Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 71

LUXÚRIA

(PRIMERA PARTE)
 
EVA GONZAY
ALMUDENA VEGA
Todos los derechos reservados. Ninguna sección de este
material puede ser reproducida en ninguna forma ni por
ningún medio sin la autorización expresa de sus autoras.
Esto incluye, pero no se limita a reimpresiones, extractos,
fotocopias, grabación, o cualquier otro medio de
reproducción, incluidos medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos
aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier
parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es pura
coincidencia.
 
INDICE
 
 
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
 
Capítulo 1

Eider
El sonido de mi despertador me hace abrir los ojos de
golpe, lo paro con cierta torpeza mientras intento centrarme
y descubrir el motivo de que lo hubiese puesto, hasta que
caigo en que hoy tengo una entrevista de trabajo en otra
ETT, ojalá encuentre por fin algo decente.
Trabajo como guía turística, o al menos eso es lo que me
gustaría, porque la cosa está tan mal que solo me llaman
esporádicamente y necesito completar mi sueldo con otros
trabajos. Trabajos como camarera donde echo demasiadas
horas por muy poco dinero, pero sin eso no podría vivir,
Barcelona es demasiado caro.
Salgo de mi habitación para ir a la cocina y prepararme un
café bien cargado que me ayude a despertarme y los ojos
casi se me salen de las órbitas cuando me encuentro con un
maromo de casi dos metros, que busca algo de la nevera
completamente desnudo.
—¡Albaaaaa! —grito como una histérica.
El chico, al oír mi grito pega un salto y se tapa sus partes
con las manos.
—¿Se puede saber qué pasa, Eider? Es demasiado
temprano para que estés gritando—se queja apareciendo en
la cocina como si nada. Será perra.
El chico nos mira perplejo, parado enfrente de nosotras sin
decir ni una sola palabra, aunque parece que al muchacho
le gusta lo que ve, porque a pesar de que él no diga nada
nos lo está diciendo su polla, que se acaba de levantar
como la barrera de un aparcamiento sin que él pueda
esconderla.
—¿Se puede saber qué es esto? —pregunto señalando al
muchacho, que debe de tener los huevos duros como
nueces.
—Joder, Eider, ¿no ves qué es un tío? —se burla mi amiga
haciendo que la atraviese con la mirada.
—Ya sé que es un tío, uno que está deseando follarte, por
cierto—comento señalando la evidencia.
—Menudo humor, chica. ¿Cuánto hace que no te das una
alegría?
—Alba, ya hemos hablado de esto, tenemos unas normas,
joder.
—Sí, y en mi defensa diré que no me lo he follado fuera de
la habitación. Tú, como te llames—le ordena al muchacho—
vístete y lárgate de aquí, acabas de enfadar a la corta rollos
de mi amiga.
Ante mi sorpresa, el chico sale de la cocina y yo me quedo
mirando a mi amiga con los ojos muy abiertos.
—¿En serio me vas a decir que te has traído un tío a casa,
te lo has follado, y ni siquiera sabes su nombre? —pregunto
elevando las cejas.
—Correcto.
—¿Y si es un psicópata? —cuestiono añadiendo un toque
exagerado de dramatismo.
—Si hubiera sido un psicópata ya estaría muerta, y
probablemente tú también. Además, el hecho de saber su
nombre no lo convierte en buena persona.
No salgo de mi asombro con Alba, después de que la pillara
follando en el salón con un tío y tuviésemos una discusión
por ello pensaba que se comportaría como una persona
normal y no como una perra en celo, pero veo que estaba
equivocada.
—Necesito conseguir un trabajo y largarme de aquí—
comento saliendo de la cocina.
—Venga ya, Eider, solo es un chico nuevo que entró hace
poco en mi empresa, puede que no me acuerde de su
nombre, pero no es un mal tío, ¿de acuerdo?
No le hago caso y entro en mi cuarto dando un portazo. O
me dejo de mierdas de empresas de trabajos temporales y
encuentro un trabajo en condiciones o mataré a mi amiga
un día de estos. No es que yo sea una mojigata, pero joder,
unos mínimos, acordamos que seríamos discretas con
nuestros ligues, no tengo porque levantarme y encontrarme
a un tío en pelota picada en la cocina. Está claro que ella y
yo tenemos distinta forma de ver la vida. Sobre todo,
porque yo no me voy acostando con el primero que me
encuentro.
 
Alba tiene un trabajo estable en una auditoría con un
sueldo más que aceptable, si quisiera podría vivir sola
perfectamente, pero mi presencia aquí la ayuda a ahorrar
según ella, según yo, le va bien para permitirse todos los
caprichos que quiere.
Sé que no tengo ningún derecho a exigirle nada porque
estamos en su casa, pero desde el principio acordamos unas
normas, precisamente porque chico nuevo que entra en su
empresa, chico nuevo que acaba pasando por su cama, y
como consecuencia invade mi espacio vital y parte de mi
intimidad.
 
El sonido de sus nudillos golpeando mi puerta me saca de
mis pensamientos. Alba entra sin esperar a que le dé
permiso, otra cosa para la que quizá deberíamos tomar
medidas en el futuro.
—Venga, Eider, lo siento, prometo que no volverá a pasar.
—¿A quién quieres engañar? Esta es tú casa, pero joder,
debe de haber unas normas de convivencia mínimas, y el no
encontrarme con un tío desnudo en la cocina es una de
ellas, que no soy de piedra, Alba. No creo que sea
demasiado pedir.
—Sé que no es una excusa, pero la verdad es que no
esperaba que te levantases tan pronto. Prometo que no
volverá a pasar—asegura poniendo carita de pena.
Dudo que sea verdad lo que dice, pero finalmente le sonrío,
creo que Alba no va a cambiar nunca y yo hoy me he
levantado de demasiado mal humor.
—¿Quién es él? —pregunto con curiosidad.
—Ya te lo he dicho, entró hace poco en la empresa, está en
prácticas. Llevábamos tres días tonteando y al final, pues ya
sabes—sonríe elevando una ceja.
—¿Qué edad tiene?
—Joder, Eider, no sé, es mayor de edad y con eso me vale.
Dios, que mal acabo de sonar—dice tapándose la cara con
las manos.
—Bastante mal—confirmo haciendo una mueca.
—Ha terminado ADE, así que mínimo veintidós o veintitrés,
no sé. A ver, que es un polvo, joder, que no me voy a casar
ni nada de eso.
—¿Cómo puedes hacerlo? —pregunto sumamente
interesada, aunque la realidad es que más que interés lo
que siento es envidia, en el fondo me encantaría disfrutar
del sexo de una forma tan natural y libre como lo hace ella.
Para Alba todo es espontáneo, si se le presenta la
oportunidad y le apetece se deja llevar y disfruta el
momento sin más complicaciones.
—¿Cómo puedo qué? Joder, Eider, estás demasiado rarita
esta mañana.
—No estoy rara, es solo...
—¿Cómo puedo follar con quién me da la gana sin más?
¿Es eso lo qué quieres preguntarme?
—Justo eso—afirmo también con la cabeza.
—Sencillo, no quiero complicaciones, si el chico en cuestión
me gusta y me apetece, pues follamos, es algo natural,
Eider. Deberías desmelenarte más y olvidar esa norma
absurda tuya de quedar al menos tres veces antes de echar
un polvo, por Dios, vaya pérdida de tiempo—resopla sin
comprender mi comportamiento.
—Sabes que para mí no es tan fácil eso de conocer a un tío
y tirármelo sin más. No creo en el sexo por sexo y lo sabes.
—Pues no sabes lo que te estás perdiendo. En fin, no
quiero terminar discutiendo, te prometo que los tíos
desnudos no saldrán de mi habitación. Y ahora, ¿me vas a
contar qué haces despierta tan temprano?
—Tengo una entrevista, por eso me he levantado tan
pronto. Necesito un trabajo decente ya, esta situación me
está agobiando demasiado—digo tras un hondo suspiro.
—Tranquila, ya verás como este trabajo es el definitivo.
—Ojalá, pero es para un evento, será un fin de semana
como siempre y ya está. Vuelta a empezar.
—Aparecerá algo mejor, estoy convencida—asegura
intentando animarme—ahora me voy a duchar que yo sí que
voy justa al trabajo. Suerte en la entrevista, Eider—dice
dándome un beso en la mejilla antes de salir de la
habitación.
 
Me recuesto en la cama lamentando la mala suerte que he
tenido con los trabajos, a veces dudo que estudiar turismo
fuera la gran idea que yo imaginaba. Creía que encontraría
trabajo rápido, en algún hotel o una agencia de viajes.
Incluso me planteé marcharme de Barcelona, pero sin nada
estable y casi sin ahorros, esa idea la deseché
definitivamente.
Suelo recibir muchas ofertas para trabajar en Mallorca
durante toda la temporada de verano, ganaría mucho dinero
en esos meses, pero después tendría que volver a
Barcelona.
Miro el reloj y son casi las siete, realmente la entrevista es
a las nueve de la mañana, no sé ni porque me he levantado
tan temprano, pero ahora eso es lo menos importante.
 
Capítulo 2

Eider
Salgo de casa a las ocho y cuarto rumbo a las oficinas de la
agencia de trabajo a la que tantas veces he ido. Cuando
llego saludo a Sofía, que es la chica que está en la entrada y
le indico que tengo una entrevista con Ángela.
—Espera aquí, Eider, voy a avisarla de que has llegado.
Tomo asiento mientras espero a que me indiquen que
puedo pasar. La verdad es que no entiendo el motivo de
esta entrevista, aquí ya me conocen y saben cómo trabajo,
si me llaman de forma repetida es porque siempre cumplo
en los trabajos y están contentos conmigo, pero aquí estoy,
esperando con intriga a que me digan de una vez de qué se
trata.
—Ya puedes pasar—me anuncia Sofía con una amable
sonrisa.
—Muchas gracias.
Me dirijo al despacho de Ángela y llamo a la puerta, al
contrario que mi querida amiga Alba, yo no entro hasta que
no me dan permiso.
—Buenos días, Eider, toma asiento, por favor—me pide
señalando la silla.
—Buenos días, Ángela, ¿por qué una entrevista si ya nos
conocemos? —pregunto sin poder aguantar la curiosidad ni
un segundo más.
—Te ha sorprendido, ¿no? —sonríe—a ver, es que este es
un evento algo especial, Eider, y aunque te dijo Sofía que
era una entrevista, realmente no es así. Como ya te he
dicho, es un evento algo delicado y quería hablarlo contigo
en persona para aclararte cara a cara cualquier duda que
puedas tener, si es que estás interesada.
—Entiendo, pero si no me dices ya de qué se trata este
evento tan misterioso creo que me va a dar algo.
—Es un salón erótico—suelta de sopetón.
—¿Una salón erótico? —pregunto perpleja—¿eso existe?
—Por supuesto que sí—asegura soltando una risotada al
ver mi cara de espanto—se realiza en un recinto ferial
privado aquí en Barcelona, son decenas de estands donde
se muestran todos los juguetes nuevos. Es todo un mundo,
Eider, igual que el salón del automóvil, solo que aquí en
lugar de gente trajeada enseñando coches, te puedes
encontrar gente desnuda mostrándote sin rodeos no solo el
funcionamiento del aparatito en cuestión, sino también los
efectos que produce, ya sabes—dice guiñándome un ojo.
—Vaya—susurro sorprendida.
—Y que lo digas, todo en ese evento está pensado para
despertar deseo y satisfacer fantasías. Debes estar
preparada para encontrarte cualquier cosa.
—Define cualquier cosa—le pido un poco preocupada.
—Pues no sé, espectáculos donde no será la ropa
precisamente lo que abunde, demostraciones, exposiciones
sadomaso...
—Ajá—acierto a decir, mientras pienso en lo mucho que le
gustaría a Alba un evento así, me extraña que jamás me
haya pedido que la acompañe a uno.
—¿Estás bien? —pregunta sin poder disimular una sonrisa.
—Sí, pero no estoy segura de que vaya a sentirme cómoda
en un sitio así—respondo avergonzada, solo de pensar en
ver a gente semi desnuda me pongo nerviosa, seguro que
no sabré a donde mirar y acabaré pareciendo una salida.
—A ver, Eider, es solo servir copas. Habrá un lugar
habilitado para ello, estarás detrás de una barra, no quiero
que seas de las que se van paseando por la sala en
minifalda y sujetador con una bandeja.
—¿Minifalda y sujetador? —pregunto sintiendo un
escalofrío.
—Sí, nos han pedido personal para cubrir una serie de
puestos, pero tú estarás detrás de la barra como ya te he
dicho, y vestida, muy vestida. Pantalón y camisa para ser
exactos. He pensado en ti para esto porque sé que eres
seria y discreta, nada de lo que veas en el salón puede salir
de allí.
—No sé, Ángela—digo poco convencida.
—Pagan ochocientos euros por los tres días que dura el
evento, eso sería integro para ti.
—Joder, ¿ochocientos euros por tres días? —pregunto con
los ojos abiertos como platos.
—Sí, tú piénsatelo, te doy hasta el miércoles, pero necesito
una respuesta a primera hora de la mañana. Si no me
respondes entenderé que no te interesa y tan amigas, tú no
te preocupes que ya tengo a alguien para hacerlo. Aunque
sinceramente me gustaría que fueses tú, más que nada
porque eres de mi entera confianza. El evento será el
viernes, sábado y domingo de esta semana.
Acuerdo con Ángela que le diré algo el miércoles a primera
hora, me despido de ella y salgo de las oficinas dando un
paseo hasta llegar a casa.
Necesito pensar, en mi cabeza solo resuena el dinero que
ganaría solo por tres días de trabajo, pero el hecho de ser
un evento erótico es lo que me frena para aceptarlo tan
rápido. Tengo que hablar con alguien para tener una
segunda opinión, y la única persona que ahora mismo tengo
al lado es Alba, lo malo es que ya sé lo que piensa y lo que
me va a decir.
 
