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Revista Cruz de Sur, 2014, año IV, Número 9 Especial

ISSN: 2250-4478

PRÓLOGO

La obra que presentamos tiene un carácter único, ya que Olga


Orozco –muy remisa a las candilejas de la publicidad- accede a
concederle en forma exclusiva siete sesiones de entrevistas a Iván
Marcos Pelicaric. Esto ocurrió en los meses de enero y febrero de
1997. El texto que se ofrece hoy al público conserva toda la
espontaneidad y elementos de lo cotidiano –su habla y sus
silencios- propios de ese género de nuestros tiempos que son las
conversaciones.
Iván Marcos Pelicaric sigue esos vaivenes con gran respeto
hacia esa nuestra poeta y escritora de primera magnitud.
Él es profesor y licenciado en Letras, con experiencia docente en
la Universidad Católica Argentina y la Universidad Kennedy.
Estos encuentros ayudan a alumbrar esa extraña alquimia que se
opera entre la vida y la obra, entre el yo biográfico y el yo poético.
Nos permiten vislumbrar las experiencias estremecedoras y ricas
que, felizmente, encontraron voz y futuro abierto en la obra de
Olga Orozco.
Acompaña a esta exposición de los diálogos, la lista de los libros
publicados de Olga Orozco y la de sus distinciones, una suerte de
mapa para el lector interesado. Queda aún material póstumo para
un último libro de poemas.
Creemos que la incidencia cultural de Olga Orozco no podrá
sino crecer con los años y las múltiples interpretaciones que se
tejerán en torno a las señales que no cesa de emitir su obra. Porque,
al decir de Hölderlin en su poema “Andenken”, “lo que permanece
lo fundan los poetas”.
El título escogido por Iván M. Pelicaric, “Si me quieres mirar”,
evoca el título de un poema de Los juegos peligrosos. Allí se canta
la orfandad que se transforma en la búsqueda de la madre a precio
de aprender a perderla. Una secuencia de orfandades marcó el
destino de Olga Orozco: la pérdida de la tierra pampeana, la de la
casa, la de la abuela, la de la madre, la de la inocencia, la de
amores. Con todo y a pesar de todo, supo responder poéticamente
en medio de los silencios agazapados en “la noche a la deriva” con
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un “igual yo te celebro en tu desproporción y en tu desorden, /


increíble existencia” (“El revés de la trama”, en Mutaciones de la
realidad).
Si tuviéramos que hacer un retrato de la poeta y escritora,
elegiríamos dos textos: un rezo puesto en boca de la abuela, otro
dicho desde la propia autora. La abuela, mientras ora por “amigos y
enemigos” retrata entre otros a su nieta Lía –que en La oscuridad
es otro sol y en También la luz es un abismo, sus dos libros de
relatos, es la misma Olga Orozco- en los siguientes términos: “-Por
mi nieta Lía, tímida y propensa a la melancolía y al encierro. Haz
que pueda retener algo entre sus manos que son las manos de los
despojados. Haz una fuerza de sus debilidades. Recuerda que
estuvo agonizando cuando tenía un año y tal vez se haya olvidado
mucha vida en otra parte, fuera de este mundo. Devuélvesela por lo
menos en inteligencia, en fe y en caridad, porque mucho me temo
que no tenga nada que hacer con la esperanza. Y no te pido para
ella la belleza, porque tampoco le serviría de nada” (La oscuridad
es otro sol, p.124). A su vez, la poeta traza su autorretrato: “Yo,
Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero./ Amé la
soledad, la heroica perduración de toda fe,/ el ocio donde crecen
animales extraños y plantas fabulosas,/ la sombra de un gran
tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,/ y también el
pequeño temblor de las bujías en el anochecer./ Mi historia está en
mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.” (Olga
Orozco, en Las muertes). O, como confiesa en estos encuentros, es
extremadamente vulnerable, aunque de una inexplicable potencia y
fortaleza.
Reiteradas veces le hemos preguntado a Olga Orozco por sus
afinidades electivas en lo poético. Nos confesó su preferencia por
los clásicos: San Juan de la Cruz, Quevedo y Garcilaso, por los
románticos: sobre todo Novalis, por los así llamados poetas
malditos: Baudelaire, Rimbaud. De los más cercanos a nosotros
destaca a Rilke, Milosz, Cernuda, Eliot, Michaux. Como aclara en
estos encuentros con I. M. Pelicaric, se trata más de un parentesco
que de influencias. Ese “aire de familia” quizás tenga más de
afinidad que de elección consciente.

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En cuanto a su adscripción a alguna corriente literaria, ella


consideraba que sus pertenencia a la así llamada generación del ’40
es más una correspondencia etaria que la unidad de un estilo.
Destaca muy especialmente la calidad poética de Enrique Molina y
su afinidad con él. Asimismo, se reconocía en algunos rasgos
románticos: el motivo del paraíso perdido pero recuperable, el
anhelo suscitado por los distanciamientos respecto del núcleo del
ser y de lo sagrado, la poesía misma como búsqueda interminable
de regiones ignotas y de Dios. Usó varias veces el emblema
romántico de la “flor azul”. Supo de la luminosidad de la noche y
de sus secretos. También tuvo algunas coincidencias con la
experimentación surrealista, pero también sus debidas
discrepancias. Recuerdo haber visto un álbum entero de cadáveres
exquisitos, dibujados a dúo con su marido Valerio Peluffo. Uno de
ellos sirvió de tapa a su último libro de poemas, publicado en vida,
Con esta boca, en este mundo (Ed. Sudamericana). Buena parte de
sus juegos peligrosos estaban destinados a desbloquear y liberar “la
omnipotencia del sueño, el juego desinteresado del pensamiento”,
para decirlo con A.Breton. Su concepción de la realidad también
portaba el sello de lo absoluto, pero para O.Orozco mantenía un
misterio sagrado. Pero ella nunca se valió del escándalo, ni buscó la
salvación a través de los desechos. Tampoco ejercitó la escritura
automática, porque abordaba su tarea con la responsabilidad de un
arquitecto. En este contexto cabe recordar que gozó, junto a otros
artistas, de la hospitalidad de Oliverio Girondo. Lo recuerda como
en “estado de creación permanente”. Esto generaba una
efervescencia cultural que fue muy rica en estímulos y sugerencias
para nuestra poeta. Por otro lado, admite de buen grado que Borges
influyó sobre todos.
En general, la creación poética de Olga Orozco ama el verso
anchuroso, como su La Pampa natal, o, mejor, como si fueran los
brazos extendidos para dar cabida al universo. Nunca se dejó quitar
este gesto –que constituye su estilo- por las oscilaciones
caprichosas de la moda.
Igual fidelidad mantuvo hacia los interrogantes fundamentales
con los cuales enfrentaba sus miedos y sus asombros ya desde la

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infancia, interrogantes con los que todo hombre debe conquistar su


humanidad. De ahí emergen también sus Leitmotive. La lucha
contra el tiempo –ese Cronos mutilador de su padre, devorador de
sus hijos, encadenador de sus hermanos- y hasta contra la muerte
está a cargo de una memoria no reproductiva, sino poético-
creadora. Una tal memoria baraja de nuevo los tiempos y las
ausencias, los da vuelta, los reorienta para generar un futuro libre y
ya no fatal. La muerte, tan callada, inscribe en nosotros otro lado,
la fuerza del anonadamiento, en suma, el destino trágico. Ella nos
ha calado hasta los propios huesos, “como si me impartieran una
mitad de ausencia por apremiante sacramento/ en nombre del
larguísimo reencuentro del final” (“Cantata sombría”, en La noche
a la deriva). El vaciado de la muerte hace lugar a una vincularidad
más elevada, aunque diferida.
La memoria poética identifica al tiempo rapaz como uno de los
emisarios de la muerte. Entonces Mnemosyne engendra las musas.
Poseída de su entusiasmo, la poeta encara todos los “juegos
peligrosos” a contra-tiempo y contra-muerte.
Intenta, asimismo, transgredir el otro límite: el lenguaje. Pone el
abecedario al revés, ensaya reiterados asaltos para “apremiar a Dios
a que hable” (Nemerov).Descubre –tras haber transitado una y otra
vez la extrañeza de la noche, el filo del límite y bajo la amenaza de
abismos- que hay un misterio inexpugnable, simbolizado en “el
corazón cerrado de la rosa” (“En el final era el verbo”, en El revés
del cielo).
Una plegaria de la abuela con la frase “en el fondo de todo hay
un jardín”, aparece como un signo de salvación en medio de las
angustias más hondas. Así podemos leerlo en el poema escrito con
ocasión de la muerte de Alejandra Pizarnik, “Pavana para una
infanta difunta”, en Mutaciones de la realidad. Cabe identificar a
algunas de las flores de este jardín: la ya mencionada rosa y ahora
“la flor azul” de Novalis, emblemas de la vocación poética y del
intento romántico del poema infinito. Sin embargo, recordemos que
permanece cerrado el corazón de la rosa, que la sustracción es
abisal. Como la rosa de Rilke es “pura contradicción,
voluptuosidad de no ser el sueño de nadie bajo tantos párpados”.

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Sin embargo, está el amor que quizás podrá apuntalar a la poeta


en su cita con la muerte: “pero al menos que me retenga el hombre
a quien le faltará la mitad de su abrazo” (“Cantata sombrìa”).
Asimismo el cuerpo –a pesar de sus extrañamientos- es un
mediador amoroso. “Pero llega el amor, su séquito de estrellas y el
ala inalcanzable del deseo,/ sobrepasando siempre los límites de
toda separación, de todo abrazo,/ y el cuerpo se hace altura,
precipicio, vértigo, desvarío,/ dispuesto a transgredir y ser atajo
hacia lugares en los que nunca estuvo,/ él , el protagonista de una
fábula única,/ el que se prueba por primera vez el corazón, los ojos
y las manos,/ y es la respuesta exacta y el espejo donde alguien
recupera el paraíso./ Aunque al final apenas permita traslucir la
puñalada del destino:/ así agoniza cada vez el mundo,/ con un
cuerpo que sobra y con una novela interrumpida.”(“El narrador”,
en El revés del cielo). Y cómo caracterizar al amor, sino como una
“confluencia de soles sobre un instante único del mundo” (“Amor,
ch’a nullo amato amar perdona”, en El revés del cielo), una fugaz
coincidencia con la mirada divina.
Ahora bien, toda la obra de Olga Orozco esta inserta en un
drama cósmico que va desde la caída y la pérdida del paraíso hasta
la recuperación de la unidad primordial en Dios, nombre del
reencuentro final. Olga Orozco no cree que haya que demostrar la
existencia de Dios, por el contrario le pide a Dios de le dé una
prueba de su existencia, de ella quien en el entramado y la
dispersión de los pronombres no acierta con el yo, por más que lo
intente. Este reclamo se funda en la certeza de que todo hombre es
“mitad de Dios cautiva de Dios mismo” (“La caída”, en Los juegos
peligrosos). Incluso parece ser que la prueba es un paradójico
silencio aturdidor (“¿La prueba es el silencio?”, en Con esta boca,
en este mundo). Quizás la más sublime expresión de este drama
cósmico esté alcanzada en el poema “Desdoblamiento en máscara
de todos” (en Los juegos peligrosos). La caída (motivo, por lo
demás, gnóstico y platónico) urdió la distancia y separación
respecto de Dios y nos marcó a fuego la marca del exilio. Sin
embargo, será la vincularidad, en especial la interhumana, la
destinada a restaurar la relación. “Desde adentro de todos no hay

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más que una morada bajo un friso de máscaras;/ desde adentro de


todos hay una sola efigie que fue inscripta en el revés del alma;/
desde adentro de todos cada historia sucede en todas partes;/ no hay
muerte que no mate,/ no hay nacimiento ajeno ni amor
deshabitado./ (¿No éramos el rehén de una caída, / una lluvia de
piedras desprendida del cielo,/ un reguero de insectos tratando de
cruzar la hoguera del castigo?)/ Cualquier hombre es la versión en
sombras de un Gran Rey herido en su costado./ Despierto en cada
sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo./ Es víspera de
Dios./ Está uniendo en nosotros sus pedazos.”
Haremos todavía una breve referencia al carácter distintivo de
cada una de sus libros, basándonos en lo dicho por Olga Orozco en
estos encuentros, en el texto que ella redactara para la colección
“Biblioteca oral” (Del Castillo Ed.), para el Museo de la Voz de
Washington y, por supuesto, el análisis de las obras.
El primer libro, Desde lejos (1946), contiene ya las células
germinales de su preocupación poética: la muerte, el tiempo,
sensaciones que presagian otras dimensiones, el llamado de lo
absoluto. Expone los asombros, los descubrimientos y los miedos
inaugurales, acontecidos en la infancia y que, gracias a la memoria,
siguen siendo un presente activo. La casa, la familia y la tierra son
entidades protectoras y con ribetes salvíficos, pero sin que ellas
mismas puedan sustraerse a una implacable lógica de pérdidas.
Porque indefensos viven los hombres aun en la dicha.
Las muertes (1952) poetiza arquetipos de muertes de personajes
en novelas contemporáneas, cerrados sobre sí e inalterables, que a
su vez entregan diferentes escorzos de la muerte propia. Se
vislumbra la secreta alianza entre las penas de amor y el destino
mortal. Son mitos contemporáneos hechos de fracasos.
Los juegos peligrosos (1962) está concebido en el espíritu de
Rimbaud, con la convicción que cabe desarreglar los sentidos para
agudizarlos y llegar a sensaciones extremas que transgreden lo
posible. Las exploraciones del sueño, la cartomancia, la astrología,
la búsqueda de otras vida, el ensayo de remontar la caída, la salida
del quicio y de las reglas no son sino búsquedas ávidas de una
señal.

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Museo salvaje (1974) exhibe los extrañamientos de una razón


por el extrañamiento del cuerpo ante los misterios de la vida total.
El cuerpo es recorrido según una fantástica anatomía, revelándose
en la paradoja de ser el que hace posible la vida, el mediador que
comunica y, a la vez, el límite y opaco obstáculo. Salvaje es su
resabio animal que este museo trata de ligar al espíritu.
Cantos a Berenice (1977) es la transfiguración del duelo por la
gata homónima convertida poéticamente en la efigie de una deidad
egipcia. “Tenía en el paladar la mancha redonda oscura que tienen
–parece- los animales sagrados en Egipto” (4º Encuentro).
Mutaciones de la realidad (1979), de una realidad múltiple e
inaferrable en sus trasmutaciones. Es pavorosa en esa mezcla que
denuncia cada cosa entre este mundo y otro sospechado. Esto lleva
a la inquietante pregunta de cuántos rostros se condensan en la
ilusión de un rostro.”Quizás detrás de todos esté la realidad total y
el único rostro verdadero: la unidad primera y perdida en la que
todos somos uno con Dios”. La realidad no es sino “ese relámpago
de lo invisible/ que revela en nosotros la soledad de Dios” (“La
realidad y el deseo). Mientras el abismo se le ha hecho carne, el
poeta oficia contra las separaciones.
La noche a la deriva (1983) tanto como La oscuridad es otro sol
apuestan a la luz y al conocimiento que posibilita el enigma de la
noche. Una aventura incierta a bordo de la fragilidad de la palabra
con el anhelo de dar con las significaciones más profundas de la
vida enlazada con la muerte, del universo que nos inspira y expira,
se dilata y se contrae.
En el revés del cielo (1987) la existencia se revela como un
enigma inexpugnable, un laberinto dentro de otro laberinto, este
mundo. Todo nombre queda a sus espaldas. El mundo es una
prisión, el escenario de una cacería, “una intriga en piedra”, un
lugar de fundaciones kafkianas, inhóspito. Pero una “confabulación
de lo invisible” obliga al poeta a atravesar obstáculos y a dar
“testimonio adverso contra la proclamada realidad” (“Punto de
referencia”), a proclamar que “desde el séptimo día” el laberinto se
revela como un mandala (“El laberinto”).

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Con esta boca, en este mundo (1994) es su último libro de


poemas publicado en vida. Olga Orozco muere cinco años después,
el 15 de agosto de 1999. Ella que fue la pitonisa del siglo XX –
había nacido el 17 de febrero de 1920- se sentía la “sobreviviente”
de todo lo que había amado y perdido, de los miembros de su
familia y de los amigos poetas. Todavía está la memoria que
sostiene la trama, pero ya no es intercambiable con la memoria de
otro. Ya había sostenido que “en el final era el verbo”, el verbo en
cuyo nombre acontece toda creación y que, por lo tanto, siempre ya
era, será también la meta por alcanzar. Como una sibila, en medio
de la humareda de la tierra y de su propia cabeza, anuncia
nuevamente incandescentes signos en rotación. Su magnetismo la
lleva a ensayar reiteradas veces a dar con el nombre justo de las
cosas, con la duda clavada en el costado. “Nuestro largo combate
fue también un combate a muerte con la muerte, poesía./ Hemos
ganado. Hemos perdido,/ porque ¿cómo nombrar con esta boca,/
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con
esta sola boca?” (“Con esta boca, en este mundo”) Las preguntas
se agolpan apremiadas por la proximidad del fin: “¿Cuál es en el
recuento final, el verdadero, intocable destino?/ ¿El que quise y no
fue? , ¿el que no quise y fue?” La apelación a la madre suscita una
simbólica de renacimiento: “Madre, madre,/ vuelve a erigir la casa
y bordemos la historia./ Vuelve a contar mi vida.” (“Les jeux sont
faits”)
Quedan, finalmente, los dos libros en prosa, con títulos casi en
espejo: La oscuridad es otro sol (1967) y También la luz es un
abismo (1995). En ambos se respira una suerte de repetición
kierkegaardiana de las experiencias fundacionales de la infancia
con la posibilidad que tienen aún hoy de reinstaurar en la existencia
el aliento de los orígenes y, por consiguiente, son claves de
originalidad. Se trata de templar nuevamente y con arte las cuerdas
de la vibrante temporalidad que nos constituye. La propia historia
se ve entretejida con las leyendas locales y los mitos familiares.
Pero, ¿cómo fluidificar nuestra vida endurecida por las
costumbres y truncada por las interdicciones? ¿Qué supone esta
marcha a contramuerte? Ante todo, se trata de abrir el espacio del

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retorno liberador de afectos muy intensos pero encapsulados. El


recurso son ciertos reconocimientos iniciáticos. En fórmulas de la
autora habría que admitir: “En mí no hay más que temblor y una
pregunta en blanco todavía. Todavía no sé que la respuesta es otra
pregunta” o “Sé que sé algo, pero no sé bien qué./ Mariana, que no
lo sabe, tal vez lo esté sabiendo ya” (La oscuridad es otro sol, pp.
93 y 60) En este preciso momento empieza la repetición, en el que
“La ignorancia ya no existe y el conocimiento es un misterio por
resolver” (p. 99).
Hay épocas en que el tejido del texto de la vida está muy
enmarañado y entonces conviene recurrir a un pre-texto para
encontrar la trama verdadera y su revés, ocultos en algún sub- o
entre-texto. Los relatos de infancia son tan sólo o nada menos que
ese pre-texto mediador, pero a precio de todo un “vértigo hacia
dentro” (p. 120).
Si bien la soledad es necesaria e insoslayable, la del poeta
sostiene en solidaridad el destino común incluyendo los personajes
extraños, tatuados como”otros”.”Cualquier acción y persona
pueden servir para que aquellas vidas continúen. ¿Sería ese ya el
comienzo de mi fe en la unidad última de todos, la creencia de que
todos somos uno?” (También la luz es un abismo, p. 230)

María Gabriela Rebok

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PRIMER ENCUENTRO
Viernes 24 de enero de 1997

Iván Pelicaric: ¿Me podría comentar qué es lo que ha hecho con


Gloria Alcorta?...
Olga Orozco: Bueno, en una época empezamos a hablar, Gloria
y yo, acerca de su infancia y de la mía... De distintos momentos de
su vida y de la mía... Y encontramos que había algunas similitudes
de fondo y algunas diferencias, muchas, de carácter formal.
Entonces se nos ocurrió escribir un libro. Ella nació en Francia y yo
nací en La Pampa, dos lugares tan diversos, y además vivimos en
hogares conformados muy de otra manera... ¿Por qué no escribir un
libro en el que hiciéramos paralelos? No resultó así, en el fondo. Al
comienzo dialogábamos solamente las dos y no encontrábamos
nunca un momento de coincidencia pleno y frecuente. Entonces
decidimos la intervención de una tercera persona. Eso nos obligaría
a una mayor disciplina, a cumplir con un horario, con un orden. Le
propusimos a Antonio Requeni que nos interrogara y que él
participara también. Antonio muy generosamente aceptó, preparó
cuestionarios y conversamos los tres acerca de muchos aspectos
diversos de la vida de ella y de la vida mía. Surgió entonces la
gente que ella había conocido en Europa y que tuvo importancia en
su formación, la gente que yo conocí acá y que tuvo importancia en
mi formación –o no-, gente con la que participé mucho en diversos
episodios. Surgió un libro que se llamó Travesías y que va a salir
en Sudamericana y que será presentado, sin duda, en la Feria del
Libro.
I. P.: Recientemente, usted me comentaba acerca de La
oscuridad es otro sol y su infancia... Todo está allí... Pero es un
libro que tiene su hermetismo por el fuerte tono lírico...
O. O.: Sí. Es un libro complicado porque cada acción, en la que
yo descubro que hay ecos de hechos más trascendentales, me lleva
a una cierta clase de digresiones que no son simplemente el relato
mismo sino que van mucho más allá. Esto casi no sucede en el libro
posterior, También la luz es un abismo, que lo complementa. Allí
los relatos toman mucho más ceñidamente la forma de un relato.

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I. P.: ¿Conoce alguna anécdota acerca del momento en que usted


nace? ¿Le han comentado cómo fue su nacimiento?
O. O.: Sí, me lo han comentado porque fue un nacimiento, una
gestación difícil... (Mi madre no se había dado cuenta de que estaba
embarazada, creo que hasta el cuarto o quinto mes, a pesar de que
ya había tenido cinco hijos; yo fui la última.) Durante toda la
gestación mi madre sintió, sobre todo por las noches, el pavor de
morir. Y al borde de su ventana había un árbol, un paraíso... Ella se
aferraba al verdor de ese árbol. Curiosamente, cuando yo era chica,
cada vez que me encontraba en una situación dificultosa o tenía
alguna penitencia, por alguna razón (porque, a pesar de ser callada,
era traviesa), yo me refugiaba debajo de ese árbol y me apretaba
contra la tierra, como si eso me protegiera...
I. P.: En La oscuridad..., justamente, usted dice que era muy
traviesa...
O. O.: Sí, claro, pero callada. Mi hermana, en cambio, era más
estruendosa, más estrepitosa. Y siempre, entonces, dio la impresión
de ser muchísimo más traviesa que yo. Bueno, años después, mi
madre me preguntó por qué hacía yo eso, cuando chica. Entonces
fue cuando me contó esto. Una cosa curiosa ¿no?, que haya habido
esa herencia de protección por el árbol...
El nacimiento en sí fue difícil. Parece que tardé en gritar,
que tuvieron que pegarme mucho para que gritara. Además, la
bolsa parece que tenía sangre en lugar de agua. Te cuento para que
veas que fue una cosa poco sencilla...
Era una niña bastante debilucha y cuando tuve un año tuve
meningitis. Eso se dijo, que era meningitis. En ese entonces, no
había quién se salvara en el caso de la meningitis. No había
antibióticos, no había sulfamidas, no había nada... Pero los médicos
ya habían acarreado hacia la casa -desde la botica- la mayor
cantidad de medicamentos. Estaba más surtida la casa que la botica.
Yo tenía más de 41 grados de fiebre y los ojos en blanco, vueltos
hacia atrás. Y se despidieron, diciéndole a mi madre que ya no
había absolutamente nada que hacer, que hasta ahí había llegado la
ciencia de ellos. Mi madre se puso a llorar y mi abuela le dijo que
la dejara actuar a ella. Aceptó. Entonces llamó a una señora que se

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llamaba Encarnación Díaz, que era una señora que tenía un


conocimiento ancestral de elementos curativos, de yuyos y aguas
especiales, ese tipo de cosas. Esta señora hizo colocar una tina con
agua hirviendo con mostaza y otra tina con agua muy fría con
hielo. Y me trasladaba de la una a la otra, diciendo: “Del Infierno al
Cielo, del Infierno al Cielo”. Supongo que las palabras también
tuvieron algo que ver, porque en todos los rituales tienen algún
poder las palabras... Creo que a eso de las cuatro de la mañana, mis
ojos volvieron a su lugar, la fiebre desapareció, y resucité.
I. P.: Increíble. Dígame, Olga, ¿cómo era en aquel entonces
Toay?...
O.O.: Toay para mí era un lugar tan misterioso, como si yo
hubiera hecho en ese entonces una excavación en una investigación
antropológica en Egipto o algo parecido... Quizás, una internación
en la selva... Porque nací en una casaquinta muy grande que tenía
casi una manzana de jardines y quintas... Todo eso me parecía muy
enmarañado y mis aventuras eran inmensas, como las de todo chico
que nace en un lugar que no es la ciudad pétrea. ¡No sé!
Contemplar el recorrido de una estirpe de hormigas, por ejemplo, o
el movimiento de las lagartijas, o ver cómo se formaba el hielo
sobre una tina en invierno, o sobre los pétalos de las flores, o de las
hojas que habían caído... Todo eso era una maravilla, porque eso
último conformaba una especie de herbario misterioso, espléndido,
mágico.
I. P.: Toay, actualmente, ¿sigue siendo un pueblo?
O. O.: Sí, un pueblo que está muy cerca de Santa Rosa, a menos
de diez minutos. Está pegado. Es anterior a Santa Rosa. Por eso,
Santa Rosa se llamó Santa Rosa de Toay. Es un pueblo que tiene
también una historia bastante curiosa, en su origen... La fundó un
señor que se llamaba Brown... Y había un señor Mason que, más
allá, tenía una especie de estanzuela llamada Santa Rosa. Cuando
Toay ya era un pueblo con muchos o bastantes habitantes,
empezaron a llegar colonos y otro tipo de gente, y este señor
Mason los fue deteniendo en el camino... (El ferrocarril había
llegado hasta ahí, justamente. Se había acabado el dinero. Los
rieles no habían llegado hasta Toay...) Empezó a detener a la gente

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y a venderle parte de esa tierra, de esa estanzuela que tenía. Y con


eso fundó la ciudad de Santa Rosa, la que después fue ciudad...
Bueno, cuando se llamó para ver qué lugar de La Pampa podía ser
la capital, pidieron desde Buenos Aires agua de un lugar y del otro.
El agua de Toay es espléndida y el agua de Santa Rosa tiene
estricnina. Este señor cambió los cartelitos de los bidones y
entonces resultó que el agua de Toay era la de Santa Rosa. Con esa
escaramuza, Santa Rosa le ganó la partida a Toay.
I. P.: Su padre, ¿a qué se dedicaba?
O. O.: Papá tenía explotación de bosques y aserraderos, y tenía
campos. Papá era italiano. Orozco es el apellido de mi madre. Elegí
Orozco porque me pareció más eufónico. Papá llegó al país a fin de
siglo. Él no vino como inmigrante, él había... Es una historia un
poco risquée... –digamos- un poco novelesca...
I. P.: ¿La quiere contar?
O. O.: Sí. ¡Cómo no! En la guerra de Eritrea (los italianos
participaron en esa guerra), papá entró en condición de teniente, y
lo nombraron capitán por haber defendido un fuerte con diecisiete
soldados. Entonces le dieron permiso (ya terminaba la guerra, no sé
cómo fue la cuestión) para que volviera a su ciudad. Volvió y no
encontró nada mejor que enredarse en amores con la mujer de un
combatiente... Esta señora quedó embarazada... Tenía otros hijos...
Cuando papá le propuso la huida (porque no había otro modo), esta
señora no aceptó. Y papá vino en una misión, casi de observación,
a la Argentina. Le gustó el país y se fue quedando, y compró
tierras, compró campo y trajo a mucha gente de Sicilia: operarios,
gente que sabía desmontar árboles y ese tipo de cosas... Parece que
esta señora no lo siguió nunca, no se sintió con ánimo. O, si lo
seguía, eso sería después... Por lo visto, él le había dicho que,
cuando se asentara, la llamaría... Pero conoció a mamá, se casó con
mamá. (Mamá no sabía nada de esta historia; yo me enteré de esto
durante la guerra o después de la guerra.) Y, cuando la invitó a
venir a esta señora, entonces creo que se lo contó a mamá, y mamá
no aceptó el hecho... Le dijo que iba a tener dos hogares, que
eligiera, que eligiera uno de los dos. Ella estaba dispuesta a que
eligiera definitivamente... Entonces, quedó allí todo...

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Yo tenía un hermano, Emilio, que murió, cuando yo tenía cinco


años y él diecinueve... Cuando murió Emilio, aquel muchacho ya
tenía sus ciertos años, tendría veintitrés, veinticuatro años. Y mamá
le dijo a mi padre por qué no lo invitaba a ese muchacho –que ya
tenía edad de viajar solo- a que viniera, que ella estaba dispuesta a
recibirlo como si fuera su hijo. Se llamaba Francesco. Mi padre lo
llamó, pero no aceptó: estaba de novio, estaba por casarse con una
chica siciliana y, naturalmente, no quiso desprenderse de su tierra.
Papá se escribió siempre con él, le costeó su educación, le dejó
casas y le dejó bienestar allí... Estudió y trabajó... Mi padre viajaba
mucho al campo, estaba aproximadamente unos quince días en casa
y un mes y medio en el campo... Las cartas de Italia no llegaban a
casa, llegaban al campo. Papá estuvo cinco años paralítico desde el
40 hasta el 45, que fue justo cuando se interrumpió toda la
correspondencia con Europa. Y después del 45, cuando terminó la
guerra, empezaron a llegar las cartas que habían estado detenidas.
Y, una vez, las recibí yo y entonces le dije a mi madre: “Mira,
madre, carta de Capo d’Orlando, del lugar donde nació papá...”
Entonces fue cuando ella me contó, y le pedí una foto de mi
hermano. Papá ya había muerto. Y entonces me dio una foto. Un
tipo muy guapo, muy bien...
I. P.: ¿Francesco?
O. O.: Francesco, sí. Y, bueno, la guardé. Después me la
robaron en Bolivia, con una cartera.
Y, cuando fui a Europa, en el año 62, con una beca, puse un
poncho de papá en la valija y fui a buscarlo a Francesco. Yo no
tenía idea de qué tamaño era Capo d’Orlando, ni sabía qué cantidad
de habitantes tenía... No sabía nada. Recorrí mucho Sicilia y dejé
casi como último lugar Capo d Orlando, que queda sobre el
Tirreno. Es una ciudad marítima, a mitad de camino entre Palermo
y Mesina. Llegué, como a las dos de la tarde, y lo primero que veo
en la estación son unos grandes galpones, unos grandes depósitos,
que dicen: “Francesco Stella, Transporte por ferrovía”. Stella era el
apellido de mi hermano... Por ser hijo adulterino, mi padre tampoco
lo pudo reconocer, ni siquiera a distancia, ¿no? Bueno, entonces
pregunté en la estación dónde vivía y un facchino, un changador

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me acompañó. Cuando vio mi valija, dijo: “Ah, Gugliotta, son de


aquí...” Yo creo que el hombre me acompañó más por curiosidad
que por otra cosa, porque la casa quedaba a dos cuadras y media de
la estación. En el camino, yo empecé recién a pensar: “Se debe
haber casado, quién sabe si su mujer sabe su historia, tendrá hijos,
qué lío voy a hacer...”
Voy hasta la casa, lo despacho al facchino, toco el timbre. Sale
una mucama que me pregunta a quién busco, le digo que al señor
Francesco Stella. Me dice que no está, que está en un pueblo muy
próximo, que se llama Sant’ Agata, y que regresará a las cuatro de
la tarde. Entonces, se oye la voz de una señora, desde allá, desde el
primer piso (la casa tenía dos pisos), que pregunta: “¿Quién es?” Le
dice: “Una señora extranjera, que pregunta por el señor...“
Entonces, dice: “¡Que pase!” Yo paso... Una señora bajita, maciza,
fuerte, con ojeras muy marcadas, un poco con tipo árabe... Y me
hace pasar a una salita, donde lo primero que veo es un enorme
retrato de papá. Ya eso me conformó, porque pensé: “Está enterada
de todo.” Me pregunta cuál es el motivo de la visita y le digo que
llevo un saludo de parientes de Francesco, de la Argentina. Hasta
ahí fui cauta, dije “parientes”, nada más. La señora me dice que
Francesco no tiene parientes en la Argentina. Yo miraba la foto de
papá, la miraba a ella, y me lanzo: digo que Francesco tiene
hermanas, lo digo en italiano... Entonces la señora me dice que
Francesco no tiene hermanas, que las hermanas de Francesco
murieron, que murieron allí. Claro, las hermanas de Francesco, del
matrimonio de su madre, las hermanas mayores que él, porque,
naturalmente, él fue el último... Entonces le digo que tal vez haya
dicho mal, que no hablo bien italiano, que tal vez haya confundido
los términos y haya dicho una cosa por otra. La señora ve que estoy
mirando la foto de papá y me dice: “El señor es el padre de
Francesco”. Entonces le digo esta frase de folletín: “El señor es mi
padre también; por eso digo que Francesco tiene hermanas en la
Argentina. Yo soy hermana de Francesco...” Se puso muy nerviosa,
porque se había olvidado, no lo tenía en cuenta. La guerra había
terminado. Se habían acabado las noticias. De alguna manera -no
sé- habrían averiguado por el consulado que papá había muerto.

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SI ME QUIERES MIRAR 27

Llamó por teléfono, en seguida, a una prima de papá, que vivía


apenas a veinte metros de allí. Y corrió la señora a auxiliarla, vino
corriendo. Era una especie de actriz de carácter retirada, muy
encantadora, que me llamaba “Joya” y me daba un beso en una
mejilla y me depositaba una lágrima en la otra. Me llevó enseguida
a conocer a sus hermanos, que eran dos señores enormes y
asmáticos, que estaban en cama, y me convidaron con licores, con
turrones... Yo salía llena de almíbares, chorreando almíbares por
las manos.
Volvimos como a las cuatro. Ella me dejó en la puerta y se fue.
Toqué el timbre y me abrió Francesco... Le habíamos pedido a la
mujer que no le dijera quién era yo, que dijera solamente que había
una señora que había venido de América. Pero le había sonsacado,
porque era muy autoritario.... (Él era dirigente socialista del Sur,
era muy liberal en su vida social, pero era muy despótico en su vida
privada. Era una especie de señor medieval, en eso. Pero, a un
mismo tiempo, muy alegre y muy interesado por las artes, por la
historia, por todas las cosas.) Me miró un poco a la expectativa, sin
saber qué hacer... Yo lo abracé, le di un beso en cada mejilla... Ahí
tenía el auto, me invitó a subir. Y me llevó a la casa donde había
nacido papá, donde habían vivido los abuelos, y a recoger las
maletas que yo había dejado en consigna en la estación...
Me quedé una semana con ellos. Esperaba que me quedara toda
la vida. Me ofrecía hacerme un departamento al lado de su casa...
Becarme en París, para que yo viviera nueve meses en París y tres
meses con ellos... Después, conociéndolo bien, me di cuenta de que
la cosa no sólo se iba a invertir sino que iba a desaparecer...
Cuando me fui a la semana, pasé primero por Mallorca. Y
cuando llegué a París, ya el embajador tenía tres llamadas
telefónicas. Y el agregado cultural, Miguel Ocampo, amigo mío,
tenía seis o siete cables preguntando por mí: Francesco se
asombraba de que aún no había vuelto... Vino a la Argentina, una
vez, a conocer a mi otra hermana. Y después, cada dos años,
íbamos a visitarlo. Alternábamos...
I. P.: ¿Antes había hecho muchos viajes a Italia?

