Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 218

Todo Estaba Sucio Barón Biza

BARÓN BIZA

TODO ESTABA
SUCIO
NOVELA

Ilustró Benjamín Mendoza

1963

Raúl Barón Biza (1899-1964) 1 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 2 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964)

Raúl Barón Biza (1899-1964) 3 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 4 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Dedicatoria manuscrita de Raúl a su amigo Carlos F. Urquiza, poco antes de


su muerte.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 5 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 6 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

ADVERTENCIA A LOS LECTORES

Todo estaba sucio es una novela realista; cumplimos en señalar que


su lectura no es recomendable a menores de edad, ni pusilánimes.

EL EDITOR.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 7 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 8 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Barón Biza es uno de los autores contemporáneos más discutidos.


Sus libros han sido motivo de sonados procesos judiciales, instigados por
intereses que se sentían afectados. Pese a ellos el público se anticipó al veredicto
de la justicia. Sus obras batieron “records” de venta. No hay persona
medianamente culta de la vieja generación que no haya discutido sus obras.
Barón Biza ha creado un estilo literario, una escuela, en donde el
brutal realismo en que se desenvuelven los personajes, es interrumpido por la
chispa de exaltación a la divinidad y en un canto de esperanza a todo lo noble y
bueno de la vida.
Todo estaba sucio, publicada después de veinte años de
alejamiento de las letras, nos trae a Barón Biza más cruel que en sus otras obras,
pero con más esperanzas de un nuevo amanecer para la humanidad.
Nos lleva a un mundo realista, brutal, sin eufemismos, dispuesto a
enfrentar nuevamente intereses deleznables y arriesgando su libertad para que
conquistemos la libertad que sueña.
Todo estaba sucio no es un libro recomendable para timoratos ni
hipócritas. En su estilo descubre la vida como es, descarna a los hombres, rompe
uniformes y telas que los cubren, los exhibe tal cual son, y para no salvarse afirma:
“Entre los personajes podemos estar usted o yo”.
De la obra irradian dos polos extremos. Un hombre bueno, simple,
común, perseguido por las circunstancias adversas, y cuya vida es sólo una
cadena de sufrimientos, hasta que encuentra su paz en la bala de un policía. Y
otro, cínico, poderoso, con un látigo en la mano, a quienes todos obedecen y
rinden pleitesía. El mal triunfando sobre los simples de espíritu, negando aquí en
la Tierra, la frase del Cristo: “Bienaventurados…”

Raúl Barón Biza (1899-1964) 9 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 10 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

A la memoria de todas aquellas que al morir jóvenes,


nos dejan el recuerdo de su belleza eterna.

B.B.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 11 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 12 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

NO PUBLIQUES ESTE LIBRO

No publiques este libro– me aconsejaron.


No publiques este libro- amenazaron.
No publiques este libro- gimieron los que aún me aman.
-¡Con tu idea de hacer pan de los muertos!...

Me anticipo a los siglos. ¿Dónde enterrarán los muertos cuando al


mundo lo habiten dentro de miles de años, miles de millones?
Precisarán el lugar que ocupen en la tierra. ¿Cremarlos? ¿Hacer
humo de esas riquezas mientras la humanidad sufra hambre, frío, sueño?
Hay que hacer pan de los muertos…
La maldición divina se cumplirá inexorablemente; pese a las
guerras, pese a las pestes, pese a los abortos, pese a Ogino. Ciento cincuenta mil
seres nacen cada día; se aumenta en progresión geométrica, en escala astronómica.
“Creced y multiplicaos” fue el mandato más terrible que recibieron
Adán y Eva. Multiplicarse. Sumar, siempre sumar acosados por el sexo y por el
intestino. Fornicar y de inmediato recomenzar la búsqueda de alimentos. Ayer
enfrentando a la fiera, hoy al capataz de fábrica, o policía. El problema del hambre
que la humanidad tuviera en sus comienzos, regresará a golpearlo en las entrañas
y el hombre volverá a ser alimento del hombre. ¿Controlar la natalidad? ¿Negar
el mandato de Dios? ¿Hacer de la vida un festín?

Comenzaremos por llevarlos al laboratorio, transformarlos,


ordenarlos en sus compuestos y hacer pan, hostias, para que el mundo comulgue
y se purifique en su propia carne y sangre; subdividirlos, deshidratarlos, clasificar
sus huesos, sus órganos, sus tejidos, sus hormonas, acondicionarlos en inmensos
frigoríficos como reses, o en probetas para usarlos en la medida de las necesidades
de los hombres. Usarlos para reparar las retinas cansadas de llorar, los hígados
tumefactos por el alcohol estatal, los pulmones cancerosos, los ovarios cansados.
Modificarles las circunvoluciones del cerebro, extirparles las de la
rebelión, amansarlos, para que no sientan ansias de matar cuando la hembra les
traicione, el amigo les robe y el político les engañe.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 13 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Amansarte, domesticarte para la mujer que te elija. Para la fábrica


que te esclavice. Para el general que te mande a matar sin odio, sin más razón que
su deseo de constelar su relleno tórax de medallas.
Transformarlos en abono, en alimento, en aceites industriales, para
beneficio de los trust y el progreso de la Nación. Disponer por clases sus
glándulas, sus espermatozoides, embotellar su sangre, que aún puede ser origen
de vida. El laboratorio hará inmortal al hombre. Negará el mandato divino de
“Volver a la tierra” y la manzana bíblica justificará, cientos de siglos después, la
eterna audacia de Eva y la sabiduría de la serpiente.

No publiques este libro…


Querrás acusar y no tendrás pruebas. Los jueces están obligados a
condenarte. Juraron defender la ley, y la ley no te permite decir más verdad que
la que ésta afirma que es verdad. Su verdad debe ser tu verdad. Si niegas su
verdad, niegas la ley. La ley es la conveniencia del grupo más fuerte; discutirla o
negarla es delito, rebelión, cárcel, hambre, muerte.
Te marcarán con rojo y no tendrás derecho de sal ni de fuego.

No publiques este libro…


Te tildarán de inmoral. La moral es la regla de lo que se debe o no
decir y hacer, adaptada a las épocas, circunstancias y la voluntad de los más
fuertes. ¿Vas a recordar que en ciertos períodos de la humanidad, moral era que
la hermana fuera también esposa? ¿Vas a refregarles el complejo de Edipo?
Te tildarán de rebelde, de comunista. Dirán que pretendes un
mundo distinto a su mundo. Un mundo más justo, más cerca de la bondad del
Cristo. Un mundo en el que el hombre no te pondrá freno, ni montará sobre el
hombre.

Y si te expresas dentro del código, si tu clamor de justicia tiene


sonoridades del Gólgota, si se avergonzaran de azotarte, te clasificarán entre los
sin razón, los locos y borrachos.

Los hombres necesitan de sus mentiras, de sus principios, de su


historia –no como fue- sino como quisieran y soñaran que fuera.
¿Vas a negar las vírgenes, los santos y hasta los dioses? ¿Vas a
negar el amor, la amistad, la madre? ¿Vas a desnudar la verdad y exhibir las almas
mugrientas y andrajosas? ¿A negarles la careta y el carnaval? ¿Qué les dejas para
que puedan vivir sin llorar por lo que ya son?

No publiques este libro…


No los exhibas tal cual los imaginas; fieras de sombrero y corbata,
perras de tacos altos con rouge en los hocicos.
¿No tienes bastante por haber orado inútilmente por los niños
paralíticos y los viejos cancerosos y podridos? ¿Qué culpa tienen de que hayas

Raúl Barón Biza (1899-1964) 14 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

sido traicionado y vendido por el hermano y amigo? ¿Qué culpa para manchar los
con tus escupitajos de resentido y fracasado?

No publiques este libro…


Deja a los jóvenes con sus esperanzas, con sus gusanos de hoy, que
algún día, mañana, serán mariposas. No les robes la luna.

No publiques este libro…


Con él se irá tu compañera.
-y se irá mi compañera.
Y tus hijos-
-y se irán los hijos.
Te echarán del rebaño,
-me alejaré del rebaño.
Te salivarán el rostro, te venderán, te obligarán a aullar como lobo.
-y aullaré como lobo.
Habrá frío,
-y tendré frío.
Se hará de noche,
-no existirá más la luz.
Sentirás sed,
-sentiré sed, de amor y de vida.
Tendrás miedo,
-tendré miedo.
Estarás solo,
-estaremos solos.
Dios y yo, yo y Dios.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 15 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 16 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Que mi tumba no tenga nombre,


ni flores, ni cruz…
B.B.

S e dejó caer sobre la tierra cálida, como mujer en celo, con


fiebre de sol, de estío, de viento norte. Matriz abierta a toda semilla, a todo rizoma,
tierra que en aquel mes de noviembre cumplía su ciclo anual, menstruando con
olores de humus, en ansia de nuevas vidas.
El río se arrastraba silencioso, mañero, tratando de llegar al océano
desde la entraña misma del continente; agua transparente, con gusto a barro y
reflejos plateados a la neoluz de la luna.
Sinfonía de noche, sinfonía de vida y de muerte, de sorpresas.
Matar para vivir. Ley del agua que rige también para la tierra. Lucha sin cuartel,
sin otra piedad que para el hambre, sin otro amor que el instinto. Lucha en los
intersticios de las piedras, en las ramas, en los túneles del tronco y del barro. Lucha
de trincheras y emboscadas. Lucha en la que el vencido no espera más piedad que
ser devorado para huir del dolor. Lucha que se repetía en las semillas, en las raíces
y follaje, por el mantillo, la humedad y la luz. Lucha que comenzaba en el
protoplasma y se continuaba en los dioses del Olimpo y los hombres.

¡Y guay de aquél que se encoge o cae!

Había navegado más de tres horas en la noche, corriente abajo,


antes que asomara la luna. El botero había dicho, mostrándole un remanso:
-Voy a dejarlo allí. Bordee la laguna y saldrá al camino real.
Miró hacia los arbustos de la costa, transformados en bosque
fantasma por la noche.
-Me voy a perder –pensó al saltar a tierra- esperaré que aclare.
Al sentarse se apoyó sobre el bolsón en el que llevaba juntos, ropa
y recuerdos, porque el ayer no es más que recuerdos de esperanzas no realizadas.
La tierra le hizo sitio. La luna lo espió –como una jovenzuela- a
través de las ramas. Prendió un cigarrillo americano, el cigarrillo que había
transformado en contrabandista al mundo, y quedó un momento saboreando su
cansancio, contemplando el humo blanquecino que se elevaba soñando hacerse
nube.

Por primera vez dormiría sobre la tierra, y de pronto se le ocurrió


que ella sería su lecho eterno.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 17 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Noche de estreno, noche nupcial –se dijo-. Cuando la tierra se le


brindara abriéndose como hembra –pensó-, sería también para devorarlo, porque
las hembras tienen algo de araña y de abeja reina. Su cuerpo sería alimento, pene
fecundante y semen maloliente que se transformaría en fruto, flor, espina, musgo
o savia.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 18 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

…una muralla de altura descomunal, y materia desconocida.

La tierra también tiene hambre, vive, devora, y se nutre de carroña


–pensó poniéndose de pie-. Volvió a la orilla y miró su universo. Su universo…
era tan inmenso como lo imaginaba o su grandiosidad lo era en comparación con
él.
Recordó un cuento que de niño le contara su padre:
“Una hormiga –la hormiga que ha sobrevivido a todas las especies,
y que no ha decaído en su organización ni forma desde hace cincuenta millones
de años, lo inimitable de la naturaleza, fue enviada a explorar su mundo y al

Raúl Barón Biza (1899-1964) 19 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

mucho andar tropezó con una muralla de altura descomunal y de materia


desconocida. Sus mandíbulas potentes no hicieron mella y sus patas resbalaron al
intentar escalarla. Convencida de la inutilidad de sus esfuerzos se dijo con
mentalidad humana: ‘Tendrá un fin, todo tiene un fin. La rodearé y averiguaré
qué hay más allá’. Y continuó caminando paralelamente a la muralla. Consciente
de su misión para la subsistencia de su especie marchó días y meses bajo el sol, la
lluvia, el viento y el frío. Previendo la llegada del invierno y deseosa al fin de
llevar una información, decidió alcanzar la última loma desde la que esperaba
poder dominar la extensión de la muralla. Tras muchos esfuerzos llegó a ella y
desde su cumbre vio que ésta continuaba y se perdía en el horizonte.
Emprendió el regreso, convencida ya de que aquella muralla
circundaba su mundo, que era el límite del más allá, y al informar de su viaje las
hormigas más sabias, por más viejas, decidieron: ‘Que el mundo estaba rodeado
en uno de sus lados, por una muralla de material más duro que el granito,
desconocido e infranqueable’ ”.

(Un riel de tren)

¿Sería el problema de la humanidad, semejante al de la hormiga?


Galaxias, soles a distancias que la mente no puede concebir, mundos en eterna
transformación, billones de años luz…
Desde Galileo con su telescopio de juguete, hasta el instalado en El
Palomar, habían pasado 350 años, y en ese millonésimo de segundo del tiempo
eterno, el hombre había espiado en la morada de los seudodioses, rasgado la
niebla que lo envolvía, llegado a la estratosfera y estimado su pequeñez, no frente
a la divinidad, sino comparado en el Cosmos.
Había percibido la galaxia más cercana: ¡750.000 años luz de
distancia! y estaba próximo a escudriñar otras más distantes, separadas entre sí
por miles de millones de años luz. Galaxias integradas por miles y millones de
estrellas, que se desplazan a más de 17.000 kilómetros por segundo y otras cuya
luz, tarda en llegar a nosotros 2.000 millones de años luz. ¡Centenas de miles de
kilómetros de años luz! ¿Qué eran frente a los billones de kilómetros de un año
luz, las galaxias y la velocidad terrestre? ¿Y si nuestra galaxia no fuera sino un
átomo más, un micro-sistema planetario, comparado en su dimensión con el
supercosmos que puede existir y desconocemos?
El sol resultaba una estrella insignificante, entre las infinitas de su
propio archipiélago sideral. El parpadeo de algunas de las que contemplaba, se
había apagado, desintegrado hacía cientos de siglos y sin embargo para nosotros
aún existían, vivían y hacíamos jurar por ellas amor eterno a la hembrita
sentimental.
El espectroscopio, el telescopio electrónico, que nos descubre que
otros soles aprisionan en sus órbitas planetas, nos obligan a modificar el concepto

Raúl Barón Biza (1899-1964) 20 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

de Dios, adaptarlo a esa triste verdad para nosotros, de no haber sido los únicos o
privilegiados seres del universo creados por su voluntad.
En el Universo no existe la distancia, el tiempo, ni la cantidad. Ellas
son medidas humanas.
Habríamos de comenzar a escribir un novísimo testamento, para
explicarles a las almas simples que lo que el hombre va descubriendo, no es
consecuencia de su pecado original.
Frente a lo inconcebible de espacio y tiempo, ¿era imprescindible
que existiera un principio y un fin como para la hormiga? Podrá –se dijo- no haber
principio ni fin…
¿Pretendemos encontrar un fin que no existe? ¿O lo imaginamos
sólo por nuestra dimensión?
Sabemos que la materia puede evolucionar hacia la vida. ¿Pero a
costa de qué aumentamos como materia humana? ¿Qué destruimos a cambio de
ello en nuestro aislado mundo? ¿No llega energía vital desde lejanos lugares del
espacio? ¿Podemos negar la existencia de la vida extraterrestre por vanidad?
¿La idea de Dios, llega con la célula y el átomo al individuo? ¿Cómo
se transmite en la especie y en el Cosmos, ya que innegablemente millones de
planetas habitados se coordinan en el espacio? ¿Qué elemento nos sirve de
intercomunicación? Porque es indudable, debemos así imaginarlo, que también el
concepto de Dios existirá en los seres extraterrenos.
¿Podemos negar la posibilidad, que en épocas remotísimas hayan
aterrizado involuntariamente naves espaciales que tuvieron que subsistir en
medios naturales adversos y nosotros seamos sus descendientes?
¿No sería ello, la versión del cielo –arriba, en los mundos- y el
infierno –abajo, en nuestro planeta?
Cuando la humanidad supere mentalmente la época que tiene
origen en la cercana noche de la caverna; cuando se desprenda de los prejuicios y
el miedo al hechizo, cuando domine el mandato de las glándulas y los impulsos
del corazón, cuando penetre a mil trillones de años en el universo, recién entonces
estará en condiciones de intentar atrapar a Dios persiguiéndolo con sus naves
espaciales.
Porque tenemos que encontrarlo antes que nuestras
investigaciones nos lleven a negarlo. ¿Qué sería de nosotros sin él? ¿Si
descubrimos que ha muerto? ¿Que existió sólo en nuestra imaginación?
¿O nos dejará penetrar en el secreto de la fusión del átomo, crear la
bomba de hidrógeno o cobalto para cumplir la amenaza bíblica de nuestra
destrucción por “lluvia de fuego”?
¿Será Ley en el universo, destruir aquellas especies que sobrepasen
límites determinados de su creación, que se han “degenerado” al superarse?
Dios es la consecuencia del esfuerzo ciclópeo de distintos y lejanos
pueblos durante milenios para evadirse de la animalidad y legislar el derecho de
la fuerza. Las religiones –sus historias- están llenas de errores, manchadas de

Raúl Barón Biza (1899-1964) 21 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

negro y sangre y pese a ello perduran como una esperanza del perfeccionamiento
humano. Dios salvó al hombre. El hombre debe ahora salvar a Dios.

Cuando naces ya todo tiene un cerco, una cerradura, un dueño: la


mujer, la casa, el huerto. Todo se lo han repartido y apropiado antes que tú
llegues. Sólo te han dejado el aire y el agua de las lluvias. Si q uieres subsistir,
debes esclavizarte, obedecer, humillarte, dejarte crecer la cola, que te uniformen
de portero o soldado, aceptar las sobras, aplaudir, descubrirte ante el político
poderoso, ante el industrial ladrón, ante la viuda multimillonaria, porque ellos lo
tienen todo. Tienen la tierra, son dueños de tu mujer y de tus hijos. Si te rebelas,
está frente a ti la amenaza del despido –que es hambre- que es puerta de cárcel o
muerte de perro sin dueño.
El hombre no tiene que inclinarse ante el hombre, por más
uniforme, sotana o toga que lo cubra. Los hombres debemos hablarnos de pie, de
igual a igual, como hermanos, no como hasta hoy: amos y esclavos u obreros.
Llegará época –pensó- en que la humanidad alcance el desarrollo
social de la colmena y el hormiguero. A ello tienden los nuevos principios
políticos. Superado, perfeccionado, el hombre –como la hormiga y la abeja-, no
tendrá otros problemas que el de la comunidad. No existirá el amor, ni el deseo.
La humanidad será neutra, preparada desde el nacer para el trabajo. El bien
común, el orden establecido sin modificaciones, será la razón de su existencia. No
existirán complejos, sus espíritus tendrán la tranquilidad de los depósitos de
mercurio. Todo será silencio, paz, como en los cementerios.
Determinado y seleccionado número de machos serán los elegidos
en la especie. Sus espermatozoides serán analizados, clasificados y depositados
en matrices de jóvenes preparadas para desempeñarse como incubadoras
naturales. Pero no tendrán el papel de reinas de colmena, no realizarán el “vuelo
nupcial”, continuarán siendo vírgenes de macho, vestales ofrecidas a la deidad.
Ignorarán también el sentimiento maternal pues no conocerán ni amamantarán
sus hijos.
El hombre no será perturbado, en su destino de conquistador del
universo, por la hembra. Como Dios, se habrá alejado del deseo sexual, del
instinto que lo iguala a las especies inferiores. Su grandeza se revelará cuando se
libere de todo placer físico, domine la bestia que lo manda matar o fornicar.
Cuando la mujer se libere del taco alto que deforma su columna vertebral, aunque
haga ondular mejor su trasero. Cuando se libere del “rouge” y del “rimel” que la
rebaja a meretriz, de la ovulación de las orejas que la nivela a los salvajes, del
“soutien gorge” que disfraza sus senos caídos y estériles.
La mujer olvidará la idea de explotar el deseo del macho y éste la
vagina como meta principal de su vida.
Cuando ambos hayan disciplinado su espíritu y se hayan liberado
del espasmo sexual. Cuando la vida sea un sacerdocio dedicado al laboratorio, a

Raúl Barón Biza (1899-1964) 22 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

la ciencia, al espíritu, encontrarán la razón de sus vidas. Habrán superado las


exaltaciones actuales: el alcohol, el coito y el dinero.
La mujer sólo será responsable a través de la fecundación artificial.
El hijo no puede ser la consecuencia de un espasmo involuntario.
La humanidad superará los instintos primitivos, llegará a la
madurez espiritual, se liberará de la esclavitud sexual y sólo entonces cumplirá su
destino Divino.
La ciencia ha confirmado que el corazón es simplemente un motor
de bombear sangre, perfecto, pero que carece de toda emotividad. Se destruye así
millones de libros de poesía.
Los sentimientos se localizan en la corteza y circunvoluciones del
cerebro –esa masa blanduzca y blancuzca de cordero u otros animales con que nos
deleitamos en los restaurantes servidos “a la vinagreta” o “a la manteca negra” -,
en las fibras nerviosas, clasificadas y ordenadas por zonas y con un poder increíble
de recuperación.
Actualmente se estudia estimularlas por medio de electrodos
colocados dentro de la propia masa encefálica. Así se ha llegado a las zonas del
hambre, del placer, del odio y del amor –el amor se manifiesta estimulando zonas
que mandan sobre las glándulas sexuales-. Se ha llegado a la coordinación de los
movimientos, del equilibrio, de la memoria, de la visión. Se ha transformado a
feroces mastines en mansos corderos.
¿Por qué no podemos domesticar por ese medio al hombre? ¿Por
qué no disponer una parte de lo que gastamos en armas para destruirnos, en
perfeccionar estos conocimientos?
Hay que encontrar la solución en esta generación. La próxima, por
hambre y frío –debido a la superpoblación-, se destruirá inexorablemente.
El problema está en crear una élite que pueda realizarlo, pero como
ello es imposible, ya que esa minoría guardaría sus instintos naturales, se crearía
la explotación de las masas en beneficio de unos cuantos y estos cuantos, a su vez,
lucharían por el poder absoluto entre ellos. Humanamente no hay solución. El
hombre sigue siendo el enemigo natural del hombre.
En el próximo siglo, una humanidad que ha violado los principios
de estabilidad en la naturaleza, no tiene más recurso que perecer o convertirse
nuevamente en fieras. Los antibióticos, el DDT, la penicilina y los rayos X salvan
millones de vidas anualmente. La humanidad aumenta actualmente en decenas
de miles de seres por día. Léase bien: actualmente. Estos “salvadores de
laboratorio” han precipitado el problema. La penicilina hará más daño a la
humanidad que la fisión del átomo, porque la humanidad morirá igual
violentamente o de hambre.
El hambre despierta el instinto ancestral del hombre. Cuando al
hombre se le cierra el prostíbulo, éste se convierte en violador de mujeres. Cuando
carece de alimento, en ladrón, asesino y antropófago. Es el derecho del bote
náufrago.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 23 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Hay que detener la natalidad. Reglamentarla. No permitir que


cualquier hembrita excitada se preñe. Hay que salvar los hijos de los tres mil
millones de seres que existen actualmente. Hay que encontrar la solución de
inmediato. O Esparta, donde todo niño defectuoso era inmolado, o la bomba
atómica, rusa o americana. Detener la fornicación, darles a cambio cualquier
droga, cocaína, alcohol, somníferos.
De continuar los hombres fecundando sus hembras, ¿qué será del
mundo cuando el próximo siglo existan seis mil millones, cuando actualmente
sólo dos terceras partes pueden alimentarse con el producto de la tierra? ¿O
pensamos que podremos trasladar a la luna en los sputniks, a los que nacen por
día actualmente, o los 200.000 que nacerán cada 24 horas a fin de siglo?
Hay que “ordenar” el mañana, científicamente. Sabemos que no
podremos hacerlo con la élite del laboratorio. Éstos son humanos. Hay que crear
por lo tanto una máquina perfecta que sin pasiones humanas esté al servicio de la
humanidad.
Hitler, Stalin, Franco, Salazar y otros en América latina, son prueba
de cómo se puede dirigir las masas en sus sentimientos y pasiones. Pero el terror
no perdura.
A la humanidad hay que ordenarla en base a la ciencia, en el
laboratorio. Hay que convencerlos que el “orden” es la libertad.
El individuo no puede ser dueño de su destino. Éste pertenece a la
colectividad. El hombre se asocia al hombre en comunidades, pueblos, ciudades.
Pero son hormigueros desordenados.
Hay que crear una “abeja-reina-mecánica” que regule los
sentimientos y necesidades de acuerdo a las circunstancias y épocas de la
humanidad. Hay que crear una “Máquina-Dios”, descubrir una droga que
mezclada al agua que beba la población, la tranquilice y los convenza que la
“Máquina-Dios” está a su servicio, que son libres, que son felices.

Los preceptos humanos han elevado la maternidad al más alto


pedestal. Pero quiérase o no, la maternidad no es una virtud, es la resultante de
un acto instintivo.
La mujer ha azuzado al hombre en el culto de la maternidad, ha
tratado para su provecho de confundir lo físico con lo espiritual.
El acto de parir –también paren las hienas y las marranas- no da a
la mujer derechos ni privilegios. Éstos los adquiere con su conducta, posterior al
parto, frente al hijo. El renunciamiento, el sacrificio, la dedicación al mismo. En la
mujer la “maternidad física” es un acto natural, consecuencia generalmente de
unos segundos de placer. En el hombre se crea artificialmente el sentimiento
paternal.
Es innegable que para la mujer amamantar al hijo es un placer y
defenderlo un instinto. El hijo es su continuación, es ella misma.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 24 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Desde el embarazo, el hijo reemplaza en importancia al hombre. Si


le diesen a elegir entre salvar la vida del hijo o la del esposo o amante, muy pocas
titubearían; pero si diéramos a elegir al hombre, éste pedirá gracia para la mujer.
He ahí la diferencia actual de ambos, frente al hijo. Éste ha vivido nueve meses en
las entrañas de la madre, se ha desarrollado a costa de ella; al nacer se ha
convertido en un parásito, se alimenta, se aferra y sólo se calma en su presencia.
La madre es pan, alimento para el niño. He aquí también la explicación del mayor
factor afectivo. La intervención del padre en la concepción es sólo de segundos.
Su misión después se reduce a velar por la madre, acto totalmente extraño entre
él y el hijo.
Posteriormente, el amamantamiento y el cuidado físico están
reservados exclusivamente a la madre, como así también la dirección espiritual en
los primeros años, influencia que ella trata de mantener en la adolescencia y aun
después de ella.
El padre es desplazado por el hijo en importancia. Se lo acepta en
lo que significa su apoyo para ambos.
Frente a estos hechos, diríamos que no se ha valorado al hombre
en sus sentimientos de responsabilidad espiritual.
¿Qué induce al hombre a luchar, a alimentar, a robar, a matar, por
el sólo hecho que la esposa le afirme que esa carne es el resultante de un lejano
coito?
El hombre hace de la paternidad un culto superior al maternal, si
valoramos estas circunstancias.
El hombre coordina el sonido en palabras, inventa la rueda, se
cubre para defenderse de las inclemencias de la intemperie, trata de alejarse lo
más posible de todo lo animal, de todo aquello que representa sus enemigos y
crea el culto de la maternidad, que defiende con la especie. El vientre preñado es
como el fuego. Aquél hará fuerte al núcleo, le dará guerreros, y éste lo defenderá
en la noche y del frío y templará el acero de sus armas.
Aquello es el pasado, la historia, el comienzo de la vida en la selva.
Todo ello debe desaparecer en el futuro. Sólo debe subsistir la obligación colectiva
del hombre y la mujer frente a todo niño por igual.

Su madre había sido como un templo. Un santuario al que se llega


cuando la vida aúlla en los oídos. Un refugio que nadie se atrevía a violar.
La recordaba con la cabeza nimbada por sus hermosas canas
cálidas y brillantes, con su dulce mirada de perdón. Porque el perdón está para el
hijo en toda mirada de mujer.
Tomó de su pitillera de cuero trenzado que canjeara por algo en la
cárcel, un cigarrillo. Tosió con resonancias de ladrido. Su boca se llenó de una bola
de flemas que escupió avanzando hacia la orilla del río.
-Estoy podrido –se dijo-, tengo los bronquios embreados como
fondo de barco.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 25 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Había esperado durante años el obligado ataque de angina, para


rendirse y dejar el vicio que enriquece al erario público. Lo había esper ado como
también lo esperara el viejo maestro español, al que imaginó caminando entre las
sombras de los troncos, con la barba amarilla por el humo de la colilla a medio
encender y enfundado en su único traje negro, lustroso como su calva, y los puños
postizos de celuloide. Le pareció oírlo marchar sobre sus enormes botines de
elásticos y claveteados, que lustraba en las sucias colchas de las camas en sus
inspecciones solitarias al dormitorio del colegio. Le pareció verlo frente a él,
manchado de grasa de todas las épocas, con una extraña luz en sus ojos, su
timbrada voz de español acento y sus suaves modales de obispo.
“-Tú eres dueño del destino –le había dicho- Eres joven, por ello
eres inmensamente rico. Nadie es más rico que un joven. Tienes la riqueza de la
esperanza y el poder del tiempo; todo puede ser tuyo… Pero tienes que elegir
ahora, desde un comienzo: juntarte a la jauría y al rebaño. Lobo u oveja.”
“Si no quieres ser oveja tienes que aprender a morder. El mundo
está dispuesto así; las ovejas para alimento de los lobos. Cristo fue oveja, por ello
lo devoraron los lobos judíos.”
“Si no te sumas a la jauría tendrás que seguir el rebaño, caminar de
rodillas hasta que se te formen pezuñas, aprender a balar.”
“Para ser lobo hay que ser valiente, por eso son menos. Están
organizados, se heredan, controlan las comunicaciones, la prensa, la radio; son
dueños de los campos, de los frutos y hasta de las aves, y pronto de otros planetas,
de las fábricas, del carbón, del pan, del pan blanco y sagrado. Son dueños de
cientos de millones de hombres y mujeres deformados, sucios, hambrientos,
horribles. Son dueños de seres humanos, a los que han cambiado el alma, los han
atado al yugo en el surco de las fábricas, y les obligan a parir bueyes.”
“Sus mujeres y amantes visten ropas de seda, de encajes hechos de
ojos de obreras; se abrigan con costosas pieles pese a no sentir frío de su desnudez.
Poseen la primavera eterna que buscan en sus yates o rápidos aviones. Tienen a
sus órdenes diputados, maestros, generales y hasta presidentes. En sus archivos
están las pruebas de las miserias de los grandes hombres, o de sus mujeres o de
sus hijos.”
“Son dueños de minas de oro y diamantes, de petróleo, de
cañones, de circos. Todo pueden comprarlo, mercarlo, destrozarlo, o
ennoblecerlo. Son los poderosos, los ricos, los lobos…
-Ni oveja ni lobo –recordaba que le había contestado.
“No puedes... uno u otro. La soledad del hombre es terrible; en ella
indaga, deduce, se aproxima a la verdad. Y entonces lo golpean los dos bandos.
La humanidad está clasificada y colocado cada uno en su cerco; tiene su orden
establecido y sus mandamientos. El de las ovejas es:
Perdona al que te miente y roba.
Perdona al que en tu ausencia te reemplaza en el lecho con tu
hembra.
Perdona al juez que te condenó y al policía que te castiga.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 26 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Perdona al poderoso que te ofende y humilla.


Perdona al que puso un cerco de púas entre tu hambre y su
huerto”.
“Las ovejas tienen que afilar sus pezuñas –recordó que le dijo-
esperar, agacharse, tomar impulso, acostumbrarse a beber sangre, hacerse
carniceras. ¡Debe haber una consigna! Agacharse, para tomar impulso…”

Buscó en las sombras la huella de su lecho en la tierra.


A la luz del fósforo con que encendió el cigarrillo, miró la hora en
su reloj de pulsera. Era ya tarde. Se echó como una bestia de labor cansada.
Dormir, reponerse de la fatiga de aquellos últimos días. A guisa de
manta, se cubrió con su perramus. Con su bolsón hizo almohada y esperó el sueño
que lo transportara a mundos de olvido o pesadilla.
La tierra vivía bajo él. En el más allá los astros continuaban sus
eternas órbitas, empequeñecidas por la distancia. La luna continuaba jugando a la
escondida con los nubarrones negros portadores de riqueza o miseria.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 27 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

…un cerco de púas entre tu hambre y su huerto.

II

L a brisa hizo mover una rama. Algo cayó a tierra y el hombre


despertó dándose vuelta lentamente hasta comprender; se encontraba en campo
abierto, fuera de la guarida e instintivamente buscó el arma. Como hacía milenios,

Raúl Barón Biza (1899-1964) 28 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

cualquier animal o semejante podía atacarlo: presa de estómago, o siglos después,


de policías y ladrones. Siempre presa o botín.
Miedo a la fiera, al otro hombre, a las sombras, a los dioses.
Siempre miedo. Confianza sólo en su maza, lanza, pistola o dinero.
El frío del amanecer terminó por despertarlo. Se puso de pie
lentamente, acalambrado, dolorido. La noche se fue olvidando al iluminarse el
infinito en un efecto de escenografía, en grandiosa sinfonía de color.
El horizonte fue tomando un rosado flamenco y las estrellas se
diluyeron en un mutis teatral, a excepción de una que continuó fulgurando.
El espacio se aclaró en un celeste aterciopelado y brillante, de
inimaginable profundidad, transparente y satinado.
Las nubes de un tinte rojo sangre, se dibujaban inmóviles,
irregulares y acebradas. El espectáculo sobrecogía en desconocida angustia: quizá
la misma que embargara al hombre primitivo y lo hiciera postrarse de hinojos
para adorar al Sol, para rendir pleitesía al astro que imaginaba el más poderoso
dios en su limitado mundo.
La luna, perdido el encanto de la penumbra como ciertas
solteronas, semejaba un globo eléctrico común de plaza pública.
Los árboles fueron achicándose hasta convertirse en arbustos,
comenzaron a separarse y lo que él tomara la víspera por espeso bosque, al
filtrarse la luz entre el follaje, se redujo a un raquítico monte de espinillos.
Los rayos solares se dibujaban nítidos, fulgurantes, simétricos de
aquella inmensa esfera de fuego que pareciera elevarse vertiginosa en el lejano
horizonte.
Los colores se diluían en la clara luz lechosa, grisácea, que lo
invadía todo. El rosado tornábase rojo-amarillento.
Las diversas tonalidades del verde pintaban el follaje. Las nubes
terminaron por uniformarse de blanco y el río adquirió un tinte gris-azulado. Se
perfilaron entonces sus contornos en sus aristas y como por encantamiento surgió
disperso por la llanura, el ganado.
La vegetación cobró vida al ser acariciada por la brisa y el
revolotear de las aves. En la tierra, entre el pastizal, recomenzó una jornada más,
que para muchos por ley natural, sería la última.
Quedó un instante contemplando el sol que alargaba hasta el
infinito las sombras. Un sol radiante, cálido, que hacía bailar las moscas. Sol
tropical que se justificaba como deidad de faraones e incas, Sol que un día quizá
pudiéramos hacer estallar para demostrar nuestro poder. Sol de cuyas calorías
tratábamos de apoderarnos para apresurar la conquista de otros mundos y el
encuentro con otros seres. África se liberaba del colonialismo. Occidente
necesitaba esclavos extraterráneos. América latina se comunizaba, en la
esperanza. El comunismo no es la finalidad, ni la felicidad de la humanidad, pero
indudablemente es una etapa más, un escalón, como lo fueron Espartaco, el
Cristianismo, la revolución francesa, el socialismo en su época. Un paso en el lento
e interminable marchar del hombre.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 29 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Buscó los cigarrillos para borrar el sabor amargo de su boca. Aspiró


el humo con deleite de preso.
La brisa fue “in crescendo” y el follaje unió sus notas a la obertura
del amanecer.
El campo se interrumpía en cuchillas, en suaves ondulaciones que
cruzaban los alambrados, custodios del ganado.
Hilos de acero con púas para desgarrar las carnes de quien osara
acercarse. Alambre que trajera a las pampas inmensas y libres un inglés; barbarie,
parcelamiento de la tierra, solución momentánea en el tiempo y orden numérico
de los habitantes, pero barbarie antes y después de la superpoblación del mundo.
Barbarie que apresuraba la rebelión de los hambrientos y despojados.
La tierra no puede tener otro dueño que el que la hiere y fecunda.
La tierra es sagrada, es vida, no puede mercarse, esclavizarse. Es novia y madre.
Cuando ella se niega es el hambre hermanado al crimen y a la muerte.
No hay otro título de propiedad –pese a las leyes y los jueces- que
el sudor dejado en el surco del arado, ni más derechos que los de manos callosas,
agrietadas, color tierra. Ninguna vieja matrona millonaria puede heredar la madre
tierra y sus esclavos. La tierra debe ser sólo de aquel que la posee con el pene de
acero del arado y el mandato bíblico del sudor de su frente.
Un sendero ondulaba hacia la loma por el pastizal y se continuaba
a través de una tranquera. Se colocó el perramus, se embozó en la bufanda, tomó
el bolsón y se encaminó a campo traviesa hacia la huella. A poco, su marcha ágil
del comienzo se fue haciendo más lenta. Comenzaron a dolerle los pies al avanzar
por el terreno desnivelado por las pisadas de vacunos en las últimas lluvias. La
humedad alcanzó pronto sus calcetines. Algunas vacas con sus cría s comenzaron
a seguirlo. El sendero de doble huella en suave subida, lo fue acercando a la
tranquera. Allí hizo alto. Una llanura inmensa, hostil, sin árboles ni casas hasta el
horizonte, lo enfrentaba.
Se sintió perdido. No tenía más recurso que seguir por el sendero.
Los animales quedaron atrás. Caminaba tratando de llegar, sin saber dónde, pero
temeroso del primer encuentro. ¿Qué explicación podría dar? Emigrado,
delincuente, contrabandista…
A lo lejos, en el horizonte, apareció de pronto un punto que se
identificó momentos después con un camión. Venía en su dirección y a su
encuentro. Decidió esperar. El ganado ya a lo lejos, también hizo un alto,
mugiendo como señaleros del intruso, como perros alcahuetes.
Luego notó su color rojo, distinguió la marca que desde Detroit
recordaba al mundo el poderío de una familia. Los frenos chillaron deteniendo el
vehículo junto a él.
-Buenas Don…
Eran dos hombres; uno de ellos muy joven.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 30 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Trató de explicarles. Venía del frente, de la otra orilla. Había


desembarcado la noche anterior… sonrió esperando.
¿Podrían acercarlo hasta el camino principal para tomar el
ómnibus hacia la capital? Estaba dispuesto a pagar el trabajo que ello representare.
-Lo llevaremos, no me de explicaciones –dijo el más viejo, haciendo
caso omiso de la oferta-. Ya hemos llevado a varios, pero antes nos llegaremos por
las casas. El ómnibus no pasa hasta las dos de la tarde. Estamos a doscientos
ochenta kilómetros de Montevideo…
Las casas eran limpias, blanqueadas con cal, y se veían galpones de
cinc acanalado. Un molino, un tanque “australiano”, un pequeño monte con
frutales; gatos, aves, perros y cerdos sueltos. Checoslovacos, hijos de inmigrantes
cansados de su tierra empapada en sangre y mujeres violadas cada generación…

El ómnibus se detuvo en el cruce de caminos. Los hombres se


estrecharon las manos y poco después empezó a dormitar en el cómodo asiento,
saboreando el cansancio.
Como en un calidoscopio fueron pasando por su mente,
entremezclados, los recuerdos.
¿Fueron los hechos tal cual los recordamos? No. Ellos sufren
metamorfosis de acuerdo a nuestro presente. Si nos imaginamos ser felices, el ayer
palidece, se llena de sombras. Si al contrario, el hoy es dolor, de toda circunstancia
o hecho del pasado, sólo recordamos y embellecemos los minutos agradables.
Un ayer en el que se confundían los días de su niñez, con su hoy.
Un ayer con estampas sutiles y borroneadas. Un pasado que de pronto retrocedía
veinte años atrás para volver a la víspera y retornar nuevamente al recuerdo de
una voz, un paisaje de su adolescencia o infancia.
Recordó la casa de entrada amplia, con patio de mármol blanco y
negro y magnolias, jazmines y palmeras minúsculas en grandes macetones de
cemento, imitando irreales trozos de troncos, ocultando el muro divisorio.
Adelante, las habitaciones principales que daban sobre el primer patio,
generalmente permanecían cerradas con sus muebles enfundados y su gran
sehincider apolillado.
Su madre había amontonado en vitrinas doradas, los regalos de sus
largos años de casada. Objetos de valor al lado de chucherías de porcelana. A un
arpa dorada y enfundada la recordaba como un fantasma; en un ángulo del salón
sillas increíblemente pequeñas, de patas frágiles, talladas y doradas. Su madre
habíales dicho que cuando joven fue una gran arpista, pero él no la escuchó tocar
jamás. Las cuerdas estaban flojas y tenían un sonido de humedad y años; sobre la
pared principal un tapiz, con un motivo pastoril de la campaña francesa del siglo
XVI.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 31 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

En una vitrina abanicos de encaje, de plumas, medallas de oro o


doradas, marfiles y una ostra luciendo adherida una perla y escrita una
dedicatoria que ya no recordaba.
Se pasaba a otra habitación donde un descomunal escritorio de
cortina americano, señalaba el poderío económico de su casa. Una reproducción
de Napoleón rumbo a Santa Elena, un sofá de cuero color habano y cortinajes con
doseles barrocos dorados. Seguíale un inmenso comedor cuya mesa custodiaban
veinticuatro sillas tapizadas en cuero negro repujado con dragones. Los armarios
tallados recordaban púlpitos de iglesias españolas. Una araña a gas con caireles
amenazaba el centro de aquella mesa, que sólo se usaba en acontecimientos
especiales.
El segundo patio, mayor que el primero, bordeaba las habitaciones
de uso diario. Dormitorios, pieza de costura, baños y comedor diario. Esa parte
era propiamente la casa. La anterior no le dio jamás la impresión de pertenecerle,
y él siempre se había imaginado que sus dueños eran las visitas que llegaban en
determinados y espaciados días del año.

Fueron dos hermanos. Diez años de diferencia los habían alejado


espiritualmente y lo recordaba aún con el mismo respeto con que lo tratara en su
niñez.
Su soledad la había compartido con un condiscípulo del colegio
que vivía casa por medio y una chiquilla –María del Carmen-, a quien una
parálisis en sus primeros años le había dejado un andar defectuoso. A aquel grupo
se agregaba periódicamente Víctor, un jovenzuelo de su misma edad y cuya
madre era amiga de la suya.
Evocó los juegos infantiles, sus querellas y el amor que se
profesaban. Amor de niños, puro, limpio, de disputas pasajeras, risas francas y
argentinas.
Cuando falleció su padre, su hermano tomó la dirección de las
estancias que garantizaban su porvenir. Menor de edad, continuó los estudios
ingresando al bachillerato y acatando al mayor, con la obediencia que tuviera al
padre perdido.
Su padre… Algo incomprensible, inaccesible, lejano para él. Lo
recordaba impecablemente vestido en tonos oscuros que armonizaban con su
pequeña pera y finos bigotes de un ceniza brillante. Le pareció escuchar su voz de
bajo, sentir su mano posada sobre sus rebeldes y jamás peinados cabellos,
infundiéndole el respeto supersticioso de un semidiós. Vivía los veranos europeos
y regresaba al hogar con los primeros días de la primavera. Entonces toda la casa
era fiesta. La madre se hermoseaba, su mirada volvíase más brillante, su piel
parecía más suave, los colmaba de mimos y perdonaba toda travesura. Se lo
esperaba como al Señor del Castillo de la Edad Media. Y una mañana, cuya
víspera había sido sólo trajín, llegaban con él las valijas de cuero, heridas en los
muelles y con los remiendos en colares de las etiquetas de hoteles. Muchos años
se repitió la escena.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 32 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Después de preguntar en cuál de las valijas estaban los regalos y


llevar al límite la curiosidad, empezaba a desempaquetar de entre su fina ropa –
que pareciera en orden, acomodada por mujer- las pequeñas cajas, envueltas en
papel de seda blanca.
Generalmente eran alhajas. Pulseras o aros, broches de brillantes y
piedras de color. En una oportunidad fue un irisado collar de perlas de tres
vueltas que hizo a la madre saltarle al cuello y besarlo larga y profundamente en
la boca, como prometiéndole algo, gesto que nunca antes en presencia de ellos
hiciera. Para los hijos, relojes de oro, anillos de sello, llaveros, medallas y también
para el servicio doméstico y hasta para María del Carmen, cadenita de oro con
medallita de alguna virgen desconocida y venerada allá en Europa.
Después volvería a irse; a las estancias, a las oficinas, de regreso al
viejo mundo. Parecía un rey mago que hiciera su periódica visita dejando a su
paso generosos regalos.

María del Carmen, hija de la cocinera soltera, aceptaba


mansamente las jugarretas y travesuras infantiles de que la hacían víctima en sus
juegos. Los seguía sonriendo dulcemente, amparándose en ellos, cuando otros se
burlaban y remedaban en su caminar. La mirada de sus ojos celeste oscuro era
suave y dulce; sombreados de largas pestañas, se quedaban fijos en él.
-¿Por qué me miras así? –le preguntaba molesto.
Y ella entonces bajaba la vista y se alejaba moviéndose
grotescamente, sosteniendo en su brazo caído la muñeca de trapo, sucia y rota, de
la que no se separaba.
Una de sus travesuras era escondérsela, y entonces se arrinconaba
y lloraba silenciosamente, hasta que se la devolvían. Sucia y grotesca muñeca, que
la madre rellenaba de trapos y remendaba continuamente.
-Dios es bueno. ¿No ves cómo me ha dado ojos para poderte mirar?
–le dijo un día fijando en él sus ojos celestes y maravillosos; ojos que tenían
profundidad de espacio y claridades de lagos de montaña.

¿Cómo pasó aquello? Ella tendría no más de once años. Él, no había
despertado plenamente a la voz del sexo. Inquietudes de adolescentes sin
mayores consecuencias, deseos de inquirir y profundizar. Toqueteos de una
sirvienta que le producían agradables cosquillas. Conversaciones entre Víctor y
José Antonio, que él esquivaba, considerándolas pecado, grave falta, como cuando
después de la masturbación llegaba al confesionario implorando perdón y
prometiendo no reincidir.
-Ofendes a Dios, lo injurias. Él te ha dado la divina inteligencia y
tú te conduces como un mico. Además te volverías idiota… -anatemizaba el viejo
buen cura de la modesta iglesia parroquial.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 33 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

¿Cómo pasó aquello? José Antonio había empezado esa primavera


a perseguir a María del Carmen.
-Voy a curarte, soy tu médico –le ordenó aquella tarde.
-Tú vigila si viene alguien y pobre de ustedes que lo cuenten… -
añadió amenazándolos con los puños.
¿Cómo pudo pasar aquello? José Antonio se había quedado
sentado en silencio en el umbral de la desordenada habitación de juegos. Ella llegó
minutos después hasta él con sus piernecitas remolonas, llorando sin verter
lágrimas, con el dolor aprisionado tras el cristal de sus ojos. Se levantó las faldas
y le enseñó sus calzones de algodón remendados, sucios y ensangrentados. Con
el brazo extendido señaló a José Antonio, que esperaba diríase su reacción y los
acontecimientos.
Le sonrió José Antonio, inició un movimiento de hombros que
acompañó con un gesto que decía: "Ya está hecho, no hay remedio".
Cierto, exacto; si para algo no había remedio era para aquello. -Ya
está hecho... Ya está hecho –las palabras le golpeaban como un martillo en el
cerebro- Y tan simple, tan rápido…
Roberto era más débil que José Antonio, musculoso y felino. Su
primer impulso fue atacar. Lo contempló un instante en su actitud simulada de
humildad y arrepentimiento pero adivinándolo listo a la defensa. Tuvo miedo.
Siempre le tuvo miedo a José Antonio. Pero no quiso confesar su
pensamiento, se excusó en un cálculo de las consecuencias; la pelea atraería a la
madre de María del Carmen, se enteraría, serían todos castigados, inclusive él,
que lo había permitido sospechándolo acontecer. De nada valdría lo que él dijera.
José Antonio, avanzó hacia el umbral, buscando la salida. Ella se
acercó a Roberto que pasó el brazo sobre sus hombros, cobijándola, al saberla
indefensa, y a la espera de que le crecieran las uñas.

Desde aquel hecho que ocultaron a Víctor y que por saberlo


Roberto lo incluía como cómplice, sus juegos tomaron otro cariz al cruzarse la
primera mirada de desconfianza, de simulación, de engaño. El cristal había sido
roto y empezado a correr por sus fisuras toda la suciedad de la vida de los
mayores. Diríase que aquella tarde, María del Carmen se había adelantado a la
pubertad, había dado un salto al vacío. La vida le había penetrado en las entrañas.
Sus gestos, sus ademanes, sus imprevistos silencios y su voz, todo
fue en ella transformándose, retrayéndose, encerrándose.
José Antonio fue espaciando sus visitas. A Víctor lo llevaron a
Córdoba buscando en su clima, paliativo y cura a un asma que se agravaba en
Buenos Aires.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 34 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

La soledad mutua los fue identificando. Para María del Carmen,


Roberto reemplazó en su imaginación a todo héroe de sus cuentos y sueños de
niña.
Al terminar ese año las clases, José Antonio fue enviado a seguir
sus estudios a Inglaterra, donde residían los abuelos, y el tiempo fue cubriendo
de olvido al ausente y lo pasado. Lo pasado era un hecho que perdía importancia
en el tiempo... era hasta común en el recuerdo de las mujeres.

Fue una sensación como si lo abrieran en dos, le dieran con una


maza, algo así como si en plena bonanza, de pronto estallara la tormenta, se
hiciera de noche, llegara el tornado arrasando y destruyendo todo a su paso, sin
respetar jerarquías ni templos, igualando en su furia destructora.
Al aproximarse al portal de su casa vio entrar y salir nerviosamente
personas desconocidas, hecho inusitado en la tradicional calma hogareña. Al
preguntar qué pasaba le respondieron sin preámbulos:
-Su hermano acaba de suicidarse…
Corrió hasta el escritorio que le pareció aún más grande, más
trágico con su pesada cortina americana y sus decenas de cajones de todos
tamaños, como un jeroglífico o juego de escondida. Sobre el sillón estaba
recostado su hermano, los ojos abiertos y apagados. En la tela del traje una
mancha negruzca y húmeda, marcaba el corazón.
En la alfombra rojo lacre, el revólver niquelado, brillante, hermoso,
poderoso y joven, con vida, mostrando los dientes plomizos de las balas y riendo,
diríase.

Un policía uniformado lo detuvo, impidiéndole acercarse.

-Disculpe… lo lamento, comprenda –se excusó amable- tengo


órdenes. Esperamos al Juez.

Sobre la carpeta de perfumado cuero de Rusia había dejado una


nota, breve; ruina, especulación desafortunada, jugadas de bolsa y ruleta. Había
perdido lo suyo y lo de otros y pagaba. Pagaba mucho más de lo que la ley le
exigía, pagaba generosamente, a un interés judío: pocos años de cárcel, con la vida.

Y una segunda hoja de papel con sólo dos palabras:


¡Perdón, mamá!

Tendría en aquel entonces dieciséis años y en tres más esperaba


terminar su bachillerato para ingresar a la Universidad. Se podía decir de él que
era un joven centrado, gris.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 35 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

El casamiento de sus padres fue contrariando la voluntad de los


familiares de su madre. La ruptura fue definitiva y leal. Al rechazar aquéllos a su
esposo, ella no intentó ni aceptó relaciones con los suyos. Estas circunstancias
habían hecho que en aquel hogar no se mencionara a los abuelos maternos o tíos
y sobrinos. Los familiares de su padre vivían en Francia, y sólo se cruzaban las
cartas protocolares en fechas determinadas como formulismo social entre
parientes educados y desconocidos personalmente. La madre conservaba en un
álbum de cantos dorados, sus fotografías y anotaciones al dorso. Era gente de
aspecto imponente, muchos con barbas como su padre.
Abundaban las poses de acontecimientos familiares o los retratos
realizados por profesionales. Su abuelo había sido un alto juez o algo semejante,
y su bis o tatarabuelo, general de la monarquía o de la revolución francesa. Había
en la historia familiar rumores de guillotina y exilios en América y hasta anécdotas
de África e Indochina.
Tenía dieciséis años. Sólo sabía de las bellas mentiras con que se
decora la fantasía de la niñez. Y de pronto, el empujón brutal que lo arrojaba al
charco pestilente de la vida. La maldición bíblica que se repetía cada vez que nacía
un hombre: "Ganarás el pan…" Dieciséis años y la manada de lobos y lobas
enfrente, esperándolo…
Porque también hay lobas con aspecto de ángeles de la buena
guardia, jóvenes y vírgenes, y viejas que borraron de sus rostros –expertos y ricos
cirujanos- las cicatrices dejadas por los años, remendaron los senos, ruborizaron
las mejillas y buscaron en las sombras, los labios de adolescentes debutantes en
amor.
Hay lobas de aspecto maternal, repudiadas y cansadas, que buscan
en la virginidad masculina, la emoción de sentir el amanecer de la vida. Como si
quisieran robar un poco de juventud.
Las hay en las oficinas, en las escuelas, en los templos, en las
recepciones oficiales, en la vida social y comercial. Las hay en todas partes, están
acechando en todos los lugares, aunque la mayoría son por cobardía o falta de
oportunidad, lobas mentales.
La loba en el acto carnal supera toda idea de degeneración. Su
placer es descender lo más posible y arrastrar con ella su pareja. Está
endemoniada. Cuando muerde su deseo, deja para toda la vida las huellas de sus
dientes.
Aquel que la ha poseído no encontrará jamás el camino perdido. El
amanecer del amor se convertirá en un aquelarre, en una interminable misa negra.

La loba puede acercarse impunemente a todo jovenzuelo próximo


a ser hombre y gozarlo en su vientre, o en su trasero, o en sus labios, enviciarlo,
degenerarlo, y romperlo.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 36 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Para las lobas no hay castigo. Ellas pueden violar impunemente a


todo jovenzuelo, patearle el alma asombrada y las carnes temblorosas y aún
suaves.

Se castiga el contacto carnal del hombre con una adolescente


provocadora, pero se es indiferente a las comunes violaciones de los niños por las
mujeres.

Iniciado brutalmente en esa senda por la hembra humana, el


hombre no recupera jamás la ilusión de los años verdes. El lecho de la loba le
descubrirá el paraíso de las sensaciones, adormecerá su alma, y como de caja de
Pandora escapará el diabólico dios de la carne. Y cada noche, cada tarde de estío,
llegará a robarle su sueño, a inquietarlo con su recuerdo, a insinuarle que su loba
se está ofreciendo a otro y entonces querrá también ser lobo.

Recordó su primera loba; Mirta, rica viuda, parienta lejana de su


madre, quien les facilitara vivir en su casa como distinguidos sirvientes. Un viaje
apresurado, de intereses del único hijo de Mirta a Córdoba; su madre había salido
de compras. Estaban solos toda la tarde y la puerta cancel prohibida por el cerrojo.
Hacía días había terminado el invierno. La primavera se asomaba
en el duraznero del amplio patio, en los ojos de él y en el andar de ella. Era loba o
quizá lo fue esa única vez. Quizá la primavera obliga a todas las mujeres a ser
lobas, y más cuando la presa está próxima y es fácil.
Comenzaron jugando por la posesión de una pelota.
Mirta corrió con ella, moviendo ágilmente sus pesados muslos,
atrayéndolo hábilmente al dormitorio, en un alegre juego de fuga. Empezaron a
luchar al borde de su lecho repleto como un álbum de recuerdos. Lecho
semivirginal en el tiempo transcurrido en su viudez. Ella levantó en alto la pelota,
él quiso tomarla y Mirta cayó de espaldas amortiguando con sus grandes senos y
voluminoso vientre a Roberto.
Lo demás fue fácil, rápido, gallináceo…

En la vida moderna la mujer se ha transformado en un rival; va a


disputar al hombre posiciones y derechos a la prebenda de la vida, no a
compartirla. Lo que una mujer conquista es exclusivo de ella y no lo comparte
sino con aquel que satisface su sensualidad. Va a desplazarte en el concepto de tu
jefe, a empujarte fuera de tu cargo, recurriendo a toda insinuación, sonrisa o
promesa. No necesita, como no los necesitara hasta hoy para subsistir, del empleo
que ocupa. Lo disputa porque ello le significa libertad de lecho. El lecho es su
templo. En él ama, odia, miente, muere y da vida… Sin embargo en posición
horizontal es débil, indefensa; como el pez fuera del agua.
Si le es necesario estudiará, renunciará momentáneamente al sol,
caminará bajo la lluvia y temblará de frío. Sus noches serán áridas, sin estrellas,
aceptará, renunciará, implorará, se venderá en sonrisa y en especie para llegar a

Raúl Barón Biza (1899-1964) 37 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

no depender de nadie que pueda privarle de la llave de su deseo. Se disfrazará de


intelectual, se agobiará en el esfuerzo de igualar y sobrepasar al hombre, nada la
detendrá en su lucha milenaria por la libertad de lecho, el derec ho de elegir. La
loba-mujer, tiene alma de felino. Es astuta, paciente, simuladora, capaz de
soportar para llegar su finalidad todo dolor o humillación. Las lobas ocuparán en
un cercano futuro los puestos claves de la política y el comercio. ¡Y guay entonces
de ti, si careces de cualidad que les atraiga! ¡Guay de los viejos impotentes!

Llegaron poco después, cuando el dolor aún no había cicatrizado;


y anotaron todo lo que había en la casa.

La madre colocó sobre la mesa del inventario su cofre con joyas y


señalando un retrato al óleo del padre, dijo:
-Anote eso también.
-No es obligación que lo denuncie, señora -aconsejó apenado el
ujier.

-No me refiero a la tela, sino al marco que es valioso -le aclaró y


dirigiéndose a Roberto agregó: -Para nosotros tiene igual valor sin él.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 38 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

…llegará a robarle su sueño, a inquietarlo con su recuerdo.

Antes de partir colocaron sobre el frente de la casa un gran cartel


rojo: "Remate Judicial" y una fecha. De un rojo vivo, violento como sangre fresca,
para que mejor se distinguiera de lejos, como marca infamante, como si las casas
no tuvieran también su personalidad, su vergüenza, su alma, tomada de aquellos
que las habitan.

Huyeron entre las tintas de un crepúsculo, evitando el encuentro


con los vecinos de tantos años; como culpables. Se refugiaron en casa de la lejana
parienta de su madre, en una de las habitaciones del fondo, la más húmeda, la que
daba al sud.
Y cuando se habló de continuar los estudios la voz maternal se
ahogó en la garganta.
-Hiciste mal –se atrevió a decirle Roberto-. Esas joyas hubieran
servido para terminar mis estudios…
Recordó haber sido clasificado entre los buenos alumnos. Sus
deseos de saber se compensaban en disciplina del colegio. Quizás hubiera llegado
a ser un destacado ingeniero o médico. El diploma lo hubiera liberado de muchas
humillaciones y le hubiera allanado caminos.
La madre reaccionó ante el reproche.
-Sangre hubiera dado para dejar sin tacha el nombre de mi hijo,
que es también el tuyo…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 39 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto tomó entre sus manos las de ella, ásperas ahora por el
trabajo hogareño, y las mantuvo contra sus mejillas un momento. Sintió a través
de la tibia piel latir la vida materna, su misma sangre; le pareció escuchar un
sollozo, como un cristal que se quiebra y apretó los dientes para ahogar un aullido.

El ómnibus frenó lentamente, las voces se elevaron de tono y él se


alejó de sus recuerdos. Contempló a través de la ventanilla el traqueteo de la
llegada y la partida.
Parada intermedia del aún lejano Montevideo.
Un sol ardiente desteñía colores. Las voces de la partida llegaron
presurosas. Regresaron los pasajeros a sus asientos y el vehículo, apagada su sed
y vacías las vejigas, recomenzó su interminable andar de judío errante.