—¿En serio te estás pensando aceptar un trabajo de tres
días por el que te van a pagar ochocientos euros, solo
porque el evento es erótico? —pregunta perpleja cuando
vuelve de trabajar.
—Sabes que me siento incómoda hablando de eso,
imagínate en un sitio en el que se respira sexo por todas
partes.
—Joder, Eider, que vas a estar detrás de una barra
atendiendo a la gente, es algo que has hecho miles de
veces. Mira, chica, yo lo cogería sin ningún problema. Joder,
que coño, es que pienso ir al salón ese, seguro que me lo
pasaré bien buscando juguetitos nuevos. Quizás hasta te
compre uno a ver si se te quita esa cara de pena—se burla
entornando los ojos.
—Eres gilipollas—resoplo—no sé para que hablo de estas
cosas contigo si ya sabía la respuesta—digo intentando salir
del salón, pero Alba me lo impide agarrándome por el brazo.
—No te enfades. Sabes que tengo razón, conseguirías el
alquiler de dos meses con solo trabajar tres días, déjate de
prejuicios y ve a trabajar a ese salón erótico. Te prometo
que iré el sábado y el domingo y me sentaré en la barra
para hacerte compañía.
—¿En serio lo prometes?
—Lo prometo, estoy harta de verte llegar a casa echa
mierda los fines de semana, harta de verte hacer horas para
cobrar una basura de dinero—dice envolviéndome en un
abrazo mientras me susurra al oído—eres mi amiga y me
importas más de lo que te puedes imaginar.
Alba se ha puesto sentimental, lo que me faltaba, teniendo
en cuenta lo sensible y hecha mierda que estoy
últimamente por no conseguir algo decente. El resultado es
que acabo llorando entre sus brazos para dejar salir toda la
impotencia que me produce ese hecho a diario.
 
El miércoles por la mañana llamo a Ángela y le confirmo
que cogeré ese trabajo, pero que si alguien se intenta
sobrepasar conmigo me largo de inmediato.
—Eso no va a pasar, Eider, te lo garantizo. La gente asocia
el erotismo a la falta de respeto, pero eso no es así, además
hay guardias de seguridad por todo el recinto. Te aseguro
que, si alguien se intenta sobrepasar contigo o con
cualquier otro empleado o asistente al evento, estará de
patitas en la calle antes de terminar la frase.
Tras tranquilizarme, Ángela me sigue hablado un poco más
de cómo funcionará todo para que me haga una idea. El
viernes será para gente de la profesión que tengan locales
de intercambio, tiendas eróticas, etc. El sábado y el
domingo para público en general. Solo espero que Alba
cumpla su promesa y venga a acompañarme.
 
Capítulo 3

Eider
—¿Estás nerviosa? —pregunta Alba entrando en la cocina.
—Pues menos de lo que esperaba, hoy viernes creo que
será todo más relajado, me preocupa más el fin de semana,
que es cuando habrá afluencia de verdad. Vendrás a
hacerme una visita, ¿no?
—Que sí, pesada—contesta resoplando—iré el fin de
semana. Pero, guapa, ya puedes invitarme a cenar por las
molestias.
—Sí vas a estar encantada, so perra.
—Eso no lo dudes. ¿Ya te vas? —pregunta mirando su reloj.
—Sí, sabes que no me gusta llegar tarde.
—¿Tarde? Pero si son las siete y media y no empiezas hasta
las nueve—dice rodando los ojos—estás a media hora en
coche como mucho, Eider.
—Bueno, soy una chica precavida, ya lo sabes—digo
encogiéndome de hombros.
—Increíble, en fin, me voy a la ducha que a este paso la
que va a llegar tarde soy yo—comenta saliendo de la
cocina.
 
Sé que es pronto para salir, pero no me gusta llegar a los
sitios corta de tiempo porque me acabo poniendo muy
nerviosa, y bastante inquieta me tiene el evento en sí como
para encima llegar estresada. Cojo las llaves del coche y
bajo hasta la calle para ponerme rumbo al recinto donde se
celebra el salón erótico mientras me pregunto si he hecho
bien aceptando este trabajo.
Cuando llego, como era de esperar no hay nadie donde me
ha indicado Ángela. Solo son las ocho y cuarto, si no consigo
distraerme con algo me voy a poner muy nerviosa. Me giro
para sacar el móvil del bolso cuando alguien golpea mi
ventanilla haciendo que por poco me dé un infarto.
—Joder, que susto—digo poniendo una mano en mi pecho
mientras bajo la ventanilla.
—Hola, perdona, Eider, no pretendía asustarte—se disculpa
Sofía, la chica que trabaja en la recepción de Ángela.
—Tranquila, creo que a esta sobrevivo, ¿qué haces aquí? —
pregunto un poco sorprendida.
—Este evento se paga muy bien, demasiado diría yo—
comenta elevando una ceja acompañada por media sonrisa
—le pedí a Ángela que me permitiera participar, me hace
falta la pasta.
—¡Genial, entonces trabajaremos juntas! —exclamo feliz de
conocer a alguien aquí dentro.
Saber que Sofía estará cerca me da cierta tranquilidad.
—Bueno, no exactamente, tú estarás detrás de la barra.
—¿Tú no?
—No—sonríe con picardía—yo soy de las que van con la
bandeja repartiendo chupitos.
—¿De las que van en falda y sujetador? —pregunto
perpleja.
—Sí.
—¿Tú? —insisto sin poder disimular la sorpresa.
—Yo misma.
—Vaya, es decir, que no me parece mal, eh. Es que
pensaba que estarías conmigo y eso me hacía sentir un
poco más relajada.
Joder, por mucho que lo intento no consigo imaginar a
Sofía en ese papel. Estoy acostumbrada a verla siempre
detrás de su mesa, contestando al teléfono y atendiendo
con cortesía a todo el que entra con su amplia sonrisa,
pensar en ella paseando medio desnuda con la bandeja de
chupitos es algo que me cuesta.
—Tranquila, he estado en otros eventos como este y la
verdad es que nos tratan muy bien, si en algún momento
alguien se pasa de pesado, no tienes más que avisar a
seguridad.
—Seguro que estaré bien. ¿No te da un poco de, ya sabes,
pudor?
—¿Vestir de ese modo?
—Sí, habrá mucha gente y te mirarán.
—Con lo que me pagan de más que miren lo que quieran,
mientras no toquen...—sonríe divertida.
—¿De más?
—Cuatrocientos euros más que a ti—afirma dejándome con
la boca abierta.
Igual para la siguiente vez me lo pienso.
—Yo sigo alucinada con lo que pagan por esto—le comento
en confianza—¿de verdad el sexo mueve tanto dinero?
—Por lo visto sí, no sabes la cantidad de dinero que se deja
la gente con estas cosas, la gente va de modosita, pero
luego, joder, algunas personas pagan fortunas por disfrutar
de un buen orgasmo.
Sofía y yo seguimos hablando sobre el tema hasta que
vemos que abren una de las puertas.
—Venga, sal ya del coche y vamos, pronto empezará a
llegar la gente y tenemos que prepararnos.
Salgo del coche y me doy cuenta de lo desconsiderada que
he sido al no bajarme mientras hablaba con ella. Me
disculpo y ponemos rumbo a lo que para mí será un infierno
de tres días.
 
A las diez de la mañana abren las puertas para que entren
los visitantes de hoy, a cada uno se le entrega una
acreditación de color amarillo que les permite el acceso a
todo el recinto.
La mañana se me pasa más rápido de lo esperado, no miro
mucho a los estands, por suerte tengo algunas mesas
delante y la barra suele estar bastante llena de gente. Junto
a mí hay otro chico sirviendo, se llama Héctor y parece
bastante simpático. Ahora estamos los dos solos, aunque
nos pondrán algún refuerzo por la tarde y el fin de semana,
que es cuando realmente esto estará lleno.
He visto un par de veces a Sofía y parece que la chica se
desenvuelve bastante bien, con lo mosquita muerta que
parecía detrás de su escritorio en las oficinas de la empresa
de trabajo temporal.
Un grupo de personas llama mi atención, están todos
formando corrillo delante de algo y cuando uno de ellos se
aparta, la mandíbula se me descuelga hasta casi tocar el
suelo. El centro de todas las miradas es una chica
completamente desnuda sentada sobre un sillón de cuero
rojizo, tiene las piernas abiertas y muestra con total
naturalidad como utilizar un vibrador fálico que acaba de
introducir en su vagina.
Se me acelera el pulso de golpe y mi entrepierna comienza
a palpitar de forma exagerada sin que pueda apartar la
vista de ella. Una ola de excitación casi incontrolable se
apodera de mi cuerpo y de forma instintiva cierro las
piernas como si eso me fuese a proteger del chorreo que
acaba de inundar mis bragas al verla utilizar ese cacharro.
La chica comienza a agitarse y a jadear sin reparos, mis
piernas pierden fuerza y la boca se me seca cuando la
muchacha explota en un intenso orgasmo. La vista se me
nubla y algo se apodera de mi cuerpo, algo desconocido que
no controlo y que me hace apoyar mi sexo disimulando
como puedo contra la esquina de unas cajas que tenemos
apiladas. Un poco de presión en el punto correcto, eso es lo
único que necesito para terminar corriéndome de forma
contenida, soltando un bufido de aire por la nariz y mirando
a mi alrededor para asegurarme de que nadie me ha visto
mientras intento recuperar la compostura.
—Jo—der—jadeo en voz baja.
Jamás en mi vida me había pasado nada parecido. Alba
siempre alardea de que si la situación lo requiere, es capaz
de correrse con el simple roce de su pantalón, hasta ahora
nunca me lo había creído, pero a partir de hoy tendré que
tomarme más en serio las burradas que me cuenta la loca
de mi amiga.
Sigo aferrada a la barra con la respiración entrecortada por
lo que acaba de pasarme sin entender como el hecho de ver
algo así ha podido ponerme cachonda hasta el punto de
correrme. Justo en ese momento veo que Héctor se acerca y
me incorporo intentando hacerme la digna, joder, si todavía
me tiemblan las piernas.
—¿Estás bien? —pregunta con una sonrisa que no me
gusta ni un pelo.
—Sí, tranquilo, estoy bien—miento casi sin aliento.
—¿Si se lo pregunto a tus bragas me dirán lo mismo? —me
susurra al oído, después se da la vuelta y sigue atendiendo
como si nada. Será cabrón.
Me recompongo como puedo y me pongo a atender a la
gente que ha llegado sedienta a la barra después del
espectáculo de la muchacha y el vibrador.
Mientras sirvo un par de cervezas solo puedo pensar en
que tengo que conseguir para mí uno de esos, y con ese
pensamiento estoy cuando un señor de unos cincuenta años
se planta en la barra justo enfrente de mí.
—Hola, bonita.
—Hola, ¿qué desea tomar?
—Nada, solo he venido a darte esto, cortesía de la casa
para las empleadas—comenta dejando una bolsa delante de
mí.
Lo miro con cara de circunstancias al no entender nada y él
sonríe haciendo un gesto con la cara señalando al estand
donde la chica ha hecho la demostración.
—Es uno igual que el que estamos enseñando, espero que
se lo recomiendes a tus amigas si te gusta.
Tras eso, me guiña un ojo y se marcha. Cuando abro la
bolsa veo que dentro está la caja con el vibrador y también
hay algunos sobres promocionales de lubricante. Este regalo
es lo último que me falta con el calentón que tengo.
 