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O. O.: Bueno, antes había hecho alguno, suelto, aislado. Pero,


entonces, ya sistemáticamente cada dos años se estableció que iba a
visitarlo. Íbamos alternadamente, mi hermana y yo, cada una cada
dos años.
I. P.: Volviendo a Toay, ¿cómo era la estructura familiar,
cuando usted nace?
O. O.: Cuando yo nazco, está ese hermano de diecinueve años,
que entonces tendría catorce; una hermana un poco menor que él
(él era del año 5 -creo-, sí, mi hermana era del 10). Entre ellos
había otra chica, que había muerto también de meningitis (o de lo
que se suponía que era meningitis); y había otra hermana, que me
llevaba a mí dos años... Y entre ella y esa otra hermana mayor,
había otra niñita que había muerto... De modo que éramos tres
hermanas mujeres y un hermano varón. Estaba mi abuela, que
murió...
I. P.: Muy importante en su obra...
O. O.: Claro, fue muy importante, siempre, mi abuela, que
murió a los 97 años, cuando yo tenía 28 o 29. Estaba mi padre y mi
madre y una tía, hermana de mamá.
I. P.: ¿Quiere hablarme de su abuela?
O. O.: Bueno... Mi abuela era para mí un ser maravilloso y
todopoderoso, que tenía, sin duda, algún pacto... No pensaba yo,
para nada, que los hechos mágicos que provocaba tenían algo que
ver con magia negra... Nunca se me ocurrió eso, porque además no
podía ser así, sino que tenía algún pacto con los ángeles y con los
santos. Porque, además, ella le hablaba a Dios mano a mano,
siempre pidiéndole cuentas de todo lo que sucedía, como se ve en
ese relato que se llama “Por amigos y enemigos”.
Ella era nieta, por un lado de su familia, de una señora irlandesa,
de Florencia O`Donell, y por el otro lado, eran descendientes de
españoles. Y casada con un señor descendiente de vascos, un señor
Orozco. El apellido de ella era Rodríguez Ezcurra.
Para mí siempre fue una depositaria del conocimiento del
universo. Yo, cualquier duda que tenía, se la preguntaba a ella. Y
siempre me dio unas noticias que, a veces, eran totalmente
incomprensibles para mí. Tendría que haber tenido no sé qué

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grimorios para descifrarlas o qué conocimientos cosmogónicos. Y


me contaba cuentos permanentemente. Yo creo que hasta que
murió, es decir, hasta que yo tuve 28 o 29 años, me contaba un
cuento casi por día. Y creo que no la he oído repetirse nunca. Claro,
todo estaba lleno de castillos, de princesas, de demonios y de
ángeles, de lugares secretos, de pasadizos, de tesoros custodiados
por dragones, de tesoros sepultados debajo de un lago... Todo era
una maravilla perfecta. ¡Con un azoramiento la escuchábamos!
Cuando yo era chica, llamaba chicos amigos con los que teníamos
esa asociación de espías, por ejemplo, y entonces había una reunión
alrededor de la abuela. Hay un cuadro de Mariette Lydis que
siempre me conmovió (se llama “El cuento de la abuela”), porque
me recuerda mucho esa reunión de mi abuela con los chicos, en la
cocina... y las sombras de animaluchos (que uno se imaginaba que
intervenían en esos cuentos) en las paredes...
I. P.: ¿Ella tenía una especial predilección por usted o usted era
una más entre las hermanas?
O. O.: No, yo creo que tenía un especial interés por cada una.
Pero era muy psicóloga y sabía muy bien cómo tratar a cada una.
De todas maneras, yo era la más imaginativa, tal vez, y la más
interesada por el misterio... La más curiosa, en ese tipo de cosas. Y,
a un mismo tiempo, la más callada, la más ajena... Y ella tenía muy
presente esa enfermedad que yo había tenido cuando muy niñita.
Tenía muy presente que ella me había salvado la vida. Y siempre
me miraba y decía: “¡Qué inteligencia se hubiera perdido!”, cosa
que me llenaba de orgullo, naturalmente.
Era una persona muy extraordinaria, que me resolvía problemas
insolubles. Ella podía, por ejemplo, hacer dulces -como cuento
también en alguno de los relatos- y mandárselos de regalo a la bruja
del pueblo, a la bruja mala, que era una señora que, evidentemente,
estaba muy interesada en mi padre... Entonces, había un gran temor
(aparte de eso, que se sabía) de que todo lo que mandaba estuviera
envenenado. Mi abuela revolvía los dulces y decía algo en voz baja
y yo siempre suponía que era –si no otro maleficio- una respuesta...
I. P.: La bruja es Teo, ¿verdad?
O. O.: Sí, es Teo. Aparece también en el último libro...

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I. P.: Sí.
O. O.: Te puedo contar cosas infinitas de mi abuela...
I. P.: Cuénteme alguna anécdota, si recuerda en este momento.
O. O.: Cuento muchas cosas en La oscuridad..., eso lo sabes...
Ella tenía una creencia absoluta, también, en las cosas de la
naturaleza, en los tés de los siete yuyos, que preparaba. Tenía una
creencia absoluta en el hecho mágico. La pena, por ejemplo: si uno
la depositaba en una bolita de papel o en lo que sea, eso tenía que
desaparecer. Todo se resolvía de esa manera.
Creo que cuento también en otro lado que yo quemé una vez un
pañuelo de mamá con los motivos de Tutankamón... Un pañuelo
Channel, en la época en que se puso de moda por el descubrimiento
de la tumba de Tutankamón, en la década del veinte... El mercado
se llenó de la moda de elementos Tutankamón. No sé cómo pedí
ese pañuelo y, jugando, le quemé un pedazo. Entonces mi abuela
me dijo: “No te aflijas, esto ya se va a rehacer. Vamos a rezar.”
Tomó un cofrecito, puso el pañuelo dentro, lo tapó y me dijo:
“Dentro de quince días va a estar sano. Vamos a rezar todas las
noches.” Entonces rezábamos todas las noches... A los quince días,
abrió el cofrecito, sacó el pañuelo, estaba intacto. ¡Naturalmente
que había encargado uno exactamente igual!
Y como eso todo... Tenía grandes aciertos. Cuando yo estudiaba,
le preguntaba por las bolillas que iban a salir... Y me las decía. Y
eran las que estudiaba. Y la mayoría de las veces había un gran
acierto...
I. P.:¿Piensa que lo que usted tiene de esotérico proviene de su
abuela?
O. O.: Supongo que sí. En casa hubo un gran respeto siempre
por esas cosas. Mi tía también veía cosas... ¡No con el propósito de
verlas, porque le aterraban! Y mis hermanos también tenían, si no
videncias, intuiciones bastante intensas. Y mamá también...
I. P.: ¿Y usted, Olga?
O. O.: Y yo también...
I. P.: Más allá de lo poético, de su labor como escritora, ¿usted
cree que tiene videncias, fuertes premoniciones?

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O. O.: Sí. Las tenía, sobre todo... Antes, cuando estaba atenta a
esas cosas, y cuando era muy chica. Se presentaban
sorpresivamente y yo creía que todo el mundo tenía ese tipo de
cosas. Alguna vez lo comenté con alguien, con alguna de mis
compañeras, sin duda, o -no sé- lo habré dicho en casa... Y vi que
no era así, que no todo el mundo tenía eso. Y me aisló un poco. Yo
creo que es lo que me hizo un poco tímida y apartada.
I. P.: ¿Recuerda, por ejemplo, algún hecho acerca del cual usted
haya sentido una premonición?
O. O.: Sí. Por ejemplo, una vez, yo recuerdo haberle dicho a
mamá: “Hoy, va a venir la tía Margarita y me va a traer una
muñeca; va a llegar esta tarde.” (Teníamos unas primas de mamá
que vivían en un pueblo cercano, en Victorica. ) Mamá me dijo:
“Me parece muy difícil, porque creo que la tía Margarita está
viajando por otro lado, lejos de acá.” Y yo le dije: “Debe de haber
vuelto, porque va a venir.” Y, bueno, a las cinco de la tarde
apareció la tía Margarita y me traía una muñeca. Esa fue una de las
primeras cosas que recuerdo. Después intuiciones de gente que iba
a llegar, o se iba a enfermar, o se iba a morir... O de algo que iba a
pasar... En general, pocas veces sucede con hechos amables, como
el hecho de la muñeca, ¿no? Casi siempre son hechos muy
sacudidores. Por ejemplo, cuando murió mi hermano, yo soñé con
la muerte la noche antes. Yo no sabía que mi hermano estaba muy
enfermo...
I. P.: Hábleme de Emilio, si no le molesta.
O. O: Bueno. Emilio estudiaba medicina. Era un pan de Dios,
era de una bondad ilimitada, desde muy chico. Tanto que
renunciaba a sus propias cosas (mi familia era una familia
acomodada y sobre todo en ese tiempo era muy acomodada),
renunciaba a sus propios juguetes, a sus propias cosas, en favor de
sus compañeros. Sabía que había cosas que eran importantes y que
no se podían regalar así nomás... Por ejemplo, una bicicleta: la fue
regalando pieza por pieza a un chico pobre, que era compañero de
él, del colegio. Era excelente y, además, era excelente compañero
de mi madre. Poseía un gran espíritu de justicia; eso hacía que yo le
tuviera un gran amor y al mismo tiempo temor, porque las

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travesuras había que confesárselas. A veces, mamá delegaba en él


el oficio de inquisidor... Por eso le tenía amor y temor, a la vez.
Pero, claro, su generosidad era tan grande que suplía en mucho el
temor... Y se enfermó, se enfermó de tuberculosis que era la
enfermedad de la época: de tuberculosis había muerto mi abuelo, el
padre de mamá, y había muerto una hermana de mamá, de veintiún
años. Se enfermó de tuberculosis... Los médicos -no sé por qué, ya
que en ese entonces estábamos viviendo en Buenos Aires-
recomendaron el clima de La Pampa como muy bueno, cosa que no
puede ser porque es un clima muy intenso en una dirección o en
otra. Es muy frío en invierno y demasiado caluroso en verano. Y,
bueno, fuimos a La Pampa por una temporada, a ver si eso se
resolvía... Y murió... Y yo sufrí mucho, porque no me lo dijeron.
Me mandaron a ese pueblo, donde vivían esas primas de mamá, a
pasar una temporada con ellas. En ese entonces, se usaba en las
chicas el pelo cortado a la garzón o a lo varón. Y yo era muy
parecida a él, y mamá me veía y era el vivo retrato de Emilio. Y
entonces lloraba más todavía de lo que lloraba habitualmente. Yo la
he visto a mi madre encerrarse todas las tardes (hasta que murió, en
el año cincuenta y dos) a llorar y rezar. Todas, absolutamente todas
las tardes de mi vida...
Y me mandaron a ese lugar, con esas tías, donde yo me sentía
totalmente ajena, y también lloraba y decía que tenía un diente
flojo, etc. Entonces, a los poquitos días, tuvieron que llevarme de
vuelta. Y ese regreso es el que cuento, también, en La oscuridad es
otro sol.
I. P.: Hábleme un poco de sus hermanas.
O. O.: Mi hermana mayor era diez años mayor que yo. Se casó
muy joven, se casó a los diecisiete años, creo que apenas
cumplidos. Yo cuento también el casamiento de mi hermana en uno
de los libros... Con ella había una diferencia muy grande de edad
para que tuviéramos un intercambio muy grande de episodios y de
emociones. Tenía un espíritu totalmente travieso y terrible. Se
divertía muchísimo en asustarnos, a mi otra hermana y a mí. Se
disfrazaba de fantasma (las ventanas tenían rejas) y, a la noche, se
nos asomaba, sobre todo si había luna y estaba muy clara la parte

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de afuera... Se nos asomaba a la ventana, con una sábana, vestida


de fantasma... Hacía unos chillidos espantosos y ruidos con unas
cadenas... Ese tipo de cosas era habitual... Inventaba... Nos hizo
creer que éramos enanas. Eso me dura aún ahora, cuando hago algo
mal, digo: “¡Pero, cómo va a salir bien, si soy enana!” Aún ahora...
O se ponía en el fondo de un pasillo y, cuando teníamos que
recorrer ese pasillo, en medio de la oscuridad, a veces asomaba una
mano y hacía una sombra más grande en la pared del fondo.
Además, movía los dedos articulados en sus manos delgadas y muy
largas, y daba la impresión de una inmensa araña... o a nosotros se
nos ocurría algo semejante...
Se casó muy joven, tuvo dos hijos. Se casó con un hombre muy
celoso, que también interviene en mis cuentos: Daniel. Murió
relativamente joven, murió a los 48 años. Tuvo una larga
enfermedad, tuvo asma. Era muy linda, despertaba grandes
pasiones y paralelamente inmensos celos en mi cuñado,
naturalmente...
I. P.: ¿Y la que le sigue?
O. O.: Y la que le sigue fue más mi compañera. Tenía un año y
nueve meses más que yo. Era muy ingeniosa y con un excelente
sentido del humor. Era del signo de Géminis, y tal vez eso la
obligara un poco a defenderse de la tristeza. Ella estaba siempre
dispuesta a descubrir la parte buena de la vida. Absolutamente todo
tenía un costado bueno. Todo, todo. Si alguien moría: “Bueno,
ahora estará más tranquilo...”; si alguien se enfermaba: “Bueno, no
le vendrá mal descansar estos días...”; si alguien tenía granos:
“Bueno, pero cuando se le salgan esos granos va a tener una piel
preciosa, ¿pensaste qué sorpresa maravillosa va a tener cuando se
mire al espejo?” Todo era absolutamente así. Si yo le hablaba de
nuestras arrugas, a medida que íbamos envejeciendo: “¡No
importa!”, me decía. “¡Tú vas al zoológico y te sacas al lado del
elefante, vas a ver qué bien te ves!”
Ella era mi compañera de siempre y -¡qué sé yo!- éramos más
amigas que hermanas, como se ve a través del libro mismo. Me
hacía trastadas, por ahí, pero era mi protectora al mismo tiempo.
Porque era mayor que yo y mucho más fuerte que yo, más atrevida,

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mucho más desinhibida. No era tímida, para nada. Siempre era mi


resguardo frente a todos los problemas. En el colegio, se despidió
un año y se fue de paseo. Y no volvió cuando tenía que volver, de
modo que la alcancé. Entonces también estuvimos en el mismo año
en el colegio secundario e incluso en el último grado del primario.
Compartíamos las fiestas, las primeras salidas con novios... Todo,
absolutamente. Los estudios, las salidas...
I. P: ¿Usted realizó los estudios en Toay o cerca de Toay?
O. O.: No, yo hice en Toay nada más que hasta primer grado
superior. Después, en Bahía Blanca hasta segundo año normal.
Luego, en Buenos Aires tanto el final del normal como la
universidad.
I. P.: ¿Por qué ese cambio a Bahía Blanca?
O. O.: Porque mi padre había tenido un golpe grande de fortuna.
Fuimos muy ricos... Pero hubo una quiebra... Entonces no le quedó
más que un obraje en un pueblo, en Ucal. Esa fue una razón... Y
otra razón fue que le pareció que para nuestra educación era mejor
una ciudad grande. Y como Bahía Blanca quedaba más cerca de
Ucal, donde estaba su obraje... Después, con el tiempo, mi hermana
mayor se casó con un hombre que era de Buenos Aires; nos
siguieron a Bahía Blanca, pero después él quiso venirse a vivir a
Buenos Aires. Entonces se vinieron a vivir ellos a Buenos Aires y
nosotros también nos vinimos. Yo tenía quince años.
I. P.: ¿Dónde vivían ustedes, en Buenos Aires?
O. O.: En la calle Carlos Calvo, primero.
I. P.: Y allí, ¿cómo era la estructura familiar?
O. O.: Mamá, papá, abuela, hermana Yola -es decir, la que
estaba más cercana a mí- y yo. Mi tía era profesora de música, con
cátedras. Y después, en una época, vino a vivir con nosotros a
Buenos Aires. Pero estuvo también en La Pampa.
I. P.: Hasta ahora, yo no quise entrar en La oscuridad es otro
sol, ya ve que hablamos de la infancia, hicimos algunas
conexiones...
O. O.: De manera tangencial, de manera paralela...
I. P.: Si usted quiere, hablemos plenamente ahora. Me interesa
preguntarle -ya lo habrá respondido mil veces, no importa- cómo

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llega al relato, por qué se le ocurre hacer ese tipo de escritura, que
si bien es lírica...
O. O.: Bueno... Yo siempre fui memoriosa y evidentemente mi
infancia en La Pampa me marcó muchísimo. Tal vez por el cambio
grande. Hasta los cinco años yo viví en Buenos Aires. Casi a los
cinco años fui a vivir a La Pampa. Eso fue un cambio muy grande.
Y toda esa libertad que daba el aire libre, esos descubrimientos (de
los que hablaba recientemente) que tiene un chico que no vive entre
cemento, esas reuniones con todos esos compañeros que formaban
una sociedad imaginativa, etc., todo eso me llenó de
encantamiento. Esa gente a las que protegía mi abuela, esos locos
que iban y venían... Todo era de una diferencia notable frente a la
vida en una casa de Buenos Aires. Y después, al ir a Bahía Blanca,
la cosa cambió de nuevo. Cambió para mal, para mí. Me costó
mucho adaptarme de nuevo a una ciudad que para lo único que me
sirvió fue para descubrir el mar. Pero un mar medio cerrado, como
es el de Bahía Blanca. Había que ir a buscarlo...
Y siempre tuve en mi memoria..., como si tuviera que repasar
toda esa infancia... No sé si la he ido cambiando, no lo sé. Porque, a
lo mejor, la he ido cambiando con lo que he vivido después, no lo
sé... Sé que la base de las cosas es absolutamente real. Claro, están
inventados los diálogos, naturalmente...
A los trece años me empezaron terribles angustias. Esas
angustias intransferibles que son como un extrañamiento frente a la
realidad cotidiana, como la sensación de que las leyes del mundo
pueden cambiar... Pero eso sentido de una manera casi física, muy
intensa... Recuerdo hasta el momento en que eso empezó: era una
noche de verano. Yo estaba en Bahía Blanca, sola. Una noche
melancólica... La calle en la que vivía era melancólica. En la
esquina, había un bar con una luz azulada donde se reunía gente un
poco borrachina y, de repente, salieron tres hombres bajo esa luz
azulada... Y los vi caminar... Y todo me pareció de una irrealidad
como de telón pintado. Y pensé que la realidad se me iba a
deshacer. Empecé a sentir, allí, que la realidad se me iba a deshacer
o que yo me iba a deshacer, una de dos... Ese tipo de sensaciones
me asaltó, con variaciones, a lo largo de la vida, muchísimas veces,

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de una manera bastante inquietante. A veces, tenía miedo de


enloquecer o cosa parecida. Mi madre me llevó a varios médicos,
en ese entonces. No había nada orgánico, pero evidentemente había
cosas desarregladas. Y continuaron... Espaciadamente, pero
continuaron... Y a los... -¿qué edad tendría yo?- treinta y tantos
años todavía aparecían esas cosas. Por otra parte, yo creo que, si
uno lee con atención lo que yo he escrito, eso se puede llegar a
descubrir. Supongo que está en el trasfondo de todo; si alguien ha
tenido alguna vez un relámpago de ese tipo de sensaciones, no
puede pasarle inadvertido...
Yo estaba trabajando en Fabril Editora como secretaria técnica y
Aldo Pellegrini, ese señor escritor que ha hecho tanto por el
surrealismo en la Argentina, era el selector de los textos, era el
asesor literario. Él me conocía mucho, éramos muy amigos, y
entonces me dijo: “Olga, tú no puedes seguir con estas sensaciones
que te aterran tanto. Tienes que ir a verlo a Pagés Larraya, tienes
que hacer una terapia de apoyo, algo tienes que hacer...” Entonces
lo fui a ver a Fernando Pagés Larraya. Hablamos. Me dijo: “Yo no
le prometo curarla, porque esa angustia y la angustia de muerte no
se la puedo reemplazar con nada, absolutamente. Pero, en fin,
haremos lo posible.” Y empecé, entonces, una terapia con él que
consistía en escribir. Me hacía escribir tres veces por semana. Y la
enfermera pasaba a las horas, le llevaba los papeles y encontraba si
eran pocos o muchos y si tenía que escribir más o no. Y lo que
escribía, naturalmente, eran las impresiones del momento, sueños,
recuerdos, asociación libre. Y, además, tratar de contar ese tipo de
cosas que sentía... Después, cada mes o veinte días, hablábamos. Y
la terapia consistió en eso, durante más de un año. Según él, era la
angustia existencial más profunda que había visto; él estaba muy en
esa corriente filosófica.
Después, me presenté a una beca del Fondo de las Artes, la
gané... Me cubrió de cartas para el camino que yo iba a recorrer,
para médicos de allá que estaban en su misma posición, para que
no me sintiera desamparada en Europa. No tuve necesidad de
ninguno. Después, cuando regresé, lo fui a ver (estuve nueve meses
en Europa, haciendo un trabajo sobre lo oculto y lo sagrado en la

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poesía moderna) y me dijo: “La terapia nuestra terminó”, y sacó ese


montón de papeles que tenía encarpetados y me los entregó. Yo le
dije: “Yo creía que usted hacía lo que dice Gómez de la Serna, en
el prólogo de los Cantos de Maldoror: Dios le devuelve a
Lautréamont el Canto Tercero, el Canto donde está ese pelo de
Jesús en un prostíbulo, lo rompe sin leerlo y lo manda a escribir de
nuevo...” Me dijo: “¡No, qué esperanza! Usted, acá, tiene un libro.”
Entonces, le dije: “¡Cómo, tengo un libro!...” Y me dijo: “Sí,
póngale ejes, sáquele cosas, agréguele otras, ambiéntelo bien y vea
de qué manera lo cuenta, pero tiene montones de elementos para un
libro.” Y bueno, me lo llevé y empecé a mirarlo. Y encontré que
era así. Y surgió La oscuridad es otro sol.
Ahora, por qué empecé a escribir... Sí, tuve la necesidad de
escribir algo linealmente. Yo creo con Bachelard que la poesía es
vertical; es decir, que explora en lo alto y en los abismos... Y que,
en cambio, la prosa es horizontal: sigue una línea recta sin mayores
altibajos o los puede tener como se le ocurra... Si uno cuenta en la
poesía, las cosas se mueren. No puede ir paso a paso contando,
salvo la poesía épica, que no es la que yo hago. Por eso lo escribí.
Además, a mí la prosa me descansa, me da alivio... Me da alegría
escribir en prosa. En cambio, con la poesía sufro mucho, pero lo
tengo que hacer. Eso es lo que tengo que hacer, ¿no? Justamente,
como es el espionaje hacia lo alto y hacia lo bajo, la excavación a
veces lo desliga a uno demasiado de la realidad y una siente que se
ha quedado unida a la superficie, por un hilito que tiene -no sé- el
espesor de lo imaginario. No sabe si va a volver o no. Es un poco
angustioso, también...
I. P.: Seguro.
O. O.: Según las profundidades a las que se haya llegado...
I. P.: Ese es todo un tema, el de la creación. Ya en otro momento
lo podremos tocar. Siguiendo con La oscuridad..., se lo ha rotulado
como un libro de relatos...
O. O.: Sí...
I. P.: Ahora, usted también los ha llamado “relatos”. Estoy
seguro de que usted, a pesar de todo, está un poco en duda de que
sean relatos. La carga lírica es tan fuerte...

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O. O.: Sí, son relatos. Eso no es poesía, aunque...


I. P.: Hay momentos en que lo argumental se pierde totalmente.
O. O.: En La oscuridad es otro sol, pero no en...
I. P.: No, estoy hablando de La oscuridad es otro sol.
O. O.: Sí, son relatos que tienen digresiones, tienen por ahí
evasiones, como prolongaciones –digamos- hacia otros planos.
Pero en lo esencial...
I. P.: El mismo comienzo...
O. O.: ¡Ah, no! El comienzo, no. El comienzo no es un relato.
No, naturalmente que no.
I. P.: Se vuelve mucho a La oscuridad es otro sol. He notado en
los estudios que han hecho de su poesía que se lo toma siempre
como una especie de hito en su obra.
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Usted piensa que es así? ¿O, simplemente, porque es
prosa emerge como algo distinto?
O. O.: No. Yo creo que ocurre porque está la semilla de todo lo
demás. Mi obra entera gira más o menos alrededor de las mismas
cosas. Creo que es orgánica, sin que esto sea una calificación de
elogio. Creo que es orgánica, que está estructurada, y creo que los
elementos que tomo son más o menos los mismos. Siempre
tratando de averiguar un poco qué hay más allá, apostando un poco
más lejos, cada vez, con el tejo... Es como lanzar una piedra en el
agua. Uno apuesta siempre al mismo centro y hace una diferencia
de onda... Y sigo insistiendo porque creo que nunca digo
plenamente lo que quiero decir. Digo la décima parte de lo que
quiero decir. Eso es una incapacidad, ¿no?
I. P.: Lo que sucede es que es algo infinito, es inacabable.
O. O.: Sí.
I. P.: Son temas inacabables...
O. O.: Sí, bueno, no sólo son temas inacabables sino que son
cosas que no puedo terminar de ver de este costado del mundo.
Tendría que pasar al otro lado...
I. P.: Exactamente.
O. O.: Y yo digo siempre que todos, al nacer, parece que
hubiéramos pasado a través de una rasgadura en un telón, que nos

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cubre el otro lado. Y el propio cuerpo, al pasar, nos ha cubierto el


otro lado...
I. P.: ¿Cuáles son los primeros textos que usted escribe de La
oscuridad es otro sol?
O. O.: Bueno, lo que surge primero es el prólogo, que está ahora
en También la luz es un abismo... Un poco arreglado, ahora, pero
eso es lo primero que surgió... Una prosa que incluso publiqué en la
revista El Hogar, en el año cincuenta y tantos, cincuenta y seis,
debe de haber sido, si existía El Hogar todavía en ese entonces...
Eso era una cierta visión, a vuelo del pájaro, sobre la llanura, la
sequedad, los protegidos de mi abuela, que tuvieron también tanta
injerencia en mi vida: Nanni, la Reina Genoveva... También la
mencionaba a Encarnación, sin decir el apellido. Y después de
mirar eso y hacer ciertos desgloses, empezó a surgir otra cosa. Creo
que, después de eso, el segundo fue “Las enanas”.
I. P.: ¿Usted siempre se sintió poeta?
O. O.: Sí, sí... Bueno -¡qué sé yo!-, no me sentí poeta, me sentí
hacedora de algo que no sé qué es...
I. P.: Desde lejos, si no me equivoco, es el primer...
O. O.: Es el primer libro.
I. P.: ¿Cuándo surgen esos poemas?
O. O.: ¡Ah, cuando surgen esos poemas, yo ya hacía muchísimo
que escribía!
I. P.: No lo sabía...
O. O.: Sí. Lo he contado muchas veces. Empecé a escribir
cuando no sabía escribir. Como decía, yo era una niña bastante
tímida, reconcentrada, apartada. Cuando entraba en travesuras,
entraba; pero tenían que empujarme un poco los demás para que
integrara los grupos. Y preguntaba cosas que ponían en situación
de desconcierto a las personas mayores, sobre todo a mi madre. Y a
veces, como no me gustaba lo que me contestaban, lo decía yo. Y
debía decir -qué sé yo- comparaciones, imágenes, cosas que a mi
madre le llamaban mucho la atención en una niñita; entonces, las
escribía. Pero, en cuanto aprendí a escribir, empecé a escribir eso,
yo sola, sin mostrarle nada a nadie. Y cada vez más rigurosa en mi
autocrítica, más exagerada. Y sin mostrar tampoco, a nadie.

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Cuando cumplí quince años, mamá me dio un alto de papeles y me


dijo que ésas eran las cosas que yo decía cuando chica, que las
tomara, que tal vez me sirvieran para algo (nunca hubo oposición
en mi casa para lo que yo hacía, tampoco me empujaban a hacer
nada, hubo una actitud muy natural, siempre) y entonces, tome esos
papeles... Me parecieron, sin duda, tonterías y los quemé. Y no
sabes cuánto me arrepiento ahora, porque tendría curiosidad por
saber qué eran, y lo he olvidado... Tal vez mi memoria haya sido
indulgente, me digo a veces... Después, seguí escribiendo
rigurosamente.
Cuando vinimos a vivir a Buenos Aires, había aquí una familia
Gómez. El hijo de esta familia se llamaba Miguel Ángel Gómez.
Fue un excelente escritor, murió... Fue mi primer marido... Me
conocía desde que me habían bautizado, porque nuestras familias
eran muy amigas. Y, conversando, surgió con él que yo escribía y
fue la primera vez que mostré los poemas. Entonces me dio una
serie de consejos, me hizo una serie de críticas, que me vinieron
muy bien, sin duda. Después, a los 17 años (yo ya iba a la facultad),
conocí allí a Daniel Devoto, que es músico además... ¿Sabes de él?
I. P.: Sí.
O. O.: Vive en París... Era muy amigo mío, él decía que era mi
alma gemela...
I. P.: Fue medievalista, hizo estudios sobre La Celestina...
O. O.: Sí, claro... Éramos muy amigos. Nos hicimos muy amigos
en la facultad. Él me dio la firma para el primer libro que saqué
prestado de la facultad y así lo conocí. Ese día me invitó a tomar un
café, conversamos, me preguntó si escribía, le dije que sí, me pidió
algún poema, le di un poema... Y era mi primer poema... Se publicó
en la revista Péñola, de la Facultad de Filosofía y Letras. Después,
Miguel Angel, junto con Eduardo Calamaro y Julio Marsagot
empezaron a planear una revista que se llamó Canto, que es la que
aglutinó a la generación del cuarenta. Ahí publiqué el segundo
poema: “Árbol de niebla”. Esa revista unía a mucha gente: ahí
estaba Enrique Molina, Sola González, Carlitos Alvarez, Ponce de
León, Miguel Angel Gómez, Calamaro, Fernández Moreno,
Eduardo Bosco, Daniel Devoto... Había muchísimos de los que

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formaron la generación del cuarenta... Castiñeira de Dios,


Fernández Unsain... No recuerdo a quiénes más... Y ahí salió ese
segundo poema. Después me casé con Miguel Angel... Después nos
separamos...
I. P.: ¿Cuánto tiempo duró el matrimonio?
O. O.: Cinco años. ¿Te cuento cómo nos casamos?
I. P.: No me atrevía a preguntárselo...
O. O.: El estaba estudiando Derecho y yo estaba en la Facultad...
¡No!, en el secundario, y estaba muy floja en Química. Entonces se
ofreció a prepararme en Química y me preparó... Él estaba de
novio. Tenía plan de casarse, cuando terminara su carrera de
Derecho... Empezaron a formarse unos climas un poco densos... A
mí me pareció que era un poco peligroso todo eso. Entonces,
durante el año siguiente, después de dar el examen, no lo vi. Pero
cuando me estuve por recibir de maestra, me dijo: “Tú te vas a
recibir de maestra, yo me voy a recibir de abogado... ¡Tenemos que
salir a festejarlo!” Entonces, cuando me recibí de maestra, salimos
a festejarlo... (Fue la primera vez que me dejaron salir de noche a
solas con un hombre, después de las ocho. Eso, porque era muy
amigo de la casa.) Y me dijo: “Te voy a regalar un horóscopo...”
Nos vimos alguna vez para carnaval, en esos asaltos que había en
esa época. Y evidentemente empezó a surgir algo, que cada vez era
un poco más fuerte... Y me dio el horóscopo que había hecho Xul
Solar.
Yo me fui a Bahía Blanca. Cuando volví, me estaba esperando
en la estación con papá. No le escribí nunca. Pero ya había hablado
con papá... Después me contó que le había llevado a Xul Solar mi
horóscopo y el horóscopo de su novia. Xul le dijo: “Mirá, volvé
dentro de quince días y te los voy a tener. Luego Xul empezó a
abrir los papeles que tenía y le dijo: “Es una muchacha muy
difícil... Hay tres temas que se repiten continuamente en su
horóscopo: Dios, la literatura, la magia, y todo eso con el amor, por
sobre todas las cosas... Le pareció un poco raro, ¿no? Xul le dijo:
“El matrimonio va a durar poco tiempo, cuatro o cinco años. Se
rompe, pero vale la pena.” Entonces, él miró y le dijo: “No, pero
ésta no es mi novia, ésta es mi amiga...” “¡Ah, no!”, le dijo. “La

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cosa es con ésta... ¡Ésa no sirve para nada!” Rompió el papel y lo


tiró.
I. P.: Increíble.
O. O.: No sé si eso influyó en su ánimo o no...
I. P.: Y puedo preguntarle por qué concluye, después de cinco
años.
O. O.: ¡Porque yo me enamoré de Enrique Molina!... Y entonces
me separé... Y a él lo asesinaron, unos años después...
I. P.: ¿Cómo sucedió?
O. O.: Él estaba en un estudio, que trabajaba sobre prenda
agraria, y empezó a darse cuenta de que en ese estudio (donde
había algunos personajes muy poderosos de la política y del
ejército) había un dolo, había una estafa de por medio. Porque el
mismo automóvil, la misma casa, el mismo campo o lo que fuera,
servía para respaldar tres o cuatro o cinco prendas o más... Estaban
estafando a la gente... Y empezó a pensar que iba a renunciar. En
ese entonces, en radio Rivadavia, había un grupo de muchachos
que tenían unas audiciones donde revelaban así, públicamente,
todas las estafas –de alguna u otra especie- que se hacían. Empezó
un sábado. Redactó toda esa declaración pero cometió la
indiscreción de decirle al escribano, con el que tenía cierta
confianza, lo que estaba haciendo... Y cuando salía del estudio
(pues lo había redactado ahí) con el rollito de papeles para ir a
radio Rivadavia a llevarlo a estos muchachos, lo esperaban en un
auto... Y, bueno, el canillita que estaba en la esquina vio que lo
metieron en el auto y lo llevaron al bajo de Belgrano.
Evidentemente, no tenían la intención de matarlo, pero él era muy
irónico, muy sardónico... Seguramente los trató con mucha burla y
con mucha sorna, a través de todo lo que le fueron diciendo. Porque
si hubieran pensado en matarlo hubieran llevado algún arma. No
llevaban absolutamente nada. Lo mataron lapidándolo contra un
árbol. Y a los dos o tres días, en una escaramuza de maniobras que
hubo en esa zona solitaria, en el bajo de Belgrano, lo encontraron.
Esto sucedía unos quince años después de que nos separamos. De
todos modos, me llamaron a mí. Y el comisario, con muchas
ínfulas, tiraba la medalla sobre la mesa: que si eso no se descubría,

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él tiraba esa medalla, etc... Pero no se descubrió nunca, no se quiso


descubrir.
I. P.: Terrible... ¿Él no se había vuelto a casar?
O. O.: Sí, se volvió a casar dos veces. Tiene un hijo grande, un
muchacho que es poeta, también, muy bueno. Se dedica a la
fotografía y a la historia del arte. Un encanto de muchacho, muy
amigo mío. Lo quiero mucho...
I. P.: Volvamos a Desde lejos...
O. O.: Bueno, después de esa publicación en la revista Canto,
sigo publicando. Mallea llama a un grupo de jóvenes, entre los que
estoy, y nos publica un poema en La Nación. Somos cuatro o cinco,
los que le interesan... Yo sigo escribiendo poemas... Después,
cuando llega Rafael Alberti a Buenos Aires con María Teresa, se
hace una reunión en casa de Rodolfo Aráoz Alfaro. (María Carmen
Alfaro, la mujer de Rodolfo en ese entonces, se había hecho amiga
mía. Me había hecho incluso un grabado, una cabeza, para el libro
que me regaló Miguel Angel cuando nos casamos, que se llamó
Amora: una serie de sonetos preciosos, todos dedicados a mí.) Y
entonces, alguien lleva estas revistitas –dos números de muy
poquitas páginas, cuatro paginitas cada uno-, que hicieron mucho
ruido. Rafael se fue a un rincón con las revistas y las leyó. Cuando
volvió, dijo: los poetas son estos dos, o los mejores poetas..., algo
así. Y señaló a Enrique Molina y a mí. Losada, que estaba presente,
me miró y dijo: “Tu primer libro es mío.” Entonces, cuando tuve
acabado mi primer libro (yo ya me había separado para ese
entonces, porque yo me separé en el año cuarenta y cinco y el libro
apareció en el cuarenta y seis) se lo llevé y salió en seguida.
Después, cuando tuve el segundo, se lo llevé y salió en seguida. Es
decir, nunca tuve que hacer una antesala para publicar un libro, ni
tuve que costeármelo, cosa que es bastante extraordinaria, ¿no?
I. P.: Se dice que Desde lejos es muy neorromántico. ¿Usted
piensa que realmente es así?
O. O.: Sí, puede ser. Yo no me pongo catalogaciones, porque me
parece que es como encerrarme en una jaula.
I. P.: También se ha dicho que allí están, en germen, todos los
temas que después van a ir apareciendo en diferentes libros.