-Vengo a pedirte trabajo. Necesito mantener a mi madre…


José Antonio le ofreció un cigarrillo, levantando la tapa de una
cincelada caja de plata que lucía sus iniciales, colocada sobre el suntuoso
escritorio.
El ordenanza entró, esperando órdenes.
-¿Un café... o prefieres whisky?... auténtico, che, traído de Escocia
por este hijo de papá… -y reafirmó sus palabras extendiendo el pulgar e índice en
un círculo.
-Gracias, José Antonio, prefiero no tomar nada.
-Déjate de tonterías. Sírvanos dos whiskies -mandó autoritario al
ordenanza. Como autómata, éste acercó una mesita de cristal sobre ruedas donde
en finas botellas talladas relucían como gemas líquidas las diferentes bebidas.
Instalado frente a José Antonio sentía la vergüenza de su traje raído
por el uso y la limpieza.
Habían pasado algunos años. José Antonio impecablemente
vestido, lucía sobre la corbata oscura una perla de tinte y reflejos rosados. Sus
manos manicuradas, recién afeitado, pulcro, era el prototipo del señor, del ahíto,
del privilegiado. El escritorio donde lo recibiera, decorados los muros por rico
maderámen, espesa alfombra y cortinajes, amplios sillones de cuero y "duvet" que
se acomodaban a la forma, decían de la riqueza que había heredado al fallecer su
padre; sus gestos de hombre de mundo, su voz ronca y autoritaria, eran un terrible
contraste frente al humilde compañero de infancia.
-¿Y qué sabes hacer? -preguntó, de pronto.
-Nada… -tartamudeó- es decir, puedo servirte en cualquier cosa…
José Antonio se quedó un momento observándolo.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 40 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Un hombre que dice que puede servir de cualquier cosa –


murmuró- no sirve para nada. Y levantando la voz preguntó: -¿Cuánto precisas
para vivir?
-Poco… lo que a ti te parezca.
-Acostúmbrate a contestar claramente, lo que a mí me parece,
puede no alcanzarte -refutó José Antonio, molesto.
-Y… doscientos pesos, si no te parece mucho.
José Antonio guardó silencio un instante y después, levantándose,
fue hacia él.
-No… -le dijo- no puedo pagarte lo que pides.
-Si te parece mucho me conformaría con menos –le interrumpió
Roberto.

-No me comprendes. Doscientos pesos los gana mi valet. Tú vas a


ser mi secretario, mi hombre de confianza. No tengo a nadie, todos los que me
rodean son unos ladrones, y se creen con derecho a ello porque me saben rico…
Te voy a pagar -pensó un momento- mil pesos mensuales; casa y comida.
-¿Y qué tengo que hacer? -tartamudeó mientras un sudor frío corría
por su frente.
-Pues nada -y después de una pausa acotó- nada más que hacer lo
que yo te diga.

La campiña verde se extendía salpicada por grupos de eucaliptos


que se hacían cada vez más compactos. Era la riqueza que había creado la
necesidad de un país sin bosques. El ómnibus se serenó al entrar en el camino de
macadán, como si hubiera ingerido una dosis de bromuro. Roberto miró a su
compañero; paseó su mirada sobre los pasajeros que dormitaban en aquella tarde
calurosa de noviembre.
El aroma de la campiña les llegaba a través de la ventanilla baja.
Era un perfume a natura, pasto, flor, un aroma, que enervaba, que invitaba a salir,
correr, bailar una danza faunesca.
Un asiento más adelante y frente a su costado, dos piernas bien
formadas de mujer, enfundadas en ricas medias de nylon. La nalga se perdía en
el apoya-brazo del asiento. ¿Qué más podría ofrecerse como afrodisíaco que las
piernas de una hembra desconocida, torneadas en la tela estival?
Piernas que guardaban, que defendían la entrada en aquel vientre
siempre presto a fecundarse. Urna de vida, urna que las mujeres sabían codiciada,
urna en donde lo sucio y lo divino -físico y nervioso- se entrelazaban.
Por el roce de minutos en esa vagina, el hombre había entregado
su alma al diablo, se había ungido como buey; se arrastraba como pordiosero. Por
el roce de esas mucosas, en donde desagotaba la cloaca física de la vida, el hombre
llegaba sonriente tras las rejas de la cárcel y hasta ofrendaba como a una deidad,
la propia vida.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 41 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

¿Qué misterio era ése, qué trampa de la naturaleza? ¿Era posible


que por el espasmo de segundos, se negara, se renunciara al amigo, al hermano,
al propio padre?
¿Por qué -pensó- Dios había degradado al ser humano en sus
relaciones para perpetuarse? ¿Por qué lo había equiparado a los cerdos y a las
hienas? ¿Por qué había dado a los árboles la armonía y belleza de fecundarse a
través del polen?
Si el hombre había sido creado a semejanza de la deidad, si había
sido su predilecto: ¿por qué le había negado en el amor la belleza y armonía?
¿Había sido imprescindible que el espasmo amoroso estuviera hermanado a la
sangre, a la angustia, a la suciedad?
Nada más grotesco en la naturaleza que el minuto de la posesión.
Ocho tentáculos entremezclados, agitados epilépticamente en forma de
monstruosa araña que agoniza… ¿Es que para amar o parir eran una obligación
el dolor y la inmundicia?
Señor: ¿por qué negaste belleza a la unión de Adán y Eva? ¿Por qué
si habías creado y bendecido la vida, llenaste de lodo su único minuto?

III

Q ué lo atrajo, en aquellos lejanos años, a María del Carmen?


Indudablemente no fue un sentimiento físico, hambre de piel. Quizá fuera piedad
hacia aquel ser indefenso, presa posible de cualquier alimaña. Quizá la
satisfacción de amparar, de proteger. Quizá para sentirse importante, para darse
coraje, para imaginarse más fuerte de lo que realmente era. Quizá, como aquellas
mujeres que crían un "cuzquito" para mandarle. ¿La piedad no era una forma de
autodefensa de los débiles en la naturaleza? Sin su defecto físico ¿los sentimientos
de María del Carmen hubieran sido los mismos, o se hubiera convertido en la
feroz araña devoradora de machos? ¿La belleza y la perfección de la forma, iban
implícitamente unidas a la impudicicia y a la crueldad amorosa? ¿Qué ley
obligaba a la belleza a rodar, a usar de ella como motivo de enfrentar a los
hombres? ¿Penélope, tejiendo y destejiendo, era sólo una fantasía más de la
mitología? ¿Cumplía la hembra inconscientemente con ello una ley de selección
física, reservándose para los mejores ejemplares de la especie? ¿Hacía astuto al
débil, compensándolo en las diferencias del hombre mejor constituido
físicamente?
La hembra había seguido siempre al que en la caza por derecho de
fuerza le correspondiera el mejor trozo de la presa, pero una vez satisfecha su

Raúl Barón Biza (1899-1964) 42 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

hambre volvería siempre en busca del que pudiera saciarla en su hambre ovárica.
Hambre que se aplaca muchas veces con sólo un lavaje de agua fría.
Al primero se ofrecería siempre en trueque, al segundo se
ofrendaría como vestal de la vida, sin exigirle nada y brindándose toda. Y
siempre, desde épocas inmemoriales, desde el harén al castillo medieval, y hoy y
mañana y siempre.
Ese mismo macho que en su juventud traicionó al amigo, burló a
la doncella, será a su vez inexorablemente traicionado cuando su vitalidad
decaiga. Y la mujer no hará sino cumplir por sobre las leyes que imaginaron los
hombres, el destino de su vida.
¿Qué sabe el sexo de las leyes humanas o divinas?
Sólo obedece al mandato de sus glándulas, y éstas no conocen
idiomas ni muros ni estandartes.

Los cabellos castaño claro de María del Carmen se enmarcaban


sobre el óvalo de su rostro, como un halo.
Sus facciones sin maquillaje la destacaban de las otras mujeres, sin
saber Roberto definir si aquel hecho la favorecía. Cuando su madre le había hecho
insinuaciones sobre ello, María del Carmen había respondido:
-Pintarme... ¿Y para qué?
Era difícil la respuesta. No se podía explicarle, decirle que las
mujeres se maquillan para aparecer más "apetitosas" al macho, decorándose para
la fiesta del amor.
La mujer ha recurrido a los afeites como algo con lo cual pueda
atrapar al hombre más fácilmente. Hubo épocas en que los hombres, igual que
ellas, se empolvaron los rostros, se colocaron pelucas y lunares, y afeminaron sus
gestos. Pero aquel minuto de decadencia había pasado y el hombre había vuelto
a encontrarse.
Si podía aceptarse el maquillaje como un adorno más en la que era
joven y hermosa -y que por ello todo le era permitido-, éste se volvía grotesco y
repugnante cuando se carecía de aquellos dones.
Nada más repelente al sentimiento masculino, nada más ofensivo
a la dignidad humana que aquellas –gelatinas envueltas- deformadas por los años,
intentando disimularlos a través de una pintura de payasos.
La naturaleza le ha dado a la mujer "su minuto", pero ella -no
conforme-, trata de alargarlo, de no entregarse, de no renunciar a la solicitud del
macho. Cree detener el tiempo cubriendo sus arrugas, ensangrentando
artificialmente sus labios, coloreando su tez hepática, cubriendo los defectos de
su piel al pasar de los años levantando con anatómicos "soutiens" sus pobres
senos –odres vacías-, y ocultando sus vientres deformados tras fajas ortopédicas.
¿Qué explicación podría darnos la mujer joven y fea, o cuarentona
y usada, que se maquillara, como no fuera intentar la provocación sexual de
extraños?

Raúl Barón Biza (1899-1964) 43 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Casada, no tiene ni el pretexto de desear mantener la ilusión de su


marido, pues éste es el que comúnmente más la conoce desgreñada y sucia, y es a
él a quien la mujer reserva la impudicicia de su decaimiento físico,
remarcándoselo sádicamente.
Aquel rostro de María del Carmen, limpio, armonioso, sin trampas
ni dobles fondos, lo recordaba con efectos de sedante. El maquillaje siempre le
había hecho la impresión de ser un derecho de prostituta nocturna y callejera.
El defectuoso andar de María del Carmen, que se acentuaba al
apresurarse, despertaba en la mayoría un sentimiento de lástima que era muy
difícil disimular y que generalmente no se intentaba.

Ella comprendía aquella piedad que despertaba, y la enfrentaba


sonriendo, aceptando su destino.
Para ella no había amor...
Dios así lo había dispuesto y ni siquiera osaba discutirlo. Dios
probaba en este mundo a los elegidos –le habían dicho-, y ella sería digna de tal
prueba.
Con una conformidad de esclava, había aceptado la prohibición a
todo lo que las otras mujeres tenían derecho. Y cuando en ella despertó la vida,
cuando a los catorce años llegaron los ciclos mensuales, cuando notó crecer sus
senos, cuando se cubrió de suave vello su monte de Venus, no supo sino llegar
hasta Dios, para pedirle perdón…
Perdón por aquellas noches de estío, en que la sorprendía el alba
llorando con sus manos entre las piernas y mordiendo su almohada.
Su voz era suave y de tono "opaco". Sentada, ignorándose su
defecto físico, era un fruto apetecible que había atraído a muchos junto a ella, pero
al levantarse, al transformarse de pronto en un ser deforme, los hombres se
alejaban con torpes pretextos.
María del Carmen había renunciado a toda esperanza y evitaba
toda relación, volcando su afecto en Roberto y la madre de éste.
Cuando intentó hacerse monja para alejarse de los hombres, la
Superiora le dijo que no podía profesar, pues el reglamento prohibía ordenar a
aquellas que no tuvieran padre reconocido.
No podía ser esposa de Dios ni de los hombres… Quizá ya lo había
sido del diablo –se dijo melancólicamente.
María del Carmen llevaba en sus ojos la evidencia de nuestro
origen divino. Aquellos ojos verde-azulados, profundos, brillantes, traslucían sus
sentimientos, transparentaban su alma. Ojos en los que a Roberto le agradaba
mirarse como si se asomara a un lago en calma. Ojos de niña y de madre, de los
cuales los hombres no necesitaban defenderse. Ojos que no sabían de traiciones,
ojos en los que asomaba bondadosa la vida, ojos que no sabían de felonías.
Desde los inexpresivos de los peces, los ojos iban tomando vida a
través de las distintas especies, hasta concretarse en maravillosa luz, en el ser
humano; Roberto había amado aquella mirada a través de la cual había adivinado

Raúl Barón Biza (1899-1964) 44 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

un sentimiento que evitaba analizar. ¡Ah, si su amada de algún día tuviera


aquellos ojos!

Cuando se instaló en el pequeño y cómodo departamento -gracias


a la generosidad de José Antonio-, pidieron a María del Carmen que viniera junto
a ellos. No era la imposibilidad de pagar una sirvienta. Buscaron una solución a
un problema que enfrentaba María del Carmen, cuya madre había dispuesto irse
a vivir con su último amante; un alcohólico, prontuariado policial, diez años
menor que ella.
María del Carmen se ocuparía de los quehaceres de la casa,
cuidaría de Roberto y de su madre y, si le quedaba tiempo, estudiaría medicina...
Cuidar enfermos, acercarse al dolor, a la muerte, para defenderse del odio que no
deseaba sentir hacia la vida.
Roberto organizó su futuro. Éste debía ser tal cual él lo deseaba e
imaginaba. Su presupuesto no podía sobrepasar de trescientos pesos. Ya pensaría
en qué invertir el resto de su sueldo. Su obsesión era asegurar el porvenir, la noche
del mañana. Apuntalar con oro ese frágil muro que es el futuro.

"Nada más que hacer lo que yo te diga", le había expresado José


Antonio cuando le ofreciera el cargo de secretario.
Y todo -creyó él-, no fue sino una baladronada de rico heredero,
que exige obediencia a sus caprichos.
Si ello era todo, él se convertiría en su esclavo, ya que esa esclavitud
era el bienestar de su madre. Fue –debía reconocerlo-, una esclavitud agradable.
José Antonio había heredado una inmensa fortuna. Sus campos se habían
valorizado astronómicamente, los viñedos y bodegas, las acciones industriales y
los bosques del Chaco aumentaban su valor anualmente.
Era la guerra, la guerra de 1918, donde se moría para vengar el
atentado de Sarajevo. Millones de vidas por la de dos seres que no tenían más
delito que haber nacido reyes.
-Mátalo, es tu enemigo –decían en un bando y en otro, los
sacerdotes y los maestros- Dios está con nosotros... -y Dios, generoso y polígloto
estaba con todos, con Alemania y Francia, con Inglaterra y Estados Unidos…
Corría cansado de un frente a otro, bendecía, excomulgaba…
-Prepara tu equipaje –le dijo allá por el año veinte- vamos a Europa;
hay tres o cuatro mujeres por hombre, hay hambre y frío y somos ricos.
Acostumbraba a expresarse en plural cuando se refería a su
fortuna.
-Dejemos América, cuyas mujeres creen que tienen entre las
piernas una mina de rubíes.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 45 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Y así embarcaron en el "Luttecia", con doce baúles en los que José


Antonio llevaba un vestuario de actor: smokings distintos, uno blanco cruzado,
otro de corte "somellier", uno más derecho, con solapa redonda, otro azul
oscuro… y todos ellos con sus juegos correspondientes de botones y gemelos,
cigarreras de oro, esmeraldas y brillantes; boquillas, y anillos que hacían juego,
dignos de maharajá o nuevo rico. Junto con los baúles embarcó a Mariano, un
valet negro de edad indefinida, que le había tocado, podría afirmarse, en el
reparto de la herencia. Servidumbre de antaño; unos se quedaron con la madre,
otros se repartieron entre los hermanos.
La misión de Roberto y Mariano era clara y simple; acercarse a las
pasajeras y hablarles de José Antonio. Prepararlas.
Aislado, intocable, guardado por su secretario y su valet,
contemplaba impasible cómo se rompían los lazos amorosos y de amistad que se
habían tendido los primeros el días entre los viajeros. Sabía que el secreto estaba
en el paso de la línea, en la fiesta, en donde muy pocas hembras, no sucumbían al
encantamiento del trópico, o la seguridad de que su pecado, no habría de saberse
en la lejana ciudad de su destino.
En los muelles de los puertos de escala se irían separando, llevando
cada una su secreto y el recuerdo del pillear cerrado en el cofre de recuerdos, cuya
llave arrojarían al mar la víspera del desembarco.
Un camarote junto al otro, que invitaba en esos pasillos desiertos
después de medianoche, sintiéndose entre el crujir del maderámen los más
íntimos usos del baño privado y las camas que confundían su chirriar con el de
las máquinas y hélices que impulsaban el transatlántico. ¿Qué otra oportunidad
tenía la mujer para romper las esposas que la esclavizaban a padres y maridos?'
¿Qué probabilidades había que el azar hiciera encontrarse con hombres que
habitaban las antípodas?
Desde temprano, el sol tropical sobre la cubierta que la brisa no
alcanzaba a entibiar, las mujeres hacían su “trotteur” en trajes que
transparentaban sus formas, en un desfile de "show", sabedoras del deseo que
despertaban en esa vida de molicie en la que sólo estaba permitido pensar en la
máxima emoción física. Poco antes del almuerzo, la piscina; exhibición de cuerpos
cubiertos por mallas minúsculas y ajustadas, que los pasajeros creían olvidar al
tercer "cocktail". Después, la siesta, los juegos, y al llegar la noche, hora en que las
mujeres cubrían sus piernas y descubrían sus bustos para abrazar a los hombres
al compás endiablado de la música americana, o lenta de los tangos, que se
quejaban de las traiciones o invitaban al amor:

"El día que me quieras


Será todo alegría,
El día que me quieras
No existirá el dolor"...

Raúl Barón Biza (1899-1964) 46 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Y Roberto se convirtió en el distinguido sirviente y amigo de José


Antonio, a quien tenía que transportar ebrio muchas veces a la cabina y
desvestirlo, ayudado por Mariano. Las mujeres corrían tras aquella enorme
exhibición de millones. Las madres le sonreían perdonándole sus borracheras.
Cuando decidía atacar, era Roberto el que debía abordarla,
prepararla. Empezaba despertando su curiosidad, su interés.
-José Antonio es una persona sumamente culta –afirmaba seguro
de que su engaño no era preocupación para ella-, agradabilísimo, inmensamente
rico… y generoso. Además... no tiene compromisos... Hace años que lo acompaño.
No tenemos ruta fija; bajaremos en cualquier puerto, tomaremos el auto y
seguiremos cualquier camino, cualquier aventura… o la mujer que lo enamore -
terminaba sonriendo.
O la mujer que lo enamore…
¿Quién era la que no se sentía capaz de ello? La mujer siempre está
presta -como la araña- para la caza.
La presentación se demoraba generalmente hasta el baile de la
línea, en la que José Antonio parecía haber llegado recién a bordo. Joven, bien
formado, delgado, alto, había tenido tiempo de exhibir su riqueza, que era
comentario obligado a bordo. Él sabía de su mal gusto, pero también sabía que las
mujeres lo toleraban, y la que no, ésa no podía interesar como fin de una noche.
-Es un nuevo rico, el dinero que acumuló su padre… -comentaban
los hombres, y las mujeres asentían en silencio, sin dejar por ello de preguntarse:
-¿Cuánta será su fortuna?
El despecho contra aquel hombre que las miraba indiferente pasar
sobre cubierta, terminaba por enfurecerlas. Se formaban en el pasaje los bandos: -
“Debe ser pederasta” -pensaban algunas-. –“Es un cretino” –decían otras en alta
voz. Y todas terminaban, junto con los hombres, acordes en que José Antonio era
el pasajero más antipático del barco.
Una susurró al oído de otra pasajera:
-Yo no es por hacer un chisme, pero en Buenos Aires me pareció
oír que le gustaban los hombres…
-Debe vivir con el secretario -afirmó una tercera que la había
escuchado.
El agua fluorescente jugaba a los fuegos de artificio sobre el casco
del inmenso transatlántico. La luna se presentaba teatralmente en aquel cielo
estrellado del trópico.
El calor y la molicie de esos días habían preparado al pasaje, que
comenzaba a descubrirse más agradable y armonioso. Primera etapa para
aproximarse al lecho.
Faltando sólo seis días para llegar a Vigo, a Lisboa, o cualquier otro
puerto de escala en Europa, las mujeres sabían que sus acciones disminuirían
vertiginosamente al atracar el barco. Cientos, miles, millones de otras mujeres
estaban esperando a esos hombres que llegaban de América…
-Mi señor me ha pedido que le invite esta noche a nuestra mesa.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 47 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Generalmente se rompían compromisos anteriores, se olvidaban


críticas, se aceptaba más o menos prestamente.
Las orquídeas, que en plantas había hecho embarcar para aquella
oportunidad, eran preparadas por el valet, en un artístico "corsage" y presentadas
en el camarote de la elegida con una tarjeta de José Antonio.

La mejor mesa, reservada en el baile de cubierta.


El comentario era general. Era un tema para a bordo.
-¡Al fin se decidió ése! -susurraban.
-Estando con el señor, no baile con otros –rogaba Roberto-. Creo
que está enamorado de usted -y agregaba-, nunca lo he visto tan tonto…
-¿Por qué tonto? -reaccionaban, tal cual lo buscaba y esperaba
Roberto-. ¿No merezco que un hombre se enamore de mí?
Y así empezaba la conquista que tendría como final de escenario el
lujoso camarote que ocupaba José Antonio.
Roberto y Mariano tendrían que esperar hasta que ella decidiera,
ya de madrugada, regresar a su cabina.
La conquista le abría la puerta hacia otras. Entonces, en esos
últimos días, José Antonio intervenía con el pasaje en los juegos, bailaba con ésta
o con aquélla. Había que recuperar los primeros días de aislamiento. ¡Y qué
fácilmente caían! Con qué cinismo José Antonio les decía:
-Querida, no crees problemas. El amor, para ser amor tiene que ser
así, sin pasado ni futuro... El amor debe viajar en barco o avión.
Algunas, más sentimentales o más necesitadas, acusaban,
reaccionaban, creían haber sido estafadas. No podían conformarse con figurar en
la lista de las aventuras de una noche. José Antonio era multimillonario... Otras
optaban por encogerse de hombros y quedar como buenos camaradas con un
secreto a tres.
-¡Es muy buena! ¿Por qué no la pruebas? -le decía José Antonio a
Roberto ofreciéndole las sobras de aquel festín, como si realmente hubiese sobras
en el acto amoroso. Como si la hembra -cual ave fénix- no resurgiera de su propio
placer, más espléndida, más ansiosa.
-Es el trópico, este maldito barco... –se quejaba alguna de ellas a
Roberto.
Y por reacción, por saberlo conocedor de su secreto, porque fuera
mejor mozo que José Antonio o porque ya era inútil la simulación de su virtud,
con ese criterio femenino que cree vengarse entregándose a otros, muchas
“sobras" de José Antonio, llegaron a su pequeño camarote antes del fin del viaje.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 48 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

El lujoso auto marchaba velozmente por las rutas del capricho de


José Antonio. Así viajaron años; recorrieron América, Francia, Italia, Grecia,
España, llegaron a los fiores escandinavos y entraron en la tarjeta postal de Suiza.
Mujeres, casinos, alcohol, jazz…
Una película pasada velozmente en su vida, que le había dejado un
sabor amargo. Una escena que se repetía siempre y de la que no se hastiaba José
Antonio. Una tras otra, como un coleccionista de recuerdos, de nuevos senos y
bocas, como si buscara ansiosamente una determinada e imposible.
-Las mujeres no sirven nada más que para eso… -sentenciaba José
Antonio-. No están hechas nada más que para eso… No te compliques ni las
compliques. Déjalas como son, que están bien. No intentes cambiarlas, instruirlas,
ayudarlas a superarse. No puedes prever cuándo van a morderte.
Y si mañana la vida te exige la ley de Dios y sientes la necesidad de
la caricia, de la mirada de un niño, cuando temas dejar la obra comenzada,
inconclusa y quieras legarla a los hijos, no puedes llenar de barro su camino,
marcándolas con el sello infame del hijo natural.
Y si a la vez te rebelas a la cornada y debes casarte para encontrarte
con tus hijos, hazlo, pero que sea con viuda y rica. Y cuando lleguen a decirte que
ésta te engaña, tú podrás gritarles bien alto:
-Idos; que eso ya me lo hizo con el difunto y ustedes no lo criticaron
cuando nos casamos.

Roberto administraba los gastos. De los objetos de arte que


acumulaba José Antonio en su hotel de Buenos Aires, en el cambio anual de su
auto por otro más veloz y más costoso, de las adiciones de boites y alojamientos,
Roberto percibía apetitosos porcentajes.
La primera vez que le ofrecieron una comisión de muchos miles de
francos si inclinaba a José Antonio por la compra de aquel lujoso "Jaguar", Roberto
se indignó, no quiso intervenir y la operación se terminó sin beneficio.
Comprendió luego que su actitud tenía algo de imbécil. Sobre el precio mínimo
que obtenía José Antonio siempre quedaría un porcentaje, lo aceptara o no.
Era la modalidad general. La honestidad no producía más
perjuicio que para el que la practicaba. En una joyería de la Rue de la Paix, después
de elegir José Antonio un solitario que posiblemente obsequiaría a una de las
“vedettes" de la boite de moda, Roberto había dejado su tarjeta.
Lo llamaron por teléfono.
-Si el señor adquiere el anillo, hay una comisión para usted de
veinte mil francos…
-Deberías comprarlo, es precioso, no lo creo caro y Alice vale
mucho más... -le dijo Roberto a José Antonio aquella tarde.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 49 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

IV

A sí empezó aquel camino que lo llevaría en pocos años a la

riqueza. Buscaba justificarse y lo encontraba en las razones que siempre tiene a


mano todo culpable.
-¡Gastar así el dinero!... –se decía pensando en José Antonio-. ¡El
dinero que ni siquiera había ganado!... Tener todos los privilegios, satisfacer todos
los caprichos, abrir todas las puertas, arrojar lo que él jamás poseería. ¿Quién
podría estimar o amar a un hombre que llevara la tragedia de haber nacido tan
rico, de no saber lo que era desear, de ignorar la lucha por vivir?
-Yo no soy culpable de mi riqueza, no hice más que heredarla –
decíale a Roberto-, yo no legislé en la vida. Tú y yo somos una consecuencia de
esta organización social actual. Yo no tengo la culpa de la miseria ajena, como no
la tenía Abel de la de Caín. Las leyes me dan derechos que no impuse y a los que
no renuncio. Las leyes me dan fuerza y puedo exigirles a los jueces y policías que
la empleen contra cualquiera que discutiere mis privilegios que significan
también la seguridad y los privilegios de ellos.
“El orden, la ley, el derecho. Si la sociedad arranca desde sus
principios con el derecho del fuerte, y se transforma luego en el derecho del más
astuto esclavizando al primero, no fui yo ciertamente el que legisló. La vida me
ha dado cabecera en la mesa del festín de los privilegiados y protegidos por los
códigos y los dioses: las mayores comodidades, las mejores hembras, los más
agradables placeres, los manjares más exquisitos. ¿Y voy a renunciarlos en virtud
de tu moral? Tú tienes moral porque no tienes dinero. Todos los débiles, los
cobardes, también tienen moral como la tiene la mujer que perdió sus encantos.
La moral es voto de pobreza, de humillación. La moral es la madre de los santos

Raúl Barón Biza (1899-1964) 50 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

y de las frígidas. Tu moral es el único lujo que puedes permitirte. Si en esta feroz
y milenaria lucha del hombre contra el hombre pusiera en práctica tus principios,
terminaría prestamente en un papel como el tuyo… ¡Sírveme otro whisky!” –
mandaba haciendo un gesto despectivo con los labios.
-El hombre que está abajo, dependiendo del capricho del patrón –
refutaba Roberto- lucha por mejorar su condición. Se avanza lentamente, pero se
avanza. Son miles de años metidos a latigazos en el cerebro del hombre, los que
hay que hacerles olvidar. Los oprimidos…
-¡Qué oprimidos!... basura, que conformas con un poco de alcohol
y algún partido de fútbol, que sólo reclama menos trabajo y mejor pago,
chantajeando con el poder que les da el voto en las democracias. El obrero volcará
siempre su jornal en la taberna o el juego oficializado de las loterías y carreras.
¿Crees tú que si entregara mi fortuna a uno de ellos, sabría o merecería
disfrutarla? ¡El obrero nace, como el señor!
“Sólo muy escaso número escapa a esa ley de la naturaleza. Vive la
vida como es, como la encontraste; está hecha justamente a medida de cada uno,
acepta la gran mentira que ella significa; no te tortures por el hambre y el frío de
los otros, que sólo los detienen cuando intentan arrebatarte tus migajas, los
máuseres de los piquetes policiales. Pero aman también sus miserias, quizá más
que sus propias vidas. ¿Qué culpa tenemos nosotros, que de la propia carne, de la
más recóndita entraña del pueblo, salga el Judas que ha de disparar contra sus
propios hermanos, por el hecho de que les tiremos nuestras sobras, y vestirlos con
un uniforme –la ley-, lleno de entorchados y galones? No nos critiques a nosotros,
busca la solución primero en la traición de los tuyos, que se venden en la primera
poltrona en que les invita a sentarse un ministro, a discutir sus derechos.
Ustedes… -porque tú también eres uno de ellos-, ustedes, que tienen la fuerza,
que son energía, pese a ello no podrán destruir nuestra clase. Existió, existe y
existirá, mientras en el mundo queden dos hombres. Siempre uno de ellos
explotará al otro.
“La misma rebelión de Espartaco, y la anterior tebana, tan violenta
que obligaron a los faraones a repartir a los campesinos las tierras, convirtiéndolos
por pocos años en propietarios libres, la Revolución francesa siglos después y la
rusa, no fueron sino desahogos de hambrientos, que sólo duraron minutos en el
tiempo de la historia. El hombre no se liberará del hombre, hasta que el hombre
corrija al hombre en el laboratorio, disminuyendo o agregando secreciones a sus
glándulas. La perfección llegará el día en que el hombre pueda hacer al hombre.
“Nosotros sabemos la verdad del panis circensis y les seguiremos
dando tabernas, ruletas y fútbol, porque nos ayudan a mantener nuestros
privilegios. Y de cuando en vez, hasta una huelga revolucionaria que les haga
revivir sus esperanzas de justicia a cambio de unas cuantas vidas.
“Hasta si una mujer apetecible naciera en tu clase, la traeríamos a
la nuestra. Podemos comprarla como hace siglos y la seguiremos comprando
dentro de siglos por pieles y brillantes piedrecitas lapidadas, y a ustedes los
consolaremos diciéndoles: ‘La democracia te permite criticarnos’. ¡Eso es libertad!

Raúl Barón Biza (1899-1964) 51 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Habla, escribe contra todo lo establecido mientras no intentes modificar de hecho,


pues entonces caes dentro del Código, eres un comunista, un anarquista, te
conviertes en un rebelde, en un enemigo y entonces comenzaremos por iniciarte
un prontuario policial, y seremos generosos al advertirte del peligro a que te
expones al enfrentarnos. ¿Y qué significas entonces? Los hombres somos lo que
las autoridades dicen de nosotros. Si la autoridad lo quiere, cualquier otro hombre
puede vejarte, hacerte perder tu trabajo y tus hijos. Tu mujer y hasta tus hermanos
te negarán, porque están amansados, domesticados y necesitan vivir. Tienen
hambre de vida, sea ésta cual fuere. Tienen miedo en la noche y a la noche…
Miedo ancestral, miedo al diablo y a los campos de concentración.”
-Estás borracho –protestó Roberto.
-¡Yo no estoy nunca borracho; los hombres de mi clase, sólo
estamos alegres! O a lo sumo “intoxiques”.
-Tu fortuna te permite deformarlo, corromperlo todo…
-Entonces reconoces que todo es corruptible…

Sí, todo lo que rodeaba a José Antonio era corruptible, hasta él


mismo.
Todo estaba sucio.
Pese a la blancura de la camisa del frac o del tapado de armiño,
pese a las relucientes condecoraciones, valiosas perlas, o rojos cardenalicios.
Todo estaba sucio. En su vida acompañando a José Antonio, se
había salpicado de mugre, que se le había hecho costra en el alma. Había
presenciado la venta de una falsa virgen a un falso conde italiano que la había
pagado con falsos dólares. Había sido testigo, en un barrio de Nápoles, de la
entrega de una chiquilla a José Antonio y junto al recuerdo rememoró los alaridos
de la madre que se oponía, por la brutal paliza que le aplicó el marido. Eran los
días de posguerra, de hambre, en donde todo tenía precio bajo.
Cuando aquel arruinado millonario, en combinación con su mujer,
sorprendió a José Antonio, comedia que terminó cuando le aplicaron a aquél feroz
tunda.
Había recuerdos imposibles de olvidar.
-Sólo en el adulterio encontrarás el amor –decía cínicamente José
Antonio- sólo en el oro la felicidad. El oro que pone a tu servicio famosos cirujanos
experimentados en las carnes de hospital, en las carnes de ustedes, que les
permitirán aprisionar la primavera. Con dinero, el mundo es tuyo. No existirán
aduanas, ni fronteras. El oro te hará temido y respetable. Es lo único a quien no se
le exigen antecedentes. No entrarás en el código penal. No habrá puertas que no
puedas traspasar. Las matronas te ofrecerán sus hijas semivírgenes, a cambio de
un contrato matrimonial. Muchas mujeres más de las que puedas servir, se te
entregarán en un simulacro de amor. ¿Y qué puede importarte la simulación en el
acto carnal? Lo que cuenta es que te sientas feliz, que te creas amado. ¿Qué te

Raúl Barón Biza (1899-1964) 52 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

importa la verdad? El enemigo del amor es la verdad. Los hombres aplaudirán


tus imbecilidades, te llenarán de honores, olvidando que tu oro es sangre
solidificada y prensada.
Roberto sentía ganas en aquel entonces de escupir sobre sí mismo.
Su madre le había hablado de la vida de los justos, del triunfo de los buenos y la
Historia le enseñaba que el mundo había sido de los tiranos, de las Mesalinas y
audaces.
Su madre, que por haber él aceptado su puesto de sirviente
tolerante, era feliz junto a María del Carmen en aquel lejano Buenos Aires. Su
dinero invertido a cinco centavos el franco, se había multiplicado a veinte en
pocos meses, gracias a Poincaré… Gracias al patriotismo francés, Roberto había
cuadruplicado sus “ahorros”.
-Hay que tener fe en la capacidad de trabajo y ahorro del pueblo
francés… -se decía mientras transformaba sus billetes revalorizados en monedas
de oro, que la madre y María del Carmen acumulaban en el cofre del tesoro de un
banco extranjero respaldado por los cañones de cruceros pesados y las máquinas
mortíferas de portaaviones. El patriotismo tiene como límite la seguridad
económica individual. Las mujeres posarán en actitud resignada y patriótica con
la medalla por la que les canjearon la vida del esposo, pero pondrán el grito en el
cielo si se les discute la pensión militar que les asegure junto con el respeto, el
alimento. Que les asegure impunemente el amante.
-Ningún hambriento es respetable. Todo ser necesitado tiene algo
de contagioso –continuaba José Antonio- y hay que evitarlo. El tácito pacto de los
que triunfan es alejar a los fracasados de su presencia, reunirlos en barriadas
obreras, en villas miserias, en “ghettos” internacionales.
“Llegarás posiblemente hasta nuestra clase, pero para ello te
exigiremos que te arrastres, que te corrompas, que renuncies a todo sentimiento
humano de piedad y consideración. Para llegar a las poltronas de un Jockey Club
o a la mesa Rotariana, tendrás que haber marchado sobre ensangrentados
corazones de hombres, probado tu insensibilidad, demostrado tus cualidades de
perro faldero y de ave de rapiña…”

Sobre el mar, en la línea comba del horizonte empezaba el


amanecer. José Antonio se dirigía entonces a Mariano.
-Sírvete conmigo un whisky –le ordenaba-, vamos a ser todos
hermanos, vamos a practicar la igualdad; un whisky para ti, otro para mí… ¡hip!...
Y entre Roberto y Mariano apoyaban el equilibrio de José Antonio
hasta su camarote.
-Cómo se mueve este barco… Llámala a esa…-le ordenaba, y
Roberto golpeaba suavemente la puerta de la cabina de la última conquista.
Minutos después Roberto, libre ya, volvía a cubierta. Era la hora de
la limpieza de los puentes. Las mangueras vertían agua y los fornidos mozos que

Raúl Barón Biza (1899-1964) 53 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

por curiosos quisieron conocer el mundo, remangados los pantalones, iniciaban


el duro trabajo de marineros. Sobre la cubierta de los botes, Roberto se distraía
mirando saltar las toninas que precedían la ruta del barco, o aquellos
extravagantes peces voladores que jugaban sobre los “white horses” de las olas.
Su recuerdo, entonces, era para la madre, en la próxima escala
llegaría la carta ansiada. “Regresamos ayer de Río Hondo. No puedes imaginarte
lo bien que me siento después del tratamiento termal. Gracias, mi hijo por
haberme facilitado este bienestar. Dios te bendiga” -y como posdata: “María del
Carmen rindió la última materia del bachillerato. Imagina nuestra alegría. Te
escribe en este mismo correo”.

El ómnibus entró en un pueblo, las casas achicaron el camino y los


pasajeros se aprestaron a bajar. Roberto quedó sentado, evitando ese roce de
cuerpos al intentar como rebaño salir todos primero sin otra razón explicable que
la claustrofobia. Siempre le había repugnado físicamente la muchedumbre. Su
olor agrio, en algunas oportunidades “dulzón”, de esa mezcla de transpiración
fermentada y menstruo. Pasaje de pueblo, turistas baratos, pequeños
comerciantes, tramposos, fracasados. Aquel pasaje no se diferenciaba del común
y estaba compuesto en su mayoría de mujeres. De ellas, sólo una o dos merecían
el calificativo de tales en el concepto estético y sexual de la palabra. El resto era
un conjunto repelente a los sentidos, una burla cruel de la naturaleza.
A través de las transparentes telas, las carnes denotaban la
glotonería de los intestinos, el pasar de los años y la deformación increíble de toda
aquella belleza y armonía que durara un minuto –sólo uno- en sus vidas, el
minuto del señuelo. Aquel minuto en que Dios la marcó como depositaria de la
simiente del hombre.
Pasado aquel instante, se habían aferrado a él, desesperadamente,
sin comprender que el tiempo inexorable, insensible, las había asemejado a viejas
vacas de monstruosas ubres que erguidas en sus patas traseras, marchaban sobre
aquellos increíbles puntos de apoyo que eran sus zapatos de tacos altos.
Semicubiertas por telas de estampados primaverales o geométricos absurdos,
maquillados sus rostros con afeites que hacían resaltar más el peso de los años, su
aspecto de monstruos irreales.
Si un ser extraño a nuestra especie o mundo nos contemplara en
una playa, la piel humana tendría que parecerle repulsiva; amarillenta,
blanduzca, húmeda, semejante a la de un molusco que hubiere perdido su
caparazón. No tendríamos parangón con el plumaje de las aves, la pelambre del
mamífero y hasta las brillantes y alineadas escamas de los peces. En la escala
zoológica, el hombre, y por adelantado la mujer, pueden clasificarse entre las
especies más repulsivas y antiestéticas.
Cierto es que a una araña macho o un cerdo, toda hembra en celo
debe parecerle el “summum” de la belleza y armonía.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 54 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Contemplada asexualmente la mujer desnuda y de pie, a excepción


del minuto de su pubertad, es grotesca y repelente. No pueden ser estéticas ni
armoniosas las reservas de grasa acumuladas en sus inmensos traseros, los senos
con negruzcos pezones. La mujer sabe que en vertical, sin su hoja de parra es
grotesca frente al hombre y por ello busca la horizontal.
La mujer en las últimas eternas horas de su vida, siempre
lamentará haberse rehusado en aquel minuto de su juventud, que imaginó
perenne, inacabable.

-Colonia, 15 minutos –anunció el guarda.


El vehículo se detuvo frente a un restaurante. Descendió el último.
Se acercó al mostrador y preguntó:
-¿Puedo hablar con Montevideo?
El “barman” le señaló la cabina, mientras atendía los pedidos de
los viajeros.
-No sé el número de larga distancia…
-Disque el 210… -le gritó desde el otro extremo.
-Urgente señorita. Montevideo 49511 –pidió a la telefonista.
Miraba a través del vidrio de la cabina el movimiento de viajeros
mezclados con los de otros ómnibus que llegaban o partían.
Era pueblo, masa humana, cada uno con su problema económico o
sentimental. Las moscas competían sobre los platos con los clientes, obstinadas y
hambrientas. Pocas sucumbían ante los manotones de los comensales, en esa
lucha por la subsistencia. Satisfechas, en su mayoría con el vientre redondo y
blancuzco, volaban en círculo en el centro del salón o se apareaban
impúdicamente sobre las paredes y manteles. La posesión duraba un segundo, la
proporción del tiempo, exacto término medio, comparado con el apareamiento
humano, en relación a la duración de sus vidas.
La naturaleza era increíblemente perfecta; la ordenación de la vida
tenía que haber llegado de un más allá incomprensible aún para el cerebr o
humano.
Posiblemente pasarán decenas, cientos de siglos antes de que el
hombre desentrañe su misterio; o quizá estuviéramos cerca, dependiéramos de
una chispa en el cerebro de otro que, como Einstein, se adelante a la evolución
normal del hombre.
Y si traspasado ese umbral, penetrando en el templo
descubriéramos que Dios sólo existió en nuestra ignorancia y por nuestro miedo
a lo desconocido: ¿Qué será de nosotros entonces sin la esperanza, sin la razón de
existir, sin freno ya nuestras pasiones? ¿Qué será de nosotros al saber que
podremos construirnos como máquinas, que no precisaremos ya del vientre
materno ni el seno henchido, ni de la canción que nos dormía en nuestros
primeros días?

Raúl Barón Biza (1899-1964) 55 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Habrá hombres capaces de construir su universo, que no


necesitarán del templo ni de su hechicero. El laboratorio les solucionará todo el
problema. Dios analizado, disecado y expuesto en el museo de la Historia, junto
a símbolos incaicos o egipcios. Llegará el día en que las reliquias Santas tendrán
número y su explicación en el catálogo, al igual que otras religiones del pasado.
Mientras esperaba la comunicación su mirada se detuvo en una
mesa. Eran tres comensales. Una mujer bonita y joven, un hombre de poca edad
mayor que ella, que amorosamente le había cruzado el brazo por la cintura, y le
daba sonriendo bocados de su plato, que ella agradecía con tierna sonrisa y
amorosa mirada.
Frente a ella un hombre cincuentón sobriamente vestido, de sienes
canosas, comía indiferente a las manifestaciones de la pareja. Le pareció choca nte
esa impudicia de manifestar los sentimientos públicamente. Bajo la mesa los
pequeños zapatos de ella se mezclaban en apasionado abrazo a los deportivos de
él.
De pronto se sobresaltó. ¿Cómo podían ser los de su pareja si
estaba sentada a su lado? Miró más atentamente. Las piernas enfundadas en
transparentes medias de nylon se estrechaban al pantalón oscuro, buscando el
contacto de las piernas.
El joven vestía de claro y en ese instante murmuraba algo al oído
de ella.
El hombre cincuentón levantó indiferente la mirada y se cruzó ante
la asombrada de Roberto. Comprendió y rápidamente retiró sus piernas de junto
a las de ella y, diríase, turbado al ser descubierto, intervino en la conversación de
ambos.

La central contestó:
-¿Usted pidió Montevideo 49511? ¡Hable!
Roberto sintió un temblor en sus piernas; después de tanto tiempo
iba a escuchar a María del Carmen.
-Hable, hable –gritaba la telefonista.
-Aló… Aló… -dijo con voz apagada.
Del otro extremo de la línea se escuchó a María del Carmen; su voz
dulce e inconfundible…
-¡Hable… habla Colonia! –vociferaba la telefonista-. Desde Colonia
la llaman, no corte… ¡hable… hable!...
-Soy yo, te llamo de Colonia; pasé anoche. ¿Recibiste mi telegrama?
-¡Roberto!...
Hubo un largo silencio.
-¿Cómo te encuentras? Sí, lo recibí y te esperaba. ¿A qué hora
llegas? ¡Roberto!... ¡Roberto!...
-¿Y tú cómo estás? –no sabía qué decir.
-Bien… esperándote…
Hubo otro silencio.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 56 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-¡Roberto!...
-¡María del Carmen!... El ómnibus llega entre las ocho y media y
las nueve…
-¡Roberto!...
La voz del guarda traspasó los vidrios de la cabina.
-Pasajeros para Montevideo…
-Ya salimos… será hasta luego…
-¡Roberto!...
Colgó el receptor y quedó unos segundos indeciso. La voz repetía:
“Pasajeros para Montevideo”.
Se acercó al mostrador.
-¿Cuánto es una comunicación para Montevideo?
-Tenemos que preguntar a la central qué tiempo habló.
-¡Pasajeros para Montevideo!...
-¿Alcanza cinco pesos? –dijo, dejando un billete sobre el mostrador.
-¡Sobra, señor!... Espere…
Roberto se dirigió al ómnibus cuyo guarda lo llamaba.
-Apure señor, tenemos que llegar a horario…
Roberto se introdujo en el estrecho pasillo del ómnibus, buscó su
asiento y se dejó caer, mientras el vehículo arrancaba con el run-run del motor.

Montevideo… ¿Qué recuerdos le traía esa palabra?


Fue mucho después… En el balance que mentalmente realizaba,
Montevideo estaba aún lejos en el tiempo. Volvió para atrás varias páginas del
recuerdo…
Surgió de pronto nítida, aquella escena de París. José Antonio
había sido citado a la prefectura de Policía. Después de mucho andar, subir y bajar
vetustas escaleras de piedra, ir de una oficina a otra, llegaron a un despacho,
¿cómo se llamaba aquel comisario?...
En resumen, les dijo que debían dejar París, toda la Francia. No
estaba dispuesto a seguir tolerando los escándalos del “estudio” de la Rue Brunel.
José Antonio aceptó resignado.
-¿Quince días? –preguntó.
-Digamos quince días… pero ni uno solo más.
Continuaron charlando. Los invitó a un café en su despacho. Y
preguntó:
-¿Regresan a la Argentina?
- No –respondió José Antonio- ¿Qué quiere usted que haga en
Sudamérica, país en que las mujeres por inmigración masculina se encuentran en
minoría frente a los hombres y se cotizan a valores muy superiores a los reales?
La mujer sudamericana ha “dolarizado” el amor… Se sabe escasa, y se vende cara.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 57 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Es la ley de la oferta y la demanda. Son reglas comerciales. ¿A mis años, con mi


fortuna y en Sudamérica? Por favor, comisario, no ironice…
-Pero la vida no es sólo mujeres –refutó aquel comisario francés,
ahíto de ellas.
Para mí la vida del hombre es sólo la mujer. Yo tengo alma de
zángano. Iremos… -pensó un instante-… ¿Berlín?
-¡Usted no puede ir a Berlín, por Dios! –saltó como un
energúmeno-. Usted es descendiente de franceses. Los alemanes se privan de
manteca para hacer cañones. Dentro de pocos años tendremos nuevamente una
guerra… pero no pasarán la Maginot –aclaró consolándose-. ¡Usted no puede ir a
dejarles su dinero a los alemanes!...

Cuando abandonaron la Surete de París, se había pactado


tácitamente: José Antonio podría continuar en la ciudad luz a condición de que
las fiestas en su estudio de Étoile, fueran moderadas y discretas, como
corresponde a todo turista distinguido y rico.
Aquellas famosas fiestas que a Roberto le producían náuseas.
Fiestas en donde el alcohol y las drogas mostraban en toda su desnudez al ser
humano. Mujeres entrelazadas a mujeres, frente a películas que se pasaban para
excitar más los sentidos. Seres que realizaban bajo la influencia de la droga blanca,
los actos más abyectos. Las había visto descender en aquel confesionario de la
carne, en pocas horas, muy por debajo de la escala animal. Las había visto llegar
vírgenes y bañarse en sangre, las había visto entregarse a José Antonio en todas
formas. Y eran mujeres que horas antes u horas después, eran y serían respetables
por su posición social, económica y hasta intelectual.
José Antonio sentía horror a la prostitución. Sabía que ninguna
mujer podía ser más corruptible y voluptuosa que la honesta; que aquélla a la que
llenaran de vallas sus deseos. Vallas, cercos y murallas que saltaban en la primera
oportunidad ofrecida, vengándose así de los hombres que se las habían impuesto
por milenios. Recordaba las que conocieron en el bar del “George V”. Llegaban
de Roma. Sus maridos, fuertes y afortunados industriales de posguerra,
precisaban exhibirlas con los mejores modelos de París, en sus próximas
reuniones que precederían a las firmas de cuantiosos contratos. Sólo tres días para
elegir los trapos, que presentaría en su nueva colección Jean Patou.
Roberto recordaba el comienzo de aquella noche. El champaña y el
baile habían preparado a aquellas mujeres que, curiosas, aceptaron la invitación.
-Vamos, pero… nada de lo que usted piensa –aclararon, seguras de
la defensa que significaría el mutuo apoyo. Eran dos amigas… La curiosidad las
tentaba más que la virtud que las custodiaba desde la salida del colegio. ¿Cómo
podrían saberlo sus maridos a mil kilómetros y a través de tres fronteras? ¿Quién
podría individualizarlas?
-Vamos a pasarles una película realista.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 58 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

La película cuya máquina manejaba Roberto comenzaba en la


forma más inocente. Un paseo campestre, el aula de una escuela, un taller de
costura.
Mariano, sirve más champaña… Éste tiene que ir acompañado…
No tengan temor, no les hará nada…
Y después de absorber su “price de coca” les decía a ellas:
-Aspiren hondo… No les pasará nada…

Y estallaba la tormenta. Era como si se diera paso a una monstruosa


glándula insaciable, toda vulva, toda matriz; se borraba todo lo que tuviera
relación con el espíritu y aparecía desnuda en su deseo la hembra, tan desnuda
que le lastimaba el recordarlo.
-El amor no tiene sexo frente a la mujer –decíales José Antonio-. A
ésta los dioses le han dado el derecho de poseer y ser poseída. La mujer puede
amar indistintamente al hombre y a la hembra. Lo cuenta la mitología. Son dos
amores que pueden hermanarse. En el amor de dos mujeres no hay dolor ni
suciedad.
El champaña, la droga, la curiosidad y aquella película, había
sobrepasado la reserva moral inculcada en el convento y en el hogar, a fuerza de
palabras, ejemplos, estampas y rezos. En ellas surgía como fuente hasta aquel
instante oculta e incontenible la vida y el mandato de sus ovarios excitados.
-Otra “price”… -insinuaba José Antonio controlando las
reacciones, dosificando, como un maestro, el deseo. Y dirigiéndose a Roberto lo
despedía con un sonriente “¡Hasta mañana!”.
Roberto salía cerrando esa puerta, tras la cual la naturaleza
escribiría la más realista de sus páginas. Donde el instinto triunfaría sobre todo
principio, recato y moral, donde por horas, las glándulas en libertad no
distinguirían al macho de la hembra, donde toda abyección, sólo imaginada por
la especie humana, tendría altar. Y es que la hembra se modera en la falta de la
oportunidad mientras no se haga un recuerdo a los sentidos. Toda mujer lleva un
pequeño diablo entre las piernas, ama el placer por el placer y, cuando éste
reclama su parte, se niega el sexto mandamiento.
En honestidad, las mujeres siempre “fueron”; es un verbo que se
conjuga en tiempo pasado y carece de futuro.

Los dos días que duró aquella orgía, fueron para ellas como una
película, como si se hubiera roto el freno de sus sentidos.
Con el pasar del tiempo se dirían que esas horas no existieron más
que en su imaginación…
Cuando Roberto penetrara en la “antichambre” preocupado y
presuroso al llamado de Mariano, éste le dijo, señalando el dormitorio.
-Me parece que están mal…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 59 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto penetró sigilosamente en la gran habitación en pleno


desorden y penumbra.
-Hola… Si quieres tomarlas –le insinuó José Antonio, señalándolas
a su lado en el lecho.
Roberto se aproximó a aquellos cuerpos desnudos, armoniosos y
bellos, en cuyos rostros creyó vislumbrar, insinuarse una palidez de noche eterna,
agotadas las reservas en aquel festín de la carne, en aquella misa a Príapo.
Apoyó sobre el diminuto seno de una de ellas, su mano y sintió
húmeda y fría la piel, aproximó su oído y apenas percibió los latidos del corazón.
-¡No te das cuenta que se mueren! –le gritó avanzando amenazador
hacia la butaca a la que había llegado José Antonio.
-¡Bah… están dopadas solamente!... No dramatices; llama al
médico ese…
Roberto tomó el teléfono. Nervioso explicó la urgencia.
Era un joven galeno judío, dispuesto a hacer fortuna. A los tres
años de ejercer ya había adquirido un último modelo Citroen y un departamento
en Passy. Su especialidad eran los abortos, pero también atendía casos urgentes
como aquél.
Su misión no era moralizar –para ello estaban los sacerdotes-, ni
denunciar –para ello estaban los soplones-, ni castigar –para ello estaban los
jueces-. En caso así su problema era simple: curar y cobrar, o irse y callar.
Las bañaron bajo la ducha fría, caliente, hirviendo, las
zamarrearon, las flagelaron, las abofetearon, les inyectaron estimulantes
cardíacos, las obligaron a ingerir brebajes preparados urgentemente en la
farmacia próxima y cuando después de horas de lucha, el pulso tendió a
normalizarse y el sueño reparador las dejó libres, enfrentados en el living
saboreando sendas tazas de café humeante, el médico le preguntó a Roberto:
-¿Y usted puede sustraerse al ambiente en que vive? ¿No
contagiarse?
-¿Y usted, doctor? –le respondió Roberto.
Ambos sonrieron. Ambos tenían una meta, un fin, una esperanza,
una ambición. Aquel joven galeno debía hacerse de medios para dedicarse de
lleno a la investigación y Roberto realizar la base económica que le permitiera
independizarse y regresar junto a su madre.

Al pasar de las horas, cuando pudieron vestirse y tenerse


discretamente en pie, Roberto las acompañó hasta el “George V”. Por tarjetas
encontradas en el bolso de una de ellas se enteró de su nombre y dirección en
Roma.
-Si no llegas esa tarde se nos mueren –dijo por todo comentario José
Antonio.
Y fue entonces que recordó lo que le respondiera cuando le
preguntó, al pedirle trabajo, cuáles serían sus obligaciones por tan cuantioso
sueldo.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 60 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Pues… nada. Nada más que hacer lo que yo te diga.

Tiempo después, sería quizás en el año veintinueve, pasando por


Roma, José Antonio quiso volver a ellas.
-Tú tienes la dirección…
José Antonio hurgó en el voluminoso bolso y días después el lujoso
sport se detuvo frente a un portal de impresionantes y vetustas columnas de
mármol. El portero leyó la tarjeta de José Antonio.
-¿Está usted citado? ¿La señora no lo conoce? ¿Cuál es el motivo de
su visita?
José Antonio entregó un billete de mil liras y el cancerbero los
condujo con dos grandes reverencias a un salón amplio suntuosamente
amueblado.
Cuando se encontraron nuevamente frente a frente, ella se
apresuró a decir:
-No lo conozco. ¿Qué desea?...
-Pero…
-¡No lo conozco, no lo he visto nunca! –gritó fuera de sí.
-Yo… París… -tartamudeó José Antonio, desconcertado.
-Usted me confunde. No lo he visto nunca. Retírese
inmediatamente de esta casa…
Llegó corriendo una niña no mayor de siete años.
-Mamita, ¿por qué estás enojada con estos señores?
-¡Cállate!... –gritó exaltada-. ¡No vengan nunca a esta casa! –mandó,
señalándoles la puerta que conducía al hall.
Pobre madre que quería ocultar a su hija aquellos días de París.
Que quería olvidar aquellas horas que salpicaron de lodo su vida.
José Antonio, con su cinismo de siempre, dijo al regresar al bar del
Ambassador y después de pedir su whisky:
-Educación es el control de un hombre frente a una mujer en un
campo de nudistas. La honestidad es la falta de prueba de la deshonestidad.
Perogrullada… La virtud se acepta cuando no hay ningún hecho que demuestre
lo contrario. La deshonestidad es un acto que puede probarse. Es un hecho real.
La honestidad es negativa, algo que no se hace. Podemos probar la deshonestidad
de la mujer encontrándola in fraganti; pero la honesta lo es, mientras sea lo
suficientemente precavida para no dejarse sorprender en aquellas circunstancias.
“La mujer que se sustrae –bajo pretexto de adaptación a la época –
a su labor natural; preparación de alimentos y cuidados del hogar, no usa sino un
pretexto con una sola finalidad: su libertad sexual. El estudio en la joven de
posición económica desahogada, o padres ricos, no es sino un pretexto con la
misma consciente o inconsciente finalidad: su libertad sexual. La jovencita que no
estudia ni trabaja y consigue con su escote y mirar ingenuo, llevar a un hombre al

Raúl Barón Biza (1899-1964) 61 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

matrimonio, no hace más que buscar como finalidad, su libertad sexual. Desde su
menstruo sólo piensa en su libertad sexual, contenida durante siglos por
simbólicos cinturones de castidad. Quiere librarse de ellos, de los padres, de las
mentiras, de Dios. Y aprende que la única forma es mentir, guardar la apariencia,
pues sabe que la que deja pruebas de su falta, es expulsada de sus círculos por las
mismas mujeres que no le perdonan descubrirlas.
“La mujer vive obsesionada por obtener su libertad sexual, cumplir
su destino físico. En muchos países ya la han obtenido, pero a cambio de ella han
apagado la lámpara votiva que iluminaba sus espíritus.
“Al monstruo del deseo hay que tenerlo encerrado, apretado entre
las piernas, liberarlo sólo en excepcionales ocasiones.
“La mujer ha llevado hasta hoy dos vidas. Una como la impusieron
y la exigen los hombres para su vanidad, y otra, la íntima, que se desarrolla en la
alcoba, en las sombras, en el engaño, y que tiene por sólo problema su sexo. Toda
mujer está formada por un cincuenta por ciento de meretriz y un cincuenta por
ciento de santa. Magdalena es perfecta simbólicamente. Una sola línea en el fiel
de la balanza basta para que sea una u otra cosa, y esa línea puede ser un poco
más o menos de secreción de la glándula más ínfima. Unos miligramos más de
determinadas hormonas en la sangre. Una pequeña variación en el azúcar de su
sangre, como lo dijera Anatole France.
“La mujer, por su constitución fisiológica, está predispuesta ciertos
días de su ciclo, al coito; y si en su minuto llega el hombre, no habrá prohibición
que la detenga, aunque después, satisfecha, llore por aquel minuto que la obliga
a traicionarse. Porque la mujer odia en su fuero íntimo la materia que la obliga a
animalarse. Se desprecia a sí misma por esa causa, pero cuando llega de nuevo
aquel minuto, vuelve a darse y a arrepentirse. La mujer es la sucesión de alcobas,
arrepentimientos y confesionarios…

Siguieron viaje hacia el sur de Italia. Pasaron por Capri. En el hotel


“Paradiso Eden” enclavado en lo alto de la isla que dominaba sus acantilados, en
donde el mar bordaba una puntilla de espumas, encontró José Antonio la
aventura de todos los hoteles internacionales; la turista norteamericana cuyo
médico le había aconsejado un viaje de reposo, al que no pudo acompañarla su
marido, atado al control de las cajas registradoras de sus negocios.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 62 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

…su libertad sexual, contenida durante siglos por simbólicos


cinturones de castidad.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 63 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Después de la “promenade” de aquella noche plagiada al trópico,


y en donde el alcohol había sobrepasado un grado al límite de la abstención de la
hembra acostumbrada al coito semanal, al despertarse en el lecho junto a él había
empezado a sollozar.
José Antonio, desnudo al lado del cuerpo también desnudo de
aquella espléndida hembra que Fidias hubiera tomado para modelo de su Venus,
de haberla realizado.
-No llores, mi amor. Yo no te deseo por una noche, yo te quiero
para toda la vida. Soy rico y joven. Estoy dispuesto por ti a todo, a casarme, a
disputar con tu marido y con todos los otros hombres por guardarte junto a mí.
Los cabellos rubios desbordaban por la espalda rosada y de seda
tibia. Los pequeños senos se agitaban al unísono en su pecho con los sollozos.
El sol penetraba a través de los cortinajes jugueteando como un
gato sobre la alfombra. Ella lo miró un instante. Sus valiosas alhajas refulgían en
la penumbra sobre la mesa de noche. Su chal de chinchilla junto con aquel modelo
de Patou, sucio de semen y champaña, era una mancha de color sobre la “bergère”
del dormitorio.
José Antonio continuaba:
-Yo no he de abandonarte nunca, mi muñeca: eres la mujer que he
esperado durante veinte años.
Ella se detuvo en sus sollozos, lo miró fijamente –José Antonio era
un hombre buen mozo- y saltando desnuda del lecho, le espetó:
-Lloro por todas las veces que a otros he dicho que no.

