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X Jornadas de Sociología.

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos


Aires, Buenos Aires, 2013.

Polémicas actuales sobre


capacidad jurídica de las
personas con discapacidad
mental o intelectual.

Juan Antonio Seda.

Cita: Juan Antonio Seda (2013). Polémicas actuales sobre capacidad


jurídica de las personas con discapacidad mental o intelectual. X
Jornadas de Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de
Buenos Aires, Buenos Aires.

Dirección estable: http://www.aacademica.org/000-038/208

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X Jornadas de Sociología de la UBA

20 años de pensar y repensar la sociología.

Nuevos desafíos académicos, científicos y políticos para el siglo XXI

1 – 6 de julio de 2013

MESA 14:

Discapacidad y sociedad: abordajes desde la investigación social.

Título de la ponencia:

POLEMICAS ACTUALES SOBRE CAPACIDAD JURÍDICA DE LAS


PERSONAS CON DISCAPACIDAD MENTAL O INTELECTUAL

Autor:

Juan Antonio Seda

Facultad de Derecho - UBA

Introducción

La cuestión de la capacidad jurídica de las personas con discapacidad mental o


intelectual abre un complejo debate en torno a la interpretación de las leyes. No
se trata de una cuestión de interés meramente jurídico, sino que vale la pena
analizar los contextos para pensar la construcción o el reconocimiento de
subjetividades.

El análisis acerca de la autonomía jurídica de cada individuo se aleja cada vez


más del exclusivo dominio del diagnóstico médico, para abrir espacio al dialogo
interdisciplinario. El eje de la determinación de las restricciones en el ejercicio
por sí de los derechos en una persona con discapacidad intelectual debe
ponerse en sus competencias sociales y no en un diagnóstico sobre su
cociente intelectual.

El problema que aquí planteo es encontrar la interpretación legal adecuada


para promover la mayor autonomía posible de las personas con discapacidad
mental o intelectual. Con tal propósito, plantearé un caso real, que tuvo lugar
en la ciudad de Mar del Plata hace cuatro años. Allí, una jueza civil evitó una
declaración de incapacidad relativa de hecho, innovando a través de una
solución que pretendía mantener la necesaria protección sobre la persona y los
bienes de un discapacitado intelectual, pero sin que ello implicara su
inhabilitación.

Casos como el que relataré fueron abriendo un camino de interpretación


armónica entre los tratados internacionales de derechos humanos en la materia
y las normas locales vigentes.

Los tratados internacionales de derechos humanos

La República Argentina adhirió a dos importantes tratados de derechos


humanos en materia de discapacidad, tales como la Convención
Interamericana sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
contra las Personas con Discapacidad (1999) y la Convención sobre los
Derechos de las Personas con Discapacidad (2008).

Estas normas reproducen, en materia de discapacidad mental e intelectual, los


estándares recomendados por comités de seguimiento internacional, que
elaboran pautas como los “Principios para la Protección de las Personas con
Enfermedades Mentales y el Mejoramiento de la Salud Mental” o las “Normas
Uniformes sobre la Igualdad de Oportunidades para Personas con
Discapacidad”, la Declaración de Montreal sobre discapacidad intelectual y la
Recomendación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la
Promoción y Protección de los Derechos de las Personas con Discapacidad
Mental.

Estas declaraciones producen un efecto interesante en cuanto a dar andamiaje


médico y jurídico a intentos de reconocimiento subjetivo de las personas con
discapacidad, que surgió inicialmente desde las ciencias sociales, así como
también de la influencia de los movimientos de familiares.

En nuestro país, esto se expresa en la creciente tendencia hacia


pronunciamientos judiciales acordes con aquellos principios. Tanto sentencias
como dictámenes de defensores de menores e incapaces, empiezan a tomar
cada vez más en consideración la necesidad de agotar las medidas de
conocimiento (estudio y análisis dentro del proceso judicial), tendientes a tener
el mayor grado posible de certeza sobre la discapacidad mental y la pertinencia
de la decisión de internar a la persona.

