Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
015-Mas Alla Del Ancho Misuri - Bernard DeVoto
015-Mas Alla Del Ancho Misuri - Bernard DeVoto
allá del ancho Misuri (1947) es un excelente ensayo histórico del escritor
y estudioso norteamericano Bernard DeVoto que mereció el premio Pulitzer
al mejor libro de Historia. DeVoto nos introduce de un modo literario y
apasionante en el mundo de la exploración y el comercio en los extensos
territorios vírgenes al oeste del río Misuri durante la primera mitad del siglo
XIX. Un espléndido paisaje en el que convivían unos millares de tramperos
blancos junto con las tribus indias asentadas en las grandes llanuras: los
sioux, cheyenes, arapahoes, pawnees, crows, nez perces, etc. DeVoto logra
una emocionada evocación de la vida en la Frontera al tiempo que enriquece
considerablemente el conocimiento que teníamos de la historia de la
expansión norteamericana hacia el Oeste y la formación de la mente
continental. Uno de los principales temas tratados en esta obra es el
comercio de pieles, especialmente de castor y búfalo, que alcanzó su auge
entre 1820 y 1840. DeVoto nos informa de cómo vivían realmente todos
aquellos míticos «hombres de montaña»: Jim Bridger, Kit Carson, Joe Meek,
etc., tratados más tarde como personajes literarios en novelas como El
trampero, de Vardis Fisher, o Bajo cielos inmensos, de A.B. Guthrie Jr.,
publicadas en esta misma colección.
Esta edición incluye un buen número de ilustraciones a color de Alfred Jacob
Miller —así como otras de George Catlin y Karl Bodmer—, que recrean
escenas de sus viajes al inexplorado oeste americano, y que sirvieron de
inspiración a DeVoto para llevar a cabo este documentado ensayo.
Más allá del ancho Misuri inspiró una película de igual título dirigida en 1951
por William A. Wellman y protagonizada por Clark Gable.
www.lectulandia.com - Página 2
Bernard DeVoto
ePub r1.0
Titivillus 29.07.2017
www.lectulandia.com - Página 3
Título original: Across the Wide Missouri
Bernard DeVoto, 1947
Traducción: Marta Lila Murillo
Ilustración de cubierta: “Old Toby the Pathfinder”, Ken Laager 1998
Premio Pulitzer al mejor libro de Historia en 1948
www.lectulandia.com - Página 4
PRESENTACIÓN
www.lectulandia.com - Página 5
empresas, rendimientos económicos, boicots, precios del transporte, estafas,
asociaciones comerciales de conveniencia; auténticas zancadillas empresariales, y
otro montón de prácticas habituales entre los «emprendedores» del negocio de las
pieles de entonces. Y sobre los indios… bueno, sobre los indios, gracias a DeVoto y
su búsqueda de los testimonios de quienes convivieron con ellos y los retrataron,
vamos a conocer otro buen puñado de verdades sorprendentes. Ciertamente algunos
de nuestros tópicos sobre los valerosos y solemnes indios de las grandes praderas van
a verse seriamente afectados… pero, a la postre, para bien. La imagen renovada tras
la lectura de este Más allá del ancho Misuri que nos queda de los sioux, shoshones,
pawnees, crows, cheyennes o delawares tiene menos dorados y purpurinas, pero es
más auténtica, más creíble, más nítida e igualmente cautivadora.
Aunque los azares de la política editorial patria hayan hecho que Bernard DeVoto
sea un autor nada traducido y prácticamente desconocido en nuestro país, no es
precisamente un peso pluma en el ámbito de la cultura y de las letras americanas.
Nacido en Odgen (Utah) en 1897, hijo de padre católico y madre mormona, se graduó
en la Universidad de Harvard con las más altas calificaciones, de hecho fue miembro
de la hermandad Phi Beta Kappa, la más linajuda y antigua hermandad universitaria
norteamericana de aquellas que intentan agrupar y promover la excelencia intelectual.
Al licenciarse, tras un alto de dos años en su formación universitaria para participar
en la I Guerra Mundial se dedica a la enseñanza, hasta que en determinado momento
decide que puede ganarse la vida volcándose con exclusividad en la escritura. A partir
de entonces y hasta su fallecimiento en 1955 su actividad en el mundo de las letras y
la cultura fue incesante. Fue novelista, historiador, ensayista, editor, autor de
panfletos, y columnista de inmenso éxito. Se le consideraba uno de los mayores
expertos en la obra de Mark Twain, fue el responsable de la edición de algunos textos
inéditos de este autor y es famosa su controversia sobre el tema con el celebrado
crítico Van Wyck Brooks. Su postura recibió incluso el elogio de Jorge Luis Borges,
otro gran admirador de Twain que afirmaba en la revista Sur que «la depresiva tesis
de Brooks ha sido aniquilada con esplendor por Bernard DeVoto, en el apasionado y
lúcido libro Mark Twain’s America (1932)». Como historiador su máximo logro es su
trilogía sobre la expansión hacia el Oeste de los Estados Unidos. The Year of
Decisión: 1846, el primero de ellos, aparece en 1942; Across the Wide Missouri, la
segunda, la que ahora presentamos en español, aparece en 1947 y recibe el Pulitzer de
Historia, y la tercera, The Course of Empire ve la luz en 1952 y es galardonada con el
National Book Award de «no ficción» en 1953. Fue además novelista y, aunque no
alcanzara en este ámbito el altísimo nivel que sí logro en sus ensayos, sí le dio para
escribir cuatro westerns «inusuales» y otro puñado de novelas más. Siempre peculiar,
sus westerns se alejan de los tópicos argumentales del género y se refieren a asuntos
como la peregrinación mormona (The Chariot of Fire, 1926); o al ascenso y caída de
una familia sureña, los Abbey (The Crooked Mile, 1924 y The House of Sun-Goes-
Down, 1928). Se le suele reprochar a su narrativa un cierto tufillo didáctico que hace
www.lectulandia.com - Página 6
que desprendan un poquito de aroma a «lección de Historia». Además de destacar en
el ensayo histórico, donde brilló realmente fue en el periodismo. DeVoto fue un
influyente y polémico columnista. Durante 20 años, en su columna del Harper’s
Magazine, llamada «The Easy Chair», una de las más influyentes del país, opinó
sobre todo. Escribió contra el comunismo, contra el senador McCarthy, contra la
censura, contra el FBI, contra el revisionismo sudista, contra el buenismo… Dio su
opinión sobre miles de temas y se enzarzó con toda su buena disposición a ello en
muy frecuentes polémicas. Los republicanos le tenían por un rojo y un revolucionario
recalcitrante. Por contra, desde el Daily Worker le llamaban fascista. Siempre
esgrimiendo con habilidad una muy acerada pluma. Es por ello frecuente encontrar
agudezas y citas suyas encabezando capítulos y párrafos de otros autores. Disparó
contra todo. Se refería a El libro de Mormón como «fermentación de levadura sin
forma» o «inconcebiblemente absurdo». A otro periodista, Mandelian, que escribió
que DeVoto y otros profesores «serían los primeros en perder sus cabezas si, Dios no
lo quiera, este país tuviera la desgracia de caer en manos de los comunistas», DeVoto,
sarcásticamente contestaba: «Sus observaciones penetrantes y veraces, con toda
seguridad han colocado las falsedades de Bernard DeVoto en perspectiva». Ahora
bien, lo que realmente le hizo célebre fue su enfrentamiento contra Hoover y el FBI.
En plena época de caza de brujas, DeVoto, escribe indignado en su columna un duro
y burlesco artículo titulado Due Notice to the FBI en el que, tras parodiar
inmisericordemente las investigaciones del FBI, ponía en conocimiento de dicha
institución que se negaba a contestar preguntas sobre otros conciudadanos si no era
interrogado ante un tribunal y con garantías procesales; haciendo a continuación todo
un alegato sobre los derechos de los ciudadanos. El choque le ganó la enemistad del
FBI contra él y contra su periódico y un expediente sobre su persona de cerca de 200
páginas que en nuestros días parece estar solo parcialmente desclasificado. También
fue tremendamente combativo desde posiciones conservacionistas contra las
explotaciones mineras y petrolíferas. En fin, un relevante personaje de la vida cultural
americana bastante desconocido aquí pero merecedor de una mayor difusión entre
nosotros.
Volviendo a su faceta de historiador, hay que señalar que DeVoto le da una gran
importancia a la expansión hacia el Oeste como crisol donde se forja el carácter de la
sociedad norteamericana. En ello coincidiría en parte con F.J. Turner, a quien hemos
mencionado anteriormente. Se le reprocha incluso a DeVoto una sobreestimación de
la importancia de esa expansión hacia el Oeste en el conjunto de la historia de los
Estados Unidos. Lo cierto es que en este mismo ensayo puede detectarse la
emocionada y positiva visión —con todos los matices oscuros y reproches que él es
el primero en poner de relieve— que tiene de estos «Mountain Man», de estos
tramperos, hombres de montaña o como queramos llamarlos. Y también es frecuente
que lance puyas contra esos norteamericanos del siglo XX, contemporáneos del autor,
a los que reprocha el haber perdido muchas de las virtudes que esos norteamericanos
www.lectulandia.com - Página 7
de mediado el siglo XIX sí tenían. Dejando a un lado la pertinencia que puedan tener
sus tesis en el ámbito académico de la ciencia histórica en los Estados Unidos y la
valoración que merezcan sus puntos de vista a ojos de sus colegas de profesión, lo
que sí es innegable es su influencia y peso en el universo del western. Hay que sumar
a su trilogía sobre la expansión norteamericana al Oeste, su relevancia como
estudioso y custodio de la obra de Mark Twain, o su labor como editor de los viajes
de Lewis y Clarke; además de, como ya mencionamos antes, sus novelas y artículos.
De su influjo e importancia dan medida el que se llevase a cabo un film basado en su
ensayo laureado con el Pulitzer: Across the Wide Missouri (1951), dirigida nada
menos que por William A. Wellman y protagonizada por Clark Gable. ¿La película?
¡Maravillosa! No duden en verla si tienen ocasión. Color, poesía, paisajes, acción,
romance, humor, épica… Tiene de todo. En cuanto a la fidelidad al texto de origen…
realmente ninguna. Era imposible sacar una película del seguimiento fiel de lo escrito
por DeVoto. Talbot Jennings, el guionista que firma el guión de Más allá del Missouri
tenía ya experiencia en western épico o prewestern. Era suyo el guión de otro
excelente film, Paso al Noroeste (King Vidor, 1940), y no fue el único western que
acabó guionizando, además de excelentes películas de aventuras como Scaramouche
(George Sidney, 1952) o Caravana hacia el Sur (Henry King, 1955). En todo caso
Jennings era un experto en convertir libros en guiones de cine. Además también
pertenecía a la hermandad Phi Beta Kappa, como el propio DeVoto, y también pasó
por la universidad de Harvard, como nuestro ensayista. Y solo les separaban tres años
de edad… hasta pudieron coincidir. En todo caso hizo lo mejor que se podía hacer:
construir una historia totalmente nueva. Sí, refleja los ambientes que describe
DeVoto, pero argumentalmente nada tiene que ver con el ensayo de partida. Pero
insisto, un film más que recomendable. Da idea también de la importancia de DeVoto
para el western, de su relevancia, un pequeño homenaje fílmico hacia su persona, y
más viniendo de quien viene. Cuando en La legión invencible (1949), de John Ford,
el capitán Nathan Brittles se acerca para visitar la tumba donde yace su mujer y se
entretiene unos minutos conversando con el recuerdo de su esposa, puede verse en
una de las cruces del cementerio, durante algunos segundos, el nombre grabado de
«B. DeVoto».
Más allá del ancho Misuri no es un libro fácil. Más bien serviría como libro de
texto para preparar 1º y 2º cursos de trampero, si es que a alguien se le ocurriera algo
tan peregrino como convertir esta materia en carrera universitaria. Pero dejando las
bromas a un lado, sí conviene, si se quiere seguir detalladamente el texto, coger un
buen mapa del Misuri y la costa Oeste de América del Norte, un cuaderno para
apuntar nombres y tomarse las cosas con calma.
Aunque tampoco es obligatorio enterarse absolutamente de todo… Se puede
asumir perfectamente una lectura «descuidada» y asombrarse y disfrutar de mil
historias, detalles curiosos, anécdotas, personajes y opiniones y, ya solo con eso,
cualquiera tiene bien claro lo sustancial de lo que aporta el libro. En todo caso, la
www.lectulandia.com - Página 8
información es mucha y con frecuencia es preciso prestar atención, ya que DeVoto
combina lo explicativo con lo literario. Su híbrido de Historia convertida en Narrativa
ha tenido otros cultivadores de indudable talento. Basta recordar a Barbara Tuchman
o Zoe Oldenbourg. No es para nada un intento reprobable y han cuajado excelentes
libros con esa fórmula, pero a veces la ironía, la utilización de sinónimos y el aliento
poético hacen que el lenguaje de DeVoto sea elegante y literario, pero no tan claro
como en un ensayo convencional podría haber sido. Por otra parte hay
sobreentendidos para un lector norteamericano familiarizado con la historia de su país
que pueden pasarle desapercibidos a un lector español. A este respecto, tres asuntos
básicos y relevantes se intentarán aclarar al final de esta presentación, para que
«astorianos», «Destino Manifiesto» y «Jedediah Smith», sean palabras menos
extrañas para un lector español de lo que ahora lo son.
Por último un par de precisiones. La primera es respecto a la dificultad de
traducción al español de términos que en el ámbito western suponen diferencias de
matiz y que en español, aunque existen homónimos, no tienen el mismo sentido.
«Burgués», «trampero», «partisano», «hombre de montaña»… no tienen en español
el significado exacto de sus homónimos ingleses de ámbito western, pero hay que
utilizarlos porque marcan diferencias entre los que se dedicaban a esa actividad
recolectora de pieles y hay que intentar transmitir al menos la existencia de esos
matices. Pensamos que el contexto ayuda en cada momento a entenderlo, y a veces
hasta el mismo DeVoto utiliza estos términos solo como sinónimos… En segundo
lugar conviene advertir que hay crudeza en más de una descripción y que algunos
planteamientos de DeVoto resultan hoy en día bastante políticamente incorrectos o,
cuanto menos, sorprendentes. Lo políticamente correcto tiene mucho que ver con los
prejuicios y tabúes de una sociedad y un momento histórico determinado. DeVoto
miraba al siglo XIX desde los años cuarenta estadounidenses y nosotros miramos las
opiniones de DeVoto desde nuestra segunda década del siglo XXI. Nuestra corrección
política no es la de DeVoto, y eso se nota, pero que tenemos nuestros propios tabúes y
prejuicios es algo indudable. Ahora sería difícil hablar de los «pies negros» como
hace él: «Estos adictos a la violencia no eran capaces de mantener la paz con nadie y
tampoco la podían mantener entre ellos mismos»; o referirse a un grupo de
misioneros en estos términos: «eran simplemente un grupo de mediocres, ardorosos y
neuróticos adictos a la conversión de almas paganas, de la clase que llegaron a
apestar los siete mares»… De otra parte, aunque DeVoto era particularmente
desprejuiciado, también cabe suponer que refrenara en algo su claridad expositiva en
algunos temas. Por ejemplo, ahora se habla con bastante libertad de la relación
amorosa entre el capitán William Drummond Stewart de Grandtully —el protagonista
de este ensayo, si es que hay algún protagonista— y su cazador favorito e inseparable
compañero Antoine Clement, excelente trampero de ascendencia franco-canadiense-
cree. Un notable ensayo de William Benemann, Men in Eden: William Drummond
Stewart and Same-Sex Desire in the Rocky Mountain Fur Trade, expone ese marco de
www.lectulandia.com - Página 9
libertad sexual que posibilitaba el alejamiento de la sociedad convencional en los
límites de la civilización. En DeVoto lo más que vamos a ver en este sentido es
alguna leve insinuación; o no estaba esta realidad al alcance de sus antenas de
captación, o no le pareció oportuno hacerse eco del tema.
Más allá del ancho Misuri es un ensayo coral en cuanto a protagonismo. En el
texto se describe el comercio de pieles en la Frontera en su punto álgido, entre 1832 y
1838. La década siguiente marca el ocaso de la captura de castores y las compañías
peleteras y los tramperos libres entran en declive. Coincidiendo con el descenso de
las capturas, también han ido cayendo los precios del castor en el Este, debido a que
han pasado a utilizarse otro tipo de pieles para fabricar gorros y tejidos en los que la
piel de castor era hasta entonces la única materia prima posible. Pero en ese período
de cénit, en esos seis años escogidos por DeVoto para explicar lo que fue este
comercio en su mejor momento, coinciden sobre el escenario mitos de la frontera
como Jim Bridger, Kit Carson, Tom Fitzpatrick o el mismísimo Toussaint
Charbonneau, esposo de Sacajawea, que viajó con la expedición de Lewis y Clarke.
También están allí en aquellos años tres pintores fundamentales para la preservación
iconográfica del western: Jacob Miller, George Catlin y Karl Bodmer. Llegan también
entonces, viajando con las expediciones comerciales de los tramperos, los primeros
misioneros; se construye Fort Laramie… unos años capitales. Todo esto lo intenta
contar DeVoto saltando de unos protagonistas a otros, siguiendo los viajes de unas
brigadas de cazadores y pasando a narrar a continuación lo que mientras tanto les
estaba ocurriendo a los hombres de otras compañías. Si existe una trayectoria vital
que vertebre un poco todo este cosmos que avanza en paralelo, ese hilo conductor
sería las apariciones en el texto de un excéntrico noble escocés que se convierte en un
hombre de montaña más por puro sport, el anteriormente mencionado capitán
William Drummond Stewart de Grandtully. Alguien que llegó a ser uno más entre
estas gentes, hasta que volvió a Europa, si bien, ciertamente nunca se desvinculó del
todo de un mundo que le apasionaba y volvió ocasionalmente a esos escenarios. El
ensayo de DeVoto es, como recoge un muy manido pero exacto tópico, «la materia
con la que se tejen los sueños». Vardis Fisher (El trampero); A.B. Guthrie, Jr. (Bajo
cielos inmensos), por poner dos ejemplos de obras ya publicadas en esta colección,
tejen sus novelas con los mismos personajes de los que DeVoto nos da noticia real.
En Más allá del ancho Misuri vamos a conocer también las realidades de Miller,
Catlin y Bodmer, cuyos cuadros históricos sobre las Frontera hemos admirado de
siempre. Y no solo eso, varios de los personajes a los que retrataron, muchas de las
escenas que reflejaron, son traídas por DeVoto desde las memorias y cartas de
quienes estuvieron allí, hasta estas páginas. En cierto sentido el ensayo de DeVoto da
corporeidad y realidad a los mundos que Miller, Bodmer y Catlin plasmaron en sus
pinturas.
La edición inicial de Más allá del ancho Misuri contaba con decenas de
ilustraciones de Miller, Catlin y Bodmer, vertidas al gris y luego al papel desde los
www.lectulandia.com - Página 10
policromados cuadros de estos pintores. En nuestra edición se hace imposible
conseguir que tengan un mínimo de calidad esas ilustraciones extrayéndolas del papel
de la edición norteamericana en el que hace tantos años fueron impresas. Por ello
hemos hecho nuestra propia selección de pinturas que refleje la obra de estos tres
artistas y que de garantías de un mínimo de calidad. Esperamos que les agraden… y
siempre queda la posibilidad de acudir a libros de arte que recojan sus obras. Nos
agradecerán la recomendación.
Por último, una breve explicación sobre cuatro términos que aparecen
frecuentemente en el texto y que DeVoto da por sobreentendido que son de dominio
común —en Estados Unidos quizá, pero aquí…
«Astorianos». DeVoto se refiere repetidamente a «los astorianos». Se les llama
astorianos a los participantes en una primera expedición que organizó el comerciante
John Jacob Astor, miembro de la American Fur Company, para estudiar la posibilidad
de establecer una ruta comercial terrestre entre las costas pacífica y atlántica de los
Estados Unidos, básicamente para el comercio de las pieles. Se inició en 1810 y duró
dos años. El proyecto constaba de dos partes: una expedición marítima que bordearía
el cono sur hasta llegar a la zona de Columbia, en la costa del Pacífico, donde fundó
Fort Astoria como puerto comercial, y una partida por tierra a las órdenes de Willson
Price Hunt que intentaría crear una ruta terrestre. En ella intervinieron exploradores,
comerciantes, cazadores y tramperos que luego tendrían un papel relevante en el
comercio de pieles y en la historia de la región. Ramsay Crooks, Manuel Lisa, Joseph
Gervais, etc.
«Destino Manifiesto». Otro de los conceptos que utiliza habitualmente DeVoto y
que puede no resultar familiar para un lector español. La doctrina del Destino
Manifiesto fue formulada por primera vez en 1845 en un artículo del periodista John
L. O’Sullivan. Venía a decir que Dios escogió al pueblo norteamericano para
extender la luz de la democracia, la libertad y la justicia. Esa especie de predilección
divina que convierte a los Estados Unidos en el medio para extender el Bien ha sido
invocada con frecuencia para explicar el derecho de este país a la expansión y
conquista. En este caso, la expansión hacia el Oeste.
«Jedediah Smith». Muerto en 1831 y por tanto desaparecido ya en los días que
recoge el ensayo de DeVoto. Fue el primer trampero y explorador que atravesó el
continente hasta la costa del Pacífico. Uno de los capitanes de partida de Ashley, el
fundador de la Rocky Mountain Fur Company. Descubrió muchas de las vías que
luego siguieron sus compañeros de profesión. Todo un mito para el pueblo
norteamericano.
Poco más salvo desearles una feliz lectura y dar paso al ensayo de Bernard
DeVoto. Espero que tras atravesar tan peligroso texto conserven intactas sus
cabelleras.
www.lectulandia.com - Página 11
MÁS ALLÁ DEL ANCHO MISURI
www.lectulandia.com - Página 12
Oh, Shennydore, cómo deseo saber de vosotros.
¡Apártate, oh río turbulento!
Oh, Shennydore, no puedo llegar a vosotros.
Lejos, muy lejos, viajo muy lejos
Más allá del ancho Misuri.
www.lectulandia.com - Página 13
PARA
Garrett Mattingly
Querido Mat:
La ética de la reticencia literaria me impide imprimir en la página de
título: «En colaboración con las ideas de Garrett Mattingly». En lugar de eso, me
conformaré con imprimir tu nombre aquí como reconocimiento a la apropiación de
tus conocimientos, porque si hay algo en mis textos que va más allá de la mera
información lo he sacado de ti. Y no solo como reconocimiento al historiador de la
Inglaterra renacentista que ha estado trabajando en las Montañas Rocosas durante
mucho tiempo, enseñándome todo lo que sé, sino por otras razones también: porque
observamos a los hombres y los acontecimientos y las experiencias de la vida sin
paralaje, porque tenemos la buena fortuna de escandalizar a las mismas mentes y
porque hemos sido amigos desde que Noé era niño. Aquí traigo algo más del Oeste, y
con tu permiso puede que hasta sea Historia.
Un abrazo,
Benny
www.lectulandia.com - Página 14
AGRADECIMIENTOS
Mi mayor deuda en la redacción de este libro es con Mae Reed Porter, la iniciadora e
incansable impulsora de la complicada empresa de la que este volumen ha sido el
resultado.
La mayor parte de mi trabajo fue realizado en museos. He pasado muchos días en
las colecciones del Museo Americano de Historia Natural y el Museo Peabody de la
Universidad de Harvard, y por la información, la guía, la crítica y el consejo que me
aportaron estoy especialmente en deuda con la doctora Bella Weisner del primero, y
Donald Scott, el doctor Joseph O. Brew, Helen Whiting y Constance Ashenden del
segundo. Mi agradecimiento al National Museum no tanto por el material indio sino
por su pinacoteca de Catlin y por los consejos e información pacientemente
proporcionada por el doctor Robert A. Elder, Jr., en persona y por correspondencia.
También estoy profundamente en deuda con Pierce Butler, comisaria de la Ayer
Collection y con Stanley Pagellis, bibliotecario de la Biblioteca Newberry de
Chicago, y con Charles Nagel, anteriormente del City Art Museum de San Luis, pero
ahora director del Museo de Arte de Brooklyn. Me gustaría mencionar el nombre de
muchos funcionarios y ayudantes de muchos museos de arte en la mitad este de los
Estados Unidos, quienes pacientemente me han aportado informaciones que algunos
de ellos sin duda debieron de considerar absurdas, pero que siempre permanecieron
en el anonimato.
Entre los bibliotecarios, Brenda Gieseker de la Sociedad Histórica de Misuri y
Carolyn Jakeman de la Biblioteca Houghton en Harvard han sufrido constantemente
mi ignorancia, pero lo han sobrellevado con alegría y han trabajado con una
ingenuidad inquebrantable en la ardua tarea de minimizarla. Todo lo que aparece en
mi texto basado en el material de la Sociedad Histórica de Misuri procede de las
investigaciones realizadas para mí o fotocopias o microfilms que me han sido
enviados por la señora Gieseker, la cual me ha guiado a través de mucho más material
que el referendado en el libro. A la señorita Jakeman se le encomendó la tarea de
rastrear algunos documentos o sugerirme que yo los rastreara dos o tres veces a la
semana durante dieciocho meses. Mis agradecimientos tanto a ella como a la señora
Gieseker vienen con una posdata: he comenzado a trabajar ya en otro libro que las
incluirá a ambas en el proceso de investigación.
Además, estoy agradecido a funcionarios y ayudantes de las siguientes
bibliotecas: La biblioteca de Henry E. Huntington, y especialmente a Dixon Wecter,
Robert G. Cleland y Haydée Noya; a la Sociedad Histórica de Minnesota, y
especialmente a Ilse Levi; a la Biblioteca Pública de Nueva York; el Ateneo de
Boston; la Sociedad Histórica de Nueva York; la Biblioteca Bancroft; la Biblioteca de
la Universidad de Yale; la Sociedad Histórica de Wisconsin; la Sociedad Histórica de
www.lectulandia.com - Página 15
Massachusetts y la Sociedad de Antigüedades Americanas.
Las citas procedentes del Libro de Cartas de Fort Union, de las cartas de William
Drummond Stewart y de un libro de contabilidad de la American Fur Company y
otros manuscritos, indicados en notas a pie de página, fueron cedidas por la Sociedad
Histórica de Misuri. Las citas del diario de Mary Walker fueron cedidas por la
Biblioteca Henry E. Huntington.
Ciertas deudas específicas deben ser reconocidas con nombre propio. El doctor
Robert Taft de la Universidad de Kansas realizó un espectacular trabajo de corrección
en mi manuscrito a última hora, salvando mi trabajo de errores espectaculares en mi
disquisición sobre los ilustradores tempranos del Oeste y suministrándome
información para corregirlos. El doctor Robert G. Cleland de la Biblioteca
Huntington, con similar generosidad, ha colaborado en mi Capítulo VI, pero debe ser
absuelto de cualquier responsabilidad por lo que yo digo en primera persona cuando
traspaso su territorio, los aspectos del comercio de pieles en California. El doctor J.
Hall Pleasants de Baltimore y el doctor Macgill James de la National Gallery me
cedieron sus notas laboriosamente reunidas sobre Miller y me aconsejaron sobre la
difícil tarea de rastrear unos cuantos detalles que no lograron hallar. El doctor James
es el responsable del redescubrimiento de Miller y el autor de los primeros estudios
modernos sobre él y sus pinturas (que son la base de todo lo que se ha escrito desde
entonces), el comisario de la primera exposición de Miller y, en general, el
iluminador de su huella y el descubridor de las valiosas pepitas. También he contado
con una ayuda que va más allá de lo anecdótico por parte de Henry Nash Smith y
Donald McKay Frost. En la república del aprendizaje es un honor ser el beneficiario
de hombres como ellos.
Cualquiera que trabaje en estudios norteamericanos y no tenga una gran deuda
con el experto más sabio de todos ellos, Charles P. Everitt, sabe menos de lo que
podría saber y ha pasado por alto más de lo que debería. Esto es para agradecerle las
provechosas conversaciones, la información de valor incalculable, las ayudas de todo
tipo, algunas de ellas mejor no especificarlas, y la fe en la tarea acometida, que es la
ayuda más importante que alguien puede aportar a un escritor. Espero beberme un
cuerno de bourbon Taos Lightning a su salud exactamente a las 11 de la mañana del
día que este libro sea publicado y muchos más cuernos con él a partir de ese
momento.
Es imposible incluir a todos aquellos que me han aportado ayuda o información o
que me han facilitado la obtención de la misma, pero me gustaría dar las gracias a:
Robert Henry Aldrich, Anne Barrett, Mary B. Brazier, Elaine Breed, Clarence S.
Brigham, Paul Brooks, Lyman Butterfield, Roger Butterfield, R. Carlyle Buley,
Charles L. Camp, Carvel Collins, Elmer Davis, H. L. Davis, Walt L. Dutton, Ira N.
Gabrielson, Perry W. Jenkins, Frederick Merk, Perry Miller, Samuel E. Morison,
Theodore Morrison, Henry Reck, Marian Roman, Anna Wells Rutledge, Arthur M.
Schlesinger hijo, Claude Simpson, Martha Stiles, Parian Temple, Lovell Thompson,
www.lectulandia.com - Página 16
Ann Williams.
www.lectulandia.com - Página 17
PREFACIO
Este libro trata del comercio de pieles de las Montañas Rocosas durante sus años de
apogeo y declive. No he pretendido escribir una historia exhaustiva de esos años.
Desde 1902, cuando el general Hiram M. Chittenden publicó The American Fur
Trade of the Far West (El comercio americano de pieles en el Lejano Oeste), que
sigue siendo el trabajo más valioso y singular sobre este comercio y la única historia
general que existe sobre el mismo, ha salido a la luz una abrumadora cantidad de
material nuevo, además de numerosos estudios universitarios sobre el tema. Hace ya
tiempo que alguien debía sintetizar todo este material y escribir una historia moderna.
Pero ese no es el propósito del presente libro.
En lugar de ello, he intentado describir el comercio de pieles en la montaña como
negocio y como forma de vida: cuáles fueron sus circunstancias específicas, qué
condiciones las gobernaron, cómo ayudó a conformar nuestro patrimonio cultural,
cuál es su relación con la expansión al oeste de los Estados Unidos y, sobre todo,
cómo vivían los tramperos.
Como historiador (y usuario del transporte público local) me ha interesado la
evolución en los estadounidenses del sentimiento de una sola nación entre ambos
océanos: es el desarrollo de lo que he llamado la mente continental. Es una labor
austera y hace ya tiempo que llevo buscando relajarme leyendo los anales del
comercio de pieles de montaña. Durante un tiempo he tenido en mente escribir un
libro que pudiera entretener al lector general con historias de esos anales y al mismo
tiempo centrar y aclarar algunas ideas sobre el comercio. Hay muchos monográficos
y estudios especializados sobre el comercio. Hay una serie de compendios de ellos,
pero demasiados de estos trabajos carecen tanto de profundidad como de exactitud, y
pocos parecen relacionar el comercio de pieles con ninguna otra cosa. Cuando la
Compañía Houghton Mifflin me invitó a escribir un libro sobre el comercio de pieles,
sugerí una obra que mostrara el contorno más amplio del comercio y que llenara ese
contorno con los suficientes detalles para hacerlo inteligible al lector contemporáneo
y relacionar las partes entre sí, y especialmente con la expansión hacia el oeste en su
conjunto. Lo habré logrado si el lector capta en el libro esa sensación de aceleración
del tiempo, mientras entre el Misuri y el Pacífico un millar de hombres
aproximadamente, insignificantes en cualquier sentido, experimentan una vida
excitante y singularmente incierta, llevando una era de nuestra historia a su fin y
haciendo así posible otra, una era que comenzó con el casi sísmico engrandecimiento
de nuestras fronteras y consciencia, de las que ya he escrito en otros pasajes.
En el estudio de la historia del Oeste todavía quedan por resolver muchas
incógnitas, grandes y pequeñas. Un buen número de las pequeñas las he resuelto:
algunas que previamente eran cuestionadas quedan confirmadas en este texto. Sin
www.lectulandia.com - Página 18
embargo, al enfrentarme a otros vacíos, he tenido que fiarme de la autoridad de los
testimonios en casos en los que la autoridad podría ser cuestionada. El más
importante de todos se refiere a Bonneville, que precisa un estudio exhaustivo llevado
a cabo por un experto cualificado. En el texto o en notas he indicado específicamente
todos los casos en los que me baso en conocimientos de terceros. Todas las
afirmaciones de hechos no señaladas se basan en las fuentes originales, comparadas,
valoradas y conciliadas lo mejor que sé. Todos los relatos detallados de sucesos
proceden de historias de testigos. Todas las descripciones también son de primera
mano, la mayoría además apoyadas por mi propio conocimiento del territorio: el
paisaje del comercio de pieles ha cambiado poco en ciento diez años.
La naturaleza de esta empresa ha hecho que sir William Drummond Stewart sea
la fuerza conductora de la narración. A pesar de todo lo dicho, no es mucho lo que se
puede averiguar sobre él; dejó sorprendentemente pocos rastros de sus siete años en
el Oeste. Sin embargo, debo señalar que lo mismo se puede decir de casi todo aquel
que formó parte del comercio de montaña. Incluso las biografías de los hombres de
montaña en los que se centró la atención de la nación, Kit Carson, por ejemplo, o
Tom Fitzpatrick, o Jim Bridger, necesariamente se sustentan en una fina capa de
hechos que debe ser ampliada por la incisiva pero todavía precaria deducción a cargo
del historiador. Pero, aunque la información del propio Stewart de sus años en el
Lejano Oeste es escasa y la mayor parte de esta se contenga en notas a pie de página
de una de sus novelas, la información sobre el comercio es bastante completa en
relación con las distintas partidas a las que se sabe que acompañó y los principales
acontecimientos en los que participó.
Afortunadamente fue testigo de todos los aspectos importantes del comercio
durante los seis años de su primer viaje al Oeste.
Además de esos seis años, he tratado los acontecimientos que tuvieron lugar un
año antes de la primera estancia de Stewart en el Oeste. La narración transcurre entre
1832 y 1838.
He intentado mantener una uniformidad razonable en la grafía de los nombres,
especialmente de lugares y apellidos. Hay una especie de guerra de guerrilla entre los
historiadores del oeste y los anticuarios sobre la ortografía de algunos nombres, y
espero las habituales denuncias de los propietarios por derecho propio por mala
praxis y falta de información. Como muchos de los que formaban parte del comercio
de montaña eran iletrados y prácticamente todos aquellos que sabían escribir
deletreaban los nombres con una versatilidad y entusiasmo poco comunes, estas
disputas me parecieron totalmente absurdas. Eran pocos los tramperos que sabían
cómo deletrear sus propios nombres o los de sus compañeros, o los de los accidentes
geográficos por los que se guiaban; y a ellos les importaba aún menos. Un
partisano[*] tan célebre como Andrew Drips escribía su nombre de dos maneras
distintas y aparece en los libros de contabilidad de la American Fur Company con
ambas grafías. Etienne Provost también es Provot y Proveau en la literatura y Provo
www.lectulandia.com - Página 19
en el mapa de Utah. Pierre Papin y Jean Richard están registrados al menos de cuatro
formas distintas cada uno, y no son muchas; he contado once formas distintas de
escribir Bordeau, el burgués[*] de Fort Laramie que acogió a Francis Parkman. Pienso
que allí donde la exactitud resulta imposible, la coherencia es más importante. Uso la
ortografía oficial del gobierno de los nombres de lugares excepto en unos pocos casos
donde el propio gobierno emplea diferentes ortografías y unos cuantos otros en los
que según mi opinión mi versión posee cierto valor histórico.
Si algún lector ya ha leído obras mías anteriores en las que aparecen indios,
observará que en este trabajo me he liberado de la pedantería de mis mayores. Fui
educado en el respeto a los hombres sabios, y pocos estudiosos me han impresionado
más profundamente que los etnólogos. Así que, de aquí en adelante, soportando en
silencio el desasosiego natural del literato, he usado los nombres de los pueblos
indios en plural. Por lo visto, cuando se trasladan los nombres de las tribus indias al
inglés, el plural tiene la misma forma que el singular. La medicina del etnólogo le
dicta en una visión que honre ese plural invariable, incluso cuando son claramente
palabras inglesas, y ni la lógica ni una sensibilidad decente por el estilo le llevarán a
violar esa enseñanza sagrada. Hasta ahora, yo había seguido dicho precepto,
forzándome a escribir no solo «veinte arapaho», sino también «treinta y ocho crow»,
e incluso, que Dios me ayude, «ciento dos pie negro». Pero por fin he dado con un
etnólogo dispuesto a desafiar las reglas del comité de sabios, y uno es todo lo que
necesito. «No tiene más sentido», escribe George E. Hyde, «escribir “siete oglala”
que escribir “siete español” o incluso “siete estado occidental”». Ojo. Tengo
intención de escribir «pies negros» a partir de ahora.
BERNARD DEVOTO
CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS
1 de marzo, 1946
www.lectulandia.com - Página 20
DRAMATIS PERSONAE
PRINCIPALES PARTICIPANTES EN EL COMERCIO DE PIELES DE MONTAÑA DURANTE EL
PERIODO DE ESTE LIBRO
www.lectulandia.com - Página 21
Principales hombres de la Rocky Mountain Fur Company en la narración:
Jim Bridger (El viejo Gabe; el Jefe de la Manta)
Tom Fitzpatrick (Cabeza Blanca; Mano Rota)
Joe Meek
Louis Vasquez (El viejo Vaskiss)
Moses («Negro») Harris, además de trampero libre, trabajaba para Sublette y
Campbell y fue un hombre de la Compañía.
Kit Carson, también trampero libre.
Milton Sublette
Henry Fraeb
Doc Newell
Edmund Christy
«Markhead»
SUBLETTE & CAMPBELL, WILLIAM SUBLETTE (CARA CORTADA, MANO IZQUIERDA), y ROBERT
CAMPBELL, propietarios. Empresa transportista y distribuidora asociada con la Rocky
Mountain Fur Company y principal competencia de la American Fur Company en el
Misuri durante el periodo de esta narración. Ambos propietarios fueron anteriormente
lugartenientes de Ashley.
El principal empleado que aparece en la narración es Charles Larpenteur, más
tarde hombre de la Compañía.
www.lectulandia.com - Página 22
infantería de los Estados Unidos. Tal vez también en misión militar.
Principales hombres de Bonneville en la narración:
Joseph Reddeford Walker, comerciante de Santa Fe y hombre de montaña del
trigésimo tercer grado.
Michel Sylvestre Cerré, perteneciente a la aristocracia de la piel de la ciudad de
San Luis y veterano del comercio en el Misuri.
Zenas Leonard
www.lectulandia.com - Página 23
I
EL VIAJERO DE LA PRADERA
(1833)
Para el pionero americano que se encuentra tan al oeste como Illinois y Misuri, la
palabra «pradera» significaba un lugar sin árboles, pero con una tierra tan fértil que
plantar en ella podía ser, como dijo Gran Oso de Arkansas, peligroso. El pionero
siguió el río Misuri por el estado que tomó su nombre y todo aquel territorio era una
tierra exuberante y fértil. En la frontera occidental del estado el Misuri giraba al
norte… y la palabra «pradera» comenzaba a significar «desierto». Desde ese punto el
río era la frontera entre la tierra del Señor y el Gran Desierto Americano.
Parte de ese cambio podría ser debido a otra palabra, «sabana». Era una palabra
poética y poderosa. Una sabana estaba solo en la mente, en el borde de la mente, en la
imaginación. Sugería prados a la luz del sol, bosquecillos junto a arroyos, algo
encantador y fértil y lejano. Mientras el pionero aún seguía a los pies de la montaña,
las sabanas eran lo que podría ver desde las montañas Cumberland cuando mirara
abajo hacia un territorio que todavía era una fábula, Kentucky. Los navegantes
españoles de rostros barbudos encontraron sabanas en Florida solo mientras esa
provincia continuó siendo una fábula. El problema era que Florida y Kentucky
dejaron de ser fábulas, dejaron de serlo y quedaron reducidas a la realidad, y las
sabanas se trasladaron más al oeste. Había sabanas allá donde uno no había estado a
lo largo del curso del Misisipi.
Es decir, las sabanas eran algo de la espectral Kentucky, la tierra a la que todavía
no habíamos llegado, la fantasía, el Lyonesse americano. Y más allá del Misisipi estas
se extendían hasta el océano Pacífico, con hierba que le llegaba a un hombre hasta los
hombros y el aire perfumado con los aromas de flores de árboles exóticos. Sin
embargo, se sabía que cuando se atravesaban se llegaba a las Montañas Rocosas. En
ocasiones se las llamaba las Montañas Brillantes (La montagne dont la pierre luit
jour et nuit). Alcanzaban las cinco millas de altura, una sola cordillera elevándose
entre la hierba. Tal vez jamás pudieran ser atravesadas… pero daba igual, había
sabanas todo el camino, la tierra más fértil del planeta.
Pero no cuando llegamos al río Misuri. Aquí las sabanas murieron por el impacto
y las estepas ocuparon su lugar. Meriwether Lewis y William Clark regresaron de
territorio inexplorado en 1806. Habían encontrado maravillas allí, pero muy pocas de
las que se esperaba que encontraran, desde luego no encontraron a las Tribus Perdidas
de Israel ni a los Indios Galeses, ni un solo mamut, ni tan siquiera la montaña de sal
que se suponía que medía ciento ochenta millas de largo. Pero habían cruzado un
territorio árido y eso les dejó una huella que su paso por las Montañas Rocosas no
www.lectulandia.com - Página 24
dejó. Usaban la palabra «desierto» en pocas ocasiones, pero las palabras «sin
árboles» aparecían por doquier en sus diarios durante todo el tiempo que tardaron en
cruzar la Divisoria Continental, y no desaparecieron del todo hasta que los
exploradores se precipitaron por la cordillera de las Cascadas en una canoa. Muchos
de los lugares los definían como áridos y frecuentemente anotaban que la tierra
parecía yerma. El libro que Nicholas Biddle escribió a partir de sus diarios fue
publicado en 1814.
El libro de Zebulon Pike ya había sido publicado en 1810. Pike había encontrado
desierto por todas partes en el oeste. Mencionaba África; se refería al Sáhara y al
viento levantando arena como un fuerte oleaje en medio del océano. Cuando el
cronista del comandante Stephen Long, Edwin James, publicó un libro en 1823,
muchas personas ya estaban descubriendo en primera persona cómo era el Oeste,
pero ellos no escribían libros. El comandante Long y el doctor James decían que era
un territorio estéril, la tierra del cormorán y la garza. Los nómadas podían vivir allí,
pero nadie más; no había madera y escaseaba el agua, el suelo estaba envenenado,
solo había cactus, artemisa y arena. Era una tierra quemada.
Además de África, James mencionó Siberia, e incluso antes que él, en 1817, un
escritor que había viajado al oeste con los tramperos de John Jacob Astor mencionó
Siberia y, por si acaso no era suficiente, añadió Tartaria y Palestina. Tartaria fue la
más acertada: el Oeste era un territorio de estepas. La pradera sería a partir de ahora
un desierto. La frontera oeste de Misuri fue fijada en 1820 y separaba el territorio del
pionero de Tartaria. El Gran Desierto Americano había nacido.
Desde antes de 1800, canoas y piraguas habían transportado las pieles hasta San
Luis desde las estribaciones norte del Gran Desierto Americano. A lo largo de la
década de 1820 las barcazas las transportaban desde allí, y a principios de 1831
también los barcos de vapor. El comercio por tierra con Santa Fe se inició en 1822,
aunque mucha gente había bajado ya por la histórica ruta y regresado por ella en años
anteriores. Los primeros convoyes de mercancía del Platte llegaron en 1825. En enero
de 1825, el senador por Nueva Jersey aseguró a sus colegas que todo el territorio
desde Council Bluffs hasta las Rocosas, y desde el río Sabine hasta Canadá, era
«prácticamente en su totalidad inadecuado para el cultivo y por supuesto inhabitable
por personas que dependieran de la agricultura para su subsistencia… La región
entera parece peculiarmente adecuada para pasto de búfalos, cabras salvajes y otras
presas de caza».
En la época que tratamos en este libro, varios cientos de hombres cruzaban el
Gran Desierto Americano cada año y su comercio se había incorporado al comercio
mundial. Daba igual: seguían insistiendo en que era inhabitable, que la tierra se
negaba a dar cosechas y que tampoco había pasto para el ganado doméstico. También
Washington Irving, que jamás había estado allí, a finales de la década de 1830. E
incluso Josiah Gregg, que había estado allí y se enamoró de aquel territorio en 1844.
Este último año fue el que siguió a la Gran Migración, y en 1844 el editor del
www.lectulandia.com - Página 25
Defensor Cristiano, cuya iglesia había mantenido una misión en Oregón durante diez
años, pensaba que Botany Bay era un lugar bastante más favorable para emigrar. Ese
mismo año, sin duda, Daniel Webster no realizó las declaraciones que han sido
atribuidas a su persona desde entonces: «¿Qué se nos ha perdido en esta vasta y
yerma área, esta región de salvajes y bestias, de desiertos, de arenas movedizas y
torbellinos de polvo, de cactus y perros de las praderas? ¿Para qué podrían servirnos
estos grandes desiertos o estas interminables cordilleras montañosas, impenetrables y
cubiertas de nieves eternas hasta los pies?… Jamás votaré para que se destine ni un
solo centavo del erario público a acercar la costa del Pacífico ni una pulgada más a
Boston de lo que ya está». El señor Webster ha sido difamado, jamás hizo tales
declaraciones… pero lo importante es que ese discurso era tan común dentro y fuera
del Congreso que cualquier expansionista hubiera podido creer que las había
realizado. Y John Charles Frémont, que atravesó la tierra baldía en 1842, a su regreso
afirmó que tal vez una sociedad de pastoreo pudiera habitar algunas zonas, pero no
eran muchas ni grandes extensiones, y que el resto era estepa. Al año siguiente
cambió de idea y comenzó a prestar su principal servicio a la historia de
Norteamérica con sus exploraciones, encogiendo el gran desierto hacia su centro. Sin
embargo, el Oeste era la estepa de Tartaria allá donde la fiebre del oro de California y
más allá, hasta que la Union Pacific comenzó a enviar al Este melones cultivados en
el mismo corazón del territorio.
Los geógrafos no leían los periódicos. A principios de la década de 1830, los
pequeños semanarios locales habían publicado las suficientes cartas y diarios de
jóvenes que habían cazado castores en el desierto como para ubicar todos los
accidentes geográficos al este de las Rocosas y todos los de Oregón, si alguien se
hubiera preocupado de triangularlos. Solo Albert Gallatin lo hizo. El Departamento
de Guerra tenía suficiente información en sus archivos para corregir los mapas, pero
no lo hizo. El congresista John Floyd de Virginia, cuyo primo había marchado al
Oeste con Lewis y Clark y murió de camino, y los senadores Linn y Benton de Misuri
y unos cuantos otros políticos hacían lo que los geógrafos y el ejército no hacían:
leían los periódicos locales y hablaban con las personas que habían estado allí. Sabían
cómo era el Oeste; los cartógrafos no.
El caso es que los jóvenes que marchaban al Oeste, y sus padres, en cuyas mentes
la expansión de los Estados Unidos hasta el Pacífico era una necesidad cada vez más
apremiante, examinaban mapas con informaciones absurdas. El Atlas Universal de
David H. Burr fue publicado en 1836, el año en el que Narcissa Whitman partió a
Oregón. La «Norteamérica» de dicho atlas muestra la Divisoria Continental donde
debería estar, pero resulta ser pura coincidencia: solo hay una cadena de montañas,
aunque se bifurca aproximadamente donde está situada Denver y lanza una
espléndida estribación sobrevolando las llanuras de Kansas. No hay ninguna otra
montaña, ni siquiera la cordillera de las Cascadas o la Sierra. El «Territorio de
Oregón» del señor Burr copió el sistema fluvial del Columbia del mapa de William
www.lectulandia.com - Página 26
Clark, y gracias a ello lo reflejó correctamente. Acierta más con las Rocosas que en
su «Norteamérica», y marca múltiples cordilleras a unos 46 grados norte, donde
realmente son múltiples. Pero las centra aproximadamente en Boise y las expande
como una sola formación que penetra en el estado de Oregón, unas cien millas más o
menos.
H.S. Tanner había publicado su Nuevo Atlas Norteamericano hacía ya diez años,
en 1826, pero sus mapas continuaron usándose hasta bien entrada la década de 1840.
Tanner también marcaba una protuberancia en la cadena montañosa simple de las
Rocosas —y, por ello, como Burr, acertó bastante más que muchos geógrafos
posteriores—, pero por lo visto le gustaba esa protuberancia en exceso. En Denver,
las montañas son de una anchura de ochocientas millas y llegan hasta la mitad del
territorio de Nevada. El señor Tanner también acierta con el curso del Platte e incluso
marca dos ramales, lo cual ya es un notable avance en relación con sus predecesores,
además de demasiado radical para muchos de sus sucesores. Pero marca el
nacimiento del río Snake a unas cien millas directamente al sur del nacimiento del
Platte Norte, y a cincuenta millas al este del nacimiento del Platte Sur. Su río
Colorado nace en algún lugar del centro de Utah, y si uno siguiera su mapa un día a
caballo directamente al este desde allí podría llegar al río Grande.
La elevación que marcan Tanner y Burr, en el espacio que ocupan las montañas
Bitterroot, y el curso del Platte tan poco imitado que trazó Tanner fueron
prácticamente las únicas mejoras en relación con el mapa que William Clark trazó en
la época que tratamos en este libro. De hecho, aparte del mapa de Clark, fueron las
únicas mejoras en relación con Un nuevo y elegante Atlas General de A. Arrowsmith
y L. Lewis, un volumen inglés publicado el año en el que Lewis y Clark iniciaron su
remontada del Misuri. El mapa de Clark de 1810 acertó con la ubicación exacta del
Misuri, el Columbia y el Yellowstone, y también las montañas que Clark había
atravesado. Pero aquellos que remontaban los ríos siguiendo su mapa eran escépticos
acerca de sus montañas. Hasta la década de 1840, con o sin elevación, las Rocosas
son usualmente una sola cadena montañosa situada a unas doscientas millas o más de
su verdadera ubicación. En cuanto al Oeste interior, los mapas más fiables lo
mostraban como un trozo de papel blanco; otros lo convirtieron en la tierra de los
sueños llena de diversiones.
Sin embargo, la fantasía americana no necesitaba mapas y estaba claro que una
vez que se atravesaba Tartaria se alcanzaba un lugar donde Kentucky por fin se hacía
realidad. En esa fantasía, Lyonesse y Tarsis siempre han estado al otro lado de la
colina oeste de nuestra ciudad. Esa colina ahora eran las Montañas Rocosas y al otro
lado se encontraban las tierras perdidas, esperando. La canción decía que había un río
más que cruzar. Era el gran Río del Oeste, y en cuanto lo cruzabas la tierra era tan
fértil que apenas se podían plantar cosechas de forma segura. La corriente imaginada
de ese río que corría turbulento a través de los continuos bosques del señor Bryant
convirtió a Oregón, no a California, en el Lyonesse del Pacífico. Lo único que había
www.lectulandia.com - Página 27
que hacer era atravesar las estepas. No te encontrarías con el gran Aquiles, pero tal
vez encontraras a los Indios Galeses. Brigham Young seguía buscándolos en 1854 y
tenía esperanzas de encontrarlos en el desierto de piedra roja al sureste de su capital.
