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Vida y Obra de Juan Ramón Jiménez - Graciela Palau de Nemes
Vida y Obra de Juan Ramón Jiménez - Graciela Palau de Nemes
VIDA Y OBRA DE
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
LA POESÍA DESNUDA
f e '
VIDA Y OBRA DE
JUAN RAMÓN JIMENEZ
LA POESÍA DESNUDA
JÉ
BIBLIOTECA ROMÁNICA H ISPÁ N IC A
EDITORIAL GREDOS
MADRID
© GRACIELA PALAU DE NEMES, 1974.
EDITORIAL GREDOS, S. A.
To Joh n a n d K r a ig
Los estudios e investigaciones
realizados en España y América por esta autora
durante la preparación de esta obra
fueron subvencionados
en el verano de 1960
por
por
antes de Cristo. Dicen los que dicen más que los iberos sa
caron oro de las minas de Tharsis en Huelva para el templo
de Salomón y que el oro que el Rey Mago ofrendó al Niño
Jesús era de Tharsis. Los sabios historiadores y enciclope
distas aseguran que Huelva fue tierra del antiguo Imperio
Tartesio y que las minas de cobre del río Tinto de Huelva,
como las de Tharsis, fueron de las más importantes del mun
do, explotadas por cartagineses y romanos antes de la era
cristiana. Al poeta hijo de Moguer le gustaba esa historia
y había dicho:
Como soy de Moguer
y de Sevilla,
canto mis ilusiones
por seguidillas.
Por seguidillas
canto mis ilusiones,
Tartesia linda3.
5 En febrero de 1894.
El «Colegio de San Luis Gonzaga» 51
pero no tachó el dibujo de una placa que decía «Volemos al
Cielo para allí juntarnos con tan cariñosa Madre», aunque
se trataba también de morirse, ya que de otro modo no se
podía volar al Cielo. Ambas eran copias de dibujos que por
allí tenían los Jesuítas, era absurdo que él fuera a inventar
esas cosas. Lo de la cariñosa Madre era más armónico a sus
inclinaciones. Como todos los moguereños, él era muy devo
to de la Virgen; pero su devoción estaba vinculada a la ale
gría del pueblo, a las romerías. Todo Moguer iba a la ermita
de la Virgen de Montemayor, a la bonita finca que llevaba
ese nombre, a rendirle homenaje a la Divina Patrona. Esa
finca sería después de Ignacia, la hermana de Juan Ramón;
la compraría el marido de ella, Pedro Gutiérrez.
En Moguer mucha gente se llamaba Montemayor, Mayor,
Mayorcita y hasta Montemayorcita. Los moguereños querían
mucho también a la Virgen del Rocío, Patrona de Almonte,
otro pueblo de Huelva. La ermita estaba en las marismas de
la margen derecha del Guadalquivir. La Virgen que tenían
los jesuítas no era como éstas, es decir, cuando se pensaba
en ella no se pensaba en el pueblo y en las romerías porque
era la Inmaculada Concepción y había que pensar en su
pureza.
Distraído o hastiado, el alumno Juan Ramón Jiménez re
petía el nombre del colegio en cualquier espacio en blanco
de sus libros, y las iniciales «JHS» y las propias iniciales
«J. R. J.». Dibujaba el perfil de hombres ascéticos, sus maes
tros, y la cara de luna con espejuelos de un padre Pablo. Su
Manual de R etórica y Poética estaba lleno de dibujos (Cris
tal, «Aburrimiento», 125-126). Publicado tres años atrás, es
decir, en 1890 6, el libro andaba por la quinta edición. Su au-
12 Ver Francisco Quesada, «La vida escolar del insigne poeta, refe
rida por un condiscípulo suyo», ABC, Madrid, diciembre 1956.
13 «Libros simpáticos y antipáticos». Inédito.
14 «Sonrisas de Fernando Villalón con soplillo distinto», en J. R. J.,
La corriente infinita. Crítica y evocación. Recopilación y nota prelimi
nar de Francisco Garfias, Aguilar, Madrid, 1961, pág. 81. En repetidas
referencias a esta obra se abreviará el título a Corriente.
El «Colegio de San Luis Gonzaga» 61
Zebriany15, encargado de los juegos durante el recreo, le pa
recía «un gamo negro, elástico, alerta, ojeante, un poco bi
sojo», con una cara que era «trasunto exacto de la de Carlos
el H echizado»16. Recordaba que los trataba «con finura y
gracejo serio», iniciando el juego con alguna salida «pedante,
abierta, desvergonzada»17. El Prefecto de su división, el pa
dre José M. de la Torre, un hombre altísim o que en los re
cuerdos posteriores de Juan Ramón, «andaba con miedo, caí
da la cabeza morena contra el corazón, como un ahorcado»,
les obligaba a escribir a sus familias unas cartas «tristísi
mas» cuando se portaban m a l18. Él las dictaba, encargándole
a los interesados que fueran a buscar al delincuente cuanto
antes; pero el truco jamás se cumplía. En la Secretaría Se
gunda, cuarto de las reprimendas, el padre de la Torre guar
daba el vino dulce, el café, las pasas, el chocolate, las nueces
y el tabaco, cosa desmoralizante para los reprendidos.
Las grandes travesuras del estudiante Juan Ramón Jimé
nez Mantecón eran poca cosa. Como los otros alumnos, conse
guía del barbero del colegio Susinis para los camaleones y
Henry Clays. Su travesura mayor fue hacer un dibujo de mu
jer en la clase de catecismo y pasárselo a un compañero. No
se acordaba bien de los detalles, si le había pasado el dibujo a
Fernando Villalón Daoíz y Halcón, como le llamaba el padre
Prefecto en las lecturas de notas, o a otro compañero llama
do Meneos. La cosa fue que el padre Caries interceptó el di
bujo y él y el otro, que quizás fuera Villalón, cenaron de ro
dillas y en cruz a la entrada del comedor. La dibujada era la
1 J. R. J., Renacimiento,
Blanca Hernández-Pinzón 67
no le había hecho mucho caso de pequefiito, por haber pre
ferido a Ignacia, la hermana mayor; pero ésta se había casa
do por los años de su entrada al «Colegio San Luis Gonza
ga» y al volver él a Moguer de vacaciones, Victoria «apareció
como la estrella familiar» e iba con él a pasear por los pi
nares, a verle pintar, a leer juntos. Por Victoria se fijó en
Blanca, y Blanca en él. Nada extraño tendría que se casara
con Blanca cuando fuera grande, pues su hermana Ignacia
se había casado con un joven de una fam ilia como la de
Blanca; se llamaba Pedro Gutiérrez Díaz y era agricultor,
ganadero y vinatero. Blanca estaba en el colegio de doña
Margarita Asencio, un colegio de niñas de Moguer, y en las
vacaciones iba a casa de los Jiménez a hacer crochet con
Victoria y él iba a casa de Blanca de visita. Una vez que ella
se puso enferma, con mucha vergüenza de él, le hicieron
entrar en su cuarto; se acordaba que, como ella tenía mu
cha fiebre, todo el mundo hablaba bajito (Cristal, «El brazo»,
151). El noviazgo de ellos consistía en besarse de prisa, mien
tras la madre de ella dormía con el rosario en la m an o2.
