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MACHISMOS COTIDIANOS

CLAUDIA DE LA GARZA

ERÉNDIRA DERBEZ

Grijalbo
CLAUDIA
DE LA GARZA
(Ciudad de México, 1980) es historiadora del arte
y doctora en ciencias sociales, con especialidad en
estudios de género. Docente e investigadora de te­
mas sobre moda, arte contemporáneo y feminis­
mo, siente fascinación por las múltiples maneras
en las que usamos la ropa para crear identidades
y transformar nuestro cuerpo en un lugar de disi­
dencia. Escribe ensayo y ha encontrado en la cu­
raduría y la museografía crítica una plataforma de
enunciación, a través del desarrollo de numerosas
exposiciones, a nivel nacional e internacional, con
temáticas sociales en museos como Memoria y
Tolerancia, Casa de la Memoria Indómita, muca
Campus, Shanghai Art Museum, Bunkamura Mu-
seum en Tokio, Pinacothéque de París y el Museo
Thyssen Bornemisza en Madrid, entre otros. Ac­
tualmente es coordinadora del Museo unam hoy
(iisue-unam).
NO SON
AI/CRO
MACnloMUo CUIIDIANUo

CLAUDIA DE LA GARZA

ERÉNDIRA DERBEZ

Grijalbo
No son micro
Machismos cotidianos

Primera edición: febrero, 2020


Primera reimpresión: marzo, 2020
Segunda reimpresión: agosto, 2020

D. R. © 2020, Claudia de la Garza y Eréndira Derbez

O R. © 2020, derechos de edición mundiales en lengua castellana:


Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. de C. V.
Blvd. Miguel de Cervantes Saavedra núm. 301,1er piso,
colonia Granada, alcaldía Miguel Hidalgo, C. P. 11520,
Ciudad de México

www.megustaleer.mx

D. R. © 2020, Eréndira Derbez, por las ilustraciones


D. R. © 2020, Amalia Ángeles, por el diseño de interiores

DIGITALIZADO POR PIRATEA Y DIFUNDE.

SE ALIENTA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL DE ESTA OBRA SIN PERMISO.

VIVA LA PIRATERÍA COMO FORMA DE RESISTENCIA CONTRA LA PROPIEDAD PRIVADA


DE LAS IDEAS Y DE SU DIFUSIÓN.

ANTI COPYRIGHT

ISBN: 978-607-318-815-9

Impreso en México - Printed in México


Impreso en los talleres de Litográfica Ingramex, S.A. de C.V.
Centeno 162-1, Col. Granjas Esmeralda, C.P. 09810, Ciudad de México.

El papel utilizado para la impresión de este libro ha sido fabricado a partir de madera procedente
de bosques y plantaciones gestionadas con los más altos estándares ambientales, garantizando
una explotación de los recursos sostenible con el medio ambiente y beneficiosa para las personas.

Penguin
Random House
Grupo Editorial
Debe haber otro modo (...)
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser

Rosario Castellanos
1. Azul y rosa.........................................................23
2. Hombres de verdad.......................................... 26
3. Comportarse como una señorita.................... 27
4. Las mujeres no dicen groserías...................... 28
5. Códigos de vestimenta diferenciados............. 30
6. El tabú de la intersexualidad...........................32
7. Imposibilidad de expresar emociones............ 33
8. Mujeres provocadoras.....................................35
9. Los hombres no pueden contener
su instinto sexual............................................. 36
10. Cosificación de las mujeres............................. 38
11. Bella por obligación.......................................... 40
12. Pensar que las mujeres estamos a dieta
por el hecho de ser mujeres............................ 42
13. Por siempre joven............................................ 43
14. Bella y vello...................................................... 44
15. Cuerpo femenino como tabú.......................... 45
16. Sexo innombrable............................................ 48
17. La mujer es la única que debe hacerse cargo
de la anticoncepción y de la concepción........ 49
18. Usar el ciclo menstrual, como cualquier otro
proceso biológico, para burlarse o criticar
aúna mujer....................................................... 51
19. Hombre como norma y medida....................... 53
20. Rechazo a las personas no binarias................. 55
21. Hombres que saben, mujeres que sienten.....57
22. Masculinidad susceptible y mujeres
que exageran.................................................... 59
23. Manxplicar...................................................... 60
24. Manterrupting................................................. 63
25. Los hombres que quieren que les expliques
(¡ahora sí!) sobre feminismo porque les da
pereza estudiar o reflexionar al respecto...... 65
26. Llamar histérica o loca a una mujer
con ímpetu..................................................... 66
27. Feminazi........................................................... 69
28. Hablar a las niñas de feminismo
y a los niños no................................................ 70
29. Y mi palabra es la ley....................................... 72
30. La voz de los expertos...................................... 73
31. La mujer que nunca estuvo..............................76
32. Héroes y heroínas............................................ 77

7
33. Apropiación del crédito o de las ideas de las mujeres.............. 78
34. Profesionales y amateurs.......................................................... 79
35. Profesiones de hombres............................................................. 81
36. Fiscalización del tono................................................................ 82
37. Entre más bonita, más idiota..................................................... 84
38. La mujer de tal............................................................................ 87
39. Infantilizar a las mujeres.......................................................... 89
40. Estudia mientras se casa........................................................... 90
41. Señor / señora-señorita............................................................. 92
42. Cosas de mujeres: los temas superficiales, frívolos,
poco profundos, cursis.............................................................. 93
43. Las mujeres no saben hacer negocios...................................... 95
44. Minimizar los logros de las mujeres: trepadora...................... 97
45. Uso sexista del lenguaje............................................................ 97
46. Chistes machistas...................................................................... 98
47. Decir que una mujer es una malcogida o malfollada.............. 100
48. Trato condescendiente............................. 101
49. La peor enemiga de una mujer es otra mujer......................... 103
50. La incondicional...................................................................... 105
51. Los hombres arreglan cosas..................................................... 106
52. El lugar de las mujeres............................................................. 107
53. Mujer al volante........................................................................ 110
54. Compañera invisible................................................................. 111
55. Bebe como hombre................................................................... 112
56. Las mujeres entran gratis......................................................... 113
57. Asumir que el hombre es el que paga........................................113
58. La norma heterosexual............................................................. 115
59. No han conocido a un hombre de verdad................................. 116
60. Amor romántico....................................................................... 117
61. La media naranja.............................. 119
62. Culto a la virginidad................................................................. 120
63. Hombres con iniciativa y mujeres que esperan...................... 123
64. Matrimonio. ¿El día más feliz de tu vida o el día
que su vida llega a su fin?.......................................................... 124
65. Hacerse la difícil....................................................................... 125
66. Pruebas de amor........................................ 126
67. Placer......................................................................................... 126
68. Doble estándar: el campeón y la promiscua............................ 127
69. El amor no tiene edad...............................................................128
70. La roba novios.......................................................................... 129
71. Solterona, se quedó a vestir santos........................................... 130
72. El amor duele............................................................................. 131
73. Caballero protector.................................................................. 132
74. Posesión (qué bellos son tus celos de hombre)....................... 133

8
75. Manipulación (gaslighting)...................................................... 135
76. Educar a las mujeres para que se den a respetar y se cuiden
en lugar de educar a los hombres a no violentarlas................ 137
77. Culpabilización de la víctima................................................... 138
78. Considerar que el trabajo doméstico es sólo
responsabilidad de las mujeres................................................ 140
79. Carga mental............................................................................. 144
80. Supermujer............................... 146
81. Mujeres cuidadoras...................................................................148
82. Asumir que todas las mujeres son madres en potencia.......... 149
83. Amamantar en público.............................................................. 151
84. Los hijos son de las mujeres..................................................... 152
85. El sacrificio de la maternidad................................................... 153
86. Uno más.....................................................................................154
87. El hombre proveedor y jefe del hogar...................................... 155
88. Disyuntivas. La necesidad de optar por el éxito laboral
sobre una familia...................................... 157
89. Acoso callejero: hombres que siguen a mujeres
y las intimidan con silbidos, piropos, etcétera........................ 158
90. Horarios limitados................................... 160
91. Hacerse de la vista gorda.......................................................... 163
92. Respetar a una mujer porque es hija, mamá o hermana
de un hombre............................................................................ 164
93. Manspreading........................................................................... 166
94. No todos los hombres............................................................... 168
95. Expuestas.................................................................................. 170
96. Representación limitada en los medios................................... 171
97. Enorgullecerse del uso desmedido de la fuerza...................... 172
98. Exigirle comprensión, por no decir silencio, a la víctima......175

Conclusiones................................................................................... 179
Glosario............................................................................................ 181
Bibliografía...................................................... 193
Agradecimientos............................................. 199

9
Cuando caminas por la calle te sientes intimida­
da por los comentarios obscenos que te dirigen
los hombres al pasar. Te subes al metro, un tipo
se te “arrima” mientras las personas alrededor
fingen no darse cuenta. En la junta de trabajo
eres interrumpida abruptamente por quinta vez
al intentar presentar tu proyecto. Describes tus
síntomas en la clínica de salud y te recomien­
dan que vayas a casa y te relajes, al parecer “sólo
quieres llamar la atención” según el diagnóstico
del médico...
Las anteriores son tan sólo algunas de las si­
tuaciones que nos ocurren a muchas mujeres. Nos
referimos a acciones o comentarios que, de ma­
nera sutil o descarada, intencional o no, nos mi­
nimizan, descalifican, cosifican, silencian y agre­
den por el hecho de ser mujeres. A estos dichos,
conductas y actitudes basadas en la creencia de
que los hombres son superiores se les denomina
machistas. El machismo es una ideología muy
arraigada en nuestra cultura, que se presenta
de muchas formas; abarca prácticas, discursos y
comportamientos que niegan a las mujeres como
personas autónomas e independientes.
No es un problema de unos cuantos hombres
“malos” que odian a las mujeres y buscan ejercer
su poder sobre ellas (aunque también los hay) o
de mujeres “competitivas que se odian entre sí”
y por eso replican actitudes machistas. Se tra­
ta de un problema estructural, una visión del
mundo que se nos presenta como una realidad
irrefutable y que incide en la sociedad en todos
los niveles. Son comportamientos que aprende­
mos desde la infancia, y que sin darnos cuenta
transmitimos a las nuevas generaciones porque

11
si “siempre ha sido así”, será porque “así debe ser”, ¿o no?...
Cuando hacemos algo una y otra vez terminamos por hacerlo
parecer normal. Vivimos en una sociedad que durante siglos
ha colocado a los hombres por encima de las mujeres y con esa
lógica ha organizado las relaciones entre seres humanos: se
nos asignan lugares, roles, conductas y hasta formas de expre­
sarnos o movernos diferenciadas por nuestras características
biológicas. Al repetir estas prácticas contribuimos a mantener
un orden social desigual, en donde las mujeres son sometidas o
discriminadas y los hombres conservan la posición de dominio
que la sociedad les adjudica.
Todas las personas somos educadas dentro de este sistema,
de manera que tanto mujeres como hombres realizamos día
con día actos machistas. Hacemos o decimos cosas que refuer­
zan las desigualdades, la mayoría de las veces sin darnos cuenta:
una mirada de reprobación o un comentario irreflexivo, tanto
en lo privado, en pareja o en familia, como en los lugares que
compartimos con muchas personas, como en la escuela, en el
trabajo o en las redes sociales. Estos gestos, dichos, conductas
y actitudes de violencia sutil son llamados \micromachismos
ya que, por la cotidianidad con la que se ejercen, suelen pasar
desapercibidos.
El término fue acuñado en 1990 por el psicoterapeuta ar­
gentino Luis Bonino para hablar de los comportamientos mas­
culinos cotidianos que fuerzan, coartan o minan la autonomía
de las mujeres de forma sutil dentro de las relaciones de pareja
heterosexuales. De acuerdo con este autor, son “pequeñas ti­
ranías o violencias de baja intensidad”1 realizadas por varones,
a través de las cuales buscan dominar a su pareja.2 Lo peligro­
so es que son muy difíciles de detectar porque las asimilamos
como hábitos o costumbres, o las confundimos con una simple

1 Luis Bonino. "Micromachismos: el poder masculino en la pareja moderna”, en José Ángel Lo-
zoya y José María Bedoya (coord.) Voces de hombres por la igualdad, http://vocesdehombres.
wordpress.com/, 2008, p. 96. [Consultado el 30 de marzo de 2019]

2 Los planteamientos de Luis Bonino pueden consultarse en "Micromachismos: el poder


masculino en la pareja moderna", op. cit.

12
falta de educación y las dejamos pasar, independientemente de
los efectos nefastos que tienen en nuestra vida a corto, media­
no y largo plazo.
Durante los últimos años la palabra micromachismo ha
adquirido mucha popularidad. Su significado se ha expandido
más allá del ámbito de las relaciones de pareja y se utiliza para
referirse a todos los comportamientos que refuerzan la posi­
ción de dominio de los hombres sobre las mujeres, machismo
que parece invisible por la frecuencia con que sucede y porque
su impacto es aparentemente nulo. El problema de este tér­
mino es que se piensa que, por ser micro, prefijo que significa
pequeño, se trata de conductas pequeñitas, poco importantes
o que son “poca cosa”. Es inevitable la asociación. Sin embar­
go, aquí el tamaño no es la cuestión, sino su cotidianidad y su
persistencia.3 A diferencia de los actos evidentes de violencia
contra las mujeres, estas acciones han sido normalizadas y na­
turalizadas al grado de que no las vemos, muchas veces incluso
son justificadas y legitimadas por la sociedad.
Piensa en los chistes, en el viboreo, en el juguete que le re­
galaste a tu sobrina en su último cumpleaños, en tus propios
prejuicios... La mayoría de las veces estos actos no tienen la in­
tención de herir o dañar a nadie, aunque lo hacen. A través de
ellos hemos aprendido a relacionarnos, forman parte de nues­
tros hábitos y costumbres, y los repetimos sin pensar dema­
siado. Nos resultan tan familiares que parecen insignificantes
e inocuos; sin embargo, experimentarlos de manera reiterada
y combinada produce un efecto envolvente que afecta nuestro
poder personal: nos hacen sentir inadecuadas, feas, culpables,
inseguras, con miedo. El que no los veamos no los hace menos
dañinos; por más discretos y sutiles que sean, sus efectos tie­
nen un impacto monumental: son estos machismos cotidianos
los que sostienen la organización social desigual en la que vi­

3 Mientras escribíamos este libro apareció el artículo "No son micromachismos", de Isabel
Muntané Rodríguez, el 6 de febrero de 2019 en El País. Lo que escribe la periodista resonó
con mucho de lo que pensamos y nos gustó encontrar que del otro lado del Atlántico existen
discusiones hermanas.

13
vimos. Un micromachismo no es un ojo morado, no viola, no
mata, pero sí forma parte de un sistema que permite la existen­
cia de violencias mayores.
La sociedad está siempre en movimiento, las condiciones
de vida se han precarizado, los roles de género se han transfor­
mado, las mujeres hemos cambiado y todo esto implica tam­
bién un reacomodo en los roles masculinos. Los machismos
velados y escurridizos que vivimos a diario son una adaptación
del machismo tradicional a los nuevos escenarios sociales. La
organización familiar, las calles, los salones de clase, los espa­
cios de opinión y de toma de decisiones sin duda comienzan a
incluir voces distintas que han luchado por hacerse visibles y
exponer sus problemáticas; sin embargo, la equidad aún se en­
cuentra lejos de nuestra realidad. El “espejismo de la igualdad”,
como llaman algunas autoras a esa idea de que la batalla está
ganada y ya todos y todas tenemos los mismos derechos, desvía
la atención y atribuye las situaciones de violencia machista a
cuestiones personales o experiencias aisladas. Pero si fuera así,
¿por qué nos pasa a todas? Iniciativas en redes sociales como
|#PrimeiroAssediq en Brasil o #MiPrimerAcoso| en México,
el proyecto #EvervdaySexism de la escritora británica Laura
Bates, o el movimiento internacional #MeToo han puesto de
manifiesto las proporciones del problema a través de la abru­
madora cantidad de testimonios de mujeres que se atrevieron
a denunciar y a poner por escrito sus experiencias de abuso.
Quedó al descubierto que estos actos machistas, considerados
inofensivos por ser tan comunes, no son un problema perso­
nal que afecta a unas cuantas, es un mal generalizado. Es una
problemática social que permea en distintas esferas sociales,
que cruza fronteras y repercute en la vida de las personas en
distintos niveles, algunos de forma decisiva.
Por ejemplo, en el ámbito económico, una de las formas en
que se manifiesta el machismo está pintada de rosa. Cuando va­
mos a un supermercado los anaqueles están repletos de versio­
nes “femeninas” de una serie de productos de consumo común,

14
como juguetes, ropa, productos de higiene, hasta chocolates y
artículos de papelería: ¿para qué? ¿Cuál puede ser la diferencia
entre un producto azul para hombre y uno rosa para mujer? La
estrategia consiste simplemente en fabricar todo tipo de cosas
en color rosa, colocarlas en empaques vistosos y cobrar más por
ellas. Este costo añadido, conocido como (pink tax),
se basa en una serie de estereotipos de género: la idea de que
las mujeres somos más consumistas, que compramos irreflexi­
vamente, o que al estar más preocupadas por nuestra imagen
estaremos dispuestas a absorber cualquier precio
* aun cuando
solemos percibir menores salarios. Y es que la discriminación
económica hacia las mujeres va más allá de las etiquetas de co­
lores pastel. De acuerdo con la Organización Internacional del
Trabajo, para 2018 la brecha salarial por género global fue de
alrededor de 20%. Esta desigualdad en la remuneración del
trabajo entre un hombre y una mujer que realizan el mismo tra­
bajo está sostenida por ideas machistas muy arraigadas (¿les
suenan frases como: “Se habrá acostado con alguien para llegar
ahí”?) que se resisten a reconocer y valorar de la misma forma
el trabajo de una mujer que el de un hombre.
Otro aspecto en el que influyen de manera definitiva los
machismos cotidianos es el acceso a la justicia. El caso de la
Manada ocurrido en España es un ejemplo de esto. La noche
del 7 de julio de 2016 José Angel Preda, Alfonso Jesús Cabe-
zuelo (militar), Ángel Boza y Antonio Guerrero (guardia civil)
forzaron a entrar a un portal a una mujer de 18 años que cami­
naba de noche por las calles de Pamplona y la violaron. La pe­
netraron simultáneamente sin preservativo y videograbaron
la escena. Difundieron ellos mismos los videos de la “hazaña”.
Cuando huyeron, la dejaron tirada, desnuda y le robaron su te­
léfono, lo que le impidió pedir auxilio. Una pareja la encontró

* Es interesante notar que, de acuerdo con algunos estudios a nivel internacional, las muje­
res tienen un importante papel en las decisiones de compra: más de 70% a nivel mundial (Sil-
verstein y Sayre, "The Female Economy", Harvard Business Review, septiembre de 2009). Este
fenómeno está estrechamente relacionado con el hecho de que las mujeres siguen dedicando
más tiempo al cuidado no remunerado, lo que implica que son las encargadas de la mayoría
de las compras del hogar, y también el principal objetivo de las estrategias de mercadotecnia.

15
en la madrugada y llamó a la policía. Los cinco hombres fueron
juzgados; sin embargo, el tratamiento del caso en la prensa y
las opiniones al respecto resultan sintomáticas. Se podían leer
comentarios como: ¿Por qué no opuso resistencia y no se mar­
chó de ahí?; o que si realmente esto la traumó, ¿por qué seguía
con su vida, salía con sus amigas y hasta viajaba? El juicio, casi
todo el tiempo, fue para ella.
Los criminales fueron condenados en Navarra por abuso
sexual. El fallo fue sumamente laxo y el tribunal descartó
los agravios que vivió la mujer como violación y condenó a los
hombres sólo por abuso sexual; en lugar de sentenciarlos a
más de 20 años de prisión, como pidió la fiscalía, los senten­
ció a nueve. A partir de ello las mujeres salieron a la calle: si la
justicia machista no cree en ellas, ¿por qué ellas deberían creer
en la justicia? El caso resonó en todo el mundo y llegó hasta el
Tribunal Supremo. Tuvieron que pasar tres años después de
los hechos para que en junio de 2019, tras escuchar los recursos
de las acusaciones y las defensas contra la sentencia dictada
por el Tribunal Superior de Justicia de Navarra (que ratificó la
de la Audiencia de Navarra), el tribunal decidiera revocar las
sentencias y calificar los hechos como violación; se elevó así la
condena a 15 años.
México no es la excepción. Rápidamente fue relacionado
con el caso de los Porkys (2015), otro grupo de violadores be­
neficiados por el sistema de justicia machista. En el estado
de Veracruz, Daphne, una joven menor de edad, declaró que
fue jalada y metida a un coche a la fuerza. Quedó en el asiento
de atrás en medio de dos hombres. Los otros dos iban adelante.
Le jalonearon la blusa, tocaron sus senos, metieron sus dedos
en su vagina e ignoraron las veces que ella pidió que pararan.
Se burlaron de ella y luego, en la casa del conductor del automó­
vil, él mismo la violó. A Diego Cruz se le acusó de pederastía, al
ser ella menor. En su momento, se declaró como insuficiente el
auto de formal prisión en contra de Cruz; según el juez de
distrito no hubo pruebas de abuso sexual, ya que además

16
de probarse el “acto libidinoso” también se debe comprobar
que hubiese una intención lasciva del agresor. Es decir, el cuer­
po de Daphne fue violentado, pero se necesitaron pruebas, de
acuerdo con el juez, para comprobar que él la tocó para obtener
placer sexual. Una vez más se le exigió a la víctima probar que
fue agredida, pese a la evidencia, y se protegió al victimario. A
ella se le cuestionó, como si ella fuese la que cometió el crimen,
por lo que contestó valientemente con una carta: “Sí he toma­
do, sí he salido defiesta, sí he usadofaldas cortas [...] ¿por eso
me van a juzgar?, ¿por eso me lo merecía?, ¿por eso pasó lo
que pasó?, ¿por andar de noche con mis amigas?” Al igual que
en el caso de la Manada en España, en México hay un engranaje
de complicidades que protege a violadores.
Ejemplos de sistemas de justicia machistas no solamente
provienen de países latinos. En California, con un sistema ju­
rídico de tradición anglosajona (common law), las cosas no son
diferentes. Brock Turner violó a una mujer que se encontra­
ba inconsciente en el campus de la Universidad de Stanford.
Hubo dos testigos que atraparon a Turner. Fue arrestado y li­
berado el mismo día tras pagar una fianza de 150 000 dólares.
Al concluir su juicio, en 2016 en el condado de Santa Clara se
le sentenció sólo a seis meses de cárcel y tres años de libertad
condicional, cuando la fiscalía pedía 14 años de prisión. Final­
mente, sólo cumplió tres meses en la cárcel. Este caso además
cruza con temas de clase y racialidad: al ser Turner un joven
económicamente privilegiado y blanco, recibió una senten­
cia menor que otros casos, como el de Corey Batey de origen
afroamericano, estudiante universitario que fue sentenciado
por un mínimo de 15 años en 2013. Al igual que Turner, violó a
una estudiante inconsciente. El contraste entre estas senten­
cias fue sumamente sonado en la prensa y en las redes sociales
al darse a conocer la sentencia de Brock Turner.
Estos tres casos en tres países y sistemas legales distintos
son muestra de cómo la procuración de justicia, lejos de defen­
dernos de los prejuicios machistas, está impregnada de ellos.

17
Las acciones cotidianas, consideradas “micro”, sostienen un
sistema racista, clasista y misógino y sus repercusiones escalan
a niveles tan relevantes como las instituciones de justicia.
Ser mujer implica muchos riesgos y desventajas. A nivel
global, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o
sexual a lo largo de su vida, y en algunos países esta propor­
ción aumenta a siete de cada 10.5 En México, según la Encuesta
Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(Endireh) de 2016, de los 46.5 millones de mujeres que son ma­
yores de 15 años, 66.1% ha padecido al menos un incidente de
violencia emocional, económica, física, sexual o de discrimi­
nación ya sea en el espacio privado o en el público, 43.9% ha
sido agredida por su pareja en algún momento y 41.3% ha vi­
vido violencia sexual.67Además, la cifra aumenta si se vive con
alguna discapacidad: las mujeres con discapacidades corren
mayor riesgo de violencia sexual y son más propensas a sufrir
violencia en el espacio doméstico, abuso emocional y abuso se­
xual que las mujeres sin discapacidades. Además enfrentan la
invisibilidad de la problemática, incluso dentro de los mismos
colectivos de mujeres y a nivel institucional (por ejemplo en
México, a diferencia de otros países, no hay datos oficiales so­
bre violencia de género y discapacidad). Estas violencias ope­
ran también como con el resto de quienes sufren abusos: en
el espacio de lo cotidiano, por parte de alguien cercano, como
compañeros o familiares?
En este contexto, los machismos cotidianos propician un
ambiente hostil que permite que sucedan violencias mayores.
Presentamos aquí un compendio de situaciones y expe­

5 "Estimaciones mundiales y regionales de la violencia contra la mujer: prevalencia y efectos


de la violencia conyugal y de la violencia sexual no conyugal en la salud”, Organización Mun­
dial de la Salud, Departamento de Salud Reproductiva e Investigación, Escuela de Higiene y
Medicina Tropical de Londres, Consejo Sudafricano de Investigaciones Médicas (2013).

6 Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2016, inegi,
2017.

7 Con información de "Violencia contra la mujer con discapacidades", Departamento de Sa­


lud y Servicios Sociales de los Estados Unidos, Oficina para la Salud de la Mujer, y “Cinco cosas
que no sabías sobre la discapacidad y la violencia sexual", Fondo de Población de las Naciones
Unidas, 30 de octubre de 2018.

18
riencias que nos suceden a nosotras, a nuestras amigas, fami­
liares, compañeras de trabajo, a las mujeres con las que habla­
mos cuando vamos en el metro, en la sala de espera del banco o
en la fila del baño de un bar, a las personas con las que platica­
mos en el salón de clases o cuando vamos a algún evento social,
a las que leemos, a las que escuchamos en la radio, aquellas que
vemos en películas y en las redes sociales.
Nuestras historias son las situaciones incómodas, desagra­
dables, frustrantes, agresivas, que se repiten una y otra vez, a
las que procuramos restarles importancia porque hemos ter­
minado por acostumbrarnos o resignarnos. Al compartirlas
con otras mujeres, caemos en cuenta de lo normalizadas que
están este tipo de conductas en nuestra sociedad, de lo difícil
que es a veces, para nosotras mismas, sacarnos de la cabeza
prejuicios y reacciones aprendidas en torno a la forma en que
nos enseñan a pensar nuestro cuerpo y reconocernos como
personas, a quiénes admiramos y cómo nos gustaría ser; a los
roles que debemos ocupar en nuestra familia, en la escuela, en
la calle o en el trabajo, las expectativas que debemos cumplir y
lo que esperamos de las demás personas.
En ese sentido, las experiencias y ejemplos que aquí pre­
sentamos son una pequeña muestra de las situaciones que su­
ceden de manera muy frecuente en el entorno urbano en que
vivimos, en la Ciudad de México, y que pueden haber sido vi­
vidas en forma similar por quienes leen, por supuesto, con sus
particularidades y matices.
Las autoras de este libro somos dos personas distintas que
nacimos y crecimos en contextos y en familias muy diferentes,
pertenecemos a diferentes generaciones y tenemos maneras
d istintas de pensar. Escribir este libro ha sido para nosotras un
proceso de aprendizaje, discusión y diálogo, de encuentros y
desencuentros. En sus páginas se hallan nuestras voces y mira­
das, es un trabajo hecho con cariño tras reflexionar desde nues-
l ros referentes y conocimientos teóricos y, sobre todo, empí­
ricos. Si bien nuestras experiencias pueden hacer eco con las

19
de muchas mujeres, no son “universales”, están enmarcadas
en los contextos específicos que habitamos y desde los cuales
hablamos. Cada una enfrenta distintos machismos en su vida
cotidiana, que toman formas distintas cuando se cruzan con
otras variables como el racismo, la homofobia, la xenofobia,
entre otras. No es lo mismo escribir en un espacio urbano en
México que en uno rural en Colombia. No es igual trabajar y
enfrentar acosos por parte de un jefe en una fábrica maquila­
dora de Ciudad Juárez que en la oficina de un corporativo en
Madrid, pero de alguna forma todas tenemos algo en común:
enfrentar violencias motivadas por nuestro sexo, género, ex­
presión de género u orientación sexual.
Somos conscientes de que lo que aquí describimos cada
quien lo vive de manera distinta; esperamos que este libro pue­
da nutrir o acompañar más conversaciones.
Aveces nos olvidamos de estas diferencias y no nos detene­
mos a observar nuestros privilegios, que pueden hacer que mu­
chos de estos episodios sean invisibles por completo. Pensamos
entonces: “Si no me pasa a mí, no existen”; hay quienes creen
que son “problemas que inventan las feministas”, que quienes
los denuncian exageran (“no aguantan nada” o “no tienen sen­
tido del humor”), mienten (“sólo quieren llamar la atención”)
o que de alguna manera ellas mismas se lo buscaron. Hace falta
revisar en dónde estamos situadas, ya que cada quien lo vive y
lo enfrenta de manera muy distinta de acuerdo con las viven­
cias, miedos o herramientas que tiene. Los machismos coti­
dianos nos afectan a todas las personas y ocurren en distintas
formas y niveles. Al ser acciones discriminatorias que buscan
perpetuar las estructuras de poder, en particular la relación
jerárquica entre hombres y mujeres, rechazan formas de ser y
relacionarse que no corresponden con el modelo “aceptado”,
es decir, personas que no viven de acuerdo con las expectativas
de género, afectando a mujeres, personas lgbt+, y también a
los hombres que intentan vivir de acuerdo con la norma y se
enfrentan a las grandes dificultades que implica alcanzarla: si

20
queremos que exista un cambio debemos hacer conciencia de
manera conjunta y los varones deben de reconocer y hacerse
cargo de las violencias que ejercen.
Durante el proceso de escritura tuvimos la fortuna de contar
con el acompañamiento de mujeres a quienes admiramos, con
quienes discutimos, reflexionamos, mantuvimos largas conver­
saciones en las que salían a relucir emociones y experiencias
compartidas. Les estamos profundamente agradecidas.
Esperamos que estas páginas sean acompañamiento para
quien las lee.

21
NO SON
AZUL Y ROSA
TODO COMIENZA ANTES DE NACER con un “es una
niña” o “es un niño” en la sala del ultrasonido.
A partir de ese momento las personas alrededor del bebé se
dan a la tarea de pensar nombres e imaginar cómo será y qué
hará de su vida. Se toman decisiones aparentemente simples,
se compra ropa y juguetes, se colocan decoraciones. Algunos
compran los primeros aretes y otros compran los puros que ha­
brán de regalar el día del nacimiento. Estas acciones y proyec­
ciones dependen de si el ser que está por nacer tiene un pene o
una vulva y a partir de esa distinción se forjan patrones.
Nacemos y desde que nuestra vida comienza se nos seña­
lan caminos diferenciados: a través de los colores, los juegos,
las lecturas, los dibujos animados, la forma en que ocupamos
el espacio, la ropa y el tratamiento del cuerpo que se nos asigna
se van moldeando nuestras identificaciones, intereses, aspi­
raciones y deseos, aunque no estemos muy conscientes de la
diferencia.
A los niños se les rodea de colores brillantes y vigorosos, se
le insta a correr y a ser atrevidos, a que jueguen con pistolas y
sean deportistas y se les prohíbe j ugar con muñecas. A las niñas,
en cambio, se les proponen dinámicas de juego más tranquilas,
se les aleja de la “violencia” y la acción y se promueve que jue­
guen a “la comidita”, a cuidar de sus muñecas o a la princesita.
De este modo lúdico y “sutil” es que comenzamos a inte­
riorizar los mandatos sociales que “nos dicen” a qué catego­
ría pertenecemos y, por lo tanto, qué debemos pensar o hacer
para satisfacer las expectativas que nuestra sociedad atribuye
a cada individuo.

23
Los juegos destinados para niños y niñas se han transfor­
mado a través del tiempo, de acuerdo con las expectativas
sociales de cada época: por ejemplo, la asociación del color
rosa para niñas y el azul para niños es relativamente recien­
te, de hecho, solía pensarse lo contrario: a principios del siglo
xx las madres europeas vestían a sus varoncitos de rosa, por
considerarlo un color decidido e intenso, y a las pequeñas del
delicado color azul, más apropiado para ellas según la moda
de la época.8 Es decir, las convenciones sociales cambian todo
el tiempo, sin embargo, los estereotipos han asociado a los ni­
ños con juegos bélicos como hombres de acción, con destre­
za, amantes de los deportes y del uso de la fuerza y a las niñas
con labores domésticas, los cuidados, la belleza, la creación de
manualidades. Desde la infancia se limitan nuestras posibili­
dades y nos preparan para satisfacer las necesidades de la so­
ciedad actual.

Ejemplo: Hoy en día incluso se han puesto de moda las


gender reveal9 parties, reuniones donde se “revela” el “género”
del bebé al mostrar a los invitados globos, ya sean de color azul
(niño) o de color rosa (niña).

8 Marjorie Garber, Vested Interests: Cross-Dressing and Cultural Anxiety, Harmondsworth,


Penguin Books, 1992, p. 1.

9 Realmente lo que "revelan" en estas fiestas es el sexo y no el género, porque se basa en las
características corporales del no nacido. Para aclarar dudas véanse en el glosario los aparta­
dos de Sexo y de Género.

