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DEFINICIÓN Y DELIMITACIÓN DE LA LITERATURA INFANTIL

Hay muchos presupuestos, creencias y suposiciones que tergiversan el sentido y modo


de ser de la literatura infantil; se cree, por ejemplo, que la literatura infantil es el quehacer o
actividad producida por los niños, como si estos –tan pequeños- estuvieran en condiciones de
crear obras literarias. También se cree que esta literatura puede ser creada por los adultos,
generalmente los maestros o padres ganados por la inquietud, gracia o ternura de los niños.
Asimismo, mucha gente piensa que la literatura infantil consiste en proveer al niño de
resúmenes o adaptaciones de obras famosas que existen el mercado, sobre todo si están
acompañadas de dibujos o ilustraciones. Otra tendencia considera, en fin, que la literatura
infantil es producida por autores “de segunda línea”, que no gozan de mucho reconocimiento
social y cultural; por lo tanto, equivale a una especie de subliteratura o de segunda categoría.
También, tanto en los hogares o en determinados sectores del magisterio se piensa que la
literatura infantil debe permitir descubrir mensajes correctivos y moralizantes.

En su artículo “De qué trata la literatura infantil y por qué importa saberlo”, la escritora
argentina María Adela Díaz Rönner (revista “Rayuelo” 2010: 34) desarrolla las siguientes
apreciaciones:

“Cuando se habla de los libros para los chicos, pareciera que necesariamente se
interpusiesen, imponiéndose a la consideración, múltiples aspectos ajenos a su especificidad.
Un criterio equivocado lleva a sobrestimar la importancia del formato, el tamaño, el tamaño,
la consistencia o el color. Cobran relieve cuestiones tales como el hecho de que en la tapa
aparezcan personajes reconocibles fácilmente por los chicos –del tipo de los Walt Disney o
Heidi-, o que figuren nombre de autores fácilmente identificables por los grandes, que ya los
han leído de chicos. El bestllerismo, asimismo, ha ingresado al circuito industrial en el rubro
de la literatura infantil y juvenil: el caso más saliente y suficientemente actual para ser
reconocido por todos es el que ha producido la serie “Elige tu propia aventura”.

Tan desprolijo manejo de los materiales literarios infantiles –por desconocimiento, por
pereza, por mercar- conspira contra la claridad de las ideas, entendidas como factores de
valoración y experimentación, que se les ofrecen a los chicos.

También aportan su cuota de descontrol sobre esta situación las actitudes de los
mediatizadores más próximos: libreros y docentes; padres y bibliotecarios. Salvando las
lógicas excepciones, la desprotección del libro infantil es casi absoluta.

A esto debemos sumar –ya que contamos en esta enumeración de factores negativos o
contraliterarios o antilibros- lo que llamaríamos, eufemísticamente, la “inhospitalidad” de los
medios de comunicación –diarios, revistas, radio y televisión-, su resistencia a acoger a la
cultura infantil, incluidos los libros, insertándolos en un espacio dedicado con exclusividad a
ella.
Pero, entonces, si no se trata de todo lo que he señalado anteriormente, cabe la
pregunta, ¿de qué trata la literatura para chicos? Pues, ¿¡vamos al grano ya!

Trata de muchas cosas que nunca están superpuestas: de las palabras y las multiformas
que cada escrito le otorga. Porque la literatura trata del lenguaje y de sus resplandores en
pugnas, si se me permite describir casi poéticamente el oficio de escribir.

Aunque suena extravagante, en pocas ocasiones se ubica al lenguaje como el


protagonista específico de una obra literaria infantil. ¿Por qué expreso esta hipótesis de
lectura? Porque, en general, se plurirramifica el tratamiento de un producto literario para los
chicos, abordándolo desde disciplinas que distraen del objetivo –y la especificidad, en suma-
de todo hecho literario: el trabajo con la lengua que cada escrito formaliza.

Quienes hayan querido internarse, por primera vez, en el campo literario destinado a
los chicos, diversos ramales que se abren para describir e interpretar esta literatura.
Usualmente, dichos ramales serán la psicología y la psicología evolutiva, la pedagogía la
estética y la moral.

Al hacer estas consideraciones, no quiero esquivar, de ningún modo, el concepto de


“época”, que es el que determina la modernidad o no de ciertas áreas, conceptos o tendencias
culturales que se manejan.

Tampoco, es obvio, pueden excluirse de nuestras consideraciones los cambios que sufre
el presunto receptor/lector/consumidor, que actúa de manera no pasiva, en favor o en contra
de lo que se le ofrece.

A estas alturas de la exposición, quiero enfatizar que, según mi convicción, la literatura


para chicos debe ser abordada desde la literatura, a partir del acento puesto sobre el lenguaje
que la institucionaliza, interrogando a cada uno de los elementos que la organizan, en tanto
producto de una tarea escrituraria que contiene sus propias regulaciones internas.

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