Fábula de Polifemo y Galatea (Poesía) (Luís de Góngora y Argote, 1561-1627) Esp.

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Fábula de Polifemo y Galatea

Luis de Góngora y Argote

I
Estas que me dictó rimas sonoras, pálidas señas cenizoso un llano
culta sí, aunque bucólica Talía, -cuando no del sacrílego deseo-
¡oh excelso conde!, en las purpúreas horas del duro oficio da. Allí una alta roca
que es rosas la alba y rosicler el día, mordaza es a una gruta de su boca.
ahora que de luz tu niebla doras,
escucha, al son de la zampoña mía, V
si ya los muros no te ven, de Huelva, Guarnición tosca de este escollo duro
peinar el viento, fatigar la selva. troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro
II la caverna profunda, que a la peña;
Templado, pula en la maestra mano caliginoso lecho, el seno obscuro
el generoso pájaro su pluma, ser de la negra noche nos lo enseña
o tan mudo en la alcándara, que en vano infame turba de nocturnas aves,
aun desmentir al cascabel presuma; gimiendo tristes y volando graves.
tascando haga el freno de oro, cano,
del caballo andaluz la ociosa espuma; VI
gima el lebrel en el cordón de seda, De este, pues, formidable de la tierra
y al cuerno, al fin, la cítara suceda. bostezo, el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra,
III bárbara choza es, albergue umbrío
Treguas al ejercicio sean robusto, y redil espacioso donde encierra
ocio atento, silencio dulce, en cuanto cuanto las cumbres ásperas cabrío,
debajo escuchas de dosel augusto, de los montes, esconde: copia bella
del músico jayán el fiero canto. que un silbo junta y un peñasco sella.
Alterna con las Musas hoy el gusto;
que si la mía puede ofrecer tanto VII
clarín (y de la Fama no segundo), Un monte era de miembros eminente
tu nombre oirán los términos del mundo. este que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
IV émulo casi del mayor lucero;
Donde espumoso el mar sicilïano cíclope, a quien el pino más valiente,
el pie argenta de plata al Lilibeo bastón, le obedecía, tan ligero,
(bóveda o de las fraguas de Vulcano, y al grave peso junco tan delgado,
o tumba de los huesos de Tifeo), que un día era bastón y otro cayado.
del mejor mundo, del candor primero.
VIII
Negro el cabello, imitador undoso XII
de las obscuras aguas del Leteo, Cera y cáñamo unió (que no debiera)
al viento que lo peina proceloso, cien cañas, cuyo bárbaro rüído,
vuela sin orden, pende sin aseo; de más ecos que unió cáñamo y cera
un torrente es su barba impetüoso, albogues, duramente es repetido.
que (adusto hijo de este Pirineo) La selva se confunde, el mar se altera,
su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano rompe Tritón su caracol torcido,
surcada aun de los dedos de su mano. sordo huye el bajel a vela y remo;
¡tal la música es de Polifemo!
IX
No la Trinacria en sus montañas, fiera XIII
Ninfa, de Doris hija, la más bella
armó de crüeldad, calzó de viento, adora, que vio el reino de la espuma.
que redima feroz, salve ligera, Galatea es su nombre, y dulce en ella
su piel manchada de colores ciento; el terno Venus de sus Gracias suma.
pellico es ya la que en los bosques era Son una y otra luminosa estrella
mortal horror al que con paso lento lucientes ojos de su blanca pluma;
los bueyes a su albergue reducía, si roca de cristal no es de Neptuno,
pisando la dudosa luz del día. pavón de Venus es, cisne de Juno.