24
JUGUETES SI NKES WN VMNh

JUGUEIS SINKES PENE


HOMBRES DE VERDAD
DESDE LA INFANCIA, LOS HOMBRES deben demostrar
(una y otra vez, y a través de una serie de rituales, actitudes y
conductas) que son lo suficientemente “hombres”. ¿Qué signifi­
ca eso? ¿Cómo se sabe quién es un hombre de verdad y quién no?
En cada época y en cada lugar la idea de “hombría” significa
algo diferente: por ejemplo, en Francia, en la época de Luis xiv,
“los hombres de verdad” usaban pelucas de cabellos largos y ri­
zados, medias y tacones. Eso sí: debían ser valientes como aho­
ra. Aunque el look ha cambiado, hay algunos roles y valores que
persisten: ser fuertes, reprimir sus sentimientos, ser aventu­
reros, agresivos, decididos, poderosos, tener una cartera muy
gorda, unos músculos prominentes, un deseo sexual (hetero­
sexual) inagotable, un automóvil grande y un pene aún más
grande.10 Pero también deben rechazar y negar todas aquellas
asociaciones que pongan en duda su “hombría”, dar media vuel­
ta y alejarse tan rápido como puedan. Deben demostrar tres
cosas básicas: 1) que no es un niño; 2) que no es homosexual;
y, principalmente, 3) que no es mujer.
Se aprende a ser hombre a través de exclusiones: evitar todo
lo “femenino”, a los hombres les toca ser bélicos, agresivos, poco
sensibles de las necesidades afectivas de quienes les rodean
(eso que llaman masculinidades tóxicas); al contrario de las
mujeres, a quienes les corresponde ser bellas, amorosas, tiernas
y empáticas. No conviene que pasen mucho tiempo con muje­
res, se corre el riesgo de que adopten algunas de sus conductas.
De hecho, para burlarse de un hombre se le otorgan atributos o

10 Con frecuencia se asocian las características consideradas masculinas con los genitales,
como si emanaran de estos. Podemos verlo en el lenguaje: las expresiones “no tener huevos”
o "le faltan cojones" se refieren a la falta de valor y determinación, como si estuviera ligada
directamente con la parte del cuerpo.

26
comportamientos femeninos, tal es el caso de caricaturas donde
visten a un hombre de mujer para ridiculizarlo o el uso de frases
como “corres como niña” en un entrenamiento deportivo.
Cuando se le exige a alguien que “sea un hombre” o que se
“comporte como un hombre”, puede implicar muchas cosas
distintas, como la fuerza, la responsabilidad, entereza, audacia,
de acuerdo con el contexto, pero siempre se trata de una demos­
tración de poder, de su capacidad de imponerse. Cumplir con
estas expectativas demanda un esfuerzo constante y agotador.

Ejemplo: Esto es muy claro en los anuncios publicitarios


de productos destinados a los hombres. Sobre todo en artículos
como coches, desodorantes y cervezas, que explotan una y otra
vez estos estereotipos: un hombre que no usa suéter aunque
haga frío, no escucha canciones románticas, no hace activida­
des físicas supuestamente “femeninas” (como yoga o ballet)
sino deportes como box. Un hombre rodeado de mujeres, que
“conquista a todas” con esa forma de ser “tan masculina”.

COMPORTARSE
COMO UNA SEÑORITA
EN CONTRAPOSICION con el ideal masculino, se suele exi­
gir a una mujer que tenga una actitud “adecuada”, lo que impli­
ca una serie de conductas y cuidados que nunca se le pedirían
a un hombre. Hay ademanes que se consideran “naturales para
las mujeres” y otros “naturales para los hombres”, cuando real­
mente son una construcción social y no hay una única forma
de ser mujer o de ser hombre; no se puede exigir a alguien que
mantenga una actitud solamente por su género.

27
Mientras a los hombres se les exige agresividad y determi­
nación, se espera que las mujeres sonrían, sean agradables y
amables.
Se considera que las mujeres no deben incomodar, sino
todo lo contrario, deben ser delicadas, recatadas y cuidadosas
con las emociones de los otros. Estos rasgos pueden verse re­
flejados en sus movimientos y posturas corporales: una mu­
jer debe sentarse apropiadamente, con las piernas cerradas, o
debe quedarse callada cuando los hombres discuten, ya que la
determinación y la agresividad que se ven tan bien en un hom­
bre no son bien vistas si vienen de una mujer.

Ejemplo: La frase “calladita te ves más bonita” es una gran


muestra de ello: por un lado, pretende callar a las mujeres, al
tiempo que promueve la idea de que lo único importante es lu­
cir “bonita”, por eso la frase no es “calladita te ves más inteli­
gente” o “calladito te ves más bonito”.

LAS MUJERES
NO DICEN GROSERÍAS
LA OTRA TARDE ESCUCHE en la radio a una locutora que
declaraba tajante: “Nos guste o no, si un hombre se ve mal
diciendo groserías cuando no vienen al caso, una mujer se
ve mucho peor”. Las groserías, palabras altisonantes, leperadas
o como quieran llamarlas, son palabras que, en el imaginario
social, por un lado, habitan los terrenos de la descortesía y la
falta de respeto y, por otro, el de la vulgaridad y la ignorancia:
ambos muy lejanos al ideal de la feminidad burguesa, de “la
señorita delicada y pura de buena familia”. Aunque hay un fuer-

28
NIÑA, CON ESA 0OQ.UITA
/NUNCA VAJ A BRILLAR
ENZOC/EDAD../
te estigma de clase en el uso de estas palabras, a los hombres se
les permite mayor movilidad: saber utilizar el vocabulario del
insulto, de la agresividad, de la obscenidad, del desprecio, de la
falta de respeto, posibilita pasar de una esfera a otra. Las gro­
serías son también una válvula de escape de tensión, las utiliza­
mos para descargar nuestro enojo, nuestra impotencia, nuestro
dolor: el lenguaje de la rabia. La cuestión es que a las mujeres se
nos educa para no ser rabiosas, debemos guardarnos esas emo­
ciones y cambiarlas por una sonrisa o por un discreto llanto
que no ofenda, que no moleste. Es común que cuando alguien
dice una “mala palabra” en público se disculpe con las mujeres
presentes, como si ellas, más que los hombres, fueran suscep­
tibles a la ofensa, como si lo que se dice nos fuera ajeno. Las
mujeres pueden ser las ofendidas pero no las que ofenden.
Esto se refleja en el contenido de las expresiones que consi­
deramos más ofensivas, las cuales generalmente aluden a las
mujeres, en particular a la madre de quien es objeto de insulto,
que aparece como sujeto pasivo. Ya va siendo hora de que de­
mos un giro a la forma de insultar, ¿no les parece?

CÓDIGOS DE VESTIMENTA
DIFERENCIADOS
AÚN HOY. CUANDO SENTIMOS que vivimos en la era de
lo unisex y que todo se vale en el campo de la moda, la ropa es
muy importante para mostrar nuestro género, dejarlo bien cla-
rito, no vaya a ser que se confundan. En el imaginario occiden­
tal existen dos prendas que funcionan como arquetipos de lo
masculino y lo femenino, al grado de que sabemos a qué baño
nos corresponde entrar al reconocerlas: no se trata de la pipa y

30
el abanico, sino del pantalón y la falda. Mientras que el panta­
lón, esta prenda bifurcada y cerrada, simboliza el poder viril,
expresado en frases como: “Aquí yo soy quien lleva los pantalo­
nes” o “Le faltan pantalones”, la falda es la prenda asociada con
lo femenino por excelencia. ¡Claro, por siglos se les prohibía a
las mujeres usar otra cosa! Históricamente se relacionaba con
el pudor: poseía la importante función moral de cubrir y ocul­
tar las piernas y formas corporales de sus usuarias, al mismo
tiempo que, por su estructura abierta, ha sido asociada con una
posición de accesibilidad sexual.
Estos significados se han ido transformando; las mujeres
conquistaron el uso de los pantalones tras una lucha que im­
plicaba mucho más que la posibilidad de moverse ágilmente:
era una revolución de los roles tradicionales de las identidades
de género. Si en un principio, los pantalones eran percibidos
como “demasiado reveladores” ya que dejaban ver la anato­
mía femenina, hoy podemos usarlos en cualquier ocasión y son
considerados, en general, una prenda cómoda y que nos hace
sentir seguras. Por otra parte, el usar falda en algunos contex­
tos urbanos, como en la Ciudad de México, se ha convertido
casi en un acto de valentía, ya que ahora es convenientemente
leída como una “provocación” para quienes justifican agresio­
nes, una prenda que “muestra demasiado” y que al usarla po­
dríamos enviar mensajes subliminales.
Es interesante notar que, si bien las mujeres hemos conse­
guido una flexibilidad en el vestir que ha facilitado nuestra vida
cotidiana, no ha ocurrido lo mismo con los hombres, a quienes
está vedado el uso de la falda por prejuicios y estereotipos ma-
chistas.

Ejemplo: Las escuelas públicas primarias de la Ciudad


de México han tenido por generaciones la normativa de usar
uniformes con falda para las niñas y pantalón para los niños.
Fue hasta junio de 2019 que la jefa de Gobierno de la Ciudad
de México, Claudia Sheinbaum, anunció que el uniforme re-

31
glamentario sería neutro para permitir que los infantes asis­
tan como quieran a la escuela, ya sea con falda o pantalón. Esta
modificación, además de permitir a los pequeños decidir sobre
su expresión de género, es muy práctica, ya que la falda puede
convertirse en una limitante para moverse: ¿cómo va a poder
jugar a sus anchas una niña que usa falda, si al mismo tiempo le
enseñamos que no debe enseñar los calzones? ¿Cómo lo hará
cuando sienta frío o experimente su primera menstruación y
con ello cólicos o manchados? La noticia fue bien recibida pero
también fue polémica y motivó múltiples quejas por parte de
grupos de padres o usuarios de redes sociales. Los argumentos
en contra eran francamente absurdos, como que “en nombre
de la igualdad” dañan y adoctrinan a infantes o “van a hacer a
los niños homosexuales y a las niñas machorras”.

EL TABU DE
LA INTERSEXUALIDAD
LOS CUERPOS NO SON siempre clasificabas como fe­
meninos o masculinos. Como explica la sexóloga Anne Faus­
to- Sterling,'" el sexo es un continuo que rebasa las categorías de
hombre y mujer, es decir, el cuerpo tiene muchas dimensiones
y nuestro sexo se define a partir de muchos aspectos: los órga­
nos genitales, las gónadas, los cromosomas, las hormonas. De
acuerdo con los estudios presentados por esta autora, alrede­
dor de una de cada 100 personas presenta alguna diferencia en
el desarrollo sexual y una de cada 2 000 tiene órganos genitales
distintos que hacen complicado decidir si es un niño o una niña.
En realidad existe una gran variabilidad en los cuerpos. Las per-

11 Anne Fausto-Sterling. Cuerpos Sexuados, Barcelona, Melusina, 2006.

32
sonas intersexuales, que nacen con órganos genitales difíciles
de clasificar en las categorías binarias macho/hembra, suelen
ser consideradas sexualmente ambiguas, y por esta razón la me­
dicina ha considerado que estos cuerpos deben ser modificados,
intervenidos y mutilados para hacerlos entrar en la norma so­
cial. Estos casos suelen silenciarse, se estigmatizan. La idea de
que un cuerpo pueda ser ambiguo responde a la imposibilidad
de ver más allá de nuestras construcciones culturales: los cuer­
pos simplemente son. Las normas culturales son las que cau­
san que estos cuerpos nos parezcan imposibles, impensables,
fenómenos. Las clasificaciones son invenciones nuestras, que
nos limitan y no nos dejan ver nuestra propia diversidad.

IMPOSIBILIDAD DE EXPRESAR
EMOCIONES
UNA DE LAS PRINCIPALES características con las que se ha
definido la masculinidad en nuestra cultura es el valor y la for­
taleza: los hombres deben ser fuertes tanto físicamente como
de carácter. No pueden permitirse mostrarse como personas
vulnerables y con emociones o como personas que cometen
errores. De ahí la palabra hombría (de hecho, la Real Academia
de la Lengua define hombría, en su segunda acepción, como:
“Cualidad buena y destacada de hombre, especialmente la
entereza o el valor”). Por eso son comunes frases como: “Los
hombres no lloran”, o excusas como: “No necesito ir a terapia
psicológica para arreglar mis problemas”, también, el excusar a
los hombres con un “así son”, para justificar o evadir el hacerse
responsables de sus emociones y de cuidar a las personas que
los rodean. Este tipo de posturas las aprendemos desde la in-

33
-YA CÁLMATE,
,105 NIÑOS
/\f0 LLORAN.’
fancia con consecuencias nefastas, que pueden observarse en
muchos ámbitos: por ejemplo, en cuestiones de atención y cui­
dado de la salud. Muchos hombres pasan por alto los síntomas
de enfermedades, los minimizan y se niegan a ir al médico para
no mostrar debilidad, exponiéndose a mayores posibilidades
de riesgo, a que se agrave su enfermedad o a sufrir un accidente.

MUJERES PROVOCADORAS
ES CONTRASTANTE LA ATENCIÓN que ponemos las mu­
jeres en el cuerpo, la conciencia que debemos tener sobre to­
das las interpretaciones que nuestros gestos, ropa, accesorios
y lenguaje pueden suscitar miedos, mitos, prejuicios, rechazo
social, mientras que los hombres no piensan en eso.
Resulta paradójica la forma en que el cuerpo de las mujeres
es sexualizado desde que son muy pequeñas: las revistas, las
películas, la televisión, las bombardean con la idea de que son
objetos sexuales, buscan convencerlas de que están aquí para
ser fantasía, ser perseguidas, ser deseadas, pero en el momen­
to en que son consideradas “demasiado sensuales” deben ser
cubiertas y censuradas, deben ser juzgadas, destrozadas por no
haber comprendido en dónde se dibuja el límite, si es que en
realidad existe esa línea.
Las mujeres, sólo por el hecho de ser mujeres, son una provo­
cación. No hace falta más que tener un cuerpo. Limitar la forma
de vestir de las mujeres en las escuelas o en las oficinas tiene que
ver con esta idea, según la cual, son convertidas en distractores
para los hombres. Esto además se relaciona con la falsa creencia
de que los hombres tienen un deseo sexual incontrolable y que
las mujeres deben de ser cautelosas para no “provocarlos”.

35
Ejemplo: Cuando las mujeres comenzaron a acceder de
manera masiva a la educación superior, el control sobre su ves­
timenta era un asunto de mucha importancia para las institu­
ciones educativas. Había que cuidar que las muchachas no se
convirtieran en una distracción para sus compañeros varones
porque, claro, se asumía que la culpa sería de esos “cuerpos
provocadores” y no de los muchachos que no ponían atención:
¿qué podían hacer ellos frente a la provocación?

LOS HOMBRES NO PUEDEN


CONTENER SU INSTINTO
SEXUAL
EN MUCHOS CONTEXTOS la idea de virilidad resulta con­
flictiva, entre estos está el asociar la masculinidad con tener
una sed sexual inconmensurable que, a diferencia de las muje­
res, no se puede contener.
El apetito sexual exacerbado no es algo propio de los hom­
bres ni es algo que viene “en su naturaleza”. Afirmar que es así,
además de prolongar un mito, funciona en muchos casos para
justificar, entre otras cosas, las violaciones sexuales: como si el
hombre fuera incapaz de poner un alto a sus actos porque “está
en su naturaleza” ser un predador... nada más falso.
Por otro lado, también sirve para justificar que un hombre
rompa acuerdos que pueda tener con su pareja como la exclu­
sividad sexual, bajo la falsa idea de que “no pudo controlarse”
porque su virilidad lo obliga a penetrar a otras mujeres. Este
tipo de nociones hace que prevalezca la idea del hombre “do­
minante” que siempre tiene deseo y que no puede pensar en las

36
mujeres de otra forma que no sea sexual y, junto con ello, que el
deseo de ella no importe, porque “por naturaleza” el deseo de
él es el dominante.

Ejemplo: Construir esta imagen (tan alimentada por la


industria de la pornografía) sobre cómo “debe ser” un hombre
genera mucha presión en el ámbito de lo sexual. Tener relacio­
nes sexuales no sólo implica una respuesta corporal, también
hay una enorme carga emocional involucrada y un hombre no
puede disfrutar ni concentrarse en su placer (ni mucho menos
en el de su pareja) si se encuentra constantemente preocupado
por no ser “lo suficientemente” bueno, por no tener un pene
de un “buen tamaño”, por si tarda poco o mucho en eyacular,
entre otras inseguridades que se traducen en “no ser hombre”
de “verdad”.
Existe un concepto llamado ansiedad por desempeño se­
xual (en inglés sexual performance anxiety) para describir esta
situación que afecta a muchos hombres y, por consiguiente, a
sus parejas al no existir buena comunicación para que él pue­
da expresar sus inseguridades (algo que se incrementa cuando
se considera que los hombres deben ser “fuertes” y no mostrar
lo que sienten, por lo tanto no saben reconocer emociones) en
una cultura sexual que es hostil y en donde se exige a los varo­
nes tener grandes erecciones, un pene enorme, durar mucho
tiempo, ser dominantes y someter a las mujeres.12

12 Las autoras agradecen las observaciones del psicólogo especializado en sexualidad César
Galicia.

37
COSIFICACIÓN
DE LAS MUJERES
SIGNIFICA TRATAR O PENSAR en alguien como si fuera
una cosa y no una persona con una identidad, ideas, sentimien­
tos, voluntad y necesidades propias. Las imágenes de mujeres
cosificadas abundan, están por todas partes: las modelos de re­
vistas, las conductoras de televisión, las figuras femeninas en
los videojuegos y en las películas aparecen hipersexualizadas,
como mercancías, dispuestas para ser contempladas, deseadas
y consumidas. Qué decir de la publicidad, uno de los espacios
que de manera más evidente hace uso de esta violencia sim­
bólica como estrategia de venta. No importa si se trata de un
anuncio de llantas, de botanas o de seguros de gastos médicos,
la fórmula es acompañarlo de unas piernas largas y estilizadas,
de unos pechos voluptuosos o de otro fragmento corporal que
pueda resultar atractivo para que se disparen las ventas. En
estas representaciones los cuerpos femeninos son despojados
de cualquier rasgo de individualidad, y da la impresión de que
estamos frente a un anaquel del supermercado, en donde se
forman los productos disponibles al alcance de quien se inte­
rese. La cosificación de las mujeres no se queda en las revistas
y las redes sociales: tratar a las mujeres como si fueran objetos
intercambiables o hechos en serie (“todas son iguales”), como
una cosa que se usa y se desecha y no como seres humanos dig­
nos de respeto genera conductas violentas y discriminatorias
que dejamos pasar por ser vistas como normales.

Ejemplo: “Se busca señorita joven, con buena presentación”.


La exigencia por tener un buen aspecto e ir bien arreglada

38
no es una cuestión que se quedó en las oficinas de los sesenta
que se recrean en la serie televisiva Mad Men, ni tampoco que
opere en el ámbito de la insinuación y de lo subrepticio. Existe
una serie de ocupaciones, generalmente destinadas a mujeres,
como recepcionistas, sobrecargos, edecanes, secretarias, por­
que se parte de la idea de que ellas son “lo primero que ve el
cliente” y por ello deben ofrecer cierto atractivo físico, es decir,
funcionar como una especie de ornamento con piernas y una
gran sonrisa, lista para alegrar la vista de quien la mira (la natu­
ralización de que las mujeres son “afables” y “buenas asisten­
tes” provocó que para hacer una transición más “natural” a la
interacción con los dispositivos se haya llegado a la convención
de que el trato con una voz femenina es lo adecuado, a tal extre­
mo que en los teléfonos celulares el servicio de “asistentes vir­
tuales” están preconfigurados con una voz femenina y joven:
una “mujer” llamada Bixby en los teléfonos Samsung, Siri en
iPhone, Cortana en Microsoft, y en Amazon la voz de Alexa).13
Un ejemplo de ello son las ofertas de trabajo dirigidas a las mu­
jeres que quisieran trabajar como edecanes en una convención
de una marca transnacional en Barcelona a principios de 2019.
Los requisitos solicitados eran hablar cuatro idiomas, usar ta­
lla 36 o 38, llevar falda corta y medias delgadas, maquillaje obli­
gatorio y cinco centímetros de tacón. Con el plus de que a aque­
llas que midieran menos de la estatura deseable de 1.75 metros
se les pagaría un euro menos por hora. Es decir, esta exigencia
llega a tal punto que determina los ingresos y el acceso al traba­
jo de las mujeres.

13 Las autoras agradecen a la especialista en tecnología y género Alex Arguelles por su ase­
soría para este apartado.

39
BELLA POR OBLIGACIÓN
LA ESCRITORA ESTADOUNIDENSE Susan Sontag dijo
una vez: “No está mal ser bella, el problema es la obligación de
serlo”.1* Las mujeres occidentales con el tiempo han obtenido
derechos legales y reproductivos, han podido acceder a mayo­
res niveles escolares y profesiones, sin embargo, no se sienten
libres por asuntos aparentemente frívolos, tan triviales como
la apariencia física, el cuerpo, el rostro, el pelo y la ropa.14
15 Pare­
cen temas banales, pero tienen gran importancia socialmente.
Desde pequeñas se les inculca a las niñas que ser bonitas es la
clave para ser aceptadas. Conforme crecen se enfrentan a un
bombardeo de representaciones de mujeres como objetos se­
xuales, deseadas y valoradas, principalmente por su físico. Este
imperativo se exige a los cuerpos de las mujeres, pero no al de
los hombres. Mientras que ellos al arreglarse para salir proba­
blemente se pasan el cepillo o se ponen ropa limpia, para las
mujeres “arreglarse” implica una serie de cuidados y prácticas:
maquillaje, peinado, depilación, dieta, cuidados contra la celu-
litis, ropa de moda, lencería, tacones y un largo etcétera. Por
más empeño que se ponga y dinero que se gaste el ideal de be­
lleza es inalcanzable y atraviesa todos los ámbitos de nuestra
vida social, no sólo impone un modelo corporal restrictivo en
términos de complexión y silueta: hay que ser delgada, alta, con
curvas, sino también joven, de rasgos finos, con cierto color de
piel, de clase media para arriba...
Estas ideas están tan arraigadas que suelen orientar nues­
tra percepción de las cosas: el otro día escuchaba los comen­
tarios de una mujer del público después de un espectáculo:

14 Lo escribió en su ensayo "A Woman's Beauty: Put-Down or Power Source?”, publicado por
primera vez en la revista Vague en 1975. (50 Essays: A Portable Collection, Nueva York, Bedford/
St. Martin’s, 2014).

15 Naomi Wolf, The Beauty Myth, Nueva York, Harper Perennial, 2002.

40
¿note vas
a ARREGLAR
PARA JALIR?
¿ARREGLARME?
Jl N^ ESTOY
bESC&MPUE STA.
“Fue fantástico: ellos atléticos, ellas preciosas”. En realidad,
ellas eran tan atléticas como ellos y ellos eran tan estilizados
como ellas, sin embargo, la mujer había diferenciado los roles
de acuerdo con su género. No importaban las horas de entrena­
miento o la habilidad de las acróbatas, lo que la mujer destaca­
ba era su belleza.

PENSAR QUE LAS MUJERES


ESTAMOS A DIETA POR
EL HECHO DE SER MUJERES
DEBIDO A LA ATENCION concentrada en el cuerpo de las
mujeres, existe el estereotipo de que todas las mujeres, sin
importar nuestro peso o complexión, vivimos preocupadas por
nuestra figura, obsesionadas con hacer dieta. En un mundo en
donde el mercado nos repite hasta el cansancio que hay que ser
flacas para ser felices, vendiéndonos todo tipo de productos
para lograrlo, parece imposible pensar que no nos importa pa­
recemos a ninguna de las modelos que aparecen en las revistas
(quienes, por cierto, tampoco se parecen a sus propias fotogra­
fías después de filtros y retoques) y que simplemente nos sen­
timos cómodas con nuestro cuerpo.

Ejemplo: Algo muy recurrente es cuando en un restauran­


te se les sirve a las mujeres ensalada y a los hombres un plato
fuerte con alto contenido de carbohidratos, incluso antes de
preguntarles de quién es cada plato. De algún modo si la ensa­
lada es para él, es motivo de vergüenza porque comer vegetales
es al parecer algo “afeminado”, y si el plato de pasta es para ella
es motivo de sorpresa porque “come como hombre”.

42
POR SIEMPRE JOVEN
HACE UNOS MESES las declaraciones de un escritor francés
fueron polémicas porque afirmaba de manera contundente que
no podía amar a mujeres de su edad, 50 años, ya que sus cuer­
pos no son “extraordinarios en absoluto” en comparación con
los de las mujeres de 25.16 Las respuestas no se hicieron espe­
rar: llovieron las pruebas fotográficas y los ejemplos de mujeres
famosas que siguen siendo hermosas a los 50. Efectivamente,
es indiscutible que hay mujeres hermosas a los 50, a los 70 o
a los 90... También es evidente que no todos los hombres son
tan superficiales como para considerar que el amor depende de
unos senos firmes y una cintura estrecha, sin embargo, este caso
deja ver la discusión aquí: la exigencia social sobre los cuerpos
femeninos por mantenerse siempre jóvenes. Envejecer en esta
sociedad es difícil. Todo está dirigido a la juventud: las ciuda­
des, las dinámicas de trabajo, las ofertas de entretenimiento; en
los medios de comunicación, por ejemplo, ¿dónde están las
personas mayores? ¿Qué lugares de encuentro existen para
las que buscan pareja? Este es un rasgo de nuestra cultura que
se ha exacerbado durante las últimas décadas y, aunque afecta
a mujeres y a hombres, lo hace de manera distinta. Una profe­
sora me comentaba el otro día: “Cuando tienes 60 años, como
yo, te vuelves invisible”. Esto es, una mujer es mirada en tanto
objeto de deseo, para lo cual es necesario que sea joven y boni­
ta. Cuando se pierden estas características, dejas de ser mira­
da. De acuerdo con ella, esto tenía sus ventajas. En su ámbito,
hacía que los hombres tomaran en cuenta sus propuestas, sin
condicionamientos sexuales u otras cargas. Sin embargo, esto
no ocurre en todos los campos. Existen ocupaciones destína­

le "Las mujeres de 50 son 'demasiado viejas' para quererlas: las polémicas declaraciones de
Yann Moix, el escritor francés 'incapaz' de amar a las mujeres de su misma edad”, BBC News
Mundo, 9 de enero de 2019. https://www.bbc.com/mundo/noticias-46793786.

43
das exclusivamente a mujeres jóvenes, en las que se les cosifica
y considera como adornos que tienen un límite de edad muy
claro. Pintarse el cabello para cubrirse las canas, los tratamien­
tos antiarrugas y hasta las operaciones estéticas se han conver­
tido casi en una obligación.

Ejemplo: Las revistas masculinas tienen portadas de hom­


bres mayores con pelo gris con retratos de actores entrados en
los 50, en cambio las mujeres deben de ser siempre jóvenes: las
conductoras de televisión suelen desaparecer de la pantalla
cuando pasan de cierta edad o dejan de tener papeles prota­
gonices, mientras que los hombres pueden conservar sus em­
pleos y sus roles. Asimismo, si una mujer se deja de teñir el pelo
y se le ven las canas, es mal visto “porque se está dejando” o “se
está descuidando”; en cambio, si un hombre decide pintarse el
cabello se le acusa de ser afeminado y se cuestiona su orienta­
ción sexual.

BELLA Y VELLO
LAS MODAS DEL SIGLO XX, que mostraban más el cuerpo
y una nueva preocupación por la higiene y la limpieza, hicie­
ron de la depilación femenina una moda que ahora nos pare­
ce imposible eludir.17 Las mujeres debemos someternos a una
serie de procedimientos caros, engorrosos y dolorosos (y en
algunos casos riesgosos para nuestra salud) para liberarnos
del vello, ya que conservarlo es mal visto, se considera poco fe­
menino y sucio, pero ¿por qué el vello de los hombres no nos
parece sucio? En realidad el vello púbico nos protege de infec­
ciones e irritaciones.

17 Bronwyn Cosgrave, Historia de la moda: Desde Egipto hasta nuestros días, Barcelona, Gus­
tavo Gilí, 2005.

44
Por otro lado, la industria de la pornografía mainstream
(que ha moldeado la educación sexual de muchas personas) ha
puesto de moda el consumo de “ciertos cuerpos”, entre ellos
los de las mujeres sin vellos. Las mujeres jóvenes y adultas (que
son quienes tienen relaciones sexuales) tienen vellos, las que
no los tienen son las niñas (que aún no pasan por la pubertad).
Es preocupante que la industria de la pornografía infantilice a
las mujeres y erotice a las infantes; para ahondar en ese tema
recomendamos el documental de Lisa Rogers llamado The Per-
fect Vagina (2008).

Ejemplo: Existen varias campañas en redes sociales para


romper con el estigma del pelo corporal; bajo el hashtag #Body
HairMovement distintas mujeres comparten fotografías de
sus cuerpos y rostros con algo que tenemos en común: vellos.

o
CUERPO FEMENINO
COMO TABÚ
TODOS LOS DÍAS VEMOS una infinidad de imágenes de
mujeres hipersexualizadas en las que se muestran partes de su
cuerpo: en espectaculares, envases de productos, revistas, te­
levisión, internet, no hay ninguna restricción para este tipo de
imágenes en donde las mujeres aparecen con actitud compla­
ciente ofreciendo sonrientes sus cuerpos moldeados de acuer­
do con los cánones de belleza dominantes. Pareciera que vivi­
mos en una sociedad libre y abierta, en donde la desnudez no
es un problema... claro, depende de con qué fin sea presentada.
Cuando los cuerpos desnudos salen del molde, cuando son las
mujeres quienes deciden mostrar su cuerpo, desde sus propios

45
criterios que se escapan de los establecidos por el mercado, por
razones personales y no para darle gusto a nadie más que a ellas
mismas, suelen ser censuradas.
Por otra parte, el cuerpo femenino desnudo puede verse
desde todos los ángulos pero no debe hablarse de lo que pasa
adentro. Nuestros procesos corporales permanecen invisibles,
como si debiéramos avergonzarnos de ellos. Los procesos hor­
monales suelen ser motivo de burla, hablar de ellos resulta ina­
propiado, de mal gusto. Es curioso cómo, considerando que
la publicidad de productos de higiene femenina son cada vez
más explícitos, decir en voz alta que tienes la regla, que necesi­
tas una toalla o que tienes un cólico menstrual es un tema que
debe permanecer silenciado en muchos círculos. Histórica­
mente, la sangre menstrual ha tenido una serie de connotacio­
nes morales negativas. De acuerdo con la tradición cristiana, el
flujo menstrual, símbolo de impureza, es el castigo que Dios les
impone a las mujeres como resultado del pecado de Eva. Tam­
bién para los romanos era un asunto de cuidado, pensaban que
el contacto con la sangre menstrual o con una mujer en los días
de su menstruación podría provocar que se amargara el vino,
que se marchitaran las cosechas, que los metales se enmohe­
cieran, entre muchos otros desastres.
La idea de la menstruación como algo mágico y oculto,
nocivo e impuro, ha persistido hasta la actualidad en algunas
sociedades. En pleno siglo xxi podemos ver por televisión gue­
rras y matanzas en vivo, imágenes de mujeres desnudas hiper-
sexualizadas, pero ponemos el grito en el cielo cuando vemos
una mancha de sangre menstrual en la ropa de una mujer.

Ejemplo: En 2015 fue muy sonado el caso de censura en


Instagram de la serie fotográfica “Period” de la poeta y artista
Rupi Kaur. Con este trabajo, ella buscaba mostrar con una
escena cotidiana que a pesar de ser algo tan natural, sigue siendo
tabú en nuestra sociedad, en su caso la canadiense. La reacción
de la empresa no hizo más que reafirmarlo.

47
SEXO INNOMBRABLE
EXISTE UN PROfUNDO DESCONOCIMIENTO de la ana-
tomía femenina: muchas mujeres se han perdido de la oportu­
nidad de hacer una excursión y descubrir su vulva. Esto no es
un descuido o una casualidad, tiene que ver con la forma en que
nos han enseñado a relacionarnos con nuestro cuerpo, con la
manera en que se representa (o que no se representa) en el cine,
en las revistas o en el arte, la manera en que la nombramos.
Cuando nos referimos a los órganos sexuales masculinos,
al estar expuestos todo queda más claro y reconocible; además,
simbólicamente, el pene y los testículos son presentados como
fuente de potencia, de poder, de vitalidad. Pero cuando habla­
mos de los órganos femeninos solemos referirnos únicamente
a la vagina, que es el conducto que lleva al útero, e ignoramos lo
que tenemos entre las piernas, lo que podemos ver, los órganos
genitales externos, o sea, la vulva.
La palabra vagina tiene su origen en el latín vagina, que sig­
nifica vaina, el estuche para guardar las espadas. El vocablo se
adoptó en la medicina para retomar esa imagen: la vagina como
el estuche en donde el hombre guarda su espada. De modo que
la vagina fue bautizada pensándola como el agujero en donde el
hombre introduce su pene, como un hoyo, nada más. Así, el sexo
femenino ha sido definido en contraposición con el masculino
como la carencia (de pene), como una ausencia, borrando la
existencia de nuestros órganos sexuales y las posibilidades de
la sexualidad femenina. La vulva comprende labios mayores,
labios menores y clítoris, este último, un órgano muy especial,
con la particularidad de tener más de 8 000 terminales nervio­
sas dedicadas exclusivamente al placer. Una parte del cuerpo
en donde las mujeres experimentan su sexualidad indepen­
dientemente de la presencia de un hombre.18

18 Sobre este tema recomendamos el fantástico libro de Mithu Sanyal, Vulva. La revelación del
sexo invisible, Barcelona, Anagrama, 2012.
46
El lenguaje es el sistema con el que nos orientamos en el
mundo y evaluamos las cosas, la forma en que usamos las pala­
bras puede cambiar la forma en que pensamos.

