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EL PECADO DE NADAB Y ABIÚ, Y SU APLICACIÓN CONTEMPORANEA EN EL MINISTERIO

APELLIDOS Y NOMBRES: DIOGENES VILLANTOY LOLAY.

INTRODUCCION.

Hay ciertas cosas en la vida que si no manejamos con el debido cuidado pueden
causarnos más mal que bien. Lo mismo es cierto con respecto a la vida espiritual. Para
disfrutarla al máximo y recibir sus múltiples beneficios, tenemos que conducirnos en
ella de la manera que el Señor lo indica. No hacerlo puede causarnos muchas
frustraciones, pérdida y derrota espiritual. Jugar con Dios puede ser más peligroso que
jugar con fuego.

I. EL PECADO DE NADAB Y ABIÚ.


Nadab y Abiú, Sacerdotes de Dios, hijos de Aarón, después de que Moisés consagrara
para el ministerio Sacerdotal, un día se acercaron al tabernáculo para presentar
sacrificio, pero lamentablemente ofrecieron un “fuego extraño, que Dios nunca les
mandó” (v. 1). Una llama venida del cielo consumió la ofrenda, pero también la vida de
los dos hijos mayores de Aarón cuyo proceder Dios reprobó clara y definitivamente.

Lo que hicieron Nadab y Abiú fue algo que el Señor nunca pidió. Dejaron de hacer
lo que Dios mandó por hacer lo que ellos querían.

Hay quienes creen que lo que hicieron Nadab y Abiú fue por ignorancia. Pero eso es
imposible por la detallada preparación a la que fueron expuestos durante su
consagración como sacerdotes (caps. 8–9). Más parece que su actuación fue totalmente
premeditada, voluntaria e intencional.
Lo que es cierto es que lo que hicieron era algo que Dios, por su carácter santo, no
podía aceptar. Este hecho nos enseña varias lecciones positivas y negativas
fundamentales acerca de la santidad de Dios y la vida cristiana.

III. Aplicación práctica para el ministerio.

Los eventos que rodearon a la muerte de Nadab y Abiú, además de ser un


ejemplo de lo que los creyentes no debemos hacer, nos deja valiosas lecciones. Muchas
personas (y los mismos creyentes) pretendemos justificar nuestro mal proceder ante
Dios diciendo: “errar es humano”; “todos nos equivocamos alguna vez”; “nadie es
perfecto”; “al mejor cocinero se le va un tomate entero”; etc. Todas estas son excusas
que de poco sirven para justificar nuestra conducta errónea delante de Dios.
El creyente sabio, que entiende el valor de mantenerse puro (2 Corintios 7:1; 1
Corintios 10:12; 1 Timoteo 5:22), no procede así. Aarón y los hijos que le
sobrevivieron, entendieron bien la lección. Comprendieron lo que implicaba su servicio
al Señor de los ejércitos.
Esta historia nos enseña además que pertenecer a un hogar cristiano o a una
familia pastoral no nos da ninguna ventaja ante Dios. Los hijos de Aarón tenían el
privilegio de pertenecer a la familia encargada del ministerio y culto israelita. No
obstante ellos, igual que nosotros los cristianos, somos igualmente responsables de
hacer lo que agrada a Dios, ser buenos mayordomos de nuestros deberes y portarnos
como discípulos obedientes. Si no lo hacemos, podemos echar a perder nuestras vidas.

Dios no puede premiar el pecado. Los seres humanos pecamos porque nos
rebelamos contra la autoridad de la palabra de Dios sobre nuestra vida. A dicha
conducta viciada se le llama desobediencia. Hay varias formas de desobediencia o
incumplimiento de la voluntad de Dios, el comentario ELA, lo resume de la siguiente
manera:

La desobediencia activa: Es hacer cosas que van abierta y directamente contra la


voluntad de Dios (véase el ejemplo de Acán en Josué 7).
La desobediencia pasiva: Es cuando entendemos nuestros deberes ante Dios y
conscientemente los dejamos de hacer (Santiago 4:17).
La obediencia parcial: Sólo cumplimos parte de la voluntad de Dios o aquellas
cosas que convienen a nuestra naturaleza pecaminosa, haciendo a un lado las esenciales
(el caso de Saúl, 1 Samuel 15:10–22).
La obediencia aparente: Cuando cumplimos externamente los deberes religiosos,
pero no hay en el corazón convicción genuina de agradar a Dios (el fariseísmo
condenado por Jesús, Mateo 23:27).
La obediencia tardía: Hacemos lo que Dios quiere, pero fuera del tiempo idóneo
(Esaú fue tardo en entender la voluntad de Dios, Hebreos 12:16–17).
La desobediencia “inocente”: Decimos que actuamos mal por ignorancia (de la ley,
personas, o circunstancias, o por yerro involuntario). Aunque es posible que uno ofenda
a Dios o al prójimo inconscientemente, como lo hizo Pablo en algún momento de su
vida (1 Timoteo 1:12–13), normalmente no es así. Además, la ignorancia de la ley no
nos exime de la responsabilidad por nuestros actos.
La desobediencia deliberada: Es cuando por falta de voluntad, fe, o por engañarse a
uno mismo, se incumple la voluntad de Dios (el caso del profeta Jonás). A menudo se
manifiesta cuando nos excusamos diciendo “es que no pude evitarlo” o “no me quedaba
otra salida” o “era lo mejor para todos”. Una forma aún más ingrata de este tipo de
desobediencia es cuando se responsabiliza a otros por algún pecado cometido (por
ejemplo, cuando Adán cobardemente culpó a su mujer por su pecado, Génesis 3:12)1.

1Bernardino Vazquez, Estudios Bı ́blicos ELA: Cómo Vivir En Santidad (Levı ́tico) (Puebla, Pue.,
México: Ediciones Las Américas, A. C., 1997), 42.

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