X XIV
Cercado es (cuanto más capaz, más lleno)
de la fruta, el zurrón, casi abortada, Purpúreas rosas sobre Galatea
que el tardo otoño deja al blando seno la Alba entre lilios cándidos deshoja:
de la piadosa hierba, encomendada; duda el Amor cuál más su color sea,
la serba, a quien le da rugas el heno, o púrpura nevada, o nieve roja.
la pera, de quien fue cuna dorada De su frente la perla es, eritrea,
la rubia paja, y -pálida tutora- émula vana. El ciego dios se enoja,
la niega avara, y pródiga la dora. y, condenado su esplendor, la deja
pender en oro al nácar de su oreja.
XI
Erizo es el zurrón, de la castaña, XV
y (entre el membrillo o verde o datilado) Invidia de las ninfas y cuidado
de la manzana hipócrita, que engaña, de cuantas honra el mar deidades era;
a lo pálido no, a lo arrebolado, pompa del marinero niño alado
y, de la encina (honor de la montaña, que sin fanal conduce su venera.
que pabellón al siglo fue dorado) Verde el cabello, el pecho no escamado,
el tributo, alimento, aunque grosero, ronco sí, escucha a Glauco la ribera
inducir a pisar la bella ingrata, o en pipas guardan la exprimida grana,
en carro de cristal, campos de plata. bien sea religión, bien amor sea,
deidad, aunque sin templo, es Galatea.
XVI
Marino joven, las cerúleas sienes, XX
del más tierno coral ciñe Palemo, Sin aras, no; que el margen donde para
rico de cuantos la agua engendra bienes, del espumoso mar su pie ligero,
del Faro odioso al promontorio extremo; al labrador, de sus primicias ara,
mas en la gracia igual, si en los desdenes de sus esquilmos es al ganadero;
perdonado algo más que Polifemo, de la Copia -a la tierra, poco avara-
de la que, aún no le oyó, y, calzada plumas, el cuerno vierte el hortelano, entero,
tantas flores pisó como él espumas. sobre la mimbre que tejió, prolija,
si artificiosa no, su honesta hija.
XVII
Huye la ninfa bella; y el marino XXI
amante nadador, ser bien quisiera, Arde la juventud, y los arados
ya que no áspid a su pie divino, peinan las tierras que surcaron antes,
dorado pomo a su veloz carrera; mal conducidos, cuando no arrastrados
mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino de tardos bueyes, cual su dueño errantes;
la fuga suspender podrá ligera sin pastor que los silbe, los ganados
que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra los crujidos ignoran resonantes,
delfín que sigue en agua corza en tierra! de las hondas, si, en vez del pastor pobre,
el céfiro no silba, o cruje el robre.
XVIII
Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece, XXII
copa es de Baco, huerto de Pomona; Mudo la noche el can, el día, dormido,
tanto de frutas ésta la enriquece, de cerro en cerro y sombra en sombra yace.
cuanto aquél de racimos la corona. Bala el ganado; al mísero balido,
nocturno el lobo de las sombras nace.
En carro que estival trillo parece, Cébase; y fiero, deja humedecido
a sus campañas Ceres no perdona, en sangre de una lo que la otra pace.
de cuyas siempre fértiles espigas ¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño
las provincias de Europa son hormigas. el silencio del can siga, y el sueño!

XIX XXIII
A Pales su viciosa cumbre debe La fugitiva ninfa, en tanto, donde
lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;
pues si en la una granos de oro llueve, hurta un laurel su tronco al sol ardiente,
copos nieva en la otra mil de lana. tantos jazmines cuanta hierba esconde
De cuantos siegan oro, esquilan nieve, la nieve de sus miembros, da una fuente.
Dulce se queja, dulce le responde Vagas cortinas de volantes vanos
un ruiseñor a otro, y dulcemente corrió Favonio lisonjeramente
al sueño da sus ojos la armonía, a la de viento, cuando no sea cama
por no abrasar con tres soles el día. de frescas sombras, de menuda grama.

XXIV XXVIII
Salamandria del Sol, vestido estrellas, La ninfa, pues, la sonorosa plata
latiendo el Can del cielo estaba, cuando bullir sintió del arroyuelo apenas,
(polvo el cabello, húmidas centellas, cuando, a los verdes márgenes ingrata,
si no ardientes aljófares, sudando) segur se hizo de sus azucenas.
llegó Acis; y, de ambas luces bellas Huyera; mas tan frío se desata
dulce Occidente viendo al sueño blando, un temor perezoso por sus venas,
su boca dio, y sus ojos cuanto pudo, que a la precisa fuga, al presto vuelo,
al sonoro cristal, al cristal mudo. grillos de nieve fue, plumas de hielo.