LA MUJER ES LA ÚNICA
QUE DEBE HACERSE CARGO
DE LA ANTICONCEPCIÓN
Y DE LA CONCEPCIÓN
A EXCEPCIÓN DEL PRESERVATIVO masculino o, en su
caso, la vasectomía, los métodos anticonceptivos actúan y se
colocan sobre el cuerpo de las mujeres (de hecho, en años re­
cientes se ha cuestionado por qué la investigación científica
se ha enfocado en manipular el cuerpo de las mujeres para no
embarazarse y no se ha hecho lo mismo con el cuerpo de los
hombres). Estos tienen efectos que en muchos casos pueden
ser muy incómodos como mareo, jaqueca, aumento de peso,
cambios de humor, sensibilidad en mamas o en el caso del dis­
positivo intrauterino (diu) puede haber dolor tras colocarlo,
calambres o dolores de espalda durante algunos días después
de la colocación y periodos menstruales más intensos con ma­
yor dolor.19
Para las parejas heterosexuales los anticonceptivos son
importantes para ambos, ya que un embarazo sólo es posible
como resultado de la unión de un espermatozoide y un óvu­
lo, o sea que para embarazarse se necesitan dos. Sin embargo,
las mujeres parecieran ser las únicas responsables de que es­
tos funcionen y las únicas responsables si algo falla. Es común

19 l as autoras agradecen los comentarios de la médica Alejandra Rangel Junquera para este
apartado.

49
escuchar a detractores de la despenalización del aborto decir
cosas como: “Si no quieren embarazarse no anden de calientes,
no abran las piernas”, como si el embarazo fuera sólo respon­
sabilidad de las mujeres... pero al mismo tiempo les niegan la
posibilidad de decidir sobre su propio cuerpo.
De manera inversa, durante siglos se ha responsabilizado
a la mujer cuando no puede quedar la pareja embarazada con
frases como: “Ella no pudo darle un hijo” o, peor aún, “no pudo
darle un hijo hombre”,20 como si la infertilidad fuera una ca­
racterística única de las mujeres o si de ellas dependiera el sexo
del producto.
Por ejemplo, si ella usa píldoras o parches, ¿el varón le
pregunta cómo se siente o qué necesidades tiene?, porque los
efectos secundarios de estos pueden ser muy invasivos. ¿Se
hace cargo de pagar una parte de estos? ¿Sabe cómo funcio­
nan? ¿Está al pendiente de reponerlos si se acaba la caja de las
pastillas o los parches? ¿Es consciente del calendario del ciclo
menstrual?
Si él no está involucrado, le deja toda responsabilidad de la
anticoncepción a ella, de la vida sexual de la que él también es
parte, lo que alimenta la lógica de que si ella se embaraza sin
desearlo “es su culpa”, lo hizo “para amarrarlo” y es “su respon­
sabilidad”. Esto se suma al hecho de responsabilizarla a ella por
“no hacer que él usara condón”.

20 Uno de los casos más emblemáticos respecto a culpar a la mujer por "no ser capaz” de
concebir un heredero hombre es el del rey Enrique VIII Tudor de Inglaterra (1491-1547). El rey
solicitó al papa Clemente Vil anular su matrimonio con Catalina de Aragón argumentando que
ella no podía concebir varones; al no conseguir la autorización papal se divorció en 1533 me­
diante una ley parlamentaria y con ello comenzó un proceso de ruptura con la Iglesia romana,
de modo que se crea la Iglesia anglicana. Tuvo seis esposas en total y mandó decapitar a dos de
ellas: a Ana Bolena y a Catalina Howard.

50
USAR EL CICLO MENSTRUAL,
COMO CUALQUIER OTRO
PROCESO BIOLÓGICO.
PARA BURLARSE O CRITICAR
A UNA MUJER
EL CUERPO DE LAS MUJERES, como todos los cuerpos,
vive procesos biológicos. Sin embargo, los procesos de las mu­
jeres son continuamente utilizados para hacer comentarios
agresivos. Por ejemplo, la compañera de trabajo que es acusada
de ser “una menopáusica” cuando se molesta porque algo no
funciona, en vez de preguntarse cuáles son las causas reales
que ocasionan su coraje. Sin embargo, este tipo de frases ofen­
sivas no se utiliza del mismo modo con los hombres, no hay
quien diga: “Es que es un histérico andropáusico y se enoja si
no le entregamos el reporte a tiempo”.

51
ESTÁS MMSERIA...
so a/ríe
¿QUÉ TE PAJA?
¿TE ESTÁ BAJAA/DO?
HOMBRE COMO
NORMA Y MEDIDA
¿CÓMO PODER ALCANZAR la igualdad de reconocimien­
to cuando la regla con la que se mide es “el hombre”? Sí, los cri­
terios que han servido para establecer normas, regulaciones,
estándares de evaluación, etcétera fueron pensados basándose
en hombres y sus experiencias. Empecemos por el principio:
en Occidente, uno de los mitos fundacionales más extendidos
es el de Adán y Eva como padres de la humanidad. El, hecho a
imagen y semejanza de “Dios”; ella, extraída de la costilla del
hombre. Un fragmento del entero, que es el hombre. La misogi­
nia de la religión católica que atribuía a las mujeres una irracio­
nalidad intrínseca y una afinidad “con las pasiones bestiales”
llegó a poner en duda su humanidad. Claro, dirán, los discursos
religiosos son los más tradicionales, pero los discursos científi­
cos impregnados de estas ideas no se quedaron atrás. Colocaron
a las mujeres como objeto de estudio, valoradas y comparadas
con “lo normal”, es decir, con las características del varón. En
contraposición con ellos, los cuerpos femeninos eran conside­
rados anómalos, que no alcanzaron a completar su desarrollo
físico en el periodo de gestación y, por tanto, poseían capacida­
des inferiores. Sus funciones corporales se despreciaron, con­
siderándose una prueba de su inferioridad. Para estructurar
los espacios en las ciudades o las dinámicas laborales se tomó
como modelo la experiencia de ciertos hombres (generalmen­
te blancos, de clase media o alta, heterosexuales...). Cuando
empezaron a incorporarse a puestos directivos en el mercado
de trabajo, muchas mujeres adoptaron actitudes e incluso apa­
riencia masculina. Más aún, cuando una mujer destaca, a ma­
nera de cumplido se suele decir de ella que “es tan buena que

53
parecería que es hombre”, siempre en función de ellos, como si
no pudiera simplemente reconocerse su valía, sin más. Es ago­
tador tener que medirnos y compararnos con un modelo en el
que no podemos encajar.

Ejemplo: En el ámbito de la salud, el cuerpo masculino


fue durante muchos años el patrón para medir los niveles nor­
males de glóbulos rojos o de colesterol, o los síntomas y la in­
cidencia de las enfermedades, porque en los ensayos clínicos
habitualmente no participaban mujeres y ni las estadísticas
ni las investigaciones médicas se diferenciaban por género. La
doctora catalana Carme Valls-Llobet explica cómo la ciencia
ha invisibilizado a las mujeres, dejándolas fuera de las inves­
tigaciones y minusvalorando sus dolencias, lo que ha afectado
enormemente en el diagnóstico y detección de enfermedades
femeninas, muchas veces diagnosticadas como padecimien­
tos nerviosos ante la incomprensión o la falta de interés de los
médicos. Por ejemplo, los infartos al corazón son más mortales
en las mujeres que en los hombres, entre otras razones por­
que suelen diagnosticarse tarde. Puede ser confuso identificar
cuando una mujer tiene un infarto, ya que los síntomas que
perciben no se parecen a los asociados tradicionalmente al in­
farto en hombres: un dolor fuerte en el pecho que se extiende
hacia el brazo. Aunado a esto, existía la creencia de que las hor­
monas femeninas las protegían de este tipo de afecciones, por
lo que, cuando llegaban a emergencias, no se les practicaban las
pruebas pertinentes.21

21 Mayte Rius. "La salud según el género”, Lo Vanguardia, diciembre de 2013. https://www.
lavanguardia.com/estilos-de-vida/20131220/54397328987/la-salud-segun-el-genero.html.

54
RECHAZO A LAS PERSONAS
NO BINARIAS
NOS EDUCAN PARA que nuestro cuerpo (la forma en que
nos vestimos, en que nos movemos, en que hablamos) funcio­
ne como un marcador de nuestros genitales: si tenemos vul­
va, debemos actuar como “mujeres”, y si tenemos pene, como
“hombres”, sea cual sea el significado que en nuestra cultura
esos apelativos tengan. Es casi como si debiéramos llevar una
pancarta para avisarle a la sociedad cuáles son nuestras formas
anatómicas frente al temor social de no ser capaces de dis­
tinguir e intentáramos escabullimos de cumplir con el rol de
género que nos ha sido asignado. Es por eso que el travestis-
mo ha sido uno de los grandes tabúes de la cultura occidental,
prohibido durante siglos, ya que cuestiona la existencia de una
asociación directa entre nuestras formas biológicas (sexo) y la
asignación de conductas y roles (género) que nos han hecho
creer que es “natural”. Esta creencia ha sido muy problemática
porque no necesariamente se ajusta a la forma en que las per­
sonas se identifican. Hay quienes no se reconocen como muje­
res ni como hombres, y se sitúan en una zona intermedia, es de­
cir, salen de los patrones establecidos por la sociedad. Quienes
miran a través de la lente del binarismo, capaces de reconocer
solamente dos posibilidades de existencia, se inquietan cuan­
do no pueden descifrar a todas las personas en esos términos,
ya que son la prueba de que hay muchas más formas de identi­
dad, de género, de sexualidad que las implicadas en el binomio
femenino/masculino.

55
¿VISTE ESO? "
¿ER/I HOMBRE
O AJUJfR? 4

r NO, YO VI A
UNA PERÍONA
¿0 4 UN -ESO’
HOMBRES QUE SABEN,
MUJERES QUE SIENTEN
LAS DIFERENCIAS ENTRE lo femenino y lo masculino se
han construido de manera binaria, como categorías opuestas
y complementarias. Así, si se atribuye fuerza al hombre, la mu­
jer ha de ser débil; si él es inteligente, racional, ella es sensi­
ble, emocional; si él es estable y mesurado, ella es inestable y
desmesurada. Lo que salta en estas caracterizaciones es que,
mientras los rasgos atribuidos a lo masculino suelen ser posi­
tivos, los que se asocian con lo femenino son pensados como
defectos, más que cualidades. Esta jerarquía superior de lo
masculino sobre lo femenino ha sido utilizada para justificar
las desigualdades y las injusticias. ¿Y qué habría de malo en ser
dulce, tierna y delicada? Nada en realidad, además del hecho de
ser características que se nos imponen a través de los juegos,
las telenovelas, las revistas, la familia, y prácticamente todo lo
que nos rodea.
De manera que el hecho de mostrar expresiones supues­
tamente femeninas (como voz suave, movimientos delicados,
actitud sensible) es considerado deseable si tienes vulva, sin
embargo, para los varones es motivo de humillación: deben de
evitar hacer cosas que puedan confundirse con lo femenino,
que implicaría una renuncia a sus cualidades de “mayor es­
tatus”. Lo femenino se relaciona con lo pasivo, lo débil (como
cuando se utilizan expresiones como “corres como niña” o “¡el
último es vieja!”), lo puramente emocional y, por tanto, inesta­
ble, inconstante e incomprensible.
Por ejemplo, la intuición femenina, esta capacidad especial
de percepción que se atribuye a las mujeres (y a grupos étnicos
aborígenes o indígenas, considerados “primitivos” o “no civi­

57
lizados” por el pensamiento occidental), una especie de sexto
sentido, cualidad que, por supuesto, es menospreciada frente
a la infalibilidad de la ciencia y la claridad de la razón. Así que,
aunque se reconoce que las mujeres pueden saber cosas, esto
sucede a través de un proceso mágico, casi fortuito e inexplica­
ble, y no a través de un conocimiento sistemático.

Ejemplo: “A las mujeres hay que amarlas, no entenderlas”.


En la serie de cuentos Lord Arthur Savile’s Crime and Other
Stories de 1891, Oscar Wilde escribió en el diálogo entre dos
personajes la frase “las mujeres están hechas para ser amadas,
no para ser entendidas”.22 Esa frase, fuera de contexto, se usa
frecuentemente para hablar de las mujeres con un trato con­
descendiente: las mujeres son, según esto, seres tan raros que
los hombres son incapaces de entender y con ello se lavan las
manos de tratar de hacerlo (véase el apartado Gaslighting). Un
ejemplo de cómo esta frase se repite hasta el cansancio ocurrió
en pleno 2010, cuando el cantante guatemalteco Ricardo Arjo-
na durante un concierto dijo cosas como: “A las mujeres no hay
que entenderlas, a las mujeres hay que quererlas mucho” y “ni
por más que queramos, jamás, jamás... podremos entender al
ser más bello que existe en este planeta” porque “podrán pasar
años, años y más años, y seguiremos sin entenderlas”.

22 "Women are meant to be loved, not to be understood.’’

58
MASCULINIDAD SUSCEPTIBLE
Y MUJERES QUE EXAGERAN
CONSTANTEMENTE VEMOS representaciones de mujeres
“inestables y emocionales” y de hombres “fríos y racionales”, lo
mismo en la publicidad que en las películas, las revistas de moda
femenina y masculina, las series de televisión, etc., pero esto es
absurdo y tiene implicaciones psicológicas muy fuertes, ya que
las emociones son independientes de nuestro género o sexo
biológico. Entre estas implicaciones está el hecho de que las
mujeres seamos a quienes enseñan desde pequeñas (con actitu­
des aprendidas al imitar las relaciones que tienen papá y mamá)
a cuidar las emociones de los hombres con extrema delicadeza.
Este excesivo cuidado lo mismo sucede en el mundo de la
oficina en donde una mujer no le habla de forma directa a un
hombre como lo hace con sus compañeras para que no se sienta
“cuestionado”, que en el del dormitorio en el que una mujer
no habla de sus deseos para que no sientan que “no son buenos”
en el sexo.23
Se espera que la mujer sea empática y haga trabajos de cui­
dado emocional no remunerado y se le culpa si no los lleva a
cabo. Ellos, por su parte, sienten que tienen el derecho de ser
consentidos, pero no cuidar de regreso, porque si una mujer
requiere de cuidados emocionales se le tacha de hipersensible,
de exagerada y de que lo suyo son “lloriqueos”. El machismo
que involucra la falta de disposición para el cuidado emocional
de la pareja, de la madre, de las hermanas, propicia relaciones
asimétricas en donde la autonomía y el bienestar del varón se
realiza a costa de la mujer o mujeres a su alrededor. Realmente

23 < uidamos, entre otras cosas, el ego de los hombres para que no se sientan "débiles". Véase
en el glosario Masculinidad frágil.

59
son “macro” machismos (como hemos mencionado en la intro­
ducción, lo “micro” de los micromachismos tiene implicacio­
nes muy grandes).
Por otra parte, cuando un hombre es sensible a las necesi­
dades emocionales de las mujeres que lo rodean, se le critica y
se le tacha con comentarios homofóbicos o misóginos: “eres un
mandilón”, “tu novia te tiene domado”, “marica”, etcétera.
También está el estereotipo de los hombres gay represen­
tados como sensibles, por tanto “afeminados”, como si ser
afeminado fuera algo malo. En el fondo de esa homofobia tam­
bién hay un rechazo por “lo femenino”: dicho rechazo es
también misoginia.

MANXPLICAR
CUANDO UN HOMBRE SIENTE la necesidad de explicar
algo a una mujer sin que ella se lo pida. El neologismo comen­
zó a utilizarse en inglés, mansplaining (inspirado en el ensayo
de Rebecca Solnit “Los hombres me explican cosas”, 2014), y
también se le conoce como machoexplicación en español. En
una sociedad que ha creído por siglos que el conocimiento lo
tienen los hombres y que su voz es la única autorizada para
comunicar información relevante, un machismo muy común
sucede cuando los hombres explican gratuitamente cosas a las
mujeres; por más expertas o conocedoras que puedan ser de un
tema, ellos asumen erróneamente que su rol es decir cómo fun­
cionan las cosas, siempre.
En ocasiones se acompaña de una postura de descalifica­
ción, como: “No sabes de lo que hablas, déjame explicarte”, o
“¿me entendiste?”, lo que implica que quien escucha no tiene
la capacidad de comprender lo que se le dice.

60
LE HE PEDIDO A AMTO/VIO
QUE JALGAMOJ PE
LA CIUPAP UN FIN POZOME NO, NO
EJTOy Muy ejtrexad*
'•'•JON AJ í ’’
PERO J/EhPRE LO POSPONE,
AJI' JE ’
MENO AXf SON
Los HO'AiBg.EJ... EDUCARON.
Uno de los principales problemas de este acto machista es
que, desde pequeñas, las niñas aprenden a quedarse calladas y
a esperar las explicaciones de los hombres. A su vez, los niños
aprenden que es algo normal ser los poseedores del conoci­
miento o de la inteligencia. Esto empeora si, además, en casa se
refuerza este estereotipo con una madre cuya voz es opacada
por la del padre.
Como explica Solnit, se “nos entrena para limitarnos y du­
dar de nosotras mismas”, mientras que se propicia “un injusti­
ficado exceso de seguridad en los hombres”.2*
Este fenómeno ha sido estudiado, entre otros, en un trabajo
publicado por la revista Science en 2017 en el que tres investiga­
dores describen cómo los estereotipos de género se adquieren
de manera temprana y tienen un efecto inmediato en los inte­
reses infantiles. La capacidad intelectual de alto nivel tiende a
asociarse con los hombres y de este modo las niñas después de
los seis años comienzan a evitar las actividades que se dice que
son para los niños, quienes son los “realmente inteligentes”. De
este modo, la distribución de mujeres y hombres en las discipli­
nas académicas parece verse afectada por las percepciones de
brillantez intelectual y las mujeres están subrepresentadas en
campos como la física, las matemáticas y la filosofía. Las aspi­
raciones profesionales de las jóvenes están determinadas por
los estereotipos sociales.24
25

Ejemplo: Cuando juego fútbol femenil usualmente van las


parejas (hombres y mujeres) de mis compañeras a las gradas,
los hombres tienden a gritar y dar instrucciones al resto del
equipo a diferencia de las acompañantes mujeres (que también
saben del deporte). Siempre hay un hombre que da instruccio­
nes no solicitadas.

24 Rebecca Solnit. "Los hombres me explican cosas”, en Habla, México, Antílope, 2017, p. 24.

25 Lin Bian, Sarah-Jane Lesliey Andrei Cimpian. "GenderStereotypes about Intellectual Ability
Emerge Early and Influente Children's Interest”, Science, enero de 2017.

62
MANTERRUPTING
SUCEDE CUANDO UNA MUJER habla y un hombre la inte­
rrumpe bruscamente, sin esperar a que ella termine, de modo
que la conversación gira en torno a él, en donde él es quien ex­
plica las cosas (va completamente ligado con el manxplicaf). Es
un neologismo inglés que une las palabras man interrupting.
Hay quienes consideran que no es más que una demostración
de mala educación, que por supuesto lo es, pero además va
acompañada de un componente machista: los hombres no in­
terrumpen de la misma manera a otros hombres como lo hacen
con las mujeres. El trabajo que Sheryl Sandberg y Adam Grant
publicaron en el New York Times arrojó que cuando una mujer
habla en público es muy común que sea interrumpida antes de
terminar su idea, ya sea porque es percibida como insegura o,
al contrario, que por hablar con demasiada seguridad sea con­
siderada agresiva.26 Este tipo de conductas, así como el que las
opiniones y propuestas no sean escuchadas ni se abran espa­
cios para hacerlo, muestran que en nuestra cultura las opinio­
nes de las mujeres son sistemáticamente infravaloradas y que
los hombres tienen de facto el derecho a interrumpir,27 lo
que genera en las mujeres inseguridad y autocensura.

Ejemplo: Estas situaciones abundan en la escuela, en el


campo laboral, en la política, en el espectáculo; una muestra
muy clara de ello fue cuando en la entrega de los Grammys en
2009 el rapero Kanye West le quitó el micrófono a la cantante
Taylor Swift, quien estaba agradeciendo su premio.

26 Sheryl Sandbergy Adam Grant, “Speaking While Female", New York Times, 12 de enero de 2015.
https://www.nytimes.com/2015/01/11/opinion/sunday/speaking-while-female.html.

27 Mary Beard, especialista en estudios clásicos, ha observado cómo en la literatura existen


numerosos ejemplos donde se ha excluido históricamente a las mujeres de la conversación
pública. Tiene un ensayo muy esdarecedor: "La voz pública de tas mujeres", en Hobla, México,
Antílope, 2017.

63
tN i
%i
. EXP
LOS HOMBRES QUE QUIEREN
QUE LES EXPLIQUES
(¡AHORA SÍ!)
SOBRE FEMINISMO PORQUE
LES DA PEREZA ESTUDIAR O
REFLEXIONAR AL RESPECTO
CUANDO LOS HOMBRES QUE CREEN (de forma cons­
ciente o no) que tienen el poder de explicarlo todo toman una
actitud defensiva al ser cuestionados o cuando se les señala
una conducta machista en la que incurren y, en lugar de tratar
de entender, quieren que se les explique detalladamente, po­
niendo a prueba a su interlocutora. El problema con esta ac­
titud es que no hay un interés real por informarse sobre un
tema que ignoran o por cuestionar sus propios privilegios, sino
que es una reacción, una especie de desafío. Como si fuera una
obligación de las mujeres explicarles las cosas, ellos toman
una postura de supuestos “abogados del diablo”, de este modo
subestiman los conocimientos empíricos o teóricos de ellas, sin
hacer un esfuerzo por comprender o empatizar. Se le exige a ella
dar resumidos y digeridos los conocimientos para ver si logra
convencerlo, pero en realidad tiene todo por perder porque su
interlocutor no demuestra apertura o disposición para entender.
Este tipo de actitudes suele ir acompañado por descalifi­
caciones, frases condescendientes como: “A ver, explícame”,
o aún peor: “Te voy a dejar que me expliques”, lo cual implica
que ella debería estar agradecida ante su gesto magnánimo de
mostrarse “interesado” por conocer lo que ella piensa o siente;
y planteamientos de situaciones hipotéticas en donde, según

65
ellos, los verdaderos afectados por la desigualdad de género
son los hombres.
Estas pseudodiscusiones revelan la indiferencia y pereza
para estudiar e informarse de algunos hombres que aparentan
estar interesados, en espera de que sean las mujeres quienes
hagan el trabajo, responsabilizándolas por las faltas de ellos:
“Si ellas, en particular las feministas, quieren cambiar el mun­
do, deberían tener la responsabilidad de educar y explicar de
manera amable y complaciente sus puntos de vista”.

LLAMAR HISTÉRICA 0 LOCA


A UNA MUJER CON ÍMPETU
ES MUY COMÚN ESCUCHAR que se refieren a las mujeres
con esas palabras para descalificar sus peticiones o sus necesi­
dades emocionales, sin embargo, es raro escucharlo sobre un
hombre. Mientras un hombre puede ser un líder proactivo, a
una mujer con las mismas características se le considera “in­
tensa”, “porque está loca” o “porque es una histérica”. Esto se
puede deber a varios motivos y tiene muchos matices, uno de
ellos es el hecho de que a las mujeres se les ha relegado histó­
ricamente a espacios dentro de lo privado, y cuando tienen un
puesto público se les critica por actitudes que no son negativas
si vienen de un hombre; por ejemplo, una jefa es “una mandona”
mientras que un jefe es “estricto y tiene carácter”. También,
una mujer que lidia todos los días con ambientes o circuns­
tancias misóginas (como los que hemos compilado, descrito y
narrado en este libro) tiende a tener más estrés acumulado que
los hombres que no viven este tipo de situaciones; el que una
esté acostumbrada a vivir violencias invisibles no quiere decir

66
NO ES MI
RESPONSABILIDAD
HACERTE UN
RESUMEN PE
TRES AUTORAS
CON CINCO
EJEMPLOS.

ESTAMOS EN
PLENO 5. XX»,
¡EMPIEZA POR
A&RIR WIKIPEDlA:
que no cargue con ellas. El que, a diferencia de una mujer, a un
hombre no se le diga “viejo histérico loco” tiene una historia
propia, un pasado machista que debemos conocer.
La palabra histérica viene del francés hystérie, que a su vez
viene del griego úcrrépa y quiere decir ni más ni menos que úte­
ro... útero, leiste bien. Cada vez que alguien pronuncia “vieja
histérica” para criticar a una mujer con ímpetu lo que dice es
una frase con una carga histórica machista: en 1653 el médico
alemán Pieter Van Foreest publicó un libro sobre medicina con
un capítulo específico sobre enfermedades de las mujeres. En
él escribió sobre la histeria, que en aquel tiempo era una enfer­
medad aparentemente “común”, y para curar sus síntomas se
recomendaba que una partera asistiera a la mujer al masajear
sus genitales con un dedo dentro de su útero; siglos después,
Para el
para “curar” este síntoma, se inventaría el vibrador.2829
siglo xix se consideraba un padecimiento mental (de mujeres
“locas”) común la histeria femenina y un siglo después se dejó
de hacer este falso diagnóstico.
Esto es un ejemplo de cómo la comunidad médica, como
todo el pensamiento científico, tiene un pasado (y en muchos
casos, presente) machista, que excluyó a las mujeres de los
centros de estudio pero que experimentó con ellas.2* El pen­
samiento científico también está en constante cambio, en tan­
to surgen más descubrimientos y se hacen más preguntas, las
ideas cambian. Justamente las ventajas de la ciencia están en su
capacidad para refutarse a sí misma, de lo contrario sería dog­
ma de fe. Así como el pensamiento científico cambia, nuestra

28 Sobre la historia del concepto histeria recomendamos el primer capítulo de Rachel Maines
del libro The Technology of Orgasm: “Hysteria" the Vibrator, and Women's Sexual Satisfacción
(Johns Hopkins University Press).

29 Y también un pasado racista: por ejemplo, en su momento, hubo científicos que defendían
la ¡dea de "la raza” y la dividían en cuatro: blancos, negros, asiáticos y amerindios. Esto mismo
sirvió para que existieran "hombres de ciencia", que en su momento defendían una "raza aria”
superior a la "raza judía" durante el nazismo, con todos los horrores que eso conllevó. Como
lo hemos descrito en apartados anteriores, las violencias machistas y racistas se entrecruzan
y la ciencia es muestra de ello, por ejemplo, en junio de 2018 la estatua del cirujano J. Marión
Sims —conocido como el padre de la ginecología moderna- fue retirada de Nueva York tras la
exigencia de grupos de activistas porque muchos de los avances médicos fueron producto de
la experimentación, sin anestesia, con esclavas afroamericanas.

68
lengua también lo hace; debemos dejar de reproducir machis-
mos al hablar y pensar dos veces la carg’a histórica y simbólica
que tiene lo que decimos.

Ejemplo: Quizás uno de los casos más famosos de muje­


res a las que descalificaron por sus demandas y las tacharon de
“locas” es el de las argentinas de la Plaza de Mayo, quienes des­
de la década de los setenta buscan a sus familiares desapareci­
dos durante los gobiernos dictatoriales,. El uruguayo Eduardo
Galeano escribió en “El derecho a soñiar” sobre su supuesta
locura: “En Argentina, las locas de la Pllaza de Mayo serán un
ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en
los tiempos de la amnesia obligatoria”.

FEMINAZI
FEMINAZI ES UNA PALABRA utillizada para invalidar el
argumento de una mujer que defiende Los derechos de las mu­
jeres y de la diversidad sexual. En lugair de escuchar lo que la
mujer tiene que decir, se le descalifica dte una manera que, ade­
más, banaliza el sufrimiento de las víctimas del Holocausto y
demás crímenes cometidos por el régimien nazi. Las feministas
no asesinan, no torturan, no tienen campos de concentración
ni experimentan con los cuerpos de las ¡personas.
Hay personas que piensan que el fieminismo es un movi­
miento contra los hombres, pero esto es un error: el movimien­
to feminista lucha contra el sistema patriarcal que oprime a las
mujeres, no contra los hombres. El problema es que muchos
hombres, acostumbrados a los privilegLos que este sistema les
da, pueden sentirse molestos o amenazados al tener que ceder
espacios para llegar a la igualdad.

69
Hay muchas formas de ser feminista, pero en todas ellas el
objetivo principal es transformar nuestra sociedad en una más
justa, sin violencia de género, sin estereotipos que hacen sufrir,
en donde las personas puedan ser libres.

Ejemplo: Algo parecido les ocurría a las sufragistas en los


siglos xix y XX. Su lucha por ser reconocidas como ciudadanas
y obtener derechos civiles resultaba sumamente peligrosa para
el orden establecido, en donde los espacios y roles de mujeres
y hombres estaban segregados de manera rígida e inflexible.
En las revistas y periódicos se publicaban caricaturas en donde
se les representaba como mujeres solteras, viejas, amargadas
porque “seguro ningún hombre las había querido”. Un estereo­
tipo machista que se reutiliza y adapta a cada época para atacar
y desacreditar a las mujeres que luchan por sus derechos, con­
sideradas una amenaza porque buscan acabar con el sistema de
privilegios patriarcal.

©
HABLAR A LAS NIÑAS DE
FEMINISMO Y A LOS NIÑOS NO
LOS ESPACIOS GANADOS por las mujeres son un signo
indiscutible del cambio de mentalidades durante el siglo xx.
Como todos los cambios, esto implica que si unas personas
cambian de posición, las demás se verán obligadas a hacerlo
también aunque sea un poco... Estas transformaciones no es­
tán exentas de debates y tensiones respecto a los roles y lugares
que deben ocupar en la nueva sociedad.
Solemos pensar en la necesidad de empoderar a las niñas y
educar a las hijas para que sean capaces de detectar las conduc-

70
;YA ANDAS DE
FEMIMAZI.'
A VER, FELIPE,
LO ÚNICO QUE EXIJO
ES EL RESPETO
DE MIS DERECHOS,
NO QUE PONGAN
CÁMARAS DE GAS,
EXPERIMENTOS DE
EUGENESIA O CAMPOS
DE CONCENTRACIÓN.
tas y actitudes machistas que hemos abordado durante todo el
libro y con ello puedan vivir su vida con la libertad de tomar sus
propias decisiones. Esto es muy importante, pero no es suficien­
te. En estos reacomodos es necesario que como sociedad acceda­
mos a una educación que nos haga conscientes de las desigual­
dades y de los privilegios, que rompa con los estereotipos para
formar personas libres, seguras de sí y respetuosas de las demás.

Ejemplo: Hay familias en las que les dicen a sus hijos e hi­
jas que los “niños y las niñas son capaces de hacer cualquier ac­
tividad por igual”, pero el ejemplo que les dan en casa, día con
día, no corresponde: la madre lava los trastes, recoge la mesa y
le sirve al padre la comida, mientras él mira su celular sentado
en la mesa.

Y MI PALABRA ES LA LEY
¿SE HAN FIJADO OUE socialmente se suele atribuir mayor
credibilidad a los dichos de un hombre frente a los de una mu­
jer? Es común que se dude de la palabra de una mujer, se duda
de su experiencia en el tema, de sus motivos para decir lo que
dice, hasta de su salud mental, depende del caso; sin embargo,
los hombres suelen percibirse como más convincentes. Esto
ocurre en todos los ámbitos (algo también muy relacionado
con manxplicar). La voz de la legalidad, la voz de la moral,
incluso la forma en que se representa la figura de Dios, ese ser
supremo que creó todo lo que existe, es visto en Occidente
como un padre bueno (el padre nuestro) y temible al que debe­
mos obediencia.

Ejemplo: Cuando se asume que la autoridad en cierto ám­


bito específico la tiene un hombre, aun cuando a la vista hay

72
una mujer tomando decisiones. Una amiga, gerente de un res­
taurante, se enfrenta a este tipo de actos todo el tiempo, cuan­
do algún cliente insatisfecho quiere hablar con “el encargado”
y al verla a ella le dicen: — Señorita, ¿le puede llamar al gerente?
—Yo soy la gerente.
—¿No habrá algún superior con quien pueda hablar?
Como si el ser mujer la incapacitara para solucionar su pro­
blema.

LA VOZ DE LOS EXPERTOS


EN ESPACIOS ACADÉMICOS y medios de comunicación
ha sido sistemáticamente silenciada la voz de las mujeres (algo
que va muy de la mano con manxplicar). En términos genera­
les tenemos una representación mínima y en algunos casos
inexistente. Si bien con los años esto ha cambiado paulatina­
mente, aún hoy las voces de las mujeres no tienen suficiente
representación. Esto repercute en muchos aspectos, uno de
ellos es que las mujeres crecemos sin tantos ejemplos de figu­
ras femeninas públicas a quienes admirar o seguir, al contrario
de los hombres, que tienen muchos referentes.
Por otro lado, se presta a actitudes de acoso sumamente
normalizadas: el profesor que le brinda atención a una alumna
y con ello la “eleva” y marca una distancia intelectual con el
resto de sus compañeras, porque “ella sí” vale la pena. El puede
ser su mentor y ella su musa, porque esa alumna sí es digna
de su atención, sí es inteligente. En esa situación de poder que
él tiene sobre ella y en medio de un espacio donde se escatima el
reconocimiento intelectual a las mujeres, la acosa y disfraza
este acto como si fuese un halago ese interés sobre ella. Por si
fuera poco, esta situación perpetúa la idea de que el espacio de
las mujeres es primero el afectivo o sexual en relación con un

73
hombre, y en segundo plano, si es que él lo permite, es el in­
telectual. Por ello es bastante común este tipo de historias de
profesores que establecen relaciones con alumnas, sin embar­
go, no lo son las de alumnos con profesoras. Vale la pena hacer
un ejercicio de memoria si eres mujer: ¿cuántos profesores se
acercaron a ti con interés de seducirte? ¿Cuántos casos de pro­
fesores que acosaban a alumnas conociste entre la secundaria y
la universidad? ¿Qué se decía de ellos y qué de ellas? ¿Cuántos
casos de profesoras que acosaron a alumnos o a alumnas cono­
ciste, si es que conociste alguno?
El contexto en el que sucede esto es muy relevante: en es­
pacios de educación media superior y superior, donde es muy
notorio cuando en los planes de estudio la mayor parte de la bi­
bliografía obligatoria es de autoría masculina (y dentro de esos
libros escritos por hombres también se asoman otros privile­
gios: hombres blancos, usualmente de clases sociales acomo­
dadas, de países de “primer mundo”); esta falta de represen­
tación también es visible en otros ámbitos, como en el mundo
del arte, la literatura, la política, la ciencia o el deporte... por
mencionar sólo algunos.
Es por eso que los paneles integrados exclusivamente por
hombres (conocidos en inglés como all malepanels) son suma­
mente comunes e incluso llegan a niveles ridículos; por men­
cionar un ejemplo de lo absurdo que esto llega a ser, en 2018,
en la Escuela Libre de Derecho (una prestigiosa institución de
la Ciudad de México) 17 hombres presentaron una iniciativa
llamada No sin mujeres, con el fin de promover la participa­
ción femenina en las ciencias sociales. Sin embargo, durante la
firma y la presentación ante la prensa del documento no hubo
ni una sola mujer... ni una sola. La representación femenina es
necesaria y justa.

