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V I R T U A L

LICENCIATURA EN TEOLOGÍA

TRIMESTRE I

MATERIA:

Hermenéutica 1
LECCIÓN 1: INTRODUCCIÓN A LA HERMENÉUTICA

La importancia de la Biblia
Sin duda alguna la Biblia es el libro que ha sufrido más difamación que cualquier otro libro
que haya sido escrito. Sin embargo, ha ministrado y sigue ministrando a millones de personas por
todo el globo y viene haciéndolo ya por unos mil años. Un libro de esta índole y que lleva un
impacto tan tremendo sobre la raza humana ciertamente merece la consideración inteligente de
ambos hombres y mujeres.

Cuando estaba moribundo el Sr. Walter Scott, le dijo al secretario, “Tráeme el libro”. El
secretario pareció estar algo confundido y miró al estante, el cual contenía los libros que Walter
Scott había escrito y se preguntó cuál de ellos el Sr. Scott intentó que le llevara. De modo que le
preguntó, “¿cuál libro?” Se dice que Walter Scott le respondió, “La Biblia. Hay un sólo libro para un
hombre cuando le llega la hora de la muerte”. Es el libro para cualquier hombre que esté moribundo,
pero también es el libro para el hombre vivo. Muchas personas tienen interés en la Biblia solamente
cuando se hallen en grandes dificultades. Es maravilloso tener un libro en el estante al cual acudir en
un tiempo así, pero también es un libro que sirve para la energía completa de la vida. Es un libro con
que podemos hacer frente a la vida hoy en día, y es el libro que enseña la única ruta segura a seguir
por este mundo y al próximo. Es el único libro que nos hace capaces de hacer frente a las
emergencias y que suaviza los golpes de la vida que nos llegan. La Biblia es totalmente diferente a
cualquier otro libro.

Este es un libro que ha influido a grandes hombres, los cuales en su turno han tenido una
influencia sobre el mundo. Permítanme participarles unas declaraciones de unos grandes hombres.
Había un príncipe africano que llegó a Inglaterra y se le presentaron a su majestad la reina Victoria.
El príncipe le hizo una pregunta muy significante, ¿Cuál es el secreto de la grandeza de Inglaterra?
La reina presentó al príncipe una Biblia bellamente encuadernada, y le declaró, “Esta es el secreto de
la grandeza de Inglaterra”. Me pregunto, mis amigos, si la decadencia de Inglaterra a una nación de
segunda clase, y de una calidad muy inferior, pudiera haber sido el resultado de abandonar la
Palabra de Dios. Gladstone, que era primer ministro y uno de los más grandes pensadores jurídicos
que la Gran Bretaña ha producido, dijo: “¡Hable de las cuestiones del día! no hay sino una sola
cuestión, y es el Evangelio que puede y sí lo remediará todo. Me da gusto decir que casi todos los
hombres de primer rango en la Gran Bretaña profesan ser cristianos”. Ahora, eso fue allá por el siglo
diecinueve. Gladstone continúa diciendo, “Hace cincuenta y ocho años que sirvo de funcionario
público. He pasado todos menos once años en el gabinete del gobierno británico. Durante aquellos
cuarenta y siete años me he asociado con sesenta de los peritos del siglo, y todos menos cinco eran
cristianos.” Creo que una parte del problema que tenemos en el mundo hoy en día es que existen
muy pocos cristianos que se encuentran de primer rango hoy. Por eso, hay muy pocos que conocen
la Palabra de Dios.

Michael Faraday, uno de los más grandes experimentadores científicos del siglo diecinueve,
declaró: “¿Por qué se extraviarán los hombres cuando tienen este bendito libro de Dios para
guiarlos?” El científico del siglo anterior, el señor Isaac Newton dijo: “Si la Biblia es la verdad, los
días llegarán cuando los hombres viajarán en una velocidad de 50 millas por hora.” Y Voltaire, el
escéptico de aquel entonces, comentó, “El pobre Isaac. Estaba en su chochera cuando hizo esa
profecía. Sólo sirve para mostrar el efecto que produce un estudio bib1ico sobre un científico”.
Pueda ser de interés notar lo que unos de los primeros presidentes de los Estados Unidos dijeron
acerca de la Biblia. Juan Adams, el segundo presidente, dijo, “La he examinado toda (es decir, todas
las Escrituras), tanto como mi esfera limitada, mis medios enderezados, y mi vida activa me la dejan
examinar, y hallo como resultado que la Biblia es el mejor libro en el mundo. Contiene más de mi
poca filosofía que todas las bibliotecas que he visto, y las partes de ella que no puedo reconciliar con
esa poca filosofía, las aplazo para una investigación futura.” Luego, otro presidente, Juan Quincy
Adams, dijo, “Hablo como un hombre del mundo a los hombres del mundo, y les digo: Escudriñad
las Escrituras. La Biblia es un libro sobre todos los otros para ser leído en todas las edades y en
todas las condiciones de la vida humana; no para ser leído una o dos veces y luego ser puesto a un
lado, mas es de ser leído en porciones pequeñas de uno o dos capítulos cada día.” Estos hombres
servían de presidentes en los días cuando la América del Norte gozó de ser una gran nación. No nos
comprometieron en las guerras extrañas y les fue posible resolver los problemas de la calle. Alguien
dirá que los problemas de aquel entonces no fueron tan complicados como los de hoy en día. Mi
amigo, sí fueron complicados para aquel entonces. No solamente en Inglaterra, sino también en los
Estados Unidos han abandonado la Palabra de Dios y por lo más lejos que desviamos, lo más
complicado llega a ser el problema. Es por eso que enseño la Palabra de Dios en su totalidad. Creo
que esa es la única resolución, y francamente, mis amigos, más vale volvernos a la Palabra de Dios.

Otro presidente, Tomás Jefferson dijo lo siguiente en cuanto a la Biblia, “Siempre he dicho,
y seguiré diciendo, que la lectura cuidadosa del Sagrado Volumen nos hará ciudadanos, esposos y
padres de los mejores.” Eso es algo en que podemos pensar hoy día cuando unos ciudadanos están
quemando las ciudades en que vivimos, y el aumento proporcional del divorcio corre a rienda suelta.
Daniel Webster declaró: “Si hay alguna cosa en mi estilo o pensamiento que sea de alabanza, el
encomio se debe a mis amables padres por infundirme desde temprano un amor para las Escrituras.”
¿Qué les parece hoy?, padres cristianos, ¿Están levantando a un Webster en el hogar? o, ¿Están
levantando a un ‘hippy’ pequeño? Webster también dijo, “La he leído toda muchas veces. Ahora
tengo la costumbre de atravesarla una vez al año. Es el libro de todos los otros para abogados tanto
como para ministros. Le compadezco al hombre que no puede hallar en ello un abasto rico de
pensamiento, y reglas para la conducta.”

El Libro de los libros


Nacida en el oriente y vestida de forma e imaginación oriental, la Biblia anda
por todo el mundo con pies familiares, y entra en tierra tras tierra para hallar la suya
en todas partes. Se ha aprendido hablar al corazón del hombre en centenares de
idiomas. Llega al palacio para decirle al monarca que es un siervo del Altísimo, y luego
entra en la casa de campo para asegurarle al campesino que él es un hijo de Dios.
Niños escuchan su relato con admiración y encanto, y sabios la consideran ser
parábola de luz. Contiene una palabra de paz en la hora de peligro, una palabra de
consuelo en el tiempo de calamidad, y palabra de luz en la hora más obscura. Sus
oráculos se repiten en la asamblea del pueblo; su consejo se susurra en el oído del
solitario. A los perversos y orgullosos les hacen temblar sus amonestaciones, mas a los
heridos y contritos les resuena como voz de madre. El desierto y lugar solitario han
sido alegrados por ella, y el fuego del hogar ha alumbrado la lectura de sus páginas
bien hojeadas. Se ha pasado lentamente a nuestros sueños más preciosos para que el
amor, la amistad, la memoria y esperanza, la simpatía y devoción se vistan de la ropa
más bella de su lenguaje atesorado que respira incienso y mirra. ¡La Biblia! ¡La
Palabra de Dios! (Autor desconocido).

La excepcionalidad de la Biblia
La Biblia es un libro único por muchos lados. Es muy excepcional en que tiene una calidad
doble de autor. En otras palabras, Dios es el autor de la Biblia, y a la vez hombres son los autores de
ella. En realidad, la Biblia fue escrita por unos 40 autores durante un período de aproximadamente
1.500 años. Unos de estos hombres nunca oyeron decir de los demás, y no hubo ninguna colusión
entre los 40. Dos, o tres pudieran haberse juntado para ponerse de acuerdo, pero a los demás no les
fue nada posible. Y, sin embargo, han presentado un libro que tiene una continuidad más
maravillosa que cualquier otro libro que haya sido escrito. También queda sin error. Cada autor
expresaba sus propios sentimientos en su propia época. Cada uno tenía sus limitaciones e
imperfecciones, y cometieron errores. El pobre Moisés sí cometía errores, pero cuando Moisés escri-
bió el Pentateuco, por una razón u otra, no escribió ni una declaración errada. No ven, que es un
libro humano y todavía un libro divino.

Es un libro muy humano, escrito por hombres de todas ocupaciones. Entre ellos había un
príncipe y un pobre; había uno muy intelectual, y también uno muy sencillo. Por ejemplo, el doctor
Lucas escribe un griego casi clásico y maravilloso en una época cuando era muy popular hablar el
griego Koiné. Pero Simón Pedro escribió algo en griego también. Era pescador y su griego no era
tan bueno, mas Dios el Espíritu Santo usó a ambos hombres. Dejó que expresaran sus pensamientos,
sus emociones, y sin embargo por aquel método el Espíritu de Dios dominaba de tal manera que
Dios dijo exactamente lo que quería decir. Aquella es la maravilla del libro, la Biblia. Es un libro
divino. En la Biblia, Dios dice unas 2.500 veces, “Así dijo el Señor” o, “La Palabra del Señor vino
sobre mi” o, “Así ha dicho Jehová”.

Dios lo ha hecho muy claro que habla por medio de este libro. Es un libro que puede
comunicarles la vida. Aún pueden llegar a ser hijos de Dios, “siendo renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” Es la
comunicación de Dios al hombre. Si Dios hablara del cielo ahora mismo, se repetiría porque ya ha
dicho todo lo que quiere decir a esta generación. A propósito, Dios no aprendió nada de nuevo
cuando leyó el periódico de hoy. Y cuando el hombre llegó a la luna, no descubrió nada que Dios ya
no sabía cuando nos dio la Palabra de Dios. Es el mismo Dios que creó el universo en que vivimos
hoy día.

La Biblia es divina y humana. De un lado es como mi Señor, el cual caminaba en la tierra y


se cansaba, y se sentó junto al pozo. Aunque era Dios, también era hombre. Hablaba con personas
acá en la tierra y se comunicó con ellas. Este es un libro que comunica. Habla a la humanidad hoy en
día. La Biblia es para los hombres tales como son. El obispo Pollock dijo:
La Biblia es un corredor entre dos eternidades por el cual anda el Cristo de
Dios. Sus pasos invisibles resuenan por el Antiguo Testamento, mas le conocemos cara
a cara en la sala del trono en el Nuevo Testamento. Y es sólo por Cristo que fue
crucificado por mí que he encontrado el perdón de pecado y la vida eterna. Se resume
el Antiguo Testamento en la palabra CRISTO. Se resume el Nuevo Testamento en la
palabra JESUS, y el resumen de la Biblia entera es que JESUS ES EL CRISTO.

La Biblia es la Palabra de Dios


¿Cómo se sabe que la Biblia es de Dios? Esta es una buena pregunta, y digna de ser no sólo
hecha sino también de ser contestada.

1. LA PRESERVACIÓN —Una de las pruebas objetivas, una de las pruebas externas, ha sido
la preservación maravillosa de la Biblia. Había un rey de tiempos pasados —leemos acerca
de él en Jeremías— el cual, cuando le enviaron la Palabra, tomó un cortaplumas y la cortó en
pedazos. Pero, la escribieron de nuevo, y tenemos aquella Palabra hoy día. Hoy en día hay
mucho antagonismo en cuanto a la Biblia. No la quemamos hoy porque nos consideramos
ser demasiados civilizados. De modo que, la manera en que la destruyen es por prohibir su
lectura en las escuelas y en otros lugares públicos acá en los Estados Unidos mientras que
hablamos de la libertad de cultos y de palabra que tenemos. A pesar de todos los ataques que
han lanzado en contra de la Biblia, todavía existe. Y por supuesto, es uno de los libros que
más se venden. Por muchos años era el favorito, pero no lo es hoy día. Siento mucho tener
que decirlo, pero es verdad que hoy en día no es el que se vende más. Es cierto que es un
comentario sobre nuestra sociedad contemporánea revelando que la Biblia realmente no
ocupa el lugar hoy que una vez ocupaba en la historia y la vida de Norte América. Pero la
preservación maravillosa de la Palabra de Dios es digna de nuestra consideración.

2. LA ARQUEOLOGÍA —Otra manera en que podemos saber que la Biblia es la Palabra de


Dios es por medio de la arqueología. La pala del arqueólogo ha desenterrado muchas
evidencias que verifican que la Biblia es la Palabra de Dios. Por ejemplo, hay los que
negaron por muchos años la autoridad mosaica del Pentateuco sobre la base de que el arte de
la escritura se desconocía en la época en que vivió Moisés. Y por eso, no pudo haber escrito
Moisés el Pentateuco. Ustedes no han escuchado promover a alguien esa teoría
recientemente, ¿verdad? Claro que no, porque la pala del arqueólogo ha desenterrado
escritura que data desde un tiempo aún más anterior que Moisés. De modo que, su
argumento ya no es válido. Luego encontramos que los arqueólogos han desenterrado la
ciudad de Jericó y los muros que cayeron. Había un argumento entre la señorita Keilog y el
inglés que primero excavó allí, pero yo creo que ha sido muy bien establecido que los muros
sí cayeron. Dejo que ellos mismos se disputen en cuanto al tiempo y toda clase de cosas así.
La Palabra de Dios ha sido verificada en otras maneras también a través de los
descubrimientos arqueológicos. Muchos de los manuscritos antiguos que han descubierto
hacen ver la exactitud de la Palabra de Dios. Es muy interesante que cuando hallaron los
rollos de Isaías dentro de los rollos del Mar Muerto, el liberal se apresuró a aprovecharlos
porque pensaba que había hallado un argumento que desacreditaría la Biblia. Es muy
interesante que no desacreditaron la Biblia, sino la comprobaron y parece que el liberal ha
perdido bastante interés en aquellos rollos del Mar Muerto. Este es un campo en que no me
es posible entrar extensamente por ser tan breve el estudio, pero es un campo al cual ustedes
podrían investigar.

3. LA PROFECÍA CUMPLIDA —Si me pidieran hoy darles solamente una razón, una prueba
conclusiva de que la Biblia es la Palabra de Dios, yo diría que es el cumplimiento de la
profecía. La Biblia está llena de profecía cumplida, y yo creo que esta es la prueba de la cual
no se puede huir, ni la puede evadir. Una cuarta parte de la Escritura, cuando fue escrita, era
profética; es decir, anunciaba cosas que iban a suceder en el futuro. Muchísima de aquella —
en efecto, muchísima más que lo que se imaginan los hombres— ya ha sido cumplida. Bien
podríamos volver a muchos lugares donde la profecía ha sido cumplida exactamente. Hay
ejemplos de muchas profecías de acontecimientos locales que fueron cumplidas aún durante
los días del profeta. Por ejemplo, Micaías era el profeta que le dijo al viejo Acab que cuando
saliera a la batalla, la perdería y sería matado. Sin embargo, los profetas falsos de Acab le
habían dicho que ganaría una victoria y que regresaría de rey victorioso. Por causa de que no
le gustó lo que dijo Micaías, Acab mandó que lo echaran en la cárcel y que lo mantuvieran
con agua y pan hasta su regreso de la batalla, y luego él cuidaría del profeta. Pero Micaías
lanzó la última palabra y dijo, “Si llegas a volver en paz, Jehová no ha hablado por mí”.
Pues, por lo visto, el Señor había hablado por él porque Acab no volvió. Se mató en la
batalla, y su ejército fue derrotado. Aún procuró disfrazarse con camuflaje para que no
hubiera peligro de perderse la vida. Pero según el relato de Escritura, un soldado del enemigo
“disparó su arco a la ventura.” Es decir, que cuando la bata1la ya estaba para terminar, le
quedó una sola flecha en su aljaba y la metió y la disparó al espacio. Pero, ¿saben algo?
Aquella flecha fue designada para el viejo Acab. Voló directamente a su blanco. ¿Por qué?
Porque Micaías había hecho una profecía exacta del Señor (I de Reyes 22). En otra ocasión,
el profeta Isaías dijo que el ejército de Asiria no dispararía ni una flecha en la ciudad (II de
Reyes 19:32). Bueno, eso es muy interesante. La profecía de Micaías fue cumplida porque
un so1dado disparó una flecha de casualidad. ¿No creerían ustedes que, entre 20.000
soldados, hubiera uno irresponsable en el uso de armas de fuego, el cual dispararía un “arco a
la ventura”, y dejar que una flecha volara en la ciudad? Bueno, ninguno lo hizo. Isaías había
dicho que si el enemigo disparara en la ciudad, entonces podrían estar seguros de que no era
profeta de Dios. Y era profeta de Dios como fue probado por este cumplimiento local de la
profecía. Pero Isaías también dijo que una virgen pariría a un niño, y lo dijo 700 años antes
de que fuera cumplida literalmente. Y, si desean una prueba final, había más de 300
profecías tocantes a la primera venida de Cristo, y todas fueron cumplidas literalmente. Al
estar colgado Jesús en la cruz antes de morirse, había una profecía que aún no se había
cumplido. El Salmo 69:21 dice, “Y en mi sed me dieron a beber vinagre”. (Juan 19:28.30) Es
cosa asombrosa. Los hombres ni pueden adivinar así. Es algo gracioso observar al
meteorologista. Durante la estación de verano en el sur de California él informa bien acerca
del tiempo, mas al cambiar la estación cualquier hombre pudiera adivinar tan bien como él.
En la nación de Israel un profeta tenía que hablar con exactitud. Si sus palabras no fueran
exactas, le podrían matar. Dios había dicho que podrían discernir a un profeta verdadero
porque lo que predecía siempre pasaría. Le pidieron siempre al profeta que profetizara un
acontecimiento local como lo profetizó Isaías, y luego podrían profetizar tocante al futuro
como también lo hizo Isaías. Ahora podemos reflexionar y ver que aquellas profecías fueron
cumplidas también. Hay tantas otras profecías. Tiro y Sidón se encuentran hoy día exac-
tamente en el lugar donde la Palabra de Dios hace 2.500 años dijo que estarían. Hoy, Egipto
está exactamente en el sitio en que Dios dijo que estaría. Todas estas profecías cumplidas
son asombrosas, mis amigos, y constituyen una de las pruebas más grandes de que la Biblia
es, de veras, la Palabra de Dios. No ven, que los hombres simplemente no pueden ser tan
exactos. Los hombres no pueden aún adivinar, así como eso. Permítanme mostrarles que,
según la ley matemática de conjetura problemática, el hombre nunca podría profetizar.
Vamos a decir que yo profetizaré en cuanto al tiempo. Supongan que yo les diga ahora
mismo que dondequiera que estén mañana, que va a llover. Permítanme decirles que corro el
riesgo de tener razón por igual, porque mañana sí lloverá, o no lloverá. Resultaría que para
algunos de ustedes sería una profecía falsa. Ahora, supongan que prediga que lloverá mañana
y que empezará a las nueve de la mañana. He añadido otro elemento incierto. Antes, tenía la
posibilidad de tener razón por igual, mas ahora la posibilidad se baja en 25 por ciento. Cada
elemento incierto que se añade disminuye la posibilidad de que tenga razón según la ley de
conjetura problemática. Ahora, supongan que yo diga que empezará a llover a las nueve de la
mañana, y que escampará a las dos de la tarde. ¿Pueden imaginarse de la posibilidad de que
sea exacto, o que tenga razón? Supongan que añada yo 300 elementos inciertos. No hay ni
sombra de posibilidad de que sea exacto. Yo no podría dar en el clavo, ni en el blanco. Me
sería imposible. Sin embargo, la Palabra de Dios sí dio en el blanco, mis amigos. Es muy
exacta. La Biblia ha entrado en aquella región de la imposibilidad absoluta, y eso me da la
prueba absoluta de que esta es la Palabra de Dios. No hay nada que la compare. Les he dado
solamente unos pocos ejemplos de la profecía cumplida, mas se encuentra en la Palabra de
Dios profecía tras profecía que ha sido cumplida literalmente. Y, a propósito, yo creo que
nos indica el método por el cual la profecía para el futuro todavía ha de ser cumplida.
4. VIDAS TRANSFORMADAS —Les ofrezco dos razones más como pruebas de que esta es
la palabra de Dios. Yo he visto lo que la Palabra de Dios hace en las vidas de hombres y
mujeres. He visto las vidas transformadas de creyentes hoy en día. Recuerdo ahora mismo de
un señor que escuchaba el programa por allá en Oakland, California. Le conozco bien. No les
voy a divulgar todos los detalles de su vida, pero es cierto que tenía muchos problemas y que
vivía en mucho pecado. De costumbre, recibo cartas de personas que escuchan el programa
por primera vez y se convierten, y eso es magnífico y lo creo ser cierto. Pero este señor
empezó a escuchar el programa radial y seguía escuchando semana tras semana. Se hacía
antagónico y muy enojado. Me dijo que si le fuera posible agarrarme cuando yo estaba
enseñando la epístola a los Romanos, informándole a él de que era pecador, me habría
apuñeado. Y francamente, mis amigos, creo que bien podría haberlo hecho porque él es
mucho más grande y fuerte que yo. Me alegro de que no le fuera posible agarrarme. Pero
este hombre aceptó a Cristo, y permítanme decirles que ha sido maravilloso ver lo que Dios
ha hecho en su vida. Testimonios así como este se pueden repetir muchísimas veces. Ambos
jóvenes y adultos han hallado provecho y realización en la vida, familias han sido reunidas,
individuos han sido librados del alcoholismo y la morfinomanía. Muchos han tenido las
vidas transformadas por venir a Cristo. Ahora, permítanme darles otra razón. Al terminar mis
estudios en el seminario, yo era uno que predicaba en defensa del Evangelio. Procuraba
defender la Biblia. En efecto, creo que cada mensaje que yo predicaba trataba de aquella
defensa. Yo pensaba que si pudiera encontrar las respuestas suficientes a las preguntas que se
hacían para justificar el no creer en la Biblia, entonces al dárselas, los hombres no tendrían
ninguna razón de no creer que la Biblia es la Palabra de Dios. Sin embargo, hallé que aunque
podría darles las respuestas, la cosa más peor del mundo sería bajar corriendo
intelectualmente a un hombre. En el momento de hacerlo, nos hicimos enemigos y nunca
podría ganarlo para el Señor. De modo que encontré que ese método fue contraproducente.
Pues, me desalojé de la esfera de la apologética porque sí era predicador de ella, y empecé a
enseñar la Palabra de Dios en la manera más sencilla que me fuera posible. Sólo la Biblia
puede cambiar al pecador en santo.

5. EL ESPÍRITU DE DIOS LA VERIFICA —Otra razón por la cual me desalojé de la esfera


de la apologética era porque ha habido un desarrollo positivo en la vida mía. He llegado al
lugar en mi vida donde no sólo creo que esta es la Palabra de Dios, sino que también sé que
es la Palabra de Dios. Yo sé que es la Palabra de Dios por el hecho de que el Espíritu de Dios
la ha verificado en mi propio corazón y vida. Es lo mismo que Pablo escribió a los
Colosenses. Oraba que “seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e
inteligencia espiritual.” (Colosenses 1:9) Eso sería precisamente lo que yo desearía que se
orara por mí porque he hallado que el Espíritu de Dios sí puede verificar estas cosas en el
corazón suyo, y que no necesitan de la arqueología y otras pruebas para probar que la Biblia
es la Palabra de Dios. Hace mucho tiempo, un predicador joven me dijo que se sentía
emocionado por un reciente descubrimiento arqueológico. Le dije que yo no lo consideraba
ser una cosa de tanta emoción, y él llevó un chasco grande y aún un disgusto porque no le
respondí como él quería que respondiera. Pues, me preguntó cómo era posible que no me
impresionó el nuevo descubrimiento. “Bueno,” le dije, “ya yo sabía que era la Palabra de
Dios mucho antes de que la pala del arqueólogo desenterrara aquello.” Y, “¿Cómo sabías?”
me preguntó. “El Espíritu de Dios lo ha estado verificando en mi propio corazón,” le
contesté. Espero que el Espíritu de Dios les verifique la Palabra de Dios y que la haga una
realidad en su vida. Oro que les dé la seguridad para poder declarar que sí saben que es la
Palabra de Dios.
Revelación, inspiración, iluminación e interpretación
La revelación quiere decir que Dios ha hablado y que se ha comunicado con el hombre. La
inspiración garantiza la revelación de Dios. La iluminación tiene que ver con el Espíritu Santo de
Maestro; Él se comunica. La interpretación tiene que ver con la explicación que ustedes y yo damos
a la Palabra de Dios.

