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527-528 (2014-2015) 185-192

Christian Duverger, Crónica de la eternidad.


¿Quién escribió la 'Historia verdadera de la
conquista de la Nueva España'? ¿Hernán
1
Cortés o Bernal Díaz del Castillo?

Alejandro González Acosta


Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM

El mexicanista francés Christian Duverger ofrece una nueva obra


dedicada a la historia nacional, mas en esta oportunidad tiene una marcada
intención polémica. Su propuesta es novedosa, sin duda alguna, pero
también arriesgada: ya muy entrado este siglo XXI, postular que la paterni-
dad de un texto clásico considerado como canónico no sólo de la historia
sino de la lengua castellana, no corresponde al autor a quien se le reconoce
–un humilde soldado conquistador- sino al general que dirigió la
2
Conquista es, por decir lo menos, inquietante.

Sin embargo este tema de las paternidades, ya sean artísticas, históricas


o literarias tiene antigua solera en tierras mexicanas: recordemos las
“Informaciones de Montúfar” de 1556, que le reconocen la autoría del
lienzo de la Virgen de Guadalupe al tlacuilo indio Marco Aquino Cipac y,
más cercanamente, en 1969-70, la polémica entre Edmundo O'Gorman y
Lino Gómez Canedo a propósito de si la Historia de los indios de la Nueva
España era obra de fray Toribio de Benavente “Motolonía”. No se trata,
pues, de algo nuevo en este mexicano domicilio.
1
Duverger, Christian, Crónica de la eternidad. ¿Quién escribió la 'Historia verdadera de la
conquista de la Nueva España'? México, Taurus, 2012. 335 + XII pp. ISBN: 978-607-11-2131-8
2
De hecho, de inmediato despertó críticas negativas, como las de Ariel González Jiménez “La duda
de Duverger”. Milenio, en tres partes: 23 de febrero, 2 de marzo y 9 de marzo de 2013), y Guillermo
Serés, en ABC de Madrid, 21 de febrero de 2013.
Para impulsar adelante su propósito, Duverger emprende una
pormenorizada investigación que lo ha llevado por distintos acervos y
consultado una abundante bibliografía y documentación. No es, ni mucho
menos, su primera obra dedicada a la historia del México del siglo XVI.
Recuerdo, entre otras, La conversión de los indios de la Nueva España, que
reseñé positivamente hace algunos años.

En esta ocasión divide su libro en dos partes y un epílogo. En la


Primera Parte (“Los contornos del enigma”) recorre un amplio abanico de
tópicos, entre acápites como “Una biografía minimalista”, “Los archivos
de Bernal Díaz”, “Entre lagunas y mentiras: ¿una vida usurpada?”, “El
caso Gómara” y “¿Una obra apócrifa?” La Segunda Parte (“La resolución
del misterio”) transcurre entre los temas “Búsqueda de paternidad”,
“Volver hacia una laguna biográfica: los últimos años de Cortés (1540-
1547)”, “Cortés escritor. Valladolid: 1543-1546”, “La firma de Cortés en la
Historia verdadera”, “La vida póstuma del manuscrito” y “La encarnación”.
Añade lo que llama un “Epílogo imaginario” y culmina con una extensa
relación de Notas, una amplia Bibliografía, unas útiles Referencias crono-
lógicas, así como un Índice analítico-onomástico, los Agradecimientos de
rigor y una Iconografía.

Debo reconocer que resulta en principio atractiva la propuesta de


Duverger: lo novedoso atrae pero también debe concitar saludable cautela.
En efecto, acumula bastante información, la analiza y ordena de acuerdo
con su intención, y quizá logra sembrar una “duda razonable” muy
cartesianamente en algunos lectores sobre la autoría consagrada de Bernal
Díaz del Castillo para la Historia verdadera. Separadamente de nuestras
convicciones y conceptos arraigados, deben considerarse in principibus y
ponderarse sus propuestas y sugerencias, para un debate responsable,
serio y académico del asunto, y no desecharlas con un simple gesto de
desdén, porque a fin de cuentas, así es como avanzan las ciencias, cuestio-
nando hoy lo que ayer era aceptado y estaba aparentemente ya establecido
con indubitable solidez. Debe otorgársele, pues, el beneficio de la duda.