A él le parecía a veces que Gracia, la hermana de Blanca,
se interponía entre los dos, queriendo que él se fijara en
ella, pero él a quien quería era a Blanca, su novia preferida;
aunque también estaba un poco enamorado de María Teresa
Flores, que también tenía una hermana, Coral, que se inter
ponía reclamando su atención. Por cierto que María Teresa
era pariente de los Hernández-Pinzón, su madre se llamaba
doña Fernanda Iñiguez Hernández-Pinzón, com o los de la
epopeya. Su padre era don Antonio Flores, y la familia tenía
también fincas y negocios de vinos. El noviazgo con María
Teresa era una cosa pasajera. Ella estaba interna en un co
\; . m ■
Prim eros poem as 81
« ¡Ay! » «Cantares»
¡Pobrecillo! Sintiendo mis pasos Era el pobrecillo ciego,
hacia mí revolvía sus ojos. y cantaba sollozando
No me vio, y lloró. ¡Los tenía la luz de unos ojos negros.
ya ciegos del todo!
¡Qué divinos eran
sus ojos risueños...!
¡pobrecita! ¡llorando una pena
quedóse sin ellos!
(P. L. P., 1535, 1536)
35 Ibid.
36 Andrés González Blanco, Los grandes maestros. Salvador Rueda
y Rubén Darío, Librería de Pueyo, Madrid, 1908, págs. 119-120.
98 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
y debe decir:
'Breve soplo glacial el norte lanza'.
Esta poesía de tema social tuvo mucho que ver con unas tra
ducciones de Ibsen que el director de Vida Nueva, Dionisio
Pérez, le mandó a Juan Ramón para que las versificara a su
a n tojo49. Se trataba de traducciones al español en prosa, no
49 Ibid.
110 V ida y obra de Juan Ram ón Jim énez
olor de azahares,
dulces armonías
del canto risueño
de las golondrinas;
fuentes bulliciosas
de agua cristalina,
de dulce frescura
y azuladas linfas,
cuyos surtidores
bullen, y salpican
en lluvia de perlas
gotas diamantinas;
reflejos y luces,
vagas melodías...
una hermosa tarde
sonriente y tranquila,
de la primavera
de mi Andalucía.
sombreros y trajes,
prendidos y cintas,
flores y abanicos,
voces argentinas..
XV Volando en el cielo,
en noches de calma,
las azules estrellas errantes
¡qué pronto se apagan!
s? Ibid., 224.
Citado por M. García Blanco en «J. R. J. y la revista Vida Nue
va», pág. 36.
122 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
1 J. R. J., Renacimiento.
Poemas «modernistas» 131
ban más los lúgubres poemas que Juan Ramón iba escribien
do en Madrid, en los ratos que él le dejaba libre; estos poe
mas despertaban pasiones morbosas en Villaespesa, le pare
cía que sus amadas muertas surgían de sus negras sepultu
ras a acariciarle en las sombras «con sus manos descarnadas
de esqueleto»; Juan Ramón era «un mártir» llegado «de las
islas tenebrosas» y al encomiarlo en sus versos salía a relu
cir la psicosis mórbida del cantor y del cantado:
...las panteras de la fiebre devoraron tus entrañas;
con la sangre de tus venas se han nutrido los murciélagos;
y las hienas, con los lomos erizados,
dando aullidos de alegría, en la arena del desierto,
han saciado sus feroces apetitos
con la carne corrompida de tus muertos;
( J uan R am ón) (V il l a e s p e s a )
E stos versos son los primeros del primer romance que es
cribió en Burdeos: «Primavera y sentimiento». En él se
funde con el paisaje, el arom a de la rosa de su alma se eleva
al azul:
Los pétalos melancólicos
de la rosa de mi alma,
tiemblan, y su dulce aroma
(recuerdos, amor, nostalgia),
al desleírse en su mágica
suavidad, cual se deslíe
en un sonreír la lágrima
del que sufriendo acaricia
una remota esperanza.
(Ibid.)
Infinito montón de cenizas pare Hacia Oriente, las gasas del mo
cen los cielos; ribundo día
infinito montón humëante, despo funden jardín y cielo con la dulce
jo del fuego del día, armonía
donde algunas estrellas verdosas de sus vagos matices; sobre un
como chispas postreras titilan... cielo violeta
destiñe sus verdores el jardín. En
El silencio y la calma la quieta
melancólicos alzan canciones dor placidez del conjunto no hay golpe
midas... vigoroso
(P. L. P., 1503) ni alegre, que distraiga; es éste un
religioso
desleimiento de tonos delicados;...
(P. L. P., 160)
En esta poesía está tam bién la antigua atracción por los ce
menterios; pero esta morbosa preferencia ha ganado una
m isteriosa dimensión, dándole un tono de naturalidad a la
psicosis del poeta; de nuevo, el punto de arranque es el pai
saje; como en este poema destinado a Rimas, sin título:
Los sauces me llamaron, y no quise
decir que no a las voces de los muertos:
abrí la verja y penetré tranquilo
en el abandonado cementerio.
(P. L. P., 187)
(Ibid., 1533)
Para mi Alma
drid, 1957, págs. 1331-1335. Derivamos de esta obra las citas de la carta
de Rodó, que van seguidas del número de las págs. correspondientes.
Según nota de Rodríguez Monegal, J. R. publicó partes de la carta de
julio 2, 1902, en Renacimiento, tomo II, núm. 7, septiembre 1907.
192 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
w Ibid.
15 «Recuerdos». Inédito.
El Sanatorio del Rosario 199
V e r l a in e J uan R am ón
Mi corazón me lo ha dicho:
ella me miró un momento;
pero se fue... para siempre...,
y ya nunca nos veremos.
(Ibid., 340)
La campiña se ha quedado
fría y sola con sus árboles;
por las perdidas veredas
hoy no volverá ya nadie.
es la aldea, la campiña,
que han pasado por el alma,
el humo blanco, la calma
del corazón de la niña; ...
(P. L. P., 302)
aquella fuente...
(P. L. P., 288)
24 Ibid., 30.
25 «Soledades», Antonio Machado, Obras: Poesía y prosa. Edición
reunida por Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre. Ensayo preli
minar por Guillermo de Torre. Editorial Losada, S. A., Buenos Aires,
1964.
«Prim eras prosas» y «Arias tristes» 263
el v erso 2é. Pero Juan Ramón los alababa a todos, viendo en
algunos de los poemas un encuentro, en no sabía qué encru
cijada, del alma de Jorge Manrique con el alma de Enrique
H ein e27. En verdad, Soledades es un gran primer libro, libre
del exceso de fallos que marca las dos primeras obras de
Juan Ramón, Ninfeas y Almas de violeta. Aun cuando Anto
nio Machado cae en los excesos de un mal imitado moder
nismo, estos excesos no lo son comparados con los de Juan
Ramón.