En el año 1991 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas


sancionó la Resolución 46/119 (Suplemento A/46/49-1991-nº 49 anexo en 188-
192) que trata sobre los “Principios para la protección de enfermos mentales y
el mejoramiento de la atención de salud mental”, donde se afirma que es
indispensable participación que asista y represente, previo a la detención. La
medida de encierro a su vez debe estar precedida de un dictamen
independiente sobre la posible enfermedad mental y que en todos los casos los
motivos de la admisión y la retención se comunicarán sin tardanza al paciente,
dejando libre la posibilidad de revisión de esta medida.

Estas precauciones también han sido mantenidas por el Tribunal Europeo de


Derechos Humanos, que se pronunció por la obligatoriedad del control de
legalidad en medidas de internación, así como por la revisión periódica de tal
decisión. Estos fallos remarcan la preocupación sobre la discriminación que
sufren las personas con discapacidad mental e intelectual en los procesos
judiciales en los que se decide su inhabilitación y muchas veces también su
internación.

La forma de denominar

La cuestión de la denominación está en debate permanentemente en el campo


de los estudios sobre discapacidad, discusión que aquí no abordaré por
exceder el objeto de este trabajo. Pero sí es necesario hacer una referencia
acerca de la discapacidad intelectual, ya que de esa modificación se infieren
posibles cambios en la interpretación de las leyes. De hecho, las
denominaciones actuales del Código Civil argentino han quedado
absolutamente en desuso (sólo por nombrar algunas como idiota, demente,
maníaco, furioso). En énfasis en lo patológico lleva a buscar soluciones
médicas a situaciones que requieren un abordaje desde las relaciones
humanas, ya sea en el plano familiar como social.

Aún en el área de las ciencias de la salud también hay modificaciones a tener


en cuenta. Respecto de la discapacidad intelectual, la antigua categoría médica
del “retraso mental” está dejando lugar a otras formas de designación. Desde
hace varios años, el director de proyectos del Departamento de Salud Mental
de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Geoffrey Reed, anuncia que
para ese organismo la denominación debe ser la de “trastorno del desarrollo
intelectual” (Reed y Ayuso-Mateos, 2011).

A su vez se proponen cambios en la forma de producir el diagnóstico, que tenía


amplias lagunas en muchas situaciones fácticas. El principal eje de este
cambio es analizar las capacidades de relación social que tiene una persona,
tendiendo a su tratamiento de forma ambulatoria y aumentando su
desenvolvimiento en espacios comunitarios. Traté este tema anteriormente en
relación a la internación de personas con discapacidad intelectual, analizando
los intercambios sociales de un grupo de pacientes recluidos en un pabellón de
la Colonia Montes de Oca (Seda, 2011).

La eliminación del término “retrasado” tiene gran prédica en muchos países,


por ejemplo en los Estados Unidos de Norteamérica, donde se utiliza a manera
de insulto. La popularización de términos que se originan en el discurso médico
tiene una amplia trayectoria y no tenemos garantía de que las nuevas palabras
no sean en el futuro también utilizadas con intenciones de agresión verbal o
segregación.

Deberíamos estudiar en detalle cuáles son los contenidos que incluye la


fórmula “apoyos necesarios y suficientes” que surgen de la Convención y si
dentro de ellos se podría considerar como válida la designación de un
representante, que actualmente nuestro derecho civil denomina curador.

Por otra parte, también habría que evaluar si las demoras en los cambios en el
plano médico tienen que ver con otra lógica, relacionada a la descripción
detallada de patologías. Cabe insistir en que justamente en esta patología
había serias deficiencias en la precisión sobre su diagnóstico, definición y
tratamiento.

La complejidad que lleva en análisis de la inteligencia de un individuo no tiene


aún parámetros de fácil determinación desde la perspectiva médica. Este es
otro motivo más para salir de una denominación estigmatizante, que provoca
efectos en la subjetividad de quien porta ese calificativo (Goffman, 2001). De
cualquier manera aquel término mantiene vigencia en el uso masivo y las
causas de burla y exclusión superan a las denominaciones.