Cuando por fin llego a casa, abro la puerta y la cierro de un
portazo, tiro el bolso en la entrada y me dirijo directamente
al baño sin soltar la bolsa.
—¿A dónde vas con tanta prisa? —pregunta Alba
extrañada.
—Al baño, ¿no lo ves?
Dios, casi no puedo respirar de la excitación que llevo
encima.
—¿Qué llevas en la bolsa? —pregunta pegada a mi
espalda.
—Un regalo que me han hecho, ¿te importa salir del baño?
Alba ignora mi petición, me quita la bolsa de las manos y la
abre.
—¡Joder! ¿Es un vibrador? —pregunta sin salir de su
asombro.
—Dame la bolsa, ahora no tengo tiempo de explicártelo—
digo quitándole el vibrador que tiene ahora en su mano
mientras la empujo hacia fuera y cierro la puerta del baño.
Puede que haya sido un poco desagradable con ella, pero
es una cuestión de vida o muerte. O me quito el calentón
que llevo o me explota el coño.
Me quito los pantalones y las bragas lo más rápido que
puedo, saco el cacharro de su envoltorio y me siento sobre
la tapa del inodoro con las piernas abiertas. Con lo mojada
que llevo todo el día no necesito el lubricante, así que
introduzco el vibrador en mi vagina con una facilidad que
me asombra y pulso el botón.
Estoy tan desbocada que, en apenas un minuto, ese
cacharro me hace correrme y soltar el grito placentero que
llevo todo el día conteniendo. Joder, que alivio.
Cuando termino de ducharme salgo del baño y Alba está
en el sillón, en cuanto me ve se levanta de un salto y se
planta ante mí con los brazos en jarras.
—Necesito que me digas ahora mismo como se llama ese
cacharro. Que grito has dado, joder, que me has puesto
hasta cachonda—confiesa expectante.
La miro sin poder borrar la sonrisa de mis labios. Jamás me
ha escuchado hacerlo con nadie porque siempre he sido
comedida. Obviamente me encanta el sexo, pero no que la
gente me vea o me escuche, eso siempre me ha dado
bastante pudor. Pero hoy, joder, hoy me ha importado una
mierda que Alba me pudiera escuchar mientras me estaba
masturbando.
—La caja sigue en el baño. Cuidado con esa mierda, Alba,
te juro que la carga el diablo—aseguro provocando que las
dos soltemos una carcajada.
 
Capítulo 4

Eider
Al día siguiente estamos ya en la barra colocándolo todo,
nos han avisado de que se espera una gran afluencia de
público y que por la tarde habrá un espectáculo. Aunque
para mí, espectáculos hay a cada rato, chicas con chicos
atados como un perro paseando por el pabellón, chicas y
chicos atados a una pared completamente desnudos.
—¿Cómo puedes aguantar la excitación? —le pregunto a
Héctor con cara de preocupación.
—¿Te cuento el secreto? —pregunta con una sonrisa
traviesa.
—Por favor—respondo casi suplicando.
—Realmente intento no fijarme, ¿no te has dado cuenta de
que cada vez que no hay gente en la barra me doy la
vuelta? Intento mantenerme de espalda a los estands el
máximo de tiempo posible. Si no hago eso estoy con la
tienda de campaña levantada todo el santo día y eso no hay
quien lo aguante, cualquier día me explotan las pelotas.
—Tendré que hacer lo mismo—contesto algo decepcionada,
esperaba una respuesta mejor, la verdad.
Darme la vuelta me priva de ver, pero no de escuchar los
gemidos que de vez en cuando resuenan como un eco
turbador en mi cabeza.
—Llevo tiempo cubriendo este tipo de eventos, y también
hay veces que trabajo en locales de intercambio—comienza
a explicar al ver mi cara de frustración—en este tipo de
trabajos la excitación siempre está ahí, el truco está en
encontrar el modo de evadirte de lo que tienes alrededor, o
encuentras un modo de hacer eso o lo pasas realmente mal
intentando contener la excitación a todas horas. Es un
ejercicio mental.
—Buff—resoplo más desesperanzada que antes.
—Tranquila, relájate—me anima frotando mis hombros—es
normal que sientas deseo a todas horas, pero intenta no
prestar demasiada atención a lo que pasa a tu alrededor o
tus bragas terminarán peor de lo que te quedaron ayer—se
burla guiñándome un ojo.
Asiento con una sonrisa y nos ponemos en marcha, faltan
menos de cinco minutos para que dejen entrar a la gente al
pabellón.
—No tengo que mirar, no tengo que mirar—me repito en
voz baja.
Pero está claro que en mi caso no funciona, porque mis
ojos se acaban de clavar en una mujer que tengo la
impresión de que me dedica miradas mientras habla con
otra chica.
Me giro hacia atrás pensando que quizá hay alguien a
quien conoce, pero en este lado de la barra ahora mismo
solo estoy yo. La mujer, como si quisiera confirmarme que
me mira a mí, agarra a la chica de los hombros y la hace
girar para ella poder colocarse casi enfrente de mí y así
mirarme con descaro.
Es alta y morena, vestida con unos pantalones que se
ajustan perfectamente a su línea y una blusa con algún
botón desabrochado más de la cuenta que deja ver un
sujetador negro de encaje. De forma sutil y
arrebatadoramente seductora, se muerde el labio inferior
sin apartar la mirada de mis ojos, lo que me pone tan
nerviosa que de nuevo me tengo que agarrar a la barra para
contener lo que comienza a despertar en mi cuerpo.
—Vaya...—comenta Héctor plantándose a mi lado—acabas
de captar la atención de una de las mujeres más
importantes del mundo del erotismo.
—¿Quién es?
—Se llama Miranda Rivera.
—Joder, ella es el erotismo—afirmo dejando escapar un
suspiro.
Mi compañero suelta una carcajada que hace que Miranda
Rivera, esa mujer a la que ahora ya puedo ponerle nombre,
vuelva a mirar en nuestra dirección. Su mirada me atraviesa
de tal modo que siento que estoy desnuda, intento coger
aire cuando ella se humedece los labios antes de
mordérselos lentamente, como si me estuviera saboreando.
Héctor se gira de inmediato y se coloca de espaldas, lo que
me indica que esta mujer tiene la capacidad de excitar a
cualquiera que la esté mirando sin apenas moverse.
—Joder—exhala Héctor.
—Creo que joder se queda corto—afirmo sintiendo burbujas
entre las piernas—esa mujer te puede llegar a follar con solo
una mirada.
—Esa mujer podría follarse a cualquiera de este pabellón,
Eider, y cuando digo cualquiera es cualquiera. Es una de las
mujeres más deseadas y a la vez inaccesibles de este
mundillo, solo si ella te elige acabas en su cama. Por ahí se
comenta que es muy selectiva, pero me da a mí que tú
debes cumplir con sus requisitos, ojalá me mirara a mí como
te mira a ti—confiesa resoplando.
—Voy a tener que seguir tu táctica, más que nada por
salvar el pantalón, porque mis bragas ya no tienen remedio
—confieso asustada por el nivel de excitación que ha
llegado a provocarme, antes de desaparecer de mi vista con
la elegancia propia de una diosa.
 
Cuando abren las puertas, tal y como era de esperar, una
avalancha de gente entra en el pabellón. Al principio la cosa
está bastante tranquila, pero al llegar el mediodía la gente
parece que quiere beber y se nos llena la barra, por suerte
hay otra chica que nos ayuda, pero, aun así, no tengo
tiempo ni para mirar lo que pasa a mi alrededor.
—Hola, preciosa—dicen a mi lado.
—Por fin, pensaba que no vendrías, capulla—le digo a mi
amiga Alba.
—Bueno, digamos que me he entretenido viendo los
espectáculos—confiesa con cara de pícara—. Joder, Eider,
esto es puro morbo y erotismo, todavía no había puesto un
pie en la entrada y ya se me habían mojado las bragas.
Alba tiene razón, todo en este evento invita a la excitación,
el deseo y la lujuria.
Mientras le sirvo una copa, mis ojos, como movidos por un
imán que me controla, se desvían hacia la izquierda hasta
encontrarse con la misma mirada de deseo que me he
encontrado esta mañana, que no es otra que la mirada
seductora de Miranda Rivera, esa mirada que hace que se
me mojen las bragas sin ni siquiera saber por qué. Joder,
que yo nunca me he fijado en las mujeres, pero la capacidad
de seducción que desprende ella es abrumadora, nunca
había sentido todo esto con otra persona.
Parece que Miranda se ha cansado de las miradas y de
pronto viene hacia mí con paso decidido. Me quedo
hipnotizada y es justo decir que también idiotizada
observándola acercarse, a cada paso que da, mi sexo
palpita con más fuerza entre mis piernas mientras mi
corazón late cada vez más rápido.
Miranda me genera un nerviosismo que me asusta y que
me hace girarme en busca de la ayuda de Alba, pero
descubro con sorpresa que la muy perra camina con un tío
en dirección a los baños, ¿así es cómo pretende mostrarme
su apoyo? Cuando vuelvo a girar la mirada ya tengo a
Miranda apoyada en la barra dándome un buen repaso y
mordiendo su labio inferior. Joder, me tiraría encima de ella
ahora mismo.
—¿Desea algo? —le pregunto intentando aparentar
normalidad.
—A ti—suelta de sopetón—pero eso va a tener que esperar
a que no estés detrás de esta barra.
La miro con la boca abierta y el corazón desbocado. ¿Habla
en serio o me toma el pelo? Por la seguridad que desprende
diría que más que el pelo lo que quiere tomarme es otra
cosa.
—Supongo que ya te han dicho quién soy.
—Sí—titubeo como una imbécil, lo que le arranca una
sonrisa de medio lado que me deja también sin aire.
—¿Te han dicho también que soy la dueña del Luxúria?
—No—respondo atónita.
Yo no estoy muy puesta en el mundo del erotismo, pero sí
sé que el Luxúria es un local de intercambio al que solo se
accede con invitación exclusiva, y que dicha invitación no la
recibe cualquiera.
—Me gustaría que trabajases para mí—asegura muy seria.
—¿Yo? —pregunto turbada.
—Sí, tú. Haciendo lo que haces ahora, solo que cobrando el
triple. Piénsatelo y si te interesa llámame para concertar
una entrevista—dice entregándome su tarjeta.
Cuando la voy a coger con mi mano temblorosa por el
efecto Miranda, ella aprovecha el acercamiento para dejar
que uno de sus dedos roce levemente los míos, lo que
provoca que una corriente eléctrica me recorra el cuerpo y
me haga respirar de forma entrecortada.
—De acuerdo, lo pensaré—digo notando como la humedad
me traspasa.
—Así me gusta. Si quieres llamarme para otra cosa
también estaré dispuesta a atenderte.
Debo confesar que no hay nada en este mundo que me
apetezca más que llamarla, pero ¿qué haría yo ante
semejante mujer? Dos de sus dedos se posan bajo mi
barbilla, alzando mi rostro lentamente hasta que poso mi
mirada en sus ojos, unos ojos oscuros que no se molestan
en esconder el deseo.
—Dios, eres preciosa. Espero tu llamada—dice alzando las
cejas, antes de guiñarme un ojo y perderse entre la gente,
llevándose consigo no solo mi alma, sino todas las miradas
de los aquí presentes.
—Respira—me susurra Héctor apareciendo de repente.
Suelto el aire acumulando en mis pulmones de forma
inconsciente y vuelvo a tomar una gran bocanada para
oxigenar mi cerebro.
—Necesito ir al baño—digo tras frotarme las sienes.
—Claro, tranquila, nosotros nos ocupamos de esto.
Salgo de detrás de la barra como una exhalación en
dirección a los baños, tengo la mente tan turbada por culpa
de esa mujer que apenas veo lo que tengo delante.
Entro de forma rápida y como no podía ser de otra manera,
los baños son mixtos. Abro uno de los grifos y me refresco la
cara y después la nuca. Cuando me siento un poco mejor,
miro el reflejo que me devuelve el cristal y veo que hay un
chico apoyado en la pared que me mira fijamente, va
vestido igual que Héctor, así que imagino que es camarero.
En mi cabeza vuelve a aparecer la mirada de Miranda y ya
no aguanto más, me giro, agarro al hombre del brazo, abro
la puerta de uno de los baños y me encierro con él.
—Dime que tienes un preservativo—exijo sin ocultar mi
desesperación.
El chico saca uno del bolsillo con sonrisa triunfal y rompe el
envoltorio mientras yo desabrocho de forma desesperada su
pantalón y lo bajo. Él se deja hacer a la vez que su erección
crece, lo empujo dejándolo sentado en el inodoro y yo hago
lo propio con mis pantalones. Se coloca el preservativo y no
hay palabras entre nosotros, ni un solo beso de
calentamiento, solo deseo y desesperación. Me subo a
horcajadas sobre él y mi humedad hace que su miembro
entre de forma segura en mi interior, lo que me hace soltar
un gemido de placer al sentirlo dentro.
Él agarra mi culo con sus manos y me ayuda a bajar y subir
de forma más rápida. Puede que me arrepienta de esto,
pero ahora mismo soy incapaz de pensar en nada que no
sea correrme, y para eso solo tengo que dejarme llevar por
la excitación contenida por culpa de Miranda Rivera y en
pocos minutos los dos estallamos en un orgasmo intenso y
liberador. Apoyo mi cuerpo sobre el chico intentando poner
mi respiración y pulsaciones a un nivel normal.
Cuando estoy algo más relajada salgo de encima de él y
me limpio, de nuevo no hay palabras entre nosotros,
simplemente nos vestimos y salimos del aseo que ha sido
cómplice de nuestra lujuria.
 
