Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 635

Más

allá del ancho Misuri (1947) es un excelente ensayo histórico del escritor
y estudioso norteamericano Bernard DeVoto que mereció el premio Pulitzer
al mejor libro de Historia. DeVoto nos introduce de un modo literario y
apasionante en el mundo de la exploración y el comercio en los extensos
territorios vírgenes al oeste del río Misuri durante la primera mitad del siglo
XIX. Un espléndido paisaje en el que convivían unos millares de tramperos
blancos junto con las tribus indias asentadas en las grandes llanuras: los
sioux, cheyenes, arapahoes, pawnees, crows, nez perces, etc. DeVoto logra
una emocionada evocación de la vida en la Frontera al tiempo que enriquece
considerablemente el conocimiento que teníamos de la historia de la
expansión norteamericana hacia el Oeste y la formación de la mente
continental. Uno de los principales temas tratados en esta obra es el
comercio de pieles, especialmente de castor y búfalo, que alcanzó su auge
entre 1820 y 1840. DeVoto nos informa de cómo vivían realmente todos
aquellos míticos «hombres de montaña»: Jim Bridger, Kit Carson, Joe Meek,
etc., tratados más tarde como personajes literarios en novelas como El
trampero, de Vardis Fisher, o Bajo cielos inmensos, de A.B. Guthrie Jr.,
publicadas en esta misma colección.
Esta edición incluye un buen número de ilustraciones a color de Alfred Jacob
Miller —así como otras de George Catlin y Karl Bodmer—, que recrean
escenas de sus viajes al inexplorado oeste americano, y que sirvieron de
inspiración a DeVoto para llevar a cabo este documentado ensayo.
Más allá del ancho Misuri inspiró una película de igual título dirigida en 1951
por William A. Wellman y protagonizada por Clark Gable.

www.lectulandia.com - Página 2
Bernard DeVoto

Más allá del ancho Misuri


Frontera - 15

ePub r1.0
Titivillus 29.07.2017

www.lectulandia.com - Página 3
Título original: Across the Wide Missouri
Bernard DeVoto, 1947
Traducción: Marta Lila Murillo
Ilustración de cubierta: “Old Toby the Pathfinder”, Ken Laager 1998
Premio Pulitzer al mejor libro de Historia en 1948

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2

www.lectulandia.com - Página 4
PRESENTACIÓN

Tras catorce volúmenes dedicados a la narrativa western, la colección «Frontera» ha


decidido publicar un ensayo como decimoquinto volumen. Más allá del ancho
Misuri, de Bernard DeVoto, no es solo un excelente ensayo, sino uno de esos textos
de referencia que, como ocurrió en su día con el clásico de F.J. Turner, El significado
de la Frontera en la historia americana, marcan un antes y un después, tanto para el
conocimiento de la Historia de los Estados Unidos en general, como, más
específicamente, para la del Western. Y la importancia del ensayo de DeVoto fue
reconocida de inmediato, con la concesión a su autor en 1948, el año siguiente al de
su publicación, del Premio Pulitzer en la categoría de Historia. Más que un ensayo
relevante, es el «ensayo» por antonomasia para asomarse a la vida en los extensos
territorios al oeste del Misuri durante la primera mitad del siglo XIX. Un gran y
espléndido paisaje en el que convivían —a veces…— unos pocos millares de
tramperos blancos y la mayoría de las tribus indias que identificamos con la cultura
de las Grandes Llanuras: los sioux, cheyennes, arapahoes, pawnees, crows, etc.
Se suele dar por sentado que un ensayo proporciona básicamente información,
mientras que la narrativa atiende más a la emoción y al placer. Esta es una
consideración discutible, que presupone que el equilibrio, la distancia, y la claridad
expositiva de un estudio dotan al texto de una cierta aridez y frialdad… Bien, DeVoto
es apasionado siempre, y en cuanto a su pretensión literaria, para bien o para mal, ese
es un objetivo irrenunciable para él. Más allá del ancho Misuri es, se podría decir así,
un ensayo narrativo. Erudito, apasionado, entusiástico en muchas ocasiones y lleno
de anécdotas vitales, sarcasmo, cotillería, descripciones paisajísticas y comentarios
agudos y maliciosos. DeVoto logra realizar a un tiempo una emocionada evocación
de la vida en la Frontera, y una contribución importante al mejor conocimiento de la
historia de la expansión americana hacia el Oeste. Su buceo en montones de
documentos y testimonios de la época permite poner en claro el sistema de
explotación salvajemente capitalista de ese comercio de pieles —fundamentalmente
castor y bisonte— que en manos de compañías como la «American Fur Company» o
la «Rocky Mountain Fur Company», vio su auge en las décadas de 1820 y 1830.
Inevitablemente, tras el ensayo de DeVoto, esa visión que tenemos del trampero
como hombre solitario y ferozmente individualista, que se mantiene
intencionadamente al margen de la civilizada sociedad del Este, se va a ver un tanto
alterada. Ahora sabremos mejor, de forma más realista y ciertamente mucho menos
ingenua, cómo vivían Jim Bridger, Kit Carson, Joe Meek y todos esos míticos
Mountain Man que hemos aprendido a querer y con los que hemos fantaseado. Sí,
ciertamente, soledad, paisaje, romanticismo, riesgo y nobles indios… los había, pero
también aprenderemos de la mano de DeVoto sobre acciones, capitalización de

www.lectulandia.com - Página 5
empresas, rendimientos económicos, boicots, precios del transporte, estafas,
asociaciones comerciales de conveniencia; auténticas zancadillas empresariales, y
otro montón de prácticas habituales entre los «emprendedores» del negocio de las
pieles de entonces. Y sobre los indios… bueno, sobre los indios, gracias a DeVoto y
su búsqueda de los testimonios de quienes convivieron con ellos y los retrataron,
vamos a conocer otro buen puñado de verdades sorprendentes. Ciertamente algunos
de nuestros tópicos sobre los valerosos y solemnes indios de las grandes praderas van
a verse seriamente afectados… pero, a la postre, para bien. La imagen renovada tras
la lectura de este Más allá del ancho Misuri que nos queda de los sioux, shoshones,
pawnees, crows, cheyennes o delawares tiene menos dorados y purpurinas, pero es
más auténtica, más creíble, más nítida e igualmente cautivadora.
Aunque los azares de la política editorial patria hayan hecho que Bernard DeVoto
sea un autor nada traducido y prácticamente desconocido en nuestro país, no es
precisamente un peso pluma en el ámbito de la cultura y de las letras americanas.
Nacido en Odgen (Utah) en 1897, hijo de padre católico y madre mormona, se graduó
en la Universidad de Harvard con las más altas calificaciones, de hecho fue miembro
de la hermandad Phi Beta Kappa, la más linajuda y antigua hermandad universitaria
norteamericana de aquellas que intentan agrupar y promover la excelencia intelectual.
Al licenciarse, tras un alto de dos años en su formación universitaria para participar
en la I Guerra Mundial se dedica a la enseñanza, hasta que en determinado momento
decide que puede ganarse la vida volcándose con exclusividad en la escritura. A partir
de entonces y hasta su fallecimiento en 1955 su actividad en el mundo de las letras y
la cultura fue incesante. Fue novelista, historiador, ensayista, editor, autor de
panfletos, y columnista de inmenso éxito. Se le consideraba uno de los mayores
expertos en la obra de Mark Twain, fue el responsable de la edición de algunos textos
inéditos de este autor y es famosa su controversia sobre el tema con el celebrado
crítico Van Wyck Brooks. Su postura recibió incluso el elogio de Jorge Luis Borges,
otro gran admirador de Twain que afirmaba en la revista Sur que «la depresiva tesis
de Brooks ha sido aniquilada con esplendor por Bernard DeVoto, en el apasionado y
lúcido libro Mark Twain’s America (1932)». Como historiador su máximo logro es su
trilogía sobre la expansión hacia el Oeste de los Estados Unidos. The Year of
Decisión: 1846, el primero de ellos, aparece en 1942; Across the Wide Missouri, la
segunda, la que ahora presentamos en español, aparece en 1947 y recibe el Pulitzer de
Historia, y la tercera, The Course of Empire ve la luz en 1952 y es galardonada con el
National Book Award de «no ficción» en 1953. Fue además novelista y, aunque no
alcanzara en este ámbito el altísimo nivel que sí logro en sus ensayos, sí le dio para
escribir cuatro westerns «inusuales» y otro puñado de novelas más. Siempre peculiar,
sus westerns se alejan de los tópicos argumentales del género y se refieren a asuntos
como la peregrinación mormona (The Chariot of Fire, 1926); o al ascenso y caída de
una familia sureña, los Abbey (The Crooked Mile, 1924 y The House of Sun-Goes-
Down, 1928). Se le suele reprochar a su narrativa un cierto tufillo didáctico que hace

www.lectulandia.com - Página 6
que desprendan un poquito de aroma a «lección de Historia». Además de destacar en
el ensayo histórico, donde brilló realmente fue en el periodismo. DeVoto fue un
influyente y polémico columnista. Durante 20 años, en su columna del Harper’s
Magazine, llamada «The Easy Chair», una de las más influyentes del país, opinó
sobre todo. Escribió contra el comunismo, contra el senador McCarthy, contra la
censura, contra el FBI, contra el revisionismo sudista, contra el buenismo… Dio su
opinión sobre miles de temas y se enzarzó con toda su buena disposición a ello en
muy frecuentes polémicas. Los republicanos le tenían por un rojo y un revolucionario
recalcitrante. Por contra, desde el Daily Worker le llamaban fascista. Siempre
esgrimiendo con habilidad una muy acerada pluma. Es por ello frecuente encontrar
agudezas y citas suyas encabezando capítulos y párrafos de otros autores. Disparó
contra todo. Se refería a El libro de Mormón como «fermentación de levadura sin
forma» o «inconcebiblemente absurdo». A otro periodista, Mandelian, que escribió
que DeVoto y otros profesores «serían los primeros en perder sus cabezas si, Dios no
lo quiera, este país tuviera la desgracia de caer en manos de los comunistas», DeVoto,
sarcásticamente contestaba: «Sus observaciones penetrantes y veraces, con toda
seguridad han colocado las falsedades de Bernard DeVoto en perspectiva». Ahora
bien, lo que realmente le hizo célebre fue su enfrentamiento contra Hoover y el FBI.
En plena época de caza de brujas, DeVoto, escribe indignado en su columna un duro
y burlesco artículo titulado Due Notice to the FBI en el que, tras parodiar
inmisericordemente las investigaciones del FBI, ponía en conocimiento de dicha
institución que se negaba a contestar preguntas sobre otros conciudadanos si no era
interrogado ante un tribunal y con garantías procesales; haciendo a continuación todo
un alegato sobre los derechos de los ciudadanos. El choque le ganó la enemistad del
FBI contra él y contra su periódico y un expediente sobre su persona de cerca de 200
páginas que en nuestros días parece estar solo parcialmente desclasificado. También
fue tremendamente combativo desde posiciones conservacionistas contra las
explotaciones mineras y petrolíferas. En fin, un relevante personaje de la vida cultural
americana bastante desconocido aquí pero merecedor de una mayor difusión entre
nosotros.
Volviendo a su faceta de historiador, hay que señalar que DeVoto le da una gran
importancia a la expansión hacia el Oeste como crisol donde se forja el carácter de la
sociedad norteamericana. En ello coincidiría en parte con F.J. Turner, a quien hemos
mencionado anteriormente. Se le reprocha incluso a DeVoto una sobreestimación de
la importancia de esa expansión hacia el Oeste en el conjunto de la historia de los
Estados Unidos. Lo cierto es que en este mismo ensayo puede detectarse la
emocionada y positiva visión —con todos los matices oscuros y reproches que él es
el primero en poner de relieve— que tiene de estos «Mountain Man», de estos
tramperos, hombres de montaña o como queramos llamarlos. Y también es frecuente
que lance puyas contra esos norteamericanos del siglo XX, contemporáneos del autor,
a los que reprocha el haber perdido muchas de las virtudes que esos norteamericanos

www.lectulandia.com - Página 7
de mediado el siglo XIX sí tenían. Dejando a un lado la pertinencia que puedan tener
sus tesis en el ámbito académico de la ciencia histórica en los Estados Unidos y la
valoración que merezcan sus puntos de vista a ojos de sus colegas de profesión, lo
que sí es innegable es su influencia y peso en el universo del western. Hay que sumar
a su trilogía sobre la expansión norteamericana al Oeste, su relevancia como
estudioso y custodio de la obra de Mark Twain, o su labor como editor de los viajes
de Lewis y Clarke; además de, como ya mencionamos antes, sus novelas y artículos.
De su influjo e importancia dan medida el que se llevase a cabo un film basado en su
ensayo laureado con el Pulitzer: Across the Wide Missouri (1951), dirigida nada
menos que por William A. Wellman y protagonizada por Clark Gable. ¿La película?
¡Maravillosa! No duden en verla si tienen ocasión. Color, poesía, paisajes, acción,
romance, humor, épica… Tiene de todo. En cuanto a la fidelidad al texto de origen…
realmente ninguna. Era imposible sacar una película del seguimiento fiel de lo escrito
por DeVoto. Talbot Jennings, el guionista que firma el guión de Más allá del Missouri
tenía ya experiencia en western épico o prewestern. Era suyo el guión de otro
excelente film, Paso al Noroeste (King Vidor, 1940), y no fue el único western que
acabó guionizando, además de excelentes películas de aventuras como Scaramouche
(George Sidney, 1952) o Caravana hacia el Sur (Henry King, 1955). En todo caso
Jennings era un experto en convertir libros en guiones de cine. Además también
pertenecía a la hermandad Phi Beta Kappa, como el propio DeVoto, y también pasó
por la universidad de Harvard, como nuestro ensayista. Y solo les separaban tres años
de edad… hasta pudieron coincidir. En todo caso hizo lo mejor que se podía hacer:
construir una historia totalmente nueva. Sí, refleja los ambientes que describe
DeVoto, pero argumentalmente nada tiene que ver con el ensayo de partida. Pero
insisto, un film más que recomendable. Da idea también de la importancia de DeVoto
para el western, de su relevancia, un pequeño homenaje fílmico hacia su persona, y
más viniendo de quien viene. Cuando en La legión invencible (1949), de John Ford,
el capitán Nathan Brittles se acerca para visitar la tumba donde yace su mujer y se
entretiene unos minutos conversando con el recuerdo de su esposa, puede verse en
una de las cruces del cementerio, durante algunos segundos, el nombre grabado de
«B. DeVoto».
Más allá del ancho Misuri no es un libro fácil. Más bien serviría como libro de
texto para preparar 1º y 2º cursos de trampero, si es que a alguien se le ocurriera algo
tan peregrino como convertir esta materia en carrera universitaria. Pero dejando las
bromas a un lado, sí conviene, si se quiere seguir detalladamente el texto, coger un
buen mapa del Misuri y la costa Oeste de América del Norte, un cuaderno para
apuntar nombres y tomarse las cosas con calma.
Aunque tampoco es obligatorio enterarse absolutamente de todo… Se puede
asumir perfectamente una lectura «descuidada» y asombrarse y disfrutar de mil
historias, detalles curiosos, anécdotas, personajes y opiniones y, ya solo con eso,
cualquiera tiene bien claro lo sustancial de lo que aporta el libro. En todo caso, la

www.lectulandia.com - Página 8
información es mucha y con frecuencia es preciso prestar atención, ya que DeVoto
combina lo explicativo con lo literario. Su híbrido de Historia convertida en Narrativa
ha tenido otros cultivadores de indudable talento. Basta recordar a Barbara Tuchman
o Zoe Oldenbourg. No es para nada un intento reprobable y han cuajado excelentes
libros con esa fórmula, pero a veces la ironía, la utilización de sinónimos y el aliento
poético hacen que el lenguaje de DeVoto sea elegante y literario, pero no tan claro
como en un ensayo convencional podría haber sido. Por otra parte hay
sobreentendidos para un lector norteamericano familiarizado con la historia de su país
que pueden pasarle desapercibidos a un lector español. A este respecto, tres asuntos
básicos y relevantes se intentarán aclarar al final de esta presentación, para que
«astorianos», «Destino Manifiesto» y «Jedediah Smith», sean palabras menos
extrañas para un lector español de lo que ahora lo son.
Por último un par de precisiones. La primera es respecto a la dificultad de
traducción al español de términos que en el ámbito western suponen diferencias de
matiz y que en español, aunque existen homónimos, no tienen el mismo sentido.
«Burgués», «trampero», «partisano», «hombre de montaña»… no tienen en español
el significado exacto de sus homónimos ingleses de ámbito western, pero hay que
utilizarlos porque marcan diferencias entre los que se dedicaban a esa actividad
recolectora de pieles y hay que intentar transmitir al menos la existencia de esos
matices. Pensamos que el contexto ayuda en cada momento a entenderlo, y a veces
hasta el mismo DeVoto utiliza estos términos solo como sinónimos… En segundo
lugar conviene advertir que hay crudeza en más de una descripción y que algunos
planteamientos de DeVoto resultan hoy en día bastante políticamente incorrectos o,
cuanto menos, sorprendentes. Lo políticamente correcto tiene mucho que ver con los
prejuicios y tabúes de una sociedad y un momento histórico determinado. DeVoto
miraba al siglo XIX desde los años cuarenta estadounidenses y nosotros miramos las
opiniones de DeVoto desde nuestra segunda década del siglo XXI. Nuestra corrección
política no es la de DeVoto, y eso se nota, pero que tenemos nuestros propios tabúes y
prejuicios es algo indudable. Ahora sería difícil hablar de los «pies negros» como
hace él: «Estos adictos a la violencia no eran capaces de mantener la paz con nadie y
tampoco la podían mantener entre ellos mismos»; o referirse a un grupo de
misioneros en estos términos: «eran simplemente un grupo de mediocres, ardorosos y
neuróticos adictos a la conversión de almas paganas, de la clase que llegaron a
apestar los siete mares»… De otra parte, aunque DeVoto era particularmente
desprejuiciado, también cabe suponer que refrenara en algo su claridad expositiva en
algunos temas. Por ejemplo, ahora se habla con bastante libertad de la relación
amorosa entre el capitán William Drummond Stewart de Grandtully —el protagonista
de este ensayo, si es que hay algún protagonista— y su cazador favorito e inseparable
compañero Antoine Clement, excelente trampero de ascendencia franco-canadiense-
cree. Un notable ensayo de William Benemann, Men in Eden: William Drummond
Stewart and Same-Sex Desire in the Rocky Mountain Fur Trade, expone ese marco de

www.lectulandia.com - Página 9
libertad sexual que posibilitaba el alejamiento de la sociedad convencional en los
límites de la civilización. En DeVoto lo más que vamos a ver en este sentido es
alguna leve insinuación; o no estaba esta realidad al alcance de sus antenas de
captación, o no le pareció oportuno hacerse eco del tema.
Más allá del ancho Misuri es un ensayo coral en cuanto a protagonismo. En el
texto se describe el comercio de pieles en la Frontera en su punto álgido, entre 1832 y
1838. La década siguiente marca el ocaso de la captura de castores y las compañías
peleteras y los tramperos libres entran en declive. Coincidiendo con el descenso de
las capturas, también han ido cayendo los precios del castor en el Este, debido a que
han pasado a utilizarse otro tipo de pieles para fabricar gorros y tejidos en los que la
piel de castor era hasta entonces la única materia prima posible. Pero en ese período
de cénit, en esos seis años escogidos por DeVoto para explicar lo que fue este
comercio en su mejor momento, coinciden sobre el escenario mitos de la frontera
como Jim Bridger, Kit Carson, Tom Fitzpatrick o el mismísimo Toussaint
Charbonneau, esposo de Sacajawea, que viajó con la expedición de Lewis y Clarke.
También están allí en aquellos años tres pintores fundamentales para la preservación
iconográfica del western: Jacob Miller, George Catlin y Karl Bodmer. Llegan también
entonces, viajando con las expediciones comerciales de los tramperos, los primeros
misioneros; se construye Fort Laramie… unos años capitales. Todo esto lo intenta
contar DeVoto saltando de unos protagonistas a otros, siguiendo los viajes de unas
brigadas de cazadores y pasando a narrar a continuación lo que mientras tanto les
estaba ocurriendo a los hombres de otras compañías. Si existe una trayectoria vital
que vertebre un poco todo este cosmos que avanza en paralelo, ese hilo conductor
sería las apariciones en el texto de un excéntrico noble escocés que se convierte en un
hombre de montaña más por puro sport, el anteriormente mencionado capitán
William Drummond Stewart de Grandtully. Alguien que llegó a ser uno más entre
estas gentes, hasta que volvió a Europa, si bien, ciertamente nunca se desvinculó del
todo de un mundo que le apasionaba y volvió ocasionalmente a esos escenarios. El
ensayo de DeVoto es, como recoge un muy manido pero exacto tópico, «la materia
con la que se tejen los sueños». Vardis Fisher (El trampero); A.B. Guthrie, Jr. (Bajo
cielos inmensos), por poner dos ejemplos de obras ya publicadas en esta colección,
tejen sus novelas con los mismos personajes de los que DeVoto nos da noticia real.
En Más allá del ancho Misuri vamos a conocer también las realidades de Miller,
Catlin y Bodmer, cuyos cuadros históricos sobre las Frontera hemos admirado de
siempre. Y no solo eso, varios de los personajes a los que retrataron, muchas de las
escenas que reflejaron, son traídas por DeVoto desde las memorias y cartas de
quienes estuvieron allí, hasta estas páginas. En cierto sentido el ensayo de DeVoto da
corporeidad y realidad a los mundos que Miller, Bodmer y Catlin plasmaron en sus
pinturas.
La edición inicial de Más allá del ancho Misuri contaba con decenas de
ilustraciones de Miller, Catlin y Bodmer, vertidas al gris y luego al papel desde los

www.lectulandia.com - Página 10
policromados cuadros de estos pintores. En nuestra edición se hace imposible
conseguir que tengan un mínimo de calidad esas ilustraciones extrayéndolas del papel
de la edición norteamericana en el que hace tantos años fueron impresas. Por ello
hemos hecho nuestra propia selección de pinturas que refleje la obra de estos tres
artistas y que de garantías de un mínimo de calidad. Esperamos que les agraden… y
siempre queda la posibilidad de acudir a libros de arte que recojan sus obras. Nos
agradecerán la recomendación.
Por último, una breve explicación sobre cuatro términos que aparecen
frecuentemente en el texto y que DeVoto da por sobreentendido que son de dominio
común —en Estados Unidos quizá, pero aquí…
«Astorianos». DeVoto se refiere repetidamente a «los astorianos». Se les llama
astorianos a los participantes en una primera expedición que organizó el comerciante
John Jacob Astor, miembro de la American Fur Company, para estudiar la posibilidad
de establecer una ruta comercial terrestre entre las costas pacífica y atlántica de los
Estados Unidos, básicamente para el comercio de las pieles. Se inició en 1810 y duró
dos años. El proyecto constaba de dos partes: una expedición marítima que bordearía
el cono sur hasta llegar a la zona de Columbia, en la costa del Pacífico, donde fundó
Fort Astoria como puerto comercial, y una partida por tierra a las órdenes de Willson
Price Hunt que intentaría crear una ruta terrestre. En ella intervinieron exploradores,
comerciantes, cazadores y tramperos que luego tendrían un papel relevante en el
comercio de pieles y en la historia de la región. Ramsay Crooks, Manuel Lisa, Joseph
Gervais, etc.
«Destino Manifiesto». Otro de los conceptos que utiliza habitualmente DeVoto y
que puede no resultar familiar para un lector español. La doctrina del Destino
Manifiesto fue formulada por primera vez en 1845 en un artículo del periodista John
L. O’Sullivan. Venía a decir que Dios escogió al pueblo norteamericano para
extender la luz de la democracia, la libertad y la justicia. Esa especie de predilección
divina que convierte a los Estados Unidos en el medio para extender el Bien ha sido
invocada con frecuencia para explicar el derecho de este país a la expansión y
conquista. En este caso, la expansión hacia el Oeste.
«Jedediah Smith». Muerto en 1831 y por tanto desaparecido ya en los días que
recoge el ensayo de DeVoto. Fue el primer trampero y explorador que atravesó el
continente hasta la costa del Pacífico. Uno de los capitanes de partida de Ashley, el
fundador de la Rocky Mountain Fur Company. Descubrió muchas de las vías que
luego siguieron sus compañeros de profesión. Todo un mito para el pueblo
norteamericano.
Poco más salvo desearles una feliz lectura y dar paso al ensayo de Bernard
DeVoto. Espero que tras atravesar tan peligroso texto conserven intactas sus
cabelleras.

Alfredo Lara López

www.lectulandia.com - Página 11
MÁS ALLÁ DEL ANCHO MISURI

www.lectulandia.com - Página 12
Oh, Shennydore, cómo deseo saber de vosotros.
¡Apártate, oh río turbulento!
Oh, Shennydore, no puedo llegar a vosotros.
Lejos, muy lejos, viajo muy lejos
Más allá del ancho Misuri.

Ya hace siete largos años de la primera vez que os vi,


¡Apártate, oh río turbulento!
Ya hace siete largos años de la primera vez que os vi
Lejos, muy lejos, viajo muy lejos
Más allá del ancho Misuri.

Oh, Shennydore, amo a tu hija.


¡Apártate, oh río turbulento!
Me la llevaré más allá de las aguas amarillas.
Lejos, muy lejos, viajo muy lejos
Más allá del ancho Misuri.

www.lectulandia.com - Página 13
PARA
Garrett Mattingly

Querido Mat:
La ética de la reticencia literaria me impide imprimir en la página de
título: «En colaboración con las ideas de Garrett Mattingly». En lugar de eso, me
conformaré con imprimir tu nombre aquí como reconocimiento a la apropiación de
tus conocimientos, porque si hay algo en mis textos que va más allá de la mera
información lo he sacado de ti. Y no solo como reconocimiento al historiador de la
Inglaterra renacentista que ha estado trabajando en las Montañas Rocosas durante
mucho tiempo, enseñándome todo lo que sé, sino por otras razones también: porque
observamos a los hombres y los acontecimientos y las experiencias de la vida sin
paralaje, porque tenemos la buena fortuna de escandalizar a las mismas mentes y
porque hemos sido amigos desde que Noé era niño. Aquí traigo algo más del Oeste, y
con tu permiso puede que hasta sea Historia.

Un abrazo,
Benny

www.lectulandia.com - Página 14
AGRADECIMIENTOS

Mi mayor deuda en la redacción de este libro es con Mae Reed Porter, la iniciadora e
incansable impulsora de la complicada empresa de la que este volumen ha sido el
resultado.
La mayor parte de mi trabajo fue realizado en museos. He pasado muchos días en
las colecciones del Museo Americano de Historia Natural y el Museo Peabody de la
Universidad de Harvard, y por la información, la guía, la crítica y el consejo que me
aportaron estoy especialmente en deuda con la doctora Bella Weisner del primero, y
Donald Scott, el doctor Joseph O. Brew, Helen Whiting y Constance Ashenden del
segundo. Mi agradecimiento al National Museum no tanto por el material indio sino
por su pinacoteca de Catlin y por los consejos e información pacientemente
proporcionada por el doctor Robert A. Elder, Jr., en persona y por correspondencia.
También estoy profundamente en deuda con Pierce Butler, comisaria de la Ayer
Collection y con Stanley Pagellis, bibliotecario de la Biblioteca Newberry de
Chicago, y con Charles Nagel, anteriormente del City Art Museum de San Luis, pero
ahora director del Museo de Arte de Brooklyn. Me gustaría mencionar el nombre de
muchos funcionarios y ayudantes de muchos museos de arte en la mitad este de los
Estados Unidos, quienes pacientemente me han aportado informaciones que algunos
de ellos sin duda debieron de considerar absurdas, pero que siempre permanecieron
en el anonimato.
Entre los bibliotecarios, Brenda Gieseker de la Sociedad Histórica de Misuri y
Carolyn Jakeman de la Biblioteca Houghton en Harvard han sufrido constantemente
mi ignorancia, pero lo han sobrellevado con alegría y han trabajado con una
ingenuidad inquebrantable en la ardua tarea de minimizarla. Todo lo que aparece en
mi texto basado en el material de la Sociedad Histórica de Misuri procede de las
investigaciones realizadas para mí o fotocopias o microfilms que me han sido
enviados por la señora Gieseker, la cual me ha guiado a través de mucho más material
que el referendado en el libro. A la señorita Jakeman se le encomendó la tarea de
rastrear algunos documentos o sugerirme que yo los rastreara dos o tres veces a la
semana durante dieciocho meses. Mis agradecimientos tanto a ella como a la señora
Gieseker vienen con una posdata: he comenzado a trabajar ya en otro libro que las
incluirá a ambas en el proceso de investigación.
Además, estoy agradecido a funcionarios y ayudantes de las siguientes
bibliotecas: La biblioteca de Henry E. Huntington, y especialmente a Dixon Wecter,
Robert G. Cleland y Haydée Noya; a la Sociedad Histórica de Minnesota, y
especialmente a Ilse Levi; a la Biblioteca Pública de Nueva York; el Ateneo de
Boston; la Sociedad Histórica de Nueva York; la Biblioteca Bancroft; la Biblioteca de
la Universidad de Yale; la Sociedad Histórica de Wisconsin; la Sociedad Histórica de

www.lectulandia.com - Página 15
Massachusetts y la Sociedad de Antigüedades Americanas.
Las citas procedentes del Libro de Cartas de Fort Union, de las cartas de William
Drummond Stewart y de un libro de contabilidad de la American Fur Company y
otros manuscritos, indicados en notas a pie de página, fueron cedidas por la Sociedad
Histórica de Misuri. Las citas del diario de Mary Walker fueron cedidas por la
Biblioteca Henry E. Huntington.
Ciertas deudas específicas deben ser reconocidas con nombre propio. El doctor
Robert Taft de la Universidad de Kansas realizó un espectacular trabajo de corrección
en mi manuscrito a última hora, salvando mi trabajo de errores espectaculares en mi
disquisición sobre los ilustradores tempranos del Oeste y suministrándome
información para corregirlos. El doctor Robert G. Cleland de la Biblioteca
Huntington, con similar generosidad, ha colaborado en mi Capítulo VI, pero debe ser
absuelto de cualquier responsabilidad por lo que yo digo en primera persona cuando
traspaso su territorio, los aspectos del comercio de pieles en California. El doctor J.
Hall Pleasants de Baltimore y el doctor Macgill James de la National Gallery me
cedieron sus notas laboriosamente reunidas sobre Miller y me aconsejaron sobre la
difícil tarea de rastrear unos cuantos detalles que no lograron hallar. El doctor James
es el responsable del redescubrimiento de Miller y el autor de los primeros estudios
modernos sobre él y sus pinturas (que son la base de todo lo que se ha escrito desde
entonces), el comisario de la primera exposición de Miller y, en general, el
iluminador de su huella y el descubridor de las valiosas pepitas. También he contado
con una ayuda que va más allá de lo anecdótico por parte de Henry Nash Smith y
Donald McKay Frost. En la república del aprendizaje es un honor ser el beneficiario
de hombres como ellos.
Cualquiera que trabaje en estudios norteamericanos y no tenga una gran deuda
con el experto más sabio de todos ellos, Charles P. Everitt, sabe menos de lo que
podría saber y ha pasado por alto más de lo que debería. Esto es para agradecerle las
provechosas conversaciones, la información de valor incalculable, las ayudas de todo
tipo, algunas de ellas mejor no especificarlas, y la fe en la tarea acometida, que es la
ayuda más importante que alguien puede aportar a un escritor. Espero beberme un
cuerno de bourbon Taos Lightning a su salud exactamente a las 11 de la mañana del
día que este libro sea publicado y muchos más cuernos con él a partir de ese
momento.
Es imposible incluir a todos aquellos que me han aportado ayuda o información o
que me han facilitado la obtención de la misma, pero me gustaría dar las gracias a:
Robert Henry Aldrich, Anne Barrett, Mary B. Brazier, Elaine Breed, Clarence S.
Brigham, Paul Brooks, Lyman Butterfield, Roger Butterfield, R. Carlyle Buley,
Charles L. Camp, Carvel Collins, Elmer Davis, H. L. Davis, Walt L. Dutton, Ira N.
Gabrielson, Perry W. Jenkins, Frederick Merk, Perry Miller, Samuel E. Morison,
Theodore Morrison, Henry Reck, Marian Roman, Anna Wells Rutledge, Arthur M.
Schlesinger hijo, Claude Simpson, Martha Stiles, Parian Temple, Lovell Thompson,

www.lectulandia.com - Página 16
Ann Williams.

www.lectulandia.com - Página 17
PREFACIO

Este libro trata del comercio de pieles de las Montañas Rocosas durante sus años de
apogeo y declive. No he pretendido escribir una historia exhaustiva de esos años.
Desde 1902, cuando el general Hiram M. Chittenden publicó The American Fur
Trade of the Far West (El comercio americano de pieles en el Lejano Oeste), que
sigue siendo el trabajo más valioso y singular sobre este comercio y la única historia
general que existe sobre el mismo, ha salido a la luz una abrumadora cantidad de
material nuevo, además de numerosos estudios universitarios sobre el tema. Hace ya
tiempo que alguien debía sintetizar todo este material y escribir una historia moderna.
Pero ese no es el propósito del presente libro.
En lugar de ello, he intentado describir el comercio de pieles en la montaña como
negocio y como forma de vida: cuáles fueron sus circunstancias específicas, qué
condiciones las gobernaron, cómo ayudó a conformar nuestro patrimonio cultural,
cuál es su relación con la expansión al oeste de los Estados Unidos y, sobre todo,
cómo vivían los tramperos.
Como historiador (y usuario del transporte público local) me ha interesado la
evolución en los estadounidenses del sentimiento de una sola nación entre ambos
océanos: es el desarrollo de lo que he llamado la mente continental. Es una labor
austera y hace ya tiempo que llevo buscando relajarme leyendo los anales del
comercio de pieles de montaña. Durante un tiempo he tenido en mente escribir un
libro que pudiera entretener al lector general con historias de esos anales y al mismo
tiempo centrar y aclarar algunas ideas sobre el comercio. Hay muchos monográficos
y estudios especializados sobre el comercio. Hay una serie de compendios de ellos,
pero demasiados de estos trabajos carecen tanto de profundidad como de exactitud, y
pocos parecen relacionar el comercio de pieles con ninguna otra cosa. Cuando la
Compañía Houghton Mifflin me invitó a escribir un libro sobre el comercio de pieles,
sugerí una obra que mostrara el contorno más amplio del comercio y que llenara ese
contorno con los suficientes detalles para hacerlo inteligible al lector contemporáneo
y relacionar las partes entre sí, y especialmente con la expansión hacia el oeste en su
conjunto. Lo habré logrado si el lector capta en el libro esa sensación de aceleración
del tiempo, mientras entre el Misuri y el Pacífico un millar de hombres
aproximadamente, insignificantes en cualquier sentido, experimentan una vida
excitante y singularmente incierta, llevando una era de nuestra historia a su fin y
haciendo así posible otra, una era que comenzó con el casi sísmico engrandecimiento
de nuestras fronteras y consciencia, de las que ya he escrito en otros pasajes.
En el estudio de la historia del Oeste todavía quedan por resolver muchas
incógnitas, grandes y pequeñas. Un buen número de las pequeñas las he resuelto:
algunas que previamente eran cuestionadas quedan confirmadas en este texto. Sin

www.lectulandia.com - Página 18
embargo, al enfrentarme a otros vacíos, he tenido que fiarme de la autoridad de los
testimonios en casos en los que la autoridad podría ser cuestionada. El más
importante de todos se refiere a Bonneville, que precisa un estudio exhaustivo llevado
a cabo por un experto cualificado. En el texto o en notas he indicado específicamente
todos los casos en los que me baso en conocimientos de terceros. Todas las
afirmaciones de hechos no señaladas se basan en las fuentes originales, comparadas,
valoradas y conciliadas lo mejor que sé. Todos los relatos detallados de sucesos
proceden de historias de testigos. Todas las descripciones también son de primera
mano, la mayoría además apoyadas por mi propio conocimiento del territorio: el
paisaje del comercio de pieles ha cambiado poco en ciento diez años.
La naturaleza de esta empresa ha hecho que sir William Drummond Stewart sea
la fuerza conductora de la narración. A pesar de todo lo dicho, no es mucho lo que se
puede averiguar sobre él; dejó sorprendentemente pocos rastros de sus siete años en
el Oeste. Sin embargo, debo señalar que lo mismo se puede decir de casi todo aquel
que formó parte del comercio de montaña. Incluso las biografías de los hombres de
montaña en los que se centró la atención de la nación, Kit Carson, por ejemplo, o
Tom Fitzpatrick, o Jim Bridger, necesariamente se sustentan en una fina capa de
hechos que debe ser ampliada por la incisiva pero todavía precaria deducción a cargo
del historiador. Pero, aunque la información del propio Stewart de sus años en el
Lejano Oeste es escasa y la mayor parte de esta se contenga en notas a pie de página
de una de sus novelas, la información sobre el comercio es bastante completa en
relación con las distintas partidas a las que se sabe que acompañó y los principales
acontecimientos en los que participó.
Afortunadamente fue testigo de todos los aspectos importantes del comercio
durante los seis años de su primer viaje al Oeste.
Además de esos seis años, he tratado los acontecimientos que tuvieron lugar un
año antes de la primera estancia de Stewart en el Oeste. La narración transcurre entre
1832 y 1838.
He intentado mantener una uniformidad razonable en la grafía de los nombres,
especialmente de lugares y apellidos. Hay una especie de guerra de guerrilla entre los
historiadores del oeste y los anticuarios sobre la ortografía de algunos nombres, y
espero las habituales denuncias de los propietarios por derecho propio por mala
praxis y falta de información. Como muchos de los que formaban parte del comercio
de montaña eran iletrados y prácticamente todos aquellos que sabían escribir
deletreaban los nombres con una versatilidad y entusiasmo poco comunes, estas
disputas me parecieron totalmente absurdas. Eran pocos los tramperos que sabían
cómo deletrear sus propios nombres o los de sus compañeros, o los de los accidentes
geográficos por los que se guiaban; y a ellos les importaba aún menos. Un
partisano[*] tan célebre como Andrew Drips escribía su nombre de dos maneras
distintas y aparece en los libros de contabilidad de la American Fur Company con
ambas grafías. Etienne Provost también es Provot y Proveau en la literatura y Provo

www.lectulandia.com - Página 19
en el mapa de Utah. Pierre Papin y Jean Richard están registrados al menos de cuatro
formas distintas cada uno, y no son muchas; he contado once formas distintas de
escribir Bordeau, el burgués[*] de Fort Laramie que acogió a Francis Parkman. Pienso
que allí donde la exactitud resulta imposible, la coherencia es más importante. Uso la
ortografía oficial del gobierno de los nombres de lugares excepto en unos pocos casos
donde el propio gobierno emplea diferentes ortografías y unos cuantos otros en los
que según mi opinión mi versión posee cierto valor histórico.
Si algún lector ya ha leído obras mías anteriores en las que aparecen indios,
observará que en este trabajo me he liberado de la pedantería de mis mayores. Fui
educado en el respeto a los hombres sabios, y pocos estudiosos me han impresionado
más profundamente que los etnólogos. Así que, de aquí en adelante, soportando en
silencio el desasosiego natural del literato, he usado los nombres de los pueblos
indios en plural. Por lo visto, cuando se trasladan los nombres de las tribus indias al
inglés, el plural tiene la misma forma que el singular. La medicina del etnólogo le
dicta en una visión que honre ese plural invariable, incluso cuando son claramente
palabras inglesas, y ni la lógica ni una sensibilidad decente por el estilo le llevarán a
violar esa enseñanza sagrada. Hasta ahora, yo había seguido dicho precepto,
forzándome a escribir no solo «veinte arapaho», sino también «treinta y ocho crow»,
e incluso, que Dios me ayude, «ciento dos pie negro». Pero por fin he dado con un
etnólogo dispuesto a desafiar las reglas del comité de sabios, y uno es todo lo que
necesito. «No tiene más sentido», escribe George E. Hyde, «escribir “siete oglala”
que escribir “siete español” o incluso “siete estado occidental”». Ojo. Tengo
intención de escribir «pies negros» a partir de ahora.
BERNARD DEVOTO

CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS
1 de marzo, 1946

www.lectulandia.com - Página 20
DRAMATIS PERSONAE
PRINCIPALES PARTICIPANTES EN EL COMERCIO DE PIELES DE MONTAÑA DURANTE EL
PERIODO DE ESTE LIBRO

AMERICAN FUR COMPANY, frecuentemente llamada «La Compañía». Es el monopolio


y cuando se inicia la narración intenta apoderarse del comercio de la montaña. Creada
por John Jacob Astor, su cabeza activa es Ramsay Crooks, pero las operaciones en el
Oeste que aparecen en el texto están bajo la dirección de Pierre Chouteau, hijo, de
San Luis. Su principal lugarteniente es Kenneth McKenzie, «el Rey del Misuri».
Antes de finalizar el libro, Astor ya había vendido la compañía, y el Departamento
del Oeste de la compañía y el destacamento en el Alto Misuri fueron asumidos por
Chouteau bajo el nombre de Pratte, Chouteau & Co.
Los principales hombres de la compañía que aparecen en la narración:
Lucien Fontenelle
Andrew Drips
Henry Vanderburgh
Kenneth McKenzie
David D. Mitchell
Francis Chardon
Alexander Harvey
Alexander Culbertson
James P. Beckwourth, mestizo y jefe de guerra crow, anteriormente, hombre de
Ashley.
Samuel Tulloch
Jacob Halsey
Etienne Provost, anteriormente hombre de Ashley.

ROCKY MOUNTAIN FUR COMPANY. La «Competencia», es decir, el principal blanco de


los ataques de la Compañía. Descendiente por línea de parentesco de la compañía de
Ashley, es junto a sus predecesoras el nombre más célebre en las montañas. Antes del
periodo de este libro expandió el comercio de montaña, encabezó las exploraciones y
descubrimientos más que cualquier otra en la historia del Oeste, entró en conflicto
con la Hudson’s Bay Company y recolectó la gran cosecha de pieles que despertó la
codicia de la Compañía. La línea se inició en 1822 y 1823 bajo el mando de William
H. Ashley, y la mayoría de los maestros tramperos fueron primero empleados suyos.
Ashley vendió la empresa a (Jedediah) Smith, (William) Sublette y (David) Jackson.
Esta empresa a su vez fue vendida a Jim Bridger, Milton Sublette, Tom Fitzpatrick,
Henry Fraeb y John Baptiste Gervais, adoptando el nombre de Rocky Mountain Fur
Company.

www.lectulandia.com - Página 21
Principales hombres de la Rocky Mountain Fur Company en la narración:
Jim Bridger (El viejo Gabe; el Jefe de la Manta)
Tom Fitzpatrick (Cabeza Blanca; Mano Rota)
Joe Meek
Louis Vasquez (El viejo Vaskiss)
Moses («Negro») Harris, además de trampero libre, trabajaba para Sublette y
Campbell y fue un hombre de la Compañía.
Kit Carson, también trampero libre.
Milton Sublette
Henry Fraeb
Doc Newell
Edmund Christy
«Markhead»

SUBLETTE & CAMPBELL, WILLIAM SUBLETTE (CARA CORTADA, MANO IZQUIERDA), y ROBERT
CAMPBELL, propietarios. Empresa transportista y distribuidora asociada con la Rocky
Mountain Fur Company y principal competencia de la American Fur Company en el
Misuri durante el periodo de esta narración. Ambos propietarios fueron anteriormente
lugartenientes de Ashley.
El principal empleado que aparece en la narración es Charles Larpenteur, más
tarde hombre de la Compañía.

HUDSON’S BAY COMPANY. El monopolio de transporte británico que antes de que se


inicie la narración ya se había fusionado con la competencia más efectiva y feroz que
jamás tuvo, la Northwest Company.
Los hombres principales de la Hudson’s Bay Company en la narración:
Doctor John McLoughlin, el propietario, el emperador residente en Fort
Vancouver.
Francis Ermatinger
Tom McKay
Michel Laframboise
Alexander McLeod
Courtney W. Walker, también durante un breve periodo de tiempo hombre de
Wyeth y «ayudante laico» de los misioneros.
Francis Payette

BENJAMIN LOUIS EULALIE DE BONNEVILLE. Un independiente e intruso en la profesión


que intenta abrirse paso en el comercio de las pieles. Capitán del séptimo de

www.lectulandia.com - Página 22
infantería de los Estados Unidos. Tal vez también en misión militar.
Principales hombres de Bonneville en la narración:
Joseph Reddeford Walker, comerciante de Santa Fe y hombre de montaña del
trigésimo tercer grado.
Michel Sylvestre Cerré, perteneciente a la aristocracia de la piel de la ciudad de
San Luis y veterano del comercio en el Misuri.
Zenas Leonard

NATHANIEL JARVIS WYETH, comerciante de hielo, inventor y especulador de


Cambridge, Massachusetts, intenta afianzarse en el comercio de montaña.
Principales hombres de Wyeth en la narración:
John Wyeth, primo de Nat Wyeth
Osborne Russell, más tarde hombre de la RMF Company y más tarde de la
Compañía.
Joseph Thing
Joseph Gale

MISCELÁNEA: Gant (o Gantt) y Blackwell, una pequeña firma independiente; William


y Alexander Sinclair, tramperos libres; el doctor Benjamin Harrison, de viaje; capitán
William Drummond Stewart del Ejército Británico, su cazador Antoine Clement y su
pintor Alfred Jacob Miller.

www.lectulandia.com - Página 23
I

EL VIAJERO DE LA PRADERA
(1833)

Para el pionero americano que se encuentra tan al oeste como Illinois y Misuri, la
palabra «pradera» significaba un lugar sin árboles, pero con una tierra tan fértil que
plantar en ella podía ser, como dijo Gran Oso de Arkansas, peligroso. El pionero
siguió el río Misuri por el estado que tomó su nombre y todo aquel territorio era una
tierra exuberante y fértil. En la frontera occidental del estado el Misuri giraba al
norte… y la palabra «pradera» comenzaba a significar «desierto». Desde ese punto el
río era la frontera entre la tierra del Señor y el Gran Desierto Americano.
Parte de ese cambio podría ser debido a otra palabra, «sabana». Era una palabra
poética y poderosa. Una sabana estaba solo en la mente, en el borde de la mente, en la
imaginación. Sugería prados a la luz del sol, bosquecillos junto a arroyos, algo
encantador y fértil y lejano. Mientras el pionero aún seguía a los pies de la montaña,
las sabanas eran lo que podría ver desde las montañas Cumberland cuando mirara
abajo hacia un territorio que todavía era una fábula, Kentucky. Los navegantes
españoles de rostros barbudos encontraron sabanas en Florida solo mientras esa
provincia continuó siendo una fábula. El problema era que Florida y Kentucky
dejaron de ser fábulas, dejaron de serlo y quedaron reducidas a la realidad, y las
sabanas se trasladaron más al oeste. Había sabanas allá donde uno no había estado a
lo largo del curso del Misisipi.
Es decir, las sabanas eran algo de la espectral Kentucky, la tierra a la que todavía
no habíamos llegado, la fantasía, el Lyonesse americano. Y más allá del Misisipi estas
se extendían hasta el océano Pacífico, con hierba que le llegaba a un hombre hasta los
hombros y el aire perfumado con los aromas de flores de árboles exóticos. Sin
embargo, se sabía que cuando se atravesaban se llegaba a las Montañas Rocosas. En
ocasiones se las llamaba las Montañas Brillantes (La montagne dont la pierre luit
jour et nuit). Alcanzaban las cinco millas de altura, una sola cordillera elevándose
entre la hierba. Tal vez jamás pudieran ser atravesadas… pero daba igual, había
sabanas todo el camino, la tierra más fértil del planeta.
Pero no cuando llegamos al río Misuri. Aquí las sabanas murieron por el impacto
y las estepas ocuparon su lugar. Meriwether Lewis y William Clark regresaron de
territorio inexplorado en 1806. Habían encontrado maravillas allí, pero muy pocas de
las que se esperaba que encontraran, desde luego no encontraron a las Tribus Perdidas
de Israel ni a los Indios Galeses, ni un solo mamut, ni tan siquiera la montaña de sal
que se suponía que medía ciento ochenta millas de largo. Pero habían cruzado un
territorio árido y eso les dejó una huella que su paso por las Montañas Rocosas no

www.lectulandia.com - Página 24
dejó. Usaban la palabra «desierto» en pocas ocasiones, pero las palabras «sin
árboles» aparecían por doquier en sus diarios durante todo el tiempo que tardaron en
cruzar la Divisoria Continental, y no desaparecieron del todo hasta que los
exploradores se precipitaron por la cordillera de las Cascadas en una canoa. Muchos
de los lugares los definían como áridos y frecuentemente anotaban que la tierra
parecía yerma. El libro que Nicholas Biddle escribió a partir de sus diarios fue
publicado en 1814.
El libro de Zebulon Pike ya había sido publicado en 1810. Pike había encontrado
desierto por todas partes en el oeste. Mencionaba África; se refería al Sáhara y al
viento levantando arena como un fuerte oleaje en medio del océano. Cuando el
cronista del comandante Stephen Long, Edwin James, publicó un libro en 1823,
muchas personas ya estaban descubriendo en primera persona cómo era el Oeste,
pero ellos no escribían libros. El comandante Long y el doctor James decían que era
un territorio estéril, la tierra del cormorán y la garza. Los nómadas podían vivir allí,
pero nadie más; no había madera y escaseaba el agua, el suelo estaba envenenado,
solo había cactus, artemisa y arena. Era una tierra quemada.
Además de África, James mencionó Siberia, e incluso antes que él, en 1817, un
escritor que había viajado al oeste con los tramperos de John Jacob Astor mencionó
Siberia y, por si acaso no era suficiente, añadió Tartaria y Palestina. Tartaria fue la
más acertada: el Oeste era un territorio de estepas. La pradera sería a partir de ahora
un desierto. La frontera oeste de Misuri fue fijada en 1820 y separaba el territorio del
pionero de Tartaria. El Gran Desierto Americano había nacido.
Desde antes de 1800, canoas y piraguas habían transportado las pieles hasta San
Luis desde las estribaciones norte del Gran Desierto Americano. A lo largo de la
década de 1820 las barcazas las transportaban desde allí, y a principios de 1831
también los barcos de vapor. El comercio por tierra con Santa Fe se inició en 1822,
aunque mucha gente había bajado ya por la histórica ruta y regresado por ella en años
anteriores. Los primeros convoyes de mercancía del Platte llegaron en 1825. En enero
de 1825, el senador por Nueva Jersey aseguró a sus colegas que todo el territorio
desde Council Bluffs hasta las Rocosas, y desde el río Sabine hasta Canadá, era
«prácticamente en su totalidad inadecuado para el cultivo y por supuesto inhabitable
por personas que dependieran de la agricultura para su subsistencia… La región
entera parece peculiarmente adecuada para pasto de búfalos, cabras salvajes y otras
presas de caza».
En la época que tratamos en este libro, varios cientos de hombres cruzaban el
Gran Desierto Americano cada año y su comercio se había incorporado al comercio
mundial. Daba igual: seguían insistiendo en que era inhabitable, que la tierra se
negaba a dar cosechas y que tampoco había pasto para el ganado doméstico. También
Washington Irving, que jamás había estado allí, a finales de la década de 1830. E
incluso Josiah Gregg, que había estado allí y se enamoró de aquel territorio en 1844.
Este último año fue el que siguió a la Gran Migración, y en 1844 el editor del

www.lectulandia.com - Página 25
Defensor Cristiano, cuya iglesia había mantenido una misión en Oregón durante diez
años, pensaba que Botany Bay era un lugar bastante más favorable para emigrar. Ese
mismo año, sin duda, Daniel Webster no realizó las declaraciones que han sido
atribuidas a su persona desde entonces: «¿Qué se nos ha perdido en esta vasta y
yerma área, esta región de salvajes y bestias, de desiertos, de arenas movedizas y
torbellinos de polvo, de cactus y perros de las praderas? ¿Para qué podrían servirnos
estos grandes desiertos o estas interminables cordilleras montañosas, impenetrables y
cubiertas de nieves eternas hasta los pies?… Jamás votaré para que se destine ni un
solo centavo del erario público a acercar la costa del Pacífico ni una pulgada más a
Boston de lo que ya está». El señor Webster ha sido difamado, jamás hizo tales
declaraciones… pero lo importante es que ese discurso era tan común dentro y fuera
del Congreso que cualquier expansionista hubiera podido creer que las había
realizado. Y John Charles Frémont, que atravesó la tierra baldía en 1842, a su regreso
afirmó que tal vez una sociedad de pastoreo pudiera habitar algunas zonas, pero no
eran muchas ni grandes extensiones, y que el resto era estepa. Al año siguiente
cambió de idea y comenzó a prestar su principal servicio a la historia de
Norteamérica con sus exploraciones, encogiendo el gran desierto hacia su centro. Sin
embargo, el Oeste era la estepa de Tartaria allá donde la fiebre del oro de California y
más allá, hasta que la Union Pacific comenzó a enviar al Este melones cultivados en
el mismo corazón del territorio.
Los geógrafos no leían los periódicos. A principios de la década de 1830, los
pequeños semanarios locales habían publicado las suficientes cartas y diarios de
jóvenes que habían cazado castores en el desierto como para ubicar todos los
accidentes geográficos al este de las Rocosas y todos los de Oregón, si alguien se
hubiera preocupado de triangularlos. Solo Albert Gallatin lo hizo. El Departamento
de Guerra tenía suficiente información en sus archivos para corregir los mapas, pero
no lo hizo. El congresista John Floyd de Virginia, cuyo primo había marchado al
Oeste con Lewis y Clark y murió de camino, y los senadores Linn y Benton de Misuri
y unos cuantos otros políticos hacían lo que los geógrafos y el ejército no hacían:
leían los periódicos locales y hablaban con las personas que habían estado allí. Sabían
cómo era el Oeste; los cartógrafos no.
El caso es que los jóvenes que marchaban al Oeste, y sus padres, en cuyas mentes
la expansión de los Estados Unidos hasta el Pacífico era una necesidad cada vez más
apremiante, examinaban mapas con informaciones absurdas. El Atlas Universal de
David H. Burr fue publicado en 1836, el año en el que Narcissa Whitman partió a
Oregón. La «Norteamérica» de dicho atlas muestra la Divisoria Continental donde
debería estar, pero resulta ser pura coincidencia: solo hay una cadena de montañas,
aunque se bifurca aproximadamente donde está situada Denver y lanza una
espléndida estribación sobrevolando las llanuras de Kansas. No hay ninguna otra
montaña, ni siquiera la cordillera de las Cascadas o la Sierra. El «Territorio de
Oregón» del señor Burr copió el sistema fluvial del Columbia del mapa de William

www.lectulandia.com - Página 26
Clark, y gracias a ello lo reflejó correctamente. Acierta más con las Rocosas que en
su «Norteamérica», y marca múltiples cordilleras a unos 46 grados norte, donde
realmente son múltiples. Pero las centra aproximadamente en Boise y las expande
como una sola formación que penetra en el estado de Oregón, unas cien millas más o
menos.
H.S. Tanner había publicado su Nuevo Atlas Norteamericano hacía ya diez años,
en 1826, pero sus mapas continuaron usándose hasta bien entrada la década de 1840.
Tanner también marcaba una protuberancia en la cadena montañosa simple de las
Rocosas —y, por ello, como Burr, acertó bastante más que muchos geógrafos
posteriores—, pero por lo visto le gustaba esa protuberancia en exceso. En Denver,
las montañas son de una anchura de ochocientas millas y llegan hasta la mitad del
territorio de Nevada. El señor Tanner también acierta con el curso del Platte e incluso
marca dos ramales, lo cual ya es un notable avance en relación con sus predecesores,
además de demasiado radical para muchos de sus sucesores. Pero marca el
nacimiento del río Snake a unas cien millas directamente al sur del nacimiento del
Platte Norte, y a cincuenta millas al este del nacimiento del Platte Sur. Su río
Colorado nace en algún lugar del centro de Utah, y si uno siguiera su mapa un día a
caballo directamente al este desde allí podría llegar al río Grande.
La elevación que marcan Tanner y Burr, en el espacio que ocupan las montañas
Bitterroot, y el curso del Platte tan poco imitado que trazó Tanner fueron
prácticamente las únicas mejoras en relación con el mapa que William Clark trazó en
la época que tratamos en este libro. De hecho, aparte del mapa de Clark, fueron las
únicas mejoras en relación con Un nuevo y elegante Atlas General de A. Arrowsmith
y L. Lewis, un volumen inglés publicado el año en el que Lewis y Clark iniciaron su
remontada del Misuri. El mapa de Clark de 1810 acertó con la ubicación exacta del
Misuri, el Columbia y el Yellowstone, y también las montañas que Clark había
atravesado. Pero aquellos que remontaban los ríos siguiendo su mapa eran escépticos
acerca de sus montañas. Hasta la década de 1840, con o sin elevación, las Rocosas
son usualmente una sola cadena montañosa situada a unas doscientas millas o más de
su verdadera ubicación. En cuanto al Oeste interior, los mapas más fiables lo
mostraban como un trozo de papel blanco; otros lo convirtieron en la tierra de los
sueños llena de diversiones.
Sin embargo, la fantasía americana no necesitaba mapas y estaba claro que una
vez que se atravesaba Tartaria se alcanzaba un lugar donde Kentucky por fin se hacía
realidad. En esa fantasía, Lyonesse y Tarsis siempre han estado al otro lado de la
colina oeste de nuestra ciudad. Esa colina ahora eran las Montañas Rocosas y al otro
lado se encontraban las tierras perdidas, esperando. La canción decía que había un río
más que cruzar. Era el gran Río del Oeste, y en cuanto lo cruzabas la tierra era tan
fértil que apenas se podían plantar cosechas de forma segura. La corriente imaginada
de ese río que corría turbulento a través de los continuos bosques del señor Bryant
convirtió a Oregón, no a California, en el Lyonesse del Pacífico. Lo único que había

www.lectulandia.com - Página 27
que hacer era atravesar las estepas. No te encontrarías con el gran Aquiles, pero tal
vez encontraras a los Indios Galeses. Brigham Young seguía buscándolos en 1854 y
tenía esperanzas de encontrarlos en el desierto de piedra roja al sureste de su capital.
George Catlin de hecho los había encontrado ya en 1832. Naturalmente, en el río
Misuri.
Mientras tanto, en 1833 uno podía preguntar a un transeúnte cómo llegar a
Lyonesse en cualquier esquina de San Luis y recibir las indicaciones. Varios cientos
de hombres abandonaban la frontera del Misuri cada primavera para dirigirse a Santa
Fe, al Yellowstone, al Paso Sur, al Green y al Columbia. No se parecían a Aquiles,
pero estaban dispuestos a reunirse con otros cientos el día acordado y en el lugar
elegido, y no les preocupaba si los geógrafos lo habían corregido diez grados enteros.
Se movían por los espacios en blanco del mapa como hombres dirigiéndose al establo
del rancho. El Gran Desierto Americano era su patio trasero.
Esos son nuestros personajes. Nos vendrá bien seguirlos con un comentario de
Garrett Mattingly en mente. La Historia Estadounidense, afirmó el señor Mattingly,
es la historia de la transición de una fase del Atlántico a una fase del Pacífico.

* * *

La revista El Defensor Cristiano se publicaba para la edificación del espíritu de las


familias metodistas. Nadie pensaría que pudiera haber afectado a los procesos de la
Historia. Pero su Número 27 del Volumen VII, publicado en Nueva York el 1 de
marzo de 1833, liberó una energía que cambió la alineación de los imperios en el
mundo occidental.
Los contenidos de ese ejemplar, aunque edificantes, son anodinos, a excepción de
la carta que aseguró la extensa área llamada Oregón para los Estados Unidos. Es una
carta al editor fechada 18 de febrero y firmada por «G. P. D.». Su autor era un
comerciante adinerado de la ciudad de Nueva York llamado Disoway, un hombre pío
y de parroquia dedicado a las buenas obras. En su cargo de secretario del Consejo de
Misiones al Extranjero de su parroquia, estaba particularmente interesado en las
labores de los misioneros cristianos para salvar las almas y mejorar las condiciones
de los indios. Parece haber intervenido, sin duda contribuyendo con dinero, en la
misión metodista a los wyandots de Ohio. Estos eran los supervivientes de la en otro
tiempo gran nación hurón de Canadá, que se trasladaron al territorio de los shawnees
y delawares cuando los iraqueses aniquilaron casi totalmente a su pueblo en el siglo
XVII. Desde entonces habían estado sufriendo una lenta extinción, y los
asentamientos blancos, que empujaban en dirección contraria, ahora se aceleraron. El
hombre blanco estaba haciendo su propuesta irreal definitiva: iba a trasladar las tribus
de esta orilla del Misisipi a la orilla oeste del río, y llamaría a esas tierras a partir de
entonces el Territorio Indio y aseguraría a los indios sus tierras allí para siempre.

www.lectulandia.com - Página 28
El grandioso plan había sido negociado durante años, pero resultó que los
wyandots no se avinieron a moverse hasta 1842. Aun así, enviaron un comité al oeste
para inspeccionar el terreno, el verano antes de que el señor Disoway escribiera al
Defensor Cristiano. Un miembro de la partida exploradora era William Walker, un
mestizo wyandot cristianizado que había recibido buena educación (tan buena que, al
informar de que las tierras tribales propuestas no eran aprovechables, repitió el error
de toda una generación de granjeros del Viejo Noroeste y determinó que las praderas
de Iowa no eran arables). Cuando regresó a Ohio, escribió a su amigo el señor
Disoway, y el señor Disoway reprodujo la carta literalmente en la suya propia.
El señor Walker describe en detalle su viaje al oeste y las tierras destinadas a su
pueblo. Pero, al igual que su amigo blanco, estaba más interesado en las cosas eternas
y pronto se olvidó de las praderas para relatar un incidente que encogió su pío
corazón. Al llegar a San Luis, visitó a William Clark, el famoso compañero de
Meriwether Lewis en la primera expedición por tierra americana hacia el Pacífico y
ahora superintendente de Asuntos Indios. Todos los que visitaban San Luis visitaban
a Clark, pero pocas veces contó una historia tan fascinante como la que contó a
William Walker. Había en su casa, según Walker informa, tres jefes de la tribu de los
flatheads procedentes del lejano Noroeste, que habían realizado un largo viaje desde
su territorio en una misión realmente conmovedora. Habían sido cuatro, pero uno de
ellos murió y, de hecho, los tres que aún sobrevivían se encontraban gravemente
enfermos. Acto seguido, Walker, según contó al señor Disoway, entró «en la
habitación contigua» y alteró el curso de la historia.
Walker el wyandot había oído hablar de los flatheads, pero no había visto a
ninguno de ellos. Ahora, dijo, le parecieron pequeños, pero de cuerpos
armoniosamente simétricos… y con cabezas en punta, no planas. En ese punto,
Walker incluyó un dibujo que Disoway copió para el Defensor Cristiano. Mostraba la
frente inclinada hacia atrás a partir de las cejas en una línea recta y suave, de manera
que se remataba en un punto de la corona de la cabeza (tras consultar con autoridades
locales, el señor Disoway informó a sus lectores de que les vendaban la cabeza en la
niñez —«el infante presenta una aterradora apariencia, con sus pequeños y ávidos
ojos negros protuberantes hasta un grado antinatural»—, pero el proceso era tan
gradual que apenas «causaba ningún dolor». Sin embargo, esa monstruosa
deformación del «rostro humano de Dios» era una señal de la oscuridad en la que
viven los indios. Y más grande aún es el reproche contra los cristianos porque, como
el interlocutor del señor Disoway deja claro, estos particulares infieles están
buscando una luz que los ilumine).
¿Y por qué los flatheads habían realizado su largo viaje «a pie» desde su territorio
al oeste de la Divisoria Continental, más allá de las montañas Bitterroot? Esa era la
parte principal de la carta de Walker, y de la del señor Disoway. Los flatheads,
afirmaba Walker, aunque practicaran la deformación, eran un pueblo instintivamente
moralista y religioso. Recientemente habían conocido a un hombre blanco distinto a

www.lectulandia.com - Página 29
los impíos tramperos, que eran los únicos hombres blancos que habían conocido hasta
entonces. Este era un hombre religioso y les había dicho a los flatheads que su
«manera de adorar al Ser Supremo era totalmente equivocada y que Él estaba
disgustado». Esta información cayó como un jarro de agua fría en una tribu religiosa,
pero su instructor les dio esperanzas. Los hombres blancos, dijo, conocían la forma
correcta de adorar al Gran Espíritu. Además, «tenían un libro que contenía las
instrucciones de cómo comportarse para contar con Su favor y unirse espiritualmente
a Él, y con esta guía nadie se descarriaría y todos… podrían disfrutar en esta vida de
Su favor, y tras la muerte serían recibidos en la tierra donde habita el Gran Espíritu».
Acto seguido, relataba Walker, los flatheads decidieron averiguar la forma
correcta y se pusieron en marcha. Así que finalmente enviaron a cuatro «jefes» a San
Luis para consultarlo con Clark, el hombre blanco más célebre que conocían, y amigo
de los indios. Y cuando llegaron a San Luis, el Jefe de Cabeza Roja les dijo que en
efecto habían oído la verdad y les instruyó en la historia del hombre desde «la
creación hasta el advenimiento del Salvador», les expuso los Diez Mandamientos y el
significado de la redención y, seguidamente, les explicó lo que significaba la
salvación cristiana. Walker añadió que otro de los «jefes» murió en San Luis, pero los
dos que quedaban regresaron a su hogar. Walker dudaba si murieron o no durante el
viaje. Si fue así, «¡que la paz sea con sus melenas! Murieron buscando la verdad».
Asimismo, William Walker, un wyandot cristiano en cuya cabeza resonaban las
frases de exhortación evangélica, exhortaba a G. P. Disoway, y este a su vez a los
lectores del Defensor Cristiano de esta manera:

El relato difícilmente tiene parangón en la Historia. Qué tema más conmovedor para la imaginación y la
pluma de un Montgomery, una señora Hemans, o nuestra propia bella Sigourney. ¡Con qué intensa devoción
los hombres de fe cuyas almas arden con el sagrado celo por la salvación de sus congéneres leerán su historia!
… Ningún apóstol de Cristo ha tenido aún el coraje de penetrar en su oscuridad moral… Que la Iglesia
despierte de su letargo y acuda con toda su fuerza a ofrecer la salvación de aquellos hijos errantes de nuestros
bosques nativos… Qué puede haber más merecedor de nuestra estima que amar a tu propia especie y esos
esfuerzos destinados a liberar los espíritus inmortales de las cadenas del error y la superstición…

Eso bastó. Inmediatamente, la prensa religiosa ardió. «Era un grito macedonio de


“Vengan a ayudarnos”», dice un escritor. «Espoleó a la Iglesia como pocas veces
había logrado hacerlo para ponerse en acción». Un corresponsal del Defensor
Cristiano recordaba que un obispo metodista favorable a las misiones había previsto
tal necesidad y había jurado: «No cesaremos hasta que hayamos plantado el
estandarte de la Cristiandad en lo más alto de las Montañas Rocosas», donde,
permitiéndose una pequeña licencia, se decía que vivían los flatheads. ¡La Iglesia
debía llevar la luz a aquellas mentes inquietas! Y para estimular el reclutamiento de
misioneros, lo cual aparentemente no hubiera necesitado ningún estímulo adicional,
uno de los devotos superó a William Walker inventando una supuesta oración de los
flatheads.
Es una feliz circunstancia histórica que los indios hayan hablado siempre con la

www.lectulandia.com - Página 30
retórica de moda de la época, ya fuera con unas figuras retóricas a lo Donne en los
tiempos de Massasoit, con las pausas y juegos de palabras del Doctor Johnson en los
tiempos de Ephraim Logan, o con la elocuencia de McGuffey ahora atribuida a los
flatheads. «Vengo a vosotros siguiendo el rastro de muchas lunas desde el sol
poniente», se dice que dijo el portavoz:

Erais amigos de mis padres, quienes han partido todos en su largo viaje. Vine hasta aquí con un ojo
parcialmente abierto por mi pueblo, que permanece en total oscuridad. Regreso con ambos ojos cerrados.
¿Cómo voy a regresar ciego a mi pueblo ciego? Me abrí paso hasta vosotros con fuertes brazos a través de
muchos enemigos y tierras extrañas para poder regresar con ellos cargado de cosas. Y regreso con ambos
brazos rotos y vacíos. Dos padres vinieron con nosotros; eran bravos de muchos inviernos y muchas guerras.
Los dejamos dormidos aquí junto a vuestros grandes lagos y wigwams. Estaban cansados por las muchas lunas
y tenían sus mocasines desgastados.
Mi pueblo me envió para conseguir el Libro del Cielo del Hombre Blanco. Me llevasteis donde permitís
que vuestras mujeres bailen, y el libro no estaba allí. Me llevasteis donde adoran al Gran Espíritu con velas y
el libro no estaba allí. Me mostrasteis imágenes de los buenos espíritus y el cuadro de la buena tierra más allá,
pero el libro no estaba entre estas cosas para mostrarnos el camino. Ahora regreso por la larga y triste ruta con
mi pueblo a la tierra oscura. Me habéis cargado con regalos y mis mocasines se desgastarán transportándolos
y, sin embargo, el libro no está entre ellos. Cuando le diga a mi pobre pueblo ciego, un invierno después, en el
gran consejo, que no llevo el libro, no se oirá ninguna palabra de nuestros ancianos ni de nuestros jóvenes
bravos. Uno a uno se levantarán y saldrán en silencio. Mi pueblo morirá en la oscuridad y partirá en su largo
viaje a otra tierra de caza. Ningún hombre blanco irá con ellos, ni ningún Libro del Hombre Blanco que les
allane el camino. No tengo más palabras.

Los caminos de la providencia habían llevado a los flatheads sanos y salvos a


través de las hordas papales y ningún protestante podía negarles una respuesta. Así
pues, se tomó la decisión. Oregón ahora sería estadounidense. La American Fur
Company, monopolio del señor Astor, conseguiría una influyente ayuda para expulsar
a la única competencia extranjera que todavía tenía, la Hudson’s Bay Company, de
suelo estadounidense. Pero el negocio de la American Fur Company también se vería
gravemente perjudicado por los misioneros y emigrantes que la siguieron al oeste.
Y todo porque William Walker, mintiendo piadosamente para mayor gloria del
metodismo, dibujó la cabeza de un indio que nunca había visto rematándola en punta
y falseando así la realidad.

* * *

En efecto, probablemente, el grito de ayuda macedonio hubiera pasado totalmente


desapercibido si los indios en busca de fe no hubieran tenido un aspecto tan bárbaro;
la cabeza deforme cumplió su función. William Walker ni tan siquiera había visto a
los indios sobre los que escribió con tanto patetismo… los supervivientes se
marcharon de San Luis unos meses antes de su llegada. Además, los flatheads no se
aplanaban las cabezas, ni las hacían puntiagudas ni las deformaban de ninguna otra
manera, en realidad eran bastante normales. El dibujo de Walker correspondía a una
descripción que había escuchado de ciertos aristócratas de los chinook, una tribu que

www.lectulandia.com - Página 31
para entonces ya estaba en decadencia, establecida cerca de la desembocadura del río
Columbia y en absoluto interesados en la religión del hombre blanco. Realmente,
aunque un flathead sí llegó a San Luis con la partida a la que se refería Walker, el
resto eran nez perces, y fue la tribu de estos últimos la que instigó el viaje. Pido que
muestren cierta indulgencia con los ideales del periodismo evangélico.
Como muestra nuestro texto, los flatheads eran indios superiores. En el primer
tercio del siglo XIX vivían en el lugar previamente mencionado, Montana, al oeste de
la Divisoria Continental. Eran el grupo o tribu principal de un pueblo que se hacía
llamar los salish, que significaba «el pueblo»… La mayoría de los indios se llaman a
sí mismos el pueblo, el pueblo verdadero, el mejor pueblo o el gran pueblo. Sin
embargo, en el lenguaje de signos, el esperanto de las llanuras, los salish o flatheads
eran designados con ambas palmas de las manos presionadas juntas y las yemas de
los dedos estiradas y tocándose por delante de la cabeza, justo por encima de la
frente. El origen del signo se perdió sin esperanza de ser hallado, pero
inevitablemente fue traducido como Têtes plattes, o flatheads.
Habían sido empujados hacia el oeste y al otro lado de la divisoria por los indios
más teutónicos de las llanuras, los feroces pies negros, con quienes, sin embargo,
estaban dispuestos a pelear en cualquier momento y a quienes frecuentemente
vencían. Vivían en un territorio de raíces y por ello no solo dependían de los búfalos,
y su cultura incorporaba muchos de los elementos de las tribus del noroeste. Sin
embargo, eran indios de caballos, indios de búfalos y, por lo tanto, a los efectos de
este libro, Indios de las Llanuras. Se llevaban bien con sus vecinos, mejor que la
mayoría de las tribus, y eran igualmente amigables con los hombres blancos. A los
blancos a su vez les gustaban y afirmaban que en su comportamiento encontraban un
honor, una honestidad y una moralidad inusualmente buenos. Los blancos se las
ingeniaban para mantener cierto decoro al realizar juicios morales sobre los indios.
Al oeste del territorio de los flatheads, siguiendo el curso de los ríos Snake,
Salmon y Clearwater a través de Idaho, vivía una tribu más grande, la más numerosa
de varias tribus muy relacionadas, a la que los tramperos estadounidenses y británicos
encontraban incluso más agradable y avanzada. Estos indios también poseían una
economía de caballos y búfalos, aunque desenterraban las numerosas raíces
comestibles de su territorio y viajaban cada año a la remontada del salmón, y estaban
todavía más fuertemente influidos por la cultura del noroeste. Lingüísticamente,
pertenecían a lo que los etnólogos llaman la familia penutí, mientras que sus vecinos
los flatheads constituían un fragmento aislado de la familia algonquina, hablada
mayoritariamente en el este. Para referirse a ellos, los etnólogos usan el nombre dado
por los flatheads, los shahaptan, de significado incierto, aunque quizá sea una
designación del territorio donde vivieron. Pero los blancos los llamaban nez perces,
de nuevo por el signo que los representaba[1]. Este, a su vez, procedía de su antigua
costumbre de partir el tabique nasal para poder llevar ornamentos, una costumbre casi
completamente olvidada en la época que nos ocupa.

www.lectulandia.com - Página 32
El comercio entre tribus indias era sorprendentemente complejo. Mucho antes de
que los flatheads o los nez perces se encontraran con los hombres blancos en persona
conseguían ocasionalmente productos manufacturados, cuentas de cristal, retales de
tela o trozos de hierro… traídos por el Columbia de tribu en tribu antes de 1800,
traídos por tierra de la misma manera desde los puestos del interior de Canadá de la
Northwest Company o de la Hudson’s Bay Company aún antes, tal vez mucho antes.
Incluso, en ocasiones llegaba alguna brida o una manta desde las lejanas tribus de los
comanches, que la habían robado en México. Cuando Lewis y Clark se encontraron
entre estos pueblos, inspiraron en ellos una lealtad permanente a los estadounidenses.
En 1812, los pioneros del gran proyecto del Columbia de Astor entraron en contacto
con los nez perces. La Northwest Company se apoderó de su infraestructura cuando
estalló la guerra. A partir de ese momento, la compañía canadiense (la gran rival de la
Hudson’s Bay Company, con la que se fusionó en 1821) envió sus propios
comerciantes. En 1818 construyeron un puesto permanente en la desembocadura del
río Walla Walla y lo llamaron Fort Nez Percé por la principal tribu a la que servían.
Incluso antes, como parte del mismo esfuerzo por llegar al Oeste interior desde la
costa del Pacífico, habían construido una «Casa Saleesh» en la bifurcación del Clark,
entre los flatheads. En 1824 el monopolio de la Hudson’s Bay Company se vio
amenazado por la aparición de comerciantes estadounidenses a las órdenes del gran
Jedediah Smith. Desde entonces, los estadounidenses comerciaban con ellos cada
año, habían absorbido gran parte del comercio de los nez perces y los flatheads y
lograron atraer a clanes de ambas tribus a la rendezvous anual, que se convertiría en
una feria de comercio.
El primer paso del hombre blanco en la explotación del indio, un paso
inevitablemente mortal, fue aumentar su nivel de vida. Desde el instante en que los
indios entraron en contacto con productos manufacturados, dependieron cada vez más
de ellos. Toda su forma de vida giraba ahora en torno a la adquisición de productos. Y
eso es lo que había tras el largo viaje de los nez perces y los flatheads que desataron
el torrente de elocuencia del señor Disoway.
La base del comercio de pieles era el castor. Las tribus del noroeste habían cazado
castores, pero no sabían cómo atraparlos. Así que la Hudson’s Bay Company importó
a algunos de los mestizos de la tribu en decadencia de los iraqueses caughnawaga
desde Quebec para que les enseñaran las artes del trampeo. Aparte de las borracheras,
estos habían aprendido de los blancos una especie de cristiandad, y cuando algunos
de ellos se desprendieron de sus deudas con la Compañía y huyeron con los flatheads,
sus prácticas religiosas eran una novedad y despertaban la curiosidad de sus nuevos
hermanos. Los iraqueses les explicaron lo que ellos entendían de la medicina
cristiana. Los nez perces también recibieron una instrucción similar al mismo tiempo
o un poco más tarde. En 1825, George Simpson, el dueño de la Hudson’s Bay
Company, llevó al cuartel del río Rojo (de Canadá) a un par de chicos de los
spokanes, que eran vecinos de los nez perces pero con poca relación con los

www.lectulandia.com - Página 33
flatheads… y, ocasionalmente, otros les siguieron. Uno de estos jóvenes educados,
conocido como Spokane Garry, regresó con su gente convertido en toda una
celebridad. Sabía leer y escribir —unas habilidades consideradas de entre las más
poderosas de la medicina del hombre blanco—, y poseía otras extrañas habilidades de
la civilización; podía enseñárselas a su tribu y explicarles el cristianismo tal como le
parecía a él. Era un experimento del monopolio británico, que frecuentemente tendía
a favorecer la educación de los indios —o de algunos indios—, y que realizó otros
experimentos. Además, vagas parodias del cristianismo se fueron expandiendo río
arriba por el Columbia. Y, no lo olvidemos, ya en 1817 Hall Kelley había querido
cristianizar a los indios de esos territorios.
Lo que poco a poco comprendieron los nez perces que iniciaron el famoso viaje a
San Luis fue que ellos también podían aprender algo de la medicina del hombre
blanco, quizá mucho más que esto. La «medicina» era más bien un «poder», y en la
metafísica india el poder era un atributo de todas las criaturas, objetos y acciones si
uno era capaz de averiguar cómo usarlo; un significado secundario de «misterio» es
casi inseparable de «poder». Los nez perces entendieron que la medicina blanca se
centraba, como la medicina india, en la religión. Cuando decidieron pedir las
instrucciones de la religión, pretendían incrementar su poder. Es decir, querían
incrementar su control mágico sobre la naturaleza para adquirir objetos que los
hombres blancos poseían o sabían cómo hacer: pistolas y dinamita y otros objetos,
sobre todo herramientas, agujas, cuentas de cristal, mantas, telas, vestidos, alcohol,
espejos y todos los productos de la civilización. Deseaban adquirir una economía
avanzada por medio de la taumaturgia que ellos pensaban que la hacía funcionar. No
estaban interesados en la espiritualidad, la moralidad o la salvación cristianas:
estaban satisfechos con lo que tenían.
La decisión de actuar fue tomada en primer lugar por una banda en particular de
nez perces que en 1831 enviaron una delegación de sus hombres a San Luis, de donde
procedían los productos, para que averiguaran qué podía hacerse. Uno de ellos
abandonó la misión porque se sentía demasiado viejo para realizar el viaje. Cada
verano la mayoría de las bandas de nez perces se reunían para cazar búfalos al este de
las montañas y normalmente los flatheads iban con ellos para defenderse mutuamente
de los pies negros. La búsqueda propuesta fue aplaudida por la tribu en su totalidad y
otro nez perce se unió a la partida. A los flatheads también les gustó la idea y tres de
ellos se les unieron en el viaje. Normalmente, hubieran viajado con una caravana de
la compañía de pieles de regreso a San Luis desde la rendezvous, pero en 1831 los
planes de todas las compañías de pieles fracasaron y no se celebró una rendezvous en
verano. Algunos años más tarde Lucien Fontenelle, de la American Fur Company,
contó a Marcus Whitman que aquellos indios viajaban con él. Si eso es cierto,
llegaron a San Luis antes del 1 de octubre, la fecha aproximada que suele darse de su
llegada[2].
El calor bochornoso de las tierras bajas enfermaba a los indios. Dos flatheads y un

www.lectulandia.com - Página 34
nez perce se rindieron y regresaron a las montañas. Los cuatro restantes llegaron a
San Luis: un flathead llamado Hombre de la Mañana, un distinguido nez perce
llamado Águila Negra y dos jóvenes de su tribu llamados Sin Cuernos en la Cabeza y
Pantalones de Piel de Conejo.
En San Luis uno podía encontrar a alguien capaz de hablar casi cualquier lengua
india del oeste, del norte o del suroeste, pero no había nadie que supiera hablar
flathead o nez perce. Ni siquiera el Jefe de Cabeza Roja, William Clark, el amigo de
los indios y héroe legendario de estas tribus, podía conversar con ellos, solo mediante
signos. No podían pronunciar discursos elocuentes sobre el Libro de los Cielos o la
ceguera de su gente… De hecho, no podían pronunciar ningún discurso. Pero sí
lograron que Clark y otros entendieran lo que querían —Clark más que la mayoría,
sin duda, aunque incluso él pensaría en clave de instrucción religiosa principalmente
—. Sin embargo, nadie podía ayudarles mucho, porque ellos querían amuletos,
encantamientos e instrucciones mágicas. Así que permanecieron en San Luis, sin
duda perplejos y afligidos, en una oscuridad que ahora ya no podía ser disipada.
Debieron de encontrar indios cuyas lenguas tal vez supieran hablar un poco, y
ciertamente había muchos indios y blancos con los que podían comunicarse por
signos. Tal vez encontraran tramperos que conocieron su territorio y les ofrecieran
banquetes ceremoniosos, lo bastante humildes en el mejor de los casos. Sin duda, se
pasearon por la ciudad como hacían todos los visitantes indios, impresionados y
desdeñosos a un mismo tiempo, supersticiosos, confundidos, arrogantes y asustados.
Probablemente oyeron algo acerca del conflicto que se estaba desencadenando en el
norte y que precipitaría la Guerra de Halcón Negro la siguiente primavera y, aunque
San Luis toleraba a los indios, podrían encontrarse bajo cierta sospecha debido a esto.
Águila Negra, el jefe de guerra nez perce, murió el 31 de octubre, pero antes el
padre Saulinier lo bautizó en la fe cuya medicina había venido a buscar y luego lo
enterró en el cementerio católico. Hombre de la Mañana, el flathead, murió poco
después; el padre Rous lo bautizó y le dio la extremaunción y también fue enterrado
en el cementerio católico. Los bravos habían sacrificado sus vidas al servicio de su
pueblo, en tierras lejanas. Los dos jóvenes nez perces que quedaron, Sin Cuernos en
la Cabeza y Pantalones de Piel de Conejo, debieron de sentirse aún más inquietos
desde ese momento en aquella tierra. Nadie sabe lo que hicieron allí o cuándo
partieron, si es que finalmente abandonaron la ciudad. El ilustrísimo Joseph Rosati,
obispo de San Luis, escribió el primer relato conocido sobre ellos, y catorce meses
antes de que la carta de Disoway apareciera en el Defensor Cristiano afirmó que se
marcharon a finales de 1831. Pero George Catlin los encontró en un barco de vapor,
el Yellowstone, en el que embarcó durante su segunda travesía río arriba a finales de
marzo de 1832. No conoció la historia por ellos o por cualquier otro en aquel
momento, aunque más tarde la escuchó y la exageró. Pero el Yellowstone se detuvo en
Fort Pierre, construido ese mismo año (Pierre, Dakota del Sur) y allí los sioux
agasajaron a los dos nez perces con un banquete como visitantes distinguidos y los

www.lectulandia.com - Página 35
vistieron con magníficas pieles de ciervo y ornamentos sioux. Así pues, Catlin los
pintó con sus nuevas galas y, sin hacer distinciones entre las tribus, los llamó
«flatheads o nez perces».
El Yellowstone humeaba río arriba, pero solo uno de los buscadores sobrevivió
para contar a su pueblo lo que había sucedido, porque Sin Cuernos en la Cabeza
murió en algún lugar cerca de la desembocadura del río Yellowstone. Pantalones de
Piel de Conejo continuó el camino hasta que encontró a una banda de nez perces
cazando al este de las montañas. Entonces, de camino a su hogar, los pies negros lo
mataron. Eso ocurrió en el otoño de 1832.
Sin Cuernos en la Cabeza habría contado a su pueblo una historia larga,
fascinante, pero al final deprimente, con más maravillas que magia. Solo podría
haberles dicho que los hombres blancos se habían compadecido, les habían hecho
promesas y al final no habían hecho nada… y es que nadie había hecho nada cuando
Pantalones de Piel de Conejo partió de San Luis. Sin embargo, algo en su informe
resultaba optimista, porque los nez perces y los flatheads aparecieron el siguiente
verano en la rendezvous esperando encontrar a un viajero taumaturgo blanco. Pero se
adelantaron un año. Mientras tanto la carta de Disoway prendió un fuego sagrado y
un año más tarde, en 1834, los indios vieron a su primer mago. Este no se entretuvo,
sino que pasó de largo y se convirtió en un promotor inmobiliario. Pero otros le
siguieron… más desinteresados y al final más mortíferos[3].

* * *

En 1833 San Luis contaba con una población de algo más de siete mil almas y estaba
entrando en su época dorada gracias al barco de vapor. La ciudad era dueña y señora
de las aguas que fluían en el oeste, y lo había sido mucho antes de que hubiera barcos
de vapor, cuando el tráfico en aquellas aguas se realizaba en barcazas, plataformas
flotantes, piraguas y mackinaws. Era una ciudad fluvial, pero si era la ciudad de Huck
Finn, también lo era de Mike Fink, patrón de barco además de cazador. Los ríos la
habían convertido en una ciudad más cosmopolita que otras poblaciones de Estados
Unidos. Hacia el este miraba a Pittsburgh y más allá, hacia el sur, a Nueva Orleans y
el Golfo, hacia el noreste a los Grandes Lagos y el Saint Lawrence, y hacia el norte
tan lejos como los barcos de cualquier clase pudieran remontar. Allí, más fértil que
cualquier otro lugar, la mentalidad continental comenzaba a revelarse.
Pero «San Luis es —una mezcla del carácter francés y el estadounidense— un
salón de billar francés —un mercado donde unos hablan francés y otros inglés»,
como anotaba Washington Irving en su libreta aquel último septiembre. Se alojó en el
Hotel Union y salió de allí inmediatamente para comparar sus impresiones con lo que
ya conocía de Europa y Nueva York. De todos los ríos que tenían como destino San
Luis, aquellos que discurrían desde territorio salvaje eran los más importantes; los

www.lectulandia.com - Página 36
franceses abrieron el camino y la ciudad polarizaba innumerables energías desde el
este para redirigirlas hacia el oeste. Aquel era el cabo desde el que la nación
dominaba el Oeste. El Ohio y el bajo Misisipi eran importantes, pero el alto Misisipi
importaba más y el Misuri más que ningún otro. Los indios, tramperos y viajeros que
llevaron su salvaje colorido a las calles empedradas eran del Oeste, y la ciudad
llevaba a sus espaldas una vieja y rica aristocracia anterior a la Compra de Jefferson.
Los Chouteau, Berthold, Pratte, Cérrés, Cabannés y otras familias similares
gobernaban la ciudad por derecho de nacimiento, habían conseguido sus riquezas en
el Oeste y dirigido sus propias partidas hacia el Oeste para llevarlas a San Luis.
Los embarcaderos de la era del barco de vapor se multiplicaron por el río. Junto a
estos, en una explanada en ocasiones inundada durante las crecidas de junio, se
alzaban los almacenes donde se guardaba la mercancía transportada por los barcos de
vapor para su posterior distribución y transbordo. Sin embargo, lo más llamativo de
todo en esa explanada eran sin duda unos grandes edificios de piedra gris y amarilla
que olían muy fuerte. Eran los almacenes de las compañías de pieles, el corazón de la
economía de la ciudad. Allí llegaban desde todos los ríos del norte y el oeste las
pieles por las que los tramperos arriesgaban y perdían sus vidas, y desde allí viajaban
a Nueva York, Montreal, Londres, Leipzig, Lyon, San Petersburgo, Cantón, Atenas y
Constantinopla… a todo el mundo. Algunas de las compañías se remontaban a la
época en que San Luis era una ciudad española, algunas más allá de los penosos y
oscuros tiempos en los que era el puesto más avanzado de Luis XVI… e incluso
entonces ya criaba Chouteaus. Casi desde el principio, las canoas subieron río arriba
por el Misisipi y el Misuri hacia territorio indio en busca de pieles. En 1833 había
pocos negocios en San Luis que de una u otra manera no estuvieran relacionados con
el comercio de pieles. Y John Jacob Astor tenía una especie de acuerdo con la
mayoría de las compañías en el negocio de las pieles y era el pez gordo principal que
todos los demás debían tener en cuenta.
Tres semanas y media después de que el Defensor Cristiano publicara la carta del
señor Disoway, la mañana del 24 de marzo de 1833, el barco de vapor Paragon,
procedente del río Ohio, atracó en San Luis. Entre los pasajeros que desembarcaron
por la pasarela había un hombre delgado y ajado de unos cincuenta años de edad,
nervioso, colérico y con un don especial para los improperios. Hablaba inglés solo en
circunstancias de fuerza mayor, con un monótono acento prusiano; desde luego, su
dicción no resultaba más inteligible por el hecho de que los años de servicio en el
ejército y la exploración geográfica le hubieran costado los dientes. Viajaba bajo el
nombre de Barón Braunsberg, pero era Maximiliano, príncipe de Wied-Neuwied. Le
acompañaba el joven artista suizo Charles Bodmer y un sirviente cuyo extravagante
nombre, Dreidoppel, difícilmente podría sonar mejor entre los indios a quienes el
príncipe tenía intención de visitar. De hecho se encontraba en San Luis para iniciar
una expedición científica en territorio indio.
Maximiliano había luchado en el ejército prusiano contra Napoleón, había sido

www.lectulandia.com - Página 37
prisionero de guerra, había vuelto a luchar, había sido promocionado a coronel
general y condecorado con la Cruz de Hierro, y había cabalgado a la cabeza de su
división cuando los Aliados entraron en París. Esta brillante carrera militar le fue
impuesta en contra de su voluntad debido a la guerra mundial de Napoleón. Lo cierto
es que el príncipe hubiera preferido desarrollar una carrera científica y, una vez
cumplidas sus obligaciones patrióticas, se dedicó a ella. Pasó dos años en Brasil,
explorando la naturaleza, estudiando a los nativos, la flora y fauna, y preparando una
gran colección de historia natural que se llevó de regreso a Wied. En 1820 se publicó
un libro que recogía sus estudios; como el que más tarde escribiría sobre los indios,
este iba acompañado de un atlas de ilustraciones. Le reportó una brillante reputación
y se preparó para embarcarse en un estudio similar sobre Norteamérica. En la gran
mañana de primavera de la ciencia del siglo XIX no era necesario ser un especialista,
y Maximiliano poseía algo de la versatilidad de Humboldt y era botánico, zoólogo,
geólogo, meteorólogo y climatólogo, sabía un poco de paleontología, pero sobre todo
era lo que hoy en día llamaríamos un etnólogo. Quería emplear todos sus medios en
el estudio del Oeste, pero principalmente deseaba comparar a los indios del Oeste con
los indios que había estudiado en Sudamérica.
Llegó a los Estados Unidos el 4 de julio de 1832 y, tras un corto viaje por la costa,
se dirigió a New Harmony, Indiana. Y no le atrajeron allí las ascuas del extinguido
comunismo, sino un grupo de científicos reputados dirigidos por Charles Laseur y el
gran Thomas Say, con quien Maximiliano mantenía una larga relación epistolar.
Enfermó en New Harmony, y cuando la gran epidemia de cólera de 1832 bajó por el
Ohio y las gentes salieron huyendo despavoridas, decidió pasar el invierno allí. Así lo
hizo, disfrutando de la conversación de sus colegas y estudiando sus bibliotecas para
preparar su próximo viaje. Ahora, a finales de marzo de 1833, se encontraba en San
Luis.
Maximiliano comprobó la singularidad de esta ciudad continental, se maravilló
con los negros, vio por primera vez a indios del Oeste, entregó sus cartas de
presentación a los principales ciudadanos, conoció a William Clark y solicitó los
consejos de cualquiera que quisiera dárselos sobre su viaje hacia el Oeste. Una
delegación de sauks y foxes (clanes de una misma tribu) llegó a la ciudad. Eran de las
bandas más sabias, las que se negaron a apoyar a Halcón Negro en su valiente
apuesta del año anterior, cuando condujo a sus seguidores de regreso a las tierras de
la tribu al este del Misisipi, hizo de Abraham Lincoln un soldado, diezmó las tropas
de Winfield Scott por el cólera y finalmente fue derrotado y hecho preso. Habían
llegado a las órdenes de Keokuk, el jefe pacifista nombrado por el gobierno para
pedir a Clark y al general Atkinson que no fueran demasiado severos con Halcón
Negro. Clark invitó a Maximiliano a una reunión con ellos en su casa y luego los
llevó a todos en barco de vapor al cuartel Jefferson, al sur de la ciudad, donde Halcón
Negro estaba cautivo (lo encerraron allí en septiembre. Unos días más tarde
Washington Irving lo vio allí y es probable que Catlin pintara su retrato

www.lectulandia.com - Página 38
aproximadamente en la misma época. Keokuk no debería haberse preocupado: el
gobierno tenía intención de embarcar al guerrero vencido en lo que iba a ser una gira
triunfal por el Este, sin duda para mostrar que, por muy duros que pudieran ser los
semínolas, había algunos indios a los que la milicia era capaz de derrotar). Así pues,
Maximiliano experimentó por primera vez una de las armas más mortíferas que los
indios poseían: su oratoria.
Está probado que otro invitado en este viaje al cuartel de Jefferson fue un cazador
trotamundos escocés, un capitán del ejército a media paga que, al igual que
Maximiliano, era un veterano de las guerras napoleónicas. Era su primera visita a la
ciudad y deseaba viajar al Oeste. Lo cierto es que Maximiliano conoció al capitán
William Drummond Stewart de Grandtully y durante un tiempo hablaron de viajar
juntos.
Stewart era un hombre interesante, un hombre a quien era bueno tener siempre
cerca. Tenía treinta y siete años. Era hermano de sir John Archibald Stewart, décimo
octavo de los Grandtully, sexto baronet y directo sucesor de este. A los diecisiete años
fue nombrado corneta en el Sexto Regimiento de Dragones. Sirvió en el ejército el
año siguiente y fue ascendido a teniente en el Decimoquinto de los Húsares (del Rey).
Participó en la Guerra de los Cien Días con su regimiento y luchó en Waterloo. Fue
ascendido a capitán en 1820, y un año más tarde pasó a media paga cuando su
batallón de Húsares fue desmantelado. Lo único que puede afirmarse con certeza de
los siguientes doce años desde su retiro es que pasaba largas temporadas en su
residencia, el castillo de Murthly y que viajaba mucho como deportista y cazador[4].
Nariz aguileña, pelo negro y bigote espeso son rasgos habituales en los retratos de
Stewart realizados por Miller, en los que siempre está montado en un caballo blanco.
Solo tenemos una descripción de él, la que realizó William H. Gray, quien viajó al
Oeste con él en 1836, el año previo al retrato de Miller. Gray era un ebanista
presbiteriano que acompañó a los Spalding y Whitman como miembro laico de la
misión al territorio de los nez perces. Mecenas devotos atestiguaron que poseía una
«piedad fervorosa» y «un fuerte deseo de hacer el bien», que era «gran amigo de la
templanza (abstemio)» y «de todas las otras acciones benevolentes para reformar el
mundo». Desde la distancia, la benevolencia no parecía haber caracterizado a muchos
misioneros, y menos todavía a Gray. El coraje de todos ellos era evidente, pero la
mayoría eran arrogantes y mostraban un aire de superioridad insoportable, además de
defender el significado de pecado y superioridad moral de la época, que tenía en
partes iguales tanto de espiritualidad como de dispepsia. Y en el caso de Gray, esos
aires de superioridad alcanzaban niveles máximos; no hay más de cinco personas en
su libro para las que tenga alguna buena palabra. Y en presencia de Stewart recordó
no solo que era abstemio, sino que la pérfida Gran Bretaña era corrupta y una
aristocracia.
Gray había oído que Stewart pasaba los inviernos en Nueva Orleans, «con
familiares sureños», lo cual era cierto al menos en lo de que Stewart había visitado la

www.lectulandia.com - Página 39
ciudad, y que sus banqueros se habían negado a autorizarle sus descubiertos y le
aconsejaron que viajara a las montañas, «periodo en el que solo pudo gastar lo que
llevaba encima», lo cual no se sugiere en ningún otro lugar. Gray «no supo nunca si
era de primera, segunda, tercera o cuarta clase en la escala de la nobleza inglesa» —
ninguna antigua familia demócrata se arriesgaría a verse contagiada por tal
decadencia— y no se preocupó de aprenderse bien su nombre, llamándolo «Sir
William Drummond, K.B.» Stewart todavía no era sir y, como tampoco era abogado,
si el religioso se refería al tratamiento K.C.B.,[*] estaba confiriéndole un honor que ni
Jorge III, ni Jorge IV, ni Guillermo IV, ni Victoria jamás disfrutaron. Ese año Stewart
tenía un compañero, «un joven familiar inglés», y ninguno de los dos se encontraba
entre los elegidos. «Ocasionalmente perseguían al animal más rápido de la montaña,
el berrendo o antílope americano, el cual, en la mayoría de los casos y especialmente
cuando la hierba estaba corta, los dejaba muy atrás, y entonces sir William y su
compañero regresaban al galope a la caravana, jurando que el berrendo podía ir más
rápido que un rayo y apostándose mil libras a que si tuvieran sus caballos ingleses
podrían alcanzarlos». Un irreverente mal hablado, por lo tanto, y un jugador, y
ofendía al misionero que «el noble inglés, por norma, fuera tratado con gran respeto
por todos los miembros de la caravana y que en presencia de las damas adoptara una
pose de dignidad, siendo un hombre (discúlpeme, su señoría), un caballero del reino
británico». Las buenas maneras británicas y el servilismo norteamericano
exasperaban a Gray, que continúa:

Medía un metro setenta y cinco centímetros de altura. Su rostro enjuto por el excesivo consumo del brandy
de Nueva Orleans hacía que su nariz resultara bastante prominente, revelaba señales de calor corporal interno
que se manifestaba en brillantes puntos rojos y tendía levemente a enrojecerse por las picaduras de los
mosquitos, los cuales resultaban de lo más molestos a su señoría. Aunque su señoría era de edad un tanto
avanzada [le quedaban unos meses para cumplir los cuarenta] y, como según contaba, había viajado a lo largo
y ancho de países orientales, no revelaba en su conversación ninguna apertura mental; su conversación y
apariencia eran en general las de un hombre con fuertes prejuicios e igualmente fuertes apetitos, a los que se
había abandonado desenfrenadamente con una única limitación monetaria.

La moderación y la democracia del Estado rural de York no podían amar a un


aristócrata. La educación de Stewart no era brillante teniendo en cuenta su estatus,
pero escribía mejor prosa que Gray, fue el primer hombre que Gray conoció que sabía
hablar un idioma extranjero, que había leído historia o poesía, o que había viajado a
tierras extrañas, y sin duda era una compañía más grata que el resto. El toque
byroniano que brilla en las pocas cartas conocidas de Stewart aporta una fuerte nota
de color a sus dos novelas, que son insulsas y absurdas, pero que tratan repetidamente
de misteriosos deseos y melancolías, de pasiones románticas, de tristezas y
frustraciones, y de una ávida pero siempre difusa inquietud. Esta malhumorada
insatisfacción lo había convertido en un trotamundos, y la naturaleza, tanto la soledad
que encontró en ella como sus peligros, su belleza tanto como su dureza, casi
aplacaron por completo esa insatisfacción. Los yanquis le parecían gentes amigables

www.lectulandia.com - Página 40
y llegó a admirar su tierra, así como a los propios yanquis. Como muchos otros
extranjeros con la sensibilidad de la época, vagamente consciente de la fuerte
agitación social que le rodeaba, pensaba que los yanquis tal vez tuvieran en sus
manos la mejor respuesta a la situación y admiraba profundamente la democracia de
la frontera. Había viajado mucho antes de llegar a los Estados Unidos, pasó seis años
seguidos en el Oeste y regresó a San Luis a pasar otro verano en 1843, y la última
parte de su vida la pasó principalmente viajando. Parece probable que esta vida
errante lo asocie a un tipo bastante común tras las guerras napoleónicas, tras todas las
guerras: hombres para los que las campañas y batallas habían sido un punto
culminante en sus vidas, aportándoles una sensación de realidad y utilidad que
sobrepasaba cualquier cosa que la paz pudiera ofrecerles; por ello estaban
convencidos de que en esas situaciones extremas habían sido más verdaderamente
ellos mismos y pasaban el resto de su vida buscando experiencias, cualquier tipo de
experiencias que, aunque solo fuera por un instante, les devolviera ese esplendor
perdido. Stewart estuvo cerca de encontrarlo en el Lejano Oeste. Finalmente, se
llevaría con él a un pintor para tener recordatorios duraderos.
Maximiliano tuvo a un predecesor en aquellos territorios; el príncipe Paul de
Württemberg había remontado en dos ocasiones el Misuri hasta Council Bluffs, y en
otra ocasión hasta Fort Pierre. Además, en Fort Union conocería a un caballero
inglés, que estaba allí bajo sospecha de algo y que trabajaba en el comercio de pieles.
Pero Stewart parece haber sido el primer cazador rico británico que encontró en el
Oeste un magnífico campo de juegos. Y así fue el primero de una larga lista. El
segundo, el honorable Charles Augustus Murray, que escribiría un libro sobre sus
viajes y, como Stewart, probó a escribir novelas del Oeste, llegó dos años más tarde,
en 1835, pero solo recorrió los límites de las praderas del Oeste. Además de la caza y
la búsqueda del esplendor perdido, Stewart tal vez tuviera otro motivo para llevar a
cabo su aventura. Quizás pudo haber estado en parte defendiendo los intereses del
Rey[5].

* * *

El científico prusiano y el cazador escocés llegaron a San Luis porque querían viajar
al Oeste. Aunque tratamos con personajes para los que tal viaje era mera rutina, para
Norteamérica en general seguía representando una tremenda ambición y una empresa
colosal. Ni el propio gobierno nacional se había adentrado tanto en el Lejano Oeste
desde la época de Lewis y Clark, Long, y Pike: las tres expediciones pioneras
inspiradas por Jefferson, una de ellas frustrada. El viaje quedaba fuera del alcance de
cualquier empresa individual, aunque un sorprendente número de visionarios,
románticos y chiflados al menos lo iniciaron. Para ir al Oeste en 1833 uno debía ir
bajo la protección de los comerciantes de pieles. Así pues, Maximiliano partió con el

www.lectulandia.com - Página 41
monopolio y Stewart con la competencia (con representantes supervivientes y todavía
muy activos de la oposición más experta que el monopolio jamás encontró en los
Estados Unidos; una competencia que ese año por fin el monopolio estaba
comenzando a derrotar, aunque demasiado tarde). Maximiliano informa que recibió
consejos de lo más extraños de aquellos a los que consultó. Le dijeron que, si iba por
tierra, «No podría observar a ningún indio… porque si uno se encontraba con ellos
debía luchar y por lo tanto no podía entablar una buena relación con ellos y, en
segundo lugar, que era extremadamente difícil, no, imposible, reunir una buena
colección de historia natural durante tal viaje». Ninguna de las dos cosas tenía
sentido. Todas las expediciones por tierra de las compañías de pieles se topaban con
cientos de indios, lo cual en parte era su propósito, encontrarse con ellos y comerciar,
y los indios se mostraban bastante amistosos con los blancos. De hecho, ninguna
caravana de pieles que fuera por tierra con todos sus efectivos se había visto obligada
a luchar contra ningún indio. Además, varias colecciones de historia natural ya
habían sido reunidas en viajes por tierra, y Townsend y Nuttall realizarían otra un año
más tarde; algunas de ellas eran tan grandes como la de Maximiliano, que finalmente
se perdió bajo las llamas y el río Misuri. Tal vez los caballeros de la American Fur
Company codiciaban el prestigio de las conexiones reales y mintieron un poco.
En cualquier caso, Maximiliano remontó el Misuri, avanzando por la ruta original
hacia el Oeste, la que abrieron Lewis y Clark, la que el comercio de pieles recorría
hacia las montañas hasta que los indios norteños hostiles cerraron el Misuri y
obligaron a tomar otra ruta. Y Stewart tomó esa otra ruta impuesta al comercio de
pieles, la ruta por tierra que se convertiría en la Ruta de Oregón y que fue recorrida
por primera vez por las memorables brigadas de William Ashley. Él la recorrió con la
caravana anual de Sublette & Campbell, que eran los sucesores en línea directa de
Ashley, y llevaban productos a algunos de los pioneros que habían abierto la ruta.
Ahí estaban las dos fuerzas principales del comercio de montaña, las dos maneras
principales de realizarlo y las dos rutas principales para conseguirlo. Los eventos
posteriores confirmarían cómo los métodos fueron acercándose, cómo incluso en la
época que nos ocupa apenas se podían hacer distinciones que en otro tiempo habían
sido claras y nítidas. Pero debemos señalar que al principio la American Fur
Company había empleado los métodos tradicionales de forma bastante conservadora.
Utilizaba las rutas de agua para transportar la mercancía y traer de vuelta las pieles, y
dos años antes habían mejorado considerablemente el transporte al introducir un
barco de vapor hasta el alto Misuri, en lugar de las barcazas que debían ser
gobernadas con velas, empujadas con palos y en ocasiones arrastradas con maromas
durante nueve meses río arriba por aquellas aguas difíciles. La Compañía mantenía
puestos permanentes para el comercio con los indios y dependía más de los indios
que de los tramperos blancos, aunque tuvo que recurrir cada vez más a estos últimos
a medida que fue avanzando por el territorio de su obstinada y experta competencia.
Comerciaba con todo tipo de pieles, e incluso plumas, carne, grasa y sebo también, y

www.lectulandia.com - Página 42
hacia 1833 las pieles de búfalo ya habían alcanzado un valor anual mayor al de las
pieles de castor en su Puesto del Alto Misuri.
Con el fin de alcanzar el Oeste interior, el último territorio de pieles por explorar
de los Estados Unidos, William Ashley revolucionó el comercio cuando los arikaras y
los pies negros le forzaron a alejarse del Misuri. Sus sucesores —estamos interesados
en la Rocky Mountain Fur Company, que conseguía las pieles, y Sublette &
Campbell, que las distribuía— mantuvieron los métodos empleados por Ashley.
Realizaban el transporte por tierra, llevaban productos y traían pieles en caravanas de
mulas de carga por el valle del río Platte y a través del Paso Sur. No mantenían
puestos permanentes, aunque como medida de contraataque comercial Sublette &
Campbell tenía intención de establecer uno ese verano. El comercio con los indios era
secundario; los tramperos (la preeminencia de ese gran título se debe a los hombres
de Ashley) cazaban sus propias pieles al momento y comerciaban con los indios solo
en los encuentros casuales o en el rendezvous anual. Esto significaba que viajaban
por todo el Oeste en pequeñas partidas allá donde el éxito o el fracaso en la caza los
llevara, y se reunían en verano en un lugar designado donde la compañía de
transporte organizaba los suministros del año. También significaba que, aunque
atrapaban cualquier piel exquisita que la suerte les pusiera por delante —marta,
nutria, visón, zorro plateado— eran casi exclusivamente cazadores de castores y
estaban interesados en pieles de búfalo solo para su uso personal. Pero en 1833, como
ya se ha mencionado anteriormente, estas distinciones se iban difuminando.
El miércoles 10 de abril, el barco de vapor Yellowstone de la American Fur
Company salió de la corriente del Misisipi, cruzó a la orilla de Illinois para cargar
madera y luego remontó la corriente y viró hacia el Misuri. Esta era su tercera
travesía, un barco pequeño y resistente construido específicamente para el comercio.
Maximiliano iba a bordo. Asimismo, como gesto de cortesía hacia él, estaba presente
Pierre Chouteau hijo, la cabeza pensante de la gran empresa de San Luis que Astor
había amalgamado en su monopolio… este desembarcó en Saint Charles al día
siguiente. También estaba presente «el Rey del Misuri», Kenneth McKenzie, el
autoritario jefe de otra empresa rival que se había resistido a Astor hasta el final y
tuvo que ser absorbido por el monopolio casi en los términos impuestos por
McKenzie. Era el director del Puesto del Alto Misuri, una división principal de la
Compañía que tuvo que salir en ayuda del Puesto Oeste cuando se vio que era
incapaz de acabar con la Competencia. El trabajo de McKenzie era, en palabras de
Chouteau, «écraser toute opposition». Regresaba a su base, Fort Union, para dirigir
esa destrucción. Había otras figuras clave a bordo del Yellowstone. Una corporación
como la Compañía podía recurrir a información interna sobre las actividades de sus
competidores, a la estricta aplicación de las regulaciones gubernamentales contra
estos, a la manga ancha en el diseño de esas regulaciones a su favor y un medio fiable
de burlar los intentos del gobierno de tratar justamente a los indios y equitativamente
a los comerciantes. Tenían a un hombre como Thomas Hart Benton en las más altas

www.lectulandia.com - Página 43
esferas, que rápidamente abandonó los principios igualitarios de la Revolución
Jacksoniana[*] cuando se vieron amenazados los intereses del negocio de las pieles, y
a Daniel Webster, cuyos apuntes y los de sus amigos ocultó[6] la Compañía. Pero
resultaba incluso más útil tener representantes oficiales sobre el terreno, y los más
valiosos eran los agentes de los indios. El Yellowstone también transportaba a dos de
ellos río arriba. Uno era John Dougherty, agente de los pawnees, un hombre sagaz y
estirado, pero con simpatías hacia la Competencia; lo vigilarían, y tal vez lo
convencieran. El otro era John F. A. Sanford, agente de los mandans, quien durante
siete años había usado su oficina como cuartel táctico de la Compañía y tan solo un
año antes había contraído otro lazo con esta tras casarse con una Chouteau. La
Competencia había intentado repetidas veces que lo echaran por incompatibilidad, y
un año más tarde lo lograrían; a partir de ese momento se convertiría públicamente en
un trabajador de la Compañía. En la historia oficial se le conoce por ser el dueño de
Dred Scott y el acusado en el gran caso judicial. En este viaje, como era habitual, iba
a distribuir la anualidad gubernamental a los mandans haciéndoles creer que los
productos eran un regalo benevolente de la Compañía a sus vecinos en Fort Clark.
El Yellowstone transportaba los productos del gobierno y la carga de los
suministros anuales de la Compañía para sus puestos río arriba. También se
encontraba a bordo el batiburrillo habitual de trabajadores no cualificados, junto a
algunos canadienses devoradores de cerdo, novatos, que se dirigían hacia los puestos,
y un puñado de viajeros de clase alta, tramperos y comerciantes que regresaban al
trabajo. Incluso en este primer tramo, remontar el Misuri en un barco de vapor era
una de las empresas más precarias de la historia de la navegación. Todo lo que un
marinero hubiera podido aprender sobre el río durante su última travesía, o incluso el
día anterior, ya no le servía de nada hoy. El Yellowstone esquivaba escollos y troncos
flotantes, embarrancaba en playas de arena nuevas o viejas donde debía ser empujado
por una compañía entera tirando de las maromas, era aligerado con las barcazas
auxiliares en bajíos imprevistos, cargaba ruidosamente contra los rápidos que lo
empujaban corriente abajo fuera de control. La lluvia torrencial y los vendavales de la
estación lo zarandeaban de un lado a otro. Los árboles flotantes resquebrajaban el
casco en la línea de flotación; los árboles de las orillas rompían las barandillas y en
ocasiones penetraban en los camarotes… Y en medio de tal caos el naturalista real
prosiguió con sus tareas. Tomaba notas sobre el paisaje y las marcas geológicas,
sobre la asombrosa flora, sobre la vida salvaje, sobre los indios que iban encontrando
y que les recibían a medida que el barco cabeceaba lentamente río arriba. Bodmer y
él exploraban las orillas cuando el barco hacía alguna parada o cuando atracaba para
pasar la noche… pues nadie se aventuraba a navegar el Misuri de noche. Las ruinas
de viejos puestos comerciales se fueron haciendo más frecuentes y un día una canoa
que bajaba por el río les hizo señas. Allí estaba Lucien Fontenelle, el jefe de brigada
más talentoso de la Compañía, uno de los tres que se adentraban en las montañas para
enfrentarse a la Competencia en su propio terreno. Iba a regresar a las montañas ese

www.lectulandia.com - Página 44
verano para conducir la caravana de la compañía al oeste desde Fort Pierre y embarcó
en el Yellowstone.
Al día siguiente, veinticuatro días después de zarpar de San Luis, pasaron por la
desembocadura del Platte y llegaron a Bellevue. Fontenelle había tenido allí un
puesto comercial independiente, pero ahora pertenecía a la Compañía y la agencia del
coronel Dougherty estaba en las proximidades. El lugar, ahora un barrio periférico de
Omaha, había sido importante en el comercio desde las primeras exploraciones río
arriba. Allí, a unas millas río abajo de la desembocadura del Platte y a unas pocas
millas río arriba de Council Bluffs[7], una docena o más de compañías ahora
desaparecidas habían construido puestos para el comercio con pawnees, omahas,
otos, poncas e iowas. Y allí Maximiliano realizó su primer estudio sobre el terreno de
los indios, los omahas. Los etnólogos la consideraban la tribu más típica de las
llanuras, porque su cultura compartía elementos con prácticamente todas las demás y
porque poseían el sistema ceremonial más desarrollado. Estaban tan dedicados a las
ceremonias, de hecho, que habían perdido su corazón luchador y se les consideraba
un pueblo melancólico anclado en el pasado. Siempre había alguien que saqueaba a
los omahas, les robaban los caballos, las mujeres y las posesiones y arrancaban las
cabelleras a sus guerreros… sin embargo, los omahas tenían las canciones funerarias
más conmovedoras. Contribuyeron mucho a la prosperidad de sus vecinos,
especialmente los pawnees y los sioux, y terminaron convirtiéndose en habituales
plañideros… hasta tal punto que Brigham Young, que normalmente trataba a los
indios con amabilidad, perdió la paciencia y azotó a algunos de ellos para que
callaran. Pero podían echar la vista atrás y admirar al gran líder que les había
enseñado lo que era el esplendor. Era un jefe llamado Pájaro Negro, un indio más
duro que ninguno y cuya medicina incluía su habilidad para suministrar venenos.
Allí el territorio empezaba a cambiar y el Yellowstone se abría paso entre
barrancos, a través de bancos y rápidos incluso más peligrosos. Alcanzaron el
Assiniboin, el otro barco de vapor de la Compañía, que estaba atracado cerca de la
desembocadura del río James a la espera de una subida de aguas que le permitiera
continuar. Era nuevo, de ese año, su capitán era otro socio de la Compañía, Bernard
Pratte hijo, y que finalmente acogió a Maximiliano a bordo, aunque el barco no
gozaría de una larga vida. Más allá de Running Water o Niobrara tuvieron noticias de
que los siempre traicioneros arikaras, los indios más hostiles a este lado de los pies
negros, habían causado problemas durante el invierno y habían matado, entre otros, al
ya legendario Hugh Glass (es cierto, los arikaras temían la venganza del gobierno por
años de asesinatos y saqueos y estaban empezando a trasladarse al sur, hacia el río
Platte; finalmente se instalarían con sus amigos pawnees para mantenerse lejos de los
soldados). Un día aparecieron los primeros berrendos y al día siguiente los primeros
búfalos. El Assiniboin, adelantándose y situándose detrás por turnos, recibió noticias
desde río arriba de que no solo los arikaras, sino también los pies negros estaban
armando jaleo. Por lo visto, la frágil tregua de la Compañía con ellos, la única que los

www.lectulandia.com - Página 45
pies negros habían respetado con los norteamericanos, había finalizado.
Ahora empezaron a ver señales de los sioux, el grupo más numeroso de las tribus
de las llanuras, el equivalente en el Oeste de los iroqueses. El 25 de mayo, cuarenta y
seis días después de zarpar desde San Luis, llegaron a la agencia del gobierno y
Maximiliano pudo estudiar a estas gentes vigorosas y depredadoras… Los primeros
que vio eran de la rama yankton. Tomó notas sobre su apariencia física, sus
herramientas, sus costumbres; Bodmer dibujó todo e hizo retratos formales. Cuatro
días más tarde el Yellowstone llegó a Fort Pierre, construido un año antes en la orilla
oeste del Misuri, a tres millas al norte de la desembocadura del Teton para reemplazar
a Fort Tecumseh. Era el puesto de la Compañía para el comercio con los sioux, uno
de los puestos más importantes. El fuerte izó la bandera y disparó con el pequeño y
antiguo cañón; los engagés[*] se apresuraron a disparar sus rifles. El Yellowstone
respondió de igual manera y cabeceó hacia el rudimentario amarradero. Indios y
comerciantes subieron en tropel a bordo, la explanada estaba salpicada de tipis, los
perros gruñían y se peleaban entre la multitud, innumerables caballos pastaban hasta
donde alcanzaba la vista, incluso había vacas lecheras; y entonces llegó el mestizo
Dorion, cuyo abuelo había estado durante un breve periodo a las órdenes de Lewis y
Clark, cuyo padre ganó fama gracias a los astorianos y cuyo hermano iba a provocar
la admiración de Francis Parkman. Maximiliano alcanzó así su primer objetivo.

* * *

Mientras tanto, el capitán Stewart había tomado la ruta terrestre y partió de San Luis
(probablemente) el 13 de abril, tres días más tarde que Maximiliano. Tal vez
remontara el río hasta Lexington o más allá en barco de vapor; la mayoría de los
viajeros lo hacían. Había conocido a William Sublette y Robert Campbell en San Luis
y acordaron que se uniría a su caravana. El fantasioso editor, político y soldado de
fortuna J. Watson Webb, en su introducción a la primera novela de Stewart, en la que
dejaba caer entre paréntesis que él era el mejor hombre en el territorio para ser
consultado por un viajero que se dirigiera al Oeste, aseguraba que él mismo entregó
las cartas de presentación de Stewart al general Atkinson del ejército y a William
Ashley. Pocas veces se hace necesario creer al señor Webb, y todas sus frases sobre
Ashley y al menos la mitad de las referidas a Stewart son totalmente incorrectas. Sin
embargo, por un medio u otro, Stewart había terminado viajando con la Competencia.
William Sublette, socio principal de la firma transportista, se convirtió en su íntimo
amigo. Los indios lo llamaban Cara Cortada o Mano Izquierda; era el mayor de cinco
hermanos, todos dedicados al comercio de montaña. Su hermano Milton era socio de
la Rocky Mountain Fur Company, para la cual Campbell conducía la caravana de
verano.
Originalmente, Sublette y Campbell eran hombres de Ashley; eran probados

www.lectulandia.com - Página 46
expertos en las montañas y habían apostado fuerte en este comercio, los últimos de
esa compañía pionera que lo hicieron. Campbell se unió por primera vez a las
expediciones de Ashley por cuestiones de salud: era tuberculoso. Ya curado, llegó a
ser uno de los mejores jefes de brigada —a los que normalmente se les llamaba
partisanos—, y en la época que tratamos ya se había convertido en socio de Sublette;
finalmente se convirtió en un rico comerciante y ciudadano ejemplar de San Luis.
Sublette fue el lugarteniente más efectivo de Ashley, al igual que Jedediah Smith fue
su partisano más distinguido, y en el terreno fue solo superado por Smith en
excelencia. Era un hombre de fuerza y determinación, un comandante nato, un
correoso negociante bien dotado, tanto de conocimientos como de coraje, para el
sector comercial al que se dedicaba.
Campbell y Sublette habían aprendido la ética del negocio de pieles demasiado
bien para ocuparse ellos mismos de la faena de trampeo, una vez que se hubo
completado la primera fase de limpieza de un territorio virgen… y después de que
muchos competidores, grandes y pequeños, comenzaran a seguir las rutas de Ashley
hacia la región de Ashley y a usar los métodos de Ashley. Sublette, junto con Jed
Smith y Dave Jackson, se hicieron con el negocio cuando Ashley se retiró. Durante
varios años ampliaron la red de Ashley a través de las montañas, hasta California y el
Columbia; Sublette se encargaba del negocio, Jackson estaba a cargo del trampeo y
Smith principalmente exploraba nuevas áreas. Sin duda, obtuvieron pingües
beneficios, pero Ashley, que les llevaba las finanzas, se quedaba una parte
considerable. Esto les hizo aprender una lección inequívoca, y cuando Smith murió a
manos de los comanches en una expedición al sur con la que pretendían llevar la
compañía a Santa Fe, Sublette y Jackson la vendieron a cinco de sus principales
partisanos: Milton Sublette, John Baptiste Gervais, Henry Fraeb, el gran Fitzpatrick y
el gran Bridger. Esta fue la única empresa llamada Rocky Mountain Fur Company,
aunque el título se aplique de forma indiscriminada a todos los sucesores de Ashley
hasta el triunfo de la American Fur Company. En la época que nos ocupa Sublette y
Campbell se dedicaban al negocio del transporte. Eran proveedores y banqueros de la
RMF Company, cuyos beneficios anticipados irían directamente a sus bolsillos… En
el comercio de pieles no había lugar para la compasión.
Aquí el lector debería localizar en el mapa la ubicación del valle alto del río
Green, al otro lado del Paso Sur y la cordillera Wind River; Fort Union junto al
Misuri en la desembocadura del Yellowstone; y al este el río Platte, en el punto en el
que el Sweetwater se une a este desde el Paso Sur. Se podría considerar que el valle
alto del río Green era el centro desde donde se desarrollaba el comercio de montaña.
Desde Fort Union, hasta el tramo alto de la tradicional ruta fluvial hacia las
montañas, en el territorio de los assiniboins y cerca del territorio de los pies negros, la
American Fur Company dirigía sus esfuerzos para aplastar toda competencia. En
venganza, Sublette y Campbell intentaron establecer ese verano un puesto rival a una
o dos millas de Fort Union. William Sublette transportaba mercancía para el fuerte

www.lectulandia.com - Página 47
Misuri río arriba en barcazas. Campbell iba a llevar una caravana de mulas de carga
con provisiones para la RMF Company río arriba por la ruta del Platte. Stewart se
unió a su partida.
Por lo que se sabe, Stewart no escribía un diario. No nos ha llegado ninguna carta
suya en la que describa sus aventuras con detalle. Sus dos novelas románticas
contienen mucho material sobre el entorno auténtico, que será citado aquí, pero en
ningún caso son historias reales. Este viaje de 1833, sin embargo, puede ser rastreado
hasta la rendezvous y más allá gracias a las memorias de otro hombre que emprendía
su primer viaje a las montañas con la caravana de Campbell. Este hombre era Charles
Larpenteur, de veintinueve años, nacido en Francia pero criado en Baltimore. Viajó
hasta San Luis, donde empezó a trabajar para uno de los O’Fallon, y allí, como es
natural, se contagió del hambre por el Oeste. Ahora había partido por fin para saciar
esa hambre, aunque tanto un funcionario de la American Fur Company como Robert
Campbell le habían advertido de que el comercio de pieles no era vida para un
hombre refinado. Cuando él insistió, Campbell le contrató para dieciocho meses de
trabajo a dieciséis dólares al mes. Así se convirtió en un principiante, un novato; en la
jerga de la profesión, un devorador de cerdo… y partió para dedicarse a una profesión
que nunca logró abandonar. Fue un hombre desafortunado; su estrella fue poco
propicia. Charles Larpenteur nunca tuvo suerte[8].
Sabemos por Larpenteur que otro caballero ocioso viajaba con la partida:
Benjamin Harrison, médico e hijo de William Henry Harrison. Larpenteur afirma que
realizó el viaje «con la intención de dejar de beber whisky», aunque el comercio de
pieles era una extraña elección para tal cura. Su sobrino, quien, como su padre,
llegaría a ser presidente de los Estados Unidos, contó al doctor Coues que era salvaje
y aventurero, probablemente una explicación suficiente de su presencia allí, y
Nathaniel Wyeth, que lo conoció en las montañas, opinaba de él que era un hombre
de poco fiar, si no directamente deshonesto. Pero sus conocimientos médicos eran
útiles, y como hombre educado y de infatigable disposición resultaría una buena
compañía para Stewart. También estaba un tal «Edmund Christy de San Luis»; si era
o no el Christy que aparece en los anales de varias compañías de pieles no está claro,
pero invirtió siete mil dólares con la RMF Company. Campbell también llevaba a las
montañas a un chico arapahoe que había asistido a la escuela de San Luis, y cuya
extraña y conmovedora historia alguien debería contar en detalle algún día. Tom
Fitzpatrick lo encontró perdido y hambriento en las llanuras del suroeste hacía dos
años, lo llamó Viernes, lo adoptó informalmente y lo envió al Este para que avanzara
en su educación. Ahora regresaba a su padre adoptivo y a su tierra, un alma dividida,
un indio que había aprendido a sentir las emociones de un hombre blanco.
La caravana contaba con Sublette y Campbell como intermediarios y
transportistas. Su misión era llevar los productos hasta la rendezvous y traer de vuelta
las pieles de todo un año de trampeo… entregar los productos, venderlos y comprar
pieles. No viajaban con carros, aunque Bill Sublette había logrado llegar con carro

www.lectulandia.com - Página 48
hasta la cordillera Wind River (justo al este de la Divisoria Continental) tres años
antes, Bonneville había viajado con algunos a través del Paso Sur (más allá de la
Divisoria) hasta el río Green en 1832, y desde el regreso de Robert Stuart en 1813 se
suponía que se podía avanzar con carros todo o la mayor parte del camino hacia el
Columbia. Campbell contaba con unos cuarenta hombres cuya misión principal era
cargar con pieles una media de tres mulas cada uno. Después regresaban con él desde
la rendezvous y, aunque por fuerza debían ser trabajadores hábiles y especializados,
la mayoría estaban considerados en un escalafón más bajo; no llegaban para pasar el
invierno, no eran tramperos, no eran hombres de montaña. El lugarteniente de
Campbell era su contable, Johnesse según la ortografía de Coues, pero su hombre de
confianza probablemente fuera un viejo compañero de los buenos tiempos, Louis
Vasquez, el «viejo Vaskiss» en la literatura, un hombre de Ashley, todo cuero y
sabiduría de la montaña, y que más tarde se convertiría en el socio de Jim Bridger.
Además de las mulas, llevaban una numerosa recua de caballos, veinte ovejas que les
proporcionarían carne hasta que llegaran al territorio de los búfalos, y dos toros y dos
vacas, que debían ser conducidos a la rendezvous y luego a la desembocadura del
Yellowstone; criarían una manada en el nuevo puesto que Sublette había construido
allí.
Tres fardos de productos, de doscientas cincuenta a trescientas libras de peso por
mula, un poco más por caballo, de veinte a cuarenta toneladas en total. La cantidad
era considerable, pero también era crudamente limitada. La RMF Company, a la que
estaban consignados, estaba formada por viejos amigos y queridos compañeros, pero
eso no contaba a la hora de hacer negocios. Cuando enviaba productos a sus puestos
río arriba, la American Fur Company les aumentaba el precio un cien por cien como
primer recargo antes de que los socios en el terreno les añadieran sus beneficios.
Sublette y Campbell aumentaban el precio mucho más que la American Fur
Company y contaban con el incrementado por el diferencial (en ocasiones del
cincuenta por ciento) entre los precios del castor en la montaña y en San Luis, que era
con lo que los productos eran pagados. Por su parte la RMF Company doblaba o
redoblaba los precios de los productos que suministraba a los tramperos o a los
indios. Cuando el trampero era el consumidor último, pagaba con castores precios
que pocas veces bajaban del mil por cien sobre los costes de San Luis por los
artículos más caros, y en muchos artículos se incrementaba hasta un dos mil por cien.
Solo los mejores tramperos, y solo cuando contaban con cierta ventaja para negociar
los precios, podían saldar su deuda anual por su equipamiento y además ahorrar algo.
Pocos (a excepción de los «tramperos libres») saldaron su deuda, menos aún se
arriesgaron a trasladarse hacia el Este con sus pieles, y ninguno jamás les hizo la
competencia. Pero tampoco las compañías de pieles sacaban grandes beneficios. Los
proveedores y banqueros, que generalmente eran la misma empresa (y cuando no era
así, normalmente estaba Astor o un Chouteau o un Pratte detrás de todo), los tenían
cogidos por donde más duele. El comercio de montaña significaba bancarrota para la

www.lectulandia.com - Página 49
mayoría de las partes implicadas en él, aunque también significaba enormes
beneficios para unos pocos… beneficios lo suficientemente elevados como para
cubrir las exorbitantes pérdidas, derroches y gastos indirectos, y todavía producir
millonarios. Fueron los caciques los que se hicieron millonarios.
Y bien, ¿qué productos? Sublette & Campbell suministraban provisiones para las
operaciones en el terreno de la RMF Company. Eso significaba principalmente el
trampeo y solo un comercio secundario con los indios. Había ciertas necesidades
básicas: pólvora y plomo, trampas, caballos, mulas; tabaco, comprado por unos
cuantos centavos y vendido a un dólar la libra; licores, que era directamente alcohol,
comprado a diez o quince centavos por galón y vendido a uno o dos dólares, y hasta
cuatro dólares por pinta, tras ser diluido a un cincuenta o setenta y cinco por ciento.
Otras necesidades básicas eras camisas, abrigos, chaquetones, pantalones y mantas;
utensilios personales como cuchillos, hachas, llaves de pedernal y acero y pequeñas
herramientas. Algún que otro pequeño lujo, como café y azúcar, que hombres sin
hogar compraban en las rendezvous por un dólar y medio y hasta cuatro dólares por
libra. Más allá de estas cosas, los tramperos libres en pequeños grupos, y los
tramperos en grupos más grandes, necesitaban pequeñas cantidades de productos para
regalar o comerciar con los indios. Eran los mismos productos que la compañía como
empresa vendía en las rendezvous. Pólvora, plomo, tabaco y alcohol principalmente,
junto a pedernal y piezas de recambio de rifles y mosquetes de ánima lisa. Además,
cualquier clase de utensilios que resultara rentable transportar, comenzando por
cuchillos, hachas y tomahawks para hacer trueque (también garrotes de guerra para
intercambiar mercancías), limas, anzuelos y el humilde punzón para infinidad de usos
(a sesenta o setenta y cinco centavos las doce docenas en San Luis) que los indios
utilizaban como aguja de coser, ganzúa, amuleto, perforadora, lanceta, escalpelo y
herramienta de bolsillo, y por el que debían pagar hasta un dólar en especies (o podría
no costarles nada, ya que junto al tabaco, era el regalo más común). Lo siguiente, las
mantas y diversas prendas y, finalmente, abalorios de colores, espejos, campanas,
plumas de gallo o de pavo, bermellón y otras pinturas y baratijas novedosas que eran
los productos de lujo en los trueques.
Cantidades mayores y productos más variados remontaban el río en la barcaza de
Bill Sublette y los barcos de vapor Yellowstone y Assiniboin. Tomemos por ejemplo
una factura real que incluye los productos que supuestamente viajaron con
Maximiliano en el Yellowstone, consignados a Fontenelle y Drips en Fort Pierre para
la caravana de mulas que este último llevaría a las montañas[9]. Ciertos productos
indispensables no aparecen en esta factura, que en valor cubre aproximadamente un
cuarto de la carga total del barco. Otras facturas cubren el resto, y sin duda algunos
de los productos que llevaban al Oeste los sacaban del almacén de Fort Pierre. El
lector debe recordar que la carga de la caravana de mulas de Fontenelle solo era una
parte, de hecho, la parte más pequeña, del equipamiento del Puesto del Alto Misuri
para el año 1833.

www.lectulandia.com - Página 50
Los precios citados son un tanto difíciles de entender: están muy por encima de
las tarifas al por mayor de ese mismo mes en San Luis, pero no han sido
incrementados aún el cien por cien habitual. La factura asciende a 4.297,62 dólares e
incluye algunos productos no propiamente consignables a Fontenelle y Drips; unos
cuantos productos de uso personal de la empresa y algunas armas que debían
descargarse en Fort Pierre.
La Compañía envía a su partisano de campo 100 cordeles de cuentas grandes
azules, de tres cuartos de libra de peso por cordel; un total de 140 libras de cuentas
rojas, azules y blancas de calidad media; 225 libras de cuentas blancas a 37,50
centavos por libra y 390 cordeles de cuentas variadas, de 23 a 40 centavos los tres
cuartos de libra. Treinta y cinco pares de mantas Mackinaw de un punto (2,67
dólares), 40 pares de tres puntos y medio, azules, verdes y rojas (a una media de unos
9,50 dólares el par), y 75 pares, y 9 individuales de tres puntos en los mismos colores,
además del blanco (desde 5,89 a 9,45 dólares). Las mantas tienen menos margen de
beneficios que la mayoría de productos: se venderán individuales de 16 a 20 dólares.
Envía una variedad de telas demasiado diversas para enumerarlas aquí: paño común,
alpaca, tela a cuadros, percal estampado, franela, etc., con un valor cercano a los 700
dólares tal como reflejan los libros, aproximadamente unas tres mil yardas de tela en
total destinadas a ser vendidas a un mil por ciento de su valor original; 15
«chaquetones color escarlata», cuya utilidad conoceremos más adelante, a 7,16
dólares y 51 a 7,72 dólares (en concepto de Agasajos, Gastos Indirectos o Fondo de
Comercio), 29 «capotes» de tela de Mackinaw a 6,98 dólares (de 20 a 25 dólares en
las montañas), una docena de gorras de lana y plumas de gallo y de «cola de zorro»;
media tonelada larga de balas para fusiles (treinta y dos por libra, seis centavos por
libra en San Luis, alrededor de un dólar en las montañas), 1.048 llaves de pedernal de
mosquete y 36 de rifle y unas cuantas de pistola que podrían ser encendedores
patentados; aproximadamente 300 camisas, de algodón, de tergal y de lino; 4
paquetes de doce docenas de ligas; 6 pares de patucos de niño y 8 pares de medias
blancas de señora (sin duda, para las squaws de los partisanos); 150 pistolas
Northwest —es decir, mosquetes de ánima lisa de cañón corto manufacturados
especialmente para ese pedido—, 100 docenas de «escalpelos comunes», 55 docenas
de cuchillos más caros para asesinar con elegancia y 50 docenas de yesqueros
ovalados.
La página del libro de contabilidad termina aquí. Y todavía no se había listado el
licor, el tabaco y la pólvora.
Debemos señalar una fuerza que involucra a los imperios. La mayoría de estos
productos eran de importación, lo cual explica la ambivalencia en las políticas del
señor Astor, el señor Ramsay Crooks y los magnates de San Luis… así como de
Thomas Hart Benton, su leal representante. Massachusetts, Connecticut, Pensilvania
y Nueva Jersey aceleraban vertiginosamente la revolución industrial de los Estados
Unidos, pero nosotros todavía íbamos a la zaga. El comercio indio, que es lo mismo

www.lectulandia.com - Página 51
que decir el comercio de pieles, estuvo en el origen de la lucha por Canadá, que duró
dos siglos, y una razón fundamental de la victoria británica fue la habilidad de los
fabricantes ingleses para manufacturar productos mejores y más baratos para los
indios… quienes a su vez eran expertos en detectar la calidad del producto. Esa
habilidad continuaba dando una ventaja enorme a la Hudson’s Bay Company en
Oregón —Astor había negociado un acuerdo con esta en los Grandes Lagos— y el
arancel proteccionista norteamericano aumentó esta ventaja. Las mantas eran inglesas
y francesas, la tela era inglesa, francesa o flamenca, las cuentas de cristal provenían
de Milán o Trieste. Las mejores herramientas y utensilios eran ingleses, aunque en
este terreno estábamos supliendo rápidamente nuestras carencias. No había rifles
europeos a precios competitivos tan buenos como el producto norteamericano —
aunque los buenos rifles de Europa eran infinitamente mejores que los nuestros—,
pero los indios raras veces demandaban rifles en este periodo. Las trampas, cuando
no estaban hechas a mano a unos quince dólares cada una en San Luis, llegaban de
Manchester, y aún tendrían que pasar unos veinte años antes de que la Comunidad
Oneida pudiera producirlos en la cantidad suficiente. La pólvora de Dupont era
inferior a la inglesa y la francesa, y la cuestión de cuál de estas dos últimas era mejor
era un tema frecuente de discusión alrededor de las hogueras de los campamentos…
De manera que, tanto en relación con los productos como a los mercados, el hombre
de montaña estaba profundamente involucrado con las energías del mundo.

* * *

Campbell reunió a su partida en Lexington, Misuri, más al este que los habituales
puntos de partida como Franklin, Independence y, más tarde, Westport. Allí, el 12 de
mayo de 1833, los treinta empleados fluviales de Bill Sublette se echaron al hombro
la larga maroma y comenzaron a tirar de la barcaza remontando el Misuri hacia la
desembocadura del Yellowstone y, devastados por la resaca tras una juerga de
despedida, los hombres se dirigieron por tierra al oeste.
Stewart, un hombre del ejército, sin duda se amoldó enseguida a aquella vida. La
caravana de mulas de carga viajaba siguiendo una disciplina muy parecida a la
militar. Acampaban a última hora de la tarde y partían exactamente al amanecer, tal
como hubieran hecho los Húsares del Rey. El personal estaba sujeto a las órdenes de
oficiales y suboficiales y sometidos a severos castigos. Los hombres se distribuían en
grupos que comían juntos y se turnaban para las tareas rutinarias. Había cuidadores
de ganado, cuidadores de caballos y, en cuanto dejaron atrás los asentamientos,
también guardias nocturnos de campamento (aunque raras veces había peligro de
ataque indio, el robo de caballos estaba a la orden del día). Para cualquier soldado de
caballería veterano la tozudez de las mulas intentando volcar sus fardos no era
ninguna novedad, ni tampoco verlas rodar sobre ellos y salir súbitamente al galope de

www.lectulandia.com - Página 52
regreso a los asentamientos incitando a todos los caballos sueltos a seguirlas. Stewart
había visto todo esto antes y estaba claro que para Campbell el escocés resultaba un
general de brigada de lo más útil y barato. Todo aquel que lo menciona a lo largo de
los siguientes seis años afirma que era un partisano de mucho talento.
Sin embargo, aunque el trotamundos estaba acostumbrado a los horizontes
amplios, de ahora en adelante todo en la naturaleza le resultaría nuevo y extraño.
Recorrían la ruta abierta por los hombres de Ashley, la ruta por la que los Estados
Unidos seguirían su estrella del oeste (Oregón comenzaba en la Divisoria
Continental, es decir, a medio camino a través de Wyoming, y desde el extremo
occidental del paso que cruzaba la Divisoria se podían ver las cumbres de las
montañas mexicanas). Se dirigieron al oeste por Kansas, luego giraron hacia el
noroeste cruzando innumerables arroyos y ríos como el Kansas y el Big Blue. Más
allá estaba el Little Blue, que los condujo hasta Nebraska y hacia las «Costas del
Nebraska», el valle del Platte. Aquel era territorio de praderas de abundante hierba
que en junio llegaba a la tripa de un caballo e incluso más alto. En mayo, el terreno se
esponjaba por las lluvias violentas y copiosas en grandes extensiones que no eran
mucho más transitables que una ciénaga. Las lluvias caían repentinamente y con
efectos desastrosos, encharcando las mantas y ahogando a los hombres que dormían
debajo, y se intercalaban con ventiscas y granizadas con granizo tan grande como un
puño, barridos por vendavales que se llevaban volando por la pradera sus posesiones
y les congelaban los huesos. Ensordecedores truenos retumbaban durante horas,
asustaban al ganado y hacían que saliera en estampida; de día dispersaba a los grupos
de ganado hasta unas cinco millas, de noche dispersaba los caballos y las mulas
incluso más lejos… y cada uno de los animales debía ser rastreado hasta dar con él.
Cada arroyo era un río, cada río un estrecho y cada riachuelo una ciénaga… y a lo
largo de estos parajes los hombres debían maldecir, golpear y en ocasiones arrastrar
con cuerdas a ciento cincuenta caballos y mulas, ovejas y vacas. Los animales
chillaban, resoplaban, se encabritaban, mordían y se hundían en el fango. Las
praderas estaban preciosas con las flores, la hierba ondulante y el trino de los pájaros
—todo ello cuidadosamente descrito en las novelas de Stewart—, pero no durante las
lluvias de primavera.
Al final uno lo aceptaba. Como siempre existía la posibilidad de que los indios
causaran problemas, uno podía sobreponerse a los chaparrones y las estampidas
diarias con una simple maldición. Al grupo de oficiales todavía le quedaban manjares
de San Luis y licores para calentarse. Los hombres habían agotado su café desde
hacía tiempo; había beicon y galletas del barco, algo de añojo si el jefe no se lo comía
todo y la seguridad de que finalmente encontrarían búfalos. Durante un tiempo, los
únicos indios eran puñados de mendigos domesticados y ladrones. Nuestros viajeros
se hallaban al oeste de lo otos y los omahas, que pasaron de largo en su travesía por el
río. A lo largo del Bajo Platte, que alcanzaron dos semanas después de partir de
Lexington, encontraron a los pawnees. Estos aún eran un pueblo formidable en 1833,

www.lectulandia.com - Página 53
indios inteligentes y a la altura de cualquiera de sus enemigos, que se movían por una
amplia área, ladrones expertos, mentirosos y extorsionadores (desde el punto de vista
de los blancos; el punto de vista de los indios se abordará más adelante). Pero se
encontraban justo en medio del camino por el que avanzaba el imperio y este no
necesitó muchos años para corromperlos hasta convertirlos en los fanfarrones y
merodeadores de la Ruta de Oregón. Más tarde, experimentarían una especie de
renacimiento cuando su guerra heredada contra los sioux, quizás sus más antiguos
enemigos indios, los convirtieron en perfectos asistentes del Ejército de los Estados
Unidos… y nos permitieron destruir a dos tribus por una causa justificada. En el
periodo que aquí se trata eran considerados como una tribu superior de las llanuras.
Nunca atacaban una caravana con todos sus efectivos —las guerras indias requerían
su atención—, pero uno debía vigilar sus pasos.
La partida de Campbell llegó al Platte en un punto bastante al este de la
bifurcación, tomó el Platte Sur en la bifurcación y finalmente cruzaron hacia el Platte
Norte. A través de cien millas el territorio había ido cambiando gradualmente. Las
lluvias cesaron casi del todo, ya no había hierba alta, el agua potable escaseaba cada
vez más y la larga pendiente del terreno se había hecho patente. El Platte era un
delgado lodazal que fluía lentamente a través de innumerables islotes de álamos y
sauces, y tal vez fuera una milla o más de ancho. Fue el primer río del Oeste que
provocó los habituales tópicos: tenía un cauce de una milla de anchura y una pulgada
de profundidad y discurría colina arriba, era agua tan densa que había que masticarla,
y era buena para beber si la tirabas y llenabas el vaso de whisky. Las tierras
movedizas se añadieron a los peligros diarios. Eran una molestia desesperante que
provocaba todo tipo de improperios en los hombres, y uno puede imaginar el temblor
y los chillidos de las mulas, que intuían la presencia de arenas movedizas, y el
mugido de los terneros de Campbell.
Este era el territorio conocido como las altas llanuras y, aunque continuaron aún
en las altas llanuras a lo largo de cien millas, en imperceptibles estadios el territorio
se elevaba avanzando a las montañas. Nuestros viajeros probablemente interceptaron
el Platte Norte en Ash Hollow. Las llanuras ya se ondulaban en montículos
redondeados y pronto comenzaron a aparecer fragmentos separados de colinas
geológicamente antiguas. Estos estaban esparcidos sin orden ni concierto y tan
erosionados por el viento incesante que despertaban la imaginación de hombres ya
ofuscados por el sol y la distancia. Estos fragmentos fueron haciéndose cada vez más
grandes y comenzaron a tener nombres, Court House Rock, Jail Rock, Ship Rock,
Chimney Rock y, por fin, Scott’s Bluffs[10]. Ahora el valle estaba horadado por
innumerables barrancos, desfiladeros e incluso cañones; estos se atravesaban más
fácilmente con caravanas de mulas que con carromatos de emigrantes, pero la mejora
no era mucha y cualquiera que fuera la ruta que tomara una caravana a través de estos
siempre resultaba ser la equivocada. Sin embargo, después de un par de días
remontando el Platte, la vida mejoró enormemente. El capitán Stewart, que

www.lectulandia.com - Página 54
probablemente aprendió a cocinar sobre boñigas secas de camello, ahora cocinaba
sobre boñigas secas de búfalo. Por suerte, porque ya tenían carne de búfalo que
cocinar.
Stewart tal vez tuviera diversos motivos para viajar a los Estados Unidos, pero es
probable que el principal fuera su deseo de experimentar lo que parece haber sido la
caza por excelencia en este continente y quizás la mejor caza que los cazadores han
disfrutado en ningún sitio. Cualquier variedad de caza mayor, desde la caza de
elefantes hasta la de grizzlis, tenía sus propios devotos, pero todo aquel que alguna
vez había cazado búfalos a caballo en el Oeste (a excepción del escéptico Richard
Dodge) lo consideraba el culmen de la vida de un cazador. Y esto no era porque el
búfalo fuera un animal astuto o habilidoso, ya que en realidad era el animal más
estúpido de entre todos los mamíferos, ni porque fuera difícil encontrarlos, ya que
existían en mayor número que cualquier otro animal grande en todo el planeta, ni
porque fuera en sí mismo peligroso. Lo que aportaba a la caza una emoción
equivalente al éxtasis era la excitación, la velocidad, el atronador ruido, la mole
pavorosa del enorme animal en movimiento, la furia de su muerte y el peligro
implícito de la persecución. Ya que durante cuarenta años esa era una experiencia
americana notable y única, podríamos detenernos para describir la manera de cazar
búfalos.
Stewart vio a los búfalos por primera vez a finales de mayo a lo largo del Platte y
al este de la bifurcación, un momento y lugar habitual para encontrarlos. Era la época
de la cría de los terneros y por ello las vacas, que en otras estaciones podían ofrecer
una carne incomparablemente mejor, ahora estaban delgadas y enjutas. Los novatos
habían imaginado encontrar enormes manadas a cuyo paso la tierra temblaba y cuyos
mugidos hacían imposible conciliar el sueño, pero tales manadas no se formaban
hasta la estación de celo o «de la estampida», ya bien pasado el solsticio de verano.
Antes de esa estación los búfalos se encontraban en pequeñas manadas —desde unos
veinte o treinta hasta cien o un poco más—, más o menos cohesionados, moviéndose
hacia el río o alimentándose de la hierba grama corta, que era la más nutritiva de
todas las hierbas. En ocasiones se encontraban manadas cerca de otras, sumando un
total de varios miles; o, incluso en lo que se consideraba buen territorio de búfalos, en
un día de viaje se divisaban tan solo dos o tres. Los terneros eran de color más claro,
de un rojizo trigueño o incluso rubios; las manadas de lobos y coyotes los rastreaban,
pero los adultos se mantenían en guardia. Los añojos eran más oscuros, y los «toros
de pitón fino», los búfalos de cuatro años que tenían cuernos puntiagudos y lisos,
comenzaban ya a mostrar los colores de la madurez. Había mucha variación
individual, pero el pelaje de un búfalo típico variaba de un rubio brillante en los
cuartos delanteros y la grupa hasta el marrón oscuro o incluso negro en los cuartos
traseros y la barriga. En la época de cría de los terneros los búfalos mudaban el
espeso y lanudo pelaje hasta llegar a una desnudez casi total en el solsticio de verano,
y ese aspecto disparejo en el pelaje hacía que un búfalo adulto pareciera más feroz y

www.lectulandia.com - Página 55
demoniaco que lo que jamás hubiera podido imaginar un novato. Un búfalo adulto,
digamos de unos ocho o diez años, pesaba casi una tonelada, mil setecientas o mil
ochocientas libras. Medía seis pies a la altura de los hombros. Desde el morro hasta la
grupa podía llegar a medir hasta diez pies.
Al avistar una manada, el cazador ajustaba la cincha de la silla y comprobaba la
carga y cebo de sus armas. Intentaba acercarse lo más posible, aproximándose con el
viento en contra. Los búfalos que pastaban podían ser acechados a varios tiros de
flecha —de cincuenta a cien yardas— por indios o blancos cautelosos que se
arrastraban en grupos, empujando un arbusto de artemisa por delante como
francotiradores militares, o incluso, como en un célebre grabado de Catlin, con pieles
de lobo puestas encima. Si lograba aproximarse con éxito, un cazador podía matar a
la mitad de la manada, incluso con armas de fuego, antes de que los supervivientes
siquiera mostraran curiosidad por lo que pasaba. Sin embargo, no existía tal placidez
si las torpes bestias detectaban el olor del hombre o cualquier movimiento rápido o
inusual. El cazador deportista intentaba cabalgar sin ser descubierto hasta unas
trescientas yardas, pero raras veces lo lograba. Normalmente, cuando aún se
encontraba a media milla, el primero de los animales y luego toda la manada salían
corriendo, desviándose a favor del viento para seguir oliendo al hombre y escapar de
él. Y a eso había venido el cazador: comenzaba la persecución.
Cualquier caballo tolerablemente bueno podía adelantar al búfalo más veloz, pero
debía ponerse a galope tendido para lograrlo y en ocasiones debía galopar cuatro o
cinco millas, que era lo que desfondaba a los caballos. Esta primera carrera
enloquecida —de lo más estimulante a buena mañana, cuando el aire fresco
vigorizaba los pulmones— se dirigía precipitadamente hacia terreno desconocido, el
cual podía estar plagado de hondonadas, o pequeños barrancos o quebradas de
considerable tamaño, y sin duda lleno de boquetes por las innumerables madrigueras
de tuzas y perros de las praderas. Una caída podía significar una pata rota para el
caballo, huesos rotos o contusiones o muerte para el jinete. En el informe de Frémont,
Kit Carson, un cazador más experto que ninguno, es visto por primera vez en acción
levantándose de una de esas caídas: «aunque considerablemente herido tuvo la buena
fortuna de no romperse ni un solo hueso». Pero mucho antes de que el cazador
alcanzara al búfalo estaba, en palabras de Frémont, «insensible a todo lo demás». Su
corazón latía al ritmo de los cascos del caballo, se estiraba hacia delante sobre la silla
y gritaba con todas sus fuerzas.
Los búfalos se dirigían instintivamente hacia terreno lo suficientemente
accidentado para que un caballo los siguiera, por profundos barrancos o quebradas
boscosas. Si los rebasaban, la excitación de los cazadores se transformaba en delirio.
«Solo podía ver una nube de polvo», escribió Francis Parkman. «En un segundo me
encontraba en medio de la nube, medio ahogado por el polvo y aturdido por el
estruendo de la manada que huía al trote, pero me emborraché con la persecución y
me daba igual todo lo que no fueran los búfalos». Había búfalos por todas partes,

www.lectulandia.com - Página 56
enormes en la oscuridad, embistiendo al caballo o intentando empitonarlo (imposible
si el caballo lograba mantenerse erguido, por supuesto), en ocasiones cargando contra
él. Los cascos escupían polvo y terrones hacia los ojos del cazador; los oídos
retumbaban con una confusión de ruidos. No había manera de ver lo que había por
delante, pero el cazador debía seleccionar una víctima, y en cualquier estación menos
durante la época de cría la víctima debía ser una hembra, preferentemente joven. Un
caballo entrenado para la caza de búfalos, guiado únicamente por la presión de los
muslos del jinete, se apartaba de las cargas laterales y esquivaba las directas, que se
aproximaban por detrás de su hombro derecho. Cuando los indios rodeaban al búfalo,
usaban una lanza o una flecha; una flecha bastaba si se clavaba en el lugar correcto, y
con frecuencia atravesaba completamente a la bestia, de manera que salía por el otro
costado y se deslizaba por la llanura. El hombre blanco usaba el rifle y lo recargaba
en plena carrera, golpeando la culata sobre la silla para alojar la bala, acción para la
cual normalmente habría empleado una baqueta. Si tenía éxito en tan delicada
operación —derramar pólvora peligrosamente de su cuerno, quizás con una carga
doble o triple, y escupir por el cañón del arma una bala que había llevado en la boca
— ya estaba listo para otro disparo. Si no, usaba las pistolas, aunque eran menos
efectivas. Daba igual: para entonces ya era un demente y no le quedaba más remedio
que seguir galopando, gritando, disparando, hasta que el caballo quedaba exhausto, o
la pólvora se agotaba o la manada de búfalos se dispersaba. De repente, volvía a
reinar el silencio. Muy lejos otros grupos de animales galopaban por delante de otros
cazadores, cuyos rifles tal vez humearan cuando su compañero levantaba la vista.
Aquí y allá, por toda la llanura había cuerpos caídos de búfalos, aquí y allá había una
bestia herida derrumbándose sobre sus rodillas. La consciencia entonces retornaba. El
caballo bufaba respirando con dificultad y bañado en espuma. «Yo mismo», afirma
Parkman, «me sentía como si estuviera empapado de agua caliente».
Mientras tanto, si tu caballo se había tropezado con la madriguera de un perro de
las praderas o había caído en un barranco, acababas sin duda corneado y aplastado.
«Ningún animal», escribió Frederick Ruxton, «precisa de más esfuerzos para que
lo maten que el búfalo». Esta afirmación no era del todo cierta, ni siquiera referida
solo a los animales americanos, ya que el oso grizzli era más difícil de matar, pero se
aproximaba bastante a la verdad. Ruxton continúa:

A menos que se les dispare en los pulmones o en la columna vertebral, siempre escaparán, e incluso
cuando los hieren así mortalmente, o cuando les han atravesado el corazón, con frecuencia corren una
distancia considerable antes de desplomarse al suelo, en especial si ven al cazador después de ser heridos. Si,
por el contrario, el cazador permanece escondido tras disparar, el animal permanece quieto si no cae
inmediatamente al suelo. Resulta casi doloroso ver los estertores de muerte de la enorme bestia. El búfalo
manifiesta invariablemente una resistencia sin igual a caer cuando está herido de muerte, como si fuera
consciente de que, cuando toque la madre tierra, habrá perdido toda esperanza. Un búfalo, herido en el
corazón o los pulmones, sangrando abundantemente por la boca y con la lengua colgando, los ojos en blanco e
inyectados de sangre, y vidriosos por la muerte, se apuntala sobre sus patas, balanceándose de un lado a otro,
patea el suelo con impaciencia ante su debilidad cada vez mayor o levanta la cabeza fuerte y enmarañada y
muge desesperado y conscientemente impotente. Sin embargo, se esfuerza hasta el final en permanecer

www.lectulandia.com - Página 57
erguido y planta las extremidades más separadas, pero de nada le sirve. Mientras el cuerpo se balancea como
un barco en el mar, vuelve la cabeza lentamente de lado a lado, mirando a su alrededor como si buscara al
enemigo invisible y traicionero que lo ha llevado a él, señor de las llanuras, a tal fin. Gotas de sangre púrpura
salen a chorro de la boca y la nariz, y poco a poco los miembros temblorosos se niegan a sujetar aquel pesado
cuerpo muerto; el cuerpo se tambalea aún más violentamente de un lado a otro hasta que, de repente, durante
un instante, se pone rígido e inmóvil; un temblor convulso lo invade y, con un grave y sollozante gemido, el
enorme animal cae sobre un costado con las patas extendidas duras y rígidas, y la montaña de carne sin vida ni
movimiento.
Los primeros intentos de un novato de cazar un búfalo son siempre fallidos. Ante él ve una masa de carne,
con casi cinco pies de alto desde la parte superior de la giba hasta la parte inferior del pecho, y
consecuentemente cree que, si dispara a mitad de camino entre estos puntos, sin duda debe alcanzar sus partes
vitales. Nada más lejos de la realidad que esa suposición; porque, para «parar en seco a un búfalo», frase que
se usa cuando se ha logrado un tiro limpio, debe recibir la bala a tan solo unas pulgadas por encima del pecho,
detrás del hombro, donde solo, a menos que la columna esté dividida, un tiro mortal alcanzará sus partes
vitales. En una ocasión disparé a un búfalo y la bala pasó directamente a través del mismo centro del corazón
abriendo un agujero lo suficientemente grande para meter un dedo, y el animal corrió más de media milla
antes de caer y, sin embargo, la bala había atravesado completamente el cuerpo del animal y había partido su
corazón en dos. También he visto disparar con saña dieciocho tiros, la mitad de ellos con mosquetes a un
búfalo viejo a solo seis pasos, y algunos atravesando el cuerpo, y el pobre animal de pie todo el tiempo
haciendo débiles intentos de cargar. El disparo decimonoveno, cuando el animal ya tenía el morro pegado al
pecho, hizo que se desplomara sobre el suelo. La cabeza del búfalo tiene un pelaje enmarañado tan espeso que
una bala disparada a una media docena de pasos no es capaz de penetrar el cráneo a través de la peluda frente.
Con frecuencia he intentado hacerlo con un rifle con veinticinco balas por libra, pero no lo he logrado ni una
sola vez[11].