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O. O.: Sí, de algún modo.


I. P.: Al mismo tiempo, es bastante distinto de todo el resto,
¿será porque es el primer libro?
O. O.: Y, seguramente. Yo creo que, de todas maneras, un libro
de los veinte y tantos años no puede ser igual a un libro de los
setenta. Hay una evolución, hay un manejo distinto de los recursos,
un enriquecimiento idiomático, tal vez, no sé...
I. P.: ¿Podría decir qué poemas le complacen más de ese
volumen?
O. O.: Yo creo que le tengo cariño... Tal vez mis preferencias
sean casi exclusivamente afectivas... Hay un poema a mi hermano
Emilio que yo creo que es uno de los que más quiero. Se llama
“Para Emilio en su cielo”, otro a la abuela... Y no sé cuál otro
elegir... Yo los quiero por igual. Además, no reniego de ese libro,
estoy muy conforme con ese libro.
I. P.: Es maravilloso.
O. O.: No sé si es maravilloso. Pero quiero decir: no tuve prisa
por publicarlo, de modo que no tengo nada de qué arrepentirme.
I. P.: Supongo que habrá tenido muchos poemas, ¿usted realizó
la selección?
O. O.: Sí... Bueno, yo creo que son casi todos los poemas que
sobrevivían de la destrucción crítica.
I. P.: Pero no es que el resto lo tiraba a la basura...
O. O.: Sí, casi siempre. Creo que hay dos poemas que se
salvaron de la basura, porque fueron publicados antes de que el
libro apareciera. Uno fue publicado en Cuadernos Americanos, de
Méjico, que se llama “Herrumbre en las familias”; el otro, no me
acuerdo dónde fue publicado ni el título, pero creo que son dos, no
más. Todos los demás, los rompí.
I. P.: Hablemos un poco de la forma, ¿nunca se sintió tentada de
escribir en rima?...
O. O.: ¡Sí! ¡Cómo no! Cuando era más chica, escribía en rima.
Escribí liras, escribí sonetos... Yo creo que hay que saber lo que
uno destruye, para destruirlo bien y para construir un poco mejor,
encima de eso.

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Claro, de algo que no me pude desprender nunca, de algún


modo, es del ritmo. Incluso, si se corta, es porque lo he cortado a
propósito para dar un golpe ahí, ¿no? Y, bueno, no sé por qué tengo
ese aliento tan largo, como de galope tendido en la pampa, digo yo.
Debe ser la llanura la que me ha contagiado eso, deben de haber
obrado entre la llanura y la Biblia, porque siempre he sido lectora
de la Biblia. Me encanta la Biblia.
I. P.: ¿En qué sentido, Olga?
O. O.: Me encanta, por ejemplo, Isaías, me encanta...
I. P.: ¿Job? ...
O. O.: Job. Pero, claro, Job es demasiado tremendo, me parece,
¿no? Isaías lo leo con más alegría. Y David, los Salmos...
I. P.: Siempre se queda en el Antiguo Testamento. O en el
Nuevo, también...
O. O.: No. El Nuevo me conmueve menos. Curioso, ¿no? Me
sacuden más los acontecimientos. A su vez, me llegan más los
actos que surgen del amor y no de la expiación. Poéticamente, me
conmueve más el Antiguo Testamento.
I. P.: ¿Usted cree en Jesucristo?
O. O.: Sí, creo.
I. P.: ¿Como Hijo de Dios?
O. O.: Sí, creo. Yo tengo un exceso de fe. Creo en muchas cosas
que parecen a veces contradictorias. Parezco un poco disparatada y
parezco un poco hecha como un mosaico, en mi posible religión.
Porque hay muchísimas cosas acerca de las que tengo dudas. Por
ejemplo, yo considero de alguna manera que soy cristiana;
entonces, dentro de lo cristiano, voy hacia el dogma católico. Pero
hasta dónde, no sé. Porque, incluso, podría decir que a veces tengo
dudas de que exista o no la resurrección. No la resurrección de la
carne, eso sí sé que existe... Pero no sé cómo puedo creer en eso, si
a un mismo tiempo puedo creer en la reencarnación. No entiendo
cómo hago esa fusión. Tal vez, ni la quiera analizar demasiado yo
misma, ¿no?
I. P.: En Mutaciones de la realidad, usted se acerca mucho –¿no
es verdad?- al cristianismo.

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O. O.: ¿En Mutaciones de la realidad? Sí, y en muchos libros.


Por eso, yo creo que los sacerdotes están muy contentos conmigo.
Hay un sacerdote, Hugo Mujica, que hasta toma epígrafe mío. Y a
Guasta le encanta mi poesía... El provincial de la orden de los
carmelitas, el padre Villarejo, me publica permanentemente en la
revista Cántico. Una vez, vio un poema mío en La Nación o en
alguna revista española y lo puso en la revista Cántico, que él saca
en homenaje a San Juan de la Cruz. Él vive en España pero la
revista sale acá, y él viene todos los años. Fue párroco, además, de
la Iglesia del Carmelo... Estuvo hablando con una chica que tiene
unos talleres literarios, Josefina Arroyo, y le dijo: “Mira, esta mujer
a mí me parece muy extraordinaria. ¡Una lástima, no la puedo
conocer! Debe de estar en Méjico o a lo mejor en España o no sé
dónde, porque se llama Orozco. “¡Pero, no!”, le dijo Josefina.
“¡Está aquí! ¡Vive acá a la vuelta!” Entonces, le dijo: “Bueno,
preséntamela...” Me llamaron por teléfono y esa misma noche
vinieron a tomar un café conmigo. Me hizo un reportaje, que salió
también en la revista. Me escribe. Me manda saludos para la
Navidad. Siempre cosas preciosas. Y cuando viene, lo veo...
I. P.: Pero... ¿usted verdaderamente cree en la reencarnación o es
simplemente un juego?
O. O.: No, no es un juego. Es una apuesta salteada, digamos...
I. P.: ¿Usted se ha dedicado a estudiar en profundidad las
religiones de Oriente?
O. O.: Bueno, las he estudiado un poco, sí...
I. P.: ¿La trasmigración de las almas?...
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Y también cree?...
O. O.: En la trasmigración de las almas... No, no creo.
I. P.: ¿Qué opina usted del Estudio Preliminar que ha hecho
Cristina Piña sobre su poesía? Ella comenta justamente estas cosas:
la doctrina gnóstica, la trasmigración, la reencarnación, el
cristianismo...
O. O.: Me parece bien, pero muy académico.
I. P.: Un afán demasiado fuerte de intelectualizar la cosa, quiere
decir usted...

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O. O.: Me parece, ¿no?


I. P.: Es un gran esfuerzo el que hace.
O. O.: Por supuesto, sí. Está hecho con seriedad. Eso es
ponderable y mucho. Además, el hecho de abarcar tantas cosas. Lo
hace bien.
I. P.: Sí.
O. O.: Está bien hecho. Dentro de eso, lo que no me gusta es el
tono. Tampoco me gusta ser la hablante lírica. Yo miro para otro
lado cuando se refieren a esa persona que no sé quién es...

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SEGUNDO ENCUENTRO
Lunes 27 de enero de 1997

I. P.: Recientemente, usted me dijo que conoció muy bien a


Oliverio Girondo...
O. O.: Sí. Yo lo conocí cuando era muy jovencita. Yo debía
tener –no sé- 17, 18 años. Fue muy importante Oliverio para mí.
Fue una especie de padrino, una especie de modelo. No un modelo
literario pero si un modelo en cuanto a su conducta literaria, a su
prescindencia de homenajes... Oliverio no se presentó nunca a
ningún premio. Nunca. No es lo que yo he hecho, pero me ha
enseñado a desdeñar muchas cosas, de todos modos. Y a tener
mucho desapego en todo lo que signifique ese tipo de
satisfacciones internas que son un poco frívolas o un poco anexas a
la escritura en sí.
I. P.: Él es muy famoso, justamente, por su honestidad de
espíritu...
O. O.: Sí. Además, era un espíritu muy joven, el de Oliverio.
Estaba siempre en un estado de creación permanente. Tenía un
juicio muy exigente, muy riguroso, mezclado con una gran
condescendencia. Era muy riguroso en cuanto a la calificación que
le merecían las cosas que eran o corruptas o ajenas a una ética.
Pero, a un mismo tiempo, tenía una gran piedad por las debilidades
humanas... Tampoco vistas como si fuera un juzgador sino como si
fuera alguien que también padecía, de alguna manera, o que podía
padecer esas mismas cosas...
I. P.: ¿Qué podría decir de su obra?
O. O.: Me interesa muchísimo su obra, porque me parece muy
joven, me parece una lección de creación. El grupo de sus amigos
más habituales era un grupo de gente mucho más joven que él y
que lo entendía mucho más que la gente de su propia generación.
Todo lo que hacía Oliverio era recibido con entusiasmo y también
con fervor. A pesar de las desconfianzas y las resistencias que pudo
suscitar, en su momento, la aparición de su libro En la masmédula,
considerado difícil y a veces también caprichoso, cosa que no es
real, porque esa formación de palabras nuevas no es solamente una

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fusión entre un adjetivo y un sustantivo (que podría ser obvia), no,


es una fusión de otros elementos que crea una entidad
completamente nueva, muy sensible y palpable, como un objeto,
como algo más que está ahí, que ingresa en el lenguaje.
I. P.: Sí, ese poema...
O. O.: Es una gran aventura con el lenguaje...
I. P.: No sé si el título es “Mi Lumía”...
O. O.: Ah, sí, “Mi Lumía”. Es un poema muy tierno, dedicado a
su mujer, a Norah Lange, que fue una gran escritora, una mujer
muy talentosa, muy fuera de serie... Trabajó todo con una
sensibilidad muy aguda. Con una gran lentitud, digamos, como la
que usaron los objetivistas, sólo que no aplicada exclusivamente a
la observación de la realidad, sino también a lo interno de las
sensaciones...
Muy injustamente olvidada, realmente. Porque a él se lo
recuerda mucho. Los jóvenes, sobre todo, le tienen gran respeto,
pero Norah está muy olvidada, no sé por qué... Tiene unos cuantos
libros, muchos... Incluso tiene un libro de discursos que es un
modelo de humor, muy entre quevediano -podemos decir- y
macedoniano..., por Macedonio, ¿no?
I. P.: ¿Quiénes conformaban el grupo de Oliverio Girondo que
mencionaba?
O. O.: Estábamos Miguel Angel Gómez, Bayley, Enrique
Molina, Francisco Madariaga, Carlos Latorre, Julio Llinás,
seguramente Vanasco, Trejo...
I. P.: ¿De qué década estamos hablando, más o menos?
O. O.: Estamos hablando de la época del cuarenta, algunos de
los que te mencioné ingresan en la época del cincuenta, ¿no?
I. P.: Resulta obligado hablar de la generación del cuarenta... En
cuanto a su poesía, ¿la considera verdaderamente dentro de la
generación del cuarenta, por sus características?
O. O.: Yo no sé las características del cuarenta. Se ha dicho que
era el neorromanticismo, etc. Creo que sí, que tengo toques
neorrománticos pero no todos tenían toques neorrománticos. Creo
que había gente muy dispar: había quienes venían de la poesía
francesa, quienes venían de la poesía alemana, quienes venían de la

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poesía inglesa, quienes venían de la poesía clásica española,


algunos -muy pocos- tenían ya un atisbo de surrealismo e inclusive
había algunos que tenían todavía algún resabio del ultraísmo. Pero,
como ves, era un mosaico de gente. Creo que estábamos unidos
exclusivamente por nuestro amor por la poesía y nuestro afán por
hacer algo en conjunto en un momento en que no había nada. No
había nada que nos uniera a todos... Bueno, teníamos el afán de la
conversación, del intercambio de opiniones y de la manía de
acostar la noche, digo yo, porque nos quedábamos hablando en un
café hasta la mañana...
También estaba Eduardo Bosco, Daniel Devoto... ¿Ves?,
son dos muy importantes que me los he salteado...
I. P.: Justamente, de Eduardo vamos a hablar un poco después...
O. O.: Estaba Castiñeira de Dios, Fernández Moreno, que fue el
que le puso el nombre de Generación del 40. Creo que de alguna
consideración de él, salió ese nombre...
I. P.: Porque la mayoría ha publicado por primera vez en la
década del cuarenta, ¿no es verdad?
O. O.: Sí. Ponce de León, Carlos Álvarez, Sola González.
Éramos muchos. Y los directores de la Revista Canto, que fue la
revista que nos reunió a todos, que eran Miguel Angel Gomez,
Julio Marsagot y Eduardo Calamaro...
I. P.: Decía que se juntaban en un cafetín...
O. O.: Sí, nos juntábamos en algún café o en mi casa o en la
casa de Daniel Devoto, generalmente.
I. P.: ¿Por qué parte Daniel Devoto a París?
O. O.: Daniel Devoto fue a París a ver qué pasaba allí con su
música, con sus cosas. Yo creo que estaba un poco harto del clima
que había, en ese entonces, en Buenos Aires. Se fue en el año 52,
más o menos, tal vez un poquito antes. Y no creo que su propósito
haya sido quedarse definitivamente. Pero en cuanto llegó tuvo
grandes posibilidades en París. Inmediatamente. Daniel es un
hombre de mucho talento, de mucha capacidad, y enseguida estuvo
en la Biblioteca Nacional al lado de Bataillon.
I. P.: ¿De Marcel Bataillon?

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O. O.: Sí. Y terminó siendo segundo de la Biblioteca Nacional.


Una proeza, para un extranjero. Él era chef de recherche.
I. P.: A Eduardo Bosco le dedica su primer libro. Cuénteme un
poco, por favor, acerca de él.
O. O.: Bueno. A Eduardo yo lo conocí en la Facultad a través de
Daniel. Nos hicimos muy amigos con Eduardo. Ingresó también en
nuestro grupo y era uno de mis amigos más íntimos. Era un
personaje muy noble, muy apegado a la poesía gallega y a los
gauchescos argentinos. Sobre todo era un gran admirador y
trabajador de la obra de Ascasubi. Escribió algunas cosas que
tienen relación con esa época. Después de su muerte, entre Daniel
Devoto y Pepita Sabor, que fue su novia, hicieron una recopilación
de distintos textos y distintos poemas que aparecieron en Editorial
Losada. Eduardo tuvo un amor desdichado... al final... por una de
las hermanas de Norah Lange... Se suicidó en el año 43... Fue un
golpe muy duro para todos nosotros, que éramos muy jóvenes...
I. P.: No sé si es una impertinencia lo que voy a decir, pero me
extrañó que en Desde Lejos la dedicatoria estuviera hecha a él y no
a su hermano...
O. O.: Bueno, a mi hermano yo le había escrito un poema...
I. P.: Sí, hermoso...
O. O.: Que está dentro de ese libro... La diferencia es que,
cuando murió mi hermano, yo era una chiquilla (tenía cinco años)
y, cuando murió Eduardo, yo tenía veintitantos. De modo que -no
sé- había habido una cosa muy fraternal. Y, naturalmente, había un
intercambio muy grande, en un sentido intelectual y espiritual...
I. P.: Sí, entiendo.
O. O.: Había preferencias muy comunes, en cuanto a poetas
extranjeros. También había una serie de afinidades amistosas y un
gran cariño, muy fraternal.
I. P.: Ahora que, justamente, menciona el poema a Emilio, ¿hay
alguna anécdota o es simplemente una imagen, cuando dice:
“Recuerdas la nevada...”
O. O.: No. La nevada vino después. Lo que pasa es que Emilio
fue una imagen muy perdurable en mí y, tal vez, la haya puesto
durante mucho tiempo en muchos de los paisajes y en muchos de

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SI ME QUIERES MIRAR 53

los acontecimientos que yo vivía, como si estuviera presente, ¿no?


La nevada fue dos años después de su muerte, pero no importa.
Para mí estaba...
I. P.: Se entiende que la nevada fue...
O. O.: Fue la primera nevada importante que hubo en La Pampa.
Yo creo que fue la primera nevada, porque no he oído de alguna
anterior. Tal vez haya habido nevadas posteriores pero ésa fue la
primera. Fue muy asombrosa. Y yo la retomo en el último libro de
relatos, en También la luz es un abismo...
I. P.: Sí, sé que lo retoma en el libro de relatos último, pero
todavía no quiero entrar en ese libro...
O. O.: Lo hago como una acotación al paso...
I. P.: Resulta también un poco forzoso hablar de cuáles fueron
sus lecturas de niñez. ¿Usted recuerda sus primeras novelas?
O. O.: Más o menos... Sí, claro, recuerdo a Salgari, que era una
lectura más de muchacho que de chica, pero en la casa estaban los
libros que había leído mi hermano, cuando chico... Salgari, Julio
Verne... Después empecé a leer cosas un poco de contrabando,
sacadas de la biblioteca de la casa. Dostoievski, los rusos. Leía
hasta altas horas de la noche con una linterna entre las sábanas para
que no vieran la luz por debajo de la puerta. Era una lectora muy
infatigable. Vivía como en Babia, con los episodios extraordinarios
que me parecían los de las novelas. Y también -¡qué sé yo!-
algunos novelistas franceses, aunque no correspondieran a mi edad,
que encontraba en traducción, por allí. Debo haber leído a Flaubert,
debo haber leído a Zola, supongo.
I. P.: ¿Qué edad tendría usted, por ejemplo, cuando leía a
Dostoievski ?
O. O.: Y... doce años, tal vez.
I. P.: Joven, muy chica...
O. O.: Sí, muy chica, pero vivía alucinada con esos personajes.
Creo que había un cuento de Dostoievski que me alucinaba, porque
tenía reacciones muy misteriosas para mí. En la traducción se llama
“La tímida”. Creo que lo han traducido de otro modo también: “La
blanda”, o algo así.

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En cuanto a la poesía, las primeras cosas que leí, que me


impresionaron mucho, naturalmente no eran las del colegio. Las
cosas que nos daban en el colegio me parecían horribles: “La
agricultura en la zona tórrida”, “La tristeza del inca”... No sé qué
otras cosas había... Unas cosas de Ecuador o de Colombia, ya me
voy acordar de algún otro título... Y, evidentemente, el primero que
me impresionó mucho fue Bécquer. Después ya me dediqué más a
los clásicos: Quevedo, San Juan de la Cruz, Garcilaso, Lope...
I. P.: ¿Siempre entre los doce y los catorce años?
O. O.: Sí, eso más cerca de los catorce y los quince...
I. P.: Quería adentrarme un poco en Las muertes. Es un libro con
un plan prefijado, ¿no es verdad?
O. O.: Sí, es un libro con un plan prefijado. Uno de los pocos
libros con un plan prefijado. Es un libro que, de alguna manera,
supone mitos modernos... Son como muertes ejemplares, digamos.
Porque ya no se pueden corregir, son eso y nada más, están ahí
aunque sean de ficción... Pero están cerradas, no puede uno
intercalar otra cosa ajena...
I. P.: Sí. Usted habla de mito... ¿Cuál sería la idea?,
¿simplemente la ejemplaridad que usted acaba de mencionar?...
O. O.: Bueno, cada uno es bastante “ejemplar” de alguna cosa...
“Carina” es esa ejemplaridad de un amor absoluto, al que una nada
puede lastimar hasta la muerte...
I. P.: Sí. ¿Evangelina?
O. O.: Evangelina es como una ignorancia. Evangelina se
convierte en un color, porque es el único personaje real que fue un
mito para mí. Era una prima de mi abuela, de la que nunca
conseguí saber otra cosa más que tenía un vestido celeste. ¿Muy
extraño, no? Cada vez que yo preguntaba por esa niña, me decían
que tenía un vestido celeste. De alguna manera lo digo en el
poema... No supe nunca otra cosa...
I. P.: Ese poema fabuloso, “Olga Orozco”... ¿Usted recuerda
cómo surge la concepción de ese poema? ¿Recuerda alguna
anécdota que pueda contar?
O. O.: Es Olga Orozco muerta en el corazón de alguien... Es un
poema de amor frustrado, un poema de amor desdichado, un largo

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amor bastante azaroso, bastante trágico de por sí. Pero que valió la
pena porque fue un amor muy intenso... Yo no considero siempre
tan terriblemente trágica la desdicha, porque me parece que tiene la
misma intensidad que la dicha, que ya estaba jugada de antemano,
que cuando uno apuesta a una gran intensidad le espera esa otra
cara que es la otra cara de la moneda. Y entonces, bueno,
bienvenida sea, aunque tenga que venir...
I. P.: Sí, comprendo. Justamente, ahora que usted lo menciona,
es muy recurrente en su obra el tema de la otra cara, el revés,
inclusive en sus títulos; en todo siempre está el cara y ceca...
O. O.: Sí, claro...
I. P.: El revés de las cosas. ¿Cómo surge eso? No sé si
comprende la pregunta...
O. O.: Sí, sí. ¡Cómo no! Yo creo que surge también de la
incapacidad de que toda situación sea reversible. No lo es. Tiene
esa otra cara que está allí, fatal... Desde el comienzo está esa otra
cara, que es la cara de la fatalidad. En realidad, pareciera que una
de las caras es la cara del azar y la otra que le espera es la cara de la
fatalidad.
I. P.: También está “1889”, en Las muertes...
O. O.: Ah, ésa es una casa vista casi al pasar, pero que quedaba
muy cerca de mi casa. La fueron demoliendo y quedó de una
manera muy impresionante, con tres paredes donde estaban
marcadas manos, escaleras, cosas... Quedó así mucho tiempo. A mí
me impresionaba, como estar viendo casi una anatomía o una vida
entera, que está cerrada, mirándola por dentro...
I. P.: Sí, otro poema fabuloso, realmente. La vez pasada, usted
dijo, en un momento dado: “Bueno, me enamoré de Enrique
Molina”... Cuénteme de él...
O. O.: Yo preferiría no hablar de eso. Si se tratara de estar
escribiendo mis memorias, lo haría, tal vez. Pero no creo que esto
tenga ese carácter. Te puedo contar lo que quieras personalmente,
pero no para la escritura.
I. P.: Está bien.
O. O.: Te puedo hablar de él como poeta, si quieres...
I. P.: Bueno, hablemos de él como poeta...

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56 IVÁN MARCOS PELICARIC

O. O.: Lo conocí a Enrique cuando yo tenía catorce años... Lo


traté durante toda mi vida. De modo que, de alguna manera, hay
una cierta afinidad de lenguaje... Yo creo que hay un contagio de
cierto tono de imágenes, de observaciones tal vez parecidas, en
cuanto a las comparaciones y a muchas otras cosas internas de las
imágenes... Siempre me pareció un poeta extraordinario. Creo que
era el mejor poeta de mi generación. Creo que fue él, ¿no? Y,
alguna vez, le dije que su poesía era la estética del harapo
deslumbrante y de la intemperie... En realidad, era una vida de una
persecución continua en lo imposible, aunque fuera internamente.
Y se ve que su sentimiento era el del viaje. Es que, en realidad, yo
creo que era el de la huida. Nunca pude saber la huida de qué, pero
de eso daba la sensación. Entonces a él mismo le daría la sensación
de una intemperie y de ser un desposeído, cosa que tampoco era
real... Supongo que era una sensación muy íntima pero que se
traduce en su poesía. Tenía una gran capacidad para las imágenes,
para hacerlas vivas y para trasladar cada sentido al otro, para dar de
una manera olfativa lo que era visual, de una manera táctil lo que
era gustativo, etc. Creo que eso es algo que corresponde a su
sentimiento absolutamente sensorial de la vida. Creo que casi todo
lo que ha hecho ha terminado de una manera muy apegada al
mundo, a la tierra, a todo lo que responde a los sentidos...
I. P.: En cuanto a su personalidad, ¿qué podría decir?
O. O.: Ah, su personalidad era muy atractiva, era un individuo
muy seductor, porque tenía un gran encanto, en su conversación, en
su observación ingeniosa o sensible de cualquier elemento,
digamos de una hoja, de un episodio cualquiera, aunque fuera
callejero... Él tenía una visión muy particular de todo eso. En una
pared era capaz de descubrir un mapa entero, y darle vida. Con una
imaginación muy desbordante, muy mágica, para emplear una
palabra permanente de su vocabulario...
I. P.: ¿Era un ser optimista?
O. O.: No era pesimista, no. Creía en las maravillas del mundo.
Creía, por otra parte, que la belleza era siempre, siempre tantálica,
que aparecía y huía, que era inalcanzable, lo mismo que la dicha,
que era algo para pisarle exclusivamente los talones...

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I. P.: Está bien... Vamos a seguir con Las muertes. Si usted


tuviera que realizar una elección de los poemas que le parecen más
antológicos, por decirlo así, ¿cuál elegiría?... ¿”Olga Orozco”?...
O. O.: Bueno, naturalmente es el que veo más cerca, porque es
mi poema...
I. P.: ¿Algún otro?
O. O.: Tal vez “Carina”, porque es una exaltación del amor, y
tal vez “El pródigo”, porque el asunto del poema, en sí, es una cosa
que me conmueve, ¿no?
I. P.: Yo siempre supuse -no sé si me equivoco- que al escribir
“Olga Orozco” usted intuía que el poema permanecería con fuerza
para la Historia, porque realmente es un poema de un poderío
increíble...
O. O.: No sé, nunca he pensado en las consecuencias de lo que
escribo...
I. P.: ¿Nunca?
O. O.: Nunca, no. Y, si me pusiera a meditar largamente en las
consecuencias de lo que escribo, vería todo borrarse a la distancia...
I. P.: Eso es un poco fatalista, ¿no?
O. O.: Es que yo no estoy conforme con lo que hago...
I. P.: ¿No?
O. O.: No, nunca estuve conforme.
I. P.: ¿En qué sentido?
O. O.: Todo lo que hago me parecen aproximaciones a un
centro, al que me paso la vida apuntando y con el que no acierto
nunca...
I. P.: Supongo que eso le ocurrirá a todos los grandes poetas...
O. O.: No sé. Yo veo a gente que está muy contenta con lo que
hace.
I. P.: Hay que ver si son grandes poetas...
O. O.: No sé, bueno...
I. P.: Como usted dijo la vez pasada, es una eterna búsqueda.
Nunca se llega...
O. O.: Además, lo que uno pretende asir es también bastante
inasible... Y si la palabra pudiera ser la cosa misma, pero no es la
cosa misma... Uno querría que lo fuera, claro. En lo más logrado,

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58 IVÁN MARCOS PELICARIC

uno tiene la sensación de que la palabra es la cosa misma.


Justamente, cuando uno tropieza con inmensos poetas tiene esa
impresión...
I. P.: Me hace acordar al poema de Alejandra Pizarnik: “En esta
noche, en este mundo”, en donde ella se queja de que la palabra no
alcanza...
O. O.: Yo creo que todos nos quejamos. Desde Rimbaud en
adelante, la palabra y el lenguaje en sí se convirtieron en un sujeto
del poema. Y en un sujeto para ser criticado (no menospreciado),
porque es el elemento que uno maneja, el único, pero sí criticado,
sin llegar a lo que dice Salvador Elizondo de que el lenguaje
solamente sirve para expresar que no sirve para expresar...
I. P.: ¿Quisiera que hablemos un poco de Alejandra Pizarnik?
O. O.: Bueno.
I. P.: ¿Cómo la conoció?
O. O.: Conocí a Alejandra cuando Alejandra era muy joven. No
debía tener 18 años. Creo que tenía solamente su primer libro
publicado. En ese entonces existía una especie de bar, del que yo
formaba parte, que se llamaba La Fantasma y allí conocí a
Alejandra, que fue para conocerme. En ese entonces, era una chica
muy tímida, muy obsesionada, desde ya se le notaba algo agónico,
en su conversación, en su manera un poco despavorida de mirar...
Y la seguí tratando, me siguió visitando. Me llevaba sus poemas,
los leía, me pedía algunos consejos, que opinara sobre qué poemas
publicar, cuáles desechar, cuáles me parecían repetitivos, etc. Nos
hicimos muy amigas. Como digo, era una criatura bastante agónica,
por más que en las reuniones literarias, a medida que fue pasando
el tiempo, pusiera especial empeño en encubrir un poco esa parte.
Tenía humos, tenía ingenio, tenía brillo y no le costaba que eso
asomara inmediatamente, en medio de una reunión. Pero en cuanto
se quedaba sola –o sola con una sola persona íntima- se
desmoronaba. Daba la impresión de que había que armarla contra
la pared. Evidentemente, la poesía que hizo es muy buena. Pero, a
mí, me da la impresión de que no se puede vivir solamente en una
casa hecha de palabras... Hay que vivir en una casa hecha con la

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vida misma y creo que esa casa hecha con palabras no le basta a
nadie.
I. P.: Fue un poco premeditado en ella vivir de esa manera, ¿no
es verdad?
O. O.: Sí, claro que fue premeditado. Vivía para la literatura. No
puede ser. Para escribir cartas en un día determinado, para
conectarse con tales personas en otro día determinado...
I. P.: Hubo épocas en que ella por sus obsesiones acudió mucho
a usted...
O. O.: Sí, sí, mucho. Porque yo había tenido angustias que se
asemejaban, sin duda (en la medida en que eso puede ser contable o
puede ser transferible por la palabra). Ella encontraba un
parentesco, tal vez, en ese tipo de angustias; entonces, sí, recurría a
mí, a cualquier hora, para no sentirse extraña y sola en el mundo,
para encontrar que había un parentesco con alguien.
I. P.: ¿Ustedes han viajado a Europa juntas?
O. O.: No. Ella estaba en Europa... Fue a Europa por unos
cuantos años, se quedó unos cuantos años. Estuvo...
I. P.: En Francia...
O. O.: En Francia. Estuvo trabajando allá en la revista
Cuadernos... Yo saqué una beca, en ese entonces, del Fondo de las
Artes y fui a hacer un trabajo sobre lo sagrado y lo oculto en la
poesía moderna. Fui a Francia, a España, a Italia, a Suiza –no sé-,
tal vez a algún otro país que no recuerdo... Y nos encontramos en
París, por eso. Pero no viajamos juntas.
I. P.: No sé si cabe hablar acerca de la muerte de Alejandra,
aquel misterio tan grande...
O. O.: Hay un misterio muy grande y, tal vez, unas disidencias
profundas, porque alguno de los médicos dijo que no existía una
dosis de pastillas lo suficientemente grande en el estómago, como
para matar a alguien que está acostumbrado a tomar pastillas... Hay
personas a las que le parece un desmerecimiento que uno niegue –
de alguna manera- el suicidio de Alejandra... A mí me parece todo
lo contrario, me parece que es un hecho hasta de caridad –digamos-
el querer pensar que pudo elegir.

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I. P.: Usted, después de la muerte, realiza una recopilación de


los poemas inéditos...
O. O.: Sí, hicimos una recopilación con Ana Becciú de todo lo
que estaba publicado suelto y lo que estaba también sin publicar... y
lo que no correspondía a un libro ya, ¿no?
I. P.: ¿Cómo realizaron ese trabajo?
O. O.: Fue una búsqueda bastante grande y una comparación de
muchos originales, de muchas versiones del mismo poema, para
saber cuál era la definitiva. Pero lo hicimos y trabajamos juntas,
muy cómodamente.
I. P.: ¿Cuánto tiempo llevó?
O. O.: Creo que más de un año... Ana también tuvo un gran
cariño por Alejandra y una amistad muy entrañable, de modo que
trabajó con gran fervor en eso.
I. P.: Fue como un homenaje a Alejandra...
O. O.: Sí, claro.
I. P.: De algún modo ya lo ha dicho, pero ¿qué opina usted de la
poesía de Alejandra? Si tuviera que hacer una reseña acerca de ella,
¿qué es lo que usted diría?
O. O.: Me parece una poesía que pide auxilio, una poesía que
dice “tengo sed, tengo hambre. ¡Por favor, ayúdenme!...”
I. P.: Muchas veces se han tomado las cosas al revés... Hay
quienes creen que usted es fruto de Alejandra, y no Alejandra fruto
suyo...
O. O.: Bueno, sería absurdo. Porque cuando yo la conocí a
Alejandra, yo tenía treinta y tantos años y Alejandra no tenía 18; yo
tenía varios libros publicados y un estilo hecho, que es el mismo
que sigo conservando hasta ahora y que estaba –de alguna manera-
desde mi primer libro.
I. P.: Incluso hay ciertas... no sé si decir imágenes o frases de
ella, que son prácticamente de su poesía y que usted lo ha
publicado mucho antes...
O. O.: Sí, tal vez.
I. P.: Usted no quiere hablar mucho...
O. O.: No, de ese aspecto, realmente, no. Que cada uno tome,
que cada uno observe lo que le parezca...

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I. P.: Sí, pero me parece que es importante que quede esto


asentado.
Volvamos a Las muertes. Discúlpeme que insista con algo que
ya hemos comentado en cierto modo... ¿Usted decidió hacer un
pequeño plan y se lanzó a la escritura de esos poemas?, ¿usted se
dio cuenta a posteriori que había una relación entre ciertos poemas
y decidió continuar?... ¿o fue totalmente premeditado?
O. O.: Fue premeditado y no, a la vez. Creo que salieron dos
poemas, surgidos de mis lecturas más asiduas. Creo que salió
primero el de un personaje de Faulkner y el de Carina. Entonces
pensé: “¿Por qué no seguir? Éstos son dos personajes casi míticos
para mí... ¿Por qué no seguir con una pequeña galería de mitos, a
través de lecturas o de personajes que me hayan impresionado
vivamente, como si fueran una parte de uno u otro sentimiento mío,
también?”
I. P.: Obviamente, la muerte es el gran tema de su poesía.
O. O.: Sí, es una constante en mi poesía. Yo creo, como cree
Miller, Arthur Miller, que la muerte y la vida están tan entretejidas
que no se puede hablar de una y omitir la otra. O que no puede
existir la una sin la otra, realmente. Eso es obvio, ¿no? Lo que pasa
es que yo, como sabes, tengo fe, creo en la perduración, creo en un
más allá, creo en Dios; sin embargo, le tengo un gran temor a la
muerte.
I. P.: ¿Le tiene temor?
O. O.: Le tengo un gran temor, sí. Evidentemente, debo sentir
como si yo fuera a presenciar mi propia nada. Eso debe venir de
algún tic de duda, de algún chispazo de duda. Como si fuera a
presenciar mi propia nada... Es decir, soy y no soy a la vez. Tal vez,
le tenga mucho miedo a una metamorfosis impensable. Y, de la
misma manera en que uno nace llorando, supongo que uno nace
también hacia el otro costado con gran esfuerzo, abriéndose paso
quién sabe entre qué arrecifes y entre qué monstruos... Nacer, más
que llorando, pidiendo piedad hacia el otro lado...
I. P.: Marguerite Yourcenar dijo que deseaba entrar en la muerte
con los ojos abiertos, adentrarse en aquel mundo bien a
conciencia...