La revelación
La revelación significa que Dios ha hablado “Así ha dicho Jehová” y expresiones de esta
naturaleza ocurren más de 2.500 veces en la Biblia. El Señor no quiere que entendamos mal que Él
ha hablado (Hebreos 1:1-2). Dondequiera que se encuentren dos personas dotadas de un cierto punto
razonable de inteligencia y que guarden los mismos sentimientos y deseos, y que se atraen, verán
que existe una comunicación entre ellos. Personas que tienen las mismas tendencias, aún estando
separados el uno del otro, se gozan al ponerse en contacto y se contentan al recibir comunicación el
uno del otro. Este característico innato del corazón humano explica el porqué del departamento de
correos, del teléfono, y del telégrafo. Amigos se escriben y un esposo fuera del hogar escribe a su
esposa. El muchacho que está internado escribe a su casa. También se envía la carta perfumada de
una novia al novio, y él responde con la epístola suya. Todo esto se llama comunicación. Es la
expresión del corazón. Las Escrituras dicen, “Un abismo llama a otro.” Recuerdo la emoción que me
sentía al leer la historia de Elena Keller. Ella fue excluida del mundo por ser ciega y sorda, sin forma
alguna de comunicarse. Luego, se le abrió un camino para que pudiera comunicarse, probablemente
de una manera mejor que muchos de nosotros que gozamos de las capacidades de ver y oír.

Ahora, sobre la base de todo esto, me gustaría hacerles una pregunta que la creo ser racional,
y ciertamente inteligente. ¿No es razonable concluir que Dios se ha comunicado con sus criaturas a
las cuales ha capacitado de un cierto punto de inteligencia, y a quienes creó a Su imagen?
Permítanme decirles que si no tuviéramos una revelación de Dios, yo creo que ahora mismo ustedes
y yo podríamos esperar y El estaría hablándonos por el mero hecho, mis amigos, de que podemos
esperar que Dios nos hable. Se fijarán en que el escritor a los Hebreos dice que Dios en el Antiguo
Testamento habló por los profetas, y que ahora ha hablado por Cristo. La revelación a los profetas
en el Antiguo Testamento, y la de Cristo en el Nuevo Testamento, ambas están en la Palabra de
Dios, por supuesto, y es la única manera en que jamás supiéramos acerca de la comunicación de la
una o de la otra. La Biblia contiene 66 libros, y Dios nos ha hablado por medio de ellos.

La Biblia contiene el pensamiento de Dios, el estado del hombre, el camino de


la salvación, la condenación de los pecadores y la felicidad de los creyentes. Sus
doctrinas son santas, sus preceptos son justos, sus relatos son verdaderos, y sus
decisiones son inmutables. Léala para ser sabio, créala para ser salvo, y practíquela
para ser santo. Contiene luz para dirigir, alimento para sustentar y consuelo para
alegrar. Es el mapa del viajero, el cayado del peregrino, la brújula del piloto, la espada
del soldado y la cartilla del cristiano. En ella el Paraíso se restaura, el cielo se abre y
las puertas del infierno se ponen al descubierto. Cristo es su gran tema, nuestro bien su
designio, y la gloria de Dios su fin. Léala lenta, frecuentemente y en oración. Es una
mina de riqueza, un paraíso de gloria y un río de placer. Involucra la más grande
responsabilidad, recompensa la obra más grande y condena a los que toman en poco su
santo contenido (Autor desconocido).

La inspiración
Ahora entramos al segundo gran tema, el cual es la inspiración. Creo personalmente en lo
que se llama la inspiración verbal y plenaria de las Escrituras. Eso quiere decir que la Biblia es una
declaración autorizada, y que cada palabra es la Palabra de Dios para nosotros en este día en que
vivimos. La inspiración garantiza la revelación de Dios. Y eso es precisamente lo que dice este libro.
Dos hombres, Pablo escribiendo su última epístola a Timoteo, y Pedro escribiendo su última, ambos
tenían algo muy definido a decir en cuanto a la Biblia. II Timoteo 3:16-17. Fíjense en que TODA la
Escritura es dada por inspiración. La palabra “inspiración” significa “expirada por Dios”. Dios
hablaba por estos hombres, como aquí habló por Pablo, exactamente lo que El quiso decir. No hay
más que añadir.

Pedro lo expresa en su segunda carta en su propio estilo (1:21). Es muy importante ver que
estos hombres fueron conmovidos, como si fueran llevados por el Santo Espíritu de Dios. Era el
Obispo Westcott que dijo, “Los pensamientos están unidos a las palabras tan forzosamente como el
alma está unido al cuerpo.” Y, el Doctor Keiper dijo, “Puede existir la música sin notas, o la
matemática sin números tan fácilmente como pueden existir los pensamientos sin palabras. No son
los pensamientos que son inspirados. Son las palabras que son inspiradas”.

Hay un cuentecito acerca de una muchacha que había tomado clases de voz con un profesor
famoso. En el día del recital, el profesor llegó para escuchar cantar a la muchacha. Al terminarlo, la
muchacha estaba muy ansiosa de saber lo que decía el profesor. Como no había llegado a felicitarla,
ella preguntó a una amiga de lo que el profesor había dicho. La amiga le contestó, “El profesor dijo
que cuando tú cantabas, le sonaba algo celestial”. La muchacha no pudo creer que el profesor
hubiera dicho eso, y le preguntó de nuevo a la amiga, “¿Es verdad que dijo que le sonaba así,
celestial?” La amiga respondió que sí fue la verdad. La muchacha persistía, “Quiero saber
exactamente lo que dijo el profesor. ¿Qué es lo que dijo en realidad?”. La amiga le contestó,
“Bueno, si quieres en verdad saber las palabras exactas, él dijo que era un sonido ultraterrestre”. Per-
mítanme decirles, mis amigos, que un sonido ultraterrestre no quiere decir que suena celestial. Las
palabras exactas sí son importantes.

Créanme, que son las palabras de la Escritura que son inspiradas, y no los pensamientos. Por
ejemplo, Satanás no fue inspirado a decir una mentira, pero la Biblia indica que mintió. Son las
palabras que son inspiradas. Y el Señor Jesús dijo, “Escrito está,” citando la Palabra de Dios del
Antiguo Testamento. Aquellos hombres que escribían el Antiguo Testamento estaban proclamando
lo que Dios tenía que decir. En Éxodo 20:1 Moisés escribió: “Y habló Dios todas estas palabras,
diciendo:”. Fue Dios que habló. Moisés escribió lo que dijo Dios. Por los años han sido hallados
muchos manuscritos excelentes de la Escritura. Hablando en cuanto a los manuscritos en Bretaña, el
señor Jorge Kenyon, difunto director y bibliotecario principal del museo británico, hizo esta
declaración: “Gracias a estos manuscritos, el lector ordinario de la Biblia puede sentirse cómodo en
cuanto a la pureza del texto. Aparte de pocas alteraciones verbales de no importancia, las cuales se
consideran ser naturales en libros transcritos a mano, estamos asegurados de que el Nuevo
Testamento ha venido intacto.” Se pueden asegurar hoy de que tenemos los que llegan tan próximos
a los autógrafos como cualesquier puedan llegar. Los autógrafos son inspirados y creo en la ins-
piración verbal y plenaria.

Irenaeus, uno de los primeros padres de la iglesia, dijo, “Las Escrituras, por cierto, son
perfectas por cuanto están habladas por la Palabra de Dios y por Su Espíritu.” Agustín declaró,
“Sometámonos, pues y doblémonos a la autoridad de la Santa Escritura que no yerra ni engaña.” Y
Spurgeon dijo, “Nunca puedo dudar la doctrina de la inspiración verbal y plenaria en vista de que
veo constantemente en la práctica actual cómo las mismas palabras que a Dios le agradó usar han
sido bendecidas al alma del hombre.” Dios habla en este libro a nuestros corazones y vidas.
La iluminación
La iluminación quiere decir que desde que usted y yo tenemos un libro, un libro divino y
humano, escrito por hombres que expresaban sus pensamientos, sólo el Espíritu Santo puede
enseñárnoslo. Mientras que hacían esto, estaban escribiendo realmente la Palabra de Dios. Aunque
podemos adquirir los hechos de la Biblia por nuestra propia cuenta, el Espíritu de Dios tendrá que
abrir nuestro entendimiento y corazón si es que pensamos entender la verdad espiritual que se
encuentra en ella. Pablo escribió a los Corintios lo que se enuncia en II Corintios 2:7-9. Ahora, usted
y yo hoy adquirimos casi todo lo que sabemos por la vía visual, o por la sónica, o por la de razonar.
Actualmente, Pablo dice aquí que hay ciertas cosas que el ojo no vio ni oído oyó. Hay ciertas cosas
que ni logran entrar en la mente. Pues, ¿cómo es que las van a adquirir? La respuesta está en 1
Corintios 2:10).

Muchos llevan este versículo a un funeral, y yo lo oí citar en un funeral hace años. El pastor
quiere decir que el buen hermano Fulano de tal era gran hombre, pero que en verdad no sabía mucho
estando acá en la tierra. Pero ahora que está en el Cielo, y reflexiona con madurez, sabe cosas que
nunca antes podía saber. Aunque eso es la verdad (recibiremos una educación única en el Cielo), el
versículo no está hablando de esto. Mucho antes de que nos llegue la muerte, hay muchas cosas que
no nos es posible entender por las vías ordinarias estando acá en la tierra. El Espíritu Santo ha de ser
nuestro Maestro. Ustedes recuerdan que en Mateo 16 cuando nuestro Señor preguntó a los
discípulos acerca de lo que se decía de Él, que le respondieron que se decía lo todo. Y, todavía se
está diciendo lo todo acerca de Él. Bien pueden conseguir hoy tantas respuestas como el número de
personas a quienes preguntan. Hay muchos puntos de vista acerca de Él. Mas luego les preguntó: Y,
vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del
Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te
lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mateo 16:16-17). El es El que reveló
la verdad a Simón Pedro. Y hoy en día, sólo Dios puede abrirnos la Palabra para que la entendamos
verdaderamente.

En el día de la resurrección del Señor Jesús, El caminaba en el camino a Emaús y acompañó


a dos hombres en el camino. Hablando con ellos, sucedió lo descrito en Lucas 24:17-20. Ustedes
recordarán que Jesús había predicho aquello. Lo interesante es que hace años los profetas lo decían.
Entonces estos hombres expresaban una esperanza débil, la cual una vez tenían más ahora no existe.
Pero nosotros esperábamos que El era el que había de redimir a Israel; Y ahora, además de todo
esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido (Lucas 24:21). Seguían contando lo que sabían
ellos y lo que las mujeres habían dicho. “Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro... pero a él no
le vieron.” Sus esperanzas se habían ensombrecido y oscuridad llenó sus corazones. Ahora escuchen
al Señor Jesús: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando
desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en toda las Escrituras lo que de él
decían (Lucas 24:25 - 27). Mis amigos, ¿no les gustaría haber estado allí aquel día para escuchar la
voz del Señor cuando citó del Antiguo Testamento sacando a luz las Escrituras tocante a El mismo.
Por fin se les dio a conocer al sentarse juntos a cenar. Esto es lo que dijeron: ¿No ardía nuestro
corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?

No ven, que estamos estudiando un libro que es diferente que cualquier otro libro. No es sólo
que creo en la inspiración de la Biblia. Yo creo que este es un libro cerrado a menos que el Espíritu
de Dios abra el corazón suyo y el mío para que sea significante. Luego, cuando Jesús regresó a
Jerusalén en aquella vez, seguía enseñándoles a sus discípulos. Y les dijo: Estas son las palabras
que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito
de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos (Lucas 24:44). Fíjense en que Jesús creyó
que Moisés escribió el Pentateuco. Creyó que los profetas hablaron de él y que los Salmos le
señalaron. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras (Lucas
24:45). Si Él no abre el entendimiento suyo, no entenderán las Escrituras. Por eso mismo, debemos
acercarnos a este libro con una gran humildad de mente, no importa lo inteligente que seamos.

Volviendo la página a I a Corintios, Pablo sigue diciendo: Lo cual también hablamos, no con
palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo
espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (I
Corintios 2:18, 14). Nunca me perturbo cuando un inconverso, aunque sea predicador, viene
diciendo que no cree más que la Biblia sea la Palabra de Dios. Para decir la verdad, nunca la había
creído él. Pero esa es la manera correcta en que debe hablar porque después de todo, si no es
creyente, no puede entenderla. Marcos Twain, que era inconverso, dijo que no le perturbaba lo que
no entendía de la Biblia. Lo que le inquietaba era lo que sí podía entender. Hay cosas en la Biblia,
las cuales un inconverso puede entender y son esas las que causan que muchos rehúsen la Palabra de
Dios. Fue Pascal que dijo: “Hay que entender el conocimiento humano para poder amarlo, mas hay
que amar el conocimiento divino para poder entenderlo”.

Al dejar el tema de la iluminación, permítanme decir lo siguiente: Sólo el Espíritu de Dios


puede abrir los entendimientos y corazones suyos para que vean y acepten a Cristo, y que confíen en
El cómo su Salvador. ¡Que maravilloso! Me he sentido siempre desvalido al entrar en el púlpito
porque, créanme, el hermano McGee no puede convertir a ninguno. Pero no me siento tan sólo
débil, sino también fuerte no por mí mismo sino por el Espíritu de Dios. El Espíritu sí puede tornar
estas palabras muertas y hacer que signifiquen algo vivo.

La interpretación
La interpretación tiene que ver con la explicación que ustedes y yo damos a la Palabra de
Dios. Y esa es la razón por la cual existen los metodistas, los bautistas, los presbiterianos, este tipo
de maestro y aquel—todos tenemos nuestras interpretaciones. Y donde hay desacuerdo alguien
evidentemente está equivocado. Hay ciertas reglas que deben de ser seguidas al tratar nosotros de
interpretar la Biblia.

1. En primer lugar, debemos considerar EL PROPOSITO QUE ABARCA TODA LA


BIBLIA. Y esa es la razón por la cual enseño toda la Biblia. Creo que es necesario
estudiarla toda antes de que se haga cualquiera declaración dogmática acerca de
cualquier versículo particular de las Escrituras. Es de suma importancia llevar en cuenta
todos los versículos que se refieren a cualquier tema.

2. También debemos considerar A QUIEN SE DIRIGE LA ESCRITURA. Por ejemplo,


hace años Dios le dijo a Josué, “Levántate y pasa este Jordán”. (Josué 1:2) Cuando yo
visitaba aquel país, pasé el río Jordán, pero no lo pasé para cumplir aquella Escritura. Ni
decía, “Por fin obedecí al Señor por pasar el Jordán”. Claro que no, porque cuando leo
aquel versículo yo entiendo que el Señor está hablando a Josué, pero sí creo que hay una
lección tremenda para mí en esa porción. Toda Escritura no me está dirigida, pero toda
Escritura sí me sirve de provecho, y es bueno recordar esto.
3. Luego debemos siempre considerar EL CONTEXTO INMEDIATO, el cual cae antes y
después de una Escritura. ¿De qué habla el pasaje? ¿Cuáles otros pasajes de la Escritura
tratan del mismo hecho?

4. Debe haber un esfuerzo hecho para DETERMINAR LO QUE DICE EL TEXTO


ORIGINAL. Si no lee el hebreo ni el griego, al leer la versión Reina-Valera de la Biblia
sí llega próximo al original. Es la Biblia en español que más se usa hoy. Han salido varias
versiones en inglés, las cuales causan algo de confusión. Hay las que son muy buenas,
pero la mayoría quedan nubladas del punto de vista del hombre que nos las ha dado.
Muchas no son traducciones, sino una forma de interpretación. Alguien me ha pre-
guntado que si, a mi parecer, la versión “Cartas Vivientes” es una buena traducción, o no.
Les digo que es una interpretación maravillosa, pero no es una traducción. En unos de
nuestros libros de estudio, trato de dar una traducción de una palabra o frase. Tratamos de
llegar tan próximo al original que sea posible. Lo creo ser imperativo.

5. INTERPRETE LA BIBLIA LITERALMENTE. El difunto Doctor David Cooper lo ha


declarado bien: “Cuando el sentido obvio de Escritura queda en un sentido común, no
busque otro sentido; por eso, tome cada palabra en su sentido primario, ordinario, usual y
literal a menos que los hechos del contexto inmediato, estudiados en la luz de los pasajes
relacionados y de verdades axiomáticas y fundamentales, indiquen claramente lo
contrario”.

LECCIÓN 2: GUÍA PARA EL ENTENDIMIENTO

Introducción
Hay unas ciertas guías que cada uno debemos seguir respecto a la Palabra de Dios. Les
garantizo que, si ustedes siguen estas guías, gozarán de mucha bendición en sus corazones y vidas.
Ciertamente debe de haber estas guías en el estudio de la Palabra. Hoy en día un frasco de remedio
por lo simple que sea, un tónico o algo para un resfrío, lleva sus indicaciones. Cualquiera cosita que
se compre en una de esas tiendas “Todo a Real” lleva instrucciones para su empleo. Si es que las
cosas de este mundo han de llevar indicaciones para su uso, ciertamente la Palabra importantísima
de Dios debe de llevar unas guías para el estudio de ella. Quisiera mencionar 7 declaraciones muy
sencillas que a la vez son fundamentales y preliminares, las cuales servirán de guías para el estudio
de las Escrituras.

1. Empiece con oración,


2. Lea la Biblia,
3. Estudie la Biblia,
4. Medite en la Biblia,
5. Lea lo que otros han escrito acerca de la Biblia,
6. Obedezca la Biblia,
7. Particípela a otros.

Bien pueden añadir otras más a la lista, pero yo creo que estas son los puntos fundamentales
y principales. Alguien lo ha dicho en una manera muy breve y persuasiva: “La Biblia —apréndela
de memoria; guárdela en su corazón; muéstrala por su vida; siémbrala en el mundo”. Esa es la
manera de expresar algo que presentaremos aquí.
Empiece con oración
Como ya vimos al tratar del tema de la iluminación, la Biblia es diferente de cualquier otro
libro en que es el Espíritu Santo sólo, el que puede abrir nuestro entendimiento para que la
entendamos. Ustedes pueden coger un libro sobre la filosofía y puesto que un hombre lo haya
escrito, un hombre lo puede entender. Es igual en cuanto a la matemática superior, o de cualquier
otra materia. No ha habido ningún libro que haya sido escrito por hombre que otro no puede
entender. Pero la Biblia es diferente. No se puede entender la Biblia a menos que el Espíritu Santo
sea el instructor. El desea enseñarnos. Es un hecho positivo que nuestro Señor nos dijo, “Él os
guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). Al abrir la Palabra de Dios debemos de orar con el salmista:
“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.” (Salmo 119:18).

Cuando el salmista escribió estas palabras, claro que él estaba pensando en el sistema
mosaico. Hoy día lo extendemos para incluir los 66 libros de la Biblia, y podemos decir, “Abre mis
ojos, y miraré las maravillas de Tu Palabra”. Cuando el apóstol Pablo oraba por los efesios en
Efesios, el capítulo 1, no oraba que tuviera la buena salud física (él podría haberlo orado en otro
tiempo), ni oraba que se enriquecieran (no sé si jamás orara por aquello), más la primera oración a
favor de los efesios se apunta en su epístola escrita a ellos: Por esta causa también yo, habiendo
oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar
gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones. Ahora, ¿para qué oraría
Pablo? Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría
y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que
sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia
en los santos. Efesios 1:17-18.

No ven, que la oración de Pablo es que tengan una sabiduría y entendimiento de la revelación
del conocimiento de él, y la revelación está aquí en el libro. Deseaba que conocieran la Palabra de
Dios; deseaba que sus ojos y entendimiento fueran alumbrados. Quería que supieran algo de la
esperanza del llamamiento que tenían en Cristo. Esta es la oración del apóstol Pablo, y si alguien se
acuerda de mí en la oración, esta es la oración que quiero que eleve —que mis ojos espirituales sean
abiertos. Me gustaría recordar a ustedes en oración así. Creo que la cosa más importante para
ustedes y para mí hoy día es saber la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la Palabra de Dios.
No nos es posible conocer la Palabra de Dios a menos que el Espíritu de Dios sea nuestro Maestro.
Eso es lo que dice Pablo en I Corintios 2:12-14.

La razón por la cual tantos no entienden nada de la Biblia es simplemente porque no dejan
que el Espíritu de Dios les enseñe. La Palabra de Dios es diferente que cualquier otro libro porque el
hombre natural no puede percibir estas cosas, y le son locura. Dios nos ha dado el Espíritu para que
sepamos las cosas que nos son dadas libremente de Dios. El sólo es nuestro Maestro; El sólo puede
tomar la Palabra de Dios y darle significado. Dios quiere comunicársenos por medio de Su Palabra
escrita. Pero es un libro sobrenatural, y no nos comunicará por la razón sencilla de que sólo el
Espíritu de Dios puede tomar las cosas de Cristo y revelárnoslas. Fíjense en este versículo de
Escritura, el cual es muy interesante: Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino
el Espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Cristo, sino el
Espíritu de Dios (I Corintios 2:11).

En una manera muy breve y comprensible este versículo expresa la razón por la cual el
Espíritu de Dios ha de ser nuestro Maestro. Ustedes y yo nos entendemos, pero no entendemos a
Dios. Creo que hoy día es pura tontería hablar acerca de una generación con la cual no podemos
comunicarnos, y que hoy existe una brecha entre generaciones. Reconozco que siempre ha existido
una brecha hasta cierto punto. Siempre ha sido difícil que una persona mayor y un joven estén
enteramente de acuerdo. Pero sí podemos comunicarnos porque todos somos seres humanos.
Francamente, no puedo entender a Dios a menos que se me revele. Solía preguntarme cómo se
sentiría Dios en un funeral. Hallo que Jesús asistió al funeral de Lázaro y que lloró. Yo sé cómo se
siente Dios en cuanto a muchas cosas hoy en día porque el Espíritu de Dios por medio de la Palabra
de Dios me las ha revelado.

Al servir yo de pastor en Nashville, Tennessee, me levanté una mañana y daba un vistazo a


unas 5 pulgadas de nieve que había caído durante la noche. Cubría toda la fealdad con una manta
blanca y bella. Me sentaba en mi estudio en el piso de arriba admirando la vista cuando me fijé en
que uno de los ancianos de la iglesia que vivía al lado, salió al porche llevando dos cubos para
carbón llenos de cenizas, las cuales el anciano iba a descargar en el fondo. Lo vi detenerse un
momento para mirar la vista, y yo simplemente me sonreía porque sabía cómo se sentía él —
exactamente como yo me sentía al mirar la nieve que había caído durante la noche. Pero al avanzar
él, se resbaló. No queriendo esparcir las cenizas, aguantó los cubos a un lado y dio contra la
escalinata y se golpeó duro. No podía aguantar yo la risa. Supongo que, si aún se hubiera desnucado,
me habría reído. Me fijé en que miró a su alrededor y al estar satisfecho de que ninguno lo hubiera
visto, se levantó con gran satisfacción y empezó su caminito de nuevo. A medio camino, volvió a
caerse y esta vez se golpeó aún más duro cayendo hasta la calzada. Esta vez miró de veras a su
alrededor. No ven, que no quería que alguien viera lo que le había sucedido. Y yo sabía cómo se
sentía él. Pues, me sentiría igual. El anciano se levantó de nuevo; y llegó al fondo y descargó las
cenizas. Al regresar al porche miró la vista de nuevo. No creo que esta vez fuera para admirar la
vista sino para asegurarse de que ninguno lo hubiera visto caer. No dije ni una palabrita hasta el
domingo en la mañana. Cuando entré en la iglesia, fui por donde estaba sentado él, me inclinaba y le
dije, “Tu sí te veías muy cómico ayer llevando las cenizas”. Me miró pasmadamente y me dijo,
“¿Me veías?” Le contesté: sí. “Pues,” me decía, “Yo creía que ninguno me vio.” Y luego le dije,
“Yo pensaba eso. Yo sabía exactamente cómo tú te sentías.” No ven, que él tiene un espíritu
humano y yo también tengo un espíritu humano, y nos entendemos. No creo que haya tanta brecha
entre generaciones en ninguna parte, porque creo que los seres humanos nos entendemos. Mas,
¿quién es capaz de entender a Dios? El Espíritu de Dios. Por eso es preciso que el Espíritu de Dios
nos enseñe, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

Renan, el escéptico francés, lanzó un ataque sobre la Palabra de Dios, como bien saben. Sin
embargo, escribió un libro sobre la Vida de Cristo. Su libro se divide en dos secciones. Una es la
sección histórica, y la otra es su interpretación de la vida de Cristo. En cuanto a la Primera sección,
es probable que nunca haya escrito ningún hombre una historia de la Vida de Cristo más excelente
que esta. Pero su interpretación de ella es positivamente absurda. Podría haberla interpretado mejor
un niño de 12 años que asiste con regularidad a una escuela dominical. ¿Cómo se lo explica? Pues,
el Espíritu de Dios no les enseña la historia ni les revela los hechos que ustedes por su propia cuenta
pueden averiguar; cualquier inteligente los sabe hallar. Pero la interpretación es cosa totalmente dis-
tinta. El Espíritu de Dios ha de interpretar, y El sólo debe de ser el Maestro para guiarnos a la
verdad. Es preciso que el Espíritu de Dios abra los ojos para que veamos.

Hemos de pedir Su ayuda. Jesús habló de eso en Juan 16:12-16. No ven, que el Señor Jesús
nos dice qué hemos de pedir. Tiene muchas cosas para nosotros y quiere revelarnos estas cosas por
medio del Espíritu Santo. De nuevo, en el capítulo 14 de Juan, Cristo dice: Mas el Consolador, el
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os
recordará todo lo que yo os he dicho (Juan 14:26).
El Espíritu Santo es el Maestro, y ha de ser el único para guiarnos a toda la verdad, mis
amados. Si aprenden cualquiera cosa por medio de este programa de estudio bíblico, no será porque
este pobre predicador es su maestro. Aprenderán porque el Espíritu de Dios está abriéndoles la
Palabra de Dios. Esta, pues, es la primera guía: Empiece con oración, y pida que el Espíritu de Dios
sea su Maestro. La segunda guía les puede parecer una simplificación excesiva.