George Catlin de hecho los había encontrado ya en 1832. Naturalmente, en el río
Misuri.
Mientras tanto, en 1833 uno podía preguntar a un transeúnte cómo llegar a
Lyonesse en cualquier esquina de San Luis y recibir las indicaciones. Varios cientos
de hombres abandonaban la frontera del Misuri cada primavera para dirigirse a Santa
Fe, al Yellowstone, al Paso Sur, al Green y al Columbia. No se parecían a Aquiles,
pero estaban dispuestos a reunirse con otros cientos el día acordado y en el lugar
elegido, y no les preocupaba si los geógrafos lo habían corregido diez grados enteros.
Se movían por los espacios en blanco del mapa como hombres dirigiéndose al establo
del rancho. El Gran Desierto Americano era su patio trasero.
Esos son nuestros personajes. Nos vendrá bien seguirlos con un comentario de
Garrett Mattingly en mente. La Historia Estadounidense, afirmó el señor Mattingly,
es la historia de la transición de una fase del Atlántico a una fase del Pacífico.
* * *
www.lectulandia.com - Página 28
El grandioso plan había sido negociado durante años, pero resultó que los
wyandots no se avinieron a moverse hasta 1842. Aun así, enviaron un comité al oeste
para inspeccionar el terreno, el verano antes de que el señor Disoway escribiera al
Defensor Cristiano. Un miembro de la partida exploradora era William Walker, un
mestizo wyandot cristianizado que había recibido buena educación (tan buena que, al
informar de que las tierras tribales propuestas no eran aprovechables, repitió el error
de toda una generación de granjeros del Viejo Noroeste y determinó que las praderas
de Iowa no eran arables). Cuando regresó a Ohio, escribió a su amigo el señor
Disoway, y el señor Disoway reprodujo la carta literalmente en la suya propia.
El señor Walker describe en detalle su viaje al oeste y las tierras destinadas a su
pueblo. Pero, al igual que su amigo blanco, estaba más interesado en las cosas eternas
y pronto se olvidó de las praderas para relatar un incidente que encogió su pío
corazón. Al llegar a San Luis, visitó a William Clark, el famoso compañero de
Meriwether Lewis en la primera expedición por tierra americana hacia el Pacífico y
ahora superintendente de Asuntos Indios. Todos los que visitaban San Luis visitaban
a Clark, pero pocas veces contó una historia tan fascinante como la que contó a
William Walker. Había en su casa, según Walker informa, tres jefes de la tribu de los
flatheads procedentes del lejano Noroeste, que habían realizado un largo viaje desde
su territorio en una misión realmente conmovedora. Habían sido cuatro, pero uno de
ellos murió y, de hecho, los tres que aún sobrevivían se encontraban gravemente
enfermos. Acto seguido, Walker, según contó al señor Disoway, entró «en la
habitación contigua» y alteró el curso de la historia.
Walker el wyandot había oído hablar de los flatheads, pero no había visto a
ninguno de ellos. Ahora, dijo, le parecieron pequeños, pero de cuerpos
armoniosamente simétricos… y con cabezas en punta, no planas. En ese punto,
Walker incluyó un dibujo que Disoway copió para el Defensor Cristiano. Mostraba la
frente inclinada hacia atrás a partir de las cejas en una línea recta y suave, de manera
que se remataba en un punto de la corona de la cabeza (tras consultar con autoridades
locales, el señor Disoway informó a sus lectores de que les vendaban la cabeza en la
niñez —«el infante presenta una aterradora apariencia, con sus pequeños y ávidos
ojos negros protuberantes hasta un grado antinatural»—, pero el proceso era tan
gradual que apenas «causaba ningún dolor». Sin embargo, esa monstruosa
deformación del «rostro humano de Dios» era una señal de la oscuridad en la que
viven los indios. Y más grande aún es el reproche contra los cristianos porque, como
el interlocutor del señor Disoway deja claro, estos particulares infieles están
buscando una luz que los ilumine).
¿Y por qué los flatheads habían realizado su largo viaje «a pie» desde su territorio
al oeste de la Divisoria Continental, más allá de las montañas Bitterroot? Esa era la
parte principal de la carta de Walker, y de la del señor Disoway. Los flatheads,
afirmaba Walker, aunque practicaran la deformación, eran un pueblo instintivamente
moralista y religioso. Recientemente habían conocido a un hombre blanco distinto a
www.lectulandia.com - Página 29
los impíos tramperos, que eran los únicos hombres blancos que habían conocido hasta
entonces. Este era un hombre religioso y les había dicho a los flatheads que su
«manera de adorar al Ser Supremo era totalmente equivocada y que Él estaba
disgustado». Esta información cayó como un jarro de agua fría en una tribu religiosa,
pero su instructor les dio esperanzas. Los hombres blancos, dijo, conocían la forma
correcta de adorar al Gran Espíritu. Además, «tenían un libro que contenía las
instrucciones de cómo comportarse para contar con Su favor y unirse espiritualmente
a Él, y con esta guía nadie se descarriaría y todos… podrían disfrutar en esta vida de
Su favor, y tras la muerte serían recibidos en la tierra donde habita el Gran Espíritu».
Acto seguido, relataba Walker, los flatheads decidieron averiguar la forma
correcta y se pusieron en marcha. Así que finalmente enviaron a cuatro «jefes» a San
Luis para consultarlo con Clark, el hombre blanco más célebre que conocían, y amigo
de los indios. Y cuando llegaron a San Luis, el Jefe de Cabeza Roja les dijo que en
efecto habían oído la verdad y les instruyó en la historia del hombre desde «la
creación hasta el advenimiento del Salvador», les expuso los Diez Mandamientos y el
significado de la redención y, seguidamente, les explicó lo que significaba la
salvación cristiana. Walker añadió que otro de los «jefes» murió en San Luis, pero los
dos que quedaban regresaron a su hogar. Walker dudaba si murieron o no durante el
viaje. Si fue así, «¡que la paz sea con sus melenas! Murieron buscando la verdad».
Asimismo, William Walker, un wyandot cristiano en cuya cabeza resonaban las
frases de exhortación evangélica, exhortaba a G. P. Disoway, y este a su vez a los
lectores del Defensor Cristiano de esta manera:
El relato difícilmente tiene parangón en la Historia. Qué tema más conmovedor para la imaginación y la
pluma de un Montgomery, una señora Hemans, o nuestra propia bella Sigourney. ¡Con qué intensa devoción
los hombres de fe cuyas almas arden con el sagrado celo por la salvación de sus congéneres leerán su historia!
… Ningún apóstol de Cristo ha tenido aún el coraje de penetrar en su oscuridad moral… Que la Iglesia
despierte de su letargo y acuda con toda su fuerza a ofrecer la salvación de aquellos hijos errantes de nuestros
bosques nativos… Qué puede haber más merecedor de nuestra estima que amar a tu propia especie y esos
esfuerzos destinados a liberar los espíritus inmortales de las cadenas del error y la superstición…
www.lectulandia.com - Página 30
retórica de moda de la época, ya fuera con unas figuras retóricas a lo Donne en los
tiempos de Massasoit, con las pausas y juegos de palabras del Doctor Johnson en los
tiempos de Ephraim Logan, o con la elocuencia de McGuffey ahora atribuida a los
flatheads. «Vengo a vosotros siguiendo el rastro de muchas lunas desde el sol
poniente», se dice que dijo el portavoz:
Erais amigos de mis padres, quienes han partido todos en su largo viaje. Vine hasta aquí con un ojo
parcialmente abierto por mi pueblo, que permanece en total oscuridad. Regreso con ambos ojos cerrados.
¿Cómo voy a regresar ciego a mi pueblo ciego? Me abrí paso hasta vosotros con fuertes brazos a través de
muchos enemigos y tierras extrañas para poder regresar con ellos cargado de cosas. Y regreso con ambos
brazos rotos y vacíos. Dos padres vinieron con nosotros; eran bravos de muchos inviernos y muchas guerras.
Los dejamos dormidos aquí junto a vuestros grandes lagos y wigwams. Estaban cansados por las muchas lunas
y tenían sus mocasines desgastados.
Mi pueblo me envió para conseguir el Libro del Cielo del Hombre Blanco. Me llevasteis donde permitís
que vuestras mujeres bailen, y el libro no estaba allí. Me llevasteis donde adoran al Gran Espíritu con velas y
el libro no estaba allí. Me mostrasteis imágenes de los buenos espíritus y el cuadro de la buena tierra más allá,
pero el libro no estaba entre estas cosas para mostrarnos el camino. Ahora regreso por la larga y triste ruta con
mi pueblo a la tierra oscura. Me habéis cargado con regalos y mis mocasines se desgastarán transportándolos
y, sin embargo, el libro no está entre ellos. Cuando le diga a mi pobre pueblo ciego, un invierno después, en el
gran consejo, que no llevo el libro, no se oirá ninguna palabra de nuestros ancianos ni de nuestros jóvenes
bravos. Uno a uno se levantarán y saldrán en silencio. Mi pueblo morirá en la oscuridad y partirá en su largo
viaje a otra tierra de caza. Ningún hombre blanco irá con ellos, ni ningún Libro del Hombre Blanco que les
allane el camino. No tengo más palabras.
* * *
www.lectulandia.com - Página 31
para entonces ya estaba en decadencia, establecida cerca de la desembocadura del río
Columbia y en absoluto interesados en la religión del hombre blanco. Realmente,
aunque un flathead sí llegó a San Luis con la partida a la que se refería Walker, el
resto eran nez perces, y fue la tribu de estos últimos la que instigó el viaje. Pido que
muestren cierta indulgencia con los ideales del periodismo evangélico.
Como muestra nuestro texto, los flatheads eran indios superiores. En el primer
tercio del siglo XIX vivían en el lugar previamente mencionado, Montana, al oeste de
la Divisoria Continental. Eran el grupo o tribu principal de un pueblo que se hacía
llamar los salish, que significaba «el pueblo»… La mayoría de los indios se llaman a
sí mismos el pueblo, el pueblo verdadero, el mejor pueblo o el gran pueblo. Sin
embargo, en el lenguaje de signos, el esperanto de las llanuras, los salish o flatheads
eran designados con ambas palmas de las manos presionadas juntas y las yemas de
los dedos estiradas y tocándose por delante de la cabeza, justo por encima de la
frente. El origen del signo se perdió sin esperanza de ser hallado, pero
inevitablemente fue traducido como Têtes plattes, o flatheads.
Habían sido empujados hacia el oeste y al otro lado de la divisoria por los indios
más teutónicos de las llanuras, los feroces pies negros, con quienes, sin embargo,
estaban dispuestos a pelear en cualquier momento y a quienes frecuentemente
vencían. Vivían en un territorio de raíces y por ello no solo dependían de los búfalos,
y su cultura incorporaba muchos de los elementos de las tribus del noroeste. Sin
embargo, eran indios de caballos, indios de búfalos y, por lo tanto, a los efectos de
este libro, Indios de las Llanuras. Se llevaban bien con sus vecinos, mejor que la
mayoría de las tribus, y eran igualmente amigables con los hombres blancos. A los
blancos a su vez les gustaban y afirmaban que en su comportamiento encontraban un
honor, una honestidad y una moralidad inusualmente buenos. Los blancos se las
ingeniaban para mantener cierto decoro al realizar juicios morales sobre los indios.
Al oeste del territorio de los flatheads, siguiendo el curso de los ríos Snake,
Salmon y Clearwater a través de Idaho, vivía una tribu más grande, la más numerosa
de varias tribus muy relacionadas, a la que los tramperos estadounidenses y británicos
encontraban incluso más agradable y avanzada. Estos indios también poseían una
economía de caballos y búfalos, aunque desenterraban las numerosas raíces
comestibles de su territorio y viajaban cada año a la remontada del salmón, y estaban
todavía más fuertemente influidos por la cultura del noroeste. Lingüísticamente,
pertenecían a lo que los etnólogos llaman la familia penutí, mientras que sus vecinos
los flatheads constituían un fragmento aislado de la familia algonquina, hablada
mayoritariamente en el este. Para referirse a ellos, los etnólogos usan el nombre dado
por los flatheads, los shahaptan, de significado incierto, aunque quizá sea una
designación del territorio donde vivieron. Pero los blancos los llamaban nez perces,
de nuevo por el signo que los representaba[1]. Este, a su vez, procedía de su antigua
costumbre de partir el tabique nasal para poder llevar ornamentos, una costumbre casi
completamente olvidada en la época que nos ocupa.
www.lectulandia.com - Página 32
El comercio entre tribus indias era sorprendentemente complejo. Mucho antes de
que los flatheads o los nez perces se encontraran con los hombres blancos en persona
conseguían ocasionalmente productos manufacturados, cuentas de cristal, retales de
tela o trozos de hierro… traídos por el Columbia de tribu en tribu antes de 1800,
traídos por tierra de la misma manera desde los puestos del interior de Canadá de la
Northwest Company o de la Hudson’s Bay Company aún antes, tal vez mucho antes.
Incluso, en ocasiones llegaba alguna brida o una manta desde las lejanas tribus de los
comanches, que la habían robado en México. Cuando Lewis y Clark se encontraron
entre estos pueblos, inspiraron en ellos una lealtad permanente a los estadounidenses.
En 1812, los pioneros del gran proyecto del Columbia de Astor entraron en contacto
con los nez perces. La Northwest Company se apoderó de su infraestructura cuando
estalló la guerra. A partir de ese momento, la compañía canadiense (la gran rival de la
Hudson’s Bay Company, con la que se fusionó en 1821) envió sus propios
comerciantes. En 1818 construyeron un puesto permanente en la desembocadura del
río Walla Walla y lo llamaron Fort Nez Percé por la principal tribu a la que servían.
Incluso antes, como parte del mismo esfuerzo por llegar al Oeste interior desde la
costa del Pacífico, habían construido una «Casa Saleesh» en la bifurcación del Clark,
entre los flatheads. En 1824 el monopolio de la Hudson’s Bay Company se vio
amenazado por la aparición de comerciantes estadounidenses a las órdenes del gran
Jedediah Smith. Desde entonces, los estadounidenses comerciaban con ellos cada
año, habían absorbido gran parte del comercio de los nez perces y los flatheads y
lograron atraer a clanes de ambas tribus a la rendezvous anual, que se convertiría en
una feria de comercio.
El primer paso del hombre blanco en la explotación del indio, un paso
inevitablemente mortal, fue aumentar su nivel de vida. Desde el instante en que los
indios entraron en contacto con productos manufacturados, dependieron cada vez más
de ellos. Toda su forma de vida giraba ahora en torno a la adquisición de productos. Y
eso es lo que había tras el largo viaje de los nez perces y los flatheads que desataron
el torrente de elocuencia del señor Disoway.
La base del comercio de pieles era el castor. Las tribus del noroeste habían cazado
castores, pero no sabían cómo atraparlos. Así que la Hudson’s Bay Company importó
a algunos de los mestizos de la tribu en decadencia de los iraqueses caughnawaga
desde Quebec para que les enseñaran las artes del trampeo. Aparte de las borracheras,
estos habían aprendido de los blancos una especie de cristiandad, y cuando algunos
de ellos se desprendieron de sus deudas con la Compañía y huyeron con los flatheads,
sus prácticas religiosas eran una novedad y despertaban la curiosidad de sus nuevos
hermanos. Los iraqueses les explicaron lo que ellos entendían de la medicina
cristiana. Los nez perces también recibieron una instrucción similar al mismo tiempo
o un poco más tarde. En 1825, George Simpson, el dueño de la Hudson’s Bay
Company, llevó al cuartel del río Rojo (de Canadá) a un par de chicos de los
spokanes, que eran vecinos de los nez perces pero con poca relación con los
www.lectulandia.com - Página 33
flatheads… y, ocasionalmente, otros les siguieron. Uno de estos jóvenes educados,
conocido como Spokane Garry, regresó con su gente convertido en toda una
celebridad. Sabía leer y escribir —unas habilidades consideradas de entre las más
poderosas de la medicina del hombre blanco—, y poseía otras extrañas habilidades de
la civilización; podía enseñárselas a su tribu y explicarles el cristianismo tal como le
parecía a él. Era un experimento del monopolio británico, que frecuentemente tendía
a favorecer la educación de los indios —o de algunos indios—, y que realizó otros
experimentos. Además, vagas parodias del cristianismo se fueron expandiendo río
arriba por el Columbia. Y, no lo olvidemos, ya en 1817 Hall Kelley había querido
cristianizar a los indios de esos territorios.
Lo que poco a poco comprendieron los nez perces que iniciaron el famoso viaje a
San Luis fue que ellos también podían aprender algo de la medicina del hombre
blanco, quizá mucho más que esto. La «medicina» era más bien un «poder», y en la
metafísica india el poder era un atributo de todas las criaturas, objetos y acciones si
uno era capaz de averiguar cómo usarlo; un significado secundario de «misterio» es
casi inseparable de «poder». Los nez perces entendieron que la medicina blanca se
centraba, como la medicina india, en la religión. Cuando decidieron pedir las
instrucciones de la religión, pretendían incrementar su poder. Es decir, querían
incrementar su control mágico sobre la naturaleza para adquirir objetos que los
hombres blancos poseían o sabían cómo hacer: pistolas y dinamita y otros objetos,
sobre todo herramientas, agujas, cuentas de cristal, mantas, telas, vestidos, alcohol,
espejos y todos los productos de la civilización. Deseaban adquirir una economía
avanzada por medio de la taumaturgia que ellos pensaban que la hacía funcionar. No
estaban interesados en la espiritualidad, la moralidad o la salvación cristianas:
estaban satisfechos con lo que tenían.
La decisión de actuar fue tomada en primer lugar por una banda en particular de
nez perces que en 1831 enviaron una delegación de sus hombres a San Luis, de donde
procedían los productos, para que averiguaran qué podía hacerse. Uno de ellos
abandonó la misión porque se sentía demasiado viejo para realizar el viaje. Cada
verano la mayoría de las bandas de nez perces se reunían para cazar búfalos al este de
las montañas y normalmente los flatheads iban con ellos para defenderse mutuamente
de los pies negros. La búsqueda propuesta fue aplaudida por la tribu en su totalidad y
otro nez perce se unió a la partida. A los flatheads también les gustó la idea y tres de
ellos se les unieron en el viaje. Normalmente, hubieran viajado con una caravana de
la compañía de pieles de regreso a San Luis desde la rendezvous, pero en 1831 los
planes de todas las compañías de pieles fracasaron y no se celebró una rendezvous en
verano. Algunos años más tarde Lucien Fontenelle, de la American Fur Company,
contó a Marcus Whitman que aquellos indios viajaban con él. Si eso es cierto,
llegaron a San Luis antes del 1 de octubre, la fecha aproximada que suele darse de su
llegada[2].
El calor bochornoso de las tierras bajas enfermaba a los indios. Dos flatheads y un
www.lectulandia.com - Página 34
nez perce se rindieron y regresaron a las montañas. Los cuatro restantes llegaron a
San Luis: un flathead llamado Hombre de la Mañana, un distinguido nez perce
llamado Águila Negra y dos jóvenes de su tribu llamados Sin Cuernos en la Cabeza y
Pantalones de Piel de Conejo.
En San Luis uno podía encontrar a alguien capaz de hablar casi cualquier lengua
india del oeste, del norte o del suroeste, pero no había nadie que supiera hablar
flathead o nez perce. Ni siquiera el Jefe de Cabeza Roja, William Clark, el amigo de
los indios y héroe legendario de estas tribus, podía conversar con ellos, solo mediante
signos. No podían pronunciar discursos elocuentes sobre el Libro de los Cielos o la
ceguera de su gente… De hecho, no podían pronunciar ningún discurso. Pero sí
lograron que Clark y otros entendieran lo que querían —Clark más que la mayoría,
sin duda, aunque incluso él pensaría en clave de instrucción religiosa principalmente
—. Sin embargo, nadie podía ayudarles mucho, porque ellos querían amuletos,
encantamientos e instrucciones mágicas. Así que permanecieron en San Luis, sin
duda perplejos y afligidos, en una oscuridad que ahora ya no podía ser disipada.
Debieron de encontrar indios cuyas lenguas tal vez supieran hablar un poco, y
ciertamente había muchos indios y blancos con los que podían comunicarse por
signos. Tal vez encontraran tramperos que conocieron su territorio y les ofrecieran
banquetes ceremoniosos, lo bastante humildes en el mejor de los casos. Sin duda, se
pasearon por la ciudad como hacían todos los visitantes indios, impresionados y
desdeñosos a un mismo tiempo, supersticiosos, confundidos, arrogantes y asustados.
Probablemente oyeron algo acerca del conflicto que se estaba desencadenando en el
norte y que precipitaría la Guerra de Halcón Negro la siguiente primavera y, aunque
San Luis toleraba a los indios, podrían encontrarse bajo cierta sospecha debido a esto.
Águila Negra, el jefe de guerra nez perce, murió el 31 de octubre, pero antes el
padre Saulinier lo bautizó en la fe cuya medicina había venido a buscar y luego lo
enterró en el cementerio católico. Hombre de la Mañana, el flathead, murió poco
después; el padre Rous lo bautizó y le dio la extremaunción y también fue enterrado
en el cementerio católico. Los bravos habían sacrificado sus vidas al servicio de su
pueblo, en tierras lejanas. Los dos jóvenes nez perces que quedaron, Sin Cuernos en
la Cabeza y Pantalones de Piel de Conejo, debieron de sentirse aún más inquietos
desde ese momento en aquella tierra. Nadie sabe lo que hicieron allí o cuándo
partieron, si es que finalmente abandonaron la ciudad. El ilustrísimo Joseph Rosati,
obispo de San Luis, escribió el primer relato conocido sobre ellos, y catorce meses
antes de que la carta de Disoway apareciera en el Defensor Cristiano afirmó que se
marcharon a finales de 1831. Pero George Catlin los encontró en un barco de vapor,
el Yellowstone, en el que embarcó durante su segunda travesía río arriba a finales de
marzo de 1832. No conoció la historia por ellos o por cualquier otro en aquel
momento, aunque más tarde la escuchó y la exageró. Pero el Yellowstone se detuvo en
Fort Pierre, construido ese mismo año (Pierre, Dakota del Sur) y allí los sioux
agasajaron a los dos nez perces con un banquete como visitantes distinguidos y los
www.lectulandia.com - Página 35
vistieron con magníficas pieles de ciervo y ornamentos sioux. Así pues, Catlin los
pintó con sus nuevas galas y, sin hacer distinciones entre las tribus, los llamó
«flatheads o nez perces».
El Yellowstone humeaba río arriba, pero solo uno de los buscadores sobrevivió
para contar a su pueblo lo que había sucedido, porque Sin Cuernos en la Cabeza
murió en algún lugar cerca de la desembocadura del río Yellowstone. Pantalones de
Piel de Conejo continuó el camino hasta que encontró a una banda de nez perces
cazando al este de las montañas. Entonces, de camino a su hogar, los pies negros lo
mataron. Eso ocurrió en el otoño de 1832.
Sin Cuernos en la Cabeza habría contado a su pueblo una historia larga,
fascinante, pero al final deprimente, con más maravillas que magia. Solo podría
haberles dicho que los hombres blancos se habían compadecido, les habían hecho
promesas y al final no habían hecho nada… y es que nadie había hecho nada cuando
Pantalones de Piel de Conejo partió de San Luis. Sin embargo, algo en su informe
resultaba optimista, porque los nez perces y los flatheads aparecieron el siguiente
verano en la rendezvous esperando encontrar a un viajero taumaturgo blanco. Pero se
adelantaron un año. Mientras tanto la carta de Disoway prendió un fuego sagrado y
un año más tarde, en 1834, los indios vieron a su primer mago. Este no se entretuvo,
sino que pasó de largo y se convirtió en un promotor inmobiliario. Pero otros le
siguieron… más desinteresados y al final más mortíferos[3].
* * *
En 1833 San Luis contaba con una población de algo más de siete mil almas y estaba
entrando en su época dorada gracias al barco de vapor. La ciudad era dueña y señora
de las aguas que fluían en el oeste, y lo había sido mucho antes de que hubiera barcos
de vapor, cuando el tráfico en aquellas aguas se realizaba en barcazas, plataformas
flotantes, piraguas y mackinaws. Era una ciudad fluvial, pero si era la ciudad de Huck
Finn, también lo era de Mike Fink, patrón de barco además de cazador. Los ríos la
habían convertido en una ciudad más cosmopolita que otras poblaciones de Estados
Unidos. Hacia el este miraba a Pittsburgh y más allá, hacia el sur, a Nueva Orleans y
el Golfo, hacia el noreste a los Grandes Lagos y el Saint Lawrence, y hacia el norte
tan lejos como los barcos de cualquier clase pudieran remontar. Allí, más fértil que
cualquier otro lugar, la mentalidad continental comenzaba a revelarse.
Pero «San Luis es —una mezcla del carácter francés y el estadounidense— un
salón de billar francés —un mercado donde unos hablan francés y otros inglés»,
como anotaba Washington Irving en su libreta aquel último septiembre. Se alojó en el
Hotel Union y salió de allí inmediatamente para comparar sus impresiones con lo que
ya conocía de Europa y Nueva York. De todos los ríos que tenían como destino San
Luis, aquellos que discurrían desde territorio salvaje eran los más importantes; los
www.lectulandia.com - Página 36
franceses abrieron el camino y la ciudad polarizaba innumerables energías desde el
este para redirigirlas hacia el oeste. Aquel era el cabo desde el que la nación
dominaba el Oeste. El Ohio y el bajo Misisipi eran importantes, pero el alto Misisipi
importaba más y el Misuri más que ningún otro. Los indios, tramperos y viajeros que
llevaron su salvaje colorido a las calles empedradas eran del Oeste, y la ciudad
llevaba a sus espaldas una vieja y rica aristocracia anterior a la Compra de Jefferson.
Los Chouteau, Berthold, Pratte, Cérrés, Cabannés y otras familias similares
gobernaban la ciudad por derecho de nacimiento, habían conseguido sus riquezas en
el Oeste y dirigido sus propias partidas hacia el Oeste para llevarlas a San Luis.
Los embarcaderos de la era del barco de vapor se multiplicaron por el río. Junto a
estos, en una explanada en ocasiones inundada durante las crecidas de junio, se
alzaban los almacenes donde se guardaba la mercancía transportada por los barcos de
vapor para su posterior distribución y transbordo. Sin embargo, lo más llamativo de
todo en esa explanada eran sin duda unos grandes edificios de piedra gris y amarilla
que olían muy fuerte. Eran los almacenes de las compañías de pieles, el corazón de la
economía de la ciudad. Allí llegaban desde todos los ríos del norte y el oeste las
pieles por las que los tramperos arriesgaban y perdían sus vidas, y desde allí viajaban
a Nueva York, Montreal, Londres, Leipzig, Lyon, San Petersburgo, Cantón, Atenas y
Constantinopla… a todo el mundo. Algunas de las compañías se remontaban a la
época en que San Luis era una ciudad española, algunas más allá de los penosos y
oscuros tiempos en los que era el puesto más avanzado de Luis XVI… e incluso
entonces ya criaba Chouteaus. Casi desde el principio, las canoas subieron río arriba
por el Misisipi y el Misuri hacia territorio indio en busca de pieles. En 1833 había
pocos negocios en San Luis que de una u otra manera no estuvieran relacionados con
el comercio de pieles. Y John Jacob Astor tenía una especie de acuerdo con la
mayoría de las compañías en el negocio de las pieles y era el pez gordo principal que
todos los demás debían tener en cuenta.
Tres semanas y media después de que el Defensor Cristiano publicara la carta del
señor Disoway, la mañana del 24 de marzo de 1833, el barco de vapor Paragon,
procedente del río Ohio, atracó en San Luis. Entre los pasajeros que desembarcaron
por la pasarela había un hombre delgado y ajado de unos cincuenta años de edad,
nervioso, colérico y con un don especial para los improperios. Hablaba inglés solo en
circunstancias de fuerza mayor, con un monótono acento prusiano; desde luego, su
dicción no resultaba más inteligible por el hecho de que los años de servicio en el
ejército y la exploración geográfica le hubieran costado los dientes. Viajaba bajo el
nombre de Barón Braunsberg, pero era Maximiliano, príncipe de Wied-Neuwied. Le
acompañaba el joven artista suizo Charles Bodmer y un sirviente cuyo extravagante
nombre, Dreidoppel, difícilmente podría sonar mejor entre los indios a quienes el
príncipe tenía intención de visitar. De hecho se encontraba en San Luis para iniciar
una expedición científica en territorio indio.
Maximiliano había luchado en el ejército prusiano contra Napoleón, había sido
www.lectulandia.com - Página 37
prisionero de guerra, había vuelto a luchar, había sido promocionado a coronel
general y condecorado con la Cruz de Hierro, y había cabalgado a la cabeza de su
división cuando los Aliados entraron en París. Esta brillante carrera militar le fue
impuesta en contra de su voluntad debido a la guerra mundial de Napoleón. Lo cierto
es que el príncipe hubiera preferido desarrollar una carrera científica y, una vez
cumplidas sus obligaciones patrióticas, se dedicó a ella. Pasó dos años en Brasil,
explorando la naturaleza, estudiando a los nativos, la flora y fauna, y preparando una
gran colección de historia natural que se llevó de regreso a Wied. En 1820 se publicó
un libro que recogía sus estudios; como el que más tarde escribiría sobre los indios,
este iba acompañado de un atlas de ilustraciones. Le reportó una brillante reputación
y se preparó para embarcarse en un estudio similar sobre Norteamérica. En la gran
mañana de primavera de la ciencia del siglo XIX no era necesario ser un especialista,
y Maximiliano poseía algo de la versatilidad de Humboldt y era botánico, zoólogo,
geólogo, meteorólogo y climatólogo, sabía un poco de paleontología, pero sobre todo
era lo que hoy en día llamaríamos un etnólogo. Quería emplear todos sus medios en
el estudio del Oeste, pero principalmente deseaba comparar a los indios del Oeste con
los indios que había estudiado en Sudamérica.
Llegó a los Estados Unidos el 4 de julio de 1832 y, tras un corto viaje por la costa,
se dirigió a New Harmony, Indiana. Y no le atrajeron allí las ascuas del extinguido
comunismo, sino un grupo de científicos reputados dirigidos por Charles Laseur y el
gran Thomas Say, con quien Maximiliano mantenía una larga relación epistolar.
Enfermó en New Harmony, y cuando la gran epidemia de cólera de 1832 bajó por el
Ohio y las gentes salieron huyendo despavoridas, decidió pasar el invierno allí. Así lo
hizo, disfrutando de la conversación de sus colegas y estudiando sus bibliotecas para
preparar su próximo viaje. Ahora, a finales de marzo de 1833, se encontraba en San
Luis.
Maximiliano comprobó la singularidad de esta ciudad continental, se maravilló
con los negros, vio por primera vez a indios del Oeste, entregó sus cartas de
presentación a los principales ciudadanos, conoció a William Clark y solicitó los
consejos de cualquiera que quisiera dárselos sobre su viaje hacia el Oeste. Una
delegación de sauks y foxes (clanes de una misma tribu) llegó a la ciudad. Eran de las
bandas más sabias, las que se negaron a apoyar a Halcón Negro en su valiente
apuesta del año anterior, cuando condujo a sus seguidores de regreso a las tierras de
la tribu al este del Misisipi, hizo de Abraham Lincoln un soldado, diezmó las tropas
de Winfield Scott por el cólera y finalmente fue derrotado y hecho preso. Habían
llegado a las órdenes de Keokuk, el jefe pacifista nombrado por el gobierno para
pedir a Clark y al general Atkinson que no fueran demasiado severos con Halcón
Negro. Clark invitó a Maximiliano a una reunión con ellos en su casa y luego los
llevó a todos en barco de vapor al cuartel Jefferson, al sur de la ciudad, donde Halcón
Negro estaba cautivo (lo encerraron allí en septiembre. Unos días más tarde
Washington Irving lo vio allí y es probable que Catlin pintara su retrato
www.lectulandia.com - Página 38
aproximadamente en la misma época. Keokuk no debería haberse preocupado: el
gobierno tenía intención de embarcar al guerrero vencido en lo que iba a ser una gira
triunfal por el Este, sin duda para mostrar que, por muy duros que pudieran ser los
semínolas, había algunos indios a los que la milicia era capaz de derrotar). Así pues,
Maximiliano experimentó por primera vez una de las armas más mortíferas que los
indios poseían: su oratoria.
Está probado que otro invitado en este viaje al cuartel de Jefferson fue un cazador
trotamundos escocés, un capitán del ejército a media paga que, al igual que
Maximiliano, era un veterano de las guerras napoleónicas. Era su primera visita a la
ciudad y deseaba viajar al Oeste. Lo cierto es que Maximiliano conoció al capitán
William Drummond Stewart de Grandtully y durante un tiempo hablaron de viajar
juntos.
Stewart era un hombre interesante, un hombre a quien era bueno tener siempre
cerca. Tenía treinta y siete años. Era hermano de sir John Archibald Stewart, décimo
octavo de los Grandtully, sexto baronet y directo sucesor de este. A los diecisiete años
fue nombrado corneta en el Sexto Regimiento de Dragones. Sirvió en el ejército el
año siguiente y fue ascendido a teniente en el Decimoquinto de los Húsares (del Rey).
Participó en la Guerra de los Cien Días con su regimiento y luchó en Waterloo. Fue
ascendido a capitán en 1820, y un año más tarde pasó a media paga cuando su
batallón de Húsares fue desmantelado. Lo único que puede afirmarse con certeza de
los siguientes doce años desde su retiro es que pasaba largas temporadas en su
residencia, el castillo de Murthly y que viajaba mucho como deportista y cazador[4].
Nariz aguileña, pelo negro y bigote espeso son rasgos habituales en los retratos de
Stewart realizados por Miller, en los que siempre está montado en un caballo blanco.
Solo tenemos una descripción de él, la que realizó William H. Gray, quien viajó al
Oeste con él en 1836, el año previo al retrato de Miller. Gray era un ebanista
presbiteriano que acompañó a los Spalding y Whitman como miembro laico de la
misión al territorio de los nez perces. Mecenas devotos atestiguaron que poseía una
«piedad fervorosa» y «un fuerte deseo de hacer el bien», que era «gran amigo de la
templanza (abstemio)» y «de todas las otras acciones benevolentes para reformar el
mundo». Desde la distancia, la benevolencia no parecía haber caracterizado a muchos
misioneros, y menos todavía a Gray. El coraje de todos ellos era evidente, pero la
mayoría eran arrogantes y mostraban un aire de superioridad insoportable, además de
defender el significado de pecado y superioridad moral de la época, que tenía en
partes iguales tanto de espiritualidad como de dispepsia. Y en el caso de Gray, esos
aires de superioridad alcanzaban niveles máximos; no hay más de cinco personas en
su libro para las que tenga alguna buena palabra. Y en presencia de Stewart recordó
no solo que era abstemio, sino que la pérfida Gran Bretaña era corrupta y una
aristocracia.
Gray había oído que Stewart pasaba los inviernos en Nueva Orleans, «con
familiares sureños», lo cual era cierto al menos en lo de que Stewart había visitado la
www.lectulandia.com - Página 39
ciudad, y que sus banqueros se habían negado a autorizarle sus descubiertos y le
aconsejaron que viajara a las montañas, «periodo en el que solo pudo gastar lo que
llevaba encima», lo cual no se sugiere en ningún otro lugar. Gray «no supo nunca si
era de primera, segunda, tercera o cuarta clase en la escala de la nobleza inglesa» —
ninguna antigua familia demócrata se arriesgaría a verse contagiada por tal
decadencia— y no se preocupó de aprenderse bien su nombre, llamándolo «Sir
William Drummond, K.B.» Stewart todavía no era sir y, como tampoco era abogado,
si el religioso se refería al tratamiento K.C.B.,[*] estaba confiriéndole un honor que ni
Jorge III, ni Jorge IV, ni Guillermo IV, ni Victoria jamás disfrutaron. Ese año Stewart
tenía un compañero, «un joven familiar inglés», y ninguno de los dos se encontraba
entre los elegidos. «Ocasionalmente perseguían al animal más rápido de la montaña,
el berrendo o antílope americano, el cual, en la mayoría de los casos y especialmente
cuando la hierba estaba corta, los dejaba muy atrás, y entonces sir William y su
compañero regresaban al galope a la caravana, jurando que el berrendo podía ir más
rápido que un rayo y apostándose mil libras a que si tuvieran sus caballos ingleses
podrían alcanzarlos». Un irreverente mal hablado, por lo tanto, y un jugador, y
ofendía al misionero que «el noble inglés, por norma, fuera tratado con gran respeto
por todos los miembros de la caravana y que en presencia de las damas adoptara una
pose de dignidad, siendo un hombre (discúlpeme, su señoría), un caballero del reino
británico». Las buenas maneras británicas y el servilismo norteamericano
exasperaban a Gray, que continúa:
Medía un metro setenta y cinco centímetros de altura. Su rostro enjuto por el excesivo consumo del brandy
de Nueva Orleans hacía que su nariz resultara bastante prominente, revelaba señales de calor corporal interno
que se manifestaba en brillantes puntos rojos y tendía levemente a enrojecerse por las picaduras de los
mosquitos, los cuales resultaban de lo más molestos a su señoría. Aunque su señoría era de edad un tanto
avanzada [le quedaban unos meses para cumplir los cuarenta] y, como según contaba, había viajado a lo largo
y ancho de países orientales, no revelaba en su conversación ninguna apertura mental; su conversación y
apariencia eran en general las de un hombre con fuertes prejuicios e igualmente fuertes apetitos, a los que se
había abandonado desenfrenadamente con una única limitación monetaria.
www.lectulandia.com - Página 40
y llegó a admirar su tierra, así como a los propios yanquis. Como muchos otros
extranjeros con la sensibilidad de la época, vagamente consciente de la fuerte
agitación social que le rodeaba, pensaba que los yanquis tal vez tuvieran en sus
manos la mejor respuesta a la situación y admiraba profundamente la democracia de
la frontera. Había viajado mucho antes de llegar a los Estados Unidos, pasó seis años
seguidos en el Oeste y regresó a San Luis a pasar otro verano en 1843, y la última
parte de su vida la pasó principalmente viajando. Parece probable que esta vida
errante lo asocie a un tipo bastante común tras las guerras napoleónicas, tras todas las
guerras: hombres para los que las campañas y batallas habían sido un punto
culminante en sus vidas, aportándoles una sensación de realidad y utilidad que
sobrepasaba cualquier cosa que la paz pudiera ofrecerles; por ello estaban
convencidos de que en esas situaciones extremas habían sido más verdaderamente
ellos mismos y pasaban el resto de su vida buscando experiencias, cualquier tipo de
experiencias que, aunque solo fuera por un instante, les devolviera ese esplendor
perdido. Stewart estuvo cerca de encontrarlo en el Lejano Oeste. Finalmente, se
llevaría con él a un pintor para tener recordatorios duraderos.
Maximiliano tuvo a un predecesor en aquellos territorios; el príncipe Paul de
Württemberg había remontado en dos ocasiones el Misuri hasta Council Bluffs, y en
otra ocasión hasta Fort Pierre. Además, en Fort Union conocería a un caballero
inglés, que estaba allí bajo sospecha de algo y que trabajaba en el comercio de pieles.
Pero Stewart parece haber sido el primer cazador rico británico que encontró en el
Oeste un magnífico campo de juegos. Y así fue el primero de una larga lista. El
segundo, el honorable Charles Augustus Murray, que escribiría un libro sobre sus
viajes y, como Stewart, probó a escribir novelas del Oeste, llegó dos años más tarde,
en 1835, pero solo recorrió los límites de las praderas del Oeste. Además de la caza y
la búsqueda del esplendor perdido, Stewart tal vez tuviera otro motivo para llevar a
cabo su aventura. Quizás pudo haber estado en parte defendiendo los intereses del
Rey[5].
* * *
El científico prusiano y el cazador escocés llegaron a San Luis porque querían viajar
al Oeste. Aunque tratamos con personajes para los que tal viaje era mera rutina, para
Norteamérica en general seguía representando una tremenda ambición y una empresa
colosal. Ni el propio gobierno nacional se había adentrado tanto en el Lejano Oeste
desde la época de Lewis y Clark, Long, y Pike: las tres expediciones pioneras
inspiradas por Jefferson, una de ellas frustrada. El viaje quedaba fuera del alcance de
cualquier empresa individual, aunque un sorprendente número de visionarios,
románticos y chiflados al menos lo iniciaron. Para ir al Oeste en 1833 uno debía ir
bajo la protección de los comerciantes de pieles. Así pues, Maximiliano partió con el
www.lectulandia.com - Página 41
monopolio y Stewart con la competencia (con representantes supervivientes y todavía
muy activos de la oposición más experta que el monopolio jamás encontró en los
Estados Unidos; una competencia que ese año por fin el monopolio estaba
comenzando a derrotar, aunque demasiado tarde). Maximiliano informa que recibió
consejos de lo más extraños de aquellos a los que consultó. Le dijeron que, si iba por
tierra, «No podría observar a ningún indio… porque si uno se encontraba con ellos
debía luchar y por lo tanto no podía entablar una buena relación con ellos y, en
segundo lugar, que era extremadamente difícil, no, imposible, reunir una buena
colección de historia natural durante tal viaje». Ninguna de las dos cosas tenía
sentido. Todas las expediciones por tierra de las compañías de pieles se topaban con
cientos de indios, lo cual en parte era su propósito, encontrarse con ellos y comerciar,
y los indios se mostraban bastante amistosos con los blancos. De hecho, ninguna
caravana de pieles que fuera por tierra con todos sus efectivos se había visto obligada
a luchar contra ningún indio. Además, varias colecciones de historia natural ya
habían sido reunidas en viajes por tierra, y Townsend y Nuttall realizarían otra un año
más tarde; algunas de ellas eran tan grandes como la de Maximiliano, que finalmente
se perdió bajo las llamas y el río Misuri. Tal vez los caballeros de la American Fur
Company codiciaban el prestigio de las conexiones reales y mintieron un poco.
En cualquier caso, Maximiliano remontó el Misuri, avanzando por la ruta original
hacia el Oeste, la que abrieron Lewis y Clark, la que el comercio de pieles recorría
hacia las montañas hasta que los indios norteños hostiles cerraron el Misuri y
obligaron a tomar otra ruta. Y Stewart tomó esa otra ruta impuesta al comercio de
pieles, la ruta por tierra que se convertiría en la Ruta de Oregón y que fue recorrida
por primera vez por las memorables brigadas de William Ashley. Él la recorrió con la
caravana anual de Sublette & Campbell, que eran los sucesores en línea directa de
Ashley, y llevaban productos a algunos de los pioneros que habían abierto la ruta.
Ahí estaban las dos fuerzas principales del comercio de montaña, las dos maneras
principales de realizarlo y las dos rutas principales para conseguirlo. Los eventos
posteriores confirmarían cómo los métodos fueron acercándose, cómo incluso en la
época que nos ocupa apenas se podían hacer distinciones que en otro tiempo habían
sido claras y nítidas. Pero debemos señalar que al principio la American Fur
Company había empleado los métodos tradicionales de forma bastante conservadora.
Utilizaba las rutas de agua para transportar la mercancía y traer de vuelta las pieles, y
dos años antes habían mejorado considerablemente el transporte al introducir un
barco de vapor hasta el alto Misuri, en lugar de las barcazas que debían ser
gobernadas con velas, empujadas con palos y en ocasiones arrastradas con maromas
durante nueve meses río arriba por aquellas aguas difíciles. La Compañía mantenía
puestos permanentes para el comercio con los indios y dependía más de los indios
que de los tramperos blancos, aunque tuvo que recurrir cada vez más a estos últimos
a medida que fue avanzando por el territorio de su obstinada y experta competencia.
Comerciaba con todo tipo de pieles, e incluso plumas, carne, grasa y sebo también, y
www.lectulandia.com - Página 42
hacia 1833 las pieles de búfalo ya habían alcanzado un valor anual mayor al de las
pieles de castor en su Puesto del Alto Misuri.
Con el fin de alcanzar el Oeste interior, el último territorio de pieles por explorar
de los Estados Unidos, William Ashley revolucionó el comercio cuando los arikaras y
los pies negros le forzaron a alejarse del Misuri. Sus sucesores —estamos interesados
en la Rocky Mountain Fur Company, que conseguía las pieles, y Sublette &
Campbell, que las distribuía— mantuvieron los métodos empleados por Ashley.
Realizaban el transporte por tierra, llevaban productos y traían pieles en caravanas de
mulas de carga por el valle del río Platte y a través del Paso Sur. No mantenían
puestos permanentes, aunque como medida de contraataque comercial Sublette &
Campbell tenía intención de establecer uno ese verano. El comercio con los indios era
secundario; los tramperos (la preeminencia de ese gran título se debe a los hombres
de Ashley) cazaban sus propias pieles al momento y comerciaban con los indios solo
en los encuentros casuales o en el rendezvous anual. Esto significaba que viajaban
por todo el Oeste en pequeñas partidas allá donde el éxito o el fracaso en la caza los
llevara, y se reunían en verano en un lugar designado donde la compañía de
transporte organizaba los suministros del año. También significaba que, aunque
atrapaban cualquier piel exquisita que la suerte les pusiera por delante —marta,
nutria, visón, zorro plateado— eran casi exclusivamente cazadores de castores y
estaban interesados en pieles de búfalo solo para su uso personal. Pero en 1833, como
ya se ha mencionado anteriormente, estas distinciones se iban difuminando.
El miércoles 10 de abril, el barco de vapor Yellowstone de la American Fur
Company salió de la corriente del Misisipi, cruzó a la orilla de Illinois para cargar
madera y luego remontó la corriente y viró hacia el Misuri. Esta era su tercera
travesía, un barco pequeño y resistente construido específicamente para el comercio.
Maximiliano iba a bordo. Asimismo, como gesto de cortesía hacia él, estaba presente
Pierre Chouteau hijo, la cabeza pensante de la gran empresa de San Luis que Astor
había amalgamado en su monopolio… este desembarcó en Saint Charles al día
siguiente. También estaba presente «el Rey del Misuri», Kenneth McKenzie, el
autoritario jefe de otra empresa rival que se había resistido a Astor hasta el final y
tuvo que ser absorbido por el monopolio casi en los términos impuestos por
McKenzie. Era el director del Puesto del Alto Misuri, una división principal de la
Compañía que tuvo que salir en ayuda del Puesto Oeste cuando se vio que era
incapaz de acabar con la Competencia. El trabajo de McKenzie era, en palabras de
Chouteau, «écraser toute opposition». Regresaba a su base, Fort Union, para dirigir
esa destrucción. Había otras figuras clave a bordo del Yellowstone. Una corporación
como la Compañía podía recurrir a información interna sobre las actividades de sus
competidores, a la estricta aplicación de las regulaciones gubernamentales contra
estos, a la manga ancha en el diseño de esas regulaciones a su favor y un medio fiable
de burlar los intentos del gobierno de tratar justamente a los indios y equitativamente
a los comerciantes. Tenían a un hombre como Thomas Hart Benton en las más altas
www.lectulandia.com - Página 43
esferas, que rápidamente abandonó los principios igualitarios de la Revolución
Jacksoniana[*] cuando se vieron amenazados los intereses del negocio de las pieles, y
a Daniel Webster, cuyos apuntes y los de sus amigos ocultó[6] la Compañía. Pero
resultaba incluso más útil tener representantes oficiales sobre el terreno, y los más
valiosos eran los agentes de los indios. El Yellowstone también transportaba a dos de
ellos río arriba. Uno era John Dougherty, agente de los pawnees, un hombre sagaz y
estirado, pero con simpatías hacia la Competencia; lo vigilarían, y tal vez lo
convencieran. El otro era John F. A. Sanford, agente de los mandans, quien durante
siete años había usado su oficina como cuartel táctico de la Compañía y tan solo un
año antes había contraído otro lazo con esta tras casarse con una Chouteau. La
Competencia había intentado repetidas veces que lo echaran por incompatibilidad, y
un año más tarde lo lograrían; a partir de ese momento se convertiría públicamente en
un trabajador de la Compañía. En la historia oficial se le conoce por ser el dueño de
Dred Scott y el acusado en el gran caso judicial. En este viaje, como era habitual, iba
a distribuir la anualidad gubernamental a los mandans haciéndoles creer que los
productos eran un regalo benevolente de la Compañía a sus vecinos en Fort Clark.
El Yellowstone transportaba los productos del gobierno y la carga de los
suministros anuales de la Compañía para sus puestos río arriba. También se
encontraba a bordo el batiburrillo habitual de trabajadores no cualificados, junto a
algunos canadienses devoradores de cerdo, novatos, que se dirigían hacia los puestos,
y un puñado de viajeros de clase alta, tramperos y comerciantes que regresaban al
trabajo. Incluso en este primer tramo, remontar el Misuri en un barco de vapor era
una de las empresas más precarias de la historia de la navegación. Todo lo que un
marinero hubiera podido aprender sobre el río durante su última travesía, o incluso el
día anterior, ya no le servía de nada hoy. El Yellowstone esquivaba escollos y troncos
flotantes, embarrancaba en playas de arena nuevas o viejas donde debía ser empujado
por una compañía entera tirando de las maromas, era aligerado con las barcazas
auxiliares en bajíos imprevistos, cargaba ruidosamente contra los rápidos que lo
empujaban corriente abajo fuera de control. La lluvia torrencial y los vendavales de la
estación lo zarandeaban de un lado a otro. Los árboles flotantes resquebrajaban el
casco en la línea de flotación; los árboles de las orillas rompían las barandillas y en
ocasiones penetraban en los camarotes… Y en medio de tal caos el naturalista real
prosiguió con sus tareas. Tomaba notas sobre el paisaje y las marcas geológicas,
sobre la asombrosa flora, sobre la vida salvaje, sobre los indios que iban encontrando
y que les recibían a medida que el barco cabeceaba lentamente río arriba. Bodmer y
él exploraban las orillas cuando el barco hacía alguna parada o cuando atracaba para
pasar la noche… pues nadie se aventuraba a navegar el Misuri de noche. Las ruinas
de viejos puestos comerciales se fueron haciendo más frecuentes y un día una canoa
que bajaba por el río les hizo señas. Allí estaba Lucien Fontenelle, el jefe de brigada
más talentoso de la Compañía, uno de los tres que se adentraban en las montañas para
enfrentarse a la Competencia en su propio terreno. Iba a regresar a las montañas ese
www.lectulandia.com - Página 44
verano para conducir la caravana de la compañía al oeste desde Fort Pierre y embarcó
en el Yellowstone.
Al día siguiente, veinticuatro días después de zarpar de San Luis, pasaron por la
desembocadura del Platte y llegaron a Bellevue. Fontenelle había tenido allí un
puesto comercial independiente, pero ahora pertenecía a la Compañía y la agencia del
coronel Dougherty estaba en las proximidades. El lugar, ahora un barrio periférico de
Omaha, había sido importante en el comercio desde las primeras exploraciones río
arriba. Allí, a unas millas río abajo de la desembocadura del Platte y a unas pocas
millas río arriba de Council Bluffs[7], una docena o más de compañías ahora
desaparecidas habían construido puestos para el comercio con pawnees, omahas,
otos, poncas e iowas. Y allí Maximiliano realizó su primer estudio sobre el terreno de
los indios, los omahas. Los etnólogos la consideraban la tribu más típica de las
llanuras, porque su cultura compartía elementos con prácticamente todas las demás y
porque poseían el sistema ceremonial más desarrollado. Estaban tan dedicados a las
ceremonias, de hecho, que habían perdido su corazón luchador y se les consideraba
un pueblo melancólico anclado en el pasado. Siempre había alguien que saqueaba a
los omahas, les robaban los caballos, las mujeres y las posesiones y arrancaban las
cabelleras a sus guerreros… sin embargo, los omahas tenían las canciones funerarias
más conmovedoras. Contribuyeron mucho a la prosperidad de sus vecinos,
especialmente los pawnees y los sioux, y terminaron convirtiéndose en habituales
plañideros… hasta tal punto que Brigham Young, que normalmente trataba a los
indios con amabilidad, perdió la paciencia y azotó a algunos de ellos para que
callaran. Pero podían echar la vista atrás y admirar al gran líder que les había
enseñado lo que era el esplendor. Era un jefe llamado Pájaro Negro, un indio más
duro que ninguno y cuya medicina incluía su habilidad para suministrar venenos.