Y una vez que el éxtasis de la persecución había acabado, todavía quedaba por
llegar otro éxtasis, porque la carne de búfalo era el mejor de los manjares. El
descuartizamiento de la res se realizaba de la siguiente manera: el cuerpo se apoyaba
sobre la barriga, con las rodillas dobladas o con las patas estiradas[12]. Primero
cortaban la lengua… y siempre se enarbolaba como un trofeo, como prueba de la
matanza, incluso cuando se había matado un viejo búfalo de carne correosa no apto
para comer. Luego el carnicero realizaba una incisión a lo largo de la columna y
retiraba la piel de uno de los costados para usarla como mantel para los trozos de
carne. Los cortes que se llevaba dependían de lo rollizo que estuviera el búfalo.
Siempre se llevaba el «jefe», una pequeña giba en la parte trasera del cuello, la giba
en sí, y las «costillas de la giba», que eran las prolongaciones de las vértebras que
soportaban el peso de este; luego el «vellocino», que era la carne entre la columna y
las costillas, y la capa de tres pulgadas de grasa que la cubría, las «costillas laterales»
y la «grasa de la barriga» más abajo, que era considerada uno de los mayores
manjares. Con frecuencia también se llevaba el hígado y las porciones de intestinos
que sus gustos le dictaran. Luego limpiaba un hueso de la pata y lo usaba para partir
los otros huesos con el mejor tuétano. Francis Chardon, un factor de la American Fur
Company, listaba como un bocado especialmente exquisito «las pelotas» —por lo
tanto, las primeras ostras de las Montañas Rocosas—. Pero cuando escaseaban los
búfalos se comían toda la carne del animal. Y tampoco acierta la literatura cuando se
reprocha a los cazadores blancos ser los únicos culpables del imprudente desperdicio
de carne, ya que los indios desperdiciaban también bastante cuando abundaban los
búfalos y se llevaban solo los cortes que más les gustaban (incluso en el

www.lectulandia.com - Página 58
descuartizamiento existían unas habilidades empíricas especiales. «¡Eh, tú!», exclama
el Viejo Williams en La vida en el Lejano Oeste de Ruxton, «¿me oyes, maldito
novato?, ¿es que malgastáis así la grasa de vaca allá donde te criaron? Pues no vas a
lograr destacar por estos lares, chico, ¿me oyes, maldito seas? ¿Qué? ¡Estás cortando
la carne a contrafibra! ¿Pero adónde crees que va a ir a parar toda la sangre, querido
hispano? [Más probablemente, maldito frijolero]. Te digo que sigas la fibra y
procures hacer los cortes largos o el jugo se saldrá y la carne se quedará sin
sustancia… ¿me oyes?»)
Había pocos escrupulosos con la comida en las montañas. Los indios preferían
comer la carne un poco pasada y guardaban el excedente hasta que empezaba a
pudrirse. A las tribus de los ríos les gustaba la carne verde y putrefacta de los búfalos
que se ahogaban al cruzar el hielo y salían a la superficie en las orillas semanas más
tarde, «tan madura, tan tierna, que solo precisaba de una mínima cocción». Se comían
los riñones crudos, pero el mayor placer de un indio gourmet era tragarse de cabo a
rabo los tres metros de intestino crudo, caliente y quizás todavía palpitante —en una
instantánea que captura un atónito blanco, el gourmet indio exprime los contenidos de
las tripas un poco por delante de sus dientes—. Las tripas o budines también
resultaban deliciosas al paladar blanco, pero en este caso primero las asaban
ligeramente sobre el fuego. «En una ocasión vi a dos canadienses», afirma Ruxton,
«que comenzaron a devorar desde extremos opuestos un intestino viscoso enrollado
entre ambos sobre una sucia almohadilla de silla de montar, como el cuerpo enrollado
de una enorme serpiente. A medida que se deslizaba viscoso por sus gargantas, y la
serpiente en la almohadilla disminuía del tamaño de una anaconda al de una culebra
mediana, ambos comensales se afanaban en engullir a toda prisa y adelantar a su
vecino para aumentar sus opciones de tragar más de lo que le correspondía; ambos al
mismo tiempo exhortando al otro para que se comiera solo su parte, y de vez en
cuando, abrumado por los descarados intentos de su compañero de lanzar un vigoroso
bocado, echaba repentinamente la cabeza hacia atrás, sacando así al mismo tiempo,
por el violento impulso, varias yardas de budín del estómago de su compañero (ya
que la viscosa vianda no precisaba ser masticada y se tragaba entera) y, recogiendo la
porción arrebatada, la engullía avariciosamente». El hombre blanco se comía el
hígado crudo en cuanto se sacaba del animal; lo aliñaba con la hiel o en ocasiones
con pólvora. Pero el festín aún estaba por venir.
«La carne es carne», decía el trampero, y comía cualquier tipo de carne que
tuviera a mano, desde sus propios mocasines, el cuero de su ropa y de sus correas en
«tiempos de hambruna», hasta toda la variedad de animales de la montaña, de los
cuales algunos bocados eran memorables exquisiteces para los gastrónomos: cola de
castor cocida, «pantera» (puma), y para paladares acostumbrados los cachorros de
perros oglala. Pero cuando un recién llegado de los Estados cobraba su primer búfalo,
o cuando tras no dar con los búfalos durante algunas semanas por fin los encontraba,
ese individuo tocaba el sumun del placer. Y desde luego no se debe dudar de que la

www.lectulandia.com - Página 59
carne de búfalo, un vacuno indescriptiblemente cremoso, tierno, sin tendones, era la
mejor carne que jamás comió el hombre. El trampero hervía algunos cortes, sobre
todo la giba, y asaba o salteaba otros, pero sobre todo los cocinaba tostándolos
lentamente ensartados en su baqueta o en un palo. Cada hombre se ocupaba de su
propio fuego (a menos que se organizaran comedores, cada uno con su propio
cocinero) y ninguno contaba con más menaje que el cuchillo del cinto… La salsa, los
jugos y la sangre le caían por la cara, los antebrazos y la camisa. Devoraba la carne y
jamás se saciaba. La ración habitual de los empleados de la Hudson’s Bay Company
era de ocho libras, pero cuando había carne en abundancia un hombre podía devorar
ocho libras solo en una de las comidas, y luego se despertaba unas cuantas horas más
tarde, hacía un fuego y comía la misma cantidad. Todos los cronistas coinciden en
que ningún estómago se revolvía, ni el apetito se saciaba jamás. Además de la grasa
que ensuciaba la ropa del montañero, se añadían las salpicaduras de tuétano que
sacaba de los huesos y la grasa derretida, que se bebía a litros. La grasa del riñón se
podía beber sin límite; pero había que moderarse con la grasa de la barriga, más
sabrosa pero aceitosa, que podía ser regurgitada inmediatamente si se tomaba en
cantidad, aunque tales vómitos no impedían por mucho tiempo a nadie seguir
comiendo.
Habrá ocasión más delante de describir los métodos indios de cazar búfalos, la
preparación de carne seca y pemmican y otros usos que le daban al búfalo. Me parece
oportuno señalar aquí que la carne de búfalo era una dieta completa. Los estudios
modernos de Stefansson muestran el porqué. Partes del animal eran consumidas en
crudo y también se consumía abundante grasa a la vez que el magro. Los indios que
vivían junto al río Misuri cultivaban maíz y calabazas, y sus vecinos más próximos en
ocasiones les llevaban sus productos para comerciar; aquellos que vivían cerca de la
Divisoria Continental y en el extremo interior de la Gran Cuenca comían
regularmente una variedad de raíces; todas las tribus conocían muchas plantas
comestibles a las que recurrir en épocas de hambruna. Pero la mayoría de las tribus
de las llanuras se alimentaban exclusivamente de carne, al igual que los tramperos, a
excepción de dos o tres semanas al año. En la rendezvous y al inicio del viaje al
Oeste había café, azúcar, galletas y beicon, normalmente nada más, y estos productos
en cantidades muy limitadas. Para el resto del tiempo solo había carne, lo que
significaba carne de búfalo fresca, seca o convertida en pemmican. Jamás existió
gente más fuerte. No padecían escorbuto; de hecho, raras veces se menciona en la
literatura del género a un trampero enfermo. Los baños casi a diario en el agua glacial
de los arroyos de montaña al final les entumecían las articulaciones, pero en cualquier
otro sentido, lo máximo que se aproximaba un trampero a estar enfermo era una
resaca o «las venéreas», que les contagiaban las squaws que a su vez eran contagiadas
por sus predecesores. Se atribuía una enfermedad a la dieta: los novatos que entraban
por primera vez en contacto con los búfalos se suponía que contraían disentería.
Larpenteur habla de un «mal de vache», otros mencionan el mismo fenómeno y hay

www.lectulandia.com - Página 60
algunas pruebas recientes de que pasar a una dieta de carne puede provocarlo
temporalmente. Sin embargo, lo más probable es que los hechos que señaló
Larpenteur deberían explicarse con relación a otro cambio que tenía lugar
aproximadamente en el mismo estadio del viaje al Oeste. Los viajeros ahora bebían
con frecuencia agua impregnada con caliche, que es lo mismo que decir que bebían
una solución más o menos concentrada de aguas de sales.
Este es, por lo tanto, el momento climático del epicúreo de montaña. La giba y el
«jefe» hierven en una olla, los huesos partidos con tuétano chisporrotean junto al
fuego, hay tantas costillas para asar como uno quiera. Sentado en el suelo con las
piernas cruzadas, usando solo sus cuchillos Green River[13], los tramperos se comían
de seis a diez libras de búfalo hembra. La sensación de bienestar los invade; la carne
de búfalo hembra es una sustancia adictiva tan solo superada en capacidad de
persuasión por el alcohol, que no volverían a probar hasta la siguiente rendezvous…
a menos que el partisano se hubiera llevado con él un par de barriles para los clientes
indios, y en alguna gran ocasión podía dejarse llevar y destapar uno. El campamento
está situado cerca de algún río, un pequeño arroyo o un caudaloso río de montaña,
con madera y hierba a mano. Si no se ha encontrado ningún rastro de indios, y si no
hay ninguna razón para temerlos, el fuego se aviva cuando la comida ha acabado. Ahí
llega el aire con olor a manzanas de las altas montañas, el claro cielo verde de la tarde
oscureciéndose y trayendo las estrellas al alcance de la mano, los álamos junto al
arroyo susurrando al viento. El olor de la carne ha atraído a lobos y coyotes casi hasta
el círculo de luz de la hoguera. Merodean justo al otro lado; en ocasiones un
fogonazo de las llamas hace que sus ojos se tornen de oro; aúllan y se atacan entre
ellos, y más allá en la oscuridad los aullidos de sus familias se van apagando por las
llanuras. En la estación de la gran estampida se escucha el mugido de los búfalos. Los
caballos y las mulas mordisquean los matorrales de hierba al borde de sus ronzales o
pacen las hojas junto al arroyo. La luz de la hoguera se aviva y disminuye siguiendo
el ritmo del viento sobre los rostros de los hombres en cuyas mentes están las vistas y
los anales de todo el Oeste.
Es el momento de la satisfacción, la plenitud del momento, el presente vivido solo
por sí mismo. Los hombres de montaña eran una raza dura, como muchas razas
selectas de americanos habían tenido que ser; su coraje, habilidad y el dominio de las
circunstancias en las que habían elegido vivir eran absolutos, o jamás habrían estado
aquí. Ni habrían estado aquí si no hubieran reaccionado a la maravilla de la
naturaleza que les rodeaba y hubieran encontrado en su forma de vida algo valioso
que iba más allá de la seguridad, el dinero, la comodidad y la vida familiar. Además
de los atributos específicos de ese modo de vida y su territorio, es justo mencionar
también una particularidad, quizás la máxima, del individualismo y entusiasmo
americanos. La soledad les había dado el regalo inigualable de la amistad, y la simple
supervivencia ponía a prueba la agudeza de su inteligencia. Había pocos libros y
algunos tramperos se aficionaban a leer los pocos que conseguían: la conversación lo

www.lectulandia.com - Página 61
era todo. A esta hora del ritual estaba la conversación de amigos e iguales.
«¿Recuerdas aquella vez que nos llevamos los moños de pawnees hasta el
Platte?», pregunta Simonds a Long Hatcher en el libro de Garrad[14]. Y Hatcher
responde: «¡Ja! Si no lo hicimos y se las arrancamos mientras soltaban malditos
alaridos, soy un indio apestoso. Este menda no deja que ningún indio le robe su recua
de caballos. A punto estuvieron de liquidarme al otro lado de los Spanish Peaks… Me
despierto por la mañana un poco antes de que amanezca, y los demonios gritan como
chalados. Agarro el cuchillo, doy un revolcón a uno [lo giro y lo desestabilizo], y
corro hacia el bosque mientras cuatro de ellos lanzan flechas a mi saco de carne. Los
apaches se llevaron mis pieles —cinco fardos de los más preciosos ejemplares de las
montañas— y dos mulas, pero había escondido las trampas en el arroyo. Y me digo,
soy trampero muerto si se quedan con mi arma, así que sigo su rastro y de noche me
meto a rastras en el campamento y le clavo a uno mi gran cuchillo hasta el Green
River, una sola estocada. Agarro al otro indio por el pelo y lo hago también picadillo.
Quizás no iban a poder cantar victoria y celebrar un gran baile después de todo [a
pesar de que] yo estaba solo. Cogí mi viejo matabúfalos [su rifle], hice medicina con
él y ningún maldito indio apestoso puede apuntar con él desde entonces».
Los norteamericanos, y especialmente los norteamericanos que vivían al aire
libre, siempre han sido cuentistas natos —basta recordar a los hombres del río, los
leñadores, los vaqueros, o de hecho a cualquier holgazán que se arrimara a un fogón
en un cruce de caminos rural—, pero no ha habido más historias que aquellas
contadas por los exploradores cartógrafos que abrían nuevas rutas, los cazadores de
castor y los exterminadores de los indios (Long Hatcher, unas cuantas páginas más
allá de la anécdota casual de la matanza que acabo de citar, contó uno de los grandes
cuentos populares de nuestra literatura, sus aventuras en el infierno tras ingerir una
jarra de bourbon Taos Lightning). La mayoría de sus relatos se ha perdido para la
historia, pero era una crónica de todos los ríos, cumbres, parques y barrancos en un
área de un millón de millas cuadradas, una crónica de sucesos azarosos repentinos y
de esperanzas malogradas, de acción violenta, peligros violentos, alborozo violento,
de indios cuya visión del mundo no era acorde con la del hombre blanco y por lo
tanto inagotablemente fascinante, una fantasía de castores o grizzlis mitológicos, de
indios galeses o hambrunas o del Dios Justo, de seres sobrenaturales y visitantes
espectrales y sorprendente medicina y héroes parientes lejanos de Paul Bunyan. Eran
conversaciones de la profesión: la caza, el rastreo o la lucha contra los indios, cómo
escaparon de los indios, las costumbres de los animales y las plantas, y siempre la
geografía del territorio, viejos prados revisitados y nuevos prados aún por encontrar,
del agua y el hambre, bromas y festines. Cómo Long Hatcher se llevó aquellas
cabelleras apaches. Cómo alguien que estaba con nosotros el año pasado fue
descuartizado por un grizzli o un pie negro le disparó en la barriga. Cómo el Viejo
Gabe burló a una partida de guerra de pies negros, o cómo Tom Fitzpatrick se quedó
tumbado en una grieta mientras los gros ventres lo perseguían, o cómo un delaware,

www.lectulandia.com - Página 62
uno de los parias del Oeste, se había burlado de los arikaras que lo estaban haciendo
picadillo. Cómo un compañero había recorrido un cañón bastante desconocido
incluso para estos expertos en geografía, cómo otro secuestró a la hija de un hombre
medicina sioux o un ranchero de Taos, cómo un tercero se parapetó tras su caballo
muerto y mantuvo a raya a cincuenta comanches. Cómo llegamos a Taos o a Pueblo
de Los Ángeles y las complacientes mujeres de aquella ciudad y el brandy que
bebimos y los caballos que robamos.
Hasta que por fin el fuego se apagaba. El hombre de montaña se envolvía en su
abrigo o manta sentado sobre la almohadilla de la silla de montar, con el rifle cargado
junto a él y el cuchillo y las pistolas a mano, y se tumbaba un rato escuchando el
viento, el agua y los coyotes. Tal vez se despertaba unas pocas horas más tarde,
avivaba las brasas y asaba otra media docena de costillas para comérselas a solas
mientras sus compañeros dormían y los caballos pateaban atados a las estacas. Luego
volvía a dormirse hasta que el viento barría la penumbra, y en el estremecedor frío de
un amanecer de montaña alguien gritaba: «¡Levé! ¡Levé!»… era la hora del desayuno
de carne de búfalo y la aventura del día de caza o rastreo. Era una buena vida.
Stewart encontró en ella el mejor calmante para cualquiera que fuese la inquietud
que le había llevado a vagar por el mundo. Antes de llegar a la rendezvous sin duda
había logrado dominar las técnicas del viaje por las llanuras, había conocido la caza
del búfalo (y del berrendo, el carnero montés, el alce y el oso, y todos ellos en
abundancia) más allá de la imaginación de cualquier cazador, y había dejado que el
Oeste le impusiera sus deseos. Regresaría allí cada año hasta que murió su hermano y
tuvo que asumir, de mala gana, si es que sus novelas nos cuentan la verdad, las
obligaciones de un baronet. Era una buena vida para aquellos que estuvieran hechos a
ella. Para ser un hombre de montaña uno tenía que ser un poco salvaje, pero también
debía tener algo de héroe, y Stewart se ganó el respeto de hombres que no eran muy
dados a respetar. De tal manera que también él finalmente fue incorporado a las
leyendas nocturnas.
Frederick Ruxton describe un campamento de ficción, y Killbuck, el viejo
trampero con el que abre su novela, es un personaje de ficción, pero tanto Ruxton
como Killbuck están reproduciendo fielmente una conversación real ya antigua. «Ese
era el campamento», dice Killbuck junto a la hoguera en North Park, junto al
nacimiento del Platte Sur, unos minutos antes del ataque de los arapahoes, «e iban a
levantarlo a la mañana siguiente, y el último en salir de Independence era aquel
inglés. Llevaba un capote del noroeste [una capa de la Northwest Company] y un rifle
de dos tiros. Vaya, estos ingleses son unos malditos locos; no saben manejar un rifle
de todas formas; pero ese sí sabía disparar; al menos él apuntaba al centro. Hacía que
los búfalos vinieran, en serio, y también luchó bien en Pawnee Fork. ¿Cómo se
llamaba? Todos los chicos lo llamaban Capitán y consiguió su guarnición del viejo
Chouteau; pero lo que pretendía hacer allá en las montañas jamás lo sabré con
certeza. No era un comerciante, ni un trampero, y se gastaba sus dólares con

www.lectulandia.com - Página 63
inteligencia. Además, tenía algo del antiguo coraje y algún que otro pelo de oso
negro. Dicen que huyó en barca de los shians cuando se escapó del pueblo con la
squaw del viejo Cola de Castor. Antes de eso estuvo en Yellow Stone; Leclerc lo
conoció en territorio de pies negros y al norte en tierra de los chippewa, y tenía la
mejor pólvora que jamás disparé en mi vida, y una preciosa pistola, eso es cierto»[15].
Y así, un trampero encallecido hablaba de alguien que reconocía como un igual.
Los soberanos de Stewart jamás otorgaron al veterano de Waterloo una recompensa
por su valor y sus logros. No hacían falta cuando los hombres de montaña decían
abiertamente que había un pelo de oso negro en él.

www.lectulandia.com - Página 64
II

PUÑOS DE ACERO
(1832)

La caravana de mulas de carga de Sublette & Campbell con la que Stewart se dirigió
al Oeste en la primavera de 1833 avanzaba hacia el valle alto del río Green, al oeste
de la Divisoria Continental. Ese valle era el mismísimo corazón del territorio de los
tramperos y la rendezvous para la cual la caravana llevaba las provisiones y
productos había sido establecida allí para el verano de 1833. La rendezvous era la
temporada anual de suministro, comercio y celebraciones durante la cual los
tramperos contratados que habían pasado todo el año en las montañas reponían
suministros y entregaban las pieles para que fueran transportadas a los Estados. El
sistema de mantener brigadas de tramperos en las montañas y hacerles llegar
suministros una vez al año fue ideado por William Ashley, aunque la Hudson’s Bay
Company había enviado brigadas que se movían por un extenso territorio,
comerciaban con los indios, cazaban un poco y luego regresaban a una base
permanente. Los sucesores de Ashley, primero Smith, Jackson & Sublette y luego la
Rocky Mountain Fur Company, mantuvieron el sistema de rendezvous.
Estas tres compañías, las dueñas del comercio de montaña, habían explorado todo
el territorio y durante unos cuantos años disfrutaron del monopolio. Pero los pingües
beneficios de aquel terreno virgen inevitablemente atrajeron a otros a las montañas.
Se fundaron varias compañías pequeñas para explotar el campo. Debemos prestar
especial atención a dos experimentos: los del capitán Bonneville y Nathaniel J.
Wyeth. Finalmente, el cártel de pieles, la American Fur Company, firmemente
establecida en sus puestos permanentes en el Misuri, se había propuesto quedarse con
todo el territorio de montaña. Mientras la caravana de Sublette & Campbell viajaba
hacia la rendezvous de 1833, una caravana de la American Fur Company liderada por
Lucien Fontenelle también viajaba hacia allá desde Fort Pierre. La Compañía también
había enviado una caravana a la anterior rendezvous, la de 1832.
Estos dos años, 1832 y 1833, fueron testigos del apogeo de la competencia entre
compañías en las montañas. Como los acontecimientos del segundo año no pueden
ser entendidos sin conocer lo ocurrido el año anterior, debemos interrumpir la
narración ya cerca de la Divisoria Continental en 1833 y echar marcha atrás para
buscar el rastro anterior.
Sin embargo, primero debemos reseñar una clase de hombres de montaña que
cada año eran más numerosos y más importantes para el comercio, los llamados
«tramperos libres». Eran tramperos que iban solos, en pequeños grupos de iguales o a
las órdenes de tramperos más expertos. Y había dos castas distintas: los que

www.lectulandia.com - Página 65
conseguían equipamiento a crédito de una u otra compañía de pieles y firmaban un
contrato para vender las pieles solo a esa compañía —Joe Meek los llamaba
«despellejadores»—, y los que se consideraban una élite, que cambiaban pieles por
dinero para conseguir productos y comerciaban con aquellos de los que podían
obtener el mayor precio posible. Ambas clases colocaban trampas allá donde les
llevaba su olfato, sin estar al dictado ni bajo el control de las compañías de pieles. En
1833 debía de haber varios cientos de tramperos libres en las montañas… es
imposible determinar cuántos. Su comercio era extremadamente importante para las
compañías y la lucha entre el monopolio y la competencia era en gran parte una lucha
por dominarlo.
Cualquier trampero libre que sobrevivía mucho tiempo era ascendido a hombre de
montaña por ese solo hecho. Algunos eran alumnos de Ashley o habían aprendido la
profesión de los sucesores de este (entre estos, en 1833 había una pequeña partida a
las órdenes de Moses, o «Negro», Harris, un reconocido experto que encontraremos
en el texto repetidas veces). Otros eran restos de pequeñas compañías de pieles, balas
perdidas atraídos al comercio de montaña por el enriquecimiento de Ashley, que
parecía mucho más al alcance de la mano de lo que en realidad estaba. A lo largo de
la década de 1830, casi todos los esfuerzos en esa dirección fracasaron: no estaban
suficientemente financiados, no podían encontrar líderes de brigada lo
suficientemente buenos, no podían competir y quebraban o se reorganizaban con la
esperanza de ser comprados para al menos cubrir parte de lo invertido. Además, otro
grupo de tramperos libres invadían las montañas desde el sur, principalmente desde
Nuevo México y especialmente desde Taos. Ya llevaban unos años en el territorio.
Habían colocado trampas en el Colorado y en el este, y en ocasiones en los territorios
del norte de Utah; esporádicamente visitaban el sur de Nevada ascendiendo por los
pocos ríos de castores en Arizona. También llegaron hasta California desde el sur,
aunque allí el tráfico de caballos robados era un negocio mayor que el del castor.
Estaban convirtiendo las montañas de Colorado en sus principales dominios y la
RMF Company colocaba trampas allí solo esporádicamente. North Park, Middle Park
y South Park, o Bayou Salade, eran sus rincones favoritos, junto con el Arkansas, el
Platte Sur, sus afluentes, unos cuantos ríos que desembocaban en el Green cerca de
Brown’s Hole y al sur de allí, el Grand, el Gunnison y los ríos que bajaban desde el
Front Range. Bent’s Fort, construido en 1832 para el comercio de Santa Fe y el
comercio con los arapahoes y los cheyenes del sur, se convirtió en su cuartel general.
Pero el Oeste era su patio trasero y muchos de ellos aparecían en la rendezvous de
montaña.

* * *

Los acontecimientos de 1832, el año previo al viaje de Stewart al Oeste, son

www.lectulandia.com - Página 66
complejos. La única forma de desentrañarlos es seguir las partidas separadas hasta su
encuentro en la rendezvous de verano, como también deberemos hacer cuando
regresemos al verano de 1833.
El lugar de la rendezvous de 1832 iba a ser Pierre’s Hole, un valle salvaje y
bucólicamente hermoso a los pies de la ladera occidental de las tres Tetons. A los pies
de la ladera oriental de esas montañas se encuentra Jackson’s Hole: la ruta entre los
dos valles cruza la cordillera a través del Paso del Teton, desde cuya cumbre el
repentino declive del mundo hacia el Este ofrece una de las grandes vistas del
continente. Pierre’s Hole, llamado hoy en día la cuenca Teton, se halla en el condado
del Teton, Idaho. La bifurcación sur del río Teton discurre y se aleja hacia el norte
para unirse al Snake a muchas millas de distancia. Una cordillera de montañas más
bajas llamada Big Holes forma la pared oeste y suroeste. Entre estas y la cordillera
Palisade se abre un paso a través del cual las aguas que discurren más allá del
extremo sur del Hole alcanzan las aguas del Snake hacia el suroeste, por una ruta
mucho más directa que la que toma el río Teton. En los tiempos del comercio de
pieles había una ruta que llegaba al Snake desde el río Green, que se desviaba hacia
Pierre’s Hole a través de este paso, y había otra ruta a medio camino entre esta y la
que iba por el paso del Teton.
No existen los adjetivos adecuados para expresar la belleza y majestuosidad de
aquel lugar, el territorio que abarcaba Jackson’s Hole, Teton Hole y el río Snake. La
vertiente de Idaho de las montañas es más verde y más boscosa que la vertiente de
Wyoming, aunque ambas presentan una confusa geografía. El Snake es un río noble y
diverso, y en ningún lugar más hermoso que en el tramo que va desde la parte baja
del primer cañón hasta su salida de las montañas, donde se precipita por un saliente
en el centro de la moderna ciudad de Idaho Falls. Cada pulgada de tierra y río en este
territorio era íntimamente conocido por los hombres de montaña; habían colocado
trampas allí desde la época de Ashley, de hecho, desde la época de los errantes
astorianos y de Andrew Henry diez años antes que él. Todas las compañías habían
dejado sus nombres en los distintos picos y ríos. Pierre’s Hole se llamaba así por un
iroqués de la Hudson’s Bay; Jackson’s Hole por el socio de Bill Sublette y Jed Smith;
un lago y una bifurcación principal del Snake por el propio Henry, el río Hoback por
uno de los astorianos, y el Snake, según el nombre usado por los tramperos, por
Meriwether Lewis.

* * *

El capitán Benjamin Louis Eulalie de Bonneville del Séptimo de Infantería de los


Estados Unidos era hijo de un fugitivo de la ira de Napoleón. Su madre y él viajaron
con un salvoconducto a Norteamérica gracias a la autorización semioficial de Tom
Paine. Tras graduarse en West Point en 1815, se le asignó a un puesto fronterizo. Se

www.lectulandia.com - Página 67
convirtió en un experto viajero de las praderas, y tanto en Territorio Indio como en
San Luis se interesó por el comercio de pieles hasta que finalmente decidió dedicarse
a ello. Su principal patrocinador era Alfred Seton, uno de los astorianos originales.
Esto indica claramente que John Jacob Astor también estaba involucrado. De hecho,
fue mientras escribía Astoria, y mientras estaba en la hacienda de Astor, cuando
Irving conoció a Bonneville… y no debe sorprender a nadie que un multimillonario
patrocinara a un competidor de su propia empresa, la American Fur Company, porque
así es como funcionaba el comercio de pieles. Durante la primavera de 1832,
Bonneville, tras tomarse dos años de permiso del ejército, formó y equipó a una
compañía para viajar a las montañas. Uno de sus principales lugartenientes, Michael
Silvestre Cerré, tenía experiencia tanto en el comercio de Santa Fe como en el
comercio de pieles del alto Misuri. El otro era Joseph Reddeford Walker, aunque el
nombre completo enmascara el apelativo más popular de Joe Walker, un hueso duro
de roer, uno de los mejores y uno de los más fuertes. No se sabe mucho de él antes de
que se asociara con Bonneville, pero también estuvo implicado en el comercio de
Santa Fe, había recorrido las praderas y ya estaba graduado como hombre de
montaña.
Cerré y Walker contrataron en San Luis e Independence a un grupo de tramperos
y refuerzos para el campamento, criollos, franceses canadienses y hombres de
frontera norteamericanos. Debían pagar salarios más altos que las compañías porque
eran recién llegados: los tramperos expertos llegaban a percibir un considerable extra
en su contrato. Consiguieron algunos tramperos de primera clase, pero la experiencia
media de sus hombres no era muy alta porque las compañías habían elegido en
primer lugar.
Bonneville estaba llevando a cabo un experimento radical e inteligente: estaba
probando la creencia, sostenida por muchos pero cuestionada por otros, de que se
podían llevar carros al otro lado de la Divisoria, y hasta el Columbia. Bill Sublette
había llevado algunos al Popo Agie —es decir, a la vertiente oriental de la cordillera
Wind River— en el verano de 1830, pero no estaba dispuesto a intentarlo otra vez. El
transporte sobre ruedas supondría una considerable mejora si se probaba que era
posible. El mismo número de hombres necesitaba muchos menos animales para
transportar la misma cantidad de mercancía, y los sobrecostes podían ser reducidos.
Además, podían ahorrarse mucho trabajo y muchas tribulaciones, porque los carros
no debían ser descargados cada noche como ocurría con las mulas y los caballos. En
los veinte carros que componían su caravana, Bonneville pudo transportar al menos el
doble de mercancías que las que vimos que llevaba Campbell en 1833, de hecho, las
suficientes para el suministro del comercio que se esperaba hacer durante dos años
enteros (sus carros eran más pequeños que las benditas carretas cubiertas con lona
blanca de los emigrantes y mucho más pequeños que los grandes carromatos que
viajaban por el terreno más llano de la Ruta de Santa Fe). Cuando llegó a Laramie
Fork, ya acusaba el suplicio que ponía a prueba las almas de los innumerables

www.lectulandia.com - Página 68
emigrantes: el aire seco y caliente encogía los radios, el buje y los aros, las ruedas se
caían y tenían que ser encajadas con cuñas y más tarde acortadas por el herrero, las
cajas de los carros comenzaban a desencajarse y siempre había algo que se combaba
hasta romperse. Y a partir de ese punto tuvo que enfrentarse al lentísimo ritmo del
paso del tiempo: barrancos, cañones, laderas y precipicios ralentizaron la marcha. Al
igual que los emigrantes, tuvo que detenerse y cubrir con troncos los tramos
embarrados, construir carreteras provisionales llamadas piraguas, o bajar los carros
colgados en cables. En los ríos que no podían ser vadeados tuvo que quitar las ruedas
y convertir las cajas de las carretas en canoas de piel de búfalo, envolviéndolas en
pieles de manera que pudieran ser transportadas hasta la otra orilla. Siempre que
fuera posible, se quitaban las ruedas y se dejaban en remojo durante la noche en los
arroyos para que se hincharan. Así pues, tardó más tiempo en realizar el viaje que las
caravanas de mulas. Pero el experimento fue, sin duda alguna, un éxito.
Hemos visto a Campbell y Stewart en los primeros tramos de la ruta del Platte, la
más memorable de todas las rutas norteamericanas, la ruta a Oregón. Bonneville la
recorrió hacia el río Green y la mayor parte de nuestros personajes viajarán al Oeste
por ella.
No muy lejos al oeste de Scott’s Bluff, la ruta, aún en la orilla sur del Platte
Norte, llegaba a Laramie Fork. Hoy en día las presas reducen el caudal a un riachuelo
o incluso este se seca en verano, pero cuando las caravanas anuales llegaban allí el
cauce era demasiado profundo y rápido para poder vadearlo. La confluencia del
Laramie y el Platte era un cruce de carreteras histórico: era la clave de la geografía
del Oeste. Al oeste, las rutas de los búfalos habían conducido a los indios y más tarde
a los hombres de montaña hacia el Paso Sur y los ríos que desembocan en el
Colorado y el Columbia. Otra ruta se extendía de sur a norte: la arcaica ruta de los
indios al este de las montañas, hacia el territorio de los arapahoes y los cheyenes del
sur y, a continuación, a Taos y Santa Fe y hacia el territorio de los cheyenes del norte,
el territorio de los crows y finalmente el río Misuri. Laramie Fork, desplomándose
desde las montañas Laramie hacia el oeste, allí cruzaba una amplia llanura, y la
llanura de Laramie era territorio de todos. Bullía con búfalos y muchas tribus iban allí
para cazarlos, pero lo que más abundaban eran arapahoes, crows, o los descendientes
de los snakes que todavía vivían al este de la Divisoria. Finalmente veremos a los
sioux oglalas trasladándose allí para hacerlo su territorio.
Más allá de Laramie Fork el terreno empezaba a subir y bajar, aunque de forma
suave en comparación con lo que les esperaba al otro lado de la Divisoria. El
conjunto de esas sierras de montañas bajas, redondeadas y agrietadas recibía el
nombre de Colinas Negras —negras por los cedros que crecían en ellas—, aunque ese
nombre ahora designa sierras más amplias en Dakota del Sur. La ruta seguía el cauce
del Platte en lo que ahora son los condados de Converse y Natrona en Wyoming, un
desierto de barrancos, riscos cortantes, artemisa, chaparral y caliche, cada vez más
empinado, cubierto con flores en junio, refrescado por pequeños y dulces riachuelos

www.lectulandia.com - Página 69
que discurrían entre álamos si uno sabía cómo encontrarlos. Big Spring, Horse Shoe
Creek, La Bonte Creek (en el que Francis Parkman, afectado por la misma disentería
que aquejaba a todo aquel que entraba en contacto por primera vez con el agua
alcalina, sintió que su vida peligraba), Wagonhound Creek, Deer Creek, eran algunos
de los nombres que se recordaban, y todos atestiguaban el valor del agua. De hecho,
era el acceso al agua lo que determinó esta ruta. El camino se unía constantemente
con el curso del Platte y finalmente lo cruzaba. Ese era el lugar que los emigrantes
llamaban el Cruce Alto, cerca de la población petrolera de Casper, Wyoming, hoy.
Allí la ruta, que había tendido hacia el noroeste o el oeste a lo largo de cientos de
millas, ahora viraba al suroeste y luego al sur. Había pocos arroyos que desembocaran
en el Platte, y los que había eran más pequeños y se les conocía por Poison Spider
Creek o Poison Creek o algún nombre con la palabra «apestoso» o «amargo» o
«malo» en sus distintas variantes debido al caliche. Los arroyos procedían del peor
desierto hasta el momento, rocas enrojecidas erosionadas por tormentas de arena. El
único nombre aún célebre por aquel territorio es el de los Red Buttes, una retorcida
formación rocosa de una docena diferente de matices de rojo, carmín y bermellón.
Cerca de allí la ruta se separaba del Platte y cruzaba hacia el Sweetwater, un río más
pequeño. Su nombre, de la forma francesa l’Eau Sucrée, no hacía referencia a ningún
respiro tras el caliche, sino a cierta ocasión en que una mula, que iba cargada con el
azúcar de la partida, cayó dentro. Casi inmediatamente se divisaba Independence
Rock, un enorme caparazón de tortuga que casi emergía del río. Su base ahora está
remachada de placas de bronce colocadas en recuerdo de los viajeros que llegaban
allí aliviados a aquel territorio tedioso. Era la Roca de Inscripciones de aquellos lares,
aunque también había otras menores. Desde el principio, aquellos que pasaban por
allí quisieron grabar sus nombres, en parte como una afirmación de su identidad en
un desierto inimaginablemente grande, en parte debido a la tendencia de los
norteamericanos a llenar cualquier espacio vacío. Alguien grabó el nombre de Jim
Bridger allí… el propio Jim no pudo hacerlo.
Independence Rock no era en realidad lo que Charles Larpenteur consideró al
llamarlo «el inicio de las Montañas Rocosas». Pero durante varios días había estado
divisando las montañas desde la ruta… la cordillera Rattlesnake al noroeste,
redondeada y baja como los montes Laramie y en una línea casi continua al sur de las
sierras Green, Ferris y Seming. A cinco millas más allá de las montañas el
Sweetwater se abre paso a través de un barranco de cuatrocientos pies de profundidad
por el estrecho cañón vertical llamado Devil’s Gate. La ruta se apartaba de este y se
unía al río más adelante. Y ahora, en la distancia, uno podía ver lo que antes tan solo
había podido adivinar, las verdaderas Rocosas, la cordillera principal, la cordillera
Wind River, azul y morada, con las cumbres nevadas. El año siguiente, 1833, el
capitán Bonneville se dispuso a hacer la primera ascensión documentada, aunque los
hombres de Astor, Henry y Ashley los habían estado escalando cada año desde 1811.
El capitán calculó que poseían una altura de más de veinticinco mil pies, duplicando

www.lectulandia.com - Página 70
así la altura real. El siguiente militar que las visitó, Frémont, escaló una cumbre más
alta para corregir el error y bautizó la cumbre con su nombre, proclamándose el
primer hombre blanco que había llegado a la cima.
El Sweetwater discurría a los pies de aquellas moles inmensas y una caravana
viajaba una media de seis días hacia la amplia meseta en el extremo sur, con las
cumbres azules y brumosas siempre a la vista. En ese extremo sur, estas se reducían a
una hilera doble de colinas redondeadas, y justo a los pies de estas colinas la ruta
cruzaba la Divisoria Continental, a través del histórico portal del Paso Sur. Es una
llanura cubierta de artemisa de unas veinte millas de ancho, un collado entre la
cordillera Wind River y una típica zona desértica llamada las Antelope Hills. Era la
entrada por la que los Estados Unidos alcanzarían su imperio, pero nadie sabía dónde
se producía la separación de las aguas. Había un tramo de unas doce millas entre los
nacimientos del Sweetwater, que discurre hacia el Platte y por lo tanto hacia el golfo
de México, y el Pacific Spring, desde donde la proverbial hoja, si es que hubiera
hojas allí, podía finalmente llegar al golfo de California. En algún punto a lo largo de
esas doce millas, uno cruzaba de los Estados Unidos a Oregón. México podía verse al
suroeste.
Tras dos o tres días más bajo un sol terrible, viento y caliche a través de la llanura
de artemisa surcada por la confluencia del Little Sandy y el Big Sandy, se llegaba al
gran río que los tramperos llamaban el Siskadee. El nombre era la onomatopeya de
una palabra crow que significa «urogallo». Era el río Colorado de los hispanos, el río
que los norteamericanos llamaron Green. Era el corazón del territorio de los
tramperos, como ya hemos dicho, y Bonneville confirmaría que era algo más.

* * *

Nada de importancia le ocurrió a la partida de Bonneville en su camino: las usuales


cazas de búfalos y las alarmas de los indios, las habituales disenterías y, a medida que
aumentaba la altitud, el típico brote de «fiebre de montaña»… los ajustes habituales
al aire más liviano que se manifestaban de formas diversas con dolores de cabeza o
vómitos o nerviosismo y depresión. Cerca de Laramie Fork una partida guerrera de
crows, que habían salido para vengar a su gente asesinada por los cheyenes, cargaron
hacia ellos aullando y disparando. El capitán, un oficial de frontera experimentado, se
preparó para luchar, pero tan solo era el saludo de unos indios que casi siempre eran
pacíficos con los blancos. Los crows, sobre los que ahondaremos más adelante, eran
en algunos aspectos la tribu de las llanuras más importante y en muchos otros la más
interesante. Esta banda se mostró extremadamente, por no decir agobiantemente,
amistosa; a duras penas se despegaban de sus nuevos amigos blancos y los abrazaban
murmurando suaves susurros de afecto. Cuando se marcharon, los hombres de
Bonneville descubrieron que les habían robado todas sus pertenencias personales. El

www.lectulandia.com - Página 71
robo era un honor para los crows, y río arriba por el Big Horn, en su nuevo puesto, la
American Fur Company estaba comenzando a pagarles por acosar a la Competencia.
Bonneville cruzó la Divisoria el 24 de julio de 1832 y se dirigió al río Green. Dos
días más tarde, al ver una columna de polvo a sus espaldas por el este, creyó que se
trataba de otra partida más grande de indios —se creía, correctamente, que había pies
negros por los alrededores—, pero resultó ser la caravana de la American Fur
Company liderada por Lucien Fontenelle, que se dirigía hacia la rendezvous en
Pierre’s Hole. Había partido de Fort Union, donde previamente se había llevado la
mercancía en barco de vapor por el Misuri, y la larga y difícil ruta que había tomado
desde Fort Union ya le había hecho perder la carrera contra Sublette & Campbell a la
rendezvous. Fontenelle intercambió con Bonneville las enfervorizadas cortesías de
rigor en la ruta y partió rápidamente hacia el Green. Bonneville le siguió y las dos
partidas acamparon juntas para pasar la noche. Cuando Fontenelle partió al día
siguiente se llevó con él a algunos hombres de Bonneville, una pequeña banda de
indios delawares a quienes prometió altos salarios: cuatrocientos dólares cada uno
solo por la caza de otoño (un buen sueldo anual para un trampero experto, y la
American Fur Company perdería dinero con el trato… de momento). Fue una lección
sobre la ética de la montaña; Bonneville la asumió e inmediatamente envió a algunos
exploradores (sin duda liderados por Joe Walker) a interceptar a un grupo de
tramperos libres, con los que Fontenelle tenía intención de comerciar, para ofrecerles
las mercancías a precios más competitivos. Las pérdidas de sus patrocinadores
comenzaron justamente en ese momento.
(Los delawares eran los únicos indios que los hombres de montaña podían llegar a
considerar como iguales en el negocio. Siempre iban en pequeñas bandas y cualquier
grupo de blancos que lograba que se les uniera una de estas bandas podía
considerarse afortunado. En 1832 no tenían hogar en el Oeste, aunque dos años más
tarde se construyó una reserva para ellos en Kansas y varias tribus comenzaron a
ocuparla poco a poco. Los delawares habían sido un gran pueblo. Eran los leni-
lenapes de nuestros libros de texto, casi emparentados con los mohicanos del señor
Cooper. Pensilvania y Delaware, junto a partes de Nueva York y Nueva Jersey, eran
su territorio —un famoso fuego de consejo delaware ardía cerca del actual Club de
Cricket de Germantown… y uno de sus grandes hombres fue Tammany—. Pero en el
siglo XVIII los indios prusianos, los iraqueses, los derrotaron en la última de muchas
guerras, y con arrogancia prusiana, les infligieron el peor de los insultos
prohibiéndoles ser una tribu o llamarse hombres a sí mismos. Demasiados
historiadores han aceptado el nombre dado por los iraqueses, los indios petticoat, y
supusieron que los delawares eran débiles: un error de proporciones astronómicas.
Los supervivientes partieron al oeste. Ubicados en Ohio, volvieron a luchar
valientemente en algunas contiendas, pero principalmente contra los blancos que iban
avanzando en el territorio, de manera que una vez más sufrieron una diáspora.
Algunos se unieron a los miarais, los pian-kishaws y los shawnees, y otros cruzaron

www.lectulandia.com - Página 72
el Misisipi y se establecieron por sí mismos. Y estos últimos fueron los antecesores
de los delawares que en la época que nos ocupa eran hombres de montaña.
Dominaban el arte de las llanuras y las habilidades necesarias para sobrevivir allí. Se
convirtieron en expertos jinetes, ladrones de caballos, cazadores de búfalos y
tramperos de castores. Cubrían el territorio desde Texas hasta las Three Forks del
Misuri y más allá. No firmaron paz alguna con las tribus de las llanuras y estaban
dispuestos a complacer a cualquiera de ellas con una buena lucha en cualquier
momento. Poseían un coraje absoluto e incluso lo manifestaban en maneras que el
hombre blanco reconocía. Además, la selección natural los había dotado de una
extraordinaria inteligencia. Se hicieron a sí mismos como hombres de montaña;
Frémont y otros los convertirían en soldados y el Ejército los consideraría mejores
auxiliares que los pawnees y los cheyenes. Lo que diferenciaba a un delaware de
otros indios es que uno podía confiar en él).
Mientras que Fontenelle se apresuraba a ir ladera abajo hacia la rendezvous,
Bonneville continuó hacia el Green y subió siguiendo el cauce hasta Horse Creek.
Allí paró para refrescar los caballos y construir un puesto de comercio con troncos.
Se encontraba en la confluencia entre los dos ríos, a unas trescientas yardas del río
Green y a cinco millas al norte de la desembocadura del Horse Creek, que, sin
embargo, tan solo se hallaba a dos millas por el suroeste. Directamente hacia el este,
al otro lado de la vasta llanura de artemisa, se alzaba la gran mesa truncada que
llamarían Frémont Peak… a millas de distancia. Las Bear River Mountains se veían
al oeste. Y el recinto cercado de Bonneville y el territorio en el que lo construyó
debía resultar llamativo.

* * *

El gobierno de los Estados Unidos, contradiciendo la geología, la exploración, la


historia y las tradiciones española y americana, ha decidido que el Green no es el
Colorado. Es más largo que el río Grand, que según afirma el gobierno es el
Colorado, lleva más agua y antes de confluir con el Grand presenta las características
que el Colorado mantiene hasta el extremo bajo del Gran Cañón. Pero el Grand brota
y discurre en su mayor parte en el Estado de Colorado, mientras que el Green
meramente toca una esquina de este. Sin embargo, se tuvo que buscar alguna lógica a
posteriori que explicara la decisión del nombre de un estado soberano en contra de las
agrias protestas de sus habitantes, y por ello el Grand es el Colorado.
El condado de Sublette, Wyoming, recibe su nombre por los cinco hermanos, el
mayor de los cuales fue socio de Robert Campbell. Muchos de los afluentes y
asentamientos de este y muchos otros en los condados limítrofes llevan el nombre de
los amigos, empleados y competidores de Bill Sublette. Su extremo norte es un
laberinto de sierras montañosas que se extienden por todas partes sin ninguna lógica

www.lectulandia.com - Página 73
más allá de la de las contorsiones de un mundo en formación. Dos de estas forman
una V que se abre hacia el oeste. Los arroyos que discurren ladera abajo se unen a
otros procedentes de pequeños lagos y finalmente confluyen todos formando el río
Green. Estos nacimientos se encuentran en las laderas occidentales y a los pies de la
ladera occidental de la cordillera Wind River. Si uno sube en dirección este hacia el
risco y baja un cuarto de milla, llega a arroyos que desembocan en el Wind en su
curso hacia el sureste, gira al norte como el río Big Horn y finalmente desemboca en
el Yellowstone a una distancia de la cordillera Wind River que es aproximadamente
la mitad de su longitud. En ese pico, sobre la cabecera del Green, uno se encuentra a
setenta millas —por la alta espina dorsal de saurio que se extiende al sureste— de la
cabecera del Sweetwater, que discurre hacia el Platte y por lo tanto confluye con el
Misuri doce millas más abajo de la desembocadura del Yellowstone. Uno entonces se
encuentra a menos de cuarenta millas del lugar, casi directamente al norte, donde otro
accidente gigantesco en la geografía del terreno desvía el curso del Yellowstone al
noroeste hacia el lago Yellowstone, de donde emerge para hacer su larga travesía de
Montana (cuando abandona el área ahora llamada Yellowstone Park no está lejos del
Madison, una de las tres bifurcaciones que forman el Misuri). Además, después de
que los arroyos en la vertiente occidental de la cordillera Wind River desembocan en
el Green y discurren unas diez millas por la V hacia el oeste, una cordillera ondulada
se eleva por el norte y desvía el curso del río directamente hacia el sur. Desde la
vertiente oriental hasta la occidental esta cordillera apenas mide unas diez millas de
ancho en su punto más estrecho y nunca más de dos veces esa anchura en ningún
tramo… y a los pies de la pendiente occidental los arroyos discurren hacia el
Grosventre y el Hoback, y por lo tanto hacia el Snake y finalmente al Columbia. A lo
largo de cincuenta millas la red fluvial del Colorado pocas veces se aleja de la red del
Columbia, que, a su vez, durante unas cien millas no se aleja mucho de la red fluvial
del Misuri.
Después del giro del Green hacia el sur, cuando sus aguas ya muestran el color
que le da su nombre, el valle comienza a ensancharse. Hacia el este se encuentra la
cordillera Wind River, cuyas crestas forman la Divisoria Continental; normalmente se
pueden ver desde el Green, aunque frecuentemente quedan escondidas hasta la mitad
o casi hasta la punta por alguna que otra colina. Al oeste el terreno es menos elevado,
menos boscoso, con un sistema montañoso menos articulado, cuyos fragmentos
poseen nombres distintos. El valle mide treinta, cuarenta, cincuenta y finalmente
setenta millas o más de ancho, principalmente es una llanura de artemisa, sin árboles
a excepción de los lugares donde los álamos, los salvavidas del Oeste, marcan los
cursos de agua, o donde los colonos han plantado árboles frondosos. Es un territorio
baldío para la mayoría de los ojos, porque no hay más belleza que la del espacio al
bajar por las montañas. Las primeras cincuenta millas del valle, el Valle Alto del
Green, eran el centro neurálgico del comercio de montaña. El río aumenta el caudal
por una sucesión de afluentes procedentes del este, siendo el más grande de ellos el

www.lectulandia.com - Página 74
New Fork (que el capitán Stewart usaría para ambientar la escena de hondo dolor de
corazón y confusión en sus novelas) y por muchos otros afluentes procedentes del
oeste. El extremo sur del Valle Alto está separado de una cuenca interior al este por
una cadena de colinas, y cuando estas acaban el río se desvía hacia el sureste, un
caudal grande y rápido ahora y lleno de truchas. A unas veinticinco millas más allá se
une al Big Sandy, que baja con las aguas del Little Sandy desde el Paso Sur, y un
trecho aproximadamente de la misma longitud llega a la ciudad actual de Green
River, Wyoming. Allí gira al sur, penetra en las montañas, se transforma en el río de
John Wesley Powell y discurre a través de una serie de cañones espectaculares a lo
largo de unas cien millas.
Horse Creek discurre hacia el Green menos de la mitad de su curso por el Valle
Alto. Su nombre se supone que conmemora el robo de un caballo de Tom Fitzpatrick.
En los tiempos del comercio de pieles, el delta entre los afluentes (que ahora es tierra
de cultivo irrigada) tenía abundancia de pasto y los bosquecillos entre los arroyos
suministraban madera para las hogueras y postes de construcción. Y allí, al principio
de agosto de 1832, un capitán del Ejército de los Estados Unidos construyó un puesto
de comercio. Los hombres de montaña lo llamaron «Fuerte Sinsentido» [Fort
Nonsense]; uno de ellos explica que los crudos inviernos de la zona hacían que fuera
inhabitable (bueno, uno siempre podía trasladarse a tierras bajas para pasar el
invierno, como hacía Bonneville). De manera que, en la literatura, pasó a llamarse
Fuerte Sinsentido, así como la Locura de Bonneville [Bonneville’s Folly]. Los
historiadores han perpetuado ambos nombres, argumentando que aquel era un lugar
descabellado para llevar a cabo el comercio de pieles, a pesar de ser un territorio con
todo un tesoro de pieles aún virgen. Los historiadores se equivocan; la localización de
Fort Bonneville no tenía nada de sinsentido.
Su propietario fue machacado sin piedad por sus competidores, que siempre
estaban dispuestos a suspender las hostilidades entre sí el tiempo suficiente para
tomarla con él. Él no sabía cómo enfrentarse a sus métodos, pero no era ningún
idiota. Los partisanos que habían envejecido en la profesión no manejaban sus
caravanas mejor que él, ni un solo hombre a sus órdenes perdió la vida, llevó a cabo y
encargó importantes exploraciones y trazó el primer mapa del Oeste interior (al
menos, el primero publicado) que presentaba los principales accidentes geográficos
en una disposición similar a la real. Pero hay algo más.
Es difícil creer que, a finales del otoño de 1831, el ejército, a las órdenes del
ministro de Guerra, concediera un permiso de dos años a un oficial que iba a dirigirse
a Oregón sin tener en consideración qué iba a hacer allí y sin requerirle parte alguno.
También resulta sospechoso el hecho de que fuera financiado por un hombre de
Astor, miembro de la empresa primigenia del Columbia que había sido impulsada y
apoyada por el Presidente Jefferson, el padre de la geopolítica norteamericana.
Finalmente, cuando Bonneville prolongó su permiso (solicitó una extensión
debidamente pero la petición se extravió), fue licenciado del ejército… aunque poco

www.lectulandia.com - Página 75
después fue readmitido por el comandante en jefe Andrew Jackson. Se ha sugerido
que el Viejo Hickory, uno de los mandos más estrictos en disciplina militar que jamás
haya tenido el ejército norteamericano, expresó su admiración por el mapa de
Bonneville. Pero incluso su admiración por los mapas no justificaba un perdón total
por una grave infracción militar.
Desde 1827, el acuerdo mediante el cual Gran Bretaña y los Estados Unidos
comerciaban conjuntamente en Oregón incluía una cláusula de cancelación válida
con un año de antelación. La Hudson’s Bay Company, uno de los monopolios
privados que aportaba cierta apariencia de falta de supervisión a la expansión del
Imperio Británico, tenía una base en el Columbia y dominaba el comercio a lo largo
de sus afluentes. Desde esa base, se expandía hacia el este, a las montañas y más allá.
La Rocky Mountain Fur Company había estado luchando contra el monopolio
británico desde 1825 y ahora el monopolio estadounidense de pieles se unió a la
batalla. Las cartas de los comerciantes del Oeste, los informes de los agentes indios,
la mitad de la prensa de los Estados Unidos y los discursos de todos los senadores y
representantes del Oeste clamaban por la amenaza británica en Oregón. Y ahí
tenemos a un oficial del ejército, atrapando pieles en zona internacional, pero no
muchas pieles.
Las cartas de Bonneville a sus oficiales al mando tratan de los problemas que
conllevaría una invasión militar de Oregón. Un solo vistazo al mapa es suficiente
para ver que la ubicación de la Locura de Bonneville era el centro estratégico del
territorio de montañas. Aquel lugar cubría cualquier expedición hacia Oregón desde
los Estados Unidos. Bloqueaba cualquier expedición que saliera de la región del
Columbia hacia las rutas o territorios de caza de las compañías norteamericanas de
pieles. Dominaba la ruta hacia el Paso Sur. Cubría todas las rutas a Pierre’s Hole, al
río Snake, al Gran Lago Salado y a la cuenca interior. También cubría la ruta del río
Humboldt hacia California, parte de la cual había sido sobreexplotada por la
Hudson’s Bay Company y por la que Bonneville envió a Joe Walker. Puede que fuera
Fuerte Sinsentido para las compañías que sobornaban a los tramperos de Bonneville
para que lo abandonaran, que masacraban a los indios con los que él intentaba
comerciar y que con la destreza de su veteranía frustraban los esfuerzos de un recién
llegado a las montañas, pero tenía todo el sentido para el Departamento de Guerra.
Y en aquel lugar, un año más tarde de su construcción, el capitán Benjamin
Bonneville del Séptimo de Infantería de los Estados Unidos recibió al capitán
William Drummond Stewart de los Húsares del Rey.

* * *

Mientras que Bonneville se detenía para construir su fuerte, Luden Fontenelle avanzó
hacia el laberinto de montañas al sur de Jackson’s Hole, que el río Hoback atraviesa

www.lectulandia.com - Página 76
en dirección al Snake. Allí un grupo numeroso de indios apareció de repente, todo un
poblado con sus squaws y niños, caballos y perros y recuas de mulas y travois. Eran
pies negros. O, más bien, eran atsinas o gros ventres de las Praderas, una tribu sin
relación sanguínea ni lingüística con las tres tribus de los pies negros, pero tan
íntimamente relacionada con ellas que todos los llamaban pies negros. Viajaban al
este por la ruta que Fontenelle estaba a punto de tomar, y regresaban de los
alrededores de la rendezvous de Pierre’s Hole, hacia donde él viajaba. Sus corazones
estaban visiblemente dolidos, en un estado de ánimo que hacía a los indios más
peligrosos y parecían estar preparándose para atacarlos. Como uno siempre tiene que
presuponer que los pies negros son hostiles y recordar que pueden atacar sin dudar
una caravana incluso totalmente protegida, Fontenelle se hizo fuerte de inmediato.
Pero la experiencia que había amargado los corazones de los gros ventres también les
había enseñado a ser cautos: acababan de ser apaleados fuertemente y tenían suerte de
contarlo.
Así que declararon una tregua de pradera y fumaron con Fontenelle, el cual envió
un mensajero a Bonneville para ponerle sobre aviso. Los indios no mencionaron a
Fontenelle su derrota, aunque él sin duda adivinó lo que había pasado. Algunos de
ellos querían ver a la partida de Bonneville, cuyo rastro habían detectado sus
exploradores hacía ya rato… querían regalos y con suerte tal vez algunas cabelleras,
lo cual siempre ayudaba después de una derrota. Fontenelle envió quince de ellos a
Bonneville, guiados por uno de los delawares que había logrado sobornar. Un par de
amigos crows de Bonneville habían aparecido para hacerle otra visita. Los crows eran
enemigos acérrimos de los pies negros, los únicos enemigos que eran capaces de
enfrentarse a ellos con éxito, y sus invitados mencionaron a Bonneville que la fortuna
le estaba ofreciendo una oportunidad que sería una escandalosa locura que
rechazara… ahí tenían quince caballeras sin prácticamente ningún riesgo. Pero
Bonneville no lo veía de esa manera y recibió a los gros ventres con la ceremonia
apropiada. Y ninguno de los quince, ni los familiares que aparecieron mientras el
poblado volvía a ponerse en marcha, se llevaron ni un solo caballo. Bonneville, a
quien los indios comenzaban a llamarle Cabeza Calva, sabía arreglárselas.

* * *

Bonneville y la caravana hacia el oeste de la American Fur Company ya han sido


explicadas en relación con la rendezvous de 1832 en Pierre’s Hole. Nos movemos
ahora a una especie diferente de comerciante de pieles, un hombre cuya presencia
aquí muestra lo diverso e intricado que se estaba volviendo el comercio y lo cerca que
estaban los Estados Unidos de la combustión que terminaría por quemar el comercio.
Era Nathaniel Jarvis Wyeth, de la agradable población rural de Cambridge,
Massachusetts. Antes de partir al Oeste en 1832 había estado en el negocio de la

www.lectulandia.com - Página 77
venta de hielo de Fresh Pond, en cuya orilla vivía y donde inventó algunas ingeniosas
máquinas para recolectar cosechas.
Wyeth era el típico hombre de negocios yanqui de la época, un tipo de negociante
que había logrado expandir el comercio norteamericano a todo el mundo. Los
originales poseían todo de lo que carecen sus sucesores contemporáneos:
emprendimiento, ingenio, versatilidad en la innovación, agallas, disposición a correr
riesgos por los beneficios, incluso riesgos a largo plazo. Tales cualidades criaron a
toda una raza de comerciantes millonarios a los que Wyeth tenía intención de unirse,
y un paisano suyo, Hall Jackson Kelley, le sugirió Oregón.
La mentalidad de Kelly no cuadra con todas las energías del Oeste que convergen
durante los años que tratamos aquí: comercio, colonización, expansión patriótica, la
conversión de los indios. Hacía ya mucho tiempo que se enamoró de Oregón a una
distancia de tres mil millas (Lewis y Clark, otros viajeros y los capitanes de barco le
contaron que era un lugar hermoso). Pasó la mayor parte de su vida adulta haciendo
propaganda de Oregón a sus vecinos y luego a la nación entera presentándolo como
un paraíso terrenal, una fuente de infinitas riquezas y una causa santa. Es un ejemplo
de lo mezcladas que pueden estar las velocidades de la historia, porque, aunque él
pudiera parecer un lunático, por no decir un loco de remate, no había nada
equivocado en sus planes a excepción de que se adelantó a su tiempo… casi más de
quince años (los profetas locos del Oeste, desde John Ledyard hasta los de ayer
mismo solo eran mentes que iban un poco más rápido que el reloj). Hacia 1831,
cuando Nathaniel Wyeth se le unió, ya había creado la Sociedad de Colonización de
Oregón, una empresa de accionistas cuyo propósito principal era trasladar emigrantes
hacia la Canaán del noroeste. El viejo sueño debía hacerse realidad en 1832: un grupo
de colonos y cruzados debía partir hacia Oregón a las órdenes de Kelley. Pero no fue
así: 1832 aún era demasiado pronto. Wyeth se retiró de la Sociedad y partió solo,
aunque se llevó a cuatro conversos de Kelley con él. Al año siguiente, tampoco quiso
alistarse nadie para ir a la santa Oregón: muy bien, Kelley iría de todas formas. Partió
hacia Oregón a través de México… y solo.
Pero el comerciante de hielo de Cambridge que partió en 1832 no lo había hecho
para darse un paseo bajo la luna. Había estado mirando a Oregón con los ojos de un
hombre de negocios y había descubierto una buena veta para su propia estirpe.
Durante la Revolución Norteamericana, James Cook, el gran navegante inglés,
navegó por la costa occidental de Norteamérica hasta el estrecho de Bering… y así
abrió la ruta de un nuevo comercio dorado para Gran Bretaña. Ese comercio (y la
promesa del imperio) se basaba en la piel más valiosa de todas, la de la nutria marina.
En cuanto acabó la guerra, los norteamericanos presionaron para entrar en la región…
El Lejano Oeste, los primeros débiles balbuceos de la mente continental, comienzan
donde a uno le plazca: los rápidos de Lachine, la fulgurante línea de montañas sin
identificar que los Verendry divisaron en el horizonte al oeste, un río que, según
contaron los indios a Robert Rogers o a Jonathan Carver, discurría hacia el agua

www.lectulandia.com - Página 78
pestilente y que uno de estos dos hombres llamó Ouragan. Pero uno de los tripulantes
de James Cook era un yanqui de Connecticut llamado John Ledyard, y cuando
conoció al embajador norteamericano en Francia descubrió que Thomas Jefferson
también había estado pensando en la costa del Pacífico. Jefferson, de hecho, había
pensado en ella mucho antes que Ledyard y en una ocasión quiso enviar a George
Rogers Clark hacia la tierra ignota que había en medio, y finalmente envió al
hermano de Clark, William, y a Meriwether Lewis, para descubrir el río Ouragan
desde el este. Pero las nutrias marinas estaban más presentes en la mente visionaria
de Jefferson que el río del Oeste.
En 1787 el Lady Washington y el Columbia fueron enviados finalmente a la costa
noroeste con la razonable esperanza de vencer a los británicos en el comercio de la
nutria. Incluso antes de que el Columbia cruzara la desembocadura del río que desde
ese momento adoptó su nombre (20 de julio de 1793), se había logrado establecer la
ruta comercial triangular del Noroeste que hizo ricos a muchos comerciantes de
Boston, y cuya base era la nutria marina. A partir de entonces, los comerciantes de
Boston, que también eran capitanes de barco hasta que tuvieron hijos lo
suficientemente mayores para ocupar sus puestos en el alcázar del barco, poco a poco
hicieron retroceder a los rusos, dueños originales del comercio, y tanto sus barcos
como su comercio superó al de los británicos hasta que se hicieron con casi todo el
monopolio. En 1832, los cristales de las ventanas se iban volviendo violeta en Beacon
Hill y el comercio de la nutria marina estaba casi muerto, pero todavía había un
floreciente comercio de otras pieles con los indios costeros, constituyendo una de las
puntas del triángulo. Ya hemos tratado de este comercio en el Capítulo I: era en
barcos que navegaban por la costa por donde llegaban los productos a los flatheads.
Nathaniel Wyeth se dispuso a aprender todo lo que podía ser aprendido en
Cambridge, Massachusetts, sobre el comercio de las pieles (y la contumaz falta de
interés en la rural y lejana región de dicho comercio que dificultó la investigación de
Wyeth ha continuado a lo largo de generaciones de bibliotecarios de Cambridge hasta
hoy en día). Aprendió mucho y se entretuvo con los cálculos de las combinaciones,
los atajos y el volumen de ventas mediante los cuales su especie había llegado a
dominar los negocios en los Estados Unidos.
Llegó a la conclusión de que una carga excesiva que lastraba el crecimiento de las
compañías que llevaban mercancía a las montañas era el atroz gasto del transporte
terrestre. Llegó a la solución a la que ya había llegado John Jacob Astor veinte años
antes: el transporte en barco, y concluyó que el fallo de Astor fue debido a la Guerra
de 1812, la deserción de sus empleados (pero sin duda la deserción había
desaparecido del comercio de montaña para entonces), y consecuentemente la
posición favorable de la Northwest Company que más tarde se fusionó con la
Hudson’s Bay. Pero el comercio costero también incurría en unos gastos indirectos
excesivos: los navíos que comerciaban allí, como los del comercio de pieles de
California, debían navegar la costa durante meses seguidos, hasta dos años. Piensen

www.lectulandia.com - Página 79
en los intereses, piensen en el seguro, piensen en los salarios y suministro de las
tripulaciones. Bien, entonces lo mejor es enviar las mercancías por mar y así se
ahorran gastos de transporte, salarios y encuentros, y evitan el gran riesgo de pérdida
del transporte terrestre. Y al mismo tiempo se establecen una serie de puestos
permanentes en el territorio del castor y por el Columbia, donde los productos pueden
ser almacenados y las pieles recolectadas. De manera que cuando llegara un barco a
descargar los productos para comerciar, se pudiera cargar de pieles para el viaje de
regreso. Wyeth sabía que la Hudson’s Bay Company, que sucedió a la Northwester,
había establecido un sistema parecido al que él proponía. Pero en Cambridge no
podía saber cómo se había desarrollado, ni la sólida base económica con la que
contaba, ni cómo dominaba por completo la región del alto Columbia. Además, los
yanquis siempre podían robar a los británicos, con su talento para encontrar el camino
más directo y su capacidad para las invenciones.
Una invención, pensó, ya estaba disponible. En abril de 1831, el bergantín
Owyhee, que había sido enviado a la ruta comercial del noroeste, llegó al puerto de
Boston con una carga que incluía no solo pieles sino también cincuenta y tres barriles
de salmón en salazón del río Columbia. Lo vendieron a catorce dólares por barril y
unos pocos meses más tarde el bergantín Sultana zarpó hacia el Columbia con mil
barriles vacíos a bordo. Solo con el salmón se podía cubrir el gasto total de la travesía
por mar. Wyeth creía que podía encontrar o inventar otros negocios alternativos
rentables. Entonces hizo efectivo su capital, recolectó tanto como pudo (de familiares
y socios) y marchó a Oregón. Estaba preparado para probar cualquier cosa, pero
contaba con entrar en el comercio montañés de pieles.
Durante el otoño y el invierno de 1831 se mantuvo frenéticamente activo.
Tabaco… era un artículo básico en el comercio, ¿por qué no recortar los gastos
indirectos cultivándolo en Oregón? Así pues, intenta contratar a un plantador de
tabaco experimentado para que se una a la compañía que está formando y, al no
conseguir uno, se cartea repetidamente en busca de información sobre su cultivo y
compra semillas para llevárselas con él. Envía un similar aluvión de cartas a los
pescadores de Maine (algunos de sus patrocinadores vivían en Maine) porque
conocen el salmón del Atlántico y pueden decirle cuáles son los hábitos del pez y
cómo debe ser marinado y ahumado. Quizás el gobierno pueda subvencionar su viaje
en aras de la exploración, o por la mera oposición a los británicos. Se solicita a
Edward Everett, representante del condado de Middlesex en el Congreso, que haga lo
que esté en sus manos para recabar información para Wyeth y conseguir un permiso
oficial para que entre en Territorio Indio. Siendo un recién llegado, más le vale
durante su primer año comerciar principalmente con alimentos básicos, trampas,
pólvora y pistolas (las pistolas difícilmente podían considerarse productos básicos) y,
de este modo, comprar cuarenta docenas de trampas, «como las usadas por el señor
Astor», y ¿qué firma norteamericana fabrica armas como los fusiles Northwest?
Adquiere ciertos conocimientos de la geografía del Oeste, aunque comete enormes

www.lectulandia.com - Página 80
errores en cuanto a las rutas de viaje. Llena su cabeza con la historia y las estadísticas
del comercio de montaña… pero, como se ve limitado al exiguo material de las
bibliotecas de Cambridge, comete errores fundamentales. La música ayudará a
agilizar la marcha por tierra, concluye y, a continuación, compra diez clarines y
conmina a sus compañeros (la compañía reclutada) para que aprendan a tocarlos.
En esencia, el plan de Wyeth no andaba desencaminado y en el papel parecía a
prueba de idiotas. Pero Nat Wyeth vivía en Cambridge, y en Cambridge el mundo
siempre había parecido más simple, más altruista y más tendente a la razón de lo que
realmente es cuando uno sale y se mezcla con los hijos de la oscuridad. Era un
inocente cultivado, pero un novato tan bisoño como el que más en el comercio de
pieles. Era como un novelista de la pasión a punto de conocer a una mujer
apasionada. No tenía ni idea de lo complejamente organizado que estaba el comercio
de montaña ni cuán grande era el margen que debía tenerse en cuenta por las
incalculables variables de la suerte y las circunstancias inmediatas. No tenía una idea
exacta de cuántas personas competían en el negocio ese mismo año. No poseía ni de
lejos el suficiente capital para permanecer en el negocio. No había nadie que le
instruyera en los detalles realistas del comercio con los indios o que le informara de
que, aunque las compañías intentaran cortarse las gargantas mutuamente, se
ayudaban entre sí para cortarle la garganta a cualquier recién llegado que fuera en
serio.
Tras enviar la mayor parte de su mercancía bordeando el Cabo de Hornos por
barco, reunió a su compañía de entusiastas, especuladores y jóvenes aventureros,
veinticuatro hombres en total[1]. Estos incluían a su hermano Jacob, médico (otros
dos hermanos se arriesgaron financieramente en su empresa), y un primo suyo de
dieciocho años, John B. Wyeth (Nat pronto deseó que el chico se hubiera quedado en
el Este. John Wyeth bajó de allí desilusionado, se dio la vuelta en Pierre’s Hole y,
cuando llegó a su hogar, con la ayuda del famoso doctor Benjamin Waterhouse de
Cambridge, escribió un vívido y extremadamente ácido recuento de su viaje. Un libro
«de pequeñas mentiras contadas para sacar provecho», como lo denominaba el propio
Nat Wyeth. Contiene una de las mejores descripciones contemporáneas de la
epidemia de cólera en Nueva Orleans, pero su retrato de Nat Wyeth está tan
distorsionado que ha provocado que algunos historiadores hayan subestimado su
inteligencia). Estos voluntarios debían obedecer a Wyeth absolutamente y, después de
que él se quedara con la parte que le correspondía como director, se dividirían los
beneficios a partes iguales. Los atavió con un uniforme grotesco y, en un gesto
absurdo, compró bayonetas para sus rifles. Los llevó a una isla en el puerto de Boston
para que pasaran un periodo de acondicionamiento y práctica militar, luego los
embarcó hacia Baltimore y desde allí marcharon a San Luis y a continuación
Independence (ninguno de ellos había aprendido a atar un fardo a un mulo). A lo
largo de todo el camino pagó al por menor el transporte de su equipo, sus trampas y
clarines, herramientas de herrero e instrumentos quirúrgicos, una reserva de

www.lectulandia.com - Página 81
productos para la venta y una de las invenciones de principiante más asombrosas que
jamás fueran creadas para el Oeste. Era un barco con ruedas: de trece pies de eslora y
cuatro pies de manga, «con forma en parte de canoa y en parte de góndola», y
ensamblado por manos expertas de ebanistas porque no podía ser calafateada por el
fuerte sol del Oeste. De hecho, llevaba tres de estos cacharros: el hombre lógico de
Cambridge había deducido que esa era la forma de evitar el conocido problema de
cruzar llanuras y ríos de montaña. Los chicos de Harvard se pusieron en cola para
abuchear dichos artilugios cuando rodaron por Garden Street y los llamaron
«anfibiums», pero el primo John prefería un nombre menos académico y se decidió
por el de «Nat-wye-ciums». En San Luis alguien explicó al inocente algunas
realidades del viaje por las llanuras y Nath vendió sus botes por la mitad de lo que le
había costado su fabricación.
John Wyeth afirma que la partida jamás habría podido llegar a «los Alpes
norteamericanos» si no hubiera sido por Bill Sublette, y por una vez está contando la
verdad sin adornarla. Nat Wyeth era un hombre que solo necesitaba que le dijeran las
cosas una vez y aprendió el oficio de la montaña en una sola travesía, ya era un
oficial de primera para cuando llegaron a Pierre’s Hole y un maestro cuando llegó al
Columbia… pero no habría podido llevar a su primera compañía a las montañas sin
supervisión. Conoció a Sublette en Independence, donde Bill y Campbell tenía ya
lista su caravana para partir al Oeste con los suministros de ese año para la RMF
Company. Una mirada bastó para convencer a Sublette de que Wyeth no suponía
ninguna amenaza a su negocio y la hospitalidad de las llanuras prevaleció ante todo.
Tomó a la partida de Wyeth bajo su protección y les enseñó el negocio (tres débiles
de corazón, o realistas, abandonaron en Independence y tres más se volvieron al
llegar al Platte).
Viajaron a ritmo constante bajo las expertas instrucciones de Sublette y
experimentaron todas las situaciones de rigor: tormentas, estampidas, el caliche, los
búfalos, las tribulaciones de la ruta. John Wyeth dedicó páginas enteras de altivo
desdén a la obstinación y los errores de su primo, pero el diario de Nat prueba que
John sin duda mentía en algunos contextos y probablemente lo hacía en otros (¿por
qué un hombre comprometido con una causa no iba a ejercer un control estricto? No
hay nada más peligroso que un amateur bromista). La mayoría de ellos sucumbió a la
fiebre de la montaña y su cirujano, Jacob Wyeth, enfermó gravemente. Al sur de
Laramie Fork, Tom Fitzpatrick llegó cabalgando furiosamente del oeste. La RMF
Company y numerosos tramperos libres se habían reunido en Pierre’s Hole, informó.
Pero también habían acudido los malditos intrusos, la American Fur Company a las
órdenes de Vanderburgh y Drips y esperaban a Fontenelle con un convoy de
mercancías. Fontenelle iba hacia allí como alma que lleva el diablo para acaparar el
comercio. Daos prisa, entonces, deprisa… y Fitz se dio la vuelta y partió a solas para
llevar las noticias de que Sublette y Campbell estaban cerca y así mantener a los
indios y a los tramperos libres esperando en fila. Pero antes de regresar, la caravana

www.lectulandia.com - Página 82
se encontró con una partida de tramperos desesperados y hambrientos. Habían venido
al Oeste hacía un año como parte de otra empresa optimista de San Luis, La sociedad
Gant y Blackwell, que aspiraba a una parte de los beneficios de la montaña. Ahora
suponían que la firma estaba en bancarrota, como así era más o menos, y tenían
hambre. Fitz compró sus pieles al líder, un tal Stephens, a lo que podría ser descrito
un precio tanto de montaña como de hambruna. Luego cabalgó hacia el oeste,
llevándose un caballo de repuesto. Finalmente, se encontró con algunos gros ventres,
de la misma banda que Fontenelle encontraría más tarde, en julio (ahora estaban a
mediados de junio).
Sublette salió tras él, pero en este tramo del viaje uno no podía hacer correr
mucho a los animales de carga. Los caballos de Wyeth no estaban en muy buena
forma y el terrible avance por el Platte Alto y el Sweetwater había desencantado a los
novatos, que ahora le dijeron lo que habían estado confesándose unos a otros, que ya
habían tenido más que suficiente de esta misión de locos. Él les dio permiso para
marcharse si querían, lo cual resultaba irónico porque ya habían atravesado el Paso
Sur. Llegaron a las aguas del río Green y encontraron grizzlis y muchos búfalos. Al
anochecer del 2 de julio fueron visitados por algunos hombres de Drips, una partida
enviada desde Pierre’s Hole para encontrarse con Fontenelle o una partida de
tramperos que todavía no habían llegado a la rendezvous. Acampados a unas cuantas
millas de distancia, llegaron con las típicas cortesías, para ver caras nuevas, para oír
noticias de los Estados de hace un año, para intercambiar impresiones con
compañeros del oficio y para comer y fumar con su gente. Una hora
aproximadamente después de que se marcharan, hacia la medianoche, el campamento
de Sublette-Wyeth fue atacado por gros ventres.
El mismo poblado que ya hemos mencionado dos veces. Estaban de regreso a su
hogar tras una estancia de varios años con sus hermanos los arapahoes de Colorado y
se dirigían al territorio que compartían con sus aliados pies negros… El nombre gros
ventres significaba que nadie podía saciarlos; los arapahoes los llamaban Mendigos, y
la mayoría de las tribus los denominaban con palabras de significados similares…
Como los pies negros con los que vivían, siempre buscaban pelea y estaban lo
suficientemente locos para cargar contra este campamento, aunque no lo
suficientemente locos para finalizar la carga. Se pararon a unas cincuenta yardas y
lanzaron un montón de balas de fusil hacia el campamento en la oscuridad. Reunieron
cinco caballos de Sublette, uno que pertenecía a un trampero libre que se les había
unido y cuatro de Wyeth, y luego desaparecieron en la noche. Nadie resultó herido y
los caballos se habían dejado sueltos porque estaban desfondados. No fue un grave
incidente.
La caravana avanzaba lentamente por en medio de las tres rutas descritas con
anterioridad, llegaron al Snake, lo cruzaron y el 8 de julio llegaron a Pierre’s Hole.
Sublette llevaba con él unos sesenta hombres y la partida de Wyeth contaba ahora con
dieciocho; había diecinueve (o veintidós) en el equipo de Gant y Blackwell, y trece

www.lectulandia.com - Página 83
tramperos libres a las órdenes de Alexander Sinclair se unieron a Sublette poco
después del incidente nocturno. Drips tenía alrededor de cien hombres de la
American Fur Company en el lugar y su socio Vanderburgh estaba reuniendo otros
destacamentos para llevarlos allí. Alrededor de unas ciento veinte tiendas de nez
perces y flatheads estaban acampadas allí, y aún había más de camino, probablemente
con la esperanza de tener noticias de Pantalones de Piel de Conejo y sus compañeros,
o incluso para conocer a su mago (calculen unos siete u ocho indios por tienda).
Fraeb y Milton Sublette habían llevado a sus brigadas de la RMF Company y las
unieron con las de Fitzpatrick. Se sabía que los otros dos socios, Bridger y Gervais,
estaban de camino a la rendezvous. Pero Tom Fitzpatrick, que se había adelantado al
galope desde el Sweetwater para llevar la noticia de que Sublette estaba de camino,
no se encontraba por ningún sitio. No había llegado; el campamento supuso que se
quedó con Sublette. Y además había pies negros por los alrededores.
Otros pequeños grupos de tramperos libres seguían llegando a la rendezvous de
Pierre’s Hole de todas partes del Oeste, especialmente de las Rocosas de Colorado
(Kit Carson, que ya era el más famoso de los que frecuentaban aquel territorio, no
apareció este año). También llegaban otros indios aparte de los flatheads y los nez
perces, principalmente snakes y bannocks. Queda por dar cuenta del monopolio y la
Competencia.

* * *

La American Fur Company llevaban esforzándose por extender su monopolio a las


montañas indirectamente desde 1828 y directamente desde 1830. La empresa se
inició en el Puesto Occidental, a cuya ayuda tuvo que acudir finalmente el Puesto del
Alto Misuri. No es necesario detenerse a describir estas dos grandes ramas de la
Compañía; sus centros fueron los dos rivales más poderosos que había tenido la
Compañía, de los cuales se apoderó para acorralar el comercio del río Misuri
(recuerden, la Compañía era de ámbito nacional y su comercio se desarrollaba a
escala internacional. El vasto comercio del alto Misuri, los Grandes Lagos y sus
afluentes era solo una parte de su imperio, y el comercio del Misuri era una pieza
más). Astor, que ahora ganaba millones en el sector inmobiliario de Nueva York, ya
no prestaba una atención personal a la Compañía… aunque en ese momento ya
preveía el colapso del comercio de pieles y se preparaba para salirse a tiempo para
dejar a sus socios sujetando la bolsa mientras él continuaba ganando dinero actuando
como su banquero (su hijo William y, más especialmente, el gran Ramsay Crooks
dirigían el monopolio de las pieles). La fusión de los dos grandes puestos del Misuri
incorporó a la Compañía a los hombres que habían causado más problemas en ese
territorio: Pierre Chouteau hijo y Kenneth McKenzie. Chouteau, que detentaba el
rango más elevado en el sistema feudal de San Luis y quien sin duda consideraba a

www.lectulandia.com - Página 84
Astor como un advenedizo incomparablemente inferior, poseía exactamente la misma
clase de inteligencia y talentos, el genio de la gestión y la estrategia. Era un
financiero y tenía una mente constructora de imperios, duro, brillante, impulsivo,
especulativo e implacable. McKenzie era el McLoughlin del monopolio, es decir, el
más grande ejecutivo de campo que tenía la compañía. Ambos eran del tipo de
hombres que tanto abundaban en el siglo XIX en los negocios en los Estados Unidos.
Eran una profecía de todos los monopolios que estaban por llegar.
Ya en 1827, McKenzie envió un agente, Samuel Tulloch, a las montañas. Este
investigó las operaciones de la Hudson’s Bay Company para establecerse en las
montañas desde su base en el río Columbia y viajó a las Three Forks y al territorio del
Yellowstone con Robert Campbell de la Competencia, el objetivo de McKenzie. Pero
era demasiado pronto para iniciar la invasión y Chouteau contuvo al impaciente
McKenzie hasta asegurar su base del río. Reunieron a los mejores comerciantes de la
competencia destrozada en el Misuri. Luego comenzaron a construir puestos…
porque decidieron que las bases permanentes eran superiores al sistema de
rendezvous. Fort Union, que en un primer momento fue llamado Fort Floyd, fue
construido en 1829 en un lugar de primordial importancia, la desembocadura del
Yellowstone. Allí podía comerciar con los assiniboins, en cuyo territorio se
encontraba, y tal vez pudiera seducir a sus aliados crees, que eran clientes de la
Hudson’s Bay Company. Y desde allí podía invadir las montañas por dos rutas, el
propio Misuri y el Yellowstone.
El año siguiente, McKenzie realizó lo que parecía claramente imposible:
estableció comercio con los pies negros. Estos vándalos del Oeste comerciaban con
las compañías británicas para conseguir armas y herramientas y así alimentar su
terrorismo vocacional, pero no permitían ni siquiera a los británicos que pusieran
trampas en su territorio. Repetidas veces se habían negado a comerciar con los
norteamericanos, los asesinaban al verlos y perseguían y mataban a todo aquel que
penetraba en su territorio[2]. Nadie podía mantener a los tramperos de la RMF
Company fuera de ningún territorio en el que pretendieran poner trampas, pero
perdieron muchos equipos, hombres y pieles de castor luchando contra los pies
negros y ahora solo se enfrentaban a ellos con fuerzas bien pertrechadas. Pero en
1830 McKenzie envió al territorio de los pies negros a uno de sus lugartenientes más
familiarizados con el terreno, Jacob Berger, que durante mucho tiempo había
comerciado con ellos para los británicos. Berger condujo a un poblado entero de pies
negros a Fort Union. El año siguiente, McKenzie envió a otro de sus mejores
hombres, James Kipp, para que construyera un puesto comercial en pleno territorio
de los pies negros, cerca de la desembocadura del río Marias, Fort Piegan. Un año
más tarde el puesto fue reemplazado por Fort McKenzie, a unas millas de distancia.
Ese mismo año, se redactó un grandilocuente documento en Fort Union. Obligaba
a los assiniboins y, más sorprendentemente, a los pies negros, «señores de la tierra
desde las orillas de los grandes ríos hasta las cimas de las montañas», a firmar la paz

www.lectulandia.com - Página 85
con la American Fur Company, «siempre que el agua continúe discurriendo y la
hierba creciendo». Fue ratificado de acuerdo con «las debidas señales místicas
impuestas por las casas de la gran medicina», lo cual era un total sinsentido. Para
hacerlo todo más creíble, McKenzie hizo acuñar algunas medallas para que los pies
negros creyeran que la American Fur Company era el agente y el fuerte brazo
derecho del creador de todas las medallas, su Padre en Washington. Finalmente, en
1832, el año de la rendezvous en Pierre’s Fort, McKenzie completó su sistema de
cabezas de puente tras enviar a su hombre, Samuel Tulloch, a construir Fort Cass,
donde el Big Horn desemboca en el Yellowstone, en pleno territorio de los crows…
que habían sido buenos amigos y clientes de la RMF Company. Probablemente,
Tulloch ya había estado congraciándose con los crows que robaron los cuchillos y
otras pertenencias.
La Compañía tenía ahora un sistema de puestos permanentes entre las tribus, las
cuales jamás antes habían tenido tan a mano los productos manufacturados.
Incorporando el sistema de la Competencia, McKenzie ya había enviado brigadas al
corazón del territorio de esta, las montañas. Sus partisanos eran Joseph Robidou, de
una familia numerosa que prácticamente había cavado el cauce del Misuri, Lucien
Fontenelle, Andrew Drips y Henry Vanderburgh. Eran comerciantes fluviales que
ahora debían aprender el oficio de la caza de montaña siguiendo a las brigadas de la
Competencia. En 1830 —el año en el que Smith, Sublette & Jackson vendieron la
RMF Company—, Drips, Robidou y Fontenelle les siguieron a través de su coto más
privado, el territorio de Utah-Idaho-Wyoming occidental, Cache Valley, Bear Lake,
Salt Lake Valley, Ogden’s Hole, Bear River Valley, el Snake y Ham’s Fork. Allí se
encontraron con la lucha entre la RMF Company y la Hudson’s Bay Company que,
revitalizada por el gran McLoughlin, intentaba hacerse con el territorio desde el
noroeste. La RMF Company ganó la lucha fácilmente gracias a sus mejores
conocimientos del territorio y su mayor generosidad con los regalos y el alcohol. Esto
lo aprendieron rápidamente los recién llegados, porque también ellos habían perdido
pieles y tramperos, a pesar de ser meros observadores. Ese mismo año Vanderburgh
estaba siguiendo a otros socios de la RMF Company por algunas regiones de
Wyoming y a lo largo de los límites del territorio de los pies negros. Tanto él como
sus rivales tenían que luchar contra los pies negros, a los cuales les resultaba difícil
identificar a un aliado que se encontrara tan alejado de Fort Union. Y si las armas de
la Compañía estaban matando a empleados de la Compañía, ¿qué más daba?
Ese año supuso una esforzada pero iluminadora educación en geografía, en
competencia comercial, en soborno y engaño y en la apropiación de pieles. La
instrucción continuó durante 1831. Los recién llegados siguieron a las brigadas de la
Competencia por Idaho, hacia el territorio de los flatheads al oeste de la Divisoria de
Montana, al sur hacia el Beaverhead, a lo largo del río Jefferson. No sacaron muchas
pieles, pero se hicieron amigos de los flatheads y los nez perces. Ahora en ocasiones
podían emprender su propio camino y aun así se servían de los recursos de la

www.lectulandia.com - Página 86
Compañía. Los productos eran más baratos en las montañas en 1831 que nunca antes
y los sueldos más altos. El poder de la riqueza comenzó a notarse. Podían mantener
esta clase de lucha interna durante mucho más tiempo que la RMF Company, cuya
desdeñosa confianza estaba comenzando a dar paso al recelo cuando el verano de
1832 iba acercándose al momento de la rendezvous[3].
Drips se dirigió a San Luis con Fontenelle el verano de 1831 (esta era la brigada
con la que viajó la misión de los flatheads) e intentó regresar con una pequeña remesa
de productos de urgente necesidad. No lo logró y se vio forzado a pasar el invierno al
este de la Divisoria. La brigada de Vanderburgh pasó el invierno en Cache Valley, la
de Drips en el Salmon River Valley de Idaho, cerca de un campamento grande de la
RMF Company. Fue un invierno duro. Los pies negros que se encontraban lejos de
sus hogares disparaban constantemente a los caballos. Bridger y Fitzpatrick cerraron
buenos tratos para sus tramperos y pieles. Algunos de sus hombres y aún más de sus
flatheads fueron asesinados por los pies negros en escaramuzas. Y tuvieron un
anticipo de lo que estaba por venir cuando un factor de la Hudson’s Bay Company,
que estaba acampado en el Beaverhead, les envió un mensajero. Los pies negros,
decía, habían estado provocándole a él y a sus compañeros de Pend d’Oreille con
noticias acerca de que el Rey del Misuri había construido un fuerte en el Marias y
estaba equipando a sus hombres con muchas armas y pólvora. Muy pronto,
McKenzie convertiría a los pies negros en un pueblo invencible. Luego tenían
intención de partir hacia aquí con todas sus tropas. Iban a exterminar a los flatheads y
a todos los demás indios del territorio. Después, expulsarían a todos los hombres
blancos de las montañas.
Cuando llegó la época de caza de primavera, las tácticas de la Compañía
continuaron siendo las mismas: seguir los pasos a la Competencia. La Competencia
partió de Salmon River Valley antes de que la Compañía estuviera lista, así que la
brigada de Drips se trasladó al sur a través de Idaho para encontrar a sus partisanos.
Había pies negros por los alrededores, pies negros de verdad, no los gros ventres que
estaban comenzando a marcharse hacia sus hogares desde el territorio de los
arapahoes. Desaparecieron muchos caballos, varios hombres fueron asesinados y,
cuando se unieron a Vanderburgh, constataron que él había sufrido pérdidas similares.
Las partidas se unieron y salieron en busca de las brigadas de la RMF Company, pero
primero encontraron a Drips. Este transportaba los tan necesitados suministros y
durante dos o tres días lo celebraron con una enorme borrachera, un tanto empañada
por una ventisca de aguanieve.
En Willow Creek, los campos de lava de Idaho, por fin alcanzaron a la brigada de
la RMF Company, que estaba liderada por el Viejo Gabe, Jim Bridger, el arte de las
montañas personificado, y habían logrado una exitosa caza de primavera, sin duda lo
contrario que los hombres de Vanderburgh. Pero ahora le sobraban algunos productos
y aún más venían de camino con Fontenelle, así que envió emisarios para ver si podía
hacerse con el comercio de los flatheads. Su mensajero llegó hasta los flatheads —en

www.lectulandia.com - Página 87
el vértice de los montes Beaverhead en la frontera entre Idaho y Montana— tres días
demasiado tarde para poder ser testigo de una batalla. Los pies negros habían iniciado
su campaña de exterminio, pero los flatheads se opusieron a ser exterminados. Estos
habían logrado hacer batirse en retirada a una gran partida de guerra de pies negros y
ahora bailaban alrededor de dieciséis cabelleras. Prometieron acudir y comerciar con
ellos una vez que acabaran de informar a los espíritus sobrenaturales de su victoria.
Para entonces Vanderburgh estaba demasiado receloso para dejar que Bridger le
tomara la delantera. Los hombres del Viejo Gabe pusieron trampas en los ríos de
Idaho y de Utah hasta que comenzaron a escasear los castores hacia el verano, y en
cada tumultuoso arroyo de montaña en el que colocaban sus trampas siempre llegaba
alguna partida de hombres de la Compañía para poner sus trampas en las mismas
aguas. Los productos que trajo Drips de San Luis duraron lo suficiente para quitarle a
Bridger las pieles de algunos tramperos libres y para arrebatarle a algunos de sus
hombres (al igual que hicieron Fitzpatrick y Bridger con la Hudson’s Bay Company
un año antes). Llegó otra brigada de la RMF Company, la de Milton Sublette, que
había pasado el invierno en Ogden’s Hole (Utah) y había participado en la caza de
primavera en el río Bear. Milton Sublette, socio y hermano de William, ya no estaba
en la brigada. Se había peleado con un jefe de guerra bannock y lo habían
apuñalado[4]. Joe Meek, ahora un hombre de montaña veterano de veintidós años, se
quedó junto a él para reconfortar su alma durante sus últimas horas y cerrarle los
ojos. Pero hacía falta mucho más para matar a Milton, y tras seis semanas seguía tan
fresco como al principio. Joe y Milton partieron para encontrar a su brigada. Cerca
del Green encontraron un poblado de snakes y por algún motivo estos indios
habitualmente pacíficos estaban irritados. Iban a matar a Sublette y a Meek, pero un
jefe guerrero que había ganado las suficientes batallas para imponer su estatus y
desafiar la opinión pública hizo que se pospusiera su sacrificio y esa noche los ayudó
a escapar. Las mujeres snakes tenían fama de ser las más bonitas de todas las squaws
y este jefe tenía una hija púber, cuyo nombre era según lo pronuncia Joe Meek
«Umentucken Tukutsey Undewatsey», que se traduce por Carnero de las Rocosas.
Esta dejó profundamente impresionados a ambos hombres. Tras la rendezvous,
Milton condujo a su brigada al territorio donde podría encontrarse esa banda, los
encontró y se casó con Carnero de las Rocosas. Dos años más tarde, cuando Milton
Sublette regresó a su hogar, Meek también se casó con ella.
Sin embargo, ahora debían encontrar su brigada y, de hecho, tuvieron que seguirla
hasta Pierre’s Hole. Todos los que pasaban el invierno en las montañas ya habían
llegado allí y esperaban a las caravanas de mulas del Este: Fitzpatrick, Bridger,
Gervais, Fraeb, Milton Sublette; Vanderburgh y Drips; los flatheads y los nez perces,
y grupos sueltos de otras tribus; varios tramperos libres. Tiendas y tipis cubrían las
orillas de los arroyos. Grandes manadas de caballos y mulas pastaban por la llanura.
Todos los días llegaba algún grupo pequeño de tan lejos como las Three Forks, o
South Park, o Brown’s Hole. Tenían todas sus historias de invierno que intercambiar,

www.lectulandia.com - Página 88
ausentes y muertos que mencionar y viejas amistades que retomar. La caza de
primavera estaba lista para ser prensada en balas de unas ochenta pieles cada una,
aproximadamente unas cien libras. Todos andaban atareados remendando sus prendas
de ante, a menos que uno pudiera permitirse pagar a alguna squaw para que lo hiciera
por él, o reparando sus armas y trampas, y siempre soñando con el alcohol que las
caravanas iban a traer. La rendezvous estaba a punto de llegar a su clímax. Había sido
un buen año para todo el mundo excepto para la American Fur Company, que seguía
aprendiendo. La RMF Company había sacado sesenta mil dólares en castores[5]. Pero
perderían el comercio de los tramperos libres si Fontenelle llegaba allí primero.
Los socios de la RMF Company tenían que reconocer ahora que su dominio del
Oeste interior se había roto. El monopolio había logrado dominar sus métodos y
podrían superarles en poco tiempo, y probablemente no podrían quitárselos de
encima a partir de ese momento. Enfrentándose a la dura realidad, hicieron lo que
antes habría sido impensable: ofrecieron a sus rivales dividirse las montañas, cada
compañía tendría que mantenerse en su parte. Vanderburgh y Drips dijeron que no.
Todavía no conocían la geografía lo suficientemente bien para aceptar una división
justa. Necesitaban aprender aún más habilidades de la montaña viendo trabajar a los
maestros. Además, tenían las espaldas cubiertas con los recursos de todo un
monopolio a su disposición. Todo estaba yendo tal como McKenzie lo había previsto
y finalmente llevarían a la Competencia a la bancarrota.
No tendrían más remedio que luchar por el negocio. La RMF Company envió a
dos hombres para meter prisa a Bill Sublette (estos no dieron con él, fueron
interceptados y robados por crows y tuvieron que regresar a Pierre’s Hole a pie). Uno
o dos días más tarde, el propio Tom Fitzpatrick galopó solo para avisar de la
urgencia. Vanderburgh y Drips enviaron una partida similar para apresurar a
Fontenelle y luego otra más. Ambas cabalgaron más allá de donde debería
encontrarse Fontenelle a esas alturas, pero ninguna lo encontró. Una de las partidas
por lo visto acampó con Bonneville para esperar a Fontenelle. La otra vio a Sublette y
regresó a la rendezvous con las noticias de que la RMF Company iba en cabeza. A
media mañana del 8 de julio, bajo un velo de polvo, tintineo de bridas, rebuznos de
mulas y cien rifles levantando a todo el campamento, que respondió de la misma
manera, la caravana de Sublette, con los descontentos y los últimos en incorporarse,
llegó a Pierre’s Hole por el sur[6].

* * *

Sublette llegó allí el primero y la RMF Company consiguió hacerse con el grueso del
comercio, mantener a sus propios tramperos y comprar un número considerable a sus
rivales. Pero Sublette esperaba encontrarse allí con Fitzpatrick, mientras que todo el
mundo había supuesto que llegarían juntos. Así que la celebración que comenzó

www.lectulandia.com - Página 89
cuando llegó la caravana de Sublette, y que fue en aumento en cuanto los barriles de
alcohol fueron desenganchados de las mulas, quedó empañada por la impresión
general de que un gran hombre de las montañas había sido asesinado. Enseguida se
organizaron partidas de búsqueda, pero fue puro trámite; todos sabían que el territorio
por donde debía pasar estaba lleno de pies negros… Y, ¿no habían disparado estos
contra el campamento de Sublette? (Más tarde un grupo de rastreadores afirmaba
haber visto desde lejos a una banda de pies negros haciendo carreras de caballos y
reconocieron el caballo de Fitzpatrick entre los participantes, pero esto debe ser
puesto en duda[7].) Ya bien entrada la tarde, demacrado, descalzo y casi desnudo, con
todo el cuerpo arañado y amoratado, hambriento y casi enloquecido, Tom apareció en
el campamento[8].
Lo que le ocurrió a Fitzpatrick puede ser tomado como un contratiempo típico,
uno de los accidentes que conformaban los riesgos diarios a los que se enfrentaban
los hombres de montaña. Porque jamás debe olvidarse que el territorio era más hostil
que los propios indios, y que un descuido momentáneo o un poco de mala suerte
bastaban para poner en marcha el resorte que hacía que el territorio hostil se volviera
agresivo. Fitzpatrick era uno de los hombres de montaña más experimentados: era el
número uno de su profesión. Cuando se separó de la caravana de Sublette en el
Sweetwater estaba asumiendo un riesgo a largo plazo, calculado y justificado. Y, de
hecho, logró pasar con éxito el principal riesgo calculado. Fue lo que ocurrió después
de que escapara de los indios, lo que casi le cuesta la vida… y le habría costado la
vida a alguien menos experimentado.
Cabalgando en un caballo y tirando del otro por turnos, avanzó lo más rápido que
pudo sin ponerse en riesgo, viajando casi siempre por la noche, eligiendo con cuidado
los lugares donde era seguro hacer parada y dormir unas pocas horas (bosquecillos
donde los caballos podían esconderse y pastar mientras él dormía, preferiblemente en
la cabecera de pequeños desfiladeros, con distintas vías de escape cuidadosamente
localizadas). Atravesó el Paso Sur en dirección a la red de arroyos llamada Sandy y
se desvió hacia el Green. Llegó a este cerca de la desembocadura de Cottonwood o la
de Horse Creek, donde Fontenelle y Bonneville acamparían tres semanas más tarde.
Desde allí, se adentró en las montañas y se topó de frente con uno de los poblados
trashumantes de los gros ventres.
Se encontraba en un pequeño valle bordeado de cumbres cuando los indios fueron
conscientes de su presencia. Cualquier grupo de indios que pudiera encontrar en este
territorio asaltaría a un hombre blanco que viajara en solitario y Tom los reconoció
como pies negros. Los indios se apiñaron a su alrededor. Dejó marchar al caballo de
repuesto, clavó las espuelas en el que cabalgaba y se dirigió a todo galope hacia
terreno llano —lo que significa que fue primero por un desfiladero, luego por otro, a
través de matorrales, cruzando riscos y dirigiéndose hacia la cumbre con la esperanza
de encontrar algún cruce de valles donde una pequeña ventaja pudiera permitirle
escapar de ellos—. Ningún caballo habría podido aguantar ese ritmo durante mucho

www.lectulandia.com - Página 90
tiempo y al final tuvo que descabalgar y escalar una de las laderas de la montaña a
pie. La cabalgada, por supuesto, lo había desviado bastante del rumbo que había
estado siguiendo.
Sus perseguidores encontraron el caballo y redoblaron sus gritos… eran gritos
ceremoniales por tal triunfo. En ese momento Tom estaba escondido en una grieta
entre dos rocas, cuya entrada cubrió con bloques de piedra y matorrales. Los indios
iban de un lado a otro como hormigas furiosas, gateando de una roca a otra, saltando
por encima de pequeños precipicios y cayendo con el cuerpo estirado y boca abajo.
Las invocaciones a los espíritus sobrenaturales comenzarían en breve, porque era la
guerra. Los hombres medicina realizarían sus rituales de gestos y sacrificios y
recitarían sus oraciones. Algunos de los jóvenes bravos pararían para pintarse, otros
cantarían canciones que sus medicinas habían revelado que los hacían invulnerables.
Algunos se pondrían las pieles o las plumas reveladas en sueños, eficaces para el
logro de las grandes hazañas. Otros se rociarían con el equivalente indio de los polvos
mágicos. Muchos recitaban las gestas que habían realizado —un preliminar a casi
cualquier cosa en la vida diaria de un indio—. Piel de nutria, plumas de urraca,
huesos de águila, boñiga de perro de las praderas… todos llevaban algún amuleto
personal. Pero, fuera cual fuese la lógica de la liturgia, las labores prácticas de dar
con la víctima continuaban.
Y continuaron durante todo el día. Muchas veces algunos indios se acercaron a
tan solo unas yardas del escondite de Tom. En varias ocasiones se retiraron hacia los
pies de la ladera, luego se arengaban y se procuraban la voluntad de sus dioses y
volvían a la carga. Ya de noche cerrada, Tom salió a rastras, se orientó por las
estrellas, calculó la dirección hacia donde era menos probable que estuviera el
campamento de los gros ventres… y descubrió que sus cálculos eran erróneos. Se fue
a dar de bruces con los caballos atados y los tipis montados. Regresó a su escondite y
permaneció allí todo el día siguiente, mientras los indios seguían rastreándole…
como beagles o terriers dispuestos a suspender los asuntos de todo un poblado el
tiempo que fuera necesario para conseguir una cabellera blanca. La segunda noche,
Tom volvió a intentarlo, dio un amplio rodeo al campamento y se dirigió a las
montañas. Cuando amaneció se escondió en un bosquecillo, vio otra vez al grupo de
gros ventres y esa noche se alejó de allí todo lo que pudo. Desde ese momento
decidió viajar solo de día. Al llegar al Snake hizo una pequeña balsa para pasar su
rifle, la pólvora, el saquito de balas y otras pertenencias a la otra orilla y la fuerte
corriente la rompió[9]. Ahora ya no disponía de sus herramientas de supervivencia y
solo le quedaba el cuchillo para sustentarse. Un hombre como Fitzpatrick nunca se
encontraba perdido mucho tiempo, tan solo lo que le costaba encontrar algún
accidente geográfico en un territorio que conocía de memoria (en cuanto un risco le
permitiera divisar los pezones de las Tetons estaría salvado). De hecho, atravesó
directamente un caos de barrancos por los que nunca había transitado, lejos de la ruta,
en un rumbo certero hacia Pierre’s Hole. Tuvo que atravesar las montañas

www.lectulandia.com - Página 91
alimentándose de los brotes y raíces que pudo encontrar. Día tras día su fuerza fue
mermando. El quinto día encontró parte del cadáver de un búfalo que habían dejado
los lobos. Su pedernal y el acero se habían perdido junto al rifle, así que, según
afirma Zenas Leonard que el propio Fitzpatrick dijo, hizo fuego con palos, aunque sin
duda se comió la carroña cruda. Sus mocasines se gastaron; cortó su ala ancha y se
ató los trozos alrededor de los pies. Cada día recorría una distancia menor, pero se
mantuvo en el rumbo correcto mientras pudo caminar. Se encontraba a la distancia
del vuelo de una abeja cuando sus compañeros lo encontraron.

* * *

Bill Sublette, entonces, llevó su mercancía a la rendezvous el 8 de julio de 1832 y


Fitzpatrick llegó ese mismo día. La RMF Company saldó las cuentas anuales con sus
propios tramperos y comenzó a recuperar dinero con cualquier pago de más en
equipamiento para el próximo año y en alcohol aguado que pronto se puso a la venta.
Los primeros días de cualquier rendezvous eran una orgía magnífica. En ese periodo
de amistades renovadas, buena comida, abundante licor y la presencia de mujeres, los
hombres de montaña daban rienda suelta a las fantasías y deseos de todo el año. Eran
hombres encallecidos y sus diversiones, que no es necesario detallar en estos
momentos, eran masculinas. Eran momentos de fiesta. También era un buen
momento para las compañías. Mientras un hombre tuviera algo de crédito, mientras
hubiera licor para él y para los chicos, mientras que unos cuantos abalorios o una
yarda de tela o un par de cascabeles de halcón embelesaran a cualquier mujer india o
la comprara a su propietario, ¿qué trampero iba a preocuparse por el valor relativo de
las pieles de castor que había atrapado la última primavera?
Mientras las descargas de fusilería y los gritos de guerra resonaban desde las
colinas, mientras los indios realizaban sus proezas tribales por dinero, mientras los
tramperos se peleaban y vomitaban, las compañías barrían con todo. Los socios de la
RMF Company contrataron a un número satisfactorio de hombres de Vanderburgh,
pagándoles dinero al contado en mercancía y contratándoles con unos salarios
desorbitantes para el año venidero. Ellos y Sublette & Campbell se quedaron con toda
la caza de los tramperos libres de ese año. A seis dólares la piel… dólares pagados en
productos a unos precios desde un quinientos a un dos mil por cien sobre los precios
de San Luis. Compraban pemmican de los indios, el famoso alimento concentrado del
que uno siempre procuraba tener un suministro para pasar los malos tiempos
venideros. Cambiaban sus caballos agotados por un cuchillo o un punzón o un
puñado de pólvora para disparar. Compraban cientos de caballos frescos por un poco
más —a una media de diez dólares en San Luis—. Los nez perces practicaban la cría
selectiva, que era un arte incomprensible para la mayoría de las tribus, y habían
desarrollado una raza distintiva llamada el caballo Pelouse, el «Appaloosa» de épocas

www.lectulandia.com - Página 92
posteriores (sus vecinos, los cayuses, proporcionaron el nombre genérico del caballo
del Oeste). Tenía la grupa moteada o, en ocasiones, blanca, y era el mejor caballo
indio. Los nez perces se los suministraban a sus vecinos, quienes los acarreaban por
las llanuras y conducían las manadas a la rendezvous para hacer trueque.
Además, llevaban artesanías para venderlas, especialmente mocasines y
pantalones de ante. El hombre de montaña probablemente se equipaba con caras y
abrigadas camisas, pantalones y capotes de lana, pero estas no duraban mucho en su
actividad y necesitaba pantalones de ante para usarlos en el futuro. El trampero ha
llegado hasta nosotros en nuestra iconografía ataviado con este uniforme de ante, una
vestimenta nativa americana siempre apropiada en un clima seco (aunque
ennegrecida donde el uso la hace oscurecer), cuyos flecos y caída natural la hacen
especialmente apta para los escultores. Pero el uniforme significaba que había
destrozado su ropa importada, porque el ante, aunque duro y por ello ideal para un
territorio boscoso, resultaba incómodo. El ante mejor ahumado aguantaba el agua de
lluvia durante unas cuantas horas (una manta de Mackinaw era tan impermeable
como una manta navajo), pero al final incluso el mejor ante se empapaba y se pegaba
al cuerpo, encogía dolorosamente y luego colgaba holgado cuando se secaba.
La competencia feroz por el negocio no afectaba a la camaradería en la montaña.
Los empleados de compañías rivales se emborrachaban con gran bullicio, los socios
un poco más formalmente. Había comidas ceremoniosas en las que Vanderburgh, Jim
Bridger y Bill Sublette brindaban e intercambiaban noticias, recuerdos y mentiras.
Bajo las cumbres, a mil quinientas millas de casa, todos eran montañeros y el corazón
de uno rebosaba de afecto por un compañero de profesión, al mismo tiempo que
calculaba la mejor manera de llevarlo a la bancarrota. La RMF Company había
ganado otra mano, pero la crisis continuó. Fontenelle estaba de camino allí con una
abundante caravana y todos los productos que llevaba comprarían pieles o favores
que deberían haber ido a los socios. Además, la presencia de pequeñas compañías
fracasadas y bandas de tramperos libres en esta rendezvous confirmaban lo
seriamente amenazado que estaba el coto privado de los socios. Finalmente, allí
estaba Wyeth, quien iba a establecer otra compañía, y hacia el este estaba Bonneville,
quien ya había establecido una financiado con dinero de Astor.
Por la noche se producían serias consultas en las tiendas de los socios, entre ellos
y con Bill Sublette y Robert Campbell, que los tenían cogidos por el cuello pero que
negociarían con ellos más favorablemente que ningún otro. Las tácticas del
monopolio podían ser rastreadas: Vanderburgh y Drips seguían a las brigadas de los
socios, aprendían más sobre el territorio y el oficio y, finalmente y con un apoyo
financiero ilimitado, esperaban echarlos del territorio. ¿Qué podían hacer los socios?
Tan solo luchar. Y aún tenían alguna artillería.
La decisión fue enviar brigadas a las órdenes de Fraeb y Milton Sublette al sur y
al suroeste, ambos en dirección al Humboldt, donde el primero giraría al este en
dirección a las aguas del Utah y del Colorado y el segundo viraría en redondo

www.lectulandia.com - Página 93
atravesando el centro de Idaho en dirección al río Salmon y los ríos adyacentes.
Bridger y Fitzpatrick partirían al este hacia el río Yellowstone, luego retrocederían
hacia las Three Forks del Misuri y finalmente al Salmon. No está claro adónde fue
enviado Gervais a poner las trampas, pero debió de ser el Alto Green, porque esta
caza de otoño obviamente estaba pensada para limpiar todos los ríos donde
abundaban los castores en las montañas y todos habían sido asignados menos el
Green.
Mientras tanto, se produjo una rebelión definitiva de los novatos en el
campamento de Wyeth. La mitad de su partida, once hombres en total, ya se habían
hartado del desierto, la lluvia, la nieve, las tormentas de arena, el agua con caliche, la
mala comida y el constante agotamiento. Habían recuperado la salud en ese
placentero valle a los pies del Grand Teton, pero no veían ningún futuro en aquella
misión. Entre los que abandonaron se encontraba el hermano de Wyeth, el cirujano, y
su bromista y joven primo John. Ambos regresarían a los Estados con Sublette y
Campbell.
Pero no Nat Wyeth. Ahora entendía lo ingenuas que habían sido sus ideas en
Cambridge. Pero si había sido instruido en realismo a manos de realistas, también
había comprobado que su plan básico era correcto. El comercio de pieles en la
montaña, ahora que él había podido ver su rendezvous, era tan irracional en términos
económicos como le había parecido junto a Fresh Pond, y ofrecía oportunidades
prometedoras a un talento organizativo. Nat Wyeth continuó hacia el Columbia,
destino por el que originalmente había iniciado su viaje. De camino allí y tras
alcanzarlo, él mismo aportaría los restantes detalles de primera mano, especialmente
en relación con la colocación de trampas. Compró pemmican y productos indios, se
reabasteció, cambió sus caballos por otros frescos y estuvo listo para partir. Pero
todavía estaba en territorio de pies negros. Así que en lugar de partir de Pierre’s Hole
por el norte, el camino más corto hacia el Bajo Snake, unió su partida a la de Milton
Sublette. Sublette se dirigía al Snake por el suroeste y seguiría el curso del río hasta la
confluencia con el Raft o cerca de allí, donde él se desviaría hacia el Humboldt. Para
entonces, Wyeth ya estaría fuera del alcance de los pies negros y podría conducir a su
pequeño grupo con relativa seguridad por la ruta establecida hacia el Columbia.

www.lectulandia.com - Página 94
III

MASACRE: OCIO Y NEGOCIO


(1832)

Fraeb y Milton Sublette estuvieron listos para partir en primer lugar e iban a viajar
juntos hasta el Humboldt. Wyeth y su leal remanente partirían con ellos para estar a
salvo de los pies negros. Lo mismo haría la banda de Sinclair de tramperos libres y un
par de grupos pequeños. El 17 de julio iniciaron el camino, dirigiéndose al sur por el
valle del Pierre’s Hole, con la intención de girar al suroeste en dirección al Snake.
Hacia mediados de julio en los cielos de los territorios altos aparece un dorado
vacío, una apariencia desvaída infinitamente hermosa pero melancólica como
premonición del otoño. La luz temprana parece separada de su fuente; hasta media
mañana las laderas más altas están cubiertas por una niebla azul pólvora que se
intensifica y se va apagando a medida que transcurre el breve verano de las cumbres.
La plata de las hojas de los chopos se vuelve más brillante y los sauces comienzan a
mostrar vetas doradas. Por encima de las copas de encinas enanas sobrevuela una
banda carmesí que comienza a descender por las laderas junto al oro a partir de ese
momento. La luz de los cañones llega a través de un velo de lavanda y los bosques
parecen más oscuros, más desiertos, más entregados a la soledad.
Con menos de cien hombres en total, la caravana de mulas de carga recorrió de
seis a ocho millas el 17 de julio y probablemente partieron todos juntos de Pierre’s
Hole. Acamparon de noche en un valle con riachuelo y bosquecillos desperdigados,
junto a las laderas de unas montañas cercanas al arroyo. Poco después de partir a la
mañana siguiente, dos filas de jinetes aparecieron remontando la cresta de una colina
en el valle. La partida de Sinclair, a la cabeza de la caravana, paró en seco. Sublette,
Fraeb y Wyeth se aproximaron a ellos y pararon. No creían que fuera una partida tan
numerosa, pero ¿podría tratarse de Fontenelle lejos de su ruta? Milton Sublette tenía
un catalejo. No, no eran blancos… eran indios. Tenían una Union Jack (capturada
recientemente de la brigada de la Hudson’s Bay liderada por John Work) y debían de
ser los pies negros que ya llevaban varias semanas por esa región. Los tramperos
retiraron los fardos de sus mulas para usarlos de parapeto y se llevaron las mulas y
caballos hacia un bosquecillo. Enviaron a un par de hombres al galope para que
informaran a las compañías de la rendezvous de lo que se avecinaba. Los indios
comenzaron a bajar la pendiente en diagonal y con precaución hasta el arroyo que
discurría a sus pies. Mientras las hileras de indios rebasaban la cresta, los blancos
pudieron ver que se trataba de un poblado… había travois remolcados por caballos y
perros, recuas de caballos, mujeres[1].
Era uno de los poblados de gros ventres que habían estado siguiendo el curso del

www.lectulandia.com - Página 95
Green durante un par de semanas, que habían atacado el campamento de Sublette,
que habían perseguido a Fitzpatrick y que habían liquidado a algunos tramperos que
deambulaban por el territorio sur de Wyoming. No eran pies negros sino atsinas, una
escisión de los arapahoes que se trasladó al territorio de los pies negros y firmó una
alianza con sus «tártaros», hablando su idioma con tanta fluidez como los propios
nativos, adoptando sus ceremonias y sus feudos. Los pies negros les llamaban «el
pueblo panzudo», los arapahoes les llamaban «los pordioseros» o «gorrones», y
ambos se sentían superiores a ellos. Acababan de completar una estancia de tres años
con los arapahoes en Colorado y ahora regresaban a su hogar. El hecho de que
hubieran cruzado la Divisoria por allí y que se dirigieran al norte por la vertiente
occidental significaba que tenían intención de alejarse de los crows y, probablemente,
de cazar algunos flatheads.
A menos de una milla de distancia, los adversarios aseguraron sus posiciones y se
vigilaban mutuamente. Ambos necesitaban tiempo, los blancos para que sus
compañeros de la rendezvous llegaran, los indios para finalizar todas las
preparaciones religiosas que les ayudaran a lanzar un ataque potente. Un jefe
guerrero, para ganar tiempo, cabalgó hacia los tramperos (jefe guerrero: cualquier
bravo que tuviera en su haber suficientes victorias para poder liderar una partida de
guerra). Llevaba una manta carmesí y una pipa tribal de medicina. Esta, con el
acompañamiento de cánticos rituales, había sido sacada del fardo en el que se
guardaba junto a diversos objetos sagrados, carracas, cráneos, plumas, garras, pieles,
pinturas, hatillos de hierbas y tabaco. La piel de oso, la piel de alce y las pieles de
aves que la protegían habían sido desenvueltas con más oraciones y poses. Los
tramperos la reconocieron: una cazoleta gruesa y achatada (de esteatita verdosa
porque eran pies negros) y una boquilla aplastada y larga de madera festoneada con
trenzas de tela multicolor, plumas teñidas y otros objetos simbólicos, todos ellos
importantes en sus liturgias. Mostrarlo así era una petición de paz, una declaración
solemne de que por el momento los indios iban a respetar una tregua. Buen truco si
funcionaba, pero los pies negros o gros ventres no iban a engañar a estos veteranos y
el jefe era un loco por intentarlo. Sublette, Fraeb y Sinclair sabían que las treguas de
los pies negros siempre eran en una sola dirección.
En la partida de Sublette había un mestizo llamado Antoine Godin. Hacía dos
años, los pies negros habían matado a su padre, Thyery Godin, a unas setenta y cinco
millas del lugar donde se encontraban, junto al Big Lost River, que durante un tiempo
se llamó río Godin en recuerdo del asesinato. Antoine se adelantó para recibir la pipa
de medicina y un bravo flathead cabalgó a su lado… Este era miembro de una tribu
que había tenido que luchar contra pies negros desde el principio de los tiempos, una
tribu que aún recordaba cuando tuvieron que luchar con flechas con puntas de piedra
y varas afiladas contra ellos y los mosquetes de la Northwest Company, y que ese año
habían sido informados de que los pies negros tenían intención de exterminarlos. Los
dos trazaron el plan mientras cabalgaban. Se acercaron al jefe, que blandía su símbolo

www.lectulandia.com - Página 96
de paz y ofreció su mano derecha. Godin la estrechó y agarró al hombre. «¡Dispara!»,
dijo, y el flathead disparó. Se llevaron la cabellera y regresaron al galope
sacudiéndola y ondeando la manta carmesí[2]. El principiante John Wyeth, que se
aproximaba con los refuerzos de Pierre’s Hole cuando ocurrió, quedó horrorizado por
el incumplimiento de la palabra. «Es un Joab con sed de venganza… ¿estás en tus
cabales, hermano mío?», escribe. Pero era la manera correcta de tratar a los pies
negros.
Los indios no atacaron inmediatamente, como cualquier otra tribu no educada en
la tradición de los pies negros hubiera hecho en el momento en que un ritual sagrado
les fallaba. Se excitaron y gritaron, se adelantaron un poco para provocar a los
blancos, ungieron sus cuerpos con diversas invulnerabilidades y retiraron las fundas a
sus escudos de guerra, que también les prometían que no iban a ser heridos. Algunas
squaws y niños desaparecieron ladera arriba, otras corrían con las mulas de carga
hacia un recodo del valle, y aún otras más ayudaban a sus hombres a montar un
fuerte. Al parecer los indios iban a dejar que los blancos atacaran primero. Se
retiraron a un bosquecillo de sauces y álamos, junto a un meandro del río, con la
montaña a sus espaldas. Allí, ocultos, construyeron un fuerte con árboles caídos y sus
squaws cavaron trincheras tras los troncos.
Los blancos se aproximaron a suficiente distancia para alcanzarles con los rifles.
No se apresuraron a correr hacia aquel bosquecillo y se contentaron con disparar
desde allí a larga distancia. Había más de cien indios, tal vez doscientos. Bill Sublette
los encontró así de indecisos cuando regresó galopando de la rendezvous, seguido por
cien o doscientos tramperos al galope y cuatrocientos o quinientos flatheads y nez
perces gritando tras ellos. Bill se enfureció con los tramperos por perder el tiempo e
inmediatamente les proporcionó lo que la situación requería: un líder. Quitó a los
novatos de Wyeth de en medio y les ordenó que se quedaran tras sus fardos y
cuidaran a los heridos, pero dejó que el propio Wyeth se uniera a la oleada de asalto.
Además, exhortó a unos sesenta voluntarios, blancos y rojos, a que le siguieran.
Asignó a los indios un flanco y a los blancos el otro. Él y su socio Campbell hicieron
testamento verbal, dándose mutuas instrucciones de llevar a cabo sus últimas
voluntades. Luego condujeron a sus guardias de asalto hacia el bosque de sauces.
Fueron abatidos allí mismo. Los indios, escondidos en hoyos, apuntaron por
debajo de los últimos troncos del fuerte y los acribillaron; la mayoría de las bajas
entre los asaltantes tuvo lugar en esa primera descarga. Eso los detuvo, y entonces
también ellos se parapetaron detrás de troncos, como debería haberles ordenado Bill
desde el principio. Durante un par de horas intercambiaron disparos y los hombres de
montaña agotaron hasta tal punto sus reservas de balas que tuvieron que regresar al
día siguiente para recuperarlas sacándolas de los árboles. Ocasionalmente disparaban
a algún indio y también les disparaban a ellos. «La idea de una flecha puntiaguda
clavándose en el cuerpo de un hombre, como hemos observado en los ciervos y otros
animales», afirma el joven John Wyeth, viendo aquí la clase de lucha india sobre la

www.lectulandia.com - Página 97
que había leído en Cambridge, «nos resultaba estremecedora a todos nosotros y no es
de extrañar que algunos de nuestros hombres huyeran ante tal amenaza».
Sinclair se encontraba en la línea exterior, un hombre bueno y fuerte que no podía
avanzar muy lejos a pie porque había perdido algunos de los dedos. Le dispararon,
mortalmente según se supo más tarde, y Campbell lo arrastró al bosque y luego
regresó. Uno de los hombres de Fraeb se refugió tras un tronco y lo empujó hasta
llegar casi al fuerte; varios disparos impactaron en el tronco, pero consiguió llegar a
un árbol desde donde lanzar ráfagas. Otro hombre que había ingerido bastante alcohol
llegó indemne hasta los troncos, los escaló, echó un vistazo por encima y se
desplomó hacia atrás con dos balas en la cabeza. En algún momento de la batalla, Bill
Sublette recibió un disparo en el antebrazo. Lo arrastraron detrás de un árbol y
continuó dando órdenes. Los ayudantes flatheads y nez perces pudieron avanzar hasta
medio camino por su flanco antes de que el arroyo los detuviera, pero allí se
encontraron en el fuego cruzado de sus aliados y algunos de ellos recibieron disparos.
Era una batalla lenta… y ruidosa. Además de los disparos, se escuchaban gritos,
aullidos y el ulular de los indios de ambos bandos. La costumbre les obligaba a
provocar y burlarse unos de otros en sus propios idiomas u otros que conocieran. Uno
gritaba que su enemigo era un niño, una squaw, un homosexual, o que liebres u otros
animales huidizos eran sus antepasados, que él y su tribu se alimentaban de estiércol
o carroña y que no sabía luchar… y cosas de ese estilo. Si uno lograba enfurecer a su
enemigo lo suficiente para hacerle salir de su escondite y así poder dispararle, mucho
mejor; si no, siempre podía ganarse una ronda solo por los insultos. A última hora de
la tarde, tras cinco blancos y otros cinco indios aliados muertos, los hombres de
Sublette se habían acercado a los troncos del fuerte. Los gros ventres no se asomaban,
simplemente permanecían agazapados en sus hoyos y esperaban la siguiente carga.
No se ganaba nada cargando contra ellos. Sublette ordenó a algunos de sus hombres
que apilaran madera y matorrales frente al fuerte: tenía intención de quemarlos.
Lograron apilar una buena cantidad, pero los flatheads y los nez perces protestaron:
los pies negros acorralados no podían escapar y tenían con ellos muchas posesiones
que no servirían de nada si se quemaban. Se desestimó la protesta. Los blancos se
prepararon para prender la hoguera.
Al otro lado de los troncos algunos de los gros ventres comenzaron a cantar sus
canciones de muerte. No era una preparación para el más allá, sino una magia final
para prevenir la muerte… otra promesa de invulnerabilidad, revelada en sueños,
reservada solo para la peor de las situaciones. Pero uno de ellos intentó de nuevo
provocar. Gritó que sabía que estaban derrotados y que iban a morir como los héroes
que eran, pero también sabía que pronto serían vengados. Porque, dijo, varios cientos
de familias de su pueblo les seguían de cerca (eso era más o menos verdad). Pronto
subirían y eliminarían a los vencedores. Quienquiera que traducía sus palabras o bien
hablaba mal la lengua de los pies negros o peor la de los flatheads, porque entendió
estas palabras como una declaración de que cientos de pies negros estaban en esos

www.lectulandia.com - Página 98
momentos asesinando a aquellos que habían quedado en la rendezvous, robando los
caballos y destrozando el campamento. La noticia se extendió entre los hombres que
estaban embargados por el fragor de la batalla. Algunos con la cabeza fría debieron
de reaccionar correctamente, pero otros, probablemente entre los ciento y pico más
circunspectos que formaban la reserva fuera del bosque, regresaron al galope al
campamento. Otros los siguieron, espoleados por este ardor renovado, hasta que solo
quedó un puñado de ellos para vigilar el fuerte. Estos, sabiamente, se retiraron hacia
el borde del bosque. Unas dos horas más tarde algunos de sus amigos regresaron
abochornados tras encontrar el campamento totalmente en paz. Pero era demasiado
tarde para hacer nada, porque uno jamás peleaba contra indios parapetados de noche
si podía evitarlo. Acamparon al raso y montaron guardia, pero los gros ventres se
acercaron sigilosamente en la oscuridad y se llevaron a sus heridos y a algunos de sus
muertos.
A la mañana siguiente, los blancos se encontraron con lo que Nat Wyeth describió
como «una escena de repugnante carnicería». Había un hombre blanco herido entre la
maleza y se lo llevaron en camilla, pero murió. Uno de los blancos muertos había
sido mutilado «de una forma espeluznante», lo cual normalmente significa que le
habían cortado los genitales (para insultarle en el mundo de los espíritus, para dar al
que lo había mutilado mayor poder en este y para obtener material para ceremonias
religiosas). Había veinte o treinta caballos muertos y nueve cadáveres de gros ventres
tras los troncos. Había más cadáveres de indios esparcidos por el arroyo y por el
bosque. Los indios más tarde admitieron que habían perdido a veintiséis hombres, lo
cual quiere decir que fueron bastantes más. Había una squaw con la pierna rota que
suplicaba a los hombres de montaña que la mataran. Ellos se negaron, pero los
flatheads la complacieron clavándole un hacha en el cráneo. Los flatheads y nez
perces recogieron su botín también, porque los gros ventres en su huida habían
dejado tirados tipis, ropas, pieles, utensilios de cocina y hatillos de medicina a lo
largo y a lo ancho de varias millas en el valle. Encontraron una manada de cuarenta y
dos caballos intactos donde las squaws los habían escondido. «El repiqueteo de las
armas», dice Wyeth, «ahora cambió por el sonido del buitre [más bien, halcón
ratonero] y el aullido de perros abandonados». En total, cinco blancos y siete indios
aliados habían muerto, seis blancos y siete indios habían resultado heridos[3].
Enterraron a sus muertos detrás de la empalizada india, donde la tierra estaba tan
pisoteada que las tumbas no eran visibles; así los cuerpos no serían desenterrados y
sus cabelleras arrancadas. Los flatheads arrancaron las cabelleras a los gros ventres,
algunos dicen que entre estas había algunas de niños. Después regresaron todos a
Pierre’s Hole para permanecer allí en estado de alerta unos cuantos días. Se sabía que
los gros ventres habían estado visitando a los arapahoes, y como este poblado
regresaba a su hogar, era muy probable que el jefe guerrero les hubiera dicho la
verdad y el resto de la tribu no anduviera muy lejos. El doctor Wyeth, que tenía
previsto partir a su hogar, vendó la herida de Bill Sublette e hizo lo que pudo por los

www.lectulandia.com - Página 99
otros… La medicina no podía hacer mucho en las montañas. Los indios celebraron
sus ceremonias de lamento y victoria. Alrededor de sus hogueras, los tramperos
analizaron la batalla y comenzaron a crear su propio folclore. Muchos de ellos habían
escapado por los pelos, incluyendo a Henry Fraeb, al cual le arrancaron un mechón
del pelo de un disparo. Además, mientras luchaba en el bosque, su squaw había dado
a luz a un niño en Pierre’s Hole.
No aparecieron más gros ventres. Sublette y Campbell pospusieron su partida
hasta que las heridas de Bill sanaron. Pero Stephens, anteriormente un partisano de
Gant & Blackwell que había vendido sus pieles a Fitzpatrick en el Laramie, pensó
ahora que le habían estafado —y tenía razón—, y tras una agria pelea decidió subir la
apuesta como si tal cosa. Convenció a cuatro tramperos no contratados para que le
acompañaran y tres descontentos de Wyeth partieron con ellos, llevados por la
excesiva ansia de dejar las montañas bien lejos antes de esperar a la caravana de
Sublette y Campbell[4]. Fue un error estúpido. Tres días más tarde cinco de ellos
regresaron, Stephens con una herida que pronto resultó ser mortal. Los otros dos
estaban muertos y sin cabelleras en Jackson’s Hole, justo más allá del paso, donde los
gros ventres habían realizado este acto de venganza. Uno de los muertos era un
hombre de Wyeth, George More de Boston, la primera muerte de aquella visión
brumosa de Wyeth junto al Fresh Pond, en Cambridge.
Pero no era el año de suerte de los gros ventres. Recogieron a algunos de su tribu
de camino a través de las montañas y se preparaban para la acción cuando se
encontraron con Fontenelle y Bonneville, como ya hemos relatado. Pero habían
gastado la mayor parte de su pólvora en la batalla y los campamentos eran demasiado
fuertes y estaban demasiado alerta. Continuaron su camino… y después se dirigieron
a sus casas al este de las montañas. Así que entraron en Absaroka, el territorio de los
crows, y una banda de sus más duros enemigos los masacraron. Fue la mejor «fiesta»
que los crows habían celebrado desde hacía años… mujeres, niños, caballos, jefes
guerreros, chicos, ancianos, y todas las pertenencias personales que dejaron. Los
crows acostumbraban a decir que los pies negros eran valientes pero demasiado
estúpidos para luchar bien, y estos además ya habían sido diezmados. Los crows
cargaron sus caballos con el botín, se tiznaron los rostros y regresaron a casa para
bailar alrededor de las cabelleras. Los gros ventres que escaparon se dirigieron
penosamente hacia su propio territorio. Debían contar lo ocurrido a los pies negros,
que ya estaban bastante enfurecidos porque no habían exterminado a los flatheads…
y de esta manera, se lo pusieron más difícil a las brigadas de pieles que se dirigían al
norte.
De regreso a los Estados, Sublette y Campbell se desviaron para evitar al grupo
principal de gros ventres y, sin embargo, fueron a toparse directamente con ellos. Les
habían llegado noticias de la derrota de sus familiares, se pintaron los rostros y
hablaron desdeñosamente. Pero conocían a Cara Cortada (Bill Sublette), e
inteligentemente se conformaron con veinticinco libras de tabaco y siguieron su

www.lectulandia.com - Página 100


camino. Y lo mismo hizo Sublette, llevándose el enorme cargamento de pieles de
todo un año, el último gran cargamento que salió de ese territorio. En la frontera
conoció a un hombre famoso que visitaba las praderas de camino a Fort Gibson, su
destino final. Washington Irving viajaba con una comisión del gobierno que debía
inspeccionar el Territorio Indio que había sido asignado a las tribus desposeídas.
Finalmente escribiría dos notables libros sobre la estirpe que ahora conoció en el
terreno.
«Su larga cabalgata», escribió, «se estiraba en fila india casi media milla. Sublette
todavía llevaba el brazo en cabestrillo. Los montañeros ataviados con sus toscos
trajes de caza, armados con rifles y montados a pelo y conduciendo sus recuas de
caballos por una colina del bosque, parecían bandidos que regresaban con el botín.
Encima de algunos de los fardos había sentados varios niños mestizos, perfectos
diablillos, con salvajes ojos negros que miraban bajo sus rizos de elfos. Estos, me
contaron, eran hijos de los tramperos: promesas de amor de sus esposas squaw en
plena naturaleza».

* * *

De regreso en las montañas, las brigadas iniciaron la caza de otoño. Milton Sublette
condujo a su pequeño equipo al río Humboldt. Aparentemente, organizó su
matrimonio con Carnero de Montaña en este viaje, pero su luna de miel no resultó
propicia, porque no encontraron búfalos por la frontera entre Idaho-Utah-Nevada y
llegaron tiempos de hambruna. Se comieron todas las mulas de las que podían
prescindir y se sintieron aliviados cuando imitaron a los despreciados australianos por
asar puñados de grillos negros de campo (los mismos grillos que cayeron a millones
sobre la primera cosecha de los mormones y produjeron el milagro de las gaviotas).
Joe Meek recordaba cuando se vio obligado a probar otro alimento allí. «He puesto
las manos sobre un hormiguero hasta tenerlas cubiertas de hormigas», dijo, «luego
me las he comido ávidamente a lametazos». También probaron la sangre de mulas
vivas, pero Milton se dirigió hacia la pendiente oriental de las Cascadas, donde
pescaron truchas y finalmente cazaron alguna presa. Aquel lugar estaba más al oeste
de lo que les había exigido el plan, un territorio que la Hudson’s Bay Company había
explotado bastante bien (la política del monopolio era conservar castores y atraparlos
científicamente con vistas al futuro… pero Oregón estaba ocupado por varias fuerzas
y la Corona podría perder su monopolio). Los hombres de Sublette capturaron todas
las pieles que pudieron, luego regresaron a Idaho central y oriental y pusieron
trampas en arroyos que ya habían recorrido la pasada primavera. Allí llegó un
mensajero de Fitzpatrick y Bridger al este de las montañas diciendo que no habían
podido despistar a los del monopolio.
Según lo programado, los dos partisanos se marcharon de la rendezvous hacia el

www.lectulandia.com - Página 101


Yellowstone, a lo largo de su curso y sus afluentes, en dirección al Three Forks del
Misuri. Partieron mucho antes que Vanderburgh y Drips, que todavía debían buscar a
Fontenelle, hasta que lo encontraron en el Green. Se reequiparon y se reabastecieron
de mercancías, enviaron una partida comercial a los flatheads y corrieron a encontrar
a la RMF Company. Constantemente los encontraban y los perdían y los volvían a
encontrar otra vez, en las pequeñas partidas que ponían trampas en los arroyos o en
las brigadas que se unían para avanzar por territorio desconocido. Fitzpatrick y
Bridger se escabullían por una divisoria y se dirigían a algún otro lugar, pero sus
perseguidores rápidamente recogían sus campamentos y se apresuraban a ir tras ellos.
Ambos bandos atrapaban tantas pieles como podían, pero a estas alturas ambos
estaban menos interesados en las pieles que en los otros.
La mayor parte de esta persecución se llevó a cabo en las montañas al norte del
parque de Yellowstone, en las montañas situadas al este del río Salmon, y las que
forman el límite de las colindantes Idaho y Montana. Finalmente, Bridger y
Fitzpatrick se hartaron. Se dirigieron al este. Iban a marcharse de las montañas, bien
lejos de las pieles. Además, iban a adentrarse en territorio de pies negros y que la
Naturaleza siguiera su curso. Vanderburgh y Drips corrieron tras ellos, a base de
pequeñas raciones porque los que iban delante se quedaban con la caza.
Los alcanzaron en el valle del Big Hole, en el condado de Beaverhead (al
suroeste) de Montana, cerca de la ciudad de Gibbons, donde el general que dio
nombre a aquel lugar perdió la batalla frente al Jefe Joseph de los nez perces. Bridger
y Fitzpatrick los condujeron hacia el norte y por el valle, luego a través de un
laberinto de montañas al noroeste en dirección a las llanuras de Deer Lodge (en
Anaconda). Como un mal presagio, allí encontraron a una partida de guerra de snakes
que habían robado caballos a los pies negros y lograron matar a una squaw y a un
niño. Bajaron por este valle, a lo largo de Clark’s Fork, giraron al norte, al noroeste y
al oeste, casi hasta llegar a Missoula… y por lo tanto casi hasta Hell Gate, así
llamado por ser el lugar donde los flatheads cazadores de búfalos emergían de las
montañas hacia territorio de pies negros (era el Camino de los Búfalos, la ruta
seguida por los indios tramontanos cuando viajaban al este para encontrar manadas).
Había excelentes ríos de castores, y por ello los de la RMF Company se alejaron
enseguida de allí, siguieron el curso del río Blackfoot, cruzaron la Divisoria
Continental y atravesaron un laberinto de montañas, y desde esa posición
descendieron hacia el río Dearborn y las llanuras. En algún lugar a lo largo del curso
del Dearborn, que desemboca en el Misuri por encima de Great Falls, volvieron a
alcanzar a Bridger y a Fitzpatrick. En pleno corazón del territorio de los pies negros.
Los socios también estaban quedándose sin suministros, pero habían conducido a
sus rivales hasta las llanuras, donde no atraparían ningún castor. Con el rostro
impasible anunciaron que iban a dirigirse a las Three Forks, donde tampoco había
castores. En otro tiempo, los castores habían abundado en aquellas tierras. Drips se
dirigió allí también y se llevó a la mayoría de los hombres de la American Fur

www.lectulandia.com - Página 102


Company, pero finalmente se le iluminó la mente, dejó que los socios se marcharan
por fin y regresó a las montañas a través del Madison, el gran río de truchas.
Vanderburgh no había avanzado más allá del Misuri y ya había ocupado a su pequeña
partida en la caza del castor. Avanzaron hacia las montañas y llegaron al río Jefferson,
al norte de la famosa Roca de Beaverhead de Lewis y Clark, a solo una sierra del
Valle del Big Hole, donde Bridger y Fitzpatrick les habían conducido hacía ya tres
semanas. Era finales de septiembre y una fuerte nevada aumentó su frustración. Pero
encontraron búfalos y castores. Siguieron hacia arriba el curso del Ruby, al que Lewis
y Clark habían bautizado como el Philanthropy, a pesar de colocar trampas en él.
Cruzaron la divisoria hacia el Madison y allí volvieron a encontrar a la RMF
Company, en esta ocasión por pura casualidad. Después de que Drips se marchara,
los socios colocaron trampas en el Gallatin antes de cruzar el Madison. Se dirigieron
a la Divisoria y pudieron ponerse a la cabeza porque Vanderburgh tuvo que esperar a
que sus pequeñas partidas de tramperos regresaran. Cuando estas llegaron, se
dirigieron al Jefferson por tierra esperando encontrar un atajo hacia sus rivales.
Últimamente se habían visto algunos rastros de indios, y estos solo podían ser
obra de los pies negros. Ahora —era el 14 de octubre—, un cazador encontró un
búfalo hembra que había sido abandonado a medio descuartizar, y eso también
apuntaba a pies negros. Los tramperos querían que se investigara este suceso antes de
empezar a colocar trampas en el río. Así pues, Vanderburgh partió con media docena
de hombres. Encontraron un incendio que todavía ardía, otra vaca descuartizada, el
rastro de una partida pequeña. Un poco más adelante había un bosquecillo, y si había
indios por los alrededores sin duda estaban allí. Los exploradores tuvieron que cruzar
un pequeño desfiladero, y entonces alrededor de cien pies negros (o eso le pareció a
Warren Ferris, el secretario de Vanderburgh) se levantaron y les dispararon desde
ambos flancos. Vanderburgh fue asesinado, un trampero canadiense fue asesinado,
Ferris resultó herido, y él y los otros supervivientes lograron alejarse a caballo del
alcance de las balas y regresaron al campamento.
Esto ocurrió cerca del barranco Alder, cuyo oro haría que Montana fuera
conocido por primera vez en todo el mundo. Y la RMF Company había logrado en
parte sus planes. Se había desembarazado de uno de los generales de campo de la
American Fur Company. Pero resultaba imposible intimidar a la Compañía, cuyos
ejecutivos vivían en San Luis y en Nueva York.
Los pies negros separaron la piel de los huesos de Vanderburgh y los lanzaron al
río. Su partida, tras entrar en un pánico que los veteranos aplacaron, encontró un
refugio provisional con una banda de flatheads lo suficientemente grande para estar a
salvo de los pies negros. Finalmente, se dirigieron al oeste hacia el Beaverhead y
Horse Prairie, cerca de la Divisoria Continental en cuya otra vertiente habían
decidido pasar el invierno. Habían guardado algunas provisiones allí cuando salieron
y encontraron a la partida de Drips esperándoles. Los pies negros habían disparado al
campamento y habían robado unos cuantos caballos. Llegaron algunos de los

www.lectulandia.com - Página 103


cazadores de Bonneville y también ellos habían tenido un encuentro con los pies
negros. Al igual que una de las partidas grandes de Bonneville a las órdenes de Joe
Walker, que pasaron por allí poco después. Y llegó un mensajero de la RMF
Company diciendo que habían socorrido a uno de los grupos de tramperos de Drips,
que habían perdido a un hombre y varios heridos por los pies negros.
Los pies negros estaban empleándose a fondo para llevar a cabo su plan a un año
vista y limpiar las montañas de hombres blancos. También habían puesto la diana
justo en ese momento en Jim Bridger. Fitzpatrick y él, demasiado sabios para viajar
por territorio de pies negros en pequeños grupos, se sintieron aliviados al encontrarse
con una banda grande de piegans, una de las tres tribus de pies negros. Los indios
también sabían contar y por ello sus corazones se mostraron benévolos. Enviaron a
un bravo con una pipa medicina, tal como habían hecho sus vecinos en Pierre’s Hole,
y Bridger, el Jefe de la Manta, se adelantó para encontrarse con él.
Justo cuando el bravo extendió la mano, Jim creyó ver algo sospechoso entre los
indios apiñados a unas cincuenta yardas de distancia. Amartilló el rifle. El indio
agarró el cañón del rifle y lo bajó hacia tierra al mismo tiempo que Jim disparaba,
luego se lo arrebató de las manos y le golpeó con él. La paz se rompió en una doble
descarga y una escaramuza prolongada, y ambos bandos se parapetaron en las rocas.
Al anochecer, los piegans se marcharon. Los hombres de montaña habían matado a
nueve de ellos pagándolo con tres vidas de sus propios hombres y unos cuantos
caballos. Además de abrirse el cráneo, Bridger tenía dos flechas clavadas en el
hombro. Sus compañeros lograron sacar una de ellas, pero tuvieron que cortar el astil
de la otra y dejar dentro la punta.
Poco después Bridger encontró otra banda de piegans que le hicieron saber que
sus corazones se habían vuelto buenos de forma permanente. El Rey del Misuri les
había dicho que mostraran la bandera blanca siempre que vieran a hombres blancos y
que luego se acercaran y comerciaran como buenos cristianos. Iban a seguir este
consejo, decían, pero advertían a Jim que tuviera cuidado con los bloods, otra tribu de
pies negros. Sin embargo, cuando se toparon con algunos bloods y sus hombres
comenzaron a disparar, estos también ondearon la bandera blanca, se acercaron para
comerciar y les aseguraron que habían decidido amar al hermano blanco y que de
ahora en adelante solo asesinarían a snakes. Era la cosa más endiablada que Jim
hubiera oído jamás en el territorio de los pies negros. Pero no significaba mucho.
Y con eso prácticamente se acabó la temporada. Las compañías habían arruinado
la caza de otoño del contrario, habían dilapidado sus recursos y se habían visto
inmersas en luchas innecesarias y mortales contra los indios. El negocio se había
acabado hasta la primavera, la RMF Company viajó hasta Horse Prairie y todos se
mostraron tan amigables como hermanos. Juntos, los rivales cruzaron las montañas y
entraron en Idaho, se dirigieron al río Salmon y desde allí bajaron hacia el Snake. Allí
pasarían el invierno lo suficientemente cerca unos de otros para disfrutar de un trato
amistoso, banquetes, cacerías compartidas para conseguir carne y algún que otro robo

www.lectulandia.com - Página 104


de hombres del contrario. Estaba cerca del lugar donde Bonneville había decidido
pasar el invierno, de modo que pudieron continuar empleando sus expertas maniobras
contra él.

www.lectulandia.com - Página 105


IV

LA FERIA DE PAUL BUNYAN


(1833)

El Monopolio, la Competencia y Bonneville pasaron el invierno junto a los ríos de


Idaho, lo suficientemente cerca unos de otros para visitarse… a pocos días de viaje.
Fue un duro invierno, los flatheads y los nez perces llegaron en grandes grupos para
visitar a sus amigos blancos y debido a esto todas las compañías se vieron obligadas a
moverse varias veces (la de Bonneville tenía cuatro divisiones y las otras dos). Unas
cuantas partidas pequeñas quedaron bloqueadas por la nieve y los hombres se vieron
obligados a comerse sus mocasines. Varios rezagados solitarios murieron por
exposición a las inclemencias del tiempo. Había pies negros por todas partes. Estos
seguían intentando mantener su promesa de exterminar a los decadentes plutócratas
demócratas al oeste de la Divisoria. No comenzaron con buen pie en noviembre,
cuando una partida de guerra bastante grande[1] intentó atacar un poblado de snakes y
bannocks en el río de Godin (el Big Lost River, en Idaho central, al noreste de la
cordillera Sawtooth). No calcularon correctamente las fuerzas del rival y unas
doscientas tiendas escupieron enemigos en su primera carga. Inmediatamente quedó
patente la estupidez que los crows les achacaban: entraron en pánico y se escondieron
en un bosquecillo de sauces en la dirección del viento. Los snakes y los bannocks
abrieron fuego y aplastaron con júbilo a los pies negros exaltados. Cuarenta bravos y
cinco squaws pies negros se dejaron la cabellera, contra ocho snakes. Sin embargo,
uno de esos ocho era un personaje notorio llamado Horn Chief.
Su medicina le había prometido que el metal no lo mataría, una inmunidad que lo
hacía un enemigo formidable en guerra. Por lo tanto, cuando los pies negros le
dispararon en el corazón, los snakes supieron que la bala había sido hecha de cuerno.
Y el capitán Stewart comprendió esta ambigüedad cuando oyó hablar de ella; su
baronía ancestral incluía el bosque de Birnam y un augurio similar se cumplió al
llegar a Dunsinane.
Las pérdidas volvieron locos a los pies negros. Bajo las rigurosas inclemencias
del tiempo, se colaban en los distintos campamentos, se llevaban caballos y
arrancaban las cabelleras de los rezagados, avanzando desde el Salmon hasta el Bear
y recorriendo de un lado a otro el territorio de Pierre’s Hole, donde sus aliados habían
sido tiroteados. Los poblados de nez perces vecinos de Bonneville sufrieron mucho.
Él siempre les aconsejaba que guardaran las manadas. Un pie negro renegado que se
había hecho ciudadano nez perce los exhortó a salir y a luchar, pero los nez perces
confiaban para su seguridad en la nieve y en los altos riscos. Así pues, la salud de los
nez perces fue disminuyendo y casi cada semana las squaws debían cortar más dedos

www.lectulandia.com - Página 106


de un tajo. Sin que Bonneville llegara a enterarse, una de las subdivisiones que tenía
pasando el invierno al sur perdió varios hombres en una lucha encarnizada con pies
negros y algunos otros fueron abatidos en emboscadas. Cuando llegó la primavera,
los pies negros descubrieron que la RMF Company estaba trasladando el
campamento a una nueva ubicación en el Portneuf (Pocatello, Idaho) y los acosaron
durante un mes aproximadamente[2].
Cuando los cañones comenzaron a alzarse ante ellos, los pies negros recordaron
que eran los flatheads a quienes habían prometido exterminar (un animal medicina
habría hablado a algún sacerdote en sueños o un pájaro habría llegado saltando de
matorral en matorral al poblado pronunciando augurios). Sus mentes frágiles y
volubles echaban humo arrepentidas y se dirigieron hacia el territorio de los
flatheads. En Horse Prairie (al este del Lemhi Pass, Montana) la partida de guerra
encontró a unos treinta flatheads y los tirotearon. Fue un mal día para los flatheads,
murieron todos menos uno. Pero lograron abatir los suficientes enemigos para
empañar el sentimiento de victoria. Los pies negros habían consumido casi toda la
munición que les había suministrado el Rey del Misuri, hasta tal punto que se
rumoreaba que algunos de ellos usaban piedras en lugar de balas. Habían pasado un
buen invierno, habían logrado bastantes victorias con las que adornar sus relatos,
habían dejado el campo de Idaho cubierto de cabelleras y ahora tenían un balance en
su contra. Incluso los pies negros sabían contar las pérdidas. Decidieron que iba a
costar más exterminar a esos indios tramontanos que la gloria que pudiera reportarles
y se volvieron hacia casa para velar a sus muertos durante toda una estación y
conseguir más plomo y pólvora de Kenneth McKenzie. Y, en cualquier caso,
encontraron las suficientes partidas de tramperos de camino, en especial de
Bonneville, para mantenerse ocupados.
Había sido un mal invierno para Bonneville, cuyas partidas habían sufrido
muchas pérdidas en vidas y equipamiento. Durante el deshielo, viajó por el territorio
equipándolos y preparándolos para la cacería de primavera. Había dejado
impresionados a los nez perces, pero estos habían perdido tantos caballos que
Bonneville no pudo comprar todos los que necesitaba. Cuando partió hacia el río
Malade[3] se encontró con las brigadas de la RMF Company lideradas por Gervais y
Milton Sublette, que se dirigían hacia el mismo lugar. Los veteranos habían
averiguado dónde pretendía cazar Bonneville (en los afluentes del Snake hasta el
Boise y más allá) y tenían la intención de limpiar el territorio bajo las narices del
recién llegado. Y así lo hicieron —tenían la experiencia— y las partidas de
Bonneville tuvieron que avanzar más al norte, por el Snake, donde la Hudson’s Bay
Company tenía el territorio bien asegurado. Las bandas de nez perces, flatheads y
pend d’oreilles que Bonneville iba encontrando lo apreciaban profundamente,
contaban a sus vecinos que Cabeza Calva tenía un corazón generoso y Bonneville
pensó durante un tiempo que podría vender a precio más bajo que los británicos. Sin
embargo, aunque los indios lo amaran a él y sus regalos, sabían que el monopolio iba

www.lectulandia.com - Página 107


a prevalecer sobre el resto de especuladores. La sombra de su superintendente del
distrito se cernió sobre ellos cuando Bonneville les ofreció sus productos: los indios
admiraron el muestrario, pero no se avinieron a comerciar. El factor (probablemente
Francis Payette) no había recibido aún su remesa para la estación, pero mantuvo a sus
indios bajo control y comenzó a tantear a algunos de los tramperos de Bonneville.
Este regresó a las montañas.
Cuando bajó a la rendezvous del río Green ya había completado su primer año en
el Oeste. Tenía veintidós fardos y medio de castores, alrededor de dos mil trescientas
libras de peso o mil ochocientas pieles. Mil ochocientas pieles de primera calidad
normalmente hubieran costado alrededor de diez mil dólares, pero el precio del castor
estaba bajando y la mercancía de Bonneville de un año de caza alcanzaría alrededor
de ocho mil dólares en San Luis[4]. Como había gastado más de la mercancía que
tenía asignada para el primer año, había perdido muchos caballos, diezmado su
equipo y perdido hombres y pieles por culpa de sus rivales, se encontraba al borde de
la bancarrota cuando llegó a la rendezvous. Entonces se enteró de que su empresa
más prometedora había quedado en nada. La partida que envió a pasar el invierno
entre los crows y a poner trampas en el río Powder y el Yellowstone se había quedado
en la indigencia total. Sus amigos crows les habían robado. Tulloch, de la American
Fur Company, que sin duda controlaba a los crows, emborrachó a sus tramperos y les
compró las pieles por alpiste o, más bien, por alcohol. Y en primavera los arikaras les
quitaron los caballos. Fue un año desastroso.
Pero había algunos hombres de montaña veteranos en esa partida. Cuando dos de
los arikaras llegaron al campamento para fumar mientras sus amigos cortaban los
ronzales de los caballos, los tramperos apresaron a los indios. Luego intentaron
intercambiar los prisioneros por los caballos. Los ladrones incluso ofrecieron cambiar
un caballo por un prisionero, luego elevaron la oferta ligeramente, pero los indios
terminaron valorando más la riqueza que el parentesco, se marcharon con la manada,
entonaron cantos fúnebres por aquellos que estaban a punto de morir y partieron por
la ruta. Los hombres de montaña avivaron el fuego y lanzaron a los prisioneros
dentro.
Las escaramuzas continuaron en alza. Drips del monopolio y Fitzpatrick de la
Competencia se visitaban mutuamente durante el invierno y probablemente
intentaron discutir y engañarse el uno al otro en algún tipo de trato. La RMF
Company dispersó a sus partidas en un territorio amplio por Idaho, Montana,
Wyoming y Utah en una cacería de amplio alcance, una de las más planificadas que
se habían llevado a cabo. Drips, ahora el único comandante de campo desde la muerte
de Vanderburgh, no podía seguir el ritmo de una parte considerable de esta cacería.
Pero él y sus subordinados habían aprendido rápido; compró tramperos de la RMF
Company y ganó la puja por tramperos libres en cantidades que empezaron a ser
relevantes. Bonneville limitó su caza al territorio que sus hombres habían aprendido
duramente, los ríos de Idaho y Montana que descienden desde la Divisoria

www.lectulandia.com - Página 108


Continental. Envió pequeñas partidas a los poblados de flatheads del este, donde
comerciaron bien. Tenía alrededor de diecinueve mil dólares en pieles de castor
cuando bajó al valle alto del Green para montar su campamento en la rendezvous de
la Competencia.
Considerando los temerarios precios que Drips había pagado (en ocasiones 9
dólares de San Luis por libra por pieles que se venderían por 3,50 en el mercado) y
las pérdidas en productos que sufrieron cuando Bridger y Fitzpatrick lo embarcaron a
él y a Vanderburgh en una persecución a campo traviesa, el monopolio ni de lejos iba
a poder cubrir gastos. Pero no necesitaba hacerlo. La Compañía estaba dispuesta,
como Pierre Chouteau hijo ordenó a McKenzie, a «écraser toute opposition».
Pretendía quedarse con todas las montañas exactamente como había hecho con el
Misuri. «No hay ningún límite en cuanto a los precios, solo conseguir el trato, aunque
los beneficios ni tan siquiera cubran el coste original de la mercancía», escribió un
ejecutivo de la Compañía a un factor de Misuri alrededor de un año más tarde… unas
palabras que expresaban las políticas también aplicadas en las montañas. «Sea
totalmente consciente de que este es el objetivo de la Compañía y sus verdaderas
instrucciones». Cuando llegó a la rendezvous, Drips podía sentirse satisfecho de que,
en tres años de penetración en el oeste de los cuales solo uno había sido a gran escala,
la Compañía ya tenía a la vista su objetivo. Los diecinueve mil dólares de Bonneville
podían representar una pérdida, pero la Compañía pretendía recuperarla.
Desde el punto de vista de los socios de la Competencia, sin embargo, esos
diecinueve mil dólares eran dinero de la RMF Company. Al menos eran castores
cazados en el territorio de la RMF Company. Cuando Nat Wyeth llegó a la
rendezvous, cuatro de las brigadas de los socios ya estaban allí, con una caza total
que Wyeth calculó de tan solo seis mil dólares más que la del monopolio[5]. Todavía
tenían que oír noticias de uno de los socios y una operación filial, quizás ocho mil
dólares más. El margen de beneficios para el año, por lo tanto, dependía del comercio
que hicieran durante la rendezvous. De nuevo, escisiones de pequeñas compañías de
pieles, indios y tramperos libres que llegaban de todas partes de las montañas se
reunían allí, cerca de La Locura de Bonneville, y todos ellos, especialmente los
tramperos libres, llevarían pieles. Por eso era tan importante la carrera entre
Campbell y Fontenelle para llevar la mercancía del año desde los Estados. Quien
llegara primero se quedaría con el negocio. Fontenelle ya había recibido una
reprimenda por perder la carrera del año anterior y en esta ocasión había tomado una
ruta más corta… desde Fort Pierre. En San Luis, Pierre Chouteau escribió
preocupado al señor Astor informándole de que, por algún motivo, la Compañía
siempre perdía la carrera. La volvió a perder.
Los socios enviaron a Henry Fraeb y a dos soldados rasos para que explicaran a
Campbell que se trataba de un caso urgente… quizás también los envió para que se
aseguraran de que Sublette y Campbell no habían traicionado a sus amigos y clientes.
Lo alcanzaron justo después de que hubiera transportado su mercancía por el Laramie

www.lectulandia.com - Página 109


Fork. Tuvo que esperar varios días mientras Fraeb daba un rodeo para alistar a
algunos tramperos libres de las montañas Laramie y las Medicine Bow, y fue durante
esta pausa cuando el capitán Stewart encontró la ocasión de liquidar a una osa grizzli
con su pesado rifle después de que una partida le disparara cincuenta balas.
Finalmente, llegó un hombre de mayor rango en el comercio, el mismísimo Tom
Fitzpatrick, que partió del oeste con la misma misión que casi le causó la muerte un
año antes. A partir de ese momento viajaron hasta allí. El 5 de julio de 1833,
Campbell detuvo su caravana en el Green a unas pocas millas al norte del Horse
Creek y a la vista de Fort Bonneville. Fontenelle llegó tres días más tarde.

* * *

Así pues, el capitán Stewart llegó a su primera rendezvous de montaña… y en el año


de su mayor esplendor. Hacía un día magnífico la mañana que llegó la caravana. En
cuanto pudieron ver desde la colina más alta las columnas de polvo sobre la llanura,
los chicos montaron y bajaron al galope. Stewart no había oído tal estruendo de
disparos desde Waterloo y probablemente jamás había escuchado tanto griterío. Los
Estados Unidos habían llegado a Oregón y varios cientos de norteamericanos iban a
recibir las primeras noticias de casa desde hacía un año, algunos de ellos incluso
desde hacía dos o tres años. Había periódicos de hacía solo dos meses. Para unos
pocos había cartas, para todos había conversaciones con hombres que habían estado
leyendo la prensa durante el invierno y la primavera y habían vivido en contacto
diario con las trivialidades de la civilización… habían visto niños de camino al
colegio, habían escuchado los silbidos de los barcos de vapor en los ríos, habían
bebido leche de una lechería y habían dormido en camas de plumas. El Oeste ahora
supo, por ejemplo, que Jackson había vetado la renovación del monopolio del Second
Bank de los Estados Unidos, que la democracia le había llevado de regreso a la Casa
Blanca con una victoria aplastante en las urnas, que Carolina del Sur había declarado
nulo el nuevo arancel dentro de su territorio e inmediatamente Old Hickory les había
mostrado los dientes y había resuelto la situación durante toda una generación, que se
había estado produciendo una crisis económica cuando Campbell dejó los
asentamientos. Desde noticias del Congreso hasta la muerte de un pariente o una
plaga de abejas en la ciudad natal de uno.
Los hombres de montaña se habían reunido para su desahogo anual. Les costaba
cinco dólares la pinta y aún gastaban más en lo que se hacía pasar por whisky pero
que en realidad era alcohol rebajado con agua del río Green, rebajado
progresivamente tanto que el beneficio de la compañía aumentaba a cada ronda. Un
oficial del ejército británico o norteamericano estaba profesionalmente familiarizado
con lo que Irving llama saturnales, pero la rendezvous de Horse Creek pudo instruir
tanto a Bonneville como a Stewart. Fue, según palabras de Irving, «un gusto para el

www.lectulandia.com - Página 110


honorable capitán [Bonneville] ver la “caballerosidad” de los distintos campamentos
dedicados a competir en habilidades corriendo, saltando, luchando, disparando con el
rifle y galopando. Y luego los rudos banquetes y gaudeamus de los cazadores. Bebían
juntos, cantaban, reían, vitoreaban; intentaban ganar en fanfarronerías y mentiras
entre ellos con historias de sus logros y aventuras. Allí los tramperos libres estaban en
toda su gloria; se consideraban a sí mismos los “gallos del corral” y siempre llevaban
las crestas más altas. De vez en cuando había excesos de familiaridad que acababan
en pelea y algún “puñetazo y revolcón”, pero todo culminaba en una reconciliación
cordial y sensibleras muestras de afecto».
Las impresiones de Stewart dejaron un escaso poso en la literatura. Alrededor de
unas sesenta páginas de su segunda novela, Edward Warren, están ambientadas en
esta rendezvous de 1833[6]. Todo el mundo se emborracha una y otra vez, las pistolas
se sacan constantemente, una pelea violenta estalla cada dos por tres, pero hay otras
observaciones más detalladas también. «Encontré españoles, ingleses, franceses,
snakes y crows», comenta el desafortunado protagonista, y podría haber añadido
kanakas, irlandeses, bannocks, nez perces y flatheads en el crisol de nacionalidades.
Un suizo canta «las canciones campestres de su tierra montañosa». Alguien saca una
guitarra y se produce un momento de paz cuando Edward Warren deleita a los
hombres de montaña con «Queda conmigo a solas a la luz de la luna». Ve tramperos e
indios jugando al juego del «palo» o la «mano», que podía desplumarte tan rápido
como cualquier juego que los hombres blancos conocieran. Estaban «sentados en
círculo y canturreando la melodía que acompaña a su juego. Un pequeño trozo de
hueso tallado, frecuentemente de zorro [más bien, del fémur de un ciervo, pulido,
tallado y pintado] era sujetado con los brazos en alto por el jugador, que juntaba los
puños cerrados uno encima del otro, así podía pasarse el trozo de hueso a uno u otro y
luego los separaba y extendía los brazos separados, cantando y sacudiendo el cuerpo
arriba y abajo y, de nuevo, juntaba las manos y cambiaba el hueso de puño, o fingía
que lo cambiaba, los jugadores elegían solo cuando las manos estaban extendidas y
separadas. Si acertaba, el jugador se lleva su pila más la del que sujeta el hueso,
previamente colocada junto a este. Si se quiere, se hace una nueva apuesta». Y luego
continúa con una precisa descripción de los dados que usaban todas las tribus de las
llanuras.
Los indios eran adictos al juego. Normalmente jugaban en equipos o bandos de
media docena o más. Tenían encantamientos y rituales para engañar a sus oponentes
mediante la magia y la habilidad. Los blancos jugaban individualmente,
convirtiéndolo en una variación del craps con intricadas oscilaciones y apuestas. Un
indio que perdía podía enfadarse y ser peligroso durante un tiempo, pero ninguno se
daba cuenta de la llegada del nuevo día. Edward Warren describe «a una joven squaw
de la tribu utaw, que había perdido todas sus prendas y tan solo la cubría una ajustada
camisa»; estaba «mirando ávidamente, con las manos pequeñas entrelazadas y sus
hermosas y torneadas piernas cruzadas una sobre la otra; jamás apartaba la mirada del

www.lectulandia.com - Página 111


círculo, en el cual parecían estar concentrados todos sus deseos. Mi compañero [Kit
Carson, aunque en realidad no asistió a la rendezvous de 1833] lanzó los abalorios
que había ganado a los hermosos pies de la joven y con una mirada casi imperceptible
de agradecimiento por el regalo, esta volvió a apostar los abalorios otra vez para
arriesgarlos en el azar del juego».
Los hombres solteros de las montañas se encandilaban al ver las manos pequeñas,
los bellos pies y las hermosas piernas torneadas de las squaws cuando los poblados
llegaban a la rendezvous. Se consideraba que las chicas snakes eran las más bonitas
de las montañas[7]. Durante los pocos años entre la pubertad y el matrimonio formal,
una joven india podía llegar a ser abrumadoramente bella. Además, las jóvenes de las
tribus de las llanuras eran más escrupulosas en su aseo personal que la mayoría de las
mujeres norteamericanas de la época, especialmente las mujeres de frontera, y eran
más parcas en el uso de accesorios femeninos tales como perfumes y adornos. Pero
solo necesitaban ser mujeres cuando los tramperos llegaban a la rendezvous con
cincuenta semanas de vida de soltería a sus espaldas. Ninguna squaw de las llanuras,
excepto posiblemente las cheyenes, era casta según los criterios de los blancos. Sus
afectos eran espontáneos o la atención que les prestaban los hombres de montaña era
lo suficientemente halagadora para activarlos. Además, era un gesto de hospitalidad
dormir con un hombre blanco, por propia iniciativa de la joven, o por sugerencia de
su esposo o su padre. Esto era lo civilizado, pero, más allá de esto, la prostitución era
una parte integral de la economía india. Un puñado de abalorios, una yarda o dos de
tela, los punzones o cascabeles o lencería que el trampero pagaba por una noche de
placer podría parecer trivial. Pero eran un tesoro para una squaw y una remuneración
fantásticamente generosa por algo que cualquier joven indio de su poblado podría
sacarle gratis si la pillaba en la maleza. El tráfico de los encantos de esposas e hijas
también era un buen negocio para el amo de la casa y llevaba a sus mujeres a la
rendezvous al igual que llevaba las pieles que había cazado, para comerciar.
El negocio además beneficiaba lo suficiente a las compañías, porque los
cascabeles y abalorios y lencería se vendían a hombres demasiado ardorosos para
regatear el precio. De noche, los álamos junto al arroyo y las tiendas de los tramperos
eran como los campamentos de turistas en las periferias de las ciudades de hoy. Y en
la página 275 de Edward Warren una nota a pie de página en la que Stewart habla de
su propia persona sugiere que el veterano de los cuarteles y campañas encontró en
Horse Creek la diversión que cualquier soldado buscaría al llegar a una nueva ciudad.
Por supuesto, había relaciones más permanentes que esos romances de
rendezvous. Edward Warren comenta que «las jóvenes squaws más guapas…
llegaron en grupos para maravillarse con las riquezas del hombre blanco y tentar a
este para que se las ofrecieran, y se formaron muchos felices enlaces matrimoniales
gracias a una dote de cuentas brillantes y tela carmesí». Principalmente era la clase
alta, los tramperos libres, los que podían permitirse el lujo de tener una «relación
matrimonial», pero siempre era deseable desde el punto de vista tanto de las

www.lectulandia.com - Página 112


compañías, como de los tramperos y de la mujer. El derroche generalizado que
Veblen considera básico para cualquier sociedad de consumo y el ansia de que la
propia squaw fuera la más elegante hacía que los chicos compraran todo lo que sus
pieles de castor les permitieran comprar. La squaw del hombre de montaña con
abalorios, plumas, cascabeles, volantes, ligas, espejos, pulseras, anillos y todo lo
demás es un árbol de navidad humano en la literatura, y todo ese «frufrú» —fruslerías
y ornamentación— debía ser pagado a precios de montaña. La squaw que conseguía
un marido blanco era afortunada. Adquiría una riqueza que habría quedado fuera de
su alcance de otra manera y era tratada hasta por el hombre blanco más degenerado
con una consideración que resultaba extraña a las costumbres indias. Su marido indio
podía atarla a un poste de la tienda para mantenerla con la boca cerrada. Algunos
puntapiés y moratones podían ser una forma rutinaria de mantener el equilibrio en la
relación. En ocasiones, tal vez la dejara inconsciente con el mango de un hacha… Jim
Beckwourth describe cómo su suegro pie negro le mostró su aprobación cuando él
reafirmó la supremacía del varón justo de esa manera. Pero en el peor de los casos, e
incluso si era rechazada un año más tarde, ella había logrado elevar su estatus, se
había casado con alguien de la élite y había adquirido una cultura superior.
Su marido también era afortunado. Además de los placeres de la carne, el confort
de una compañía en la cama en medio de la naturaleza, la normalidad humana de un
foco de emociones domésticas… además de esto, tenía una abnegada esposa con una
educación sin parangón en relaciones maritales. Su squaw preparaba las pieles para el
mercado, le cosía la ropa y los mocasines, las camisas y pantalones, montaba y
desmontaba la tienda o tipi y mantenía el interior limpio y ordenado, se ocupaba del
equipo de trabajo de su hombre, se encargaba de sus caballos y mulas, desollaba la
carne y acarreaba madera y agua… y educaba a sus hijas para hacer lo mismo. La voz
de una mujer sonaba agradable después de tantos barítonos. Aunque sus prácticas
religiosas en ocasiones se interponían en la voluntad del hombre, jamás se mostraba
ambigua ni neurótica. Habitualmente estaba alegre, hablaba de forma agradable,
aunque en exceso, era ingeniosa y poseía un humor extremadamente desenfadado
(sus bromas pondrían blancos los pelos de un misionero borracho). Había
memorizado innumerables historias por episodios… de misterio, de aventuras, de lo
sobrenatural. Cantaba bien y tenía mucha imaginación para inventar entretenimientos.
Convertía la tienda en un hogar, con el suelo barrido y carne siempre al fuego, y no
era un mal hogar al que regresar tras un día rastreando castores[8].
El problema estaba en que cuando uno se casaba con una india, se contraía un
matrimonio indio. La mujer era una propiedad y había que comprarla a un precio
basado en la capacidad económica del cliente. Además, uno se casaba con la familia
de la squaw, la cual pocas veces era menor a la banda a la que ella pertenecía. Primos
lejanos podían llegar y quedarse a vivir durante largos periodos de tiempo, y todos los
familiares se alegraban de encontrarse cuando se cruzaban sus rutas. Todos tenían
derecho a disfrutar de las posesiones de uno y todos debían recibir constantemente

www.lectulandia.com - Página 113


pruebas del afecto familiar. Los familiares indios eran tan caros como la fiesta anual
en la rendezvous.
Sin ofender a la opinión pública, uno podía divorciarse de su esposa tan
despreocupadamente como se había casado. Le decía que regresara a su casa y se iba.
Si uno se sentía un poco culpable, tanto ella como su padre agradecían un pequeño
pago en productos. Y según la ley india, uno podía tener tantas mujeres como pudiera
permitirse y controlar; la poligamia, privilegio del hombre rico, proporcionaba una
mayor fuerza laboral. También podía ser un seguro emocional. El protagonista de
Ruxton, La Bonte, de nombre histórico, aunque sus andanzas en el libro han sido
sintetizadas, reflexiona cuando una de sus dos esposas ha sido raptada: «Esta es la
ventaja de tener dos baquetas para tu rifle; si se rompe una mientras empujas la bala
aún te queda otra para sustituirla». Sin embargo, más adelante, su compañero
Killbuck hace un balance emocional y decide que, en general, ha salido perdiendo.
«Durante veinte años cargué con una squaw. No una, sino muchas. Primero tuve a
una pie negro… era la fulana más condenada que jamás he conocido cuando
lloriqueaba por su frufú. La até a un poste de la tienda en Colter’s Creek e hice que se
comportara. Entregué mi caballo búfalo y cuatro fardos de castores por su hija al
viejo Cola de Toro [320 pieles, 400 libras, alrededor de 2.000 dólares en la época en
que debió de comprarla; y le estaban estafando: por 30 dólares de San Luis en
productos le habría bastado para comprar a la hija de un emperador]. Era el gran jefe
de los ricarees [arikaras] y accedió afablemente. No había suficiente tela carmesí ni
cuentas de colores ni bermellón en los carros de Sublette para complacerla. Las
trampas no daban para comprarle todo el frufrú que quería y dos años más tarde la
vendí por una de las armas de Jake Hawkins… la misma que ahora sostengo en mis
manos [40 dólares en San Luis, pero mucho más en las montañas]. Luego probé una
sioux, una shian y una digger del otro lado, que hacía los mejores mocasines que
jamás llevé. [Debía de ser una snake o una bannock; es imposible que se casara con
una digger]. Ella fue la mejor de todas y la liquidaron los yutas en el Bayou Salade.
Pero aprendí la lección y después de que ella se fuera ya no lo intenté más… La
sangre roja no vuelve a brillar por mucho que uno lo intente».
Cartas, el «juego de la mano», alcohol, peleas, un intento de linchamiento y un
par de tiroteos llaman la atención de Edward Warren, el alter ego de Stewart, durante
los primeros días de esta rendezvous. Pero, principalmente, los indios, y no por su
libertad en cuestiones amatorias, sino por el puro espectáculo de sus acrobacias.
Tenían un sentido del espectáculo innato, eran exhibicionistas flagrantes y expertos
en ese negocio. Un poblado que llegaba a la rendezvous era tanto un circo como un
desfile, la actuación de la tercera pista. Warren describe la llegada de los snakes por
la llanura: squaws engalanadas con «las joyas más valiosas de la tierra», pantalones
de ante brillando con arcilla blanca, «armazones y jaeces de los caballos» de color
carmesí chillón, caballos de todos los colores y «palafrenes pintados», indios jóvenes
haciendo que sus monturas galoparan y corvetearan. Luego montaron las tiendas y las

www.lectulandia.com - Página 114


squaws más ancianas invadieron la llanura en busca de agua y forraje. Sacaron a los
animales a pastar. Inmediatamente se produjo un tráfico de visitas y regateos,
bebidas, flirteos y juegos. Más tarde se celebrarían carreras, deportes de campo,
simulacros de batallas e infinidad de entrenamientos de las habilidades que los indios
practicaban vocacionalmente a cambio de aplauso y dinero. Curiosamente,
habilidades en las que los tramperos normalmente les superaban.