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O. O.: ¡Yo también!


I. P.: ¿Usted también?
O. O.: A pesar de eso, sí. No, no quiero entrar dormida, por
ejemplo. No, no. Quiero ver bien de qué se trata.
I. P.: En sus fantasías, ¿usted ha pensado cómo podría llegar a
morir?
O. O.: Muchas veces. Pero debo haber recorrido tal gama de
posibilidades que no me he quedado con ninguna.
I. P.: Ninguna que le complazca...
O. O.: Justamente, alguien me hacía el cuestionario Proust y la
última pregunta del cuestionario es: ¿Cómo le gustaría morir? Y,
naturalmente, contesto: “De ninguna manera”...
I. P.: ¿Usted tuvo intentos suicidas?
O. O.: No, nunca. En mis peores momentos, he pensado: “Me
gustaría estar muerta”. Es decir, me gustaría ya haber pasado. Pero
nunca: “Me gustaría estar muriendo. Me gustaría morirme, en este
momento.” Nunca he tenido un intento suicida ni he fomentado
tampoco mis angustias. Yo creo que soy, de alguna manera íntima,
muy sana, y que tiendo a caer del lado más saludable posible,
siempre.
I. P.: Sin embargo, usted me ha confesado que le ha tenido
miedo a la locura, que es una forma de muerte, también, ¿no es
verdad?
O. O.: Claro, pero eso en medio de las tremendas angustias,
haciendo lo posible por retroceder... Curiosamente, siempre en los
momentos de angustia encuentro salida por la palabra... Hago
juegos de palabras, combinaciones de palabras, crucigramas... Me
aferro a las letras, de cualquier manera...
I. P.: Como una tabla de salvación...
O. O.: Sí.
I. P.: Y, cuando escribe, ¿escribe en momentos en que se siente
más cercana a la angustia, a la locura o en momentos de mayor
sensatez, por decirlo de algún modo?
O. O.: Creo que escribo en momentos de mayor sensatez,
tratando a veces de resucitar un poco algún momento de esos, que
me ha parecido privilegiado... No por el estado en sí, porque me

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parece horrible, sino por alguna sensación muy especial que me ha


permitido captar.
I. P.: Cuénteme acerca de su tarea de escritora. Entiendo que no
siempre es igual, pero ¿cómo escribe un poema?
O. O.: Lo que lo suscita es variado. A veces, puede ser una
frase; a veces, una música; a veces, unas palabras oídas al pasar y
que no tienen nada que ver con lo que despiertan... Una sola
palabra puede empezar a tener una resonancia especial. Entonces
siento... En general, abro esa primera puerta. Se abre con una frase.
Aunque no sea una frase perfecta ni completa, pero es lo que
empieza a dar nacimiento al poema. Esa puerta que yo abro es
como si fuera la puerta de entrada a un largo corredor que me
permite ver, a la vez, la puerta opuesta, la del fin del corredor.
Entonces ésa, la del fin del corredor, da una especie de réplica o de
continuación a esa primera frase. Pero es algo que lo cierra.
Incluso, a veces, es algo contrapuesto... Entonces, sella lo que es el
comienzo y el fin del poema. Lo que no sé es cómo voy a hacer ese
largo recorrido. Y ese largo recorrido lo hago laboriosamente, paso
a paso, a veces repitiendo diez versiones, veinte, de la primera
frase, hasta pasar a la segunda, y de la segunda, también, hasta
pasar a la tercera, y así sucesivamente. De modo que el poema se
va corrigiendo a medida que lo hago. En general, cuando llego al
final, tengo muy pocas cosas que corregir. Creo que todos mis
poemas tienen una estructura sólida. Yo digo que construyo mis
poemas como un arquitecto construye una casa. Los construyo
como para vivir adentro; es decir, todo tiene una coherencia,
aunque haya cosas que sean oscuras. Lo que está en la línea 12
tiene absoluta relación con lo que está en la línea 22 y con lo que
está en la línea 48. Y así, entre sí. Es toda una red, tejida con una
misma sustancia. No sé si está claro...
I. P.: Sí, muy bien. ¿Usted siempre trabaja directamente sobre el
papel o arma primero la frase en la mente?
O. O.: Cuando estoy muy obsesionada con un poema no lo
suelto casi ni para dormir; entonces, sigo trabajando mentalmente
aún en la calle.
I. P.: ¿Escribe a mano o a máquina?

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O. O.: Escribo a máquina y hago anotaciones, a la vez, a mano.


Es un método medio heterodoxo.
I. P.: Y continuamente está puliendo...
O. O.: Sí, y al final solamente me quedan las repeticiones,
alguna frase que tiene algo que yo sé (ya está marcada) que tengo
que rever... Tengo que volver a esa línea, pero la dejo porque sé
que en ese momento no la puedo solucionar...
I. P.: ¿Y sus imágenes tan fuertes?... Es muy difícil pensar que la
imagen está verdaderamente elaborada. Seguramente se da como
un golpe.
O. O.: Eso es lo que Octavio Paz llama los signos en rotación,
cuando habla de la poesía de Mallarmé, “Un coup de dés...”, en El
arco y la lira. Es como si se recibiera, de pronto y a la vez, una
rueda de solicitaciones. Y hay que elegir, porque no se pueden
poner todas. Por más que mi poesía sea barroca es, de todos modos,
una síntesis. Entonces, hay que renunciar a muchas cosas.
Permanentemente, se están mutilando cosas, hay que seleccionar,
hay que elegir.
I. P.: Es obvio, pero ¿usted dice que su poesía es barroca por la
cargazón de imágenes?
O. O.: Sí, claro, porque es una poesía que no es desnuda, es una
poesía que tiene adjetivación, que tiene imágenes sucesivas. No es
tampoco una enumeración ni mucho menos; siempre hay un
pensamiento que sostiene las cosas, siempre hay una abstracción
que las sostiene.
Yo diría que no hay un elemento totalmente subconsciente. A
veces tomo elementos subconscientes pero después los llevo a
plena luz y, si mi plena linterna mental no los aprueba, no pasan.
I. P.: Se ha dicho que Milosz y Saint-John Perse han influido en
su poesía, ¿usted cree que es así?
O. O.: Puede ser...
I. P.: ¿En lo formal?
O. O.: Sí, puede ser, no sé. Yo creo que uno no elige las
influencias, creo que hay parentescos...
I. P.: ¿En la musicalidad que ellos tienen?
O. O.: Sí y, tal vez, en el tono...

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Creo que con Saint-John Perse tengo menos que ver que
con Milosz. Recuerdo que cuando aún no había leído a Milosz le
mostré a Lisandro Galtié, que fue su gran traductor, algún poema
mío y me ha hablado de que tenía una semejanza con Milosz. Sería
sin duda una semejanza remota. Tal vez, haya llegado más cerca a
medida que lo he leído, no sé. Pero ya existía un parentesco.
I. P.: ¿Qué otros poetas piensa usted que han influido en su
poesía?
O. O.: Han influido -si es que han influido, no sé, te digo que
son parentescos- los clásicos...
I. P.: Cuando dice clásicos se refiere a San Juan de la Cruz, por
ejemplo.
O. O.: San Juan de la Cruz, Garcilaso. Tal vez la Biblia, incluso,
haya influido.
I. P.: ¿Qué opina usted de la generación del 98 española. Juan
Ramón Jiménez, por ejemplo. Hubo una época en donde ese tipo de
poesía estaba muy sobre el tapete.
O. O.: Yo creo que son imprescindibles para todo lo que vino
después, creo que tuvieron una gran influencia, aunque después esa
influencia se haya ido transformando. Sobre todo Juan Ramón, creo
que tuvo mucha influencia en la generación del 27.
I. P.: ¿A usted particularmente le atrae la poesía de Juan Ramón
Jiménez?
O. O.: Me atraía un poco cuando era muy joven, después dejó de
atraerme. Su último libro, Animal de fondo, me gusta más que los
anteriores, lo siento más cerca de mi manera de sentir.
I. P.: ¿Y los Machado?
O. O.: Los Machado, sí. Pero no tanto. El que más siento de
todos ellos es Cernuda, sobre todo el Cernuda de los primeros
libros, el de La realidad y el deseo. No de los últimos.
I. P.: De la generación del 27, que usted menciona, Lorca...
O. O.: Me parecen casos extraordinarios, tanto el de Lorca como
el de Alberti. No los siento próximos, pero yo puedo sentir lo ajeno
también, no solamente lo que se me parece.
I. P.: Seguro...

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66 IVÁN MARCOS PELICARIC

O. O.: Tanto Lorca como Alberti me parecen tocados por el


duende de la gracia. Los dos. Me atrae más García Lorca, aunque
lo gastaron mucho en una época. Tanto a García Lorca como a
Neruda los gastaron los seguidores. Hay que esperar un tiempo
largo para volverlos a reconocer como leídos por primera vez.
I. P.: ¿Cuando hablamos de Lorca, hablamos del Romancero o
de Poeta en Nueva York?
O. O.: Hablamos de todo en general. Cada cosa en su tipo. De
los poemas de Lorca que más me han llegado, podría nombrar uno,
que es muy desconocido: el del niño que se quería cortar el corazón
en alta mar [“Gacela de la muerte oscura”].
I. P.: No lo conozco.
O. O.: Ah, es un precioso poema. Es un poema que por allí dice:
“No quiero que me repitan que los muertos no pierden la
sangre;
que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme de los martirios que da la hierba,
ni de la luna con boca de serpiente
que trabaja antes del amanecer.

Quiero dormir un rato,


un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del viento Oeste;
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.

Cúbreme por la aurora con un velo,


porque me arrojará puñados de hormigas,
y moja con agua dura mis zapatos
para que resbale la pinza de su alacrán.

Porque quiero dormir el sueño de las manzanas


para aprender un llanto que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar.”

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SI ME QUIERES MIRAR 67

I. P.: ¡Estupendo! ¿Cómo es que lo sabe de memoria?


O. O.: Se me ha borrado la primera estrofa, como viste [“Quiero
dormir el sueño de las manzanas,/ alejarme del tumulto de los
cementerios./ Quiero dormir el sueño de aquel niño/ que quería
cortarse el corazón en alta mar. De: Diván del Tamarit]. Empecé
por cualquier lado. Bueno, a veces, se me pegan los buenos poemas
y, a veces, se me pegan los malos, como las manchas.
I. P.: ¿Usted es de memorizar poemas?
O. O.: ¡No! Nunca.
I. P.: ¿Nunca? ¿Quedan de tanto leerlos, simplemente?
O. O.: De tanto leerlos. Así como se me pegan los tangos. Yo
soy la antología viva del tango, también. Y no me he puesto a
estudiar las letras de los tangos.
I. P.: Cuénteme esa pasión por el tango.
O. O.: Debe ser un homenaje a la nostalgia. Porque no es la
calidad en sí de la cosa... Tanto que, cuando a mí me preguntan, por
ejemplo, qué poemas escribo, si soy clásica o romántica, cósmica o
telúrica (esas preguntas absurdas que le hacen a uno), yo digo:
“Escribo tangos con categoría”.
I. P.: ¿Sabe bailar el tango?
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Lo baila bien?
O. O.: No. Creo que lo bailo caminando con intención.
I. P.: ¡Está muy bien! ¿Cómo empezó esa pasión por el tango?
O. O.: Debe ser por la nostalgia que tiene el tango dentro...
I. P.: Sí, pero ¿usted recuerda en qué momento, sobre todo, le
empezó a apasionar o lo empezó a escuchar?
O. O.: ¡Ah, desde que empecé a hablar!
I. P.: ¿Desde siempre?
O. O.: Sí. Cuando chica, mi madre me contaba que me sentaba
en el umbral y cantaba “Padrenuestro”, el tango “Padrenuestro”,
que estaba de moda en ese entonces. Yo tenía cuatro o cinco años.
I. P.: Me hace pensar en Borges, en este momento.
O. O.: Claro, pero a Borges lo que más le gustaba eran las
milongas.

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68 IVÁN MARCOS PELICARIC

I. P.: Las milongas, sí. Supongo que usted lo habrá conocido


muy bien...
O. O.: ¿A Borges?
I. P.: Sí
O. O.: Lo conocí, pero no tanto. Lo encontré muchas veces en
casa de Haydée Lange, porque eran muy amigos.
I. P.: Claro.
O. O.: Y alguna vez salimos con Haydée y con él.
I. P.: ¿Qué opina usted de Borges?
O. O.: Bueno, es obvio. Yo creo que nos cambió a todos. Creo
que Borges sí influyó sobre todos, aunque no lo sepamos. Creo que,
de alguna manera, nos enseñó hasta a elegir el adjetivo que no
mata.
I. P.: ¿Usted es devota de la poesía o de los cuentos de Borges?
O. O.: Soy más devota de los cuentos de Borges que de su
poesía. Soy devota de la poesía de los últimos tiempos, de la poesía
que ya parece casi un inventario, una despedida. Ésa es la poesía de
él que más me gusta.
I. P.: ¿Cuáles son los cuentos que más le han gustado?
O. O.: Uno de los que más me atrajo fue “El Aleph”.
I. P.: ¿Por qué?
O. O.: Por aquella cuestión que se plantea: todo el Universo pasa
por un punto...

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TERCER ENCUENTRO
Martes 28 de enero de 1997

I. P.: Ayer –no sé si recuerda- estábamos conversando sobre


Borges... Estábamos hablando de “El Aleph”, cuando tocaron el
timbre.
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Quiere contarme algo más acerca de Borges? Quizás las
impresiones que él le habrá causado, si bien ya me ha dicho que lo
vio pocas veces.
O. O.: Lo vi pocas veces pero lo vi bastante tiempo cada vez. No
agrego nada con decir que me pareció un hombre genial, con una
ironía muy particular y un sentido del humor también maravilloso.
Un poco siempre alejado, ¿no? Había siempre una especie de
barrera con él. Sus juicios bastante arbitrarios le hicieron perder el
Premio Nobel... Porque no sé si sabes que estaba programado para
el Nobel, compartido con Aleixandre, un año antes de que lo
ganara Aleixandre, pero fue justo en el momento en que fue a
Chile... Dicen que recibió la condecoración de Pinochet; no fue a
recibir una condecoración de Pinochet, fue a recibir una
condecoración de la Universidad... Y, bueno, hablando de García
Lorca dijo que era un andaluz profesional. Agregó después, cuando
le preguntaron por sus poetas predilectos, que su poeta predilecto
era Machado. Cuando el que lo interrogaba le dijo: “¡Qué buen
acierto elegir a Machado, realmente Antonio era un gran poeta!”, él
dijo: “¿Cómo?, ¿Manuel tenía un hermano?” Cosa que tampoco
hubiera sido tan desacertada. Manuel era un gran poeta.
I. P.: “Adelfos” es fabuloso.
O. O.: Sí, a mí me encanta ese poema. Bueno, además los
cronistas nunca se empeñaron demasiado en destacar lo que estaba
dicho con ironía y con sorna de lo que estaba realmente dicho en
serio. Porque las cosas de las que se lo acusan nunca fueron dichas
en un texto serio, en un texto real, siempre fueron sido dichas en un
reportaje.

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I. P.: Ya le he comentado que lo tuve como profesor en la


Universidad, en Literatura Inglesa. Todos lo considerábamos una
persona muy humilde...
O. O.: Sí, claro.
I. P.: Y de una gran generosidad con los alumnos. Por las
anécdotas acerca de él, parecería que se mostraba de una manera
frente a los reportajes y de otra mano a mano.
O. O.: Sí, es evidente. En los reportajes era muy mezclado... Y
algunas veces es tan tonto lo que le preguntan que evidentemente
cultivaba un gran espíritu de huida. Tú habrás visto con qué
habilidad se escapaba; si la pregunta era boba, daba una vuelta de
tuerca y hablaba de lo que le daba la gana.
I. P.: A Bioy, ¿lo ha conocido?
O. O.: Muy poco.
I. P.: No sé si en algún momento le tocó frecuentar el grupo de
Bioy, Silvina, Victoria Ocampo.
O. O.: No. A Victoria la vi también algunas veces. Me ha
invitado a su casa a tomar té, me invitó también cuando llegó Indira
Gandhi, pero no puedo decir que haya sido amiga de Victoria. Le
tuve siempre admiración por su labor y me han parecido siempre
muy injustas las críticas de comparar su obra con lo que puede
hacer una señora que tiene fortuna. Porque lo que puede hacer una
señora que tiene fortuna son muchas cosas, además de crear una
revista literaria, de traer gente interesante al país, de publicar libros
casi simultáneamente con Europa... Y todo de gran calidad. Me
pareció una mujer muy valiosa, de un gran carácter, a pesar de que
se notaba cierta timidez, también en ella.
I. P.: Nunca hubiera dicho...
O. O.: Tenía una firmeza mezclada con algo de timidez, sí. Era
un carácter muy extraño. Además una mujer muy imponente en su
porte. Su antigua belleza... En cuanto a Silvina, su prosa me
interesa sobremanera, su poesía a veces me parece como hecha en
falsete, la caricatura de algo... Como un propósito de parodia de un
elemento que desconozco cuál es. Encuentro cosas hasta risibles.
Pero los cuentos son extraordinarios. De una gran imaginación y
también con un matiz de humor muy encantador.

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I. P.: ¿Le interesan particularmente los cuentos fantásticos?


O. O.: Sí, me interesan. No me interesa demasiado la ciencia
ficción pero sí el cuentos fantástico.
I. P.: Supongo que habrá conocido muy bien a Eduardo Mallea,
en La Nación.
O. O.: Sí, claro.
I. P.: ¿Qué impresión le ha causado, como persona?
O. O.: Inmejorable. Me pareció un hombre serio, sólido,
generoso. Se preocupaba mucho por los problemas del país. A
veces, había como una cierta exageración en las catalogaciones de
algunas cosas, como su amor a Bahía Blanca: verla misteriosa, por
ejemplo... Yo viví muchos años en Bahía Blanca y no encontré
nada misterioso... A lo mejor sería mi falta de ojo, cada uno tiene el
ojo adecuado a los sucesos que vive en un lugar, ¿verdad?
I. P.: ¿Le interesan sus novelas?
O. O.: Me parecen un poco pesadas, a veces. Pero me interesan,
sí.
I. P.: No sé si recuerdo mal, pero Todo verdor perecerá, ¿no
transcurre, justamente, en Bahía Blanca?
O. O.: Sí, transcurre en Bahía Blanca, en el bar alemán de Bahía
Blanca. Hay unos encuentros de la pareja en el bar alemán...
I. P.: Ágata se llamaba el personaje, ¿no es cierto?
O. O.: Me parece que sí y habla mucho además de Los chales de
la nueva provincia, que era una tienda, y de un club... Creo que es
el Club Español...
I. P.: ¿Qué me puede decir de Sábato?
O. O.: ¡No!
I. P.: ¿No?
O. O.: ¡Nada!
I. P.: ¿Y de Mujica Láinez?
O. O.: De Manuel Mujica Láinez fui muy amiga. Era muy
amigo de sus amigos. Era de una adicción muy incondicional con
sus amigos. A veces, tenía un humor bastante cruel con las
personas que no conocía o que no le resultaban simpáticas por
alguna razón. Un ingenio muy aplicado a ciertos alfilerazos... muy
sutiles. Me interesa mucho La Casa, me interesan mucho sus

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primeras novelas. En algunas otras encuentro algo -¿cómo te diría?-


demasiado suntuoso, algo como armado, como para una capilla
ardiente, con grandes catafalcos y grandes terciopelos y dorados.
Pero, evidentemente, tiene una prosa extraordinaria, muy cuidada.
I. P.: Los cuentos de Misteriosa Buenos Aires son excelentes...
O. O.: Sí, excelentes. Los cuentos me gustan más que las
novelas.
I. P.: Supongo que a Cortázar también lo habrá conocido...
O. O.: Sí, lo conocí cuando éramos... (bueno, me llevaba unos
cuantos años), cuando éramos bastante jóvenes. Yo lo conocí
cuando estaba en la facultad y él debía tener -no sé- 25 años, tal
vez, pero parecía un adolescente. Siempre aparentaba menos edad
de la que tenía, salvo en los últimos años. Me lo presentó Daniel
Devoto. Hicimos muy buenas migas en seguida. Tenía también un
gran sentido del humor pero muy bondadoso, muy angelical,
mezclado con una gran ternura. Muy asombrosa y muy inocente.
Naturalmente que la obra de Cortázar me parece monumental. Los
cuentos me encantaron desde el primer libro, desde Bestiario.
Bueno, Los reyes, después Rayuela. Pero, aún antes de Rayuela,
Los premios fue una novela que me encantó, también. Lo vi
algunas veces en París, después... También soy muy amiga de su
primera mujer, de Aurora Bernárdez, que es una mujer excepcional,
con inteligencia, equilibrio, sentido común, sin que eso deje a un
costado lo imaginativo...
I. P.: ¿Ha conocido también a Francisco Luis Bernárdez?
O. O.: No. Es medio hermano de Aurora.
I. P.: Sí. ¿Qué impresión le causa la poesía de Francisco Luis
Bernárdez?
O. O.: A través de los años, uno empieza a valorar muchas cosas
que cuando era muy joven le parecían pesadas o cargadas de
aburrimiento. Pero la poesía de Bernárdez siempre me pareció
buena. No digo que me exaltara, pero me pareció siempre algo
hecho con calidad y con impulso verdadero.
I. P.: Seguramente. Retornando a sus propios libros: ¿qué son
Los juegos peligrosos?

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SI ME QUIERES MIRAR 73

O. O.: Los juegos peligrosos son (te hago un parangón, sin que
llegue a esas categorías) lo que decía Rimbaud acerca del
desarreglo de los sentidos, lo que se llega a percibir de una manera
extremada con el afinamiento de ciertas percepciones, de ciertas
cosas que uno va -¿cómo podría decirte?- raspando para agudizar...
Llegar más allá de lo posible, de lo que se puede llegar en una
simple mirada no te diría indiferente sino natural de la muerte...
Allí hay también juegos peligrosos como la cartomancia, hay
poemas acerca del sueño y de la continuación del sueño, hay otro
poema que tiene una relación astrológica, que es “Sol en Piscis”,
donde no solamente me detengo a ver las posibles variaciones de lo
que puede ser una sensibilidad pisciana sino también de lo que
pudo llegar a haber sido. Como si quisiera percibir, en esa cosa de
marejada, de dejarse llevar por el gran oleaje que tiene una persona
de Piscis, lo que pueden haber sido sus vidas anteriores, hasta sus
vidas animales... No creo que eso se perciba en el poema pero era
lo que yo sentía...
I. P.: ¿Por qué “peligrosos”?
O. O.: Porque están bordeando. Yo te hablaba hace un tiempo,
hace dos o tres días (que me parece un tiempo largo) acerca de las
angustias, ¿verdad? Y me parece que todo esto que te estoy
diciendo ahora, acerca de extremar la carga en determinadas
sensaciones, lleva a situaciones angustiosas. Te parece que te va a
desequilibrar o que te va a sacar de un quicio, que es el regular, el
medido, el cartesiano.
I. P.: En una de las conversaciones usted mencionó, al pasar, que
tuvo temor a la locura...
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Podría ampliar aquello un poco más?
O. O.: Cuando yo sentía que la realidad se me disipaba o que yo
estaba a punto de disiparme en medio de la realidad, sabía que eso
era una cuestión mental que no iba a suceder realmente, pero que
estaba poniendo en peligro algo que estaba en mi pensamiento... Y
eso me parecía que era un mecanismo tan delicado que se podía
dañar con una nada. Era como clavar agujitas o como desviar un
camino que era el conocido, el real. Me concentraba mucho, miraba

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una tela casi hasta construirla yo misma, me parecía que


construyendo el mundo, paso a paso, desde afuera, me estaba
construyendo yo también por dentro. Fueron muy agudas las
sensaciones.
Cuando hice terapia, Fernando Pagés Larraya lo tomó como
la angustia existencial más intensa que había atendido en su vida.
Encontré muchas veces compañía en poetas, en escritores. Pero
siento que en quien encontré mayor compañía en ese tipo de cosas,
en el conocimiento de los abismos, fue en Michaux, cuando se les
va la mano en la mezcalina, en la dosis de mezcalina que le dan y
no hay antídoto y escribe... Y escribe cosas que son intransferibles.
Claro que yo tampoco te las podría trasladar a mi propio lenguaje.
Por otro lado, en Sartre, en La náusea, yo me reconocí en muchas
cosas. Tengo amigos con los que he hablado alguna vez a fondo de
esto (no son más de dos, seguramente) amigos que tenían algunas
sensaciones parecidas y he visto libros marcados por ellos de La
náusea que dicen: “Sensación de Olga”.
I. P.: El juego poético, para usted, ¿siempre supone un peligro?
O. O.: Supone una apuesta que puede llegar a ser peligrosa. Yo
me lanzo, no sé dónde voy a terminar...
I. P.: La pregunta apuntaba a si el quehacer poético siempre
tiene que estar al borde de la locura.
O. O.: Y, depende de las búsquedas: hay gente que hace
paisajismo, que hace descripciones de lo inmediato (no lo digo en
un sentido peyorativo) o que juega con la música de las palabras...
No creo que haya peligro en ese tipo de cosas. Pero sí, cuando un
poeta apuesta un poco más allá, y se mete en los mundos oscuros,
en los mundos casi intransitables, de elementos trascendentes (que
no se nos dan), en esos grandes misterios, esos grandes enigmas
que nos rodean y que los llevamos nosotros mismos, porque
pareciera que lleváramos nuestra propia esfinge... Sin duda, nos
dieron también la respuesta, pero no para que la descifremos ahora.
I. P.: Muy bien. Insisto sobre este tema: el genio, ya sea en
pintura ya sea en literatura, etc., ¿traspasa los cánones permitidos?

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O. O.: No creo que siempre. No creo que sea una condición.


Hay grandes creadores que se quedaron dentro de lo razonable y
que no dejan de ser genios.
I. P.: Los juegos peligrosos contiene ese poema que tanto
maravilla: “Si me puedes mirar”, dirigido a su madre. En realidad,
no hemos hablado demasiado de ella.
O. O.: No...
I. P.: ¿Podría detenerse un poco en la figura de su madre?
O. O.: Sí, claro. Creo que he hablado mucho en mi obra de mi
madre. Creo que he insistido no solamente en los poemas sino
también en los libros de relatos... Pero sobre todo en “Si me puedes
mirar”. Hay pasajes de algún otro poema... Incluso hay uno que se
llama “No han cambiado y son otros”, en donde hay un pasaje
dedicado a mi padre, otro dedicado a mi abuela y otro dedicado a
mi madre. Como tres conjunciones... De dónde vengo y lo que me
trae cada uno; habiendo desaparecido, lo que sigue trayéndome
después de muerto... Y cómo yo los busco en distintos elementos,
como si fueran a volver aún en algo inquietante: una tormenta, una
cortina que se mueve en la oscuridad, una ráfaga...
Mi madre era un ser muy excepcional, de una gran fuerza,
de una gran protección. A mí me parecía una torre, una fortaleza
inexpugnable. Hubiera querido heredar su fortaleza; yo soy muy
vulnerable, por cierto... Creo que te dije que mi padre estaba poco
tiempo en la casa y mucho en el campo, y ella tuvo que actuar con
nosotros –criaturas rebeldes, traviesas, con personalidades bastante
particulares- con firmeza, como madre y padre. Tenía una gran
dulzura y no por eso le faltaban elementos para el castigo, no para
el castigo corporal sino para las penitencias.
I. P.: ¿Por ejemplo, qué tipo de penitencias le daban?
O. O.: Y, por ejemplo, encerrarme a leer la Biblia, cosa que con
el tiempo me encantó, con el tiempo me parecía más una fiesta que
un castigo.
I. P.: ¿Ella era muy religiosa?
O. O.: Era muy religiosa, sí, era muy religiosa. Tanto ella como
mi abuela. En mi casa, se rezaba el rosario todos los atardeceres
con grandes cambios de voz cuando nosotras nos equivocábamos a

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propósito en las oraciones, o nos movíamos, o intercambiábamos


miradas o gestos con mi otra hermana. Entonces mamá rezaba, por
ejemplo: “Padre nuestro, ¡que estás en los cielos!, santificado
sea...” Nos reprendía con la voz pero sin interrumpir la oración.
I. P.: ¿Permanece en usted ese hábito de la plegaria?
O. O.: Yo sigo rezando, sí, pero casi siempre con oraciones
inventadas por mí.
I. P.: ¿Pequeños poemas?
O. O.: No, no son poemas. Son tal vez mis agradecimientos, mis
pedidos, mis urgencias, mis necesidades... No sin vuelo poético, tal
vez.
I. P.: ¿Qué pediría hoy, por ejemplo?
O. O.: Paz... Pediría impulso para la creación, porque tengo una
época muy abúlica.
I. P.: ¿En qué lo nota?
O. O.: En que no tengo ganas de hacer nada. Prácticamente,
tengo ganas de cambiar de silla, nada más. Eso no puede ser.
I. P.: Entiendo... ¿Recuerda como surgió la idea de escribir
“Para hacer tu talismán”, ese poema tan conocido? ¿Hay algo
anecdótico al respecto?
O. O.: No. Supongo que me deben haber preguntado muchas
veces cómo se hacía un talismán. La gente pensaba que yo tenía
algún poder para algo, en otra época, cuando me dedicaba más al
manejo de algunos elementos como el tarot o tenía por allí algún
ramalazo de videncia... Y no he podido dar ninguna receta para
hacer un talismán... (Aparte de repetir la frase de San Agustín:
“Ama y haz lo que quieras”; eso puede ser un talismán, ¿no?)
Entonces, se me ocurrió escribir ese poema, porque de todas
maneras me parece que dedicarse con intensidad a lo que uno adora
o teme de una manera exagerada es siempre un peligro muy grande,
porque puede convertirse en una especie de lepra, de cáncer, y
devorarte...
I. P.: Mi pregunta es trillada, pero creo que cabe: ¿cuál sería
para usted la misión del poeta?
O. O.: Creo que tiene una misión que no debe ser concebida
como un decálogo de obligaciones... Yo creo que más que una

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misión es una consecuencia de lo que hace. El poeta -cualquiera sea


su bandera o cualquiera sea su ocupación principal con respecto a
la sociedad- siempre ayuda a mirar el fondo de las cosas, ayuda a
hacerle sentir al otro que no está solo en las grandes desazones,
ayuda a tener la palabra para lo que se considera indecible, ayuda a
no dormirse del costado más cómodo, ayuda a pensar que el yo no
termina en sí mismo: que un yo a veces es un tú y a veces es un
ellos y a veces es un nosotros.
I. P.: Quisiera que reflexione un poco respecto de la sociedad de
los años cuarenta...
O. O.: Me parece que la sociedad, sobre todo en los comienzos
de los años cuarenta, era una sociedad mucho más tranquila, más
esperanzada que ésta. Todo se veía con más claridad acerca de qué
finalidades podía tener cada acción; cada acto estaba marcado por
una cierta confiabilidad. Actualmente, por ejemplo, todo lleva a
una desconfianza, a una duda, si no a un escepticismo rotundo
acerca del posible fin de cada cosa. Todo esto conduce a un
descorazonamiento bastante total y, a un mismo tiempo, se tiene la
sensación de una inercia y de una impotencia muy grande. Porque
no se sabe qué es lo que podría cambiar, qué podría llevar toda esta
confusión que actualmente vivimos por un camino recto, donde
todo fuera honrado, bien intencionado, etc… Creo que no
encontramos salida porque tampoco encontramos que las puertas, a
las que se podría llamar, sean las puertas a las que se llamaba en
otro tiempo. Hay cambios –sabemos bien- que conducirían a peores
resultados.
I. P.: ¿Cuál es su postura política?
O. O.: En un sentido partidario, soy radical.
I. P.: En su momento, ¿usted votó a Alfonsín?
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Cómo fue su vida en los años del proceso?
O. O.: Mi vida, en los años del proceso, fue en un comienzo
tranquila, hasta que supe lo que estaba sucediendo. Porque la gente
que se fue cree que los que nos quedamos nos quedamos como si
hubiéramos sido cómplices de algo... Considero que no se podía
vaciar el país, tampoco. Todos teníamos la posibilidad de irnos,

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pero te diría que yo me enteré bastante tarde de lo que estaba


pasando. Porque hay quienes creen –sobre todo gente de otros
países- que todo sucedía bajo la luz del sol y en plena calle, y eso
no es real, para nada. Empecé a enterarme a partir de lo que le iba
sucediendo a gente que era cada vez más próxima a mí. Primero
fue a amigos de amigos, después fue directamente a amigos,
después empezaron a aparecer tumbas, empezó a haber señal
palpable de todo el desastre.
I. P.: Pertenecer a la intelectualidad, ¿no le trajo problemas?
O. O.: No, nunca. Me pusieron en problemas, sí, personas que
eran perseguidas y a las que tuve que ayudar. Pero ésa es otra
historia.
I. P.: Mejor no entrar en eso... Hagamos un salto abrupto: ¿qué
opinión le merece la moda ecologista que ha habido en los últimos
tiempos?
O. O.: Llevada a un terreno moderado, me parece bien. Pero
creo que se ha exagerado un poco en muchas cosas...
I. P.: ¿Usted mira televisión?
O. O.: Sí, poca.
I. P.: ¿A pesar de los programas?
O. O.: Cuando no tengo nada que hacer y hay alguna vieja
película que alguna vez vi y me interesó, la vuelvo a ver.
I. P.: ¿Qué tipo de cine le interesa?
O. O.: Me gusta Bergman, me gusta Fassbinder, me gusta
Fellini. Tal vez, a veces, un poco menos Fellini; tiene algunas cosas
toscas por ahí que no me pasan del todo. Me gusta Buñuel, aunque
también hay elementos que mi sensibilidad no absorbe del todo.
Greenaway... Soy muy heterodoxa, como ves.
I. P.: Mencionó primeramente a Bergman: ¿qué películas, por
ejemplo?
O. O.: De Bergman, me han interesado todas las que he visto.
Creo que empecé por “El circo”. Fue la primera que vi, hace
muchísimos años, y creo que no la he visto más que una vez,
porque no es una película que se reponga.
I. P.: ¿“Gritos y susurros”?
O. O.: Sí, por supuesto.

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I. P.: ¿Suele ir hoy en día al cine?


O. O.: Sí. La última que vi, que me ha interesado, fue “Il
Postino”.
I. P.: “El cartero”. Sí, es muy buena.
O. O.: Maravillosa...
I. P.: ¿Conoció a Neruda?
O. O.: Sí, lo conocí, pero no demasiado. Yo era muy joven, lo vi
dos o tres veces cuando estuvo de paso por Buenos Aires. Me trató
siempre como si fuera una niñita, y yo tenía ya 18, 19 años. Por
ejemplo, estábamos en una reunión, todo el mundo tomaba whisky
y él decía: “¡Traigan chocolate para la niña!” Era muy difícil
acercarse a Neruda. Yo lo veía también en los demás, porque
estaba siempre un poco como ausente, estaba siempre en un
pensamiento paralelo y creo que lo mismo sucedía de algún modo
en sus reuniones. Le gustaba hacer reuniones en su casa, pero en un
momento dado tenía la necesidad de irse. Entonces... Creo que en
todas sus casas había una puerta secreta por la que desaparecía, o
para escribir o para estar solo, no lo sé.
I. P.: Nos hemos salteado a Alfonsina Storni...
O. O.: No, no me interesa. Nada.
I. P.: ¿Ni siquiera sus últimos libros... Mundo de siete pozos...
O. O.: Menos todavía.
I. P.: ¿Por qué?
O. O.: Porque lo veo forzado. Lo veo como con el propósito de
entrar en una corriente nueva.
I. P.: Le parece insincero...
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Gabriela Mistral?
O. O.: Gabriela Mistral... Me interesan los poemas de las
mujeres, esos que tienen nombres como “La abandonada”...
¿Cómo se llama ese libro? Lagar, ¿no es verdad?...
I. P.: Sí.
O. O.: Lo que no me interesa es Desolación. Me interesan “Los
sonetos de la muerte”, tienen fuerza, una cosa agreste, con sabor a
tierra. Todo eso me gusta mucho de Gabriela.