Allí el territorio empezaba a cambiar y el Yellowstone se abría paso entre
barrancos, a través de bancos y rápidos incluso más peligrosos. Alcanzaron el
Assiniboin, el otro barco de vapor de la Compañía, que estaba atracado cerca de la
desembocadura del río James a la espera de una subida de aguas que le permitiera
continuar. Era nuevo, de ese año, su capitán era otro socio de la Compañía, Bernard
Pratte hijo, y que finalmente acogió a Maximiliano a bordo, aunque el barco no
gozaría de una larga vida. Más allá de Running Water o Niobrara tuvieron noticias de
que los siempre traicioneros arikaras, los indios más hostiles a este lado de los pies
negros, habían causado problemas durante el invierno y habían matado, entre otros, al
ya legendario Hugh Glass (es cierto, los arikaras temían la venganza del gobierno por
años de asesinatos y saqueos y estaban empezando a trasladarse al sur, hacia el río
Platte; finalmente se instalarían con sus amigos pawnees para mantenerse lejos de los
soldados). Un día aparecieron los primeros berrendos y al día siguiente los primeros
búfalos. El Assiniboin, adelantándose y situándose detrás por turnos, recibió noticias
desde río arriba de que no solo los arikaras, sino también los pies negros estaban
armando jaleo. Por lo visto, la frágil tregua de la Compañía con ellos, la única que los
www.lectulandia.com - Página 45
pies negros habían respetado con los norteamericanos, había finalizado.
Ahora empezaron a ver señales de los sioux, el grupo más numeroso de las tribus
de las llanuras, el equivalente en el Oeste de los iroqueses. El 25 de mayo, cuarenta y
seis días después de zarpar desde San Luis, llegaron a la agencia del gobierno y
Maximiliano pudo estudiar a estas gentes vigorosas y depredadoras… Los primeros
que vio eran de la rama yankton. Tomó notas sobre su apariencia física, sus
herramientas, sus costumbres; Bodmer dibujó todo e hizo retratos formales. Cuatro
días más tarde el Yellowstone llegó a Fort Pierre, construido un año antes en la orilla
oeste del Misuri, a tres millas al norte de la desembocadura del Teton para reemplazar
a Fort Tecumseh. Era el puesto de la Compañía para el comercio con los sioux, uno
de los puestos más importantes. El fuerte izó la bandera y disparó con el pequeño y
antiguo cañón; los engagés[*] se apresuraron a disparar sus rifles. El Yellowstone
respondió de igual manera y cabeceó hacia el rudimentario amarradero. Indios y
comerciantes subieron en tropel a bordo, la explanada estaba salpicada de tipis, los
perros gruñían y se peleaban entre la multitud, innumerables caballos pastaban hasta
donde alcanzaba la vista, incluso había vacas lecheras; y entonces llegó el mestizo
Dorion, cuyo abuelo había estado durante un breve periodo a las órdenes de Lewis y
Clark, cuyo padre ganó fama gracias a los astorianos y cuyo hermano iba a provocar
la admiración de Francis Parkman. Maximiliano alcanzó así su primer objetivo.
* * *
Mientras tanto, el capitán Stewart había tomado la ruta terrestre y partió de San Luis
(probablemente) el 13 de abril, tres días más tarde que Maximiliano. Tal vez
remontara el río hasta Lexington o más allá en barco de vapor; la mayoría de los
viajeros lo hacían. Había conocido a William Sublette y Robert Campbell en San Luis
y acordaron que se uniría a su caravana. El fantasioso editor, político y soldado de
fortuna J. Watson Webb, en su introducción a la primera novela de Stewart, en la que
dejaba caer entre paréntesis que él era el mejor hombre en el territorio para ser
consultado por un viajero que se dirigiera al Oeste, aseguraba que él mismo entregó
las cartas de presentación de Stewart al general Atkinson del ejército y a William
Ashley. Pocas veces se hace necesario creer al señor Webb, y todas sus frases sobre
Ashley y al menos la mitad de las referidas a Stewart son totalmente incorrectas. Sin
embargo, por un medio u otro, Stewart había terminado viajando con la Competencia.
William Sublette, socio principal de la firma transportista, se convirtió en su íntimo
amigo. Los indios lo llamaban Cara Cortada o Mano Izquierda; era el mayor de cinco
hermanos, todos dedicados al comercio de montaña. Su hermano Milton era socio de
la Rocky Mountain Fur Company, para la cual Campbell conducía la caravana de
verano.
Originalmente, Sublette y Campbell eran hombres de Ashley; eran probados
www.lectulandia.com - Página 46
expertos en las montañas y habían apostado fuerte en este comercio, los últimos de
esa compañía pionera que lo hicieron. Campbell se unió por primera vez a las
expediciones de Ashley por cuestiones de salud: era tuberculoso. Ya curado, llegó a
ser uno de los mejores jefes de brigada —a los que normalmente se les llamaba
partisanos—, y en la época que tratamos ya se había convertido en socio de Sublette;
finalmente se convirtió en un rico comerciante y ciudadano ejemplar de San Luis.
Sublette fue el lugarteniente más efectivo de Ashley, al igual que Jedediah Smith fue
su partisano más distinguido, y en el terreno fue solo superado por Smith en
excelencia. Era un hombre de fuerza y determinación, un comandante nato, un
correoso negociante bien dotado, tanto de conocimientos como de coraje, para el
sector comercial al que se dedicaba.
Campbell y Sublette habían aprendido la ética del negocio de pieles demasiado
bien para ocuparse ellos mismos de la faena de trampeo, una vez que se hubo
completado la primera fase de limpieza de un territorio virgen… y después de que
muchos competidores, grandes y pequeños, comenzaran a seguir las rutas de Ashley
hacia la región de Ashley y a usar los métodos de Ashley. Sublette, junto con Jed
Smith y Dave Jackson, se hicieron con el negocio cuando Ashley se retiró. Durante
varios años ampliaron la red de Ashley a través de las montañas, hasta California y el
Columbia; Sublette se encargaba del negocio, Jackson estaba a cargo del trampeo y
Smith principalmente exploraba nuevas áreas. Sin duda, obtuvieron pingües
beneficios, pero Ashley, que les llevaba las finanzas, se quedaba una parte
considerable. Esto les hizo aprender una lección inequívoca, y cuando Smith murió a
manos de los comanches en una expedición al sur con la que pretendían llevar la
compañía a Santa Fe, Sublette y Jackson la vendieron a cinco de sus principales
partisanos: Milton Sublette, John Baptiste Gervais, Henry Fraeb, el gran Fitzpatrick y
el gran Bridger. Esta fue la única empresa llamada Rocky Mountain Fur Company,
aunque el título se aplique de forma indiscriminada a todos los sucesores de Ashley
hasta el triunfo de la American Fur Company. En la época que nos ocupa Sublette y
Campbell se dedicaban al negocio del transporte. Eran proveedores y banqueros de la
RMF Company, cuyos beneficios anticipados irían directamente a sus bolsillos… En
el comercio de pieles no había lugar para la compasión.
Aquí el lector debería localizar en el mapa la ubicación del valle alto del río
Green, al otro lado del Paso Sur y la cordillera Wind River; Fort Union junto al
Misuri en la desembocadura del Yellowstone; y al este el río Platte, en el punto en el
que el Sweetwater se une a este desde el Paso Sur. Se podría considerar que el valle
alto del río Green era el centro desde donde se desarrollaba el comercio de montaña.
Desde Fort Union, hasta el tramo alto de la tradicional ruta fluvial hacia las
montañas, en el territorio de los assiniboins y cerca del territorio de los pies negros, la
American Fur Company dirigía sus esfuerzos para aplastar toda competencia. En
venganza, Sublette y Campbell intentaron establecer ese verano un puesto rival a una
o dos millas de Fort Union. William Sublette transportaba mercancía para el fuerte
www.lectulandia.com - Página 47
Misuri río arriba en barcazas. Campbell iba a llevar una caravana de mulas de carga
con provisiones para la RMF Company río arriba por la ruta del Platte. Stewart se
unió a su partida.
Por lo que se sabe, Stewart no escribía un diario. No nos ha llegado ninguna carta
suya en la que describa sus aventuras con detalle. Sus dos novelas románticas
contienen mucho material sobre el entorno auténtico, que será citado aquí, pero en
ningún caso son historias reales. Este viaje de 1833, sin embargo, puede ser rastreado
hasta la rendezvous y más allá gracias a las memorias de otro hombre que emprendía
su primer viaje a las montañas con la caravana de Campbell. Este hombre era Charles
Larpenteur, de veintinueve años, nacido en Francia pero criado en Baltimore. Viajó
hasta San Luis, donde empezó a trabajar para uno de los O’Fallon, y allí, como es
natural, se contagió del hambre por el Oeste. Ahora había partido por fin para saciar
esa hambre, aunque tanto un funcionario de la American Fur Company como Robert
Campbell le habían advertido de que el comercio de pieles no era vida para un
hombre refinado. Cuando él insistió, Campbell le contrató para dieciocho meses de
trabajo a dieciséis dólares al mes. Así se convirtió en un principiante, un novato; en la
jerga de la profesión, un devorador de cerdo… y partió para dedicarse a una profesión
que nunca logró abandonar. Fue un hombre desafortunado; su estrella fue poco
propicia. Charles Larpenteur nunca tuvo suerte[8].
Sabemos por Larpenteur que otro caballero ocioso viajaba con la partida:
Benjamin Harrison, médico e hijo de William Henry Harrison. Larpenteur afirma que
realizó el viaje «con la intención de dejar de beber whisky», aunque el comercio de
pieles era una extraña elección para tal cura. Su sobrino, quien, como su padre,
llegaría a ser presidente de los Estados Unidos, contó al doctor Coues que era salvaje
y aventurero, probablemente una explicación suficiente de su presencia allí, y
Nathaniel Wyeth, que lo conoció en las montañas, opinaba de él que era un hombre
de poco fiar, si no directamente deshonesto. Pero sus conocimientos médicos eran
útiles, y como hombre educado y de infatigable disposición resultaría una buena
compañía para Stewart. También estaba un tal «Edmund Christy de San Luis»; si era
o no el Christy que aparece en los anales de varias compañías de pieles no está claro,
pero invirtió siete mil dólares con la RMF Company. Campbell también llevaba a las
montañas a un chico arapahoe que había asistido a la escuela de San Luis, y cuya
extraña y conmovedora historia alguien debería contar en detalle algún día. Tom
Fitzpatrick lo encontró perdido y hambriento en las llanuras del suroeste hacía dos
años, lo llamó Viernes, lo adoptó informalmente y lo envió al Este para que avanzara
en su educación. Ahora regresaba a su padre adoptivo y a su tierra, un alma dividida,
un indio que había aprendido a sentir las emociones de un hombre blanco.
La caravana contaba con Sublette y Campbell como intermediarios y
transportistas. Su misión era llevar los productos hasta la rendezvous y traer de vuelta
las pieles de todo un año de trampeo… entregar los productos, venderlos y comprar
pieles. No viajaban con carros, aunque Bill Sublette había logrado llegar con carro
www.lectulandia.com - Página 48
hasta la cordillera Wind River (justo al este de la Divisoria Continental) tres años
antes, Bonneville había viajado con algunos a través del Paso Sur (más allá de la
Divisoria) hasta el río Green en 1832, y desde el regreso de Robert Stuart en 1813 se
suponía que se podía avanzar con carros todo o la mayor parte del camino hacia el
Columbia. Campbell contaba con unos cuarenta hombres cuya misión principal era
cargar con pieles una media de tres mulas cada uno. Después regresaban con él desde
la rendezvous y, aunque por fuerza debían ser trabajadores hábiles y especializados,
la mayoría estaban considerados en un escalafón más bajo; no llegaban para pasar el
invierno, no eran tramperos, no eran hombres de montaña. El lugarteniente de
Campbell era su contable, Johnesse según la ortografía de Coues, pero su hombre de
confianza probablemente fuera un viejo compañero de los buenos tiempos, Louis
Vasquez, el «viejo Vaskiss» en la literatura, un hombre de Ashley, todo cuero y
sabiduría de la montaña, y que más tarde se convertiría en el socio de Jim Bridger.
Además de las mulas, llevaban una numerosa recua de caballos, veinte ovejas que les
proporcionarían carne hasta que llegaran al territorio de los búfalos, y dos toros y dos
vacas, que debían ser conducidos a la rendezvous y luego a la desembocadura del
Yellowstone; criarían una manada en el nuevo puesto que Sublette había construido
allí.
Tres fardos de productos, de doscientas cincuenta a trescientas libras de peso por
mula, un poco más por caballo, de veinte a cuarenta toneladas en total. La cantidad
era considerable, pero también era crudamente limitada. La RMF Company, a la que
estaban consignados, estaba formada por viejos amigos y queridos compañeros, pero
eso no contaba a la hora de hacer negocios. Cuando enviaba productos a sus puestos
río arriba, la American Fur Company les aumentaba el precio un cien por cien como
primer recargo antes de que los socios en el terreno les añadieran sus beneficios.
Sublette y Campbell aumentaban el precio mucho más que la American Fur
Company y contaban con el incrementado por el diferencial (en ocasiones del
cincuenta por ciento) entre los precios del castor en la montaña y en San Luis, que era
con lo que los productos eran pagados. Por su parte la RMF Company doblaba o
redoblaba los precios de los productos que suministraba a los tramperos o a los
indios. Cuando el trampero era el consumidor último, pagaba con castores precios
que pocas veces bajaban del mil por cien sobre los costes de San Luis por los
artículos más caros, y en muchos artículos se incrementaba hasta un dos mil por cien.
Solo los mejores tramperos, y solo cuando contaban con cierta ventaja para negociar
los precios, podían saldar su deuda anual por su equipamiento y además ahorrar algo.
Pocos (a excepción de los «tramperos libres») saldaron su deuda, menos aún se
arriesgaron a trasladarse hacia el Este con sus pieles, y ninguno jamás les hizo la
competencia. Pero tampoco las compañías de pieles sacaban grandes beneficios. Los
proveedores y banqueros, que generalmente eran la misma empresa (y cuando no era
así, normalmente estaba Astor o un Chouteau o un Pratte detrás de todo), los tenían
cogidos por donde más duele. El comercio de montaña significaba bancarrota para la
www.lectulandia.com - Página 49
mayoría de las partes implicadas en él, aunque también significaba enormes
beneficios para unos pocos… beneficios lo suficientemente elevados como para
cubrir las exorbitantes pérdidas, derroches y gastos indirectos, y todavía producir
millonarios. Fueron los caciques los que se hicieron millonarios.
Y bien, ¿qué productos? Sublette & Campbell suministraban provisiones para las
operaciones en el terreno de la RMF Company. Eso significaba principalmente el
trampeo y solo un comercio secundario con los indios. Había ciertas necesidades
básicas: pólvora y plomo, trampas, caballos, mulas; tabaco, comprado por unos
cuantos centavos y vendido a un dólar la libra; licores, que era directamente alcohol,
comprado a diez o quince centavos por galón y vendido a uno o dos dólares, y hasta
cuatro dólares por pinta, tras ser diluido a un cincuenta o setenta y cinco por ciento.
Otras necesidades básicas eras camisas, abrigos, chaquetones, pantalones y mantas;
utensilios personales como cuchillos, hachas, llaves de pedernal y acero y pequeñas
herramientas. Algún que otro pequeño lujo, como café y azúcar, que hombres sin
hogar compraban en las rendezvous por un dólar y medio y hasta cuatro dólares por
libra. Más allá de estas cosas, los tramperos libres en pequeños grupos, y los
tramperos en grupos más grandes, necesitaban pequeñas cantidades de productos para
regalar o comerciar con los indios. Eran los mismos productos que la compañía como
empresa vendía en las rendezvous. Pólvora, plomo, tabaco y alcohol principalmente,
junto a pedernal y piezas de recambio de rifles y mosquetes de ánima lisa. Además,
cualquier clase de utensilios que resultara rentable transportar, comenzando por
cuchillos, hachas y tomahawks para hacer trueque (también garrotes de guerra para
intercambiar mercancías), limas, anzuelos y el humilde punzón para infinidad de usos
(a sesenta o setenta y cinco centavos las doce docenas en San Luis) que los indios
utilizaban como aguja de coser, ganzúa, amuleto, perforadora, lanceta, escalpelo y
herramienta de bolsillo, y por el que debían pagar hasta un dólar en especies (o podría
no costarles nada, ya que junto al tabaco, era el regalo más común). Lo siguiente, las
mantas y diversas prendas y, finalmente, abalorios de colores, espejos, campanas,
plumas de gallo o de pavo, bermellón y otras pinturas y baratijas novedosas que eran
los productos de lujo en los trueques.
Cantidades mayores y productos más variados remontaban el río en la barcaza de
Bill Sublette y los barcos de vapor Yellowstone y Assiniboin. Tomemos por ejemplo
una factura real que incluye los productos que supuestamente viajaron con
Maximiliano en el Yellowstone, consignados a Fontenelle y Drips en Fort Pierre para
la caravana de mulas que este último llevaría a las montañas[9]. Ciertos productos
indispensables no aparecen en esta factura, que en valor cubre aproximadamente un
cuarto de la carga total del barco. Otras facturas cubren el resto, y sin duda algunos
de los productos que llevaban al Oeste los sacaban del almacén de Fort Pierre. El
lector debe recordar que la carga de la caravana de mulas de Fontenelle solo era una
parte, de hecho, la parte más pequeña, del equipamiento del Puesto del Alto Misuri
para el año 1833.
www.lectulandia.com - Página 50
Los precios citados son un tanto difíciles de entender: están muy por encima de
las tarifas al por mayor de ese mismo mes en San Luis, pero no han sido
incrementados aún el cien por cien habitual. La factura asciende a 4.297,62 dólares e
incluye algunos productos no propiamente consignables a Fontenelle y Drips; unos
cuantos productos de uso personal de la empresa y algunas armas que debían
descargarse en Fort Pierre.
La Compañía envía a su partisano de campo 100 cordeles de cuentas grandes
azules, de tres cuartos de libra de peso por cordel; un total de 140 libras de cuentas
rojas, azules y blancas de calidad media; 225 libras de cuentas blancas a 37,50
centavos por libra y 390 cordeles de cuentas variadas, de 23 a 40 centavos los tres
cuartos de libra. Treinta y cinco pares de mantas Mackinaw de un punto (2,67
dólares), 40 pares de tres puntos y medio, azules, verdes y rojas (a una media de unos
9,50 dólares el par), y 75 pares, y 9 individuales de tres puntos en los mismos colores,
además del blanco (desde 5,89 a 9,45 dólares). Las mantas tienen menos margen de
beneficios que la mayoría de productos: se venderán individuales de 16 a 20 dólares.
Envía una variedad de telas demasiado diversas para enumerarlas aquí: paño común,
alpaca, tela a cuadros, percal estampado, franela, etc., con un valor cercano a los 700
dólares tal como reflejan los libros, aproximadamente unas tres mil yardas de tela en
total destinadas a ser vendidas a un mil por ciento de su valor original; 15
«chaquetones color escarlata», cuya utilidad conoceremos más adelante, a 7,16
dólares y 51 a 7,72 dólares (en concepto de Agasajos, Gastos Indirectos o Fondo de
Comercio), 29 «capotes» de tela de Mackinaw a 6,98 dólares (de 20 a 25 dólares en
las montañas), una docena de gorras de lana y plumas de gallo y de «cola de zorro»;
media tonelada larga de balas para fusiles (treinta y dos por libra, seis centavos por
libra en San Luis, alrededor de un dólar en las montañas), 1.048 llaves de pedernal de
mosquete y 36 de rifle y unas cuantas de pistola que podrían ser encendedores
patentados; aproximadamente 300 camisas, de algodón, de tergal y de lino; 4
paquetes de doce docenas de ligas; 6 pares de patucos de niño y 8 pares de medias
blancas de señora (sin duda, para las squaws de los partisanos); 150 pistolas
Northwest —es decir, mosquetes de ánima lisa de cañón corto manufacturados
especialmente para ese pedido—, 100 docenas de «escalpelos comunes», 55 docenas
de cuchillos más caros para asesinar con elegancia y 50 docenas de yesqueros
ovalados.
La página del libro de contabilidad termina aquí. Y todavía no se había listado el
licor, el tabaco y la pólvora.
Debemos señalar una fuerza que involucra a los imperios. La mayoría de estos
productos eran de importación, lo cual explica la ambivalencia en las políticas del
señor Astor, el señor Ramsay Crooks y los magnates de San Luis… así como de
Thomas Hart Benton, su leal representante. Massachusetts, Connecticut, Pensilvania
y Nueva Jersey aceleraban vertiginosamente la revolución industrial de los Estados
Unidos, pero nosotros todavía íbamos a la zaga. El comercio indio, que es lo mismo
www.lectulandia.com - Página 51
que decir el comercio de pieles, estuvo en el origen de la lucha por Canadá, que duró
dos siglos, y una razón fundamental de la victoria británica fue la habilidad de los
fabricantes ingleses para manufacturar productos mejores y más baratos para los
indios… quienes a su vez eran expertos en detectar la calidad del producto. Esa
habilidad continuaba dando una ventaja enorme a la Hudson’s Bay Company en
Oregón —Astor había negociado un acuerdo con esta en los Grandes Lagos— y el
arancel proteccionista norteamericano aumentó esta ventaja. Las mantas eran inglesas
y francesas, la tela era inglesa, francesa o flamenca, las cuentas de cristal provenían
de Milán o Trieste. Las mejores herramientas y utensilios eran ingleses, aunque en
este terreno estábamos supliendo rápidamente nuestras carencias. No había rifles
europeos a precios competitivos tan buenos como el producto norteamericano —
aunque los buenos rifles de Europa eran infinitamente mejores que los nuestros—,
pero los indios raras veces demandaban rifles en este periodo. Las trampas, cuando
no estaban hechas a mano a unos quince dólares cada una en San Luis, llegaban de
Manchester, y aún tendrían que pasar unos veinte años antes de que la Comunidad
Oneida pudiera producirlos en la cantidad suficiente. La pólvora de Dupont era
inferior a la inglesa y la francesa, y la cuestión de cuál de estas dos últimas era mejor
era un tema frecuente de discusión alrededor de las hogueras de los campamentos…
De manera que, tanto en relación con los productos como a los mercados, el hombre
de montaña estaba profundamente involucrado con las energías del mundo.
* * *
Campbell reunió a su partida en Lexington, Misuri, más al este que los habituales
puntos de partida como Franklin, Independence y, más tarde, Westport. Allí, el 12 de
mayo de 1833, los treinta empleados fluviales de Bill Sublette se echaron al hombro
la larga maroma y comenzaron a tirar de la barcaza remontando el Misuri hacia la
desembocadura del Yellowstone y, devastados por la resaca tras una juerga de
despedida, los hombres se dirigieron por tierra al oeste.
Stewart, un hombre del ejército, sin duda se amoldó enseguida a aquella vida. La
caravana de mulas de carga viajaba siguiendo una disciplina muy parecida a la
militar. Acampaban a última hora de la tarde y partían exactamente al amanecer, tal
como hubieran hecho los Húsares del Rey. El personal estaba sujeto a las órdenes de
oficiales y suboficiales y sometidos a severos castigos. Los hombres se distribuían en
grupos que comían juntos y se turnaban para las tareas rutinarias. Había cuidadores
de ganado, cuidadores de caballos y, en cuanto dejaron atrás los asentamientos,
también guardias nocturnos de campamento (aunque raras veces había peligro de
ataque indio, el robo de caballos estaba a la orden del día). Para cualquier soldado de
caballería veterano la tozudez de las mulas intentando volcar sus fardos no era
ninguna novedad, ni tampoco verlas rodar sobre ellos y salir súbitamente al galope de
www.lectulandia.com - Página 52
regreso a los asentamientos incitando a todos los caballos sueltos a seguirlas. Stewart
había visto todo esto antes y estaba claro que para Campbell el escocés resultaba un
general de brigada de lo más útil y barato. Todo aquel que lo menciona a lo largo de
los siguientes seis años afirma que era un partisano de mucho talento.
Sin embargo, aunque el trotamundos estaba acostumbrado a los horizontes
amplios, de ahora en adelante todo en la naturaleza le resultaría nuevo y extraño.
Recorrían la ruta abierta por los hombres de Ashley, la ruta por la que los Estados
Unidos seguirían su estrella del oeste (Oregón comenzaba en la Divisoria
Continental, es decir, a medio camino a través de Wyoming, y desde el extremo
occidental del paso que cruzaba la Divisoria se podían ver las cumbres de las
montañas mexicanas). Se dirigieron al oeste por Kansas, luego giraron hacia el
noroeste cruzando innumerables arroyos y ríos como el Kansas y el Big Blue. Más
allá estaba el Little Blue, que los condujo hasta Nebraska y hacia las «Costas del
Nebraska», el valle del Platte. Aquel era territorio de praderas de abundante hierba
que en junio llegaba a la tripa de un caballo e incluso más alto. En mayo, el terreno se
esponjaba por las lluvias violentas y copiosas en grandes extensiones que no eran
mucho más transitables que una ciénaga. Las lluvias caían repentinamente y con
efectos desastrosos, encharcando las mantas y ahogando a los hombres que dormían
debajo, y se intercalaban con ventiscas y granizadas con granizo tan grande como un
puño, barridos por vendavales que se llevaban volando por la pradera sus posesiones
y les congelaban los huesos. Ensordecedores truenos retumbaban durante horas,
asustaban al ganado y hacían que saliera en estampida; de día dispersaba a los grupos
de ganado hasta unas cinco millas, de noche dispersaba los caballos y las mulas
incluso más lejos… y cada uno de los animales debía ser rastreado hasta dar con él.
Cada arroyo era un río, cada río un estrecho y cada riachuelo una ciénaga… y a lo
largo de estos parajes los hombres debían maldecir, golpear y en ocasiones arrastrar
con cuerdas a ciento cincuenta caballos y mulas, ovejas y vacas. Los animales
chillaban, resoplaban, se encabritaban, mordían y se hundían en el fango. Las
praderas estaban preciosas con las flores, la hierba ondulante y el trino de los pájaros
—todo ello cuidadosamente descrito en las novelas de Stewart—, pero no durante las
lluvias de primavera.
Al final uno lo aceptaba. Como siempre existía la posibilidad de que los indios
causaran problemas, uno podía sobreponerse a los chaparrones y las estampidas
diarias con una simple maldición. Al grupo de oficiales todavía le quedaban manjares
de San Luis y licores para calentarse. Los hombres habían agotado su café desde
hacía tiempo; había beicon y galletas del barco, algo de añojo si el jefe no se lo comía
todo y la seguridad de que finalmente encontrarían búfalos. Durante un tiempo, los
únicos indios eran puñados de mendigos domesticados y ladrones. Nuestros viajeros
se hallaban al oeste de lo otos y los omahas, que pasaron de largo en su travesía por el
río. A lo largo del Bajo Platte, que alcanzaron dos semanas después de partir de
Lexington, encontraron a los pawnees. Estos aún eran un pueblo formidable en 1833,
www.lectulandia.com - Página 53
indios inteligentes y a la altura de cualquiera de sus enemigos, que se movían por una
amplia área, ladrones expertos, mentirosos y extorsionadores (desde el punto de vista
de los blancos; el punto de vista de los indios se abordará más adelante). Pero se
encontraban justo en medio del camino por el que avanzaba el imperio y este no
necesitó muchos años para corromperlos hasta convertirlos en los fanfarrones y
merodeadores de la Ruta de Oregón. Más tarde, experimentarían una especie de
renacimiento cuando su guerra heredada contra los sioux, quizás sus más antiguos
enemigos indios, los convirtieron en perfectos asistentes del Ejército de los Estados
Unidos… y nos permitieron destruir a dos tribus por una causa justificada. En el
periodo que aquí se trata eran considerados como una tribu superior de las llanuras.
Nunca atacaban una caravana con todos sus efectivos —las guerras indias requerían
su atención—, pero uno debía vigilar sus pasos.
La partida de Campbell llegó al Platte en un punto bastante al este de la
bifurcación, tomó el Platte Sur en la bifurcación y finalmente cruzaron hacia el Platte
Norte. A través de cien millas el territorio había ido cambiando gradualmente. Las
lluvias cesaron casi del todo, ya no había hierba alta, el agua potable escaseaba cada
vez más y la larga pendiente del terreno se había hecho patente. El Platte era un
delgado lodazal que fluía lentamente a través de innumerables islotes de álamos y
sauces, y tal vez fuera una milla o más de ancho. Fue el primer río del Oeste que
provocó los habituales tópicos: tenía un cauce de una milla de anchura y una pulgada
de profundidad y discurría colina arriba, era agua tan densa que había que masticarla,
y era buena para beber si la tirabas y llenabas el vaso de whisky. Las tierras
movedizas se añadieron a los peligros diarios. Eran una molestia desesperante que
provocaba todo tipo de improperios en los hombres, y uno puede imaginar el temblor
y los chillidos de las mulas, que intuían la presencia de arenas movedizas, y el
mugido de los terneros de Campbell.
Este era el territorio conocido como las altas llanuras y, aunque continuaron aún
en las altas llanuras a lo largo de cien millas, en imperceptibles estadios el territorio
se elevaba avanzando a las montañas. Nuestros viajeros probablemente interceptaron
el Platte Norte en Ash Hollow. Las llanuras ya se ondulaban en montículos
redondeados y pronto comenzaron a aparecer fragmentos separados de colinas
geológicamente antiguas. Estos estaban esparcidos sin orden ni concierto y tan
erosionados por el viento incesante que despertaban la imaginación de hombres ya
ofuscados por el sol y la distancia. Estos fragmentos fueron haciéndose cada vez más
grandes y comenzaron a tener nombres, Court House Rock, Jail Rock, Ship Rock,
Chimney Rock y, por fin, Scott’s Bluffs[10]. Ahora el valle estaba horadado por
innumerables barrancos, desfiladeros e incluso cañones; estos se atravesaban más
fácilmente con caravanas de mulas que con carromatos de emigrantes, pero la mejora
no era mucha y cualquiera que fuera la ruta que tomara una caravana a través de estos
siempre resultaba ser la equivocada. Sin embargo, después de un par de días
remontando el Platte, la vida mejoró enormemente. El capitán Stewart, que
www.lectulandia.com - Página 54
probablemente aprendió a cocinar sobre boñigas secas de camello, ahora cocinaba
sobre boñigas secas de búfalo. Por suerte, porque ya tenían carne de búfalo que
cocinar.
Stewart tal vez tuviera diversos motivos para viajar a los Estados Unidos, pero es
probable que el principal fuera su deseo de experimentar lo que parece haber sido la
caza por excelencia en este continente y quizás la mejor caza que los cazadores han
disfrutado en ningún sitio. Cualquier variedad de caza mayor, desde la caza de
elefantes hasta la de grizzlis, tenía sus propios devotos, pero todo aquel que alguna
vez había cazado búfalos a caballo en el Oeste (a excepción del escéptico Richard
Dodge) lo consideraba el culmen de la vida de un cazador. Y esto no era porque el
búfalo fuera un animal astuto o habilidoso, ya que en realidad era el animal más
estúpido de entre todos los mamíferos, ni porque fuera difícil encontrarlos, ya que
existían en mayor número que cualquier otro animal grande en todo el planeta, ni
porque fuera en sí mismo peligroso. Lo que aportaba a la caza una emoción
equivalente al éxtasis era la excitación, la velocidad, el atronador ruido, la mole
pavorosa del enorme animal en movimiento, la furia de su muerte y el peligro
implícito de la persecución. Ya que durante cuarenta años esa era una experiencia
americana notable y única, podríamos detenernos para describir la manera de cazar
búfalos.
Stewart vio a los búfalos por primera vez a finales de mayo a lo largo del Platte y
al este de la bifurcación, un momento y lugar habitual para encontrarlos. Era la época
de la cría de los terneros y por ello las vacas, que en otras estaciones podían ofrecer
una carne incomparablemente mejor, ahora estaban delgadas y enjutas. Los novatos
habían imaginado encontrar enormes manadas a cuyo paso la tierra temblaba y cuyos
mugidos hacían imposible conciliar el sueño, pero tales manadas no se formaban
hasta la estación de celo o «de la estampida», ya bien pasado el solsticio de verano.
Antes de esa estación los búfalos se encontraban en pequeñas manadas —desde unos
veinte o treinta hasta cien o un poco más—, más o menos cohesionados, moviéndose
hacia el río o alimentándose de la hierba grama corta, que era la más nutritiva de
todas las hierbas. En ocasiones se encontraban manadas cerca de otras, sumando un
total de varios miles; o, incluso en lo que se consideraba buen territorio de búfalos, en
un día de viaje se divisaban tan solo dos o tres. Los terneros eran de color más claro,
de un rojizo trigueño o incluso rubios; las manadas de lobos y coyotes los rastreaban,
pero los adultos se mantenían en guardia. Los añojos eran más oscuros, y los «toros
de pitón fino», los búfalos de cuatro años que tenían cuernos puntiagudos y lisos,
comenzaban ya a mostrar los colores de la madurez. Había mucha variación
individual, pero el pelaje de un búfalo típico variaba de un rubio brillante en los
cuartos delanteros y la grupa hasta el marrón oscuro o incluso negro en los cuartos
traseros y la barriga. En la época de cría de los terneros los búfalos mudaban el
espeso y lanudo pelaje hasta llegar a una desnudez casi total en el solsticio de verano,
y ese aspecto disparejo en el pelaje hacía que un búfalo adulto pareciera más feroz y
www.lectulandia.com - Página 55
demoniaco que lo que jamás hubiera podido imaginar un novato. Un búfalo adulto,
digamos de unos ocho o diez años, pesaba casi una tonelada, mil setecientas o mil
ochocientas libras. Medía seis pies a la altura de los hombros. Desde el morro hasta la
grupa podía llegar a medir hasta diez pies.
Al avistar una manada, el cazador ajustaba la cincha de la silla y comprobaba la
carga y cebo de sus armas. Intentaba acercarse lo más posible, aproximándose con el
viento en contra. Los búfalos que pastaban podían ser acechados a varios tiros de
flecha —de cincuenta a cien yardas— por indios o blancos cautelosos que se
arrastraban en grupos, empujando un arbusto de artemisa por delante como
francotiradores militares, o incluso, como en un célebre grabado de Catlin, con pieles
de lobo puestas encima. Si lograba aproximarse con éxito, un cazador podía matar a
la mitad de la manada, incluso con armas de fuego, antes de que los supervivientes
siquiera mostraran curiosidad por lo que pasaba. Sin embargo, no existía tal placidez
si las torpes bestias detectaban el olor del hombre o cualquier movimiento rápido o
inusual. El cazador deportista intentaba cabalgar sin ser descubierto hasta unas
trescientas yardas, pero raras veces lo lograba. Normalmente, cuando aún se
encontraba a media milla, el primero de los animales y luego toda la manada salían
corriendo, desviándose a favor del viento para seguir oliendo al hombre y escapar de
él. Y a eso había venido el cazador: comenzaba la persecución.
Cualquier caballo tolerablemente bueno podía adelantar al búfalo más veloz, pero
debía ponerse a galope tendido para lograrlo y en ocasiones debía galopar cuatro o
cinco millas, que era lo que desfondaba a los caballos. Esta primera carrera
enloquecida —de lo más estimulante a buena mañana, cuando el aire fresco
vigorizaba los pulmones— se dirigía precipitadamente hacia terreno desconocido, el
cual podía estar plagado de hondonadas, o pequeños barrancos o quebradas de
considerable tamaño, y sin duda lleno de boquetes por las innumerables madrigueras
de tuzas y perros de las praderas. Una caída podía significar una pata rota para el
caballo, huesos rotos o contusiones o muerte para el jinete. En el informe de Frémont,
Kit Carson, un cazador más experto que ninguno, es visto por primera vez en acción
levantándose de una de esas caídas: «aunque considerablemente herido tuvo la buena
fortuna de no romperse ni un solo hueso». Pero mucho antes de que el cazador
alcanzara al búfalo estaba, en palabras de Frémont, «insensible a todo lo demás». Su
corazón latía al ritmo de los cascos del caballo, se estiraba hacia delante sobre la silla
y gritaba con todas sus fuerzas.
Los búfalos se dirigían instintivamente hacia terreno lo suficientemente
accidentado para que un caballo los siguiera, por profundos barrancos o quebradas
boscosas. Si los rebasaban, la excitación de los cazadores se transformaba en delirio.
«Solo podía ver una nube de polvo», escribió Francis Parkman. «En un segundo me
encontraba en medio de la nube, medio ahogado por el polvo y aturdido por el
estruendo de la manada que huía al trote, pero me emborraché con la persecución y
me daba igual todo lo que no fueran los búfalos». Había búfalos por todas partes,
www.lectulandia.com - Página 56
enormes en la oscuridad, embistiendo al caballo o intentando empitonarlo (imposible
si el caballo lograba mantenerse erguido, por supuesto), en ocasiones cargando contra
él. Los cascos escupían polvo y terrones hacia los ojos del cazador; los oídos
retumbaban con una confusión de ruidos. No había manera de ver lo que había por
delante, pero el cazador debía seleccionar una víctima, y en cualquier estación menos
durante la época de cría la víctima debía ser una hembra, preferentemente joven. Un
caballo entrenado para la caza de búfalos, guiado únicamente por la presión de los
muslos del jinete, se apartaba de las cargas laterales y esquivaba las directas, que se
aproximaban por detrás de su hombro derecho. Cuando los indios rodeaban al búfalo,
usaban una lanza o una flecha; una flecha bastaba si se clavaba en el lugar correcto, y
con frecuencia atravesaba completamente a la bestia, de manera que salía por el otro
costado y se deslizaba por la llanura. El hombre blanco usaba el rifle y lo recargaba
en plena carrera, golpeando la culata sobre la silla para alojar la bala, acción para la
cual normalmente habría empleado una baqueta. Si tenía éxito en tan delicada
operación —derramar pólvora peligrosamente de su cuerno, quizás con una carga
doble o triple, y escupir por el cañón del arma una bala que había llevado en la boca
— ya estaba listo para otro disparo. Si no, usaba las pistolas, aunque eran menos
efectivas. Daba igual: para entonces ya era un demente y no le quedaba más remedio
que seguir galopando, gritando, disparando, hasta que el caballo quedaba exhausto, o
la pólvora se agotaba o la manada de búfalos se dispersaba. De repente, volvía a
reinar el silencio. Muy lejos otros grupos de animales galopaban por delante de otros
cazadores, cuyos rifles tal vez humearan cuando su compañero levantaba la vista.
Aquí y allá, por toda la llanura había cuerpos caídos de búfalos, aquí y allá había una
bestia herida derrumbándose sobre sus rodillas. La consciencia entonces retornaba. El
caballo bufaba respirando con dificultad y bañado en espuma. «Yo mismo», afirma
Parkman, «me sentía como si estuviera empapado de agua caliente».
Mientras tanto, si tu caballo se había tropezado con la madriguera de un perro de
las praderas o había caído en un barranco, acababas sin duda corneado y aplastado.
«Ningún animal», escribió Frederick Ruxton, «precisa de más esfuerzos para que
lo maten que el búfalo». Esta afirmación no era del todo cierta, ni siquiera referida
solo a los animales americanos, ya que el oso grizzli era más difícil de matar, pero se
aproximaba bastante a la verdad. Ruxton continúa:
A menos que se les dispare en los pulmones o en la columna vertebral, siempre escaparán, e incluso
cuando los hieren así mortalmente, o cuando les han atravesado el corazón, con frecuencia corren una
distancia considerable antes de desplomarse al suelo, en especial si ven al cazador después de ser heridos. Si,
por el contrario, el cazador permanece escondido tras disparar, el animal permanece quieto si no cae
inmediatamente al suelo. Resulta casi doloroso ver los estertores de muerte de la enorme bestia. El búfalo
manifiesta invariablemente una resistencia sin igual a caer cuando está herido de muerte, como si fuera
consciente de que, cuando toque la madre tierra, habrá perdido toda esperanza. Un búfalo, herido en el
corazón o los pulmones, sangrando abundantemente por la boca y con la lengua colgando, los ojos en blanco e
inyectados de sangre, y vidriosos por la muerte, se apuntala sobre sus patas, balanceándose de un lado a otro,
patea el suelo con impaciencia ante su debilidad cada vez mayor o levanta la cabeza fuerte y enmarañada y
muge desesperado y conscientemente impotente. Sin embargo, se esfuerza hasta el final en permanecer
www.lectulandia.com - Página 57
erguido y planta las extremidades más separadas, pero de nada le sirve. Mientras el cuerpo se balancea como
un barco en el mar, vuelve la cabeza lentamente de lado a lado, mirando a su alrededor como si buscara al
enemigo invisible y traicionero que lo ha llevado a él, señor de las llanuras, a tal fin. Gotas de sangre púrpura
salen a chorro de la boca y la nariz, y poco a poco los miembros temblorosos se niegan a sujetar aquel pesado
cuerpo muerto; el cuerpo se tambalea aún más violentamente de un lado a otro hasta que, de repente, durante
un instante, se pone rígido e inmóvil; un temblor convulso lo invade y, con un grave y sollozante gemido, el
enorme animal cae sobre un costado con las patas extendidas duras y rígidas, y la montaña de carne sin vida ni
movimiento.
Los primeros intentos de un novato de cazar un búfalo son siempre fallidos. Ante él ve una masa de carne,
con casi cinco pies de alto desde la parte superior de la giba hasta la parte inferior del pecho, y
consecuentemente cree que, si dispara a mitad de camino entre estos puntos, sin duda debe alcanzar sus partes
vitales. Nada más lejos de la realidad que esa suposición; porque, para «parar en seco a un búfalo», frase que
se usa cuando se ha logrado un tiro limpio, debe recibir la bala a tan solo unas pulgadas por encima del pecho,
detrás del hombro, donde solo, a menos que la columna esté dividida, un tiro mortal alcanzará sus partes
vitales. En una ocasión disparé a un búfalo y la bala pasó directamente a través del mismo centro del corazón
abriendo un agujero lo suficientemente grande para meter un dedo, y el animal corrió más de media milla
antes de caer y, sin embargo, la bala había atravesado completamente el cuerpo del animal y había partido su
corazón en dos. También he visto disparar con saña dieciocho tiros, la mitad de ellos con mosquetes a un
búfalo viejo a solo seis pasos, y algunos atravesando el cuerpo, y el pobre animal de pie todo el tiempo
haciendo débiles intentos de cargar. El disparo decimonoveno, cuando el animal ya tenía el morro pegado al
pecho, hizo que se desplomara sobre el suelo. La cabeza del búfalo tiene un pelaje enmarañado tan espeso que
una bala disparada a una media docena de pasos no es capaz de penetrar el cráneo a través de la peluda frente.
Con frecuencia he intentado hacerlo con un rifle con veinticinco balas por libra, pero no lo he logrado ni una
sola vez[11].
Y una vez que el éxtasis de la persecución había acabado, todavía quedaba por
llegar otro éxtasis, porque la carne de búfalo era el mejor de los manjares. El
descuartizamiento de la res se realizaba de la siguiente manera: el cuerpo se apoyaba
sobre la barriga, con las rodillas dobladas o con las patas estiradas[12]. Primero
cortaban la lengua… y siempre se enarbolaba como un trofeo, como prueba de la
matanza, incluso cuando se había matado un viejo búfalo de carne correosa no apto
para comer. Luego el carnicero realizaba una incisión a lo largo de la columna y
retiraba la piel de uno de los costados para usarla como mantel para los trozos de
carne. Los cortes que se llevaba dependían de lo rollizo que estuviera el búfalo.
Siempre se llevaba el «jefe», una pequeña giba en la parte trasera del cuello, la giba
en sí, y las «costillas de la giba», que eran las prolongaciones de las vértebras que
soportaban el peso de este; luego el «vellocino», que era la carne entre la columna y
las costillas, y la capa de tres pulgadas de grasa que la cubría, las «costillas laterales»
y la «grasa de la barriga» más abajo, que era considerada uno de los mayores
manjares. Con frecuencia también se llevaba el hígado y las porciones de intestinos
que sus gustos le dictaran. Luego limpiaba un hueso de la pata y lo usaba para partir
los otros huesos con el mejor tuétano. Francis Chardon, un factor de la American Fur
Company, listaba como un bocado especialmente exquisito «las pelotas» —por lo
tanto, las primeras ostras de las Montañas Rocosas—. Pero cuando escaseaban los
búfalos se comían toda la carne del animal. Y tampoco acierta la literatura cuando se
reprocha a los cazadores blancos ser los únicos culpables del imprudente desperdicio
de carne, ya que los indios desperdiciaban también bastante cuando abundaban los
búfalos y se llevaban solo los cortes que más les gustaban (incluso en el
www.lectulandia.com - Página 58
descuartizamiento existían unas habilidades empíricas especiales. «¡Eh, tú!», exclama
el Viejo Williams en La vida en el Lejano Oeste de Ruxton, «¿me oyes, maldito
novato?, ¿es que malgastáis así la grasa de vaca allá donde te criaron? Pues no vas a
lograr destacar por estos lares, chico, ¿me oyes, maldito seas? ¿Qué? ¡Estás cortando
la carne a contrafibra! ¿Pero adónde crees que va a ir a parar toda la sangre, querido
hispano? [Más probablemente, maldito frijolero]. Te digo que sigas la fibra y
procures hacer los cortes largos o el jugo se saldrá y la carne se quedará sin
sustancia… ¿me oyes?»)
Había pocos escrupulosos con la comida en las montañas. Los indios preferían
comer la carne un poco pasada y guardaban el excedente hasta que empezaba a
pudrirse. A las tribus de los ríos les gustaba la carne verde y putrefacta de los búfalos
que se ahogaban al cruzar el hielo y salían a la superficie en las orillas semanas más
tarde, «tan madura, tan tierna, que solo precisaba de una mínima cocción». Se comían
los riñones crudos, pero el mayor placer de un indio gourmet era tragarse de cabo a
rabo los tres metros de intestino crudo, caliente y quizás todavía palpitante —en una
instantánea que captura un atónito blanco, el gourmet indio exprime los contenidos de
las tripas un poco por delante de sus dientes—. Las tripas o budines también
resultaban deliciosas al paladar blanco, pero en este caso primero las asaban
ligeramente sobre el fuego. «En una ocasión vi a dos canadienses», afirma Ruxton,
«que comenzaron a devorar desde extremos opuestos un intestino viscoso enrollado
entre ambos sobre una sucia almohadilla de silla de montar, como el cuerpo enrollado
de una enorme serpiente. A medida que se deslizaba viscoso por sus gargantas, y la
serpiente en la almohadilla disminuía del tamaño de una anaconda al de una culebra
mediana, ambos comensales se afanaban en engullir a toda prisa y adelantar a su
vecino para aumentar sus opciones de tragar más de lo que le correspondía; ambos al
mismo tiempo exhortando al otro para que se comiera solo su parte, y de vez en
cuando, abrumado por los descarados intentos de su compañero de lanzar un vigoroso
bocado, echaba repentinamente la cabeza hacia atrás, sacando así al mismo tiempo,
por el violento impulso, varias yardas de budín del estómago de su compañero (ya
que la viscosa vianda no precisaba ser masticada y se tragaba entera) y, recogiendo la
porción arrebatada, la engullía avariciosamente». El hombre blanco se comía el
hígado crudo en cuanto se sacaba del animal; lo aliñaba con la hiel o en ocasiones
con pólvora. Pero el festín aún estaba por venir.
«La carne es carne», decía el trampero, y comía cualquier tipo de carne que
tuviera a mano, desde sus propios mocasines, el cuero de su ropa y de sus correas en
«tiempos de hambruna», hasta toda la variedad de animales de la montaña, de los
cuales algunos bocados eran memorables exquisiteces para los gastrónomos: cola de
castor cocida, «pantera» (puma), y para paladares acostumbrados los cachorros de
perros oglala. Pero cuando un recién llegado de los Estados cobraba su primer búfalo,
o cuando tras no dar con los búfalos durante algunas semanas por fin los encontraba,
ese individuo tocaba el sumun del placer. Y desde luego no se debe dudar de que la
www.lectulandia.com - Página 59
carne de búfalo, un vacuno indescriptiblemente cremoso, tierno, sin tendones, era la
mejor carne que jamás comió el hombre. El trampero hervía algunos cortes, sobre
todo la giba, y asaba o salteaba otros, pero sobre todo los cocinaba tostándolos
lentamente ensartados en su baqueta o en un palo. Cada hombre se ocupaba de su
propio fuego (a menos que se organizaran comedores, cada uno con su propio
cocinero) y ninguno contaba con más menaje que el cuchillo del cinto… La salsa, los
jugos y la sangre le caían por la cara, los antebrazos y la camisa. Devoraba la carne y
jamás se saciaba. La ración habitual de los empleados de la Hudson’s Bay Company
era de ocho libras, pero cuando había carne en abundancia un hombre podía devorar
ocho libras solo en una de las comidas, y luego se despertaba unas cuantas horas más
tarde, hacía un fuego y comía la misma cantidad. Todos los cronistas coinciden en
que ningún estómago se revolvía, ni el apetito se saciaba jamás. Además de la grasa
que ensuciaba la ropa del montañero, se añadían las salpicaduras de tuétano que
sacaba de los huesos y la grasa derretida, que se bebía a litros. La grasa del riñón se
podía beber sin límite; pero había que moderarse con la grasa de la barriga, más
sabrosa pero aceitosa, que podía ser regurgitada inmediatamente si se tomaba en
cantidad, aunque tales vómitos no impedían por mucho tiempo a nadie seguir
comiendo.
Habrá ocasión más delante de describir los métodos indios de cazar búfalos, la
preparación de carne seca y pemmican y otros usos que le daban al búfalo. Me parece
oportuno señalar aquí que la carne de búfalo era una dieta completa. Los estudios
modernos de Stefansson muestran el porqué. Partes del animal eran consumidas en
crudo y también se consumía abundante grasa a la vez que el magro. Los indios que
vivían junto al río Misuri cultivaban maíz y calabazas, y sus vecinos más próximos en
ocasiones les llevaban sus productos para comerciar; aquellos que vivían cerca de la
Divisoria Continental y en el extremo interior de la Gran Cuenca comían
regularmente una variedad de raíces; todas las tribus conocían muchas plantas
comestibles a las que recurrir en épocas de hambruna. Pero la mayoría de las tribus
de las llanuras se alimentaban exclusivamente de carne, al igual que los tramperos, a
excepción de dos o tres semanas al año. En la rendezvous y al inicio del viaje al
Oeste había café, azúcar, galletas y beicon, normalmente nada más, y estos productos
en cantidades muy limitadas. Para el resto del tiempo solo había carne, lo que
significaba carne de búfalo fresca, seca o convertida en pemmican. Jamás existió
gente más fuerte. No padecían escorbuto; de hecho, raras veces se menciona en la
literatura del género a un trampero enfermo. Los baños casi a diario en el agua glacial
de los arroyos de montaña al final les entumecían las articulaciones, pero en cualquier
otro sentido, lo máximo que se aproximaba un trampero a estar enfermo era una
resaca o «las venéreas», que les contagiaban las squaws que a su vez eran contagiadas
por sus predecesores. Se atribuía una enfermedad a la dieta: los novatos que entraban
por primera vez en contacto con los búfalos se suponía que contraían disentería.