Sin embargo, lo atractivo de la propuesta tampoco debe encandilar y


cegarnos: en realidad, lo saludable es leer críticamente el libro y considerar
si son congruentes, demostrables y efectivas sus ideas para emitir un juicio
razonado. El amor por “la novedad” tampoco debe inducirnos a encanta-
mientos erróneos que nos precipiten por el barranco.

186
En este comentario me ceñiré sólo a unos pocos puntos que considero
más relevantes, aunque no son todos los que pudiera y deseara considerar,
lo cual sería tema para un estudio amplio que rebasaría la necesaria breve-
dad que pretendo ahora.

En efecto, me resultan en principio parcialmente convincentes las


reflexiones de Duverger donde se cuestiona que un soldado al parecer sin
ilustración pudiera gestar un documento no solo de formidable trascen-
dencia como la Historia… sino con una factura que sitúa su prosa ruda y
directa como modélica en las tempranas letras hispanoamericanas, de las
cuales es una de sus obras fundacionales. Datos duros como la exigua
muestra de documentos autógrafos de Díaz del Castillo, las variaciones
sustantivas de sus firmas a través de la vida, la tardía añadidura “del
Castillo” a su primer apellido y su anomia entre la relación de conquistado-
res son elementos con cierto peso para poder dudar plausiblemente que
sea el mismo autor de la crónica.

No obstante lo anterior, el lector que resulta casi convencido en la


primera parte del voluminoso estudio por la contundencia de algunos
argumentos reunidos y expuestos, no transita con igual certidumbre por la
segunda parte. Animado sin duda por un encomiable deseo de otorgar a la
obra cuestionada y desbautizada otro autor, Duverger entrelaza noticias que
resultan dispersas o contradictorias y en ocasiones carentes de sustento.
Da por cierto, sin aportar pruebas, que Cortés contaba con un nutrido
archivo personal donde seguramente –así lo afirma, sin añadir argumento
alguno- estuvo el manuscrito original de la crónica. Por lo que sabemos,
gran parte de la colección de documentos que reunió Cortés fue legada
como una de sus disposiciones testamentarias al Hospital de Jesús que
fundó, y allí se conservó hasta el gobierno del Presidente Venustiano
Carranza, cuando el licenciado Aguirre Berlanga dispuso que los adminis-
tradores del mismo procedieran a su entrega para depositarla en el
Archivo General de la Nación, lo cual causó -tratándose de una institución
benéfica privada regida por un patronato- que el heredero civil de Cortés,
el Príncipe de Pignatelli, se opusiera desde Italia a través de sus apodera-
dos contra dicha decisión, pleito que se resolvió favorablemente para el
gobierno mexicano3, por lo cual aquella es la institución donde hoy se

3
En esa época, el estudioso cortesiano español Valentín Gutiérrez Solana dedicó al tema dos
artículos, aparecidos en el diario madrileño ABC: “El archivo de Hernán Cortés” (19 de junio de
1925, p. 25) y “Hospital de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno de Méjico” (9 de mayo de
1930, p. 11) y un folleto: El archivo de Hernán Cortés. Discurso. Madrid, Imprenta del Asilo de
Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús. 11 pp.
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4
conserva , y no hay huella de que el manuscrito supuesto por Duverger ni
aún otros de carácter literario existieran en dicha colección, compuesta en
su casi totalidad por documentos de carácter administrativo y jurídico5.
Tampoco aparecen trazas de esa pieza en otro repositorio cortesiano,
ubicado en Italia6. Del enorme archivo de Cortés que menciona Duverger no
hay constancia alguna en la actualidad. La imagen que brinda tiene el
atractivo de la fantasía, pero no está edificada sobre pruebas:

Si nos proyectamos en el gabinete de trabajo de Cortés en


Valladolid, imaginamos7 cajas y cajas de archivos, respiramos el
olor vagamente salado de esos papeles salvados de viajes de
altura, oímos la energía de la pluma que da ritmo a la memoria
de una vida… (p. 176)

Duverger intenta, con una prosa grata y atractiva, elaborar lo que


algunos podrían considerar como una teoría conspiracionista de la historia
cortesiana. Así, pues, su libro tiene mucho de novela policíaca y política, y
como tal puede asumirse, sin desdeñar por supuesto el auténtico debate
académico que ayude a ventilar los aspectos controversiales.