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I.P: Sé que en algún momento ha estudiado los poetas italianos,


vamos a decir modernos...
O. O.: No, muy poco los estudié.
I. P.: Pero, ¿usted no fue especialmente a Italia para estudiar a
sus poetas?...
O. O.: Sí, pero me pude entrevistar con muy poca gente, en ese
momento.
I. P.: ¿Recuerda con quiénes se entrevistó?
O. O.: Te diría que no eran de primera categoría. El que más me
impresionó de todos los que vi fue un poeta siciliano bastante
desconocido, primo de Lampedusa: Lucio Piccolo. Tiene una
poesía un tanto hermética y onírica. El libro más interesante de él
es uno que se llama La strega, en el que toma elementos mágicos.
Vivía en el mismo pueblo donde vivía mi hermano, en Capo d´
Orlando. Era muy amigo de mi hermano. Piccolo era barón y mi
hermano era socialista, dirigente del sur... Pero, como eran los dos
individuos más cultos de la zona, eran muy amigos entre ellos. Mi
hermano me llevó a conocerlo. Era un hombre muy particular.
Vivía en una especie de castillejo un poco tétrico. Él parecía de
alguna manera un albatros, un bicho raro... Era sombrío. Hablamos
mucho sobre la creación poética, sobre libros de poética, franceses.
Sobre todo recuerdo que hablamos mucho sobre Albert Béguin,
sobre Renéville, sobre Monnerot, y no parecía asombrarse para
nada de estar en un lugar perdido del mundo y encontrar una
persona con la que hablar de todas esas cosas. Hablamos también
sobre surrealismo; le interesaba particularmente. Lo vi en dos o tres
oportunidades: cada vez que yo llegaba a Capo d’ Orlando, me
mandaba su coche y yo iba a visitarlo. Y hablábamos,
conversábamos largamente. Después me iban a buscar, menos
mal... Quince días después de volver a la Argentina (en el último
viaje que hice), murió. Mi hermano decía que por falta de
interlocutor calificado.
I. P.: Insistiendo con los poetas italianos... Montale...
O. O.: Sí, me interesan mucho Montale, Pavese, Quasimodo.
I. P.: ¿No encuentra cierta relación entre Montale y su poesía?
O. O.: No creo. ¿Tú en qué lo ves?

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SI ME QUIERES MIRAR 81

I. P.: En el ritmo de ciertos poemas...


O. O.: Sí, pero, ¿no le encuentras a Montale un brillo, una
demostración de energía o de bienestar que yo no he podido
conseguir?
I. P.: Algunos poemas de Montale son terribles...
O. O.: Por supuesto.
I. P.: Hablemos de otras artes: la pintura, la música... ¿Existe
algún pintor que verdaderamente le haya fascinado u obsesionado?
O. O.: La pintura me ha interesado siempre. Además, tú habrás
visto que la mayoría de mis imágenes, en la literatura, son
absolutamente visuales. Me ha interesado mucho la pintura de los
impresionistas, sobre todo Van Gogh...
I. P.: ¿Por qué?
O. O.: Tiene un mundo muy especial, un mundo que parece
cósmico. Esos soles, esos colores tan fuertes. Es un mundo como si
estuviera próximo a estallar, es un mundo de turbulencias inmenso.
Además, la figura de él siempre me ha parecido tan melancólica,
esa vida tan especialmente signada por la desdicha.
I. P.: Quizás es eso lo que le atrae.
O. O.: No sé si es eso. Lo veo prefiguradamente en tantas
cosas... Esa silla (como para los Karamazov, por ejemplo) me
parece tan patética... Y patética me parece toda la figura de Van
Gogh...
I. P.: ¿Y Gauguin?
O. O.: Todo su encuentro con Gauguin me parece patético,
también. Gauguin ya estaba mucho más salvado por sí mismo, por
su propia autoestima, por su propia fuerza interior. Creo incluso
que había un orgullo, una egolatría, algo mucho mayor que lo
defendía. En cambio a Van Gogh lo veo tan desamparado...
I. P.: ¿Y la pintura surrealista?
O. O.: También me interesa, por supuesto. Por otra parte me
encanta Max Ernst, de Chirico...
I. P.: Giorgio de Chirico es fascinante, esas plazas...
O. O.: Sí, claro. Entre las mujeres me interesa, por ejemplo,
Remedios Varo; me parece fantástica... y Leonora Carrington.

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Curiosamente las dos hicieron una obra importante en Méjico. Las


dos tienen un mundo muy rico.
I. P.: ¿Y Salvador Dalí?
O. O.: Es un pintorazo, aunque no me guste su personalidad...
I. P.: ¿Por qué no le gusta? ¿Por lo ostentoso?
O. O.: Claro. Todo ese mundo me parece una fabricación, me
parece que exige una especie de estudio previo, de ensayo general
para una gran representación. Y, además, lo comercial... Cómo
llevó toda su vida... Creo que el Avida Dollars, que le puso Breton,
debe ser justo... Ahora..., cada pincelada de Dalí es magistral. Basta
ver ese retrato de Gala -un cuadro chico pero muy importante-, en
el que Gala está de espaldas, con una chaqueta de terciopelo
estampada... Cada pincelada es una maravilla.
I. P.: ¿Ha llegado a conmoverse enormemente frente a una
pintura?
O. O.: Sí, por supuesto. Lo primero que me llega a la memoria
es un museo de Holanda, donde están “Los zapatos con lazos”, de
Van Gogh, a los que le hice un poema. Esos zapatos realmente me
conmovieron hasta llorar, realmente. Hay algo muy torturado. Hay
elementos como para seguir –con un poco de imaginación- una
especie de historia muy dramática. Verlos caminar solos en la
noche y oír en la vereda de enfrente el eco de la soledad...
I. P.: Me ha dicho que le gustaba el tango, pero eso es una
cuestión aparte... ¿Habitualmente, escucha música?
O. O.: Sí. Me encanta Bach, Mozart. Cuando era chica, estudié
violín.
I. P.: Cuénteme...
O. O.: Fue terrible, porque evidentemente hay que tener dotes
para el violín. Hay que tener una habilidad especial que yo no tenía,
para nada. Era muy lenta y no tuve –ni en mi casa tuvieron- la
paciencia adecuada... Porque no es lo mismo desafinar en el violín
que en cualquier otro instrumento. Es horrible, parece que
estuvieras estrangulando a un gato. Y un buen día, después de tres
años de estudiar violín, mi médico resolvió que no tenía que seguir
estudiando violín, por exceso de sensibilidad. Yo siempre sospeché
que fue una conversación de mi madre y mis hermanas en

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connivencia con el médico, para que me lo prohibiera. Mi profesor,


en Bahía Blanca, se llamaba Savioli; era uno de estos genios
italianos con melenas que se sacuden. Y, cuando mamá fue a
explicarle al profesor por qué yo no podía estudiar más, le dijo:
“Mire, señora, talento no tiene; genio, no sé”.
I. P.: ¿Quién había hecho la elección del instrumento?
O. O.: Yo.
I. P.: Es extraño, ¿no? Se hubiera esperado la elección del piano,
por ejemplo...
O. O.: No. Yo elegí el violín. En mi casa, sin embargo, mi
hermana, mi tía, mi otra hermana, las tres tocaban piano. Pero no
fue por eso, no fue por diferenciarme. A mí me gustaba el violín,
me parecía que me tocaba elementos más íntimos.
I. P.: Sí. Otra vez es un instrumento de una sonoridad muy
trágica, muy despojada.
O. O.: Sí, por supuesto.
I. P.: ¿Es amante de la ópera? ¿Escucha ópera o le aburre?
O. O.: Escucho poca, pero me gusta.
I. P.: ¿La italiana?
O. O.: La italiana me encanta. Sí, me gusta Verdi.
I. P.: No hemos hablado sobre la poesía actual. ¿Qué le parece la
gente que ha surgido?
O. O.: Creo que hay poetas interesantes. Me parece que no hay
ninguno (o muy pocos) que se destaque con una voz demasiado
propia, que no hay ninguno que sea muy distintivo. Y, además, hay
muchos empeñados en algo que a mí me parece un poco inútil...
Son como ejercicios poéticos: el juego de palabras que generan
otras palabras o un tipo de desnudez tan absoluta o de intimismo
tan absoluto que se resuelve en cosas de una gran vulgaridad, como
si eso fuera un hallazgo. Incluso, un lenguaje torpe, tosco... Sí, hay
algunos poetas jóvenes interesantes... Hay un muchacho que se
llama Jorge Smerling que tiene una obra ya bastante copiosa y que
es muy interesante. Como él hay algunos otros, y mujeres hay
muchas.
I. P.: Usted me ha dicho que, en su juventud, trabajó en Fabril
Editora, ¿no es verdad?

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O. O.: Sí.
I. P.: ¿Qué otros trabajos ha hecho?
O. O.: Bueno, fui actriz de radioteatro en una época...
I. P.: ¿Sí?
O. O.: Fui maestra muy poco tiempo. Ese fue el primer trabajo
que tuve, apenas me recibí. Pero duró muy poco. Me dieron tercer
grado en un colegio del sur (y del sur de la ciudad), donde tenía
alumnos de catorce, quince años. Yo tenía 17 recién cumplidos y
me escribían cartitas. Sin duda, ellos creían que eran de amor pero
eran francamente pornográficas. Terminé por renunciar, me sentía
como acosada. Además, no servía para conservar la disciplina de
esos muchachotes. Después, estuve trabajando mucho tiempo en mi
casa, corrigiendo estilo, haciendo traducciones para Losada,
corrigiendo pruebas. Después, trabajé en Fabril Editora como
secretaria técnica. Cuidaba las traducciones y todo el proceso del
libro en general: la corrección de estilo, la corrección de pruebas.
Pellegrini era el asesor literario. Trabajé hasta que la editora dejó
de publicar libros. Hubo una época de gran esplendor en Fabril
Editora... Pellegrini fue casi un futurólogo en la edición de los
libros, en la selección. Materia y antimateria fue uno de los libros
que salió prácticamente antes de que se supiera qué era ese tema.
No te digo solamente en la Argentina... Los libros de la nouvelle
vague salieron casi simultáneamente en París y acá. Después de
eso, cuando dejó de existir Fabril como editorial (quedó como
fábrica, como impresora), entré a trabajar en la editorial Abril,
trabajé en la revista Claudia muchos años... Llegué a tener unos
cuantos seudónimos, porque hubo muchos números en los que tenía
varias notas. Por ejemplo, era Valeria Guzmán para el consultorio
sentimental; Martín Llanés para la crítica de libros; Valentine
Charpentier para las biografías, en las que se me permitía hacer un
tipo de trabajo que estaba más próximo a mi propio estilo personal;
para la prosa, Carlota Ezcurra, que eran las notas frívolas; Jorge
Videla, para las notas científicas; Richard Reiner, para las notas de
ocultismo; Sergio Medina, para artículos variados... Creo que falta
algún seudónimo todavía... Ah, Elena Prados, para notas de moda.
I. P.: ¿Cuántos años trabajó en Claudia?

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O. O.: Y, debo de haber trabajado ocho, nueve. Vi pasar equipos


completos, porque había mucha variación...
I.P.: ¿Y qué sucedió?
O. O.: En ese entonces, mi marido era muy viajero y, a veces,
estábamos ausentes mucho tiempo de la ciudad. Él prefirió que
dejara ese trabajo. También hice horóscopos para Clarín.
I. P.: ¿Ah, sí?
O. O.: En colaboración con una amiga. Firmábamos Canopus.
También fueron unos cuántos años. Eran horóscopos hechos muy
en serio, en relación con lo que, sobre esto, se hace en general. Se
pone: “Vístase de verde, coma arvejas y tendrá suerte”... ¿no?
Estaban seriamente hechos, porque estaban consultadas las tablas,
estaba todo hecho reglamentariamente, de acuerdo con lo que un
horóscopo estático puede ser hecho...
I. P.: ¿Después de Claudia, no ha trabajado más en forma
estable?
O. O.: No.
I. P.: Su tarea en La Nación, ¿aún continúa?
O. O.: Sí, claro. Pero ahí no tengo una tarea específica. Cuando
empecé a colaborar más regularmente, estaba Gallardo de director
del suplemento cultural... Me pidió que colaborara con regularidad
y fue la época en que publiqué con más asiduidad. Después
también seguí, cuando estaba Jorge Cruz, que se ha jubilado hace
relativamente poco. Ahora está Hugo Beccacece. Pero, claro, La
Nación ha cambiado mucho de configuración. Habrás visto que el
suplemento literario es otra cosa: donde salían los poemas -en la
primera página- hay una franja de publicidad. Entonces,
naturalmente, se ven en figurillas para no mandar a la última página
a la gente que consideran que tienen que publicar en la primera,
¿no?
I. P.: ¿Qué podría decir del suplemento?
O. O.: El suplemento se ha vuelto un poco light. Inclusive la
poesía está pasada a un último término. Creo que eso ha sido una
desventaja, porque me parece que era uno de los suplementos en
que se publicaba más poesía y más literatura en serio. No te digo
del país sino de mucho más allá. La gente que venía de países

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extranjeros quedaba muy asombrada de que hubiera todo un


suplemento dedicado a la cultura. Pero perdió páginas, además; es
decir, fue desmereciéndose, me parece.
I. P.: ¿Por qué cree que sucedió eso?
O. O.: Tal vez, por un sentido que para mi consideración es
erróneo, pero que para la consideración de las autoridades debe
estar muy bien: darle una inyección de vida nueva, de renovación.
No le encuentro otro sentido... Te vuelvo a decir: no le veo la
ventaja. Simplemente es diferente.
I. P.: ¿Lee asiduamente el diario?
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Todos los días?
O. O.: Sí. No lo leo a fondo. Hay cosas de las que leo
exclusivamente los títulos, pero lo leo...

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CUARTO ENCUENTRO
Jueves 30 de enero de 1997

I. P.: Quisiera que nos detuviésemos un poco en Museo


Salvaje... ¿Cuál fue su objetivo, cuál fue su pretensión al escribir
Museo Salvaje?
O. O.: Hemos hablado de las angustias poderosas que yo tuve
durante muchos años de mi vida, con algunos intervalos, pero
siempre con reiteraciones. También he contado que tuve que hacer
una terapia por eso. Bueno, en un momento dado, se agudizaron de
nuevo esas cosas. Ya tenía -no sé- cincuenta años o cincuenta y
tantos. Fue la época en que escribí Museo Salvaje.
I. P.: Es del 74, me parece.
O. O.: Sí, es del 74. Mucho de eso lo escribí en un barco, en el
que iba a África, con una úlcera, además...
Se habían agudizado antes esas sensaciones. Fiel al dicho
que al fantasma se lo mata con su nombre, yo traté de llevar a
fondo esas cosas de enajenación y de extrañeza frente a mi propio
cuerpo. De modo que empecé a inspeccionarme a fondo: me
miraba un ojo con un espejo y escribía el poema al ojo; me
inspeccionaba las manos, que siempre me produjeron bastante
extrañeza... En cuanto empezaba a mirar un poco insistentemente
cada parte de mi cuerpo, me producía extrañeza. No sé si habrás
hecho alguna vez la prueba de decir tu nombre en la oscuridad,
reiteradamente.
I. P.: No.
O. O.: Yo he jugado desde chica a cosas extremadas, como ésas.
Es bastante terrible decir el nombre de uno en la oscuridad, porque
empieza a funcionar el nombre por un lado y la persona por el otro.
Es una experiencia curiosa. No sé si a todo el mundo, pero a mí me
produce horror.
I. P.: Perdón que la interrumpo. ¿Sabe lo que me produce una
sensación terrible en ese sentido? Colocar el nombre de uno en un
libro, en una biblioteca, para que quede entre las páginas,
eternamente. Esa idea me perseguía de chico...
O. O.: ¿Perdido?

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I. P.: Perdido.
O. O.: Ah, sí, claro, por supuesto. ¿Y enterrarlo? ¿Qué te
parece?
I. P.: ¡Nunca se me ocurrió!
O. O.: Eso es peor. A mí sí se me ha ocurrido, pero he ido
después y he desistido. Lo he quitado.
Mi hermana y yo enterrábamos cosas. Ella enterraba joyas,
sobre todo, como si las fuera a encontrar en otro tiempo. Yo
enterraba algunas cosas con más significaciones, con
significaciones de otro tipo. Menos lujoso, digamos, más
significativas emocionalmente. Teníamos también un cementerio
de pájaros. Todo esto es una historia anexa, ¿no?... Estábamos en
Museo Salvaje...
I. P.: Sí, usted me contaba que se miraba insistentemente las
manos...
O. O.: Y a medida que iba escribiendo esos poemas, empezaban
a deteriorarse esas partes de mi cuerpo. Escribí el poema al ojo,
tuve que empezar a usar anteojos, que no había usado nunca.
Escribí el poema a la sangre y tuve en ese momento un pico de
glucosa bastante alto. Y así sucesivamente. Escribí el poema a las
manos, me luxé una muñeca. No sé si escribía esas cosas porque
presentía que iban a suceder, porque ya tenía algún síntoma (no del
todo claro) o porque me las provocaba al desafiar todas esas
zonas... Bueno, el objetivo fue ése: terminar con el extrañamiento,
digamos. Hay quienes han tomado ese libro como si fuera un asco
de mi propio cuerpo. No sé si esto será conveniente ponerlo, pero,
por ejemplo, el albacea de Cortázar hizo un comentario sobre ese
libro y me lo dio... ¿Conoces el albacea de Cortázar?
I. P.: No.
O. O.: Es un profesor, muy considerado, que vive en París.
Como profesor, hizo un estudio sobre la poesía de Girri, un poco en
contraposición con la mía, como si la poesía de Girri fuera de una
de una gran frialdad, una gran metodología y una gran
cristalización geométrica...
I. P.: Entiendo...

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O. O.: Y la mía fuera algo un poco a borbotones, un poco


desvariada. Como si todo eso fuera una especie de desafío, un poco
demoníaco, con mi propio cuerpo. Yo no lo siento para nada así,
porque yo tengo amor por mi cuerpo, tengo gran apego a mi
cuerpo, y considero que es mi único intermediario. Todo lo que a
uno le hace la vida posible, también se la limita, eso es cierto. Pero
¿qué sería de mí sin mi cuerpo? ¡Todavía no lo he experimentado!
I. P.: Seguro. Pero, no se diría que su poesía surge así nomás,
como a borbotones.
O. O.: Para nada, para nada. Yo creo que mi poesía tiene una
gran estructura. He dicho, algunas veces, que yo construyo mis
poesías como quien construye una casa para vivir.
I. P.: Sí, quizás, Girri es muy racional, vamos a decir que está
dentro de lo filosófico...
O. O.: Sí, claro, lo mío es una cosa más lírica, más emotiva.
I. P.: Exacto.
O. O.: Pero no está tampoco basada exclusivamente en eso.
También hay pensamiento adentro...
I. P.: Lógicamente. ¿Por qué Museo Salvaje?, si cabe la
pregunta.
O. O.: Porque el cuerpo así, contemplado a solas, es algo
primario, es algo un poco animal. Por más que le pongas las cargas
que implica toda inteligencia aplicada a un cuerpo.
I. P.: Eso en cuanto a lo salvaje...
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Y Museo?
O. O.: Museo, porque es toda una exposición. Son todas las
distintas partes como si estuviera haciendo una especie de
disección, en la medida en que podría ser tomado como eso. Algún
médico me dijo que era la lección de anatomía que le faltaba.
I. P.: Usted ha escrito allí poemas totalmente en prosa.
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Cuál sería para usted el límite entre el verso de largo
aliento y el poema en prosa?
O. O.: ¡Ay, qué difícil es eso! Porque es una cosa que uno la
siente al escribir, pero que no la tiene, así, con una concepción

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previa. Yo siento que una cosa está en verso cuando surge con una
música interior muy particular. De pronto, desde el comienzo,
siento que esa música no es para eso, que empieza a no aparecer la
palabra con una música paralela. No tiene por qué ser una música
demasiado rítmica tampoco... Pero hay una música, de todos
modos, en la poesía...
I. P.: Seguro.
O. O.: Y hay otras cosas que parecen cortadas verticalmente,
poemas que han sido de origen prosaico, digamos... Ahora, de
todos modos, creo que hay algún ritmo, como el que puede tener la
prosa en esos poemas escritos de manera que no son poemas...
I. P.: Retomando un poco lo que decíamos con respecto a Girri,
¿cuánto piensa usted que hay de intuitivo y cuánto de racional en la
elaboración de un poema?
O. O.: Creo que está, más o menos, en porciones semejantes.
I. P.: Estoy pensando en aquella famosa discusión respecto de
cuánto tiene el poema de oficio y cuánto simplemente de golpe
intuitivo... ¿Cuánto la hace transpirar a usted un poema?
O. O.: Mucho, realmente mucho, sí. Yo trabajo mucho los
poemas.
I. P.: Usted en sus escritos utiliza siempre el tú ¿no es verdad?
O. O.: Sí, y cuando hablo también utilizo siempre el tú. Eso
viene de mi abuela. Tanto mis hermanas como yo utilizábamos
siempre el tú.
I. P.: Es una tradición familiar, digamos.
O. O.: Sí, claro, cosa que ha causado muchas burlas en el
colegio. Los chicos empiezan con el ta te ti, y ese tipo de cosas, en
cuanto oyen hablar a una chiquita de tú, ¿no?
I. P.: ¿Para usted el uso del vos sería incompatible con la
poesía?
O. O.: No, no es incompatible. Incluso me gusta cuando lo veo
en los demás, porque toma un carácter más personal, más íntimo.
Pero pierde, de alguna manera, otra cosa. Para mí, el tú no es
exclusivamente el tú, es también el yo. No sé, me parece que los
pronombres no equivalen solamente a la persona que designan,

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sobre todo en poesía. Creo que el yo de la poesía es un tú, y el tú -a


la vez- puede ser un yo, un nosotros, un ellos.
I. P.: De hecho, usted lo ha demostrado...
O. O.: Claro. En cambio, el vos me parece que se queda en esa
persona.
I. P.: Entiendo. ¿Le gustaría hablar un poco sobre Alberto Girri,
ya que lo nombramos?
O. O.: Lo conocí a Alberto en la facultad. Fuimos amigos
entrañables hasta el fin de su vida. Fue uno de mis mejores amigos
y siempre le tuve gran respeto, gran cariño. Era un hombre muy
generoso, muy leal, muy buen amigo. Era capaz de quedarse
pensando largamente en problemas, que uno le planteaba alguna
vez y que él oía como si fuera de paso, y aparecía tres días después
para decir: “Me parece que la solución de aquello que me dijiste es
esto”. Y se veía que realmente lo había estado pensando, y mucho.
Y si a uno se le ocurrían dos caminos: el del no y el del sí, a él se le
ocurría el del tal vez, que era justamente -casi siempre- el acertado.
Era una persona muy noble, muy extraordinaria. Además, muy
tierno, a pesar de que la gente lo encontraba frío. Podía parecer frío
a quienes no tenían mucha intimidad con él, porque era respetuoso
de las distancias y creo que, de alguna manera, rechazaba las
confidencias de personas lejanas.
La poesía de él me interesó siempre muchísimo, pero me
parecía que seguía un camino muy imposible, debido a esa
devoción al tao que tenía su poesía, esa ausencia de primera
persona, que se manifiesta después de sus dos o tres primeros
libros, desde que deja de ser totalmente lírico y empieza a manejar
un lenguaje impersonal hecho de contraposiciones, hecho de
opuestos, como si no quisiera del todo tomar un partido... A un
mismo tiempo es muy difícil hacer eso, porque es muy difícil privar
a la palabra del recuerdo, de la memoria, de lo personal, de uno
mismo, de la propia historia. A pesar de todo, creo que lo
consiguió, en la medida en que es posible conseguirlo. Yo tengo un
largo poema dedicado a él en el cual hablo un poco sobre esto, de
la manera en que se puede hablar sobre esto en un poema.

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I. P.: Sí, en todo caso después lo podemos retomar, cuando


vayamos a Con esta boca, en este mundo.
O. O.: Bueno. Era muy gracioso, además, Alberto. Tenía mucho
ingenio.
I. P.: ¿Sí?...
O. O.: ¡Sí! ¡Sí!
I. P.: Yo lo he conocido, pero muy poco... Mientras usted
recordaba a Alberto Girri, me preguntaba cuáles serían para usted
los valores más importantes que debe tener una persona...
O. O.: Para mí, los valores más importantes son la lealtad, la
verdad, la honradez.
I. P.: ¿Con cuál de ellos usted cree que cumple?
O. O.: ¿Yo?
I. P.: Sí.
O. O.: No sé, no puedo ponderarme yo misma.
I. P.: Bueno... Si usted tuviera que definirse, si tuviera que hacer
una pequeña miscelánea de su persona, ¿qué diría?
O. O.: Lo primero que diría es que soy totalmente vulnerable.
I. P.: Usted ya lo ha dicho en otro momento. Insiste mucho con
eso...
O. O.: ¿La vulnerabilidad?
I. P.: Sí.
O. O.: Es que lo soy...
I. P.: ¿En qué sentido es vulnerable?
O. O.: Soy vulnerable porque no hay nada que no me roce, no
hay nada que no me duela, o me alegre, o me deprima, o me exalte.
No hay nada que me deje indiferente. Eso es una mala condición.
I. P.: Es la sensibilidad al desnudo, digamos.
O. O.: Y, un poco sí, claro. Me cuesta trabajarla, me cuesta
vestirla.
I. P.: ¿Hay que vestirla?
O. O.: Hay que vestirla. Sí, hay que vestirla, porque hay mucha
jauría suelta. Además, no puedo andar llorando por las calles. Soy
muy propensa al llanto.
I. P.: ¿Sí? No hubiera pensado eso...

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SI ME QUIERES MIRAR 93

O. O.: Sí, parezco muy fuerte, de repente hay mucha gente que
cree que soy fortísima... No, yo lloro por cualquier cosa. Soy
valiente pero lloro. No sé si recuerdas ese juego que se llama El
retrato japonés... Consiste en hacer preguntas a varias personas
acerca de otra, de quien no se ha dicho el nombre. Las personas
tienen que averiguar en quién se ha pensado y decir qué sería si
fuera tal cosa. Se obra por comparación. ¿Qué sería si fuera un
paisaje? ¿Quién sería si fuera un personaje histórico? ¿Cuál sería si
fuera una novela? ¿Qué sería si fuera una bebida?, etc. Y, cada vez
que en algún lado se hacía mi retrato, en cuanto se preguntaba:
“¿Quién sería si fuera un personaje histórico?”, había alguien que
decía: “Sería Juana de Arco, pero llorando”. “¿Qué sería si fuera un
licor?” “Sería Lacrima Christi”. ¡Yo lloro a veces con el
despertador, para no pasarme de la hora!
I. P.: Está bien... Usted hablaba de El retrato japonés... Hago
una asociación hacia lo literario, ¿le ha interesado a usted la poesía
japonesa?
O. O.: Sí, me interesa, pero no muy a fondo.
I. P.: ¿Por qué?
O. O.: Porque la veo muy delicada, la veo muy fina. Como un
rasgo ínfimo, que se pierde. No le encuentro algo sostenido.
Naturalmente, no lo puede tener con la extensión que tiene, en
general.
I. P.: Usted se refiere a los tankas.
O. O.: Claro, y los haikus.
I. P.: ¿Ha leído algo de Mishima, el novelista?
O. O.: Sí, lo he leído y me ha interesado.
I. P.: Me surge preguntarle, porque está de algún modo
relacionado, ¿usted se interesó por las novelas de Marguerite
Yourcenar?
O. O.: Sí, ella me ha interesado muchísimo y la encuentro
extraordinaria. Es una mujer inteligentísima y llena de sensibilidad.
Con una apreciación muy aguda siempre de todo. Y muy cabal.
I. P.: ¿Ha leído usted Memorias de Adriano?, ¿Opus nigrum?
O. O.: He leído casi todo de ella, creo, o bastante...

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15 de Diciembre de 2014
94 IVÁN MARCOS PELICARIC

I. P.: La pretensión de Miguel de Unamuno era permanecer,


perdurar, eternizarse a través de la poesía. Que el lector lo recree...
¿Usted está de acuerdo con ese pensamiento?
O. O.: ¿Eternizarse en la poesía?
I. P.: Sí, a través de la literatura, de la fama, permanecer en el
mundo, quedarse entre los vivos. ¿Usted comulga con esa idea?
O. O.: No, nunca lo he pensado.
I. P.: ¿Nunca lo ha pensado?
O. O.: No. Me gustaría quedar en la memoria de alguien,
siempre que yo pudiera, del otro lado, estar presenciando que estoy
en esa memoria...
I. P.: ¿Nunca se imaginó que dentro de cien años alguien va a
leer a Olga Orozco?
O. O.: No, eso ni se me ocurre. ¡Qué esperanza!
Yo creo que los grandes de un siglo son tan pocos. Quedan -
¡qué sé yo!- dos o tres o cuatro.
I. P.: No sea tan humilde, Olga, usted evidentemente va a
perdurar en la historia de la literatura argentina.
O. O.: No sé. Hay tantos olvidados. Gente a la que yo he
admirado mucho y de la que, actualmente, nadie recuerda nada.
Ahí está Dabove, está Norah Lange, está Luisa Sofovich. Hay
mucha gente olvidada. A Molinari, incluso, lo reconoce muy poca
gente, actualmente.
I. P.: Increíble, ¿no es verdad?
O. O.: Y en España, donde estuvo un tiempo muy largo, nadie lo
recuerda. Por eso nunca le dieron el Cervantes, porque nadie sabía
quién era. El último que lo recordaba era Gerardo Diego.
I. P.: Quizás, la gran olvidada es la poesía, más allá de los
poetas, ¿qué piensa usted?
O. O.: No. Yo creo que la poesía se sucede y que siempre está y
va a estar en vigencia. Yo no creo como cree Kundera y otra gente
que la poesía está destinada a su fin. Digo siempre que yo no creo
ser el último de los dinosaurios... Me parece que si uno tiene un
sentido de perduración, justamente, si uno lucha en favor del amor,
de la libertad, de la justicia, contra lo contingente, contra lo
adulterado, contra lo mezquino, contra lo bajo..., lucha también por

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SI ME QUIERES MIRAR 95

el espíritu, ¿no? Y creo que la poesía es esencialmente espíritu.


Admitir que la poesía va a desaparecer sería pactar con lo contrario
de todas esas cosas. No, yo no pacto, no me rindo.
I. P.: Me parece muy bien. Usted ha trabajado en traducciones,
tengo entendido...
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Qué traducciones ha hecho? ¿Cuáles son los idiomas que
usted domina?
O. O.: Italiano y francés.
I. P.: ¿Recuerda qué obras ha traducido?
O. O.: Traduje El budismo Zen, para Losada. Traduje Beckett o
El amor de Dios, de Anouilh. Traduje, para el Teatro de la Luna,
Vestir al desnudo, de Pirandello, que después publicó Sabsay, en su
editorial. Traduje obras de antiteatro para el Teatro de la Luna
también, aunque no se representaron nunca. Obras de Ionesco, de
Adamov y de Beckett.
I. P.: Bastante...
O. O.: Me interesa sobremanera el teatro, me interesa
muchísimo.
I. P.: Tengo entendido que usted tiene una obra de teatro inédita.
O. O.: Sí, tengo una obra de teatro inédita que tuvo un Premio
Municipal y que tengo que corregir, alguna vez; por eso no la
publico. Fue una obra que surgió, más que nada, por incentivo de
Rodolfo Arizaga, el músico. Él había sacado un Premio: realizar
una representación de alguna pieza operística o como fuera... En el
teatro San Martín le cedían una sala y sabía de mi amor por Artaud.
Me propuso que sacáramos una obra sobre Artaud, a partir de
textos de Gómez de la Serna, de Girondo y no sé de quién más. Yo
le dije que no, que no veía el parentesco, que me parecía más fácil
sacarlo de Artaud mismo. Me preguntó si yo me animaba a hacerlo,
le dije que sí, pero que en ese caso no lo sacaría tampoco de Artaud
mismo (porque era una tarea ímproba) sino de alguna anotación de
Artaud. Hay una anotación de Artaud, un proyecto, que no se sabe
si es teatral o cinematográfico, que se llama Il n´a plus de
firmament. Tomé esas pequeñas anotaciones, que eran cinco o seis,
muy breves, muy escasas. (Lo único que quedaba prácticamente en

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96 IVÁN MARCOS PELICARIC

pie era la aparición de un elemento muy extraño en el cielo y tres


ministros, que están en el lugar). Amplié todo eso, lo llené de otros
elementos, como si todo eso pudiera traer una peste que cambiara a
la gente, que la convirtiera en otra cosa, y -en fin- puse muchos
otros elementos. Claro, aquello tenía que tener la brevedad de una
pieza corta y, además, estar aplicado a la música, que Arizaga
pondría. No nos reuníamos, no le ponía música; era mucho más
réprobo que yo, naturalmente. Yo era mucho más trabajadora y él
murió sin haberle puesto música. Quedó la pieza. Lógicamente,
tengo que darle la extensión de una pieza completa y tengo que
ponerle un eje. Yo lo hice muy de acuerdo con el teatro posible de
Artaud, pero no hay una espina dorsal demasiado firme, hay
muchos hechos, sí, que van alrededor de esa aparición, de ese
planeta, cometa, o lo que se quiera, pero tengo que dedicarme más
a un eje en el que haya personas que pasen por distintas situaciones
y que sean siempre las mismas personas. Y tengo que cambiarle el
final, que lo veo un poco mesiánico.
I. P.: ¿Cómo es que ha obtenido un premio?, ¿usted envió la
pieza a un certamen?
O. O.: Sí, la presenté al Concurso Municipal de Teatro y sacó el
premio para pieza inédita.
I. P.: ¿Y por qué no se apresuró a pulir la obra para publicarla,
finalmente?
O. O.: No sé, fue quedando allí. Inclusive esa pieza la tuvo Kive
Staif y le entusiasmó muchísimo. Pero era, en ese momento, una
pieza peligrosa, porque en medio de toda esa confusión que se
suscita con la aparición de ese fenómeno celeste, hay un presidente,
hay un personaje, que quiere calmar las inquietudes de todo el
pueblo que ha terminado por tener una peste. Nunca aparece entero
(sale en una pantalla de televisión) y de pronto aparece la cabeza,
que tiene una gorra militar; un pie, que tiene una bota, etc. De
modo que tampoco era muy adecuado. Y lo que dice no tiene
gollete. Es un discurso fatuo, es un discurso ampuloso, pero vacío.
Hay tres ministros: uno es el gran oidor, otro es el gran visor y otro
es el gran olfateador. Uno dice que sí a todo, otro dice que no a
todo y otro dice quién sabe.