En uno de los poemas omitidos de las ediciones de Sole
dades que siguieron a la primera, se aprecia la huella ruben-
dariana; se titula «La fuente» y Juan Ramón había escrito
en su reseña: «En 'Tarde' y ‘La fuente', primeros manantia
les, sinfonías —sinfonías sabias— llenas de motivos, el enig
ma del agua es magnético, y la voz del poeta, trémula junto
al mármol, pide para los ojos la quietud de lo eterno y para
la cabeza el musgo de la piedra húmeda». (Ibid.) Juan Ra
món se fijó en las excelencias del poema, que las tiene, como
se puede apreciar en las últimas estrofas. La rubendariana
es la primera, que también citamos:
(Obras, 39)
266 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
Y en la ribera olvidada,
llena de vago misterio, Caen las hojas poco a poco,
parecen humo flotante de los álamos entecos,
los blancos álamos secos. quedando sin esperanzas
(X, 221) en los bancos del paseo.
desesperación y llanto
en mármoles sepulcrales...,
algo que seca de espanto
las rosas primaverales!
(P. L. P„ 448-449)
292 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
6 Ibid.
302 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
lo va soñando la niebla,
lo están llorando los pinos,
y la luna rosa y el
corazón de tu molino...
(P. L. P., 643)
La madre de mi adorada
no me quiere, porque hago
unos renglones muy cortos
y unos silencios muy largos.
...Sollozaba el corazón
de la rueda del molino,
huía el viento, cantaban
el agua, el sapo y el grillo.
Mi corazón se alejó
por el sendero florido
que va, nadie sabe adónde,
andando al lado del río...
(P. L. P., 663-664)
VIII III
s Ibid.
340 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
es decir, las m ujeres idealizadas por Juan Ramón y las no
vias de carne y hueso pasaron a ser las heroínas de las obras
de los Martínez Sierra en el caso del Teatro de ensueño y en
otro caso del que se hablará más adelante.
A María Martínez Sierra le parecía que Juan Ramón se
enamoraba de cuanta m ujer amable acertara a pasar a su
lado, ya fuera una monja del sanatorio o la bella esposa de
un amigo; pero por sus cartas se comprueba que las mujer
res que fueron objeto de la admiración del poeta alentaron
sus galanterías. De éstas, sólo una habría de ser fuente de su
poesía, la señora Muriedas, una bella y fina extranjera casa
da con un español de ese apellido. Juan Ramón la conoció
en la órbita de los Martínez Sierra y quiso dedicarle unos
versos, probablemente una de las tres partes de Pastorales.
Ella consintió, pero preocupada por el posible qué dirán es
pañol y por la negativa de otra admirada del poeta llamada
Margot, también amiga de los Martínez Sierra, le retiró el
consentim iento6. La señora de Muriedas acabó por separar
se del marido por mal comportamiento de él, que, según opi
En los poemas de Las hojas verdes hay elem entos que pu
dieran asociarse a sucesos reales de la vida amorosa del au
tor. En «Serenata triste a la luna de Francia» se alude a un
novio español recordando a su amada, por implicación fran
cesa:
Estaban las ramas
doradas de sol...
¡Te amo! ¿Me amas?
3^8 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
...Y el novio español
mustió con sus llamas
a su girasol,
bajo aquellas ramas
doradas de sol.
(P. L. P., 701)
tiempos», poema I del grupo titulado «Aires tristes» (P. L. P., 724),
aparece la frase amor azul de cielo; en «Ramo de dolor» (P. L. P.,
730), La primavera ríe, entre los dones del azul.
Las referencias al azul en las Baladas de primavera, citadas en el
texto, se encuentran en los poemas «Balada de la mañana de la cruz»
(P. L. P., 739); «Balada triste del avión» (P. L. P., 758) y «Balada de
la flor del romero» (P. L. P., 760); «Balada triste de la mañana del
Corpus» (P. L. P., 762); «Balada del prado con verbena» (P. L. P., 783).
376 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
¿Existe
la dicha de ciudades? ......................................
(P. L. P., 837)
El ideal tiene que ver con esta carne desnuda de mujer, do
tada de un misterio del que surge una noción de eternidad:
388 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
¿Hay algo que se acerque tanto al ideal como una mujer
desnuda en la sombra? Es como si el alma fuera la que escon
diera el cuerpo, como si lo ignoto fuera la materia, como si
todo se hubiera trastornado. Perdida la hora, el sitio, el aspecto
familiar de las cosas, la eternidad que surje de lo confuso se
complace en venir un instante hacia nosotros. (Ibid., 256-257)
El pavo real se sube a lo alto del tejado y mira del lado del
sol. Arroja su grito diabólico. No ve venir a nadie y nadie le
contesta. Las otras aves, acostumbradas a su hermosura, ni si
quiera levantan la cabeza. Están cansadas de admirarle. Él
vuelve a bajar al patio, tan seguro de ser bello que es incapaz
de rencor... (P. P., 328)
Toe, toe; tic, toe... ¡Ay, la primavera jira ante mí como una
rueda loca; qué mareo de luces vivas, de colores, de deslumbra
mientos! ¡Oh, mis pobres piernas lánguidas vacilan...! ¡Al si
llón! Toc, toc; tic, toc... (P. P., 245)
Corazón mío,
pálida flor,
jardín sin nadie,
campo sin sol,
¡cuánto has latido
sin ton ni son,
tú que estás hecho
para el amor!
Mi querida Luisa:
quisiera que esta carta le llevara a usted un arom a de
flores nuevas que ya flota en el aire azul de esta soledad.
E stam os en Abril siendo Febrero. El retrato que m e mandó
usted m e ha hecho feliz, hay en sus ojos aquella m ism a pe
num bra enigm ática que yo tenía de usted en m i memoria;
ojos que no son com pletam ente azules, ni del todo verdes, ni
grises solam ente; lo recuerdo bien; eso y el color levem ente
plateado, levem ente moreno, com o espolvoreado de luna,
— 'moreno de luna’, digo en una poesía de ’La soledad sonora’
hablando de no sé quién— es lo que m ás vivam ente persiste
en m í de sus fugaces aparicion es1.
El título se le había ocurrido en 1907, se lo había rega
lado a Gregorio Martínez Sierra2, que no lo aprovechó; Juan
zación de una vision real. Este verdear las cosas por pro
yección no es mero artificio, sino un verdadero logro poéti
co. En el poema XXIII de la segunda parte el uso del verde,
por proyección de una realidad, aparece de nuevo:
Cuando la blancura verde
tiembla bajo el cielo malva, ...
Los dos últim os versos de esta estrofa son una sorpresa poé
tica y contienen una amplia posibilidad de interpretaciones:
Entre los huesos de los muertos,
abría Dios sus manos amarillas.
(Ibid.)
Del tono de los versos se deduce que las rosas de lodo son
los amores burdos que le impiden ver más allá de la carne
(poema XIV):
—...Y tú me dirás,
huyendo: ¡Mañana!—
(L. I. P., 134)
(Ibid.)