También supone –y propone- Duverger, una estrecha y familiar


relación entre Cortés y López de Gómara a quien no duda en calificar como
“su capellán”, lo cual ofrece la oportunidad –“la ocasión”, se diría en
términos criminalísticos- para que prácticamente el conquistador “le
dicte” su Historia, mientras –haciendo uso de un desdoblamiento de la
personalidad digno de Las dos mitades del vizconde de Italo Calvino8- escribe
la suya propia –la cual vendría a ser la Historia verdadera- refutando aquella
que directamente declaraba al “cronista”. Compleja, por no decir enfermi-
za, esa supuesta relación de una Penélope historiadora destejiendo en la
noche lo que tejía en la mañana. Considerar la personalidad de Cortés, de
una coherencia éticamente cuestionable pero psíquicamente innegable, en
una suerte de duplicidad tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde resulta una propuesta

4
Para la noticia del traslado, véase “Archivo de Hernán Cortés, su traslado al AGN. Patrimonio
artístico. Departamento confidencial. Caja 040. Expediente 13, Folios 4” de Enero de 1930 en: Guía
del Fondo de la Secretaría de Gobernación. Sección: Dirección de Investigaciones Políticas y
Sociales, 1920-1952. Ficha 1175.
5
Vid. AGN, Inventario del Archivo del Hospital de Jesús. ¿México? 19__? 273 pp. Compilación de
artículos aparecidos en varios números del Boletín del AGN.
6
María Nieves Noriega B. y María Guadalupe Bosch M., Guía del Archivo Pignatelli-Aragón-
Cortés. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 1985. 68 pp. (Archivo di
Stato de Napoli).
7
Cursiva mía.
8
También se traduce como El vizconde demediado.

188
muy peregrina y difícil de aceptar. Por otro lado, la hipotética “relación”
Hernán Cortés-Francisco López de Gómara que Duverger afirma, no tiene
sustento histórico en absoluto. María del Carmen Martínez y Martínez así
lo ha señalado -y le consta bien a Duverger, pues incluye su estudio en la
bibliografía- con previo y suficiente apoyo documental: "…también se ha
dado por supuesto el trato de López de Gómara con el conquistador,
aunque sólo está probada documentalmente con su hijo Martín…"9

La misma autora derriba la creencia que suscribe Duverger (siguien-


do dócilmente una declaración del propio cronista), que Gómara y Cortés
se conocieron por primera vez, visualmente, durante la funesta campaña de
Argel, pues al declarar bajo juramento como testigo en el pleito entre los
marqueses del Valle de Oaxaca y Astorga en 1549, por cierto, mencionado
por Duverger, dice “al dicho Marqués don Fernando Cortés que le conoce
de diecinueve o veinte años a esta parte, ende que vino la primera vez de la
Nueva España”, lo cual supone el cálculo de haber ocurrido entre 1529 y
1530, pues Cortés llegó a España a finales de 1528. Si conoce este testimo-
nio, ¿por qué lo obvia el autor?

También prueba esta autora que, contrariamente a lo señalado por


algunos autores –Duverger entre ellos- Gómara no fue capellán ni asalaria-
do de Hernán Cortés. Y se remite a los estudios publicados tanto de Juan
Miralles Ostos10 como de Nora Edith Jiménez11, los cuales, aunque aparecen
incluidos en la bibliografía del libro de Duverger, nos inclina a suponer que
el estudioso francés no leyó o leyó mal.

