Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 10

LUIGI GIOIA

DÍSELO A DIOS
El camino de la oración

EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2019
A Pauline Matarasso,
que es una gracia para sus amigos.
Para Bram y Peter,
ciertamente mana dentro.

Imagen de cubierta de José María de la Torre,


Paisaje (1971), óleo en madera
Tradujo José Ángel Velasco García
del original inglés Say It to God. In Search of Prayer
© Luigi Gioia, 2017
This translation is published by arrangement
with Bloomsbury Publishing Plc.
© Ediciones Sígueme S.A.U., 2019
C/ García Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca/España
Tlf.: (+34) 923 218 203 - [email protected]
www.sigueme.es
ISBN: 978-84-301-2036-9
Depósito legal: S. 221-2019
Impreso en España / Unión Europea
Imprenta Kadmos, Salamanca
CONTENIDO

Presentación, de Justin Welby ........................................ 9

1. Cualquier trozo de madera ....................................... 11


2. Benditas crisis .......................................................... 15
3. Cerrar la puerta ......................................................... 21
4. Una presencia en nuestro interior ............................. 25
5. Aprovechar el tiempo ............................................... 31
6. Palabras llenas de sentido ......................................... 37
7. Algo misterioso ........................................................ 45
8. Destellos inesperados ............................................... 49
9. Sintonizar ................................................................. 53
10. Un río que fluye eternamente ................................... 57
11. Una morada no hecha por nosotros .......................... 63
12. La actitud adecuada .................................................. 69
13. Superar la desconfianza ............................................ 75
14. Un panorama más amplio ......................................... 79
15. Reivindicar nuestra libertad ..................................... 85
16. Un nuevo día ............................................................ 91
17. Un corazón nuevo .................................................... 95
18. Yo confío en ti .......................................................... 101
19. Arrojar montañas al mar ........................................... 109
20. Retrasos .................................................................... 117
21. Las alas de una paloma ............................................ 129
22. Un susurro ................................................................ 137
23. El silbo del pastor ..................................................... 143
24. Miedo a la decepción ............................................... 141
25. Más allá de las palabras ............................................ 157
26. Díselo a Dios ............................................................ 161

Epílogo, de Michael Casey ............................................. 167

Referencias bíblicas ........................................................ 169


PRESENTACIÓN

Justin Welby
Arzobispo de Canterbury

«Señor, enséñanos a orar»: esta petición que los discípulos


dirigieron a Jesús sigue resonando hoy.
Si fuéramos sinceros, la mayoría de nosotros reconocería
que la oración no suele ser fácil o gratificante, y que raras ve-
ces brota en nosotros con naturalidad. A menudo nos asaltan
las distracciones, las inquietudes y las dificultades. ¡Este libro
asume todo eso!
La oración es dura, y el autor no busca ni propone solucio-
nes fáciles. En lugar de ello, nos conduce por las sendas de las
grandes plegarias de la Escritura: los salmos, las súplicas de
los profetas del Antiguo Testamento y, sobre todo, las oracio-
nes de Jesús. En estas últimas descubrimos nuestra identidad
como hijos de Dios. Aprendemos que la oración no consiste
en esforzarnos por llamar a la puerta de un Dios demasiado
ocupado o distante como para escucharnos, sino en responder
a un Dios que ya ha empezado a dialogar con nosotros y solo
quiere pasar más tiempo a nuestro lado, que busca ayudarnos
a crecer y que desea sorprendernos.
Sin embargo, las sorpresas no siempre son bienvenidas. El
Dios que encontramos en la oración no es esa especie de Papá
Noel que nos gustaría que fuera. El Dios real nos despierta,
nos desafía y nos conduce por caminos inesperados.
Luigi Gioia nos anima a responder a las incitaciones de
Dios, a afrontar las vicisitudes del camino y a seguirlo con una
confianza de niños para adentrarnos en una nueva forma de es-
tar con Dios: orar como Jesús y con Jesús, con entera libertad
10 Presentación

y confianza. En esa estela, estas páginas nos invitan a examinar


nuestras vidas y nuestras prioridades, al tiempo que nos estimu-
lan a escuchar al Dios que está ya hablándonos.
El libro concluye de una forma muy hermosa: cuando va-
yas a orar, hazlo con sencillez, con brevedad, con autenticidad.
Porque cuando ponemos todo nuestro ser en la presencia de
Dios, él responde a la petición con la que iniciamos estas lí-
neas: «Señor, enséñanos a orar».
1
CUALQUIER TROZO DE MADERA