74
PAPA LA META
JOBRE ABORTA
HAY QUE invitar OIGAN:
AL DOCTOR. LOPES,
AL ESCRirOP. P£RE¿ ¿VSI INVITAMOS
YAL ABOGADO TORRES. profesor ALGlÁÁ/Á
SÁNCHEZ. MUJER1?

VA EMPEZÓ ,QUE
QUÉ EXAGERADA,
QON JU CUOTA femi/vazi/ N& LLEGARÁ
PE GE/VERO.
LEJOS.
LA MUJER
QUE NUNCA ESTUVO
NO CABE DUDA DE QUE la historia es de quien la narra.
Los libros de historia dan cuenta de los sucesos que han marca­
do la presencia del “hombre” en el planeta. Y cuando se refie­
ren al “hombre”, precisamente a eso se refieren, a la historia de
los hombres. Solamente. Esa idea del “hombre” que pretende
ser un genérico, un sustituto de “humanos”, no lo es. No hace
falta más que leer esos libros de historia para darnos cuenta
de que, efectivamente, se habla exclusivamente de hombres,
salvo algunas mujeres consideradas excepcionales, por haber
destacado dentro de los criterios de valoración masculina. Ni
siquiera se habla de todos los hombres: el relato que llamamos
“Historia universal” deja fuera el punto de vista de los conquis­
tados, los esclavizados, los subalternos. Esas historias parecie­
ran olvidar que vivimos en un mundo habitado por hombres y
mujeres conviviendo, interactuando, todos los días. Las mu­
jeres siempre han estado ahí; consideradas “destacadas” o no,
sus acciones, sus ideas y sus descubrimientos han contribuido
a que el mundo sea lo que es, ya sea como esclavas, reinas, mon­
jas, madres, ricas, pobres, rebeldes, obedientes, a pesar de las
restricciones y prohibiciones, siempre ha habido mujeres que
se las arreglaron para inventar cosas, escribir libros, curar per­
sonas, explorar, crear, luchar por lo que creían... El problema es
que sus hazañas y sus logros no fueron registrados: los libros
no hablan de ellas, los cuadros las retratan como bellas damas
y omiten sus actos; poco a poco, ante la falta de memoria, su
paso por el mundo se ha ido desvaneciendo, como si no hu­
bieran existido, o su actuación hubiera sido secundaria, como
ayudantes o cuidadoras. Durante las últimas décadas se han

76
llevado a cabo enormes esfuerzos por recuperar esas historias
y sacarlas a la luz. Es así que hoy podemos saber que muchas de
las canciones o cuentos que se conocen como anónimos fueron
escritos por mujeres, y empezar a conocer las historias de mu­
jeres que habían quedado enterradas. Por ejemplo, ¿sabías que
antes que Elvis Presley y Chuck Berry, Rosetta Tharpe grabó el
primer tema de rock and roll de la historia?

HÉROES Y HEROÍNAS
EN LA HISTORIA SIEMPRE han existido grandes mujeres
que se convierten en modelos a seguir, heroínas exaltadas por
sus hazañas y cualidades. Sin embargo, por mucho tiempo, los
atributos que debían poseer las mujeres para ser admiradas era
ser bellas y puras y defender su virtud a costa de todo. Otra op­
ción para llegar a la fama era sacrificarse por amor, por la patria,
por los hijos o todas las anteriores. En contraste, los héroes lle­
garon hasta ahí por ser valientes, desafiar las reglas, atreverse
a hacer lo que nadie había hecho. Si revisamos las historias na­
cionales de Latinoamérica, por ejemplo, encontramos que han
sido narradas a través de biografías de personajes principal­
mente masculinos, aristocráticos, con rasgos físicos europeos,
que emprendieron acciones trágicas y heroicas, mientras que
las mujeres que pasaron a la historia como heroínas desempe­
ñaron el papel de “madres republicanas”, que se sacrificaban y
cuidaban de los hombres que luchaban. Es decir, su heroísmo
siempre ocupa un lugar secundario.
Funciona igual con los héroes y heroínas que nos presentan
los cómics, los videojuegos y el cine. Por mucho tiempo predo­
minó la figura del héroe fuerte y galante que salva a la chica lin­
da e indefensa, la figura de Superman salvando a la despistada
Lois Lañe es ¡cónica.

77
Las superheroínas que surgieron entonces son siempre
menos poderosas, su fuerza dura poco, es limitada con res­
pecto a la de sus colegas varones. A diferencia de los héroes
masculinos, el cine sitúa a las heroínas en mundos de fantasía,
futuristas, distópicos, no en el mundo real. Ellos suelen ser
hombres extremadamente fuertes, cuyos cuerpos sobrehuma­
nos sorprenden. Ellas son bellas y sus cuerpos, enfundados en
vestuarios que resaltan sus formas, más que ser un despliegue
de músculos y fuerza, poseen las proporciones ideales para el
disfrute masculino.
Durante los últimos años el número de heroínas que llegan
a la pantalla grande va en aumento cada vez dotadas de mayores
poderes. Sin embargo, las resistencias por parte de los fanáticos
de los superhéroes a que existan papeles protagónicos de mu­
jeres es enorme. En Estados Unidos, por ejemplo, en distintos
foros de internet llamaron a boicotear la película Captain
Marvel (2019), protagonizada por Brie Larson. El avance es
lento pero refrescante, y definitivamente se convierten en
referencias que contribuyen a ensanchar los límites de lo posi­
ble en la imaginación de niñas no tan niñas.

APROPIACIÓN
DEL CRÉDITO 0 DE
LAS IDEAS DE LAS MUJERES
CUANDO UN HOMBRE SE LLEVA el crédito y el recono­
cimiento por la idea de una mujer. Recientemente, en Estados
Unidos han llamado a esta práctica bropriating, pero aunque la
palabra sea nueva, la acción no lo es. Estaban tan acostumbra­

78
dos a contar la historia desde su punto de vista y dejar fuera a
las mujeres, que no parecía un problema tomar el crédito que
les correspondía.... En la historia de la ciiencia, del arte, de la
música, ¡por todas partes!, existen muchcos casos que han ido
saliendo a la luz con el paso de los años, por ejemplo, el caso de
Walter Kaene, tema de la película de Tim Burton Ojos Grandes,
quien durante años se apropió de la autoiría de las obras de su
esposa Margaret; o la historia de Zelda F’itzgerald, esposa del
aclamado autor estadounidense Scott Fitzgerald, quien escri­
bió varias de sus novelas en colaboración icón Zelda y hasta in­
cluyó pasajes enteros del diario de ella en sus novelas, sin darle
el crédito correspondiente.
Sin embargo, esto no es cosa del pasado. Es una práctica
frecuente que un hombre asuma el crédiito de las ideas o del
trabajo de una mujer. Muchas veces simplemente se omite, ya
saben, como cuando en una tarea creativa la mamá, la hermana
o la novia ayudan al “autor” a pensar, escribir, armar, elaborar o
inventar, y al final su nombre es borrado^ del producto final...
“sólo estaban ayudando”. Si este mismo apoyo fuera recibido
por parte de otro hombre, un par, es distinita la situación: ya no
es un hombre que trabaja y una mujer que lo ayuda, sino dos
hombres que trabajan en conjunto.

PROFESIONALES
Y AMATEURS
INTERIORIZAMOS A TAL GRADO líos estereotipos que
caracterizan “la masculinidad” y “la feminidad” que pueden
llegar a contaminar nuestros juicios y percepciones, sin que
seamos conscientes de ello, llevándonos a evaluar algo a partir

79
del sexo de la persona, generalmente a sobrevalorar los logros
de los hombres e infravalorar los de las mujeres. Se ha realiza­
do un buen número de estudios en los que se demuestra que
existen sesgos de género al evaluar el desempeño de hombres y
mujeres en distintos ámbitos de trabajo. Por ejemplo, en la Uni­
versidad de Princeton se realizó en 2012 un experimento en el
que se ponía a consideración del personal académico, de ambos
sexos, la solicitud para un trabajo de laboratorio. Los currícu-
los eran iguales, sólo cambiaba el sexo del “supuesto aplicante”
de manera aleatoria. A pesar de que tenían los mismos méritos,
el grupo de evaluadores consideró que los candidatos varones
eran más competentes para el puesto e incluso les ofrecieron
un mejor salario que a las mujeres.30 Investigaciones de este
tipo se han efectuado para analizar cómo evalúan los profeso­
res a sus estudiantes a la inversa,31 cómo se evalúa a las mujeres
en puestos de poder y en mandos medios en comparación con
sus homólogos varones, qué tipo de retroalimentación reciben,
y la mayoría arrojan resultados similares: las mujeres son eva­
luadas por debajo de sus homólogos masculinos por un des­
empeño igual. ¿Qué pasa? ¿Por qué seguimos creyendo que si
tenemos un candidato hombre y una mujer para realizar un
trabajo él lo hará mejor sólo con verles? Excepto, claro, que se
trate de un trabajo como cuidar de alguien, hacer la limpieza de
la casa o preparar comida casera. No sólo ocurre en las oficinas
y las universidades, en la crítica de arte este fenómeno es de lo
más común: mientras que los trabajos de artistas varones (ya
sea en la música, en la literatura o en las artes plásticas) suelen
evaluarse con criterios definidos, en cuanto el o la crítica saben
que la autora es mujer, suelen atribuirle un tinte emocional y
una delicadeza que quizá antes de conocer su sexo no habían
sido vistos de esa forma.

30 Corinne A. Moss-Racusin et al. "Science faculty's subtle gender biases favor mate students",
PNAS, 9 de octubre de 2012,109 (41) 16474-16479. https://doi.org/10.1073/pnas.1211286109 .

31 Los resultados de este estudio arrojaron que mientras que las evaluaciones a profesores se
centran en su capacidad de dar la clase, las evaluaciones sobre profesoras incluían comenta­
rios sobre sus personalidades y su apariencia. "Gender Bias in Student Evaluation", Cambridge
Press American Political Science Association, 2018. https://doi.org/10.1017/S104909651800001X.

80
Ejemplo: Cuando Joanne Rowling comenzó a publicar su
exitosa serie de novelas Harry Potter, utilizó únicamente sus
iniciales J. K. Rowling, a sugerencia de sus editores, de modo
que no se revelara el género de quien escribía para que no se
vieran influidas por prejuicios las personas que potencialmen­
te podían comprar el libro.32

PROFESIONES DE HOMBRES
DESDE LA ETAPA DE LAS MUÑECAS y los carritos, tras
pasar por el condicionamiento de la escuela secundaria y pre­
paratoria, nuestras opciones profesionales se perfilan de ma­
nera diferenciada de acuerdo con nuestro sexo. A ellos, carac­
terizados como racionales, metódicos, responsables y fuertes,
se les ofrece el camino de las ciencias exactas, las ingenierías y
la informática. Para ellas, asociadas con lo emocional, los cui­
dados y la imagen corporal, se abre el camino de la educación, el
trabajo social o las artes, entre otras profesiones consideradas
típicamente femeninas. Las mujeres que optan por las carreras
“de hombres” tienen que enfrentar el rechazo y la discrimina­
ción de profesores y compañeros de clase, ya que se considera
que están invadiendo un espacio de privilegio. Y es que la so­
ciedad suele atribuir una mayor importancia a las actividades
consideradas masculinas que a las que son consideradas feme­
ninas. Incluso cuando se trata de la misma actividad, la mane­
ra diferenciada de nombrarla suele infravalorarla cuando es
realizada por una mujer. Por ejemplo: ellos son diseñadores de
moda, mientras ellas son “modistas”; ellos son chefs, mientras
ellas son cocineras; ellos son auxiliares de vuelo, mientras ellas
son azafatas, entre otros ejemplos.

32 l K. Rowling en entrevista con Christiane Amanpour, cnn, 10 de julio de 2017. https://edi-


tion.cnn.com/2017/07/10/world/amanpour-j-k-rowling interview/index.html.

81
Ejemplo: La matemática estadounidense Karen Uhlen-
beck, primera mujer ganadora del Premio Abel 2019, que otor­
ga la Academia de Ciencias y Letras de Noruega (algo así como
el Nobel de matemáticas), cuenta las dificultades que tuvo para
estudiar matemáticas en la década de los sesenta, cuando todos
le decían que debería estar en casa teniendo bebés.33 Han pasa­
do muchos años y se han ganado muchos espacios: de acuerdo
con el Panorama de la Educación 2017, de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde), 50% de las
mujeres de 25 a 34 años tiene estudios universitarios, frente a
38% que los tenía 10 años antes, mientras que entre los hom­
bres esas cifras pasaron de 30 a 38%. Sin embargo, continúa
una importante separación entre las carreras que estudian las
mujeres y las elegidas por los varones. Este sesgo tiene fuer­
tes implicaciones sociales, ya que precisamente esas “carreras
masculinas” son las que conducen a las profesiones conside­
radas “del futuro”, como la construcción, la informática y el
desarrollo de tecnologías, que son también las mejor pagadas.
De modo que, a pesar de que las mujeres demuestran un me­
jor rendimiento académico, de acuerdo con las estadísticas, al
graduarse obtienen resultados desfavorables en términos de
empleo e ingresos.

FISCALIZACIÓN DEL TONO


EN INGLES EXISTE un concepto llamado tone policing que
en español se ha traducido como fiscalización del tono, y sucede
cuando importa más “cómo se dice algo” que lo que se dice. Con
esto se les exige a los grupos más vulnerables mantenerse ecuá-

33 Tomado del perfil personal de la doctora Uhlenbeck en la Universidad de Texas, Austin.


https://web.ma.utexas.edu/users/uhlen/vita/pers.html.

82
DURANTE EA
lW MKTE
DE EA HISTOP/A,
ANÓNIMO ERA
(ANA MUJER.
nimes ante la hostilidad del panorama del que son víctimas;
importan más los modos que la legitimidad de las demandas.
Del mismo modo que sucede con el concepto de revicti-
mización, fiscalización del tono se utiliza tanto para temas de
discriminación racista o de discriminación por género y es un
machismo muy recurrente.3* La fiscalización del tono también
es una falacia, ya que es un argumento ad hominem que busca
restarle importancia a la declaración de una persona criticando
el tono con el que se comunica el mensaje en vez del mensaje
en sí.
Por ejemplo, en una manifestación en contra de un femini-
cidio nunca falta quien se queje por el tono “rabioso” o “provo­
cador” de quienes se quitan la playera o hacen una pinta en una
pared y con ello desvían la discusión ante una situación grave:
el feminicidio, la impunidad, la falta de políticas para prevenir­
los, etcétera. Pareciera que a esta persona le molesta más ver
los senos de una mujer o una pared rayada que la terrible situa­
ción de violencia en contra de las mujeres.

ENTRE MÁS BONITA,


MÁS IDIOTA
PENSAR OUE UN ATRIBUTO propio de las mujeres es ser
bonitas, mientras uno de los hombres es ser inteligentes. En
ese aspecto se concibe a las mujeres como personas que tie­
nen que complacer visualmente, ser buenas acompañantes y
no para participar o tener un rol activo. Como si lo adecuado
para una mujer concebida socialmente como bella sea ser ton­
ta. Este tipo de nociones afecta también a las mujeres que se

34 Para aclarar dudas sobre revictimización véase el glosario.

84
está ríen que protesten
PERO' SIN GRITOS,
SIN CERRAR. CALLES,
NI RAYAR PAREDES:
/TAMPOCO ES PARA TANTO,
NI QUE LAS ESTUVIERAN
desarrollan en espacios de trabajo intelectual, quienes son juz­
gadas por su apariencia física, ya sea si dedican tiempo para lu­
cir bien o si no. La frase “las rubias son tontas” es común, pero
no lo es decir que “los rubios son tontos”, también se escuchan
comentarios como: “Si se maquilla es que es tonta”, cuando no
tiene por qué relacionarse la apariencia física con las preocu­
paciones intelectuales de cada quien. Estos estereotipos de gé­
nero tienen un fuerte efecto en las decisiones de las mujeres en
el momento de incursionar en campos del saber considerados
“masculinos”; frases como: “Si estudias eso nadie se va a casar
contigo”, “la ingeniería sólo es para feas” o “esa carrera no te va
a dejar tiempo para formar una familia”, son ejemplo de ello.
La otra cara de la moneda es la idea de que, si eres conside­
rada por un hombre como poco atractiva, deberías esforzarte
siendo siempre amable, inteligente e hipercomplaciente, como
una especie de “compensación”, siempre con la idea de que es
responsabilidad de las mujeres cumplir con sus expectativas, el
“deber ser” atractivas y agradables para ellos.

Ejemplo: Cuando mi prima comenzó a estudiar ingeniería


civil uno de sus profesores la abordó después de clase y le pre­
guntó qué hacía ahí si era “demasiado guapa para ser ingenie­
ra”. Esas palabras se repitieron durante los primeros semes­
tres en voces de profesores y compañeros. Desde sus primeros
días en la facultad ella supo que el resto de su carrera tendría
que demostrar en todo momento su capacidad para ser tomada
en cuenta.

86
LA MUJER DE TAL
CUANDO PRESENTAN A UNA MUJER como la pareja de
alguien, es asumir que no tiene voz o vida propia o que ella es en
tanto su relación con un hombre: como si fuera una extensión
de él o su propiedad. Se ha eliminado la preposición “de” en los
apellidos de las mujeres casadas, que era una señal de perte­
nencia explícita; sin embargo, sigue pasando todo el tiempo
que a una mujer se le valore por los hombres a los que está o
estuvo vinculada.
Esto que parece muy banal puede escalar, y es aún más gra­
ve cuando vemos que este sentido de pertenencia de “la mujer
de un hombre” puede llegar a otras esfe ras, pareciéndonos nor­
mal que él decida sobre la integridad de ella.
Por ejemplo, en algunas partes de México era perfectamen­
te legal que un hombre violara a su esposa hasta el año 2005.
Si bien hay códigos en el país donde desde hace décadas se in­
cluía la violación entre cónyuges como tal, no todos los códigos
lo hacían. En 1994 la Suprema Corte de Justicia de la Nación
(scjn) sostuvo que “si un cónyuge violaba a otro cónyuge, no
era, jurídicamente, violación, sino que era, a lo más, el ejerci­
cio indebido de un derecho”. Y fue hasta 2005 cuando la misma
scjn revirtió ese criterio y sostuvo que por virtud del matri­
monio las personas ya no pierden su derecho a decidir cuándo
tener relaciones sexuales.35

Ejemplo: Existen grandes muestras de esto en la prensa,


como cuando llaman a la reconocida abogada especialista en

35 Del mismo modo, esta ¡dea también está arraigada a la noción de que el matrimonio es
para la reproducción: por eso un hombre podía violar a su e'sposa y ejercer indebidamente "un
derecho".
Las autoras agradecen la asesoría de la especialista en derechos sexuales y reproductivos
Estefanía Vela Barba para este apartado.

87
TENGO
LIBROS DE
ESCRITORAS,
/VO PE
derechos humanos Amal Alamuddin como “la esposa de Geor-
ge Clooney”, o cuando Corey Cogdell ganó una medalla de
bronce en los olímpicos de Río de Janeiro y el periódico Chica­
go Tribune se refirió a ella como la “esposa de un jugador de los
Bears”, o cuando en 2016 la editorial madrileña Drácena publi­
có el libro Reencuentro de personajes de la escritora mexicana
Elena Garro. Muy desafortunadamente el libro iba acompaña­
do con un cintillo que decía: “Mujer de Octavio Paz, amante de
Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por
Borges”. Es curioso que no sólo validaran a la autora por su re­
lación con un hombre, sino que además usaran su vida priva­
da con fines de mercadotecnia y la plantean como “esposa” o
“amante”... en el mejor de los casos como “admirada por”. Las
quejas del público fueron grandes y la editorial optó por solici­
tar a las librerías que retiraran el cintillo.

INFANTILIZAR A LAS MUJERES


CUANDO NOS TRATAN COMO si no fuéramos capaces
de pensar y actuar respecto a nuestra edad, como si fuéramos
inmaduras. Esta conducta, muy frecuente en los sitios de tra­
bajo, relega a las mujeres a una condición de eterna aprendiz,
supeditada al trato paternalista de jefes que nos “explican” lo
que más nos conviene, condenando al estancamiento a muje­
res extremadamente competentes, mientras que, en contraste,
los hombres de su edad y experiencia siguen progresando.

Ejemplo: Cuando entré a mi primer trabajo en una ofici­


na tenía 27 años. Mi jefe era un hombre mayor de 50 que me
enseñó muchas cosas y siempre le agradeceré su entrenamien­
to, el problema es que nunca dejé de ser una aprendiz para él y

89
solía presentarme como “la niña” cuando asistíamos a reunio­
nes importantes. Diez años después llegué a un nuevo trabajo
en donde mi compañera, más o menos de mi edad, acababa
de convertirse en madre, sin embargo, ni su enorme vientre de
embarazada ni mis nacientes canas impedían que fuéramos
“las niñas” de la oficina. Podría sentirme halagada de que me
consideren tragaaños, pero en el contexto laboral esta infanti-
lización implica que somos inmaduras para tomar decisiones o
emprender proyectos por nuestra cuenta.

ESTUDIA MIENTRAS SE CASA


EN MUCHOS CÍRCULOS SOCIALES persiste la idea de
que el matrimonio es el suceso más importante de la vida
de una mujer, por lo que las ocupaciones o emprendimientos
que ella haga antes del “esperado día” son vistos como capri­
chosos, poco serios o irrelevantes. Este tipo de prejuicios des­
califica el trabajo de las mujeres que, aun cuando se tratara de
un interés temporal, no tiene por qué ser menospreciado. Di­
chos prejuicios se extienden a disciplinas completas, que his­
tóricamente han sido vistas como poco serias, por ser desem­
peñadas por mujeres principalmente, frente aquellas que han
sido consideradas las más complejas y racionales y por tanto
reservadas para los hombres.
Este pensamiento tan arraigado sobre el papel de las muje­
res como que sólo son capaces para las actividades domésticas
puede rastrearse en el pasado. Por ejemplo, José Díaz Cova-
rrubias, quien fue secretario de Justicia e Instrucción Pública
en México a finales del siglo xix durante el gobierno de Lerdo
de Tejada, escribió que las mujeres “por lo general, apetecen
menos el estudio, mientras que en el hombre es universal la

90
tendencia a instruirse. Predomina en aquellas la actividad
afectiva más que la intelectual” y que “la mujer está destinada
a un papel en la sociedad humana que exige menos cultivo del
espíritu”.3®

SEÑOR / SEÑORA-SEÑORITA
CUANDO UN HOMBRE ALCANZA cierta edad es llamado
para efectos formales “señor”. Es un signo de respeto, de dis­
tinción: “el señor” incluso tiene connotaciones de poder. Con
las mujeres ocurre algo distinto. Cuando deja de ser una niña la
llaman “señorita”, implica que es una joven y que se ha conver­
tido en un objeto de deseo para la mirada masculina. Una se­
ñorita es una joven mujer soltera, lo que se traduce en sexual-
mente disponible. En México, tradicionalmente, cuando una
mujer se casa y deja de estar disponible, es nombrada señora, a
veces incluso toma el apellido del esposo. Así, “señora” es una
especie de marca, un distintivo para que el mundo sepa el es­
tado civil de una mujer. ¿Por qué habríamos de hacerlo del co­
nocimiento público?: “¡Ey! ¡Cuidado! ¡Apártense, que no estoy
disponible!” ¿Cuándo se ha visto que a un hombre se le distinga
entre señor y señorito? Es como si se nos negara la adultez, a
menos de que tengamos un hombre al lado que responda por
nosotras.
Pero hay más. No sólo llegas a ser llamada “señora” a través
del matrimonio. Conforme pasan los años y a los ojos de los jó­
venes dejas de ser considerada una joven y deseable “señorita”,
pasas a ser “señora”. La primera vez que escuchas: “¿Qué va a

36 José Díaz Covarrubias. La Instrucción Pública en México. Estado que guardan la instrucción
primaria, la secundaria y la profesional en la República. Progresos realizados, mejoras que de­
ben introducirse, México, Imprenta del Gobierno en Palacio, 1875. https://repositorio.itesm.mx/
handle/11285/573959. p. ixxvi.

92
tomar, señora?”, la cara se te descompone. Incluso hay quienes
se sienten insultadas. “¡¿Señora yoooo?!” Por supuesto, no ne­
gamos que es difícil afrontar los tránsitos a nuevas etapas de
la vida, pero ¿por qué nos molesta tanto? ¿Es la idea de enve­
jecer la que nos aterroriza? ¿Por qué habría de gustarnos que
nos infantilicen y nos llamen señoritas cuando somos mujeres
adultas con experiencia en la vida?

COSAS DE MUJERES:
LOS TEMAS SUPERFICIALES,
FRÍVOLOS, POCO PROFUNDOS.
CURSIS
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN y las redes sociales
son una guía para observar cuáles son los temas que el siste­
ma asigna a cada género. Las revistas y los programas dirigidos
contribuyen a reforzar estereotipos, promueven conductas,
espacios e intereses atribuidos históricamente a las mujeres:
recomendaciones de belleza, cuidado del hogar, la familia, el
matrimonio, la crianza... aderezados con chismes de romances
entre personas famosas. Incluyen también una serie de conse­
jos para mejorar la autoestima, siempre enfocados en la acep­
tación de los otros: “Cómo saber si te llamará de nuevo”, “cómo
atrapar marido”, “cómo volverlo loco en la cama...” Es decir,
todos estos contenidos “femeninos” que se lanzan sobre noso­
tras son una avalancha de recetas para agradar a los otros: hijos,
amantes, esposos, jefes... Por su parte, los contenidos dirigidos
a los hombres son completamente distintos: política, negocios,
coches, relojes, deportes, entre otros temas de interés, imáge­

93
nes eróticas de mujeres con poca ropa, y algunos consejos que
se consideran útiles para no dejarse atrapar por mujeres, para
triunfar en los negocios, para mostrar a todo el mundo quién
es el que manda. Estos mensajes encontrados, opuestos entre
sí, nos colocan sobre un piso desigual, que lejos de buscar que
vivamos espacios más equitativos acentúa las diferencias.37
Es común decir que las mujeres “sólo andan en el chisme”
o en el “cotilleo” (como se dice en España) cuando se reúnen, y
que hablan de temas banales de la vida cotidiana, pero los hom­
bres en sus reuniones también hablan de temas superfinos. Es
simple: en los momentos de esparcimiento y relajación los te­
mas no tienen que ser complejos, da igual el género de quie­
nes los platican. Suponer que hay temas “de hombres” o “de
mujeres” es reforzar estereotipos que son dañinos a todas las
personas.

Ejemplo: En un trabajo que tuve, en la oficina había cin­


co mujeres y un hombre, que era el jefe. El tenía tratos muy
despectivos hacia nosotras y hablaba de nosotras a nuestras
espaldas, pero como entre todas nos llevábamos muy bien nos
enterábamos de todo lo que él decía. Recuerdo cómo en una reu­
nión nos dijo: “Si no hubiera tantas mujeres en la oficina no
habría tantos chismes”. Este comentario nos molestó mucho:
él era el que hablaba de nosotras con las demás y, para colmo,
hizo relucir su machismo culpándonos por nuestro género de
los problemas que él había ocasionado.

37 Un ejemplo claro de esta acentuación de las diferencias se evidencia en la inequidad con


la que se trata a las mujeres en el mundo del deporte, un espacio tan masculinizado. Se refleja
muy bien con la cobertura desigual que hacen los medios de comunicación a las ligas feme­
ninas en contraste con las masculinas. Como cuando en 2017 el tenista Andy Murray corrigió
a un periodista que le preguntó sobre su oponente, al que describió como el primer jugador
estadounidense (first US player) en alcanzar una semifinal en el Grand Slam desde 2009, y
Murray rectificó: first mole player, el primer jugador hombre en hacerlo, ya que tanto Coco
Vanderweghe, como Serena y Venus Williams y Madison Key lo habían logrado antes que los
hombres.

94
LAS MUJERES NO SABEN
HACER NEGOCIOS
EL ESTEREOTIPO DE LA MUJER indecisa e insegura que
depende de un hombre para que cuide de sus intereses tiene
que ver con la caracterización binaria de los hombres como
seres racionales y fríos, lo que deriva en que se considere que
ellos, por regla, son mejores para los negocios, la toma de de­
cisiones y el manejo del dinero en general. En contraposición
se ha alimentado la idea de que las mujeres, emocionales e im­
pulsivas, lo que hacemos mejor es gastar. Estos roles de género
sostienen la manera en que se ha estructurado la forma en que
se han dividido los trabajos tradicionalmente, de acuerdo con
la cual los trabajos realizados por los hombres son remunera­
dos y los asignados a las mujeres, tales como el trabajo domés­
tico o los cuidados, no obtienen remuneración. Siguiendo esta
idea, que ubica a las mujeres “protegidas” en la esfera del ho­
gar, lejanas al mundo del dinero, de los negocios, se piensa que
serán inexpertas o inocentes. Esa lógica hace que la participa­
ción de las mujeres en los negocios familiares muchas veces no
sea tomada en cuenta, y a menudo quedan opacadas o fuera del
primer plano, a pesar de que hayan estado involucradas activa­
mente en el desarrollo de la empresa o trabajo del que se trate.

95
¿YA VISTE QUE
JUBIÓ DEPUESTO'?
JET? UPO SE ACOSTÓ
C&/V EL JEFE.
MINIMIZAR LOS LOGROS
DE LAS MUJERES: TREPADORA
LAS OFICINAS PUEDEN LLEGAR a ser espacios sumamen­
te hostiles para las mujeres o las personas no heterosexuales al
enfrentar constante discriminación. Un machismo tristemen­
te común es cuando se implica que alguien (una mujer o un
hombre homosexual), para lograr una meta laboral, un ascenso
o un buen puesto, “se acostó con el jefe”. Esto, además de des­
valorizar las capacidades de alguien, normaliza un ambiente
donde es común pedir (desde una situación de poder) favores
sexuales, algo sumamente violento y abusivo.

USO SEXISTA DEL LENGUAJE


NUESTRA SOCIALIZACION está marcada por un carácter
desigual, un ejemplo muy claro de ello es el lenguaje, a través
del cual se estructura nuestro pensamiento. El lenguaje refle­
ja, transmite y refuerza estereotipos de género que pueden ser
misóginos, lesbófobos, transfóbicos u homofóbicos. Es común
encontrar asimetrías en el uso del lenguaje español que invisi-
bilizan o subordinan a las mujeres y que, al no parecer graves,
son aceptados.
Un ejemplo que ha llegado a niveles de escándalo interna­
cional de un machismo común es el uso de la palabra puto en
México. A pesar de los avances de los últimos años en materia
de reconocimiento y protección de derechos a las minorías se­

97
xuales, continúa siendo común el empleo de esta palabra, su­
mamente discriminatoria en un país con altos niveles de críme­
nes de odio (de acuerdo con el informe “Violencia, Impunidad
y Prejuicios” de LetraS, Sida, Cultura y Vida Cotidiana, de 2013
a 2017, al menos 381 personas fueron asesinadas en México por
motivos relacionados a la orientación sexual o a la identidad y
expresión de género percibida de las víctimas), y que, tras po­
nerse de moda gritarla en los estadios de fútbol cada vez que
saca el portero del equipo contrario, la FIFA multó a México
por corearla; sin embargo, es común escuchar defensas a esta
expresión por parte de comentaristas deportivos o aficionados
que se excusan con que es una “expresión cultural”. Si vivimos
en una cultura homofóbica que es también misógina, corres­
ponde cambiarla, no perpetuarla.

Ejemplo: El tratar a los hombres por su apellido en señal


de respeto y a las mujeres por su nombre de pila. El significado
cultural de expresiones arraigadas como “mujer de vida ale­
gre” frente a “hombre de vida alegre” o la diferenciación siem­
pre negativa de ciertas palabras en femenino, como las muy
usadas: zorra o perra para insultar a una mujer.

CHISTES MACHISTAS
ES FRECUENTE ESCUCHAR que alguien cuenta un chiste
en donde la ridiculización de las mujeres es el eje. Ya sea en los
programas de televisión, en los discursos políticos o en nues­
tras reuniones familiares, en la oficina, con amigos o en los me-
mes que recibimos a diario. El humor es un lugar en donde la
discriminación se disfraza de broma, de manera que es acepta­
da por quienes la escuchan como algo normal e inofensivo, de

98
lo contrario, podrían tacharnos de no tener sentido del humor.
Estos chistes suelen mostrar a las mujeres como objetos cuya
valía está dada en virtud de los servicios que prestan al hombre,
entre ellos el de hacerlo parecer superior a ella.
El humor es parte de nuestra cultura, refleja las fobias y las
aspiraciones de una sociedad en la que no es “políticamente co­
rrecto” decir las cosas de manera directa. En México la mayor
parte del humor está basado en la misoginia, la homofobia y el
menoscabo de lo diferente: ciertos colectivos son estereotipa­
dos para convertirse en el blanco de las burlas.