Al día siguiente retomaron su auto en Nápoles y partieron hacia el


sur. Almorzaron en Postum, entre las ruinas del templo típico del dórico
construido por los colonos griegos.
Dejaron el auto en Messina, embarcaron a Taormina y se alojaron
en el viejo convento transformado en suntuoso hotel. Las habitaciones, a pesar de
su rico moblaje, conservaban un aspecto austero. El comedor emplazado bajo la
bóveda de piedra, sobre los escalones de la montaña cubierta de flores, pinos y
olivos. Al fondo, el Etna manchado de nieve era como un telón escenográfico, en
aquel atardecer de sol siciliano.
Empezaron a caminar por las callejuelas estrechas e inclinadas del
pueblo, en dirección al anfiteatro romano, motivo principal de toda excursión a
Taormina, y de pronto cruzaron con una hermosa mujer de cabellos y ojos negros.
José Antonio pensó:
-Ésta no la pierdo…
Y desandaron el camino tras de ella. Las nalgas cual las de una
potranca, se pronunciaban a través de su traje ceñido por un cinturón de cuero
rojo. Penetraron tras ella en la agencia turística de Cook.
Abonó un pasaje y se retiró haciendo una sonrisa a José Antonio.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 64 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-¿Para dónde ha sacado pasaje esta señorita? –preguntó José


Antonio al empleado, que tras el mostrador había adivinado el motivo de haber
entrado ambos en la agencia.
-Es una excursión por la isla. Dura cuatro días. Se hace en auto
particular y el chofer sirve de guía. Se visita Siracusa, Agrigento, llegando hasta
Palermo. Sale mañana.
José Antonio preguntó:
-¿Y cuántas personas van en el auto?
-Hasta ahora es sólo este billete el vendido.
-Deme “el otro” –le dijo haciéndole un guiño, que el empleado
captó como buen rufián.
Abonó su importe, le agregó dos billetes de mil liras y pactó:
-Entendido. No hay más pasajes en ese auto. Completa la
excursión.
-Completa la excursión –repitió el empleado asintiendo.
-Si es bruja se me escapa… y tú sabes que no hay brujas; la
Inquisición las quemó a todas, hasta las dudosas.

Temprano, al día siguiente, llegó hasta el hotel el automóvil de


alquiler y un atento chofer colocó en el baúl trasero las lujosas maletas que había
preparado febrilmente esa noche José Antonio, imaginándose la impresión que
produciría su pijama de seda negra, con un monograma color carmín bordado en
el cuerpo de una araña.
-Hasta el jueves, Roberto –se despidió alegremente.
-Buena suerte, José Antonio. Que te diviertas.

Regresó cuatro días después. Estaba hecho una furia.


-Hijos de…, ladrones, estafadores, chantajistas…
Todos los improperios que pudieran existir en el diccionario más
completo de la Real Academia de la Lengua.
Roberto le preguntó asombrado:
-¿Pero qué te ha pasado?
-Casi nada. La que retiró el pasaje era una empleada del hotel en el
que se aloja la vieja americana, con la que tuve que pasarme cuatro días. Una vieja
verde, que realizaba la excursión con mi misma intención…

Roberto consiguió convencerlo al regreso de París para que viese a


un médico. El alcohol y la droga, junto con los excesos sexuales, estaban
convirtiéndolo en una piltrafa.
El galeno aconsejó:
-Usted tiene abiertos dos caminos: el manicomio, o seguir mis
indicaciones.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 65 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto se encargaría de cumplirlas. Habría de encontrar una casa


en un lugar de reposo frente al mar.
En el auto de José Antonio partió en busca de ella. Hizo noche en
Grenoble, al día siguiente en Marsella.
En el “vieux port” mientras saboreaba una “corbeille de fruits de
mer” rociada de buen “sauternes”, el comisionista le dijo:
-Tengo una cabaña en Bandol, a cincuenta kilómetros de aquí. Ideal
para lo que usted busca. Piden un millón, tiene un amplio terreno y mira sobre el
mar…
-¿Y para mí? –preguntó Roberto.
-La diferencia.
-Bien, si me agrada… diremos… ¿millón y medio?
-Lo que usted diga de sobreprecio. No es cuestión nuestra.
Fueron a verla. El camino bordeaba desde las alturas un mar
azulado, tranquilo, se internaba entre olivares y pinares y atravesaba pequeñas
villas de pescadores y de veraneo de la clase media de la Provenza.
La cabaña era de troncos con base de piedra y techo de tejas.
Aislada sobre una altura, dominaba el Mediterráneo y la pequeña villa de Bandol.
Un cerco de piedra la separaba del camino vecinal, poco transitado.
Se componía de un gran living-cocina, en donde un brocal de piedra señalaba el
lugar del agua que se obtenía para la casa, dos dormitorios y un ba ño. Un alero
servía de garaje abierto. El verde césped se interrumpía en grupos de malvones
de diversos colores.
-Es un río subterráneo –explicó el comisionista-. Cuando se hizo el
pozo, se encontró esa corriente y el propietario construyó la cabaña sobre él. Es
inagotable. Ello constituye el valor de la propiedad. Es también receptor de
desperdicios. Puede usted tirarlos y segundos después sacará agua tan pura como
antes. La corriente arrastra todo lo que se arroja y no se sabe dónde desemboca.
Es una inmensa gruta. Se ha intentado bajar varias veces pero el agua lo impide.
Sería interesante explorarlo con escafandra. Puede ser un negocio turístico.

Regresó a París con las fotografías de la propiedad, que agradó a


José Antonio, y volvió para terminar la compra y ponerla en condiciones. En pocas
semanas, se transformó en una lujosa y confortable cabaña con una inmensa
chimenea de piedra que servía de cocina, sobre la que relucían varias antiguas
ollas de cobre. Sobre el brocal se había colocado un artístico arco que recordaba
los aljibes españoles y una roldana que giraba bajo la cuerda que subía el agua en
un cubo y se colocó un motor para que la elevara al depósito del baño. El lavado
de la vajilla debía hacerse sobre el ancho brocal del pozo. Si algo se escurría de las
manos, era objeto perdido. Acercándose, se sentía el correr del agua que se
acentuaba en el silencio de la noche como un inmenso grifo abierto. Los dos
dormitorios que separaban el baño fueron alhajados con finos y valiosos muebles
de la época. El piso de anchas tablas, lustrado, fue cubierto de espesa alfombra y

Raúl Barón Biza (1899-1964) 66 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

las ventanas enmarcadas por alegres cortinajes de cretona y provenzal. En un


rincón del salón, un amplio sofá miraba sobre el ventanal que daba al mar, allá
abajo, rodeando las peñas moteadas de pinos.

Bandol era una pequeña villa de pescadores con un diminuto


Yatch-Club, una plazoleta que por las mañanas hacía de Mercado, frente a una
humilde iglesia varias veces centenaria.
Tenía además el Grand Hotel, edificio moderno rodeado por un
parque separado de su diminuta playa privada, por la ruta principal. Un pequeño
casino en donde se jugaba a la “boule” y después de media noche, al “chemin de
fer” por cantidades modestas, pero que le daban la apariencia de gran casino.
Junto a él existía la “boite”, en donde se realizaban en la temporada, concursos de
belleza cuyas reinas, poco tiempo después, irían a aumentar los pupilajes de los
prostíbulos franceses de ultramar.
Desde la “promenade” que bordeaba el puerto y la playa, se
divisaba la isla que cortaba el oleaje, haciendo de la playa un sitio ideal para las
madres que llevaban a sus hijos a pasar el verano en las discretas villas burguesas
de Bandol.
Cuando se instalaron en la cabaña dejando a Mariano en París al
cuidado de su estudio, prontamente José Antonio se hizo popular en la vida de
aquel pueblo por su predisposición a invitar, al que se le acercara, para
acompañarlo en sus libaciones.
Las mujeres discutidas en el pueblo y las no discutidas que tenían
su residencia de veraneo, pronto intimaron con estos extranjeros que hacían
alarde y exhibición de la mentada riqueza de América.
-Tiene ranchos tan grandes como la Provenza –decía una.
-Minas de diamantes y esmeraldas –terminaba alguien, que le
había visto lucir un brillante en su mano, de treinta y seis quilates.
En la pequeña playa privada del Grand Hotel, José Antonio hacía
sus amistades con las turistas holandesas, inglesas y noruegas que llegaban de
vacaciones y con la esperanza de que el eco de la posible aventura no llegaría a
sus lejanas ciudades del Mar Nórdico y a un tiempo tan prudencial, que cuando
regresaran a ellas ya se habrían borrado los moretones que sobre sus senos
hubieran dejado las bocas del que las poseyera.
Eran los tiempos en que Francia, enloquecida por el triunfo de una
guerra que no había ganado, se desbordaba en la música del jazz y de las
“garcons”. Aquellos seudohombres que le disputaban su presa a los propios
hombres. Era la época en que se había puesto de moda el baño de “minuit”. A las
24 se reunían los iniciados en el ya cerrado bar del hotel. Hombres y mujeres de
toda categoría social con la única obligación de una mínima determinada posición
económica, desnudos bajo sus “robes de chambre” y sus “pégnoir”. La victrola
hacía oír su tenue música que permitía escuchar el parloteo de un francés con
todos los acentos. El champaña, el coñac y el whisky llenaban continuamente los

Raúl Barón Biza (1899-1964) 67 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

vasos. Los maridos flirteaban, indiferentes al flirteo de sus mujeres con otros
hombres, pues era un concepto ya formado de que en el baño de medianoche no
podía existir otro lema que la libertad individual. La orgía pagana, la bacanal, con
que los antiguos festejaban las saturnales famosas de Roma, se repetían “sotto
voce” siglos después, en el Grand Hotel de Bandol.
Se iniciaba la caravana hacia la playa, en la cual ya se había
preparado la bebida helada que animaría a aquellos últimos paganos. La más
audaz iniciaba el gesto desprendiéndose de su “pégnoit” y penetrando
rápidamente en el mar calmo y tibio, al que la luna daba reflejos plateados; la
seguían las otras mujeres y los hombres, y de pronto, el mar en la noche tomaba
vida a través de aquel grupo que ya alcoholizado y excitado rendía culto a Príapo
sobre las arenas cálidas y los cuerpos húmedos y sedientos.
Poco hacía que había partido el invasor. Los hombres tenían
mucho que olvidar y lo conseguían agotándose sobre los vientres internacionales.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 68 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

J osé Antonio, asistido por Roberto, se recuperaba físicamente


de la ruina en que habían estado a punto de convertirlo su dinero y la droga
blanca, tan de moda después de la reciente pesadilla de la guerra. La industria del
opio era costosa, solemne en su rito. Los divanes, las pipas y los quemadores, el
mismo cliente que había que alojar y atender, fueron suplantados por la droga
blanca higiénicamente presentada y entregada sin riesgo en un paquete de
cigarrillos o bajo la polvera, adherida tenuemente, que se tomaba en el tocador de
damas de toda “boite” de moda. Las ganancias eran fabulosas y sin riesgo. La
mercadería cara y la clientela seleccionada y prudente. Hombres y mujeres sólo
ansiaban olvidar. Cada uno tenía una cuenta pendiente con Dios y con la Ley. El
ignorar durante aquellos terribles días de la ocupación y bombardeos si
sobrevivirían, había liberado todas las pasiones arrinconadas en las células y
frenadas por la religión. Rotos los diques de contención, sin más ley que el máuser
y el derecho de la voluntad del vencedor, las mujeres abrían lujuriosas y macabras
la marcha de los jinetes del Apocalipsis. La moral sólo servía en esos días para
acumular hambre. El estómago regía ese mundo, convertido en un inmenso
prostíbulo, en el que se trocaban por migajas los mandamientos bíblicos.
Como después de toda guerra, llegó tácitamente la ley del olvido.
¿A qué rememorar lo ya hecho, lo irreparable? Los hombres habían regresado
años después de sus campamentos de prisioneros, donde subsistiera el más fuerte
o el más astuto y donde la muerte fuera amante única y fiel que esperaba paciente
y segura.
Guiñapos físicos y morales se encontraron frente a sus ex-
compañeras, con las que soñaron la tibieza acogedora de un hogar y que se vieron
obligadas en la ausencia a venderse para acallar el hambre de los hijos, su propia
hambre y en la mayoría, la más imperiosa de las hambres: la del sexo. En aquellos
tiempos, era difícil y riesgoso el aborto, se carecía de medicinas, los médicos
estaban ausentes o prisioneros. Muchos, se encontraron al regreso con más hijos.
Pero el hogar estaba aún ahí, con el plato de “potage” caliente, la
leña en la estufa y la mujer presta a la horizontal del lecho. No era minuto –
después de los años pasados en los barracones de prisioneros-, de moralizar o
hacer cuestión por un chiquillo más o menos, y se abalanzaron sobre el plato de
alimento y el vientre.
La mujer es el hogar y el hombre necesita del hogar como la fiera
de la cueva. En él repone sus fuerzas, se amansa, aprende a no enfrentarse sin
astucia.
Se impuso la ley del olvido, del perdón mutuo, porque las mujeres
también tenían que perdonarles su cobardía de vencidos.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 69 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Los hubo que hurgaron con las bayonetas en aquellos vientres,


buscando quizás el enigma y la solución a su interrogante del por qué de todo
aquello. Los hubo que vencidos, rotos, “kaputt”, se ungieron de nuevo al yugo y
reiniciaron la vida olvidando. Muchos llegaron a las tabernas buscando en el
fondo de las botellas el paliativo a su angustia, y los demás, que llegaron de
América a disfrutar su riqueza acumulada en el mercado de posguerra, y no
pudieron escapar a la tentación de la droga blanca ofrecida en las boites de
Montmartre, a vista de la policía, que así aumentaba sus magros sueldos, y
enriquecían los grandes consorcios contrabandistas internacionales dirigidos por
influyentes abogados y políticos hasta filántropos reconocidos. Ellos también se
convertirían en ex hombres, tendrían su guerra, su posguerra.
José Antonio no pudo, como tantos otros, sustraerse a la tentación
de excitar sus sentidos. En la cópula la mayor sensación está en los segundos que
preceden a la eyaculación: la droga la hacía perpetuarse en horas. Una noche
blanca igualaba meses de amor común. Pero la vida cobraba, rompiendo los
nervios, su impuesto. Nada se daba por nada.
Cuando Roberto –que amaba y agradecía a José Antonio la ayuda
dispensada y al que robaba sin remordimiento-, convenció a éste que aceptara el
tratamiento, se hizo el propósito, si de él dependía, que lo llevaría hasta el fin.
Fueron terribles los primeros días pasados en la cabaña. La
mucama, una campesina de los alrededores, llegaba después de mediodía y se
quedaba hasta el atardecer. Días terribles en los que Roberto estuvo a punto de
renunciar varias veces.
Por la noche, delante de la cabaña, frente al mar, José Antonio
insistía:
-Sírveme otro whisky.
El incipiente temblor con que sostenía en la mano el cigarrillo, sólo
se calmaba dando a sus células hambrientas unos sorbos de alcohol que lo
engañaban momentáneamente.
-Te has tomado dos... –refunfuñaba Roberto- El médico te ha
permitido sólo uno a la mañana y otro de noche.
-¡Sírveme! –gritaba enfurecido.
-En ese tono... ¡No te voy a servir nada!
José Antonio avanzaba amenazador por sobre Roberto:
-Eres un sirviente, estás a sueldo, entrégame la llave...
-Si te la entrego me voy ahora mismo... –amenazaba Roberto... y
terminaba tirándola sobre la mesa, dirigiéndose a su dormitorio, donde
comenzaba a empaquetar sus efectos.
José Antonio lo seguía.
-Está bien, guárdala... ¡métetela en el c...!
Roberto le servía después la tisana con el somnífero que lo
calmaba, sumiéndolo en la modorra que lo dejaba ya tranquilo, escuchando la
radio o la música del combinado, hasta que de madrugada el cansancio lo
obligaba a recostarse.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 70 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-¿Hasta cuándo durará esto? –se preguntaba Roberto, dirigiendo


sus pensamientos a su madre y María del Carmen, releyendo sus cartas que le
llegaban semanalmente.
Había pasado años junto a aquel amigo. Lo había cuidado y se
había enriquecido robándolo. Un resto de moral le impedía abandonarlo. Con la
fortuna amasada a la sombra de José Antonio, era independiente para empezar su
vida, tal cual la soñara. El oro acumulado en la caja fuerte del City Bank de Buenos
Aires, había triplicado su valor de compra, había producido en esos años un
interés acumulado, superior a todo cálculo. Al cambio del día, su oro alcanzaba
más de un millón de pesos argentinos. Su madre continuaba en aquel pequeño
departamento junto a María del Carmen. Ésta se había recibido con altas notas en
la Universidad de Buenos Aires. “Me especializaré en dietética y enfermedades
de niños... –le escribió a Roberto- y ganaré tanto dinero que a mamá y a ti, no les
faltará jamás nada en la vida –y terminaba interrogando-: ¿Cuándo regresas?...
Mamá desea tanto verte...”
Mentía, porque no era sólo la madre que ansiaba el regreso; era
también ella, que se había confesado valientemente que estaba enamorada de
Roberto. Un amor que nunca se materializaría, un sentimiento que jamás dejaría
traslucir ni en el brillo de sus ojos ni en el tono de su voz. Un sentimiento al que
no encadenaría jamás al bienamado. Un amor prohibido por su andar deforme.
Durante sus estudios, algunos compañeros insinuaron un
comienzo de “flirteo”, que ella paralizó diciéndoles:
-¿Se ha fijado qué elegante andar tengo? ¿Se imagina usted dentro
de unos años, su arrepentimiento y mi infierno?
Los condiscípulos la estimaban y querían, pero no podían
sustraerse a la lástima que les producía. Un médico, viudo, con varios hijos
pequeños, le hizo una proposición en firme.
-Querido amigo. Lo que usted busca es una enfermera, una colega
y niñera gratis... no una esposa.
María del Carmen había encontrado la calma física y espiritual en
sus estudios de medicina, preparándose a un sacerdocio laico.
La Iglesia le había negado el derecho de profesar y ella había
encontrado el camino que la consolara, preparándose a consolar, ayudar a los que
Dios había señalado para el dolor. Curaría niños que ella no podía gestar, volcaría
sobre ellos el milagro de la medicina y la ternura frenada de sus sentimientos.
Roberto sería como un dios inalcanzable; su fuerza moral, el sólo saberse digna y
respetada por él. Ello le bastaba para llenar su vida. Lo imaginaba, sin torpes celos,
en brazos de otras mujeres y se consolaba, suponiéndolo feliz en ellos. María del
Carmen se había enamorado desde muy niña, quizás en aquella tarde que lloraran
juntos, cuando la desflorara José Antonio.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 71 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

La llegada de aquel auto precedió la gran tormenta, el huracán que


arrasó, que anuló y esterilizó todos sus esfuerzos en bien de José Antonio.
Lo encontró al regreso del pueblo. El lujoso Stutz color arena tres
plazas, estaba detenido frente a la puerta. Dentro de la cabaña, todo era risas y
jarana.
A uno de ellos reconoció de inmediato. Era el proveedor de cocaína
en París.
-Nos enteramos por Mariano de su dirección –dio como
explicación a Roberto-. Me costó cientos de francos arrancársela.
Y rió, rió como debería reír el diablo.
Roberto guardó silencio, presintiendo el vendaval.
-Bien... tenemos que seguir, vamos a pasar unos días a
Montecarlo... no podía dejar de pasar estando José Antonio en la ruta... ¿verdad
Roberto? –y molesto por su presencia y actitud, solicitó-: ¿Nos convida una última
copa?...
Roberto miró la botella de “Old Smuggler” y los vasos
desparramados en la mesa junto a los ceniceros llenos de colillas. La puerta del
trinchante cuya llave única él guardaba, había sido violentada. Un cortafierro y
martillo, encima del mueble totalmente mutilado.
José Antonio, curioso, transformado, alegre, dijo:
-Si me esperan, los acompaño. Voy a hacer saltar la banca...
-Tú no vas... –murmuró Roberto dirigiéndose a José Antonio.
-No, no entras en el coche, es sólo para tres –confirmó el hombre.
La mujer dijo una tontería:
-Puedo viajar encima de él... Me gusta.
Se retocó los labios, se estiró las medias de seda apoyando una
pierna sobre un sillón, descubriendo su muslo bien torneado, bronceado, que se
presentía cálido.
Roberto penetró en su dormitorio sin agregar palabra. Se sentó en
el lecho y tomó una determinación. Se iría en seguida. Presentía que le habían
entregado droga a José Antonio, que todo su esfuerzo de ese mes había sido
malogrado. Atravesó el salón y sin explicarse, se dirigió al automóvil que acababa
de dejar en la puerta. En él se trasladó al correo: “Viaje inmediatamente a Bandol
punto Traiga mi equipaje punto Entregue llaves portería punto Avise día y hora
llegada” telegrafió a Mariano en París.
Su decisión estaba tomada. Regresaría a la Argentina.
Cuando llegó a la cabaña todos habían partido. Una nota de José
Antonio le ordenaba: “Ven a buscarnos a las diez en el casino. Cenaremos allí”.
Roberto hizo tiempo, preparando sus valijas. Por teléfono,
averiguó en Marsella que el “Campana” partiría dentro de tres días. Revisó sus
papeles. El pasaporte estaba vigente y en orden las visaciones. Dentro de veinte
días llegaría a la Argentina. Junto a su madre y María del Carmen empezaría a
trabajar. Quizá se casara, tuviera hijos, y llegara feliz y rico a la vejez. El mundo
que había conocido junto a José Antonio le producía náuseas y horror. Necesitaba

Raúl Barón Biza (1899-1964) 72 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

urgentemente huir de él. Los principios morales inculcados por su madre, sus
sentimientos religiosos, habían sido sus escudos en aquella cruzada al infierno,
que duró los años que pasara junto a José Antonio.
Otro menos centrado, se hubiera enlodado, sucumbido. Rehusó
siempre participar en las fiestas de José Antonio. Fue en ellas un testigo silencioso,
inadvertido, un objeto más, diríase, en la habitación. Muchas mujeres lo acosaron
y poseyeron, con el semen caliente aún de José Antonio, deslizándose entre las
piernas. Muchas lo tomaron sin mirarle la cara en esas noches de sombras,
excitadas, enloquecidas, con las pupilas dilatadas y los pezones y clítoris erguidos,
la lengua ansiosa de mucosas, insatisfechas, insaciables...
Pero ese mundo no era el suyo, ni ésas eran sus mujeres soñadas.
Su mundo era el mismo que el de María del Carmen; organizado, sereno, con los
placeres espirituales de un buen libro o concierto, simple, mediocre, gris, sin
estruendo. Había aceptado aquella vida como medio y solución a su problema
económico en aquellos años de necesidad o incapacidad para subsistir. Pero ahora
era rico, quizá más de lo que deseara. Sentía ansias de devolverle a José Antonio
parte de lo que poseía, de lo que le había robado, de confesarse...
Pero presentía la respuesta:
-Eres un idiota. Te pasas robándome diez años, haciendo
equilibrios mentales, simulando, para después confesármelo con la intención de
que te perdone... y así poder partir con una nueva conciencia de hombre honrado.
Lo que tú quieres es dormir tranquilo y guardar mi dinero.
José Antonio le respondería así, y le aclararía que si lo había
permitido había sido sólo porque lo sabía moderado y prudente, aún en el robo.
Se iría sin decirle nada. Se iría pretextando la necesidad de estar
junto a su madre anciana.
Y José Antonio agregaría irónicamente:
-Y junto a tu renga... –
Dejó sus valijas listas. Sólo lo indispensable de su “necessaire”, en
el botiquín del baño.
Tenía la certidumbre de que esa noche José Antonio volvería ebrio
y dopado y recomenzarían las noches de París, las terribles noches blancas...

Cuando entró en la “boite” del casino con amplios ventanales sobre


el mar, había a aquella hora, pocas personas. Se cruzó con algunos conocidos que
saludó con una sonrisa y divisó a José Antonio junto a una mujer, en la mesa de
un rincón en penumbra. El “maitre” lo precedió acercándole la silla.
La mujer, joven, de facciones regulares, vestida con un “short” y
una blusa escotada, le produjo una agradable impresión. La cena fue
interrumpida varias veces por la ausencia de José Antonio al “toilette”, donde
absorbía su “price” que dejaba sobre el labio superior un blanco brillo peculiar. El
“tic” nervioso que le caracterizaba en aquel estado, enervó a Roberto. Estuvo a

Raúl Barón Biza (1899-1964) 73 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

punto de decirle que lo dejaba, que se iba en ese instante, que dormiría en un hotel,
pero tuvo piedad, lástima.
Ella explicó cómo se conocieron; era belga, las amigas le decían
“Pon-pon”. Se habían encontrado en el camino, viajaba en su bicicleta en dirección
a la villa y el auto estuvo a punto de atropellarla. José Antonio había descendido
y despidiéndose de sus amigos, continuó con ella el camino a pie.
Iba en busca de un hotel donde pasar la noche. Al día siguiente
regresaría por tren a Bruselas, pues se había separado del grupo de cuatro
compañeras que disfrutaban en aquel mes de agosto sus vacaciones en la ribera
francesa, y viajando en tercera clase, recorriendo la costa en sus bicicletas y
durmiendo muchas noches, por economía, en las playas y bajo los pinos que
bordeaban el camino.
Se había disgustado por una tontería y estaba arrepentida, pero ya
era tarde para encontrarlas. Además, ya finalizaba su licencia: dentro de ocho días
debería volver a la oficina y narrarles a sus compañeros parte del viaje que había
realizado y además lo que su imaginación agregaría.
Era sola. La guerra la había dejado a los catorce años sin padres,
que murieran durante la ocupación alemana. La común historia. Violada por los
invasores. El padre fusilado como rehén. La madre muerta de hambre y pena en
un campo de concentración. Vivía sola en Bruselas. Cuando ellos fueran, no
debían dejar de avisarle. Les enseñaría la ciudad...
-Otra botella –ordenó José Antonio al “maitre”.
-Champaña francés –decía “Pon-pon” con deleite.
Bailaron. Las piernas musculosas y bien torneadas, cubierta su
cadera con el minúsculo “short”, se entrelazaban a las de José Antonio en aquel
tango somnoliento y sexual. Los senos pequeños y erguidos se restregaban sobre
el pecho de él, separados sólo por la tenue tela de seda de su camisa y el delgado
algodón de la blusa. Los pezones se endurecían involuntariamente carentes de
pudor, denunciándola.
Empezaban lentamente a llenarse las mesas. Turistas, burgueses,
“malandras”, de todas edades, colores y formas. El mundo heterogéneo de las
boites de la Costa Azul en pretemporada. José Antonio le ofreció dormir en su
cabaña.
-Lo haría –dijo ella- porque estoy muy escasa de fondos y aquí todo
es tan caro... pero tengo miedo.
-¿De qué?... ¿no se habrá vuelto virgen?
-No... no... –respondió despectivamente a continuación, decidida-
pero no quiero acostarme con usted, no me gustan los hombres ricos. Los odio,
me han vejado tanto...
José Antonio hizo inconscientemente un gesto amargo y murmuró:
-Nadie se lo va a exigir...
-En esas condiciones... –y terminó su vaso, que el mozo de
inmediato llenó de nuevo.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 74 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Volvieron a bailar y beber y beber y bailar. Al filo de la


medianoche, decidieron ya casi ebrios, continuar la fiesta en la cabaña. Retiraron
del guardarropas el bolsón de ella, que constituía su equipaje; cargaron la bicicleta
sobre el paragolpe delantero apoyándola en el radiador y partieron hacia la
cabaña.
-¡Qué callado es usted! –dijo ella dirigiéndose a Roberto-. ¿Por qué
no bebe con nosotros? Es una noche para fiesta...
-Tengo mis razones...
-¡Déjalo... está en importante! –sentenció José Antonio.
Cuando llegaron a la cabaña ella quedó admirada, hurgó por todos
los rincones, se asombró de todo aquel confort, abrió cajones, husmeó en todos los
rincones, arregló artísticamente los floreros... y continuó bebiendo champaña
francés helado...
El fonógrafo lamentaba un tango en sordina. Roberto los vio
besarse y salió hacia el jardín. Descendió por la escalera tallada en la roca hacia el
mar. Un mar negro, azulado, con un camino de plata que llegaba hasta la luna.
Los pinos más sombríos, los olivos titilaban en lo claro del reverso de sus hojas, al
reflejo de la luz lunar. El mar en calma, sin oleaje, invitaba a caminar en él como
sobre un linóleo. La música se sentía lejana en la noche, como llegada a través del
mar.

¿Cuánto tiempo transcurrió? Prestó atención. El mismo tango se


repetía con un breve intervalo.
-Se han olvidado... estarán ya acostados borrachos... –se dijo,
iniciando el regreso.
La luz se filtraba a través de las ventanas entornadas y el volumen
de la música aumentaba al aproximarse.
Se detuvo ante la puerta. Prendió un cigarrillo y escuchó, tratando
de adivinar antes de traspasar el dintel. José Antonio tenía por costumbre, en
aquel estado, de acoplarse sobre un sofá, la alfombra o cualquier lugar cuando le
mandara el deseo. Roberto evitaba de ser posible el espectáculo. Las notas del
tango continuaban repitiéndose.
Terminó el disco y hubo un instante de silencio profundo que se
interrumpió al recomenzar una vez más aquella música. Roberto abrió la puerta.
Sobre el gran sofá estaba “Pon-pon” al parecer dormida, con una
pierna caída sobre el borde. José Antonio sentado en el sillón frente a ella, volvió
los ojos vidriosos al sentirlo entrar.
Notó que la mano derecha de José Antonio apretaba
convulsivamente el martillo que quedara aquella tarde sobre el trinchante. Los
ojos de José Antonio, lo seguían en sus movimientos: felinos, alertas.
Miró hacia la mujer. Una enorme herida sobre la frente de “Pon-
pon” como los labios de otra boca, se perdía en los cabellos, salpicados de algo

Raúl Barón Biza (1899-1964) 75 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

blancuzco como nieve. Del “short” roto, abierto en su centro, manaba un filo hilo
de sangre, que se continuaba en una línea, hasta el sillón de José Antonio.
Se resistió a creerlo. No quería imaginar. Este loco la había
golpeado y después... Se acercó a él. Le tomó el brazo y violentamente le arrancó
el martillo húmedo y ensangrentado.
-¡No! ¡No!... –se repetía mentalmente-. ¡No puede ser!...
Se acercó a ella. Le puso su mano en la frente, evitando la mancha
rojo oscura de la sangre, tomó su pierna caída y las juntó sobre el sofá. Trató de
tomarle el pulso, perdida ya la serenidad y el razonamiento.
-Se hace la muerta... –interrumpió la voz de José Antonio-. Me dijo
que preferiría acostarse con un perro...
-¿Se hace la...?
¡José Antonio estaba loco!
-Con un perro... –repetía.
Roberto se horrorizó por las consecuencias que ese hecho tendría
para él, más que por lo estúpido y brutal del crimen.
-Tú dirás la verdad, José Antonio... –imploró avanzando hacia él.
-¿Qué verdad?
-Que fuiste tú... que yo estaba afuera... –gritó fuera de sí.
-¿Qué tú estabas afuera?... ¿Y cuándo estuviste afuera? Siempre
estuviste conmigo. Hace años que estás conmigo, desde niños...
Roberto fue en busca del revólver, que había colocado esa misma
tarde en su maleta. Trató inútilmente en su nerviosidad de abrirla.
-Te voy a matar, te voy a matar como a la alimaña que eres –le gritó.
Por fin la llave giró en la cerradura. Levantó la tapa y su mano se
detuvo ante el retrato de la madre. Aquella imagen que ya no volvería a ver más.
Le pareció que de pronto tomara vida, que llorara por lo que iba a hacer. Que
llorara por él, cuando preso se iniciara el proceso. Los abogados de cárcel, los
chacales. Los venales y crueles carceleros. La indiferencia ante la eternidad de las
horas en el tinglado de la justicia. La condena. Los años sin fin en la Isla del Diablo,
entre los insectos, los escorpiones y reptiles venenosos, junto a ex hombres, a
muertos que hablan y caminan, que se disputan aún un trozo de alimento o un
jovenzuelo. Quizás intentara cruzar en una piragua el continente y de él hacia la
frontera. Quizá la aventura terminaría en una dentellada bendita de tiburón, o
disecado al sol, en un pantano de la selva, con las órbitas vacías por los cuervos y
el vientre hecho cofre por los coyotes.
Reconoció que fue siempre un cobarde, un tímido. Volvió
lentamente al salón, arrastrando los pies y el alma. Se dejó caer sobre su silla
próxima a la mesa, al lado de José Antonio. Su cerebro no marchaba. Parecíale que
su cráneo se hubiera vaciado de pronto. Comenzó a sentirse culpable a la par de
José Antonio.
-No pude contenerme –le llegó como lejana la voz de José Antonio.
Giró hacia él su cabeza y lo contempló abatido, pero despejado ya del efecto de la
droga.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 76 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Guardó silencio. Tenía paralizados todos sus sentidos. De pronto,


tomó una determinación y levantándose se dirigió a la puerta.
-¿Dónde vas? –preguntó inquieto José Antonio.
-A la policía para hacerte encerrar en un manicomio –le gritó.
-Vamos... ¡además esto! –protestó José Antonio, y señalándolo con
el índice, amenazándolo, continuó-: No estoy loco, ni borracho... fue un impulso
de la droga, lo siento más que nadie... fue esta droga maldita. No debías haberme
dejado tomarla, tú eres tan culpable como yo. Estoy a tu cuidado, te pago para
ello... y además me robas –lo acusó, levantando la voz.
-¿Pretendes complicarme en esto? –preguntó deteniéndose con su
mano en el picaporte.
-Yo no pretendo nada más que no agravar los hechos. Pero si me
obligas...
-Si me obligas... ¿qué? ¡dilo!... –gritó, aproximándose amenazador
en su desesperación.
-Si me obligas, vamos a pasar las malas como pasamos las buenas;
juntos. Si me obligas... –hizo una pausa- ¡fuiste tú! –le gritó, señalando con el brazo
el cuerpo inerte.

Hay un momento en la vida de los hombres en que se salta o


encoge. Cuando a quien se enfrenta la desesperación es evidente, cuando con
quien se lucha no hay probabilidad de vencer, cuando la caída del adversario lo
arrastra también. ¿Qué le queda al hombre sino pactar, entregarse, convertirse en
botín, obedecer?
Guardaron silencio un instante que pareció una eternidad. Se
sentía atrapado, indefenso, preso de mallas invisibles, como si una telaraña lo
envolviera impidiéndole moverse y reaccionar.
Sí, él también era culpable –pensó. Debía haberse impuesto, no
dejarlo solo; estaba a su cuidado. Cuando en la guerra –y la vida es guerra-, se
abandona una guardia, se hace acreedor a un castigo. José Antonio tenía razón; él
era el culpable o cómplice; quizá responsable indirecto pero responsable también
de aquel crimen.
-Tú olvidas –comenzó José Antonio-, todo lo que hice por ti, por tu
madre, por tu renga... Esto no tiene disculpa; daría mi fortuna por devolverle la
vida, su vida de miseria, pero vida... –después de una pausa continuó-. Si
actuáramos en la última guerra, ¿qué sería un cadáver más? Nos apartaríamos de
él como de un perro, lo enterraríamos para que no nos apestara el aire; no por
piedad... Con uniformes de soldados, este acto mío, tendría su explicación:
Derecho de botín. ¿Cómo aceptar la injuria de la hembra vencida? Haz de cuenta
que llegamos a un país conquistado, en plena guerra ¿me denunciarías?
-Pero no estamos en guerra... –murmuró Roberto.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 77 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Siempre estamos en guerra. Yo te regalaré la estancia de Cruz del


Sur –insinuó.
Volvieron a guardar silencio. La estancia de Cruz del Sur, diez mil
hectáreas de bosques milenarios, de arroyos, de cerros y valles, que él podría
transformar con su trabajo en un maravilloso Edén.
Miró al cuerpo de “Pon-pon” al que ya no podría devolverle la
vida. Pensó en los años de cárcel de los que José Antonio se liberaría con famosos
abogados y sobornos.
La policía le haría confesar que fue él quien la mató. Le apretarían
los testículos, le quemarían el ano hasta que confesara. Los médicos forenses
explicarían taras hereditarias, habría testigos contra él generosamente pagados,
expertos en careos que le harían contradecirse. Se sabría de las comisiones
cobradas a espaldas de José Antonio, su benefactor, el hombre que salvara del
hambre a su madre. Su retrato tendría para los periódicos rasgos lombrosianos,
de criminal nato. Su amante era una renga...
¿Quién creería que “Pon-pon” se había negado a José Antonio,
después de acompañarlo voluntariamente a su casa? ¡A José Antonio, el hombre
deseado por tantas mujeres!... ¿Cómo probar su inocencia?... José Antonio en el
peor de los casos saldría con unos pocos años de manicomio y unos cuantos
millones de francos menos en su fortuna.
Empezó a titubear. José Antonio se acercó intentando ponerle su
mano en el hombro.
-No me toques –gritó.
-El pozo... –murmuró- el pozo, es la solución.
¡Sí, claro, el pozo, el pozo!... ese río subterráneo que arrastraba
todo, que llevaba al corazón de la tierra todo lo que se le arrojaba, que como la
boca de monstruoso Moloch, devoraba sin dejar rastros...
En su recuerdo parecíale estar viendo un film, cuyo protagonista
no era él. Él podía ser un cobarde, una piltrafa, un hombre quebrado, pero no
podía haber sido él quien por unos pesos –muchos- se había hecho cómplice de
aquel crimen.
-Te escrituraré la estancia de Cruz del Sur... –repitió José Antonio-
Podrás irte a trabajar allí cuando quieras; podrás llevar a tu madre y a... –iba
quizás a decir “tu renga”- María del Carmen. Yo me arreglaré. Ésta es la última
vez que me “dopo” –afirmó como para sí mismo-. no tenemos otra salida. El
pozo...
Roberto asintió con la cabeza.
No había otra salida... después de explotar la madera –pensó- ¿qué
sembraría en Cruz del Sur? Podían también condenarlo a la guillotina, convertir
su muerte en un espectáculo para los pocos sadistas privilegiados que la
controlarían.
-La guillotina –se repitió, llevándose la mano a la nuca, en ademán
defensivo.
-Ven, ayúdame –le ordenó José Antonio, animándolo.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 78 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto titubeó aún un instante, quizá ya para justificarse que las


circunstancias lo obligaban. Avanzaron hacia el cuerpo de ella. Al tomarla por los
pies notó el comienzo de la rigidez cadavérica. Evitó mirarle el rostro. Actuaba
automáticamente como un robot. José Antonio la tomó por las axilas y
trabajosamente la acercaron al brocal, le pusieron los pies sobre él y la hicieron
deslizar lentamente. Cada uno la sostenía de un brazo. José Antonio murmuró:
-Suéltala...
La mano de “Pon-pon” quedó un segundo entre las suyas. Tuvo la
sensación de que se crispaba –quizás aún no estaba muerta, quizá fuera sólo
impresión- que la apretara, que le dijera adiós... Después el golpe ancho sobre el
agua. ¡Paf! Como una bofetada a plena mano.
Arrojaron al pozo la ropa manchada de sangre y el forro del sofá;
limpiaron con agua fría la mancha que lo había traspasado pero quedó un círculo
oscuro y húmedo que podía atribuirse, de no saberlo, a cualquier causa y siempre
que no lo analizaran.
Desarmaron y rompieron la bicicleta. El brocal era lo suficiente
ancho para dar paso a las ruedas; las ataron a un cordel y cuando las sintieron
arrastradas por la corriente, lo soltaron. Cuando llegó el alba, ya el crimen los unía
con la misma intensidad que el odio profundo que los separaba.
-Mañana hablaremos. Duerme si puedes –le dijo Roberto a José
Antonio, sirviéndose un vaso lleno y puro de whisky.

“Llego lunes nueve horas. Mariano” –dijo el telefonista


retransmitiendo el telegrama.
-El miércoles sale el “Campana”.
-He prometido regalarte la estancia de Cruz del Sur.
-Gracias. No la quiero...
-Bien lo mereces.
-Yo sé lo que merezco.

Sin embargo, aceptó la promesa de la escritura que le hiciera José


Antonio y cuyo testimonio le prometiera enviarle desde París, a donde regresaría
con Mariano. La cabaña quedaría cerrada, sin cuidador, para que el tiempo y los
vagabundos fueran borrando el recuerdo de aquella noche.
Viajaron el lunes a Marsella y normalizaron los pasajes. Mariano
reemplazó a la limpiadora, a la que no se le permitió entrar más en la cabaña con
el pretexto de la llegada de aquél.
El miércoles de madrugada, con el equipaje de Roberto que llenaba
el baúl y el asiento trasero del gran “Jaguar”, partieron hacia Marsella.
El “Campana” amarrado al sucio muelle, se aprestaba a una nueva
travesía. Las despedidas de práctica, el mismo maremágnum de la partida, las
clásicas discusiones con los changadores...

Raúl Barón Biza (1899-1964) 79 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

José Antonio, sentado Junto a Roberto en los sillones de la terraza


del bar, a popa, le dijo:
-Hemos pasado diez años juntos...
-Para mí fueron diez siglos...
-Sí, pero has ganado en diez años sin hacer nada, lo que otros en
cincuenta no ganan trabajando. No me debes ni te debo nada. Después de aquello,
hasta es conveniente no encontrarnos. Podrías vivir del chantaje; pero no eres de
esa clase de hombres. Te vas. No te echo...
Roberto guardó silencio. Era como un apéndice de José Antonio,
un retoño del tronco, y pese a todo, algo lo emocionaba en ese momento de la
separación.
-El dinero no te hará feliz... –dijo para romper el silencio.
-Con él, puedo comprar todo –refutó José Antonio.
-Sí, todo lo innoble, porque para lo otro no se precisa de él.
-Pero tú te encorvaste para obtenerlo...
Era cierto. Su oro –como todo otro oro-, estaba manchado. Era
sangre, mentira, lágrimas, renunciamiento, claudicaciones y muchas veces
crimen. Era lo innoble materializado en pequeños discos áureos.

VI

L a estancia, cuyos títulos de propiedad le fueron entregados


por el banco que administraba los bienes de José Antonio, debidamente

Raúl Barón Biza (1899-1964) 80 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

legalizados y pagados los impuestos a las donaciones, estaba constituida por diez
mil hectáreas y separada del pueblo de Cruz del Sur por el río del mismo nombre.
En invierno era un inmenso zanjón en que se arrastraban como
viboritas hilos de agua entre las piedras y el lecho de arena, pero al comienzo del
verano, cuando llegaban las lluvias de primavera y los cerros volcaban el agua
recogida en sus laderas, se transformaba en un torrente de espíritu maligno que
arrastraba ramas, troncos de arbustos y hacía rodar las piedras limando sus
ángulos hasta convertirlas en pesadas y deformadas pelotas de fútbol de diversos
tamaños. En esos meses su vado era peligroso y muchos habían sido arrastrados
con sus cabalgaduras y encontrados días después, flotando grotescamente
hinchados y pestilentes en algún remanso.
Se hablaba del puente que construiría el gobierno, generalmente en
los meses que precedían a las elecciones. Los viejos lo mencionaban diciendo:
“Promesas de candidatos”. Y la realidad era que el río seguía devorando hombres
y bestias que, confiados, no hacían el largo rodeo de veinte leguas que exigía su
seguro vadeo.
La estancia tenía un nombre indio cuyo origen nadie sabía explicar
y cuya traducción era Cerro Viejo. Una casa de gruesos muros, con mirador,
cerrada como una fortaleza, y que dataría de mediados del pasa do siglo. En su
origen había servido de fortín a los señores de la zona y abarcado decenas de miles
de hectáreas, que los sucesivos herederos habían ido trocando por alhajas y
vistosos trapos en París y Buenos Aires para sus esposas y amantes.
La mayor parte eran montes de algarrobo y de quebracho, y sólo
una pequeña parcela desmontada y cultivada proveía de forrajes a los animales
de trabajo. Dejando aparte la sierra podía limpiarse y cultivarse más de un diez
por ciento de la propiedad. Los árboles no sólo pagarían el costo de la limpieza,
sino que dejarían buena utilidad convertidos en postes de telégrafo y de
alambrados, varillas y adoquines. Con el sobrante se podría hacer leña.
Claro es que de existir el puente podría cargarse y venderse
oportunamente y mejorar la producción. Pero esperar el invierno obligaba a
almacenar durante meses la madera, emparvar la alfalfa y entregar el maíz fuera
de época y precio. Quizá fuese zona también de olivos. La tierra era negra,
caliente, había estado esperando millones de años el arado. Tierra que permitiría
dos cosechas. Vientre fecundo, rico en futuras pariciones…
El humus del bosque acumulado llegaba hasta 60 centímetros de
profundidad en los valles y el agua abundante, dulce y potable, se encontraba a
los diez o doce metros. Tenía que cercar su perímetro; reparar las habitaciones y
techos, hacer un piso de cemento en el gran galpón que cerraba “las casas” en su
parte posterior. Había olvido de ayer y trabajo para toda una vida.
Puso manos a la obra. Lo hizo con fervor místico, con la intención
de morir en esa tierra que, pese a la forma en que la adquiriera, amaba
intensamente por saberla suya, solamente suya y que nadie podría arrebatársela
ni hollarla sin su permiso.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 81 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Todo lo que dentro del perímetro de sus alambrados la naturaleza


diera, era suyo. Aves, caza, frutas, madera… Y tan suyo, que si alguien intentara
tomar algo de ella, podía impunemente castigarlo con la cárcel y hasta con la
muerte.
Aquel pedazo de mundo, aquel minúsculo cuadradito de tierra,
era suyo. Las estrellas podían ser de todos, pero “Santa María del Carmen” como
la denominó, era suya, y algún día, de sus hijos.

-Deberías casarte –le había aconsejado la madre.


Sí, debería casarse… pero cuando la estancia estuviera en
condiciones, cuando encontrara la mujer dispuesta a parir, a alegrarse y sufrir con
él en las lluvias y sequías. Cuando encontrara hembra a quien brindarle el fruto
de su esfuerzo, cuidarla, amarla.
Debería buscar mujer simple, que lo esperara al atardecer y lo
despertara con la madrugada. Mejor, una mujer poco instruida, de anchas caderas
y desarrollados senos; para campo, con alma de vaca antes que de yegua. Mujer
tranquila, que le pariera todos los años junto con el ganado, los hijos que le
ayudarían a arrasar el salvaje monte y laborar después la tierra. Que lo
acompañara a rendir a la vida el holocausto de su trabajo.
Preparar “Santa María”, como la denominaban abreviando, para
cuando llegaran su madre y María del Carmen en los próximos veranos,
demandaría cuando menos un año.
Vendió parte de su oro y con él trajo un enjambre de obreros. Las
cargas de Rosario y la Capital llegaban periódicamente: carros, molinos con
tanques australianos desarmados, caballos, yeguas y mulas, arneses, alambres;
eso sí, sus alambres tendrían dos hilos de púa, uno para los animales en el centro
y otro para los hombres, encima.
Empezaron hachándose los árboles que daban magníficos postes
de madera dura. Con ellos iba a hacer un alambrado para cien años, con pocas
tranqueras y cerradas a llave.
Los albañiles comenzaron las modificaciones del vetusto caserón.
Aquí un baño, allá el salón, su escritorio, el comedor amplio, grande, como para
diez hijos que lo bendijeran en su vejez…
Se adaptaron las habitaciones sobrantes y sobre la galería interna,
reparada de los vientos, los dormitorios. Había que ponerle pisos de baldosas, que
proporcionaran frescura en el verano, pintar las vigas viejas y duras, reemplazar
algunas tejuelas, cepillar las ventanas y puertas casi centenarias..
Había que avanzar sobre el bosque, arrancar las raíces que se
abrazaban bajo la tierra y que romperían las rejas de los arados. Había que tirar
una línea telefónica que lo uniera al mundo, atravesando el río; había que
abovedar caminos y asentarlos con piedras del río; había que plantar algunos
frutales y cedros para las generaciones futuras; había que hacer amplios corrales
y un brete para vacunar en las épocas de epidemias y un vivero que le surtiera de

Raúl Barón Biza (1899-1964) 82 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

árboles aclimatados y sanos, y al fondo transformar una habitación aislada en


capillita, donde poder pedirle a Dios y a solas, perdón por sus pecados, y
enseñarles a sus hijos la buena senda.

-Ni impotente ni pederasta –recordó que le dijo aquel día Rubén


Burton, dando una bocanada al aromático María Guerrero-, simplemente harto,
cansado, de lo físico de la vida.
-En general –continuó- la gente tiene vocablos especiales para
calificar a aquellos que se alejan: loco, degenerado…
Él era uno de aquellos que se habían alejado, indigestado, harto de
mentiras, de hembras y amigos. Poseía una hermosa finca a la vera del camino,
cerrada por un cerco de pinos, como una muralla del medioevo y lo había invitado
en un encuentro ocasional a pasar unos días en su propiedad. Meses después
Roberto debía llegar hasta aquella provincia, en dirección a la rioja, en busca de
estacas de olivo. Recordó la invitación y se detuvo.
Rubén Burton, continuó:
-La tierra es lo único puro y limpio. Me alegro y sufro con ella en
sus cosechas o sequías. Soy rico, pero la mujer creó en mí un complejo. Estuve
casado veinte años. ¿Usted imagina veinte años con una misma mujer?
Juntó sus recuerdos como un mazo de barajas, bebió un sorbo de
su “fine Napoleón” y continuó:
-Veinte años… Exigiendo todo y no dando nada. Honesta y estoica.
Refregándome como una dádiva diariamente su fidelidad. Me hastió –la amaba-
y me asqueó. Hoy tengo alergia a toda mujer. Este hecho no me obliga a la
sodomía. Cuando sentía hambre de amor, me ofrecía como un paliativo la crema
chantilly de su sexo. Con ello, se creía, debía estar pago. Un cerebro
subdesarrollado, con labios bien pintados. Cuando se enamoró de un amigo,
creyó hacerme un daño. Al liberarme de su abyecta intimidad, recomenzó la vida,
pero la hembra como tal había muerto como estímulo vital.

María del Carmen había abierto en Buenos Aires un pequeño


consultorio, cercano a la casa. Le habían dado un cargo en un dispensario de
lactantes y ya nada precisaba de Roberto, desde el punto de vista económico.
La doctora –como la nombraba su madre-, seguía cuidándola con
amor de hija. La doctora vestía sobria y elegantemente. Cuando la vio por primera
vez después de tantos años en su consultorio abarrotado de clientes pobres, con
chiquillos sucios, llorosos y escuálidos en los brazos, y la contempló a través del
escritorio con su delantal blanco y sus ojos verde-azules, enmarcado su rostro ya
de mujer por los cabellos castaños y ondulados, sólo supo decirle:
-Estás preciosa, María del Carmen. Así sentada pareces algo de
película…
Ella bajó la vista y jugó un momento con un abrelibros de metal
dorado.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 83 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Sí, sentada quizá pareciera algo de película, porque como en ellas,


sólo se veía el escenario enfocado…
Un crucifijo de marfil antiguo, colocado tras su sillón daba al
consultorio una tonalidad extraña y mística.
La mesa de examen con su sábana de papel, una vitrina con
diversos instrumentos y un sofá y dos sillas, completaban el moblaje. El piso de
linóleo rojo hacía resaltar el cromado de los muebles.
-Estuvimos pensando en ello –respondió cuando Roberto le indicó
la conveniencia de instalar el consultorio en el centro y en un departamento que
sirviera a la vez de habitación- pero de ser posible quisiera quedarme aquí, en este
barrio. Mamá no es problema en ese sentido. Ella está conforme siempre. La
cuestión, Roberto –afirmó- es que quisiera poderlo hacer con mi trabajo, y tú
sabes… mis pacientes son pobres, no todos pueden pagar y a algunos hay que
ayudarlos… Cuando encontremos algo conveniente, te consultaré, pero todavía
debemos conformarnos con esto…
María del Carmen lo miró fijamente y se produjo un silencio.
-Yo puedo ayudarte –protestó Roberto-. No es ningún sacrificio.
-Compréndeme… preferiría poder hacerlo yo.
Cuando esa noche la madre explicó a Roberto las razones de la
actitud de María del Carmen, él protestó:
-Es una tontería… En todo caso lo que le adelantara me lo podría
devolver.
-Hijo, María del Carmen no te podrá devolver nunca lo que tú
hiciste por ella… porque una ilusión no se paga, no se devuelve, no es préstamo.
-¿Qué quieres decir, madre? –inquirió.
-Nada más que… su ilusión, su amor a vivir, a ser lo que es, quizá
te lo deba a ti, a su anhelo de que estuvieras orgulloso de ella… ¡Qué sé yo!...
-Estaba preciosa, sentada con su delantal blanco frente a su
escritorio –comentó Roberto.
La puerta se abrió y entró María del Carmen. Su andar era como el
de un barco en la tormenta, se inclinaba hacia un lado y bruscamente, al apoyar
la otra pierna, se erguía varios centímetros para volver a disminuir su estatura y
encorvarse, como si sufriera, como si perdido el equilibrio, fuera a caerse.
Sonriendo llegó hasta el sillón donde al sentarse, quedó la pierna
rígida destacándose en la alfombra.
-¿Estaban hablando de mí?... Eso es telepatía, lo leo en los rostros
de ustedes.
-Sí, Roberto me decía de llevarnos al cine –mintió la madre-. Vayan
ustedes, yo me quedaré en casa. Esas películas de hoy no me agradan.
-¡Anímese mamá!... ¡Qué buena idea! Hace tiempo que no voy al
cine. ¿Y qué película has elegido? –preguntó a Roberto.
-Pues… había pensado que decidieras tú…
-Por favor, alcánzame el diario… -rogó a Roberto.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 84 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Los ojos de la madre se volvieron más brillantes; era como si se


hubieran barnizado de pronto.

VII

U na mano sarmentosa, con uñas fileteadas de negro, tomó la


tarjeta de identificación y procedió a palparlo de arma, con desgano. El hombre
hizo una mueca a otro uniforme tras las rejas, que fueron giradas con estruendo
metálico. El locutorio o vestíbulo que hacía de tal en el pabellón que alojaba los
presos políticos, se diferenciaba sólo de los otros en que los bancos habían sido

Raúl Barón Biza (1899-1964) 85 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

reemplazados por toscas sillas de madera y no existía el alambre tejido que


separaba visitantes de procesados.
Villa Devoto era una cárcel con blasones democráticos. Por ella
habían pasado desde lo más infamante hasta lo más encumbrado de la
nacionalidad; ministros, embajadores, generales, presidentes.
Era una prisión que retenía los procesados hasta la sentencia. Y en
oportunidades, los gobiernos la emplearon para vejar a la oposición, doblar el
espíritu, objetivo que consiguió en muchos que se enrolaron en la política,
ignorando la terrible aspereza del camino. Camino de escenografía, teatral, con
bambalinas floridas y orquestado por los actores, aplausos y banderines a los
triunfadores.
Presentado el espectáculo, que se sucedía por los siglos, el día del
triunfo era una “esperanza de promesas cumplidas”. Contemplado desde la plaza
pública, era emocionante la hermandad de los dirigentes, la nobleza de las
intenciones, el desinterés por las masas que los eligieron César o presidente. Hasta
que llegara el reparto.
El guardián le indicó que tomara asiento y rudamente le ordenó
esperar.
De pronto como recordando algo, el guardián se volvió a él y le
hizo una sonrisa, era sembrar. Sonreír a los que detentaban el poder y a los que
podían reemplazarlos. Su intervención en la política era mantener el equilibrio en
su cargo de guardia cárcel. La ardua dirección del país era para cerebros
privilegiados. Él se conformaba con pasarles la mano por el anca… ¡Chist!...
¡Chist!...

Las aberturas de rejas parecían imantar la luz del sol, como si sus
rayos se debatieran en los barrotes que las cruzaban. Las rejas se repetían en los
muros, en el piso de portland, atravesaban las sombras de los hombres, y llevaban
su frialdad de acero a las almas.
Hacía años que no se encontraban. La relación la había mantenido
el correo y las noticias dispares de los diarios. Para unos –los menos-, los que se
debatían de pie por un permiso de papel, Víctor Curza simbolizaba una
esperanza, el futuro líder de los oprimidos, el Mesías esperado por las masas
proletarias; para los oficialistas, los poderosos rotativos subvencionados por el
gobierno, de numerosas páginas y lujosos suplementos dominicales, era el vende-
patria, el traidor a su clase, pagado por el oro comunista, como si entre éste y el
de Wall Street hubiera diferencia específica.
En aquella lucha y el correr de los años Víctor había perdido su
madre, curado su asma y vaciado su bolso.
Todo lo canallesco, todo lo vil de la vida, todo lo innoble lo había
conocido en su trajinar por los comités. La traición, la ingratitud, la venta del
hombre, el abrazo de Judas, todo lo había enfrentado en esa lucha en que iba
quedando solo, abandonado.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 86 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Muchos partían cansados del sacrificio de bienes y familias.