Capítulo 5

Eider
El domingo por la mañana la cosa está mucho más
tranquila, hay poca afluencia de gente, quizá demasiada
poca, diría yo.
—Qué poca gente hay hoy, ¿no? —le comento a Héctor un
poco sorprendida, teniendo en cuenta el aluvión de ayer.
—Es normal, la gente suele venir más tarde el domingo,
pero te aseguro que vendrán porque habrá un espectáculo
de cierre de evento esta tarde. Entonces sí que va a ser un
poco caótico.
Aunque escucho a Héctor no consigo prestarle toda mi
atención, porque desde que he llegado no puedo dejar de
mirar en todas direcciones en busca de Miranda. Entiendo
que como participante del evento debería venir temprano, y
estoy tan concentrada buscándola que cuando mi
compañero me toca el hombro pego un salto que por poco
me subo encima de la barra.
—Joder, que susto—me quejo con la mano en el pecho y el
pulso acelerado.
—Si es que viene hoy, no vendrá temprano—comenta
haciendo una mueca divertida.
—¿Qué?
—Hablo de Miranda, no te molestes en buscarla, no está.
—Yo no estoy buscando a Miranda—miento notando como
el calor sube a mis mejillas.
—No estoy buscando a Miranda...—repite con una burla el
muy capullo—llevas buscándola desde que hemos llegado.
Hace un momento me has preguntado el motivo de que
haya tan poca gente. ¿Quieres saber por qué ella no
vendrá? Al menos temprano.
—Sí—respondo avergonzada.
—Anoche hubo una fiesta en su local, y por lo que se dice
duró hasta bien entrada la madrugada.
Precisamente en ese momento y como si quisieran
corroborar la información que me acaba de dar mi
compañero, nos interrumpen dos personas que llegan con
gafas de sol, pidiendo café urgente y hablando de la fiesta
de anoche en el Luxúria. Algo se remueve dentro de mí y no
entiendo muy bien por qué. Recuerdo la mirada descarada
de Miranda, el momento en el que se acercó a mí y como el
simple roce de sus dedos en mi barbilla desató un torbellino
de emociones en mi cuerpo y acrecentó la excitación que
había comenzado a sentir desde que mi mirada se cruzó con
la suya la primera vez.
Nadie antes me había provocado algo así, el hecho de que
en cuanto desapareció me viera obligada a ir al baño a
refrescarme y encima acabara tirándome a un tío porque
era incapaz de controlar todo lo que había desatado en mi
cuerpo, me tiene muy nerviosa, yo no soy así, no soy de las
que ve a un tío y se lo tira como suele hacer Alba.
 
Seguimos atendiendo a los clientes, que
sorprendentemente lo único que piden son cafés y bebidas
energéticas para disimular los efectos del cansancio.
Imagino que en algunos casos será por la fiesta de anoche y
no logro evitar sentir una punzada de celos atravesarme el
pecho. Si hubiese acudido a esa fiesta la hubiese visto a ella
y... Joder, no quiero ni pensarlo.
Poco después veo a la loca de mi amiga Alba haciéndome
señales de que ya ha llegado. La verdad es que pensaba
que hoy no vendría, anoche cuando llegué a casa no estaba
y supuse que estaría con el maromo con el que se metió en
el baño. Lo cierto es que agradezco verla, seguro que
consigue distraerme para que deje de pensar en la dueña
del Luxúria.
—Hola—saluda contenta en cuanto llega a la barra.
No le contesto y tuerzo el gesto haciéndome la enfadada.
La verdad es que no sé muy bien porque lo hago, hoy
parece que me haya peleado con el mundo.
—Eider...—dice poniendo cara triste.
—Me dejaste colgada para follarte a un tío en los baños.
Joder, Alba, se supone que tenías que estar aquí
apoyándome.
—Mira, guapa, los reproches a otra que te escuché en el
baño y te vi salir. Tú también te follaste a un tío allí dentro,
so guarra—argumenta mordaz.
—Dios—susurro tapándome la cara con las manos. Menuda
vergüenza, joder.
—A ver, Eider, que es normal que te dejes llevar por todo
esto. Qué coño, que ya era hora de que te dejases de tantas
gilipolleces y prejuicios y te follases al primero que pasase
solo por darte el gustazo.
—No es una cuestión de prejuicios, es simplemente que no
soy así y lo sabes, Alba. Pero en este ambiente no sé qué
me pasa, es como si una nueva Eider emergiera y no puedo
controlarme—confieso acalorada.
—Ven aquí, anda—me pide haciéndome abandonar la barra
para darme un abrazo.
—Anoche necesitaba hablar contigo y no estabas cuando
llegué a casa—le reprocho al oído como una auténtica cría
en busca de un poco de atención.
—Lo siento, cariño, llegué muy tarde y cuando entré en
casa ya estabas dormida, pero hoy te prometo que estaré si
me necesitas, igual que ahora.
—Gracias, y perdona por exigir tanto, es que este sitio me
tiene muy nerviosa—confieso provocando que sonría.
 
Hacia el mediodía la cosa se empieza a complicar un poco.
Parece que la gente ya se ha despertado y empezamos a
servir cervezas y combinados sin parar durante casi dos
horas agotadoras.
Cuando la cosa se relaja un poco, decido sentarme en una
mesa para comer con Alba, que se ha comportado y no se
ha movido de la barra en toda la mañana.
—¿Me vas a contar de una vez qué es lo que te pasa? —
pregunta enarcando las cejas.
—No me pasa nada—respondo distraída.
—Anda que no, Eider. Te he estado observando todo este
rato y no paras de mirar a tu alrededor como si buscases o
esperases a alguien. Joder, que somos amigas, sino me lo
cuentas no sé qué coño hago aquí.
Miro a mi amiga observando su gesto serio y no puedo
negar que tiene razón. Yo no he parado de exigirle a ella
que se mantenga a mi lado y lo está haciendo. Se ha
ganado el derecho a una explicación de porque estoy así de
sensible, o gilipollas, no tengo muy claro lo que debo
parecerle.
—La busco a ella—afirmo dejando la tarjeta que me dio
ayer Miranda.
Alba coge la tarjeta con curiosidad y abre la boca con
asombro cuando lee el nombre que hay escrito en ella.
—No me jodas, ¿has conocido a Miranda Rivera?
—Sí, y ahora entiendo eso que decías de que hay gente
que te puede follar con solo mirarte—confieso tapándome la
cara avergonzada.
—¡Dios! ¿Te hizo eso y no me dices nada, so perra?
—Te lo digo ahora.
—¿Es realmente tan arrebatadora como dicen? —pregunta
con sumo interés.
¿Es que todo el mundo conocía la existencia de semejante
mujer menos yo?
—Es más que eso—respondo turbada, al notar el
hormigueo entre mis piernas cuando recuerdo su forma de
mirarme.
—Joder, que zorra eres, tienes su número personal—
exclama perpleja tras darle la vuelta a la tarjeta.
—¿Qué? —pregunto confundida.
—Detrás pone "Llámame" y hay un número de móvil, mira
—asegura mostrándome la tarjeta sin poder esconder una
sonrisa perversa.
Mis ojos se abren como platos al comprobar que mi amiga
no me toma el pelo. Miranda me ha dejado un número de
móvil escrito por la parte de atrás de la tarjeta y el dichoso
"Llámame" escrito con una caligrafía preciosa y sugerente.
 
—Me entregó la tarjeta para una entrevista de trabajo,
sería para su local. Pero no sé si lo haré.
—¿Te ha ofrecido trabajo en el Luxúria? —pregunta atónita.
—Sí, y baja la voz, joder—le pido susurrando.
—¿Y qué coño te has de pensar? Sabes que es un local
exclusivo, ¿verdad? Solo se accede a través de invitación y
a ti te están dando la oportunidad de trabajar allí. Joder,
Eider, ese trabajo puede hacer que consigas la
independencia que estás buscando. No es que te esté
echando de casa, pero con lo que ganes allí no necesitarás
complementar tus ingresos matándote a echar horas en
otros sitios.
—Lo sé, ella me aseguró que ganaría mucho más que aquí,
pero me da miedo, Alba. Mira este sitio, solo llevo tres días
aquí y el primero por poco me explota el coño, no veía la
hora de llegar a casa para masturbarme—confieso mientras
ella suelta una sonora risotada—ayer me tiré a un tío con el
que no había cruzado una palabra en los baños solo porque
ella me dedicó un par de miradas que me volvieron loca, y
hoy, a saber. Si aquí no soy capaz de controlar mis impulsos
imagina lo que haría en un sitio como ese. ¿Qué me está
pasando, joder?
—Te pasa que eres humana y sexualmente activa. Es
normal que te sientas así, es por el ambiente que te rodea,
pero llegarás a controlarlo. Ve a esa entrevista, Eider,
acepta ese empleo, es solo un trabajo, nada más.
—Yo no lo tengo tan claro—digo pensando en Miranda.
—No pierdes nada por ir y saber qué es lo que te ofrece.
Sigo comiendo y meditando sobre sus palabras. Lo que me
propone Alba tampoco suena tan mal, no pierdo nada por ir
y saber qué es lo que me ofrece la irresistible Miranda
Rivera.
—Por cierto, si al final decides ir a la entrevista, ponte algo
en las bragas para que no se te mojen cuando la veas—
bromea carcajeándose.
—Gilipollas—digo tirándole una rodaja de pan.
 
Capítulo 6

Eider
Tras la comida, vuelvo a la barra y sigo con mi trabajo. La
gente empieza a llegar con más afluencia, imagino que el
hecho de que esta tarde haya un espectáculo hace que
empiece a llenarse el pabellón.
Yo sigo moviendo la cabeza como un radar buscando a
Miranda. Me resulta imposible quitarme a esa mujer de la
cabeza, joder.
Pienso en la tarjeta y todavía no me puedo creer que me
haya dado su número personal. Estoy distraída con eso
cuando veo que se arma revuelo enfrente de nosotros y
todos miramos en esa dirección. Me cago en mi mala
suerte, es la chica del vibrador dando otro espectáculo y
decido que no puedo mirar o terminaré con las bragas
mojadas y mi sexo palpitando exigente. Así que me giro
rápidamente y descubro a Héctor mirándome sonriente al
ver que estoy copiando su técnica.
—Has sido rápida esta vez.
—Juro que me dará un infarto si miro. Sigo sin poder
controlarme—afirmo nerviosa.
Miro un momento hacia Alba y la veo mirando con la boca
abierta a la chica, que de nuevo está dándose el gustazo
con el vibrador.
—Joder, Eider, mira eso—murmura Alba.
—No puedo mirar—le respondo dándole la espalda.
—Tía tengo que comprar todos esos cacharros, joder—
asegura con voz ronca—¡Dios! Me estoy poniendo enferma
solo de verlo, oh, joder, ahora se la están follando.
—Para, Alba, ¡por Dios! No es necesario que me lo narres.
—Vengo enseguida.
De pronto dejo de escucharla. Alba desaparece de la barra
y no sé muy bien hacia donde se dirige, pero tampoco
quiero mirar, ya tengo bastante con escuchar los gemidos.
Ya me podría haber tocado una barra que estuviese más
lejos de este dichoso estand.
Cuando tras unos minutos que se me antojan interminables
el espectáculo termina, la cosa se vuelve a calmar y mi
amiga vuelve con una bolsa y unos cuantos juguetitos que
sin duda pienso examinar en cuanto llegue a casa.
Solo quiero que termine el día lo antes posible, por suerte
el espectáculo de final de evento que van a dar está lejos de
donde estamos nosotros, lo cual es un gran alivio para mí, y
para mis bragas también.
Mi alivio dura poco, porque de repente Héctor se pone
justo detrás de mí, pegado a mi espalda mientras el bulto
endurecido de su miembro se clava en mi trasero.
—¿Qué haces? —pregunto sin mirarle.
—Joder, esta vez no me he podido controlar, estoy
demasiado cachondo, Eider, los pantalones me van a
reventar.
—¿Y lo solucionas pegándote a mi culo? —pregunto
turbada, pero sin moverme ni un poco.
—Has de ayudarme a ocultarlo, por favor—susurra en mi
oído.
Entre el susurro y lo que noto en mi trasero, el deseo se
apodera de mi cuerpo de nuevo y las piernas me tiemblan
de excitación. Me cago en el puto Héctor, con lo tranquila
que estaba yo ahora y se pone detrás de mí con semejante
bulto.
Miro a mi alrededor y no hay casi nadie, por lo que imagino
que ya están esperando para el último espectáculo en la
otra parte del pabellón. Me giro hacia a Héctor hasta quedar
uno enfrente del otro.
—¿Se puede saber por qué estas así ahora?
—Por tu culpa—responde sin dejar de mirarme.
—¿Yo?
—Vamos, Eider, eres increíblemente guapa, y te juro que
he intentado controlarme todo el fin de semana, pero al ver
cómo te agachabas a coger las botellas cuando todavía
resonaban en mi cabeza los gemidos de esa chica, joder, mi
imaginación ha volado.
Héctor acorta la distancia entre nosotros hasta que su
bulto roza mi sexo, por instinto pongo una mano en su
pecho intentando apartarlo, pero ¿realmente quiero apartar
a Héctor? Esa pregunta resuena en mi cabeza todavía
cuando veo que Héctor respeta mi espacio y se echa para
atrás intentando controlar sus instintos más primitivos. Miro
a nuestra otra compañera y veo que habla con Alba.
—Carla, ¿puedes quedarte sola un momento? Héctor no se
encuentra muy bien, le voy a acompañar al baño para que
se refresque un poco—digo intentando parecer convincente.
—Sí, no te preocupes—contesta con una sonrisa cuyo
significado no logro descifrar.
—Vamos a ponerle remedio a lo tuyo y a lo que has
provocado entre mis piernas—aseguro tirando de él hacia
los baños.
 