Análisis de un caso: declaración de incapacidad e inhabilitación

A partir de las transformaciones legales mencionadas en el inicio del presente


trabajo, debemos preguntarnos si la vigencia de la Convención Internacional
sobre Derechos de las Personas con Discapacidad es incompatible con nuestro
actual régimen de la capacidad de hecho, en particular en lo relativo al artículo
152 bis del Código Civil. ¿Podemos considerar derogada tácitamente esta
norma? Si así fuera, ¿deberíamos dar por caduca la división de nuestro
ordenamiento civil entre capacidad de derecho y capacidad de hecho?

El artículo 152 del Código Civil, en su inciso segundo nombra a “los


disminuidos en sus facultades cuando sin llegar al supuesto previsto en el
artículo 141 de este Código, el juez estime que del ejercicio de su plena
capacidad puede resultar presumiblemente daño a su persona o patrimonio”.

Evidentemente la denominación utilizada en el Código Civil, con un siglo y


medio de antigüedad, no es la adecuada hoy en día. Sin embargo aquellas
normas pueden dar lugar a interpretaciones que apunten a adecuar las
antiguas prescripciones con los nuevos criterios.

El caso analizado en este sentido tiene varios años desde su resolución, en


una línea que ha sido seguida en varios otros pronunciamientos posteriores. Se
trata de una sentencia del Tribunal de Familia Nº 1 de la Ciudad de Mar del
Plata en los autos “B.L. s/inhabilitación”, que produjo una valiosa interpretación.
Este fallo ya ha sido objeto de comentario oportunamente por mi parte, en una
publicación jurídica (Seda, 2010).

Se trata de un caso en el cual se pidió la inhabilitación de una persona mayor


de edad, debido a trastornos que eran presentados como retraso mental con
psicosis esquizofrénica. Quien lo pidió fue el hermano, también mayor de edad.
A esto se le sumaba que esa persona era adicta al consumo de sustancias
psicoactivas. Por lo tanto, su hermano mayor pidió que se le aplique la medida
que se prevé en el artículo 152 del Código Civil, o sea la inhabilitación civil.
También plantea este hermano que la familia no podía contener la situación y
que se solicitaba la inhabilitación para preservar los intereses del denunciado,
para que al recibir un dinero que estaba pendiente (el cobro de una
indemnización), no dilapidara esos fondos.

La prueba más importante que se presentaba era un diagnóstico psiquiátrico,


que constataba lo arriba mencionado y a su vez recomendaba que se realizara
un tratamiento en el seno de la contención familiar. Este informe médico
ponderaba el grado de contención afectiva del grupo, básicamente integrado
por la abuela del denunciado, al tiempo que no recomendaba ninguna clase de
internación psiquiátrica.

Precisamente es la abuela quien se opuso a la inhabilitación de su nieto, ya


que consideraba que era un exceso apelar a tal restricción en el ejercicio de la
vida civil. La decisión del Tribunal entonces introdujo una solución innovadora
que tomó en cuenta la capacidad de hecho que tenía el joven denunciado. A
pesar de la veracidad de los diagnósticos presentados, él tenía una activa vida
social, que le permitía moverse en su ciudad (Mar del Plata) con libertad.
Precisamente tomaba una postura respecto de la determinación de la
discapacidad intelectual a partir de las relaciones interpersonales.

El fallo judicial cita los siguientes tratados internacionales de derechos


humanos:

a) Carta Internacional de Derechos Humanos;


b) Declaración Universal de Derechos a Humanos;
c) Convención Interamericana de Derechos Humanos (Pacto de San
José de Costa Rica);
d) Pacto de Derechos Civiles, Económicos, Políticos y Culturales;
e) Pacto de Derechos Civiles y Políticos;
f) Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles
Inhumanos o Degradantes;
g) Convención internacional de los Derechos del niño;
h) Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad.

En relación a la última norma citada (incorporada a nuestro ordenamiento


interno a través de la Ley Nº 26.378), plantea la necesidad de reconocer “el
derecho a tener derechos”:
Artículo 12: “Los Estados reconocerán que las personas con
discapacidad tienen capacidad jurídica en igualdad de
condiciones con las demás en todos los aspectos de la vida”

En este instrumento internacional, los Estados parte se obligan a tomar las


medidas necesarias con el propósito de proporcionar los apoyos necesarios
para ese ejercicio de derechos. La jueza decidió por lo tanto, que la declaración
de inhabilitación del artículo 152 bis del Código Civil era contraria al
reconocimiento de la personalidad jurídica y su ejercicio autónomo por parte de
quien padece una discapacidad mental pero puede dirigir sus actos en la vida
cotidiana.