Ejemplo: Estos chistes están tan arraigados y normaliza­


dos que muchas figuras de la política, que tienen cargos de elec­
ción popular, deciden romper el hielo en sus discursos oficiales
con algún chascarrillo, sin dimensionar las implicaciones de
sus dichos. Tal fue el caso del presidente de Chile, Sebastián
Tiñera, quien en 2017 cerró un acto de campaña con un chiste
profundamente machista: “Bueno, muchachos, me acaban de
sugerir un juego muy entretenido: es muy sencillo, todas las
mujeres se tiran al suelo y se hacen las muertas, y todos no­
sotros nos tiramos encima y nos hacemos los vivos. ¿Qué les
parece, muchachos?”38
No era la primera vez que el presidente lanzaba una de sus
“bromitas”. Esta caricatura de la violación, una de las mayores
violencias en contra de las mujeres, resulta ofensiva en cual­
quier contexto, pero aún más cuando viene de alguien en un
puesto de supuesta representación, quien tomará decisiones
que tendrán efecto sobre las vidas de las mujeres que se en­
frentan a la cultura de violación día tras día.

38 Paula Molina, "El 'chiste machista’ que obligó al expresidente y candidato Sebastián Pinera
a pedir perdón (y que Bachelet considera inaceptable)”, BBC News Mundo, 21 de junio de 2017.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-rf0350828.

99
DECIR QUE UNA MUJER
ES UNA MALCOGIDA
O MALFOLLADA
LO RELACIONAN CON el “mal humor” de una mujer, como
si (parecido a la histeria) se tratara de disminuir cualquier pro­
blema en un “lo que necesita es tener sexo”, pero no se dice que
un hombre que está de malas es “un malcogido”. Lo que resul­
ta contradictorio es que en esta mentalidad heteropatriarcal
(porque queda implícito que lo que ella “necesita” es “un pene”
para ponerse de buen humor) al final del día quien no “la coge
bien” es un hombre... pero ella es la de la culpa. Además, niega
una enorme realidad: las mujeres podemos satisfacernos entre
nosotras y a nosotras mismas sin la necesidad de ningún pene.

EJEMPLO: Por más inverosímil que parezca, en septiem­


bre de 2016 una chica llegó a un hospital en Murcia tras sufrir
un desmayo y el médico que la trató en su diagnóstico anotó
“no bien follada”.39 La paciente compartió en su cuenta de Fa-
cebook la conclusión del tratante y ésta se volvió viral, las au­
toridades de Sanidad tomaron cartas en el asunto y el tratante
fue sancionado en 2019.

39 "El médico que diagnosticó 'no bien follada’ a una paciente incendia las redes", La Opinión
de Murcia, 10 de septiembre de 2016. https://www.laopiniondemurcia.es/murcia/2016/09/10/
medico-diagnostico-follada-pac¡ente-¡ncendia/766252.html. "Suspendido un médico que lla­
mó ‘mal follada' a una paciente en murcia", El Periódico, enero de 2019. https://www.elperio-
dico.com/es/sucesos-y-tribunales/20190128/mal-follada-murcia-doctor-72718ri5 .

100
TRATO CONDESCENDIENTE
EXISTEN HOMBRES QUE TRATAN de evitar caer en estas
conductas machistas, como ignorar a una mujer cuando habla
o hacerla menos, pero en su lugar caen en frases o actitudes que
son, paradójicamente, igual de machistas. Por ejemplo, el pro­
fesor universitario que cuando habla en el salón de clases dice
cosas como: “Las mujeres son siempre las más inteligentes”, o
cursilerías como: “Las mujeres son lo más lindo de la tierra”.
Esto es una forma de domesticación de las demandas de las
mujeres: no necesitamos agradarles sino ser respetadas como
todas las personas.

101
¿MISOGINO'-- YO'p
/PARA NADA!
SI A MÍLAS MUJERES
ME ENCANTAN.
LA PEOR ENEMIGA DE UNA
MUJER ES OTRA MUJER
EXISTE LA CREENCIA de que es imposible la amistad entre
mujeres. Parte de la idea de que las mujeres somos traicioneras
y envidiosas por naturaleza y debemos: desconfiar de las demás y
competir con ellas por la validación m asculina. Esta lucha, ine­
vitablemente, da como resultado envidias y hostilidad entre
nosotras. Hemos aprendido que esta es una manera de socia­
lizar desde pequeñas, con frases como: “Es que las niñas son
conflictivas” o “la peor enemiga de una mujer es otra mujer”,
sin embargo, podemos cambiar este tipo de educación de riva­
lidad y reemplazarla por solidaridad y sororidad.
Además, no es común escuchar cosas como “el peor enemi­
go de un hombre es otro hombre”, cuando entre ellos se agreden
y es constante enterarnos de que se involucran en peleas
violentas —que incluso llegan a ser mortales—.

Ejemplo: Recuerdo que en la secundaria prefería estar con


los niños porque pensaba que mis compañeras eran “compli­
cadas y chismosas” y con ellos todo era más fácil. Sentía que
yo era diferente a ellas, y cuando mis amigos decían que yo era
“uno más” porque sabía alburear y me sabía el porcentaje de
goles de todos los jugadores en la Champions League, me sen­
tía en las nubes. Hasta que me di cuenta de que no, no era uno
más, yo era “una” y eso hacía la diferencia. Fue entonces cuan­
do volteé a ver a las otras mujeres a mi alrededor y entendí que
no eran complicadas, bueno quizá algunas sí (como también lo
eran los hombres). Yo había caído en el estereotipo machista,
me negué la oportunidad de ver realmente a quienes estaban
junto a mí y con quienes tenía tanto en común.

103
LA INCONDICIONAL
LA ODIOSA FRASE "DETRÁS de un gran hombre hay una
gran mujer” se funda en la idea de que, sin importar las tareas
o responsabilidades que ella tenga, o sus formas de distribuir el
tiempo, se espera que estará disponible siempre que “él” (ge­
neralmente su pareja, pero puede aplicarse al padre, hermano,
hijo, jefe) necesite de ella. Es una cuestión de educación: mien­
tras a los varones se les educa para ser seguros de sí mismos
y concentrarse en su trabajo o sus proyectos, sin importar las
consecuencias, a las mujeres se nos educa para cuidar, para
agradar, para pensar siempre en los demás. De tal forma, an­
teponemos las cosas de “él” a las nuestras, a nuestros propios
intereses, ambiciones, deseos.
Además, perpetúa la idea de que todas las relaciones son
heterosexuales: detrás del éxito de él, está ella, su pareja. Cuan­
do perfectamente puede estar detrás del éxito de ella su novia,
o del éxito de él su esposo o su amante.

Ejemplo: Esto puede sonar muy anticuado, pero se ejem­


plifica muy bien en el estereotipo de madre sacrificada de te­
lenovela mexicana. Es sorprendente la facilidad con la que se
puede caer en dinámicas de este tipo, dar mayor importancia a
los trabajos o proyectos de ellos y que se espere que las mujeres
estén siempre disponibles para apoyarlos.

105
LOS HOMBRES
ARREGLAN COSAS
LOS OFICIOS Y PROFESIONES que tienen que ver con el
uso de maquinaria y herramientas, materiales pesados o con­
siderados peligrosos, como el gas, la electricidad y la construc­
ción han sido espacio exclusivo de los hombres: mecánicos,
plomeros, carpinteros, bomberos, taxistas, choferes de auto­
bús. Sus técnicas se guardaron como un secreto sólo compar­
tido con iniciados varones durante siglos. En especial tienen
que ver con actividades que implican fuerza, habilidades de
conducción y que requieren tener ciertos conocimientos
de maquinaria o electrónica. Existe una extendida creencia de
que las mujeres no pueden llevar a cabo, ni siquiera entender,
ese tipo de trabajos. Eso explica que cuando contratamos los
servicios de un mecánico, electricista o plomero, este siempre
se dirigirá al hombre que se encuentre cerca para explicarle
el problema, asumiendo que intentarlo con nosotras sería un
desperdicio de energía. La cuestión con estos oficios es que se
han convertido en definiciones de la masculinidad. Acceder a
estos saberes secretos, resguardados por los varones durante
siglos, puede ser tomado como una afrenta por muchos. Un
episodio de lo más común es la visita a la ferretería, en donde
la sencilla compra de un clavo puede convertirse en un examen
doctoral sobre la especificidad que necesitamos, mientras que
a los hombres les basta con pedirlos para obtener lo que quie­
ren, una especie de estrategia para hacer visible que no sabes,
que te equivocas, que te estás metiendo en un terreno que no
te pertenece.
Recuerdo cuando intenté unirme a un taller de carpintería
en un centro público de formación en oficios. Cuando entré,

106
los cerca de 40 hombres que ahí batallaban por serruchar un
trozo de madera o ensamblar un mueble se detuvieron y me
miraron con recelo. El profesor, como si estuviera repeliendo
una invasión, me recibió cerca de la puerta, impidiendo que me
adentrara más. Le expliqué mi interés en la carpintería y que
tenía un par de proyectos en mente y él no hizo más que poner­
me peros y mostrarse escéptico. No me importó y me integré al
taller. En automático las miradas que antes se clavaban en mí
inquisidoras, se habían desviado todas a una. Me volví invisi­
ble. Nadie me hacía un espacio en la mesa de trabajo, no podía
acceder a las herramientas, el maestro me ignoraba, los com­
pañeros me miraban burlonamente, murmuraban, se reían.
Terminé desertando. En ese espacio hostil no alcanzaría mi
idea de relajarme lijando madera y disfrutar su olor mientras
construía muebles con mis propias manos.

EL LUGAR DE LAS MUJERES


LA IDEA DE QUE EL MUNDO está dividido en esferas se­
paradas y antagónicas tiene profundas implicaciones en nues­
tra vida, aun hoy. Pensamos que hay una división muy definida
entre el espacio público, la calle, la política, las instituciones, el
lugar de los hombres, y lo privado, la casa, la familia, los cuida­
dos, el lugar de las mujeres. Esta separación implica la creencia
de que ciertas personas son aptas para ciertas labores e inep­
tas para otras en función del lugar que les ha sido asignado.
Por ejemplo, como a los hombres les toca el espacio público se
asume que son malos para cocinar u organizar la casa y, al con­
trario, se espera que las mujeres estén dotadas naturalmente
para dichas actividades y no sean capaces de realizar las que se
asocian con lo público, como manejar las finanzas.
DA IGUAL
Jl ERES
XX <y XX.
LOS MARTILLOS
/VO TfA/£MOS
En consecuencia, se descalifica frecuentemente a las mu­
jeres en ciertos campos laborales, académicos o deportivos
argumentando que sus propuestas son intrascendentes ya que
serían más propias de una charla de café, o implicando que su
“hábitat natural” debería ser el de las labores domésticas.
La idea tradicional de la división sexual de los espacios, que
asocia a las mujeres con lo privado y a los hombres con lo pú­
blico, es muy engañosa: los hombres están en su lugar cuando
están en la calle, pero también lo están cuando se encuentran
en casa, con su familia, cuidados y atendidos; las mujeres, en
cambio, no están “en casa” cuando están en la calle, pero tam­
poco lo están en casa en el mismo sentido que ellos, para ellas la
casa es un lugar de trabajo y de cuidados. También, en muchos
casos, es un espacio de violencia.

Ejemplo: Virginia Tovar fue la primera mujer en el fútbol


mexicano en ser árbitra central en un partido de primera divi­
sión. Durante su trabajo fue sumamente criticada e insultada
con frases como “regrésate a la cocina” o “el fútbol no es para
viejas”. Se retiró después de que, poco a poco, le quitaran horas
de arbitraje; su carrera duró de 2004 a 2008.
“Hubo jugadores que no querían que estuviera ahí, como
Jared Borgetti. Apenas estaba tirando el volado para iniciar
el partido y me decía: ‘¿Para qué la mandan, mija, si no tiene
capacidad?’ ”,*° declaró Tovar para el portal deportivo Medio-
tiempo.

40 "Vicky Tovar recordó la misoginia que sufrió de futbolistas”, Mediotiempo, 8 de marzo


de 2017. https://www.mediotiempo.com/futbol/liga-mx/vicky-tovar-recordo-misoginia-su-
frío-futbolistas.

109
MUJER AL VOLANTE
LA IDEA DE QUE EXISTE una incapacidad biológica de
las mujeres para manejar un automóvil... y no se diga volar un
avión o navegar. Los automóviles, como puede verse en la pu­
blicidad y en el cine, son un elemento vinculado directamente
con el ideal de masculinidad dominante: símbolo de poder y de
estatus.
En los espacios profesionales de automovilismo la repre­
sentación de las mujeres es nula o, si aparece, es como elemen­
to decorativo. Son ambientes sumamente masculinizados y
heteronormados, por ejemplo, los calendarios de marcas de
productos automovilísticos con fotos de mujeres semidesnu-
das, el papel de las mujeres como edecanes en las carreras de
autos y no como conductoras o mecánicas.
* 1
En la vida cotidiana suele descalificarse a las conductoras
por el simple hecho de ser mujeres. Nunca falta el señor que
dice: “Tenía que ser vieja” cuando una mujer choca; sin embar­
go, nadie dice: “Tenía que ser hombre” cuando esto sucede, lo
cual, según las estadísticas mexicanas (inegi, 2017), es mucho
más frecuente.
De acuerdo con el psicoterapeuta Luis Bonino el manejar
de manera temeraria e imprudente es una práctica relacionada
estrechamente con el modelo de masculinidad dominante. Las
competencias de velocidad funcionan en muchos contextos
como “pruebas de hombría”. Esto deriva en numerosos acci­
dentes, muchas veces fatales.

41 Cabe mencionar que han existido y existen mujeres conductoras de Fórmula 1, como Mana
Teresa de Filippis, Lella Lombardi, Divina Galicia, Giovanna Amati, Desiré Wilson, María de
Vi Ilota, Simona de Silvestre, Carmen Jordá, Susie Wolf, Tatiana Calderón. También hay mujeres
en el equipo mecánico de la F1, como María Mendoza, contratada por Ferrari para dirigir el
control de calidad.

110
Ejemplo: En julio de 2016 siete pasajeros se bajaron de un
vuelo Miami-Buenos Aires de American Airlines al enterarse
de que quienes piloteaban el avión eran mujeres. Este inciden­
te retrasó casi dos horas la salida del avión.

COMPAÑERA INVISIBLE
NUNCA FALTA EL TIPO en el bar que se acerca a dos chi­
cas para ligar y les pregunta: “¿Vienen solas?”; por su puesto,
se refiere a si no van con un hombre, como si sólo así una mu­
jer pudiera considerarse verdaderamente acompañada. Esta
posición implica que el acompañamiento y la protección ne­
cesarios para salir al espacio público, para viajar, para salir de
noche, etcétera, solamente puede ser proporcionada por un
varón, como si estuviéramos en el siglo xix, cuando las muje­
res debían tener siempre un hombre que legalmente se hiciera
responsable de ellas.

Ejemplo: En 2016 el asesinato de dos turistas argentinas


en Ecuador conmocionó a América Latina. El tratamiento de
los medios en torno a las circunstancias de su muerte (véase
culpabilización de la víctima) puso énfasis en que las mujeres
viajaban “solas”, aunque eran dos, implicando que ellas se ha­
bían puesto en riesgo al no ir acompañadas de un hombre. Las
reacciones no se hicieron esperar. El hashtag #ViajoSola co­
menzó a circular para reivindicar el derecho de las mujeres a ir
a donde queramos, solas o acompañadas por quien queramos.

lll
BEBE COMO HOMBRE
¿HAN VISTO QUE EN UNA FIESTA o en un bar a las mu­
jeres les sirven, sin preguntar, las bebidas sin alcohol o las más
suaves y a los hombres las alcohólicas o las más fuertes? Estos
estereotipos son de los más comunes y son los vestigios de un
modelo femenino que proponía que una mujer decente y vir­
tuosa estaba en casa, cuidando de los hijos, y no en eventos
sociales o lugares considerados “propensos al vicio”. Las mu­
jeres eran consideradas frágiles emocionalmente, demasiado
delicadas para los efectos del alcohol. Por supuesto, esto no im­
plica que no se tomaran una copita en la soledad de sus cocinas,
pero el consumo de alcohol era visto como una prerrogativa de
los hombres. En la Ciudad de México, por ejemplo, hasta hace
pocas décadas se prohibía la entrada de mujeres en las cantinas
(así como a “uniformados y menores de edad”, como rezaban
los letreros que se colocaban en la puerta). Este cambio, a pesar
de la multitud de protestas de cantineros y parroquianos, fue
consecuencia de las nuevas dinámicas en la vida de las mujeres,
de clase media principalmente, que incluía una vida social más
activa. El consumo de bebidas alcohólicas de las mujeres ha au­
mentado de manera considerable desde entonces, sin embar­
go, hay quienes se resisten a aceptarlo y continúan asociando
la bebida con una práctica masculina. Del mismo modo se mira
raro y se critica a los hombres cuando les apetece tomar cocte­
les adornados con sombrillitas, se cuestiona su masculinidad y
se les ridiculiza por optar por bebidas “femeninas”.

112
LAS MUJERES ENTRAN GRATIS
HAY UNA CANTIDAD ENORME de bares, clubes y antros
donde a las mujeres no les cobran la entrada y eso es parte de su
publicidad: “Las mujeres entran gratis”. Esto es constantemen­
te criticado pero por los motivos equivocados: hay hombres
que se quejan de “tener que pagar” y se sienten “discrimina­
dos”, pero no se dan cuenta de que ese no es el problema: bási­
camente, a diferencia de los hombres que tienen el privilegio de
ser consumidores, las mujeres somos consideradas objetos
de consumo. Se perpetúa la idea de que ellos son los que deben
tener dinero (algo notorio en la desigualdad de pago entre
hombres y mujeres) y nosotras somos una especie de decora­
ción o accesorio. Esto evidentemente afecta en las dinámicas
de cortejo o seducción que suceden dentro de estos espacios.

ASUMIR QUE EL HOMBRE


ES EL QUE PAGA
CUANDO AL PEDIR LA CUENTA en un restaurante se
le entrega al varón directamente, se asume que será él quien
pague. Detrás de este gesto se esconden varios estereotipos: el
del hombre proveedor y la mujer dependiente, el del caballero
protector que se hace cargo de los gastos de la señorita a la que
corteja. Es una costumbre que tiene que ver con una organiza­
ción familiar de clase media, en donde el esposo trabaja fuera
de casa y la esposa se dedica al hogar, sin retribución econó-

113
(OBVIAMENTE QUE LAS
lAUOÍ^ENTRENGRAJIS"
N&TE DISCRIMINA ATI, JUAN.
51 &DIAS QUE
TE COMEN EN LOS IUGARES
W\(HISTAS...DEJA DE IR
A ÍUSAREÓ/WISTAS.
mica alguna. Desde jóvenes, se usaba que los chicos invitaran a
las chicas, como preparación para ir asumiendo los roles que
a cada quien le corresponden. Con la inserción de las mujeres al
campo laboral remunerado, esta tradición ha quedado obsoleta
—aunque cabe mencionar que existe el famoso pay gap y las
mujeres tienden globalmente a ganar menos—, sin embargo,
se sigue criticando a los hombres que no pagan la cuenta por
ser “poco caballerosos”. Más que apostar a que ella o él asuman
el pago completo, podemos pensar formas más prácticas como
dividir un total entre lo que cada quien consumió, se turnen los
pagos, o que quien más dinero tenga en ese momento pague
una mayor parte de la cuenta.

Ejemplo: Cuando tenía novio y yo pagaba la cuenta, siem­


pre le daban el cambio a él. Aun siendo yo quien sacaba el di­
nero del bolsillo delante del tendero (cuando eran hombres) y
cuando me atendían mujeres sí me daban el cambio a mí.

LA NORMA HETEROSEXUAL
EL ASUMIR QUE TODAS LAS PERSONAS que nos rodean
son heterosexuales: se suele dar por sentado que la heterose-
xualidad es “lo normal” porque es “lo más visible”. Esto tiene
una explicación. Nuestra cultura ha impuesto la heterosexua-
lidad con el discurso de “lo natural”, lo que es absurdo cuando
se ha estudiado que las relaciones entre parejas del mismo sexo
han existido en muchas civilizaciones a lo largo de la historia y
que también distintas especies animales tienen relaciones ho­
mosexuales.
Históricamente las formas de vivir la sexualidad que se sa­
lían de esta imposición fueron perseguidas, silenciadas, pato-

115
logizadas. En la escuela se nos educa en la heterosexualidad, y
cuando se hacen intentos por abrir estos contenidos, las reac­
ciones de rechazo no se hacen esperar. Esto lleva a invisibilizar
la diversidad de formas de vivir la sexualidad (homosexuali­
dad, bisexualidad, identidades trans), ya sea que no la veamos
porque no registramos que hay otras posibilidades más allá de
la heteronorma, en una ceguera cultural, o simplemente por
intolerancia.

Ejemplo: Al ser incapaces de reconocer relaciones no he­


terosexuales. Como cuando un chico o una chica en una rela­
ción homosexual presentan a su pareja y las demás personas
en el grupo la reconocen como su “amigo” o “amiga” y no como
su pareja.

NO HAN CONOCIDO A UN
HOMBRE DE VERDAD
EN UNA CULTURA ANDROCÉNTRICA como la nuestra,
en donde se propone como única sexualidad posible las rela­
ciones heterosexuales, el que una mujer elija estar con otra
mujer es una subversión. Más aún, en nuestra sociedad todo
pareciera girar en torno al falo, como símbolo de poder y cen­
tro de la sexualidad. Entonces, desde esta lógica heterosexista
y misógina, si una mujer es lesbiana, tiene que ser porque no ha
conocido a un “hombre de verdad”, ya que, de haberlo hecho,
“lo preferiría sin duda”. Esto es muy violento porque conlleva
negar la sexualidad de alguien más y perpetuar la discrimina­
ción hacia las lesbianas y hacia las orientaciones sexuales disi­
dentes en general.

116
AMOR ROMÁNTICO
CON ESTE TÉRMINO NOS REFERIMOS al modelo cultu­
ral a través del cual entendemos el amor en las sociedades occi­
dentales durante los últimos siglos, una pieza clave en la forma
en que se organizan las relaciones entre hombres y mujeres y
una herramienta de control infalible. A través de la legislación,
de la religión, de las películas, la televisión, las novelas, se nos
enseña que el amor de pareja es el más importante de todos los
otros vínculos afectivos que podamos tener (maternidad, amis­
tad, vecindad, o cualquier otro). Se nos enseña que, sin pareja,
estamos solos o solas. A las mujeres en especial se nos inculca
desde niñas que el amor es nuestra máxima aspiración, lo me­
jor que nos puede pasar. Pero volvemos, no cualquier tipo de
amor: se trata de un amor heterosexual (¿quién ha oído hablar
de la princesa azul?), monogámico y para toda la vida, que se
expresa a través del matrimonio, como si este fuera la culmina­
ción de la relación amorosa: “Y vivieron felices para siempre...”
Ese es el sueño. De ahí se desprende una serie de mitos: que
si “el amor lo puede todo”, que si “el amor es sacrificio”, que ha
servido para reforzar las desigualdades entre hombres y muje­
res y excluir a quienes no pueden o no quieren entrar en este
modelo.

117
LA MEDIA NARANJA
ELLA ENTRO AL LUGAR, y como si una fuerza magnética
lo impulsara, él volteó hacia la puerta; sus miradas se cruzaron,
casi instintivamente, y entonces supieron que eran el uno para
el otro: se besaron y, desde aquel momento, vivieron felices
para siempre...
Las películas que vemos, las canciones que escuchamos,
las novelas que leemos nos transmiten la idea de que lo mejor
que nos puede pasar es encontrar a nuestra “media naranj a”, es
decir, esa persona que nos ha sido predestinada para comple­
mentarnos y hacernos felices, de manera que pareciera ser la
única o la mejor opción posible. Este pensamiento mágico so­
bre el amor, por maravilloso que nos lo presente Hollywood, es
muy problemático en la vida real: primero, implica que somos
personas incompletas (medias naranjas o limones o la fruta
que prefieran) y que para ser felices dependemos de alguien
más, “alguien” que está “allá afuera”, esperando por encon­
trarnos. Cuando los astros se alineany damos conestapersona,
se convertirá en nuestra pareja, en ese ser especial con quien
seremos compatibles y llenará nuestras expectativas en to­
dos los aspectos: nos hará reír, nos estimulará intelectual
y sexualmente, nos gustarán las mismas cosas, nos cuidará,
escuchará nuestros secretos, hará amistad con nuestra fami­
lia, resolverá nuestros problemas... Demasiada presión, ¿no
creen?
La idea de la complementariedad, de pensar a la persona
amada como una extensión nuestra, conduce a vivir en función
de sus deseos y necesidades y a esperar que viva en función de
los nuestros.
Por otra parte, se piensa que sólo existe un “amor verdade­
ro” (los otros son de mentiritas) esperándonos en algún lugar,

119
y que el encuentro con esa persona es una ecuación irrepetible
que puede darse una única vez en nuestra vida, que nos lleva­
rá a ser felices para siempre. Por supuesto, lo que vivimos con
cada persona que conocemos es muy especial e imposible de
comparar con las experiencias de alguien más, pero no es la
única forma de experimentar el amor, afortunadamente. Esta
creencia puede conducir a sentimientos de frustración, ansie­
dad y soledad por no hallar a esa “otra mitad” que, como tal,
sólo existe en nuestros sueños. Y una vez que se encuentra a
ese alguien, lleva a muchas personas a realizar todo tipo de sa­
crificios por miedo a no volver a amar y ser amadas. Lo cierto
es que no somos medias personas. Somos personas acabadas,
completas y autónomas que no necesitamos más que tenernos
a nosotras mismas para ser felices.

CULTO A LA VIRGINIDAD
LA VIRGINIDAD , más que una condición anatómica, se trata
de una construcción cultural que ha idealizado la castidad de
las mujeres como medio para controlar su sexualidad y que los
hombres tengan certeza de la paternidad. Esto tiene que ver
con razones económicas, principalmente: asegurar que el pa­
trimonio de la familia quede en manos de su descendencia, sin
embargo, los argumentos para imponerla durante siglos apelan
a la religión y a la moral. Esta forma de control sobre los cuer­
pos femeninos es muy antigua: podemos rastrearla a la antigua
Grecia, donde la casta y poderosa diosa Atenea era símbolo de
virtud y fuerza, pero en realidad es con el cristianismo que la
virginidad toma un lugar más relevante en la vida de las perso­
nas. El modelo es la virgen María, quien simbolizaba el sacrifi­
cio y el amor de madre sin nunca haber perdido su “pureza” en

120
DIRAN lo
QUE QUIERAN,
PERO SOY LINA
FRUTA MUY
COMPLETA Y
MUY SANA...
la relación sexual, considerada como un “mal necesario” por la
iglesia y como “pecaminosa” si ocurría fuera del matrimonio
con fines que no fueran la procreación.
La virginidad se asocia con “el honor” no sólo de una mujer,
sino de su familia entera: una especie de sello de garantía de
que, como si se tratara de un producto comercial, no ha sido
“usada”, no tiene experiencias ni historia antes de quien se
convertirá en su marido. Es el “deber” de las mujeres cuidar
de ese honor materializado en esa membrana que parcialmen­
te cubre la cavidad vaginal, llamada himen (la cual, por cierto,
puede romperse con facilidad por muchos motivos distintos a
una penetración, como al practicar ciertos deportes o simple­
mente se va rompiendo con la edad).
Aunque hablar de virginidad a muchas les puede parecer
cosa del siglo pasado, continúa siendo un mandato social con
mucho peso. A muchos hombres el ser “el primero” para una
mujer es fuente de poder y seguridad.

Ejemplo: Durante la última década se ha popularizado un


procedimiento quirúrgico denominado aimenoplastia, que
consiste en la restauración o reconstrucción del himen. Se
someten a esta operación sobre todo mujeres de clase media
y alta, debido a sus altos costos. Pero ¿porqué invertir en una
operación así?
Algunas sienten culpa o vergüenza provocadas por su en­
torno, el cual les hace sentir que no tienen derecho a decidir
sobre su cuerpo y disfrutar de su sexualidad; otras han cedi­
do a la mercadotecnia que ofrece este tipo de intervenciones,
como el “rejuvenecimiento vaginal”, que ncluye eliminación
de manchas y arrugas; otras más lo hacen para cumplir las fan­
tasías sexuales de sus parejas... Muchas mujeres que provienen
de entornos muy conservadores se someten a este tipo de ope­
raciones para evitar “la deshonra” que supone perder la virgi­
nidad en su cultura (aun si son víctimas de violación) y poder
acceder a un matrimonio o evitar agresiones por deshonor.

122
HOMBRES CON INICIATIVA
Y MUJERES QUE ESPERAN
EN LA ERA DEL TINDER y las citas en línea parece increí­
ble que persistan los estereotipos y prejuicios sobre quién debe
tomar la iniciativa para salir, en las parejas heterosexuales. El
otro día conversaba con un grupo de estudiantes universitarias
que se quejaban amargamente de que debían esperar a que las
invitaran a salir porque, de otra forma, ellos pensarían que es­
taban desesperadas o que eran “fáciles”. El ritual del cortejo
tradicionalmente ha impuesto roles de género para relacionar­
nos: el pretendiente toma la iniciativa porque “al ser hombre”
se entiende que siempre desea irrefrenablemente tener un
encuentro sexual. Para lograrlo debe mostrarse galante y sim­
pático con la pretendida, quien, aunque le guste el pretendiente,
no cederá a la primera insinuación para asegurar su interés;
se entiende que ella no tiene prisa porque nunca siente ningún
deseo sexual.
Estas conductas de apareamiento, que recuerdan a los pa-
vorreales esponjados que tratan de impresionar a las pavas, es­
tán absolutamente superadas, o por lo menos eso creía, pero
aún hay ámbitos en donde las mujeres son juzgadas por trans­
gredir y cambiar el orden del libreto. No se trata de cazadoras
y cazados o de conquistadores y conquistadas, sino de que to­
das y todos tengamos la posibilidad de expresarnos conforme a
nuestros deseos sin que nos juzguen por ello.

Ejemplo: En los cuentos infantiles a las princesas las des­


criben como personajes pasivos que esperan a que el príncipe
llegue, las mire, las enamore, vaya a la aventura, vuelva por
ellas, las rescate... siempre esperan, pero ¿qué pasaría si fueran
ellos los que tuvieran que esperar?

123
MATRIMONIO. ¿EL DÍA MÁS
FELIZ DE TU VIDA O EL DÍA
QUE SU VIDA LLEGA A SU FIN?
LLEGA UN MOMENTO (depende en dónde vivas a la edad
que empieza el acoso) en el que, si estamos sin pareja, pasándo­
la bien, comienzan a colarse preguntas como: “¿Y para cuándo
el novio o la novia?” o “¿Qué no piensas sentar cabeza?” cada
vez que estamos con amistades y familia. Esto no termina ahí:
si llegamos a emparejarnos, ya sea porque cedimos a las pre­
siones o porque nos cruzamos con alguien que nos alegró el
corazón, inevitablemente comenzamos a escuchar cierto tipo
de comentarios con mayor frecuencia: “¿Para cuándo la boda?”
Sin embargo, la forma en que se percibe el matrimonio, su rele­
vancia e impacto en nuestra vida, se plantea de manera diferen­
te si somos hombres o mujeres. A las mujeres, generalmente,
se les inculca el mensaje de que el matrimonio es lo mejor que
les puede suceder: encontrar a ese hombre bueno que las hará
felices y las protegerá, mientras que entre los hombres el ma­
trimonio es algo como “un mal necesario”, pues deberán sacri­
ficar su libertad, esa sexualidad desbocada que se supone que
deben tener por ser “hombres” y consagrarse a una sola mujer,
a quien deberán mantener a cambio de camisas planchadas y la
cena preparada al llegar a casa. Hay infinidad de chistes y bro­
mas al respecto, las revistas están plagadas de consejos de ese
“día mágico”: para ellas, cómo conseguirlo y hacer que sea per­
fecto, y para ellos, cómo evitarlo o, de lo contrario, cómo conti­
nuar con su vida de soltero, a pesar del inconveniente.

Ejemplo: En las despedidas de soltero son comunes los


chistes como “game over” o emular un funeral, porque el ca­
sarse es “la muerte” de él.

124
HACERSE LA DIFICIL
SE ASUME QUE LAS MUJERES estamos siempre dispo­
nibles emocional y sexualmente y que no habrá para ella nada
más importante que su pareja romántica: un hombre por quien
estará dispuesta a hacer cualquier cosa, ya sea por agradarle,
por tenerlo a su lado o por darle gusto. Con esa lógica, las re­
vistas y websites de citas aconsejan a las mujeres a no estarlo,
porque eso las puede hacer parecer “fáciles”. Lo aconsejable,
según estas publicaciones, es “hacerse las difíciles”, asumiendo
que hay que fingir que tenemos mejores cosas que hacer, como
si fuera impensable que en realidad el centro de nuestra vida
no es un hombre. La idea de hacerse la difícil no sólo niega que
nuestros intereses y el cuidado de nosotras mismas sean más
importantes para nosotras que cualquier otra persona, sino
también niega la posibilidad de que el hombre en cuestión no
nos interese: “Si no llamó, si dijo que no, no es porque no quie­
ra... se está haciendo la difícil”.
La insistencia, la presión y el chantaje para que una mujer
diga que sí, asumiendo que en el fondo quiere decir que sí, es un
acto violento y da pie a agresiones más graves, como el acoso o
hasta el abuso sexual. Si después de varios “no” llega un “sí”,
hay que preguntarse ¿qué nivel de coerción ha existido? No hay
que romperse la cabeza para tratar de interpretar un “no”, sim­
plemente hay que quedarse con el “no”.
Las mujeres no son fáciles o difíciles: pueden estar intere­
sadas en un hombre o no. Y si no lo está y dice que no, su deci­
sión debe ser escuchada y respetada.