Entramos en los servicios con la desesperación de dos
adolescentes salidos. Héctor me besa a la vez que
desabrocha el botón de su pantalón y acto seguido hace lo
mismo con el mío. Tira de ellos hacía bajo, pega mi espalda
contra la pared y en cuanto separo las piernas, se termina
de poner el preservativo y me penetra, saciando todo ese
deseo que llevo sintiendo desde que he llegado. Tras varias
embestidas que me hacen temblar de excitación y deseo,
los dos nos corremos y Héctor suelta un profundo suspiro de
alivio al terminar.
—Perdón, no soy así. Suelo controlarme bastante—se
disculpa recuperando el aliento.
—No te disculpes, Héctor, ambos somos adultos, y joder,
yo también lo necesitaba. Ahora tenemos que volver detrás
de la barra y comportarnos—sonrío.
—Gracias—añade mientras se abrocha los pantalones.
—Joder, Héctor, que no pasa nada. Yo también quería—digo
cogiendo su cara entre mis manos—no te sientas mal por no
poder controlarte, yo ayer tampoco pude y terminé igual
que tú hoy.
Héctor me mira divertido y me guiña un ojo con
complicidad, seguro que no soy la única que ha terminado
con él en los baños durante el fin de semana.
Cuando salimos del baño veo a Alba apoyada en la barra
mirando en nuestra dirección con una ceja alzada. Mierda,
me toca interrogatorio.
—¿Ya estás mejor, Héctor? —pregunta mi amiga con
malicia.
—Sí, mucho mejor, gracias.
—Bien hecho, Eider, veo que aprendes rápido—dice
palmeando mi hombro con orgullo.
Héctor se va avergonzado hacia el otro lado de la barra
mientras yo pienso en que ojalá todos los tíos fuesen tan
buena gente como él.
—¿Quieres parar ya? —le pido a mi amiga cuando me mira
y sonríe con lascivia.
—Venga, Eider, has hecho pleno. Dos días con público y
dos días follando en un cuarto de baño con compañeros.
¿Quién eres tú y que has hecho con la santa de mi amiga?
—pregunta entornando los ojos.
—No soy ninguna santa, simplemente me gusta disfrutar
del sexo con intimidad.
—¿Hacerlo en el cuarto de baño de un pabellón es
intimidad? —pregunta tras una sonora carcajada.
—Mierda, Alba, sabes de lo que hablo, estos dos días no
cuentan, y esto no va a volver a pasar.
Esta vez Alba se carcajea cuando escucha mis últimas
palabras.
—Amiga, has dejado entrar en ti la lujuria y eso no es fácil
de controlar—suelta como una auténtica sabionda.
¿Será verdad lo que dice Alba y no podré volver a controlar
mis impulsos como hacía antes? Borro inmediatamente ese
pensamiento de la cabeza. Sé que soy perfectamente capaz
de controlarme, seguro que esto ha pasado porque llevaba
una buena temporada de sequía y estoy estresada por lo
del trabajo.
—Voy a demostrarte que sí que puedo controlarlo—afirmo
convencida de lo que digo.
—Ajá, ¿Cómo?
—Iré a esa entrevista de trabajo y si las condiciones son
idóneas aceptaré el puesto.
No dejo que mi amiga responda más con sus
impertinencias y sigo colocando las botellas, justo como
hacía antes de que Héctor se colocara detrás de mí y me
martirizara y turbara mi mente con su erección.
 
Capítulo 7

Eider
El domingo llegamos por la noche medio muertas a casa,
Alba al final se ha quedado hasta que he salido del trabajo.
Cuando entramos en casa mi amiga se va a su habitación
como alma que lleva el diablo, la pobre debe llevar un
calentón de cojones encima, y más conociéndola.
Me encierro en el baño y me doy una ducha intentando
eliminar todos los pecados cometidos durante el fin de
semana. La noche del viernes que llegué demasiado
cachonda como para que mi cerebro pensara en otra cosa
que no fuera dar placer a mi cuerpo. El sábado, bueno, creo
que no hace falta hablar de todo lo que me provocó Miranda
y de cómo terminé por su culpa. Y hoy, joder, lo de Héctor
no me lo esperaba, y cuando he notado su erección clavada
en mi trasero, mi cuerpo no ha podido más y he dejado salir
toda la tensión que llevaba acumulada durante el día,
dejando que mi compañero me empotrara contra la pared
del baño para dar rienda suelta a nuestros deseos más
primitivos.
Cuando salgo del baño veo que Alba ya está en el salón
con cara de satisfecha.
—¿Ya está a gusto la señora? —le pregunto arqueando una
ceja.
—Joder, sí—reconoce—pensaba que el chirri me estallaría
en cualquier momento. No me follé a Héctor porque ya te lo
habías follado tú, porque si no, ya te digo yo a ti que me lo
hubiera follado en la misma barra.
—Que burra eres—digo riendo—por cierto, ¿desde cuándo
te importa acostarte con alguien que se haya acostado
conmigo antes? Te recuerdo que te follaste a Ismael
después de que lo nuestro no funcionara.
—Acabas de decirlo, Eider, lo vuestro no salió bien porque
él simplemente te quería follar. Se limitó a cumplir tu
estúpida regla de las tres citas y cuando lo logró, te folló y a
otra cosa. Ismael era y es un depredador sexual, solo quiere
sexo sin complicaciones y tú lo sabías tan bien como yo. Y
en mi defensa diré, que había pasado una semana desde
que su polla entró en tu coño, pero a Héctor te lo acababas
de follar, joder.
—Ahora la niña se pone exquisita—me burlo entornando
los ojos.
Alba no contesta, se levanta y va a toda velocidad hasta su
habitación. Cuando sale lo hace con uno de los vibradores
que se ha comprado en una mano y ropa limpia en la otra.
La mandíbula se me descuelga cuando comprendo que se
va a masturbar de nuevo.
—¿Otra vez? —pregunto con asombro, señalando la mano
donde lleva el vibrador.
—Cariño, pensar en Ismael me acaba de poner muy
cachonda. Como sabía moverse el muy cabrón—recuerda
antes de encerrarse en el baño la muy zorra.
Al final termino en la cama con el Satisfayer entre las
piernas provocando que llegue al orgasmo en cuestión de
segundos. Tras mi último suspiro, lo tiro a un lado de la
cama con miedo, ese puto cacharro me arranca los
orgasmos casi por sorpresa. Me quedo dormida con una
sonrisa en los labios tras el recuerdo de un fin de semana de
infarto.
 
El lunes me levanto bastante tarde, pero con energías
renovadas. Estoy preparando la comida cuando siento la
puerta, son las dos y Alba ya está aquí, lo cual es bastante
raro porque siempre viene más tarde.
—¿Qué haces aquí tan pronto?
—Hola a ti también, Eider. Me debían unas horas y me he
ido antes, estoy muerta de cansancio—resopla dejándose
caer en una silla.
—Estoy haciendo pasta y ya sabes, no sé calcular bien y
seguramente saldrá comida para toda una familia.
—Pues perfecto, porque tengo un hambre que me muero.
Termino de preparar la pasta con pesto y la sirvo en dos
platos, la tonelada que sobra la dejo en la olla y ya tenemos
también la cena. Estamos terminando de comer cuando
Alba me hace una pregunta que he intentado no hacerme
durante la mañana.
—¿Has llamado ya?
—¿A dónde?
—A Miranda para la entrevista—suelta mientras yo intento
pensar una respuesta—sabía que no serías capaz.
—Sí que soy capaz, solo estaba haciendo tiempo para que
no piense que estoy desesperada por conseguir el trabajo,
luego la llamo—digo con una sonrisa triunfal, al darme
cuenta de la pedazo de excusa que me acabo de marcar.
—Luego no, ¡hazlo ya! —ordena levantando mi móvil para
que lo coja.
—Buff. Eres muy pesada—reniego quitándoselo de las
manos con fastidio.
Me levanto sabiendo que mi amiga no parará de insistir
hasta que lo haga y voy en busca de la tarjeta que me
entregó Miranda, que está guardada con sumo mimo en mi
cajón de la ropa interior.
—Yo he hecho la comida, tú recoges la cocina—digo
elevando una ceja cuando vuelvo al comedor.
—Que sí, pesada, pero llama ya.
Joder, y luego la pesada soy yo.
Miro la tarjeta con atención y finalmente decido que es
mejor llamar al número que aparece delante, el que ella me
dejó escrito a mano no creo que sea precisamente para la
entrevista y me da pánico el simple hecho de pensar en
utilizarlo. Marco el número sintiendo una pequeña opresión
en el pecho y a los pocos tonos contesta una mujer.
—Luxúria, buenas tardes, ¿en qué podemos ayudarle?
—Buenas tardes, Miranda Rivera me entregó una tarjeta
para concertar una entrevista de trabajo—suelto del tirón.
—¿Eider?
La respiración se me corta, que esta mujer sepa mi nombre
me pone más nerviosa de lo que ya estaba. Sobre todo,
porque estoy segura de que no es Miranda a pesar de que
apenas intercambié unas pocas palabras con ella.
—Sí, soy yo...—titubeo desconcertada.
—Encantada, yo soy Bárbara, la encargada del Luxúria. La
señora Rivera me indicó que cuando llamaras te dijera que
la llames directamente al número que te dejó anotado en el
reverso de la tarjeta.
Me quedo con la boca abierta como una gilipollas,
realmente no sé ni lo que contestar, es Alba la que me da
un golpe en el brazo para hacerme reaccionar.
—Vale, muchas gracias, disculpe las molestias, Bárbara,
enseguida la llamo.
—Gracias a ti por llamar, Eider, supongo que nos veremos
por aquí.
Tras eso cuelga el teléfono y yo me quedo petrificada en la
silla hasta que de nuevo es Alba la que me saca de mi
estado catatónico.
—¿Se puede saber qué te pasa? ¿Te ha dicho que te va a
matar o algo? Porque con esa cara de susto parece que te
hayan amenazado de muerte—se burla la muy capulla.
—Quiere que la llame.
—¿Qué llames a quién? Joder, Eider, sé más clara.
—A Miranda, quiere que la llame a ella personalmente.
—¿A Miranda? No entiendo nada, ¿con quién coño has
hablado? —pregunta mosqueada.
—Con la encargada del local, he llamado al otro número, al
fijo.
—Al fijo, ¿por qué?
—Yo que sé—digo encogiéndome de hombros mientras mi
amiga rueda los ojos.
—Eres súper rara, Eider. En serio.
—Sabía mi nombre—comento pensativa—¿cómo es
posible? ¿Y por qué quiere que la llame a su móvil?
—Cariño, esa tía quiere probar un poquito de Eider—se ríe
después de pasarse la lengua por los labios—deberías estar
dando saltos de alegría, y lo del nombre es sencillo, has
llevado una placa identificativa durante todo el evento, y
claro, resulta que la mujer sabe leer—dice soltando una
risotada ante su propia ocurrencia.
Yo no consigo reírme porque estoy completamente
bloqueada. Esa mujer me desconcierta con tanto misterio y
esa mirada penetrante, está claro que puede tener a quien
le dé la gana y me ha elegido a mí para torturarme.
—Llama—me ordena mi amiga.
Trago saliva y giro la tarjeta con decisión. Marco el número
de teléfono y me pego el móvil a la oreja, si la señora Rivera
quiere jugar, jugaremos. Al segundo tono descuelga el
teléfono, y toda la seguridad que tenía hace un segundo se
desvanece cuando escucho su voz.
—Pensaba que ya no llamarías, Eider—me dice con una voz
demasiado sensual.
Mi imaginación vuela sin control. De repente me la imagino
sentada en una enorme y acolchada silla de despacho,
recostada cómodamente en el respaldo...
—¿Eider? —pregunta sacándome de mis pensamientos.
—Hola—saludo tras recomponerme—he llamado a las
oficinas y me han dicho que la llame a usted directamente.
—Así es, esa fue la orden que di, aunque creo recordar que
también te lo dejé escrito en el reverso de la tarjeta—dice
muy seria.
—Es cierto, yo...
—Olvídalo, ahora has llamado.
—Sí, me gustaría hacer esa entrevista si la oferta sigue en
pie todavía.
—Soy una mujer de palabra, Eider—su seguridad y la
sensualidad de su voz me atrapan de tal modo que noto un
pinchazo de excitación que me deja sin aliento—pásate esta
noche y hablamos, así podré mostrarte también el local
cuando hay más actividad.
—De acuerdo, ¿a qué hora quiere que me pase? —pregunto
muy rápido, intentando terminar la conversación telefónica
lo antes posible.
No sé si esto es buena idea, esta mujer ejerce un poder
sobre mí que me desarma y me deja completamente
idiotizada. Ahora mismo sería capaz de cumplir cualquier
orden suya con tal de que me tocase, me tiene tan mojada
que un simple roce suyo acabaría haciéndome estallar.
—A las ocho en el Luxúria, tienes la dirección en la tarjeta.
—Muy bien, a esa hora estaré allí, señora Rivera, gracias
por atenderme.
—Me gusta cómo suena mi apellido pronunciado por ti—
afirma de repente—¿nerviosa, Eider?
—Sí—confieso con las piernas temblando.
Por Dios, como no cuelgue me acabaré corriendo solo con
escucharla.
—No deberías, no me como a nadie. Nos vemos más tarde.
Joder que puta tortura, no sé si seré capaz de trabajar con
alguien así merodeando a mi lado.
—Hasta luego, señora Rivera.
No dejo que diga nada más y cuelgo el teléfono. Me giro
hacia Alba con cara de susto, en cambio, ella me devuelve
una sonrisa traviesa que no me ayuda en absoluto.
—¿Qué? —pregunto más enfadada por el poder que esa
mujer ejerce sobre mí que por el hecho de que Alba me mire
casi descojonándose de mí.
—Cariño, no sé lo que te ha dicho, pero has cerrado las
piernas de golpe, seguro que has puesto perdidas tus
braguitas—se troncha la muy gilipollas.
Lo que me jode es que tiene razón.
—Vete a la mierda—digo enfadada por sentirme tan
vulnerable—limpia la cocina y no te hagas la despistada.
Voy a marcharme del salón para mi habitación cuando Alba
me sujeta del brazo.
—Que sí pesada, que ahora recojo la cocina. Pero dime
cuando es la entrevista.
—Hoy a las ocho, en el Luxúria—digo cambiando de
opinión y dejándome caer en el sofá.
—Va, Eider, ahora en serio—dice sentándose a mi lado—
esta es tu oportunidad de acabar con trabajos de mierda
donde no te valoran. Tienes veintinueve años, te mereces
encontrar esa estabilidad que tanto buscas.
—No es eso, Alba, es ella, esa mujer tiene un poder sobre
mí que jamás nadie ha tenido, no logro controlarme, joder,
ha sido escucharla y las bragas se me han empapado.
¿Cómo coño pretendo hacer una entrevista con ella si en lo
único que pienso es en abalanzarme...? Oh, mierda, estoy
pensando en follarme a una tía—reconozco apoyando los
codos en las rodillas mientras me tapo la cara con las
manos.
—Cariño, es normal sentir deseo y curiosidad, sobre todo
por lo desconocido. Eso no quiere decir que te gusten las
mujeres, es el morbo lo que te ha llevado a desear que esa
mujer te folle o follártela. Miranda Rivera es una seductora
nata capaz de rendir a cualquiera con su mirada, ella sabe
perfectamente como jugar y tú, querida, has caído de lleno
en su juego de seducción.
Sigo con la cara tapada por mis manos y un deseo casi
inexplicable entre las piernas. Mi imaginación se desata de
nuevo y solo puedo pensar en Miranda, agachada frente a
mí, bajándome los pantalones de un tirón, arrastrándome
hasta el borde del sofá y metiendo su lengua entre mis
piernas. Una ola de fuego me recorre por dentro al pensarlo,
es tal la excitación que me provoca que suelto un gemido y
me froto los ojos sorprendida. Alba se pone en pie casi de
un salto y me mira con los ojos muy abiertos.
—Joder, Eider, eres una puta perra en celo, pon remedio a
eso—dice tronchándose de risa.
—No me reconozco, Alba—digo mordiéndome los labios.
—Esa mujer ha despertado a la auténtica, Eider—comenta
entornando los ojos—escúchame bien, vas a aceptar ese
puto trabajo, si no lo haces por ti lo harás por mí, porque
quiero conocer a Miranda Rivera y quiero que me folle con
la mirada, con sus palabras o con lo que le dé la gana, pero
quiero estar tan excitada como lo estás tú—asegura antes
de irse a la cocina.
No sabe lo que dice, no creo que le haga gracia estar
excitada hasta el punto de tener dolor de coño. Si quiero
trabajar para esa mujer tengo que practicar el autocontrol o
me volveré loca.
 