* * *

Pero si la rendezvous era la feria de Paul Bunyan, sin embargo, también era una
oferta de negocios. Como todas las ferias, se hacía dinero con las concesiones. Las
compañías montaban sus casetas, que hacían las veces de salón de la calle Principal,
tienda de ropa para hombres y ferretería, y la abundancia de productos atraía a los
hombres de montaña con manos ávidas y la paga en el bolsillo. Aguando el alcohol
que vendían tanto a los tramperos como a los indios, las compañías no hacían nada
para contener las orgías de las noches de los sábados. Aunque era conveniente
mantener al administrativo sobrio, porque el licor podría ablandarlo demasiado en un
arranque de compañerismo. Así pues, nuestro Charles Larpenteur fue ascendido. Él
era una singularidad en las montañas, un abstemio. «No había ningún hombre sobrio
en el campamento a excepción de mí», dice. «Así que el señor Fitzpatrick me pidió
que aprendiera el oficio administrativo… Había muchas broncas y peleas fuera, pero
debo decir que los hombres me trataban con mucho civismo».
El trampero se debe a sus mujeres, a la hermandad y al orgullo profesional. Se
vestía con las ropas de la tienda de ese año, preferentemente las más chillonas, y
cubría de baratijas a su squaw ocasional o mediopermanente. Se tambaleaba de un
lado a otro brindando con los chicos hasta que vomitaba o se quedaba inconsciente, o
hacía que le dispararan o le dieran una paliza (el año anterior, en Pierre’s Hole,
algunos de los chicos habían bautizado al viejo Pete con alcohol, prácticamente
sumergiéndolo en él al vaciarle una olla encima. Luego bromearon con coger una
brasa y prenderle fuego). Más tarde, recobrada la consciencia, sacaba a sus amigos o,
en ocasiones, a su burgués de detrás de los arbustos de artemisa donde el sueño los
había sorprendido, y volvía a empezar. Finalmente, tenía que recordar que necesitaba
equipo para el próximo año: pólvora, plomo, tabaco, algunas herramientas, trampas si
estaba solo, material para regalos y el comercio con indios, un capote nuevo para el
invierno, uno o dos caballos.
Todo esto a cuenta de su salario anual si era un trabajador contratado, o a cuenta
de las pieles que había atrapado desde el último verano (con su nombre o marca en
ellas) si era un trampero libre. No hay listados de precios de montaña para el año
1833, pero la nota de Zenas Leonard del año anterior servirá. Pagó diez dólares por
yarda de tela de muselina y veinte dólares por tela de calidad; los percales domésticos

www.lectulandia.com - Página 115


habían costado unos catorce centavos y los percales franceses entre veinte y treinta y
cinco centavos en San Luis, sargas y franelas de cincuenta a noventa centavos, y
algún tipo de tela muy exquisita hasta un dólar con diez. Hemos visto que el alcohol
diluido costaba como mínimo cinco dólares la pinta; dos dólares la libra era el precio
estándar para los lujos de la rendezvous: café, azúcar, especias, pimienta. El 7 de
junio de 1833, los precios al por mayor en San Luis eran: café, quince centavos;
azúcar doméstica, de nueve a diez centavos; azúcar de La Habana, de doce a trece
centavos. El precio en San Luis del alcohol común no aparece, pero debía de ser algo
más de la mitad de los treinta centavos por galón que costaba el whisky. Leonard
indica dos dólares por libra en la montaña por el té, pero debía de estar equivocado
porque costaba un poco más de la mitad en San Luis. Dos dólares por libra era el
precio común de la harina que había costado tan solo un poco más de dos centavos en
San Luis, plomo a seis centavos y pólvora doméstica a siete centavos (pólvora
francesa e inglesa, que eran las más demandadas, pagaban un arancel a pesar de los
cerebros de confianza del Viejo Hickory). Osborne Russell calcula un recargo del dos
mil por ciento exacto sobre los precios de San Luis, y los cálculos realizados aquí y
allá durante la década de los treinta muestran que el recargo era en más ocasiones
mayor que menor a esta cifra. Las compañías obtenían unos beneficios aún mayores
del comercio indio.
Sin embargo, el verano de 1833 fue lo más cerca que los tramperos estuvieron de
un mercado de compradores. La competencia triangular, American Fur Company,
RMF Company y Bonneville, hizo que los salarios de los trabajadores subieran para
el siguiente año y mantuvieran un suelo de precios de los castores para la élite. Los
socios de la RMF Company tuvieron que pagar hasta mil quinientos dólares por
hombres de montaña expertos para que no se fueran a trabajar para el monopolio y,
como ya hemos visto, en ocasiones tenían que pagar hasta nueve dólares por libra de
castor. El precio tradicional era de cuatro dólares por libra y el peso medio de una piel
era de una libra y media, lo cual daba una media de «seis dólares por piel, de
primera». La denominación «de primera» normalmente daba cabida a engaños, pero
no ese año. Las «crías» y las pieles de la primavera pasada valían menos y las pieles
de verano mucho menos (la llegada de Sublette y Campbell a la desembocadura del
Misuri estaba teniendo el mismo efecto en los precios y salarios allí y McKenzie
bombardeaba a sus subordinados con órdenes para que se hicieran con el negocio
costara lo que costara).
Hemos observado que en San Luis el precio del castor cayó hasta 3,50 dólares
antes de que la caravana regresara a casa. Ese fue el pequeño nubarrón que iría en
aumento. John Jacob Astor estaba preparándose para salirse del negocio que le había
aportado su fortuna y diez años más tarde la American Fur Company, que había
llevado a la bancarrota a tantos competidores, entró en quiebra. Desde el siglo XVII,
el castor había sido la base del comercio de pieles. Era la base por una cualidad única
de su capa de pelo corto que lo convertía en la mejor piel para el prensado en fieltro.

www.lectulandia.com - Página 116


Ahora, cuando el monopolio conquistaba el territorio de las montañas y de igual
manera aceleraba el agotamiento de los recursos, el mercado mundial estaba
comenzando a quebrar. La revolución industrial había fabricado maquinaria que
producía buen fieltro de otras fuentes más baratas y los sombreros de seda estaban
desplazando a los sombreros de piel de castor, que había sido moda mundial durante
siglos. El precio del castor volvería a incrementarse en la década de 1840. Pero para
entonces las grandes compañías vivían de las pieles de búfalo y otros productos, y el
castor que las pequeñas compañías atrapaban del todavía exhausto Oeste se destinaba
a abrigos y otras prendas.

* * *

Cuando Stewart llegó a la rendezvous con la caravana de Campbell, la RMF


Company había establecido los campamentos de sus brigadas cerca de la
desembocadura del Horse Creek. Maldiciendo a Fontenelle, las brigadas de la
American Fur Company estaban acampadas aproximadamente a una milla.
Bonneville estaba en su fuerte junto al Green, a menos de cinco millas de distancia[9].
Las grandes recuas de las compañías y las manadas aún más grandes de los indios
agotaron el forraje. En algún momento durante las tres semanas que duró la
rendezvous propiamente dicha, las dos compañías más grandes trasladaron el
campamento para conseguir mejor pasto (tal vez se movieron en dos ocasiones; los
testimonios son ambiguos). Bajaron doce millas por el Green y lo cruzaron hacia el
New Fork, llevando así a Stewart al límite del territorio que iba a convertirse en su
Edén. Los lugares a los que regresaría cada verano y los paisajes por los que
deambulaban los tristes románticos de sus novelas se encontraban río arriba desde la
embocadura del New Fork. El lago New Fork, desde donde discurre el río, media
docena de otros lagos llamados Fremont, Half Moon, Boulder y similares, docenas de
lagos más pequeños en las laderas occidentales de la cordillera Wind River, picos
como Glover, Pyramid, el monte Baldy y el monte Bonneville… ese era el Territorio
de Stewart. Hoy está incluido en el Bridger National Forest.
Después de que el campamento se trasladara, la vida de montaña reveló un nuevo
peligro.
Dejemos que sea Edward Warren quien lo describa. Está regresando al
campamento de noche por un sendero estrecho: «Había la suficiente luz para
distinguir entre la oscuridad un lobo blanco demacrado de un tamaño poco habitual
en mi camino, el cual no parecía inclinado a cederme el paso. Mi caballo bufó y saltó
hacia un lado. Había algo terrible en la mirada de aquel lobo: los ojos hundidos y la
mandíbula colgando… la indiferencia con la que se aproximó solitario por el estrecho
camino… no para atacar, pero tampoco para someterse; el desvaído brillo de los ojos
jamás se volvió hacia mí cuando pasó encorvado».

www.lectulandia.com - Página 117


Edward Warren es un personaje de ficción y se encuentra con este lobo como un
incidente del argumento. En realidad, Stewart estaba al mando de la guardia de noche
de Campbell en el campamento de la RMF Company cuando un lobo rabioso hizo la
segunda de sus dos visitas nocturnas allí. Larpenteur, miembro de la guardia, oyó al
lobo entre la manada aterrorizada. Dice que le hubiera disparado, pero Stewart
advirtió que era peligroso disparar en el campamento[10].
Wyeth afirma que tres hombres fueron mordidos en el campamento de la RMF
Company y nueve en el campamento del monopolio, y luego cuatro más a unas millas
de distancia junto al Green. Al menos un indio fue mordido también, y uno de los
terneros que Campbell había llevado desde Lexington para el puesto que Sublette
estaba construyendo en el Misuri. Ambos campamentos fueron presa del pánico en
dos ocasiones, aunque fue aplacado gracias a que todavía tenían para pagarse una
bebida. Joe Meek, de veintitrés años y veterano de cuatro años en las montañas, tenía
fama de aguantar bien la bebida y estaba hasta las cejas de alcohol. Tan borracho
estaba que Stewart discutió con él: un hombre tan borracho hubiera sido atacado si al
lobo rabioso se le hubiera ocurrido pasar por allí. Meek admitió que existía ese
peligro y que le podría haber mordido, pero, por otro lado, habría curado al lobo.
Varios hombres fueron víctimas de la rabia y murieron con convulsiones antes de
que el campamento se levantara. Otros la contrajeron ya en la ruta y se alejaron hacia
las montañas para morir. El ternero de Campbell murió de camino al Yellowstone.
Varias muertes inexplicables de hombres de montaña durante los dos años siguientes
fueron atribuidas a este azote. Las hogueras de los campamentos tenían una nueva
leyenda que contar.
Larpenteur afirma que una de las víctimas de la RMF Company se llamaba
George Holmes: «Fue gravemente mordido en la oreja derecha y el rostro». Más
tarde, de camino al Yellowstone, Holmes «de vez en cuando me preguntaba si creía
que iba a volverse loco; aunque para mis adentros pensaba que era inevitable tras una
mordedura tan grave, hice todo lo posible para que creyera lo contrario. Cuando me
dijo: “Larpenteur, no oyes el toro… se está volviendo loco… tengo miedo”, creo que
yo me sentía peor que él, y apenas sabía qué responderle». Tras separarse de él,
Larpenteur supo más tarde que Holmes desarrolló fobia a cruzar pequeños arroyos,
«de manera que tenían que cubrirlo con una manta para que cruzara». Fontenelle dejó
a dos hombres para que lo cuidaran, pero estos lo abandonaron y cuando Fontenelle
ordenó que fueran a por él, los rastreadores solo pudieron encontrar su ropa… se
había marchado desnudo y jamás le encontraron.
La historia tiene un cabo suelto: ¿cómo estaba ese hombre de la RMF Company
con una partida de Fontenelle? Aparece reflejado de forma distinta en Edward
Warren, en una de las notas a pie de página en la que Stewart habla francamente de sí
mismo y no de su protagonista. Aquí dice que él y George Holmes compartieron una
«enramada de abedules y sauces», pero la noche de la visita del lobo le había pedido
a Holmes que durmiera en otro lugar… Stewart esperaba a una chica. Al escuchar el

www.lectulandia.com - Página 118


tumulto causado por una de las apariciones del lobo («sonidos de confusión, gritos y
disparos de armas, así como el bramido profundo de un toro, como el que emitiría si
estuviera aterrado o furioso»), Stewart se ató la manta en la cintura y corrió fuera. «El
pobre Holmes estaba sentado en el suelo, un lado de la cabeza y la oreja sangraban
hechos jirones; una loba rabiosa estaba arrasando el campamento. No logramos
atraparla; tenía otras vidas que sacrificar en otro lugar. El pobre Holmes cambió
desde ese mismo instante; en lugar de viveza y alegría, la melancolía y el abatimiento
se apoderaron de él día a día, y aunque permanecí junto a él la noche en que éramos
solo una pequeña partida a manos de los crows, cuando ninguno de nosotros pensaba
que iba a volver a ver el sol[11], sentí que estaba unido en una lucha a muerte con
alguien que, hiciera lo que hiciera por ayudarle, consideraba que su propio destino
estaba sellado. Ese mediodía se había peleado con el líder del campamento por
llamarle “el Guapito”, un apodo por el que se le conocía debido a su habitual
expresión despreocupada y risueña. Al día siguiente, sus ojos se habían apagado y la
sonrisa había desaparecido. En noviembre, una figura melancólica y exhausta partió
con el doctor Harrison, el hijo del general y el comandante [Black] Harris en busca de
la piedra que se cree que es el talismán para la cura de la hidrofobia, y los huesos de
Holmes quedaron abandonados, nunca sabremos exactamente dónde, en el ramal de
algún arroyo, bajo la rama de algún árbol, donde yo mismo hubiera hecho de buena
gana un peregrinaje para rendirle un último homenaje de contrición y para contrastar
el recuerdo vivo con los restos muertos. Jamás abandonó mi pecho un remordimiento
lleno de reproches por el papel que yo jugué aquella triste noche».

* * *

Mientras tanto, se estaba planificando la estrategia comercial del siguiente año. Nat
Wyeth llegó con sus dos seguidores leales, que aún permanecían con él, con un chico
flathead mestizo llamado Baptiste y un nez perce de veinte años. Se los llevaba a los
Estados y la providencia había provisto al nez perce de una cabeza un tanto deforme.
Wyeth había viajado desde el Hogar de los Flatheads y estaba a punto de llegar a la
rendezvous con una partida de la Hudson’s Bay a las órdenes de Francis Ermatinger,
y la presencia de Ermatinger en aquel territorio evidenciaba que el monopolio
británico tenía intención de volverse tan agresivo en las montañas como el monopolio
norteamericano.
Wyeth había revisado sus planes. Cuando llegó al Columbia se enteró de que el
bergantín que transportaba su mercancía se había hundido en el fondo del mar. Ese
hecho hizo que quebrara su proyecto y solo dos hombres de su ya reducida compañía
permanecieron con él. Tendría que empezar desde cero otra vez… pero pensó que
podría lograrlo la próxima vez. Había viajado por las montañas con la RMF
Company y había ido hasta Fort Vancouver (donde pasó el invierno) con la Hudson’s

www.lectulandia.com - Página 119


Bay Company. Había visto a los mejores hombres en el negocio en plena faena y
había aplicado la inteligencia de hombre de negocios a la red comercial sobre el
terreno. Todavía le seguía pareciendo un mal sistema. Sus nociones de novato recién
salido de Cambridge ya se habían disipado y había pagado caro dicho aprendizaje.
Pero tenía intención de reorganizarse y regresar a las montañas.
Antes de abandonar el Columbia, intentó llegar a un acuerdo con la Hudson’s Bay
Company. Fue un esfuerzo en vano. Los británicos solo aceptaban tratos cuando se
veían obligados, como el que hicieron con Astor sobre los Grandes Lagos, pero en
Oregón no tenían necesidad. Cuando ese plan se frustró, el siguiente plan fue formar
una fusión contra las grandes compañías norteamericanas. Mientras Wyeth viajaba
hacia la rendezvous se encontró con una de las partidas de Bonneville y envió una
carta al capitán proponiéndole que unieran sus intereses. En el alto Snake conoció a
Bonneville en persona. Viajaron juntos hacia el Green durante un trecho y
aparentemente llegaron a un acuerdo. Wyeth canceló sus planes de ir a los Estados y
se preparó para conducir a una de las brigadas de la nueva sociedad a California.
Bonneville, aparentemente, iba a quedarse en las montañas, tal vez para trabajar por
el territorio del bajo Snake y el alto Columbia, según la carta de Wyeth.
La fusión de estos intereses iba a precisar una rápida refinanciación desde el Este,
pero era una idea prometedora. Juntos, Wyeth y Bonneville podrían tener una mejor
posición a la hora de plantar cara a las tácticas usadas contra ellos. Además, ambos
poseían una capacidad más que probada para conducir las operaciones de campo y
Wyeth era un organizador y un estratega comercial de asombrosa habilidad. La
asociación, sin embargo, se habría iniciado a partir de una idea falsa, porque
sucumbía a la fantasía dorada de California. Ninguna parte de California al oeste de
la Sierra divisoria y al sur del valle de San Joaquín era territorio bueno para la caza de
pieles. Incluso en un territorio de pieles como en el que se encontraba, los recursos y
el intrincado sistema de la Hudson’s Bay Company precisaba obtener algún
beneficio… si es que realmente la Hudson’s Bay Company, que llevaba ocho años
trabajando en el terreno, sacaba algún beneficio neto allí.
Pero la asociación fue abandonada casi en el mismo momento en que se formó
(Chittenden sugiere que Bonneville quizás se sintiera avasallado ante la energía de
Wyeth y temía que esta energía lo arrinconara). Wyeth continuó su camino hacia el
Green por delante de Bonneville, retomando su plan original. Tras haber aprendido la
lección, escribió a su hermano advirtiéndole de que no dejara que nadie del comercio
de pieles se enterara de cómo iban sus asuntos. Luego escribió a Ermatinger,
considerando asistir a la rendezvous. Le decía que resultaba imposible superar la
disciplina y eficiencia de las grandes compañías norteamericanas. La Competencia
respondía a la invasión del monopolio de las montañas invadiendo el territorio del
Misuri y Wyeth les deseaba «buena suerte en sus peleas». Advertía a Ermatinger que
«le habrían robado la mercancía y las pieles de castor si hubiera venido aquí»,
aunque, como señalaba, la rendezvous estaba al oeste de la Divisoria y la Hudson’s

www.lectulandia.com - Página 120


Bay Company tenía tanto derecho como los norteamericanos a estar allí. Porque «hay
una gran cantidad de sinvergüenzas aquí. Dudo mucho de la seguridad de cualquiera
de los suyos».
Sin embargo, uno tenía que llevarse bien con los sinvergüenzas. Campbell se
dirigía hacia el Big Horn y el Yellowstone para encontrarse allí con su socio Bill
Sublette en el nuevo puesto e iba a llevar las pieles de la RMF Company por esa ruta
(en lugar de seguir el curso del Platte). Wyeth decidió ir con él… para ver otra parte
del territorio de pieles y examinar la red de puestos permanentes del monopolio.
Además, consiguió algunas ventas también. El verano anterior, mientras viajaba
al oeste tras la batalla de Pierre’s Hole, había entablado amistad con Milton Sublette,
uno de los socios de la RMF Company. Volvieron a encontrarse en la rendezvous.
Finalmente, la RMF Company contrató a Wyeth para vender parte de los productos
del próximo verano, hasta una cantidad de tres mil dólares. Este acuerdo diversificó
aún más su actividad al introducirle en el negocio del transporte. Quizás podría
transportar mercancía y pieles para los pequeños independientes, tal vez podría
vender algunos lotes sueltos a las grandes compañías, incrementando así sus
descuentos y disminuyendo sus gastos generales. Wyeth y los socios imponían
sanciones por incumplimiento de las cantidades contratadas, y Milton Sublette
decidió viajar a los asentamientos con su nuevo agente. Ellos mismos se habían
buscado problemas.
Bonneville decidió enviar sus pieles al Este por la ruta que iba a tomar Campbell.
Como esperaba tener así una mayor protección a través de territorio hostil, no tendría
que enviar una partida demasiado grande para escoltarlas. Campbell construyó canoas
de piel de búfalo cuando llegaron al Big Horn; Bonneville ordenó a su burgués,
Michel Cerré, que hiciera lo mismo y le siguiera los pasos. Bonneville se preparó
para escoltar a Cerré al Big Horn, pero manteniéndose a distancia de Fitzpatrick (que
iba a escoltar a Campbell), ya que tenía la intención de tomarle la delantera en el
terreno que ambos iban a explotar durante el otoño.
Pero Bonneville también tenía planes: iba a enviar una partida a California. Este
proyecto sigue siendo un tanto ambiguo. Fontenelle escribió desde la rendezvous a su
gran jefe McKenzie que Bonneville pagaba a los peones hasta mil dólares al año —
como agente local de McKenzie, Fontenelle era una de las razones por las que
Bonneville se veía obligado a hacerlo—, aunque sabía que tendría que «pagarles con
aire». El gran jefe de McKenzie, Pierre Chouteau hijo, a su vez escribió a Astor
(quien tal vez consideró las noticias más deprimentes de lo que Chouteau suponía)
informándole de que «Bonneville, de toda su grandiosa expedición tan solo sacará
suficiente para pagar los salarios de sus hombres», e incluso eso era ya un cálculo
demasiado alto. En vista de todo esto, una buena política comercial habría requerido
que Bonneville concentrara a sus hombres en lugar de dispersarlos, que los hubiera
conducido a través de territorio rico en pieles y que los hubiera supervisado
diligentemente mientras trabajaban.

www.lectulandia.com - Página 121


Probablemente, decidió jugársela. Un solo golpe podría hacerle solvente… y no
era el primero en más de un siglo en ser atraído por el influjo legendario de Cíbola al
oeste de la Sierra. Sabía que la Hudson’s Bay Company había estado enviando
expediciones anuales a California… El Humboldt era llamado el río de Ogden en
memoria de uno de sus partisanos. Él sabía que la expedición del último invierno
había sido más grande de lo normal y, como todavía no había regresado, aún no se
había enterado de lo decepcionante que resultó ser la caza. Además, las aventuras de
cualquier grupo de tramperos en un territorio lejano siempre se magnificaban
arrogantemente alrededor de las hogueras de los campamentos. La misma
generosidad había adornado la invasión de California desde el sur. Ewing Young, que
se había hecho un gran nombre en el comercio de Taos, ya había dirigido dos
expediciones de tramperos hasta allí desde Nuevo México, la segunda hacía tan solo
un año, y había hecho una buena caza allí. Regresó a Taos cargado de pieles —
aunque la mayoría de ellas no eran de California— y de beneficios por las ventas,
tanto legales como piratas. El telégrafo de la montaña que transmitió las noticias del
éxito de Young no hizo ningún esfuerzo por minimizarlo. En resumen, siempre ha
habido razones persuasivas de por qué uno sin duda logrará una buena caza en
California.
Tampoco debemos olvidar que Bonneville estaba en el ejército. Sin duda, debía
de haber un propósito político en la explotación sistemática por parte de la Hudson’s
Bay Company de ese territorio, y siempre era mejor mantener vigilado al Imperio
Británico. Los norteamericanos iban aproximándose por el sur, el comercio de pieles
crecía sin parar, los desertores de los barcos de pieles construían lentamente una
colonia norteamericana, las turbulentas relaciones políticas entre México y California
estaban en su habitual estado de agitación, los congresistas se aventuraban a
anexionar la costa dorada en los discursos oficiales con bastante frecuencia… y era
una buena idea averiguar algo sobre California. El propio gobierno no tenía ninguna
información sobre las rutas terrestres y el territorio posterior al regreso de Jedediah
Smith en 1828, y no poseían ninguna otra información más allá de lo que Smith había
informado. El conocimiento de las montañas acababa en el Humboldt, el Gran Lago
Salado y ríos similares en los que los hombres de Taos ponían trampas. Una razón
por la que Bonneville envió una expedición a California podría haber sido que el
secretario de Guerra le ordenó hacerlo.
Bonneville eligió a su mejor hombre, Joe Walker, para que liderara la expedición.
Walker no tuvo problemas en conseguir reclutas. «Estaba deseoso de llegar a la costa
del Pacífico», afirma Zenas Leonard, del equipo de Gant & Blackwell, una compañía
ya quebrada… ¿y quién no lo estaba? Las leyendas que se contaban junto a las
hogueras sobre la expedición de Jed Smith habían sido ampliadas por algún que otro
vagabundo que había estado allí con McKay o McLeod u Ogden, y las aventuras de
Ewing Young aportaron un nuevo matiz. California resultaba atrayente a cualquier
hombre de montaña aunque solo fuera como nuevo territorio. Pero a esto se añadían

www.lectulandia.com - Página 122


las señoritas[*], el aguardiente en toneles tan grandes como una presa de castor,
padres que te atiborraban de ternera de incontables manadas y te escanciaban vino de
los viñedos de la misión, caballos que atrapar, a cientos, clima de verano durante todo
el invierno, indios tan domesticados que no hacía falta montar guardia y, de nuevo,
señoritas. Señoritas tan complacientes y encantadoras como las de Taos, protegidas
por simples frijoleros, con una debilidad por forajidos vestidos con ante. En una
palabra: ¡Wagh![*] Walker se aprovisionó inmediatamente y alrededor de veinte
tramperos libres decidieron partir con él y probar suerte en la Sierra… y con las
señoritas. Naturalmente, uno de ellos fue Joe Meek.
Las compañías se habían visto forzadas a adoptar un poco de sensatez. La RMF
Company podía seguir intentando perder a sus rivales entre barrancos, hacer que les
disparasen los indios y malgastar grandes partidas de sus propios hombres evitando
que hicieran su trabajo… o podía admitir que el monopolio había llegado para
quedarse. Fontenelle y Drips no tenían ningún deseo de perder más dinero, aunque
podrían perderlo si debían hacerlo, ni tampoco les apetecía perseguir otro espejismo
entrando en territorio de los pies negros, aunque ahora sabían más que hacía un año.
Hicieron lo inteligente: acordaron dividirse el territorio. La American Fur Company
cazaría el año entrante en el territorio de los flatheads, el territorio de las Teton, el
valle del Gran Lago Salado y a lo largo del curso del Snake y el Salmon… al oeste de
las montañas, donde el monopolio británico se estaba infiltrando. La RMF Company
se ocuparía del Green, el Yellowstone y el Three Forks. Era una división realista,
pero era un reconocimiento por parte de los socios de que la compañía no iba a ser
detenida. El resto ya solo era cuestión de tiempo.
Los campamentos en el New Fork se levantaron durante la última semana de
julio. Los tipis indios se desmontaron y las largas filas de travois que los
transportaban comenzaron a desviarse hacia el oeste y hacia el norte tras rebasar las
colinas. Curados ya de sus resacas, los tramperos prepararon sus equipos: repusieron
muelles para trampas y pedernal para las armas, rellenaron posibles sacos,
empaquetaron pólvora y plomo, productos para el comercio y se hicieron con un
nuevo caballo; todo el alcohol, todo el juego y el sexo era ya algo sobre lo que hablar
al calor de una hoguera nocturna.
Los tramperos libres se dirigieron a sus territorios de caza, que siempre eran
secretos y en ocasiones estaban determinados por su propia medicina o por el consejo
pagado de un hombre medicina indio. Antes de la rendezvous del año siguiente, que
iba a celebrarse en Ham’s Fork, cincuenta millas al suroeste del New Fork, el
comercio les llevaría hasta el Columbia, la costa del Pacífico, el Virgin y, tal vez, el
Gila, el Platte Sur, el Arkansas, el Misuri, el Grand, el Canadian, el Rio Grande… y
los miles de riachuelos que los alimentaban. Entre los que ahora partían del New Fork
había muchos a quienes sus compañeros declararían muertos por disparo, simple
carne para los lobos, cuando se montaran las tiendas en Ham’s Fork el próximo julio.
Walker condujo a su legión de California por el curso del Green y hacia el oeste

www.lectulandia.com - Página 123


en dirección al Bear, el cual seguirían hasta el Gran Lago Salado. Fontenelle también
se dirigió al Gran Lago Salado. Drips se llevó a su brigada río arriba por el Green en
dirección a las montañas y al Snake. Gervais partió hacia «el territorio de los
diggers», que probablemente significaba el sur y suroeste de Brown’s Hole, porque el
verdadero territorio de los diggers lo tenía vedado por el acuerdo. Las caravanas de
mercancía de los otros socios de la RMF se dirigieron hacia el este en dirección al
Paso Sur. En cuanto lo atravesaran, Fraeb se dirigiría hacia los campos de Colorado
de la cordillera Front, lugar que los socios habían vuelto a recorrer el año anterior
después de ignorarlos durante un tiempo. Los otros se dirigieron al norte, en dirección
al Big Horn, el Yellowstone, el río Powder y el Three Forks. El más sagaz de todos
ellos, Fitzpatrick, se aseguró de que Campbell partiese sano y salvo en barco por el
Big Horn y luego se dirigió directamente hacia el territorio de los crows para hacer
frente a otra invasión del monopolio. Nat Wyeth acompañó a Fitzpatrick. También lo
hicieron el doctor Harrison y el capitán Stewart. Iban a descubrir otro aspecto del
comercio de montaña y conocer otra vertiente de los indios de las llanuras.

www.lectulandia.com - Página 124


V

ABSAROKA
(1833)

De vuelta al planificado avance de la caravana de mercancías, el crujido del cuero de


las sillas de montar, el sol, el polvo, las mulas cascarrabias y el olor acre de las
boñigas secas de búfalo en el fuego. Iban a atravesar el Paso Sur en dirección al Popo
Agie. El río Wind discurre por las montañas y sale de estas para encontrarse con
aquel, describe una curva pronunciada hacia el norte y desde allí es el Big Horn.
Durante el segundo día de viaje, un tal señor Worthington, del cual no se ofrece
ningún otro dato[1], estaba persiguiendo a un búfalo cuando su caballo lo lanzó al
suelo. El búfalo cargó antes de que pudiera levantarse, pero el animal falló por más
de una yarda al embestirle, se dio la vuelta y volvió a cargar… Worthington ya estaba
de pie y salió corriendo… y de nuevo el animal falló. El segundo fallo dio a la
víctima la oportunidad de matar al búfalo de un solo tiro, y entonces descubrieron qué
le había salvado la vida. El animal estaba ciego de un ojo y la buena suerte había
colocado a Worthington en el lado ciego del búfalo: salvado por las leyes de la óptica
y tres pies. Unos días más tarde Wyeth escribe: «El capitán Stewart estaba cazando
un oso [grizzli] cerca de nuestro campamento en los sauces; lo hirió, pero no lo mató.
Lo presentaba tan grande como una mula». Ese mismo día, a Nat Wyeth le falló la
astucia. Tras enterarse de que otro grizzli, tal vez más grande que una mula, había
sido localizado en un matorral, sorprendentemente actuó como un novato: disparó
con una pistola hacia el matorral y luego se puso a lanzar piedras para sacar al Viejo
Efraín[*] de allí. Y Efraín salió… a la carga. Wyeth le disparó, pero lo mismo le
hubiera valido lanzarle una piedra, porque el disparo le atravesó el cuerpo por donde
un grizzli podría aguantar la descarga de toda una compañía de dragones. «Corrí lo
más rápido que pude», dice Wyeth. También corrieron Campbell y Milton Sublette,
que se encontraban cerca. Sus compañeros lograron matar al oso de puntas plateadas
con otros cuatro tiros. Dos días más tarde, Wyeth encontró otro grizzli, el más grande
hasta ese momento, pero no pudo matarlo.
Al parecer, una de estas cacerías improvisadas le proporcionó a Stewart los
detalles del primer encuentro de Edward Warren con un grizzli, lo cual se cuenta en
profundidad en la novela. Stewart dota a su protagonista de emociones que sin duda
él mismo había experimentado y cuenta la historia bastante mejor y con menos
adiciones fantasiosas de lo habitual. Luego, en primera persona, inserta una nota a pie
de página que, aunque establece el incidente en las Black Hills, podría confesar
alguna vergüenza de aquel entonces. Al ver un grizzli:

www.lectulandia.com - Página 125


En cuanto sonó el grito, toda la ayuda disponible salió en estampida; un cazador, mejor montado que el
resto, se dirigió a la orilla opuesta del río y no paró hasta llegar a su cabecera, donde había unos arbustos
bastante espesos; allí esperó al oso, mientras río abajo se escuchaban los ecos de los desafíos de la tropa más
dispuesta a ayudar. No pasó mucho tiempo cuando el solitario cazador (que era un novato) oyó al oso, luego lo
vio a través de los arbustos, apuntó con el rifle y disparó; era un rifle Manton, que jamás fallaba un disparo;
pero ni tan siquiera tenía un taco puesto, lo limpió la noche anterior y jamás lo recargó. El oso oyó el
chasquido, pero no vio nada, dudó si enfrentarse a un enemigo invisible y se dio media vuelta; el cazador se
agachó rápidamente para recargar el arma; los perseguidores se acercaban, y la bala dio en el blanco justo
cuando el caballo se escapaba de su puño y salía al galope; el oso estaba de nuevo abriéndose paso por los
arbustos. Todavía tenía que cargar un taco [percutor], el animal se encontraba a tres yardas cuando recibió la
bala en el belfo, le atravesó todo el cuerpo a lo largo mientras ascendía una pendiente; rodó hacia atrás
cayendo sobre los arbustos, arañándolos con los dientes y rugiendo. El equipo de campo se aproximó y, al ver
de qué se trataba, todos dispararon rápidamente. Doce hombres dispararon, solo uno acertó, y era el cocinero.

Esta es una descripción auténtica de la excitación y confusión que provocaba la


aparición de un grizzli en una partida armada con rifles que solo podían matar al
animal si le acertaban en el cerebro. Stewart debió de ser el novato y la anécdota es
un reconocimiento de su imperdonable descuido al llevar un arma descargada[2].
El doctor Harrison estaba ampliando su experiencia científica. El Popo Agie
discurre por territorio de bolsas de petróleo y había un famoso «manantial», una lenta
fuga de petróleo a través del esquisto. Su olor se propagaba a unas cinco o seis millas,
y a los hombres de montaña les gustaba prender fuego a la cuenca poco profunda
donde se acumulaba el aceite (unos cuarenta o cincuenta galones al día) y observar la
nube de humo negro. Lo llamaban alquitrán y, al haber oído que su equivalente en
Pensilvania era medicinal, se llevaban tarros llenos para untárselo en las
articulaciones artríticas. Este manantial estaba al suroeste del actual territorio, pero
conocían más como ese en otros lugares, especialmente al norte del Platte Alto. El
doctor Harrison sin duda especulaba sobre ello con la inteligente filosofía de la
naturaleza, mucho más común entre las personas educadas antes de que esta se
transformara en las ciencias naturales. Inmediatamente después, tendría que practicar
cirugía traumática.
Jim Bridger había enviado una avanzadilla para buscar a un trampero que había
desaparecido y para cazar castores en el Popo Agie. Uno de ellos cometió el error que
una pequeña partida jamás debe permitirse: se durmió durante la guardia. Algunos
snakes, probablemente frescos de la rendezvous, habían visto a la partida y
decidieron robarles los caballos. Si el centinela hubiera estado alerta, habría podido
detectarlos a tiempo, uno o dos disparos los habría detenido y el asunto no habría
pasado de un incidente rutinario sin que ningún sentimiento resultara herido. Pero
cuando los caballos le despertaron y le avisaron de que los indios estaban cerca[3], ya
era demasiado tarde. Larpenteur afirma que los snakes tenían «gorros hechos con
ramas de arbustos», queriendo decir que usaban el camuflaje habitual. Uno de ellos
disparó al centinela prácticamente a quemarropa. «La bala [son palabras de Wyeth]
penetró en la cabeza por el ojo al tiempo que le partía el pómulo, pasó por debajo del
hueso y salió por detrás de la oreja y el cuello». Por si acaso, otro snake le lanzó una
flecha que penetró seis pulgadas en el hombro. En el tumulto, los snakes se hicieron

www.lectulandia.com - Página 126


con los caballos, siete en total. Cuando las partidas se juntaron y llegaron al lugar del
ataque, el doctor Harrison extrajo la bala y la punta de flecha del trampero
temporalmente lisiado… se llamaba Thompson… e hizo más liviano su dolor.
Durante un segundo palpamos el hechizo de la historia norteamericana. Tras el
ataque nocturno, Wyeth afirma que un hombre de la partida «los persiguió a pie, pero
su arma se mojó al cruzar el río y tan solo se oyó un chasquido cuando disparó dos
veces»; Wyeth dice que se llamaba Charbonneau. Podría haber sido Baptiste —el
doctor Grace Hebard está convencido de ello—, el niño engendrado por la joven
Sacajawea durante el invierno que los grandes capitanes del Oeste pasaron en los
poblados mandan. Meriwether Lewis alivió los dolores de parto de su madre dándole
cascabeles de serpiente molidos y diluidos en un poco de agua. William Clark le
llamó Pomp y se enamoró de él, como de hecho se decía que se había enamorado de
Sacajawea, una joven hermosa, una de las mujeres más admirables de nuestra
historia, una squaw snake que poseía la ternura de cualquier poema del hombre
blanco[4]. Clark lo mecía, le hacía cosquillas y lo malcriaba mientras atravesaba todo
el continente y regresaba; luego hizo que viajara a San Luis para que recibiera una
educación. Él, y tal vez su madre también, vivieron allí durante algunos años y
Baptiste aprendió francés e inglés, cifrado e historia romana. Si el doctor Hebard está
en lo cierto, al final aprendió todavía más. Porque en 1823 el príncipe Paul de
Württemberg abandonó su refugio en la universidad de Hamlet y viajó río arriba por
el Misuri, el primer visitante real por esos lares, conoció a Baptiste y se lo llevó a
Europa a su regreso. La narración del doctor Hebard revela que permaneció allí
durante seis años viviendo como miembro de la casa real, y que recibió educación en
lenguas clásicas y un entrenamiento principesco en protocolo real. Si esto es cierto,
fue con mucho el caballero mejor educado y más refinado que Stewart conoció en las
montañas (con excepción tal vez de Luden Fontenelle). Baptiste y su medio hermano
aparecen intermitentemente en la literatura de montaña de aquí en adelante. En 1843,
durante el último viaje al Oeste de Stewart, omitido en este libro, Stewart lo contrató
para conducir una carreta[5].
De camino al Big Horn (al final del tremendo cañón que lo cruza) se encontraron
con Bonneville, que había estado enviando sus partidas de tramperos hacia el oeste en
secreto. Ahora todo el mundo viajaba río abajo hasta que su curso se apartaba de las
montañas y podían fabricarse sus canoas de piel de búfalo. Cerré, que debía
transportar las pieles de Bonneville, por alguna razón supuso que necesitaba tres
canoas. Campbell fabricó dos para una carga mucho mayor con la intención de
abandonarlas en la desembocadura del Yellowstone, donde transferiría sus pieles a la
barcaza de Bill Sublette. Wyeth solo necesitaba una… y la tuvo lista en primer lugar.
De hecho, el exnovato había estado enjugando últimamente las lágrimas de sus
instructores con bastante frecuencia; ahora, ya se había graduado como hombre de
montaña. Había hecho la canoa con tres pieles, fuertes, de búfalos más viejos. Dice
que medía dieciocho pies de largo y cinco y medio de ancho, afilada (queriendo decir

www.lectulandia.com - Página 127


en punta) por ambos extremos, con el fondo redondo y un calado de dieciocho
pulgadas. Eso era al menos un pie más del calado que habría admitido. La canoa de
Wyeth estaba a menos de la mitad de su carga tras embarcar su remanente de pieles
(la mayoría cazadas el pasado otoño, unas cuantas durante el invierno y unas pocas
más en primavera), algunos pellejos de búfalo los consiguió comerciando, él mismo,
sus dos ayudantes, dos indios y Milton Sublette. Una embarcación así era bastante
útil; en nuestra jerga contemporánea se diría que era funcional. Wyeth afirma que le
entraba un poco de agua; esto significaba que alguna junta no estaba bien cosida o se
había soltado por donde se tensaba alrededor del armazón de sauce o álamo. Una
canoa de piel de búfalo debe ser sacada del agua y secada al sol totalmente de vez en
cuando para que no se inunde y tan solo soporta una travesía larga, pero su
flexibilidad la hace más resistente que cualquier otro tipo de embarcación en los ríos
rápidos, poco profundos y llenos de escollos de las altas llanuras. Los pequeños
cascarones de los mandans y otras tribus fluviales aguantaban más tiempo al ser solo
empleadas para pequeños trayectos.
Hubo una ronda final de despedidas y brindis, de manera que, al aproximarse a
unos rápidos a tres millas del punto de embarque, ni Wyeth ni Milton Sublette se
sentían con ánimos para realizar el trabajo. «Demasiado licor para proceder», dice
Wyeth, «por lo tanto, paremos». La brigada de Tom Fitzpatrick, con Stewart y
Harrison, se dirigieron hacia territorio crow, donde los retomaremos en un momento.
Tras comprobar que Cerré había partido río abajo, Bonneville giró al oeste para
alcanzar a sus destacamentos y comenzar la cacería de otoño. Campbell, que
transportaba personalmente sus pieles río abajo con una canoa de piel de búfalo,
envió sus caballos, vacas y el resto de las reses por tierra con una pequeña partida
liderada por Vasquez.
Este último grupo fue el primero en observar un marcado cambio en la actitud de
los indios crows. La amistad de los crows en ocasiones era exigente, pero siempre
había sido genuina y especialmente cálida hacia los hombres de la RMF Company.
Cuando la partida de Vasquez, en la que se encontraba Charles Larpenteur, se topó
con una banda de crows, se mostró tan amistosa que insistieron en comerciar con los
blancos la mayoría de sus pertenencias. Dejaron claro que o negociaban o saldrían
mal parados y Larpenteur comenzó a temer por sus nuevas mantas y su capote azul
celeste de veinte dólares. Los indios jóvenes frecuentemente intentaban mostrarse
duros cuando se encontraban con una partida pequeña de hombres blancos, pero en
una situación normal el jefe les habría ordenado que se comportaran y habría usado
su garrote disciplinario si alguno se hacía el remolón. Este jefe decidió que amaba a
sus hermanos blancos tanto que estos debían estar encantados de comerciar con las
condiciones que impusieran los indios jóvenes. Luego la partida de Vasquez encontró
un tercio de la nación crow liderado por el famoso A-ra-poo-ash[6] o Barriga Podrida.
Era un guerrero poderoso, un gran hacedor de lluvia, un visionario talentoso, sin duda
el número uno entre los crows. La parte superior de su escudo estaba ennegrecida

www.lectulandia.com - Página 128


para representar una nube de tormenta que transportaba la cabeza y garras del Pájaro
del Trueno, el cual había visto en una visión durante su niñez. El gran jefe en realidad
era amigo de los blancos y por ello resultaba más significativo que se llevara a
Vasquez y a sus hombres a su propia tienda: los estaba protegiendo de sus propios
jóvenes. Les aconsejó que esperaran para que pudiera protegerles de una banda de
pies negros que estaban de camino a una misión absurda y falaz para pactar la paz
con los crows. Ninguna de las partes tenía intención de mantener la paz, pero ambas
esperaban poder engañar al otro por un tiempo. El gesto indicaba que las pérdidas del
año habían calmado un poco a los pies negros y que Barriga Podrida estaba al tanto y
sabía que se alegrarían de encontrarse con hombres de la RMF Company en pequeños
grupos. Sus invitados se quedaron hasta que los emisarios llegaron en son de paz, y
Charles Larpenteur todavía no estaba del todo afectado por el alto nivel de alcalinidad
del agua, aunque sí algo importunado por las mujeres crows. A estas, afirmaba él, les
gustaban especialmente los hombres blancos, «incluso demasiado como para
preservar su honor».
Los pies negros se encontraron con Bonneville y mantuvieron la correspondiente
refriega. Pero más importante es el hecho de que, en su viaje de regreso a las
montañas, Bonneville fuera acechado por bandas de indios que obviamente estaban
esperando la más mínima ocasión para hacerlo. Algunos snakes que encontró por el
camino le dijeron que esos merodeadores eran crows. Bonneville salió a toda prisa de
Absaroka, el territorio crow. Por el momento, se había alejado de los crows, pero
poco después iba a ser víctima de su nueva política con los extranjeros.
Mientras tanto, sin darse cuenta, los viajeros fluviales, que también estaban
encontrando esas conductas hostiles en su camino, llegaron al origen del problema
cuando sus embarcaciones dejaron el Big Horn y se incorporaron al Yellowstone para
detenerse en la orilla junto a Fort Cass. «Fuimos tratados con muy poca o ninguna
ceremonia por el señor Tulloch [sic], a quien encontramos al cargo», afirma Wyeth,
«lo cual atribuí a la enfermedad que padecía, consciente de que un hombre enfermo
nunca se muestra dispuesto a ser cortés con otros». Pero Samuel Tulloch no estaba
enfermo, solo servía a los intereses de la American Fur Company, para quien había
construido ese puesto comercial en Absaroka hacía un año. En esos momentos, tenía
bajo sus órdenes al menos a dos agentes de la Compañía que habían sido contratados
para vivir en poblados crows y viajar con ellos cuando estos se trasladaban.
Enviándolos así directamente, por ejemplo, a las mismas condiciones adversas que
tantos problemas habían causado a Vasquez. La Compañía tenía intención de unirse a
los crows como una potencia satélite y amiga.
Tulloch comerció un poco con sus invitados. Antes de que la partida bajara por el
Yellowstone, algunos gros ventres llegaron a Fort Cass. Wyeth reconoció a la tribu
contra la que había luchado en Pierre’s Hole un año antes y afirma que también ellos
querían la paz con los crows. Pero no iban a obtenerla: en lugar de eso, perdieron las
cabelleras. Los comisarios de paz de los pies negros ya habían cogido cabelleras

www.lectulandia.com - Página 129


crows de camino a casa.
Avanzaron por el Yellowstone, que en ese tramo es un río grandiosamente bello, y
navegaron dejando atrás el Rosebud, el Tongue y el Powder. Cinco días después de
dejar Fort Cass, llegaron a la confluencia del Yellowstone y el Misuri y propulsaron
los barcos con pértigas cuatro o cinco millas río arriba por este último hacia el mayor
puesto de la American Fur Company, Fort Union, con sus ciento y pico empleados,
sus esposas e hijos y la variopinta mezcla de indios. Kenneth McKenzie era mucho
más sofisticado que su subordinado Tulloch y tenía de ayudante de campo a James
Archdale Hamilton Palmer, un cultivado caballero inglés que, por razones
desconocidas, entró al servicio de la Compañía y eliminó el apellido Palmer de su
nombre. Estos dos cosmopolitas vivían a un nivel propio de McKenzie, el Rey o
Emperador del Misuri, y cortaban gargantas de la Competencia con decente
ceremonia. Su visita real, Maximiliano, no estaba en la casa en ese momento —había
partido río arriba por el Misuri hasta Fort McKenzie—, pero no iban a mostrar menos
hospitalidad por la Competencia que por un príncipe.
Resulta un espectáculo entretenido. Ahí estaba la principal Competencia en
persona, Campbell, que pasaría el invierno en el puesto que su socio Bill Sublette
estaba construyendo en esos momentos a menos de cuatro millas… y que la
Compañía y sus indios subsidiados pulverizarían, pero no antes de que él los
amedrentara y tuvieran que pagar un precio más alto que el que ellos consideraban
apropiado. Ahí estaba Milton Sublette, cuyos socios habían causado la muerte del
viejo subordinado y compañero de McKenzie, Henry Vanderburgh. Ahí estaba Cerré,
el representante de un rival que se resistía a extinguirse, y Wyeth, quien tenía la
intención de entrar en el negocio. Ya fuera la Compañía o la Oposición, habrían
aprovechado cualquier ocasión para causar el caos en el terreno; así que se divirtieron
un buen rato en Fort Union. El Rey y su caballero asistente se aprovisionaban con
regularidad de brandis y vinos añejos; había algunos licores de contrabando y, si eso
fallaba, el producto de una destilería que McKenzie acababa de instalar. Las vacas del
puesto proporcionaban leche fresca, mantequilla y queso… productos que ninguno de
los viajeros había probado desde que abandonaron los Estados. Había pan blanco,
media docena de frutas silvestres distintas, maíz de los mandans, caza de todo tipo,
ternera, aves y añojo también. Había jovencitas indias y mestizas disponibles, aunque
los indios probablemente eran assiniboins, a los que no se les suponía mucha higiene
ni belleza. Había actividades de campo continuamente: cacerías, carreras de caballos,
peleas de gallos, el juego de la mano, lacrosse, el esplendor de las bandas de indios
que llegaban para comerciar. Al menos cincuenta empleados permanecían siempre en
el fuerte y otros tantos iban y venían constantemente, y todos tenían aventuras que
contar de noche alrededor de la hoguera. Los factores se vestían elegantemente y
ataviaban a sus esposas indias a la última moda llegada a San Luis y procedente de
Nueva York y el extranjero (con una capa de búfalo de calidad pintada o una manta
de Mackinaw para realzarlas), y decoraban sus apartamentos con grabados y objetos

www.lectulandia.com - Página 130


lujosos. Eran caballeros de mundo, buenos conversadores, de mentes rápidas y rico
pasado. Wyeth dice que particularmente le gustaba el señor Hamilton y todos
reconocían el encanto del Rey. Organizaban un buen salón en pleno territorio
assiniboin.
Pero no cuando se trataba de negocios[7]. Cuando los viajeros se prepararon para
marchar, Cerré y Wyeth intentaron comprar algunos productos y alcohol para
comerciar por el curso del río. Es difícil comprender para qué lo querían, porque iban
a tener pocas oportunidades de comerciar y de hecho no tuvieron muchas, y sabían
que tenían que pagar precios de montaña por cualquier cosa que compraran. En
cualquier caso, les escandalizaron los precios que McKenzie les cobró por la
mercancía y por su negativa a venderles alcohol. Así pues, cuando Wyeth llegó a Fort
Leavenworth en su travesía río abajo informó al comandante de que la American Fur
Company operaba una destilería en Fort Union. Aunque no se hubiera sentido furioso
por la negativa de McKenzie, informar era su deber como ciudadano de espíritu
cívico. También era el golpe más duro que podía asestar a una compañía rival.
Todo aquel que comerciaba en Territorio Indio lo hacía con el permiso del
gobierno y con una licencia del gobierno, ambos revocables. Siempre había sido
ilegal regalar, vender o comerciar licor con los indios. Desde julio de 1832, también
era ilegal transportar licor a Territorio Indio. Pero desde los primeros tiempos siempre
había resultado imposible comerciar con los indios sin licor de por medio. Los
jesuitas, quienes intentaron por primera vez evitar que los comerciantes franceses lo
usaran como moneda de cambio, descubrieron que sus propios agentes en el comercio
no podían conseguir pieles sin alcohol. La Hudson’s Bay Company siempre había
tenido un deseo idealista de apartar el licor de sus indios —cuando se
emborrachaban, los indios mataban a comerciantes a los que había costado mucho
dinero entrenar— y siempre lo había suministrado cuando comerciantes rivales
entraban en su territorio, lo cual sucedía todos los años. Ningún comerciante holandés
o norteamericano había intentado salir adelante sin el alcohol: el comercio con los
indios estaba basado en emborrachar a los clientes, preferiblemente antes de que
comenzaran a regatear el precio. El gobierno nacional había prohibido repetidamente
el licor. Pero eso era en Washington: los funcionarios del gobierno en el terreno
utilizaban la prohibición para sacarles sobornos a los comerciantes.
La posición de la American Fur Company estaba clara. Su tamaño y recursos le
permitían usar el licor y sobornar a los funcionarios a una escala que ningún
competidor se podía permitir. Por otro lado, su tamaño y permanencia la hacían más
vulnerable cuando la agitación de sus competidores ponía presión en las autoridades
inspectoras. Si se veía obligado, un inspector siempre podía encontrar licor en una
barcaza o un barco de vapor, mientras que podía pasarle inadvertido un comerciante
pequeño con el suficiente licor para causar problemas a la Compañía en cualquier
parte. Tanto el monopolio como la Competencia enarbolaban su propia pureza y
denunciaban los delitos del otro, y todos sobornaban a los inspectores cuando era

www.lectulandia.com - Página 131


necesario (un mecanismo habitual era obtener permiso para que una partida
transportara hasta veinte galones por cabeza con fines medicinales durante el viaje de
verano a las montañas). Ambas partes armaban tanto ruido, la Competencia a través
de su Representante en el Congreso, el general Ashley, y el tráfico de licor se hizo tan
escandaloso que en 1832 el gobierno prohibió la importación de licor a Territorio
Indio, cuyo uso allí ya estaba prohibido. El general William Clark autorizó
rápidamente a la Compañía a transportar mil cuatrocientos galones de alcohol
medicinal para prevenir los resfriados y la fiebre. Sin embargo, el ejército confiscó
toda la remesa. Clark también había permitido a un pequeño comerciante que
transportara doscientos cincuenta galones al área seca… y este consiguió rehuir al
Ejército. La Compañía lo capturó, le puso grilletes en Bellevue y le confiscó el licor.
También debería haberlo matado, porque este corrió a San Luis, hizo público el
ataque y robo y denunció el caso. La Compañía había ido demasiado lejos y ni tan
siquiera su Benton o su Webster podían ayudarla ahora, y durante un tiempo dio la
impresión de que el monopolio sería eliminado del Misuri y del comercio de
montaña.
No se llegó hasta ese punto, aunque la víctima recogió casi diez mil dólares del
puesto de McKenzie. Pero estaba claro que tanto el contrabando como los sobornos
debían cesar durante un tiempo porque había demasiada gente vigilándolos con
creciente atención. Y la oposición más efectiva que la Compañía tuvo jamás, Sublette
& Campbell, se estaba estableciendo a tan solo cuatro millas del puesto mayor de la
Compañía. Si los socios lograban llevar licor a su nuevo fuerte, como sin duda harían,
y la Compañía no podía conseguir licor al estar bajo los focos de la atención pública,
solo podía haber una respuesta. McKenzie tomó cartas en el asunto sin dudarlo:
compró maíz de los campesinos mandans y montó una destilería. Sus métodos
feroces habrían logrado vencer a Sublette & Campbell de todas formas, pero la
destilería aceleró el proceso.
Sin embargo, la denuncia de Wyeth en Fort Leavenworth generó otro rumor;
forzó una investigación y obligó a la Compañía a mentir frenéticamente y a sobornar
sin duda igual de frenéticamente. Y consiguió que el Rey del Misuri se trasladara río
abajo durante más de un año. Era bueno que se mantuviera fuera del Territorio Indio
y lejos de Fort Union mientras el viento soplara.
Esto, sin embargo, todavía estaba en el futuro cuando Wyeth subió a su canoa de
piel de búfalo y navegó río abajo por el Misuri, dejando a uno de los dos miembros
restantes de su consorcio en la desembocadura del Yellowstone. Perdió a Milton
Sublette cuando llegaron al puesto que William Sublette estaba construyendo; Milton
decidió esperar allí hasta que la barcaza partiera río abajo. Eso dejó a Wyeth sin nadie
que hubiera navegado alguna vez el río más violento de los Estados Unidos. Pero se
dijo: «Puedo navegar río abajo». Así lo hizo, y vivió aventuras sumamente excitantes
pero que quedan fuera de nuestro foco de interés. Y desde San Luis regresó a su
hogar en Cambridge para preparar el comercio de verano.

www.lectulandia.com - Página 132


* * *

Era el 15 o 16 de agosto cuando Tom Fitzpatrick partió por tierra desde el Big Horn
para encontrarse con los crows. La brigada de Jim Bridger viajó con él, pero no está
claro cuánto tiempo; desde luego no estaban juntos cuando estallaron los problemas.
Fitzpatrick decía que buscaba a los crows con el fin de obtener permiso para
llevar a cabo la cacería de otoño en su territorio. En realidad, tenía intención de
enfrentarse al monopolio directamente y hacer todo lo posible por ofrecer precios
altos por la piel y así debilitar su nuevo Fort Cass. Sin embargo, aunque su
declaración de intenciones estaba destinada para ser empleada en la tarima del
Congreso por el general Ashley, no era del todo inexacta. Era costumbre pagar un
extra moderado a los indios con quienes uno se encontraba mientras cazaba en el
territorio sobre el que tenían un derecho reconocido, y esta costumbre adquiría una
especial importancia en el caso de los crows.
En efecto, los crows tenían una idea rudimentaria de la conservación natural. No
querían que los tramperos sobreexplotaran el territorio con trampas y, como además
tenían una fuerte disciplina social, podían establecer relaciones más o menos
cordiales. Y lo que aún era más sorprendente, aparentemente habían logrado
renunciar al alcohol con bastante éxito durante un periodo considerable. Al menos
repetían que jamás lo tocarían y no existe ningún testimonio similar en relación con
ninguna otra tribu de indios de las llanuras.
Las tribus de las llanuras variaban mucho en cuestiones de cultura, costumbres,
conocimientos y personalidad. Debido a que los sioux conformaban la tribu mayor y
por lo tanto la más poderosa, y debido a que desde principios de la Guerra Civil que
culminó con la muerte de Caballo Loco provocaron tanto caos que aparecían
constantemente en los titulares de los periódicos, en nuestro cúmulo de ideas
preconcebidas los sioux serían los indios más destacados del Oeste. Los hombres de
montaña no pensaban lo mismo; por experiencia propia, sabían que los crows, los
cheyenes y los arapahoes superaban a los sioux. Un estudiante moderno sabe que no
puede evitar utilizar la vara de medir del hombre blanco, pero tiende a estar de
acuerdo con los hombres de montaña al menos en relación con los crows y los
cheyenes.
Los crows eran indios corpulentos, con una media de altura de las más elevadas
en las llanuras. Eran asombrosamente guapos, aunque las mujeres bastante menos que
los hombres según los gustos del hombre blanco. Llevaban el cabello tan largo como
podían y se añadían postizos que en ocasiones alcanzaban la longitud de diez o doce
pies, aunque enrollados y recogidos atrás en pesadas coletas. Poseían los tipis más
grandes y de mejor calidad, y eran los mejores vestidos de todas las tribus. Sus
mujeres eran excelentes curtidoras, sastres, bordadoras y decoradoras, de manera que
hacían buenos negocios con otras tribus vendiéndoles camisas, pantalones y capas.

www.lectulandia.com - Página 133


De hecho, las mejores coronas guerreras de plumas sioux (lo cual significa cualquier
clase de indio en la iconografía norteamericana) eran fabricadas por los crows… al
igual que los mejores arcos de los sioux eran fabricados por los nez perces. Los crows
también fabricaban armas para los vecinos contra los que peleaban, y a los pies
negros en particular les gustaban sus escudos de guerra.
Los crows lucharon contra el Ejército de los Estados Unidos solo una vez y fue
una pequeña refriega; causaban pocos problemas a los blancos, y junto a los nez
perces y los flatheads, eran los mejores amigos de los tramperos. Por otro lado,
luchaban contra todos los indios. Jamás tenían un aliado y solo aceptaron una tregua:
con los sioux, durante solo un año[8]. Consideraban a los sioux como sus principales
enemigos, y cuando Sublette & Campbell llevaron oglalas al Platte en 1834,
alterando de esa manera el equilibrio de poder en las montañas para siempre, se inició
una presión que hacia 1860 forzó a los crows a replegarse hasta el río Powder. No
pudieron resistir el extraordinario peso de los números, pero incluso esta medio
conquista de Absaroka les costó caro a los sioux; a partir de ese momento, los crows
jamás dejaron de atacarles. Más espectacular es el hecho de que frenaran la expansión
hacia el sur de los pies negros y probablemente obtuvieron más cabelleras de pies
negros que ninguna otra tribu. Pero atacaban a cualquiera y saqueaban cualquier
lugar. Principalmente robaban caballos. Con envidia y humildad, sus vecinos les
rendían un homenaje supremo: afirmaban que los crows eran los mejores ladrones de
caballos. El número de caballos comanches en sus manadas confirmaban la opinión;
un buen ladrón era aquel que podía robar caballos a los comanches. Además, incluso
en tribus tan alejadas como los crees, había un corolario: era más difícil aún robar
caballos a los crows.
Fue la asociación de Cooper y McGuffey la que introdujo en las convenciones
norteamericanas la idea de que los indios eran fríos, adustos y silenciosos. Esta idea
era de lo más absurda. Era uno de los pueblos más excitables, tan emotivos como los
sicilianos. Cuando los consejos de tribu, las ceremonias religiosas o el código de
apariencia ante un público blanco precisaba de gravedad o impasibilidad, podían
mostrarla tan bien como el Estado Mayor Alemán. Sin embargo, normalmente
parloteaban como niños y el indio silencioso de McGuffey es simplemente un indio
que todavía no ha aprendido a hablar inglés. En una carrera maratoniana de
habladores, los crows eran conversadores insuperables, oradores, discutidores,
diplomáticos y narradores de historias. Su humor se aproximaba al del hombre
blanco, fluido y zafío… su versión del Viejo Hombre Coyote, el Eulenspiegel de las
Llanuras, es la más obscena de todas. Además, eran unos bromistas pesados
incansables, con un entusiasmo de chico de colegio mayor por las situaciones
violentas y bochornosas.
Su moral no era gran cosa. Según criterios blancos, sus mujeres eran las más
fáciles de todas las squaws, lo cual ya es mucho decir. No castigaban el adulterio, y el
matrimonio crow era más bien una sucesión de enlaces y separaciones: un esposo

www.lectulandia.com - Página 134


veterano podía llevar galones en su camisa que significaban que había hecho felices
durante un breve tiempo hasta a dieciocho mujeres. En resumen, los crows, hombres
y mujeres, se casaban y separaban por igual, no pensaban que la continencia fuera
una joya preciada. Tenían reputación en las llanuras de practicar la pederastia, pero
por lo visto era una calumnia. Había bastantes «berdaches» entre ellos, homosexuales
que se vestían y vivían como squaws (aunque muchos eran guerreros), a los que se
les daba tratamiento de dignidad entre sus gentes porque se suponía que obedecían
instrucciones recibidas en una visión por sus medicinas. Pero había berdaches en
todas las tribus[9].

* * *

Estas eran las gentes en cuyo territorio Fitzpatrick tenía intención de hacer su cacería
de otoño y cuyo comercio esperaba recuperar para la RMF Company mientras su
aliado Campbell forzaba al alza el precio del castor en Fort Union. Tenía derecho por
su historial a contar con su amabilidad. Pero McKenzie ya tenía su Fort Cass y su
Samuel Tulloch en la desembocadura del Big Horn desde hacía un año. Además de
eso, tenía al menos dos agentes residentes que vivían permanentemente con los crows
y viajaban con sus poblados con una buena cantidad de productos a mano. Uno de
ellos se llamaba Winter, el otro era el fabuloso Jim Beckwourth, un hombre de
Ashley (y por lo tanto viejo amigo de Fitzpatrick), mestizo, uno de los especímenes
más duros de las montañas que durante años fue un crow adoptado y un jefe de
guerra. Tulloch, Winter y Beckwourth tenían las habituales instrucciones de
McKenzie: conseguid castores. Debían conseguir que los crows fueran clientes
permanentes de la Compañía por el medio que fuera, y ya los hemos visto en acción
antes.
Fitzpatrick se mueve por el condado de Sheridan, Wyoming, y los condados del
Big Horn y el Rosebud, Montana, un territorio de colinas, desiertos y sierras bajas de
montañas surcadas por multitud de arroyos. Era el corazón de Absaroka, la tierra de
los crows, repleta de búfalos y rica en castores. Sus más de treinta hombres se
dividían en grupos de tres o cuatro y salían durante un par de días en cada ocasión
para atrapar castores en los arroyos, de manera que Stewart ahora se instruyó en las
operaciones básicas del comercio de pieles. Las squaws de los tramperos o los peones
del campamento de la partida principal limpiaban y estiraban las pieles, que luego se
marcaban con «RMF Co» en el reverso. La ruta los llevó a través del Little Big Horn,
bastante más abajo del lugar donde la particular mezcla de egoísmo y estupidez de
George Armstrong Custer condujo al Séptimo de Caballería a una masacre el 25 de
junio de 1876, y a través de una cordillera baja tras la cual los arroyos desaguan en el
Rosebud, fluyen por el Rosebud y llegan al valle del río Tongue. Es un territorio
desolado para una mirada moderna, pero entonces estaba lleno de caza, y cuando los

www.lectulandia.com - Página 135


crows hablaban de esa tierra parafraseaban al humorista de frontera que afirmaba que
el cielo debía de ser un lugar como Kentucky. El magnífico valle del Big Horn estaba
en el corazón del territorio.
El 5 de septiembre, tres semanas después de dejar el Big Horn, la brigada se
encontró con un poblado de crows. Los únicos relatos de primera mano, dos cartas
escritas por Fitzpatrick (una de ellas inédita), no cuentan en detalle lo ocurrido. Pero
en lugar de recuperar a los crows para sus viejos amigos, Tom Fitzpatrick se había
dedicado a ofrecer recompensas por la cabeza de un burgués del monopolio el otoño
anterior; los crows ahora trabajaban para el monopolio. Montó el campamento, lo
dejó a cargo de Stewart (lo cual demuestra que el veterano de Waterloo había probado
su capacidad para estar al mando de hombres de montaña) y marchó a caballo para
realizar una visita de ceremonia al jefe del poblado, a tres millas de distancia. Sin
duda alguna, debía ponerse a trabajar de inmediato para adelantarse al monopolio y el
jefe indio se mostró encantado de encontrarse con su viejo amigo Mano Rota.
Mientras tanto, algunos indios leales al jefe devolvieron la visita y aparecieron en el
campamento de Mano Rota, el cual estaba a cargo de un capitán escocés que no había
tenido ninguna experiencia real con indios.
Nadie sabe cómo ocurrió. Pero los crows expresaron el más efusivo de los afectos
y Stewart, además de que sabía que siempre habían sido amigables con la RMF
Company, había recibido órdenes explícitas de esforzarse por estrechar la amistad
todo lo posible para atraer su comercio. Los crows sabían infinidad de buenas
historias, echaban sus mantas por encima del hombro de sus viejos amigos y
provocaban un revuelo de risas y palmadas en la espalda y pantomimas para ilustrar
sus victorias del último año. Si Stewart hubiera ordenado a sus guardias que
mantuvieran las armas listas, como sin duda debería haber hecho, los crows se
habrían sentido heridos por tal sospecha y habrían reclamado al hermano blanco que
restañara la herida manifestando su confianza en ellos. Por su propia inocencia, o por
cumplir las órdenes de ofrecer a los crows tanto margen de confianza como estos le
demandaran, Stewart se tragó este viejo truco o uno parecido. De repente, los
cuchillos, los garrotes, los arcos y las pistolas aparecieron, y un crow siempre sentía
apego a todas las cosas de valor. Todos los indios que lograban llegar a este punto se
volvían hostiles rápidamente y retaban a las víctimas a que hicieran algo al respecto,
esperando que lo hicieran: se necesitaba de la mayor de las templanzas para resistirse
a sus provocaciones. Cuando Fitzpatrick regresó tras darle jabón al principal agente
de compras, descubrió que ya no le quedaba nada, nada en absoluto. Los clientes se
habían llevado todos sus caballos, toda su mercancía, el arsenal completo de armas,
pólvora, trampas, mantas y otros productos y todo ante la mirada de Stewart.
Ni Fitzpatrick ni ningún otro socio de la RMF culpó a Stewart, porque no tenía la
culpa. Se comportó «con una gran templanza», afirma Irving, que basa su relato en
Campbell, quien conocía la historia más de primera mano que cualquiera, y también
en el relato de algunos testigos que informaron a Campbell. Joe Meek, que escuchó

www.lectulandia.com - Página 136


toda la conversación, afirma lo mismo[10]. Fue una acción sorpresiva por medio de
artimañas y contra todo pronóstico, luchar habría resultado estúpido. Stewart tenía
con él a unos veinticinco hombres, probablemente todos desarmados; debía de haber
al menos cuatro veces más de crows, armados hasta los dientes.
Ningún hombre en el Oeste lidiaba mejor con los indios que Tom Fitzpatrick. En
un estado mental que se puede imaginar fácilmente, cabalgó de regreso a ver al jefe
del poblado y exigió la restitución de su equipo. La prueba de su habilidad es que
logró recuperar parte de este, algunos caballos y unas cuantas trampas, dice él,
además de algunos rifles y un poco de pólvora, pero ninguna piel y ninguno de los
productos manufacturados. La ira no iba a servirle de nada y, por otro lado, podría
provocar que toda su partida fuera aniquilada. Así pues, haciendo de tripas corazón,
se encaminó de nuevo al oeste para salir de Absaroka rápidamente, alcanzar a Jim
Bridger y rearmar y reequipar a sus hombres. Los crows detestaban ver escapar un
buen caballo y fueron persuadidos, contradiciendo su buen juicio, de devolver a Fitz
sus caballos.
Irving afirma que estaban «ansiosos por borrar un estigma tan vil en la reputación
de la nación crow». Así pues, antes de que Fitzpatrick saliera del territorio, volvió a
perder algunos caballos. Más tarde, cuando encontró a Bonneville al oeste de la
Divisoria averiguó que algunas de las partidas de Cabeza Calva también habían sido
desvalijadas por los crows[11].
Fitzpatrick escribió a Ashley acusando al monopolio de haber dirigido el robo, y
afirmaba que un agente de la Compañía estaba presente cuando tuvo lugar. Ese
agente era probablemente Jim Beckwourth y no cabe duda de que Fitzpatrick tenía
razón: este era uno de tantos incidentes en la destrucción planeada de la RMF
Company y un ataque a la iniciativa de Sublette de construir un puesto cerca de Fort
Union. «Este ha sido un duro golpe para Sublette & Campbell», escribió McKenzie a
su factor en Fort McKenzie. «Y aunque en sus inicios aquí [Fort Union] montaron
todo un espectáculo y realizaron grandes promesas a los indios, y aunque entre los
hombres no se hablaba de nada más que de la nueva compañía, ahora saben que las
tornas han cambiado». Tulloch envió a Fort Union cuarenta y tres pieles de castor con
la marca de la RMF Company y aparentemente preguntó si debía hacerse algo al
respecto. Pues claro, le respondió McKenzie por carta, si el señor Fitzpatrick
apareciera por Fort Union, McKenzie estaría encantado de venderle las pieles al
precio de los productos intercambiados con los indios en Fort Cass, más un recargo
equitativo por el transporte hasta Fort Union y el trabajo y cuidados empleados.
Estaba en el negocio del comercio y tan deseoso de comerciar con el señor
Fitzpatrick como con cualquier otra persona, «si consigo el precio que busco. Estoy
ofreciendo esto como un favor, no por una cuestión de derecho, porque creo que los
indios tienen derecho a comerciar la venta de cualquier castor de su propiedad
conmigo o con cualquier otro comerciante».
Ignorando el problema que Wyeth le había causado a él y a la Compañía, el Rey

www.lectulandia.com - Página 137


del Misuri triunfaba. Había eliminado una brigada de la Competencia, robándoles los
primeros frutos de su caza otoñal, todas las existencias de mercancías y la mayor
parte de su equipo. Había neutralizado la amenaza que suponía el nuevo puesto de
Sublette & Campbell convenciendo a los indios y tramperos libres de los alrededores
de que la Competencia no podía ganar. Soltó a los crows en su territorio, y a los pies
negros en el suyo y más allá de sus fronteras. Y le salió bordado[12].

* * *

En las montañas, el robo era rápida, y apropiadamente, imputado a Jim Beckwourth,


el jefe mestizo de los crows contratado por el monopolio a razón de ochocientos
dólares al año… aunque él afirma que eran tres mil al año. Jim ya tenía reputación de
hombre duro, de temerario, de matón y de mentiroso, y una eminencia entre los
hombres de montaña por tales cualidades no es probable que vaya a ser cuestionado a
estas alturas. A principios de la década de 1850, un periodista itinerante encontró en
California a Jim, el cual entraba en la vejez y había dejado atrás sus días en la
montaña, y escribió sus memorias como escritor fantasma[*]. El resultado, Vida y
aventuras de James P. Beckwourth, es uno de los libros más zafios de nuestra
literatura, y podría ser también uno de los más sangrientos: al menos son asesinados
más indios en este libro que en ningún otro conocido por este estudioso que les habla.
Varios escritores lo han alabado por distintos aspectos, pero, aparte de los cuentos en
los que Jim innecesariamente cuadruplica su propia temeridad, es en general
fidedigno y en ocasiones un testigo indispensable de los acontecimientos que
presenta. Pero entre varias calumnias que Jim deseaba refutar estaba la acusación de
que él había instigado el ataque contra Fitzpatrick. La historia inventada que cuenta
en descargo de las acusaciones es suficiente prueba de que aquellos que lo acusaban
lo tenían bien calado[13].
Allá donde Jim se encontraba, siempre se pensaba el personaje más importante
del lugar. Aquí también; afirma que construyó Fort Cass atendiendo la suplicante
solicitud de McKenzie, dirigió a Tulloch y Winter como si fueran sus subordinados,
estaba encargado de muchos otros empleados blancos, realizaba grandes negocios y
en varias ocasiones salvó al fuerte, la inversión de la Compañía y las vidas del cuartel
del ataque de los pies negros. En el momento del incidente de Fitzpatrick, continúa,
los crows habían mantenido recientemente muchas peleas con los pies negros y los
cheyenes… y en todas ellas Jim había realizado su habitual genocidio, había salvado
el honor de la nación e incrementado las riquezas de esta (con su virginal guerrera,
Aguja de Pino, a su lado, realizando similares prodigios). Pero mientras Jim, el Pez
Rojo, el Brazo Sanguinario, el Enemigo de los Caballos… mientras Jim se había
tomado el día libre de la guerra, una partida de veintitrés crows jóvenes partieron para
encontrar a algunos cheyenes. Y los encontraron. La partida de Fitzpatrick estaba con

www.lectulandia.com - Página 138


ellos y, con el fin de asegurarse aún más el comercio con los cheyenes y «por el
placer de matar indios», les ayudó a exterminar a la partida guerrera de crows por
completo. De hecho, uno de los hombres de Fitz disparó al jefe guerrero que luchaba
casi tan bien como Jim lo hubiera hecho. Esto, junto a otros detalles que añaden
verosimilitud artística a la narración de Pooh-Bah, son un tanto difíciles de entender
porque Jim afirma que ningún miembro de la partida de guerra sobrevivió a la pelea.
Todo esto es pura invención, pero proporciona el verdadero motivo. Estando en el
campamento del Big Horn (en realidad era el río Tongue), a Jim le llega la noticia de
que Fitzpatrick se encuentra cerca y que quiere verle. Jim está demasiado ocupado y
se muestra demasiado digno también; recientemente se había convertido (según él) en
uno de los dos jefes de los crows junto al célebre Cabello Largo, sucediendo al
igualmente famoso Barriga Podrida (cuya muerte Jim fecha incorrectamente). Así
pues, obliga a Fitz a acudir al poblado. Fitz llega con el doctor Harrison y otros
caballeros exploradores, y «un tal capitán Stuart [sic], un oficial inglés que había
destacado, según me informaron, a las órdenes del Duque de Hierro»[*]. Jim observa
que algunas de sus gentes miran con atención los caballos de los visitantes y, por ello,
mostrándose siempre un anfitrión perfeccionista, da detalladas instrucciones para que
los guardas del campamento los vigilen. Pero en realidad los crows no tenían
intención de robar los caballos; habían reconocido algunos que la partida de guerra se
llevó cuando se alejó del campamento.
A la mañana siguiente, continúa la historia, Jim descubre que su gente, indignada
tras bailar frenéticamente y llorar a sus muertos toda la noche, han partido tras
Fitzpatrick. Inmediatamente, Jim salta sobre un caballo y lo hace correr tanto que el
animal cae muerto justo cuando nuestro héroe llega a la escena, y entonces reúne a
los miembros de su fraternidad militar secreta para que le acompañen. Llegan hasta la
emboscada que han tendido a Fitzpatrick, a unas «seis o siete millas», justo a tiempo
para salvar las vidas de los blancos a costa de poner en gran riesgo la seguridad de
Jim.
Aquí Stewart entra en escena. Solo había una esperanza, dice Jim, de llevarlos de
regreso al poblado con vida… que él y sus hermanos de fraternidad los llevaran en
sus propios caballos, dando así la impresión de que los estaban haciendo prisioneros
para disponer de ellos más tarde. Todos estaban sumamente aliviados por ese tiempo
de gracia, todos menos Stewart:

—No —dijo él—, no voy a ir montado detrás de ningún maldito granuja, y cualquier hombre que quiera
vivir con esos despojos humanos es un maldito granuja.
—Le agradezco el cumplido —respondí—, pero no tengo tiempo que perder ahora.
—Capitán Stuart —dijo Charles A. Wharfield, posteriormente coronel del Ejército de los Estados Unidos
[sin identificar: presumiblemente, Jim lo toma por un hombre de la RMF Company]—, es un lenguaje un tanto
impropio en estas circunstancias.
—Vamos, vamos, chicos —se interpuso el doctor Harrison—, no comencemos una discusión ahora.
Regresaremos con ellos, y que pase lo que tenga que pasar.

www.lectulandia.com - Página 139


Tras este diálogo a lo Emerson Bennett, y según el relato de Jim, llevó a la partida
de Fitzpatrick de regreso al poblado y ordenó a su fraternidad que los protegieran
contra las ansias de venganza de los crows. No duden de que estaban aterrados. No
duden de que Jim era noble. Extendiendo su autoridad como monarca adjunto, hizo
que se registrara el poblado en busca de los objetos que previamente les habían
robado. Recuperó todo excepto cinco caballos y unas telas carmesí y azules que ya
estaban raídas por tanto uso.

Fui informado posteriormente de que el inglés, en cuanto se acercó a mí, amartilló su pistola con la
intención de dispararme. Tuvo suerte, por él y por su partida, de que cambiara de idea, porque si me hubiera
herido no habría quedado ni un solo pedacito de él más grande que una moneda de cinco peniques. Por mi
parte, estaba haciendo todo lo que estaba en mis manos para salvar las vidas de la partida de las garras de una
jauría de salvajes exasperados; su vida pendía de un hilo sobre un insondable abismo mortal; el más mínimo
error hubiera sido letal. En ese momento, me insultó de muy malas maneras. El lenguaje que me dirigió me
arrancó una expresión de desprecio, pero no tenía tiempo para la ira.

El escritor fantasma de Jim escribía con prosa elegante. Jim llega a admitir que ha
sido falsamente acusado de instigar este «diabólico complot» y a negar la difamación.
También «he sido informado de que el capitán Stuart ofreció mil dólares a cierto
individuo para quitarme la vida». Aquí Jim recuerda algo que podría haber ocurrido
en realidad, aunque se ha sustituido a sí mismo por otro personaje con un papel
principal, como hacía con frecuencia[14]. Jim pasa rápidamente sobre este asunto, sin
embargo, y comienza a describir un ofrecimiento incluso más sorprendente. Dice que
un caballo «de pura raza y pelaje gris hierro» de Stewart estaba entre los cinco que
había podido recuperar. Stewart lo tenía en gran estima y estaba consternado por su
pérdida. Fitzpatrick le dijo que la única posibilidad que tenía de recuperarlo era
ganarse la voluntad de Beckwourth.

Siguiendo su consejo, me visitó y dijo: «Señor Beckwourth» (me trató de señor en esa ocasión), «¿podría
devolverme mi caballo?».
Yo le respondí: «Capitán Stuart, soy un hombre pobre al servicio de la American Fur Company, que vende
sus productos y recibe las pieles de estos indios. El indio que tiene su caballo es mi mejor cliente, tiene
muchos familiares y un ejército de amigos cuyo comercio sin duda perderé si intento arrebatarle el caballo. Si
el agente se enterara de todo esto, me despediría de inmediato y, por supuesto, perdería mi salario».
«Bueno», dijo él, «si la compañía le despide por eso, le doy mi palabra de que le pagaré seis mil dólares
durante diez años».

Sesenta mil dólares era un precio alto por un caballo búfalo. Pero tras esta
exhibición de altivez, Stewart recuperó su caballo. Finalmente, Brazo Sanguinario,
uno de los dos jefes de los crows, condujo a su amigo Fitzpatrick y al resto de los
rescatados sanos y salvos fuera del campamento y los escoltaron durante quince
millas. Pero Fitzpatrick no siguió su sugerencia de que continuaran avanzando y en
lugar de eso cometieron la estupidez de montar el campamento. De manera que, «en
tan solo una hora tras abandonar el poblado, los indios les arrebataron casi todos los
caballos y no le dejaron suficientes para transportar su mercancía». Con esta última

www.lectulandia.com - Página 140


frase, Jim vuelve de nuevo a acercarse a los hechos confirmados[15].
La historia de Beckwourth, por supuesto, es ridícula. Las circunstancias del
ataque que sufrió Fitzpatrick fueron bastante distintas y los datos aportados por
Beckwourth pueden ser desmentidos. Pero el hecho de que Jim se tomara las
molestias de defenderse tan minuciosamente de una acusación que, después de todo,
era solo una entre cientos, y de que se inventara una historia de una docena de hojas
en las que no aparecía matando a enemigos a decenas con todo en su contra, equivale
a una confesión. Además, la particularidad de lo que dice sobre Stewart sugiere que
este último podría efectivamente haberlo tratado de granuja y desafiado a la cara. Si
es así, fue extremadamente imprudente dadas las circunstancias… o cualquier
circunstancia que involucrara a un hombre a quien Francis Parkman llamó «un rufián
de marca mayor, sanguinario y traicionero, sin honor ni honestidad». Sin duda, había
una gran presión sobre un hombre en cuyo cuartel se encontraba «una corona
imperial dentro de una doble orla, floreada y contrafloreada con fleur-de-lis» y que
fue allí saqueado por los indios bajo las órdenes de un esclavo fugitivo. Quizás
incluso amartilló el rifle apuntando a Jim, tal como cuenta este, aunque
probablemente no tenía ningún rifle que amartillar y sin duda, si lo tenía, algún
trampero más cauto le habría placado por detrás. En cualquier caso, Stewart estuvo
bajo la piel de búfalo viejo de Jim Beckwourth como pocos jamás lo estuvieron. Y
tanto era así, que Jim recordó aquel insulto durante dieciocho años y luego, como
muchos otros escritores antes que él, se vengó en la ficción.
Stewart también tuvo la compensación del novelista. En Altowan y Edward
Warren los crows son siempre villanos, soplones y cobardes. Y reciben varios
vapuleos por parte del autor, el cual además convierte a sus enemigos, los pies
negros, en los pieles rojas más nobles de las llanuras.

www.lectulandia.com - Página 141


VI

EL TERRITORIO DE LAS MARAVILLAS


(1833-1834)

Poco tiempo después de estos sucesos, Stewart desaparece en uno de los paréntesis de
la literatura del comercio de pieles. Fitzpatrick se encontró con Bridger y reabasteció
a sus hombres en algún momento antes del 26 de octubre, cuando Bonneville lo
encontró en el campamento del Ham’s Fork (un afluente del Black Fork que, a su vez,
es afluente del Green en el suroeste de Wyoming, a unas ochenta millas al sur y
ligeramente al oeste de Horse Creek, donde se había celebrado la rendezvous). No
está claro si la brigada de Bridger estaba con él. Seguía allí el 13 de noviembre,
cuando escribió esa carta antes mencionada dirigida a Ashley, la cual Harrison debió
de llevar a los Estados casi inmediatamente. A pesar de la rapiña fomentada por la
compañía, había conseguido una buena caza: cuando aún esperaba noticias de dos de
sus partidas, tenía ya veinticinco fardos de castor. Entonces, averiguó que Bonneville,
dos semanas antes, había logrado reunir un fardo y medio. Podría haber pasado el
invierno por allí: era un buen territorio. Nadie sabe dónde pasó el invierno el equipo
de Bridger. Tal vez lo pasaran todos juntos y Stewart estuviera con ellos. O tal vez
estuvo con alguno de ellos por separado; a partir de las pocas pruebas que existen se
podría interpretar que pasó el invierno con Fraeb o Gervais. O puede que regresara a
los Estados, aunque esto es poco probable.
Hay una suposición fuertemente arraigada de que pasó el invierno de 1833-1834
en las montañas, y aquí se asume que lo pasó con la brigada de Bridger, ya sea
porque cambió de equipo cuando Fitzpatrick se encontró con este o con las dos
brigadas juntas. Este fue el único invierno que Stewart pasó en el territorio y justifica
un capítulo sobre ese aspecto de la vida de montaña. Pero es oportuno en primer lugar
regresar a otros de nuestros personajes[1].
Regresemos entonces con el barón Braunsberg, el príncipe Maximiliano, a quien
vimos por última vez ya entrado el Capítulo I llegando en el Yellowstone a Fort
Pierre, el puesto de la American Fur Company en territorio de los sioux (Pierre,
Dakota del Sur). Eso ocurrió el 29 de mayo de 1833. Entre los pasajeros del
Yellowstone se encontraba Kenneth McKenzie, que se dirigía a Fort Union para
dirigir las tácticas que ya hemos visto aplicadas en el terreno. También estaba Lucien
Fontenelle, preparándose para partir hacia el oeste con la caravana a la que ya vimos
perder la carrera por tierra con Campbell. Por supuesto, lo que sigue aquí coincide en
el tiempo con el viaje de Stewart al oeste, la rendezvous y el resto de nuestra
narración de 1833 por el momento.
El Yellowstone cargó una remesa de pieles y capas —el comercio de invierno y

www.lectulandia.com - Página 142


primavera— y regresó a San Luis. Una semana después de su encuentro con los
sioux, los primeros indios de las llanuras que había tenido ocasión de estudiar en
detalle, Maximiliano subió a bordo del otro barco de vapor de la Compañía, el
Assiniboin. McKenzie todavía estaba con él (y, por supuesto, su pintor Bodmer y su
cazador y sirviente Dreidoppel), y el 5 de junio comenzaron a remontar el río.
Navegar por el Misuri no era más sencillo río arriba de Fort Clark que río abajo. De
hecho, la subida del cauce del río en junio, que hacía menos necesario el
aligeramiento de la nave, también hacía que la navegación fuera más difícil y
aumentaba el peligro de los troncos flotantes y los salientes de las orillas. Pero el
científico de cincuenta años estaba ahora comenzando a recoger los frutos de su
esfuerzo. El territorio no solo era hermoso —las tierras bajas invadidas de vegetación
del Misuri, en medio del desierto— sino que, para un botánico, un zoólogo y,
especialmente, un etnólogo, era el país de las maravillas. Maximiliano pasaba los días
embargado por una especie de euforia académica mientras Bodmer dibujaba,
Dreidoppel cazaba especímenes y los indios de nuevas tribus fascinantes también
cazaban especímenes, aunque solo de plantas de la pradera. El decimocuarto día, el
Assiniboin arribó a Fort Clark (a unas sesenta millas al norte del Bismarck, Dakota
del Norte), territorio de los indios mandan, que habían sido conocidos por los blancos
durante más tiempo que ninguna otra tribu del Lejano Oeste, desde los vérendryes, de
hecho[2]. George Catlin había pasado allí parte del verano anterior; Maximiliano, el
siguiente invierno. Tomó notas y conoció a algunos de los mandans que aparecen en
el libro de Catlin, y Bodmer dibujó algunos bocetos de posados de Catlin.
Este no es el lugar para extendernos sobre los mandans, que eran indios muy
interesantes y se habían mostrado pacíficos con los blancos desde hacía casi un siglo;
tan pacíficos que la frecuencia de pieles claras y ojos azules entre ellos convenció a
Catlin de que eran los indios galeses. Habían funcionado una sucesión de puestos
comerciales en la zona y en los poblados ahora abandonados río abajo. A cargo de
Fort Clark estaba James Kipp, uno de los partisanos más efectivos del monopolio,
que era la fuente de muchas de las afirmaciones de Catlin sobre los mandans. En ese
momento contaba con la asistencia de Alexander Harvey, a quien Maximiliano ya
había conocido, uno de los mejores comerciantes itinerantes y un forajido casi tan
notorio como Jim Beckwourth. Maximiliano también acarició los últimos coletazos
del encantamiento del lugar, porque allí estaba Toussaint Charbonneau,
geológicamente viejo, el compañero de Lewis y Clark y viudo de Sacajawea. Todo el
Oeste y todos sus indios, tres generaciones de jefes y comerciantes, componían en su
mente un espectáculo incomparable. Charbonneau había llegado a ese territorio a
principios de la última década del siglo XVIII y, sin ningún éxito espectacular ni
demasiados halagos de toda una colección de patrones, desde entonces había estado
trabajando para varias compañías de pieles, para el Ejército de los Estados Unidos y
para el gobierno. Hacía ya mucho tiempo que detestaba a los de su propia raza. Ahora
era indio, un indio bueno, y vivía con su gente, no en el fuerte. Estaba tan encorvado

www.lectulandia.com - Página 143


como un cedro en un vendaval y tenía el rostro tan surcado de arrugas como una
orilla arcillosa, pero era más sagaz que sus patrones —de hecho, salvó a Maximiliano
de un robo— y podía viajar por el río o la pradera eternamente, en invierno o en
verano. Nadie sabe cuántos años tenía; la suposición de que tenía setenta y cinco años
ese verano se queda bastante corta. Cinco años después de la muerte de Maximiliano,
una niña assiniboin de catorce años que había sido capturada por sus vecinos arikaras
encendió de nuevo la llama del amor en ese hombre de muchas esposas. Francis
Chardon, sucesor de Kipp en Fort Clark, se la vendió y escribió en su diario:

Los Hombres jóvenes del Fuerte y dos rees [arikaras] regalaron al Anciano una espléndida chàrivèree, los
Tambores, ollas, cazos, etc. sonaron, los rifles rugieron, etc. El anciano caballero ofreció un banquete a los
Hombres y un vaso de grog… y se fue a la cama con su joven esposa con la intención de dar lo mejor de sí
mismo.

Maximiliano tuvo poco tiempo para estudiar a las tribus fluviales, sus chozas
abovedadas hechas de barro, o la vida de su día a día, pero llenó su libreta de
anotaciones e hizo trabajar a Bodmer más de las horas sindicadas. El Fuerte era un
poblado alrededor de una plaza para los vecinos arikaras de río abajo y los
minnetarees de río arriba, así como los mandans. Una partida de crows, parientes
cercanos de los minnetarees, también andaba cerca. Estos eran una delicia para el
científico, que alababa su físico y sus artefactos, su porte aristocrático y su dominio
de la vida salvaje. Entre ellos se encontraban Barriga Podrida, a quien ya hemos
conocido y que por aquel entonces era el jefe principal de la nación crow, y el jefe
que lo sucedería cuando los gros ventres lo mataran un año más tarde. Este último era
el célebre Cabello Largo, cuyo nombre atestigua que había convertido esa costumbre
crow en una competición de poder.
Tras una parada de veinticuatro horas, el Assiniboin continuó su travesía el 19 de
junio. Embarcaron un par de pies negros, lo cual demuestra lo mucho que la
tecnología había incrementado la seguridad de los viajes en las llanuras. En una
misión de paz o comercial, los pies negros habrían tenido que llevar un ejército con
ellos hasta ese territorio si no hubiera existido el barco de vapor, una innovación de
tan solo dos años de edad. Bodmer hizo el retrato de uno de ellos, pero el otro se negó
alegando que era una medicina peligrosa y que lo mataría; pero fue este último el que
finalmente murió, en Fort Union. El barco continuó a través del espectáculo circense
continuo de las tribus fluviales, navegó por una franja occidental larga y aún más
peligrosa del Misuri, sobrevivió a una serie de tormentas violentas y a punto estuvo
de saltar por los aires cuando se inició un incendio que lograron apagar cuando estaba
a punto de alcanzar el cargamento de pólvora en el barco. Finalmente, el 24 de junio
llegó a Fort Union, el puesto más grande del río. Habían pasado seis días desde la
salida de Fort Clark y Maximiliano ya llevaba setenta y cinco días fuera de San Luis.
En casi un tercio del tiempo que hubiera supuesto una travesía en barcaza,
Maximiliano ya había recorrido unas mil ochocientas millas por el curso del río[3].

www.lectulandia.com - Página 144


Una mirada al mapa muestra la distancia que había recorrido al corazón del gran
Oeste. Siguiendo la tradición del comercio de pieles, llegó a «las montañas» cuando
alcanzó Fort Union, aunque la similitud de costumbres y experiencias debería incluir
Fort Clark y tal vez Fort Pierre en ese concepto de «las montañas». La llegada de
Maximiliano a Fort Union el 24 de junio debería ser relacionada con el viaje al oeste
de Stewart y Campbell. El 24 de junio, todavía se encontraban al este del Laramie
Fork; cruzarían la Divisoria el 2 de julio y llegarían a la rendezvous el 8 de julio.
Fort Union estaba en territorio de los assiniboins, unos indios pendencieros de la
rama de los dakotas, y por lo tanto parientes de los sioux, con un largo historial de
fechorías. Los indios crees de Canadá también frecuentaban el lugar. Maximiliano
había avanzado lo suficiente para estudiar cualquier aspecto de la cultura de las
llanuras que deseara estudiar, y la vida de ese gran puesto, con sus más de cien
engagés, sus mestizos residentes y la llegada y partida constante de indios y
comerciantes blancos, podría haberle proporcionado material para años de estudio
(era un gran negocio; el puesto tenía en sus almacenes unos cien mil dólares en
mercancías de San Luis). Pero Maximiliano quería continuar avanzando y ver más.
Así pues, McKenzie permaneció allí y se hizo cargo de los preparativos
personalmente, en lugar de delegar en su asistente, Hamilton, para enviar al príncipe
al puesto de la Compañía más alejado y más peligroso, Fort McKenzie, en el
territorio de los pies negros. D. D. Mitchell, el factor de ese puesto (Kipp lo había
construido) iba a transportar los productos de ese año hasta allí en barcaza y
Alexander Culbertson, que pronto lo sucedería, lo acompañaría.
El libro de Maximiliano retomaba la acción en Fort Union, pero no tenemos
tiempo para su narración. Allí, en el alto Misuri, fue consciente de su bisoña
madurez. Llegó un poblado grande de assiniboins, y cuando cruzaron la llanura en su
espectacular formación majestuosa, vestidos con sus mejores galas, las squaws
conduciendo travois y azuzando a los perros, guerreros desfilando con plumas y
pinturas y símbolos medicina, comenzaron a cantar una «canción que consistía en
muchos tonos abruptos como de gritos de guerra». Casi trescientos de ellos cantaban,
un violento coro de bajos con armoniosas notas en falsete que resonaban desde las
colinas, y Maximiliano había oído un sonido similar antes… «la canción que escuchó
en 1813 y 1814 de los soldados rusos», en la época de Napoleón. Apenas durmió
tomando notas y apenas permitió dormir a Bodmer. Pero la barcaza Flora bajó por el
Yellowstone desde Fort Cass con las pieles que Samuel Tulloch había enviado.
Mitchell cargó la barcaza con su mercancía. Mitchell y Culbertson, Maximiliano,
Bodmer y Dreidoppel, y una tripulación de cuarenta y siete hombres partieron
remontando el Misuri el 6 de julio. Stewart y Campbell habían llegado a Horse
Creek.
Veintiséis hombres tiraron de la maroma esa mañana. Viajar en barcaza era más
seguro que en barco de vapor, aunque no lo suficiente para tranquilizar a los más
temerosos, pero era mucho menos cómodo. Maximiliano y Mitchell tenían literas en

www.lectulandia.com - Página 145


el pequeño camarote, pero el Flora hacía aguas y no había nada que impidiera entrara
la lluvia… llegaba en ráfagas de fuerza huracanada que zarandeaban de forma
descontrolada la barcaza en todo momento. Con una barcaza, uno usaba la vela
cuando podía, la impulsaba con pértiga a una marcha angustiosa desde la pasarela
cuando el caudal del río era demasiado bajo y no demasiado rápido, pero
principalmente tiraba de la torpe nave con cabos de hasta varios cientos de yardas.
Los hombres que tiraban avanzaban lentamente al borde de la orilla y con barro hasta
la cintura, marchaban pesadamente por el borde desmoronado de las riberas
arcillosas, con la mirada fija en las pendientes de rocas, enrollaban el cabo en algún
escollo, o un árbol o unas piedras, tropezaban, caían, rodaban y maldecían mientras
avanzaban río arriba desempeñando uno de los trabajos más agotadores que el
hombre jamás haya realizado en cualquier sitio. El príncipe debía echar una mano
solo en casos de emergencia, así que pudo escalar colinas, gatear por la densa maleza
y hacer excursiones al campo todo el día; cazaba búfalos y osos y berrendos y
serpientes cascabel, cargando la barca con especímenes animales, vegetales y
minerales; maldecía a Dreidoppel, escalaba todo lo escalable y lo observaba todo. Un
hombre de su edad tenía bastantes probabilidades de morir, pero Maximiliano de
Wied-Neuwied podía soportarlo.
Como dice Culbertson[4], el príncipe le tenía mucho cariño a su pipa, y su
indumentaria predilecta era «un sombrero blanco con el ala caída, un abrigo de
terciopelo negro bastante raído por el largo servicio prestado y el par de pantalones
más grasientos que jamás hubieran envuelto unas piernas principescas». Aquel era un
territorio de tierra baldía y Bodmer realizó allí los mejores paisajes, y aunque
Maximiliano expresa su satisfacción al registrar en un lienzo las pesadillas de la
erosión, aparentemente Bodmer no era capaz de trabajar lo suficiente. Bodmer y
Dreidoppel, continúa Culbertson:

Parecen sumamente dotados de la facultad de provocar en su regio patrón frecuentes ataques de ira, hasta
el punto de que apenas había un risco o un valle en todo el alto Misuri en el que no hubieran resonado con un
tono enfurecido y con un fuerte acento teutón los nombres de Boadmer y Tritripel [sic].

Durante más de un mes remontaron duramente el río hasta pasar la


desembocadura del Milk, el Musselshell y, finalmente, el Marias. Seis millas más allá
de este último, treinta y cuatro días después de partir de Fort Union, el 9 de agosto,
llegaron al final de su travesía (la rendezvous se había terminado. Stewart, Campbell;
Bonneville y Wyeth iban de camino al Big Horn). Fort McKenzie estaba a tan solo
unas pocas millas río abajo de la ubicación definitiva de Fort Benton, y Fort Benton,
situado a tan solo unas pocas millas de las grandes cascadas del Misuri, sería la
cabeza de la navegación de vapor. Cuando Maximiliano llegó allí, la dotación del
fuerte era de veintisiete empleados; sus squaws, hijos y suegros elevaban el censo a
cincuenta y tres. Cincuenta y tres personas representaban la avanzadilla de la
American Fur Company en territorio de pies negros, llevando a cabo en condiciones

www.lectulandia.com - Página 146


precarias un comercio que, a través de unos clientes con instinto asesino, alcanzó el
oeste de la Divisoria, hasta el territorio de los flatheads, los nez perces, y pend
d’oreilles y kutenais, por el suroeste hasta el Gran Salt Lake y los utes y snakes, por
el sur hasta los crows y hasta los hombres blancos itinerantes en medio. Efectuaban
su comercio bajo un peligro constante de ser asesinados por sus clientes.
Hubo pies negros en Fort McKenzie durante toda la estancia de Maximiliano,
acampados a la entrada del fuerte o a unas pocas millas. Estos adictos a la violencia
no eran capaces de mantener la paz con nadie y tampoco la podían mantener entre
ellos mismos cuando se reunían en gran número, y era necesario mantener una
distancia de seguridad entre los distintos poblados. Las tres tribus de los pies negros
(los siksika) constituían una gran fuerza; los pies negros de los cuales las otras tribus
habían tomado su nombre; los bloods (kainah) y los piegans. Sus confederados, los
gros ventres, que habían padecido un triste verano y otoño el año anterior, también
aparecieron en gran número[5].
Eran una raza huraña. Un estudiante confiesa su decepción cuando, al conocer su
reputación como el terror desatado del Oeste, vio por primera vez a sus descendientes
de la reserva y advirtió una expresión facial que no había visto en ningún otro indio.
Muchos de ellos tenían las comisuras de las bocas hacia abajo, mejillas hundidas y
una mueca de sabor amargo de diáconos evangélicos veteranos; parecían santones
baptistas y resultó que algunos de ellos lo eran. Y, sin embargo, mutatis mutandis,
esto podría significar una prolongación de su aversión intertribal de unos con otros.
Los pies negros verdaderos eran caprichosos: nadie podía predecir sus actitudes con
una hora de antelación. Los piegans eran un poco más joviales; fueron los que
escucharon a los emisarios de McKenzie, los que comenzaron el comercio y lo
mantenían vivo. Los bloods eran los más teutónicos de todos. No había otros como
ellos, incluyendo a sus aliados. Eran los primeros en sentirse ofendidos, los primeros
en romper una tregua, los primeros en asesinar. E hicieron estas tres cosas mientras
Maximiliano se encontraba en Fort McKenzie.
Este estaba aprendiendo cómo funcionaba el comercio de la piel en un puesto
permanente y era radicalmente distinto a la vida de una brigada itinerante. Cierto que
había más confort allí, pero uno debía reprimirse más por el constante encierro.
Aunque el peligro de ataques indios era más intermitente, también era más grave,
porque llegaban en poblados enteros, no solo en las habituales bandas pequeñas que
deambulaban por el territorio de caza. En un fuerte permanente se multiplicaba por
cincuenta el esfuerzo y la vigilancia con relación a un encuentro casual con indios, y
se repetía el ejercicio semana tras semana. Maximiliano pudo observar el trabajo de
los expertos: Berger, que era el intérprete y había llegado a dominar la psicología de
los pies negros, Culbertson, que dirigiría ese puesto hasta su abandono, y
especialmente David Dawson Mitchell, distinguido maestro en su especialidad como
Tom Fitzpatrick lo era en la suya. Mitchell era un hombre importante en el comercio.
Había ascendido a esa posición eminente en la American Fur Company con méritos

www.lectulandia.com - Página 147


probados. Finalmente, se cansó del comercio de pieles y lo abandonó; para volver a
traerlo a la Compañía tuvieron que hacerle socio. Más tarde, fue agente indio,
después un célebre líder de la caballería en la Guerra Mexicana[6] y más tarde
superintendente de Asuntos Indios. Un hombre que dirigía el comercio con los pies
negros debía poseer un extremado coraje, pero para sobrevivir debía poseer además
una extremada habilidad.
La actividad económica del puesto debía continuar, pasara lo que pasara: la caza,
para suministrar carne al cuartel (arriesgándose a ser emboscados por los clientes), la
vigilancia de la manada día y noche (los clientes estaban obligados por su honor indio
a robar tantos animales como pudieran), el herraje, la fabricación de canoas, el
curtido, curado y prensado de las pieles, el envío y recepción de partidas comerciales,
el mantenimiento del fuerte en buenas condiciones y la preparación para el invierno.
Lo mismo ocurría con la actividad económica de los poblados indios acampados allí
o en las cercanías. Maximiliano observaba la preparación de las pieles, la elaboración
de pemmican, las constantes sesiones de costura y sastrería de las squaws (observaba
que decenas de estas tenían la nariz cortada; los pies negros tenían diferentes criterios
morales que los crows y así era como castigaban el adulterio). Las artesanías de la era
de piedra pulida se desarrollaban a su alrededor y él rellenó un montón de libretas con
anotaciones. Los pies negros no eran tan buenos en estas artesanías como las tribus de
las llanuras y se veían obligados a interrumpir sus campañas de guerra para poder
comerciar, especialmente con sus eternos enemigos, los crows, y comprar tocados,
capas y ropa bordada y armas, carcajes de cuero sin curtir y utensilios. Sus
ceremonias no tenían fin: danzas para atraer a los búfalos o para calmar a alguna
divinidad que hubiera mostrado su desagrado, rituales estacionales que debían ser
celebrados en el momento adecuado, magia privada al dictado de medicinas privadas,
búsquedas individuales en pos de caza, o de una visión o de plumas o polvo de tuza
que requería la cooperación de los vecinos, ritos de fraternidad, cónclaves en los tipis,
conjuros para afrodisiacos, homenajes a los héroes. Los pregoneros de los poblados
siempre convocaban asambleas de urgencia para enfrentarse a situaciones especiales,
y la media habitual de bajas añadía lamentos por los difuntos al caos y los dedos
amputados a la sangría general. Siempre había alguien gritando y agitando sonajeros
para ahuyentar las enfermedades de los enfermos. La belleza de la música india, ya
fuera vocal o instrumental, resulta en cierta manera esotérica para los blancos que no
han vivido en Santa Fe, y los oídos de Maximiliano sufrían con los aullidos
energéticos y letalmente monótonos imposibles de acallar. Ya fuera de día o de noche,
no había forma de evadirse de los tambores, las patadas sordas de los mocasines en el
suelo y el canto que era un solo «hi-ya» en diferentes escalas indias. El contacto con
otras tribus había convertido a Maximiliano en un sofisticado; los malabarismos de
los hombres medicina de los pies negros, pensó el aristócrata, no estaban a la altura
de Broadway[7].
Los poblados estaban allí por negocios y el comercio se realizaba de la forma

www.lectulandia.com - Página 148


acostumbrada a horas señaladas. Todos los puestos como Fort McKenzie consistían
en un recinto cuadrado o rectangular, del cual al menos dos paredes, si no más, eran
cabañas o cobertizos: viviendas, almacenes, depósitos, talleres. La entrada principal
era una verja que se abría a un corredor cuyas paredes eran las de dichos edificios.
Otra verja cerraba el extremo interior de este corredor e impedía el acceso al interior
del recinto. En las paredes del corredor se abrían las ventanas (que podían tener
barrotes de seguridad), normalmente de un almacén. Se dejaba entrar a los indios en
el recinto en pequeños grupos y solo cuando los conocían bien y los tenían cubiertos;
jamás se les dejaba pasar al almacén a menos que existiera la imperiosa necesidad de
dejarlos asombrados con todas aquellas riquezas, y en ese caso solo en grupos aún
más pequeños. Cuando comenzaba el comercio, en primer lugar se cerraba la puerta
interior, de manera que nadie pudiera salir. Luego dejaban entrar a ese corredor sin
salida a tantos clientes ruidosos como se considerasen necesarios según las
circunstancias, y se dejaba al resto fuera tras cerrar la verja exterior. Luego se
comerciaba, ya fuera junto a los escaparates del almacén o en una pequeña sala
muestrario con los productos expuestos, funcionando como una agencia de ventas
con entrenamiento eclesiástico, pero también con un número de guardas armados
apostados.
El trabajo de Mitchell y sus subordinados era precario e infinitamente delicado. El
comerciante debía saber en qué orden dar los regalos a los jefes y qué cantidad
evitaría que le acusaran de tacaño sin dejar entrever al mismo tiempo que tenía
miedo. Debía saber cuánto tiempo regatear, dónde poner su precio mínimo y máximo,
cuándo ceder fingiendo generosidad, cuándo romper la negociación con un gesto de
desdén o indignación. Debía saber cuándo mostrarse insultado y cuándo castigar con
insultos y amenazas. Y sobre todo tenía que saber cuándo usar el licor, cuándo revelar
que ya no le quedaba, a quién dárselo, a quién negárselo bajo cualquier circunstancia,
qué cantidad ofrecer a un cliente concreto, cuándo era mejor poner láudano en el
alcohol y sofocar una incipiente pelea con Mickey Finns[8].
Los indios eran teutónicos y ninguno de ellos era más prusiano que los pies
negros. Su autoritaria arrogancia, su orgullo y ceremonia militar, la maniáticamente
susceptible brutalidad de su honor, el gusto infantil por marchar con magníficos
uniformes y una mentalidad de la edad de piedra prolongada hasta el siglo XIX tenían
una intensidad difícil de entender hoy en día. Cuando un poblado nuevo llegaba para
comerciar, los bravos se ataviaban con su indumentaria tribal más abrumadora, sus
fardos medicina sagrados y armas reales y simbólicas; engualdrapaban sus caballos
con plumas, cascabeles y lazos, se pintaban los pechos y los rostros con cenizas,
pigmentos de tierra azul y musgo amarillo y bermellón (de la Compañía, a diez
dólares la libra), y luego representaban desfiles y ejercicios sorprendentemente
parecidos a los del Día de Bienvenida de una academia militar. A partir de ese
momento Mitchell tenía que inflamar el orgullo de los indios ataviando al grossgene-
ralstab aún más espléndidamente. Aquí es donde se usaban los «abrigos de jefe», los

www.lectulandia.com - Página 149


uniformes de teniente general y la célebre indumentaria grandiosa de los nababs que
se habían embarcado río abajo. Era como la inauguración de un desfile de moda.
Mitchell los vestía con uniformes con trabillas y charreteras y botones del tamaño de
pisapapeles y un cordoncillo dorado tan grueso como el que Winfield Scott, que no
era ningún George Patton de pacotilla, llevaba cuando visitaba a algún embajador.
Los pantalones lucían rayas a los lados. Había chacos y pompones. Los jefes parecía
que fueran a un cakewalk de opereta minstrel en el paraíso y sacaban pecho y se
pavoneaban compitiendo con sus victorias. Suspiraban y aplaudían como un grupo de
chicas del Follies en un desfile privado de Mainbocher. Luego Mitchell les colgaba al
cuello las medallas de la Compañía. Era el director de ventas local de una
corporación privada, pero las medallas sugerían, como él aseguraba, que representaba
al Padre Blanco.
Era maravilloso. Aunque también era una situación peligrosa. Desde luego no se
equivocaría el lector si regalara a Cola de Búfalo el traje más esplendoroso, porque él
representaba la mayor dignidad tribal o había proporcionado más negocio a la
Compañía ese año. Pero entonces podría herir el orgullo de Truenos en las Colinas,
que no solo tenía una predilección primaria por los cordoncillos dorados, sino que
además creía que su logro de aplastar tres cabezas de squaws flatheads en una sola
tarde le otorgaba ese derecho. Cuando uno hería los sentimientos de Truenos, también
hería a su banda, cuyo orgullo sufría junto al de su líder. Un indio herido en los
sentimientos era peligroso. Truenos podría entonces regresar a su tienda, marcar un
altar en la tierra del suelo, quemar un poco de hierba dulce encima y comenzar a
cantar a su cuchillo de arrancar cabelleras. Su banda, entonces, podría ir a por ti… o a
por Cola de Búfalo y su banda. Ante los ojos de Maximiliano, el regalo de un
uniforme de mariscal de campo a un jefe pies negros —que, les explicó Mitchell a los
otros, había sido el mejor amigo de la Compañía ese año y debería ser tomado como
ejemplo por todos los demás si querían llegar a ser mariscales de campo— puso a los
bloods en pie de guerra. Al final, estos mataron al sobrino del jefe de los pies negros.
Siguieron las amenazas, las carreras de ponis y los cantos de guerra. Los pies negros
iban a acabar con todos los bloods; los bloods iban a enseñar humildad a los pies
negros. Zanjar estas guerras improvisadas era una parte rutinaria del trabajo de un
factor. Mitchell ordenó que el poblado de los pies negros se desplazara unas cuantas
millas (ya habían terminado de comerciar con ellos), hasta que sus corazones se
calmaran. Finalmente, regresaron otra vez.
El comercio individual era igual de explosivo. Un blood mató a uno de los
empleados del fuerte en la sala de exposición de productos, en una disputa sobre el
precio. Era empleado de la Compañía y supuestamente la vida significaba algo para
él. Pero la negociación acababa de comenzar y, qué demonios, el negocio era el
negocio. Los bloods afirmaban que había sido un accidente desafortunado y Mitchell
lo hizo pasar por tal. Un grupo de bloods abrieron un túnel para acceder al almacén y
sacaron mercancía de valor antes de ser descubiertos. Llegó otra banda, echó un

www.lectulandia.com - Página 150


vistazo al comercio y anunciaron que no les gustaban las nuevas tarifas de las pieles
de castor. Había llegado el momento de expulsar a los extranjeros y sus monopolios:
si el mercado estaba siendo apoyado artificialmente, exterminarían a todos los
norteamericanos y volverían a comerciar con la Hudson’s Bay Company en el norte.
Mitchell atribuyó esto a tácticas de presión de los pies negros, una práctica comercial
habitual en esa zona de comercio internacional y no se dejó impresionar por las
pinturas de guerra y las canciones medicina. Mientras tanto cambiaba las mantas y las
plumas de pavo y los cascabeles para ornamento personal, la pólvora y las balas y los
cuchillos de desollar, por el monopolio del comercio con los flatheads para las pieles
de castor y de otros animales, así como las capas de búfalo. Maximiliano lo estudió
con la abstracción del observador imparcial. Recorría cada rincón, tomando notas, y
Bodmer los recorría también, ilustrándolos.
La noche del 28 de agosto, alrededor de unas veinticinco tiendas fueron plantadas
junto al fuerte. Más de ciento cincuenta piegans, una banda que probablemente había
llegado ese mismo día, se emborracharon a base de alcohol de la American Fur
Company y se divirtieron con los bailes, las canciones, el recuento de victorias y la
jactancia ritual que les inspiraba. Representaron en una pantomima la masacre de un
regimiento de enemigos y se durmieron. Al amanecer del día siguiente, uno de los
cazadores del puesto irrumpió en el cuarto de Maximiliano gritando: «Levez-vous, il
faut nous battre!». El anterior comandante general iba a ser testigo de una guerra
india. Llevado por el entusiasmo científico, puso una carga adicional de pólvora en su
rifle ya cargado. Cuando llegó a uno de los blocaos de la esquina y disparó el rifle a
través de una tronera hacia la melé, el retroceso lo lanzó hacia atrás contra la pared,
desde donde rebotó y rodó por el suelo[9].
Aunque fuera repentina, era una guerra a gran escala, y las guerras indias a gran
escala eran poco comunes, porque a los indios no les gustaban. Los indios eran
guerreros profesionales, pero declaraban la guerra para obtener gloria y riquezas.
Preferiblemente viajaban en pequeñas bandas y con sigilo, intentaban sorprender al
enemigo en desventaja de fuerzas, atacaban una sola vez para llevarse los caballos, el
equipo y las cabelleras, para aumentar sus victorias, y se marchaban. Si el ataque
tenía éxito, estupendo; si no, huían lo más rápido posible… mejor suerte la próxima
vez. Un indio calculaba las posibilidades; si estas no parecían estar muy a su favor,
esperaba hasta que lo estuvieran. El encuentro típico con hombres de montaña
consistía en una carrera hacia los caballos tras arrastrarse expertamente hacia la
manada, o toda una banda de indios que arrinconaba a una pequeña partida de
tramperos en unas circunstancias muy favorables, o lo mejor de todo, en la
emboscada a un solo individuo. Incluso contando con unas circunstancias
extremadamente favorables, los indios con frecuencia no se decidían a atacar. En
repetidas ocasiones, dos tramperos resistieron a varias bandas de indios hasta que se
hartaron y se largaron; en ocasiones, un solo trampero lo lograba. Siempre podía
enviar a algún indio al infierno con él y podían ser incluso hasta tres si además tenía

www.lectulandia.com - Página 151


pistolas. No había ningún porcentaje.
(¿La técnica? Dos tramperos rodeados en campo abierto siempre tenían la
precaución de tener un rifle cargado. Un trampero solitario simplemente mantenía su
rifle cargado apuntando a los que le rodeaban sin disparar. Un buen disparo podía
significar una muerte a unas cien yardas… pero no con certeza a mayor distancia.
Digamos que un arco indio alcanza setenta y cinco yardas y no mucho más de
cincuenta un mosquete de ánima lisa. El objetivo del indio era conseguir que el
trampero descargara el rifle contra él a más de cien yardas, luego debía correr hasta
alcanzar su rango de disparo efectivo y disparar antes de que el trampero recargara el
arma. Tenía entre veinte y treinta segundos para cubrir las treinta o cuarenta yardas)
[10].

Unos seiscientos assiniboins y crees habían sorprendido a los pies negros


borrachos y dormidos. Los indios, como ya hemos dicho, eran luchadores natos, pero
también eran salvajes y siempre perdían momentáneamente la cabeza cuando se veían
sorprendidos. Además, estos eran pies negros y, como afirmaban los crows,
estúpidos. Cuando Maximiliano llegó a un punto de observación vio que los tipis
habían sido cortados a pedazos, un montón de sus mujeres e hijos habían recibido
disparos y bloqueaban el pasillo hasta el puesto que Culbertson había abierto para
ellos. Durante la matanza habían corrido en círculos y habían intentado recoger
algunas de sus pertenencias antes de correr hacia el fuerte. Así pues, los assiniboins
se dieron un verdadero festín. Uno de ellos agarró a Culbertson, que intentaba romper
el atasco en la puerta y lo empujó a un lado, a continuación mató al piegan que
Culbertson intentaba meter dentro a empujones y gritó: «Aparta de mi camino, voy a
por pies negros». Quería dejar claro que no era un ataque contra los blancos.
Mitchell había supuesto que lo era y había alineado a sus empleados a lo largo de
la empalizada para repeler el ataque. La mayoría de ellos habían vendido
secretamente su ración regular de pólvora a los pies negros y tuvieron que esperar un
nuevo reparto del almacén. Mitchell también se lo proporcionó a sus clientes, que
armaban más ruido bélico del que jamás hubiera oído el aristócrata veterano de toda
una guerra mundial. Un indio luchando es un indio profiriendo alaridos, y a los gritos
de los guerreros en acción se añadían los conjuros de los sacerdotes y de otros
guerreros que invocaban sus medicinas antes de luchar, el gemido de las squaws que
ya velaban a sus muertos y los conjuros de los curanderos que practicaban cirugía
traumática por medio de canciones y sonajeros. Los perros y los caballos en el recinto
y el correteo de un lado a otro de una mezcolanza de indios también se sumaban al
caos general. Los assiniboins vaciaron casi totalmente el campamento cuando
cargaron y lograron poco más después de que Culbertson cerrara la puerta.
Dispararon a un hombre blanco en un pie e hirieron a un caballo y a un perro. Uno de
los empleados había matado a un assiniboin a ochenta y seis pasos. Los atacantes
finalmente se retiraron a unas trescientas yardas[11].
Mitchell ordenó que cesara el fuego en cuanto estuvo seguro de que su fuerte no

www.lectulandia.com - Página 152


era el objetivo (aunque los assiniboins comerciaban en Fort Union; después de todo
eran clientes de la Compañía). Sin embargo, algunos de los empleados se dejaron
llevar por la fiebre de la batalla y salieron con los pies negros cuando lograron
reorganizarse. En aras de la ciencia una vez más, Maximiliano salió con ellos para
conseguir el cráneo de un assiniboin muerto. El cadáver ya no tenía cabellera, los pies
negros le disparaban y sus squaws lo golpeaban con palos, poniendo especial ahínco
en los genitales. Los pies negros de los campamentos más distantes ahora
comenzaron a llegar al galope. Nadie habría podido estar más sediento de guerra y
gloria, pero habían desfondado sus caballos de camino y no lograron alcanzar al
enemigo que ya se retiraba. El primer etnólogo de los pies negros admiró sus ropajes
y los innumerables objetos que sus medicinas les habían ordenado llevar para poseer
invulnerabilidad durante la batalla[12]. Maximiliano fue testigo de sus «gritos, cantos
y aullidos de guerra» con los ojos de un estratega. También de los de aquellos
partisanos que irrumpían en el fuerte en busca de munición y de las arengas como
preliminar indispensable para la batalla; muchos decidían no volver a salir a luchar
contra los assiniboins. Muchos saciaban su sed de lucha disparando al solitario
enemigo muerto, que estaba «tan desgarrado y quemado que apenas retenía
semblanza alguna con una forma humana».
Uno de los jefes reprochó a Mitchell que contuviera a sus hombres, les llamó
blancos cobardes por no ayudar a sus infelices amigos y amenazó con romper el
tratado de McKenzie (sin embargo, uno de sus colegas se lamentaba de que no
tuviera un trozo de ese papel medicina, porque sin duda le haría invulnerable). El
cliente siempre tiene razón y por lo tanto Mitchell formó un destacamento de la
American Fur Company de dragones ligeros y lo condujo a las colinas donde, a
máximo alcance, los ejércitos de pies negros y de assiniboins ahora fútilmente se
escupían entre sí. Pasó varias horas allí y logró movilizar a los pies negros, aunque no
demasiado. Le dispararon al caballo que cabalgaba, y también al de Culbertson; por
su parte, ellos y sus hombres les causaron algunas bajas y los assiniboins poco a poco
retrocedieron varias millas hacia un bosquecillo junto al río Marias, desde donde
continuaron cargando contra los pies negros siempre que veían la ocasión. Ahora les
superaban en número, pero los pies negros se habían enfriado y, tras una mañana de
poner en riesgo a sus hombres mientras las deidades de los pies negros les
aconsejaban discreción, Mitchell regresó al fuerte. Ahora fue su turno de hablar sobre
la cobardía. La batalla duró todo el día en esos términos. Los assiniboins habían
gastado la mayor parte de su pólvora a la caída de la noche y se marcharon hacia las
montañas Bear Paw. Los pies negros les siguieron a una distancia prudente y a la
mañana siguiente afirmaron haber matado a otro más. Puntuación final: quizás seis
assiniboins y cuarenta pies negros muertos, y bastante más de estos últimos
heridos[13]. Eso sin contar a las mujeres y los niños.
Algunos pies negros amaban ahora a la American Fur Company con devoción
porque Mitchell había luchado por ellos. Otros se sintieron heridos por el

www.lectulandia.com - Página 153


hostigamiento del factor y convocaron la habitual reunión en el tipi. Algunos
intentaron congraciarse con Mitchell, otros con los espíritus que obviamente habían
enojado. Maximiliano, el comandante general, atribuyó parte de la derrota que habían
sufrido a la costumbre de los pies negros de disparar los mosquetes sin apuntar antes.
También criticó su higiene. «Nunca se lavan ni limpian las heridas, y la sangre
coagulada todavía seguía en su piel dos días después». Dejaban a los niños heridos
tirados en el suelo, expuestos al sol ardiente hasta que morían. Y mataron a algunos
de sus heridos tras aullarles y sacudirles y agitar cascabeles y sonajeros en sus oídos
para expulsar a los demonios. Maximiliano ayudó a los hombres de Mitchell a curar a
algunos de los heridos con un poco más de sensatez y, sin duda, se sintió gratificado
cuando uno de los jefes le aseguró que la razón por la que ningún assiniboin había
podido dispararle era la medicina invocada por el retrato que Bodmer le había pintado
un día antes de la batalla. Pero, en general, la guerra india interesaba más al etnólogo
que al estratega militar.
Maximiliano estuvo presente en otro tumulto de clientes pies negros peleando
entre ellos, amenazando a la Compañía y prácticamente asediando Fort McKenzie.
Durante un tiempo parecía que Mitchell iba a verse obligado a matar a algunos de
ellos si tardaban mucho en masacrarse entre ellos, y tuvo que ordenar que se llevaran
a los caballos. Esta y las historias de las guerras de los pies negros con los crows y el
rumor de que los assiniboins iban a regresar eran datos conocidos por Maximiliano.
Pero era la primera semana de septiembre, la tierra estaba cubierta de blanca escarcha
al romper el día, los cuervos, los patos y las ocas volaban hacia el sur y la música de
las chicharras había comenzado. Hora de partir. Había tenido la esperanza de pasar el
invierno en las montañas, pero Mitchell no estaba dispuesto a asumir la
responsabilidad de proteger a la realeza en territorio de pies negros. No tuvo más
remedio que bajar el río. Mitchell ordenó que construyeran un velero mackinaw para
él y le asignó un barquero experimentado y una tripulación de tres hombres.
Maximiliano lo llenó con especímenes de flora, fauna y la cultura de los pies negros,
se despidió de Mitchell y Culbertson y el 14 de septiembre emprendió la travesía río
abajo por el Misuri[14]. Pasó un año en Fort Union y allí continuó sus estudios
disfrutando de la conversación de McKenzie y Hamilton y visitando con frecuencia al
experto hombre de montaña, Robert Campbell, en su puesto de la Competencia. El 20
de octubre se dirigió a Fort Clark, el puesto mandan bajo el mando de James Kipp.
Allí pasó el invierno y realizó su trabajo de mayor valía para la etnología
norteamericana. Pero esta narración ya no puede seguirle más allá. Fue un buen
hombre.

Mientras tanto, la brigada de Bonneville bajo el mando de Joe Walker y sus


tramperos libres asociados, a quienes vio partir de la rendezvous del río Green hacia
California a finales de julio, habían estado viviendo un mito, una fábula y una saga

www.lectulandia.com - Página 154


todo en uno. Alrededor de sesenta de ellos partieron hacia las costas de la ilusión[15].
Algunos habían viajado previamente al territorio entre el Snake y el Humboldt con
Milton Sublette. Se referían al Humboldt (que es el nombre con el que lo bautizó
Frémont) como el río de Ogden, así llamado en honor a Peter Skene Ogden de la
Hudson’s Bay Company, que a su vez lo denominaba el río de Mary. Tenían el exacto
conocimiento oral del hombre de montaña de ese tramo del viaje. Tenían un
conocimiento similar aunque más polvoriento de los viajes de Jedediah Smith por el
Desierto de Sal, de un extremo a otro de California y de regreso. Sabían cómo había
viajado Ewing Young por la ruta sur y lo que había encontrado en la costa dorada.
Ese era suficiente conocimiento para los hombres de montaña y no había mejor
partisano que Joe Walker. Pero no por ser despreocupado y descuidado se debe
subestimar el coraje necesario para adentrarse en un territorio que ninguno de ellos
había visto antes, que pocos hombres blancos habían visto, con grandes extensiones
ignotas y por el que tendrían que abrirse camino.
Se dirigieron al Gran Lago Salado, probablemente siguiendo la ruta habitual por
el río Bear, cazaron búfalos y secaron sesenta libras de carne por persona. Luego
volvieron los rostros hacia el viento del oeste y partieron. Debieron marchar al lago
Bear y seguir una arteria hacia el Humboldt desde allí o bien se dirigieron
directamente hacia el oeste desde el extremo norte del Gran Lago Salado,
probablemente por las montañas del río Rafit. Porque no cruzaron el Gran Desierto
de Sal que Jedediah Smith había recorrido, el peor territorio baldío de toda
Norteamérica[16].
Poco después de llegar al Humboldt, comenzaron a sufrir unas circunstancias
adversas que acabarían dándoles mala fama para la posteridad. Había pocos castores
por esas tierras porque la Hudson’s Bay Company había acabado con la población
original de estos animales y necesitaban cualquier cosa que pudieran encontrar, así
como comida para pagarse el viaje. Las trampas que colocaban desaparecían con
tanta regularidad que pronto tuvieron que dejar de colocarlas (las trampas
normalmente no eran de la compañía; pertenecían al trampero y le costaban entre diez
y veinte dólares en San Luis). Unos diggers en busca de metal se las estaban
quedando y finalmente estos indios pequeños y degradados comenzaron a merodear
por la ruta. Individualmente, en campo abierto y teniéndolos vigilados, los diggers
eran las criaturas vivas más inofensivas. Eran indios capaces de sobrevivir en este
desierto: viviendo sin refugio o en cabañas de artemisa, alimentándose de cualquier
cosa que tuvieran a mano, las carpas y peces búfalo de las corrientes tintadas de
caliche, semillas de girasol y bulbos y raíces de plantas del desierto, piñones,
saltamontes, grillos negros y las larvas de las moscas estacionales que se criaban en
los charcos de caliche. Tenían poca ropa y la que tenían era principalmente de pita
tejida… aunque Leonard vio que algunos habían acumulado algunas pieles de castor
y uno incluso llevaba una capa de castor[17]. De hecho, muchos de ellos no tenían
manera de encender fuego y debían pasar sin él durante largos periodos. Solo poseían

www.lectulandia.com - Página 155


los instrumentos más rudimentarios. En muchos aspectos eran bastante distintos a las
tribus que los habían condenado al declive y que los derrotaron al entrar en
competencia. Mark Twain, que se describía a sí mismo como un adorador de los
Indios de Cobre, comentó que los diggers le repugnaban, los llamó «traicioneros,
sucios y repulsivos» y concluía que ellos y los bosquimanos australianos debían de
descender «del mismo gorila, o canguro o rata noruega». Todos los encontraban
repulsivos… y fétidos, llenos de pulgas y guarros. ¿Y cómo no? La suya era la forma
de vida más miserable de Norteamérica desde el gran deshielo[18].
Pero, aunque los diggers eran inofensivos individualmente y en campo abierto,
resultaban peligrosos en grandes grupos y de noche. Walker desfilaba ante ellos
exhibiendo las riquezas de Ofir y Catai: perros y unos doscientos caballos y mulas
que podían servir de alimento, además del increíble y embriagador equipamiento del
hombre blanco. Los desposeídos observaban las riquezas y los regalos. Se
aproximaron a cientos y, si les hubiera dejado acercarse al campamento, él y su
partida habrían sido masacrados. Además, si los diggers se hubieran llevado sus
caballos, se habrían muerto de hambre. Tuvo que mantenerlos escondidos. Hizo que
sus hombres cazaran patos y acribillaran a balazos el blanco ante los ojos de los
diggers, para mostrarles lo que su armamento era capaz de hacer. No sirvió de nada;
continuaron acudiendo a cientos. Así que Walker lanzó a sus hombres contra ellos y
logró matar a unos treinta o cuarenta. Es difícil pensar qué otra cosa podría haber
hecho. Algunos de sus hombres que no habían matado indios antes disfrutaron esta
victoria fácil, y eso resulta repugnante. Pero no cambia el hecho de que la acción de
Walker fue necesaria, funcionó: los diggers ahora mantuvieron las distancias.
La masacre tuvo lugar cerca de la cuenca del río Humboldt. Walker condujo a sus
hombres al lago Carson y de allí a la Sierra. Ahora se enfrentaba a lo que,
históricamente, es el paso más duro de las rutas hacia el oeste. La marcha había
resultado difícil desde que partieron del Gran Lago Salado y ahora se tornó
espeluznante. Baste decir que estos hombres montaraces necesitaron más de tres
semanas para atravesar la Sierra. Es igualmente significativo que algunos de los
devoradores de cerdo se desesperaron a mitad de camino y quisieron regresar. Pero
pronto fueron acallados: Joe Walker estaba al mando. Los caballos desfondados
murieron y sirvieron de alimento; otros tuvieron que ser sacrificados con el mismo
propósito. Walker había subido por la ruta del lago ahora bautizado con su nombre y
finalmente encontró una ruta transitable por la cabecera del río Merced[19]. La mayor
parte de este paso se halla en una geografía de fábula y alcanza su clímax cuando
Walker conduce a sus hombres hasta el borde del abismo desde el lado oscuro de la
luna: fueron los primeros hombres blancos que contemplaron el Yosemite. Además,
acumuló en su cerebro y sentidos una riqueza de conocimientos, puntos de referencia
y sabiduría que más tarde salvaría a dos partidas de emigrantes directamente y a
muchas otras indirectamente. Joe Walker estaba preparando el futuro de sus paisanos.
La historia dio otra vuelta de tuerca alrededor de la esencia nacional cuando esta

www.lectulandia.com - Página 156


banda de sesenta hombres de montaña, muertos de hambre como todos los viajeros de
la Sierra lo estarían durante muchas décadas, bajaron de los barrancos llenos de nieve
de las tierras altas de la sierra hasta el clima de las islas Felices. Se añadió otra cuenta
al collar creciente, y la pulsión hacia el oeste de los norteamericanos ya había
prendido con Jedediah Smith. Los chicos ahora comían bellotas, las bellotas gigantes
cosechadas por los diggers un poco más evolucionados que vivían allí, y a quienes
Joe Walker evitó masacrar. Descendieron a laderas más bajas, donde se encontraban
los grandes bosques repletos de ciervos y osos, de manera que pudieron alimentarse
de nuevo como hombres de montaña, y como hombres de montaña se lamentaron de
que no hubiera búfalos. Luego llegaron al extenso valle de San Joaquín, donde
habitaban indios parcialmente civilizados que hablaban la lengua «española», y
continuaron hacia el oeste; allí vieron manadas de caballos marcados y, finalmente,
encontraron un sustituto aceptable para el búfalo: los gordos longhorns de California
que tanto habían evolucionado desde su hábitat en los matorrales del chaparral
texano. Entonces, la noche previa a la gran lluvia de leónidas a partir de la cual tantos
acontecimientos pueden ser fechados, escucharon un ruido extraño. Los sobresaltó
porque no lograron identificarlo, aunque algunos pensaron que podía tratarse de uno
de los terremotos californianos que ya habían adquirido mala fama en los periódicos.
Pero Joe Walker supo de lo que se trataba. Había conducido a sus hombres hasta el
rugido del Pacífico.
Siguieron el San Joaquín hasta la bahía de San Francisco a la mañana siguiente, el
13 de noviembre de 1833, y así llegaron al final del Oeste. Pensando que ya había
llegado el momento de encontrar a algunos mexicanos, se dirigieron al sureste hacia
el ramal bajo de la bahía, siguieron la orilla oriental y finalmente cruzaron a playa
abierta. Y allí cerraron el círculo y aunaron las dos energías nacionalizadoras del
Oeste. Y es que había un barco fondeado a cierta distancia de la costa que envió unos
botes cuando los aventureros por tierra de Joe Walker agitaron una manta y fueron
conducidos ante la presencia del comerciante californiano del Lagoda, el capitán
Bradshaw, en las costas de Boston.
Bradshaw espitó un barril de brandi californiano y él y la tripulación de su barco
agasajaron a sus paisanos barbudos, que a su vez agasajaron a sus anfitriones por
turnos durante varios días. Finalmente, Bradshaw arrió velas y partió tras prometer
que se reuniría con ellos en Monterey, ese puñado apacible y pintoresco de casitas de
barro cuyo encanto literario ha perdurado hasta nuestros días. Después de encargar
algunos mocasines y pantalones, Walker y sus hombres también partieron hacia
Monterey. Pero de camino allí llegaron a la decimoquinta misión de California, la
más grande y tal vez la más célebre, la de San Juan Bautista. Allí había grandes
granjas, huertos y viñedos, artesanías, pozos y jardines de flores, un altar sagrado de
vieja madera de secuoya, tallas indias y mexicanas de santos, prensas de aceitunas y
bodegas de vino y brandi, y unos frailes franciscanos que se mostraron más
encantados de acoger a estos huéspedes de lo que la sensibilidad histórica hubiera

www.lectulandia.com - Página 157


justificado. ¿Para qué abundar más? Se establecieron en aquella isla estival para pasar
el invierno.
Conocemos poco de ese invierno. Pero sabemos cómo era la vida en California
por aquel entonces, un periodo de sueños empañados y lenta decadencia, con casi la
totalidad de la provincia en su ocaso mientras las sombras se cernían, las pequeñas
camarillas se formaban y augurios tales como los traídos por Ewing Young y Joe
Walker llegaban desde el este. Aunque no era el caso de los indios de la misión (cuya
suerte era demasiado lastimosa), para los hombres blancos aquella era una de las
formas de vida más placenteras jamás conocidas en el mundo. Los californianos eran
gentes irresponsables e indolentes; su hábitat les permitía serlo. Nadie, a excepción
de los peones indios, trabajaba mucho; por el contrario, se esforzaban por no cansarse
y unos pocos ni siquiera tenían que trabajar. Vivían al aire libre y a caballo. La
bondad de la tierra y los frutos que esta les proporcionaba eran para el que quisiera
aprovecharlos, podían ser recolectados sin mucho esfuerzo y jamás se agotaban.
Manadas casi incontables de caballos y ganado aumentaban geométricamente con tan
solo una mínima supervisión. Una de las primeras lecciones que aprendieron los
hombres de Walker fue que quienes se habían llevado sus caballos —castigado con la
pena de muerte en la frontera norteamericana— en realidad no los habían robado.
Había caballos para todo el mundo: uno podía coger el que quisiera.
Ayudaron a sus nuevos amigos a domar caballos, a descuartizar el ganado para el
comercio de pieles y sebo, a perseguir a caballo y masacrar a algunos indios fugados.
Se unieron a las continuas fiestas y competían con sus anfitriones, ganándoles
fácilmente al tiro y derrotándolos igualmente en cualquier forma de monta de caballo.
Descubrieron un deporte nativo que les agradó: atraer a osos con toros de los
ranchos. Comían la comida poco elaborada y especiada (principalmente ternera y
alubias) del pueblo llano y los banquetes de los franciscanos. Las mujeres de
California, afirma Joe Meek, «estaban bien formadas, con ojos lánguidos y dulces
voces». Era un nuevo Taos, pero corregido y aumentado y con una opinión pública
más relajada: el clima de California atenuaba la mojigatería incluso de los maridos
mexicanos.
Una de estas mujeres embellece el capítulo que Frederick Ruxton dedica a una
incursión en California realizada por hombres de montaña, y que incluye a Joe
Walker, un capítulo de su novela que es tres cuartas partes historia (Vida en el Lejano
Oeste, ya citada en varias ocasiones). Ella es Juanita, «una chica enérgica de Sonora,
de sangre mexicana, no tan oscura como las otras mujeres que la rodeaban y con unas
gotas de la antigua sangre española luchando contra el tono indio más oscuro para dar
color a sus mofletes. Llevaba una enagua de sarga roja sujeta alrededor de la cintura
con un alegre fajín adornado con cuentas de colores, y una camisola cubría la parte
superior de su cuerpo permitiendo, sin embargo, una generosa visión de sus
encantos». Juanita ha visto americanos en Sonora y no se alarma cuando le llegan
noticias de que catorce hombres de montaña han invadido California: «Son buenos

www.lectulandia.com - Página 158


tipos, muy altos y tan blancos como la nieve de las sierras. Propongo que les dejemos
venir». Su expectación se halla justificada y vuelve galopando a la Sierra con Ned
Wooton, tras haber sido debidamente casados por fray Agustín de la misión. En
cuanto a las hermanas de Juanita, Ruxton afirma con semblante impasible que ningún
hombre de montaña jamás ofendió la modestia de una mujer, pero añade que la
presión del tiempo podría ocasionalmente forzarlos a lanzarle un lazo a alguna
belleza de California «en caso de que los obstinados padres rehusaran dar el
beneplácito a una unión inmediata». Por lo que se sabe, la propia belleza pocas veces
se negaba.
Ruxton compone un encantador relato de esta incursión, que tiene elementos de la
de Ewing Young y otras invasiones, y está ubicada no en San Juan sino en San
Fernando Rey de España, la decimoséptima misión, cerca de Burbank. Presenta al
mencionado fray Agustín con un hogar de mexicanos y sobrinas y sobrinos mestizos,
un viejo hidalgo llamado don Antonio Velez Trueba y una selección representativa de
frailes, indios y habitantes del pueblo. Sus asaltantes incluyen a los históricos
LaBonté y Markhead, así como a Joe Walker y su héroe medio histórico Killbuck. La
mayor parte de la acción, incluyendo la masacre de diggers, está sacada del viaje de
Walker y narra un incidente de la hambruna de la Sierra, una historia que pasó a los
anales en forma de rumor. Según esta historia, algunos indios que habían declarado
una tregua de pradera con Joe Walker se vengaron de las bajas anuales que sufrían en
su tribu a manos de este ofreciéndole un festín que incluía un plato de carne que
resultaba imposible identificar, hasta que resultó ser uno de sus compañeros,
asesinado recientemente. Alfred Jacob Miller, que en 1837 pintó a Joe a caballo con
una de sus squaws estacionales, se contaba entre el elevado número de personas que
escucharon que Joe era el protagonista de este cuento vomitivo[20] (Miller
sagazmente optó por no preguntarle si era cierto). Ruxton añade mucho encanto a su
relato de la incursión, y sus dibujos de los alarmados californianos y los hombres de
montaña, sentados con las piernas cruzadas en el suelo de la misión, son exactos
(«¡Quita!», dice Killbuck, rechazando la silla, «de todas formas el menda no está
herido y no le hace falta ese utensilio, no señor»). Cuando los respectivos honores de
los invadidos y los invasores han quedado satisfechos, todos olvidan los rencores y
beben los vinos y brandis de la misión servidos por «huríes del Paraíso», hasta tal
punto que México y los Estados Unidos terminan encantados el uno con el otro.
Walker se hace con el mando de la misión antes de perder el conocimiento y ordena a
fray Agustín y al Don que se refrenen para ser los primeros en recuperarse. Al día
siguiente, él y sus hombres seleccionan cuatrocientos de los mejores caballos y se los
llevan a las montañas. Fray Agustín se siente «aliviado de deshacerse de tales
invitados tan poco escrupulosos», pero don Antonio «se resiste a despedirse de sus
afables compañeros» y los invita a visitar su hacienda familiar cuando vayan a
España[21].
Las figuras históricas de Ruxton permanecieron en San Juan hasta mediados de

www.lectulandia.com - Página 159


enero, cuando por varias razones, entre las cuales sin duda estaba el celo de los
maridos, pensaron que lo mejor era alejar el campamento de los poblados hasta que
se abrieran los pasos a finales de la primavera. Mientras tanto, Walker se había
llevado a un par de sus hombres a Monterey; visitaron a las autoridades y celebraron
otra animada fiesta con el capitán Bradshaw. El gobernador, que era consciente de las
necesidades de su provincia, ofreció a Joe un terreno de cuarenta y nueve millas
cuadradas, Joe podía elegir la ubicación, si se establecía permanentemente en
California y aportaba cincuenta artesanos. Joe declinó la oferta, aunque según
Leonard estaba «muy complacido con el territorio». Sin duda habría podido hacer allí
una gran fortuna, pero «su amor por las leyes de los Estados Unidos y su odio por
aquellas del Gobierno Español» le obligaron a partir… debió de sufrir la abstinencia
en alguna de las celebraciones del Cuatro de Julio. Pero algunos de sus hombres no
pensaron lo mismo. En el valle de Santa Clara y en Monterey era fácil recordar la
temperatura de los ríos de montaña, los precios que pedían las compañías por el licor
y el tabaco, el desierto de los Red Buttes y extensiones similares en las que uno debía
comerse los mocasines si por casualidad los búfalos se encontraban en otros pastos,
por no hablar de los pies negros no evangelizados gritando al romper el alba y
clavando una flecha en la garganta de tu compañero. Además, como hombres de
montaña, algunos de ellos eran los artesanos que los californianos necesitaban,
«carpinteros, sombrereros, etc.». Mientras bebían vinos de la misión y cantaban con
Juanita y unas guitarras, sacaban dinero fácilmente como encargados del
mantenimiento en general. «Una mesa tosca (más parecida a un banco) hecha con
tablones sin lijar unidos con clavos costará entre 8 y 10 dólares. Un par de catres
fabricados de igual manera, lo mismo». Dos de ellos fabricaron un molino de viento
que les reportó ciento diez dólares o el equivalente.
Así pues, George Nidever y otros cinco hombres decidieron que no iban a
prosperar con los castores. Querían permanecer en esa suave primavera, ese
recurrente fandango. Entraron a formar parte del grupo cada vez más numeroso de
norteamericanos e ingleses que sirvieron de catalizador para los planes del
Departamento de Guerra y las visiones de John Charles Frémont. Ya había unos
cuantos hombres de montaña retirados allí, antiguos miembros de brigadas de Ewing
Young y la Hudson’s Bay Company, que quizás llegaron en expediciones
desconocidas también desde Taos. Como desertores de los barcos de pieles, les iba
bien por su cuenta y establecieron un modelo a seguir para los seis desertores de
Walker: se pusieron sombreros y pantalones de terciopelo, aprendieron a usar el lazo
y se casaron con la aristocracia ganadera.
Walker regresó más o menos por la ruta que él mismo había abierto. Algunos de
los tramperos libres que le acompañaban querían ver mundo… y naturalmente uno de
ellos era Joe Meek. Así pues, se dirigieron al sur y bordearon las montañas hasta el
río Colorado: la ruta de Ewing Young, de las comunicaciones entre California y
Sonora, y California y Ciudad de México y, en parte, de la Antigua Ruta Española.

www.lectulandia.com - Página 160


Siguieron el curso del Colorado hasta Bill Williams Fork (Condado de Mojave,
Arizona). Se quedaron sorprendidos al encontrarse con una brigada de Fraeb que
había llegado hasta allí tras pasar el invierno en el territorio del río Green. Ambas
partidas (si es que la historia es cierta, ya que nadie más que Joe Meek lo ha
atestiguado) habían realizado viajes sorprendentemente largos y laboriosos, incluso
para hombres de montaña. Meek volvió a ponerse a las órdenes de sus antiguos
patrones, pero, como él afirma, rehusó ayudarles cuando perpetraron una atroz
masacre de hopis pacíficos y civilizados. Luego, con Kit Carson y otros hombres,
cruzó las Montañas de Sangre de Cristo y avanzó por las llanuras al este de la
Cordillera Front. En el curso de este viaje, la partida de Joe se enfrentó todo un día
con los comanches, una batalla que también se describe en la autobiografía de Kit
Carson. Tras la victoria, partieron hacia el río Green, visitaron Middle Park y South
Park y se trasladaron hacia el río Bear antes de dirigirse hacia la rendezvous de 1834.
Un examen del mapa revela que Joe Meek recorrió un extenso territorio durante el
último año.
Joe Walker condujo a su banda de regreso al otro lado de la Sierra[22]. Había
vendido parte o toda su exigua caza de castores a los padres y tenía trescientos quince
caballos, cuarenta y siete cabezas de ganado, cuarenta perros (la ración de combate),
y un reaprovisionamiento de pólvora. También se llevó una cantidad considerable de
brandi de la misión. Intentó encontrar una travesía más sencilla que la que tomó para
cruzar al oeste y, dirigiéndose al sur y tras dar un rodeo en su ruta hacia el este,
encontró la cabecera de los afluentes del Kern y el paso por la divisoria que desde
entonces lleva su nombre. Este era, en efecto, un paso más sencillo de transitar,
aunque en parte se debía a que la nieve se había derretido. Pero el desierto al este de
las montañas no fue más benigno de lo que había sido más al norte. El ganado
comenzó a morir de sed y los hombres se bebían la sangre de estos a medida que
morían. Los perros «se acercaban a los hombres, les miraban directamente a los ojos
con los semblantes de seres humanos enajenados y… se ponían a aullar
lastimeramente, se derrumbaban en el suelo y expiraban». Pero Joe logró sacar de allí
a sus hombres y se dirigió hacia su vieja ruta a lo largo del río Humboldt. Los diggers
volvieron a aparecer en riadas y Joe de nuevo hizo todo lo posible por mantenerlos a
raya sin necesidad de recurrir a un baño de sangre y, de nuevo, tuvo que lanzarles a
sus hombres. Estos «cayeron sobre los indios con la mayor y más feroz violencia»,
afirma Leonard, les dieron caza, mataron y arrancaron las cabelleras de catorce y
desde ese momento les dejaron en paz.
Lo que acontece a partir de ese momento es una historia común, la travesía de un
desierto por expertos viajeros. Era el 14 de julio cuando por fin se reunieron con
Bonneville a orillas del Bear. Los chicos se dispersaron entre las hogueras del
campamento y se dedicaron a contar sus cuentos sobre la sumergida Lyonesse que
habían visto. Y Joe Walker tuvo que informar a su comandante de que sus
aspiraciones de alcanzar la luna habían fallado totalmente. No había castores; el

www.lectulandia.com - Página 161


dinero de sus patrocinadores se había perdido. Cabeza Calva no se alegró. Estaba tan
amargado por lo de Joe Walker que Washington Irving, viéndolo a través de los ojos
de Bonneville, jamás fue consciente de que Joe había realizado uno de los prodigios
de la historia del Oeste.
Además, había incrementado el potencial de lo que unos cuantos años más tarde
se denominaría el Destino Manifiesto.

www.lectulandia.com - Página 162


VII

EL HOGAR DE INVIERNO

Era malo contar las historias en verano, advirtió el viejo Agua Roja a Francis
Parkman en las montañas Laramie de Wyoming, donde el poblado de sioux oglalas
liderado por Torbellino había establecido su campamento de caza. Si uno se sentaba a
contar historias antes de que llegara el hielo, los jóvenes que salían en partidas de
guerra morían. Pero una tarde, mientras el faldón de la tienda estaba levantado para
que entrara la brisa y el campamento dormía envuelto en un calor sofocante, el
anciano comenzó a recordar la primera vez que vio a personas blancas.
Sucedió cuando era niño. Él y otros tres o cuatro salieron a cazar castores. Pero se
encontraba a solas cuando se topó con una madriguera de castores. Sintió curiosidad
por ver cómo era y tuvo que bucear hasta el túnel de entrada sumergido bajo el agua y
luego arrastrarse un largo trecho hasta llegar a la cúpula principal. Estaba oscura y
cerrada y el pequeño Agua Roja se sentía cansado. Se durmió o se desmayó. Cuando
se despertó en la oscuridad pudo escuchar las voces lejanas de sus compañeros
cantando una canción de muerte… una canción de muerte por él. Pero también pudo
ver tenuemente a un hombre y dos mujeres sentados en el borde de una charca del
bosque[1]. Eran gente blanca y su palidez le asustó. Con muchas dificultades logró
salir de nuevo a la luz del día. Se dirigió directamente a la superficie de la bóveda
sobre la charca. Cavó un agujero en la tierra con su garrote de guerra y se sentó para
observar. Pronto la nariz de un viejo castor macho apareció en el agujero. Agua Roja
lo sacó a rastras, y dos castores hembras aparecieron por el agujero y también las
atrapó.
Los castores eran las personas blancas que había visto. Y Agua Roja supo que
hacía lo correcto. Porque, como aseguró a Parkman, los castores y los blancos eran
los seres más inteligentes de la tierra y, por lo tanto, debían de ser de la misma
especie.
En el bestiario indio, todos los animales eran sabios y poseían poderes
sobrenaturales, pero el castor siempre estaba entre los más sagaces. Los rituales
religiosos para atraparlo eran muy complicados. La mentalidad de montaña de los
tramperos blancos también recurría a la magia para propiciar la caza cuando iba mal
y no pocos invocaban con regularidad amuletos o encantamientos cuando colocaban
las trampas. También sabían que el castor era muy sabio… y su tarea era pensar dos
pasos por delante del animal.
Gran parte del arte del trampero era conocer los hábitos de los castores, reconocer
las señales y decidir los lugares correctos para colocar las trampas. Una brigada de
caza se dividía en pequeñas partidas que normalmente trabajaban por separado

www.lectulandia.com - Página 163


durante varios días seguidos, y estas partidas a su vez se subdividían en grupos de dos
o de tres hombres para la colocación de las trampas. Recorrían los arroyos y debemos
situarlos principalmente en prados de montaña o terrenos llanos similares donde la
corriente era lo suficientemente lenta para que hubiera presas. La última hora de la
tarde, «entre la puesta de sol y la oscuridad» era el momento habitual de la
colocación de trampas. Con cierto secretismo. Porque, como afirma Osborne Russell,
uno de nuestros mejores cronistas, «no era una buena política para un trampero
permitir que otros supieran dónde iba a colocar las trampas»… las pieles eran un bien
preciado. Normalmente, el trampero trabajaba avanzando río arriba, porque el rastro
de otros tramperos o de indios podía bajar por el río y porque el territorio se hacía
más seguro cuanto más alto se subía. Con la efectiva cognición de la electrónica, la
mente del trampero recibía y grababa impresiones todo el tiempo. Cazaba castores,
analizaba el territorio, memorizaba la ruta, se mantenía alerta por si aparecían hostiles
y planificaba todo tipo de eventualidades… en un despliegue sensorial simultáneo.
El castor se construía la madriguera con pequeñas ramas, con una capa de cinco
pulgadas de barro en el techo y paredes externas, al borde de la charca que había
formado su presa. La madriguera podía llegar a una altura de casi seis pies de alto y
el doble de ancho. En medio del terreno solía haber una charca como la que Agua
Roja había visto. De hecho, podía haber dos charcas y en ocasiones más de dos; eran
salidas de los túneles que habían sido excavados a través de la tierra hasta el lecho del
río por encima de la presa. Allí, lastrado con barro y escollos sumergidos, estaba la
reserva de invierno de retoños y ramas cuya corteza alimentaba al castor. Antes de
que los indios aprendieran a usar trampas, acostumbraban a cazar castores
bloqueando estos túneles y abriendo un agujero en el techo de la madriguera, y luego
sacaban los castores.
El hombre blanco colocaba sus trampas en los pasos naturales de los castores, en
el borde del agua donde bajaba un camino desde la ribera, en la presa o en la
pendiente de la charca. Eso era cuando esperaba atrapar al castor en sus pasos
habituales. Sin embargo, la mayoría de las veces colocaba un cebo en las trampas y
las situaba en lugares favorables para atraer al castor y ahogarlo cuando lo atrapaba.
El cebo era una secreción almizclada que obtenían de las glándulas del prepucio del
castor. Se usaba pura o rebajada con otras sustancias olorosas en cuya eficacia
confiaba el trampero. La llamaba «medicina», «castóreo» o cosas similares, y la
llevaba en una botella de cuerno con tapón que colgaba del cinturón (era lo que le
otorgaba su distintivo aroma vocacional). Tras seleccionar el lugar adecuado para la
trampa, la sumergía en el agua a la profundidad apropiada, introducía un poste
resistente que sobresalía del agua a través de la cadena de hierro y lo clavaba en la
orilla o el lecho del río. Esto era para evitar que el castor arrastrara la trampa (que
pesaba al menos dos kilos y medio) hacia tierra firme y al aire, porque si lo hacía
escaparía royéndose la pata por la que estaba atrapado. Es decir, el animal moría
ahogado. En ocasiones sus sacudidas soltaban la trampa, pero demasiado tarde; en

www.lectulandia.com - Página 164


ese caso, el poste o un palo boya unido al poste indicaba dónde estaba el animal
muerto. Tras realizar el resto de tareas, el trampero untaba un poco del penetrante
castóreo en una ramita o un sauce que arqueaba justo por encima de la superficie del
agua y sobre el disparador de la trampa. El olor atraía al castor —cualquier persona
que tenga perro puede asociarlo al comportamiento de su mascota cuando hay una
perra en celo en la misma manzana— y, cuando se aproximaba a la ramita untada de
cebo, quedaba atrapado por la pata.
Todo esto dependía de múltiples factores y la adaptación a cada circunstancia era
una parte importante del arte del trampero. Toda la operación se realizaba en el agua,
porque el olor del hombre debía ser eliminado. El trampero daba un rodeo anadeando
por la corriente y alejándose a una distancia prudente del lugar seleccionado antes de
abandonar el río. Salpicaba con agua su propio rastro y tomaba otras muchas
precauciones.
Normalmente, las trampas eran recogidas al amanecer, o antes, en la penumbra
que resultaba a un mismo tiempo peligrosa y más segura. Un castor adulto pesa de
treinta a sesenta libras y la piel entre una y media y dos libras cuando está preparada.
La captura normalmente era desollada in situ y el trampero, con una ruta de cinco o
seis trampas, llevaba la piel y las glándulas de medicina de regreso al campamento (el
campamento nunca estaba en el mismo lugar dos noches seguidas). Generalmente
también se llevaba la cola, porque se consideraba un manjar si se chamuscaba al
fuego para eliminar la piel dura y luego se cocía. En el campamento, la piel debía ser
curada rudimentariamente. Se raspaba la parte de la carne y se eliminaba todo el
tejido y los tendones, y luego la piel se estiraba sobre un marco de sauce como un
bastidor de bordado y se exponía al sol durante uno o dos días. Cuando estaba seca,
se doblaba con la piel por dentro y se marcaba con el símbolo del trampero o de la
compañía. Cuando los «fardos» estaban listos se prensaban en balas compactas de
unas cien libras de peso en los puestos que disponían de máquinas para tal fin, o en la
rendezvous mediante artilugios improvisados con troncos y piedras.
Todo esto era responsabilidad de los peones o cuidadores de los campamentos de
las brigadas. El trampero libre debía preparar las pieles por sí mismo a menos que
tuviera una esposa o hubiera un poblado de indios a mano donde pudiera contratar a
una squaw. El buen estado de la caza desde ese momento era, como todo lo demás en
la vida de montaña, responsabilidad personal. Suponía mantener las pieles secas,
secarlas lo más rápidamente posible si se mojaban y salvaguardarlas en todo
momento durante la ruta. En altitudes menores debían ser sacudidas y aireadas
periódicamente, pero en las montañas no había polillas. Poner trampas resultaba
peligroso con las crecidas del río durante la caza de primavera, de la cual se sacaban
las mejores pieles. Ya fuera primavera u otoño, el trabajo siempre se realizaba en el
agua de los ríos de montaña y la enfermedad característica de la profesión era el
reumatismo. Las articulaciones del trampero crujían y se le podía ver al amanecer
calentándose las piernas y los brazos junto al fuego. El agua se hacía más fría a

www.lectulandia.com - Página 165


medida que los días se acortaban y el azul de las sombras del cañón se oscurecía.
Antes de finales de septiembre aparecía una capa fina de nieve en las cuencas y los
prados de montaña. Las brigadas descendían a las terrazas bajas y de allí hacia las
llanuras. El hielo se extendía por los bordes de los ríos más rápidos y la estación de
los tramperos nunca duraba en ningún lugar hasta más allá de principios de
noviembre. Entonces era el momento de planear dónde pasar el invierno.