Cansados de esconderse, de huir, de servir de parachoque a las brigadas policiales
y terminaban por escupir sobre lo que creyeron ideales e ídolos.
Otros, los más, pasándose al adversario, llevándose la traición para
hacer más meritorio el salto.
-¿Qué te indujo a esta lucha, tú que nada precisabas? –le preguntó
Roberto.
Víctor le ofreció un cigarrillo, tomó otro y lo encendió lentamente,
como buscando la respuesta, desconcertado…
-Quizá –murmuró como respondiendo a sí mismo-, fuera que por
tenerlo todo precisara “algo más” –y afirmó-: El hombre satisfecho es un cerdo. El
espíritu no se llena con un buen yantar.
En el principio de su vida de privilegiado, había notado pequeñas
injusticias. Diferencias absurdas, clasificaciones inexplicables. No estaba
convencido de que lo que se afirmaba como justicia, lo fuera entre los hombres.
Los libros prohibidos le confirmaron sus dudas. El hombre debía luchar,
ofrendarse y debían ser ellos, los que tenían medios económicos y coraje para ello.
-Usted es joven. Usted es rico. Usted es valiente… Está obligado a
luchar por la justicia y la libertad.
Así le habló aquella noche en Carrasco el viejo luchador en exilio,
explayándose sobre el latrocinio de los gobernantes, la insaciable voracidad del
Estado, del duro vivir de los trabajadores, de los exorbitantes presupuestos para
las representaciones diplomáticas, armamentos, desfiles, misiones personales,
negociados, elecciones…
-Siempre ha sido así. Siempre será así –lo interrumpió Roberto,
fatalista.
Y para que no lo fuera mañana, se había enrolado en las filas de la
oposición, enfrentando las dictaduras que sucedieron a Yrigoyen.
Su fortuna, cuyo control abandonara durante exilios y cárceles,
permitió enriquecerse a sus administradores, empobreciéndolo a él.
Financió campañas políticas, revoluciones, repartió armas que con
amargura comprobó fueron pignoradas en casas de compra-venta; subvencionó
periódicos partidarios, pensionó a madres e hijos de correligionarios prófugos,
salvando así las honras de muchos que mañana llegarían a las Cámaras y los
alfombrados despachos ministeriales; ayudó a escapar, ocultó perseguidos de
todo color político, se jugó para salvar la vida de los complicados en Plaza de la
Merced. Costeó los trenes que llegaban repletos de la urbe, para llorar al líder
muerto y cuando el partido necesitó que alguien enfrentara al poderoso general,
jefe de policías bravas y asesinas, temblorosos y tartamudos, recurrieron a él.
Era toda una vida, toda su juventud y fortuna dada a un ideal, a
una doctrina. “Debemos dejar a nuestros hijos más libertad de la que recibimos.
Podemos dilapidar nuestros bienes materiales, pero no la libertad, que es un
tesoro acumulado en dolorosa lucha por la humanidad. Pertenece a ella. La
recibimos como antorcha de los que parten y debemos entregarla más brillante

Raúl Barón Biza (1899-1964) 87 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

aún a los que llegan”, había escrito en su periódico revolucionario, cuyo verbo
encendido, en aquellas noches de miedo le había costado meses de cárcel y años
de exilio. Con ello había hecho antorcha, mantenido la llama de la rebelión, de la
esperanza, para el partido.
Había enfrentado todas las dictaduras, desde la caída de Yrigoyen.
Desde su agrupación, donde se enrolara el futuro de la nacionalidad, desafió las
botas lustradas, las poderosas empresas periodísticas, los trusts internacionales y
los traidores y espías.
La difamación del adversario lo cercó, cortándole aquí y allá todo
paso. En el litoral, sobre los bosques y canales del Río Uruguay, se unió a lo viril
de la patria, les llevó ayuda, peleó, fue hecho prisionero e internado. Y volvió a
pelear…
Cuando las armas escasearon, cuando se creyó preparado el
momento, ordenó la fabricación de bombas. Una estalló en manos de un maestro
que la construía y ese accidente llevó nuevamente a los complotados a la cárcel…
-Tienes que afiliarte a nuestro partido. Él es la nacionalidad.
Representa el trabajo de una comunidad. Es un partido de centro, aglutina toda
religión, toda posición, toda cultura. Es un núcleo de esperanzas que la oligarquía
mercader de la patria, no ha podido aún dividir.
El hierro volvió a chirriar en sus goznes sin aceite. Se aproximó a
ellos un joven delgado, de nariz aguileña, modestamente vestido.
Víctor lo presentó.
-Mi abogado, el doctor…
-Si es cierto que no podemos decidir, no elegir lugar, ni clase social
donde nacer –continuó Víctor-, verdad es que no podemos dirigir nuestras vidas
y llegar a otras clases. Llegar no quiere decir subir en la escala material del dinero.
Muchos hay que no lo intentan y algunos que renuncian a su clase, para sumarse
a la lucha de esa humanidad con su hambre de pan y de justicia.
-No… -interrumpió Roberto-. No estoy preparado para
comprenderte. He luchado mucho. Sería incapaz de desprenderme
voluntariamente de algo mío…
Señalando a Roberto, Víctor afirmó:
-No podemos condenarlo. Está en su derecho, un derecho que
justifica todos nuestros odios, todos los incendios, todas las horcas –y excitándose-
. Hay que continuar la lucha. Hay que luchar con todos los medios, con todas las
ansias, para no prolongar esta agonía de sangre, miedo y lágrimas de la
humanidad. Hay que colgar las togas, los sables y las sotanas. Hay que guiar al
hombre, enseñarle a deletrear el verbo de la justicia, de la igualdad, de la
dignidad, a las buenas o a patadas, porque el hombre ama por comodidad la
esclavitud. Enseñarle a caminar erguido. Mezclar los complicados juguetes de los
niños oligarcas, con las sucias muñecas de trapos viejos. Dejar que los niños se
tomen de las manos y jueguen. No reprenderlos porque han cruzado una senda.
Hay que lapidar, romper a culatazos el cráneo de aquel que ordena disparar
contra el pueblo. ¿Sabes, Roberto, que la clase gobernante del viejo Egipto negó a

Raúl Barón Biza (1899-1964) 88 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

la plebe, durante siglos, el derecho a tener esperanza de otra vida? ¿Sabes que por
milenios lucharon para poder poseer una modesta tumba que les asegurara la
supervivencia, aun en las mismas condiciones miserables? ¿Sabes que los
oligarcas de hoy, los poderosos industriales y estancieros, son los descendientes
espirituales directos de aquellas castas?
-Está loco- pensó Roberto.
Pero su abogado, que se iniciaba en política, que empezaba a
arrastrarse, necesitaba aún el apoyo de Víctor Curza y sonrió, aprobando las
palabras con gestos de asentimiento.

El politicastro tiene por sola razón de existir, trepar, subir,


arrastrarse hasta la cumbre, llegar al poder. Para él no existe otra meta. No
traiciona cuando traiciona; no miente cuando miente, no adula cuando adula; no
promete cuando promete. Es su ley. Cumple su destino, como una maldición de
la que no puede liberarse. Sus comienzos están en la mesa de café de un barrio
cualquiera. Le consta que la vida es difícil, que el horario de oficina es estricto,
que la paga es poca. Descubre una posibilidad de llegar charlando. Él hará que el
horario del taller y la oficina sea menor, él obligará a las empresas a mejorar los
jornales, él terminará con la policía torturadora y coimera; él hará respetar la
soberanía, él cortará las uñas a los petroleros internacionales; él les obligará a
comprarnos todo lo que nos sobra y vendernos todo lo que precisamos, él hará de
su país una potencia militar temida y respetada; él dará libertad de prensa y
palabra; todos seremos felices y ricos.
Pero tiene que llegar. Es entonces cuando la barra lo designa para
ocupar un lugar en la larga lista de autoridades del subcomité político de la
parroquia.
Por primera vez, ve el orgullo en los suyos, cuando les enseña su
nombre impreso en vigésimo lugar de la lista. ¡Cuánto mejor se ve su nombre en
letras de imprenta! El gerente le da licencia los sábados por la mañana para que
atienda sus asuntos políticos (Puede llegar –se dice). Rompe con la novia, pues su
tiempo lo debe al país. Observa horas enteras frente al espejo roto y mugriento,
sus gestos de orador. Le sustrae dinero a la hermana, a la madre, para poder ser
rumboso en el café. Obtiene prestado un grabador y escucha durante horas
interminables sus peroratas revolucionarias, plagiadas de libros de discursos
famosos. En la parroquia, el día de las elecciones internas, votan 219 afiliados –se
votan a sí mismos- pasa su nombre inadvertido y es electo. Tiene un cargo político.
Puede pedir favores. En la oficina le aumentan el sueldo y le disminuyen el
horario. La madre y la hermana le ofrecen sus ahorros para el nuevo traje. El tío –
de mejor posición económica-, lo invita una noche a cenar. Ha subido el primer
escalón. La espera es larga. Las próximas elecciones están fijadas para dentro de
dos años. Pero esto no lo afecta. Es joven, tiene tiempo. Se atreve a sentarse junto
a los semi-capos y los aprueba humildemente, les miente multiplicando sus

Raúl Barón Biza (1899-1964) 89 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

amigos afiliados, promete a todas las fracciones apoyarlas y las traiciona


ordenando a sus pocos secuaces borrar los más capaces y peligrosos para su
camino. Consigue un nombramiento de barrendero y otro de maestra. Su
prestigio aumenta. –“Cuando lleguemos –afirma- tú ocuparás el lugar que te
corresponde”. Crea intereses en torno suyo. Ya tiene “barra”, casi secretarios ad
honorem y que le prestan dinero para la impresión de volantes y afiches.
Pronuncia en el comité frente a treinta personas su primer discurso. Habla de
Irigoyen –que sólo conoce en fotos- de Alem el suicida, de San Martín... Ha leído
El Príncipe, Mi Lucha y la historia de las Revoluciones Rusa y Francesa y aunque
no las comprende, presiente que la historia se repite.
Pasa horas y días en el pequeño cuarto de comité adulando. Le
hace una zancadilla al secretario del comité y lo reemplaza. La elección se
aproxima y sus ya numerosos amigos lo designan candidato a Concejal por su
parroquia. Llega. Ante el asombro y orgullo de sus familiares toma posesión de
su banca en el Salón Dorado del Palacio de la Intendencia. Su ex patrón lo invita
a su casa, le presenta a su esposa, su hija soltera y le pide trate de obtener una
concesión que “les puede reportar a ambos fabulosas ganancias”. Le indica
además cómo proceder con sus camaradas. Los atrae a varias entrevistas en donde
el whisky importado no se mide, les promete participación, garantizada por la
palabra de su ex patrón y un amanecer cualquiera, con quórum mínimo es
aprobada por los complicados. El reparto se cumple. Sus colegas lo admiran y ya
no lo discuten. Compra a plazos un auto, que nunca pagará, pues el vendedor está
en violación municipal y en réditos. Invita a salir con él, a la hija de su ex patrón
y termina en amores con la esposa de aquél. Si llegara a diputado, él podría
obtenerle para la empresa la exclusiva de la venta de nafta a los aviones, en el
aeroparque. Hacen números juntos. La multiplicación recuerda la bíblica de los
peces. Pero hay que costear su campaña. La duda por la inversión se termina
cuando la esposa y la hija lo apoyan. Y vuelve a triunfar. Ya es diputado nacional.
Tiene privilegios e inmunidades. Se votan aumentos de dietas y viáticos y se
obtiene la concesión de los carritos en la Costanera o puestos callejeros que se
subalquilan a peso de oro adelantado. Su cuenta bancaria se traslada al Uruguay.
Se hace invitar oficialmente por un país cualquiera y aprovecha para regresar con
un valioso contrabando.
-Regalos para los ministros – dice sonriendo al vista aduanero.1

1 Próximamente: Mis hermanos, los buitres (Política). Obra del mismo autor.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 90 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

VIII

T enía el minuto de los 15 años, la "beauté" del diablo. Alta,


delgada, armoniosamente formada, de cabellos castaño oscuro con reflejos de
incendio, que ondulaba pacientemente en rollitos de papel, antes de dormir.
Desde hacía tres años, en que llegara a mujer, vivía en el mundo de
las películas y revistas europeas y americanas, que le decían de existencias
maravillosas en otros continentes y en los que parecía que todo fuera fiesta, sol y
amores con hombres que semejaban dioses griegos, y que ella aproximaba a su
imaginación, entornando los ojos a través de los textos de estudio en los días de
internado en aquel convento de la ciudad de Córdoba.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 91 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Nacida en Cruz del Sur, que se extendía sobre una de las orillas del
río, había pasado sus primeros años en la forma común de las chiquillas
privilegiadas y como correspondía a los hijos de los "notables" del pueblo.
Su padre, intendente dos veces, ocupaba en aquella época el cargo
de Jefe político del Departamento, con perspectivas de obtener una diputación
provincial en la próxima elección.
Su casa, de amplias galerías, una de las mejores del pueblo, y el
jardín, separado por una verja de la acera, quizás el mejor cuidado gracias al
jardinero que percibía sueldo como agente policial.
Cuando terminó sus estudios elementales al orillar los doce años,
fue enviada a un convento de la capital donde se educaba lo más selecto de la
provincia; las hijas de los tamberos ricos, almaceneros mayoristas, hasta las del
Señor Gobernador; todas las de aquellas familias pudientes que obligadas a vivir
en la provincia no deseaban separarse de sus hijas más tiempo que el transcurrido
en los días laborables de la semana.
El colegio abarcaba una manzana. De sólidos muros y ventanales
clausurados por persianas y gruesos barrotes cubiertos de tupidos alambres que
impedían asomar a la calle, con un inmenso patio en el centro, al que circundaba
una galería doble. La primera daba sobre las aulas, los comedores y la dirección,
y la superior correspondía a los amplios dormitorios que albergaban
aproximadamente a doscientas jovenzuelas. Un harén sin sultán.
Entre aquellos muros aprendió historia adaptada su época, la vida
de los santos, nociones de geografía y matemáticas; a bordar y también a mentir,
a simular, no dejar traslucir ninguno de sus sentimientos, escudo que presentía la
defendería en un mundo regido por los hombres. Y manejado por ellas desde el
lecho.
A simular, mentir y soñar con el día del derrumbe de aquellos
muros de Jericó que detenían sus ímpetus correr con los cabellos sueltos y
desnuda por los campos con los pezones erectos, con una guirnalda de flores y
espinas en torno de sus caderas, en aquellas noches de comienzo de verano.
De sus sueños despertó con el primer beso de amor que le dio una
condiscípula mayor que ella.
-Esta noche iré a ti: jugaremos a los casados ¿quieres?... Tú serás mi
mujer.
La esperó temerosa, como si realmente fuera una cita de amor. En
el patio conventual era tan extraña la figura de un hombre… Cuando al pasar de
las horas se escuchó el sordo respirar de la hermana dormida en un extremo del
salón y se movió la cortina que separaba las camas de las compañeras, ella,
temblorosa, le dijo en voz baja:
-Vete… no quiero…
Pero su cuerpo sentía ya junto a sí el otro ardiente a través del tosco
camisón. Sintió la mano sobre sus labios indicándole silencio y de inmediato, otros
labios carnosos, ardientes y húmedos que en un principio intentó esquivar. Se
quedaron así unidas unos instantes. Sintió el cuerpo que subía lenta, felinamente

Raúl Barón Biza (1899-1964) 92 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

sobre el de ella, y las piernas que en sus movimientos de serpiente recogían la tela
del camisón y entrelazábanse desnudas y tibias a las suyas.
Era primavera y tenía ya trece años…
Contuvo su respiración agitada. Aquellos labios buscaron su cuello
y los sintió sobre el lóbulo de la oreja, una mano trataba de desabrochar el camisón
que impedía llegar a su diminuto y ya formado seno, y después una deliciosa
sensación. La cama crujió en el silencio de la noche.
Era primavera y tenía ya trece años…
Fue de pronto un espasmo que recorrió su piel y sus entrañas. Una
sensación jamás sentida que ahogó un grito en su garganta. Una sensación que le
hizo crispar sus manos sobre los cabellos de su compañera.
Después fue laxitud, cansancio, bienestar nunca experimentado…
Aquellas noches se repitieron hasta la llegada de los exámenes. Las
ojeras, denunciaban aquella larga espera del ronco respirar de la hermana que
cuidaba el dormitorio de veinticuatro camas. El médico recetó inyecciones de
calcio, tónicos, menos estudio y sentenció: Es la pubertad…

Aquel verano, Aurelia Rivero lo pasó junto a otras compañeras de


excursiones por el río, y cabalgatas a las estancias vecinas. Un baile al mediar las
vacaciones, al que la madre le permitió asistir acompañada de su hermana mayor
y un matrimonio amigo.
Como todas, los flirteos de su edad, y el primer encuentro con el
fauno mitológico del que no se libra ninguna mujer, fue un atardecer ya en
sombras. La atrapó bajo los árboles frondosos de la quinta. Le pareció que de
pronto, al viejo amigo del padre, le crecieran barba y cuernos enrulados, que el
lustroso calzado se transformara en sucias pezuñas cabrías.
El viejo senador la había tomado cariñosa y dulcemente por la
cintura, para caminar bajo la arboleda como otras tantas veces. Sintió de pronto la
mano bajo su pequeño seno derecho, el timbre de la voz que le hablaba se fue
enronqueciendo, la marcha se hizo más lenta y ella comenzó a presentir el motivo
de aquella transformación.
Cuando la mano entornó decididamente su pecho y el senador se
detuvo, atrayéndola sobre sí, un temor respetuoso la inmovilizó. ¿Cómo protestar,
cómo gritar contra el poderoso y omnipotente protector y amigo de su padre?
¿Tenía ella derecho a darle a los suyos tal disgusto? ¿Y si ello fuera hasta un
derecho del omnipotente senador?
Los labios carnosos y cansados se apretaron a los secos y
temblorosos suyos; la otra mano acarició su cadera, descendió sobre su nalga,
levantó su falda y apretó su pequeño y duro trasero de pelota de fútbol, buscando
el elástico de su calzón.
Jadeaban ambos; de deseo él, de terror ella. De ese agradable terror
que lleva a aproximarse cada vez más al borde del precipicio. A lo lejos entre los

Raúl Barón Biza (1899-1964) 93 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

árboles las casas. En su derredor un espacio alfombrado de fresco verde, bajo el


damasco en fruto. Sintió el peso de aquel cuerpo, intentando doblarla hacia el
suelo, sosteniéndola por la cintura. Se tomó con ambas manos al traje de él,
buscando mayor apoyo para no caer, apretó sus labios para no gritar. Sus piernas
se abrieron y en ese instante sintió a través de la tela, el deseo hecho ariete.
A su contacto con la realidad, como despertando de un sueño
hipnótico, se irguió de pronto desprendiéndose de él y emprendiendo veloz
carrera hacia las casas.

Al siguiente día se confesó. El viejo cura la amenazó con el fuego


eterno y la ira de Dios. Pensó que era injusta aquella penitencia de diez rosarios,
pues ella no había querido ni permitido que la tomara.
Se inició en ella un período de misticismo que la alejó de los grupos
juveniles.
Hizo penitencia privándose de los dulces y de sus salidas
semanales. Hubo ocasiones en que hubiera deseado imitar aquella vida de Santa
Teresita, cuyo amor a Jesús le parecía casi humano. Cuando se reiniciaron las
clases se negó terminantemente a continuar los juegos nocturnos del año anterior.
Sería virgen y pura –se decía-, para el esposo que Dios le eligiera;
y cerrando los ojos se imaginaba a orillas de un lago donde un joven trovador le
cantara versos de amor, la obsequiara con delicadas e hirientes rosas y simulara
robarle un beso en la nuca.
Se dedicó con ahínco al estudio, siendo pronto señalada como
modelo en su clase. Cuando el deseo, que comenzaba con una pequeña inquietud,
se insinuaba, ella recurría a la oración y en una oportunidad al flagelo, para arrojar
de sí al demonio que le parecía que entre las piernas, le hacía cosquillas con la
lengua.
Aurelia cumplió sus quince años espléndidos, virgen, como una
flor que se abre a la vida, que se ofrece a todo lo bueno que imaginaba era ésta.
Hermosa, espléndida como toda flor de planta abonada.

Fue como si un rayo de luz hubiera penetrado en la habitación,


como el abrir de una ventana una mañana de primavera. Ella entró juguetona y
alegre, con unas flores en las manos, como entran en escena las damas jóvenes en
las operetas, luciendo un traje descotado de liviano y ordinario percal del año
anterior y que estrechaba sus ya brotadas formas de mujer. Era el minuto del
diablo, el minuto en que se abre el capullo, el minuto en que toda mujer es
hermosa, esa obertura, esa sinfonía, ese maravilloso despertar de la mujer en su
misión sacra de guardadora de la especie. Sonrió a su padre y al intentar hacerlo

Raúl Barón Biza (1899-1964) 94 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

con aquel desconocido, se detuvo ante esos ojos que la miraban en tan extraña
forma, y con tal intensidad que se imaginó de pronto desnuda frente a ellos; su
rostro se cubrió de rubor, se detuvo indecisa, torpe, indefensa.
El padre, indiferente, ajeno a todo, señalándola dijo:
-Es mi hija Aurelia…
Roberto se levantó para saludar, tendiéndole su mano.
Cuando las pieles se juntaron, en un leve roce de manos, el
desconocido y brutal choque de células se había producido. Aquel choque
inexplicable, misterioso, llegado de pronto y de un más allá que despertaba un
deseo irrefrenable, el sentir la epidermis o la voz en su primer encuentro. Ese
deseo que salvaría todo obstáculo para tomar y entregar. Que negaría a la ma dre,
al hijo y vendería a su Dios. Ese deseo que se llamaba amor y que no era más que
una reacción de hormonas a través de la tenue transpiración o temperatura de la
piel. Amor físico, deseo que se revolvía dentro del bajo vientre, que tiranizaba,
torturaba, que hacía mirar con envidia el acoplamiento de los perras en la calle,
de las aves, de los insectos, que no conocían otras leyes que su deseo y que vivían
libres, sin padres, ni leyes, ni dioses.
Pero él la había soñado así, con el rostro limpio, sin el antifaz de
los cosméticos, sin recovecos en su pasado.

-¡Estás loca! –díjole la madre-. Si eres una chiquilla. Te vamos a


encerrar hasta los veintidós años; hasta que se te pase…
Sí, como a las perras; hasta que pasara el período del celo. Hasta
que se calmaran sus glándulas, se normalizaran sus secreciones internas, se
agotara masturbándose.
-No puede ser –reafirmó su padre a Roberto-, es una chiquilla, no
sabe lo que hace.
-Si me encierran, madre, moriré... -dijo quedamente Aurelia.

Esa noche, en semisueño, le pareció escuchar la risa de José


Antonio, aguda, metálica, diabólica:
-Estás enamorado. Crees que en ello interviene tu corazón, tu
espíritu... ¡son sólo tus glándulas, instinto por el que ardió Troya! Ha llegado tu
hora. La naturaleza manda que te unas con ella, no con otra, que para el coito sería
igual. Apenas has cruzado una mirada con ella. "Quizá cometa yo muchas
tonterías en la vida, pero no pienso casarme por amor", escribió Disraeli. ¿Qué
sabes de su espíritu? Tu desasosiego es físico. Debes procrear en determinado
vientre, ser polen. Tu voluntad no interviene. No raciocinas. Tienes un cerebro y
quieres ignorar tu animalidad. Disfrazas la ley de la especie con un sentimiento
del espíritu. Le llamas amor y es sólo instinto. Tú y ella están engañados por ese

Raúl Barón Biza (1899-1964) 95 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

aún inexplicable sentimiento. Cuando la naturaleza consiga su objeto, unirlos, se


desentenderá de ustedes y entonces tendrán vergüenza de su desnudez.
No te calmarás hasta beber de su saliva acuosa, saborear su alcalina
transpiración, sentirte agotado por el esfuerzo.
Cumple tu mandato de multiplicarte. Tómala, pero no firmes el
contrato nupcial. En ello la naturaleza no interviene. Piensa que llegará el hastío.
Que los ojos de ella no te invitarán como hoy. Que se ablandará toda, se deformará
como muñeca de nieve. Que el vello aparecerá sobre sus labios, en sus piernas, en
el bajo vientre, en derredor de sus hoy rosados pezones, que su rostro se hará
careta y su cuerpo perderá el afrodisíaco olor de hoy.
¡Pensar que en tu ausencia, un poco de agua y jabón no usado por
ella a tiempo, te puede llevar al crimen pasional!
Hay millones de mujeres como ella en tu futuro. Vas a firmar tu
sentencia, vender tu libertad, arrojarte a un pozo desconocido. ¿Qué sabes de su
temperamento, de su carácter, de sus taras hereditarias?
En tu país no existe el divorcio. En Francia, uno por cada diez
matrimonios termina en los tribunales antes de cumplidos los tres años.
Salivándose mutuamente… Si firmas ya no podrás liberarte nunca más, rehacerte.
Perteneces a ella, con obligaciones hasta el fin de tu vida. Y aun después de ella,
tu cadáver y tus bienes le pertenecen.
Toda otra mujer te será vedada por Dios y por la ley. Negarás la
naturaleza. Tendrás que rendirle cuentas de tus horas. Si fracasas en tus
actividades serás a sus ojos despreciable. Te culpará de todas sus necesidades y
desgracias.
No firmes. Acuérdate del infierno que le hizo la vida a Abraham
Lincoln su mujer Mary Tod. Te colocas voluntariamente un yugo de buey, te atas
a una pesada carreta que deberás arrastrar por la vida con ella, sus hijos y hasta
parientes encima. Ya no serás dueño de tu casa. Llegará día en que serás molesto
en ella. Que te despedirán por la mañana con un beso de agradecimiento. La mujer
es hábil en la lucha. Te vencerá. Tiene paciencia para obtener lo que desea
callando. Podrás hasta llegar a ser escarnio de tus hoy amigos y amantes. No
mandarás sobre ella y tus hijos. La ley la defiende, te obliga a mantenerla y
aguantarla ya sea sucia o de mal genio. No podrás vencer su arma de lágrimas.
Si te engaña estás obligado a ofrecer la prueba que no puedes. Y si
la consigues, obtendrás también la maldición de tus hijos por no haberte
sacrificado por ellos. Toda mujer tiene un rincón en el cerebro al que el marido no
llega jamás.
No firmes. Este momento ha de pasar. Es mentira que te cuidará
cuando seas viejo. Cuando lleguen tus años blancos, ella estará llena de achaques
o de complejos de odio, por creer que se equivocó en la elección del macho. Toda
mujer cree que fue engañada al matrimonio.
No firmes. Son terribles los años de la menopausia. No imaginas
aún su infierno. No sospechas la riña continua hogareña.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 96 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Hoy es fresca y hermosa. Su aliento será con los años vaho de


cloaca. Te presentará problemas insignificantes, roñosos. Te elegirá tus amigos,
los mansos o los que a ella más le agraden.
¡Y guay de ti si al correr de los años, dispone de dinero y poder!
No firmes. No te vendas por una ilusión.

Roberto pidió ayuda a María del Carmen. Llegaron un atardecer a


la Estación del Sur, que estaba más próxima a las casas. En el viejo faetón
Chevrolet cruzaron el río por el vado de piedra, que unía a la estancia.
-Tienes que ayudarme, mamá. Tienes que ayudarme, María del
Carmen –imploraba Roberto como un chiquillo.
Su madre le había dicho apoyándolo en su deseo:
-Debes casarte. La ley de la vida es formar familia.
Casa de soltero la habita el diablo con polleras. La vida siempre es
mañana. ¿Qué harás cuando viejo y enfermo sólo puedas recurrir a la mano
asalariada? ¿Para quién plantas robles y olivos? ¿Quién los seguirá cuidando
cuando partas? La familia formó el clan, la tribu construyó la ciudad, dio leyes
justas para que los hombres vivieran en paz, fue la base de todo progreso. La
familia es un sólo ser, pese a estar compuesto por varios. La forman el padre, la
madre y los hijos: cabeza, vientre y extremidades. Coordinados, son fuertes en la
defensa. Aseguran el bienestar mutuo, el consuelo a las vicisitudes del vivir. El
formar hogar será bendecido por Dios; cumplir su ley, crecer y multiplicarse
dentro del dogma. La familia no debe disgregarse. Cuando el padre –cabeza-, o la
esposa –vientre-, se van tras la muerte o tras una ilusión, la familia toda muere
porque se disgrega. Los hijos son las extremidades de aquel cuerpo que puede
reconstruirse pariendo nuevamente. Te casarán en la ley de Dios; cielo o infierno,
no debes abandonar tu hogar. Los hijos nacerán y precisarán en sus primeros años
de tus brazos fuertes que los amparen. Ella es joven. Los sueños llenan sus días.
Sólo el duro parir y el duro trabajo del hogar la despertarán. Cásate, pero no
olvides que hipotecas tu vida a interés usurario. Vendes tu libertad a cambio de
la paz de tus años viejos. Das todo por una esperanza de felicidad que depende
sólo de ella. Pese a ello cásate hijo mío, con la elegida de tu corazón y que Dios
bendiga a los tuyos por venir…
Su madre y María del Carmen hicieron la primera visita a la casa
de Aurelia. Aquélla abogó como médica en favor de aquel matrimonio. La edad
no podía ser obstáculo. La ley señalaba los 12 años para la hembra y en lejanos
países de Oriente, a los 8 ó 10 años, ya era consumado. Era un prejuicio de la
civilización, que sólo crearía complejos en Aurelia para su futuro. De todo lo malo
en su vida serían culpables sus padres. Se malograría como muchas otras, y
aconsejó:
-Déjelos que se casen. Roberto ha sido un buen hijo y será un buen
esposo. Para mí es como un hermano –mintió con un temblor en la voz,
piadosamente, entregando la felicidad del bienamado en brazos de otra mujer.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 97 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Es rico... –aclaró aprobando, una tía que vivía con ellos.
-Le lleva veinte años... -dijo sensatamente una vieja amiga,
pensando en su marido, recordando con horror sus noches, cuando se
desnivelaran sus vidas por la diferencia de años, cuando ellos envejecieron.
-No ha terminado los estudios -agregó la hermana mayor,
envidiosa de aquel partido que bien hubiera deseado para ella y refiriéndose a
Aurelia.
-Puede ayudarlo a papá políticamente… -señaló el hermano.
El padre, absorbido en la política lugareña dejaba opinar. Era la ley
de la vida casar a sus hijas.
El cura fue consultado.
-Padre… -le había dicho días antes ella- si no me dejan casar, me
mataré…
-¡Blasfemia!...
-Padre, si no me ayuda, no creeré más en Dios.
-¡Blasfemia!...
-Padre, me iré con él…

Roberto era el mejor partido del pueblo. Hacía ya dos años que
había llegado a "Santa María". Recordaba aquella lucha con la naturaleza; aquella
tierra no hollada por el hombre desde la lejana formación del mundo. Sobre las
peñas tomaban sol las iguanas como dragones de otras épocas vistos con gemelos
invertidos.
El clima era templado en invierno, caluroso durante el día de
verano y fresco por las noches. El desmonte había ido arrinconando el bosque,
pechándolo sobre las laderas de piedra y dejado pequeños montículos que se
cubrían con el verde oscuro de los alfalfares nuevos. Los árboles endebles de la
futura quinta, sostenidos por tutores pintados de blanco, prometían sus frutos
para el próximo verano. La casona blanqueada a cal, con sus aberturas v erdes,
recibía acogedora a los que hasta ella llegaban.
En un comienzo miraron con desconfianza a ese hombre venido de
París y que nada sabía, preguntándolo todo. ¿Y qué le habían enseñado en París?
Si no sabía –decían los paisanos-, ni cómo ponían huevos las gallinas.
Después empezaron las burlas que él soportó sonriendo en un
principio.
-Sí, usted manda, patrón… -y lo hacían a sabiendas al revés. Así se
malograron muchos trabajos y muchos días. La vida en el campo tenía secretos
que se negaban a revelarle.
-Va a llover –decía, mirando los nubarrones que cubrían los montes
en la madrugada.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 98 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-"Aseguro", patrón… -afirmaban sabedores que al despuntar el sol,


aquellas nubes se alejarían a veloz marcha y tendrían un día más de descanso y
desorden.
Hasta que un atardecer reunió a los peones bajo el centenario
aguaribay que custodiaba la entrada de la casa.
-Yo he venido a trabajar y a darles trabajo. Sé poco o nada de esta
vida –les confesó.
-Así será, patrón…
-Si no me ayudan, voy a cerrar la estancia y me quedaré mirando
cómo se mueren de hambre…
-Así será, patrón...

-De hoy en adelante –terminó- el que no me ayude o no sepa hacer


las cosas, puede ir preparando sus "pilchas". Se acabó la fiesta.
-Así será, patrón…
Y así fue. Todos comprendieron la razón de Roberto.
Todos temieron que se cumpliera aquella amenaza, pues sabían
que mejor pago y trato no iban a encontrar en cincuenta leguas a la redonda.

Roberto era el mejor partido del pueblo. Jamás se le vio en la "casa


grande", ni en los boliches, ni apostar en las justas campestres donde los caballos
disputaban velocidad al viento.
Era bien hablado y comprensivo de los problemas de sus peones.
-No "podés" pegarle a "la María"... No es de hombres.
-Es mi mujer… -respondían, reivindicando su derecho que venía
del comienzo de la vida.
-Si le "volvés" a pegar te voy a mandar hachar leña al monte, allá
arriba, a los cerros –le indicaba como castigo, pues en ese trabajo sólo podían bajar
a "las casas" los fines de semana; se vivía solo, junto a los aguiluchos, más cer ca
del sol, y el trabajo agotador del hacha no alcanzaba para la caña del domingo.
-Y si le "volvés" a pegar, te voy a echar, pero a vos solo… "la María"
se va a quedar a ayudar en "las casas". No voy a dejar que tus hijos falten a la
escuela… Y si "volvés" vas a tener primero que pegarme a mí… que no es lo
mismo.
Lo empezaron a querer y respetar. Jamás patrón alguno les había
hablado así.
-Es macho el patrón -dijo uno.
Y los demás asintieron: es macho el patrón.

En aquel vientre plantaría sus hijos como semillas.


Los vería nacer, romper la carne como si fueran brotes en la tierra.
Los ayudaría a crecer, los cobijaría de los vientos y el temporal. Les daría sombra

Raúl Barón Biza (1899-1964) 99 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

en los días de estío. Serían semillas como aquellas de los robles y olivos que
fructificarían y multiplicarían por los siglos de los siglos. Amén.
Cuidaría de esa urna tibia y sedosa, que con sangre realizaría el
milagro de dar la vida. Que transformaría su simiente en otros hombres, en
amigos que llegarían a remplazarlo en la labor cuando los años lo encorvaran.
Amén.
Daría gracias a Dios por dejarlo multiplicarse, por poder laborar la
tierra, plantar árboles y cuidar su compañera. Amén.
Y penetraría en el reino de los cielos, al lado de los justos, olvidada
y purgada aquella noche de Bandol. Amén.

El que escribiera todo aquello, no podía ser más que un vencido,


un resentido, un fracasado. La vida no podía ser todo suciedad. La vida era un
cantar de cantares, de esperanzas en hijos y cosechas –se dijo.
Sin embargo, según el Dr. Kinsey -director del Instituto de
Investigación Sexual de la Universidad de Indiana (E.U.A.) a través de una
estadística controlada, sólo el 44 % de las mujeres casadas "confesaron" que eran
fieles a sus maridos y el 79% de las mismas investigadas, habían confesado
experiencia sexual antes de casarse, con otros hombres.
José Antonio hubiera dicho:
-¿Y las que por causas muy explicables no "confesaron"? ¡Es falsa
esa estadística! Las vírgenes sólo existen en los libros de medicina –y habría
sentenciado-: No olvides que el hecho de que una mujer casada te rechace, no
significa que rechace a otros.
Aurelia no había tenido novios con los que la mujer adquiere
“madurez emocional” y “experiencia sexual", necesarias al equilibrio en las
relaciones maritales.
Falto de un punto de referencia, la imaginación de la mujer que
sólo "conoció" a su marido debe serle fatalmente perjudicial a éste, cuando la
esposa lo compare mentalmente con otros. Los hombres que crea su imaginación
son como los actores de películas, carecen de los defectos que encuentra al "suyo".
No sabe, o no quiere saber, que la vida del hombre tiene un promedio de setenta
años y las películas sólo duran una o dos horas, y que las novelas promedian
trescientas páginas.
La vida en común, con sus dolencias y necesidades fisiológicas y
materiales –que no pueden presentarse en la pantalla y que se prohíbe en los libros
y en el teatro-, en una continua y permanente intimidad, agravada por los estados
psíquicos causados por la lucha diaria del hombre en la oficina y calle por llevar
el sustento, asegurar el porvenir, hacen que la mujer que no "conoció otros" en
tales circunstancias, compare. Y de esa comparación surge seguro, infalible,
espléndido, grandioso el hombre con su cornamenta; ajeno a su voluntad,
injustamente sacrificado, indefenso en su ignorancia, burla de hombres y mujeres,

Raúl Barón Biza (1899-1964) 100 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

como si no existieran las cárceles llenas de aquellos que vengaron el engaño,


matando. Y la mujer encontrará siempre una razón que justifique su adulterio.
Defenderá siempre el mandato de sus ovarios, aduciendo o
transformando en defectos lo que en un comienzo de sus relaciones fueron
atractivos sexuales. Dirá que es menos atento y cariñoso con ella. Que la engaña,
la ridiculiza, no la comprende. ¡Ah, las incomprendidas! Dirá que la posesión es
demasiado rápida, dejándola insatisfecha, sin confesarse que ella, hastiada ya de
su pareja, demora su propio espasmo. ¿Cómo puede el hombre defenderse de los
ovarios que mandan imperiosamente sobre la voluntad de la compañera, simple
y pobre hembra a la cual le hemos dado virtudes que no posee?
El extraño o amigo que llega al hogar -cena o almuerzo- pulcro y
de buen humor, presto a admirar el traje que no pagara, y dar siempre la razón a
esa posible conquista, estará en ventaja frente al esposo, y éste no tendrá más
desahogo que insinuar la sospecha, que hará reaccionar a la mujer, preparándola
al adulterio.
Porque en la mujer la forma de cobrarse la injuria de un hombre,
es entregarse a otro.
La mujer comprenderá tarde –pero ya se habrá hecho costumbre
en ella-, que todos son "iguales". Pero se habrá roto el lazo, la armonía espiritual
que sólo puede ser la resultante de la fidelidad conyugal de ambos.
Después de aquella "prueba" algunas regresarán en reconquista
del esposo, volverán arrepentidas de la excursión en huerto ajeno, pero ya la
noche se habrá hecho para siempre en sus almas.
Y como nadie quiere clasificarse de acuerdo a las estadísticas,
sucede lo que en la guerra: el teniente solo cita para una acción peligrosa diez
voluntarios. Cincuenta dan un paso adelante. Seleccionados los diez mejores el
teniente les advierte:
-Posiblemente regresemos sólo dos o tres.
Los elegidos siguen imperturbables en su marcial postura, ya que
cada uno imagina que entre los "dos o tres" que se salvarán, estará él.

Pero no podemos negar concretamente la mujer honesta. Existió y


existirá en toda época. Cierto es que la favorecen más que al hombre, vallas de
contención naturales; físicas, costumbres, religión. Encontrar la mujer ideal es fácil
para el hombre, pero conservarla como tal es difícil, imposible, pues no depende
del hombre, ni siquiera del espíritu o voluntad de ella. La mujer acciona de
acuerdo al funcionamiento de su organismo. Las cualidades del hombre que
pueden valorarse en la comunidad, no cuentan como factor decisivo. La mujer
podrá engañar al más noble y varonil de los hombres con el más degradado y
repugnante, si las circunstancias lo permiten y el temperamento se lo manda, sin
ninguna clase de remordimientos.
Por lo general, la fidelidad de una mujer depende de que ésta se
haya amoldado en el acto carnal a su pareja. Una mujer normal y satisfecha, es
difícil –pese a que coquetee con otros-, que llegue a violar sus deberes conyugales.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 101 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Su piel y –muy importante- su pudor, se han acostumbrado a un


ser determinado. Con él ha sentido su primer espasmo, los cuerpos se han
comprendido y reaccionan favorablemente a sus contactos. Se ha confiado a ese
primer hombre y le horroriza pensar que otro –un extraño-, pueda remplazarlo
en lo que ella imagina es un secreto de ambos.
La fidelidad camina más fácil al lado del hombre si lo acompaña
una mujer satisfecha sexualmente, que contenida por frenos religiosos o
educacionales. Es innegable que la religión es temible e inexorable freno de
contención, válvula que ayuda a la mujer a escapar en los momentos de peligro.
Si a la satisfacción física le agregamos el temor religioso, tenemos la posibilidad
de la mujer soñada.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 102 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Porque en la mujer, la forma de cobrarse la injuria de un


hombre…

Los primeros meses fueron de fiesta, fiesta de los sentidos; fiesta


en la noche junto al cuerpo de la hembra, sensual y joven; fiesta en los campos
cubiertos de mieses, los árboles de frutos; fiesta en la que generosamente
compartía su alegría de vivir, de amar y de ser amado. De ser joven, fuerte y rico.
Aurelia fue la chiquilla curiosa y enamorada ardientemente de
aquel hombre, que la poseía sin cansancio en los atardeceres, en las noches, y a
veces al despertar, sucia ya. Que la satisfacía agotándola, sumiéndola en delicioso
cansancio entre sus brazos, sintiendo aquel olor de sus axilas, que tanto la azuzaba
en el deseo. Era un olor afrodisíaco, que la invitaba a "presentarse" en horizontal
y abrir sus piernas.
Aquella tierra cercada era su mundo. Lo esperaba en los
atardeceres, ataviada de gala, sin calzones bajo sus polleras, lista a ofrecerse
cuantas veces quisiera tomarla.
Orgullosa de su papel de señora, de no tener que obedecer más que
a aquel hombre y poder mandar en la servidumbre de la casa. De poder disponer
la comida que le gustara y que en tantas ocasiones se viera privada en su casa y
convento. De ser penetrada profunda y bruscamente hasta que el dolor se hiciera
placer.
Así pasaron los primeros meses.
Cuando llegaron los vómitos, cuando los malestares del embarazo
le señalaron que dentro de su ser se gestaba otra vida, Aurelia sintió el pánico
horrible de lo por venir.
-Muchas mueren… Roberto. Yo no quiero morir –gemía
sollozando histéricamente.
Él la calmaba.
-No; yo no quiero tener un hijo, todavía. Quiero amarte, ser tuya,
disfrutar…
Él la besaba, consolándola:

Raúl Barón Biza (1899-1964) 103 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Será un varón; le pondremos mi nombre…


-No; ¡no quiero, no quiero!... –gritaba mientras se revolcaba
sacudida toda en arcadas-. Tú no me amas… Lo haremos más adelante... –
imploraba-. ¿Cómo voy a poder tener un hijo? –se preguntaba mirando su vientre,
comparando mentalmente con el hijo a nacer, el tamaño de su vagina -. Tú no me
quieres… ¡Te has casado sólo para tener hijos… para que te paran hijos como si
fuera una yegua! –le gritaba enfurecida.
Roberto recurrió a la madre de Aurelia inútilmente; hizo venir a su
madre junto a ella; le pidió a María del Carmen que le explicara, y para ello
hicieron un viaje a Buenos Aires. -¡No me toques! –le respondía Aurelia,
alejándose de su contacto lo más posible en el lecho. Y Roberto quedaba con los
ojos abiertos hasta la madrugada, torturado por el ansia de aquel cuerpo que
deseaba, amaba y se negaba.

¡Cómo la engañó esa renga inmunda!


-Bien –le había dicho María del Carmen cuando comprendió la
inutilidad de sus razones-, te haré un raspaje sin que lo sepa Roberto, pero aún no
es tiempo, es peligroso; debemos esperar hasta el quinto o sexto mes… Ve
tranquila, yo iré a pasar unos días a la estancia y allí…
¡Cómo la había engañado esa renga inmunda! ¿Por qué no se había
casado ella, y paría para él?
Todos la negaban. Para nadie tenía razón. Cuando a María del
Carmen le confesó que en su casamiento había buscado su derecho a vivir, la
liberación de sus días de presa en el internado y que a los pocos meses le cobraran
deformando su cuerpo, sumiéndola en dolores terribles, condenándola a la
esclavitud de cuidar a sus hijos en aquella estancia que había comenzado a odiar
al vislumbrar su vida futura, María del Carmen lloró silenciosamente por el
infierno que presentía para el hombre al que ella hubiera dado mil vidas, de
tenerlas, por brindarle un solo hijo. Ella, en la que cada sonrisa de su rostro, era
un hijo ofrecido al bienamado.
-El instinto maternal triunfará. Debemos esperar. Dieciséis años; es
aún una niña... –dijo María del Carmen.
Una niña que se transformaba en mujer, cuyos senos y caderas se
agrandaban y se cubrían de suave vello muslos y brazos; cuya mirada y gestos
habían empezado a hacerse imperativos y la voz más grave.
Los dos meses que duró el intervalo de aquel viaje hasta la llegada
de María del Carmen a la estancia, fueron de esperanza para Roberto, ignorante
de lo que prometió a Aurelia. El vientre se hinchaba, deformándola
grotescamente, mientras en silencio esperaba el pasar de esos días, que la
liberarían de la maldición de parir.
¡Ah, renga inmunda! De no haber ignorado tantas cosas… de
haberlas sabido…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 104 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Aquí en la estancia no es posible hacerte nada, es peligroso, y


Roberto se daría cuenta –le confesó a su llegada María del Carmen.
-Vamos a Buenos Aires –solucionó Aurelia- dile que necesito unos
análisis, cualquier cosa… ¡Tú me lo has prometido!
-Sí… sí. Pero hay otras fórmulas. Están estas pastillas que te he
traído. Son lentas pero seguras, a más tardar quince días… -mintió-. Toma dos en
ayunas, dos al mediodía y dos al acostarte. Te das también baños de pie con
mostaza, lo más caliente posible.
¡Cómo se había burlado, renga de porquería!...
¡Y cuántas noches María del Carmen había dudado de entregarle
ese hijo que esperaba! Sólo de ella dependía y ella se lo brindaría a través de aquel
otro vientre. El hijo sería suyo, porque ella se había negado a quitarle legalmente
la vida, asesinarlo, amparada en su profesión y los códigos. Ella pariría junto con
Aurelia sin haber jamás sentido el peso de Roberto sobre su cuerpo. Sería un hijo
sólo de él. Sólo tendría derecho él. La gestación era solamente una función
fisiológica, que hasta podría pagarse a cualquier hembra. Roberto esperaba el hijo
y ella se lo brindaría en aquel otro, ya odiado, vientre.
Roberto lo esperó como una bendición de Dios. Cuando Aurelia
comprendió que había sido engañada, aceptó su destino con resignación aparente.
Pero aquel amor que imaginara sentir aquellos pocos meses que habían sido sus
noches de casada, le dejó un rencor contra todos y que algún día, al pasar del
tiempo, cobraría.
El médico del pueblo le reveló muchos secretos. Le dijo que había
medios anticoncepcionales, no infalibles, pero que bien aplicados podían evitar
generalmente el embarazo. Pero se lo dijo tarde.
-Usted, señora, está de siete meses. Un aborto en sus condiciones
sería más doloroso y peligroso que el parto. Además, en el Código Penal ese acto
sería considerado asesinato.

La estancia de "Santa María" fue toda fiesta el día del


alumbramiento. La partera hacía días que vivía en ella. Los primeros vagidos los
escuchó Roberto a través de la puerta entornada del dormitorio adonde corrían
las mujeres con palanganas, sábanas y gasas, y le sonreían al pasar. Los amigos le
hacían bromas.
-¡Y va uno!... Sírvase otra ginebra para aguantar el segundo.
-Aurelia quiere verlo… -le dijo acercándose, su suegra.
En el dormitorio, ya terminado el parto y borradas rápidamente
sus huellas, Aurelia, pálida y semidormida se destacaba en los almohadones de
plumas de la gran cama, donde había oficiado la primera misa de vida. En la cuna,
-un paquete de carne viva, arrugada y negruzca-, dormía su hijo. Le pareció
horrible, le produjo un principio de náuseas.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 105 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Aurelia entreabrió los ojos y le sonrió tendiéndole la mano que él


tomó entre las suyas, besándola.
Ella le siguió sonriendo. Él se encontró cohibido frente a las
mujeres que contemplaban el reencuentro; apoyóse en la cama y le dio un beso en
la frente.
Aurelia susurró:
-¿Estás contento?... Ahora, el viaje prometido…

Sí, el prometido viaje a Europa; habría prometido cualquier cosa


en esos días en que esperaba a su hijo.
Viajar a Europa era costoso; dejar la estancia significaba la
paralización, el abandono de todo lo comenzado… También había prometido que
al hijo lo dejarían con su madre y María del Carmen, en Buenos Aires.
-¿Qué mejor que una doctora para cuidar de "tu" hijo? –le había
dicho Aurelia.
-Te la cuidaremos como si fuera nuestro –contestó María del
Carmen-. Ve a divertirte con tu mujer… Después, tendrás años en la estancia.
Sí, después tendría años en "Santa María", quizá toda la vida, para
hacer de aquel campo una estancia modelo, para asegurarles el mañana a los hijos
por venir. Pocos meses pasan rápido y el dinero gastado lo recuperaría con más
intensa labor. Vendería otro resto de monedas que guardaba en el banco. Bien lo
merecía después de aquel trance su pobre Aurelia, que había anunciado en el
pueblo su viaje a París, viaje que la elevaría a la máxima categoría social,
convirtiéndola en árbitro de modas y arte.
Mentiría a su regreso, diría que había conocido grandes artistas, las
"boites" y casas de modas y los museos. Nadie se lo podría negar. Con sus estudios
y hablando un mal francés, mucho podría agregar a lo que visitase y escuchase.
Semanas después viajaran a Buenos Aires.
María del Carmen había tomado un amplio departamento,
amueblado en sobrio estilo francés, donde atendía a su ya numerosa y más
pudiente clientela.
-Vamos a un hotel –sugirió Aurelia-, no quiero parar en casa de la
renga...
-No tienes por qué decirle renga –protestó Roberto.
-¿Y no lo es?...
-Pero tiene un nombre.
-Un dulce nombre… -contestó haciendo un mohín.

María del Carmen los esperaba en la estación. Las mujeres se


besaron guardando las formas, ocultando sus mutuos sentimientos. Ante el auto
recién comprado a plazos, María del Carmen les dijo:
-Les presento mi último amor.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 106 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Era un Ford de color oscuro y que ostentaba orgullosamente para


ella, la placa con cruz verde, símbolo de médico oficial.
-Yo pienso seguir mis estudios cuando regrese –reaccionó Aurelia.
-¿Y qué estudiarás? –preguntó María del Carmen.
-Derecho.
-¡Perfecto! –aplaudió.
Sí, derecho, abogacía, para defenderse, enfrentar al hombre que
había dictado las leyes, sumiendo a las mujeres en una infame esclavitud a cambio
de alimento y parición. Relegadas al cuidado de los pequeños menesteres caseros,
convertidas en cocineras y sirvientas, lavando y relavando los pañales sucios de
m… de los hijos y la ropa sudorosa del marido, sin derecho legal a negarse
físicamente, prohibido todo contacto con otro hombre, sin derecho de
reivindicarse, amenazada por el infierno. Aurelia se rebelaba contra ese futuro
que presentía para toda mujer honesta. Ella lucharía para que se derogasen las
leyes que las esclavizaban obligándolas a todas las sevicias. Luc haría para que
fuesen dueñas de su cuerpo, de sus bienes, de su alma. Arrojaría a la hoguera
todos los códigos y las biblias que violentaban su naturaleza. Serían como los
hombres, libres y dueñas de sí mismas. Se podrían alejar cuando –hastiadas y
asqueadas- presintieran la esperanza de otra vida, otros días junto a otros
hombres, sin el peligro de la sentencia judicial que las obligaba a volver al hogar
legal y odiado, o ser repudiadas por los suyos.
El amor no tenía un tiempo determinado. No se podía contratar
amor para toda una vida. Éste llegaba y partía cuando la vida lo mandaba. Y si se
violaba ese derecho, la hembra tenía todos los otros derechos. Era joven, tenía que
trazarse un plan y llevarlo a cabo. Soñaba con un código de represalias por los
siglos pasados, en donde la mujer del futuro tuviese sólo derechos y ninguna
obligación, ya que los hombres estaban bien pagados por el minuto de placer que
les brindaban. Sus derechos los disputarían frente al sol, no en la penumbra de las
alcobas, como una concesión por haberse prestado sumisamente a la abyección
sexual de un hombre que amparaban los jueces y los sacerdotes.
¿Es que la firma de una chiquilla de dieciséis años la obligaba por
toda la vida frente a un solo hombre? ¿Convertirse en enfermera dentro de pocos
años? ¿Parirle hijos, deformarse, ver la vida en otros hombres pasar junto a ella y
negarse? ¿Sus sentimientos podrían ser tratados con más severidad que un
contrato de locación? ¿O es que el matrimonio era un mero pacto de compraventa?
¿Era posible que en la edad del átomo se siguieran vendiendo las mujeres a través
del acta matrimonial?
Cierto era que al pasar de los siglos, la rebelión de las mujeres que
desafiaron todos los castigos, que habían marchado hacia la vida, les había dado
cierta libertad e igualdad frente al hombre dentro de los códigos. Pero sólo dentro
de la letra muerta de los códigos, pues el hombre continuaba matando –en plena
civilización-, a la adúltera o sospechada de serlo. Había que borrar del cerebro del
hombre el derecho de propiedad exclusiva de la hembra: Destruir ese resabio que
llegaba hasta nuestros días, desde la caverna. Grabarles a buril en sus cerebros,

Raúl Barón Biza (1899-1964) 107 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

que la propiedad de la carne sólo podía estar unida a la voluntaria de sus almas.
Hacerles comprender que el amor o deseo, ese sentimiento glandular con que la
naturaleza aseguraba la especie, no podía ser comprometido a vida, y regido por
códigos de viejos sultanes.
La libertad amorosa de la mujer era la propia libertad del hombre,
de los celos, del ridículo y de sus torturas mentales. ¿O es que se liberaban o
impedían que el acto amoroso pudieran imaginarlo las mujeres con el que
acababan de bailar? ¿O es que los millones de vírgenes que se masturbaban noche
tras noche, con el recuerdo del actor de moda, hacía que dejaran de serlo? La mujer
sólo sería fiel en la libertad sexual, con la plena e igual libertad sexual que el
hombre. Y por ello lucharía. Existe más lealtad sexual en la manceba, por no ser
obligación, que en la esposa.

La mujer, por su constitución física y mental no puede remplazar


al hombre en tareas militares, cargos sacerdotales, ciertas especialidades médicas
o administrar justicia. Ninguna mujer será juez imparcial ante un delito cometido
contra una de ellas. ¡Veinte mil años de esclavitud, de sevicia, y ahora un hombre
en sus manos, a su albedrío! O pecará de excesivo rigor –la rival- o benevolencia
–la madre-.
Existe la excepción. La mujer como juez de menores, sería perfecta
en sus severos fallos. El que cometa un delito contra un niño no puede ser
absuelto.

En aquellos largos meses de embarazo Aurelia se había hecho un


plan.
Mucho menor que Roberto, se sabía con la ventaja del tiempo sobre
él. Alguien le había dicho: "Espera, el tiempo lo arregla todo".
Cierto era que se había casado enamorada, o creyendo estarlo, que
para la mujer es lo mismo y soluciona su complejo… ¿pero enamorada a los
dieciséis años? –se preguntaba-. Quizá su matrimonio no fue sino saltar un muro
del convento. Roberto era un hombre que, frisando los cuarenta, podía desearlo
toda mujer. Pero una cosa era desear acostarse con alguien unas noches y otra
acostarse por obligación toda una vida. El error trágico del código. Su misión es
legislar, prever. Así como está vedado el matrimonio de hombres o mujeres
menores de cierta edad, entre enfermos específicos o mentales, entre parientes de
primer grado, debería prohibirse cuando existiera marcada diferencia de edades.
Culpables no pueden ser los actores. Cuando el hombre de cuarenta a cincuenta
años, buen catador de amor, tropieza con la chiquilla, vaso que se ofrece para
beber la vida, no se les puede unir en el futuro, porque son el presente. Culpable
es la ley, la sociedad y aquellos que por avaricia o ignorancia venden su alma al
infierno. Si la naturaleza engañaba, los códigos carecían de valor. No se entregaba
una vida, la única, porque lo permitieran las costumbres.
¿Qué sería de ellos dentro de veinte años?

Raúl Barón Biza (1899-1964) 108 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Tú eres una chiquilla a la que no voy a permitir que haga


desgraciado a Roberto… -le dijo en su consultorio María del Carmen.
-Lo que tú puedes permitir, depende de mí… -le respondió
Aurelia.
-Estoy dispuesta a cualquier cosa.
-Lo que tú estás, es enamorada de Roberto. .. cualquier mujer se
daría cuenta.
María del Carmen enmudeció. ¿Podía negarlo? ¿Lo notaban todos
menos él?
Lo que Aurelia le había dicho era verdad, pero lo que ignoraba en
sus pocos años, era que su amor por Roberto era un amor que a Aurelia le estaba
vedado sentir.
Era el amor espiritual, el sentimiento que llega con la madurez
mental y la disciplina física, amparado en el sentimiento religioso y alejado de la
carne, como sola razón. El amor que soñaran todas y que pocas saben realizar. El
amor que se hermanaba con la amistad, aceptando juntos recorrer el camino de la
vida, para apoyarse mutuamente cuando llegase el crepúsculo o el vendaval. El
amor que sólo sabía de renunciamientos. Que nada exigía y todo lo daba.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 109 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

IX

P artieron por pocos meses, que se hicieron un año. En el


ómnibus que velozmente lo aproximaba a Montevideo, Roberto no pudo dejar de
evocar la agradable sensación del recuerdo de aquellos días de felicidad que
justificaban todos los dolores y angustias que le había deparado posteriormente
la vida. Amaba profunda y sinceramente a Aurelia, esa chiquilla caprichosa y
extraña que se entregaba en forma tal como jamás él imaginara en sus aventuras
de soltero.
El amor que había conocido entre las piernas de resortes gastados,
había sido sólo un ensayo, un mal simulacro, una vaga sensación de la emoción
que le esperaba al contacto de la piel y la posesión de aquel cuerpo.
Era el amor, el amor que había dejado de ser quimera, el amor
maravilloso y divino que justificaba vida y muerte. El amor que toma posesión de
los sentidos. De la vista, haciéndola parecer la más hermosa, la más perfecta de
las mujeres, y cuya sola contemplación justificaba todo esfuerzo. El auditivo, al
escuchar el agua que corría en el vecino baño, al marchar taconeando sus chinelas
sobre el piso de madera, su voz, su risa. Su olor de hembra limpia, afrodisíaco que
le inspiraba ansias de sumergir la cabeza entre su blanca ropa interior. Sus labios
húmedos de suave, acuosa y viscosa saliva, su piel apenas salobre, con suavidades
de terciopelo vivo.
Era el amor que domina, hipnotiza, esclaviza; que se hace
necesario, imprescindible, vital para subsistir.
Era el Dios Naturaleza vendando los ojos del hombre. Mintiendo,
engañándolo para obligarlo a subsistir como especie.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 110 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Cuando volvamos a la estancia te daré un hijo todos los años –


decía ella mimosa, cuando Roberto exigía sentir su carne junto a su carne, cuando
como un pulpo hambriento la estrechaba para penetrar más profundamente aquel
vientre que se negaba a fecundarse. La tragedia de todos los hombres de la época
moderna. La tristeza alcohólica de los padres infecundos en sus mujeres.

Descendieron en la vieja y condal ciudad de Barcelona. Se alojaron


en el Hotel de Oriente, sobre la Rambla de las Flores, que adornaban sus aceras
cual falda gitana, con las estanterías repletas de flores que llevaban hasta la
habitación un perfume de primavera mezclado con el ensordecedor ruido de los
tranvías y pregones callejeros.
La ciudad estaba custodiada y defendida por el viejo y amurallado
fuerte de Montjuich y hacia el otro extremo, sobre un cerro, el Tibidabo con su
rueda gigante a la que se llegaba por un funicular; y el puerto, con su continuo
entrar y salir de barcos. Para Aurelia fue aquel ambular como un hermoso sueño
hecho realidad, como si penetrara dentro de una película documental.
Visitaron los edificios que quedaban de la Exposición del 29, su
pueblecito español y sus fuentes de agua y luces, que funcionaban las vísperas y
los días de fiesta. Concurrieron a una corrida de toros en la Monumental un
domingo de sol y música, de "olés" y sangre, de mantillas y peinetas y muerte. Se
mezclaron en las horas de medianoche con aquella colmena nocturna que era la
calle Conde de Asalto, que conducía al Paralelo: el barrio de los vicios, del amor
libre, de los cafés conciertos, en donde se exhibían en oferta las mujeres,
tarareando cualquier canción de moda, primer peldaño del prostíbulo o del éxito.
Para Aurelia aquello fue la revelación de otras vidas. De seres con
sólo apariencia física a ellos.
Visitaron la monumental construcción de la iglesia La Sagrada
Familia, de torres tan altas que parecían desgarrar las nubes a su paso; se calculaba
que harían falta cien años más para terminarla. La audacia en la concepción de
aquel arquitecto modificaba todos los cánones, rompía lo establecido, y ha sta se
diría que con diversas tonalidades de piedras, había pintado con ellas un cuadro
en el espacio.
Llegaron a París en un lujoso camarote de "wagonlit". Los trajes y
el tejido de las telas nacionales que Aurelia preparara con tanto afán para su viaje
junto a aquella modista del pueblo, copiando modelos de revistas, quedaron tan
ridículos frente a la elegancia de la mujer común francesa, que fue él mismo quien
sugirió adquirir otros trajes. Fácil le fue llegar a Roberto hasta las famosas
modistas, que conociera en sus años de París junto a José Antonio.
Su giro bancario le indicó que después de aquellas compras,
deberían acortar el viaje.
Algunas viejas amistades de Roberto los invitaron. En París toda
mujer es caza. Bailaron en Armenonville y el Perroquet y Badag y Monseigneur;

Raúl Barón Biza (1899-1964) 111 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

almorzaron en el Pabellón Daufine, un sábado de moda donde las "demi-


mondaine" alternaban con las esposas de sus amantes, y el domingo, después de
la "función de gala" en Notre-Dame, en "Tour d'Argent", desde cuyo ventanal se
divisaba el Sena con sus elegantes puentes cruzados por "la bateau mouche" de
mediodía. Concurrieron los viernes a Ciro's, el restaurante de moda, donde
obtener una mesa era clasificarse en ese mundo selecto de crápulas millonarios y
prostitutas sin cartilla.
Era un mundo que ella no imaginara. Donde todo eran tapices,
sedas, risas y brillantes. Donde la suciedad de la vida se había olvidado. Donde
sólo tenían cabida los triunfadores y se daba en forma elegante libertad a los
sentidos, y donde toda grosería era festejada, siempre que tuviera lugar en el
círculo de los íntimos, donde toda calumnia murmurada displicentemente por la
amiga íntima era prueba irrefutable.
Cuando Aurelia se presentó a su lecho aquella noche después de
la fiesta, con el camisón de crepe de China transparente, donde sus senos velados
por el encaje rosa daban a su piel tonalidades nuevas, Roberto olvidó la factura
que había abonado esa tarde. Era la vida soñada, y los sueños agradables
difícilmente se viven.