Lea la Biblia
Alguien le preguntó una vez a un gran erudito relativo a Shakespeare, “¿Cómo se estudia a
Shakespeare?” Su contestación fue muy concisa, “Lea a Shakespeare.” Y, yo les diría a ustedes,
“Lean la Palabra de Dios.” Si quieren saber lo que la Biblia dice, lean la Biblia. Además de lo que
cualquier maestro les pueda enseñar, es de mucha importancia que lean ustedes mismos lo que dice
la Biblia. El Doctor G. Campbell Morgan ha escrito unos libros muy maravillosos y provechosos
sobre la Biblia. Tiene una serie de libritos llamados “Mensajes Vivientes de los Libros de la Biblia”.
Abarca cada uno de los 66 libros de la Biblia. Yo no conozco nada que sea mejor que esta serie. Me
influía mucho en mi estudio de la Palabra cuando yo era estudiante. Se decía que el Doctor Morgan
no pondría nada por escrito hasta que hubiera leído por 50 veces un libro particular de la Biblia. Por
lo tanto, mis amigos, no se cansen de hacer bien. Lean la Palabra de Dios. Si no la entienden la
primera vez, léanla por segunda vez. Si no la entienden la segunda vez, léanla por tercera vez. Sigan
leyéndola. Permítanme decirles que no perderán el tiempo. Debemos averiguar los hechos de la
Palabra de Dios.

En Nehemías 8:1-3 hallamos un hecho interesantísimo. Este es un pasaje muy notable de las
Escrituras. No ven, que estas personas habían estado en la cautividad babilónica por unos setenta
años; muchos de ellos nunca habían oído la Palabra de Dios. No se circulaba mucho en aquel
entonces, y no había tantas versiones distintas que se publicaban, ni hubo en preparación las de ser
publicadas. Es probable que hubiera una sola, o tal vez dos copias en existencia, y Esdras tenía una
de ellas. Se paró y leyó delante de la puerta de Las Aguas. Y leían en el libro de la ley de Dios
claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura (Nehemías 8:8). Veo desde la
manera en que se relata la historia, que apostaron a hombres de la tribu de Leví en ciertos lugares
entre la gente. Después de leer alguna porción, Esdras dejaría de leer para que los que escuchaban
tuvieran la oportunidad de hacerles preguntas a los hombres que se apostaban para explicárseles la
Biblia. Y los levitas hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar
(Nehemías 8:7b).

No solo leían la Palabra, sino también causaron que el pueblo entendiera lo que leían. Nos
falta leer la Biblia. Hay tantas distracciones hoy que nos quitarían del estudio de la Palabra de Dios.
Una de las distracciones más grandes es la iglesia misma. La iglesia se compone de comités,
organizaciones, banquetes y diversiones, y proyectos de fomento hasta el punto que ni aún trata de
la Palabra de Dios en muchas iglesias hoy día. Hay iglesias que han eliminado de un todo el servicio
de predicación. En su lugar ofrecen una hora en que las personas se expresan, y se dicen lo que
opinan. No considero ninguna cosa ser más infantil, ni más pérdida de tiempo que aquello. Yo lo
creo ser más bien una buena excusa de un predicador perezoso, el cual no leerá ni estudiará la
Biblia, y así evita su deber de predicar. Veo que hay tantos miembros de iglesias que son
desconocedores de la Biblia. Simplemente no conocen la Palabra de Dios. Hace años que la enseñan
en la iglesia corriente. Nos falta leer la Biblia, y hay que profundizarla de veras. No es suficiente
leer sólo unos versículos favoritos. Hay que leer toda la Palabra de Dios. Ese es el único método de
conocerla, mis amigos, y es el método de Dios.

Luego, la tercera guía es...


Estudie la Biblia
Hace años alguien se acercó al Doctor Morgan y le dijo, “Usted habla como si fuera
inspirado.” El Doctor Morgan le respondió, “La inspiración está compuesta de 95 por ciento de
sudor”. Hay que estudiar la Biblia. Debemos darnos cuenta de que el Espíritu de Dios no nos
enseñará algo que bien podemos aprender por estudiarla. Yo solía enseñar la Biblia en un instituto
bíblico y las clases se integraban de toda clase de jóvenes. Entre ellos había unos individuos muy
piadosos y yo llegaba a comprender a estos jóvenes con el pasar del tiempo. Confieso que al
principio yo no los comprendía nada. Encontré que su fachada piadosa tapaba un vacío y una
ignorancia grande en cuanto a la Palabra de Dios. Algunos de ellos no estudiarían la noche antes de
un examen. Siempre se justificarían en que estaban ocupados en un culto de oración, o en otro tipo
de servicio. Yo tenía el presentimiento de que algunos creyeran que podrían dejar puesta la Biblia
debajo de la almohada de noche, y que al dormirse les iba a surgir por el mismo edredón los
nombres de los reyes de Israel y de Judá. Créanme, que no se filtrarán por el edredón. Tenemos que
consagrarnos y estudiar la Palabra de Dios. Cuando yo estudiaba en la universidad, un compañero de
una clase bíblica decía, “Doctor, nos ha asignado una porción que es muy seca”. Sin perder un paso,
el profesor le dijo, “Pues, mójela con un poquito del sudor de su rostro.” La Biblia debe ser
estudiada y es muy importante que veamos esto. No creo que Él les esté revelando verdades a
personas perezosas. Después de todo, ustedes nunca aprenderán los logaritmos, ni la geometría, ni el
griego por sólo leer un capítulo sobre la materia antes de acostarse de noche.

Ahora, puedan quedar escandalizados cuando digo que no recomiendo la lectura devocional
de la Biblia. Por un período de años he aprendido que muchísimas personas celebran fielmente lo
que llaman la lectura devocional, pero quedan desconocedores de la Biblia. Me hospedé con una fa-
milia por unos ocho días cuando estaba predicando en un pueblo de Tennessee. Celebramos la hora
devocional todas las mañanas en el desayuno. Lastimosamente, el desayuno siempre se servía algo
tarde, y Susita y Memo tenían prisa en salir para la escuela. Estoy seguro de que ellos ni aún
supieron lo que se leía. El padre quería salir al trabajo, y por lo general leía una pequeña porción, y
luego decía, “Pues, como no nos queda mucho tiempo, leeré esta porción que nos es conocida.” Y
créanme, que a la verdad el tiempo fue corto. Al terminar la lectura, los dos niñitos salieron de la
mesa como si hubieran sido tirados de una escopeta, y el padre salió casi tan rápido como ellos
salieron. La madre quedó con la losa y yo me preguntaba si de veras ella oyó lo que se leyó, o no.
Resolví allí mismo que en el hogar mío nunca celebraríamos la lectura devocional así. He tratado
siempre de animar a los miembros de la familia mía que lean la Biblia por su propia cuenta. Aquella
es la lectura que es provechosa.

Alguien dirá que tiene su lectura devocional de noche después de que se termina el día. Pero,
¿no es que la lee precisamente antes de acostarse, cuando ya se ha metido en la cama, y los ojos
están para cerrarse, y luego vuelve a una porción de la Escritura y la lee? Mi amigo, no le es posible
aprender la matemática así, ni la literatura, ni la Biblia. Hay que estudiar la Palabra de Dios. Creo
que ha de leerla cuando puedan dedicarle tiempo. Si no encuentran tiempo, deben apartar unos 30
minutos, o una hora para ello. Si es que ustedes hacen las cosas casualmente como yo las hago,
luego encontrarán que un día leerán unos 30 minutos, al próximo día leerán unos 5 minutos, y al
otro día unas 2, o 3 horas. No dicto una lista larga de reglas particulares, pero sí creo que cada
persona debe leer la Biblia por su propia cuenta. Creo que es importante animar a los niños que lean
la Biblia. Hay personas que creen que deben de celebrar la lectura devocional juntos. Bien. Si es el
método que Dios les guía leerla, léanla así. Pero, bien puedo garantizarles que no serán estudiantes
inteligentes de la Biblia aún después de pasar 20 años leyéndola del método devocional. La Biblia es
de ser estudiada inteligentemente.
Se ha dicho de Juan Wesley que era un hombre de un sólo libro. ¿Qué es lo que le hacía un
hombre de un sólo libro? Pues, se levantaba todas las mañanas a las cuatro y a las cinco para leer la
Biblia. Me dicen que leía la Biblia en 5 idiomas varios. Créanme que él sí estudiaba la Palabra de
Dios. A ustedes y a mí nos hacen falta estudiar la Palabra. Nos falta sacar de ella su significación.
Esto me conduce a la cuarta guía:

Medite en la Biblia
La meditación es algo que Dios enseñaba a Su pueblo. La Palabra de Dios había de estar
delante de los hijos de Israel todo el tiempo para que meditaran en ella. Deuteronomio 6:6-9. Esta es
una declaración admirable la que el Señor nos ha dado. Les dijo que escribieran la Palabra de Dios
en todas partes para que quedara grabada en sus corazones y vidas. En otras palabras, a dondequiera
que vieran les era como mirar las vallas anunciadoras. No se puede pasear por nuestras calles y
carreteras sin ver las vallas anunciadoras que hacen publicidad de las bebidas alcohólicas y los
cigarrillos. Ahora se puede comprender por qué las personas hoy en día toman tanto licor, y porqué
fuman cigarrillos. Es porque queda delante de su vista todo el tiempo. El Señor conoció la
naturaleza humana. Nos conoce, y le mandó a Su pueblo poner la Palabra donde la verían. Estaba en
sus postes, en sus puertas, la llevaron en los vestidos, y eran de hablar de ella cuando caminaban,
cuando se sentaban, y cuando se acostaban. Dios exigió que Su pueblo meditara en la Palabra.
Ahora, ¿qué significa en verdad meditar en la Palabra de Dios? Hay una declaración muy interesante
en el primer Salmo (1:1-2).

El meditar es reflexionar, recordar, y considerar una y otra vez. La vaca reflexiona cuando
rumia. Ustedes saben que la vaca sale de mañana y apacienta en las horas cuando el pasto está
refrescado. Luego, a la salida del sol, y cuando hace calor, la vaca se echa bajo un árbol, o sea para
allí mismo en la sombra. La ve rumiando y se pregunta qué es lo que mastica la vaca. Ella quedará
rumiando por una hora, o dos. Bueno, ella está meditando, mi amigo. Se dice que una vaca tiene
varios estómagos. Por la mañana ella come el pasto algo de prisa, y lo acumula en uno de los estó-
magos. Luego, en la tarde cuando hace calor, medita en ello. Lo cambia de un estómago al otro, y en
el proceso lo rumia bien de nuevo. Permítanme decirles que eso es lo que necesitamos aprender a
hacer respecto a la Palabra de Dios. Hay meditar en lo que hemos leído y estudiado.

Al preparar yo un mensaje, muchas veces tomo un versículo de la Escritura y paso horas


leyéndolo una y otras veces, y comprobando lo que otros han dicho tocante a ello, y simplemente lo
vuelvo a leer. En fin, encuentro que una verdad nueva brotará de aquel pasaje. Oí decir al Doctor
Harry Ironside que había escuchado un discurso sobre el Cantar de los Cantares, el cual lo dejó
descontento. Dijo que leía el Cantar de los Cantares repetidas veces. En efecto, se arrodillaba
rogándole al Señor que le diera un entendimiento de ello pues, no lo entendía. Lo leía una y otras
veces por unas semanas y meses, y por fin, una nueva luz le salió de aquel libro. Ahora, cuando yo
enseño el Cantar de los Cantares, por lo general doy la interpretación de él por dos razones: satisface
la mente y el corazón mío más que cualquiera interpretación que haya oído yo, y también sé que el
hombre que dio esa interpretación pasaba mucho tiempo en la meditación del libro.

Hay los que nos escriben diciendo que la esposa escucha nuestro estudio bíblico por radio en
el hogar, y que el esposo lo escucha en el trabajo. En la hora de la cena los dos discuten lo que se
enseñaba de la Biblia ese día. Esa es la meditación. Es repasarla repetidas veces. ¿Cuántos de
ustedes, después de tener la lectura devocional, meditan en la misma porción durante el día? La
mayoría la leen y luego se la olvidan. Pasan unos 30 minutos, y ellos ni recuerdan lo que se leía en
el desayuno. O, si la leen de noche, se acuestan en la cama lo más rápido que les sea posible, apagan
la luz, y se duermen olvidándosela por completo. La meditación llega siendo un arte casi perdido en
nuestra sociedad contemporánea. Francamente, la televisión en muchos hogares elimina la posibi-
lidad de meditar, y está cambiando la vida espiritual de muchas familias. Una de las razones por la
cual nuestras iglesias tienen una frialdad y una indiferencia en cuanto a la Palabra de Dios es
simplemente debido a la falta de meditación en la Palabra de Dios.

Ustedes recordarán que aquel eunuco etíope que leía en Isaías mientras que iba por el
camino. Realmente estaba estudiando Isaías porque había llegado a una porción que no entendía, y
tuvo dificultad con ella. Como no sabía lo que significaba, la volvió a leer muchas veces. Aquí está
un hombre, pues, el cual está leyendo y estudiando, y el Espíritu de Dios le abrirá la Palabra de
Dios. Por eso, el Espíritu guio a Felipe al etíope para explicarle el capítulo. Le abrió un mundo
nuevo y l1egó a conocer a Cristo. La narración dice que siguió gozoso. ¿Qué era lo que le hizo
regocijar? Reflexionaba sobre Isaías 53. ¿Jamás han meditado ustedes en aquel Cordero que fue
llevado como oveja al matadero? ¿Quién era? Bajó a la tierra y se identificó con nosotros, los cuales
nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino. Y Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros. ¿Con cuánta frecuencia meditan sobre estas cosas? Bueno, el etíope sí meditaba.
Siempre ha sido una cuestión de especulación en cuanto a lo que hizo el etíope después de confiar en
Cristo. La tradición dice que regresó a su tierra y fundó la iglesia cóptica de Etiopía. Eso bien pueda
ser, pero no sabemos si es verdad, o no. Lo interesante es que siguió gozoso, y eso nos hace saber
que estaba meditando en la Palabra de Dios.

Lea lo que se ha escrito sobre la Biblia


Reconozco que esta gula pueda ser algo peligrosa porque tantas personas dependen
simplemente de lo que han dicho otros acerca de la Biblia. Hay tantos libros que han salido hoy en
día, los cuales dan mala enseñanza tocante a la Palabra de Dios. Hay que comprobar todo lo que se
escribe por medio de la Biblia misma. Sin embargo, es importante leer un buen comentario sobre
cada libro de la Biblia. Se fijarán en que todos los bosquejos que les enviamos contienen una lista de
ciertos libros que se recomienda para el estudio de cada libro de la Biblia. Hay muchos comentarios
que han salido en castellano y el librero en la librería evangélica les ayudará a escoger los
comentarios que les servirán de mucha ayuda. En realidad, ustedes adquieren así la dulzura y estudio
refinado de los siglos cuando leen los libros escritos por hombres que han sido guiados por el
Espíritu de Dios.

Debemos aprovecharnos de estos. Hablen también con el librero en cuanto a las


concordancias y los diccionarios bíblicos que hay para su estudio bíblico. Ahora, todo maestro y
predicador del Evangelio tiene una colección de libros que estudia y que son de mucha importancia.
Alguien preguntará, ¿debo repetir palabra por palabra el texto que otro ha escrito? No, eso nunca se
debe hacer a menos que nombre la obra que se copia. Pero, sí tiene el derecho de usar lo que otros
han escrito. Me han dicho que unos de los mensajes míos son predicados por otros, y a veces no
reconocen al autor de ninguna manera. En cuanto a mí, no me importa, pero sí revela el carácter del
individuo que hace uso de una materia ajena citándola palabra por palabra, y no la reconoce. Un
profesor en el seminario resolvió este problema de la manera siguiente. Cuando le pregunté si
debiera citar a otros escritores, o no, le decía, “Usted debe pacer en los pastos de todos, pero debe
dar su propia leche.” Y eso quiere decir que han de leer lo que otros han escrito, pero es esencial que
lo mediten bien para expresarlo del modo suyo. Sí, tienen el derecho de hacer eso. Lo importante es
que debemos aprovecharnos del estudio de otros hombres sobre la Palabra de Dios.

Obedezca a la Biblia
Para el entendimiento y el estudio de las Escrituras, la obediencia es esencial. Abram es un
ejemplo de esto. Dios se le apareció cuando le llamó a salir de Ur de los caldeos, y de nuevo cuando
estaba en la tierra prometida. Mas Abram huyó a Egipto cuando hubo hambre, y durante este tiempo
Dios no tenía ninguna palabra para él. No fue hasta después de que Abram regresó a la tierra
prometida que Dios se le apareció de nuevo. ¿Por qué? Por falta de la obediencia. Hasta que Abram
obedeciera lo que Dios ya le había revelado, Dios no estaba dispuesto o revelarle una nueva verdad.
Y así sucede con nosotros. Cuando obedecemos, Dios nos revela verdades nuevas. Aún el
Evangelio, el cual es dado para salvar nuestras almas, es dado para que lo obedezcamos. El
documento más grande que ha sido escrito sobre el Evangelio es la epístola a los Romanos. Creo
que encierra entre comillas el tema de la obediencia. Comienza con la obediencia en Romanos 1:5, y
al final de la epístola, Pablo vuelve a la obediencia en su capítulo 16, y el versículo 26:

“Para que obedezcan a la fe” son las últimas palabras de Pablo en esta epístola. ¿Qué queda
entre las comillas de la obediencia? Pues, nos presenta el documento más grande sobre lo que es el
Evangelio, la gran sección doctrinal y la gran sección práctica. Verán que la última parte tiene que
ver con deberes, lo que hemos de hacer. Pablo puso este asunto de la obediencia como unas comillas
al Evangelio. “Para que obedezcan a la fe”. Esto es donde se desviaron Adán y Eva. Ella no sólo
escuchaba a Satanás, el enemigo de Dios, sino también desobedeció a Dios. Obedecer a Dios es muy
importante y debemos reconocer que Dios no continuará revelándonos verdades si llegamos a ser
desobedientes. Debemos obedecer la Biblia si es que pensamos sacar provecho de la lectura de ella.
La obediencia también es importante porque hay personas que juzgan la cristiandad por la vida suya,
y la mía, y nos miran hoy en día. Cowan bien ha dicho, “La mejor manera de defender el Evangelio
es por vivir una vida digna del Evangelio.” Esa es la manera de probar que es la Palabra de Dios.

4 predicadores discutían los méritos de las varias traducciones de la Biblia. A uno le gustó
mejor una versión porque tenía el lenguaje simple y bello. A otro le gustó aún otra porque era literal
y dijo que llegó más próxima al texto hebreo y al griego. A otro le gustó una traducción moderna
por su vocabulario corriente. El cuarto predicador quedó callado. Cuando le pidieron que expresara
su opinión, contestó, “Me gusta mejor la versión de mi madre. La traducía a la vida, y era la versión
más convincente que jamás he visto”. Recordarán lo que Pablo escribió en II Corintios 3:2-3. ¡Cuán
importante es obedecer la Palabra de Dios, obedecer la Biblia! Yo creo que hoy día los que son
miembros de iglesias perjudican más la cristiandad que cualquier otro grupo. Esa es una de las
razones hoy por la cual vemos toda esta rebelión fuera de la iglesia. Rebelión contra el
establecimiento es rebelión contra la iglesia porque ella es el establecimiento. En un cartel que se
llevaba durante una marcha de protesta se escribían cuatro palabras: “Iglesia —No; Jesús —Sí”.
Francamente, no hay duda de que las vidas que llevan muchos cristianos causan que se aparten
muchos de la iglesia hoy en día. Había un abogado en Inglaterra hace años a quien le preguntaban
por qué no llegó a ser cristiano. Les respondió así, “Yo también podría haberme llegado a ser
cristiano si no hubiera conocido a tantos que profesaban ser cristianos”. ¡Qué lástima! Hemos de
examinar nuestras vidas respecto a esto. ¡Cuán importante es obedecer la Palabra de Dios!

Particípela a otros
No sólo lean la Biblia; no sólo mediten en ella; no sólo lean lo que otros han escrito acerca
de ella, sino también particípenla a otros. Eso es lo que debemos hacer. Creo que llegarán a un punto
de saturación en el estudio de la Palabra a menos que la participen a otros. Dios, por alguna razón,
no les dejará retirarse de los hombres y llegar a ser un tipo de enciclopedia bíblica ambulante,
sabiéndola toda mientras los demás quedamos ignorantes. Es por esa razón escribió Hebreos 10:25.
Dios nos ha mandado a ser testigos. Dijo, “Y me seréis testigos.” No dijo que hayamos de ser
eruditos, ni enciclopedias ambulantes, ni libros de memoria. Hemos sido llamados a ser testigos hoy
en día, y por lo tanto debemos de participar la Palabra a otros. Aprendí esta lección cuando estaba en
el seminario. Servía de pastor en una iglesia pequeña igual como también servían cinco de mis
compañeros. Descubrimos al graduarnos que nos habíamos adelantado un año, por lo menos, a los
otros miembros de la clase. ¿Por qué? ¿Éramos más inteligentes que los otros? No. Era porque
habíamos participado lo que aprendíamos a otros. Dios hacía afluirnos mucho más que lo haría de
otro modo.

LECCIÓN 3: CUALIDADES DEL INTÉRPRETE

Introducción
La Hermenéutica es la ciencia de la interpretación. Dicho nombre se aplica, generalmente, a
la explicación de documentos escritos y, por este motivo, puede definirse más particularmente a la
Hermenéutica como la ciencia de interpretación del lenguaje de los autores. Esta ciencia da por
sentado el hecho de que existen diversas modalidades de pensamiento, así como ambigüedades de
expresión; y tiene por oficio hacer desaparecer las probables diferencias que puedan existir entre un
escritor y sus lectores, de modo que éstos puedan comprender con exactitud a aquél.

La Hermenéutica Bíblica, o Sagrada, es la ciencia de interpretación del Antiguo y Nuevo


Testamentos. Siendo que estos dos documentos difieren en forma, lenguaje y condiciones históricas,
muchos escritores han considerado preferible tratar por separado la Hermenéutica de cada uno de
ellos. Y siendo el Nuevo Testamento la revelación más plena, así como la más moderna, su
interpretación ha recibido mayor y más frecuente atención. Pero es asunto discutible si ese
tratamiento separado de los dos testamentos es lo mejor. Es asunto de la mayor importancia el
observar que, desde el punto de vista cristiano, el Antiguo Testamento no puede ser plenamente
comprendido sin la ayuda del Nuevo. El misterio del Cristo, cosa que en otras generaciones no se
hizo conocer a los hombres, fue revelado a los apóstoles y profetas del N. Testamento (Efes. 3: 5) y
esa revelación arroja inmensa claridad sobre muchos pasajes de las Escrituras Hebreas. Por otra
parte, es igualmente cierto que sin un conocimiento perfecto de las Antiguas Escrituras es imposible
tener una interpretación científica del Nuevo Testamento.

El lenguaje mismo del Nuevo Testamento, aunque pertenece a otra familia de lenguas
humanas, es notablemente hebreo. El estilo, la dicción y el espíritu de muchas partes del Testamento
Griego, no pueden apreciarse debidamente por quienes no estén relacionados con el estilo y espíritu
de los profetas hebreos. También tenemos el hecho de que abundan en el A. T. los testimonios a
Cristo (Luc. 24:2744; Juan 5:39; Actos 10:43) la ilustración y el cumplimiento de los cuales sólo
pueden verse a la luz de la Revelación Cristiana. En fin, la Biblia, en su conjunto, es una unidad de
hechura divina y existe el peligro de que al estudiar una parte de ella descuidando, relativamente,
otra parte, caigamos en métodos equivocados de exposición. Las Santas Escrituras deben estudiarse
como un conjunto, porque sus diversas partes nos fueron dadas de muchas maneras (Heb. 1:1) y,
tomadas en conjunto, constituyen un volumen que, en una forma notable, se interpreta a sí mismo.

La Hermenéutica tiende a establecer los principios, métodos y reglas que son necesarios para
revelar el sentido de lo que está escrito. Su objeto es dilucidar todo lo que haya de oscuro o mal
definido, de manera que, mediante un proceso inteligente, todo lector pueda darse cuenta de la idea
exacta del autor. La necesidad de una ciencia de interpretación es cosa que se impone en vista de las
diversidades mentales y espirituales de los hombres. Aun el trato personal entre individuos de una
misma nación e idioma a veces se hace difícil y embarazoso a causa de los diferentes estilos de
pensamiento y de expresión. El mismo apóstol Pedro halló en las epístolas de Pablo cosas difíciles
de entender (2 Pedro 3:16). Pero especialmente grandes y variadas son las dificultades para entender
los escritos de los que difieren de nosotros en nacionalidad y en lengua. Aun los eruditos se hallan
divididos en sus tentativas por descifrar e interpretar los registros del pasado. Únicamente a medida
que los exegetas vayan adoptando principios y métodos comunes de procedimiento, la interpretación
de la Biblia alcanzará la dignidad y seguridad de una ciencia establecida; pues si alguna vez el
ministerio divinamente asignado de la reconciliación, ha de realzar el perfeccionamiento de los
santos y la edificación del cuerpo de Cristo, de manera de traer a todos a la obtención de la unidad
de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Ef. 4:12-13) ello debe hacerse por medio de una
interpretación correcta y un empleo eficaz de la Palabra de Dios. La interpretación y aplicación de
esa Palabra debe descansar sobre una ciencia sana y manifiesta de la Hermenéutica.