Larpenteur habla de un «mal de vache», otros mencionan el mismo fenómeno y hay
www.lectulandia.com - Página 60
algunas pruebas recientes de que pasar a una dieta de carne puede provocarlo
temporalmente. Sin embargo, lo más probable es que los hechos que señaló
Larpenteur deberían explicarse con relación a otro cambio que tenía lugar
aproximadamente en el mismo estadio del viaje al Oeste. Los viajeros ahora bebían
con frecuencia agua impregnada con caliche, que es lo mismo que decir que bebían
una solución más o menos concentrada de aguas de sales.
Este es, por lo tanto, el momento climático del epicúreo de montaña. La giba y el
«jefe» hierven en una olla, los huesos partidos con tuétano chisporrotean junto al
fuego, hay tantas costillas para asar como uno quiera. Sentado en el suelo con las
piernas cruzadas, usando solo sus cuchillos Green River[13], los tramperos se comían
de seis a diez libras de búfalo hembra. La sensación de bienestar los invade; la carne
de búfalo hembra es una sustancia adictiva tan solo superada en capacidad de
persuasión por el alcohol, que no volverían a probar hasta la siguiente rendezvous…
a menos que el partisano se hubiera llevado con él un par de barriles para los clientes
indios, y en alguna gran ocasión podía dejarse llevar y destapar uno. El campamento
está situado cerca de algún río, un pequeño arroyo o un caudaloso río de montaña,
con madera y hierba a mano. Si no se ha encontrado ningún rastro de indios, y si no
hay ninguna razón para temerlos, el fuego se aviva cuando la comida ha acabado. Ahí
llega el aire con olor a manzanas de las altas montañas, el claro cielo verde de la tarde
oscureciéndose y trayendo las estrellas al alcance de la mano, los álamos junto al
arroyo susurrando al viento. El olor de la carne ha atraído a lobos y coyotes casi hasta
el círculo de luz de la hoguera. Merodean justo al otro lado; en ocasiones un
fogonazo de las llamas hace que sus ojos se tornen de oro; aúllan y se atacan entre
ellos, y más allá en la oscuridad los aullidos de sus familias se van apagando por las
llanuras. En la estación de la gran estampida se escucha el mugido de los búfalos. Los
caballos y las mulas mordisquean los matorrales de hierba al borde de sus ronzales o
pacen las hojas junto al arroyo. La luz de la hoguera se aviva y disminuye siguiendo
el ritmo del viento sobre los rostros de los hombres en cuyas mentes están las vistas y
los anales de todo el Oeste.
Es el momento de la satisfacción, la plenitud del momento, el presente vivido solo
por sí mismo. Los hombres de montaña eran una raza dura, como muchas razas
selectas de americanos habían tenido que ser; su coraje, habilidad y el dominio de las
circunstancias en las que habían elegido vivir eran absolutos, o jamás habrían estado
aquí. Ni habrían estado aquí si no hubieran reaccionado a la maravilla de la
naturaleza que les rodeaba y hubieran encontrado en su forma de vida algo valioso
que iba más allá de la seguridad, el dinero, la comodidad y la vida familiar. Además
de los atributos específicos de ese modo de vida y su territorio, es justo mencionar
también una particularidad, quizás la máxima, del individualismo y entusiasmo
americanos. La soledad les había dado el regalo inigualable de la amistad, y la simple
supervivencia ponía a prueba la agudeza de su inteligencia. Había pocos libros y
algunos tramperos se aficionaban a leer los pocos que conseguían: la conversación lo
www.lectulandia.com - Página 61
era todo. A esta hora del ritual estaba la conversación de amigos e iguales.
«¿Recuerdas aquella vez que nos llevamos los moños de pawnees hasta el
Platte?», pregunta Simonds a Long Hatcher en el libro de Garrad[14]. Y Hatcher
responde: «¡Ja! Si no lo hicimos y se las arrancamos mientras soltaban malditos
alaridos, soy un indio apestoso. Este menda no deja que ningún indio le robe su recua
de caballos. A punto estuvieron de liquidarme al otro lado de los Spanish Peaks… Me
despierto por la mañana un poco antes de que amanezca, y los demonios gritan como
chalados. Agarro el cuchillo, doy un revolcón a uno [lo giro y lo desestabilizo], y
corro hacia el bosque mientras cuatro de ellos lanzan flechas a mi saco de carne. Los
apaches se llevaron mis pieles —cinco fardos de los más preciosos ejemplares de las
montañas— y dos mulas, pero había escondido las trampas en el arroyo. Y me digo,
soy trampero muerto si se quedan con mi arma, así que sigo su rastro y de noche me
meto a rastras en el campamento y le clavo a uno mi gran cuchillo hasta el Green
River, una sola estocada. Agarro al otro indio por el pelo y lo hago también picadillo.
Quizás no iban a poder cantar victoria y celebrar un gran baile después de todo [a
pesar de que] yo estaba solo. Cogí mi viejo matabúfalos [su rifle], hice medicina con
él y ningún maldito indio apestoso puede apuntar con él desde entonces».
Los norteamericanos, y especialmente los norteamericanos que vivían al aire
libre, siempre han sido cuentistas natos —basta recordar a los hombres del río, los
leñadores, los vaqueros, o de hecho a cualquier holgazán que se arrimara a un fogón
en un cruce de caminos rural—, pero no ha habido más historias que aquellas
contadas por los exploradores cartógrafos que abrían nuevas rutas, los cazadores de
castor y los exterminadores de los indios (Long Hatcher, unas cuantas páginas más
allá de la anécdota casual de la matanza que acabo de citar, contó uno de los grandes
cuentos populares de nuestra literatura, sus aventuras en el infierno tras ingerir una
jarra de bourbon Taos Lightning). La mayoría de sus relatos se ha perdido para la
historia, pero era una crónica de todos los ríos, cumbres, parques y barrancos en un
área de un millón de millas cuadradas, una crónica de sucesos azarosos repentinos y
de esperanzas malogradas, de acción violenta, peligros violentos, alborozo violento,
de indios cuya visión del mundo no era acorde con la del hombre blanco y por lo
tanto inagotablemente fascinante, una fantasía de castores o grizzlis mitológicos, de
indios galeses o hambrunas o del Dios Justo, de seres sobrenaturales y visitantes
espectrales y sorprendente medicina y héroes parientes lejanos de Paul Bunyan. Eran
conversaciones de la profesión: la caza, el rastreo o la lucha contra los indios, cómo
escaparon de los indios, las costumbres de los animales y las plantas, y siempre la
geografía del territorio, viejos prados revisitados y nuevos prados aún por encontrar,
del agua y el hambre, bromas y festines. Cómo Long Hatcher se llevó aquellas
cabelleras apaches. Cómo alguien que estaba con nosotros el año pasado fue
descuartizado por un grizzli o un pie negro le disparó en la barriga. Cómo el Viejo
Gabe burló a una partida de guerra de pies negros, o cómo Tom Fitzpatrick se quedó
tumbado en una grieta mientras los gros ventres lo perseguían, o cómo un delaware,
www.lectulandia.com - Página 62
uno de los parias del Oeste, se había burlado de los arikaras que lo estaban haciendo
picadillo. Cómo un compañero había recorrido un cañón bastante desconocido
incluso para estos expertos en geografía, cómo otro secuestró a la hija de un hombre
medicina sioux o un ranchero de Taos, cómo un tercero se parapetó tras su caballo
muerto y mantuvo a raya a cincuenta comanches. Cómo llegamos a Taos o a Pueblo
de Los Ángeles y las complacientes mujeres de aquella ciudad y el brandy que
bebimos y los caballos que robamos.
Hasta que por fin el fuego se apagaba. El hombre de montaña se envolvía en su
abrigo o manta sentado sobre la almohadilla de la silla de montar, con el rifle cargado
junto a él y el cuchillo y las pistolas a mano, y se tumbaba un rato escuchando el
viento, el agua y los coyotes. Tal vez se despertaba unas pocas horas más tarde,
avivaba las brasas y asaba otra media docena de costillas para comérselas a solas
mientras sus compañeros dormían y los caballos pateaban atados a las estacas. Luego
volvía a dormirse hasta que el viento barría la penumbra, y en el estremecedor frío de
un amanecer de montaña alguien gritaba: «¡Levé! ¡Levé!»… era la hora del desayuno
de carne de búfalo y la aventura del día de caza o rastreo. Era una buena vida.
Stewart encontró en ella el mejor calmante para cualquiera que fuese la inquietud
que le había llevado a vagar por el mundo. Antes de llegar a la rendezvous sin duda
había logrado dominar las técnicas del viaje por las llanuras, había conocido la caza
del búfalo (y del berrendo, el carnero montés, el alce y el oso, y todos ellos en
abundancia) más allá de la imaginación de cualquier cazador, y había dejado que el
Oeste le impusiera sus deseos. Regresaría allí cada año hasta que murió su hermano y
tuvo que asumir, de mala gana, si es que sus novelas nos cuentan la verdad, las
obligaciones de un baronet. Era una buena vida para aquellos que estuvieran hechos a
ella. Para ser un hombre de montaña uno tenía que ser un poco salvaje, pero también
debía tener algo de héroe, y Stewart se ganó el respeto de hombres que no eran muy
dados a respetar. De tal manera que también él finalmente fue incorporado a las
leyendas nocturnas.
Frederick Ruxton describe un campamento de ficción, y Killbuck, el viejo
trampero con el que abre su novela, es un personaje de ficción, pero tanto Ruxton
como Killbuck están reproduciendo fielmente una conversación real ya antigua. «Ese
era el campamento», dice Killbuck junto a la hoguera en North Park, junto al
nacimiento del Platte Sur, unos minutos antes del ataque de los arapahoes, «e iban a
levantarlo a la mañana siguiente, y el último en salir de Independence era aquel
inglés. Llevaba un capote del noroeste [una capa de la Northwest Company] y un rifle
de dos tiros. Vaya, estos ingleses son unos malditos locos; no saben manejar un rifle
de todas formas; pero ese sí sabía disparar; al menos él apuntaba al centro. Hacía que
los búfalos vinieran, en serio, y también luchó bien en Pawnee Fork. ¿Cómo se
llamaba? Todos los chicos lo llamaban Capitán y consiguió su guarnición del viejo
Chouteau; pero lo que pretendía hacer allá en las montañas jamás lo sabré con
certeza. No era un comerciante, ni un trampero, y se gastaba sus dólares con
www.lectulandia.com - Página 63
inteligencia. Además, tenía algo del antiguo coraje y algún que otro pelo de oso
negro. Dicen que huyó en barca de los shians cuando se escapó del pueblo con la
squaw del viejo Cola de Castor. Antes de eso estuvo en Yellow Stone; Leclerc lo
conoció en territorio de pies negros y al norte en tierra de los chippewa, y tenía la
mejor pólvora que jamás disparé en mi vida, y una preciosa pistola, eso es cierto»[15].
Y así, un trampero encallecido hablaba de alguien que reconocía como un igual.
Los soberanos de Stewart jamás otorgaron al veterano de Waterloo una recompensa
por su valor y sus logros. No hacían falta cuando los hombres de montaña decían
abiertamente que había un pelo de oso negro en él.
www.lectulandia.com - Página 64
II
PUÑOS DE ACERO
(1832)
La caravana de mulas de carga de Sublette & Campbell con la que Stewart se dirigió
al Oeste en la primavera de 1833 avanzaba hacia el valle alto del río Green, al oeste
de la Divisoria Continental. Ese valle era el mismísimo corazón del territorio de los
tramperos y la rendezvous para la cual la caravana llevaba las provisiones y
productos había sido establecida allí para el verano de 1833. La rendezvous era la
temporada anual de suministro, comercio y celebraciones durante la cual los
tramperos contratados que habían pasado todo el año en las montañas reponían
suministros y entregaban las pieles para que fueran transportadas a los Estados. El
sistema de mantener brigadas de tramperos en las montañas y hacerles llegar
suministros una vez al año fue ideado por William Ashley, aunque la Hudson’s Bay
Company había enviado brigadas que se movían por un extenso territorio,
comerciaban con los indios, cazaban un poco y luego regresaban a una base
permanente. Los sucesores de Ashley, primero Smith, Jackson & Sublette y luego la
Rocky Mountain Fur Company, mantuvieron el sistema de rendezvous.
Estas tres compañías, las dueñas del comercio de montaña, habían explorado todo
el territorio y durante unos cuantos años disfrutaron del monopolio. Pero los pingües
beneficios de aquel terreno virgen inevitablemente atrajeron a otros a las montañas.
Se fundaron varias compañías pequeñas para explotar el campo. Debemos prestar
especial atención a dos experimentos: los del capitán Bonneville y Nathaniel J.
Wyeth. Finalmente, el cártel de pieles, la American Fur Company, firmemente
establecida en sus puestos permanentes en el Misuri, se había propuesto quedarse con
todo el territorio de montaña. Mientras la caravana de Sublette & Campbell viajaba
hacia la rendezvous de 1833, una caravana de la American Fur Company liderada por
Lucien Fontenelle también viajaba hacia allá desde Fort Pierre. La Compañía también
había enviado una caravana a la anterior rendezvous, la de 1832.
Estos dos años, 1832 y 1833, fueron testigos del apogeo de la competencia entre
compañías en las montañas. Como los acontecimientos del segundo año no pueden
ser entendidos sin conocer lo ocurrido el año anterior, debemos interrumpir la
narración ya cerca de la Divisoria Continental en 1833 y echar marcha atrás para
buscar el rastro anterior.
Sin embargo, primero debemos reseñar una clase de hombres de montaña que
cada año eran más numerosos y más importantes para el comercio, los llamados
«tramperos libres». Eran tramperos que iban solos, en pequeños grupos de iguales o a
las órdenes de tramperos más expertos. Y había dos castas distintas: los que
www.lectulandia.com - Página 65
conseguían equipamiento a crédito de una u otra compañía de pieles y firmaban un
contrato para vender las pieles solo a esa compañía —Joe Meek los llamaba
«despellejadores»—, y los que se consideraban una élite, que cambiaban pieles por
dinero para conseguir productos y comerciaban con aquellos de los que podían
obtener el mayor precio posible. Ambas clases colocaban trampas allá donde les
llevaba su olfato, sin estar al dictado ni bajo el control de las compañías de pieles. En
1833 debía de haber varios cientos de tramperos libres en las montañas… es
imposible determinar cuántos. Su comercio era extremadamente importante para las
compañías y la lucha entre el monopolio y la competencia era en gran parte una lucha
por dominarlo.
Cualquier trampero libre que sobrevivía mucho tiempo era ascendido a hombre de
montaña por ese solo hecho. Algunos eran alumnos de Ashley o habían aprendido la
profesión de los sucesores de este (entre estos, en 1833 había una pequeña partida a
las órdenes de Moses, o «Negro», Harris, un reconocido experto que encontraremos
en el texto repetidas veces). Otros eran restos de pequeñas compañías de pieles, balas
perdidas atraídos al comercio de montaña por el enriquecimiento de Ashley, que
parecía mucho más al alcance de la mano de lo que en realidad estaba. A lo largo de
la década de 1830, casi todos los esfuerzos en esa dirección fracasaron: no estaban
suficientemente financiados, no podían encontrar líderes de brigada lo
suficientemente buenos, no podían competir y quebraban o se reorganizaban con la
esperanza de ser comprados para al menos cubrir parte de lo invertido. Además, otro
grupo de tramperos libres invadían las montañas desde el sur, principalmente desde
Nuevo México y especialmente desde Taos. Ya llevaban unos años en el territorio.
Habían colocado trampas en el Colorado y en el este, y en ocasiones en los territorios
del norte de Utah; esporádicamente visitaban el sur de Nevada ascendiendo por los
pocos ríos de castores en Arizona. También llegaron hasta California desde el sur,
aunque allí el tráfico de caballos robados era un negocio mayor que el del castor.
Estaban convirtiendo las montañas de Colorado en sus principales dominios y la
RMF Company colocaba trampas allí solo esporádicamente. North Park, Middle Park
y South Park, o Bayou Salade, eran sus rincones favoritos, junto con el Arkansas, el
Platte Sur, sus afluentes, unos cuantos ríos que desembocaban en el Green cerca de
Brown’s Hole y al sur de allí, el Grand, el Gunnison y los ríos que bajaban desde el
Front Range. Bent’s Fort, construido en 1832 para el comercio de Santa Fe y el
comercio con los arapahoes y los cheyenes del sur, se convirtió en su cuartel general.
Pero el Oeste era su patio trasero y muchos de ellos aparecían en la rendezvous de
montaña.
* * *
www.lectulandia.com - Página 66
complejos. La única forma de desentrañarlos es seguir las partidas separadas hasta su
encuentro en la rendezvous de verano, como también deberemos hacer cuando
regresemos al verano de 1833.
El lugar de la rendezvous de 1832 iba a ser Pierre’s Hole, un valle salvaje y
bucólicamente hermoso a los pies de la ladera occidental de las tres Tetons. A los pies
de la ladera oriental de esas montañas se encuentra Jackson’s Hole: la ruta entre los
dos valles cruza la cordillera a través del Paso del Teton, desde cuya cumbre el
repentino declive del mundo hacia el Este ofrece una de las grandes vistas del
continente. Pierre’s Hole, llamado hoy en día la cuenca Teton, se halla en el condado
del Teton, Idaho. La bifurcación sur del río Teton discurre y se aleja hacia el norte
para unirse al Snake a muchas millas de distancia. Una cordillera de montañas más
bajas llamada Big Holes forma la pared oeste y suroeste. Entre estas y la cordillera
Palisade se abre un paso a través del cual las aguas que discurren más allá del
extremo sur del Hole alcanzan las aguas del Snake hacia el suroeste, por una ruta
mucho más directa que la que toma el río Teton. En los tiempos del comercio de
pieles había una ruta que llegaba al Snake desde el río Green, que se desviaba hacia
Pierre’s Hole a través de este paso, y había otra ruta a medio camino entre esta y la
que iba por el paso del Teton.
No existen los adjetivos adecuados para expresar la belleza y majestuosidad de
aquel lugar, el territorio que abarcaba Jackson’s Hole, Teton Hole y el río Snake. La
vertiente de Idaho de las montañas es más verde y más boscosa que la vertiente de
Wyoming, aunque ambas presentan una confusa geografía. El Snake es un río noble y
diverso, y en ningún lugar más hermoso que en el tramo que va desde la parte baja
del primer cañón hasta su salida de las montañas, donde se precipita por un saliente
en el centro de la moderna ciudad de Idaho Falls. Cada pulgada de tierra y río en este
territorio era íntimamente conocido por los hombres de montaña; habían colocado
trampas allí desde la época de Ashley, de hecho, desde la época de los errantes
astorianos y de Andrew Henry diez años antes que él. Todas las compañías habían
dejado sus nombres en los distintos picos y ríos. Pierre’s Hole se llamaba así por un
iroqués de la Hudson’s Bay; Jackson’s Hole por el socio de Bill Sublette y Jed Smith;
un lago y una bifurcación principal del Snake por el propio Henry, el río Hoback por
uno de los astorianos, y el Snake, según el nombre usado por los tramperos, por
Meriwether Lewis.
* * *
www.lectulandia.com - Página 67
convirtió en un experto viajero de las praderas, y tanto en Territorio Indio como en
San Luis se interesó por el comercio de pieles hasta que finalmente decidió dedicarse
a ello. Su principal patrocinador era Alfred Seton, uno de los astorianos originales.
Esto indica claramente que John Jacob Astor también estaba involucrado. De hecho,
fue mientras escribía Astoria, y mientras estaba en la hacienda de Astor, cuando
Irving conoció a Bonneville… y no debe sorprender a nadie que un multimillonario
patrocinara a un competidor de su propia empresa, la American Fur Company, porque
así es como funcionaba el comercio de pieles. Durante la primavera de 1832,
Bonneville, tras tomarse dos años de permiso del ejército, formó y equipó a una
compañía para viajar a las montañas. Uno de sus principales lugartenientes, Michael
Silvestre Cerré, tenía experiencia tanto en el comercio de Santa Fe como en el
comercio de pieles del alto Misuri. El otro era Joseph Reddeford Walker, aunque el
nombre completo enmascara el apelativo más popular de Joe Walker, un hueso duro
de roer, uno de los mejores y uno de los más fuertes. No se sabe mucho de él antes de
que se asociara con Bonneville, pero también estuvo implicado en el comercio de
Santa Fe, había recorrido las praderas y ya estaba graduado como hombre de
montaña.
Cerré y Walker contrataron en San Luis e Independence a un grupo de tramperos
y refuerzos para el campamento, criollos, franceses canadienses y hombres de
frontera norteamericanos. Debían pagar salarios más altos que las compañías porque
eran recién llegados: los tramperos expertos llegaban a percibir un considerable extra
en su contrato. Consiguieron algunos tramperos de primera clase, pero la experiencia
media de sus hombres no era muy alta porque las compañías habían elegido en
primer lugar.
Bonneville estaba llevando a cabo un experimento radical e inteligente: estaba
probando la creencia, sostenida por muchos pero cuestionada por otros, de que se
podían llevar carros al otro lado de la Divisoria, y hasta el Columbia. Bill Sublette
había llevado algunos al Popo Agie —es decir, a la vertiente oriental de la cordillera
Wind River— en el verano de 1830, pero no estaba dispuesto a intentarlo otra vez. El
transporte sobre ruedas supondría una considerable mejora si se probaba que era
posible. El mismo número de hombres necesitaba muchos menos animales para
transportar la misma cantidad de mercancía, y los sobrecostes podían ser reducidos.
Además, podían ahorrarse mucho trabajo y muchas tribulaciones, porque los carros
no debían ser descargados cada noche como ocurría con las mulas y los caballos. En
los veinte carros que componían su caravana, Bonneville pudo transportar al menos el
doble de mercancías que las que vimos que llevaba Campbell en 1833, de hecho, las
suficientes para el suministro del comercio que se esperaba hacer durante dos años
enteros (sus carros eran más pequeños que las benditas carretas cubiertas con lona
blanca de los emigrantes y mucho más pequeños que los grandes carromatos que
viajaban por el terreno más llano de la Ruta de Santa Fe). Cuando llegó a Laramie
Fork, ya acusaba el suplicio que ponía a prueba las almas de los innumerables
www.lectulandia.com - Página 68
emigrantes: el aire seco y caliente encogía los radios, el buje y los aros, las ruedas se
caían y tenían que ser encajadas con cuñas y más tarde acortadas por el herrero, las
cajas de los carros comenzaban a desencajarse y siempre había algo que se combaba
hasta romperse. Y a partir de ese punto tuvo que enfrentarse al lentísimo ritmo del
paso del tiempo: barrancos, cañones, laderas y precipicios ralentizaron la marcha. Al
igual que los emigrantes, tuvo que detenerse y cubrir con troncos los tramos
embarrados, construir carreteras provisionales llamadas piraguas, o bajar los carros
colgados en cables. En los ríos que no podían ser vadeados tuvo que quitar las ruedas
y convertir las cajas de las carretas en canoas de piel de búfalo, envolviéndolas en
pieles de manera que pudieran ser transportadas hasta la otra orilla. Siempre que
fuera posible, se quitaban las ruedas y se dejaban en remojo durante la noche en los
arroyos para que se hincharan. Así pues, tardó más tiempo en realizar el viaje que las
caravanas de mulas. Pero el experimento fue, sin duda alguna, un éxito.
Hemos visto a Campbell y Stewart en los primeros tramos de la ruta del Platte, la
más memorable de todas las rutas norteamericanas, la ruta a Oregón. Bonneville la
recorrió hacia el río Green y la mayor parte de nuestros personajes viajarán al Oeste
por ella.
No muy lejos al oeste de Scott’s Bluff, la ruta, aún en la orilla sur del Platte
Norte, llegaba a Laramie Fork. Hoy en día las presas reducen el caudal a un riachuelo
o incluso este se seca en verano, pero cuando las caravanas anuales llegaban allí el
cauce era demasiado profundo y rápido para poder vadearlo. La confluencia del
Laramie y el Platte era un cruce de carreteras histórico: era la clave de la geografía
del Oeste. Al oeste, las rutas de los búfalos habían conducido a los indios y más tarde
a los hombres de montaña hacia el Paso Sur y los ríos que desembocan en el
Colorado y el Columbia. Otra ruta se extendía de sur a norte: la arcaica ruta de los
indios al este de las montañas, hacia el territorio de los arapahoes y los cheyenes del
sur y, a continuación, a Taos y Santa Fe y hacia el territorio de los cheyenes del norte,
el territorio de los crows y finalmente el río Misuri. Laramie Fork, desplomándose
desde las montañas Laramie hacia el oeste, allí cruzaba una amplia llanura, y la
llanura de Laramie era territorio de todos. Bullía con búfalos y muchas tribus iban allí
para cazarlos, pero lo que más abundaban eran arapahoes, crows, o los descendientes
de los snakes que todavía vivían al este de la Divisoria. Finalmente veremos a los
sioux oglalas trasladándose allí para hacerlo su territorio.
Más allá de Laramie Fork el terreno empezaba a subir y bajar, aunque de forma
suave en comparación con lo que les esperaba al otro lado de la Divisoria. El
conjunto de esas sierras de montañas bajas, redondeadas y agrietadas recibía el
nombre de Colinas Negras —negras por los cedros que crecían en ellas—, aunque ese
nombre ahora designa sierras más amplias en Dakota del Sur. La ruta seguía el cauce
del Platte en lo que ahora son los condados de Converse y Natrona en Wyoming, un
desierto de barrancos, riscos cortantes, artemisa, chaparral y caliche, cada vez más
empinado, cubierto con flores en junio, refrescado por pequeños y dulces riachuelos
www.lectulandia.com - Página 69
que discurrían entre álamos si uno sabía cómo encontrarlos. Big Spring, Horse Shoe
Creek, La Bonte Creek (en el que Francis Parkman, afectado por la misma disentería
que aquejaba a todo aquel que entraba en contacto por primera vez con el agua
alcalina, sintió que su vida peligraba), Wagonhound Creek, Deer Creek, eran algunos
de los nombres que se recordaban, y todos atestiguaban el valor del agua. De hecho,
era el acceso al agua lo que determinó esta ruta. El camino se unía constantemente
con el curso del Platte y finalmente lo cruzaba. Ese era el lugar que los emigrantes
llamaban el Cruce Alto, cerca de la población petrolera de Casper, Wyoming, hoy.
Allí la ruta, que había tendido hacia el noroeste o el oeste a lo largo de cientos de
millas, ahora viraba al suroeste y luego al sur. Había pocos arroyos que desembocaran
en el Platte, y los que había eran más pequeños y se les conocía por Poison Spider
Creek o Poison Creek o algún nombre con la palabra «apestoso» o «amargo» o
«malo» en sus distintas variantes debido al caliche. Los arroyos procedían del peor
desierto hasta el momento, rocas enrojecidas erosionadas por tormentas de arena. El
único nombre aún célebre por aquel territorio es el de los Red Buttes, una retorcida
formación rocosa de una docena diferente de matices de rojo, carmín y bermellón.
Cerca de allí la ruta se separaba del Platte y cruzaba hacia el Sweetwater, un río más
pequeño. Su nombre, de la forma francesa l’Eau Sucrée, no hacía referencia a ningún
respiro tras el caliche, sino a cierta ocasión en que una mula, que iba cargada con el
azúcar de la partida, cayó dentro. Casi inmediatamente se divisaba Independence
Rock, un enorme caparazón de tortuga que casi emergía del río. Su base ahora está
remachada de placas de bronce colocadas en recuerdo de los viajeros que llegaban
allí aliviados a aquel territorio tedioso. Era la Roca de Inscripciones de aquellos lares,
aunque también había otras menores. Desde el principio, aquellos que pasaban por
allí quisieron grabar sus nombres, en parte como una afirmación de su identidad en
un desierto inimaginablemente grande, en parte debido a la tendencia de los
norteamericanos a llenar cualquier espacio vacío. Alguien grabó el nombre de Jim
Bridger allí… el propio Jim no pudo hacerlo.
Independence Rock no era en realidad lo que Charles Larpenteur consideró al
llamarlo «el inicio de las Montañas Rocosas». Pero durante varios días había estado
divisando las montañas desde la ruta… la cordillera Rattlesnake al noroeste,
redondeada y baja como los montes Laramie y en una línea casi continua al sur de las
sierras Green, Ferris y Seming. A cinco millas más allá de las montañas el
Sweetwater se abre paso a través de un barranco de cuatrocientos pies de profundidad
por el estrecho cañón vertical llamado Devil’s Gate. La ruta se apartaba de este y se
unía al río más adelante. Y ahora, en la distancia, uno podía ver lo que antes tan solo
había podido adivinar, las verdaderas Rocosas, la cordillera principal, la cordillera
Wind River, azul y morada, con las cumbres nevadas. El año siguiente, 1833, el
capitán Bonneville se dispuso a hacer la primera ascensión documentada, aunque los
hombres de Astor, Henry y Ashley los habían estado escalando cada año desde 1811.
El capitán calculó que poseían una altura de más de veinticinco mil pies, duplicando
www.lectulandia.com - Página 70
así la altura real. El siguiente militar que las visitó, Frémont, escaló una cumbre más
alta para corregir el error y bautizó la cumbre con su nombre, proclamándose el
primer hombre blanco que había llegado a la cima.
El Sweetwater discurría a los pies de aquellas moles inmensas y una caravana
viajaba una media de seis días hacia la amplia meseta en el extremo sur, con las
cumbres azules y brumosas siempre a la vista. En ese extremo sur, estas se reducían a
una hilera doble de colinas redondeadas, y justo a los pies de estas colinas la ruta
cruzaba la Divisoria Continental, a través del histórico portal del Paso Sur. Es una
llanura cubierta de artemisa de unas veinte millas de ancho, un collado entre la
cordillera Wind River y una típica zona desértica llamada las Antelope Hills. Era la
entrada por la que los Estados Unidos alcanzarían su imperio, pero nadie sabía dónde
se producía la separación de las aguas. Había un tramo de unas doce millas entre los
nacimientos del Sweetwater, que discurre hacia el Platte y por lo tanto hacia el golfo
de México, y el Pacific Spring, desde donde la proverbial hoja, si es que hubiera
hojas allí, podía finalmente llegar al golfo de California. En algún punto a lo largo de
esas doce millas, uno cruzaba de los Estados Unidos a Oregón. México podía verse al
suroeste.
Tras dos o tres días más bajo un sol terrible, viento y caliche a través de la llanura
de artemisa surcada por la confluencia del Little Sandy y el Big Sandy, se llegaba al
gran río que los tramperos llamaban el Siskadee. El nombre era la onomatopeya de
una palabra crow que significa «urogallo». Era el río Colorado de los hispanos, el río
que los norteamericanos llamaron Green. Era el corazón del territorio de los
tramperos, como ya hemos dicho, y Bonneville confirmaría que era algo más.
* * *
www.lectulandia.com - Página 71
robo era un honor para los crows, y río arriba por el Big Horn, en su nuevo puesto, la
American Fur Company estaba comenzando a pagarles por acosar a la Competencia.
Bonneville cruzó la Divisoria el 24 de julio de 1832 y se dirigió al río Green. Dos
días más tarde, al ver una columna de polvo a sus espaldas por el este, creyó que se
trataba de otra partida más grande de indios —se creía, correctamente, que había pies
negros por los alrededores—, pero resultó ser la caravana de la American Fur
Company liderada por Lucien Fontenelle, que se dirigía hacia la rendezvous en
Pierre’s Hole. Había partido de Fort Union, donde previamente se había llevado la
mercancía en barco de vapor por el Misuri, y la larga y difícil ruta que había tomado
desde Fort Union ya le había hecho perder la carrera contra Sublette & Campbell a la
rendezvous. Fontenelle intercambió con Bonneville las enfervorizadas cortesías de
rigor en la ruta y partió rápidamente hacia el Green. Bonneville le siguió y las dos
partidas acamparon juntas para pasar la noche. Cuando Fontenelle partió al día
siguiente se llevó con él a algunos hombres de Bonneville, una pequeña banda de
indios delawares a quienes prometió altos salarios: cuatrocientos dólares cada uno
solo por la caza de otoño (un buen sueldo anual para un trampero experto, y la
American Fur Company perdería dinero con el trato… de momento). Fue una lección
sobre la ética de la montaña; Bonneville la asumió e inmediatamente envió a algunos
exploradores (sin duda liderados por Joe Walker) a interceptar a un grupo de
tramperos libres, con los que Fontenelle tenía intención de comerciar, para ofrecerles
las mercancías a precios más competitivos. Las pérdidas de sus patrocinadores
comenzaron justamente en ese momento.
(Los delawares eran los únicos indios que los hombres de montaña podían llegar a
considerar como iguales en el negocio. Siempre iban en pequeñas bandas y cualquier
grupo de blancos que lograba que se les uniera una de estas bandas podía
considerarse afortunado. En 1832 no tenían hogar en el Oeste, aunque dos años más
tarde se construyó una reserva para ellos en Kansas y varias tribus comenzaron a
ocuparla poco a poco. Los delawares habían sido un gran pueblo. Eran los leni-
lenapes de nuestros libros de texto, casi emparentados con los mohicanos del señor
Cooper. Pensilvania y Delaware, junto a partes de Nueva York y Nueva Jersey, eran
su territorio —un famoso fuego de consejo delaware ardía cerca del actual Club de
Cricket de Germantown… y uno de sus grandes hombres fue Tammany—. Pero en el
siglo XVIII los indios prusianos, los iraqueses, los derrotaron en la última de muchas
guerras, y con arrogancia prusiana, les infligieron el peor de los insultos
prohibiéndoles ser una tribu o llamarse hombres a sí mismos. Demasiados
historiadores han aceptado el nombre dado por los iraqueses, los indios petticoat, y
supusieron que los delawares eran débiles: un error de proporciones astronómicas.
Los supervivientes partieron al oeste. Ubicados en Ohio, volvieron a luchar
valientemente en algunas contiendas, pero principalmente contra los blancos que iban
avanzando en el territorio, de manera que una vez más sufrieron una diáspora.
Algunos se unieron a los miarais, los pian-kishaws y los shawnees, y otros cruzaron
www.lectulandia.com - Página 72
el Misisipi y se establecieron por sí mismos. Y estos últimos fueron los antecesores
de los delawares que en la época que nos ocupa eran hombres de montaña.
Dominaban el arte de las llanuras y las habilidades necesarias para sobrevivir allí. Se
convirtieron en expertos jinetes, ladrones de caballos, cazadores de búfalos y
tramperos de castores. Cubrían el territorio desde Texas hasta las Three Forks del
Misuri y más allá. No firmaron paz alguna con las tribus de las llanuras y estaban
dispuestos a complacer a cualquiera de ellas con una buena lucha en cualquier
momento. Poseían un coraje absoluto e incluso lo manifestaban en maneras que el
hombre blanco reconocía. Además, la selección natural los había dotado de una
extraordinaria inteligencia. Se hicieron a sí mismos como hombres de montaña;
Frémont y otros los convertirían en soldados y el Ejército los consideraría mejores
auxiliares que los pawnees y los cheyenes. Lo que diferenciaba a un delaware de
otros indios es que uno podía confiar en él).
Mientras que Fontenelle se apresuraba a ir ladera abajo hacia la rendezvous,
Bonneville continuó hacia el Green y subió siguiendo el cauce hasta Horse Creek.
Allí paró para refrescar los caballos y construir un puesto de comercio con troncos.
Se encontraba en la confluencia entre los dos ríos, a unas trescientas yardas del río
Green y a cinco millas al norte de la desembocadura del Horse Creek, que, sin
embargo, tan solo se hallaba a dos millas por el suroeste. Directamente hacia el este,
al otro lado de la vasta llanura de artemisa, se alzaba la gran mesa truncada que
llamarían Frémont Peak… a millas de distancia. Las Bear River Mountains se veían
al oeste. Y el recinto cercado de Bonneville y el territorio en el que lo construyó
debía resultar llamativo.
* * *
www.lectulandia.com - Página 73
más allá de la de las contorsiones de un mundo en formación. Dos de estas forman
una V que se abre hacia el oeste. Los arroyos que discurren ladera abajo se unen a
otros procedentes de pequeños lagos y finalmente confluyen todos formando el río
Green. Estos nacimientos se encuentran en las laderas occidentales y a los pies de la
ladera occidental de la cordillera Wind River. Si uno sube en dirección este hacia el
risco y baja un cuarto de milla, llega a arroyos que desembocan en el Wind en su
curso hacia el sureste, gira al norte como el río Big Horn y finalmente desemboca en
el Yellowstone a una distancia de la cordillera Wind River que es aproximadamente
la mitad de su longitud. En ese pico, sobre la cabecera del Green, uno se encuentra a
setenta millas —por la alta espina dorsal de saurio que se extiende al sureste— de la
cabecera del Sweetwater, que discurre hacia el Platte y por lo tanto confluye con el
Misuri doce millas más abajo de la desembocadura del Yellowstone. Uno entonces se
encuentra a menos de cuarenta millas del lugar, casi directamente al norte, donde otro
accidente gigantesco en la geografía del terreno desvía el curso del Yellowstone al
noroeste hacia el lago Yellowstone, de donde emerge para hacer su larga travesía de
Montana (cuando abandona el área ahora llamada Yellowstone Park no está lejos del
Madison, una de las tres bifurcaciones que forman el Misuri). Además, después de
que los arroyos en la vertiente occidental de la cordillera Wind River desembocan en
el Green y discurren unas diez millas por la V hacia el oeste, una cordillera ondulada
se eleva por el norte y desvía el curso del río directamente hacia el sur. Desde la
vertiente oriental hasta la occidental esta cordillera apenas mide unas diez millas de
ancho en su punto más estrecho y nunca más de dos veces esa anchura en ningún
tramo… y a los pies de la pendiente occidental los arroyos discurren hacia el
Grosventre y el Hoback, y por lo tanto hacia el Snake y finalmente al Columbia. A lo
largo de cincuenta millas la red fluvial del Colorado pocas veces se aleja de la red del
Columbia, que, a su vez, durante unas cien millas no se aleja mucho de la red fluvial
del Misuri.
Después del giro del Green hacia el sur, cuando sus aguas ya muestran el color
que le da su nombre, el valle comienza a ensancharse. Hacia el este se encuentra la
cordillera Wind River, cuyas crestas forman la Divisoria Continental; normalmente se
pueden ver desde el Green, aunque frecuentemente quedan escondidas hasta la mitad
o casi hasta la punta por alguna que otra colina. Al oeste el terreno es menos elevado,
menos boscoso, con un sistema montañoso menos articulado, cuyos fragmentos
poseen nombres distintos. El valle mide treinta, cuarenta, cincuenta y finalmente
setenta millas o más de ancho, principalmente es una llanura de artemisa, sin árboles
a excepción de los lugares donde los álamos, los salvavidas del Oeste, marcan los
cursos de agua, o donde los colonos han plantado árboles frondosos. Es un territorio
baldío para la mayoría de los ojos, porque no hay más belleza que la del espacio al
bajar por las montañas. Las primeras cincuenta millas del valle, el Valle Alto del
Green, eran el centro neurálgico del comercio de montaña. El río aumenta el caudal
por una sucesión de afluentes procedentes del este, siendo el más grande de ellos el
www.lectulandia.com - Página 74
New Fork (que el capitán Stewart usaría para ambientar la escena de hondo dolor de
corazón y confusión en sus novelas) y por muchos otros afluentes procedentes del
oeste. El extremo sur del Valle Alto está separado de una cuenca interior al este por
una cadena de colinas, y cuando estas acaban el río se desvía hacia el sureste, un
caudal grande y rápido ahora y lleno de truchas. A unas veinticinco millas más allá se
une al Big Sandy, que baja con las aguas del Little Sandy desde el Paso Sur, y un
trecho aproximadamente de la misma longitud llega a la ciudad actual de Green
River, Wyoming. Allí gira al sur, penetra en las montañas, se transforma en el río de
John Wesley Powell y discurre a través de una serie de cañones espectaculares a lo
largo de unas cien millas.
Horse Creek discurre hacia el Green menos de la mitad de su curso por el Valle
Alto. Su nombre se supone que conmemora el robo de un caballo de Tom Fitzpatrick.
En los tiempos del comercio de pieles, el delta entre los afluentes (que ahora es tierra
de cultivo irrigada) tenía abundancia de pasto y los bosquecillos entre los arroyos
suministraban madera para las hogueras y postes de construcción. Y allí, al principio
de agosto de 1832, un capitán del Ejército de los Estados Unidos construyó un puesto
de comercio. Los hombres de montaña lo llamaron «Fuerte Sinsentido» [Fort
Nonsense]; uno de ellos explica que los crudos inviernos de la zona hacían que fuera
inhabitable (bueno, uno siempre podía trasladarse a tierras bajas para pasar el
invierno, como hacía Bonneville). De manera que, en la literatura, pasó a llamarse
Fuerte Sinsentido, así como la Locura de Bonneville [Bonneville’s Folly]. Los
historiadores han perpetuado ambos nombres, argumentando que aquel era un lugar
descabellado para llevar a cabo el comercio de pieles, a pesar de ser un territorio con
todo un tesoro de pieles aún virgen. Los historiadores se equivocan; la localización de
Fort Bonneville no tenía nada de sinsentido.
Su propietario fue machacado sin piedad por sus competidores, que siempre
estaban dispuestos a suspender las hostilidades entre sí el tiempo suficiente para
tomarla con él. Él no sabía cómo enfrentarse a sus métodos, pero no era ningún
idiota. Los partisanos que habían envejecido en la profesión no manejaban sus
caravanas mejor que él, ni un solo hombre a sus órdenes perdió la vida, llevó a cabo y
encargó importantes exploraciones y trazó el primer mapa del Oeste interior (al
menos, el primero publicado) que presentaba los principales accidentes geográficos
en una disposición similar a la real. Pero hay algo más.
Es difícil creer que, a finales del otoño de 1831, el ejército, a las órdenes del
ministro de Guerra, concediera un permiso de dos años a un oficial que iba a dirigirse
a Oregón sin tener en consideración qué iba a hacer allí y sin requerirle parte alguno.
También resulta sospechoso el hecho de que fuera financiado por un hombre de
Astor, miembro de la empresa primigenia del Columbia que había sido impulsada y
apoyada por el Presidente Jefferson, el padre de la geopolítica norteamericana.
Finalmente, cuando Bonneville prolongó su permiso (solicitó una extensión
debidamente pero la petición se extravió), fue licenciado del ejército… aunque poco
www.lectulandia.com - Página 75
después fue readmitido por el comandante en jefe Andrew Jackson. Se ha sugerido
que el Viejo Hickory, uno de los mandos más estrictos en disciplina militar que jamás
haya tenido el ejército norteamericano, expresó su admiración por el mapa de
Bonneville. Pero incluso su admiración por los mapas no justificaba un perdón total
por una grave infracción militar.
Desde 1827, el acuerdo mediante el cual Gran Bretaña y los Estados Unidos
comerciaban conjuntamente en Oregón incluía una cláusula de cancelación válida
con un año de antelación. La Hudson’s Bay Company, uno de los monopolios
privados que aportaba cierta apariencia de falta de supervisión a la expansión del
Imperio Británico, tenía una base en el Columbia y dominaba el comercio a lo largo
de sus afluentes. Desde esa base, se expandía hacia el este, a las montañas y más allá.
La Rocky Mountain Fur Company había estado luchando contra el monopolio
británico desde 1825 y ahora el monopolio estadounidense de pieles se unió a la
batalla. Las cartas de los comerciantes del Oeste, los informes de los agentes indios,
la mitad de la prensa de los Estados Unidos y los discursos de todos los senadores y
representantes del Oeste clamaban por la amenaza británica en Oregón. Y ahí
tenemos a un oficial del ejército, atrapando pieles en zona internacional, pero no
muchas pieles.
Las cartas de Bonneville a sus oficiales al mando tratan de los problemas que
conllevaría una invasión militar de Oregón. Un solo vistazo al mapa es suficiente
para ver que la ubicación de la Locura de Bonneville era el centro estratégico del
territorio de montañas. Aquel lugar cubría cualquier expedición hacia Oregón desde
los Estados Unidos. Bloqueaba cualquier expedición que saliera de la región del
Columbia hacia las rutas o territorios de caza de las compañías norteamericanas de
pieles. Dominaba la ruta hacia el Paso Sur. Cubría todas las rutas a Pierre’s Hole, al
río Snake, al Gran Lago Salado y a la cuenca interior. También cubría la ruta del río
Humboldt hacia California, parte de la cual había sido sobreexplotada por la
Hudson’s Bay Company y por la que Bonneville envió a Joe Walker. Puede que fuera
Fuerte Sinsentido para las compañías que sobornaban a los tramperos de Bonneville
para que lo abandonaran, que masacraban a los indios con los que él intentaba
comerciar y que con la destreza de su veteranía frustraban los esfuerzos de un recién
llegado a las montañas, pero tenía todo el sentido para el Departamento de Guerra.
Y en aquel lugar, un año más tarde de su construcción, el capitán Benjamin
Bonneville del Séptimo de Infantería de los Estados Unidos recibió al capitán
William Drummond Stewart de los Húsares del Rey.
* * *
Mientras que Bonneville se detenía para construir su fuerte, Luden Fontenelle avanzó
hacia el laberinto de montañas al sur de Jackson’s Hole, que el río Hoback atraviesa
www.lectulandia.com - Página 76
en dirección al Snake. Allí un grupo numeroso de indios apareció de repente, todo un
poblado con sus squaws y niños, caballos y perros y recuas de mulas y travois. Eran
pies negros. O, más bien, eran atsinas o gros ventres de las Praderas, una tribu sin
relación sanguínea ni lingüística con las tres tribus de los pies negros, pero tan
íntimamente relacionada con ellas que todos los llamaban pies negros. Viajaban al
este por la ruta que Fontenelle estaba a punto de tomar, y regresaban de los
alrededores de la rendezvous de Pierre’s Hole, hacia donde él viajaba. Sus corazones
estaban visiblemente dolidos, en un estado de ánimo que hacía a los indios más
peligrosos y parecían estar preparándose para atacarlos. Como uno siempre tiene que
presuponer que los pies negros son hostiles y recordar que pueden atacar sin dudar
una caravana incluso totalmente protegida, Fontenelle se hizo fuerte de inmediato.
Pero la experiencia que había amargado los corazones de los gros ventres también les
había enseñado a ser cautos: acababan de ser apaleados fuertemente y tenían suerte de
contarlo.
Así que declararon una tregua de pradera y fumaron con Fontenelle, el cual envió
un mensajero a Bonneville para ponerle sobre aviso. Los indios no mencionaron a
Fontenelle su derrota, aunque él sin duda adivinó lo que había pasado. Algunos de
ellos querían ver a la partida de Bonneville, cuyo rastro habían detectado sus
exploradores hacía ya rato… querían regalos y con suerte tal vez algunas cabelleras,
lo cual siempre ayudaba después de una derrota. Fontenelle envió quince de ellos a
Bonneville, guiados por uno de los delawares que había logrado sobornar. Un par de
amigos crows de Bonneville habían aparecido para hacerle otra visita. Los crows eran
enemigos acérrimos de los pies negros, los únicos enemigos que eran capaces de
enfrentarse a ellos con éxito, y sus invitados mencionaron a Bonneville que la fortuna
le estaba ofreciendo una oportunidad que sería una escandalosa locura que
rechazara… ahí tenían quince caballeras sin prácticamente ningún riesgo. Pero
Bonneville no lo veía de esa manera y recibió a los gros ventres con la ceremonia
apropiada. Y ninguno de los quince, ni los familiares que aparecieron mientras el
poblado volvía a ponerse en marcha, se llevaron ni un solo caballo. Bonneville, a
quien los indios comenzaban a llamarle Cabeza Calva, sabía arreglárselas.
* * *
www.lectulandia.com - Página 77
venta de hielo de Fresh Pond, en cuya orilla vivía y donde inventó algunas ingeniosas
máquinas para recolectar cosechas.
Wyeth era el típico hombre de negocios yanqui de la época, un tipo de negociante
que había logrado expandir el comercio norteamericano a todo el mundo. Los
originales poseían todo de lo que carecen sus sucesores contemporáneos:
emprendimiento, ingenio, versatilidad en la innovación, agallas, disposición a correr
riesgos por los beneficios, incluso riesgos a largo plazo. Tales cualidades criaron a
toda una raza de comerciantes millonarios a los que Wyeth tenía intención de unirse,
y un paisano suyo, Hall Jackson Kelley, le sugirió Oregón.
La mentalidad de Kelly no cuadra con todas las energías del Oeste que convergen
durante los años que tratamos aquí: comercio, colonización, expansión patriótica, la
conversión de los indios. Hacía ya mucho tiempo que se enamoró de Oregón a una
distancia de tres mil millas (Lewis y Clark, otros viajeros y los capitanes de barco le
contaron que era un lugar hermoso). Pasó la mayor parte de su vida adulta haciendo
propaganda de Oregón a sus vecinos y luego a la nación entera presentándolo como
un paraíso terrenal, una fuente de infinitas riquezas y una causa santa. Es un ejemplo
de lo mezcladas que pueden estar las velocidades de la historia, porque, aunque él
pudiera parecer un lunático, por no decir un loco de remate, no había nada
equivocado en sus planes a excepción de que se adelantó a su tiempo… casi más de
quince años (los profetas locos del Oeste, desde John Ledyard hasta los de ayer
mismo solo eran mentes que iban un poco más rápido que el reloj). Hacia 1831,
cuando Nathaniel Wyeth se le unió, ya había creado la Sociedad de Colonización de
Oregón, una empresa de accionistas cuyo propósito principal era trasladar emigrantes
hacia la Canaán del noroeste. El viejo sueño debía hacerse realidad en 1832: un grupo
de colonos y cruzados debía partir hacia Oregón a las órdenes de Kelley. Pero no fue
así: 1832 aún era demasiado pronto. Wyeth se retiró de la Sociedad y partió solo,
aunque se llevó a cuatro conversos de Kelley con él. Al año siguiente, tampoco quiso
alistarse nadie para ir a la santa Oregón: muy bien, Kelley iría de todas formas. Partió
hacia Oregón a través de México… y solo.
Pero el comerciante de hielo de Cambridge que partió en 1832 no lo había hecho
para darse un paseo bajo la luna. Había estado mirando a Oregón con los ojos de un
hombre de negocios y había descubierto una buena veta para su propia estirpe.
Durante la Revolución Norteamericana, James Cook, el gran navegante inglés,
navegó por la costa occidental de Norteamérica hasta el estrecho de Bering… y así
abrió la ruta de un nuevo comercio dorado para Gran Bretaña. Ese comercio (y la
promesa del imperio) se basaba en la piel más valiosa de todas, la de la nutria marina.