XXV XXIX
Era Acis un venablo de Cupido, Fruta en mimbres halló, leche exprimida
de un fauno, medio hombre, medio fiera, en juncos, miel en corcho, mas sin dueño;
en Simetis, hermosa ninfa, habido; si bien al dueño debe, agradecida,
gloria del mar, honor de su ribera. su deidad culta, venerado el sueño.
El bello imán, el ídolo dormido, A la ausencia mil veces ofrecida,
que acero sigue, idólatra venera, este de cortesía no pequeño
rico de cuanto el huerto ofrece pobre, indicio la dejó -aunque estatua helada-
rinden las vacas y fomenta el robre. más discursiva y menos alterada.

XXVI XXX
El celestial humor recién cuajado No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda;
que la almendra guardó entre verde y seca, no a sátiro lascivo, ni a otro feo
en blanca mimbre se lo puso al lado, morador de las selvas, cuya rienda
y un copo, en verdes juncos, de manteca; el sueño aflija, que aflojó el deseo.
en breve corcho, pero bien labrado, El niño dios, entonces, de la venda,
un rubio hijo de una encina hueca, ostentación gloriosa, alto trofeo
dulcísimo panal, a cuya cera quiere que al árbol de su madre sea
su néctar vinculó la primavera. el desdén hasta allí de Galatea.

XXVII XXXI
Caluroso, al arroyo da las manos, Entre las ramas del que más se lava
y con ellas las ondas a su frente, en el arroyo, mirto levantado,
entre dos mirtos que, de espuma canos, carcaj de cristal hizo, si no aljaba,
dos verdes garzas son de la corriente. su blanco pecho, de un arpón dorado.
El monstro de rigor, la fiera brava, es fuerza que la admire por lo bello.
mira la ofrenda ya con más cuidado, Del casi tramontado sol aspira
y aun siente que a su dueño sea, devoto, a los confusos rayos, su cabello;
confuso alcaide más, el verde soto. flores su bozo es, cuyas colores,
como duerme la luz, niegan las flores.
XXXII
Llamáralo, aunque muda, mas no sabe XXXVI
el nombre articular que más querría; En la rústica greña yace oculto
ni lo ha visto, si bien pincel süave el áspid, del intonso prado ameno,
lo ha bosquejado ya en su fantasía. antes que del peinado jardín culto
Al pie -no tanto ya, del temor, grave- en el lascivo, regalado seno;
en lo viril desata de su vulto
fía su intento; y, tímida, en la umbría lo más dulce el Amor, de su veneno;
cama de campo y campo de batalla, bébelo Galatea, y da otro paso
fingiendo sueño al cauto garzón halla. por apurarle la ponzoña al vaso.

XXXIII XXXVII
El bulto vio y, haciéndolo dormido, Acis -aún más de aquello que dispensa
librada en un pie toda sobre él pende la brújula del sueño vigilante-,
(urbana al sueño, bárbara al mentido
retórico silencio que no entiende); alterada la ninfa esté o suspensa,
no el ave reina, así, el fragoso nido Argos es siempre atento a su semblante,
corona inmóvil, mientras no desciende lince penetrador de lo que piensa,
-rayo con plumas- al milano pollo cíñalo bronce o múrelo diamante;
que la eminencia abriga de un escollo, que en sus paladïones Amor ciego,
sin romper muros, introduce fuego.
XXXIV
como la ninfa bella, compitiendo XXXVIII
con el garzón dormido en cortesía, El sueño de sus miembros sacudido,
no sólo para, mas el dulce estruendo gallardo el joven la persona ostenta,
del lento arroyo enmudecer querría. y al marfil luego de sus pies rendido,
A pesar luego de las ramas, viendo el coturno besar dorado intenta.
colorido el bosquejo que ya había Menos ofende el rayo prevenido,
en su imaginación Cupido hecho al marinero, menos la tormenta
con el pincel que le clavó su pecho, prevista le turbó o pronosticada;
Galatea lo diga, salteada.
XXXV
de sitio mejorada, atenta mira, XXXIX
en la disposición robusta, aquello Más agradable y menos zahareña,
que, si por lo süave no la admira, al mancebo levanta venturoso,
dulce ya concediéndole y risueña, las columnas Etón que erigió el griego,
paces no al sueño, treguas sí al reposo. do el carro de la luz sus ruedas lava,
Lo cóncavo hacía de una peña cuando, de amor el fiero jayán ciego,
a un fresco sitïal dosel umbroso, la cerviz oprimió a una roca brava,
y verdes celosías unas hiedras, que a la playa, de escollos no desnuda,
trepando troncos y abrazando piedras. linterna es ciega y atalaya muda.