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SI ME QUIERES MIRAR 97

I. P.: Está muy bien...


O. O.: Ahora, el principio, el fondo de la pieza, me gusta, pero
veo que tiene que ser más sólida.
I. P.: Usted dice que siempre se sintió muy fascinada por el
teatro. ¿Cuáles son los autores -además de los que ya ha nombrado,
obviamente- que más le han llegado?
O. O.: En una época me llegaba mucho Pirandello. Los clásicos,
por supuesto: Esquilo, Sófocles, Eurípides. Pero me llegaron
mucho también Crommelynck, O´ Neill, y todo el antiteatro, como
dije, por haberlo traducido.
I. P.: Con respecto a las traducciones que se han hecho de su
poesía, supongo que, en algunos casos, usted ha podido supervisar
un poco la tarea.
O. O.: No, nunca. Siempre han estado hechas en territorio
distante, nunca se me ha consultado demasiado.
I. P.: ¿Ha leído traducciones que le han hecho de sus poesías?
O. O.: Sí, claro.
I. P.: ¿Y está de acuerdo?
O. O.: Sí, la mayoría está bien.
I. P.: Debe ser un tema muy difícil. Por otra parte, el autor se
debe sentir -como siempre se dice- muy traicionado, ¿no es verdad?
O. O.: A veces, me he sentido traicionada en cosas comunes. Por
ejemplo, en la confusión de sustantivos. Eso, en general, lo he
podido subsanar.
I. P.: ¿Cómo?
O. O.: Me lo han mandado antes, entonces lo he podido ver a
fondo. Hay cosas a las que no he podido acceder de ninguna
manera: traducciones en ruso, en hindi, en griego, en polaco...
Imposible.
I. P.: ¿Le ha despertado interés Fernando Pessoa?
O. O.: Sí, me ha despertado interés.
I. P.: No sé si, en este momento, usted tiene en mente a Pessoa,
cuando escribe según Álvaro de Campos, ¿lo recuerda?
O. O.: No, no recuerdo...
I. P.: También le quería preguntar acerca de Marguerite Duras,
¿ha leído alguna de sus novelas?

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98 IVÁN MARCOS PELICARIC

O. O.: Sí. ¡Cómo no! He leído muchas de sus novelas. Ahora, a


mí no me interesa en la medida en que se la ha exaltado.
I. P.: ¿Por qué?
O. O.: Porque no encuentro que tenga tanto valor. No. Me
parece que no hay cosas dichas de manera -no sé- redonda. Hay
mucha cosa que queda, incluso, muy oscura.
I. P.: ¿Usted dice esto por esa escritura tan entrecortada -por
decirlo así- que tiene?
O. O.: Sí, claro. Además, no me parece que sea una manera
difícil de contar la que ella hace. No es una manera orgánica, paso
a paso. Son, en definitiva, pantallazos de cosas. Es muy fácil.
Parece pretencioso este juicio, ¿no?
I. P.: No. Estaba pensando en Alejandra Pizarnik, ella hace
mucho eso: lanzar relámpagos de cosas y que allí quede, ¿no es
cierto?
O. O.: Claro.
I. P.: Y usted no está para nada de acuerdo...
O. O.: No. Como ves, no.
I. P.: En su obra no hay nada de todo aquello... Se me ocurrió
preguntarle sobre Marguerite Duras porque hay en ella una
tremenda angustia, también existencial. No es que la quiera
comparar con usted, pero su objetivo, su meta continua, es expresar
justamente ese ser desnudo frente al universo.
O. O.: Bueno, lo que yo más le noto es desasosiego y no una
angustia existencial...
I. P.: Está bien. Ya que hablamos de mujeres francesas y que el
otro día mencionó La náusea, de Sartre, supongo que habrá
incursionado en la obra de Simone de Beauvoir, en algún momento.
O. O.: Sí, la he leído, claro.
I. P.: ¿Usted ha sido feminista en algún momento de su vida?
O. O.: No, nunca. Nunca he creído que el hombre sea el sexo
opuesto, siempre he creído que el hombre es el sexo
complementario. Y he estado muy contenta de que exista. Además,
siempre he tenido el sentimiento de que no somos iguales, somos
diferentes. Ninguno es superior al otro; eso, por supuesto.
Simplemente tengo la dignidad de mi sexo, pero no soy feminista.

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I. P.: Ni le interesa.
O. O.: No, no me interesa para nada. Todavía me gusta que me
cedan el asiento, que me aparten la silla, que me abran la
portezuela.
I. P.: ¿Cuántas veces se ha casado usted, Olga?
O. O.: Me casé dos y tuve otras dos historias muy largas.
I. P.: ¿No ha tenido hijos?
O. O.: No. Me casé una vez con Miguel Ángel Gómez, creo que
ya hablamos de él, y después con Valerio Peluffo. No tuve hijos
porque justamente con Miguel Ángel me separé a los cinco años...
Para mí, el matrimonio estaba muy deteriorado... Y con Valerio nos
casamos grandes. Nunca hubo una situación estable, segura, antes,
como para tener chicos. Ahora, no me duele. Yo nunca tuve un
sentimiento de maternidad previa. Siempre creí que el sentimiento
maternal se despertaba cuando uno estaba en camino de ser madre.
Sé que hay muchas mujeres que lo tienen un poco en el aire,
incluso hay madres solteras que buscan tener un niño, aunque sea
con un desconocido, ¿no es verdad? No, nunca tuve la ansiedad de
ser madre. Lo he lamentado, a veces, después.
I. P.: ¿En qué sentido lo ha lamentado?
O. O.: Bueno, he lamentado no haber tenido hijos después de
que pasó el momento de poder haberlos tenido...
I. P.: En Cantos a Berenice, usted escribe mucho acerca de su
gata. Quisiera que me contara un poco más prosaicamente cómo ha
llegado esa gata a su vida, su relación con ella.
O. O.: Bueno. Oí, una vez, unos maullidos lastimeros. Yo vivía
en un departamento en la calle Charcas y Ayacucho. Era una
especie de buhardilla. Desde el baño, oí los aullidos lastimeros. El
baño daba a un patio de aire. Abrí la ventana. Era un cuarto piso. Y
vi enfrente, en una terraza, un gatito que se quejaba horriblemente,
pobre. Entonces, le puse un tablón, desde mi ventana del baño hasta
la baranda de la terraza, donde estaba. Era horrible el abismo, pero
cruzó igual, porque estaba muerta de miedo y, además, estaba
enferma. Cruzó, llegó y la recibí. Tenía una patita rota, tenía
moquillo, tenía parásitos. Era un horror. Creo que los parásitos
hacían que, de pronto, se quedara tiesa, con las patas estiradas, y

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100 IVÁN MARCOS PELICARIC

daba unos saltos eléctricos, en el aire, pero tiesa, tiesa, y volvía a


caer. Ese día me visitó una amiga, que vio lo que pasaba y, como
sabía el terror que yo le tenía a la muerte y veía los saltos que daba
ese animalito, la amonestaba. Le decía: “Aquí no se muere nadie”.
Llamé al veterinario, la curó. Me dio una serie de indicaciones,
siguió viéndola regularmente y ella mejoró. Era un bicho
esplendoroso, con una piel negra lustrosa, preciosa. Tenía sólo un
pelo blanco en la cola, que perdió con el tiempo. Y, bueno, se
quedó ahí, conmigo.
Había un gato que había dejado una señora francesa, a
cuidado del portero, y que estaba en la terraza general. Yo lo veía a
ese pobre animal estar bajo la llovizna, bajo el viento. Entonces,
por las noches, lo entraba a mi departamento. Había una chimenea,
era un lugar confortable. Y ese animalito se quedaba ahí. Pasaba el
invierno al lado de la chimenea, pasaba el invierno conmigo.
Cuando Berenice lo vio, se hicieron íntimos amigos, y dormían
abrazados. Cuando Berenice tuvo la primera época de celo, el
pobre animal se acordaba de los gestos ancestrales, pero de ahí no
podía pasar, porque estaba operado. Entonces, ella se sintió muy
desdeñada y lo echó de la casa. No quiso saber nunca nada más con
ningún gato. Nada, absolutamente. Yo trabajaba en una editorial y
el portero sabía que yo tenía ese gato y me dijo que le iba a buscar
otro animal, porque no podía ser que no tuviera una relación. “Le
voy a buscar uno de su misma raza.” Un día vengo de la editorial y
lo veo al portero todo rasguñado, esperándome en la puerta. (Él
tenía la llave de mi departamento.) Me dice: “Señora, me permití
entrar para sacar a la gatita, porque le encontré un gato igual a ella,
pero no quiere saber nada. Mire cómo me ha puesto. Está en mi
departamento, debajo de la cama, y mi mujer no se anima a
acercarse, porque mire cómo me ha dejado a mí. Si usted quiere
pasar a buscarla...” Pasé, me espió desde debajo de la cama y dio
un salto salvaje, como en la selva. Se me colgó del cuello y,
mientras me la llevaba, el portero me explicaba: “El gato que yo
encontré era de su misma raza, pero no de su misma clase. Es el
gato del carnicero. Naturalmente, no es un gato que esté
acostumbrado a oír música ni a oír hablar en idiomas...”

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SI ME QUIERES MIRAR 101

Mi gata tenía juegos muy especiales. Le encantaba, por


ejemplo, desplegar una hoja de diario grande, se metía debajo y
caminaba de modo invisible... De manera que había una hoja de
diario caminado por la casa... Como ésos, inventaba muchos
juegos, así, de escondites hechos con picardía. Tenía en el paladar
la mancha redonda oscura que tienen -parece- los animales
sagrados en Egipto. Comía dándome catorce caricias con la cola,
antes de empezar a abordar el plato. Era muy bien educada y
dormía en una canasta, en un cuarto especialmente dedicado a ella.
Cuando entraba cualquier persona, ella no se daba por enterada.
Pero, si entraba yo, salía de la canasta y hacía una especie de
reverencia. A la casa, llegaba mucha gente que sabía cantar muy
bien. Por ejemplo, Leda Valladares y, cuando ella oía cantar a
alguien, no se inmutaba, se quedaba en su cuarto y en su canasto.
Pero, si me oía cantar a mí, que canto como perro (nada más que
por dentro suena a ángel), se levantaba, iba, me escuchaba y,
después que yo terminaba de cantar, invariablemente se retiraba.
I. P.: ¿Recuerda cómo surge el nombre? ¿Por qué la llama
Berenice?
O. O.: No. Seguramente porque siempre me han gustado los
nombres de la mitología, seguramente por eso.
I. P.: Cuénteme acerca de otros animales que usted haya tenido.
O. O.: Cuando era chica, tenía perros en La Pampa. Mi madre
no era muy adicta a los animales domésticos. En La Pampa sí,
porque teníamos una casa muy grande, con terreno. Pero después,
cuando vivimos en la ciudad, en departamentos o en casa, no
teníamos animales. Allá sí, en el campo, un ovejero que se llamaba
Tigre, al que quería mucho y sufrí mucho en dejarlo cuando me fui
a Bahía Blanca. Tuve un fox terrier, también; ése se lo di a mi
hermana, la mayor, cuando se vino a vivir a Buenos Aires. He
tenido patos, he tenido conejos. A veces, en alguna noche de lluvia,
me han encontrado durmiendo en la cama con un pato, un conejo,
un perro. Con gran indignación familiar, naturalmente.
I. P.: ¿Cuánto tiempo vivió Berenice junto a usted?
O. O.: Quince años y medio.
I. P.: Es muchísimo.

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O. O.: Sí, quince años y medio. El veterinario dijo que el final


fue como el principio de su malestar..., que murió por su primera
época de desamparo... Yo no sé, yo creo que vivió bastante. Se le
desencajó la mandíbula, al final. No sé qué pasó. Algo en los
huesos, sin duda. Hubo dos o tres días en que, con Valerio, la
tuvimos que alimentar, con una jeringa, en la boca... Estaba sobre
mis rodillas, mientras yo trabajaba en la máquina de escribir. De
pronto (serían las cuatro de la tarde), se levantó, se fue y, al ratito,
oí un ruidito en la cocina. Fui. Estaba debajo de la mesada de la
cocina. Había muerto. Se fue a morir sola. Nunca más quise tener
bichos, porque sufrí mucho con ese animalito.
I. P.: Entiendo... ¿Cómo surgió la idea del libro? ¿Cómo se fue
compaginando? ¿Surgieron primero algunos poemas?
O. O.: Empecé con un solo poema. Después, encontré que no
bastaba y seguí, seguí. Era inagotable. Llegaron a ser diecisiete
cantos. Y creo que tuve que decir basta, porque hubiera seguido
más todavía, no sé hasta dónde. Escribí ese libro en Sicilia, en casa
de mi hermano. Lo escribí muy rápido. Había escrito algunos
poemas en Buenos Aires y el resto lo escribí allá. No sé, debo de
haber tardado dos meses, en total. Nunca escribí nada tan rápido.
Valerio me decía que lo había estado escribiendo quince años y
medio; si fue así, no sé, no me di cuenta...
Era preciosa. En ese entonces, yo trabajaba en Claudia y
había algunos muchachos de fotografía que la conocían y me la
pidieron para un afiche, para un aviso de calefactor.
I. P.: ¿Ah, sí? Pasó al estrellato...
O. O.: Sí, creo que compitió con Chunchuna Villafañe.
I. P.: Poco antes, usted mencionó a Leda Valladares, ¿quiere
hacer algún comentario acerca de ella?
O. O.: Me parece que Leda es una persona muy valiosa, muy
seria, no tiene nada que ver con el folklore pueblerino. Ella ha
recogido canciones en las montañas. Ha recorrido el interior, junto
con Rodrigo Montero y la mujer de Rodrigo Montero, y en otras
ocasiones sola.
I. P.: ¿Y con María Elena Walsh?

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SI ME QUIERES MIRAR 103

O. O.: Con María Elena Walsh ha cantado. Creo que Leda le


enseñó en gran medida lo que sabe María Elena de música.
Cantaron juntas. Estuvieron incluso en París, cantando en algunos
lugares donde cantaba Hélène Martin y donde cantaba Jacques
Brel. Leda es una creadora y una investigadora excepcional. Es
muy sólida. Como persona es muy noble y muy angelical. Es una
persona muy inocente, conmovedoramente inocente.
I. P.: ¿Ha conocido a María Elena Walsh?
O. O.: Sí, la conozco y me parece muy extraordinario lo que
hace.
I. P.: ¿Qué opina de su poesía?
O. O.: Lo que más me gusta de María Elena es el primer libro y
el segundo, Apenas viaje. Me interesan mucho, también, sus
canciones para niños. Tiene mucho talento, María Elena; creo que
tiene talento para lo que se proponga.
I. P.: Hace un momento usted dijo que escribió Cantos a
Berenice en Sicilia, en casa de su hermano. Se refería a Francesco,
¿no es cierto?
O. O.: A Francesco, claro.
I. P.: La vez pasada, usted me pidió que le recordase que debía
cerrar o concluir la anécdota de Francesco.
O. O.: Sí... Ya dije que, cada dos años, viajábamos mi hermana
y yo, de manera alternada. La última vez que yo lo vi fue en el año
setenta y seis. Para sus bodas de oro, hizo una gran fiesta.
Lamentablemente, no pude conseguir hablar con él por teléfono
cuando dejé Italia. Le hablé desde Buenos Aires, cuando llegué. Él
se había quedado esperándome, pero no conseguí comunicación.
Fue una de las cosas dolorosas que me quedaron, porque se había
quedado esperándome toda la noche en el teléfono... Cuando, en el
año setenta y ocho, murió, estábamos con Valerio en Brasil, en
Bahía de San Salvador. No me enteré enseguida, sino que me
enteré cuando llegué a Río de Janeiro. Nos esperaban unos amigos
allí y uno de ellos había recibido un cable de mi hermana que decía
que Francesco había muerto. En Bahía, me pasaron muchas cosas
mágicas con él. Habíamos ido una tarde al mercado de San
Joaquín. Yo me empapé y cuando volví tenía fiebre. Me acosté a

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dormir (era el 5 de julio de 1978) y, a la noche, sentí que golpeaban


a la puerta. Me levanté varias veces, no había nadie. Se levantó
Valerio, no había nadie. A la mañana siguiente, estábamos tomando
el desayuno (había una piscina que unos hombres vestidos con unos
buzos negros estaban limpiando) y yo le dije a Valerio: “Anoche,
justamente, soñé con Francesco y con estos hombres vestidos de
negro”. Me dijo: “Claro, soñaste con Francesco, porque Francesco
siempre te dice, en las cartas que te escribe, que cuando él muera lo
va a estar esperando el barquero, que lo va a cruzar hacia el otro
lado, donde están las grandes montañas y las muchachas numerosas
que él amó en su vida.” Porque los hombres, realmente, parecían un
barquero.
I. P.: Como Caronte, digamos.
O. O.: Claro. Enlutados, con esos buzos negros. Naturalmente,
yo todavía no sabía que Francesco había muerto. Y me había hecho
amiga de una mae de Santo, Olga de Alaqueto, que era
descendiente de príncipes nigerianos y tenía uno de los terreiros
más lujosos de Bahía. Yo creo que le había llamado la atención que
nos llamáramos Olga las dos. No sé por qué nos había tomado tanta
simpatía. Nos invitaba a ceremonias casi privadas. (No a las
cruentas, por supuesto, sino a las otras.) Y me dijo: “Te quiero
echar los buzios”. (Los buzios son esos caracoles marroncitos, que
se doblan hacia adentro, por arriba, y tienen una especie de ranura y
son con los que adivinan la suerte.) Entonces fui una tarde y me
echó los buzios. Me habló de mi madre y me dijo: “Tu madre murió
hace muchos años y tiene una gran luz, un espíritu superior. Una
persona muy fuerte, de una gran claridad mental, de una gran
inteligencia y muy bondadosa... Tu padre murió hace muy poco, y
se fue sin dejar bien ordenadas, como hubiera querido, las
cuestiones económicas, sobre todo en beneficio tuyo y de tu
hermana. Hubiera querido dejarlo mejor ordenado”. Me pareció
extraño y le dije: “Pero mi padre murió antes que mamá y dejó todo
ordenado”. Dijo: “No puede ser, porque está preocupado por eso.
Lo estoy viendo al lado tuyo. Es un hombre alto, de piel muy clara,
muy blanca, con ojos azules, el pelo rubio, muy delgado.” Todo
coincidía con mi padre, menos la delgadez. Francesco era así.

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Además, era muy parecido a papá. Cuando le insistí en esas


diferencias, juntó los buzios y me dijo: “Nada más”. Le pregunté
por qué no lo terminaba y me dijo que no, que no veía nada más.
Pero que, a los dieciséis primeros chicos que viera, les diese a cada
uno un bombón y una moneda. Le pregunté por qué a los chicos.
Me dijo por los niños abandonados y me citó a los Benlhi o Belhi,
que son dos orillás chiquitos, mellizos, que están identificados con
Damián y su hermano, esos santos adolescentes en el catolicismo...
I. P.: Cosme y Damián.
O. O.: Cosme y Damián, claro. Pero en el sincretismo, todo está
identificado con los santos de la religión católica, ¿no? Y, bueno,
me fui, compré dieciséis bombones o más y a los dieciséis primeros
chicos que aparecieron les di un bombón y una moneda a cada uno.
Cuando llegué a Bahía y supe que había muerto Francesco,
entonces recordé que hacía dieciséis años exactamente que yo lo
había ido a buscar a Sicilia. Justamente, yo había ido a buscarlo en
el año sesenta y dos y estábamos en el año setenta y ocho. Fue un
bombón y una moneda por año. Lo de los niños abandonados era
porque, claro, por el lado de mi padre era un niño abandonado y
por el lado de la madre, también. A Francesco lo crió un hermano
de mi padre y su mujer, porque era un niño adulterino.
Bueno, eso, por una parte, fue bastante extraordinario. Por otra,
fuimos a Sicilia con un matrimonio amigo y Valerio. Valerio no
quería entrar en Capo d´Orlando, porque Francesco nos había
dejado a mi hermana y a mí unas libretas con bastante dinero
depositado... Era eso lo que aquella mujer decía que no había
podido dejar ordenado como quería. Las libretas, naturalmente, las
tenía que encontrar mi cuñada, y las encontró... Y nos mandó a
escribir diciendo que estaba ese dinero ahí, pero que no le había
dejado a ella dinero en efectivo, le había dejado grandes...
Francesco tenía una muy buena posición, de modo que le había
dejado un auto, una lancha, una casa excepcional, otras
propiedades, montones de cosas... Pero ella nos hizo una especie de
chantaje: teníamos que entregarle, cada una, la tercera parte de lo
que nos había dejado, para que nos entregara las libretas. Eso dicho
amistosamente, pero era un chantaje. Mi hermana me dijo que lo

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dejáramos caer, que no lo fuéramos a buscar. Yo dije: “Sí, voy a ir


a buscarlo”. “No vas a ir, porque son sicilianos. Los sobrinos de
esta mujer deben estar indignadísimos con nosotras, porque
Francesco nos ha dejado esto. No sabes lo que te puede pasar...”
Toda esta conversación la presenciaba un amigo de mi cuñada, que
se llamaba Nickilson, y nos dijo: “Si ustedes me pagan el viaje y
me dan algún poder, yo voy a buscar ese dinero”. Le pagamos el
viaje, le dimos el poder y fue a buscarlo. Se encontró con ella. Con
una mano le daba el dinero y con la otra recibía las libretas. Fue así
la cosa. A Valerio le indignó toda esa situación, de tal modo que no
quería ni pisar Sicilia. Y como estábamos en Cerdeña, yo le dije:
“No puedes dejar de ver Sicilia; por lo menos, ir a Monreale.”
(Valerio era arquitecto.) “Has pasado toda tu vida mirando
fotografías de Monreale y hablando acerca de cómo sería ese
ábside visto desde otro lado, cómo sería ese frente visto desde otro
lado, cómo serían esos mosaicos interiores y cómo sería la capilla
palatina, de Palermo... No tenemos necesidad de ir a Capo
d´Orlando, vamos a Palermo, seguimos por el costado este, hasta
Siracusa, luego Taormina y nos vamos. No tenemos necesidad de
recorrer el norte de Sicilia, porque hay muy poco para ver allí.”
Aceptó y fuimos. Queríamos ir a las islas Lípari, que son islas
sicilianas. Ninguno de nosotros las conocía. Hablamos en Palermo
de ir a las Lípari. Nos dijeron que fuéramos desde Taormina -
íbamos en un auto- a Mesina y desde allí con el auto hasta Nápoles,
en el ferry. Seguimos entonces. Y, cuando llegamos a Taormina,
nos dijeron que el único barco que había para las Lípari y para
Nápoles había pasado hacía tres días. ¿Cuál era el remedio?
¿Volver a Palermo? Para volver a Palermo teníamos que regresar,
otra vez, por el sur, para no pasar por Capo d´Orlando. Yo les dije
que volviéramos a Palermo por el norte, desde Mesina, que queda
en línea recta. Dormiríamos en un pueblo cercano o en Sant´Agata,
sin necesidad de entrar en Capo d´Orlando. El cementerio, incluso,
quedaba afuera, podía ir y dejarle unas flores... Por otra parte,
antes, en Córcega, le habíamos comentado al administrador del
hotel que teníamos que ir a Palermo y él nos dijo que nos daría la
recomendación para un hotel que quedaba en la parte nueva de la

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ciudad, porque en la parte vieja había muchos robos. Al día


siguiente, cuando cargábamos el auto, mi amiga me dice: “¿Por qué
no bajas a ver si ese señor dejó la tarjeta con la recomendación para
el hotel”. Bajo. El señor no estaba. Había un muchacho contra el
mostrador, pero no era un empleado de ahí, era un turista, sin duda.
Tenía un aire muy raro, un aire entre angelical y bobo, un poco
como... ¿Te acuerdas en esa película Teorema, esa mujer que flota
sobre la casa, que tiene un aire entre angelical y bobo?
I. P.: Sí.
O. O.: Bueno, ese aire tenía. Y la empleada que estaba allí me
pregunta para qué quiero ver a ese señor. Le digo: “Tenía que
dejarnos una tarjeta para Palermo.” “Ah”, me dice. “No, no ha
dejado nada. Se ha olvidado, sin duda”. Entonces, este joven me
pregunta: “Por qué quiere ir usted a Palermo.” Respondo: “Tengo
que ir a Palermo”. “No”, me dijo. “Usted tiene que ir a Capo
d´Orlando”. Le digo: “¡Cómo, Capo d’ Orlando!” “Sí, tiene que ir a
Capo d´Orlando.” “Y, ¿por qué?” “Hay playas”, me dijo. “Bueno,
también hay playas en Palermo, está al lado Mondello, que son
preciosas playas...” “No”, me dice. “Usted sabe por qué tiene que ir
a Capo d´Orlando.” “¿Por qué?” “No me pregunte más”, dijo.
“Usted sabe.” Subo al auto y les cuento lo que me pasó. Mi amiga
baja, lo busca y le dice: “Usted le dijo a una señora amiga mía que
debía ir a Capo d´Orlando.” “Sí, ella sabe por qué; pregúntele a
ella... Ella sabe por qué tiene que ir a Capo d’Orlando”. Y de ahí no
lo sacó. Bueno... Fuimos a dormir a un pueblo próximo a una
ciudad y a la mañana me levanto y veo una florería que justo está
abriendo. Lo primero que sacan es un jarrón con un inmenso ramo
de claveles colorados. Mi hermano, como te dije, era socialista,
dirigente del sur, y llevaba siempre un garófalo, un clavel colorado,
en el ojal. Era como ofreciéndolo, ¿no? Compramos ese ramo de
claveles y fuimos al cementerio, sin entrar a Capo d´Orlando. El
guardia del cementerio no estaba, había ido a Palermo. Empezamos
a buscar con Valerio la sepultura; no la encontramos. Mi hermano
había comprado terreno al lado de donde estaba su madre; encontré
la sepultura de la madre pero al lado no estaba la de él. De repente,
Valerio me llama desde lejos (nos habíamos repartido para buscar),

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me dice: “Acá está.” Corrí. Lo habían puesto en un nicho, allá


arriba. Encontramos una escalera, le dejamos las flores y nos
fuimos. Sentí una gran paz y verdaderamente tuvimos que ir a Capo
d´Orlando, ¿no es verdad?
I. P.: Muy interesante. Usted mencionó recientemente cómo le
habían tirado caracoles para adivinarle el futuro, ¿suele consultar a
adivinas?
O. O.: A veces he consultado, pero muy pocas. Consulté una
adivina en Sicilia justamente, una strega (así las llaman) muy
gorda, que fue la que me anunció mi encuentro con Valerio.
I. P.: ¿Ah, sí?
O. O.: La adivina que consulté en Sicilia me dijo que iba a
conocer a un hombre que sería definitivo en mi vida. Un hombre
unos cuantos años mayor que yo, muy elegante, muy fino, muy
aristocrático, con alma de artista. Ella lo veía dibujando y, además,
lo veía muy músico. (Valerio era muy músico. No tocaba ningún
instrumento. Había aprendido piano y encontró que era un fracaso,
como yo encontré que era un fracaso con el violín. Dibujar,
dibujaba planos y ese tipo de cosas. Dibujaba muy bien, pero no era
un plástico; era arquitecto.) Ella me anunció muchas cosas acerca
del carácter de él: que era un hombre retraído, reservado...
Montones de cosas buenas acerca de la nobleza de él. Lo conocí en
la embajada. Yo venía de Suiza, lo había ido a buscar a Miguel
Ocampo (era muy amiga de Miguel y de su mujer Elvira Orphée) a
la embajada argentina en París, porque tenía unas valijas allí, que
yo había dejado al irme a Suiza. Pensaba retirar las valijas,
almorzar con ellos y después me llevarían al hotel... Había un señor
con Miguel, un señor que tenía las características que me había
dicho la bruja, pero yo no lo relacioné en absoluto... Nos
presentaron. Valerio, un señor muy agradable... Pero el señor se fue
muy rápido. Yo estaba con una beca del Fondo de las Artes... Este
señor tenía una beca para estudiar viviendas prefabricadas en los
países nórdicos. Estuvimos viviendo en el mismo hotel durante
muchos meses (eso lo supe después), pero nunca nos encontramos,
ni en el ascensor, ni en la escalera. No nos vimos para nada allí.
Volví a Buenos Aires, un tiempo largo después (esto sucedía en el

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SI ME QUIERES MIRAR 109

año 62 y, aproximadamente, en el año 65, Perla Rotzait, que es


escritora, y su marido, que es arquitecto y fue compañero de
estudios de Valerio, me preguntaron si yo recordaba un arquitecto,
Valerio Peluffo, que había conocido en París, en la embajada.
Contesté que sí, que lo recordaba, entonces me dijeron que este
señor, cuando supo que me conocían, les había pedido varias veces
que me invitaran junto con él. Bueno, me querían invitar a comer
tal día, si estaba dispuesta a ir. Les dije que sí, que cómo no.
Entonces, Perla Rotzait me pregunta si quiero llevar el tarot porque
(ella es abogada) tenía un asunto muy difícil con una cliente, por un
divorcio, y se sentía como en peligro. Yo llevé el tarot, se lo echo a
Perla, le digo cosas que eran muy exactas con lo que estaba
sucediendo y volvemos al salón donde estaban todos los demás.
Entonces, Valerio me pide si yo le puedo echar también las cartas a
él. Le echo las cartas y le digo que su vida personal ha tenido un
contratiempo grande últimamente, que hay una ruptura de carácter
afectivo que lo ha dejado muy deprimido, muy mal, porque ha
habido una conducta que él desaprueba muy hondamente de la otra
parte, que él es una persona esencialmente ética y que no encuentra
manera, ni de arreglar las cosas (porque arreglo no tienen) ni de
disculparlas (porque no hay modo). Y agrego que eso se le va a
pasar muy rápido, porque la mujer de su vida está a las puertas. Es
una mujer morena, de ojos claros. Una artista. Una persona muy
sensible, bondadosa, comprensiva, inteligente. En fin, hago un
retrato excepcional, ¿no? Eso es esa mujer: alguien excepcional,
fuera de serie. El anotaba todo lo que yo le decía. Luego, me lleva a
casa y me da su tarjeta para que lo vuelva a llamar alguna vez. Yo
le digo: “No sé cuándo, porque me voy al campo mañana.” Me fui
al campo, volví, no lo llamé más. A los dos o tres meses, me llamó
él a Claudia, donde yo estaba trabajando, y me invitó a comer en su
casa. Me dijo que iban a ir los Rotzait, también agregó que vivía
con su madre. Al rato, me llama Perla Rotzait para decirme que
Peluffo los acaba de invitar, diciéndoles que iba a ir yo. Nos
encontramos, me lleva otra vez a casa... A los dos o tres días, me
llama para invitarme al teatro, después me invita a comer... Y
seguimos viéndonos y, bueno, nos casamos... Entonces, cada vez

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que yo hacía o decía alguna cosa que le parecía inadecuada, sacaba


la lista del bolsillo y decía: “¡Mira el retrato que te hiciste!”
I. P.: ¿En qué año se casa usted, Olga?
O. O.: En el 66.
I. P.: Estuvieron muchísimos años juntos, entonces.
O. O.: Sí , veinticinco.
I. P..: No sé si es el momento de que me hable de Valerio... No
sé si tiene ganas porque, quizás, para usted será muy triste.
O. O.: Sí, pero siempre va a ser triste...
I. P.: Como usted quiera, no la quiero forzar. Tal vez cuando
comentemos Con esta boca en este mundo, por el poema...
O. O.: Ah, bueno, perfecto.
I. P.: ¿Tiene ganas de hablarme de sus viajes? Veo que usted ha
viajado muchísimo.
O. O.: Sí, he viajado mucho, me encanta viajar y he viajado
cuando he podido y como he podido. Valerio era un viajero casi
incansable, de modo que con él eso fue permanente. He tenido que
dejar trabajos, incluso, por los viajes. Estuve haciendo con una
amiga, durante años, los horóscopos de Clarín y los tuve que dejar
por los viajes, porque había que dejar el material adelantado y yo
llegaba al avión con la lengua afuera. También dejé de trabajar en
Claudia por esa misma razón, por los viajes. Estuvimos muchas
veces en Europa. Muchos meses en París, en Roma, en muchas
ciudades de Italia. Creo que en donde más estuvimos fue en Siena.
Es una de las ciudades a la que más volvimos. Dije que Valerio era
arquitecto y había cosas de las ciudades que le fascinaban, ¿no?
Bueno, le fascinaba sobre todo la plaza de Siena que es espléndida,
ahí donde se hace el palio, un desfile medieval de caballeros,
precioso, en el mes de agosto. Los museos de Siena, museos de los
primitivos, fantásticos, en donde suponían que uno quería llevarse
algún cuadro, porque los guardias nos veían llegar y quedarnos y
quedarnos delante de una misma pintura, durante muchas horas.
Otras ciudades... Hemos estado en Holanda, allí vi todo Van Gogh,
que a mí, como sabes, me entusiasma muchísimo. Busqué todos los
lugares donde pudiera encontrarlo, lo mismo con Brueghel y con
Jerónimo Bosch, a quien también lo encontré, naturalmente, en

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España, en Madrid. Viajamos mucho por Bélgica, por África, en


ese viaje que te dije... Pero ese fue un viaje exclusivamente por la
costa, porque íbamos en un barco de ELMA, un barco de la marina
mercante, y dependíamos de la carga; por lo tanto, uno no podía
internarse demasiado, tal vez en una que otra reserva que estuviera
cerca y con la seguridad de que la carga iba a llegar unos días
después... Por ejemplo, estuvimos en Matadi, donde fuimos por dos
días. Eso es en el viejo Congo Belga, zona tratada con mucha
crueldad por la colonización. Había que estar muy temprano en el
barco, porque los lugareños miraban con mucha desconfianza y con
mucha aprensión a los blancos. Habíamos ido por un día y medio.
Se llega navegando por el Congo, que hierve como caramelo
líquido, casi. Uno supone que entre la maleza, de acuerdo con las
lecturas infantiles, va a encontrar tigres de Bengala o algo parecido
(de Bengala no, porque no es la zona) pero tigres o leones... Fuimos
desde Monrovia para abajo, hasta el Cabo de Buena Esperanza. Yo
suponía que el Océano Indico era de color violeta y que tenía en la
superficie unos signos dorados y turquesa, no sé por qué me lo
había imaginado así, desde chica. Del todo no me equivoqué, el
turquesa estaba en una ola que golpeaba la roca. Fue triste ese viaje
por Sudáfrica, por la opresión al negro, por la diversidad de trato
con el negro. Daba mucha pena, porque había una zona, yendo al
Cabo de Buena Esperanza, en donde el ómnibus de excursión
paraba y había mujeres desnudas en el camino, desnudas desde la
cintura hacia arriba, y chicos... No había hombres. Los hombres se
escondían, tal vez por vergüenza, y los turistas bajaban y se
sacaban fotografías, abrazados a las mujeres. Era algo tan
desagradable, tan salvaje, tan feo, que te daban ganas de llorar,
realmente... A mí, que no me cuesta, y a Valerio, que tampoco le
costaba, en ese tipo de cosas... Por lo demás, los mercados de
Lagos eran fantásticos, porque encontrabas tallas, elementos nunca
vistos. Estas máscaras, que ves aquí, en casa, las compramos en
Lagos, ahí hay unas y allí hay otras... Las compró Valerio a un
muchacho que las llevaba en una bolsa, porque deseaba venderlas.
Le compró unas cuantas. Había algunas muy impresionantes. Una
de color colorado y blanco era muy impresionante. Las usan en