Ejemplo: Frases como: “Yo sé que tú quieres... ¿por qué


eres tan mala conmigo?” culpan a la mujer por ser cruel al no
querer comenzar una relación con alguien. Se ejerce presión
en contra de ella por “mala”.

125
PRUEBAS DE AMOR
DE ACUERDO CON EL MITO del “amor romántico” que nos
han inculcado, somos capaces de todo “en nombre del amor”.
En efecto, todas las personas queremos ser aceptadas y amadas
pero, a veces, hay quienes utilizan ese sentimiento para exigir
cosas. El ejemplo clásico de la “prueba de amor” es cuando un
hombre presiona a una mujer para tener relaciones sexuales:
“¿Y cuándo vas a darme la prueba de amor?” Existen otros
ejemplos, como ejercer presión para tener relaciones sexua­
les sin preservativo: “Si me quieres lo hacemos sin condón” o
“¿No me tienes confianza?” Estas situaciones, como negarse
a usar preservativo o (aun más grave) quitárselo sin avisar, liga­
das nuevamente al amor romántico, conllevan la negación del
autocuidado en las prácticas sexuales y deja la responsabilidad
de la anticoncepción en manos de las mujeres (como lo mencio­
namos en el apartado 17). No hay nada que probar, las relaciones
sexuales deben de ser cuando y como ambos gusten y las pre­
siones y chantajes son actos violentos.

PLACER
ES COMÚN QUE LAS MUJERES se sientan obligadas a
“cumplir” con su pareja, incluso cuando ellas mismas no lo de­
sean del todo. Esto obedece a que, por un lado, aprendemos a
vivir nuestra sexualidad sin centrarnos en el placer femenino.
Por otro lado, se ha creído que las mujeres no tienen tanto de­
seo sexual como un hombre y, por ello, ellas deben satisfacer

126
“las necesidades” de él. El goce y el placer son atributos acep­
tados y considerados positivos en los hombres, pero en las
mujeres pueden juzgarse como negativos. Simbólicamente la
sexualidad masculina se asocia con el poder, el lenguaje o los
estereotipos sobre el placer que presenta la pornografía domi­
nante que, desde un sesgo machista y racista, es una muestra
de ellos. El encuentro sexual se centra en la penetración de él y
en el placer de él.

Ejemplo: Se concibe el orgasmo masculino como el fin de


un encuentro sexual entre un hombre y una mujer, y el orgas­
mo de ella pasa a un segundo plano de importancia (véase Bre­
cha del orgasmo en el glosario).

DOBLE ESTÁNDAR:
EL CAMPEÓN Y LA PROMISCUA
EN NUESTRA SOCIEDAD .unhombreexitososuelerepresen-
tarse con muchas mujeres a su alrededor, con una vida sexual
muy activa y con varias parejas sexuales. El cine y la televisión
están plagados de estos personajes, por ejemplo, el famoso
James Bond, quien siempre está rodeado de mujeres hermo­
sas e intercambiables con las que mantiene relaciones que
no significan nada para él; en los deportes hay futbolistas
que publican fotos en ropa interior sin ser criticados ni humi­
llados por hacerlo. Al contrario, los demás hombres a su alre­
dedor lo miran con admiración o con envidia y las mujeres con
aprobación.
Se espera que el hombre “se divierta”, es decir, que experi­
mente con distintas parejas sexuales y “adquiera experiencia”

127
antes de establecerse con una mujer. De tal manera, un hom­
bre puede ser abierto con respecto al número de parejas que ha
tenido y hasta sentirse orgulloso. Pero cuando se trata de una
mujer, la historia es muy distinta: una mujer que disfruta del
sexo, que viste de manera desinhibida y fuera de los códigos
aceptados, que lleva una vida sexual activa o tiene varias pare­
jas sexuales se enfrenta invariablemente a juicios y penaliza-
ciones en los círculos sociales que frecuenta: que si “es una gol­
fa”, que si “anda de puta”, lo que contrasta con los calificativos
de “don Juan” o “playboy” que reciben los hombres.
En realidad, casi cualquier cosa puede llevar a una mujer
a ser tildada de prostituta (o slut shaming, como se le llama a
este acto en inglés) y pocas se salvan de haber sido blanco
de este tipo de descalificaciones. Publicar selfies en traje de
baño en redes sociales, expresar opiniones políticas, haber
sufrido acoso o sido víctima de una violación, vivir fuera del
modelo tradicional de la familia heterosexual, defender dere­
chos, pueden ser consideradas “afrentas” sociales.
Las redes se han convertido en una plataforma favorable
para esta práctica. La posibilidad de hacer comentarios de ma­
nera anónima ha llevado a muchas personas a excesos que difí­
cilmente ocurrirían cara a cara.

EL AMOR NO TIENE EDAD


DICEN QUE NO HAY EDAD en las cosas del amor, pero
esto no aplica de igual manera en todos los casos. En la gene­
ración de nuestros abuelos era de lo más común que el marido
le llevara más de 10 años a la esposa. Actualmente, la diferen­
cia de edades entre los miembros de una pareja ha disminuido,
probablemente debido a los cambios de roles de género. Sin

128
embargo, los prejuicios diferenciados persisten. A nadie sor­
prende cruzarse con un hombre mayor acompañado por una
mujer más joven, pero cuando se trata de una mujer mayor
con un hombre más joven las reacciones no se hacen esperar.
A la mujer se le ridiculiza, se le dice que “podría ser su hijo”, se
cuestiona la naturaleza de esa relación, como si fuera imposi­
ble que un hombre quiera estar con una mujer mayor que él,
¿no debería ella retirarse de la vida social y envejecer en donde
nadie la vea? Estos prejuicios están relacionados con el culto a
la juventud y la belleza que promueven el mercado y la indus­
tria del espectáculo, en donde la exigencia sobre el cuerpo de
las mujeres es implacable, mientras que con los hombres no
parece una cuestión importante.

Ejemplo: Las burlas de las que han sido objeto el presiden­


te francés Emmanuel Macron y su espesa, Brigitte Trogneux,
25 años mayor que él, son una muestra muy ilustrativa. Las
críticas dirigidas a la diferencia de edac entre ellos han llega­
do a implicar que el presidente es homosexual y se anula con
ello la posibilidad de que pueda amar a su esposa por su edad.
Mientras tanto, entre el presidente de Estados Unidos, Donald
Trump, y su esposa, Melania, existe la misma diferencia de
edad, pero esto no parece importar a nadie.

LA ROBA NOVIOS
CUANDO UN HOMBRE ENGAÑA a su pareja de inmedia­
to se atribuyen culpas a la mujer con quien la engaña, en lugar
de al hombre: se utilizan adjetivos cono provocadora, busco­
na, roba hombres, como si la responsabilidad fuera de ella. Ella
buscó, provocó y el hombre en cuestiónsimplemente no pudo

129
hacer nada al respecto. Al imaginar una mujer que “roba hom­
bres”, pareciera que ella irrumpe en una casa durante la noche
mientras todos duermen, para extraer al hombre en cuestión,
como si se tratara de un objeto inanimado, sin voluntad propia.
A ella en cambio se le atribuyen poderes sobrenaturales, como
si fuera una hechicera que extirpa los cerebros de los indefen­
sos hombres (sí, esos que dominan al mundo, con su fuerza y su
raciocinio superiores), quitándoles la capacidad de tomar de­
cisiones y de hacerse responsables de sus acuerdos. Esta idea
contribuye a sembrar la desconfianza entre mujeres y generar
una atmósfera de competencia, en donde habría que luchar por
el varón deseado para que no te lo roben.

SOLTERONA, SE QUEDÓ
A VESTIR SANTOS
ANTE LA VISIÓN DEL AMOR como una falta, como la bús­
queda de un ser específico que es mi complemento, la figura de
una mujer que no vive en pareja, ya sea porque decide vivir
de una manera distinta ala prescrita socialmente o simplemente
porque así se dan las cosas, resulta chocante y desafiante:
hay que temerle a aquella que no necesita de un hombre para
estar bien. ¿Quién va a controlarla? Desde los mitos griegos
hasta las películas de Hollywood, las mujeres solteras son
representadas como personajes amenazantes, que deben que­
dar bajo el dominio masculino para que reine la paz.
Las mujeres que están en pareja también se sienten intimi­
dadas ante la idea de que las solteras estarán dispuestas a todo
por “conseguir un hombre”.

130
Una de las acciones para neutralizar esta amenaza es la di­
fundida actitud condescendiente o de lástima frente a aquella
que no logró cumplir con el ideal. La soltería se convierte en un
monstruo del que hay que huir a toda costa porque se lee como
soledad, como si no hubiera otras formas posibles de relacio­
narnos, capaces de llenarnos de amor y satisfacción.
Detrás del sentimiento de conmiseración por la “pobre tía
que nunca se casó”, está la creencia de que no hay mayor feli­
cidad o plenitud posible fuera del modelo de la pareja hetero­
sexual, lo que descarta otros caminos para la realización per­
sonal, así como niegan todas las alternativas de vivir el amor.

Ejemplo: La expresión “quedarse a vestir santos” se re­


monta a los tiempos en que las mujeres que no se casaban
y que, por tanto, no tenían la tarea de cuidar y atender a una fa­
milia, se retiraban a un convento y se consagraban a la religión.

EL AMOR DUELE
SUELE DECIRSE QUE “DEL ODIO al amor sólo hay un
paso”. Se supone que ambos sentimientos son tan intensos y
apasionados que pueden mutar. Por ejemplo, cuando existe
atracción entre un hombre y una mujer, la tensión se traduce
en cierta agresividad y conflicto... Estas ideas nos vienen desde
la infancia. Recuerdo que había un niño que me molestaba todo
el tiempo y cuando lo acusaba con la maestra ella decía: “Es que
le gustas”... ¡Linda forma de demostrarlo! Al parecer, frente a
eso, no había nada que hacer, había que demostrar empatia con
el niño y dejarlo hacer, en lugar de enseñarle a expresar sus
emociones de una forma no agresiva. Estos episodios se trans­
forman con el tiempo, no siempre de la mejor manera, y cuan­

131
do crecemos pueden convertirse en escenas de celos y drama,
en gritos y llanto... en violencia. La idea de que cuando alguien
te hace daño es porque te quiere mucho y quiere demostrarte
que le importas es muy problemática y tiene dos posibilidades:
1) que no te quiere, y 2) que te quiere, pero no sabe cómo expre­
sarlo. El amor no tiene que ser doloroso para ser verdadero, no
es necesario sacrificarnos, ni sufrir ni morir de amor; tomemos
a Romeo y Julieta, no les resultó muy bien eso del sacrificio y el
drama... Por más que haya pasión, la violencia nos hiere y ter­
mina por lastimarnos.

Ejemplo: Es muy común el estereotipo del chico malo en


películas y series. Es el personaje del hombre rebelde que es
muy atractivo, aunque sus tratos sean violentos porque “en el
fondo es noble”, de modo que la mujer merecedora de su aten­
ción debe tener la paciencia suficiente como para encargarse
de sus cuidados afectivos, sin que él se interese en el bienestar
emocional de ella.

CABALLERO PROTECTOR
NOS REFERIMOS A LOS HOMBRES que, con el pretexto de
proteger y estar preocupados por su pareja, buscan controlar
sus amistades, sus horarios, sus actividades, sus espacios y su
intimidad, incluso su cuerpo, con frases como: “Es por tu bien”.
La idea de que las mujeres son seres débiles que necesitan
la protección de un hombre, completamente falsa, ha sido uti­
lizada para ejercer control sobre ellas. Ojo: esto no quiere de­
cir que un hombre no pueda mostrarse amable y considerado
con una mujer. La cortesía y la generosidad son rasgos que se
aprecian mucho, de parte de cualquier persona hacia cualquier
otra, más allá del género.

132
Todos los seres humanos necesitamos de otros seres hu­
manos y es maravilloso contar con el apoyo de personas que
nos quieran y se muestren solidarias. El problema es cuando
esa “protección” se convierte en una limitante, que nos impide
tomar nuestras propias decisiones.

Ejemplo: En varias sociedades, dependiendo de la época,


se ha prohibido que las mujeres hereden, administren bienes
materiales o incluso salgan del país sin permiso de su padre o
de su esposo. Puede parecer un ejemplo lejano, pero no lo es
si consideramos que durante el franquismo las mujeres que
quisieran abrir una cuenta bancaria o salir del país necesitaban
el permiso de un hombre. También se evidencia en el sufragio
femenino. Pongamos el caso de un país tan próspero y con al­
tos niveles educativos como Suiza, donde las mujeres apenas
alcanzaron el voto en 1971.

POSESIÓN (QUÉ BELLOS SON


TUS CELOS DE HOMBRE)
LA IDEA DE QUE MI PAREJA es de “mi propiedad”. De­
cir “soy tuya” o “eres mío”, por más romántico que suene en
las canciones, resulta amenazante. Los celos se han visto como
un gesto de amor, de que “le importas a tu pareja”, quien “te
quiere tanto que está celoso por ti”. Nada más falso. El creer
que se puede “poseer” a una persona es sumamente peligroso
porque da pie a que paulatinamente lleguen nuevas expresio­
nes de violencia, como revisar las comunicaciones, prohibir ir
a un lugar, insultos, peleas o violencia física. Cuando se piensa
en una persona como una pertenencia (como explicamos en

133
el apartado de cosificación) se le arrebata su condición de ser
humano y se dispone de ella como se haría con una propiedad.
En lugar de plantear relaciones basadas en la confianza y
el respeto mutuo, plantear una relación desde la vigilancia y el
control conlleva a violencias muy graves, como quienes per­
siguen a su expareja cuando termina la relación, la amenazan
con daño físico o, llevado al extremo, con feminicidio. Decla­
raciones como: “Si no es mía no es de nadie” son una muestra.
Al revisar las cifras sobre los feminicidios, frases como la
anterior toman un significado muy crudo. De acuerdo al “Es­
tudio global de homicidios” de las Naciones Unidas, en 2017, a
nivel global 87 000 mujeres fueron asesinadas y más de la mi­
tad de ellas (58%) por sus parejas o miembros de su familia, y
más de una tercera parte de estos feminicidios (30 000) fue a
manos de sus parejas.
Este estudio muestra que la violencia —en todos casos con­
denable— opera de forma distinta de acuerdo con el género. La
forma en la que las mujeres son asesinadas es distinta a la de los
hombres: mientras que la mayoría de ellos muere a manos de
extraños, el asesinato de mujeres alrededor del mundo tiende
a ser a manos de personas que ellas conocían.
* 2

Ejemplo: Las canciones de amor son una prueba de este


tipo de machismo. Las hay en todos los ritmos, desde las ran­
cheras (el alarde de dominación: “Te vas porque yo quiero que
te vayas...”) al rock (¡qué me dicen de la perturbadora actitud
de acoso en “Every breath you take”!), y lo mismo sucede con la
salsa, la cumbia, la bachata, la banda norteña y el reguetón. Las
hay para todos los gustos: letras que hablan de mujeres infie­
les que merecen ser castigadas o desechadas, como se hace con
una cosa. Cambian los tiempos, cambian los ritmos y el tono
del discurso, pero la violencia persiste.

42 Angela Me, Andrada-Maria Filip y Marieke Liem. "Global Study on Homicide. Gender-related
killing of women and girls", Viena, Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 2018.
https://www.unodc.org/documents/data-and-analysis/GSH2018/GSH18_Gender-related_ki-
Uing_of_women_and_girts.pdf.

134
MANIPULACION
(GASLIGHTING)
ESTE TÉRMINO, UTILIZADO en la psicología, se refiere a
un tipo de violencia emocional muy sutil, a través de la cual se
manipula a una persona para que dude de su percepción, de su
memoria o de su propio juicio. El término fue tomado de una
película clásica de Hollywood titulada Gaslight (1944), en don­
de un hombre hace creer a su esposa que está loca para robarle
su fortuna. Por ejemplo, una de sus acciones es atenuar las lu­
ces de gas y hacerle creer a ella que brillan con la misma inten­
sidad. Sin llegar al extremo que se presenta en la película, este
tipo de manipulación ocurre de manera recurrente en la vida
cotidiana. Se trata de situaciones en las que una persona trata
de convencer a otra de que lo que experimenta no es verdad. Es
una manera de controlar a las mujeres y les genera de manera
sutil una sensación de ansiedad e inseguridad que mina su au­
toestima y les traslada la culpa de cualquier cosa que pueda ha­
berlas herido o molestado. La cuestión es que cuando esto ocu­
rre de manera recurrente, terminan por dudar de sí mismas y
pierden la claridad y la confianza en sus propias percepciones:
¿seré yo la que exagera?, ¿es mi imaginación?

135
ESTAS LOCA, VISTE MAL
TE QUIERO SÓLO A TI,
ESTÁS EXAGERANDO,
LO QUE PASA ES QUE
TE INVENTAS
COSAS, MI A
EDUCAR A LAS MUJERES PARA
QUE SE DEN A RESPETAR
Y SE CUIDEN EN LUGAR
DE EDUCAR A LOS HOMBRES
A NO VIOLENTARLAS
Desde los consejos hasta la infinidad de entradas en la red que
explican “cómo darse a respetar”, existe la idea de que las mu­
jeres son las únicas responsables de su integridad y que si algo
malo les pasa es culpa de ellas y no de quien las agrede, pues se
les deposita a ellas la responsabilidad de los actos de los agre­
sores.
Es una realidad que las mujeres somois potenciales víctimas
de violencia machista en distintos niveles (desde acosos hasta
violaciones o feminicidios), sin embargo, “la solución” más re­
currente frente a esta amenaza no es más que un paliativo. Se
nos enseña a cuidarnos de la violencia y no se atiende el pro­
blema principal: el agresor. Una actitud icomún es culpar a las
víctimas de violencia por no “haberse diado a respetar”, como
si fuera su deber “ganarse” el respeto de Jos demás en lugar de,
simplemente, ser respetadas como perso'nas que son. Este tipo
de mentalidad revictimizante es muy coimún y repercute en el
terreno de lo público: se le “quita” responsabilidad al perpetra­
dor y se transfiere a la víctima, lo que per mite que exista la cul­
tura de la violación.43

Ejemplo: Una frase muy común que escuchaba de mi abue­


la y de mis tías cuando era pequeña era: “ El hombre llega hasta
donde la mujer lo permite”. Cuando creen me di cuenta de que

43 Para aclarar dudas sobre cultura de la violación véase el (glosario.

137
no, que hay hombres a quienes no les importa lo que decidamos
nosotras: algunos insistirán o manipularán para hacer lo que
ellos quieren sin verlo como algo incorrecto porque está suma­
mente normalizado, otros incluso usarán la fuerza.

CULPABILIZACIÓN
DE LA VÍCTIMA
Cuando una mujer es víctima de una agresión (ya sea acoso
callejero, tocamientos o crímenes graves), una de las primeras
reacciones es indagar qué es lo que hizo ella para “provocar” tal
ataque: qué traía puesto, si había bebido alcohol, si habló, miró
o hizo algo que de alguna forma la “colocara en riesgo”. Esto lo
que hace es culpar, aunque sea parcialmente, a la víctima y con
ello disminuye la responsabilidad del victimario. Además este
acto provoca sufrimiento añadido a la experiencia de violencia
que, de por sí, genera impacto físico o psicológico. Lo peor de
este tipo de machismo es que perpetúa violencias ya que quien
es víctima no denuncia por miedo al escarnio social.
Esto también es un ejemplo de cómo la violencia machista,
la violencia racista y la violencia económica se cruzan, ya que el
concepto “culpar a la víctima” se popularizó tras la publicación
del libro Blaming the Victim (1971) de William Ryan, en este el
autor habla de cómo las condiciones estructurales son las que
crean pobreza en Estados Unidos y que, por ello, culpar a las
clases empobrecidas de su situación es un absurdo. El autor
explica cómo es simplista culpar a la víctima para justificar las
condiciones de injusticia en lugar de afrontar la correlación
entre desigualdad social, racismo y pobreza. Posteriormente el
concepto de “culpar a la víctima” fue adoptado para hablar de
casos de violencia de género.

138
Vivir un acto de violencia es algo muy duro, es injusto y na­
die tiene derecho a ejercerla. Culpar a la víctima de acoso, de
violencia sexual o de feminicidio es algo terriblemente común
en distintos espacios de la sociedad.
La violencia tiene repercusiones en la vida de sus víctimas
y es usual culpar a quien la ha vivido, por absurdo que esto sue­
ne. Frases como “es que llevaba falda muy corta”, “andaba bo­
rracha”, “salía de noche” o “ella se lo buscó” son muy dañinas
porque normalizan la violencia y crean un ambiente de impu­
nidad que beneficia a quien agrede. Esta “doble victimización”
es el motivo por el cual muchas mujeres no denuncian acosos
o agresiones tan graves como una violación; tienen miedo a ser
humilladas, a que no les crean, a ser criticadas.
Este tipo de actitudes revictimizantes también se muestra
de forma muy evidente cuando se culpa a las mujeres a las que
les robaron fotografías privadas o cuyas exparejas difunden
sin consentimiento y que ellas compartieron como una prác­
tica consensuada (y es que vivir libremente nuestra sexualidad
es nuestro derecho). Para culpar a una mujer que vive su se­
xualidad se dicen frases como: “¿Para qué se toma fotos si no
quiere que las vean? El decir “es su culpa por dejarse tomar
una foto” lo único que hace es proteger a quienes cometen un
abuso y coartan la posibilidad de que la víctima ejerza su de­
recho a denunciar y exigir justicia. Este problema es tan grave
que ha cobrado la vida de mujeres que se suicidan tras el robo y
difusión de sus fotografías o videos.
Otro ejemplo de cómo este machismo cotidiano repercute
en lo público es un anuncio de radio de 2017 de la Comisión Na­
cional contra las Adicciones en México (Conadic, dependiente
de la Secretaría de Salud). En él, se oía una voz de una joven
mujer que sollozaba: “¿Por qué no traigo puestas mis medias?
¡Abusaron de mí, abusaron de mí!”. Acto seguido, una voz mas­
culina advertía a modo de lección: “El uso de inhalantes nunca
tiene un buen final. No empieces este camino”. Esto que pasó
en México es tan absurdo como querer prohibir las minifaldas

139
para evitar violaciones... ni salir de noche, ni usar drogas, ni
usar faldas cortas son causales de violación o feminicidio: los
causantes son quienes violan y quienes matan, nadie más.
Otro ejemplo de esta actitud dañina es cuando una mujer
comparte un testimonio de violación sexual; ella expresa algo
que la marcó, algo que es profundamente doloroso y frases
como: “¿Estás segura de que no le coqueteaste antes?” son algo
tan absurdo que es incluso ofensivo. Da igual la respuesta, da
igual si hubo “coqueteo”, simplemente nadie puede violar a na­
die, el sexo sin consentimiento se llama violación.

CONSIDERAR QUE
EL TRABAJO DOMÉSTICO
ES SÓLO RESPONSABILIDAD
DE LAS MUJERES
LA CASA COMPARTIDA es de quienes viven ahí, de ese
modo las tareas domésticas deben ser repartidas. Sin embargo,
los hombres son los que menos actividades de este tipo reali­
zan y las mujeres enfrentan la famosa doble jornada: las ma­
dres llegan del trabajo para encargarse de la comida o destinan
el fin de semana para la limpieza de la casa y, para poder sobre­
llevar la vida laboral con la familiar, el cuidado de los niños de­
pende muchas veces de otras mujeres: las abuelas. Un ejemplo
claro de cómo se conciben este tipo de tareas es la publicidad
de marcas de jabones y detergentes enfocadas a “las amas de
casa” y a las madres; nadie dice a los “amos de casa” ni anuncia
un suavizante de ropa que recuerda al “olor de papá”.

140
eCOMO
IBAS
VESTIDA?,
¿ESTAS SEGURA
PE QUE /VOLO

L .PROVOCASTE?’ ¿QUE (
HABÍAS
BEBIDO? f
F ¿NCT
TIENES ¿ESTÁS
TES JIGOS?
Á
SEGURA
DE LOQUE
DICES? j
A su vez, la mayor parte de quienes se dedican al trabajo
doméstico remunerado son mujeres, según la Organización In­
ternacional del Trabajo (oit). En América Latina hay más de 14
millones de mujeres que se dedican a trabajos de cuidado para
una familia y persiste un alto nivel de incumplimiento de las
normas laborales, como el hecho de que después de una larga
vida laboral las trabajadoras no tienen un fondo destinado para
el retiro, no pueden jubilarse y quedan desamparadas. El mal­
trato generalizado a las trabajadoras domésticas atraviesa dis­
tintos tipos de violencias, se correlacionan distintos niveles de
discriminación: machismo, clasismo y racismo. Al ser conside­
rados trabajos “menores” y feminizados que suceden dentro del
hogar no se les otorgan derechos laborales que sí tienen otros
trabajos que suceden fuera del espacio doméstico (como una fá­
brica o un taller), son mal pagados y los ejercen grupos sociales
racializados como mujeres inmigrantes, sobre todo en países
como Estados Unidos o las potencias europeas, o mujeres mi­
grantes originarias de pueblos indígenas o afrodescendientes.
Las trabajadoras domésticas enfrentan condiciones labo­
rales precarias como la falta de prestaciones y salarios muy
bajos que no les permiten vivir de forma independiente y que
se compensa con pagos en especie, como ropa usada, una ha­
bitación en la casa familiar, comida, que crean un ambiente de
mayor control y verticalidad sobre las empleadas. En México
es trascendente el trabajo del Sindicato Nacional de Trabaja­
dores y Trabajadoras del Hogar, formado en 2015. Con el lema
“Por un trabajo digno”, este sindicato es el primero de este tipo
en el país. Sin embargo, las demandas por condiciones dignas
de trabajo para las empleadas domésticas no son nada nuevas y
hay grupos de mujeres que lo han pedido, sin éxito, desde hace
casi 100 años: por ejemplo, en 1923 en el Primer Congreso Na­
cional Feminista en la Ciudad de México se trataron distintos
temas, como el sufragio femenino, demanda de guarderías y
protección a trabajadoras domésticas.
**

44Para un panorama general de esta situación recomendamos el prólogo escrito por Carlos
Monsiváis de Género, poder y política en el México posrevolucionario (fce, 2009).

142
Con el tiempo, algunos hombres hain comenzado a encar­
garse del trabajo en casa, pero sigue sin s^r igualitario y, cuando
sucede, es común un tono condescendiente con comentarios
como que nos “hacen un favor” o “nos echan la mano”... pero
nadie “ayuda” a su madre o a su esposa en las tareas del hogar.
Si tu pareja dice: “Yo te ayudo con los pía tos”, hay que aclararle
que no es “ayuda”, colaborar en la casa es> tarea compartida y es
un trabajo colectivo.
Un ejemplo ilustrativo es una inveístigación dirigida por
Frank Stafford, un economista de la Universidad de Michi­
*
gan, 5 en la que, al estudiar los datos de ftamilias estadouniden­
ses de matrimonios heterosexuales durfante 2005, resaltó un
patrón: el vivir con un hombre equivale ai siete horas de trabajo
extra para la mujer, mientras que para Icos hombres, una espo­
sa les aligera la carga de trabajo. Además;, la situación empeora
cuando tienen hijos. Una mujer casada c-on tres hijos para ese
entonces realizaría 28 horas de trabajo dloméstico a la semana,
comparado con 10 horas que realizaría ell esposo. Si considera­
mos que este estudio se realizó en EstadcPS Unidos hace más de
una década, ¿qué tanto se parecen las cossas en nuestros países
y nuestras casas ahora? En México las miujeres en 2009 desti­
naron en promedio 39 horas a la semana; al trabajo no remune­
rado de cuidados, mientras que los homtpres poco menos de 12
horas a la semana (con datos del inegi, 2Í009).
El hecho de que no exista igualdad eni el espacio doméstico
afecta la vida profesional de las mujeres ((lo que alimenta otros
machismos como “los clubes de toby”, “e-1 techo de cristal”, los
manxplicadores, etcétera).
Por otro lado, en las carreras profesionales muchas muje­
res enfrentan otro tipo de desigualdad: la falta de espacios y
prestaciones de las universidades (dondie nos formamos para
la vida laboral) o en los empleos para potfder llevar la materni­
dad o la paternidad. Por ejemplo, son poicas las universidades

45 Ann Arbor. “Exactly How Much Housework Does a Husbaand Create?", en Michigan News,
University oí Michigan, abril de 2008. https://news.umich.edu^/exactly-how-much-housework-
does a-hüsband-create/.

143
que tienen guarderías para quienes estudian o trabajan ahí, y a
su vez, existen seguros que dan prestaciones a madres pero no
para padres (como el caso del Instituto Mexicano del Seguro
*Social), 6 de modo que este tipo de discriminación, aparente­
mente contra los hombres, afecta también a las mujeres: en las
normas se relega el trabajo de cuidados a nosotras, reforzan­
do los estereotipos de género. Por otro lado, se preocupan por
la “inclusión” de las mujeres en la academia, pero nos culpan
si optamos por la maternidad y no “elegir” nuestra carrera,
mientras no se les exige lo mismo a los hombres que son pa­
dres. ¿Quién realiza el trabajo doméstico y de cuidados en la
casa de los señores exitosos profesionalmente?, ¿quién cuida a
sus bebés?, ¿quién les plancha la ropa?

Ejemplo: Hombres que se declaran “incompetentes para


realizar las labores domésticas” como argumento para deslin­
darse de la responsabilidad que implica compartir una casa,
lo que Luis Bonino llama “impericias selectivas”, como si las
mujeres tuvieran información de cómo limpiar un baño en sus
neuronas.

CARGA MENTAL
¿SE ACABO LA LECHE? ¿Había que pagar el gas? ¡Se volvió
a fundir el foco del baño! Generalmente corresponde a las mu­
jeres asegurarse de que todo funcione bien dentro del ambien­
te doméstico. Esto no implica solamente ejecutar las labores

46 Por ejemplo, el imss otorga el servicio de guardería a las mujeres trabajadoras, y a los
hombres sólo si son viudos o divorciados y tienen la custodia de sus hijos. Ante esta situación
hay casos de amparos legales, el primero fue el de Antonio Baca, quien al ser chofer tenía
seguridad social y su esposa no contaba con tal seguro al ser trabajadora doméstica, lo que
remite, una vez más, a la precarización de este tipo de trabajo.

144
que una casa y sus habitantes requieren (ir al mercado, lavar
los trastes, pagar un recibo), que muchas veces se comparten,
sino planear, organizar, tomar decisiones. ¿Pareciera cuestión
de magia lo bien que funciona todo en casa? Pues no lo es. Las
mujeres solemos asumir esta responsabilidad, aun cuando de­
bemos dividir nuestro tiempo con otras muchas ocupaciones,
trabajo, estudios, etc. No es que sea una obligación, simple­
mente nos resulta natural porque es lo que “se espera de noso­
tras”. A este trabajo como administradoras/coordinadoras del
hogar se le ha llamado “carga mental”, un término que se utili­
zó a principios de la década de los noventa para referirse al es­
fuerzo mental que experimentaban las personas que trabajan
en actividades de procesamiento de datos e informaciones, que
les generaban altos niveles de fatiga y estrés. Recientemente se
ha utilizado para denominar ese esfuerzo mental realizado por
las mujeres para organizar el adecuado transcurrir de la vida
cotidiana, una tarea muy demandante y que nunca termina:
implica estar constantemente pendiente de aquello que haga
falta, que necesite ser reparado, lavado, devuelto, pagado... Un
peso que se hace aún mayor para aquellas que son madres o es­
tán al cuidado de alguien y que resulta sumamente estresante.
El cómic de la artista feminista francesa Emma Clit,
* 7 titulado
“Me lo podrías haber pedido”, contribuyó a poner el tema sobre
la mesa: en él muestra la actitud pasiva que adoptan muchos
hombres en lo que se refiere a compartir las labores domésti­
cas: esperan que sean ellas quienes den indicaciones, decidan
lo que debe hacerse y coordinen las acciones.
Es muy importante que estos temas se discutan y se hagan
visibles para que la gestión de la casa deje de ser una tarea de
mujeres. No es suficiente con “ayudar” o repartir las tareas, es
necesario compartir responsabilidades e involucrarse en los
asuntos. Son escenas recurrentes y fáciles de identificar, como
cuando en una comida familiar hay una mujer agotada con
una lista inmensa de tareas, desde encargarse de la compra de47

47 Emma Clit, La carga mental, España, Lumen, Penguin Random House, 2018.

145
la comida hasta poner la mesa y lavar los trastes, no sin antes
atender personalmente a cada invitado, pero en el momento
adecuado el hombre va al asador y cocina el plato principal, y a
la hora de la comida los invitados celebran lo rico que estuvo lo
que él preparó, mientras ignoran todo el trabajo previo, duran­
te y posterior a la comida de ella. Las invitadas, sin embargo, sí
se paran a recoger los trastes sucios para “ayudarle” a ella.