* * *

La habilidad se desarrolla a partir de repeticiones controladas y corregidas de una


acción que uno domina más o menos. La habilidad es producto de la experiencia, la
crítica y la inteligencia. El análisis no puede ir más allá de esas verdades. Entre el
amateur y el profesional, entre el zoquete y el experto, entre el novato y el habilidoso
hay una diferencia no solo de grado, sino también de clase. El hombre habilidoso
presenta, en cuanto al funcionamiento de su habilidad, una integración diferente, una
organización nerviosa, muscular y psicológica distinta. Este se ha especializado en
reacciones de gran complejidad. Sus facultades asociativas poseen modelos de
percepción, de aceptación o rechazo, de análisis y adaptación, de evaluación y ajuste
selectivo demasiado complejos para ser controlados conscientemente. Sin embargo,
mientras que los modelos de evaluación y adaptación ejercen su energía automática y,
tal vez, metabólica, estos van acompañados de un proceso consciente igualmente
complejo. Un tenista o un relojero o un piloto de aviones es un automatismo, pero
también es crítica y sabiduría.
No es exagerado decir que la vida de un hombre de montaña era pura habilidad.
No solo trabajaba en plena naturaleza, sino que también vivía allí y lo hacía de sol a
sol ejercitando una habilidad total. Era probablemente una habilidad tan compleja
como cualquier otra desarrollada por medio del trabajo o la vida en otro lugar. Sin
duda, era el oficio en la naturaleza más complejo practicado en este continente. Las
montañas, la aridez, las distancias y los climas imponían unas penalidades mucho
mayores que las que padecían los cazadores de los bosques, los hombres de río o
cualquier otro de nuestros pioneros simbólicos. La profesión de montaña se
desarrolló a partir de las técnicas que pioneros anteriores adquirieron y, como sus
predecesores, incorporaron las técnicas indias, pero poseía una singular integración
propia. Incluía habilidades, técnicas, teoremas, razonamientos y reglas generales
específicos, códigos del procedimiento de trabajo… pero era un modelo de
comportamiento total.
Se podrían escribir tratados enteros sobre los detalles específicos; nos falta
espacio incluso para las generalizaciones. ¿Por qué se siguen las crestas de las
montañas cuando se entra o se sale de territorio desconocido? ¿Qué debe hacerse
cuando un compañero ha sufrido un colapso por la sed mientras se cruza un desierto?

www.lectulandia.com - Página 166


¿Cómo se consigue carne cuando no se tiene pólvora en un territorio sin animales de
caza? ¿Qué tribu de indios dejaron este rastro, cuántos indios componían la banda,
qué misión tenían entre manos, iban o regresaban de esta, a qué distancia estaban de
su hogar, llevaban los caballos cargados, cuántos caballos tenían y por qué, cuántas
squaws los acompañaban, con qué ánimos se encontraban? Y, también, ¿cuánto
tiempo lleva el rastro ahí?, ¿dónde están esos indios ahora y qué debe hacer uno ante
las respuestas a estas preguntas? Prodigios tales de la interpretación de un rastro han
quedado registrados por novatos impresionados, viajeros y militares, y la puesta en
práctica de la referencia crítica y la deducción que revelan parecería prodigiosa si no
fuera su actividad diaria. Pero la interpretación de un rastro, por mucho que
impresionara al doctor Watson o al capitán Frémont, resulta menos impresionante que
la interpretación de circunstancias observadas demasiado sutiles para ser llamadas
rastros. Una rama que flota río abajo… ¿es natural o es obra de animales, o de indios,
o de tramperos? Otra rama o un matorral o incluso un guijarro fuera de lugar… ¿por
qué? En los límites de la llanura, borrosos por el espejismo causado por el calor, o
recortados contra la penumbra de lejanos álamos, o a través de un ángulo del cielo
entre ramas o donde se juntaban la colina y la montaña, hay una milésima de segundo
de lo que podría ser algo en movimiento… ¿lo habían hecho hombres o animales? Y,
si eran animales, ¿por qué? Los búfalos avanzan en la dirección del viento, un alce
está en un lugar o una postura poco habitual, se escuchan los graznidos de
demasiadas urracas, el aullido de un lobo suena desafinado… ¿qué significa?
Estos pequeños detalles podrían continuar indefinidamente. Mientras la mente del
trampero los aborda, al mismo tiempo realiza un juicio aún más complejo sobre el
terreno, la ruta que lo surca y el tiempo. Está registrando los detalles inmediatos y
relacionándolos con los recuerdos y las previsiones. Desviarse diez millas de la ruta
puede suponer cien o quinientas millas de viaje: hay que ahorrar tiempo, esfuerzo,
comodidad y carne de caballo porque de cualquiera de estas cosas puede depender el
éxito o incluso la supervivencia. Y todavía hay que modificar la interpretación del
rastro aún más, con relación a la estación del año, a los indios, a lo que ha ocurrido.
Modifíquese de nuevo en relación con el caudal del río, tormentas pasadas o
tormentas futuras. De nuevo, también, con relación al suministro de carne, al estado
de la hierba, al equipo del que se dispone… Uno se encuentra a dos mil millas de los
almacenes de aprovisionamiento y de cualquier ayuda en momentos de dificultad.
Todo esto (y mucho más) es una referencia y revisión continua que tiene lugar en
los márgenes o en un segundo plano de la consciencia del trampero mientras ejecuta
sus habilidades como cazador, vaquero, peletero, transportista, curtidor, zapatero,
herrero, fabricante de armas, zahorí, comerciante. El resultado es un alto nivel de
integración de diversas facultades. El hombre de montaña había llegado a dominar
sus condiciones de vida… Y esto queda patente en cuanto los soldados, los
buscadores de oro o los emigrantes llegan a su territorio y sufren donde él vive
cómodamente y mueren donde él ha vivido sin peligro. No tenía unas facultades o

www.lectulandia.com - Página 167


una inteligencia de las que un soldado o un buscador de oro careciera; no tenía
ninguna de la que ustedes o yo carezcamos. Solo tenía habilidad. Una habilidad tan
efectiva que, viviendo en territorio indio, conseguía adaptarse a este mejor que el
propio indio… Incluso sin contar con la superioridad de su equipamiento material.
No había técnica ni habilidad en la que el hombre de montaña no llegara a superar al
indio. Veía, olía y oía tan lejos, no más. Pero, después de todo, hay algo en el
laborioso proceso de adición que conforma el cerebro anterior e incrementa la
herencia cultural, porque el hombre de montaña le sacaba el máximo provecho.

* * *

Al tiempo que la nieve —y la caza— descendía por las laderas de las montañas, los
tramperos se preparaban para pasar el invierno. Los tramperos libres eran
bienvenidos en los puestos permanentes, que los acogían hasta llenarse y extendían
sus atenciones a los que quedaban fuera y debían acampar cerca. Tenía la ventaja de
tener a mano provisiones, un almacén básico de alimentos en un clima glacial, una
cooperación en la caza de carne y una compañía variada. También tenía desventajas;
las manadas demasiado grandes de caballos eran un problema aún mayor que las más
pequeñas, las grandes cacerías en busca de carne precisaban largas expediciones y el
invierno de las llanuras donde estaban situados los puestos era incluso más gélido que
el de las cuencas de montaña. A lo largo de los años los tramperos establecieron sus
propios puestos de invierno. Jim Beckwourth construyó uno en lo que ahora es
Pueblo, Colorado, y llegó a haber otros en la cordillera Front y una especie de
temporada de invierno institucional se desarrolló en ellos[2].
La práctica más común de los tramperos libres y la costumbre invariable de las
brigadas de las compañías, sin embargo, era pasar el invierno en las montañas.
Necesitaban encontrar un lugar de acampada favorable. Debía tener el clima más
benigno posible, mucha madera y forraje y mucha caza. La respuesta era alguna
cabeza de valle resguardada de los vientos constantes, con arroyos boscosos, una
ladera sur de manera que la nieve se derritiera en la hierba calentada por el sol,
preferiblemente con búfalos y laderas boscosas donde se pudiera encontrar caza.
Hemos visto a Bonneville, a la RMF Company y a la American Fur Company
pasando el invierno en tales valles a lo largo del río Salmon y el río Bear y en el
Cache Valley (Utah). Brown’s Hole comenzó a atraer a pequeñas partidas y South
Park se convirtió en una especie de paraíso invernal… ambos lugares están en
Colorado. Jim Bridger finalmente construyó su puesto comercial en Black’s Fork, en
el extremo suroeste de Wyoming, en una cuenca donde él había pasado el invierno
con la RMF Company. Estos valles, que se encontraban a intervalos frecuentes,
tenían un clima más suave que las grandes alturas y las llanuras bajas. Los asiduos a
Sun Valley entenderán por qué.

www.lectulandia.com - Página 168


Los bosques de álamos o pinos servían de refugio para el ganado durante las
tormentas. Los tramperos construían cabañas o vivían en tipis, porque los tipis eran
unas viviendas invernales admirables (eran admirables en cualquier estación). Estos
se orientaban dependiendo del sol, el viento y el agua y en ocasiones tenían
estructuras accesorias para almacenamiento. Se animaba a las bandas o incluso a
poblados enteros de indios pacíficos —nez perces, flatheads o snakes— a que pasaran
el invierno con los blancos o cerca de ellos. Los indios y sus caballos aumentaban los
problemas de abastecimiento, pero eran vecinos interesantes, eran valiosos para la
defensa y podían contratar a sus mujeres para hacer la mayor parte del trabajo de
invierno.
Este tenía en gran parte que ver con la confección de ropa. Ya hemos visto que el
hombre de montaña prefería la ropa de lana cuando podía conseguirla, pero
probablemente le quedaba ya poco de ella que pudiera usar cuando llegaba el
invierno. Si había llevado pantalones de piel, los había cortado toscamente por las
rodillas y habría cosido unas perneras de tela de manta que no encogía tanto cuando
se secaba. Pero ahora, él o su esposa o sus costureras contratadas debían confeccionar
nuevos atuendos, mocasines, pantalones, bombachos, camisas, gorras, mitones y
capas. Muchas pieles, tras eliminar todo el pelo, eran muy demandadas: piel de
hembra de gamo, de ciervo, de berrendo, de muflón, de alce e incluso de conejo.
Cada una de ellas tenía usos específicos, ventajas y desventajas. Las capas, ya fuera
con o sin pelo, estaban hechas de estas mismas pieles, y de otras como la de castor
(por supuesto, muy caras), lobo, o incluso marmota de vientre amarillo. Las pieles de
búfalo poseían innumerables usos. Las pieles obtenidas en las cacerías de verano y
otoño eran curtidas y se empleaban para tipis, bolsas, los zurrones para todo llamados
parfleches[3], contenedores de todo tipo, cuero sin curtir en todas sus formas. Pero las
capas usadas como ropa de invierno, las mantas y los cobertores de cama y los
mocasines de invierno estaban hechos de pieles cazadas en invierno, cuando el pelo
es más espeso. Los mocasines también eran de muchos otros tipos de pieles, para
diferentes usos y distintos diseños. Para invierno debían estar forrados de pelo, como
los que acabo de mencionar o, si no era así, se podían rellenar con pelo suelto o
incluso hojas o corteza de artemisa. Los mocasines de las mujeres, con más
frecuencia que los de los hombres, iban cosidos a unos bombachos. Para ambos
sexos, los mocasines guateados o adornados laboriosamente con cuentas de cristal
expuestos en los museos eran prendas ceremoniales o «de domingo» más que de uso
diario. El mocasín de diario se hacía en grandes cantidades porque no eran muy
duraderos. Los tramperos, aunque en ocasiones se veían obligados a hacerlos ellos
mismos, preferían comprárselos a las squaws a unos pocos centavos el par. Los indios
de las tribus de las llanuras normalmente reforzaban las suelas con parfleche, porque
los mocasines sin suelas de las tribus de los bosques no protegían contra los cactus[4].
Para los mocasines y pantalones que llevaban tanto los indios como los
tramperos, normalmente hasta las caderas, el mejor material era la piel del tipi del

www.lectulandia.com - Página 169


año anterior. Cada año se hacían nuevas tiendas —con mucho ceremonial, las
confeccionaban las squaws que poseían un entrenamiento en el ritual a cambio de
unos honorarios—, y las pieles de las viejas tiendas se guardaban para hacer prendas
de ropa. Habían estado ahumándose durante un año con la hoguera diaria, tersas y
secas y sin estar dadas de sí. Las squaws guardaban una gran variedad de pieles de
todo tipo enrolladas, que habían sido curadas en el momento de su captura (el
invierno era la mejor época del año para el curtido porque el frío y la falta de luz
solar alargaban el proceso)[5].
Los días y noches de tormenta eran el mejor momento para confeccionar la ropa,
y tu esposa y aquellas esposas de tus vecinos indios siempre estaban atareadas con
sus rollos de pieles, sus punzones y tendones (los tendones de los distintos animales,
especialmente los del búfalo, eran los hilos indios. Partirlos para deshilacharlos era
una tarea que requería una habilidad exquisita. Aquellos tendones tomados de
distintas partes del cuerpo tenían diferentes características que los hacían más
apropiados para usos específicos). Las mujeres confeccionaban tus prendas de vestir,
las suyas propias y un excedente para comerciar. Las squaws habían sido instruidas
para coser desde su más tierna infancia y en cualquier museo se puede apreciar la
exquisitez de su trabajo. También era el momento de los bordados y los ornamentos.
Cuentas de colores, púas de puercoespín, plumas de distintos pájaros, hierbas,
pinturas, colas de armiños, flecos de otras pieles de buena calidad, huesos de
pequeños animales y pájaros, trozos de metal, cascabeles, pelo trenzado, varios
adornos de lana y plumas… esos eran los materiales que llenaban la cesta de costura
de una squaw que llevaba con ella en cada desplazamiento a lo largo del año.
Trabajaba siguiendo tradiciones de artes y artesanías muy antiguas y rígidas. Los
rituales religiosos eran parte de su tarea, así como ciertas obligaciones sociales con
las mujeres mayores que, o bien les habían enseñado esas habilidades, o vendido el
derecho de propiedad para usarlas. Algunas tareas especializadas o algunos pasos en
tareas ordinarias podrían estarle vetados; estos debía encargárselos a mujeres que
poseyeran el derecho de realizarlos, con la consiguiente tarifa y festín. Pero era una
artesana competente y feliz. Cantaba, charlaba, hacía bromas y el matrimonio jamás
pareció más apetecible a un soltero que cuando veía coser a la squaw de algún
compañero.
El invierno era la temporada de la preparación de conservas para las mujeres y,
hasta cierto punto, para los tramperos. Por ejemplo, era una buena época para
elaborar el pemmican, el mejor de todos los alimentos concentrados. El «pemmican
de invierno» de la literatura, del cual en ocasiones se habla desfavorablemente, no era
elaborado en invierno sino justo después de la caza de otoño, cuando hay mayor
probabilidad de mal tiempo y el proceso de secado se hace más difícil, de manera que
el producto podía ponerse agrio. El «pemmican de verano», el de primera categoría,
era elaborado a finales de invierno y a principios de primavera. La carne,
principalmente carne de búfalo, aunque no exclusivamente, primero se secaba de la

www.lectulandia.com - Página 170


manera empleada por los tramperos y los indios cuando se encontraban con un
excedente tras una cacería. Se cortaba en lonchas y tiras de aproximadamente una
pulgada de grosor, marcadas con unos cortes superficiales formando cruces y
extendidas en parrillas de madera de álamo lo suficientemente altas para dejarlo fuera
del alcance de perros, lobos y otras alimañas. No era tanto el sol sino el viento lo que
secaba la carne, y el proceso, al que no le afectaba el frío del invierno, duraba entre
cuatro y cinco días. Podía ser acortado a tres si durante el primero se mantenía un
fuego suave y humeante bajo el bastidor, y el humo aportaba a la carne mayor dulzura
y sabor. El resultado era la universal carne curada, el tasajo o el char qui de la
literatura, un alimento de primera en sí mismo. Las partidas de tramperos siempre lo
llevaban con ellos[6].
Sin embargo, el pemmican era un producto totalmente singular. Se eliminaban
todos los cartílagos y tendones que pudieran estar presentes en el tasajo y el resto se
machacaba en un mortero o en un parfleche hasta quedar pulverizado. Este polvo se
introducía suelto en una bolsa de parfleche, por encima de este se derramaba grasa
derretida y se cosía la boca de la bolsa. Así empaquetado, el pemmican podía durar
años. Era un alimento espléndido de alto contenido energético, una dieta completa
por sí sola. También era un manjar (aunque algunos cínicos disientan),
incomparablemente más denso y más sabroso que el tasajo. Podía comerse sin
cocinar o frito, rustido o hervido, solo o junto a cualquier otra cosa que se tuviera a
mano. El artículo de lujo era el «pemmican de bayas», en el que se mezclan frutos del
bosque secados y pulverizados de cualquier clase disponible, más frecuentemente
cerezas silvestres con sus huesos[7].
Las grasas se conservaban por separado. El sebo hervido y refinado que
desempeñaba un importante papel en el comercio canadiense servía de sustituto de
todos los usos de la mantequilla. Como el pemmican, era empaquetado en bolsas de
un tamaño y peso estándar. La grasa más abundante de búfalo era la que se
depositaba a lo largo de la espalda del animal. Cuando se secaba al sol era un manjar
de gourmet. También se secaba a fuego lento, se cortaba en tiras y se envolvía, o se
secaba antes de hervirla; en estas variaciones era más un alimento básico que un
manjar. La grasa de riñón, si no se comía cruda, se secaba en largas lonchas o se
cocía levemente. Las tribus que cultivaban o compraban maíz usaban la grasa de
riñón en uno de sus platos favoritos, ablandándola al fuego y luego amasándola con el
maíz en un mortero.
Las squaws eran buenas cocineras y la dieta india, que el trampero en invierno
adoptaba totalmente cuando tenía una esposa o vivía entre indios, no era en absoluto
tan escasa ni monótona como se afirma en los libros, si el campamento se hallaba en
un buen territorio. Su base era la olla de carne que siempre humeaba estofándose al
fuego en medio de la tienda, y siempre se ofrecía una porción de esta a cada visitante
en cuanto entraba (los indios no tenían horas fijas de comida; ellos y los tramperos
comían cuando tenían hambre). La olla se rellenaba con cualquier carne recién

www.lectulandia.com - Página 171


sacrificada que llegara. También se cocinaban otras carnes, ya fuera rustida o cocida,
horneada en cazuelas o en el suelo. Todas iban aromatizadas con hierbas, raíces,
hojas y hierbas que secaban las squaws y cuyas propiedades conocían. Las raíces
comestibles ya mencionadas se preparaban de diferentes formas. Las raíces, las hojas
y los brotes buenos para las ensaladas podían encontrarse bajo la nieve[8]. En
resumen, los tramperos y los indios vivían bien cuando la comida abundaba, y los
campamentos de invierno se ubicaban en lugares donde se esperaba que abundara.
Tormentas prolongadas u oleadas migratorias de animales provocaban escasez de
alimentos. Y la caza era un trabajo diario. Los hombres se desplegaban por el bosque,
las laderas y las llanuras, normalmente con raquetas en los pies. Si la nieve era
demasiado blanda o profunda para los caballos, debían transportar sus cargas en la
espalda. Había problemas para mantener las reservas a salvo de los lobos. Si la carne
podía ser colgada en árboles, entonces estaba segura de estos, pero no de animales
que pudieran escalar. Russell cuenta cómo enterró la carne bajo tres pies de nieve y
luego quemó pólvora en la superficie para añadir otro elemento disuasorio al olor
humano, pero no funcionó. Ninguna técnica funcionaba a largo plazo.
Proteger la carne de alimañas grandes y pequeñas era un problema constante,
tanto en invierno como en verano, acampados o en ruta. Desde puercoespines hasta
grizzlis, a la fauna al completo le gustaba que su comida fuera sacrificada por otros,
como ya sabe el campista moderno. Sin embargo, el campista moderno pocas veces,
o ninguna, es molestado por el ladrón más habilidoso de todos, el glotón. Los
estudiosos modernos no consideran que esta alimaña tenga ninguna inteligencia
animal extraordinaria[9]. Pero no habrían logrado convencer a los hombres de
montaña. Para ellos, el «carcayú» era literalmente demoniaco: poseía una
ascendencia infernal. Incluso robaba castores de las trampas y con frecuencia
convertía en un sangriento despojo la ruta de trampas de invierno colocadas para
atrapar pieles de calidad. Ninguna reserva de carne estaba segura de este animal y no
trabajaba en grupo. Pocos lo veían alguna vez, así que su supuesto tamaño varía en
los anales. El pintor Alfred Miller, que afirma que vio uno, lo representa del tamaño
de un perro san bernardo, lo cual es demasiado grande, y añade que su cuerpo era
como el de una pantera[10]. Osborne Russell vio uno en acción. Russell había matado
a un par de muflones para alimentarse. Se llevó algunos tajos de regreso al
campamento y colgó el resto en un árbol. A la mañana siguiente regresó a por ello y
encontró un glotón a los pies del árbol. «No había dejado nada por lo que valiera la
pena pararse», afirma Russell. «Lo único que pude encontrar del carnero eran matas
de pelo esparcidas por la nieve. Busqué durante un tiempo, pero no sirvió de nada.
Mientras tanto, el cauto ladrón estaba sentado en la nieve a cierta distancia,
observando mis movimientos como si estuviera seguro de que no llevaba pistola y no
podía encontrar la carne, y deseara exasperarme con sus payasadas. Había trazado
caminos en todas direcciones desde los pies del árbol, había excavado agujeros en la
nieve en cientos de lugares, aparentemente para engañarme».

www.lectulandia.com - Página 172


Russell admitía que «un glotón había logrado engañar a un yanqui», pero los
mestizos y viajeros tenían una explicación diferente: Ruxton informa de que estos
creían que el carcayú era «un cruce entre el demonio y un oso». El compañero de
Ruxton en Colorado, un canadiense, afirmó que luchó en una ocasión contra uno
durante más de dos horas y que disparó «un saco entero de balas al cuerpo del
animal; este las escupió en cuanto impactaron». Más tarde, cuando Ruxton apuntó a
uno de ellos, el canuck[*] dejó escapar un grito tan fuerte que le hizo fallar el tiro; de
hecho, falló con los dos cañones del rifle, y su compañero se negó a que desperdiciara
más pólvora. Aunque le hubiera disparado cincuenta balas, «no se habría asustado lo
más mínimo».

* * *

Unos años antes de que Miles Goodyear estableciera una especie de rancho en la
ubicación final de Ogden, Utah, la pequeña partida de tramperos de Osborne Russell
pasó el invierno allí con algunos mestizos y snakes como vecinos. Un canadiense que
tenía una esposa flathead invitó al soltero Russell a su tienda y Russell se alegró por
ello, porque la mujer era una buena ama de casa. Pone como ejemplo su cena de
Navidad. Tomaron alce estofado y ciervo cocido (no «venado», afirma Russell, un
término que según él era de novatos). La flathead tenía una reserva de azúcar, que
escaseaba mucho, y algo de harina que, si era harina de trigo y no un polvo hecho de
raíces, valía su peso en oro. Hizo pasteles y un pudin que adornó con salsa de bayas
secas. Había seis galones de café endulzado y «tazas de metal y cazos para beber y
trozos grandes de corteza que hacían las veces de platos. En cuanto todo estuvo listo,
sacaron los cuchillos de carnicero y comenzaron a comer a la señal de la señora de la
casa» (las squaws no comían hasta que sus hombres hubieran acabado). Los blancos,
mestizos y snakes se atiborraron de comida y comenzaron a debatir «los asuntos
políticos de las Montañas Rocosas». Un jefe snake estaba perdiendo su
circunscripción y probablemente le sucedería un hermano. Esto condujo a una
discusión crítica —por expertos— de las cualidades bélicas de otros snakes y de sus
rivales los vecinos bannocks, flatheads, nez perces y crows. Esto sin duda dio pie a la
presentación de las majestuosas autobiografías de los guerreros allí presentes. No
solo era un ritual sino parte de la etiqueta social recitar las propias hazañas valerosas
y los grados y privilegios que estas le habían reportado a uno. La cena acabó, los
hombres fumaron fraternalmente y luego salieron para celebrar el día practicando el
tiro al blanco[11].
El trampero que tenía esposa era muy envidiado en invierno. Una mujer mantenía
la tienda tan limpia como cualquier cocina de granja. Con la nieve acumulada en
gruesas capas alrededor de la falda de la tienda, pesadas pieles sobre la entrada y
cortinas echadas alrededor de toda la circunferencia por dentro, se calentaba

www.lectulandia.com - Página 173


fácilmente y estaba libre de corrientes de aire. El suelo había sido prensado con
fuerza. Las camas eran catres de madera de sauce y los colchones eran pieles de
búfalo, y había pieles y mantas para la ropa de cama. Había respaldos de correas de
piel sin curtir y biombos que podían usarse para evitar el calor o las corrientes de aire.
Todo lo que uno poseía tenía su lugar adecuado y el orden que lo determinaba se
adecuaba a los rituales habituales. Una squaw tenía demasiados familiares y
demasiados amigos, y estos la visitaban con demasiada frecuencia, abarrotando la
tienda con una algarabía hasta que su propietario protestaba. Cuando no había
compañía, la esposa hablaba sin parar. Hablaba mientras limpiaba tu rifle, mientras
cortaba y cosía una camisa, mientras frotaba una piel. Algunas de sus palabras
habrían causado ampollas hasta en un roble. La mayor parte de su conversación
brotaba del negro y humeante fermento de miedos salvajes. Estaba llena de sueños,
de chismorreos tribales, de leyendas de animales proféticos, de demonios o de héroes
que vivieron antes de que brotáramos de la tierra, de los antiguos, de señales o
presagios o advertencias y fantasmas y voces, de proverbios y aforismos tradicionales
que supuestamente contenían la sabiduría de la tierra, y bromas que habían perdurado
a lo largo del tiempo y que tal vez habían perdido algo de su fuerza, especialmente
cuando se atribuían a urracas o saltamontes. Sin embargo, era conversación de
mujer… bajo los picos a la luz de la hoguera con el viento invernal fuera.
La tranquilidad del campamento de invierno podía verse truncada por maleantes,
por tormentas prolongadas o por la necesidad de trasladarse en caso de que el forraje
o la caza se agotara. Hemos visto a varias brigadas trasladándose a otros valles en
mitad del invierno, y ese u otro movimiento que implicara abandonar los refugios
entrañaba el riesgo de acabar en desastre en el invierno de las montañas. Viajar a
través de la nieve era casi imposible para los caballos y las mulas, de manera que solo
la extrema necesidad justificaba el riesgo de una salida. La capa de hielo les producía
profundos cortes en las patas y, tras unas pocas millas resbalándose sobre las barrigas,
se quedaban desfondados; las tormentas que bajaban en remolinos desde los picos
mataban a manadas enteras. Los viajes de invierno de un campamento a otro o de un
campamento a un poblado indio se realizaban con raquetas, y los viajes largos con
raquetas y trineos de perros. No era infrecuente que una brigada que pasaba el
invierno «al otro lado» enviara a mitad de invierno un informe o un requerimiento a
San Luis. Black Harris era un especialista en los viajes de invierno. Una partida de
invierno constaba de no más de dos o tres hombres (Bill Sublette y Joe Meek es un
ejemplo) y un trineo cargado de pieles y pemmican. Viajaban durante diciembre,
enero y febrero, con el terrible frío de los picos y el frío aún más terrible de las
llanuras.
Las historias de desesperación invernal, sin embargo, no versan sobre tales viajes
comerciales, sino sobre cazadores que se perdían, cegados por la nieve y rodeados de
ventisca y, finalmente, sin pólvora. Vagaban hasta morir de hambre o hasta que un pie
negro acechante les arrancaba la cabellera y sus amigos encontraban sus huesos

www.lectulandia.com - Página 174


mondados por los lobos en el cañón más lejano la primavera siguiente. O bien, la
aguja de la brújula fijaba un rumbo en sus cerebros, una voluntad que una ventisca no
podía apagar se mantenía latiendo y, alimentándose uno de cada cuatro días de brotes
invernales expuestos por un vendaval o de los intestinos sobrantes de una liebre tras
ahuyentar a un lobo de su presa, continuaban avanzando hasta que por fin se
arrastraban al borde de un bosquecillo donde la partida de trabajo del día se
encontraba rebanando corteza de álamo para los caballos.
Pero regresemos al pie del árbol. A lo que Russell llamaba la Universidad de las
Montañas Rocosas. Afirmaba que se había beneficiado mucho de sus enseñanzas. Joe
Meek, que abandonó los Estados demasiado pronto como para aprender a leer, pudo
hacerlo en las tiendas de invierno. Los libros tenían allí el valor que los libros tienen
cuando los hombres están solos y agotados, al igual que lo estaban en los castillos de
proa de los balleneros de New Bedford o los campamentos al aire libre de cualquier
ejército. Ocasionalmente un cronista menciona a Shakespeare, a Byron, a Scott o a
otro poeta, una novela romántica, una historia o incluso la Biblia (Russell no solo
menciona la Biblia, sino también la «Biblia comentada por Clark», que debió de
provocar constantes debates sobre lo que los hombres podían recordar acerca de la
predestinación, la inmersión y la consciencia de la gracia redentora). Años más tarde,
cuando un hombre de montaña era alguien de dudosa reputación, tolerado entre las
castas sagradas del Ejército de los Estados Unidos porque podía encontrar madera y
agua donde los oficiales de West Point morirían por falta de ambas, un oficial relató
un paso más en la educación literaria de Jim Bridger. El viejo Gabe había estado
perturbando el sueño del capitán, que se despertaba y se ponía a comer y luego
cantaba canciones indias acompañándose del repiqueteo de una cacerola. El capitán
pensó que, si podía mantener a Jim despierto hasta más tarde, él se dormiría también
más tarde y, como Jim no había contado con las ventajas de Joe Meek, intentó leerle
al fuego de la hoguera. El primer experimento no tuvo demasiado éxito, porque el
capitán Humfreville eligió Hiawatha y el punto de vista de Jim Bridger sobre los
indios difería del de Longfellow. Sin embargo, despertó el sentido estético de Jim,
que se interesó por saber cuál era el libro mejor escrito del mundo. Humfreville le
recomendó a Shakespeare y Jim se apresuró a ir a la ruta de emigrantes y preguntó en
las caravanas de carromatos hasta encontrar un ejemplar de las obras de teatro. Lo
compró a cambio de un yunque de buey que valía ciento veinticinco dólares y
contrató a un joven alfabetizado para que se lo leyera por las noches. «El chico era
buen lector; Bridger se interesó mucho en la lectura y escuchaba atentamente durante
horas en cada sesión. De vez en cuando se liaba tanto el hilo argumental de la historia
que echaba sapos y culebras por la boca y luego pedía al joven que parara, echara
hacia atrás y releyera una o dos páginas hasta que lograba desentrañar el argumento».
La mente que había memorizado un tercio de todo un continente, era capaz de
absorber el verso blanco con suficiente facilidad y Jim desarrolló el truco, que el
Duque de Bilgewater de Huck Finn también usaría más adelante, de recitarlos de

www.lectulandia.com - Página 175


nuevo felizmente mezclados y adornados con juramentos e improperios de montaña.
Pero, por fin, llegaron a Ricardo III y eso puso punto final a la literatura, porque Jim
no quería ni oír hablar de un hombre que, rey o no, era lo suficientemente miserable
como para cometer matricidio.
El propio Jim dio pie a una literatura más noble de la Universidad de las
Montañas Rocosas. Tuvo ocasión de conocer a los periodistas correctos y su nombre
quedó asociado a un folclore de noches de invierno que era más de su profesión que
suyo propio. Suyos son por lo tanto los bosques petrificados donde pájaros
petrificados cantan canciones petrificadas, el eco de ocho horas que resultaba tan útil
porque se le podía dar cuerda gritando «Hora de levantarse» cuando uno se iba a
dormir, la montaña de cristal que era una lente tan poderosa que se podía ver un alce
pastando a veinticinco millas más allá y era tan transparente que su base estaba
plagada de pájaros muertos que se habían reventado la cabeza contra los riscos
invisibles, el pico que había sido un agujero de una milla de profundidad cuando Jim
visitó aquellas tierras por primera vez, innumerables saltos milagrosos que incluían
uno a través de un ancho abismo que pudo cruzar porque la ley de la gravedad estaba
petrificada, la huida por un cañón cerrado que acabó con la muerte del narrador a
manos de sus perseguidores indios, y cien o mil otras historias que han sido
heredadas en el Oeste y que son útiles para sus novelistas y las emisoras de radio hoy
en día. Fragmentos de esta tierra de Nunca Jamás se hallan esparcidos en la mayor
parte de la literatura, con indios blancos, animales fabulosos, viajes al infierno y los
pasajes de realidad suspendida que tienen un origen indio. Hay suficiente material
que, si es correctamente recopilado, daría para otro continente de geografía literaria
de fábulas, y alguien debería trazarnos su territorio.
Sin embargo, no es tanto los antropófagos ni los hombres con cabezas por debajo
de los hombros por lo que uno escucha historias a la luz de las hogueras, sino por
otros temas de Otelo; viajes por vastas cavernas y desiertos[*], impresionantes
accidentes geográficos por río o por tierra, escapadas por los pelos de inminentes y
mortíferos ataques, y el cautiverio a manos del insolente enemigo. John Colter, Hugh
Glass, Edward Rose, Jim Beckwourth. Los dos compañeros que Jed Smith enterró
hasta la barbilla y que morirían a menos que pudiera llevarles agua. Los barcos de los
astorianos que naufragaron en Caldron Linn. El naufragio de Bonneville (en 1834) en
ese cañón bajo del Snake que hasta hoy día aún no ha sido recorrido de punta a punta.
O cualquier capítulo de las memorias de cualquier gran hombre, de Bridger o de
Carson, de Fontenelle o de Fitzpatrick. O cualquier capítulo de las memorias de
cualquier hombre de montaña. Cualquier historia que ustedes quieran: hombres que
enloquecieron como John Day, o que vagaron por medio mundo como Ezekiel
Williams, o que marcharon con grilletes españoles como James Ohio Pattie, o que
navegaron por los cañones del Green como Ashley. Asesinatos, hambrunas,
masacres, resistencia, la voluntad que no muere. O cualquier otro tema.
Estos hombres eran expertos en la vida salvaje. Las suyas eran conversaciones de

www.lectulandia.com - Página 176


trabajo en las que lo prodigioso se trataba con toda naturalidad mezclado con los
recuerdos de los acampados. Las artes y artesanías que practicaban, la lucha con la
naturaleza, la guerra con los indios… estas eran sus historias. Con un cierto toque
sarcástico. Tómense como ejemplo las risas cuando alguien recordaba algún episodio
de la carrera de aquel anciano cazador de osos, Joe Meek. Estaba poniendo trampas
en un río con un tal Stanberry, que tan solo medía metro y medio y, por lo tanto, se
ofendió cuando algún comentario dio pie a la cuestión de cuál de los dos era más
valiente. La discusión solo tenía una salida y acordaron resolverla al día siguiente con
unos rifles Hawken y a treinta pasos. Pero esa noche, mientras los chicos acordaban
el procedimiento, un grizzli herido cargó contra el campamento, tan peligroso como
medio millón de voltios, y permaneció allí plantándoles cara. Mientras los chicos se
dispersaban, uno de ellos gritó que aquella era una buena ocasión para que Joe y
Stanberry zanjaran su discusión por un fin útil. ¡Claro que sí! Ambos blandieron sus
rifles y cargaron contra el grizzli, que cargó a su vez. Pero antes de dispararle, Joe lo
golpeó en la cabeza con su baqueta. Ese acto fue determinante, porque no había nadie
más valiente que un hombre que usaba una baqueta contra un grizzly.
O aquella vez que Joe escaló un árbol para escapar de unos grizzlis, pero un
amigo no pudo subir y Joe se quedó sentado en las ramas gritando consejos mientras
los osos gruñían y hociqueaban el terreno alrededor del amigo escondido en su rollo
de pieles. O el grizzli que hizo subirse a unos árboles a Joe y a otros dos y luego
golpeaba cada árbol por turnos intentando sacudirlos para que cayeran. O la vez en
que Joe y su socio Hawkins mataron a un grizzli en la isla de un río, desnudos, y
nadaron hacia allí y luego fueron perseguidos río abajo por un solo oso herido que
nadaba furiosamente detrás de ellos y, tras llegar a la orilla, tuvieron que huir
desnudos por la pradera mientras los chicos se partían de la risa. O la vez en la que
Joe, Hawkins, Doughty y Claymore persiguieron a un grizzli al interior de una cueva
y descubrieron entonces que había tres grizzlis. Doughty permaneció fuera y les
disparó uno a uno cuando salieron corriendo tras ellos, pero a punto estuvo de fallar
por las risas… Daniel en la guarida de los leones era un juego de niños para Joe
Meek.
Y, en cierta ocasión Joe vio una osa y se ofreció a cazarla si Markhead le sostenía
el caballo. Se colocó a más de cuarenta yardas y disparó, pero el detonante del arma
falló. El viejo Joe comenzó a correr hacia su caballo, pero los otros se asustaron y no
le esperaron. La osa se lanzó hacia él y Joe consiguió poner una nueva cápsula
fulminante cuando el oso se echó sobre su capote. Lucharon ambos con el capote y
Joe logró colocar el cañón del rifle en la boca del animal. Pero que me aspen si la
vieja Betsy no era de doble gatillo y Joe había estado demasiado ocupado para
amartillarla. Así que para cuando logró amartillarla, la osa apartó el cañón de su boca
y la bala le golpeó en el hombro y eso consiguió ponerla más furiosa. Continuaron
luchando y no tuvo ocasión de cargar el rifle. Justo en ese momento aparecen sus dos
oseznos, y es entonces cuando la osa le arrebató el arma de las manos de un zarpazo y

www.lectulandia.com - Página 177


estaba tan furiosa que comenzó a lanzarle las zarpas a las orejas. Joe logró sacar el
cuchillo. Intentó clavárselo detrás de la oreja, pero la osa de nuevo le quitó de un
zarpazo el cuchillo y a punto estuvo de arrancarle los dedos. Joe ahora estaba
sangrando y la osa todavía lo tenía cogido por el capote, pero el otro osezno se acercó
corriendo también y la mamá osa se entretuvo en darle un coscorrón. Y esto le dio a
Joe la oportunidad de desenfundar el hacha del cinturón y hundirla en el cerebro del
animal. Eso bastó y Joe llegó «a la conclusión de que ya había tenido suficientes
luchas con osos»[12].
Joe Meek era un alma risueña; acostumbraba a arrancar rugidos de carcajadas en
la mesa. En una ocasión, cuando cabalgaba hacia el campamento tras un día de
colocar trampas, se le ocurrió animar un poco a los chicos. Así que espoleó al caballo
hasta ponerlo al galope y comenzó a gritar: «¡Pies negros!», lo cual provocó una
rápida reacción en el campamento. Para morirse de risa. Lo más gracioso de todo fue
que algunos pies negros estaban arrastrándose hacia los caballos en ese mismo
momento y, cuando Joe comenzó a gritar, pensaron que los habían descubierto y
tuvieron que salir pitando antes de estar listos. Los chicos no podían parar de reír.

* * *

Podemos ahora transcribir una sola página de la saga de recuerdos gremiales


alrededor de un fuego de invierno, el momento en que Osborne Russell acampó con
otros tres hombres cerca de la desembocadura de un pequeño arrollo que discurría
desde el noreste[13] hasta el lago Yellowstone (en el parque de Yellowstone). Él y un
amigo llamado White estaban a solas en el campamento —los otros se habían ido a
cazar— cuando vieron a unos pies negros dirigiéndose a los caballos. Salieron
disparados hacia el bosque de pinos en dirección a los pies negros, que se dispersaron
ante sus armas. Una flecha hirió a White en la cadera. Se la arrancó y continuó
avanzando, y a continuación Russell fue herido con otra flecha en el mismo lugar.
Unas pocas yardas más adelante le clavaron otra en el muslo, lo cual lo derribó
momentáneamente, aunque pudo avanzar a saltos otras cincuenta yardas y, junto con
White, se parapetó tras unos troncos caídos.
Los pies negros se apiñaron alrededor, aullando como lobos de las praderas, pero
perdieron a sus presas entre los arbustos. Mientras seguían un olor falso, White y
Russell llegaron tambaleándose hasta el lago, desde donde podían oír a los indios
saqueando el campamento. White perdió los nervios y comenzó a lamentar su muerte
y a armar jaleo. Russell le regañó; quizás White fuera a morir, pero Os podía
arrastrarse hasta que encontrara un alce y lo disparara, lo cual le aportaría comida y
refugio hasta que la herida se curase (Russell decía que White era el hijo de un
hombre rico al que habían malcriado). Se prepararon para pasar la noche. A la
mañana siguiente, el arañazo de White estaba casi curado, pero la pierna de Russell

www.lectulandia.com - Página 178


estaba tan hinchada que solo se podía mover apoyado en unos palos que cortó White
para proporcionarle unas muletas. Se alejaron del lugar. Los pies negros todavía
estaban por la zona y debían sortearlos, pero encontraron a un canadiense que estaba
en su partida: un saco de sal era lo único que había quedado del campamento. Russell
se lavó las heridas con agua con sal y las cubrió con un emplasto de «aceite de castor
y castóreo», que fue de gran ayuda. Se movían tan rápido como les permitían las
muletas de Russell y al tercer día el canadiense, que estaba tan hondamente asustado
que jamás desaparecía de vista, cazó un par de patos. Se puso a llover (solo tenían la
ropa con la que habían sido sorprendidos y solo la pólvora y las balas que colgaban
de sus cinturones). Pero esa noche mataron un alce. Secaron la carne al fuego bajo la
lluvia. A la mañana siguiente Russell abandonó las muletas y era capaz de llevar su
propio rifle.
Se dirigieron hacia el oeste a través de la cadena Chicken Ridge y las Red
Mountains por el brazo oriental del Lewis Fork, donde acamparon junto a un
manantial de aguas termales y, al día siguiente, cruzaron hacia el lago Heart[14].
Ahora, mientras avanzaban al sur, mataron y secaron más alce y cosieron mocasines.
A principios de septiembre, el clima en el lago Jackson es como el de principios de
noviembre en tierras más bajas, y las Tetons, que ahora debían cruzar, ya estaban
cubiertas con un manto de nieve. Necesitaron un día entero para cruzar la Divisoria y
acamparon expuestos a los embravecidos vientos invernales de los picos. Al día
siguiente llegaron hasta el Henry’s Fork (condado de Fremont, Idaho), lo cual supone
una distancia que hubiera resultado excelente para unos atletas, no digamos ya para
un lisiado. Amontonaron hierba seca para dormir encima y descubrieron que solo les
quedaba tasajo para una sola comida. A partir de ese punto no había caza. Llegaron
hasta el Snake al día siguiente —también a un ritmo muy rápido— y lo cruzaron al
sur de las bifurcaciones. En un caudal por el que avanzaban «casi a nado» y tan frío
que «me causó muchos dolores durante la noche». Pero «nos pusimos de nuevo de
camino al romper el alba y viajamos todo el día por un territorio de altos arbustos de
salvia y arena hasta el río Snake. Paramos al anochecer, casi muertos por la fatiga, el
hambre y el sueño; habíamos viajado sesenta y cinco millas [más, de hecho] en dos
días sin comer nada». Se dirigieron al punto de socorro más cercano, que era Fort
Hall, a diez millas aproximadamente del actual Pocatello. Al día siguiente, cuando se
hallaban a unas diez millas del fuerte, la pierna herida de Russell se quedó agarrotada
con un calambre tan fuerte que solo le permitía avanzar de cien yardas en cien yardas.
Finalmente encontraron a uno de los mestizos del fuerte, que les proporcionó caballos
y así llegaron a Fort Hall, «tras una hora del sol en lo alto, desnudos, hambrientos,
heridos, somnolientos y fatigados». Courtney Walker, factor de la Hudson’s Bay
Company, les proporcionó ropa limpia y les sirvió tasajo, suero de leche, pasteles y
té. El té, afirma Russell, le mantuvo despierto hasta la medianoche. Y nueve días más
tarde el cuarto miembro de la partida original llegó a Fort Hall en bastante buen
estado tras haber recorrido la misma ruta que los otros, pero a solas.

www.lectulandia.com - Página 179


Solo eran otros hombres de montaña más que habían tomado una mala
decisión[15].

O, ya que en esta narración ha habido pocas oportunidades de presentar a los indios


en reposo, podríamos escuchar a la esposa de un trampero pasando el invierno. Podría
ser una minnetaree, de las que se dice que son expertas amas de casa, bonitas,
desinhibidas, sin mojigaterías, ingeniosas al hacer el amor y aficionadas a ello[16].
Esta noche de invierno ella se ha vestido acorde a su situación de esposa de un
trampero libre. Su vestido es de exquisita piel de cierva o de muflón, blanqueada o
tintada café au lait. La falda le llega justo por debajo de las rodillas y un corto fleco
de cascabeles y alguna que otra pezuña de ciervo le cuelga de la irregular orilla de la
falda. Unas cuantas borlas de cuero sin curtir están cosidas a la falda y los retales de
telas de colores de las que cuelgan están ribeteados con cuentas de cristal. El vestido
está muy ceñido por la cintura con un cinturón de piel de cuatro pulgadas de ancho
decorado con cuentas dispuestas en diseños geométricos de color azul, blanco, rojo y
verde. La parte superior del vestido luce algunos dibujos pintados y, si es muy
especial, una escarapela en el centro de cenefas de plumas de colores. Una estola
grande como una capa cae por los hombros formando medias mangas (como no es
una madre en periodo de lactancia, el vestido está cosido totalmente hasta las axilas y
así se ciñe al cuerpo por encima del cinturón), y esta es la prenda más lujosamente
adornada de su atuendo. Cuentas de colores, plumas partidas, trozos de metal, flecos,
tal vez algunos retazos de armiño o de otro tipo de piel, colocados en armoniosas
combinaciones. Donde la estola acaba, una V o un diamante o algún adorno similar
de cuentas de colores o pintura atrae la mirada hacia sus pechos. El traje recuerda los
atuendos periódicamente atribuidos a las campesinas de los Balcanes, a excepción de
la piel y el cristal de los adornos. Una capa ligera sin pelo tal vez cubre los hombros
de la mujer como una bufanda y luce pinturas con dibujos simbólicos. Lleva
mocasines con cuentas de colores y pantalones hasta las rodillas que le cubren los
mocasines cuando no están cosidos a ellos.
Ella podría tener unos dieciséis o diecisiete años y su nombre es Todo Florece,
aunque el hombre de Kentucky que la compró la llama Sal o el equivalente a cariño.
La joven se ha arreglado el cabello con una pomada aromática elaborada por ella
misma, se lo ha cepillado (con un trozo de cola de puercoespín sobre un mango de
madera) hasta sacarle brillo, con la raya en medio y suelto libremente por la espalda y
por los hombros como una estudiante de primer curso de la Universidad de Vassar el
año que esto ha sido escrito. Se ha pintado de rojo la raya del pelo con bermellón y,
como es una minnetaree, puede que se haya untado en el pelo un poco de pigmento.
Se ha coloreado las mejillas y los dorsos de las manos con ocre rojo (usa una crema
base antes de untarse el pigmento con los dedos). Lleva tatuado un diminuto lunar
negro, un solo punto circular, en el centro de la frente, otro en el puente de la nariz y

www.lectulandia.com - Página 180


otro sobre cada uno de los pómulos. Su cuerpo y atuendo han sido perfumados con
sus aromas caseros —varias hierbas secas, flores secas, hierba dulce, menta de
caballo, agujas de pino dulce, pulverizadas, tal vez mezcladas en bolsitas o con
castóreo o alguna otra base—. Todo Florece está reclinada en una cama de pieles de
búfalo sobre un catre de tablones de sauce. Está apoyada contra un respaldo de
correas de cuero sin curtir y se ha echado otra piel sobre las rodillas. Habla un poco
de inglés, pero su esposo conoce su lengua nativa y ella le cuenta en hidatsa cómo se
originó la danza de los osos negros en el principio de los tiempos. Ha escuchado la
historia muchas veces, tanto por boca de los contadores de historias de la tribu (uno
de los cuales podía ser el propietario de la historia, igual que un escritor posee un
derecho de reproducción y recibía royalties por contarla) como de su padre, su madre
y la tía parlanchina que vivía con ellos. Lo cuenta con gracia y goce, pero también
con una reverencial consciencia de que está realizando un ritual religioso[17].
Un minnetaree rompió un objeto sagrado encima de su pierna y la pierna se le
hinchó hasta que el hombre quedó inválido. Cuando el pueblo marchó de cacería sus
cuatro esposas reunieron algunas provisiones para él y lo abandonaron. Se quedó solo
y por ello rompió a llorar. Pero, un poco más tarde, la esposa a quien él no amaba
regresó, le ayudó y le llevó agua, mientras le decía: «Quiero vivir contigo. Si mueres,
también quiero morir».
Sin embargo, había tan poca comida que ella tuvo que inspeccionar las viviendas
de barro abandonadas, similares a la cabaña mandan en la ilustración de Bodmer, en
busca de unos pocos granos de maíz que los ratones habían almacenado. Durante esos
cuatro días de búsqueda, escuchó una voz que cantaba canciones sagradas, pero,
aunque lo buscó, no pudo ver al cantante. El cuarto día (cuatro es el número de mayor
poder) ella entró en una vivienda, y aunque de nuevo buscó cuidadosamente al
cantante (tal vez fuera un grillo, o una hormiga) no vio nada, a excepción de una
trampa para conejos de cuerda de pita que alguien había dejado allí. La mujer se
preguntó si la trampa podría haber cantado las canciones y su esposo pensó que era
posible cuando ella se lo contó, así que se llevó la trampa a su tienda. También llevó
un poco de pelo de búfalo, que su marido trenzó para hacer trampas para cazar juncos
ojioscuros. Luego, como ella había visto algo con orejas largas mientras recogía leña,
él también hizo algunas trampas para conejos.
La mujer cazaba pájaros y conejos con trampas y tal vez pudieran sobrevivir al
invierno con esa dieta. Pero entonces, cuando se adentró en el bosque, comenzó a ver
algo grande, con orejas largas y una cola blanca. Así que su esposo fabricó una
trampa para ciervos y le explicó cómo atrapar un ciervo por el cuello. Ella atrapó uno,
lo sacrificó y lo arrastró jubilosa a la tienda, porque con esto se aseguraba el alimento
para todo el invierno. Al día siguiente, atrapó otro ciervo, pero al tercer día, además
de atrapar un ciervo vio, en la otra orilla del Misuri, a un hombre matando un búfalo.
Cruzó por encima del hielo, pensando que él le daría un poco de carne, pero el
hombre se comportó groseramente y no le habló. Situó las patas cercenadas en cada

www.lectulandia.com - Página 181


uno de los puntos cardinales, desechó la cabeza y luego se alejó sobre sus raquetas,
arrastrando el cuerpo del animal. La mujer se llevó las patas delanteras y la cabeza a
la tienda y le contó a su esposo lo que había pasado. Él había temido que algún
enemigo se la hubiera llevado.
Al día siguiente, la mujer atrapó su cuarto ciervo y vio a un hombre diferente
matando un búfalo al otro lado del río. Este no se comportó groseramente y le dio un
poco de carne. Al tercer día, apareció el primer hombre y, de nuevo, se mostró huraño
y volvió a colocar las patas en los cuatro puntos cardinales. El cuarto día apareció el
hombre amable y no solo le dio las patas, sino también unos cuantos intestinos. Ella
se llevó la carne a casa y le dijo a su esposo que deseaba seguir a aquellos extraños
hombres. Él estuvo de acuerdo y le preparó unas bolas de maíz para que se
alimentara, se llenó la pipa y le dijo que se la llevara con ella. «Si no regreso dentro
de cuatro noches», dijo ella, «será una señal de que estoy muerta».
(Hasta ahora la historia había sido solo parcialmente un sueño. A partir de ahora,
es totalmente un sueño. Pero en la mente de Todo Florece no existe ninguna
distinción entre los sueños y la historia).
Mientras su esposo lloraba, la mujer siguió las marcas de las raquetas hacia el
norte. Por fin llegó a una cabaña al borde de un bosque… era la cabaña de cazadores
de águilas, los hombres que vivían allí habían realizado unas prácticas rituales y
atrapaban águilas para conseguir plumas ceremoniales. La carne se secaba junto a la
puerta y la mujer tuvo miedo porque pensó que podían ser enemigos. Una voz en el
interior habló en el idioma de la mujer, diciéndole a su compañero que fuera a por
leña. La voz usaba un idioma de oso negro y resultaba apropiado: los cazadores de
águilas se hacen pasar por osos negros. Pero cuando la invitaron al interior de la
cabaña, no eran cazadores de águilas, sino osos negros.
Estaban sentados en un círculo dentro de la cabaña. Los que estaban a la izquierda
iban peinados como el hombre hosco, los de la derecha como el hombre amable. La
mujer se sentó a la derecha de la puerta y los osos situados a la izquierda comenzaron
a gritar y pelearse entre ellos, todos diciendo que ella iba a ser su esposa. Los osos de
la derecha no dijeron nada, hasta que un sirviente cocinó tripas de búfalo y se las
ofreció a la mujer para que comiera. Luego dijeron a los osos de la izquierda que si la
hubieran querido como esposa deberían haberse comportado amablemente con ella,
pero en lugar de eso fueron groseros. «Somos nosotros», dijeron los osos amables,
que eran los mayores, «somos nosotros quienes hemos traído a esta mujer hasta aquí,
no vosotros. Nuestro hijo en el poblado necesita ayuda y nosotros queremos ayudarle.
Esta mujer es nuestra nieta». Tras decir esto, los osos amables adoptaron a la mujer.
Ahora ella sabía que los osos amables la habían atraído hasta allí y colocó la pipa
delante de ellos, junto a sus bolas de maíz. Los osos pasaron la pipa dos rondas hasta
que llegó de nuevo al primero, quien la encendió y fumó y habló burlonamente a los
otros, diciendo, junto a otras alusiones: «Vosotros siempre usáis grandes palabras.
Siempre decís: “puedo atrapar águilas por muy alto que vuelen en el cielo. Puedo

www.lectulandia.com - Página 182


atraparlas con esta trampa aquí abajo en el bosque”». Luego todos fumaron y
rechazaron las bolas de maíz hasta que llegaron al más pequeño, que las rompió en
trozos y las distribuyó.
Tras la comida y pipa ceremonial, los osos preguntaron a la mujer cuándo se iba a
marchar a su casa. Ahora mismo, dijo ella, así que cada uno de ellos le dio un trozo
de carne curada. También le dieron unas raquetas y le dijeron que llevara la carne a la
espalda. Pero primero, dijeron, le enseñarían una ceremonia que ella a su vez debía
enseñar a su esposo, una ceremonia hecha en nombre de ellos. Así que la instruyeron
en todos los bailes y canciones de la ceremonia de los osos negros hasta que los
aprendió perfectamente. Cuando partió a casa, los osos le prometieron que acudirían
al poblado en cuatro noches.
Cuando la mujer llegó a su hogar, escuchó el llanto y las llamadas de su esposo.
«Estoy aquí», dijo ella, y su esposo estalló en júbilo. Porque «he estado llorando,
pensando que los enemigos te habían matado». Ella bajó el fardo de carne de la
espalda e inmediatamente cada una de las piezas de carne se hizo tan grande como el
trozo original del que habían sido cortadas. Entonces la mujer le relató a su esposo
sus aventuras. Él estaba feliz y le dijo que preparara un banquete para la ceremonia.
«Quizás», dijo la mujer, «los osos te curen la pierna».
La cuarta noche, aparecieron en una sola fila y el líder portaba el cráneo de un
búfalo (imprescindible para la magia y especialmente para las adivinaciones), y otro
llevaba una pipa de madera. Entraron en la tienda solemnemente y la mujer les abrió
la puerta. Ella pagó una piel de búfalo por el cráneo y otra por cada uno de los
sonajeros que llevaban, y otra por la pipa. Porque su esposo era el hijo de los osos
negros. Y el hombre pequeño que encendió la pipa en realidad era una trampa con
una rama curvada. Pero se convirtió en hombre y vivió con los otros cazadores en la
cabaña de los cazadores de águilas. Y le dijo al esposo de la mujer, su hijo, que le
curaría la pierna. Puso un cebo de carne sobre el tobillo y colocó una trampa allí.
Entonces una serpiente sacó rápidamente la cabeza del tobillo y miró el cebo, pero
volvió a meterse dentro. Sin embargo, por fin la cabeza de la serpiente volvió a
aparecer y comenzó a comerse el cebo. El hombre de rama curvada la atrapó en su
trampa y con gran dificultad sacó la serpiente fuera de la pierna herida, que a partir de
ahora se curaría.
«Y así», afirmaba Todo Florece con el semblante solemne a la luz del fuego, «así
es como llegó la danza del oso negro a mi pueblo. Solo aquellos que tienen derecho a
danzarla y guardar el fardo medicina que se usa con ella (incluyendo los sonajeros y
la pipa de madera), pueden consagrar una caza de águilas. Y solo tienen derecho
aquellos que descienden de los osos negros».

www.lectulandia.com - Página 183


VIII

POR LOS SUMIDOS EN LA OSCURIDAD


(1834)

El sábado 16 de agosto de 1834, el bergantín Pilgrim zarpó del puerto de Boston y


recorrió la bahía. Un viento de proa lo obligó a fondear y no fue hasta medianoche
cuando un joven de la Universidad de Harvard, orgulloso de sus pantalones de lona,
su camisa de cuadros y la media braza de cinta negra sobre su ojo izquierdo, fue
enviado al camarote del capitán para informarle de que el viento había cambiado de
dirección. A continuación… «¡Toda la tripulación, leven anclas, ah del barco!».
Richard Henry Dana se desgañifó por la escotilla con una seguridad que temía
demasiado débil para un veterano. Se sentía agobiado por su ignorancia. Las órdenes
gritadas por la noche eran extrañas, pero menos extrañas que las acciones que estas
producían. El joven Dana se quedó petrificado por el desconcierto que le embargó
mientras el Pilgrim se puso en marcha. «No hay ningún ser más indefenso y digno de
lástima en el mundo que un hombre de tierra adentro iniciando la vida de un marino»,
escribió. Y con estos ánimos comenzó su gran aventura.
El Pilgrim estaba dedicado al comercio de pieles. El barco finalmente endurecería
a este chico universitario que navegaba delante del mástil porque un ataque de
sarampión le había dañado la vista. La nave lo llevaba hacia la costa de California y
hacia numerosas experiencias extrañas… y daba otra vuelta de tuerca en el desarrollo
de la historia de la expansión. A Dana le esperaban muchas rendezvous en la orilla
dorada, la prueba de hombría, una dedicación de toda una vida y, casi tan
inesperadamente, uno de sus profesores. Los movimientos de la historia son sumas de
accidentes particulares y voluntades individuales. Ahí iba un barco peletero
recorriendo el perímetro del continente, un universitario esperando reforzar su visión
para adquirir esa carrera honorable y asocial de un verdadero Dana, y mientras el
Pilgrim navegaba hacia el cabo de Hornos, el conservador del Jardín Botánico de la
Universidad de Harvard recorría el diámetro del continente hacia la misma playa
californiana.
Con tales ejemplos de voluntad personal, la historia estaba estableciendo los
cimientos de una nueva era.

* * *

Porque, mientras los hombres de Joe Walker (algunos de los cuales Dana conocería)
disfrutaban de fiestas en el suave clima californiano, mientras el capitán Stewart

www.lectulandia.com - Página 184


cazaba con raquetas en los pies en el territorio del río Green, mientras Maximiliano
medía los cráneos de los mandans en Fort Clark, mientras los pequeños y los grandes
del comercio de pieles esperaban que acabara el invierno de 1833-1834… la nueva
era que los convertiría a todos ellos en anacronismos se agitaba tenue y
premonitoriamente en los Estados Unidos. Nuevas clases de hombres se dirigían al
Oeste.
Ahora el fervor sagrado provocado por la carta del mestizo Wyandot William
Walker surtió efecto. El patetismo de los flatheads —imaginados como chinooks con
cabezas piramidales— sería mitigado y el hombre blanco les llevaría su Libro del
Cielo y salvaría sus almas. Los presbiterianos y congregacionalistas en su Junta
Norteamericana de Comisarios para Misiones Externas realizaron el primer intento, y
solo una serie de infortunios impidió al reverendo Samuel Parker, un anciano
sacerdote de Middlefield, Massachusetts, viajar al territorio de los flatheads en 1834.
Pero el señor Parker llegó a la frontera demasiado tarde para unirse a una caravana
que se dirigía al oeste (regresó a casa, pero sus acompañantes se quedaron allí y
fundaron una misión para los pawnees). Así pues, los metodistas fueron los primeros
en el nuevo territorio de misiones, Oregón y las Montañas Rocosas. Y resultaba
adecuado, porque fue la revista de esta iglesia, Christian Advocate, la que anunció
que habían sonado las trompetas de la cruzada. El instrumento que eligió para tal fin
la Junta de la Misión era un evangelista alto, pausado, desgarbado y poderoso que por
aquel entonces daba clases en una escuela religiosa en Stanstead, Quebec, justo al
norte de la ruta de Vermont, adonde sus infatigables antepasados pioneros se
trasladaron desde Massachusetts. El reverendo Jason Lee sintió la llamada tarde y aún
más tarde completó su educación en teología. Pero se sentía llamado a convertir a los
indios y pidió a la organización canadiense que lo enviaran al Oeste antes de que la
organización misionera norteamericana lo eligiera. Cuando el presidente Fisk, su
viejo profesor, le dijo que él era el elegido, Lee aceptó inmediatamente. «Iré como
Pablo fue a Jerusalén», dijo, y se llevó a su sobrino Daniel Lee, casi de su misma
edad, en su viaje.
Jason Lee es un hombre difícil de entender y su relevancia en la historia
norteamericana está plagada de ambigüedades. No es que sintiera ninguno de los
malestares que se rebelaban en las almas de tantos misioneros hacia los indios. Había
experimentado el terremoto de una conversión evangélica, pero aparentemente, al
igual que Samuel Parker y Marcus Whitman, él nunca perteneció al grupo de los
renacidos. El Destino Manifiesto había seleccionado a una persona profundamente
extravertida como vanguardia de su expansión religiosa. Ninguna convicción de que
era un miserable pecador deprimió a Jason Lee ni por un segundo. Sus innumerables
lamentos por su poca valía eran puramente formales, tan litúrgicos como la bocanada
de humo de un flathead hacia el cielo, y antes que postrarse ante las muestras
milagrosas de Dios, se felicitaba a sí mismo por el hecho obvio de que aquellos
milagros estaban destinados a apoyarle. Además, era cordial, amoldable, valiente,

www.lectulandia.com - Página 185


ingenioso y dispuesto. Los motivos de un hombre así son normalmente simples y
deberían ser interpretados con facilidad, pero hay pocos puntos de inflexión en la
carrera de Jason Lee en los que se pueda estar seguro de por qué actuó como lo hizo.
Con frecuencia caía en el autoengaño y las energías de la historia sin duda alguna lo
engañaron. Esos engaños se interponen entre él y sus interpretadores de hoy.
Cuando los metodistas establecieron la Misión para los indios flathead (1833), la
Junta consideró que se necesitarían muchos miles de dólares para financiarla. La
Junta echó mano de tres mil dólares de sus propios fondos e inició una encendida
campaña del ya encendido espíritu misionero entre los creyentes. Y después de que
Lee fuera ordenado misionero de los flatheads, partió en un viaje de misiones que le
llevó a través de Nueva Inglaterra, los Estados Centrales y el valle de Ohio. A
principios de noviembre de 1833, una de las manifestaciones más sorprendente de la
providencia del Señor en una carrera singularmente bendecida por tal providencia
tuvo lugar en Boston. Porque Lee, que acababa de predicar allí, había intentado
infructuosamente encontrar a alguien que pudiera contarle alguna cosa sobre el Oeste,
hacia donde su dedo apuntaba… y ahora, los periódicos de Boston afirmaban que un
ciudadano de Cambridge (una ciudad que uno de los antepasados de Lee ayudó a
fundar) había regresado de las Montañas Rocosas. Lee regresó a toda prisa a Boston
para conocer al capitán Nathaniel Jarvis Wyeth. Porque cualquiera que regresaba vivo
del Oeste era, justamente, ascendido a capitán en ceremonia pública.
Wyeth le habló a Lee sobre el territorio que debía recorrer, los indios que
encontraría en su camino y los flatheads de los que se iba a ocupar su misión (dijo
que eran deístas, un término que apenas resultaba comprensible para la mentalidad de
Boston). Apareció en la escena pública con Lee y pidió fondos para la misión. Y aún
más, invitó a la partida de la misión para que viajara con la brigada que preparaba
liderar hacia el oeste en 1834 y embarcara el equipo de la misión en el bergantín que
había fletado para el tramo del río Columbia que incluía su plan. Pero la mayor
contribución de Wyeth a la causa de la misión fueron los chicos indios con los que
regresó a los Estados, el chico mestizo flathead y el joven nez perce que, como hemos
señalado, por otra curiosa providencia, había nacido con la cabeza más plana que la
mayoría de los indios.
Con estas muestras ante sus ojos, ninguna congregación se pudo resistir a las
exhortaciones de Lee. Desde todos los barrios residenciales de Boston y desde tan
lejos como Andover, el dinero entró a raudales y Lee encontró una estrategia que
resultaría incluso más útil cuando volvió a ver la civilización. En los primeros meses
de 1834 predicó de camino al oeste con su sobrino Daniel Lee, pero sin los jóvenes
indios. Wyeth iba a desembarcar cerca de Independence y, tras la tradicional visita a
Clark en San Luis, los Lee llegaron allí el 22 de abril. En Cincinnati se les unió Cyrus
Shepard de Weston, Massachusetts, un joven devoto que habían hecho miembro de la
misión. Shepard no era sacerdote, era seglar, pero no estaba menos dedicado ni era
menos sincero por no estar ordenado y llegaría a convertirse en la pieza central de la

www.lectulandia.com - Página 186


Misión de Oregón. Pero, en Independence, Lee se dedicó a buscar «ayudantes laicos»
o, en un lenguaje más profano, peones. En el poblado de Richmond contrató a un par
de jóvenes, Philip M. Edwards y Courtney M. Walker. Ellos le ayudarían con el
equipo y el pequeño rebaño que Lee llevaba al oeste, pero, aunque son descritos
como hombres de modesta sobriedad, no tenían ningún interés en la salvación de los
indios. Aunque Walker durante un tiempo trabajó para la Hudson’s Bay Company, en
él y en Edwards, alistándose casualmente para un viaje transcontinental, podemos ver
personificado el establecimiento de otro tipo más de hombre que se reproduciría en
números cada vez mayores. Simplemente, eran hombres que querían ver Oregón.

* * *

Nat Wyeth debía de haber dormido poco desde que regresó a casa. Iba a trabajar a
destajo para hacerse un lugar en el comercio de pieles de montaña. Y aspiraba a más
que eso, de hecho, porque podía controlar su propio negocio de transporte si el plan
funcionaba. En Cambridge, cuando organizaba la información sobre el Oeste por la
que tanto se había esforzado y pagado durante dos años, estaba más seguro que nunca
de que el plan funcionaría. Era imposible que fallara. Si su negocio de salmón cubría
los gastos de la travesía por el cabo de Hornos —¿y quién podía dudar que lo
cubriría?—, entonces podría reducir el coste del transporte de la mercancía al menos
en un sesenta por ciento. Como este coste era el más oneroso en el comercio de
montaña, ningún competidor podría aguantar su embestida. Se haría con el negocio:
era automático, un Q.E.D. Su lógica, la intensidad de su convicción y su obvio
conocimiento del comercio convenció a los especuladores yanquis. Formó una nueva
compañía y la capitalizó con veinte mil dólares y más tarde con el doble de esa
cantidad. No estaba mal para un hombre que había perdido hasta la camisa. Wyeth
sacaría un cuarto de los beneficios por llevar el negocio, y compraba tanta mercancía
como le permitía todo el dinero que podía reunir.
Su energía durante el invierno es agobiante. El libro de pequeñas mentiras del
primo John sobre el fracaso de la expedición chapucera de Nat había sido publicado,
escrito en gran parte por el doctor Waterhouse, que creía que los yanquis debían
permanecer en casa y abandonar Oregón. Tuvo que rebatirlo en la prensa, así como
las cartas y los infundios de otros separatistas de la primera expedición y del padre de
uno de ellos. Debía atender los detalles financieros, de compra, transporte y
preparación. La mercancía, trampas, mucho alcohol, todas las necesidades de la
expedición debían ser organizadas y enviadas desde Baltimore y Nueva York hasta
Louisville, y de allí hasta San Luis. Se enviaron cartas a los suministradores en
Independence para proveerse de caballos y mulas. Aprendió cómo determinar la
longitud y la latitud. Luego tuvo que asegurarse de contratar a un capitán de Boston,
Joseph Thing, como su ayudante de campo; al llevárselo al oeste lo curtiría

www.lectulandia.com - Página 187


convirtiéndole en una agradable versión del Viejo Stormalong[*]. Wyeth fletó el
bergantín May Dacrey zarpó hacia el Columbia con mercancía, material para el
secado de salmones y el equipamiento de los misioneros. Mantuvo correspondencia
con los patrocinadores de Bonneville con la intención de ofrecer sus servicios de
transporte. Hizo un ofrecimiento similar a la RMF Company, cuyo contrato por tres
mil dólares de mercancía era la única baza tangible de la que disponía su compañía
(él señaló que su sesenta por ciento de ahorro no solo les ofrecía una ventaja contra la
American Fur Company, sino que también eliminaba las molestias causadas por las
pequeñas compañías cuya existencia marginal aportaba más caos al comercio).
Milton Sublette, su amigo y autor del contrato, visitó Cambridge… tenía un pie
dolorido, un hecho premonitorio. Bill Sublette llegó a Nueva York y tuvo que ser
tratado con sumo cuidado, por miedo a que los traicionara. Además, la visión de
Wyeth se amplió repentina y espectacularmente cuando entró en contacto con el
hermano aún vivo de Jedediah Smith y comenzó a incluir el comercio de Santa Fe en
sus planes. No afectaría a sus negocios de pieles y salmones… de hecho, podría
potenciarlos. Y, sobre todo, simplificaría el inventario, posibilitaría un retorno de
inversión más rápida, reduciría los gastos extras, incrementaría los descuentos y
proveería empleo fuera de estación a hombres, caballos y mulas. En el papel, Wyeth
se estaba aproximando a John Jacob Astor. La mente empresarial de mediados de
siglo intentaba organizar otro mercado.
De camino al oeste escribió un memorándum final al capitán Thing, que se había
retirado a Baltimore. Había que tener en cuenta una causa de las deserciones de los
engagés en la frontera: Thing debía proporcionar «medicinas para curar la gonorrea y
la sífilis». Entonces, Wyeth descendió por el río Ohio, en dirección a San Luis e
Independence, para supervisar los últimos preparativos de su compromiso decisivo.
Mientras tanto, la historia, que lo usaba en varios aspectos para acentuar las energías
de la nueva era, lo había seleccionado a él para posibilitar aún otro aspecto más. Iba a
proporcionar un medio de transporte y protección a otras clases de hombres nuevos
que se dirigían al Oeste.
Uno de ellos, Thomas Nuttall, no era un novato, sino un innovador y pionero de
distinguida reputación. Era un impresor inglés que emigró a los Estados Unidos. Allí
aprendió mineralogía y se hizo un experto en botánica. De joven acompañó a los
astorianos por el Misuri hasta llegar a los poblados arikaras, ligeramente al sur de los
poblados mandans. Nuttall y su compañero botánico John Bradbury, que también iba
en esa expedición, fueron los primeros científicos instruidos que penetraron en el
Lejano Oeste Americano… eso ocurría en 1811. El territorio de las maravillas de
plantas desconocidas había mantenido a Nuttall en una embriaguez que rayaba el
frenesí. La tripulación de la partida de Hunt intentaba en vano convencerle de que no
solo ponía en riesgo su vida, sino también el dinero del señor Astor cuando se alejaba
por las praderas, los matorrales y las cuencas. Pero los indios no existían para Nuttall,
no había accidentes, ni interrupciones ni retrasos, ni posibilidad de desastre o muerte;

www.lectulandia.com - Página 188


solo había flora que nadie había visto nunca antes. Y por ello los marineros le
maldecían; llegaron a la conclusión de que estaba mal de la cabeza y lo mantenían
vigilado siempre que era posible. Descendió por el río con Manuel Lisa, que había
echado una carrera a Hunt río arriba bajo una nube de sospechas injustificadas. Ocho
años más tarde volvió a realizar una exploración científica al otro lado de la frontera,
la suroeste en esta ocasión, siguiendo el curso del río Red hacia el territorio de los
osages. Harvard lo nombró conservador de su Jardín Botánico. Publicó un relato de
su viaje al suroeste y también tratados botánicos de gran importancia. Entonces, sus
intereses se centraron en el campo de Wilson y Audubon, dominó otra ciencia y ganó
nueva relevancia y fama como ornitólogo. Ostentaba el título de profesor de Botánica
y Zoología en Harvard cuando su amigo Wyeth partió por primera vez al Oeste y
recolectó lealmente especímenes para él.
Ahora tenía cuarenta y ocho años, pero la oportunidad de ir hasta el final, de ver
el otro lado, difuminó su edad en una nueva esperanza. Solo Dios sabía qué plantas y
pájaros podría haber allí. Dimitió de su puesto y partió.
Había comunicado su afán a un amigo con el que mantenía correspondencia, un
joven de Filadelfia llamado John Kirk Townsend, que era algo parecido a un médico,
pero sobre todo ornitólogo. Townsend, que por entonces contaba veinticinco años de
edad, consiguió ser nombrado representante itinerante de dos grandes fundaciones de
su ciudad, la Academia de Ciencias Naturales y la Sociedad Americana Filosófica. Él
iba a servirlas bien, y también a la ciencia norteamericana en general, y al arte y la
literatura norteamericanos. Además, a su regreso publicó un relato de sus viajes al
oeste que sigue siendo una de las crónicas más interesantes de su clase y un
documento de un valor incalculable para la historia[1].
Otro hilo en la red. Nuttall y Townsend son la primera prolongación del radio de
la ciencia. Por primera vez se realiza un esfuerzo para añadir una observación y
clasificación exacta al conocimiento empírico del Lejano Oeste que había sido
acumulado por los hombres de montaña y se hallaba casi totalmente limitado a ellos.
Un hombre de casi cincuenta años y otro de la mitad de su edad eran simplemente
dos individuos cuyo entusiasmo había encontrado la acción en una aventura
emocionante. Pero, como en el caso de Jason Lee y sus compañeros, una parte
esencial de la Norteamérica del siglo XIX se estaba dirigiendo al Oeste con ellos.
Eran todavía otra reserva del Destino Manifiesto y conductores de otra energía que ha
seguido operando hasta la actualidad… y casualmente ayudaron a formar la nación
continental y la mente continental.
Nuttall y Townsend llegaron a San Luis el 24 de marzo de 1834, allí encontraron
a Wyeth, que les llevó a un suministrador para conseguir pantalones de gamuza,
abrigos de lana y el sombrero de lana rígida que fue el progenitor del Stetson de los
cowboys. En absoluto preocupados por su condición de novatos, partieron cinco días
más tarde para darse una vuelta por Misuri y ver qué tal era aquel lugar. Los hombres
de frontera, los pájaros, las plantas y los animales les entusiasmaban por igual, pero

www.lectulandia.com - Página 189


solo alcanzaron Boonville tras doce días de viaje cuando un barco de vapor que
remontaba el Misuri resultó que transportaba a Wyeth a bordo. Embarcaron y el 14 de
abril arribaron al ya bullicioso poblado de Independence, el germen desde el que
floreció el Salvaje Oeste. Allí compraron caballos y contrataron a un trabajador no
cualificado para acarrear a los animales.
Los científicos pasaron dos semanas cabalgando por las praderas,
acostumbrándose a la vida campestre y estudiando las costumbres de la frontera.
Durante el invierno, el condado de Jackson se había alzado contra una secta de
milenaristas que se habían asentado allí con la promesa del Señor Dios Jehová de que
cuando llegara el Día del Juicio Final, lo cual iba a suceder en un par de años, la
sociedad perfeccionada de los cielos sería gobernada desde Independence (a lo que se
añadía la afirmación de que el Edén perdido de Adán y Eva no se encontraba muy
lejos). Los «mormonitas», como los llamaba Townsend, habían sido conducidos a las
inestables tierras del condado de Clay, pero ahora habían llegado noticias de que los
desterrados iban a descender a su Sion y a pasar a los herejes por la espada (era cierto
que en Ohio Joseph Smith, al que le encantaba blandir espadas, había reunido una
partida que incluía ángeles y santos y que marchaba por Independence con un
acompañamiento de apocalipsis en serie. Pero un brote de cólera, que realmente fue
una bendición, truncó la expedición). Mientras tanto, Wyeth reducía el caos de
cualquier equipo a punto de partir hacia el oeste: empaquetaba la mercancía,
distribuía a los hombres en cuadrillas, herraba los caballos y mulas, atrapaba a los
animales extraviados, frenaba estampidas, sofocaba reyertas y detectaba fallos.
Townsend admiraba el experto gobierno de los individualistas que trabajaban para él.
Los misioneros todavía no habían llegado y Wyeth escribió a sus banqueros de
Boston que «si predican mucho más tiempo en los Estados, perderán su pasaje,
porque no voy a esperarles ni un minuto». Milton Sublette se presentó con una
pequeña partida de veinte hombres, aparentemente la mayoría de ellos reemplazos de
la RMF Company, y viajaría con Wyeth. Los misioneros llegaron a Independence el
22 de abril… Townsend pensó entonces que Jason Lee, un hombre corpulento,
parecía bastante capaz de sobrevivir en plena naturaleza. Pero tardaron tanto tiempo
en comprar la manada de la misión, además del tiempo que perdieron en celebrar una
última fiesta de santo amor con los pocos metodistas en la frontera, que Wyeth partió
el 28 de abril y dejó que corrieran preocupados durante todo un día intentando darle
alcance.

* * *

El 28 de abril era una fecha temprana para partir. Un invierno ligero y una primavera
precoz habían hecho que la hierba brotara dos semanas antes de lo habitual. Pero
había otro motivo por el que Wyeth debía partir en cuanto pudiera. Incluso antes de

www.lectulandia.com - Página 190


comenzar su periplo, la ética empresarial del comercio de montaña había comenzado
a operar.
Un año antes, el capitán Stewart y el doctor Harrison habían pagado a Sublette &
Campbell «alrededor de 500 dólares» para cubrir el transporte y materiales. Como la
RMF Company había sido su principal anfitrión, Sublette & Campbell habían dado a
crédito esa cantidad a la compañía. Pero ahora, en Independence, cuando la compañía
representada en la persona de Milton Sublette recurrió a Sublette & Campbell para
echar mano de sus quinientos dólares, la empresa no admitió sus cheques. Bill
Sublette se había enterado, aparentemente por una filtración del doctor Harrison, del
contrato por mercancías que Milton había cerrado con Wyeth. Se negó a pagar los
cheques que él había autorizado a menos que Milton permaneciera en casa
(arrebatando así a Wyeth la ayuda experta durante el viaje y una parte principal de su
contrato). Probablemente fue un subterfugio: simplemente estaba causando
problemas. Bill y Milton eran hermanos bien avenidos, pero eran negocios y Wyeth
inteligentemente compró mejores caballos de los que había tenido intención de
comprar, porque estaba claro que tendría que correr una carrera contra Sublette hacia
las montañas. Esto aumentó sus gastos y el precio de los caballos y las mulas ya era
mayor del que había calculado en Cambridge. Incluyendo a Bonneville y al
monopolio, había ya cinco equipos completos compitiendo en la frontera.
Como decíamos, Wyeth partió el 28 de abril. Contaba con unos cincuenta
hombres y aproximadamente unos ciento cuarenta caballos y mulas de su propiedad,
Milton Sublette, con unos veinte hombres y sus recuas de caballos, y los cinco
misioneros con sus caballos y manada de vacas lecheras. Había ganado a Bill
Sublette en el comienzo, un logro considerable. Pero Bill, que se dirigía a la
rendezvous y de allí al fuerte en la desembocadura del Yellowstone donde ahora su
socio Campbell había sufrido una derrota brutal a manos de McKenzie, terminó sus
preparativos sin prisas, confiado en que podría doblar el ritmo de marcha de su
competidor[2]. Con él viajaba uno de los principiantes más novatos que dejara rastro
en sus aventuras en el Oeste. Era un joven de Ohio llamado William Marshall
Anderson y, aunque escribía no solo como un novato sino además con la forzada
jocosidad que pasaba por humor fino para los de esa generación, su diario
proporciona una guía útil para compararla con otras narraciones de 1834[3].
Como todas las travesías hacia el Oeste se parecen, no seguiremos ninguna otra
con todo detalle. La de Wyeth está mejor documentada que la mayoría y su principal
interés reside en que es la prueba de que novatos adaptables e inteligentes como
Townsend y Lee podían convertirse en viajeros de la pradera sin mucho esfuerzo
cuando contaban con una supervisión experta. Wyeth demostró pronto que dominaba
el trabajo de un partisano. Y menos mal que fue así, porque el «pie malo» que había
estado molestando a Milton Sublette en Cambridge ahora se había convertido en una
pierna inutilizada. Aunque Townsend le diagnosticó una infección de hongos, debió
de ser algo bastante más grave, quizás osteomielitis. Nueve días a caballo fue todo lo

www.lectulandia.com - Página 191


que Milton pudo soportar y dio media vuelta hacia los asentamientos, donde le
amputaron la pierna[4]. Wyeth se hizo con el mando de su partida y continuó. Nuttall
ya era un veterano antes de partir y Townsend pronto se convertiría en uno. El capitán
Thing, el marinero a caballo, se adaptó también, y el robusto Lee, pastoreando su
misión y acarreando sus vacas en la retaguardia de la larga caravana, jamás se
cansaba ni se desesperaba.
Lee cumplió su parte. Se echaba sus habituales juegos de cartas con el guarda de
noche. Salía con los cazadores, aunque su mayor utilidad era regresar con la captura.
Una noche, cuando los caballos salieron en estampida, dirigió a la partida para que
cabalgara en un círculo amplio y recogiera a los animales en el redil. Le gustaba la
vida agreste y afirmaba que sentía más placer en comer, y, de hecho, en la vida al aire
libre puramente sensual que en toda su vida (exactamente en el momento planeado,
sufrió un ataque de «diorrea»). Nadie que trabajara con tan buena disposición en las
tareas diarias despertaba antipatías y, además, Lee no mostraba la mojigatería de
santurrón que hacía odiosos a la mayoría de sus sucesores. Se llevaba bien con los
indómitos, aunque anotaba en su diario que eran los hombres más abandonados que
hubiera visto jamás. Eran «completos infieles» y prefería no pensar en la condena que
recaería sobre ellos. Que Wyeth ocasionalmente les suministrara una medida de
alcohol consternó al hombre de Dios, porque la tripulación, naturalmente, se
emborrachaba. «Que Dios quiera que llegue el momento en el que su consumo sea
totalmente abandonado a excepción de como medicina», escribió en el Paso Sur.
Detengámonos un momento y lamentémonos, porque este fue el primer gemido que
se conozca de un prohibicionista en Oregón. Jason no era de la clase de hombres que
se conformara con un gemido y una emoción totalmente nueva brotó en el Oeste.
Allí, en pleno campo, las protestas de Lee por sus estrecheces suenan débiles y,
aunque hay plegarias para el éxito de su misión, son bastante menos comunes de lo
que uno esperaría. Pero Dios mantuvo la misión en mente: Él no iba a permitir que Su
siervo le fallara. Es Dios quien encuentra agua al final de un tramo seco y es Dios
quien envía un búfalo o un alce cuando se agota la carne. Los peligros diarios de la
ruta son considerados una providencia especial dirigida a Jason Lee. Y un lamento
que se convertiría en una constante de todos los misioneros comienza aquí, con la
indignación de Lee porque Wyeth siguió avanzando con la caravana en Sabbath. La
idea de los misioneros era que los partisanos se detuvieran y dedicaran el día a
himnos y meditación, pero a menos que Dios causara algún retraso con ese mismo
propósito, ningún partisano lo veía de esa manera. Sin embargo, cuando Lee ofreció
públicamente gracias a los Cielos por la bendita providencia de atraer a una manada
de búfalos a su campo de visión, contó con la aprobación de los hombres de montaña.
Porque eso era exactamente lo que hacían los indios.
La vida diaria de un científico en ruta no precisaba de ningún prodigio de los
cielos. El cielo estaba justo allí, y también era una bendición terrenal, porque Nuttall
y Townsend encontraban nuevas especies cada día. Como había ya otro ornitólogo,

www.lectulandia.com - Página 192


Nuttall se dedicó principalmente a la botánica y durante el día llenaba la bolsa de
plantas, que dibujaba y anotaba junto a la hoguera por la noche. La escopeta de
Townsend también le llenaba la bolsa todos los días. «Creo que jamás vi tal variedad
de pájaros en un mismo espacio», escribió de camino a Laramie Fork. «Todos eran
hermosos, y muchos eran nuevos para mí; tras pasar una hora entre ellos, cuando mi
bolsa ya rebosaba con su preciosa carga, aún me resistía a abandonar aquel lugar, no
fuera a pasar por alto algún espécimen». Esa reticencia estaba justificada, pero tenía
motivos para estar satisfecho. Las colecciones que Nuttall y él lograron reunir
sobrevivieron a increíbles vicisitudes durante los años siguientes y, aunque en parte
dañadas, llegaron sanas y salvas a los Estados. Algunos de los especímenes de
Townsend lograron la inmortalidad en la última parte de la obra Birds de Audubon,
algunas de sus anotaciones fueron incluidas en la Ornithological Biography, y
muchos de los grabados de Quadrupeds se basan en los suyos. Lo mismo ocurrió con
Nuttall: la botánica norteamericana experimentó un permanente impulso en sus
manos.
Respetémoslos, porque forman parte de nuestra herencia. Townsend soñó con una
expedición al oeste cuyos miembros fueran todos científicos —botánicos, geólogos,
mastozoólogos, ornitólogos, entomólogos—, porque las riquezas secretas de un
millón de millas cuadradas se abrirían a ellos. A medida que pasaron los años, la
frontera del conocimiento científico, que aquí humildemente avanzaba hacia el oeste,
se puso a la par con las otras fronteras. Alguien debería contar la historia de esa
acumulación de conocimientos hasta sus capítulos más espléndidos, las
prospecciones del ferrocarril y los grandes estudios de posguerra que finalmente se
fusionaron en los Estudios Geológicos y la Agencia de Etnología… antes de que la
ciencia académica llegara al territorio. Pero los capítulos más escabrosos vienen en
primer lugar de mano de hombres como estos dos y sus sucesores durante los
siguientes veinte años. Quizás de forma más honorable de mano de tenientes y
capitanes del Ejército de los Estados Unidos que fueron enviados al oeste con la
imposible tarea de disciplinar a cien mil indios de las llanuras con compañías a medio
formar de soldados de caballería incompetentes, pero no demasiado deprimidos por la
misión para dejar de estudiar los fósiles y los estratos, los desniveles del terreno, las
mariposas, las plantas, flores y árboles, las listas de cráneos, la estructura del lenguaje
de signos. Ayudaron a un pueblo, que jamás había pensado en ellos, a conocer un
territorio y vivir en él. También ellos servían a la mente continental.
A Townsend le entusiasmaban las experiencias de novato y apreciaba su frecuente
bisoñez. Se ríe con sus mentores cuando, como inevitablemente haría un novato, elige
disparar al macho más resistente entre una manada de búfalos llena de gruesas
hembras. Carecía de la experiencia carnicera de granja que poseía Lee y le embargaba
la admiración ante la habilidad de los cazadores. Le asaltan sentimientos de culpa
cuando el rápido paso de algunos berrendos estimula sus impulsos de cazador y sin
control dispara a una bella hembra con «largos, dulces y negros ojos», aunque no hay

www.lectulandia.com - Página 193


necesidad de carne. «Me sentí el ser más miserable y horrible de toda la creación». Se
deleita con un joven berrendo atrapado por un cazador, alimentado con leche de una
de las vacas de Lee e incorporado a la partida con el nombre de Zip Coon.
En los comienzos del viaje, Townsend estuvo a punto de cometer un error muy
costoso. La caravana se encontró con un poblado de pawnees loups de caza y
tuvieron que realizar las habituales negociaciones y pagar el habitual tributo de paso
dando un rodeo con la manada. Townsend estaba en la primera guardia de esa noche.
Al regresar de su ronda a la tienda que compartía con Nuttall, Wyeth y Thing, se
asustó al ver «un par de ojos, salvajes y brillantes como los de un tigre, que relucían
en un rincón oscuro de la tienda y que evidentemente estaban dirigidos hacia mí».
Pensó que un lobo había seguido el olor de carne hasta la tienda, levantó el rifle y
puso el dedo en el gatillo. «Con un fuerte “¡Ua!”», un indio saltó y agarró el cañón
del rifle. Otro apareció con un cuchillo desenfundado. Mientras forcejeaban, Wyeth
se despertó y zanjó la cuestión tras explicar a Townsend que los pawnees eran
invitados, y a los pawnees que Townsend no iba en son de guerra. Todos volvieron a
tumbarse, pero Wyeth le tocó a Townsend en el hombro y señaló su propio rifle, que
tenía entre las piernas, y el cuchillo y las pistolas sobre el pecho. Townsend también
colocó su propio armamento a mano, pero no pudo dormirse… especialmente porque
los ojos de los pawnees todavía brillaban en la oscuridad. Sin embargo, a la mañana
siguiente, Townsend y el bravo que casi asesinó se intercambiaron cuchillos —gesto
de amistad eterna—, y su nuevo amigo le regaló una exhibición de tiro con arco que
lo dejó boquiabierto.
Hay una buena escena, también descrita por Lee, cuando salieron en una partida
de caza liderada por el cazador jefe de Wyeth, Richardson, que a Townsend le
recordaba al personaje Ojo de Halcón de Cooper, y pasaron el día bajo el sol de las
Llanuras sin agua. Cuando por fin mataron un búfalo, Lee ya se disponía a salir al
galope hacia el Platte, a millas de distancia. Pero Richardson dijo que pronto tendrían
a mano un alivio: tenían «sidra». Abrió la panza del animal, «de la que salió un
chorro de jugos verdes y gelatinosos», y extrajo un poco de la última agua que el
animal había bebido. Ofreció a sus compañeros el primer sorbo, pero, afirma Lee,
«estaba demasiado lleno de excrementos para apetecerme», y los dos declinaron el
ofrecimiento. Richardson se rio y «se apuró todo el líquido, tras lo cual chasqueó los
labios y dejó escapar un largo suspiro con la satisfacción de un hombre que bebe su
licor después de cenar» (por supuesto, es Townsend quien habla). Richardson tenía
una alternativa e invitó a Townsend a beber sangre del corazón. Townsend no pudo
aguantarse más y bebió «hasta que se vio forzado a parar para respirar». Su rostro
cubierto de sangre hizo que Lee rugiera de risa. Y cuando regresó al campamento, el
primer trago de agua hizo que vomitara toda la sangre. Afirma pensativamente que
nunca más volvería a beber sangre.
Todo esto era secundario en una de las travesías más rápidas de las que se tenga
noticia. A marchas forzadas y tras un par de noches de viaje, Bill Sublette adelantó a

www.lectulandia.com - Página 194


Wyeth el decimotercer día de viaje. Continuó avanzando al paso más rápido que
podía mantener un partisano experto, pero solo pudo sacar veinticuatro horas de
ventaja a Wyeth, quien sabía perfectamente por lo que corría Sublette y, para
admiración de Townsend, tuvo la habilidad de seguirle los pasos. El 29 de mayo
llegaron a Chimney Rock, y la noche del 1 de junio chapotearon por el vado del
Laramie Fork y llegaron a un formidable acontecimiento en la historia del Oeste.

* * *

En efecto, Bill Sublette, ansioso por arruinar el negocio a Wyeth, había dejado a trece
de sus treinta y cinco hombres allí, en el gran cruce de caminos transalpino, y habían
comenzado a construir un puesto comercial. William Marshall Anderson, el novato
contratado por Sublette, afirma haber llevado una botella de champán hasta allí para
usarla en una ceremonia de bautismo de la piedra angular. Afirma que Bill quería
llamarlo Fort Anderson, y que él, siendo un hombre modesto, sugirió Fort Sublette.
El empleado de la caravana, horrorizado al ver que su patrón rehusaba un trago,
resolvió el dilema proponiendo Fort William, nombre que honraría a ambos. De
modo que se llamó Fort William, tanto daba a quién aludiera, y se convirtió en Fort
John cuando la American Fur Company asumió el mando, pero ninguno de los dos
nombres se ajustaba al sentido común del hombre de montaña. Fue Fort Laramie para
el vulgo desde el principio, y como Fort Laramie ha quedado en la historia, de la cual
fue testigo sabe Dios cuánto.
Estaba justo en el cruce de caminos donde se encontraban la ruta india norte y sur,
anterior a cualquier registro existente, y el camino hacia el Paso Sur, el cual con la
llegada de Lee es por fin correcto llamar la Ruta de Oregón (la ruta de Robert Stuart,
pero más especialmente de los hombres de William Ashley). Allí, con un desierto al
este y otro peor al oeste, y una extenuante travesía en ambas direcciones, había
abundante hierba, bosquecillos de álamos, agua limpia y el pico Laramie al oeste que
sugería la cadena montañosa que se iniciaba a partir de ese punto. Las caravanas de
emigrantes se detenían allí siempre, como si hubieran llegado a un oasis. Los
buscadores de oro en dirección a Fort Laramie que sobrevivían hasta allí sabían que
dejaban atrás un peligro, porque el cólera jamás cruzaba este meridiano. Atraía a
todos los tramperos itinerantes, a todos los indios que llegaban a la llanura del
Laramie para cazar o los que estaban en ruta hacia algún lugar al este de las
montañas, a los sioux oglalas y, finalmente, al Ejército de los Estados Unidos, que se
haría con el control del puesto e intentaría mantener un tercio del Oeste en paz desde
ese punto.
Así pues, Sublette estaba creando historia a partir de lo que a él le parecía una
simple oposición al monopolio de las pieles. Volvió a partir por la ruta y viajó aún
más rápido porque había dejado parte de su mercancía para su nuevo puesto. Esa

www.lectulandia.com - Página 195


noche, Wyeth llegó y acampó junto a los primeros maderos que habían levantado.
Dos o tres tramperos libres que habían estado viajando con él se dirigieron a las
montañas Laramie. Estos hombres provocaban el asombro de Townsend por la
despreocupación que mostraban, pero Lee sentía cierto desprecio por los cobardes del
Este que le aconsejaban no realizar su misión. «Sí, corren mayores riesgos por
conseguir unas cuantas pieles de castor que nosotros por salvar almas y, sin embargo,
algunos que se llaman cristianos, ¡válgame Dios!, pretendían persuadirnos de
abandonar nuestra expedición por el peligro que entrañaba». Celebraban otro Sabbath
y, aunque lo habían ocupado en cuestiones profanas, aquel día del Señor le levantaba
el ánimo y recordó el tiempo de hastío que pasaría antes de que tuviera noticias de
casa. Lo mismo sentían otros miles en Fort Laramie.

* * *

A partir de su llegada a Independence, Wyeth había comprendido cuáles eran las


intenciones de Sublette. El día que Sublette le adelantó en la ruta, Wyeth envió a un
mensajero para que encontrara a Tom Fitzpatrick y le anunciara que Wyeth estaba de
camino con la mercancía contratada y que, por medio de un soborno al doctor
Harrison, Sublette & Campbell conocían el trato que tenían y el lugar donde iban a
encontrarse. También le informó que su plan de transporte fluvial había sido
aprobado y le permitiría suministrar la mercancía del próximo año con una atractiva
reducción en la tarifa. Un mes más tarde, envió a otro mensajero desde el Sweetwater
solicitando urgentemente a Fitzpatrick que no contratara con Sublette ni la mercancía
ni el transporte. Se apresuró a adentrarse por el Paso Sur. El 17 de junio continuó
cabalgando en busca de Fitzpatrick. Al día siguiente lo encontró a doce millas por el
curso del Green desde la desembocadura del Sandy. Bill Sublette, que llegó allí
primero, había ejercido su influencia y Milton Sublette se encontraba a mil trescientas
millas de distancia. Fitzpatrick, en nombre de la RMF Company, se negó a reconocer
el contrato con Wyeth.
La complicada y flexible alianza que Wyeth había forjado estaba hundida. El
primer año de vida de la Columbia Fishing and Trading Company se fue al traste
irremediablemente. Pero Wyeth era un hombre de negocios demasiado bueno y tenía
una mente demasiado firme para dejar que el golpe lo paralizase, y sus cartas desde la
rendezvous a sus directores y amigos están escritas en un tono resuelto.
Inmediatamente comenzó a idear expedientes y calcular nuevas alianzas para salvar
todo lo que pudiera. Ni Fitzpatrick ni Sublette habían pretendido crear una nueva
amenaza, más bien creían estar eliminándola, pero convirtieron a Nat Wyeth en un
hombre peligroso. Mientras tanto, no quedaba nada por hacer más que ver si lograba
cerrar algún negocio en la feria anual. Wyeth y un Fitzpatrick en suspensión de pagos
partieron directamente al oeste de Ham’s Fork, donde el resto de la RMF Company y

www.lectulandia.com - Página 196


la American Fur Company estaba acampado, junto con la habitual miscelánea de
hombres y los habituales indios.
Aquí el capitán Stewart aparece de la nada de nuevo. Supuestamente había estado
pasando el invierno con la brigada de Jim Bridger cerca del lugar de la rendezvous[5],
y luego se trasladaron al sur a través de Colorado y al este de la Cordillera Frontal.
Solo podemos especular que Bridger partió en esa dirección, que Fraeb o Gervais o
ambos se unieron a él en algún punto del camino y que con uno o con el otro Stewart
viajó a Taos y desde allí al Gila. La nota a pie de página en Edward Warren ya citada
lo relaciona con Stephen Louis Lee, que había desembarcado en el negocio de las
pieles desde el comercio de Santa Fe y tenía algún tipo de conexión con Bent y St.
Vrain. Kit Carson también se encontraba con Lee, y su partida había pasado el
invierno en un fuerte recién construido por Joseph Robidou junto al río Uintah antes
de desembocar en el río Green (condado de Uintah, Utah, río arriba de Ouray). Lee
estaba en Taos esa primavera y Carson lo abandonó para unirse a Fitzpatrick, quien le
había enseñado todo lo que había aprendido sobre el arte de la montaña.
Hay unos cuantos relatos de lo que aconteció en las montañas esa primavera, pero
todos ellos se contradicen y en el mejor de los casos resultan ambiguos. Sin embargo,
parece evidente que este fue el momento en el que Stewart conoció a Carson, que
figura como personaje en sus novelas y que también contribuye con algunas
aventuras para sus héroes. Stewart debía de haber oído las dos hazañas de Kit del
invierno anterior, una solitaria y larga persecución de un indio que se escapó con los
caballos, y su acorralamiento en la copa de un árbol por dos grizzlis, que Kit siempre
recordaba como el momento más precario en una vida siempre en el filo de la
navaja[6]. Casi con toda seguridad, Stewart conoció a algunos tramperos libres
camorristas que regresaban a casa desde California por la ruta sur, Joe Meek entre
ellos. Posiblemente, él estaba con el grupo que masacró a los hopis tan brutalmente,
posiblemente con el grupo del que se separaron Meek, Carson y unos cuantos más
para acudir a la terrorífica batalla de un día entero con los comanches que ya hemos
descrito. Fue una de las grandes batallas de la literatura, con cuarenta y dos bajas en
las filas de los comanches antes de que los jefes interrumpieran la lucha, los
tramperos ilesos y con un viaje de setenta y cinco millas a pie por delante para llegar
al agua.
Y a esta primavera pertenece un incidente que se convirtió en una leyenda en el
Oeste. El reverendo Samuel Parker escuchó la historia un año más tarde y todavía
seguían contándola trece años después, y la literatura incluye media docena de
alusiones al suceso entre medias, pero de testimonios directos solo tenemos la nota a
pie de página en Edward Warren, ya citada para establecer la presencia de Stewart en
las montañas. Esa nota a pie de página ocupa la mayor parte de dos páginas y sucede
al momento en que el protagonista de la novela conoce a un tal «Mark Head», que
según su compañero es «el mejor y más valiente trampero de estas tierras, excepto
uno» (no se aventura ningún nombre de ese trampero superior; era un superlativo

www.lectulandia.com - Página 197


temerario). Este era el Markhead que aparece brevemente en una serie de crónicas y
que es una de las figuras principales en las memorias de Joe Meek, donde lo presenta
como un hombre jovial, temerario hasta el extremo y capaz de poner un límite a la
gran crueldad de Meek. Se le presenta como un personaje de Life in the Far West de
Ruxton, como un compañero de LaBonté y Killbuck, de Meek y Bill Williams y de
los tres tramperos que acompañaron a Walker a California. En Adventures in México,
Ruxton lo describe como «uno de los tramperos más osados y exitosos», y afirma que
fue asesinado en el alzamiento de Taos en 1847. Meek le contó a la señora Victor que
era un shawnee, pero esto es poco probable porque todos los demás lo consideran
blanco.
En su larga nota a pie de página, Stewart dice que Markhead «era considerado
uno de los cazadores de castores más prósperos del Oeste; aunque bastante por debajo
de la media en la escala intelectual, había logrado vencer dificultades y peligros que
habían dejado petrificados o desconcertados a hombres que creían poseer mayor
inteligencia y experiencia que él». A continuación, Stewart relata su historia, que
tiene lugar en las montañas en algún punto cerca de Taos. En la partida iba un joven
iowa llamado Marshall que «se había vuelto tan vago y desobediente que Bridger y
Fitzpatrick lo habían despedido y se había visto obligado (sin un caballo) a seguir al
campamento a pie». Stewart se apiadó de él y lo contrató y lo equipó, pero al final
tuvo que amenazarle con despedirle por su poco esfuerzo en general. Esa noche el
iowa se escapó con «uno de mis rifles favoritos, mi mejor caballo de carreras
(Otholoho) y otro más». Stewart lamentó la pérdida del rifle, pero como hombre de
caza no podía soportar la pérdida del caballo. Era, según dice, «el más rápido del
Oeste, derrotó a todos los de la nación Snake y, si el hombre al que ayudó no hubiera
jugado sucio la noche anterior a la carrera, habría vencido a todos los caballos de los
blancos» (aquí captamos fugazmente la clase de entretenimientos deportivos que
tenían lugar en las rendezvous). Furioso, Stewart denunció al iowa y dijo; «Pagaré
quinientos dólares por su cabellera».
Markhead se lo tomó al pie de la letra. Stewart organizó varias partidas pequeñas
para perseguir al iowa y Markhead y un mexicano lo encontraron… corriendo tras
unos búfalos sobre su magnífico y nuevo caballo de carreras. «Mark pensó que podría
haber alguna dificultad técnica en reclamar la recompensa si no llevaba la cabellera, o
temía que el español [mexicano] se aliara con el indio. Marshall estaba colocando las
riendas a la derecha y a punto de montar, cuando Mark mató al indio disparando por
debajo del cuello de su caballo. Por la noche, entre nosotros y el sol, los saqueadores
del campamento vieron a dos hombres tirando de dos caballos y dirigiéndose hacia el
campamento; la cabellera del ladrón de caballos colgaba de un rifle. Era más de lo
que había pedido, así que arranqué el sanguinolento trofeo del arma y lo lancé lejos».
Sin embargo, la leyenda afirma que pagó la recompensa.
Y hete aquí, añade Stewart, que un año más tarde los pies negros se quedaron con
el caballo.

www.lectulandia.com - Página 198


Aparentemente, la brigada o brigadas con las que estaba Stewart se trasladaron a
una rendezvous al oeste de la Cordillera Frontal, a través de los parques del Colorado.
Townsend afirma que había otro inglés en la rendezvous, un tal Ashworth, único dato
que se le conoce. Aunque algunos historiadores han asumido que estaba o había
estado viajando con Stewart, está claro que no se conocían de antes.
Wyeth, ayudado por los brotes de hierba tempranos y el buen clima, había logrado
llegar en un tiempo sorprendentemente rápido, aunque Bill Sublette le ganara por
unos tres o cuatro días. Fue un buen año para las travesías rápidas, pero Cerré, que
transportaba la mercancía de Bonneville, estaba aún varios días por detrás de Wyeth
(en Ham’s Fork todavía no se había reunido con su propia rendezvous) y la American
Fur Company aún más atrás. Hay alrededor de una docena de relatos de testigos de la
rendezvous de Ham’s Fork de 1834, cuando se empieza a vislumbrar el declive del
comercio. Estos no eran los días de gloria ya lejanos de 1832 o 1833, y aún menos las
fabulosas reuniones de finales de la década de 1820, cuando los inigualables hombres
de Ashley, los gallos de las montañas, los campeones de los campeones, bramaban y
fanfarroneaban por una tierra que solo ellos podían reclamar como suya.
Townsend enfermó con fuertes fiebres a consecuencia de los rigores del mal
tiempo, y mientras estaba echado en su tienda era torturado por «la jerga entrecortada
con hipidos de los comerciantes borrachos, el sacré y el foutre de los franceses
desenfrenados y las maldiciones y gritos de nuestros propios hombres». Por no
mencionar a los mestizos y a los indios, «su escandaloso júbilo, sus gritos y aullidos
y peleas… corriendo por nuestro campamento bramando como demonios junto a los
ladridos y aullidos de los salvajes perros lobo y las incesantes detonaciones de rifles y
carabinas». Los misioneros estaban infinitamente más deprimidos. Allí eran testigos
de los pecados mortales: la infidelidad, el juego, la embriaguez y el fornicio… y no se
podía hacer nada al respecto excepto cerrar los ojos y gruñir una plegaria al Señor.
Jason Lee deseaba con todo su corazón predicar un sermón, porque allí había cientos
de hombres blancos que le escucharían, pero tuvo la sensatez de no proponer
ninguno. «Dios mío, Dios mío, ¿habrá algo que surta efecto en ellos?», suplicaba en
su diario. Escuchó a algunos indios cantando algo con un leve tono cristiano, pero se
salieron de la ceremonia, encendieron una hoguera y comenzaron una danza de
guerra. Era difícil de aceptar, aunque Lee confesó que también resultaba interesante,
pero se quedó consternado al ver que algunos tramperos se unían a ellos. Los
malignos eran como un mar revuelto y la salvación estaba muy lejos de ellos.
Pero Lee se comportó con dignidad cuando los malignos le amenazaron. Wyeth lo
llevó a un aparte y le dijo que algunos de los tramperos de la RMF Company, al saber
que había tiburones predicadores merodeando por la ruta, le habían amenazado con
hacerle pasar por un infierno (usando las palabras de Lee) cuando aparecieran. Sin
duda, las noticias habían despertado resentimiento, así como risas, porque los
hombres de montaña no querían aguafiestas en sus dominios, y nadie que pudiera
representar una amenaza de asentamiento permanente. Wyeth aconsejó a Lee que

www.lectulandia.com - Página 199


estuviera alerta para evitar cualquier muestra de ofensa y de no amilanarse si le
molestaban. Añadió que, si molestaban a los misioneros, podían contar con él para
protegerles por cualquier medio que fuera necesario, por muy severo que este fuera…
y lo decía en serio. Lee respondió que «no temía a ningún hombre y no percibía
ningún peligro por parte de ellos cuando estaban sobrios, y cuando estuvieran
borrachos nos ocuparíamos de quitarnos de en medio». Vayamos a buscarlos ahora
mismo, añadió. Así pues, Wyeth se dirigió al campamento de la RMF Company, a
una milla aproximadamente de distancia, donde Bill Sublette los invitó a cenar y trató
a Lee con melosa cortesía. Lo único equivocado en la historia es la creencia de Lee
de que fue Bill o algún otro partisano el que lanzó la amenaza. Sublette le aseguró
que mantendría a sus hombres controlados. «Qué fácil», reflexionó Lee, «le resulta al
Señor desbaratar los planes más maliciosos y profundos del demonio». No solo el
Señor tenía un ojo puesto en Lee.
Townsend, un joven que ahora llevaba ya dos meses acuartelado, estaba
impresionado por el encanto y la disposición de las muchachas nez perces, que se
habían ataviado con sus mejores pieles de cierva. Y también el novato de Sublette,
Anderson, estaba impresionado, aunque en su caso se sentía estupefacto, por no decir
conmocionado, por el hecho de que las damas cabalgaran a horcajadas. Por allí
pasaba una que iba magníficamente vestida y cabalgaba un caballo igualmente
adornado con brillante metal y cuentas de colores, pero «la orgullosa cabeza de la
mujer iba tocada con un turbante hecho con un trapo sucio y asqueroso». Con todo,
Anderson estaba encantado con todo aquel espectáculo estridente. Siempre pasaba
algo en esa tierra en medio del camino y siempre había algún espectáculo. Un día, un
grizzli cargó contra el campamento y todos se dispersaron corriendo. Pequeño Jefe,
un dignatario flathead, corrió a por sus armas y lo mató, y luego regaló la piel y las
zarpas a Anderson. Pequeño Jefe había adoptado a Anderson como hermano porque
Sublette había revelado que era el marido de una sobrina de William Clark, a quien el
viejo había conocido hacía ya veinte años.
En otra ocasión se produjo un repentino revuelo y el campamento explotó. Un
búfalo cargó contra el campamento, pero en lugar de asustarse todos reían,
disparaban al aire y gritaban palabras de ánimo. Porque tras los búfalos corría un nez
perce llamado Cabeza de Toro, a quien los chicos llamaban Kentuck. La noche
anterior había prometido a Sublette que entretendría a sus invitados y ahora cumplía
su palabra… al grito de «¡Hokahey!» y azuzando al búfalo delante de él. Fue una
buena anécdota y los hombres de montaña animaron a Cabeza de Toro y al búfalo
hasta que se cansaron, y entonces llenaron a la bestia de flechas y balas y dejaron que
el cadáver flotara río abajo por el Green. Anderson menciona a otro nez perce que
había estado con Bill Sublette en la batalla de Pierre’s Hole y, como él, había sido
herido allí. Él y Bill se dieron palmadas en la espalda, recordaron animadamente sus
días de gloria y luego salieron a tomar una bebida y a maldecir a los pies negros[7].
La afirmación de Anderson de que había mil quinientos indios en la rendezvous

www.lectulandia.com - Página 200


es una leve exageración. Se confundió al verlos apiñados en las tiendas de licores y
apuestas «como moscas sobre un barril de azúcar o negros sobre un maizal».
Regateaban el precio de las pieles, de la ropa, de los caballos y de las mujeres, se
reabastecían y se llenaban los odres de alcohol. Parloteaban en todos sus idiomas
(incluyendo el chinook, la lengua franca india del noroeste) y se mezclaban con los
mestizos de todas las tribus y sus queridos amigos los yanquis, los canucks, los
mexicanos y los kanakas. Perseguían a los búfalos por la llanura bañada por el sol.
Siempre acarreaban sus caballos a las praderas de hierba fresca, bajaban maderos de
pino de las colinas, partían llevados por los repentinos caprichos de los indios, se
gruñían unos a otros en jaurías aullantes, rezaban. Un día, todo el campamento se
trasladó para encontrar hierba virgen y la imagen quedó grabada en la memoria de
Anderson. «Era una línea continua de seres humanos constantemente cambiando de
rumbo y elevación. A un mismo tiempo ascendía y descendía por los promontorios; a
un mismo tiempo serpenteaba tanto a derecha como a izquierda para evitar obstáculos
o sobreponerse a escollos… El pequeño punto en cabeza, por algún inescrutable
poder de magnetismo irresistible, parecía arrastrar toda la masa tras de sí a voluntad».
El novato permaneció boquiabierto observando la larga serpiente brillando bajo el
sol, los travois dejaban surcos en el suelo, los bebés miraban desde las espaldas de
sus madres, las viejas squaws maldecían a los perros, los bravos marchaban con aire
de dignidad arzobispal y el viento agitaba las plumas de sus lanzas. Anderson
entonces se acordó de los peregrinos por el zigzagueante camino del himno del
obispo Heber.

* * *

El fin de un largo esplendor. La American Fur Company no tiene cronista en la


literatura de esta rendezvous, lo cual es una verdadera lástima. En los Estados, su
organizador, cuya clarividencia jamás fallaba cuando había dinero en juego, había
leído el futuro acertadamente y el 1 de junio de 1834 fue traspasada (el negocio del
Misuri y de montaña fue a parar a Pratte, Chouteau y la Compañía, el resto del gran
monopolio fue a parar a Ramsay Crooks y sus asociados). Astor había amasado
millones y permitía que otros sujetaran la bolsa mientras él se quedaba con un
beneficio seguro por llevarles las finanzas. Pero allí, en Ham’s Fork, la campaña
iniciada por Pierre Chouteau, hijo, y Kenneth McKenzie logró su ansiado triunfo. La
Competencia se doblegó. La Rocky Mountain Fur Company se hundió.
Una bajada de precios y unas prácticas comerciales totalmente despiadadas, la
incitación a los indios, la financiación de pequeños rivales, el soborno, la piratería y
todo tipo de corruptelas —métodos igualmente empleados por la Rocky Mountain
Fur Company siempre que sus menores recursos se lo permitían— habían surtido
efecto. Durante tres años el comercio de montaña había ido haciéndose más

www.lectulandia.com - Página 201


sanguinario y más caótico, y ahora los socios ya no podían competir. La era que había
comenzado con la magnífica invasión de Ashley al interior del Oeste acabó justo allí,
y aquellos que firmaron su epitafio fueron hombres que estaban aún lejos de la
mediana edad, hombres que habían llegado con Ashley o como su guardia avanzada a
las montañas hasta entonces vírgenes. La RMF Company se disolvió. Tom Fitzpatrick
y Jim Bridger, tras negociar con Milton Sublette por poderes, formaron una nueva
compañía y compraron su parte a Fraeb por apenas dos mil quinientos dólares en
mercancía y equipo, y a Gervais por un poco más de mil quinientos dólares[8].
Los cinco exsocios eran expertos en una profesión. Habían crecido en ella,
puliendo sus habilidades sobre el terreno. Eran hombres de Ashley, los hombres de
montaña más genuinos, los exploradores del Oeste interior, sus primeros explotadores
y los maestros de todos los demás. Nada los retenía allí… como nada retenía a nadie
más que a un puñado de sus tramperos. Tras unas cuantas expediciones de caza,
Gervais se marchó a Oregón y parece ser que se asentó allí. Milton Sublette, aunque
cabalgó de nuevo al Oeste con una pierna de caucho, murió de una enfermedad
misteriosa en Fort Laramie en 1836. Fraeb permaneció en las montañas, se unió al
cada vez mayor número de independientes que podían trabajar en los cursos estrechos
más eficientemente que el monopolio, y en ocasiones trabajó contratado por el
monopolio. Fue asesinado por unos sioux en 1841, tras una célebre pelea. En cuanto a
los mejores de todos ellos, Fitzpatrick y Bridger, la American Fur Company fue
incapaz de entrenar ni a un solo partisano que pudiera igualarles y, como todas las
corporaciones vencedoras tras una fusión, expresó su deseo de contratarlos.
Y así lo hizo un año más tarde. De hecho, consiguió echarles el lazo ese año. Los
nuevos socios estaban hartos de Bill Sublette y Robert Campbell, sus transportistas y
banqueros. Habían viajado al Oeste con Jim y Tom a las órdenes de Ashley durante el
gran amanecer, cuando el Oeste se abrió a hombres de corazones fuertes y
compartieron con ellos la desesperación y la gloria de los años heroicos. Pero una
razón por la que la RMF Company había sido herida de muerte y la principal razón
por la que Sublette y Campbell eran ahora hombres ricos —uno con aspiraciones a
llegar al Congreso y el otro célebre en San Luis por su señorial hospitalidad como
cualquier Chouteau de pro— era que ellos sabían dónde estaba el dinero y no
permitieron que ningún viejo compañerismo se interpusiera. Continuaron allí, y
aunque en los textos normalmente se afirma que recibieron el golpe de gracia por
parte del monopolio un año más tarde, todavía continuaron interfiriendo gravemente
en sus negocios con sus conocimientos, sus trapicheos y sus independientes
subsidiados hasta 1837. Pero no sacaron ninguna ventaja de la nueva compañía, que
se hizo llamar Fitzpatrick, Sublette & Bridger. Los socios contrataron a Fontenelle
para vender sus pieles del próximo año al monopolio.
Wyeth vio cómo los caballeros que le habían cortado la garganta también se
cortaron las suyas propias. Conocía esa ética, porque también era la suya. Cuando
escribió a Milton Sublette desde Ham’s Fork, fue indulgente con la complicidad de su

www.lectulandia.com - Página 202


amigo en el contrato que lo había llevado a la ruina. Tanto Milton como Fitzpatrick
habían tenido intención de comprar su mercancía cuando la contrataron, él mismo lo
reconocía, pero el hermano de Milton había sobornado a Fitzpatrick para cancelar el
trato. «Ahora, Milton, el negocio entre nosotros se ha terminado», escribió, «pero
descubrirás que vosotros [la nueva compañía] os veréis obligados a recibir los
suministros a los precios que quieran imponeros y que lo único que sacaréis en el
territorio irá destinado a pagar vuestros propios productos». Esa era la economía del
comercio de montaña en una sola frase y Wyeth añadió un resumen que era
totalmente cierto: «Seguirás siendo lo que has sido, un simple esclavo que atrapa
castores para otros».
La ira que invadía a Nathaniel Wyeth no era menos intensa por ser una ira
contenida. Debía salvar lo que pudiera y buscar otros recursos. Justo al otro lado de la
siguiente cordillera hacia el oeste se hallaba la vanguardia de escoltas de una
organización mucho más poderosa que la desaparecida RMF Company o incluso que
el Departamento Oeste del monopolio, de un siglo y medio de antigüedad,
infinitamente sabia y astuta, implacable, un imperio en miniatura: el Gobernador y la
Compañía de Aventureros de Inglaterra que comerciaban en la Bahía Hudson. En una
de las tempestuosas conferencias que mantuvieron los socios en suspensión de pagos
y Nat Wyeth, Joe Meek le escuchó decir: «Caballeros, les meteré una roca en sus
jardines que no van a poder sacar». Se marchó inmediatamente de Ham’s Fork e hizo
justamente lo que había dicho.

* * *

El Pequeño Jefe al que le gustaba Anderson era un gran hombre entre los flatheads.
Era alto o bajo, gordo o delgado, viejo o de mediana edad, dependiendo del diario
que se lea[9], pero no hay duda de que era un hombre jovial, un líder sabio, un
guerrero distinguido y muy duro, y uno de los mejores jinetes acrobáticos de todo el
circo de las Montañas Rocosas (es habitualmente llamado Insula u otra variante
ortográfica en la literatura, pero en ocasiones Pluma Roja, y Michael para el Padre
DeSmet). Estaba allí con una gran delegación de su pueblo y un contingente aún
mayor de nez perces que lo acompañaban con el mismo propósito: ver si los hombres
blancos de San Luis habían respondido a su llamada de auxilio y habían enviado a un
taumaturgo que enseñara a los solicitantes la religión que los hiciera ricos, poderosos
y felices. Tres años antes habían enviado un comité al Jefe de Cabeza Roja, William
Clark, y los cuatro valientes que lo componían perdieron la vida durante la misión.
Cada año habían acudido a la rendezvous con la esperanza de que Clark cumpliera su
promesa. Ahora, por fin, su sacerdote había llegado, el reverendo Jason Lee, e iba
acompañado de cuatro hombres medicina ayudantes y un equipo numeroso, todo ello
enviado gracias al fervor de muchos miles de cristianos y pagado con sus

www.lectulandia.com - Página 203


contribuciones.
Pero, como descubrieron los flatheads y los nez perces, esto no ocurrió.
Hay una fugaz mención en el diario de Lee de los feligreses que pretendía
conseguir. Afirma que los flatheads le estrecharon la mano y le dieron la bienvenida.
Se alegra al enterarse de que algunos de ellos celebran lo que parecen ser servicios
religiosos (eran indios levemente influenciados por el catolicismo) mientras los
tramperos depravados beben hasta perder el sentido. Y eso es lo único que se
menciona. Ni siquiera visita su campamento y, cuando se dispone a partir y estos le
preguntan si tiene intención de regresar, bueno, «Les dijimos que no lo sabíamos con
seguridad en ese momento». Hay poco más en las verbosas cartas que envió a sus
superiores y financiadores… que después de todo le habían ordenado y dado
instrucciones para que salvara las almas de los flatheads. Sin embargo, se lee la
afirmación de que «es más sencillo convertir a una tribu de indios en un recinto
misionero que en plena naturaleza». Con un primer vistazo les había quedado claro
que los flatheads no iban a ser metodistas.
Jason Lee nunca explicó satisfactoriamente a nadie por qué, al llegar al pueblo a
quien su Dios le había ordenado servir, no dudó ni un segundo en pasar de largo al
otro lado. Las explicaciones que subyacen y que los historiadores religiosos han
proporcionado varían demasiado entre sí para aportar alguna coherencia y ninguna de
ellas resulta convincente. Lee simplemente era el portador del Zeitgeist. Allí, en
1834, casi puede verse corriendo por sus venas. En menos de tres años este signo de
los tiempos se manifestó por su boca.
Algún mérito debe reconocerse al valle del Ham’s Fork. Era un lugar celestial
para los hombres de montaña, resguardado, donde abundaba la hierba, el agua fresca
y los álamos. Pero a ojos de los recién llegados del este, aquello era un desierto: un
paisaje horrible de picos desnudos, tierra reseca y cuarteada, arbustos de artemisa y
chaparral que se extendían a millas de distancia bajo un sol que torturaba ojos y
cerebro, un espacio carente de cualquier cosa que se pareciera a las tierras de labranza
de la memoria norteamericana, envuelto por un millón de millas cuadradas de tierra
salvaje donde no se encontraba nada que pudiera ser relacionado con el hogar. Los
grillos negros se arrastraban por el polvo. Las serpientes de cascabel se cocían al sol
junto a las raíces de artemisa. El viento, que jamás dejaba de soplar, levantaba el
polvo de caliche hasta los ojos y la garganta. Era un territorio repugnante… ¿cómo
podía vivir allí un hombre civilizado?
Además, Lee era un misionero protestante evangélico. Los Estados Unidos
estaban viviendo una explosión de fervor por la salvación de las almas de tierras
lejanas. Hombres y mujeres renacidos, intolerantes, generosos e incapaces de recibir
ninguna educación llevaban a Cristo, la Biblia, los productos de la revolución
industrial y percal estampado para cubrir la desnudez de los paganos de tres cuartos
del planeta. Fiyi, Melanesia, Nueva Guinea, Sierra Leona, Nigeria, Liberia, el Congo,
Kenia, las Islas Sándwich, Madagascar, India, China… allá donde hubiera paganos

www.lectulandia.com - Página 204


tan perdidos en la oscuridad que desconocían tanto la palabra divina como los
calzoncillos, allí se dirigía la corriente inmediatamente. Nadie contará en su totalidad
el heroísmo o la estupidez de las misiones en el extranjero, la devoción embriagada
de santidad de los misioneros o su invencible insensatez. Solo había dos agentes para
la expansión de la civilización a larga escala: los ejércitos y las misiones, y a la luz de
la historia, los primitivos que recurrían a los ejércitos obtenían bastantes mejores
resultados. El misionero era un hombre al que le gustaba sumergirse en una causa
santa, pero, a excepción de una minoría tan pequeña que no cuenta, su dedicación lo
alejaba tanto de la realidad que a esta distancia parece enloquecido, si no
directamente loco. Para él, los paganos no eran personas, eran almas.
Sin dudarlo un segundo, Jason Lee habría estado dispuesto a morir por su Dios,
su iglesia o su misión. Eso no se cuestiona. Antes de responder a la llamada, durante
las largas noches de duda, agonía y rezos buscando la señal que por fin recibió, se
vació de todo lo que podría ser considerado egoísta. Pero le resultaba imposible
desear hacer nada por los indios más allá de lo que las oraciones y los sacrificios de
muchas personas devotas le habían enviado a hacer: conducir sus almas a Cristo. Era
del todo imposible para él, en Stanstead, Quebec —o en cualquier lugar— hacerse a
la idea de que las almas de los paganos estaban encerradas en un envoltorio de
personalidad que brotaba de una cultura salvaje. Cuando un hombre así conocía por
fin a los indios, estos podrían provocarle compasión, o incluso desesperación. Pero
también le provocaban un asco inevitable y abrumador.
Cuatro años después de esta breve parada en Ham’s Fork, Lee visitó la misión que
sus colegas —o competidores— presbiterianos habían fundado en el territorio al que
él había sido enviado originalmente. Allí escribió una carta a su sobrino Daniel, que
se encontraba en su misión junto al Willamette. Escribe una loa cuidadosa y parca de
los presbiterianos y también sobre un placer moderado en los progresos que pudieran
mostrarle. Pero cuando habla de los conversos, una frase casual ilumina todo este
capítulo de la historia de Norteamérica como un relámpago. «La verdad es que son
indios», dice Lee, y subraya el nombre. En esa revelación está la suma de esfuerzo,
fracaso y locura consumada.
Conoció a los flatheads y a los nez perces en Ham’s Fork. No hay manera de
saber si fue el asco o la desesperación su principal motivación, no hay manera de
saber lo mucho o poco consciente que era de la descarga instantánea de su potencial
mental. Pero el cerebelo y la médula espinal lo sabían. Uno no podía convertir en
cristianos a los indios. Primero debías convertirlos en hombres blancos.
Y, por supuesto, Jason Lee tenía razón. La historia del proceso de civilización de
los indios es solo la historia de su degradación. La masacre de los Whitman y todos
los fracasos de los hombres de Dios renacidos, cosa que Lee no era, solo vinieron a
confirmar lo que el portador del espíritu de los tiempos había sabido inmediatamente
al enfrentarse a los indios que le tendían sus manos suplicantes. Primero debían ser
hombres blancos. Así que no perdió el tiempo. De camino allí, había aprendido lo

www.lectulandia.com - Página 205


suficiente para saber que no se les podía convertir en hombres blancos en un territorio
como ese. Por lo tanto, se dirigió directamente a un lugar donde pensó que el
experimento podría tener éxito. A la parte occidental de las Cascades, el magnífico
valle con sus ríos y lluvias, su tierra fértil y su energía eólica, y la promesa de las
granjas, pueblos y vecindarios en los que su propia cultura se había formado. Los
indios a quienes cuarenta años de esfuerzos laicos habían convertido en todo lo
blancos que podían ser, eran degenerados y viciosos y se encontraban enfermos,
desesperados y a punto de morir. Allí establecería su misión y serviría a Dios
haciendo granjeros, carpinteros, ganaderos, usuarios de jabones, abstemios, cantantes
de himnos, monógamos y lectores de periódicos de cualquiera que fueran los indios
que encontrara allí. Era consciente de que esto sería, en el mejor de los casos, una
mínima fracción de las aspiraciones universales que lo habían llevado al Oeste. Pero
sería un comienzo y al menos habría alguna esperanza de tener el éxito que no había
encontrado en las montañas. Que pudiera lograrse solo por medio de la mayor de las
crueldades que los hombres pueden infligir a otros hombres, rompiendo la cultura que
los había hecho hombres… eso no importaba en absoluto, era el fin lo que importaba.
Y así se explica la decisión de Lee en Ham’s Fork.
La importancia de esta decisión para los Estados Unidos no ha pasado
desapercibida. Arthur M. Schlesinger, hijo, ha argumentado bastante
convincentemente que las llamas reavivadas de la religión que marcó la década de
1830 sirvió a los intereses de los adinerados como munición contra la democracia
radical que entraba con fuerza. Bueno, las misiones que el renacimiento religioso
envió a tierras extranjeras sirvieron a esos mismos intereses de una manera distinta…
y a otros intereses también. ¿Debemos mencionar como ejemplos la apertura de
China a los productos norteamericanos o las afirmaciones de Herman Melville sobre
la expansión en las Islas Marquesas? ¿Debemos recordar cómo pasó a manos
norteamericanas la Perla de Oriente? La tierra, como dijo MacLeish, esperaba a su
gente del oeste. Y, sin duda, su gente en estos momentos estaba ya lista para esa tierra
del oeste. El comercio montañés de pieles la había dado a conocer, la había abierto y
surcado con sus pasos, localizaron el agua y la hierba, bautizaron los ríos,
triangularon las cumbres, aprendieron a atravesar el Gran Desierto Americano. Solo
quedaba que este conocimiento fuera difundido. Ahora se estaba extrayendo el
mineral con el que las ruedas de los carromatos, las cadenas y los arados serían
forjados. Para los que se dirigían al oeste era prioritario detener al Imperio Británico
en Oregón… y convertir a los indios en hombres blancos, con la consiguiente pérdida
de su poder. El espíritu de los tiempos, como se ha comentado, corría por las venas de
Jason Lee tan claramente que podía ser vista palpitando en su pulso. La Historia no
tiene accidentes: Jason Lee y Hall J. Kelley, el profeta de la colonización de Oregón y
el primer norteamericano conocido que propuso la cristianización de los indios de la
costa noroeste, llegaron a Oregón al mismo tiempo. A partir de ese momento, Jason
Lee, con un espíritu devoto del que no se puede dudar ni un segundo, sirvió a la

www.lectulandia.com - Página 206


salvación cristiana con métodos idénticos a los de la promoción de bienes inmuebles.
El Misionero de los flatheads trabajó para construir la Ciudad de Dios como
colonizador del valle del Willamette.
Es decir, él era, como los hombres de montaña y Nathaniel Wyeth, un instrumento
de la voluntad nacional. Fue Jason Lee quien, el 4 de julio de 1834, en Ham’s Fork,
Wyoming, ordenó a sus ayudantes que recogieran el equipo y se prepararan, no para
viajar con los flatheads a Montana, sino al Columbia con Wyeth. Fue Jason Lee quien
dio las órdenes, pero fue el Destino Manifiesto quien eligió.

* * *

Partieron el 4 de julio, pero los infames se tambaleaban mientras avanzaban porque


Wyeth les había dado su ración de alcohol puro. Escandalizaban a Lee con sus
«juegos y peleas», y hacían que nuestros científicos buscaran como locos algún
escondrijo cada vez que disparaban una salva por la libertad. El capitán William
Drummond Stewart, con sus excelentes caballos y sus peones de campamento, se
unió a la caravana. Iba hasta el final del camino… finalizaría su travesía y conocería
a algunos paisanos. Conoció a uno cuando la brigada llegó al río Bear el segundo día
tras la partida, Thomas McKay, uno de los líderes de brigada más experimentados de
la Hudson’s Bay Company e hijastro del gran McLaughlin, el cacique de Oregón. Los
nuevos planes de Wyeth lo incluían a él y a su equipo.
La partida había iniciado la etapa de la Ruta del Oregón que sería un crescendo de
desastres cuando las caravanas de carros comenzaron a recorrerla. Los científicos
quedaron encantados con Soda Springs, siempre un oasis bendito para los emigrantes
y sin duda Stewart disfrutó de la caza cuando un grizzli cargó contra la caravana,
aunque también debió de sentirse humillado cuando Richardson tuvo que matarlo.
Tuvieron que sacrificar a Zip Coon, el pequeño berrendo, cuando se rompió la pata.
Los chicos intentaron llenar su hueco con un osezno grizzli, que mordía y arañaba, y
un par de terneros de búfalo que embestían a todos, y en particular a Townsend.
Vieron a un explorador pie negro y McKay, que viajaba en esta etapa de la ruta con
ellos, se enfureció cuando el indio logró escapar sin un rasguño. Era un territorio de
desierto accidentado cada vez más oscurecido por los afloramientos de lava, pero los
pequeños arroyos bullían con truchas que casi gritaban que las pescaran. En uno de
ellos encontraron al capitán Bonneville, de los Estados Unidos. Su ruta de caza de
primavera le había llevado hasta Fort Walla Walla de la Hudson’s Bay Company, pero
los indios de la Compañía hicieron lo que consideraban que protegía mejor sus
intereses y el factor de la Compañía, Pambrun, no quiso venderle mercancía. Tan solo
unos días antes, en el río Bear, se había reunido con la expedición de California bajo
el mando de Walker y supo entonces que su gran plan había fallado. Era un imbécil
acabado y lo sabía, pero debía jugar sus cartas. Iba a llevar a cabo otra invasión del

www.lectulandia.com - Página 207


monopolio británico, dirigiéndose al Columbia, y mientras agasajaba a una brigada de
la Hudson’s Bay, Wyeth y Stewart aparecieron para hacerle una visita.
Bonneville obsequiaba a la brigada con la vista puesta en el comercio de
montaña: si conseguía emborrachar al factor, tal vez lograra hacerse con parte del
negocio. Tenía miel y tenía alcohol; los mezcló y comenzó a trabajar. Irving dice que
le impulsaba su deseo de tratar con los británicos, pero Townsend afirma que en
realidad era la escasez de suministro lo que le hizo mostrarse adusto ante la visita de
sus amigos. Sin embargo, debía dispensar la hospitalidad de la ruta y aliviar la sed del
camino y Stewart y Wyeth eran buenos hombres cuando se les trataba bien. Apuraron
el barril y regresaron al campamento a través de un desierto rosado.
Wyeth y McKay, que viajaban cerca el uno del otro, dejaron a Bonneville atrás.
Finalmente, llegaron al río Snake, esas espléndidas aguas. Allí, en algún lugar de su
cuenca y al borde del Portneuf, un pequeño afluente, Wyeth eligió un
emplazamiento[10]. Montó el campamento. Allí, en lo que era todavía una tierra de
nadie entre las compañías de pieles británicas y norteamericanas, fácilmente accesible
para las tribus que comerciaban con ambas compañías, iba a construir un puesto
comercial. Lo llamó Fort Hall en honor a uno de sus patrocinadores. Su
establecimiento era otra señal de cambio. Tal como había prometido, estaba metiendo
una piedra en el jardín de aquellos que lo habían derrotado. Y se iba a quedar allí.
Bajo el mando de Richardson, una pequeña partida de caza salió a explorar el
terreno y conseguir carne, porque escaseaba la caza por aquella zona. Por algún
motivo, Stewart no se unió a la partida, pero Townsend sí lo hizo y vivió una
excitante y dura experiencia, al ser acosados por grizzlis. Todos escaparon por poco
de sus garras, dispararon a muchos y por la noche los entendidos contaron historias
sobre grizzlis. Los relatos fascinaron a Townsend y escuchó también muchas historias
indias. La hoguera del campamento ejerce su magia en el diario que este escribía y
nos habla de un mestizo al que un cazador disparó en el cuello cuando llevaba puesto
un pellejo y unos cuernos de alce mientras cazaba alces. Nos habla de un trampero
que lloraba lágrimas verdaderas mientras recordaba una lucha con comanches
acaecida muchos años atrás, en la que un amigo fue asesinado. Y de la vez en la que
Richardson sacrificó su caballo y se parapetó detrás de este para protegerse del ataque
de tres indios: mató a dos de ellos porque tenía una pistola de reserva cuando le
asaltaron y logró huir galopando triunfalmente del indio superviviente… Capturaron
y prepararon la carne, principalmente de oso, y regresaron a Fort Hall. Sus
constructores habían estado sustentándose de carne de oso todo este tiempo y Nuttall,
asqueado y demacrado por la dieta, suspiraba por un poco de carne de búfalo o, por
un milagro, de ternera. McKay había salido y regresado al campamento.
Peligros de la ruta. De regreso, uno de los cazadores se puso a recargar el rifle
que acababa de descargar. No lo limpió con la baqueta y un trozo de yesca humeante
se quedó en el cañón, de manera que cuando vertió la pólvora dentro quedó envuelto
en una llamarada. Su rostro era una sola ampolla y no era mucho lo que se podía

www.lectulandia.com - Página 208


hacer para sanar quemaduras en plena naturaleza. Esta clase de accidentes debía de
haber pasado veintenas de veces.
En el fuerte, Jason Lee había hecho un sobreesfuerzo en una expedición de caza
menor y cayó enfermo. Leyó la Biblia y las devotas meditaciones de la señora Judson
y, según reflexionó, sacó provecho de ellas. Y entonces, aquello que había deseado
con tanta fuerza le fue concedido. El domingo 27 de julio de 1834, en la cuenca del
río Snake, McKay le pidió que predicara. «Un número considerable» de los hombres
de Wyeth, quizás hasta el propio infiel confeso Wyeth, sin duda Stewart y los
científicos y la mayoría de los indios de McKay, los mestizos y los canucks (que
entendían el inglés con algunas lagunas), se reunieron en un bosquecillo para
escuchar al hombre de Dios, quien, ahora que había llegado su oportunidad,
descubrió que su voz sonaba débil y su propio interés extrañamente tibio. Respiró
hondo y dijo a los hombres allí congregados que no pensaran que podían ser
invitados a un mismo tiempo a la mesa del Señor y a la de los demonios. Que no
debían procurarse riquezas para sí mismos, sino para todos los hombres (una
descripción más certera de sus vidas de lo que era consciente el propio predicador). Si
alguien ofrecía sacrificios a falsos ídolos, no debía participar. Porque la tierra era del
Señor, así como la plenitud de la misma. Cuando comáis o bebáis o lo que sea que
hagáis, hacedlo todo por la gloria de Dios.
Y así siguió con la Carta de San Pablo a los Corintios… y el alto hombretón
fanático de espalda ancha en el bosquecillo de álamos blancos, con el borboteo del
agua discurriendo al fondo, podría haber peinado la Biblia de cabo a rabo y no habría
encontrado un texto menos inteligible para tal congregación. Pero ahí estaba, y por
fin se predicó la palabra de Dios en Oregón (según las historias fue la primera vez,
pero uno duda si fue incluso el primer sermón en el interior de Oregón, o ni tan
siquiera el primer sermón protestante). Eran las tres y media de la tarde y los hombres
de Wyeth escuchaban con semblantes serios porque habían llegado a apreciar al
corpulento evangelista, y los chinooks y cayuses de McKay porque hablaba de lo
sobrenatural. Debieron de desconcertar a Lee cuando se arrodillaron, y luego al
levantarse cuando él se arrodilló, porque era un gesto papista. Luego se alejaron y
celebraron su propio Sabbath. Hacia el ocaso, la celebración derivó en una carrera de
caballos y uno de los jinetes, un canadiense llamado Kanseau o Casseau, salió
lanzado y rodando por el suelo. Lo llevaron a la tienda de McKay, donde los
caballeros estaban cenando. Le aplicaron ventosas y le practicaron sangrías, pero
murió a la mañana siguiente. Así fue como Fort Hall tuvo su primera tumba y Lee
leyó el decimonoveno salmo y el decimoquinto de la primera Carta a los Corintios,
los canadienses cantaron un réquiem papal en latín y la squaw del difunto hizo que su
pueblo realizara sus ritos. «Al menos recibió una buena sepultura», escribió Wyeth
esa noche.
El 30 de julio, McKay, los misioneros y Stewart partieron hacia el Columbia.
Wyeth se rezagó seis días más, lo suficiente para dejar acabados los bastiones de Fort

www.lectulandia.com - Página 209


Hall y bautizarlo con lo que llama «un fardo de licor». Townsend, que no era ningún
puritano, afirma que fue la peor orgía que jamás presenció, que el campamento estaba
«enloquecido», y afirma que los hombres de montaña eran «como tigres». «Tuvimos
cortes, mordiscos y puñetazos; algunos incluso dispararon rifles y pistolas contra
otros, pero estas armas resultaban casi todas inofensivas en las inestables manos que
las sostenían». Pero el fuerte fue bautizado y la bandera norteamericana, hecha de
«sábanas desteñidas, un poco de franela roja y unos cuantos retales azules», ondeaba
sobre este. A continuación, Wyeth dejó allí a doce hombres para que se encargaran de
su funcionamiento y partió.
Hay poca información disponible a partir de este momento y en todo caso los
detalles de poco servirían, porque Stewart y los misioneros se alejan del escenario en
el que se desarrolla esta narración. El territorio es desolado, terrible o espectacular,
sucesivamente o a un mismo tiempo, pero siempre es duro y poco a poco se va
haciendo más agreste. Sería agradable saber cuál fue el impacto que los abismos del
río Snake, la lava, las cumbres desnudas, el paisaje tortuoso causaron en nuestro
noble romántico mientras su caballo avanzaba cautamente por la ruta que miles de
nuestros emigrantes recorrerían más tarde. Stewart tan solo hace una breve alusión a
este territorio en su ficción, pero era nuevo, y eso, en sí mismo, ya era un atractivo
para el alma de un romántico. Según muestra su diario, Lee era amigable con los
misioneros (por supuesto, era católico, aunque no confeso en esa época). La serie de
cascadas y rápidos más allá de Twin Falls lo impresionaron más a él que a los
misioneros, quienes avanzaban con dificultades arrastrando el ganado mientras
Stewart cazaba y exploraba.
Acamparon durante una semana en un lugar llamado Three Island Ford para
reabastecerse. Allí, la esposa de expedición de McKay murió. A la mañana siguiente
tomó otra. Pero primero visitó a los familiares de la joven y les informó de que no iba
a pagársela, porque los hombres blancos no compraban a sus mujeres. Solo estaba
siendo tacaño, pero los misioneros estuvieron de acuerdo porque elevaba el estatus
del matrimonio. Además, cuando los familiares sorprendentemente mostraron su
acuerdo, fue prueba suficiente de que estaban dispuestos a adquirir las costumbres de
los blancos. Finalmente, McKay proporcionó a los misioneros algunas provisiones, lo
cual fue otra providencia especial, y les dijo que debían continuar por sí solos a partir
de ese punto, porque iba a permanecer allí hasta la primavera, poniendo trampas y
comerciando. Y así era, pero también iba a matar el as de Wyeth. Se dirigió a la
desembocadura del río Boise y construyó el puesto comercial que más tarde se
llamaría Fort Boisé. Era lo más cerca que la Hudson’s Bay Company había llegado al
corazón del comercio de montaña, y así logró lo que se proponía: debilitar Fort Hall.
El diario de Lee, nuestra única fuente de los movimientos de Stewart en esa
época, no revela nada que apunte que él y su amigo escocés estuvieran haciendo nada
inusual cuando con tres compañeros y unos cuantos indios se marcharon solos hasta
alcanzar a la partida que McKay había enviado por delante. No hay apenas mención

www.lectulandia.com - Página 210


de las vicisitudes que sufrieron, aunque cuando dejaron el Snake, cruzaron la primera
sierra, bajaron hacia Grand Ronde y se dirigieron hacia las Blue occidentales, se
encontraron en un tramo donde las caravanas de emigrantes comenzaban a zozobrar.
Quizás Lee se sintió animado por su «santo y tres veces bendito» privilegio de parar
la marcha para celebrar el Sabbath. Tras uno de estos días de alabanzas, sin embargo,
leyó Sardanapalus de Byron, que sin duda había tomado prestado de Stewart. No
consideró que aquella obra pudiera mejorar el alma o enderezar la vida de nadie y su
autor era un infiel, o al menos «un extraño total a toda religión vital experimental».
Se sucedieron una serie de providencias especiales cuando unos indios cayuses
ofrecieron comida a los misioneros y un walla walla les dio tres caballos. El Señor
había ablandado el corazón del salvaje y a cambio Lee curó a la hija del jefe de un
dolor de cabeza. Bonneville pasó cerca de ellos y Lee y Stewart cabalgaron a su
campamento para cenar con él, aparentemente un encuentro totalmente abstemio.
Todo esto consumió el mes de agosto, y era el 2 de septiembre cuando los misioneros,
Stewart y el ganado se reunieron con el señor Pambrun en el fuerte de la Hudson’s
Bay Company, Fort Walla Walla, donde el río que le daba el nombre desembocaba en
el Columbia. Por fin habían llegado al Río del Oeste y Stewart se encontraba en el
gran feudo norteamericano de su territorio. Aquí sabemos que sufrió una triste
alergia. Solo había pescado para comer y él no podía comerlo, así que sacrificó un
caballo. Tres días más tarde, Wyeth y los científicos llegaron. Se encontraron como si
fueran viejos amigos que no se veían desde hacía mucho tiempo.
El resto del viaje no lo realizaron en el medio que tan íntimamente habían llegado
a dominar: lo hicieron por el agua. Pambrun se quedó con el ganado de los
misioneros, dándoles una orden de reposición en Fort Vancouver, y reclutó
tripulación para un barco para ellos y otro para Stewart. Tras uno o dos días por
tierra, Wyeth también embarcó y desde allí se encontraban constantemente el uno con
el otro, mareados y tambaleándose de un lado a otro de la embarcación en aguas
turbulentas y tormentas aún más turbulentas. Atravesaron la gran garganta del
Columbia, fueron arrastrados más allá, evitaron las Cascades porteando las
embarcaciones por tierra, y el 16 de septiembre llegaron al final del trayecto, la
capital de la Hudson’s Bay Company, Fort Vancouver, a unas millas río arriba por el
Columbia desde la desembocadura del Willamette… y se ubicaron en la orilla norte
para estar en suelo británico en caso de que Oregón fuera dividida de acuerdo con la
lógica.
Allí Wyeth confirmó que su expedición había fracasado (anteriormente, tan solo
había oído rumores). Su barco, el May Dacre había recibido el impacto de un rayo y
había permanecido tres meses varado en Valparaíso para su reacondicionamiento. De
manera que se había perdido la temporada del salmón. Las tres patas en las que se
apoyaba su elaborado plan se habían roto. Ahora solo era un hombre con un fuerte
que la Hudson’s Bay Company aislaría, unas existencias que la Hudsons compraría al
precio que quisiera pagar y una compañía de empleados cuya paga sería difícil de

www.lectulandia.com - Página 211


reunir.
No es solo el agradecimiento de haber llegado sano y salvo al final de la ruta lo
que de repente reaviva el diario de Lee. Allí había aserraderos, una gran tierra de
labranza, huertos, rebaños, manadas. En resumen, mejores bienes inmuebles. En
resumen, algo que el Misionero de los flatheads inmediatamente consideró más
importante que la salvación de las almas de los flatheads… repudiados por sus
pecados y herejías y condenados al fuego eterno. «Oh, Señor, ayúdanos con la
elección de un lugar», suplica. Bastante innecesariamente. Incluso un infiel podría
adivinar que el Señor iba a ayudar a Su siervo a elegir justo aquel lugar.
Es conveniente que los dejemos ahora allí, cenando con el gran McLoughlin en el
centro neurálgico de su imperio, junto al río azul y de aguas rápidas, con el gran cono
del monte Hood al este. Finalmente, resultó que el Señor quería que Sus promotores
clavaran una pica en el fabulosamente fértil suelo del valle del Willamette, cerca de
su mejor recurso de agua, donde podían empezar a enseñar a los indios domesticados
a deletrear textos, cantar himnos y trabajar la tierra de labranza. Wyeth estuvo muy
atareado en un desesperado intento de salvar algo de los restos del naufragio y lo
volveremos a encontrar el próximo verano (parte de estos restos era una caldera de
sal para el proceso de secado del salmón que, abandonada más tarde, se convirtió en
manos de Ewing Young en el primer alambique de Oregón y, por lo tanto, en la base
de la sociedad por la templanza de Jason Lee). Townsend, cuya travesía hacia el
Pacífico había sido todo un placer, fue contratado por McLoughlin como cirujano y
comenzó a coleccionar especímenes antropológicos. Nuttall también se entretuvo en
un nuevo territorio del paraíso del naturalista y volveremos a retomar sus andanzas.
Entonces, el 27 de octubre de 1834, un hombre enfermo llegó a Fort Vancouver
por el Columbia y una visión enloquecida llegó a su desgraciado fin. Informes
dirigidos al Congreso, cartas a la prensa, reuniones masivas, panfletos, declaraciones
y folletos informativos no sirvieron absolutamente de nada a Hall Jackson Kelley. Su
Sociedad Norteamericana por la repoblación del Territorio de Oregón acabó
exactamente como él mismo. Ni siquiera tuvo el tiempo ni el sentido común de firmar
un contrato con Nat Wyeth, que perteneció brevemente a la Sociedad y podría haberla
salvado. Hacía ya un año y medio que partió —solo con su sueño— a Oregón, y el
fracaso de la Sociedad le había dejado sin nada, solo con su sueño. Había atravesado
Nueva Orleans, Vera Cruz, La Paz y, finalmente, llegó a San Diego. En California,
logró que se le unieran nueve conversos al sueño y después otro más que valía más
que todos los demás, el Ewing Young que había conducido en dos ocasiones a
hombres de montaña desde Nuevo México hasta la costa dorada. Se dirigieron hacia
el norte y Kelley cayó enfermo con malaria, y habría muerto si la brigada anual de la
Hudson’s Bay no lo hubiera encontrado y curado. El líder de la brigada, Michel La
Framboise, lo llevó a Vancouver.
Kelley había llegado al final del sueño. Así pues, McLoughlin, el Rey de Oregón,
le negó la mesa de los caballeros y lo acomodó en una pequeña casucha. El

www.lectulandia.com - Página 212


gobernador de California había informado de que eran ladrones de caballos, y
algunos de ellos lo eran, aunque no Ewing Young. El Rey todavía no comprendía que
los Estados Unidos habían llegado personificados en Wyeth, los científicos y los
misioneros, pero supo que Kelley podía suponer el fin de Gran Bretaña en esa costa si
se le dejaba espacio. Y aunque no le hubieran acusado de mezclarse con ladrones,
Kelley no podría haber comido con los caballeros.
En cuanto a Stewart, lo único que se sabe es que se quedó allí explorando los
alrededores hasta que crecieron las aguas del Columbia y llegó el momento de partir
hacia las montañas.

www.lectulandia.com - Página 213


IX

LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO


(1835)

Stewart, Wyeth y los misioneros llegaron a Fort Vancouver a mediados de septiembre


de 1834. Tres semanas más tarde, Wyeth entregó a Stewart cartas de presentación
para sus hermanos en Nueva Inglaterra y Baltimore; por lo visto, el escocés errante ya
había decidido regresar a los Estados en 1835. Los viajeros entonces se dispersaron a
sus distintos negocios. Con la energía de un hombre que jamás admitía la derrota,
Wyeth exploró todos los rincones, construyó un fuerte en Sauvie Island en la
desembocadura del Willamette, cruzando el territorio para ver lo que podía hacerse,
intentando salvar algo del plan del secado de salmón, enviando partidas de tramperos
bajo las narices de la Hudson’s Bay Company. Nada le salía bien. Incluso el proyecto
de Fort Hall estaba derrumbándose. Era el lugar apropiado para un puesto comercial,
incluso con el monopolio británico presente en Fort Boisé, y sus burgueses y
guarnición no parece que cometieran errores serios. Simplemente, Wyeth era la
personificación de la mala suerte y le llegaban noticias de repetidas pérdidas y
desalientos. Cuando una de sus rondas de exploración lo llevó de regreso a Fort Hall
para ver qué podía hacer con aquello, algunos kanakas que había contratado
arrebatándoselos a la Hudson’s Bay Company desertaron llevándose sus equipos…
era un problema habitual. Los indios que contrataba robaban los caballos y temía que
sus hombres exigieran una subida de salario. Su diario es un monótono recuento de
lluvia, nieve, viento, ríos turbulentos, cansancio, mala salud y obstinado esfuerzo.
Pero en diciembre cargó su barco de madera y lo envió a las Islas Sándwich.
Townsend, el joven naturalista, realizó la travesía en el barco, disfrutó de un invierno
agradable y atareado y también regresó a bordo del barco en abril de 1835, con reses,
ovejas y cabras para el fuerte de la isla de Wyeth.
Dejándose guiar por la voz interior, Jason Lee entró en la iglesia de su misión a
mucha distancia del lago de los flatheads y bendijo la casa del Señor. Fue construida
en el valle del Willamette, uno de los grandes valles del mundo. Cuando los
misioneros llegaron a la Pradera Francesa, así llamada porque viajeros retirados de la
Hudson’s Bay Company se establecieron allí y construyeron granjas, reconocieron a
su líder. Empezaron a talar árboles, a tallar vigas de madera y a lijar tablones.
Indiana, Illinois, Wisconsin… junto a miles de arroyos, miles de viajeros estaban
haciendo exactamente lo mismo, una hermandad de hachas, azuelas y hendedores que
se erigen en símbolo norteamericano. La pequeña cabaña que construyeron junto al
Willamette a unas sesenta millas de su desembocadura era solo una cabaña cualquiera
en un claro de bosque cualquiera… si no fuera porque se había construido en Oregón

www.lectulandia.com - Página 214


y porque el imperio norteamericano se formaría a su alrededor como una laguna.
McLoughlin aprobó la decisión tras embarullarse en un cúmulo de valores, deseos,
políticas de empresa y errores. Los había sacado de las montañas, los había sacado
del sur del Columbia y si el fin estaba próximo, qué caramba, al menos tenía unos
nuevos amigos con los que hablar. Les vendió semillas, ganado y todo el material y
suministros que necesitaron. Surcaron con sus arados la tierra de Oregón y
empezaron a pensar en abrir una escuela y predicar a los indios. Algunos chicos y
chicas indios llegaron y suplicaron quedarse… sucios, piojosos y tan desnudos que
tuvieron que hacerles ropa inmediatamente. La providencia divina había otorgado
cabezas puntiagudas a algunos de estos convertidos al cristianismo por un poco de
arroz, como aquellas que William Walker no había visto. Eran chinooks: la
providencia había proporcionado a la misión algunos novicios que serían dóciles.
Con eso resuelto, Lee abrió el plazo de solicitud de su Junta de la Misión que duraría
años. Enviadnos familias, enviadnos mujeres, enviadnos laicos —enviadnos
granjeros, mecánicos, trabajadores—, enviadnos máquinas y arados y árboles frutales
y semillas. Enviadnos «temporeros»… tenemos suficientes eclesiásticos. Enviadnos
colonizadores, constructores de imperios, una población. Esta es la tierra más fértil
del mundo.
Ya había un imperio en la orilla norte del Columbia, que el monopolio y el
gobierno creían que sería suelo británico en el peor de los casos. El capitán Stewart
desaparece aquí durante el invierno. Fort Vancouver, ahora Vancouver, Washington,
se encontraba a unas mil ciento cincuenta millas río arriba desde la desembocadura
del Columbia, y a unas seis millas al este desde donde desemboca el río Willamette
—de múltiples afluentes y plagado de islas— al Columbia desde el sur. El fuerte
había sido construido en 1825 tras la fusión de la Northwest Company y la Hudson’s
Bay Company, y un gran hombre estaba al mando.
El doctor John McLoughlin era un médico que había descubierto que la vida de
un partisano del noroeste era más fascinante que la medicina; físicamente un gigante,
un hombre imponente con una mente señorial, déspota y hombre de estado, un
maestro del liderazgo y la administración. Y en Oregón había demostrado lo que el
monopolio podía hacer con el comercio de pieles. La Hudson’s Bay Company poseía
el sistema más ingenioso de todos… o el que hubiera sido más ingenioso si la historia
hubiera cooperado. La Hudson’s cazaba las pieles del territorio practicando la
conservación, tomando solo un porcentaje calculado de un territorio determinado y
luego dejándolo en barbecho hasta que la población animal se reponía. Mantenía así
un mercado estable y un precio fijo por las pieles, y así estabilizaba su economía.
Establecía una jerarquía en la organización y el mando, pero preservaba abierto el
ascenso según el talento individual. Imponía un gobierno militar en sus empleados.
Extendía el mismo control rígido a los indios, organizándolos con la astuta sabiduría
acumulada durante más de un siglo y medio y los gobernaba con un código de ley de
la jungla según el cual la infracción invariablemente suponía un castigo. Y tanto era

www.lectulandia.com - Página 215


así que el nombre de la Compañía era la ley para los indios, y los hombres de la
Hudson’s Bay en grupos de dos y tres, o solos, podían viajar por cualquier territorio
de la Compañía sin correr peligro. La historia de la Compañía en el Noroeste del
Pacífico no es una crónica de asesinatos aislados y guerras repentinas, la historia
sangrienta del comercio norteamericano de pieles, sino la metódica documentación de
la casta imperial británica tratando inteligente, severa y provechosamente a cualquier
grupo de nativos.
Es decir, en los territorios donde la Compañía era un monopolio. Conservaba la
cosecha de pieles en sus campos privados, pero las agotaba tan rápido como cualquier
otro donde existía competencia. No daba, facilitaba ni vendía licor a los indios
siempre que no hubiera comerciantes intentando entrar en sus reservas, pero cuando
los había tenía más licor y más barato que nadie. Su caballerosidad parecía refinada
en comparación con la ruda hospitalidad de la ruta de los norteamericanos… pero
competía más sanguinariamente de lo que lo hicieron estos últimos. Las tácticas de la
American Fur Company contra la competencia en el Misuri o las montañas eran
suaves y de tercera categoría en comparación con el siglo y medio de la Hudson’s
Bay Company aniquilando franceses, canadienses y empresas rivales británicas. Su
última competición con la Northwest Company, que fue la mejor lucha y la definitiva,
supuso muchos años de robos, secuestros, emboscadas y asesinatos aislados
premeditados jamás vistos por las compañías norteamericanas, y provocó una
pequeña guerra civil con enconadas batallas… ante lo cual el gobierno de Su
Majestad por fin intervino forzando una paz y una fusión. La Compañía, tras
contratar a los partisanos de la Northwest que habían superado a los suyos propios,
inmediatamente aplicó su pacífico sistema en Oregón. De regreso en las montañas,
luchó contra los norteamericanos con las armas que los norteamericanos usaban, pero
al oeste de las montañas solo aplicaban el justo y paternal despotismo de un
monopolio dirigido por expertos y constructores de imperios. Podría haber gobernado
el territorio del Columbia como un rentable rancho de pieles para siempre si la
democracia del otro lado de las montañas no hubiera impulsado hacia ese ordenado
territorio a los primeros hombres de montaña, ahora a los misioneros cristianos y
cinco años más tarde a los colonos que habían abandonado sus claros en los bosques
para la siguiente oleada.
Pero los diez años de McLoughlin como rey residente habían mantenido el
Departamento del Columbia tan limpio como una patena. Alejó el cuartel general del
Astoria, que se encontraba cerca de la desembocadura del río, y lo trasladó a Fort
Vancouver, no solo para ubicarlo en suelo británico supuestamente permanente, sino
también para penetrar en tierra de labranza y lejos de los indios costeros. Estas tribus,
cuya cultura difería bastante de la de las tribus de las llanuras, ya llevaban treinta
años en contacto con el comercio costero. Nuestra historia no conoce a tipos duros
más sanguinarios o depravados que los marineros y capitanes marinos —
norteamericanos, británicos, rusos— que comerciaban en los brazos y las

www.lectulandia.com - Página 216


desembocaduras de los ríos. Los indios eran sanguinarios y depravados, y el
comercio chino, del cual era parte este negocio, estaba sumido en una confusa guerra.
Cuando la transcontinental Northwest Company bajó desde el norte para hacerse con
el comercio de Astor, los partisanos de la Northwest no tuvieron más remedio que
continuar con las prácticas que los marineros habían instituido. Los historiadores que
se empeñan en destacar una firme, pero gentil, justa y pacífica política británica
frente a la cruda masacre de los norteamericanos, ignoran la historia de la Northwest
Company en Oregón. Cuando se fusionó con la Hudson’s Bay Company, y a un
considerable coste en vidas de sus empleados, ya había reducido la población india en
un cincuenta por ciento por medio de asesinatos, alcohol y enfermedades. Había
quebrado la cultura y la moral de las tribus costeras y había desarrollado hasta el
máximo sus habilidades para el robo, la mendicidad, la traición y el asesinato.
McLoughlin había cambiado todo eso. Tras ubicarse río arriba entre indios menos
degenerados, la Hudson’s Bay Company los había convertido en sus súbditos. En su
mayoría, eran pacíficos y escrupulosos en mantener los contratos comerciales y la
vida de un hombre de la Compañía estaba segura en Oregón. Sin duda alguna,
McLoughlin había contado con la ayuda de un agente siempre poderoso para los
intereses del hombre blanco. Mucho antes de que Lewis y Clark llegaran al
Columbia, las enfermedades venéreas y de otro tipo transportadas en los barcos
habían comenzado a diezmar la población india. El lento e implacable proceso se vio
acelerado por el establecimiento de la civilización en Vancouver. Las misteriosas
epidemias que brotaban tras al asentamiento en cualquier lugar del nuevo territorio
aquí resultaron ser extraordinariamente letales para los indios. Durante diez años,
estas epidemias asolaron las tribus fluviales. Hacia 1835, tres cuartos de la población
india de Oregón al oeste de las Blue Mountains había desaparecido. En una sola
generación se habían conseguido unos resultados en Oregón que hubieran precisado
tres generaciones en el Este. Este hecho también resultó propicio para la emigración
que estaba por venir.
Sin embargo, ahí estaba el Rey de Oregón, «El Águila Blanca», y ahí estaba su
reino. Había desarrollado un sistema que superaba con creces hasta los sueños más
ambiciosos de Nat Wyeth. La tierra de labranza en Fort Vancouver cubría casi dos mil
acres. Allí, y en granjas más pequeñas y en las propiedades de los trabajadores
fluviales retirados, la tierra se empleó para pastos. McLoughlin cultivaba suficientes
cereales para abastecer a gran parte de su Departamento. La productividad de este
suelo no pasó desapercibida a los metodistas, que también observaron cómo
McLoughlin iba ocupando los puntos de suministro de agua y empezaron a
apropiárselos en nombre de Dios y del imperio norteamericano. También poseía una
manada de ganado vacuno procedente de California: rápidamente, el futuro de
Oregón como territorio de ganado se les reveló a los misioneros en una visión. Tenía
aserraderos, herrerías, tonelerías, astilleros, salinas y flotas pesqueras. Tenía el
transporte marítimo de Wyeth y un barco anual de la compañía remontaba el río, y la

www.lectulandia.com - Página 217


extensa y casi interminable comunicación fluvial a través de Canadá hasta el río Red
y de allí a Montreal. Tenía una serie de puestos comerciales que abarcaban hasta
territorio flathead en los Estados Unidos, a lo largo de los ríos del norte, al mismo
tiempo que Nueva Caledonia seguía formando parte de sus territorios hasta Alaska.
Siguió inmediatamente los pasos de Jedediah Smith y envió caravanas anuales a
través del sur de Oregón, en dirección a California, y ya hemos visto su invasión del
territorio de pieles norteamericano en las Rocosas.
En Fort Vancouver, Stewart se encontró con una mezcla de esplendor aristocrático
y bárbaro que debió de resultar totalmente familiar a un noble escocés. Los socios
que descendían por el agua blanca desde los inmensos bosques del norte, donde
durante meses tanto los partisanos como los marinos fluviales por igual
experimentaban los rigores y miserias de la vida en plena naturaleza, desembarcaban
y adoptaban una vida ordenada y ceremoniosa tan meticulosa como la de una corte.
Se vestían de acuerdo con lo que requería su estatus… y sus esposas eran las indias
mejor vestidas de todas; el barco de la Compañía transportaba sedas chinas, encajes
franceses y corsés de Londres para adornar las caderas que se ensanchaban y los
pechos que se descolgaban más y más cada año. Cenaban en exacto orden y con toda
la pompa y ceremonia. En la vajilla de porcelana más delicada se servía el alce
rustido y los filetes de grizzli por sirvientes mestizos o kanakas vestidos con una
especie de librea. Allí encontró el oporto de un inglés y los brindis apropiados a los
caballeros, aunque se cree que McLoughlin solo bebía una copa al año (cuando partía
su principal brigada) y se sabe que no toleraba a nadie ebrio cerca de él.
Stewart llegó un año tarde para conocer a David Douglas, el gran botánico cuyo
nombre nos llega en nuestro más magnífico abeto y en tantas otras especies. Pero en
aquel puesto del imperio británico del siglo XIX siempre había científicos, estudiosos
y nobles realizando su improvisada colonización y preservando un aroma nostálgico
de la corte en una sociedad de nativos y mestizos. Había algunos en Vancouver, con
un representante del Establishment de camino, que se mostró intolerante a los
matrimonios con nativos y confirmó la preferencia de McLoughlin por los metodistas
norteamericanos. También estaban los trotamundos siempre presentes en cualquier
puesto fronterizo y los especialistas locales: Tom McKay, a quien ya conocemos,
John Work, Michel La Framboise, Black Douglas, que sería el sucesor de
McLoughlin, Sam Black y Peter Skene Ogden. Estos hombres y sus mujeres e hijos;
la mezcla de canucks, mestizos, indios, kanakas, el tráfico río arriba desde el mar, el
tráfico río abajo desde Canadá, el tráfico por tierra desde los Estados y México. Y el
magnífico espectáculo de las flotas de canoas llegando a tierra o las caravanas de
mercancías partiendo… el espectáculo británico, más ordenado y silencioso que el
norteamericano, con colores más brillantes y canciones más recatadas, con un toque
del Durbar y muchos toques de la Guardia de Su Majestad dispuesta para un servicio
en el extranjero.
Un núcleo de civilización microscópico pero complejo en el fin del mundo, con el

www.lectulandia.com - Página 218


gran Norte más allá del horizonte y el gran Oeste, que desde allí era el Este, más allá
de otro horizonte, California al sur y China al otro lado del océano. Y una Inglaterra
eterna en los límites de los bosques, cuyos árboles medían cien pies o más desde la
primera rama, a orillas del río del Oeste que discurría en dirección al océano de
Drake y Cook… pero también el océano de John Ledyard y Robert Gray. Se la
llamaba la Compañía Comercial de Aventureros de Inglaterra en la Bahía Hudson, la
Compañía de Rupert fundada en Oxford treinta años antes de que acabara el siglo
XVII, cuando la peste expulsó de Londres a la corte de Carlos II. Desde el saliente
más bajo de la bahía de Hudson habían avanzado hacia el norte, hasta el Ártico y
hacia el oeste hasta el Pacífico, convocando en su ayuda a ese otro instrumento
imperial, el Ejército de Su Majestad. El Ejército había marchado por las cascadas del
Ohio, por Mackinac, por Niágara, por el lago Champlain… por todos lados. Y entre
ellos la Compañía de Aventureros y los casacas rojas habían liquidado el Imperio
Francés en Norteamérica. Los casacas rojas, cierto es, habían perdido los Estados
Unidos, pero los Aventureros lograron conservar Canadá. La línea que nos lleva de
Fort Vancouver hacia el pasado está claramente trazada.
En Ticonderoga, junto al lago Champlain hoy día, en un excelente museo, el
turista ve las botellas de vino, las tazas de porcelana de Limoges, los rulos para las
pelucas, las pistolas de duelo, las prendas de raso con encajes, charreteras y
pasamanería de los chicos que entrenaban a sus patrullas armadas, bebían a la salud
del Rey, chismorreaban sobre las obras de teatro de Londres y las damas, confinados
en aquellos gruesos muros de piedra y arriesgándose a perder sus cabelleras a unas
cien yardas de aquellos mismos muros si brindaban demasiado por la salud del Rey.
Lo mismo hacen ahora los nietos de sus supervivientes, al borde de bosques más
grandes, junto a ríos más importantes. Pero, en 1835, no duró mucho tiempo.