Se encontraron con una ex-modelo de "Janine" -Renée Lepardon-


que había sido amante de José Antonio y se había casado hacía un año con un
vaquero millonario americano. Ese verano tenía cita con José Antonio en el Lido
de Venecia.
-Déjame tu mujer unos días. Es preciosa, y como todo diamante es
imprescindible tallarlo para que brille.
Así intimaron. Con ella aprendió Aurelia en horas, lo que quizá
nunca en su vida en Cruz del Sur habría sabido.
-Guarda tu cuerpo. Los partos deforman, los embarazos dejan
líneas blancuzcas sobre el rosado de la piel, como cicatrices, en el vientre; son las
patadas de los hijos, que no quieren nacer; que tienen miedo a nacer. Se ajan los
senos, se alargan y ennegrecen los pezones, como a las perras. Lo único que
realmente es nuestro, es la belleza del cuerpo. Los hombres alaban nuestro
espíritu, pero prefieren nuestros cuerpos. Es un capital; da renta y no paga
impuesto. Los hombres pueden rehacerse económicamente, pero nosotras,
cuando gastamos nuestros breves años, no podremos recuperarlos en ninguna
forma. Ninguna mujer puede remotamente imaginar lo que es envejecer, tampoco
pensamos que podemos dejar de ser deseadas, absurdo decir, rechazadas. Sólo
por la tortura que significa el comienzo de aquel calvario, las mujeres
mereceríamos el cielo. La primera arruga, los senos que se ablandan y que para
mantenerlos aparentemente erguidos, se recurre a cremas y masajes; el dar fe a
todo charlatán que te promete devolverles los años verdes, los años que los
negaste.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 112 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

El vello en los labios, en los pezones, en el bajo vientre y piernas y


las venas de las manos más pronunciadas, la piel más reseca, como tierra que
comienza a secarse. Lo sabrás también por la audacia de los viejos, los deformes,
los fracasados, que como manada de hienas, llegan a las sobras de tu juventud…
y después ni por ellos. Te quedarás sola, implorando unas horas la compañía de
tus hijos, ofreciéndote para cuidarles sus críos; o con tus amigas, que harán más
triste tu soledad, porque también ellas están solas con sus recuerdos; y pobre de
ti si no los tienes; si has creído en el reglamento de la vida, si lo has cumplido. Te
quedarás sola, contemplando por días y días, tu deformación física, tu muerte
lenta. Odiarás la sinceridad del espejo, amarás las penumbras de las "boites"
donde tu pareja alcoholizada remede el amor, te harás ave nocturna, gambetearás
al sol, las flores, amarás los velos, las sombras y las nieblas. Y en un atardecer de
otoño te cruzarás con tu sombra en una callejuela cualquiera de cualquier ciudad
cargada con el fardo de los remordimientos, por los adulterios no terminados.
Debes vivir, tienes sólo una vida y por sola una vez; debes patear
los alambrados que te cierran el paso, que te cercan, que te aprisionan. Tienes que
coleccionar en los cortos días de tu juventud recuerdos para los interminables de
tu vejez. Será tu única riqueza. Gozar e irte, sin decir tu nombre, sin dejar tu
dirección. ¿Quién lo sabrá más que tú? ¿Quién más que tú puede gozar la vida, ya
que eres dueña de todos los hombres de la ciudad? Ninguna perra tuvo ta ntas
oportunidades.
A la vida puedes encontrarla detrás de cualquier puerta, te espía
en el bosque, te espera en la plaza, en un auto, en un tranvía o sobre cualquier
cama de hotel. La vida para nosotras, es el hombre. Él significa alimento, abrigo,
seguridad, placer. Lo importante es no llegar a la vejez sin historia. Los hijos se
van siguiendo el primer trasero que se les menee con intención y entonces, tus
ojos en su inmensa soledad, tomarán ese aire de mansedumbre y tristeza vacuna,
que tienen los ojos de todas las mujeres que quedaron solas, solas con el recuerdo
de haberse negado.
Te aman porque eres bella y joven. No malgastes esa riqueza.
Administra tu belleza inteligentemente, sin sentimentalismos, sin otra piedad
para nadie más que para ti misma. Y si para conservar tu belleza –que es conservar
el deseo del hombre- te fuera necesario mentir, miente y engaña, cuantas veces lo
creas necesario.
Y cuando Aurelia quiso indagar, Renée, asombrada, exclamó:
-¡Querida!... Cualquier chiquilla de diez años en Francia sabe más
que tú. Existen mil formas; ¿cuál es tu problema con Roberto?
Ella explicó con vergüenza.
-Mi amor... –interrogó Renée- escúchame: ¿Nunca tuviste otro
hombre que Roberto?
-Nunca… -confesó Aurelia, ruborizándose.
-¡No!... -exclamó Renée, cayendo sobre el sofá de su lujosa salita,
envuelta en carcajadas. Aurelia sintió vergüenza de no haber tenido siquiera un
mísero amante, de ser una mujer sin historia.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 113 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Renée, obedeciendo esa ley que obliga a las mujeres a unirse y


defenderse del hombre murmuró:
-Te tomo a mi cargo.
Así le enseñó cómo proceder en distintas circunstancias.
-Supongamos –le decía- que no puedes gritar, mejor dicho, que no
te conviene. Siempre hay que evitar el escándalo, pues cualquier escándalo
repetido deja la duda. Supongamos que te encuentras con un hombre que en una
fiesta te ha arrinconado en una habitación; que es un cínico que aprovecha tu
temor al escándalo, en una casa que no es la tuya. ¿Cómo te defiendes? No todas
las circunstancias son las mismas. Algunos se calman con la promesa de una cita
al día siguiente y unos cuantos besos apasionados… y tú salvas la situación. Otros,
con el pretexto de que tienes tus reglas y mancharás tu traje; y a los que no se
conforman –por experiencia- con ningún pretexto ni promesa, hay que
desarmarlos. La lucha los cansa, y cuando no tienen solución… hay que dejarles
hacer, retirándose a tiempo, pues siempre es preferible una penetración sin
consecuencia a enfrentar el escándalo; muchas veces es alguien importante, un
banquero, un ministro. Alguien que puede convertirte a través de tu marido en
rica o miserable. Además nunca olvides que muchos hombres, tienen alma de
rufianes aunque usen modales de señores. Las mujeres no tenemos defensa más
que una o dos veces. Después nos pasa lo que al pastor de la fábula: Nadie nos
cree. Y como a los lobos los encontrarás a cada hora en tu camino, debes aprender
a defenderte de ellos silenciosamente. ¿Cómo explicarías a tu marido que todos
los hombres al bailar contigo se insinúan? Terminaría por pensar que eres tú quien
los provoca, dudar y perder la fe... o las narices en una explicación frente a otro
más fuerte físicamente. Y así quedarías más en ridículo.
-En cuanto a tu problema marital, toma este libro –dijo retirando
uno de la pequeña biblioteca del salón.
-Son las tablas de Ogino… Hay un período en que no podrás
satisfacer normalmente a Roberto. Me dan ganas de tomarle a mi cargo en esos
días –dijo riendo- pero la naturaleza ha sido sabia y nos ha dado para tales
circunstancias, para remplazar...
-No –interrumpió Aurelia- yo no puedo…
-Entonces querida, búscale una amante para los días en que Ogino
te prohíbe hacer el amor. No puedes cambiar la naturaleza. Una mujer justifica su
infidelidad por la impotencia o frialdad de su marido; ejemplo, el mío. En las
mujeres negarse a satisfacer al marido equivale a impotencia.

Ogino… Un japonés, posiblemente pequeñito, de tez amarilla y


ojos oblicuos. Un médico perdido entre los millones de japoneses en su isla de
terremotos y tifones. Francia, asustada ante los abortos que llenaban las cárceles
de comadronas y médicos, da a publicidad las tablas con antifaz científico, y la
mujer descubre que, sin riesgo, puede disfrutar de su cuerpo. Puede engañar,
mentir y concebir, con quien, cuando y como quiera. Por fin es dueña de la vida

Raúl Barón Biza (1899-1964) 114 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

de nuestros hijos, vale decir, dueña de los hombres. Dios había sido vencido por
Ogino. Dios había dispuesto las cosas en una forma, y Ogino las dispuso de otra.
Es evidente que el instinto amoroso inhibe todo razonamiento en
el ser humano. Lo convierte desde el ser más noble y desinteresado, en el más
repugnante y abyecto.
La mujer está indefensa frente al macho, en "su minuto". La más
pura se convertirá en la más pervertida cuando sus glándulas así lo manden, de
nada valdrán los principios morales, no habrá valla que no salte, no habrá acto
que no cometa.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 115 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

…sin decir tu nombre, ni dejar tu dirección.

Durante siglos tembló ante el resultado físico del acto: la preñez.


Ignoraba hasta que "las reglas" llegaran manchando sus muslos, el destino que la
esperaba. Soltera, estaba condenada socialmente al ostracismo y al desprecio de
los suyos. La repudiarían sus padres y hermanos y para los demás hombres sería
la presa fácil en que deleitarse.
El camino abierto era el prostíbulo, la senda única, el
amancebamiento. Sólo estaba a cubierto la mujer unida en matrimonio. El esposo
era patente y seguridad social y legal. La adúltera no tenía otro temor que la
sorpresa. La maternidad, la cubría el certificado de su acta nupcial.
Soltera, estaba indefensa frente a la vida, a los hombres, y más aún,
frente a las otras mujeres que, más hábiles, pervertidas o frígidas habían sabido
orillar la maternidad.
Esa "convulsión nerviosa" necesaria para su normal
funcionamiento y desarrollo físico, independiente de su voluntad, le estuvo
vedada hasta que Ogino descubrió que, al igual que otros animales, la hembra
humana emitía un óvulo a manera de huevo por cada período y que
mensualmente era expelido con el flujo menstrual.
La cuestión era conocer exactamente aquel proceso de que
dependía la felicidad y continuidad de la especie. El médico japonés penetra en el
mayor misterio de la vida y ofrece a la mujer la liberación de la esclavitud sexual,
a la que había estado sometida desde hacía cincuenta millones de años. Destruye
aquel otro cinturón de castidad, que eran las costumbres y los principios. El miedo
al hijo, que había llevado a millares de mujeres solteras embarazadas al suicidio,
había desaparecido de sus vidas para siempre jamás.
Habían desaparecido sus noches de insomnio, sus trastornos
físicos, el amor al perro, el fraude con sus propios cuerpos jóvenes y armoniosos.
Casada, podía ya mantener a su lado al amado, conscientemente, dar la vida
cuando ésta podía estar asegurada por el esfuerzo del compañero en la lucha por
la subsistencia. Su maternidad sería voluntaria.
La ciencia, desde el laboratorio, había relegado al pasado la partera
abortista y criminal. Una sola consulta al médico de confianza bastaría ya a toda
mujer para saber qué días del mes podía obedecer sin penas físicas, sociales o

Raúl Barón Biza (1899-1964) 116 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

legales al mandato de su vida, y no sólo había reconquistado el derecho a su


felicidad –igual derecho que usufructuara el hombre sin más temor que su
conciencia-, sino que la había liberado de la mentira obligada de su vida. La
liberaba de la tiranía del fraude físico, del amor contra natura, de la inversión, de
la masturbación, o la bicicleta.
De hoy en más, podría disponer de sus horas para colaborar junto
al hombre, en la preparación de un mundo mejor. El milagro de Ogino, tan simple
que se reduce a liberarlas de la maternidad, once días precedentes a las reglas,
durante las mismas y hasta seis días después, de acuerdo a su ciclo, le daba la
posesión del milagro consciente de la vida durante ocho días en cada período,
dejándoles el resto de su ciclo para su placer. Compensación del dolor de vivir.
La llave que le entregara Ogino no iba a ser –como pensaran los
mojigatos- motivo de desborde libertino en sus costumbres. En la mujer centrada,
la maternidad sería más esplendorosa, sus hijos más sanos; liberada de la
necesidad de la mentira, su compañero se liberaría a la vez de ese "nerviosismo
femenino".
Ogino liberó a la mujer de esa lucha continua contra el embarazo,
la liberó de las nefastas consecuencias físicas y morales del aborto, la liberó de
quedar infecunda o lisiada.
Limitar, controlar a voluntad la vida, garantizar el bienestar
económico, la educación y la salud. No podemos crear –por satisfacción o
ignorancia- futuras prostitutas, ladrones o enfermos.
El instinto debe ser vencido por el razonamiento. Los hijos no son
un problema personal, sino un problema de la humanidad ante el inminente
peligro de la superpoblación. El control de la natalidad y su limitación de ac uerdo
con los medios alimentarios del mundo.
No crear, no es destruir.
La moral religiosa no puede condenar el control de la natalidad,
perfectamente practicable, de las tablas de Ogino.
No amordacemos su instinto, no la forcemos a la infidelidad y ella
dejará de sernos infiel, aunque para ello sea necesario que pasen algunos siglos
antes de que se adapte a su nuevo estado.
En la naturaleza sólo la hembra humana se vende, y de ello somos
culpables los hombres. Sólo se vende aquello por lo que ofrecemos un precio.
Debemos permitir social y legalmente a toda mujer soltera, viuda
o divorciada, el libre uso de su sexo, como un medio de mejoramiento físico y
mental de la especie. Permitírselo es autorizar algo que no podemos evitar. Es
liberarnos de lo grotesco que significa ordenar lo que sabemos que no se puede
cumplir voluntariamente. A nadie se le ocurriría privarles de una necesidad
fisiológica, y menos aún deberíamos prohibirles una de tal importancia. Esa
libertad –sostienen algunos psicólogos- traería como consecuencia el uso natural,
moderado y normal de las relaciones, como sucede en todo y con todo lo que deja
de ser prohibido. El marido impotente debe ceder el paso al amante viril.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 117 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Hay que jerarquizar, elevar, magnificar el concubinato, sacarlo de


las sombras, legalizarlo en el sentido social. Hacerlo respetable como derecho
humano. La concubina es tan honesta o más que aquella que ha comprometido su
conducta futura en un contrato. Su fidelidad es voluntaria. Debe enfrentar el
desprecio y la humillación y aceptar su condición de paria dentro de la ley con tal
de conservar su albedrío de amar.
La mujer que rechaza el acta matrimonial, que se libera de esa
venta milenaria, que rehúsa comprometer sus sentimientos futuros –porque los
desconoce- se adelanta a la sociedad del mañana; es la mujer del próximo siglo.
Los moralistas deberán comprender que la libertad sexual y de
concepción traerá también la libertad espiritual que acercará más pura y
sinceramente al hombre y la mujer.
El matrimonio puede ser, y lo es generalmente, un "inicial error
sexual". La simpatía de piel, los intereses económicos y sociales, el deseo de
liberarse de la tutela de padres incomprensivos, o la mayoría de las veces, la
necesidad de llenar las noches solitarias, son factores que a cercan al altar; pero
pueden también convertirse en odio y repulsión después de la noche nupcial.
Dante no osó poner en su infierno aquel más espantoso, el del
forzado lecho matrimonial.
Los moralistas no tienen por qué escandalizarse. Más inmoral es
condenar a la abstinencia por el solo hecho de carecer de una dote, como aún es
norma en países europeos y asiáticos.
La mujer no dejó de ser adúltera, porque en la antigüedad pudiera
ser lapidada, quemada o despedazada viva.
No es culpable. El adulterio está justificado por las normas
impuestas a sus vidas en determinadas circunstancias.
Liberémoslas, para liberarnos. Destruyamos, en la edad del átomo,
el código que aún nos rige desde las cavernas. No la forcemos a la tortura del lecho
matrimonial que ha empezado a odiar, no la atemos a ese potro de tormentos.
El amor no puede ser reglamentado. No conoce más ley que su ley.
Ignora altares, actas y funcionarios. El amor es como la vida y la muerte,
indiferente a las leyes de los hombres, porque tiene su propia ley. No lo
defraudemos, porque nada hay más moral que el amor. No lo engañemos con
leyes divinas. No lo atemoricemos con sanciones sociales y legales. No lo tentemos
a la venta. No lo obliguemos a engañarnos para alimentarse. En el amor, el único
engañado es el engañador.

Pero esa fuerza desconocida, aquel misterio que traía consigo el


hombre sobre su origen, llámese Natura o Jehová, y que regía la vida humana
frenando al instinto animal, al saberse descubierta en uno de sus ciclos y temerosa
quizá de una nueva Sodoma y Gomorra, dio el contragolpe.
La mujer, por sólo pocos años se sintió liberada y dueña de su sexo.
Rigió las relaciones con sus maridos o amantes. Dio la vida cuando y como le

Raúl Barón Biza (1899-1964) 118 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

placía. Adjudicó la paternidad a quien más le convenía económica y socialmente,


a sus sentimientos e intereses.
Los viejos códigos civiles prohibían la investigación de la
paternidad, aun en circunstancias ilegales. Ello se modificó con el tiempo. El
resultado fue que de cada tres casos denunciados en los tribunales, uno solo fuera
real.
La mujer no ha perdido esa pequeña prostituta que lleva consigo
en el alma, o en su cartera junto al rouge, y que en cualquier momento puede
envolverla cual una llamarada.
Ogino había espiado en la caja de Pandora, en el cofre de la vida, y
ésta dejó asomar a otros, para detener, quizás, el derrumbe moral del hombre.
Con las tablas, la mujer podía darle al esposo por hijo, al concebido
con su amante. Obligaría a aquél por fuerza de la ley, a un aporte económico para
alimentos que percibiría como madre pero que usufructuaría como mujer.
El hombre había sido uncido a un yugo. Y para detener ese
inmenso poder en manos de la hembra, Dios permitió años después encontrar la
fórmula en las probetas del laboratorio, que comprobaran la paternida d: una
simple reacción de sangres; la del hijo y la del padre al encontrarse se aglutinan,
se entremezclan sus glóbulos rojos, y ello es perfectamente visible a través del
microscopio. Y cuando la hembra, amante o esposa, estafaba al hombre en el
amor, los glóbulos se repelían y se encontraban prestos a la lucha contra aquella
mentira. El glóbulo rojo en la sangre habíase transformado en un detector de
mentiras a través del microscopio. ¡Qué terrible zancadilla a la mujer, a Ogino y
al diablo les hizo Dios!
De hoy en adelante habrá que legislar junto con el certificado de
nacimiento, el de paternidad, no por simple afirmación de la hembra, sino por la
prueba de sangre.
No faltará quien se oponga al "certificado de sangre". Ni la hembra
que obligue a su padre o marido, legislador, a rechazar la ley amparándose en
principios morales.
Dios había retomado el timón que le arrebatara Ogino. El examen
de sangre eliminaba la tortura de la duda que todo hombre tuviere frente al hijo.
Responsabilizaría ante la Ley al que negara y descubriría a la que afirmaba
falsamente. El descubrimiento invalorable y científicamente incontrovertible de la
ciencia, era una tabla de salvación que Dios había arrojado al hombre en su
naufragio. Un cabo al que asirse, una esperanza para luchar y subsistir por algo.
Muchas se opondrán a este lluevo cinturón de castidad creado en
el laboratorio. De nada les valdrá ya negar o jurar en falso. Los glóbulos rojos de
la sangre del hijo acusarán inexorablemente a la adúltera. Las tinieblas se han
disipado para el hombre y la mujer. Millones de éstas tiemblan por aquella mezcla
de sangre que puede delatarlas.
¡Cuántas, hoy respetables matronas, sentirán la angustia por su
pasado! ¡Cuánta inmundicia de alcoba hasta hoy oculta, nos salpicaría de

Raúl Barón Biza (1899-1964) 119 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

aprobarse la "ley de sangre"! No hay un solo legislador que se anime a presentarla


como proyecto de ley. Es que ellos también tienen miedo…
Todos tenemos miedo…
Y en esa lucha eterna entre la carne y el espíritu, triunfará una vez
más la mujer impidiendo que el hombre se asome a aquel diminuto cristal del
microscopio y contemple la basura de la carne santificada y amada.
¿Qué congreso de seniles mentales legisló el examen prenupcial en
defensa de la raza, sólo obligatorio para el hombre? Como si la novia no pudiera
traer consigo, envuelta en tules y azahares, la herencia pestilente del alcohólico,
del sifilítico o la prostituta...

Aurelia llevó nota en su pequeño calendario de bolsillo de


"aquellos días" marcados en rojo y durante tres meses Roberto fue el más feliz de
los mortales.
Pero al cuarto mes, en vez de la menstruación, llegaron los temibles
vómitos.
-Has expuesto el límite de tus cálculos. Debías haber tomado una
"seguridad" de un día antes y después –le dijo Renée.
-Pero entonces, si descuento los días de las reglas, los de
"seguridad" que ahora me indicas y los períodos "fértil”… quedan sólo doce días.
-¿Y tú sabes lo que son doce días de amor sin riesgos, tranquilas y
seguras de que podemos disponer en cada mes, para nosotras y para con quien
nos dé la gana, soltera, casada o viuda? Eres una desagradecida. Debías haber
nacido hace cincuenta años y bendecirías que te dieran esa posibilidad sólo dos o
tres veces en tu vida.

Aurelia ocultó su estado a Roberto. Renée la acompañó aquella


tarde. Era un médico barato, alcohólico y granujiento. La hizo acostar desnuda,
indefensa –toda mujer desnuda está indefensa-, apoyando sus pies en los fríos
estribos de metal de la mesa de examen y abiertas cual rana boca arriba, sus
piernas.
-No le va a doler nada… tome esta poción, cálmese. Le daré una
inyección que la dormirá; cuando despierte habremos terminado, pero le costará
mil francos más.
-Está bien… -respondió Aurelia temblando.
Renée ayudó sosteniendo la goma sobre el brazo mientras el galeno
inyectaba en la vena. Muy pronto un sopor la fue invadiendo. Las luces
disminuyeron en fuerza y se multiplicaron luego. Alcanzó a ver como sombras al
médico y Renée junto a ella y después se hizo la noche, el silencio profundo, la
nada…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 120 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Eres un viejo inmundo, necrófilo –gritó Renée ante la indicación


de que pasara a la otra habitación, aduciendo que la presencia de terceros lo ponía
nervioso en su trabajo-. Lo que quieres es tomarla antes del raspaje. Aprovechar
que está dormida. ¡Y pensar que lo habrás hecho también conmigo!
-Entonces –respondió calmo el galeno-, si no esperas en la otra
habitación, se lo haces tú- y comenzó a sacarse los guantes de goma rosada.
-¡Canalla, porquería!... –pensó Renée, comprendiendo que estaba
en sus manos.
El aborto se penaba con la pérdida del título y años de cárcel.
Además, pensándolo bien, si todo se iba a limpiar… -y pasó al otro cuarto,
sintiendo correr el pestillo sobre la puerta del consultorio y dar dos vueltas a la
llave.

Guardó cama tres días. Era un simple desarreglo menstrual. No era


necesario llamar al médico.
-En cosas de mujeres los hombres no debían opinar... –le dijeron
ambas a Roberto.
Y así terminó aquella estadía en París, en la que nunca sabría
Aurelia lo que aquel médico hizo con ella, estando dormida. Y es que a la vida es
difícil trampearla, y quien lo intenta, se arriesga…

José Antonio había llegado a Venecia, después de una larga


excursión realizada por la India. Telefoneó a Roberto:
-Ven con Renée y tu mujer. Los espero la semana próxima –mandó
como en los viejos tiempos.
-Debemos regresar a la Argentina… -se excusó.
-Invito yo –ordenó, como cuando Roberto era su secretario.
Renée se quejó:
-¿Y me van a dejar ir sola?... Son unos malvados, unos
desagradecidos… Tener que manejar más de mil quinientos kilómetros. . .

Las cartas de María del Carmen le llegaban semanalmente.


"Hoy es domingo -le decía en una de ellas-, y es el día que por ser
fiesta lo reservo para escribirte. Mamá no anda muy bien de su corazón. Presión
baja. Pero no te aflijas. Roberto hijo, crece en tal forma que todo le queda chico al
día siguiente. ¡Nos está arruinando! Ya me conoce y tiende sus bracitos y hasta
me hace mimos.
¡Imaginarás lo feliz que soy cuidando tu hijo! Ayer vendí las
monedas mejicanas como me indicaste y te giré su importe por intermedio del

Raúl Barón Biza (1899-1964) 121 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Banco Español (8 Ave. de L'Opéra) donde debes reclamarlo. ¿No estás gastando
mucho?"
Sí… esa chiquilla de Aurelia lo había enloquecido, embrujado. Lo
que había acumulado en años de servidumbre se iba sólo en meses.
Las noticias de la estancia eran pocas y los gastos superaban lo
acordado. Debían regresar. Debía imponerse. Debía volver al lado del hijo y el
trabajo.

-¿Es cierto, Roberto, que Venecia es tan hermosa como dicen? –


preguntó Aurelia.
Y él, que soñara siempre volver a Venecia junto con la mujer
amada, para glorificarla, no supo negarse.
En la autopista que partía de Milán, el cuenta kilómetros del
Packard de Renée marcó 130, Roberto era un experto volante y la carretera de dos
vías se prestaba a ese flirt con la muerte. En el inmenso garaje de varios pisos
donde da fin la carretera y empieza el ensueño de la ciudad, dejaron el auto ya
inservible.
Las góndolas y lanchas a motor se apretujaban sobre el
embarcadero.
El altoparlante anunció con su voz de gigante: "El propietario de la
«máquina» Packard 22-872 París, sírvase presentarse en las oficinas" y continuó
repitiendo la llamada hasta que llegaron a ellas.
-Estoy con la lancha del hotel, señora –le dijo un distinguido
doméstico a Renée-. Tengo instrucciones de esperar su llegada y conducirlos.
Se instalaron a popa en la espléndida lancha de fina silueta,
arrellanados en cómodos sillones de paja con almohadones rojos. El retenido
roncar del motor los fue conduciendo en lenta marcha por el gran canal, la
principal vía flanqueada por viejos palacios ducales, en los que cada piedra tenía
una historia de amor y de crimen.
-En aquel edificio, a la derecha –indicaba Roberto-, está la casa de
ventas de Murano. Te llevaré, para que veas cómo se trabaja el vidrio al igual que
hace siglos, y las maravillas que realizan.
Cruzaban frente a la plaza San Marco con su "Campanile", sus
palomas, su iglesia bizantina y el palacio ducal, con el buzón en la piedra donde
se depositaban las denuncias anónimamente y que justificaban la prisión de los
opositores, de los otrora poderosos duces. A igual que ahora, la denuncia anónima
a las juntas investigadoras de los gobiernos derrotados militarmente.
A la derecha, Santa María del Fravi con su cúpula blanquecina
brillando al sol, más adelante, a la izquierda, los jardines de la Bienale, en donde
los más famosos pinceles exhibían sus trabajos.
La lancha tomó de pronto impulso, saltó ágilmente sobre las aguas
y se deslizaron en el espacio de azogue que separaba a Venecia de su famosa isla,

Raúl Barón Biza (1899-1964) 122 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

con hoteles de gran lujo y magníficas playas privadas, adonde sólo podían llegar
los privilegiados.
El "Excelsior", cuya arquitectura y moblaje denotaban la influencia
que dejara el comercio y las guerras de la época de la República con Turquía,
estaba emplazado en amplios jardines frente a una playa a la que sólo tenían
acceso los huéspedes.
La lancha atracó junto al muelle, en el canal privado del hotel. Un
fotógrafo los entretuvo unos minutos. Era enviado por la revista "Lido", enterada
de su llegada. La revista estaba subvencionada por la empresa del hotel, pero
siempre era un agradable recibimiento para los viajeros, que lo ignoraban.
Retiraron del casillero las llaves de sus reservadas habitaciones,
firmaron su ficha hotelera y el "concierge" le entregó a Renée la correspondencia.
-Son de mi marido –dijo ésta-, debe estar furioso, como que me
olvidé casi de él… -comentó risueña Renée, empezando a abrir los sobres. Llega
la semana próxima… Sólo tengo estos días para desquitarme.

Mientras en su habitación –esquina que daba al mar y desde la que


se divisaba el campo de golf-, Aurelia se remaquillaba y aseaba del viaje, el
teléfono requirió a Roberto.
-Baja inmediatamente al bar o subo a conocer a tu mujer –dijo la
voz de José Antonio.
El bar frente al mar, enfilaba un largo muelle de madera que servía
de trampolín y en el cual se colocaba en las noches sin luna otra artificial, con el
único objeto de hacerlas más románticas.
José Antonio los esperaba junto a Renée, impecable en su traje, las
sienes ya blanqueadas. Aurelia contempló curiosa a ese hombre tan distinto a
Roberto y del que tanto sabía a través de los recuerdos de su marido. De inmediato
los comparó. Las mujeres siempre comparan a sus maridos con hombres
superiores física, económica e intelectualmente.
Renée besaba, de vez en tanto, mimosa, gatuna, la mano de José
Antonio, indiferente a los mozos que preparaban las mesas para el "cocktail" del
atardecer. Nada hace más atractivo a un hombre a los ojos de una mujer, que otra
interesada o enamorada de él.
Renée tenía el encanto espiritual y cínico de la Francia moderna. Le
reprochó:
-¡Acabo de llegar y me invitas al bar antes de "curiosear" la
habitación que me han dado! ¡Te engañaré con mi marido!
José Antonio tomó la mano –que lucía un fino anillo de platino que
le daba patente de señora-, blanca, suave y manicurada de Renée, mientras miraba
a Aurelia, sonrojada e incómoda.
-Deja en paz a tu marido; además es mi amigo y tenemos negocios
juntos - acotó.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 123 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

¡Qué mundo extraño y distinto era aquél para Aurelia! Un mundo


de lujuria, sofismas, costosos trajes y piedras preciosas. Un mundo minúsculo,
apartado, indiferente al otro, en que se luchaba por un poco de pan y abrigo. El
mundo de los ricos, donde todo era permitido y al que toda mujer deseaba
llegar…

Sobre la playa, frente a las cabinas que hacían fila india, se


encontraron a la siguiente mañana, diríase desnudos, en sus minúsculos trajes de
baño. El mozo iba y venía trayendo bebidas heladas acompañadas de almejas
frescas, como aperitivo. El sol bronceaba los cuerpos recubiertos de aceites
perfumados, que ya no guardaban secretos. Era una mutua inspección de bellos
animales, previo al acoplamiento. Aurelia no se habituaba a la idea de la llegada
del marido de Renée. Era como una obsesión.
-¿Y él lo sabe? –preguntó a Roberto.
-Si lo sabe lo disimula muy bien. No olvides que es un
norteamericano.
Las peleas por sus mujeres sólo están en las películas, o en la clase
baja y de origen latino. Tienen solucionado el problema sentimental con el
divorcio.
Cuando se cansan, o tropiezan con una secretaria audaz pactarán
en San Reno una pensión en dólares… Es una forma de amor libre. Los americanos
son prácticos, piensan que hay tantas otras mujeres en el mundo –más de mil
quinientos millones-, que no vale la pena llorar ni ir a la cárcel por ninguna de
ellas.
"Crueldad mental" –acusará su abogado-, y como esto es
problemático probarlo, el juez sentenciará, devolviendo a la esposa la libertad
junto con una pila de billetes. Los americanos están orgullosos de sus industria s,
de sus ideas y de la práctica solución que han dado a un problema, trágico aún en
los países latinos.

El marido de Renée llegaría a descansar mentalmente de la


vorágine de "downtown". Bailaría, bebería y compartiría –guardando las formas-
a Renée con José Antonio.
Además, enfadarse es descender en la escala animal; y los
millonarios son seres superiores y con problemas más importantes que el de la
fidelidad, sentimiento inferior, de otras épocas y de sub-razas.

En la mañana del tercer día y mientras Roberto se vestía, Aurelia


díjole desde la cama:
-Creo que deberíamos irnos hoy... y estos días que nos quedan
pasarlos en Portofino, cerca de Génova. El "Conte Verde" sale la próxima semana.
En tres días hemos conocido Venecia; además deseo tener noticias de Roberto hijo.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 124 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Debe haber correspondencia en el Consulado de Génova. ¿Quieres que vaya


preparando las valijas?...
Roberto tenía el presentimiento de que no eran los motivos
expuestos los únicos que la hacían desear anticipar la partida. La víspera había
notado la poca disimulada frialdad de ella para José Antonio y Renée. Claro es
que podía tener motivos en el exceso de las atenciones que le dispensaba José
Antonio y la confianza que se tomaba –con gran disgusto de él-, para expresarse
y, sobre todo, en la forma de bailar.
Roberto se lo había reprochado a su mujer la primera noche.
-Cuando me pida bailar le diré que no –le contestó.
-No puedes hacer eso. Quedaría yo en ridículo.
-Entonces, yo no puedo impedirle que baile como con todas.
Y eso era verdad. José Antonio no bailaba; se abrazaba
impúdicamente con brazos y piernas a la compañera. La mano se apoyaba sobre
el comienzo de la cadera, en la nalga, como si fuera a sostenerla en la penetración
a través de la ropa. Era difícil ante los ojos del público intentar separarse. El brazo
musculoso acercaba, mantenía por las caderas, como derecho de conquista, la
pelvis junto al sexo que se sentía sobre el muslo a través del pantalón. La otra
mano sobre su mano, hablaba el idioma de la piel, que toda mujer comprende.
-Te noto rara con José Antonio, ¿pasó algo? –preguntó.
-No, nada; ¿qué podía pasar? –mintió ella.

Qué podía pasar. ¡Lo que le había pasado!


-Renée era una inmunda alcahueta –se dijo, y luego modificando
sus pensamientos-, una mujer de mundo, una mujer que trata de mantener a su
amante satisfecho con aventuras que ella misma elegía. Renée no era sino la
consecuencia de ese ambiente internacional de millonarios. Renée tenía su moral,
y la moral cambia de acuerdo a las comunidades y los climas. No es inmoral estar
cuasi desnudo en la playa, pero lo es presentarse en camisón o calzoncillos en el
pasillo de un hotel. No es inmoral la desnudez de los senos en ciertas tribus y es
inmoral descubrir el rostro femenino en otras. Sin embargo, una mujer desnuda y
bella no es inmoral porque sólo es inmoral la fealdad en la naturaleza. Toda
comunidad, toda agrupación social, tiene su moral o su pudor.
-Yo seré una puta, pero decente –había escuchado decir en una riña
entre mujeres una noche, en Barcelona. Y podría serlo a su manera, en su moral,
en su ley, que también era dogma.
La moral es una conducta, es una consecuencia de la educación y
el ambiente. Son normas establecidas. Hay moral hasta entre los delincuentes,
moral que sólo rige para ellos y que no se transige sin exposición de la misma
vida. El "macqueraux" que permite a su mujer venderse varias veces en la noche,
no le perdonará que lo haga con uno de su clase. Es moral. Tan moral como
cualquier otra. La inmoralidad es violar las reglas establecidas como moral, dentro
de un grupo determinado de personas.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 125 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Y en el clan de que formaba parte Renée, no era inmoral acostarse


con la amiga de su mujer o amante. Inmoral era que aquélla se quedara con él. Y
la que violare esa norma, sería repudiada para siempre de su círculo y
desprestigiada ante los hombres por las mujeres cuya organización sentían
afectada.
Renée había adivinado el deseo de José Antonio, Aurelia no
significaba peligro para ella. Una aventura que, por las circunstancias, no podía
repetirse más que una o dos veces. No era enemiga de la que tenía que defenderse.
Aurelia había sentido la atracción al peligro. Había coqueteado desde el comienzo
con José Antonio, que para ella representaba todo lo distinto a los hombres entre
los que había actuado. Había escuchado sonriendo, halagada, sus galanterías del
primer día, en el baile habíase abandonado en sus brazos, había sentido su
reacción masculina junto a su muslo, a través de su delgado traje de soirée. ¿De
que podía quejarse ahora?... ¿Imaginó que los hombres como José Antonio podían
detenerse en los umbrales de la aventura?... Culpable era ella y bien arrepentida
estaba. Amaba a Roberto –se lo confesó a sí misma en aquel momento de peligro-
y no creyó en las derivaciones de lo que consideró como un simple flirt, que aceptó
para no desentonar, para no pasar como una mojigata provinciana de Sud
América.

Fue la tarde anterior. Se había convenido que los hombres fueran a


Venecia y ellas quedaran en la playa descansando.
-Puede que me olvide algo en tu habitación y regrese a buscarlo –
le dijo José Antonio al separarse de Renée, guiñándole un ojo.
Ella quedó pensativa. Si tenía que ser, si lo habían combinado, no
era ella la que se opondría a la aventura.
Se cuidó bien de confiar sus pensamientos a Aurelia. Sabía por
experiencia que a esas cosas era mejor simular ignorarlas.
A la hora le dijo:
-Subamos a mi habitación. Nos quedaremos charlando y
tomaremos el té en la terraza. ¿Quieres?
Aurelia accedió.

-¿Qué fue lo que te hizo dejar "aquello"? –preguntóle Roberto a José


Antonio, refiriéndose a su vicio por la droga.
Sumergiendo sus manos en el agua, sobre la que se deslizaba
velozmente la lancha en dirección a Venecia, José Antonio tardó unos instantes en
contestar y como refiriéndose a un hecho en el cual no hubiera sido protagonista,
murmuró:
-"Pon-Pon".

Raúl Barón Biza (1899-1964) 126 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Ante el recuerdo, se hizo el silencio. Esquivándose, miraron ambos


hacia la ciudad que parecía acercarse.
-¿Vendiste la cabaña?
-Hum... hum...
-¿No piensas en casarte? –interrogó Roberto tratando de ahuyentar
el silencio.
-Hay tantos mejores que yo para maridos, que si me casara me
parecería robarle la mujer que le corresponde legalmente a otro… -y animándose,
continuó-: Yo me conformo con las sobras del matrimonio. No soy celoso, cargoso,
ni exigente; además, cumplo una función social. Colaboro en los matrimonios,
contribuyo a que vivan más felices, desde el momento que una parte –la mujer-,
está más satisfecha. Y una mujer satisfecha le hace indudablemente la vida más
amable al marido. Hasta muchas, después de haberles sido infiel una vez,
descubren que el marido es mejor que el amante y gracias a estas arrepentidas se
forman los matrimonios felices. La mujer de la clásica estampa inglesa "sweet
home", tejiendo al lado del esposo, que lee el diario y rodeada de los hijos es el
símbolo de la desilusionada del amante… Yo cumplo una importante misión
social.
Llegaron ante la escalinata próxima al tan mentado Puente de los
Suspiros y que une al Palacio Ducal con la prisión, mundialmente famosa desde
que se escapara de ella Casanova.
Al recuerdo del famoso Don Juan, José Antonio, cínicamente,
palmeándole la espalda amistosamente a Roberto le dijo:
-Mientras tú vas a la Agencia y de compras, yo haré unos trámites
en el Banco. Nos encontraremos a las seis en el Royal Daniele –y separándose se
dirigió a tomar una lancha taxímetro, indicándole que lo condujera al Excelsior.
-Apure –dijo-, tengo que regresar antes de las seis…

El timbre del teléfono irrumpió en la habitación de Renée.


-¡Por favor, no contestes! No digas que hablas conmigo. Excúsate
un momento y baja al "hall" -recomendó José Antonio.
-Me llaman, vuelvo en seguida –le dijo Renée a Aurelia.
Se encontraron en la puerta del ascensor.
-Gracias, mi amor. Me olvidé el pasaporte en tu habitación –le dijo
sonriéndole-, no es necesario que me acompañes. Es mejor que me esperes aquí,
tomando el té…
-¿Tan pronto regresaron? ¿Pasó algo? -preguntó Aurelia al ver
entrar a José Antonio.
-No, debí volver solo, me he olvidado el pasaporte, tengo que hacer
un trámite bancario… debe estar…
Aurelia, con intuición femenina, comprendió la mentira. Sintió una
rabia feroz contra Renée y el imbécil de Roberto.
-No, no está aquí –dijo después de abrir un cajón de la cómoda-.
Me crucé con Renée… Ya sube, voy a esperarla.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 127 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Aurelia sintió toda la desnudez de su "short", e instintivamente


buscó sin encontrarlo, algo con qué cubrir sus piernas. Inconscientemente recordó
a Ogino.
-Usted es un cínico y un sinvergüenza –le dijo al sentirse en la
trampa, como una colegiala, rechazándolo en su intento de abrazarla-. Usted es
un crápula y su Renée, una degenerada… Dignos uno del otro. ¡Déjeme salir!... Si
Roberto se entera… -agregó amenazante.
-¡Pobre Roberto!... –respondió José Antonio-. Si se enterara, creerá
que esta cita estaba convenida. Roberto no es el hombre que mereces –continuó
ya tuteándola, acercándose-. Escúchame... no me rechaces... Todo esto puede
justificarlo mi locura por ti. Mi amor por ti…
-No me toque...
Sin embargo, José Antonio la tomó en sus brazos y rodaron sobre
el lecho. Sus labios buscaron los de ella y los encontraron.
-No… no... –se defendía cerrando como tenazas sus piernas.
En su desesperación de aquella sorda lucha recordaba las palabras
de Renée: "Nadie en tales circunstancias te creerá inocente. Es preferible al
escándalo… ". Pero aunque no la creyeran, aunque la culparan, no se iba a
entregar. Ningún otro hombre que el imbécil de Roberto la había penetrado en su
bajo vientre. Sintió que las caricias y besos quitaban fuerzas a su defensa. Sintió al
hombre, buscando su sexo. Hubo un segundo en que sus piernas cedieron. Y
cuando sintió que la iba a poseer, hizo un nudo en sus músculos y lo rechazó
violentamente sobre el armario. De pie se dirigió a la puerta, y trató de llegar antes
que él.
-Bien. –dijo José Antonio arreglando su traje, aceptando indiferente
su derrota que ignorara estuviera tan cercana a la victoria.
-Basta. Siéntese un segundo. Le prometo quedarme tranquilo.
Escúcheme…
Prendió un cigarrillo mientras ella, arrinconada, descubrió a su
lado el teléfono, que tomó.
-¿Qué va a hacer?
-Decirle a esa porquería que suba. . .
-Espere… escúcheme. Usted es una salvaje, magnífica, bella, con
demasiada juventud. Usted ignora nuestro mundo. El escándalo sólo le acarreará
disgustos. Debemos dar por olvidada esta tarde. Yo sé perder en el amor…
-Démosla por olvidada, pero retírese inmediatamente.
-¿Prometido?
Aurelia no contestó. Temblaba aún, como debieron temblar las
mujeres en las ciudades conquistadas.
-Retírese… y le prometo que Roberto no sabrá nada –murmuró por
fin.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 128 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Y Roberto no supo nunca nada. Se encontró con José Antonio en el


bar del Royal Daniele sobre el gran Canal, a la hora convenida. Regresaron en la
lancha del hotel, citada a esa hora. Las encontraron sentadas en el amplio
vestíbulo, esperándolos.
-Mañana llega mi marido –dijo Renée a José Antonio.
Roberto no pudo evitar una sonrisa dirigida a Aurelia que no
encontró respuesta; una sonrisa que quería decir: Pobre tipo…

-Eres una infeliz: querer hacer un escándalo, enemistar dos amigos


como ellos –reprochó Renée.
-Tú no quieres a José Antonio -reflexionó en alta voz Aurelia.
-¡Lo quiero a mi manera! Como se quiere en nuestro mundo. Con
menos egoísmo, con más generosidad. ¿Crees que no sufro, cuando va hacia otra?
Si tuviera la seguridad de que es un entretenimiento de los sentidos, una variación
física momentánea, no me afligiría, pero mi temor es que encuentre otra mejor que
yo. ¿Podría evitarlo? Soltero empedernido, si le hiciera una escena –me ha pasado-
partiría de inmediato, el tiempo justo para ordenar a su valet que lo encuentre con
su equipaje en cualquier próxima ciudad. Recuerda que él no es mi esposo, a quien
puedo exigir; José Antonio es libre, no tiene que dar cuenta a ninguna persona ni
a ninguna ley. Carece de obligaciones. Es un cazador furtivo que no paga por la
presa. Ninguna ley puede obligarlo a pasarme una pensión, si me abandona.
Yo sé hacerme en el amor a un lado, en determinado momento,
para conservarlo. Hace más de diez años que es mi amante, y te reirás… no lo
engaño ni con el infeliz de mi marido. En muchas ocasiones paso meses sin verlo,
pero yo lo espero y él vuelve a mí. Me agrada su cinismo, envidio su forma de
vida y me enloquecen sus besos.
Nadie, mujer ni hombre, me ha hecho disfrutar más en el amor que
él. Lo amo así, como es, y si para conservarlo me exigiera le entregara mi hija, de
tenerla, no dudes que se la brindaría. ¿Cómo iba a cruzarme entonces entre tú y
su deseo?
-Tienes alma de Celestina.
-No, Aurelia. Cuanto tú también ames, la tendrás de Celestina y de
ramera –sentenció Renée.

Partieron en el tren hacia Génova. Ella llevando un secreto y un


poco más de experiencia. Él, resentido por las actitudes de Aurelia frente a José
Antonio y seguro de que durante los tres días de Venecia, todo podría haber
sucedido, menos con José Antonio. Viajaron todo el día, por la campiña italiana.
Ella, asqueada del recuerdo de aquel mundo en que había actuado. Un mundo de
animales enjoyados y limpios, luciendo condecoraciones en las solapas de los
fracs y valiosos collares en los cuellos de sus mujeres complacientes.
Sentía ansias de regresar a la estancia. De ver a su hijo, que había
abandonado por la ilusión de aquella inmundicia dorada.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 129 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

A quel recuerdo del hijo que dejara a María del Carmen se fue
acrecentando a medida que el barco la aproximaba a América. Era un sentimiento
que la iba envolviendo hasta hacerse obsesión; quizás un comienzo de
remordimiento por haberlo abandonado, por esa mentida ilusión de Europa. Fue
al escuchar las risas de otros niños y contemplar sus juegos en cubierta,
celosamente vigilados por sus madres. La paciencia a sus travesuras, su inquietud
de leonas y la felicidad de sus caricias. Esas vidas dedicadas, aun en las horas de
sueño, a defender y cuidar con sacrificio de vestales, la llama sagrada de la vida.
Fue, quizá su curiosidad ya satisfecha del macho.
El "Conte Verde" había soltado amarras del puerto de Lisboa y
navegaba por el Tajo, cuyas aguas transparentes dejaban ver las medusas, esa
primitiva forma de vida, flotando indiferentes al paso del barco que olfateaba el
océano.
Quince días de travesía. Quince días de espera, que se le hacían
meses en el deseo nuevo de volver al hijo.

La conversación fue la trivial de todo encuentro en cubierta al


comienzo de travesía.
-No conozco América. Vamos junto a mi marido que está en
Rosario. Apenas reconocerá a su hija –dijo acariciando una preciosa criatura que
tímidamente los miraba, cerradas sus manecitas a la falda de la madre.
Después el grupo se agrandó y llegaron las presentaciones:
-Fulano... Zutano...
Cuando señalando a Aurelia, Roberto presentó: -Mi esposa –una
voz juvenil exclamó- ¡Tan joven!... y nosotros que habíamos creído que era su
hija… De inmediato se cambió el tema, pero aquellas imprudentes palabras
quedaron como cuña en el alma de ambos...
Para Aurelia fue como una pequeña y molesta espina. Empezó a
mirar a Roberto comparándolo con los otros hombres y debió confesarse que
quizás ella fuera demasiado joven para él.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 130 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-¿Cómo será dentro de diez años? –se preguntó mirándolo alejarse


por cubierta. Cuando ella no tuviera aún treinta años, Roberto habría pasado los
cincuenta…
Siguió con la vista el pasar de una pareja, quizás en viaje de novios.
La mujer sería posiblemente mayor que Aurelia, pero el hombre que la llevaba
amorosamente sostenida con su brazo en la cintura, era mucho más joven que
Roberto, daba una sensación de más agilidad, de más firmeza en las carnes.
No era que no tuviera para Roberto un sentimiento afectuoso, que
no lo quisiera, pero debía confesarse que en los dos años ya pasados, aquel
sentimiento no era el amor que soñara en sus días de internado.
La pasión física que en un comienzo sintiera por Roberto, se había
ido adormeciendo lentamente en su interior. Era como si ya satisfecha el hambre,
se contemplaran los restos del festín. Pequeños detalles físicos que iba
descubriendo al pasar de los días, distintos puntos de vista, quizás el temor de un
nuevo embarazo…
Ya no existían aquellas ansias de dormir sobre el pecho de él,
oliendo el macho cabrío.
Había escuchado a otros hombres. Los había visto discutir y con
asombro descubrió que Roberto no era infalible, que se equivocaba y que hasta
alguna vez quedaba en ridículo, motivo de risas, a las que ella en un comienzo no
osó sumarse.

Teme a la mujer que se une a la crítica de otro.


Para la mujer enamorada -en celo-, su hombre es un dios,
indiscutible, infalible, perfecto en sus defectos. Es el ser maravilloso, increíble y
con poder de deformarle el vientre, hincharle los senos, darle eternidad a su carne.
En espera del milagro, la mujer es sumisa. Realizado éste, el hombre -ley en la
naturaleza-, se transforma en el cazador, contrae sólo la obligación de alimentar
la cría. Es el ídolo, despejado del oropel suntuoso y misterioso del templo.
La vida en el pequeño camarote interno –el más barato entre los de
primera clase-, se hizo incómoda y difícil.
-Vístete primero. Después yo haré mi "toilette". ¡Y ve a afeitarte!
No me beses, que me lastimas toda…-respondía ante la insinuación de hacerlo.
-Esa loción de violeta, me descompone. ¿Por qué no usas como
todos una colonia?
-Apestas con el cigarrillo ¡se llena todo de humo!...
Esa misma barba que en un principio la excitara, esa loción que
encontró en Cruz del Sur tan distinguida, ese olor de cigarrillo que le había hecho
sentirlo tan hombre…
Cuando sola en la cabina imaginaba su porvenir en aquella
estancia, los años monótonos y sin emociones que la esperaban, la embargaba una
desesperación que culminaba en lágrimas. Se sabía atada, acorralada, quizá más
aún que tras los muros de aquel colegio del que creyó haberse liberado para

Raúl Barón Biza (1899-1964) 131 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

siempre. Sintió una inquietud indefinida, un deseo inexplicable de ser dueña de


sus actos, de tomar a su hijo, de partir, de hacer algo sin condicionarlo primero a
la aprobación de Roberto. No era que ya no lo amase –se decía defendiéndose.
Cuando lleguemos –pensaba-, tengo que encontrar la forma de no embrutecerme
en la vida de la estancia. No quiero ser una sirvienta más en "las casas", la sirvienta
principal, que es toda señora. No quiero dejar mi juventud, mi vida toda,
conviviendo con esos ignorantes y sudorosos campesinos. Tengo q ue ser
"alguien", para liberarme de la esclavitud que me espera. No quiero depender
siempre de otros; padres, después maestras, luego marido, mañana hijos. Los
hijos... ¡No, no tendría más hijos, no pariría más hijos!
-Cuando lleguemos, voy a seguir mis estudios –le dijo a Roberto
tratando de no dar importancia a la frase.
-Los estudios que tienes que seguir son los de una buena madre.
Aurelia hizo como si no sintiera el impacto.
-Voy a terminar el bachillerato. Me falta sólo un año.
-¿Y para qué?
-¿Cómo para qué?... Por ti, para ti, para que puedas enorgullecerte
de tener una mujer culta.
-Me conformo sólo con la mujer.
-La mujer la tienes siempre –le dijo, acercándose mimosa-. La
tendrás siempre, mi viejo rezongón... –y sentándose en el borde de la litera le
atrajo sobre sus senos.
-¿Verdad que me dejarás estudiar?... –y pensó-: ¡Tengo que ser
"alguien"!...

-No te bañes más en la piscina. Es vergonzoso y sucio ese baño en


común con seres desconocidos.
-Estás en ridículo... Todo el mundo lo hace…
-Que todo el mundo haga una cosa mal, no por ello deja de estar
mal.
-Filosofía barata. Sólo está mal lo que se hace contra las normas y
costumbres de la mayoría. Es un momento de expansión, de diversión. No veo
nada de malo en ello.
-¿Cómo vas a verlo, si te agrada? Yo no tengo mujer para exhibirla
desnuda... Hay una falta total de pudor; es una exhibición y provocación al coito
repugnante.
-Tú porque lo ves todo desde el ángulo malo, sucio, como fue toda
tu vida junto a José Antonio y sus locas.
Roberto calló.
Aurelia continuó:
-Lo que pasa es que ves el pecado antes de cometerse. Es que tienes
celos de que me miren, miedo…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 132 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Sí, miedo, un miedo horrible de ser uno de los tantos; de sumarse


a la trágica caravana. Miedo del engaño de aquella que seguía amando, a la que
se aferraba, pese a que comprendía que Aurelia había comenzado a alejarse.
Miedo de perderla. Celos de todo y todos, por aquel cuerpo que le pertenecía
legalmente. Celos cuando la contemplaba bailar en otros brazos que no fueran los
suyos.
Celos de aquel roce íntimo de cuerpos, de ese abrazo preparatorio
al amor, que era el tango.
-No quiero que bailes más con ese hombre.
-¿Y yo te prohíbo que bailes con aquella otra? ¡Por favor!... Todo el
mundo ya se ríe de nosotros.
La había visto bailar, dejarse juntar al otro cuerpo con la
complacencia que le recordaba sus primeros bailes con ella. Había adivinado en
el brillo de los ojos y en el timbre de su voz, la atracción del nuevo hombre, del
otro dios.
La mujer descubre inconscientemente su deseo; no tendrá secretos
para Don Juan, en un roce de piel, en el tono de su voz, en una palabra
aparentemente sin importancia, en el brillo de sus ojos o la expresión de sus labios,
en el andar y en el ofrecimiento de sus senos... y Roberto, en sus años de vida junto
a José Antonio, era un hombre difícil de engañar.
-No bailarás –reafirmó serenamente.
-Entonces, ¿vamos a acostamos?
Caminaron sobre la pasarela desierta a esa hora. El mar dormía, se
había hecho lago. Las estrellas parecían esa noche más brillantes. Miles de ellas
alumbraban el mar, se repetían en los cristales de los "ojos de buey” indiferentes
a su problema insignificante y miserable.
Roberto intentó tomarla de la cintura, rehuyendo ella.
-Déjame, quiero dormir, estoy cansada... –mintió.
Y el que mendiga amor, no obtiene limosna.

En el bar pidió un whisky. Se acercó un pasajero, quizá con


problemas como el suyo.
-El alcohol –dijo, como hablando consigo mismo- es el amigo del
hombre. La mujer deja al hombre porque bebe y el hombre bebe porque la mujer
lo deja…
¿Otra vuelta?... –propuso el recién llegado.
-El alcohol es una de las más importantes fuentes de ingreso para
el Estado. Con su impuesto se cubren los gastos de embajadores, ministros,
recepciones. ¿Tú me comprendes?... –le dijo a Roberto- y si algo sobra se dispone
para los asilos. Los borrachos tenemos que hacer algo; cuando menos, hacer
aprobar una ley que nos jubile. ¡Somos los más importantes contribuyentes del
Estado!

Raúl Barón Biza (1899-1964) 133 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-¿Otra vuelta?... ¿Vamos a redactar el proyecto? ¿Conoces un


diputado?
-¿Diputado?... –pensó-. No conozco ninguno. Me revientan sus
ínfulas de futuros presidentes.
Pero hay que redactar una ley... Una ley que nos jubile con pago en
especie y en proporción a lo bebido en los últimos veinticinco años.
Su interlocutor siguió divagando e insistiendo en su invitación.
-Usted no es mi amigo si no me acompaña esta otra vuelta.
-Usted no es mi amigo –insistía.
-Usted no es mi amigo –repetía alcanzándole el vaso.
Y terminó:
-No tengo amigos, el único que tenía se fue con mi mujer. ¡Usted
no sabe cuánto la queríamos! –terminó gimoteando.

Cuando entró en la cabina, Aurelia simulaba dormir.


Lo contempló a través de los párpados semi cerrados, desvestirse,
el rostro relajado, los movimientos imprecisos.
-Porquería... –pensó Aurelia, volviéndose hacia el maderamen que
la separaba de otra cabina. Y recordó las pequeñas miserias físicas de la vida
íntima. Cuando enfermó, el médico y la fiebre le obligaron a guardar cama y ella
debió retirar el bacín servido y pestilente. Estuvo descompuesta varios días, y
siempre le produjo arcadas su recuerdo.
-Porquería –repitió en alta voz y ante la evocación.
Lo recordaba cuando lo sorprendió en oportunidades hurgándose
distraídamente las narices y cuando por las mañanas, cerrado el pecho por la
nicotina, expectoraba en el baño, como un bramido de angustia que le taladraba
los oídos y la asqueaba. ¿Qué habría visto en aquel hombre para enloquecerla
hasta el matrimonio? Un hombre que en un ambiente normal era un mediocre, un
hombre sin atractivo físico, un ser al que habían regalado la fortuna. La engañó su
inexperiencia, el ambiente del pueblo, la necesidad de liberarse de los suyos, del
infierno de su hogar, en donde los padres reñían sin pudor delante de sus
hermanas, en donde el odio acumulado de veinte años desbordaba como una
cloaca.

Empezó a notar, algunas mañanas en que Roberto se acercaba a


ella buscando sus labios, el olor agrio de su estómago. Ciertos días la transpiración
se le hacía insoportable en la pequeña cabina interna. ¿Cómo era que durante los
primeros dos años no había notado nada de ello?
En la estancia deberían dormir en distintas camas. Liberarse de la
tortura de los gases en su estómago, que debía sostener hasta verlo dormido.
Y es que Aurelia iba despertando del sueño hipnótico en que la
había sumido su deseo. Los sentidos volvían, pasada la conmoción, a su función

Raúl Barón Biza (1899-1964) 134 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

normal y entonces sólo quedaba la tolerancia, la comprensión si hubo amor, o el


odio y el asco si sólo fue deseo.
Un odio que no tiene otra razón que la de descubrir que el ídolo
tenía también vientre, sin querer comprender que sólo dejó de tenerlo en nuestra
imaginación y excitación sexual. Que sólo somos culpables en que el amor que se
hizo odio, por hastío, no fue más que un día de primavera hecha pimienta en la
sangre.

La vida a bordo, para ellos, transcurría con una rutina enervante;


los saludos de estilo y alguna que otra frase cruzada al pasar. Se habían replegado,
alejado del pasaje tras las primeras disputas. Aurelia guardaba un silencio
rencoroso e injustificado hacia Roberto. Contestaba con monosílabos y todo
intento de conversación moría en el comienzo. Además... ¿después de más de dos
años, qué tenían que decirse? Obligados a vivir en aquella pequeña celda de
madera, a rozarse y tropezarse a cada movimiento, disputando el espacio para
colocar sus pertenencias…
Una mañana, mientras se vestía, Roberto reflexionó en alta voz:
-¡Qué raro! Estoy perdiendo el vello de las piernas.
-Se pierde con los años –afirmó Aurelia.
¿Viejo él? La miró con ira. Sin embargo, mentalmente debía
reconocer que iba perdiendo esa agilidad que lo caracterizaba. Que se cansaba al
subir las escaleras.
-Dejaré de fumar –pensó.

Aurelia pasaba gran parte de la tarde en la "nursery", junto a los


niños que le recordaban el hijo. Levantábase tarde, leía y de noche se quedaba
escuchando la música del baile acompañando a Roberto, en cubierta, en silencio,
tal como si hubieran pasado muchos años ya desde su noche nupcial.
Roberto ansiaba llegar, seguro de que aquel estado espiritual de
Aurelia, pasaría al encontrar el hijo y en el trajín de la estancia. En los otros hijos
prometidos. Era el minuto de crisis por el que pasa todo matrimonio. Se sale
indemne y lo que fuera pasión, se transforma en amistad amorosa, en tolerancia
mutua o se rompe para siempre convirtiéndose en odio concentrado, en un deseo
de matar, en una repulsión instintiva y fácil de percibir hasta por los extraños.