La nota se repite:
....................................................... A veces, nos reíamos
al comenzar —¡qué triste!— las vanas saciedades...
—Un calofrío
sube a veces del río
y recorre el desvelo.
Palabras ya cercanas,
ya lejanas, ...
Quisiera yo encontrarte
a la revuelta del camino, un día,
vestido de ti mismo,
libre, al fin, de las ricas
estrofas que los otros te colgaron
en tu perfecta desnudez clarísima, ...
(L. I. P. 2, 139)
luz; pero quiere percibir esta luz a través de todos los sen
tidos y en la carne:
Tu luz en todos mis sentidos,
tu alma en cada instante de mi carne, ...
(Ibid., 142)
¡Alegre laberinto
de nuestras almas pías!
¡Oh, días claros, puros!
¡Oh, largas fiestas límpidas;
en derredor del cuerpo
una serena brisa;
en derredor del alma
una carne dulcísima,
La obra inédita 485
clara como tu sol, Señor, de paz
y eternidad unjida!
(L. I. P. 2, 147)
Está en Bonanza:
¿Tanto es lo que te pido,
Señor, que no quieres oírme?
(L. I. P. 2, 154)
488 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
La nueva luz es, pues, llama que consum e y cadenas que atan.
Dominados los pensamientos eróticos, Juan Ramón se acoge
a la poesía con un sentido más hondo y adquiere conscien
cia de la fuerza creadora. E l conocido poema «A un poeta»
que pasó a las antolojías es de esta fecha, del libro Poemas
im personales:
Creemos los nombres.
9 Parte V de «Dilucidaciones».
La obra inédita 493
una música ideal com o hay una m úsica verbal. ... Toda la
gloria y toda la eternidad están en nuestra conciencia.
Nadie practicaba la doctrina rubendariana tan de lleno
como Juan Ramón Jiménez, ni siquiera el m ism o Darío, y no
lo hacía aquél por imitación del maestro, sino por convenci
m iento propio y porque las peculiares circunstancias de su
vida se lo permitían. En Moguer, dedicado por com pleto al
Arte, Juan Ramón llegó a despreciar cualquier actividad que
interrumpiera el reposo de su vida interior y acabó por vivir
la poesía con un recogimiento casi religioso. Entre los poetas
que se iniciaron en España com o modernistas, muy pocos,
casi nadie pudo darse ese lujo. Antonio Machado trabajaba
como catedrático de francés en el Instituto de Soria, y aun
que en 1911 fue a París pensionado por el Estado, para en
tonces compartía su intimidad con su mujer: llevaba dos años
de matrimonio. Su hermano Manuel trabajaba también para
vivir, escribiendo sólo en las horas que le quedaban libres;
además, como Antonio, se había casado. Villaespesa, que
tanto prometiera al principio de su carrera, disipaba su ta
lento en un sinnúmero de proyectos literarios y, según opi
nión de Manuel Machado, escribía bastante m al para esa
fe ch a 10. Esta mala opinión pudiera estar relacionada con el
hecho de que Villaespesa con anterioridad había juzgado a
Manuel im posible y agotado y decía que Antonio apenas si
hacía un verso desde que se había casado u. La realidad es
vidanzas’», año IX, núm. 97, enero de 1909, págs. 33-35; «Elegías lamen
tables», núm. 103, julio de 1909, págs. 265-266; «Poesías», núm. 106, oc
tubre de 1909, págs. 148-153; «Poesías», año X, núm. 109, enero de 1910,
págs. 39-42; «Poesías», núm. 112, abril de 1910, págs. 387-390; «Poesías»,
año XI, núm. 122, febrero de 1911, págs. 167-169; «Poesías», año XIII,
núm. 150, junio de 1913, págs. 134-141.
14 Ver carta «A su madre ...», en J. R. Cartas, pág. 143.
La Residencia de Estudiantes. Zenobia 507
antojo sin que nadie pensara mal de ella, pero en los mo
mentos en que le correspondía a Juan Ramón, «Mademoisel
le», la dama de compañía, la sacaba de m ás de un apuro, con
ella podía ir al Retiro y pasar la mañana sentada en un ban
co pelando la pava con Juan Ramón.
Con sus versos Juan Ramón jamás hubiera conquistado a
Zenobia. La conquistó con la prosa de sus cartas. Los poe
mas de Juan Ramón le parecían insulsos a Zenobia y a doña
Isabel. Sus lecturas favoritas, com o el carácter de los Esta
dos Unidos, nación preferida, unían al gusto estético el gusto
por la acción, ya fuera en verso o en prosa. Los libros de
Juan Ramón, com pletamente desprovistos de acción y de na
rración, les parecieron inútiles. Cuando salió Laberinto, en
1913, Juan Ramón se apresuró a darle un ejemplar a Zeno
bia. A ésta le disgustó el libro, cuya sensualidad rayaba en
lo erótico. En su opinión, Juan Ramón no podía hacerle a
nadie ningún bien con ese libro, y aunque le parecía un desa
cato que se lo hubiera prestado, consideraba mayor desaca
to el que lo hubiera escrito 20. Entre mimosa y enfadada, Ze
nobia le echaba en cara a Juan Ramón no ya la inutilidad de
sus versos, sino sus rarezas, su ensimismamiento, su aisla
miento que le hacía creer en una falsa superioridad endure
ciéndole en todos sus defectos. Juan Ramón, que la veía
siempre rodeada de gente y muy divertida, la había tachado
de frívola, hablándole de goces espirituales muy superiores,
en su opinión, a los que ella derivaba de sus ocupaciones;
pero Zenobia le contestaba con argumentos tan lógicos y tan
humanos que a él no le quedaba más remedio que justificar
se o retirar lo dicho:
García, Paca García, Luis Hernández, Lobillo, Juan, Manuela, Ana Mo
lina, Dolores, Maito, Femando Molina, Carmela Borrego, Sebastián Bo
rrego, Carmen Josefa. La nota está entre los papeles de 1909, en España.
La R esidencia de E studiantes. Zenobia 531
... and w hen night sets in, the silence is so intense that
one looks out of the barred w indow s and imagines that one
can alm ost hear the m oonbeam s brushing over the pine-
needles and creeping through the branches of the tr e e s x.
Al describir las noches de La Rábida en «Carta de Palos»,
publicada por la revista infantil St. Nicholas, Zenobia Cam
prubí Aymar hizo gala de un delicado lirismo. Escribía bien.
En el artículo «Valencia, the City of the Dust, where Sorolla
lives and w orks»2 describió también con arte las bellezas de
la ciudad, cuya luz Sorolla trasladó a sus lienzos:
And Sorolla, in painting all this splendid opulence of light
and air, and swift yojous movement, was merely expressing in
his own way the things he had seen around him all his life,
for he was born in Valencia and himself played as a child in the
sands by the sparkling blue sea of the Valencian coast ...