Cualidades del intérprete


En primer lugar, el intérprete de las Escrituras, y, en realidad, de cualquier libro que
sea, debe poseer una mente sana y bien equilibrada; ésta es condición indispensable, pues la
dificultad de comprensión, el raciocinio defectuoso y la extravagancia de la imaginación, son cosas
que pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y necias. Todos esos defectos, y aun
cualquiera de ellos, inutiliza al que los sufre para ser intérprete de la Palabra de Dios. Un requisito
especial del intérprete es la rapidez de percepción. Debe gozar del poder de asir el pensamiento de
su autor y notar, de una mirada, toda su fuerza y significado. A esa rapidez de percepción debe ir
unida una amplitud de vistas y claridad de entendimiento prontos a coger no sólo el intento de las
palabras y frases sino también el designio del argumento. Por ejemplo: al tratar de explicar la
Epístola a los Gálatas, una percepción rápida notara el tono apologético de los dos primeros
capítulos, la vehemente audacia de Pablo al afirmar la autoridad divina de su apostolado y las
importantes consecuencias de sus pretensiones. Notará, también, con cuánta fuerza los incidentes
personales a que se hace referencia en la vida y ministerio de Pablo entran en su argumento. Se
apreciará vivamente la apasionada apelación a los "¡gálatas necios!", al principio del capítulo tercero
y la transición natural, desde ese punto a la doctrina de la Justificación. La variedad de argumento y
de ilustración en los capítulos tercero y cuarto, y la aplicación exhortatoria y los consejos prácticos
de los dos últimos capítulos también saltarán a la vista; y entonces, la unidad, el intento, y la
derechura de toda la epístola estarán retratados ante el ojo de la mente como un todo perfecto, el que
se irá apreciando más y más, a medida que se añada atención y estudio a los detalles y minucias.

El intérprete debe ser capaz de percibir rápidamente lo que un pasaje no enseña, así como de
abarcar su verdadera tendencia. Un intelecto vigoroso no estará desprovisto de poder imaginativo.
En las descripciones narrativas se deja lugar para mucho que no se dice, y abundan hermosos
pasajes en las Escrituras que no pueden ser debidamente apreciados por personas carentes de poder
imaginativo. El intérprete fiel frecuentemente debe transportarse al pasado y pintar para su propia
alma las escenas de los tiempos antiguos. Debe poseer una intuición de la naturaleza y de la vida
humana que le permita clocarse en lugar de los escritores bíblicos y ver y sentir como ellos. Pero, a
veces, ha acontecido que los hombres dotados de mucha imaginación han sido expositores poco
seguros. Una fantasía exuberante se halla expuesta a errar en el juicio, introduciendo conjeturas y
fantasías en lugar de exégesis válida. La imaginación corregida y bien disciplinada se asocia al
poder de la concepción y del pensamiento abstracto, hallándose así en aptitud de formar, si se le
piden, hipótesis para usarlas en ilustraciones o en argumentos.

Pero, sobre toda otra cosa, un intérprete de las Escrituras necesita un criterio sano y sobrio.
Su mente debe tener la competencia necesaria para analizar, examinar y comparar. No debe dejarse
influir por significados ocultos, por procesos espiritualizantes ni por plausibles conjeturas. Antes de
pronunciarse, debe pesar todos los “pro” y los “contra” de alguna posible interpretación; debe
considerar si sus principios son sostenibles y consecuentes consigo mismos; debe balancear las
probabilidades y llegar a conclusiones con las mayores precauciones posibles. Es dable entrenar y
robustecer un criterio semejante, un discernimiento lleno de fina observación, y no debe
economizarse trabajo en constituirlo en un hábito de la mente, tan seguro como digno de confianza.

Los frutos de semejante discernimiento serán la corrección y la delicadeza. El intérprete del


libro sagrado hallará la necesidad de estas cualidades para descubrir las múltiples bellezas y
excelencias esparcidas en rica profusión por sus páginas. Pero tanto su gusto como su criterio deben
recibir la instrucción necesaria para discernir entre los ideales verdaderos y los falsos. La honestidad
a toda costa, así como la sencillez de la gente del mundo antiguo, hieren muchos tontos
refinamientos de la gente moderna. Una sensibilidad exagerada halla, a veces, motivos para
ruborizarse por algunas expresiones que en las Escrituras aparecen sin la más mínima idea de
impureza. En tales casos, el gusto correcto leerá de acuerdo con el verdadero espíritu del escritor y
de su época.

En la interpretación de la Biblia, en todas partes hallamos que se da por sentado que ha de


hacerse uso de la razón. La Biblia viene a nosotros en la forma del lenguaje humano, apela a nuestra
razón y juicio; invita a la investigación y condena una incredulidad ciega. Debe ser interpretada
como cualquier otro volumen, mediante una rígida aplicación de las mismas leyes del lenguaje y el
mismo análisis gramatical. Aun en aquellos pasajes de los que puede decirse que se hallan fuera de
los límites a que alcanza la razón, en el reino de la revelación sobrenatural, compete al criterio
racional el decir si realmente la revelación de que se trata es sobrenatural. En asuntos que están más
allá del alcance de su visión, puede la razón, con argumentos válidos, explicar su propia
incompetencia y por la analogía y diversas sugestiones demostrar que hay muchas cosas que están
fuera de su dominio, las que, a pesar de ello, son verdaderas y enteramente justas, y deben aceptarse
sin disputas. Así, la razón misma puede ser eficaz para fortalecer la fe en lo invisible y eterno.

Pero es conveniente que el expositor de la Palabra de Dios cuide de que todos sus principios
y sus procedimientos de raciocinio sean sanos y tengan consistencia propia. No debe colocarse sobre
premisas falsas. Debe abstenerse de dilemas que acarrean confusión. Sobre todo, debe evitar el
precipitarse a establecer conclusiones faltas del debido apoyo. No debe jamás dar por sentado lo que
sea de carácter dudoso o esté en tela de juicio. Todas esas falacias lógicas deben, necesariamente,
viciar sus exposiciones y constituirle en un guía peligroso. El empleo correcto de la razón en la
exposición bíblica se hace visible en el proceder cauteloso, en los principios sólidos adoptados, en la
argumentación firme y concluyente, en la sobriedad del ingenio desplegado y en la integridad
honesta y llena de consistencia propia mantenida en todas partes. Semejante ejercicio de la razón
siempre se hará recomendable a la conciencia piadosa y al corazón puro.

En adición a las cualidades que hemos mencionado, el intérprete debiera ser "apto para
enseñar" (2 Tim. 2: 24). No sólo debe ser capaz de entender las Escrituras sino también de exponer a
otros, en forma vívida y clara, lo que él entiende. Sin esta aptitud, todas sus otras dotes y cualidades
de poco o nada le servirán. Por consiguiente, el intérprete debe cultivar un estilo claro y sencillo,
esforzándose en el estudio necesario para extraer la verdad y la fuerza de los oráculos inspirados de
manera que los demás los entiendan fácilmente.

Cualidades Espirituales
Ante todo, el intérprete necesita una disposición para buscar y conocer la verdad. Nadie
puede emprender correctamente el estudio y exposición de lo que pretende ser la revelación de Dios,
estando su corazón influido por preocupaciones contra tal revelación o sí, aun por instante, vacila en
aceptar lo que su conciencia y su criterio reconocen como bueno. El intérprete debe tener un deseo
sincero de alcanzar el conocimiento de la verdad y de aceptarla cordialmente una vez alcanzada. El
amor de la verdad debiera ser ferviente y ardiente, de modo que engendre en el alma entusiasmo por
la Palabra de Dios. El exegeta hábil y profundo es aquel cuyo espíritu Dios ha tocado y cuya alma
está avivada por las revelaciones del cielo. Ese fervor santificado debe ser disciplinado y controlado
por una verdadera reverencia. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría". (Pr. 1:7).

Tiene que existir un estado devoto de la mente al mismo tiempo que el puro deseo de
conocer la verdad. Finalmente, el expositor de la Biblia necesita gozar de una comunión viva con el
Espíritu Santo. Por medio de una profunda experiencia del alma debe alcanzar el conocimiento
salvador que es en Cristo; y en proporción a la profundidad y plenitud de tal experiencia, conocerá la
vida y la paz de la "mente del Espíritu" (Ro. 8:6). De modo que quien quiera conocer y explicar a
otros "los misterios del “Reino de los cielos" (Mat. 13:11) debe entrar en bendita comunión con el
Santo. Nunca debe dejar de orar (Efes. 1:17-18) "que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre
de gloria le dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de él, alumbrados los
ojos de su corazón para que sepa cuál sea la esperanza de su vocación y cuáles las riquezas de la
gloria de su herencia en los santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con
nosotros, los que creemos".

LECCIÓN 4: MÉTODOS DE INTERPRETACIÓN

La historia de la exposición bíblica, tal como se la descubre en las obras de los grandes
exegetas y críticos, nos muestra los diversos métodos que han prevalecido en varios períodos.
Indudablemente, al través de los siglos, el sentido común de los lectores ha aceptado el significado
obvio de las principales partes de la Biblia; pues, como lo hace notar Stuart: "Desde el primer
instante en que un ser humano se dirigió a otro, mediante el uso del lenguaje, hasta la hora actual,
las leyes esenciales de la interpretación fueron, y han continuado siéndolo-, un asunto práctico. La
persona a quien se hablaba, siempre ha sido un intérprete en cada caso en que ha oído y entendido lo
que se le decía. Por consiguiente, toda la raza humana es, y siempre ha sida, intérprete. Esto es una
ley de su naturaleza racional, inteligente y comunicativa".

La mayor parte de los métodos de explicación erróneos y absurdos tienen su origen en falsas
ideas acerca de la Biblia misma. Por una parte, hallamos una reverencia supersticiosa por la letra de
la Escritura, lo que induce a escudriñar en busca de tesoros de pensamiento escondidos en cada
palabra; por otra parte, los prejuicios y suposiciones hostiles a las Escrituras han engendrado
métodos de interpretación que pervierten, y a menudo contradicen, las declaraciones más claras de
las Escrituras. Las antiguas exposiciones judaicas del Antiguo Testamento exhiben numerosos
métodos absurdos de interpretación.

Por ejemplo, las letras de una palabra eran reducidas a su valor numérico; luego se buscaba
alguna otra palabra o declaración que contuviera las mismas letras en otro orden, u otras letras que
sumaran el mismo valor numérico y, halladas, se consideraban las dos palabras como equivalentes
en significado. El valor numérico de las letras que, en hebreo, componen el nombre "Eliezer", es
trescientos dieciocho, igual al número de los siervos de Abraham (Gén. 14: 14) de lo cual se infería
que el mayordomo de Abraham, Eliezer, era tan poderoso solo como los otros trescientos. Y así, por
medio de ingeniosas manipulaciones, toda forma gramatical rara, todo caso de pleonasmo o de
elipsis, o el empleo de cualquier partícula aparentemente superflua, se la hacía contribuir algún
significado notable. Es fácil ver que métodos tan caprichosos necesariamente tenían que envolver la
exposición de las Escrituras en la mayor confusión.
Sin embargo, los eruditos rabinos que tales métodos empleaban buscaban por estos medios
demostrar las múltiples excelencias y sabiduría de sus libros sagrados. Así que el estudio de las
antiguas exégesis judías es de muy poco valor para dar con el verdadero significado de las
Escrituras. Los métodos de procedimiento son fantásticos y arbitrarios y alientan el hábito
pernicioso de escudriñar los oráculos de Dios con objetos que sólo tiene en vista el satisfacer
curiosidades insanas. Pero para ilustrar antiguas opiniones judías, especialmente para la elucidación
de ciertas doctrinas y costumbres y, a veces, para la crítica del texto hebreo- los comentarios de los
rabinos pueden ser de mucha utilidad.

El método alegórico de interpretación obtuvo prominencia, desde temprano, entre los judíos
de Alejandría. Generalmente se atribuye su origen a la mezcla de la filosofía griega con las
concepciones bíblicas acerca de Dios. Muchas de las teofanías y de los antropomorfismos del
Antiguo Testamento repugnaban a las mentes filosóficas; de allí el esfuerzo por descubrir detrás de
la forma exterior una sustancia interna de verdad. A menudo se trataron las narraciones bíblicas
como los mitos griegos, explicándolas, ora como una incorporación histórica, ora como una
incorporación enigmática de las lecciones morales y religiosas. El representante más distinguido de
la interpretación alegórica judía, fue Filón, de Alejandría, y un mal ejemplo de sus alegorizaciones
se halla en las siguientes observaciones acerca de los ríos del Edén (Gén 2:10-14). Dice Filón:

Con estas palabras Moisés se propone bosquejar las actitudes particulares. Y también ellas
son cuatro en número: prudencia, templanza, valor y justicia. Ahora bien, el río mayor, del cual
fluyen los cuatro ramales, es la virtud genérica, a la que ya hemos llamado bondad; y los cuatro
ramales son el mismo número de virtudes. La virtud genérica, por consiguiente, deriva su principio
del Edén, que es la sabiduría de Dios, la que se regocija y alegra y triunfa, deleitándose y
honrándose en una sola cosa, su Padre, Dios. Y las cuatro virtudes particulares son ramas de la
virtud genérica, la cual, como un río, baña todas las buenas acciones de cada una, con una abundante
corriente de beneficios".

Alegorías análogas abundan en los primitivos padres cristianos. Así vemos que Clemente de
Alejandría, comentando sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo, el halcón, el águila y el
cuervo, hace la siguiente observación: "El cerdo es el emblema de la codicia voluptuosa y sucia, de
alimento... El águila indica latrocinio, el halcón injusticia y el cuervo voracidad". Acerca de Éxodo
15: 1, "Jehová se ha magnificado... echando en la mar al caballo y su jinete". Clemente observa: "Al
efecto brutal y con muchos miembros, la codicia, con el jinete montado, que da las riendas a los
placeres, lo lanza al mar, arrojándolos a los desórdenes del mundo". Así también Platón, en su libro
acerca del alma (Timaeus), dice que "el cochero y el caballo que dispararon (la parte irracional, que
se divide en dos, en cólera y en concupiscencia) caen; de modo que el mito da a entender que fue
por medio de la lascivia de los corceles que Phaethon fue arrojada".

El método alegórico de interpretación se basa en una profunda reverencia por las Escrituras y
un deseo de exhibir sus múltiples profundidades de sabiduría. Pero se notará inmediatamente que su
costumbre es desatender el significado común de las palabras y dar alas a toda clase de ideas
fantásticas. No extrae el significado legítimo del lenguaje del autor, sino que introduce en él todo lo
que al capricho o fantasía del intérprete se le ocurre. Como sistema, pues, se coloca fuera de todos
los principios y leyes bien definidos. En bastante estrecha alianza con la Interpretación Alegórica
hallamos a la Mística, según la cual deben buscarse múltiples profundidades y matices de
significado en cada palabra de la Biblia. Por lo tanto, los intérpretes alegóricos, muy naturalmente,
caen en muchas cosas que deben clasificarse con las teorías místicas. Clemente de Alejandría
sostenía que las leyes de Moisés contienen un cuádruplo significado, el natural, el místico, el moral
y el profético. Orígenes sostenía que como la naturaleza humana consiste en cuerpo, alma y espíritu,
así también las Escrituras tienen un correspondiente triple sentido: el corporal o literal, el psíquico o
moral y el espíritu, al que él, más tarde distingue como alegórico, tropológico y anagógico. En la
primera parte del siglo IX, el erudito Rhabanus Maurus recomendaba cuatro métodos de exposición,
el histórico, el alegórico, el anagógico y el tropológico. Observa él:

"Por medio de éstos, la madre Sabiduría alimenta los hijos de su adopción. A


los jóvenes y los de tierna edad concede bebida, en la leche de la historia; a los que
se han aprovechado de la fe, alimento en el pan de la alegoría; a los buenos, a los
que luchan esforzándose en buenas obras, les da una porción que satisface en el rico
nutrimento de la tropología. A aquellos, en fin, que se han elevado sobre el nivel
común de la humanidad, por medio de un menosprecio de las cosas terrenas y han
avanzado a lo más elevado por medio de deseas celestiales, les da la sobria
embriaguez de la contemplación teórica en el vino de la anagogía... La Historia, que
narra ejemplos de hombres perfectos, excita al lector a imitar la santidad de ellos; la
alegoría lo excita a conocer la verdad en la revelación de la fe; la tropología lo
alienta al amor a la virtud por el mejoramiento de la moral; y la anagogía promueve
los deseos de felicidad eterna por la revelación de goces eternos... Puesto que
parece que mediante estos cuatro modos de entendimiento las Escrituras descubren
todas las cosas secretas que hay en ellas, debiéramos considera cuándo deben ser
entendidas según uno de esos modos; según los cuatro juntos".

Entre los intérpretes místicos podemos colocar también al famoso Emmanuel Swedenborg,
quien sostenía la existencia de un triple sentido de las Escrituras, de acuerdo con lo que él titulaba
"la Ciencia de las Correspondencias". Así como hay tres cielos, el bajo, el medio y el superior, así
hay tres sentidos en la Palabra: el natural o literal, el espiritual y el celestial. Dice él:

"La Palabra en su letra, es como una alhajera, donde vemos, en orden,


piedras preciosas, perlas y diademas; y cuando un hombre aprecia la Palabra santa
y la lee para provecho de su vida, los pensamientos de su mente son,
comparativamente, como quien tiene en sus manos semejante mueble y lo envía
hacia el cielo; y en su ascensión se abre y las cosas preciosas que en él hay llegan a
los ángeles, quienes se deleitan profundamente al verlas y examinarlas. Este deleite
de los ángeles se comunica al hombre y forma consorcio y también una
comunicación de percepciones".

Explica el mandamiento: "No matarás" (Ex. 20 13), primeramente, en su sentido natural,


como prohibiendo el asesinato y también el acariciar pensamientos de odio y de venganza; en
segundo lugar, en sentido espiritual, como prohibiendo "portarse como diablo y destruir el alma de
un hombre"; y, en tercer lugar, en el sentido celestial los ángeles entienden por matar, el aborrecer al
Señor y la Palabra. Algo semejante al místico es el modo de exposición Pietista, según el cual el
intérprete pretende ser guiado por "una luz interna", recibida como "una unción del Santo" (1 Juan 2:
20) . Las reglas de la gramática y el significado y el uso común se abandonan, sosteniéndose que la
Luz interna del Espíritu es el Revelador permanente e infalible. Algunos de los últimos pietistas de
Alemania, así como los cuáqueros de Inglaterra y de Norte América, se han dado, especialmente, a
esta manera de manejar las Escrituras.

Naturalmente, debiera suponerse que esta santa luz interna nunca se contradiría ni guiaría a
sus seguidores a diversas exposiciones de un mismo texto, pero las interpretaciones divergentes e
irreconciliables prevalecientes entre los adherentes de este sistema demuestran que la tal "luz
interna" no merece confianza: Como los sistemas alegórico y místico, de interpretación, el Pietismo
admite la santidad de las Escrituras y busca en ellas lecciones de vida eterna, pero en cuanto a
principios y reglas de exégesis es más ilegal e irracional. El alegorista profesa seguir ciertas
analogías y correspondencias, pero el cuáquero pietista es ley para sí mismo, de modo que su propio
sentimiento o fantasía subjetivos es lo que pone fin a toda controversia. Él se establece como un
nuevo oráculo, y en tanto que profesa seguir la palabra escrita de Dios, establece su
propio dicho como otra revelación. Es muy natural que semejante proceder nunca se podrá
recomendar al sentido común ni al juicio racional.

Un método de exposición que debe su origen al famoso J. S. Semler, padre de la escuela


destructiva del Racionalismo Alemán, es conocido con el nombre de Teoría del Acomodamiento.
Según ella, las enseñanzas bíblicas acerca de los milagros, el sacrificio vicario y expiatorio, la
resurrección, el juicio eterno y la existencia de ángeles y demonios, deben considerarse como
acomodamientos a las ideas supersticiosas, las preocupaciones y la ignorancia de la época. De esta
manera se hacía a un lado todo lo sobrenatural. Semler se obstinó en la idea de que debemos
distinguir entre religión y teología y entre la piedad personal y la enseñanza pública de la Iglesia.

Rechazó la doctrina de la inspiración divina de las Escrituras y sostuvo que como el Antiguo
Testamento fue escrito para los judíos, cuyas ideas religiosas eran estrechas y erradas, no podemos
aceptar sus enseñanzas como una regla general de fe. Sostenía él que el Evangelio según Mateo fue
preparado para judíos que estaban fuera de Palestina, así como el de Juan fue escrito para cristianos
saturados, en mayor o menor grado, de cultura griega. Pablo, al principio, se adaptó a las
modalidades judías de pensamiento con la esperanza de atraer al cristianismo a muchos de sus
compatriotas; pero, fracasando en su propósito, se volvió a los gentiles y alcanzó gran distinción al
presentar el cristianismo como una religión para todos los hombres. Por consiguiente, los diferentes
libros que componen las Escrituras habían tenido por objeto, únicamente, servir a una necesidad del
momento y muchas de sus declaraciones pueden, sin mayores trámites, hacerse a un lado como
falsas. La objeción fatal para este método de interpretación es que, necesariamente, impugnan la
veracidad y el honor de los escritores sagrados y aun el del mismo Hijo de Dios, pues los representa
a todos en connivencia para disimular tos errores y la ignorancia del pueblo y para confirmarles a
ellos y a todos los lectores de la Biblia en tales ignorancias y error. Admitir semejante principio en
nuestras exposiciones de la Biblia significaría desprendernos de nuestras anclas y dejarnos llevar,
mar afuera, por sobre las revueltas aguas de la conjetura y la incertidumbre.

Aunque sea de paso, debemos mencionar lo que generalmente se llama la Interpretación


Moral, y que debe su origen al célebre filósofo Kant. La prominencia que da a la razón pura y al
idealismo mantenido en su sistema metafísico, conducen, naturalmente, a la práctica de hacer
inclinar las Escrituras a las exigencias preconcebidas de la razón porque, aunque toda la Escritura
sea dada por inspiración de Dios, tiene por su valor y propósito prácticos la mejora moral del
hombre. De aquí que cuando del sentido literal e histórico de un pasaje no pueda extraerse ninguna
lección moral provechosa que se recomiende a la razón práctica, estamos en libertad de hacerla a un
lado y de dar a las palabras un significado compatible con la religión de la razón. Se sostiene que
tales exposiciones no deben ser acusadas de faltas de sinceridad, por cuanto no debe presentárselas
como el significado estricto de los sagrados escritores sino, únicamente, como un significado que
ellos, probablemente, pudieron haber intentado dar. El único valor real de las Escrituras es ilustrar y
confirmar la religión de la razón. Fácil es ver que semejante sistema de interpretación, que
públicamente desconoce el sentido gramatical e histórico de la Biblia, no puede tener reglas dignas
de confianza o consistentes. Al igual que los métodos místico y alegórico, deja todo librado a la fe o
a la fantasía del intérprete.

Tan expuestos a la objeción y a la crítica son todos esos métodos de interpretación que no
hay por qué sorprenderse si los vemos reemplazados por otros extremos. De todas las teorías
racionalistas, la Naturalista es la más violenta y radical. Una aplicación rígida de esta teoría la
hallamos en el Comentario del Nuevo Testamento, por Paulus, en el que se sostiene que el crítico
bíblico debiera siempre hacer distinción entre lo que son hechos y lo que son meras opiniones.
Acepta la verdad histórica de las narraciones de los evangelios, pero sostiene que la manera de
explicarlas es asunto de opinión. Rechaza toda agencia sobrenatural en los asuntos humanos y
explica los milagros de Jesús ora coma actos de bondad, ora como demostraciones de pericia
médica, o como ilustraciones de sagacidad y tacto personales, registrados en la narración de una
manera característica de la época y de las opiniones de los diversos escritores. El caminar de Jesús
sobre las aguas, era, simplemente, una caminata por la playa; el bote estuvo todo el tiempo tan cerca
de la orilla, que cuando Pedro saltó al agua, Jesús pudo alcanzarle y salvarle desde la playa. La
excitación fue tan grande y tan profunda la impresión sobre los discípulos, que les pareció que Jesús,
milagrosamente, había caminado sobre las aguas he ido en su auxilio.

El milagro aparente de alimentar a cinco mil personas con cinco panes, se realizó,
sencillamente, por el ejemplo que Jesús ordenó a sus discípulos que dieran, de distribuir a los que les
rodeaban de las pocas provisiones que tenían. Este ejemplo fue pronto seguido por otros grupos T se
halló que había comida más que suficiente para todos. Lázaro no murió realmente; sufrió un
desmayo y se le creyó muerto. Jesús sospechó estas cosas y, llegando a la tumba en el momento
oportuno, halló confirmada su suposición; y su sabiduría y poder, en este caso, hicieron una
impresión profunda y duradera. Se vio inmediatamente que este estilo de exposición anulaba las
leyes racionales del lenguaje humano al mismo tiempo que minaba la credibilidad de toda la
Historia. Por otra parte, exponía los libros sagrados a toda clase de sátiras. Sólo por muy corto
tiempo despertó algún interés.

El Método Naturalista de interpretación fue seguido por el Mítico. Su más distinguido


representante fue David Federico Strauss, cuya "Vida de Jesús", publicada primeramente en 1835,
creó profunda sensación en el mundo cristiana. La teoría mítica, tal como Strauss la desarrolló y la
aplicó rígidamente, era una aplicación lógica y consistente que se hacía a la exposición bíblica dé la
doctrina de Hegel (panteísta) de que la idea de Dios y del absoluto no brota milagrosamente ni se
revela en el individuo, sino que se desarrolla en la conciencia de la humanidad. Según Strauss, la
idea mesiánica se desarrolló gradualmente en las expectativas y anhelos de la Nación Judía y en la
época en que Jesús apareció ella estaba alcanzando su completa madurez. El Cristo había de surgir
de la línea de David, nacer en Belén, ser un profeta semejante a Moisés y hablar palabras de infalible
sabiduría. Su época había de estar llena de señales y maravillas. Se abrirían los ojos de los ciegos, se
destaparían los oídos de los sordos y las lenguas de los mudos cantarían.