Duverger, alumno de Jacques Soustelle y seguidor de George Bataille,


ha demostrado ser un autor especialmente polémico. Bernard Grunberg, al
comentar su relativamente reciente obra Cortés, anota que “estamos aquí
no ante un libro de historia, sino de una obra de ficción”12, y poco después
remata: "…desgraciadamente, Duverger reconstruye a menudo la historia
basándose en su imaginación”.13

9
MARTÍNEZ Y MARTÍNEZ, María del Carmen, “Francisco López de Gómara y Hernán Cortés.
Nuevos testimonios de la relación del cronista con los marqueses del Valle de Oaxaca”.
Anuario de Estudios Americanos, 67, 1. Enero—Junio, 267-302. Sevilla, 2012.
10
MIRALLES OSTOS, Juan, Hernán Cortés, inventor de México. México, Tusquets, 2001. Y del
mismo autor: Y Bernal mintió. México, Taurus, 2008.
11
JIMÉNEZ, Nora Edith, Francisco López Gómara. Escribir historias en tiempos de Carlos V.
México, INAH-El Colegio de Michoacán, 2002.
12
GRUNBERG, Bernard, “Christian Duverger y su libro sobre Cortés”. Estudios de cultura
náhuatl, 2001. P. 524.
13
Art. cit. Ídem. Se refiere a Cortés (París, Fayard, 2001; México, Taurus, 2005).

189
No ha sido la única crítica severa sobre Duverger. Louise I. Paradise,
al comentar su obra sobre la cultura mesoamericana, advierte:

En réalité, même si l'ouvrage comporte des pages éclairantes


sur les Azteques, de belles descriptions de l'art méso-américain
et de très riches illustrations, la thése centrale du libre, avancée
sans l'ombre d'une preuve, et la reécriture de l'historie de la
Méso-Amérique á laquelle Duverger procède débouchent sur
un problème d'éthique: les règles de l'argumentation et de
l'expression scientifiques sont ici bel et bien bafouées. C'est
grave.14

Hábil y apasionado prosista, innegablemente encantador y seductor,


Duverger no logra sin embargo convencer, lo cual concitará junto con lo
espinoso del tema, perturbación e irritación. Como apuntan varios espe-
cialistas, su libro no resiste la prueba de la argumentación.

Otro aspecto que descubre no sólo una información insuficiente y una


parcialidad visceral –rasgos que no compatibilizan con la función de
historiador y su misión suprema de buscar la verdad- es la superficial
interpretación de Duverger sobre el virrey Antonio de Mendoza, a quien
describe como “muerto de envidia” hacia Cortés (p. 24). El Virrey, de la
ilustre casa de Mendoza (linaje cultivado si los había en la España de
entonces, como que cuenta nada menos con el Marqués de Santillana entre
muchos otros integrantes; su padre fue Conde de Tendilla y Marqués de
Mondéjar), disfrutó una educación esmerada y por sus dotes y prendas fue
Camarero del Emperador, pero ya desde el Reino de Granada asistió a su
padre como gobernante y su ejecutoria personal es una de las más brillan-
tes dentro de la administración imperial. Algunos historiadores hasta
dicen que tuvo cierta inclinación juvenil por el movimiento de los comune-
ros castellanos, quienes cuestionaron el poder real, y a la luz de este dato no
es para admirarse que el informe personal enviado por él al emperador
siendo Virrey del Perú y ya sintiendo desfallecer sus fuerzas, sea conside-
rado por ciertos estudiosos como “la primera declaración de independen-
cia de América”. Fue, para decirlo en breve sentencia, un virrey de lujo. Y
Duverger con notoria injusticia lo ofrece como un mediocre envidioso, casi
piromaniaco. Anoto de Duverger: “…El virrey le robó [a Cortés] manu

14
PARADISE, Louise I., Journal de la Societé des Américanistes. p. 234.

190
militari cinco de sus barcos, para luego mandar incendiar sus astilleros en
Tehuantepec que eran la promesa para la apertura asiática” (p. 131).