3 Ibid.
Zenobia, «Platero» y Tagore 541
dos por intervención de Ezra Pound, pero ésta era una re
vista para las minorías selectas. En 1913, la Editorial Mac
m illan de Nueva York publicó una versión inglesa del
Gitanjali con un prólogo, hoy clásico, de W. B. Yeats. Tagore
pasó una estancia de varios m eses en los Estados Unidos, y
dio conferencias en las Universidades de Illinois, Chicago y
H arvard5. Al concedérsele el Premio Nobel, en noviembre de
1913, el Gitanjali alcanzó gran difusión e inmediatamente
después la mism a editorial publicó The Crescent Moon y
The Gardener. La crítica de estas obras se hizo en las revis
tas norteamericanas a partir de enero de 1914. Se duda que
estos libros llegaran a España antes de esa fecha. En España
apenas se conocía a Tagore. Pérez de Ayala había escrito
algo sobre él en La Tribuna del 25 de octubre de 1913, en
referencia a un ensayo publicado en The H ibbert Journal.
Parece que alguien tenía un ejemplar del G itanjali en la Re
sidencia de Estudiantes, y un ejemplar de The Crescent Moon
en el Instituto Internacional de Señoritas 6.
11 J. R. escribiría después:
En lo que yo me parezco a Rabindranath Tagore, ¿no será
en las palabras, jiros, acentos míos, que yo le he puesto al tra
ducirlo con mi mujer? ¿No será en la semejanza de mi Anda
lucía con su Bengala? Porque yo no conozco a Tagore hasta
1914 y en esa época yo había ya escrito la mitad de mi obra y,
especialmente, esos libros sentimentales —Arias Tristes, Pasto
rales, Platero y yo— en los que, en realidad, existe una seme
janza. ¿No será que yo he inventado, en nuestra traducción, un
Rabindranath Tagore andaluz, un R. Tagore parecido a mí? Un
amigo nuestro, norteamericano y conocedor de Tagore, nos dijo:
«Vuestra traducción es más Tagore que Tagore». (Inédito. En
los archivos de J. R. J. en España.)
12 Sir Rabindranath Tagore, My Reminiscences, The Macmillan Com
pany, New York, 1917. (La versión en español, de esta autora, se deri
va del contenido de la obra, según las páginas señaladas.)
554 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
She went away when the trees were in bud and the spring
was young.
páginas 107-108, y en los trozos que siguen, bajo el título «La colina de
los chopos (Madrid posible e imposible)»: «El Madrid posible», pági
na 86; «Arquitectura», pág. 94; «El barroco y el granito», pág. 34; «Cie
lo de Madrid», pág. 66; «Los aspectos suntuosos», pág. 73, y «La casita
del Príncipe en el Prado», pág. 98. Estas obras aparecen también en
la primera edición póstuma de La colina de los chopos, Vergara, Bar
celona, 1963, que no incluye la parte titulada «Sanatorio del Retraído».
Esta parte está en la edición de Taurus, Madrid (1965), de la que se ha
citado en esta obra y a la que se refieren las mencionadas páginas.
CAPÍTULO XXX
4 Libros inéditos de poesía, 2, págs. 371, 372, 377, 385 y 387, respec
tivamente.
572 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
Sí; soy un cementerio nuevo,
que ha estrenado, esta tarde,
una mujer que ha muerto.
(L. I. P. 2, 388)
Los dos primeros versos citados indican que una nueva poe
sía nacerá y morirá bajo el influjo de la mujer amada. A con
tinuación, el poeta declara que la maldad no podrá nada con
tra la pureza, inocencia y bondad atribuidas a la amada. En
el contexto de la obra juanramoniana, la maldad tiene que
ver con la impureza de pensamiento. En los versos: «No
quiero más que un oro...» el oro pasa a ser un atributo de
«Creí de nuevo en ella...» 573
Y los rosales
que has colgado en mi alma —¡con qué encanto! —
a este sol viejo y nuevo me entreabren
sus rosas en que el cielo se repite
cándido y múltiple en sus cálices.
(Ibid., 426)
Querida María:
muchas gracias por su carta, ¡tan buena! He hablado ya con
Zenobia. No haga usted por su parte nada, absolutamente nada,
ni le diga a ella que le he escrito a usted, ni le enseñe esos
versos que le mando. ¡Silencio sepulcral! (Cartas, 137).
Querida María:
antes le he puesto una tarjeta. Ahí va otra. No deje usted
de mandarme esta noche esa carta. ¡Esté usted tranquila! Preci
samente estoy en momentos de inspiración, y me vendrá muy
bien el nuevo dolor para hacer con él un 'soneto espiritual'.
(Cartas, 138-139)
«Creí de nuevo en ella...» 585
Ella es una muchacha que, claro, no diré que sea mejor que
todas las demás, porque en el mundo hay muchísimas mujeres
de valía, pero uno ha de hablar en relación con aquellas que
conoce, y yo de cuantas he encontrado es la mejor —no sé si a
los demás les gustaría, y esto me tiene sin cuidado—, pero a
mí, sí. Es agradable, fina, alegre, de una inteligencia natural,
clara, y que tiene gracia; esa gracia especial que se adquiere con
los viajes, con la gran educación social del país norteamericano
donde está educada; . .. 8.
Puesto que los sentim ientos amorosos del poeta han de
terminado el carácter de su obra, este poema expresa tam
bién la trayectoria poética. El blanco de ignorancia de la
primera estrofa corresponde a su primera dulce poesía de
amor. El veneno que verdea está representado en la obra
escrita en Moguer con predominio del elemento erótico,
com o Libros de am or y la muy castigada y mencionada trilo
gía Poem as mágicos y dolientes, Laberinto y Melancolía, ade
más de algunos trozos en prosa de las Baladas para después.
El vaivén de viento y brisa o guerra de noches y días sería
el debatirse entre los sentim ientos que expresan estas obras
y los de los poemas de tono recogido y religioso de los libros
inéditos: A partam iento, La frente pensativa, Pureza, El silen
cio de oro. La brisa que torna, el conquistado blanco apare
ce a partir de los Sonetos espirituales. En E stío la palabra
eternidad (blanco de eternidad) y la palabra infinito están
asociadas con su amor: «—Eres ignorada, / eres infinita,
como el mundo y yo—» (L. P., 90); «Sólo valdrán / las llamas
del corazón / para nuestra etern idad» (L. P., 94); «Todo el
día tengo, amor, / tu corazón en mis brazos / — ¡oh blanca
flor infinita!—» (L. P., 107). Juan Ramón junta en estos poe
mas lo divino y lo humano para expresar realidades interio
res, calidades del espíritu. Muchos de los poemas de E stío
se titulan «Jardín», palabra que Juan Ramón asoció con el
amor desde Arias tristes, de 1903, hasta Laberinto, de 1910-
592 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
1911; pero los jardines de E stío tienen poco que ver con el
paisaje exterior, son producto de su enaltecida concepción
del amor:
Te encontraré cien veces por las rosas
y las estrellas, como yo quería
que fueras tú, mujer, motivo
de mi pasión divina
y mi ilusión humana.
