescor de otoño.
Melón y berenjena
a cada huésped.

En el camino compuse otro:

Arde el sol, arde


sin piedad – más el viento
es del otoño.

En un lugar llamado Komatsu, que quiere decir pino enano:

El nombre es leve:
viento entre pinos, tréboles,
viento entre juncos.

La despedida de la pareja de gaviotas


A Sora se le ocurrió enfermarse del vientre. Tiene un pariente en
Nagashima en la provincia de Ise, y decidió adelantarse. Al partir me
dejó este poema:

Ando y ando.
Si he de caer, que sea
entre los tréboles.

La pena del que ya se va y la tristeza del que se queda son como la


pareja de gaviotas que, separadas, se pierden en la altura. Yo también
escribí un poema:

Hoy el rocío
borrará lo escrito
en mi sombrero.

Una noche en el templo de Zensho


Me hospedé en el suburbio de Daishoji, en un monasterio llamado
Zensho. Este sitio pertenece todavía a la provincia de Kaga. Sora
también se había hospedado en ese templo la noche anterior y había
dejado este poema:

Viento de otoño:
lo oí toda la noche
en la montaña.

Nos separaba la distancia de unas horas pero me pareció que entre


nosotros había ya más de mil ri. Yo también, escuchando el viento
otoñal, me acosté en el dormitorio destinado a los novicios. Al romper
el alba se oyeron rezos, sonó la campana y me apresuré a entrar en el
refectorio. ¡Ahora a Echizen!, me dije con brío y salí a toda prisa del
templo, mientras unos jóvenes bonzos me perseguían con papel y
pinceles hasta el pie de la escalera. En ese momento caían las hojas de
los sauces en el jardín. Al ponerme las sandalias, y aparentando más
prisa de la que tenía, tracé estas líneas:

Antes de irme
¿barro el jardín hojoso,
sauces pelados?

El santuario de Kehi-no-Myo
Las nubes cubrieron al Monte Blanco pero del otro lado apareció el
monte de Hina; cruzamos el puente de Asamutsu y llegamos a Tamae;
las cañas de Tamae ya ostentaban henchidas espigas; atravesamos el
Paso del Ruiseñor y el de la montaña de Yunoo y llegamos al castillo
de Hiuchi; en el monte Kaeru oímos los primeros gritos de los gansos
salvajes y en el puerto de Tsuruga, la tarde del día catorce del Octavo
Mes, encontramos alojamiento. Esa noche la luna lucía
extraordinariamente clara. Le dije al dueño de la posada: “Ojalá
aparezca tan clara la de mañana, que es la luna llena”. Me contestó:
“En estas tierras del norte no se sabe nunca cómo será la luna de
mañana”, y nos sirvió saké. Más tarde fui a visitar el Santuario de
Kehi-no-Myo-jin, que fue del emperador Chuai. Es imponente. La luz
de la luna atravesaba los pinos y caía sobre las blancas arenas, frente
al santuario. Era como si hubiese caído una helada. El posadero me
contó que el segundo bonzo Yugyo, hace mucho, había hecho el voto
de arreglar la senda y él mismo había cortado las yerbas y apisonado
las piedras y la tierra. Desde entonces los bonzos de este templo
siguen su ejemplo, llevan arena al santuario y hoy los visitantes
encuentran un camino sin asperezas:

Sobre la arena
esparcida por Yugyo
luna clarísima.

El día quince, como había anunciado el dueño de la posada, llovió.

¿Luna de otoño?
Promesas y perjurios,
Norte cambiante.

La playa de Iro
El día dieciséis se aclaró el cielo. Quise recoger conchitas rojas en la
ribera y fui en barco hasta la playa de Iro. No hay más de siete ri por
mar. Un señor llamado Tenya preparó la comida y botellas de saké e
hizo que nos acompañase mucha servidumbre. El barco llegó en un
instante a la playa, gracias al viento favorable. Ahí no había más que
unas cuantas chozas de pescadores; tomamos el té y calentamos el
saké en un pobre monasterio llamado Hokke. El triste atardecer
penetró en nuestros corazones:

Melancolía
más punzante que en Suma,
playa de otoño.

La ola se retira:
tréboles en pedazos,
conchas rojas, despojos.

Rogué a Tosai que escribiese los pormenores de esta tarde y dejamos


en el libro del templo nuestras impresiones escritas.

El pueblo de Ohgaki
Rotsu vino a buscarme hasta ese puerto y me acompañó a la provincia
de Mino. A caballo entramos en el pueblo de Ohgaki. Sora vino desde
Ise; Etsujin, también a caballo, se reunió con nosotros y todos nos
encontramos en la casa de Jokoh. Día y tarde me visitaban Zensenshi,
Keiko, su hijo y los otros íntimos. Su regocijo al verme era como el de
aquellos que se encuentran en presencia de un resucitado. Llegó el seis
del Noveno Mes y aunque todavía no me recuperaba del cansancio del
viaje, como quería estar en Ise para presenciar el traslado del Gran
Santuario, me embarqué otra vez:

De la almeja
se separan las valvas;
hacia Futami voy
con el otoño.

Matsuo Basho según Katsushika Hokusai.

Biografía de Matsuo Basho 


Matsuo Kinkasu o Matsuo Basho (Ueno, Japón 1644 — 28 de
noviembre de 1694), considerado uno de los máximos exponente del
Haiku. 

A los 9 años ingresa a trabajar como paje (joven al servicio) de Todo


Yoshitada. Ambos se vuelven amigos y estudian juntos el arte de la
poesía, gracias a las enseñanzas de Kitamura Kigin.
Origen del nombre Basho 

Matsuo Kinkasu adquirió varios nombres durante su vida: Kinkasu,


Sobo, Tosei y finalmente Basho.
Este nombre Basho se puso porque un discípulo suyo le
regaló un árbol de plátano, Basho significa «plátano». 
Muerte de Yoshidata y viajes

En 1666 muere Todo Yoshitada, Basho deja a la familia Todo y se


traslada hasta Edo (actual Tokio). Allí empieza sus estudios de la
poesía clásica china y japonesa, y comienza a publicar sus primeros
haikus obteniendo gran fama y popularidad. 

En 1683 muere la madre de Basho, y un año después, entristecido,


emprende un viaje a su tierra natal, pero no logra alcanzar a estar
presente en el entierro.

Inconforme con la vida de meditación Zen que llevaba e influenciado


por un espíritu aventurero, es que decide hacia 1684 emprender el
primero de sus cuatro grandes viajes. Viajes que recogerá en 3 libros
que dan testimonio de ello:

 Jornada de un esqueleto maltratado por la intemperie.


 Oku no Hosomichi (traducida como Sendas de Oku o Senda
hacia tierras hondas).
 Haiku de las cuatro estaciones.
De estos libros, Sendas de Oku sería la obra más reconocida del autor,
y es considerada su obra maestra. 

Matsuo Basho muere en 1694 a causa de una disentería.

Fuente:

https://poetasdelfindelmundo.com/a/poesia/poemas-de-matsuo-basho/

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