-Es un magnífico topacio –comentó Roberto al referirse a un anillo


que lucía una señora.
-Es una amatista -rectificó Aurelia.
-Si yo te digo que es un topacio, no debes dudar. Sé lo que afirmo,
conozco mucho sobre piedras preciosas.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 135 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Conocerás mucho, pero es una amatista –reafirmó; y acercándose


a la pasajera la interrogó:
-Tenemos una duda, señora. ¿Qué piedra es esa que usted lleva en
el anillo?
-Un topacio –contestó aquélla amablemente.
Roberto quedó pensativo. Ese pequeño e insignificante entredicho
era una advertencia de la transformación de los sentimientos de Aurelia hacia él.
Sabía que la mujer no puede dudar del hombre que ama, no desea que se
equivoque, y si lo descubre trata de no hacérselo notar.
Para la mujer, la palabra del amado, es ley. Negará a Dios si se le
exige. Creerá si ama.
Cuando la mujer discute la afirmación, busca la equivocación, el
error, o trata de demostrar la ignorancia del esposo o amante disminuyéndolo
intelectual o físicamente a sus propios ojos, es porque su amor agoniza. La mujer
precisa justificarse espiritualmente de su cansancio físico, ridiculizando al hombre
que creyera amar y sólo deseara.
Y Roberto quería salvar su amor. Le era imprescindible para que
su hijo y los por venir se sintieran amparados por la unión amorosa de los padres.
Era vital para formarles un carácter, para darles en sus años mozos la felicidad
que más tarde será reserva en la lucha. Su hijo debía criarse en un santuario y éste
sería el hogar. No importaba que el ídolo tuviera pies de barro. Había que
enseñarles a amarlo, había que dejarles estampado para siempre el recuerdo de
sus años infantiles, puros, armoniosos, ocultándoles su suciedad.
Cuando se resquebraja esa unión, las víctimas son los hijos. Con
asombro presentirán el odio, la injuria mutua y continua de los padres. Y tendrán
derecho a maldecirles por haberles dado la vida. Serán jueces que condenarán a
ambos por haberles negado la ilusión, por haberlos arrojado sin piedad al albañal,
por haberles salpicado el alma de mugre antes de tiempo.
Nada más árido y cruel que el amor fatigado, cuanto más intenso
fuera, más violento el odio. Se sueña con venganzas y torturas, se imagina mil
formas de revancha, olvidando que el amor inicial fue sólo un deseo mutuo de
pieles, que no hay culpables.
Cuanto más abyecta, cuanto más profunda fue la unión física, más
repelencia se sentirá contra ese deseo que los hizo descender a la más ínfima
escala.
Pasado el hambre que enloquece, en el que todo dolor fue placer,
en el que todo contacto se idealiza, tanto el hombre como la hembra, sienten la
vergüenza de su desnudez en aquel paraíso perdido. Son Adán y Eva frente a
Dios, es el amor frente a la verdad. Desnudos, con los testículos y los senos
colgando, avergonzados y grotescos en la vertical y al sol.

La escala en Río de Janeiro fue breve, apenas de horas. La ciudad


desplegada en colores entre los "morros", vestida de gitana, entremezclada de

Raúl Barón Biza (1899-1964) 136 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

palmeras y rascacielos, los vio pasar indiferente sobre las aceras dibujadas de sus
amplias avenidas. El ensordecedor ruido del tránsito, típico de la gran ciudad los
sorprendió después de la calma y el silencio de los días a bordo. Estaban ya en
América. Volvieron a almorzar al barco. Río era una de las ciudades más caras en
cuanto a alimentos.
El correo que le entregaran traía malas noticias. En la estancia se
habían perdido los viveros y parte de las plantaciones a causa de una helada
tardía. Reponerlas no era sólo cuestión de tiempo, sino de dinero. Los alfalfares
estaban invadidos por la "tucura". Los olivos adquiridos al Ministerio de
Agricultura, apestados de "bacilus-oleo", el precio del quebracho había bajado y
su explotación no compensaba. Su suegro había sido derrotado en su candidatura
a diputado. Sólo el retrato del hijo, enviado por María del Carmen, le compensó
las nuevas. Aurelia dijo:
-No te preocupes tanto; ¡siempre hablando de la estancia! Lo
pasado no puedes remediarlo…
Si no hubiera hecho este viaje –pensó-, hubiera salvado el vivero
haciendo humo en aquella helada. Hubiera descubierto la peste a tiempo y no
habría plantado los olivos. Deberé trabajar como un burro…
La carta de María del Carmen recibida al paso por Montevideo, les
repetía las agradables noticias sobre el hijo, que releían: "Dio sus primeros pasos,
parece un borracho"... y al final: La Institución Garmier de EE.UU. le había
adjudicado una beca para el próximo año con objeto de perfeccionarse en su
especialidad. Era la gran oportunidad, buscada y esperada hacía años. Sin
embargo no deseaba separarse de mamá. Ella precisaba de su atención. Además
tenía miedo de ir sola y tan lejos. Si Roberto accedía, irían juntas. Sólo sería por un
año...

Raúl Barón Biza (1899-1964) 137 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

XI

E l "Conte Verde" cruzó frente al Yacht Club en dirección al


desembarcadero. Desde temprano el pasaje había cambiado tarjetas y promesas
de visitas que no se cumplirían. Los viajeros se desparramarían por esa inmensa
Argentina con sus problemas personales, buscando –como antaño los
conquistadores-, el oro que los hiciera poderosos. Para obtenerlo no se detendrían
en su lucha, en ningún principio. La vida en América era dura, pero conservaba
el aliciente del éxito, para aquel que sin escrúpulos, hubiera vendido en la aldea
lejana su alma al diablo.
Sud América. Tierra donde el inmigrante podía llegar pagando
una prima en los consulados, enriquecidos por la última guerra. Derecho de vida.
El que no pudiere pagar al señor cónsul el peaje, debía quedarse sin esperanza en
la aldea, rumiando su hambre.
Los inmigrantes se amontonaban a proa y popa. Miraban la
ciudad, por encima de las chapas de zinc acanaladas que techaban el
desembarcadero, ciudad que imaginaban conquistarían como anteriormente
habían conquistado América, Pizarro y Cortés.
Todo era fiesta y sol. Día inolvidable de llegada. Al pasar de los
años, los más caerían en el camino, los arrastraría la corriente hacia el albañal,
pero unos pocos, los elegidos, construirían sus palacios en la Avenida Alvear y
los hijos que vinieran serían rectores en la marcha económica y política de aquel
país.
En el sector reservado -separado por rejas de la muchedumbre-,
descubrieron a María del Carmen, y junto a ella una niñera uniformada, cuyos
brazos sostenían un bebé.
-¡Nuestro hijo!... –exclamaron ambos, juntando instintivamente sus
manos.
Aquel hijo que la ilusión de Aurelia por Europa hiciera abandonar.
Aquel hijo que tendría ya un año y no conociera a su madre.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 138 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Cuando se tendió la pasarela y pudieron descender entre las ansias


de todos por bajar, encontraron a María del Carmen junto al bebé, que miraba
asombrado la rutina de la vida. Aurelia lo tomó en sus brazos.
-¡Qué hermoso es!... –dijo tratando de calmarlo en su llanto por
volver a los brazos de la niñera.
-Déjamelo calmar… No te conoce –dijo María del Carmen.
-No la conoce… -repitió mentalmente Roberto.
Con sus escasas fuerzas, su hijo se defendía de la madre, de aquel
ser que desconocía, tendiendo angustiosamente sus bracitos hacia María del
Carmen, y haciendo "pucheros".
-¡Mamá!... ¡Mamá!... -imploraba tratando de alejarse de Aurelia
para llegar a los brazos de María del Carmen.
-Dámelo –ordenó ésta-. El niño no debe excitarse en tal forma.
-Pero es mío –dijo tratando de negárselo-. ¡Yo soy la madre!...
-Sí, tú eres la madre, pero yo lo he criado. No discuto tu derecho
como tal, pero el niño está por encima de tus caprichos. No puedes pretender que
te reconozca o te quiera, si nunca te ha visto.- Y tomando el niño se lo entregó a la
niñera.
En el auto de María del Carmen cargaron parte del equipaje y se
dirigieron a su casa.
-Mamá no vino, porque no se siente bien.... -explicó a Roberto-. ¡Por
suerte da crédito a mi título! Yo la amenazo y me escucha. Dormiré en la
habitación con ella. A ustedes les entrego mi dormitorio. Con lo que han gastado
no creo que les convengan hoteles.
Aurelia miraba a su hijo, que se negaba cada vez que le extendía
sus brazos.
María del Carmen vio las lágrimas asomadas a sus ojos.
-Tranquilízate –le dijo hondamente conmovida-. Dentro de dos
días estará enamorado de ti. Los bebés son así…

Los pocos días pasados en el departamento de María del Carmen


fueron un infierno.
-¡Quiere robarme mi hijo!... Me ha robado ya su cariño. Partamos
mañana, vámonos inmediatamente de esta casa…
-Debo terminar unos trámites en los bancos y hacer unas compras
para la estancia, María del Carmen sólo quiere enseñarte cómo debes cuidarlo –le
respondió Roberto.
-¿A mí, que soy la madre? –vociferó-. Cuidar los hijos lo sabemos
por instinto.
-Pero ella es médica, trata de indicarte los cuidados y mejores
alimentos para él.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 139 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Yo sé lo que debo darle. Todas las mujeres lo sabemos. No preciso


preguntarle a tu médica. Cualquier sirvienta me lo puede indicar.
Sí… cualquier sirvienta también sabría indicarle que no se debe
parir, para luego, semanas después, dejar a ese hijo para ir a bailar en París.
Pero eso Roberto lo callaba. Estaba aún demasiado enamorado de
ella, de aquella carne rosada y tibia que en ciertas noches se le brindaba –cuando
lo mandaban los ovarios-, como una magnífica limosna.

-Ten paciencia –le rogaba a María del Carmen.


-La tengo, Roberto. Más aún, la comprendo. Es la reacción natural
del acto de haber dejado su hijo, y ver que éste no la conoce. Son celos de madre,
lógicos y explicables por cierto. Debes irte a la estancia; allí, en horas, se
solucionará el problema.
Su madre escuchaba y sufría en silencio. Se había hecho a la idea
de que el bebé era algo suyo y de María del Carmen y de pronto, la llegada de esa
otra mujer que alegando derechos –derechos indiscutibles ante la ley, de
compartir con un hombre públicamente un solo lecho-, se lo arrebataba.
-Lleva a tu hijo junto con tu mujer… -le aconsejó.
El bebé habíala entretenido en ese último año; la había hecho
revivir sus faustos días de juventud, cuando cuidara sus propios hijos.
-¿Por qué no nos acompañas a la estancia? -preguntó Roberto a la
madre.
-La esposa quiere casa donde ella sola pueda disponer… Tú tienes
compañía, María del Carmen está muy sola, es como una hija y no debo dejarla.

El encuentro tenía que producirse y fue aquella tarde.


La abuela llegó hasta el consultorio por la puerta que comunicaba
a las habitaciones privadas.
-¿Puedes venir un momento? El nene llora mucho…
La enfermera interrogó con la mirada.
-Que esperen –le dijo refiriéndose a los pacientes-. ¿Cuántos son?
-Cuatro con hora... y una señora nueva.
El bebé lloraba desaforadamente en brazos de Aurelia. María del
Carmen con su delantal blanco, apareció en el marco de la puerta del dormitorio.
Aurelia le tendió su hijo.

-No sé... -murmuró confusa.


María del Carmen lo acostó sobre el lecho, desvistiéndolo. El niño
fue amortiguando su llanto y terminó por sonreír.
-Lo has apretado demasiado con la faja... Debes tener más
cuidado... –le reprochó.
Aurelia olvidó su angustia de minutos antes.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 140 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Ahora se lo puedes contar a Roberto. Todos tendrán razón. Yo soy


la madre incapaz… inútil –se quejó- tú eres la única que vales y sabes… ¡Y yo lo
he parido!
-Tú lo has parido… -repitió María del Carmen como hablando
consigo misma.
-¡Sí... es mi hijo!...
-¡Qué va a ser tu hijo!... -le gritó enfrentándola, perdido el control-
El hecho de parir no da derechos. Éstos se conquistan como yo y la abuela, día
tras día, hora tras hora, viviendo, riendo y sufriendo junto a él. ¡ Es mucho más
nuestro que tuyo! Porque lo hemos acunado, cuidado y amado desde sus
primeros días. Por ello nos premia con su sonrisa. El amor filial no es más que el
agradecimiento de cuidados recibidos en los primeros e indefensos años. ¡Hay
mujeres que sólo defecan los hijos!... Y esto te lo tenía que decir antes de que
partieras. Tú has querido que fuera hoy…
Aurelia miró a María del Carmen. Dos mujeres frente a frente y un
hijo y un hombre por medio.
-¡Renga inmunda! -le escupió Aurelia-. ¡Lo que pasa es que "seguís
caliente" con Roberto!...
María del Carmen sintió el brazo de la anciana que serenamente la
tomaba.
-Ven, María del Carmen, ven, hija…
Y como una autómata la siguió hasta el consultorio.
-No me hable, madre… déjeme sola –le imploró, mientras en sus
mejillas rodaban las lágrimas.
-Puede retirarse –le dijo a su enfermera-. No atenderé más.

Y quedó sola en aquel consultorio que estaba lleno de verdades. En


aquel consultorio en que las mujeres se confesaban frente a la vida y desnudaban
el alma para que les curaran las llagas y las limpiaran del barro. ¿Y qué era la vida?
Toda ella giraba en torno de un solo problema; el sexo. El instinto de perpetuarse,
el mandato de reproducirse, de multiplicarse cual langostas. ¿Y cuál era la
finalidad de todo ello? La humanidad era como una peste que amenazaba al
Universo. En pocos años más llevaremos en las astronaves a otros mundos, todas
nuestras leyes, nuestros dioses, nuestras enfermedades y las impondremos a
sangre y fuego como en la conquista de América, África y hoy Asia. ¡Guay
entonces del Universo!
Maria del Carmen contempló aquel consultorio que para muchas
fuera santuario. Las recordaba a través de una niebla. ¡Cuántas infamias, cuántas
inmundicias de la carne y del alma habían desfilado por aquella habitación!

-Estoy de novia y tengo miedo de que él se dé cuenta…


-… Y usted quiere que yo "la arregle" –le dijo María del Carmen
mientras la observaba, recordando que morir virgen era un crimen contra los
preceptos religiosos en ciertas tribus hindúes.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 141 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Asintió con la cabeza, mirando su bolso entreabierto y repleto de


billetes.
-Y usted cree que la solución está en apretarle un poco su vagina,
que le fabrique un himen… nuevo. Su problema no es ése, señorita. Su problema
está en su conciencia. Si lo ama, cuéntele, confiésele. No olvide que va a ser el
padre de sus hijos. El que junto con ellos deberá defenderla y abrigarla. Va de
buena fe. Es de canalla mentirle.
-No comprendería. Los hombres no comprenden los errores
iniciales de nuestra juventud, y si los comprenden, sólo los perdonan hasta
obtener lo que desean. Mi engaño no es engaño. Tiene una finalidad; la felicidad
del hombre que hoy amo y quizá la mía. ¿Puedo renunciar a ella por el hecho de
haberme entregado una vez a un ser del que quizá no recuerde ni su rostro?
-No le pido que renuncie a su felicidad. Sólo le señalo la forma de
conservarla; que llegue pura al menos espiritualmente. No entro a opinar sobre la
importancia de que sea usted virgen o no, pero sostengo que está obligada por la
seguridad de su futuro a confesarse.
-Si no me lo reprochara hoy, lo hará mañana… y yo quiero
defender, asegurar ese mismo futuro que usted invoca. ¿Qué importancia puede
tener en nuestras vidas, que él sepa o no, el paso dado irreflexivamente en mis
lejanos primeros años?
-No se construye nada sólido sobre el basural, y basura es la
mentira en sus circunstancias.
-Frases, literatura... Yo no vengo a escuchar sermones. Yo recurro
a usted como médica, para que me ayude.
-Al engaño –interrumpió María del Carmen-. No, señorita, no
cuente para ello conmigo. Escuche mi consejo; no se una a un hombre para toda
la vida haciéndole trampa desde el comienzo.
-Yo no pienso serle infiel…
-Lo está siendo ya al mentirle, al ocultarle, al simular lo que no es...
ni lo que será.

-Desde joven sentí repulsión física por el hombre. Mi espíritu ha


intentado muchas veces vencerlo, inútilmente.
He llegado como a un altar de sacrificios a entregarme a un
hombre, luchando por alejar de mí ese sentimiento antinatural. Los resultados
fueron contraproducentes. Esa repulsión se vio aumentada. Lo terrible es que me
doy clara cuenta de mi estado y no puedo sustraerme a su mandato. Tiene que
haber una solución. He perdido ya tres empleos y me es muy difícil conseguir
otro. Además tengo asco y vergüenza de mí misma... Es algo incontrolable, una
fuerza contra la que no puedo luchar, un deseo que paraliza mi voluntad. Me
empleo de niñera porque… ¿comprende doctora?, las niñas, las dulces
adolescentes, de piel de ciruelas.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 142 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Sí... ¿cómo no iba a comprenderla? Su caso se repetía desde el


principio de la historia; Catalina Lincken -Santa Catalina Lincken para las
homosexuales-, que fue condenada y ejecutada por sodomía a comienzos del Siglo
XVIII. Ya anteriormente, Teodoro penaba con tres años a las mujeres que
"fornicaban" entre sí. La historia llenaría volúmenes con sólo mencionar los casos
públicos de matrimonios entre mujeres, y sus crímenes por celos, más aún, casos
probados de suicidio por haber sido abandonada por su amante.
La invertida, generalmente se oculta tras una soltería que no nos
explicamos, y hasta en mujeres casadas y con hijos.
Al contrario de lo que se cree, la invertida no tiene por qué tener
aspecto hombruno. Puede ser pasiva, y en tal caso ser excesivamente femenina,
pero sin el característico atractivo sexual, que atrae al hombre hacia la hembra
normal.
La sodomía les está facilitada a las mujeres por sus costumbres,
como la de no llamar la atención, el hecho de acostarse juntas y por la que en
realidad los hombres son indiferentes cuando no los estimulan como motivo para
su propia excitación sexual. La sodomía se practica en todas las clases sociales, las
más elevadas en donde la vida placentera y de molicie tiende a destacar estos
sentimientos, hasta en las sucias fábricas o prostíbulos.
Una invertida experta puede seducir a una mujer normal, aunque
ésta después se le niegue, y siempre que no haya despertado en ella a la invertida
que en menor o mayor grado lleva toda mujer en sí.
En los internados y cárceles de mujeres es más común –según
estadísticas controladas-, la inversión, que en los de los hombres.

Las mujeres encerradas en los harenes se hicieron famosas por su


ingeniosidad para remplazar materialmente al hombre, creando falos que podían
ser usados por dos mujeres al mismo tiempo y otros con conductos a los que se
inyectaba leche caliente para simular mejor el coito.
Indudablemente, la mujer estaba muy lejos de ser lo que
aparentaba frente al hombre –pensó-, y volviendo a su profesión, le ordenó:
-Desvístase.
Era una mujer que frisaría en los treinta años, delgada, de facciones
comunes, vestida modestamente. Sus senos eran pequeños. Sus caderas angostas.
Al examen, sus órganos genitales no acusaban anormalidad. Un vello largo y
grueso cubría sus piernas y bajo vientre.
¡Cuántas habían llegado hasta ella con problemas similares,
tratando de corregir a la propia naturaleza!
Se tambaleaba así en el alma de María del Carmen, la creencia del
origen divino de la vida. Si era divino, no podía ser imperfecto. No podían
trastrocarse glándulas que hicieran infernal la existencia. El hombre en su
impotencia no había encontrado más solución que matar, cuando la naturaleza se
equivocaba. La eutanasia se aceptaba desde tiempos inmemoriales evitando la
existencia de monstruos. Mientras el error fuera físico, el hombre se defendería o

Raúl Barón Biza (1899-1964) 143 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

corregiría, pero cuando el mal estaba en un desarreglo glandular hormónico, en


el complejo mecanismo del ego íntimo o impenetrable aún para la ciencia, en ese
rincón que llamamos alma, la humanidad se encontraba indefensa frente al
monstruo. Y éste convivía, se desarrollaba, aprendía a ocultarse tras una sonrisa
o un hábito, contagiaba y se reproducía donde hallara mínima predisposición o
ambiente.
En el laboratorio de la vida se negaba la perfección divina. Sus
fallas llegaban al consultorio de María del Carmen sumiéndola en un continuo
estupor al tomar contacto directo con ellas. La humanidad estaba más enferma,
más sucia, de lo que aparentaba.
-Habrá que extirpar –pensó María del Carmen- arrancar, quemar,
cortar con filosos bisturíes toda esa carne infectada que corrompía la vida. Privarla
de esos dobles sentimientos de sexos, de esa lucha infernal; sacrificarla...
castrarla...
Los tratamientos eran costosos, largos y muchas veces inútiles.
Cuando los hombres descubrieran el origen de la vida, ésta no tendría tales fallas.
La humanidad sería perfecta como sus máquinas de calcular, que ante el error se
detienen, encendiendo una luz roja.

Era menuda y bonita. Parecía una figura de Tanagra. Armoniosa y


sobriamente vestida.
-Creo estar embarazada y usted es la única que puede salvarme de
esta situación –le dijo.
-Señorita... yo no me dedico a abortos -se anticipó adivinando su
intención-. Conozco muchos colegas que lo hacen, pero no le voy a recomendar
ninguno.
-¿No será cuestión de honorarios? –aventuró.
-No, señorita. Es cuestión de principios.
La paciente, mirándola fijamente, amenazó:
-Doctora, usted me obliga a matarme.
-Explíquese.
Una historia más, en aquel confesionario de la vida; una tragedia
como otras tantas. Se llamaba... ¿qué importancia tiene un nombre? Se llamaba:
una mujer, que puede ser usted o aquélla. Había nacido como todas ellas, con Dios
en el alma y "Mandinga" entre las piernas. Tenía sólo 17 años… Era menuda y
frágil y se encontraba sola e indefensa en aquel infierno en que se había convertido
su vida. Estaba sola, pese a su parentela y relaciones. Pese a su gran nombre social.
Vivía junto con sus padres y con su hermana mayor casada.
Además estaba de novia. Mas el hijo que llevaba en sus entrañas no era de él... No
había tenido relaciones con su novio. El hijo era... -tartamudeó-, era… de su
cuñado…
No sabía explicar cómo ni por qué había sucedido.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 144 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Pasó una noche, hacía tiempo, a fines del verano, después que su
novio la besara y que quedara sola en la casa con su cuñado. Como disculpa tenía
la vida de su hermana enamorada y satisfecha. La escuchaba desde su dormitorio
gemir de placer una y otra noche, mientras ella debía esperar años aún, a que su
novio –que amaba profundamente-se recibiera de ingeniero. No se disculpaba,
pero acusaba a la forma en que estaba organizada la vida: su novio –al que
deseaba y amaba-, solicitándole diariamente "anticipos" del matrimonio,
"pruebas" de amor. Besuqueada, manoseada, excitada por el hombre amado y
como si aquello no fuera suficiente para enloquecerla, junto a ella, conviviendo en
la intimidad de su casa, sintiendo a su hermana revolcarse de placer y gemir al
unísono de los elásticos de la cama, todas las noches. Escuchar el uso del baño
después de aquella fiesta. Ver, rozar, oír a aquel hombre joven, agradable y
prohibido, a toda hora. Saber su ropa mezclada junto a la suya en la máquina de
lavar. Escuchar y oler al macho diariamente. No. No iba a decir que lo amaba. Ella
amaba a su novio y se había negado a él porque quería llegar virgen al altar. Todos
eran culpables junto con ella. Sus padres, su hermana, aquel caluroso verano.
Pasó, y le hubiera pasado a cualquier otra en su lugar, aquella noche en que
quedaron solos. En el jardín los bichitos de luz se llamaban amorosamente. Ella
trataba de calmarse de los besos ardientes de su novio, aspirando la brisa cálida,
de ese viento norte maldito.
Estaban solos, su cuñado, ella y el diablo. Se había entregado a la
primera insinuación de él. No quería disculparse, estaba dispuesta a enfrentar las
consecuencias serenamente, de negarle ayuda aquella doctora.
Decirlo a su hermana, confesarle aquello. ¿Y los padres? ¿Y sus
relaciones? ¿Y su hijo a venir, con aquel estigma? Era preferible la muerte... La
doctora tenía la palabra.
La examinó. El embarazo era de tres a cuatro meses.
-¿Volvió a tener relaciones con él? –preguntó.
-Yo estuve loca aquella noche, pero soy una mujer decente –
protestó-, he llegado a usted a confesarme, a que me absuelva o condene, no a que
me injurie. He llegado para que me comprenda, más aún, para que me explique
como médica por qué me entregué sin amarlo.
María del Carmen respondió desconcertada:
-No sé... -titubeó-. Su caso...
-Mi caso –interrumpió ella-, sería el suyo y el de todas las mujeres
en mis circunstancias.
No, no sería el de ella, María del Carmen estaba alejada de la
materia. Le había tomado asco y miedo. Su amor no sería material, su espíritu
vencería a su carne hambrienta. Se liberaría, la aplastaría... Pero ante ella desfilaba
toda la miseria humana; los ovarios no tenían ya secretos, y así era más fácil
liberarse.
-No es mi especialidad... si usted encontrara otro que lo hiciera.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 145 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Imposible, no puedo confiarme a nadie. No dispongo de mucho


dinero. He traído todo el que he podido. ¿Será éste muy escaso? –preguntó
presintiendo la ayuda.
María del Carmen la miró un momento en los ojos. La contempló
próxima a quebrarse. Era menuda y bonita como una estatuilla de Tanagra.
-No –murmuró María del Carmen-, no le costará nada…

-Yo no puedo adivinar su pensamiento. Si usted no se explica, si


no le inspiro confianza, me es imposible ayudarla. Por ser médica y mujer puede
usted confiarse a mí, más que a su propio confesor, pues ¿quién mejor que yo,
para comprenderla y ayudarla?
¿Cómo desnudar el alma ante aquella otra mujer por el solo hecho
de vestir un delantal blanco y ostentar un título?
No sabía expresarse. María del Carmen la ayudó.
Las palabras afluyeron en un comienzo lentamente, tímidas y
avergonzadas. Cuando hizo crisis, cuando se derrumbó la barrera, el misterio "del
porqué", salpicó a María del Carmen.
Hacía mucho, era en aquel entonces una niña, tendría quizá diez
años. Veraneaba en una estancia y desconocía todo problema sexual. Había salido
montada en un viejo caballo y galopaba por los potreros alambrados y seguros de
la hacienda. De pronto, como ante una llamarada se detuvo. A su frente, a escasos
metros presenció el apareamiento de un lustroso padrillo con una yegua joven y
virgen. Aquella escena habíale producido una indescriptible excitación seguida
de una sensación jamás sentida desde aquel entonces.
La vida continuó su marcha, pero como marcado a fuego quedó en
su sexo el recuerdo de aquella escena.
Muchas noches se despertaba imaginándose ser ella aquella yegua;
escuchando en sus oídos cual sonoros clarines, los relinchos del padrillo con su
verga ensangrentada penetrando y saliendo entre las ancas, como un ariete.
Temblaban sus carnes al recuerdo de aquella carne sumisa al dolor
por el placer.
Aquella inolvidable escena le había marcado también el alma.
Años después, enamorada, se casó, pero jamás había podido sentir con su marido
sensación alguna al entregarse. Hubiera querido pedirle que la tomara como
aquel padrillo, lo había hasta insinuado en una noche de copas, pero él la volteaba
de espaldas, y la poseía en las normas y formas humanas, dejándola excitada,
enloquecida en el lecho, rememorando la escena campestre. Se había agriado su
carácter por sus noches de insomnio, y su vida se hacía insoportable en su deseo
insatisfecho…
-No le voy a aconsejar ni recetar nada por el momento. Vuelva
dentro de ocho días –le dijo anotando su dirección.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 146 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Le habla la doctora… Serrano. Preferiría –pidió, comunicándose


con el esposo de su paciente- que no dijera a su esposa que lo he llamado. Deseo
una entrevista en mi consultorio con usted; sí, es respecto a ella. Lo espero esta
tarde a las 17 horas.
Era un hombre joven, bien parecido, de anchas espaldas y en
aparente buena posición.
-Usted dirá, doctora. Ignoraba que mi esposa la hubiera
consultado.
-Ustedes los hombres ignoran muchas cosas de nosotras y
generalmente más de sus propias esposas.
Era difícil plantear el problema. Divagó, hurgó en la vida íntima de
él, que sorprendido le dijo:
- Pero estas intimidades, sólo pudo habérselas confiado mi esposa!
Está loca… histérica.
-No aún. Pero si no me ayuda a la solución, tenga la seguridad de
que lo estará y sus vidas serán un infierno. Yo creo tener la solución del problema.
El hombre, haciendo expresamente largos silencios, comenzó a
sonreír, dejándola hablar.
-Partamos del principio de que usted ama a su mujer, que desea
colaborar.
-¿Y de qué manera?
Enrojeciendo, María del Carmen le explicó el motivo de la visita de
su esposa. Se explayó científicamente, presentó casos similares y sus resultados.
Pero el "caso" de su mujer no era para ser tratado clínicamente. Aquella escena
campestre la había despertado a la vida sexual; el complejo estaba creado y no
había otra solución que la que ella aconsejaba.
-¿Y usted pretende que posea a mi mujer en la posición que se da
a una yegua?
María del Carmen asintió con la cabeza.
El hombre rió y preguntó:
-¿Y que relinche también?
-Señor, si la felicidad de su hogar, está basada en un relincho,
pues... relinche; y si no sabe, ¡aprenda!...

Raúl Barón Biza (1899-1964) 147 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

XII

L a mujer es más voluptuosa que el hombre. A menudo se


confunde voluptuosidad con degradación. En la mujer –como mujer sexualmente-
, el sentido moral está mucho menos desarrollado que en el hombre. Sabe que para
retener al hombre que ama, uno de los medios más seguros es la lubricidad. Y
nada la detiene ante la idea de que "otra" pueda superarla en ese sentido ante el
amado. La mujer es dócil en el amor. Se podría afirmar que no hay aparentemente
ninguna necesidad fisiológica que la obligue a descender a la degradación física a
la que llega en el acto amoroso. Mucho se ha hablado al respecto sobre el hombre
y poco o nada sobre ellas. Pero no es posible desconocer que al hombre con una
tara o determinado fetiche sexual, "siempre" le fue creado e impuesto por una
mujer en los comienzos de su vida sexual. El hombre, por falsos conceptos de
caballerosidad, ha aceptado la culpabilidad de sus taras sexuales y siempre se han
hecho reservas de las de la mujer.
La mujer, desde que alcanza su pubertad, no vive sino para excitar
el deseo del hombre; la mujer normal ováricamente. Es su ley. Es la razón de la
subsistencia de la raza. A diferencia de las otras especies, la mujer está o simula
estar permanentemente en celo. No conoce barreras para conquistar o retener al
elegido.
La mujer confunde –comúnmente-, amor con deseo. Y cuando
aquél sentimiento se aleja, justifica su búsqueda de otro hombre, alegando no
haber sido interpretada por el que acaba de abandonar. Nada explica más
fácilmente una mujer que el cambio de lecho.
Hacer el amor es una necesidad fisiológica, un imperativo de la
naturaleza, como el alimentarse. Pero una cosa es fornicar como cerdos y otra
interpretar el acto con la elevación moral que hace olvidar ese crudo mandato de
la naturaleza. Muy pocos saben gustar de una buena mesa y elegir el vino del
sacrificio... y el amor es un festín no sólo de sentidos, sino también la exaltación
máxima del espíritu.
La enorme ventaja de la mujer sobre el hombre, es su pasividad en
el acto amoroso. Durante siglos se preparó a la mujer para venderse. La actividad
que exige el acto amoroso al hombre, lo hace inútil cuando se "agota", despreciable
eunuco. La mujer puede demostrar real o ficticia "actividad amorosa" hasta el fin
de sus días. Y con esa sola llave, será dueña del mundo; desplazará al hombre

Raúl Barón Biza (1899-1964) 148 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

porque ya no le es necesaria su protección contra las bestias que le proveerán de


alimento y abrigo. Éstos vendrán de los laboratorios. En el mundo del mañana el
hombre será convertido en esclavo por la hembra y así se cobrará los milenios que
estuvo a su servicio.
La ascética moral sexual, los principios negativos religiosos van
diluyéndose en el recuerdo. La mujer no concibe en la actualidad un dios iracundo
que la condene al luego eterno por un desliz o que divorciada cambie de lecho,
públicamente. Es que Dios ha sido modernizado, actualizado por la mujer, se ha
hecho tolerante. Era cuestión de adaptarse o ingresar a un museo. El problema no
está ya más planteado entre el castigo celestial o la abstinencia. La mujer ha
conquistado la igualdad sexual, y los hombres –quiéranlo o no- debemos olvidar
el himen como supremo don. Además el himen es una membrana sucia. La mujer
quizás ha encontrado el secreto de la felicidad humana, al nivelar al hombre con
las otras especies en el sentido de que la virginidad sólo fue creación de sádicos
brujos. El amor hay que buscarlo en un rincón del alma y no en los pliegues de la
vagina.

Fue la tarde anterior a la partida. Roberto había ido a retirar de su


cofre bancario títulos para negociarlos en Córdoba, a medida que las necesidades
de los trabajos en la estancia lo requirieran.
Regresó enloquecido, temblando de rabia, a la casa de María del
Carmen. Entró violentamente en el consultorio, golpeó la puerta cerrándola con
llave y apoyando su espalda en ella le gritó:
-¡Me faltan del cofre cien mil pesos en títulos hipotecarios. Tú dirás!
-Debe ser un error, habrás contado mal.
-No puedo haber contado lo que no hay…
-Yo... -murmuró María del Carmen-, no he tocado nada, ni siquiera
he revisado la carpeta con papeles. Sólo he retirado las monedas mejicanas que
me indicaste y su importe lo giré... ¡No vas a pensar eso de mí, Roberto! -gritó
levantándose iracunda al comprender de pronto el porqué de la actitud de él.
-Claro... –murmuró Roberto dejándose caer agotado en un sillón y
apoyando su cabeza entre las manos- Tú no puedes haber sido…
Siguió un silencio. De pronto se encontraron sus miradas y el
pensamiento fue uno. La tercera llave estaba en poder de Aurelia, la que al igual
que María del Carmen estaba autorizada para abrir el cofre.
-No… -se dijeron ambos-, ¿Con qué objeto? ¿Para qué? De haber
abierto el cofre se sabrá por la ficha del banco. ¿Pero por qué?...
No querían pronunciar el nombre. Tenían miedo.
-Ten calma, Roberto, a lo mejor se encuentran. No prejuzgues –
aconsejó ella.
-¿Me haces el favor de atender el nene? Y nada de esto a mamá -
dijo saliendo en busca de Aurelia.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 149 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Tengo que hablarte -le dijo tomándola de un brazo y


conduciéndola hasta el dormitorio que ocupaban. Aurelia se sentó en la cama y
comenzó a llorar. Presentía la razón de la actitud de Roberto.
-¿Cómo has podido hacer eso? ¿Dónde está ese dinero?....
¡Contesta! ¡Habla!... -gritó ya fuera de duda ante las lágrimas de Aurelia-. ¡Habla,
loca de porquería!...
Entre sollozos explicó confesando. Fue en aquel viaje que realizara
a Buenos Aires acompañada de su madre, poco antes de nacer el hijo. No creyó
hacer mal, ni supuso que él se enteraría. Su padre estaba seguro de poder ganar
aquella diputación. Le había explicado que necesitaba ayudar al partido, exhausto
y pobre después de tantos años en la oposición. Una vez en el gobierno, el partido
le devolvería en concesiones mucho más dinero. Estaba seguro de poder reponer
los títulos antes del regreso del viaje proyectado. Para ello le rogaría a María del
Carmen los restituyera en el cofre fuerte. Si tenía fe en él, debía ayudarlo.
-Nada debe saber tu marido. Además, en el matrimonio el dinero
es de ambos –habíale dicho su padre para decidirla.
Retiró los veinte certificados de cinco mil pesos. No imaginó que
se perdieran las elecciones. Aquella posibilidad no entró en sus cálculos. Creyó
hacer un bien a ambos.
-¡Es un robo lo que has hecho! –gritó- ¡Cien mil pesos! ¡Debería
mandarlos a la cárcel a ti, a tu padre y a toda tu parentela!....
Aurelia lloraba sinceramente arrepentida. ¿Qué sabía a su edad de
títulos hipotecarios? Si hasta le pareció que aquello no era dinero. Pero su padre
lo reintegraría. ¿Cómo no los iba a devolver?
-¿Devolver? -le gritó Roberto tomándola por los hombros y
zamarreándola-. ¡Qué va a devolver! ¿Cómo? ¿Cuándo?
-Cuando gane en las próximas elecciones…
Roberto la arrojó violentamente sobre el lecho.
Aurelia deseaba ardientemente que Roberto la castigara, que le
pegara hasta ensangrentarla, si ello calmaba su justa ira.
Ésta decayó después de la confesión, ante las lágrimas, ante la
actitud que tomara Aurelia, de hinojos abrazada a sus piernas.
-¡Pégame!... ¡Castígame!... Yo te juro que papá va a devolver ese
dinero…
-Dame la llave del cofre –le mandó.
Del "necessaire" de viaje Aurelia tomó un llavero, y se lo ofreció
alargando el brazo sin mirarle.
Roberto se encontró en el pasillo con su madre, que lloraba,
consolada por María del Carmen.
-¿Has perdido mucho, hijo? -le preguntó.
-¡Mucho, madre! La fe y la confianza en mi mujer…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 150 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Era de madrugada cuando regresó tambaleante y apestando a


alcohol. María del Carmen lo alcanzó en el salón y sigilosamente lo guió hacia el
consultorio.
-No puedes presentarte así –le reprochó- Espera, te voy a preparar
una bebida. Aspira esto –agregó, ofreciéndole un frasco con sales de amoníaco.
-Es la mezcla lo que me hizo daño –dijo intentando justificarse.
-Sí, claro, es la mezcla –aprobó María del Carmen.
Sí, la mezcla de intereses, trampas, mentiras, la mezcla que era la
vida. Y sin embargo ahí estaba ella, serena, limpios sus días como la transparencia
de sus pupilas.
Al tomarle María del Carmen la cabeza para obligarlo a aspirar,
sintió la piel suave y tibia de sus dedos en la nuca, produciéndole una agradable
sensación que descendía por la espalda y se concentraba en su sexo.
Instintivamente sintió el impulso de acercar sus labios a los de ella, los vio
húmedos, brillantes, cual pulpa de fruta, se miró en los ojos verde-oscuros, casi
negros, barnizados, que se diría esperaban.
Tambaleándose consiguió erguirse. La tomó por los hombros y la
fue acercando descendiendo sus manos por la espalda como una monstruosa
araña que hubiera paralizado su víctima.
-Tú eres lo único bueno y bello en mi vida... –balbuceó Roberto.
María del Carmen quedó en espera del milagro, de ese milagro que
desde la pubertad esperan todas las mujeres. Del milagro de que el amado pudiera
penetrar en sus entrañas para fecundarla, darle la eternidad a través de su carne
hecha hijo.
Los rostros se acercaron, los diminutos senos de ella se aplastaron
sobre el musculoso pecho del hombre. Los ojos fijos, hipnotizados en el deseo,
guiaron los labios, que se encontraron en un choque brutal de dientes y lenguas
húmedas y babosas. Penetración bucal, posesión de la hembra, sin más diferencia
física que la preñez.
Los muslos y vientres se buscaron instintivamente.
Ella dio un paso atrás para tumbarse en la "chaisse-long", para
ofrecer el cáliz de su sexo, para recibir el hombre. . .
-¡Bravo, magnífico!... –interrumpió la voz de Aurelia, desde el
marco de la puerta y como reprochándoselo, agregó-: Y pensar que le he sido
fiel…
-¡Escucha! -exclamó él, separándose bruscamente de María del
Carmen y avanzando tambaleante hacia Aurelia.
-Apestas a borracho… Ven a dormir –dijo Aurelia tomándolo de
un brazo, y dirigiéndose despectivamente a María del Carmen:
-Cuando tengas ganas de hombre, gánalo; no lo robes…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 151 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 152 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

XIII

L a luz tenía tonalidades de verde a través del follaje, dibujando


sobre el césped un gobelino que le recordaba el tapizado de una "bergere"
descolorida que estuviera en el dormitorio de su madre y que a él le pareciera en
ese entonces, un montículo de hojas marchitas.
El ómnibus se detuvo en la penúltima parada de su largo viaje. Sólo
cinco minutos. Los suficientes para dar curso apresuradamente a las necesidades
fisiológicas y adquirir el diario llegado desde Montevideo.
El sol había simulado su andar en el espacio aproximándose al
horizonte, y agrandándose, amenguando su brillo tomando una tonalidad más
roja y apagada.
Los pasajeros, cansados por el largo viaje, se aproximaron en tropel
al "toilette” y al bar.
Roberto pidió un whisky doble. Era la hora en que sus células
reclamaban su cuota diaria de alcohol, con que calmaba sus angustias,
normalizaba sus pensamientos y se daba el necesario optimismo.
Alcohol que durante milenios había llevado alegría y risa a los
hombres, para convertirse más tarde en la mueca trágica de la contorsiva danza
demoníaca del delirium tremens.
Néctar maldito que había carcomido el alma de los hombres
transformándolos en roñosos pingajos de crimen olvido, que proveía a los "Open-
Door" de hombres sin mañana; de mujeres que tenían quebrados los resortes de
sus piernas, y de niños deformes e idiotas que no cometieron otro delito que nacer.
Los niños, los heredo-alcohólicos... ¡Piedad, Señor Magnífico, para
ellos! ¡Piedad por los que van a venir, por los que aún no son…! ¡Piedad para ellos,
hasta que fuertes y vigorosos puedan llorar y negarte!...

Alcanzó a repetir su doble whisky. Cuando llegó a su asiento –


junto a la ventanilla- aquél estaba ocupado por un señor obeso, típicamente
hebreo. Su perramus ocupaba el asiento junto al centro del pasillo.
-Mi asiento es ése –le dijo señalando el que ocupaba.
-Es "la misma" -respondió sonriente y en la característica jerga
castellano-judía.
-Mi asiento es ése –reafirmó Roberto enérgicamente.
El hombre hizo un ademán de que se calmara, murmuró un "Está
bien, no te enojes" –y le cedió el asiento reclamado.
Cuando en Jerusalén, Pilatos impuso a sus habitantes un impuesto
para construir un acueducto que diera gloria a su gobierno y trajera más aguas a
las fuentes de la ciudad, con el objeto de mejorar el estado higiénico de sus
habitantes, los judíos se amotinaron al grito de: "No queremos más agua que la
que nos envía Jehová. ¡Abajo el impuesto!".

Raúl Barón Biza (1899-1964) 153 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Cuando las cohortes romanas empezaron a latigazos a dispersar la


turba reunida frente al palacio del enviado de Tiberio, enardecida por los ayes de
dolor, la sangre y la perspectiva del botín, guardaron los látigos, desenvainaron
sus cortas espadas y empezaron a herir y matar; penetraron en las casas, bebieron,
violaron hembras y niños de toda edad y saquearon hasta bien entrada la noche.
En la madrugada, el impuesto impugnado fue pagado a los
recaudadores romanos en las mismas puertas del templo judío.
Pero de aquel Imperio Romano sólo quedan ruinas y páginas
amarillentas de historia, y de aquella muchedumbre mugrienta y cobarde que se
había doblado al látigo y pagado el impuesto, subsistía su descendencia dos mil
años después, dominando el mundo a través del oro acumulado en Wall Street.
Cuando Hitler soñó destruir aquel pueblo que se decía
descendiente de Abraham, ciudadano de Ur –civilización que floreciera entre el
Tigris y Éufrates, hace más de cinco mil años-, ignoraba que a toda persecución o
matanza, resurgía poderoso y dominante a través del oro que acumulaba, para
dominar los conglomerados humanos, millones de veces mayores que ellos.
Hitler se justificará en la historia, pese a sus errores militares, por
el solo hecho de haber intentado liberar a su patria de los que la mercaban en
Londres y Nueva York.
Hitler no podía expulsar de sus fronteras cercadas al judío, como
lo hicieron Egipto y España la católica. Los mismos judíos que habitaban otros
países se negaban a recibirlos, a crearse competencia.
Se ataca a Hitler, pero se calla bien que el pueblo alemán fue su
cómplice en aquel exterminio.
El judío es comerciante por necesidad y vocación, estudioso,
perseverante, con un desarrollado instinto de parásito. A él le debemos la
institución del préstamo. Fue quien descubrió que el dinero podía participar del
trabajo. Quien poseía oro no precisaba contribuir con su esfuerzo físico.
Posteriormente inventó la carta de crédito, fundó el Banco.
Cuando el más grande político que se conociera en la historia de
los pueblos, cuando el hombre más dulce, humano y justo, hace veinte siglos
arrojara a los mercaderes del templo de su padre, éstos le ajustaron cuentas poco
después en el Gólgota. Y a Hitler, una madrugada en su refugio del Reich, cercado
por los tanques costeados por el oro judío internacional.
En aquellos sombríos días del derrumbe de la Gran Alemania las
tierras sudamericanas fueron refugio de todo judío que dispusiera de oro,
brillantes o dólares. Para los miserables, para los hambrientos, se les haría un
lugar –en áridas e infecundas tierras, junto a los árabes castradores de enemigos,
para que defendieran con sus vidas un símbolo y una representación diplomática.
No fue una inmigración como la de los italianos o españoles, que
se diluyó en la campiña inhóspita, para fecundarla en el trabajo. No tomaron el
arado, ni el hacha; se aglutinaron en las ciudades, como seres de otros mundos,
formando un monstruoso robot. Edificaron sus sinagogas, delimitaron sus
cementerios, prohibieron mezclar su sangre con los nativos, fundaron sus bancos,

Raúl Barón Biza (1899-1964) 154 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

sus mercados, sus comercios y obligaron a todo hambriento a trabajar y mercar


en ellos. Crearon sus barrios, implantaron sus costumbres y sus festividades.
Continuaron circuncidando a sus hijos y el casamentero negociando a sus hijas.
Ignoraron las fiestas patrias o del trabajo, santificando sólo su día del perdón.
Ignoraron el domingo como día de descanso y desconocieron todo aquello que
amábamos y creíamos respetable. Abandonaron la levita y la mugrienta galera y
la barba piojosa; se disfrazaron de yankis con vistosas camisas de colores,
adquirieron los autos más lujosos para pasear su olvido de hambre en Polonia y
Ucrania. Cambiaron sus nombres, que delataban su origen; los Isac -son –hijos de
Isac-, se convirtieron en Cortés o Richard. Comerciaron en la sinagoga al igual que
hace dos mil años en el templo hebraico de Jerusalén. Enviaron a sus hijos a las
Universidades para que pudieran tener más tarde las posiciones claves en el
comercio y la política, para que completaran la invasión por ellos iniciada y que
transformaría inexorablemente al criollo indolente y confiado en mercadería
humana: empleado-esclavo, obrero-esclavo, policía-esclavo, juez-esclavo, pero
todos dependiendo para subsistir del crédito que les concedieran sus bancos, de
la generosidad de sus empleadores.
En Estados Unidos de América, en que la población hebrea es de
más de cinco millones y medio, el ochenta por ciento del capital está en manos de
los consorcios judíos.
En Nueva York solamente hay más judíos que en el Estado de
Israel. Ellos, desde sus lujosas residencias de River Side, nombran presidentes en
América latina y África. Quizá no sean más de cien, posiblemente doscientos
cerebros, pero esos escasos doscientos financistas, son los causantes del frío y
hambre de nuestros hijos. De las guerras. De la venta de nuestras mujeres. Del
alcohol que nos enloquece. De la policía que nos tortura... ¿Qué significa ello
frente a una invasión de marcianos?
El judío es rencoroso, vengativo, temiblemente soberbio en el
poder, aún con sus consanguíneos.
El judío generalmente evita el esfuerzo muscular.
No cultiva, no ara ni planta en tierra extraña, en tierra que no sea
la prometida que su Dios y Estados Unidos le dieron. Quien no sufre junto con la
tierra las sequías e inundaciones no puede amarla. La patria es la tierra, la madre
tierra, la "Pacha-Mama" que nos sustenta y abriga. Es nuestra y de los inmigrantes
que la trabajan.
La patria del judío es simbólica y nominal. Desparramados por el
mundo, forman dentro de ellos tantos países como habitan, al igual que los
gitanos. Junto con ellos trasladan sus ritos, sus costumbres, su desprecio a todo
ser que no pertenezca a la raza elegida por Jehová.
No respetan la soberanía de otras naciones –caso Eichmann-, saltan
fronteras, convenios internacionales, pisotean las autoridades constituidas, si ello
les es necesario para el fin de su venganza. Son partes y jueces. Niegan la palabra
divina: No matarás. Su fuerza está en su oro y en su libro sagrado. En que su Dios,
no puede ser destruido en su imagen, como los otros dioses.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 155 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

El judío se vanagloria de la fidelidad de sus mujeres,


comparándolas con las de otras religiones. Su secreto es la circuncisión.
Obligatoria como medida sanitaria en su mugriento vagabundear por el desierto,
da a las mucosas menos sensibilidad, lo que hace más duradero el coito. La rápida
eyaculación de los no circuncisos deja generalmente insatisfecha la compañera y
ello la predispone al histerismo y al divorcio. Es una de las sabias leyes del pueblo
judío. Como medida sanitaria, llegará día en que todo niño será obligatoriamente
circunciso.
Bautizado a la manera judía.

El ómnibus dio un barquinazo, y como si se removieran en una


probeta los líquidos, sus pensamientos y recuerdos se entremezclaron en el ayer.
El ayer, que no existe en el tiempo, porque en el recuerdo de los
hechos vividos, los años no tienen dimensiones. Fue como en una pantalla
cinematográfica: los años vividos en Cruz del Sur, junto a Aurelia y lejos de María
del Carmen.
Cruz del Sur, un pueblecito de tres a cuatro mil mamíferos
humanos, que dominaba desde las lomas de su estancia. Techos rojos, cual
malvones entre los árboles de tonalidades verdes, claros y oscuros, y el río, que
en el verano, perezoso, los separaba del pueblo.
Cruz del Sur tenía como todo pueblo de provincia, sus
características; era un pueblo amargado en la añoranza de la gran ciudad. Sus
hombres hubieran querido llegar a la urbe asfaltada y de rascacielos para
multiplicar sus ganancias y poseer las hembras que las revistas les traían en
imágenes periódicamente.
Cruz del Sur constituía una comunidad humana perfecta: una
iglesia, una comisaría, un médico, un boticario, una casa de ramos generales y un
clandestino para los prominentes del pueblo y tolerado por las matronas. Y como
agregado, tenía además una sociedad de damas, que se encargaba de velar por la
honestidad de las pequeñas "cabritas" que aumentaban la población,
prescindiendo de las normas instituidas, y para asegurar a sus hijas un
matrimonio conveniente. ¿Cómo inducirlos a casarse con sus niñas, si aquellas
"cabritas" se brindaban tras cualquier mata o sombra?

Roberto había evitado intimar con los habitantes del pueblo. Había
rehuido toda invitación, y ello le había creado cierta aureola de orgullo, y por
consecuencia, la antipatía general.
Ese aislamiento voluntario era su afán de dedicar todo su tiempo a
la obra iniciada en Santa María. Además, ¿qué interés podía despertar a su
espíritu de viajero del mundo la simplicidad de aquella gente? ¿Qué sabían ellos,
que habían nacido y morirían en el terruño, de los otros mundos en los cuales
había sido espectador y actor? ¿Qué sabían de la emoción de subir a la Acrópolis
una noche de luna, contemplar, con la orquestación del mar, las cariátides del

Raúl Barón Biza (1899-1964) 156 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Templo de Erecteón? ¿Podían comprender el silencio de una tarde entre las


columnatas del templo de Luxor, viejo como los astros, inmenso testimonio de la
vanidad de los faraones y el desprecio de éstos por la vida de los hombres? ¿Podía
hablarles él de las mezquitas en la vieja Constantinopla de los sultanes, el llamado
a la oración desde un alminar?
¿Contarles que una tarde, siguiendo una silueta en "tailleur" oscuro
y de cabellos rojos, penetró en el Louvre, y al enfrentarse con la Venus fría de
mármol, se olvidó de aquella otra de carne tibia y real?
No era gente que rehusara intencionalmente. Pero la diferencia de
sus culturas se medía en años siderales.
¿Qué de común podía tener él con el todopoderoso político local,
el prepotente comisario, el almacenero tramposo y ladrón, o el económicamente
próspero carnicero? ¿Qué sabían ellos de Herculano o Pompeya? ¿De los templos
del sol y su esposa la luna, en Cuzco? ¿De un atardecer en Capri o Taormina,
frente a las ruinas de su teatro griego, con el telón del Etna y el mar a zul? ¿Qué
podía decirles a ellos del sol de medianoche en los nórdicos fiores escandinavos?
¿Y de sus mujeres desteñidas, pero ardientes?
¿Qué podía decides él de aquella noche de Bandol? ¿Qué deseo
podían inspirarle aquellas mujeres, de las que presentía la ropa interior tosca y
sucia?
Si bien era cierto que él se había servido las sobras de José Antonio,
su vida había sido idéntica a la de aquél, y sin ser millonario, habían vivido sus
vidas juntos, hermanados en la necesidad canalla de uno y otro.

Roberto se enfrentó de pronto a los números, que le dijeron


cruelmente la realidad de su situación económica. Porque los números también
tienen, en la economía de los hombres, su idioma. Un idioma de bayonetas, de
pistolas que encañonan al vientre. Inexorables, indiferentes como robots, que se
suman o restan unos a otros en macabra danza, sádicos, crueles, fríos.
-Estás arruinado –le decían los números-, debes más de lo que
tienes. Tu hembra aprenderá a sonreír, para traer algo de calorías a tu hogar. A
sonreír a todo hombre de holgada posición. Tu hijo no llegará a la universidad, y
por tu culpa, tu incapacidad para seguir a las aves de rapiña, se sumará por los
siglos, junto con su descendencia, a los mendigantes vergonzantes, de corbata y
guantes. Se les llagará el alma, y los escupitajos de los poderosos marcarán
cicatrices en la piel haciéndola áspera e insensible al sol y a los vientos.
Aprenderás a inclinarte, a ceder paso y a obedecer. No tendrás derecho a pensar
como hombre, y si te rebelas, están las policías para señalarte el camino, que es el
camino de todos aquellos que carecen de una moneda de oro para hacer inclinar
los otros.
Los hombres valemos tanto como billetes llevamos en nuestra
cartera. Si está vacía, si has ofrecido tu esfuerzo para otro y hay abundancia de
hombres; si has implorado el derecho al trabajo, si te has arrastrado para
conseguir un mendrugo, si has llegado hasta el que creíste tu amigo, hasta tu

Raúl Barón Biza (1899-1964) 157 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

propio hermano, a pedirles un anticipo; si te has postrado frente al altar en espera


del milagro y éste no se ha producido, entonces tienes todos los derechos, dentro
y fuera de la ley. Porque no tiene valor toda ley que te condene a vivir de rodillas
cuando por ley natural tienes derecho a vivir de pie.

Cuando llegaron a la estancia, Roberto tenía esperanzas de


rehacerla, de que la tierra fecunda bendijera el sudor de su esfuerzo en mieses que
serían oro y seguridad en el futuro de los hijos que esperaba.
-Olvidemos todo –le había dicho a Aurelia-, tu vientre y la tierra
deben ser generosos a mi esperanza.
Y la hembra y la tierra lo habían defraudado; ni germinó la semilla,
ni fructificó el vientre. Llegaron los años de sequía. Sequía periódica en los ciclos
de la naturaleza. Vio agotarse la savia en los brotes de sus olivos, los vio
marchitarse en aquel sol maldito de trópico, que añorarían los nórdicos. Se vio
defraudado en el lecho de matrimonio que le habían dicho santo, y contempló su
simiente desparramada sobre las sábanas como una mancha sucia, ante la hembra
que había aprendido a esquivarlo a tiempo.
-No quiero preñarme. Quiero estudiar, ser alguien –le repitió una
vez más Aurelia.

XIV

A sí se fueron los años. Los años que sólo existen como medida
del tiempo humano. El arado y la rastra arañando la costra terráquea, en su

Raúl Barón Biza (1899-1964) 158 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

esfuerzo de acumular un poco de humedad en las raíces de los olivos, que se


harían alimento, sombra y fuego. La lucha del hombre por el agua y contra el
agua; dominarla, encauzarla, acumularla como su mayor tesoro. Como al Dios
Nilo, que cuando negaba la bendición de su limo, se le arrojaba hermosa virgen.
Los ciclos de sequía se sucedían en decenios; su llegada a Santa
María, coincidía con uno de ellos. Pero Roberto quiso ignorarlo.
Llegarán los años buenos, le decían los viejos de la zona. Y él
mandaba sus arados y tras de ellos la sembradora a desparramar inútilmente
sobre la tierra dormida, la simiente cambiada por sus monedas de oro, cada vez
más escasas.
Aremos más hondo, aislemos con los rastreos la evaporación…
Desinfectemos la semilla, roguemos a Dios...
Todos los textos del cultivo en secano fueron releídos en sus noches
de insomnio, esperando el golpetear de las gotas de agua, sobre el zinc de los
techos. Cruzaban como burla los nubarrones cargados de oro, estallaba el trueno
y el infinito se iluminaba del azul eléctrico de los relámpagos.
Algunas siembras asomaron sus brotes verdes, crecieron
tímidamente, fueron esperanzas para después palidecer, en una cruel agonía de
sed.
-Si lloviera sólo diez milímetros, salvaríamos la cosecha –se repetía.
Pasaban las nubes negras, festoneadas de relámpagos y seguidas
de las carcajadas de los truenos, de la risa del diablo. Sentado al anochecer bajo el
alero, junto al capataz, preparando los trabajos, reseca la garganta por la tierra y
el sol de la jornada, Roberto comenzó convidando y acompañando con ginebra.
Al beberla era como si la esperanza volviera a él. Calor en el frío de su alma. Un
alegre optimismo lo invadía y contagiaba.
-Hay que seguir. Éste es el último año malo.
Y se volvían a afilar las rejas, ya pequeñas de tanto rodar sobre la
dura tierra; se remendaban los aperos, se ajustaban las ruedas tembleques de los
carros, y se engrasaban los ejes de las sembradoras estériles. Era como si alguien
en un pozo, pretendiera salir de él cavando hacia abajo.
La tierra se arrugaba como piel de viejo, se resquebrajaba, tomaba
un color blanquecino, enfermo, se hacía cascotes y cuando soplaba el viento
zonda, polvo, que se transformaba en inmensa nube, que ahogaba, lo envolvía
todo, hombres y bestias y cosas como un sudario inmenso y sucio.
El motor de la bomba que ayudaba al molino jadeaba
asmáticamente al absorber un poco de agua y más de aire del pozo cuyo nivel
había descendido.
Se daba la espalda al viento espeso e irrespirable.
Roberto tenía entonces la sensación que la tierra agonizaba, que iba
a morir, que todo iba a volver a la nada, a disgregarse en el cosmos y tomando un
trago de ginebra para poder deglutir la saliva en su garganta seca y áspera, ponía
en marcha el motorcito de 2 H. P. que bombeaba el agua del único pozo; ataban

Raúl Barón Biza (1899-1964) 159 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

las mulas y partía entre las gasas del polvo, el aguatero de mil litros, entre las
blasfemias del carrero y el resoplar de las bestias.
-Hay que salvar los olivos –era su obsesión. Y el riego miserable,
mínimo, pero suficiente para alargar la agonía, se continuaba día y noche.

Aquel año había sido el peor de los años malos. Quizás el último
de los siete bíblicos. La tierra se petrificaba, los yuyos, los malos yuyos, no
alcanzaron esa primavera a romper la costra y las hojas de los olivos se enroscaban
primero como con dolor, amarilleaban, caían y el tronco otrora verde y lustroso
tomaba reflejos rojizos. El pozo de agua disminuyó su caudal y se trabajó
desesperada e inútilmente ahondándolo.
Aquel hermoso campo verde, se convertía en un erial y el río potro,
en un zanjón en el que disputaban los insectos, las lagartijas de esmeraldinos
colores.
Aun así, contemplando partir sus vecinos en busca de otras tierras,
él no se hubiera entregado. Era la lucha milenaria del hombre contra la naturaleza,
era el mandato bíblico: ganarás el pan… Era más, el castigo de Dios, por su crimen
de Bandol.