* * *

Supuestamente, Stewart examinó una gran parte del puesto del Pacífico durante el
invierno lluvioso, porque no era un hombre que pudiera aguantar mucho tiempo
quieto. Pero no estamos seguros de sus andanzas hasta el 11 de febrero de 1835. Ese
día, Nat Wyeth, tras descender por el Columbia en una piragua llena de agujeros bajo
la lluvia y un vendaval que formaba olas altas como paredes, llegó a las Cascades. En
ese tramo de aguas turbulentas encontró a Francis Ermatinger «con una brigada de
tres barcos que transportaba el equipo para los fuertes en la parte alta del curso del
río». Stewart estaba con Ermatinger y por ello partió temprano hacia las montañas. El
puesto del propio Ermatinger era Fort Walla Walla, donde el pequeño río de ese
nombre desemboca en el Columbia a los pies de un abrupto barranco, tras el cual
comenzaba el desfiladero. Como febrero no es buen mes para cruzar las montañas,
sin duda su estancia en Fort Walla Walla fue larga, es razonablemente seguro pensar

www.lectulandia.com - Página 219


que visitó la Casa Spokane de la compañía un poco más al norte, y menos seguro
pensar que continuó avanzando hacia Fort Colville o Fort Okanagan. En cualquier
caso, el 10 de junio Stewart, Ermatinger y una pequeña partida llegaron a Fort Hall
procedentes de tierra adentro y de camino a la rendezvous. Como Fort Hall no se
encuentra a más de diez días de viaje como mucho, debieron de llegar allí hacia el 20
de junio. Llegaron demasiado pronto.
La ubicación era otra vez en el valle del río Green, junto a, o cerca de, la
desembocadura del New Fork, el paraje favorito de Stewart. Esa sería la primera
rendezvous bajo el monopolio de la American Fur Company. Fitzpatrick, Sublette &
Bridger, la nueva sociedad formada a partir de las ruinas de la RMF Company, ya
había sido contratada por la Compañía y ese mismo verano sus miembros disolverían
la sociedad y pasarían a ser empleados directamente de la compañía. Compraron Fort
Laramie a Sublette y Campbell, que enviaron una caravana temprana para abastecer
el fuerte y luego lo vendieron. Sus compradores lo entregaron inmediatamente a sus
nuevos patronos… y por lo tanto, ese año en las montañas, además del monopolio,
solo continuaban allí Wyeth, el arruinado Bonneville y los tramperos libres. Estos
últimos llegaron a la rendezvous en gran número, y había más indios que nunca. Eran
utes, una delegación grande de snakes y muchos flatheads y nez perces. Estos últimos
continuaban esperanzados. Los sacerdotes que llegaron el año anterior para
iluminarlos habían salido corriendo. Pero ese año quizás hubiera otros y tal vez estos
sí se quedaran con sus solicitantes.
Hasta ahora hemos visto las caravanas procedentes de los Estados llegando a la
rendezvous a finales de junio o principios de julio. Los clanes se reunían por la
misma época ese año, pero la caravana se retrasó más de un mes. Las tiendas ya
estaban montadas a orillas del New Fork, las carreras, la caza y las conversaciones
preguntándose lo que había pasado duraron cinco semanas enteras cuando el nuevo
empleado de la Compañía, Tom Fitzpatrick, y no el esperado Luden Fontenelle, llegó
encabezando la caravana el 12 de agosto.
Fontenelle la había conducido hasta Fort Laramie, su cuartel general
recientemente adquirido, y allí le pasó el mando a su nuevo partisano. Este partió de
Liberty, cruzó el río desde Independence el 15 de mayo, un poco más tarde de lo
normal. En lugar de dirigirse al Platte por la ruta habitual, condujo la caravana río
arriba por la orilla del Misuri hasta Bellevue, que había sido su propio puesto antes de
unirse a la Compañía. La razón del cambio de ruta parece haber sido el desarrollo
avanzado y la importancia cada vez mayor del nuevo puesto de Joseph Robidou, que
finalmente se convertiría en la ciudad de St. Joseph. Bellevue estaba a tan solo unas
pocas millas de la desembocadura del Platte y la ruta que Fontenelle tomó —hacia
Plattsmouth y luego río arriba hasta donde se juntaba con la vieja ruta cerca de Grand
Island— se convertiría desde ese momento en una ruta alternativa para caravanas y al
final en una ruta para las caravanas de emigrantes.
En Bellevue se produjo un retraso inexplicable en la preparación de la caravana.

www.lectulandia.com - Página 220


Luego, hubo otro retraso y, cuando los impacientes vigilantes en el Green se
reunieron por fin con sus compañeros, descubrieron que habían estado a punto de
quedarse sin caravana ese año. Porque, cuando los hombres de Fontenelle visitaron
Bellevue, empezaron a caer enfermos afectados por un brote de cólera asiática.
Este era el tercer año de cólera en los Estados Unidos. Y este, el primer brote de
cólera en Norteamérica, fue parte de una pandemia que se inició, por lo que saben los
estudiosos modernos de hoy, en la India en 1816. Fue la peor epidemia humana desde
la Peste Negra; puede que fuera incluso peor que la Peste Negra. Había estado
gestándose lentamente en la India durante siete años, pero llegó al delta del Ganges
en 1826. Tres años más tarde llegó al mar Caspio y hacia 1830 arrasaba Rusia y
Oriente Próximo. El año siguiente llegó a La Meca, desde donde los peregrinos, que
murieron a miles, la transportaron hacia las tierras mahometanas del sur. «Los años
1831 y 1832 fueron años terribles para toda Europa. Desde el mar Caspio la peste
cruzó por barco y en caravanas terrestres hasta el mar Negro y ascendió por el
Danubio al sur y el centro de Europa… viajó por las carreteras hasta las cabeceras de
los ríos de la cuenca hidrográfica del Báltico… acompañó todo desplazamiento
humano»[1]. Inglaterra lo experimentó por primera vez el verano de 1831 y un año
más tarde se había extendido por todas las Islas Británicas.
Los míseros irlandeses, que se apiñaban en las bodegas de los barcos de
emigrantes, llevaron la epidemia a Canadá a principios de 1832. Ellos y sus
anfitriones morían como moscas. Remontó el St. Lawrence y llegó a los Estados
Unidos por el lago Champlain y por el barco del canal hacia Albany. Desde Albany
bajó por el Hudson hasta Nueva York y llegó a la urbe al mismo tiempo que otros
casos que llegaron directamente desde el otro lado del Atlántico. Mientras tanto,
avanzó hacia el oeste por el río Ohio y el canal Erie (hemos señalado que, en el otoño
de 1832, Maximiliano hizo una parada en New Harmony por miedo al cólera y quizás
contrajo una cepa débil de la enfermedad). Se expandió a los Grandes Lagos y casi
eliminó por completo al desafortunado destacamento de soldados que Winfield Scott
lideraba para someter a Halcón Negro. Ese fue el año en que John Wyeth, tras
regresar arruinado de su accidentado viaje a las montañas, llegó a la ciudad de Nueva
Orleans sumida en el pánico, consiguió un trabajo de sepulturero a dos dólares por
día, ayudó a llenar las excavaciones con los muertos y finalmente él mismo contrajo
la enfermedad aunque sobrevivió a ella. Nueva Orleans sufrió terriblemente en 1832,
pero hubo otro espantoso brote en 1833, y en ese último año Misuri, Kentucky y, de
hecho, todo el valle interior, experimentaron los mismos horrores que el litoral había
presenciado un año antes (la esperanza de evitar el cólera determinó la ruta a San
Luis del capitán Stewart). Ese año se acabó la epidemia en Norteamérica, pero la
enfermedad permaneció latente en muchos lugares, y en algunos de ellos se producía
un brote virulento cada año; y, finalmente, en 1849 volvió a arrasar el territorio y
encontrar un nuevo caldo de cultivo en las oleadas de la fiebre del oro[2].
En 1833 la enfermedad remontó el Misuri hasta Fort Union, aunque perdió parte

www.lectulandia.com - Página 221


de su virulencia por el camino. A partir de ese momento existían focos de la
enfermedad a lo largo del Misisipi. Uno de estos fue San Luis, donde cada año unos
cuantos casos provocaban el habitual terror entre la población. Salvo algún caso
aislado en el barco de vapor de camino a Independence, sin embargo, no avanzó más
allá por el oeste. Pero en estos momentos, el 10 de junio de 1835, la primera víctima
en Bellevue de la partida de Fontenelle mostraba los mismos síntomas. La
enfermedad ataca como un trueno y en ocasiones se manifiesta en pocas horas.
Provoca graves episodios de diarrea y vómitos desde el principio, y en breve se
vuelven violentos. La postración es total. La severa pérdida de fluidos, que también
puede llegar a provocar la pérdida de sangre, contrae y arruga la piel del paciente. Se
hunde su semblante, se le afila la nariz y comienza a ponerse azul. Sufre una dolorosa
agonía. En pocas horas o, como mucho, unos pocos días, muere o se revierte el
proceso y comienza a sanar.
Nadie podía llevarse a engaño de lo que había matado a la primera víctima. Este
grupo de viajeros de las praderas debió de sentir un incontrolable terror que afectó
tanto a los sanos como a los enfermos. La caravana corría el peligro de no llegar a las
montañas; muchos de ellos podrían morir. Así pues, Luden Fontenelle despertó a un
novato que viajaba con él. El novato era médico y no gozaba de muy buena salud,
agotado por el viaje, mortificado por un dolor crónico en un costado, debido al cual
se había practicado últimamente algunas sangrías… y era misionero. Tenía un
compañero, un anciano clérigo yanqui. Los hombres de Fontenelle no estaban muy
contentos con los cristianos que seguían los pasos de Jason Lee. Les había ofendido,
al igual que ofendió a los hombres de Wyeth un año antes, la aversión de los
misioneros a viajar en Sabbath, su piedad y su refinamiento. Y manifestaban su
descontentó… burlándose de los errores de los novatos, soltando la balsa en la que
debían transportar su pequeño equipo al otro lado del río, lanzando huevos podridos
en una ocasión al médico enfermo y, al menos eso creía el anciano caballero,
planeando asesinarlos a los dos en cuanto penetraran en el territorio. Fontenelle, al
despertar a su novato de noche para decirle que el cólera había aparecido, debió de
sentir un ligero disgusto.
Sin embargo, el doctor Marcus Whitman se levantó y se puso a trabajar. Durante
doce días luchó encarnizadamente contra la epidemia, con nuevos enfermos cada día,
uno de ellos el propio Fontenelle, y al menos tres muertes. Whitman salvó la
caravana —debió de ser gracias a sus constantes cuidados, porque el calomel que les
suministró tan solo pudo empeorar el infierno del cólera—. Pero, a pesar de estar
debilitado por su costado inflamado, no iba a darse por vencido. Los calentó, los
alimentó, los reconfortó, los cuidó durante toda la enfermedad, trasladó el
campamento a tierras más altas y un entorno más limpio y, de repente, todos se
recuperaron y la plaga remitió. Solo para demostrar que no habían sido derrotados,
algunos de los chicos salieron y asesinaron a un mestizo arikara a quien ya habían
intentado atrapar hacía tiempo. Pero, a partir de ese momento, ninguno de ellos

www.lectulandia.com - Página 222


volvió a causar problemas a los misioneros.

* * *

La riada corría más rápido y alcanzó a dos personajes notables. El reverendo Samuel
Parker, anteriormente pastor en Middlefield, Massachusetts, pero ahora clérigo en un
colegio de chicas en Ithaca, Nueva York, había intentado responder a la llamada de
los flatheads el verano anterior, pero llegó a la frontera demasiado tarde para unirse a
una caravana. Por fin lo había conseguido y se había llevado con él a un médico cuyo
fervor había alimentado durante el invierno. Samuel Parker tenía cincuenta y seis
años y era un estudioso, un hombre de libros delicado e idealista, un morador de los
estudios de las casas de párrocos, pero partía al oeste en una caravana tan
tranquilamente como un hombre de la mitad de su edad partiría en coche hoy día.
A sus cincuenta y seis años, tenía sus propias manías, era poco flexible, de porte
digno, y esto podría haber causado alguna fricción con Whitman, más joven y más
flexible, y que se adaptó al viaje por la pradera con el entusiasmo que muchos
novatos descubrían de pronto en ellos al llegar a aquel territorio. Al menos, cuando el
cáustico William Gray escribió su historia, dijo que eso es lo que notó. Parker, afirma
Gray, «no podía soportar la manera improvisada, descuidada y desaliñada, según su
punto de vista, en la que el doctor Whitman tenía costumbre de viajar». No le gustaba
que Whitman comiera con su cuchillo, dice Gray, y añade otros ejemplos que no
denotan más que remilgos por su parte. Pero, aunque el diario de Whitman refleja
alguna que otra tensión, aunque los dos temporalmente mostraron su desacuerdo
antes de separarse, y aunque Whitman se quejó formalmente más tarde cuando Parker
no cumplió los planes entonces establecidos, lo más probable es que Gray los viera a
ambos a través de su propia bilis. Esa bilis teñía casi todo lo que describía.
Parker era un clérigo congregacional, Whitman era un «misionero médico»
presbiteriano. Ambos eran agentes del Consejo Norteamericano de Comisarios para
las Misiones en el Extranjero, una empresa mixta congregacional-presbiteriana que
los había enviado a investigar la petición de los flatheads y nez perces de una
religión. Eran una pareja más agradable que los Lee del año anterior, y mucho más
agradables desde un punto de vista actual que las almas devotas, deprimidas y
plagadas de culpas a quienes la Junta Norteamericana empezó a enviar un año más
tarde.
Se le tiene que reconocer a Samuel Parker el mérito de la inteligencia fría y
analítica que muestra al enfrentarse al Oeste, a los indios, al viaje por las praderas y a
todas las magníficas novedades que podrían haber abrumado a un hombre tan mayor
y estricto. A lo largo de este periodo no hay escrito sobre el Oeste nada más sagaz
que su Diario de una exploración al otro lado de las Montañas Rocosas. Whitman no
escribió ningún libro; el único documento que nos permite entrar en su mente son las

www.lectulandia.com - Página 223


cartas a la Junta Norteamericana —y algunas otras cartas— y las anotaciones
fragmentarias y demasiado breves en algunos diarios. Pero en la primera travesía se
muestra como un hombre que va desembarazándose de sus preocupaciones
individuales en aras de una gran causa; a partir de este momento se vuelca del todo.
Desde este momento también es un gran hombre… y no es la tragedia brutal hacia la
que se dirigía, y que tendría lugar doce años más tarde, lo que le otorga la dignidad
del propio destino en la mente del estudioso. Ni la misión abortada en Waiilatpu, sino
una vida vivida con el único objetivo que libremente se impuso. De una manera
distinta, de una manera que es mucho más atrayente, Whitman era un instrumento del
espíritu de los tiempos en la misma medida en que lo fue Jason Lee.
Hay una refrescante falta de autoflagelación evangélica en ambos misioneros,
solo un par de exclamaciones en total, y ninguna mención especial a la providencia
divina. Muy atrasado, Fontenelle ya le había puesto las espuelas a sus hombres. Se
llevaba a sesenta, alrededor de doscientos animales y seis carromatos. Estos últimos
eran una innovación, o más bien una mejora que interesó vivamente a Whitman.
Porque Parker le había presentado y probablemente le había sugerido matrimonio con
una bella mujer de pelo dorado que estaba a punto de abandonar la edad de merecer,
vivaz, más coqueta de lo que parecería apropiado a alguien tan pío, una excelente
cantante, que desde la niñez había querido dedicarse a labores misioneras entre los
paganos. Todos estos atributos le estaban creando problemas a Narcissa Prentiss y a
la Misión de Oregón. Pero ella había prometido casarse con Whitman y acosó a la
Junta Norteamericana hasta que esta la autorizó a unirse a las misiones del Oeste,
cuanto antes mejor, aunque, esperaba la Junta, como mujer casada. Eso no significaba
necesariamente Oregón, pero, si los carros de Fontenelle se retrasaban, esto le daría a
Whitman una ventaja para que finalmente fuera Oregón. Los vigilaba cuando podía,
lo cual no era muy a menudo, porque debía ocuparse de las mulas de carga del equipo
de los misioneros sin ninguna clase de ayuda por parte de Parker. El señor Parker se
desentendía de las tareas, no cocinaba, no montaba ni desmontaba el campamento y,
cuando la disentería causada por el caliche dejó postrado a Whitman, como era de
esperar, se fue a cenar con Fontenelle para entretenerse con abstracciones eruditas.
Fontenelle se mantenía alerta debido a la presencia de arikaras, los piratas
fluviales que intermitentemente se volvían malos de corazón y que se habían
asentado en las praderas hacía ya un año para evitar ser influidos por los militares
enviados para purificarlos. Él no los conoció, porque el coronel Dodge se llevaba a
sus Dragones al oeste para impresionar a todos los indios que hubieran oído hablar de
él, y los arikaras se desplazaban por delante de ellos hacia el Platte Sur, rápidamente.
Fontenelle encontró una banda grande de pawnees loups bajo el mando de un tal
Mala Hacha, que marchaban de cacería. Su intención era impedir que los blancos se
adelantaran para que no les espantaran los búfalos e insistieron en viajar con ellos
durante un par de días; Parker intentó instruir a Mala Hacha, cuyo semblante sugería
que deseaba instrucción, en los misterios cristianos. Pero solo podían conversar

www.lectulandia.com - Página 224


mediante signos, un lenguaje que Parker no dominaba… y «que es mucho más
ininteligible de lo que había esperado». Los mozos de carga comenzaron a refunfuñar
porque no les gustaban los pawnees y a la larga se habrían producido problemas, pero
Fontenelle pagó un peaje y les permitieron pasar.
En el Platte Norte encontraron un gran número de búfalos que aumentaba a
diario. Gordas vacas para todos y caza para todos menos para el señor Parker. Y caza
para él también poco tiempo después, porque a este hombre calmado le embargó un
impulso que le resultaba difícil reconciliar «con una buena conciencia». Nunca habría
creído que quisiera «jugar con la vida ni tan siquiera del animal más insignificante»,
pero se vio forzado a admitir que deseaba perseguir a los búfalos. Y así hizo,
blandiendo un rifle con el que no estaba familiarizado y espoleando al caballo hacia
una manada. Tras seleccionar una presa, «desmontó para asegurarse un tiro más
exacto». Hirió al búfalo y, aunque no lo sabía, se benefició de una especial
manifestación de la providencia, porque el animal no cargó contra él. Los chicos se
quedaron con la boca abierta cuando él les describió su aventura, y luego le dieron
una lección: cuando disparas a un búfalo, quédate montado en el caballo.
El 22 de julio, la partida acampó a un par de millas de Chimney Rock. Parker y
Whitman cabalgaron hasta allí para examinar la famosa columna. Una gran manada
de búfalos corrió hacia ellos en estampida; a esas alturas ya sabían lo suficiente para
reconocer que aquello era una mala señal. Corrieron hacia el campamento, desde
donde Fontenelle ya estaba enviando una partida para protegerles de quienquiera que
estuviera espantando a los búfalos. Pero los dementes aullantes que aparecieron
galopando tras la nube de polvo y disparando sus rifles no eran hostiles, sino algunos
de los hombres de Fitzpatrick que habían acudido para averiguar qué había retrasado
a la caravana e informarse de lo que había sucedido desde mayo de 1834. Dos días
más tarde se produjo una alarma similar, pero en esta ocasión causada por indios, y
Fontenelle dispuso inmediatamente a sus hombres en posición de batalla. Sin
embargo, justo antes de ponerse a tiro, los caballos que cargaban se pusieron a correr
en círculos y los rifles dispararon al vacío; ambas señales significaban paz. Cuarenta
indios pacíficos, vestidos para un baile, llegaron al campamento y resultaron ser
oglalas sioux. Finalmente, la caravana adelantó a un poblado grande de ellos, en total
unos dos mil. Eran la banda de Oso Búfalo, la parte más numerosa de la subdivisión
oglala, y se dirigían a Fort Laramie.
Esto fue de capital importancia: los sioux se trasladaban a las Llanuras Laramie.
Se dice, basándose en pruebas no del todo determinantes[3], que Sublette & Campbell
les convencieron para trasladarse allí el verano anterior. La idea era arrebatar a tantos
clientes de la Compañía como fuera posible desde el puesto sioux establecido —y
muy rentable en el Misuri—, Fort Pierre, y atraerlos a Fort Laramie de la Oposición.
Pero Fort Laramie había pasado a manos de la Compañía un mes o antes de que
Parker y Whitman llegaran allí, de manera que, si fue la Competencia realmente la
responsable de la migración de los oglalas, simplemente redistribuyeron parte del

www.lectulandia.com - Página 225


comercio del monopolio. Pero ahora había sioux en el Platte y jamás lo abandonarían.
Y esto echó a perder la estructura de relaciones internacionales, produciendo una
turbulencia que duraría hasta que las tribus no fueron capaces de guerrear. Sus
enemigos eternos, los pawnees, ahora se encontraban directamente al este de ellos; y
sus enemigos eternos, los crows, se encontraban ahora directamente al norte. El
territorio donde Fontenelle los encontró era tradicionalmente territorio cheyene y
arapahoe. Pero el territorio justo al oeste —las llanuras Laramie, con sus extensas
manadas de búfalos y sus cruces de caminos, las montañas Laramie y las montañas
Medicine Bow— había sido siempre una especie de Kentucky o Renania. Ninguna
tribu lo reclamaba, ninguna tribu lo controlaba y muchas tribus acudían allí para
cazar. Los snakes y bannocks desde el oeste, los utes desde el suroeste, los cheyenes
y los arapahoes, los crows y los pawnees, todos cazaban búfalos allí, se saqueaban
unos a otros y establecían treguas de pradera para poder comerciar. Ahora, los sioux,
un pueblo populoso, arrogante y belicoso, iban a establecer un protectorado allí. Al
servicio de un gobierno de orden y de la paz del condominio, guerrearon allí con casi
todos durante una generación.
El reverendo Parker los encontró en buenas condiciones, bien vestidos y limpios y
hace una observación inesperada acerca de que sus mujeres eran «menos fláccidas»
que otras squaws que había visto. La caravana y los oglalas avanzaron juntos y por la
noche, el 26 de julio, llegaron a Fort Laramie. Al día siguiente Fontenelle suministró
a sus hombres licor y los misioneros tuvieron que ser testigos de una borrachera
masiva. Expresaron menos disgusto en sus diarios que Lee, pero fue un día difícil de
olvidar. Al final de la jornada un camorrista disparó a un colega por la espalda y,
cuando quedó claro que solo lo había medio matado, fue a por otra pistola para
rematarlo… pero consiguieron pararlo. Fontenelle también espitó barriles para los
oglalas, para cultivar las relaciones comerciales, así que Fort Laramie retumbaba.
Tras iniciar la danza, los oglalas se pasaron tres días de celebración y terminaron con
la ceremonia sagrada que atraía a los búfalos que iban a matar. Los cazadores se
pusieron las máscaras, los cuernos y los trajes; los demás, junto a las squaws,
cantaron los cantos sagrados y tocaron los tam-tams sagrados. Y aquí el señor Parker
se muestra indignado.
«No puedo decir que me divirtiera mucho ver lo bien que se les da imitar a las
bestias salvajes, mientras ignoran a Dios y la salvación. Una trascendental pregunta
ocupaba constantemente mi mente, ¿qué será de sus espíritus inmortales? ¡Hombres
racionales que imitan a bestias y ancianos de pelo canoso dirigiendo las danzas! Y
hombres blancos ilustrados fomentándolo al darles los licores embriagantes como
recompensa por su buen trabajo».
Así pues, ignorando el caos de lenguas, abordó a varios grupos de ellos
hablándoles de la verdadera naturaleza de Dios y, usando su propia medicina, cantó:
«Vigilante, háblanos de la noche». La voz del anciano se elevó en la inmensidad
ardiente de aquel desierto estival:

www.lectulandia.com - Página 226


Viajero, al otro lado de la cresta de aquella montaña
contempla esa estrella que irradia gloria.
Vigilante, ¿su bello rayo anuncia
algo de alegría o esperanza?
Viajero, sí: anuncia el día,
el día prometido a Israel.

Los sioux escucharon reverentemente; consideraban que todas las religiones eran
sagradas.
Los hombres y animales descansaron en Fort Laramie durante cinco días y luego,
el 1 de agosto, Fontenelle se despidió de los misioneros. Estos le pidieron que les
extendiera una factura: por la travesía y los hallazgos. «Si hay alguien en deuda soy
yo», les respondió Fontenelle, «porque habéis salvado mi vida y las vidas de mis
hombres». Así pues, Lucien Fontenelle estrechó sus manos, les deseó suerte y los
dejó a cargo de Tom Fitzpatrick… Fontenelle es un hombre oscuro y alrededor de su
nombre se han creado varias leyendas. Era un noble francés, algunos dicen de sangre
real, y había tenido lugar un misterioso romance en su juventud. Parientes de alta
alcurnia vivían en Nueva Orleans y se cuenta que en una ocasión visitó allí a una
hermana tras años de separación, y que ella no pudo reconocer en el matón canoso y
vestido con pieles al joven cortesano que había conocido. También se cuenta que una
hermana, la misma tal vez, realizó un viaje al oeste con él y la leyenda es que el
actual lago New Fork en los Wind Rivers fue bautizado De Amalia o Damalia en su
honor. Fontenelle merece una biografía, pero nadie la ha escrito todavía.
Tras dejar los carros en el fuerte, Tom Fitzpatrick, ahora un partisano de la
Compañía, los condujo el último tramo del viaje apresuradamente: Independence
Rock, el Sweetwater, el Paso Sur y, el 12 de agosto, la desembocadura del New Fork,
donde los clanes habían estado esperando impacientes durante cinco semanas.
Mientras el júbilo estallaba como una tormenta de pradera, los misioneros conocieron
a personajes tan notables como Jim Bridger y Kit Carson, a los comités de recepción
de los nez perces y los flatheads y al capitán Stewart del Ejército Británico.

* * *

¿Tal vez ya se ha hablado demasiado sobre el desahogo y la perversión que tenían


lugar en las rendezvous de verano? Los tramperos bebían tantas pintas de alcohol a
cinco dólares la pinta como nunca, cantaban tantas canciones, celebraban tantas
carreras de caballos, compraban tantas squaws (más, tal vez, porque había más
disponibles), y resonaban tantos ecos desde las colinas como nunca. La rendezvous
era la Navidad del hombre de montaña, la feria del condado, las fiestas de la cosecha
y los carnavales de Saturno de esclavos coronados… este año como todos.

www.lectulandia.com - Página 227


Pues bien, en el campamento de Andrew Drips, un matón enorme llamado Shunar
o algo parecido comenzó a sentir los efectos del alcohol. Ya tenía un historial
violento: había sacudido a tantos hombres que el resto lo evitaban y se mantenían a
distancia. De repente, entró en su fase de caimán y anunció que quería machacar unos
cuantos huesos. Los trabajadores fluviales y los franceses eran presas demasiado
fáciles, dijo, y los norteamericanos eran unos gallinas… «y solo servían para darles
una azotaina» (cito las palabras del amanuense de Kit Carson; sin duda la expresión
debió de ser bastante más malsonante). No le apetecía hacer mucho ejercicio ese día,
así que tal vez se conformara con un norteamericano. O un francés —Shunar no
estaba con ánimos para ponerse exquisito— o un mexicano, o incluso un holandés.
La cuestión era que debía almorzarse a alguien. Se iba hinchando mientras armaba
jaleo. Un jaleo que no ofendía a los hombres de montaña, aunque estos eran
individuos poco sensatos. Los chicos esperaron un momento para darse espacio unos
a otros, porque, después de todo, aquel era un matón enorme, aunque no por mucho
tiempo. Kit Carson se ofreció, tan solo un metro sesenta y cinco de estatura, pero
todo un puma. Le dijo a Shunar que el campamento estaba lleno de norteamericanos
que podrían darle una paliza de muerte y que, como hasta el peor de ellos, él también
podía hacerlo. Está bastante claro que el amanuense de nuevo vuelve a cambiar
palabras aquí cuando pone en boca de Kit «que si usaba tales expresiones otra vez le
arrancaría las tripas».
Stanley Vestal, basándose en la autoridad del folclore arapahoe, afirma que había
algo más en el ofrecimiento de Carson al aceptar el reto que un simple sentimiento
del orgullo de lince norteamericano. Según su relato, Kit, con veinticuatro años y en
lo más alto de la profesión de los tramperos libres, estaba cortejando a una joven del
campamento arapahoe, a una milla más o menos de la rendezvous. Shunar había
intentado seducirla, pero al no lograrlo, la había acechado de noche y había intentado
violarla… aunque volvió a fracasar, pero solo porque tuvo que soltarla para poder
cortar su cuerda de castidad. Kit descubrió que su cortejo fue truncado por la
consiguiente antipatía del hermano de la joven hacia los blancos; preguntó los
motivos y se lo explicaron. Kit no solo estaba enarbolando la bandera de la Vieja
Gloria, también se estaba asegurando una esposa.
No era buena idea enfadar a Carson, y es suficiente prueba del estado de
embriaguez de Shunar que, en lugar de largarse hacia las colinas de inmediato,
cogiera el rifle, montara su caballo y se pusiera a proferir los aullidos de lobo de un
asesino profesional, al estilo de la montaña. Carson agarró una pistola, saltó sobre su
caballo y cabalgó hacia el forajido aullante. «Nuestros caballos se estaban tocando»,
dice Carson; fue un error de Shunar, y no tuvo oportunidad de cometer ninguno más.
El matón mostró cierta sobriedad cuando Carson le preguntó, como mera formalidad,
si era él el norteamericano al que iba a triturar los huesos, y le dijo que no. Ambos
dispararon inmediatamente; Shunar falló, dado que Carson solo perdió un mechón de
pelo. Kit le alcanzó en la mano en la que sostenía la pistola, dejándolo así fuera de

www.lectulandia.com - Página 228


servicio, corrió a por otra pistola y terminó el trabajo[4].
Y esta fue la presentación a los representantes de la Junta Norteamericana de un
hombre joven en lo más alto de su profesión. Todos aquellos que destacaron en esa
profesión necesariamente estaban hechos para el trabajo. Hemos visto a unos cuantos
de los maestros: los dos Sublette, Campbell, Harris, Drips, Fontenelle, Gervais,
Berger, Fraeb, Joe Robidou, Joe Walker. Otros que fueron igualmente notorios no han
sido mencionados porque trabajaban en otras partes de las montañas, principalmente
las Rocosas de Colorado, o porque el azar no les hizo cruzarse en el camino de esta
narración. No se menosprecia a ninguno de ellos cuando se señala que tres hombres
destacaron por encima de todos, los hombres de montaña por excelencia, en la
cumbre de la profesión. En cuanto a maestría de las artes de montaña y el complejo
trabajo del liderazgo, y en cuanto a los conocimientos de geografía y la gestión de los
indios, Tom Fitzpatrick, Jim Bridger y Kit Carson aportaron algo más. Habían nacido
más cerca del Oeste, lo llevaban más enraizado en sus mentes y corazones, poseían
esa superioridad final muy leve pero capaz de marcar la diferencia, y han pasado
justamente a las generaciones futuras como el consejo de sabios. Fue solo una
casualidad que Bridger se hiciera más célebre que Fitzpatrick; se convirtió en los ojos
y el cerebro del Ejército en un momento en el que los periodistas acudían al oeste y
aportaban una expresión nacional a la reputación local, mientras que los servicios
más destacables de Tom tuvieron lugar en departamentos del gobierno que todavía no
contaban con la presencia de agencias de prensa. Y fue el puro azar lo que convirtió a
Carson en una figura nacional mayor que Jim; la casualidad quiso que comenzara a
trabajar para un hombre que tenía un don para la publicidad, una esposa con el mismo
don y un suegro con esa misma capacidad además de una emisora de alcance
nacional. John Charles Frémont hizo saber a toda la nación que tenía a un gran
hombre vestido de ante grasiento, y los focos de 1846, puestos en Carson, fijaron una
imagen que la publicidad ya había esbozado. Los tres hombres —y es inteligente no
intentar destacar a uno u otro o ni tan siquiera diferenciarlos— representan al hombre
de montaña como maestro artesano, partisano, explorador, conquistador, creador y
dueño del Oeste. Son importantes históricamente porque eran los mejores de un
grupo comercial pequeño y de corta vida, que tuvo un papel decisivo en ensanchar las
fronteras nacionales y la conciencia nacional hasta su unidad continental.
Y Samuel Parker tenía una vaga idea de esto. Lo que afirma sobre este tiroteo,
nada fuera de lo común en el valle del río Green, manifiesta la condena de un
demócrata educado que vivía en la ordenadamente gobernada Nueva Inglaterra,
donde las fronteras, los indios, los matones de frontera y la violencia habían sido
olvidados. También revelaba la aversión de un cristiano ante el pecado de Caín. Pero
emplea un tono especialmente moderado y queda plasmado en un pasaje en el que
empatiza con la vida de los hombres de montaña tan profunda y acertadamente como
jamás se haya escrito. El señor Parker está atónito, no tanto por el asesinato sino por
la blasfemia de los tramperos que venden barajas de cartas a los indios como la Biblia

www.lectulandia.com - Página 229


del hombre blanco y les dicen que Dios los castigará en las llamas del infierno si no
entregan a sus esposas e hijas para el propósito antes mencionado. Pero el señor
Parker no salió corriendo horrorizado. Era un misionero que no solo sabía que la vida
de montaña era dura y dolorosa, sino que además era capaz de admirar el coraje, la
lealtad, la amistad, la hospitalidad y las mentes sin miedo, y que podía comprender
que, en cualquiera que fueran sus misteriosos caminos, la Providencia empleaba al
hombre de montaña para un fin bueno.
Otro espectador hizo otro uso de este duelo de montaña. El capitán Stewart se
convirtió en novelista, un escritor increíblemente malo. Ya se ha mencionado aquí un
largo relato de la rendezvous del río Green en Edward Warren. Es con mucho el
mejor pasaje de las dos novelas de Stewart. La rendezvous descrita es básicamente la
que Stewart vivió por primera vez, la de 1833, pero se entremezcla con algunos
detalles reconocibles de otras… e incluye a Kit y a Shunar, e incluso a sí mismo.
Un viajero inglés, un capitán, se queja al viejo Bill Williams (el anterior clérigo
metodista itinerante que intercambiaba almas por pieles de castor, se convirtió en un
célebre trampero y fue devuelto a la ficción moderna por Frederick Ruxton) de que
escupe con mucha frecuencia y con muy mala puntería. En Norteamérica, responde el
reverendo Bill, la raza blanca está dividida en dos sexos: los que escupen y a los que
ni les va ni les viene, «y esos que escupen no serán detenidos por ningún inglés y
seguirán haciéndolo hasta el final del capítulo». Esta advertencia de quien ganó dos
guerras tiene lugar en una tienda de piel donde Tom Fitzpatrick juega al euchre con
varios hombres; uno de estos al menos es un personaje histórico, un socio de Joe
Meek llamado Cotton. Además, Edward Warren, a través del cual conocemos esta
conversación en la que figura su creador, ha sido llevado a esa tienda por Kit Carson.
Carson lo acaba de salvar de una paliza y posiblemente de la muerte a manos de
Shunar y algunos otros colegas duros.
El ataque de Shunar a Edward Warren es una secuela de una pelea previa. No
serviría de nada (si es que fuera posible) adentrarnos en las endiabladas tramas a las
que es sometido el protagonista de Stewart, cuyos maltratos familiares podrían
haberse visto teñidos por la imaginación del autor y las peleas de su propia familia.
Después de estas tribulaciones, de camino a la rendezvous, Warren se une a la
caravana de Fontenelle. Joe Meek, uno de sus compañeros conocidos llamado Phelps,
Bill Williams y varios hombres de montaña históricos están con Fontenelle o cerca de
él. Por cuestiones del argumento y ciertos tejemanejes, Warren es invitado a un
banquete y allí es engañado por varias partidas, en concreto con relación a unos
caballos que unos villanos secundarios le han robado y por los que previamente se le
acusaba de robo. Él lanza la acusación a los canallas. Y entonces, Shunar, que, como
la mayoría de los personajes de la novela, aparece de repente en la escena sin previa
presentación ni explicación… Shunar «entonces dijo que yo era un mentiroso, tras lo
cual lo derribé y se produjo una pelea». Durante esta pelea, a Warren le clavan una
navaja en la espalda, pero es una herida poco profunda y Bill Williams se lo lleva de

www.lectulandia.com - Página 230


allí rápidamente, salvándole así la vida. Él y la caravana se dirigen a la rendezvous.
Allí conoce a Etienne Provost, a Insula o al Pequeño Jefe (identificado como un
snake), a Drips y a otras figuras históricas. A continuación, sigue el pasaje sobre los
lobos rabiosos que ya se ha citado.
Más tarde, Warren está fuera de una chabola cuando Shunar «con el pecho
desnudo» y extremadamente borracho, se abalanza hacia él y le lanza un puñetazo,
pero falla. Warren está a punto de responderle de igual manera cuando Kit Carson,
que también se materializa de la nada a caballo y con una pistola en la mano, le dice a
Shunar (sin venir a cuento con este u otros pasajes) que puede ocuparse del joven al
día siguiente, pero que esa noche el chico le pertenece a Kit, y lo sube a la grupa del
caballo. «Es difícil saber si esto fue interpretado por el matón del campamento como
una señal de debilidad, o si ahora se sentía más apoyado al congregarse la
muchedumbre alrededor, pero cargó cuando el caballo se movió y yo escapé por los
pelos de la habitual pelea. Era evidente que nadie deseaba retener el caballo de
Carson o entrar en contacto personalmente con el jinete, quien, enfundando la pistola
en el cinturón, dejó escapar el agudo aullido del territorio e hizo que corveteara su
caballo a través de la muchedumbre que nos había rodeado y que juraba hacernos
picadillo si nos volvían a encontrar». Esta última amenaza por parte de los colegas de
Shunar no juega ningún papel en las diabólicas villanías de los conspiradores que
pronto le echan al protagonista una soga al cuello. Pero el pasaje es una muestra de la
reputación de Carson y de la admiración de Stewart por él. Continúa con una
descripción de Kit: «era de una estatura más baja y menos corpulento que yo;
ocasionalmente volvía hacia mí la cabeza, sin ninguna otra cosa que la cubriera más
que unos mechones ondulados de pelo castaño claro, mientras entonaba algunas
estrofas del aire de la Marcha de Bruce, por aquel entonces muy de moda entre los
jóvenes norteamericanos, y mostró un talante jovial y abierto, con ojos azules»[5].
Había momentos menos tensos en las rendezvous. Vimos que Jim Bridger recibía
un flechazo en la espalda en el otoño de 1832, poco después de la masacre
planificada de Henry Vanderburgh. Las habilidades del doctor Harrison, que viajó
con el viejo Gabe el verano siguiente, parece que inspiraron mucha confianza, porque
la flecha permaneció alojada en su espalda. Pero Marcus Whitman era diferente.
Bridger le consultó, el doctor propuso operar y así lo hizo… ante una tribuna atestada
de indios y montañeros. Cuando Whitman realizó la incisión, descubrió que la punta
afilada de hierro «estaba clavada por la punta en un hueso grande y una sustancia
cartilaginosa se había formado alrededor de este». Esto implicaba una profunda
carnicería, que los presentes criticarían con el vocabulario de la ruta, pero, afirma
Parker, «el doctor continuó con la operación con gran seguridad y perseverancia».
Whitman expresó su sorpresa de que el viejo Gabe hubiera podido continuar con sus
tareas con un cuerpo extraño tan grande dentro de él, pero hablaba como un novato.
«En la montaña, doctor», le dijo Jim, «la carne no se pudre».
Whitman ganó un amigo para toda la vida. También se hizo con la admiración de

www.lectulandia.com - Página 231


los tramperos. Otro hombre que también llevaba clavada una punta de flecha
consiguió que se la extrajera en cuanto el médico acabó con Jim, y luego otros que
portaban similares recuerdos, y posteriormente todos los que precisaban algún
remiendo se presentaban por iniciativa propia. ¡Ya tenemos carnicero! Así se fundó la
misión médica. Y continuaría extendiéndose a lo largo y a lo ancho de miles de millas
cuadradas, hasta que los cayuses acabaron con ella. Whitman había comenzado a
labrarse un nombre en las páginas del futuro.

* * *

La bola de color debe parar cuando la ruleta deja de girar, pero no hay ninguna
fórmula matemática para predecir dónde caerá. A veinte millas de allí, un año antes,
Jason Lee, misionero de los flatheads, al ver a esos mismos indios con los que
Whitman y Parker hablaban ahora, supo inmediatamente que Dios lo enviaba a otros
campos para perseguir otros propósitos. La aguja de nuestro destino nacional giró
sobre su eje central y apuntó en una dirección al llegar al campo magnético de un
imán intangible. Ahora se produjo otro de esos momentos que fascina a quien echa la
mirada atrás, los momentos del principio, cuando lo previamente no definido se
convierte en ley.
Se celebraron los usuales banquetes de gala con Fitzpatrick y los otros peces
gordos. Pero también hubo reuniones con los peces gordos de los flatheads y de los
nez perces, que por fin habían conocido a su sacerdote.
El mes de mayo de 1806, Lewis y Clark conocieron en la ruta secundaria a los
nez perces, que les causaron una impresión de lo más favorable el año anterior y con
quienes habían dejado sus caballos durante el invierno. Los nez perces vieron que los
blancos estaban delgados, exhaustos y hambrientos, así que el jefe ordenó que
acercaran unos caballos y los mató para ellos. Les aseguró que tenían muchos
caballos, más de los que necesitaban, y los capitanes blancos y sus hombres podían
coger tantos como quisieran o necesitaran para comer. «Esto», escribió Meriwether
Lewis en su diario, «es el acto más grande de hospitalidad que hubiéramos
presenciado antes en cualquier otra nación o tribu desde que atravesamos las
Montañas Rocosas. En resumen, que se sepa para su honor inmortal que es el único
acto digno de llamarse hospitalidad que hayamos contemplado en estas tierras».
Clark los encontró «mucho más limpios en su higiene personal y en la de sus casas
que ninguna otra nación que hubiéramos visto desde que partimos de Illinois». Y al
marcharse, los describió: «Son en general hombres fornidos y activos. Poseen narices
altas, muchas de ellas con forma aguileña, y con semblantes joviales y agradables; su
color de piel no es destacable… parecen joviales, pero no alegres, les gusta jugar
apostando y sus entretenimientos consisten principalmente en disparar flechas a
dianas hechas de corteza de sauce y en montar y ejercitarse a caballo, haciendo

www.lectulandia.com - Página 232


carreras, etc. Por ello mismo, son expertos tiradores y buenos jinetes. No parecen tan
aficionados a las baratijas como la mayoría de las naciones que nos hemos
encontrado, pero siempre se muestran deseosos de recibir artículos útiles, tales como
cuchillos, hachas, calderos, mantas, mocasines y punzones. Sin embargo, las cuentas
azules podrían considerarse una excepción a esta afirmación; este artículo, entre todas
las naciones de este territorio, podría ser perfectamente comparado con el oro y la
plata para las naciones civilizadas. Van por lo general bien vestidos en su estilo…». Y
lo mismo escribían todos los hombres blancos que alguna vez describieron a los nez
perces, hasta que llegaba el momento de robarles las tierras. Eran indios superiores,
no causaban problemas, les gustaban y admiraban a los hombres blancos.
Su deseo de recibir instrucción en los misterios era genuino y primordial, tan
limpio como el deseo de estos cristianos por darles lo que querían. Ambos deseos
eran simples y totalmente imposibles. La herencia de mil novecientos años de
pensamiento y prácticas a disposición de los cristianos resultó ser exacta hasta en el
más mínimo detalle. El primer paso, el paso del que todos los pasos siguientes
dependían, era atraer las almas a Dios. Instruir a los flatheads y los nez perces sobre
Dios, Jesús, la inmortalidad, el pecado original, la historia de los monoteístas judíos,
la redención, la transfiguración y resurrección, el majestuoso poema en el que el
hombre occidental ha encamado su comprensión de cómo funciona el destino.
Enseñarles el bautismo, el arrepentimiento, la búsqueda, el conocimiento de la
presencia divina, el deseo de comunión, el sacramento del cuerpo y la sangre de Dios,
la misericordia y magnanimidad, la metáfora y el simbolismo en el que el hombre
occidental ha expresado su entendimiento de lo que significa la vida. Ese era el paso
sobre el que todos los demás debían construirse.
Los indios que recibían la instrucción eran hombres de la edad de piedra pulida.
Sus mentes poseían un metabolismo, una sístole y diástole, unos circuitos de
aferencias e inferencias y afectos que habían heredado tras una larga evolución
bastante diferente a los conglomerados que nosotros los blancos hemos decidido
llamar la consciencia del hombre occidental. Sus poemas, metáforas y simbolismos,
sus mitos de pavor y asombro y soledad del hombre y la inmensidad del universo y el
alma buscando a ciegas durante las noches de guardia… no tenían ninguna influencia
procedente de los pastores de Asia Menor, largamente refinada hasta los adoradores
de las catedrales del siglo XIV, y hasta John Calvin, cuyos clérigos ahora se
encontraban en el río Green. Cuando les hablaban de Jesús, estas gentes debían de
imaginárselo como, digamos, uno de los jóvenes que para muchas tribus subió por
una parra a través de un agujero en la tierra y comenzó a buscar, a través de las
guerras y las brujerías del mundo, a su padre el sol. La gracia divina o la consciencia
de la presencia divina, o el pecado, o la contrición, o la caridad, o lo que quieran,
podía llegarles como una idea solo en referencia a conceptos que habían sido
integrados dolorosamente en el pensamiento de una clase diferente de hombre, un
hombre cuya inteligencia poseía un contenido diferente y un funcionamiento

www.lectulandia.com - Página 233


diferente y, por ello, salvaje.
Lo intentaron, tanto los indios como los blancos. Allí permanecían, los que
buscaban la verdad y los que la portaban. Marcus Whitman, que en estos momentos
iniciaba sus primeros pasos por el camino que culminó el 29 de noviembre de 1847,
capta toda la carga de ironía implícita en la naturaleza de las relaciones entre los
hombres. No debemos perdernos en la complejidad del pensamiento cristiano y
olvidar que lo que estos indios querían era la piedra filosofal, y que lo que esperaban
de ella eran armas, cuchillos de arrancar cabelleras, mantas, cuentas de cristal y
herramientas metálicas.
Dos tradiciones profundamente ceremoniosas se encontraron en la tienda de los
misioneros. Los hombres de Dios, por cuyo advenimiento los jóvenes habían muerto
hacía cuatro años, habían llegado y los flatheads y nez perces, viendo su fe
justificada, les dieron la bienvenida. Un anciano flathead dijo que era viejo y no
podía aprender mucho, estaba sordo y no podía oír mucho, pero daba las gracias por
haber vivido para conocer a un hombre relacionado personalmente con los seres
sobrenaturales. Un nez perce dijo que lo que los comerciantes le habían dicho sobre
los verdaderos seres sobrenaturales había llegado a sus oídos, pero no había sido
capaz de que penetrara en su interior: aprendería y obedecería según su
entendimiento, pero sabía que cometería errores y pedía perdón por estos por
adelantado. Insula, el dignatario flathead, afirmó que su corazón estaba tan jubiloso al
saber de la llegada de los profesores que había estado cabalgando durante tres días
para conocerlos, pero no encontró su rastro y los crows le robaron el caballo. Ahora
que había oído hablar a los profesores, añadió, ya no lloraba por su caballo. Debía de
ser experto el indio que robó el caballo de Insula… y debía de ser impresionante el
misionero que lo reconcilió con el robo.
Una cuestión que la Junta Norteamericana había pedido que resolvieran Parker y
Whitman fue así respondida de inmediato. No podía dudarse de la sinceridad del
deseo de aquellos indios por recibir instrucción religiosa: la palabra dada al mundo
por William Walker y el Christian Advocate era cierta. Esta es la diferencia entre
estos dos y los metodistas del año anterior, que estos ni por un segundo consideraron
la opción de no atender la petición. Se reunieron para discutirlo y para obtener
información de los hombres de montaña. Aquí el capitán Stewart demostró ser de lo
más útil… y jugó un papel determinante en abrir uno de los canales de la historia
norteamericana. Les describió el territorio en el que vivían los nez perces y los
flatheads; lo había recorrido el otoño del año anterior y la primavera de este.
Describió la forma de vida de esas tribus y la de los spokanes, los pend d’oreilles y
los cayuses, que eran sus vecinos. Prosiguió hablando de las tribus más allá de las
montañas Cascade… y si los misioneros supieron por los indios que los Lee los
habían abandonado, fue Stewart el que les informó de que la misión metodista había
sido establecida en Willamette, y que no habría ni apoyo ni competencia por parte de
los metodistas. Describió las cazas anuales tramontanas de los flatheads y nez perces

www.lectulandia.com - Página 234


y los ataques de los pies negros. Describió los recursos naturales del territorio de los
nez perces: el salmón y el ciervo, los tubérculos de camas[*], madera, tierra de
labranza. Stewart había quedado especialmente impresionado por el rico valle a los
pies de las Blue Mountains, el Grande Ronde, y se lo recomendó a sus oyentes como
el mejor lugar para ubicar su misión. Los misioneros extrajeron toda la información
de él y la corroboraron con la de los expertos geógrafos y etnólogos que los habían
conducido hasta allí.
Whitman estaba convencido y, como revela su diario, quedó consternado ante la
traición de Lee a sus suplicantes. Había una gran urgencia y debía afrontarse de
inmediato. Si Parker y él llevaban a cabo los planes de la Junta antes de partir al
Oeste, tardarían dos años enteros en colmar la esperanza durante tanto tiempo
postergada de los indios. Porque necesitarían el descanso de ese año para dirigirse al
territorio nez perce y todo el año siguiente para regresar a los Estados, y no podrían
regresar con el personal y el equipo necesarios para el establecimiento de una misión
hasta 1837. Les habían dado instrucciones de determinar si una misión era posible o
deseable. Eso había quedado probado… y Whitman podría ahorrar todo un año de
tiempo si regresaba ahora a los Estados y confirmaba a la Junta Norteamericana que
así era. Pero ¿cómo iba a dejar que su compañero, anciano, cristiano y novato,
completara solo su investigación en plena naturaleza? Whitman estaba atrapado en un
angustioso dilema. Parker lo resolvió. Si Whitman se quedaba y seguían juntos, dijo,
no estarían seguros a menos que contaran con protección divina. Y si él la tenía
entonces no debería importar que viajara solo.
Tras discutir un poco más y rezar, finalmente lo acordaron de esa manera. Les
dijeron a los jefes que la salvación de la misión llegaría desde donde el sol se levanta.
El doctor Whitman marcharía allí y regresaría el próximo año con profesores que
vivirían entre ellos. El señor Parker continuaría con ellos y estudiaría su territorio
(evitaron hablar de algún proyecto similar con los utes y los snakes presentes en la
rendezvous: Parker reconocía su necesidad de salvación, pero lo primero era lo
primero). Los jefes mostraron su júbilo y asignaron un joven nez perce para la
asistencia y supervisión personal de Parker. Era Cabeza de Búfalo, el indio que el año
anterior había divertido a Bill Sublette haciendo correr un búfalo a través del
campamento, y para que le ayudara con el pequeño equipo Parker contrató a un
trabajador fluvial llamado algo parecido a Compo, que además sabía hablar nez
perce. Whitman encontró a un chico nez perce que sabía un poco de inglés y le
consiguió un permiso para viajar con él al este, de manera que pudieran practicar y
llegar a dominar los respectivos idiomas en el año que tenían por delante. Su nombre
fue transcrito como Tackitonitis; Whitman lo simplificó en Richard. Luego un
anciano nez perce llevó a su hijo ante Whitman y le pidió que lo acogiera también y
le enseñara religión de camino. Whitman puso ciertos reparos: dos salvajes
adolescentes sin supervisión iban a precisar de mucha organización. Pero Parker no
perdía ocasión de salvar un alma y le pidió que aceptara al chico, Ais, y le encargó

www.lectulandia.com - Página 235


que preguntara entre sus amigos en Ithaca para encontrar un hogar donde los jóvenes
pudieran pasar el invierno.
El pequeño equipo del señor Parker viajaría unos cuantos días con Jim Bridger,
que conducía a una brigada de la Compañía hacia el norte y desde allí al territorio del
río Yellowstone. Jim trasladó a sus hombres a tres millas de la rendezvous el 21 de
agosto y acampó para realizar un chequeo final. Whitman cabalgó hasta allí para
pasar una última velada con su compañero misionero. A la mañana siguiente,
«rezaron por la bendición y el consejo de Dios» y se despidieron ambos con profundo
pesar. Fitzpatrick necesitaba otra semana para finalizar la rendezvous. Entonces, el 27
de agosto, tomó la ruta secundaria hacia Fort Laramie, una salida tardía tras una
rendezvous tardía. Whitman fue con él. También marchó con ellos Stewart, que ya
había pasado tres veranos y un invierno en las montañas, y un invierno en el bajo
Columbia. Había recorrido el Oeste desde San Luis a Fort Vancouver, desde Taos
hasta la desembocadura del Yellowstone, para admirar y ver el territorio. Como
oficial británico había trasladado las artes militares de acampada al viaje por las
praderas y montañas y habían participado en una docena de escaramuzas con los
nativos de esas tierras extrañas. Como cazador británico, había disfrutado de la caza
mayor de esta nueva frontera: grizzlis y borregos cimarrones, berrendos y carneros de
las montañas y sobre todo búfalos. Ahora iba a regresar a la civilización, pero solo
por un tiempo[6].

* * *

Con el corazón tranquilo, Samuel Parker cabalgó hacia lo desconocido. Además de la


brigada de Bridger, que viajaba hacia Jackson’s Hole, la mayoría de los flatheads
viajaron con él durante un tramo. Como Lee antes que él, celebró la sagrada misa el
primer Sabbath, en la boca de un cañón con las cumbres de las Tetons a la vista por el
norte. Los hombres del viejo Gabe escucharon respetuosamente, afirma Parker, y «no
sentí ninguna inclinación a reprenderlos por sus pecados, sino que me dediqué
afectuosamente a mostrarles que no eran dignos de entrar en el Cielo y que no
podrían ser felices disfrutando de ese lugar sagrado a menos que primero
experimentaran un gran cambio moral en sus corazones por la gracia de Dios».
Resultaba extraño escuchar esas palabras, enmarcadas por el desierto de finales de
agosto, y tal vez la extrañeza fue lo que les hizo permanecer atentos. Pero mientras
hablaba, una manada de búfalos apareció por la cima de una colina y el señor Parker
perdió a su congregación. Hubo vacas gordas para cenar y los chicos lo celebraron
con tanto alboroto que Parker, según nos cuenta Joe Meek, «regañó a los que habían
roto el Sabbath con severidad». Joe añade que hubiera sido más inteligente por su
parte no haber disfrutado del solomillo tan obviamente, porque los chicos no estaban
entrenados en la dialéctica y no sabían distinguir entre los pecados.

www.lectulandia.com - Página 236


Sin embargo, hay algo fabuloso y heroico en la galopada de Samuel Parker, con el
Testamento Griego y unas armas con las que no estaba familiarizado colgadas en el
cinturón, a través de este territorio agreste de montaña. Sus indios le trataban con una
exquisita consideración, le proporcionaban bayas silvestres y se desplazaban a
grandes distancias para conseguirle carne fresca. Escaló una cumbre menor y
contempló las costillas del continente, y regresó «muy gratificado con lo que había
visto de la obra de Dios», soñando con un tiempo en el que los arados surcaran
aquella tierra, las manadas mugientes rompieran el silencio y los altares a su Dios se
erigieran allí. Entonces partió a Pierre’s Hole, donde escuchó la historia de la famosa
batalla… con mucho desdén hacia los bárbaros hombres blancos y un comentario a
pie de página con tono muy altanero acerca de las inexactitudes de Washington
Irving. Allí Bridger, que ya estaba enviando partidas de tramperos, giró hacia el este
en dirección a la divisoria y dejó a Parker solo con sus nez perces y flatheads. Le
gustaban más a medida que convivía con ellos, había estado instruyéndolos en los
elementos de la fe cristiana (tan efectivamente como le permitía hacerlo a través de
un intérprete) y le embargó la alegría cuando un anciano le pidió que explicara el
sacramento del matrimonio a un grupo de sus hombres que habían estado practicando
el divorcio. Así lo hizo, y conoció a sus feligreses «dispuestos a poner en práctica las
instrucciones en cuanto las recibieran». Todos menos dos volvieron inmediatamente a
sus hogares.
Después de cada clase de Biblia escuchaba hablar a los indios sobre las nuevas
doctrinas hasta altas horas. Transcribe las palabras de un jefe que dijo que «había sido
como un niño pequeño, inseguro, palpando en la oscuridad en busca de algo, sin
saber qué». También les enseñó a arrodillarse y a rezar. Cuando un niño murió,
permaneció junto a la tumba y les explicó la inmortalidad del alma… tan
elocuentemente que los jefes lo despertaron de noche mientras dormía porque
deseaban que les hablara más sobre ello. Así pues, con la feliz y trágica ilusión de
que estaba conduciendo esos corazones leales hacia Cristo, continuó su sorprendente
travesía, hacia el río Salmon, regocijándose en su singular fortuna como instrumento
de Dios y anotando observaciones sobre el campo que siguen siendo las más
inteligentes que nos han llegado. La comida se estaba acabando, ya no encontraban
búfalos y Parker contrajo un peligroso resfriado… y el doctor Whitman estaba lejos
de allí. Pero los indios lo cuidaron atentamente y cuando él rezó para que llegaran los
búfalos, una enorme manada apareció, lo cual enseñó a sus compañeros mucho más
de lo que él suponía sobre la eficacia de la oración.
La mayoría de los indios se marcharon para ir tras la manada. Los amigos y
guardias personales permanecieron con él y, aunque no recuperó la salud, continuó
avanzando metódicamente abriéndose paso por la naturaleza. Seguía sin estar
recuperado cuando, impaciente por el lento progreso del poblado, lideró una pequeña
partida para adelantarse. Le fallaban las fuerzas y había perdido mucho peso. En
ocasiones perdía el coraje cuando pensaba en las enormes montañas que le quedaban

www.lectulandia.com - Página 237


por atravesar. Se preguntaba si estaba destinado a morir allí sin haber cumplido su
misión y sin ningún cristiano que rezara junto a su tumba. Se reprendió a sí mismo
por dudar, pero descubrió que aun así seguía dudando. Así pues, hasta la segunda
mitad de septiembre, los barrancos del río Salmon, la penumbra de los bosques del
Clearwater y por fin el Snake: la voluntad y la fe del anciano bastaron y comenzó a
curarse. Ya estaba recuperado cuando el 6 de octubre llegó a Fort Walla Walla,
conoció al distinguido Pambrun, que estaba al mando del fuerte, y encontró una mesa
puesta en plena naturaleza. Pan, mantequilla, azúcar, leche… productos olvidados
tras la larga travesía por tierra. Pero había una maravilla incluso mayor; Samuel
Parker pudo por fin descansar sus viejos huesos en una silla.
El último valle que había atravesado antes de llegar a esa posada le maravilló más
que cualquier otra cosa que hubiera visto antes —especies familiares de árboles, rosas
silvestres floreciendo en un veranillo de San Miguel, una tierra repleta de riquezas,
pensó— y podría ser la mejor ubicación para la misión. Se equivocó por solo unas
millas, pero solo unas pocas, y podemos dejarle ahora aquí, el curioso agente de lo
que parecía ser la voluntad de Dios, pero que sería mejor descrito como la creciente
voluntad de sus paisanos. Partió de Liberty el 15 de mayo; era el 6 de octubre cuando
llegó a Fort Walla Walla, y el día 8, tras haberse despedido de los nez perces que
todavía le acompañaban y pagar el finiquito a su conductor y su intérprete, partió río
abajo por el Columbia en una piragua con tres walla wallas. En los Dalles, conoció a
un hombre del que había oído grandes cosas, y muy buenas, Nat Wyeth, que todavía
intentaba —y fracasando— hacer algo con su problema con las certezas matemáticas.
Wyeth había tomado notas sobre el chinook, la lingua franca de estas tierras, y las
copió para Parker antes de que este volviera a partir en otra piragua con otros indios.
Después de todo lo que había pasado, la horrible travesía por el río le pareció lo
bastante benigna y el 16 de octubre pisó tierra firme en Fort Vancouver… El doctor
McLoughlin le estrechó la mano y le invitó a compartir la casa del gobernador ese
invierno. Parecía el Final de la travesía de Samuel Parker, que advirtió sorprendido
que a lo largo de todos esos meses no había echado de menos la variedad de
alimentos que se ofrecían en el fuerte en abundancia y que ni una sola vez se vio
forzado a comer carne de perro o de caballo. Pero no fue el final, porque tras haber
descansado tan solo un día volvió al río, en una embarcación con remeros kanakas en
esta ocasión y acompañado por el naturalista Townsend, cuya conversación despertó
en él cierta nostalgia por el mundo del conocimiento que había abandonado. Volvió a
vivir un mes bastante ocupado, hasta la desembocadura del río y de regreso otra vez,
viendo todo y a todos y llegando finalmente a conocer a sus compañeros de profesión
en la viña del Señor, los Lee. Pero él estaba con la familia de un trabajador fluvial
retirado, siendo este un momento excelente para su salida de esta narración. El
momento en el que, cuando viajaba subiendo el curso del Willamette, llegó a las
grandes cascadas. El Willamette, que discurre a través de toda la historia de Oregón,
es un río noble cuya leyenda le asignaba un gran nombre, el Multnomah, y la caída de

www.lectulandia.com - Página 238


esas aguas sobre su lecho de roca despertaron muchas ideas en la mente de este
clérigo incansable: la tierra fértil como ninguna otra en el planeta, el agua que había
estado cayendo por la rampa a lo largo de generaciones de hombres pero que jamás
había empujado una noria. Samuel Parker miró el reloj. «Eran las dos en punto y todo
estaba en silencio a excepción del rugido del agua cayendo. Entonces recordé que en
el año 1809 había estado junto a las cascadas del río Genesee y que todo estaba en
silencio a excepción del rugido de la catarata. Pero ya no es así ahora, porque
Rochester se alza donde yo estuve entonces».
Y no es así ahora, porque la ciudad de Oregón se alza donde él estuvo entonces, y
Portland se encuentra a tan solo doce millas.

* * *

Así eran los nuevos hombres y las energías intensificadoras. También había otro
factor este verano de 1835, porque el Ejército de los Estados Unidos marchó
adentrándose en el oeste como nunca antes. El Primer Regimiento de los Dragones de
los Estados Unidos, que en el verano de 1834 había sido enviado a las montañas
Wichita de Oklahoma y luego al río Red, fue enviado a los pies de las Rocosas del
Colorado. El año anterior su misión había sido sembrar el pavor y pacificar a los
comanches, los kiowas y otras tribus que robaban y asesinaban a lo largo de la Ruta
de Santa Fe, y establecer la paz entre ellos. Ese año consistía principalmente en
asustar a los piratas del alto Misuri, los arikaras, que, como se ha comentado,
abandonaron prudentemente sus hogares y se echaron a las praderas. Tres compañías
de Cuchillos Largos, alrededor de ciento veinte en total, fueron consideradas
suficientes para la tarea. Una de ellas estaba liderada por el teniente Lancaster P.
Lupton, que finalmente abandonaría el ejército para evitar una corte marcial, entró en
el comercio de montaña y estableció un puesto en el territorio que ahora veía por
primera vez. John Gant, anteriormente socio de la firma Gant y Blackwell, fue
contratado como guía. Así ocurrió también con Big Fallon, un fantástico hombre de
montaña como jamás haya existido, un gigante que había precedido incluso a los
hombres de Ashley en las montañas y había vagado por todo el Oeste desde entonces,
aunque principalmente por los territorios sureños. Tras otros diez años marcharía a
California, a tiempo para compartir la fantasía de la Bandera del Oso y jugar un papel
decisivo en el rescate de la Partida de Donner.
Los dragones marcharon río arriba desde Fort Leavenworth hasta la
desembocadura del Platte más o menos al mismo tiempo que Fontenelle se marchó de
Liberty, pero escaparon del cólera. A partir de ahí, tras parar para celebrar consejos
con todas las bandas de indios que encontraban y promocionar la Pax Americana que
el gobierno creía que podía imponer con buena voluntad por todo el Oeste,
persiguieron a los arikaras hasta las costas del Nebraska. Los indios no tenían

www.lectulandia.com - Página 239


ninguna dificultad en mantenerse fuera de su alcance —el Ejército nunca aprendió a
marchar tan rápido como una caravana de pieles—, pero se rindieron a la curiosidad y
a las promesas que el coronel Dodge realizó a través de Gant de que no pretendía
declararles la guerra. Los jefes y profetas principales llegaron, aceptaron los regalos y
escucharon la señorial reprimenda por sus villanías. El teniente Kingsbury, que
escribía el diario del regimiento, anotó que era la tribu más violenta y salvaje de las
Indias Occidentales, lo cual no es cierto, aunque sí era la más molesta, y también
afirmaba que eran los indios más bellos que hubiera visto antes, un elogio que ningún
otro cronista les prodigó jamás. Dodge, un luchador de primera clase y un experto en
tratos con los indios, debía de tener poca fe en los tópicos morales que les lanzaba y
ninguna en sus promesas de enmienda. Los arikaras le dijeron que se habían
arrepentido y que, a partir de entonces, prodigarían afecto a cualquier hombre blanco
que pudieran encontrar. Posaron como estatuas y se alejaron a caballo, con la baraja
marcada en la manga.
Eso ocurrió en el bajo Platte Sur. Los dragones marcharon río arriba casi hasta los
pies de la Cordillera Frontal, luego tomaron una ruta trillada que bajaba desde Fort
Laramie y la siguieron hasta el Arkansas. Ese era el territorio de los arapahoes y
Dodge empezó a verlos cuando se encontraba al sur de Fontaine Qui Bouille. Se
estaba celebrando un gran powwow junto al Arkansas, cientos de arapahoes y unos
cuantos de otras tribus. Con el Pico Pikes a sus espaldas y los Picos Españoles a su
derecha, los dragones se dirigieron hacia casa pasando por Bent’s Fort y la Ruta de
Santa Fe. Había que hablar con otros indios, principalmente un poblado de cheyenes
del sur, y una nueva especie de hombre de montaña llegó para conversar y comer,
mexicanos, los obstinados tramperos de la cordillera más al sur de las Rocosas tan
poco celebrados. Los dragones regresaron a Fort Leavenworth hacia mediados de
septiembre, tras un viaje que les enseñó mucho sobre su profesión pero que no
produjo ningún acontecimiento espectacular y pocos resultados. Pero el Ejército ya
había estado en el oeste. Y tras los inicios con Frémont, volvería a él repetidamente,
hasta que llegó para quedarse.
Durante el verano la empresa de Bonneville prácticamente se hundió. Durante el
otoño anterior había vuelto a invadir territorio de la Hudson’s Bay Company, pero
después de una agotadora travesía por las Blue Mountains la caza furtiva le pareció
incluso más extenuante que antes. Los indios de la Compañía no querían comerciar
con él, la Compañía no le vendía suministros, ni siquiera comida, y Bonneville
regresó a las montañas sobreviviendo a base de raciones pequeñas. Había perdido su
caza de otoño, pero el campamento de invierno (en el valle del río Bear) se había
hecho célebre entre los tramperos por la abundancia de búfalos y las jaranas. En
primavera descubrió que la brigada que había enviado a cazar por el alto Arkansas
(las Rocosas del Colorado) y pasar el invierno allí, no lo habían logrado. Recibieron
el ya habitual vapuleo primero por parte de los crows y luego de los pies negros. La
caza de primavera del propio Bonneville fue un fracaso. Durante todo el último año,

www.lectulandia.com - Página 240


de hecho desde el regreso de la brigada de California liderada por Walker con las
manos vacías, Bonneville parecía agobiado y sin saber qué hacer… incapaz de
planear una campaña en toda regla o mantener a un lugarteniente fiel a sus planes.
Sus mejores tramperos fueron contratados por otros y se vio forzado a pagar ruinosos
salarios para mantenerlos a su lado; otros desertaban con pieles y suministros. En
julio, equipó a una única brigada con las mercancías que le quedaban y la dejó en las
montañas, donde las noticias sobre ella simplemente fueron apagándose; Bonneville
se llevó al resto de su partida de regreso a los Estados, un fracasado que había
perdido la inversión de sus patrocinadores. Había excedido su tiempo de permiso
original casi en dos años y su solicitud de prórroga, llevada a Washington por Cerré,
se perdió en el mare-mágnum del papeleo administrativo del Departamento de
Guerra. Así pues, descubrió que había sido dado de baja del servicio. Solicitó la
readmisión y finalmente se le concedió por orden del propio presidente Jackson, que
se impuso a sus generales por razones que solo pueden ser intuidas pero que parecen
obvias.
La empresa de Nat Wyeth estaba tocando a su fin. Había pasado la primavera y el
verano moviéndose constantemente, desde su puesto en la isla de la desembocadura
del Willamette hasta Fort Hall y vuelta, y por los alrededores, pero no consiguió nada
con ello. Sus hombres, que desertaron, fueron masacrados o se ahogaron, se
esfumaron. El May Dacre regresó de las Islas Sándwich en bastante buen estado pero
sin ganancias por el transporte de madera. El ambicioso plan de los salmones solo
alcanzó para media carga además de unos cuantos barriles especialmente salados para
sus amigos. Wyeth dudaba de la calidad del producto porque no había podido estar
allí para supervisar el proceso de curado… y había aprendido a un alto precio que, en
este territorio, uno no debía contar con la ayuda de nadie. En septiembre, cuando
diecisiete hombres de la partida del último año habían sido asesinados o murieron por
la epidemia en Vancouver, tuvo que reconocer que estaba acabado. El mismo contrajo
las fiebres palúdicas, que le sumieron en un estado de depresión poco habitual. Junto
al río del Oeste, mientras recordaba las marismas del Charles y las excursiones de
niñez a la naturaleza más acogedora de Norton’s Woods, escribió al tío Jarvis en
Baltimore informándole de que su negocio se había expandido por la mitad de los
desiertos de la tierra y que él, «un impotente trozo de materia atenazado por un dolor
letal y con poca esperanza de sobrevivir otro día», en verdad se sentía «aliviado de
marcharse con el sol». Sin embargo, Nat Wyeth no pudo compadecerse de sí mismo
durante mucho tiempo, e incluso mientras expresaba su melancolía ya se estaba
preparando para regresar al hogar el siguiente verano y retomar el negocio del hielo
en Fresh Pond. Aunque no sería mala idea ir por Santa Fe desde la rendezvous de
verano y comprobar si había alguna posibilidad de retomar su vieja idea de entrar en
el comercio de Nuevo México.
Wyeth todavía tenía una brigada en las montañas con base en Fort Hall. Este
fuerte estaba dirigido por un antiguo empleado de la RMF Company llamado Joseph

www.lectulandia.com - Página 241


Gale (hay una broma suya que ha llegado hasta nuestros días. Cuando el doctor
McLoughlin se negó a venderle suministros en Vancouver, se cuenta que él dijo que
tenía un tío de camino a Oregón que era lo suficientemente rico para comprarles todo
el negocio, y que así lo haría. El doctor McLoughlin quedó impresionado… y no
mucho más iluminado cuando Gale dijo que el nombre de su tío era Sam). Era un
partisano torpe y una especie de déspota ineficaz. Osborne Russell, que estaba con él,
documenta una serie de pequeñas rebeliones de los hombres y errores más o menos
desastrosos de su comandante. Los bannocks y los pies negros los mataban y les
robaban y al final los supervivientes tuvieron que unirse a la brigada de Bridger tras
echar por la borda todos los esfuerzos realizados.
Parece que fue un buen año para las brigadas de montaña de la American Fur
Company, pero la época sombría que se avecinaba no podía ser ignorada por más
tiempo. La piel del castor no subía de precio: el precio de San Luis seguía demasiado
bajo para cubrir gastos y sacar un beneficio. Ese año por primera vez el comercio de
pieles de búfalo en Fort Union salió más rentable que el de castor. Lo mismo ocurría
en Fort Pierre y estaba empezando a ocurrir en Fort Clark, y ahora que los oglalas se
trasladaban al Platte alto ocurriría lo mismo en Fort Laramie. Con el precio del castor
por los suelos y el agravante de la caza indiscriminada que ahora se manifestaba en
una escasez creciente de pieles, la Compañía no pudo sostener por mucho más tiempo
el gasto extra que suponían las grandes brigadas de montaña. Pronto comenzaría a
concentrarse en sus puestos permanentes y en el comercio de pieles de búfalo,
dejando que los indios realizaran la caza. La mejor apuesta en las montañas eran
operadores tales como Kit Carson, que ese año lideró una partida pequeña, con Joe
Meek entre ellos, a través de territorios conocidos. Estaban frecuentemente en
contacto con Bridger y se le unían en las habituales refriegas con los pies negros,
pero estaban solos. Tales partidas estaban compuestas totalmente por expertos, su
mayor movilidad les permitía operar de forma más rentable con una menor cantidad
de pieles y no necesitaban capital.
La Compañía sufrió una grave pérdida en el mes de agosto cuando su barco de
vapor, el Assiniboin, naufragó y se incendió en la desembocadura del río Heart. Se
destruyeron mil cien fardos de pieles de búfalo (diez pieles por fardo), afirma Francis
Chardon, algunas de castor, y distintos objetos que formaban su cargamento. Junto a
ello se encontraban la mayoría de los especímenes zoológicos, botánicos y
etnológicos que Maximiliano había recolectado con tanto cuidado. Fue una grave
pérdida y desde ese momento la Compañía prefirió contratar las travesías en barco de
vapor a empresas externas.
Finalmente, el cólera apareció en Fort Clark, pero había perdido gran parte de su
virulencia de camino río arriba. Parece que no se extendió más allá… al menos,
Larpenteur en Fort Union no lo menciona. Chardon lo contrajo, al igual que su
squaw. Se lo trató con «sales», láudano y alcanfor, que apenas habría servido de nada
en Liberty, donde Whitman trató a los hombres de Fontenelle. La epidemia se

www.lectulandia.com - Página 242


extendió entre los mandans, cuyo comercio con Chardon lo realizaban en Fort Clark,
pero parece ser que no murieron los suficientes de ellos para satisfacer a Chardon.
Pocos comerciantes, quizás ninguno a excepción del joven Alexander Henry, odiaban
a los indios con la inquebrantable pasión de Francis Chardon. Su diario echaba humo
con improperios sinceros. Incluso cuando está relatando su caso menos grave de
cólera, anota que una partida de mandans, que incluía al famoso Cuatro Osos, el
Mah-toh-to-pa de Catlin o el Mato-Tope de Maximiliano, había partido en busca de
los sioux de Yankton para vengar un asesinato y sinceramente desea que tengan
éxito… «Que Dios les dé Velocidad, es totalmente irrelevante cuántos pocos
regresen. Deseo a ambas partes un grave conflicto y muchas bajas». Llevaba la
cuenta de las ratas que se mataban en Fort Clark —de cincuenta a doscientas al mes
— y el inventario revela un claro simbolismo. Sus hombres eran, dijo
aproximadamente por aquella época, «sin ninguna excepción (excepto los crees) el
grupo de Perros del Misuri más miserable, sucio y cobarde», lo cual, aunque ayuda a
matizar el exuberante rousseaunianismo de George Catlin, es profundamente absurdo.
Chardon prefería a los sioux, al menos tres de sus esposas eran sioux, y anota en el
resumen de sus primeros catorce meses en Fort Clark que ha matado «1.056 ratas
caseras y he engendrado a un Excelente Chico al que he llamado Andrew Jackson en
honor al Viejo Caballero».
Chardon vivió para ser testigo de una satisfactoria epidemia que exterminó a los
mandans.

www.lectulandia.com - Página 243


X

EL PASO DEL MERIDIANO


(1836)

Paso Sur, 4 de julio de 1836. La caravana comercial anual de la American Fur


Company está liderada por Thomas Fitzpatrick; ha reunido un equipo considerable,
unos setenta empleados, más de cuatrocientos caballos y mulas. El ayudante de
campo de Fitzpatrick es Black Harris, el especialista en viajes solitarios e invernales.
Harris cabalga en la retaguardia de la caravana de la Compañía para vigilar la técnica
de la marcha y para administrar disciplina en la ruta. Un carromato de la Compañía
iba a atravesar el Paso este año… y junto a este, un carro ligero entraría en la historia
norteamericana para siempre. A la cabeza de la caravana, Fitzpatrick presenta la
imagen típica del partisano; de rostro enjuto, demacrado, ojos entornados rastreando
el terreno, un rifle Hawken desenfundado y apoyado sobre la silla de montar. De
hecho, parece un dibujo de Ranney de la siguiente década o una litografía de Tait de
la década siguiente. Junto a él, cabalgando un magnífico caballo negro, se encuentra
su amigo de nariz aguileña y bigote que conoció hace ya tres años, el capitán William
Drummond Stewart. Este está realizando otro viaje a las montañas y se ha equipado
con dos caballos rápidos que le encargó a Bill Sublette con el único propósito de
correr carreras contra los tramperos y los indios. Tiene dos nuevos rifles Manton,
importados vía Nueva Orleans, y partió hacia el Oeste con tantos lujos que necesitó
dos carros ligeros, pero los carros han quedado atrás en Fort Laramie y han sido
sustituidos por unas mulas de carga. El capitán tiene un compañero este año. El señor
Sillem, un caballero alemán y sus dos purasangres[1].
Debemos suponer que la caravana acampó para pernoctar la noche del 3 de julio
en el último tramo cercano al Sweetwater, entre la exuberante vegetación de su cauce
poco profundo a la salida de las colinas, y sabemos que acampó la noche del 4 de
julio en Pacific Spring o en el pequeño Sandy. De campamento a campamento hay
una distancia tremenda para cualquier partida en ruta… cualquier partida, es decir,
que incluyera recién llegados, porque suponía solo un día de viaje, aunque un día
muy seco, para los veteranos. Pero atravesaba la bifurcación de las aguas, la divisoria
fundamental del continente y marcaba el fin de los Estados Unidos. De río a río había
unas doce millas y en algún punto de ese tramo uno dejaba su hogar atrás y entraba
en Oregón. Frémont, que contaba con Kit Carson para ayudarle, calculó la verdadera
altura del terreno con gran dificultad y, sin duda, incorrectamente, porque no tenía
instrumentos lo suficientemente sensibles para confirmar las mediciones. Calculó que
la pendiente final donde el continente se dividía y caía por ambas vertientes era
aproximadamente igual «al ascenso a Capitol Hill desde la Avenida en Washington».

www.lectulandia.com - Página 244


Pero a cualquier viajero le bastaba saber que, en algún punto de ese tramo de doce
millas cubiertas de arbustos de artemisa marrones y verdes, atravesaba la línea
divisoria de aguas y la legendaria frontera. Y la sensación nunca fue más
trascendental que la que sintieron algunos de aquellos que la cruzaron con Fitzpatrick
el Día de la Independencia de 1836.
Una caravana tan larga debía de extenderse al menos una milla. Desde esa línea
divisoria intangible, mirando hacia el sur unas ocho o diez millas a través de un
terreno de artemisa aparentemente llano, uno por fin atisbaba una pequeña elevación,
un poco más verde que la dolorosa llanura, una prolongación fraccionada de las
Antelope Hills. Al norte, la artemisa se extendía provocando la misma sensación de
extensión plana de unas cinco millas y luego se elevaban las colinas, separadas,
redondeadas, como grandes mesas, agrupadas en una composición estética y dando
paso a la última cumbre de la cordillera Wind River, un pico menor pero más alto que
lo que la plana perspectiva del cielo vacío hacía pensar, como una proa de barco,
abrupto, con una de las laderas desmoronada. Donde más lejos alcanzaba la vista en
dirección suroeste, un vago relieve azul pizarra que parecía flotar por encima de la
tierra significaba cumbres de montaña que no estaban ni en los Estados Unidos ni en
Oregón, sino en México. En este vasto vacío, la artemisa y el chaparral parecían tan
llanos como el plano de medición de un topógrafo, pero era otra ilusión óptica del
cielo vacío, porque en realidad la llanura se ondulaba y se elevaba en grandes cerros.
De hecho, también la superficie ardiente y temblorosa por el calor no era tan seca
como parecía; había cañadas con agua de nieve e incluso algún que otro terreno
pantanoso.
El paisaje se abría hacia el Oeste, y hacia el oeste en dirección a esas vistas que se
ensanchaban avanzaba lentamente la caravana de Fitzpatrick bajo el peso del sol, bajo
el cénit blanco acerado, bajo la ondulante manta de polvo marrón y amargo. Los ojos
entrecerrados por el sol cegador tenían los bordes enrojecidos por culpa del caliche.
El caliche también olía a la vaga pestilencia de un laboratorio de química, pero no lo
suficiente para superar el olor a trementina y resina de la artemisa caliente… Sin
embargo, cuando el viento soplaba desde el río Green y barría momentáneamente el
polvo, los pulmones se llenaban de un aire limpio y electrizante. Las voces sonaban
microscópicas en el espacio, maldiciendo el demoniaco fastidio que provocaban las
mulas… Fitzpatrick y Stewart y el misterioso Sillem iban en cabeza, un escolta o dos
en cada flanco, tres cuartos de milla de infierno y polvo, luego el carromato de la
Compañía y Black Harris con un amplio conocimiento de la ruta.
Pero, detrás de Harris, lo más memorable: un carro ligero de cuatro ruedas sin
muelles, catorce caballos y seis mulas, quince cabezas de ternera y de vaca lechera…
y la partida de la misión. La nueva partida de la misión que era toda una revolución.
Marcus Whitman y los dos jóvenes nez perce que habían ido al este con él un año
antes, y un tercero que inexplicablemente encontraron en Liberty. Un peón de aspecto
sospechoso llamado Dulin y un joven de diecinueve años llamado Miles Goodyear

www.lectulandia.com - Página 245


empeñado en convertirse en un hombre de montaña… y pronto se graduaría. También
William H. Gray, un «mecánico» de atestiguada piedad y probada maldad a quien la
Junta Norteamericana había incluido en la partida sin ninguna razón de peso.
También el reverendo Henry Hart Spalding. Además, y esto es lo que marca la
diferencia, la esposa del señor Spalding, Eliza, y la esposa con la que Marcus
Whitman había contraído matrimonio durante el invierno.
Fitzpatrick había enviado el habitual mensajero para informar a los clanes de que
ya estaba llegando a la rendezvous, que ese año iba a celebrarse de nuevo en Horse
Creek. Así pues, ahora, ya pasada la media tarde, sobre el reptante espejismo térmico
al oeste se veía una ráfaga de puntos en movimiento cuya presencia activó
instantáneamente los reflejos de Fitzpatrick, Harris y Stewart. Las figuras que corrían
tras el espejismo podrían ser alces, que a cierta distancia parecían hombres a caballo,
pero también podrían ser indios de montaña y hostiles. Órdenes a viva voz de los
partisanos y los tenientes, rifles deslizándose de sus amarres en las sillas de montar
para renovar los cebos, hombres cubriendo las rendijas; una tensión tranquila y los
ojos clavados en aquel movimiento bajo una luz engañosa. Finalmente, se concretó
en hombres a caballo, unos quince a galope tendido. A medida que fue acortándose la
distancia pudieron oírlos gritar… el ulular penetrante del grito de guerra. Eran indios
y hombres blancos juntos, pero Fitzpatrick vio un trozo de camisa atado a uno de los
rifles que blandían e informó a sus hombres de que eran amigos. Sin embargo, eran
unos amigos que probablemente aterrarían tanto como cualquier hostil a las mujeres,
y en ese momento dispararon una ráfaga por encima de las cabezas de la caravana.
Galoparon hasta el final de la caravana, gritando, haciendo saltar a sus monturas por
encima de los matorrales de artemisa, girándoles el pescuezo, haciéndolos corcovear
y entrelazándose en zigzag como una carga india. Aún al galope, llegaron al final de
la caravana, que para entonces ya disparaba sus propias armas a modo de bienvenida.
Los nez perces y tramperos descabalgaron y estrecharon las manos de sus amigos…
pero solo durante unos segundos. Todos se vieron obligados a contemplar con la boca
abierta la visión más inconcebible jamás vista por aquellos lares: las primeras
mujeres blancas que llegaban a las montañas.
Eran dos. Calzadas con pesadas botas y envueltas en yardas de falda. Cabalgaban
con sillas de mujer, con ambas piernas a un mismo lado. Eliza Spalding, alta, de
complexión delgada y demacrada por el viaje y la enfermedad, de cabello oscuro y
una tez cetrina oculta bajo el bronceado, aterrada y consternada por el alboroto de
hospitalidad. Y Narcissa Whitman, que no estaba ni aterrada ni consternada… sino
encantada. Era más bajita que Eliza, pero en absoluto demacrada; poseía las curvas
femeninas ideales para la época, ojos azules, bronceada ahora y memorablemente
rubia. Los hombres siempre recordaban su rostro y su cabello oro rojizo. Los
hombres de hecho recordaban a Narcissa y, aunque estaba dedicada al servicio de
Dios, poseía un magnetismo cuya naturaleza no pasaba desapercibida a nadie. Los
nez perces nunca habían visto a una mujer blanca. Joe Meek y los tres tramperos

www.lectulandia.com - Página 246


igualmente encallecidos que cabalgaron hasta allí con él no habían visto una mujer
blanca desde hacía años. Tenían sus recuerdos y sus fantasías, y Narcissa los
colmaba.
Hay escenas significativas en la historia del Oeste, pero pocas tan significativas
como este momento de alboroto y sorpresa en un mar de artemisa. Se dice que un jefe
sioux afirmó en una ocasión que sus gentes no se alarmaron hasta que vieron los
arados en los carros de los emigrantes, y su comentario ha sido utilizado por
innumerables cronistas que tal vez olvidaron que los sioux eran incapaces de saber
qué era un arado. Una señal más genuina lo habría sido la de estas dos mujeres
rodeadas por indios y hombres vestidos con prendas de ante, en Oregón, al oeste de la
Divisoria Continental[2].

* * *

Whitman se había casado con Narcissa en febrero. La ambigüedad de esta mujer


apasionada que había evitado el matrimonio hasta una edad tardía para la época, y
que desde la niñez había deseado inmolarse a sí misma convirtiendo paganos, se
manifestó el día de su boda: ella iba vestida de negro y vistió a toda su familia de
negro. Así pues, ataviada como la novia de la muerte, Narcissa Prentiss apareció en la
pequeña iglesia de Angélica, Nueva York, y se casó (sin embargo, también hizo que
le confeccionaran algunos vestidos de algodón estampado en brillantes colores para
alegrar la vista de los nez perces). De negro cantó con el coro y la congregación un
himno del reverendo Samuel F. Smith, el autor de «América». Era una cantante
excelente, poseía una voz que, como su apariencia, provocaba los corazones de los
hombres y cantó sola la última estrofa:

¡En los desiertos déjame trabajar,


en las montañas déjame contar
cómo murió —el bendito Salvador—
para salvar al mundo del infierno!
Deja que corra
lejos hacia tierras paganas para allí morar[3].

Un dramaturgo que se dispusiera a escribir la tragedia de los Whitman abriría la


escena con la novia vestida de negro cantando sobre desiertos añorados a una familia
que nunca volvería a ver. Pero las líneas de fuerza ya habían sido establecidas mucho
antes y Marcus y Narcissa partieron directamente de su boda al primer punto de
intersección de esas líneas. Atravesaron Cincinnati, donde los Whitman se unieron a
Spalding y su esposa Eliza. Spalding, anteriormente enviado por la Junta

www.lectulandia.com - Página 247


Norteamericana a la misión de los osages, había sido el único ministro ordenado que
Whitman pudo conseguir para acompañarle a Oregón. De hecho, originalmente había
sido descartado para esa misión porque la Junta no quería enviar a Oregón a un
hombre con hijos y, en el otoño de 1835, Eliza estaba embarazada. Sin embargo, el
destino quiso que el niño naciera muerto, y a medida que iba acabándose el tiempo y
un candidato tras otro declinaban o no daban la talla, se llegó a la situación en la que
o bien aceptaban a Spalding o bien se debía posponer todo el proyecto un año más.
El fracaso de la misión de Oregón se halla implícito en el sueño del que brotó.
Pero la tragedia es más amarga porque los hombres y mujeres que componían la
misión, algunos de ellos sin duda heroicos, tendían compulsivamente a discrepar
amargamente sobre la mejor manera de servir a Dios. Y en el alma de Henry Harmon
Spalding, que probó ser el más capaz de todos en la frustrante tarea de entender a los
indios, dos heridas abiertas segregaban un veneno que afectó a todos sus compañeros
misioneros desde el principio hasta el final. Spalding había nacido fuera del
matrimonio. Sin duda, el ser hijo ilegítimo fue lo que hizo que se dedicara a servir a
Dios, pero lo hizo con un presagio de desastre. El ministro protestante evangélico
estaba cargado, como mínimo, de culpabilidad. Si se le añade la culpabilidad de la
bastardía —al menos por partida doble, ya que era tanto la suya como la de su madre
— uno podía estar marcado, como sin duda lo estaba Spalding, por la humillación y
la intolerancia. El espíritu perturbado no encontraba absolución para sí mismo… ni
caridad para los demás. Spalding sometía a la raza errante al potro de tortura que lo
torturaba a él, y veía demasiado claramente lo mucho que les faltaba a sus
compañeros para ser del agrado de Dios.
Además, durante sus años de estudiante había vivido en el pueblo natal de
Narcissa Prentiss y acudía a la misma iglesia. La bella soprano, en cuyos ojos había
paz y en cuyo cuerpo había disturbio, afectó al inseguro aspirante a ministro igual que
afectaba a muchos otros hombres. Spalding se enamoró de ella y ella lo rechazó.
Ahora, casado en una verdadera unión de almas con la renacida y plagada de culpas
Eliza Hart, Spalding iba a ayudar a establecer la misión de Oregón como subordinado
de Marcus Whitman, que había tenido éxito donde él había fracasado. Y tenía el
privilegio de viajar al oeste con la perdida Narcissa en su luna de miel. Incluso antes
de llegar a la frontera, Spalding se empeñó, por mor de la santidad, en convencerla a
ella y a otros de la maldad que anidaba en el carácter de Narcissa y en ayudarla a
desentrañar ese mal para que la gracia divina pudiera penetrar en ella[4].
Hubo otros malos presagios al principio, también. De camino a San Luis,
viajando rápidamente porque iban retrasados, los misioneros alcanzaron a una partida
que la Junta Norteamericana había enviado a la frontera india y viajaron hasta Liberty
con ellos. Benjamin Satterlee y su esposa estaban al cargo de la misión pawnee, que
ya contaba con dos años de vida. Con ellos viajaba Emeline Palmer (tutora de uno de
los chicos nez perces de Whitman durante el invierno), que iba a casarse con el
director de esa misión, Samuel Allis[5]. La señora Satterlee estaba gravemente

www.lectulandia.com - Página 248


enferma, pero Whitman decidió que podía viajar. Llegaron a Liberty. Allis acudió allí
desde Bellevue y Spalding lo casó con su Emeline. Justo una semana más tarde, la
tuberculosa señora Satterlee murió. El pequeño grupo de misioneros se estaba
«preparando para llevar sus restos sin vida al cementerio, para entregárselos a la
madre tierra» (son palabras de Eliza Spalding), cuando vieron el barco de vapor de la
American Fur Company en el que la mitad de ellos deberían haber viajado a Bellevue
río arriba. El funeral fue interrumpido y corrieron al muelle para detener el barco,
pero el capitán se negó a parar. Regresaron a la tumba y terminaron la ceremonia.
Pero en el frenesí de las exequias inacabadas, ahora debían correr todos por tierra,
bajo la amenaza de perder a Tom Fitzpatrick. La misión de Oregón estuvo a punto de
fracasar ya en sus inicios, pero después de tres semanas de trepidante viaje a Bellevue
y más allá, alcanzaron a Fitzpatrick, ya bien entrado en el exuberante territorio del
Loup Fork del Platte. En esa carrera salvaje de principiantes, Spalding estuvo
enfermo la mayor parte del tiempo, y Whitman a punto estuvo de caer exhausto.
Whitman y el harapiento descarriado que había recogido, Miles Goodyear, que quería
convertirse en un hombre de montaña, resultaron ser lo suficientemente duros y
habilidosos para sacarlos de allí… pero solo por los pelos.

* * *

El diario de Eliza Spalding es esporádico y principalmente consiste en sus


devociones. William Gray, el mecánico a quien la Junta Norteamericana había
enviado como asistente laico, describió el viaje al Oeste en su Historia de Oregón
con un reconocimiento decididamente pertinaz de su propia importancia en esta
travesía. Esperamos, aunque no tenemos ninguna prueba de ello a excepción de que
una mujer se casó con él, que William Gray le gustara a alguien a lo largo de su vida,
porque no tenemos constancia de que gustara a nadie tras su muerte. En esta parte de
su libro su maliciosa envidia todavía no ha degenerado en maldad, pero no
encontraba mucho que alabar de la moral, habilidad, laboriosidad, inteligencia,
sinceridad y compañerismo ni de los hombres de montaña, ni de los caballeros
viajeros ni de los misioneros. Tenía en gran estima al asistente laico… y está claro
que el asistente laico fue blanco de alguna que otra risotada a su costa, o algo incluso
peor, por parte de los impíos. Pero en su mayor parte, uno puede seguir la travesía en
las cartas y el diario de Narcissa Whitman que, ya fuera torcida en su silla de montar
o en el portaequipaje del carro sin amortiguación, se las ingeniaba para disfrutar de
las extrañas maravillas del Oeste y del comportamiento de hombres impíos. Ella
incluso logró derretir una partícula del frío temperamento de Gray, porque aunque la
consideraba poco inteligente, la desdeñaba por ser mundana y relajada en sus deberes
cristianos e incluso coqueta, admitía con la boca pequeña que era toda una dama.
Era la medianoche del 27 de mayo cuando los misioneros alcanzaron a

www.lectulandia.com - Página 249


Fitzpatrick. Stewart y su compañero Sillem estaban allí con él, junto a sus empleados
y dos carros. Conociendo sus gustos, sus viajes posteriores y la aversión que le
provocaba el abstemio anglófobo William Gray, debemos suponer que los carros iban
cargados de una epicúrea reserva de alimentos envasados, quesos, sardinas, fruta
escarchada, distintas carnes prensadas o evaporadas y verduras, que comenzaron a
aparecer en el mercado en esta década… y el suficiente brandi, whisky y vino de
reserva para tener un montón de momentos de relax en ruta. No había nada más que
el capitán quisiera llevar en sus dos carros, y este parece ser el inicio de la gran vida
de la Ruta de Oregón (ya había un precedente de ello en la Ruta de Santa Fe). Miles
Goodyear pudo iniciar sus prácticas y cumplir su viejo sueño inmediatamente, porque
Tom Fitzpatrick y Black Harris debían de estar en lo más alto de aquellos hombres
que hicieron que las montañas lo fascinaran. Miles solo fue calumniado en
retrospectiva por William Gray, quien, de hecho, lo había contratado y había admitido
que fue un buen trabajador al menos hasta el río Snake. Pero, tras abandonar a los
misioneros por los indios, a quienes consideraba una compañía más agradable, «se
casó con una mujer nativa (algunos dicen que con tres)» y por ello Gray sospechaba
que era un desertor del ejército. Finalmente, allí estaba Milton Sublette, anterior socio
de la RMF Company y anterior copropietario de Fort Laramie. La última vez que lo
vimos regresaba a los asentamientos tras pasar unos cuantos días con Nat Wyeth en
1834. Le habían amputado la pierna y le practicaron una segunda operación en el
muñón; ahora inválido y montado en un carromato tirado por dos mulas, visitaba por
última vez el territorio de sus días de gloria.
«Nunca antes me sentí tan satisfecha y feliz. Ni he disfrutado de tal salud desde
hace años», escribe la novia a su hermana desde las bifurcaciones del Platte. Los
misteriosos comportamientos anómalos habían sido corregidos, el entusiasmo
contenido había sido liberado, aquella era una mujer bien casada que pasaba su luna
de miel por las costas de Nebraska, y debió de ser un día o dos después de esta carta
cuando Narcissa concibió a su hijo. Mientras estaba todavía al este de su tierra de
misión definitiva, vivió intensamente y con placer. Espectáculo, trabajo,
compañerismo, hombres y animales de carga, tierra y matrimonio… todo se estaba
cumpliendo. La tortura de la silla de amazona no le importaba a Narcissa, pero estaba
resultando cada vez más dolorosa para Eliza Spalding, que iba más frecuentemente
montada en el carro ligero. Narcissa la acompañaba en ocasiones y conducía el tiro
cuando lo hacía. Gray conducía el carromato pesado, admirando desapasionadamente
su habilidad y autosacrificio milla a milla. Los chicos nez perces —Richard
Tackitonitis especialmente atraía a Narcissa; él la llamaba «Madre» y a ella le
encantaba escuchar su acento inglés— acarreaban el ganado. El uso final de la
manada parecía menos importante que las comodidades que proporcionaba de
camino. Ordeñaban cuatro vacas al día y por lo tanto tenían nata y mantequilla.
También tenían pan, que nadie tenía en la caravana de la Compañía, porque Narcissa
lo horneaba junto a las brasas todas las noches. Pero ella no tuvo que cocinar la carne

www.lectulandia.com - Página 250


cuando llegaron a tierra de búfalos, porque Marcus se hizo cargo. Había aprendido la
técnica el verano anterior y cocinaba cada corte tal como requería la cocina de
montaña. Como los hombres de montaña, Narcissa no quería ninguna otra cosa si
había a mano una vaca gruesa. Dice que a Eliza no le sentaba bien, pero los
eufemismos en el diario de Eliza parecen indicar que se trató de los síntomas
habituales al entrar en contacto con aguas alcalinas.
Las dos mujeres son las primeras de tantos miles de ellas. La inquebrantable
domesticidad de la esposa pionera norteamericana estaba comenzando a influir en los
rigores, las deficiencias y especialmente las convenciones de la ruta. Y Narcissa, la
primera de una gran compañía, llevaba los entretenimientos del este al oeste. Invitaba
formalmente a la nobleza terrateniente a tomar el té. La mesa era una tela de caucho
indio en el suelo y los señoriales invitados se sentaban alrededor con las piernas
cruzadas (ella afirma en unas de sus cartas que «mi marido siempre se ocupa de
proporcionarme un asiento y en una postura que te reirías si nos vieras», lo cual
probablemente ponía taciturno a Spalding e indignaba a Gray). La mayor
preocupación de una anfitriona junto al Platte era mantener la arena fuera de la mesa
y de los «tazones de lata» que hacían las veces de tazas de té. Tenía su propio
cuchillo enfundado en la cintura como un trampero y admite que los tenedores eran
palos afilados. Sin embargo, Fitzpatrick, Milton Sublette, Harris, Joshua Pilcher (más
viejo en el comercio que ninguno de los otros y que realizaba el viaje al oeste como
agente indio), Stewart y Sillem se mostraban caballerosos en las veladas púrpura, e
incluso el diario de Eliza carece de las esperadas referencias negativas a los infieles.
Narcissa se deleitaba francamente con ellos y suponemos que sobre todo con Harris.
Era un risueño embaucador como Jim Bridger, llevaba recorriendo el territorio desde
que Laramie Peak era un pozo profundo y su conversación versaba sobre el universo
del Oeste.

(«He puesto trampas en el Platte y en el Arkansas y más arriba en el Misori y el


Yallowstone», esto pone Ruxton en boca de Harris hablando con una mujer
imaginaria en San Luis, ¿por qué no con Narcissa? «He puesto trampas en el
Columbia, en Lewis Fork [en el Snake] y el río Green; he puesto trampas, señora, en
el río Grand y el Heely; he puesto los pelos de punta a más de un apache y también
hice que un arapaho muriera antes de tiempo; he puesto trampas en el cielo, en la
tierra y en el infierno, y arránqueme mi vieja cabellera si quiere, señora, pero he visto
un bosque putrefacto[*]».
Así inicia el personaje la versión de Ruxton del célebre cuento de Black Harris o
Jim Bridger. El invierno siguiente a la lluvia de meteoros, Harris y sus compañeros
salen de una densa nevada y llegan de repente a un valle veraniego, donde, sobre la
exuberante hierba, los pájaros cantan en las copas frondosas de los árboles. En esta
tierra milagrosa Harris dispara a un pájaro cuya cabeza continúa cantando mientras
sale despedida del cuerpo dando vueltas, pero cuando la recoge descubre que es de

www.lectulandia.com - Página 251


piedra.
«Tengo la pólvora mojada y no hay un fuego para secarla», digo yo, bastante
asustado.
«Maldito fuego», dice el viejo Rube [Herring], «Yo encenderé el fuego».
Así pues, Herring se dispone a cortar un trozo de corteza de álamo, pero solo
logra mellar la hoja del hacha, lo cual asusta a ambos. Los caballos también tiemblan
de miedo, y no es de extrañar, porque la hierba que intentan pastar es de piedra. Pero
entonces aparece el joven Sublette (probablemente referido a Andrew o a Solomon),
un hombre educado que aparentemente sabe lo que ocurre cuando su cuchillo de caza
se rompe contra unas frágiles hojas, «partiéndose como conchas californianas».
«¿Qué es todo esto?», pregunto yo.
«Putrefacciones», responde él con expresión insolente, «putrefacciones, o que me
convierta ahora mismo en un mapache».
Aquí, la anfitriona de San Luis se muestra consternada. «¡Por Dios, señor Harris,
putrefacciones! ¿Por qué? ¿Es que las hojas y los árboles y la hierba olían mal?».
Y Black Harris replicó, «¿Oler mal, señora? ¿Apestaría una mofeta si se hubiera
quedado congelada en piedra?»)[6].

Si no contaba este cuento, que Fitz y Stewart aplaudían lealmente tras escuchar su
enésima versión, entonces sin duda había muchos otros del repertorio de Harris. Allí
entonces, mientras la puesta de sol se va apagando hasta oscurecerse en una noche de
terciopelo sobre las altas llanuras y la artemisa huele dulce otra vez al llegar la noche,
hay un nuevo rostro iluminado por la luz de la hoguera… Narcissa, sentada con las
piernas cruzadas o sobre las rodillas de Marcus, mientras su cabello dorado rojizo se
sacude al ritmo de su risa. Es difícil recordar a la pálida Eliza, cuyo decoro agradaba
sumamente a William Gray; uno ve la vivacidad de Narcissa entre el demacrado
Fitzpatrick y un Harris lleno de cicatrices[7], con el capitán Stewart y el igualmente
caballeroso Pilcher riendo con ella repantigados en el suelo junto a la hoguera.
Nuestro escocés byroniano, que apreciaba los encantos y gracias de las jóvenes pies
negros, snakes y tal vez cheyenes, convertía en heroínas de sus novelas a bellezas
italianas de piel cetrina y «mechones brillantes y negros como el azabache». Pero, sin
duda, no era inmune al encanto dorado que cautivaba a todos los que escribieron
alguna vez sobre Narcissa, a excepción del susceptible Gray, y aún menos inmune
junto a tal hoguera y con ese telón de fondo. La leyenda del Oeste incluso ha puesto
en boca de Stewart un arrepentimiento muy apropiado a su propia ficción. La historia
tiene lugar en la rendezvous de este año, donde, entre los viejos amigos que se
reencuentran, Stewart hablaba con Nat Wyeth, el cual por fin iba a regresar a su
hogar. Se supone que Wyeth le preguntó si alguna vez se arrepintió de su exilio de
Escocia, y se dice que Stewart respondió: «Nunca, hasta que contemplé a la bella
señora Whitman. ¿Cómo una mujer tan bella podía haber nacido de un juez
norteamericano? [Juez de Paz]. ¿Por qué tuvo que casarse con un misionero de los

www.lectulandia.com - Página 252


indios del lejano Oeste, donde la belleza y el encanto no iban a ser apreciados? ¿Qué
no daría por poseer su amor y estar en casa con ella en Escocia?»[8].
Puede que la Historia deseara levemente ese romance, y al menos está claro que
la Christina de Stewart no podía haber despertado los deseos del escocés en su
ausencia. Él había llegado a tierra yanqui menos de dos años después de casarse con
ella y pudo separarse de sus encantos durante casi siete años. Pero, con toda
seguridad, debemos rechazar la fantasía de Narcissa paseando con Stewart en Birnam
Wood, riendo a su mesa, y además piensen en la conocida frialdad de Henry
Spalding, quien, cuando los invitados se inclinaban sobre la mano de Narcissa y
regresaban a sus estancias en el círculo fortificado, debía retirarse a la tienda de lona
a rayas que compartían y observar cómo su amor perdido yacía junto a Marcus
Whitman.
Una nota a pie de página de Edward Warren ubica una aventura con un grizzli en
una de las riberas del Platte medio. Stewart habla de Whitman como «un hombre
excelente, un clérigo curioso, porque en ocasiones predicaba, y era un cirujano audaz,
porque sin vacilar dejaba salir agua del pecho con una navaja o extraía con un
cuchillo de carnicero una punta de flecha, que había estado años alojada en la espalda
y la cadera de Jim Bridger, y que yo tengo ahora en mi bolsillo mientras escribo»[9].
Un grizzli está acorralado entre unos matorrales y Fitzpatrick propone dejarlo allí
hasta que lleguen los novatos. Cuando aparecen, Whitman va en cabeza y su caballo
se vuelve ingobernable al detectar al oso por el olfato. «Más tarde nos informaron de
que el doctor y su corcel forcejearon furiosamente durante unos segundos entre los
arbustos; pero lo único que todos los de la cacería sabemos es que el médico, aunque
era un hombre corpulento y fuerte, aterrizó en escena describiendo una parábola
sobre los matorrales que nos separaban. El oso rugió y cargó… el médico se levantó
y corrió… el oso pasó por mi lado, que a punto estaba de morirme de la risa,
totalmente ileso; y el médico jamás lo volvió a ver, ni ningún otro, hasta el día de su
muerte» (supuestamente, «ni ningún otro» significa que nadie vio a ese oso en
concreto otra vez… el estilo del novelista en ocasiones es un tanto oscuro).
Habían encontrado la caravana en el Loup Fork el 27 de mayo y Fitzpatrick logró
que llegaran a Fort Laramie el 15 de junio, lo cual es un ritmo de viaje de nivel
experto. Allí las mujeres pudieron realizar su primer día de colada, y el
acontecimiento fue casi tan memorable como la primera ocasión en la que pasaron un
Sabbath dedicados a la oración. Realizaron un trabajo concienzudo… y a petición de
Fitzpatrick o Fontenelle, que ahora era el burgués en el fuerte, Henry Spalding
predicó a los empleados sobre el texto del Hijo Pródigo. Los servicios religiosos en el
Oeste se establecieron a lo largo de todo el año, porque ya era el tercero desde la
llegada de las misiones y parecían estar obteniendo ciertos resultados. Un trampero se
regocijó por la ceremonia y recibió «con gran alegría y agradecimiento» la Biblia que
Eliza Spalding le dio. La compañía de pieles ahora transfirió sus productos de los
carros a las mulas de carga, pero Whitman estaba decidido a continuar con su

www.lectulandia.com - Página 253


experimento. Dejó el pesado carro de granja en Fort Laramie, pero, desatendiendo
todas las advertencias, decidió llevarse el carro ligero. Como el camino empeoraba a
medida que giraba hacia el noroeste para evitar las montañas Laramie, debía redoblar
su esfuerzo… que ya había exprimido al máximo durante todo el tiempo, y es que el
hecho de que el equipo del misionero hubiera logrado mantener el paso con
Fitzpatrick se debía a la interminable energía de este hombre insomne y de férrea
voluntad. La Compañía decidió que estaba interesada en el experimento y le asignó a
un hombre para que Whitman lograra su objetivo. El carro que transportaba al
fracasado Milton Sublette también les acompañó.
Llevar el carro por los barrancos, bordeando los cerros del desierto rojo, retrasaba
a Whitman, que alcanzaba el campamento siempre mucho después de que
anocheciera. El experto Fitzpatrick estaba viajando en un tiempo récord. Pararon en
Independence Rock el tiempo suficiente para añadir en el padrón del desierto los
nombres de Eliza Spalding y Narcissa Whitman, los primeros nombres en la parte
superior de una nueva página. La frágil y resuelta Eliza empezó ahora a dar signos de
agotamiento y tuvo que ir montada en el carro casi todo el tiempo, aunque incluso
una silla de montar de mujer parecería más apropiada para una persona convaleciente
que los traqueteos y golpes del carro subiendo por la planicie continental. Su
determinación también fue puesta a prueba por el calomel y los sangrados de la
heroica medicina de Whitman. Así pues, llegaron el 4 de julio a la Divisoria entre el
fuego de armas de Joe Meek y sus horribles socios. Dos días más tarde, Fitzpatrick
los condujo a Horse Creek y la montaña en pleno dio la bienvenida a lo que el
alboroto de Meek tan solo había servido de preludio.

* * *

Por fin, los nez perces tenían un taumaturgo —al final resultó ser Spalding y no
Whitman—, y le dieron la bienvenida. Las squaws habían aprendido de los blancos
que las mujeres debían ser recibidas con un beso, de modo que Eliza y Narcissa se
vieron asfixiadas por los saludos. Los nez perces tenían una gran presencia allí, así
como los flatheads; también había bannocks y todo un poblado de snakes. Se
apiñaron todos alrededor de las squaws blancas guardando el turno, tocándoles el
pelo, toqueteando los vestidos, inspeccionando su equipo y posesiones… todo ello
con la locuacidad india de un club de costureras. Fue mucho mejor que las mujeres
no dominaran aún el idioma, porque los comentarios críticos de los indios no son
nada inhibidos. Sin embargo, iban a trabajar para corregirlo. Gray afirma que Eliza
empezó a escribir un vocabulario nez perce en Horse Creek. Añade que los indios la
preferían a ella más que a Narcissa quien, dice, olvidando que había estado
intercambiado lecciones con Richard de camino al Oeste, estaba demasiado ocupada
flirteando con deslumbrados y salvajes hombres de montaña para prestar atención a

www.lectulandia.com - Página 254


sus deberes. Su ofensa en realidad consistía en menospreciar a William Gray.
Los indios decidieron celebrar la semana del antiguo hogar en honor a las mujeres
blancas. Las cuatro tribus se unieron en un salvaje espectáculo del oeste, rodeo y día
de frontera. Se ataviaron con sus trajes ceremoniales —Gray anota que los guerreros
iban prácticamente desnudos y, con absurda inexactitud, que algunas «bellas nativas»
iban principalmente ataviadas con cuentas de colores—, y abrieron el espectáculo con
un gran desfile. «El capitán Stewart, un noble inglés, y el comandante Pilcher
atendieron a las damas de la misión y amablemente les informaron del objeto de todo
aquel espectáculo; les aseguraron que no corrían ningún peligro de resultar heridas y
permanecieron en sus tiendas mientras la cabalgata pasaba». Pasó, galopando y
corcoveando, con objetos medicina ondeando en lanzas, con mosquetes, con la
espléndida marcha de guerreros con el torso expuesto y el tumulto de los indios
disfrutando de la fiesta. Era mucho mejor que cualquier cosa que Bill Cody pudiera
jamás dirigir. Complació no solo a Narcissa, sino también al capitán Stewart, y tanto
fue así que el año siguiente consiguió que se repitiera el espectáculo e hizo que
Alfred Miller lo pintara.
La literatura aporta poca información sobre esta rendezvous, aunque cronistas
como Joe Meek, Osborne Russell y Kit Carson se encontraban allí. Meek describe a
los tramperos como hombres tímidos, el adjetivo más extraño para un hombre de
montaña que el diccionario pudiera ofrecer, y afirma que «se contentaban con pasear
por delante de la tienda de ella» (es innecesario identificar a quien se refiere con ese
«ella»). Pero Joe está destacando su propio acto: el aventurero que monopoliza la
belleza, echado como un Ulises joven sobre una piel de búfalo mientras cuenta su
retahíla de hazañas y desventuras, pero cambiando el ritmo en ocasiones para
producir una impresión más profunda y dejando caer su deseo de abandonar «las
peleas de bar y las peleas con indios» e iniciar la vida pastoral y gratificante de
granjero en el valle Willamette. Sin duda quedó impresionado, porque más tarde
entregó a su hija a Narcissa para que la educara. Él logró reivindicar el civismo del
trampero de las Montañas Rocosas… Narcissa se regocija por la cantidad de
tramperos que se acercan pidiendo folletos y Biblias y sugiriendo que tienen, al
menos por el momento, «tiempo libre para la reflexión y el estudio». Ella piensa que
podría haber entregado las suficientes para cargar «uno o dos animales» y siente que
«un misionero puede hacer mucho bien en este territorio». Si el misionero era
Narcissa, entonces sí; pero uno se pregunta qué hicieron los hombres con la pía
literatura que mendigaron de la rubia.
Al impacto que produjeron en William Gray debemos algunos retratos
verdaderamente útiles. En su Historia de Oregón (un título no muy acorde con su
contenido) Meek es presentado como «un hombre alto, con pelo negro largo, tez
suave, ojos oscuros (dado a ladear la cabeza ligeramente a un lado, como si dijera “si
yo te contara”), un alocado, un viva la vida, lleno de “la vitalidad y la diversión de las
montañas”, tal como él lo expresaba». Meek, añade Gray innecesariamente, era

www.lectulandia.com - Página 255


aficionado a contar cuentos; Gray destripa uno que es narrado en el libro de la señora
Victor. Afirma que Meek tenía un hijo mestizo que estaba comenzando a hablar y
concienzudamente le había enseñado «a decir “Maldito seas”, sin duda considerando
que este era el exabrupto más necesario» en aquellas tierras.
Un hombre de Kentucky, a quien esta narración no puede identificar, es «el
Alcaide» en la narración de Gray, «un hombre de estatura mediana, cabello negro,
patillas negras, ojos marrones oscuros y una tez muy oscura». Su compañero, a quien
Gray llama «el Doctor», es el doctor Newell, uno de los mejores amigos de Joe
Meek. Se añade a la lista de aquellos a quien Gray censuraba. El médico, más tarde,
trabajó para la Hudson’s Bay Company (la memoria poco fiable de Meek, de hecho,
lo sitúa trabajando para esa compañía en 1836), y su origen británico lo condenó en la
mente anglófoba del cronista. En una ocasión, un trampero consigue ablandar un
poco a Gray al aceptar e incluso ofrecerse a pagar una Biblia, aunque el hombre había
pedido «libros», es decir, solo algo para leer. El resto, hasta un total de ocho, son
menospreciados por distintas cuestiones. Gray claramente recibió algunas burlas en la
rendezvous, y tal vez algún que otro empujón.
Aunque él, desde luego, no lo refleja… y su informe de lo que pensaban los
hombres de montaña sobre los misioneros se puede citar con ciertas reservas. Afirma
que le gusta Whitman «en general», que es casi como reconocer su obvio
agradecimiento por que lo admitieran como un miembro más con pleno derecho y
hermandad, y con todas las ventajas. Dice que pensaba que la «severa y mandona»
Narcissa (¡sic!) podría finalmente echar a perder a Marcus y la consideraba
demasiado educada y refinada para los indios (Gray llega a sugerir que no solo
trataba con condescendencia a los tramperos, sino también a su propio esposo
Marcus). «En cuanto a Spalding, está tan verde que tal vez llegue a predicar en una
charca de ranas; tal vez predique a los indios, pero los hombres de montaña tendrían
que estar pudriéndose antes de que él pudiera acercarse a ellos» (Gray está
confundido por la jerga de montaña, así como por sus propias emociones). Dice que
pensaban que la señora Spalding era una mujer de primera y se preguntan qué podía
haber visto en su esposo, creían que ella podía hacer lo que se propusiera, y además
«no se emperifollaba»… lo cual confirma que Narcissa había arrebatado al señor
Gray un alto porcentaje de sus desertores.
¿Y qué pensaba la malvada sobre Gray? Incluso la malvada no podía evitar
admirarlo. «Todavía es joven, pero no tan verde como Spalding; parece inclinado a
aprender poco a poco, y para cuando marche hacia el río Columbia y viaje un poco
más sabrá muchas más cosas de las que sabe ahora. Podría irle bien en su
departamento si “mantiene los ojos bien abiertos”. Supongo que con esta expresión se
refieren a que se mantenga alerta contra los timadores, los granujas y los ladrones,
para evitar que mientan, engañen o roben a la mínima ocasión, o al menos para no
permitirles que se lleven sus posesiones por medio de engaños». Gray añade, o más
bien sintió la compulsión de añadir, que los hombres de montaña predecían que la

www.lectulandia.com - Página 256


Hudson’s Bay Company arruinaría el proyecto de los misioneros, si no lo hacían
antes los indios.
Pues bien, aquí llega la Hudson’s Bay Company con un gran equipo liderado por
el cuarterón Tom McKay y su oficial John McLeod, trayendo el comercio británico a
la rendezvous norteamericana por primera vez. Y con ellos iba Nat Wyeth, que por
fin regresaba a casa tras finalizar sus cuatro años en las montañas con un completo
fracaso. De camino allí, había acordado vender la piedra que había llevado rodando al
jardín de sus rivales. Aunque el trato no se concluyó hasta el siguiente año, Fort Hall
a partir de ese momento pasó a ser un puesto de la Hudson’s Bay (Wyeth conservó su
fuerte en la desembocadura del Willamette, con el misionero metodista Walker a
cargo, pero no consiguió nada). Desde allí, iba a tomar la caravana al sur desde Fort
Laramie hasta Bent’s Fort y luego viajar por la Ruta de Santa Fe hacia el este. Su
intención era ver si podía hacerse un lugar en el comercio de las praderas, idea que
había estado sopesando desde hacía ya dos años. Fue una última aventura en el
negocio de tierras salvajes que tanto había fascinado a su imaginación yanqui junto a
las amables aguas de Fresh Pond. Pero, al final, los cañones, desiertos y picos de esta
tierra baldía no ofrecieron un lugar a Nat Wyeth. Regresó al negocio del hielo y
prosperó. Sin embargo, ahora había recuerdos del desierto interior en el gran Boston.
Fue una apropiada adición al crisol de balleneros, dioses paganos de la Polinesia, el
arte de China y una miscelánea de baratijas y bibelots procedentes de todos los mares.
Y, a su debido tiempo, un joven federalista llamado Parkman, también atraído al
campo magnético del Oeste, apareció en la oficina de Wyeth pidiendo consejo.
Para consternación de los misioneros, Samuel Parker no acompañaba a McLeod y
McKay. Cumpliendo su promesa, había partido de la rendezvous y había realizado un
extraordinario circuito fluvial, subiendo al norte hasta Fort Colville y Fort Okanagan.
Había retomado su relación con los nez perces y volvió a predicar para ellos. Había
hablado con los cayuses, los pend d’oreilles, los walla wallas y los spokanes. Había
llenado su libreta y su cabeza con observaciones, sugerencias y estadísticas. No las
incluyó en la carta que envió a la rendezvous… o eso afirma Gray, y lo ocultó porque
temía que alarmara o de alguna manera sirviera a los intereses de la Hudson’s Bay
Company, que presumiblemente no tenía estadísticas del territorio que había
gobernado durante tanto tiempo. Pero sí las escribió en un libro que sirvió a un
propósito mayor, porque se convirtió en la primera guía para la emigración a Oregón,
y continuó siendo una de los mejores.
Parker estaba listo para continuar hasta la rendezvous, pero temía el largo viaje a
caballo… por las boscosas y accidentadas montañas de Oregón e Idaho, a través del
desierto de lava, continuando hasta el Green y el Paso Sur, y de allí por el agotador
camino hasta San Luis. Samuel Parker era un hombre valiente y de espíritu tranquilo,
pero ¡había tantas colinas que su corazón aún debía atravesar y el desierto de Isaías
era tan vasto! Después de todo, tenía cincuenta y siete años. Y cuando llegó a Fort
Walla Walla descubrió que los indios con los que confiaba viajar pretendían acudir a

www.lectulandia.com - Página 257


la rendezvous, no por la ruta —que él mismo había recorrido y que ya se había
mentalizado para volver a recorrer—, sino lentamente, cazando mientras avanzaban
por su propia ruta alternativa. Presentaba peligros que él ignoraba: sabía que recorrían
la espina dorsal del continente. Pensó en aquellas montañas. Ya había tenido más que
suficiente y nadie lo puede culpar por ello. Dio media vuelta y bajó por el Columbia,
por la ruta en la que no necesitaba cabalgar o escalar montañas, y en Fort Vancouver
McLoughlin aplaudió su sentido común. Bajó hasta la desembocadura del gran río —
en el barco de vapor de la Compañía, y hablamos, recuerden, de 1836— y allí,
agradecido, subió a bordo de la corbeta Columbia (llamada así en honor a un barco
grande pero que no debe confundirse con este) en dirección a las Islas Sándwich. Allí
esperó cinco meses hasta que un barco zarpó hacia el hogar, y así finalizó su
circunnavegación por mar. Era el 17 de mayo de 1837 cuando el vigía gritó: «¡Tierra
a la vista!». Era la costa de la isla Block, pero no pudieron atracar allí, y no fue hasta
el día siguiente cuando el Phoenix remontó el río Thames y Samuel Parker, un siervo
leal, pisó tierra en New London.

* * *

Detengámonos un momento en las conclusiones del reverendo Samuel Parker sobre


las misiones en el Oeste por las que había viajado por territorio salvaje hasta que sus
huesos se cansaron. Le gustaban los indios… y en este sentido se diferenciaba de casi
todos los misioneros protestantes. El hecho de que le gustaran podría deberse a que
solo pasó un año entre ellos, y ese año no estuvo por mucho tiempo desconectado de
los hombres blancos y de las comodidades que su cultura podía ofrecerle en el
desierto. Cualquiera que sea la explicación, miraba a los indios con buenos ojos y sin
ningún reproche, con una perspectiva liberal que resulta sorprendente en un
eclesiástico congregacional de Massachusetts. Después de un año de observaciones y
análisis, no estaba seguro de si los indios iban a ser exterminados por los blancos o si
se les iba a permitir una evolución que lograra civilizarlos. No veía «ninguna razón
en la naturaleza de las cosas o su presente condición» que implicara una incapacidad
por parte de los indios de adaptarse a la civilización. Más bien, pensó, «un constante
y perseverante esfuerzo por criar una raza de hombres libres» contaría «con tanta
esperanza y aplomo como se hizo en los viejos tiempos para elevar a nuestros
antepasados». Debemos recordar que pensaba en los indios que conocía mejor, los
agradables, pacíficos y altamente inteligentes nez perces.
Pero, dijo, debía ser un proceso gradual y, mientras tuviera lugar, los indios
debían ser protegidos de los hombres blancos. Debían ser protegidos de las
enfermedades de los blancos —principalmente refiriéndose a las enfermedades
venéreas— y del alcohol, que era cien veces más destructivo. Debían recibir lo que
nunca habían tenido —ni tan siquiera en sus sueños más fantásticos—; debían recibir

www.lectulandia.com - Página 258


una protección básica por parte de los tribunales, una leve seguridad de su derecho
básico a la vida y a la posesión de su tierra. Debía crearse algún tipo de estatus
colonial para ellos. Y cosas por el estilo… Veía que para su supervivencia y progreso
eran esenciales unas pocas decencias elementales, una mínima humanidad axiomática
que se supone que subyace en el trato de un hombre con otro. Pero Parker sabía
bastante bien que estaba siendo un romántico: estas ideas estaban fuera del
pensamiento, las costumbres y la cultura popular, de la ideología de una nación que
había estado avanzando hacia el oeste durante dos siglos.
Así pues, preveía lo peor. «Las injusticias infligidas a esa raza de hombres»
pronosticaba el futuro y afirmaba que ni tan siquiera una centésima parte de estas
injusticias serían contadas. En su territorio «nuestros hombres de frontera y
refugiados» no aplicaban a los indios más ley que la muerte. Pensaba en los
tramperos y, para demostrarlo, relató dos historias. Una era del memorial de Wyeth al
Congreso, aunque también aparece en los documentos de Irving y en los del amigo de
Parker, Townsend. Una simple anécdota de un hombre de montaña que disparó a un
indio, no por robarle sus trampas, sino por parecer que tenía intención de robárselas.
Los chicos pensaban que era una historia muy divertida, y también la de Stewart
contada anteriormente en este libro, la oferta de quinientos dólares por la cabellera
del mestizo que robó su caballo, recompensa que fue reclamada por Markhead. Así
pues, Stewart, que había aportado muchos y muy variados conocimientos a Samuel
Parker, culmina su servicio con ciertas deprimentes conclusiones del futuro. Solo
eran especímenes, afirma Parker. No tenía grandes esperanzas en la eventual
civilización de los indios del oeste.
A juicio de esta narración, Parker vio el territorio, a los indios y el futuro de
ambos tan claramente como cualquiera que fuera al Oeste durante la primera mitad
del siglo XIX, los entendió incomparablemente mejor que la mayoría y en particular
los conoció mucho mejor que los otros misioneros, constituyéndose así en una clase
aparte. Se equivocó solo en una predicción importante. No fueron los hombres de
montaña los responsables de la destrucción. Fueron los emigrantes que ya viajaban
por la ruta, y cuya llegada resultó tan grandemente facilitada y en gran parte
proporcionada por los misioneros… así como por el propio Parker.

* * *

Por esta época, los gros ventres saldaron una deuda. Una banda de ellos apareció en
el río Portneuf, frente a Fort Hall, desde donde la partida de misioneros retomaría la
ruta. Entre ellos había un renegado blanco llamado Bird. Llamó a un empleado del
fuerte que vio en la orilla opuesta y le dijo que se acercara para comerciar con pieles
de castor. El empleado era ese Antoine Godin que, en la batalla de Pierre’s Hole de
1832, mató y arrancó la cabellera del jefe guerrero gros ventre que portaba una pipa

www.lectulandia.com - Página 259


medicina para proponer un armisticio.
Godin cruzó el Portneuf y él y los indios se sentaron para fumar. Cuando la pipa
dio la vuelta al círculo y le llegó a él, los gros ventres le dispararon por la espalda. Le
arrancaron la cabellera antes de matarlo. Luego Bird grabó en la frente las iniciales
«N J W», por su patrón, Wyeth, y la partida se alejó al galope tras saldar la deuda.

* * *

Parker había recomendado el Grande Ronde y el Clearwater, el Kooskooskee de


Lewis y Clark, como ubicaciones apropiadas para la misión. Aquí se supone que
también se los recomendó en la carta ahora extraviada y entregada a Marcus
Whitman en la rendezvous. La llegada de McLeod y McKay resolvió una de las
preocupaciones de los misioneros: cómo llegar a territorio de los nez perces, porque
no podían llegar allí por sí solos y no estaba claro cuánta ayuda podrían obtener de
sus efusivos feligreses. Así pues, Whitman y su compañía —y el carro— se
dirigieron hacia el campamento de la Hudson’s Bay, a un par de millas de distancia.
Le pidió a Fitzpatrick su factura y Tom le preguntó cuál era su tarifa profesional.
Ninguna, respondió, y Fitzpatrick le devolvió la halagadora respuesta. Así pues,
Whitman se había hecho respetar e incluso era apreciado por una casta de hombres
cuyos estándares de hombría eran muy elevados. Él y los suyos, escribió, no habían
recibido nada más que favores y amabilidad por parte de Fitz y sus hombres… y no
es de extrañar.
El 18 de julio, McLeod retomó la marcha por la ruta. La peor parte del camino
aún quedaba por delante, la parte que pondría a prueba las almas de los hombres
cuando la emigración comenzó. No solo estaban los peores desiertos y las montañas
más escarpadas, los tramos secos más largos, los vados de los ríos más peligrosos…
también estaba el cansancio acumulado. Una tensión en aumento entre los Whitman y
los Spalding no ayudó mucho a distender la travesía. La causa estaba clara, la
agitación en el alma de Henry Spalding. Casi todo está basado en alusiones o incluso
menos que alusiones en los diarios, cartas y documentos de años posteriores, pero a
estas alturas Whitman detestaba a Spalding y tenía razones suficientes para ello, y
Spalding no podía reprimir su impulso atormentado de convertir a Narcissa en un
recipiente más digno para recibir la gracia de Dios. Spalding estaba enfermo la mayor
parte del tiempo ahora y Eliza también. Incluso la salud de Narcissa se resintió,
aunque probablemente esto se debiera a que estaba atravesando un periodo molesto
de su embarazo. Pero también el desierto iba cercando la consciencia de la propia
Narcissa. Estaba tan lejos de casa, el territorio salvaje empequeñecía tanto la
personalidad y el futuro era tan inescrutable… A partir de este momento hay mucha
más religiosidad en su diario y correspondencia de la que había habido antes.
El propio Whitman hacía ya tiempo que tan solo era pura voluntad. Marcus

www.lectulandia.com - Página 260


Whitman poseía un cuerpo grande y poderoso, pero su salud estaba en parte minada
por una enfermedad no diagnosticada; su fuerza era principalmente voluntad más que
músculos. Entró en esta narración en 1835 y, a partir de ese año, le quedarían otros
doce años más de vida. No se tiene conocimiento de nadie en cualquier otro lugar que
trabajara más duro o más constantemente al borde de la muerte que Marcus Whitman
durante aquellos doce años. La afirmación de un poeta de elegías de que no era la
clase correcta de hombre por temperamento o mentalidad para tratar con los indios
probablemente fuera cierta. Eso, más que disminuir, hace aumentar la admiración por
aquella voluntad polarizada que durante doce años le dio fuerzas para continuar con
aquella gigantesca labor.
Ahora, al oeste de Ham’s Fork, debemos verle no solo superando las vejaciones y
emergencias de la ruta, sino también llevando un carro al Oeste como se había
propuesto. Lo llevó por barrancos y montañas, y por laderas lo suficientemente
empinadas para ser llamadas precipicios, a través de arenas movedizas, riscos,
cuchillas de lava y llanuras de artemisa, a través de arboledas, pantanos, bosques,
arroyos y el río Snake. No habría podido avanzar hasta estar a un día de viaje al oeste
del Green si la historia pasada hubiera contado, pero él lo hizo. Cuando dejaron Fort
Hall a sus espaldas, un eje por fin se partió. Eso debería haber puesto fin a la
aventura, porque no había madera adecuada para fabricar otro, pero no fue así. Aún le
quedaba otro eje. Así pues, Whitman transformó su carro ligero en una carreta y, tras
desechar aún más cosas del equipo y sentar así otro precedente para la emigración
venidera, continuó. Pero cuando llegaron a Fort Boise, o bien la descripción de las
Blue Mountains que se alzaban por delante le desanimó o bien decidió que ya había
sufrido una innecesaria y adicional fatiga que ni siquiera él podía soportar por más
tiempo. Abandonó allí, y la tesis del viaje sobre ruedas hasta el Columbia no pudo ser
probada. No del todo.
«En ocasiones siento que ya llevamos demasiado tiempo viajando», escribió
Narcissa. Entonces recordó un pasaje bíblico: los cielos sobre ella eran de bronce y la
tierra bajo sus pies de hierro[*]. También bajo las patas del ganado, y Marcus, explica,
tuvo que herrar algunas de ellas… o, más bien, envolverles las patas en cuero.
McLeod viajaba al estilo indio —sin hacer una pausa a mediodía— y las mujeres no
podían disfrutar de su habitual descanso sobre una manta y bajo una piel de búfalo
colgada por encima para resguardarse del sol. Pero McLeod hizo lo que pudo por
ellos… Narcissa había conquistado otro corazón más. A veinte millas de las Cascadas
Salmon, Whitman redujo el tamaño de su carreta aún más y decidió tirar aún más
cosas de su pequeño equipo… Si tuviera que hacer ese viaje otra vez, escribió, no
llevaría nada en absoluto, solo ropa para la ruta y equipamiento para los
campamentos nocturnos. Ya no quedaba nada del carro, solo el tren de conducción, y
le dijo a Narcissa que tendría que abandonar en ese desierto el pequeño baúl que su
hermana le había dado en el Estado de York, con el puñado de objetos femeninos que
contenía. Ella se vio forzada a obedecerle, rota y abatida, pero McLeod «le solicitó el

www.lectulandia.com - Página 261


privalegio» de empacar el baúl en una de sus mulas. Y solicitó otros muchos
privilegios similares. Le consiguió varios tipos de comida… vivían a base de tasajo
durante la mayor parte del tiempo y a ella no le gustaba; soñaba con el pan en la
cocina de su madre, y el ocasional sombrero lleno de frutos del bosque o una trucha
del Snake que McLeod le proporcionaba era un manjar exquisito. Él hizo que
instalaran la tienda de Narcissa antes de que el equipo misionero rezagado llegara al
campamento. La animó a lo largo de todo el camino, le contaba historias junto a la
hoguera y salía a cazar patos para ella. Cuando fueron acercándose a Fort Walla
Walla, él se adelantó al galope para regresar y regalarle un melón.
Convendría que anotáramos dos descripciones de un incidente, como prácticos
indicadores en cuanto a la presentación de los sucesos. A diez días al oeste de la
rendezvous, Narcissa escribió:

El señor Gray se encontraba bastante enfermo esta mañana y se iba alejando del grupo de acampada. Mi
marido y yo misma pensamos que no sería prudente dejarlo solo y cabalgamos con él unas dos horas y media,
y entonces se sintió muy débil y con ganas de tumbarse. Para entonces, ya estábamos tan alejados del resto
que mi esposo pensó que no sería prudente que yo permaneciera con ellos por más tiempo y me envió para que
los alcanzara. Poco después, el señor Gray se rindió totalmente y mi esposo lo dejó para buscar el carro y
volver a por él. Yo había alcanzado a un indio y le dije lo enfermo que estaba, y este acudió en ayuda de mi
esposo y ambos regresaron con el señor Gray. El indio le ayudó a sentarlo en su caballo y se montó detrás de
él, lo apoyó en sus brazos y de esta manera cabalgó lentamente hasta llegar al campamento.

Ahora, William Gray:

Dos días antes de que llegáramos a Soda Springs, uno de los de la partida de la misión se sintió muy
indispuesto e incapaz de montar su caballo. Lo dejamos, atendiendo su petición, junto a un pequeño arroyo,
mientras la caravana continuaba otras seis millas más antes de acampar. Tras permanecer a solas y
descansando dos horas, el Abogado [este es «Kentuck»] y un compañero indio que se les unió cargaron al
hombre enfermo, lo montaron sobre un caballo robusto, se sentó detrás con él y lo sujetó hasta que llegaron al
campamento. El doctor Whitman le suministró un remedio [¿suficiente calomel para cubrir la hoja de un
cuchillo, tal vez?] y le alivió tanto que al día siguiente pudo continuar el viaje con el resto del campamento.
Esta maniobra siempre ha sido un misterio para el que escribe. El lugar donde abandonaron al hombre
enfermo era un hermoso arroyo y un buen lugar para acampar toda la caravana. Al hombre enfermo le
resultaba imposible continuar; no le pidió a la caravana que pararan y lo enterraran, tan solo les informó de
que ya no podía continuar; había perdido las fuerzas; lo podían dejar para que muriera solo si así lo decidían.
Una palabra de McLeod hubiera detenido la caravana. ¿No debería haber permanecido con él la partida de la
misión? Él dijo: «No, continuad con la caravana y dejadme aquí; estáis obligados a buscar vuestra propia
seguridad y continuar con la caravana; yo solo soy un individuo, dejadme a mi suerte». Pidió una taza para
poder beber agua del arroyo, en la orilla donde deseaba que lo colocaran. El doctor Whitman permaneció con
él hasta que consideró que su propia seguridad peligraba y partió hasta alcanzar la caravana. El Abogado y su
compañero llegaron dos o tres horas más tarde, recogieron al hombre moribundo o muerto (porque nadie de la
caravana lo sabía) y lo llevaron al campamento. Mi impresión de esta maniobra siempre ha sido que McLeod
deseaba quitarse de encima a este joven norteamericano, que estaba entonces al servicio de la partida de
misioneros.

McLeod, por supuesto, no albergaba tal deseo y simplemente dejó atrás a un


hombre con un dolor físico de barriga un poco menos penetrante que sus retortijones
espirituales para que descansara un rato —y vigilado por un médico y una buena
enfermera— antes de seguir avanzando. La tentación de separarse de William Gray

www.lectulandia.com - Página 262


durante una hora o así, sin embargo, sin duda debió de ser fuerte. Y, ya puestos, hubo
algunos en el Oeste que habrían vivido más tiempo si Gray se hubiera muerto en el
río Bear.
Finalmente, los indios, temerosos de que estos misioneros decidieran pasar de
largo como ya hicieron los Lee, aceptaron su promesa de que no los abandonarían y
tomaron su propia ruta a casa. Los misioneros llegaron a Fort Hall, cuyo factor era el
capitán Thing, el 5 de agosto. Dos semanas más tarde de arduo trabajo estaban en
Fort Boisé, donde las mujeres pudieron hacer la colada por tercera vez en el viaje y
donde el carro por fin fue abandonado. El tramo más difícil todavía estaba por llegar,
las Blue Mountains, las pendientes y los abismos donde los emigrantes se romperían
repetidamente. La partida ahora se había dividido para acomodarse al paso más lento
del ganado y probablemente también para asegurar un poco de paz mental; los
Whitman viajaban por delante con McLeod. El 29 de agosto, Narcissa contempló a
sus pies el lejano valle del Columbia, y a lo lejos por el oeste un paisaje grandioso
que dejaba sin aliento: el cono perfecto del monte Hood. El 1 de septiembre llegaron
a Fort Walla Walla, con todas las acciones de gracia que puedan imaginarse. Ahora
McLeod podía agasajar verdaderamente a Narcissa: sillones tapizados, salmón, cerdo,
repollo, nabos, patatas, melones, remolacha, sal, té, e incluso pan y mantequilla.
Townsend y el atractivo Pambrun siempre andaban cerca para hacer reverencias a las
damas. Había una habitación privada con una cama. Había ganado, pavos, pichones,
cerdos, cabras. Un gallo voló hacia la empalizada y cacareó.
Podrían haberse quedado allí, porque Whitman había decidido que ese territorio
era el lugar correcto para la misión (Fort Walla Walla era el puesto de la Hudson’s
Bay Company para el comercio con los nez perces). Pero también habían decidido
que primero debían ir a Fort Vancouver y conseguir la ayuda que pudieran en
herramientas y equipamiento… la amarga verdad era que solo podrían sobrevivir si
contaban con el favor de la Hudson’s Bay. Y así lo hicieron, viajando con Pambrun
porque McLeod y Townsend marcharon por delante. El viaje en barco, bastante
peligroso e incómodo, era infinitamente más seguro y más cómodo que todo por lo
que habían pasado antes… aunque en una de sus maletas Narcissa descubrió que sus
ropas y ella misma estaban cubiertas de cientos de pulgas. Llegaron a Vancouver el
12 de septiembre, ciento ocho días después de alcanzar a Tom Fitzpatrick en el Loup
Fork del Platte. Ahora Narcissa tenía al gran McLoughlin y a una población de
hombres a los que encantar. Y así lo hizo. Y escribió: «Siento como si hubiera llegado
a casa de un padre, sin duda, incluso en una tierra extraña el Señor ha engendrado
amigos».
Esta breve estancia en Fort Vancouver fue el último periodo de comodidades,
seguridad y un mínimo de decencia civilizada que disfrutó la Misión de Oregón.
Vancouver era un gran centro en un territorio glorioso, un territorio excelente como
tierra de labranza cuando llegaron, pero su opulencia fue menos bienvenida que su
sociedad. Narcissa poseía el don de la felicidad —le ayudó a resistir durante once

www.lectulandia.com - Página 263


años, y sin ese don no habrían llegado a más de dos o tres—, y allí había niños a los
que enseñar (en su mayoría mestizos y principalmente para enseñarles himnos
siguiendo la instrucción elemental de Samuel Parker) y mujeres con las que coser en
una íntima y restringida compañía que no volvería a tener. Las mujeres mestizas de
McLoughlin, Douglas y otros factores eran mujeres de dignidad y cierta cultura;
había un par de mujeres blancas y una variedad de vidas unidas. Había incluso una
veta cómica que corría a través de la bulliciosa historia de Oregón, porque Jason Lee
había fundado su Sociedad de la Templanza y Narcissa podía alegrarse. McLoughlin
quería que ella enseñara a su hija, quería que pasara el invierno allí, quería, por el
amor de Dios, que se quedara allí hasta que su hijo naciera.
Pero no. Whitman, Spalding y Gray volvieron a remontar el río para encontrar un
lugar para la misión. Encontraron dos. Uno se encontraba a veinticinco millas río
arriba por el Walla Walla desde el puesto de la Hudson’s Bay Company, con una
buena cantidad de madera a mano, buen drenaje y señales de ser tierra fértil. Los
indios lo llamaban Waiilatpu y era la elección de Whitman. El espíritu de los tiempos
lo guiaba; daba igual lo que hubiera pensado hasta ahora, por debajo de su
consciencia pensaba menos en los indios que iban a ser sus feligreses que en la
creciente ola a sus espaldas y el imperio que iba a seguir su rastro. Porque lo que
determinó esa ubicación era su situación estratégica en la ruta que llegaba hasta allí
desde el Este, y que conducía desde allí hacia el Oeste. Ni siquiera se encontraba en
el territorio de los nez perces, que habían comenzado todo esto, que habían enviado a
sus jóvenes a San Luis en busca de profesores.
O, al menos, aunque los nez perces transitaban esa zona, los cayuses vivían más
cerca del Waiilatpu que ninguna banda nez perce. Los cayuses eran una tribu
relacionada con los nez perces, hasta el momento sus vecinos y aliados, y compartían
cultura con ellos. Una pequeña tribu cuya población se había visto diezmada por la
eterna guerra que sostenían contra los snakes. Los cayuses habían suplicado que los
misioneros se ubicaran entre ellos. Cuando Whitman lo decidió, se sintió
profundamente preocupado por los nez perces. Narcissa resumió la advertencia de
estos: «No les gusta que hayamos parado con los cayuses. Dicen que ellos no tienen
problemas con los hombres blancos, pero que los cayuses sí, y que lo
descubriremos». Y al final, lo descubrieron.
Whitman probablemente habría ignorado su clara visión de la ola del imperio
combándose hacia la cresta, probablemente se habría ubicado entre los nez perces, si
no se hubiera tomado de antemano una solución… incluso obligatoria. El viaje había
dejado algo lo suficientemente claro: los Spalding y los Whitman no podían vivir
juntos. Así que la separación se reconoció y se racionalizó. Los nez perces tuvieron a
su sacerdote, Henry Harmon Spalding. En el corazón del territorio nez perce se
encontraba el lugar donde el Clearwater vierte sus aguas en el Snake, y Parker, que
señaló este como un lugar apropiado, probablemente lo recomendó en la carta que
envió a la rendezvous. La existencia de Lewiston, Idaho, demuestra que también

www.lectulandia.com - Página 264


Parker tenía una premonición de lo que estaba por venir. Sin embargo, los nez perces
preferían un valle a unas diez millas río arriba por el curso del Clearwater, el valle
Lapwai. Y allí fueron. Spalding establecería allí la misión para los nez perces que
había sido planeada. Y Whitman probaría suerte en el estratégico punto de Waiilatpu,
y probablemente ya pensaba en otros lugares que podrían ser ocupados, como lo
fueron finalmente Tshimakain y Kamiah.
Organizaron a sus indios para que se pusieran a trabajar en las primeras toscas
estructuras y después Spalding bajó por el río en busca de las mujeres. También en
busca de materiales y suministros… los cuales proporcionó McLoughlin. Él era el
siervo más valioso del Señor, como quedaría probado, y al final el traidor de su
imperio. Narcissa se despidió de él y tuvo la cortesía de compartir un barco con
McLeod mientras los Spalding viajaban en otro. Era el 3 de noviembre de 1836 y ella
permaneció un tiempo en Fort Walla Walla con los Pambrun… La señora Pambrun
era otra de esas squaws de los hombres blancos que poseían la fuerza de la tierra y la
compasiva amabilidad de la mujer. Marcus Whitman pronto construyó la chimenea y
el suelo de su cabaña, y el 10 de diciembre llevó a Narcissa, ahora embarazada ya de
seis meses, a Waiilatpu. Llegaron allí después de que anocheciera, de manera que,
cuando él apartó la manta que hacía las veces de puerta, la luz del fuego del hogar
atravesó la oscuridad. «Mi corazón en verdad saltó de alegría».
Comienza aquí. Narcissa tenía veintinueve años el 14 de marzo de 1837, y ese día
Marcus Whitman, médico residente para una extensión de veinte mil millas
cuadradas, trajo al mundo al primer niño blanco norteamericano nacido al oeste de la
Divisoria Continental, su hija Alice Clarissa. Continuó asistiendo en los partos de
bebés blancos, rojos y mestizos; la hija de Eliza el siguiente noviembre y el hijo o
hija de cualquiera que estuviera a menos de dos semanas de viaje a caballo o en
piragua. Y hacia el mes de junio de 1844 un cayuse y veintiún nez perces fueron
recibidos en la Primera Iglesia de Oregón, tras haber convencido a Spalding y a
Whitman de que eran cristianos. Ese era el número total de sus feligreses, y la misión
se trasladó al valle del Willamette tras aquel día en el que un cayuse no convertido
lanzó el cuerpo tres veces herido de Narcissa a la ciénaga y otro lo levantó por el
cabello dorado rojizo y le sajó el rostro con un látigo lleno de cuentas de cristal.
Este no es el lugar para relatar las peleas, las frustraciones, el desengaño, las
aspiraciones y la magnanimidad de la misión. Recuerden la dedicación que entrañó,
tan erróneamente concebida que en algún lugar debía de estar el Lucifer de Milton
para apreciar la ironía de la esperanza humana, blanca o roja. Recuerden también el
esfuerzo.
En su pináculo, Lucifer tal vez viera que había alguna manera de lanzar un puente
desde la nueva edad de piedra hasta el pensamiento anglosajón del siglo XIX. Pero no
hasta unos cuantos años más tarde. Sin embargo, uno no necesita subirse a ese
pináculo para contemplar esos años. En esa época, en la ruta al oeste se va
estrechando la distancia entre la figura de Marcus Whitman, con los pantalones de

www.lectulandia.com - Página 265


cuero que le había regalado el doctor McLoughlin, y los granjeros pioneros, el primer
grupo de estos que fueron viniendo hasta que Oregón entró a formar parte de los
Estados. Y hasta que los nez perces fueron expulsados de su territorio, aunque
hubieran engendrado a un jefe a quien los blancos llamaban Joseph, y quien, tras un
siglo, parece singularmente emparentado con Marcus Whitman.

* * *

Hacia finales de abril de 1836, mientras los Whitman cruzaban el Misuri para iniciar
su viaje al Oeste, el Pilgrim navegaba por la costa de California desde Monterey y
atracaba en el puerto de San Diego. Richard Henry Dana había bordeado el cabo de
Hornos en ese mismo barco, pero ahora iba a bordo del Alert, también en San Diego.
Se dirigía a su hogar en Boston. Había un profundo agradecimiento en su corazón…
y, sin embargo, no solo había demostrado ser un hombre en California, como parecía
que él mismo dudaba (una duda similar a la de Francis Parkman), sino que además
amaría para siempre California, sus marinos, la extraña belleza y la vida de los
hombres trabajadores y humildes. Incluso cuando se alegraba por el final de su exilio,
su mente ejercía de contrapeso con imágenes de los hombres de buques de guerra
británicos entonando salomas en el cabrestante, del alto acantilado que había
descendido para recuperar un trozo de cuero que había quedado enganchado allí, de
kanakas hablando junto al fuego nocturno, de fandangos y santos tallados y pintados.
Iba a su hogar para escribir un gran libro. Y el resto de su vida se sorprendería a sí
mismo buscando con el oído el murmullo de las olas de California y mirando hacia
arriba para ver fugazmente los pantalones bombachos de terciopelo cortados por la
rodilla.
Había algunas pieles de nutria y varios barriles de pieles de castor en la bodega
del Alert. Dana había conocido a algún que otro trampero que se había asentado allí
para casarse con una esposa regordeta y vivir con provechosa comodidad fuera del
alcance de las ventiscas y los pies negros. Había oído hablar de una banda de ellos —
la de Young o la de Walker, pero los anales no la identifican— y de cómo
administraron la justicia de montaña a un californiano que había asesinado a un
norteamericano residente. El alcalde de Los Ángeles no hizo nada por resolver el
asesinato, así que los hombres de montaña, con el puñado de norteamericanos y
británicos de los alrededores, tomaron la ciudad, montaron un tribunal, eligieron un
jurado, juzgaron y sentenciaron al asesino, lo ajusticiaron con un disparo y
notificaron a las autoridades locales que ni se les ocurriera quejarse. En un territorio
romántico esto poseía la textura del hogar y algo de romanticismo también. Además,
en el comercio de pieles se sentía cierta humildad, un cierto complejo, cuando alguien
mencionaba a los del Noroeste, el gran comercio de Boston, Rusia y Gran Bretaña
hacia el Columbia. Eso sí era verdaderamente «romántico y misterioso, y si la

www.lectulandia.com - Página 266


aventura lleva al barco alrededor del mundo por las Islas y China, las desbanca a
todas». Tanto era así que, cuando el Alert, mientras se dirigía a casa, realizó la
travesía hacia al norte desde las Bermudas, intentó alardear y sufrió una humillación
cuando se abarloó a la goleta Solon, fondeada fuera del puerto de Plymouth con un
cargamento de verduras que podría detener un incipiente brote de escorbuto.
«El oficial de cubierta, serio y alto, se asomó por la barandilla y preguntó a los
hombres de nuestro barco: “¿De dónde sois?”. Joe respondió rápidamente: “De la
costa noroeste”. “¿Qué cargamento lleváis?”. Esta era una pregunta difícil, pero Joe
contestó rápidamente con cierta ambigüedad: “Pieles”, dijo él. “¿Y algún que otro
cuerno?”, preguntó el oficial de cubierta».
Pero en la playa de San Diego, uno de los oficiales de cubierta del Pilgrim
aseguró a Dana que California le iba a proporcionar otra sorpresa más, que el
bergantín había llevado hasta allí desde Monterey «a una especie de anciano» que
venía de la universidad de Dana y pasaba todo el tiempo recogiendo flores y conchas
y otros objetos y los guardaba en barriles. Dana se devanó los sesos preguntándose
qué profesor de Harvard itinerante podría encontrarse en la costa dorada, pero fue
incapaz de pensar en ninguno. Entonces vio a un viejo caballero con el pelo blanco,
«un chaquetón de marino, un sombrero de paja de ala ancha y descalzo, con los
pantalones enrollados hasta las rodillas y recogiendo piedras y conchas». Dana
reconoció entonces al profesor de Botánica y Zoología y «difícilmente podría haber
estado más sorprendido si hubiera visto salir la Torre del Viejo Sur de aquella tienda
de piel». Estrechó la mano de Thomas Nuttall, que había atravesado el territorio hasta
Oregón, se marchó a las Islas Sándwich y regresó a Monterey y luego allí. Otro
periplo llegó a su fin y Nuttall subió a bordo del Alert en dirección a Boston.

En la rendezvous de 1836 de Horse Creek perdemos de vista al capitán Stewart otra


vez y no lo volvemos a ver hasta el final del siguiente invierno. Regresó a los
Estados, casi con toda seguridad con Fitzpatrick. Basándonos en unas pocas y
fugaces menciones en la literatura y en el contenido de sus novelas, se supone que se
ausentó de la rendezvous durante un tiempo y se llevó a su «caballero alemán» a su
territorio favorito, la cordillera Wind River más allá de la cabecera del New Fork. Se
deduce que cuando la rendezvous se dispersó él y su pequeño grupo se unieron a la
brigada de Bridger durante una semana más o menos[10].
En las laderas occidentales de la cordillera Wind River hay muchas lagunas y un
número de grandes lagos. Innumerables arroyos discurren a través de bosques
siempre verdes y se unen en ríos lo suficientemente grandes para poseer nombres.
Este territorio es el escenario de los dos romances de Stewart. Sus protagonistas
exiliados y las misteriosas chicas de tez morena que parecen ser indias, pero en
realidad son bellezas europeas de alta alcurnia, revolotean constantemente entre los
lagos, persiguiendo y siendo perseguidos, sufriendo la captura y arriesgándose al

www.lectulandia.com - Página 267


incesto. Los nobles pies negros viajan por este territorio bajo el mando de un
romántico cacique blanco, Altowan; también lo hacen los perpetuos ladrones crows.
Según una leyenda, uno de estos lagos fue durante un tiempo llamado Stewart, pero
no hay ningún documento histórico que lo pruebe y el Servicio Forestal no parece
saber nada al respecto[11]. Asumiendo que el lago que aparece con mayor frecuencia
en los dibujos de Miller del siguiente verano es el ya mencionado, puede ser
identificado como el lago New Fork, quizás el tercero más grande de la vertiente
occidental, a algunas millas al norte del lago Fremont. En otro tiempo se llamó
DeAmalia, y es el Damala de las fotografías de William H. Jackson. El Doubletop
Peak, de casi doce mil pies de altura, se eleva hacia el este, y al otro lado del
Doubletop hay una amalgama de riscos y montañas que van elevándose hasta la
Divisoria, desde donde se alzan los picos más altos de las Wind River, el Gannett, el
Warren, el Helen, el Sacajawea y el Fremont.
Allí había peces y caza suficiente para colmar la avaricia de los cazadores,
aunque ciertamente no había búfalos en grandes cantidades. Podemos imaginarnos las
tiendas de la partida de Stewart junto al agua azul, al borde del bosque, los orgullosos
caballos (que habrían sido domados en la rendezvous) atados a un cordel entre dos
estacas, un par de peones contratados recogiendo el campamento y preparando los
trofeos de caza para el embarque. Stewart, el heredero de Murthly y Grandtully y
Logiealmond salía a cazar osos, alces, los pumas que tanto le impresionaban,
berrendos… compitiendo con «ese gran cazador», Antoine Clement. Pero también
pudo darles uso a sus escopetas y rifles para aves, y él y Sillem cobraron bastantes
piezas del urogallo local (el gallo de las artemisas y el gallo de las rocosas),
codornices y palomas. También truchas de los ríos. En general a finales de julio era el
paraíso de los cazadores, el punto álgido del verano de montaña. Entonces, si las
suposiciones aciertan, pasó una o dos semanas con el equipo de Bridger antes de
tomar la ruta hacia Fort Laramie, y desde allí partió hacia los asentamientos con
Fitzpatrick.
Aquí debemos corregir las fuentes. En River of the West de la señora Victor, el
relato de Joe Meek de este otoño de 1836 y el siguiente invierno incluye sucesos de al
menos tres años distintos. Meek presenta a Bridger pasando el invierno en el
territorio del río Powder, lo cual en parte es correcto, y afirma que la brigada de
Fontenelle pasó el invierno con ellos, lo cual podría ser cierto, pero probablemente no
lo sea. También dice que Stewart se unió al campamento y que nuestro pintor Miller
estaba con él: ambas afirmaciones son totalmente erróneas. Además afirma:
«Alrededor del 1 de enero [de 1837] Fontenelle, con cuatro hombres y la partida del
capitán Stewart, abandonó el campamento para dirigirse al San Luis en busca de
suministros. En Fort Laramie, Fontenelle se suicidó en un ataque de mania à potu
[delirium tremens] y sus hombres regresaron al campamento con las noticias». Esta
afirmación, o más bien la parte concerniente a la muerte de Fontenelle, ha sido
repetida hasta la saciedad en los estudios modernos. Pero Stewart no pudo estar en las

www.lectulandia.com - Página 268


montañas hasta enero, como se muestra en el Capítulo XII, y Fontenelle no se suicidó
en enero de 1837. Volverá a aparecer en el Capítulo XII, el verano de 1837, y aunque
es difícil seguir su rastro a partir de ese momento, la Missouri Historical Society
posee una carta suya dirigida a P. A. Sarpy y fechada más de un año después, el 5 de
agosto de 1838, y parece probable que muriera sobrio en Bellevue en 1840[12].
Bridger regresó al territorio de los pies negros y sufrió las habituales vicisitudes
allí. Condujo a su brigada río arriba por el Green, al otro lado de Jackson’s Hole, a
través del parque de Yellowstone, río abajo por el Yellowstone, tierra adentro hacia el
Rosebud y luego al norte. Por lo visto Meek había sido uno de los hombres de Carson
ese año y de nuevo se encontraban cerca de Bridger. Meek afirma que los hombres
que quedaban de una de las bandas de Bonneville también se unieron. Finalmente, los
pies negros reaccionaron y a partir de ese momento y durante todo el invierno se
produjeron las esperadas batallas. El viejo Gabe, al que le gustaba matar pies negros,
parece que disfrutó de una de sus más exitosas temporadas. Pero había una escasez de
castores que no presagiaba nada bueno. Osborne Russell habla bien de un
campamento de invierno en el Yellowstone, pero la penumbra ya avanzaba sobre el
comercio de montaña.