Es un antecedente muy importante porque desplaza a la declaración de


incapacidad como procedimiento inevitable para los apoyos e incluso la
representación cuando correspondiera. Muchas familias apelaban a este
instituto, limitando más derechos de los necesarios en personas con
discapacidad mental o intelectual. Aquí la jueza demostró que se pueden tomar
medidas parciales, que no impliquen directamente la inhabilitación.

Para sostener esta idea de preservación de la personalidad jurídica y el


ejercicio lo más autónomo posible, se resaltaron los principios de igualdad, de
no discriminación y de capacidad progresiva de las personas en la vida social.

Conclusión

Cada persona con discapacidad intelectual es distinta a otra, por lo tanto no es


justo aplicar la misma receta legal. Hay una aparente igualación en el
diagnóstico médico, pero que resulta desmentida por la diversidad en las
relaciones sociales. Este es el punto central a analizar para determinar las
formas de los apoyos que necesita cada persona.

Del análisis del caso presentado surge que para ello no es necesario modificar
las normas civiles locales. Una correcta interpretación de las normas hace que
el juez pueda decidir en consonancia con los estándares actuales que rigen la
materia y que se expresan en los tratados internacionales de derechos
humanos que la República Argentina suscribió.

Queda por determinar si podemos hablar de progresividad en cuanto al


ejercicio autónomo de la capacidad jurídica de obrar, categoría de uso corriente
en relación a los derechos del niño. En relación a las personas con
padecimientos mentales, es incierta la evolución de una patología, aunque sí
es central en cuanto a reconocer la variabilidad y mutabilidad de tales
situaciones. Esto también obliga a flexibilizar las posibilidades de actuación
judicial, no quedando solamente restringida en las declaraciones de
incapacidad relativas de hecho o en la inhabilitación.

En el caso analizado, esto se expresó en una protección de los bienes del


joven con discapacidad intelectual a través de un sistema de autorización por
parte de su abuela primero y la jueza después. Por supuesto que los actos que
requerían autorización eran los que ponían en juego un uso significativo de
esos fondos, lo cual mantenía la total autonomía en su desarrollo cotidiano.
Para ello se le prohibieron los actos de disposición de bienes inmuebles o
muebles registrables, los cuales requerirían de las autorizaciones
mencionadas.

La solución de este caso llevó a que la jueza declarara la inconstitucionalidad


de los artículos 152 bis y 468 del Código Civil para este proceso, aunque
aclarando que ello no redunda en un cuestionamiento al sistema de
incapacidad y representación.

He aquí un caso donde se logró una solución adecuada a la preservación de la


autonomía de la persona, aunque con los resguardos necesarios a través de
los apoyos necesarios y suficientes, que en nuestro derecho civil todavía
requieren de la representación.

De alguna manera hay aquí un buen ejemplo de la influencia de los principios


que orientan a los tratados internacionales de derechos humanos, así como de
los avances en la determinación, diagnóstico y tratamiento de las personas con
discapacidad mental e intelectual.
Referencias bibliográficas

GOFFMAN, Erving (2001) Estigma: la identidad deteriorada, Amorrortu, Buenos


Aires.

PINESE, Graciela y Pablo S. CORBALÁN (2007) Constitución de la Nación


Argentina (comentada), La Ley, Buenos Aires.

REED, Geoffrey y José Luis AYUSO-MATEOS (2011) “Hacia una clasificación


internacional de los trastornos mentales de la OMS de mayor utilidad clínica” en
Revista Psiquiatría y Salud Mental; 2011; 04:113-6. - vol.04 número 03

SEDA, Juan A. (2010) “Discapacidad mental y declaración de incapacidad


relativa” en Revista de Derecho de Familia, año 2010, N° 2010-I, Editorial
Abeledo Perrot, Buenos Aires, pp. 90-103.

SEDA, Juan A. (2011) Discapacidad intelectual y reclusión. Una mirada


etnográfica sobre la Colonia Montes de Oca, Noveduc, Buenos Aires.

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