Entre estas esperanzas y expectativas apareció Jesús, un israelita de notable belleza y fuerza
de carácter, quien, por su excelencia y sabia conducta hizo una poderosa impresión sobre sus amigos
y allegados. Después de su fallecimiento. Sus discípulos no sólo cedieron a la convicción de que
debió resucitar de entre los muertos, sino que empezaron a asociarse con todos sus ideales
mesiánicos. El argumento de ellos era: "Tales y tales cosas deben haber pertenecido a Cristo: Jesús
era el Cristo; por consiguiente, tales y tales cosas le acontecieron". La visita de los sabios del
Oriente fue sugerida por la profecía de Balaam acerca de la "estrella de Jacob" (Núm. 24: 17). La
huida de la santa familia a Egipto fue sacada de la huida de Moisés a Madian y la masacre de los
niños de Belén, de la orden del faraón que ordenó destruir todos los varoncitos que nacieran a los
israelitas en Egipto. La alimentación milagrosa de los cinco mil, con unos cuantos panes, fue un
arreglo de la historia del maná tomada del Antiguo Testamento. La transfiguración en el Monte se
tomó de los relatos acerca de Moisés y de Elías en el Monte de Dios. En fin, Cristo no instituyó la
Iglesia Cristiana ni envió su Evangelio a los pueblos según lo relata el Nuevo Testamento; antes
bien, el Cristo de los evangelios fue la creación mítica de la Iglesia primitiva. Unos adoradores
entusiastas revistieron la memoria de aquel hombre, Jesús, con todo lo que pudiera engrandecer su
nombre y su carácter como el Mesías del mundo. Pera el análisis crítico debe determinar lo que es
hecho y lo que es ficción. A veces puede ser imposible trazar la línea divisoria. Entre los rasgos
mediante los cuales debemos distinguir el mito, Strauss da los siguientes ejemplos: Una narración no
es histórica (1) cuando sus declaraciones son irreconciliables con las leyes conocidas y universales
que; rigen el curso de los acontecimientos; (2) cuando es inconsecuente consigo misma o con otros
relatos de la misma cosa; (3) cuando los actores conversan poéticamente o en discurso de elevado
lenguaje, inadecuado a su educación y posición; (4) cuando la sustancia esencial, lo fundamental de
un asunto de que se da cuenta, es inconcebible en sí mismo o se halla en notable armonía con alguna
idea mesiánica de los judíos de aquella época.

No es necesario que entremos en una exposición detallada de las falacias de esta teoría
mítica. Basta el observar, sobre las cuatro reglas enumeradas, que la primera niega, dogmáticamente,
la posibilidad del milagro; la segunda (especialmente en manos de Strauss) supone, virtualmente,
que cuando dos relatos difieren entre sí, ambos deben ser falsos. La tercera carece de valor mientras
no se demuestre claramente, en cada caso, lo que es apropiado o conveniente y lo que no lo es; y en
cuanto a la cuarta, si se la reduce a último análisis, resulta simplemente una apelación a las nociones
subjetivas que uno posea. A estas consideraciones debe añadirse el hecho de que el Jesús que los
evangelios nos describen es sumamente distinto del concepto judío de su época, acerca del Mesías.
Es demasiado perfecto y maravilloso para ser el producto de la fantasía humana. Los mitos sólo
surgen en épocas no históricas y eso, largo tiempo después de la persona o acontecimiento que
representan; en tanto que Jesús vivió T realizó sus maravillosas obras en el período más crítico de la
civilización griega y de la romana. Por otra parte, los escritos del Nuevo Testamento se publicaron
demasiado pronto, después de la aparición actual de Jesús, lo que impide la incorporación de
semejante desarrollo mítico como Strauss pretende. Esforzándose por demostrar de qué manera la
Iglesia, espontáneamente, originó al Cristo de los evangelios, toda esta teoría nos deja a obscuras,
sin mostrarnos causa o explicación suficiente del origen de la Iglesia y del cristianismo mismo. La
interpretación mítica no ha tenido aceptación entre los estudiantes cristianos y tiene muy pocos
adeptos en la época actual.

Los cuatro métodos de interpretación últimamente mencionados pueden, a una, ser


designados como racionalistas; pero bajo este nombre caben también otros que armonizan con la
teoría naturalista, la mítica, la moral y la acomodativa, en cuanto a negar el elemento sobrenatural de
la Biblia. Los métodos peculiares por medio de los cuales los señores F. C. Baur, Renán, Schenkel y
otros críticos racionalistas, han tratado de retratar la vida de Jesús y de explicar el origen de los
evangelios, de los Actos y de las Epístolas, frecuentemente envuelven principios igualmente
peculiares de interpretación. Siga embargo, todos estos escritores proceden con suposiciones que, de
hecho, dan por sentado lo que está en discusión entre naturalistas y supernaturalistas. Pero todos
difieren entre sí notablemente. Baur rechaza la teoría mítica de Strauss y halla en los partidos petrino
y paulino de la Iglesia Primitiva el origen de muchos de los escritos neotestamentarios. Estos
partidos o facciones surgieron con motivo de la abolición de ceremoniales del Nuevo Testamento y
del rito de la circuncisión. A los Actos de los Apóstoles los considera como el monumento de
pacificación entre estos partidos rivales, efectuada en la primera parte del siglo segundo. Representa
al libro, en su mayor parte, como una ficción, en la cual su autor, discípulo de Pablo, representa a
Pedro como el primero en predicar a los gentiles, y a Pablo como conformándose a diversas
costumbres judías, asegurándose, en tal forma, una reconciliación entre los cristianos petrinos y
paulinos. Por su parte, Renán sostiene una teoría legendaria acerca del origen de los evangelios y
atribuye los milagros de Jesús, al igual que las maravillas de los santos medioevales, en parte a la
ciega adoración y al entusiasmo de sus adeptos y, en parte, al fraude piadoso. Schenkel trata de
hacer inteligibles la vida y el carácter de Cristo despojándolo de lo divino y milagroso y
presentándonos simplemente a un hombre.

Es justo hacer notar que todas estas teorías racionalistas se destruyen una a la otra. Strauss le
pinchó el parche al método naturalista de Paulus y Baur demostró que la teoría mítica de Strauss es
insostenible. Renán se pronuncia contra las teorías de Baur y demuestra lo manifiesto del fraude de
pretender que las facciones petrina y paulina sean la explicación del origen de los libros del
Nuevo Testamento, a la vez que esos libros expliquen lo de las facciones. El propio método de
crítica, de Renán, parece ser completamente sin ley, y sus observaciones llenas de ligereza y
capciosas han hecho que muchos de sus lectores le consideren falto de toda convicción seria o
sagrada y como hombre listo para emplear cualquiera clase de medios con tal de lograr su fin. Lo
vemos continuamente introduciendo en las Escrituras sus propias ideas y haciendo decir a sus
escritores lo que, probablemente, jamás soñaron. Por ejemplo, supone que el hombre rico fue al
lugar de sufrimiento porque era rico y que Lázaro fue glorificado a causa de su extrema pobreza.
Muchas de sus interpretaciones se basan en las suposiciones más insostenibles y son indignas de
tomarlas en serio para refutarlas. El resultado lógico está mucho más allá de su exégesis, en las
cuestiones fundamentales de un Dios personal y de una providencia predominante.

El desarrollo de la filosofía especulativa por medio de Kant, Jacobi, Herbart, Fichte,


Schelling y Hegel ha ejercido un influjo profundo sobre las mentes críticas de Alemania y ha
afectado el estilo y métodos exegéticos de muchos de los grandes estudiantes bíblicos del siglo XIX.
Esta filosofía ha tendido a hacer intensamente subjetiva la mente alemana y ha impulsado a no
pocos teólogos a mirar tanto la Historia como las doctrinas en relación con alguna teoría
preconcebida, más bien que en sus aspectos prácticos sobre la vida humana. Así vemos que los
métodos críticos de Reuss, Kuenen y Wellhausen, en su tratamiento de la literatura del A.
Testamento parecen basados, no tanto en un examen ingenuo de todo el contenido de los libros
sagrados de Israel, como sobre la aplicación de la filosofía de la historia humana a los libros. Un
estudio desapasionado de las obras de estos críticos induce a creer que los argumentos detallados
con que pretenden sostener sus posiciones, no son los verdaderos pasos del camino andado para
alcanzar sus primeras conclusiones. Los varios ataques a la autoridad mosaica del Pentateuco se ven
claramente que ha sido una sucesión de arreglos. Una teoría crítica ha dado lugar a otra como en los
ataques a la credulidad de los evangelios; y los métodos empleados son especialmente de la
naturaleza de un alegato especial para mantener una teoría preconcebida. Reuss, en el prefacio de su
gran obra acerca de la Historia de las Escrituras Judías nos dice que su punto de vista no es el de
historia bíblica sino uno inferido de la comparación de los códigos legales y comenzando con una
"intuición" él se propuso "hallar el hilo de Ariadna que guiase fuera del laberinto de las hipótesis
corrientes acerca del origen de los libros mosaicos y otros libros del Antiguo Testamento, a la luz de
un curso psicológicamente inteligible de desarrollo para el pueblo israelita". Por consiguiente, su
procedimiento es una tentativa ingeniosa para hacer que su filosofía de la historia en general
explique los registros de la historia de Israel; y, lejos de interpretar de acuerdo con principios
legítimos los registros escritos, él los rearregla de acuerdo con su fantasía y, de hecho, fabrica una
nueva historia notablemente inconsistente con el significado obvio de los antiguos registros.
Los ataques escépticos y los racionalistas contra las Escrituras han hecho surgir un método
de interpretación que podemos llamar apologético. Se propone defender, a toda costa, la
autenticidad, genuinidad y credibilidad del sagrado canon, y sus puntos de vista y métodos son tan
semejantes al de la Exposición Dogmática de la Biblia, que presentamos los dos juntos. La fase más
criticable de restos métodos es que ellos, de hecho, parten con el objeto ostensible de sostener una
hipótesis preconcebida. La hipótesis puede ser correcta, pero ese procedimiento siempre está
expuesto a conducirnos al error. Trata constantemente de descubrir deseados significados en las
palabras y de desconocer el objeto y propósito general del escritor. Hay casos en los que está bien
que se adopte una hipótesis y se la emplee como un medio de investigación; pero en todos esos
casos la hipótesis sólo se adopta tentativamente, no la afirma dogmáticamente.

En la exposición de la Biblia, la apología y el dogma tienen su puesto legítimo. La correcta


apología defiende los libros sagrados contra la crítica desenfrenada o capciosa y presenta sus
derechos a ser considerados como la revelación de Dios. Pero esto sólo puede hacerse siguiendo
métodos racionales y por medio del uso de una lógica convincente. Así también las Escrituras son
provechosas para el dogma, pero es necesaria que se demuestre que el dogma es una enseñanza
legítima de las Escrituras y no una simple idea tradicional que nuestras preocupaciones quieren
añadir a las Escrituras. El exterminio de los cananeos, la poligamia de los santos del
Antiguo Testamento y la complicidad de éstos en el asunto de la esclavitud, son sucesos susceptibles
de explicaciones racionales y, en tal sentido, de una apología correcta. El apologista correcto no
tratará de justificar las crueldades de las antiguas guerras ni sostendrá que Israel tenía derechos
legales sobre Canaán, ni juzgará necesario defender la práctica de la poligamia o de la esclavitud por
hombres eminentes del Antiguo Testamento. Lo que hará será dejar los hechos y declaraciones tales
como aparecen en su propia luz, pero los guardará contra falsas inferencias y conclusiones
temerarias. De la misma manera, las doctrinas de la Trinidad, de la divinidad de Jesucristo, la
personalidad del Espíritu Santo, la expiación vicaria, la justificación, la regeneración, la
santificación y la resurrección están firmemente basadas en las Escrituras; pero cuán anticientíficos
y cuán censurables son muchos de los métodos por medio de los cuales se han mantenido estas y
algunas otras doctrinas.

Cuando un teólogo adopta el punto de vista de un credo eclesiástico y desde esa posición,
con aire de polemista, procede a buscar textos bíblicos aislados, favorables a sí mismo o
desfavorables a su adversario, es más que probable que se exceda. Su credo podrá ser tan verdadero
como la misma Biblia, pero su método es reprensible. Como ejemplo de lo que decimos, ahí están
las disputas de Lutero y Zwinglio acerca de la consubstanciación. Léase también la literatura
polemista de las controversias antinomianas, calvinistas y sacramentalistas. Se revuelve toda la
Biblia tratándolas como si ella fuese una colección atómica de textos de prueba dogmática. ¡Cuán
difícil es, aun en el día de hoy, para el teólogo y polemista, el conceder que el verso 7 del capítulo 5
de 1ª Juan, sea espurio!

Es menester recordar que ninguna apología es sana ni ninguna doctrina segura, si descansan
sobre métodos faltos de crítica o si proceden de suposiciones dogmáticas. Semejantes
procedimientos no son exposiciones sino imposiciones. Por otra parte, el hábito de tratar con
menosprecio las opiniones de los demás, o de declarar lo que un pasaje dado debe significar y lo que
de ninguna manera puede significar, no es cosa que pueda captarse la confianza de hombres
estudiosos que piensan por sí mismos. Hengstenberg y Ewald representaron dos extremos opuestos
de opinión: pero el dogmatismo imperioso y ofensivo de sus escritos ha restado mucho al influjo de
sus contribuciones a la literatura bíblica, contribuciones de grandísimo valor, a no haber sido por ese
defecto.
Distinguiéndose de todos los métodos de interpretación mencionados podemos referirnos el
Histórico-Gramático como el método que más se recomienda al criterio y a la conciencia de los
estudiantes cristianos. Su principio fundamental consiste en conseguir de las Escrituras mismas el
significado preciso que los escritores quisieron dar. Ese método aplica a los libros sagrados los
mismos principios, el mismo proceso gramatical y el mismo proceso de sentido común y de razón
que aplicamos a otros libros. El exegeta histórico-gramático dotado de convenientes cualidades
intelectuales, educacionales y morales, aceptará las demandas de la Biblia sin prejuicios o
prevenciones; y sin ambición alguna de demostrarlas como verdaderas o falsas investigará el
lenguaje y tendencias de cada libro con toda independencia y sin temor de ninguna clase; se
posesionará del idioma del escritor, del dialecto especial que hablaba, así como de su estilo y manera
peculiar de expresión; averiguará las circunstancias en que escribió, las maneras y costumbres de su
época y el motivo u objeto que tuvo en vista al escribir. Tiene el derecho de suponer que ningún
autor en su sano juicio será, a sabiendas, inconsecuente consigo mismo ni tratará de extraviar o de
engañar a sus lectores.

LECCIÓN 5: HERMENÉUTICA GENERAL

En la base de todo escrito inteligible se hallan ciertos principios generales de pensamiento y


de lenguaje. Cuando una mente racional desea comunicar su pensamiento a otra, se vale, para ello,
de ciertos medios convencionales de comunicación que se suponen comprensibles para ambas. Las
palabras de significado y uso definido sirven a este propósito en todos los idiomas; por consiguiente,
si uno entiende los pensamientos escritos de otros, debe conocer el significado y uso de sus palabras.

En general, sostenemos que la Biblia, como cuerpo literario, debe interpretarse como todos
los demás libros. Tanto a los escritores de sus varias partes, como a quienes asumen la
responsabilidad de explicar lo que aquellos escribieron, debemos suponerlos en armonía con las
operaciones lógicas de la mente humana. El objeto primordial que un autor se propone al escribir, es
que se le escudriñe diligentemente, porque con frecuencia acontece que a la luz de su propósito
principal se entienden más claramente los detalles de su composición. Junto con el objeto de un libro
debe estudiarse también la forma de su estructura, así como debe discernirse la relación lógica de
sus varias partes. Una comparación amplia de todos los libros relacionados entre si, o de pasajes
similares de escritura, es de sumo valor; de ahí que, con frecuencia, la comparación de un pasaje con
otro sea suficiente para aclararlo todo. Especialmente importante para el exegeta es el transportarse
mentalmente a la época de un escritor antiguo, estudiar las circunstancias que le rodeaban al escribir
y, entonces, mirar al mundo desde el punto de vista del escritor.

Estos principios generales son igualmente aplicables a la interpretación de la Biblia como a


todos los demás libros y, con mucha propiedad se les designa con el nombre de Hermenéutica
General. Tales principios son de la naturaleza de las doctrinas fundamentales y de alcance amplio;
para el intérprete práctico se transforman en otras tantas máximas, postulados y reglas fijas. Los
tiene en su mente como axiomas y con consistencia uniforme los aplica en todas sus exposiciones.
Porque es evidente que la admisión de un falso principio en el método de un intérprete es suficiente
para viciar todo su proceso exegético. Y cuando hallamos, por ejemplo, que en la interpretación de
ciertas partes de las Escrituras no hay dos intérpretes de toda una misma clase, que concuerden,
tenemos buenos motivos para suponer que algún error fatal anda escondido en sus principios de
interpretación. Es bien seguro que los escritores bíblicos no tuvieron el propósito ni el deseo de ser
mal entendidos. Ni tampoco es razonable suponer que las Santas Escrituras, dadas por inspiración de
Dios, tengan la naturaleza de un enigma a fin de ejercitar la ingenuidad del lector. Por consiguiente,
debe esperarse que los sanos principios de hermenéutica sirvan de elementos de seguridad y de
satisfacción en el Estudio de la Palabra de Dios. Ya hemos definido el método histórico-gramático
de interpretación, distinguiéndolo del alegórico, del místico, del naturalista y de otras que han
prevalecido más o menos.

El sentido histórico-gramático de un escritor es una interpretación de su lenguaje, tal como


las leyes de la gramática y los hechos de la historia lo exigen. No se preparó un lenguaje nuevo para
los autores de las Escrituras; ellos se conformaron al lenguaje corriente del país y de la época. De
otra manera sus composiciones hubiesen sido ininteligibles.

El revestimiento o arreglo de las ideas en las mentes de los escritores bíblicos se originó en el
carácter de las épocas, el país, el lugar y la educación en que a cada uno tocó actuar. Por eso, a fin de
determinar sus modismos peculiares de expresión, nos es necesario conocer aquellas instituciones e
influencias por las cuales se formaron. o fueron afectados: Es necesario que prestemos atención a las
definiciones y construcciones que un autor da a sus propios términos y jamás pensar que intenta
contradecirse o confundir a sus lectores. También debe estudiarse el texto, así como la conexión de
ideas, a fin de entender el asunto general, el plan y el propósito del escritor. Pero muy especialmente
es necesario determinar la correcta construcción gramatical de las frases. El sujeto, el predicado y
las cláusulas subordinadas deben analizarse cuidadosamente y todo el documento, libro o epístola,
tiene que ser considerado, en cuanto sea posible, desde el punto de vista histórico del autor.

Un principio fundamental de la exposición histórico gramatical es que las palabras o


sentencias no pueden tener más que un solo significado en una misma conexión. En el instante en
que descuidamos este principio nos lanzamos a un torbellino de inseguridad y de conjeturas. Es
asunto comúnmente aceptado por el sentido común que, a menos que uno se proponga producir
enigmas, siempre hablará de tal manera que lo que dice resulte lo más claro que sea posible al que
escucha o lee. Por ese motivo, aquel significado de una frase que más pronta y naturalmente se le
ocurra al que lee o escucha, es, por regla general, el que debe recibirse como el verdadero
significado, -ese y ningún otro. Por ejemplo, tómese el relato de Daniel y sus tres compañeros, tal
como aparece en el primer capítulo del libro de Daniel. El niño más sencillo entiende fácilmente el
significado. No puede caber duda alguna en cuanto al intento general de las palabras de ese capítulo
y de que el escritor se propuso informar a sus lectores, de un modo particular, la manera cómo Dios
honró a aquellos jóvenes a causa de su abstinencia y de su resolución de no contaminarse con las
comidas y bebidas que el rey les había asignado. Lo mismo puede decirse de las vidas de los
patriarcas, tales como aparecen en el libro del Génesis y, en realidad, de cualquiera de las
narraciones históricas de la Biblia. Deben ser aceptadas como un registro de hechos, registro digno
de confianza.

Este principio es válido, con la misma fuerza, en las narraciones de acontecimientos


milagrosos; porque los milagros de la Biblia se registran como hechos, acontecimientos reales,
presenciados por pocos o muchos testigos, según los casos, y los escritores no sugieren ni la más
remota indicación de que sus declaraciones contengan nada más que verdad sencilla y literal. Así,
por ejemplo, en Josué 5:13-6:5, se nos dice que se apareció a Josué un “hombre, con una espada en
la mano, anunciándose como príncipe de los ejércitos de Jehová" (v. 14) y dando instrucciones para
la captura de Jericó. Es posible que aquello pudo ocurrir en un sueño. También pudo ser una visión
sin estar dormido Josué. Pudo ser cualquiera de estas dos cosas, sin duda; pero semejante suposición
no se halla en estricta armonía con los hechos, puesto que envolvería también la suposición de que
Josué soñó que cayó sobre su rostro y que quitó los zapatos de sus pies, así como que miró y
escuchó. Las revelaciones de Jehová suelen venir por medio de visiones y ensueños (Núm. 12:6)
pero la interpretación más sencilla de este pasaje es que el ángel de Jehová apareció abiertamente a
Josué y que las ocurrencias que se refieren fueron todos actos externos y reales, más bien que
visiones o ensueños.

El relato tan sencillo como triste de la ofrenda de la hija de Jefté (Jueces 11:30-40) ha sido
pervertido, haciendo decir al relato que Jefté consagró su hija a perpetua virginidad -interpretación
surgida a priori de la suposición de que un juez de Israel tenía que saber que los sacrificios humanos
eran abominables a Jehová. Pero nadie se atreve a poner en duda el hecho de que él hizo la promesa
de ofrecer un holocausto, y es decir, quemar sobre el altar-, a cualquiera que le saliere a recibir, en
las puertas de su casa, al volver él (v. 31) . Apenas puede imaginarse que el guerrero estuviese
pensando que una vaca, una oveja o una cabra le saldrían al encuentro al llegar a su casa. Menos aún
hubiese pensado en un perro u otro animal inmundo. La espantosa solemnidad y tremenda fuerza de
su voto aparecen, más bien, en el pensamiento de que no pensaba en ninguna ofrenda ordinaria sino
en una víctima a tomarse de entre los habitantes de su casa. Pero, indudablemente, poco pensó que
de todos los que le rodeaban -sirvientes, mancebos, doncellas, su hija, e hija única de su amor, había
de ser la primera en salirle al encuentro. ¡De ahí su angustia! Pero la niña aceptó su Posición con
sublime heroísmo. Pidió dos meses de vida en los cuales llorar su virginidad, única cosa que para
ella parecía obscurecer el pensamiento de la muerte. Morir soltera o sin hijos era el aguijón de la
muerte para toda mujer hebrea y especialmente para quien era una princesa en Israel. Quitad la
amargura de ese pensamiento y para la hija de Jefté era cosa sublime, envidiable el "morir por Dios,
su patria y su señor".

Los relatos de la resurrección de Jesús no admiten explicación racional fuera del simple
sentido histórico-gramatical en que la Iglesia Cristiana siempre los ha comprendido. La teoría
naturalista y la mística, al aplicarse a este milagro de los milagros, se desmoronan por completo. Las
discrepancias que se alegan entre los relatos de los diversos evangelistas, en vez de restar algo a la
veracidad de sus relatos, al examinárseles mejor se convierten en evidencias confirmatorias de la
exactitud y lo digno de crédito de sus declaraciones. Si los relatos del N. Testamento merecen algún
crédito, los siguientes hechos son evidentes: (1) Jesús predijo su propia muerte y resurrección, pero
sus discípulos no le entendían claramente mientras les hablaba, de modo que no aceptaron por
completo sus declaraciones al respecto. (2) Inmediatamente después de la crucifixión los discípulos
estaban dominados por el abatimiento y el temor; pero después del tercer día todos pretendían haber
visto al Señor y daban minuciosos detalles de varias de sus apariciones. (3) Afirman que le vieron
ascender al cielo y poco después se les encuentra predicando a "Jesús y la resurrección" en las calles
de Jerusalén, en toda la Palestina y otras regiones más allá. (4) Muchos años más tarde, Pablo
declara estos hechos y afirma que, en cierta ocasión, Jesús apareció a más de quinientos hermanos a
la vez, la mayor parte de los cuales aún vivían cuando él escribió (I Co. 15:6). Al decir esto,
afirmaba, también que, si Cristo no había resucitado de entre los muertos, entonces la predicación
del Evangelio y la fe de la Iglesia no eran más que falsedades, basadas sobre una enorme falsedad.

De los hechos que acabamos de mencionar, surge la siguiente conclusión: Tenemos que
escoger entre aceptar las declaraciones de los evangelistas, en su significado claro y sencillo o, de
otra manera, creer que ellos, a sabiendas, declararon una falsedad (concertándose para dar un
testimonio que era esencialmente una mentira delante de Dios) y salieron por todo el mundo,
predicándola, listos en todo momento para sufrir torturas y sacrificar la vida después de haber
sacrificado todos sus demás goces, para sostener esa falsedad! Esta última alternativa exige a nuestra
razón un esfuerzo demasiado grande para creerla verdad; tanto más cuanto que las narraciones de los
evangelios, honradas e incomparables, nos dan una base histórica clara y adecuada del maravilloso
origen y poder del cristianismo en el mundo.
El sentido histórico-gramatical se desarrolla, además, por el estudio, tanto del contexto como
del objeto de la obra de un autor. La palabra "contexto" (en latín "con" significa junto y
"textus" quiere decir tejido) denota algo que está tejido junto y, cuando se la aplica a un documento
escrito, se entiende por ella la conexión de pensamiento que se supone debe existir en cada uno de
los pasajes o períodos que, sumados, forman el conjunto del documento. A esto algunos dan el
nombre de conexión. El contexto inmediato es el que inmediatamente precede o sigue a una palabra
o sentencia dadas. Contexto remoto es aquel cuya conexión no es tan cercana y puede abarcar todo
un párrafo o sección. Por otra parte, el objeto es el fin o propósito que el autor tiene en vista. Se
supone que todo autor al escribir tiene en vista un objeto. Y ese objeto se declara formalmente en
alguna parte de su obra o, si no lo declara, se hará aparente en el curso general del pensamiento. El
plan de una obra es el arreglo de sus varias partes, es decir, es el orden de pensamiento que el
escritor se propone seguir.