-No hagas esto, se lo diré a tu padre –amenazaba la madre.-


-No hagas aquello, se lo diré al Señor –advertían los sirvientes.
Y así su hijo empezó a tenerle miedo, a cualquier travesura de sus
años niños. Le crearon un complejo contra él. Cuando bajaba de su caballo y
buscaba los brazos de su hijo, éste huía de ellos, ante el temor de que se enterara
de su última travesura.
Y así la madre fue alejándole de los sentimientos naturales. El hijo
dejó de ser su hijo, para convertirse en hijo de ella. Egoísmo de mujer a la que ha
dejado de interesarle el macho como tal, y que disputa el amor del hijo como presa
y revancha.
Al pasar los días, el amor convertido ya en odio, trató de sembrarlo
en el alma niña de su hijo, surco fecundo de tierra virgen.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 160 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Era la lucha milenaria del hombre contra la naturaleza, era el


mandato bíblico: ganarás el pan…

-¿Por qué lloras, madre?


-Por los insultos de tu padre. Ayer volvió borracho, pero debes
perdonarle, eres su hijo…
-¿Por qué estás triste, madre?
-Por culpa de tu padre no tendré el cargo político que me
corresponde…
Era como el viento norte, cálido, que silbaba permanentemente en
sus oídos.
-La vida se te hará difícil, tu padre te dejará un mal nombre…
-Cambiemos de nombre, madre.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 161 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Aurelia esperaba el regreso de Roberto para enervarlo, con una


palabra, un gesto despectivo o un silencio como respuesta a una pregunta.
-Debes hacerlo como yo te lo aconsejo. Yo no me equivoco –le
indicaba a Roberto en tono autoritario, de machorra.
-Cualquier otro hubiera previsto el fracaso de tus olivares… -
afirmaba en tono quejoso.
-Ayer escuché un comentario que nada te favorece. Hablaron de tu
vida de vicio en Europa… -le susurraba como en secreto.
-¿Por qué usas esas corbatas de tan mal gusto?
-Debes estudiar ortografía. Ahuecar se escribe con h entre la a y la
u. ¿No es verdad, hijo?...
Se sentía humillado, disminuido; acusado continuamente frente al
hijo y terceros, remarcando cualquier error, sin sonreírle jamás, sin una atención
en la mesa, sin una palabra amable de aliento en la vida cotidiana.
Esperaba las horas de la comida, cuando llegaba cansado del
esfuerzo físico, agotado mentalmente en la continua lucha con la naturaleza, para
excitarlo, obligándolo al insulto, y era entonces cuando callaba, lagrimeaba frente
al hijo, que desconocía las armas que puede usar una mujer para irritar y
enloquecer a un hombre.
-No seas ridículo –le decía despectivamente-. Preguntarme de
dónde vengo… ¿De dónde quieres que venga? Todo lo que hago es correcto.
Nadie puede reprocharme nada en mi vida –y se alejaba altanera, ofendida, sin
dar otra explicación.
-Voy a seguir mis estudios –recordaba que le había indicado
Aurelia-. Me quedaré con mi hermana en la ciudad; me recibiré en pocos años y
seré una solución a la situación económica nuestra, a tu fracaso.
A su fracaso… Siempre había sido un fracasado, un incapaz, una
oveja con testículos. ¿Se iba a enfadar por esa verdad?
A esa imposición de Aurelia, siguió otra más fuerte, porque no
supo detenerla en un comienzo. Se contiene el guijarro cuando comienza a rodar
pero no el alud que arrastra todo a su paso.
Su hermana, mayor dos años que Aurelia, recién casada, le ofrecía
la oportunidad instalada en Buenos Aires, de continuar sus estudios. ¿Cómo
podía Roberto negarle el derecho de "ser alguien"?
Estudiaría abogacía. Le daría brillo a su nombre, le aseguraría un
porvenir a su hijo, y él llegaría a estar orgulloso de ella –agregaba, mintiéndole
piadosamente.

Su cama esa noche estaba vacía. Aurelia en Buenos Aires. Su cama


era la normal de dos plazas, pero al no sentir en ella la presencia de Aurelia, se la
imaginaba inmensa, fría, un páramo desolado y silencioso. El roce de las piernas,
el contacto de los cuerpos, el respirar de ella, le hacían el sueño apacible, reparador
el descanso.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 162 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Recordaba que esa noche de insomnio, se había quedado dormido


sobre el lugar que habitualmente ocupaba Aurelia, buscando en esa forma,
inconscientemente, algo de ella.
En su sueño se encontró de pronto junto a José Antonio, entre una
multitud de feria, en un parque de diversiones de comienzo de siglo, con una
rueda inmensa con banderines y casillas qué giraban llenas de alegres criaturas,
que vestían trajes de grabados del 1900; amplias faldas tableadas y blusas
marineras, con redondos sombreros de paja, de los que colgaban cintas con
nombres de barcos y próceres.
Caminaban del brazo y de pronto de entre la multitud se apartó
Aurelia, dirigiéndose hacia ellos sonriendo a José Antonio, que se adelantó al
encuentro.
Aurelia le dijo algo a sotavoce, mirando a Roberto como a un
extraño.
Recordaba la vergüenza que el acto de ella le causó; entre las
numerosas personas que lo rodeaban, que asintiendo discretamente criticaban en
baja voz la afrenta que se le hacía como marido.
José Antonio la tomó con intimidad del brazo y volviéndole las
espaldas, se alejaron apresuradamente, perdiéndose tras un tiovivo, cuyos
caballitos de madera, moviendo sus cabezas, giraban al son de un alegre
pasodoble español.
La recordaba hermosa, más bella que en la realidad y le enfurecía
la tierna mirada a José Antonio, más que la afrenta.
De pronto, como en una película mal compaginada, el cuadro saltó.
Se encontró de nuevo caminando del brazo de José Antonio, pero ya la multitud
había desaparecido.
-¿Y tú duermes en nuestra cama a la vista de los sirvientes y de mi
hijo?
-No –recordaba que le respondió José Antonio-, a la vista de los
sirvientes no. Me acuesto temprano y ella en persona me sirve en el lecho la cena.
Mientras la prepara me entretengo jugando al ajedrez con tu hijo…
-¿Y te llamará papá? –le preguntó ansiosamente.
-Sí, algunas veces, pero otras por mi nombre... -confesó bajando la
vista como un culpable.
Comprendió que lo habían olvidado. Que quizá lo hubieran
internado en un manicomio, o estuviera muerto. Que la vida seguía sin él. Que su
locura o muerte no habría producido ningún cataclismo. Que lo que había sido de
él no tenía importancia, posiblemente ni se hubiera comentado.
Una ira como jamás hasta ese entonces sintiera, fue embargándole,
oprimiéndole el pecho, poniendo en tensión sus músculos, como
predisponiéndole a saltar con los puños ya cerrados sobre José Antonio, que lo
miraba sonriéndole amistosamente.
Fue en aquel momento que despertó. Aurelia estaba en Buenos
Aires. José Antonio también. ¿Sería esa pesadilla una advertencia del más allá?

Raúl Barón Biza (1899-1964) 163 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

¿Una transmisión mental involuntaria de hechos que estuvieran sucediendo en


ese instante entre Aurelia, José Antonio u otro?

La medicina ha demostrado que todo acto en la mujer está regido


por reflejos de las glándulas sexuales. A una mujer que llega al altar obedeciendo
a una curiosidad sexual, no se le puede reprochar, satisfecha ésta, que tome la ruta
que le marcan sus otros sentidos. Éstos pueden ser consecuencia de una desilusión
sexual, o de una nueva curiosidad sexual, pero siempre sus actos estarán regidos
por sus glándulas. Y las que no obedecen a estas reglas son frígidas, vale decir,
sufren una anormalidad o atrofia de aquéllas.
La mujer carece de sentimientos artísticos, como así el ave hembra
en la naturaleza carece de la belleza del colorido y la armonía del trino, que es un
don de la naturaleza al macho. En el animal humano, esta cualidad se manifiesta
en sentimientos de arte, de invención, o actos heroicos en lucha. La humanidad
no ha dado ninguna mujer que igualara al hombre como pintor o músico, pese a
que es infinitamente mayor la cantidad de ellas que se inician en la música o la
pintura. Es que la mujer carece de ese sentimiento que eleva al hombre, satisfecha
la materia, pues está liberado de la maldición de gestar.
La mujer es indiferente al pudor. Lo demuestra en la playa, en
donde todo en ella es exhibicionista. En el baile, en toda oportunidad que tenga
que enfrentar al hombre. Su pudor es falso, convencional...
La mujer tiene como único norte, como sola razón de su existencia,
como único motivo de su vida, perpetuar la especie. Es la guardadora de la llama
sagrada, es la abeja reina.
¿No añorará la abeja reina en la prisión de su colmena a algún otro
zángano que no la alcanzó en su vuelo nupcial?
El hombre no puede estar pendiente del mal funcionamiento de los
ovarios de su mujer, en una sociedad en que la moral y el concepto son valores
canjeables por comodidades materiales.

El hombre es aún el misterio, no ya en su mundo, sino en el


Universo. Su futuro es imprevisible.
¿Qué misión le está encomendada? Es absurdo conformarnos con
la idea de haber sido creados para sufrir nuestro infierno, orar en los templos y
muertos, sentamos a la vera de Dios con un arpa. La fiera humana aun hoy
desconocida, tiene una misión en el Universo.
Pero la hembra es el depósito en donde se fecunda el germen. Y
para cumplir su misión, la hembra no se detendrá en nada, se burlará de toda ley
humana, de todo precepto bíblico, de todo sentimiento; negará su propia madre,
pero cumplirá inexorablemente su misión de parir en el dolor, seleccionando

Raúl Barón Biza (1899-1964) 164 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

inconsciente la simiente de los más fuertes, bellos y capaces. Seguirá al guerrero,


al astuto sacerdote, o al opulento comerciante, tratando de llenar su vientre.
Alimento por semen, satisfacción y cumplimiento de su destino.
¡Guay de aquél que no llene estas cualidades frente a la hembra!
Para ella, será sólo un falo. Con él –como en los harenes o castillos medievales-
calmará su nerviosismo con la secreción de sus glándulas, será un acto mecánico,
una masturbación a dos. La mujer podrá entregarse y gozarlo al hombre que
desprecia y odia, pero con el sólo objeto de poder dormir más tranquila esa noche,
calmar el imperativo de su vida.
La preñez es un derecho exclusivo en la actualidad de la hembra.
Mienten los códigos que legalizan el matrimonio y el sacerdote que lo bendice,
cuando afirman que el hombre será creado por las voluntades conjuntas.
La mujer parirá cuando y de quien quiera. La ciencia y el
feminismo le han otorgado tales derechos. Los sentimientos paternales del
hombre no cuentan. Los hijos serán para los hombres sólo obligaciones materiales
y legales creadas por la voluntad de sus esposas.

Aurelia separó los lechos. Buscó el pretexto fútil de dormir junto al


hijo. Siempre la mujer encuentra un pretexto para alejarse del cuerpo que empieza
a hastiarla, para poder, sola, añorar otro. Volvería a él sólo cuando lo necesitare
sexualmente.
Así se sumaron a los problemas materiales de Roberto, el
sentimental de su vida.
El período de sequía amarilleaba el follaje de los árboles. Fue
despidiendo personal. La crisis, que azotaría como un vendaval su país, dejaba
asomar ya sus colmillos amenazantes.
Perdió días en las antesalas de los suntuosos despachos de los
gerentes de bancos. La respuesta fue siempre una:
-Lamentamos, señor, pero el banco tiene restringidos los créditos,
y menos puede acordárselo a usted, que no tiene antecedentes bancarios.
-Es que yo siempre trabajé al contado. Nunca precisé créditos.
-Lamento, señor, pero las normas de la Institución no las dicto yo.
-Pero es que yo le entrego en garantía una propiedad. Pago el
interés que exijan. Necesito salvar mi establecimiento.
-Lamentamos, señor –repito-, pero lo que usted quiere es una
hipoteca, y el banco no hace esa clase de operaciones…
Y le ofreció la tarjeta de una empresa financiera que le solucionaría
su situación. Lo que bien calló, fue que él era el socio capitalista.
Llegó hasta los escritorios de la firma que le recomendara el
gerente del banco.
-Necesito dinero garantizado por mi estancia, por mi capacidad de
trabajo y mi honorabilidad.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 165 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Era un hombre prepotente, de cabellos y ojos rojizos, con


mentalidad de profesional pueblerino, que cree que el tono de su voz y sus gest os
demuestran su importancia personal al ser rudos.
El hombre tuvo la oportunidad de cobrarle al pueblo la antipatía
que sentía por Roberto.
-¿Capacidad de trabajo... honorabilidad?… -repitió con sorna-, ¿y
qué vale eso en nuestra máquina de calcular? El dinero está escaso. La inflación
obliga a nuestros clientes a cubrirse de la misma. Calcule usted –siguió, mirando
las moscas que revoloteaban persiguiéndose en el centro de la habitación- la
desvalorización del dinero, más las ganancias que les corresponde a éstos.
-Quiere decir que el interés…
-No somos más que intermediarios, cobramos nuestra comisión –
se apresuró a decir, cubriéndose-. Por el momento sólo disponemos de dinero al
tres por ciento –hizo una pausa, con un resabio vergonzante-. Al tres por ciento
mensual…
-Pero… está prohibido por la ley, es usura.
-¿Usura? –le respondió levantándose para despedirlo.
Roberto pensó en los impuestos, en levantar la magra cosecha, en
los jornales, en la esperanza de lluvias.
-Discúlpeme…
-Usura –dijo el otro indignado-. El interés del dinero está de
acuerdo con las garantías del gobierno que lo respalda. Si el actual gobierno
desvaloriza el peso, ¿qué culpa tienen nuestros clientes de ello? Lo han juntado
centavo a centavo. Es la garantía de su alimento en su vejez. Reclámele al
gobierno. El dinero que le vamos a entregar es trabajo acumulado. Si usted recibe
cien, como valor adquisitivo hoy, no puede pretender entregarnos cincuenta
mañana, en igual valor adquisitivo, ya que el alimento, la vestimenta y el
transporte, aumentan en esa proporción anualmente. Lo que usted adquiere hoy
por uno, mañana cuando le devuelva usted el préstamo, deberá él pagarlo dos.
Terminaría por arruinarse en corto plazo.
Roberto aceptó. Firmó y llevó los billetes que hipotecaban aquella
tierra que soñara dejar a su hijo.
La iglesia de Cruz del Sur tenía una cúpula patinada por los años,
y unas columnas que rememoraban las primitivas catedrales de la colonia. Nada
era granito ni mármol.
La nave central se remendaba y blanqueaba, cuando alguna señora
principal del pueblo había engañado a su marido, o en una promesa realizada por
el casamiento de su hija, a la que había descubierto la hinchazón de su vientre.
Se cruzó con un niño harapiento, que le sonrió. Nada hizo Dios
más hermoso que la sonrisa de un niño.
Atravesó la vetusta plaza de añosos árboles, en dirección a la
iglesia. De ser un casino, hubiera penetrado en él y jugado el dinero, en la
desesperación de multiplicarlo.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 166 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Pero se encontraba vencido, próximo a caer, cansado de luchar.


¿Cuántos años llevaba ya en la estancia lejos de su hijo y de Aurelia, a los que
visitaba esporádicamente en Buenos Aires?
Las puertas entornadas conservaban el fresco de la noche anterior.
Las imágenes, en los pequeños santuarios que guiaban hacia el alta r mayor,
mostraban toda la impudicicia de los santos desnudos, torturados y
contorsionados, mientras enjoyados y amplios mantos cubrían las bellezas
presentidas de las vírgenes de madera y yeso. Roberto se acercó al altar, y se
arrodilló en la soledad del templo.
-Señor –oró-, Señor todopoderoso, dueño de los astros y de la vida.
Señor generoso y noble, ten piedad de mí. Quizás, entre los miles de millones de
seres humanos, no has tenido oportunidad de saber que existo. Soy tan poca
cosa… Tan insignificante, tan pequeño, que comprendo, Señor, que me
desconozcas, que te hayas olvidado de mí. Pero hoy llamo a Tu puerta, vengo ha
recordarte que soy un ser a imagen tuya. Que existo por Tu voluntad divina.
Que nunca hice mal a nadie, y que todo acto de mi vida fue
consecuencia obligada de las circunstancias. Yo no maté, Señor, en Bandol. Sólo
recogí migajas y sobras del poderoso, que no lo ignoraba. Fue un medio para
ganar el pan con el sudor de mi frente, como bíblicamente lo mandaste. Si me uní
a la hembra, fue para dar vida a hombres que mañana elevaran templos a Tu
gloria, más grandes aún que los de hoy. Si me hinqué en la tierra, para plantar la
simiente, fue para dejarles a tus siervos alimento, fuego y sombra. Mi simiente
está seca, y yo vengo a implorarte la bendición de la lluvia. Vengo a implorarte el
amor de mi hembra, que aún amo. Vengo a ofrecerte a mi hijo, para que cante a
Tu gloria. Vengo, Señor como el más humilde de los esclavos, a pedirte un poco
de piedad, por haberme dado la vida. Vengo a pedirte que detengas mis ímpetus
de rebelarme.

En el vaivén del ómnibus que corría hacia la ciudad, Roberto


recordó que su Dios lo había desconocido.
Dios, Mahoma, Abraham, Buda, nombres con que le habían
envuelto su alma infantil para atemorizarlo con infiernos que sólo existían en la
vida.

Y así llegó el Anticristo. Aquél que terminaría incendiando los


templos y dignificando su amante. No fue como el Maestro que perdonara a la
Magdalena arrepentida, la cortesana que dejara sus joyas, palacios y amantes,
para seguirle. Fue un pacto entre ella, con su rencor a los hombres y a la vida, y
él, con su ambición de tiranuelo y una sonrisa dentífrica.
Podía también haber triunfado en las tablas. Pero el aplauso
reducido de una sala, no satisfacía su ambición.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 167 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Añoraba el aullido de las masas que había escuchado en la Plaza


de Venecia y en los estadios germanos. En el cuartel, había aprendido que los
hombres marchan a la voz de orden. Había contemplado en la Italia del Duce
cómo se enloquecían las muchedumbres, cómo se las llevaba al hambre y a la
guerra con sólo presentarse con un disfraz o una camisa negra. Había estudiado,
seguido paso a paso la vida del gran Hitler.
Con alma de cortesano fue organizando la trama que lo llevaría al
poder. Buscó para dirigentes los tránsfugas, los resentidos de los partidos
políticos, los trepadores con alma de valet, los incapaces de surgir por sí mismos
que siempre existen entre veinte millones de habitantes.
Les prometió la rapiña de los países vecinos y llegó a afirmar que
tenía, en una isla del sur, el poder del sol.
Les tiró sidra y pan dulce. Les habló de derechos, pero se cuidó
bien de mencionarles las obligaciones que emanan de todo derecho, que es el
respeto para los derechos de los otros.
Organizó con sus cómplices la mascarada de elecciones
democráticas. Llegado al poder con el oro producto del trabajo acumulado de más
de un siglo por un pueblo, compró conciencias y adhesiones.
-¡La vida por el líder! -y seguramente, de esos cientos de miles, el
día que el dictador cayera no habría uno a su lado, como no los habrá cuando
caigan los que lo remplazaran.
El pueblo, la masa, creyó en la profecía. Explotada, sudorosa,
andrajosa y hambrienta, necesitaba el guía que la llevara contra los privilegiados,
los explotadores. Pero el profeta era falso y la virgen no era virgen. El paraíso
prometido era una escenografía teatral, un decorado de telones, pero dejó
entrever lo que podía ser ese paraíso, para el proletariado. De haber sido sincero,
de no haber amado el aplauso y aullido de las masas, de no haber su compañera
querido borrar su miseria pasada, aquel hombre habría ocupado un lugar en la
historia junto a los grandes libertadores sociales.
En esa vorágine, en esa danza de locura, de lujuria y de crimen,
entre las noticias de los diarios, Roberto leyó: “El gobierno ha designado
embajador al señor José Antonio de Roca Giménez…. "
Roberto le escribió al Ministerio de Relaciones Exteriores. Días
después, recibió un telegrama vía oficial:
"Baja a Buenos Aires. Encuéntrome Plaza Hotel…"

Como en otra hora, hacía ya muchos años, Roberto penetró en la


suntuosa sala del departamento privado, que ocupaba en el hotel de la plaza San
Martín, el señor Embajador.
-Roberto –le dijo José Antonio, avanzando para abrazarlo, y se
detuvo para agregar- qué viejo estás… ¿Cómo van tus cosas? ¿Cuántos hijos
tienes? ¿Qué es… -se detuvo un instante memorizando el nombre y terminó- de
Aurelia?

Raúl Barón Biza (1899-1964) 168 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto se explayó. Le contó a grandes rasgos su vida, su lucha y


su fracaso.
José Antonio lo escuchó mientras saboreaba un auténtico habano,
distinguido como siempre en sus gestos mesurados de gran señor.
-No exageres, no es para tanto. Todo se puede arreglar; ¿que te han
negado un crédito? Es ridículo. Iremos mañana y te lo concederán
inmediatamente –y agregó, como justificándose-. Yo puedo, pero no te lo voy a
facilitar. Quiero conservar el amigo y el dinero -hizo una larga pausa-. En tanto
fuiste mi secretario, te hiciste rico sin esfuerzo; podías haber disfrutado de ese
dinero. Preferiste el albur de una siembra. La riqueza no se hace agotándose en el
esfuerzo muscular, ella es producto de la inteligencia. Los sabios y los labradores
siempre fuero pobres: ¿cenas conmigo?
Apretó el timbre y penetró en la habitación su secretario privado.
-No estoy para nadie. Mándeme unos whiskies. Hasta mañana.
-Hasta mañana, señor Embajador.
-¿Supongo que estarás inscrito en el partido? –interrogó José
Antonio a Roberto.
-¿En qué partido?
Iba a contestarle, cuando penetró el mozo con la bandeja. Servido
el whisky, se lo bebió de un sorbo, y le espetó a Roberto...
-Pedazo de bruto ¿en qué partido puede ser?... En el único, en el
partido del pueblo, en el de la mayoría. Hay que terminar con los políticos
ladrones y malandras, con los negociados, hay que terminar con la explotación
del pueblo, con los oligarcas. Hay que estar con las masas obreras, con los
oprimidos, con los "grasas". Hay que estar junto a los descamisados.
Roberto, abriendo los ojos, le dijo:
-¿Y tú, José Antonio, eres ahora un descamisado? ¿Tú simbolizas
un descamisado?
-Descamisado es una palabra simbólica, significa una bandera, la
rebelión de los oprimidos contra los opresores. No es necesario que la camisa sea
sucia y de algodón. ¡Simbólico! –terminó, acercando el índice a las narices de
Roberto.
-¿Pero, tú eres un oprimido? -preguntó Roberto terminando su
whisky, y asombrado sinceramente de lo que escuchaba.
-De acuerdo; no soy ni he sido un oprimido en el sentido material,
en el sentido estricto de la palabra. Puedo haberlo sido espiritualmente. Pero los
realmente oprimidos físicamente necesitan de la capacidad nuestra, para liberarse
de la opresión. ¿Quién los podría dirigir, guiar hacia su liberación y sus derechos,
si no nosotros, los más capaces? Nosotros que hemos renunciado a nuestra clase.
Nosotros, que nos ponemos al lado del pueblo.
-Sí, pero tú eres embajador –pensó en alta voz, como queriendo que
le explicara la mutación- y de un régimen…
José Antonio se indignó.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 169 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-¿Y qué mal hay en ello? ¿No sirvo a mi país? ¿Vas tú, mi amigo y
hermano, a negarme que soy capaz de representarlo dignamente?
Bebieron el segundo whisky.
-Pero tú eras conservador, José Antonio. Tú vienes de una familia
de aristócratas, de viejos estancieros –y ya excitado por el alcohol, le espetó: de
esa clase de explotadores de la que tú hablas.
-¿Y no te parece más digno renunciar a una clase que yo no elegí?
Temperamentalmente, yo soy un humilde.
Roberto no pudo contenerse y le dijo, dispuesto a todo, a perder la
última oportunidad:
-Tú, lo que eres… un cínico.
El señor embajador se arregló la perla de su corbata frente al espejo,
y dirigiéndose a Roberto, le ordenó:
-Sírveme otro whisky –y Roberto, instintivamente, como lo había
hecho durante años, le alcanzó el vaso servido-. Tú sacarás tu carnet en el partido
mañana; si no, no hay crédito.
Roberto pensó en su estancia que sería vendida judicialmente,
como lo fuera la casa de sus padres. Recordaba aquellas letras escritas en un fondo
de sangre, que decían: "Remate judicial".
-¿Quieres decir que si me afilio, me darán crédito?
-Exacto.
-¿Y que valor tiene esa adhesión interesada?
-Ésa es cuestión nuestra. Para eso te damos crédito. Necesitamos
ocho millones de afiliados.
-Como Mussolini, ocho millones de bayonetas –pensó en voz alta-
pero en esa forma, el día que los precisen, no acudirán. Llegarán el día de la fiesta,
el día del tren pago, de la empanada o del vaso de vino. Pero el día que caiga la
metralla, el día que comience a regar con sangre el asfalto, ese día no habrá uno,
porque todos habremos sido comprados por la necesidad o el interés.
-Tú eliges –dijo el embajador.
-Déjamelo pensar, José Antonio. Tú estás acostumbrado a comprar,
pero yo no he venido a venderme. Mi vergüenza no está en subasta.
José Antonio se acercó a Roberto y le pasó el brazo por sobre el
hombro.
-Siempre serás un fracasado. ¿En qué lugar quieres colocarte?
Roberto respondió:
-Quiero ser un hombre normal, -producir en mi huerto. No quiero
tener colmillos de carnicero, ni garras rapaces, pero tampoco me considero capaz
de conformarme con las pezuñas. Quiero ser un hombre decente, un ciudadano.
Bajaron por el ascensor al "grill room", en el subsuelo del hotel,
donde sobre un costado y separados por gran cristal, se exhibían los cocineros de
blanco, manipuleando frente al imponente y humeante grill. El maitre llegó
solícito, obsecuente, curvándose a través de su pechera blanca de pingüino.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 170 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Excelencia, señor embajador, su mesa… -y ya sentados en ella, le


sugirió: -Acabamos de recibir un caviar sueco, que solamente usted, señor
embajador, puede interpretar. El vino de siempre, y después le sugiero un
"chateaubriand garnie". El postre… ananás al jugo de naranjas.
-¿Me acompañas? –preguntó José Antonio dirigiéndose a Roberto.
-Sí. Esto me recordará los buenos tiempos. Allá en Santa María, está
el puchero… ¿Sabes, José Antonio? Un puchero pobre pero limpio.
El embajador lo miró paternalmente, pasó por alto la alusión y
murmuró:
-Siempre serás el mismo idiota…
Las mesas, en ese salón de techo bajo, estaban ocupadas en su
totalidad por la nueva clase dirigente. Mujeres apresuradamente vestidas por las
modistas más caras, y legisladores que, pese a sus cargos, aún se inclinaban
respondiendo a las reverencias del maitre. Era la mugre que había rebasado la
cloaca; la suciedad que afloraba a través de la rejilla. Para los "grasas", para los
compañeros, para los "somos los muchachos", estaba la Plaza de Mayo y el día
siguiente, pago. Porque San Perón lo pagaban los contreras oligarcas y vendidos
a Braden.
Cuando el "Fine Napoleón" de ochenta años se sirvió en la gran
copa tibia de cristal, José Antonio, como en sus buenos tiempos, habíase olvidado
de su rango, y con la sinceridad del señor feudal, le dijo:
-Yo me c… en el partido y en él y en ella. Pero tú debes saber,
Roberto, que o sigo la caravana, o me quedo en la ruta de la vida con un pedazo
de pan y un cántaro de agua. Yo soy el primero en no creer ni en mi cargo, ni en
mi responsabilidad, ni en mi obligación. Pero este partido de aluvión necesita
hombres, no los tiene. Y yo compré el número premiado antes de jugarse.
-Pero tú debes tener aún conceptos de moral. Tú careces, José
Antonio, de responsabilidad ciudadana. Tú niegas las virtudes cívicas de un
pueblo.
-Yo no niego nada. Yo sigo el corso. ¿O crees que puedo oponerme
a la corriente y a su fuerza brutal? ¿Tú quieres que yo nade río arriba como tú,
imbécil?
-Guárdate los adjetivos. El alcohol siempre te estimuló
agresivamente. Yo no vengo a pelearte. Tú tratas de defenderte, no frente a mí,
sino en tu conciencia.
-Filosofía, estupidez... –y levantándose, seguido por Roberto, se
dirigió al teléfono, marcó un número, dijo varias frases y le preguntó-: ¿quieres
venir a una pequeña fiesta?
Roberto recordó aquellas noches de París, de Berlín, de Niza, de
Atenas, de El Cairo, de todas las capitales del mundo, que recorriera como
sirviente de José Antonio.
Con la cabeza, le hizo un signo negativo.
-Bien –le dijo José Antonio-. Mañana te espero a cenar con Aurelia.
Ven temprano, y tráeme la respuesta –y palmeándolo en la espalda, le aconsejó-:

Raúl Barón Biza (1899-1964) 171 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

No te quedes junto a las ovejas. Sólo son buen alimento para los lobos. No hagas
la Caperucita…

XV

J osé Antonio se detuvo un instante más de lo normal sobre la


fina piel de la mano de Aurelia y fijando sus ojos en los de ella, le dijo:
-Si yo no tuviera la confianza que me dan los años de amistad con
su marido no me atrevería a decirle: está usted como ciertas frutas, a punto,
deliciosa...

Raúl Barón Biza (1899-1964) 172 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto intentó reaccionar ante la sonrisa con que su esposa recibió


el halago -ignoraba qué se debía hacer en esas circunstancias-, pero como siempre
pusilánime, guardó silencio y terminó por adherirse al piropo con una forzada
sonrisa.
Realmente, Aurelia estaba en esa madurez espléndida de la
hembra, que dura mucho más que el minuto de la juventud. Son horas que no se
repiten en la vida de la mujer.
José Antonio había ordenado una mesa digna de rastacueros y a
sabiendas. Platos llamativamente presentados, vinos en botellas de increíbles
formas, postres en llamas, cafés realizados en bolas de cristal, absurdas copas que
sólo se llenaban con gotas. Lo más caro y de mal gusto en el restaurante más
refinado de la ciudad.
-Le ofrezco una diputación, señora –le dijo a los postres-. Lo hago
en nombre del partido, y estoy autorizado para ello por el presidente.
Precisamente mujeres como usted, capaces, inteligentes... y honestas –acentuó,
mirándola a los ojos y sonriendo-. Sobre todo de esto, me atrevería a poner mis
manos en el fuego –declaró, con todo cinismo.
-Yo estoy afiliada al partido, pese a la oposición de Roberto. Creo
en la doctrina justicialista... -afirmó Aurelia, pasando por alto la alusión a Venecia.
-Ello demuestra su inteligencia. ¿Le es cómodo que mañana pase a
buscarla y concretemos?
Roberto intentó intervenir. Aurelia le interrumpió. José Antonio se
interpuso.
-¡Déjala hablar! Ya pasó esa época en que el marido le hacía decir a
la mujer cosas que no quería.
Y así se concretó la cita para el día siguiente entre Aurelia y José
Antonio, agregando éste y dirigiéndose a Roberto:
-¿Y tu afiliación? ¿Vienes también?
Los hombres actúan de acuerdo con sus necesidades fisiológicas o
espirituales. Si éstas últimas dominan la materia, tenemos como resultante los
santos varones de la historia, los estadistas, los mártires. Si triunfa la materia, la
resultante son banqueros, políticos, o presidentes.
Roberto era y había sido un buen hombre. Creía que el reino de los
cielos era de los justos, y tenía en su sangre el virus de Abel.
Después que acompañaron a Aurelia al Cadillac del embajador,
Roberto dio la respuesta a José Antonio. Una respuesta que contenía vino blanco,
tinto y el coñac correspondiente.
-No me afilio a tu partido. Entre el dilema de morirme de
vergüenza o de hambre, prefiero lo último; y esto es plagio –agregó- lo escuché
de alguien. No creo en tus líderes.
El señor embajador le acarició el cabello y bondadosamente
sentenció, al igual que un señor del medioevo o un actualizado jefe de policía:
-Te morirás de hambre, te arrastrarás de rodillas por un poco de
pan.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 173 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Siguieron bebiendo el Fine Napoleón de ochenta años. Se entró en


la hora de la confidencia. Al mediar la botella, Roberto ya le había expuesto su
situación con Aurelia. Lo había hecho partícipe de sus dudas. Se había confesado
con el único que aún creía amigo. Había desparramado en esa mesa de las
confesiones toda la angustia de su alma. Como el rey Midas, él también precisaba
confiar a alguien su secreto.
-Aurelia ha dejado de quererme, suponiendo que en alguna
oportunidad me haya querido. No preguntemos los motivos. Se ama, o se deja de
amar sin razón que lo explique. Comprendo que no podemos obligar a otro ser a
que nos ame. Cuando juramos frente a Cristo amarnos, respetarnos y defendernos
mutuamente, somos sinceros. Pero no lo somos cuando desilusionados,
recurrimos a la simulación de la felicidad frente a terceros, por el sólo hecho de
un amor propio mal entendido.
"Yo estoy, José Antonio, entre esa inmensa mayoría de maridos,
que -para que los familiares o las relaciones no se enteren y se burlen de su fracaso-
, siguen atados a un yugo infame.
"Cuando una mujer engaña a su marido, éste es burla de los
también burlados; y cuando el hombre busca la felicidad en otros brazos, entonces
ella es una pobre víctima, y tú, el canalla despreciable y ruin.
"No es que tenga -continuó Roberto- una prueba de que Aurelia
me engañe, pero es que los hombres también poseemos intuición cuando vamos
a ser suplantados, o a compartir el lecho con otro. En la vida actual, con la libertad
que dispone la mujer y las tablas de Ogino, es imposible comprobar el adulterio,
y a la mujer a igual que una perra en celo, hay que tenerla atada y con bozal.
Tienes que guiarte por deducciones, tienes que ir gustando lentamente tu
desgracia, en palabras, en rechazos, en distintas sonrisas a otros o en
preparaciones físicas para presentarse frente a tus amigos. Lo presientes en la
mirada y sonrisa hacia el otro macho, en el tono de la voz, en su forma de caminar;
adivinas cuando a tu mujer le interesa otro hombre, pues la conoces y el instinto
es más fuerte en ella que la precaución y hasta la seguridad de su bienestar y su
misma vida. Pero tienes miedo a entablar la lucha. Tienes hambre aún de sus
mucosas sucias.
"La mujer se delatará por miles de detalles frente al hombre
experimentado. Solamente el ciego que no quiere ver, no percibirá la proximidad
del otro hombre a su lecho.
-“Tu dirás, José Antonio, que me queda el divorcio, esa puerta de
servicio que nos ha dado la ley a los hombres, que olvidamos la ley de la selva.
Esa puerta de escape para aquellos que le dan quizás el justo valor a la mujer.”
"Yo no estoy entre ellos. Soy un emotivo; amo aún a mi mujer, la
amo sexualmente; sólo sus labios y su sexo pueden justificarme como macho, amo
a mi hijo y lucho por mantener mi hogar -para no hacer con mi hijo uno más del
divorcio-, persiguiendo una vejez a la que me creo con derecho. He trabajado, he
amado, he sido respetuoso de todas las leyes, y sin embargo, tú ves el derrumbe
de mi vida."

Raúl Barón Biza (1899-1964) 174 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Cuando la botella daba fin, José Antonio preguntó por precaución:


-¿Y tú eres de aquellos que harían vigilar a su mujer? Sigue mi
consejo, imagínate cualquier cosa, pero siempre es menor de lo que vas a saber.
¿Tú formas parte de ese rebaño de maridos que cuando la mujer, por
circunstancias fisiológicas, no simula el espasmo, crees que te engaña? No
siempre; hay que tener algo de fe; puede haber circunstancias extrañas, ajenas al
problema sexual y sentimental. Tú lo riges todo en la mujer por su sexo. Las
agencias de vigilancia lucran y se enriquecen con las dudas de ustedes, yo no soy
casado.
No cometas el error de caer en la duda; ello te ha de costar mucho
dinero e insomnios. Y si pese a ello, sabes de tu desgracia ¿qué te queda por hacer?
¿Esperar con el revólver, como un cazador furtivo, la presa para disparar sobre
ella? ¿Has pensado en tu hijo, en la cárcel, en el ridículo frente a tus amigos? El
hombre que engañado mata, no se libera del ridículo por tal hecho. Tu situación
no se modifica al matar; preso o libre, seguirás siendo lo que tu mujer te hizo: el
cornudo, porque no depende de ti, sino de ella, el calificativo que merezcas en la
vida. Si tu mujer no guarda las formas y las normas, tú serás inconscientemente
un objeto de burla y desprecio de los hombres, y hasta de las otras mujeres. Pero
si reaccionas, si tomas un arma, si obedeces a la ley de la vida, y como en la selva
matas a tu rival o a la infiel, llegarán inexorablemente los jueces. Te condenarán a
ti y por ellos. Por ellos, que no quieren dejar su sillón de magistrados, el saludo
servil y humilde de sus conciudadanos o las sobras que les dejara el amante de la
jueza. Créemelo, porque también las esposas de los jueces son mujeres.
"Escucha mi consejo, y esto no va por Aurelia. Si algún día te
encontraras en esa incómoda circunstancia, procede como hombre inteligente:
tienes el camino de la separación, del divorcio o del olvido. Si no quieres
compartir la vagina de tu hembra con otro –que no tiene la importancia que tú le
das-, no la tortures con tus celos; ella obedece a una ley de la vida que tú no puedes
negar.
¿Cuántas mujeres conociste antes de tenerla a ella? ¿Y vas a exigirle
que ella no conozca más que a ti como hombre? ¿Vas a exigirle que en su vida, en
su única vida, parta sin saber que había hombres mejores que tú? ¿Qué noción
tenía tu mujer a los quince años de lo que era un hombre? Esto recién lo pueden
comprender a los treinta, cuando están hastiados, podridos, tú de ella y ella de ti;
cuando la mujer llega a ser mujer; cuando despierta a la vida; cuando está cansada
de tus besos matrimoniales y añora el sátiro mitológico de sus sueños. ¿Qué culpa
tiene que repitas el amor sin variante diariamente?
"La mujer no sólo se unió a ti para cocinarte y parirte hijos que
afianzaran tu vejez. La mujer soñó un mundo de emociones que no puede
encontrar en la repetición diaria de la vida matrimonial. No la condenes si mañana
mancha tus sábanas con el semen de tu amigo más joven e interesante. No la
tientes, no le des oportunidad, no le ofrezcas el placer a que te obliga hoy la vida.
Enciérrala si puedes, intenta ponerle hoy un cinturón de castidad.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 175 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

"La mujer que te engaña reacciona a los preceptos que le


impusieron en la vida. Se defiende y actúa en su derecho. El derecho de todas las
hembras en la naturaleza; entregarse al mejor, prescindiendo de leyes, firmas y
promesas.
"¿Quién te obligó a casarte? Tu egoísmo. Quisiste hacer del amor
un negocio, y el amor no sabe de transacciones comerciales. Quisiste asegurarte
un vientre sumiso para cuando tus glándulas te demandaran la hembra, tenerla a
mano en tu lecho para que, satisfecho, durmieras mejor. Calculaste que te era más
económico, pensaste que la ley y la religión iban a obligarla a simularte amor y
placer cuando tú lo desearas. Calculaste, sin pensar en su dolor, que iba a parirte
hijos con quienes pudieras satisfacer tus instintos autoritarios paternales. Que
además de hembra sumisa y parturienta anual, ibas a tener la comida servida a la
hora que llegaras. Y pretendías que cuando estuvieras viejo y agotado, ella se
transformara en enfermera, después de toda una vida de haber escuchado tus
insolencias y tus estupideces, de imaginarte un ser superior. Por si no lo sabes, te
lo voy a decir: soy soltero, me he dedicado especialmente a las casadas; no hay
hombre que la mujer desprecie más, que su marido al correr de los años, y si lo
tolera es solamente por los hijos, por necesidad material o circunstancias sociales
y legales. La mujer no está hecha para la lucha. Sus armas son la astucia. La esposa
es la mujer que confiando en un hombre, se vendió a plazos pero sin garantías.
Que firmó un cheque sin fondos".
José Antonio escurrió la botella en el fino vaso de cristal, y mirando
fijamente a Roberto, le dijo:
-Yo creo que Aurelia es una mujer honesta, porque también las he
encontrado, si yo te lo afirmo es porque existen –agregó jactanciosamente- y que
tus problemas son sólo mentales –bebió un trago y continuó-. Una vez, viajando
de La Habana a La Pallice, tuve oportunidad de ser testigo de un hecho que me
enseñó a no calificar a una mujer de mala o de buena. Las mujeres son sólo
mujeres. Eran dos amigos míos, que no se conocían entre sí, y a los cuales
frecuentaba indistintamente. Viajaba en el pasaje una señora joven y bonita; iba a
unirse con su marido en Francia. Mis dos amigos la cortejaban, y los dos me
hicieron confidencias. Uno, al finalizar la travesía, me dijo: "Yo puedo asegurarte
que la señora X es una mujer honesta; pese a todo, no pude obtener nada de ella".
Y el otro, la víspera del desembarco, me confesó: "Nunca encontré en la cama una
hembra mejor que ella".

Los años de casados formaron una barrera entre sus pieles. El tema
fue el hijo, los problemas de ambos, la conversación tenida la víspera con José
Antonio.

-Yo quiero ser algo. No volveré a la estancia. Mi camino está


marcado: Seré diputada, ministra...

Raúl Barón Biza (1899-1964) 176 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Él reflexionó. Buscó en su imaginación el artículo del Código en


qué apoyarse, y no encontró nada que lo defendiera. La mujer era dueña de sí
misma, de sus hijos y de él. La supremacía y los derechos del marido eran mentira.
Estaba indefenso frente a la hembra que se negaba a parir o a seguirle. Que había
dejado de amarlo o se había hastiado.
En la oscuridad de la habitación, junto al cuerpo que tanto amara,
Roberto sintió despertar en él ansias de matar, de apretar aquella garganta que
tanto deseara. Resabio del castillo o harén.
En el silencio de las noches, en aquel lecho en que Aurelia lo
rechazaba en su incipiente caricia, fue presintiendo el proceso de su
transformación espiritual. Fue como la ebullición en las marmitas de hierro que
transforman los metales; fue como si todo aquel inmenso amor, todos aquellos
años de sacrificio le hicieran comprender que no merecía haberle dado sus
mejores, sus únicos años tras la ilusión del "sweet home".
Sintió ansias de volverse contra ella y apretar con sus manos aquel
cuello para que no lo tocara otro, para que no le mintiera más. Comprendía que
había llegado a resultarle indiferente en el amor. Que ya no quería entrelazarlo
como antes con sus piernas. Y de pronto, algo así como una llamarada sagrada
abrasó sus sentimientos de años hacia ella, y envolvió su cerebro. Fue como una
purificación por el fuego; como si a un carnero le crecieran garras y colmillos.
Como si de pronto el corazón se le transformara en una máquina de calcular,
hecha de signos y frío acero.

De pronto llegó el ataque solapado y brutal. Un sobre común,


manuscrito torpemente, con temblores, como con miedo que se le reconociese a
través de ellos.
Su contenido le salivó el rostro: "¿Ignoras que tu mujer te engaña
en Buenos Aires? ¿Que tu hijo no es tu hijo? ¿Crees que ignoramos que la estancia
te la regalaron por dejarte c... por tu ex patrón degenerado? Vete de este pueblo
antes que te echemos... -y terminaba: “Primera advertencia. Un grupo de damas".
El anónimo es la fuerza de los cobardes. Muerde y se esconde;
salpica de barro el alma.
-El lugar del anónimo es el cesto de papeles –recordó que había
dicho en muchas oportunidades; hasta que lo hirió. Ahora no era otro a quien
había que aconsejar o consolar. Ahora era él. Lo mordía a él.
Recién comprendió el arma brutal que podía ser aquel pedazo de
papel; cuánto daño podía hacer. No era la advertencia de un amigo, que señala el
camino doloroso, era el insulto torpe del adversario cobarde. No había que hacerle
caso. No había que prestarle más atención.
-Si existiera una prueba, me la habrían refregado –se dijo, y guardó
bajo llave, como con vergüenza, aquella hoja mil veces manoseada en su angustia.
La guardó esperando la próxima. Las hienas rondaban, volverían.
Y volvieron con otras hojas escritas a lápiz y máquina. Era como si
lo apedrearan de las sombras.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 177 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-"Te engañan. Eres un cornudo. Todos lo sabemos, menos tú que


no quieres saberlo. Vete de este pueblo de mujeres decentes o te echaremos."
Miraba al rostro de todos, a los ojos, tratando de individualizar al
autor para exigirle la prueba o castigarlo por el insulto.

Las personas continuaban saludándole amablemente. La vida se le


había hecho un infierno.
-El anónimo debe ser un invento del diablo –se dijo.
Cada sonrisa lo irritaba, sospechando que tras ella estaba el
culpable. El olvido involuntario de un saludo lo obligaba a interpelar
bruscamente.
-¿Le pasa algo conmigo, Don, que ya no me saluda?
-¡Perdón! Si no lo había visto, Don Roberto. ¿Qué puede pasarme?
La duda lo carcomía en vida. ¿Sabría éste su desdicha? ¿Sería
verdad lo que afirmaban aquellas hojas? ¿Sería aquél uno de los que las
escribirían?
Eran fantasmas de papel con colmillos de hienas que le
destrozaban el alma, en el silencio y las sombras de sus noches.
Pides pruebas sabiendo que las tienes a puñados.
Te niegas a reconocerlo en la tibieza de su mirada cuando se dirige
a ciertos hombres, en su voz cuando te habla, fría, casi despectiva, en que su piel
al contacto con la tuya no reacciona como antaño. Te aferras a una esperanza.
Quieres borrar el futuro y ni siquiera puedes hacerlo con el ayer. Tienes miedo a
tu vejez y soledad. Sientes aversión a toda novela realista, a toda película en que
el tema sea la traición conyugal. Te has convertido en moralista por propio interés.
Te acercas a los que sospechas son tus colegas de infortunio y lo
haces para apuntalar tu cobardía. Te arrastras en tu desesperación, pides olvido
al alcohol; te justificas con sofismas. Te sabes despreciable porque renace tu fe
ante una palabra amable, una sonrisa o el recuerdo de una noche junto a ella.

Su cuñada le presentó a Enrique, el amigo de la casa, el hombre


amable de acogedora sonrisa, dispuesto siempre a acercarle el cenicero o ayudarle
a colocarse el sobretodo.
Lo invitó a la estancia. Viajaron juntos; se hicieron amigos. Enrique
tenía las cualidades de ciertas hiedras; se adhería, cubría frondosamente con su
amistad. Era un hombre que despertaba la simpatía, que llamaba a la confidencia.
Aunque no tuviera nada, siempre ofrecía algo, solucionaba todo problema; era
generoso en la invitación, señor en los gestos, y enloquecía a las mujeres con su
charla, haciéndoles entornar los ojos cuando en su guitarra repetía las canciones
sentimentales de moda.
Había sido condiscípulo de su cuñado. Era un íntimo de aquel
hogar. Y tenía gran admiración por Aurelia.
-Su mujer va a llegar muy lejos, déjela actuar. Tiene cualidades. Es
la oportunidad de rehacerse usted económicamente. El país pasa por un momento

Raúl Barón Biza (1899-1964) 178 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

en que o se hace rico de inmediato, o se queda pobre para siempre –le dijo un día
a Roberto.
Enrique personificaba la época. Una época en que en el país,
enloquecido por la sidra y el pan dulce, o el reparto de las tierras prometidas, no
se pensaba más que en sí mismo. Enrique tenía influyentes relaciones entre los
jerarcas del gobierno. En los días que pasara junto a Roberto, lo interiorizó de la
forma de poder hacerse rico si solamente contaba con el apoyo de ciertas personas
allegadas a la "pomada" oficial, a las secretarias de los ministros o a la del
presidente.
-Pero tiene que afiliarse...

XVI

E l sol dibujaba en el horizonte el contorno de la serranía. Le

daba tonalidades a las nubes, que se hubieran negado como reales en una tela.
El atardecer tenía notas en sordina, notas que iban aminorando en
la naturaleza. La vida se aprestaba al sueño de la noche. Sólo el mundo de las
sombras despertaba. Las carniceras, los búhos, otro mundo y otra vida. El pájaro
de vistosos colores había buscado refugio en los árboles. Las flores habían cerrado
sus pétalos, acurrucándose. La vida tenía miedo a la noche, a las sombras que
amparaban el crimen y el amor. Se perdía la luz y las formas se diluían lentamente,
como si se disolvieran. Árboles, montañas y coloridos, se borraban como si sobre
ellas se pasara un pincel, oscuro, negro. . .

Raúl Barón Biza (1899-1964) 179 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Llegó la carta, que en la soledad de aquel comedor, y a la luz


palúdica de la usina del pueblo, Roberto leyó:
"Debes comprender querido, mi situación. Tengo la oportunidad
de ser diputada. Tus sentimientos no deben cruzarse en mi vida. Viajaré a ésa el
lunes próximo. Te lo explicaré, y estoy segura que me comprenderás. Tú has
fracasado en tu esfuerzo, déjame que yo te ayude, que triunfe para ti y nuestro
hijo..."
Se quedó con el delgado papel entre sus manos. Afuera, todo era
oscuridad, como en su alma. Tomó de la alacena la botella de ginebra. Encendió
más luces, y sirviéndose un vaso, bebió largo trago.
"Tú has fracasado. Déjame que yo te ayude..." y aunque intentara
negarlo, las palabras inexorables, trágicas, estaban estampadas en ese papel: "Tú
has fracasado..."
Pero el fracaso de él, era indudable que no obligaba a la mujer
moderna a participarlo. Ella tomaría parte solamente en el festín del triunfo.
Has caído, has demostrado ser un inútil; no has tenido inteligencia
o garras. Yo soy más capaz; yo te voy a dar una mano en tu caída; yo, la hembra,
que de serlo hace mil años hubiera seguido sumisa y fiel en el camino del éxodo,
cargando la tienda y los críos, arreando los cerdos. Pero hoy es distinto, hoy es el
mundo de los aviones, de la radio, del átomo, hoy no cuentan los sentimientos;
hoy vale más un auto de lujosa marca que todo ese romanticismo del mil
novecientos. Pasó la época en que las mujeres morían de amor; hoy hemos trocado
las faldas por estrechos pantalones que denotan mejor el trasero; hoy somos
aviadoras, abogadas, directoras de empresas, diputadas, embajadoras; hoy no
tenemos por qué ya depender de ustedes, nos podemos bastar a nosotras mismas
y hacerles la limosna de alimentarlos; es nuestra era, es el siglo de la hembra; es
la revancha de milenios; si nosotras sólo fuimos para ustedes placer y esclavas,
ahora serán ustedes para nosotras nada más que una necesidad fisiológica; ¿no
puede una mujer disparar un proyectil teledirigido? Cierto es que lo inventaron
ustedes, pero lo podemos utilizar nosotras. Nos abrieron las puertas de la
universidad, y cerraron las del harén; Ogino nos dio la libertad que Dios nos negó.
¿Voy a seguirte en tu fracaso, en tu marcha hacia abajo, cuando tengo todas las
posibilidades de llegar, dominar los hombres? ¿Pretendes aún imponerme el
confesionario, para que me aconseje ese sátiro de sotanas negras? ¿De qué
igualdad me hablas? Ustedes nos seguirán donde nosotras queramos llevarlos: al
cielo o al infierno. Los tenemos entre nuestras piernas. ¡Miles de siglos de los que
tienen que rendirnos cuenta! ¿O han olvidado que nos llevaban al harén a los diez
años, para que nos poseyera una sola vez en la vida el viejo y ventrudo sultán?
¿Han olvidado que fuimos botín de guerra, y que nos han vendido en los
mercados públicos -carne viviente- sin pensar que teníamos también un alma?
¿Han olvidado que nos han hecho parir sin desearlo?
"Tú has fracasado en tu esfuerzo. Déjame que yo te ayude..." De
pronto su recuerdo se aceleró como un motor; memorizó aquel instante en que
en el papel, entre sus manos temblorosas, se fueron dibujando signos que se

Raúl Barón Biza (1899-1964) 180 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

hicieron letras y palabras escritas sobre otro papel, y que dejaron su huella. ¿Qué
carta anterior había escrito Aurelia a la de él? Porque indudablemente, la presión
de la pluma había dejado estampada sobre el papel y entre líneas, la carta anterior.
Trató de leer. Sobre la luz, nítidamente, se notaban algunas palabras: "Te amo
como a nadie amé". Después era borroso lo que seguía: "...arreglaré la situación...";
más abajo; "...imposible... departamento... ya nada me importa... sospecha" y al
final, nítidamente, como afirmado con el pulso en el papel, claro y legible: "Junto
a él sólo pienso en ti. Te ama. Chiche".

Fue como si de pronto un proyector iluminara un pozo inmundo


en el que él hubiera caído y creyera que era el cenit. Fue un dolor físico en el pecho,
como si con un estilete le hurgaran el corazón y el vientre; fue la angustia de la
angina de pecho; se le cerraron los pulmones y retorciéndose en el dolor escupió
sobre el papel:
-¡Puta inmunda!
Su cerebro fue un torbellino de ideas. Corrió hacia el armario, y
tomando su pistola cuarenta y cinco le cebó la bala en el caño.
Unas ansias inmensas de matar y morder y llorar.
Miraba el papel, babeaba los labios, como un perro hidrófobo,
tratando de descifrar las otras palabras incomprensibles. Tratando de llegar más
al fondo de su inmundicia.
Bebió largamente de la botella un largo trago; cargó al cinto el
revólver y salió en busca del auto.
Tenía que llegar a Buenos Aires. Hacer mil kilómetros para dejarle
en el vientre seis balas, convertidas en seis penes; para arrancarle los ojos, para
cortarle los labios impuros con su cuchillo. Recordó a José Antonio cuando en
aquella noche de Bandol le martillara los ovarios a una hembra. Él le arrancaría el
corazón y le machacaría los dientes, con la culata del revólver.
El capataz se le acercó cuando en el galpón intentaba poner el
motor en marcha.
-¿Va a salir, señor?
La pregunta lo volvió a la realidad: ¡hacer mil kilómetros con aquel
auto! Comprendió lo imposible del viaje, de su intención. Se excusó. El hombre le
sintió el olor a ginebra. Regresó a la casa tambaleándose, ebrio de dolor,
escupiendo la tierra maldita y salivando hacia arriba.

Al detenerse el tren, Aurelia asomó su fina silueta en la plataforma


del vagón de primera clase. Con su sonrisa característica, que la hacía conquistar
afectos y simpatías, corrió por el andén hacia Roberto y abrazándolo intentó
besarlo en los labios, alcanzando a hacerlo en la mejilla.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 181 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Querido, ¿qué te pasa? -le preguntó sorprendida, ante lo esquivo


del beso.
-Nada –respondió él, intentando sonreír, y tomando la valija, se
dirigieron al auto.

El aire comprimido de los frenos del ómnibus lo despertó de sus


recuerdos. El guarda anunció:
-Última parada, cinco minutos.
Bajó con el rebaño, "dopado" aún en sus recuerdos. En el mostrador
adquirió el diario vespertino llegado de Montevideo y una botella de whisky de
bolsillo y fue abriéndola. Ante la sorpresa de sus compañeros de viaje bebió un
trago. Se instaló nuevamente en su asiento y continuó con la añoranza de su vida,
sin percibir cuando el ómnibus arrancó. Su vida... Su vida que recordara
íntegramente en aquel viaje. ¿Dónde estaba? ¡Ah sí!... en la estancia que le regalara
José Antonio como pago del silencio de aquel crimen en Bandol. Porque
indudablemente, él era un criminal; y un criminal cobarde, ruin, que había
vendido su alma por aquella estancia a la que Dios había maldecido con la sequía.
Él era un criminal nato. Había pasado noches elaborando la forma
de matar a Aurelia sin pagarla, sin rendir cuentas. Él sabía que en la selva, miles
de años antes, hubiera sido suficiente hundir su cuchillo de piedra en el vientre
amado, y desparramar para alimento de los roedores, los intestinos de ella. Pero
la humanidad había avanzado; la mujer tenía derechos de sexo y de vida. La Ley
de la selva no regía en el asfalto; tenía que adaptarse a su época. Podía matar, pero
siempre que lo hiciera esquivando el Código, comprando a aquellos que debían
aplicar la ley.
Recordaba qué bien se cuidó de hacerle referencia a la carta.
Imaginó y calculó cien formas de matar, pero todas ellas dejaban huellas, y tenía
miedo a la cárcel. El miedo de todo asesino. El miedo de los cobardes. El miedo a
pagar su crimen.
El diablo vino en su ayuda, porque solamente el diablo, el Dios
negro, podía tenderle su mano en aquel minuto. Quizá porque ya fue su cómplice
en Bandol.
Aurelia había salido aquella tarde en el alazán chúcaro, en que él
le aconsejara no hacerlo, y el cual se había espantado de pronto ante una mata que
se movía con el viento y, desbocado, la había arrastrado largo trecho, enganchada
a su estribo.
El médico del pueblo, buscado urgentemente por Roberto,
desinfectó las heridas, aconsejando reposo y asegurando que en dos o tres días
estaría ya bien.
¿Por qué recordar esas horas en que las heridas de Aurelia
retuvieron los bacilos del tétano, emitiendo las toxinas que buscaban sus centros
nerviosos?

Raúl Barón Biza (1899-1964) 182 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

¿Aquella semana que duró la incubación, y que claramente


percibió Roberto en el "trimus" que le impedía la masticación? Recordaba cómo
comprendió de pronto que guardando silencio, el diablo llegaba en su ayuda, y
que la ley no era más que una reja para los imbéciles. Él podía matar sin arma,
legalmente, aduciendo su ignorancia, que por no ser médico no estaba obligado a
conocer.
La vio cómo empezó a curvarse, haciendo el puente característico
de los tetánicos; fue siguiendo las contracciones de los músculos y de la mímica,
que expresaban en su comienzo tristeza y dolor. Y en la expresión de la sonrisa
forzada de los músculos risorios, contempló llegar el "spasmus cynicus" y la risa
sardónica.
Cuando el médico regresó días después, se dio cuenta de la
gravedad de la paciente. Indicó, el suero, quizá ya tardío. Abrió nuevamente la
herida principal, y recomendó silencio, penumbra; como alimentación: leche, jugo
de frutas, almíbar, recetando somníferos y bautíricos para su descanso. Aconsejó
llevarla a una clínica, pero Roberto se opuso; tenía su presa, no iba a soltarla en
esa oportunidad.

-Te vas a morir, ramera inmunda –le dijo al oído, mientras Aurelia,
contorsionando involuntariamente su rostro en una risa diabólica, alcanzó a
pronunciar:
-¿Por qué ramera?
-Dime quién fue él, y yo te daré la inyección que te salve.
Aurelia lo miró en aquel amanecer, alcanzando a murmurar:
-No hay en mi vida ningún él...
-Mientes, mientes... –y tomando el suero antitetánico, lo quebró en
sus manos, mezclándolo con la sangre que le causaran las heridas.
-Tú lo quisiste, perra. Llévate el nombre de tu amor.
-Yo no tuve más amor que tú -recordó que musitó ella, enseñando
los dientes en la sonrisa forzada de su enfermedad. Sólo quise ser algo...
No quiso recordar más, pasó sobre su frente su mano sarmentosa
de viejo. Le dolía memorizar aquellos días espantosos, aquellas noches que fueron
siglos.