¿En qué consiste realmente la oración? No nos referimos


simplemente a recitar oraciones, sino a la oración de verdad.
No hablamos de decirle cosas a Dios, sino de tocar a Dios o,
mejor, de ser tocados por él. ¿Cómo es la oración auténtica, la
oración que se fundamenta en el poder de la resurrección?
Deberíamos tener cuidado con nuestro afán de buscar el
mejor lugar, las condiciones ideales y el método perfecto para
orar. Esto podría hacernos olvidar una ley básica de la oración
cristiana: la oración se encuentra siempre ahí, siempre está
activa en nuestro corazón, independientemente de dónde nos
hallemos, de lo que hagamos, de lo que sintamos. Cuando to-
mamos conciencia de esto, ya estamos orando. Los grandes
santos han enseñado a menudo que la oración es, o tiene que
llegar a ser, como la respiración, es decir, algo que nos acom-
paña siempre.
Quisiera compartir aquí una experiencia personal. Por aquel
entonces, tenía diecisiete años y hacía poco que había recupe-
rado la fe. Acababa de descubrir los salmos y estaba enamorado
de ellos; además, había concluido un libro estupendo sobre la
oración. Así que me propuse rezar todos los días, tener cada
jornada un «rato de tranquilidad», por usar la expresión con que
algunos la describen. ¡Y funcionaba! Los cinco minutos diarios
que había decidido dedicar a la oración pronto se me quedaron
cortos, de manera que los fui alargando hasta quince, veinte,
veinticinco. Cada día añadía cinco minutos y no me aburría: me
encantaba, me daba mucha paz, mucha alegría.
12 Díselo a Dios

Durante aquellos felices primeros días, por alguna razón


que no recuerdo, yo tenía la casa entera a mi disposición, de
modo que podía disfrutar de todo el silencio y toda la paz que
quería. Pero aquel tiempo bendito no podía durar mucho. Ten-
go tres hermanos más pequeños; en aquella época, el último
no pasaba de los tres años. Yo los quería con locura, pero hay
que reconocer que a veces eran insoportables. Pues bien, ima-
ginad la escena: me encierro en mi habitación, me siento en
una silla, leo un salmo, lo releo, un versículo me toca, cierro
los ojos y empiezo a repetirlo despacio en mi corazón. Mis
hermanos están jugando al escondite; uno de ellos se molesta
por algún motivo y empiezan a discutir. El pequeño rompe a
llorar, viene hasta mi cuarto y se pone a aporrear la puerta. Es
frustrante. Intento no perder la concentración, pero mi enfado
va en aumento hasta que, finalmente, monto en cólera y les
grito que se callen. Y no una vez, sino unas cuantas. Entonces,
entristecido y con sentimientos de culpa por haber perdido los
estribos, abandono.
La escena se repitió dos o tres veces más durante aquella
semana. Finalmente, decidí hablar de mi experiencia con un
monje benedictino. Y él me enseñó algo sobre la oración que
jamás olvidaré. Tras desahogar mi frustración y confesarme
por haberme enfadado, me contó la historia de un cristiano de
Vietnam. Durante una época de persecución, fue arrestado a
causa de su fe y pasó varios años recluido en una celda minús-
cula, hacinado junto con ladrones, asesinos y otros criminales.
Cuando, décadas más tarde, fue por fin puesto en libertad, de-
claró que la oración, la oración profunda del corazón, jamás lo
había abandonado en aquel tugurio, y que los ruidos, las inco-
modidades, los gritos y los sufrimientos de todo tipo que había
tenido que soportar, lejos de distraerlo, se habían convertido
en el combustible de su oración; no en un obstáculo, sino en el
camino a través del cual había aprendido a orar.
Para concluir, el monje benedictino me dijo: «Si quieres
que tu oración sea auténtica, has de aprender a convertirlo
todo en oración». Y añadió: «Cualquier trozo de madera sirve
Cualquier trozo de madera 13