Por consiguiente, el contexto, el objeto y el plan de un escrito deben estudiarse juntos; y,


quizá, en orden lógico el objeto debiera ser lo primero a determinarse. Porque quizá sólo después de
haber dominado el objeto y designio principal de toda la obra podamos comprender bien el
significado de algunas partes especiales de la misma. Aún más, el plan de un libro está íntimamente
relacionado con su objeto. No es posible asir bien el uno sin algún conocimiento del otro. Aun en los
casos en que el objeto está formalmente anunciado, un análisis del plan, lo hará más evidente aún. El
escritor que tiene ante su mente un plan bien definido, es más que probable que se atendrá a él y
hará que todos sus relatos y argumentaciones particulares convengan con el asunto principal.

El objeto de varios de los libros de la Biblia ha sido declarado formalmente por sus autores.
La mayor parte de los profetas del A. Testamento declaran al principio de sus libros y de secciones
particulares, el motivo y objeto de sus oráculos. El objeto del libro de los Proverbios está anunciado
en los primeros seis versículos de su primer capítulo. El asunto del Eclesiastés se indica en sus
primeras palabras "Vanidad de vanidades". En el capítulo vigésimo del Evangelio según San Juan,
se declara formalmente el designio dé ese evangelio "Estas cosas se han escrito para que creáis que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre". El objeto y
motivo especiales de la Epístola de Judas se nos dan en los versículos 3 y 4. Entendemos con esto
que, mientras Judas estaba diligentemente preparándose y proyectando escribirles un tratado o
epístola acerca de la salvación común, las circunstancias mencionadas en el v. 4 le impulsaron a
dejar de lado esa idea por el momento y escribir para exhortarles a luchar valientemente por la fe
una vez por todas entregada a los santos. (El griego dice de esa fe, apax, esto es, una vez sola, "no se
dará ninguna otra fe". Bengel).

El objeto de algunos libros tiene que determinarse por un examen diligente de su contenido.
Así, por ejemplo, hallamos que el libro del Génesis consta de diez secciones, cada una de las cuales
comienza con el encabezamiento "Estas son las generaciones..." Esta décuplo historia de
generaciones está precedida e introducida por el registro de la creación, en los capítulos 1:1-2:3. El
plan del autor, por consiguiente, parece ser, ante todo, registrar la creación milagrosa de los cielos y
la tierra y, luego, los desenvolvimientos (evoluciones) en la historia humana que siguió a esa
creación. De acuerdo con esto, a los primeros desenvolvimientos de vida y de historia humana se les
llama "las generaciones de los cielos y de la tierra" (cap. 2:4).

Habiendo rastreado las generaciones de los cielos y de la tierra a través de Adán hasta Seth
(4:26-26) el escritor procede en seguida a registrar los productos de esa línea de descendientes, en lo
que llama "el libro de las generaciones de Adán" (v. 1). Este libro o sección no es la historia del
origen de Adán -porque ésa se incorporó en las generaciones de los cielos y la tierra-, sino la de la
posteridad de Adán por medio de Seth hasta la época del Diluvio. Luego siguen "las generaciones de
Noe" (6:9); luego las de los hijos de Sem, Ham y Jafeth (10:1); luego las de Sem por medio de
Arfaxad hasta Terah (11:10-26) y después, en orden regular, las generaciones de. Tera (11:27, bajo
la cual se coloca toda la historia de Abraham), Ismael (25:12), Isaac (25:19), Esaú (36:1) y Jacob
(37:2). De aquí que el gran objeto de ese libro fuese, evidentemente, el dé registrar los comienzos y
primeros desarrollos de la vida humana y de su historia. Manteniendo presente este objeto del libro y
su estructura, vemos su unidad, al mismo tiempo que descubrimos que cada sección y sub-división
sostiene una adaptación y relación lógica con el todo. Así, también, surge con más claridad y fuerza
la tendencia de no pocos pasajes.

Un rápido examen del libro del Éxodo nos demuestra que su gran objeto es el de recordar la
historia del éxodo de Egipto y la legislación del Monte Sinaí y que con toda facilidad se divide en
dos partes (1) caps. 1-18 (2) 19-40, las que corresponden a estos dos grandes acontecimientos. Pero
un examen y análisis más detenidos nos revelan muchas relaciones hermosas y sugerentes, de las
diferentes secciones. En primer lugar, tenemos un relato vívido de la esclavitud de Israel (caps.
1-11). Se la bosqueja con líneas vigorosas en el cap. 1; se la da más colorido por medio del relato de
la vida de Moisés en sus primeros años y, luego, con su destierro (caps. 2-4) y se nos muestra en su
intensa persistencia en el relato de la dureza de corazón del faraón, y las plagas, que, como
consecuencia de ella, azotaron a Egipto (caps. 5-11). En segundo lugar, tenemos la redención de
Israel (caps. 12-15:21). Esta está, primeramente, simbolizada por la Pascua (caps. 12-13-16),
realizada, luego, en las maravillas y triunfos de la marcha saliendo de Egipto y en el pasaje del Mar
Rojo (13:17 a 14:31) y celebrada en el cántico triunfal de Moisés (15:1-21). Luego, en tercer lugar,
tenemos la consagración de Israel (15:22 al cap. 40), la que se nos presenta en siete secciones: (1) La
marcha desde el Mar Rojo hasta el Rephidim (15:22 a 18:7) describiendo las primeras actividades
libres del pueblo después de su redención y su necesidad de especial compasión y ayuda divinas. (2)
Actitud de los Paganos hacia Israel en los casos del hostil Amalec y del amigable Jethro (17:8 a cap.
18). (3) La promulgación de la ley en el Sinaí (19-24) (4) Trazado del plan del Tabernáculo (25-27).
(5) El sacerdocio aarónico y la ordenación de varios servicios sagrados (28-31). (6) Castigos de las
apostasías del pueblo y renovación del pacto y de las leyes (32-34). (7) Construcción del
Tabernáculo, erigido y llenado de la gloria de Jehová (35-40).

Estas diversas secciones del Éxodo no se hallan designadas por encabezamientos especiales
como los del Génesis, pero las distingue fácilmente como tantas otras porciones subsidiarias del
conjunto, al cual cada una contribuye su parte y en la luz del cual se ve que cada una tiene especial
significado. Muchos se han propuesto poner en orden el curso de pensamiento de la Epístola a los
Romanos. Para los que han estudiado cuidadosamente esta epístola, no cabe duda de que, después de
su salutación introductoria y palabras personales, el apóstol anuncia su gran tema en el verso 16 de
su primer capítulo. Este es: el Evangelio considerado como poder de Dios para salvación, a todo
aquel que cree; al judío primeramente pero también al griego. Esto no está anunciado formalmente
como la tesis; pero manifiestamente expresa, de una manera personal feliz, el objeto de toda la
epístola. "Tenía por objeto, dice Alford, el asentar, sobre los amplios principios de la verdad y del
amor de Dios, las mutuas relaciones y unión en Cristo del antiguo pueblo de Dios y del mundo,
recientemente insertado. No es de extrañar, pues, que veamos que esa epístola contiene una
exposición de la indignidad del hombre y del amor redentor de Dios, tales cuales la misma Biblia no
contiene en ninguna otra parte".

Habiendo determinado el objeto y plan general de un libro, nos hallamos mejor preparados
para rastrear el contexto y el aspecto de sus partes especiales. El contexto, como ya hemos dicho,
puede ser inmediato o remoto, según que busquemos su conexión inmediata o una más lejana, con la
palabra o frase que nos ocupe. Puede extenderse por unos cuantos versos o por toda una sección.
Los últimos veinte y siete capítulos de Isaías exhiben una notable unidad de pensamiento y de estilo;
sin embargo, son susceptibles de varias divisiones. La célebre profecía mesiánica en los capítulos
52:13 al 53:12 es un período completo en sí, aunque truncado de la manera más desgraciada por la
división de los capítulos. Pero, aunque por sí mismos estos quince versículos forman una sección
claramente definida, no debe separárseles del contexto o tratárseles como si no tuviesen conexión
vital con lo que les precede y lo que les sigue.

El libro de Isaías tiene sus divisiones más o menos claramente definidas, pero se adhieren
unas a otras y están entretejidas entre sí, formando un todo viviente. Hermosamente observa
Nagelsbach, que "los capítulos 4.9-57 son como una guirnalda de gloriosas flores entrelazadas con
cinta negra; o corno un cántico de triunfo por cuyos tonos amortiguados corre la melodía de una
endecha, pero esto en una forma tal que, gradualmente, las cuerdas lúubres se funden en la melodía
del cántico triunfal. Y al mismo tiempo, el discurso del profeta está arreglado con tanto arte que la
cinta enlutada viene a formar exactamente en su centro un gran moño, pues el capítulo 53 constituye
el centro de todo el ciclo profético de los capítulos 40-56".

Es necesario estudiar el contexto de Gálatas 5:4, para darse cuenta de la fuerza y del objeto
de las palabras; "De la gracia habéis caído". El apóstol está colocando en contraste la justificación
por la fe en Cristo, con la observancia de la Ley, y arguye que las dos cosas se oponen mutuamente,
de modo que la una, necesariamente, excluye a la otra. Quien recibe la circuncisión como medio de
justificación (v. 2) de hecho excluye a Cristo, cuyo Evangelio no exige tal acto. Quien busque
justificarse por medio de una ley de obras, se obliga a sí mismo a la observancia de toda la ley (v. 3);
no solamente a circuncidarse sino a obedecer todas las minucias de la ley. Luego con notable
énfasis, añade: "Vacíos sois de Cristo los que por la ley os justificáis (pretendéis justificaros); de la
gracia caísteis". Os separáis a vosotros mismos del sistema de la gracia (tes charitos). La palabra
"gracia", aquí, no debe entendérsela como una bendita adquisición de experiencia personal sino
como el sistema de salvación del Evangelio. De este sistema apostata quien busca justificarse por
medio de la Ley.

De lo que precede resultará obvio que la conexión de pensamiento de un pasaje dado puede
depender de una variedad de consideraciones. Puede ser una conexión histórica, en la que los hechos
o acontecimientos registrados estén conectados en una serie cronológica. Puede ser
histórico-dogmática, en la que un discurso doctrinal esté relacionado con algún hecho o
circunstancia históricos. Puede ser una conexión lógica, en la que los pensamientos o argumentos se
presentan en orden lógico, o puede ser psicológica, porque dependa de alguna asociación de ideas.
Esto último a veces ocasiona una ruptura repentina de una línea de pensamiento y puede servir para
explicar algunos de los pasajes en forma de paréntesis y los casos de "anacoluthon" (falta de
continuidad) tan frecuentes en los escritos de San Pablo.

Nunca insistiremos demasiado acerca de la importancia de estudiar cuidadosamente el


contexto; el objeto y el plan. Será del todo imposible la comprensión de muchos pasajes de la Biblia
sin la ayuda del contexto, pues muchas sentencias derivan toda su expresión y fuerza de la conexión
en que se hallan. Así también la correcta exposición de toda una sección puede depender de nuestra
comprensión del objeto y plan del argumento del escritor. ¡Cuán fútil resultaría como texto para
probar alguna cosa un pasaje del libro de Job, a menos que, junto con la cita, se nos dijera si tales
palabras habían sido pronunciadas por Job mismo, por alguno de sus tres amigos, por Elihú o por el
Altísimo! Aun la célebre declaración de Job (cap. 19-25-27) debe considerársela con referencia al
objeto de todo el libro, así como también a su intensa agonía y emoción en ese punto especial de la
controversia. Algunos maestros religiosos gustan de emplear textos bíblicos como epígrafes sin
preocuparse de su verdadera conexión. Así acontece que con demasiada frecuencia adaptan los
textos impartiéndoles un sentido ficticio enteramente extraño a su verdadero objeto y significado. Lo
que con tal proceder parece ganarse no admite comparación con las pérdidas y peligros inherentes a
esa práctica. Alienta la costumbre de interpretar la Biblia en una forma arbitraria y fantástica, con lo
cual se ponen armas poderosas en manos de los que enseñan el error. No puede alegarse ninguna
necesidad en defensa de tal práctica. Las sencillas palabras de la Biblia, interpretadas legítimamente,
según su propio contexto y objeto, contienen tal plenitud y comprensión de significado que son
suficientes para las necesidades de los hombres en toda circunstancia. Sólo es robusta y saludable
aquella piedad que se alimenta, no con las fantasías y especulaciones de predicadores que,
prácticamente, colocan su propio genio encima de la Palabra de Dios, sino con las puras doctrinas y
preceptos de la Biblia, desenvueltos en su verdadera conexión y significado.

Hay porciones de la Biblia para la exposición de las cuales no debemos buscar ayuda en el
contexto o en el objeto. Por ejemplo, el libro de los Proverbios está compuesto de numerosos
aforismos separados, muchos de los cuales no tienen conexión alguna entre sí. Varias partes del
libro de Eclesiastés consisten en proverbios, soliloquios y exhortaciones que no parecen tener
relación vital entre sí. También los evangelios contienen algunos pasajes imposibles de explicar
como teniendo conexión con lo que les precede o les sigue. Sobre tales textos aislados, como
también sobre los no así aislados, a veces arroja mucha luz la comparación con otros pasajes
paralelos; pues hay palabras, frases y declaraciones históricas o doctrinales que, difíciles de entender
en un lugar dado, a menudo se hallan rodeados de mayor luz por las declaraciones adicionales con
que aparecen ligados en otras conexiones. Sin el auxilio de pasajes paralelos algunas palabras y
declaraciones de las Escrituras apenas serían inteligibles. Davidson dice,

"Al comparar paralelos, conviene observar cierto orden. En primer lugar,


debemos buscar paralelismos en los escritos del mismo autor, puesto que es posible
que las mismas peculiaridades de concepto y modos de expresión aparezcan en
diversas obras de una misma persona. Existe cierta configuración de la mente que se
manifiesta en las producciones de un hombre. Cada escritor se distingue por un
estilo más o menos propio; por características 'mediante las cuales puede
identificársele con las producciones de su intelecto, aun cuando oculte su nombre.
De aquí lo razonable de esperar que los pasajes paralelos de los escritos de un autor
arrojen luz sobre otros pasajes".

Pero también debemos recordar que las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamentos son un
mundo en sí mismas. Aunque escritas en gran variedad de épocas y consagradas a muchos temas
diversos, tomadas en conjunto constituyen un libro que se interpreta a sí mismo. Por consiguiente, la
antigua regla de que "las Escrituras deben interpretarse por las Escrituras" es un principio
importantísimo de la hermenéutica sagrada. Pero es necesario evitar el peligro de excedernos aun en
esto. Hay quienes han ido demasiado lejos al tratar de hacer a Daniel explicar la Revelación de San
Juan y también es realmente posible el forzar algún pasaje de Reyes o Crónicas, tratando de hallarlo
paralelo con alguna declaración de San Pablo. Por lo general debe esperarse hallar los paralelos más
valiosos, en libros de una misma índole: lo histórico hallará paralelo en lo histórico, lo profético con
lo profético, lo poético con lo poético y lo argumentativo o exhortatorio con sus similares. Es muy
probable que hallemos más de común entre Oseas y Amos que entre Génesis y Proverbios;
esperaremos hallar más semejanza entre Mateo y Lucas, que entre Mateo y una de las. epístolas de
San Pablo; y estas epístolas, naturalmente, exhiben muchos paralelos, tanto de lenguaje como de
pensamiento.
Por lo general se han dividido en dos clases los pasajes paralelos, en verbales y reales, según
que lo que constituya el paralelismo consista en palabras o consista en material análogo. Donde una
misma palabra ocurre en conexiones similares o en referencia al mismo asunto general, el
paralelismo se llama verbal. Se llaman reales aquellos pasajes similares en los cuales el parecido o
identidad consiste no en palabras o frases sino en hechos, asuntos, sentimientos o doctrinas. Los
paralelismos de esta clase a veces se subdividen en históricos y didácticos, según que la materia del
asunto consista en acontecimientos históricos o en asuntos de doctrina. Pero es posible que todas
estas divisiones no sean más que refinamientos innecesarios. El expositor cuidadoso consultará
todos los pasajes paralelos, ya sean verbales, históricos o doctrinales; pero al interpretar tendrá poca
oportunidad de discernir formalmente entre estas diversas clases.

Lo importante a determinar en cada caso es si existe verdadero paralelismo entre los pasajes
aducidos. Un paralelo verbal puede ser tan real como el que incorpora muchos sentimientos
correspondientes, porque una sola palabra, a menudo, decide de un hecho o una doctrina. Por otra
parte, puede existir semejanza de sentimiento sin que haya verdadero paralelismo. Una comparación
cuidadosa de la parábola de los talentos (Mat. 25:14-30) y la de las minas (Luc. 19:11-27)
demostrará que ambas tienen mucho que les es común, junto con no pocas cosas que son diferentes.
Fueron pronunciadas en diversos tiempos, en sitios distintos y en oídos de personas diferentes. La
parábola de los talentos trata únicamente de los siervos de un señor que se fue a un país lejano; la de
las minas trata, también, de sus súbditos y enemigos que vio querían que él reinara sobre ellos. Sin
embargo, la gran lección de la necesidad de una actividad diligente en el servicio del Señor, durante
su ausencia, es la misma en ambas parábolas.

Se hace necesaria la comparación de pasajes paralelos para determinar el sentido de la


palabra aborrecer, en Lucas 14:26, "Si alguien viene a mí y no aborrece a su padre..." Esta
declaración, a primera vista, parece ser un desacato del quinto mandamiento del Decálogo, al mismo
tiempo que envuelve otras exigencias no razonables. Parece opuesta a la doctrina evangélica del
amor. Pero volviéndonos a Mateo 10:37 hallamos la misma declaración en forma más suave y
entretejida en un contexto que sirve para revelar toda su fuerza e intento: "El que ama a padre o
madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de
mi". El contexto inmediato de este verso (v. 34-39) un pasaje característico de las más ardientes
declaraciones de nuestro Señor, coloca su significado en una luz clarísima cuando dice (v. 34) : "No
penséis que he venido a la tierra a traer paz; no he venido a traer paz sino guerra". El ve un mundo
sumido en la maldad, exhibiendo toda forma de oposición a sus mensajes de verdad. Con un mundo
semejante él no puede hacer ningún compromiso, ni tener paz alguna, sin, primeramente, tener un
amargo conflicto.

En vista de esto, él, adrede, lanza una invitación a tal conflicto. Él quiere conquistar paz. No
quiere paz obtenida en otra forma. Tal significado peculiar de la mencionada palabra, se halla,
además. confirmado por su uso en Mateo 6:24; "Nadie puede servir a dos señores, porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a
Dios y a Mammón". Dos señores tan opuestos en naturaleza como Dios y Mammón no pueden ser
amados y servidos al mismo tiempo por una misma persona. El amor de uno necesariamente excluye
el de otro; y ni uno ni otro acepta el servicio de un corazón dividido. En el caso de oposiciones tan
esenciales, la falta de amor por el uno importa una enemistad desleal, la raíz de todo aborrecimiento.

La verdadera interpretación de las palabras de Jesús a Pedro, en Mat. 16:18, sólo pueden
apreciarse plenamente por medio de una comparación y un estudio cuidadoso de todos los textos
paralelos. Jesús dice a Pedro: "Tú eres Pedro (Petros) y sobre esta petra (o sea "esta roca", Epitaute
te petra) edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella". ¿Cómo es posible
de sólo este pasaje decidir si la roca (petra) se refiere a Cristo (como sostienen San Agustín y
Wordsworth) o a la confesión de Pedro (Lutero y muchos teólogos protestantes) o a Pedro mismo?
Es digno de notarse que en los pasajes paralelos de Marcos 8:27-30 y Lucas 9:18-21, no aparecen
estas palabras de Cristo a Pedro.

El contexto inmediato nos presenta a Simón Pedro como hablando por, y representando a, los
discípulos, respondiendo a la pregunta de Jesús con la confesión audaz y llena de confianza: "Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Evidentemente Jesús se conmovió al escuchar las
fervientes palabras de Pedro y le dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo
reveló carne ni sangre más mi Padre que está en los cielos". Fuesen cuales fuesen el conocimiento y
las convicciones que acerca del mesiazgo y divinidad de Jesús hubiesen alcanzado los discípulos
antes de esta ocasión, es un hecho que esta nueva confesión de Pedro poseía la novedad y la gloria
de una revelación especial. No debía su origen a *'carne ni sangre", es decir, no era una declaración
de origen natural o humano, sino que era la explosión espontánea de una divina inspiración del
cielo. En aquel instante Pedro fue poseído por el Espíritu de Dios y en el fervor ardiente de tal
inspiración habló las palabras mismas que el Padre le inspiró. Por eso Jesús -1o declaró
"bienaventurado" o feliz (makarios).

Volviendo ahora al relato de la presentación de Simón al Salvador (Juan 1:31-43)


comparamos la primera mención del nombre Pedro. Su hermano Andrés lo condujo a la presencia de
Jesús y éste, mirándole, le dice: "Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas, que significa
Pedro" (Petros). Así, desde el principio, Jesús le dice quién es y lo que será. Carácter bastante
dudoso era en ese principio Simón, el hijo de Jonás: irritable, impetuoso, inestable, irresoluto. Pero
Jesús vio que vendría una hora cuando se convertiría en la memorable piedra (Pedro) valerosa,
fuerte, estable y firme, el confesor representativo y típico del Cristo. Retornando nuevamente al
pasaje en Mateo, es fácil ver que, mediante su inspirada confesión del Cristo, Hijo del Dios viviente,
Simón ha alcanzado el ideal previsto y profetizado por su Señor. Ahora, realmente, se ha
hecho Pedro; ahora "tú eres Pedro", no ya, "serás llamado Pedro". Por consiguiente, no podemos
desechar la convicción de que el manifiesto juego sobre las palabras petros y petra (en Mat. 16:18)
tiene una significación intencional e importante y también una alusión a la primera aplicación del
nombre a Simón (Juan, 1:43), como si el Señor hubiese dicho: "Acuérdate, Simón, del nombre
significativo que te di la primera vez que nos vimos. Te dije entonces: "Serás llamado Pedro"; ahora
te digo: "Tú eres Pedro".

Pero indudablemente hay un significado intencional en el cambio de petros a petra, en Mata


6:18. Es sumamente probable que hubo un cambio correspondiente en las palabras arameas usadas
por el Señor en esta ocasión. Puede, quizá, haber meramente empleado las formas simples y
enfáticas de la palabra aramea, Cefas. ¿Qué, pues, significa la petra, sobre la cual Cristo edifica su
Iglesia? Al contestar esta pregunta inquirimos lo que otros pasajes dicen acerca de la edificación de
la Iglesia; y en Efesios 2:20-22, hallamos escrito que los cristianos constituyen "la familia
(domésticos) de la fe, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal
piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual compaginado todo el edificio va creciendo para ser un
templo santo al Señor; en el cual vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios
en Espíritu". Habiendo hecho la transición natural y fácil de la figura de una familia u hogar a la
estructura dentro de la cual mora la familia o existe el hogar, el apóstol habla de esto último como
"edificado sobre el fundamento de los. apóstoles y profetas". Los profetas de que se habla aquí
indudablemente son los del Nuevo Testamento, a que se hace referencia en los capítulos 3:5 y 4:11.
La expresión "El fundamento de los apóstoles y profetas" ha sido explicado como (1) un
genitivo de oposición, es decir que significaría el fundamento que está constituido o formado con
apóstoles y profetas; en otras palabras los apóstoles y profetas, personalmente, son el fundamento
(opinión de Crisóstomo, Olshausen, De Wette y muchos otros); o (2) como genitivo de la causa
originarte, el fundamento colocado por los apóstoles (Calvino, Koppe, Harless, Meyer, Eadie,
Ellicott) (3) como un genitivo de posesión, el fundamento de los apóstoles y profetas, es decir, el
fundamento sobre el cual ellos, como todos los demás creyentes, están edificados (Beza, Bucer,
Alford). Creemos que en la amplitud y plenitud del concepto del apóstol hay lugar para todos estos
pensamientos, y una comparación más amplia de la Biblia corrobora esta opinión. En Gálatas 2:9 se
habla de Cefas, Santiago y Juan, como columnas (Stuloi)-, pilares fundamentales o columnatas de la
Iglesia. En la visión apocalíptica de la Nueva Jerusalén, que es "la esposa, mujer del Cordero" (Rey.
21:9) se dice que "el muro de la ciudad tiene doce fundamentos y, sobre ellos, 12 nombres de los 12
apóstoles del Cordero" (Ap. 21:14). Es evidente que en este pasaje se concibe a los apóstoles como
piedras fundamentales, formando la sub-estructura de la Iglesia; y con este concepto "el fundamento
de los apóstoles y profetas (Ef. 2:20) puede tomarse como genitivo de oposición. Pero en 1 Co. 3:10,
el apóstol habla de sí mismo como sabio arquitecto que coloca un fundamento (Demelion edmka, un
fundamento coloqué). Inmediatamente después (v. 11) dice: "Nadie puede poner otro fundamento
que el que está puesto, el cual es Jesucristo". Este fundamento fue el que Pablo mismo colocó
cuando fundó la iglesia de Corinto e hizo conocer allí al Señor Jesucristo. Una vez puesto este
fundamento nadie podía poner otro, aunque si podría edificar encima.