Capítulo 8

Miranda
No es que sea adivina, pero algo me decía que si es que
Eider llamaba, no lo haría a mí móvil personal tal y como le
dejé apuntado. Por eso me aseguré de dejarle orden a
Bárbara de que si llamaba una chica llamada Eider para
hacer una entrevista conmigo le pidiera que me llamara
directamente.
—¿A tu móvil? —preguntó perpleja.
—Sí.
—A ver si me aclaro, Miranda, ¿le has dado tu número
personal a una camarera a la que conociste en la salón
erótico? —insistió.
—Correcto.
—¿Por qué?
—¿Y por qué no?
—Pues no sé, Miranda, ¿quizá porque tú no le das tu
número a nadie? —soltó con ironía—oh, por favor, no me
hagas esto amiga, dime qué es, dime qué tiene esa chica
para que Miranda Rivera le diera su número de teléfono—
suplicó con las manos juntas.
—No lo sé, Bárbara, es preciosa, ¿eso te sirve?
—Por supuesto que no, puedes tener a cualquier mujer u
hombre que te propongas, así que busca algo más
convincente porque estás insultando mi inteligencia.
No pude evitar reírme. Bárbara es quizá la persona que
mejor me conoce además de mi marido, o quizá más que él,
porque ella y yo hablamos de todo sin tapujos. No es que
con Ibai no pueda, pero hay cosas que como hombre no es
capaz de comprender, en cambio, Bárbara, es una jodida
bruja que a veces sabe cómo me siento mejor que yo
misma.
—No sé qué es, Bárbara, tiene algo que me atrapa, algo
que me atrae y me hace desearla de un modo diferente.
—No me asustes, Miranda, ¿no te habrás pillado por ella?
—No, joder, no es eso, es solo un deseo que me cuesta
más controlar. Quizá fue su expresión de susto constante, la
estuve observando varias veces antes de acercarme a ella,
la pobre estaba tensa a todas horas, como si estuviera
descubriendo una parte oculta en ella que no controla, esa
parte animal.
—Es de las nuestras—afirmó elevando una ceja.
—Eso creo, y me gustaría estar ahí para guiarla.
—Y tirártela.
—También—sonreí—tendrías que haber visto como
temblaba cuando la miré, Bárbara, era exquisita.
—Dios, deberías dejar de hacer eso, ¿sabes?
—Hacer, ¿qué? —pregunté sin comprender.
—Embrujar a la gente con la mirada hasta hacer que se
corran.
—Yo no hago eso—dije con la boca pequeña.
—¿No? —preguntó fingiendo estar molesta.
Bárbara se acercó a mí, cogió mi mano y la introdujo por
debajo de su ropa interior.
—Toca—exigió.
Y lo hice, hundiendo mis dedos entre sus labios calientes y
húmedos.
—Así es como me pongo cada vez que recuerdo cómo me
miraste la primera vez, so perra. Ten compasión por esa
chica—sonrió liberando mi mano antes de abandonar el
despacho.
Doy un profundo suspiro al recordar la conversación con
Bárbara y sonrío. Ni si quiera me planteo lo que me dijo
porque la idea de alejar a Eider de mí no entra en mis
planes por ahora, no puedo, esa chica me enciende con solo
una mirada. Recuerdo el momento en que me acerqué a
ella, percibiendo no solo su vulnerabilidad, sino también su
deseo y el temblor de su cuerpo que intentaba disimular sin
éxito.
Pienso en sus labios, sensuales y húmedos y cuando me
quiero dar cuenta mi mano está entre mis piernas,
percibiendo una humedad mucho mayor que la que tenía
Bárbara. De nuevo la imagen de Eider vuelve a mi cabeza y
comienzo a mover los dedos con suavidad cuando mi
marido irrumpe en el despacho.
—¿Qué haces? —pregunta entornando los ojos.
—¿No es evidente?
Ibai sonríe de medio lado y deja de respirar.
—¿Me vas a ayudar o tengo que terminar yo sola?
Su mirada se oscurece y sin decir una palabra se acerca a
mí, me levanta de la silla con un movimiento rápido y me
gira hasta que me apoyo con las manos en el escritorio.
Sube mi falda sin miramientos, lo que me hace
desesperarme por sentirle dentro.
—Vamos, cariño—exijo en un suspiro.
Ibai busca mi entrada con su dedo y cuando la encuentra,
encara su enorme erección en ella y me penetra con fuerza
desde atrás, arrancándome un gemido sordo que lo vuelve
loco, haciendo que marque un ritmo rápido y certero con
cada embestida. A los pocos minutos y llevada por el
recuerdo de la mirada de Eider, estallo de placer,
arrastrando a mi marido conmigo hasta que ahoga un
gemido ronco en mi oído cuando termina de correrse.
Me giro hacia él y me besa, moviendo esa lengua suya de
forma voraz dentro de mi boca mientras su mano se cuela
entre mis piernas y dos de sus dedos me penetran
arrancándome un gemido.
—Oh, joder—suspiro en su boca.
—¿Quién es, nena? —pregunta sin dejar de follarme.
—¿Qué?
—Quien te tiene así. ¿Quién es?
—No te entiendo—digo entre suspiros.
—Claro que me entiendes, eres la puta reina del control,
pero llevas un par de días dejándome hacer contigo lo que
quiero con tal de saciarte. Venga, amor—susurra en mi oído
volviéndome loca—sabes que no me voy a poner celoso,
solo estoy muerto de curiosidad. ¿Hombre o mujer?
—Mujer—exhalo sin aliento—camarera del evento, la voy a
contratar.
—No necesitamos más personal—se ríe divertido.
—Ahora sí...—suelto antes de correrme entre sus brazos.
—Bienvenida sea si con ello puedo follarte en el despacho
—dice burlón.
—Espero que lo hayas disfrutado, porque no volverá a
pasar. Y ahora vete, que tengo cosas que hacer.
—Yo también—dice besando mi mejilla mientras se abrocha
los pantalones—hoy no me esperes despierta, tengo una
cita.
—¿Inés?
—Sandra, no la conoces.
—De acuerdo, ten cuidado.
—Siempre lo tengo.
Esta vez me besa en los labios y se dirige hacia la puerta,
pero se detiene antes de salir.
—Recuerda que mañana tenemos comida en casa de tus
padres—dice señalándome con el dedo.
—¿Ya? Joder, Ibai, mañana...
—Miranda—me corta señalándome con el dedo a modo de
aviso—llevas semanas dando largas y sabes que tu madre
se pone nerviosa y hace demasiadas preguntas. Mañana
vamos sin falta, así que no te líes.
—Está bien—resoplo resignada.
A veces creo que tengo un marido que no me lo merezco,
es quien se ocupa de que no descuidemos a la familia
ninguno de los dos.
 