* * *

Ciertos momentos en la historia son como un hombre que se despierta de noche y


cuenta mal las campanadas cuando oye un reloj dando la hora.
1 de agosto de 1836. A dos días a caballo de Soda Springs, en pleno desierto de
Idaho, agotada por las recientes marchas forzadas, Narcissa Whitman escribió solo un
par de líneas en su diario; recordó que en su casa de Angélica, Nueva York, ese era el
día del Concierto del Mes y su «dulce y sagrada influencia» la ayudó a soportar el
cansancio. Osborne Russell, con otros dieciséis hombres de Bridger, estaba acampado
junto al río Yellowstone, cerca de la frontera sur del parque, colocando trampas en los
arroyos y esperando a que llegara Bridger. Jim estaba en algún lugar entre ese punto y
el Green. Si las suposiciones realizadas anteriormente están justificadas, Stewart se
estaría despidiendo de él hasta la primavera o lo hubiera anunciado un par de días
antes y se dirigió hacia Fort Laramie. Fitzpatrick estaba en el fuerte.
Y en Buffalo, Nueva York, a las cinco de la tarde del 1 de agosto, la goleta Wave
zarpó hacia el Soo. Había sido fletada por un general y transportaba a unos sesenta
miembros de su ejército. Había nombrado a un comandante de artillería ese mismo
día, añadiéndolo a una plantilla que incluiría cinco capitanes, dos tenientes capitanes
y dos alféreces de artillería, un capitán y un subteniente de socorristas, un comisario y
un ayudante de comisario. Con barba y bigote adornando su atractivo rostro marcado
con cicatrices de heridas de sable, el general componía una figura marcial y un sastre
con imaginación le había confeccionado el uniforme. ¿Y por qué no? Él era el

www.lectulandia.com - Página 269


Libertador de las Naciones Indias. Era el Moctezuma II. Con su ejército, cuya
artillería carecía de armas, se dirigía al río Red del Norte, donde entre los métis y los
matones de la Hudson’s Bay Company tenía intención de enrolar a doscientos
voluntarios. Luego continuaría el proyecto que inició en Buffalo aquel primero de
agosto. Ese proyecto consistía en la emancipación de Nuevo México y la conquista
de California[13].
Nadie sabe quién fue James Dickson; nadie sabe qué fue de él. Se pensaba que
era de origen inglés, y a un viajero escocés le confió en el Soo que había estado
últimamente operando una mina de oro en Fredericksburg, Virginia. Sin embargo, se
presentaba como militar y se hacía llamar general cuando oímos hablar de él por
primera vez. Había estado en México. Le contó al viajero escocés que había sido
atacado allí y sufrido diecinueve heridas, lo cual sugiere que las cicatrices en su
rostro podrían no proceder de cargas de caballería. Si estuvo en México, entonces
luego estaría también en Texas. Tal vez se unió a una de las cuadrillas de caballería
ligera improvisada que durante un par de años habían estado luchando contra bandas
similares de mexicanos (durante la primavera de 1836 se fusionaron con ese Ejército
Texano que ganó una revolución y tiene más descendientes en línea directa hoy
incluso que el ejército de Virginia del Norte). En cualquier caso, cuando llegó a
Washington en algún momento durante el invierno de 1835-1836, estaba empleando
el potencial eléctrico de Texas, a lo cual siguió la declaración de independencia en el
mes de marzo.
Decía que estaba reclutando soldados para luchar por la Independencia de Texas.
Era un hombre atractivo, sus conocidos le consideraban de buena cuna, y según los
documentos que nos han llegado era un orador de gran fuerza… y la ciudad de
Washington, siempre vibrando con las intrigas internacionales de gran o pequeño
voltaje, ese invierno estaba en plena ebullición. Era una época en la que ningún
diplomático de ningún lugar podría confundir los malos presagios que llegaban desde
Texas (finalmente se tardó ocho años en anexionar a la Lone Star, pero fue por
razones que no podían ser previstas o ni tan siquiera intuidas en marzo de 1836; por
aquel entonces seis meses hubiera sido un cálculo razonable). Pero mientras vestía
sus flamantes aunque no muy reconocibles uniformes para acudir a las recepciones de
la ciudad, tenía puesto un ojo en un área incluso más grande que Texas.
Debieron de producirse horribles juramentos de silencio, porque, como mínimo,
James Dickson estaba provisto de una mente conspirativa (a excepción de un solo
detalle, podría perfectamente confundirse, a esta distancia, con cualquiera de los
hombres de un linaje que ya tenía trescientos años de antigüedad, los elegantes
conquistadores en ciernes presentes en cualquier lugar de las Indias o las Antillas o al
sur de Tampico, que en la mesa de un café o bajo una palmera llevaban sus elefantes
y cuadrigas para más gloria de la tarde del día siguiente. Pero en algún lugar en el
interior de James Dickson, digamos en el córtex de la glándula pineal, un cristal
piezoeléctrico parpadeaba con una señal que no procedía del pasado). Tras esos

www.lectulandia.com - Página 270


juramentos, les dijo a sus neófitos que había estado manteniendo conversaciones
secretas con jefes indios. Entre ellos, dijo, estaban los cherokees. Y esa también fue
una maniobra astuta en Washington en ese momento. Porque la política de trasladar a
los indios del este a las tierras del oeste reservadas para ellos en perpetuidad (lo cual,
recuerden, motivó el viaje de Wyandot William Walker para examinar las praderas),
en diciembre de 1835 le tocó el turno a los grupos desperdigados de lo que en otro
tiempo fuera la gran nación cherokee, y estos firmaron un tratado de aceptación.
Aunque lo enfoquemos desde un punto de vista favorable, aunque lo veamos como
queramos verlo ahora, olvidando los obscenos fraudes, esta última confiscación de las
tierras donde De Soto había encontrado a sus antepasados no debió de gustar en
absoluto a los cherokees. Probablemente estuvieran furiosos. Y lo estaban; y, según
confió Dickson a sus oyentes, los cherokees iban a reunirse en cuanto llegara el
verano en un lugar adecuado para sus planes. Y lo mismo iban a hacer las tribus de la
frontera.
Y, por lo tanto… ¡A la conquista! Con sus mestizos del asentamiento del río Red,
el general Dickson marcharía por Santa Fe. Remontaría el Misuri, es decir, el
Yellowstone (también el Big Horn, aunque no lo especifica), hasta «el paso Sur».
Esto les conduciría a la frontera mexicana, y se supone que conocía bastante bien el
camino desde allí hasta Santa Fe. Aquí eliminaría la pequeña guarnición, se
declararía Moctezuma II, General y Líder del Ejército Libertador y congregaría a
todos los indios de Nuevo México para que se alzaran y rompieran sus cadenas.
Como Moctezuma II, había hecho imprimir manifiestos para colocar en plazas
públicas. «Acompañado de un gran ejército de soldados con buenas monturas [esta es
la traducción al inglés del doctor Nute de los manifiestos], con escudos y con lanzas
enviados por Dios y por la Santa Madre de Dios, La Virgen María, Yo, Moctezuma II,
he venido para socorrer y salvar a mis camaradas en las tierras de México». Llegó
como llegan las aguas en la estación de lluvias. Llegó para destruir la esclavitud de
Cortez. Para recuperar la tierra de los blancos y las minas de oro y plata, el trigo y el
maíz. Alzad el estandarte de la revuelta, alzad el grito de «Guerra hasta la muerte». Y
cosas por el estilo, palabrería barata, y mencionaba a Abraham, Isaac y Jacob, y al
final nada más y nada menos que a María y a Jesús. Moctezuma II, el heredero de
Moctezuma el Grande y Moctezuma el Segundo, era supuestamente sumo sacerdote
de Quetzal-coatl, la serpiente con plumas, y de Huitzilopochtli, a quien los
prisioneros de guerra debían ser sacrificados. Pero a él no le importaban más las
incongruencias en los cimientos de su religión que a Joseph Smith, quien seis años
antes había fundado una iglesia que también tenía un pasado mexicano.
Tras conquistar Santa Fe, Moctezuma se proponía saquear toda la provincia de
Nuevo México y luego conducir a su ejército hacia las montañas de California. Allí
esperaría a que los cherokees y sus aliados se unieran a él. Juntos conquistarían
California. Moctezuma reinaría en toda la costa dorada y la convertiría en el santuario
de los indios, un imperio de indios. Convertiría la propuesta de un Territorio Indio

www.lectulandia.com - Página 271


por parte del gobierno en un plan de tercera categoría, caduco y pobre. Sería la nación
India definitiva. Moctezuma formaría un gobierno militar para gobernarla, pero
ningún hombre blanco podría poseer ni un solo acre de esta… Pretendía anunciar a
los clientes que él personalmente apoyaría a cada uno de ellos durante un año de sus
propias ganancias (¿no es esto un eco premonitorio?).
Supuestamente, James Dickson amaba a los indios o creía ver un beneficio en
decir que los amaba. Pero también anunciaba su conquista a un diferente grupo de
clientes potenciales. «La bandera roja sangre está cerca de nuestras fronteras», un
poema engolado de su anuncio en un periódico de Baltimore en el que notificaba a
los sureños en particular que un terrible levantamiento de indios ya estaba en marcha,
con un «estandarte de rapiña» y una bandera de masacre.

Los ríos Ocmulgee y Flint derraman los cuerpos de vuestros hijos


¡Montgomery! ¡Mobile! Sed los primeros en el campo de batalla;
¡Luisiana! Misuri, venid de inmediato
Y sed el estandarte y escudo de vuestro país.

¿Y qué había detrás de todo esto? En el contexto del mes de abril de 1836, la
verborrea de comerciante del general Dickson resulta sugerente:

Los comanches, los pawnees, esas tribus indias


comprados por la munición y los sobornos mexicanos
están una vez más preparándose, salen de su guarida,
para desolar y arrasar nuestra frontera.

Así pues, el general promete a sus valientes clientes una guerra «aunque,
demasiado horrible. Y que la paz solo sea garantizada en el Pacífico»; México
lamentará su agresión. Muchos de ellos van a morir… opina que los nostálgicos
sureños de la edad del hierro y las rosas no querrán nada más que sus almas
asciendan con rápidas alas para contemplar la marcha de sus camaradas a más vastos
dominios.
El general-emperador atempera un poco su exordio:

Bajo el silencioso cielo nocturno


en la lejana pradera
con las estrellas de nuestra luz
el himno de la libertad
seguirá sonando.

Pero una vez metida con calzador la libertad, el plan parecía tener de todo.

www.lectulandia.com - Página 272


Es un testimonio de la conversación de James Dickson acerca de que había
logrado convencer a sesenta norteamericanos y canadienses de embarcarse en este
demente sinsentido. Pero, sobre todo, es una revelación de los tiempos… de los
ingredientes puestos a hervir en la olla. Un demente sinsentido y, sin embargo, el 1 de
agosto de 1836 había sesenta hombres que, con las miradas puestas en el oeste, no
creyeron que lo fuera. Además, la Hudson’s Bay Company tampoco lo creyó. Una
viva preocupación se propagó por la red de la Hudson’s cuando Moctezuma habló de
llevar a su ejército al asentamiento del río Red. La Compañía lo notificó a su oficina
central y Londres a su vez informó al Ministerio de Guerra. La Compañía era de la
opinión de que Moctezuma no solo podía reclutar soldados entre los métis, que Dios
sabe que tenían pocas razones para adorar a sus gobernantes, y no estaba del todo
seguro de que no pudiera reclutar los suficientes hombres para unir el territorio del
río Red a su imperio.
Media docena de los principales conversos del general, de hecho la mayoría de
sus oficiales, tenían un pasado en el comercio de pieles. También la mayoría de ellos
eran mestizos. Uno era hijo del doctor John McLoughlin de la Hudson’s Bay
Company, y otro hijo de Kenneth McKenzie de la American Fur Company. La
presencia de este último era una de las razones por las que la Hudson’s Bay Company
temía a este filibustero, ya que el Rey del Misuri era uno de sus enemigos más
virulentos.
El general Dickson llevaba una cota de malla en su equipaje militar; al final no le
dio ningún uso, pero arroja cierta luz sobre otro aspecto de su voluble mente. Su gran
momento debió de ser la tarde de agosto, cuando la expedición enviada a liberar a los
indios zarpó de Buffalo, porque ese fue el día en el que el Ejército de Liberación
logró congregar más apoyo. Hombres con almas demasiado pequeñas o insuficientes
agallas para la conquista de la América Española comenzaron a abandonar,
especialmente en Detroit. El conquistador había hablado demasiado; una prensa
cínica lo había criticado duramente; la Hudson’s Bay Company había encargado
investigaciones. Además, parte de la financiación era incierta. Así pues, el sheriff de
Detroit subió a bordo del Wave y detuvo al ejército bajo fianza, acusado de haber
matado unas cabezas de ganado. La conquista estuvo a punto de estancarse, pero
Dickson pagó por los supuestos daños y, aunque el comandante de su destacamento
de artillería sin armas hervía de furia, no tuvieron que luchar. Un oficial del ejército
norteamericano al mando de un pequeño fuerte cercano creyó en sus intenciones
pacíficas y, tras algunas deserciones, volvieron a partir. Llegaron al Soo y a mediados
de septiembre comenzaron la lenta travesía de los lagos superiores (el comandante de
artillería estaba estudiando español para la conquista venidera). Era mediados de
octubre cuando alcanzaron la orilla más lejana del lago Superior y pisaron tierra.
«Nuestra expedición ha causado mucho revuelo aquí y nuestro propósito nos ha
precedido muchos cientos de millas», escribió el comandante de artillería. Les había
precedido, tal vez afortunadamente, al menos hasta el Departamento Norte de la

www.lectulandia.com - Página 273


American Fur Company, porque esta equipó al ejército con salvoconductos y
presuntos guías. Así que, durante dos meses, primero en canoa y luego a pie sobre
raquetas de nieve, el mermado Ejército de Liberación marchó hacia Santa Fe, pero en
dirección del puesto de Pembina de la Hudson’s Bay Company. Es decir, se dirigió
hacia el noroeste a través de Minnesota… remontaron el río de San Luis, el Misisipi,
el lago Winnebagoshish, el lago Cass y el lago Red. El invierno de la pradera, el
invierno de Paul Bunyan, rugía con gélido aliento desde el norte. Un frío atroz
congeló las manos y pies de los viajeros; las ventiscas los obligaba a refugiarse en
ventisqueros. La caza era difícil de rastrear y solo algún que otro encuentro con un
indio o un trampero evitó que murieran de hambre. Justo después de atravesar el río
Thief (Minnesota) realmente se hundieron, aquellos que aún quedaban, porque los
guías sioux que se suponía que debían llevarlos a Pembina desertaron y nadie sabía el
camino. La fuerza de expedición se rompió en pedazos. Algunos regresaron. Dickson
y un par de ellos continuaron. El comandante de artillería y unos cuantos más
finalmente lo siguieron, pero no dieron con él. Hambrientos y acosados por las
ventiscas, aunque de vez en cuando ayudados por algunos indios, llegaron a Pembina,
pero resultó que no había ninguna guarnición allí. Sin embargo, el comandante
descubrió que su general sobrevivía, aunque «congelado en una serie de lugares», y el
20 de diciembre el Ejército de Liberación se reunió en Fort Garry. Ahora lo
componían doce hombres. La Hudson’s Bay Company podía relajarse; y también
Santa Fe.
Pero no el general. Pasó el invierno en el asentamiento del río Red, pero el sueño
no se desvaneció. En el mes de marzo de 1837 apareció en Fort Clark, el puesto
mandan de la American Fur Company. De su imperio, al menos le quedaba el sueño y
una espada de repuesto, porque Francis Chardon, el burgués del fuerte y un hombre
que no destacaba por su bondad, escribió en su diario el 21 de marzo: «Un tiempo
agradable. Hoy me enseñaron una espada del señor Dickson… el Liberador de todos
los indios». Cuatro días más tarde, una fría mañana de primavera, Dickson partió por
el camino que su estrella le había marcado desde el principio, remontando el Misuri.
Era un territorio peligroso y allí vivían indios hostiles, pero la Conquista exigía
dirigirse al Yellowstone y remontarlo en dirección al Paso Sur. Chardon dice: «El
señor James Dickson, el Libertador de todos los indios, partió con Benture [un
empleado de la Compañía] a Fort Union». Y a partir de ese momento el silencio, a
excepción de la ambigua anotación del 14 de junio, que no indica claramente lo que
había ocurrido, pero sugiere que Dickson remontó el río a una distancia indefinida y
luego dio media vuelta. En cualquier caso, fueron solo unas cuantas millas al norte
más allá de Fort Clark, donde Toussaint Charbonneau, más viejo que Ramsés pero
más activo que nunca, lo conoció. En el diario de Chardon se lee: «Charbonneau
llegó del territorio de los G. V. [Gros Ventres o minnetarees]… y afirma que mañana
llegarán ocho barcas desde Fort Union… dejaron al Libertador al otro lado del
Pequeño Pueblo, porque está cansado de andar y ahora se ha echado para esperar la

www.lectulandia.com - Página 274


muerte».
Aquí Moctezuma II se desvanece en el aire y desaparece de la historia.
Probablemente no murió al norte del territorio de los mandans o por un corazón roto.
Pero tampoco contemplaría Carcasona jamás.
Simplemente fue un acto grotesco. El plan por la liberación de todos los indios, el
alistamiento de jóvenes guerreros sureños y la utilización de la revolución texana
fueron los elementos de uno de los sueños dementes que ocasionalmente alivian el
tedio que supone la labor diaria del historiador. El general James Dickson era un
chiflado desquiciado que salió de ningún sitio y sin motivo alguno, sin relación ni
repercusión ni significado y que acabó reventado al otro lado del horizonte todavía
sin causa alguna.
Y, sin embargo…
Nosotros sí podemos echar la vista adelante solo diez años desde esa tarde de
agosto de 1836, cuando el Ejército de Liberación partió desde Buffalo. Diez años más
tarde, en 1846, el año en que en los Estados Unidos se cristalizaron una sucesión
identificable de acontecimientos a partir de la solución de los múltiples ingredientes
filtrados en esta narración. El 14 de junio de 1846, una banda en la que se mezclaban
matones, ladrones, hombres de montaña, visionarios, constructores de imperios y
hombres jóvenes de vacaciones, una banda no muy distinta al Ejército de Liberación,
acudió al poblado de Sonoma y, tras capturar a un general que yacía en su cama
mientras se emborrachaba alegremente de brandi, anunció que habían iniciado la
conquista de California. Inmediatamente, otra banda muy parecida, una banda
formada en gran parte por hombres de montaña y liderada por Kit Carson, se les unió
bajo el mando de un general que no difiere mucho de Moctezuma II… su nombre era
Frémont. Y el 14 de agosto de 1846 un cuerpo expedicionario del Ejército de los
Estados Unidos cabalgó a Santa Fe, formó en la plaza, observó al general Stephen
Watts Kearny saludar la bandera norteamericana cuando llegó a la punta del poste y
le escuchó anunciar la conquista de Nuevo México.
Al despertarse en la noche, con un sueño demente todavía palpitando en su mente,
James Dickson simplemente contó mal cuando escuchó las campanadas del reloj.

www.lectulandia.com - Página 275


XI

EL CONQUISTADOR
(1837)

La decisión de James Dickson de morir junto a la ruta ha adelantado esta narración


dislocándola de la cronología que nos ocupa… y además fue citada en el diario de
Francis A. Chardon. Este estaba al mando de Fort Clark, el puesto mandan de la
American Fur Company (de hecho, Pratte, Chouteau & Company), situado en la
orilla oeste del Misuri y a ocho millas de la desembocadura del río Big Knife. Era un
tipo duro y sin escrúpulos.
Ese mes de junio de 1837 parecía cualquier otro mes de finales de primavera en la
parte alta del río. El caudal del Misuri estaba tan bajo que Chardon se preguntaba si el
barco de vapor anual de la Compañía podría llegar hasta allí. Tanto el fuerte como los
mandans —un par de millas río abajo— comenzaban a quedarse desabastecidos de
carne, así que la aparición de búfalos en las cercanías resultó de lo más gratificante.
Había un trajín de comerciantes del puesto yendo y viniendo. Aquellos que habían
pasado el invierno entre los indios transportaban al puesto las pieles que habían
logrado comerciar y los productos que les quedaban, porque la temporada ya había
acabado. Fue una captura bastante lamentable. El volumen total del comercio local de
los minnetarees fue de 630 pieles de búfalo y 180 libras de castor. Los mandans solo
habían conseguido 350 pieles de búfalo y 100 libras de castor. Tal vez fuera culpa de
los indios… Desde el punto de vista de Chardon todo era culpa de los indios. Había
tenido una serie de esposas indias —la mujer sioux que dio a luz a sus dos queridos
hijos había muerto recientemente—, pero le desagradaban profundamente todos los
indios y odiaba a sus clientes, los mandans. Siempre había alguien atacándolos,
normalmente los sioux, y a Chardon le parecía bien. Los sioux yanktons, cuyo
poblado era el más cercano, los habían atacado muchas veces y, a principios de mes,
un jefe de los mandans reunió a una partida de guerra para vengarse. Encontraron el
campamento de los yanktons junto al río Cheyenne (a sesenta millas en Dakota del
Sur) e intentaron robarles los caballos, pero los descubrieron. Regresaron al galope a
casa. Un grupo de cinco llegó primero, luego trece y el último de estos informó que
dos habían resultado muertos y dos heridos. Al día siguiente, llegaron cuatro más, y
tres días más tarde los últimos doce… habían sido originalmente catorce, pero dos
perdieron la cabellera. Los demás habían abandonado su ropa de ante y viajaron con
mocasines y en taparrabos, pero habían logrado matar a un sioux y se habían llevado
tres caballos, por lo que los mandans recibieron a este último grupo como
vencedores. Un día antes de llegar, Chardon escribió con gran satisfacción: «Un viejo
jefe mandan (Oso Blanco) murió hoy… muerte no lamentada por nadie que le

www.lectulandia.com - Página 276


conociera, ni por mí ni por muchos más en el fuerte, y todos nos alegramos de su
desaparición».
El 17 de junio, Chardon partió río abajo con ocho barcazas cargadas que habían
llegado de Fort Union. Esperaba cruzarse con el barco de vapor de la Compañía en la
que iba su hijo de dos años, Andrew Jackson, que había sido enviado previamente a
Fort Pierre junto al cuerpo de su madre. Encontró el barco al día siguiente, el Saint
Peter’s, al mando de Bernard Pratte, hijo. Ese día, el 18 de junio, navegó con el barco
las veinte millas hasta Fort Clark; el barco continuó y descargó la mercancía del
fuerte el 19 de junio y partió río arriba a todo vapor el día veinte. «Toda la tripulación
retozó jovialmente», escribe Chardon. Pero el Saint Peter’s dejó un rastro de muerte
tras de sí.
La rutina se instala durante un tiempo. Otra partida de guerra mandan regresa sin
cabelleras sioux… guerreros valientes en tiempos de paz, escribe Chardon citando a
Davy Crockett. Algunos arikaras y mandans se unen y parten con la esperanza de que
la batalla sea más próspera… «lo único que les deseo es que nunca regresen». Otra
banda de guerreros valientes regresa sin pena ni gloria. Termina junio y ese mes en el
fuerte se han exterminado 31 ratas, lo cual hace un total de 1.717 desde que Chardon
asumió el mando. Intenta que algunos minnetarees devuelvan los caballos de la
Compañía que han robado. Ni hablar. Durante el Glorioso Cuatro de Julio, los
oficiales beben «una copa de un buen añejo Mononga-hela» a la salud del Viejo
Hickory[*]. Los arikaras acuden a danzar para agasajar a su comerciante, y también
los minnetarees. Necesitan carne de nuevo, y los mandans del Pequeño Pueblo
marchan en gran número para encontrar búfalos. Entonces, el viernes 14 de julio, «un
joven mandan murió hoy de viruela —otros cuantos la habían contraído—, y el hecho
de que todos los indios estuvieran fuera cazando carne ha salvado a varios».
Ese fue el comienzo… y eso es lo que hizo que el Saint Peter’s sembrara la
muerte cuando se detuvo en Fort Clark. En algún punto de su travesía río arriba, se
produjo un brote de viruela[1]. Varios casos estaban en el estadio infeccioso en Fort
Clark, y aunque Chardon y sus tenientes intentaron mantener a los indios apartados
del barco, no lo lograron. Seis años más tarde Chardon le contó a John James
Audubon que uno de ellos robó la manta de un miembro moribundo de la tripulación
y que, aunque se ofreció inmediatamente una recompensa por ella, no pudo ser
recuperada. No dice nada sobre esto en su diario y la historia de la manta robada
adquiere cierto aire de leyenda, pues la manta vuelve a aparecer en Fort McKenzie y,
de hecho, en casi cualquier otro sitio (no hay nada extraño en ello: el virus de la
viruela es muy resistente y la infección a través de una manta es bastante posible).
Quizás algunas víctimas del barco se habían recuperado y otras estaban en el periodo
de incubación… y por ello se permitió de buena fe que los indios subieran a bordo. A
pesar del brote, durante un tiempo el virus se propagó lentamente. La mayoría de los
indios estaban de caza en sus poblados de verano, pero en dos semanas aparecieron
casos en todos los campamentos. Los minnetarees tardaron en infectarse y los

www.lectulandia.com - Página 277


arikaras aún más, pero entre los mandans arrasó desde el principio.
Y sabían a quién culpar. El primer intento de matar a Chardon tuvo lugar el 28 de
julio, cuando un joven bravo apareció buscándolo, pero lo detuvieron a tiempo. A
partir de ese momento el fuerte permaneció prácticamente sitiado. Vaca Blanca
ordenó a Chardon que se largara y se llevara con él a sus hombres. Un joven viudo se
quedó de pie frente al fuerte aullando y clamando venganza. Siempre aparecía
alguien junto a las empalizadas para gritar amenazas y luego marcharse y cantar su
canción de muerte. Otros permanecían en los tejados abovedados de las cabañas
mandans y gemían y amenazaban, y sus voces eran una tenue maldición que bajaba
flotando por el río. Además, los mandans estaban seguros de que los blancos habían
llevado la enfermedad deliberadamente y, no solo eso, además poseían remedios
secretos que se negaban a proporcionar a los que sufrían, pero protegían mágicamente
a los arikaras. Los arikaras también lo creyeron durante un tiempo, y cuando sus
vecinos enviaron una pipa y les pidieron ayuda para destruir Fort Clark dijeron que
exterminarían a los mandans si osaban tocar a un solo hombre blanco. Entonces
enviaron su promesa a Chardon, que preparó cien rifles y media tonelada de pólvora
para ellos por si se daba el caso.
El segundo jefe de los mandans era Cuatro Osos, el Mah-to-tohj-pa de Catlin o el
Mato-topé de Maximiliano. Era un indio formidable… e incluso le gustaba a
Chardon. El antiguo esplendor de la tribu sobrevivía en él; era poderoso en el
consejo, aún más poderoso en la guerra, y con mucho el guerrero más grande de
todos. Guio a su pueblo contra todos sus enemigos, los assiniboins al norte hasta el
río Red, los cheyenes al oeste hasta las montañas, y siempre los sioux. Contaba con
muchas hazañas en su haber… una y otra vez permitió que su pueblo se pudiera lavar
la pintura de luto de sus rostros. Catlin las enumera en detalle, embelleciéndolas con
su propio repertorio de fantasías rousseaunianas; de hecho, Cuatro Osos está muy
cerca de ser el protagonista del libro de Catlin. En el libro de Maximiliano, tiene
dignidad, fineza, orgullo; el científico lo consideraba un salvaje muy superior.
Siempre había sido amigo de los blancos; no solo le gustaban (una de sus hijas se
casó con James Kipp), sino que además entendió la singular importancia del
comercio mandan para la economía de los blancos e intentó que su pueblo lo
entendiera. Aunque no aprobaba totalmente la ética comercial que recomendaban a
los indios, intentó explicársela a los mandans. Ahora, mientras la tribu moría a su
alrededor, tenía una mejor perspectiva.
Catlin dice que «este noble caballero… al que tanto aprecio llegué a tener» vio
morir a sus esposas e hijos, cubrió sus cuerpos con pieles y, aunque se recuperó, se
subió a la cima de una colina para morir de hambre. El último día, «tuvo las fuerzas
suficientes para arrastrarse al poblado, cuando entró en la horrenda penumbra de su
wigwam y, echándose junto al grupo de su familia, se cubrió con una manta y
murió». Pero en realidad Cuatro Osos era de una raza más fuerte. Cuando sintió que
le invadía la fiebre, se vistió con sus ropas más ceremoniosas: camisa de piel de

www.lectulandia.com - Página 278


carnero de montaña, adornada con plumas y cubierta de pieles de armiño y cabelleras
de enemigos colgando; pantalones de piel de ciervo hasta la cadera, adornados con
plumas y flecos; mocasines con plumas; tocado de guerra (de los sioux); collar de
zarpas de grizzli; escudo de parfleche con cubierta de pelo de mofeta; arco de cuerno
reforzado con tendón (de los nez perces), carcaj de piel de puma; petaca de tabaco de
nutria, pipa de caolinita con piel de pájaro carpintero; saco medicina de castor; lanza
y garrote de guerra. Y la capa de piel de búfalo que el propio Catlin había
reproducido: Cuatro Osos mata a un jefe sioux, a un cheyene, a otro más; Cuatro
Osos repele un asalto sioux en solitario; se arrastra al interior del tipi del arikara que
había matado a su hermano y mata al asesino; se bate en duelo con un cheyene… con
sioux… con cheyenes… con assiniboins. Luego se montó en su caballo y cabalgó por
el poblado cantando canciones sagradas e intentando enardecer a su gente para una
última incursión. En esta ocasión quería que los jóvenes arrasaran Fort Clark. No
logró reunir a su última partida de guerra, así que se dirigió solo al fuerte, sin duda en
busca de Chardon. Pero no lo encontró. Regresó al poblado y murió. Pero primero
logró comunicar sus nuevas ideas a los que sobrevivieron para escucharlas. Aquí se
presentan con la ortografía de Chardon, el día después de las últimas palabras de
Cuatro Osos:

Mis amigos, todos y cada uno de vosotros, escuchad lo que tengo que deciros: desde que tengo memoria
he amado a los Blancos, he vivido con ellos desde que era niño y por lo que sé jamás he perjudicado a un
hombre blanco; al contrario, siempre los he protegido de los insultos de otros, lo cual no pueden negar. 4 Osos
jamás vio a un hombre blanco hambriento, pero siempre le dio comida, bebida y una manta de búfalo para
dormir en tiempos de necesidad. Siempre estuve dispuesto a morir por ellos, lo cual no pueden negar. He
hecho todo lo que un piel roja podría hacer por ellos, ¡y cómo me lo han pagado! ¡Con ingratitud! Jamás he
llamado perro a un hombre blanco, pero hoy declaro que son una banda de perros con el corazón negro, me
han engañado, aquellos a quienes yo siempre consideré hermanos han resultado ser mis peores enemigos. He
estado en muchas batallas, me han herido con frecuencia y me enorgullezco por las heridas de mis enemigos,
pero hoy estoy herido, y ¿por quién?, por esos mismos perros blancos que siempre consideré y traté como
hermanos. No temo a la muerte, amigos. Lo sabéis, pero morir con mi rostro podrido, que incluso los lobos
retrocederán horrorizados al verme y se dirán, ese es 4 Osos, el amigo de los blancos…
Escuchad bien lo que tengo que deciros, porque será la última vez que me oigáis. Pensad en vuestras
esposas, niños, hermanos, hermanas, amigos y, de hecho, en todos los que amáis, todos están muertos o
moribundos, con sus rostros podridos, por culpa de esos perros, los blancos, pensad en todo eso, amigos míos
y alzaos juntos y no dejad ni uno de ellos con vida. 4 Osos cumplirá con su parte.

En esa época morían de diez a veinte mandans cada día. Y se presentó un joven
arikara junto a la verja de barrotes del fuerte, esperando a Chardon. Un empleado
llamado Oliver salió a ver si podía disuadir al indio a cambio de paz o de regalos. El
arikara le disparó y lo mató. Chardon y otros, incluyendo el mestizo Garreau, que era
el intérprete del fuerte, partieron para capturarlo. El indio paró en la ribera del río y
anunció que moriría allí. Garreau le disparó y, tras desenfundar el cuchillo, «le
abrieron en canal». Esa noche, la madre del indio llegó al fuerte y suplicó que la
mataran. Garreau estaba dispuesto a complacerla blandiendo un hacha, pero los otros
lo detuvieron.
«Solo me mantienen vivo las pocas copas de ponche que bebo», escribió

www.lectulandia.com - Página 279


Chardon. Al terror del asedio y los malos presagios, se le añadió la realidad de la
enfermedad. Se expandió por el cuartel, el propio Chardon la contrajo (pero
levemente), y murieron tres. Chardon envió a su pequeño Andrew Jackson con dos
hombres en una canoa a Fort Pierre. No sirvió de nada: los sioux aprovecharon la
oportunidad que la fortuna les había dado y se dedicaron a asaltar los poblados de los
mandans infectados. Así es como había llegado la viruela a Fort Pierre, y el pequeño
Andrew Jackson murió.
El viento arrastraba una terrible pestilencia desde el poblado… así como las
canciones de muerte y las amenazas. Un indio viejo que dormía en el fuerte soñó con
un oso blanco… una medicina potente; sus gritos de pesadilla pusieron a la
guarnición en estado de alerta general. Siempre había una nueva alerta, tres en un
solo día. Armadas hasta los dientes, algunas partidas salían en busca de madera o
agua, preguntándose si sobrevivirían para contarlo. Un explorador asustado regresó
corriendo porque había visto dos extraños montículos de tierra. Unas canoas que
llegaron a toda prisa para resguardarse en el fuerte informaron de que los assiniboins
ya estaban infectados, también los pies negros y los minnetarees. Estos últimos
pusieron en cuarentena su poblado y proferían amenazas. Sin embargo, la mayoría
seguía en el poblado de verano, que estaba limpio. Así pues, Chardon envió a
Charbonneau allí con un regalo de tabaco, aconsejándoles que permanecieran allí
para salvarse. El anciano tuvo que viajar de noche; jamás lo habría logrado a plena
luz del día. Pero no sirvió de nada, porque había demasiado contacto entre poblados,
y además los minnetarees querían salvar su maíz; regresaron y comenzaron a morir.
Se produjo una nueva explosión de ira y más amenazas. Pero los seres sobrenaturales
ahora acudieron en ayuda de Chardon. Este le dijo a Audubon que estaba escuchando
las airadas soflamas de algunos jefes cuando una paloma (¿una paloma torcaz, tal
vez?) entró volando por la puerta y se posó en su brazo. Estaba huyendo de un
halcón, pero los jefes no lo sabían, y cuando se marchó volando le preguntaron qué
significaba. Chardon aprovechó la ocasión. Dijo que unos amigos suyos habían
enviado la paloma para preguntar si era verdad que los mandans iban a matarle, pero
que él le dijo que informara que era un falso rumor y que los mandans eran sus
amigos. Al menos, tras esa muestra de su medicina, los indios no lo matarían.
La estructura del pensamiento salvaje estaba siendo socavada. En la práctica india
se había logrado dar con remedios empíricos para ciertos malestares, pero incluso
estos tenían una base mágica, unos pocos de entre cientos que casualmente
funcionaban (en general, la farmacopea india no era mucho menos científica que la
que se empleaba por los médicos blancos, afirma Marcus Whitman). Los médicos o
las personas no expertas aprendían estos remedios en sueños, tras ayunos o rituales, y
todo tratamiento de la enfermedad era jurisdicción de la religión. Una víctima de la
viruela había sido atacada por espíritus malignos o había un poder maligno dirigido
contra ella. Los espíritus habían entrado en su cuerpo y debía ser exorcizada; el poder
debía ser neutralizado. El pensamiento riguroso sobre el universo había destapado sus

www.lectulandia.com - Página 280


leyes; la lógica luego había descubierto la correcta aplicación de estos principios.
Había canciones, cantos, bailes y rituales específicos para efectos específicos;
también había amuletos, hechizos, ungüentos mágicos, aguas benditas. La canción
apropiada debía ser cantada el número de veces apropiado, en el estadio apropiado de
la ceremonia, con el ritual de acompañamiento correcto. Cuando el efecto deseado no
se producía, estaba claro que no se había empleado el ritual correcto o que había sido
administrado incorrectamente. Se precisaba entonces un nuevo diagnóstico, o tal vez
un ritual más potente. Esto, en general… pero la revelación privada añadía una
infinidad de variaciones. Objetos o sustancias asociados con la medicina de un
practicante podían expulsar demonios o neutralizar poderes malignos. Piel del animal
totémico o plumas de un pájaro, hierba de su guarida, madera de algún tipo de árbol
que había en el sueño medicina. O piedras que se asemejaban o un trozo seco de
boñiga. O tal vez rituales más rigurosos, experiencias más dolorosas, o una súplica
más prolongada podría traer una mejor visión: «Algunos de ellos», dice Chardon,
«tienen sueños en los que hablan con el Sol, otros con la Luna, varios objetos han
sido sacrificados a ellos o a ambos». Y los sacerdotes hacían sonar sus calabazas,
golpeaban sus tambores, aullaban, cantaban, danzaban… y el sufrimiento moría bajo
el tumulto.
Pero los seres sobrenaturales no revelaron nada. Las víctimas continuaron
hinchándose, rompiéndose por la viruela, doloridas, vomitando y delirando hasta
morir. Así que llegó un punto en el que la mente del salvaje comprendió que había
entendido incorrectamente el universo: su teoría de la realidad no se sostenía. Cuando
las bases del pensamiento prueban ser erróneas, no queda nada más que locura. Un
ansia teutónica por morir se propagó entre los mandans… dos bravos enfermos
debaten cuál es la forma más viril; uno se rebana el pescuezo, el otro se hunde una
flecha por la garganta hasta los pulmones. Un bravo dispara a su esposa y luego se
destripa. Una squaw que acaba de enviudar mata a sus dos hijos y se ahorca. Un
joven le pide a su madre que cave una tumba, sale y se dirige allí con la ayuda de su
padre y se echa dentro. Cuando el hijo de otro muere, el padre le dice a su esposa que
deberían unirse a su hijo en el más allá; cuando ella acepta él le dispara, recarga el
rifle, se mete el cañón en la boca y aprieta el gatillo con el dedo gordo del pie.
Muchos otros toman el mismo camino de salida, muchos mataron a machetazos a sus
esposas. «Se destruyeron a sí mismos», afirma Catlin, «con sus cuchillos y sus rifles,
reventándose los sesos al saltar de cabeza desde un saliente de rocas frente al
poblado». Muchos otros se ahogaron, corrieron al río para aliviarse de las fiebres…
Chardon habla de algunas de las escasas curaciones. Un mandan, enajenado al notar
los síntomas de la viruela, rodó sobre las cenizas del fuego; el tratamiento funcionó.
Otro rodó sobre un charco de barro y dejó secar una capa de una pulgada de adobe
por encima del cuerpo, cuando cayó el adobe cuarteado se llevó la piel detrás pero el
paciente se recuperó. Y «un indio vacunó a su niño cortando dos trocitos de carne de
sus brazos y dos de la barriga… y luego, retiró la postilla de una de las heridas de la

www.lectulandia.com - Página 281


enfermedad que ya estaba mejorando y la frotó sobre las heridas de los cortes, tres
días después, hizo efecto y el niño se recuperó perfectamente».
Un pánico incontrolable hizo que algunos indios escaparan corriendo a cualquier
sitio de día o bajo la luna. En ocasiones, un grupo que todavía estaba sano,
abandonaba a sus enfermos y se trasladaban unas millas adentrándose en la pradera,
sin saber que el virus viajaba con ellos. Pero, en su mayoría, los mandans
permanecieron en sus poblados y murieron. No daban abasto para enterrar a los
muertos, ni tan siquiera para celebrar las correspondientes ceremonias por ellos.
Había cadáveres en las cabañas, en las entradas, en los campos de maíz, desnudos o
medio vestidos, o cubiertos con mantas y unas cuantas posesiones para el más allá
junto a sus cuerpos. El hedor que llegaba a Fort Clark empeoró. Los sioux no paraban
de llegar para hacerse con el maíz y conseguir más cabelleras. Los perros, los lobos y
las ratas se alimentaron de los muertos.
El 11 de agosto, Chardon escribió que los mandans morían tan rápido que era
incapaz de mantener el conteo actualizado. El 2 de septiembre pensó que la epidemia
podía estar perdiendo virulencia porque algunos de aquellos que se contagiaron ya
estaban recuperándose. Casi inmediatamente tuvo que cambiar de idea, y todavía
estaba por llegar el peor brote entre los minnetarees y los arikaras. El 19 de
septiembre calculó que debían de haber muerto al menos unos ochocientos mandans
y se sentía agradecido por los designios de la providencia: «Menuda panda de
GRANUJAS ha quedado extinguida». Una segunda ola pasó por su puesto, pero en
octubre no había peligro de masacre y la guarnición pudo continuar tranquilamente
con sus tareas. Se retomó el tráfico río arriba, río abajo y entre las tribus. Toussaint
Charbonneau, a quien ni tan siquiera el Tiempo podía matar, partió para hacer su
ronda informativa entre las tribus y, si se terciaba, comerciar. Pero los indios y los
empleados seguían muriendo de viruela en diciembre, y otra vez en enero. El diario
de Chardon no vuelve a la normalidad hasta la entrada de febrero, en la que informa
que ha enviado a un empleado a los arikaras «para que le curen de una venérea».
Hubo algo de comercio en marzo (1838), aunque los arikaras seguían muriendo, y
finalmente se trasladarían río arriba para ocupar el poblado mandan junto al fuerte.
Cuando lo hicieron, dejaron cuarenta ancianas para que murieran de hambre, y Fort
Clark volvió a estar a pleno rendimiento de nuevo cuando Chardon, movido por una
poca habitual humanidad, fue hasta allí y les dio una comida. Una comida.
Esta era la segunda vez que la viruela se había ensañado con los mandans, porque
fue una epidemia hacia finales del siglo XVIII lo que les hizo trasladarse río abajo
desde los antiguos poblados para establecerse cerca del río Knife. La anterior
epidemia había acabado con la mitad de la población mandan; esta mató a más del
noventa por ciento de ellos. El cálculo más aproximado es que la población de la
tribu era de mil seiscientos individuos en junio de 1837. Pocos más de cien seguían
con vida seis meses más tarde[2]. No se podía mantener ninguna organización tribal;
los supervivientes se unieron a los minnetarees o a los arikaras a partir de ese

www.lectulandia.com - Página 282


momento. Ya no existen mandans de pura sangre hoy en día.
Y así desapareció un pueblo que había congeniado con la mayor parte de los
blancos, aunque a partir de Alexander Henry el joven hubo algunos que, como
Chardon, los odiaban. Fueron los primeros indios del oeste que los blancos
conocieron como tribu (el mayor de los Verendrye, que los visitó en 1738-1739,
probablemente tuvo predecesores). Siempre se mostraron amistosos con los hombres
blancos. Lewis y Clark pasaron un invierno con ellos, al igual que muchos otros, y
sus maneras les resultaban agradables, su nivel de vida alto porque poseían
agricultura, sus chozas de barro confortables y sus mujeres ardientes. No era un
pueblo depredador; en comparación con otros indios eran pacíficos, y eran sus
empalizadas y fortificaciones más que su valor lo que evitaba que los sioux los
exterminaran. De hecho, sufrieron casi tanto, a lo largo de los años, por culpa de los
sioux y los assiniboins que de los blancos y su viruela. Pero los blancos acabaron con
ellos al final. «Ellos», se lee en la transcripción de Chardon del discurso de Cuatro
Osos, «ellos a quienes siempre he considerado hermanos resultaron ser mis peores
enemigos».

* * *

El Saint Peter’s realizó su letal parada en Fort Clark el 19 y el 20 de junio. Jacob


Halsey, de la Compañía, de camino a tomar el mando de Fort Union, cayó enfermo
poco después. También su esposa mestiza, que dio a luz a una hija y murió. Halsey
era el único oficialmente contagiado cuando el barco llegó a Fort Union y le pusieron
en cuarentena. Pero su hijo de tres años y un administrativo mostraron síntomas de la
enfermedad quince días más tarde. Un pánico como el que invadió Fort Clark estalló
inmediatamente, y con razón, porque al final veintisiete hombres de la guarnición se
contagiaron y cuatro murieron, y además los indios locales no eran los mandans sino
los más fuertes assiniboins. Se encontraban de cacería en aquel momento, pero siete
de sus mujeres estaban en el puesto. Estas eran la mayor fuente potencial de peligro y
el melancólico Charles Larpenteur, todavía en Fort Union, y todavía administrativo y
desafortunado, pensó que deberían ser alejadas del puesto lo antes posible. Su
consejo no fue atendido. El fuerte contaba con un libro médico, una Guía Médica
Familiar, que se consultaba ante la inminencia de una muerte. Prescribía vacunación,
pero no había vacunas (un par de meses más tarde, cuando el Saint Peter’s regresó a
San Luis, el gobierno envió apresuradamente grandes cantidades de estas a territorio
indio… pero demasiado tarde). La decisión, «con vistas a repartir la vacuna por todo
el territorio y sanearlo antes de que los indios llegaran para el comercio de otoño, que
comenzaba a principios de septiembre»[3], fue inocular. De manera que se extrajo
materia infectada de las pústulas de Halsey, y a las siete squaws y a otras diez
personas se le introdujo «la muerte en las venas», en palabras de Larpenteur, y afirma

www.lectulandia.com - Página 283


que permanecieron encerrados en una habitación pequeña, y una semana más tarde
«había tal hedor en el fuerte que se podía oler a 300 yardas de distancia». Dice que no
podía entrar en la habitación —su squaw estaba dentro y fue una de las que murió—
sin colocarse un frasco de alcanfor bajo la nariz. Algunos, dice, se volvieron locos, y
otros «estaban medio carcomidos por los gusanos»[4]. Larpenteur está
comprensiblemente amargado, pero la gestión de Fort Union de la epidemia fue más
inteligente que la de Fort Clark. Los enfermos fueron atendidos cuidadosamente y se
les sacaba a la sombra de la empalizada a última hora de la tarde. Nadie tenía permiso
para acercarse a ellos, excepto los que habían sido vacunados o ya habían padecido la
enfermedad. Chittenden denuncia la inoculación como una brutalidad sin precedentes
para preservar los negocios de la Compañía. Pero la inoculación ya tenía un siglo de
tradición en la frontera y ofrecía la solución más prometedora a un problema
extremadamente grave. Además, en este caso tuvo éxito: solo tres de los diecisiete
murieron, a pesar de que el virus era el mismo que el que mató a quince de cada
dieciséis mandans[5].
Halsey y sus lugartenientes hicieron todo lo posible para mantener a los
assiniboins apartados del fuerte. Siempre que se aproximaba alguna banda, enviaban
a un intérprete para advertirles y rogarles que se marcharan. Inevitablemente, esto
levantó sospechas: debía de significar que los blancos estaban robando la ayuda anual
que les enviaba el padre de Washington, o que estaban urdiendo alguna medicina
maligna contra ellos. Así pues, la banda entraba y colocaba las tiendas en el lugar
habitual de la llanura. Halsey afirma categóricamente que no permitió entrar a nadie y
supone, como establecía la buena ciencia de la época, que el aire estaba infectado
media milla a la redonda, aproximadamente la misma distancia a la que llegaba el
hedor. Larpenteur proporciona la verdadera explicación: cuatro o cinco bravos
escalaron el cercado de estacas donde estaban guardados los caballos e intentaron
hacer huir en estampida a la manada. Los descubrieron a tiempo y escaparon solo con
dos caballos. Sin embargo, esos dos eran los ejemplares más valiosos y cuatro
hombres de la guarnición les persiguieron. Lograron convencer a los indios para que
devolvieran los caballos y los llevaron de vuelta. Fueron los caballos más caros que
los assiniboins habían robado jamás, porque uno de la partida estaba infectado y
contrajeron la viruela.
A partir de ese momento fue imposible controlar la epidemia. Larpenteur afirma
que una banda, cuyo jefe llamó a la puerta y exigió ser recibido, decidió partir al ver a
un chico convaleciente «cuyo rostro era todavía toda una pústula seca», pero
probablemente visitaron a algunos parientes de camino. Siempre había cabañas
assiniboins en la llanura, y por lo tanto siempre se producían muertes entre los
assiniboins en las ruinas del viejo fuerte de Campbell, que Halsey había aislado como
hogar de los apestados y donde eran atendidos por sus viejas mujeres. Halsey también
nombró a un enterrador, un tal Brazeau, que sacaba a los muertos fuera todas las
mañanas y los tiraba en el bosque. «Al preguntarle: “¿Cuántos?”», dice Larpenteur,

www.lectulandia.com - Página 284


«él decía: “solo tres, señor, pero por cómo pinta la cosa en el hospital, creo que
tendremos todo un cargamento lleno para mañana”».
Así pues, Fort Union, al igual que Fort Clark, apestaba a muerte y estaba invadido
por el ensordecedor ruido de los rituales mágicos. Y los assiniboins, como los
mandans, salieron huyendo aterrados de sus demonios. Sin embargo, no eran indios
sedentarios y cada banda que huía del fuerte aterrorizada llevaba la enfermedad a sus
vecinos. Y así se expandió el virus en las praderas. Pero, aunque viajó rápido y lejos,
la huida aportó cierta seguridad, porque las bandas se dividieron en bandas más
pequeñas y muchas de estas escaparon de la epidemia. Las cifras del impacto en los
assiniboins no son del todo fiables. Halsey calcula que ochocientos murieron, lo cual
sería un pequeño porcentaje si tenemos en cuenta las pérdidas de otras tribus.
McKenzie afirma que ellos y los crees perdieron unos siete mil en total, lo cual es sin
duda un cálculo exagerado. Schoolcraft, que se contradice a sí mismo de un libro a
otro, omite las cifras, pero dice que «murieron a cientos» y que «poblados enteros»
fueron «casi exterminados». Pero continuaron acudiendo al fuerte, y una vez que la
epidemia local se extinguió, se retomó el comercio. Y se retomó con fuerza. El
fatalismo había invadido a los assiniboins. Esperaban morir pronto, dijeron a
Larpenteur, así que ¿por qué no retozar y celebrar antes de que llegara la muerte?
Hizo un buen negocio intercambiando alcohol por pieles, y los pocos tiros que le
dispararon fueron fruto más de la habitual euforia de los clientes que venganza por la
viruela. Pero el malhumorado jefe Mano Izquierda quemó su bandera norteamericana
y prometió vengar sus muertes.
La amenaza de los assiniboins era más grave que la de los mandans, pero no
ocurrió nada a excepción de un incremento en el habitual robo de caballos. Cuando
escribe a sus directores, Halsey no parece preocupado por la amenaza. De hecho, no
está nada afectado por el terrible desastre infligido a los indios… por mediación suya.
Lo que le preocupa es la pérdida económica. No sabe si Fort Union cubrirá sus gastos
ese año (sí los cubrió). Las pérdidas de la Compañía serán «incalculables, porque
nuestros indios más productivos han muerto». El futuro parece dudoso. El gran
McKenzie había logrado atraer a ese puesto una gran parte del comercio canadiense
que la Hudson’s Bay Company previamente había monopolizado, pero ahora podría
haberlo perdido. Porque «todas las enfermedades llevadas a los indios por los blancos
debieron de predisponerles contra estos».

* * *

La enfermedad pronto llegó a Fort Cass, el puesto crow de la Compañía, pero no


había indios allí. Los crows estaban lejos, de caza en Absaroka, y si son necesarias
más pruebas de que eran un pueblo inteligente baste decir que, al enterarse de lo de la
viruela, se quedaron allí. Sus cronistas habían conservado el recuerdo de una

www.lectulandia.com - Página 285


epidemia mucho tiempo atrás, la que atacó a los mandans antes de que Lewis y Clark
los conocieran o incluso una aún más temprana; uno de sus santuarios era «el Lugar
de las Calaveras», donde dos de sus antepasados prefirieron saltar por un barranco
que morir de viruela. De manera que ese año no murió ningún crow[6].
Alexander Harvey, conocido por su fuerte personalidad, y que pronto adquirió
una brillante reputación como forajido, estaba esperando en Fort Union cuando el
Saint Peter’s llegó allí. La barcaza había bajado desde Fort McKenzie para
transportar la mercancía del comercio con los pies negros. Remontó el río a toda prisa
con la esperanza de escapar de la epidemia, pero uno de sus grumetes y una joven
india contrajeron la enfermedad justo cuando llegaron al río Judith. Tras enviar a un
informador a Fort McKenzie, Harvey acertadamente hizo parada allí. Una gran parte
de la nación de los pies negros estaba acampada en el fuerte, quinientas tiendas de
bloods y piegans. El joven pero avezado Alexander Culbertson hizo todo lo que pudo
para explicar la enfermedad y advertir a sus clientes. No sirvió de nada: habían
llegado para el comercio de verano, sospechaban que Culbertson intentaba estafarles
y sus cronistas no les habían advertido nada sobre la viruela. Le dijeron que si no
hacía que subiera la barca, ellos irían y se la llevarían. Tras varias advertencias,
Culbertson accedió a traerla hasta el fuerte, pero pronunció un discurso solemne
conminándoles a recordar lo que les había advertido y no hacerle responsable por lo
que sin duda iba a ocurrir. Envió un mensajero a Harvey pidiéndole que acudiera.
Dos hombres de la tripulación de Harvey murieron antes de llegar al fuerte, pero los
pies negros no quedaron muy impresionados. Entregaron las pieles y las capas de
búfalo —últimamente habían cazado en masa para conseguir pieles de búfalo, porque
eso era lo que la Compañía les había pedido— para el equipamiento del verano.
Incluía un gran arsenal de rifles y pólvora para las campañas anuales contra los
crows, los flatheads y cualquier otra tribu, pero los pies negros no iban a ampliar su
Lebensraum este año. Hicieron el trabajo rápidamente: en cinco días, habían
desmontado las tiendas y partieron a las montañas.
Casi toda la guarnición de Fort McKenzie, incluyendo Culbertson, se contagió de
viruela. Hubo veintisiete muertes. La comparación de resistencia entre los blancos y
los indios se revela en el hecho que todas menos una fueron muertes de squaws,
esposas de los empleados. Las mismas terribles escenas caracterizaron este brote; en
su punto álgido, no daban abasto para enterrar a los muertos y tuvieron que lanzarlos
al río.
Y entonces, durante todo el verano ni un solo indio apareció en Fort McKenzie.
Fue increíble, aunque debían de haberlo entendido. A principios de otoño, Culbertson
partió para visitar a sus clientes… pero solo para descubrir qué es lo que realmente
pasaba. Se había adentrado bastante en territorio de pies negros antes de ver algo.
Entonces, en el Three Forks encontró un poblado. No se oía ningún sonido cuando se
aproximó, no había caballos, ni perros, ni niños ni alboroto. Finalmente olió el hedor
y luego «cientos de formas de seres humanos, caballos y perros yacían asesinados o

www.lectulandia.com - Página 286


bien sacrificados o en el fragor del ansia de muerte». Encontraron a dos ancianas
vivas, demasiado débiles para viajar con los que habían huido, arrastrándose
dementes entre los cadáveres. Y fuera del poblado, en la pradera y en dirección a las
montañas, con frecuencia encontraban algún que otro cuerpo en estado de
descomposición de un pie negro que había muerto mientras huía de la ira de sus
dioses.
Así ocurrió por todo el territorio de los pies negros. Los gros ventres salieron
mejor parados tras haberse inmunizado parcialmente por una epidemia en las llanuras
del sur en 1831, mientras visitaban a los arapahoes. Las otras tres tribus, los
verdaderos pies negros, sufrieron más que ninguna otra tribu a excepción de los
mandans. No hay forma de saber cuántos murieron. Los cálculos oscilan entre los
setecientos de Halsey, sin duda una cifra demasiado baja, a los «seis mil o alrededor
de dos tercios del total» de Culbertson, una cifra demasiado alta y obtenida a partir de
cifras erróneas, hasta los característicos ocho mil de Schoolcraft. No importa: durante
todo el verano y parte del otoño, junto a los ríos y en los valles altos del territorio de
los pies negros, la viruela estaba haciendo más por la pacificación que lo que las
compañías de pieles habían podido hacer. A partir de ese momento, ese territorio
quedaría libre… aunque no seguro.

* * *

A finales de otoño de 1837, los pawnees skidis, una de las principales subdivisiones
de la nación, se encontraban de caza cuando se cruzaron con una banda de sioux
oglalas. Era como si unos crows se encontraran con pies negros: solo había una
salida. Los pawnees arrasaron, lograron una victoria gloriosa, enviaron a un número
satisfactorio de oglalas a la tierra de los espíritus y se llevaron alrededor de veinte
mujeres y niños como prisioneros (serían adoptados por la tribu: era una de las
maneras habituales de mantener la población). Sin embargo, lo más inteligente era
regresar al hogar inmediatamente, porque los oglalas podrían aparecer en gran
números para limpiar su honor y provocar su muerte. Los skidis abandonaron la caza
y por ello tuvieron que sobrevivir con raciones escasas durante todo el invierno.
Además, algunos de sus prisioneros tenían viruela.
La población de la nación pawnee, que abarcaba desde el Loup Fork del Platte
hasta el río Republican, era de diez mil individuos (de acuerdo con los términos de
cualquier censo de indios). Al igual que los gros ventres, estaban parcialmente
inmunizados por la epidemia de 1831-1832, pero eso significó que al final casi cada
hogar lloró la muerte de sus hijos. Provocó una terrible escabechina entre los jóvenes,
y desde los skidis, la epidemia se expandió al resto de subdivisiones. Dunbar y Allis,
a quienes nos referimos como fundadores de la misión pawnee, calcularon un año
más tarde que murió un cuarto de la nación.

www.lectulandia.com - Página 287


Los pawnees eran amigos de pocos pueblos, pero eran los que se mostraban más
amigables con los hombres blancos… y por esa amistad finalmente recibieron la
habitual recompensa. Eran semi-sedentarios, cultivaban maíz y vivían en chozas al
norte de Qui-vira, la fabulosa provincia de oro y fasto a la que el Turco[*] guio a
Coronado desde Cíbola. Sus parientes cercanos, los wichitas, de hecho, eran el
pueblo de Quivira, y ellos mismos eran el pueblo que Castañeda afirma que habitaba
en Harahey. Eran de los pueblos más religiosos entre los indios; aunque sus
ceremonias no eran tan elaboradas como las de los arapahoes, sí poseían un sistema
más complejo de creencias. Hasta los últimos tiempos ellos, o al menos el grupo de
skidis, practicaron el sacrificio humano… eran los únicos indios de las llanuras que lo
hacían. El punto culminante de sus ritos era una ceremonia propiciatoria para su
deidad más iracunda, la Estrella de la Mañana, y solo se empleaba como último
recurso cuando castigaba a su pueblo. El ritual se realizaba en presencia de los
objetos sagrados que poseía la tribu, principalmente el fardo medicina (casi todas las
tribus de las llanuras tenían una colección similar o equivalente de objetos sagrados.
Eran pieles y plumas y una variedad de otros objetos totémicos, todos inmensamente
simbólicos). La víctima debía ser una virgen cautiva, y era ofrecida a la Estrella de la
Mañana en un ritual que recuerda al sacrificio azteca, aunque sin ninguna relación
con este. Sin embargo, veinte años antes, un audaz librepensador al que Wissler se
refiere como Petalasharo, había rescatado a una joven comanche a punto de ser
sacrificada; más tarde, volvió a intervenir en dos ocasiones. Tras su petición, los
skidis abandonaron la práctica… o, al menos, durante algunos años decidieron que la
Estrella de la Mañana no estaba lo suficientemente enfadada para necesitarlo.
Ahora, cuando los niños morían y sus padres lloraban entre las chozas, los skidis
sabían que habían pecado; no eran mucho mejores que cualquier apóstata. Así que
decretaron un castigo tribal y una restauración de los ritos religiosos. Tenían una
virgen sioux, y en abril de 1838, tras el invierno de desesperación, estaba llegando la
época de la siembra, cuando la Estrella de la Mañana debía ser adorada. La víctima
debía mantenerse en la ignorancia de su sino, pero recibía un trato de constante
amabilidad, venerada como un instrumento de los seres sobrenaturales, y engordada
con banquetes constantes… Siempre comía sola, ya que si alguien se convertía en su
anfitrión existía otro tabú que le obligaba a protegerla y defenderla. Entonces, se
iniciaba un prolongado ritual en el momento señalado, ayuno, bailes, profecías,
canciones, con todo el alboroto y éxtasis con que estos rituales debían desarrollarse.
La mañana del último día la virgen era enviada a recorrer el poblado pidiendo madera
y palos. Los sacerdotes recogían la cantidad adecuada para el ritual y los
consagraban. Se erigían dos postes sobre una plataforma; dos travesaños los unían y
se encendía un fuego pequeño entre ellos. De noche, tras purificarla a ella y a sí
mismos por última vez, los sacerdotes desnudaban su ofrenda, pintaban la mitad de su
cuerpo de negro y la otra mitad de rojo y la colgaban por las muñecas y tobillos entre
los postes y sobre el fuego humeante. A continuación, muchos chicos que también

www.lectulandia.com - Página 288


habían sido purificados ceremonialmente disparaban los tallos duros de juncos en sus
pechos y el resto de su cuerpo, docenas de ellos. Los juncos penetraban solo un poco;
algunos de ellos se prendían fuego y ardían. Todo esto se realizaba con el intricado
acompañamiento de cantos y bailes sagrados, supervisado por los hombres medicina,
ya que un error en el sacrificio enfurecería aún más al dios, y todo ello provocaba el
frenesí. El incienso sagrado desprendía nubes de humo, las llamas crecían y
disminuían, la grasa goteaba sobre ellas desde el cuerpo perforado de la joven que
gritaba… hasta que al final el rito religioso se completaba y un sacerdote disparaba
una flecha al corazón de la virgen. Después, él y sus asistentes le arrancaban el
corazón y lo quemaban, separaban la carne de los huesos y la enterraban en los
campos de maíz o se la daban a comer a los perros de la tribu. Dejaban el esqueleto
colgando allí en su bastidor y la Estrella de la Mañana era así aplacada… Y de esta
manera, los pawnees skidis intentaban erradicar el mal del mundo[7].

* * *

El Comisionado de Asuntos Indios informó de que la epidemia apareció en primer


lugar entre los chickasaws, que contagiaron a sus vecinos los choctaws, y que
«gracias al precoz y diligente uso de la vacuna, se logró mucho en ese territorio para
detener los estragos de la afección». Añade que la enfermedad se extendió de los
chickasaws y los choctaws hacia «el noroeste». Esto es lo más parecido a un informe
oficial que hemos logrado obtener y probablemente no sea correcto. Los chickasaws
y los choctaws podrían haber sufrido una epidemia de viruela en 1837, y tal vez fue
detenida gracias a la vacuna, aunque uno duda de esto último, pero la epidemia que
afectó a las tribus de las Llanuras no se originó a partir de ellos. Estaban
permanentemente situados en las tierras que les asignaron al sur del Territorio Indio
o, más bien, en la región que más tarde se llamó Territorio Indio y ahora Oklahoma.
Pero los pawnees, que estaban más cerca de ellos que ninguna otra tribu del Misuri,
fueron los últimos en resultar contagiados a raíz de su contacto con los sioux, que
vivían al norte de ellos. Además, las tribus entre los chickasaws y el Misuri no
parecen haber resultado contagiadas y no se expandió por tierra a las montañas, como
sin duda habría ocurrido si hubiera habido un brote considerable en las Naciones
Civilizadas.
El Comisionado afirma además que «la vacuna fue enviada por un caballero que
viajaba por la región del río Columbia, tras solicitar introducirla allí él mismo», y esta
afirmación es ciertamente extraña. Como ningún caballero querría adentrarse por el
Columbia en 1837 después de que las noticias de la epidemia llegaran a San Luis, el
Comisionado está reconociendo que no tomó ninguna medida para proteger a los
indios del noroeste hasta un año más tarde… y que entonces envió algunas vacunas
esperando que aún quedara alguien que pudiera beneficiarse de ellas. En cuanto a las

www.lectulandia.com - Página 289


tribus que sufrían la enfermedad, envió «a un caballero médico», quien «en su
benevolente misión vacunó a unas 3.000 personas» y hay esperanza de que «se
lograra una gran prevención y se hiciera el bien». Esto también, por lo visto, en 1838.
El informe del Secretario de Guerra Poinsett revela que su Departamento ordenó más
medidas y considerablemente más contundentes que las que finalmente se llevaron a
la práctica. Sin embargo, nada hubiera servido de mucho.
El Comisionado dice que de las seis tribus del Misuri principalmente afectadas —
mandans, arikaras, minnetarees, sioux, assiniboins y pies negros—, al menos 17.200
murieron. Podría ser: este cálculo es tan fiable como cualquier otro, pues ninguno de
los que existen era ni siquiera moderadamente exacto. No había datos. No había
censo de las tribus. Sus números eran calculados a ojo por los comerciantes y los
agentes indios, que eran voluntariosos, pero a los que se les debe atribuir un margen
de error de hasta un cincuenta por ciento (a menos que el conteo lo realizara algún
buen agente, Pilcher, por ejemplo). Y no había forma de saber cuántos indios se
contagiaron de viruela, cuántos murieron, cuántos se recuperaron. Se pudo contar a
los mandans supervivientes e interrogar a sus sedentarios vecinos. Pero en cuanto a
las tribus migratorias… un año más tarde las bandas eran patentemente más reducidas
de lo que lo habían sido, y más allá de este hecho todo lo demás era mera
especulación. Sin embargo, basta señalar el hecho históricamente importante: que el
equilibrio de las tribus del Misuri había quedado alterado de forma permanente. La
importancia de ese hecho es lo que provocó los cálculos excesivamente grotescos de
los fallecimientos que se realizaron por entonces. D. D. Mitchell, que debería haber
tenido más sentido común, calculó que murieron unos 150.000 indios de viruela…
más del doble de los indios que componían las tribus azotadas por la viruela. Mitchell
reflejaba la conmoción de las tribus afligidas y de los comerciantes blancos. Las
cifras son grotescas, pero la consecuencia no lo es: las relaciones de los pueblos de
esas tierras serían diferentes de como lo habían sido hasta ese momento. Así pues, tal
como las cartas agónicas enviadas entre la oficina central de Pratte-Chouteau y sus
factores atestiguan, también afectó al comercio de pieles.
Hemos visto relaciones internacionales permanentemente alteradas por la
migración de los sioux oglalas a la llanura Laramie. La epidemia de viruela también
cambió los equilibrios de poder. Las consecuencias de estas y otras fuerzas
finalmente atraerían la atención de la nación con nombres tales como Caballo Loco,
Caballo Americano, Toro Sentado, Nube Roja, Gall, Toro Alto, Nariz Romana,
Caballo Blanco, Pequeño Lobo, Cuchillo Desafilado, Satanta, Chivington y Custer.
No es necesario ahondar en el rumor y el folclore creados alrededor de la
epidemia. Jim Beckwourth, que en su época fue culpado de casi todo lo que sucedía
al oeste del Misuri, también fue culpado de esto. En las tiendas de las tribus a quienes
los crows y su Enemigo de los Caballos [Jim Beckwourth] habían saqueado, y en los
campamentos de los tramperos que no lo apreciaban, se rumoreaba que Jim se había
hecho con una manta infectada y se la había vendido a los pies negros, los enemigos

www.lectulandia.com - Página 290


de su pueblo adoptivo. Hemos visto cómo se contagiaron los pies negros… y hemos
visto esa misma manta infectada aparecer en otros dos contextos, atribuida a otros
dos villanos, y en ambos casos erróneamente. Jim Beckwourth era, si uno quiere
salirse del marco histórico, como Francis Parkman le describió en Beacon Hill, «un
rufián de primera, sanguinario y traicionero», aunque el hecho de que no tuviera
«honor ni honestidad» está menos claro. Pero no tuvo nada que ver con la epidemia
de viruela del alto Misuri en 1837. La acusación resultaba natural en los indios que
no entendían nada más que una responsabilidad personal. Es menos entendible entre
los historiadores de hoy en día, algunos de los cuales lo han dado por hecho, y
muchos más han basado sus análisis de la epidemia en ideas igualmente insostenibles.
Por ejemplo, el ataque continuado contra la American Fur Company. Este libro no
debería ser sospechoso de defender la ética comercial de la Compañía. Pero debo
protestar por la tendencia de los historiadores del siglo XX a juzgar la historia
estadounidense por ideas que en la década de 1830 jamás se habían oído, que no
habrían entendido y que tan solo provocan confusión o absurdo cuando se les
imponen en la actualidad.
Debemos señalar que la American Fur Company no podía obtener un beneficio a
corto ni a largo plazo a raíz de la muerte de diecisiete mil clientes. Un inteligente
criterio comercial —y no había un mejor criterio que el de la Compañía en cualquier
lugar de los Estados Unidos— habría sacrificado el comercio de ese año, si fuera
necesario, para proteger el comercio futuro. La indignación de los estudiosos
modernos, horrorizados por la cínica ansia de beneficios, es absurda a la vista del
hecho de que cada agente responsable de la Compañía —Chardon, Halsey, Harvey,
Culbertson— intentó sacrificar el comercio de 1837. No lo lograron, pero fue debido
al nivel del conocimiento de aquella época y a la naturaleza de la mente neolítica.
En la quinta década del siglo XX es fácil afirmar que el Saint Peter’s debería
haber sido amarrado en algún lugar apartado hasta que la viruela se hubiera
extinguido, o que debería haber regresado a San Luis al tiempo que los indios se
mantenían lejos de él. Prueben a hacerlo, entonces.
En 1837 la teoría de los microbios y el concepto de inmunización no existía:
Pasteur aún iba a tardar diez años más en investigar incluso sus gusanos de seda.
Nadie sabía cómo se transmitía la viruela. Aunque los mejores médicos de Estados
Unidos hubieran ido a bordo del Saint Peter’s, habrían hecho exactamente lo que
hicieron los agentes de la Compañía: habrían advertido a los no infectados de que
evitaran los miasmas, no comer comidas que se suponía que alteraban las
proporciones de los atributos corporales míticos y, ante los primeros síntomas de
cualquier enfermedad, aplicar curas físicas y varias sustancias mágicas. Los mejores
médicos sabían empíricamente que era mejor aislar a las víctimas de la viruela en
cuanto se sabía que la padecían (mucho después de que se hubieran vuelto
infecciosas); los agentes de la Compañía tenían el mismo conocimiento y actuaron de
acuerdo a este. Pero nadie entendía la lógica de la cuarentena.

www.lectulandia.com - Página 291


Sin embargo, supongamos que hubieran tenido el conocimiento que posee todo
estadounidense hoy en día (excepto el millón aproximado de aquellos que pertenecen
a organizaciones antivacunas, antivivisecciones y antiinvestigaciones, y que en
ocasiones provocan brotes de viruela que se distingue de la que azotó a los mandans
tan solo en que el resto de nosotros hemos sido vacunados). Es decir, supongamos
que hubieran sido totalmente distintos de los norteamericanos de 1837 que no
guardaban cuarentena… que, de hecho, cinco años antes se habían negado a guardar
cuarentena durante la epidemia de cólera que devastó la mitad de los Estados Unidos,
y que ante la viruela siempre actuaron de forma muy parecida a como lo hicieron los
indios. Supongamos todo esto. Entonces, ¿cómo se habría podido mantener a los
indios alejados de las fuentes de infección, los barcos de vapor y los puestos de
comercio? Ni la teoría de los microbios, ni la teoría de la inmunización, ni las teorías
médicas de 1837 podían ser explicadas a los indios con conceptos que fueran capaces
de entender. La mente neolítica tenía sus propias teorías y había probado que eran
correctas. Si uno ponía en cuarentena a los enfermos, a pesar de todo, los indios se
colarían dentro de los recintos en cuarentena… como de hecho hacían. Si rehusaban
comerciar con ellos, ellos se las ingeniarían para robar la mercancía o forzar a los
agentes a comerciar con ellos a pesar de todo… y de hecho lo hicieron. A veces,
aunque casi nunca en ocasiones predecibles, un indio creía en lo que un hombre
blanco le decía sobre lo desconocido. Le creía según su entendimiento. Pero cuando a
un indio se le negaba la entrada a algún lugar o cuando se le negaba el habitual
comercio o la entrega de sus anualidades, tanto el conocimiento empírico como el
teórico de la mente neolítica le indicaban que le estaban estafando y no era capaz de
considerar otras hipótesis.
Pero ¿debería el gobierno haber detenido el comercio y vacunado a los indios?
¿Basándose en qué información, cuando la comunicación en ambas direcciones entre
San Luis y Fort Clark requería de cuatro meses o más? ¿Con qué autoridad, con qué
poderes delegados por el gobierno, con qué aprobación social y siguiendo qué tesis?
Y, simplemente, ¿cómo? Quizás tan solo la mitad de los médicos de Norteamérica, y
ni un cuarto de la población en general, creían en la eficacia de la vacuna. Ni el
Departamento de Guerra ni la Oficina de Asuntos Indios tenían la autoridad necesaria
para llevar a cabo tal acción… ya hemos visto al Comisionado esperando persuadir a
algunos indios por mediación de un individuo privado. El Congreso y un público
enardecido habrían prestado atención a cualquier funcionario que intentara
coaccionar a la Compañía, coaccionar a cualquier hombre blanco, quienquiera que
fuera. En cuanto al proceso de convencimiento y persuasión de una gran cantidad de
indios para someterse a la inoculación de una medicina sin duda diabólica en una
herida de sus brazos, consúltense las crónicas en primer lugar de las misiones
religiosas y luego de las fundaciones científicas que se han enfrentado a la mente
neolítica en todas las partes del mundo. Incluyendo la población blanca rural del sur
de los Estados Unidos en pleno siglo XX.

www.lectulandia.com - Página 292


Nos hallamos aquí ante un ejemplo del pensamiento a posteriori que corrompe la
historia, un historiador de las sociedades de frontera, que ha tenido que abrirse paso a
través de la frondosidad de las ideas del siglo XX proyectadas hacia atrás,
normalmente con indignación, sabe mejor que nadie. Consideremos, ya que no
implica a los indios, la acusación de que el pionero norteamericano que fue
conquistando aviesamente el oeste, en eterno detrimento de la posteridad, destrozó
los bosques del Medio Oeste. Es una piedra angular en todas las mentes con derecho
a llamarse liberales y se enseña en todas las escuelas de la nación. Bueno, en primer
lugar, el pionero no hizo tal cosa. Taló partes de los bosques para trabajar el suelo y
dedicarlo a campos de cultivo, incrementando así la productividad de los bosques que
permanecieron. Si los pioneros que abrieron los claros para las granjas hubieran sido
los únicos que cortaron los árboles, los bosques del norte del Medio Oeste
probablemente estarían en mejores condiciones hoy que cuando la frontera llegó a
ellos, y los problemas de inundaciones y erosión serían como eran en 1800 (es decir,
bastante serios). Lo que arrasó con los bosques no fueron los granjeros sino la
industria… la industria del petróleo que demandaba barriles, la industria del
ferrocarril que demandaba conexiones y la industria maderera que demandaba tablas
y tablones.
Sin embargo, la responsabilidad personal de los granjeros no puede ser borrada de
la historia popular norteamericana, que continuó fustigándolos con ideas que
comenzaron a arraigar en el pensamiento norteamericano, del siglo XX. Pero, por
aceptar esas ideas y trabajar con hipótesis otra vez, ¿qué se supone que el padre de A.
Lincoln debía hacer? ¿Era, en general, deseable (incluso con relación a la posteridad)
poblar Indiana? Y si la respuesta es afirmativa, ¿cómo se puede labrar Indiana sin
abrir claros primero? (y, de paso que contestan esta pregunta, consulten las
características de la tierra no forestal de Indiana, las ideas aceptadas en la frontera
sobre tierras arables y lo que la agronomía sabe ahora pero no sabía entonces). Si los
claros eran necesarios, ¿qué principios o teoremas iban a guiar a Thomas Lincoln al
seleccionar el lugar de un claro y determinar su extensión? Si aún queda algún
rescoldo de indignación porque los vecinos de Thomas Lincoln quemaban los árboles
que talaban y que les sobraban, cuando deberían haber sido empleados para algún uso
económico más allá de la potasa y el carbonato potásico, indiquen qué uso y
especifiquen cómo estos derrochadores de la riqueza de su progenie deberían haber
puesto esta madera en el mercado. Aún queda otra queja. ¿Cuáles eran las diferencias
entre los bosques de Indiana y los bosques de Europa, donde se practicaba la
conservación? ¿Cuáles eran las diferencias entre las concepciones europea y
norteamericana de la frontera acerca de los recursos naturales, la propiedad privada y
comunitaria, el dominio público y el futuro? ¿Cómo, en términos del pasado,
hubieran hecho llegar sus ideas a Tom Lincoln y a sus vecinos? ¿Cómo las habría
aplicado? ¿Cómo las habría hecho acatar?
Tales cuestiones son relativamente simples en comparación con las que surgen

www.lectulandia.com - Página 293


sobre el encuentro de culturas civilizadas y neolíticas. Y también las cuestiones que
surgen sobre el comercio de pieles en las Montañas Rocosas y el noroeste
norteamericano durante la primera mitad del siglo XIX.
Después de más de dos siglos durante los cuales las tribus indias se habían estado
exterminando unas a otras y los imperios francés y británico habían luchado en
sucesivas guerras por el comercio de pieles, se hizo evidente que la mejor manera de
llevarlo a cabo era por medio de un monopolio regulado por el gobierno. «Mejor»
aquí significa, haciendo justicia a los indios, con menor derramamiento de sangre,
con la máxima contención de gastos, con una máxima estabilidad y con una máxima
expectativa de conservar el mercado de las pieles en el futuro. Dicho lo cual, debe ser
inmediatamente reformulado: dentro del sistema político británico, la experiencia de
la Hudson’s Bay Company indicaba que un monopolio inteligente e inteligentemente
regulado era la mejor manera de gestionar el comercio de pieles siempre que pudiera
estar totalmente salvaguardado de la competencia salvaje.
Un monopolio regulado por el gobierno de los Estados Unidos durante la primera
mitad del siglo XIX no solo era imposible, era inconcebible. Ni siquiera habría
servido un sistema de licencias y supervisión gubernamental. Las ideas de gobierno,
política, economía, negocios y libre albedrío arraigadas en el pueblo de los Estados
Unidos lo impedirían.
Entonces, ¿debería el gobierno haber realizado el comercio por sí mismo? Lo
intentó, y eso también resultaba demasiado ajeno a las creencias y experiencia del
pueblo norteamericano para ser tolerado. Los negocios entraban en el gobierno ya
con bastante facilidad, ya fuera al nivel del congresista Ashley, el senador Benton y el
secretario Webster, o al nivel de los inspectores y agentes indios que disfrutaban tanto
de nóminas privadas como públicas. Pero el gobierno solo podía entrar en el negocio
si lo permitía el presupuesto anual del Congreso para las infraestructuras que
contentaran a sus votantes: mejoras fluviales y portuarias, oficinas de correo, caminos
postales, subsidios para la construcción de canales y ferrocarriles… de las cuales, a
excepción de las dos primeras, todas significaban dinero, no gestión. La situación no
cambiaría hasta que un número suficiente de gente tuviera ideas diferentes y pudiera
manifestarlas, lo cual no ocurrió hasta después de que el comercio de pieles de
montaña finalizara. En el periodo que tratamos aquí, ni los indios ni las prácticas
comerciales honestas, tal como ahora las concebimos, carecían de defensores. Pero
no había suficientes voces para producir un efecto.
El soborno, la corrupción de los agentes del gobierno, la degeneración de los
indios americanos, el asesinato, el robo, la piratería, el secuestro, el contrabando de
licor, la guerra privada, el empleo de las fuerzas públicas en una guerra privada y
otras prácticas delictivas caracterizaron el comercio de pieles en el Oeste (como
habían caracterizado al comercio de pieles francés, canadiense y británico). Eran
deplorables. Pero deben ser juzgadas en relación con el contexto del propio Oeste.
En las más de un millón de millas cuadradas donde se desarrolló el comercio de

www.lectulandia.com - Página 294


pieles no había ningún tipo de asentamiento blanco permanente. El escenario era la
naturaleza y más de la mitad del territorio no pertenecía a los Estados Unidos. En la
parte que no era norteamericana, ni el gobierno ni la sociedad pudo hacer nada en
absoluto; en la parte norteamericana, el gobierno se vio incapaz de hacer nada más.
Nadie dio voz a los urgentes sentimientos de los norteamericanos en su totalidad,
pero podrían ser resumidos así: el territorio salvaje del oeste nos pertenece, veamos
qué podemos hacer con ello y prescindamos de la presencia del gobierno allí excepto
en aquello que nos ayude y no nos impida lograr nuestros objetivos tal como lo
consideremos. Además, el Oeste no solo era territorio salvaje, era también un vasto
espacio. Era demasiado extenso para que el gobierno ejerciera un control policial. No
se puede enviar a una compañía de dragones con una caravana de suministros desde
Fort Leavenworth, Kansas, a Lander, Wyoming, a perseguir a un hombre que haya
asesinado a un indio o haya robado una piel de castor. Ni puedes garantizar desde San
Luis la responsabilidad de un funcionario público en Pierre, Dakota del Sur, que haya
sido sobornado por una compañía de pieles. La American Fur Company solo fue el
primero de esos grupos humanos y corporaciones en el lejano Oeste, y el juez Roy
Bean no fue el último de los hombres que representaron históricamente la ley al oeste
del río. Antes de que la responsabilidad legal fuera posible en el Oeste, primero fue
necesario colonizar el Oeste. Eso implicó, además de muchas otras cosas, las
migraciones de Oregón y California, la Fiebre del oro y el desarrollo de la minería en
el Oeste interior, además de la construcción del Ferrocarril del Pacífico (periodo en el
que el comercio de pieles de montaña y una gran parte de la cuestión india
desapareció). Tras colonizar el Oeste, no se pudieron aplicar instrumentos legales en
el comercio, ni establecer una justicia penal rudimentaria, ni una justicia civil
rudimentaria, hasta que los colonos del Oeste cambiaron los sentimientos que traían
consigo y las demandaron. Esto ocurrió finalmente, pero esos mínimos de decencia
rudimentarios no pudieron ser establecidos hasta que el Oeste se los arrancó a la
fuerza al Este. Y esto llevó tiempo. El desarrollo del tejido social norteamericano
había hecho surgir en el Este un poderoso interés económico en evitar que este
mínimo de decencia legal y social se extendiera al Oeste.
Con esto pretendo decir que la historia del comercio de pieles de montaña es parte
de la historia del Oeste. El Oeste siempre ha tenido que ir creando sus leyes a medida
que ha ido avanzando. Siempre ha ido por delante y por detrás de la ley importada de
los centros de poder. Siempre ha sido explotada en ausencia de propietarios y
gestores bajo autorización de una ley importada. Además, los indios del Oeste
tuvieron una desgracia doble, que la historia tuvo que lidiar como tal. Eran, como
todos los indios, un pueblo neolítico en conflicto con una cultura superior. Pero
también eran occidentales. Eso significa que fueron las primeras víctimas de un
sistema de desarrollo cuyas víctimas posteriores y sucesivas han sido blancas. Como
tal, deben ser juzgados en relación con la vastedad del territorio del Oeste por ocupar,
la industria en desarrollo, el crecimiento de la población de la nación y la

www.lectulandia.com - Página 295


proliferación (en parte implícita y en parte impuesta) de un sistema de control
financiero que reconvirtió la propiedad, manipuló el crédito y esquilmó los recursos
de la provincia saqueada con el único objetivo de canalizar hacia el Este cualquier
riqueza que el Oeste pudiera producir. Nada de esto justificaba la asesina violencia
que se les aplicó, pero un paso preliminar a la escritura de la historia es establecer esa
violencia en la ya violenta sociedad blanca del Oeste.
Los historiadores del Oeste todavía no han completado ese paso preliminar. Esta
narración quiere hacer hincapié en el hecho de que los juicios históricos deben ser
secundarios o inanes hasta que los preliminares de la declaración histórica hayan sido
completados, y ahora podemos regresar al objeto central de esta narración.

www.lectulandia.com - Página 296


XII

UN PINTOR EN LA RUTA
(1837)

Dejamos a la brigada de la American Fur Company liderada por Jim Bridger y


acampada para pasar el invierno de 1836-1837 en algún lugar de Absaroka, en
territorio crow. Meek afirma que fue en el río Powder y Russell afirma que en el
Yellowstone, a unas pocas millas de la desembocadura del Clark’s Fork[1]. Ambos
podrían tener razón; la brigada tal vez pasara el invierno en dos subdivisiones.
Ambos lo describen como un invierno de una comodidad poco habitual y también
como —en palabras de Meek— «profundamente desmoralizante». Por algún motivo,
Bridger estaba gastando el alcohol de la Compañía con sus hombres, lo que
significaba una gran juerga en las montañas. Y ahora los crows abandonaron lo poco
que les quedaba de su política de moderación. Los jefes hicieron una visita de
cortesía al viejo Gabe y se emborracharon. Tras el intercambio, envió comerciantes a
los poblados indios con alcohol en lugar de productos. Los jefes eran metódicos.
Seleccionaban a algunos hombres de los guardias del poblado que debían permanecer
sobrios mientras sus amigos se emborrachaban y protegían al comerciante. Se
registraba a los hombres para detectar las armas que portaban, y luego, cualquiera que
tuviera capas de búfalo o pieles de castor o mocasines o cualquier otro producto
negociable entraba y comenzaba a beber. «Todas las clases de borrachos», dice Meek,
«desde el simple estúpido hasta el tonto, el heroico, el loco, el bestial y el asesino se
daban cita allí». Los crows iban dando tumbos, vomitaban, luchaban, gritaban y
dormían… tanto, dice Meek con asombro, que los hombres de montaña se quedaban
impresionados. Mientras se iban acercando a un estado comatoso, el comerciante iba
incrementando la proporción de agua en la bebida, devaluando hasta tal punto la
divisa que finalmente unas pocas cucharaditas de alcohol pagaban una piel de búfalo.
Cuando el poblado volvía a estar sobrio, había más viudas y huérfanos que antes, y
todos estaban arruinados. Un indio empobrecido siempre confiaba en sacar algo
robando o guerreando, así que cuando sus comerciantes regresaron con el botín,
Bridger trasladó el campamento.
A finales de enero, aburrido por la falta de acción, Osborne Russell se llevó a
media docena de compañeros a cazar búfalos, y en lugar de eso se encontraron
abriendo la temporada de caza de los pies negros. Una partida de cazadores de
invierno de pies negros, ya bien adentrados en Absaroka, los persiguieron hasta el
campamento, bastante drogados. La humillación debía ser vengada tanto por orgullo
como por las relaciones comerciales, así que unos días más tarde encontraron otra
partida de caza, les persiguieron hasta unos viejos aserraderos y allí los eliminaron. El

www.lectulandia.com - Página 297


intercambio les había costado a los pies negros el equivalente a una estafa. El día del
cumpleaños de Washington, por lo tanto, Bridger, desde su torre de observación, vio
la lejana llanura abarrotada de pies negros. Puso a toda la guarnición a trabajar
fortificando un cuadrado grande con troncos y arbustos junto a un meandro del río, a
los pies de un precipicio. Se dobló la vigilancia nocturna. Russell tenía el turno desde
las nueve hasta medianoche. El invierno en las llanuras de Montana… sin viento,
temperaturas gélidas, las estrellas a ocho pies de distancia, las ramas de los árboles
reventando como si detonaran. Russell no esperaba que los pies negros atacaran antes
del alba, pero cualquier hora era buena para intentar llevarse los caballos. Sin
embargo, no ocurrió ninguna de estas cosas. El cielo de repente se iluminó con una
magnífica aurora. Un rojo sangre que se deslizaba y se enroscaba y zigzagueaba y se
fundía apareciendo y desapareciendo durante dos horas enteras. Tampoco se produjo
el ataque durante la mañana, así que Bridger hizo un reconocimiento del terreno y
encontró a los indios inactivos en un gran campamento a unas pocas millas de
distancia. Cuando esa noche todo seguía en calma, Russell comenzó «a temer que no
íbamos a luchar después de todos nuestros esfuerzos». Por la mañana, un explorador
indio persiguió a un explorador blanco hasta el campamento con una bala en el talón,
y a continuación mil pies negros empezaron a cruzar el hielo hacia el campamento.
Los chicos (eran unos sesenta aproximadamente) se prepararon, pero los pies negros
se detuvieron antes de llegar al rango de sus rifles y el jefe de la tribu se colocó a
suficiente distancia para hablar con lenguaje de signos. Sostuvo en alto las manos con
las palmas juntas, golpeó el puño izquierdo varias veces con la palma derecha, usó
ambas manos para trazar el contorno de su pipa medicina y levantó la mano derecha
estirada señalando hacia arriba y hacia fuera. «Amigablemente… llenar la pipa…
fumar… marcharse». Se giró de espaldas al campamento de Bridger y guio a su gran
poblado en dirección al Three Forks. La aurora roja había estado situada en medio del
cielo sobre las cabezas de los pies negros. Probablemente lo recordaron el siguiente
mes de julio cuando llegó la viruela.
La paz —cuando el enemigo era tan grande— le parecía bien a Jim Bridger. Pero
en la refriega anterior, Manhead, el líder de su contingente de delawares, había
muerto y Joe Meek estaba dolido. Solo se podía vengar un golpe adverso devolviendo
el golpe. Así que se llevó a un compañero y siguieron el rastro de los pies negros. Esa
noche, los dos entraron sigilosamente en el campamento, observaron durante un rato
a un grupo de indios jugando al juego de la mano, luego soltaron nueve caballos y
regresaron al campamento con ellos, saldada así la deuda. La campaña y la caza de
primavera arrancó a tiempo. Las brigadas se dividieron en partidas de tramperos que
peinaron el Big Horn, el Yellowstone, el Gallatin, el Madison y el Jefferson, el
macizo de montañas al norte del parque de Yellowstone, el propio parque, e Idaho al
oeste de la Divisoria. Kit Carson, al mando de sesenta hombres, mantuvo una batalla
de tres horas con pies negros y tuvo que salir corriendo en busca de Bridger en cuanto
vio que se estaban quedando sin pólvora. Con los delawares, la pequeña partida de

www.lectulandia.com - Página 298


Russell mató a unos cuantos pies negros más para ayudar a Manhead en el mundo de
los espíritus. La partida de Meek se tropezó numerosas veces con grupos de pies
negros, que andaban siempre persiguiendo o siendo perseguidos y tuvieron que poner
las trampas de los castores con el rifle en una mano durante toda la temporada. Meek
se había despedido del grupo de Carson y estaba de nuevo con la Compañía, asociado
con su pendenciero amigo Doc Newell. A finales de primavera armaron un poco de
jaleo cuando encontraron un campamento de pies negros en un angosto desfiladero.
Joe, Doc Newell y otros entraron en acción inmediatamente y se arrastraron por un
risco por encima del campamento. Los indios reaccionaron violentamente, se
lanzaron a por ellos, los flanquearon, se colocaron por encima y los forzaron a
avanzar hacia el campamento, donde los rodearon. Al día siguiente, la principal
partida de Bridger apareció a tiempo para ayudar. La batalla se expandió más allá del
campamento asediado en dirección a la llanura, que se llenó de duelos al galope.
Meek a punto estuvo de caer cuando un pie negro se aproximó mientras cargaba el
arma, pero el bravo tensó el arco demasiado, la flecha cayó y Joe se recompuso.
«Cotton» Mansfield se vio rodeado por pies negros aullantes y se le escuchó gritar:
«Decidle al viejo Gabe que el viejo Cotton ha caído», pero no cayó porque algunos
de los chicos llegaron a tiempo. Doc Newell derribó a un bravo de su montura y saltó
del caballo para arrancarle la cabellera. Estaba cortándola con el cuchillo cuando el
indio se levantó y arremetió contra él. Doc no pudo liberar la mano izquierda porque
el indio tenía el cabello adornado con unas piezas metálicas en las que se le
engancharon los dedos. Lucharon en un círculo chocando cuchillos, hasta que Doc
logró apuñalarlo y le rebanó la cabellera tranquilamente.
(Esta es la pelea que Joe Meek más tarde afirmó que inspiró una pintura famosa:
El último disparo del trampero. Dice que John Mix Stanley estaba allí y quedó tan
impresionado por un retablo en el que figuraba Joe que lo inmortalizó. Pero, en
realidad, Stanley no marchó al Lejano Oeste hasta 1846, no conoció a Meek hasta
1847 y no pintó El último disparo del trampero).
La partida de Bridger pronto forzó la retirada de los pies negros. Joe Meek casi
logró retener a una squaw sin caballo, pero su esposo pasó junto a ella al galope y la
mujer agarró la cola del caballo y se salvó. Unos días más tarde, durante una tregua
de pradera, un bravo llegó cabalgando al campamento con su esposa y una hija.
Teniendo en cuenta el número de cabelleras que su pueblo había recolectado
últimamente, resultaba algo extraño, por no decir arriesgado, y algunos de los
hombres querían castigar tal osadía. Joe y Kit Carson intervinieron y condujeron a los
indios sanos y salvos fuera del campamento. Joe, que se estaba quedando sin tabaco,
pidió un poco como pago. El indio valoraba su seguridad más que dos mascadas de
tabaco, las pagó y se marchó[2].
Una caza típica de primavera en el territorio de los pies negros… pero no típica
en cuanto al número de pieles que se consiguieron. Las sospechas de los últimos dos
años quedaron confirmadas: el territorio de castores estaba casi agotado por la

www.lectulandia.com - Página 299


sobreexplotación de los tramperos. Cuando llegó el verano, las partidas se dirigieron
al sur y la rendezvous se estableció otra vez en el valle del río Green. Russell, que
viajó desde el Paso Sur, llegó al Green el 10 de junio y encontró un campamento ya
montado aproximadamente a medio camino entre las desembocaduras del Horse
Creek y el New Fork. Era un campamento inusualmente grande y se había
congregado una multitud muy variada: «Los blancos eran principalmente
norteamericanos y franceses canadienses, con algunos holandeses, escoceses,
irlandeses, ingleses, mestizos e indios de pura raza de casi todas las tribus de las
Montañas Rocosas». La feria iba a ser de nuevo monopolio de la Compañía, lo que
significaba que los indios y los tramperos libres iban a cobrar unos precios de
miseria. Pero tuvieron que esperar casi un mes a la caravana de Fitzpatrick.
Convirtieron la rendezvous en un concurso de rodeo continuo. La caza abundaba. Las
squaws curtían las pieles, fabricaban tiendas, cosían y remendaban ropa y preparaban
pemmican. Los bravos y los tramperos cazaban carne cuando la necesitaban y
disfrutaban de unas vacaciones. «Algunos jugaban a las cartas, algunos jugaban al
juego indio de la mano y otros hacían carreras de caballos, mientras aquí y allá se
podían ver pequeños grupos reunidos bajo árboles frondosos contándose los
acontecimientos del año, todos de buen humor y disfrutando de buena salud, porque
la enfermedad era algo extraño que raras veces se veía por aquella región».
Ese año, los nez perces trabajaban principalmente para conseguir que Henry
Spalding se estableciera, así que la delegación de estos era pequeña, Russell dice que
alrededor de media docena. Un poblado de bannocks de sesenta tiendas llegó y
acampó a tres millas (los bannocks eran shoshones escindidos que vivían en el sur de
Idaho, con corazones siempre negros y nada que los hombres blancos pudieran
asociar a ninguna virtud). Llegaban para la feria anual de comercio con paz en sus
corazones y todos los auspicios favorables. Pero de camino allí se habían apropiado
de algunos caballos y trampas pertenecientes a una pequeña partida de tramperos en
el río Bear, y se habían presentado allí con el botín, impasibles. Cuando se les exigió
la devolución, se negaron. Varios tramperos y un par de nez perces cabalgaron al
campamento bannock, encontraron a sus propietarios asando carne y regresaron con
los caballos robados. Furiosos, treinta de los ladrones regresaron al galope al
campamento de los blancos y exigieron su botín. No tenían ninguna necesidad real de
luchar con los blancos, dijeron, pero no les importaría reclamarles los caballos a los
nez perces y que estos decidieran si querían que la cosa fuera a más. Era una
proposición interesante y los tramperos aparecieron en seguida. La mayoría de los
bannocks calcularon el tamaño de la banda y se dispusieron a irse con ánimos de paz
renovada, pero uno de ellos comenzó a insultar a su banda con los insultos que
siempre provocaban la ira en un indio. Partimos para recuperar estos caballos o
algunas cabelleras… tomemos lo que vinimos a buscar. Jim Bridger había aparecido
y sujetaba por la brida a uno de los caballos en disputa. Ese simple hecho debería
haber convertido en pacifista a cualquier hombre de las montañas, rojo o blanco, pero

www.lectulandia.com - Página 300


el bravo creía en su medicina. Alargó la mano para arrebatarle la brida a Jim y acto
seguido perdió de forma permanente el interés por los caballos. Otros doce más de su
banda fueron asesinados antes de que pudieran escapar. Los chicos cabalgaron hasta
el poblado bannock, lo saquearon, los obligaron a salir huyendo como almas que
lleva el diablo hacia el oeste y los siguieron, tiroteándoles durante tres días. Tras
regresar al campamento, una delegación de bannocks se presentó para informar de
que ya habían captado la idea… Si eran buenos bannocks, ¿podrían quedarse para
comerciar? Podían y así lo hicieron.

* * *

Durante el invierno de 1836-1837, la actividad de los dos personajes que han


figurado en esta narración engrandeció notablemente la herencia norteamericana.
Como ya hemos visto, Thomas Nuttall regresó a los Estados con su carga de
especímenes. John Kirk Townsend, que originalmente había partido al oeste con él,
ya no estaba allí; poco después de que Narcissa Whitman lo conociera en el
Columbia, zarpó a las Islas Sándwich (noviembre de 1836), pero no regresó a
Filadelfia hasta un año más tarde. Sin embargo, envió numerosos fardos de los
especímenes que había recogido a sus jefes, la Sociedad Filosófica Norteamericana y
la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia. Y ese mismo año, el gran Audubon
regresó a los Estados Unidos desde Londres, donde su hijo supervisaba la laboriosa
edición de Los Pájaros de América. El ingente trabajo ya llevaba en prensa desde
hacía diez años y todavía le quedarían otros dos años más. Originalmente debería
haber consistido en ocho partes y cuatrocientas ilustraciones, y de estas Audubon
había completado tan solo ochenta y cinco cuando viajó a Norteamérica. Esperaba
conseguir más suscriptores allí, pero sobre todo esperaba realizar de una u otra forma
las restantes ilustraciones. La mayoría de estas habían sido asignadas a especies de
los grandes territorios desconocidos: las montañas y la costa del Pacífico. Tenía
cincuenta y un años, nunca dispuso de suficiente dinero para financiar su labor de
forma apropiada y un pánico financiero en Londres provocó la cancelación de
muchas de las suscripciones británicas a su compendio de Pájaros (como el pánico de
Van Buren del año siguiente cancelaría las suscripciones norteamericanas), y
probablemente no tenía otra manera de viajar al Oeste y realizar los estudios y
colecciones que requería su gran proyecto.
Considerando sus antecedentes, no hay duda de que, contra todo pronóstico, John
James Audubon habría iniciado su viaje al Oeste. Y, de hecho, siete años más tarde,
en 1843, cuando la fortuna le era más propicia, realizó un reconfortante viaje
remontando el Misuri (este fue el año en el que Stewart revisitó las costas de la
ilusión y durante un tiempo se habló de que viajaron juntos). Llegó a Fort Union,
vivió allí durante dos meses en la habitación en la que Maximiliano y Bodmer se

www.lectulandia.com - Página 301


habían alojado con un propósito idéntico y realizó el viaje por tierra siguiendo el
curso del Yellowstone. A este viaje debemos sus búfalos, los grizzlis y otros dibujos
de Los Cuadrúpedos de Norteamérica.
Pero en 1836 no necesitó sufrir las estrecheces del viaje ni la incertidumbre o la
presión de las prisas. Seis semanas después de llegar a los Estados Unidos leyó una
descripción de los especímenes de Nuttall y Townsend. Se apresuró a Filadelfia,
descubrió que la colección contenía al menos cuarenta especies nuevas de pájaros y
se puso a negociar por estas con la Academia de Ciencias Naturales. En Boston,
Nuttall le prometió todos sus duplicados, pero Filadelfia se mostró reacia. Al final se
le permitió comprar unos noventa especímenes de Townsend y dibujar todos los que
quisiera del resto. Durante el invierno de 1836-1837 en Charleston, Carolina del Sur,
realizó dibujos de ellos y unos setenta terminaron convirtiéndose en ilustraciones para
Los Pájaros de Norteamérica. Esta gran adición es la razón de por qué la obra
contiene algunas ilustraciones compuestas (en contra de la intención original de
Audubon) y por qué los suplementos ampliaron el número de ilustraciones anunciado
originalmente[3].

* * *

Alfred Jacob Miller tenía veintiséis años y era un pintor romántico que había vivido
casi dos años en el audaz viento que soplaba en los estudios de París y Roma. Había
pasado muchas noches hablando con Horace Vernet y sus jóvenes, en muchos cafés,
en muchos atelieres. Había admirado a Horace Greenough, había viajado a Roma con
Nat Willis (y fue arrestado en la frontera, donde sus copias de cuadros del Louvre
fueron erróneamente confundidas con los originales), había venerado abyectamente a
Thorvaldsen. Había debatido sobre la belleza con todos los jóvenes. Y él también
había causado impresión; en París, le llamaban el «Rafael norteamericano».
Posiblemente era un título que no resultaba difícil ganar en 1833.
Norteamérica era diferente. Eran los albores de nuestro primer periodo nacional
cuando Miller regresó a Baltimore en 1834, pero un pintor debía trabajar duro y sacar
cualquier penique que se le pusiera a tiro. Tuvo que barnizar retratos de antepasados,
copiar en cualquier estilo que le demandaran, dorar un marco, realizar una
composición agradablemente simbólica cuando el perro de los niños moría. Baltimore
no fue muy receptiva al talento de Miller y en otoño de 1836 se marchó a Nueva
Orleans. Alquiló un estudio en Chartres Street y, tras buscarse la vida durante un
tiempo, se hizo un pequeño lugar en esa vieja ciudad de tradición multicultural y
estética.
En el mes de marzo o abril de 1837, Miller había completado un cuadro de
grandes dimensiones, una pintura de la ciudad de Baltimore bajo la romántica bruma
previa al anochecer, tal como se veía en la distancia desde la colina de Loudenslager.

www.lectulandia.com - Página 302


Era la bruma lo que le interesaba, los suaves tonos de luz en el cielo sobre la base
atenuada que se había convertido en una obligación en los paisajes de los jóvenes
pintores. Había oído hablar de un proceso llamado «veladura» —se preguntaba si no
fue así como Turner lograba su deliciosa oscuridad— y decidió probarlo en el cielo
que cubría Baltimore.
Estaba trabajando en otro lienzo cuando un caballero entró en el estudio, le saludó
con un movimiento de cabeza y se puso a examinar los retratos y paisajes en la pared.
Miller pensó que su visitante podría ser un habitante de Kentucky, aunque sin duda
no llevaba ninguna navaja visible como se habría podido esperar. El caballero
«llevaba puesto un traje gris con una raya negra en la costura del pantalón y se
mantenía enhiesto como una flecha… tenía un aire militar». Tras observar durante un
tiempo el paisaje de la colina de Loudenslager, dijo: «Me gusta la composición de esa
pintura y las vistas». Finalmente, se marchó… sin comprar nada. Regresó unos días
más tarde para explicarse y le dio a Miller una tarjeta en la que se presentaba como el
capitán William Drummond Stewart del Ejército Británico. El capitán le explicó que
había pasado los últimos cuatro años en el Lejano Oeste y estaba preparándose para
volver allí ese verano. Quería «un pintor competente para dibujar los extraordinarios
paisajes e incidentes» y ofreció a Miller el trabajo conminándole a que visitara a John
Crawford, el cónsul británico, y consultara la oferta con sus propios amigos.
Esta oportunidad que se le presentaba a un hombre joven de veintiséis años era
algo parecido a una oferta hoy en día de un viaje de cuatro o cinco meses por Asia y
el Pacífico Sur en un avión del ejército. Miller visitó al cónsul, quien le aseguró que
Stewart era el legítimo heredero que decía ser y estaba bien provisto para el dinero de
la travesía, pero probablemente Miller aceptó la oferta en el mismo instante en que la
escuchó. Haría el gran viaje, se iría al Oeste.
No se puede determinar si Stewart había pasado el invierno en Nueva Orleans o si
había marchado a las Islas Británicas como hizo el año anterior. Nueva Orleans
parece ser la opción más probable, ya que en esta ocasión iba acompañado de su
cazador, Antoine Clement, y a pesar de la presencia de hombres medio lagarto[*],
Miller descubrió que el escocés se sentía «como un pez fuera del agua». Cuando se
pasaba por la tienda de Stewart, Miller lo encontraba jugando a las cartas con «ese
hijo salvaje de la Pradera» para mantenerse ocupado.
No parece haber ni tan siquiera un diario del día a día del viaje de la caravana al
oeste en 1837, y hasta su llegada a la rendezvous tan solo se tienen deducciones…
deducciones de los diarios que describen la rendezvous, de los exiguos registros de
las compañías de pieles, de una o dos líneas en la escasa correspondencia entre
Stewart y Sublette y de las notas que Miller escribió para identificar sus acuarelas.
Estas últimas suponen un documento interesante y en ocasiones valioso en el estudio
de la historia del Oeste. Hay ciento sesenta y seis notas en el manuscrito, que es casi
el número original. Sin embargo, algunas de estas notas han sido revisadas siguiendo
la lectura posterior de Ruxton y Frémont y no hay manera de saber si las otras han

www.lectulandia.com - Página 303


sido también revisadas siguiendo estas reflexiones posteriores. Debemos ser
indulgentes con tales revisiones, pero no es relevante. En lo esencial, los «Borradores
para las Notas de los Dibujos Indios» son aceptados aquí como testimonio presencial.
Aunque de hecho Stewart realizó otro viaje al oeste en 1838 y luego regresó una
vez más en 1843, en un tour fantásticamente lujoso, puede que pensara que su
aventura de 1837 sería la última. Posiblemente la tensa situación que se deduce que
existía entre él y su hermano se relajó un poco, posiblemente sabía que su hermano
sufría de mala salud, probablemente los años o algún suceso desconocido le hicieron
enfrentarse con más resignación a la idea de vivir con Christina. Pero ese año llevaba
un equipo más grande y más fastuoso que nunca, como si quisiera darse un último
lujo, y quería que un pintor dibujara el territorio para luego poder reproducirlo en
Murthly Castle.
Antoine Clement era su director. Otros tres empleados llamados Louis, Auguste y
Pierre son nombrados en las notas de Miller, así como un cocinero llamado Jean o
John. Un libro de cuentas de Pratte, Chouteau & Company de la colección de la
Sociedad Histórica de Misuri muestra pagos a nombre de Stewart a favor de François
Lajeunesse; uno de estos pagos es por el pasaje en el barco de vapor, lo cual indica
que sin duda alguna era empleado de Stewart (este es el François Kaskaskai
Lajeunesse que con su hermano Basil marchó al oeste con Frémont. Habían
aprendido el oficio de montaña en sus salidas de Bent’s Fort, y Basil, que murió a
manos de los modocs junto al lago Klamath, fue uno de los favoritos del
Explorador[*]). Por lo tanto, estamos seguros de cinco hombres, además de Miller, y
debía de haber algunos más. Las alusiones de Miller en ocasiones indican una partida
considerablemente más numerosa, aunque en cualquier caso no lo suficiente para
explicar la discrepancia entre sus cifras de la caravana de la Compañía y aquellas que
aporta Osborne Russell[4]. Stewart había llevado dos carros al oeste el año anterior y
necesitaría al menos dos este año, si no tres. Hizo una parada más prolongada en los
lagos, lo cual implica una partida aún mayor. Se puede suponer que eran un mínimo
de ocho hombres, además de Miller y el propio Stewart, y las notas contradictorias de
Miller se explican por la incapacidad de este de establecer claramente que Stewart
había asumido ciertas tareas ejecutivas otorgadas por Fitzpatrick.
Estamos seguros de los manjares enlatados en esta ocasión porque Miller
menciona el vino y la cerveza Porter y describe a un trampero devorando una caja
entera de sardinas enlatadas que Stewart pretendía consumir como entremeses.
Afirma que Stewart tenía tres nuevos rifles Joseph Manton a cuarenta guineas cada
uno, bastante menos de lo esperado. El que entregó a Antoine debía de ser el rifle
más pesado en el Oeste hasta ese momento. Usaba munición del calibre doce.
Stewart, Miller y Antoine Clement partieron de Nueva Orleans hacia San Luis,
presumiblemente en abril. La ciudad, como gran centro neurálgico del sistema
nervioso del Oeste, vibraba por la agitación financiera. La guerra más amarga por
dinero en la historia norteamericana y la especulación más salvaje del siglo XIX

www.lectulandia.com - Página 304


habían precipitado la primera depresión nacional. El decreto «Specie Circular», un
ataque directo del presidente Andrew Jackson al monopolio del dinero, había sido
aprobado en agosto de 1836. Al obligar a que los pagos se realizaran con dinero en
metálico para la compra de las tierras del gobierno, echó abajo toda la imponente
estructura de especulación y con ella todo el sistema bancario salvaje… es decir, la
mayoría del sistema bancario norteamericano y todos los bancos del Oeste. Los
inversores extranjeros habían vendido los bonos norteamericanos, el comercio se
había paralizado casi por completo, el desempleo se extendió por todo el país. Había
sido un mal invierno para los Estados Unidos con las revueltas del pan en la mayoría
de las ciudades y la invariable cobardía de las financieras que produjo una
desesperación masiva no muy diferente al pánico de los mandans cuando apareció la
viruela. Fue una primavera aún peor cuando Van Buren tomó posesión de su cargo,
las monedas desaparecieron y el apocalipsis parecía estar cerca. Las cartas de Pratte-
Chouteau a la oficina de la American Fur Company en la primavera de 1837
presentan a unos Estados Unidos en su lecho de muerte. Tenía razón en una cosa: que
el Oeste estaba sumido en la primera de sus bancarrotas. Pero, aunque en San Luis se
usaban letras de cambio y chapas de metal en lugar de dinero, todavía era una ciudad
en auge. La riada desde el Este continuó llegando. Illinois y Michigan y el bajo
Wisconsin se llenaban. El comercio con Santa Fe se multiplicaba por dos y este al
menos se hacía con dólares de plata de México que las caravanas de carretas traían de
regreso. En resumen, el Oeste estaba en bancarrota y en pleno auge a un mismo
tiempo… y eso es lo que caracterizaría al Oeste a partir de este momento. El patrón y
mecanismo para su explotación por el capital del Este habían sido establecidos y,
aunque el precio del castor seguía bajando, la compañía Pratte-Chouteau iba a enviar
a su caravana al oeste como de costumbre. Y, sin duda, William Sublette y Robert
Campbell encontraron buena pesca en aguas turbulentas y turbias.
Estos últimos ahora eran caballeros banqueros; ya no viajaban al Oeste, sino que
enviaban a los tres hermanos pequeños de Bill. Seguían siendo la Competencia en el
Misuri también, y no lo habrían sido si no hubiera habido dinero en el negocio. El
rancho de Sublette era el cuartel general de Stewart, y Campbell también era su
amigo. Posiblemente, envidiaban de él su entusiasmo por realizar la travesía dorada
hasta Samarcanda. Pasaron largas noches en el rancho de Sublette, donde pastaban
los búfalos en el cercado y había unos osos de las Rocosas atados con cadenas, y
Miller escuchaba historias de los buenos tiempos. Allí también se alimentaba con
comida de Samarcanda, porque Bill Sublette todos los años les encargaba a sus
empleados que le llevaran bolsas de pemmican y tiras de tasajo cuando regresaran.
Los tenía a mano para servirlos ceremoniosamente en su casa y ofrecérselos a los
veteranos que pudieran pasarse por su rancho. Pero Stewart no volvería a ver al
hermano de Bill, Milton. No regresó del fallido viaje al oeste del año anterior. La
última vez, lo vimos partir de la rendezvous en dirección a Fort Laramie y allí, a
finales de 1836, murió[5].

www.lectulandia.com - Página 305


Los viajeros también frecuentaban el hogar del hombre más importante de la
ciudad, William Clark, el padre de toda la exploración del Oeste. Esa hospitalidad sin
límites ahora se aproximaba a su fin; a Clark solo le quedaban quince meses de vida.
Y, o bien aquí o bien en Independence, un joven de San Luis se unió a la partida.
Miller se refiere a él como P_; era un joven familiar con un padre severo. P_ había
apostado demasiado a las cartas y a los caballos, se había involucrado demasiado en
los placeres de la ciudad y su padre «lo envió de viaje con nosotros para un cambio
total de aires». Resultó ser un cambio permanente, ya que el joven murió en un
accidente tras la rendezvous.
La Compañía no iba a partir al oeste desde Bellevue como había hecho durante
los dos últimos años, sino que volvió a la práctica original de iniciar la marcha por los
alrededores de Independence[6]. Tom Fitzpatrick volvía a estar al mando y Black
Harris lo acompañaba. También tenían a un histórico de los viejos tiempos con el que
compartían el mando, ya que Etienne Provost estaba allí[7]. Era uno de los sabios del
Oeste y ahora se había unido a Fitzpatrick que, como él, había sido uno de los
hombres de Ashley originales. Irrumpieron en la Gran Cuenca prácticamente al
mismo tiempo. Uno u otro, o ambos, estuvieron en la partida que atravesó por
primera vez el Paso Sur desde el este[8]. En ocasiones, a Provost se le ha otorgado el
mérito del descubrimiento del Gran Lago Salado, y sin duda lo contempló solo unas
pocas semanas después de Jim Bridger. Eso ocurrió solo trece años antes del verano
que nos ocupa ahora, pero en la escala temporal del comercio de montaña pertenecía
a una época anterior. En otoño de 1824, la partida de Provost descendió por el cañón
Weber a través de las montañas Wasatch (y participó en una célebre batalla en la boca
del cañón), y la partida de Bridger cruzó la cordillera cincuenta millas al norte
bajando hacia Cache Valley. Jim descendió por el río Bear en una barcaza de piel de
búfalo para averiguar hacia dónde discurría y regresó para informar que desembocaba
en un brazo del océano Pacífico. Trece años habían bastado para cartografiar todo el
Oeste en las mentes de hombres como los tres pioneros que ahora se reencontraban.
La amplitud del periodo puede ser medida por el hecho de que Tom Fitzpatrick, cuya
mente era un archivo de todo lo que alguna vez había ocurrido en las montañas, tan
solo tenía treinta y ocho años. En comparación, Provost, que había sido trampero en
el Misuri antes de que Ashley entrara en el comercio, era de una época prehistórica.
Tenía cincuenta y cinco años y, añade Miller: «Tenía el cuerpo rechoncho como el de
una marsopa».
Además de la Compañía, también había una banda de tramperos libres; desde el
principio del viaje, Miller contó con todas las variedades de hombres de montaña a
los que observar y tuvo el privilegio de escuchar toda la saga. La historia de Hugh
Glass y su grizzli aparece anotada en sus cuadernos… No es ni mucho menos la única
historia de osos o sobre el valor en las montañas, pero se ha instalado para siempre en
nuestro imaginario. En otra hoguera de campamento, escuchó una historia de grizzlis
relacionada con Markhead, probablemente plagiada de Joe Meek. Presentaba a

www.lectulandia.com - Página 306


Markhead pavoneándose de que podía destacar en cualquier compañía y, para
probarlo, siguió a la bestia hasta un arbusto para matarla con un hacha pequeña y el
animal le arrancó parte de la cabellera[9]. Que el potente símbolo del fuego de
campamento causó una gran impresión en el pintor queda evidenciado en sus dibujos
y notas. Los chicos le hablan del folclore del carcayú. Con rostros serios describían la
hierba que inmuniza a los indios de las mordeduras de serpientes de cascabel (el
doctor Coues, un célebre botánico, creyó en ello toda su vida, esperando encontrar un
espécimen en alguna ocasión). Black Harris describe su bosque putrefacto y muchas
más cosas sobre la tierra legendaria. Los empleados canadienses bailan al ritmo de un
arpa de boca. Y Stewart contribuye a este serial nocturno. «En otros tiempos», dice
Miller, «nuestro líder los entretenía con sus aventuras en tierras extranjeras, las
curiosas ciudades y monumentos de la antigüedad que había visitado. Resultaba
edificante ver la paciencia con la que respondía a sus sencillas preguntas como si
fueran preguntas adecuadas y llenas de importancia, y todo el tiempo mantenía una
seriedad que casi resultaba divertida. No es de extrañar que se hiciera inmensamente
popular entre ellos. Sin duda, todos los hombres le habrían seguido hacia cualquier
peligro sin importarles las consecuencias. Uno de ellos nos dijo que él (el capitán)
poseía el “pelo de un Grissly”, queriendo decir que poseía el coraje de un
bulldog»[10]. Y así era el veterano de Waterloo para los veteranos de las guerras
locales, y Miller dice que, aunque describía sus campañas, jamás decía nada sobre el
papel que desempeñó en ellas.
Solo en las notas, de hecho, figura el capitán William Drummond Stewart en la
literatura del comercio de pieles en mayor amplitud que las rápidas entradas de diario
que han sido citadas. Miller le hace cobrar vida. Stewart impuso la disciplina militar a
su partida y sirvió de teniente de Fitzpatrick en la conducción de la caravana de la
Compañía. Otorgó a Miller un solo privilegio: el de contratar a un sustituto para sus
turnos de guardia nocturnos, pero le hizo ocuparse de sus propios caballos. Si un
miembro de la guardia se dormía, le hacía viajar a pie todo el día siguiente, lo cual
era la práctica habitual. El campamento nocturno debía ser montado por un grupo de
hombres, también debían apilar los fardos y dar de beber a los caballos según el
reglamento. Entendía «el manejo de espíritus indómitos», afirma Miller, y describe
una pelea a puños que estalló en el campamento. Stewart prohibió que nadie
interfiriera y uno de los luchadores terminó apaleado. Stewart lo hizo llamar. «Has
estado luchando y has acabado bien zurrado». Sí. «Por Júpiter, estoy realmente
contento por ello. Sin duda te lo mereciste con creces. No tendré más problemas
contigo y estoy seguro de que no te pavonearás por ahí. Puedes irte». Luego llamó al
orgulloso vencedor y le dijo que «si alguna vez le oía fanfarronear de alguna manera
por haberle dado una paliza a Louis, le obligaría a desmontar y a ir andando durante
una semana». Ya no hubo más combates de boxeo.
O en otra ocasión, cabalga junto a Antoine cuando algunos indios aparecen en las
colinas y mantiene un largo parlamento con ellos en lenguaje de signos para

www.lectulandia.com - Página 307


asegurarse de que son pacíficos antes de dejarles que se acerquen al campamento… O
con el rifle sobre la silla de montar, los sentidos alerta y los ojos escrutadores, el viejo
Bill Stewart, el partisano, a mucha distancia de Birnam Wood. O envuelto en una
manta mackinaw, cuando regaña a Miller por estar deprimido debido a una lluvia
fuera de estación de tres días de duración, diciéndole que su instrucción anterior
debió de ser defectuosa. O cuando enseña a Miller una lección en el arte de la
montaña; esto ocurre en Independence Rock, donde Miller dibuja cuando el
campamento está montado cerca. «Seleccionando el mejor lugar y disponiéndome a
trabajar totalmente absorto, transcurrió alrededor de una media hora cuando de
repente tiraron con fuerza de mi cabeza hacia abajo y me la sostuvieron de esa
manera que me imposibilitaba volverme a derecha o a izquierda. Una idea se me pasó
de inmediato por la mente; era un indio y yo estaba acabado. Sin embargo, cinco
minutos más tarde las manos me soltaron. Era nuestro comandante. Dijo: “Que te
sirva esto de advertencia, o si no cualquier día espléndido estarás entre los
desaparecidos. Debes mantener los ojos abiertos y usar la cabeza”».
Miller le describe como un tirano con mal genio. Había dos tipos de
temperamentos en el campamento. Antoine Clement era mestizo… Un excelente
artista del Reino del Ganado finalmente pondría eso en boca de un personaje de
ficción llamado Charlie Bird para la posteridad. «El tal Charlie Bird es medio
cherokee y medio blanco, y ambas son malas razas»[11]… Miller salió una mañana a
caballo con Stewart y Antoine para continuar los dibujos. Stewart había dado una
orden que no había sido obedecida y «no toleraba ninguna negligencia». Así se lo
hizo saber a Antoine, que a su vez aceptó el reproche. Se lanzaron reproches el uno al
otro. Miller señala que, mientras Stewart podía rastrear su línea genealógica hasta el
Conquistador y el cazador ya podría darse por satisfecho si sabía quiénes eran sus
padres, el proceso igualador de las montañas los ponía «en un nivel de perfecta
igualdad, con buenas monturas, armados con rifles Manton, y ninguno de los dos
conocía el miedo». Creyó que iban a empezar a disparar… y él se encontraba a doce
millas de la caravana, no sabía en qué dirección. Estaban a punto de desenfundar las
armas cuando una manada de búfalos apareció por el horizonte. «La principal pasión
anuló todo lo demás»: Antoine y Stewart se alejaron al galope y Miller pudo
relajarse. Dos vacas gordas se derrumbaron sobre la pradera, el noble lord y el noble
salvaje regresaron juntos al trote.
Los búfalos impresionaban a nuestro pintor, como les ocurría a todos los novatos.
Los dibujó con colores y con prosa. Se maravillaba ante las habilidades de Antoine y
afirma que mató ciento veinte de camino a la rendezvous, haciendo notar su buen
humor mañanero cuando partía a caballo hacia la manada cantando «Mam’selle
Marie, qui est bonne comme elle?», o «Dans mon pays je serais content». Miller
reproduce todos los clichés de los recién llegados al Oeste. Los perros de las praderas
comparten sus madrigueras con las serpientes de cascabel; las serpientes se arrastran
bajo sus mantas o las de algún otro en la fría noche. La sed en las praderas es casi

www.lectulandia.com - Página 308


insoportable, pero la disciplina no te permite beber fuera de turno cuando llegas a un
río y el orgullo de la profesión te impide transportar agua en el trayecto entre ríos. En
el ardiente horizonte se distingue de repente el destello azul de un lago con frescos
árboles verdes junto a este, pero los caballos no resoplan ni amusgan las orejas y la
caravana continúa arrastrándose penosamente bajo el calor porque está claro que tan
solo es un espejismo. El cocinero (en una nota Jean Anglais, en otra un inglés
llamado John) intenta cazar y se pierde. A mediodía todos se arrastran a cualquier
sombra que puedan encontrar, bajo un carromato o bajo un arbusto de artemisa, y
duermen… excepto Miller, que debe permanecer despierto y dibujar a los demás. En
varias ocasiones, una manada de caballos salvajes, los pequeños caballos salvajes de
las llanuras (promocionados en las historias sentimentales de nuestro tiempo), pasa
atronadoramente y hace que nuestro romántico se quede boquiabierto «por la belleza
y simetría de sus formas», que no existía y «su espíritu salvaje, las largas y amplias
crines y colas, la variedad de colores y la velocidad de sus movimientos», como así
era (observa que algunos indios, supuestamente delawares de la Compañía, persiguen
una manada con lazos).
Los indios eran los que más le fascinaban. Veinticinco o treinta delawares
acompañaban a la caravana desde el principio. Poco después de cruzar el Kansas, de
camino al Platte, se encontraron con los pawnees… y según las notas de Miller estos
poseen el carácter que los emigrantes les atribuirían más adelante. Exigían peajes y
tributos para el permiso de cruzar el territorio; argumentaban, con bastante razón, que
eran los amigos del hombre blanco, y robaban todo lo que andaba suelto. Fitzpatrick
y Stewart doblaron las guardias del cercado de los caballos, pero los pawnees
continuaban esperando… «desde las cimas de los riscos, detrás de las rocas y entre la
hierba alta de las praderas nos observaban y se mantenían informados». Fitz se sintió
aliviado cuando se alejó de allí.
Una mañana, un cazador regresó al galope a la caravana gritando: «¡Indios!».
Otro le seguía para informar que había un enjambre de ellos y que pronto iban a caer
algunas cabelleras. Miller dice que los novatos que se hacían los más valientes junto
al fuego del campamento se quedaron petrificados de miedo, mientras que los
veteranos continuaron mascando tabaco… no era ninguna novedad para ellos (Miller
confiesa que estaba tan apegado a su cabellera «como un chino a su larga coleta»).
Fitzpatrick, Harris, Provost y Stewart se adelantaron para encontrarse con «una horda
saqueadora de desgraciados pintados que bajaban hacia nosotros a toda velocidad,
armados hasta los dientes, y que nos rodearon de forma amenazadora». Puro
formalismo. Los jefes blancos se sentaron con los jefes rojos, Miller se les unió en el
círculo y fumaron por el cielo, por la tierra, por los cuatro puntos cardinales y por la
preservación de la amistad norteamericana y amerindia. Los indios exigieron su
tributo de la pradera: «ropa, munición, cuchillos, tabaco, mantas», lo recibieron y
continuaron su camino, «mientras los tramperos proferían peculiares bendiciones
sobre sus hígados, corazones y otros órganos internos».

www.lectulandia.com - Página 309


Miller no lo menciona, pero probablemente estos fueran sioux oglalas. En
cualquier caso, a unos días al este de Fort Laramie la caravana se encontró con una
gran banda de oglalas y viajó con ellos hasta el fuerte. Además, se trataba de una
banda famosa, porque era la de Oso Toro. Podrían ser la mitad de la tribu (las notas
de Miller revelan que era una gran partida pero no especifica el número), porque
desde que Sublette & Campbell los conminaron por primera vez a abandonar el
Misuri y dirigirse al Platte, más y más habían migrado cada año hasta que casi todos
ellos se reunieron allí. Estaban divididos en dos federaciones; la de Oso Toro, y la
otra que estaba bajo el mando de aquel Humo que aparece con un papel destacado
como «Viejo Humo» en La Ruta de Oregón de Parkman. La migración había alterado
no solo la política de las naciones indias, sino también la economía de los blancos. El
teniente Lancaster P. Lupton, que había acudido al Oeste con los Dragones en 1835,
dimitió de su cargo un año más tarde y se estableció en el comercio de pieles en el
Platte Sur, cerca de la actual ciudad de Fort Lupton, Colorado. Debido a que estaba a
menos de cien millas al sur del gran Fort Laramie de la Compañía y a poca distancia
de los indios que comerciaban por la zona, la Compañía ese año de 1837
subvencionaba a su empleado temporal Peter Sarpy, en colaboración con su rival en
otros tiempos Henry Fraeb. Estaban construyendo un puesto comercial, Fort Jackson,
a seis millas del de Lupton. Solo para asegurarse, la Compañía también apoyaba a
uno de los Sublette más jóvenes, Andrew, y a Louis Vasquez en un tercer puesto a tan
solo unas millas de allí. Como todos estaban en la zona que abarcaba Bent’s Fort, los
poderosos y astutos hermanos Bent rápidamente establecieron un puesto subsidiario
propio en el Platte Sur.
Los oglalas se habían trasladado a poca distancia de los pawnees, sus eternos
enemigos, y los atacaban constantemente. También se encontraban en una posición
excelente para atacar a los crows, que eran viejos enemigos, y a los snakes, que eran
enemigos aún más viejos. Y así hicieron. Pero ahora se habían ganado dos nuevos
enemigos, ya que aquel era un territorio reclamado por los arapahoes y los
cheyenes… Indios de las llanuras de primera categoría, tan duros e inteligentes como
los sioux, aunque no tan numerosos. Y así se inició la Guerra de Treinta Años. Y Oso
Toro la lideró.
Era «un gran jefe, pero un poco tirano», afirma el señor Hyde con marcado
énfasis, «mantiene a sus violentos seguidores bajo control gritándoles y asestando
rápidamente un cuchillazo a cualquiera que no obedezca sus órdenes. Nunca ha
pagado por una esposa y se lleva a las jóvenes que le apetecen dejando a los padres
silbando a la espera del tradicional pago. No tolera a ningún rival…»[12]. Era el indio
más duro que las llanuras vieron jamás, insaciable en la guerra y proporcionó muerte
y gloria a raudales a su pueblo. Cuatro años después de que Miller lo viera y pintara
el único retrato de él, su furibundo temperamento lo metió en un lío que dio pie a que
el resentimiento de parte de su gente llegara a un punto crítico. Un grupo de
conspiradores, que incluía a Viejo Humo y a un joven llamado Nube Roja, que más

www.lectulandia.com - Página 310


tarde puso en evidencia en repetidas ocasiones al Ejército de los Estados Unidos,
decidieron apresarlo. Lo hicieron y el señor Hyde dice que Nube Roja pudo ser el que
lo mató. Este es el asesinato que Parkman describe en detalle; oyó el relato no muy
lejos de donde tuvo lugar. Produjo una especie de anarquía civil y un declive marcial
entre los oglalas durante varios años. Eso a su vez repercutió en la historia de los
blancos, porque mantuvo a los sioux demasiado ocupados repeliendo enemigos para
preocuparse por la migración a Oregón.
Miller dice en una nota a su retrato que «la cabeza de este adusto jefe refleja su
carácter; fiero e impetuosamente apasionado, no acataba ninguna ley, solo su propia
voluntad… Cuando llamaba a su pueblo a consejo, él les escuchaba, daba su parecer
y lo llevaba a cabo. Ellos no osaban cuestionar su imperiosa voluntad»[13]. El
principal jefe no fue el único que impresionó a Miller; los sioux eran los indios más
atractivos de todos: altos, de complexión fuerte, con nariz romana, y atraían
poderosamente la imaginación del pintor. «Nos recordaban mucho a las figuras de la
antigüedad esculpidas en bronce y ofrecían un ancho y amplio campo para el escultor.
Nada del arte griego puede superar la realidad de aquí». Se exasperaba por el hecho
de que los escultores no acudieran al oeste y usaran tales modelos, especialmente
aquellos escultores que habían representado a indios a partir de sus lecturas e
imaginación. «Los escultores viajan miles de millas para examinar estatuas griegas en
el Vaticano, pero en estas tierras, a los pies de las Montañas Rocosas, existen tales
formas proporcionadas paseándose por aquí con una gracia natural (jamás aprendida
de un maestro de ballet) que los griegos ni tan siquiera rozaron en sus más felices
creaciones». Además, más les valdría a los artistas que van a utilizar a los indios
acudir allí pronto, porque «se derriten como copos de nieve bajo el sol». Toda la nota
recuerda a la similar admiración de Parkman hacia los oglalas. Parkman también
hablaba de las estatuas griegas y citaba la exclamación de Benjamin West al ver por
primera vez el Apolo Belvedere: «¡Por amor de Dios, un mohawk!».
Miller trabajaba con ahínco siempre que tenía ocasión. Ocho de sus dibujos son
sin duda oglalas, y podrían ser más. Vivió la experiencia que Catlin frecuentemente
había tenido: mientras pintaba a un bravo que era la viva imagen del guerrero indio,
una delegación llegó para protestar porque el modelo no contaba con ninguna hazaña
en su haber y por lo tanto no había ningún motivo para que pintara su retrato. El
esplendor de los accesorios le encantaban: excelente ante, camisas adornadas y
faldas, tipis y, sobre todo, los tocados de guerra. Alguien debería haberle informado
de que, aunque las squaws sioux eran sin duda expertas, los sioux conseguían sus
mejores trajes comerciando con los crows.

* * *

En Scott’s Bluff, Miller realizó uno de sus mejores dibujos. Allí, al borde de las

www.lectulandia.com - Página 311


Rattlesnake Hills contemplaba las llanuras que comenzaban a fracturarse, un paisaje
extraño mutaba en otro aún más extraño. «En la distancia, a medida que nos
aproximábamos, la apariencia era de una inmensa fortificación con bastiones, torres,
troneras en las almenas, escarpas y contraescarpas». Por los alrededores comenzaron
a incorporar elementos a su dieta. El rifle para cazar aves de Stewart se estrenó con lo
que Miller denomina un faisán de las Montañas Rocosas… el urogallo de artemisa
del Oeste. Afirma que es casi tan grande como un pavo adulto, lo cual exagera su
tamaño, y añade que «al alimentarse principalmente de artemisa, su carne tenía un
sabor silvestre y amargo», lo que significa que Stewart no había aprendido a retirar el
buche rápidamente. Descubre que la liebre norteamericana tiene un sabor parecido al
de los conejos del este, pero que son el triple de grandes, y afirma que una tortuga
grande (sin identificar aquí) es un manjar tan delicioso como la tortuga de río.
Stewart y Antoine han estado cazando carneros de las Rocosas y también berrendos.
Miller confiadamente cree la historia de los tramperos acerca de que los carneros
aterrizan sobre los cuernos cuando saltan desde los barrancos, y su credulidad se ve
reforzada al ver el tamaño de los cuernos, anotando que uno de los especímenes mide
tres pies de largo y veinte pulgadas de ancho por la base. Hace un inevitable
comentario: «Al ascender por las rocas en manadas, delataban su presencia por las
piedras sueltas que bajaban repiqueteando por las pendientes».
Miller no fecha la llegada a Fort Laramie (en realidad, no aporta ninguna fecha),
pero sería correcto pensar que habían transcurrido unas cinco semanas o menos desde
la salida de Independence con Fitzpatrick al mando. Probablemente se produjo la
habitual salva de disparos cuando atravesaron los álamos y divisaron el fuerte en la
llanura a un par de millas de distancia. Stewart envió a Auguste por delante para que
le consiguiera el «semental de pura sangre» que había llevado el año anterior y dejó
allí durante el invierno (con órdenes estrictas, afirma Miller, de que nadie lo
cabalgara y de que lo ejercitaran con ronzal). Mientras los empleados del puesto se
hacían cargo de la caravana, parte de cuya carga permanecería allí, y entre aullidos y
palmadas en las espaldas de los hombres de los Estados Unidos, los oficiales entraron
en el fuerte. Miller advirtió entonces «5 o 6 grabados de primera calidad, uno de los
cuales representaba a Ricardo y Saladino batallando en Tierra Santa, y a partir de
estos deduje que el comandante del fuerte era un caballero refinado». Y descubrió
que estaba en lo cierto cuando Lucien Fontenelle irrumpió en el cuarto.
Miller sintió la liberación que todos los viajeros sentían allí. El fuerte era un
oasis, un refugio, una posada, el frescor y el verdor después de recorrer una tierra
tediosa. Y Fontenelle tenía una bebida sumamente refrescante para sus invitados:
tazones de leche.
Y ahora Miller adquiere una especial importancia para la historia. Este era el Fort
Laramie original que había sido bautizado Fort William, al igual que el Fort Laramie
que lo sucedió fue llamado Fort John. Vimos cómo su entrada era construida por los
hombres de Sublette en 1834. Miller llegó a él en 1837. Tres años más tarde,

www.lectulandia.com - Página 312


Lancaster P. Lupton, que ya tenía un puesto en el Platte Sur, construyó otro en el
Platte Norte, a una milla y media de Fort Laramie. Este es el «Fort Platte» de la
literatura, unas instalaciones amplias y de robusta construcción que más tarde pasó a
otra compañía de la competencia, Sybille, Adams and Company, y más tarde aún a
Pratte, Cabanne and Company, también en la oposición. El edificio de Fort Platte
animó a la Compañía a reconstruir Fort Laramie, cuyas vigas estaban empezando a
pudrirse. Y así lo hizo en 1841, tras trasladarse a una nueva ubicación río arriba junto
al cauce del Laramie Creek[14]. Construyeron el nuevo puesto con adobe. Los dibujos
de Miller, por lo tanto, muestran el fuerte original en su ubicación original. Son las
únicas pinturas conocidas que lo hacen, aunque, como se señala en una nota, Elliott
Coues afirma que él ha visto un dibujo que no aporta mayor información. Y las
anotaciones en la libreta de Miller son una adición a un pequeño número de
descripciones de primera mano.
Afirma que el fuerte «es un patio interior cuadrangular con blocaos en esquinas
diagonales para proteger las fachadas en caso de ataque. Sobre la entrada delantera
hay un blocao grande en el que se aloja un cañón, el interior del fuerte mide unos 150
pies cuadrados y está rodeado por pequeñas cabañas cuyos tejados alcanzan hasta
unos tres pies del borde de las empalizadas con las que lindan… Los indios sienten
un miedo mortal por la “gran pistola” en el blocao, porque ya han experimentado su
poder y han sido testigos del caos producido por su ruidosa boca». Y, de nuevo: «Hay
un cañón o dos que duermen en las torres sobre las dos entradas principales… Con
ellos se pretende mantener la paz». Esta es la única mención conocida de que el
cañón del último fuerte había estado también en el anterior fuerte, y el cálculo de
Miller de las dimensiones interiores confirman que la Compañía había ampliado el
puesto desde que pasó a su propiedad. Sus pinturas muestran la construcción de
madera, una escalera exterior hasta el momento desconocida hacia el blocao sobre la
entrada principal y las troneras para el cañón. Sugieren que el patio interior estaba
totalmente abarrotado de edificios[15].
Con sus paisajes en la distancia, Miller logró plasmar algo del gran vacío de la
llanura. Es una pena que careciera del manejo de la luz de la Riviera de la siguiente
generación, porque el sol del desierto sobre Laramie requiere interpretación. El
recuerdo de este debió de causar una honda impresión en el pintor, porque los
paisajes del siguiente tramo de la ruta están entre aquellos que el artista compuso con
más cuidado de todos los de la Walters Gallery. Cuando la Compañía retomó la ruta
—se puede fechar el 27 de junio a partir del diario de William Gray— todavía les
quedaba cruzar el Platte en canoas de piel de búfalo, luego desviarse al suroeste a
través de un desierto de roca desnuda de cambios cromáticos. A continuación, el
Sweetwater e Independence Rock, donde Miller anota algunos de los nombres
grabados en el caparazón de la roca: Bonneville, Sublette, Wyeth, Campbell, Sarpy y
Pilcher. También había un tal Nelson, quizás el tipo que hizo desternillarse a Joe
Meek al no lograr trepar al árbol cuando le perseguía un grizzli. Ningún verdadero

www.lectulandia.com - Página 313


norteamericano hubiera dejado escapar la ocasión: detrás del nombre en el granito
grabaron «del Nilo». A través de Devil’s Gate, Cut Rock y el curso sinuoso del
Sweetwater llegaron a la entrada oriental del Paso Sur. Miller no hizo ningún dibujo
de la llegada a Oregón, no hay nada que dibujar más que distancia y artemisas
ardientes, pero le embargó un momento profético: «el silbido del vapor en el “sweet
water”, el chirrido de los vagones de tren a través del “Paso Sur”, son de prever».
Samuel Parker pensó lo mismo. Pero en la actualidad todavía no hay ferrocarril en el
Paso Sur.
Pasaron por el portal occidental. Allí «mientras avanzábamos silenciosamente,
nuestros oídos fueron saludados por sonidos que aceleraron inmediatamente nuestro
pulso y a los que nos habíamos vuelto extremadamente sensibles. Era un tremendo
griterío de un gran grupo de hombres [digamos media docena] y escuchamos el
chacoloteo de los caballos cuando bajaron por el valle. Sin embargo, en cuanto
alcanzamos a verlos, nos sentimos aliviados. Era un grupo de tramperos que habían
detectado nuestra llegada y salieron a saludarnos. Esto se realiza mediante un “feu de
joie” de cartuchos de fogueo [error; ningún hombre de montaña inutilizaría su rifle] y
un cordial estrechar de manos entre los joviales amigos, porque encontraron a
muchos de sus camaradas en nuestra compañía y cuando acampamos para pasar la
noche nuestro capitán les ofreció un buen festín a base de costillas traseras, lenguas
de búfalo y carnero. Además, se preparó un hidromiel hecho de miel y alcohol,
potente y fogoso, y circuló entre ellos. Los alegres compañeros brindaron una y otra
vez, cantaron canciones francesas y se contaron sus aventuras:

En las que relataron sus desventuras


y asombrosos accidentes por inundaciones, por el campo [sic]…

Pronto se hizo evidente que no podían aguantar más y en breve uno tras otro
fueron cayendo. El conquistador se salió con la suya y un sueño aplastante acudió
para aliviarlos».
Y desde allí, a la rendezvous, en el río Green entre New Fork y Horse Creek[16].

* * *

Montaron un buen espectáculo para Stewart y Miller en esta rendezvous, la


decimotercera rendezvous de montaña. Miller conoció a personajes tan ilustres como
muchos de los amigos de Stewart: Drips, Kit Carson, Joe Walker y, especialmente,
Jim Bridger. Stewart había llevado un regalo para Bridger, supuestamente traído
directamente desde Murthly Castle. Miller lo describe como una cota de malla, y
también como una armadura; en sus cuadros parece un casco, un peto y grebas. Fuera

www.lectulandia.com - Página 314


lo que fuese, las montañas jamás habían sido testigos de una visión más extraña que
el viejo Gabe ataviado como sir James y desfilando por el río Green con la armadura.
Supuestamente le hablaron de las justas y los torneos y le jalearon cuando lo intentó,
porque esa armadura entró en las leyendas del Oeste[17].
La Hudson’s Bay Company estaba otra vez cerca bajo el mando de McLeod y un
número cada vez mayor de tramperos libres, además de algunas compañías pequeñas.
Pero fue un año indio. Los bannocks que tuvieron que ser barridos un par de semanas
antes habían aceptado el periodo de prueba y regresaron mostrando un buen
comportamiento. El puñado de nez perces que habían atrapado seguían allí. William
H. Gray, que iba de camino a los Estados, llevaba a algunos flatheads con él. Justo
antes de llegar al Green, aterrado, se topó con algunos utes que dejaron pasar la
ocasión de erradicar unas cuantas alimañas y se aproximaron bastante pacíficamente.
Unos cuantos crows aparecieron, bastante alejados de su territorio. Estos
impresionaron a Gray porque eran abstemios —probablemente los vio en el momento
equivocado—, pero Miller admiraba su magnífica marroquinería y le vendieron tres
cabelleras, supuestamente de sioux. Uno de ellos codiciaba una pipa-tomahawk
chapada en plata que Stewart llevaba colgada en el cinturón, y cuando el capitán se
negó a venderla le advirtió que la mantuviera siempre vigilada. Stewart le hizo caso,
pero los crows se la quedaron. También había algunas tiendas de arapahoes,
primorosamente confeccionadas y pintadas, y Miller describe correctamente sus
mocasines. Pero la delegación más numerosa era la de los snakes, que habían llegado
en gran número, al menos la mitad de los tres mil que Miller calcula.
Cada año las tribus visitantes representaban varios espectáculos; les encantaban y
los blancos pagaban por verlos. En esta ocasión, los snakes, que llegaron un día
después de la llegada de la caravana, celebraron una inauguración oficial. Alrededor
de doscientos cincuenta bravos montados en sus mejores caballos —y compraban
caballos excelentes de los nez perces—, cabalgaron totalmente ataviados
encabezando a todo el poblado. Jefes majestuosos, caballos caracoleando, hombres
medicina haciendo malabarismos al tiempo que cabalgaban, cantos de voces graves,
gritos de guerra, disparos de mosquetes, flechas cimbreándose por las llanuras. En
ocasiones, una cuadrilla de bravos jóvenes salía al galope apartándose de la columna
persiguiendo a unos sioux imaginarios, colgando de los tobillos de la grupa de sus
caballos y disparando flechas por debajo de sus cuellos. Otros realizaban las piruetas
a caballo que aún hoy en día se denominan Cosacos. Otros saltaban al suelo y
arrancaban cabelleras imaginarias, luego continuaban cabalgando y cantando la
canción de la cabellera. Todos desfilaron en orden de nuevo cuando la procesión se
aproximó al campamento de la Compañía —columnas enteras, lanzas y escudos de
guerra pintados saludando con la dignidad de un subfuhrer nazi o un cakewalker en
una representación de minstrel, hinchando los nobles pechos y un rictus de
solemnidad en los nobles rostros… Y detrás de ellos, el poblado snake se extendía en
una hilera de una milla, levantando el polvo de los travois que surcaban el camino, de

www.lectulandia.com - Página 315


la manada de caballos que los jóvenes acarreaban, de los caballos de las squaws que
se entrecruzaban. Los ancianos y ancianas iban montados en los travois sobre las
pilas de tipis y parfleches; también los niños pequeños. Niños impasibles cubiertos
hasta las barbillas en sus cunas miraban el mundo desde las espaldas de sus madres.
Las squaws que tenían que encargarse de todo eran chillonas y mal habladas. Había
un incesante barullo de perros excitados. Al llegar al río y los álamos, el poblado se
descompone en pequeñas unidades. Incluso aún más ruidosas, las squaws se ayudan
unas a otras a levantar los tipis. Se les da de beber a los caballos y los acarrean al
pasto de la llanura. Los bravos primero, luego los chicos y las chicas y, finalmente,
las esforzadas squaws se alejan de las tiendas para mirar boquiabiertas el
campamento de los blancos, inspeccionar sus tesoros, comenzar a calcular qué
comprar, robar todo lo que puedan y tal vez conseguir uno o dos tragos de alcohol
«en la pradera».
Miller lo contemplaba todo como una mezcla de Buffalo Bill y el Louvre.
Describió esta liberación anual como unos saturnales, pero sin expresar ningún tipo
de reprobación[18]. Afirma que algunos indios borrachos corrían enloquecidos y que
hubo el número habitual de peleas. También se produjeron las habituales visitas de
cortesía, todos visitando formalmente a todos los demás, Fontenelle y Bridger a
McLeod, todos a William Gray (que menciona dos visitas de Miller y una por
separado de Stewart), y todos también al capitán Thing, el antiguo partisano de
Wyeth en Fort Hall que, por fin, regresaba al hogar[19]. Tales banquetes majestuosos,
con abundante ternera y alcohol de la Compañía y las bebidas más suaves de Stewart,
ofrecieron al novato de Baltimore el ritual del Oeste, las historias cada vez más
soeces a medida que iban pasando las bebidas. En medio de tal festín conoció a Joe
Walker, y alguien le contó en privado la historia de que Joe había comido la carne de
sus propios hombres. Como Walker le estaba agasajando y él decidió que, en general,
no resultaría sensato preguntar sobre el asunto, Miller se abstuvo de hacerlo; solo lo
mencionó indirectamente en sus notas y no aclaró el pasaje hasta que escribió los pies
de las ilustraciones para los ejemplares de Walters.
Había placeres incluso más espléndidos. Fue invitado a asistir a un consejo snake
para decidir si se alzaban las armas contra los sioux. Era como una reunión de la Gran
Logia. «Los que escuchaban a pie se sentaron en el suelo, mientras que los jinetes
ataviados con colores pintorescos se mantenían tan inmóviles como la estatua del
commendatore en la ópera Don Giovanni». Por orden de rango y empleando las
convenciones de su arte más avanzado, los jefes guerreros se levantaron, legitimados
por las hazañas en su haber, y pronunciaron sus discursos. Miller perdió los detalles
más sutiles con la traducción, por supuesto, y no podría haber entendido las razones
de los gruñidos cuando los asistentes mostraban su aprobación, pero vivió la
representación sin aburrirse, cosa que pocos pudieron decir. Más tarde, uno de los
indios le invitó a un festín. Había probado toda la cocina de montaña, pero la idea de
comer perro le asqueaba. Sin embargo, no quiso desairar a su anfitrión, así que le

www.lectulandia.com - Página 316


pidió consejo a un hombre de montaña. Fácil: a cambio de un lienzo bermellón para
regalárselo a su squaw, el trampero iría con él. La hospitalidad india reconocía la
figura del vicario. Miller podía ser el invitado honrado y su empleado se comería el
cachorro (y, tal vez, el señor Miller esté mintiendo, porque la mayoría de las tribus no
comían perro).
Los snakes proporcionaron la mitad de las escenas que Miller dibujaba
frenéticamente. Un bravo fumando a la sombra de un tipi mientras su squaw trabaja.
Otro acaricia abstraídamente a un perro. Una squaw que lanza una lazada a un caballo
que intenta esquivarla… y este tal vez sea el primer retrato de un arte que se
convertiría en orgullo nacional[20]. Otras squaws cabalgan en las carreras, estilo libre,
que se celebraban a diario y en las que los indios y tramperos por igual apuestan hasta
lo que sus finanzas les permiten. Otras squaws simplemente cabalgan («à la mode
Turque», escribía el fascinado joven), o solo squaws, una columpiándose en una rama
—y Miller vendió este en concreto una y otra vez en Baltimore—, otra nadando
mientras un grupo de amigas vigilan. Como ya se ha comentado, las mujeres snakes
tenían reputación de ser bonitas (escandalizado pero a un mismo tiempo fascinado,
William Gray escribía en su diario que los pecaminosos tramperos ganaban y perdían
mujeres apostando, que lo que llamaban matrimonio sin duda alguna no era
matrimonio, que «la compra y venta de mujeres indias es una práctica habitual en esta
rendezvous»). A Miller también le gustaban los hombres snakes a caballo y retrató a
algunos con vivo realismo, al tiempo que componía hermosas escenas de noche y
tormenta para otros. Dibujó sus campamentos y sus manadas. Inventó una escena en
la que un snake perseguía a un crow. Los inmortalizó rodeando a Stewart pidiéndole
regalos. Y realizó retratos bastante formales de otros, incluyendo uno de Alce Rojo,
que educadamente enumeró sus hazañas mientras posaba para el artista, y otro de
Pequeño Jefe de los snakes (no confundir con el flathead Insula), que era «en todos
los sentidos superior a cualquier indio que hubiéramos conocido». Pequeño Jefe, por
lo visto, había reclamado unos caballos robados para Stewart durante uno de sus
anteriores viajes y fue muy bien recibido en su campamento[21]. El indio también
enumeró sus hazañas por cortesía y se dispuso a dibujarlas. El relato de Miller es una
excelente descripción temprana del arte de las llanuras.

Advertí que las cuatro patas de los caballos estaban dibujadas a un lado. Esto era provocado por la falta de
conocimientos de perspectiva. También los coloreó con el extremo de madera del pincel en lugar de con el
extremo de pelo al no haber visto probablemente ese objeto antes. Permitiéndose una ligera «licencia poética»,
el pintor ha pintado las pantorrillas del enemigo delante del hueso de la tibia en lugar de detrás. Otro detalle
destacable era que su caballo de guerra, él mismo y su inmenso casco [¡!] de plumas ocupaban todo el cuadro.
Los enemigos eran criaturas diminutas y las dibujaba con salpicaduras del pincel como alondras. Por supuesto,
permite que imaginemos que sus asistentes y hombres están con él. Quince flechas sobre el enemigo
significaban que [ese] número había «caído», pero Ma-Wo-Ma [Pequeño Jefe], como era un general prudente
y astuto, no dice nada sobre sus propias pérdidas.