(L. P., 176)
La esperaba,
desde siglos, el agua,
para poner su cuerpo
solo en su trono inmenso.
(L. P„ 129)
...¡Pero he perdido
lo que podía conseguir!
¡Mirto al morir!
(L. P., 88)
Madrid,
17 de enero de 1916.
¡Qué cerca ya del alma / lo que está tan inm ensam ente
lejos / de las manos aún!...
... ¡Oh, qué dulce, qué dulce / verdad sin realidad aún,
qué dulce!
Con el mism o esmero que una novia prepara su ajuar,
Juan Ramón preparó el suyo para el viaje a los Estados Uni
dos a casarse con Zenobia.
La atildada presencia del poeta y sus impecables modales
distanciaban de él a los escritores menos cuidadosos de su
persona. María Martínez Sierra recordaba que hasta doña
Pura, la madre del poeta, solía decirle: — ¿De dónde le ven
7 Los datos sobre esta época de la vida del poeta y su mujer pro
ceden de un diario «de bodas» de Zenobia cuidado por su sobrina po
lítica Carmen Moreno Vergara, casada con Francisco Hernández-Pin-
zón Jiménez. La interpretación del contenido es de esta autora. Las
fechas de las actividades del matrimonio, incluyendo las del viaje de
regreso a España, son del diario de Zenobia.
8 «El mejor Boston», en la parte 6 del Diario, L. P., 513.
604 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
(L. P., 257). Del m ism o modo, en la tercera parte del Diario,
titulada «América del Este», cuya primera fecha es febrero
20 y la últim a junio 7, ya a bordo del vapor en que regresa
a España, expresa un breve desencanto con la realidad del
amor consumado, desencanto natural, considerando la enor
midad de su ideal amoroso. Este sentim iento está en un poe
m a escrito en Nueva York el 25 de marzo, tres semanas y
dos días después de la boda:
... abiertos los ojos al cielo ... al sol poniente que, como un
caramelo grana, se pierde poco a poco tras la niebla ... («Día
de primavera en New Jersey», L. P., 376).
... las iglesias, ... acechan echadas —la puerta abierta de par
en par y encendidos los ojos—, ... («Iglesias», L. P., 316)
II II
The Soul that has a Guest, El Alma que tiene Huésped
Doth seldom go abroad, rara vez sale de Sí.
Diviner Crowd at home Más Divina Compañía
Obliterates the need. quita la necesidad;
And courtesy forbid y cortesía prohíbe
A Host’s departure, when que salga de Él el Señor,
Upon Himself be visiting mientras el Rey de los Hombres
The Emperor of Men! está de visita en Él.
(L. P., 507)
Juan Ramón altera también levem ente los dos ultim os ver
sos, pero en este caso mejora la estrofa, corrigiendo lo que
parece ser un descuido de la autora, aunque no por ello des
merezca su poema:
XXVII XXVII
The gleam of an heroic act, ¡Resplandor de un acto heroico 1
Such strange illumination— ¡Qué estraña iluminación!
The Possible’s slow fuse is lit —La mecha lenta del Puede
By the Imagination! prende en la Imajinación.—
(Ibid.)
El verso dice: poesía desnuda, mía para siem pre, com o pudo
haber dicho: m u jer desnuda, m ía para siem pre, o am or des
nudo, m ío para siem pre, porque en la vida y la obra de Juan
La poesía desnuda 641
A) P o em as su elto s
1. Miscelánea 1898-1907
«A Ana María (El color de sus ojos)», 239.
«A Denise dormida», 176.
«A Gregorio, por su carta de primavera y cariño», 359-360.
«A la música inefable», 77.
«A la Virgen María», 183-185.
«Consuelo», 77, 115.
«El paseo de carruajes», 113-115.
«En donde la Verdad se encierra», véase 2. «Plegaria».
«La cruz abandonada», 117.
«La fiesta de mayo. En la aldea», 116.
«La madre de mi adorada ...», 327-328.
«La nueva primavera con sus besos ...», 147.
«Luto», 77, 85, 86.
«Rosas de amistad», 331, 359.
«Tartesia linda», 17.
«Ültimas notas», 77, 89.
B) L ib r o s
2. Antologías, 91, 172, 457, 471, 479, 480, 488, 570, 571.
Poesías escojidas 1899-1917 (1917), 44, 634.
Segunda antolojía poética 1898-1918 (1922), 90-91, 200.
Antolojía poética 1898-1918 (1944), 91.
ín d ice de obras 657
Tercera antolojía poética 1898-1953, 44, 70, 200.
«El adolescente», 44.
«La luna me echa en el alma ...», 439.
«Penas blancas», 90-91.
«Yo le tiré al ideal ...», 70.
Rimas (1902), 53, 92, 170, 171, 172, 175, 180, 185, 188, 190, 200, 202,
205, 206, 207, 219, 239, 241, 242, 245, 261, 284, 305, 315, 317, 361,
635, 639.
«A mis penas», 185-186.
«A una niña mientras duerme», 176-178, 242.
«Alborada ideal», 172.
«Apagábase el día; ...», 172.
«Aquella tarde, al decirle ...», 175.
«Crepúsculo de abril», 179.
«Cuando le dije a la pobre ...», 190.
«Cuento», 173-174.
«El invierno», 175.
«El lago del dolor», 305.
«El palacio viejo», 181.
«En el balcón, un momento ...», 286-287.
«Esta noche hallé en mi sueño ...», 305.
«Florecita», 173, 174.
«Inefable», 189.
«Las niñas», 77, 163-164.
«Los niños abandonados», 305.
«Los sauces me llamaron, y no quise ...», 182.
«Llanto», 305.
«Me he asomado por la verja ...», 305.
«Muerta», 190.
«Nadie me besa, y a veces ...», 177.
«Paisaje», 180-181.
Indice de obras 659
«Primavera y sentimiento», 169-170, 171, 305.
«Sombras», 172.
«Versos de niños», 175.
«Vi que estaba tras la verja, ...», 175.
Arias tristes (1903), 219, 223, 238, 239-240, 241, 242-245, 247-261,
262, 267, 268, 269, 270-273, 274, 275, 276, 280, 292, 293, 296, 297,
302, 303, 315, 318, 319, 356, 376, 414, 439, 455, 591, 612, 635, 639.
Primera parte: «Arias otoñales»
Poema I, 248-249; II, 260; IV, 252, 272; V, 242-243; IX, 247-
248; X, 254, 258, 272; XI, 261; XII, 259; XIII, 317-318; XIX,
253-254; XX, 252-253; XXIII, 272.
Segunda parte: «Nocturnos»
Poema II, 258; IV, 252; VIII, 256, 258; XII, 258; XV, 249;
XVIII, 249-250; XXI, 250, 251; XXIII, 254; XXIV, 256, 261.
Tercera parte: «Recuerdos sentimentales»
Poema II, 253; IV, 254, 257; VI, 252, 318-319; IX, 248; XI, 243-
244; XVII, 256; XVIII, 251, 254; XIX, 256; XXVII, 244-245.