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ceremonias. Cuando han tomado demasiados espíritus y ya están


saturadas y no pueden tomar más, las descartan, las arrojan a
cualquier baldío. Y estos muchachos las recolectan y las venden. A
ellos se las compró. Yo vi cosas horribles, en el camarote esa
noche... Hay unos animales allí que parecen iguanas. Son de color
azul fuerte. Y esa cresta que tienen las iguanas es de color amarillo
maíz. Esa noche vi en el camarote uno de esos animales, inmenso.
Salía de un placard... Había unas redes que lo detenían, no lo
dejaban acercarse a mí. Duró bastante tiempo, tanto que casi no
pude dormir. Y, entonces, al día siguiente las exorcicé. Bendije el
agua y las exorcicé, y me quedé tranquila.
Viajamos, te decía, por muchos lados, por Holanda por Bélgica,
por España. Por Francia, por muchas ciudades. Estuvimos en
Provenza, en La Camargue, en muchos lugares del norte.
Estuvimos en Córcega, en Cerdeña... Italia la recorrimos casi toda -
no te voy a nombrar ciudad por ciudad-, viendo especialmente
catedrales y museos, lo mismo que en Francia y en todas partes...
Estuvimos también en los Estados Unidos: Nueva York, San
Diego, Los Ángeles y Miami. Estuvimos en Méjico... También, en
Brasil, desde Bahía hacia abajo. En Bolivia... En Perú, en Machu
Picchu, en el Cuzco. En Machu Picchu lo pasé muy mal.
Estábamos en Méjico y Valerio sentía que tenía una espina en el
dedo. Eso fue en el año 84. No era una espina sino que era el
taponamiento de una pequeña arteria. Fue el principio de su
enfermedad, pero no lo supimos entonces, sino después. Y fuimos a
visitar a unos amigos, a un matrimonio de poetas uruguayos,
Enrique Fierro e Ida Vitale. Era domingo, no había médico al que
consultar. Y a Valerio le dolía el dedo. Entonces recordaron que
había un dispensario, a la vuelta de la casa, donde trabajaba una
médica bastante experta. Fuimos a verla, se dio cuenta, por nuestra
manera de hablar, que no éramos mejicanos. Nos preguntó de
dónde éramos. No encontró nada en el dedo. Nos dijo: “No hay
espina, no hay nada clavado.” Como él trabajaba mucho la tierra,
porque le encantaban las plantas y cuidaba el jardín en casa,
pensaba que se le podía haber clavado una espina... Pero no era
nada de eso. Dijo: “Les voy a tomar la presión”, y nos mandó

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directamente a la cama, a descansar por uno o dos días. Valerio lo


pasó peor que yo, tuvo que estar más días. Yo estaba invitada para
leer en una universidad de otro lugar y pude ir; él no pudo. El
avión, en el que regresaríamos, haría escala en Lima. Valerio
quería conocer Machu Picchu. Yo lo conocía, pero él no... Y se
había empeñado en visitarlo. Entonces, resolvió ver al cardiólogo
más notable de Méjico. (Yo le decía: “¿Para qué? ¿Te va a dar un
pase, el cardiólogo más notable de Méjico?” Pero, con todo, quiso
ir...) Se había informado muy bien acerca de cuál era. Fuimos a
verlo. Y, cuando íbamos subiendo, pues había una escalinata, se
tomó de pronto de mi brazo y empezó a caerse. En ese momento,
un muchacho que subía me dijo: “¡Señora, la ayudo!” Lo
sostuvimos entre los dos, lo subimos. Se estaba desmayando. Para
ir al piso donde vivía este médico, había que pasar antes por un
hall, donde daba también una clínica que había abajo. Y veo una
puerta que dice: “Médico de guardia”. Me metí directamente allí,
llamé a alguien. Y un médico pidió entonces una silla de ruedas. Lo
llevaron adentro, lo asistieron y yo esperé ahí, como media hora,
con el alma en un hilo, como podrás suponer. Después, salió uno de
ellos. Dijo que, sin duda, había sido una bajada brusca de presión,
que le estaban haciendo electrocardiogramas y que estaba bien. Me
preguntó a quién íbamos a ver ahí y le dije que al doctor tal, del
octavo piso. Me dijo:”¡Bueno, vayan!” Lo consultamos y nos hizo
hacer un test de esfuerzo a cada uno. Le dio a Valerio un pase
libre... Salimos con el papel, con el pase libre, y yo le decía: “¿Y
esto, ahora, se lo mostramos a la Parca, cuando venga? ¡Tenemos
permiso para pasar!” Fuimos a Lima, nos quedamos una noche y al
día siguiente fuimos a Machu Picchu. Primero, desembocamos en
el Cuzco. Ahí, yo me sentí pésimo con la altura. No pude
levantarme de la cama, me pase el tiempo tomando té de coca.
¡Valerio ya había reaccionado, estaba contentísimo con su papel,
con su certificado en el bolsillo, salió a comprarme un gorro
pasamontañas y unas medias de lana! Recorrió el Cuzco. Volvió.
(Comió, incluso. Yo no probé bocado esa noche.) Y a la mañana
siguiente, salimos para Machu Picchu en el trencito. Eso ya fue un
poco mejor. Cuando llegamos a Machu Picchu, Valerio quería

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trepar por todas las ruinas, subir por los restos de escalera que
quedaban, ver desde lo alto, desde lo bajo... Yo le dije: “¡Pero,
Valerio, hemos visto tantas cosas en el mundo que, si se nos
derrumba algo dentro de la memoria, es por lo menos una catedral!
¿Para qué quieres ver cada piedra? Es absurdo. Mirémoslas desde
lejos o mirémoslas desde cerca, pero no trepando, no subiendo y
bajando”... Por fin, lo convencí y miramos todo con cierta calma. Y
creo que se nos quedó bien grabado. De todos modos, quiso
quedarse a dormir en el hotel, para ver el amanecer en el Machu
Picchu. (Le habían dicho que era sensacional.) Pero a mí me
pareció que llegaba una tormenta tremebunda y se lo dije.
Entonces, volvimos a Lima. Al día siguiente, nos encontramos con
una señora, que había estado en esa excursión con nosotros, y nos
dijo: “¡Suerte que se fueron, porque hubo un temporal bravísimo!
¡Nada de ver el amanecer! ¡Nada de ver la luna! ¡Nada de ver nada!
¡En cuanto ustedes se fueron, empezó el temporal!”
I. P.: ¿Jamás pensó en tomar las ruinas de Machu Picchu como
recurso poético?
O. O.: Nunca las he tomado... Tampoco las de Teotihuacán, que
me impresionaron muchísimo... Y en Méjico he visto mucho,
porque fuimos también a Uxmal, a Chichén Itzá, a La Huerta...
Fuimos a muchos lugares en Mérida y en la península.
I. P.: ¿Conoce los países nórdicos?
O. O.: No. Valerio sí los conoció, pero yo no. Estuvimos por
hacer juntos un viaje a los países nórdicos, pero Valerio se
enfermó.
I. P.: ¿Qué le ha quedado en el tintero? ¿Qué lugares le gustaría
conocer y aún no ha visitado?
O. O.: Por ejemplo, Praga, que no he visitado. Tengo, desde
hace dos o tres años, un plan de ir a Praga y a Viena con María
Kodama, pues ella tampoco conoce Praga. Uno piensa en Praga
como en una ciudad casi de cuentos de hadas, por las películas que
ha visto y por las fotografías y libros y demás documentos que ha
visto al respecto. Lo que pasa con Praga es que todo es muy cuesta
arriba y cuesta abajo, y yo creo que las ciudades hay que

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conocerlas caminando en gran medida, y yo, con mi malestar actual


en la pierna, no puedo recorrerlas.
I. P.: Es curioso que Valerio no la haya llevado a Praga.
O. O.: Sí, todo eso estaba programado pero murió antes. No sé,
habría tanto que hablar de muchas ciudades, episodios de cada
una...
I. P.: Me sorprende que no haya nombrado a Florencia, a
Venecia
O. O.: Claro. He estado muchas veces y también en Londres,
que tampoco nombré. Para la próxima vez, puedo tratar de recordar
algún episodio interesante de alguna ciudad... Suiza tampoco la
recordé, es un país precioso.
I. P.: También podría recordar ese puñado de libros que son
recurrentes en la vida de uno, aquellos a los cuales uno siempre
vuelve.
O. O.: Bueno.
I. P.: En cuanto a la escritura, ¿qué proyectos tiene actualmente?
O. O.: Me he metido en un poema al que no le encuentro salida,
de modo que estoy muy exasperada -te diría- con respecto a eso, y
no puedo mirar más allá. Empecé un poema de réplica a “La chair
est triste, hélas, et j´ai lu tous les livres” y me he quedado trabada
en la línea siete u ocho y no puedo arrancar. Le doy vueltas hace
como cuatro o cinco días. Tengo unos cuantos poemas hechos,
también, pero que no configuran para nada un libro, todavía. No
tengo más planes que seguir escribiendo eso y -no sé- tal vez,
cuando me interrumpa, retomar esa pieza de teatro de la que ya
hablamos, a ver si la corrijo para que quede terminada.
I. P.: ¿Qué relación tiene usted con la Academia Argentina de
Letras?
O. O.: Tengo muchos amigos allí dentro. Cuando murió Victoria
Ocampo, me visitaron. Hubo un conciliábulo en la Academia y
todos resolvieron... (sí, fue por unanimidad) invitarme a entrar, a
ocupar ese sillón. Vinieron a verme entonces Manucho Mujica y
Eduardo González Lanuza. Como vieron que me resistía, me
dijeron que no todos eran gente almidonada y tortugones como
pensaba yo, sin duda. Les dije que no pensaba eso, que la prueba la

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tenía ahí, palpable, con ellos dos. “¡Sí!”, me dijeron. “Nos


mandaron a nosotros, porque somos los más alegres!” Manucho me
quería convencer por la estética, acerca de cómo quedaría yo con
un traje negro, caminando sobre una alfombra colorada, etc.
González Lanuza me convencía trayéndome el discurso de entrada
de él a la Academia, en donde hablaba -de una manera bastante
divertida- acerca de la química que él había estudiado y de su
trabajo en una cervecería, para terminar siendo académico. Yo lo
pasaba muy bien con ellos. Vinieron varias veces y no me
convencían. Entonces, por fin, busqué un motivo esotérico... (Yo
no tengo pasta de académica, creo; a pesar de eso, insistían.) Por un
lado, les dije que yo no tenía permiso astrológico para ser
académica, que en mi horóscopo no decía en ninguna parte que yo
pudiera ser académica. Por otro lado, les pregunté si ellos no
habían observado que yo me sentaba siempre en un mismo lugar, si
no habían observado que, en casa de Manucho, yo me sentaba en
un mismo lugar (en casa de González Lanuza, no había estado),
que, en casa de todos mis amigos, yo me sentaba siempre en el
mismo sitio, porque siempre sentía que había un lugar con una
energía que era providencial para mí, que era la energía favorable,
la que me protegía y me salvaguardaba de todo y que yo, en la
Academia, no veía, no sentía, ningún lugar con una energía
semejante. Eso parece que los convenció. Hasta ahora se plantea el
asunto de que yo entre en la Academia. Y, cada vez que alguien me
propone, alguno recuerda y dice: “¡No, Olga Orozco no quiere por
motivos esotéricos!” Pero tengo muchos amigos ahí dentro. Entre
otros, dos amigas entrañables: Alicia Jurado y Jorgelina Loubet.
La Academia se ha portado muy bien conmigo, siempre. El
primer premio que dio la Academia a alguien fue el ante año
pasado. Establecieron un Premio de Poesía, para seguir luego con
un Premio de Prosa. Y el primero me lo dieron a mí, me dieron un
Premio de Poesía. Y el año pasado le dieron un Premio de Prosa a
Tizón. Y, además, me han propuesto numerosas veces para el
Premio Cervantes, para el Príncipe de Asturias.
I. P.: Nada más ni nada menos. Hábleme de Alicia Jurado.
Entiendo que es una gran amiga suya.

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O. O.: Sí, con Alicia somos amigas desde muy jóvenes. Nos
conocimos, también, echándole yo las cartas a ella. Tenía
veintitantos años yo y ella más o menos. Hemos sido muy amigas y
hemos pasado muchos trances alegres y dolorosos muy juntas. He
pasado vacaciones largas en su campo, he escrito mucho en el
campo de Alicia. Es un sitio que me inspira muchas cosas. Hay un
gran silencio y la casa es muy extraordinaria. Es una casa del siglo
pasado, muy bien puesta, con unas paredes muy anchas, muy
anchas, y una reja, todavía, contra los malones, en la que trepan las
glicinas. Tiene un gran jardín, un monte fabuloso con árboles
centenarios. ¡Es espléndida! Y está llena de objetos muy
prodigiosos y muy elegidos. Alicia tiene muy buen gusto. Ha
viajado mucho y sabe elegir muy bien lo que la acompaña. Tiene
un espíritu muy creador para todos los arreglos, tanto como para un
arreglo de mesa como para un árbol de Navidad. Siempre está
inventando cosas novedosas, muy sutiles. Es una persona muy
inteligente, muy fina... Tenemos diferencias muy grandes en cuanto
a nuestros gustos literarios... A mí me gusta casi todo lo que le
gusta a ella, pero a ella no le gusta todo lo que me gusta a mí. Por
ejemplo, no le complace demasiado el surrealismo, ni lo que
encuentra tenebroso; es decir, lo que abarca algunas zonas muy
abismales, como Kafka y algunos otros que están más o menos en
esa línea, y que a mí me atraen particularmente, porque se asoman
a los abismos o caminan por las altas cornisas... Es una gran amiga,
Alicia, es de una gran adhesión. Yo le debo gratitud en cosas muy
importantes de mi vida.
I. P.: ¿Usted da a leer la poesía que aún tiene en proceso de
escritura?
O. O.: No... Rara vez, muy rara vez.
I. P.: Ahora, que ha nombrado circunstancialmente los malones,
¿qué opinión le merece el Martín Fierro?
O. O.: Le tengo admiración, me parece un gran poema para su
época. Ahora, en cuanto al contenido, me parece que tiene algunas
cosas muy atroces. La burla contra el negro, por ejemplo, me
parece una cosa imperdonable. Y eso de que cada pueblo tiene el
gobierno que se merece, no lo creo. La prueba la tenemos...

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I. P.: De todas maneras, usted no debe ser muy adicta a la


literatura gauchesca...
O. O.: No. Me entretiene, me gusta, pero no me apasiona.
I. P.: ¿Usted ha conocido a Enrique Banchs?
O. O.: No. Lo he leído, pero no lo he conocido.
I. P.: ¿No sé si tiene presente La urna, en este momento?
O. O.: Sí, claro que la tengo presente. Creo que es el libro que
más presente tenemos todos, ¿no es verdad? Me parece un gran
libro La urna.
I. P.: A mí, particularmente, me gusta muchísimo. No hemos
hablado nunca de los escritores latinoamericanos, me refiero a
Márquez, Rulfo, Donoso. No sé si quiere elegir a alguno de entre
ellos para hacer un comentario...
O. O.: Rulfo me fascina.
I. P.: ¿Pedro Páramo?...
O. O.: Pedro Páramo y El llano en llamas, también. Las dos
cosas, cada una en su tipo. Me parece que crea un ámbito
extraordinario y que lo maneja con una gran seguridad. Creo que
fue tan extraordinario que terminó con él. La prueba es que no se
animó a escribir nada más, pensando que no los iba a superar. Lo vi
acá, cuando estuvo en la Feria del Libro, pero no conseguí hablar
con él. Era muy tímido, retraído, reservado. Vino con Arreola.
Arreola es muy conversador, simpático, ingenioso. Y Rulfo
aprovechó la oportunidad para apoyarse en Arreola, para refugiarse
en Arreola. Entonces, uno le preguntaba algo a Rulfo y lo remitía a
Arreola.
I. P.: ¿Y Gabriel García Márquez?
O. O.: Gabriel García Márquez me parece también un excelente
escritor. Su realismo mágico a mí me gusta. Pero me parece que es
más fácil, me parece que es una cosa que puede ir siendo
acumulativa. Cien años de soledad me confunde un poco por la
repetición de las genealogías, ¿no? Pero tiene cosas extraordinarias,
realmente. Detalles extraordinarios: esa mujer que va a morir y va a
llevar cartas al cielo, esas mariposas que siguen a esa pareja –no sé,
veinte mil detalles impresionantes-, esa sangre que corre y llega
hasta donde esta la madre, en la cocina, la madre del muerto... Son

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infinitos los detalles de esa índole que son espectaculares. Y


Carpentier me interesa mucho, también.
I. P.: ¿En El recurso del método?
O. O.: Sí y en El siglo de las luces. Todo lo que he leído de
Carpentier me interesa muchísimo. Me parece que tiene una prosa
muy limpia y rica. Sobre todo eso: muy limpia, nítida. Las
descripciones están llenas de encuentros que son sensacionales.
Uno dice cómo no lo pensé antes, sin que sean, tampoco, cosas
sacadas de la galera, sino que parece lo normal pensar eso o
describir algo de esa manera.
I. P.: ¿El acoso?
O. O.: No lo leí.
I. P.: Yendo un poco hacia atrás: Miguel Ángel Asturias.
O. O.: Asturias me interesa también. Hombres de maíz.
I. P.: El señor presidente...
O. O.: El señor presidente, por supuesto. Tiene una gran fuerza.
A Asturias lo conocí mucho. Estuvo casado con una amiga mía,
Blanca Mora y Araujo.
I. P.: Cuénteme un poco lo que recuerda de Asturias.
O. O.: Era un hombre muy silencioso. Asturias hablaba muy
poco. Había que incitarlo a hablar, tal vez porque Blanca misma es
demasiado conversadora y hace muchos discursos, siempre. Eso lo
eximía a él de hablar y creo que casi con alivio, porque no le
gustaba mucho la conversación. A él le gustaba más escuchar que
hablar. Parece completamente maya en su aspecto, en su perfil.
Pero es un hombre dulce y tierno, a pesar de esa cara con hachazos.
Lo que no me entusiasma tanto de Asturias son los poemas, me
gusta mucho más la prosa. Viento Fuerte también me gustó. Toda
esa gente que muere en el aire, por choques, unos con otros, que
mueren de vaca, de chocar con una vaca. Todo eso me parecía un
poco un cuadro de Chagall, si no hubiera sido dicho con la fuerza
de la tormenta. Todo eso, además, me recordaba mucho a mi
abuela. Ella me contaba que había habido un especie de ciclón en
La Pampa y que el viento había sido tan fuerte que unos vascos,
que tenían un almacén con techo de zinc (del que colgaban

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jamones), pasaron por el aire –ella los vio-, por encima del patio de
la casa, colgados de los jamones.
I. P.: ¿Usted suele leer libros de poetas desconocidos?
O. O.: Sí, lo hago, porque me parece que puedo ayudarles,
aunque cuando son muy jóvenes me da la impresión de que lo que
quieren es elogios. Porque uno les indica lo que está bien y lo que
puede estar mal. Y lo que está mal, siempre lo saben ya. Lo que
quieren es la lista de lo que está bien... Yo nunca tuve necesidad de
preguntarle a nadie si era bueno o malo lo que hacía; eso lo resolvía
yo sola.
I. P.: Usted se considera un poco mecenas de cierta gente.
O. O.: No, para nada.
I. P.: Lo ha sido de Alejandra, en cierta medida.
O. O.: Bueno, a cierta gente que es más joven que uno, tal vez,
la opinión le sirva para algo. Pero, ¿tú consideras que eso es ser
mecenas?
I. P.: Y sí, de alguna manera.
O. O.: Yo creo que no, que es ser un compañero de ruta un poco
más avezado, simplemente.

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SI ME QUIERES MIRAR 121

QUINTO ENCUENTRO
Viernes 31 de enero de 1997

O. O.: Dejé de fumar hace 16 años, fumaba una barbaridad. Lo


que no pudieron conmigo los médicos, lo pudo un brujo.
I. P.: ¿Qué le ha dicho? Cuénteme.
O. O.: Yo tengo este oído disminuido, como te he dicho. Una
amiga, un día, me dijo: “¿No me acompañarías a Paysandú, en
donde hay un brujo que me está haciendo unas curaciones para un
dolor de tipo ciático que tengo y que nadie me cura?” Le dije: “Sí,
vamos.” Y fuimos. Teníamos que estar a las cuatro de la mañana.
El brujo se llamaba Alegre. Era un brujo que había hecho fama.
Iban a verlo regimientos enteros a caballo, incluso destacamentos
de policía, etc. Había que ir tempranísimo para sacar número,
porque de lo contrario no entrabas. Así que fuimos al alba, a las
cuatro de la mañana, a sacar número. Ya había muchísima gente. Él
hacía entrar, más o menos, de a quince personas a una salita y las
hacía sentar contra la pared. Sacamos número y nos fuimos a
pasear por ahí. Después volvimos. Yo no fumé delante de él, ni
mientras estuve ahí me vio fumar. Él hizo una recorrida entre unas
cuantas personas, me miró y siguió de largo. Atendió a mi amiga,
que estaba a mi lado. Cuando terminó con ella, le dije: “Señor a mí
me salteó”. Me dijo: “Sí, ya sé. Porque, ¿usted para qué viene a
verme con ese organismo intoxicado al máximo por el tabaco? No
solamente se va a quedar sorda, como se está quedando, sino que le
va a atacar la cabeza y la vista también. Entonces yo dije: “Bueno,
hasta sorda, se aguanta; pero ciega y opa, es demasiado.” Ya en el
auto, eché el atado de cigarrillos por la ventanilla, me puse a llorar.
Albertina también se puso a llorar por solidaridad. Pasamos toda la
tarde de un cine a otro cine y, al día siguiente, otra vez a las cuatro
de la mañana, volví. No fumé en todo ese día, lo que fue una
tortura espantosa. Y, a las cuatro de la mañana, cuando nos llegó el
turno, le dije: “Señor, ayer dejé de fumar, pero me ha costado
mucho esfuerzo. ¡Por favor, ayúdeme!”. Entonces, me hizo poner
de pie, me “fluidó” así... y decía: “Santificando, santificando,
santificando.” Me hizo volver tres días más en los que hizo el

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mismo procedimiento. Al tercer día, me dio unas botellas de agua


fluidada por él y me dijo que, cuando se me hiciera insoportable la
privación, me mojara los brazos, la frente, con esa agua. Yo traje
esa botella, la dejé acá en un roperito, en el hall, y a los cuatro días,
cuando la fui a buscar, no estaba. Le pregunté a Valerio y me dijo:
“Sí, yo la tiré. Si el agua es agua, para qué guardas botellas de
agua.” De modo que no pude aprovechar esa agua bendita por el
brujo. Pero realmente el hombre había visto, había sabido, que yo
estaba perdiendo el oído. Por qué, entonces, no iba a adivinar
también lo que me iba a pasar en el futuro. Me dejó muy azorada y
muy perpleja. Le pregunté si el dejar de fumar me iba a curar la
cuestión del oído. Me dijo que no me lo iba a curar, pero que tal
vez me lo detuviera. Y yo creo que se detuvo ahí, sí.
I. P.: El problema en el oído, ¿tenía directa relación con el
cigarrillo?
O. O.: No sé. Nunca supe qué lo provocó. Nadie me lo dijo bien,
tampoco. El hijo de María Teresa de León, que es un buen
especialista en oído, me dijo que era un virus, que tuve durante un
resfrío, y que me podía felicitar, porque había gente que quedaba
sorda de los dos oídos, de un día para el otro. El doctor Ara, que era
otro buen médico, me dijo que era un problema en los huesitos y
que el único remedio que tenía era una operación, cambiando los
huesos. Eso me pareció siniestro.
I. P.: Más allá del primer tiempo, que siempre es tan difícil, ¿le
ha costado mucho abandonar el cigarrillo?
O. O.: Y sí, me costó meses. Estuve sin poder escribir durante
seis meses, porque yo estaba acostumbrada a concentrarme detrás
de una nube de humo. Naturalmente, me costó mucho. Octavio Paz
me había dicho: “Dejar el cigarrillo te va a costar.” Porque a él le
había costado un año.
I. P.: ¿Usted conoce muy bien a Octavio Paz?
O. O.: Sí, lo conozco mucho. Nos conocimos en el año sesenta y
dos, en París. Y lo he visto cuando he estado en Méjico y las veces
que él vino a Buenos Aires. También ha venido a comer acá y me
ha invitado a comer con su mujer, que es un encanto.
I. P.: Hábleme sobre él, sobre su personalidad, su poesía.

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O. O.: Es un hombre con una cultura asombrosa. Y, además, con


una visión muy aguda de todo, como para ver el universo como
simultaneidad histórica, hacer comparaciones de distintas épocas y
sacar conclusiones muy personales de un montón de cosas. En
cuanto a los trabajos sobre poética son realmente extraordinarios.
El arco y la lira es un libro que yo releo frecuentemente, gira
alrededor de “Un coup de dés”, de Mallarmé, pero va mucho más
allá del análisis de un solo poema; es toda una lección de poética,
es una maravilla. Y los poemas ya los conoces, hay muchos muy
extraordinarios, sobre todo los poemas eróticos. Piedra de sol, el
libro que escribió en la India... Son libros solares, ¿no es verdad?
I. P.: Absolutamente. Quería insistir sobre el tema de sus
viajes...
O. O.: Bueno.
I. P.: ¿Ha recordado alguna anécdota de Londres?
O. O.: Londres me impresionó mucho. Me impresionaron sus
parques como lugares en los que puede suceder cualquier cosa
imprevisible y terrible. También esas casas que tienen esa rejita a la
entrada y esa pequeña escalinata por la que hay que ascender para
entrar en la casa, no sé si las tienes presentes.
I. P.: Sí, he vivido en Londres.
O. O.: Bueno, en todas esas casitas, a mí me daba la impresión
de que el lechero dejaba la botella de leche junto con el crimen, ahí,
todas las mañanas.
Vivíamos con Valerio en un hotel que tenía un aspecto muy
agradable. Un día me levanto, me ducho y salgo. La puerta del
baño, no sé por qué, daba afuera y al cuarto, y me equivoco de
puerta. Salgo por la que da afuera, a un pasillo. Recorro un poco la
casa y entro en lo que yo suponía que era nuestro cuarto, pero
Valerio no estaba, las maletas no estaban, no había nada. Pensé:
“Desapareció, me abandonó. Antes se iban a las cruzadas, ahora la
dejan a uno mientras se ducha en el baño de un hotel.” Entonces,
desesperada, no sabiendo qué hacer, salí a la calle. Miré y vi que
había dos casas exactamente iguales: yo había pasado por una
puerta interior y había desembocado en la casa de al lado, así que
volví a entrar por la otra puerta, encontré el cuarto y allí estaba

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Valerio... Pero en aquel momento tuve la sensación de haber


pasado realmente al otro lado del espejo. Pasar esa puerta fue eso,
fue pasar al otro lado del espejo.
I. P.: Curiosa anécdota. Veo que usted tiene mucho sentido del
humor.
O.O.: Sí, por suerte. Bueno, en Londres pasaron veinte mil
cosas, porque es una ciudad llena de imprevistos y de maravillas.
Lo que me encantó fue el zoológico de Londres, ¿estuviste
también?
I. P.: Sí, lo conozco.
O. O.: Esa libertad que tienen los pájaros, en ese gran espacio
abierto, con esa tela métalica que queda muy alto, casi en el cielo...
Y, además, esos monos, que toman el té a las cuatro de la tarde. Lo
habrás visto los domingos: hay una ceremonia, no es el five
o’clock, es el four o’clock tea... Y hay uno de ellos que dirige la
ceremonia, les sirve té a los otros y conversan entre ellos, con unos
gestos de señoras inglesas muy refinadas. Es muy lindo presenciar
esa escena, realmente, uno aprende buenos modales.
I. P.: También le quería preguntar qué puñado de libros la han
acompañado a lo largo de la vida.
O. O.: Hay libros a los que he vuelto siempre. Los clásicos
españoles, por ejemplo... Quevedo... Al que vuelvo con mayor
frecuencia, quizás, es a San Juan de la Cruz. También a la Biblia,
ya te lo he dicho... Y hay algunos otros a los que también retorno
asiduamente... A Rimbaud, a Une saison en enfer; siempre me
parece que descubro cosas nuevas, siempre me parece que estoy a
punto de descifrar algo que me resultó oscuro o misterioso, pero
evidentemente no termino de descifrarlo del todo. Porque hay cosas
que están dichas no se sabe si con una cierta ironía o con un cierto
desprecio, como el hecho de ser moderno, por ejemplo. No sé si
realmente él quiere decir que va a ser moderno casi como un
desafío o como si fuera justamente deleznable ser moderno,
¿verdad? Y como ésos, otros elementos. Me llega muy
profundamente, aun lo que siento oscuro en él. También releo con
frecuencia las Sinfonías de Lubicz Milosz, con quien ya te he dicho
que siempre sentí tener un gran parentesco... También vuelvo

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SI ME QUIERES MIRAR 125

mucho a Michaux, de quien también creo que te he hablado para


decirte que me he sentido muy acompañada por sus angustias
extremadas, sobre todo después de los experimentos que hizo con
la mezcalina, cuando no se encontraron antídotos para hacerlo
regresar. Cuando estuve en ese tratamiento con Pagés Larraya,
justamente, hubo un médico en Buenos Aires que hizo los primeros
experimentos con la mezcalina y me llamó por teléfono porque
quería que yo estuviera presente. Él iba a hacer unos experimentos
con un grupo de pintores y quería también un poeta para que
escribiera las sensaciones que eso le producía. Antes de aceptar
algo semejante, hablé con mi médico, con Pagés, y me dijo que era
absurdo que yo aceptara algo semejante, que yo estaba
“mezcalinizada” por naturaleza...
Otros libros a los que regreso: Al faro y Las olas.
I. P.: De Virginia Woolf…
O. O.: De Virginia Woolf. Siempre tan llena de matices ínfimos,
tan delicados, como el cabrilleo del agua. Ella podría descubrir en
una gota de agua una ciudad entera...
I. P.: ¿Le ha gustado Orlando?
O. O.: Sí, claro, mucho. Pero me gustan más Las olas y Al faro.
I. P.: Son, quizás, más poéticas.
O. O.: Tal vez, porque están hechas con menos episodios y más
vivencias.
Otras cosas que releo son los diálogos de Platón, en los que
siempre uno puede encontrar elementos, también. Uno de los que
más releo, con tristeza, es La Républica, donde nos echa a nosotros.
I. P.: En el Cratilo, Platón se pregunta si la palabra es
verdaderamente la cosa o sólo la señala. ¿Qué opina usted al
respecto?
O. O.: Si es la cosa o no... Lamentablemente, no es la cosa. Creo
que el lenguaje es una sombra sobre la cosa. Cassirer dice, en algún
momento, hablando de los mitos, que el mito es la sombra del
lenguaje sobre el pensamiento. Creo que eso se podría aplicar a
esto, también, por ejemplo en La República. Uno siente que está
bien que lo echen: si uno tiene que cantar a los grandes poderosos y

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tiene que exaltar a los dioses y tiene que hacer loas a las virtudes
edificantes... Entonces, bueno, bienvenido el exilio.
I. P.: Está bien. Usted ha nombrado a Rimbaud...
O. O.: Sí.
I. P.: Y creo que nunca ha mencionado a Baudelaire.
O. O.: Sí, a Baudelaire lo leo también, con placer. Pero me llama
más Rimbaud que Baudelaire. Será una cuestión de época; lo siento
más cercano en el tiempo, tal vez.
I. P.: ¿Y a Verlaine?
O. O.: Verlaine es una maravilla, pero me parece que toca
puntos menos candentes, digamos. En Verlaine encuentro una
música maravillosa. Realmente eso es fabuloso.
En poética, destaco los ensayos de Maurice Blanchot, en El
diálogo inconcluso, donde habla de la memoria del olvido, de una
manera muy particular. Además, hay una recurrencia de retornos a
la Biblia, a la antigüedad, a la consideración del nacimiento de la
novela, a partir –casi- del Quijote, y sobre todo la insistencia en la
aproximación a Mallarmé, a Nietzsche y a Kafka, de manera muy
precisa y muy envolvente.
I. P.: Usted menciona la memoria, es un tema muy recurrente en
su obra...
O. O.: Sí, es muy recurrente.
I. P.: ¿Podría explayarse un poco?
O. O.: Yo creo que la memoria es una de las armas que tengo
contra el tiempo. Mis dos armas contra el tiempo son la memoria y
la transgresión de barajar los tiempos, de alterarlos, de cambiarlos,
de darles otro orden, como si pudiera existir un tiempo circular o,
incluso, a saltos. Me parece que, de alguna manera, es un modo
también de luchar contra la muerte. Yo siento que mi memoria no
es estática, que mi memoria vive conmigo, que pasa por mis
mismas circunstancias y tal vez se transforma, no realmente en los
episodios pero si en su color, digamos, en el color de los hechos...
Hay un libro de Roland Barthes, La cámara lúcida o La cámara
blanca (lo han traducido de las dos maneras), en el que se habla de
las fotos que toman a la gente: es como si fuera casi un
fusilamiento. Bueno, mi memoria no es estática, como una

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SI ME QUIERES MIRAR 127

fotografía. No fusila el episodio que recuerdo, porque el episodio


está rodeado de circunstancias que en la fotografía se pierden; en la
fotografía queda un ámbito que ya pasó. Yo le pongo el trasfondo
del presente a todo lo que sucedió, porque es como si le estuviera
dando un especie de respiración artificial a todo lo oído, y no siento
que tenga cosas perdidas. Siento que todo lo perdido debe estar en
alguna otra parte y que voy a volver a encontrarlo, todo junto. Es
como si tuviera tesoros almacenados; en algún lado debe de haber
grandes depósitos. No sé si eso me viene de mi abuela. Mi abuela
seguramente no había leído a Samosatra, a quien Borges cita en
uno de sus prólogos como un autor que habló de los dobles que se
encuentran en la luna y de las cosas perdidas que se van a la luna.
Mi abuela decía que todo lo perdido está en la luna. “Trate de
buscar lo que se le perdió”, aconsejaba, “que ahí lo va a encontrar.”
I. P.: Existe, de algún modo, una postura quizás antagónica en
sus escritos: por un lado, hay una exaltación enorme de la muerte y,
por otro lado, un afán tremendo de frenar el transcurso del tiempo...
O. O.: No, no hay una exaltación de la muerte, para nada. Hay
un sentido de que hay algo después de la muerte, eso sí. Y algo
ponderable, puesto que es el posible encuentro con Dios y con los
desaparecidos. Pero hay un miedo enorme a la muerte. Yo creo que
por eso la desafío de algún modo, hay un miedo terrible a la
metamorfosis.
I. P.: Entiendo. Si dije exaltación de la muerte es por ese tono
elegíaco que usted continuamente mantiene. De hecho, sus más
bellos poemas se refieren a Emilio, a Alejandra, a su madre, a
Valerio, a Girri...
O. O.: Bueno, naturalmente, gente que quiero y que me dejó el
mundo lleno de agujeros. Estoy esforzándome por hacer presencias
de ausencias. Me parece que los estoy rescatando con la palabra.
Estoy haciendo un esfuerzo enorme por darles un volumen.
I. P.: Comprendo. ¿Quisiera hablar ahora de Valerio?
O. O.: Sí, cómo no. ¿Qué quieres que te cuente de Valerio?
I. P.: Lo que usted quiera. Cómo era él, cómo era en las cosas
cotidianas, cómo lo recuerda hoy.

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O. O.: Como te dije, él era arquitecto y era un arquitecto


frustrado, porque era un arquitecto que estuvo en una línea muy de
avanzada, muy de acuerdo con el Bauhaus, por ejemplo, en una
época en que acá todavía no existía un movimiento tan preciso en
ese sentido. Fue socio de Bonet y de Vivanco, creo que habrás oído
hablar de estos dos arquitectos. Bonet era catalán, hizo gran parte
de Punta del Este. Vivanco hizo menos cosas, pero fue un gran
teórico de la arquitectura moderna. Valerio dejó su profesión
porque ganó una serie de concursos, con muy mala suerte, siempre.
Hizo por su cuenta unas casas en Martínez, en las que gastó su
herencia. Entonces tendría que haber trabajado para empresas y por
concursos. Ganó concursos pero, te decía, con mala suerte, de
modo que hubo cosas que no se hicieron jamás. Una clínica, entre
otras cosas... Y cuando nos conocimos acababa de escribir un libro
sobre viviendas prefabricadas y acababa de dejar la arquitectura.
Estaba muy desencantado, porque pensaba que, de seguir en la
arquitectura, hubiera tenido que hacer edificios como los que se
hacen habitualmente: tabiques y cajitas de fósforos encimadas. Yo
traté de convencerlo, de todos modos, diciéndole que, de veinte
casas, tal vez pudiera hacer dos como quisiera. Pero no... Creo que
su mal fue tener lo necesario para vivir... Le pedí, sin embargo, en
cierta oportunidad, que se presentara a un concurso. Para
complacerme, empezó a trabajar, pero se dio cuenta, cuando ya
había tomado los dibujantes y los ayudantes, de que el concurso en
realidad estaba dado, porque las cosas que se exigían no se podían
preparar en los quince días que se daban de plazo. Y realmente el
concurso estaba dado, de modo que lo abandonó ahí, y ahí terminó
definitivamente.
Se dedicó a leer, a oír música y a hacer jardinería. Hizo un jardín
en la casa. Por incentivo mío, estuvo por comprar un terreno grande
y hacer una especie de consorcio de amigos, con un edificio hecho
por él. Pero fue justo cuando salió la disposición que los edificios
tenían que tener cuatro pisos, entonces no había nada que
compensara la inversión. De modo que se dedicó a la jardinería, a
la música, a la lectura y a los viajes.
I. P.: Antes de vivir acá, en Arenales, ¿dónde vivían ustedes?