SUPERMUJER
CUIDAR EL HOGAR Y DE LOS HIJOS y la familia era el re-
quisito para convertirse en la mujer perfecta de los cincuenta.
Ese modelo ya está superado, ahora que las mujeres nos hemos
integrado al campo laboral, las exigencias sociales sobre las
mujeres se han complejizado. Los medios de comunicación nos
dicen: “¡Ahora puedes tenerlo todo!”, aunque sería más correc­
to decir: “Ahora debes hacerlo todo”. Una mujer del siglo xxi
debe destacar en su profesión, cumplir sus metas, obtener ga­
nancias suficientes (para ser consumidoras de sus productos,
por supuesto). Pero el modelo de familia persiste. La idea de la
supermujer es una actualización de los modelos tradicionales
de madre y ama de casa y no su desaparición: a las expectati­
vas que existían se suman nuevas, diversificadas y adaptadas a
los nuevos patrones de consumo. Así que hay que ser también
una madre cariñosa y preocupada, esposa dedicada y, por su­
puesto, hacerse cargo del trabajo del hogar, que pocas veces
se distribuye entre los demás miembros de la familia. ¿Pare­
ce mucho? Las mujeres en las películas y en la publicidad no
parecen quejarse: ellas además tienen tiempo para regímenes
de ejercicios y tratamientos de belleza para verse impecables
(de acuerdo con el look de moda que el mercado propone, claro

146
LOQUE TENGO son
KILOS DE ROPA QUE LAVAR,
TRABAJOS QUE CORREGIR,
UNA CENA QUE PREPARAR
y DOLOR DE CABEZA.
está), muy sexys y dispuestas a estar con su pareja, una vez que
terminaron su interminable lista de quehaceres del día. Por su­
puesto, esto sólo sucedería si tienes superpoderes o eres una
de las esposas robots de la perturbadora película Las mujeres
perfectas-,“a NADIE puede cumplir con este modelo que disfraza
de libertad y éxito la sobreexplotación y vivir para contarlo.

MUJERES CUIDADORAS
HACE UNAS SEMANAS MI ABUELA se enfermó. Aunque
ella vive fuera de la ciudad, acompañada de sus cuatro hijos, mi
madre, su única hija mujer, tuvo que tomar un avión e ir a cui­
dar de mamá porque sus hermanos son demasiado bruscos y
torpes para hacerlo. Así es, tanto hombres como mujeres tene­
mos introyectados estos roles hasta la médula. La idea de que
las mujeres somos por naturaleza “amorosas y abnegadas” y
que de manera instintiva demostramos nuestro amor median­
te los cuidados ha sido la trampa que ha dejado a nuestro cargo
el cuidado de los hijos y de los enfermos. Esto deriva en que los
cuidados muchas veces no sean considerados como un trabajo,
sino como un acto de amor y una obligación moral por parte
de las mujeres, de modo que el no asumir esta responsabilidad
puede llevar a la culpa y la estigmatización. ¿Se habla de un mal
hijo cuando este no se hace cargo de sus padres ancianos? ¿Se
habla de un mal padre cuando este no falta al trabajo para que­
darse a cuidar de su hija con fiebre? ¿Se contrata a un cuida­
dor para encargarse de un enfermo?, ¿o a un niñero? Cuando
se trata de buscar ayuda para los cuidados, tanto remunerada
como no remunerada, se busca a una mujer de forma casi in­
consciente. Es muy interesante observar cómo la mayoría de

48 Adaptación de 2004 de la novela de Ira Levine The Stepford Wives (1972).

148
las mujeres, tanto las escolarizadas como las que generan in­
gresos o son reconocidas socialmente, acepta los cuidados
como “un destino”, como señala Marcela Lagarde, cada una ha­
ciéndose cargo desde su condición de supermujer empresaria,
obrera, trabajadora, indígena, ama de casa, etcétera.
Vivimos en un mundo en donde el capitalismo salvaje y
el Estado no ofrecen garantías a la ciudadanía que apoyen el
trabajo de cuidados a través de guarderías y asilos dignos, de
modo que el trabajo de cuidados, por un lado, está teniendo
mayor demanda en los países con mayor riqueza. Por otro lado,
en muchos países no es remunerado adecuadamente y expo­
ne a las mujeres a la precariedad y a la violencia económica o a
cumplir con una jornada de trabajo en sus hogares adicional
a la que llevan a cabo en un trabajo remunerado.

ASUMIR QUE TODAS


LAS MUJERES SON MADRES
EN POTENCIA
EL ASUMIR QUE LAS MUJERES son madres en potencia,
programadas “por naturaleza” para reproducirse (a menos
que tengan alguna enfermedad, lo que las convierte en excep­
ciones). Esta creencia tan arraigada justifica tanto la presión
social que, sin pudor alguno, cualquier persona se siente con
el derecho de preguntarle a una mujer, a veces incluso sin co­
nocerla, sobre sus decisiones y su cuerpo: “¿Para cuándo los
hijos?”, o se le hace notar que “ya se le está pasando el tren”.
Actualmente las mujeres desempeñan trabajos muy variados
y existe una infinidad de caminos y estilos de vida posibles, sin

149
embargo, la idea de que la vida de una mujer no está completa
hasta que no es madre persiste: se piensa que todas las mujeres
tenemos “un instinto maternal” y tarde o temprano saldrá a la
luz.
En efecto, muchas mujeres tienen la posibilidad biológica
de embarazarse, otras no la tienen, pero ninguno de los dos ca­
sos tiene por qué ser motivo de escrutinio público y las mujeres
no tienen por qué dar explicaciones con respecto a una deci­
sión tan personal como lo es tener o no tener hijos.

Ejemplo: Este tipo de machismo es muy común durante la


vida reproductiva de las mujeres (o posterior a esta, cuando se
habla de forma negativa de las que no tuvieron hijos) y sucede
en muchos ámbitos. Uno de los más visibles es en el caso del pe­
riodismo de espectáculos, en el que se busca a como dé lugar la
“exclusiva” del embarazo de una actriz o cantante famosa. Así
sucedió en 2016 con la actriz, directora y productora estadou­
nidense Jennifer Aniston, quien cansada del constante acoso
de la prensa escribió una columna sobre ello en HuffPost: “Para
que conste: no estoy embarazada. Lo que estoy es harta. Harta
de ese escrutinio y de ese afán por hacer sentir mal a alguien
por su cuerpo con el pretexto de estar haciendo periodismo”.
El caso de Aniston en el mundo de los espectáculos es sintomá­
tico de un modo de pensar que afecta a muchísimas mujeres,
famosas o no.

150
AMAMANTAR EN PUBLICO
NUESTRA ESPECIE PERTENECE a la familia de los ma­
míferos porque poseemos glándulas mamarias: así de simple,
formamos parte de los Mammalia. Aun así, hay quienes se
molestan e indignan si alguien alimenta a su bebé en espacios
públicos, un acto tan natural y tan importante para la sobrevi­
vencia. Para estas personas amamantar es un tabú, consideran
que es algo desagradable, que debería de hacerse en privado.
Esto se debe a que los senos son sumamente sexualizados en
nuestra sociedad y, pese a que los vemos en todas partes, ya sea
en comerciales de lencería o anuncios espectaculares que lo
mismo venden coches que lociones, hamburguesas o cervezas
donde aparece una modelo con un gran escote o en bikini, al
parecer en ese contexto no hay ningún problema. Es hipócri­
ta: los senos están bien si están para complacer a los hombres,
pero no si se trata de una madre que amamanta. En muchas
partes del mundo si una mujer decide hacer algo tan necesario
como alimentar a su bebé, se le juzga, se critican sus maneras,
pero en otras culturas esto es algo perfectamente aceptado, lo
mismo en Ghana con las madres de la cultura ashanti que una
madre makuna en el Amazonas. Podemos dejar de ver el cuer­
po desde el rechazo y los prejuicios y optar por respetar el de­
recho de quien amamanta a decidir cómo y dónde, pues al final
es un acto que sólo involucra a dos personas.

Ejemplo: ¿Tú comerías en el baño? Cuando aúna mujer le


piden que se retire al baño para amamantar a su bebé le están
pidiendo que haga algo incómodo para ella y además muy poco
higiénico.

151
LOS HIJOS SON
DE LAS MUJERES
SOCIALMENTE SE ASUME que la crianza de los hijos es res­
ponsabilidad de las madres, al tiempo que es aceptado que la
participación de los padres sea distante. El otro día, por ejem­
plo, un amigo declinaba mi invitación a tomar un café porque,
citando sus palabras, “su esposa lo había dejado de niñera”.
¿Se puede ser niñera de tus propios hijos? ¿Y por qué habló en
femenino? ¿Es que cuidar niños es exclusivamente una tarea
femenina? Está tan normalizado que sea así que los padres in­
teresados en involucrarse más en la crianza y generar vínculos
más profundos con sus hijos se enfrentan con numerosas limi­
tantes.

Ejemplo: Los espacios públicos se diseñan con esta lógica


machista. Por ejemplo, los cambiadores de pañales en los sitios
públicos siempre están en los sanitarios para mujeres. Se asu­
me que serán ellas las que realizarán esa tarea sin dejar margen
a otras posibilidades. ¿Qué pasa cuando un padre soltero lle­
va consigo a su bebé? O, más complicado aún, cuando un papá
debe llevar al baño a su hija pequeña, ¿qué hace?

152
EL SACRIFICIO
DE LA MATERNIDAD
LA IDEA DE QUE SER MADRE IMPLICA sacrificio está
profundamente relacionada con el pensamiento judeocristia-
no, sobre todo con el cristianismo y la glorificación de la mater­
nidad, del sacrificio, de la renuncia y la entrega total que exige
serlo. En nuestra cultura ser madre se considera la realización
de la mujer, “lo más hermoso” que puede pasarnos y así debe de
ser vivido. Cualquier aspecto que parezca negativo o poco ape­
tecible permanece en silencio, de este modo se vuelve tabú el
expresar las problemáticas de ser madre. Una buena madre es
aquella que no se queja, no recrimina, siempre es comprensiva,
que sufre en silencio los reveses, que lucha y pierde su indivi­
dualidad, como si renunciara a ser ella misma.
Hay un juicio social a una madre que no pone a sus hijos por
encima de todo y está dispuesta a cualquier sacrificio por ellos,
pero no al padre, que puede desentenderse de sus hijos por rea­
lizar sus propias actividades sin sanción social.

Ejemplo: El otro día leí un mensaje en las redes que decía


algo como esto: “Queridxs amigxs, me he dado cuenta de que
no puedo más, no puedo continuar con la crianza de mis hijos.
Me ha alejado de mis proyectos y de todo aquello que me hace
ser quien soy, al grado de que me cuesta trabajo reconocerme.
A partir de ahora les llamaré dos veces por semana para saber
cómo están y decirles que los extraño y los visitaré los fines de
semana, para llevarlos a pasear y compartir tiempo de calidad
con ellos”.
Los comentarios que recibió en respuesta iban casi todos
por el estilo: “Pero ¿cómo? ¡Los niños necesitan a su madre!,
¿es que te has vuelto loca?”

153
Si este mensaje hubiera estado en el muro de un hombre,
no habría suscitado ningún comentario, nos parece absoluta­
mente normal y, de hecho, describe la relación que millones de
padres mantienen con sus hijos. El problema es que estaba pu­
blicado en el muro de una mujer, la madre, de la que se espera
que el sacrificio venga de manera “natural”.

UNO MÁS
CUANDO LOS PADRES se deslindan de las responsabilida­
des y su participación es solamente en las actividades por las
que sienten algún interés o las más divertidas, por ejemplo, son
las mamas quienes deben encargarse de la supervisión de las
tareas escolares, de la cita con el dentista o de comprar zapatos
nuevos. Mientras que los papás adoptan el rol del compañero
de juegos, son divertidos, son quienes se ocupan de comprar
helados, de las cosquillas y los partidos de fútbol.

154
EL HOMBRE PROVEEDOR
Y JEFE DEL HOGAR
MUCHOS HOMBRES TIENEN tan interiorizado el deber ser
proveedor de la familia, el jefe del hogar, que se sienten amena­
zados cuando trabajan con una mujer que está por encima de
ellos en la jerarquía o cuando su pareja gana más que ellos por­
que pone en duda “su hombría”. A su vez esto está relacionado
con más prejuicios, como el de que hay “carreras de hombres”
y “de mujeres” y que las primeras merecen una mejor paga que
las segundas. También con pensar que el trabajo doméstico y
de cuidados es responsabilidad de las mujeres y que los hom­
bres deben de proveer el dinero para la casa: un hombre que
se queda a cuidar a los hijos y a limpiar “es menos hombre”,
“un mantenido” o “un mandilón” porque, del mismo modo, se
considera “inferior” o “menos importante” el trabajo domésti­
co. Lo que resulta a su vez problemático si además se toma en
cuenta que existen muchos tipos de familias, ya sean monopa-
rentales o con padres o madres del mismo género y cada grupo
familiar decide cómo se reparten las responsabilidades.

155
CÓ'MO' te sientes
EN 1ÁA NUEV&tRMA\&?
B/£/V, y /VJE
PAGAA/
EST&y GANAND&
MAS QUE PABLe;
PER0 N& LE DIGAS.
DISYUNTIVAS. LA NECESIDAD
DE OPTAR POR EL ÉXITO
LABORAL SOBRE UNA FAMILIA
HAY MUJERES QUE DECIDEN llevar su carrera profesio­
nal de forma exhaustiva; además de enfrentarse a condiciones
de discriminación desde su primer trabajo (como el acoso,
* 9 la
desigualdad salarial, los manxplicadores que interrumpen, et­
cétera) también tienen que aguantar comentarios en los que se
critica su ambición, su frialdad o su testarudez (a diferencia de
cuando se refieren a los hombres líderes, racionales y persis­
tentes).

Ejemplo: A él no se le pregunta cómo conjuga su trabajo


con su vida personal si tiene una familia, pero si una mujer tie­
ne una familia y un puesto directivo se le cuestiona al respec­
to o causa sorpresa. Esto es porque se asume que las tareas del
cuidado de los hijos son responsabilidad de ella.

49 En el primer trimestre de 2019 en México más de 23 000 personas abandonaron su empleo


por acoso y discriminación, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi).
Rubén Migueles. "Abandonan empleo más de 23 mil por acoso y discriminación”, El Universal,
8 de julio de 2019.

157
ACOSO CALLEJERO:
HOMBRES QUE SIGUEN
A MUJERES Y LAS INTIMIDAN
CON SILBIDOS. PIROPOS,
ETCÉTERA
SUCEDE CON PERSONAS DESCONOCIDAS que en el es-
pació público (las calles, el transporte público, las plazas) ejer­
cen de forma unidireccional (ya que no hay ningún consenso)
actitudes de carácter sexual, como chillidos o comentarios so­
bre su cuerpo o apariencia e incluso actos como seguir o tocar
a una mujer. A los gritos les llaman “piropos”, pero no hay nada
halagador en ello. Estas situaciones vuelven hostiles los espa­
cios públicos para las mujeres adultas, adolescentes e incluso
niñas.
Silos hombres viven su despertar sexual mirando pornogra­
fía, las mujeres viven este despertar padeciendo acoso. En
ambos casos las mujeres son cosificadas o vistas como objetos.
Este tipo de acoso está tan normalizado que para muchas
mujeres es simplemente una experiencia más en su día mien­
tras caminan por la calle. Muchas veces, cuando una mujer
reclama frente a este tipo de gestos, obtiene como respuesta
comentarios como: “No es para tanto, ni que estuvieras tan
buena”, como si las mujeres debieran sentirse agradecidas
por ser consideradas “deseables”. Sin embargo, lejos de re­
sultar agradables, a veces llevan a una mujer a sentirse verda­
deramente amenazada y es un constante recordatorio de que
alguien considera que tiene poder sobre ella. ¿Qué lleva a un
hombre a gritar palabras obscenas a una mujer que no cono-

158
JIA USTED
LE INDIGNA
QUE NOS INDIGNE
EL ACOSO'

©
ce de nada? Lejos de buscar agradarle o entablar contacto con
ella, estos gestos, dichos y actos son un ejercicio de poder y tie­
nen como fin intimidar, limitar, dominar y controlar la movili­
dad de las mujeres en el espacio público que, de por sí, ya es en
muchos casos un espacio hostil para quienes lo transitan a pie
o en bicicleta.

HORARIOS LIMITADOS
CON FRECUENCIA, LAS CHICAS deben volver a casa más
temprano que los chicos cuando salen de fiesta. ¿El argumen­
to? El espacio urbano ha sido definido como un lugar que no es
propio de las mujeres, ya que puede resultar peligroso y hostil.
Más aún si es de noche.
Sí, por supuesto, para todos y todas la oscuridad puede re­
sultar peligrosa (la infraestructura de las ciudades no ayuda:
calles solitarias, iluminación inadecuada, escasa disponibilidad
y frecuencia de los medios de transporte), pero como mujeres
sabemos que bajo ese riesgo potencial, cuando algo ocurre se
convierte, de algún modo, en nuestra responsabilidad. Si algo
le pasa a un hombre durante la noche, se reacciona, se lamenta,
se denuncia, pero si le pasa a una mujer, la primera reacción
será: “¿Pero qué hacía afuera a esas horas?”
Es como si la noche fuera un espacio vedado, en el que
somos intrusas. Nos lo repiten una y otra vez las restricciones
familiares: “Es muy tarde para que una mujer ande en la calle”,
las recomendaciones: “Bueno, sólo si te acompaña tu herma­
no”, y la ola de noticias sobre mujeres a las que les pasan cosas
terribles durante la noche: podemos aventurarnos, pero será
bajo nuestro propio riesgo.

160
fjl (MfWVD A&
>^2^X0?^ <Ss£
pona
muy rwuti&fas
pox. t^doJl €ou\
<^udi mít
yutocrv y oornx)
me núnourv.
La oscuridad es el espacio en el que pasan las cosas que bajo
la luz del sol no son bien vistas. Antiguamente se pensaba que
las mujeres que salían de noche eran indecentes, participaban
de esos “vicios” que en los hombres no parecían un problema
para nadie, pero para las mujeres era un estigma y la justifica­
ción de cualquier cosa “que pudiera pasarles”. De hecho, “mujer
de la noche” solía usarse como un eufemismo de prostituta. Las
mujeres “buenas” debían permanecer en casa mientras estaba
oscuro afuera. Por supuesto, esto era una restricción que solo las
mujeres que no necesitaban salir a trabajar a “deshoras” podían
cumplir, es decir, ser consideradas decentes tenía que ver con
una cuestión de clase social.
En la actualidad las mujeres salimos a divertirnos por la no­
che, prácticamente a todos los sitios que queremos. Eso sí, hay
que andarse con cuidado, tomar en cuenta una estrategia segura
para el regreso a casa, de preferencia ir acompañada (¡ah!, pero
cuidado si te pasas de copas porque te lo habrás buscado...). Ade­
más, no sólo salimos por la noche para divertirnos. Hay quienes
entran muy temprano a trabajar o a la escuela, salen a correr,
tienen que recorrer largas distancias, terminan sus compromi­
sos tarde, necesitan algo para la cena, tienen una emergencia, o
simplemente quieren tomar aire fresco. Cualquiera que sea el
motivo, somos libres de movernos por donde queramos. Bajo
ninguna circunstancia tener miedo debe ser normal, ni la no­
che tiene por qué ser un espacio vedado para nadie.

Ejemplo: En enero de 2019 una diputada local de Vera-


cruz propuso la implantación de un toque de queda a partir de
las 22:00 horas para “proteger” a las mujeres de la violencia
descontrolada que azota al estado. “Si se cubren, si se protegen
durante la semana o evitan ponerse en riesgo no es coartar su
libertad, la vida no tiene precio”, aseguraba la mujer. Este tipo
de planteamientos refuerzan la idea de que la noche no es hora
para las mujeres; si nos arriesgamos a salir seremos responsa­
bles de la violencia sin remedio. La única solución que pudo

162
pensar la diputada es renunciar a nuestra libertad de desplaza­
miento (con el argumento de que es por nuestro bien), en lugar
de generar medidas que detengan a los criminales.50

HACERSE DE LA VISTA GORDA


ATESTIGUAR UNA SITUACIÓN de violencia y no hacer
nada, ser indiferente. No siempre es fácil intervenir en una
situación de acoso, hay ocasiones en que, como personas que
atestiguan el hecho, podemos sentirnos amenazadas o en pe­
ligro. Sin embargo, en la mayoría de los casos este tipo de si­
tuaciones no implica mayor amenaza que la desaprobación
social. Muchas veces, cuando escuchamos que nuestros ami­
gos acosan a una mujer en la calle o cuando comparten fotos
que les fueron enviadas en privado con los demás amigos, nos
reímos o, en el mejor de los casos, guardamos silencio, aunque
no estemos de acuerdo con ese trato. A veces ni siquiera nos
detenemos a pensarlo. ¿Qué pasaría si dejamos de reírnos? ¿Si
decimos que no nos parece bien y que no participaremos?
Estamos tan habituados y habituadas a ver que el profesor
humilla a nuestras compañeras cuando expresan sus opiniones,
a que el jefe haga comentarios inapropiados a las más jóve­
nes de la oficina o a que las mujeres reciban “piropos” cuando
caminan por la calle, que no hacemos nada al respecto, como si
fuera inevitable. Con nuestro silencio, cuando decidimos des­
viar la mirada y fingir demencia, estamos solapando que estas
prácticas continúen. Si queremos una sociedad más igualitaria
y libre de violencia, ante una situación de injusticia o abuso no

50 "Diputada de Morena en Veracruz propone toque de queda para prevenir feminicidios”,


Animal Político, 21 de enero de 2019. https://www.animalpolitico.com/2019/01/diputada-to-
que-de-queda-veracruz/.

163
podemos permanecer neutrales. Es terrible alzar la voz para
señalar que alguien te ha agredido y encontrarte con que todas
las personas a tu alrededor desvían la mirada. La empatia pue­
de ser nuestra arma secreta para combatir estos abusos.

Ejemplo: Poco a poco me he hecho consciente de más co­


sas que antes ignoraba o trataba de ignorar, a partir de enton­
ces siempre que veo que algún conocido dice o hace algo que
incomoda a una mujer lo confronto. Me ha costado mucho tra­
bajo aprender a hacerlo y armarme de valor; es un proceso que
puede ser incómodo e incluso doloroso, pero que al final me
hace sentir tranquila conmigo.

RESPETAR A UNA MUJER


PORQUE ES HIJA, MAMÁ 0
HERMANA DE UN HOMBRE
NO PODEMOS CONTINUAR con la noción de que una mu­
jer vale en tanto su relación con alguien más, una persona tiene
valor propio y debe de ser respetada, del mismo modo sus dere­
chos deben de ser validados. Con frecuencia se utilizan frases
como: “Imagínate que es tu hermana o es tu mamá” para bus­
car empatia, si bien puede ser algo bueno tratar de que exista
un sentimiento de identificación hacia los sentimientos de otra
persona o sus circunstancias, resulta muy problemático tratar
a las mujeres como personas de segunda categoría que mere­
cen ser respetadas por su relación con un hombre al que social­
mente le otorgamos un “estatus” mayor.

164
Ejemplo: Un caso muy ilustrativo fue la campaña publici­
taria #NoEsDeHombres que lanzó el gobierno de la Ciudad de
México en 2017, la cual buscaba cambiar las conductas “nor­
males” de los hombres en el transporte público y consistía en
carteles en los que se mostraban hombres con miradas lascivas
acompañados de la leyenda “Este es el morbo con que miran
a tu mamá (hermana o novia) todos los días”. Aunque esta es­
trategia pueda haber hecho reflexionar a algunos hombres y
pensarlo dos veces antes de acosar a una mujer en el metro, los
argumentos apelan a aquellos hombres que han sido educados
con el modelo de hombre protector en contraparte de la mujer
indefensa, subordinada a su supervisión: “Si no quieres que le
pase esto a tus mujeres, no lo hagas a las mujeres de otros”.
Remite a las lógicas de castigo del siglo xix, cuando, si una mu­
jer era agredida, el ofendido era su guardián o tutor, es decir, un
padre o un esposo, un hombre cuyo honor y acceso exclusivo
se pone en entredicho, como si se tratara de mercancía dañada
por la que había que retribuir al dueño. Las mujeres como per­
sonas debemos ser respetadas por nosotras mismas, sin impor­
tar si somos madres, hijas, hermanas, nietas, sobrinas, esposas,
amantes, amigas, vecinas o lo que sea de un hombre.
¿Qué pasaría si estos anuncios hubieran apelado a su pro­
pia experiencia en el transporte público, a lo que se siente que
alguien que no conoces busque intimidarte, es decir, no a tra­
vés de lo que consideran sus posesiones o su responsabilidad,
sino de sus propios cuerpos?

165
MANSPREADING
UNA TRADUCCIÓN EN ESPAÑOL podría ser despatarra-
miento masculino. Este término nace en inglés al referirse a los
hombres que se sientan con las piernas abiertas en el espacio
limitado del transporte público, de modo que ocupan más lu­
gar que su asiento y con ello limitan el espacio de alguien más
e incomodan con el contacto innecesario de sus piernas estira­
das. El término se popularizó tanto en distintas redes sociales,
que en 2015 fue agregado al Diccionario de Oxford de la lengua
inglesa.51
Resulta muy sintomático observar la forma distinta en
que nos apropiamos del espacio público hombres y mujeres.
Es frecuente que los hombres se sientan autorizados a ocupar
la mayor porción de espacio posible, invadiendo el espacio de
las mujeres que tienen al lado en el metro, en el autobús, en el
avión o en la sala de espera.
Estos gestos expansivos hacen evidente esa arraigada idea
de que el espacio público es el lugar de los hombres (y no el de
las mujeres) y que, además, ellos tienen la prerrogativa de po­
der mostrar sin problema el espacio de sus genitales al abrir las
piernas, a diferencia de una mujer que debe ir siempre sentada
con las piernas bien cerradas, “como señorita”.

51 Jessica Leigh Hester. “ 'Manspreading': Now Taking Up Space in the Oxford English Dictio-
nary", en Citylab, agosto de 2015. https://www.citylab.com/life/2015/08/manspreading-now-
taking-up-space-in-the-oxford-engtish-dictionary/402592/.

166
i EN LUGAR DE ABORTAR
MEJOR CIERREN
LAS PIERDAS!
NO TODOS LOS HOMBRES
UNA MUJER SE QUEJA de los acosos que recibe diario en
la calle y le responden con un clásico comentario que no es
empático: “No todos los hombres” o un “Las mujeres también
acosan”. Nos dicen hasta el cansancio esta perogrullada, como
si ignoráramos la obviedad de que no el cien por ciento de los
hombres acosa, agrede, viola o mata y que también las mujeres
pueden ser victimarlas. Evidentemente no ocurre que todos
los hombres sean unos criminales, pero lo que sí ocurre es que
vivimos en un mundo en que, en términos generales, las mu­
jeres y las minorías sexuales sufrimos de violencia machista y
los hombres son beneficiados por las relaciones verticales del
patriarcado porque hay un ambiente de impunidad generali­
zada. Cada vez que alguien interrumpe una charla con un argu­
mento falaz52 como “no todos los hombres”, lo único que logra
es desviar la conversación sobre un problema sistémico y con
ello logra deslegitimar la vivencia de las mujeres y, al distraer
el argumento, también impide la posibilidad de encontrar so­
luciones. Cada vez que se dice “no todos los hombres” se silen­
cia un testimonio: no aporta al debate, sino que le estorba. Esta
frase es tan común que en inglés el not all men are like that lo
abrevian a veces como namalt en tono satírico.

52 Una falacia es un argumento que parece válido, pero no lo es, viene del latín fallada, que
quiere decir engaño. Que un hecho sea verdadero, por ejemplo, que “no todos los hombres
acosan”, no quiere decir que el argumento deje de ser falaz, ya que simplemente el argumento
utilizado para defender esa premisa no es un argumento válido.

168
QUE M/U. QUETí AWEN,
PERO NO EXAGERES...
¿¿¡SABES QUE NO
TOOOS LOS HOMBRES
SON ACOSADORES?

OBVIAMENTE -'7V& T&D&'S’'


10$ HOMBRES AC0JAN-

PERO TODAS HEMOS


SIDO AC&SADAS
POR UN H0A15RE.
DEJA 0£ DESVIAR
EL TEMA. , _
EXPUESTAS
EL TRATAMIENTO QUE SE DA en los medios de comunica­
ción a las mujeres, víctimas de abuso, violación o feminicidios
es absolutamente sesgado. Cuando las mujeres son asesinadas
por sus parejas en episodios de violencia de género, muchas ve­
ces con antecedentes, suele decirse que “aparecieron sin vida”
o que “fueron halladas muertas”, como si sólitas hubieran apa­
recido ahí y su muerte no fuera más que una característica, es
decir, se distrae la atención del hecho: fueron asesinadas y ade­
más fueron asesinadas por alguien. En este tipo de informa­
ciones se desvía la atención del agresor y suele protegerse su
identidad. Las identidades de ellas, en cambio, son expuestas e
incluso se presentan fotografías explícitas de cómo fueron en­
contradas. Esta explotación morbosa del cuerpo de las mujeres
que vulnera su dignidad y su derecho a la privacidad es un pro­
blema ético que, a pesar de los manuales y recomendaciones
que se han elaborado para el tratamiento de estos casos, sigue
ocurriendo con mucha frecuencia y, por lo mismo, pasa desa­
percibido a los ojos de quienes miran o leen materiales de esta
naturaleza.

170
REPRESENTACION LIMITADA
EN LOS MEDIOS
CON FRECUENCIA LAS IMÁGENES de mujeres que ve­
mos en los medios de comunicación están basadas en estereo­
tipos que contribuyen a perpetuar la desigualdad de género.
Solemos encontrarnos con personajes femeninos débiles, pa­
sivos, cuyo atractivo sexual parece ser su principal caracterís­
tica, ya que hablan poco y expresan pocas opiniones. Mujeres
blancas que sólo se preocupan por su apariencia y por arrasar
en las ofertas de fin de temporada. Es decir, siguen ancladas a
los roles tradicionales, asociados a la familia y el ámbito de lo
doméstico, en actitudes sumisas, dependientes y románticas.
Algunas críticas y creadoras de la industria del espectáculo
han desarrollado pruebas sencillas para analizar los conteni­
dos de las películas y la televisión y evaluar si la presencia de las
mujeres es equitativa y si el tratamiento que se les da a sus per­
sonajes sale de los estereotipos no sólo de género, sino también
de raza y clase social, o contribuye a perpetuarlos: por poner un
ejemplo, las mujeres de origen latino (ya sean latinoamerica­
nas o españolas) en las películas parecen destinadas a papeles
de trabajadoras domésticas o de bombas sexuales, y a veces la
combinación de ambas.
Aunque durante las últimas décadas la presencia de las mu­
jeres en los medios ha aumentado notablemente, sigue siendo
considerablemente inferior en comparación con los hombres.
El Proyecto de Monitoreo Global de Medios de 2015, un estudio
que se realiza cada cinco años en más de 100 países, revela que,
a pesar de los avances en este campo, en el caso de España las
mujeres son sólo 28% de los sujetos y fuentes de las noticias en
los medios tradicionales, y 33% en los nuevos medios e inter­

171
net Más allá de los datos cuantitavos, la pregunta central es qué
mujeres vemos en los medios y cómo son representadas y
qué mujeres permanecen invisibles.
Ejemplo: Una de las primeras pruebas para la evaluación de
la presencia de las mujeres en los medios es el test de Bech
del (diseñado en 1985 por la caricaturista Alison Bechdel), se­
gún el cual una película o serie de televisión puede considerarse
machista si no aparecen al menos dos mujeres; los personajes
femeninos deben hablar entre si en algún momento y la con­
versación debe referirse a otros temas que no sean los persona­
jes masculinos.53 ¿Tu serie favorita pasa la prueba?

ENORGULLECERSE
DEL USO DESMEDIDO
DE LA FUERZA
ANTE LA EXIGENCIA SOCIAL de que el hombre “debe de
ser fuerte”, una práctica recurrente de este tipo de masculini-
dad tóxica es competir para medir su “hombría” a través del
uso de la violencia. Se valora a quien gana más peleas o a quien
le hace más daño a alguien más. El ganador se siente orgullo­
so por ser el dominante, por ejercer poder. Este sometimiento
puede realizarse con fuerza física como los golpes, o con vio­
lencia psicológica como la manipulación (véase el apartado de
Gaslighting). Evitar la humillación de no cumplir con las ex­
pectativas puede llevar a muchos hombres a finales peligrosos.

53 Después de esta prueba han surgido muchas más, como el test de Uphost, de Piercel o el
Ko test, entre otros, que incorporan nuevos elementos a la prueba para hacer visibles otros
estereotipos y exigen que en los equipos de realización haya mujeres, que se incluyan mujeres
no blancas entre los personajes y se dé cuenta de la interseccionalidad de la lucha.