También encontró escenas románticas que pintar, aunque parece que cometió
algunas equivocaciones. Si un dibujo titulado «Fuga de amantes indios» no es

www.lectulandia.com - Página 317


inventado, hubo un matrimonio secreto en la rendezvous, pero debió de tratarse de un
robo de esposa y no, como Miller pensó, una historia de amor intertribal. También
representa en «Aricara (Mujer)» a un hombre de montaña «prometido» a una joven, y
que le ofrece una dote que tuvo que pagar con un crédito de la Compañía equivalente
al sueldo de tres años. Podemos afirmar con seguridad que ningún trampero pagaría
esa cantidad por una esposa y que, si pagaba algo, no la confiaba a su familia cuando
partía de caza. Y entonces la pasión romántica estalló en la propia tienda de Miller,
que compartía con el joven llamado P— de San Luis. Una de las chicas más atractivas
en el campamento era una flathead, de quien Miller dice que era «una de las bellezas
de las Montañas Rocosas». No debía de tener más de quince años, o de lo contrario
no hubiera sido deseable ni posiblemente una belleza. P— se enamoró de ella, pero no
tenía tiempo para dedicarle. La joven aceptaba sus regalos y flirteaba con él en
presencia de la banda, pero no paseaba por las noches. Era mortificador, porque la
relación de P— con las damas blancas fue una de las razones por las que su padre lo
envió al oeste, y sus compañeros se burlaban cada vez que fracasaba en sus esfuerzos
por conseguirla. Un día, el campamento entero rugió furioso porque un trampero libre
desmontó su tienda, cargó sus mulas y cabalgó hacia las colinas llevándose a la chica
con él. Cuando regresó a los asentamientos, Miller pintó un hermoso cuadro de
calendario de este suceso (y más tarde un enorme óleo para Murthly), y con el título
La novia del trampero se convirtió en un reclamo publicitario para el negocio de su
estudio.
También dibujó el día a día del campamento. Una tormenta repentina aplastó un
montón de tiendas y esto pudo inspirar su sentimental pintura de dos indios
cabalgando bajo la lluvia. Fue testigo de al menos una danza de cabelleras,
probablemente más, pero por algún motivo no las plasmó en un cuadro. Dos o tres
pinturas de guerra que son totalmente ficción podrían haber estado inspiradas en
algunos de los rumores que circulaban. Al campamento de la Hudson’s Bay Company
llegaron noticias de que los snakes y los bannocks iban a atacarles en gran número.
No parecía probable, pero McLeod, que no confiaba en ningún indio, se preparó para
repeler a los asaltantes. No ocurrió nada. Finalmente, los snakes robaron algunos
caballos de un comerciante de la Compañía y algunos más de los crows que estaban
de visita. Los delawares de la Compañía propusieron unirse a los crows y ayudarles a
recuperar los caballos, pero eso habría perjudicado los negocios y alguien decidió que
el caso estaba cerrado. Más tarde, un grupo de tramperos que habían partido hacia las
montañas regresaron a toda prisa tras haber encontrado a algunos pies negros que,
según decían, formaban un grupo de, al menos, ciento veinte hombres. Ni siquiera los
pies negros osarían asaltar una rendezvous, pero se produjo el habitual revuelo. De
nuevo, no ocurrió nada. Es casi imposible que Miller pudiera pintar la escena, pero
probablemente inspiró parte de la acción de Edward Warren.

www.lectulandia.com - Página 318


* * *

Un tiempo después, Stewart cargó su equipo y, con algunos invitados de las brigadas,
se dirigió hacia su territorio favorito de acampada en la cabecera del New Fork. Sin
embargo, antes de que esto ocurriera, William H. Gray, el misionero seglar, partió
hacia los Estados y con él partió su predecible cobardía… Como puede haberse
deducido de esta narración, Gray no era un personaje muy apreciado. Pocos hombres
o mujeres podían tolerarlo por mucho tiempo y él mismo practicaba la más estricta
austeridad al no tolerar a nadie. Pero estaba siendo usado por el vórtice de fuerzas
que nos preparaba para entregarnos el Oeste y su viaje al este de 1837 fue importante.
También muestra la velocidad a la que estas fuerzas se aceleraban. Recuerden que
Gray, los Whitman y los Spalding habían llegado al oeste hacía solo un año.
Gray parece haberse puesto de lado de los Spalding en el desencuentro entre los
Whitman y los Spalding del último verano, aunque más tarde cambió de bando.
Continuó con Spalding, le ayudó a levantar las primeras cabañas de la misión de los
nez perces en Lapwai y pasó parte del invierno allí. Tras visitar Fort Vancouver,
partió de regreso a Lapwai a principios de la primavera de 1837 (el viaje río arriba
era extraordinariamente difícil: aunque no fuera apreciado por nadie, Gray al menos
se merece el respeto por su capacidad para aceptar unas condiciones de vida duras y
llevar a la práctica las artes de montaña que aprendió). Al final de marzo, mientras
viajaba con una partida de la Hudson’s Bay Company bajo el mando de Francis
Ermatinger, se reunió con Spalding cerca de la ubicación actual de Spokane. Spalding
había dejado a su esposa embarazada sola con los nez perces y se dirigía hacia Fort
Colville de la Hudson’s Bay Company.
Este encuentro fue importante. Spalding recibió una buena respuesta a sus
enseñanzas por parte de los nez perces —mucho más receptivos que los cayuses de
Whitman—, e inteligentes, entusiastas, cooperativos, dentro de los límites que
imponía el trabajo en una misión de indios. Gray se sentía insatisfecho,
insubordinado y envidioso. El sagrado fervor presbiteriano que ardía en su interior no
podía aceptar un estatus inferior. Los talentos de William Gray, objetivamente
sopesados, le otorgaban el derecho de tener al menos la misma importancia que
Whitman y Spalding, a quienes él había juzgado objetivamente en sus notas. Quería
tener una carrera acorde a sus virtudes: quería su propia misión. Ahora se encontraba
con el gran entusiasta Spalding en el territorio de los spokanes, una pequeña tribu
íntimamente emparentada con los flatheads, que no tenían un misionero, aunque
habían deseado tener uno desde el principio. Estaban cerca de Waiilatpu, de Lapwai,
de Fort Walla Walla y de Fort Colville. Además, allí se encontraba «Garry el
spokane» mencionado en nuestro primer capítulo. La Hudson’s Bay Company lo
había enviado de niño a su cuartel del río Red y su capacidad de leer, escribir y
practicar otros misterios blancos había sido un poderoso incentivo en la primera

www.lectulandia.com - Página 319


delegación a San Luis. Los dos misioneros ahora lo vieron instruyendo a su gente —a
su manera— en la verdadera religión. Cuando predicaron a los spokanes decidieron
que había abonado el terreno excelentemente. Además, Garry el spokane cultivaba
patatas, en gran cantidad, y le ofreció algunas a Spalding para que las germinara. Las
patatas impresionaron profundamente a los misioneros: probaban que los indios
convertidos podían ser granjeros.
Tras una mínima consulta por puro formalismo —Gray ni tan siquiera menciona
que se invocara a Dios para guiarles—, los misioneros decidieron que debían
aprovechar la ocasión. Gray marcharía a los Estados inmediatamente, se reuniría con
la Junta Norteamericana (cuyos miembros se sobresaltaron cuando irrumpió en las
oficinas) para reunir fondos, equipar otra misión y llevarlo a los spokanes. El plan
incluía todo: un mayor apoyo para la Iglesia de Oregón y un mando independiente
para William Gray. Concibieron el plan entre susurros, o, al menos, entre sermones, y
actuaron con rapidez. Spalding regresó a Lapwai. Gray envió una carta a Whitman,
que aún era el titular y jefe real de la misión, informándole de lo que estaba haciendo,
lo cual fue un gesto generoso e incluso condescendiente por su parte, y se dirigió a la
casa de los Flathead con Ermatinger, con la intención de partir desde allí a la
rendezvous de verano y unirse a la partida en dirección a los asentamientos. Así pues,
Garry el spokane, educado por los británicos, realizó su segunda contribución a la
expansión de los Estados Unidos.
La prosa de Gray se caracteriza por su cólera y vaguedad: nadie sabe ni por su
diario ni por su libro qué indios lo acompañaban. Emplea «spokane» y «flathead»
indistintamente, lo cual no es del todo erróneo, pero vuelve loco al estudioso que
pretende averiguar lo ocurrido[22]. El plan original era que él llevara al este «a tres
nativos de las tres tribus», y con esto probablemente se refería a un flathead, un
spokane y un nez perce. Pero nunca podremos determinar si alguno de aquellos que
finalmente partieron al Este con él desde la rendezvous era spokane.
Desde la casa Flathead, Gray y Ermatinger partieron con la tribu principal en
mayo en dirección al territorio de los búfalos. Disfrutaron de un mes de viaje relajado
mientras los indios cazaban y recolectaban raíces de bitterroot [lewisia rediviva], que
era un elemento básico en su economía. Ermatinger controlaba pequeños grupos de
tramperos. Gray predicaba y cantaba a los flatheads, les enseñaba nociones de fe,
vendaba heridas y les prescribía curas para las enfermedades (ansiaba el derecho de
Whitman de añadir un M.D. [Medicinæ: Doctor] a su nombre). Tuvieron una refriega
con algunos pies negros, pero no llegó a mucho. Entonces, el 31 de mayo, bajaron
hacia la gran cuenca de Big Hole, la parte noroccidental del condado de Beaverhead,
Montana. Había pies negros por todas partes. El 1 de junio algunos de los tramperos
de Ermatinger fueron asesinados y una banda de pies negros lanzó un distante y fútil
ataque contra algunos flatheads. Al día siguiente, una banda de flatheads se topó con
un destacamento de pies negros, cargó contra este y lo arrasó, persiguió a los
supervivientes hasta las colinas y regresó con cinco cabelleras.

www.lectulandia.com - Página 320


Las hostilidades de verano se habían iniciado favorablemente, pero Gray ahora
vivió dos semanas tensas. En primer lugar, tuvo que soportar seis días de danza de
cabelleras (su horror proporciona una valiosa descripción, pero era incapaz de
relacionar este fervor salvaje con las posibilidades de cristianizar a los indios). Las
colinas estaban llenas de pies negros, cientos de ellos; había alarmas de día y de
noche. Vio algo que pocos veían alguna vez en sus vidas, un puñado de pies negros
perdiendo sus ansias de sangre y acercándose para suplicar protección y sugerir una
paz oficial… los hunos de las llanuras muertos de miedo. A medida que los flatheads
avanzaron hacia la pradera de Deer Lodge, innumerables pies negros se aproximaban
a sus flancos, enviaban delegaciones para fumar la pipa y discutir la paz y
amenazaban constantemente, se pavoneaban, insultaban, robaban e intentaban que se
les abriera el apetito de una guerra que no parecían tener agallas de luchar. La victoria
inicial había pesado; de momento, los flatheads habían detenido a los pies negros.
Esta actitud mental y un manejo experto por parte de Ermatinger mantuvo la tregua,
incluso cuando los gruesos principales de las dos tribus pasaron uno al lado del otro
en la marcha. Asombrado por el increíble hecho, Gray incluso olvidó que esto podría
deberse a la providencia divina.
Cuando por fin se desvaneció la tensión, Gray, junto a algunos indios y el hijo
pequeño mestizo de Ermatinger, dejaron a la tribu y los tramperos el 15 de junio y
cruzaron la Divisoria hacia el río Salmon. La pequeña partida avanzó hacia el
suroeste hasta Fort Hall, visitó al capitán Thing durante un tiempo y retomó la
marcha hacia la rendezvous. No muy lejos de Horse Creek alcanzó a la partida de la
Hudson’s Bay Company bajo el mando de John McLeod, la conquista de Narcissa
Whitman del verano anterior. McLeod tenía cartas para Gray de Spalding y Whitman
en relación con su nueva misión y escoltaba a cuatro indios que Spalding había
seleccionado para que le acompañasen. Gray se refiere a ellos como flatheads;
algunos o todos ellos podrían haber sido spokanes.
Ahí había algo a lo que Gray podía echarle el diente. Podía empezar a refunfuñar
sobre sus superiores. Podía empezar a refunfuñar sobre McLeod, que nos cautiva al
responder a la habitual queja de los misioneros con: «No hay Sabbath en este
territorio». Y podía empezar a acusar a sus indios de falta de respeto. Conspiraban
para desobedecerle, afirmaba, y no eran capaces de apreciar la buena suerte de ser
seleccionados para viajar con el señor Gray. Los tuvo en su contra casi desde el
principio.
Además, tenía una desgarradora prisa por llegar al este. El campamento de
McLeod y el de Andrew Drips, que se les unió, se dirigieron al lugar designado, y
Gray agobió a ambos partisanos pidiéndoles consejo sobre cómo salir de allí antes de
que la caravana de vuelta partiera (esto ocurrió dos semanas antes de que Fitzpatrick
llegara allí). El consejo de Drips fue rotundo: no lo intentes. No lo intentes, loco
estúpido. Todos le dijeron lo mismo.
Gray estaba pasando una época difícil. Había tenido que ver a los flatheads

www.lectulandia.com - Página 321


bailando su danza de la cabellera. Ahora unos delawares representaron la suya propia.
Finalmente, llegó una pequeña avanzadilla de snakes y danzaron otra más. Además,
había algo de licor en el campamento de Drips y por lo tanto cierto libertinaje.
También abundaban las blasfemias acompañadas de fuertes risotadas. Además, estaba
el terrible comercio de la carne de las mujeres. La única satisfacción que tuvo Gray
fue gracias a los corteses crows, que poseían buenas maneras y se las dispensaban a
él también. Se preguntó si la Junta Norteamericana debería abrir una misión crow,
sobre todo teniendo en cuenta que eran hombres abstemios y moderados. Sacó la
flauta y tocó algunos himnos para ellos.
Black Harris llegó con el mensajero y Gray empezó a molestarle preguntándole
cómo podía marcharse. Harris le informó —probablemente para cerrarle la boca—
que tal vez se formara una partida en dirección a los Estados antes de que Fitzpatrick
condujera la caravana de regreso al este. Craso error. Convenció a Gray de que la idea
era posible y que, si era necesario, él podría hacerlo sin ayuda. Cuando llegó
Fitzpatrick, con Miller, Stewart y el resto, se concluyó que el viaje de regreso no
comenzaría hasta al menos pasadas tres semanas. Tres semanas de sindiós, de ron del
demonio, de irreverencia, de blasfemias y pecados carnales. No para el señor Gray. Él
disfrutó del honor de las visitas oficiales de los partisanos, el joven pintor y el capitán
escocés de vida licenciosa, pero estaba rodeado de pecado. Decidió formar una
partida por su cuenta y, aunque todos los partisanos de la rendezvous le dijeron que
no lo hiciera[23], siguió adelante. Partieron hacia el este el 25 de julio.
Era la partida privada de Gray y en la rendezvous la equipó con mucho café,
azúcar y harina además de carne seca y bitterroot. Los miembros de la partida no
están totalmente claros. Aparentemente, tres hombres blancos partieron con él, uno
de los cuales, llamado Barrows, desertó en Fort Laramie… Gray afirma que era un
vago y se quedaba rezagado, pero no deberíamos descartar la posibilidad de que se
hubiera aburrido de tanta moralidad. Había unos cinco o seis indios[24]. Uno era nez
perce, otro era un mestizo iroqués y los tres o cuatro restantes eran flatheads, todos
aparentemente, aunque no definitivamente, verdaderos flatheads. Dos de los que se
habían hecho cargo de la misión que su pueblo inició seis años antes eran hijos de un
jefe guerrero llamado Grand Visage. Este se los llevó a Gray —después de que Gray
se hubiera enemistado con sus propios flatheads y los que Spalding le había enviado,
hasta el punto de que solo uno estuvo dispuesto a realizar el viaje—, y el jefe indio le
confió solemnemente el cuidado de sus hijos a él. Quería que estos conocieran a los
hombres blancos y su religión, dijo, y no quería que Gray «los volviera idiotas
haciéndolos unos borrachos o malas personas cuando regresaran». Gray le prometió
que no los esclavizaría con el hábito del alcohol y el jefe no tendría que haberse
preocupado por esto. No era la bebida, sino la cobardía y la locura criminal lo que
debían de temer de William Gray.
Partieron el 25 de julio e inmediatamente todos empezaron a faltarle el respeto al
señor Gray, pero una nube que avanzaba delante de ellos simbolizaba la benevolencia

www.lectulandia.com - Página 322


personal del Señor hacia él. El territorio y los indios le tendían trampas a sus pies en
vano, porque la Providencia se adelantaba a ellas. El 2 de agosto llegaron a Fort
Laramie, donde de nuevo los hombres que lo conocían intentaron disuadirle de que
siguiera… espera aquí hasta que llegue Fitzpatrick. Un tal Woods, que ejercía las
labores de mando en ausencia de Fontenelle (y a quien Osborne Russell consideraba
un miserable tacaño), informó a Gray de que el territorio que tenían por delante
estaba plagado de sioux de oscuros corazones… cualquier corazón de indio se
volvería oscuro ante la presencia de una partida tan pequeña. Tan solo dos días antes,
le aseguró Woods, habían asesinado a un mestizo en Chimney Rock. «A mi
entender», escribió Gray, «estas circunstancias han limpiado nuestro camino de
indios, haciéndolo menos peligroso para nosotros». La lógica es un tanto excéntrica,
pero Gray encontró una confirmación de esta en el hecho de que un bravo sioux que
se encontraba en el fuerte le invitara a comer. Sin duda, este hecho lo probaba y,
aunque sus dos compañeros blancos que aún permanecían con él y sus indios «temían
continuar», William Gray en pleno ataque de infalibilidad resultaba un hombre difícil
de parar. Consiguió que todos sus hombres bajaran con él por el Platte el 4 de agosto.
Pasaron Scott’s Bluff, Chimney Rock y Court House. El 6 de agosto era el
Sabbath, pero, aunque Gray ansiaba la protección de nuestro Señor, tuvo el suficiente
sentido común para continuar avanzando. Así pues, la mañana del 7 de agosto
llegaron a Ash Hollow, donde la ruta de los emigrantes accedería al Platte Norte
desde el Platte Sur, y donde más tarde se producirían dos masacres grandes y unas
cuantas menores. Sigamos ahora el diario de Gray.
Al ver algo que podría ser un búfalo, el Gran Eneas y otro indio se adelantaron
para investigar. No era un búfalo, era un sioux. Comenzó a cabalgar en círculos para
llamar a sus compañeros, que llegaron al galope. Ordenaron a Gray y a su partida
(mediante signos) que les acompañaran a su poblado. Woods le había dicho a Gray
qué hacer en tales circunstancias, de modo que Gray se negó al tiempo que le ofrecía
tabaco y ordenaba a su partida que continuara. Al hacerlo, el sioux intentó arrebatarle
el látigo a un nez perce de Gray. Gray le hizo un gesto para que huyera rápido. El
sioux agarró las bridas de Gray para detenerle, pero este se liberó. Gray cabalgó en la
retaguardia hasta que llegaron al río. No está claro por qué debían vadear el Platte por
ese punto, pero por allí se adentraron en el agua. Inmediatamente, los sioux abrieron
fuego. Dos de los flatheads de Gray se quedaron rezagados en la otra orilla para
cubrir la huida. No sirvió de nada. El caballo de Gray cayó derribado por un disparo.
Bajo fuego pesado, lograron cruzar, pero también cruzaron los sioux, que los
persiguieron hasta una pequeña elevación donde intentaron parapetarse. Gray bajó el
rifle y se adelantó para parlamentar. Los sioux continuaron disparando, una bala le
alcanzó el sombrero y otra le arañó la cabeza. «Entonces llegué a la conclusión de
que nuestros enemigos estaban empeñados en la sangre y el asesinato y regresé donde
había dejado mi arma». Otra bala le rozó la sien y algunos de los sioux se acercaron
lo suficiente para espantar a la mitad de los caballos. También cogieron parte de la

www.lectulandia.com - Página 323


mercancía; Gray esperaba que esto les bastara, pero no fue así.
Entonces trascendió que había un comerciante blanco con los sioux. Mientras el
pequeño grupo se ponía cuerpo a tierra y respondían al fuego enemigo, una voz los
saludó en inglés desde las fuerzas enemigas. Gray afirma que era «un francés llamado
Joseph Papair»[25]. Quería saber cuántos «franceses», es decir, hombres blancos,
había en la partida. El empleado de Gray, Callaghan (el otro compañero blanco de
Gray se llamaba Grimm) le informó de que había tres, a lo cual Papair respondió que
los blancos debían acercarse o serían ajusticiados. Le pidieron a Papair que se
adelantara para negociar. Lo hizo y los tres blancos se encontraron con él a medio
camino mientras sus indios hacían un alto al fuego «a la espera de los resultados de
nuestra consulta». Gray afirma que explicó quiénes eran los indios y qué hacían allí:
de camino a resolver unas cuestiones divinas en los Estados. «Papair nos dijo que los
sioux estaban decididos a matarlos y que no debíamos decir nada sobre estos o nos
matarían; mientras hablábamos, los sioux pasaron a nuestro lado, cayeron sobre mis
indios y los masacraron de la forma más terrible».
Tras este asesinato, los sioux se llevaron a Gray y a sus dos compañeros a su
poblado. Allí supo que el último ataque les había costado a sus captores tres muertos,
y que tres o cuatro más habían resultado heridos antes (un sentimiento de orgullo por
su valor brotó en Gray y aumentó la cifra a quince sioux muertos cuando escribió su
Historia de Oregón). Uno de los muertos era el hijo del jefe del poblado, un hombre
majestuoso con una corona de plumas de guerra, una pipa medicina y una medalla de
Andrew Jackson. Pintaron el cadáver para su viaje espiritual, cantaron su canción de
muerte y se detuvieron para bailar alrededor de las cabelleras sangrientas. Y así fue
como los propios indios de Gray proporcionaron los trofeos para la quinta danza de
cabelleras que había tenido que presenciar en un periodo de seis semanas.
El jefe explicó que no guardaba ningún rencor a sus hermanos blancos y se los
entregó a Papair, a quien en el diario de Gray se le otorga el mérito de haber salvado
sus vidas. Al día siguiente les ofrecieron unos caballos esqueléticos y provisiones, y
algunos de los guardias del campamento los escoltaron hasta el vado del río.
Profundamente abatidos, retomaron la ruta. Dos semanas más tarde llegaron a
Council Bluffs, donde D. D. Mitchell había llegado desde Fort Union (tras haber sido
lo bastante afortunado para escapar de la viruela). Gray estaba lo suficientemente
restablecido para retomar su vida santa y discutir sobre una posible misión para los
pies negros. Un día más tarde conoció a Dunbar y Allis de la misión de los pawnees.
No lo menciona en su diario, pero ellos debieron de informarle de que el doctor
Satterlee, cuya esposa había muerto en la partida de la misión del año anterior, había
sido asesinado ese año por los indios (Gray más tarde afirmó que fueron tramperos).
Continuó hasta San Luis y hacia el Este y en la última anotación de su diario
menciona piadosamente que en su viaje de ida y vuelta de unas diez mil millas ha
experimentado «la bondad de Dios de innumerables maneras»[26].
Eso revela la naturaleza del diario de William Gray, un documento preparado para

www.lectulandia.com - Página 324


la Junta Norteamericana de Comisionados de las Misiones en el Extranjero, escrito
teniéndola muy presente. En algunas notas adjuntas a este documento, Gray informa
a la Junta de que los flatheads son un pueblo digno de estima, moderados, alegres,
bravos, francos y generosos en su trato con el hombre blanco. Compartirían su último
bocado con él y están preparados para «sacrificar sus propias vidas para salvaguardar
la suya». Gray proporciona algunos ejemplos de sus propios indios: «No pude
convencerles de que me dejaran hasta que los masacraron ante mis propios ojos,
aunque al principio del ataque no había ninguna posibilidad de que escaparan de la
muerte a manos de los sioux».
Tonterías. Los hombres de montaña, que poseían un código de conducta que
jamás transgredían, sabían lo que había pasado. Joe Meek, que escribía mientras Gray
seguía vivo, escuchó una versión diferente de la historia, aunque su discreta
amanuense, la señora Victor, pone en su boca que no daba crédito a lo que había oído.
La versión de Joe Meek es que Gray intercambió las vidas de los indios por las de los
blancos. «Sin duda», afirma el relato de Meek-Victor, «los sioux se aprovecharon de
cierta vacilación por parte del misionero». Quienquiera que suponga que Gray vaciló
tiene derecho a hacerlo. Pero el increíble rumor llegó a las montañas antes de que
Gray regresara en 1838 y se le dio crédito. «Los hombres de montaña, aunque usaban
su influencia para reprimir las ansias de venganza de la tribu de los flatheads,
rumoreaban entre ellos que Gray había preferido su propia vida a la de sus amigos.
También el viejo jefe flathead, que había perdido a un hijo en la masacre [dos hijos
según el relato de Gray], apenas era capaz de controlar su deseo impulsivo de
vengarse; y es que culpaba a Gray de la muerte de su hijo». Los flatheads nunca
tuvieron mucha suerte con los protestantes.
Hubo testigos que difícilmente podían ser impugnados y esos rumores no
surgieron de un sueño. El comerciante blanco Papair contaba lo que ocurrió tal como
ocurrió y esta era la clase de sucesos sobre la que los sioux se sentirían menos
inclinados a mentir. Que el rumor persiguiera a Gray desde ese momento parece
apuntar a que había algo turbio en el comportamiento de este hombre recto tan
ansioso por salvar a los indios del pecado. Le habría ido mucho mejor a la iglesia, y a
todos los hombres blancos durante los siguientes veinte años en Oregón, si hubiera
adoptado la ética de los blasfemos hombres de montaña que sostenían que uno jamás
debía abandonar a un compañero en una pelea. También hay un refrán sobre aquel
que pierde su vida. Y otro que, sin embargo, afirmaba que un misionero debía pensar
más en su feligrés que en el alma de su feligrés: «… no tiene más hombre que este».

* * *

Los invitados de Stewart a su viaje a los Wind Rivers fueron elegidos entre los
oficiales de brigada, Bridger o Fitzpatrick, Drips o Fontenelle, Harris o Provost, pero

www.lectulandia.com - Página 325


no se ha podido determinar quiénes ni cuántos. Basta saber que eran amigos de la ruta
y las montañas, con ganas de relajarse con un poco de caza amateur y conversaciones
a medianoche con los quesos, vinos, brandy y porter de Stewart. Miller dice que unos
quince o veinte indios que querían ajustar cuentas con uno de los empleados de
Stewart merodearon por la ruta casi todo el camino, y añade que la marcha fue dura.
Sin embargo, amaba el territorio profundamente y casi todas las pinturas de lagos
fueron realizadas aquí, la mayoría del lago New Fork. Todo era tan «fresco y bello
como cuando salió de las manos del creador», y el turista que alcanzaba el éxtasis al
contemplar el Mont Blanc y un solo lago suizo tenía un glorioso futuro por delante en
aquel territorio. El ferrocarril que él veía atravesar el Paso Sur traería turistas que se
alojarían junto a aquellas aguas en hoteles aún no construidos. Como la mayoría de
los norteamericanos, Miller respiraba expansionismo sin ser consciente de ello.
Las notas de Miller nos hablan de «nobles truchas» que «eran poco sofisticadas y
mordían casi inmediatamente el cebo en cuanto lo colocábamos junto a sus bocas en
el agua cristalina». Stewart había perdido sus moscas de pesca, pero no las necesitaba
porque podía usar anzuelos hechos en el momento con un cable o un gancho. Miller
detalla dos ventajas especiales… aunque en absoluto eran las únicas. Dice que el
capitán había cargado una mula con un «anker», un tonel de unos diez galones, de
brandy, y otro de oporto. Al llegar al primer lago, la partida encontró un lecho de
menta silvestre y, aunque Stewart no se había americanizado tanto como para conocer
el julepe de menta, tenía a su lado expertos en este brebaje. «Corremos un velo
parcial sobre los procedimientos. Los caballeros mezclaron sus licores. El ingenio
brotaba de cabezas no sospechosas anteriormente de poseerlo y “Todo era felicidad
como las campanadas de boda”. Se retiraron a la cama con velas [y] se juzgó que lo
mejor era dejarlos tumbados bajo el primer arbusto sobre el que se derrumbaban sin
temor de que se movieran hasta la mañana. No necesitaron ningún otro opiáceo».
A continuación, una o dos semanas de evasión de la realidad por medio del ritual
del cazador en la ladera occidental de la cordillera Wind River, donde pronto se
instalaría el temprano otoño de las tierras altas. Los cazadores normalmente no saben
verbalizar sus emociones. La vida del cazador amateur, muy antigua en Gran Bretaña,
también era vieja en los Estados Unidos, y estos días siguen la tradición de Frank
Forester. El caballero se renueva con las durezas de la vida primitiva que colma
profundos deseos… pero incluso en las Montañas Rocosas, se debía buscar lo
primitivo. Podríamos traer ahora a colación una observación anterior, acerca de que
incluso en la década de los años treinta del siglo XIX las montañas sirven a un
sofisticado propósito, tal como lo sirven aún hoy en día… y esto con indios de las
llanuras en su plenitud de fuerzas, el comercio de pieles todavía floreciendo, los
misioneros con tan solo tres años en Oregón, y la emigración que todavía no había
comenzado. No nos aventuraremos a hablar por el noble escocés, un veterano de
guerra y un romántico, ya que él mismo no lo expresó. Pero el consuelo que halló en
el Lejano Oeste podría ser intuido en el lema que imprimió en 1854 en la página de

www.lectulandia.com - Página 326


título de su segunda novela. El lema decía: «Está en algún lugar escrito: “Hay algo
similar en la libertad de un deshollinador colgado en las paredes de su jardín y la del
marino colgado en su mástil”».
Regresaron a la rendezvous y con toda seguridad, cuando los campamentos
grandes se desmontaron, Stewart realizó otro viaje al territorio de pieles. Este hecho
está confirmado porque varios de los dibujos de Miller muestran las Tetons y partes
del itinerario se atisba en sus anotaciones. Joe Meek aporta otra confirmación. Miller
localiza la partida en Wind River y, de nuevo, por inferencia, en el territorio crow, es
decir, junto al río Yellowstone, el río Powder, el Rosebud y los alrededores. Meek
también los sitúa en los límites del territorio de los pies negros hacia el norte. Si es
así, probablemente estarían con Bridger, aunque posiblemente con Fontenelle o
incluso Drips. Meek, que quizás estuviera recordando el ataque contra Fitzpatrick y
Stewart en el otoño de 1833, afirma que la partida de Stewart fue atacada por crows,
que les robaron los caballos y que gracias a las gestiones de Doc Newell los
recuperaron. Hay una vaga alusión a algo similar en una de las notas de Miller menos
convincentes. Pero la nota específica que informa de un ataque crow contra Stewart
está adjuntada a una copia del enorme óleo que más tarde realizó para Murthly
Castle. Y aunque esta nota no fecha el ataque, la última nota de esa misma pintura
realizada para la Walters Gallery confirma que es una representación imaginaria de la
contienda de 1833.
Y aquí la crónica se detiene. Stewart y Miller regresaron a los Estados, sin duda
con la caravana de la Compañía, que por lo visto fue organizada al este de Fort
Laramie por Drips. Encontramos de nuevo a Stewart en octubre; se encuentra en San
Luis y el deshollinador ha comenzado a colgarse de las paredes de su jardín y el
marinero de su mástil. Stewart otorga un poder notarial a un John Stewart de
Marshall Place, Perth, Escocia, autorizándole a reclamar, exigir, demandar y recibir
varias sumas de dinero que le pertenecían, especialmente una herencia residual de su
abuela. Su abogado puede además reclamar las «anualidades procedentes de sir John
Drummond S. de Grandtully de Escocia»[27]. Existe una leyenda, típica de las
antiguas casas escocesas, primitivas como las familias indias y decadentes como las
venecianas, acerca de que antes de llegar a Norteamérica Stewart se había peleado
con su hermano, el baronet, a lo sir Walter Scott y sin posibilidad de reconciliación.
En las novelas de Stewart, ambos héroes experimentan crueldades románticas a
manos de sus familias.
Estaba todavía en San Luis el 25 de noviembre y se habían encerrado aún más en
la prisión. De los archivos de la catedral de San Luis:

El 25 de noviembre de 1837, el abajo firmante Obispo de S. L. bautizó a Wm.


S. de Grandtully en Escocia, segundo hijo de sir Geo. y lady Catherine
Drummond S. a sus cuarenta años de edad [le faltaba un mes para cumplir los 42],
el cual ha regresado a la fe de sus ilustres antepasados. El padrino ha sido el

www.lectulandia.com - Página 327


reverendo Dr. Simon Bruté, Obispo de Vincennes.
Joseph, Obispo de San Luis
Simon G. Bruté Obispo
J. N. Nicollet
Jos. H. Lutz-Prest. Sec.[28]

Una semana antes de esta solemne reconciliación, el cónsul británico en Nueva


Orleans escribió a Stewart. Su entusiasmo por proporcionar cualquier cantidad de
dinero podría ser un indicio de que se sabía que la salud del sexto baronet estaba
empeorando. Crawford, el cónsul, afirma que Miller ha llegado recientemente a
Nueva Orleans y parece lleno de energía. Un tal Vernufft está en Londres
desarrollando un proyecto comercial en el que tanto Crawford como Stewart son sus
socios. Crawford se lamenta al descubrir (a raíz de la carta de Stewart que no ha sido
encontrada) que algunas importaciones que envió a San Luis han resultado dañadas,
pero confía en que el barril de vino haya resistido. Hay un tipo de fiebre en Nueva
Orleans, fiebre amarilla, sin duda, pero la primera helada garantiza buena salud a
partir de ahora y se le insta a Stewart a que descienda por el río. La carta del señor
Crawford es confiada a un tal señor Still, que es un buen John Bull[*].
Y eso es todo lo que se ha podido averiguar sobre el hijo más joven de la casa
Stewart, el viejo hombre de montaña Bill, en 1837.

* * *

En esta misma época, Osborne Russell se desquitó de una vieja cuita.


Con un irlandés llamado Allen, un inglés llamado Granberry y un humilde
devoracerdos[*] llamado Conn, Russell dirigió una partida de caza de otoño en la
región occidental de Absaroka, como destacamento de la brigada de Fontenelle. Una
banda de crows long-hair intentó gastarles una broma pesada robándoles las armas.
No lo lograron y, en lugar de eso, cantaron canciones de guerra toda la noche, y a la
mañana siguiente se descubrió que habían gastado una broma aún más desternillante
al huir con los caballos y todas las pieles de castor cazadas hasta el momento. Los
tramperos iniciaron un largo viaje a pie hasta el refugio más cercano, Fort Laramie.
Se encontraron con otra banda de crows que estaban con los ánimos aún más
bromistas que los primeros, tan juguetones que Allen se dirigió a ellos con semblante
serio: «si nos seguís o nos molestáis, regaremos el suelo con la sangre y las tripas de
los indios crows, y no volváis a hablarme, porque detesto la odiosa jerga de vuestra
nación». Esta errónea interpretación de la leal naturaleza de los crows dejó a los
visitantes desolados, que tuvieron el cuidado de no volver a dirigirle más jerga a
Allen y reprocharon a Russell la monstruosa hostilidad de su compañero. Cuando

www.lectulandia.com - Página 328


Russell les explicó que sus hermanos les habían arrebatado todas las posesiones, se
quedaron desolados, pronunciaron lacrimosas oraciones y parlotearon sin venir al
caso de su indeleble amor por el Jefe de la Manta, Jim Bridger. Estos pequeños
amigos de todos los blancos, al advertir que se las tenían que ver con veteranos,
partieron llevándose sus lamentos.
Los cuatro tramperos retomaron la caza poniendo trampas a través del hielo y la
nieve y una gran escasez de carne, río arriba por el Wind y luego hacia el Platte.
Pasaron dos semanas así, hasta que encontraron búfalos. Cuando llegaron a Fort
Laramie, Fontenelle, su comandante, todavía no había llegado con su brigada.
Russell, con el cuerpo rígido y encorvado por el reumatismo, no logró que el mando
ejecutivo de Fontenelle, supuestamente Woods, le prestara servicio. Los chicos le
pidieron capas y camisas. «No me quedan ni mantas, ni camisas ni abrigos, y el señor
Fontenelle no ha dejado ningún aviso de cuándo recibiremos otros nuevos». Bueno,
algunas mantas de silla de montar servirían de momento, dijeron y, finalmente, les
proporcionó unas mantillas remendadas y sucias.

Pero la necesidad me obligó a aceptarlo, sabiendo al mismo tiempo que había más de 500 capas nuevas en
el almacén que no costaban ni una pinta de whisky cada una. Pero eran para los habitantes de los Estados
Unidos y no para los tramperos. Era el 21 de noviembre de 1837. Nunca olvidaré el momento, lugar ni
circunstancia, pero siempre me apiadaré del ser que ejercía un poder imperial sobre unos cuantos palos de
madera con cinco o seis hombres para vigilarlos. No era culpa suya, porque ¿cómo iba a apartarse de la
manera en la que había sido educado? Y, además, los tramperos no poseen la prerrogativa de tener mala suerte,
porque esta no es nada más ni nada menos que el resultado de una mala gestión. Este es el razonamiento literal
de filósofos pedantes y entrometidos, que consuelan a los desafortunados enumerando y multiplicando sus
fallos, que siempre ocasionan su mala fortuna y que tan claramente se ven a toro pasado. Prefiero mil veces
que me apliquen una lavativa a que me obliguen a escuchar los consejos de unos asesores tan agoreros y
estrafalarios.

Unos días más tarde llegó otro trampero de Fontenelle, un tal Biggs. Su pequeño
grupo estaba acampado confortablemente a unas quince millas. Se sintió indignado al
ver a maestros de la montaña tratados con tanto desprecio. Propuso una revuelta: que
Russell y sus compañeros marcharan al campamento de Biggs, se equiparan con los
suministros de la Compañía, que cazaran algo de carne para Biggs y luego podrían
partir todos por su cuenta. El señor Woods de repente entró en razón y equipó a los
empleados de la Compañía. Partieron con Biggs, pero sin que se produjera ninguna
revuelta y permanecieron en su campamento con todos los lujos a su disposición
hasta que Fontenelle regresó. Fontenelle traía consigo el equipo y las pieles de sus
hombres, tras haberlos recuperado por la fuerza de un antiguo empleado de
Bonneville que los había vendido a los crows.
Funcionó. Pero que un hombre como Russell pudiera ser tratado así y ser forzado
a aceptarlo, es prueba suficiente de que los buenos tiempos estaban llegando a su fin.
Un año antes, la Compañía jamás se hubiera atrevido a negar un equipo a un buen
trampero, ni a ningún burgués de la Compañía, por muy poderoso o altanero que
fuera, ni tan siquiera se le habría ocurrido negárselo.

www.lectulandia.com - Página 329


XIII

APÁRTATE, OH RÍO TURBULENTO


(1838)

Esta narración podría ser tildada de incompleta si llegara a su capítulo final sin incluir
una expedición contra los pies negros. Este capítulo se centra en el Napoleón de las
guerras de los pies negros, Jim Bridger, y su cronista Osborne Russell. La brigada de
Jim pasó el invierno de 1837-1838 en el valle del río Powder que, según Russell,
produjo las «rentas» de ese año: abundante hierba seca y corteza de álamo para los
caballos, e ilimitadas manadas de búfalos para los tramperos. Cuando llegó la
primavera, la numerosa partida se dirigió al oeste a través de la cordillera Absaroka
hasta el río Tongue, y de allí al Little Big Horn hasta su confluencia con el Big Horn.
Habían descendido tan significativamente los rastros de castores que Bridger apenas
se molestó en enviar partidas de tramperos. El territorio se iba al infierno. Había tan
pocos castores por la región que Jim salió del territorio crow y se dirigió hacia el de
los pies negros.
Russell se detiene a describir el equipo de un hombre de montaña y, por ello,
hagámoslo nosotros por última vez:

El equipo de un trampero en tales casos es generalmente un caballo o mula en el que se cargan una o dos
mantas, una silla de montar y bridas, un saco con seis trampas de castor, una manta con un par extra de
mocasines, el cuerno de pólvora y el saco de balas con un cinturón del que cuelga un cuchillo de carnicero,
una caja de madera con el cebo para los castores, un saco de tabaco con una pipa y material para encender
fuego y, en ocasiones, un hacha atada a la perilla de la silla de montar. Su atuendo personal es una camisa de
franela o algodón (si es lo bastante afortunado para hacerse con una, si no, la piel de berrendo sirve para la
camiseta interior y la camisa exterior), unos pantalones de cuero con perneras de tela gruesa de manta o piel
ahumada de búfalo, un abrigo hecho de tela gruesa de manta o pellejo de búfalo, un sombrero o gorra de lana,
de piel de búfalo o de nutria, los calcetines eran trozos de tela de manta que envolvían los pies, un par de
mocasines hechos de piel curtida de ciervo, alce o búfalo, y la mata de pelo que cae suelto sobre los hombros
para completar su uniforme. A continuación, monta y coloca el rifle delante de él sobre la silla de montar.

Hacia finales de mayo de 1838, la mayoría de las partidas de tramperos de


Bridger, que mantenían contacto frecuente entre ellas, se hallaban cerca del Three
Forks del Misuri. Habían llegado al mismísimo corazón del Lebensraum de los pies
negros sin encontrar ni un solo pie negro. Concentrados, para mayor seguridad,
partieron río arriba por el Gallatin. Dieron con el rastro de un poblado que tenía tan
solo tres o cuatro días y finalmente entendieron por qué habían podido poner trampas
sin ser molestados. El 2 de junio, mientras vadeaban el Madison, vieron un tipi
solitario cerca de la ribera del río. Cuando se acercaron, vieron que estaba ocupado
por nueve pies negros, todos muertos por la viruela.
El rastro del poblado les llevó río arriba por el Madison, y al día siguiente Bridger

www.lectulandia.com - Página 330


guio a sus hombres lejos del río, en dirección a las montañas. Los chicos se quejaron
airadamente. El rastro indicaba que el poblado no podía ser más del triple en número
que nuestra partida… ¿Es que Jim se estaba volviendo demasiado cauto? De acuerdo.
Regresó al río, continuó siguiéndolo río arriba hasta que creyó estar lo
suficientemente cerca de los pies negros y acampó en el estrecho desfiladero a través
del cual discurría un arroyo. A la mañana siguiente exploraron el poblado a tres
millas de distancia y se prepararon para abrir la temporada. Russell, tras decidir
posponer el acercamiento, cogió un catalejo y se subió a la roca cercana más alta para
vigilar. Los comandos (quince voluntarios) se aproximaron a caballo lo más cerca del
poblado como pudieron al resguardo de un risco, desmontaron, se arrastraron hasta la
cima y comenzaron a disparar a los tipis. Lograron disparar tres o cuatro ráfagas
mientras los pies negros se arremolinaban, y entonces, cuando estos montaron y
cabalgaron gritando hacia el risco, el comando regresó a la carrera hacia sus caballos
y se dirigió al campamento. Los pies negros les siguieron, pero se pararon a
trescientas yardas formando un semicírculo en un saliente de piedra.
Fin de la primera etapa de cualquier batalla enconada contra indios, porque a
trescientas yardas un arma india no podía alcanzar ningún blanco, y el Hawken del
trampero podría acertar en algún blanco solo por casualidad. Los pies negros
malgastaron munición disparando al aire ante los desdeñosos blancos, como siempre
hacían los indios, y alimentaban su ferocidad siguiendo el ritual prescrito. Esta etapa
duró unas dos horas y terminó cuando uno de ellos les espetó a los blancos en lengua
flathead: «que nosotros no éramos hombres sino mujeres y que sería mejor que nos
vistiéramos como tales [la ofensa india más belicosa], porque los habíamos incitado a
luchar y luego nos habíamos escondido tras las rocas como mujeres». Uno de los
tramperos era un iroqués, un superviviente de la banda que la Northwest Company
había llevado al oeste hacía ya más de quince años, y nadie podía llamar squaw a un
iroqués sin jugarse el pellejo. Exigió a sus socios blancos que se vengaran del insulto,
se desnudó y «comenzó a emitir el agudo grito de guerra de su nación». Una
sensación de formar parte de la historia hizo que la partida de Russell jaleara «el
sonido que había significado la condena a muerte de tantos blancos durante la antigua
guerra francesa». Aproximadamente unos veinte tramperos pudieron escuchar la
elocuencia del iroqués, y como había unos ciento cincuenta pies negros concentrados
en esa roca, la situación resultaba propicia para los hombres de Bridger. Estos veinte
siguieron al iroqués al galope hacia el fuego de mosquetes en el risco. En la cima se
refugiaron un par de minutos para recobrar el aliento, luego se levantaron y
continuaron avanzando. Persiguieron a los pies negros y mataron un número
satisfactorio de ellos, llegando finalmente a sus caballos y su poblado. Fin de la
tercera ronda.
Esto bastaba para satisfacer el honor del Décimo de Bridger, y cuando pasó la
noche sin ningún incidente no les habría importado aplazar la guerra y regresar al
trabajo. Pero los pies negros no habían satisfecho su honor y pasaron el amanecer

www.lectulandia.com - Página 331


formando una línea de ataque para dirigirse al campamento blanco. Así pues,
mientras la mayor parte de los hombres del campamento desmontaban las tiendas y
cargaban tranquilamente las mulas, el iroqués, todavía airado, reunió a unos treinta
voluntarios, incluyendo a Russell, y los condujo al trote a través de la maleza.
Alcanzaron el flanco de la línea de ataque, a unas treinta yardas, pero permanecieron
escondidos en la maleza. Podían oír a los pies negros hablando mientras observaban
el desmantelamiento del campamento de Bridger. Los tramperos ajustaron las cinchas
de sus sillas, se metieron cuatro o cinco balas en la boca para cargar rápidamente y
esperaron hasta que el iroqués juzgó que había llegado el momento adecuado. Este
«salió de la maleza con un terrible aullido y le seguimos». La sorpresa siempre dejaba
al indio medio indefenso —era esto lo que le daba al hombre blanco su mayor ventaja
— y los pies negros simplemente azuzaron sus monturas y huyeron. Los chicos les
persiguieron hasta estar fuera del alcance de las armas del poblado y esperaron allí
para que el resto del campamento terminara de cargar los animales y se unieran a
ellos. Cuando lo hicieron, se unieron a retaguardia y avanzaron todos juntos. El año
había empezado con buen pie.
Pero resultó ser un año diferente. Mientras cabalgaban a través de ese territorio,
pasaron por conocidos campos de batalla donde habían caído buenos hombres, no sin
antes llevarse con ellos su cuota de pies negros, pero ahora resultaba difícil encontrar
a los pies negros. Avanzaron hacia el suroeste al otro lado de las montañas y llegaron
al lago Henry —en un rincón de Idaho y directamente al oeste del parque de
Yellowstone—. Allí encontraron un poblado de pies negros tan pequeño (quince
tiendas) que podrían derrotarlo sin derramar ni una sola gota de sudor. Se prepararon
para hacerlo… pero cuando cabalgaron hacia allí «encontraron a seis de ellos que se
acercaron a nosotros desarmados y que nos invitaron de la manera más humilde y
sumisa a su poblado para fumar y comerciar». Un extraño comportamiento para unos
pies negros… ¿Qué andaban tramando? Pronto lo descubrieron. «Nos sentimos
avergonzados», dice Russell, «solo de pensar en luchar contra un puñado de pobres
indios casi reducidos a esqueletos por la viruela». Si la vida de montaña era lo
suficientemente variada para incluir a algunos pies negros que buscaban la paz, esta
versatilidad también incluía a un grupo de tramperos dispuestos a perdonar la vida a
algunos pies negros. Pararon y fumaron, comerciaron un poco y continuaron su
camino.
Eso ocurrió a mediados de junio. Bridger condujo a su brigada intacta a través de
un territorio de castores de primera… Henry’s Fork, las llanuras altas del Snake,
Pierre’s Hole, Jackson’s Hole. Allí a los pies de la vertiente oriental de las Tetons,
Russell y un compañero salieron de caza por última vez… algo andaba mal con los
castores, nadie había conseguido reunir muchas pieles. Pusieron trampas en los
arroyos que atravesaban las montañas desmoronadas al sur del Hole y luego se
dirigieron al valle del río Green y la rendezvous. Cuando la feria acabó el verano
anterior, se decidió que este año se celebraría otra vez en los alrededores de Horse

www.lectulandia.com - Página 332


Creek. Pero cuando Russell llegó a Horse Creek no había ni un solo campamento allí
ni ninguna señal de que lo hubiera habido. En la puerta de una construcción de
madera destartalada que había servido de almacén el año anterior encontró un papel
con un mensaje garabateado en él. Se leía: «Venid a Popoasia: hay un montón de
whisky y mujeres blancas».
«Popoasia» era el río Popo Agie… es decir, al este de la Divisoria Continental. Y
esta nota, colocada en lo que había sido el centro neurálgico del territorio del
comercio de pieles, era otra señal de los tiempos que corrían. De camino a la
rendezvous, la caravana de la American Fur Company, liderada ese año por Andrew
Drips, había decidido cambiar el lugar de reunión y había enviado un mensajero por
adelantado para colgar la nota (cabe la posibilidad de que la decisión la tomara el
propio Fontenelle en Fort Laramie o incluso en los cuarteles de la Compañía en San
Luis). Se avecinaban tiempos difíciles. La nueva ubicación estaba más cerca de Fort
Laramie, lo cual significaba recortar gastos para ajustarse a la menor oferta de pieles.
Y también se encontraba en los Estados Unidos, no en la zona compartida de Oregón,
y de esa manera, tal vez, la Hudson’s Bay Company no aparecería. Como había
predicho Nat Wyeth, los costes más bajos del sistema británico estaban dando su
fruto.
Russell y su compañero cabalgaron a toda prisa hacia el este a través del Paso
Sur, viraron al norte a través de las estribaciones que abrazaban la base de la
cordillera Wind River hasta el Popo Agie y río abajo hasta donde este confluye con el
río Wind y ambos se convierten en el Big Horn (aproximadamente la misma ruta por
la que vimos transitar a Bonneville, Wyeth, Campbell y Fitzpatrick en dirección al
Big Horn tras la rendezvous de 1833). Las demás bandas de tramperos, de la
Compañía o libres, que corrieron jadeantes hacia las delicias de Horse Creek tuvieron
que hacer el mismo recorrido. La información era de buena ley: cuando llegaron a la
hermosa llanura boscosa en el ángulo que formaban los ríos, allí estaba acampada la
caravana anual de Drips, con las tiendas montadas en las habituales formaciones, las
casetas de venta construidas, la manada de caballos más pequeña y el parque de
carros más grande que nunca, y las llegadas más tempranas con la intención de hacer
de esa la rendezvous más frenética de todas. Cundía una profunda determinación
porque abundaban las señales de que la nueva era, cuyos indicios todos habían
percibido, ya estaba cerca.
Tom Fitzpatrick no estuvo allí ese año; no se le puede localizar en ningún sitio en
1838. La caravana encontró a Fontenelle a cargo de Fort Laramie, pero parece ser que
él no viajó con esta. Sin embargo, la mayoría de los hombres del Registro de
Montaña estaban allí cuando llegó Russell, o llegaron allí poco después. El
especialista en viajes en solitario, Black Harris, llegó con Drips y se le asignó su tarea
habitual de mensajero avanzado: supuestamente fue él quien hizo llegar el aviso a
Horse Creek. Joe Walker estaba allí y había abierto una línea de negocio en la que se
especializaría conduciendo caballos californianos al Este para venderlos[1]. El capitán

www.lectulandia.com - Página 333


Stewart estaba allí con un lujoso equipo y posiblemente un amigo (nadie menciona el
nombre del amigo). Había unos cuantos viajeros y veraneantes y también dos hijos de
William Clark.
El whisky era como el que se prometía… y también las mujeres blancas. Cuatro
de ellas eran esposas de misioneros y, además de sus esposos, la partida incluía a un
soltero llamado Rogers y un par de peones. Las cuatro parejas habían celebrado su
luna de miel en la ruta y al menos dos de estas uniones eran matrimonios de
conveniencia, o cooperación, para la rápida gestión de la labor de Dios entre los
indios. Cushing y Myra Eells, por lo visto, se casaron por pura inercia de la
naturaleza; así como Asa Bowen Smith y su esposa Sarah. No en el caso de Elkanah
y Mary Walker. Mary, que ese año cumplió veintisiete años, ansiaba compartir la
santidad de salvar almas paganas. Sin embargo, la Junta Norteamericana hacía un uso
limitado de las «mujeres solteras»: las mujeres estaban expuestas a terribles
experiencias y visiones aterradoras en tierras paganas y la Junta prefería que fueran
mujeres fortalecidas por los conocimientos y sacrificios de la vida matrimonial. Se
informó a Mary de que finalmente se le podría encontrar un lugar para ella como
profesora para los niños de la misión en algún puesto decoroso. Pero la Providencia
intervino casi en cuanto la Junta envió la carta. Llegó una carta del huesudo, devoto y
paralizantemente tímido Elkanah Walker, que últimamente había sido asignado a una
misión con los zulúes. Al prepararse para su servicio, el señor Walker tuvo que
enfrentarse a una cuestión del más elemental de los realismos. En su carta recordaba a
la Junta que estaba soltero y que, aunque confesaba que la cuestión era delicada, no
era un hombre que se amilanase cuando el deber le llamaba y disparó directamente a
sus superiores: «¿Es aconsejable que vaya sin una compañera?». Claramente, no lo
era y, probablemente, debió de influir en algo el hecho de que Walker estuviera en
Bangor, Maine, y que a menos de cien millas, en Baldwin, hubiera una mujer soltera
que deseaba entrar en las misiones. La Junta se comprometió a facilitar el trabajo
divino, notificó a Walker cuáles eran los designios del Señor y preparó a Mary para
su oportunidad de obtener la bendición y consagración. Al comedido nativo de Maine
le llevó algo menos de cuarenta y ocho horas llegar a los esponsales, pero las
preparaciones para el matrimonio avanzaron algo más lentas. Por fin, se consideró
que los zulúes eran tan belicosos como los indios y la Junta canceló la misión de
Walker porque estaban otra vez en guerra. Así pues, estuvo libre para ser enviado a
Oregón cuando la Junta decidió que la petición de refuerzos que William Gray les
presentó tan inesperadamente debía ser atendida. Se comprometieron en abril de
1837, pero no se casaron hasta marzo de 1838. Compartían la inquietud misionera
para la población cristiana de Oregón y Mary se quedó embarazada mucho antes de
partir al oeste.
William Gray trabajaba con mayor rapidez. Había regresado al este para agrandar
la misión y cubrir las necesidades de esta, entre las cuales una abnegada esposa se
hallaba en los primeros puestos de la lista (se embarcó en un curso de tres meses de

www.lectulandia.com - Página 334


clases médicas durante el invierno por pura envidia y se hacía llamar «doctor» hasta
que llegó a Waiilatpu, donde Marcus Whitman sustentaba el título). Pero, o bien él
era demasiado selectivo o, como parece más probable, resultaba difícil encontrar una
mujer que tolerase la compañía del señor Gray ni tan siquiera por amor a Dios. Pero
el 19 de febrero conoció a Mary Augusta Dix, y el 26 de febrero se casó con ella,
completando así su equipamiento personal… Tanto los Eells como los Smith se
casaron en marzo y supuestamente existía cierto vínculo de afecto terrenal entre ellos.
La presencia de William Gray en la rendezvous atrajo de inmediato el interés del
primer grupo numeroso de hombres de montaña que llegó allí. Los misioneros ya
estaban horrorizados por la indulgencia con el alcohol, pero no tenían ningún motivo
para suponer que serían molestados. Entonces, la noche del 4 de julio, en el diario de
Myra Eells leemos: «Nos despertaron los ladridos de los perros y poco después
escuchamos a un grupo de hombres borrachos que se acercaban directamente a
nuestra tienda. El señor Eells se levantó y salió a la puerta de la tienda; acto seguido
cuatro hombres se aproximaron insultando, blasfemando y preguntando por el señor
Gray y si el señor Richardson (el viejo cazador de Wyeth, a quien los misioneros
habían contratado para que les llevara el equipo) estaba en casa. El señor Eells
respondió a sus preguntas y poco más. Ellos dijeron que querían saldar una cuenta
con el señor Gray y que luego se irían».
A los chicos no les gustaba la ética cristiana que practicaba este hombre de Dios
que no luchó por sus compañeros, aprendices y feligreses, y que de hecho cambió la
vida de estos por la suya. Se quedaron allí maldiciéndolo, mientras Myra Eells y
Mary Gray, aterradas, intentaban cubrirse lo suficiente para salir por debajo de las
paredes de lona. William Gray estaba escondido en algún lugar dentro de esa tienda y
tenía intención de luchar por su vida, porque estaba cargando el rifle que Cushing
Eells había llevado desde los asentamientos hasta el Popo Agie descargado. Y
entonces tuvo lugar una manifestación de la providencia de Dios, la más útil de todas
las que le podía haber concedido a Gray: los defensores de una ética diferente no lo
encontraron. Si lo hubieran hecho, habrían acabado el trabajo de los sioux, pero
bramaron y maldijeron durante un rato y luego el alcohol dispersó su atención hacia
otro lado. Se pusieron a cantar y presionaron al reverendo Eells para que se uniera a
ellos. Eells dijo que no conocía sus canciones y no les mentía. Se ablandaron un poco
más, se disculparon por haberle despertado y se marcharon para atormentar a un
empleado novato que dormía cerca. «Estábamos», cuenta Myra Eells,
«constantemente atemorizados por que regresaran».
Pero no regresaron, al menos no con ese propósito, y al final prevaleció la idea de
que matar a un misionero, o tan siquiera castigarlo con traumáticas groserías, no
resultaba algo de lo que sentirse orgulloso entre los de su profesión. Y aunque les
perdonaron la vida, este pequeño grupo de cristianos valientes, desconcertados,
hostiles y pendencieros, realizando un agónico viaje a una misión que no presagiaba
nada bueno, se enfrentaron a toda la dura realidad de montaña que pudieron soportar

www.lectulandia.com - Página 335


(Eells era con mucho el mejor de todos, pero ninguno tenía la calidad de Whitman,
Parker o Lee y, especialmente, no había ninguna Narcissa). Con los nervios aún
alterados por esta escena atroz, la brigada de Bridger llegó al campamento armando
jaleo. Ellos y los hombres de Drips se abrazaron con un escándalo endemoniado,
luego quince o veinte corrieron para beberse con los ojos a las mujeres blancas,
portando una cabellera de pie negro y golpeando un tambor indio. El perro que Myra
inocentemente había pensado que les protegería de cualquier peligro escapó aullando
y nadó hasta la otra orilla del Popo Agie. Los hombres del viejo Gabe bailaron
alrededor de la cabellera para que las mujeres les admiraran y, dice Myra, «parecían
los emisarios del Diablo adorando a su propio amo». La noche siguiente otra docena
de ellos cubiertos de pinturas de guerra llegaron y danzaron otra vez para las squaws
blancas. Probablemente su apariencia fuera espantosa, barbudos y cubiertos con
bermellón y ocre, vestidos con ante curtido, borrachos, aullando y cantando. Myra ni
siquiera intenta describir «la horrible visión que ofrecían», pero lo despacha con otra
referencia al demonio y una abierta defensa de la necesidad de un exorcismo. Sin
embargo, sin duda proporciona un dato auténtico cuando afirma que «todos se
alegraban por el sino de los pies negros a consecuencia de la viruela».

* * *

Estos misioneros, los últimos que envió la Junta Norteamericana a su Misión de


Oregón, son el presagio más inconfundible hasta el momento de los emigrantes que
estaban por llegar, pero la predicción llega a niveles grotescos. Eran especialmente
parecidos a los emigrantes en cuanto a la polémica que provocaron. Solo una delgada
línea separa una consciencia de santidad de una pretensión de superioridad moral, y
podría parecer que en las Biblias que se llevaron los misioneros protestantes al oeste
se hubieran omitido las parábolas de los fariseos. Allí estaban, cuatro parejas casadas
y un soltero, Cornelius Rogers… de veintidós años de edad, voluntario y, con mucho,
el más ingenioso de todos ellos. Ningún grupo humano podría haber contenido mayor
voltaje de gracia divina, y la recargaban todas las noches y también los días que la
caravana se detenía el tiempo suficiente para reunirse a orar. Pero el resultado era una
competición de unos contra otros a un mismo tiempo moralista y beligerante, y
pelearon durante todo el trayecto desde Westport al Columbia milla tras milla.
Cuando comenzaban las recriminaciones se producía una dura división de parejas: los
Walker y los Gray contra los Smith y los Eells, pero esta podría haber sido
simplemente una división provisional y en cualquier caso sujeta a un constante
realineamiento, porque todos discutían con todos y los aliados se peleaban entre sí
cuando no tenían al enemigo a mano. La habitual ansia humana por fastidiar al
prójimo, que siempre producía roces entre la obligada compañía de la ruta, se hacía
mucho más insoportable porque podía ser consideraba una desviación de la verdadera

www.lectulandia.com - Página 336


moral y los habituales epítetos de la discusión proporcionaban un mayor placer al ser
usados al servicio de Dios. Lo cierto es que ninguna de las parejas casadas podía
aguantar a las otras y Mary Walker insinúa que su esposo de repente se volvió más
conyugal cuando se liberó temporalmente de la compañía de Smith. Ella también
creía que su esposo estaba demasiado influido por Asa Smith, demasiado dominado
por él y que se mostraba demasiado sumiso ante él… y al mismo tiempo, a Mary la
corroían los celos que despertaba en ella Sarah Smith, y odiaba cada una de las
palabras que su esposo, Elkanah Walker, le dirigía a ella.
«La señora Smith comenzó a dar la razón al señor W. cuando este me reprochó
que diera órdenes al señor Gray… Estoy muy harta del señor W. No sé qué hacer.
Parece tener más consideración con la señora Smith que conmigo. Pasa mucho más
tiempo en su compañía que en la mía… me siento cruelmente abandonada». Por su
parte, la esposa del señor W. está segura de que intenta hacerlo lo mejor que puede.
Un lobo atacó a un ternero de la manada y se produjo una discusión general sobre si
matar y comerse el ternero o intentar salvarlo. Se desató una tempestad que no cesó
desde ese momento… y aún estamos a principios de mayo. «El señor S. y señora
parecían mucho menos inclinados a dar su brazo a torcer… Tengo la impresión de
que él está mucho más comprometido que Gray». Y una semana más tarde: «La
señora Smith está mucho más comprometida con el señor Gray. Los nervios están a
flor de piel todo el tiempo. El señor W. por lo visto es de mi parecer en relación con
ellos. Espero que seamos capaces de tratarlos bien. Que ellos se den cuenta de su
error y rectifiquen. Me temo que no soy tan clara con ellos como debería». Mary bien
se podría haber ahorrado ese reproche a su persona: todos eran tan claros con los
otros como les permitía la lengua inglesa. Y «la señora S. pone a prueba mi paciencia
hablando sobre Gray, como lo llama todo el tiempo. Ojalá ella fuera consciente de lo
mucho que se parece a él, aunque peor». Pero, al día siguiente, Elkanah y Gray están
de acuerdo y Mary piensa que son una extraña compañía de misioneros, pero se
pregunta secretamente cuál de ellos es el más intolerable… y no quiere decir
intolerante. Y «como la señora Smith y la señora Eells no querían compartir la leche,
nosotros separamos parte de la nuestra y la ofrecimos. Creo que disfrutaremos de lo
poco que nos queda tanto como ellos». Y «por la noche, le hice saber a la señora
Smith lo que pensaba sobre el asunto de la leche, etc.». Y «El señor Smith en la
tienda todo el día con su esposa. Estuvieron susurrando todo el día para mi enfado».
Y «la inquieta y temerosa actitud de la señora Smith y su incesante susurro me
resultan muy desagradables. Su esposo se comporta como un cerdo a la mesa, como
ya he [¿mencionado?] y frecuentemente me trata con lo que [considero] mala
educación. En ellos se ve lo que [¿parece?] bastante puro egoísmo… El señor Eells es
muy [¿anodino?] y poco social y en su personalidad el Yo eclipsa todo [¿el
horizonte?]. El doctor Gray es extremadamente quisquilloso. Es bastante difícil
llevarse bien con él. Sin embargo, a mi esposo y a mí nos trata con bastante cortesía.
Más tal vez que a los demás de la compañía. Cuando la señora S. escuche a su esposo

www.lectulandia.com - Página 337


hablar de ello seguro que no lo considerará algo bueno. Pero para mí es lo contrario.
Mi esposo [palabra ilegible] para ganar amigos, que vaya donde quiera». Pero Mary
deseaba que su señor W. estuviera más comprometido con la religión y pensaba que
debería mostrar más interés en el paisaje.
Y esto ocurre en cualquiera de las millas o cualquiera de los días. Como sus
predecesores, esta gente inspira respeto por su dedicación, aunque rebuscada, y por su
coraje. Ninguno de ellos parece haber sido inteligente. Eells poseía la rectitud y
semblante anguloso del santo evangélico, lo suficiente para ser moralmente
impresionante y no lo suficiente para parecer un enfermo, y algunos de los otros
poseían carácter dentro de los límites que les imponía una piedad que también era
intolerancia repulsiva, otros no. Eells y Walker tienen un peso importante en la
historia de Oregón, el primero casi convertido en un monumento por su tesón, pero
ese peso es más laico que eclesiástico y mucho más eclesiástico que religioso (la
iglesia cristiana en Oregón era muchas cosas: entre ellas una sucesión de peleas). Sus
personalidades varían, desde la clarividente, serena y bastante agradable Myra Eells y
el tímido y honesto Elkanah Walker, pasando por la mediocridad anquilosada, la
petulancia y el egoísmo cobarde de los Smith, hasta la invariable repelencia de Gray.
Uno debe despojarles de la bilis de Gray, pero también debe reconocer que hay algo
de cierto en lo que él dijo[2]. Algunos tal vez sufran la injusticia de la historia como
penalización por no haber escrito sus propios diarios, y lo que parece vagamente
atractivo de Myra Eells podría ser tan solo la fluidez de su prosa. Pero eran
simplemente un grupo de mediocres, ardorosos y neuróticos adictos a la conversión
de almas paganas, de la clase que llegaron a apestar los siete mares, y eran
absolutamente desdeñables en comparación con Whitman y Spalding. La Junta
Norteamericana no fue muy inteligente al enviar a cualquiera de ellos al Oeste y fue
una locura enviarlos a todos en grupo.
Además, todos ellos excepto Gray eran novatos y ninguno tenía la habilidad de
Whitman y Jason Lee para dominar las exigencias del viaje y adaptarse a situaciones
nuevas. Gray ya era un viajero consumado, pero nada podía curarlo de su estupidez,
su obstinación y arrogancia, y cometía frecuentes errores como resultado de estos tres
defectos. Todos los misioneros anteriores habían sido bien recibidos por los hombres
de montaña, si no en un primer momento, sí poco después, pero Andrew Drips echó
un vistazo a esta peripatética pelea a mamporros por contar con el favor divino y les
pidió que viajaran por su cuenta. Gray insistió en que era imposible, del todo
imposible, y Drips transigió. Pero la caravana despreciaba a los novatos y los novatos
aborrecían a los pecadores. Así pues, con ineptitud, peleando, el servilismo de los
novatos y la culpa de los santos exacerbada por un verano tardío, frío y lluvioso,
realizaron una de las travesías más incómodas de las que se tenga constancia.
Viajaban de día y acampaban de noche con los maestros de la vida de las llanuras,
que se adaptaban a cualquier clima. Pero eran demasiado estúpidos y demasiado
rígidos para aprender.

www.lectulandia.com - Página 338


Como Narcissa y Eliza, las mujeres trazaban las líneas que las esposas emigrantes
seguirían… estudiaban las plantas, recolectaban guijarros curiosos, contemplaban el
paisaje, y ataviadas con sus camisones frotaban frenéticamente la mugre del resto de
sus ropas cuando tenían ocasión, se acostumbraron a usar las boñigas de búfalo como
combustible, y se esforzaban por hornear y rustir e idear alternativas a la dieta básica.
Miles de esposas que estaban por llegar se encuentran reflejadas en las palabras de
Myra Eells cuando tras una noche bajo la lluvia la partida llega al Platte desde el Blue
y escribe: «Me acuerdo tanto de los días pasados que no puedo contener el llanto». A
partir de ese momento, el Platte estará asociado con lágrimas de mujeres. Mary
Walker lo expresó más rotundamente un mes más tarde: «Lloré al pensar en la
cómoda vida que disfrutaban los cerdos de mi padre». Los pawnees, aunque se
comportaban inusualmente bien, asustaban a las mujeres, y el miedo a los indios,
cuyas almas después de todo se habían propuesto salvar, las atenazó a partir de ese
momento. Estaban agotados todo el tiempo, los hombres por el acarreo de la manada
y la incomodidad del viaje por la pradera, y las mujeres sobre todo por ir montadas de
lado (Gray, sensatamente, les aconsejó que se pusieran pantalones de ante, que era
más de lo que Narcissa y Eliza habían podido disfrutar, pero nadie tuvo el coraje o el
sentido común suficiente para aconsejar a las mujeres que usaran las piernas y se
montaran a horcajadas sobre sus caballos). Enfermaban uno a uno y en grupos…
resfriados, reumatismo, las «fiebres» indeterminadas que la medicina de la época
detectó y diferenció de los «vapores», que eran la mayoría. Y es que uno advierte
aquí síntomas que se extenderían y serían constantes en cuanto los novatos
comenzaron a llegar en gran número. Hay terrores y melancolías específicas que
afectan a los recién llegados a las llanuras y las montañas, una verdadera neurosis,
habitualmente suave pero en ocasiones grave, y que, con la presión suficiente o una
debilidad interior determinada, se transforma en psicosis. Es el efecto de la soledad
en el ego en un espacio infinito, el vacío, la desolación y el sol inevitable.
Y, por supuesto, no habían ascendido mucho por el Platte cuando todos se vieron
afectados por la disentería causada por el caliche. Mary Walker la padeció durante
más tiempo y más virulentamente. Sin embargo, no era tan constante como el
fariseísmo, la autocompasión y las peleas que mantenían y que se convirtieron tanto
en un consuelo como en una dura prueba. Además de su diarrea, Mary menciona
como un extraño fenómeno un día entero en el que «el señor W. no ha discutido».
Tal vez, la presencia de esposas indias, entre diez y quince en total, en la caravana
de la Compañía sea responsable del rechazo de nuestros cronistas hacia los pecadores
hombres de montaña, aunque en cualquier caso pocos del mundo exterior hubieran
podido soportar las peleas y los sentimientos de culpa de los misioneros. Es un signo
de los tiempos que algunos viajeros no identificados, tramperos libres sin duda, los
alcanzaran y se unieran a la caravana, y otro que encontraran una partida que bajaba
por el Platte. Para los misioneros esta última circunstancia era una oportunidad de
enviar cartas a su hogar y Myra Eells identifica a uno de los viajeros como «señor

www.lectulandia.com - Página 339


Renshaw»; podría ser Jean Richard. Mary Walker menciona a un caballero, que por el
contexto no parece que sea Stewart, que había viajado mucho y describió Suiza, Italia
y otro país ilegible, y les habló de perros que desenterraban hombres de debajo de la
nieve. Al principio del viaje, Elkanah describe una visita de Drips, Stewart y Harris,
que les llevaron cerdo como regalo (Mary, en un aparte, comenta: «pensé que el señor
S.[mith] se comportaba bastante porcinamente») y reconoce que todos aquellos
caballeros les trataron de forma educada. A partir de ese momento no hay
prácticamente ninguna mención a la caravana, a Drips o a Harris, y un poco más a
Stewart. Gray detestaba a los caballeros y, especialmente, a los caballeros británicos,
como ya hemos visto, pero el cortés capitán debió de visitar a los misioneros y,
especialmente, a sus esposas, más de lo que se menciona en los diarios. Las mulas de
Stewart cargaron la mercancía y abandonaron el carro el 21 de mayo (ese fue el día
en el que el reverendo Asa Smith dejó que el fuego con el que cocinaba se
descontrolara y todos tuvieron que perder medio día apagándolo). Algunos de los
manjares que sin duda él había compartido con ellos quedaron derramados por el
suelo. Es la primera vez que Myra Eells lo recoge desde el 28 de abril, cuando
también anotó la visita que menciona Elkanah y añadió que ella les agasajó con
galletas y queso.
Hasta el momento ninguno de ellos había dicho nada acerca de la presencia de un
hombre que era el signo más tangible de que la nueva era ya estaba próxima. Los
delawares por fin fueron consignados a una reserva, justo más allá de Westport, la
nueva ciudad fluvial que competía con Independence y que al final la superaría. Una
gran cantidad de viajeros había comenzado a asentarse allí, y cuando Drips guio a la
caravana a sus tierras le esperaba un amigo de los delawares que le había
acompañado en dos viajes por la Ruta de Santa Fe y que había aprendido a hablar su
idioma. Estos dos proyectos en el comercio de Santa Fe habían sido muy poco
rentables; no habían hecho nada por aliviar las sucesivas bancarrotas del especulador
y, de hecho, estaba pasando una temporada entre los delawares para evitar a los
acreedores, entre otras razones. Tenía treinta y cinco años, era suizo, anteriormente
mercero y papelero y un magnífico embustero. Y, sin embargo, embustero no es la
palabra justa. Se dirigía, estaba destinado, al Oeste, a California —dos provincias de
leyenda—, y entre los visionarios más eminentes de las provincias, él iba a
convertirse en el más importante. En esos momentos estaba fabulando y elaborando
una fantasía que le reportaba un inmenso consuelo personal: que él, un deudor
fugitivo que se vio obligado a abandonar Europa en secreto para evitar la cárcel, que
no poseía ninguna experiencia en la vida soldadesca y había sido demasiado humilde
para llegar a oficial, ahora se proclamaba capitán «anteriormente miembro de la
Guardia Real Suiza de Carlos X de Francia».
Es igualmente cierto que no tenía ni idea de por qué viajaba a California,
totalmente ignorante de todo lo que iba a encontrar en el camino y casi totalmente
ignorante de lo que podría encontrar allí. No necesitaba saberlo. Las vastas

www.lectulandia.com - Página 340


extensiones y el imperio giraban en su mente, y en cuanto al Oeste de inmensidades e
ilusiones la hora se acercaba. La hora y el lugar y el hombre se acercaban unos a
otros. El éter vibraba, lo impalpable se comenzó a hacer palpable y bajo la identidad
de capitán John A. Sutter de la Guardia Real Suiza, Johann Augustus Sutter partió
hacia el Oeste[3].
Teniendo en cuenta que ahora cargaban toda la mercancía en carretas o carros —
otro signo de los tiempos y del esfuerzo por reducir gastos—, los treinta y ocho días
que tardó Drips en viajar desde Westport a Fort Laramie no resultaban sorprendentes.
Las damas sintieron el eterno alivio de ver casas de nuevo y el comentario de Myra
Eells acerca de que el fuerte «se parece bastante a las paredes de la Prisión Estatal de
Connecticut» pretendía ser un cumplido. Allí pudieron ser esposas de granjeros
durante unos días: se lavaron la ropa y a ellas mismas, sacudieron el polvo de las
mantas y hornearon un pan que les hiciera justicia. Fontenelle y Woods se
encontraban en el fuerte e hicieron la habitual visita de cortesía, con Drips y las
esposas de los tres. Podría ser que Gray, movido por una poco habitual caridad al
observar matrimonios monógamos y semipermanentes, no les recriminó a las damas
que eso también resultaba indecoroso. En cualquier caso, recibieron a las esposas
impuras con amabilidad, les ofrecieron té y las animaron a repetir la visita. Myra
comentó que «los niños son bastante blancos y saben leer un poco».
Gray ya había tenido que emplearse a fondo con los carros más allá de Fort
Laramie dos años atrás y entregó a Drips y Fontenelle el carro que con tanto esfuerzo
había llevado hasta allí. Eso le dejaba con el trabajo más fastidioso aunque menos
agotador de acarrear las mulas de carga a partir de ese punto. Compraron algunas
mercancías en el fuerte, escribieron cartas, terminaron el descanso y partieron con
Drips el 3 de junio, ocho días después de su llegada. Y continuaron con sus peleas.
Un realineamiento de fuerzas en los últimos días había aliado a los Walker y los
Smith contra los Gray y los Eells, pero Smith enervaba casi tanto como Gray a todo
el mundo y la rendezvous resultó una bendición para Mary Walker cuando Smith
decidió construirse una cabaña para él solo. Mary se preguntaba si la decisión que
había tomado no podría costarle a Smith algún percance, pero era tan agradable no
tener que escucharle[4]…

* * *

Encontraron maldad en la rendezvous, pero también encontraron consuelo:


celebraron tres Sabbaths junto a esas aguas calmadas y pudieron depurar sus culpas.
En el primer Sabbath, Elkanah Walker celebró la misa de la mañana, para la profunda
satisfacción del grupo, y con nueve espectadores del campamento. El pasaje que
eligió era un acto de venganza que jamás habría hecho conscientemente, 2 Pedro III,
7: «pero los cielos y la tierra actuales están reservados por su palabra para el fuego,

www.lectulandia.com - Página 341


guardados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos». Quizás, la escasez
de público fue lo que llevó a Cushing Eells a elegir para su sermón de la tarde la
advertencia del autor de salmos: «Si hubiera observado iniquidad en mi corazón, el
Señor no me habría escuchado». Mary Walker remató el día con el devocionario de
Baxter, El Descanso Eterno del Santo. Una semana más tarde se acercaron para
escuchar a Smith por la mañana hasta unos cuarenta de los pecadores, «muchos de los
cuales no entendían lo que decía, pero disfrutaban de las canciones». Mary confesó
que el calor la dejaba adormilada y supuestamente este calor explicaría que
aparecieran menos curiosos cuando Elkanah predicó esa tarde. El tercer domingo, la
llegada de buenas noticias excitó tanto a Myra y Mary que ninguna de ellas menciona
nada del servicio divino.
Las damas habían montado su cocina de granjeras. En cuanto acabaron la colada,
se pusieron a cocinar frenéticamente. Hicieron pudin, pasteles de carne (de vaca,
ciervo, alce y carnero) y, como todos eran yanquis, muchas rosquillas fritas con
aceites tan poco habituales como la grasa de oso o la de búfalo. También hornearon
pan con la harina y la levadura que habían llevado, y esta fue la mayor de todas las
maravillas para los hombres de montaña, que comenzaron a buscarse tareas cerca del
campamento de los misioneros cuando los aromas de la niñez les llegaban flotando
con el humo a través de los sauces del río. Joe Meek no era un hombre tímido, así que
debió de ser el antagonismo de Gray, que olía el azufre en cuanto se acercaba, lo que
le hizo contenerse. Joe tuvo ocasión de seguir la ruta de los misioneros tras la
rendezvous y en el río Bear se sintió atormentado por el olor del pan recién hecho.
Mientras luchaba por refrenar sus deseos de rebajarse y pedir un poco, una de las
damas le dio a un indio una galleta caliente como recompensa por cantar un himno.
Joe no sabía cantar himnos, así que echó el guante al indio tras unos arbustos y le
ordenó que regresara y cantara otro himno. Cuando de nuevo la muestra de fe fue
recompensada, Joe consiguió disfrutar del sabor del pan por primera vez desde hacía
nueve años.
Mientras sus maridos realizaban algunos ajustes en el equipo, las damas
trasladaron Nueva Inglaterra al Popo Agie cuando inauguraron un grupo de costura.
Las humildes y frenéticamente inquisitivas squaws las frecuentaban en pelotones, las
tocaban para ver la sangre moviéndose bajo sus extrañas pieles blancas,
inspeccionaban los misteriosos artículos de sus pertenencias personales, toqueteaban
objetos de los que jamás habían oído hablar, como broches y polvos de cuerno de
ciervo y moldes para tortitas. Las squaws blancas poseían unos extraños y admirables
accesorios de costura: dedales, bolsas de limas con forma de fresa, agujas de muchos
tamaños, pero todas ellas diminutas para las indias, huevos de zurcir, bastidores para
bordar, hilos de todos los tamaños y colores, ovillos de lana, hilo de seda. No podían
hacer una mejor labor con estas herramientas que las damas indias con sus púas y
tendones deshilachados, pero sabían trabajar con pasmosa comodidad y rapidez. Así
pues, las squaws suspiraban y parloteaban y les llevaban a las damas blancas las telas

www.lectulandia.com - Página 342


de algodón de colores chillones que sus maridos les habían comprado en las casetas
de venta y las damas blancas les hicieron trajes para ellas, sin duda con faldas más
largas que las prescritas por la moda india. Myra menciona a la señora de Joe Walker
y a la señora Craig; Mary, a la señora Roberson (Craig era un antiguo empleado de la
RMF Company; había numerosos Robinson). Otras son mencionadas, pero no se
especifican sus nombres. Myra, que despreciaba la baja calidad de la tela y se
escandaliza por su precio a dos dólares la yarda, afirma que hizo «un vestido para el
señor Jay», pero en este caso probablemente se refería a su squaw. También hizo uno
para el señor Clark, al que no se le conoce mujer allí, y esto sugiere el atroz
afeminamiento que representaba poseer una camisa de dormir en las montañas.
Todos seguían horrorizados por la sociedad de la montaña, cuyos ideales parecían
ser exactamente los mismos que los de la sociedad india. Pero recibieron las visitas
de cortesía de los partisanos. Myra menciona a Drips, a Doc Newell y a Jim Bridger.
Jim no solo estaba cumpliendo así con las formalidades cuando los visitó, además
estaba intentando elevar el estatus de los cristianos entre sus propios hombres. Sentía
una obligación con ellos porque estaban en el mismo negocio que Marcus Whitman,
quien tres años atrás extrajo de su hombro lo que Myra denomina una lanza india. No
se menciona a Sutter ni a Stewart, pero ambos sin duda alguna invitaron a las damas
en varias ocasiones. Sutter siempre lograba hacer brillar sus buenas maneras en las
tiendas del bosquecillo de sauces y, echado sobre unas pieles de búfalo, tejía una
visión de su pasado militar y su futuro imperial. Stewart sin duda consideraba a las
jóvenes snakes y arapahoes más bonitas y agradables, pero debía cumplir con las
obligaciones de un caballero. La nariz aguileña y el bigote retorcido ciertamente no
provocaron en las damas nada más allá de la correcta afabilidad de una diaconisa
invitada a tomar té por el ateo del pueblo, y los vinos, porters, brandis y licores de
Stewart no debieron de ser bien recibidos, aunque sí sus olivas, terrinas de carne,
dulces y fruta confitada. Es de suponer que ambas partes se comportaron con decoro
y en cuanto pudieron marcharon en busca de compañía más agradable.
Entonces, el domingo 8 de julio, una partida pequeña decidida y moderadamente
ruidosa llegó desde el oeste. Era Francis Ermatinger con un equipo de la Hudson’s
Bay Company en territorio indudablemente norteamericano… que la Compañía
hiciera lo que considerara al respecto. Ermatinger comenzó a contratar a los
tramperos conscientes de que la American Fur Company ya no era lo que había sido.
Además, llevaba cartas de Spalding y Whitman en las que informaban a la Junta de
los avances de la misión. Y con él viajaban no solo el desconocido señor Ewing, que
había llegado al oeste el año anterior, sino también Philip Edwards y Jason Lee, de la
misión metodista del Willamette.
La salvación de los indios de la costa y los ríos había tenido un sorprendente
éxito: la misión metodista se había convertido en un negocio agrícola y ganadero, era
propietaria y distribuidora de energía hidráulica y una promotora tan próspera que los
británicos probablemente ya habían perdido Oregón para entonces. Hay cierta

www.lectulandia.com - Página 343


afinidad entre Brigham Young y Jason Lee, el principal creador de este emporio.
Ambos entendieron la imperiosa necesidad de construir el reino de Dios en la tierra y
dar al militante de la iglesia una base adecuada para su campaña contra el pecado.
Además, la Junta de Misiones Metodistas había estado proporcionando a Lee tanto
dinero como ayudantes con una esplendidez que hacía parecer miserable a la Junta
Norteamericana. La misión del Willamette se expandió vastamente con la posesión de
huertos, campos de heno, cosechas de alimentos básicos, edificios, serrerías, manadas
de vacuno, ganado lechero, maquinaria, barcos, un sindicato por la templanza, una
destilería de whisky confiscada y unos bienes raíces que sin duda incrementarían.
También poseía algunas escuelas donde un puñado de niños aprendían una variedad
de inglés a partir de las hermosas ilustraciones bíblicas que de alguna manera
resultaban más apropiadas que las de los católicos que tanto aterraban a sus
distribuidores, y donde otro puñado menos constante de adultos cristianos por
necesidad cantaban himnos y cultivaban los campos a cambio de salarios que no
suponían una gran carga a la economía de los vicarios de Dios. Todos estos cristianos
por necesidad procedían de tribus en declive y devastadas que, como todos tenían
claro, se reducirían hasta extinguirse sin causar ningún disturbio.
Dedicaron algún tiempo a la deliberación y reflexión, porque los indios del puesto
eran obstinadamente estúpidos y obviamente incapaces de valorar los sacrificios que
los misioneros realizaban por ellos, pero solo en los momentos de descanso tras la
tarea diaria de construir un imperio. El Willamette no fue testigo de la angustia
espiritual que oprimía a las misiones del Walla Walla y el Clearwater, que sufrían
males totalmente diferentes en su carrera por abarcar la región. Jason Lee nunca
expresó abiertamente que la dedicación de Spalding y Whitman a un experimento de
noble intención pero imposible en la práctica era un maldito sinsentido, pero toda su
vida tuvo la convicción no declarada de que debía serlo.
Él era el misionero de la guardia avanzada del imperio. Pretendía salvar todas las
almas indias que los servicios de la misión pudieran alcanzar después de que los
pobres locales hubieran sido exterminados o expulsados… transformando una
sociedad migratoria en sedentaria, cambiando de una economía de caza a una
economía agrícola y, a partir de ese momento, borrando todo resto de la consciencia
neolítica para que la cultura blanca del siglo XIX y la gracia de Dios pudieran
expandirse por el territorio como el color en una acuarela. Comprendió la enormidad
de la tarea y también que el primer requisito era una sociedad blanca poderosa y
desarrollada en Oregón. Su piedad innata evitó que pudiera concebir esta sociedad
como británica, y debió de ser el espíritu de la época lo que le impidió darse cuenta
de que cualquier sociedad grande de blancos significaría el fin de los indios,
condenados o salvados. Jason Lee era una partícula, una partícula extremadamente
vigorosa, del núcleo de la consciencia expansionista, una voluntad inflexible que se
extendería al terreno de la voluntad nacional, un instrumento de fuerzas gigantescas
que lo lanzaron en un torbellino como vanguardia de aquellos que estaban por llegar,

www.lectulandia.com - Página 344


como un asteroide moviéndose al borde de la órbita de un planeta.
Cuando conoce a sus hermanos de fe en el Popo Agie en julio de 1838, el
potencial del imperio interior se redobla ante nuestros ojos. La Junta de Misiones
envió más misioneros al Willamette (por mar) tanto en 1836 como en 1837. Entre
ellos se encontraban Anna Pittman, con quien se casó Lee en el mes de julio de 1837,
y el doctor Elijah White, un personaje que tenía algo de William Gray, pero más
grande y de mayor importancia, y por lo tanto más alborotador y destructivo. Sin
embargo, ni estos reclutas ni la impresionante cantidad de dinero que la Junta había
enviado a Oregón estaban a la altura de la visión imperial, si no imperialmente
expresada, de Lee. Tomó la decisión de viajar a los Estados y hacer entender a la
Junta de Misiones, la Iglesia en su conjunto y al pueblo norteamericano lo que se
necesitaba para salvar a los indios y a Oregón. Sus colegas mostraron su acuerdo, de
modo que partió para pedir más misioneros, más dinero y, especialmente, más
seglares. Dadme granjeros, mecánicos, carpinteros, peones… dadme a los hombres
necesarios para implantar una colonia en el nuevo mundo.
Recordando la extraordinaria eficacia de los jóvenes indios a quienes Nat Wyeth
había llevado al este, reclutó a dos para recorrer el circuito de las catequesis de los
domingos. Uno de ellos era un chinook y tenía la cabeza puntiaguda —por fin—, de
manera que las congregaciones que recordaban la petición de William Walker podían
ver por sí mismas la necesidad de graneros de heno y ganado en el Willamette (en un
éxtasis de semántica piedad, Lee siempre hablaba de sí mismo como «un verdadero
flathead»). También iba acompañado de tres hijos de Tom McKay, que iban a ser
enviados a la escuela.
Y Lee hizo exactamente lo que las fuerzas crecientes, ahora casi a punto de
estallar, precisaban de él. Al llegar a los Estados, comenzó a evangelizar a la nación a
favor de las almas indias y el territorio de Oregón. Durante más de un año realizó
varias giras por Nueva Inglaterra, el Sur, el Medio Oeste, Washington, Nueva York…
acudió a iglesias, a sociedades misioneras, a catequesis dominicales, a asociaciones
de jóvenes y reuniones laicas. Les habló sobre los asentamientos de los veteranos de
la Hudson’s Bay cuyos hábitos libertinos amenazaban la moral de los indios y
dificultaban la titularidad de los recursos hidráulicos. Les habló del hambre y la sed
que sufrían los indios por no apartarse del buen camino, los cuales incrementaban a
medida que aumentaba la distancia, y de la agotadora labor de las misiones y las
grandes expectativas en la producción de grano, madera y ganado. Les habló de las
blasfemias y libertinaje de los hombres de montaña, del espesor de la tierra a orillas
del Willamette, del suave invierno de Oregón. Y los jóvenes indios resultaron ser toda
una inspiración, una señal de las alturas. Eran indios, lo que equivale a decir que eran
oradores, actores y exhibicionistas. Estaban en territorio extraño y por ello tendían
con mayor facilidad a la melancolía, los trances y visiones que otros indios. Hablaban
un inglés roto que hacía más atrayente las distorsiones de la noción cristiana que
manifestaban y aportaba un plus de patetismo a sus lágrimas. En resumen, dejaban

www.lectulandia.com - Página 345


asombradas a las audiencias ante las que los exhibía. Lee los convirtió en cristianos
evangelistas que aborrecían el alcohol, los recuerdos de su hogar los convirtieron en
promotores inmobiliarios y no perjudicó a la causa el hecho de que uno de ellos
muriera. Los devotos estaban consternados ante la oscuridad en la que vivía el indio
de Oregón y se sentían inspirados por su deseo de ver la luz. También el pánico
financiero había arruinado el comercio de los ranchos, una sucesión de malas
cosechas comenzaba a afectar a la frontera del medio oeste y siempre estaban los
brotes de malaria y los inviernos de las praderas. El territorio de Oregón poseía un
resplandor evangélico… y nadie subestimó la promesa que suponía para un pueblo
que durante dos siglos había estado buscando un mejor hogar en el oeste.
Lee zarpó hacia Oregón de nuevo en octubre de 1839, bordeó el cabo de Hornos
con más misioneros y menos seglares de los que hubiera querido, con abundancia de
suministros y una garantía de gran cantidad de dinero para las actividades y las
propiedades de la misión. Pero incluso antes de zarpar, durante la primavera de ese
año, una clase completamente nueva de caravana a Oregón partió desde la frontera
como resultado directo de los esfuerzos de Lee. La aventura comenzaba ahora.
El verano de 1838, de camino a la rendezvous, paró tanto en Waiilatpu como en
Lapwai para visitar a Whitman y a Spalding. Estos habían pasado dos años de trabajo
incluso más duros que los de Lee, con más dudas, más aprensión y mucha más
ansiedad. Ambos comprendían ahora la infinita labor y tiempo que tenían por delante
si pretendían llevar a cabo la gran visión y Whitman había comenzado a dudar que
pudiera lograrse. Vivían en un territorio más árido que el valle del Willamette, un
territorio de inviernos más duros, de suelo menos productivo, a cientos de millas de
cualquier núcleo económico o social que pudiera sustentarles (de hecho, el pionero
blanco necesitaría más de una generación para implantarse allí). Y ahora ahí estaba
Lee, fresco tras un éxito asombroso incluso en términos del auge de la frontera, y no
satisfecho con él, se dirigía al este confiado en poder promocionar un negocio mayor.
Y esto dolía. Y esto dio pie a una visión.
Así pues, con la colaboración de Whitman, Spalding escribió una carta a la Junta
Norteamericana y Lee se la llevó con él al partir. La Misión de Oregón podría
convertirse en una realidad al servicio del sueño que ansiaban, decían, si la Junta lo
apoyaba con el entusiasmo que un inversor aportaba a esta clase de sueños.
Necesitaban treinta sacerdotes, treinta profesores, diez médicos, diez mecánicos…
todos con sus correspondientes esposas. Necesitaban varias toneladas de hierro y
acero para hacer herramientas y maquinas. Necesitaban cocinas y estufas.
Necesitaban un suministro moderadamente bien provisto de productos para
comerciar… incluyendo mil doscientos cuchillos de descabellar. Apagavelas,
cencerros, libros de texto, libros de himnos, un molino harinero… Era imposible, era
una fantasía, era una locura, y al menos Whitman pronto se arrepintió de ello. La
carta estaba dirigida a una fundación cuyos fondos habían quedado diezmados por el
pánico financiero, una fundación además que no solo era incapaz de darse cuenta de

www.lectulandia.com - Página 346


qué eran los indios del oeste, sino que tenía al resto de los paganos del mundo de los
que ocuparse. Gray, tras leer la carta en la rendezvous, entendió la situación y
escribió a la Junta lo que pensaba.
Al mismo tiempo, la carta de Gray contenía la verdad a la que todos los
misioneros tendrían que enfrentarse más pronto o más tarde: que era una pérdida de
tiempo predicar el cristianismo a unos indios aún no civilizados. El primer requisito
era convertirlos en agricultores, pero ningún misionero vio que esto, en las
condiciones del siglo XIX, era totalmente imposible. La carta a la Junta
Norteamericana debe ser juzgada teniendo esto en cuenta, y si Marcus Whitman, un
gigante que realizó esfuerzos hercúleos para lograr un objetivo imposible, en abril de
1838 aún no comprendía conscientemente lo que su instinto ya le había hecho sentir,
pronto iba a comprenderlo. Un fortalecimiento de la Misión de Oregón no solo habría
salvado la vida de Whitman, sino que también habría hecho de Waiilatpu un
instrumento más eficaz para el uso al que Whitman lo destinó. Al fallar los refuerzos
de hombres, suministros y dinero, tuvo que asumir una tarea aún mayor y hacer
posible lo imposible a diario al convertir su misión cristiana en parada obligada para
la emigración que se dirigía a Oregón.

* * *

Los misioneros partieron al oeste con Ermatinger el 12 de julio y los campamentos de


la rendezvous en el Popo Agie se dispersaron el día 20 de ese mismo mes. Entre la
rendezvous y San Luis, el capitán Stewart vuelve a desaparecer de las crónicas.
Supuestamente, guio a su equipo por los arroyos de truchas, hacia los altos prados
donde abundaba la caza, ya que el noble escocés había viajado al oeste justamente
para cazar. Tal vez atravesó el Paso Sur y revisitó el territorio de los lagos de la ladera
occidental que aportaron colorido a sus recuerdos a lo largo de toda su vida. Tal vez
realizó un último circuito con una partida de tramperos, renovó su amistad con los
crows y cabalgó con algunos de los hombres de Bridger en busca de los pies negros
menos belicosos. Ciertamente, disfrutó de un último éxtasis de caza del búfalo,
derribó grandes hembras a distancias increíbles con su Manton y sumó su grito de
guerra al de Antoine Clement con cada caza. Hiciera lo que hiciese, fue una travesía
más corta de lo habitual, porque estaba de regreso en San Luis el 28 de septiembre, si
no antes. En esa fecha escribió a John Crawford, el cónsul británico en Nueva
Orleans[5].
Entonces, unos días antes del 11 de octubre, el señor Crawford confió a un tal
señor Osterlok que iba a remontar el río una carta de Escocia dirigida a Stewart por
una entidad bancaria. Y el día once del mes escribió a Stewart una nota de su propio
puño y letra y adjuntó otra carta que contenía la misma noticia, la del marqués de
Breadalbane. Era una noticia importante: sir John Archibald Stewart había muerto en

www.lectulandia.com - Página 347


París el 20 de mayo de 1838, el día en que su hermano avanzaba desde la bifurcación
sur a la bifurcación norte del Platte. El capitán Stewart era ahora sir William,
decimonoveno de los Grandtully y séptimo baronet. Y al escribirle desde Nueva
Orleans el cónsul le expresaba su satisfacción por el seguro regreso del baronet de
tierras salvajes, porque «creo que corre cierto peligro entre los indios».
Sir William se tomó su tiempo. Ahora era el dueño de Murthly & Grandtully
Logiealmond, por no mencionar Birnam Wood, y debía regresar al hogar para
disponer de la herencia, comenzar a arbitrar en los conflictos de los residentes y
retomar un matrimonio que no lo había reclamado desde la primavera de 1832. De
hecho, debía hacer muchas cosas que no requerían ninguna habilidad con los búfalos,
los crows o las chicas shoshones. Como miembro de la familia, presentaría una
petición a Thomas Robert, conde de Kinnoul, etc., lord Lyon Rey de Armas, para
modificar las armas de manera que sir William pudiera incluir en estas un cantón
Drummond. El resultado resultaría satisfactorio: o una cenefa azur y plata entre tres
lazos en el jefe del segundo, y una galera con los remos en acción de sable base: por
Stewart. O tres barras dentro de una bordura ondulada de gules: por Drummond. Esto
con un cantón Mackenzie incluso más resplandeciente, con tres muslos flexionados
formando un triángulo y una cabeza de ciervo afrontada. Sobre el escudo un casco, de
gules, doble-plata y en las libreas dos abejas a contra vuelo, un lema «Provyd» en la
diestra y un lema «Nil Timeo» en la siniestra. El escudo está rodeado por una cinta
naranja parda y pendiendo de esta la insignia de Nova Scotia… Debería haber otro
cantón, por ejemplo, una pipa tomahawk, un zurrón y una cabellera de pie negro,
todo de gules.
Las pinturas de Miller, escribió el cónsul a Stewart, estaban en su viejo estudio en
Chartres Street, y Miller, que se había ausentado a algún lugar, probablemente estaría
de vuelta para cuando Stewart llegara a Nueva Orleans. Crawford no sabía cuál había
sido el progreso de Miller, pero temía que no había sido mucho… «parece bastante
vago». Ahora que el baronet regresaba a casa y que Murthly era realmente suyo, esas
pinturas eran más importantes que nunca. Ese era uno de los asuntos que debía
organizar en Nueva Orleans, así como la sociedad con Crawford y el misterioso
Vernufft. Este último negocio era probablemente una inversión en importación y
había tenido pérdidas de «diez mil»… posiblemente libras, aunque más
probablemente dólares. Stewart partió a Nueva Orleans para ocuparse de estos y otros
asuntos. Allí, el 17 de diciembre, William Sublette escribió a su amigo Cara Cortada,
el Zurdo, el próspero comerciante de San Luis y veterano del Oeste.
Los indios, en la misma medida que los blancos, especulaban sobre las estrellas,
por qué nacía el hombre, qué era la sabiduría y, como los hombres blancos, llenaban
el Oeste con sus mitos y representaciones simbólicas. Hay muchos manantiales que
brotan de ranuras en las rocas, Manitou la Fuente Qui Bouille es solo uno de ellos, y
hay muchos arroyos que vierten sus aguas convertidas en espuma por barrancos de
piedra gris… hay muchas aguas del Oeste en las que los seres sobrenaturales han

www.lectulandia.com - Página 348


lanzado un encantamiento. Si las bebes una vez, algún día tendrás que regresar y
beber otra vez. Y Stewart había pasado cinco años en ese territorio avanzando
«siempre un poco más allá», un viejo, veterano del ejército invadido por la agitación
de batallas finalizadas, deseaba ir «más allá de aquella última montaña azul cubierta
de nieve». Los hombres, afirma el poeta citado, los hombres son insensatos y
curiosamente diseñados.
Sir William ha enviado a Bill Sublette un tonel de vino, que él debe embotellar
inmediatamente para evitar que se estropee. Espera, con una frase que hubiera sido
deseable que explicara, que Bill «se lleve mejor con tu otro chico que Silas, que no es
un mariquita». Podría necesitar tomar prestado de Bill setecientos dólares hasta que
sus nuevas propiedades fueran traspasadas. A continuación, «confío en que puedas
conseguirme un poco de ciervo manso»… ciervo norteamericano, de la tierra de los
encantos. Y «desearía que me hicieras el favor de avisar a Antoine y decirle que
quiero que me consiga algunas calabazas de buen tamaño para usarlas de cazos,
también algunos cardenales rojos y que los guarde en jaulas porque tengo intención
de llevarlos a Inglaterra. Y que espero que esté listo en marzo». Las aguas del
Manitou habían comenzado a ejercer su hechizo sobre Stewart. Habrá calabazas y
también copas doradas en Murthly y ciervo mulo y venado y corzo en sus tierras, y
aves como las que Stewart ha visto en los álamos a orillas del lago New Fork.
Además, el Antoine que aquí se ubica en San Luis y que espera el aviso es Antoine
Clement, el gran cazador, el mestizo, el compañero del viajero… y se dispone a irse a
Murthly.
Stewart se llevó al mestizo con él cuando zarpó en mayo de 1839. Y cuando
Alfred Jacob Miller les siguió un año más tarde, descubrió que Antoine «se había
metamorfoseado en un mayordomo escocés y sirve la mesa totalmente vestido de
negro y eso es lo único que hace»[6]. Stewart le había regalado recientemente un
apropiado traje de kilt —Miller afirma que costó cincuenta dólares, aunque parece
poco probable—, para que pudiera relacionarse con los paisanos durante sus
celebraciones. Así que siempre había en Murthly otra persona que hablaba con las
guturales que Stewart había aprendido a hablar, y el inglés básico del Oeste, y el
silencioso lenguaje de signos. Por las noches, los dos se sentaban en una habitación
llena de cabezas de carneros de las Rocosas y de búfalos colgadas en las paredes,
pieles de oso y pumas en el suelo, pipas medicina y coronas de guerra, mocasines
bordados con cuentas de colores, los arcos de cuerno de los nez perces y un surtido de
recuerdos cuya virtud era que recordaban grandes hazañas. Probablemente Antoine
no sabía diferenciar entre tipos de oporto, pero el whisky del país era mucho mejor
que cualquiera que hubiera tomado en las casetas de venta de las rendezvous.
Recordaban a los crows en pie de guerra o el tronar de los búfalos huyendo en
estampida. O podían pasearse entre las reliquias de una guerra no mucho más
avanzada que las de la edad de piedra: picas, alabardas, cascos, guanteletes,
arcabuces, dirks, sables, dagas con pedrería. Entre cuadros un poco más importantes

www.lectulandia.com - Página 349


que los de Miller: en el vestíbulo (afirma Miller) había un Cristo de Caravaggio, un
Cupido y Psique de Correggio, dos Poussin, el «Judith y Holofernes» de
Brunelleschi, un Rafael, un Da Vinci. Junto a una gran cantidad de adornos
florentinos, romanos y venecianos del pasado diplomático de la familia y tan variados
como los suvenires del séptimo baronet de las High Lands. Entre las claymores, el
lapislázuli y los Poussin podían pasear plácidamente, moviendo rápidamente las
manos mientras relataban la ocasión en la que Pequeño Jefe apremiaba a sus bravos
snakes para que aniquilaran a una partida emboscada sioux.
Seis meses después de zarpar hacia el hogar, llegó a Londres, puso en orden su
herencia y revisó su escudo de armas. La inquietud no disminuía y Londres fue solo
una parada provisional de camino a Constantinopla y Egipto… supuestamente,
Antoine lo acompañó. Pero sentía que se movía en la dirección equivocada. Se le
rompía el corazón cuando recordaba Zion. Pensaba en Cara Cortada, el viejo Bill.
Habían oído las campanadas a medianoche, en muchas ocasiones habían estado
echados toda la noche en la taberna Windmill de St. George’s Fields, y no volvería a
haber dos aventureros como ellos en las tabernas de la corte. Estas eran las aguas del
Manitou y, así pues, el 26 de noviembre de 1839, sir William escribió a Sublette[7].
Le dice que va a enviar dos terneros con pedigrí para mejorar la manada del
rancho a las afueras de la ciudad. En abril o mayo, cuando se vendan los potros tras
las ferias de caballo de Londres, también le enviará un buen caballo. Pero la cuestión
es: «Debo… informarte de que aún no me he despedido totalmente de los Estados
Unidos… y Dios mediante estaré en Nueva York en el otoño de 1840 con vistas a
partir a las montañas la siguiente primavera, si consigo una partida lo suficientemente
fuerte». Le pide a Bill que avise de su llegada a Andrew Drips y que él «o alguno de
mis amigos en las montañas sepan que si nada me lo impide estaré en el Susquadee
en julio del 41».
El «Susquadee», el río Green, el valle alto donde el New Fork desemboca en
aquel, la mole de la cordillera Wind River al este, o visto desde Fort Bonneville al
otro lado de la llanura hacia el aún no denominado Frémont Peak, montañas menores
al norte y al este la música de estas aguas, y por encima de todo, el sol implacable. La
niebla de noviembre cae en Londres y sir William recuerda el chirrido de las ruedas
de los carros con los ejes y las ruedas forzados, el quejido del cuero de las sillas de
montar, el bramido de búfalos abrevando, el grito del puma, el ulular de algunos
indios tras dar caza a la presa. En el pestazo del humo del carbón puede oler las
boñigas de búfalo ardiendo, el rocío de la artemisa al amanecer, el caliche que quema
tanto las fosas nasales como las mejillas, una lluvia que humedece la ladera de una
cumbre mientras la lengua se te inflama con el polvo de la llanura, el olor del río
cuando de repente te llega a media tarde y las mulas empiezan a chillar y uno debe
sujetar su caballo para que no gire hacia allí, el rancio olor agrio de un indio con el
brazo sobre tu hombro que te habla de su amor por el jefe blanco que aunque ya es
grande, podría ser el doble con un traguito de alcohol. Fuera del hotel de sir William

www.lectulandia.com - Página 350


los carros traquetean sobre las calles empedradas, pero no son sus carros enfangados
en las arenas movedizas del Platte o arrastrados y azuzados a través del Sweetwater.
Algo se mueve entre los sauces, el Manton está amartillado y sir William se
yergue sobre sus estribos… allí está Ephraim, el viejo Caleb, el oso blanco de las
montañas, tan terrible que matar uno de ellos es una hazaña tan gloriosa como
golpear con la mano desnuda la mano de un enemigo en su propio tipi. A lo largo de
media milla se alarga la hilera de mulas y carros bajo el sol aplastante, el polvo se
levanta por los bordes sobre la caravana como si fuera agua, un lago falso colgado de
una arboleda que es irreal. Ahí están los bravos que regresan de la caza; sus rostros
son como máscaras de hechiceros, van desnudos a excepción de un taparrabos, la
sangre de búfalo ha empapado sus mocasines y teñido sus antebrazos y pantorrillas,
las squaws los esperan con barreños de agua limpia y fría del Siskadee. De noche la
hoguera del campamento brillará con un color rojo carmín, Black Harris describirá el
paisaje de fábula y el viejo Gabe continuará con la enumeración de las guerras de los
pies negros. Tom Fitzpatrick, Andy Drips, Henry Fraeb, Joe Meek, Doc Newell, Kit
Carson, Bill Williams, Joe Walker. ¿Y dices que Lucien Fontenelle está muerto?…
¡Jesús! ¡Jesús! Atrajo la atención de un buen arquero, y ¡muerto! ¡Un tiro certero!
Una joven snake con un brillo en sus ojos, pechos jóvenes, muslos tersos… una
mirada hacia los sauces y una mano se alza marcando el momento en el que las siete
estrellas se alinean con la cumbre. El despertar en una ladera justo cuando el cielo se
vuelve gris, los caballos pastan atados a estacas, un humo raso sobre la hoguera
apagada, un viento que penetra en los huesos y más abajo el terreno se desploma y la
oscuridad va encogiéndose en pequeños charcos a los pies de las rocas lejanas.
Entonces Jack Falstaff, hoy sir John, era un niño y paje de Tomás Mowbray, duque de
Norfolk[*].
El propietario de Birnam Wood moja su pluma. Confía en que Bill Sublette
«consiga al equipo de Ande para remontar el río y reúna una partida en Larame’s
Fork». El hermano pequeño de Bill, Andrew, otro Sublette en el comercio de
montaña, operaba a una escala menor, tal como dictaba la nueva era. También hay
indios a los que avisar: que Andrew «informe a Bracelet de Fer y a Little Chief para
que se reúnan con nosotros en la rendezvous» (Brazalete de Hierro probablemente
también era snake, aunque varias tribus tenían guerreros con ese nombre… ¿y cómo
iba a saber un baronet en Londres que no iba a haber rendezvous en 1841, o nunca
más?). En resumen, las aguas del Manitou tiran de él con excesiva fuerza en esta
niebla de noviembre y debemos retomar el pasado y fumar y beber y cazar búfalos
otra vez. Stewart lamenta «oír el mal trago que pasó el pobre Bill Clark»… no se
menciona qué desventura sufrió, pero sin duda también respondió con un buen
disparo. Sublette debe marchar al oeste otra vez, por supuesto, aunque se está
haciendo viejo, rico y corpulento y está metido en política. Tendrá que hacer los
preparativos —intentar conseguir algunas mulas altas y fuertes—. «Estoy muy
preocupado por ir bien equipado si puedo partir, así que haz lo que puedas por mí y

www.lectulandia.com - Página 351


compra animales jóvenes, y creo que me llevaré carretas pequeñas en lugar de un
carromato». La ensoñación y las expectativas, la fantasía de regresar a las montañas
en 1841, pueden hacer que un hombre soporte un invierno en Oriente Medio y
después de eso otro año en Murthly, un castillo de digna tradición, aunque en nada
parecido a Fort Laramie. Pero, mientras tanto, «por favor, consígueme algunos
ciervos jóvenes y búfalos y envíamelos».
Se produjo un retraso. No fue hasta 1842 cuando sir William llegó a Nueva York,
y no pudo partir hacia la tierra de nunca jamás hasta el siguiente verano. Antes de
dejar Escocia, vendió Logiealmond, propiedad de los Drummond no vinculada, por
más de un millón de dólares y podía viajar a lo grande. Como cazador del Oeste, él
abrió el camino en muchos aspectos y esta fue la primera expedición de recreo al
Oeste, con asombroso lujo, un puñado de ricos nobles norteamericanos como
invitados que contribuían económicamente, total cobertura publicitaria de la prensa…
y un ampuloso gran estilo. Pero al igual que era un nuevo tipo de viaje al Oeste,
también iban a llegar a un Oeste cambiado, y aunque el baronet encontraría a muchos
de sus viejos compañeros, los grandes días se le escapaban como el espejismo de un
falso lago en el horizonte.
Mientras tanto, Bill Sublette había cumplido con su parte. En la orilla sur del Tay,
en la ladera de Birnam Hill donde los hombres de Macduff recogían los frutos del
augurio, un ganado lanudo marrón y negro con jorobas y ojos malignos pastaba por
prados escoceses. Antoine y sir William podían bajar del peñasco de Murthly y
continuar pensando sobre los búfalos. Cuando el mestizo ataviado con kilt sentía que
apretaba el gatillo, resultaba tan fútil como en la ensoñación del baronet, porque el
Tay no era el Siskadee, no había una manada principal al otro lado de la colina y los
aldeanos se referían a esas bestias como bisontes[8].
Además, mientras tanto, Stewart había llevado a su pintor a Grandtully. Alfred
Jacob Miller había terminado algunos de los grandes óleos basados en sus bocetos en
mayo de 1839. Antes de que Stewart zarpara a casa, fueron expuestos en la Apollo
Gallery de Nueva York, junto a algunas de las acuarelas originales. El Mirror publicó
una breve reseña alabándolos el 25 de mayo, y el 18 de mayo el Weekly Herald, que
describía dieciocho de las obras, abundó un poco más pero no lo suficiente para
diferenciar los dibujos de los lienzos. Tras la exposición, se enviaron a Escocia y
Miller los siguió allí en el verano de 1840. Sir William era un anfitrión espléndido y
las cartas del pintor son una crónica provinciana sobre la gran vida… el nuevo
castillo (Rohallion) que Stewart estaba construyendo cerca de Murthly con el gusto
más denostado de la época, las ceremonias de la casa, los recuerdos de los viajes de
un trotamundos, las pinturas y las baratijas y las reliquias de familia y la biblioteca, el
chef francés y el cochero que había pertenecido a la compañía de Stewart en la batalla
de Waterloo, lores y sires y marquesas y damas, la temporada del urogallo. Era la
ficción de moda del periodo hecha realidad ante sus ojos, incluso con un vislumbre de
que el baronet estaba manteniendo discretamente a una amante. Miller se llevó su

www.lectulandia.com - Página 352


propio recuerdo del Oeste, el reuma, y Stewart le suministró aguas embotelladas de
balnearios europeos y lo sometió a los chequeos médicos y ejercicios físicos de
Harley Street. Hizo desfilar a su compañero veterano del Oeste ante las familias del
condado y los sirvientes se mostraban obsequiosos con él, porque era él quien
presidía la mesa cuando Stewart se ausentaba. Hablaban de Samarcanda.
Supuestamente, en el pabellón de caza. Stewart dormía allí, afirma Miller, sobre
«un diván tapizado de damasco con cojines… sobre el que había extendidas unas
magníficas pieles de búfalo». Había alfombras de oración persas esparcidas por el
suelo y tela carmesí en las paredes… pipas indias y el viejo tomahawk de Stewart.
Allí, al menos temporalmente, colgaban los grandes lienzos de la Apollo Gallery, «en
hermosos marcos». Miller menciona La muerte de La pantera, Regreso de la caza,
Belleza india reclinada, Auguste, Asando costillas y Porte d’Enfer. Comenzó a
trabajar en otras pinturas, en un estilo grandioso. Ataque de crows era el más grande
de todos; el invierno acabó y seguía trabajando en sus treinta figuras en actitud
amenazante cuando llegó la primavera. De casi el mismo tamaño era Cabalgata, que
representaba el desfile de los snakes como si fuera el desfile del ejército de
Cornwallis cuando el mundo dio un vuelco. También la pintura original y más grande
de La novia del trampero, que los amantes del arte en Baltimore le hicieron
reproducir una y otra vez durante años. Estas son las obras convencionales y sin vida
que colgaron mugrientas en Murthly hasta que sir William murió[9]. Colgaban allí
expresando perfectamente un mal estilo pictórico, mientras que los dibujos en
acuarelas que eran el material auténtico se quedaron guardados en cajones en el
estudio de Baltimore, junto a las anotaciones de documentación para usarlas cuando a
algún conciudadano le apetecía colgar un lienzo del señor Miller, que ya tenía cierta
reputación como pintor de indios. Colgaron allí hasta que se vendieron y
diseminaron, pero mientras tanto fueron el Oeste para Stewart[10].
Miller trabajó en sus óleos, viviendo la vida campestre, durante más de un año. Al
acabar 1841, partió a Londres. Allí estudió las obras maestras de la National Gallery,
pintó algunos retratos y una Magdalena clásica lavando los pies de Cristo, vio la
exposición de Catlin sin aprobarla del todo, y fue testigo del espectáculo de la vida
semiartística y semiliteraria durante un invierno de frío y niebla que no le sentó nada
bien a su reúma. En abril de 1842, zarpó a Norteamérica para iniciar una carrera de
pintor de provincias. Y la desarrolló el resto de su vida, una vida sin estrecheces, ya
que el dinero que invirtió en el negocio de su hermano se multiplicó. Stewart había
moldeado su carrera: realizaba los típicos encargos que recibían los pintores de
provincia pero, principalmente, era el señor Miller, el que había estado en el Oeste y
sentía una debilidad, cada vez más sentimental, por los indios.
Y en otoño de 1842, Stewart por fin regresó a lo que llamó en una carta dirigida a
Sublette «la tierra de los libres, la amistad y los bravos». Pasó el invierno en Nueva
Orleans, su viejo centro vacacional y siempre una buena ciudad para un hombre con
dinero, buen gusto para los vinos y talento para la vida en la naturaleza. Pero la

www.lectulandia.com - Página 353


importancia del invierno era que lo seguía la primavera. Cuando esta llegó, Stewart
partió a San Luis, donde le esperaban Bill Sublette, Robert Campbell y balas perdidas
similares que probablemente bajaron de las montañas, así como los destacamentos
del viaje. Ese periplo deberá ser el tema de otro libro distinto a este: aquí está el
testimonio de que lo que decían los indios sobre las aguas encantadas era verdad.

* * *

En el diario de Mary Walker en el que se narra el viaje desde la rendezvous de 1838 a


Waiilatpu, dos frases consecutivas revelan las necesidades del viaje y el estado de
ánimo de la ruta mejor que nunca. Es el 23 de agosto, el tercer día después de partir
de Fort Boisé. Ermatinger y los misioneros han estado viajando durante cinco
semanas… a través del Paso Sur, hacia las montañas entre el Green y el Snake, Fort
Hall y luego el desierto de lava, sol, polvo, sed, cañones y ramblas pronunciadas a lo
largo del Snake. Cuando llegó la emigración, toda la ruta desde Fort Hall hasta el
extremo más alejado de las Blues, de hecho, hasta el Willamette, era un crescendo de
esfuerzo, pero este tramo en particular era donde por primera vez la ruta se hacía
intolerable. Habían disfrutado de un descanso en Fort Boisé y Mary había invitado al
burgués, Francis Payette, a tomar té y había extendido la invitación al capitán John A.
Sutter de la Guardia Suiza, aunque él era uno de los pecadores. Luego retomaron la
ruta de nuevo y el martes siguiente descubrieron unos cerezos de Virginia y saúcos,
una experiencia memorable, y el primer zumaque que esta oriunda de Nueva
Inglaterra había visto en el Oeste. El miércoles, la squaw de Conner enfermó (Gray lo
había contratado en la rendezvous para que echara una mano en Lapwai). La mujer
estaba aún más enferma al día siguiente. Esa mañana también descubrieron que
algunos de los caballos se habían escapado o, tal vez, habían sido robados. Y en la
pausa mientras los buscaban, Mary Walker retomó su diario y sin ninguna sensación
de incongruencia puso de manifiesto el espíritu del viaje al oeste: «La squaw de
Conner está a punto de dar a luz. No podemos trasladar el campamento por culpa de
los caballos».
La propia Mary, embarazada de cinco meses, añadió una frase que anticipaba la
aprensión de miles de esposas embarazadas que cruzarían el desierto, esposas que, en
agosto de 1838, no preveían el polvo ni las ruedas de los carros junto al Snake:
«Ansío llegar al final de este viaje».
Pero Mary pertenecía a esa hermandad futura de mujeres y no habría necesitado
temer por la seguridad de la hermandad de mujeres que estaban desplazando. La hora
de dar a luz de la squaw todavía no estaba próxima. Agruparon los caballos, la
caravana inició la marcha y la squaw cabalgó durante doce horas cómodamente, algo
que Mary consideró un destino cruel. Cabalgó veinticinco millas al día siguiente. El
sábado veinticinco, bajaron hasta el Grande Ronde y: «Ella siguió a la caravana unas

www.lectulandia.com - Página 354


treinta millas. Al mediodía, recogió madera para hacer fuego y preparó la comida; dio
a luz a una niña antes de la puesta de sol». Y al día siguiente: «La squaw llegó al
campamento alrededor de las diez de la noche con el bebé en brazos, más fresca que
una lechuga».
Este episodio resultó de lo más aleccionador para la esposa de un misionero de
Oregón. Sabía que Alice Clarissa Whitman había nacido en marzo de 1837 con la
ayuda de los encantamientos y medicina empírica de la squaw de Pierre Pambrun (en
junio de 1839, la niña se alejó del jardín de la misión en dirección al río Walla Walla
y cuando fueron a buscarla no dieron con ella hasta que un nez perce se adentró en el
agua del río y levantó el pequeño cuerpo del escollo sumergido que lo mantenía en el
fondo). Sabía que Eliza Spalding había nacido en Lapwai en noviembre de 1837, que
Whitman cabalgó hasta allí desde Waiilatpu y se llevó a la pequeña Alice Clarissa de
tan solo ocho meses de edad con él para que el reverendo Spalding la bautizara al
tiempo que lavaba el pecado original de su propia hija. Y aun sabiendo todo esto, el
temor de Mary no disminuía: las montañas que se cernían sobre uno, los precipicios
cuyas paredes se debían escalar lentamente, la distancia de los lugares que resultaban
familiares, la precariedad del techo que uno sería afortunado de tener sobre su cabeza
cuando le llegaba su hora. El temor aumentó debido a lo ocurrido un mes antes en
Fort Hall. Justo cuando los misioneros llegaron allí por el este, algunos nez perces
llegaron por el oeste enviados desde Waiilatpu por Marcus Whitman para ver si
podían alcanzar a Jason Lee, que en esos momentos se encontraba bastante más al sur
por la ruta del Platte. Habían llegado noticias de la misión metodista del Willamette:
Anna María Pittman, con quien Lee se había casado hacía un año, había muerto
durante el parto, y su hijo también había muerto (los misioneros enviaron a su
cazador, Richardson, para buscarle e informarle, pero no alcanzó a Lee hasta
septiembre, en la misión shawnee en las afueras de Westport). Mientras el hijo de
Mary se movía en su útero contra la perilla alta de la silla de jineta que la oprimía,
ella tal vez recordara la tragedia de Anna Lee en aquel territorio y la comparara con
una mujer india que era capaz de cabalgar treinta millas y cocinar la comida antes de
esconderse tras unos arbustos para dar a luz a su hijo.
Los malos presagios de Mary eran injustificados. Cuando el pequeño Cyrus
Hamlin Walker nació (tras un parto tan largo que Mary casi deseó «no haberme
casado jamás»), fue en Waiilatpu, no era un hospital del siglo XX, pero era un lugar
limpio y tranquilo y a prueba del mal tiempo, con agua hirviendo y todo el equipo
que precisaba el doctor Whitman, y contó no solo con la habilidad del doctor, sino
también con las expertas manos de Narcissa que le asistió. Sin embargo, Whitman no
pudo ahorrarle la dura prueba que sufría la madre pionera por la inflamación de los
pechos y, tras muchos intentos con «tetinas artificiales» y «una tetilla de yegua»,
Mary perdió su leche, tuvo que soportar la peor humillación de una madre pionera y
comenzó a alimentar a Cyrus con biberón.
El hijo de la squaw nació al oeste de Fort Boisé. Ermatinger, de la Hudson’s Bay

www.lectulandia.com - Página 355


Company, y su hombre Tom McKay en Fort Hall, así como Francis Payette en Fort
Boisé, mantuvieron a los misioneros sanos y salvos aunque no muy confortables, los
trataron con la cortesía de la tradición de la Compañía, corrigieron sus errores de
principiantes… y debieron de quedarse boquiabiertos ante el espectáculo que daban.
Las disputas jamás abandonaban a esta pequeña banda de abnegadas personas
entregadas a un ideal, cuyo temor y fatiga solo aumentaba el desprecio mutuo que se
profesaban hasta que llegaron a odiarse furibundamente… Se peleaban solo por
fastidiar, mostrando una profunda aversión por cualquier desliz de un compañero y
lanzándose mutuamente píos reproches, luego se arrodillaban para suplicar a la divina
Providencia que les otorgara comunión cristiana, para lo cual el primer requisito era
que uno debía admitir que su contendiente tenía razón cuando le decía que se
equivocaba.
Joe Meek carecía de la tolerancia británica. Joe tenía problemas de pareja.
Carnero de la Montaña murió durante una refriega con unos bannocks hacía dos años
y Joe se casó con una nez perce. Las mujeres nez perces eran habilidosas, infatigables
y estaban entrenadas en el cuidado de sus maridos. («Mujeres atractivas y muy
elegantes a su manera», escribió William Clark en 1805, y añadió que eran «más
exigentes que las de cualquier otra nación por la que pasé a la hora de ocultar sus
partes pudendas», aunque no era el caso de los hombres). Le dio a Joe una hija a
quien llamó Helen Mar… un tributo a los cursos de literatura en la Universidad de las
Montañas Rocosas. Pero en la rendezvous del Popo Agie, la señora Meek se rebeló y
se enfadó con Joe. Ejerciendo su prerrogativa según las leyes matrimoniales indias,
metió en un hatillo sus parfleches, ató sus caballos y partió al hogar de su padre. Una
ira conyugal invadió a Joe. Tras colgar lo que él describe como una tetera de alcohol
del cuerno de su silla, salió corriendo tras ella. Espoleó a las mulas de carga hasta el
Sweetwater y a través del Paso Sur, acampó y se despertó con la cabeza como un
bombo. El remedio para eso se hallaba en su tetera y se adentró en la llanura de
artemisa cantando e imaginando el consuelo de atar en una estaca a su chica nez
perce. Era un día de julio, un sol abrasador y la piel como papel de lija. Joe
necesitaba agua pero, al desviarse del Sandy hacia el noroeste, no iba a encontrar
nada hasta llegar al Green. El alcohol le había resecado la garganta y se trató el mal
con más alcohol, lo cual le resecó aún más. Una situación realmente peliaguda en la
que encontrarse por una squaw.
Entonces vio un par de caballos delante de él, y cuando los alcanzó había un
hombre tendido en el suelo y una mujer enajenada observaba su agonía. El reverendo
Asa Bowen Smith se dio por vencido allí y, según se informó, estaba muriendo de
sed. Su esposa Sarah reconoció a Joe como el agente de Providence y contuvo sus
lloros lo suficiente para suplicarle algo de agua. El ángel de la ruta no tenía agua,
pero estaba dispuesto a compartir su licor con el reverendo. No lo convenció y Smith
se resignó a morir. La ética de la montaña no reconocía la santidad del martirio; la
ética de la montaña plantaba cara a este territorio. Joe comenzó a insultar al

www.lectulandia.com - Página 356


misionero. Y podemos estar seguros de que lo que le espetó sobrepasó con creces la
transcripción que hace la señora Victor de sus palabras.

Eres un —— cobarde, tirado ahí en el suelo con la lengua colgando fuera de la boca y empeñado en morir.
Muérete si quieres, no será una gran pérdida y no se te echará de menos. Aquí está tu esposa, a la que tienes
ahí parada bajo el sol ardiente: ¿por qué ella no muere? Tiene más agallas que un pusilánime como tú. Pero no
voy a dejarla esperando aquí a que mueras. Hay una banda de indios pisándome los talones por la ruta y he
estado cabalgando como un —— para quitarme de en medio. Si quieres quedarte aquí y que te arranquen la
cabellera, quédate; la señora Smith se viene conmigo. Venga, señora, déjeme que la ayude a montar, tenemos
que salir de este territorio maldito tan rápido como podamos.

Apaciguó a gritos las protestas de Sarah y la montó en el caballo. Al cristiano


moribundo le debió de parecer una figura demoniaca: barba espesa, mejillas cubiertas
de polvo, los ojos rojos por el caliche y la resaca, una voz grave gritando blasfemias.
«La señora Smith puede encontrar a un hombre mucho mejor que tú», dijo, fustigó al
caballo de ella, arreó a sus mulas y partió. Sarah lloró y suplicó morir con su amado.
Pero eso no iba a pasar con Joe Meek al cargo. Una milla más allá por la llanura de
artemisa echó la vista atrás y vio que había funcionado: el reverendo Asa por fin se
había incorporado en el suelo, una cabellera menos para los indios que Joe se había
sacado de la manga. Esa noche, llevó a Sarah al campamento de Ermatinger, Asa
llegó tras ellos un tiempo después y lo chicos aseguraban que Joe Meek había
secuestrado a otra mujer.
Pero Joe no logró ningún avance con su esposa nez perce. No quería regresar.
Continuó con los misioneros hasta Fort Hall, donde se unió a la partida de Joe
Walker. Finalmente, dejó a Helen Mar a los cuidados de Narcissa Whitman.
Como haría con muchas caravanas de carros que se desmoronaban en ese tramo
de la ruta, Marcus Whitman envió alimentos y caballos frescos para reunirse con sus
refuerzos. Llegaron a Waiilatpu a finales de agosto. Marcus y Narcissa les dieron la
bienvenida y Spalding cabalgó allí desde Lapwai. Al final de la ruta se celebraron
misas y reuniones para orar y los recién llegados, además de dar rienda suelta a una
disputa general entre ellos mismos, gozaron de la bendición de separarse en bandos
por el profundo desacuerdo entre Whitman y Spalding. Inmediatamente, las damas
crearon una Asociación Maternal.
«La señora Whitman no para de parlotear», escribió Mary Walker hacia finales de
diciembre. Este comentario podría reflejar la impaciencia que producía en el resto el
constante lloriqueo de Mary por sus pechos doloridos (que salpican de
autocompasión las páginas de su diario) o la particular habilidad de esta para percibir
conductas pecaminosas en sus compañeros. O quizás se debía al deterioro de Narcissa
Whitman, que ya había comenzado a mostrarse. Waiilatpu estaba reduciendo a la
jovial y bella rubia a un estereotipo de la esposa de frontera derrotada en servicio.
Waiilatpu, un simple puntito en el mapa, era un puesto en plena naturaleza… con
todo lo que ello implica. Jamás se acababan las tareas. Ni la ansiedad, la decepción y
la desesperanza. Los dientes se pudrían, los hombros se encorvaban y encogían, los

www.lectulandia.com - Página 357


nudillos se agrandaban y las mejillas y cuellos se hundían… y unos anteojos,
recibidos de los Estados dos años más tarde de haber sido solicitados para una visión
jamás corregida, con la que tan solo atisbaba borrones impresos a la luz de las velas.
Las voces que se alzaban en himnos adquirían una tristeza que le rompía a uno el
corazón, y la gentileza y entusiasmo de la mujer joven se desvanecía. Hasta que una
visita de la mujer mestiza que vivía a unas cuantas millas en el interior podía hacer
memorable toda una semana. Hasta que las exhaustas y raídas mujeres temblaban al
pensar en tener que abandonar el hogar para visitar a alguien río abajo. Hasta que se
aferraban al horror familiar del hogar como un refugio a lo desconocido y temían
cruzar su mirada con mujeres en los pequeños poblados de frontera, a pesar de que
ellas representaban el mundo exterior. Y soñaban constantemente con las cocinas de
Maine u Ohio o Illinois, y los campos conocidos y los manantiales de la niñez, y la
gente jamás olvidada apiñada a dos mil millas de distancia en grupos sonrientes para
hablar de queridas trivialidades que ninguna voz amiga o familiar pronunciaría jamás
en Oregón.
Esta no es la historia de la Misión de Oregón. La historia norteamericana ya
escribió ese relato poniendo tal énfasis en la tragedia que finalmente se acaban
ocultando las tribulaciones, la estupidez y la farsa. De vuelta en Lapwai, entre los nez
perces que concibieron en primer lugar aquella obra benéfica y pidieron algo que ni
sus seres sobrenaturales ni los hombres blancos podían proporcionarles, el reverendo
Henry Harmon Spalding, justo en el momento en el que los misioneros llegaron al
final de la ruta, recibió en la iglesia de Oregón a un viejo jefe llamado Joseph. Era un
buen hombre y un verdadero converso. Había aprendido las historias de Jesús y
alzaba su voz entonando los himnos de la misión. Meditó sobre las enseñanzas que
había recibido, la gracia y el pecado, la virtud y la magnanimidad. Él era la prueba de
que los nez perces lo intentaron con todas sus fuerzas… tanto como los hombres y
mujeres blancos que vivieron y murieron para ofrecerles a Cristo y la cultura del
sistema industrial. Tuvo un hijo cuyo destino, después de que los nez perces pagaran
cuarenta años de lealtad por el privilegio de perder sus tierras y ganar los cielos, fue
alzar la voz y decir basta. El nombre del hijo era Trueno que Viene del Agua Sobre la
Tierra, pero se le conoce como Jefe Joseph en los libros de historia. Cuando
finalmente alzó a su pueblo en pie de guerra, y cuando aquel otro soldado cristiano, el
general Oliver Otis Howard, padeció repetidas derrotas contra él al tiempo que
masacró a muchas mujeres y niños nez perces, quedó claro que el alma de William
Walker ya existía con anterioridad.
Nadie jamás podrá expresar en toda su dimensión la labor, el sufrimiento y
sacrificio personal de la Misión. Todo era nobleza; en parte era una farsa, pero
esencialmente fue una tragedia, como escribe la historia, una tragedia grandiosa, las
vidas de seres humanos en prenda por los predestinados. Estos seres humanos eran,
tal como afirmaba Jason Lee, los indios. Y los predestinados eran, tal como
descubrieron los indios, los hombres blancos. Tal vez los indios podrían haber

www.lectulandia.com - Página 358


terminado adaptándose al sistema del siglo XIX y haber preservado las suficientes
raíces de su propio sistema para evolucionar dignamente y con salud en un mundo
cambiado… si hubiera habido tiempo. No quedaba tiempo. Los misioneros eran
vórtices de la fuerza enviada por adelantado desde el Este y que se expandía hacia el
Oeste. Pensaban que iban allí para llevarles a Cristo, pero se engañaban al pensar así.
Eran los actores de una energía histórica y lo que realmente les llevaron fueron los
Estados Unidos. Los indios no tenían ninguna posibilidad. Aunque pareciera religión,
en el fondo era el Destino Manifiesto.
Convendría recordar que el primer hombre blanco conocido que se equivocó
sobre la religión de los indios fue Cristóbal Colón. El martes 16 de octubre de 1492,
en el diario que guardaba para el Rey de España, escribió: «No conocen ninguna
religión y creo que podrían ser convertidos fácilmente al cristianismo».

* * *

A finales de 1847, los cayuses sabían que los seguidores del dios torturado eran
brujos. William Gray últimamente les había ofrecido una nueva demostración: como
a los indios la santidad no les impedía seguir robando las verduras de la misión,
ingenió un castigo por sus pecados. Inyectó una potente droga en los melones y
funcionó. Fue mala suerte que la amebiasis, que posee los mismos síntomas que la
droga de Gray, cruzara el Atlántico con la emigración de 1847. Los emigrantes
llevaron también el sarampión. En total, casi la mitad de los cayuses murieron. Y
como los nez perces le habían dicho a Marcus Whitman cuando fundó Waiilatpu en
1836, los cayuses no eran nez perces.
Whitman acababa de regresar de un viaje con Spalding… que había iniciado su
primer viaje con él hacía casi doce años. Había indios enfermos y moribundos en la
misión durante la última semana de noviembre de 1847. La mayoría de los blancos
también enfermaron. Los más veteranos entre ellos supieron que se avecinaban malos
tiempos.
29 de noviembre. Por la mañana, Whitman celebró un servicio fúnebre por tres
niños de un jefe cayuse que habían muerto por la epidemia. Quienes, por lo tanto,
habían sido asesinados con artes de brujería. Tras la comida, un indio llegó pidiendo
medicina; iba acompañado de unos cuantos amigos. Las mujeres de la misión
escucharon la pelea… y entonces Marcus Whitman fue golpeado tres veces en la
cabeza con un tomahawk-pipa. Murió lentamente mientras el personal de la misión
gritaba y revoloteaba a su alrededor. Narcissa estaba inclinada sobre él cuando le
dispararon bajo el brazo izquierdo. Las mujeres se la llevaron al piso de arriba, luego
la volvieron a bajar, mientras los cayuses aullantes perseguían a los empleados
blancos y mestizos. Su esposo aún no estaba muerto cuando dispararon otra vez a su
esposa, en dos ocasiones, y murió.

www.lectulandia.com - Página 359


Algunos de los de la misión escaparon y pidieron ayuda a los de la Hudson’s Bay
en Fort Walla Walla. Once hombres, dos niños y Narcissa jamás escaparon (la hija de
Joe Meek, Helen Mar, a quien Narcissa había estado cuidando, murió cuando no
quedó nadie que la alimentara. La hija del amigo de su padre, Mary Ann Bridger,
sobrevivió a la masacre pero murió la primavera siguiente). Los cayuses los
despedazaron con hachas y les volaron los sesos a quemarropa, luego cosieron a
puñaladas algunos de los cuerpos. Sin embargo, no mataron a todo el mundo;
reunieron a las mujeres y los niños y se los llevaron a su campamento. Les servirían
cuando llegara el grupo de blancos, porque ahora había muchos hombres blancos en
Oregón.
También intentaron matar a Spalding, pero fallaron. El misionero ya había partido
hacia Waiilatpu, pero escuchó las noticias a tiempo y regresó con los nez perces, que
no matarían a ningún hombre blanco hasta treinta años más tarde.
Los primeros en llegar encontraron el cabello dorado rojizo de Narcissa cubierto
de sangre y su rostro lacerado por los latigazos de una fusta. Enterraron a las víctimas
en el cementerio que la misión había establecido para sus indios cristianos. Pero
tuvieron que volver a enterrar a Narcissa, porque los lobos desenterraron su cuerpo y
se comieron la carne de una de sus piernas.

* * *

Vimos a Joe Meek fracasar en su intento de recuperar a su esposa tras cabalgar desde
la rendezvous de 1838 y unirse a la partida de Joe Walker en Fort Hall. Walker había
establecido cierta relación con la American Fur Company, pero no era vinculante
porque también actuaba por cuenta propia comerciando con caballos californianos y
mantenía buenas relaciones con la Hudson’s Bay Company. Joe Meek llevó algunas
pieles a Bridger en otoño y le recriminaron sus negocios con los británicos. Pero ni
Bridger ni la Compañía podían hacer mucho más: el comercio de montaña estaba casi
liquidado.
Ese mismo año, 1838, la Compañía pasó de llamarse «Pratte, Chouteau and Co.»
a «Pierre Chouteau, hijo and Co.», aunque siempre sería la American Fur Company
para todo aquel que estuvo en las montañas. Organizó dos caravanas más anuales a
las montañas y en cada ocasión se celebró una rendezvous en el valle alto del río
Green; la primera de tamaño considerable, la segunda tan exigua que algunos
escritores han supuesto que jamás tuvo lugar. En 1839, el doctor Wislizenus se
encontraba allí y en 1840 Andrew Drips por fin llevó a los flatheads la clase correcta
de misionero. Era el famoso jesuita Pierre-Jean de Smet; no exigía mucho de los
flatheads, solo que otorgaran a los seres sobrenaturales que él les llevaba una
medicina más poderosa que la de los suyos propios y que, por encima de eso, él los
amaba. Esto último era lo que más contaba: ningún misionero protestante había

www.lectulandia.com - Página 360


intentado jamás esforzarse por apreciar a los indios de sus misiones.
Eso acabó con el sistema de rendezvous. Se duda de que la Compañía hiciera
dinero en ellas. La Compañía llegó al territorio de la montaña demasiado tarde para
dominarlo y jamás tuvo el éxito en la gestión del terreno que el rival al que destruyó,
la Rocky Mountain Fur Company, había logrado desarrollar. Ni fue capaz de
fomentar en sus empleados de las montañas el esprit de corps de la RMF Company, a
pesar de que contrató a los mismos tramperos y los mismos partisanos. No hay
ninguna indicación de que intentara fomentar dicho esprit de corps. Al oeste de las
montañas, la American Fur Company fue derrotada por la Hudson’s Bay Company,
gracias a sus costes menores y a una ubicación más conveniente. En las montañas,
destrozó a la RMF Company, pero no pudo destruir a la nueva clase de Competencia
que ocupó su lugar. Así pues, abandonó totalmente el sistema de rendezvous y se
concentró en sus puestos permanentes. En los puestos comerciaba con los indios y los
tramperos blancos que podía financiar o atraer. Cada vez se fue centrando más en su
negocio del comercio de pieles de búfalo.
Por lo tanto, las montañas quedaron en manos de los británicos, de las pequeñas
compañías y de grupos de tramperos asociados. La historia del comercio de pieles
desde ese momento es la historia de estas pequeñas compañías y grupos aún más
pequeños.
Ya hemos hablado de un puesto de la competencia establecido casi a tiro de rifle
de Fort Laramie, y allí aparecería otro más al poco tiempo. Había pequeños puestos
similares en el Platte Sur y en Pueblo. La mayoría de ellos no duraban demasiado, y
otros similares aparecieron brevemente en muchos otos sitios… en Brown’s Hole,
cerca del Three Forks, en el corazón de la reserva privada de la Compañía junto al
Yellowstone, en el Gunnison, en el Medicine Bow, en el Chugwater, en La Bonte’s
Creek. Mientras tanto, los Bent y St. Vrain en su gran establecimiento junto al
Arkansas (La Junta, Colorado) atraían a más veteranos de la montaña que todos los
demás juntos, y probablemente ganaron más dinero. Los Bent fueron los
negociadores más justos con los indios en la historia del comercio de montaña y al
negociar con ellos mantenían un trato honorable jamás conocido en ningún otro lugar.
Acapararon el negocio de los cheyenes del sur, acapararon casi del todo el de los
arapahoes y se las ingeniaron para establecer algo similar a una tregua de pradera en
sus territorios. También poseían una base económica más sólida, porque combinaban
el comercio de pieles con sus funciones como factores, emprendedores y
transportistas en el comercio de Santa Fe. Pero su gran prosperidad —centrada
bastante lejos de las montañas— estaba dando comienzo justo cuando acaba esta
narración.
Las pequeñas compañías que llegaron a las montañas y construyeron sus puestos
y se publicitaron tanto entre clientes blancos como indios eran la nueva Competencia.
La Compañía los combatió frontalmente, lo que significa que los esperaron con riadas
de alcohol, al tiempo que protestaban ruidosamente por la perversión de los indios.

www.lectulandia.com - Página 361


Pero con el estrecho margen de beneficios de esos tiempos, la habilidad de las
pequeñas compañías para operar con unos gastos más reducidos resultó determinante,
lo cual significó más riadas de alcohol. Los indios de montaña jamás soñaron con tan
enormes borracheras ni tan frecuentes. Entre estos indios ahora se contaban los sioux
oglalas, algunos de los brules y unos cuantos miniconjous, y en la desembocadura del
Laramie Fork, donde la Compañía y la Competencia se miraban las caras desde las
esquinas opuestas del ring, el licor se convirtió en la moneda de cambio del comercio.
Los hermanos Richard, el teniente Lupton y la Compañía hicieron que los indios se
emborracharan, vomitaran y se asesinaran entre sí y a todos en general, siempre que
tuvieran pieles que vender. Toda la depravación anterior parece un juego de niños en
comparación[11]. La Compañía recurrió a un método que ya había empleado antes e
hizo que su hombre, Andrew Drips, fuera nombrado agente indio para el Alto Misuri,
con jurisdicción en todos los Oestes. El Comisionado de Asuntos Indios le ordenó
que sofocara el tráfico de licor un poco más y la Compañía le proporcionó ayudantes
e intérpretes en nómina. Aplastar el tráfico de licor significaba confiscar el licor de la
Competencia y Drips trabajó duro al tiempo que desempeñaba otros encargos para la
Compañía[12]. Obtuvo el éxito habitual: aumentó el precio. La Compañía y la
Competencia, con nuevas incorporaciones llegadas de tan lejos como Taos, seguían
emborrachando criminalmente a los indios y la Compañía seguía lloriqueando por la
vergüenza de todo este asunto cuando Francis Parkman llegó a Fort Laramie en 1846.

* * *

Después de 1838, debemos ver a nuestros veteranos a la luz de estas circunstancias.


Kit Carson, camino de convertirse en una celebridad nacional, la salvaguarda de
Frémont, y posteriormente general de brigada en el Ejército de los Estados Unidos,
estableció relaciones con los Bent. Firmó un contrato de cazador en su fuerte, pero
además se casó con una heredera de Nuevo México y se convirtió en terrateniente.
Mantuvo a un grupo de veteranos en diferentes labores: caza, comercio, rastreo,
tareas de escolta, pero también tramperos. Los hombres de Carson viajaban a las
montañas en busca de castores y en ocasiones Kit iba con ellos. Formaban un grupo
de especialistas y expertos y Kit era brillante, los mantenía bien pertrechados con el
armamento y el equipo más modernos y llegó a conocer el negocio como pocos
hombres de montaña.
Los hombres de Carson permanecían principalmente por las Rocosas de
Colorado, que en ese momento se convirtieron en el territorio más importante del
comercio. El territorio exhausto del norte y el noroeste volvió a renacer ligeramente,
la población de castores aumentó, aunque lentamente. La importancia de Brown’s
Hole es de este periodo; algunos veteranos hablaban de este con añoranza, otros lo
repudiaban. Pero no había diferentes opiniones en relación con el Paso Sur; aquello

www.lectulandia.com - Página 362


fue un paraíso, el último lugar en las montañas donde la vida de antes podía vivirse al
máximo. Muchos de los que han aparecido en estas páginas estuvieron relacionados
con aquel lugar en uno u otro momento, pero es principalmente el territorio de Bill
Williams, gracias al teniente Ruxton. Antoine Robidou regentó un puesto en el
Gunnison durante un tiempo y otro en el Duchesne. Henry Fraeb junto a John Sarpy y
en asociación con la Compañía tuvieron un puesto en el St. Vrain’s Fork (condado de
Boulder, Colorado) durante un tiempo. Más tarde, en Battle Creek, un afluente del
Little Snake, en agosto de 1841 murió como debía morir un hombre de montaña, en
una lucha a vida o muerte contra los sioux, llevándose antes con él los suficientes al
infierno para pagar su peaje.
Fraeb y Bridger tenían unas compañías mayores de lo habitual en aquellos
tiempos. Principalmente eran pequeñas bandas, media docena o una docena de
iguales con un par de caballos y un par de mulas por cabeza, equipados
funcionalmente, que acarreaban sus propias trampas y curtían ellos mismos las pieles
sin ayuda de novatos, portando también un pequeño fardo de púas, cascabeles, telas y
tabaco para los indios, suficiente pólvora y un poco de café. Poseían las habilidades
de su profesión: nunca antes fue puesta más a prueba que en este periodo de pequeñas
cazas. Vendían las pieles en los puestos, se abastecían de productos básicos y se
adentraban por los cañones, adivinando los lugares donde podrían cazar castores y
también los lugares igualmente fundamentales donde podrían toparse con indios en
grandes cantidades. Ahora debían evitar a grandes grupos de indios, porque ya no
podían responder a sus ataques. Durante diez años, a partir de 1838, tales grupos de
compañeros libres peinaron las viejas tierras una y otra vez: el Humboldt, el Snake y
el Salmon, el Cache Valley, el Big Hole y Deer Lodge Prairie, Pierre’s Hole y
Ogden’s Hole, Jackson’s Hole y Gardner’s Hole y Ross’s Hole, el alto Green, el
Medicine Bow, el río Wind, el Powder, el Three Forks, el Clearwater… todos grandes
nombres. Trabajaban al detalle, más precariamente que nunca y también de forma
más habilidosa y, de hecho, una reputación tal como la de Bill Hamilton pudo ser
superada durante esos años. Sin embargo, ya eran un vestigio y, aunque hombres de
montaña fantasmales continuaron vagando por los barrancos más recónditos mucho
tiempo después de que el territorio perteneciera a los colonos, al igual que buscadores
de oro fantasmales vagan ahora en los lugares donde hubo metal, ya eran tan solo
curiosidades históricas.
Continuaban porque no tenían otro oficio y raras veces eran capaces de adaptarse
a otra forma de vida. Algunos lo dejaban… Joe Meek y Doc Newell, por ejemplo,
regresaron para convertirse en respetables ciudadanos en los asentamientos de
Oregón. Algunos continuaban porque despreciaban la comodidad y detestaban pedir
nada a nadie. Estos trabajaban para las caravanas de emigrantes y las expediciones
militares como guías, asesores y escoltas. De hecho, esta fue la última ocupación
apropiada del hombre de montaña, a excepción de otra que recayó en un número
considerable de los mejores; en Andrew Drips, por ejemplo, y con mayor honestidad

www.lectulandia.com - Página 363


y honor en Carson y Fitzpatrick. Como funcionarios de la Agencia de Asuntos Indios
—que precisaba de diferentes tipos de funcionarios—, ellos fueron los mejores
representantes de los indios e hicieron lo poco que estuvo en sus manos para
protegerlos de la corrupción y la estupidez de un gobierno empeñado en explotarlos a
manos de la emigración.
En teoría, los Estados Unidos tenían una política con los indios que al menos era
noble y en cierta manera justa. La teoría nunca fue llevada a la práctica. En realidad,
fueron hombres como estos los que aportaron la única sensatez y justicia que los
indios recibieron hasta nuestros días.
Algunos veteranos plantaron sus tipis junto a los poblados de sus esposas y se
convirtieron en indios, se trasladaban con ellos y vivieron la cada vez más reducida y
precaria existencia de las tribus de las llanuras. Estos eran a los que los colonos
odiaban más profundamente y a los que acusaban de todas las villanías que pudieran
atribuir a los indios, pero con el agravante de que eran ellos los que incitaban a sus
compañeros a causar problemas. Se suponía que vivían a costa de los emigrantes y
colonos, asaltando sus manadas, robando sus aperos de labranza, aterrorizándolos con
la esperanza de expulsarlos del territorio, asesinándolos en incursiones o
emboscándolos en quebradas secas. En ocasiones parte de las acusaciones se
ajustaban a la verdad, pero la mayoría solo respondían a la ira de hombres en una
tierra hostil buscando un culpable por los actos de la naturaleza.
A medida que se desarrollaba la nueva fase del Oeste, nuevas variedades de
hombres trabajadores y hechos a una vida dura llegaron a simbolizar la violencia de
la vida en una tierra violenta… los conductores de diligencias, por ejemplo, los
mensajeros, los jinetes exprés, los vaqueros. Pocos hombres de montaña veteranos,
aunque muchos aún eran jóvenes, adoptaron estas profesiones. Poco a poco, se fue
desarrollando una nueva especie, la del explorador. En total había muchos, aunque ni
la mitad de los que lograron un contrato y se fotografiaron con el atuendo típico. Eran
exploradores porque parte de su profesión consistía en buscar pistas, encontrar agua y
hablar con los indios para los destacamentos del ejército; generalmente eran expertos
que habían aprendido sobre el terreno, aunque en ocasiones cometían errores y no
parecían tener muchas luces. Pero, en parte, también eran exterminadores de
alimañas, como los que fueron contratados por las agencias del gobierno o
asociaciones ganaderas para abatir pumas y envenenar coyotes; aplicaban sus
habilidades para rastrear a indios solitarios o pequeños grupos de estos y asesinarlos.
Al final, encontraron otra ocupación: dar a conocer la vida violenta por medio de la
publicidad de la nación en desarrollo. En esta ocupación El Explorador se convirtió
en un icono, como El Cowboy se ha convertido en un icono durante esta última
generación, mucho después del final del Reino Ganadero. Esta ocupación le obligaba
a llevar ropas que él mismo encargaba a squaws domesticadas, pantalones y camisas
de ante con flecos más largos que los de un hombre medicina, cubiertos de diseños
hechos con cuentas de colores formando símbolos de tribus o ceremonias

www.lectulandia.com - Página 364


antitéticas… a cargarse de herramientas, a dejarse el pelo largo, a parecer belicoso y a
ser fotografiado. Y así llegó a una audiencia que pagaba por verle parodiar sus
habilidades y hacer una pantomima de las mentiras de sus agentes de prensa bajo una
carpa. El Oeste ha sido fecundo en la producción de falsificaciones: el Explorador fue
una de las primeras… y casi la más apestosa. El estereotipo perduró bien entrado este
siglo y hombres de mediana edad hoy en día aún pueden recordarlo; por todo el
Oeste, viejos trucos vociferantes, unos personajes repulsivos no por las mentiras, sino
porque las mentiras eran malas. Los exploradores siempre proclamaban ser hombres
de montaña. Pero pocos lo eran realmente.
El veterano pasó los últimos años de funcionario de paz en los asentamientos,
como Joe Meek, o de ciudadano totalmente convertido como Jim Clyman, o de
anciano consejero como Jim Bridger. A medida que el Oeste crecía, siempre había
algo que hombres como estos tres podían hacer… y siempre había algo que el viejo
Gable podía hacer hasta que envejeció tanto que resultaba pan comido robarle. Jim
trabajó de guía de caravanas de emigrantes. Escoltó a capitanes, coroneles y
generales, y llevaba de la mano a sus destacamentos. Atendía las necesidades de los
colonos, exploradores, topógrafos, mormones y trabajadores del ferrocarril. Era un
atlas del Oeste y un compendio de información para quienquiera que necesitara
conocimientos geográficos o habilidades. Él es la verdadera encarnación de la forma
de vida que sobrevivió más allá de su época.
Después de que su socio Fraeb fuera asesinado, Jim se asoció con otro, el Louis
Vasquez de nuestro primer capítulo, un hombre cualificado en costumbres y
experiencia para ser su compañero, de cuna aristocrática como Fontenelle… y
pequeños detalles de elegancia aristocrática impregnaban su persona en las montañas
como pelusa de álamo. Bridger y Vasquez contrataron a una banda de iguales y, como
otros partisanos, intentaron vivir de los huesos mondos que quedaban del comercio.
Sin duda, era una vida llena de estrecheces. Pero lograron adaptarse a la nueva era.
Lo bien que les fue durante esa época puede ser atestiguado por las caravanas de
carros que aumentaban cada año… pero aún más reveladora es la llegada de John
Charles Frémont. El Explorador, el Gran Aventurero del Oeste, viajó por la
inexplorada naturaleza hasta Fort Laramie, a través del Paso Sur y continuó hacia los
lagos del río Wind del Capitán Stewart tan solo treinta y dos años después de Andrew
Henry, y treinta y un años después de Wilson Hunt, y solamente una década después
de Bonneville, y hombres como Kit Carson, Tom Fitzpatrick y Basil Lajeunesse, que
habían disfrutado del privilegio de ser testigos de sus descubrimientos, solo habían
tenido una generación para conocer el territorio que él les estaba enseñando. La
presencia de un oficial del ejército de servicio más allá del Paso Sur fue una señal
incluso más clara que las caravanas de carromatos.
Bridger y Vasquez actuaron siguiendo las indicaciones. En el valle del Black’s
Fork, Condado de Uinta, el rincón suroeste de Wyoming, a un día a caballo de las
ubicaciones de muchas rendezvous; en la ruta natural desde el Sandy, una ruta que

www.lectulandia.com - Página 365


previeron que sería mejor para el paso de carros desde el Paso Sur que las rutas que
habían llevado caravanas de mulas de carga hacia el oeste… en el valle del Black’s
Fork, donde construyeron un puesto nuevo, Fort Bridger. Lo establecieron no como
un cuartel para los cazadores de castores ni tampoco como almacén para el comercio
con los indios, sino como una posta de suministros para las caravanas de emigrantes.
Fue construido (aparentemente en el verano de 1842) a tiempo para presenciar la
primera oleada realmente grande, la que en los textos se denomina la Gran
Migración, la emigración de 1843, y la historia del Oeste durante los siguientes
quince años podría ser circunscrita a un radio cuyo centro se encontraba allí. Con el
establecimiento de Fort Bridger, el general Chittenden se complace en anunciar que
la era del hombre de montaña acabó.

* * *

Pero era 1839. Era otoño cuando Jason Lee zarpó con «el Gran Refuerzo», cincuenta
y un colonos más para la misión metodista del Willamette. Demasiados clérigos para
colmar la idea de Lee de lo que se necesitaba para salvar Oregón (y entre los cuales
consiguió una esposa). Pero el movimiento que convirtió este en el primer año de la
nueva era ya se había iniciado en primavera.
Hemos visto el nacimiento de varios tipos de aventureros del oeste. Uno de estos
tipos se encarnó en la distinguida figura del doctor Frederick Adolphus Wislizenus,
un médico de San Luis que fue expulsado de Alemania cuando era un estudiante
revolucionario, y era experto en botánica, mineralogía y geografía. Además, tenía
pies ligeros y una curiosidad por averiguar qué había al otro lado de la siguiente
colina. Lo llevaron al Gran Desierto Americano, a un espacio vacío que él quiso
llenar… y en 1846 volvería a viajar al oeste y hacia lo fantástico[13]. En 1839, él
representa a Bradbury, a Townsend, a Nuttall, a Audubon. Otro tipo fue hasta cierto
punto superado con creces por el reverendo J. S. Griffin. Un yanqui exiliado en Ohio,
donde conoció a Henry Harmon Spalding y le invadió el deseo de seguir la vocación
de su amigo. La Junta Norteamericana no se mostró dispuesta a enviarlo con los
indios, nadie estaba dispuesto a enviarlo a pesar de tener una carta de recomendación
de una iglesia de pueblo en el lejano Connecticut. Como no conseguía que lo
asignaran a ningún servicio, se decidió a seguir su propia luz. Partió desde Ohio hacia
la Misión de Oregón. De camino a la frontera se hizo con dos elementos siempre
presentes en el equipo de un misionero de Oregón, una esposa (bautizada Desire) y
un ayudante seglar.
Estos eran tipos establecidos y, fieles a su naturaleza, el doctor Wislizenus y los
misioneros buscaron la protección de la Compañía. La caravana de carros y mulas de
carga de la Compañía, más pequeña de lo habitual, este año estaba dirigida por Black
Harris. Pero un tipo totalmente nuevo, creación de este año (y de Jason Lee), también

www.lectulandia.com - Página 366


se unió a Harris. Una línea de tinta se escribió al principio de una nueva página en
blanco. Incluso algunos de estos susurraban una palabra que no significaba para ellos
nada más que lo que había significado para su solitario predecesor, John A. Sutter, es
decir, pura emoción. La palabra era «California».
En estas gentes y en otro grupo que viajaba al oeste por una ruta diferente pero
transportando la misma carga, el nuevo tipo de poblador en su primera aparición
exhibe todos los rasgos del emigrante: ignorancia total, casi estupidez, sobre todo una
incapacidad de llevarse bien con el prójimo que provocaba que las caravanas de
carros se dividieran en mitades, cuartos, octavos… tendiendo siempre a reducir la
sociedad al núcleo familiar.
Se peleaban y cometían errores desde el principio, pero Harris mantuvo el
suficiente control sobre sus rarezas hasta llevarlos a Horse Creek. Allí, ante la vista
de los ruinosos restos del Fort Nonsense de Bonneville, en la última verdadera
rendezvous (porque la del año siguiente solo sería una exploración) se representó una
parodia de los buenos tiempos. Baste decir que el doctor Wislizenus escribió: «La
disminución de las capturas de castores se hizo notar… en el comportamiento más
taciturno de los tramperos. Se bebían pocos licores y casi no se jugaba».
Francis Ermatinger, cuyos jefes ganaron por un breve periodo una guerra perdida,
condujo a Wislizenus y a los peregrinos a Fort Hall, y allí el nuevo tipo se ramificó en
otro carácter al atomizarse completamente. Los peregrinos se pelearon entre sí hasta
desmoronarse: una partida solo de doce, incluyendo a los misioneros, ahora se
transformó en tres partidas. Los misioneros se abrieron paso hacia Waiilatpu. Y lo
mismo hicieron por separado cinco de los peregrinos. Otros dos peregrinos
establecieron otra variación permanente al darse media vuelta. El grupo de
Ermatinger contrató como guía a Paul Richardson, que había escoltado a los
misioneros del año anterior y luego marchó corriendo tras Jason Lee para informarle
de la muerte de su esposa. Ese año, Richardson había regresado a Horse Creek con
Harris y de allí partió a Fort Hall con Ermatinger. Ahora conducía a sus nuevos
patronos por un desvío pasado el valle del río Bear en dirección a Brown’s Hole. Se
reunieron y durante un tiempo viajaron con uno de los pequeños grupos de tramperos
de la nueva era descritos anteriormente (un trampero tenía una esposa ute de la que
quería deshacerse; se la ofreció a Wislizenus asegurándole que era «joven, cariñosa y
en excelente estado»). En el melodramático paisaje de Brown’s Hole llegaron a un
nuevo puesto comercial, Fort Davy Crockett. Era el puesto de un tal Bill Craig, a
cuya squaw Mary Walker cosió un vestido hacía un año, y de William Sinclair, a
cuyo hermano Alexander ya vimos herido hace ya mucho tiempo en Pierre’s Hole.
Y aquí, en Fort Davy Crockett, Wislizenus y los dos experegrinos encontraron el
rastro del otro grupo de inocentes que partieron para asentarse en Oregón ese año, y
ayudaron al primer grupo a establecer el nuevo tipo de poblador: los Dragones de
Oregón.
De hecho, la nueva tipología alcanzó su expresión más completa con los

www.lectulandia.com - Página 367


Dragones de Oregón, alcanzando su plenitud en el momento de su primera aparición.
El 21 de mayo de 1839, diecisiete ciudadanos de Peoria, Illinois, llegaron a
Independence. Otros dos de similar mentalidad se les unieron allí. El cronista de estos
peregrinos novatos es Thomas Jefferson Farnham, bajo cuyo liderazgo viajaron desde
Peoria. Sin embargo, sus creadores fueron el reverendo Jason Lee y el joven chinook
al que él llamaba William Brooks. El chinook, «un verdadero flathead», había pasado
el invierno en Peoria hablando sobre su tierra, Oregón, como un Paraíso terrenal. Así
pues, diecisiete peorianos cuyas edades oscilaban entre los veintipocos años hasta los
cincuenta y seis, formaron una sociedad emigrante a Oregón… y el sueño demente de
Hall J. Kelley después de todo dejó de ser una locura.
Fue Farnham quien los bautizó como los Dragones de Oregón; portaban un
pendón en el que se leía «Oregón o la Tumba». Ninguno de ellos encontró la tumba, y
al menos nueve, o tal vez diez, llegaron a Oregón. Este nuevo tipo, este salto
evolutivo, poseía un sistema nervioso preparado y el instinto necesario desde su
aparición. El instinto y la fidelidad a los miles que estaban por venir, hicieron que
estos primeros especímenes se organizaran por sí solos, tanto en grupo social como
en sociedad de accionarios. La sociedad celebró una reunión ciudadana y reeligieron
a Farnham como capitán. En Independence, compraron un pequeño carromato y una
hermosa tienda y malgastaron el dinero en artículos de novatos. Pero el 21 de mayo
era demasiado tarde ya para la ruta del Platte (Harris había partido hacía más de un
mes) y Andrew Sublette, que ya había llegado a Independence de regreso de sus
dominios, les aconsejó que viajaran por la Ruta de Santa Fe… para que llegaran antes
tal vez, y para desviar a este grupo tan pequeño del territorio de los sioux y los
cheyenes, que ese año estaban en pie de guerra. Se unieron a una caravana de
mercancías de Santa Fe y partieron.
Ya habían estado peleando y siguieron haciéndolo. Estaban estableciendo la
tipología más profundamente… negando la autoridad de los oficiales elegidos,
cuestionando sus decisiones, disputando las rutas, rechazando cualquier disciplina en
ruta, quejándose constantemente de supuestos fraudes y supuesta tiranía y supuesta o
real estupidez, reivindicando con sus puños e interminable oratoria el derecho del
norteamericano nacido libre de aferrarse a su propiedad bajo cualquier circunstancia
y cometer cualquier maldita locura que sus caprichos le dictaran. Un personaje-tipo:
ya en el río Osage, tres de ellos habían tenido más que suficiente y regresaron a las
comodidades ahora tremendamente magnificadas de Peoria. Otro: en el cruce del
Arkansas, otros tres se negaron a seguir viajando con los locos y torpes de sus
compañeros, ni siquiera se avinieron a viajar hacia Oregón, y se desviaron hacia
Nuevo México (sin embargo, a su vez, la visión se le reveló a un miembro de la
caravana de carros de Santa Fe y se unió a los dragones en su viaje a Oregón). Otro:
en Bent’s Fort depusieron a Farnham de su capitanía por incompetencia, fraude,
dispendio, excesiva ingesta de alcohol y todas las otras acusaciones que se lanzarían a
los sucesivos capitanes a partir de ese momento, luego lo excomulgaron junto a

www.lectulandia.com - Página 368


cuatro de sus defensores y se dividieron.
El grupo más numeroso, los ocho que expulsaron a los cinco, partieron hacia el
norte desde Bent’s Fort, al este de las montañas y hacia St. Vrain’s Fort en el Platte
Sur. Allí, uno de ellos se quedó para pasar el invierno. Los otros continuaron su
camino con un grupo de tramperos a través de las formidables montañas de Colorado
hacia Brown’s Hole. Llegaron allí después de que Wislizenus partiera de regreso a
casa, y todos menos uno pasaron allí el invierno. Uno de ellos por lo visto regresó a
los Estados, pero cuatro llegaron a Oregón en 1840. Entre los tramperos de Fort Davy
Crockett se encontraba Doc Newell. La actual squaw de Joe Meek también estaba
allí, así como su partida, bastante reducida. Después llegó el propio Joe, y Doc
Newell y él cargaron toda su mercancía, partieron hacia Fort Hall y posteriormente al
territorio de los nez perces. Uno de los Dragones de Oregón originales, Robert
Shortress, viajó con ellos a Fort Hall y allí encontró a un trampero mestizo para que
le escoltara a Fort Boisé, y de allí a Waiilatpu. Por lo tanto, uno de los ocho originales
llegó a Oregón en 1839.
El resto de la partida, aquellos que estaban con Farnham, corrieron mejor suerte.
En Bent’s Fort contrataron a un hombre de montaña llamado Kelly para que les
guiara y este les llevó por un atajo a Fort Davy Crockett. De camino se encontraron
frecuentemente con pequeños grupos de tramperos, partidas de los nuevos tiempos, y
había más en el fuerte cuando llegaron allí… entre ellos se encontraba Newell, el
Robinson que se convertiría en el «Tío Jim» para muchas caravanas de carros,
también Sinclair y Bill Craig. Los propietarios ofrecieron a los peregrinos ya
espiritualmente agotados la hospitalidad del puesto para el invierno; un tiempo suave,
un paisaje insuperable, gran cantidad de caza, fabulosas conversaciones de tramperos.
Pero entonces llegaron Paul Richardson desde el norte, con el doctor Wislizenus y los
hombres de espíritu más delicado que ya habían desistido del otro gran sueño. Las
palabras de Richardson asustaron a dos de los dragones que quedaban, pero Farnham
y los otros dos permanecieron juntos y ni siquiera aceptaron las comodidades
invernales ofrecidas por Sinclair. Un snake en el puesto se dirigía a su hogar y los tres
que quedaban lo contrataron para que los guiara hasta Fort Hall. El territorio entre
medias estaba tan libre de indios hostiles como cualquier parte del Oeste podía
estarlo, pero ningún rincón de las montañas era seguro para una partida tan pequeña.
Farnham estaba imprimiendo más rasgos al estereotipo.
Llamaron a su guía Jim. Este les llevó a través de un erial en el que no había ni
indios ni tramperos. En dirección al Medio Green, a Ham’s Fork, al río Bear. Allí,
junto al río Bear, el 28 de agosto de 1839, en el meridiano del Oeste, tuvo lugar un
espléndido tránsito del pasado al futuro.
Esa mañana, Jim gritó de repente: «¡Cabalo!», y señaló hacia el valle. Los
novatos ya habían aprendido lo suficiente para parapetarse y recargar sus armas. Tres
hombres nerviosos tras unos troncos recordaron con súbito patetismo lo que habían
oído sobre los pies negros, sobre todos los indios. Esperaron mientras Jim cabalgaba

www.lectulandia.com - Página 369


hacia ellos haciendo la señal de la paz. Pero el único jinete que se acercó hizo la
misma señal y en breve estrechaba la mano de Jim y le daba unos puñetazos en el
hombro. Amigos que se encontraban en la ruta. No había peligro.
El extraño llegó con Jim, y cuando les dijo su hombre, Farnham reconoció el
modelo original de una estatua de cera que había visto en el Museo de San Luis de
camino al oeste, un trampero enzarzado en combate mortal con un grizzli. Aquel era
el famoso matador de osos, Joe Meek.
Joe estaba de camino a Fort Davy Crockett para reunirse allí con su esposa, una
partida y su compañero Newell. Tenía una paletilla de berrendo y, según el código de
la montaña, les ofreció un desayuno. Sin embargo, ya habían comido y lo que querían
de él eran conocimientos… manteniéndose fieles a su estereotipo. Joe afirmó que
había un poblado de nez perces a tan solo un día a caballo de Fort Hall. Él mismo iba
a pasar el invierno con ellos cuando recogiera a su esposa (una nez perce a quien
llamaba Virginia; le dio ocho hijos). Recomendó a los novatos que también se
unieran al poblado y viajaran con ellos al territorio de los nez perces donde había una
misión, la misión Lapwai de Spalding. Joe pensó en la lava y los picos, los ríos y los
barrancos, las praderas de artemisa y la sed… el territorio entre el río Bear y el final
de la ruta y, sabiamente, consideró que necesitarían a los nez perces.
Farnham lo veía casi como si fuera un indio: «posee la misma expresión salvaje,
inquieta y alerta en los ojos, la misma gesticulación poco natural en su conversación,
la misma desidia al usar las palabras cuando un signo, una mueca del rostro o un
movimiento de la mano bastan para manifestar la idea [pero esto era solo porque
hablaba con gente que no hablaba la misma lengua]; en su forma de estar de pie, de
andar, de leer, de todo a excepción del color de su piel, era un indio».
Maldijo a la American Fur Company por ellos. La Compañía había exprimido sus
habilidades, le había hecho arriesgar su vida, le habían pagado poco y ahora lo
abandonaban a su suerte. Todos los tramperos a quienes Farnham encontró —y
fueron muchos— le habían dicho lo mismo. Y tenía un aspecto miserable; eran
tiempos de hambruna para Joe Meek. Llevaba tan poca ropa y tan raída que el viento,
que puede ser frío las mañanas de agosto en el valle del río Bear, «le hacía temblar
como una hoja de álamo temblón».
La línea equinoccial se había cruzado con la eclíptica. Así pues, el viejo Oeste y
el nuevo Oeste transitaron del uno al otro.
Ojo con los pies negros, les advirtió Joe. Que había algunos cerca de Soda
Springs, adonde finalmente llegarían. Que más adelante, encontrarían el caballo
blanco de Joe. Este se había desfondado y Joe tuvo que esconder su carga. Llévenlo a
Fort Hall. Y úsenlo si pueden.
Joe Meek, el matador de osos, uno de los hombres de Carson, uno de los hombres
de Bridger, uno de los hombres de la RMF Company, uno de los hombres de la
Compañía… Joe Meek, el trampero libre, levantó la mano y se alejó cabalgando
hacia Fort Davy Crockett. Y los tres novatos, auténticos colonos, y su guía snake

www.lectulandia.com - Página 370


retomaron la ruta hacia el Columbia.

www.lectulandia.com - Página 371


CRONOLOGÍA DEL COMERCIO DE PIELES DE MONTAÑA

ANTES DE QUE COMIENCE LA NARRACIÓN

1804-1806. Expedición de Lewis y Clark a la desembocadura del Columbia y


regreso. Por la ruta del Misuri, el Clearwater y el Snake.
1806. John Colter, miembro de la expedición de Lewis y Clark, regresa a
(probablemente) el valle del Yellowstone con un pequeño grupo de tramperos y
hombres y pasa el invierno allí.
1807. Manuel Lisa, tras contratar a Colter y otro miembro de la partida de Lewis y
Clark como guías, construye un fuerte en la desembocadura del río Big Horn,
en el territorio crow; es el primer puesto para el comercio de montaña.
1807-1808. Colter viaja a través de Jackson’s Hole, el parque Yellowstone, Pierre’s
Hole y el territorio adyacente.
1809. Lisa crea la Missouri Fur Company para el comercio río arriba; entre sus socios
están William Clark, Pierre Chouteau padre y Andrew Henry. Se envían varias
partidas río arriba por el Misuri y la principal se dirige al Yellowstone para
pasar el invierno en el puesto del Big Horn.
1810. Bajo el mando de Andrew Henry, esta partida asciende el Misuri hasta el Three
Forks, en territorio de los pies negros, y construye un puesto allí. Expulsado del
territorio por la hostilidad de los pies negros, Henry conduce a su partida al
otro lado de la Divisoria Continental para pasar el invierno al norte de la
bifurcación del Snake, que a partir de ese momento se llamaría Henry’s Fork.
Algunos de sus hombres penetran en el valle del río Green y Jackson’s Hole
por el oeste.
1811. Bajo el mando de Wilson Price Hunt, la división terrestre de la Pacific Fur
Company de John Jacob Astor atraviesa la desembocadura del Columbia,
dejando a algunos miembros de la partida en el Oeste interior. La otra mitad de
la Compañía de Astor llega al Columbia por mar. Se funda Astoria. La
Missouri Fur Company abandona el puesto del Big Horn.
1812-1813. Robert Stuart, uno de los astorianos, parte hacia el este por tierra,
realizando tal vez la primera travesía del South Pass por un hombre blanco (los
dos hombres de Henry y los astorianos que permanecieron en el interior tal vez
ya lo conocían de oídas o lo habían atravesado con anterioridad).
1813. Astoria es entregada a la Northwest Company. Durante los siguientes diez
años, se realizó mucha actividad de tramperos y comercio en el alto Misuri y
sus afluentes y se llevaron a cabo una serie de expediciones hacia las montañas,
pero no se penetró en el Oeste interior.
1821. Tras las hostilidades que desembocaron en la guerra civil y por orden del
Parlamento, la Hudson’s Bay Company y la Northwest Company se fusionan.
1822. El general William H. Ashley forma una sociedad con Andrew Henry. En su

www.lectulandia.com - Página 372


primera expedición construye un puesto en la desembocadura del Yellowstone
y envía un destacamento al Musselshell.
1823. La segunda expedición de Ashley es truncada por los arikaras. La expedición
de castigo del coronel Leavenworth contra los arikaras se desvanece. El Misuri
está temporalmente cerrado. Henry abandona el puesto del Yellowstone y
traslada a su partida al Big Horn. Desde allí, algunos de sus hombres llegan a la
cordillera Wind River.
1824. Los hombres de Ashley y Henry cruzan la cordillera Wind River en dirección
al valle del río Green, una partida por el South Pass y otra justo al sur de este
paso. Desde allí se expanden por la mayor parte del Oeste interior. Jedediah
Smith explora el río Snake y Clark’s Fork e inspecciona las operaciones de la
Hudson’s Bay Company. Henry se retira de la sociedad. Una excelente cosecha
de pieles es enviada desde las montañas a Ashley en San Luis. Jim Bridger y
Jed Smith visitan el Gran Salt Lake… junto antes o justo después de que
Etienne Provost haga lo mismo.
1825. Ashley, junto a Tom Fitzpatrick, que había recorrido anteriormente parte de la
ruta en dirección opuesta, abre la ruta del Platte a las montañas. Atraviesa las
Montañas Uinta y ataja atravesando el norte de Utah. Primera rendezvous de
montaña en Henry’s Fork junto al río Green (no el del Snake). Sus partisanos
compran una enorme cantidad de pieles de los desertores de la Hudson’s Bay
Company.
1826. La última rendezvous de Ashley… celebrada o bien en el valle Cache o en el
valle Willow (Weber), en Utah. Vende el negocio a Smith, Jackson y Sublette,
para los que a partir de ese momento actuará como suministrador y banquero.
Jedediah Smith viaja a California por el río Virgin y los desiertos del sur.
1827. Partidas de la nueva empresa realizan sus labores de caza a ambos lados de la
Divisoria Continental e invaden territorio de los pies negros. La rendezvous del
lago Bear (Utah). Jedediah Smith regresa de California, cruza el Salt Desert y
luego regresa por una variante de la ruta sur. Pratte, Chouteau y Compañía se
alían con la American Fur Company como sucursal de operaciones del
Departamento Occidental. La Columbia Fur Company también es incorporada
al monopolio como Puesto del Alto Misuri, bajo el mando de Kenneth
McKenzie. McKenzie envía a Samuel Tulloch a las montañas para espiar a la
Competencia.
1828. Jedediah Smith se traslada al norte, a Oregón; la mayoría de sus hombres son
asesinados por indios durante la travesía; los supervivientes son protegidos y
sus pieles recuperadas por McLoughlin de la Hudson’s Bay Company. La
American Fur Company envía a varios agentes a las montañas para arrebatarle
a la Competencia los indios y tramperos que trabajan para esta. La rendezvous
en el Gran Lago Salado; la mayoría de la caza del año se ha realizado al oeste
de la Divisoria.

www.lectulandia.com - Página 373


1829. Los socios ponen trampas en el territorio del parque de Yellowstone, el río
Snake, la cordillera Wind River, las Tetons y el territorio adyacente, el
Yellowstone y sus afluentes principales, penetrando bastante en territorio de
pies negros. Jackson’s Hole recibe su nombre. Rendezvous en Pierre’s Hole. La
American Fur Company construye Fort Union (originalmente llamado Fort
Floyd), que se convertiría en el puesto más importante, en la desembocadura
del Yellowstone.
1830. Smith, Jackson y Sublette, tras haber explotado el territorio virgen, venden la
compañía a sus partisanos más destacados, que llaman a la nueva empresa la
Rocky Mountain Fur Company. Jacob Berger abre el comercio con los pies
negros para la American Fur Company, que también envía brigadas a las
montañas. La rendezvous cerca de las Montañas Wind River, probablemente en
el Popo Agie.
1831. Fracasan los planes tanto del monopolio como de la Competencia de celebrar
una rendezvous de verano. Jedediah Smith, tras entrar en el comercio de Santa
Fe con sus socios, es asesinado en el Cimarrón Crossing. La American Fur
Company construye Fort Piegan en la desembocadura del río Marias, bien
dentro del territorio de los pies negros, e intensifica su competencia in situ con
la RMF Company enviando brigadas bajo el mando de Fraeb, Drips y
Vanderburgh a las montañas. Los nez perces y los flatheads envían su
delegación a San Luis.