En cuanto acabó la guerra, los norteamericanos presionaron para entrar en la región…
El Lejano Oeste, los primeros débiles balbuceos de la mente continental, comienzan
donde a uno le plazca: los rápidos de Lachine, la fulgurante línea de montañas sin
identificar que los Verendry divisaron en el horizonte al oeste, un río que, según
contaron los indios a Robert Rogers o a Jonathan Carver, discurría hacia el agua
www.lectulandia.com - Página 78
pestilente y que uno de estos dos hombres llamó Ouragan. Pero uno de los tripulantes
de James Cook era un yanqui de Connecticut llamado John Ledyard, y cuando
conoció al embajador norteamericano en Francia descubrió que Thomas Jefferson
también había estado pensando en la costa del Pacífico. Jefferson, de hecho, había
pensado en ella mucho antes que Ledyard y en una ocasión quiso enviar a George
Rogers Clark hacia la tierra ignota que había en medio, y finalmente envió al
hermano de Clark, William, y a Meriwether Lewis, para descubrir el río Ouragan
desde el este. Pero las nutrias marinas estaban más presentes en la mente visionaria
de Jefferson que el río del Oeste.
En 1787 el Lady Washington y el Columbia fueron enviados finalmente a la costa
noroeste con la razonable esperanza de vencer a los británicos en el comercio de la
nutria. Incluso antes de que el Columbia cruzara la desembocadura del río que desde
ese momento adoptó su nombre (20 de julio de 1793), se había logrado establecer la
ruta comercial triangular del Noroeste que hizo ricos a muchos comerciantes de
Boston, y cuya base era la nutria marina. A partir de entonces, los comerciantes de
Boston, que también eran capitanes de barco hasta que tuvieron hijos lo
suficientemente mayores para ocupar sus puestos en el alcázar del barco, poco a poco
hicieron retroceder a los rusos, dueños originales del comercio, y tanto sus barcos
como su comercio superó al de los británicos hasta que se hicieron con casi todo el
monopolio. En 1832, los cristales de las ventanas se iban volviendo violeta en Beacon
Hill y el comercio de la nutria marina estaba casi muerto, pero todavía había un
floreciente comercio de otras pieles con los indios costeros, constituyendo una de las
puntas del triángulo. Ya hemos tratado de este comercio en el Capítulo I: era en
barcos que navegaban por la costa por donde llegaban los productos a los flatheads.
Nathaniel Wyeth se dispuso a aprender todo lo que podía ser aprendido en
Cambridge, Massachusetts, sobre el comercio de las pieles (y la contumaz falta de
interés en la rural y lejana región de dicho comercio que dificultó la investigación de
Wyeth ha continuado a lo largo de generaciones de bibliotecarios de Cambridge hasta
hoy en día). Aprendió mucho y se entretuvo con los cálculos de las combinaciones,
los atajos y el volumen de ventas mediante los cuales su especie había llegado a
dominar los negocios en los Estados Unidos.
Llegó a la conclusión de que una carga excesiva que lastraba el crecimiento de las
compañías que llevaban mercancía a las montañas era el atroz gasto del transporte
terrestre. Llegó a la solución a la que ya había llegado John Jacob Astor veinte años
antes: el transporte en barco, y concluyó que el fallo de Astor fue debido a la Guerra
de 1812, la deserción de sus empleados (pero sin duda la deserción había
desaparecido del comercio de montaña para entonces), y consecuentemente la
posición favorable de la Northwest Company que más tarde se fusionó con la
Hudson’s Bay. Pero el comercio costero también incurría en unos gastos indirectos
excesivos: los navíos que comerciaban allí, como los del comercio de pieles de
California, debían navegar la costa durante meses seguidos, hasta dos años. Piensen
www.lectulandia.com - Página 79
en los intereses, piensen en el seguro, piensen en los salarios y suministro de las
tripulaciones. Bien, entonces lo mejor es enviar las mercancías por mar y así se
ahorran gastos de transporte, salarios y encuentros, y evitan el gran riesgo de pérdida
del transporte terrestre. Y al mismo tiempo se establecen una serie de puestos
permanentes en el territorio del castor y por el Columbia, donde los productos pueden
ser almacenados y las pieles recolectadas. De manera que cuando llegara un barco a
descargar los productos para comerciar, se pudiera cargar de pieles para el viaje de
regreso. Wyeth sabía que la Hudson’s Bay Company, que sucedió a la Northwester,
había establecido un sistema parecido al que él proponía. Pero en Cambridge no
podía saber cómo se había desarrollado, ni la sólida base económica con la que
contaba, ni cómo dominaba por completo la región del alto Columbia. Además, los
yanquis siempre podían robar a los británicos, con su talento para encontrar el camino
más directo y su capacidad para las invenciones.
Una invención, pensó, ya estaba disponible. En abril de 1831, el bergantín
Owyhee, que había sido enviado a la ruta comercial del noroeste, llegó al puerto de
Boston con una carga que incluía no solo pieles sino también cincuenta y tres barriles
de salmón en salazón del río Columbia. Lo vendieron a catorce dólares por barril y
unos pocos meses más tarde el bergantín Sultana zarpó hacia el Columbia con mil
barriles vacíos a bordo. Solo con el salmón se podía cubrir el gasto total de la travesía
por mar. Wyeth creía que podía encontrar o inventar otros negocios alternativos
rentables. Entonces hizo efectivo su capital, recolectó tanto como pudo (de familiares
y socios) y marchó a Oregón. Estaba preparado para probar cualquier cosa, pero
contaba con entrar en el comercio montañés de pieles.
Durante el otoño y el invierno de 1831 se mantuvo frenéticamente activo.
Tabaco… era un artículo básico en el comercio, ¿por qué no recortar los gastos
indirectos cultivándolo en Oregón? Así pues, intenta contratar a un plantador de
tabaco experimentado para que se una a la compañía que está formando y, al no
conseguir uno, se cartea repetidamente en busca de información sobre su cultivo y
compra semillas para llevárselas con él. Envía un similar aluvión de cartas a los
pescadores de Maine (algunos de sus patrocinadores vivían en Maine) porque
conocen el salmón del Atlántico y pueden decirle cuáles son los hábitos del pez y
cómo debe ser marinado y ahumado. Quizás el gobierno pueda subvencionar su viaje
en aras de la exploración, o por la mera oposición a los británicos. Se solicita a
Edward Everett, representante del condado de Middlesex en el Congreso, que haga lo
que esté en sus manos para recabar información para Wyeth y conseguir un permiso
oficial para que entre en Territorio Indio. Siendo un recién llegado, más le vale
durante su primer año comerciar principalmente con alimentos básicos, trampas,
pólvora y pistolas (las pistolas difícilmente podían considerarse productos básicos) y,
de este modo, comprar cuarenta docenas de trampas, «como las usadas por el señor
Astor», y ¿qué firma norteamericana fabrica armas como los fusiles Northwest?
Adquiere ciertos conocimientos de la geografía del Oeste, aunque comete enormes
www.lectulandia.com - Página 80
errores en cuanto a las rutas de viaje. Llena su cabeza con la historia y las estadísticas
del comercio de montaña… pero, como se ve limitado al exiguo material de las
bibliotecas de Cambridge, comete errores fundamentales. La música ayudará a
agilizar la marcha por tierra, concluye y, a continuación, compra diez clarines y
conmina a sus compañeros (la compañía reclutada) para que aprendan a tocarlos.
En esencia, el plan de Wyeth no andaba desencaminado y en el papel parecía a
prueba de idiotas. Pero Nat Wyeth vivía en Cambridge, y en Cambridge el mundo
siempre había parecido más simple, más altruista y más tendente a la razón de lo que
realmente es cuando uno sale y se mezcla con los hijos de la oscuridad. Era un
inocente cultivado, pero un novato tan bisoño como el que más en el comercio de
pieles. Era como un novelista de la pasión a punto de conocer a una mujer
apasionada. No tenía ni idea de lo complejamente organizado que estaba el comercio
de montaña ni cuán grande era el margen que debía tenerse en cuenta por las
incalculables variables de la suerte y las circunstancias inmediatas. No tenía una idea
exacta de cuántas personas competían en el negocio ese mismo año. No poseía ni de
lejos el suficiente capital para permanecer en el negocio. No había nadie que le
instruyera en los detalles realistas del comercio con los indios o que le informara de
que, aunque las compañías intentaran cortarse las gargantas mutuamente, se
ayudaban entre sí para cortarle la garganta a cualquier recién llegado que fuera en
serio.
Tras enviar la mayor parte de su mercancía bordeando el Cabo de Hornos por
barco, reunió a su compañía de entusiastas, especuladores y jóvenes aventureros,
veinticuatro hombres en total[1]. Estos incluían a su hermano Jacob, médico (otros
dos hermanos se arriesgaron financieramente en su empresa), y un primo suyo de
dieciocho años, John B. Wyeth (Nat pronto deseó que el chico se hubiera quedado en
el Este. John Wyeth bajó de allí desilusionado, se dio la vuelta en Pierre’s Hole y,
cuando llegó a su hogar, con la ayuda del famoso doctor Benjamin Waterhouse de
Cambridge, escribió un vívido y extremadamente ácido recuento de su viaje. Un libro
«de pequeñas mentiras contadas para sacar provecho», como lo denominaba el propio
Nat Wyeth. Contiene una de las mejores descripciones contemporáneas de la
epidemia de cólera en Nueva Orleans, pero su retrato de Nat Wyeth está tan
distorsionado que ha provocado que algunos historiadores hayan subestimado su
inteligencia). Estos voluntarios debían obedecer a Wyeth absolutamente y, después de
que él se quedara con la parte que le correspondía como director, se dividirían los
beneficios a partes iguales. Los atavió con un uniforme grotesco y, en un gesto
absurdo, compró bayonetas para sus rifles. Los llevó a una isla en el puerto de Boston
para que pasaran un periodo de acondicionamiento y práctica militar, luego los
embarcó hacia Baltimore y desde allí marcharon a San Luis y a continuación
Independence (ninguno de ellos había aprendido a atar un fardo a un mulo). A lo
largo de todo el camino pagó al por menor el transporte de su equipo, sus trampas y
clarines, herramientas de herrero e instrumentos quirúrgicos, una reserva de
www.lectulandia.com - Página 81
productos para la venta y una de las invenciones de principiante más asombrosas que
jamás fueran creadas para el Oeste. Era un barco con ruedas: de trece pies de eslora y
cuatro pies de manga, «con forma en parte de canoa y en parte de góndola», y
ensamblado por manos expertas de ebanistas porque no podía ser calafateada por el
fuerte sol del Oeste. De hecho, llevaba tres de estos cacharros: el hombre lógico de
Cambridge había deducido que esa era la forma de evitar el conocido problema de
cruzar llanuras y ríos de montaña. Los chicos de Harvard se pusieron en cola para
abuchear dichos artilugios cuando rodaron por Garden Street y los llamaron
«anfibiums», pero el primo John prefería un nombre menos académico y se decidió
por el de «Nat-wye-ciums». En San Luis alguien explicó al inocente algunas
realidades del viaje por las llanuras y Nath vendió sus botes por la mitad de lo que le
había costado su fabricación.
John Wyeth afirma que la partida jamás habría podido llegar a «los Alpes
norteamericanos» si no hubiera sido por Bill Sublette, y por una vez está contando la
verdad sin adornarla. Nat Wyeth era un hombre que solo necesitaba que le dijeran las
cosas una vez y aprendió el oficio de la montaña en una sola travesía, ya era un
oficial de primera para cuando llegaron a Pierre’s Hole y un maestro cuando llegó al
Columbia… pero no habría podido llevar a su primera compañía a las montañas sin
supervisión. Conoció a Sublette en Independence, donde Bill y Campbell tenía ya
lista su caravana para partir al Oeste con los suministros de ese año para la RMF
Company. Una mirada bastó para convencer a Sublette de que Wyeth no suponía
ninguna amenaza a su negocio y la hospitalidad de las llanuras prevaleció ante todo.
Tomó a la partida de Wyeth bajo su protección y les enseñó el negocio (tres débiles
de corazón, o realistas, abandonaron en Independence y tres más se volvieron al
llegar al Platte).
Viajaron a ritmo constante bajo las expertas instrucciones de Sublette y
experimentaron todas las situaciones de rigor: tormentas, estampidas, el caliche, los
búfalos, las tribulaciones de la ruta. John Wyeth dedicó páginas enteras de altivo
desdén a la obstinación y los errores de su primo, pero el diario de Nat prueba que
John sin duda mentía en algunos contextos y probablemente lo hacía en otros (¿por
qué un hombre comprometido con una causa no iba a ejercer un control estricto? No
hay nada más peligroso que un amateur bromista). La mayoría de ellos sucumbió a la
fiebre de la montaña y su cirujano, Jacob Wyeth, enfermó gravemente. Al sur de
Laramie Fork, Tom Fitzpatrick llegó cabalgando furiosamente del oeste. La RMF
Company y numerosos tramperos libres se habían reunido en Pierre’s Hole, informó.
Pero también habían acudido los malditos intrusos, la American Fur Company a las
órdenes de Vanderburgh y Drips y esperaban a Fontenelle con un convoy de
mercancías. Fontenelle iba hacia allí como alma que lleva el diablo para acaparar el
comercio. Daos prisa, entonces, deprisa… y Fitz se dio la vuelta y partió a solas para
llevar las noticias de que Sublette y Campbell estaban cerca y así mantener a los
indios y a los tramperos libres esperando en fila. Pero antes de regresar, la caravana
www.lectulandia.com - Página 82
se encontró con una partida de tramperos desesperados y hambrientos. Habían venido
al Oeste hacía un año como parte de otra empresa optimista de San Luis, La sociedad
Gant y Blackwell, que aspiraba a una parte de los beneficios de la montaña. Ahora
suponían que la firma estaba en bancarrota, como así era más o menos, y tenían
hambre. Fitz compró sus pieles al líder, un tal Stephens, a lo que podría ser descrito
un precio tanto de montaña como de hambruna. Luego cabalgó hacia el oeste,
llevándose un caballo de repuesto. Finalmente, se encontró con algunos gros ventres,
de la misma banda que Fontenelle encontraría más tarde, en julio (ahora estaban a
mediados de junio).
Sublette salió tras él, pero en este tramo del viaje uno no podía hacer correr
mucho a los animales de carga. Los caballos de Wyeth no estaban en muy buena
forma y el terrible avance por el Platte Alto y el Sweetwater había desencantado a los
novatos, que ahora le dijeron lo que habían estado confesándose unos a otros, que ya
habían tenido más que suficiente de esta misión de locos. Él les dio permiso para
marcharse si querían, lo cual resultaba irónico porque ya habían atravesado el Paso
Sur. Llegaron a las aguas del río Green y encontraron grizzlis y muchos búfalos. Al
anochecer del 2 de julio fueron visitados por algunos hombres de Drips, una partida
enviada desde Pierre’s Hole para encontrarse con Fontenelle o una partida de
tramperos que todavía no habían llegado a la rendezvous. Acampados a unas cuantas
millas de distancia, llegaron con las típicas cortesías, para ver caras nuevas, para oír
noticias de los Estados de hace un año, para intercambiar impresiones con
compañeros del oficio y para comer y fumar con su gente. Una hora
aproximadamente después de que se marcharan, hacia la medianoche, el campamento
de Sublette-Wyeth fue atacado por gros ventres.
El mismo poblado que ya hemos mencionado dos veces. Estaban de regreso a su
hogar tras una estancia de varios años con sus hermanos los arapahoes de Colorado y
se dirigían al territorio que compartían con sus aliados pies negros… El nombre gros
ventres significaba que nadie podía saciarlos; los arapahoes los llamaban Mendigos, y
la mayoría de las tribus los denominaban con palabras de significados similares…
Como los pies negros con los que vivían, siempre buscaban pelea y estaban lo
suficientemente locos para cargar contra este campamento, aunque no lo
suficientemente locos para finalizar la carga. Se pararon a unas cincuenta yardas y
lanzaron un montón de balas de fusil hacia el campamento en la oscuridad. Reunieron
cinco caballos de Sublette, uno que pertenecía a un trampero libre que se les había
unido y cuatro de Wyeth, y luego desaparecieron en la noche. Nadie resultó herido y
los caballos se habían dejado sueltos porque estaban desfondados. No fue un grave
incidente.
La caravana avanzaba lentamente por en medio de las tres rutas descritas con
anterioridad, llegaron al Snake, lo cruzaron y el 8 de julio llegaron a Pierre’s Hole.
Sublette llevaba con él unos sesenta hombres y la partida de Wyeth contaba ahora con
dieciocho; había diecinueve (o veintidós) en el equipo de Gant y Blackwell, y trece
www.lectulandia.com - Página 83
tramperos libres a las órdenes de Alexander Sinclair se unieron a Sublette poco
después del incidente nocturno. Drips tenía alrededor de cien hombres de la
American Fur Company en el lugar y su socio Vanderburgh estaba reuniendo otros
destacamentos para llevarlos allí. Alrededor de unas ciento veinte tiendas de nez
perces y flatheads estaban acampadas allí, y aún había más de camino, probablemente
con la esperanza de tener noticias de Pantalones de Piel de Conejo y sus compañeros,
o incluso para conocer a su mago (calculen unos siete u ocho indios por tienda).
Fraeb y Milton Sublette habían llevado a sus brigadas de la RMF Company y las
unieron con las de Fitzpatrick. Se sabía que los otros dos socios, Bridger y Gervais,
estaban de camino a la rendezvous. Pero Tom Fitzpatrick, que se había adelantado al
galope desde el Sweetwater para llevar la noticia de que Sublette estaba de camino,
no se encontraba por ningún sitio. No había llegado; el campamento supuso que se
quedó con Sublette. Y además había pies negros por los alrededores.
Otros pequeños grupos de tramperos libres seguían llegando a la rendezvous de
Pierre’s Hole de todas partes del Oeste, especialmente de las Rocosas de Colorado
(Kit Carson, que ya era el más famoso de los que frecuentaban aquel territorio, no
apareció este año). También llegaban otros indios aparte de los flatheads y los nez
perces, principalmente snakes y bannocks. Queda por dar cuenta del monopolio y la
Competencia.
* * *
www.lectulandia.com - Página 84
Astor como un advenedizo incomparablemente inferior, poseía exactamente la misma
clase de inteligencia y talentos, el genio de la gestión y la estrategia. Era un
financiero y tenía una mente constructora de imperios, duro, brillante, impulsivo,
especulativo e implacable. McKenzie era el McLoughlin del monopolio, es decir, el
más grande ejecutivo de campo que tenía la compañía. Ambos eran del tipo de
hombres que tanto abundaban en el siglo XIX en los negocios en los Estados Unidos.
Eran una profecía de todos los monopolios que estaban por llegar.
Ya en 1827, McKenzie envió un agente, Samuel Tulloch, a las montañas. Este
investigó las operaciones de la Hudson’s Bay Company para establecerse en las
montañas desde su base en el río Columbia y viajó a las Three Forks y al territorio del
Yellowstone con Robert Campbell de la Competencia, el objetivo de McKenzie. Pero
era demasiado pronto para iniciar la invasión y Chouteau contuvo al impaciente
McKenzie hasta asegurar su base del río. Reunieron a los mejores comerciantes de la
competencia destrozada en el Misuri. Luego comenzaron a construir puestos…
porque decidieron que las bases permanentes eran superiores al sistema de
rendezvous. Fort Union, que en un primer momento fue llamado Fort Floyd, fue
construido en 1829 en un lugar de primordial importancia, la desembocadura del
Yellowstone. Allí podía comerciar con los assiniboins, en cuyo territorio se
encontraba, y tal vez pudiera seducir a sus aliados crees, que eran clientes de la
Hudson’s Bay Company. Y desde allí podía invadir las montañas por dos rutas, el
propio Misuri y el Yellowstone.
El año siguiente, McKenzie realizó lo que parecía claramente imposible:
estableció comercio con los pies negros. Estos vándalos del Oeste comerciaban con
las compañías británicas para conseguir armas y herramientas y así alimentar su
terrorismo vocacional, pero no permitían ni siquiera a los británicos que pusieran
trampas en su territorio. Repetidas veces se habían negado a comerciar con los
norteamericanos, los asesinaban al verlos y perseguían y mataban a todo aquel que
penetraba en su territorio[2]. Nadie podía mantener a los tramperos de la RMF
Company fuera de ningún territorio en el que pretendieran poner trampas, pero
perdieron muchos equipos, hombres y pieles de castor luchando contra los pies
negros y ahora solo se enfrentaban a ellos con fuerzas bien pertrechadas. Pero en
1830 McKenzie envió al territorio de los pies negros a uno de sus lugartenientes más
familiarizados con el terreno, Jacob Berger, que durante mucho tiempo había
comerciado con ellos para los británicos. Berger condujo a un poblado entero de pies
negros a Fort Union. El año siguiente, McKenzie envió a otro de sus mejores
hombres, James Kipp, para que construyera un puesto comercial en pleno territorio
de los pies negros, cerca de la desembocadura del río Marias, Fort Piegan. Un año
más tarde el puesto fue reemplazado por Fort McKenzie, a unas millas de distancia.
Ese mismo año, se redactó un grandilocuente documento en Fort Union. Obligaba
a los assiniboins y, más sorprendentemente, a los pies negros, «señores de la tierra
desde las orillas de los grandes ríos hasta las cimas de las montañas», a firmar la paz
www.lectulandia.com - Página 85
con la American Fur Company, «siempre que el agua continúe discurriendo y la
hierba creciendo». Fue ratificado de acuerdo con «las debidas señales místicas
impuestas por las casas de la gran medicina», lo cual era un total sinsentido. Para
hacerlo todo más creíble, McKenzie hizo acuñar algunas medallas para que los pies
negros creyeran que la American Fur Company era el agente y el fuerte brazo
derecho del creador de todas las medallas, su Padre en Washington. Finalmente, en
1832, el año de la rendezvous en Pierre’s Fort, McKenzie completó su sistema de
cabezas de puente tras enviar a su hombre, Samuel Tulloch, a construir Fort Cass,
donde el Big Horn desemboca en el Yellowstone, en pleno territorio de los crows…
que habían sido buenos amigos y clientes de la RMF Company. Probablemente,
Tulloch ya había estado congraciándose con los crows que robaron los cuchillos y
otras pertenencias.
La Compañía tenía ahora un sistema de puestos permanentes entre las tribus, las
cuales jamás antes habían tenido tan a mano los productos manufacturados.
Incorporando el sistema de la Competencia, McKenzie ya había enviado brigadas al
corazón del territorio de esta, las montañas. Sus partisanos eran Joseph Robidou, de
una familia numerosa que prácticamente había cavado el cauce del Misuri, Lucien
Fontenelle, Andrew Drips y Henry Vanderburgh. Eran comerciantes fluviales que
ahora debían aprender el oficio de la caza de montaña siguiendo a las brigadas de la
Competencia. En 1830 —el año en el que Smith, Sublette & Jackson vendieron la
RMF Company—, Drips, Robidou y Fontenelle les siguieron a través de su coto más
privado, el territorio de Utah-Idaho-Wyoming occidental, Cache Valley, Bear Lake,
Salt Lake Valley, Ogden’s Hole, Bear River Valley, el Snake y Ham’s Fork. Allí se
encontraron con la lucha entre la RMF Company y la Hudson’s Bay Company que,
revitalizada por el gran McLoughlin, intentaba hacerse con el territorio desde el
noroeste. La RMF Company ganó la lucha fácilmente gracias a sus mejores
conocimientos del territorio y su mayor generosidad con los regalos y el alcohol. Esto
lo aprendieron rápidamente los recién llegados, porque también ellos habían perdido
pieles y tramperos, a pesar de ser meros observadores. Ese mismo año Vanderburgh
estaba siguiendo a otros socios de la RMF Company por algunas regiones de
Wyoming y a lo largo de los límites del territorio de los pies negros. Tanto él como
sus rivales tenían que luchar contra los pies negros, a los cuales les resultaba difícil
identificar a un aliado que se encontrara tan alejado de Fort Union. Y si las armas de
la Compañía estaban matando a empleados de la Compañía, ¿qué más daba?
Ese año supuso una esforzada pero iluminadora educación en geografía, en
competencia comercial, en soborno y engaño y en la apropiación de pieles. La
instrucción continuó durante 1831. Los recién llegados siguieron a las brigadas de la
Competencia por Idaho, hacia el territorio de los flatheads al oeste de la Divisoria de
Montana, al sur hacia el Beaverhead, a lo largo del río Jefferson. No sacaron muchas
pieles, pero se hicieron amigos de los flatheads y los nez perces. Ahora en ocasiones
podían emprender su propio camino y aun así se servían de los recursos de la
www.lectulandia.com - Página 86
Compañía. Los productos eran más baratos en las montañas en 1831 que nunca antes
y los sueldos más altos. El poder de la riqueza comenzó a notarse. Podían mantener
esta clase de lucha interna durante mucho más tiempo que la RMF Company, cuya
desdeñosa confianza estaba comenzando a dar paso al recelo cuando el verano de
1832 iba acercándose al momento de la rendezvous[3].
Drips se dirigió a San Luis con Fontenelle el verano de 1831 (esta era la brigada
con la que viajó la misión de los flatheads) e intentó regresar con una pequeña remesa
de productos de urgente necesidad. No lo logró y se vio forzado a pasar el invierno al
este de la Divisoria. La brigada de Vanderburgh pasó el invierno en Cache Valley, la
de Drips en el Salmon River Valley de Idaho, cerca de un campamento grande de la
RMF Company. Fue un invierno duro. Los pies negros que se encontraban lejos de
sus hogares disparaban constantemente a los caballos. Bridger y Fitzpatrick cerraron
buenos tratos para sus tramperos y pieles. Algunos de sus hombres y aún más de sus
flatheads fueron asesinados por los pies negros en escaramuzas. Y tuvieron un
anticipo de lo que estaba por venir cuando un factor de la Hudson’s Bay Company,
que estaba acampado en el Beaverhead, les envió un mensajero. Los pies negros,
decía, habían estado provocándole a él y a sus compañeros de Pend d’Oreille con
noticias acerca de que el Rey del Misuri había construido un fuerte en el Marias y
estaba equipando a sus hombres con muchas armas y pólvora. Muy pronto,
McKenzie convertiría a los pies negros en un pueblo invencible. Luego tenían
intención de partir hacia aquí con todas sus tropas. Iban a exterminar a los flatheads y
a todos los demás indios del territorio. Después, expulsarían a todos los hombres
blancos de las montañas.
Cuando llegó la época de caza de primavera, las tácticas de la Compañía
continuaron siendo las mismas: seguir los pasos a la Competencia. La Competencia
partió de Salmon River Valley antes de que la Compañía estuviera lista, así que la
brigada de Drips se trasladó al sur a través de Idaho para encontrar a sus partisanos.
Había pies negros por los alrededores, pies negros de verdad, no los gros ventres que
estaban comenzando a marcharse hacia sus hogares desde el territorio de los
arapahoes. Desaparecieron muchos caballos, varios hombres fueron asesinados y,
cuando se unieron a Vanderburgh, constataron que él había sufrido pérdidas similares.
Las partidas se unieron y salieron en busca de las brigadas de la RMF Company, pero
primero encontraron a Drips. Este transportaba los tan necesitados suministros y
durante dos o tres días lo celebraron con una enorme borrachera, un tanto empañada
por una ventisca de aguanieve.
En Willow Creek, los campos de lava de Idaho, por fin alcanzaron a la brigada de
la RMF Company, que estaba liderada por el Viejo Gabe, Jim Bridger, el arte de las
montañas personificado, y habían logrado una exitosa caza de primavera, sin duda lo
contrario que los hombres de Vanderburgh. Pero ahora le sobraban algunos productos
y aún más venían de camino con Fontenelle, así que envió emisarios para ver si podía
hacerse con el comercio de los flatheads. Su mensajero llegó hasta los flatheads —en
www.lectulandia.com - Página 87
el vértice de los montes Beaverhead en la frontera entre Idaho y Montana— tres días
demasiado tarde para poder ser testigo de una batalla. Los pies negros habían iniciado
su campaña de exterminio, pero los flatheads se opusieron a ser exterminados. Estos
habían logrado hacer batirse en retirada a una gran partida de guerra de pies negros y
ahora bailaban alrededor de dieciséis cabelleras. Prometieron acudir y comerciar con
ellos una vez que acabaran de informar a los espíritus sobrenaturales de su victoria.
Para entonces Vanderburgh estaba demasiado receloso para dejar que Bridger le
tomara la delantera. Los hombres del Viejo Gabe pusieron trampas en los ríos de
Idaho y de Utah hasta que comenzaron a escasear los castores hacia el verano, y en
cada tumultuoso arroyo de montaña en el que colocaban sus trampas siempre llegaba
alguna partida de hombres de la Compañía para poner sus trampas en las mismas
aguas. Los productos que trajo Drips de San Luis duraron lo suficiente para quitarle a
Bridger las pieles de algunos tramperos libres y para arrebatarle a algunos de sus
hombres (al igual que hicieron Fitzpatrick y Bridger con la Hudson’s Bay Company
un año antes). Llegó otra brigada de la RMF Company, la de Milton Sublette, que
había pasado el invierno en Ogden’s Hole (Utah) y había participado en la caza de
primavera en el río Bear. Milton Sublette, socio y hermano de William, ya no estaba
en la brigada. Se había peleado con un jefe de guerra bannock y lo habían
apuñalado[4]. Joe Meek, ahora un hombre de montaña veterano de veintidós años, se
quedó junto a él para reconfortar su alma durante sus últimas horas y cerrarle los
ojos. Pero hacía falta mucho más para matar a Milton, y tras seis semanas seguía tan
fresco como al principio. Joe y Milton partieron para encontrar a su brigada. Cerca
del Green encontraron un poblado de snakes y por algún motivo estos indios
habitualmente pacíficos estaban irritados. Iban a matar a Sublette y a Meek, pero un
jefe guerrero que había ganado las suficientes batallas para imponer su estatus y
desafiar la opinión pública hizo que se pospusiera su sacrificio y esa noche los ayudó
a escapar. Las mujeres snakes tenían fama de ser las más bonitas de todas las squaws
y este jefe tenía una hija púber, cuyo nombre era según lo pronuncia Joe Meek
«Umentucken Tukutsey Undewatsey», que se traduce por Carnero de las Rocosas.
Esta dejó profundamente impresionados a ambos hombres. Tras la rendezvous,
Milton condujo a su brigada al territorio donde podría encontrarse esa banda, los
encontró y se casó con Carnero de las Rocosas. Dos años más tarde, cuando Milton
Sublette regresó a su hogar, Meek también se casó con ella.
Sin embargo, ahora debían encontrar su brigada y, de hecho, tuvieron que seguirla
hasta Pierre’s Hole. Todos los que pasaban el invierno en las montañas ya habían
llegado allí y esperaban a las caravanas de mulas del Este: Fitzpatrick, Bridger,
Gervais, Fraeb, Milton Sublette; Vanderburgh y Drips; los flatheads y los nez perces,
y grupos sueltos de otras tribus; varios tramperos libres. Tiendas y tipis cubrían las
orillas de los arroyos. Grandes manadas de caballos y mulas pastaban por la llanura.
Todos los días llegaba algún grupo pequeño de tan lejos como las Three Forks, o
South Park, o Brown’s Hole. Tenían todas sus historias de invierno que intercambiar,
www.lectulandia.com - Página 88
ausentes y muertos que mencionar y viejas amistades que retomar. La caza de
primavera estaba lista para ser prensada en balas de unas ochenta pieles cada una,
aproximadamente unas cien libras. Todos andaban atareados remendando sus prendas
de ante, a menos que uno pudiera permitirse pagar a alguna squaw para que lo hiciera
por él, o reparando sus armas y trampas, y siempre soñando con el alcohol que las
caravanas iban a traer. La rendezvous estaba a punto de llegar a su clímax. Había sido
un buen año para todo el mundo excepto para la American Fur Company, que seguía
aprendiendo. La RMF Company había sacado sesenta mil dólares en castores[5]. Pero
perderían el comercio de los tramperos libres si Fontenelle llegaba allí primero.
Los socios de la RMF Company tenían que reconocer ahora que su dominio del
Oeste interior se había roto. El monopolio había logrado dominar sus métodos y
podrían superarles en poco tiempo, y probablemente no podrían quitárselos de
encima a partir de ese momento. Enfrentándose a la dura realidad, hicieron lo que
antes habría sido impensable: ofrecieron a sus rivales dividirse las montañas, cada
compañía tendría que mantenerse en su parte. Vanderburgh y Drips dijeron que no.
Todavía no conocían la geografía lo suficientemente bien para aceptar una división
justa. Necesitaban aprender aún más habilidades de la montaña viendo trabajar a los
maestros. Además, tenían las espaldas cubiertas con los recursos de todo un
monopolio a su disposición. Todo estaba yendo tal como McKenzie lo había previsto
y finalmente llevarían a la Competencia a la bancarrota.
No tendrían más remedio que luchar por el negocio. La RMF Company envió a
dos hombres para meter prisa a Bill Sublette (estos no dieron con él, fueron
interceptados y robados por crows y tuvieron que regresar a Pierre’s Hole a pie). Uno
o dos días más tarde, el propio Tom Fitzpatrick galopó solo para avisar de la
urgencia. Vanderburgh y Drips enviaron una partida similar para apresurar a
Fontenelle y luego otra más. Ambas cabalgaron más allá de donde debería
encontrarse Fontenelle a esas alturas, pero ninguna lo encontró. Una de las partidas
por lo visto acampó con Bonneville para esperar a Fontenelle. La otra vio a Sublette y
regresó a la rendezvous con las noticias de que la RMF Company iba en cabeza. A
media mañana del 8 de julio, bajo un velo de polvo, tintineo de bridas, rebuznos de
mulas y cien rifles levantando a todo el campamento, que respondió de la misma
manera, la caravana de Sublette, con los descontentos y los últimos en incorporarse,
llegó a Pierre’s Hole por el sur[6].
* * *
Sublette llegó allí el primero y la RMF Company consiguió hacerse con el grueso del
comercio, mantener a sus propios tramperos y comprar un número considerable a sus
rivales. Pero Sublette esperaba encontrarse allí con Fitzpatrick, mientras que todo el
mundo había supuesto que llegarían juntos. Así que la celebración que comenzó
www.lectulandia.com - Página 89
cuando llegó la caravana de Sublette, y que fue en aumento en cuanto los barriles de
alcohol fueron desenganchados de las mulas, quedó empañada por la impresión
general de que un gran hombre de las montañas había sido asesinado. Enseguida se
organizaron partidas de búsqueda, pero fue puro trámite; todos sabían que el territorio
por donde debía pasar estaba lleno de pies negros… Y, ¿no habían disparado estos
contra el campamento de Sublette? (Más tarde un grupo de rastreadores afirmaba
haber visto desde lejos a una banda de pies negros haciendo carreras de caballos y
reconocieron el caballo de Fitzpatrick entre los participantes, pero esto debe ser
puesto en duda[7].) Ya bien entrada la tarde, demacrado, descalzo y casi desnudo, con
todo el cuerpo arañado y amoratado, hambriento y casi enloquecido, Tom apareció en
el campamento[8].
Lo que le ocurrió a Fitzpatrick puede ser tomado como un contratiempo típico,
uno de los accidentes que conformaban los riesgos diarios a los que se enfrentaban
los hombres de montaña. Porque jamás debe olvidarse que el territorio era más hostil
que los propios indios, y que un descuido momentáneo o un poco de mala suerte
bastaban para poner en marcha el resorte que hacía que el territorio hostil se volviera
agresivo. Fitzpatrick era uno de los hombres de montaña más experimentados: era el
número uno de su profesión. Cuando se separó de la caravana de Sublette en el
Sweetwater estaba asumiendo un riesgo a largo plazo, calculado y justificado. Y, de
hecho, logró pasar con éxito el principal riesgo calculado. Fue lo que ocurrió después
de que escapara de los indios, lo que casi le cuesta la vida… y le habría costado la
vida a alguien menos experimentado.
Cabalgando en un caballo y tirando del otro por turnos, avanzó lo más rápido que
pudo sin ponerse en riesgo, viajando casi siempre por la noche, eligiendo con cuidado
los lugares donde era seguro hacer parada y dormir unas pocas horas (bosquecillos
donde los caballos podían esconderse y pastar mientras él dormía, preferiblemente en
la cabecera de pequeños desfiladeros, con distintas vías de escape cuidadosamente
localizadas). Atravesó el Paso Sur en dirección a la red de arroyos llamada Sandy y
se desvió hacia el Green. Llegó a este cerca de la desembocadura de Cottonwood o la
de Horse Creek, donde Fontenelle y Bonneville acamparían tres semanas más tarde.
Desde allí, se adentró en las montañas y se topó de frente con uno de los poblados
trashumantes de los gros ventres.
Se encontraba en un pequeño valle bordeado de cumbres cuando los indios fueron
conscientes de su presencia. Cualquier grupo de indios que pudiera encontrar en este
territorio asaltaría a un hombre blanco que viajara en solitario y Tom los reconoció
como pies negros. Los indios se apiñaron a su alrededor. Dejó marchar al caballo de
repuesto, clavó las espuelas en el que cabalgaba y se dirigió a todo galope hacia
terreno llano —lo que significa que fue primero por un desfiladero, luego por otro, a
través de matorrales, cruzando riscos y dirigiéndose hacia la cumbre con la esperanza
de encontrar algún cruce de valles donde una pequeña ventaja pudiera permitirle
escapar de ellos—. Ningún caballo habría podido aguantar ese ritmo durante mucho
www.lectulandia.com - Página 90
tiempo y al final tuvo que descabalgar y escalar una de las laderas de la montaña a
pie. La cabalgada, por supuesto, lo había desviado bastante del rumbo que había
estado siguiendo.
Sus perseguidores encontraron el caballo y redoblaron sus gritos… eran gritos
ceremoniales por tal triunfo. En ese momento Tom estaba escondido en una grieta
entre dos rocas, cuya entrada cubrió con bloques de piedra y matorrales. Los indios
iban de un lado a otro como hormigas furiosas, gateando de una roca a otra, saltando
por encima de pequeños precipicios y cayendo con el cuerpo estirado y boca abajo.
Las invocaciones a los espíritus sobrenaturales comenzarían en breve, porque era la
guerra. Los hombres medicina realizarían sus rituales de gestos y sacrificios y
recitarían sus oraciones. Algunos de los jóvenes bravos pararían para pintarse, otros
cantarían canciones que sus medicinas habían revelado que los hacían invulnerables.
Algunos se pondrían las pieles o las plumas reveladas en sueños, eficaces para el
logro de las grandes hazañas. Otros se rociarían con el equivalente indio de los polvos
mágicos. Muchos recitaban las gestas que habían realizado —un preliminar a casi
cualquier cosa en la vida diaria de un indio—. Piel de nutria, plumas de urraca,
huesos de águila, boñiga de perro de las praderas… todos llevaban algún amuleto
personal. Pero, fuera cual fuese la lógica de la liturgia, las labores prácticas de dar
con la víctima continuaban.
Y continuaron durante todo el día. Muchas veces algunos indios se acercaron a
tan solo unas yardas del escondite de Tom. En varias ocasiones se retiraron hacia los
pies de la ladera, luego se arengaban y se procuraban la voluntad de sus dioses y
volvían a la carga. Ya de noche cerrada, Tom salió a rastras, se orientó por las
estrellas, calculó la dirección hacia donde era menos probable que estuviera el
campamento de los gros ventres… y descubrió que sus cálculos eran erróneos. Se fue
a dar de bruces con los caballos atados y los tipis montados. Regresó a su escondite y
permaneció allí todo el día siguiente, mientras los indios seguían rastreándole…
como beagles o terriers dispuestos a suspender los asuntos de todo un poblado el
tiempo que fuera necesario para conseguir una cabellera blanca. La segunda noche,
Tom volvió a intentarlo, dio un amplio rodeo al campamento y se dirigió a las
montañas. Cuando amaneció se escondió en un bosquecillo, vio otra vez al grupo de
gros ventres y esa noche se alejó de allí todo lo que pudo. Desde ese momento
decidió viajar solo de día. Al llegar al Snake hizo una pequeña balsa para pasar su
rifle, la pólvora, el saquito de balas y otras pertenencias a la otra orilla y la fuerte
corriente la rompió[9]. Ahora ya no disponía de sus herramientas de supervivencia y
solo le quedaba el cuchillo para sustentarse. Un hombre como Fitzpatrick nunca se
encontraba perdido mucho tiempo, tan solo lo que le costaba encontrar algún
accidente geográfico en un territorio que conocía de memoria (en cuanto un risco le
permitiera divisar los pezones de las Tetons estaría salvado). De hecho, atravesó
directamente un caos de barrancos por los que nunca había transitado, lejos de la ruta,
en un rumbo certero hacia Pierre’s Hole. Tuvo que atravesar las montañas
www.lectulandia.com - Página 91
alimentándose de los brotes y raíces que pudo encontrar. Día tras día su fuerza fue
mermando. El quinto día encontró parte del cadáver de un búfalo que habían dejado
los lobos. Su pedernal y el acero se habían perdido junto al rifle, así que, según
afirma Zenas Leonard que el propio Fitzpatrick dijo, hizo fuego con palos, aunque sin
duda se comió la carroña cruda. Sus mocasines se gastaron; cortó su ala ancha y se
ató los trozos alrededor de los pies. Cada día recorría una distancia menor, pero se
mantuvo en el rumbo correcto mientras pudo caminar. Se encontraba a la distancia
del vuelo de una abeja cuando sus compañeros lo encontraron.
* * *
www.lectulandia.com - Página 92
posteriores (sus vecinos, los cayuses, proporcionaron el nombre genérico del caballo
del Oeste). Tenía la grupa moteada o, en ocasiones, blanca, y era el mejor caballo
indio. Los nez perces se los suministraban a sus vecinos, quienes los acarreaban por
las llanuras y conducían las manadas a la rendezvous para hacer trueque.
Además, llevaban artesanías para venderlas, especialmente mocasines y
pantalones de ante. El hombre de montaña probablemente se equipaba con caras y
abrigadas camisas, pantalones y capotes de lana, pero estas no duraban mucho en su
actividad y necesitaba pantalones de ante para usarlos en el futuro. El trampero ha
llegado hasta nosotros en nuestra iconografía ataviado con este uniforme de ante, una
vestimenta nativa americana siempre apropiada en un clima seco (aunque
ennegrecida donde el uso la hace oscurecer), cuyos flecos y caída natural la hacen
especialmente apta para los escultores. Pero el uniforme significaba que había
destrozado su ropa importada, porque el ante, aunque duro y por ello ideal para un
territorio boscoso, resultaba incómodo. El ante mejor ahumado aguantaba el agua de
lluvia durante unas cuantas horas (una manta de Mackinaw era tan impermeable
como una manta navajo), pero al final incluso el mejor ante se empapaba y se pegaba
al cuerpo, encogía dolorosamente y luego colgaba holgado cuando se secaba.
La competencia feroz por el negocio no afectaba a la camaradería en la montaña.
Los empleados de compañías rivales se emborrachaban con gran bullicio, los socios
un poco más formalmente. Había comidas ceremoniosas en las que Vanderburgh, Jim
Bridger y Bill Sublette brindaban e intercambiaban noticias, recuerdos y mentiras.
Bajo las cumbres, a mil quinientas millas de casa, todos eran montañeros y el corazón
de uno rebosaba de afecto por un compañero de profesión, al mismo tiempo que
calculaba la mejor manera de llevarlo a la bancarrota. La RMF Company había
ganado otra mano, pero la crisis continuó. Fontenelle estaba de camino allí con una
abundante caravana y todos los productos que llevaba comprarían pieles o favores
que deberían haber ido a los socios. Además, la presencia de pequeñas compañías
fracasadas y bandas de tramperos libres en esta rendezvous confirmaban lo
seriamente amenazado que estaba el coto privado de los socios. Finalmente, allí
estaba Wyeth, quien iba a establecer otra compañía, y hacia el este estaba Bonneville,
quien ya había establecido una financiado con dinero de Astor.
Por la noche se producían serias consultas en las tiendas de los socios, entre ellos
y con Bill Sublette y Robert Campbell, que los tenían cogidos por el cuello pero que
negociarían con ellos más favorablemente que ningún otro. Las tácticas del
monopolio podían ser rastreadas: Vanderburgh y Drips seguían a las brigadas de los
socios, aprendían más sobre el territorio y el oficio y, finalmente y con un apoyo
financiero ilimitado, esperaban echarlos del territorio. ¿Qué podían hacer los socios?
Tan solo luchar. Y aún tenían alguna artillería.
La decisión fue enviar brigadas a las órdenes de Fraeb y Milton Sublette al sur y
al suroeste, ambos en dirección al Humboldt, donde el primero giraría al este en
dirección a las aguas del Utah y del Colorado y el segundo viraría en redondo
www.lectulandia.com - Página 93
atravesando el centro de Idaho en dirección al río Salmon y los ríos adyacentes.
Bridger y Fitzpatrick partirían al este hacia el río Yellowstone, luego retrocederían
hacia las Three Forks del Misuri y finalmente al Salmon. No está claro adónde fue
enviado Gervais a poner las trampas, pero debió de ser el Alto Green, porque esta
caza de otoño obviamente estaba pensada para limpiar todos los ríos donde
abundaban los castores en las montañas y todos habían sido asignados menos el
Green.
Mientras tanto, se produjo una rebelión definitiva de los novatos en el
campamento de Wyeth. La mitad de su partida, once hombres en total, ya se habían
hartado del desierto, la lluvia, la nieve, las tormentas de arena, el agua con caliche, la
mala comida y el constante agotamiento. Habían recuperado la salud en ese
placentero valle a los pies del Grand Teton, pero no veían ningún futuro en aquella
misión. Entre los que abandonaron se encontraba el hermano de Wyeth, el cirujano, y
su bromista y joven primo John. Ambos regresarían a los Estados con Sublette y
Campbell.
Pero no Nat Wyeth. Ahora entendía lo ingenuas que habían sido sus ideas en
Cambridge. Pero si había sido instruido en realismo a manos de realistas, también
había comprobado que su plan básico era correcto. El comercio de pieles en la
montaña, ahora que él había podido ver su rendezvous, era tan irracional en términos
económicos como le había parecido junto a Fresh Pond, y ofrecía oportunidades
prometedoras a un talento organizativo. Nat Wyeth continuó hacia el Columbia,
destino por el que originalmente había iniciado su viaje. De camino allí y tras
alcanzarlo, él mismo aportaría los restantes detalles de primera mano, especialmente
en relación con la colocación de trampas. Compró pemmican y productos indios, se
reabasteció, cambió sus caballos por otros frescos y estuvo listo para partir. Pero
todavía estaba en territorio de pies negros. Así que en lugar de partir de Pierre’s Hole
por el norte, el camino más corto hacia el Bajo Snake, unió su partida a la de Milton
Sublette. Sublette se dirigía al Snake por el suroeste y seguiría el curso del río hasta la
confluencia con el Raft o cerca de allí, donde él se desviaría hacia el Humboldt. Para
entonces, Wyeth ya estaría fuera del alcance de los pies negros y podría conducir a su
pequeño grupo con relativa seguridad por la ruta establecida hacia el Columbia.
www.lectulandia.com - Página 94
III
Fraeb y Milton Sublette estuvieron listos para partir en primer lugar e iban a viajar
juntos hasta el Humboldt. Wyeth y su leal remanente partirían con ellos para estar a
salvo de los pies negros. Lo mismo haría la banda de Sinclair de tramperos libres y un
par de grupos pequeños. El 17 de julio iniciaron el camino, dirigiéndose al sur por el
valle del Pierre’s Hole, con la intención de girar al suroeste en dirección al Snake.
Hacia mediados de julio en los cielos de los territorios altos aparece un dorado
vacío, una apariencia desvaída infinitamente hermosa pero melancólica como
premonición del otoño. La luz temprana parece separada de su fuente; hasta media
mañana las laderas más altas están cubiertas por una niebla azul pólvora que se
intensifica y se va apagando a medida que transcurre el breve verano de las cumbres.
La plata de las hojas de los chopos se vuelve más brillante y los sauces comienzan a
mostrar vetas doradas. Por encima de las copas de encinas enanas sobrevuela una
banda carmesí que comienza a descender por las laderas junto al oro a partir de ese
momento. La luz de los cañones llega a través de un velo de lavanda y los bosques
parecen más oscuros, más desiertos, más entregados a la soledad.
Con menos de cien hombres en total, la caravana de mulas de carga recorrió de
seis a ocho millas el 17 de julio y probablemente partieron todos juntos de Pierre’s
Hole. Acamparon de noche en un valle con riachuelo y bosquecillos desperdigados,
junto a las laderas de unas montañas cercanas al arroyo. Poco después de partir a la
mañana siguiente, dos filas de jinetes aparecieron remontando la cresta de una colina
en el valle. La partida de Sinclair, a la cabeza de la caravana, paró en seco. Sublette,
Fraeb y Wyeth se aproximaron a ellos y pararon. No creían que fuera una partida tan
numerosa, pero ¿podría tratarse de Fontenelle lejos de su ruta? Milton Sublette tenía
un catalejo. No, no eran blancos… eran indios. Tenían una Union Jack (capturada
recientemente de la brigada de la Hudson’s Bay liderada por John Work) y debían de
ser los pies negros que ya llevaban varias semanas por esa región. Los tramperos
retiraron los fardos de sus mulas para usarlos de parapeto y se llevaron las mulas y
caballos hacia un bosquecillo. Enviaron a un par de hombres al galope para que
informaran a las compañías de la rendezvous de lo que se avecinaba. Los indios
comenzaron a bajar la pendiente en diagonal y con precaución hasta el arroyo que
discurría a sus pies. Mientras las hileras de indios rebasaban la cresta, los blancos
pudieron ver que se trataba de un poblado… había travois remolcados por caballos y
perros, recuas de caballos, mujeres[1].
Era uno de los poblados de gros ventres que habían estado siguiendo el curso del
www.lectulandia.com - Página 95
Green durante un par de semanas, que habían atacado el campamento de Sublette,
que habían perseguido a Fitzpatrick y que habían liquidado a algunos tramperos que
deambulaban por el territorio sur de Wyoming. No eran pies negros sino atsinas, una
escisión de los arapahoes que se trasladó al territorio de los pies negros y firmó una
alianza con sus «tártaros», hablando su idioma con tanta fluidez como los propios
nativos, adoptando sus ceremonias y sus feudos. Los pies negros les llamaban «el
pueblo panzudo», los arapahoes les llamaban «los pordioseros» o «gorrones», y
ambos se sentían superiores a ellos. Acababan de completar una estancia de tres años
con los arapahoes en Colorado y ahora regresaban a su hogar. El hecho de que
hubieran cruzado la Divisoria por allí y que se dirigieran al norte por la vertiente
occidental significaba que tenían intención de alejarse de los crows y, probablemente,
de cazar algunos flatheads.
A menos de una milla de distancia, los adversarios aseguraron sus posiciones y se
vigilaban mutuamente. Ambos necesitaban tiempo, los blancos para que sus
compañeros de la rendezvous llegaran, los indios para finalizar todas las
preparaciones religiosas que les ayudaran a lanzar un ataque potente. Un jefe
guerrero, para ganar tiempo, cabalgó hacia los tramperos (jefe guerrero: cualquier
bravo que tuviera en su haber suficientes victorias para poder liderar una partida de
guerra). Llevaba una manta carmesí y una pipa tribal de medicina. Esta, con el
acompañamiento de cánticos rituales, había sido sacada del fardo en el que se
guardaba junto a diversos objetos sagrados, carracas, cráneos, plumas, garras, pieles,
pinturas, hatillos de hierbas y tabaco. La piel de oso, la piel de alce y las pieles de
aves que la protegían habían sido desenvueltas con más oraciones y poses. Los
tramperos la reconocieron: una cazoleta gruesa y achatada (de esteatita verdosa
porque eran pies negros) y una boquilla aplastada y larga de madera festoneada con
trenzas de tela multicolor, plumas teñidas y otros objetos simbólicos, todos ellos
importantes en sus liturgias. Mostrarlo así era una petición de paz, una declaración
solemne de que por el momento los indios iban a respetar una tregua. Buen truco si
funcionaba, pero los pies negros o gros ventres no iban a engañar a estos veteranos y
el jefe era un loco por intentarlo. Sublette, Fraeb y Sinclair sabían que las treguas de
los pies negros siempre eran en una sola dirección.