Capítulo 9

Eider
Son las siete y media de la tarde y ya estoy frente a la
puerta del local. Miro el cartel sobre la doble puerta de
entrada en el que pone Luxúria en letras grandes y
elegantes, a la luz del día pasa desapercibido, imagino que
por la noche su iluminación debe captar la atención de
cualquiera que pase por delante.
Un escalofrío me recorre la espalda al pensar en esa
palabra que va ligada de forma irremediable al nombre de la
mujer que controla mis deseos. Me aparto un poco y me
mantengo a una distancia prudente, hay un guardia de
seguridad en la puerta y tampoco quiero parecer loca por
entrar.
—¿Quería algo? —me pregunta de pronto.
—Sí, perdona. Miranda Rivera me ha citado aquí para una
entrevista de trabajo, aunque llego algo pronto—respondo
abochornada.
—Supongo que quiere decir con Bárbara Mendoza—me
corrige arqueando una ceja.
—¿Bárbara? No, mi cita es con la señora Rivera—insisto.
El chico me mira fijamente con una expresión que me
resulta indescifrable, ¿creerá que le estoy tomando el pelo?
¿O me lo está tomando él a mí?
—¿Le importaría decirme su nombre?
—Me llamo Eider Montero, y le insisto en que la reunión es
con la señora Rivera.
—Tendrá que disculparme señorita, soy nuevo aquí y no es
que quiera llevarle la contraria, pero mis órdenes son claras,
la señora Rivera no recibe ninguna visita sin que se nos
haya informado antes, así que no puedo dejarla pasar. Si me
permite un momento buscaré a Bárbara, la encargada,
quizá ella sepa algo.
—Sí, claro. Haga lo que crea conveniente.
Me ahorro decirle que es precisamente Bárbara la que me
ha pedido que hablase directamente con Miranda, porque
imagino que el chico por mucho que yo le diga no hará nada
sin que la tal Bárbara se lo confirme.
El muchacho dice algo a través del pinganillo y a los pocos
segundos otro chico aparece para hacerle el relevo mientras
él va en busca de Bárbara. El nuevo joven me da un repaso
de forma descarada con una mirada que me produce cierta
inquietud, así que bajo la cabeza y procuro no mirarle.
—No me digas que te doy miedo...—comenta de pronto.
Le miro de nuevo y veo como se muerde los labios, joder,
que asco. La puerta se abre tras él por fin, pero está tan
ocupado babeando mientras me mira que ni siquiera se da
cuenta de que el segurata de antes ha vuelto, acompañado
por un hombre trajeado y una mujer.
—Así que vas a ser una de las nuevas putitas que trabajan
aquí—añade—la verdad es que no tienen mal gusto en este
local a la hora de contratar gente, mira cómo me tienes con
solo mirarte—dice señalando su entrepierna—te la metería
hasta...
No puede terminar su frase, porque el hombre del traje lo
acaba de coger de un brazo y lo ha arrastrado hasta
empujarlo al interior.
—Espérame en mi despacho, tú y yo vamos a tener una
pequeña charla—le dice muy serio.
Lo observo todo como si fuese una película, solo que con el
pulso disparado porque ese gilipollas ha llegado a ponerme
realmente nerviosa. El imbécil desaparece en el interior, el
primer segurata ocupa de nuevo su puesto mientras el
hombre del traje se queda a su lado y la mujer se acerca a
mí.
—Disculpa el comportamiento de Carlos, es nuevo y parece
que no le han quedado muy claras las normas, te aseguro
que no volverá a pasar. Lamento todo esto, olvidé avisar a
Ricardo de que venías.
Miro al segurata y me dedica una sonrisa tímida, acabo de
decidir que Ricardo me cae bien.
—Él es Rodrigo, el jefe de seguridad—dice señalando al
hombre del traje, que me saluda haciendo un ligero
asentimiento con la cabeza—a Ricardo ya le has conocido y
yo soy Bárbara, hablaste conmigo por teléfono.
—Encantada—digo tendiéndole la mano a Bárbara.
Bárbara me devuelve el saludo y se gira hacia Rodrigo.
—Ocúpate de Carlos, por favor, lo quiero fuera de aquí, no
voy a tolerar ni una falta de respeto más—le pide de forma
amable.
Rodrigo asiente sin decir una palabra y entra en el local. Lo
siento por el gilipollas de Carlos, pero si al final acepto
trabajar aquí, me sentiré mucho más cómoda sabiendo que
no me voy a cruzar con semejante energúmeno.
—Sígueme, por favor, te llevaré con la señora Rivera.
Ricardo se apresura para abrirnos la puerta como un
auténtico caballero.
—Gracias, Ricardo, y disculpa por no haberte avisado de
que esperábamos visita, culpa mía—comenta Bárbara antes
de entrar.
Una vez dentro accedemos a una especie de vestíbulo, de
frente hay una puerta enorme que supongo que da acceso a
una sala en la que parece haber bastante gente por el
murmullo que se oye. Al lado derecho hay un guardarropa y
a su lado una chica que me pide que le entregue mi móvil.
—Entrégaselo, aquí está completamente prohibido hacer
fotos o grabar imágenes—me comenta Bárbara.
Después la chica me entrega una hoja que debo rellenar
con mis datos y firmar. Es un documento donde me
comprometo a guardar confidencialidad sobre todo lo que
pasa aquí, no me molesto en leerlo por completo porque
imagino que lo que dice es lo mismo que todos, el
incumplimiento de cualquiera de las cláusulas conlleva una
demanda.
—Es el procedimiento habitual para cualquiera que accede
desde el exterior, solo se firma una vez, los datos se
guardan en un fichero y después tan solo hace falta
comprobar el DNI.
—¿Igual para todo el mundo? —pregunto torciendo el
gesto.
—Bueno, los clientes VIP lo firman en sus casas, se les
envía por correo electrónico para no molestarlos aquí.
De pronto la puerta se abre y un par de chicas asoman la
cabeza. Al vernos, simplemente se vuelven para adentro y
cierran mientras yo miro a Bárbara con cara de asombro.
—Creo que solo buscaban un poco de intimidad—sonríe
mordiéndose el labio.
—¿Hoy está abierto? —pregunto perpleja.
No me puedo creer que un lunes la gente también busque
tiempo para estas cosas, si es el día más caótico de la
semana, por Dios.
—No, bueno, sí, es evidente, pero no es lo habitual. El
Luxúria abre de jueves a domingo, salvo que haya una
fiesta privada como es el caso.
Tras estampar mi firma nos ponemos en marcha, pero en
lugar de pasar a la sala principal como creía que haríamos y
para lo que ya me estaba mentalizando, Bárbara empuja lo
que yo pensaba que era una pared de madera y que ha
resultado ser una puerta camuflada que da a un pasillo con
unas escaleras al fondo. Desde fuera no parecía tan grande,
pero creo que esto es inmenso.
Sigo a Bárbara notando como mi pulso se acelera cada vez
más, es como si mi cuerpo me estuviera alertando de que
Miranda está cerca, joder, hasta de lejos me controla.
—Esta es la oficina de la señora Rivera—dice señalando
una puerta—del personal siempre me encargo yo, Eider, que
Miranda haga una entrevista de trabajo no es nada habitual,
solo ha ocurrido una vez y fue porque yo estaba enferma,
en fin, si llegáis a un acuerdo tendrás que pasarte por mi
despacho para dejar tus datos y que pueda prepararte el
contrato, ¿de acuerdo?
—Sí—respondo algo desconcertada.
Bárbara llama a la puerta con los nudillos y al momento, la
irresistible voz de Miranda Rivera nos da permiso para
entrar. La encargada abre la puerta y me cede el paso, en
cuanto veo a Miranda mi corazón pasa de latir en mi pecho
a latir entre mis piernas.
Esta vez Miranda lleva el pelo suelto, una larga melena
castaña y algo ondulada que cae sobre sus hombros a la
altura de sus pechos, de nuevo una camisa con un botón de
más desabrochado me deja ver un sugerente escote que
hace que se me olvide respirar, creo que la palabra que
mejor la define es arrebatadora.
Cuando se levanta para recibirme descubro que lleva falda,
y en lo único que soy capaz de pensar es en lo que hay
debajo, ¿cómo voy a trabajar aquí si lo único que me
preocupa ahora mismo es saber si lleva bragas? Trago saliva
e intento recomponerme de la impresión que me produce lo
mejor que puedo.
—Hola, Eider—saluda acercándose a mí y tendiéndome la
mano.
Respondo el saludo, pero me quedo paralizada en el sitio
ante la firmeza con la que sujeta mi mano. Su seguridad me
abruma, y tenerla tan cerca también.
—Gracias, Bárbara, te avisaré cuando termine la
entrevista.
Bárbara asiente y sale cerrando la puerta tras ella.
Capítulo 10

Eider
—Puedes tomar asiento—dice señalando una de las sillas.
Estoy tan nerviosa que cuando me siento no logro
encontrar una posición cómoda y empiezo a removerme,
cruzando una pierna, después cambio a la otra y finalmente
acabo dejando las rodillas juntas tras un hondo suspiro.
Cuando alzo la vista me doy cuenta de que Miranda me
observa sonriente.
—Relájate, no voy a comerte—comenta socarrona.
Pero no puedo, cada vez respiro más rápido y estoy más
nerviosa. Veo mi pecho subir y bajar a toda velocidad y no
tengo claro si es por ansiedad o por excitación, o por
ambas.
—No puedo—susurro al borde del colapso.
—¿Qué es lo que no puedes? —pregunta muy tranquila.
—No lo sé, con esto, creo que me está dando un ataque—
explico agobiada.
Me pongo una mano en el pecho sintiendo terror. Jamás me
había pasado nada así, su presencia me altera tanto que no
logro controlar mi respiración ni mis latidos y comienzo a
asustarme. Miranda se pone en pie y se acerca a una fuente
de agua de esas que tienen una botella enorme arriba y dos
pulsadores para elegir agua fría o natural. Coge un vaso, lo
llena de agua natural y me lo ofrece.
—¿Mejor? —pregunta cuándo me lo termino casi de un
trago.
Asiento y se lo devuelvo.
—¿Quieres más?
—Sí, por favor.
Tras varias respiraciones profundas y lentas y un par de
vasos de agua, logro que mi respiración se ralentice un
poco.
—Lo siento, me he puesto muy nerviosa—me disculpo
azorada.
—Ya veo. Haremos una cosa, yo te respondo a esa
pregunta que te llevas haciendo desde que has entrado y
después nos centramos en la entrevista, así dejas de darle
vueltas a la cabeza y te relajas un poco.
—Yo no me hago ninguna pregunta...—balbuceo aturdida.
—¿Ah no? Porque por el modo en que me has mirado
cuando me he puesto en pie yo diría que sí—afirma con
seguridad mientras me mira fijamente.
Joder, que sofocón.
—¿De verdad respondería esa pregunta?
—A ti te respondería a muchas cosas, pero ahora solo a
esa, así que dilo de una vez.
En serio, si ahora me dijeran que estoy a punto de morir y
que solo me pueden conceder un deseo, lo único que
pediría es que Miranda Rivera me follara de todas las
maneras posibles.
—¿Lleva bragas? —suelto antes de que la vergüenza me
impida hacerlo.
—No, cariño, nunca llevo bragas cuando voy en falda—
confiesa sin apartar esa mirada penetrante de mí.
Yo no debería llevar bragas ni pantalón, creo que mi
humedad acaba de traspasarme hasta llegar a la silla.
—Bien, ahora que hemos resuelto tu problema de
curiosidad, vayamos al asunto que nos ocupa.
Joder, va a ser la entrevista más difícil de mi vida, o deja de
mirarme así o terminaré apoyada en ese escritorio después
de llegar al orgasmo tras tocarme por encima del pantalón
que llevo puesto. ¿Y si Alba tiene razón y nunca más puedo
volver a controlarme?
—Bueno, supongo que no hace falta que te explique lo que
es un local de intercambio, ¿verdad?
—No, claro que no, me hago una idea bastante clara.
—¿Habías estado en alguno antes?
—No, ¿eso es un problema? —pregunto asustada.
—No, claro que no. Simplemente hay que tener las cosas
muy claras, imagino que Bárbara ya te habrá hablado de las
medidas de seguridad.
—Sí, algo me ha comentado. Me han quitado el móvil y he
firmado un documento de confidencialidad al entrar.
—¿Entiendes que esas medidas son necesarias? En el
Luxúria lo primordial es la discreción, queremos que
cualquier persona que entra aquí, lo haga con la total
seguridad de que nada de lo que haga trascenderá fuera de
estas paredes.
—Lo entiendo perfectamente. Mi trabajo solo sería servir
copas, ¿verdad?
—Verdad, aquí no tenemos contratado a nadie con el fin de
dar placer a los clientes, eso ya lo hacen ellos solos. Otra
cosa es que tú, de forma totalmente libre y voluntaria
decidas participar, hay algunos camareros que lo hacen y
otros que no, ambas decisiones son totalmente respetables
—dice muy seria.
—¿Durante la jornada? —pregunto sin salir de mi asombro.
—Sí. Hay muchos clientes a quienes la idea de seducir a
nuestro personal les pone mucho. El Luxúria está pensado
únicamente para satisfacer todos los deseos de nuestros
clientes, así que, si eso sucede, nosotros no os lo vamos a
prohibir, de ahí el motivo de que en todas las barras
siempre haya un mínimo de dos camareros por pequeñas
que sean.
—Entiendo.
—Eider, trabajar para mí significa estar abierta de mente,
pero ten muy claro que nadie te obligará a nada jamás.
Serás camarera de la parte principal que es la más
tranquila, aunque hay varias salas más.
—Donde yo estaré, ¿pasan cosas? Ya sabe...—pregunto
turbada.
—¿Cosas como follar, por ejemplo? —pregunta clavando su
intensa mirada en mis labios.
Cierro las piernas y hago fuerza con el abdomen como si
eso fuese a reducir el burbujeo excitante que me acaba de
provocar.
—Es la sala donde comienza el juego, pasan cosas, claro,
es muy fácil que veas follar a alguna pareja en plan polvo
rápido, sobre todo a los novatos por aquello del morbo o
quitarse el calentón, pero si la cosa se calienta demasiado
deben pasar a las siguientes salas. Lo normal en esa sala es
el tonteo, digamos que es la fase de calentamiento. A otras
salas entrarán dependiendo de lo que quieran o busquen,
eso no significa que cualquiera que entre pueda ir a otra de
las salas directamente. ¿Entiendes? Hay unos filtros, pero no
voy a marearte con eso ahora, ya lo irás viendo.
—Comprendo—digo recolocándome en mi asiento y
mirando de forma despistada hacia mi entrepierna sin
querer.
—¿Excitada? —pregunta de sopetón.
Miranda me observa con una sonrisa perversa dibujada en
los labios que me da mucho miedo.
—Lo siento, es que todo esto...
—No te disculpes, es normal lo que sientes, estos lugares
invitan a eso, el sexo se respira en el ambiente de forma
constante.
—¿Me está diciendo que no se me va a pasar? —pregunto
asustada.
—Digamos que aprenderás a convivir con ello, lo
controlarás cuando lo pruebes.
—¿Cuándo lo pruebe? Yo no voy a probar nada—respondo
tajante.
—¿No?
Miranda apoya la espalda en la silla y se retira lo suficiente
como para que vea de nuevo su falda y sus piernas
ligeramente separadas. Me pongo en pie casi de un salto,
asustada por lo que siento, intentando contener las ganas
que tengo de acercarme a ella y suplicarle que me toque. A
pesar de que es de mala educación le doy la espalda, es el
único modo que se me ocurre de intentar parar esto, la
mala noticia es que la escucho levantarse y caminar hasta
detenerse justo detrás de mí.
—Dime una cosa, ¿eso de girarte te lo enseñó tu
compañero de barra? —pregunta dejando que su cálido
aliento me erice la piel.
Asiento con firmeza sin decir nada, notarla tan cerca acaba
de hacer que mi excitación se doble.
—¿Y funciona?
—Ahora mismo no—respondo con la voz ronca.
—¿Qué te gustaría que pasara ahora, Eider? —susurra en
mi oído.
¿En serio me está preguntando eso la muy cabrona?
—Creo que usted ya lo sabe—respondo intentando parecer
cuerda.
Miranda se pega a mi espalda, noto el bulto de sus pechos
y la sensación es tan increíble que las piernas empiezan a
flaquearme.
—Me hago una idea, pero prefiero que me lo digas tú,
gírate, Eider—ordena autoritaria.
—No puedo girarme.
De pronto su mano se posa en mi cintura y recibo la
descarga eléctrica pertinente que me produce su contacto.
Miranda hace un simple movimiento que me hace girar y
me deja frente a ella, con sus apetitosos labios a escasos
centímetros de mi boca.
—Dímelo, Eider—susurra pegada a mí—dime qué es lo que
quieres que pase ahora.
—Quiero follarte y que me folles, eso es lo que me gustaría
que pasase ahora—suelto desesperada.
—Interesante, ¿en ese orden? —pregunta pegándose un
poco más.
Niego con la cabeza, me tiene tan cachonda que como no
me folle ella primero me correré en cuanto la toque.
Miranda reduce la distancia entre nosotras hasta que su
cuerpo se pega al mío totalmente y mis pulmones dejan de
funcionar. Mueve la cabeza para rozar su mejilla con la mía
y yo siento que me deshago, pero cuando voy a poner las
manos en su cintura me las sujeta con las suyas y se retira
lo justo para hablarme con sus labios rozando los míos.
—El sábado te entregué una tarjeta con mi número.
—Sí...—afirmo ciega de deseo.
—Apunté una palabra, solo una, ¿la recuerdas?
—No la vi hasta el día siguiente.
—Pues es una lástima, cariño, porque el sábado te hubiese
hecho todo eso que deseas y más, pero ahora me temo que
te vas a tener que quedar con ese calentón que tienes.
—¿Qué? —exhalo sintiendo una desolación que no
comprendo.
—Me has hecho esperar, y yo no espero por nadie—susurra
en mi oído—así que ahora estás castigada, siéntate y
acabemos con esto.
Tras eso se aparta de mí y vuelve a su silla con una calma
envidiable. Yo no sé si sentarme o salir corriendo en busca
del baño más cercano, estoy tan cachonda que no sé si voy
a conseguir que se me pase.
 