INCLUIDO EN LA NARRACIÓN

1832. (En el texto, los acontecimientos de este año son narrados siguiendo algunos de
los acaecidos en 1833). La American Fur Company abandona Fort Piegan y
construye Fort McKenzie a unas millas de distancia. También construye Fort
Cass en territorio crow, completando así una cadena de puestos permanentes
para el comercio de montaña. Sus brigadas continúan aprendiendo el arte de la
montaña a base de cometer errores, perdiendo siempre la carrera contra la RMF
Company. Wyeth y Bonneville se dirigen al oeste. Bonneville construye su
fuerte. La rendezvous en Pierre’s Hole seguida de la batalla de Pierre’s Hole.
George Catlin remonta el Misuri.
1833. El capitán Stewart marcha al oeste con Robert Campbell. Maximiliano remonta
el Misuri. Rendezvous en el Green, en Fort Bonneville y Horse Creek. Wyeth
regresa del Columbia y se dirige al Snake. Joe Walker parte a California.
1834. Wyeth regresa al oeste y se lleva consigo a la misión metodista (Jason Lee).
William Sublette construye Fort Laramie y presiona a la RMF Company para
que traicionen a Wyeth, que continúa hacia el Snake y construye Fort Hall.
Rendezvous en Ham’s Fork. La RMF Company se disuelve y es sustituida por
una sociedad constituida por Fitzpatrick, Bridger y Milton Sublette. La

www.lectulandia.com - Página 374


sociedad abandona la vieja alianza con Sublette & Campbell y firma un
contrato con la American Fur Company y es finalmente absorbida por esta.
1835. Samuel Parker y Marcus Whitman, en representación de la Junta
Norteamericana de Comisionados para las Misiones en el Extranjero, parten al
oeste. La partida de Fontenelle es atacada por el cólera. Rendezvous cerca de
Fort Bonneville. Whitman y el capitán Stewart regresan a los Estados.
1836. Whitman y Spalding y sus esposas parten al oeste. Las misiones se establecen
en Waiilatpu y Lapwai. El Liberador de las Naciones Indias, Montezuma II,
inicia la conquista de Nuevo México y California. Rendezvous en Horse Creek.
1837. Brote de viruela en el alto Misuri. Stewart viaja con su pintor, Miller, al oeste.
Rendezvous en el Green, entre Horse Creek y New Fork.
1838. Último viaje de Stewart al Oeste. Último refuerzo de la Misión de Oregón.
Rendezvous en la desembocadura del Popo Agie.

www.lectulandia.com - Página 375


BIBLIOGRAFÍA

He usado transcripciones de los libros de cuentas del estudio de Miller, sus cartas
desde Escocia e Inglaterra, ciertos fragmentos de su autobiografía Borrador para las
notas de los Dibujos Indios y las notas que acompañan las copias de Walters. Las
cartas de Stewart se encuentran en la Missouri Historical Society. Al igual que la
mayoría del resto de manuscritos que he utilizado: los libros de Correspondencia de
Fort Union, las distintas colecciones de Chouteau, etc. El diario original de Charles
Larpenteur y la libreta de Frank B. Mayer se encuentran en la Minnesota Historical
Society. Hay una enorme colección de documentos de la American Fur Company en
la New York Historical Society.
No vale la pena que presente un listado de las decenas de periódicos que he
consultado porque todo lo que encontré en ellos de importancia para el texto ha sido
citado en las notas a pie de página. Sí parece relevante señalar que se habría evitado
cierta confusión en anteriores obras si algunos de los que se han referido a la carta de
William Walker hubieran observado que, cuando fue publicada, The Christian
Advocate and Journal temporalmente publicó con Zion’s Herald. He utilizado tanto
el Niles Register como The National Intelligencer como indicadores de las fechas y
prefiero el último. Los precios de San Luis citados en mi texto siempre proceden de
periódicos de San Luis, siempre de la estación y habitualmente del mes que tratamos.
La bibliografía que sigue no es en absoluto completa. Creo que es suficiente para
apoyar todas las afirmaciones de hechos realizadas en el libro. Sin embargo, sugiero
que cualquier lector paciente que agote la bibliografía y descubra alguna de las
afirmaciones sin su correspondiente fuente, me lo hagan saber por carta antes de
denunciarme en las publicaciones comerciales de los historiadores, porque tengo un
par de miles de tarjetas bibliográficas que no he incluido en este listado.

Alfred Jacob Miller, [¿Macgill James?], Municipal Museum, Baltimore, Md., s.f.
Allen, Miss A. J., antólogo, “Travels and Adventures of Doctor E. White and Lady”,
Ten Years in Oregon, Ithaca, N. Y., 1850.
Alter, J. Cecil, James Bridger, Salt Lake City, 1925.
Anderson, William Marshall, “Adventures in the Rocky Mountains”, (firmado
“Marshall”), American Turf Register, Vol. 8, Nº. 9, mayo, 1837.
— “A Horseback Ride to the Rocky Mountains in 1834”, editado por Albert J.
Partoll, Frontier and Midland, Vol. 19, N°. 1, otoño, 1938.
— “Scenes & Things in the West” (firmado “W. M. A.”), American Turf
Register, Vol. 8, N°. 12, noviembre, 1837.
— “Scenes in the West-The Platte & C.”, (firmado “W. Marshall”), Ibid Vol. 8,

www.lectulandia.com - Página 376


N°. 10, julio, 1837.
Atwood, Wallace W., The Rocky Mountains, Nueva York, 1945.

Bancroft, Hubert Howe, History of California, San Francisco, 1886.


— History of Oregon, San Francisco, 1886.
— History of the Pacific States of North America, San Francisco, 1885.
— The Native Races, San Francisco, 1886.
Beers, Henry Putney, “The Army and the Oregon Trail to 1846”, Pacific Northwest
Quarterly, Vol. 28, 1937.
Bennett, Emerson, Leni-Leoti, Cincinnati, 1849.
— The Prairie Flower, Cincinnati, 1849.
Benton, Thomas Hart, Thirty Years’ View, Nueva York, 1856.
Bieber, Ralph P., editor, Journal of a Santa Fe Trader, Glendale, 1931.
Bonner, T. D., editor, The Life and Adventures of James P. Beckwourth, Nueva York,
1856. Reeditado por Bernard de Voto, Nueva York, 1931. Brackenridge, Henry
Marie, Views of Louisiana, Pittsburgh, 1814.
Bradbury, John, Travels in the Interior of America, Liverpool, 1817. Segunda edición,
Londres, 1819.
Bradley, James H., Diario, Contributions to the Historical Society of Montana, Vols.
2, 3, 8, 9.
Brinckman, Rowland, Historical Record of the Eighty-Ninth Pricess Victorias
Regiment, Chatham, 1888.
Brosnan, Cornelius J., Jason Lee, Prophet of the New Oregon, Nueva York, 1932.
Bulletin of the American Art Union, 1850.
Burlingame, Roger, March of the Iron Men, Nueva York, 1938.
Bushnell, David I., Jr., “John Mix Stanley, Artist-Explorer”, Annual Report of the
Smithsonian Institute, 1924.
— Seth Eastman: The Master Painter of the North American Indian, The
Smithsonian Institution, Publication 3136, Washington, 1932. También en
Smithsonian Miscellaneous Collections, Vol. 87, N°. 3, 11 de abril, 1932.

Camp, Charles L., James Clyman American Frontiersman 1792-1881, San Francisco,
1928.
Carey, Charles H., editor, The Journals of Theodore Talbot, 1843 and 1849-52,
Portland, 1931.
Carvalho, S. N., Incidents of Travel and Adventure in the Far West, Nueva York,
1856.
Case, Robert and Victoria, Last Mountains, Nueva York, 1945.
Catlin, George, Letters and Notes on the Manners, Customs, and Condition of the

www.lectulandia.com - Página 377


North American Indians, segunda edición, Nueva York, 1842. Lo mismo que
North American Indians, Filadelfia, 1913.
Chambers, J. S., The Conquest of Cholera, Nueva York, 1938.
Chittenden, Hiram M., The American Fur Trade of the Far West, nueva edición,
Nueva York, 1935.
— The History of Early Steamboat Navigation on the Missouri River, Nueva
York, 1903.
— Life, Letters and Travels of Father Pierre-Jean DeSmet, S.J., Nueva York,
1905.
Clark, W. P., The Indian Sign Language, Filadelfia, 1885.
Clement, Clara Erskine, y Hutton, Laurence, Artists of the Nineteenth Century and
Their Works, Boston, 1885.
Coues, Elliott, editor, Audubon and His Journals de Maria R. Audubon, Nueva York,
1897.
— Forty Years a Fur Trader on the Upper Missouri, Nueva York, 1898.
— New Light on the Early History of the Greater Northwest, Nueva York,
1897.
Cox, Ross, Adventures on the Columbia River, Londres, 1831.
Cullom, George W., Biographical Register of the Officers and Graduates of the U.S.
Military Academy, Cambridge, 1891.
Curtis, Edward S., The North American Indian, Vols. IV, V, Cambridge, 1909. Vol.
VI, Norwood, Mass., 1911.

Dale, Harrison C., The Ashley-Smith Explorations and the Discovery of a Central
Route to the Pacific, edición revisada, Glendale, 1941.
Debrett’s Illustrated Baronetage, 1868.
Debrett’s Illustrated Peerage, 1868.
Decatur, Stephen, “Alfred Jacob Miller: His Early Indian Scenes and Portraits”,
American Collector, diciembre, 1939.
DeLand, Charles E., “The Aborigines of South Dakota, Part II, the Mandan Indians”,
South Dakota Historical Collections, Vol. IV, 1908.
Dillen, John G. W., The Kentucky Rifle, Washington, 1924.
Dodge, Richard Irving, The Plains of the Great West, Nueva York, 1877.
Dorsey, George A., The Arapaho Sun Dance, Field Columbian Museum, Publication
75, junio, 1903.
Dorsey, James Owen, A Study of Siouan Cults, U.S. Bureau of American Ethnology,
Eleventh Annual Report, 1889-90, Washington, 1894.
Dragoon Campaigns to the Rocky Mountains, por un Dragón [James Hildreth],
Nueva York, 1836.
Drumm, Stella M., editor, Journal of a Fur-Trading Expedition on the Upper

www.lectulandia.com - Página 378


Missouri 1812-1813 (Journal of John C. Luttig), San Luis, 1920.
Drury, Clifford M., Elkanah and Mary Walker, Caldwell, Idaho, 1940.
— Francis Harmon Spalding, Caldwell, Idaho, 1936.
— “Gray’s Journal of 1838”, Pacific Northwest Quarterly, Vol. 29, 1938.
— Marcus Whitman, M. D., Caldwell, Idaho, 1937.
Dunbar, John, Letter in Missionary Herald, Vol. 34, 1838.
Dunbar, John B., “The Pawnee Indians, Their Habits and Customs”, Magazine of
American History, Vol. V, 1880.
— “The Pawnee Indians, Their History and Ethnology”, Ibid., Vol. IV, 1880.

Eells, Myra F., Diario, Transactions of the Oregon Pioneer Association, 1889.
Eells, Rev. Myron, D. D., Marcas Whitman: Pathfinder and Patriot, Seattle, 1909.
Elliott, T. C., The Coming of the White Women, 1836, Portland, 1937.
— editor, “The Corning of the White Women, 1838”, Oregon Historical
Quarterly, Vol. 38, 1837.
— “Religión Among the Flatheads”, Ibid., Vol. 37, 1936.
Ellison, William Henry, editor, The Life and Adventures of George Nidever, Berkeley,
1937.
Emory, William Helmsley, Notes of a Military Reconnaissance, from Fort
Leavenworth, in Missouri, to San Diego, in California, Washington, 1848.
También en el House Executive Document, Nº. 41, 30th Congress, 1st. Session,
1848.

Farnham, Thomas Jefferson, Travels in the Great Western Prairies, Poughke-epsie,


1841.
Fletcher, Alice C., Indian Ceremonies, Salem, Mass., 1884.
Foreman, Grant, Pioneer Days in the Early Southwest, Cleveland, 1926.
Franchere, Gabriel, Relation d’un voyage à la côte du nord-ouest de l’Amérique
Septentrionale, Montreal, 1820.
Frémont, John Charles, A Report on an Exploration of the Country lying between the
Missouri River and the Rocky Mountains, on the line of the Kansas and Great
Platte Rivers, Senate Document, N°. 243, 27th Congress, 3rd Session, 1843.
— Report of the Exploring Expedition to the Rocky Mountains in the Year
1842, and to Oregon and North California in the Years 1843-44, Washington,
1845.
Frost, Donald McKay, “General Ashley and the Overland Trail”, Proceedings of the
American Antiquarian Society, 1944, Worcester, 1945.
Fulton, Maurice Garland, Diary and Letters of Josiah Gregg, Norman, Okla., 1941.

www.lectulandia.com - Página 379


Garrard, Lewis Hector, Wah-To-Yah, and the Taos Trail, Nueva York, 1850.
Reedición de Ralph B. Bieber, Glendale, 1938.
Gay, Theressa, Life and Letters of Mrs. Jason Lee, Portland, 1936.
Ghent, W. J., The Road to Oregon, Nueva York, 1929.
Goddard, Pliny Earle, Indians of the Northwest Coast, segunda edición, Nueva York,
1934.
Goodwin, Cardinal, The Trans-Mississippi West, Nueva York, 1930.
Gray, William H., “Journal from December, 1836 to October, 1837”, Whitman
College Quarterly, junio, 1943.
Gregg, Josiah, Commerce of the Prairies, Nueva York, 1844.
Grinnell, George Bird, The Cheyenne Indians, New Haven, 1923.

Hafen, LeRoy R., y Ghent, W. J., Broken Hand, Denver, 1931.


Haines, Francis, “The Nez Perce Delegation to St. Louis in 1831”, The Pacific
Historical Review, Vol. VI, 1937.
— “The Northward Spread of Horses Among the Plains Indians”, American
Anthropologist, julio-septiembre, 1938.
— Red Eagles of the Northwest, Portland, 1939.
— “Where Did the Plains Indians Get Their Horses?” American
Anthropologist, enero-marzo, 1938.
Hall, Courtney Robert, A Scientist in the Early Republic: Samuel Latham Mitchill,
Nueva York, 1934.
Hamilton, W. T., My Sixty Years on the Plains, Nueva York, 1909.
Harmon, Daniel Williams, A Journal of Voyages and Travels in the Interiour of North
America, Andover, 1820.
Hart, H. G., The New Annual Army List for 1841, Londres, 1841.
— The New Annual Army List for 1842, Londres, 1842.
Haven, Charles T., y Belden, Frank A., A History of the Colt Revolver, Nueva York,
1940.
Hebard, Grace Raymond, Sacajawea, Glendale, 1933.
Heilbron, Bertha L., editor, With Pen and Pencilon the Frontier in 1851: The Diary
and Sketches of Frank Blackwell Mayer, The Minnesota Historical Society, St.
Paul, 1932.
Herrick, Francis Hobart, Audubon the Naturalist, edición revisada, Nueva York,
1938.
Hewitt, J. N. B., editor, Journal of Rudolph Friederich Kurz, Bureau of American
Ethnology, Bulletin 115, Washington, 1937.
Hicks, James, Notes on United States Ordenance, segunda edición, Mt. Vernon, N.Y.,
s.f.
Historical Register and Dictionary of the U.S. Army, 1789-1903.

www.lectulandia.com - Página 380


Hodder, Frank H., Audubons Western Journal, Cleveland, 1906.
Hodge, Frederick Webb, Handbook of American Indians, Bureau of American
Ethnology, Bulletin 30, Washington, 1907.
— “The Origin and Destruction of a National Indian Portrait Gallery”, Holmes
Anniversary Volume, Washington, 1916.
— “A Proposed Indian Portfolio by John Mix Stanley”, Indian Notes (Heye
Foundation), Vol. VI, N°. 4, 1929.
Hornaday, William T., “The Extermination of the American Bison”, Report of the
United States National Museum, 1887.
Howay, Frederick W., editor, Voyages of the ‘Columbia’, Boston, 1941.
“Hugh Evans’ Journal of a Dragoon Campaign of 1835”, Mississippi Valley
Historical Review, Vol. 14, 1927-28.
Hunter, Thomas, Woods, Forests and Estates of Perthshire, Edimburgo, 1883.
Hyde, George E., Red Cloud’s Folk, Norman, Okla., 1937.

Innis, H. A., The Fur Trade in Canada, New Haven, 1930.


— The Fur Trade of Canada, Toronto, 1927.
Irving, Washington, Astoria, Filadelfia, 1836.
— The Rocky Mountains, Filadelfia, 1937.

Jaeger, Ellsworth, Wildwood Wisdom, Nueva York, 1945.


“John McLoughlin Letters, 1827-49”, Oregon Historical Quarterly, Vol. 37, 1936.
Johnson, C. T., “Did Webster Ever Say This?” Washington Historical Quarterly, Vol.
IV, 1913.
Johnson, Overton, y Winter, Wm. H., Route Across the Rocky Mountains, Lafayette,
1846.
Journal of Colonel Dodge’s Expedition from Fort Gibson to the Pawnee Pict Village,
Senate Executive Document, N°. 1, 23rd Congress, 2nd Session, 1834.
Journal of the Royal Geographical Society, 1845, 1846, 1847, 1848, 1849.

Kane, Paul, Wanderings of an Artist Among the Indians of North America, Londres,
1859.
Kelly, Charles, y Howe, Maurice L., Miles Goodyear, Salt Lake City, 1937.
Kephart, Horace, Camping and Woodcraft, Nueva York, 1921.
Kroeber, Alfred L., “The Arapaho”, Bulletin of the American Museum of Natural
History, Vol. XVIII, Partes I y II, Nueva York, 1902.
— “Ethnology of the Gros Ventre”, Anthropological Papers of the American
Museum of Natural History, Vol. I, Parte IV, 1908.

www.lectulandia.com - Página 381


Laut, Agnes C., The Fur Trade of America, Nueva York, 1921.
Lee, Daniel, y Frost, Joseph H., Ten Years in Oregon, Nueva York, 1844.
Lee, Rev. Jason, Diario de, Oregon Historical Quarterly, Vol. 17, 1916.
Leonard, Zenas, Narrative of the Adventures of Zenas Leonard, Clearfield, Pa., 1839.
Lewis, William S., “Some notes… on the… name of Oregon…”, Washington
Historical Quarterly, Vol. XVII, 1926.
Libby, O. G., “Typical Villages of the Mandans, Arikara and Hidatsa in the Missouri
Valley, North Dakota”, Collections of the State Historical Society of North
Dakota, Vol. II, 1908.
A List of the Officers of the Army and Royal Marines on Full and Half Pay, Londres,
1819.
A List of the Officers of the Army and Royal Marines on Full, Retired, and Half Pay,
Londres, 1832, 1838, 1840.
Lowie, Robert H., “The Assiniboin”, Anthropological Papers of the American
Museum of Natural History, Vol. IV, Part I, 1909.
— “Crow Indian Art”, Ibid., Vol. XXI, Part IV, 1922.
— The Crow Indians, Nueva York, 1935.
— “Dances and Societies of the Plains Shoshone”, Anthropological Papers of
the American Museum of Natural History, Vol. XI, Part X, 1915.
— “The Material Culture of the Crow Indians”, Ibid., Vol. XXI, Part III, 1922.
— “Minor Ceremonies of the Crow Indians”, Ibid., Vol. XXI, Part V. 1924.
— “Myths and Traditions of the Crow Indians”, Ibid., Vol. XXV, Part I, 1918.
— “Notes on the Social Organization and Customs of the Mandan, Hidatsa,
and Crow Indians” Ibid., Vol. XXI, Part I, 1917.
— “The Northern Shoshone”, Ibid., Vol. II, Part II, 1909.
— “Plains Indian Age-Societies: Historical and Comparative Summary”, Ibid.,
Vol. XI, Part XIII, 1916.
— “The Religión of the Crow Indians”, Ibid., Vol. XXV, Part II, 1922.
— “Social Life of the Crow Indians”, Ibid., Vol. IX, Part II, 1912.
— “Societies of the Crow, Hidatsa and Mandan Indians”, Ibid., Vol. XI, Part
III, 1913.

Maloney, Alice Bay, editor, Fur Brigade to the Bonaventura (John Works California
Journal, 1832-1833), San Francisco, 1945.
Mandelbaum, David G., “The Plains Cree”, Anthropological Papers of the American
Museum of Natural History, Vol. XXXVIII, Part II, 1940. Marcy, Randolph
Barnes, The Prairie Traveller, Nueva York, 1849. Segunda edición con notas
de Richard F. Burton, Londres, 1863.
Maximiliam, Prinz zu Wied, Reise in das innere Nord-Amerika in den Jahren 1832

www.lectulandia.com - Página 382


bis 1834, Coblenz, 1839. Traducido como Travels in the Interior of North
America, Reuben Gold Thwaites, editor, Cleveland, 1905.
McCoy, Isaac, History of Baptist Indian Missions, Washington, 1840.
McDermott, John Francis, editor, The Western Journals of Washington Irving,
Norman, Okla., 1944.
McKenney, Thomas H., y Hall, James, The Indian Tribes of North America, Folio:
Philadelphia, 1836-1844. Octavo: Filadelfia, 1842-1844. Reedición, F. W.
Hodge, editor, Edimburgo, 1933.
Merk, Frederick, Fur Trade and Empire (George Simpson’s Journal), Cambridge,
1931.
Mission Record Book of the Methodist Episcopal Church, Willamette Station. The
Missionary Herald, 1837 y 1838.
Mooney, James, y Olbrechts, Frans M., Cherokee Sacred Formulas and Medicinal
Prescriptions, Bureau of American Ethnology, Bulletin 99, 1932.
Moreland, J. C., “Address”, Transactions of the Oregon Pioneer Association, 1899.
Morison, Samuel E., The Maritime History of Massachusetts, Boston, 1921.
— “New England and the Opening of the Columbia River Salmon Trade,
1830”, Oregon Historical Quarterly, Vol. 28, 1927.
— “Nova Albion and New England”, Ibid., Vol. 28, 1927.
Morris, Ralph C., “The Notion of a Great American Desert East of the Rockies”,
Mississippi Valley Historical Review, Vol. XIII, 1926-27.
Murray, Charles Augustus, The Prairie Londres, 1844.
— Travels in North America, Londres, 1839.

Nininger, H. H., Our Stone-Pelted Planet, Cambridge, 1933.


Nute, Grace Lee, “The Diary of Martin McLeod”, Minnesota History Bulletin, Vol.
IV, 1922.
— “James Dickson, A Filibuster in Minnesota in 1836”, Mississippi Valley
Historical Review, Vol. X, 1923.
— “James McLoughlin, Jr., and the Dickson Filibuster”, Minnesota History,
Vol. 17, 1936.
— The Voyageur, Nueva York, 1931.

Official report of expedition of squadron of Dragoons under command of Col. Henry


Dodge, House Document, N°. 181, 24th Congress, 1st Session, 1836.
Ogden, Adele, The California Sea Otter, 1784-1848, Berkeley, 1941.

Paden, Irene D., The Wake of the Prairie Schooner, Nueva York, 1943.

www.lectulandia.com - Página 383


Parker, Samuel, Journal of an Exploring Tour Beyond the Rocky Mountains, Ithaca,
1838.
Parkman, Francis, Jr., California and Oregon Trail, Nueva York, 1849. También la
edición centenario, Boston, 1937, y una edición de Mason Wade, Nueva York,
1943.
Parrish, Philip H., Before the Covered Wagon, cuarta edición, Portland, 1931.
Pattie, James Ohio, The Personal Narrative of James O. Pattie, Cincinnati, 1831.
Pelzer, Louis, editor, “Captain Ford’s Journal of an Expedition to the Rocky
Mountains”, Mississippi Valley Historical Review, Vol. 12, 1926.
— The Prairie Logbooks, Chicago, 1943.
Pike, Albert, “Narrative of a Journey in the Prairie”, Publications of the Arkansas
Historical Association, Vol. IV, 1917.
— Prose Sketches and Poems written in the Western Country, Boston, 1834.
“Portraits of North American Indians with Sketches of Scenery, etc. Painted by J. M.
Stanley”, Smithsonian Miscellaneous Collections, Volume II, Washington,
1852.
Powell, Fred Wilbur, Hall Jackson Kelley, Prophet of Oregon, Portland, 1917.
Powers, Kate Ball; Hopkins, Flora Ball; Ball, Lucy, antólogos, Autobiography of
John Ball, Grand Rapids, 1925.

Rasmussen, Louise, “Artists of the Explorations Overland, 1840-1860”, Oregon


Historical Quarterly, Vol. XLIII, 1942.
Report from the Office of Indian Affairs, Senate Executive Document N°. 1, 23rd
Congress, 1st Session, 1833; Senate Executive Document N°. 1, 23rd
Congress, 2nd Session, 1834.
Report of Joshua Pilcher, Agent for the Upper Missouri River, Senate, Executive
Document N°. 1,25th Congress, 3rd Session, 1838.
Report of the Commissioner of Indian Affairs, Senate Executive Document N°. 1,
24th Congress, 1st Session, 1835; Senate Executive Document N°. 1, 24th
Congress, 2nd Session, 1836; Senate Executive Document N°. 1,25th
Congress, 2nd Session, 1837; Senate Executive Document N°. 1, 25th
Congress, 3rd Session, 1838.
“Report on the Expedition of Dragoons under Colonel Henry Dodge, To the Rocky
Mountains in 1835”, American State Papers, Military Affairs, Vol. VI, N°. 624,
24th Congress, lstSession, 1835.
Report of the Secretary of War, Senate Executive Document N°. 1,25th Congress, 3rd
Session, 1838.
Reports of Explorations and Surveys to ascertain the most Practicable and
Economical Route for a Railroad from the Mississippi River to the Pacific
Ocean, Washington, 1855.

www.lectulandia.com - Página 384


Roberts, Ned H., The Muzzle-Loading Cap Lock Rifle, segunda edición, Manchester,
N. H., 1944.
Robertson, Doane, “A Comprehensive History of the Dakota or Sioux Indians”, South
Dakota Historical Collections, Vol. II, 1904.
Rollins, Philip Ashton, The Discovery of the Oregon Trail, Nueva York, 1935.
Russell, Osborne, Journal of a Trapper, Boise, 1921.
Ruxton, George Frederick, Adventures in Mexico and the Rocky Mountains, Londres,
1847.
— Life in the Far West, Londres, 1849.
— “Life in the Far West”, Blackwood’s Magazine, junio-noviembre, 1848.

Sabin, Edwin L., Kit Carson Days, edición revisada, Nueva York, 1935.
Sage, Rufus B., Scenesin the Rocky Mountains, Filadelfia, 1846.
Sawyer, Charles Winthrop, Our Rifles, Boston, 1944.
Schoolcraft, Henry, Information Reflecting the History, Condition, and Prospects of
the Indian Tribes of the United States, Filadelfia, 1847.
Scott, Leslie M., “Indian Diseases as an Aid to Pacific Northwest Settlement”,
Oregon Historical Quarterly, Vol. 29, 1928.
Sharpe, Philip B., The Rifle in America, Nueva York, 1938.
Shortess, Robert, “First Emigrants to Oregon”, Transactions of the Oregon Pioneer
Association, 1896.
Skinner, Constance Lindsay, Beaver Kings and Cabins, Nueva York, 1933.
Smith, Arthur D. Howden, John Jacob Astor, Filadelfia, 1929.
Smith, Henry Nash, American Emotional and Imaginative Attitudes toward the Great
Plains and the Rocky Mountains, 1803-1850, tesis doctoral, Harvard College
Library, 1940.
Smith, Winston O., The Sharps Rifle, Nueva York, 1943.
Spier, Leslie, “The Sun Dance of the Plains Indians: Its Development and Diffusion”,
Anthropological Papers of the American Museum of Natural History, Vol.
XVI, Part VII, 1921.
Stansbury, Howard, An Expedition to the Valley of the Great Salt Lake of Utah,
Filadelfia, 1852. También Senate Executive Document N°. 2, 32nd Congress,
Special Session y Senate Executive Document N°. 3, 1853.
Stewart, Sir William Drummond, Altowan, Nueva York, 1846.
— Edward Warren, Londres, 1854.

Teit, James A., The Salishan Tribes of the Western Plateaus, Forty-fifth Annual
Report of the Bureau of American Ethnology, 1930.
Townsend, John Kirk, Narrative of a Journey across the Rocky Mountains,

www.lectulandia.com - Página 385


Philadelphia, 1839.
Tuckerman, Henry Theodore, Book of the Artists, Nueva York, 1867.

Vestal, Stanley, Kit Carson, Boston, 1928.


— Mountain Men, Boston, 1937.
Victor, Frances Fuller, The River of the West, Hartford, 1871.

Walford, Edward, County Families of the United Kingdom, tercera edición, Londres,
1865.
Warre, Henry James, Sketches of North America and the Oregon Territory, Londres,
1848.
Warren, Eliza Spalding, Memoirs of the West (Diario de Eliza Spalding), Portland, n.
d.
Webb, Walter Prescott, The Great Plains, Boston, 1931.
Webber, C. W., The Hunter-Naturalist, Filadelfia, 1851.
— Wild Scenes and Songbirds, Nueva York, 1854.
Wedel, Waldo Rudolph, An Introduction to Pawnee Archeology, Bureau of American
Ethnology, Bulletin 112, 1936.
Weitenkampf, F., American Graphic Art, Nueva York, 1924.
Wheat, Carl I., editor, The Shirley Letters, San Francisco, 1933.
Wheeler, Olin D., The Trail of Lewis and Clark, Nueva York, 1904.
Whelen, Townsend, The American Rifle, Nueva York, 1918.
Whitman, Narcissa, Diario, Transactions of the Oregon Pioneer Association, 1890.
— Cartas, Ibid., 1893.
Wilson, Gilbert L., “Hidatsa Eagle Trapping”, Anthropological Papers of the
American Museum of Natural History, Vol. XXXIII, Part IV, 1928.
— “The Horse and the Dog in Hidatsa Culture”, Ibid., Vol. XV, Part II, 1924.
— y Weitzner, Bella, “The Hidatsa Earthlodge”, Ibid., Vol. XXXIII, Part V,
1934.
Wislizenus, Frederick Adolphus, Ein Ausflug nach den Felsen-Gebirgen im Jahre
1839, San Luis, 1840. Traducción al inglés, San Luis, 1912.
Wissler, Clark, The American Indian, segunda edición, 1931.
— “Ceremonial Bundles of the Blackfoot Indians”, Anthropological Papers of
the American Museum of Natural History, Vol. VII, Part II, 1912.
— “Costumes of the Plains Indians”, Ibid., Vol. XVII, Part II, 1915.
— “General Discussion of the Shamanistic and Dancing Societies”, Ibid., Vol.
XI, Part XII, 1916.
— Indian Beadwork, Nueva York, 1931.
— The Indians of the United States, Nueva York, 1940.

www.lectulandia.com - Página 386


— “Material Culture of the Blackfoot Indians”, Anthropological Papers of the
American Museum of Natural History, Vol. V, Part I, 1910.
— The Relation of Nature to Man in Aboriginal America, Nueva York, 1926.
— “Riding Gear of the North American Indians”, Anthropological Papers of
the American Museum of Natural History, Vol. XVII, Part I, 1915.
— “The Social Life of the Blackfoot Indian”, Ibid., Vol. VII, Part I, 1911.
— “Societies and Ceremonial Associations in the Oglala División of the Teton-
Dakota”, Ibid., Vol. XI, Part I, 1912.
— “The Sun Dance of the Blackfoot Indians”, Ibid., Vol. XVI, Part III, 1918.
—y Duvall, D. C., “Mythology of the Blackfoot Indians”, Ibid., Vol. II, Part I,
1908.
Wolverton, Charles E., “Address”, Transactions of the Oregon Pioneer Association,
1899.
Wraxall, Sir C. F. Lacelles, The Backwoodsman, Boston, 1866.
Wyeth, John B., Oregon, Cambridge, 1833.
Wyeth, N. J., “The Indian Tribes of the South Pass of the Rocky Mountains; the Salt
Lake Basin; the Valley of the Great Saaptin; or Lewis’ River, and the Pacific
Coasts of Oregon”, History of the Indian Tribes of the United States, Vol. I, de
Henry Schoolcraft, Filadelfia, 1857.
Wylly, H. C. XVth (The King’s) Hussars, 1759 to 1913, Londres, 1914.

Yanovsky, Elias, Food Plants of the North American Indians, Department of


Agriculture Miscellaneous Publication N°. 237, Washington, 1936.
Young, F. G., editor, “The Correspondence and Journals of Captain Nathaniel J.
Wyeth”, Sources of the History of Oregon, Vol. I, Eugene, 1899.
— “Journal and Report by Doctor Marcus Whitman”, Oregon Historical
Quarterly, Vol. 27,1926.
Young, Stanley P., y Goldman, Edward A., The Wolves of North America,
Washington, 1944.

Zollinger, James Peter, Sutter, The Man and His Empire, Nueva York, 1939.

www.lectulandia.com - Página 387


www.lectulandia.com - Página 388
www.lectulandia.com - Página 389
www.lectulandia.com - Página 390
www.lectulandia.com - Página 391
www.lectulandia.com - Página 392
www.lectulandia.com - Página 393
www.lectulandia.com - Página 394
www.lectulandia.com - Página 395
www.lectulandia.com - Página 396
www.lectulandia.com - Página 397
www.lectulandia.com - Página 398
www.lectulandia.com - Página 399
www.lectulandia.com - Página 400
www.lectulandia.com - Página 401
www.lectulandia.com - Página 402
www.lectulandia.com - Página 403
www.lectulandia.com - Página 404
www.lectulandia.com - Página 405
www.lectulandia.com - Página 406
www.lectulandia.com - Página 407
www.lectulandia.com - Página 408
www.lectulandia.com - Página 409
www.lectulandia.com - Página 410
www.lectulandia.com - Página 411
www.lectulandia.com - Página 412
www.lectulandia.com - Página 413
www.lectulandia.com - Página 414
www.lectulandia.com - Página 415
www.lectulandia.com - Página 416
www.lectulandia.com - Página 417
www.lectulandia.com - Página 418
www.lectulandia.com - Página 419
www.lectulandia.com - Página 420
www.lectulandia.com - Página 421
www.lectulandia.com - Página 422
www.lectulandia.com - Página 423
NOTAS DEL AUTOR

I. EL VIAJERO DE LA PRADERA

www.lectulandia.com - Página 424


[1] Aunque el nombre tribal se ha escrito oficialmente nez percé, y aunque la tilde se

preserva en los nombres de lugares, los hombres del oeste los llamaron desde el
principio nez perces, pronunciado tal y como se lee. En cuanto a los flatheads, véase
Teit, The Salishan Tribes, p. 300, para la ortografía y significados de la palabra
«Shahaptan» que se transcribe aquí. <<

www.lectulandia.com - Página 425


[2] Fontenelle y Drips encontraron alrededor de cincuenta tiendas de flatheads y nez

perces en Beaver Creek (Montana) dos o tres días después del 28 de mayo de 1831.
Fontenelle partió hacia San Luis el 19 de junio, pero se vio obligado a dar un amplio
rodeo por el suroeste hacia el valle Cache (Utah). W. A. Ferris, Life in the Rocky
Mountains, Paul Phillips editor, pp. 87, 96. Ferris, que en este mismo pasaje alaba
prolijamente la decencia y sentimientos religiosos de estas tribus, no menciona nada
sobre la misión. <<

www.lectulandia.com - Página 426


[3] Este relato de la misión de los nez perces y los flatheads se basa en un estudio de

todas las fuentes conocidas, pero en la segunda parte se ajusta a la última y más fiable
autoridad, Francis Haines, cuyo libro y artículos se hallan listados en mi bibliografía.
Véase también T. C. Elliot, “La religión entre los flatheads”, Oregon Historical
Quarterly, Vol. 37, Nº. 1. <<

www.lectulandia.com - Página 427


[4] En su introducción a Altowan, la primera novela de Stewart, James Watson Webb

afirma que Stewart fue condecorado por su valor, pero no se menciona dicha
condecoración en las Listas del Ejército o en la historia de Wylly del Décimo quinto
Regimiento de los Húsares. Su hijo, William George Stewart, que murió antes que él,
recibió la India Medal y la Cruz de la Victoria durante el Motín de la India. Stewart sí
tenía la Orden Italiana de Cristo. Su familia materna, los Drummond, tenían un largo
historial de servicio diplomático en Italia y Sicilia y el hecho de que poseyera esta
orden sugiere que tal vez pasó en ese servicio parte de esos doce años en blanco.
Stewart se casó con una pariente lejana, Christina o Christian Stewart, dos años antes
de partir a los Estados Unidos y su único hijo nació en 1831 (el nombre de su esposa
se ha escrito como Christina en Debrett y manuales similares. Pero en The Red Book
of Grandtully, publicado bajo las directrices de Stewart y su supervisión, era
Christian). Stewart no regresó al hogar entre 1833 y 1839.
Algunos historiadores del Oeste se han dedicado a buscar las diferentes ortografías de
su nombre y debido a las variaciones de este dudan de su autoría de Altoiuan.
Aparece en los listados del ejército como Stewart. La baronía había sido creada con el
nombre de Steuart y todos los documentos heráldicos usan esa ortografía. La variante
Stuart, que también usó en ocasiones, denota consanguinidad con la casa real. <<

www.lectulandia.com - Página 428


[5] No hay nada entre la documentación encontrada que sugiera que Stewart fuera

algún tipo de agente británico. Las condiciones de guerra han hecho imposible
realizar una investigación de los archivos del Ministerio de Guerra, con los que tal
vez se podría zanjar la cuestión. Pero no puedo creer que ningún oficial del ejército a
media paga pasara seis años en el territorio de Oregón en este periodo sin presentar
informes ocasionales a la autoridad, o que esa autoridad no le hubiera requerido e
incluso ordenado tales informes. Finalmente se descubrió que George Frederick
Ruxton actuó como agente británico en 1846 y 1847, cuando partió a cazar al Oeste,
aunque hace quince años fui severamente reprendido por expertos historiadores por
afirmarlo. <<

www.lectulandia.com - Página 429


[6] Referencias a la deuda de Webster con la American Fur Company aparecen en los

papeles de esta durante varios años (Biblioteca de la Sociedad Histórica de Nueva


York). Véase, junto a muchos otros, los documentos números
3227,3288,3330,3353,3408,3519,3695, etc. <<

www.lectulandia.com - Página 430


[7]
A lo largo del libro, Council Bluffs designa toda la región aquí descrita y,
específicamente, el lugar originalmente así llamado por Lewis y Clark. Este se
encontraba en la orilla del Nebraska, a unas veinte millas de Omaha, y no debe ser
confundido con la ciudad de Iowa en la orilla opuesta y directamente frente a Omaha.
<<

www.lectulandia.com - Página 431


[8] He consultado Forty Years a Fur Trader, el libro que Elliott Coues escribió
basándose en las memorias escritas con extravagante ortografía de Larpenteur. El
doctor Coues era uno de los grandes editores y una gran parte de la historia del Oeste
se preservó gracias a su labor. Pero se permitió una licencia que hoy sería
imperdonable: seleccionó, organizó y reescribió contextos para que se ajustasen a sus
opiniones. En tales fragmentos de mi texto como en el resto sobre Larpenteur, por lo
tanto, y gracias a la amabilidad de la Sociedad Histórica de Minnesota y la señora Ilse
Levi, también he usado fotocopias del manuscrito original de las memorias de
Larpenteur y el diario que lo precedió. <<

www.lectulandia.com - Página 432


[9] Estoy en deuda con la señora Brenda Gieseker de la Sociedad Histórica de Misuri

por la fotocopia de la factura y con la Sociedad por el permiso para usarla. <<

www.lectulandia.com - Página 433


[10] La convención de los libros del Oeste me obliga recordar al lector que el Scott’s

Bluff fue llamado así por un trabajador de Smith, Jaclcson & Sublette que cayó
enfermo en Laramie Creek, a más de cincuenta millas al oeste, fue abandonado por
los tramperos que se habían quedado allí para cuidarle, y vagó delirante y se arrastró
hasta ese punto en su camino de regreso antes de morir. La misma partida de regreso
a las montañas encontró sus huesos a los pies de los riscos de Scott’s Bluff el año
siguiente. La historia fue relatada por primera vez por Irving. A cierta distancia al
oeste de Ash Hollow, donde la ruta normalmente alcanzaba el Platte Norte, estaba la
isla de Brady, que se suponía que recibía ese nombre por un incidente similar. Dos
tramperos de una partida que estaban recolectando pieles en barca río abajo por el
Platte se pelearon y uno de ellos, Brady, fue asesinado por el otro mientras estaban
acampados a solas. El asesino informó de que la pistola del propio Brady se disparó
accidentalmente y lo mató. Más adelante por la ruta, él mismo se disparó
accidentalmente y confesó su crimen antes de morir. Rufus Sage afirma que las
muertes tuvieron lugar «hace ya unos ocho años», lo cual situaría el suceso en 1833,
el primer año de Stewart en el Oeste. En 1838, Myra Eells, que escribió el nombre
como «Brada», sitúa la fecha en 1827. <<

www.lectulandia.com - Página 434


[11] Adventures in México (pp. 268-269). El búfalo moribundo de Ruxton es una

descripción estándar: la visión de un animal de semejante tamaño con la total


ferocidad de su último desafío impresionaba profundamente al que lo contemplaba.
Todos hablan de sangre manando de la boca y la nariz; casi todos dicen que los ojos
se enrojecían y miraban con odio. Sin embargo, un búfalo que no estuviera herido de
muerte era extremadamente peligroso, ya que podía embestir a cualquier caballo o
cazador a la vista. Una vez cerca, los cazadores experimentados se aproximaban por
detrás de la bestia y enlazaban las patas, luego lo despachaban con un cuidadoso tiro.
La cita muestra que Ruxton usaba un rifle algo más pesado de lo habitual entre los
hombres de montaña, cuyas «medias onzas de galena» dieron pie a la frase
proverbial. Una bala de plomo redonda de media onza, 218 granos, precisaba de un
calibre del 53 (cuando el rifle era nuevo… en estas circunstancias, el calibre
aumentaba tras un largo uso). El rifle de montaña tenía un cañón más corto y
considerablemente más pesado que el «rifle de Kentucky», el cual había conquistado
las zonas inexploradas más allá de los montes Allegheny. La culata cubría la mitad o
toda la longitud del arma y normalmente pesaba entre diez y doce libras.
Preferiblemente se usaban balas estriadas. Por supuesto, la carga de pólvora variaba
dependiendo de las circunstancias, desde alrededor de 60 a 200 granos: la regla del
pulgar tan habitual entre los fusileros determinaba como carga estándar para una bala
de media onza unos 93 granos. Apenas existe información balística fiable, pero la
pólvora disponible probablemente permitía como mucho una velocidad de salida no
mayor a 1.600 pies por segundo, o incluso menos. Esto producía una buena potencia
de impacto, pero en relación con las armas modernas, poca capacidad de penetración.
La penetración también era reducida, relativamente, por el hecho de que la bala fuera
redondeada y que el material del que estaba hecha era plomo sin ningún tipo de
aleación. Aunque la bala de media onza podía ser considerada estándar, se registran
los pesos de 36, 48 e incluso 52 por libra (calibres 50, 47 y 45), aunque el último
debió de ser bastante poco común. Los rifles de montaña más célebres eran los
fabricados en San Luis por Jacob y Samuel Hawken, deletreado en ocasiones
incorrectamente como Hawkin o Hawkins.
El capitán Stewart utilizaba un arma mucho más potente. En una nota a pie de página
en Edward Warren, su segunda novela, se lee: «El capitán Stewart, que llevó al
territorio por primera vez un rifle de balas de una onza en 1833, esa temporada
acudió a la rendezvous con una cuadrilla de Campbell y consiguieron más carne con
ese rifle a manos de Stewart y de aquel otro maravilloso cazador, Antoine Clement,
que ninguna otra arma del campamento». Esta superioridad, así como la de su
puntería, parecen haber sido las dos cuestiones de las que más se vanagloriaba

www.lectulandia.com - Página 435


Stewart, pero no estoy totalmente seguro de que este punto haya sido confirmado.
Los rifles de cañón doble no eran una novedad en América en 1833, como deja claro
cualquier colección de armas, aunque el primer ejemplo del que se tenga constancia
en la literatura de montaña corresponde a 1834. Ese año, el naturalista Townsend
usaba un arma que disparaba veinte balas por libra para confirmar la creencia de que
el cráneo de un búfalo era impenetrable. Y resultó ser impenetrable para ese peso de
bala: la bala se aplastaba contra el cráneo y no fracturaba el hueso. Ya que esto
ocurrió después de la rendezvous, el arma que usó tal vez fuera la de Stewart, pero N.
J. Wyeth, al mando de la partida de Townsend, parece que tenía un arma similar.
Los rifles de Stewart fueron fabricados por John o Joseph Manton, los fabricantes de
armas más importantes en Inglaterra, y pudieron costarle hasta trescientas guineas
cada uno (un Hawken podía costar unos 40 dólares en San Luis). Los rifles británicos
de la época eran instrumentos de precisión y sus fabricantes estaban concentrados en
mejorar la calidad del disparo de armas para cazadores ricos. El genio inventivo
norteamericano por su parte se concentraba en producir rifles en masa y desarrollar
un rifle de repetición… ninguno de los fines había sido alcanzado satisfactoriamente
en 1833. Mientras tanto, los fabricantes de armas continuaron fabricando el rifle
individual a la manera tradicional y sus cualidades continuaban siendo aquellas que
habían asombrado al mundo entero hacía ya medio siglo.
En el este, la llave de percusión había reemplazado a la llave de chispa. Sin embargo,
el trampero del Oeste tendía a mostrar cierto escepticismo ante los nuevos avances.
Aunque la llave de percusión era fiable con el mal tiempo, mientras que la lluvia
podía dejar inutilizada la llave de chispa cuando más se la necesitaba, y evitaba la
humillante y peligrosa posibilidad de haber perdido el cebo, presentaban una
desventaja que hacía que los tramperos las descartara: si uno perdía las cápsulas
fulminantes se quedaba totalmente perdido, mientras que si se perdía el pedernal
siempre se podía improvisar algo que funcionara, aunque no tuviera piezas de
recambio en sus alforjas.
Los rangos de precisión a larga distancia son abordados más tarde en el texto. <<

www.lectulandia.com - Página 436


[12] Si los indios descuartizaban de esta manera, significaba que el abrigo que se

hacían con la piel debía ser cosida por en medio. Cuando deseaban hacer un abrigo de
una sola pieza o usar la piel para una canoa, rodaban el cuerpo del animal sobre un
costado, lo cual hacía más inaccesibles los cortes de carne más deseados. Se debe
tener en cuenta que no había manera de colgar en vertical el cadáver para su
descuartizamiento y que no se podía girar al animal sobre su espalda por la giba de
este. <<

www.lectulandia.com - Página 437


[13] El cuchillo de cazar y desollar, el cuchillo multiusos del trampero, era un cuchillo

de carnicero común con una hoja más o menos pesada según preferencias. También
lo era el cuchillo de arrancar cabelleras de los indios, aunque los pieles rojas preferían
los más pesados que pudieran permitirse en el momento de la compra (el
«arrancacabelleras» costaba de veinte a cuarenta centavos en San Luis. Los indios
también encargaban a un herrero que le afilara una hoja de cualquier trozo desechado
apropiado, por ejemplo, parte de una espada de caballería o una escofina desgastada,
y luego lo engarzaba en un mango de hueso, madera o cuerno. Su preferencia por las
hojas pesadas puede ser observado en cualquier museo. Una de estas hojas expuestas
en el National Museum que se supone que perteneció a Toro Sentado es casi media
pulgada de ancho por la parte trasera). Los mejores cuchillos eran británicos, por
supuesto, y mucho antes del tiempo que nos ocupa fueron grabados con las iniciales
«G. R.» para su exportación. Las letras, que significaban «George Rex», debieron de
ser conservadas hasta el reinado de Victoria para convencer a los indios de que era el
producto estándar y, de hecho, esas mismas iniciales eran grabadas en cuchillos
fabricados en Estados Unidos para hacer frente a la competencia. Pero para el
trampero, «G. R.» significaba «Green River». De ahí la frase «hasta el Green River»,
hasta la empuñadura, hasta el final, tan profunda y duramente como fuera posible. <<

www.lectulandia.com - Página 438


[14] Wah-To-Yahy la Ruta de Taos de Lewis H. Garrard, uno de los mejores libros

escritos sobre el Oeste. Describe un periodo diez años posterior al nuestro y un


territorio al sur del que frecuentaban los hombres con los que tratamos
principalmente, de manera que no se menciona con frecuencia en nuestro texto. Sin
embargo, es un clásico, más fiel al Oeste y con un mayor conocimiento de los indios
y los tramperos que La ruta de Oregón de Parkman. Wah-To-Yahy La vida en el
Lejano Oeste de Ruxton incluyen las mejores descripciones jamás escritas de la vida
de montaña. <<

www.lectulandia.com - Página 439


[15] Partes de los recuerdos de Killbuck son de su invención. No hay prueba de que

Stewart estuviera nunca en Pawnee Fork (del Arkansas). Sus movimientos durante la
primavera de 1834, la única vez en que pudo haber estado allí, no pueden ser
rastreados, pero se encuentra demasiado al este para que sea probable. No existe
ninguna prueba de que Stewart viajara alguna vez a territorio chippewa
(aproximadamente lo que hoy es Minnesota) y los hechos conocidos confirman casi
totalmente que jamás visitó aquel lugar. Sin duda, vio muchas bandas errantes de
cheyenes y posiblemente vivió durante un tiempo en un poblado cheyene, pero su
aventura amatoria, si es que pasó en realidad, lo más probable es que fuera a expensas
de un «jefe» snake. <<

www.lectulandia.com - Página 440


II. PUÑOS DE ACERO

www.lectulandia.com - Página 441


[1] No parece que haya sobrevivido ninguna lista de Wyeth. John Wyeth afirma que la

partida era de veintiún hombres, el Niles’s Register informa de veintidós, el propio


Wyeth en su “Testimonio de Hechos” escrito en 1847 afirma que partió de Boston
con veinte y que cuatro más se unieron a ellos en Baltimore. De estos veinticuatro,
dice, seis desertaron antes de que la partida llegara al Platte, por lo que quedaron
dieciocho. Siete regresaron desde Pierre’s Hole y once continuaron con Wyeth, y uno
murió de camino. Ocho presentaron su renuncia al saber que el barco había
naufragado, de los cuales cinco regresaron a los Estados Unidos; uno murió; dos se
quedaron en Oregón. Dos partieron al este con Wyeth en 1833. Uno de ellos lo dejó
en el Yellowstone y el otro continuó hasta los Estados. Estas cifras en ocasiones
discrepan de sus diarios. <<

www.lectulandia.com - Página 442


[2] En su viaje al este en 1806, Lewis y Clark partieron su grupo en varias divisiones

cuando llegaron a las montañas. Tras nombrar a un suboficial a cargo del grupo que
debía regresar a la desembocadura del Yellowstone por la ruta que habían recorrido el
año pasado, cada uno de los capitanes se embarcó en una exploración nueva: Clark
hacia el sur, Lewis hacia el norte. Durante más de un año la expedición había estado
oyendo terribles historias sobre la beligerancia de los pies negros y ahora, casi a
finales de julio, Lewis encontró a algunos en una bifurcación del río Marias. Eran
gros ventres (atsinas), de la tribu ya mencionada en el texto, aliados pero sin relación
familiar ni lingüística con los verdaderos pies negros (los siksikas). Los gros ventres
estaban en su estado de ánimo habitual y finalmente uno de los hombres de Lewis
tuvo que matar a uno de ellos y el propio Lewis a otro (estos fueron los únicos indios
que mataron en toda la expedición). Los historiadores frecuentemente han atribuido
el implacable antiamericanismo de los pies negros a este incidente. Otros, siguiendo
las teorías de Chittenden, atribuyen su hostilidad a una ocasión en la que John Colter,
un veterano de la expedición de Lewis y Clark, y el primer hombre de montaña,
ayudó a una banda de crows con los que viajaba a derrotar a una banda de pies
negros. Y aún otro tercer incidente involucra a Wilson Hunt. Tengo la impresión de
que la importancia de estos incidentes ha sido sobrevalorada. La verdadera
continuidad no la presentan las ofensas de los norteamericanos sino el carácter de los
pies negros; una extrema especialización de la vida salvaje. De las tribus de las
llanuras solo los comanches poseían una ferocidad comparable y solo estas dos tribus
practicaban la tortura lenta y prolongada. Los pies negros se negaban a respetar ni tan
siquiera las débiles convenciones de las treguas formales y provisionales a las que se
sentían sujetas la mayoría de tribus. Tanto sus aliados como sus enemigos los
consideraban traicioneros. Como indios duros, que sabían y decían a todo el mundo
que eran duros, no solo consideraban el asesinato la forma más barata de comercio,
sino que además lo disfrutaban mucho más que la mayoría de los indios. No eran más
hostiles con los norteamericanos que con los flatheads, los snakes, los crows y con
casi todos los demás. <<

www.lectulandia.com - Página 443


[3] Los sangrientos y excitantes acontecimientos de estos años pueden ser estudiados

más detenidamente en la obra Life in the Rocky Mountains de W.A. Ferris, una de las
narraciones de montaña más valiosas. Fue excelentemente editada por Paul C.
Phillips en 1940. <<

www.lectulandia.com - Página 444


[4] El hecho de que fuera un bannock es una suposición. La señora Victor lo describía

como un «rockway» y todo el que ha contado la historia desde entonces lo ha


repetido. No he podido localizar ninguna tribu india rockway ni tampoco ha sido
reconocida por ninguno de mis expertos etnólogos. Meek afirma que el rockway se
llamaba Gray, lo cual sugiere que o bien era el nombre de un mestizo o bien medio
nombre indio. Stewart, que incluye un apuñalamiento en el argumento de Edward
Warren, afirma en una nota a pie de página que se basa en hechos reales y añade:
«John Gray apuñaló a Milton Sublette por la espalda, en una escena planeada de
forma similar, pero la herida felizmente no fue mortal» (p. 249). Había iraqueses y
snakes mestizos que se llamaban John Gray y, aparentemente, indios de otras tribus.
<<

www.lectulandia.com - Página 445


[5] Cifras de William Sublette. Cuando Wyeth regresó a Cambridge y analizó los

precios antes de partir a su segunda operación, afirmó que la RMF Company había
sacado un total de 60.000 dólares en pieles en 1831, 1832 y 1833. Era un heroico
cálculo a la baja. <<

www.lectulandia.com - Página 446


[6] Nadie jamás ha determinado el lugar exacto de la rendezvous o, por lo que yo sé,

de la famosa batalla que la siguió. No hay ninguna descripción de la época lo


suficientemente detallada para que sea de alguna ayuda, como descubrí hace algunos
años cuando me dirigí a la cuenca del Teton para localizar la batalla. Los residentes
locales creían que la batalla tuvo lugar al sureste, cerca de la entrada de un barranco
en las Tetons, bastante al norte de la carretera hacia Teton Pass. Otros creen que debió
de ser en la otra dirección, al suroeste, y que probablemente ocurrió bastante lejos de
la Cuenca. He llegado a la conclusión de que los campamentos de la rendezvous
estaban hacia el extremo sur de Pierre’s Hole, al oeste o posiblemente incluso al
suroeste de Victor, probablemente a lo largo del río Trail Creek. Las brigadas debían
de encontrarse a una milla aproximadamente, y los campamentos de la Compañía a
una distancia un tanto mayor de los campamentos de la RME. <<

www.lectulandia.com - Página 447


[7] The Narrative of Zenas Leonard, W. F. Wagner, ed., p. 102; edición abreviada de

Milo M. Quaife, p. 57. Leonard es testigo útil de muchas cosas y resulta muy
esclarecedor en cuanto a los detalles del oficio y la vida de montaña, pero debe ser
consultado con cuidado. Este pasaje es típico: sus fechas llevan un mes de retraso y
su versión de los incidentes difiere radicalmente del resto de los testimonios de otros
testigos. <<

www.lectulandia.com - Página 448


[8] Sin duda a pie, pero no se sabe si llegó a solas o llevado por dos iraqueses

mestizos que acompañaban a una de las partidas de búsqueda, o accidentalmente


encontrado por George Nidever y otro trampero llamado Poe que no iban en busca
suya sino de caza. Los testimonios de los numerosos testigos de la llegada de
Fitzpatrick no coinciden. Irving usa la historia de los iraqueses. Nidever afirma que lo
encontró, Ferris dice que llegó solo, Leonard asegura que «fue encontrado». El relato
de Leonard de sus andanzas, que pretende ser fiel a sus propias palabras contiene
muchos detalles inaceptables, entre ellos el increíble testimonio de que un cielo
encapotado hizo que este maestro del rastreo se perdiera en un tramo al oeste del Paso
Sur, lugar por el que pasaba una media de dos veces al año desde 1824. Los libros
modernos sobre el comercio, incluso la excelente biografía de Fitzpatrick escrita por
Hafen y Ghent, afirman que su cabello se volvió blanco durante su escapada. No he
encontrado ninguna declaración de la época en este sentido. <<

www.lectulandia.com - Página 449


[9] Recientes estudios afirman que Fitzpatrick perdió su equipo al cruzar el Pierre’s

Creek, lo cual, obviamente, es erróneo. Probablemente no hubiera necesitado llevar


flotando todas sus cosas para cruzar un río con poco caudal (aunque últimamente
había llovido mucho e incluso nevado) y, ciertamente, si hubiera llevado su rifle en
Pierre’s Creek, no habría estado muriéndose de hambre cuando lo encontraron. <<

www.lectulandia.com - Página 450


III. MASACRE: COMPETICIÓN Y NEGOCIO

www.lectulandia.com - Página 451


[1] No se puede especificar exactamente cuántos tramperos había en esa partida ni

cuántos gros ventres. Pero el hecho de que estos últimos no pararan de llegar prueba
que superaban con creces en número a los blancos. Si no hubiera sido así, se habrían
dado la vuelta y se habrían diseminado. Al menos según sus cálculos (los indios no
sabían nada de las fuerzas que había en Pierre’s Hole) eran lo suficientemente
numerosos para arrasar. <<

www.lectulandia.com - Página 452


[2] Hay relatos de testigos de igual validez que intercambian los papeles y afirman

que fue Godin el que realizó el disparo, pero era mejor plan que fuera él el que
estrechara la mano con el indio, ya que los pies negros consideraban inferiores a los
flatheads. Algunos testigos no mencionan el incidente y por lo tanto algunos
estudiosos actuales han llegado a la conclusión de que no tuvo lugar. No se puede
dudar de que sí pasó, como la experiencia de Townsend aclarará más adelante. <<

www.lectulandia.com - Página 453


[3] Son cifras de Chittenden que incluyen a aquellos que murieron más tarde como

resultado de las heridas y son un compendio de todas las fuentes conocidas en el


momento de su escritura. Otras descubiertas más tarde justificarían un aumento de los
números, pero la carta de William Sublette escrita dos meses después de la batalla y
publicada en el Republican de Misuri rebaja las pérdidas en relación a las de
Chittenden.
Hay más relatos de testigos de la «batalla de Pierre’s Hole» que de cualquier otro
episodio en el comercio montañés de pieles. Difieren en cuestiones fundamentales y
en detalles tanto que cualquier relato actual sobre los hechos debe ser hasta cierto
punto arbitrario e incluso basado en conjeturas. La carta de Sublette, el diario de N. J.
Wyeth y la narración de Irving en Bonneville (basada en ambas fuentes anteriores y
en entrevistas personales con varios participantes) son claramente las fuentes más
fiables. Pero John Wyeth, Leonard y Ferris escribieron a partir de notas tomadas en el
momento y Ferris narra una historia diferente un año más tarde, después de que se
hubiera discutido sobre el tema largo y tendido. El diario de George Nidever también
es un testimonio de primera mano, pero comete errores obvios. La fuente de la señora
Victor, Joe Meek, era uno de los participantes en la batalla. El relato que más se
diferencia del resto es el de la autobiografía de John Ball, uno de los hombres de
Wyeth. <<

www.lectulandia.com - Página 454


[4] Irving afirma que dos nietos de Daniel Boone estaban con esta partida. Pero ya en

aquella época un nieto de Daniel Boone era un accesorio típico en cualquier historia
de aventuras. <<

www.lectulandia.com - Página 455


IV. LA FERIA DE PAUL BUNYAN

www.lectulandia.com - Página 456


[1] Ferris afirma que eran ciento cincuenta. Irving, que también narra la historia, no

ofrece ninguna cifra. Ciento cincuenta en efecto sería una partida de guerra muy
grande para los tiempos que corrían y las tribus de la época, mucho más grande de lo
habitual. Por otro lado, los pies negros habían partido dispuestos a obtener la victoria
ese invierno y tal vez montaran una expedición de ese tamaño. En general, es más
seguro reducir la mayoría de las estadísticas de guerra en la literatura. Un indio cuya
banda había vencido a una partida enemiga, o había sido vencido por una, tenía
buenas razones para exagerar el número de efectivos enemigos. Los hombres de
montaña eran habitualmente entrevistados por periodistas del este y no se amilanaban
a la hora de impresionarlos; los periodistas, a su vez, magnificaban su gloria. <<

www.lectulandia.com - Página 457


[2] Aquí Joe Meek, la autoridad de primera mano de la RMF Company durante este

periodo, menciona a un tal Antoine Claymore como compañero suyo en varias


escapadas. Debía de tratarse del mestizo Antoine Clement que finalmente se convirtió
en el cazador y compañero de Stewart. <<

www.lectulandia.com - Página 458


[3] No el pequeño arroyo al sur de Idaho ahora llamado el Malad, sino el que aparece

en mapas como el río Big Wood, en los condados de Blaine y Lincoln, Idaho. Este es
el Malade, Maladi, Sick y río Sickly de la literatura, así llamado porque toda una
partida de tramperos se pusieron gravemente enfermos allí tras comer carne de castor
en mal estado. <<

www.lectulandia.com - Página 459


[4] Los precios según los periódicos de San Luis en 1833 muestran que la piel de

castor se pagaba a 4,50 dólares la libra en marzo y 3,50 dólares en octubre. <<

www.lectulandia.com - Página 460


[5] Sin embargo, probablemente Wyeth está de nuevo infravalorando el volumen de

negocios de la RMF Company. <<

www.lectulandia.com - Página 461


[6] Las pocas fechas en Edward Warren siempre aparecen con un guión como en 183-.

La acción de la novela comienza el año del primer brote de cólera asiática, que fue en
1832, y el protagonista se dirige al oeste al año siguiente. Además, aunque Stewart
asistió a seis rendezvous anuales y también se narran sucesos de algunas otras en su
historia, la que describe es básicamente la de 1833 y un número de incidentes
supuestamente de ficción pueden ser reconocidos como históricos. <<

www.lectulandia.com - Página 462


[7] He hecho notar en otra obra la impresión que causaron a Edwin Bryant en su viaje

al oeste en 1846. The Year of Decisión, p. 308. <<

www.lectulandia.com - Página 463


[8] Nada de esto pretende negar que existiera el amor romántico entre las razas, ni

impugnar la dignidad de muchos matrimonios interraciales. La historia de


Norteamérica está repleta de uniones permanentes de intachable valía, tanto en el
Oeste como en Nueva York o la provincia de Quebec. Pero por la naturaleza de la
situación, podía haber muy pocas uniones permanentes en las montañas. Eran
bastante comunes en los puestos permanentes tanto de la American Fur Company
como la Hudson’s Bay Company. En el diario de Francis Chardon en Fort Clark se
leen algunos entretenidos episodios de compra de esposa o robo de esposa entre los
socios, y las infidelidades sufridas incluso por los más exaltados factores de la
Compañía cuando los jóvenes llegaban enardecidos en primavera. <<

www.lectulandia.com - Página 464


[9] Estas ubicaciones son claramente establecidas por Ferris, que habitualmente es una

fuente fiable, y por Wyeth, que casi siempre lo es. Coues, que los contradice,
interpreta erróneamente a Irving, que a su vez parece haber malentendido las
anotaciones de Bonneville. Hay confirmación independiente de Wyeth y Ferris en las
notas a pie de página (y en el texto) de Edward Warren, que Coues no había leído. <<

www.lectulandia.com - Página 465


[10] En su larga carrera en la frontera, Richard Irving Dodge había visto tantos
cuentos chinos destrozados contra las duras rocas de la realidad que empezó a dudar
prácticamente de todo. Afirma que había oído muchas historias sobre lobos rabiosos
en el pasado, pero principalmente era cosa de los indios, quienes, en su opinión, no
sabían cómo decir la verdad. Cree firmemente que jamás vio ninguna prueba de que
nadie muriera por el ataque de un lobo. Pero no se puede poner en duda este
incidente: está suficientemente atestiguado.
En respuesta a mi pregunta, el doctor Ira N. Gabrielson, director del Servicio
Agropecuario y de Vida Salvaje del Departamento de Interior, afirma que la rabia
afecta a muchas especies, domésticas y salvajes. «Nuestros hombres conocen casos
de esta enfermedad en gatos, vacas, caballos, mulas, ovejas, cabras, cerdos, lobos,
zorros, coyotes, hienas, mofetas, monos, ciervos, antílopes, camellos, osos, alces,
turones, murciélagos, ardillas, liebres, conejos, ratas, ratones, chacales, tejones,
marmotas, marmotas americanas, puercoespines, comadrejas, erizos, tuzas,
mapaches, búhos, halcones, pollos, palomas y cigüeñas». <<

www.lectulandia.com - Página 466


[11] Referencia al ataque pirata que sufrió Fitzpatrick descrito en el siguiente capítulo.

<<

www.lectulandia.com - Página 467


V. ABSAROKA

www.lectulandia.com - Página 468


[1] No era un compañero viajero de Stewart, como asumen algunos autores. Stewart

no iba acompañado. En la rendezvous contrató a Antoine Clement y quizás a uno o


dos humildes peones. <<

www.lectulandia.com - Página 469


[2] Como se muestra en una nota anterior, Townsend afirma que alguien de la partida

de Wyeth en 1834 llevaba un rifle de dos cañones. No podía ser nadie más que Wyeth
y no es probable que tuviera un rifle Manton. Ni tampoco en el mes de agosto de
1833 Stewart, el recién llegado, tenía derecho a tratar a Wyeth de novato… no lo era.
<<

www.lectulandia.com - Página 470


[3] A los caballos acostumbrados a los blancos no les gustaba el olor de los indios.

Una de muchas razones por las que a los hombres de montaña les gustaban las mulas
era que estas mostraban unos niveles de desagrado mayores al olor indio, haciéndolas
unos excelentes centinelas auxiliares. <<

www.lectulandia.com - Página 471


[4] Pero es Lewis a quien una leyenda americana que no trascendió atribuye un hijo de

Sacajawea. Trabajando intermitentemente en Lewis y Clark durante algunos años, he


encontrado esa leyenda en extraños lugares y he mantenido correspondencia con un
hombre que afirma que pertenece al linaje así fundado. Esta clase de cosas nunca
puede ser probada o desmentida. Nunca he visto prueba alguna de ningún tipo, ni he
encontrado el rumor en las copiosas leyendas que se han ido acumulando alrededor
de la figura de Meriwether Lewis después de su muerte misteriosa. Este niño es uno
más de los innumerables bastardos atribuidos por un pueblo creador de mitos a
Talleyrand a raíz de su relación con los gentiles y los campesinos de la costa este
desde Maine hasta Maryland. Hay quienes están convencidos de que Aaron Burr era
el padre de Martin Van Buren, y el estúpido rumor que relacionaba al mestizo de St.
Regis Eleazar Williams con Luis XVII de Francia todavía convence a ese tipo de
mentes. <<

www.lectulandia.com - Página 472


[5] Siempre que el tenue linaje de identificaciones académicas sea correcto en su

totalidad. <<

www.lectulandia.com - Página 473


[6] Elijan ustedes entre las distintas ortografías que existen del nombre. Esta es la de

Beckwourth. <<

www.lectulandia.com - Página 474


[7] Este párrafo procede en su mayor parte de Chittenden. <<

www.lectulandia.com - Página 475


[8] Curtis, Vol. IV. <<

www.lectulandia.com - Página 476


[9] Lo más sorprendente en las dos novelas que Stewart escribió es la aparición en

Altowan de un berdache. Stewart presenta al invertido como un personaje principal,


describe su vestido y comportamiento detalladamente, muestra una considerable
comprensión por sus emociones y deja bien claro lo que realmente era. No conozco
ninguna novela inglesa o norteamericana de ese tiempo (1846) o de muchos años más
tarde que sea ni la mitad de franca sobre la homosexualidad. <<

www.lectulandia.com - Página 477


[10] Alfred Jacob Miller escuchó la historia de camino al oeste con Stewart en 1837 y

dibujó la escena con acuarelas. Es la ilustración Nº. 149 de «Bocetos de Notas para
los dibujos indios» y Nº. 179 de las ilustraciones de la Walters Gallery. Más tarde
pintó un óleo enorme para el castillo Murthly, mejor descrito en las notas de la
Walters Gallery.
«Ataque de Los indios crows. El incidente aquí ilustrado tuvo lugar en un viaje
anterior a nuestra compañía y está sacado de una narración realizada por una de las
partidas. Un óleo pintado a partir de este dibujo proporciona al cardenal Wiseman el
tema de una de sus conferencias en Londres y como él lo describe más jovialmente
que nosotros podríamos hacer, les ofrecemos su descripción. Tras ciertos
preliminares, continúa de la siguiente manera: “Él (el capitán Stewart) está a la
cabeza de su tribu, un grupo pequeño e insignificante de hombres, amenazados por
otro mucho más numeroso y poderoso empeñado en su destrucción. Él mismo se ha
convertido en el jefe de su tribu; pero cuando el enemigo se acerca para luchar, su
adivino les advierte que no vencerán a menos que la otra parte ataque en primer lugar.
El cuadro representa a este caballero a la cabeza de su pequeño grupo de hombres,
rodeado de salvajes vociferantes e irritados; estos le provocan para que luche
lanzándole los puños al rostro, sacudiendo los tomahawks por encima de su cabeza,
usando los gestos más insultantes y pronunciando las palabras más ofensivas. Pero él
permanece calmado y no pierde la compostura en medio de todos ellos, consciente de
que su seguridad, no solo la suya sino también la de todos los que confían en él
depende del completo control de sí mismo. Considero esa una actitud y una posición
a la altura de un héroe. Pero se preguntarán cómo voy a aplicar esto. Permítanme que
les muestre otra ilustración de una competición psicológica. Uno se acerca con la
intención de pelearse contigo, como decimos, y te insulta en presencia de otros. Te
provoca. Incluso te calumnia y dice las cosas más ignominiosas e injustas sobre ti. Te
amenaza. Te hace reproches. Ahora, recuerda, mientras puedas mantenerte en
silencio, mientras puedas controlar la lengua, tu adversario carece de poder y tuya es
la victoria. En breve, su repertorio de vituperaciones se agota; poco a poco consume
todo su vocabulario violento; como un hombre practicando esgrima con el aire sin
encontrar resistencia, su ira se autodestruye, él languidece, se retira desconcertado,
avergonzado y arrepentido por representar ese papel solitario; tú estás tranquilo
durante todo el tiempo, impertérrito, satisfecho, en paz. Pero pronuncia una sola
palabra para replicar y tu adversario habrá ganado un punto; la Victoria ya no es tuya.
Ahora pertenece al fuerte. Has soltado los perros de la guerra y estos lucharán hasta
el final. Has abierto el océano contenido en tu propio corazón. Has provocado una
tempestad, un relámpago sucede a otro relámpago, y un trueno a otro trueno y solo
aquel que sepa disparar o arrojar una lanza con mayor puntería o rugir más alto

www.lectulandia.com - Página 478


prevalecerá”». <<

www.lectulandia.com - Página 479


[11] En lo principal, mi relato se basa en el de Irving. Este es un buen momento para

señalar la habitual veracidad de Irving y el curioso declive en la reputación que


sufrieron Astoria y Bonneville. Son pocas veces utilizadas por los escritores
modernos y, sin embargo, ambas novelas son fuentes originales, en algunos contextos
las únicas fuentes, y ambas poseen una notable exactitud. Su calidad literaria es
excelente.
La mayor debilidad de Irving es que él jamás vio el territorio sobre el que escribía.
Sus distancias en ocasiones están equivocadas, sus ideas sobre la geografía
fundamental de la región son discordantes e ingenuas y es incapaz de trasladar a la
prosa lo que sus informantes le contaban sobre el clima y las necesidades del viaje.
Pero tenía los papeles de Bonneville, incluyendo un diario que ha desaparecido. Tenía
los papeles de Wyeth (aparentemente, más de los que han sobrevivido) y en ocasiones
los cita literalmente. Tenía otro material manuscrito de la época que no puede ser
identificado ahora y leía los periódicos de Misuri concienzudamente. Su novela
Astoria, sus viajes por las praderas y su íntima amistad con los astorianos de Nueva
York y su negocio le proporcionaron un excelente telón de fondo para Bonneville.
Además de esto, consultó con el propio Bonneville y con otras figuras principales en
su narración y con un grupo variado de hombres de montaña. Los Sublette y Robert
Campbell le suministraron información y una interpretación que no podría haber
conseguido de nadie más y que debe ser tratada con el mayor respeto. Está claro que
gran parte de Bonneville se basa en el conocimiento sin par de Campbell.
Irving es más franco acerca de la American Fur Company y más crítico con ella de lo
que uno esperaría de un escritor que tanto dependía de su información. Pero no es lo
suficientemente crítico y el lector moderno debe tener en cuenta ese hecho.
Bonneville precisa la atención de un erudito cualificado moderno: debe ser estudiado
en relación con el vasto material que ha salido a la luz desde los tiempos de Irving.
En concreto, el viaje de Walker a California debería ser investigado. Sería bastante
sencillo corregir los errores geográficos de Irving y reducir sus generalizaciones de
las rutas (todas básicamente correctas, ya que estaban basadas en diarios escritos en
el terreno) a los detalles específicos. <<

www.lectulandia.com - Página 480


[12] Tras el robo, Stewart le trasladó por escrito una protesta a McKenzie en Fort

Union. En la primera carta que se cita en este párrafo (dirigida a Mitchell en Fort
McKenzie), McKenzie alude a «mi amigo el capitán Stewart». Esto solo puede
significar que Stewart lo había conocido en San Luis la primavera anterior. También
menciona a Stewart en una carta dirigida a Pierre Chouteau hijo (Libro de Cartas de
Fort Union, 16 de diciembre de 1833). <<

www.lectulandia.com - Página 481


[13] La primera edición de La vida y aventuras de James P. Beckwourth, publicada en

1856, es ahora una rareza. Al igual que la reimpresión de 1892 editada por Charles
Godfrey Leland. La introducción y las notas de Leland son totalmente prescindibles.
Yo mismo publiqué una tercera edición en 1931 y esta, aunque también está
descatalogada, es mucho más accesible que sus predecesoras y tiene un formato más
legible. Mi introducción es lo suficientemente correcta, pero muchas de mis notas son
inexactas o directamente erróneas… Debería haberme esperado algunos años antes de
escribirlas.
En su introducción, Leland cuenta una buena historia que ayuda a hacerse una idea de
la reputación que Jim tenía entre sus iguales. Algunos de ellos habían comenzado a
trabajar en la minería en los territorios del oro de California. Al oír la sorprendente
noticia de que Jim había escrito un libro, se decidieron a conseguir un ejemplar la
siguiente vez que uno de ellos acudiera a la ciudad a por provisiones. El encargado no
estaba acostumbrado a la vida literaria y regresó con una copia de la Biblia. Esa
noche, cuando los chicos se reunieron para escuchar, abrió el libro por la historia de
Sansón. Cuando llegó al pasaje en el que el héroe ata zarzas ardiendo a las colas de
trescientos zorros y los suelta en los campos de maíz de los filisteos, uno de los
oyentes no se pudo aguantar más. Se levantó y protestó. «Ahí lo tienen», dijo, «esas
son las típicas mentiras de Jim Beckwourth que reconocería en cualquier lugar». <<

www.lectulandia.com - Página 482


[14] Más adelante veremos que Stewart realizó dicha oferta en broma y fue tomado en

serio.
Veinte páginas antes de este pasaje, Jim afirma que él estaba presente en la quema de
los arikaras descrita anteriormente, pero no es cierto. En este caso, está intentando
explicar un ataque contra una de las partidas de Bonneville y lo atribuye a la vileza de
un mestizo que había aparecido por el territorio de los crows. El efecto buscado es
sugerir que Jim había estado presente en uno de los atracos a los hombres de
Bonneville y, como en este contexto, lo explica de primera mano.
La mención del mestizo sin nombre es interesante. Jim era mestizo y también lo era
Edward Rose, cuyas hazañas heroicas se apropia con frecuencia. Rose, un hombre de
montaña previo a Ashley, vivió durante algunos años entre los crows y podría haber
seguido con ellos durante el primer año aproximadamente de la estancia de
Beckwourth. Era un personaje feroz con nervios de acero y nueve vidas. Tenía una
reputación de traicionero que no parecía ser merecida. Obviamente, Beckwourth
sentía envidia por la gloria de sus hazañas, pero no hay ninguna razón para intentar
dilucidar cuáles eran de Jim y cuáles de Rose. La más debatida de todas, un asalto a
un fuerte de pies negros, probablemente fuera de Jim. <<

www.lectulandia.com - Página 483


[15] En un capítulo posterior que trata de la visita confirmada a San Luis en 1836,

Beckwourth afirma que encontró a Fitzpatrick y a otros cuatro «matones» en un salón


y que Fitzpatrick mencionó el robo y se abalanzó hacia él con un cuchillo. Por
supuesto, Jim lo derribó (lo cual ya requería un alto grado de credulidad), y a los
otros cuatro también. Más tarde, en presencia de Bill Sublette, forzó a Fitzpatrick a
admitir que no creía que Jim fuera responsable del ataque y que no volvería a esparcir
el rumor. Desde luego, Jim era un buen hombre con mucho cuento. <<

www.lectulandia.com - Página 484


VI. EL TERRITORIO DE LAS MARAVILLAS

www.lectulandia.com - Página 485


[1] Nadie ve a Stewart por ningún sitio desde la carta a McKenzie a principios de

septiembre de 1833 hasta la rendezvous de 1834. Ninguna de las pocas cartas que nos
han llegado ni ningún pasaje de sus dos novelas alude al más mínimo aspecto de la
vida invernal (por otro lado, ninguna de esas cartas se retrotrae hasta ese invierno y
nadie le ve en los Estados).
La prueba negativa de que pasó el invierno en las montañas es más sólida. Es de
cierta importancia que ninguna caravana con destino a los Estados durante 1833
incluyera su nombre. Es más significativo que ninguna partida con destino a las
montañas durante 1834 lo mencionara… y todas están documentadas (casi con toda
seguridad había estado con Bill Sublette, cuyos viajes pueden ser seguidos con
detalle). Pero todos los relatos sobre la rendezvous de 1834 lo mencionan y esto
justifica la conclusión de que llegó allí con la partida con la que realizó la caza de
primavera.
Esa conclusión está firmemente refrendada por una nota a pie de página en Edward
Warren, pp. 288-289. Como ya he señalado, las notas han sido escritas por Stewart en
primera persona y muchas de ellas son históricamente exactas. En esta, Stewart está
fechando un incidente que está descrito en mi capítulo VIII. Él dice: «Fue en la
primavera de 1834, yo estaba con Jem [sic, un fallo tipográfico, no ortográfico: el
texto de Edward Warren contiene muchos errores tipográficos], Bridger y uno de los
cazadores más valientes y más gallardos del día, el capitán Lee del Ejército de los EE
UU, en una cordillera de montañas en cuyas pendientes occidentales nacen las aguas
fluviales de California y cerca de la ciudad de Taos». Se debía de referir a Stephen
Louis Lee, uno de los primeros partisanos de Kit Carson. Taos no era en absoluto una
ciudad y la descripción geográfica es demasiado burda para un hombre de montaña,
incluso para uno que estuviera recordándolo en Escocia veinte años más tarde, porque
ningún «agua fluvial de California» nace en Nuevo México. Sin embargo, tanto el
San Juan como el Little Colorado desembocan en el río Colorado desde Nuevo
México y un largo tramo del bajo Colorado en efecto discurría en California. Aparte
de la geografía, aquí hay una afirmación inequívoca de que Stewart estaba cerca de
Taos en la primavera de 1834. Es casi inconcebible que hubiera podido llegar hasta
allí desde los asentamientos. Y es particularmente poco probable que una caravana de
Santa Fe procedente de Independence le hubiera conducido hasta allí tan pronto.
La nota sugiere que la brigada de Bridger podría haber viajado durante un tiempo con
las de Fraeb y Gervais, que Meek encontró en Bill Williams Fork cuando regresaba
de su viaje a California (Victor, 152). Finalmente, el lector que desee rellenar con
especulaciones los vacíos en la narración de Meek y realizar una serie de hipótesis sin
base podría encontrar aquí ciertos argumentos a favor de la afirmación sobre Stewart,

www.lectulandia.com - Página 486


realizada por Ruxton y que es cuestionada al final del capítulo I, de que en una
ocasión luchó en Pawnee Fork. Y es que Meek continúa (pp. 154 etseq.) con una
excitante historia sobre una batalla con los comanches en una ambigua zona
geográfica «entre Arkansas y las Cimarrones». Una hipótesis más entusiasta podría
situar eso lo suficientemente cerca de Pawnee Fork para justificar a Ruxton. Sin
embargo, el argumento es demasiado vago para mi gusto. <<

www.lectulandia.com - Página 487


[2] Los sioux de las narraciones francesas anteriores a los vérendryes son los sioux del

este o del río. <<

www.lectulandia.com - Página 488


[3] Fort Union se encontraba a 1.782 millas de San Luis según la medición de
Ingenieros de los EE UU de 1890, que usó para todas las distancias del Misuri en el
libro. Los lectores más puntillosos deben recordar que el curso del río no ha parado
de acortarse y, por lo tanto, en 1833 las distancias eran ligeramente mayores que las
que yo doy. Entre 1890 y 1932, según las mediciones, el Misuri desde el Three Forks
hasta la desembocadura perdió unas setenta y ocho millas. <<

www.lectulandia.com - Página 489


[4] Un diario de Culbertson, en ocasiones reproducido literalmente o con muy pocas

variaciones, es la base de esta parte del diario del teniente James H. Bradley,
publicado en el volumen III de Contributions to the Historical Society of Montana.
Otras partes del Diario de Bradley en volúmenes posteriores son excelentes en este
aspecto y periodo del comercio. <<

www.lectulandia.com - Página 490


[5] En los últimos años, los etnólogos han denominado a los verdaderos pies negros

los Pies Negros del Norte (o, más bien, los Pie Negro del Norte) y han diferenciado
entre los piegan(s) del norte y los piegan(s) del sur, que eran una sola tribu para los
hombres de montaña, siendo los segundos con los que normalmente entraban en
contacto. Lingüísticamente, los pies negros pertenecían a la familia algonquina, que
incluía a la mayoría de los indios que conocemos a través de Parkman y Cooper, a
excepción de los iraqueses y la mayoría de los famosos indios de los Grandes Lagos y
del alto Medio Oeste, entre ellos Halcón Negro y la Hiawatha de Longfellow. Los
arapahoes y los cheyenes también eran algonquinos, al igual que los crees de las
Llanuras. También eran los confederados de los pies negros, los gros ventres (atsina).
En sus territorios canadienses, los pies negros tenían otro pequeño grupo de
confederados, una tribu dura e inteligente que hablaba la lengua déné, los sarsis, que
adoptaron toda la beligerancia de sus aliados. Juegan un memorable papel en la
historia del comercio de pieles canadiense. Sus artefactos están habitualmente bien
representados en los museos.
El origen del nombre de pies negros es incierto. La tradición lo relaciona con el
ennegrecimiento de los mocasines de alguien por las cenizas del fuego en las
praderas. Nadie osaría negar el historial de atrocidades de los pies negros, pero parte
de este es inmerecido. Algunos soldados, exploradores, viajeros e incluso
historiadores los confundían con las subdivisiones sihasapas de los sioux del Teton,
que llevaban mocasines negros, eran llamados pies negros y cometieron muchos
asesinatos que fueron atribuidos en los libros a los verdaderos pies negros. <<

www.lectulandia.com - Página 491


[6] Fue teniente coronel del Segundo Regimiento de Misuri a las órdenes de Sterling

Price. Cuando ese regimiento llegó a Santa Fe, pusieron a su mando un destacamento
que fue transferido al Primer Regimiento de Misuri a las órdenes de Doniphan y
luchó la gran campaña con este. He señalado brevemente algunos de sus prodigios en
The Year of Decisión. <<

www.lectulandia.com - Página 492


[7] La principal autoridad en los pies negros es Clark Wissler. Véase una serie de

estudios llevados a cabo por él en Anthropological Papers of the American Museum


of Natural History, listados en mi bibliografía. <<

www.lectulandia.com - Página 493


[8] Mickey Finns: en jerga coloquial, un Mickey Finn, o simplemente un Mickey, es

una bebida a la que se le ha añadido una droga psicoactiva o una sustancia


incapacitante (especialmente hidrato de doral) y que se le da a alguien para dejarlo
inconsciente. <<

www.lectulandia.com - Página 494


[9] Obviamente, es Culbertson, no Maximiliano, quien proporciona este detalle. Loe.

cit., p. 108. <<

www.lectulandia.com - Página 495


[10] Esto, por supuesto, no tiene en cuenta ninguna variable ni el terreno y simplifica

la cuestión a lo más básico. Un rifle Hawken disparaba con precisión más allá de las
cien yardas cuando estaba nuevo y en buenas condiciones y cuando era usado por un
hombre sin prisas; era más o menos efectivo hasta doscientas yardas; podía matar
más allá de esa distancia. Y lo mismo podía hacer un buen arco. Mis distancias son
aquellas en las que un trampero o un indio lograba matar. Varias voces expertas
afirman que un fusil de avancarga de pedernal podía ser cargado, apuntado y
disparado cinco veces en sesenta segundos. No lo creo. Los especialistas no pueden
llegar a tanto ahora con armas mejor diseñadas y dudo que nadie pueda. Incluso
aceptando la eficacia que da la desesperación de hombres con mentes frías en peligro
de muerte, se tardaba unos veinte segundos en cargar un rifle de trampero (para
mayor precisión era necesario que la bala estuviera prensada; cuanto más preciso era
el rifle, más tiempo tardaba en asentarse la bala; además, la pólvora debía ser
cebada). Se tardaban unos diez segundos en apuntar y disparar el rifle… si se quería
realizar un buen tiro. El tirador disparaba apoyado sobre una rodilla, sujetando el
cañón con la mano izquierda, en la que sujetaba la baqueta, o tumbado, o en
ocasiones sobre la espalda. Si era capaz de cargar y disparar en doce segundos,
entonces la bala quedaba tan suelta que no salía recta y su puntería era tan mala que
la mayor o menor holgura de la bala no importaba. En treinta segundos un indio
podía disparar ocho o diez flechas a un blanco.
Este lapso de tiempo de peligro en el que se recargaba mientras el indio se
aproximaba a su rango de tiro efectivo o incluso más cerca, es el que eliminaron
finalmente las armas de repetición. La revolución que produjo el revólver Colt
consistió, en primer lugar, en que proporcionó al hombre blanco cinco tiros (no seis
en los primeros modelos), mientras que el indio esperaba que solo tuviera uno y, en
segundo lugar, en que podía ser usado a caballo con la misma rapidez y casi el mismo
alcance de tiro que un arco, mientras que el rifle era demasiado pesado en la silla de
montar. Tras el periodo que nos ocupa, el desarrollo de rifles y munición que
incrementó enormemente el alcance efectivo, principalmente los Sharps,
proporcionaron al hombre blanco otra ventaja. Finalmente, se desarrollaron carabinas
o rifles de cañón corto para ser usados a caballo. <<

www.lectulandia.com - Página 496


[11] Cito estas distancias, los ochenta y seis pasos medidos y las trescientas yardas

calculadas por un militar que debía calcular alcances correctamente, para apoyar la
nota anterior. Ochenta y seis pasos es menos de setenta y cinco yardas, y se acepta
que esta es una buena distancia de tiro. A trescientas yardas, los assiniboins se
consideraban fuera de rango del fuego procedente del fuerte. <<

www.lectulandia.com - Página 497


[12] Especialmente sus escudos. El escudo de guerra es un buen ejemplo de la mezcla

de empirismo y magia en el pensamiento indio. Era efectivo: hecho de parfleche


curado con calor, podía parar una flecha o un proyectil de ánima lisa a media
distancia. Pero para la mentalidad del indio no eran las propiedades del material lo
que le daba su valor protector, sino los conjuros y rituales usados para sensibilizarlo y
especialmente sensibilizar su cubierta de piel de ciervo o de otro material de calidad.
Los escudos y cubiertas debían ser fabricados por fabricantes de escudos, un gremio
que eran tanto artesanos como sacerdotes. Sus medicinas les informaban en sueños o
visiones que tenían el poder mágico necesario y revelaban las ceremonias que debían
usar, purificaciones, plegarias, canciones, sacrificios y rituales con simbolismos
específicos. Emblemas grabados y pintados en los escudos decorados con cuentas o
púas en las cubiertas, así como plumas, borlas y muchos ornamentos colgados de los
escudos y las cubiertas eran talismanes y parte de la magia. Era esta magia en la que
el bravo confiaba para protegerse de todo daño cuando llevaba el escudo a la batalla.
<<

www.lectulandia.com - Página 498


[13] Culbertson, p. 210. <<

www.lectulandia.com - Página 499


[14] La mayor parte de la valiosa colección de Maximiliano se perdió el siguiente

verano de 1834: estaba siendo transportada en el Assiniboin río abajo cuando el barco
naufragó y se incendió. Maximiliano mantuvo correspondencia con varios de sus
amigos del oeste durante algunos años y Kenneth McKenzie en una ocasión le visitó
en Wied. <<

www.lectulandia.com - Página 500


[15] Cincuenta ocho hombres, según el cálculo de Zenas Leonard. <<

www.lectulandia.com - Página 501


[16] Es una hipótesis, aunque bastante establecida. Nadie ha sido jamás capaz de

detectarlos antes de que llegaran al Humboldt. Zenas Leonard afirma que prepararon
la carne en «la orilla oeste» del Gran Lago Salado, pero definitivamente está
equivocado. No había búfalos allí y no pudieron partir hacia el oeste desde ese punto,
como dice Leonard que hicieron, sin cruzar el Desierto de Sal. Es imposible creer que
Leonard, cuya narración es minuciosamente detallada, no describiera ese
extremadamente difícil e igualmente pintoresco territorio si lo hubieran atravesado
(las autoridades sobre la exploración en el Oeste son unánimes en que el Desierto de
Sal no fue cruzado por nadie entre Jed Smith y la Partida de Bartleson). Las
descripciones que Leonard ofrece desde el Gran Lago Salado hasta el Humboldt son
imposibles de identificar; podrían referirse a todo el territorio desde
aproximadamente Kelton, Utah, hasta aproximadamente Wells, Nevada, y también
apunta al norte. <<

www.lectulandia.com - Página 502


[17] Lo compró por «dos púas y un anzuelo» y afirma que valía al menos treinta o

cuarenta dólares. Debió de costar más en Canadá, cuando los franceses y los
británicos trabajaban en territorio virgen. Habría sido castorgras, una piel de castor
usada durante un año o más y por ello transformada en la mejor piel para el proceso
del fieltro. <<

www.lectulandia.com - Página 503


[18] «Digger» [excavador] es un término despectivo, no una designación tribal, y en la

literatura del Oeste en ocasiones se confunde con otro término de amplio significado:
«root-digger» [excavador de raíces], el cual describe a todas las tribus, la mayoría
tribus superiores, que vivían en lugares donde el alimento básico eran las cosechas de
raíces y bulbos comestibles. Algunos de estos alimentos eran importantes fuentes de
alimento, en especial las camas (quamasia quamash y especies relacionadas), la raíz
amarga (lewisia rediviva y especies relacionadas), la raíz de pan o nabo de las
praderas (psorale a esculenta y especies relacionadas), la raíz galleta (cogswellia
triternata y especies relacionadas), la yampa (carumgairdneri, c. kelloggi, c.
organum) y muchas especies de lirios.
Pero los hombres de montaña usaban el término «diggers» para referirse a los
marginados económicos que Walker encontró allí. Vivían en los desiertos baldíos de
Nevada, Utah, el sur de Idaho, y el suroeste de Colorado. Probablemente, todos ellos
pertenecieron a lo que los etnólogos denominan la familia uto-azteca, que los
emparentaba no solo con tribus como los snakes, los comanches, los utes, los pimas y
los hopis, sino también con los mayas y los aztecas. Sin embargo, habían quedado
reducidos a simples nativos de Oklahoma y ahora eran un grupo marginal. Un tanto
mejor paradas que la mayoría de ellas resultaron varias tribus de California al oeste
de la Sierra; algunas de estas tribus habían sido evangelizadas por misioneros y por lo
tanto integradas como peones, pero por lo tanto también ascendieron a un estatus
social superior al de los diggers. Estas tribus californianas son las únicas que han sido
ampliamente estudiadas; los etnólogos agrupan a la mayoría de estas (grosso modo)
bajo el nombre de gosiutes (en Utah) y paiutes (en Nevada, los «piutes» de las
tempranas historias de terror). Powell se refiere a los que Walker encontró como
paviotsos.
Según los testimonios, era una tribu muy poco dada a la higiene, pero en una ocasión
ellos mismos experimentaron un asco igual o incluso mayor. Algunos de ellos se
acercaron a rastras para espiar las casuchas cubiertas de nieve de la partida de Donner
y vieron a los hombres blancos alimentándose no de larvas y escarabajos, sino de sus
propios muertos. <<

www.lectulandia.com - Página 504


[19] Adviértase que esta localización se encuentra bastante al sur de la ruta que
transcurre junto al río Truckee y el Donner Pass que más tarde se convertiría en la
ruta habitual de los emigrantes. Walker también fue pionero en establecer esta ruta.
<<

www.lectulandia.com - Página 505


[20] Aunque habitualmente se atribuye a Walker, otros hombres de montaña célebres

han protagonizado el relato por atracción. Nótese, sin embargo, que la historia de
comer carne humana hecha pasar por otra carne es bastante común en el folclore y las
literaturas primitivas. La mayoría de las tribus indias poseían dicha leyenda. Los
psicoanalistas se enfrentan a una fantasía idéntica en el ejercicio diario de su
profesión. La literatura oral de la frontera norteamericana suaviza el canibalismo
restringiéndolo a la ingesta de algún animal tabú, tal como una mofeta o un mapache
(que los pioneros detestaban por su valor totémico, aunque algunos gourmets lo
aprobaban), para inmediatamente vomitarlo cuando el cocinero revela su pequeña
broma. En esta versión, el cuento aparece a lo largo de todas nuestras fronteras. <<

www.lectulandia.com - Página 506


[21] El delicioso capítulo de Ruxton le debe algo a las visitas a California de Ewing

Young, como muestra mi texto, y también a las incursiones posteriores de Joe Walker,
que se inició en el negocio de los caballos californianos cuando el comercio de la piel
se fue apagando (Walker fue visto en Fort Bridger de regreso de uno de esos viajes de
negocios en The Year of Decisión). Pero hay tantos detalles que son reproducidos
exactamente de la visita de Walker en 1833 que sospecho que otros detalles, ahora
irreconocibles, también podrían ser verídicos. Será un problema bastante entretenido
a resolver por el próximo historiador de Bonneville, que tendrá que tener en cuenta
que Ruxton habló con más hombres de montaña de los grandes tiempos que ninguna
otra persona que escribió sobre ellos. <<

www.lectulandia.com - Página 507


[22] La propia declaración de Bonneville sobre la ruta de Walker es aportada en una de

sus cartas dirigidas a S. K. Warren en 1857. Véase el Informe del Ferrocarril del
Pacífico (título completo en mi bibliografía), Vol. XI, 32-33. <<

www.lectulandia.com - Página 508


VII. EL HOGAR DE INVIERNO

www.lectulandia.com - Página 509


[1] En los relatos indios, la lógica de la ficción es la lógica de los sueños. Agua Roja

no necesitaba explicar el cambio de escena. Uso la versión que aparece en The


Oregon Trail. En el libro de anotaciones que Parkman escribió durante la ruta y en el
que anotó la historia de Agua Roja, hay dos hombres y dos mujeres, y Agua Roja los
atrapa a todos. <<

www.lectulandia.com - Página 510


[2] En 1846, Frederick Ruxton viajó desde México por Taos y pasó parte del invierno

en el Pueblo. Su relato sobre el Pueblo y sus propios campamentos —en Adventures


in México, no en Life in the Far West tan citada a lo largo de este libro— es la mejor
descripción jamás escrita sobre la estación de invierno en las montañas. De los
distintos diarios que muestran la vida en un puesto comercial, las más clarificadoras
son las de Larpenteur (principalmente en Fort Union) y Chardon (Fort Clark). <<

www.lectulandia.com - Página 511


[3] Los etnólogos intentan con ahínco delimitar la palabra «parfleche» al envoltorio

grande y delgado de cuero sin curtir con el frontis y la solapa pintada o bordada y que
era usada principalmente para guardar la carne seca. En un museo, «parfleche»
siempre significa este baúl de Saratoga indio, pero la sinécdoque no puede limitar al
historiador. Para el trampero, «parfleche» significaba «cuero sin curtir», el propio
material, no los objetos hechos con este. <<

www.lectulandia.com - Página 512


[4] Catlin, en la Carta 27, escribió un clarificador pasaje sobre la agonía de caminar

con mocasines. Tras un par de días «tenía ganas de rendirme, abandonar el viaje y
lanzarme al suelo desesperadamente desconsolado». Un mestizo le enseñó a
ajustárselos en ángulo oblicuo, lo cual pronto alivió sus dolores. <<

www.lectulandia.com - Página 513


[5] Las mujeres realizaban un trabajo extremadamente difícil y pesado. La piel fresca

de un búfalo podía llegar a pesar hasta ochenta libras y todos los procesos de curado
se hacían manualmente. ¿Cómo confeccionaba una squaw una capa a partir de una
piel fresca? Primero la clavaba en el suelo con el lado del pelo hacia abajo y raspaba
la carne, los tendones y tegumento con una herramienta de lijado con mango curvo de
cuerno en el que se había insertado una cuchilla de hierro. Luego mojaba la parte de
la carne con agua caliente y una especie de grasa, los cerebros y otro tipo de grasas
según le hubiera indicado su tutor o su propia medicina. Esta grasa debía ser untada
en la piel con una piedra lisa o algo similar, un proceso laborioso, tras el cual se
volvía a tender la piel al sol. Esta se encogía bastante mientras la grasa penetraba. El
siguiente paso era ablandar la piel con agua y luego hacer que recuperara su tamaño
natural y hacerla flexible torciéndola, arrugándola y tirando de ella… lo cual requería
el trabajo de dos squaws durante muchas horas. Ese es todo el tratamiento que la capa
recibía y para comerciar con ellas se realizaba tan rudimentaria y rápidamente
posible.
Si se tenía que eliminar el pelo de la piel, entonces tenía lugar un paso adicional en
este punto: se remojaba en un río y posiblemente se trataba con cenizas hasta que el
pelo se desprendía y podía ser raspado fácilmente. En cualquier caso, se trabajaba con
las manos y la parte de la carne se lijaba con una piedra rugosa o una cuchilla dentada
de metal para hacerla flexible. Mientras se secaba iba destiñéndose hasta adquirir un
color gris y blanco. El paso final era el más difícil. Se estiraba en diagonal un cordel
de piel sin curar y se cortaba la piel en innumerables trozos. La squaw usaba todo su
peso y preferiblemente con una amiga para alternarse el trabajo.
Todas las pieles recibían aproximadamente el mismo tratamiento, aunque con ciertas
diferencias específicas. La mayoría de aquellas usadas para confeccionar prendas de
ropa y casi todas las de mejor calidad, fuera cual fuese el uso al que estaban
destinadas, eran ahumadas sobre hogueras sin mucha llama. Una piel bien ahumada
era impermeable y al secarse permanecía blanda. Las bonitas prendas color crema y
blanco que se ven en los museos todavía no habían sido ahumadas; se aclaraban de
varias maneras y se blanqueaban con distintos tipos de tierra. <<

www.lectulandia.com - Página 514


[6] Los indios lo empaquetaban en atados o paquetes de setenta y cinco centímetros de

grosor y tal vez unos cuarenta y cinco centímetros de largo, un tamaño apropiado
para su manejo por las partidas de guerra. Estos fardos eran un artículo habitual de
comercio, así como lo eran el pemmican y las grasas. <<

www.lectulandia.com - Página 515


[7]
El tratado definitivo de Stefansson acerca del pemmican todavía no ha sido
publicado en el momento de la escritura de este texto. Algunos capítulos de este han
sido adelantados en Harper’s y el Atlantic y, además de unos monográficos
anteriores, se publicó un aclarador resumen en The Military Surgeon en agosto de
1944. Las limitaciones de espacio me impiden tratar el extenso comercio de
pemmican y sebo desarrollado por los métis del Asentamiento de río Rojo en Canadá,
cuyos famosos carros estaban empezando a llegar a las llanuras altas en grandes
números durante el periodo que tratamos. <<

www.lectulandia.com - Página 516


[8] Hay una amplia literatura especializada, anestésicamente aburrida, sobre el uso

indio de las plantas para usos medicinales. Las discusiones sobre el uso de las plantas
como alimento no procedente de la agricultura son menos comunes. Una lista
exhaustiva, nada más que una lista pero de gran ayuda para el estudioso, es Food
Plants of the North American Indian de Elias Yanovsky. Hay escasa literatura sobre
el uso indio de las carnes y no he sido capaz de encontrar ningún tratado sobre el
fascinante tema de la cocina india. <<

www.lectulandia.com - Página 517


[9] Carta dirigida a mí por el doctor Ira N. Gabrielson. <<

www.lectulandia.com - Página 518


[10] Digo que Miller «afirma» que lo vio porque parte de su nota (Nº. 48 en «Duras

Sequías») reproduce exactamente las palabras de un pasaje de Ruxton en Adventures


in México. <<

www.lectulandia.com - Página 519


[11] Ferris, mientras pasaba el invierno en un poblado flathead, describe otro menú de

Navidad: «lenguas de búfalo, carne de búfalo curada, venado fresco, bizcochos de


harina de trigo, tuétano de búfalo (en lugar de mantequilla), azúcar, café y ron, que
bebimos brindando por una variedad de cosas apropiadas para la ocasión y para
nuestros sentimientos elevados e inflamados de respeto y benevolencia universales,
mientras nuestros corazones se ablandaban, nuestros prejuicios se desvanecían y
nuestros afectos se refinaban». Life in the Rocky Mountains, p. 238. <<

www.lectulandia.com - Página 520


[12] Tras contar esta última historia Meek afirma que Stewart y Miller, que estaban

con la brigada, aparecieron justo después de que sacrificaran el oso y se llevaran la


piel. Miller, continúa Meek, no solo dibujó un retrato suyo in situ, sino que más tarde
realizó un dibujo de la pelea. Este dibujo, añade, «fue reproducido en cera para un
museo en San Luis, donde probablemente todavía esté expuesto [¿alrededor de
1868?], un monumento a la mejor pelea de Meek» (The River of the West, 223).
En 1839, en una ocasión descrita en nuestro último capítulo, Thomas Jefferson
Farnham conoció a Meek en el río Bear. Farnham afirma que Meek «figura en el
Museo de San Luis, con las zarpas de un grizzli inmenso en sus hombros por delante,
los dedos y el pulgar de la mano izquierda arrancados de cuajo mientras en su mano
derecha sujeta el cuchillo de cazador, hundido profundamente en la vena yugular del
animal». No se afirma que Farnham hubiera visto la estatua de cera o, ni tan siquiera,
que supiera de su existencia, aunque está escrito de manera que parece indicar al
menos esto último. Más adelante, cita a Meek diciendo «creo que los chicos en el
museo de San Luis lo deben de haber representado tal y como ocurrió [Nótese que no
menciona a Miller]. La bestia solo saltó sobre mi espalda y me arrancó la manta, me
arañó un poco pero no me desencajó el hombro. Bueno, tras quitarme la manta, le
clavé el rifle y le reventé el corazón. Eso fue todo… ningún dedo arrancado, ninguna
puñalada; simplemente le metí plomo en su músculo palpitante».
El libro de Farnham, publicado por primera vez en 1841 (unos cuantos ejemplares; la
página de título está fechada en 1843 en la mayoría), parece en este pasaje estar
basado en las anotaciones realizadas in situ. River of the West de la señora Victor, que
es una biografía de Meek basada en sus propias memorias, apareció treinta años más
tarde y fue escrito antes de que su autora recibiera instrucción investigadora en la
fábrica de historia de Hubert Howe Bancroft. Una comparación con otros relatos
muestra que la memoria de Meek era sorprendentemente buena para las acciones,
pero extremadamente débil para las fechas. Data esta historia en 1836, que fue el año
previo a la llegada de Miller a las montañas. En otros pasajes, confunde a Miller con
John Mix Stanley —véase, por ejemplo, mi nota sobre «El último disparo del
trampero»—. Meek sin duda conoció a ambos pintores y Miller puede que lo
dibujara, aunque no es identificado por su nombre en ninguna de las anotaciones de
Miller y fue a Bridger al que pintó con armadura, no a Meek como este afirma.
Los pasajes en Farnham y Victor confirman claramente que había una estatua de
Madame Tussaud de una lucha contra un grizzli en un museo de San Luis y que Meek
creyó que rememoraba una de sus proezas. No confirman la autoría de Miller del
dibujo en el que se basó la estatua. El factor temporal también jugó en contra de
Meek. Tenía que haberlo oído en las montañas tan solo un poco después de un año

www.lectulandia.com - Página 521


desde el momento en el que pudo ser exhibida.
La estatua estaba probablemente en el Koch’s Museum, en Market Street, entre la
Segunda y la Tercera. Me lo describieron como una institución «dedicada
principalmente a la historia natural, reliquias indias, etc.» y a su propietario como
«una persona muy inteligente y un buen hombre de negocios». Koch vendió algún
material al British Museum por «una anualidad suficiente para subsistir durante
muchos años». Todas las exposiciones han quedado dispersadas sin dejar rastro y no
ha quedado ningún registro de una estatua de cera semejante a la descrita por Meek.
En este caso, estoy en deuda con Charles Nagel, hijo, anteriormente del City Art
Museum de San Luis, cuya carta cito; a John Bryan, un historiador del Servicio de
Parques Nacionales, que me proporcionó parte de la información que el señor Nagel
recabó para mí, y a Brenda Gieseker. <<

www.lectulandia.com - Página 522


[13] Y, por lo tanto, claramente no «el río Pelican cerca del actual famoso campamento

en Fishing Bridge», como Archer Butler Hulbert afirma en Where Rolls the Oregon.
<<

www.lectulandia.com - Página 523


[14] Esto es por lo que yo me inclino, y también lo que el señor Hulbert afirma sin

duda alguna. Pero el relato de Russell es tan escueto en este pasaje que se podría
interpretar que la ruta fue por el brazo occidental del Lewis Fork y hacia el lago
Lewis (todo ello dentro del parque Yellowstone). El señor Hulbert duda de la
afirmación de Russell acerca de que cruzaron las Tetons y afirma que debieron de
rodearlas por el norte. No veo ninguna razón por la que no fueran a cruzar la
cordillera montañosa o bien a través del cañón Moran o el cañón Cascade. El primero
de estos pasos es el más probable, pero ninguno de ellos hubiera supuesto una
excesiva dificultad a experimentados hombres de montaña. <<

www.lectulandia.com - Página 524


[15] Esta aventura tuvo lugar en 1839 y, por supuesto, aquí no respeta el orden
cronológico. Fort Hall no se construyó hasta finales del verano de 1834 y no pasó a
ser propiedad de la Hudson’s Bay Company hasta 1837. <<

www.lectulandia.com - Página 525


[16] Fue un minnetaree quien preguntó a Brackenridge si no existían las mujeres

blancas. Había llegado a tal conclusión porque los hombres blancos siempre estaban
ávidos de squaws. <<

www.lectulandia.com - Página 526


[17] Reproduzco la historia de “La caza de águilas hidatsa” de Gilbert Livingston

Wilson. Los hidatsas son los minnetarees, indios que vivían en poblaciones, vecinos
de los mandans pero parientes de los crows. Los tres artículos sobre ellos se
encuentran entre los más útiles de los actuales estudios indios. <<

www.lectulandia.com - Página 527


VIII. POR LOS SUMIDOS EN LA OSCURIDAD

www.lectulandia.com - Página 528


[1] Narrative of a Journey Across the Rocky Mountains. La edición de 1839 es muy

difícil de encontrar, la edición de Londres de 1840 es un poco más accesible.


Narrative de Townsend ha sido reeditada junto a Oregon de John Wyeth como
volumen XXI en la colección Early Western Travels de Thwaites. <<

www.lectulandia.com - Página 529


[2] La fecha de la partida de Sublette no puede ser determinada. Anderson afirma que

partió diez días después de Wyeth, lo cual es imposible. Pudo haber como mucho tres
días de diferencia, y lo más probable es que fueran dos… adelantó a Wyeth a los trece
días de su partida. <<

www.lectulandia.com - Página 530


[3] Según Albert J. Partoll, el diario de Anderson fue publicado en un periódico de

Circleville, Ohio, el Democrat and Watchman, en dos entregas: 29 de septiembre y 13


de octubre de 1871. No he sido capaz de examinar un archivo de este documento. En
el número de otoño de 1938 de Frontier and Midland (Vol. 19, Nº. 1), Partoll publicó
lo que parece ser una selección del diario y lo acompañó con anotaciones editoriales
no demasiado exactas sobre el comercio de pieles y el Oeste. Cuando esta selección
comienza, la partida de Sublette ya ha llegado hasta Chimney Rock. No se
proporciona la fecha, pero probablemente fuera el 28 de mayo, porque se encuentran
en Scott’s Bluff el 29 de mayo. Es decir, sacan un día de ventaja a Wyeth.
Años antes de publicar su diario, Anderson había publicado tres artículos sobre su
viaje al Oeste, en la American Turf Register and Sporting Magazine en 1837. Una
comprobación de fechas y alusiones y otras pruebas internas confirman que él fue el
autor de “Aventuras en las Montañas Rocosas” del número de mayo, firmado por
«Marshall»; “Escenas del Oeste… el Platte etc.”, de julio y firmado por «W.
Marshall» y “Escenas y cosas del Oeste”, de noviembre y firmado por «W. M. A.»
(las convenciones del periodismo deportivo y humorístico de la época hacían que los
seudónimos fueran casi obligatorios). No son muy relevantes y tan solo añaden unos
pocos detalles a nuestros conocimientos sobre aquel verano. Su principal interés
reside en que plasman una temprana y elocuente protesta contra los intentos de
cambiar el nombre del Gran Lago Salado por el de «Lake Bonneville». La protesta
probablemente refleja los ánimos de Bill Sublette y otros veteranos contra
Bonneville… y contiene alguna información errónea profundamente confusa. Pero, a
pesar de su poca relevancia, los artículos forman un «territorio» y son, creo,
señalados aquí por primera vez y debidamente reseñados para la atención de los
coleccionistas. <<

www.lectulandia.com - Página 531


[4] La leyenda en la profesión de que Milton Sublette se amputó su propio pie en las

montañas es claramente infundada. Se supone que lo hizo tras resultar gravemente


herido en una refriega sin fechar y probablemente imposible de identificar con pies
negros, pero, como muestra mi texto, él todavía tenía el pie, aunque herido, esa
primavera y la leyenda es probablemente una contaminación de la historia
aparentemente histórica de Peg-leg Smith. A su vuelta a San Luis, Milton fue tratado
el 27 de mayo por un tal doctor Farrar, que le amputó la pierna —era la pierna
izquierda— el mes de febrero de 1835. El hermano de Robert Campbell, Hugh, más
tarde le regaló una pierna de corcho hecha a medida. Véase Glimpses of the Past,
Missouri Historical Society, 1941. <<

www.lectulandia.com - Página 532


[5] Esto es lo que la mayoría de las fugaces referencias en la literatura sugiere. Sin

embargo, Kit Carson afirma que el campamento de invierno de Bridger estaba situado
en el Snake, cerca del lugar donde habían pasado el invierno anterior. Como Meek,
Carson tendía a equivocar las fechas. <<

www.lectulandia.com - Página 533


[6] Sabin, en Kit Carson Days, rechaza la cronología aportada por la autobiografía de

Carson aceptada aquí a falta de una verificación y que data estos sucesos a principios
del año 1834. Y se basa en que Carson afirma que ese fue el año en el que volvió a
unirse a la RMF Company, mientras que en la rendezvous Fontenelle de la American
Fur Company le dio un crédito de Pratte, Chouteau & Company, la compañía
operadora, a cuenta de la expedición de 1834. No hay ninguna discrepancia. Carson
sin duda no se unió como trampero a Fitzpatrick o a ninguna otra brigada: había
ascendido demasiado alto para eso y sin lugar a dudas les acompañó como trampero
libre. De él dependía vender las pieles donde quisiera. Podría perfectamente haber
comerciado con ambas compañías en la rendezvous y podría haber obtenido un
beneficio de 70 dólares, que cubría el crédito de Fontenelle. <<

www.lectulandia.com - Página 534


[7] Anderson lo identifica como «el célebre arapahoe», Barriga Podrida. Pero Barriga

Podrida era un crow y no había ningún crow en la batalla de Pierre’s Hole ni tampoco
en esta rendezvous. De hecho, Barriga Podrida se encontraba realizando una
incursión contra los pies negros desde la cual decidió no dirigirse al hogar. <<

www.lectulandia.com - Página 535


[8] No está claro dónde dejaba esto a Edmund Christy, que había invertido siete mil

dólares en el comercio de la RMF Company en 1833 y cuyo regreso Fitzpatrick había


estado esperando a finales de noviembre. Estaba presente en esta rendezvous y debió
de sacar su parte de la escisión, pero el registro no ofrece información alguna.
Permaneció en el negocio durante varios años y su nombre aparece intermitentemente
en la literatura, pero nunca se le atribuyó ningún dato específico. <<

www.lectulandia.com - Página 536


[9] Había un jefe de guerra snake también llamado Pequeño Jefe y varios autores de

diarios los confunden. Era un nombre fácil de emplear para referirse a alguien, de
hecho, y a Kit Carson, que era un hombre pequeño, muchos indios lo llamaban
Pequeño Jefe. <<

www.lectulandia.com - Página 537


[10] No estoy seguro de que nadie sepa exactamente dónde estaba situado el Fort Hall

original. Las demarcaciones tanto de latitud como longitud de varias fuentes son
irreconciliables. Probablemente estuviera situado cerca de la desembocadura del
Portneuf. Se encontraba a bastantes millas de la actual población de la agencia del
mismo nombre. <<

www.lectulandia.com - Página 538


IX. LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO

www.lectulandia.com - Página 539


[1] J. S. Chambers, The Conquest of Cholera, p. 19. <<

www.lectulandia.com - Página 540


[2] Este resumen es de Conquest of Cholera del doctor Chambers, un estudio muy

gráfico y exhaustivo. Ningún otro aspecto médico de la historia de Norteamérica ha


tenido un tratamiento tan clarificador. <<

www.lectulandia.com - Página 541


[3] Principalmente, una carta del otoño anterior de Fontenelle a Pierre Chouteau en la

que el primero expresa una sospecha más que una certeza. Véase también Red
Cloud’s Folk de George E. Hyde. <<

www.lectulandia.com - Página 542


[4] La autobiografía de Carson no revela nada sobre el segundo disparo definitivo y

Parker, que tal vez no presenció la pelea, afirma que Shunar suplicó por su vida
mientras Kit iba a por otra pistola y lo perdonó. Tanto Sabin, que también dice que
existía una rivalidad por una joven arapahoe, como Vestal, cuentan la historia tal
como la he narrado aquí y en el folclore del comercio de pieles se cuenta que Carson
en efecto mató a Shunar. Sin embargo, se debe señalar que ninguno de los testigos
habla de un campamento arapahoe en la rendezvous de 1835 y que Vestal incluyó en
su recuento detalles de esa rendezvous que tuvieron lugar en la de 1834. <<

www.lectulandia.com - Página 543


[5] Edward Warren, p. 266. Stewart es aludido en la corta autobiografía que Carson

dictó a Jesse B. Turley, pero con relación a la rendezvous de 1837 (la que vivió
Miller). Él «será recordado para siempre», afirma Carson, «por su tolerancia y
muchas y buenas cualidades por los hombres de montaña que tuvieron el honor de su
amistad». Lakeside Classics edition, p. 52. <<

www.lectulandia.com - Página 544


[6] Es una deducción, pero una deducción inexorable, que Stewart viajó con Whitman

y Fitzpatrick. El diario de Whitman revela que la caravana llegó al «puesto del señor
Cabanny cerca de Council Bluff» el 10 de octubre. El viejo puesto comercial de
Cabanne, más tarde abandonado por la Compañía a favor de Bellevue varias millas
río abajo, estaba tal vez a unas veinte millas al sur del verdadero Council Bluff de
Lewis y Clark. Whitman partió hacia Bellevue el 12 de octubre y permaneció allí
hasta el día 20 de ese mes, cuando partió río abajo en uno de los barcos de la
Compañía bajo el mando del propio Cabanne. El 16 de octubre, Stewart escribió a
William Sublette una de las pocas cartas que han sobrevivido. Está fechada en
«Council Bluffs» pero como ese término aludía a todo el territorio podría haber
estado en el puesto de Cabanne o incluso en Bellevue. Afirma que envía esa carta con
«unos barcos que se dirigen río abajo», sin duda embarcaciones de la Compañía y
presumiblemente los capitaneados por Cabanne. Supuestamente, Stewart se iba a
dirigir a San Luis con Fitzpatrick por tierra. En cualquier caso, solo podía haber
viajado con Fitzpatrick desde las montañas y había llegado a la rendezvous sin tan
siquiera una partida propia. <<

www.lectulandia.com - Página 545


X. EL PASO DEL MERIDIANO

www.lectulandia.com - Página 546


[1] Sillem es el nombre del caballero alemán según la ortografía de Stewart. Es el

«señor Celam» de Narcissa Whitman, que se convierte en «Celan» en algunos relatos


derivados de los de ella. También es el «joven familiar inglés» de William H. Gray.
Es una satisfacción llegar a algunos datos sólidos sobre Stewart en un año en el que
casi todo lo que se puede decir de él es por deducción. Estos hechos, incluyendo los
rifles y los caballos, proceden de una carta de Stewart dirigida a William Sublette y
fechada en Charleston, Carolina del Sur, el 28 de febrero de 1836, y ahora conservada
por la Missouri Historical Society. Stewart afirma que acaba de regresar de Cuba,
viajará hasta San Luis vía Washington, Philadelphia, y «C» (Cincinnati), pretende
marchar al oeste en abril pero todavía no ha decidido por dónde ni cómo, y
averiguará en Washington si el gobierno tiene intención de enviar una partida de
exploración al oeste. Recuerda a Sublette su «promesa de un caballo negro», lo cual
podría indicar que era un caballo que él ya había visto y admirado en el rancho de
Sublette cerca de San Luis. Le da instrucciones para que «me consigas otro caballo
igual de rápido» y que compre tres caballos buenos y cuatro mulas también como
montura y animales de carga para Sillem. William Gray afirma que Stewart y sus
compañeros disponían de «cuatro excelentes caballos de repuesto», dos perros y tres
sirvientes. El último artículo coincide con las cartas de la señora Whitman.
Un estudioso ha sugerido que uno de los «sirvientes» a los que Gray alude era
Antoine Clement y que Clement había acompañado a Stewart a Cuba. No creo que
Clement llegara de las montañas con él en 1835. Por lo visto, Stewart lo contrató por
primera vez en la rendezvous de 1833. No se ha podido confirmar si permaneció o no
con Stewart durante el invierno de 1833-1834, pero no acudió a Vancouver a finales
del verano de 1834. Parece claro que volvieron a reunirse durante un tiempo en 1835,
probablemente desde la rendezvous hasta Fort Laramie y de allí al Misuri, pero no
más allá. Dos frases en la breve carta de Stewart dirigida a Sublette desde Council
Bluffs, fechada el 16 de octubre de 1835, no aclaran estas especulaciones. «También
deseo mencionar», dice Stewart, «que tu factura a cargo de Antoine Clement será
enviada y que veo que no coincide con ninguna de mis facturas fechadas 16 de
julio… 34 serán abonados. Te suplico por lo tanto que no la pagues por razones que
ya te explicaré». <<

www.lectulandia.com - Página 547


[2] Los diarios de la señora Whitman y la señora Spalding confirman que la reunión

tuvo lugar al oeste de la Divisoria, no junto al Sweetwater como afirma Meek en The
River of the West. Meek y Gray describen la escena y admiten su mayor significación.
Existe una vasta literatura sobre Whitman, sus compañeros, su misión en Waiilatpu y
la de Spalding en Lapwai. Marcus Whitman, M. D., de Clifford M. Drury, es la mejor
biografía. Su Henry Harmon Spalding también es de un valor incalculable. Las cartas
y diarios de Narcissa Whitman fueron publicados en Transactions de la Oregon
Pioneer Association de 1891 y en el Oregon Historical Quarterly, 1936-1937, y más
tarde se reeditó por separado como The Corning of the White Women. El diario de
Eliza Spalding está en Memoirs of the West, de Eliza Spalding Warren. <<

www.lectulandia.com - Página 548


[3] Drury, Marcus Whitman, M. D., pp. 122-124. <<

www.lectulandia.com - Página 549


[4] Cuando el doctor Drury escribió su vida de Spalding, negó la antigua leyenda de

que Spalding fuera un pretendiente rechazado de Narcissa Prentiss tras no encontrar


ninguna prueba documental. Sin embargo, mientras investigaba para su biografía de
Whitman, descubrió una prueba de ello y mi relato se basa en su demostración
posterior. Véase Marcus Whitman, M. D., p. 84 y en el resto de la literatura. <<

www.lectulandia.com - Página 550


[5] Samuel Allis y John Dunbar eran los dos jóvenes misioneros que partieron hacia

territorio de los flatheads con Parker en 1834 y, al no lograr alcanzar la caravana a


tiempo, permanecieron con los pawnees. <<

www.lectulandia.com - Página 551


[6] Cuando la historia llegó a oídos de Ruxton, pudo pedirle a Harris que le mostrara

una pieza que atesoraba y que probaba la petrificación al «viejo capitán Stewart (un
hombre inteligente, a pesar de ser inglés)». Ruxton pone en boca de Harris la historia
en primera persona y Harris la fecha «la siguiente primavera tras la lluvia de
meteoros». De hecho, el primer viaje de Stewart al oeste, en 1833, file la primavera
siguiente y ahí tenemos otro indicador de que el teniente Ruxton había conocido al
capitán Stewart en algún lugar… ciertamente en Inglaterra y después de 1843. En la
historia de Ruxton, «un médico danés» iba con Stewart, y esta podría ser una
referencia subjetiva al misterioso Sillem. Sin embargo, lo más probable es que se
halle más cercano a la realidad y sea una referencia al doctor Frederick Adolphus
Wislizenus, aunque Stewart, si es que lo conoció, no lo hizo en el Oeste, sino como
médico en San Luis. <<

www.lectulandia.com - Página 552


[7] El apodo «Black» probablemente se debía a un color oscuro de piel, como si la

pólvora del rifle le hubiera explotado en la cara, que parecía estar hecha de correas y
piel curtida y se le iluminaba con unos ojos vivos e incansables. Alfred Jacob Miller,
“Borrador de Notas para Dibujos Indios”, nº 23. También, de las últimas notas que
acompañan las copias de los dibujos de Miller ahora en la Walters Gallery, Nº. 67:
«Tenía un cuerpo nervudo, hecho de huesos y músculos, con un rostro aparentemente
hecho de cuero curtido y correas, rematado con un peculiar color negro azulado,
como si la pólvora le hubiera chamuscado la cara». Por lo que sé, esta es la única
descripción personal de Harris de cuya autenticidad podemos estar seguros. Se
supone que Harris es el Negro George en The Prairie Flower de Emerson Bennett,
que parece estar basado en un manuscrito (de discutida autoría) por alguien que lo
conocía.
«Con un moreno natural, su piel se había oscurecido hasta hacerse casi negra por la
larga exposición al sol», afirma el autor. «Medía un metro ochenta, demacrado y
huesudo, muy ancho de espaldas, con pesadas extremidades y poderosos músculos,
que le otorgaban una formidable apariencia… Su rostro era delgado y largo, con
pómulos prominentes, nariz afilada, mejillas hundidas, boca grande y unos fríos ojos
grises», p. 29 (sobre la autoría de The Prairie Flower, véase Charles L. Camp, James
Clyman y American Emotional and Imaginative Attitudes Toward the Great Plains
and the Rocky Mountains de Henry Nash Smith. <<

www.lectulandia.com - Página 553


[8] Carta que me envió Perry W. Jenkins. No he sido capaz de encontrar la fuente de la

cita. <<

www.lectulandia.com - Página 554


[9] Tanto si Bridger había regalado este recuerdo a Stewart como si no, sin duda se

equivoca al decir que Whitman le operó con un simple cuchillo de carnicero. Había
instrumentos quirúrgicos en el equipo que se llevó al oeste. <<

www.lectulandia.com - Página 555


[10] La construcción de Fort Laramie y su adquisición por parte de la Compañía

permitió una modificación del sistema. El almacenamiento de productos allí permitía


a las brigadas de tramperos hacer expediciones cortas y también más rápidas.
Además, el fuerte mantenía una manada permanente de mulas y caballos. Una
caravana que llegara procedente del oeste de la Divisoria podía permanecer allí
durante un tiempo sin urgencia de partir a los Estados.
Este verano, debido a que era una estación favorable y al increíblemente rápido viaje
de Fitzpatrick, la rendezvous acabó antes de lo habitual. Fitzpatrick llevó su caravana
de regreso a Fort Laramie y finalmente a Bellevue. Lo que se infiere, sin embargo, es
que permaneció en el fuerte durante un espacio de tiempo… y que Stewart, tras
acompañar a Bridger durante un tiempo, regresó y realizó el viaje con él. Fontenelle
era ahora el burgués de Fort Laramie y se llevó una brigada para la caza de otoño. Es
la única brigada de la Compañía, además de la de Bridger, de la que se tuviera
constancia que realizó la caza el otoño de 1836, aunque debemos suponer que los
otros también la realizaron.
Los Documentos de Sublette, una colección privada en la Missouri Historical Society,
probablemente arroje por fin algo de luz en esta cuestión. Los registros de la
Compañía probablemente están en una de las colecciones de Chouteau pero, por lo
que he podido averiguar por correspondencia, contienen poca información sobre este
otoño. He usado cartas de la Pratte, Chouteau and Company dirigidas a la American
Fur Company y conservadas por la New York Historical Society, pero dicen poco
sobre 1836. <<

www.lectulandia.com - Página 556


[11] Ni tampoco mi experto en geografía del valle del río Green, el señor Perry W.

Jenkins. Basándome en esta autoridad, he identificado el lago de New Fork. Nótese


que Matt Field, el periodista que se unió a la expedición de Stewart de 1843, afirma
que su puesto de venta era llamado Piney Fork (hay varios Piney Forks por los
alrededores). <<

www.lectulandia.com - Página 557


[12] He llevado a cabo una exhaustiva investigación en busca de una declaración

autorizada sobre el suicidio de Fontenelle y he contado con la formidable ayuda de


Brenda Gieseker. Se pueden encontrar documentos relacionados con la repartición de
sus bienes, pero nada sobre su muerte. Tal vez se suicidara y Meek parece estar
repitiendo una historia conocida en las montañas, pero si es así no parece que haya
ninguna evidencia que lo confirme, más allá de la afirmación de Meek, que lo fecha
incorrectamente. <<

www.lectulandia.com - Página 558


[13] Mi relato está basado en “James Dickson: Un Filibustero en Minnesota” de Grace

Lee Nute, publicado en el Mississippi Valley Historical Review de septiembre de


1923, y en “El diario de Martin McLeod”, publicado en el Minnesota History Bulletin
en agosto-noviembre de 1922, en el diario de Chardon, en algunos documentos
sueltos citados por el Doctor Nute y en una discusión de Dickson con su descubridor,
el catedrático Frederick Merk. <<

www.lectulandia.com - Página 559


XI. EL CONQUISTADOR

www.lectulandia.com - Página 560


[1] En las crónicas existe un curioso silencio acerca de la enfermedad en el «Saint

Peter’s». La única explicación ofrecida es la que aporta Culbertson, quien afirma que
Bill May escondió unos cuantos artículos de ropa infectados en el barco en San Luis
porque se le negó el pasaje a bordo. Esto podría explicar que la enfermedad tardara
tanto en manifestarse, si, de hecho, la infección subió a bordo en San Luis.
Desafortunadamente, aunque se tiene constancia de que May partió hacia San Luis
desde Fort Clark en abril de 1836 y se supone que pasó el invierno allí, el diario de
Chardon revela que llegó a Fort Clark desde el pequeño Misuri, es decir, de río arriba,
el 20 de julio de 1837 sin traer «Noticias de ese territorio a excepción de la viruela».
Con dificultad tal vez llegara al Pequeño Misuri al menos dos semanas después de
que llegara el barco de vapor (este es el May cuyo asesinato a manos de los arapahoes
en 1846 durante su estancia en Fort Laramie se describe). Una hipótesis razonable
podría ser que la infección fue contraída en alguna de las paradas del barco río abajo.
<<

www.lectulandia.com - Página 561


[2] McKenzie escribió a Catlin que quedaban entre cuarenta y cincuenta. Mitchell

informó a Schoolcraft de que había alrededor de 145, luego bajó a 125, en su mayoría
mujeres y niños. Schoolcraft tomó la estimación de 125. Estas estadísticas son más
fiables que las de otras tribus. <<

www.lectulandia.com - Página 562


[3] Larpenteur en su libro (p. 133), el cual consulto indistintamente junto a su diario.

<<

www.lectulandia.com - Página 563


[4] Así se explica en el libro. En el diario se lee:«… el 4 de agosto mi squaw murió

habiendo sido atacada dos días antes por esos gusanos que se dice que se alimentan
de carne humana tras la muerte, pero provocó unos sentimientos más desagradables
en mí el hecho de que ocurriera antes de su muerte». <<

www.lectulandia.com - Página 564


[5] En su carta a Pratte, Chouteau y Company fechada el 2 de noviembre de 1837,

Halsey afirma que hubo cuatro fallecimientos en Fort Union, de los cuales tres eran
de squaws (obviamente, no está incluyendo la muerte de su esposa, que tuvo lugar en
el barco de vapor). Aporta el nombre del único empleado que murió, un tal «Bte.
[Baptiste] Compton». Este debía de ser el «B. Contois» del diario de Larpenteur. Este
se muestra ambiguo pero la mejor interpretación de su diario es que tres de aquellas
que fueron inoculadas murieron. Chittenden malinterpreta a Larpenteur al no
distinguir entre los casos del propio fuerte, entre los empleados y sus esposas, y
aquellas muertes entre los indios acampados por los alrededores. <<

www.lectulandia.com - Página 565


[6] Quizás sería más correcto decir que solo unos pocos crows murieron. Mitchell

afirma que no murió ninguno y la mayoría de las fuentes de la época coinciden. No se


relata ningún caso de viruela entre los crows en la literatura del comercio de pieles.
Schoolcraft dice en un texto que perdieron un tercio de la tribu, y en otro texto que
murieron «en grandes cantidades», ambas afirmaciones obviamente, e incluso
grotescamente, inciertas. <<

www.lectulandia.com - Página 566


[7] El relato de Clark Wissler de Petalasharo se encuentra en Indians of the United

States, 135-136. Hay una crónica más completa y más circunstancial escrita por John
B. Dunbar en The Magazine of American History. John B. Dunbar también describe
el sacrificio humano entre los pawnees y su reaparición tras los brotes de viruela; él
es mi fuente cuando sugiero que tal vez solo lo practicaron los skidis. No sé si
guardaba relación de parentesco o no con el reverendo John Dunbar, uno de los
misioneros originales de los pawnees, pero obviamente tuvo acceso a sus
documentos. La fuente principal de mi relato del sacrificio es la carta de John Dunbar
al Missionary Herald Vol. 34 (1838), p. 383. En esta carta también describe la
epidemia. <<

www.lectulandia.com - Página 567


XII. UN PINTOR EN LA RUTA

www.lectulandia.com - Página 568


[1] Un pequeño afluente del Yellowstone en Carbon County, Montana; no confundir

con el Clark’s Fork del Columbia. Meek finalmente observó que la viruela llegaba a
territorio de pies negros a principios de la primavera de 1837. Obviamente, la reunión
con los pies negros que él describe aquí tuvo lugar un año más tarde. <<

www.lectulandia.com - Página 569


[2] Estas historias proceden de Russell y de Meek. Como Meek mezcla sucesos que

tuvieron lugar tres años distintos en su crónica de uno solo, algunas de las
escaramuzas pudieron haber tenido lugar un año antes o un año más tarde. <<

www.lectulandia.com - Página 570


[3] Audubon también utilizó las notas de Townsend y Nuttall para completar los dos

últimos volúmenes de las Biografías ornitológicas. <<

www.lectulandia.com - Página 571


[4] Russell dice que Fitzpatrick llevó «cuarenta y cinco hombres y veinte carretas» a

la rendezvous. Cuarenta y cinco hombres serían a duras penas suficientes para


ocuparse de veinte carretas, por no mencionar la caravana de mercancías y las
necesarias tareas de caza y exploración; también sería un número arriesgadamente
pequeño de escoltas para un botín tan apetitoso en el Territorio Indio. Russell sin
duda está equivocado (existe una remota posibilidad de que hubieran dejado más de
la mitad de la compañía en Fort Laramie). Miller afirma en su quinta nota que las
partidas en total llegaban a los 150 hombres, y luego en su nota vigésimo tercera
habla de 120. Esta última cifra estaría más cercana a la media anual. <<

www.lectulandia.com - Página 572


[5] La nota número 72 de Miller revela que William Sublette «en un encuentro con los

pies negros… recibió el impacto de una bala envenenada de la que nunca se


recuperó». Esto parece una combinación de la herida de Bill en la batalla de Pierre’s
Hole con la pierna herida de Milton. No he encontrado ninguna otra mención a que
Bill sufriera una minusvalía parcial. <<

www.lectulandia.com - Página 573


[6] La caravana que cruza el río Kansas en los dibujos de Miller (números 73 y 152) y

que se describe en las notas que acompañan a los dibujos es, obviamente, la partida
entera. Si hubieran iniciado la marcha desde los alrededores de Bellevue no habrían
pasado cerca del Kansas. <<

www.lectulandia.com - Página 574


[7] En la nota 56, Miller habla de «Monsieur Prov [el resto de la palabra es ilegible],

sub-líder». Esta nota corresponde a la nota número 76 de las copias de la Walters


Gallery, en la que se lee: «Monsieur Proveau, sublíder». Es un personaje esquivo
durante estos años; casi no se le menciona en los anales. <<

www.lectulandia.com - Página 575


[8] En El año decisivo [The Year of Decisión] afirmo que la partida de Jedediah Smith,

de la cual formaba parte Jim Clyman, realizó el verdadero «descubrimiento» del


South Pass. Esta era la mejor hipótesis disponible cuando escribí el libro y coincidía
con la opinión de Charles L. Camp. En las Actas de la Sociedad Norteamericana de
Historiadores de 1944 (editado en enero de 1946), en “El general Ashley y la Ruta
por tierra”, Donald McKay Frost afirma que la partida de Smith cruzó la Divisoria al
sur de las Antelope Hills, al sur del verdadero paso, y acepta la hipótesis tradicional
anterior de que la partida de Ashley, que atravesó el paso más o menos por la misma
época, estaba liderada por Provost. Añade que el viaje posterior de Fitzpatrick y
Clyman en 1824 fue indispensable para el «descubrimiento», porque se estableció por
primera vez que el Sweetwater era un afluente del Platte. El estudio de Frost, una
contribución brillante a la historia del Oeste, corrige muchas ideas previamente
aceptadas sobre las partidas de Ashley y completa muchos espacios que previamente
habían quedado en blanco. Le debo el privilegio de permitirme leer su artículo
manuscrito y por muchas otras amabilidades, incluyendo el acceso a su espléndida
colección de artículos del Oeste norteamericano. <<

www.lectulandia.com - Página 576


[9]
En la nota 63, Miller afirma que más tarde encontraron a Markhead en la
rendezvous y que tenía muy poco o nada de pelo. No hay manera de verificar este
encuentro ni la descripción de Markhead. Debo señalar que Miller no alude en ningún
momento al hecho de que Markhead ganara la recompensa de Stewart por llevarle la
cabellera del ladrón de su caballo. <<

www.lectulandia.com - Página 577


[10] La última frase es claramente una adición posterior. Es de Ruxton y está citado de

él al final de nuestro Capítulo 1. <<

www.lectulandia.com - Página 578


[11] Eugene Manlove Rhodes en The Trusty Knaves. Francis Parkman citaba un dicho

popular: medio blanco, medio rojo y medio demonio. <<

www.lectulandia.com - Página 579


[12] George E. Hyde, Red Cloud’s Folk, p. 53. Este es uno de los mejores estudios de

las llanuras indias y es indispensable para entender el periodo que comenzó con la
llegada del ejército. Sin embargo, se debe señalar que en el capítulo III, citado aquí,
el señor Hyde comete una serie de errores en sus afirmaciones sobre el comercio de
pieles en esta región. <<

www.lectulandia.com - Página 580


[13] La nota continúa con la descripción del asesinato de Oso Toro según el relato de

«un posterior viajero a las Montañas Rocosas», otro ejemplo de la revisión de


Baltimore. Su relato de la pelea es fiel, así que el viajero probablemente fuera
Parkman. <<

www.lectulandia.com - Página 581


[14] No está nada claro a qué distancia río arriba y la indeterminación de Messrs.

Hafen y Ghent, los cronistas del puesto, ha sido adoptada aquí. No estoy seguro si
hoy alguien sabe exactamente dónde se encontraba el fuerte original. En 1940,
ingenieros del gobierno que estaban restaurando el viejo puesto del ejército como
parte del desarrollo de un monumento histórico nacional pudieron identificar la
ubicación del segundo fuerte, pero se negaron a especificar la del primero. En The
Year of Decisión usé distancias que calculé durante mi visita y que en aquel entonces
me parecieron exactas. Ahora creo que desplacé el último puesto demasiado lejos del
primero, que tal vez se encontrara a menos de una milla. Las distancias aportadas en
la literatura simplemente no coinciden. Son estimaciones y varían dependiendo del
estudioso. Se añade una confusión más en cuanto aparecen los diarios de los
emigrantes y se confunde Fort Bernard con Fort Platte y en ocasiones, incluso, Fort
Platte con Fort Laramie. El mejor juicio es el de Merrill J. Mattes, historiador del
Servicio Nacional de Parques, en un informe que me llegó gracias a Howard W.
Baker y Herbert E. Kahler. El señor Mattes afirma que el último Fort Laramie estaba
situado «a unas dos millas río arriba» de la desembocadura del Laramie y Fort Platte
«a unos tres cuartos de milla» Platte arriba desde la desembocadura del Laramie y en
la orilla derecha. Esto deja a oscuras la ubicación original de Fort Laramie. <<

www.lectulandia.com - Página 582


[15] El texto completo de las dos notas a continuación:

Número 14. FORT LARAMIE


Este fuerte construido para la American Fur Company, situado a unas 800 millas al
oeste de San Luis, es un edificio cuadrangular con blocaos en esquinas diagonales
para proteger las fachadas en caso de ataque.
Sobre la entrada principal hay un blocao grande en el que se aloja un cañón, el
interior del fuerte mide aproximadamente unos 150 pies cuadrados, rodeado por
pequeñas cabañas cuyos tejados alcanzan hasta unos tres pies del borde de las
empalizadas con las que lindan. Los indios acampan en gran número aquí 3 o 4 veces
al año, traen pieles para cambiarlas por alimentos secos, tabaco, cuentas de cristal y
alcohol.
Los indios sienten un miedo mortal por la «gran pistola» en el blocao porque ya han
experimentado su poder y han sido testigos del caos producido por su ruidosa boca.
Creen que solo está dormido y sienten un profundo miedo de que despierte.
Al entrar en la estancia principal del fuerte advertimos 5 o 6 grabados de primera
calidad, uno de los cuales representaba a Ricardo y Saladino batallando en Tierra
Santa y a partir de estos deduje que el comandante del fuerte era un caballero
refinado. Cuando entró descubrimos que habíamos estado en lo cierto. Su nombre era
Fontenelle, un hombre ya famoso en la historia india. Nos ofreció inmediatamente las
hospitalidades y atenciones del lugar y dio órdenes para que nos sirvieran tazones de
leche, un lujo del que habíamos sido privados durante mucho tiempo y del cual dimos
buena cuenta; y mientras descansamos allí parecía que nunca se cansaba de
colmarnos con todas las comodidades y ayuda que pudo ofrecernos.
A diferencia de lo que afirma Miller en la siguiente nota, el fuerte no fue construido
por la American Fur Company. Debería haber calculado la distancia desde
Independence. Esta variaba según la ruta que se tomara hacia el Platte y a través del
desierto de Nebraska, pero raras veces variaba más de unas veinte millas a uno u otro
lado de las 667 millas que Chittenden aporta. Por la ruta más común de los años de
emigración estaba a 51 millas al oeste de Scott’s Bluff, a 135 millas al este de los Red
Buttes y a 171 millas al este de Independence Rock. La altitud es de unos 4.500 pies.
Número 72. INTERIOR DE FORT LARAMIE
La vista es de la gran entrada oeste y abarca más de la mitad del patio o plaza.
Cuando este espacio está lleno de indios y comerciantes, como lo está en
determinados periodos, la escena es animada e interesante. Se reúnen allí de todos los
lugares; llegan desde Gila al sur, el río Red al norte y el río Columbia al oeste, todos

www.lectulandia.com - Página 583


tienen su cuota y representantes, los sioux, los bannocks, [Las notas de la Walters
Gallery revelan que la palabra ilegible es «mandans»], crows, snakes, pend-oreilles,
nez perces, cheyenes y delawares, todos excepto los pies negros que son betes noirs y
se les considera de trop. Como contraste, hay tramperos canadienses, tramperos libres
y de todo tipo, mestizos, pobladores de Kentucky, del Misuri y Down-Easters
[habitantes de las costas de Maine]. El primer día se celebra una bacanal y se
cometen algunos excesos. Pero después se inicia el comercio con brío.
Mantenían uno o dos cañones en las torres sobre las dos entradas principales porque
los indios sentían aversión a que los cañones se despertaran, así como una
supersticiosa reverencia por ellos. Con los cañones se pretende mantener la paz.
Este fuerte fue construido por Robert Campbell, que lo bautizó Fort William en honor
a su amigo y socio William Sublette. Estos caballeros fueron los primeros pioneros
tras Messrs. Lewis y Clark y mantuvieron muchas batallas con los indios. En una
ocasión, en un encuentro con los pies negros, hicieron sus testamentos a la verdadera
manera de los soldados mientras avanzaban, y cada uno de ellos designó al otro
albacea de sus últimas voluntades. Tuvimos trato casi a diario con Messrs. Sublette y
Campbell y el gobernador Clarke antes de partir de San Luis. El capitán Lewis por
aquel entonces había fallecido. En un encuentro con los pies negros, Sublette recibió
un disparo con una bala envenenada del cual jamás se recuperó. <<

www.lectulandia.com - Página 584


[16] Russell afirma que la caravana llegó a la rendezvous el 5 de julio, pero en un

diario más detallado del misionero ya de regreso William H. Gray revela que la fecha
se adelanta en trece días. Gray alcanzó la partida de McLeod el 27 de junio y la
partida llegó al antiguo campamento a unas pocas millas de la rendezvous del año
anterior el 28 de junio. Ese día, Doc Newell cabalgó hasta allí desde el campamento
principal, a unas quince millas. El 30 de junio, Gray averiguó que un mensajero de
Fitzpatrick —y Black Harris y tal vez otros— había llegado al campamento principal
y había informado de que la caravana se encontraba a quince días al este. McLeod se
movió en dos ocasiones y llegó a los alrededores del campamento principal el 11 de
julio. El 14 de julio se cree que la caravana está lo suficientemente cerca para que
Gray envíe a un hombre a averiguar si Stewart llevaba correspondencia para él. El 17
de julio informa de que la caravana no ha llegado y el 18 de julio que ya había
llegado. <<

www.lectulandia.com - Página 585


[17] Naturalmente, Joe Meek practicaba justas medievales con los otros. Lo asigna a la

rendezvous equivocada al mezclar la de 1837 con la de 1838. Victor, 237-238. <<

www.lectulandia.com - Página 586


[18] Miller cita que el alcohol se vendía a 64 dólares el galón, Russell a la mitad de

precio. Russell anota otros precios de 1837: azúcar, 2 dólares la pinta; tabaco a 2
dólares la libra; las mantas a 20 dólares; «camisas de algodón normales» a 5 dólares.
4 o 5 dólares por libra de castor significa que el precio de montaña había subido
ligeramente a pesar del abatimiento del comercio en San Luis. <<

www.lectulandia.com - Página 587


[19] Gray también menciona a un tal «L. Phillipson», que es el nombre que emplea

Stewart para uno de los villanos secundarios en su novela Edward Warren, y un tal
Mr. Ewing. Este último podría ser identificado a partir de las cartas de Jason Lee
como F. Y. Ewing de Misuri. Lee dice que realizó el viaje por motivos de salud; si es
así, aquí tenemos a otro pionero. <<

www.lectulandia.com - Página 588


[20] Bueno, o encuentren ustedes algún otro anterior y norteamericano: yo no he

podido. <<

www.lectulandia.com - Página 589


[21] Miller también pintó el retrato del hijo de Little Chief, quien a los veinte años ya

era un jefe guerrero y podía contar entre sus hazañas una de las más honrosas: haber
matado a un grizzli, lo cual le daba derecho a llevar sus zarpas colgadas al cuello. <<

www.lectulandia.com - Página 590


[22] James A. Teit distingue en el «grupo flathead» de los pueblos salishan cuatro

tribus: los flatheads, los pend d’oreilles, los kalispels y los spokanes. Los otros
grupos de salish son los coeur d’alenes y los okanagans. <<

www.lectulandia.com - Página 591


[23] Victor, The River of the West, p. 233. <<

www.lectulandia.com - Página 592


[24] Gray dice que eran cinco en su History of Oregon y Victor repite el número. El

relato de Gray es breve y tan deliberadamente ambiguo como pudo… y desde luego
tenía un don especial para la inconcreción. Su diario no enumera a los hombres de la
partida por su nombre. Que fueran cinco o seis indios depende de la identidad del
llamado Big Eneas. Por lo visto, era un flathead cuando se le menciona por primera
vez; cinco páginas más adelante, se habla de él como «nuestro guía»; cuatro páginas
después de eso, Gray cuenta cinco indios y habla de «nuestro guía un iroqués» (el
guía es un iroqués en The History of Oregon). Si Eneas era flathead, cinco; si era un
iroqués, seis. <<

www.lectulandia.com - Página 593


[25] ¿Papin? Este era un comerciante de la Compañía y un tal J. Papin fue empleado

por la Compañía en 1833. No debe confundírsele con Pierre Didier Papin, el burgués
de Fort Laramie a quien Parkman conoció por los alrededores en 1846. <<

www.lectulandia.com - Página 594


[26] En esta nota también afirma que Gray llevó al hijo de Ermatinger hasta Buffalo.

El chico no ha sido mencionado en el diario desde el 15 de junio, cuando Gray partió


hacia el Salmon. Suponer que viajó al este desde la rendezvous con Gray implica
cuestionar todos los episodios del diario. Supuestamente, Gray lo llevó a la
rendezvous y lo dejó allí, y el joven viajó con la caravana de la Compañía hasta San
Luis, donde Gray lo pudo recoger de nuevo cuando fue a presentar una queja formal
contra los sioux al superintendente de Asuntos Indios.
También se debe señalar que, entre el poblado sioux y Council Bluffs, Gray menciona
en su diario a alguien llamado Lawrence, sin identificar y al que no se le vuelve a
mencionar, que supuestamente viajaba con él. <<

www.lectulandia.com - Página 595


[27] Este documento está guardado en la Missouri Historical Society. <<

www.lectulandia.com - Página 596


[28]
No he visto el documento original. La copia y la traducción me las ha
proporcionado un amigo. <<

www.lectulandia.com - Página 597


XIII. APÁRTATE, OH RÍO TURBULENTO

www.lectulandia.com - Página 598


[1] Supongo que los doscientos o trescientos caballos que Walker tenía ese verano

solo pudieron llegar de California, aunque se trata de una fecha más temprana al
establecimiento de su negocio. <<

www.lectulandia.com - Página 599


[2] Gray dice de Walker: «tímido e irresponsable, siempre con miedo a decir Amén al

finalizar sus oraciones… Ningún rasgo mental positivo». De Eells: «sobreabundancia


de autoestima… grandes pretensiones… no tiene un alma que alabar ni rasgo que
admirar, ninguna ambición para elevar sus pensamientos más allá de la esfera de sus
propias ideas sobre lo correcto». De Smith: «sus prejuicios eran tan fuertes que no era
capaz de ser razonable ni consigo mismo… fracasaba por carecer del espíritu de
sacrificio cristiano y la confianza de sus asociados». Pero a Gray le gustaba el joven
Rogers. <<

www.lectulandia.com - Página 600


[3] Los dos últimos párrafos han sido tomados casi literalmente de la única biografía

buena, de James P. Zollinger, Sutter, the Man and His Empire. <<

www.lectulandia.com - Página 601


[4] En el diario de Walker, no editado pero citado profusamente en Drury, Elkanah

and Mary Walker, aparecen solo ocasionales entradas breves al este de Oregón. El
diario de Mary Walker desde el bajo Platte hasta el Columbia fue publicado en The
Frontier, marzo, 1931, pero tras eliminar la mayor parte de los comentarios mordaces
sobre sus compañeros. Los originales de ambos se encuentran en la Biblioteca
Huntington y cito a partir de los microfilms de estos. El diario de Myra Eells fue
publicado en Transactions de la Oregon Pioneer Association, 1889. Ha sido retocado
para corregir algunos errores gramaticales, pero no he investigado si estos retoques
también afectan a las personalidades. <<

www.lectulandia.com - Página 602


[5] Crawford admite que recibió dicha carta en la misiva que envió a Stewart en San

Luis fechada el 11 de octubre, mencionada en el siguiente párrafo. La carta de


Crawford se encuentra custodiada por la Missouri Historical Society. <<

www.lectulandia.com - Página 603


[6] Carta no publicada dirigida a D. H. Miller, fechada en Murthly el 31 de octubre de

1840. <<

www.lectulandia.com - Página 604


[7] Carta custodiada por la Missouri Historical Society. <<

www.lectulandia.com - Página 605


[8] Fraser, The Red Book of Grandtully, xl-xli. <<

www.lectulandia.com - Página 606


[9] De los lienzos mencionados en este párrafo, Cavalcade se encuentra ahora en la

Oklahoma Historical Society y Roasting the Hump Rib es propiedad de Everett D.


Graff de Chicago. El señor Graff es propietario de siete de estos óleos originales,
incluyendo al menos uno listado por el Weekly Herald (N. Y.) como una de las obras
de la exposición del Apollo y otros dos posteriores. Debo agradecer en este caso la
ayuda de Mae Reed Porter. <<

www.lectulandia.com - Página 607


[10] Stewart murió en Murthly el 21 de abril de 1871, en su septuagésimo séptimo año

de vida. Su hijo y heredero William George Stewart había muerto anteriormente en


1868. El hermano pequeño de sir William, Archibald Douglas Stewart, heredó los
títulos y propiedades, pero un mes después de la muerte de sir William se desataron
una serie de demandas y contrademandas respecto a la herencia. Estaban relacionadas
con el hijo adoptivo de sir William, conocido como Francis Nichols Stewart y
también como Francis Rice Nichols. Era norteamericano y probablemente fuera hijo
ilegítimo de Stewart. En dos ocasiones Stewart intentó obtener derechos sobre
Murthly & Grandtully y fracasó. Al final, se le reconoció una participación en la
herencia de propiedades por valor de 40.000 libras esterlinas, incluyendo los cuadros
(que fueron vendidos a su nombre), pero sir Archibald retuvo el título y propiedades.
Estoy realmente en deuda aquí con Mae Reed Porter. No sé nada sobre este hijo
adoptivo ni del romance americano del cual podría ser fruto. Como obviamente no
posee ninguna relación con el comercio de pieles ni con las experiencias de Stewart
en las montañas, tampoco he puesto mucho empeño en averiguar más sobre el asunto,
y aliviado delegué esta tarea en la señora Porter, quien está preparando un libro sobre
el viaje de Stewart en 1843 al Oeste y su vida posterior. <<

www.lectulandia.com - Página 608


[11] El relato más fiel de la vida de montaña en este periodo y las descripciones más

realistas de los métodos para emborrachar al cliente se encuentran en Rocky


Mountain Life, la crónica de uno de los empleados de Lupton, Rufus Sage. Su estilo
casi intolerablemente jocoso ha tendido a oscurecer su importancia. Las grandes
obras de Ruxton y Garrard llegan al final del periodo. <<

www.lectulandia.com - Página 609


[12] Véase su correspondencia, South Dakota Historical Collections, Vol. IX, 1918.

<<

www.lectulandia.com - Página 610


[13] Véase The Year of Decisión, 120,415, etcétera. <<

www.lectulandia.com - Página 611


Notas

www.lectulandia.com - Página 612


[*] Partisan en el original. Según The Wordsworth Dictionary of the Amanean West:

(1) Entre los hombres de montaña, era el líder de la brigada de tramperos. (2) El líder
de una partida de guerra india. Préstamo del francés que podría haber llegado al
inglés a través de los comerciantes de pieles franco-canadienses (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 613


[*] Bourgeois en el original. Según The Wordsworth Dictionary of the Amarican West:

Entre los Franco-canadienses, era el director de una partida de comercio de pieles y,


normalmente, era un tipo elegante vestido con ropas caras que dormía en una cómoda
tienda mientras que sus barqueros dormían bajo las canoas. El segundo al mando en
la partida era llamado el pequeño burgués (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 614


[*] K.B. (King’s Bench): El Tribunal Supremo de Justicia de Inglaterra, llamado así

porque el Rey solía estar presente.


K.C.B. (Knight Commander of Bath): Caballero Comendador de La Orden del Baño.
(N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 615


[*] Jacksonian revolution o Jacksonian democracy, movimiento político durante el

Segundo Sistema de Partidos (1828-1854) que aspiraba a una mayor democracia para
el hombre común, encabezado por el político Andrew Jackson y sus seguidores. (N.
de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 616


[*] Término del francés moderno (francés canadiense) que se daba a los hombres

contratados por las compañías de pieles para ocuparse de todos los aspectos del
transporte fluvial. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 617


[*] En español en el original. También las palabras en cursiva que siguen. (N. de la T.)

<<

www.lectulandia.com - Página 618


[*] Interjección de los tramperos para expresar una aprobación vigorosa, sorpresa o

similar. Algunos estudiosos especulan que podría derivar del gruñido de un indio o un
grizzli. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 619


[*] Old Ephraim: término popularizado en el oeste norteamericano durante el siglo

XIX para referirse a los osos grizzlis. El nombre fue usado en uno de los relatos de P.
T. Barnum para referirse a un oso grizzli de California. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 620


[*] Lo que nosotros denominamos un «negro». (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 621


[*]
El Duque de Hierro: general de campo Arthur Wellesley, primer duque de
Wellington. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 622


[*] Canuck: término equivalente al de yanqui, pero referido a los canadienses. (N. de

la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 623


[*] En el original «antres vast and deserts idle». (Otelo, Acto I, Escena 3) (N. de la T.)

<<

www.lectulandia.com - Página 624


[*] El viejo Stormalong: Alfred Bulltop Stormalong, héroe del folclore
norteamericano, marinero y gigante, cuyo nombre aparece por primera vez en
salomas o cantos marineros que versan sobre sus aventuras. Según la leyenda, tras
luchar contra un kraken se retiró de la vida en el mar y se estableció en una granja en
el Medio Oeste. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 625


[*] Camas: planta con tubérculo comestible y alimento básico de los indios del
noroeste de los Estados Unidos y Canadá. Los primeros colonos de Oregón lo comían
en tan grandes cantidades que fueron apodados devoracamas (camas-eaters). (N. de la
T.) <<

www.lectulandia.com - Página 626


[*] El personaje confunde putrified (putrefacto) con petrified (petrificado). (N. de la

T.) <<

www.lectulandia.com - Página 627


[*] Deuteronomio 28:23-25. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 628


[*] Old Hickory: Andrew Jackson (1767-1845), séptimo presidente de los Estados

Unidos. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 629


[*] «El Turco»: indio así llamado por los españoles, que guio la expedición del
conquistador y explorador español Francisco Vázquez de Coronado a Quivira, situada
al este. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 630


[*] Half-alligator men: Cazadores de Kentucky (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 631


[*] En el original «the Pathfinder», apodo con el que se conocía a John C. Frémont.

(N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 632


[*] John Bull: personificación de Inglaterra en la figura de un hombre de mediana

edad, gordo, ataviado con ropa de la época georgiana británica, empleado en la sátira
gráfica política desde su creación a principios del siglo XVIII por el escritor satírico
escocés John Arbuthnot. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 633


[*] Término con el que los hombres de montaña veteranos se referían a los novatos.

(N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 634


[*] La última frase es una cita de Enrique IV, segunda parte, acto III, escena II, de

William Shakespeare. Traducción de Miguel Cané. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 635

También podría gustarte