El mismo Pablo no podría haber puesto otro, si alguien, antes que él se hubiese adelantado a
colocar este fundamento en Corinto (compar. Rom. 15:20). De qué manera colocó este fundamento
nos lo dice en el cap. 2:15, especialmente cuando dice (v. 2) "No me propuse saber algo entre
vosotros sino a Jesucristo y a éste crucificado". En este sentido, pues, Ef. 2:20 puede tomarse como
genitivo de la causa originarte-, el fundamento que los apóstoles colocaron. Al mismo tiempo, no
tenemos por qué pasar por alto o desconocer el hecho presentado en I Co. 3:11, de que Jesús mismo
es el fundamento; es decir; Jesucristo, incluyendo su persona, obra y doctrina, es el gran hecho sobre
el cual está edificada la Iglesia y sin el cual no podría haber redención. Por consiguiente, la Iglesia
misma, según I Ti. 3:15 es la "columna y apoyo (edraioma) de la verdad". En vista de todo esto,
sostenemos que la expresión "fundamento de los apóstoles y profetas" (Ef. 2:20) tiene una plenitud
de significado que puede incluir todos estos pensamientos. Los apóstoles fueron ellos mismos
incorporados en este fundamento y constituidos en columnas o piedras fundamentales; también ellos
fueron instrumentos en la colocación de este fundamento y el edificar sobre él; y habiéndolo
colocado en Cristo, y obrando únicamente por medio de Cristo sin quien nada podían hacer,
Jesucristo mismo, según ellos lo predicaban, era considerado también como la base sustentadora y el
fundamento de todo I Co. 3:11.

Aquí debiera también compararse otra parte de la Escritura, a saber, 1 Pedro 2:4-5, porque
proviene de la persona a quien se dirigieron las palabras de Mat. 16:18, palabras que parecen haber
constituido para él un pensamiento que se grabó en su alma como un recuerdo precioso. "Al cual (es
decir, al precioso Señor, recién mencionado) allegándoos, piedra viva, reprobada, cierto, de los
hombres, empero escogida de Dios, preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados
una casa espiritual..." Aquí se presenta al Señor mismo como la piedra fundamental escogida y
preciosa (comp. v. 6) y, al mismo tiempo, se representa a los creyentes como piedras vivas,
formando parte del mismo templo espiritual. Volviendo al texto en Mat. 16:18, que Schaff considera
como "una de las declaraciones más profundas y de mayores alcances proféticos de nuestro
Salvador, pero, al mismo tiempo uno de sus dichos más controvertidos", la precitada comparación
de pasajes que alguna relación mantienen entre sí nos suministra los medias de penetrar en su
verdadera intención y significado. Lleno de divina inspiración, Pedro confesó a su Señor para gloria
de Dios Padre (compar. 1 Juan 4:15 y Rom. 10:9) y en esa bendita capacidad y confesión se hizo el
confesor cristiano, representativo o ideal. En vista de esto, el Señor le dice: Ahora tú eres Pedro; te
has transformado en una piedra viva, típica y representativa de la multitud de piedras vivas sobre las
cuales edificaré mi Iglesia. El cambio del masculino Petros al femenino petra indica de una manera
perfectamente adecuada que no tanto sobre Pedro, el hombre, el individuo simple y aislado, como
sobre Pedro considerado como el confesor, tipo y representante de todos los demás confesores
cristianos, que han de ser "juntamente edificados para morada de Dios en Espíritu". (Efes. 2:22).

En la luz de todos estos pasajes se verá lo impropio e inaplicable de la interpretación


protestante que más ha prevalecido, o sea la que la petra o roca es la confesión de Pedro. Dice Nast:
"Todo edificio debe tener piedras fundamentales. ¿Cuál es, de parte del hombre, el fundamento de la
Iglesia Cristiana? ¿No es, lo que Pedro exhibió, una fe obrada por el Espíritu Santo y una confesión
con los labios, de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios viviente? Pero este creer con el corazón y
confesar con los labios, es un asunto personal; no puede separarse de la personalidad viviente que
cree y confiesa. La Iglesia está constituida por seres vivientes y su fundamento no puede ser una
mera verdad o doctrina abstracta, un algo aparte de la personalidad viviente en la que está
incorporada. Esto está de acuerdo con todo el lenguaje del Nuevo Testamento, en el cual no a las
doctrinas ni a las confesiones, sino a los hombres, se llama, invariablemente, columnas o fun-
damentos del edificio espiritual".

A la interpretación romanista que explica estas palabras como invistiendo a Pedro y sus
sucesores con una permanente primacía en Roma, Schaff opone las siguientes objeciones
insuperables: (1) . Esa interpretación borra la distinción entre petros y Petra; (2) es inconsistente con
la figura arquitectónica: el fundamento de un edificio es uno y permanente y no constantemente
renovado y cambiado; (3) confunde la prioridad del tiempo con la superioridad permanente de
rango; (4.) confunde el apostolado, el que, hablando estrictamente, no es transferible sino limitado a
los discípulos originales, personales, de Cristo y órganos inspirados por el Espíritu Santo, con el
episcopado post-apostólico; (5) envuelve una injusticia hacia los demás apóstoles, a quienes, como
cuerpo, se llama explícitamente el fundamento o piedras fundamentales de la Iglesia; (6) contradice
todo el espíritu de las epístolas de Pedro, espíritu enteramente anti-jerárquico, contrario a toda
superioridad sobre sus "co-presbíteros"; (7) finalmente, descansa sobre suposiciones infundadas que
no pueden demostrarse ni exegética ni históricamente, a saber, la cualidad de transferible de la
primacía de Pedro y su real transferencia al obispo no al de Jerusalén o al de Antioquia (donde
consta que Pedro estuvo) -sino, exclusivamente, al de Roma.

LECCIÓN 6: EL PUNTO DE VISTA HISTÓRICO

Al interpretar un documento es de primordial importancia descubrir quien fue su autor y


determinar la época, el lugar y las circunstancias en que escribió. Por consiguiente, el intérprete debe
tratar de olvidar el momento y circunstancias actuales y trasladarse a la posición histórica del autor,
mirar a través de sus ojos, darse cuenta del ambiente en que actuó, sentir con su corazón y asir sus
emociones. Aquí notamos el alcance del término “interpretación histórico-gramatical”. Tenemos que
apropiarnos no sólo la tendencia gramatical de las palabras y frases sino, también, sentir la fuerza y
la situación de las circunstancias históricas que, en alguna forma, pudieron afectar al escritor.

De ahí, también, puede deducirse cuán íntimamente relacionado puede estar el objeto o
designio de un escrito con la ocasión que sugirió su producción. La individualidad del escritor, su
medio ambiente, sus necesidades y deseos, su relación para con aquellos para quienes escribió, su
nacionalidad y la de ellos, el carácter de la época en que escribió, todas estas cosas son asuntos de la
mayor importancia para una perfecta interpretación de los varios libros de la Biblia. Especialmente
debiera el intérprete tener un concepto claro del orden de los acontecimientos relacionados con todo
el curso de la historia sagrada, tales como la historia contemporánea (hasta donde se pueda conocer)
de las grandes naciones y tribus de los tiempos patriarcales; los grandes poderes de Egipto, Asiria,
Babilonia y Persia, naciones con las cuales los israelitas estuvieron varias veces en contacto; el
Imperio Macedónico, con sus posteriores ramas tolemaicas y seleucidaicas (que infligieron muchas
penas al pueblo judío) y la conquista y dominio subsiguientes de los romanos.

El exegeta debiera ser capaz de situarse en cualquier punto de esta línea de la Historia, donde
quiera que pueda hallar la época de su autor; y desde allí asir vívidamente las remotas
circunstancias. Debe buscar familiaridades con las costumbres, vida, espíritu, ideas y ocupaciones de
aquellas diferentes épocas y tribus y naciones, para poder distinguir prontamente entre lo que
perteneció a una y lo que perteneció a otra. Con semejante conocimiento estará habilitado no sólo
para trasportarse con el pensamiento a una época dada sino, también, para evitar el confundir las
ideas de una época o raza con las de otra.

No es tarea fácil el despojarse del instante actual y transportarse a una época pasada. A
medida que avanzamos en conocimientos generales y alcanzamos una civilización más elevada,
inconscientemente pasamos más allá de las antiguas costumbres e ideas. Perdemos el espíritu de los
tiempos antiguos y nos llenamos con la generalización más amplia y los procedimientos más
científicos del pensamiento moderno. La inmensidad del universo, la vasta acumulación de los
estudios e investigaciones humanas, el influjo de grandes instituciones civiles y eclesiásticas y el
poder del sentimiento y opiniones tradicionales, rigen y modelan nuestro modo de pensar en una
medida de la que apenas nos damos cuenta. Arrancarse uno a sí mismo de estas cosas y volver, con
el espíritu, a las épocas de Moisés, David, Isaías, Esdras, Mateo y Pablo, y colocarse en el punto de
vista histórico de esos escritores a fin de ver y de sentir como ellos, seguramente no es tarea fácil.
Sin embargo, si verdaderamente asimos el espíritu y sentimos la fuerza viva de los antiguos oráculos
de Dios, tenemos que recibirlos con una sensación análoga a la que experimentaron los corazones de
aquellos a quienes fueron dados de inmediato.

No pocos devotos lectores de la Biblia están tan impresionados con ideas exaltadas acerca de
la gloria y santidad de sus antiguos personajes, que se hallan expuestos a contemplar el registro de
sus vidas en una luz falsa. Para algunos es difícil creer que un Moisés y un Pablo no conociesen los
acontecimientos de épocas modernas. Hay quienes se imaginan que la sabiduría de Salomón debió
abarcar todo lo que el hombre puede saber. Piensan que Isaías y Daniel deben haber discernido
todos los acontecimientos futuros tan claramente como si ya hubieran ocurrido y que los escritores
del Nuevo Testamento deben haber sabido qué historia e influencia había de tener en épocas
posteriores la obra de sus vidas. En la mente de tales personas, los nombres de Abraham, Jacob,
Josué, Jefté y Sansón, están tan asociados con pensamientos santos y revelaciones sobrenaturales,
que medio se olvidan de que fueron hombres sujetos a las mismas pasiones que nosotros. Una
indebida exaltación de la santidad de los santos bíblicos es posible que perjudique la correcta
exposición histórica.

La vocación e inspiración divina de los profetas y apóstoles no anuló o hizo a un lado sus
potencias humanas naturales; y el intérprete bíblico no debe cometer el error de consentir que su
visión sea de tal manera deslumbrada por la gloria de la misión divina de aquellos hombres que lo
cieguen acerca de los hechos de la historia. La astucia y engaño de Abraham, así como de Isaac y
Jacob; las pasiones temerarias de Moisés y la brutalidad bestial de muchos de los jueces y reyes de
Israel, no son cosas que deban quererse esconder o disimular. Son hechos que el intérprete debe
reconocer debidamente; y cuanto más plena y vívidamente se dé uno cuenta de esos hechos y los
coloque en su verdadera luz y su aspecto real, tanto más exactamente entenderemos el verdadero
intento de las Escrituras.

En la exposición de los Salmos, una de las primeras cosas que hay que inquirir es el punto
personal en que el autor se coloca. De los poetas hebreos puede decirse como de los de todas las
otras naciones, que la interpretación de su poesía depende menos de la crítica verbal que de la
simpatía con los sentimientos del autor, el conocimiento de sus circunstancias y atención al objeto y
dirección de sus declaraciones. Hay que colocarse uno mismo en su condición, adoptar sus
sentimientos, dejarse llevar a flote con la corriente de sus sentimientos, ser consolado con sus
consolaciones, o agitado por la tormenta de sus emociones.

¡Cuánta vividez y realidad aparecen en las epístolas de San Pablo cuando las estudiamos en
conexión con el relato de sus viajes y labores apostólicas y los aspectos físicos y políticos de los
países por los cuales ha pasado! Desde este punto de vista cuán real y llenas de vida son todas las
alusiones de sus epístolas. Debe buscarse cuidadosamente la situación y condición de las personas e
iglesias de que habla. Especialmente sus epístolas a los Corintios y las de su prisión perderían la
mitad de su interés y valor si no fuese por el conocimiento que otras epístolas nos proporcionan
acerca de personas, incidentes y lugares. Qué tierno encanto presta a la Epístola a los Filipenses el
conocimiento que tenemos de las primeras experiencias del apóstol en aquella colonia romana, sus
visitas posteriores a ella y el pensamiento de que la escribe en su prisión, en Roma, mencionando
con frecuencia sus cadenas (Fil. 1:7, 13, 14) y las bondades que los filipenses le habían manifestado
(4:15-18).

Vemos, pues, que un buen canon de interpretación, debe tomar muy en consideración la
persona y las circunstancias del autor, la época y el sitio en qué escribió y la ocasión y los motivos
que le movieron a escribir. Y no debemos omitir el hacer investigaciones análogas acerca del
carácter, condiciones e historia de aquellos para quienes se escribió el libro que estudiamos y de
aquellos a quienes el libro menciona.

LECCIÓN 7: HERMENÉUTICAS ESPECIALES

Si bien es cierto que la Biblia debe interpretarse como otros libros y que, por consiguiente, su
estudio está sujeto a las leyes de la Hermenéutica General, tenemos también el hecho notable de que,
bajo muchos aspectos es un libro que difiere de todos los demás. Contiene muchas revelaciones
presentadas en la forma de tipos, símbolos, parábolas, alegorías, visiones y sueños. La poesía de los
hebreos es, en sí misma, un estudio especial y, sin familiarizarse con su espíritu y elementos
formales, nadie tiene la competencia necesaria para apreciarla o exponerla. ¡Y qué riqueza de
lenguaje figurado hallamos en la Biblia! Dice Sir William Jones: "Estoy persuadido de que esta
obra, enteramente aparte de su origen divino contiene más verdadera sublimidad, más exquisita
belleza, más pura moralidad, historia más importante y tonos más finos de poesía y de elocuencia,
que lo que pudiera extraerse de todos los demás libros, sea cual fuere la época o el idioma en que
hayan sido escritos".

Además, la Biblia es un libro de texto de religión y su principal valor resalta en el hecho de


que es divinamente adaptado para enseñar, para censurar, para corregir y para instruir en justicia (2
Tim. 3:16). Por consiguiente, es de la mayor importancia saber hasta qué punto pueden inferirse de
la palabra escrita estas instrucciones sagradas y el prevenirse contra falsos métodos en la elaboración
de doctrina bíblica. Algunos exegetas manifiestan un deseo mórbido de descubrir "montañas de
sentido en cada línea de la Escritura Santa" y están constantemente hallando doble significado,
alusiones recónditas y revelaciones maravillosas en los pasajes más sencillos. Otros caen en el
extremo opuesto y no sólo eliminan las doctrinas de lo sobrenatural, sino que hasta rehúsan
reconocer algunas de las enseñanzas más claras que se hallan en muchas de sus páginas acerca de lo
invisible y lo eterno. No es posible ninguna exposición fiel y permanente del libro de instrucción
religiosa sin un concepto sano de la naturaleza espiritual del hombre y de la fe en Dios como el
medio de alcanzar una vida y crecimiento religiosos.

También debe observarse que las Santas Escrituras son así como épocas. En estos libros
hallamos incorporados biografía, historia, ley, rituales, salmodias, dramas, proverbios, profecías,
Apocalipsis y epístolas. Algunos fueron escritos por reyes, otros por pastores y profetas. Un escritor
fue cobrador de impuestos, otro era fabricante de tiendas, otro médico. Vivieron y escribieron en
varios períodos, algunos de ellos separados por muchos siglos de los otros, como, también, estaban
muy distantes entre sí sus sitios de residencia, tales como Arabia, Palestina, Babilonia, Persia, el
Asia Menor, Grecia y Roma. En estos libros se reflejan las antigüedades y civilizaciones variantes
de diferentes naciones y cuando no se conoce el nombre de un autor, por lo común no es difícil,
mediante sus declaraciones o alusiones, descubrir, aproximadamente la época y circunstancias en
que escribió. El resultado obvio de todo esto es que la Biblia abarca una gran diversidad de literatura
y la mayor parte de ella exige hermenéutica especial en su interpretación.

Es parte notable del oficio de la Hermenéutica Especial enseñar la distinción entre el


pensamiento esencial de un escritor y la forma con que está revestido. No poca confusión se ha
introducido en la exposición bíblica por haberse descuidado hacer esa distinción. El intérprete fiel y
correcto debe compenetrarse del espíritu del autor a quien quiere interpretar. Si quiere entender y
explicar a Isaías, no sólo debe transportarse en espíritu a la época en que vivió aquel profeta, sino
que, también, en alguna medida, debe dejarse dominar por las emociones que el profeta
experimentaba al lamentar las abominaciones de su época. Y cuando, por ejemplo, el hijo de Amoz
describe a la nación pecadora como enferma de la cabeza y del corazón y declara que "desde la
planta del pie hasta la cabeza no hay en ella cosa ilesa sino herida, hinchazón y podrida llaga..."
(Isaías 1: 6) no debemos insistir en el significado íntegro de cada palabra particular. Declaraciones
de un tono tan lastimoso, aunque provengan de profetas inspirados, es muy probable que contengan
elementos de hipérbole oriental y pueden, a veces, tener los tintes correspondientes al abatimiento
del escritor.

Ejemplo notable de esta forma de expresión es el lenguaje de Elías en 1 Reyes 19:10 (comp.
v. 18) y es probable que otros profetas, aun sin tener que huir por salvar la vida, a veces han
expresado la tristeza de sus corazones en un tono análogo. Cuando, en nombre de Jehová, Isaías se
declara contra los holocaustos de Israel, calificándolos de abominación (Isaías 1:11-14) no debemos
precipitarnos a la conclusión de que su lenguaje equivalía a una condenación de los sacrificios de
animales en general, ni, menos aún, admitir la opinión de que el ritual del Santuario no fuese de
ordenación divina. Las palabras de Jeremías (7:21-26) , han perturbado a algunos críticos, a causa de
su aparente contradicción con la historia tal como aparece en el libro del Éxodo. Pero ¿no es cierto
que el verdadero sentido de las palabras de Jeremías se entiende mejor cuando reconocemos en ellas,
no una declaración prosaica de hechos históricos a entenderse literalmente, sino una explosión
apasionada, de inspiración profética, con objeto de hacer resaltar la absoluta falta de valor de los
sacrificios cuando se quiere constituirlos en substitutos de la obediencia? La Hermenéutica Especial
tiende a descubrir el análisis apropiado y la tendencia de semejante lenguaje emotivo. Es de su
incumbencia el darse cuenta, tanto del espíritu como de las formas del lenguaje humano, y el
distinguir correctamente entre ellas. En forma análoga debe tratar todo lo que es especial o peculiar
de las Santas Escrituras y que, por consiguiente, hace diferencia entre estos escritos y las
composiciones humanas.

La Hermenéutica Bíblica es un departamento de la Hermenéutica General y, como hemos


visto, busca principalmente la aplicación de los principios generales necesarios a la interpretación de
toda literatura. Pero como una parte tan grande de la Biblia está formada por poesía y profecía y
contiene tantos ejemplos de parábola, alegoría, tipo y símbolo, es muy propio, al tratar de la ciencia
de interpretación bíblica, consagrar mayor espacio a la Hermenéutica Especial que a la General. Las
parábolas, alegorías, tipos y símbolos tienen sus leyes especiales y la interpretación
histórico-gramatical debe prestar atención a la forma retórica y al simbolismo profético, lo mismo
que a las leyes de la gramática y los hechos de la historia.

Los principios de la Hermenéutica Especial deben colegirse de un estudio fiel de la Biblia


misma. Debemos observar los métodos que siguieron los escritores sagrados. Las proposiciones
desnudas o las reglas formuladas serán de muy poco valor mientras no se hallen sostenidas e
ilustradas par ejemplos que se comprueben por sí mismos. Es digno de notarse que las Escrituras
suministran numerosos ejemplos de la interpretación de sueños, visiones, tipos, símbolos y
parábolas. En tales ejemplos debemos hallar nuestros principios y leyes de exposición. La Biblia no
es un oráculo de Delfos que busque turbar el corazón con declaraciones de doble sentido. Tomada
en conjunto y permitiéndosela hablar por sí misma, se descubrirá que la Biblia es su mejor
intérprete.

LECCIÓN 8: LA POESÍA HEBREA

Buena parte del Antiguo Testamento está compuesto en un estilo y forma de lenguaje muy
por arriba del de la simple prosa. Los libros históricos abundan en vibrantes discursos, odas, piezas
líricas, salmos y fragmentos de cantos. Casi la mitad del Antiguo Testamento está escrito en este
estilo poético. Pero la poesía de los hebreos tiene peculiaridades tan notables y distintas de las de
otras naciones, como su propio idioma es diferente de las otras familias de idiomas. Su metro no se
compone de sílabas sino de sentencias y sentimientos.

Hablando con toda propiedad, la poesía hebrea nada sabe de pie métrico y versificación
análogos a la forma poética de las lenguas indo-europeas. Las sabias e ingeniosas tentativas de
algunos hombres eminentes por fabricar un sistema de metros hebreos se consideran ya como
fracasadas. Se nota bien en la poesía hebrea el estilo elevado, la armonía y paralelismo de sen-
tencias, el fluido sonoro de palabras gráficas, el arreglo artificial de cláusulas, repeticiones,
transposiciones y antítesis retóricas que constituyen la vida de la poesía; pero la forma de metro
silábico no aparece en ninguna parte.

Generalmente se reconoce ahora que el aspecto distintivo de la poesía hebrea consiste en el


paralelismo de miembros. Esto constituiría una forma muy natural para sentencias tan cortas y
vívidas como son las que caracterizan a la sintaxis hebrea. Basta que el alma se llene de profunda
emoción, que las ardientes pasiones muevan el corazón, den brillantez al ojo y hagan elevar la voz,
para que las sencillas sentencias de la prosa hebrea tomen espontáneamente forma poética.
Desembarazado de las trabas de las limitaciones métricas, el poeta hebreo gozaba de una libertad
peculiar y era dueño de expresar en gran variedad de formas los sentimientos de la pasión. No
podemos dar demasiado énfasis al hecho de que alguna forma estructural es necesaria a toda poesía.
Los elementos de la poesía son invención, inspiración y forma expresiva, pero todo el genio de
posible inventiva y toda la inspiración de la pasión más ardiente se estrellarían contra la absoluta
falta de algún molde adecuado en qué presentarlos. Cuando las creaciones del genio y de la
inspiración han tomado una forma monumental en el lenguaje, esa forma viene a constituir una parte
esencial del todo. De aquí la imposibilidad de traducir la poesía de Homero, Virgilio o David, a la
prosa castellana o de otro idioma y, al mismo tiempo, conservar el poder y el espíritu del original.

La traducción de Bayardo, del Fausto, es una obra maestra por el hecho de que con éxito
notable ha conseguido verter de un idioma a otro, no simplemente los pensamientos, el sentimiento
y el significado exacto del autor sino también la forma y el ritmo. Como lo sostienen autoridades
eminentes, "la primera cuestión a considerarse en una obra poética es el valor de su forma. La poesía
no es meramente una forma de expresión, sino que es la forma de expresión que cierta clase de ideas
exige en absoluto. En realidad, la poesía puede distinguirse de la prosa por el simple hecho de que es
la expresión de algo en el hombre que es imposible expresar con perfección en ninguna otra forma
que la rítmica. Es inútil decir que el significado desnudo es independiente de la forma. A1 contrario,
la forma contribuye esencialmente a la plenitud del significado. En la poesía que se perpetúa
mediante su propia vitalidad inherente no existe unión forzada de estos dos elementos. El intentar
representar poesía en prosa es cosa muy parecida al querer expresar con palabras lo que dice la
música en su lenguaje".

La poesía hebrea es, probablemente, más susceptible de traducción que la de ningún otro
idioma por los motivos que hemos expresado más arriba: no hay rima ni escala métrica que cuidar al
traducir. Es esencial preservar dos cosas, el espíritu y la forma, y ambas son de tal naturaleza que
hacen posible el reproducirlas, en alto grado, en casi cualquier otro idioma. En tanto que el espíritu y
la emoción de la poesía hebrea se deben a una combinación de varios elementos, el paralelismo de
sentencias es un aspecto muy notable de forma externa.

Las sentencias breves y vividas, que son una característica peculiar del lenguaje hebreo,
conducen, por un proceso muy natural, a la formación de paralelismos en poesía. El deseo de
presentar un asunto en la forma más impresionable posible, conduce a la repetición y la tautología
aparece en formas ligeramente variadas de un mismo y único pensamiento, como se ve en las
siguientes líneas de Proverbios 1:24-27:
Por cuanto llamé y no quisisteis;
Extendí mi mano y no hubo quien escuchase;
Antes, desechasteis todo consejo mío,
Y mi reprensión no quisisteis;
También yo me reiré en vuestra calamidad;
Y me burlaré cuando os viniere lo que teméis;
Cuando viniere, como una destrucción, lo que teméis,
Y vuestra calamidad llegare como un torbellino;
Cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia.