172
Es muy delicado porque, como todos los actos de violencia,
escala paulatinamente y ese tipo de sometimiento se traslada
también en el terreno de lo sexual: golpear, violentar o forzar
de un modo u otro a alguien más (como a otros hombres o al
“sexo débil”, las mujeres) para tener relaciones sexuales, o sea
violarles.
Hay muchos ejemplos en la cultura de cómo los hombres,
en una actitud de abuso de poder y de enorgullecimiento por
ser “fuertes” física o mentalmente, abusan de las mujeres.
Usualmente se tiende a asociar este tipo de violencia manifes­
tada en productos culturales con géneros musicales como el
reguetón o la música ranchera mexicana, pero esto no es en­
démico de las expresiones culturales latinoamericanas. En la
cultura estadounidense (la de mayor alcance e influencia en el
mundo) existen muchísimos ejemplos de esto.
Uno de ellos es el éxito comercial de 2013 “Blurred Lines”
de Robin Thicke. Con un video en el que aparecen modelos
semidesnudas y hombres completamente vestidos, el lengua­
je corporal y facial de ellas es de inocencia (las infantilizan) o
de complacencia hacia ellos, y el de ellos de seguridad, ellos
cantan mientras ellas se mantienen en silencio. La letra de la
canción es una en la que el hombre asume lo que quiere de
ella: “Buena niña, yo sé que quieres”, como si ella no fuera ca­
paz de decidir, y trivializa que un “no” significa “no”, mien­
tras las cosifican y manipulan: “Ahora él estuvo cerca, trató
de domesticarte, pero tú eres un animal, nena, está en tu na­
turaleza, déjame liberarte”. Cabe resaltar que al principio del
video sin censurar (hay dos, uno es de acceso restringido para
mayores de edad, porque se muestran los cuerpos de las mu­
jeres) aparece escrito en mayúsculas: Robin Thicke has a big
dick... porque claro, un pene grande es motivo de orgullo, por
su capacidad para someter.
Otro ejemplo es “Sex you back to sleep” de Chris Brown, en
cuya letra Brown habla de cómo no le importa lo que opine su
pareja, la calla: “No digas una palabra, no vayas a hablar”, “sólo

173
déjame sacudirte, cogerte hasta que vuelvas a dormir” (just
let me rock-fuck you back to sleep girl). Este ejemplo musical
es aún más turbio si pensamos que, fuera de los escenarios, el
cantante fue arrestado en 2009 por violencia doméstica contra
su entonces pareja, la cantante Rihanna.
En el terreno del cine hay muchísimos casos de un hombre
héroe de acción, dominante y violento. Un buen ejemplo son
las películas protagonizadas por un icono de la masculinidad:
Harrison Ford. Uno que gana batallas, somete a sus enemigos
y siempre logra lo que quiere, ya sea como Han Solo, Dr. In­
diana Jones o Rick Deckard, el protagonista de la película de
culto Blade Runner (1982), quien en una escena de violación
aprovecha un momento de vulnerabilidad del personaje de Ra-
chaeL Mientras él se le acerca, ella muestra que no está inte­
resada en un encuentro sexual con él y camina hacia la puerta
buscando salir. El le bloquea la salida con uso de la fuerza, la
mira con coraje, la empuja hacia la pared, la obliga a besarlo y
le hace decir “bésame” y “yo te deseo”, forzando así el consen­
timiento y haciéndola sentir responsable de lo que va a suce­
der... la manipula, es un depredador. Luego de estas agresiones
ella parece “aceptar” estar con él (claro, no puede escapar). Lo
problemático de estas escenas es que hacen prevalecer la falsa
idea de que las mujeres reaccionan de forma positiva ante un
macho violento y que “en el fondo ellas no saben lo quieren”,
pero ellos sí saben lo que desean las mujeres. Ellas no eligen,
no hay consenso, ellos pueden insistir con o sin violencia física
y no aceptan un no como respuesta, al igual que en las letras de
las canciones antes citadas.
Hay quienes defienden esta escena porque ella es (según
descubre el mismo Deckard) una replicante (una especie de
robot en esta distopía) y pareciera que por eso se justifica la
violación. Pero ella piensa como una mujer humana, se consi­
dera a sí misma como una mujer humana, se ve como una mu­
jer humana, lo que las personas ven en el cine es una violación
aúna mujer humana pero que es romantizada en un ambiente

174
con música de saxofón y piano al inicio y al final de esta. Una
violación que pasa desapercibida porque la hemos normaliza­
do, de hecho, aparece en el buscador de YouTube como Blade
Runner love scene. Sobra decir que el filme fue dirigido (Rid-
ley Scott) y escrito (Hampton Fancher y David Peoples) por
hombres.
Por si fuera poco, en Blade Runner 2049 (2017) Rachael
es fecunda como una mujer humana y nos enteramos de que
tiene una hija cuyo padre es Deckard. Está tan normalizada la
escena violenta de la película de 1982 que en el remake de 2017
se habla de la relación entre ellos como si se tratase de una re­
lación amorosa. Esto es sumamente problemático porque las
violaciones se deben abordar como los actos de abuso y delitos
que son, y no romantizarlas como la conquista de un hombre
“fuerte” sobre el “sexo débil”.

EXIGIRLE COMPRENSIÓN,
POR NO DECIR SILENCIO,
A LA VÍCTIMA
DENUNCIAR UN CRIMEN NO ES FÁCIL, sobre todo cuando
el sistema de justicia no funciona correctamente. Pero es aún
más difícil denunciar violencia sexual o doméstica, ya que al
hacerlo la víctima se expone todavía más: conlleva miedo a
estigmas, humillaciones y la vulnerabilidad de hablar de temas
privados en un contexto público. Este tipo de crímenes lo viven
tanto varones como mujeres, pero la mayoría de las víctimas
de estos delitos son mujeres e infantes, y casi todos los perpe­

175
tradores son hombres.5* Ante la ya difícil situación de hablar
sobre la violencia de la que una mujer es víctima se suma una
exigencia terrible: la de que ella debe tener comprensión y em­
patia por el agresor. Frases como: “Tiene una familia”, “tiene
una vida”, “que no se vaya a enterar su esposa”, “si acusas a tu
tío vas a destruir a la familia”, vuelven aún más tortuoso el ca­
mino.
A las víctimas se les exige una actitud de mártires ante la
violencia y se les atribuyen, otra vez, estereotipos injustos:
las mujeres tienen que ser piadosas, comprensivas, bondado­
sas, incluso ante sus violentadores; si ella se atreve a hablar
es “una mala mujer”. Además, esto hace que se perpetúe la
impunidad, y quien agrede sabe que puede continuar sin que
alguien lo limite.
Lo que cada quien decida hacer con su testimonio y la forma
en que enfrenta lo que ha vivido debe ser respetado, incluso si
la víctima decide no hablar sobre su caso, es su decisión y nadie
puede exigirle hacer algo contra su voluntad; denunciar es su
derecho.

54 Por ejemplo, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, para inicios del siglo xxi
la violencia contra la mujer —especialmente la ejercida por su pareja y la violencia sexual—
constituye un grave problema de salud pública. Las estimaciones mundiales indican que alre­
dedor de una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual por parte
de su pareja o violencia sexual por terceros en algún momento de su vida. A nivel global casi
un tercio de las mujeres que han tenido una relación de pareja refiere haber sufrido alguna
forma de violencia física o sexual por su parte, y 38% de los asesinatos de mujeres que se pro­
ducen en el mundo es cometido por su pareja masculina. Etienne Krug et al.. “Informe mundial
sobre la violencia y la salud", Washington, Organización Mundial de la Salud, 2003.

176
FEJTA MUVMAL LO que
HICIERON, PECO 51 HABLA 1k
VA A DESTRUIR UN HOGAR
¡TIENE UNA E¿ POSA,«NA
FAMILIA, UN TRABATO,
► iaa/aVIDA/ Lj

¿'/ABES QUIEN
TAMBIÉN TIENE M/VA
VIDA QWF RECONSTRUIR-?
¡ELLA? á
co Para escribir este libro fue necesario emprender
U_l un proceso de observación de nuestra propia
vida cotidiana: escuchar nuestros diálogos de
forma distinta, mirar la tele y ojear las revistas
O se volvió un trabajo que requirió otro tipo de
concentración. Nos hizo cuestionarlo todo, ana­
lizar cada detalle y comentario de las pláticas
de amistades y familia y, en algunos casos, re­
d gistrarlos y citarlos en los ejemplos que hemos
escrito en cada apartado.
Nada de lo que escribimos en este libro es fic­
ción, todos son casos y ejemplos de la vida real,
o pero bien podrían ser escenas o diálogos de algu­
na novela o una película antigua por parecemos
caducos o anticuados. La realidad es que a pesar
de lo rancio que resultan, siguen vigentes.
El proceso de escritura de este libro nos hizo
darnos cuenta de que realmente no “estamos
locas” ni “somos unas histéricas y exageradas”,
sino que, tristemente, vivimos en una sociedad
que constantemente nos maltrata y que, al for­
mar parte de ella, nosotras también hemos incu­
rrido en estos actos. También entendimos que
no estamos solas. El enojo y la rabia que senti­
mos pueden ser motor para cambiar las cosas.
Es como si comenzáramos el día con un vaso
vacío y que durante el día se llenara hasta col­
marse, nos harta. ¿Qué hacer ante la violencia
que aparece todo el tiempo como gotas o como
tsunamis? El primer paso, quizá, es poder detec­
tar las violencias: darnos cuenta de que eso que
nos incomoda y no sabemos por qué, es algo ex­
terior y no es “nuestra culpa”: no “estamos locas”
por sentir. Después, es necesario tener las herra­
mientas para detectar los actos machistas que

179
nos afectan y poder nombrarlos. Lo siguiente es recordar que
tenemos derecho a reclamar ante aquello que nos incomoda.
El reclamo deviene en la denuncia, y denunciar o no es una
elección personal. Cuando alguien lo hace, nos corresponde es­
cuchar y ser empáticas, para así poder tejer, desde la sororidad,
redes de apoyo.
Ante una sociedad que sostiene violencias, la solidaridad
entre nosotras —no una fe ciega, sino un interés honesto por
las vivencias de las demás— puede ser un primer gran paso
para que dejen de ser invisibles estos machismos cotidianos.

180
ANDROCENTRISMO Viene del griego an-
dros - hombre. Se trata de la perspectiva que
coloca al hombre como centro del mundo: la
experiencia masculina se entiende como
la generalidad, como lo universal, como la
experiencia humana en su totalidad, mien­
tras que lo femenino se entiende como la
otredad. En la cultura occidental el hombre
se ha situado como el protagonista, punto de
referencia y parámetro en todos los campos:
la historia, el lenguaje, la medicina, el arte, la
ciencia, mientras que las experiencias y las
aportaciones de las mujeres han permaneci­
do silenciadas. Hay que aclarar que esta vi­
sión tampoco se refiere a todos los hombres,
sino que impone un modelo de masculinidad
que aparece como representación de la hu­
manidad, dejando fuera las demás formas de
vivirla.

BINARISMO Nuestras sociedades se han or­


ganizado de manera binaria, es decir que la
gran diversidad que poseemos como seres
humanos se ha reducido a dos posibles clasi­
ficaciones opuestas y complementarias. Así,
a pesar de que a nivel biológico podemos
identificar una clara variabilidad sexual, sólo
reconocemos hombres o mujeres; aunque
existen múltiples formas de vivir el género,
sólo se piensa en términos de femenino y
masculino. Lo mismo ocurre con la orien­
tación sexual, las personas somos muy
complejas como para ser clasificables en las
categoríasheterosexual/homosexual.Elsiste-
ma binario supone además que estos aspectos
deben estar alineados, de modo que nuestro

181
sexo (macho/hembra) debe corresponder con nuestro gé­
nero (masculino/femenino) y debemos sentirnos atraídos
por el otro sexo (heterosexualidad), excluyendo a todas las
personas que no se sienten identificadas con este modelo.

BRECHA DEL ORGASMO Otra de las desigualdades entre


hombres y mujeres es el conseguir llegar a un orgasmo (en
inglés orgasm gap). Al centrarse las relaciones heterosexua­
les en la penetración y el placer de él, la cantidad de orgasmos
y su intensidad es muy diferente entre hombres y mujeres
heterosexuales (a diferencia de las mujeres que tienen re­
laciones sexuales con mujeres), además se considera que el
acto sexual culmina cuando él tiene un orgasmo y eyacula,
lo que hace que el orgasmo femenino se conciba como “me­
nos importante”, porque para muchos hombres buscar el
orgasmo de ella resulta algo “extra” que se consigue con
el llamado “juego previo” (foreplay), el cual pareciera algo
intrascendente y aparte del acto sexual.

CULTURA DE LA VIOLACION Con este concepto nos re­


ferimos a la forma en que una manifestación extrema de mi­
soginia y de violencia como la violación se ha normalizado, al
grado de que en muchas ocasiones no la entendemos como
tal. El otro día, una mujer en el trabajo narraba cómo había
pasado todo el día acompañando a una amiga en el hospital
porque “había sufrido un accidente”. Cuando le pregunté
qué le había pasado a su amiga me quedé horrorizada al es­
cuchar su respuesta: “La violaron”. Un accidente puede ser
caer en una coladera, incluso que te atropellen, pero una vio­
lación no es y nunca será un accidente. La mujer contaba que
la enfermera le había regalado a su amiga una medallita de
San Benito para que la protegiera contra este tipo de peligros.
La violación es pensada como un desafortunado accidente,
atribuido a estar en el lugar y momento equivocados y no al
violador. Muchas veces ocurre que se le atribuye a ciertas

182
características del agresor: era muy reservado, era pobre, era
un borracho, como si fueran excepciones extraordinarias,
evitables, que nada tienen que ver con la sexualidad, cuando
es precisamente lo contrario, están en el corazón de nuestra
sociedad. Las violaciones son aceptadas, solapadas e incluso
validadas a tal punto que son invisibilizadas y negadas por
la sociedad y las instituciones. La fal ta de voluntad y segui­
miento de los casos por parte de las autoridades, la culpabi-
lización de la víctima, la impunidad, los discursos que vic-
timizan a los hombres por ser vulnerables a ser acusados
falsamente (un discurso que ha tomado mucha fuerza en
España frente a las denuncias de justicia), la cosificación
del cuerpo de las mujeres, es decir, el pensar a las mujeres
como objetos siempre disponibles sexualmente para quien
lo desee, la idea de que las mujeres “provocan” a los hom­
bres con sus movimientos y su ropa, el argumento de que los
hombres tienen necesidades sexuales incontenibles y deben
satisfacerlas sin importar cómo y dómde como si fueran al­
guna especie animal en medio de la selva, que subyacen en
las imágenes presentadas en las tele novelas, los cómics, las
películas, los videojuegos (¡existen algunos especializados!)
la pornografía y los dichos populares, así como los chistes
que aluden a la violación como una o currencia picara, como
algo sexy o excitante, o hasta como un cumplido (“si eres fea,
nadie querrá violarte”) son aspectos que contribuyen al for­
talecimiento de esta “cultura de la violación”, en donde estas
agresiones sexuales, ejercicios violentos de poder y despre­
cio, son considerados algo “normal”, teosas que pasan. La vio­
lación deja profundas secuelas. En México 41.3% de las mu­
jeres ha sido víctima de violencia sexual, de las cuales 88.4%
decide no tomar ninguna acción ante las autoridades (inegi,
2017), ya sea por desconfianza o simplemente porque con­
sideran que es una pérdida de tiempo, ya que habrán de en­
frentarse con funcionarios o funcioniarias que cuestionarán
sus dichos y terminarán siendo revic timizadas.

183
EXPRESION DE GENERO Es la forma en la que cada per­
sona manifiesta el género con el que se identifica. Esta ma­
nifestación incluye las formas de hablar, de vestirse, de pei­
narse o maquillarse y a su vez varía en cada época y cultura.
Por ejemplo, la expresión de género de un hombre elegante
en Florencia en el siglo xv conllevaba usar ropa colorida y
tonos rosados, de seda o terciopelo con brocados, que ahora
nos podrían parecer formas (supuestamente) muy femeni­
nas de vestirse. Cada persona exterioriza y experimenta su
género de formas distintas y en cada época las personas ex­
presan su género de maneras diferentes.

FEMINICIDIO Es un crimen de odio en el que se mata a


una mujer, sin embargo, no todos los asesinatos de mujeres
son feminicidios. A diferencia de otros casos de homici­
dio, los feminicidios son asesinatos motivados por el odio e
incluyen humillación, terror, maltrato físico y psicológico,
hostigamiento, abuso sexual, entre otros, es decir, son una
forma extrema de violencia machista. De modo que el ase­
sinato de una mujer no es automáticamente un feminicidio,
por ejemplo, si en un asalto matan a una mujer al robarle su
cartera, es un homicidio.
Un feminicidio se distingue porque la víctima presenta
violencia sexual, ha sufrido lesiones o mutilaciones, existen
antecedentes de violencia en su ámbito laboral, escolar o fa­
miliar por parte del asesino, cuando la víctima y el asesino
hayan tenido alguna relación afectiva, romántica o de con­
fianza, si por parte del agresor la víctima sufrió acoso, lesio­
nes, amenazas, si la víctima fue incomunicada o si el cuerpo
de la víctima fue expuesto después del feminicidio en un lu­
gar público.
El término feminicidio comenzó a usarse para visibilizar
que no se trata de hechos aislados, sino de la manifestación
extrema de discriminación hacia las mujeres, tanto en el ám­
bito privado como en el público.

184
Es importante la diferenciación entre homicidio y femi­
nicidio porque implica un tratamiento especializado que
responda a la complejidad de estos casos, tanto en el proceso
de peritaje, como en el juicio, en la condena y en la lucha por
acabar con la impunidad.

FEMINISMO Se llama así al movimiento político y social que


busca terminar con la opresión hacia las mujeres. Al existir
distintas corrientes con diversas posturas se habla áe femi­
nismos para dar cuenta de la pluralidad de enfoques y pers­
pectivas, pero el objetivo principal de todos ellos es trans­
formar este planeta en un lugar en donde todas las personas
tengan los mismos derechos sin ser oprimidas ni opresoras.
Son movimientos de mujeres que luchan por reconocimien­
to y justicia.
También es un campo de análisis teórico que permite
cuestionar el orden establecido. Desde el punto de vista his­
tórico, aunque existen antecedentes, se identifica su inicio
en el siglo xvm en Francia, cuando la Ilustración comenzó
a reivindicar los principios de igualdad y fraternidad. Sin
embargo, estos nuevos ideales no incluían a las mujeres (es
emblemático el caso de la escritora abolicionista Olympe
de Gouges, nacida en 1748, quien escribió los Derechos de la
mujer y de la ciudadana y fue guillotinada en 1793), quienes
como colectivo tomaron conciencia de las opresiones y la ex­
plotación en que vivían. Era el principio de una lucha que, a
través de tres siglos, ha conseguido avances muy importan­
tes, sin embargo, aún queda mucho por delante.
Los feminismos han luchado para comprender la impor­
tancia de la diferencia sexual como eje de poder, en la cons­
titución subjetiva de los individuos y en la organización so­
cial. Y también señalan cómo las diferencias y desigualdades
resultantes son diferentes en cada caso, de acuerdo con la
racialización, la clase, la sexualidad, la edad, etc., de las per­
sonas. Así, el feminismo es un proceso histórico, una teoría

185
política y una práctica política que busca el reconocimiento
de las mujeres como seres humanos libres y autónomos. Es
una toma de conciencia de las trampas y los estereotipos que
sostienen la desigualdad y un paso adelante para terminar
con ellos.

GENERO Son las normas, comportamientos o ideas que la


sociedad ha establecido para las personas de acuerdo al sexo
con el que nacieron, de modo que se otorga un rol cultural a
las personas desde la cuna. A través de estos roles asignados
aprendemos a construir nuestra identidad y establecer rela­
ciones con los demás.
Al ser una construcción cultural, las características y va­
lores atribuidos a cada género son distintos en cada cultura
y momento histórico, por ejemplo, el pelo largo en los hom­
bres era bien visto hace dos siglos en Occidente y ahora no
lo es. En algunas sociedades se conciben más de dos géneros
(géneros múltiples). Por ejemplo, las personas muxes en el
Istmo de Tehuantepec, Oaxaca; en Indonesia hay buguis o
en Omán hay xanith, por mencionar sólo algunos casos en
donde las personas no son identificadas como hombres o
mujeres, sino como pertenecientes a otro género.
El género no es una característica fija, sino que está en
constante cambio y es algo performativo, como lo describe
la filósofa Judith Butler, porque es algo que se repite y es va­
lidado por la convención social.

INTERSECCIONALIDAD Nuestras identidades son múl­


tiples y se transforman todo el tiempo. No sólo somos mu­
jeres u hombres, el género se articula con muchas otras
variables, como la orientación sexual, el origen, la etnia, la
clase social, la religión, la raza, etcétera. Estas categorías se
interrelacionan, se intersectan y afectan directamente a las
maneras en que una persona vive las diferentes formas de
opresión o dominación. La interseccionalidad es un enfo-

186
que teórico que nos sirve para entender cómo la injusticia
y la desigualdad operan en distintas dimensiones. De este
modo, las experiencias de una mujer indígena y migrante
en una ciudad son radicalmente distintas a las de una mujer
blanca dentro de la misma ciudad, las violencias de género
que pueden enfrentar ambas operan de forma distinta. Las
mujeres privilegiadas (de clase alta, blancas, heterosexuales,
etc.) si bien también son víctimas de violencias machistas
(desde acosos laborales hasta violaciones o feminicidios),
no enfrentan o están expuestas a las mismas violencias que
las mujeres menos privilegiadas (racializadas, de clase baja,
lesbianas, etc.). Este término fue acuñado por la profesora
y abogada afroamericana Kimberlé Williams Crenshaw. La
misma autora escribe en “Mapping the Margins: Intersec-
tionality, Identity Politics, and Violence Against Women of
Color” sobre un estudio que hizo en un refugio para mujeres,
en el que observa que la mayoría de las mujeres que huyen de
violencia doméstica eran desempleadas o subcontratadas,
en situación de pobreza. Las mujeres afroamericanas que
llegan viven en pobreza, son responsables de sus hijos sin
redes de apoyo y no tienen una formación que les permita
obtener trabajo. De esta manera, el género, la raza y la clase
se interseccionan en este albergue.

IDENTIDAD DE GENERO Es la respuesta a cómo una per­


sona se identifica y se refiere a sí misma con respecto a su
sexo y su género. Se trata de la forma en que cada persona
experimenta su propio cuerpo. Puede coincidir o no con el
sexo biológico o asignado al nacer. Por ejemplo, nosotras, las
escritoras de este libro, nos identificamos como mujeres.

MASCULINIDADES La masculinidad se define como el con­


junto de atributos, valores, comportamientos y conductas
que son característicos del hombre en una sociedad deter­
minada. Sin embargo, no existe un modelo único de “lo mas-

187
culino” que pueda extenderse a todos los hombres; al ser
una construcción social, adquiere distintos significados en
consonancia con los cambios culturales, ideológicos, eco­
nómicos e incluso jurídicos de cada sociedad, en una época
determinada. Existen muchísimas formas de ser hombre:
aspectos como la raza, la orientación sexual, la condición
o clase social, la ubicación geográfica, la profesión o la per­
tenencia a algunos grupos, entre otros factores, hacen de la
masculinidad una experiencia diferente. Sin embargo, en
cada contexto suele haber un tipo de masculinidad domi­
nante, que excluye a quienes no cumplen con el modelo, por
ejemplo, ser fuerte, agresivo, valiente.

MASCULINIDAD FRAGIL Para actuar de la manera adecua­


da que la masculinidad dominante dicta, o sea “la forma co­
rrecta de ser hombre”, los varones viven sumamente restrin­
gidos porque cualquier cosa puede romper su masculinidad,
por eso se dice que es “frágil”. Una mujer, incluso ante las
restricciones con las que vive, puede usar prendas masculi­
nas o tomar actitudes “de hombre” sin verse afectada porque
se entiende que lo masculino “la eleva”: puede jugar tan bien
fútbol “como un hombre” o ser líder de su empresa “como
un hombre” y eso es aplaudible (siempre y cuando no “se
pase”). Sin embargo, los hombres no pueden tener actitudes
supuestamente “femeninas” porque eso los rebaja (hay un
gran factor de misoginia y homofobia en ello): no saludan de
beso a otros hombres, no usan champú de mujeres, no tole­
ran que su pareja gane más que ellos, no dicen públicamente
que hacen dieta o usan tratamientos de belleza. Pueden ser
cosas tan ridiculas como no atreverse a pedir una ensalada
en un restaurante con amigos (porque “los hombres comen
carne y las ensaladas son de mujeres”) hasta cosas con efec­
tos muy serios como no ser empáticos con las emociones de
las personas que les rodean o su pareja, o no lloran en públi­
co porque ponen en duda su masculinidad.

188
Aunque las cosas cambian poco a poco, como que los va­
rones hablan abiertamente ya de cuidado personal, en reali­
dad persisten estas formas tan endebles de ser “masculino”
que llegan a puntos ridículos: como un hombre que se niega a
usar una crema antiarrugas “de mujer” pero compra el mis­
mo producto con un empaque “de hombre” sin problema.

MISOGINIA Viene del griego miso (odio) y gyne (mujer), se


entiende como el odio o la aversión hacia las mujeres, sin
embargo, durante las últimas décadas su sentido se ha am­
pliado para denominar prácticas y prejuicios contra las mu­
jeres en distintos ámbitos sociales. En la cultura occidental
las mitologías antiguas y la religión han transmitido ideas
misóginas que generan desconfianza hacia las mujeres, vin­
culándolas con el mal.

RE VICTIMIZACION Llamada también victimización secun­


daria o doble victimización. Se refiere a cuando una persona
que ha sido víctima (es decir, que ha sufrido daños físicos,
mentales, emocionales, económicos, abuso de poder o algu­
na violación de sus derechos fundamentales), vuelve a sufrir
daños durante el proceso de recuperación o reparación. Por
ejemplo, cuando al hacer una denuncia por acoso, una mujer
es cuestionada como si la culpa de una agresión hubiera sido
suya, o cuando en nuestro círculo de amistades nos enfren­
tamos a comentarios que legitiman hechos similares a los
que nos causaron dolor. Estos daños, a veces no deliberados
pero efectivos, en lugar de contribuir a la superación del do­
lor o la pérdida, lo refuerzan y no permiten que la persona
afectada pueda recuperar su vida tras la pérdida o el daño.
En México la revictimización es un obstáculo gigantesco
para obtener justicia ante la situación de extrema violencia
que se vive. Es común que cuando una familia va a denunciar
la desaparición forzada de su hija en el Ministerio Público le
digan que “seguro se escapó con el novio” o que cuando

189
asesinan o desaparecen a varones o mujeres las autoridades
digan que “estaban en malos pasos” o eran “criminales” an­
tes de siquiera investigar. Esta negligencia revictimizante
vuelve aún más doloroso el proceso de las familias.

ORIENTACION SEXUAL La orientación sexual está relacio­


nada con la preferencia sexual de una persona, es decir, con
quien nos hace sentir una atracción emocional, afectiva y
sexual. En las sociedades patriarcales se ha establecido que
la combinación ideal es la heterosexualidad, es decir, que las
mujeres se sientan atraídas por los hombres y los hombres
por las mujeres. Sin embargo, no tiene nada que ver con el
sexo biológico o con la identidad de género. Las formas en que
se ha pensado y clasificado la orientación sexual son distintas
en diferentes culturas y se transforman a través del tiempo.
Hay muchas formas de desarrollar este aspecto de la vida;
más allá de categorías, todas las personas deben ser libres de
elegir y disfrutar de su vida afectiva como lo prefieran.

PATRIARCADO Es un sistema de organización política, eco­


nómica, religiosa y social que deposita la autoridad y lide­
razgo en la figura del varón. En los patriarcados los hombres
ejercen el control y dominio sobre las mujeres: los esposos
sobre las esposas, el padre sobre la madre, los hijos sobre las
hijas, los viejos sobre los jóvenes y la línea de descenden­
cia paterna sobre la materna. Son ellos quienes ocupan los
puestos más importantes en las instituciones políticas, re­
ligiosas y culturales, desde donde se toman las decisiones
que afectan a todos los integrantes de una sociedad. Estas
decisiones afectan la sexualidad y la reproducción de las mu­
jeres, sus relaciones amorosas, familiares, laborales. El pa­
triarcado necesita crear un orden simbólico que contribuye
a perpetuarse, a través de los mitos y las religiones, del len­
guaje, de los ideales y sueños que plantea, se va adaptando a
los nuevos contextos. En la década de los setenta las femi-

190
nistas extendieron la idea de “lo personal es político” (Carol
Hanisch escribió un ensayo en 1969 llamado The Personal is
Political), al darse cuenta de que esas experiencias de discri­
minación y violencia que vivía cada una en sus relaciones de
pareja o familiares no eran una excepción, sino que estas
situaciones eran producto de un sistema opresor. Todas
las personas formamos parte del patriarcado, estamos forja­
das por él, sin embargo, esto no quiere decir que no podamos
tener una posición crítica frente a él e intentar transformar­
lo. Un concepto derivado de este es el de heteropatriarcado,
que subraya la forma en que en el sistema patriarcal la única
sexualidad aceptada es la heterosexual, considerada como
norma, “lo normal”, dejando fuera a todas las personas que
no son heterosexuales. El impacto de este mandato está en la
forma en que pensamos todas nuestras relaciones sociales.

SEXO Son las características biológicas, anatómicas, fisio­


lógicas y cromosómicas con las que nacen los individuos de
una especie; se dividen en masculinos y femeninos. El sexo
viene determinado por la naturaleza y no por la sociedad. En
el caso de la especie humana existe también la intersexua­
lidad, que sucede cuando una persona presenta las carac­
terísticas sexuales masculinas o femeninas en proporción
variable. En ese sentido, existe una inmensa multiplicidad
sexual que puede tener nuestro cuerpo, por ejemplo, cuando
la persona presenta gónadas masculinas y femeninas.

SORORIDAD Se refiere a la solidaridad y complicidad entre


mujeres en un contexto de violencia de género. Viene del la­
tín soror, que quiere decir hermana. De ahí la palabra inglesa
sorority, o sororité en francés, que hace alusión a las herman­
dades femeninas. La académica mexicana Marcela Lagarde
(quien también ha trabajado el concepto de feminicidio) ha
impulsado este término, que entiende como la amistad en­
tre mujeres diferentes y pares encontradas en el feminismo

191
—que la sociedad patriarcal concibe como competidoras o
enemigas—, para generar alianzas a través de las cuales lo­
gran trabajar, crear, vivir la vida con un sentido libertario y
contribuir juntas a eliminar las opresiones.

VIOLENCIA DE GENERO Es un problema social que suce­


de cuando se ejerce violencia simbólica, institucional, eco­
nómica, sexual o física en contra de una persona (o un grupo
de personas) con motivo de su orientación sexual, identidad
sexual, sexo o género, con la intención de controlar sus com­
portamientos, su sexualidad o sus cuerpos. Es una manifes­
tación de las relaciones de poder históricamente desiguales
que sitúan a los varones en lo alto de la jerarquía social, lo
cual representa un problema global de enorme gravedad.

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198
¡GRACIAS! Las líneas que aquí hemos escrito
han sido posibles gracias a las conversaciones,
lecturas, discusiones que hemos compartido
con personas muy especiales para nosotras, a
quienes queremos agradecer su apoyo, su in­
teligencia, su lucidez y su afecto.
Primero que nada al trabajo editorial de
David Velázquez y Fernanda Alvarez, quienes
nos leyeron con paciencia y cuidado. A las
pláticas, sugerencias y comentarios de Alina
Schmidt, Alfonso Flores, Estefanía Vela, Ale­
jandra Rangel, César Galicia, Jonás Derbez,
Luisa Duran y Casahonda, Minerva Anguia-
no, Diego Merla, Claudia Gómez Cañóles,
Said Dokins y Alma Gálvez.

199
iNINOMALUO
LAS VIOLíNLIAS,
/VI ME QUEDO
CALLADA/
ERÉNDIRA
DERBEZ
(Ciudad de México, 1991) es historiadora del arte,
sus estudios se centran en temas de género, arte
y política. Como ilustradora es cofundadora del
estudio Plumbago en el que ha trabajado con dis
tintas editoriales y medios impresos. A su vez ha
articulado en distintos medios periodísticos y
fue compilada en el libro Estamos de pie (Planeta,
2017).

OIStNO 01 PORTADA' Pl NOIIIN RANOOM HOU'.I


II ir.IHAC ION I>1 PIIHIAIIA UlTNIIIHA 111 HUI I
IOIIXIKAIIA III llirNIIIIIA llllllll / MAYMAc AIIICI Ni I
ienes en tus manos el libro chistas, de los conservadores, de los

B
que millones de personas exi­ guapetes de la güisquizquierda.
gen en redes sociales, ese que No son micro. Machismos cotidia­
la gente pregunta constante­ nos puede abrirse en cualquier página
mente por qué no ha sido escrito en encontrar la respuesta a nues­
para
México. Un libro que entrega las pre­ tras preguntas, los argumentos que
guntas y las respuestas que más tiem­ las chicas y chicos más jóvenes están
po, espacio y caracteres ocupan en la buscando para enfrentar una absur­
discusión cibernética, en los cafés y da guerra de desinformación que
en las calles después de cada marcha pretende acallar las nuevas formas
contra la violencia feminicida. de convivencia entre personas, de la
Cualquiera que se pregunte por niñez y juventud aveces indefinible y
qué no debe usar el término fe- siempre imposible de etiquetar.
minazi, por qué tantos hombres Es entretenido, lúcido, implaca­
interrumpen a las mujeres, por ble, claro, realista y honesto, igual
qué hay hombres aterra­ que sus autoras. Si
dos frente al cambio, por
A/O SON este libro estuviera en
qué le damos más valor todas las bibliotecas
a una estatua que a la Al /CRO, escolares y en las re­
vida de una chica asesi­ POCQUE dacciones de los me­
nada, cómo se puede ser SOSTIENEN dios de comunicación,
igualitario más allá del UN PROBLEMA el absurdo debate so­
discurso, encontrará aquí ENORME. bre lo que significan la
las claves para la compren­ igualdad, el machismo,
sión y el debate informado. el feminismo y la violencia de género
Este es un libro para quienes argu­ se disolvería para transformarse en
mentan que los hombres siempre han la conversación más urgente de este
sido así y que las mujeres calladitas siglo: cómo hemos sido y cómo que­
se ven más bonitas, porque rabiosas remos ser, cómo educar para vivir en
frente a la violencia masiva pierden paz, en el amor y en la diversidad que
su encanto; ese encanto que da tanta reconoce las diferencias sin que cues­
tranquilidad a una sociedad centrada tionar o rebelarse frente al pasado
en las necesidades emocionales de los merezca el insulto, la descalificación
hombres, de los patriarcas, de los ma- o la muerte.

SOCO)0000 CIENCIAS SOCIALES/


LYDIA CACHO
FEMINISMO Y TEORÍA FEMINISTA

ISBN 978-607-318-815-9

fl megustaleermexico
□ [s] □ megustaleermex EMPRESA DISPONIBLE
9 786073188159 www.megustaleer.mx Grijalbo ■ SOCIALMENTE
RESPONSABLE EN EBOOK

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