Desconoce también el escritor que para limar la posible aspereza entre


los ilustres capitanes, y reconocerles a cada uno sus méritos y preeminen-
cias, se tomaron diversas medidas conciliatorias y en especial en cuestio-
nes de la etiqueta y el protocolo; se adoptó, por ejemplo, que en los actos
públicos donde concurrieran ambos, se colocaran dos mesas para que cada
uno de ellos ocupara la cabecera sin menoscabo de sus fueros15. Por otra
parte, siempre en los escritos de la época que dan cuenta de estas celebra-
ciones se les menciona escuetamente como “el Marqués” y “el Virrey”,
otorgándoles una implícita equivalencia y talla ceremonial. Existía tal
reconocimiento de la correspondencia de los rangos, que durante las justas
de “moros y cristianos” efectuadas en Tlaxcala en 1539, durante la repre-
sentación de “La conquista de Jerusalén”, a Hernán Cortés se le asignó el
papel de “Sultán de Constantinopla”, mientras el Virrey Mendoza coman-
daba el destacamento de mexicanos y un noble de la grandeza española
como Antonio de Pimentel, Conde de Benavente, el de los soldados iberos.
Al finalizar se dispusieron tres mesas de honor en el banquete para que
cada capitán ocupara la cabecera respectivamente16. Independientemente
de que el virrey, cumpliendo a cabalidad la misión encargada por el rey,
fuera un fiel defensor de los intereses de la Corona, no obstante también
fue cuidadoso de las formas y los modos en su relación con el capitán
general Cortés.

Entre las muchas y buenas obras del gobierno de Mendoza, como


representante nombrado por el monarca para establecer una eficiente
administración firmemente sujeta a la Corona española, que hablan de su
condición de político y humanista, se cuentan la introducción del gusano
de seda y las moreras en Michoacán, el establecimiento de la imprenta, la
creación de la Casa de Moneda y la gestión para crear la Universidad. La
cultura humanista de Mendoza quedó suficientemente probada con el
aporte sustantivo que realizó Guillermo Tovar de Teresa en su imprescin-
17
dible libro La Ciudad de México y la utopía en el siglo XVI , donde entre otros
señalados valores, incluye el hallazgo y comentario de un ejemplar del

15
Llama la atención que no mencione esto Duverger cuando reseña el banquete ofrecido por ambos para
celebrar el Tratado de Aigues-Mortes (p. 181).
16
Así lo relata fray Toribio de Benavente (“Motolinía”) en su Historia de los indios de la Nueva España.
17 Guillermo Tovar de Teresa, La Ciudad de México y la utopía en el siglo XVI. México, Espejo de
Obsidiana, 1987. Presentación de Silvio Zavala. En realidad, la noticia del hallazgo la ofreció seis
años antes: Pintura y escultura del Renacimiento en México. México, INAH, 1981. pp. 18 y 38-39.

191
Tratado de arquitectura (París, 1512) de León Battista Alberti, anotado en
junio de 1539 por propia mano del virrey, que muy probablemente le sirvió
para fijar la traza de la Nueva Valladolid, hoy Morelia. No se compadecen
estos rasgos y hechos con la imagen de un ser oscuro, mediocre y envidio-
so, según expone Duverger. Tan excelente fue su gobierno y tan bien
servido quedó Carlos V de su antiguo camarero, que después de la Nueva
España lo nombró virrey del Perú, lo cual en esa época significaba una
sustantiva promoción.

Existen en esta obra pasajes salvables y los cuales resultan a mi modo


de entender novedosos e interesantes, como lo que llamo el comentario de
la conexión navarra y la etapa, ciertamente poco estudiada por otros investi-
gadores, de la estancia de Cortés en Valladolid y Castilleja. En la investiga-
ción histórica siempre podrán encontrarse rincones poco explorados y
sucesos olvidados para rescatar, como auténticos valores que dignifican
una obra, sin necesidad de acudir a la especulación, la estridencia, y una
obsesiva propensión pour épater que nada aporta y sí mucho le restan
credibilidad y solvencia.

Es bueno que un investigador ame su tema, pero ya no lo es tanto


cuando ese amor le nubla la vista. Debo señalar que aparte de lo ya señala-
do por mí y otros comentaristas del texto, puede al menos salvarse algo
positivo del libro: obra esencialmente polémica –por su forma y su conteni-
do- despertará juicios diversos y dispares, pero a la larga habrá de recono-
cerle el mérito de que probablemente propiciará que muchos “curiosos
lectores” visiten nuevamente ese gran monumento literario que es la
Verdadera historia de la conquista de la Nueva España, así como otras obras
similares, lo cual estimulará la lectura y el interés por la historia nacional.
Con que esto se cumpla, como lo deseo, ya tiene mérito el trabajo de
Duverger, aunque esta propuesta resulte lamentablemente fallida.

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