Jardines téjanos (1904), 224, 261, 274-286, 287, 303, 305, 306, 315,
324-325, 344, 356, 360, 363, 373, 403, 455.
Primera parte: «Jardines galantes»
Poema I, 277; IV, 277; VIII, 277-278; IX, 279; X, 280; XI, 278-
279; XII, 282; XIII, 280; XIV, 280-281; XV, 278; XVIII,
281; XX, 403, 444; XXIV, 281; XXVIII, 277.
Segunda parte: «Jardines místicos»
Poema I, 275-276; VIII, 283; XIV, 283; XV, 283; XVII, 295;
XVIII, 289; XX, 284; XXII, 289-292.
Tercera parte: «Jardines dolientes»
Poema IV, 288; VIII, 294-295; X, 285-286, 287; XII, 295; XX,
293; XXII, 324-325.
Pastorales 1905 (1911), 80, 224, 315-330, 333-334, 345, 353, 356, 358,
364, 369, 455, 457, 636.
Primera parte: «La tristeza del campo», 335.
Poema XIII, 323; XIV, 316-317.
Segunda parte: «El valle»
Poema I, 328-329; III, 326; IV, 326; VI, 316; VIII, 324-325;
336; IX, 316-317; XIII, 320; XIV, 326; XVI, 326; XVII,
323; XVIII, 326; XIX, 324; XX, 319; XXII, 326-327.
Tercera parte: «La estrella del pastor»
660 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
Poema II, 323, 338-339; VII, 322-323; XI, 325; XIII, 323; XVI,
323; XXIII, 329-330.
Apéndice, 330.
Poema I, 335; III, 336; VII, 338; VIII, 338.
Las hojas verdes 1906 (1909), 363, 366-370, 374, 425, 457, 496, 636.
«Crepúsculo en el agua», 374.
«Este dolor me lo he buscado ...» (poema VII), 368.
«Lamento de primavera», 369, 393.
«Lluvia de oro», 368.
«Marina de ensueño», 425-426.
«Nostalgia de otros tiempos», 374.
«Otra balada a la luna», 370.
«Otra novia blanca», 368.
«Otro jardín galante», 366, 367.
«Ramo de dolor», 375.
«Serenata triste a la luna de Francia», 362, 367-368.
«Tarde azul y fría», 369, 374.
«Tengo un libro de Francis Jammes ...» (poema XV), 369.
Baladas de primavera 1907 (1910), 351, 353, 354-355, 358, 363, 366,
370-376, 397, 455, 457, 496, 544.
«Balada de la amapola», 376.
«Balada de la flor de la jara», 373.
«Balada de la flor del romero», 374.
«Balada de la luna en el pino», 375.
«Balada de la mañana de la cruz», 374.
«Balada de la mujer morena y alegre», 374, 376.
«Balada de la soledad verde y oro», 373-374.
«Balada del almoraduj», 371.
«Balada del castillo de la infancia», 374.
«Balada del domingo», 376.
«Balada del prado con verbena», 371-373, 375.
«Balada triste de la mañana del Corpus», 374.
«Balada triste de las piernas lánguidas», 376, 394.
«Balada triste de los pesares», 374.
«Balada triste del avión», 375, 376.
«Balada triste del pájaro de agua», 374.
Indice de obras 661
Elegías, 353, 354-355, 358, 376-386, 460, 496, 497, 636.
I. Elegías puras (1908), 363, 366, 377-378, 457, 496.
Poema XXVI, 378.
II. Elegías intermedias 1908 (1909), 363, 366, 377, 378-380,
457, 496, 503.
Poema IV, 378; V, 378; VII, 378-379; IX, 379-380; XIX,
380; XXII, 380; XXIV, 378; XXVI, 380; XXXII, 380.
III. Elegías lamentables (1910), 363, 366, 377, 380-386, 457.
Poema IV, 391; VII, 383; VIII, 384; IX, 381-382; XI, 380-
381; XII, 381; XIII, 383, 385; XV, 384; XVI, 382-383,
392; XIX, 391; XXIII, 384; XXXII, 384-385; XXXIII,
384-385, 386; XXXIV, 384-385.
La soledad sonora 1908 (1911), 353, 363, 409-416, 419, 454, 455, 457,
469, 637.
Primera parte: «La soledad sonora»
Poema VIII, 410-411, 413; IX, 410; XXIV, 413; XXXII, 413;
XXXIII, 413.
Segunda parte: «La flauta y el arroyo»
Poema XVI, 413; XX, 414; XXIII, 415; XXXI, 411.
Tercera parte: «Rosas de cada día»
Poema VI, 415; X, 413; XIII, 413; XXI, 415; XXII, 415-416;
XXXI, 415416.
Poemas mágicos y dolientes 1909 (1911), 353, 364, 379, 416-431,
436, 457, 503, 573, 587, 591, 637.
«A la poesía», 417-418.
Primera parte: «Poemas mágicos y dolientes»
«Jardín carnal», 420.
«Otoño», 419.
«Primavera amarilla», 421.
Segunda parte: «Ruinas»
Poema III, 422; VII, 422; IX, 422; XIV, 422; XX, 421.
Tercera parte: «Francina en el jardín»
Poema I, 423, 425; II, 379, 423; III, 423, 424; IV, 423, 424425;
V, 423, 425; VI, 423, 424, 425.
Cuarta parte; «Marinas de ensueño»
Poema I, 425-428; IV, 428429; VII, 429.
662 Vida y obra de Juan Ram ón Jiménez
Quinta parte: «Estampas»
«Estampa de invierno», 429.
«Estampa de otoño», 429.
Sexta parte: «Perfume y nostalgia»
Poema VII, 430-431; XII, 430.
Laberinto 1910-1911 (1913), SO, 301, 364, 416, 431, 432, 434, 435-442,
454, 455, 457, 468, 469, 503, 525, 527, 587, 589, 591, 637.
Primera parte: «La voz de seda»
Poema I, 437; III, 437; IX, 437; XIV, 442; XVII, 437.
Segunda parte: «Tesoro»
«Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima», 301, 432-435.
«Playa del sudoeste», 437.
«Sol de otoño», 469.
Tercera parte: «Variaciones inefables»
Poema II, 440; XIV, 439-440; XIX, 438; XX, 440.
Sexta parte: «Nevermore»
Poema II, 441-442.
(Prologuillo), 438.
Séptima parte: «Olor de jazmín»
Poema I, 438; II, 438; III, 438; V, 438; IX, 438; XIII, 438.
Melancolía 1910-1911 (1912), 301, 364, 416, 431, 442-455, 457, 468,
470, 503, 587, 591, 612, 637.
Primera parte: «El tren»
Poema I, 452; II, 443; V, 443; VII, 452; VIII, 443, 451; IX,
452; XII, 443, 451; XIII, 452; XV, 451; XVII, 450; XIX,
452.
Segunda parte: «El alma encendida»
Poema I, 451; X, 452; XII, 452.