Capítulo 11

Eider
—Eider, siéntate—ordena impaciente.
Tomo aire y vuelvo a donde estaba con las piernas
temblando. Miranda me permite un minuto para que logre
calmarme un poco y continúa como si no hubiese pasado
nada.
—Quiero que entiendas que lo que veas en este local se
queda en este local, de hecho, todos nuestros empleados
firman un contrato de confidencialidad algo más complejo
que el documento que has firmado antes. El motivo es que
hay unas salas VIP a las que se accede por otra parte del
edificio, a ellas asiste gente muy importante y conocida, lo
que pedimos ante todo es discreción y no juzgar a nadie.
Hasta ahora siempre hemos tenido una conducta
intachable, tanto con nuestros empleados como con
nuestros clientes, hay unas reglas y esas reglas se cumplen.
¿Alguna duda?
De verdad que estoy alucinando, hace unos segundos me
ha seducido y sometido a su voluntad con cuatro frases y la
cercanía de su cuerpo. Y ahora está ahí, hablándome de
nuevo del dichoso trabajo como si mi cerebro pudiese
resetearse. Respiro hondamente y tras varios esfuerzos
titánicos intento meterme de nuevo en la conversación.
—Sí alguien quiere algo y la otra persona no quiere...—digo
por decir algo, cualquier cosa que me haga no pensar en
ella.
—Se pone la palma de la mano mirando hacia abajo y la
otra persona entenderá esa señal como un rechazo. Te
repito que no has de tener miedo, no toda la gente que
cruza esa puerta viene a echar un polvo. Hay a quien solo le
gusta mirar, por ejemplo, no hacen nada más que eso, ver
como otras personas se lo montan. Aunque estés en un
lugar donde la gente da rienda suelta a todo tipo de deseo
sexual, este es un lugar seguro, la gente es respetuosa con
los demás del mismo modo que los demás lo son con ellos,
esa es la clave de todo esto.
—Vale.
—Mírame—me pide en tono exigente.
Alzo la mirada y esta vez no encuentro en Miranda ese aire
de mujer fatal que la rodea, sino a la auténtica mujer, a la
mujer que me observa con el ceño fruncido y cara de
preocupación.
—Quiero dejar clara una cosa, en el supuesto caso de que
alguien se intente propasar contigo o te haga sentir
incómoda, quiero que abandones tu puesto de inmediato y
se lo hagas saber a Bárbara o a Rodrigo, al primero que te
encuentres, ellos se ocuparán de que esa persona no vuelva
a molestarte más. ¿Entendido?
—Claro.
—Hablo en serio, Eider, vuestra seguridad para mí es tan
importante como el hecho de que un cliente se sienta bien,
cualquier cosa que te preocupe con respecto a tu trabajo
aquí se la tienes que hacer saber a ellos.
—Lo haré—aseguro más calmada.
Agradezco que por unos minutos haya dejado de follarme
con la mirada, porque la verdad es que me estaba volviendo
loca.
—Perfecto, ahora vamos a hablar del dinero, que me
imagino que eso es lo que te interesa. En principio,
empezarás cobrando dos mil cuatrocientos euros netos más
las propinas.
Al oír esa cantidad de dinero mi inconsciente me traiciona.
—¡Jo—der! —Exclamo con los ojos muy abiertos.
Miranda sonríe al ver mi cara de asombro.
—No puede ser tan fácil ganar tanto dinero, ¿cuántas horas
son?
—Veo que eres directa, me gusta. Es una jornada laboral
normal, trabajarás cuarenta horas semanales de jueves a
domingo, ni un minuto más ni uno menos. Si en algún
momento, por algún espectáculo superas las horas
estipuladas, se te abonarán en la nómina como horas
extras.
Mi cabeza va como una locomotora, pienso en ese sueldo y
lo único que veo es un apartamento para mí sola, mi
libertad a cambio de trabajar mis diez horas diarias de
jueves a domingo y saber que no tengo que buscar nada
más porque llegaré a final de mes sobrada, y encima con
tres días de fiesta a la semana.
—¿Cuál es la pega? Quiero decir, llevo mucho tiempo
trabajando en la hostelería y creo que lo he visto todo, te lo
venden todo muy bien, pero luego, acabas echando más
horas que un reloj a cambio de un sueldo de mierda,
disculpe que sea tan sincera.
—Me encanta que lo seas, cariño. Aquí no hay truco, te lo
prometo, si yo exijo una discreción y profesionalidad, tengo
que pagar por ella y ofrecer a mis empleados una seguridad
que les permita estar cómodos en su puesto. En este mundo
se mueve demasiado dinero, Eider, y no hay nada peor que
un trabajador descontento. Bárbara es la encargada y la que
dispone los turnos de todo el personal, hace una labor
increíble, por cierto, ella fue quien me enseñó que para
tener trabajadores leales hay que tener trabajadores
contentos, siempre puede salirte una manzana podrida
obviamente, pero no es lo habitual. Un empleado
descontento te puede hacer perder mucho dinero, y eso en
este mundo en el que me muevo no se puede permitir. Así
que no te vendo nada, si quieres después damos una vuelta
por la sala principal, puedes hablar con quién quieras y que
sean tus propios compañeros los que te resuelvan las
dudas. Trabajes lo que trabajes se te va a retribuir siempre,
eso jamás lo pongas en duda. Como tampoco dudes de que,
si sale de aquí algo de lo que veas, serás demandada y
despedida de forma inminente. Para eso pago esas
cantidades de dinero, no quiero tener problemas y hasta
ahora me ha funcionado muy bien.
—Me parece justo. Este trabajo me puede dar la
independencia económica que estoy buscando—esto último
no quería decirlo en alto, pero ya es demasiado tarde.
—¿Entonces quieres trabajar para mí? —pregunta con esa
mirada seductora que solo ella sabe poner.
No sé qué contestar, mi sexo vuelve a palpitar otra vez, me
había relajado tras la verborrea que ha tenido Miranda
explicándome algunas cosas, pero ahora ha vuelto la mirada
que me devora y eso me desconcierta bastante, además de
cegarme de deseo.
Por suerte llaman a la puerta. Miranda da paso enseguida y
Bárbara entra con el semblante serio.
—Perdona que te moleste, Miranda, pero tenemos un
problema con Carlos y no he encontrado a Ibai por ningún
sitio.
—¿Carlos? —pregunta intentando situarse.
—Sí, el chico de seguridad, el nuevo, el que comenzó el
jueves pasado.
—Sí, sí, ya le recuerdo, ¿qué es lo que pasa?
—Sabes que no te molesto con estas cosas, pero se me ha
ido de las manos y no sabía muy bien qué hacer con...
—Bárbara, ¿qué pasa? —la corta nerviosa.
—Antes se ha puesto un poco impertinente con Eider—dice
señalándome con el dedo, Miranda sigue su mano con la
cabeza y acaba con la mirada clavada en la mía, pero de
nuevo es la Miranda preocupada, no la seductora.
—Sabes que no toleramos ese comportamiento, Bárbara—
comenta volviendo la cabeza hacia ella.
—Ya lo sé, por eso estoy aquí, le pedí a Rodrigo que se
ocupase de él y cuando he dejado a Eider aquí, he ido a mi
despacho para prepararle los papeles del despido, pero al
parecer no lo ha aceptado muy bien y ha golpeado a
Rodrigo y después a Ricardo cuando ha intentado quitárselo
de encima. Ahora ya le han reducido y está en el despacho,
he llamado a Fernando Lozano para interponer la denuncia,
solo quería informarte.
—Está bien—dice frotándose las sienes—gracias, Bárbara,
voy enseguida.
Bárbara abandona el despacho y Miranda me enfoca de
nuevo.
—¿Por qué no me has dicho que ese imbécil te ha
molestado?
—Ha sido un comentario estúpido de un tío sin cerebro, y
Bárbara se ha ocupado de él enseguida, no le he dado
mayor importancia.
Miranda Rivera mira hacia todas partes menos a mí
mientras supongo que intenta poner en orden su cabeza.
—Está bien, lamento lo que ha pasado y te pido disculpas,
te aseguro que esto no es lo habitual.
—No se disculpe, el resto de personal me ha hecho sentir
segura en todo momento, se lo aseguro.
—Está bien, pero si en el futuro vuelve a suceder algo así
quiero que me lo digas de inmediato, ¿queda claro?
—Lo prometo.
—Bien, ahora debo irme, piensa en la oferta y vuelve
mañana sobre esta hora, si aceptas te mostraré la sala en la
que trabajarás, no la verás en funcionamiento, pero para
que te vayas familiarizando.
—De acuerdo, volveré mañana a la misma hora.
—Deja que llame a seguridad para que te acompañen a la
puerta.
—No hace falta, recuerdo el camino.
 
Abandono el despacho dejando a Miranda bastante
mosqueada por lo sucedido mientras mi cuerpo tiembla al
pensar en que mañana volveré a verla.
Salgo a la calle y dejo que el aire llene mis pulmones para
después soltarlo lentamente. Me giro y miro de nuevo la
puerta del Luxúria sintiendo como mi corazón se acelera
otro vez cuando recuerdo ese momento en el despacho, ese
en el que a Miranda le han bastado unos segundos para
atraparme en sus redes.
Nunca me he sentido atraída por una mujer. Nunca la
excitación me ha nublado tanto el juicio como para suplicar
por sexo y nunca he sentido las ganas de volver a ver a
alguien como si fuese el efecto de una droga, una droga que
no me deja respirar ni pensar, una droga que tiene nombre
y apellido: Miranda Rivera.
¿Debo volver mañana? Probablemente no, pero no hay
nada en este puto mundo que desee hacer más que eso.
 
Sigue la historia en Luxúria segunda
parte...
 
LAS AUTORAS

Querido/a lector/a, si quieres saber cuándo se publican


nuestros siguientes libros no dudes en seguirnos en
nuestras redes sociales.
Por otro lado, deseamos de todo corazón que hayas
disfrutado con la primera parte de Luxúria.
Esta historia estaba pensada para que fuese un solo libro,
algo corto que se leyese en una sentada y consiguiese
haceros desconectar durante un par de horas, pero nos
encariñamos demasiado con los personajes y la cosa se nos
empezó a ir de las manos.
Así que, para mantener la idea principal, decidimos
dividirlo y crear una pequeña serie de libros que
publicaremos en un espacio de tiempo relativamente corto,
porque como lectoras compulsivas, también sabemos que
esperar mucho también puede desesperar.
Sin más que añadir, te rogamos que nos eches un cable
dejando tu opinión en Amazon para que así podamos llegar
a más público. Gracias de antemano.
 
Twitter: @EvaGonzay
 
Twitter: @AlmudenaVega7
 
ACLARACIÓN
Si estás leyendo esto es porque gracias a Amazon, hemos
tenido la oportunidad de poder autopublicar nuestra novela.
Es una enorme ventaja porque nos permite mostrar nuestra
obra al público, pero también tiene un inconveniente, y es
que somos nosotras mismas las que también se encargan
de la edición y maquetación, así que desde aquí queremos
pedirte disculpas si has encontrado algún error.
Esperamos sinceramente que hayas disfrutado con esta
historia.
 

También podría gustarte