XL XLIV
Sobre una alfombra, que imitara en vano Árbitro de montañas y ribera,
el tirio sus matices (si bien era aliento dio, en la cumbre de la roca,
de cuantas sedas ya hiló, gusano, a los albogues que agregó la cera,
y, artífice, tejió la Primavera) el prodigioso fuelle de su boca;
reclinados, al mirto más lozano, la ninfa los oyó, y ser más quisiera
una y otra lasciva, si ligera, breve flor, hierba humilde, tierra poca,
paloma se caló, cuyos gemidos que de su nuevo tronco vid lasciva,
-trompas de amor- alteran sus oídos. muerta de amor, y de temor no viva.

XLI XLV
El ronco arrullo al joven solicita; Mas -cristalinos pámpanos sus brazos-
mas, con desvíos Galatea suaves, amor la implica, si el temor la anuda,
a su audacia los términos limita, al infelice olmo que pedazos
y el aplauso al concento de las aves. la segur de los celos hará aguda.
Entre las ondas y la fruta, imita Las cavernas en tanto, los ribazos
Acis al siempre ayuno en penas graves; que ha prevenido la zampoña ruda,
que, en tanta gloria, infierno son no breve, el trueno de la voz fulminó luego;
fugitivo cristal, pomos de nieve. ¡referidlo, Pïérides, os ruego!