En la partida de Sublette había un mestizo llamado Antoine Godin. Hacía dos
años, los pies negros habían matado a su padre, Thyery Godin, a unas setenta y cinco
millas del lugar donde se encontraban, junto al Big Lost River, que durante un tiempo
se llamó río Godin en recuerdo del asesinato. Antoine se adelantó para recibir la pipa
de medicina y un bravo flathead cabalgó a su lado… Este era miembro de una tribu
que había tenido que luchar contra pies negros desde el principio de los tiempos, una
tribu que aún recordaba cuando tuvieron que luchar con flechas con puntas de piedra
y varas afiladas contra ellos y los mosquetes de la Northwest Company, y que ese año
habían sido informados de que los pies negros tenían intención de exterminarlos. Los
dos trazaron el plan mientras cabalgaban. Se acercaron al jefe, que blandía su símbolo
www.lectulandia.com - Página 96
de paz y ofreció su mano derecha. Godin la estrechó y agarró al hombre. «¡Dispara!»,
dijo, y el flathead disparó. Se llevaron la cabellera y regresaron al galope
sacudiéndola y ondeando la manta carmesí[2]. El principiante John Wyeth, que se
aproximaba con los refuerzos de Pierre’s Hole cuando ocurrió, quedó horrorizado por
el incumplimiento de la palabra. «Es un Joab con sed de venganza… ¿estás en tus
cabales, hermano mío?», escribe. Pero era la manera correcta de tratar a los pies
negros.
Los indios no atacaron inmediatamente, como cualquier otra tribu no educada en
la tradición de los pies negros hubiera hecho en el momento en que un ritual sagrado
les fallaba. Se excitaron y gritaron, se adelantaron un poco para provocar a los
blancos, ungieron sus cuerpos con diversas invulnerabilidades y retiraron las fundas a
sus escudos de guerra, que también les prometían que no iban a ser heridos. Algunas
squaws y niños desaparecieron ladera arriba, otras corrían con las mulas de carga
hacia un recodo del valle, y aún otras más ayudaban a sus hombres a montar un
fuerte. Al parecer los indios iban a dejar que los blancos atacaran primero. Se
retiraron a un bosquecillo de sauces y álamos, junto a un meandro del río, con la
montaña a sus espaldas. Allí, ocultos, construyeron un fuerte con árboles caídos y sus
squaws cavaron trincheras tras los troncos.
Los blancos se aproximaron a suficiente distancia para alcanzarles con los rifles.
No se apresuraron a correr hacia aquel bosquecillo y se contentaron con disparar
desde allí a larga distancia. Había más de cien indios, tal vez doscientos. Bill Sublette
los encontró así de indecisos cuando regresó galopando de la rendezvous, seguido por
cien o doscientos tramperos al galope y cuatrocientos o quinientos flatheads y nez
perces gritando tras ellos. Bill se enfureció con los tramperos por perder el tiempo e
inmediatamente les proporcionó lo que la situación requería: un líder. Quitó a los
novatos de Wyeth de en medio y les ordenó que se quedaran tras sus fardos y
cuidaran a los heridos, pero dejó que el propio Wyeth se uniera a la oleada de asalto.
Además, exhortó a unos sesenta voluntarios, blancos y rojos, a que le siguieran.
Asignó a los indios un flanco y a los blancos el otro. Él y su socio Campbell hicieron
testamento verbal, dándose mutuas instrucciones de llevar a cabo sus últimas
voluntades. Luego condujeron a sus guardias de asalto hacia el bosque de sauces.
Fueron abatidos allí mismo. Los indios, escondidos en hoyos, apuntaron por
debajo de los últimos troncos del fuerte y los acribillaron; la mayoría de las bajas
entre los asaltantes tuvo lugar en esa primera descarga. Eso los detuvo, y entonces
también ellos se parapetaron detrás de troncos, como debería haberles ordenado Bill
desde el principio. Durante un par de horas intercambiaron disparos y los hombres de
montaña agotaron hasta tal punto sus reservas de balas que tuvieron que regresar al
día siguiente para recuperarlas sacándolas de los árboles. Ocasionalmente disparaban
a algún indio y también les disparaban a ellos. «La idea de una flecha puntiaguda
clavándose en el cuerpo de un hombre, como hemos observado en los ciervos y otros
animales», afirma el joven John Wyeth, viendo aquí la clase de lucha india sobre la
www.lectulandia.com - Página 97
que había leído en Cambridge, «nos resultaba estremecedora a todos nosotros y no es
de extrañar que algunos de nuestros hombres huyeran ante tal amenaza».
Sinclair se encontraba en la línea exterior, un hombre bueno y fuerte que no podía
avanzar muy lejos a pie porque había perdido algunos de los dedos. Le dispararon,
mortalmente según se supo más tarde, y Campbell lo arrastró al bosque y luego
regresó. Uno de los hombres de Fraeb se refugió tras un tronco y lo empujó hasta
llegar casi al fuerte; varios disparos impactaron en el tronco, pero consiguió llegar a
un árbol desde donde lanzar ráfagas. Otro hombre que había ingerido bastante alcohol
llegó indemne hasta los troncos, los escaló, echó un vistazo por encima y se
desplomó hacia atrás con dos balas en la cabeza. En algún momento de la batalla, Bill
Sublette recibió un disparo en el antebrazo. Lo arrastraron detrás de un árbol y
continuó dando órdenes. Los ayudantes flatheads y nez perces pudieron avanzar hasta
medio camino por su flanco antes de que el arroyo los detuviera, pero allí se
encontraron en el fuego cruzado de sus aliados y algunos de ellos recibieron disparos.
Era una batalla lenta… y ruidosa. Además de los disparos, se escuchaban gritos,
aullidos y el ulular de los indios de ambos bandos. La costumbre les obligaba a
provocar y burlarse unos de otros en sus propios idiomas u otros que conocieran. Uno
gritaba que su enemigo era un niño, una squaw, un homosexual, o que liebres u otros
animales huidizos eran sus antepasados, que él y su tribu se alimentaban de estiércol
o carroña y que no sabía luchar… y cosas de ese estilo. Si uno lograba enfurecer a su
enemigo lo suficiente para hacerle salir de su escondite y así poder dispararle, mucho
mejor; si no, siempre podía ganarse una ronda solo por los insultos. A última hora de
la tarde, tras cinco blancos y otros cinco indios aliados muertos, los hombres de
Sublette se habían acercado a los troncos del fuerte. Los gros ventres no se asomaban,
simplemente permanecían agazapados en sus hoyos y esperaban la siguiente carga.
No se ganaba nada cargando contra ellos. Sublette ordenó a algunos de sus hombres
que apilaran madera y matorrales frente al fuerte: tenía intención de quemarlos.
Lograron apilar una buena cantidad, pero los flatheads y los nez perces protestaron:
los pies negros acorralados no podían escapar y tenían con ellos muchas posesiones
que no servirían de nada si se quemaban. Se desestimó la protesta. Los blancos se
prepararon para prender la hoguera.
Al otro lado de los troncos algunos de los gros ventres comenzaron a cantar sus
canciones de muerte. No era una preparación para el más allá, sino una magia final
para prevenir la muerte… otra promesa de invulnerabilidad, revelada en sueños,
reservada solo para la peor de las situaciones. Pero uno de ellos intentó de nuevo
provocar. Gritó que sabía que estaban derrotados y que iban a morir como los héroes
que eran, pero también sabía que pronto serían vengados. Porque, dijo, varios cientos
de familias de su pueblo les seguían de cerca (eso era más o menos verdad). Pronto
subirían y eliminarían a los vencedores. Quienquiera que traducía sus palabras o bien
hablaba mal la lengua de los pies negros o peor la de los flatheads, porque entendió
estas palabras como una declaración de que cientos de pies negros estaban en esos
www.lectulandia.com - Página 98
momentos asesinando a aquellos que habían quedado en la rendezvous, robando los
caballos y destrozando el campamento. La noticia se extendió entre los hombres que
estaban embargados por el fragor de la batalla. Algunos con la cabeza fría debieron
de reaccionar correctamente, pero otros, probablemente entre los ciento y pico más
circunspectos que formaban la reserva fuera del bosque, regresaron al galope al
campamento. Otros los siguieron, espoleados por este ardor renovado, hasta que solo
quedó un puñado de ellos para vigilar el fuerte. Estos, sabiamente, se retiraron hacia
el borde del bosque. Unas dos horas más tarde algunos de sus amigos regresaron
abochornados tras encontrar el campamento totalmente en paz. Pero era demasiado
tarde para hacer nada, porque uno jamás peleaba contra indios parapetados de noche
si podía evitarlo. Acamparon al raso y montaron guardia, pero los gros ventres se
acercaron sigilosamente en la oscuridad y se llevaron a sus heridos y a algunos de sus
muertos.
A la mañana siguiente, los blancos se encontraron con lo que Nat Wyeth describió
como «una escena de repugnante carnicería». Había un hombre blanco herido entre la
maleza y se lo llevaron en camilla, pero murió. Uno de los blancos muertos había
sido mutilado «de una forma espeluznante», lo cual normalmente significa que le
habían cortado los genitales (para insultarle en el mundo de los espíritus, para dar al
que lo había mutilado mayor poder en este y para obtener material para ceremonias
religiosas). Había veinte o treinta caballos muertos y nueve cadáveres de gros ventres
tras los troncos. Había más cadáveres de indios esparcidos por el arroyo y por el
bosque. Los indios más tarde admitieron que habían perdido a veintiséis hombres, lo
cual quiere decir que fueron bastantes más. Había una squaw con la pierna rota que
suplicaba a los hombres de montaña que la mataran. Ellos se negaron, pero los
flatheads la complacieron clavándole un hacha en el cráneo. Los flatheads y nez
perces recogieron su botín también, porque los gros ventres en su huida habían
dejado tirados tipis, ropas, pieles, utensilios de cocina y hatillos de medicina a lo
largo y a lo ancho de varias millas en el valle. Encontraron una manada de cuarenta y
dos caballos intactos donde las squaws los habían escondido. «El repiqueteo de las
armas», dice Wyeth, «ahora cambió por el sonido del buitre [más bien, halcón
ratonero] y el aullido de perros abandonados». En total, cinco blancos y siete indios
aliados habían muerto, seis blancos y siete indios habían resultado heridos[3].
Enterraron a sus muertos detrás de la empalizada india, donde la tierra estaba tan
pisoteada que las tumbas no eran visibles; así los cuerpos no serían desenterrados y
sus cabelleras arrancadas. Los flatheads arrancaron las cabelleras a los gros ventres,
algunos dicen que entre estas había algunas de niños. Después regresaron todos a
Pierre’s Hole para permanecer allí en estado de alerta unos cuantos días. Se sabía que
los gros ventres habían estado visitando a los arapahoes, y como este poblado
regresaba a su hogar, era muy probable que el jefe guerrero les hubiera dicho la
verdad y el resto de la tribu no anduviera muy lejos. El doctor Wyeth, que tenía
previsto partir a su hogar, vendó la herida de Bill Sublette e hizo lo que pudo por los
www.lectulandia.com - Página 99
otros… La medicina no podía hacer mucho en las montañas. Los indios celebraron
sus ceremonias de lamento y victoria. Alrededor de sus hogueras, los tramperos
analizaron la batalla y comenzaron a crear su propio folclore. Muchos de ellos habían
escapado por los pelos, incluyendo a Henry Fraeb, al cual le arrancaron un mechón
del pelo de un disparo. Además, mientras luchaba en el bosque, su squaw había dado
a luz a un niño en Pierre’s Hole.
No aparecieron más gros ventres. Sublette y Campbell pospusieron su partida
hasta que las heridas de Bill sanaron. Pero Stephens, anteriormente un partisano de
Gant & Blackwell que había vendido sus pieles a Fitzpatrick en el Laramie, pensó
ahora que le habían estafado —y tenía razón—, y tras una agria pelea decidió subir la
apuesta como si tal cosa. Convenció a cuatro tramperos no contratados para que le
acompañaran y tres descontentos de Wyeth partieron con ellos, llevados por la
excesiva ansia de dejar las montañas bien lejos antes de esperar a la caravana de
Sublette y Campbell[4]. Fue un error estúpido. Tres días más tarde cinco de ellos
regresaron, Stephens con una herida que pronto resultó ser mortal. Los otros dos
estaban muertos y sin cabelleras en Jackson’s Hole, justo más allá del paso, donde los
gros ventres habían realizado este acto de venganza. Uno de los muertos era un
hombre de Wyeth, George More de Boston, la primera muerte de aquella visión
brumosa de Wyeth junto al Fresh Pond, en Cambridge.
Pero no era el año de suerte de los gros ventres. Recogieron a algunos de su tribu
de camino a través de las montañas y se preparaban para la acción cuando se
encontraron con Fontenelle y Bonneville, como ya hemos relatado. Pero habían
gastado la mayor parte de su pólvora en la batalla y los campamentos eran demasiado
fuertes y estaban demasiado alerta. Continuaron su camino… y después se dirigieron
a sus casas al este de las montañas. Así que entraron en Absaroka, el territorio de los
crows, y una banda de sus más duros enemigos los masacraron. Fue la mejor «fiesta»
que los crows habían celebrado desde hacía años… mujeres, niños, caballos, jefes
guerreros, chicos, ancianos, y todas las pertenencias personales que dejaron. Los
crows acostumbraban a decir que los pies negros eran valientes pero demasiado
estúpidos para luchar bien, y estos además ya habían sido diezmados. Los crows
cargaron sus caballos con el botín, se tiznaron los rostros y regresaron a casa para
bailar alrededor de las cabelleras. Los gros ventres que escaparon se dirigieron
penosamente hacia su propio territorio. Debían contar lo ocurrido a los pies negros,
que ya estaban bastante enfurecidos porque no habían exterminado a los flatheads…
y de esta manera, se lo pusieron más difícil a las brigadas de pieles que se dirigían al
norte.
De regreso a los Estados, Sublette y Campbell se desviaron para evitar al grupo
principal de gros ventres y, sin embargo, fueron a toparse directamente con ellos. Les
habían llegado noticias de la derrota de sus familiares, se pintaron los rostros y
hablaron desdeñosamente. Pero conocían a Cara Cortada (Bill Sublette), e
inteligentemente se conformaron con veinticinco libras de tabaco y siguieron su
* * *
De regreso en las montañas, las brigadas iniciaron la caza de otoño. Milton Sublette
condujo a su pequeño equipo al río Humboldt. Aparentemente, organizó su
matrimonio con Carnero de Montaña en este viaje, pero su luna de miel no resultó
propicia, porque no encontraron búfalos por la frontera entre Idaho-Utah-Nevada y
llegaron tiempos de hambruna. Se comieron todas las mulas de las que podían
prescindir y se sintieron aliviados cuando imitaron a los despreciados australianos por
asar puñados de grillos negros de campo (los mismos grillos que cayeron a millones
sobre la primera cosecha de los mormones y produjeron el milagro de las gaviotas).
Joe Meek recordaba cuando se vio obligado a probar otro alimento allí. «He puesto
las manos sobre un hormiguero hasta tenerlas cubiertas de hormigas», dijo, «luego
me las he comido ávidamente a lametazos». También probaron la sangre de mulas
vivas, pero Milton se dirigió hacia la pendiente oriental de las Cascadas, donde
pescaron truchas y finalmente cazaron alguna presa. Aquel lugar estaba más al oeste
de lo que les había exigido el plan, un territorio que la Hudson’s Bay Company había
explotado bastante bien (la política del monopolio era conservar castores y atraparlos
científicamente con vistas al futuro… pero Oregón estaba ocupado por varias fuerzas
y la Corona podría perder su monopolio). Los hombres de Sublette capturaron todas
las pieles que pudieron, luego regresaron a Idaho central y oriental y pusieron
trampas en arroyos que ya habían recorrido la pasada primavera. Allí llegó un
mensajero de Fitzpatrick y Bridger al este de las montañas diciendo que no habían
podido despistar a los del monopolio.
Según lo programado, los dos partisanos se marcharon de la rendezvous hacia el
* * *
* * *
Pero si la rendezvous era la feria de Paul Bunyan, sin embargo, también era una
oferta de negocios. Como todas las ferias, se hacía dinero con las concesiones. Las
compañías montaban sus casetas, que hacían las veces de salón de la calle Principal,
tienda de ropa para hombres y ferretería, y la abundancia de productos atraía a los
hombres de montaña con manos ávidas y la paga en el bolsillo. Aguando el alcohol
que vendían tanto a los tramperos como a los indios, las compañías no hacían nada
para contener las orgías de las noches de los sábados. Aunque era conveniente
mantener al administrativo sobrio, porque el licor podría ablandarlo demasiado en un
arranque de compañerismo. Así pues, nuestro Charles Larpenteur fue ascendido. Él
era una singularidad en las montañas, un abstemio. «No había ningún hombre sobrio
en el campamento a excepción de mí», dice. «Así que el señor Fitzpatrick me pidió
que aprendiera el oficio administrativo… Había muchas broncas y peleas fuera, pero
debo decir que los hombres me trataban con mucho civismo».
El trampero se debe a sus mujeres, a la hermandad y al orgullo profesional. Se
vestía con las ropas de la tienda de ese año, preferentemente las más chillonas, y
cubría de baratijas a su squaw ocasional o mediopermanente. Se tambaleaba de un
lado a otro brindando con los chicos hasta que vomitaba o se quedaba inconsciente, o
hacía que le dispararan o le dieran una paliza (el año anterior, en Pierre’s Hole,
algunos de los chicos habían bautizado al viejo Pete con alcohol, prácticamente
sumergiéndolo en él al vaciarle una olla encima. Luego bromearon con coger una
brasa y prenderle fuego). Más tarde, recobrada la consciencia, sacaba a sus amigos o,
en ocasiones, a su burgués de detrás de los arbustos de artemisa donde el sueño los
había sorprendido, y volvía a empezar. Finalmente, tenía que recordar que necesitaba
equipo para el próximo año: pólvora, plomo, tabaco, algunas herramientas, trampas si
estaba solo, material para regalos y el comercio con indios, un capote nuevo para el
invierno, uno o dos caballos.
Todo esto a cuenta de su salario anual si era un trabajador contratado, o a cuenta
de las pieles que había atrapado desde el último verano (con su nombre o marca en
ellas) si era un trampero libre. No hay listados de precios de montaña para el año
1833, pero la nota de Zenas Leonard del año anterior servirá. Pagó diez dólares por
yarda de tela de muselina y veinte dólares por tela de calidad; los percales domésticos
* * *
* * *
Mientras tanto, se estaba planificando la estrategia comercial del siguiente año. Nat
Wyeth llegó con sus dos seguidores leales, que aún permanecían con él, con un chico
flathead mestizo llamado Baptiste y un nez perce de veinte años. Se los llevaba a los
Estados y la providencia había provisto al nez perce de una cabeza un tanto deforme.
Wyeth había viajado desde el Hogar de los Flatheads y estaba a punto de llegar a la
rendezvous con una partida de la Hudson’s Bay a las órdenes de Francis Ermatinger,
y la presencia de Ermatinger en aquel territorio evidenciaba que el monopolio
británico tenía intención de volverse tan agresivo en las montañas como el monopolio
norteamericano.
Wyeth había revisado sus planes. Cuando llegó al Columbia se enteró de que el
bergantín que transportaba su mercancía se había hundido en el fondo del mar. Ese
hecho hizo que quebrara su proyecto y solo dos hombres de su ya reducida compañía
permanecieron con él. Tendría que empezar desde cero otra vez… pero pensó que
podría lograrlo la próxima vez. Había viajado por las montañas con la RMF
Company y había ido hasta Fort Vancouver (donde pasó el invierno) con la Hudson’s
ABSAROKA
(1833)
Era el 15 o 16 de agosto cuando Tom Fitzpatrick partió por tierra desde el Big Horn
para encontrarse con los crows. La brigada de Jim Bridger viajó con él, pero no está
claro cuánto tiempo; desde luego no estaban juntos cuando estallaron los problemas.
Fitzpatrick decía que buscaba a los crows con el fin de obtener permiso para
llevar a cabo la cacería de otoño en su territorio. En realidad, tenía intención de
enfrentarse al monopolio directamente y hacer todo lo posible por ofrecer precios
altos por la piel y así debilitar su nuevo Fort Cass. Sin embargo, aunque su
declaración de intenciones estaba destinada para ser empleada en la tarima del
Congreso por el general Ashley, no era del todo inexacta. Era costumbre pagar un
extra moderado a los indios con quienes uno se encontraba mientras cazaba en el
territorio sobre el que tenían un derecho reconocido, y esta costumbre adquiría una
especial importancia en el caso de los crows.
En efecto, los crows tenían una idea rudimentaria de la conservación natural. No
querían que los tramperos sobreexplotaran el territorio con trampas y, como además
tenían una fuerte disciplina social, podían establecer relaciones más o menos
cordiales. Y lo que aún era más sorprendente, aparentemente habían logrado
renunciar al alcohol con bastante éxito durante un periodo considerable. Al menos
repetían que jamás lo tocarían y no existe ningún testimonio similar en relación con
ninguna otra tribu de indios de las llanuras.
Las tribus de las llanuras variaban mucho en cuestiones de cultura, costumbres,
conocimientos y personalidad. Debido a que los sioux conformaban la tribu mayor y
por lo tanto la más poderosa, y debido a que desde principios de la Guerra Civil que
culminó con la muerte de Caballo Loco provocaron tanto caos que aparecían
constantemente en los titulares de los periódicos, en nuestro cúmulo de ideas
preconcebidas los sioux serían los indios más destacados del Oeste. Los hombres de
montaña no pensaban lo mismo; por experiencia propia, sabían que los crows, los
cheyenes y los arapahoes superaban a los sioux. Un estudiante moderno sabe que no
puede evitar utilizar la vara de medir del hombre blanco, pero tiende a estar de
acuerdo con los hombres de montaña al menos en relación con los crows y los
cheyenes.
Los crows eran indios corpulentos, con una media de altura de las más elevadas
en las llanuras. Eran asombrosamente guapos, aunque las mujeres bastante menos que
los hombres según los gustos del hombre blanco. Llevaban el cabello tan largo como
podían y se añadían postizos que en ocasiones alcanzaban la longitud de diez o doce
pies, aunque enrollados y recogidos atrás en pesadas coletas. Poseían los tipis más
grandes y de mejor calidad, y eran los mejores vestidos de todas las tribus. Sus
mujeres eran excelentes curtidoras, sastres, bordadoras y decoradoras, de manera que
hacían buenos negocios con otras tribus vendiéndoles camisas, pantalones y capas.
* * *
Estas eran las gentes en cuyo territorio Fitzpatrick tenía intención de hacer su cacería
de otoño y cuyo comercio esperaba recuperar para la RMF Company mientras su
aliado Campbell forzaba al alza el precio del castor en Fort Union. Tenía derecho por
su historial a contar con su amabilidad. Pero McKenzie ya tenía su Fort Cass y su
Samuel Tulloch en la desembocadura del Big Horn desde hacía un año. Además de
eso, tenía al menos dos agentes residentes que vivían permanentemente con los crows
y viajaban con sus poblados con una buena cantidad de productos a mano. Uno de
ellos se llamaba Winter, el otro era el fabuloso Jim Beckwourth, un hombre de
Ashley (y por lo tanto viejo amigo de Fitzpatrick), mestizo, uno de los especímenes
más duros de las montañas que durante años fue un crow adoptado y un jefe de
guerra. Tulloch, Winter y Beckwourth tenían las habituales instrucciones de
McKenzie: conseguid castores. Debían conseguir que los crows fueran clientes
permanentes de la Compañía por el medio que fuera, y ya los hemos visto en acción
antes.
Fitzpatrick se mueve por el condado de Sheridan, Wyoming, y los condados del
Big Horn y el Rosebud, Montana, un territorio de colinas, desiertos y sierras bajas de
montañas surcadas por multitud de arroyos. Era el corazón de Absaroka, la tierra de
los crows, repleta de búfalos y rica en castores. Sus más de treinta hombres se
dividían en grupos de tres o cuatro y salían durante un par de días en cada ocasión
para atrapar castores en los arroyos, de manera que Stewart ahora se instruyó en las
operaciones básicas del comercio de pieles. Las squaws de los tramperos o los peones
del campamento de la partida principal limpiaban y estiraban las pieles, que luego se
marcaban con «RMF Co» en el reverso. La ruta los llevó a través del Little Big Horn,
bastante más abajo del lugar donde la particular mezcla de egoísmo y estupidez de
George Armstrong Custer condujo al Séptimo de Caballería a una masacre el 25 de
junio de 1876, y a través de una cordillera baja tras la cual los arroyos desaguan en el
Rosebud, fluyen por el Rosebud y llegan al valle del río Tongue. Es un territorio
desolado para una mirada moderna, pero entonces estaba lleno de caza, y cuando los
* * *
—No —dijo él—, no voy a ir montado detrás de ningún maldito granuja, y cualquier hombre que quiera
vivir con esos despojos humanos es un maldito granuja.
—Le agradezco el cumplido —respondí—, pero no tengo tiempo que perder ahora.
—Capitán Stuart —dijo Charles A. Wharfield, posteriormente coronel del Ejército de los Estados Unidos
[sin identificar: presumiblemente, Jim lo toma por un hombre de la RMF Company]—, es un lenguaje un tanto
impropio en estas circunstancias.
—Vamos, vamos, chicos —se interpuso el doctor Harrison—, no comencemos una discusión ahora.
Regresaremos con ellos, y que pase lo que tenga que pasar.
Fui informado posteriormente de que el inglés, en cuanto se acercó a mí, amartilló su pistola con la
intención de dispararme. Tuvo suerte, por él y por su partida, de que cambiara de idea, porque si me hubiera
herido no habría quedado ni un solo pedacito de él más grande que una moneda de cinco peniques. Por mi
parte, estaba haciendo todo lo que estaba en mis manos para salvar las vidas de la partida de las garras de una
jauría de salvajes exasperados; su vida pendía de un hilo sobre un insondable abismo mortal; el más mínimo
error hubiera sido letal. En ese momento, me insultó de muy malas maneras. El lenguaje que me dirigió me
arrancó una expresión de desprecio, pero no tenía tiempo para la ira.
El escritor fantasma de Jim escribía con prosa elegante. Jim llega a admitir que ha
sido falsamente acusado de instigar este «diabólico complot» y a negar la difamación.
También «he sido informado de que el capitán Stuart ofreció mil dólares a cierto
individuo para quitarme la vida». Aquí Jim recuerda algo que podría haber ocurrido
en realidad, aunque se ha sustituido a sí mismo por otro personaje con un papel
principal, como hacía con frecuencia[14]. Jim pasa rápidamente sobre este asunto, sin
embargo, y comienza a describir un ofrecimiento incluso más sorprendente. Dice que
un caballo «de pura raza y pelaje gris hierro» de Stewart estaba entre los cinco que
había podido recuperar. Stewart lo tenía en gran estima y estaba consternado por su
pérdida. Fitzpatrick le dijo que la única posibilidad que tenía de recuperarlo era
ganarse la voluntad de Beckwourth.
Siguiendo su consejo, me visitó y dijo: «Señor Beckwourth» (me trató de señor en esa ocasión), «¿podría
devolverme mi caballo?».
Yo le respondí: «Capitán Stuart, soy un hombre pobre al servicio de la American Fur Company, que vende
sus productos y recibe las pieles de estos indios. El indio que tiene su caballo es mi mejor cliente, tiene
muchos familiares y un ejército de amigos cuyo comercio sin duda perderé si intento arrebatarle el caballo. Si
el agente se enterara de todo esto, me despediría de inmediato y, por supuesto, perdería mi salario».
«Bueno», dijo él, «si la compañía le despide por eso, le doy mi palabra de que le pagaré seis mil dólares
durante diez años».
Sesenta mil dólares era un precio alto por un caballo búfalo. Pero tras esta
exhibición de altivez, Stewart recuperó su caballo. Finalmente, Brazo Sanguinario,
uno de los dos jefes de los crows, condujo a su amigo Fitzpatrick y al resto de los
rescatados sanos y salvos fuera del campamento y los escoltaron durante quince
millas. Pero Fitzpatrick no siguió su sugerencia de que continuaran avanzando y en
lugar de eso cometieron la estupidez de montar el campamento. De manera que, «en
tan solo una hora tras abandonar el poblado, los indios les arrebataron casi todos los
caballos y no le dejaron suficientes para transportar su mercancía». Con esta última
Poco tiempo después de estos sucesos, Stewart desaparece en uno de los paréntesis de
la literatura del comercio de pieles. Fitzpatrick se encontró con Bridger y reabasteció
a sus hombres en algún momento antes del 26 de octubre, cuando Bonneville lo
encontró en el campamento del Ham’s Fork (un afluente del Black Fork que, a su vez,
es afluente del Green en el suroeste de Wyoming, a unas ochenta millas al sur y
ligeramente al oeste de Horse Creek, donde se había celebrado la rendezvous). No
está claro si la brigada de Bridger estaba con él. Seguía allí el 13 de noviembre,
cuando escribió esa carta antes mencionada dirigida a Ashley, la cual Harrison debió
de llevar a los Estados casi inmediatamente. A pesar de la rapiña fomentada por la
compañía, había conseguido una buena caza: cuando aún esperaba noticias de dos de
sus partidas, tenía ya veinticinco fardos de castor. Entonces, averiguó que Bonneville,
dos semanas antes, había logrado reunir un fardo y medio. Podría haber pasado el
invierno por allí: era un buen territorio. Nadie sabe dónde pasó el invierno el equipo
de Bridger. Tal vez lo pasaran todos juntos y Stewart estuviera con ellos. O tal vez
estuvo con alguno de ellos por separado; a partir de las pocas pruebas que existen se
podría interpretar que pasó el invierno con Fraeb o Gervais. O puede que regresara a
los Estados, aunque esto es poco probable.
Hay una suposición fuertemente arraigada de que pasó el invierno de 1833-1834
en las montañas, y aquí se asume que lo pasó con la brigada de Bridger, ya sea
porque cambió de equipo cuando Fitzpatrick se encontró con este o con las dos
brigadas juntas. Este fue el único invierno que Stewart pasó en el territorio y justifica
un capítulo sobre ese aspecto de la vida de montaña. Pero es oportuno en primer lugar
regresar a otros de nuestros personajes[1].
Regresemos entonces con el barón Braunsberg, el príncipe Maximiliano, a quien
vimos por última vez ya entrado el Capítulo I llegando en el Yellowstone a Fort
Pierre, el puesto de la American Fur Company en territorio de los sioux (Pierre,
Dakota del Sur). Eso ocurrió el 29 de mayo de 1833. Entre los pasajeros del
Yellowstone se encontraba Kenneth McKenzie, que se dirigía a Fort Union para
dirigir las tácticas que ya hemos visto aplicadas en el terreno. También estaba Lucien
Fontenelle, preparándose para partir hacia el oeste con la caravana a la que ya vimos
perder la carrera por tierra con Campbell. Por supuesto, lo que sigue aquí coincide en
el tiempo con el viaje de Stewart al oeste, la rendezvous y el resto de nuestra
narración de 1833 por el momento.
El Yellowstone cargó una remesa de pieles y capas —el comercio de invierno y
Los Hombres jóvenes del Fuerte y dos rees [arikaras] regalaron al Anciano una espléndida chàrivèree, los
Tambores, ollas, cazos, etc. sonaron, los rifles rugieron, etc. El anciano caballero ofreció un banquete a los
Hombres y un vaso de grog… y se fue a la cama con su joven esposa con la intención de dar lo mejor de sí
mismo.
Maximiliano tuvo poco tiempo para estudiar a las tribus fluviales, sus chozas
abovedadas hechas de barro, o la vida de su día a día, pero llenó su libreta de
anotaciones e hizo trabajar a Bodmer más de las horas sindicadas. El Fuerte era un
poblado alrededor de una plaza para los vecinos arikaras de río abajo y los
minnetarees de río arriba, así como los mandans. Una partida de crows, parientes
cercanos de los minnetarees, también andaba cerca. Estos eran una delicia para el
científico, que alababa su físico y sus artefactos, su porte aristocrático y su dominio
de la vida salvaje. Entre ellos se encontraban Barriga Podrida, a quien ya hemos
conocido y que por aquel entonces era el jefe principal de la nación crow, y el jefe
que lo sucedería cuando los gros ventres lo mataran un año más tarde. Este último era
el célebre Cabello Largo, cuyo nombre atestigua que había convertido esa costumbre
crow en una competición de poder.
Tras una parada de veinticuatro horas, el Assiniboin continuó su travesía el 19 de
junio. Embarcaron un par de pies negros, lo cual demuestra lo mucho que la
tecnología había incrementado la seguridad de los viajes en las llanuras. En una
misión de paz o comercial, los pies negros habrían tenido que llevar un ejército con
ellos hasta ese territorio si no hubiera existido el barco de vapor, una innovación de
tan solo dos años de edad. Bodmer hizo el retrato de uno de ellos, pero el otro se negó
alegando que era una medicina peligrosa y que lo mataría; pero fue este último el que
finalmente murió, en Fort Union. El barco continuó a través del espectáculo circense
continuo de las tribus fluviales, navegó por una franja occidental larga y aún más
peligrosa del Misuri, sobrevivió a una serie de tormentas violentas y a punto estuvo
de saltar por los aires cuando se inició un incendio que lograron apagar cuando estaba
a punto de alcanzar el cargamento de pólvora en el barco. Finalmente, el 24 de junio
llegó a Fort Union, el puesto más grande del río. Habían pasado seis días desde la
salida de Fort Clark y Maximiliano ya llevaba setenta y cinco días fuera de San Luis.
En casi un tercio del tiempo que hubiera supuesto una travesía en barcaza,
Maximiliano ya había recorrido unas mil ochocientas millas por el curso del río[3].
Parecen sumamente dotados de la facultad de provocar en su regio patrón frecuentes ataques de ira, hasta
el punto de que apenas había un risco o un valle en todo el alto Misuri en el que no hubieran resonado con un
tono enfurecido y con un fuerte acento teutón los nombres de Boadmer y Tritripel [sic].
EL HOGAR DE INVIERNO
Era malo contar las historias en verano, advirtió el viejo Agua Roja a Francis
Parkman en las montañas Laramie de Wyoming, donde el poblado de sioux oglalas
liderado por Torbellino había establecido su campamento de caza. Si uno se sentaba a
contar historias antes de que llegara el hielo, los jóvenes que salían en partidas de
guerra morían. Pero una tarde, mientras el faldón de la tienda estaba levantado para
que entrara la brisa y el campamento dormía envuelto en un calor sofocante, el
anciano comenzó a recordar la primera vez que vio a personas blancas.
Sucedió cuando era niño. Él y otros tres o cuatro salieron a cazar castores. Pero se
encontraba a solas cuando se topó con una madriguera de castores. Sintió curiosidad
por ver cómo era y tuvo que bucear hasta el túnel de entrada sumergido bajo el agua y
luego arrastrarse un largo trecho hasta llegar a la cúpula principal. Estaba oscura y
cerrada y el pequeño Agua Roja se sentía cansado. Se durmió o se desmayó. Cuando
se despertó en la oscuridad pudo escuchar las voces lejanas de sus compañeros
cantando una canción de muerte… una canción de muerte por él. Pero también pudo
ver tenuemente a un hombre y dos mujeres sentados en el borde de una charca del
bosque[1]. Eran gente blanca y su palidez le asustó. Con muchas dificultades logró
salir de nuevo a la luz del día. Se dirigió directamente a la superficie de la bóveda
sobre la charca. Cavó un agujero en la tierra con su garrote de guerra y se sentó para
observar. Pronto la nariz de un viejo castor macho apareció en el agujero. Agua Roja
lo sacó a rastras, y dos castores hembras aparecieron por el agujero y también las
atrapó.
Los castores eran las personas blancas que había visto. Y Agua Roja supo que
hacía lo correcto. Porque, como aseguró a Parkman, los castores y los blancos eran
los seres más inteligentes de la tierra y, por lo tanto, debían de ser de la misma
especie.
En el bestiario indio, todos los animales eran sabios y poseían poderes
sobrenaturales, pero el castor siempre estaba entre los más sagaces. Los rituales
religiosos para atraparlo eran muy complicados. La mentalidad de montaña de los
tramperos blancos también recurría a la magia para propiciar la caza cuando iba mal
y no pocos invocaban con regularidad amuletos o encantamientos cuando colocaban
las trampas. También sabían que el castor era muy sabio… y su tarea era pensar dos
pasos por delante del animal.
Gran parte del arte del trampero era conocer los hábitos de los castores, reconocer
las señales y decidir los lugares correctos para colocar las trampas. Una brigada de
caza se dividía en pequeñas partidas que normalmente trabajaban por separado
* * *
* * *
Al tiempo que la nieve —y la caza— descendía por las laderas de las montañas, los
tramperos se preparaban para pasar el invierno. Los tramperos libres eran
bienvenidos en los puestos permanentes, que los acogían hasta llenarse y extendían
sus atenciones a los que quedaban fuera y debían acampar cerca. Tenía la ventaja de
tener a mano provisiones, un almacén básico de alimentos en un clima glacial, una
cooperación en la caza de carne y una compañía variada. También tenía desventajas;
las manadas demasiado grandes de caballos eran un problema aún mayor que las más
pequeñas, las grandes cacerías en busca de carne precisaban largas expediciones y el
invierno de las llanuras donde estaban situados los puestos era incluso más gélido que
el de las cuencas de montaña. A lo largo de los años los tramperos establecieron sus
propios puestos de invierno. Jim Beckwourth construyó uno en lo que ahora es
Pueblo, Colorado, y llegó a haber otros en la cordillera Front y una especie de
temporada de invierno institucional se desarrolló en ellos[2].
La práctica más común de los tramperos libres y la costumbre invariable de las
brigadas de las compañías, sin embargo, era pasar el invierno en las montañas.
Necesitaban encontrar un lugar de acampada favorable. Debía tener el clima más
benigno posible, mucha madera y forraje y mucha caza. La respuesta era alguna
cabeza de valle resguardada de los vientos constantes, con arroyos boscosos, una
ladera sur de manera que la nieve se derritiera en la hierba calentada por el sol,
preferiblemente con búfalos y laderas boscosas donde se pudiera encontrar caza.
Hemos visto a Bonneville, a la RMF Company y a la American Fur Company
pasando el invierno en tales valles a lo largo del río Salmon y el río Bear y en el
Cache Valley (Utah). Brown’s Hole comenzó a atraer a pequeñas partidas y South
Park se convirtió en una especie de paraíso invernal… ambos lugares están en
Colorado. Jim Bridger finalmente construyó su puesto comercial en Black’s Fork, en
el extremo suroeste de Wyoming, en una cuenca donde él había pasado el invierno
con la RMF Company. Estos valles, que se encontraban a intervalos frecuentes,
tenían un clima más suave que las grandes alturas y las llanuras bajas. Los asiduos a
Sun Valley entenderán por qué.
* * *
Unos años antes de que Miles Goodyear estableciera una especie de rancho en la
ubicación final de Ogden, Utah, la pequeña partida de tramperos de Osborne Russell
pasó el invierno allí con algunos mestizos y snakes como vecinos. Un canadiense que
tenía una esposa flathead invitó al soltero Russell a su tienda y Russell se alegró por
ello, porque la mujer era una buena ama de casa. Pone como ejemplo su cena de
Navidad. Tomaron alce estofado y ciervo cocido (no «venado», afirma Russell, un
término que según él era de novatos). La flathead tenía una reserva de azúcar, que
escaseaba mucho, y algo de harina que, si era harina de trigo y no un polvo hecho de
raíces, valía su peso en oro. Hizo pasteles y un pudin que adornó con salsa de bayas
secas. Había seis galones de café endulzado y «tazas de metal y cazos para beber y
trozos grandes de corteza que hacían las veces de platos. En cuanto todo estuvo listo,
sacaron los cuchillos de carnicero y comenzaron a comer a la señal de la señora de la
casa» (las squaws no comían hasta que sus hombres hubieran acabado). Los blancos,
mestizos y snakes se atiborraron de comida y comenzaron a debatir «los asuntos
políticos de las Montañas Rocosas». Un jefe snake estaba perdiendo su
circunscripción y probablemente le sucedería un hermano. Esto condujo a una
discusión crítica —por expertos— de las cualidades bélicas de otros snakes y de sus
rivales los vecinos bannocks, flatheads, nez perces y crows. Esto sin duda dio pie a la
presentación de las majestuosas autobiografías de los guerreros allí presentes. No
solo era un ritual sino parte de la etiqueta social recitar las propias hazañas valerosas
y los grados y privilegios que estas le habían reportado a uno. La cena acabó, los
hombres fumaron fraternalmente y luego salieron para celebrar el día practicando el
tiro al blanco[11].
El trampero que tenía esposa era muy envidiado en invierno. Una mujer mantenía
la tienda tan limpia como cualquier cocina de granja. Con la nieve acumulada en
gruesas capas alrededor de la falda de la tienda, pesadas pieles sobre la entrada y
cortinas echadas alrededor de toda la circunferencia por dentro, se calentaba
* * *
* * *
Porque, mientras los hombres de Joe Walker (algunos de los cuales Dana conocería)
disfrutaban de fiestas en el suave clima californiano, mientras el capitán Stewart
* * *
Nat Wyeth debía de haber dormido poco desde que regresó a casa. Iba a trabajar a
destajo para hacerse un lugar en el comercio de pieles de montaña. Y aspiraba a más
que eso, de hecho, porque podía controlar su propio negocio de transporte si el plan
funcionaba. En Cambridge, cuando organizaba la información sobre el Oeste por la
que tanto se había esforzado y pagado durante dos años, estaba más seguro que nunca
de que el plan funcionaría. Era imposible que fallara. Si su negocio de salmón cubría
los gastos de la travesía por el cabo de Hornos —¿y quién podía dudar que lo
cubriría?—, entonces podría reducir el coste del transporte de la mercancía al menos
en un sesenta por ciento. Como este coste era el más oneroso en el comercio de
montaña, ningún competidor podría aguantar su embestida. Se haría con el negocio:
era automático, un Q.E.D. Su lógica, la intensidad de su convicción y su obvio
conocimiento del comercio convenció a los especuladores yanquis. Formó una nueva
compañía y la capitalizó con veinte mil dólares y más tarde con el doble de esa
cantidad. No estaba mal para un hombre que había perdido hasta la camisa. Wyeth
sacaría un cuarto de los beneficios por llevar el negocio, y compraba tanta mercancía
como le permitía todo el dinero que podía reunir.
Su energía durante el invierno es agobiante. El libro de pequeñas mentiras del
primo John sobre el fracaso de la expedición chapucera de Nat había sido publicado,
escrito en gran parte por el doctor Waterhouse, que creía que los yanquis debían
permanecer en casa y abandonar Oregón. Tuvo que rebatirlo en la prensa, así como
las cartas y los infundios de otros separatistas de la primera expedición y del padre de
uno de ellos. Debía atender los detalles financieros, de compra, transporte y
preparación. La mercancía, trampas, mucho alcohol, todas las necesidades de la
expedición debían ser organizadas y enviadas desde Baltimore y Nueva York hasta
Louisville, y de allí hasta San Luis. Se enviaron cartas a los suministradores en
Independence para proveerse de caballos y mulas. Aprendió cómo determinar la
longitud y la latitud. Luego tuvo que asegurarse de contratar a un capitán de Boston,
Joseph Thing, como su ayudante de campo; al llevárselo al oeste lo curtiría
* * *
El 28 de abril era una fecha temprana para partir. Un invierno ligero y una primavera
precoz habían hecho que la hierba brotara dos semanas antes de lo habitual. Pero
había otro motivo por el que Wyeth debía partir en cuanto pudiera. Incluso antes de
* * *
En efecto, Bill Sublette, ansioso por arruinar el negocio a Wyeth, había dejado a trece
de sus treinta y cinco hombres allí, en el gran cruce de caminos transalpino, y habían
comenzado a construir un puesto comercial. William Marshall Anderson, el novato
contratado por Sublette, afirma haber llevado una botella de champán hasta allí para
usarla en una ceremonia de bautismo de la piedra angular. Afirma que Bill quería
llamarlo Fort Anderson, y que él, siendo un hombre modesto, sugirió Fort Sublette.
El empleado de la caravana, horrorizado al ver que su patrón rehusaba un trago,
resolvió el dilema proponiendo Fort William, nombre que honraría a ambos. De
modo que se llamó Fort William, tanto daba a quién aludiera, y se convirtió en Fort
John cuando la American Fur Company asumió el mando, pero ninguno de los dos
nombres se ajustaba al sentido común del hombre de montaña. Fue Fort Laramie para
el vulgo desde el principio, y como Fort Laramie ha quedado en la historia, de la cual
fue testigo sabe Dios cuánto.
Estaba justo en el cruce de caminos donde se encontraban la ruta india norte y sur,
anterior a cualquier registro existente, y el camino hacia el Paso Sur, el cual con la
llegada de Lee es por fin correcto llamar la Ruta de Oregón (la ruta de Robert Stuart,
pero más especialmente de los hombres de William Ashley). Allí, con un desierto al
este y otro peor al oeste, y una extenuante travesía en ambas direcciones, había
abundante hierba, bosquecillos de álamos, agua limpia y el pico Laramie al oeste que
sugería la cadena montañosa que se iniciaba a partir de ese punto. Las caravanas de
emigrantes se detenían allí siempre, como si hubieran llegado a un oasis. Los
buscadores de oro en dirección a Fort Laramie que sobrevivían hasta allí sabían que
dejaban atrás un peligro, porque el cólera jamás cruzaba este meridiano. Atraía a
todos los tramperos itinerantes, a todos los indios que llegaban a la llanura del
Laramie para cazar o los que estaban en ruta hacia algún lugar al este de las
montañas, a los sioux oglalas y, finalmente, al Ejército de los Estados Unidos, que se
haría con el control del puesto e intentaría mantener un tercio del Oeste en paz desde
ese punto.
Así pues, Sublette estaba creando historia a partir de lo que a él le parecía una
simple oposición al monopolio de las pieles. Volvió a partir por la ruta y viajó aún
más rápido porque había dejado parte de su mercancía para su nuevo puesto. Esa
* * *
* * *
* * *
El Pequeño Jefe al que le gustaba Anderson era un gran hombre entre los flatheads.
Era alto o bajo, gordo o delgado, viejo o de mediana edad, dependiendo del diario
que se lea[9], pero no hay duda de que era un hombre jovial, un líder sabio, un
guerrero distinguido y muy duro, y uno de los mejores jinetes acrobáticos de todo el
circo de las Montañas Rocosas (es habitualmente llamado Insula u otra variante
ortográfica en la literatura, pero en ocasiones Pluma Roja, y Michael para el Padre
DeSmet). Estaba allí con una gran delegación de su pueblo y un contingente aún
mayor de nez perces que lo acompañaban con el mismo propósito: ver si los hombres
blancos de San Luis habían respondido a su llamada de auxilio y habían enviado a un
taumaturgo que enseñara a los solicitantes la religión que los hiciera ricos, poderosos
y felices. Tres años antes habían enviado un comité al Jefe de Cabeza Roja, William
Clark, y los cuatro valientes que lo componían perdieron la vida durante la misión.
Cada año habían acudido a la rendezvous con la esperanza de que Clark cumpliera su
promesa. Ahora, por fin, su sacerdote había llegado, el reverendo Jason Lee, e iba
acompañado de cuatro hombres medicina ayudantes y un equipo numeroso, todo ello
enviado gracias al fervor de muchos miles de cristianos y pagado con sus
* * *
* * *
Supuestamente, Stewart examinó una gran parte del puesto del Pacífico durante el
invierno lluvioso, porque no era un hombre que pudiera aguantar mucho tiempo
quieto. Pero no estamos seguros de sus andanzas hasta el 11 de febrero de 1835. Ese
día, Nat Wyeth, tras descender por el Columbia en una piragua llena de agujeros bajo
la lluvia y un vendaval que formaba olas altas como paredes, llegó a las Cascades. En
ese tramo de aguas turbulentas encontró a Francis Ermatinger «con una brigada de
tres barcos que transportaba el equipo para los fuertes en la parte alta del curso del
río». Stewart estaba con Ermatinger y por ello partió temprano hacia las montañas. El
puesto del propio Ermatinger era Fort Walla Walla, donde el pequeño río de ese
nombre desemboca en el Columbia a los pies de un abrupto barranco, tras el cual
comenzaba el desfiladero. Como febrero no es buen mes para cruzar las montañas,
sin duda su estancia en Fort Walla Walla fue larga, es razonablemente seguro pensar
* * *
La riada corría más rápido y alcanzó a dos personajes notables. El reverendo Samuel
Parker, anteriormente pastor en Middlefield, Massachusetts, pero ahora clérigo en un
colegio de chicas en Ithaca, Nueva York, había intentado responder a la llamada de
los flatheads el verano anterior, pero llegó a la frontera demasiado tarde para unirse a
una caravana. Por fin lo había conseguido y se había llevado con él a un médico cuyo
fervor había alimentado durante el invierno. Samuel Parker tenía cincuenta y seis
años y era un estudioso, un hombre de libros delicado e idealista, un morador de los
estudios de las casas de párrocos, pero partía al oeste en una caravana tan
tranquilamente como un hombre de la mitad de su edad partiría en coche hoy día.
A sus cincuenta y seis años, tenía sus propias manías, era poco flexible, de porte
digno, y esto podría haber causado alguna fricción con Whitman, más joven y más
flexible, y que se adaptó al viaje por la pradera con el entusiasmo que muchos
novatos descubrían de pronto en ellos al llegar a aquel territorio. Al menos, cuando el
cáustico William Gray escribió su historia, dijo que eso es lo que notó. Parker, afirma
Gray, «no podía soportar la manera improvisada, descuidada y desaliñada, según su
punto de vista, en la que el doctor Whitman tenía costumbre de viajar». No le gustaba
que Whitman comiera con su cuchillo, dice Gray, y añade otros ejemplos que no
denotan más que remilgos por su parte. Pero, aunque el diario de Whitman refleja
alguna que otra tensión, aunque los dos temporalmente mostraron su desacuerdo
antes de separarse, y aunque Whitman se quejó formalmente más tarde cuando Parker
no cumplió los planes entonces establecidos, lo más probable es que Gray los viera a
ambos a través de su propia bilis. Esa bilis teñía casi todo lo que describía.
Parker era un clérigo congregacional, Whitman era un «misionero médico»
presbiteriano. Ambos eran agentes del Consejo Norteamericano de Comisarios para
las Misiones en el Extranjero, una empresa mixta congregacional-presbiteriana que
los había enviado a investigar la petición de los flatheads y nez perces de una
religión. Eran una pareja más agradable que los Lee del año anterior, y mucho más
agradables desde un punto de vista actual que las almas devotas, deprimidas y
plagadas de culpas a quienes la Junta Norteamericana empezó a enviar un año más
tarde.
