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La piedra movediza de Tandil

(Buenos Aires)

Un puma desesperado puede perseguir su


presa por cualquier terreno. Y alcanzarla.

Un puma hambriento puede querer mor-


der el viento de rabia y desesperación y de
vacío.

Un puma feroz puede enfrentarse a las


fuerzas de la naturaleza y desafiar hasta al
mismo cielo que traza su destino.

Un puma helado por dentro puede que-


rer comerse el origen de todo calor.

Una vez hubo un puma así. Era en el


inicio del tiempo. Persiguió al Sol hasta el
cielo. Lo hostigó desde el amanecer bus- inmensidad, ahora se aproximaba como
cando su ocaso. una cerca, para encerrarlos.

Pero los indios habían nacido del Padre Como siempre que se sentían acorrala-
Sol y ese día, apenas despertaron de la no- dos, los indios elevaron su mirada al cielo.
che más oscura, notaron que el mundo ya Miraron hasta poder ver las heridas del Sol
no era resplandeciente. La luz que llegaba y al puma que las provocaba. El felino era
del cielo era enfermiza. No iluminaba, no feroz, pero los indios sintieron que ni su
aclaraba, no caldeaba, no nutría. bravura ni sus garras habían herido al Sol.
Lo que lo había lastimado era su helada de-
El tiempo no pasaba. Siempre era la sesperación.
misma hora, alargada en la agonía. El ai-
re no circulaba, oprimiendo. El horizon- Desde ese momento, el puma fue el ene-
te, que hasta ese día se alejaba de pura migo. Odio y armas lo señalaron. Miles de
flechas lo buscaron, miles lo encontraron, Una piedra quedó sobre una flecha, mo-
miles fueron las heridas del animal que viéndose, nerviosa. Quedó al borde de un
cayó rugiendo. precipicio y no dejó de moverse hasta el
día 29 de febrero del año 1912.
Cayó en la Pampa como una herida vi-
va. Ningún indio se le acercó, ni siquiera Ese día, la Piedra Movediza de Tandil
para rematarlo. El Sol, libre de su acosa- se deslizó y cayó, rompiéndose en frag-
dor, recuperó sus oros y bañó en luz al mentos dispersos.
pueblo de guerreros, a sus buenos hijos. La piedra fue real, estaba en la Provin-
Después, como todas las tardes, el Padre cia de Buenos Aires, en la Sierra de Tandil
se despidió en vivaces colorados. Esta
y se movía, vaya a saber por qué ...
vez, los rojos del atardecer no fueron me-
lancólicos. Al irse, el Sol empujó el hori- Para saberlo, habría que habérselo pre-
zonte hasta volverlo nuevamente distante guntado al puma.
y abierto a la imaginación.
Llegó su esposa, la Luna, la Gran Madre.
Y en la noche iluminada por su presencia
vio al puma desparramado de dolor en la
llanura. Enseguida supo todo, porque lo
había presentido. Quién sabe qué le pasó
por la cabeza a la Luna, pero comenzó a
arrojar piedras para tapar al felino. Arrojó
piedras enormes, piedras totales. Como era
una dama celeste, su acto impulsivo dio
origen a algo bello: las Sierras de Tandil.

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