La enterraron un atardecer pizarra, sin sol, con el frío viento de las


cumbres empolvadas de nieve. Nieve que había penetrado también en su corazón.
Frío viento del sur que mecía los cipreses y los florones de pluma de aquel
grotesco carromato negro y deslustrado de la única empresa fúnebre del pueblo,
que marchaba por el polvoriento camino como una última mofa de la vida. Porque
mofa, burla, era al fin de la vida, ese cortejo de titiriteros enlevitados de un negro
grisáceo y mugriento, de abultadas narices rojas por el frío y el vino.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 183 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Toda muerte es respetable; quizá lo único respetable desde que se


nace, sea ésta en el lujoso entierro de un arzobispo o el silencioso de una cárcel.
La muerte es la liberación de la maldición de haber nacido, es, quizá, lo único por
lo cual podemos bendecir a Dios. La muerte es una fiel amada, es una esperanza
que nos libera del dolor físico y de la angustia de vivir. Temerla es prueba de un
instinto animal, no superado. El que teme la muerte no puede haber amado la
vida, porque aquélla es la consecuencia de ésta. Te aferras a la vida, a su dolor, a
sus angustias, porque desconoces a la muerte, porque la imaginas una sombra
eterna, un pozo negro, una caída sin fin, porque no sabes que la muerte es la
resultante de tu existencia en este laboratorio de la naturaleza en que nada se
pierde y todo se renueva. Porque ignoras que la muerte es sólo la transformación
de tu materia en otras materias.
Porque ignoras que esa aglutinación de células no harán a tu
muerte más que transformarse, diluirse, disgregarse y volver a aglutinarse en
otras vidas. Que el alma, ese soplo que llamas divino, esa inteligencia que te
destaca de los otros seres vivientes, no es sino la diabólica creación que permite al
hombre ser la más sanguinaria de las fieras.
Roberto se había cobrado un derecho de selva; con inteligencia de
hombre, orillando el Código, esperando la oportunidad para el zarpazo. Estaba
bien muerta –pudriéndose en la tierra-, había pensado en aquella época, y de
nuevo volvería a matarla si de nuevo volviera a la vida.
¿Quién sería el hombre con que lo había engañado? Tortura que la
hembra le había dejado para los pocos años que le quedaban de vida.

De regreso a la casa se planteó el problema del hijo.


-Déjelo con nosotras -dijo la madre de Aurelia.
-Déjalo con nosotras -reafirmó su cuñada, que no había derramado
sangre por ninguna vida- No te preocupes de la parte económica. Papá como
diputado está afirmando su posición económica. No le faltará nada, ni cariño. No
hay otro niño en la familia.
El hijo simboliza, se materializa en el recuerdo dichoso de la vida
del hombre junto a la hembra.
-Sí –pensó en alta voz- En las actuales circunstancias, es mejor que
quede con ustedes, y para sí se dijo: ¿Será hijo mío?

-Lo voy a acompañar unos días –le dijo Enrique, aquel amigo
íntimo de la familia de su mujer- Yo soy su amigo. La amistad es un don del dolor.
Un don que desconocen los millonarios y las mujeres jóvenes y hermosas.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 184 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto agradeció aquellas palabras. La estancia, esa noche, estaría


demasiado sola con el recuerdo de Aurelia, grabado aún en su retina el rostro
burlesco, aquella risa endemoniada de los últimos días. Pensó: ¿Valía la pena
haberla matado? ¿O matar a ese otro hombre desconocido que no ha hecho más
que acudir al llamado de la hembra?
Ya no es más tu rival. Él no fue a arrebatarte a tu hembra. Él no fue,
como en los tiempos prehistóricos, a buscarte en la caverna, y con el trozo de rama
hecho garrote tomar por derecho de conquista tu hembra, tus herramientas y tus
armas.
Él es un desconocido; un hombre que marchaba en la vida, al que
tu mujer le sonrió mostrándole sus dientes y piernas, moviendo su trasero,
invitándolo a penetrarla.
Tú estarías quizá lejos, de viaje, y ella, hambrienta.
Haría noches que te añoraba. Podía haber sido otro, pero fue aquél,
el que encontró en su camino, cuando lo deseaba, lo precisaba, cuando se lo
mandaba e imponía su sexo.
¿Vas a matar por ello?¿No fue también tu derecho tomar a la que
se te ofreciera? ¿Qué culpa tiene aquél que acepta el envite de la mujer a la
horizontal? ¿O qué culpa ella de obedecer su ley? ¿O crees que el mundo es de
eunucos y frígidas?
Matar al otro macho frente a la hembra que disputas y que te
espera como premio de tu triunfo, fue ley de la vida, del protoplasma, ley del
mejor y del más fuerte.
Hoy no luchas en esas condiciones. Hoy estás sentado, frente a tu
T.V., en un cómodo departamento; tu instinto tiene que adaptarse a las
circunstancias y las épocas. Tienes un cerebro desarrollado, debes razonar,
calcular.

Los recuerdos se entremezclaron, giraron vertiginosamente, sin


aparente hilación.
En el silencio del comedor impregnado aún del olor de cirios y
flores marchitas, frente a la botella de ginebra, la confidencia afloró a los labios.
-Era una gran mujer. Tenía una carrera política, hubiera llegado
muy lejos...
Roberto respondió:
-Quería ser algo, y lo fue. Ya es abono...
-El dolor lo enloquece, no debe hablar así, pareciera que usted la
odiara.
-¿Y qué puede importarle a usted que yo la odie? –le preguntó
agresivamente.
-No... -respondió desconcertado Enrique-. Es decir, sí, porque,
insisto, era una gran mujer, y a usted lo considero un amigo; lo he seguido en su
lucha, lo aprecio, pese a que usted no lo retribuya.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 185 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto llenó los vasos y buscando la confidencia preguntó:


-¿Por qué fue para usted tan gran mujer?
Enrique bebió un sorbo y lentamente dijo:
-Es que mi concepto nace de la comparación.
-Continúe –le mandó Roberto.
-No; en ese tren, de guapo, no...
Vaciaron los vasos. Hubo una tregua. El alcohol impregnó
nuevamente las células cerebrales, y llegó la confidencia de ebrio, que siempre
después se lamenta.
-Es que le debo mucho, quizá, uno de los pocos gestos decentes de
mi vida.
Tembló el vaso en la mano de Roberto en aquella mesa de las
confesiones.
Roberto preguntó:
-¿Qué?, ¿cuál?
-El que haya roto con Hilda.
Hilda, la hermana de Aurelia. Y de pronto se volcó sobre aquella
mesa, como residuo de una cloaca pestilente, el pasado.
Aurelia sospechó siempre las relaciones que unían a su hermana
con Enrique, porque Hilda era su amante, desde mucho antes de casarse.
-Usted es un canalla –le había dicho Aurelia cuando comprobó
aquellas relaciones-. En esta casa se le brinda amistad, y usted muerde como una
víbora.
-No es culpa mía –se había excusado Enrique- es su hermana la que
aún me busca y yo no pretendo redimir ninguna mujer casada.
-No vuelva más a esta casa –le amenazó, antes de partir a su último
viaje a la estancia.
Y Enrique pensó hacerlo así. Quizá también algo de cansancio de
la amante de tantos años, de sus celos, porque el amor no se comparte con otros
hombres, aunque sea con los maridos.
Pero Hilda había vuelto a buscarlo a su casa. Lo había amenazado
con el escándalo, con el suicidio y él había cerrado sus puertas, lo que no impidió
la llegada de las cartas.
-Claro –dijo sonriendo- él no era hombre de tenerle miedo a un
marido. Los cornudos aunque inconscientes, son en su mayoría cobardes y por
ello quizá sean cornudos.
-Pero usted está difamando a Hilda, porque difamación es todo
aquello que no se puede probar –reflexionó Roberto en alta voz.
-¿Difamando? -gritó Enrique. Y ya herido en su amor propio, llegó
a su dormitorio, lo sintió hurgar en su valija y al volver, arrojó sobre la mesa varios
papeles, de entre los que tomó uno.
¿Difamando? –repitió- Aquí tiene la última carta implorándome
amor.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 186 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto se quedó como hipnotizado ante aquel papel que le


extendía la mano de Enrique. Alargó el brazo y lo tomó. Leyó la firma: "Te ama,
Chiche". Buscó ansiosamente otra frase, y encontró la que estaba grabada a cincel
en su alma: "te amo como a nadie amé".
Aquella carta era el original que había dejado al escribirse, impresa
por presión la frase en el papel que le escribiera posteriormente Aurelia, y le había
hecho creer que era una anterior de ella.
Saltó sobre él. La botella se hizo pedazos en el cráneo de Enrique,
que se desplomó teñido el rostro de un rojo laca, barnizado, vivo.

XVII

L o recordaba todo como una pesadilla, un sueño espantoso, un


recuerdo que daba náuseas, le revolvía el estómago. Matar, herir, robar, violar
toda ley. Es la presión de un dedo sobre un gatillo; es penetrar la rodilla entre las
piernas de una niña; es tomar de una caja fuerte un fajo de billetes.
Pero soportar la cárcel, mirar el sol y las aves a través de la reja;
alimentarse con la bofia; verse privado de la hembra; comprender que se ha
perdido al amigo, la amada; saberse muerto y esperar días, meses, años y ver que
al pasar de ellos es comprender que lo único que queda son los ojos para llorar y
el corazón para arrepentirse. Dios como máximo castigo, había expulsado del
paraíso hacia el desierto a la pareja humana. El desierto era libertad, hambre, pero
libertad al fin.
Los hombres al encadenar al hombre le habían dado alma de perro.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 187 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Había creído enloquecer en aquella celda húmeda, sucia, oscura,


tétrica. Nadie roba ni mata por el solo hecho de gustar del robo y de la muerte.
Caín mata a Abel por un derecho: el derecho del hambriento, que baja de la
montaña árida y encuentra en el valle a otro hombre -hermano o no-, digiriendo
plácidamente junto a sus hermosas hermanas, la sabrosa carne de sus ovejas, que
simbólicamente ofreciera a Dios, pero que después le alimentaran a él. Y cuando
el hambriento pide su parte en la mesa y en el lecho, Abel, cobarde y astuto
implora ayuda de Dios -hoy la de la ley; la ayuda de la policía, de los jueces, y
éstos acuden a defenderlo. Aquél con la maldición y la malintencionada pregunta:
-¿Qué has hecho de tu hermano?
Y él sólo podrá responderle:
-¿Qué has hecho, Señor, Tú de mí?

Llegó el ave de rapiña, buitre en la vida. Él era un pedazo de carne


dolorida, ultrajada, pero que podía ser aún alimento.
-Su caso -le dijo- está claro. Usted reaccionó ante la injuria a la
muerta. Usted fue atacado por Enrique.
-No doctor, no me atacó; no injurió tampoco a Aurelia…
El defensor se calzó los lentes, lo miró un instante y pensó: Las
cárceles están llenas por estos imbéciles – y preguntó en alta voz:
-¿Usted me llamó para confesarse o para que lo defendiera? Yo soy
abogado. Poco me importa la verdad de los hechos; éstos los tengo que ajustar
dentro del Código para que usted obtenga la libertad. Su conciencia resérvesela
para Dios. Yo formo parte de un tablado; déjeme representar mi papel. No interesa
que usted sea culpable; lo que debemos demostrar, es que usted es inocente. Para
eso me paga. La sociedad no castiga a los culpables. La sociedad castiga a aquel
que no sabe defenderse, lo castiga por idiota, por incapaz. Las palomas, siempre
fueron presa de los gavilanes. Confíe en mí; no tema el pedido fiscal, ¡diez años
por intento de homicidio culposo! El fiscal no ha hecho más que cumplir el
mandato de su cargo, para llevar alimentos a sus hijos. El fiscal es como un perro
que cuida una casa, y tiene la obligación de ladrar. Y ladra tantas veces como la
ley lo obliga. Firme acá -terminó presentándole un documento-. Apele al pedido
fiscal.

¡Diez años! Era mucho lo que le quedaba de vida.


Santa María era una tierra maldita, ganada con la complicidad de
un crimen.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 188 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Cuando el secretario de José Antonio llegó al locutorio de la cárcel


en representación del viejo amigo, excusó su ausencia.
-El señor Embajador me ha pedido comprensión de por qué no se
ha hecho presente ni le ha escrito. Le ruega interpretarlo, colocarse en su lugar.
Un Embajador no puede tener públicamente relaciones con un… -buscó la
palabra- con un... -repitió- bueno, usted me comprende, usted es un procesado
por lesiones graves.
-Cualquier hombre que no esté castrado hubiera reaccionado como
yo –protestó Roberto-. Usted recién buscaba la palabra "delincuente" y no osaba
pronunciarla. Delincuente no es aquel que rechaza una injuria, porque el progreso
no ha modificado la hombría; ésta es inherente al ser humano, al macho de ayer.
Yo no he obrado fríamente y con cálculo; he obedecido a un impulso. Pregúntele
al señor Embajador si él es capaz de arrojar la primera piedra. . .
-Sí, pero usted debe comprender -insistió, alejándose de la frase de
Roberto- que si los hombres nos hiciéramos justicia y obedeciéramos a nuestros
impulsos, la ciudad se haría selva. Además yo no he venido a discutir con usted
si está bien o no, preso. Yo traigo el mandato de ponerme a sus órdenes y ayudarlo
en todo.
-¿Cómo? -preguntó Roberto.
-Ofreciéndole abogados capaces e influyentes, medios económicos
para su defensa y mejorarle su estadía en la cárcel… Y quizás hablando al fiscal y
al juez, disminuyendo la sentencia, pues la justicia es ciega, pero no sorda. Yo
traigo órdenes y promesas de ascenso. Yo traigo su libertad, pedazo de idiota. La
toma o la deja…

Se mejoró su situación. El director lo llamó a su despacho y por


primera vez, sonriéndole, le ofreció su traslado a la enfermería, donde estaría más
cómodo.
-Pero… Es que yo no estoy enfermo, señor Director.
-¿Y usted cree que la enfermería de una cárcel es para los
enfermos? Además -agregó- tengo orden de darle franco su visita, y que usted
disponga la calidad de su alimentación.

Estaba jugando al dominó con el guardián cuando, acompañado


por el sub-alcalde, apareció por la puerta de la amplia habitación que hacía de
enfermería un nuevo preso.
La circunstancia de tener un nuevo compañero lo alegró, y más aún
por el aspecto del mismo. Hombre ya entrado en años, pulcramente vestido,
luciendo una pera y bigotes canosos y portando un perramus y una fina valija que
lucía exóticas etiquetas de hoteles de categoría.
El sub-alcalde los presentó.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 189 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-Será una buena compañía, pero temo que esté poco tiempo –acotó.
Una cárcel de provincia, tiene algo de familiar. Es para los
recomendados algo menos que un hotel de tercera categoría, con tarifa de Grand
Palace.
Lo ayudó a instalarse. Eligió una cama de hierro blanco junto a la
suya y le presentó sus otros dos compañeros de cautiverio. Un distinguido
estafador y un crimen pasional estúpido, sin razón: un día de primavera y viento
norte había encontrado a su novia con un amigo. Lo había muerto a él y herido a
ella. Lo estúpido del hecho radicaba en que ella sólo le había permitido apretarle
los senos y masturbarla. Era muy poco para la sentencia que le esperaba.
Al pasar de las lentas horas el nuevo preso se explayó: Yo fui
concesionario municipal2 . Queriendo rehacer mi fortuna perdida en acciones que
se desvalorizaron en la última crisis, me presenté y obtuve, por mejor postor, en
licitación pública realizada en el Banco Municipal, la explotación dé un pasaje que
estaba abandonado desde su construcción, hace ya veinticinco años y que servía
de refugio de pordioseros y malandras.
-Haremos una alegre calle subterránea de este pasaje... -me dije.
-Es una cloaca. Fracasarás -me respondieron.
-Haremos la galería más hermosa y concurrida de la ciudad -insistí.
Cuando se licitó fui dispuesto a que me la adjudicaran aunque
tuviera que vender para ello el alma al diablo. Tal era mi fe en su éxito frente a la
incomprensión de los cinco millones de habitantes de la ciudad.
Obtenido, solicité entre mis relaciones multimillonarias la ayuda
económica.
-Fracasarás -me repitieron.
Vendí mi Chrysler, las alhajas de mi madre e hipotequé la casa
paterna heredada. Invertí hasta mi último centavo. Trabajé un año. Fue el éxito
comercial mayor de la ciudad, pero cometí un gravísimo error. Quise continuar
siendo honesto como lo fuera toda mi vida. No quise defraudar al Estado y en los
contratos de locación figuraron los alquileres reales a efectos de sus cargas
impositivas. Instalé lujosos escritorios, hice partícipes a mis obreros del éxito. Les
di jornales dignos. Ello era comunismo.

En un comienzo llegaron tímidamente como llegan las hienas en la


noche a las sobras de la caza del tigre.
Después insinuaron, aullaron, amenazaron, mostrando sus
colmillos. Eran… ¿para qué nombrártelos, identificarlos? Eran la suciedad de la
cloaca que desborda.
-Es un negociado –afirmaron en la prensa venal, que también
pretendía su parte en publicidad innecesaria a la Empresa-. Es la explotación del
pueblo. La concesión está mal dada. Al contrato le falta una coma aquí y un acento

2 En prensa: Yo fui concesionario municipal (Historia increíble). Obra del mismo autor.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 190 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

allá. El presidente, los ministros, el intendente tienen participación en el


negociado. Acababan de caer. Había que mancharlos, salpicarlos de mugre para
justificar el asalto al poder. Había que llenarlos de barro, hundirlos personal y
políticamente. Ésta era una oportunidad brillante para ello. Los diarios dirían lo
que los que detentaran el poder les ordenaban a través de avisos oficiales pagados
al contado.
-Ceda –me aconsejaron los abogados-, reparta una proporción de
sus ganancias. Los funcionarios están mal pagos.
-No voy a darles nada de lo que es mío en derecho –recuerdo que
les contesté.
Me citaron ante un consejo moralizador oficial. Cuatro o seis viejos,
posiblemente impotentes y resentidos por su edad.

-No voy a darles nada de lo mío.


-Quedará usted en la calle. Cuando la justicia falle, sus herederos
serán indemnizados –insistieron mis abogados.
Se dispuso entonces la intervención de la empresa.
Se me inició sumario por agio, por el delito de contratar libremente,
y se procedió a mi detención. Ellos tienen la fuerza. Mi detención será breve. Me
liberarán en la miseria. Es la forma de reducir a todo rebelde. El hambre, que rinde
ejércitos. Es una táctica para desacreditar al adversario por medio de sus
comunicados en la prensa y la radio oficial.
No tienes defensa cuando eres adversario de los funcionarios
públicos, ni en la Rusia comunista ni en el mundo capitalista. En mi caso
podríamos aplicar un cuento que voy a narrarles:

La historia comienza así y se repetirá por los siglos de los siglos:


Érase una vez –hace ya muchísimos años, tantos, que se borró su fecha- una aldea
emplazada en la ladera de un valle que servía un riacho que se entretenía
dibujando entre sus piedras, encajes de blanca espuma.
Y era un hombre que a su orilla cultivaba una pequeña huerta.
Arriba, dominando, vigilaba el castillo con sus torreones de piedra patinada por
los años, y sus vigías en espera.
Una mañana, después de la obligada misa en la iglesia de la aldea,
de regreso a su cabaña, distinguió próxima a la orilla una piedra de extraños
reflejos dorados. Penetrando en el agua, la cogió y asombrado por su peso regresó
con ella a la taberna donde los campesinos se reunían los domingos para sus
chismes y transacciones.
El tabernero le dijo:
-¡Hombre feliz! Es una enorme pepita de oro. ¿Dónde la has
encontrado? Calló el pobre hombre y la ocultó bajo su raído sayo, pero un

Raúl Barón Biza (1899-1964) 191 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

sirviente del castillo, que había escuchado, partió presuroso a comunicarle la


nueva a su señor y éste le ordenó:
-Tráeme a ese hombre y la pepita de oro.
Al llegar a la cabaña, trasmitió el mensaje y el hombre colocándose
sus mejores ropas, lo acompañó por la empinada cuesta que conducía al castillo.
En presencia de su amo se inclinó humildemente.
-Muéstrame tu piedra -le ordenó.
Después de sopesarla y raspar sobre ella, que dejó una herida de
sol, lo invitó a sentarse junto a él y ordenó le trajeran vino.
-Tú sabes que todo en esta tierra mía, me pertenece. Has
encontrado una fortuna. Podrás casarte, arreglar tu cabaña, comprar bestias de
labor. Pero la mitad… por ley me corresponde.
Y mandó que se dividiera la piedra de oro en dos partes iguales,
entregándole una de ellas.
Feliz nuestro pobre hombre regresó a su cabaña pensando en que
con lo que aún le quedaba, podía mejorarla, comprar un buen mulo y una vaca y
pedir en matrimonio a la Rosaura.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 192 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

La historia comienza así…

Llegando a su cabaña, se encontró con el cura, que afectuosamente


lo abrazó.
-Dios te ha premiado, hijo. Sé que has encontrado en el río una
pepita enorme de oro, pero como buen cristiano debes saber que hay que dar al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Y se llevó la mitad de la mitad que le quedaba.
Estaba pensando que no podría ya casarse con la Rosaura -que era
joven y robusta, pero amiga de los trapos y las fiestas-, cuando irrumpió en la
cabaña el inspector de rentas.
Le explicó que el rey debía mantener el esplendor de su corte, las
armadas contra sus enemigos, y que por derecho divino, los siervos debían pagar
-en circunstancias excepcionales corno ésta- una parte también al rey, y tomando
la ya pequeña pieza de oro que le restaba le dijo:
-Le diré al Rey que tú se la mandas como buen siervo que eres…
Nuestro pobre hombre no osó protestar. Protestar contra el rey
equivalía a la pena de muerte, o a la vida en galeras.
Con su tristeza llegó la noche.
La noticia del hallazgo había corrido de la aldea al bosque y en el
bosque vivían los bandoleros que también llegaron.
-Danos tu pepita de oro –le exigieron.
De nada valió que les contase su malaventura.
A la mañana siguiente lo encontraron en la cabaña, rota su cabeza,
por no haberles entregado la pepita de oro que ya no poseía.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 193 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Un atardecer llegó su suegro, el diputado.


-Usted ha difamado el nombre de nuestra familia.
-Yo no he difamado nada. Yo no puedo difamar lo que ya es
infame. Y usted lo sabe.
El señor diputado, dentro de su flamante y ajustado traje, enrojeció.
Roberto le espetó:
-Me robó usted -refiriéndose a los títulos que le hiciera sustraer a
Aurelia, hacía años.
-Yo no he robado nada. Ese dinero era bien ganancial. Le
pertenecía a ella y podía disponer de él como quisiera.
-Debe usted devolvérmelo. Yo lo necesitaré cuando salga de la
cárcel.
-Saldrá cuando nosotros lo dispongamos.
-¿Nosotros? -interrogó Roberto.
-Sí, nosotros, el Gobierno. Y saldrá cuando deje su posición de
"contrera", y sus acusaciones estúpidas.
Roberto pensó en alta voz:
-¿Ustedes son los que están construyendo una patria libre, justa y
soberana? ¿Usted, que indujo a la corrupción política de Aurelia? ¿Usted, que
transó –porque debe saberlo- con la relación entre Enrique e Hilda?
El señor diputado y suegro se levantó, y sin decir palabra, salió del
despacho del Director en donde se había realizado la entrevista.
Roberto quedó solo con sus pensamientos, frente al retrato del
presidente disfrazado de general, constelado su pecho de medallas, por batallas
que sólo había ganado en la imaginación de los que recibieran prebendas.
Momentos después entró el Director.
-¡Usted está loco! Usted me coloca en una situación trágica. Usted
me obliga –amenazó- a volverlo a la celda. Usted ha injuriado a un diputado de la
Nación.
Y suavizando el tono ante el silencio de Roberto, dijo:
-Vamos a tomar una ginebra –y ya tuteándolo- pero ¿querés
podrirte en la cárcel? De un lado el diputado, del otro el embajador... ¡terminala!...
Y recapacitando ante un gesto de Roberto, continuó:
-Su caso no tiene mayor importancia. El pedido fiscal tampoco.
Usted es un hombre que puede rehacer su vida, y todos estamos dispuestos a
ayudarlo. Tiene amigos y parientes influyentes. ¿Por qué está contra el partido?
-Yo no estoy contra ningún partido. Estoy solo con mi conciencia,
con lo que ésta me manda, con lo que me indica que está bien y contra lo que creo
está mal.
Sirvió la copa y le dijo:
-Reflexione -y dirigiéndose a su escritorio, tomó un papel impreso
y se lo ofreció- Firme acá, le vamos a dar fecha de un año atrás.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 194 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto leyó la ficha de afiliación al partido oficialista, y la dejó


lentamente sobre la mesa; levantándose, murmuró despectivamente dirigiéndose
a la puerta:
-De orden que me lleven al calabozo, señor Director.

Otro día llegó Enrique, con magnífica perla en la corbata y


chevalier de brillantes.
-Usted sabe que yo no le guardo rencor y que no lo he acusado.
Siempre me pregunté por qué usted me había atacado en esa forma. ¿Qué secreto
doloroso hay en su vida?
Enrique ocupaba ya la Presidencia de un Banco oficial, desde la
que podía dar la riqueza o la miseria. Todos: diputados, senadores, ministros,
embajadores, los más allegados al Presidente llamaban a su despacho implorando
el oro que había acumulado el pueblo y del que era custodio. Y ese poder de
distribuirlo a voluntad, en créditos que no se cobrarían, lo hacía omnipotente.
Roberto le abrió su alma. Lo dejó penetrar en lo más profundo de
su ser. Fueron horas de confidencias y lágrimas.
Cuando partió, Enrique lo abrazó diciéndole:
-Yo hubiera cometido el mismo error. Pero no lo cuente a nadie.

Pocas tardes después, en el jardín de la enfermería, frente a unos


rosales que el Director le había permitido plantar, y que estaban ya en flor, el
celador se le acercó y le dijo:
-Prepárese para ir al Tribunal.
En el desvencijado auto del Director se trasladaron.
Fuera de los muros grisáceos era ya primavera. Los árboles cubrían
su desnudez y los pájaros y perros se perseguían ante la mirada inquisitiva de los
adolescentes.
El secretario le dijo sonriendo:
-Está en libertad... condicional.
Le hizo leer las obligaciones: "No abandonar el lugar en que fijará
su residencia"… "presentarse semanalmente a la comisaría"… "no frecuentar
ningún bar después de medianoche"... "no ingerir bebidas alcohólicas"… "no
volver a pelear” principalmente, pues su libertad se perdería definitivamente por
estos hechos.
-Sigo preso –pensó-. La diferencia era que se había ampliado la
muralla. La sociedad le alargaba la cadena.
Su primer pensamiento fue hacia María del Carmen.
Imposible cruzar la frontera, cerrada para él por su proceso y por
sus declaraciones contra la tiranía. Aquella noche, en el hotel, le escribió una larga
carta.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 195 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Le confesó por qué no había contestado las suyas, y sus esperanzas


de vida junto a ella; la única que bien lo había amado. ¿Querría ella que fuera a
Montevideo?
La respuesta llegó en breves días. Era la confesión espléndida de
un amor que se había mantenido toda una vida en su espera. Era la mujer que
redimía la mujer.
Era una música que penetraba en su alma a través de su lectura.
Junto a la carta, venía un giro por muchos miles de pesos. Una pequeña fortuna.
Enrique llegó al día siguiente junto a él.
-Yo lo ayudaré –le dijo- a pasar el río. En su delito no corresponde
la extradición. Vaya y rehaga su vida. Yo me quedaré aquí, con esta cicatriz que
me recordará siempre que la vida de los hombres -mañana puedo ser yo- está
regida por circunstancias totalmente ajenas a sus voluntades.

En el lujoso auto de Enrique partieron un atardecer hacia Santa Fe.


La chapa oficial abría todos los controles policiales de los caminos. Cruzaron en
la balsa y entraron en los polvorientos caminos de Entre Ríos. Llegaron a
Concordia ya entrada la noche. A pie avanzaron hacia el río.
Un almacén en una esquina y un criollo de amplia sonrisa los
atendió en el mostrador.
-Busco a Fulano –dijo Enrique.
-Soy yo. ¿En qué puedo servirlos?
-Vengo de parte... -y pronunció una cifra.
El hombre los hizo pasar a la trastienda. Allí les explicó que
tendrían que esperar que la noche avanzara más. El río estaba muy vigilado.
Había que avisarle a la lancha de la prefectura que esa noche se pasaba un
contrabando y pagar la coima.
-Claro –les aclaró- que no imaginarán que el contrabando es usted.
Esperen acá. Voy a tratar que sea esta noche.
Los dejó solos, frente a una botella de whisky importado.
-No sé –le dijo Roberto a Enrique- cómo expresarle mi
reconocimiento.
-No expresándomelo. Yo sé que usted nunca podrá pagar el favor
que le estoy haciendo, pero quizá lo haga por mí mismo. Y confesión por
confesión, no me crea el hombre tan decente como mi actitud aparenta. Soy un
hombre que me estoy enriqueciendo vertiginosamente, como todos en este
gobierno. Yo fui contrabandista siempre, en el amor y en la política, no en la
amistad.
Roberto guardó silencio. Un silencio que Enrique interpretó, y
quiso defenderse, justificarse.
-El grupo de hombres o partido político que pretenda el poder, va
a la conquista de un país. Se conquista una nación extranjera para rapiñar, pero
ello significa sangre y posibilidades de derrotas que se pagan con la vida o con la
cárcel. Los partidos políticos son ejércitos civiles dentro de los propios países, que

Raúl Barón Biza (1899-1964) 196 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

en vez de plomo, usan como armas la promesa para obtener, por medio del voto,
la rendición y la entrega de la nación. "Tendrás Casino", les dicen a los interesados
en ello. "Te aumentaremos los sueldos, te nombraremos comisario o maestro, te
haremos justicia, la huelga será un derecho”, porque el pueblo en sí pide muy
poco. Pero cuando triunfamos, cuando llegamos a tener en nuestra mano la
policía, cuando somos dueños de la picana eléctrica, entonces recurrimos a la ley,
a las Cámaras Legislativas, porque gobernamos dentro de la democracia, y la
democracia en Sudamérica es una marioneta que se maneja desde los cuarteles, o
Wall Street.
Roberto pensó: Una democracia, por mala que sea, es preferible a
cualquier tiranía.
"¿O cree que el que nos suplante no será igual o peor que nosotros?
Por ello, en la historia de esta Sudamérica, pobre de aquél que pudiendo abrir una
cuenta número en un banco extranjero, no lo hace. Lavada la sangre del pueblo
que corrió en el asfalto, el ayer se repetirá. Total –agregó-, en el peor de los casos
llegará la amnistía. Pero los millones que asegurarán su vejez tranquila, lo que
afirmará la educación de sus hijos, es lo que haya podido acumular en su bolso.
Después de la sangre, dirán: hay que olvidar, unir el país, todos somos hermanos.
Pero usted guardará sus millones. El que nos suceda seguirá manejando por
intermedio de los sindicatos, por las buenas o malas, al gobierno. Les aumentarán
los sueldos, pero éstos nunca alcanzarán en su carrera el valor de los alimentos,
porque el que los produce, ganadero o industrial, debe seguir una regla; que es
aumentar sus riquezas.
"¿Sabe cuánto debe su amigo el embajador a mi banco? Veintiocho
millones de pesos. ¿Y cuánto gana? Tres millones por mes. Es el coeficiente
diplomático. Pero ello lo ignora el pueblo.
Roberto le preguntó en alta voz:
-Pero. .. ¿es que entonces no hay hombres decentes?
-Sí los hay, pero difícil es de hacerlos colaborar en política. Porque
ésta es carrera de malandras distinguidos e inteligentes. Indudablemente –
continuó- hay políticos decentes. Pero ésos no llegan. Ésos son los eternos
candidatos a los homenajes póstumos. Ésos son los que nos ayudan a llegar a
nosotros, porque no saben mentir, no saben prometer. ¿Quién va a afirmar que no
los hay, los hubo o los habrá? Pero ésos cumplen la misión heroica con el ejemplo
de sus vidas, de mantener latente la esperanza de los pueblos.
Roberto recordó las palabras de José Antonio: "O te sumas a los
lobos, o éstos te devoran por ser oveja".
Se miró las manos, y por un fenómeno visual, vio que se convertían
en pezuñas. Él era oveja. Había nacido oveja. No podía transformarse en lobo.
Cuando se despidieron, Enrique quiso entregarle un abultado
sobre en el que, a través de su solapa, se adivinaban billetes.
-¡No... no! Gracias –le dijo, tomándolo al fin. Y le pareció que sus
pezuñas comenzaran a transformarse en garras.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 197 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Hacía ya largas horas que viajaba en ese ómnibus, durante las


cuales había deshilado dantescamente el recuerdo de su miserable vida. A través
de la ventanilla, vio las casas que engrandecían en pisos al avanzar sobre la ruta.
Contempló cómo los hombres se amontonaban, cómo las casas se apretujaban y
crecían en ventanas iluminadas.
La noche se fue perdiendo en la penumbra de los focos callejeros.
Las sombras espesaron sus velos. Las personas semejaban un hormiguero en
noche de estío. Los letreros luminosos ya se hacían guiños entre sí. Las mujeres
abrieron sus bolsos y empezaron a acicalarse, colocando sobre sus rostros sucios
de la tierra del viaje, polvos y coloretes.
El ómnibus avanzaba velozmente, despejando la ruta con roncos
gritos que simulaban un monstruoso animal.
Tomó el diario que había adquirido en la última parada. 3 Era el
vespertino de mayor circulación. Prensa sensacionalista, que busca las sombras
de los atardeceres.
Prensa que llega a los hogares con toda la inmundicia de la vida de
los hombres. Cuanto más sucia la noticia, más ventas, más altas las tarifas
publicitarias, más dólares para sus poderosos directores. Páginas con escritos y
grabados espeluznantes y para que no escapen de sus garras ni las mujeres ni los
niños, una página del hogar y otra de historietas. El titular a cinco columnas y
grandes letras, incitaba a penetrar en aquel pozo. "Una mujer colocó a su hijita de 9
meses sobre las vías para que la matara un carguero." Y después los detalles y la
explicación de la victimaria: No tenía medios para alimentarla.
"Pobreza e indigencia en Brasil." De los setenta millones de habitantes
sólo son ricos doscientos mil; la clase media, tres millones. El resto de la población
-97,82%- vive entre la pobreza y la indigencia.
"El amigo del hombre - Crimen y festín de perros." Un matrimonio que
explotaba un almacén aislado en el campo fue asesinado siendo el móvil el robo.
El crimen fue descubierto cuando una persona concurrió al comercio para
adquirir víveres, no pudiendo entrar en el mismo porque una jauría de perros se
lo impidió. Avisada la policía, ésta debió hacer uso de sus armas para alejar los
canes embravecidos, encontrando en el patio de la finca los dos cadáveres ya casi
totalmente devorados.
"En una zona del Perú se cambian niños por comida." En la región de
Colcabamba varias familias -a raíz de la fuerte lluvia que hizo perder las cosechas-
cambian sus hijos por cereales y tubérculos, y otras los prestan a cambio de trabajo
por un tiempo determinado.
"Tenía 29 años y cortejaba la joven esposa de su amigo sexagenario,
discutieron, vaciaron los tambores de sus armas y murieron." Aprovechando la

3Esta obra fue sugerida por las notas periodísticas leídas en diversos diarios y cuyos ejemplares tengo a disposición
del señor Fiscal y los interesados.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 198 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

diferencia de años entre los esposos y la amistad que le dispensaba éste, C. C.


mantenía relaciones íntimas con aquélla. Durante la cena, descubiertos por el
marido, en un descuido de los amantes, se produjo un altercado al que pusieron
fin descerrajándose mutuamente las balas de sus armas y produciéndose la
muerte de ambos.
La mujer heredó los cuantiosos bienes de su marido, fuerte
comerciante de la zona…
"El universo al alcance de los ojos en 1962." Un poderoso radio-
telescopio, que se espera terminar a fin de año, será capaz de escudriñar los
confines del universo. Con él se podrán descubrir galaxias a distancias de
38.000.000 de años luz…
"El suicida no es siempre una persona anormal, es mas bien un
inadaptado." "El instinto de la muerte" entre los suicidas de 20 a 24 años se duplica
entre los 45 y 50 años, mientras que su número aumenta cinco veces entre los de
70 a 80 años de edad.
"Una mujer degolló a su hijita recién nacida y la tiró en un pozo ciego ."
La autora declaró que decidió deshacerse de la criatura abrumada por la situación
irregular que debía enfrentar por ser soltera.
"Bárbara Hutton, rica en dólares y en maridos." Aviones especiales,
yates, lujosos Rolls-Royce traen al palacio de Bárbara Hutton, en Tánger, los
invitados a una de sus fiestas. Ésta costó decenas de miles de dólares. El palacio
de las mil y una noches fue "creado" por Bárbara para su posible próximo octavo
marido, veintiséis años menor que ella…
-Sólo tengo un fin en mi vida: amar... –dijo ella a los periodistas.
"Ola de depravados." L. M. fue detenido cuando intentaba consumar
un incalificable atentado en perjuicio de una niña de 3 años...
F. D. por haber hecho víctima de malos tratos a una menor de 14
años, se encuentra detenido…
J. B. D., acusado de igual delito en perjuicio de un niño de 6 años,
ha sido remitido al palacio de justicia.
El sacerdote M. V. de la ciudad de Gálvez, "se extralimitó" en el
confesionario de la iglesia parroquial con diez niñas cuyas edades oscilan entre 7
y 9 años de edad.
"Abusaba de su propia hija de 13 años." F. Q. fue acusado por su
concubina de mantener relaciones íntimas con su propia hija. Detenido el hombre,
confesó que desde hace más de seis años abusaba deshonestamente de la niña.
"Una mujer quemó vivo al marido." Estaban separados; él buscó hacer
las paces y ella en un descuido, le arrojó un recipiente con nafta y a continuación
un fósforo…
"Una mujer practicó el canibalismo" Para dar de comer a sus hijos y
alimentarse ella misma, una mujer -que habita en el departamento de Trancas
(Tucumán) dio muerte a martillazos a un niño de ocho años y cocinó algunos
trozos de la víctima, dándolos a comer a sus dos hijos y participando ella misma
del macabro alimento…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 199 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

"Entran en un rancho a robar, apuñalan al dueño que los sorprende.


Someten a malos tratos a dos niños de 11 y 6 años y luego los degüellan"…
"Los médicos probaron que la mujer sólo puede engendrar ciertos días del
mes." Pida sin compromiso nuestro folleto ilustrado, confidencial, en sobre sin
membrete, del calendario patentado ‘Indicador de los días de concepción’ a…
Seguro y aprobado por las autoridades religiosas".
"Si administráramos justicia, por V. O." El artículo llamó su atención
más que nada por el hecho de ser mujer su autor.
Recordaba en él que en oportunidad de estar presa juntamente con
otras, por razones políticas, trabó relación con una de las presas por delitos
comunes. Se trataba de una mujer provinciana que trabajaba de sirvienta y que
tuvo relaciones íntimas con un peón de las casas. Cuando éste comprobó que ella
iba a ser madre, abandonó su trabajo y los patrones -la señora- poco después de
parir, la expulsó de la casa, ya que muy cristiana, no quería tener el ejemplo en su
hogar de madres solteras con hijos. Fue entonces ella a casa de sus padres, los que
tampoco quisieron recibirla, y entonces de vuelta a la ciudad, en un descampado,
ahogó el hijo y lo enterró.
La condenaron a varios años de cárcel.
V. O. se quejaba en su artículo que se hubiera dejado libre al padre
de la criatura en vez de ella que había cometido el crimen, pero se olvidaba de los
padres de la presa y principalmente de la señora que la tenía a su servicio. Toda
su ira se volcaba sobre el seductor, y escribía: "Si nosotras administráramos la
justicia no pasarían esas cosas. Por lo pronto hubiéramos condenado al verdugo,
es decir al amante (quiero decir a la bestia humana)".
¿Se imaginaba esta señora, escritora famosa, soltera y millonaria el
peligro que sería la justicia en manos de ellas? ¿Sabía lo que era la provocación de
una chinita de campo? ¿Sabía que "las señoras" habían hecho cerrar el prostíbulo
del pueblo? ¿Sabía que esa "bestia humana" no era culpable del llamado de la
sangre en una tarde de estío? ¿Sabía que nada le fue exigido antes, que sólo los
juntó el deseo de placer mutuo, que no hubo promesas, ni pactos, ni firmas?
¿Por qué esa ira contra el menor de los culpables?
¿Tenía ese sentimiento un motivo particular?
Tomó un trago de la botella, dio vuelta la página y en el centro de
ella, con gran titular: El tango de moda.

" . . . Me batieron que te abriste de la barra,


que una tarde te vieron nada menos
que en la puerta de la universidad.
Hoy te llaman doctora y tenés guita,
no pisás más el antiguo corralón
y a tus viejos les hiciste una casita amueblada a todo lujo y con
confort."
Y como si todo ello fuera un delito continuaba la letra de aquella
canción popular, que se adentraba en las almas simples del pueblo:

Raúl Barón Biza (1899-1964) 200 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

"Me das risa, nueva rica, gran señora,


con tus aires de Madame de Curí, (sic)
hoy los giles a vos te piden hora,
pa’ que los cortes con bisturí.
Disculpá si mi consejo te deschava, pero yo no aguanto el metejón.
Quemá los libros, refundí la chapa
¡Te esperamos al costado del zanjón!”

Recordó la dulzura de las canciones napolitanas y vienesas, y sintió


un amargo sabor en su garganta.
"Sólo un matrimonio de cada mil es feliz" –afirmaba en titulares a
cuatro columnas Francoise Sagan, escritora rosa de 27 años en su segundo
divorcio.
"Prisión preventiva para la esposa de un hombre que murió
envenenado con estricnina. La agenda de su mujer registraba varios amigos..."
Arrojó a los pies de su asiento el diario y se limpió las suelas de sus zapatos en él.
-Todo está sucio, enfermo, podrido… -murmuró ante la sorpresa
de su compañero de asiento.

Montevideo.
Habían pasado muchos años. Ruina, cárceles, vida que lo había
convertido en un pingajo. Vida en la cual había dado todo para hacerse noble,
vida que lo había arrastrado, vejado, humillado, como si estuviera purgando
monstruoso crimen. Vida en la que creyó y quiso ser el hombre bíblico, hermano
de sus hermanos, compañero de su hembra, protector de los hijos que no nacieron.
Vida que le había salivado el alma, le había trampeado, le había mentido. Dioses
que lo habían engañado negándole al suicidio, atemorizándolo con castigos
infernales, como si su vida no hubiera sido el más infernal de los castigos.
Pasaban junto al ómnibus, repleto de pasajeros, lujosos coches de
marca americana, mientras en los tranvías se apretujaban la clase media y obrera
que se conformaba en su miseria, con el sueño proporcionado por el gobierno, de
la lotería y el fútbol.
Democracia.
Democracia que te permite la esperanza de llegar… ¿Y qué más
quieres que la esperanza? ¿Qué más te pueden ofrecer los ahítos y repletos?
Es mucho ya permitirte soñar.
Cuando el hombre nació, no tenía tal esperanza. Ha luchado cien
siglos para conquistarla. Democracia, justicialismo, cristianismo, todos los ismos
del mundo con que le flagelaron el alma; todas las mentiras de una vida que
debiera haber sido justa y bella.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 201 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Habían pasado muchos años; en su recuerdo, María del Carmen lo


esperaba en su fina silueta y sus ojos verdes, oscuros, insondables, para ha cerle
olvidar que todo estaba sucio.
-Sí, tendría que casarse -pensó.
En su recuerdo, habíase borrado hasta el defectuoso andar de
María del Carmen. La recordaba elegante, sobria, con sus cabellos castaños
ondulados y su rostro sin maquillaje.
La recordaba cuando aquella noche ofreciéndosele fueron
sorprendidos por Aurelia; cuando le brindara por vez primera sus labios al duco,
tibios y húmedos como anticipo de su sexo.
De su bolsillo sacó la botella plana que había adquirido en la última
parada. Bebió un largo sorbo. Una agradable sensación siguió a ello. ¿Quién le
había dicho que la vida no era bella?... La vida puede compensarse en su último
minuto. Puede revelarse, puede realizar el milagro.
Él llegaría como el Cristo crucificado al reino de los cielos. Él
obtendría para la vida el perdón de sus errores.
¡María del Carmen! Aquella mujer que tan devota y pacientemente
lo esperara. Aquella mujer, hoy famosa y rica que, imaginaba, todo hombre
quisiera para él.

El tránsito se hacía más lento a medida que avanzaba por la


avenida Agraciada. La reconoció, pese a sus edificios monumentales. La ubicó en
el recuerdo. Los bares en las esquinas, característicos en Montevideo, ciudad que
en un concurso mundial podría vanagloriarse de poseer, en proporción, la mayor
cantidad de ellos.
Los canillitas ofrecían lo que el hombre de la calle debía opinar:
¡Viva el líder! ¡Muera el líder!
Y todo a cambio de negar o aprobar la exportación de arena o la
facilidad de turismo, o unos centímetros de avisos mudos.
Y es que los directores de diarios carecen de crédito y deben pagar
sus lujosas viviendas al contado.
¡María del Carmen! Se imaginaba el encuentro. Seguramente, irían
a su departamento. Esa noche sería el festín de su vida. La revancha. La poseería
dos, tres veces seguidas sin dejarla levantarse, mordiendo sus diminutos senos,
besándola en la espalda, en su vientre, bajo la oreja, sintiéndose ariete contra
aquellas carnes duras, de la hembra soñada.
Claro –pensó- al principio, en un comienzo, tendría que vivir de
ella, de su riqueza, usufructuar su nombre.
A su edad, con sus cabellos empolvados por los años, con su
vientre de medio mundo, y su andar imantado a la tierra, ¿quién le daría trabajo?
¿Qué empresa le pagaría sus aportes jubilatorios? Caballo viejo al que se abre la
tranquera para que muera de sed en el camino. Sólo le quedaba aquella mujer,
aferrada al recuerdo de su juventud.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 202 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Después organizaría su vida: trabajaría. ¿En qué podría trabajar?


¿Qué podría hacer? Bebió otro trago, ante los ojos indignados de sus compañeros
de viaje. Una señora hizo un gesto repulsivo. Él le contestó con una mueca.
Irían a Europa –continuó pensando-, se instalarían en París y
viajarían a Venecia. Y no pasarían por Bandol, ni Cruz del Sur.
En realidad ¿existió Bandol? ¿La mataron a aquella mujer? ¿La
hubiera salvado a Aurelia aquella inyección?
¿Para qué le sirvió el dinero que le diera José Antonio en pago de
su silencio por aquel crimen?
Vació el resto de la botella.
Los pasajeros lo miraron. Estaba borracho. Como lo estuviera en
los últimos años, para olvidar el fracaso de sus sueños; de una vejez rodeado de
los hijos que Aurelia le había negado, burlando la ley que le mandaba crecer y
multiplicarse. Como lo estuviera para olvidar aquella maldita carta.
Porque él no era culpable. Culpable era la vida, las circunstancias
que habían rodeado los hechos. Él no era un criminal. Él no había matado, sino en
un derecho, en el derecho del hombre ultrajado por la que cree adúltera.
De haber nacido años después, cuando la mujer se libertara,
cuando el cine americano le hubiera inculcado la obligación del lavado de la
vajilla, cuando Ogino hizo a la hembra humana dueña de su cuerpo, cuando el
divorcio la convirtió en una meretriz honorable, él no se hubiera rebelado, habría
aceptado compartir el lecho y el vientre.

El desquite de la hembra. Cien siglos a la espera de la revancha.


Descubierta la fusión del átomo, reducido el coraje a la presión sobre un botón o
una palanca, ella había ocupado igual lugar que el hombre, reservándose el rouge
de los labios, la suavidad de las mucosas, sus lágrimas y el código modificado.
Había desplazado al hombre de los cargos públicos, de las
empresas comerciales, había llegado a los sitiales de la justicia y regía las
relaciones diplomáticas entre los pueblos.
Estaba borracho, como lo estuviera cuando vio secarse sus olivares
porque Dios no quiso bendecirlos con sus lluvias, quizá porque no le gustaran
aquellos hombres que osaban mirarle de frente. Estaba borracho, como aquella
primera noche en que besara a María del Carmen.
El alcohol es el hada buena que remplaza los cuentos de la niñez,
que nos hace soñar con países maravillosos en que los lobos juegan junto a las
ovejas. El alcohol es el hermano de los que ya perdieron toda esperanza, es el
último amigo del hombre.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 203 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

…derrumbe en la mujer, en que no basta el régimen ni el


maquillaje…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 204 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

El ómnibus aminoró la marcha, giró en torno de la plaza Libertad,


y fue a estacionarse frente a las oficinas de O.N.D.A., siendo rodeado de inmediato
por un grupo de personas que esperaban a los viajeros.
Roberto tomó su sombrero y aguardó el lento descender de los
pasajeros que le precedían. Ansioso, se aproximó a su ventanilla. A pocos metros,
frente a la puerta, vio la luz maravillosa de los ojos de María del Carmen. Aquellos
ojos que le recordaron toda su vida. Y como a través de una niebla, la vio de pronto
desformarse, diluirse su recuerdo.
Estaba ahí, con aquellos ojos enmarcados no ya en el fino rostro
que recordara, sino en una grotesca careta humana.
Diez años: ¿sólo diez podían haber bastado para transformarla en
aquella caricatura?
Los diez años del derrumbe en la mujer, en que no basta el régimen
ni el maquillaje. Los diez años que la transforman en un monstruo repelente, fofo
o apergaminado, en donde la presión del terso vientre cede a la de los intestinos,
cansados de su labor. En donde las nalgas, aquellas nalgas que fueron de
potranca, se resumen o se agrandan en reservas grasientas. Aquellos diminutos
senos, de pezones rojos, que se han ido hinchando, y se intenta vanamente
aprisionar en los "soutien-gorge" o se han convertido en vacías y estériles ubres,
transformando toda aquella belleza –flor de un segundo- en la más brutal y
realista caricatura de la naturaleza.
Era verano. En los brazos desnudos de María del Carmen,
reflejábase el cansancio de sus años místicos, en vana espera del macho. Estaba
preparada para la fiesta del amor. Preparada como una vieja solterona para su
primera y única noche. Con perfume que recordaría los velorios, con esa mezcla
dulzona y láctea de los bebés.
La imaginó en el lecho, dejando escapar voluptuosamente gases de
su enorme vientre. Con el agrio olor que dejan las lociones en el cuero cabelludo,
que detienen la calvicie. El aliento del amanecer, fermentados ya los restos de
alimentos a los que no alcanzó el cepillo bucal.
La exudación de sus axilas y de los pies. Su ropa interior
manchada…
Apoyó su frente sobre el cristal. Contempló un instante el rostro
pintarrajeado, el cabello teñido, el carmín de sus uñas y adivinó bajo el "foulard"
que le cubría el cuello, una papada de tonos acebrados por las cremas y polvos
resecos.
Sintió miedo. Un miedo horrible a acercarse, a tocarla; un miedo
espantoso al saberse obligado a poseerla, a sentir bajo de él aquella bolsa de
líquidos en putrefacción que era su vientre estéril, con diez metros de intestinos.
Los diez metros de intestinos de toda Venus, de toda adolescente bien amada.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 205 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Y se encogió en el asiento, se achicó, se apretó, al piso, horrorizado


ante la verdad de esa noche. Ante esa carcajada de la vida.
Se arrojó al piso, entre los dos asientos; sintió pasar a su lado los
zapatos claveteados de los hombres; escuchó bajar sus compañeros de viaje, entre
el parloteo y ruido de valijas.
Una voz chillona, machorra, llamó:
-¡Roberto! ¡Roberto!...
Guardó silencio, como debió haber guardado silencio el hombre
desnudo de la prehistoria, ante el aullido nocturno de las fieras.
¿Cuántos minutos o años pasaron? Cuando el ómnibus se puso en
marcha, él se levantó. Avanzó por el pasillo hacia el conductor, y éste, sorprendido
al verlo le gritó:
-¿Qué hace usted acá?
-No pregunte, pare; voy a bajar -le ordenó.
El vehículo frenó en la esquina. El conductor, atemorizado ante su
voz y su mirada, abrió la puerta. Roberto descendió encontrándose en la costanera
que bordea la ciudad de Montevideo.

La costanera montevideana es por la noche, semejante a todas las


costaneras del mundo. Sus luces bordean y se reflejan en el agua. Roberto se
detuvo frente al azogue del estuario. Algunas palmeras decoraban tropicalmente
el paisaje.
La luna, una luna plástica, las duplicaba sobre el asfalto,
tenuemente iluminado por los focos de las pequeñas lunas artificiales.
En un banco, la eterna pareja se manoseaba prometiéndose amor
eterno.
Un policía uniformado los vigilaba, custodiando la moral.

Roberto avanzó tambaleándose hacia el agua; se apoyó en el


parapeto de piedra granítica labrada, que le resguardaba de la marea que bañaba
las amarillentas arenas de la playa. La luna completaba mansamente el decorado.
Porque la luna es mansa, tiene alma de vaca, es tímida; tiene complejos de monja
y de recién casada. Roberto sintió un gusto amargo que le llegaba de los intestinos
al estómago. Quizá bilis, defensa orgánica, y salivó en la arena.
Miró la pareja, como siluetas recortadas en las sombras, y sintió
una lástima enorme ante la estupidez de la mujer que se niega sus primeros diez
años, para ofrecerse por los veinte que le siguen.
Quiso ayudar al hombre; le pareció que la luna era una cómplice
de la mujer y rabiosamente, estiró el brazo hacia la luna. Quiso borrarla.
De pronto la sintió en su mano, fría, resbalosa, plana, transparente
como si fuera de porcelana china; la contempló un segundo, y la puso en el bolsillo
del perramus, temeroso y asombrado del hecho.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 206 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

-¡Nos robó la luna! -chilló la mujer.


-¡Al ladrón! -gritó el hombre.

Roberto intentó disparar. Corrió unos metros, perseguido por la


mujer, el hombre y el policía.
-¡Nos robó la luna! -chillaba la mujer.
-¡Al ladrón! -gritaba el hombre.

El brazo del uniforme policial, lo atrapó.


-Papeles -pidió el policía, manteniéndolo sujeto.

Papeles, papeles que digan de nosotros, no lo que somos, sino lo


que ellos dicen. Papeles, con una firma de comisario, un sello oficial, que nos da
derecho a ser respetados, a tener alojamiento, una hembra, un padre. Papeles que
significan ser algo y alguien, pero que la voluntad de cualquier policía puede
negarnos.

Negarnos el derecho a vivir. Negarnos el derecho a trabajar.


Negarnos el respeto de los hijos.
Papeles. Papeles que no tienen valor frente a la carne y sangre de
los hombres. Papeles que se necesitan para nacer, para alimentarse. Montañas de
papeles; pasaportes, certificados de buena conducta, de réditos, de estado civil, de
vacunas, de circular. Papeles, siempre papeles. Desde que se nace, hasta que se
muere…

-¡Papeles, documentos! -insistió zamarreándolo.

La noche había cerrado por completo. En su oscuridad, la luna,


delatándolo en el bolsillo del perramus, emitía tenue claridad.

-¡Nos robó la luna! -chillaba la mujer, pensando que el hombre no


cumpliría el juramento hecho ante su luz, de amarla eternamente, que perdía su
único testigo.
-¡Al ladrón! -repetía monótonamente el hombre.
Roberto se desprendió en un movimiento, violentamente, del
policía que, atemorizado ante el gesto, retrocedió y se detuvo frente a él.

-¡Nos robó la luna! -insistía la mujer.


-No tengo papeles -respondió Roberto.
-Está detenido -dijo el policía, avanzando hacia él.
-¡Nos robó la luna! -chillaba la mujer.
-¡No tiene papeles!... -dijo el hombre como un eco.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 207 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

En un banco la eterna pareja…

Raúl Barón Biza (1899-1964) 208 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Roberto sintió una arcada. Era la reacción normal del hígado. El


alcohol ingerido –cerrada su eliminación natural- volvía a su boca. Desabrochó el
perramus, y bajó su mano hacia el bolsillo trasero del pantalón, en busca de su
pañuelo. El policía dio dos pasos atrás. Era de noche y tenía mujer e hijos.

-¡Nos robó la luna! -chillaba la mujer.


-No tiene papeles -repetía el hombre.

El revólver del policía encañonó a Roberto y disparó, en el


momento que el pañuelo blanco aparecía como una bandera de rendición a la
vida.

Avanzó trastabillando hacia el uniforme azul con botones dorados,


y apoyándose en él vomitó todo el contenido de su estómago.

Un olor agrio se expandió en la noche.

La mujer se aproximó, e intentó sacar la luna del bolsillo. Quería el


testigo.

Roberto se inclinó lentamente y cayó de hinojos buscando la madre


tierra, que tanto amara, hecha asfalto y endurecida por los hombres. Porque los
hombres han enterrado su corazón junto a la madre tierra, bajo el cemento de sus
ciudades.

La mujer continuó hurgando en su bolsillo, tratando de atrapar la


luz.

El hombre de la ley se aproximó e inclinándose le preguntó:


-Su nombre…

El hombre de la calle murmuró algo que no alcanzó a comprender.


Un hilo de sangre asomó a sus labios.

Y de pronto, como si estallara el corazón de todos ellos, se iluminó


el infinito de rojo, y hasta el río se hizo sangre, como si hubiese brotado el infierno
de las entrañas de la tierra, como si se hubiese desplegado sobre ella una inmensa
bandera roja, porque el verde no era ya más el color de la esperanza.

FIN

Raúl Barón Biza (1899-1964) 209 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 210 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl Barón Biza (1899-1964) 211 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Lector:

No prestes este libro. Si su lectura ha sido de tu agrado, guárdalo:


algún día lo releerás. Barón Biza no reedita sus obras.
No prestes este libro. Te expones a perderlo y disgustarte con el
amigo.
Si no ha sido de tu agrado, no lo difundas: destrúyelo. Cometerías
un mal a sabiendas.

Todo estaba sucio no es una obra –repetimos- para cualquier


persona. Warron decía: Verdades hay que el vulgo no debe saber, falsedades que es bueno
que crea.

Barón Biza es un hombre que dice lo que la mayoría calla por


interés o cobardía. Su pluma es un estilete que penetra en lo más profundo de
nuestra organización social actual. Afecta intereses creados, dogmas, destruye
privilegios injustos.

Pese a la crudeza de algunos de sus capítulos, la obra en sí es de


una profunda moralidad y pese a que a muchos puede no agradarles, no por ello
deja de ser una obra maestra en su género.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 212 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Raúl junto a su gran amor, Myriam Stefford.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 213 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Obras de Barón Biza restauradas digitalmente:


1924 – Risas, Lágrimas y Sedas (cuentos)

1924 – De la vida inquieta (cuento)

1933 – Por qué me hice Revolucionario (política)

1933 – El Derecho de Matar 1º Edición (novela)

1935 – El Derecho de Matar 2º Edición (novela)

1941 – Punto Final (novela)

1941 – Lepra! (fragmentos)

1952 – Un Proceso Original (ensayo – autoría atribuida)

1959 – La Gran Mentira (fragmentos)

1963 – Todo Estaba Sucio (novela)

Raúl Barón Biza (1899-1964) 214 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Esta restauración digital está dedicada a la memoria de


Federico Minolfi, uno de los tres restauradores de la obra
de Raúl Barón Biza, fallecido inesperadamente el 10 de
diciembre de 2015. Q.E.P.D.

En la foto Federico junto al olivo bajo el cual descansan los


restos del autor Raúl Barón Biza.

Raúl Barón Biza (1899-1964) 215 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

Amigos de Barón Biza

Los Restauradores
Federico Minolfi
Ariel Curone
Gabriel Waisberg

Raúl Barón Biza (1899-1964) 216 Restauración digital revisada y concordada


Todo Estaba Sucio Barón Biza

El presente volumen digital no tiene fin de lucro alguno.


Está destinado exclusivamente a la recuperación histórica de la obra
literaria de Raúl Barón Biza, ante la inacción de las editoriales
argentinas.

Su restauración digital no implica compartir la totalidad de las


opiniones del autor sino simplemente un interés en que sus
trabajos estén al alcance de cualquiera.

Los restauradores.

Para comunicarse con los restauradores, escribir a:


[email protected]

Amigos de Barón Biza en Facebook:


https://www.facebook.com/groups/58353148592/10154567909748593
/

Raúl Barón Biza (1899-1964) 217 Restauración digital revisada y concordada

También podría gustarte