XLII XLVI
No a las palomas concedió Cupido «¡Oh bella Galatea, más süave
juntar de sus dos picos los rubíes, que los claveles que tronchó la aurora;
cuando al clavel el joven atrevido blanca más que las plumas de aquel ave
las dos hojas le chupa carmesíes. que dulce muere y en las aguas mora;
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido, igual en pompa al pájaro que, grave,
negras vïolas, blancos alhelíes, su manto azul de tantos ojos dora
llueven sobre el que Amor quiere que sea
tálamo de Acis ya y de Galatea. cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!
XLIII
Su aliento humo, sus relinchos fuego, XLVII
si bien su freno espumas, ilustraba »Deja las ondas, deja el rubio coro
de las hijas de Tetis, y el mar vea, aunque pastor; si tu desdén no espera
cuando niega la luz un carro de oro, a que el monarca de esas grutas hondas,
que en dos la restituye Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro en trono de cristal te abrace nuera,
cuantas el blanco pie conchas platea, Polifemo te llama, no te escondas;
cuyo bello contacto puede hacerlas, que tanto esposo admira la ribera
sin concebir rocío, parir perlas. cual otro no vio Febo, más robusto,
del perezoso Volga al Indo adusto.
XLVIII
»Sorda hija del mar, cuyas orejas LII
a mis gemidos son rocas al viento: »Sentado, a la alta palma no perdona
o dormida te hurten a mis quejas su dulce fruto mi robusta mano;
purpúreos troncos de corales ciento, en pie, sombra capaz es mi persona
o al disonante número de almejas de innumerables cabras el verano.
-marino, si agradable no, instrumento- ¿Qué mucho, si de nubes se corona
coros tejiendo estés, escucha un día por igualarme la montaña en vano,
mi voz, por dulce, cuando no por mía. y en los cielos, desde esta roca, puedo
escribir mis desdichas con el dedo?
XLIX
»Pastor soy, mas tan rico de ganados, LIII
que los valles impido más vacíos, »Marítimo alcïón roca eminente
los cerros desparezco levantados sobre sus huevos coronaba, el día
y los caudales seco de los ríos; que espejo de zafiro fue luciente
no los que, de sus ubres desatados, la playa azul, de la persona mía.
o derivados de los ojos míos, Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
leche corren y lágrimas; que iguales cuando en el cielo un ojo se veía;
en número a mis bienes son mis males. neutra el agua dudaba a cuál fe preste,
o al cielo humano, o al cíclope celeste.
L
»Sudando néctar, lambicando olores, LIV
senos que ignora aun la golosa cabra, »Registra en otras puertas el venado
corchos me guardan, más que abeja flores sus años, su cabeza colmilluda
liba inquïeta, ingenïosa labra; la fiera cuyo cerro levantado,
troncos me ofrecen árboles mayores, de helvecias picas es muralla aguda;
cuyos enjambres, o el abril los abra, la humana suya el caminante errado
o los desate el mayo, ámbar distilan dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
y en ruecas de oro rayos del sol hilan. albergue hoy, por tu causa, al peregrino,
do halló reparo, si perdió camino.
LI
»Del Júpiter soy hijo, de las ondas, LV
»En tablas dividida, rica nave LIX
besó la playa miserablemente, Su horrenda voz, no su dolor interno,
de cuantas vomitó riquezas grave, cabras aquí le interrumpieron, cuantas
por las bocas del Nilo el Orïente. -vagas el pie, sacrílegas el cuerno-
Yugo aquel día, y yugo bien süave, a Baco se atrevieron en sus plantas.
del fiero mar a la sañuda frente Mas, conculcado el pámpano más tierno
imponiéndole estaba (si no al viento viendo el fiero pastor, voces él tantas,
dulcísimas coyundas) mi instrumento, y tantas despidió la honda piedras,
que el muro penetraron de las hiedras.
LVI
LX
»cuando, entre globos de agua, entregar veo De los nudos, con esto, más süaves,
a las arenas ligurina haya, los dulces dos amantes desatados,
en cajas los aromas del Sabeo, por duras guijas, por espinas graves
en cofres las riquezas de Cambaya; solicitan el mar con pies alados;
delicias de aquel mundo, ya trofeo tal, redimiendo de importunas aves
de Escila, que, ostentado en nuestra playa, incauto meseguero sus sembrados,
lastimoso despojo fue dos días de liebres dirimió copia, así, amiga,
a las que esta montaña engendra arpías.
que vario sexo unió y un surco abriga.
LVII
»Segunda tabla a un ginovés mi gruta LXI
de su persona fue, de su hacienda; Viendo el fiero jayán, con paso mudo
la una reparada, la otra enjuta, correr al mar la fugitiva nieve
relación del naufragio hizo horrenda. (que a tanta vista el líbico desnudo
Luciente paga de la mejor fruta registra el campo de su adarga breve)
que en hierbas se recline, en hilos penda, y al garzón viendo, cuantas mover pudo
colmillo fue del animal que el Ganges celoso trueno, antiguas hayas mueve:
sufrir muros le vio, romper falanges; tal, antes que la opaca nube rompa,
previene rayo fulminante trompa.
LVIII
»arco, digo, gentil, bruñida aljaba, LXII
obras ambas de artífice prolijo, Con vïolencia desgajó infinita,
y de Malaco rey a deidad Java la mayor punta de la excelsa roca,
alto don, según ya mi huésped dijo. que al joven, sobre quien la precipita,
De aquél la mano, de ésta el hombro agrava; urna es mucha, pirámide no poca.
convencida la madre, imita al hijo: Con lágrimas la ninfa solicita
serás a un tiempo en estos horizontes las deidades del mar, que Acis invoca;
Venus del mar, Cupido de los montes.» concurren todas, y el peñasco duro
la sangre que exprimió, cristal fue puro.
LXIII
Sus miembros lastimosamente opresos
del escollo fatal fueron apenas,
que los pies de los árboles más gruesos
calzó el liquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
lamiendo flores y argentando arenas,
a Doris llega, que, con llanto pío,
yerno lo saludó, lo aclamó río.

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