Las formas más comunes y regulares del paralelismo hebreo las clasifica Lowth bajo tres
divisiones generales, que denomina: Sinónima, Antitética y Sintética. Estas, a su vez, pueden
subdividirse según que las líneas formen simples pareados o tercetos o tengan correspondencia
medida en sentimiento y extensión, o sean desiguales y quebradas por repentinas explosiones de
pasión o par alguna repetición impresionante.
Paralelismo sinónimo
Presentamos aquí algunos pasajes en los cuales las diferentes líneas o miembros presenten el
mismo pensamiento con ligeras alteraciones en la forma de expresión. Especificaremos tres clases
de paralelos sinónimos:

1. IDÉNTICO. Se llama así cuando los diferentes miembros se componen de las mismas o
casi las mismas palabras:

Enlazado eres con las palabras de. tu boca,


Y preso con las razones de tu boca (Prov. 6:2).

Alzaron los ríos, oh Jehová,


Alzaron los ríos su sonido;
Alzaron los ríos sus ondas (Salmo 93:3).

2. SIMILAR, cuando el sentimiento es, substancialmente el mismo pero el lenguaje y las


figuras son diferentes:

Porque él la fundó sobre los mares,


Y afirmóla sobre los ríos (Salmo 24:2).

¿Acaso gime el asno montés junto a la hierba?


¿Muge el buey junto a su pasto? (Job. 6:5).

3. INVERTIDO se llama cuando existe una inversión o transposición de palabras o


sentencias, de manera que se cambia el orden del pensamiento: Los cielos cuentan la
gloria de Dios Y la obra de sus manos denuncia la expansión. (Salmo 19:1)

No guardaron el pacto de Dios


Ni en su ley quisieron andar (Salmo 78:10).

Paralelismo antitético
Bajo esta división cae todo pasaje en el cual hay contraste u oposición de pensamiento
presentado en las diferentes sentencias. Esta clase de paralelismo abunda, especialmente, en el libro
de Proverbios, por el hecho de adaptarse particularmente para expresar máximas de sabiduría
proverbial. Hay dos formas de paralelismo antitético:

1. SIMPLE, cuando el contraste se presenta en un solo dístico de sentencias simples:

La justicia engrandece la nación


Pero el pecado es afrenta de las naciones (Pr. 14:34).

La lengua de los sabios adornará la sabiduría;


Mas la boca de los necios hablará sandeces (Pr. 15:2).

Porque un momento será su furor


Pero su favor dura toda la vida (Sal. 30:5).

2. COMPUESTO, cuando hay dos o más sentencias en cada miembro de la antítesis:


El buey conoce a su dueño
Y el asno el pesebre de su señor;
Israel no conoce,
Mi pueblo no tiene entendimiento (Isaías 1:3).

Por un momentito te dejé;


Mas te recogeré con grandes misericordias.
Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un [momento;
Mas con compasión eterna tendré compasión de ti (Isaías 54:7-8).

Paralelismo sintético
El paralelismo sintético o constructivo consiste, según la definición de Lowth, "sólo en la
firma de construcción, en la que una palabra no responde a otra ni una sentencia a otra sentencia,
como equivalentes u opuestas; pero hay una correspondencia e igualdad entre diferentes
proposiciones con respecto a la forma y giro de toda la sentencia y de las partes constructivas, tales
como el nombre respondiendo al nombre, el verbo al verbo, el miembro al miembro, la negación a la
negación, la interrogante a la interrogante". Deben notarse dos clases de paralelos sintéticos:

1. CORRESPONDIENTE, es cuando existe una correspondencia formal e intencional entre


sentencias relacionadas, como en el ejemplo siguiente tomado del Salmo 27:1, donde la
primera línea corresponde con la tercera y la segunda con la cuarta:

Jehová es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré?


Jehová es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?

Este mismo estilo de correspondencia se ve en el siguiente paralelismo antitético compuesto:

Avergüéncense y sean confundidos a una


Los que de mi mal se alegran,
Vístanse de vergüenza y de confusión
Los que se engrandecen contra mí.
Canten y alégrense
Los que se deleitan en, mi justicia
Y digan siempre: Sea ensalzado Jehová,
Que ama la paz de su siervo (Salmo 35:26-17).

2. ACUMULATIVO, cuando hay una culminación de sentimiento que corre a través de los
paralelos sucesivos; o cuando existe una constante variación de palabras y de
pensamientos por medio de la simple acumulación de imágenes o de ideas:

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo malos


Ni estuvo en camino de pecadores
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
Sino que en la ley de Jehová está su delicia
Y en su ley medita de día y de noche (Salmo 1:1-2).

Buscad a Jehová mientras puede ser hallado,


Llamadle en tanto que está cercano.
Deje el impío su camino
Y el hombre inicuo sus pensamientos;
Y vuélvase a Jehová, quien tendrá misericordia de él;
Y al Dios nuestro, quien será amplio en perdonar. (Isaías 55:6-7).

Pero aparte de estas formas más regulares de paralelismo existen numerosas peculiaridades
en la poesía hebrea que no han de clasificarse bajo ninguna regla o teoría de prosodia. Los vuelos
poéticos de los antiguos bardos desconocían tales trabas; y por medio de giros imprevistos, así como
de líneas rotas y desiguales, y de repentinas y breves explosiones de oración o de sentimentalismo,
producían una gran variedad de expresivas formas de sentimiento.

En el período posterior del lenguaje hallamos un número de poemas artificiales en los cuales
los varios versículos o líneas comienzan con una de las letras del alfabeto hebreo, en su orden
regular. En los salmos CXI y CXII, las líneas o mitades de versículos están arregladas en orden
alfabético. En los salmos XXV, XXXIV, CXLV; Prov. 31:10-31 y Lament. I y II, cada versículo
separado comienza con una nueva letra, en orden alfabético. En el Salmo XXXVII, con ligeras
excepciones, de cada dos versículos seguidos, uno comienza con una nueva letra. En el Salmo CXIX
y Lamentaciones in, una serie de versículos, cada una comenzando con la misma letra, se agrupan en
estrofas y éstas se siguen una a la otra en orden alfabético. Semejante artificio denuncia un período
posterior en la vida del lenguaje, cuando el espíritu poético, haciéndose menos creativo y más
mecánico, produce un nuevo método de forma externa para atraer la atención y ayudar a la memoria.

Pero aparte de toda forma artificial, el idioma hebreo en sus palabras, frases idiomáticas,
conceptos vívidos y poder pictórico posee una simplicidad y belleza notables. Para un individuo tan
impresivo como el hebreo, todo asunto estaba lleno de vida y la manera de presentar los actos más
ordinarios atraía su atención. Aun en su conversación ordinaria ocurren frecuentemente las
sentencias patéticas, las exclamaciones sublimes y las profundas sugestiones. ¡Cuán a menudo
ocurre en la simple narración la expresión (en hebreo es una palabra) "he aquí"! ¡Cuán gráficamente
se describen aun el proceso y el orden de la acción, en pasajes como los siguientes: "Levantó Jacob
sus pies y fuese a la tierra de los hijos del Oriente"! (Gn. 29:1). "Alzó su voz y lloró... Y así que oyó
Laban las nuevas de Jacob, hijo de su hermana, corrió a recibirle y abrazarlo y besólo y trájole a su
casa" (11-13). "Y alzando Jacob sus ojos, miró y - ¡he aquí! - venía Esaú". (Gn. 33:1).

Por otra parte, hay muchos pasajes donde alguna elipsis notable vigoriza la expresión:
"...ahora, pues, porque no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y coma, y viva para
siempre, y sacóle Jehová, del huerto del Edén" (Gén. 3:22). "¡Vuélvete, oh Jehová, ¿hasta cuándo?"
(Salmo 90:13). El esfuerzo de los traductores ingleses por suplir la elipsis del Salmo 19:3-4,
estropea el verdadero significado. Dicen ellos: "No hay dicho ni lenguaje donde su voz no sea oída".
La versión castellana, fiel al hebreo, es mucho más impresiva, dándonos a entender que, aunque los
cielos no tienen lenguaje o voz audible, tales como los que el hombre usa, sin embargo, han sido
extendidos, como un hilo de medir, sobre la superficie de toda la tierra y, aunque mudos, poseen
sermones para las almas reflexivas en todas partes del mundo habitable.

Incumbe a la Hermenéutica Especial el reconocer la forma retórica y distinguir el


pensamiento esencial del modo de expresión en que puede presentárselo. Y para toda mente
pensadora debe ser una cosa evidente que la poesía apasionada de los hebreos no es de naturaleza tal
que pueda sujetarse a una interpretación literal. Muchos de los más hermosos pasajes de los Salmos
y de los Profetas han sido elaborados en un estilo de esplendidez en busca del estilo retórico, y sus
magníficos paralelismos y estrofas deben ser explicadas como explicamos análogos vuelos de la
imaginación de otros poetas. Ese lenguaje. esmeradamente elaborado puede servir mejor que otro
para hacer más profunda la impresión del pensamiento divino que comunica. No es la expresión
literal sino la enajenación espiritual congénita lo que nos capacita para comprender la fuerza de un
pasaje tal como Deut. 32:22:

Porque fuego se encenderá en mi furor,


Y arderá hasta lo profundo del Sheol;
Y devorará la tierra y sus frutos
Y abrazará los fundamentas de los montes.

El lenguaje impresionante de Zacarías 11:1-2, no pierde nada del poder de impresionar por el
hecho de que el discurso se dirija a las montañas y los árboles como si fuesen seres conscientes:

¡0h Líbano, abre tus puertas y el fuego queme tus cedros!


¡Aúlla, oh haya, porque el cedro cayó, los magníficos son talados!
¡Aúlla, oh haya, porque el cedro cayó, los magníficos son derribado!

No hay para qué suponer que en la calamidad anunciada por este oráculo ni un solo cedro del
Monte Líbano ni un alcornoque de Basán fuesen destruidos. El lenguaje es el de las imágenes
poéticas, adaptado a producir impresiones y a transmitir la idea de una extensa ruina, pero sin tener
nunca la intención de ser entendido literalmente. Y lo mismo pasa con las sublimes descripciones dé
Jehová que se hallan en los Salmos y los Profetas, su inclinarse a mirar desde los cielos y descender
con una nube debajo de sus pies; su cabalgar sobre un querubín y el hacerse visible en las alas del
viento (2 S. 22:10-11; comp. Sal. 18:9-10; Ez. 1:13-14); su estar de pie y medir la tierra; su cabalgar
en caballos y andar en carrozas de salvación, con rayos procedentes de sus manos y el resplandor de
su fulgente lanza asombrando al sol y a la luna en los cielos (Hab. 3:4, 6, 8, 11) ; todos estos pasajes
y otros semejantes a ellos no son más que descripciones poéticas de la potencia y la majestad de
Dios en su administración providencial del mundo.

LECCIÓN 9: EL LENGUAJE FIGURADO

Aquellas partes de las Santas Escrituras escritas en lenguaje figurado exigen especial cuidado
para su interpretación. Cuando se emplea una palabra en otro sentido que el que originariamente le
pertenece o aplicándola a algún objeto diferente de aquél en que se la usa comúnmente, se la designa
con el nombre de tropo. Las necesidades y propósitos del lenguaje humano requieren el uso
frecuente de palabras en ese sentido trópico. Cuando a Santiago, Cefas y Juan, se les designan con el
nombre de columnas de la Iglesia (Gál. 2:9) inmediatamente nos damos cuenta de que la palabra
"columna" está usada metafóricamente. Y cuando de la Iglesia misma se dice que está "edificada
sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas" (Ef. 2:20) sabemos que se emplea un lenguaje
figurado, presentando a la Iglesia como una casa o templo.

Las operaciones naturales de la mente humana impulsan al hombre a rastrear analogías y a


hacer comparaciones. Se excitan las emociones agradables y la imaginación se gratifica con el
empleo de metáforas y símiles. Aunque pudiéramos concebir un idioma con abundante acopio de
palabras como el necesario para expresar todas las ideas posibles, la mente humana aún nos exigiría
el comparar y contrastar nuestros conceptos; y ese procedimiento pronto necesitaría una variedad de
figuras de lenguaje. Es tan grande la parte de nuestros conocimientos que adquirimos por medio de
los sentidos, que todas nuestras ideas abstractas y nuestro lenguaje espiritual tienen una base
material. Es cosa notable la gran cantidad de metáfora que existe en el lenguaje de la vida ordinaria;
metáforas cuyo origen hemos olvidado en gran parte, si no del todo.

Las fuentes principales del lenguaje figurativo de la Biblia las constituyen el aspecto físico
de la Tierra Santa, los hábitos y usos de sus antiguas tribus y las formas del culto israelita. Por
consiguiente, deben estudiarse con esmero todas esas fuentes a fin de poder interpretar las partes de
las Escrituras escritas en lenguaje figurado. Así como discernimos una providencia divina en el uso
del hebreo, el caldeo y el griego, como los idiomas de la revelación inspirada por Dios; y así como
creemos que la progenie de Abraham, por la línea de Jacob, fue el pueblo divinamente escogido para
recibir y conservar los oráculos de Dios; así también es dable creer que la Tierra prometida
constituyó un elemento esencial en el proceso de desarrollar y perfeccionar la forma retórica de los
registros sagrados. Dice un respetable autor:

"No es ficción ni extravagancia calificar a esa tierra, de microcosmo, -un


pequeño mundo en sí misma, abarcando todo aquello que en el pensamiento del
Creador sería necesario para desarrollar el lenguaje del reino de los cielos. Ni es
fácil concebir cómo pudiera haberse alcanzado el fin propuesto sin una tierra
semejante provista y adaptada, como ésta lo estaba, por la providencia de Dios. Todo
ello era necesario, montaña y valle, colina y llanura; lago y río, mar y horizonte,
verano e invierno, siembra, cosecha, árboles, arbustos y flores, bestias y aves,
hombres y mujeres, tribus y naciones, gobiernos y religiones falsas y verdaderas, y
otras innumerables cosas, sin ninguna de las cuales era posible pasarse. Imaginad, si
podéis, una Biblia en la que se omitiera todo eso, o en la que se substituyeran por
otras algunas de las cosas esenciales que contiene, una Biblia sin patriarcas ni
peregrinaciones, sin la esclavitud de Egipto y la correspondiente liberación, sin Mar
Rojo ni Sinaí, sin el Desierto con todas las escenas e incidentes del viaje de los
israelitas por él; sin un Jordán con un Canaán al lado opuesto, o sin un Mar Muerto
con Sodoma abajo; sin el Moriah con su templo, sin Sión con sus palacios y en sus
suburbios el Hinnom con el fuego y el gusano que nunca terminan. ¿De dónde
habrían salido nuestros cánticos y salmos divinos si los poetas sagrados hubiesen
vivido en un país sin montañas ni valles, donde no hubiese habido llanos cubiertos de
grano ni campos ricos en verdor, ni colinas con olivos, higueras y viñedos? Todo es
necesario, y todo presta buen servicio, desde los alcornoques de Basán y los cedros
del Líbano hasta el hisopo que brota en los muros. La diminuta semillita de mostaza
tiene su moral y los lirios sus bellas lecciones. Las espinas y abrojos proclaman
amonestaciones y avivan tristes recuerdos. Las ovejas y el aprisco, el pastor y su
perro, el asno y su dueño, el buey y su aguijada, el camello y su carga, el caballo con'
su cuello revestido de trueno; leones rugientes, lobos rapaces, zorros destructores,
ciervos que braman por arroyos, corzos alimentándose entre los lirios, palomas en los
huecos de sus palomares, gorriones en las azoteas, cigüeñas en el cielo, águilas
apresurándose sobre sus presas; cosas grandes y cosas pequeñas; la industriosa
abeja aprovechando toda hora solar y la precavida hormiga almacenando durante la
cosecha, nunca demasiado grande para su uso, aunque demasiado pequeña para
prestar. Estas no son más que muestras, tomadas al azar, de entre un mundo de ricos
materiales; pero no olvidemos que todos ellos se hallan en esta tierra, donde había de
hallarse y enseñarse el dialecto del reino espiritual de nuestro Dios".

Los mismos principios generales mediante los cuales establecemos el sentido histórico-
gramático se aplican también a la interpretación del lenguaje figurado y nunca debiéramos olvidar
que las porciones de la Biblia más llenas de lenguaje figurado son tan ciertas y veraces como los
capítulos más prosaicos. Las metáforas, alegorías, parábolas, y símbolos son formas divinamente
escogidas para presentar los oráculos de Dios y no debemos suponer que su significado sea tan vago
e incierto que se haga imposible el describirlo. En conjunto, creemos que las partes de lenguaje
figurado de las Escrituras no son tan difíciles de entender como muchos se han imaginado. Mediante
un discernimiento cuidadoso y juicioso, el intérprete debe procurar determinar el carácter y
propósito de cada tropo particular y explicarlo en armonía con las leyes ordinarias del lenguaje y el
plan, objeto y contexto del autor.

Todas las figuras de lenguaje se fundan sobre alguna semejanza o relación que diferentes
objetos guardan entre sí; y en los estilos que se distinguen por su rapidez y brillantez a menudo
acontece que se coloca a la causa en lugar del objeto o viceversa; o se usa el nombre de un sujeto
cuando sólo quiere uno referirse a alguna circunstancia accesoria o asociada. Este cambio y
substitución de un nombre por otro (metonimia) da al lenguaje una fuerza y potencia imposibles de
alcanzar de otra manera. Así se representa a Job, diciendo: "Mi saeta es gravosa" (Job 34:6). Es
evidente que por saeta quiere darse a entender la herida ocasionada por una saeta y se hace alusión al
capítulo 64, donde se representa a las amargas aflicciones de Job como ocasionadas por las saetas
del Todopoderoso. Así también, en Lucas 16:29 y 24:27 se dice, Moisés y los profetas para designar
los escritos de los cuales ellos fueron autores. A veces se usa el nombre de un patriarca para
significar su posteridad (Gén. 9:27; Amos 7: 9).

Otro uso de esta figura ocurre cuando se coloca alguna circunstancia o idea accesoria o
asociada en lugar del objeto principal, y viceversa. En Oseas 1:2, está escrito: "La tierra se dará a
fornicar", usándose la palabra "tierra" para dar a entender el pueblo que la habitaba. En Mateo 3:6,
se habla de Jerusalén y Judea, queriendo decir con ello la gente que habitaba esos lugares. Los
siguientes ejemplos ilustrarán la manera cómo se usa lo abstracto por lo concreto: "Justificará por la
fe la circuncisión y por medio de la fe la incircuncisión", (Rom. 3: 30). Aquí la palabra
"circuncisión" designa a los judíos y "la incircuncisión", a los gentiles. Y Pablo dice a los efesios
(5:8) con gran fuerza de lenguaje: "En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor".

Existe otro empleo de esta figura que puede llamarse metonimia del signo y la cosa
significada. Así leemos en Isaías 22:22: "Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro y
abrirá y nadie cerrará y cerrará y nadie abrirá" Aquí se usa la palabra "llave" como signo de con-
tralor sobre la casa, de poder para abrir o cerrar las puertas cuando le plazca; y el poner la
llave sobre el hombro, denota que el poder simbolizado por la llave será carga pesada para el que lo
ejerza. Compare. Mat. 16:19. En el cuadro refulgente con que Isaías representa la Era Mesiánica
(24) describe la completa cesación de las luchas y guerras nacionales con las significativas palabras:
"Volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces".

Otra clase de tropo, muy parecida en su carácter a la metonimia, es aquella en que se pone la
parte por el todo o viceversa, un género por una especie o una especie por un género, el singular por
el plural y al revés. Así vemos que en Lucas 2:1 se dice: "toda la tierra", significando el Imperio
Romano; y en Mat. 12:40 se dice "tres días y tres noches" para expresar sólo una parte de ese
tiempo. Se habla a veces del alma, para indicar la persona; (Act. 27:37) de Jefté se dice que fue
sepultado "en las ciudades de Galaad", significando, sin embargo, una sola de esas ciudades (Juec.
12:7). En el Salmo 46:9, se representa al Señor como "que hace cesar las guerras hasta los fines de la
tierra, quiebra el arco, corta la lanza y quema los carros de guerra". Aquí, al especificar arco,' lanza y
carro de guerra, es indudable que el Salmista quería representar el triunfo de Jehová como una
destrucción completa de todo elemento de guerra.
Cosa característica de la mente hebrea era el formarse y expresar vívidos conceptos del
mundo externo. Todos los objetos de la naturaleza, cosas inanimadas y hasta ideas abstractas se les
miraba como si tuviesen vida y se hablaba de ellos aplicándoles el género masculino o el femenino.
Y esta tendencia se nota en todos los idiomas y produce la figura de lenguaje que llamamos
"personificación". La declaración de Números 16:32, de que "la tierra abrió la boca y tragó" a Coré
y los suyos, es un ejemplo de personificación; y casos como éste ocurren en las narraciones en
prosa. Ejemplos muy notables de personificación se hallan en pasajes tales como el Salmo 114:34:
"La mar vio y huyó; el Jordán se volvió atrás. Los montes saltaron como carneros, los collados como
los corderitos". También leemos en Habacuc 3:10: "Viéronte y tuvieron temor los montes; pasó la
inundación de las aguas; el abismo dio su voz y levantó en alto sus manos". Aquí se nos presentan
los collados, los ríos y la mar como seres animados de vida. Se les supone consciente y con facultad
de pensar, sentir y moverse; y sin embargo, sólo se trata del lenguaje conmovedor de la imaginación
y del fervor poético y todo ello tiene su origen en una intuición intensa y vívida de la naturaleza.

Hay otra figura muy emparentada con la personificación, a la cual llamamos apóstrofe; se
deriva de las palabras griegas apó (desde) y stref o (volver) y denota especialmente el hecho de que
el que habla se vuelve de sus oyentes hacia otro lado y dirige la palabra a una persona o cosa
ausentes o imaginarias. Cuando el discurso se dirige a un objeto inanimado, las figuras de
personificación y de apóstrofe se combinan en un mismo pasaje. Así pasa con el pasaje citado del
Salmo 1:14. Después de personificar al mar, al Jordán y a las montañas, el salmista, repentinamente,
vuelve directamente hacia ellos su discurso y les dice: "¿Qué tuviste, oh mar, que huiste? ¿Y tú, oh
Jordán, que te volviste atrás? ¡Oh, montes! ¿Por qué saltasteis como carneros y vosotros collados,
como corderitos? "El apóstrofe dirigido al caído rey de Babilonia (Isaías 11:9-20) es uno de los
ejemplos más atrevidos y sublimes de su especie, en cualquier idioma. Abundan en los profetas
ejemplos análogos de discursos atrevidos y apasionados y, como hemos visto, la mente oriental era
muy dada a expresar sus pensamientos y sentimientos en este estilo conmovedor.

Con frecuencia las formas interrogativas de impresión suelen ser la manera más vigorosa de
enunciar verdades de importancia, como cuando leemos en He. 1:14, acerca de los ángeles: "¿No
son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de
salvación?" Aquí, como por implicación, se considera como creencia indisputada la doctrina del
ministerio de ángeles en tan noble servicio. Las interrogaciones en Ro. 8:33-35 nos suministran un
estilo sumamente impresionante de presentar el triunfo de los creyentes en las benditas provisiones
de la redención. "¿Quién acusará a los escogidos de Dios?" (En la traducción inglesa, este pasaje es
aún más enfático que en castellano y, por lo tanto, más hermosa. Recomendamos leerlo en ese
idioma). Muy frecuentes y notables son, también, las formas interrogatorias de lenguaje en el libro
de Job. "¿No sabes esto que fue siempre desde el tiempo que fue puesto el hombre sobre la tierra,
que la alegría de los impíos es breve y el gozo del hipócrita, por un momento?" (20:41).
"¿Alcanzarás tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a describir la perfección del Todopoderoso?" (11:7).
La respuesta de Jehová desde el torbellino (caps. 38 al 41 en muy gran parte, tiene esa forma).

La hipérbole es una figura retórica que consiste en exagerar -o magnificar un objeto más allá
de la realidad. Su origen natural se halla en la tendencia propia de las mentes jóvenes e imaginativas,
a describir los hechos con los colores más vivos. Es cosa muy natural para una fantasía ardiente el
describir la apariencia dé los muchos campos de los madianitas y los amalecitas, tal como se la
describe en Jueces 7:12: "Tendidos en el valle, como langostas en muchedumbre y sus camellos eran
innumerables, como la arena que está a la ribera de la mar, en multitud". Otros ejemplos bíblicos de
esta figura son los siguientes: "Toda la noche inundo mi lecho, riego mi estrado con mis lágrimas".
(Salmo 6:6). "¡Oh, si mi cabeza se tornase aguas y mis ojos fuentes de aguas para que llore día y
noche los muertos de la hija de mi pueblo! (Jerem. 9:1). "Y hay también, otras muchas cosas que
hizo Jesús, que, si se escribiesen cada una por sí, ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros
que se habrían de escribir". (Juan 21:25). Esas expresiones exageradas, cuando no se las multiplica,
usándolas con indebida frecuencia, atraen poderosamente la atención y hacen una impresión
agradable.

Otra forma peculiar de lenguaje que mencionaremos sólo de paso, es la ironía, por medio de
la cual el que habla, o escribe, expresa lo contrario de lo que quiere decir. Las palabras de Elías a los
adoradores de Baal constituyen un ejemplo de la más completa ironía (I Rey. 18:27). Otro ejemplo
lo hallamos en Job 12:1: "Ciertamente que vosotros sois el pueblo y que con vosotros morirá la
sabiduría". En I Cor. 4:8, San Pablo se permite la siguiente ironía: "¡Ya estáis hartos, a estáis ricos,
sin nosotros reináis! ¡Y ojalá reinéis, para que nosotros reinemos también juntamente con
vosotros!". La designación de las treinta piezas de plata en Zac. 11:13, como "hermoso precio", es
-un ejemplo de sarcasmo. Las palabras de burla y de befa de los soldados (Mt. 27:30) y las de los
sacerdotes y escribas (Mr. 15:32) "... baje ahora de la cruz para que veamos y creamos", no son
ejemplos apropiados de ironía, sino de perverso escarnio y mofa.

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