Tercera parte: «La voz velada»
Poema XIII, 452.
Cuarta parte: «Tercetos melancólicos»
Poema I, 470-471; VIII, 453; X, 431; XIII, 452.
ín d ice de obras 663
Quinta parte: «Hoy»
Poema V, 446; VII, 446; IX, 445-446; X, 446; XII, 453; XIII,
454.
Sexta parte; «Tenebrae»
Poema III, 446; VI, 452-453; VII, 446-447; X, 447-448; XII,
448-449.
Sonetos espirituales 1914-1915 (1917), 574-584, 591, 597, 615, 627,
639.
«A mi alma», 576.
«Al soneto con mi alma», 575-576.
«Arboles altos», 578, 581.
«Crepúsculo», 579, 581.
«Esperanza», 577.
«Hastío», 579.
«Hierro», 578.
«Luna de setiembre», 578.
«Luto», 578, 580-581.
«Mañanas», 579.
«Mientras la última luz de la esperanza ...» (soneto 3, I),
577, 580.
«Mujer celeste», 577.
«Muro con rosa», 578, 579.
«Nada», 579.
«Nubes», 579.
«Ocaso», 578.
«Octubre», 579.
«Ojos celestes», 579.
«Otoño», 577, 597.
«Panal», 579, 583.
«Paseo», 581.
«Primavera», 579, 581-582.
«Setiembre», 578, 579.
«Voz nueva», 579.
La frente pensativa 1911-1912, 461, 472, 477, 488, 489-490, 498, 591,
638.
«Amor», 489490.
«¡Quién sabe del revés de cada hora! ...», 498.
«Te fuiste ... Ya no he de volver a verte ...», 472.
Indice de obras 667
Pureza 1912, 461, 477-479, 487, 591, 638.
«Brisas primaverales ...», 487.
«La una», 477-478.
«Víspera», 479.
El silencio de oro 1911-1913, 461, 471, 477, 487, 488, 489, 591, 638.
«Dulzura de estas horas que nos llevan al Ánjelus, ...», 487.
«Hora inmensa», 479.
«La tarde triste de agua me hace pensar en ella 472.
«Se lo va diciendo el oro ...», 479.
«Tarde última y serena, ...», 488-489.
C) C o l e c c io n e s p o st u m a s d e l a o bra su elta y la o br a i n é d i t a
II. PRO SA
A) P r o sa su elt a
1. Miscelánea 1898-1953
«Andén», 74.
«Castro», 48.
«Comentario sentimental. El té», 216.
«D. Francisco», 311.
668 Vida y obra de Juan Ram ón Jim énez
«Diario íntimo», 215, 223, 311.
«El mirlo de cristal», 258.
«El Sanatorio del Retraído. (Don Adrián Bugada)», 197, 198.
«El Sanatorio del Retraído. (D. Manuel...)», 199.
«El zaratán», 40.
«Fuentes de mi poesía», 166, 418.
«Isla de la simpatía (Prólogo muy particular)», 79.
«Libros simpáticos y antipáticos», 5.
«Líricos y críticos de mi ser», 132, 133.
«Mis amigos de Moguer. Vida», 84.
«Prólogo jeneral», 15.
«Recuerdos», 193, 195, 196, 198, 321.
«Recuerdos. ‘Diálogo de las alondras’», 321-322.
«Riente cementerio», 75, 76, 84, 85-86, 106, 124, 390.
«'Soledades', poesías, por Antonio Machado, Madrid, 1903», 263-
264, 265, 266, 268.
«Sucesión», 376.
B) L ib r o s
Primeras prosas 1898-1954 (1962), 75, 76, 167, 204, 348, 353, 461.
Baladas para después, 348, 386, 419, 461, 503, 544, 591.
«Balada de cuando yo estaba lejos de la luna», 67, 387.
«Balada de la amada desnuda», 388.
«Balada de la carne ausente», 388.
«Balada de la dulzura dela muerte», 349.
«Balada de la luna de mivida», 389.
«Balada de la muchacha del 800...», 350.
«Balada de la muerte múltiple», 350.
«Balada de la mujer estraña», 390.
«Balada de la mujer ideal», 386.
«Balada de la noche de luna en el cementerio», 395.
«Balada de la novia ida», 389.
«Balada de la rama en sombra», 391.
«Balada de las tiernas adolescentes perversas», 390.
«Balada del amor desnudo», 387-388.
«Balada del aromo del cementerio», 391.
«Balada del corazón hipertrofiado», 392-393, 394.
«Balada del pavo real», 392.
«Balada del placer idealizado», 389-390.
«Balada del viaje por tu cuerpo», 389.
Palabras románticas, 348, 349, 353, 354, 358, 386, 447, 461.
Fragmento XXIII, 354; XXVII, 447-448; XLII, 386.
Libros de prosa, 1. 1898-1954 (1969), 365.
Baladas para después, véase Primeras prosas 1898-1954 (1962).
«Balada de la mujer de ensueño», 365.
Cartas 1898-1958 (1962), 74, 98, 99, 103, 106, 107, 159, 199, 206, 297,
400, 401, 402, 456, 457, 477, 496, 499, 501, 504, 505, 506, 523, 534,
543, 549, 583.
Por el cristal amarillo 1902-1954 (1961), 23, 26, 27, 38, 79, 94, 286.
«Aburrimiento», 51.
«Amor», 31, 36.
«Casa azul marino», 23.
«Castelar», 106.
«Ciriaca Marmolejo», 37.
«Concha Monte», 41.
«Continente de estrellas», 26, 95, 286.
«Chopin», 94.
«Don Carlos Girona», 29.
«Don José González», 38.
«El Auxiliar Silóniz», 34.
«El blancote», 33.
«El brazo», 67.
«El colejio», 29.
«El dondiego de noche», 36, 39.
«‘El Feo Malagueño’», 28.
«El poema», 352.
«El quincallero doble», 27.
«El relojero portugués», 28.
«El ‘San Cayetano'», 24.
«El solano», 158.
«El submarino Peral», 46.
Indice de obras 673
El Modernismo. Notas de un curso 1953 (1962), 73, 91, 132, 136, 231,
312, 313, 495.
Págs.
N ota p r e l i m i n a r ................................................................................................. 9
Págs.
I n d ic e d e n o m b r e s p r o p io s ..................................................... 645
I n d ic e d e o b r a s d e J u a n R a m ó n J im é n e z q u e s e m e n c io
n a n o s e e x p l i c a n e n e s t e t r a b a j o ................................ 655
I. P o e s í a : A) Poemas sueltos: 1. Miscelánea 1898-
1907; 2. Colaboración en Vida Nueva 1899-1900; 3. Co
laboración en Helios 1903-1904. B) Libros: 1. En pro
yecto inéditos 1898-1907; 2. Antologías; 3. Obras pu
blicadas por el autor; 4. Obras inéditas publicadas
póstumamente. C) Colecciones póstumas de la obra
suelta y la obra inédita.
ín d ice de obras 677