para alimentar el fuego». Esta es la lección más importante


sobre la oración que he recibido en mi vida.
A la luz de este consejo, convendría que cada uno cues-
tionara sus ideas preconcebidas sobre la oración. ¡Cuántas ve­
ces ni siquiera intentamos orar en ciertos lugares, situaciones o
ambientes, porque creemos que para orar se requiere concen-
tración, sentimientos especiales, un determinado estado de áni­
mo, condiciones ideales y mucho tiempo libre! Y desgranamos
la letanía de las cosas que nos impiden orar: no tengo tiempo;
tampoco un momento de tranquilidad, debido al ajetreo de la
ciudad, al ruido, a la gente que me cerca; y qué decir de los
agobios y el estrés; y del humor: si no estoy enfadado, me sien-
to frustrado, deprimido o…
¿Qué pasaría si empezáramos a concebir el ruido no co­mo
algo a pesar de lo cual oramos, en contra de lo cual ora­mos,
sino algo a partir de lo cual oramos? ¿Qué pasaría si la ira,
los celos, la frustración (todos esos sentimientos que nos em-
bargan varias veces al día) no solo dejaran de ser un obstáculo
para orar, sino que se convirtieran en los trozos de madera que
alimentan nuestra plegaria, que mantienen encendido el fuego
de la oración?
Algunos ejemplos: cada vez que me enfado, le muestro mi
enfado a Dios, le digo por qué estoy enfadado y con quién.
¿Acaso no es esto orar? Cada vez que me siento frustrado o
desanimado, le cuento a Dios cómo y por qué. Repito: ¿acaso
no es esto orar? Cada vez que algo me hiere, me hace daño,
se lo cuento a Dios, se lo digo con sencillez a Él. E igual-
mente cuando algo me produce una gran alegría, cuando algo
me ha salido bien y estoy contento, le dedico unos segundos
para agradecérselo: ¿no es esto también orar? Basta con que
empieces a hacer esto y posiblemente terminarás orando cien
veces al día. Y si sumas todos estos «trozos de madera», tal
vez descubrirás que has dedicado más tiempo a la oración que
en el momento más perfecto de tranquilidad.
No deberíamos pensar que, antes de ponernos a orar, ne-
cesitamos superar nuestro enfado o nuestra frustración. Puede
14 Díselo a Dios

resultar difícil de creer, pero Dios está sincera y profundamen-


te interesado en cada uno de nuestros pensamientos, tanto bue-
nos como malos, en cada uno de nuestros sentimientos, tanto
agradables como desagradables: ¡en todos!
Lógicamente, surge una cuestión obvia: ¿Qué es, entonces,
lo que los convierte en oración? ¿Cuándo el enfado es simple-
mente enfado, y cuándo se vuelve oración? ¿Cuándo el dolor
es solo dolor? ¿Cuándo un intenso deseo sexual es solo deseo
sexual (porque, en efecto, el deseo sexual también puede con-
vertirse en oración)? ¿O cuándo el odio es solo odio, y cuándo
se transforma en oración?
–¡Espera un momento! ¿Has dicho «odio»? ¿Odio que se
convierte en oración? ¿No estás llevando las cosas demasiado
lejos?
En absoluto. Escucha: «Los odio con un odio implacable»
(Sal 139, 22). Esta frase no la dice Sauron de Mordor, sino el
libro de los salmos, esa recopilación de oraciones que Dios
mismo enseñó a los israelitas. ¿Qué es lo que convierte estas
terribles palabras en oración? Pues una sola cosa, la misma que
transformó en oración el grito de dolor más desgarrador que ja-
más ha resonado en la tierra: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?» (Sal 22, 2). ¿Qué hace que este grito no sea
un aullido de dolor o incluso una blasfemia, sino una oración?
La respuesta es: «Dios mío, Dios mío».
Aquí reside el secreto último de la oración, la piedra fi-
losofal que convierte cualquier posible sentimiento, bueno o
malo, agradable o desagradable, en el oro de la oración: ni la
concentración, ni el silencio absoluto, ni la paz interior, ni mu-
cho tiempo libre; el secreto último de la oración reside en este
«Dios mío, Dios mío». Porque se lo digo a Dios, lo presento
ante Dios, estoy siempre con Dios y sé que Dios está siempre
conmigo.

También podría gustarte