Se le tiene que reconocer a Samuel Parker el mérito de la inteligencia fría y
analítica que muestra al enfrentarse al Oeste, a los indios, al viaje por las praderas y a
todas las magníficas novedades que podrían haber abrumado a un hombre tan mayor
y estricto. A lo largo de este periodo no hay escrito sobre el Oeste nada más sagaz
que su Diario de una exploración al otro lado de las Montañas Rocosas. Whitman no
escribió ningún libro; el único documento que nos permite entrar en su mente son las
Los sioux escucharon reverentemente; consideraban que todas las religiones eran
sagradas.
Los hombres y animales descansaron en Fort Laramie durante cinco días y luego,
el 1 de agosto, Fontenelle se despidió de los misioneros. Estos le pidieron que les
extendiera una factura: por la travesía y los hallazgos. «Si hay alguien en deuda soy
yo», les respondió Fontenelle, «porque habéis salvado mi vida y las vidas de mis
hombres». Así pues, Lucien Fontenelle estrechó sus manos, les deseó suerte y los
dejó a cargo de Tom Fitzpatrick… Fontenelle es un hombre oscuro y alrededor de su
nombre se han creado varias leyendas. Era un noble francés, algunos dicen de sangre
real, y había tenido lugar un misterioso romance en su juventud. Parientes de alta
alcurnia vivían en Nueva Orleans y se cuenta que en una ocasión visitó allí a una
hermana tras años de separación, y que ella no pudo reconocer en el matón canoso y
vestido con pieles al joven cortesano que había conocido. También se cuenta que una
hermana, la misma tal vez, realizó un viaje al oeste con él y la leyenda es que el
actual lago New Fork en los Wind Rivers fue bautizado De Amalia o Damalia en su
honor. Fontenelle merece una biografía, pero nadie la ha escrito todavía.
Tras dejar los carros en el fuerte, Tom Fitzpatrick, ahora un partisano de la
Compañía, los condujo el último tramo del viaje apresuradamente: Independence
Rock, el Sweetwater, el Paso Sur y, el 12 de agosto, la desembocadura del New Fork,
donde los clanes habían estado esperando impacientes durante cinco semanas.
Mientras el júbilo estallaba como una tormenta de pradera, los misioneros conocieron
a personajes tan notables como Jim Bridger y Kit Carson, a los comités de recepción
de los nez perces y los flatheads y al capitán Stewart del Ejército Británico.
* * *
* * *
La bola de color debe parar cuando la ruleta deja de girar, pero no hay ninguna
fórmula matemática para predecir dónde caerá. A veinte millas de allí, un año antes,
Jason Lee, misionero de los flatheads, al ver a esos mismos indios con los que
Whitman y Parker hablaban ahora, supo inmediatamente que Dios lo enviaba a otros
campos para perseguir otros propósitos. La aguja de nuestro destino nacional giró
sobre su eje central y apuntó en una dirección al llegar al campo magnético de un
imán intangible. Ahora se produjo otro de esos momentos que fascina a quien echa la
mirada atrás, los momentos del principio, cuando lo previamente no definido se
convierte en ley.
Se celebraron los usuales banquetes de gala con Fitzpatrick y los otros peces
gordos. Pero también hubo reuniones con los peces gordos de los flatheads y de los
nez perces, que por fin habían conocido a su sacerdote.
El mes de mayo de 1806, Lewis y Clark conocieron en la ruta secundaria a los
nez perces, que les causaron una impresión de lo más favorable el año anterior y con
quienes habían dejado sus caballos durante el invierno. Los nez perces vieron que los
blancos estaban delgados, exhaustos y hambrientos, así que el jefe ordenó que
acercaran unos caballos y los mató para ellos. Les aseguró que tenían muchos
caballos, más de los que necesitaban, y los capitanes blancos y sus hombres podían
coger tantos como quisieran o necesitaran para comer. «Esto», escribió Meriwether
Lewis en su diario, «es el acto más grande de hospitalidad que hubiéramos
presenciado antes en cualquier otra nación o tribu desde que atravesamos las
Montañas Rocosas. En resumen, que se sepa para su honor inmortal que es el único
acto digno de llamarse hospitalidad que hayamos contemplado en estas tierras».
Clark los encontró «mucho más limpios en su higiene personal y en la de sus casas
que ninguna otra nación que hubiéramos visto desde que partimos de Illinois». Y al
marcharse, los describió: «Son en general hombres fornidos y activos. Poseen narices
altas, muchas de ellas con forma aguileña, y con semblantes joviales y agradables; su
color de piel no es destacable… parecen joviales, pero no alegres, les gusta jugar
apostando y sus entretenimientos consisten principalmente en disparar flechas a
dianas hechas de corteza de sauce y en montar y ejercitarse a caballo, haciendo
* * *
* * *
Así eran los nuevos hombres y las energías intensificadoras. También había otro
factor este verano de 1835, porque el Ejército de los Estados Unidos marchó
adentrándose en el oeste como nunca antes. El Primer Regimiento de los Dragones de
los Estados Unidos, que en el verano de 1834 había sido enviado a las montañas
Wichita de Oklahoma y luego al río Red, fue enviado a los pies de las Rocosas del
Colorado. El año anterior su misión había sido sembrar el pavor y pacificar a los
comanches, los kiowas y otras tribus que robaban y asesinaban a lo largo de la Ruta
de Santa Fe, y establecer la paz entre ellos. Ese año consistía principalmente en
asustar a los piratas del alto Misuri, los arikaras, que, como se ha comentado,
abandonaron prudentemente sus hogares y se echaron a las praderas. Tres compañías
de Cuchillos Largos, alrededor de ciento veinte en total, fueron consideradas
suficientes para la tarea. Una de ellas estaba liderada por el teniente Lancaster P.
Lupton, que finalmente abandonaría el ejército para evitar una corte marcial, entró en
el comercio de montaña y estableció un puesto en el territorio que ahora veía por
primera vez. John Gant, anteriormente socio de la firma Gant y Blackwell, fue
contratado como guía. Así ocurrió también con Big Fallon, un fantástico hombre de
montaña como jamás haya existido, un gigante que había precedido incluso a los
hombres de Ashley en las montañas y había vagado por todo el Oeste desde entonces,
aunque principalmente por los territorios sureños. Tras otros diez años marcharía a
California, a tiempo para compartir la fantasía de la Bandera del Oso y jugar un papel
decisivo en el rescate de la Partida de Donner.
Los dragones marcharon río arriba desde Fort Leavenworth hasta la
desembocadura del Platte más o menos al mismo tiempo que Fontenelle se marchó de
Liberty, pero escaparon del cólera. A partir de ahí, tras parar para celebrar consejos
con todas las bandas de indios que encontraban y promocionar la Pax Americana que
el gobierno creía que podía imponer con buena voluntad por todo el Oeste,
persiguieron a los arikaras hasta las costas del Nebraska. Los indios no tenían
* * *
* * *
Si no contaba este cuento, que Fitz y Stewart aplaudían lealmente tras escuchar su
enésima versión, entonces sin duda había muchos otros del repertorio de Harris. Allí
entonces, mientras la puesta de sol se va apagando hasta oscurecerse en una noche de
terciopelo sobre las altas llanuras y la artemisa huele dulce otra vez al llegar la noche,
hay un nuevo rostro iluminado por la luz de la hoguera… Narcissa, sentada con las
piernas cruzadas o sobre las rodillas de Marcus, mientras su cabello dorado rojizo se
sacude al ritmo de su risa. Es difícil recordar a la pálida Eliza, cuyo decoro agradaba
sumamente a William Gray; uno ve la vivacidad de Narcissa entre el demacrado
Fitzpatrick y un Harris lleno de cicatrices[7], con el capitán Stewart y el igualmente
caballeroso Pilcher riendo con ella repantigados en el suelo junto a la hoguera.
Nuestro escocés byroniano, que apreciaba los encantos y gracias de las jóvenes pies
negros, snakes y tal vez cheyenes, convertía en heroínas de sus novelas a bellezas
italianas de piel cetrina y «mechones brillantes y negros como el azabache». Pero, sin
duda, no era inmune al encanto dorado que cautivaba a todos los que escribieron
alguna vez sobre Narcissa, a excepción del susceptible Gray, y aún menos inmune
junto a tal hoguera y con ese telón de fondo. La leyenda del Oeste incluso ha puesto
en boca de Stewart un arrepentimiento muy apropiado a su propia ficción. La historia
tiene lugar en la rendezvous de este año, donde, entre los viejos amigos que se
reencuentran, Stewart hablaba con Nat Wyeth, el cual por fin iba a regresar a su
hogar. Se supone que Wyeth le preguntó si alguna vez se arrepintió de su exilio de
Escocia, y se dice que Stewart respondió: «Nunca, hasta que contemplé a la bella
señora Whitman. ¿Cómo una mujer tan bella podía haber nacido de un juez
norteamericano? [Juez de Paz]. ¿Por qué tuvo que casarse con un misionero de los
* * *
Por fin, los nez perces tenían un taumaturgo —al final resultó ser Spalding y no
Whitman—, y le dieron la bienvenida. Las squaws habían aprendido de los blancos
que las mujeres debían ser recibidas con un beso, de modo que Eliza y Narcissa se
vieron asfixiadas por los saludos. Los nez perces tenían una gran presencia allí, así
como los flatheads; también había bannocks y todo un poblado de snakes. Se
apiñaron todos alrededor de las squaws blancas guardando el turno, tocándoles el
pelo, toqueteando los vestidos, inspeccionando su equipo y posesiones… todo ello
con la locuacidad india de un club de costureras. Fue mucho mejor que las mujeres
no dominaran aún el idioma, porque los comentarios críticos de los indios no son
nada inhibidos. Sin embargo, iban a trabajar para corregirlo. Gray afirma que Eliza
empezó a escribir un vocabulario nez perce en Horse Creek. Añade que los indios la
preferían a ella más que a Narcissa quien, dice, olvidando que había estado
intercambiado lecciones con Richard de camino al Oeste, estaba demasiado ocupada
flirteando con deslumbrados y salvajes hombres de montaña para prestar atención a
* * *
* * *
Por esta época, los gros ventres saldaron una deuda. Una banda de ellos apareció en
el río Portneuf, frente a Fort Hall, desde donde la partida de misioneros retomaría la
ruta. Entre ellos había un renegado blanco llamado Bird. Llamó a un empleado del
fuerte que vio en la orilla opuesta y le dijo que se acercara para comerciar con pieles
de castor. El empleado era ese Antoine Godin que, en la batalla de Pierre’s Hole de
1832, mató y arrancó la cabellera del jefe guerrero gros ventre que portaba una pipa
* * *
El señor Gray se encontraba bastante enfermo esta mañana y se iba alejando del grupo de acampada. Mi
marido y yo misma pensamos que no sería prudente dejarlo solo y cabalgamos con él unas dos horas y media,
y entonces se sintió muy débil y con ganas de tumbarse. Para entonces, ya estábamos tan alejados del resto
que mi esposo pensó que no sería prudente que yo permaneciera con ellos por más tiempo y me envió para que
los alcanzara. Poco después, el señor Gray se rindió totalmente y mi esposo lo dejó para buscar el carro y
volver a por él. Yo había alcanzado a un indio y le dije lo enfermo que estaba, y este acudió en ayuda de mi
esposo y ambos regresaron con el señor Gray. El indio le ayudó a sentarlo en su caballo y se montó detrás de
él, lo apoyó en sus brazos y de esta manera cabalgó lentamente hasta llegar al campamento.
Dos días antes de que llegáramos a Soda Springs, uno de los de la partida de la misión se sintió muy
indispuesto e incapaz de montar su caballo. Lo dejamos, atendiendo su petición, junto a un pequeño arroyo,
mientras la caravana continuaba otras seis millas más antes de acampar. Tras permanecer a solas y
descansando dos horas, el Abogado [este es «Kentuck»] y un compañero indio que se les unió cargaron al
hombre enfermo, lo montaron sobre un caballo robusto, se sentó detrás con él y lo sujetó hasta que llegaron al
campamento. El doctor Whitman le suministró un remedio [¿suficiente calomel para cubrir la hoja de un
cuchillo, tal vez?] y le alivió tanto que al día siguiente pudo continuar el viaje con el resto del campamento.
Esta maniobra siempre ha sido un misterio para el que escribe. El lugar donde abandonaron al hombre
enfermo era un hermoso arroyo y un buen lugar para acampar toda la caravana. Al hombre enfermo le
resultaba imposible continuar; no le pidió a la caravana que pararan y lo enterraran, tan solo les informó de
que ya no podía continuar; había perdido las fuerzas; lo podían dejar para que muriera solo si así lo decidían.
Una palabra de McLeod hubiera detenido la caravana. ¿No debería haber permanecido con él la partida de la
misión? Él dijo: «No, continuad con la caravana y dejadme aquí; estáis obligados a buscar vuestra propia
seguridad y continuar con la caravana; yo solo soy un individuo, dejadme a mi suerte». Pidió una taza para
poder beber agua del arroyo, en la orilla donde deseaba que lo colocaran. El doctor Whitman permaneció con
él hasta que consideró que su propia seguridad peligraba y partió hasta alcanzar la caravana. El Abogado y su
compañero llegaron dos o tres horas más tarde, recogieron al hombre moribundo o muerto (porque nadie de la
caravana lo sabía) y lo llevaron al campamento. Mi impresión de esta maniobra siempre ha sido que McLeod
deseaba quitarse de encima a este joven norteamericano, que estaba entonces al servicio de la partida de
misioneros.
* * *
Hacia finales de abril de 1836, mientras los Whitman cruzaban el Misuri para iniciar
su viaje al Oeste, el Pilgrim navegaba por la costa de California desde Monterey y
atracaba en el puerto de San Diego. Richard Henry Dana había bordeado el cabo de
Hornos en ese mismo barco, pero ahora iba a bordo del Alert, también en San Diego.
Se dirigía a su hogar en Boston. Había un profundo agradecimiento en su corazón…
y, sin embargo, no solo había demostrado ser un hombre en California, como parecía
que él mismo dudaba (una duda similar a la de Francis Parkman), sino que además
amaría para siempre California, sus marinos, la extraña belleza y la vida de los
hombres trabajadores y humildes. Incluso cuando se alegraba por el final de su exilio,
su mente ejercía de contrapeso con imágenes de los hombres de buques de guerra
británicos entonando salomas en el cabrestante, del alto acantilado que había
descendido para recuperar un trozo de cuero que había quedado enganchado allí, de
kanakas hablando junto al fuego nocturno, de fandangos y santos tallados y pintados.
Iba a su hogar para escribir un gran libro. Y el resto de su vida se sorprendería a sí
mismo buscando con el oído el murmullo de las olas de California y mirando hacia
arriba para ver fugazmente los pantalones bombachos de terciopelo cortados por la
rodilla.
Había algunas pieles de nutria y varios barriles de pieles de castor en la bodega
del Alert. Dana había conocido a algún que otro trampero que se había asentado allí
para casarse con una esposa regordeta y vivir con provechosa comodidad fuera del
alcance de las ventiscas y los pies negros. Había oído hablar de una banda de ellos —
la de Young o la de Walker, pero los anales no la identifican— y de cómo
administraron la justicia de montaña a un californiano que había asesinado a un
norteamericano residente. El alcalde de Los Ángeles no hizo nada por resolver el
asesinato, así que los hombres de montaña, con el puñado de norteamericanos y
británicos de los alrededores, tomaron la ciudad, montaron un tribunal, eligieron un
jurado, juzgaron y sentenciaron al asesino, lo ajusticiaron con un disparo y
notificaron a las autoridades locales que ni se les ocurriera quejarse. En un territorio
romántico esto poseía la textura del hogar y algo de romanticismo también. Además,
en el comercio de pieles se sentía cierta humildad, un cierto complejo, cuando alguien
mencionaba a los del Noroeste, el gran comercio de Boston, Rusia y Gran Bretaña
hacia el Columbia. Eso sí era verdaderamente «romántico y misterioso, y si la
* * *
¿Y qué había detrás de todo esto? En el contexto del mes de abril de 1836, la
verborrea de comerciante del general Dickson resulta sugerente:
Así pues, el general promete a sus valientes clientes una guerra «aunque,
demasiado horrible. Y que la paz solo sea garantizada en el Pacífico»; México
lamentará su agresión. Muchos de ellos van a morir… opina que los nostálgicos
sureños de la edad del hierro y las rosas no querrán nada más que sus almas
asciendan con rápidas alas para contemplar la marcha de sus camaradas a más vastos
dominios.
El general-emperador atempera un poco su exordio:
Pero una vez metida con calzador la libertad, el plan parecía tener de todo.
EL CONQUISTADOR
(1837)
Mis amigos, todos y cada uno de vosotros, escuchad lo que tengo que deciros: desde que tengo memoria
he amado a los Blancos, he vivido con ellos desde que era niño y por lo que sé jamás he perjudicado a un
hombre blanco; al contrario, siempre los he protegido de los insultos de otros, lo cual no pueden negar. 4 Osos
jamás vio a un hombre blanco hambriento, pero siempre le dio comida, bebida y una manta de búfalo para
dormir en tiempos de necesidad. Siempre estuve dispuesto a morir por ellos, lo cual no pueden negar. He
hecho todo lo que un piel roja podría hacer por ellos, ¡y cómo me lo han pagado! ¡Con ingratitud! Jamás he
llamado perro a un hombre blanco, pero hoy declaro que son una banda de perros con el corazón negro, me
han engañado, aquellos a quienes yo siempre consideré hermanos han resultado ser mis peores enemigos. He
estado en muchas batallas, me han herido con frecuencia y me enorgullezco por las heridas de mis enemigos,
pero hoy estoy herido, y ¿por quién?, por esos mismos perros blancos que siempre consideré y traté como
hermanos. No temo a la muerte, amigos. Lo sabéis, pero morir con mi rostro podrido, que incluso los lobos
retrocederán horrorizados al verme y se dirán, ese es 4 Osos, el amigo de los blancos…
Escuchad bien lo que tengo que deciros, porque será la última vez que me oigáis. Pensad en vuestras
esposas, niños, hermanos, hermanas, amigos y, de hecho, en todos los que amáis, todos están muertos o
moribundos, con sus rostros podridos, por culpa de esos perros, los blancos, pensad en todo eso, amigos míos
y alzaos juntos y no dejad ni uno de ellos con vida. 4 Osos cumplirá con su parte.
En esa época morían de diez a veinte mandans cada día. Y se presentó un joven
arikara junto a la verja de barrotes del fuerte, esperando a Chardon. Un empleado
llamado Oliver salió a ver si podía disuadir al indio a cambio de paz o de regalos. El
arikara le disparó y lo mató. Chardon y otros, incluyendo el mestizo Garreau, que era
el intérprete del fuerte, partieron para capturarlo. El indio paró en la ribera del río y
anunció que moriría allí. Garreau le disparó y, tras desenfundar el cuchillo, «le
abrieron en canal». Esa noche, la madre del indio llegó al fuerte y suplicó que la
mataran. Garreau estaba dispuesto a complacerla blandiendo un hacha, pero los otros
lo detuvieron.
«Solo me mantienen vivo las pocas copas de ponche que bebo», escribió
* * *
* * *
* * *
A finales de otoño de 1837, los pawnees skidis, una de las principales subdivisiones
de la nación, se encontraban de caza cuando se cruzaron con una banda de sioux
oglalas. Era como si unos crows se encontraran con pies negros: solo había una
salida. Los pawnees arrasaron, lograron una victoria gloriosa, enviaron a un número
satisfactorio de oglalas a la tierra de los espíritus y se llevaron alrededor de veinte
mujeres y niños como prisioneros (serían adoptados por la tribu: era una de las
maneras habituales de mantener la población). Sin embargo, lo más inteligente era
regresar al hogar inmediatamente, porque los oglalas podrían aparecer en gran
números para limpiar su honor y provocar su muerte. Los skidis abandonaron la caza
y por ello tuvieron que sobrevivir con raciones escasas durante todo el invierno.
Además, algunos de sus prisioneros tenían viruela.
La población de la nación pawnee, que abarcaba desde el Loup Fork del Platte
hasta el río Republican, era de diez mil individuos (de acuerdo con los términos de
cualquier censo de indios). Al igual que los gros ventres, estaban parcialmente
inmunizados por la epidemia de 1831-1832, pero eso significó que al final casi cada
hogar lloró la muerte de sus hijos. Provocó una terrible escabechina entre los jóvenes,
y desde los skidis, la epidemia se expandió al resto de subdivisiones. Dunbar y Allis,
a quienes nos referimos como fundadores de la misión pawnee, calcularon un año
más tarde que murió un cuarto de la nación.
* * *
UN PINTOR EN LA RUTA
(1837)
* * *
* * *
Alfred Jacob Miller tenía veintiséis años y era un pintor romántico que había vivido
casi dos años en el audaz viento que soplaba en los estudios de París y Roma. Había
pasado muchas noches hablando con Horace Vernet y sus jóvenes, en muchos cafés,
en muchos atelieres. Había admirado a Horace Greenough, había viajado a Roma con
Nat Willis (y fue arrestado en la frontera, donde sus copias de cuadros del Louvre
fueron erróneamente confundidas con los originales), había venerado abyectamente a
Thorvaldsen. Había debatido sobre la belleza con todos los jóvenes. Y él también
había causado impresión; en París, le llamaban el «Rafael norteamericano».
Posiblemente era un título que no resultaba difícil ganar en 1833.
Norteamérica era diferente. Eran los albores de nuestro primer periodo nacional
cuando Miller regresó a Baltimore en 1834, pero un pintor debía trabajar duro y sacar
cualquier penique que se le pusiera a tiro. Tuvo que barnizar retratos de antepasados,
copiar en cualquier estilo que le demandaran, dorar un marco, realizar una
composición agradablemente simbólica cuando el perro de los niños moría. Baltimore
no fue muy receptiva al talento de Miller y en otoño de 1836 se marchó a Nueva
Orleans. Alquiló un estudio en Chartres Street y, tras buscarse la vida durante un
tiempo, se hizo un pequeño lugar en esa vieja ciudad de tradición multicultural y
estética.
En el mes de marzo o abril de 1837, Miller había completado un cuadro de
grandes dimensiones, una pintura de la ciudad de Baltimore bajo la romántica bruma
previa al anochecer, tal como se veía en la distancia desde la colina de Loudenslager.
* * *
En Scott’s Bluff, Miller realizó uno de sus mejores dibujos. Allí, al borde de las
Pronto se hizo evidente que no podían aguantar más y en breve uno tras otro
fueron cayendo. El conquistador se salió con la suya y un sueño aplastante acudió
para aliviarlos».
Y desde allí, a la rendezvous, en el río Green entre New Fork y Horse Creek[16].
* * *
Advertí que las cuatro patas de los caballos estaban dibujadas a un lado. Esto era provocado por la falta de
conocimientos de perspectiva. También los coloreó con el extremo de madera del pincel en lugar de con el
extremo de pelo al no haber visto probablemente ese objeto antes. Permitiéndose una ligera «licencia poética»,
el pintor ha pintado las pantorrillas del enemigo delante del hueso de la tibia en lugar de detrás. Otro detalle
destacable era que su caballo de guerra, él mismo y su inmenso casco [¡!] de plumas ocupaban todo el cuadro.
Los enemigos eran criaturas diminutas y las dibujaba con salpicaduras del pincel como alondras. Por supuesto,
permite que imaginemos que sus asistentes y hombres están con él. Quince flechas sobre el enemigo
significaban que [ese] número había «caído», pero Ma-Wo-Ma [Pequeño Jefe], como era un general prudente
y astuto, no dice nada sobre sus propias pérdidas.
También encontró escenas románticas que pintar, aunque parece que cometió
algunas equivocaciones. Si un dibujo titulado «Fuga de amantes indios» no es
Un tiempo después, Stewart cargó su equipo y, con algunos invitados de las brigadas,
se dirigió hacia su territorio favorito de acampada en la cabecera del New Fork. Sin
embargo, antes de que esto ocurriera, William H. Gray, el misionero seglar, partió
hacia los Estados y con él partió su predecible cobardía… Como puede haberse
deducido de esta narración, Gray no era un personaje muy apreciado. Pocos hombres
o mujeres podían tolerarlo por mucho tiempo y él mismo practicaba la más estricta
austeridad al no tolerar a nadie. Pero estaba siendo usado por el vórtice de fuerzas
que nos preparaba para entregarnos el Oeste y su viaje al este de 1837 fue importante.
También muestra la velocidad a la que estas fuerzas se aceleraban. Recuerden que
Gray, los Whitman y los Spalding habían llegado al oeste hacía solo un año.
Gray parece haberse puesto de lado de los Spalding en el desencuentro entre los
Whitman y los Spalding del último verano, aunque más tarde cambió de bando.
Continuó con Spalding, le ayudó a levantar las primeras cabañas de la misión de los
nez perces en Lapwai y pasó parte del invierno allí. Tras visitar Fort Vancouver,
partió de regreso a Lapwai a principios de la primavera de 1837 (el viaje río arriba
era extraordinariamente difícil: aunque no fuera apreciado por nadie, Gray al menos
se merece el respeto por su capacidad para aceptar unas condiciones de vida duras y
llevar a la práctica las artes de montaña que aprendió). Al final de marzo, mientras
viajaba con una partida de la Hudson’s Bay Company bajo el mando de Francis
Ermatinger, se reunió con Spalding cerca de la ubicación actual de Spokane. Spalding
había dejado a su esposa embarazada sola con los nez perces y se dirigía hacia Fort
Colville de la Hudson’s Bay Company.
Este encuentro fue importante. Spalding recibió una buena respuesta a sus
enseñanzas por parte de los nez perces —mucho más receptivos que los cayuses de
Whitman—, e inteligentes, entusiastas, cooperativos, dentro de los límites que
imponía el trabajo en una misión de indios. Gray se sentía insatisfecho,
insubordinado y envidioso. El sagrado fervor presbiteriano que ardía en su interior no
podía aceptar un estatus inferior. Los talentos de William Gray, objetivamente
sopesados, le otorgaban el derecho de tener al menos la misma importancia que
Whitman y Spalding, a quienes él había juzgado objetivamente en sus notas. Quería
tener una carrera acorde a sus virtudes: quería su propia misión. Ahora se encontraba
con el gran entusiasta Spalding en el territorio de los spokanes, una pequeña tribu
íntimamente emparentada con los flatheads, que no tenían un misionero, aunque
habían deseado tener uno desde el principio. Estaban cerca de Waiilatpu, de Lapwai,
de Fort Walla Walla y de Fort Colville. Además, allí se encontraba «Garry el
spokane» mencionado en nuestro primer capítulo. La Hudson’s Bay Company lo
había enviado de niño a su cuartel del río Red y su capacidad de leer, escribir y
practicar otros misterios blancos había sido un poderoso incentivo en la primera
* * *
Los invitados de Stewart a su viaje a los Wind Rivers fueron elegidos entre los
oficiales de brigada, Bridger o Fitzpatrick, Drips o Fontenelle, Harris o Provost, pero
* * *
Pero la necesidad me obligó a aceptarlo, sabiendo al mismo tiempo que había más de 500 capas nuevas en
el almacén que no costaban ni una pinta de whisky cada una. Pero eran para los habitantes de los Estados
Unidos y no para los tramperos. Era el 21 de noviembre de 1837. Nunca olvidaré el momento, lugar ni
circunstancia, pero siempre me apiadaré del ser que ejercía un poder imperial sobre unos cuantos palos de
madera con cinco o seis hombres para vigilarlos. No era culpa suya, porque ¿cómo iba a apartarse de la
manera en la que había sido educado? Y, además, los tramperos no poseen la prerrogativa de tener mala suerte,
porque esta no es nada más ni nada menos que el resultado de una mala gestión. Este es el razonamiento literal
de filósofos pedantes y entrometidos, que consuelan a los desafortunados enumerando y multiplicando sus
fallos, que siempre ocasionan su mala fortuna y que tan claramente se ven a toro pasado. Prefiero mil veces
que me apliquen una lavativa a que me obliguen a escuchar los consejos de unos asesores tan agoreros y
estrafalarios.
Unos días más tarde llegó otro trampero de Fontenelle, un tal Biggs. Su pequeño
grupo estaba acampado confortablemente a unas quince millas. Se sintió indignado al
ver a maestros de la montaña tratados con tanto desprecio. Propuso una revuelta: que
Russell y sus compañeros marcharan al campamento de Biggs, se equiparan con los
suministros de la Compañía, que cazaran algo de carne para Biggs y luego podrían
partir todos por su cuenta. El señor Woods de repente entró en razón y equipó a los
empleados de la Compañía. Partieron con Biggs, pero sin que se produjera ninguna
revuelta y permanecieron en su campamento con todos los lujos a su disposición
hasta que Fontenelle regresó. Fontenelle traía consigo el equipo y las pieles de sus
hombres, tras haberlos recuperado por la fuerza de un antiguo empleado de
Bonneville que los había vendido a los crows.
Funcionó. Pero que un hombre como Russell pudiera ser tratado así y ser forzado
a aceptarlo, es prueba suficiente de que los buenos tiempos estaban llegando a su fin.
Un año antes, la Compañía jamás se hubiera atrevido a negar un equipo a un buen
trampero, ni a ningún burgués de la Compañía, por muy poderoso o altanero que
fuera, ni tan siquiera se le habría ocurrido negárselo.
Esta narración podría ser tildada de incompleta si llegara a su capítulo final sin incluir
una expedición contra los pies negros. Este capítulo se centra en el Napoleón de las
guerras de los pies negros, Jim Bridger, y su cronista Osborne Russell. La brigada de
Jim pasó el invierno de 1837-1838 en el valle del río Powder que, según Russell,
produjo las «rentas» de ese año: abundante hierba seca y corteza de álamo para los
caballos, e ilimitadas manadas de búfalos para los tramperos. Cuando llegó la
primavera, la numerosa partida se dirigió al oeste a través de la cordillera Absaroka
hasta el río Tongue, y de allí al Little Big Horn hasta su confluencia con el Big Horn.
Habían descendido tan significativamente los rastros de castores que Bridger apenas
se molestó en enviar partidas de tramperos. El territorio se iba al infierno. Había tan
pocos castores por la región que Jim salió del territorio crow y se dirigió hacia el de
los pies negros.
Russell se detiene a describir el equipo de un hombre de montaña y, por ello,
hagámoslo nosotros por última vez:
El equipo de un trampero en tales casos es generalmente un caballo o mula en el que se cargan una o dos
mantas, una silla de montar y bridas, un saco con seis trampas de castor, una manta con un par extra de
mocasines, el cuerno de pólvora y el saco de balas con un cinturón del que cuelga un cuchillo de carnicero,
una caja de madera con el cebo para los castores, un saco de tabaco con una pipa y material para encender
fuego y, en ocasiones, un hacha atada a la perilla de la silla de montar. Su atuendo personal es una camisa de
franela o algodón (si es lo bastante afortunado para hacerse con una, si no, la piel de berrendo sirve para la
camiseta interior y la camisa exterior), unos pantalones de cuero con perneras de tela gruesa de manta o piel
ahumada de búfalo, un abrigo hecho de tela gruesa de manta o pellejo de búfalo, un sombrero o gorra de lana,
de piel de búfalo o de nutria, los calcetines eran trozos de tela de manta que envolvían los pies, un par de
mocasines hechos de piel curtida de ciervo, alce o búfalo, y la mata de pelo que cae suelto sobre los hombros
para completar su uniforme. A continuación, monta y coloca el rifle delante de él sobre la silla de montar.
* * *
* * *
* * *
* * *
Eres un —— cobarde, tirado ahí en el suelo con la lengua colgando fuera de la boca y empeñado en morir.
Muérete si quieres, no será una gran pérdida y no se te echará de menos. Aquí está tu esposa, a la que tienes
ahí parada bajo el sol ardiente: ¿por qué ella no muere? Tiene más agallas que un pusilánime como tú. Pero no
voy a dejarla esperando aquí a que mueras. Hay una banda de indios pisándome los talones por la ruta y he
estado cabalgando como un —— para quitarme de en medio. Si quieres quedarte aquí y que te arranquen la
cabellera, quédate; la señora Smith se viene conmigo. Venga, señora, déjeme que la ayude a montar, tenemos
que salir de este territorio maldito tan rápido como podamos.
* * *
A finales de 1847, los cayuses sabían que los seguidores del dios torturado eran
brujos. William Gray últimamente les había ofrecido una nueva demostración: como
a los indios la santidad no les impedía seguir robando las verduras de la misión,
ingenió un castigo por sus pecados. Inyectó una potente droga en los melones y
funcionó. Fue mala suerte que la amebiasis, que posee los mismos síntomas que la
droga de Gray, cruzara el Atlántico con la emigración de 1847. Los emigrantes
llevaron también el sarampión. En total, casi la mitad de los cayuses murieron. Y
como los nez perces le habían dicho a Marcus Whitman cuando fundó Waiilatpu en
1836, los cayuses no eran nez perces.
Whitman acababa de regresar de un viaje con Spalding… que había iniciado su
primer viaje con él hacía casi doce años. Había indios enfermos y moribundos en la
misión durante la última semana de noviembre de 1847. La mayoría de los blancos
también enfermaron. Los más veteranos entre ellos supieron que se avecinaban malos
tiempos.
29 de noviembre. Por la mañana, Whitman celebró un servicio fúnebre por tres
niños de un jefe cayuse que habían muerto por la epidemia. Quienes, por lo tanto,
habían sido asesinados con artes de brujería. Tras la comida, un indio llegó pidiendo
medicina; iba acompañado de unos cuantos amigos. Las mujeres de la misión
escucharon la pelea… y entonces Marcus Whitman fue golpeado tres veces en la
cabeza con un tomahawk-pipa. Murió lentamente mientras el personal de la misión
gritaba y revoloteaba a su alrededor. Narcissa estaba inclinada sobre él cuando le
dispararon bajo el brazo izquierdo. Las mujeres se la llevaron al piso de arriba, luego
la volvieron a bajar, mientras los cayuses aullantes perseguían a los empleados
blancos y mestizos. Su esposo aún no estaba muerto cuando dispararon otra vez a su
esposa, en dos ocasiones, y murió.
* * *
Vimos a Joe Meek fracasar en su intento de recuperar a su esposa tras cabalgar desde
la rendezvous de 1838 y unirse a la partida de Joe Walker en Fort Hall. Walker había
establecido cierta relación con la American Fur Company, pero no era vinculante
porque también actuaba por cuenta propia comerciando con caballos californianos y
mantenía buenas relaciones con la Hudson’s Bay Company. Joe Meek llevó algunas
pieles a Bridger en otoño y le recriminaron sus negocios con los británicos. Pero ni
Bridger ni la Compañía podían hacer mucho más: el comercio de montaña estaba casi
liquidado.
Ese mismo año, 1838, la Compañía pasó de llamarse «Pratte, Chouteau and Co.»
a «Pierre Chouteau, hijo and Co.», aunque siempre sería la American Fur Company
para todo aquel que estuvo en las montañas. Organizó dos caravanas más anuales a
las montañas y en cada ocasión se celebró una rendezvous en el valle alto del río
Green; la primera de tamaño considerable, la segunda tan exigua que algunos
escritores han supuesto que jamás tuvo lugar. En 1839, el doctor Wislizenus se
encontraba allí y en 1840 Andrew Drips por fin llevó a los flatheads la clase correcta
de misionero. Era el famoso jesuita Pierre-Jean de Smet; no exigía mucho de los
flatheads, solo que otorgaran a los seres sobrenaturales que él les llevaba una
medicina más poderosa que la de los suyos propios y que, por encima de eso, él los
amaba. Esto último era lo que más contaba: ningún misionero protestante había
* * *
* * *
Pero era 1839. Era otoño cuando Jason Lee zarpó con «el Gran Refuerzo», cincuenta
y un colonos más para la misión metodista del Willamette. Demasiados clérigos para
colmar la idea de Lee de lo que se necesitaba para salvar Oregón (y entre los cuales
consiguió una esposa). Pero el movimiento que convirtió este en el primer año de la
nueva era ya se había iniciado en primavera.
Hemos visto el nacimiento de varios tipos de aventureros del oeste. Uno de estos
tipos se encarnó en la distinguida figura del doctor Frederick Adolphus Wislizenus,
un médico de San Luis que fue expulsado de Alemania cuando era un estudiante
revolucionario, y era experto en botánica, mineralogía y geografía. Además, tenía
pies ligeros y una curiosidad por averiguar qué había al otro lado de la siguiente
colina. Lo llevaron al Gran Desierto Americano, a un espacio vacío que él quiso
llenar… y en 1846 volvería a viajar al oeste y hacia lo fantástico[13]. En 1839, él
representa a Bradbury, a Townsend, a Nuttall, a Audubon. Otro tipo fue hasta cierto
punto superado con creces por el reverendo J. S. Griffin. Un yanqui exiliado en Ohio,
donde conoció a Henry Harmon Spalding y le invadió el deseo de seguir la vocación
de su amigo. La Junta Norteamericana no se mostró dispuesta a enviarlo con los
indios, nadie estaba dispuesto a enviarlo a pesar de tener una carta de recomendación
de una iglesia de pueblo en el lejano Connecticut. Como no conseguía que lo
asignaran a ningún servicio, se decidió a seguir su propia luz. Partió desde Ohio hacia
la Misión de Oregón. De camino a la frontera se hizo con dos elementos siempre
presentes en el equipo de un misionero de Oregón, una esposa (bautizada Desire) y
un ayudante seglar.
Estos eran tipos establecidos y, fieles a su naturaleza, el doctor Wislizenus y los
misioneros buscaron la protección de la Compañía. La caravana de carros y mulas de
carga de la Compañía, más pequeña de lo habitual, este año estaba dirigida por Black
Harris. Pero un tipo totalmente nuevo, creación de este año (y de Jason Lee), también
INCLUIDO EN LA NARRACIÓN
1832. (En el texto, los acontecimientos de este año son narrados siguiendo algunos de
los acaecidos en 1833). La American Fur Company abandona Fort Piegan y
construye Fort McKenzie a unas millas de distancia. También construye Fort
Cass en territorio crow, completando así una cadena de puestos permanentes
para el comercio de montaña. Sus brigadas continúan aprendiendo el arte de la
montaña a base de cometer errores, perdiendo siempre la carrera contra la RMF
Company. Wyeth y Bonneville se dirigen al oeste. Bonneville construye su
fuerte. La rendezvous en Pierre’s Hole seguida de la batalla de Pierre’s Hole.
George Catlin remonta el Misuri.
1833. El capitán Stewart marcha al oeste con Robert Campbell. Maximiliano remonta
el Misuri. Rendezvous en el Green, en Fort Bonneville y Horse Creek. Wyeth
regresa del Columbia y se dirige al Snake. Joe Walker parte a California.
1834. Wyeth regresa al oeste y se lleva consigo a la misión metodista (Jason Lee).
William Sublette construye Fort Laramie y presiona a la RMF Company para
que traicionen a Wyeth, que continúa hacia el Snake y construye Fort Hall.
Rendezvous en Ham’s Fork. La RMF Company se disuelve y es sustituida por
una sociedad constituida por Fitzpatrick, Bridger y Milton Sublette. La
He usado transcripciones de los libros de cuentas del estudio de Miller, sus cartas
desde Escocia e Inglaterra, ciertos fragmentos de su autobiografía Borrador para las
notas de los Dibujos Indios y las notas que acompañan las copias de Walters. Las
cartas de Stewart se encuentran en la Missouri Historical Society. Al igual que la
mayoría del resto de manuscritos que he utilizado: los libros de Correspondencia de
Fort Union, las distintas colecciones de Chouteau, etc. El diario original de Charles
Larpenteur y la libreta de Frank B. Mayer se encuentran en la Minnesota Historical
Society. Hay una enorme colección de documentos de la American Fur Company en
la New York Historical Society.
No vale la pena que presente un listado de las decenas de periódicos que he
consultado porque todo lo que encontré en ellos de importancia para el texto ha sido
citado en las notas a pie de página. Sí parece relevante señalar que se habría evitado
cierta confusión en anteriores obras si algunos de los que se han referido a la carta de
William Walker hubieran observado que, cuando fue publicada, The Christian
Advocate and Journal temporalmente publicó con Zion’s Herald. He utilizado tanto
el Niles Register como The National Intelligencer como indicadores de las fechas y
prefiero el último. Los precios de San Luis citados en mi texto siempre proceden de
periódicos de San Luis, siempre de la estación y habitualmente del mes que tratamos.
La bibliografía que sigue no es en absoluto completa. Creo que es suficiente para
apoyar todas las afirmaciones de hechos realizadas en el libro. Sin embargo, sugiero
que cualquier lector paciente que agote la bibliografía y descubra alguna de las
afirmaciones sin su correspondiente fuente, me lo hagan saber por carta antes de
denunciarme en las publicaciones comerciales de los historiadores, porque tengo un
par de miles de tarjetas bibliográficas que no he incluido en este listado.
Alfred Jacob Miller, [¿Macgill James?], Municipal Museum, Baltimore, Md., s.f.
Allen, Miss A. J., antólogo, “Travels and Adventures of Doctor E. White and Lady”,
Ten Years in Oregon, Ithaca, N. Y., 1850.
Alter, J. Cecil, James Bridger, Salt Lake City, 1925.
Anderson, William Marshall, “Adventures in the Rocky Mountains”, (firmado
“Marshall”), American Turf Register, Vol. 8, Nº. 9, mayo, 1837.
— “A Horseback Ride to the Rocky Mountains in 1834”, editado por Albert J.
Partoll, Frontier and Midland, Vol. 19, N°. 1, otoño, 1938.
— “Scenes & Things in the West” (firmado “W. M. A.”), American Turf
Register, Vol. 8, N°. 12, noviembre, 1837.
— “Scenes in the West-The Platte & C.”, (firmado “W. Marshall”), Ibid Vol. 8,
Camp, Charles L., James Clyman American Frontiersman 1792-1881, San Francisco,
1928.
Carey, Charles H., editor, The Journals of Theodore Talbot, 1843 and 1849-52,
Portland, 1931.
Carvalho, S. N., Incidents of Travel and Adventure in the Far West, Nueva York,
1856.
Case, Robert and Victoria, Last Mountains, Nueva York, 1945.
Catlin, George, Letters and Notes on the Manners, Customs, and Condition of the
Dale, Harrison C., The Ashley-Smith Explorations and the Discovery of a Central
Route to the Pacific, edición revisada, Glendale, 1941.
Debrett’s Illustrated Baronetage, 1868.
Debrett’s Illustrated Peerage, 1868.
Decatur, Stephen, “Alfred Jacob Miller: His Early Indian Scenes and Portraits”,
American Collector, diciembre, 1939.
DeLand, Charles E., “The Aborigines of South Dakota, Part II, the Mandan Indians”,
South Dakota Historical Collections, Vol. IV, 1908.
Dillen, John G. W., The Kentucky Rifle, Washington, 1924.
Dodge, Richard Irving, The Plains of the Great West, Nueva York, 1877.
Dorsey, George A., The Arapaho Sun Dance, Field Columbian Museum, Publication
75, junio, 1903.
Dorsey, James Owen, A Study of Siouan Cults, U.S. Bureau of American Ethnology,
Eleventh Annual Report, 1889-90, Washington, 1894.
Dragoon Campaigns to the Rocky Mountains, por un Dragón [James Hildreth],
Nueva York, 1836.
Drumm, Stella M., editor, Journal of a Fur-Trading Expedition on the Upper
Eells, Myra F., Diario, Transactions of the Oregon Pioneer Association, 1889.
Eells, Rev. Myron, D. D., Marcas Whitman: Pathfinder and Patriot, Seattle, 1909.
Elliott, T. C., The Coming of the White Women, 1836, Portland, 1937.
— editor, “The Corning of the White Women, 1838”, Oregon Historical
Quarterly, Vol. 38, 1837.
— “Religión Among the Flatheads”, Ibid., Vol. 37, 1936.
Ellison, William Henry, editor, The Life and Adventures of George Nidever, Berkeley,
1937.
Emory, William Helmsley, Notes of a Military Reconnaissance, from Fort
Leavenworth, in Missouri, to San Diego, in California, Washington, 1848.
También en el House Executive Document, Nº. 41, 30th Congress, 1st. Session,
1848.
Kane, Paul, Wanderings of an Artist Among the Indians of North America, Londres,
1859.
Kelly, Charles, y Howe, Maurice L., Miles Goodyear, Salt Lake City, 1937.
Kephart, Horace, Camping and Woodcraft, Nueva York, 1921.
Kroeber, Alfred L., “The Arapaho”, Bulletin of the American Museum of Natural
History, Vol. XVIII, Partes I y II, Nueva York, 1902.
— “Ethnology of the Gros Ventre”, Anthropological Papers of the American
Museum of Natural History, Vol. I, Parte IV, 1908.
Maloney, Alice Bay, editor, Fur Brigade to the Bonaventura (John Works California
Journal, 1832-1833), San Francisco, 1945.
Mandelbaum, David G., “The Plains Cree”, Anthropological Papers of the American
Museum of Natural History, Vol. XXXVIII, Part II, 1940. Marcy, Randolph
Barnes, The Prairie Traveller, Nueva York, 1849. Segunda edición con notas
de Richard F. Burton, Londres, 1863.
Maximiliam, Prinz zu Wied, Reise in das innere Nord-Amerika in den Jahren 1832
Paden, Irene D., The Wake of the Prairie Schooner, Nueva York, 1943.
Sabin, Edwin L., Kit Carson Days, edición revisada, Nueva York, 1935.
Sage, Rufus B., Scenesin the Rocky Mountains, Filadelfia, 1846.
Sawyer, Charles Winthrop, Our Rifles, Boston, 1944.
Schoolcraft, Henry, Information Reflecting the History, Condition, and Prospects of
the Indian Tribes of the United States, Filadelfia, 1847.
Scott, Leslie M., “Indian Diseases as an Aid to Pacific Northwest Settlement”,
Oregon Historical Quarterly, Vol. 29, 1928.
Sharpe, Philip B., The Rifle in America, Nueva York, 1938.
Shortess, Robert, “First Emigrants to Oregon”, Transactions of the Oregon Pioneer
Association, 1896.
Skinner, Constance Lindsay, Beaver Kings and Cabins, Nueva York, 1933.
Smith, Arthur D. Howden, John Jacob Astor, Filadelfia, 1929.
Smith, Henry Nash, American Emotional and Imaginative Attitudes toward the Great
Plains and the Rocky Mountains, 1803-1850, tesis doctoral, Harvard College
Library, 1940.
Smith, Winston O., The Sharps Rifle, Nueva York, 1943.
Spier, Leslie, “The Sun Dance of the Plains Indians: Its Development and Diffusion”,
Anthropological Papers of the American Museum of Natural History, Vol.
XVI, Part VII, 1921.
Stansbury, Howard, An Expedition to the Valley of the Great Salt Lake of Utah,
Filadelfia, 1852. También Senate Executive Document N°. 2, 32nd Congress,
Special Session y Senate Executive Document N°. 3, 1853.
Stewart, Sir William Drummond, Altowan, Nueva York, 1846.
— Edward Warren, Londres, 1854.
Teit, James A., The Salishan Tribes of the Western Plateaus, Forty-fifth Annual
Report of the Bureau of American Ethnology, 1930.
Townsend, John Kirk, Narrative of a Journey across the Rocky Mountains,
Walford, Edward, County Families of the United Kingdom, tercera edición, Londres,
1865.
Warre, Henry James, Sketches of North America and the Oregon Territory, Londres,
1848.
Warren, Eliza Spalding, Memoirs of the West (Diario de Eliza Spalding), Portland, n.
d.
Webb, Walter Prescott, The Great Plains, Boston, 1931.
Webber, C. W., The Hunter-Naturalist, Filadelfia, 1851.
— Wild Scenes and Songbirds, Nueva York, 1854.
Wedel, Waldo Rudolph, An Introduction to Pawnee Archeology, Bureau of American
Ethnology, Bulletin 112, 1936.
Weitenkampf, F., American Graphic Art, Nueva York, 1924.
Wheat, Carl I., editor, The Shirley Letters, San Francisco, 1933.
Wheeler, Olin D., The Trail of Lewis and Clark, Nueva York, 1904.
Whelen, Townsend, The American Rifle, Nueva York, 1918.
Whitman, Narcissa, Diario, Transactions of the Oregon Pioneer Association, 1890.
— Cartas, Ibid., 1893.
Wilson, Gilbert L., “Hidatsa Eagle Trapping”, Anthropological Papers of the
American Museum of Natural History, Vol. XXXIII, Part IV, 1928.
— “The Horse and the Dog in Hidatsa Culture”, Ibid., Vol. XV, Part II, 1924.
— y Weitzner, Bella, “The Hidatsa Earthlodge”, Ibid., Vol. XXXIII, Part V,
1934.
Wislizenus, Frederick Adolphus, Ein Ausflug nach den Felsen-Gebirgen im Jahre
1839, San Luis, 1840. Traducción al inglés, San Luis, 1912.
Wissler, Clark, The American Indian, segunda edición, 1931.
— “Ceremonial Bundles of the Blackfoot Indians”, Anthropological Papers of
the American Museum of Natural History, Vol. VII, Part II, 1912.
— “Costumes of the Plains Indians”, Ibid., Vol. XVII, Part II, 1915.
— “General Discussion of the Shamanistic and Dancing Societies”, Ibid., Vol.
XI, Part XII, 1916.
— Indian Beadwork, Nueva York, 1931.
— The Indians of the United States, Nueva York, 1940.
Zollinger, James Peter, Sutter, The Man and His Empire, Nueva York, 1939.
I. EL VIAJERO DE LA PRADERA
preserva en los nombres de lugares, los hombres del oeste los llamaron desde el
principio nez perces, pronunciado tal y como se lee. En cuanto a los flatheads, véase
Teit, The Salishan Tribes, p. 300, para la ortografía y significados de la palabra
«Shahaptan» que se transcribe aquí. <<
perces en Beaver Creek (Montana) dos o tres días después del 28 de mayo de 1831.
Fontenelle partió hacia San Luis el 19 de junio, pero se vio obligado a dar un amplio
rodeo por el suroeste hacia el valle Cache (Utah). W. A. Ferris, Life in the Rocky
Mountains, Paul Phillips editor, pp. 87, 96. Ferris, que en este mismo pasaje alaba
prolijamente la decencia y sentimientos religiosos de estas tribus, no menciona nada
sobre la misión. <<
todas las fuentes conocidas, pero en la segunda parte se ajusta a la última y más fiable
autoridad, Francis Haines, cuyo libro y artículos se hallan listados en mi bibliografía.
Véase también T. C. Elliot, “La religión entre los flatheads”, Oregon Historical
Quarterly, Vol. 37, Nº. 1. <<
afirma que Stewart fue condecorado por su valor, pero no se menciona dicha
condecoración en las Listas del Ejército o en la historia de Wylly del Décimo quinto
Regimiento de los Húsares. Su hijo, William George Stewart, que murió antes que él,
recibió la India Medal y la Cruz de la Victoria durante el Motín de la India. Stewart sí
tenía la Orden Italiana de Cristo. Su familia materna, los Drummond, tenían un largo
historial de servicio diplomático en Italia y Sicilia y el hecho de que poseyera esta
orden sugiere que tal vez pasó en ese servicio parte de esos doce años en blanco.
Stewart se casó con una pariente lejana, Christina o Christian Stewart, dos años antes
de partir a los Estados Unidos y su único hijo nació en 1831 (el nombre de su esposa
se ha escrito como Christina en Debrett y manuales similares. Pero en The Red Book
of Grandtully, publicado bajo las directrices de Stewart y su supervisión, era
Christian). Stewart no regresó al hogar entre 1833 y 1839.
Algunos historiadores del Oeste se han dedicado a buscar las diferentes ortografías de
su nombre y debido a las variaciones de este dudan de su autoría de Altoiuan.
Aparece en los listados del ejército como Stewart. La baronía había sido creada con el
nombre de Steuart y todos los documentos heráldicos usan esa ortografía. La variante
Stuart, que también usó en ocasiones, denota consanguinidad con la casa real. <<
algún tipo de agente británico. Las condiciones de guerra han hecho imposible
realizar una investigación de los archivos del Ministerio de Guerra, con los que tal
vez se podría zanjar la cuestión. Pero no puedo creer que ningún oficial del ejército a
media paga pasara seis años en el territorio de Oregón en este periodo sin presentar
informes ocasionales a la autoridad, o que esa autoridad no le hubiera requerido e
incluso ordenado tales informes. Finalmente se descubrió que George Frederick
Ruxton actuó como agente británico en 1846 y 1847, cuando partió a cazar al Oeste,
aunque hace quince años fui severamente reprendido por expertos historiadores por
afirmarlo. <<
por la fotocopia de la factura y con la Sociedad por el permiso para usarla. <<
Bluff fue llamado así por un trabajador de Smith, Jaclcson & Sublette que cayó
enfermo en Laramie Creek, a más de cincuenta millas al oeste, fue abandonado por
los tramperos que se habían quedado allí para cuidarle, y vagó delirante y se arrastró
hasta ese punto en su camino de regreso antes de morir. La misma partida de regreso
a las montañas encontró sus huesos a los pies de los riscos de Scott’s Bluff el año
siguiente. La historia fue relatada por primera vez por Irving. A cierta distancia al
oeste de Ash Hollow, donde la ruta normalmente alcanzaba el Platte Norte, estaba la
isla de Brady, que se suponía que recibía ese nombre por un incidente similar. Dos
tramperos de una partida que estaban recolectando pieles en barca río abajo por el
Platte se pelearon y uno de ellos, Brady, fue asesinado por el otro mientras estaban
acampados a solas. El asesino informó de que la pistola del propio Brady se disparó
accidentalmente y lo mató. Más adelante por la ruta, él mismo se disparó
accidentalmente y confesó su crimen antes de morir. Rufus Sage afirma que las
muertes tuvieron lugar «hace ya unos ocho años», lo cual situaría el suceso en 1833,
el primer año de Stewart en el Oeste. En 1838, Myra Eells, que escribió el nombre
como «Brada», sitúa la fecha en 1827. <<
hacían con la piel debía ser cosida por en medio. Cuando deseaban hacer un abrigo de
una sola pieza o usar la piel para una canoa, rodaban el cuerpo del animal sobre un
costado, lo cual hacía más inaccesibles los cortes de carne más deseados. Se debe
tener en cuenta que no había manera de colgar en vertical el cadáver para su
descuartizamiento y que no se podía girar al animal sobre su espalda por la giba de
este. <<
de carnicero común con una hoja más o menos pesada según preferencias. También
lo era el cuchillo de arrancar cabelleras de los indios, aunque los pieles rojas preferían
los más pesados que pudieran permitirse en el momento de la compra (el
«arrancacabelleras» costaba de veinte a cuarenta centavos en San Luis. Los indios
también encargaban a un herrero que le afilara una hoja de cualquier trozo desechado
apropiado, por ejemplo, parte de una espada de caballería o una escofina desgastada,
y luego lo engarzaba en un mango de hueso, madera o cuerno. Su preferencia por las
hojas pesadas puede ser observado en cualquier museo. Una de estas hojas expuestas
en el National Museum que se supone que perteneció a Toro Sentado es casi media
pulgada de ancho por la parte trasera). Los mejores cuchillos eran británicos, por
supuesto, y mucho antes del tiempo que nos ocupa fueron grabados con las iniciales
«G. R.» para su exportación. Las letras, que significaban «George Rex», debieron de
ser conservadas hasta el reinado de Victoria para convencer a los indios de que era el
producto estándar y, de hecho, esas mismas iniciales eran grabadas en cuchillos
fabricados en Estados Unidos para hacer frente a la competencia. Pero para el
trampero, «G. R.» significaba «Green River». De ahí la frase «hasta el Green River»,
hasta la empuñadura, hasta el final, tan profunda y duramente como fuera posible. <<
Stewart estuviera nunca en Pawnee Fork (del Arkansas). Sus movimientos durante la
primavera de 1834, la única vez en que pudo haber estado allí, no pueden ser
rastreados, pero se encuentra demasiado al este para que sea probable. No existe
ninguna prueba de que Stewart viajara alguna vez a territorio chippewa
(aproximadamente lo que hoy es Minnesota) y los hechos conocidos confirman casi
totalmente que jamás visitó aquel lugar. Sin duda, vio muchas bandas errantes de
cheyenes y posiblemente vivió durante un tiempo en un poblado cheyene, pero su
aventura amatoria, si es que pasó en realidad, lo más probable es que fuera a expensas
de un «jefe» snake. <<
cuando llegaron a las montañas. Tras nombrar a un suboficial a cargo del grupo que
debía regresar a la desembocadura del Yellowstone por la ruta que habían recorrido el
año pasado, cada uno de los capitanes se embarcó en una exploración nueva: Clark
hacia el sur, Lewis hacia el norte. Durante más de un año la expedición había estado
oyendo terribles historias sobre la beligerancia de los pies negros y ahora, casi a
finales de julio, Lewis encontró a algunos en una bifurcación del río Marias. Eran
gros ventres (atsinas), de la tribu ya mencionada en el texto, aliados pero sin relación
familiar ni lingüística con los verdaderos pies negros (los siksikas). Los gros ventres
estaban en su estado de ánimo habitual y finalmente uno de los hombres de Lewis
tuvo que matar a uno de ellos y el propio Lewis a otro (estos fueron los únicos indios
que mataron en toda la expedición). Los historiadores frecuentemente han atribuido
el implacable antiamericanismo de los pies negros a este incidente. Otros, siguiendo
las teorías de Chittenden, atribuyen su hostilidad a una ocasión en la que John Colter,
un veterano de la expedición de Lewis y Clark, y el primer hombre de montaña,
ayudó a una banda de crows con los que viajaba a derrotar a una banda de pies
negros. Y aún otro tercer incidente involucra a Wilson Hunt. Tengo la impresión de
que la importancia de estos incidentes ha sido sobrevalorada. La verdadera
continuidad no la presentan las ofensas de los norteamericanos sino el carácter de los
pies negros; una extrema especialización de la vida salvaje. De las tribus de las
llanuras solo los comanches poseían una ferocidad comparable y solo estas dos tribus
practicaban la tortura lenta y prolongada. Los pies negros se negaban a respetar ni tan
siquiera las débiles convenciones de las treguas formales y provisionales a las que se
sentían sujetas la mayoría de tribus. Tanto sus aliados como sus enemigos los
consideraban traicioneros. Como indios duros, que sabían y decían a todo el mundo
que eran duros, no solo consideraban el asesinato la forma más barata de comercio,
sino que además lo disfrutaban mucho más que la mayoría de los indios. No eran más
hostiles con los norteamericanos que con los flatheads, los snakes, los crows y con
casi todos los demás. <<
más detenidamente en la obra Life in the Rocky Mountains de W.A. Ferris, una de las
narraciones de montaña más valiosas. Fue excelentemente editada por Paul C.
Phillips en 1940. <<
precios antes de partir a su segunda operación, afirmó que la RMF Company había
sacado un total de 60.000 dólares en pieles en 1831, 1832 y 1833. Era un heroico
cálculo a la baja. <<
Milo M. Quaife, p. 57. Leonard es testigo útil de muchas cosas y resulta muy
esclarecedor en cuanto a los detalles del oficio y la vida de montaña, pero debe ser
consultado con cuidado. Este pasaje es típico: sus fechas llevan un mes de retraso y
su versión de los incidentes difiere radicalmente del resto de los testimonios de otros
testigos. <<
cuántos gros ventres. Pero el hecho de que estos últimos no pararan de llegar prueba
que superaban con creces en número a los blancos. Si no hubiera sido así, se habrían
dado la vuelta y se habrían diseminado. Al menos según sus cálculos (los indios no
sabían nada de las fuerzas que había en Pierre’s Hole) eran lo suficientemente
numerosos para arrasar. <<
que fue Godin el que realizó el disparo, pero era mejor plan que fuera él el que
estrechara la mano con el indio, ya que los pies negros consideraban inferiores a los
flatheads. Algunos testigos no mencionan el incidente y por lo tanto algunos
estudiosos actuales han llegado a la conclusión de que no tuvo lugar. No se puede
dudar de que sí pasó, como la experiencia de Townsend aclarará más adelante. <<
aquella época un nieto de Daniel Boone era un accesorio típico en cualquier historia
de aventuras. <<
ofrece ninguna cifra. Ciento cincuenta en efecto sería una partida de guerra muy
grande para los tiempos que corrían y las tribus de la época, mucho más grande de lo
habitual. Por otro lado, los pies negros habían partido dispuestos a obtener la victoria
ese invierno y tal vez montaran una expedición de ese tamaño. En general, es más
seguro reducir la mayoría de las estadísticas de guerra en la literatura. Un indio cuya
banda había vencido a una partida enemiga, o había sido vencido por una, tenía
buenas razones para exagerar el número de efectivos enemigos. Los hombres de
montaña eran habitualmente entrevistados por periodistas del este y no se amilanaban
a la hora de impresionarlos; los periodistas, a su vez, magnificaban su gloria. <<
en mapas como el río Big Wood, en los condados de Blaine y Lincoln, Idaho. Este es
el Malade, Maladi, Sick y río Sickly de la literatura, así llamado porque toda una
partida de tramperos se pusieron gravemente enfermos allí tras comer carne de castor
en mal estado. <<
castor se pagaba a 4,50 dólares la libra en marzo y 3,50 dólares en octubre. <<
La acción de la novela comienza el año del primer brote de cólera asiática, que fue en
1832, y el protagonista se dirige al oeste al año siguiente. Además, aunque Stewart
asistió a seis rendezvous anuales y también se narran sucesos de algunas otras en su
historia, la que describe es básicamente la de 1833 y un número de incidentes
supuestamente de ficción pueden ser reconocidos como históricos. <<
fuente fiable, y por Wyeth, que casi siempre lo es. Coues, que los contradice,
interpreta erróneamente a Irving, que a su vez parece haber malentendido las
anotaciones de Bonneville. Hay confirmación independiente de Wyeth y Ferris en las
notas a pie de página (y en el texto) de Edward Warren, que Coues no había leído. <<
<<
de Wyeth en 1834 llevaba un rifle de dos cañones. No podía ser nadie más que Wyeth
y no es probable que tuviera un rifle Manton. Ni tampoco en el mes de agosto de
1833 Stewart, el recién llegado, tenía derecho a tratar a Wyeth de novato… no lo era.
<<
Una de muchas razones por las que a los hombres de montaña les gustaban las mulas
era que estas mostraban unos niveles de desagrado mayores al olor indio, haciéndolas
unos excelentes centinelas auxiliares. <<
totalidad. <<
Beckwourth. <<
dibujó la escena con acuarelas. Es la ilustración Nº. 149 de «Bocetos de Notas para
los dibujos indios» y Nº. 179 de las ilustraciones de la Walters Gallery. Más tarde
pintó un óleo enorme para el castillo Murthly, mejor descrito en las notas de la
Walters Gallery.
«Ataque de Los indios crows. El incidente aquí ilustrado tuvo lugar en un viaje
anterior a nuestra compañía y está sacado de una narración realizada por una de las
partidas. Un óleo pintado a partir de este dibujo proporciona al cardenal Wiseman el
tema de una de sus conferencias en Londres y como él lo describe más jovialmente
que nosotros podríamos hacer, les ofrecemos su descripción. Tras ciertos
preliminares, continúa de la siguiente manera: “Él (el capitán Stewart) está a la
cabeza de su tribu, un grupo pequeño e insignificante de hombres, amenazados por
otro mucho más numeroso y poderoso empeñado en su destrucción. Él mismo se ha
convertido en el jefe de su tribu; pero cuando el enemigo se acerca para luchar, su
adivino les advierte que no vencerán a menos que la otra parte ataque en primer lugar.
El cuadro representa a este caballero a la cabeza de su pequeño grupo de hombres,
rodeado de salvajes vociferantes e irritados; estos le provocan para que luche
lanzándole los puños al rostro, sacudiendo los tomahawks por encima de su cabeza,
usando los gestos más insultantes y pronunciando las palabras más ofensivas. Pero él
permanece calmado y no pierde la compostura en medio de todos ellos, consciente de
que su seguridad, no solo la suya sino también la de todos los que confían en él
depende del completo control de sí mismo. Considero esa una actitud y una posición
a la altura de un héroe. Pero se preguntarán cómo voy a aplicar esto. Permítanme que
les muestre otra ilustración de una competición psicológica. Uno se acerca con la
intención de pelearse contigo, como decimos, y te insulta en presencia de otros. Te
provoca. Incluso te calumnia y dice las cosas más ignominiosas e injustas sobre ti. Te
amenaza. Te hace reproches. Ahora, recuerda, mientras puedas mantenerte en
silencio, mientras puedas controlar la lengua, tu adversario carece de poder y tuya es
la victoria. En breve, su repertorio de vituperaciones se agota; poco a poco consume
todo su vocabulario violento; como un hombre practicando esgrima con el aire sin
encontrar resistencia, su ira se autodestruye, él languidece, se retira desconcertado,
avergonzado y arrepentido por representar ese papel solitario; tú estás tranquilo
durante todo el tiempo, impertérrito, satisfecho, en paz. Pero pronuncia una sola
palabra para replicar y tu adversario habrá ganado un punto; la Victoria ya no es tuya.
Ahora pertenece al fuerte. Has soltado los perros de la guerra y estos lucharán hasta
el final. Has abierto el océano contenido en tu propio corazón. Has provocado una
tempestad, un relámpago sucede a otro relámpago, y un trueno a otro trueno y solo
aquel que sepa disparar o arrojar una lanza con mayor puntería o rugir más alto
Union. En la primera carta que se cita en este párrafo (dirigida a Mitchell en Fort
McKenzie), McKenzie alude a «mi amigo el capitán Stewart». Esto solo puede
significar que Stewart lo había conocido en San Luis la primavera anterior. También
menciona a Stewart en una carta dirigida a Pierre Chouteau hijo (Libro de Cartas de
Fort Union, 16 de diciembre de 1833). <<
1856, es ahora una rareza. Al igual que la reimpresión de 1892 editada por Charles
Godfrey Leland. La introducción y las notas de Leland son totalmente prescindibles.
Yo mismo publiqué una tercera edición en 1931 y esta, aunque también está
descatalogada, es mucho más accesible que sus predecesoras y tiene un formato más
legible. Mi introducción es lo suficientemente correcta, pero muchas de mis notas son
inexactas o directamente erróneas… Debería haberme esperado algunos años antes de
escribirlas.
En su introducción, Leland cuenta una buena historia que ayuda a hacerse una idea de
la reputación que Jim tenía entre sus iguales. Algunos de ellos habían comenzado a
trabajar en la minería en los territorios del oro de California. Al oír la sorprendente
noticia de que Jim había escrito un libro, se decidieron a conseguir un ejemplar la
siguiente vez que uno de ellos acudiera a la ciudad a por provisiones. El encargado no
estaba acostumbrado a la vida literaria y regresó con una copia de la Biblia. Esa
noche, cuando los chicos se reunieron para escuchar, abrió el libro por la historia de
Sansón. Cuando llegó al pasaje en el que el héroe ata zarzas ardiendo a las colas de
trescientos zorros y los suelta en los campos de maíz de los filisteos, uno de los
oyentes no se pudo aguantar más. Se levantó y protestó. «Ahí lo tienen», dijo, «esas
son las típicas mentiras de Jim Beckwourth que reconocería en cualquier lugar». <<
serio.
Veinte páginas antes de este pasaje, Jim afirma que él estaba presente en la quema de
los arikaras descrita anteriormente, pero no es cierto. En este caso, está intentando
explicar un ataque contra una de las partidas de Bonneville y lo atribuye a la vileza de
un mestizo que había aparecido por el territorio de los crows. El efecto buscado es
sugerir que Jim había estado presente en uno de los atracos a los hombres de
Bonneville y, como en este contexto, lo explica de primera mano.
La mención del mestizo sin nombre es interesante. Jim era mestizo y también lo era
Edward Rose, cuyas hazañas heroicas se apropia con frecuencia. Rose, un hombre de
montaña previo a Ashley, vivió durante algunos años entre los crows y podría haber
seguido con ellos durante el primer año aproximadamente de la estancia de
Beckwourth. Era un personaje feroz con nervios de acero y nueve vidas. Tenía una
reputación de traicionero que no parecía ser merecida. Obviamente, Beckwourth
sentía envidia por la gloria de sus hazañas, pero no hay ninguna razón para intentar
dilucidar cuáles eran de Jim y cuáles de Rose. La más debatida de todas, un asalto a
un fuerte de pies negros, probablemente fuera de Jim. <<
septiembre de 1833 hasta la rendezvous de 1834. Ninguna de las pocas cartas que nos
han llegado ni ningún pasaje de sus dos novelas alude al más mínimo aspecto de la
vida invernal (por otro lado, ninguna de esas cartas se retrotrae hasta ese invierno y
nadie le ve en los Estados).
La prueba negativa de que pasó el invierno en las montañas es más sólida. Es de
cierta importancia que ninguna caravana con destino a los Estados durante 1833
incluyera su nombre. Es más significativo que ninguna partida con destino a las
montañas durante 1834 lo mencionara… y todas están documentadas (casi con toda
seguridad había estado con Bill Sublette, cuyos viajes pueden ser seguidos con
detalle). Pero todos los relatos sobre la rendezvous de 1834 lo mencionan y esto
justifica la conclusión de que llegó allí con la partida con la que realizó la caza de
primavera.
Esa conclusión está firmemente refrendada por una nota a pie de página en Edward
Warren, pp. 288-289. Como ya he señalado, las notas han sido escritas por Stewart en
primera persona y muchas de ellas son históricamente exactas. En esta, Stewart está
fechando un incidente que está descrito en mi capítulo VIII. Él dice: «Fue en la
primavera de 1834, yo estaba con Jem [sic, un fallo tipográfico, no ortográfico: el
texto de Edward Warren contiene muchos errores tipográficos], Bridger y uno de los
cazadores más valientes y más gallardos del día, el capitán Lee del Ejército de los EE
UU, en una cordillera de montañas en cuyas pendientes occidentales nacen las aguas
fluviales de California y cerca de la ciudad de Taos». Se debía de referir a Stephen
Louis Lee, uno de los primeros partisanos de Kit Carson. Taos no era en absoluto una
ciudad y la descripción geográfica es demasiado burda para un hombre de montaña,
incluso para uno que estuviera recordándolo en Escocia veinte años más tarde, porque
ningún «agua fluvial de California» nace en Nuevo México. Sin embargo, tanto el
San Juan como el Little Colorado desembocan en el río Colorado desde Nuevo
México y un largo tramo del bajo Colorado en efecto discurría en California. Aparte
de la geografía, aquí hay una afirmación inequívoca de que Stewart estaba cerca de
Taos en la primavera de 1834. Es casi inconcebible que hubiera podido llegar hasta
allí desde los asentamientos. Y es particularmente poco probable que una caravana de
Santa Fe procedente de Independence le hubiera conducido hasta allí tan pronto.
La nota sugiere que la brigada de Bridger podría haber viajado durante un tiempo con
las de Fraeb y Gervais, que Meek encontró en Bill Williams Fork cuando regresaba
de su viaje a California (Victor, 152). Finalmente, el lector que desee rellenar con
especulaciones los vacíos en la narración de Meek y realizar una serie de hipótesis sin
base podría encontrar aquí ciertos argumentos a favor de la afirmación sobre Stewart,
variaciones, es la base de esta parte del diario del teniente James H. Bradley,
publicado en el volumen III de Contributions to the Historical Society of Montana.
Otras partes del Diario de Bradley en volúmenes posteriores son excelentes en este
aspecto y periodo del comercio. <<
los Pies Negros del Norte (o, más bien, los Pie Negro del Norte) y han diferenciado
entre los piegan(s) del norte y los piegan(s) del sur, que eran una sola tribu para los
hombres de montaña, siendo los segundos con los que normalmente entraban en
contacto. Lingüísticamente, los pies negros pertenecían a la familia algonquina, que
incluía a la mayoría de los indios que conocemos a través de Parkman y Cooper, a
excepción de los iraqueses y la mayoría de los famosos indios de los Grandes Lagos y
del alto Medio Oeste, entre ellos Halcón Negro y la Hiawatha de Longfellow. Los
arapahoes y los cheyenes también eran algonquinos, al igual que los crees de las
Llanuras. También eran los confederados de los pies negros, los gros ventres (atsina).
En sus territorios canadienses, los pies negros tenían otro pequeño grupo de
confederados, una tribu dura e inteligente que hablaba la lengua déné, los sarsis, que
adoptaron toda la beligerancia de sus aliados. Juegan un memorable papel en la
historia del comercio de pieles canadiense. Sus artefactos están habitualmente bien
representados en los museos.
El origen del nombre de pies negros es incierto. La tradición lo relaciona con el
ennegrecimiento de los mocasines de alguien por las cenizas del fuego en las
praderas. Nadie osaría negar el historial de atrocidades de los pies negros, pero parte
de este es inmerecido. Algunos soldados, exploradores, viajeros e incluso
historiadores los confundían con las subdivisiones sihasapas de los sioux del Teton,
que llevaban mocasines negros, eran llamados pies negros y cometieron muchos
asesinatos que fueron atribuidos en los libros a los verdaderos pies negros. <<
Price. Cuando ese regimiento llegó a Santa Fe, pusieron a su mando un destacamento
que fue transferido al Primer Regimiento de Misuri a las órdenes de Doniphan y
luchó la gran campaña con este. He señalado brevemente algunos de sus prodigios en
The Year of Decisión. <<
la cuestión a lo más básico. Un rifle Hawken disparaba con precisión más allá de las
cien yardas cuando estaba nuevo y en buenas condiciones y cuando era usado por un
hombre sin prisas; era más o menos efectivo hasta doscientas yardas; podía matar
más allá de esa distancia. Y lo mismo podía hacer un buen arco. Mis distancias son
aquellas en las que un trampero o un indio lograba matar. Varias voces expertas
afirman que un fusil de avancarga de pedernal podía ser cargado, apuntado y
disparado cinco veces en sesenta segundos. No lo creo. Los especialistas no pueden
llegar a tanto ahora con armas mejor diseñadas y dudo que nadie pueda. Incluso
aceptando la eficacia que da la desesperación de hombres con mentes frías en peligro
de muerte, se tardaba unos veinte segundos en cargar un rifle de trampero (para
mayor precisión era necesario que la bala estuviera prensada; cuanto más preciso era
el rifle, más tiempo tardaba en asentarse la bala; además, la pólvora debía ser
cebada). Se tardaban unos diez segundos en apuntar y disparar el rifle… si se quería
realizar un buen tiro. El tirador disparaba apoyado sobre una rodilla, sujetando el
cañón con la mano izquierda, en la que sujetaba la baqueta, o tumbado, o en
ocasiones sobre la espalda. Si era capaz de cargar y disparar en doce segundos,
entonces la bala quedaba tan suelta que no salía recta y su puntería era tan mala que
la mayor o menor holgura de la bala no importaba. En treinta segundos un indio
podía disparar ocho o diez flechas a un blanco.
Este lapso de tiempo de peligro en el que se recargaba mientras el indio se
aproximaba a su rango de tiro efectivo o incluso más cerca, es el que eliminaron
finalmente las armas de repetición. La revolución que produjo el revólver Colt
consistió, en primer lugar, en que proporcionó al hombre blanco cinco tiros (no seis
en los primeros modelos), mientras que el indio esperaba que solo tuviera uno y, en
segundo lugar, en que podía ser usado a caballo con la misma rapidez y casi el mismo
alcance de tiro que un arco, mientras que el rifle era demasiado pesado en la silla de
montar. Tras el periodo que nos ocupa, el desarrollo de rifles y munición que
incrementó enormemente el alcance efectivo, principalmente los Sharps,
proporcionaron al hombre blanco otra ventaja. Finalmente, se desarrollaron carabinas
o rifles de cañón corto para ser usados a caballo. <<
calculadas por un militar que debía calcular alcances correctamente, para apoyar la
nota anterior. Ochenta y seis pasos es menos de setenta y cinco yardas, y se acepta
que esta es una buena distancia de tiro. A trescientas yardas, los assiniboins se
consideraban fuera de rango del fuego procedente del fuerte. <<
verano de 1834: estaba siendo transportada en el Assiniboin río abajo cuando el barco
naufragó y se incendió. Maximiliano mantuvo correspondencia con varios de sus
amigos del oeste durante algunos años y Kenneth McKenzie en una ocasión le visitó
en Wied. <<
detectarlos antes de que llegaran al Humboldt. Zenas Leonard afirma que prepararon
la carne en «la orilla oeste» del Gran Lago Salado, pero definitivamente está
equivocado. No había búfalos allí y no pudieron partir hacia el oeste desde ese punto,
como dice Leonard que hicieron, sin cruzar el Desierto de Sal. Es imposible creer que
Leonard, cuya narración es minuciosamente detallada, no describiera ese
extremadamente difícil e igualmente pintoresco territorio si lo hubieran atravesado
(las autoridades sobre la exploración en el Oeste son unánimes en que el Desierto de
Sal no fue cruzado por nadie entre Jed Smith y la Partida de Bartleson). Las
descripciones que Leonard ofrece desde el Gran Lago Salado hasta el Humboldt son
imposibles de identificar; podrían referirse a todo el territorio desde
aproximadamente Kelton, Utah, hasta aproximadamente Wells, Nevada, y también
apunta al norte. <<
cuarenta dólares. Debió de costar más en Canadá, cuando los franceses y los
británicos trabajaban en territorio virgen. Habría sido castorgras, una piel de castor
usada durante un año o más y por ello transformada en la mejor piel para el proceso
del fieltro. <<
literatura del Oeste en ocasiones se confunde con otro término de amplio significado:
«root-digger» [excavador de raíces], el cual describe a todas las tribus, la mayoría
tribus superiores, que vivían en lugares donde el alimento básico eran las cosechas de
raíces y bulbos comestibles. Algunos de estos alimentos eran importantes fuentes de
alimento, en especial las camas (quamasia quamash y especies relacionadas), la raíz
amarga (lewisia rediviva y especies relacionadas), la raíz de pan o nabo de las
praderas (psorale a esculenta y especies relacionadas), la raíz galleta (cogswellia
triternata y especies relacionadas), la yampa (carumgairdneri, c. kelloggi, c.
organum) y muchas especies de lirios.
Pero los hombres de montaña usaban el término «diggers» para referirse a los
marginados económicos que Walker encontró allí. Vivían en los desiertos baldíos de
Nevada, Utah, el sur de Idaho, y el suroeste de Colorado. Probablemente, todos ellos
pertenecieron a lo que los etnólogos denominan la familia uto-azteca, que los
emparentaba no solo con tribus como los snakes, los comanches, los utes, los pimas y
los hopis, sino también con los mayas y los aztecas. Sin embargo, habían quedado
reducidos a simples nativos de Oklahoma y ahora eran un grupo marginal. Un tanto
mejor paradas que la mayoría de ellas resultaron varias tribus de California al oeste
de la Sierra; algunas de estas tribus habían sido evangelizadas por misioneros y por lo
tanto integradas como peones, pero por lo tanto también ascendieron a un estatus
social superior al de los diggers. Estas tribus californianas son las únicas que han sido
ampliamente estudiadas; los etnólogos agrupan a la mayoría de estas (grosso modo)
bajo el nombre de gosiutes (en Utah) y paiutes (en Nevada, los «piutes» de las
tempranas historias de terror). Powell se refiere a los que Walker encontró como
paviotsos.
Según los testimonios, era una tribu muy poco dada a la higiene, pero en una ocasión
ellos mismos experimentaron un asco igual o incluso mayor. Algunos de ellos se
acercaron a rastras para espiar las casuchas cubiertas de nieve de la partida de Donner
y vieron a los hombres blancos alimentándose no de larvas y escarabajos, sino de sus
propios muertos. <<
han protagonizado el relato por atracción. Nótese, sin embargo, que la historia de
comer carne humana hecha pasar por otra carne es bastante común en el folclore y las
literaturas primitivas. La mayoría de las tribus indias poseían dicha leyenda. Los
psicoanalistas se enfrentan a una fantasía idéntica en el ejercicio diario de su
profesión. La literatura oral de la frontera norteamericana suaviza el canibalismo
restringiéndolo a la ingesta de algún animal tabú, tal como una mofeta o un mapache
(que los pioneros detestaban por su valor totémico, aunque algunos gourmets lo
aprobaban), para inmediatamente vomitarlo cuando el cocinero revela su pequeña
broma. En esta versión, el cuento aparece a lo largo de todas nuestras fronteras. <<
Young, como muestra mi texto, y también a las incursiones posteriores de Joe Walker,
que se inició en el negocio de los caballos californianos cuando el comercio de la piel
se fue apagando (Walker fue visto en Fort Bridger de regreso de uno de esos viajes de
negocios en The Year of Decisión). Pero hay tantos detalles que son reproducidos
exactamente de la visita de Walker en 1833 que sospecho que otros detalles, ahora
irreconocibles, también podrían ser verídicos. Será un problema bastante entretenido
a resolver por el próximo historiador de Bonneville, que tendrá que tener en cuenta
que Ruxton habló con más hombres de montaña de los grandes tiempos que ninguna
otra persona que escribió sobre ellos. <<
sus cartas dirigidas a S. K. Warren en 1857. Véase el Informe del Ferrocarril del
Pacífico (título completo en mi bibliografía), Vol. XI, 32-33. <<
grande y delgado de cuero sin curtir con el frontis y la solapa pintada o bordada y que
era usada principalmente para guardar la carne seca. En un museo, «parfleche»
siempre significa este baúl de Saratoga indio, pero la sinécdoque no puede limitar al
historiador. Para el trampero, «parfleche» significaba «cuero sin curtir», el propio
material, no los objetos hechos con este. <<
con mocasines. Tras un par de días «tenía ganas de rendirme, abandonar el viaje y
lanzarme al suelo desesperadamente desconsolado». Un mestizo le enseñó a
ajustárselos en ángulo oblicuo, lo cual pronto alivió sus dolores. <<
de un búfalo podía llegar a pesar hasta ochenta libras y todos los procesos de curado
se hacían manualmente. ¿Cómo confeccionaba una squaw una capa a partir de una
piel fresca? Primero la clavaba en el suelo con el lado del pelo hacia abajo y raspaba
la carne, los tendones y tegumento con una herramienta de lijado con mango curvo de
cuerno en el que se había insertado una cuchilla de hierro. Luego mojaba la parte de
la carne con agua caliente y una especie de grasa, los cerebros y otro tipo de grasas
según le hubiera indicado su tutor o su propia medicina. Esta grasa debía ser untada
en la piel con una piedra lisa o algo similar, un proceso laborioso, tras el cual se
volvía a tender la piel al sol. Esta se encogía bastante mientras la grasa penetraba. El
siguiente paso era ablandar la piel con agua y luego hacer que recuperara su tamaño
natural y hacerla flexible torciéndola, arrugándola y tirando de ella… lo cual requería
el trabajo de dos squaws durante muchas horas. Ese es todo el tratamiento que la capa
recibía y para comerciar con ellas se realizaba tan rudimentaria y rápidamente
posible.
Si se tenía que eliminar el pelo de la piel, entonces tenía lugar un paso adicional en
este punto: se remojaba en un río y posiblemente se trataba con cenizas hasta que el
pelo se desprendía y podía ser raspado fácilmente. En cualquier caso, se trabajaba con
las manos y la parte de la carne se lijaba con una piedra rugosa o una cuchilla dentada
de metal para hacerla flexible. Mientras se secaba iba destiñéndose hasta adquirir un
color gris y blanco. El paso final era el más difícil. Se estiraba en diagonal un cordel
de piel sin curar y se cortaba la piel en innumerables trozos. La squaw usaba todo su
peso y preferiblemente con una amiga para alternarse el trabajo.
Todas las pieles recibían aproximadamente el mismo tratamiento, aunque con ciertas
diferencias específicas. La mayoría de aquellas usadas para confeccionar prendas de
ropa y casi todas las de mejor calidad, fuera cual fuese el uso al que estaban
destinadas, eran ahumadas sobre hogueras sin mucha llama. Una piel bien ahumada
era impermeable y al secarse permanecía blanda. Las bonitas prendas color crema y
blanco que se ven en los museos todavía no habían sido ahumadas; se aclaraban de
varias maneras y se blanqueaban con distintos tipos de tierra. <<
grosor y tal vez unos cuarenta y cinco centímetros de largo, un tamaño apropiado
para su manejo por las partidas de guerra. Estos fardos eran un artículo habitual de
comercio, así como lo eran el pemmican y las grasas. <<
indio de las plantas para usos medicinales. Las discusiones sobre el uso de las plantas
como alimento no procedente de la agricultura son menos comunes. Una lista
exhaustiva, nada más que una lista pero de gran ayuda para el estudioso, es Food
Plants of the North American Indian de Elias Yanovsky. Hay escasa literatura sobre
el uso indio de las carnes y no he sido capaz de encontrar ningún tratado sobre el
fascinante tema de la cocina india. <<
en Fishing Bridge», como Archer Butler Hulbert afirma en Where Rolls the Oregon.
<<
duda alguna. Pero el relato de Russell es tan escueto en este pasaje que se podría
interpretar que la ruta fue por el brazo occidental del Lewis Fork y hacia el lago
Lewis (todo ello dentro del parque Yellowstone). El señor Hulbert duda de la
afirmación de Russell acerca de que cruzaron las Tetons y afirma que debieron de
rodearlas por el norte. No veo ninguna razón por la que no fueran a cruzar la
cordillera montañosa o bien a través del cañón Moran o el cañón Cascade. El primero
de estos pasos es el más probable, pero ninguno de ellos hubiera supuesto una
excesiva dificultad a experimentados hombres de montaña. <<
blancas. Había llegado a tal conclusión porque los hombres blancos siempre estaban
ávidos de squaws. <<
Wilson. Los hidatsas son los minnetarees, indios que vivían en poblaciones, vecinos
de los mandans pero parientes de los crows. Los tres artículos sobre ellos se
encuentran entre los más útiles de los actuales estudios indios. <<
partió diez días después de Wyeth, lo cual es imposible. Pudo haber como mucho tres
días de diferencia, y lo más probable es que fueran dos… adelantó a Wyeth a los trece
días de su partida. <<
embargo, Kit Carson afirma que el campamento de invierno de Bridger estaba situado
en el Snake, cerca del lugar donde habían pasado el invierno anterior. Como Meek,
Carson tendía a equivocar las fechas. <<
Carson aceptada aquí a falta de una verificación y que data estos sucesos a principios
del año 1834. Y se basa en que Carson afirma que ese fue el año en el que volvió a
unirse a la RMF Company, mientras que en la rendezvous Fontenelle de la American
Fur Company le dio un crédito de Pratte, Chouteau & Company, la compañía
operadora, a cuenta de la expedición de 1834. No hay ninguna discrepancia. Carson
sin duda no se unió como trampero a Fitzpatrick o a ninguna otra brigada: había
ascendido demasiado alto para eso y sin lugar a dudas les acompañó como trampero
libre. De él dependía vender las pieles donde quisiera. Podría perfectamente haber
comerciado con ambas compañías en la rendezvous y podría haber obtenido un
beneficio de 70 dólares, que cubría el crédito de Fontenelle. <<
Podrida era un crow y no había ningún crow en la batalla de Pierre’s Hole ni tampoco
en esta rendezvous. De hecho, Barriga Podrida se encontraba realizando una
incursión contra los pies negros desde la cual decidió no dirigirse al hogar. <<
diarios los confunden. Era un nombre fácil de emplear para referirse a alguien, de
hecho, y a Kit Carson, que era un hombre pequeño, muchos indios lo llamaban
Pequeño Jefe. <<
original. Las demarcaciones tanto de latitud como longitud de varias fuentes son
irreconciliables. Probablemente estuviera situado cerca de la desembocadura del
Portneuf. Se encontraba a bastantes millas de la actual población de la agencia del
mismo nombre. <<
que el primero expresa una sospecha más que una certeza. Véase también Red
Cloud’s Folk de George E. Hyde. <<
Parker, que tal vez no presenció la pelea, afirma que Shunar suplicó por su vida
mientras Kit iba a por otra pistola y lo perdonó. Tanto Sabin, que también dice que
existía una rivalidad por una joven arapahoe, como Vestal, cuentan la historia tal
como la he narrado aquí y en el folclore del comercio de pieles se cuenta que Carson
en efecto mató a Shunar. Sin embargo, se debe señalar que ninguno de los testigos
habla de un campamento arapahoe en la rendezvous de 1835 y que Vestal incluyó en
su recuento detalles de esa rendezvous que tuvieron lugar en la de 1834. <<
dictó a Jesse B. Turley, pero con relación a la rendezvous de 1837 (la que vivió
Miller). Él «será recordado para siempre», afirma Carson, «por su tolerancia y
muchas y buenas cualidades por los hombres de montaña que tuvieron el honor de su
amistad». Lakeside Classics edition, p. 52. <<
y Fitzpatrick. El diario de Whitman revela que la caravana llegó al «puesto del señor
Cabanny cerca de Council Bluff» el 10 de octubre. El viejo puesto comercial de
Cabanne, más tarde abandonado por la Compañía a favor de Bellevue varias millas
río abajo, estaba tal vez a unas veinte millas al sur del verdadero Council Bluff de
Lewis y Clark. Whitman partió hacia Bellevue el 12 de octubre y permaneció allí
hasta el día 20 de ese mes, cuando partió río abajo en uno de los barcos de la
Compañía bajo el mando del propio Cabanne. El 16 de octubre, Stewart escribió a
William Sublette una de las pocas cartas que han sobrevivido. Está fechada en
«Council Bluffs» pero como ese término aludía a todo el territorio podría haber
estado en el puesto de Cabanne o incluso en Bellevue. Afirma que envía esa carta con
«unos barcos que se dirigen río abajo», sin duda embarcaciones de la Compañía y
presumiblemente los capitaneados por Cabanne. Supuestamente, Stewart se iba a
dirigir a San Luis con Fitzpatrick por tierra. En cualquier caso, solo podía haber
viajado con Fitzpatrick desde las montañas y había llegado a la rendezvous sin tan
siquiera una partida propia. <<
tuvo lugar al oeste de la Divisoria, no junto al Sweetwater como afirma Meek en The
River of the West. Meek y Gray describen la escena y admiten su mayor significación.
Existe una vasta literatura sobre Whitman, sus compañeros, su misión en Waiilatpu y
la de Spalding en Lapwai. Marcus Whitman, M. D., de Clifford M. Drury, es la mejor
biografía. Su Henry Harmon Spalding también es de un valor incalculable. Las cartas
y diarios de Narcissa Whitman fueron publicados en Transactions de la Oregon
Pioneer Association de 1891 y en el Oregon Historical Quarterly, 1936-1937, y más
tarde se reeditó por separado como The Corning of the White Women. El diario de
Eliza Spalding está en Memoirs of the West, de Eliza Spalding Warren. <<
una pieza que atesoraba y que probaba la petrificación al «viejo capitán Stewart (un
hombre inteligente, a pesar de ser inglés)». Ruxton pone en boca de Harris la historia
en primera persona y Harris la fecha «la siguiente primavera tras la lluvia de
meteoros». De hecho, el primer viaje de Stewart al oeste, en 1833, file la primavera
siguiente y ahí tenemos otro indicador de que el teniente Ruxton había conocido al
capitán Stewart en algún lugar… ciertamente en Inglaterra y después de 1843. En la
historia de Ruxton, «un médico danés» iba con Stewart, y esta podría ser una
referencia subjetiva al misterioso Sillem. Sin embargo, lo más probable es que se
halle más cercano a la realidad y sea una referencia al doctor Frederick Adolphus
Wislizenus, aunque Stewart, si es que lo conoció, no lo hizo en el Oeste, sino como
médico en San Luis. <<
pólvora del rifle le hubiera explotado en la cara, que parecía estar hecha de correas y
piel curtida y se le iluminaba con unos ojos vivos e incansables. Alfred Jacob Miller,
“Borrador de Notas para Dibujos Indios”, nº 23. También, de las últimas notas que
acompañan las copias de los dibujos de Miller ahora en la Walters Gallery, Nº. 67:
«Tenía un cuerpo nervudo, hecho de huesos y músculos, con un rostro aparentemente
hecho de cuero curtido y correas, rematado con un peculiar color negro azulado,
como si la pólvora le hubiera chamuscado la cara». Por lo que sé, esta es la única
descripción personal de Harris de cuya autenticidad podemos estar seguros. Se
supone que Harris es el Negro George en The Prairie Flower de Emerson Bennett,
que parece estar basado en un manuscrito (de discutida autoría) por alguien que lo
conocía.
«Con un moreno natural, su piel se había oscurecido hasta hacerse casi negra por la
larga exposición al sol», afirma el autor. «Medía un metro ochenta, demacrado y
huesudo, muy ancho de espaldas, con pesadas extremidades y poderosos músculos,
que le otorgaban una formidable apariencia… Su rostro era delgado y largo, con
pómulos prominentes, nariz afilada, mejillas hundidas, boca grande y unos fríos ojos
grises», p. 29 (sobre la autoría de The Prairie Flower, véase Charles L. Camp, James
Clyman y American Emotional and Imaginative Attitudes Toward the Great Plains
and the Rocky Mountains de Henry Nash Smith. <<
cita. <<
equivoca al decir que Whitman le operó con un simple cuchillo de carnicero. Había
instrumentos quirúrgicos en el equipo que se llevó al oeste. <<
Peter’s». La única explicación ofrecida es la que aporta Culbertson, quien afirma que
Bill May escondió unos cuantos artículos de ropa infectados en el barco en San Luis
porque se le negó el pasaje a bordo. Esto podría explicar que la enfermedad tardara
tanto en manifestarse, si, de hecho, la infección subió a bordo en San Luis.
Desafortunadamente, aunque se tiene constancia de que May partió hacia San Luis
desde Fort Clark en abril de 1836 y se supone que pasó el invierno allí, el diario de
Chardon revela que llegó a Fort Clark desde el pequeño Misuri, es decir, de río arriba,
el 20 de julio de 1837 sin traer «Noticias de ese territorio a excepción de la viruela».
Con dificultad tal vez llegara al Pequeño Misuri al menos dos semanas después de
que llegara el barco de vapor (este es el May cuyo asesinato a manos de los arapahoes
en 1846 durante su estancia en Fort Laramie se describe). Una hipótesis razonable
podría ser que la infección fue contraída en alguna de las paradas del barco río abajo.
<<
informó a Schoolcraft de que había alrededor de 145, luego bajó a 125, en su mayoría
mujeres y niños. Schoolcraft tomó la estimación de 125. Estas estadísticas son más
fiables que las de otras tribus. <<
<<
habiendo sido atacada dos días antes por esos gusanos que se dice que se alimentan
de carne humana tras la muerte, pero provocó unos sentimientos más desagradables
en mí el hecho de que ocurriera antes de su muerte». <<
Halsey afirma que hubo cuatro fallecimientos en Fort Union, de los cuales tres eran
de squaws (obviamente, no está incluyendo la muerte de su esposa, que tuvo lugar en
el barco de vapor). Aporta el nombre del único empleado que murió, un tal «Bte.
[Baptiste] Compton». Este debía de ser el «B. Contois» del diario de Larpenteur. Este
se muestra ambiguo pero la mejor interpretación de su diario es que tres de aquellas
que fueron inoculadas murieron. Chittenden malinterpreta a Larpenteur al no
distinguir entre los casos del propio fuerte, entre los empleados y sus esposas, y
aquellas muertes entre los indios acampados por los alrededores. <<
States, 135-136. Hay una crónica más completa y más circunstancial escrita por John
B. Dunbar en The Magazine of American History. John B. Dunbar también describe
el sacrificio humano entre los pawnees y su reaparición tras los brotes de viruela; él
es mi fuente cuando sugiero que tal vez solo lo practicaron los skidis. No sé si
guardaba relación de parentesco o no con el reverendo John Dunbar, uno de los
misioneros originales de los pawnees, pero obviamente tuvo acceso a sus
documentos. La fuente principal de mi relato del sacrificio es la carta de John Dunbar
al Missionary Herald Vol. 34 (1838), p. 383. En esta carta también describe la
epidemia. <<
con el Clark’s Fork del Columbia. Meek finalmente observó que la viruela llegaba a
territorio de pies negros a principios de la primavera de 1837. Obviamente, la reunión
con los pies negros que él describe aquí tuvo lugar un año más tarde. <<
tuvieron lugar tres años distintos en su crónica de uno solo, algunas de las
escaramuzas pudieron haber tenido lugar un año antes o un año más tarde. <<
que se describe en las notas que acompañan a los dibujos es, obviamente, la partida
entera. Si hubieran iniciado la marcha desde los alrededores de Bellevue no habrían
pasado cerca del Kansas. <<
las llanuras indias y es indispensable para entender el periodo que comenzó con la
llegada del ejército. Sin embargo, se debe señalar que en el capítulo III, citado aquí,
el señor Hyde comete una serie de errores en sus afirmaciones sobre el comercio de
pieles en esta región. <<
Hafen y Ghent, los cronistas del puesto, ha sido adoptada aquí. No estoy seguro si
hoy alguien sabe exactamente dónde se encontraba el fuerte original. En 1940,
ingenieros del gobierno que estaban restaurando el viejo puesto del ejército como
parte del desarrollo de un monumento histórico nacional pudieron identificar la
ubicación del segundo fuerte, pero se negaron a especificar la del primero. En The
Year of Decisión usé distancias que calculé durante mi visita y que en aquel entonces
me parecieron exactas. Ahora creo que desplacé el último puesto demasiado lejos del
primero, que tal vez se encontrara a menos de una milla. Las distancias aportadas en
la literatura simplemente no coinciden. Son estimaciones y varían dependiendo del
estudioso. Se añade una confusión más en cuanto aparecen los diarios de los
emigrantes y se confunde Fort Bernard con Fort Platte y en ocasiones, incluso, Fort
Platte con Fort Laramie. El mejor juicio es el de Merrill J. Mattes, historiador del
Servicio Nacional de Parques, en un informe que me llegó gracias a Howard W.
Baker y Herbert E. Kahler. El señor Mattes afirma que el último Fort Laramie estaba
situado «a unas dos millas río arriba» de la desembocadura del Laramie y Fort Platte
«a unos tres cuartos de milla» Platte arriba desde la desembocadura del Laramie y en
la orilla derecha. Esto deja a oscuras la ubicación original de Fort Laramie. <<
diario más detallado del misionero ya de regreso William H. Gray revela que la fecha
se adelanta en trece días. Gray alcanzó la partida de McLeod el 27 de junio y la
partida llegó al antiguo campamento a unas pocas millas de la rendezvous del año
anterior el 28 de junio. Ese día, Doc Newell cabalgó hasta allí desde el campamento
principal, a unas quince millas. El 30 de junio, Gray averiguó que un mensajero de
Fitzpatrick —y Black Harris y tal vez otros— había llegado al campamento principal
y había informado de que la caravana se encontraba a quince días al este. McLeod se
movió en dos ocasiones y llegó a los alrededores del campamento principal el 11 de
julio. El 14 de julio se cree que la caravana está lo suficientemente cerca para que
Gray envíe a un hombre a averiguar si Stewart llevaba correspondencia para él. El 17
de julio informa de que la caravana no ha llegado y el 18 de julio que ya había
llegado. <<
precio. Russell anota otros precios de 1837: azúcar, 2 dólares la pinta; tabaco a 2
dólares la libra; las mantas a 20 dólares; «camisas de algodón normales» a 5 dólares.
4 o 5 dólares por libra de castor significa que el precio de montaña había subido
ligeramente a pesar del abatimiento del comercio en San Luis. <<
Stewart para uno de los villanos secundarios en su novela Edward Warren, y un tal
Mr. Ewing. Este último podría ser identificado a partir de las cartas de Jason Lee
como F. Y. Ewing de Misuri. Lee dice que realizó el viaje por motivos de salud; si es
así, aquí tenemos a otro pionero. <<
podido. <<
era un jefe guerrero y podía contar entre sus hazañas una de las más honrosas: haber
matado a un grizzli, lo cual le daba derecho a llevar sus zarpas colgadas al cuello. <<
tribus: los flatheads, los pend d’oreilles, los kalispels y los spokanes. Los otros
grupos de salish son los coeur d’alenes y los okanagans. <<
relato de Gray es breve y tan deliberadamente ambiguo como pudo… y desde luego
tenía un don especial para la inconcreción. Su diario no enumera a los hombres de la
partida por su nombre. Que fueran cinco o seis indios depende de la identidad del
llamado Big Eneas. Por lo visto, era un flathead cuando se le menciona por primera
vez; cinco páginas más adelante, se habla de él como «nuestro guía»; cuatro páginas
después de eso, Gray cuenta cinco indios y habla de «nuestro guía un iroqués» (el
guía es un iroqués en The History of Oregon). Si Eneas era flathead, cinco; si era un
iroqués, seis. <<
por la Compañía en 1833. No debe confundírsele con Pierre Didier Papin, el burgués
de Fort Laramie a quien Parkman conoció por los alrededores en 1846. <<
solo pudieron llegar de California, aunque se trata de una fecha más temprana al
establecimiento de su negocio. <<
buena, de James P. Zollinger, Sutter, the Man and His Empire. <<
and Mary Walker, aparecen solo ocasionales entradas breves al este de Oregón. El
diario de Mary Walker desde el bajo Platte hasta el Columbia fue publicado en The
Frontier, marzo, 1931, pero tras eliminar la mayor parte de los comentarios mordaces
sobre sus compañeros. Los originales de ambos se encuentran en la Biblioteca
Huntington y cito a partir de los microfilms de estos. El diario de Myra Eells fue
publicado en Transactions de la Oregon Pioneer Association, 1889. Ha sido retocado
para corregir algunos errores gramaticales, pero no he investigado si estos retoques
también afectan a las personalidades. <<
1840. <<
<<
(1) Entre los hombres de montaña, era el líder de la brigada de tramperos. (2) El líder
de una partida de guerra india. Préstamo del francés que podría haber llegado al
inglés a través de los comerciantes de pieles franco-canadienses (N. de la T.) <<
Segundo Sistema de Partidos (1828-1854) que aspiraba a una mayor democracia para
el hombre común, encabezado por el político Andrew Jackson y sus seguidores. (N.
de la T.) <<
contratados por las compañías de pieles para ocuparse de todos los aspectos del
transporte fluvial. (N. de la T.) <<
<<
similar. Algunos estudiosos especulan que podría derivar del gruñido de un indio o un
grizzli. (N. de la T.) <<
XIX para referirse a los osos grizzlis. El nombre fue usado en uno de los relatos de P.
T. Barnum para referirse a un oso grizzli de California. (N. de la T.) <<
la T.) <<
<<
T.) <<
edad, gordo, ataviado con ropa de la época georgiana británica, empleado en la sátira
gráfica política desde su creación a principios del siglo XVIII por el escritor satírico
escocés John Arbuthnot. (N. de la T.) <<