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SI ME QUIERES MIRAR 129

O. O.: Vivíamos en la calle Charcas al 3900. Charcas, entre


Canning y Malabia, donde también teníamos un balcón terraza con
plantas. Pero éste tenía la ventaja de tener directamente una azotea,
donde se podía hacer un jardín, aunque no fuera con tierra, con
grandes macetones.
Era muy distraído Valerio y siempre temí perderlo por las calles.
Porque yo me quedaba mirando una vidriera y él seguía avanzando,
de modo que yo tengo el recuerdo de estar corriéndolo
permanentemente. Todavía sueño que él cruzó una calle, que la luz
cambió y yo no lo pude alcanzar. Me encuentro perdida en una
ciudad. Voy por territorios abruptos, en los aledaños de la ciudad,
desesperada, hasta encontrar unas barrancas, unos tembladerales.
Entonces miro hacia algún lado y lo veo. Le digo: “Pero, ¿qué estás
haciendo aquí?” Y me dice: “Vine a ayudarte”, como si no se
hubiera escapado nunca...
I. P.: ¿Qué le debe a Valerio?, ¿qué le agradecería?
O. O.: Paz. Paz y salud. Salud, porque me apartó de muchas
cosas que me eran nocivas.
I. P.: ¿Por ejemplo?
O. O.: Por ejemplo, el cigarrillo. Me ayudó en gran medida a
dejarlo porque yo sabía que a él no le gustaba que fumara. Yo
fumaba muchísimo. Además, yo soy bastante débil frente a la gente
cuando hay que ayudarla -cosa que me tiene muy ocupada y muy
disponible siempre y me quita tiempo y, a veces, sin ningún
rendimiento ni beneficio para ninguna de las partes-; me enseñó
mucho a seleccionar a quién ayudar y cómo. En muchas cosas me
ordenó. Me ordenó hasta con la soledad: me daba mucho tiempo
para mí sola, para que trabajara.
Recorrimos juntos muchos lugares... Además, había una
compenetración muy grande y una gran afinidad de gustos y de
intereses por la literatura, por la música, por la pintura. Él
compraba mis libros antes de conocerme, regalaba mis libros a
amigos. Vivía muy pendiente de lo que yo hacía.
I. P.: ¿Era muy crítico?
O. O.: Era muy preciso en sus comentarios, tenía un sentido
muy justo de todo. Tenía una gran inteligencia y una gran

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sensibilidad unida a un razonamiento muy justo. Era de Virgo. El


sentido crítico está desarrollado en los virginianos.
I. P.: Usted dice temerle a la muerte, ¿le teme a la vejez y a la
soledad?
O. O.: Sí le temo, a las dos cosas. Vivo sola y sé que me va a ser
muy difícil... Es muy difícil... Tengo muy buenos amigos y muy
buenas amigas. Yo digo siempre que ése es uno de los buenos
recuerdos que me llevaré de este duro planeta...
Cuando tenía quince años quería tener veinte. Una vez que tuve
veinte, pensé que a los treinta ya iba a ser anciana. A los treinta
pensé que a los cuarenta. A los cuarenta me calmé un poco hasta
después de los cincuenta, en que volví otra vez a temer. El
fantasma... Siempre que me miro al espejo voy retrocediendo,
retrocediendo, despacito, hasta que hago la curva y me voy, antes
de que diga ‘fin’...
I. P.: ¿Quiere que pasemos a otro tema?
O. O.: Bueno.
I. P.: Mutaciones de la realidad...
O. O.: Sí.
I. P.: Casi todos sus libros de poemas tienen un objetivo,
apuntan en conjunto a algo. En Mutaciones de la realidad, ¿cuál
fue su objetivo?, ¿cuál fue su meta?
O. O.: No tuvo una meta anterior. El título vino después de que
encontré que mi sentimiento de la realidad era ése: que la realidad
era muy huidiza y muy mutable. Eso está, de alguna manera, en el
primer poema del libro, que está justamente dedicado a la realidad,
con un epígrafe de Rilke: “Oh rosa, pura contradicción,
voluptuosidad de no ser el sueño de nadie, bajo tantos párpados...”
De alguna manera, es lo cambiante de todo, el sentir que hasta los
objetos tienen una intención. Yo creo que tengo, de alguna manera,
un sentido un poco animista de la vida, como los primitivos. Creo
que las cosas tienen una cierta intención. De pronto, lo rodean a
uno con una cierta complicidad y, de pronto, se vuelven en contra.
No solamente cuando se dan esas seguidillas de los objetos
rebeldes, en que se cae algo, se triza, se le rompe a uno un dedo...
Y uno corre a buscar algo con que curarse el dedo, se derrama eso

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SI ME QUIERES MIRAR 131

que traía, y así indefinidamente. No solamente en eso, sino en la


intención adversa que pueden llegar a tener. Esto parece un poco
disparatado, ¿verdad?
I. P.: No.
O. O.: Bueno, no creo que sea común que la gente esté viendo
animadversión en los objetos.
I. P.: No, seguramente no...
O. O.: Pero yo, en mi casa, me encuentro protegida por mis
propias cosas. Es como si me defendieran también. No sé qué es lo
que me amenaza, pero a veces tengo cierto miedo. No de los
fantasmas, porque sé que los fantasmas que aparecerían serían los
fantasmas amistosos, que vendrían a visitarme sin causar daño.
Tengo miedo de esas cosas que son mezcladas, como de otro
mundo y de éste.
I. P.: Si no me equivoco, es en Mutaciones de la realidad en
donde usted escribe: “en el fondo hay un jardín”. ¿Es en este libro?,
¿está referido a Alejandra?
O. O.: Sí, es en la “Pavana para una infanta difunta”.
I. P.: Ese verso, ¿qué encierra como simbolismo?
O. O.: Bueno, cuando yo era chica y me sucedía algo, iba junto a
mi abuela a pedir consuelo y consejo. Mi abuela me decía siempre:
“No te aflijas, en el fondo de todo hay un jardín”. Y varias veces se
lo dije a Alejandra y Alejandra lo repite mucho en su poesía...
Después, lo mezcló con Alicia en el País de las Maravillas y con
ver el jardín de Alicia en el país de las Maravillas. Pero durante
mucho tiempo, en sus angustias, usó, de algún modo, ese consejo
mío: en el fondo hay un jardín. Curiosamente, después de morir
Alejandra, otra amiga que es escritora, Susana Tasca, me trajo de
España una tarjeta con una oración, que no sabía por qué había
sentido que era para mí. Me la trajo y decía: “Reposa tu cabeza,
descansa tu corazón, porque en el fondo de todo hay un jardín”.
I. P.: Increíble...
O. O.: Sí, muy curioso. Porque no sé por qué ella sintió eso. Tal
vez, mi abuela supiera esa oración, pero nunca me la dijo entera. Y
Susana nunca me había oído decir eso.

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132 IVÁN MARCOS PELICARIC

I. P.: Comprendo... Hablemos de La noche a la deriva. Allí,


¿cuál diría usted que es el eje central de los poemas?
O. O.: De alguna manera, también está dictado por el primer
poema [“En tu inmensa pupila”], qué es la noche, lo que significa
para mí, lo que quiero ver dentro de la noche misma, ¿no? Como si
la noche fuera quien me tiene que enseñar cosas. También hay en
muchos de los poemas un ramalazo de eso, de ver algo más en la
oscuridad, como en La oscuridad es otro sol. Hay un cierto
parentesco en ese sentimiento, digamos. Y termina con un poema
bastante patético, que es...
I. P.: ¿“Cantata sombría”?
O. O.: Sí, la “Cantata sombría”...
I. P.: Que es maravilloso, por otra parte.
O. O.: Sí, bueno, hubo mucha gente que, cuando lo publiqué,
creyó que estaba muy enferma, pues hablo de la muerte. Escribo:
“Ahora soy tu sede./ Estás entronizada en alta silla entre mis
propios huesos.” Porque había dejado de verla afuera, ya se me
aparecía de una manera más física, más palpable. No era un humo,
no era una disolución en el aire. Era algo que deja restos.
I. P.: Entiendo.
O. O.: Te estoy dando mucho trabajo, ¿no?
I. P.: No. ¿Se podría decir que, continuamente, hay una crisis, en
usted, entre lo temporal, lo terrenal y lo absoluto?
O. O.: Yo creo que sí. Sí, la hay. Yo supongo que esa es una de
las angustias que tengo, que esa es una de las causas de mis
angustias.
I. P.: Y ¿de dónde proviene?...
O. O.: A mí me desespera que todo pase. Y me desespera que
las cosas tengan fin. Bueno, para mí siempre fue imposible
imaginarme lo que tiene fin y lo que no lo tiene. Pero, de todas
maneras, creo que me cuesta más imaginar lo que tiene fin, ¿no?
Pero te puedo contar eso a través de algún episodio muy especial.
Desde que era chica... Iba al cine, por ejemplo, moría Juana de
Arco, en el cine. Entonces, inmediatamente, me metía en el cine de
al lado: había una señora haciendo cualquier tarea doméstica. No
importa, era Juana de Arco que seguía. No importaba que fuera una

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15 de Diciembre de 2014
SI ME QUIERES MIRAR 133

continuidad de lo más absurda, que fuera un chico, que fuera un


hombre. Yo le buscaba una relación cualquiera. No me costaba
encontrarla porque era imaginativa. Y continuaba y continuaba. ¡Si
habré resucitado así a Ana Bolena! Incluso, llegaba a hacerle
puntos a alguien en el cuello, mentalmente. Después, decía: “Ah,
ése es el lugar por donde la cortaron, pero ahora está intacta”.
I. P.: En una de estas charlas, tangencialmente, usted dijo que,
en alguna época, fue actriz de radioteatro. Cuénteme cómo fue eso.
O. O.: En una época, yo tenía en Radio Municipal unas
audiciones para hablar del teatro clásico español y argentino;
después, la compañía de radioteatro daba la pieza correspondiente.
Cuando faltaba, por ejemplo, el relator, me pedían muchas veces
que yo lo cubriera, y lo cubría. Un buen día, terminó ese ciclo de
teatro clásico y entonces mi función también... Ellos iban a seguir
de otra manera. Entonces, los directores de la compañía, que eran
un señor Nervi y otro señor Bustamante, insistieron en que me
quedara con ellos, trabajando en el radioteatro. Yo dije que no
podía quedarme, que no era actriz. Pero me dijeron que tenía muy
buena dicción y muy buena voz. “¿Por qué no vas a poder ser
actriz? Has cubierto muchas veces al relator y lo has hecho muy
bien. Te vamos a hacer una prueba.” Me hicieron una prueba y
salió bien. Y ahí quedé, haciendo “Las malas, las brujas y las
madres”. Después, cuando se disolvió esa compañía pasé a Radio
Splendid. (Esa compañía estaba formada por figuras un poco
anónimas, en general.) En Radio Splendid hacía también “Las
malas, las brujas y las madres”, en la compañía de Nidia Reynal y
Hector Coire. Era una gran compañía de radioteatro. Yo estaba
muy contenta cuando hacía las malas... ¡Las malas, no las madres!
Porque las madres tienen siempre una muerte prematura en el
radioteatro o pocas apariciones. Las brujas también son muy
esporádicas. En cambio las malas tienen que estar como la sombra,
desde el primer capítulo hasta el último.
I. P.: ¿Por qué cree que le adjudicaban esos personajes?
O. O.: Supongo que porque supusieron que debían tener voz
grave.
I. P.: Su voz es muy particular...

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O. O.: Sí, me lo han dicho muchas veces. Incluso, me han dicho


‘Señor’ por teléfono. Entonces yo respondo: “Un momento, que me
estoy afeitando”. Pero nunca me ha traído inconvenientes la voz.
Creo que es la adecuada para los pecados mortales.
I. P.: ¿Recuerda alguna anécdota, algún fallido, algún momento
gracioso, a lo largo de su carrera de actriz?
O. O.: Una actriz apresurada, en uno de los episodios, dijo:
“Luis vi por Luis VI”. Y otro actor dijo: “El capitán sin vacilar
gritó: ¡Sos!” Otro, que quiso corregir: “Mi padre tenía una cintura
muy estrecha; mejor dicho, no era tanto mi padre como mi madre.
La de mi madre era más estrecha”. Bueno, como ésos, hay miles.
I. P.: ¿Nunca le han propuesto hacer guiones de cine?
O. O.: Esas cosas no aparecen con tanta frecuencia, ¿no es
verdad?
I. P.: ¿Le hubiera gustado?
O. O.: Tal vez. No sé. Hice algún guión para televisión, para
unas audiciones infantiles. Me divertían. Para cine hice un guión:
“Un día de la vida de Troilo”. Lo hicimos con un muchacho que
está en París filmando. Firma Hugo Santiago. Hizo unas películas
aquí, antes de irse a París. Allá hizo alguna con Catherine Deneuve,
no recuerdo el título de la película. Bueno, hicimos el guión para
“Un día en la vida de Troilo”, pero no conseguimos el crédito para
hacer la película. Troilo estaba encantado, porque él mismo iba a
representarlo.
I. P.: ¿Cómo fueron sus años durante el primer peronismo?
O. O.: Estuve mucho fuera del país, al comienzo. En Bolivia y
después también en Perú. Pero no tuve inconvenientes,
mayormente. Te contaba que estuve en el radioteatro, después
quedé fuera de eso, justamente por no ir a hacer pegatinas de
carteles de apoyo.
I. P.: ¿Usted estuvo de acuerdo con la guerra de las Malvinas?
O. O.: No.
I. P.: ¿Desde el primer momento?
O. O.: Al comienzo, tal vez, estuve dudando un poco. Pero
después, en seguida, me di cuenta de que no podía ser... No podía
ser que no se tomara en cuenta que toda esa armada británica iba a

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SI ME QUIERES MIRAR 135

avanzar. Este señor Galtieri que abría la boca para calmar a la gente
y conformarla... Todo sonaba como a postigo que rechina. Uno
tenía siempre muy en cuenta lo paradójico de las comparaciones
posibles. No podía ser que estuviéramos hundiendo barcos, y
nosotros tan gloriosos... Además, empezaron a correr rápidamente
las voces de los padecimientos de esos pobres muchachitos, de lo
poco con que contaban, lo siniestro de todas esas penurias. Yo me
alegré cuando Menéndez terminó de una vez con aquello. Creo que
fue un gesto... no sé si decir “inteligente”, pero estuvo bien.
I. P.: Tengo entendido que la casa donde usted nació es hoy
Casa de la Cultura Olga Orozco.
O. O.: Sí.
I. P.: Quisiera que habláramos un poco del tema. ¿Cómo surge
la Casa? ¿cuáles son sus actividades?, ¿es una fundación?
O. O.: No, no es una fundación. Justamente, le faltan muchos
fondos a esa Casa. Permanentemente hay dificultades de dinero
para mantenerla, porque el Gobierno da solamente cien pesos
mensuales. ¿Cómo se puede sostener? Se han hecho concursos,
incluso infantiles, en los que yo he tenido que poner el dinero... Y,
cuando se trata de llevar personas para que den conferencias o
alguna cosa, hay personas que aceptan porque son amigas mías,
pero yo me niego a que eso suceda. No quiero que vayan por
hacerme un favor a mí.
I. P.: ¿Cómo ha surgido la idea de hacer esta Casa de la Cultura?
¿Quién fue el que la incentivó?
O. O.: La casa era una casa muy linda. No sé de quién surgió
exactamente la idea. Yo creo que fue de uno de los intendentes,
tendría que recordarlo un poco.
I. P.: ¿Cuándo se convierte en Casa de la Cultura?
O. O.: Hace tres años.
I. P.: ¡Ah!, recientemente.
O. O.: Sí, es reciente. Yo hablé con el Ministro de Educación,
hablé con el Secretario de Cultura de entonces... Dieron una cierta
cantidad para comprar la casa, porque estaba habitada. La
Intendencia dio otra suma, pero todavía hay una deuda pendiente,
cosa que me inquieta, porque pienso que si es una deuda de

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136 IVÁN MARCOS PELICARIC

carácter hipotecario, como se dice, pudo haber crecido muchísimo


en tres años, ¿no? ¿Y con qué se va a hacer frente a eso cuando
llegue el momento? Porque creo que la sucesión de los que eran
dueños de esa casa no ha terminado todavía. Y no sé qué problemas
puede acarrear el hecho de que alguno de ellos tenga algún litigio
con nosotros.
En la Casa se brindan clases de idiomas, de música y clases
de títeres. Algunas de las clases son pagas, otras son dadas por
gente bien intencionada...
I. P.: Comprendo.
O. O.: Se estaba por formar una comisión de Amigos de la Casa
de la Cultura. En eso tendré que empezar a moverme ahora, en
cuanto terminen las vacaciones, para ver si se reúnen fondos con
una contribución mensual.
I. P.: ¿Quiere agregar algo más sobre esto? Porque creo que es
importante para usted.
O. O.: Creo que sí, que es importante... Hay una Comisión de
Cultura en la Casa y también una Comisión de Bibliotecas. Y lo
malo es que -creo- no se ponen siempre de acuerdo.
En la Casa habría que hacer unos cuantos arreglos. Hay, por
ejemplo, depósitos -antes eran graneros- en donde también se
podrían dictar clases o, quizás, ampliar con ellos la Biblioteca o lo
que sea. Pero se han utilizado como depósito de cosas ajenas, que
pertenecen más bien a la Municipalidad. Además, no sé por qué
motivo, el ejército ha tomado parte de la casa para hacer un museo,
un museo militar, que no tiene nada que ver con la Casa de la
Cultura. No entiendo cuál es el motivo de eso. Tampoco es un
museo bien hecho, es un amontonamiento de objetos variados, con
un gran cartel. Incluso, en la puerta, es más importante el cartel de
“Museo Militar” que el cartel que dice “Casa de la Cultura”. No sé,
cosas que suceden en los pueblos. Ahora, cuando estaban próximas
las elecciones, toda la campaña de las autoridades actuales estuvo
cimentada en el apoyo a la Casa de la Cultura y a la cultura en sí. Y
no se ha hecho nada de eso. Y mi temor es que eso desemboque por
un mal camino.

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I. P.: A lo largo de su vida, usted ha tenido muchas distinciones,


muchos premios.
O. O.: Sí.
I. P.: Quisiera que comente un poco, cómo ha recibido esos
premios. Obviamente con gratitud, pero qué le han aportado en
cuanto a incentivo. Los primeros la habrán impulsado...
O. O.: Yo no creo eso. No hablemos de eso. Los premios son
una gran alegría pero paralela a tu obra, no incentivan nada.
I. P.: ¿Usted escribe diarios? ¿Escribe sus memorias?
O. O.: No.
I. P.: ¿Piensa hacerlo?
O. O.: Tal vez. He escrito ese diálogo con Gloria Alcorta
[Travesías] en el que hay muchas cosas que podrían formar parte
de mis memorias. Pero no, no las he escrito nunca. En cuanto a los
diarios en sí, siempre les tuve aprensión. De pronto me ha gustado
leer diarios ajenos. Pero escribir un diario es un hecho un poco
falaz, un diario es para que lo lean los demás...
I. P.: Partiendo de esa base, es curioso que le interesen los
diarios de otros...
O. O.: Me interesa leer el diario de un escritor porque de pronto
se ve la trayectoria que tuvo un hecho creador, las distintas
transformaciones que fue teniendo. Qué fue lo que detuvo la
elección de uno u otro pasaje o qué fue lo que lo alimentó, etc.
I. P.: Me viene a la memoria en este momento Si el grano no
muere, de André Gide. No sé si usted recuerda el libro...
O. O.: Sí, claro.
I. P.: Habría que ver la sinceridad depositada. Habría que ver
hasta dónde el que escribe es realmente veraz...
O. O.: Natural, pero siempre es para que otros lo lean...
I. P.: ¿Cómo definiría usted la belleza?
O. O.: No sé, la belleza no es solamente la belleza plácida. Yo
creo, con los surrealistas, que la belleza puede ser hasta convulsiva.
Pero dentro de eso debe tener una cierta armonía de elementos,
para que pueda apreciarse como belleza.
I. P.: El esplendor de la forma, como sustentaban los griegos...

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O. O.: Claro. Pero, definir la belleza, yo creo que es tan difícil


como definir la poesía. Siempre queda algo fuera. Si uno escribe
una definición, al leerla ha quedado algo, la mayor parte de lo que
podía haber dicho, fuera. Con la poesía pasa exactamente lo
mismo. Ya se lo tome desde un punto de vista formal, desde un
punto de vista interno, como una expresión forzosa, como una
anotación de sensaciones, en fin, según las distintas categorías que
dan lugar a una u otra escuela literaria, siempre se deja algo fuera.
Por eso, yo me quedo respecto de la poesía con la simple definición
de Howard Nemerov, el poeta norteamericano, que dice: “La
poesía es la tentativa de apremiar a Dios para que hable”. Es lo más
aproximado, también, a lo que yo quiero. Naturalmente, que Dios
no me contesta...
I. P.: ¿Nunca ha tenido -vamos a llamarlas así- experiencias
místicas?
O. O.: Bueno, sí, he creído tenerlas, en un relámpago de gran
elevación, de gran resplandor, completamente intransferible. Pero
no puedo decir que haya tenido visiones de carácter místico.
I. P.: No, claro. Como usted dice, es más bien un sentimiento de
cercanía, por decirlo de algún modo...
O. O.: Sí, es como un estado.
I. P.: Volviendo al tema de la belleza y de la poesía, qué le dice
a usted: esto está bien, esto está mal. ¿Es algo puramente intuitivo?
O. O.: Creo que es una conjunción de cosas. Es lo instintivo y
además un sentido crítico que viene del razonamiento, pero que
funciona de una manera casi automática. Es como si dentro del
razonamiento hubiera una serie de archivos para determinar eso, y
tuvieran teclas o resortes que se ponen inmediatamente en
funcionamiento, a la menor cosa.
I. P.: Usted sabe muy bien que se han hecho decálogos sobre
cómo escribir un buen cuento, ¿se podría hacer algo similar para la
poesía?
O. O.: No creo. No creo que puedan existir reglas.
I. P.: De acuerdo... Y menos aún para la poesía, por su misma
índole...

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O. O.: Además, con esos decálogos para el cuento, yo creo que


pueden salir las peores cosas también. Entre una y otra línea del
reglamento se pueden filtrar quién sabe qué monstruos.
I. P.: ¿A usted le gusta Horacio Quiroga?
O. O.: Sí, me encanta.
I. P.: ¿Y Poe?
O. O.: También.
I. P.: Tan mal no les ha ido con sus leyes...
O. O.: A ellos mismos, no.
I. P.: ¿A los otros, sí?
O. O.: Seguro. Porque uno puede escribir las leyes sabiendo a lo
que uno va a responder, en cuanto se ponga a trabajar sobre eso.
Pero no sabe lo que va a hacer el otro con ese reglamento. Para uno
ya está claro lo que va a omitir y lo que va a agregar, tal vez...
I. P.: ¿Le ha interesado la literatura norteamericana?
O. O.: Sí, me ha interesado.
I. P.: ¿Recuerda en este momento algún autor preferido?
O. O.: Faulkner, por ejemplo. Me ha interesado mucho siempre.
Yo creo que es un escritor extraordinario. Mientras yo agonizo, por
ejemplo, me parece una novela formidable. Absalón, Absalón; Luz
de Agosto. Todas las novelas de Faulkner que he leído me han
dejado un sentimiento muy hondo. Algo muy vibrante. Las
palmeras salvajes...
I. P.: Relacionando Faulkner con la inglesa Virginia Woolf, a
usted le debe fascinar el fluir de la conciencia.
O. O.: Por supuesto.
I. P.: Por lo que tiene de posibilidades líricas...
O. O.: Naturalmente. ¿Cómo se llama esa escritora, la de La
balada del café triste?
I. P.: ¿McCullers?
O. O.: ¡McCullers! ¡También me encanta lo que hace!
I. P.: Sí. Cuando leí La balada..., me fascinó. Pero El corazón es
un cazador solitario me decepcionó un poco.
O. O.: ¡Truman Capote me interesó mucho! Sobre todo en Otras
voces, otros ámbitos, que fue lo primero de él que leí. Fue un libro

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que me hechizó, me pareció lleno de encanto, lleno de elementos


mágicos.
I. P.: ¿Quisiera hablar un poco sobre poetas; por ejemplo, Walt
Whitman ?
O. O.: Sí. Yo estaba pensando en otros cuentistas. Katherine
Anne Porter también me parece una excelente escritora. No sé, la
literatura norteamericana es muy rica. Eudora Welty... Todas esas
mujeres que trabajan con personajes muy estrafalarios, muy
especiales, que son como muestras sacadas de algún catálogo un
poco malsano, ¿no?
I. P.: Eso, sobre todo, aparece en los libros de McCullers, ¿no es
verdad?
O. O.: Sí, claro. Y en los escritos de Eudora Welty también.
I. P.: Mencionamos recién a Whitman.
O. O.: Me gusta mucho.
I. P.: ¿En qué sentido? ¿Su exaltación del hombre?
O. O.: La exaltación del hombre, justamente, la exaltación de lo
natural, de la vida abierta, libre. Melville me interesa mucho
también. Moby Dick me parece un ejemplo de algo, porque ese
monstruo es un símbolo, ¿no es cierto? Yo tengo un poema que
termina: “quién no lleva en la punta del arpón una ballena blanca”.
I. P.: Y en Las Muertes también hay un epígrafe...
O. O.: Sí, claro. Tengo un poema a Bartleby, al personaje de Me
gustaría no hacerlo. Uno de los prólogos más lindos que escribió
Borges es el prólogo a Bartleby... Además, es como un antecedente
de literatura mucho más moderna.
I. P: Usted conoce muy bien a Marco Denevi, ¿no es verdad?
O. O.: ¿A él, como persona?
I. P.: Sí.
O. O.: No, no demasiado. Creo que nos hemos visto tres o
cuatro veces.
I. P.: ¿Le interesa su obra?
O. O.: Sí, me interesa y le tengo mucho respeto a él, pero lo
conozco poco. Me parece que tiene una gran calidad lo que hace...
I. P.: Me vino a la mente por sus relatos plagados de personajes
estrafalarios.

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O. O.: ¡ Ah, sí !
I. P.: Es increíble como pinta sus mujeres. En Ceremonia
secreta, por ejemplo.
O. O.: Sí, Ceremonia secreta.. Me parecen muy bien llevadas
todas sus novelas, aún dentro de esa cosa -no sé- un poco
imprevisible, un poco rozando lo fantástico o lo irreal.
I. P.: Sí. A mí me gusta mucho. Me divierte... Sé que tuvo la
oportunidad de conocer a Héctor Bianciotti.
O. O.: Sí, lo conocí en París en el año 62 y nos hicimos muy
amigos. Paseamos bastante juntos. Me acuerdo que en ese entonces
había una exposición que prepararon Octavio Paz y la mujer de
Bretón sobre arte mejicano y artesanías mejicanas. En el Grand
Palais, creo que fue... Y, bueno, ahí fuimos con Bianciotti, ése fue
uno de los paseos. Me acuerdo de muchos; él también se acordaba,
cuando estuvo hace poco en Buenos Aires. Recordaba las veces
que habíamos andado por distintos lugares... Después de años, nos
volvimos a encontrar acá... Fui a las diversas conferencias que dio.
Me parecieron muy buenas. Sobre todo una sobre la música y la
literatura. Era una conferencia muy bien llevada, con elementos de
una captación muy fina... También recuerdo otra excelente sobre
Valery y Borges: las coincidencias, las posibles coordenadas que
hay entre los dos... (A ésa la publicaron en La Nación. Creo que la
de la música también). Y habló en la Academia del Sur, también
estuve allí. Lo interrogaba Blanca Isabel Álvarez de Toledo. Habló
allí sobre Borges y otros temas. Fueron brillantes las conferencias,
realmente. Y, además, era muy conmovedor ver el entusiasmo, la
efusión y simpatía del público. Incluso de cierta gente que no había
leído nada sobre él o que no lo conocía ni siquiera de nombre. Se
habían enterado de que era un argentino que iba a entrar en la
Academia y eso bastó para que se amontonaran para verlo. ¡Él
estuvo muy simpático!

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SEXTO ENCUENTRO
Martes 4 de febrero de 1997

I. P.: Quería pasar a En el revés del cielo.


O. O.: Sí.
I. P.: ¿Podría realizar un comentario?, ¿decirme algunas palabras
sobre el libro?
O. O.: ¿Sobre qué aspecto? Porque, de pronto, me nombras mis
libros y yo no los tengo todos tan presentes...
I. P.: Por ejemplo, explicar un poco cuál era su objetivo, adónde
apuntaba, cuál le parece que es el tema central.
O. O.: El tema central de alguna manera está dado por el título
mismo, ¿no es cierto?
I. P.: Sí.
O. O.: En ese libro, son elementos casi inalcanzables, los que
vienen después. Son obstáculos grandes, ¿no? Es como -no sé-
querer ir hasta la esquina, nada más, y encontrarte con que hay una
sucesión de sogas que te llegan a la altura del tobillo. Todo es el
obstáculo, todo es lo que está del otro lado, todo es el lugar donde
no se puede llegar jamás. O es un lugar francamente inhabitable,
ése en el que uno está... Un lugar entre dos puentes oscilantes. Es el
lugar de las incomodidades supremas y por eso se llama,
justamente, En el revés del cielo. Tal vez, viene a ser un poco, si lo
comparas con alguien, un lugar de fundaciones kafkianas...
I. P.: Pasemos a Con esta boca en este mundo. Quisiera que
usted realizara un pequeño comentario sobre el primer poema, es
decir, sobre “Con esta boca en este mundo”, justamente.
O. O.: Bueno, yo creo que desde Rimbaud en adelante (no sé si
lo dijimos ya), la poesía, de pronto, tiene varias intrusiones, que
son críticas. Es decir, la intrusión de poemas que ponen en duda la
validez plena de la palabra para expresar lo que quiere expresar. Yo
creo que ese primer poema es eso y que, de alguna manera, todos
los otros tocan eso: la relatividad de la palabra. Porque yo no creo
que la palabra sea la cosa misma, no creo que esté absolutamente
identificada con la cosa. Creo que podrá serlo en alguna medida,
pero siempre hay algo que la desvía de esa identidad.

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I. P.: En este poemario usted mira al mundo un poco como sobre


el hombro, como si usted ya estuviera más allá de muchas cosas...
O. O.: Bueno... En ese libro, yo ya me he quedado totalmente
sola... Yo y esa casa de la que te hablé, que está en La Pampa,
somos las únicas sobrevivientes de toda mi familia. Es decir, yo ya
he pasado por angustias supremas, he pasado por edades
importantes de mi vida, tengo relativamente poco que esperar,
como no sean elementos de un territorio totalmente espiritual y que
dependen casi exclusivamente de mí y de mi capacidad de
elevación interna, de perfeccionamiento espiritual. Y creo que he
pasado la frontera del grito. Por otra parte, los gritos los dieron muy
bien los griegos, por lo tanto, no corresponde que yo los dé.
Entonces, es un libro ‘después del grito’.
I. P.: Me llamó la atención, entre otras cosas, la plegaria que
usted escribe para Girri, también el poema “¿La prueba es el
silencio?” y algún otro pasaje en donde usted tiene un fuerte
acercamiento al cristianismo, como ocurrió en Mutaciones de la
realidad... Aquí vuelve a ocurrir, quizás aún más explícitamente,
¿no es verdad?
O. O.: Sí, es muy posible. Y creo que hay un acrecentamiento de
ese acercamiento en mí misma. No es solamente en mi poesía, no
es una retórica, es una verdad.
I. P.: Entiendo. Se siente con mucha fuerza. Sin afán de caer en
etiquetas incómodas, ¿estaría mal considerarlo su libro más
maduro?
O. O.: Se podría decir.
I. P.: ¿Es el que más le complace?
O. O.: No sé. Yo creo que quiero mucho a todos, como ya te
dije. Claro que al último uno lo siente más cercano, hasta que está
el otro que le sigue...
I. P.: Fuera de grabación, habíamos dicho que hablaríamos
acerca de Venecia.
O. O.: Venecia me impresionó muchísimo. Yo tenía la sensación
de que era una ciudad dulzona y no lo es, para nada. Es una ciudad
que tiene un carácter que, de pronto, puede ser áspero y hasta
sombrío, depende de los momentos en que uno la vea. Por ejemplo,

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SI ME QUIERES MIRAR 145

yo he estado en Venecia en invierno, de noche, sola, comiendo en


un restaurante que se llama La Colombe. De allí, fui caminando
hasta una especie de bar, que tenía un carácter portuario, sin estar
en ningún puerto. Era lo único que estaba abierto en ese momento.
Parecía un bar de marineros. Se tocaba el acordeón y había gente
de pueblo. Yo recuerdo todo ese recorrido como si otra persona
fuera acompañándome desde la vereda de enfrente, como si fuera
mi propia sombra la que caminaba conmigo por las calles. Tomé
callejuelas oscuras que eran muy impresionantes. Yo sentía que
hasta la piedra de la pared estaba húmeda. Llegué a un lugar en
donde me detuve a mirar y me asaltó una impresión muy extraña,
porque recordé en ese momento una página de Il fuoco, de
D’Annunzio, donde habla de Cósima Wagner en la barca,
despidiendo a Wagner. Es una de las páginas que yo más recuerdo
de D’Annunzio. Si la leyera ahora no sé qué sucedería. Pero eso
que yo estaba viendo en plena noche me parecía que no sería tan
trágico a pleno sol. Después recapacité y dije: “No, hubiera sido
más trágico a pleno sol”, porque todo ese contraste hubiera sido
tremendamente cruel.
Hay muchas cosas que me impresionan de Venecia: la riqueza
de las iglesias, de los museos, las pinturas fabulosas. Empezando
por la plaza San Marco y todo lo que la rodea... Hay una iglesia que
se llama Santa Maria dei Miracoli que, justamente, para mí, es una
santa de los milagros, porque la pierdo, siempre la pierdo, y, sin
embargo, siempre la encuentro. Es una iglesia bastante desnuda.
Tiene dentro unos mármoles y no hay mayor atractivo de figuras, si
uno no mira el cielorraso. El cielorraso es de madera artesonada y
en cada... (llamémosle claustros a esos artesonados que van
formado cuadrados en la madera), en cada claustro hay una pintura
de un evangelista o de un santo y es extraordinaria la visión de ese
conjunto, porque son muchísimos, cubren todo el techo, todo el
cielorraso. Ésa es una de las iglesias que me encanta. Más allá del
Hotel Danieli, donde estuvieron George Sand y Alfred de Musset,
en la Riva degli Schiavoni, más allá, está lo que se llama la Scuola
degli Schiavoni, pero que no es en realidad una escuela. Parece una
iglesia abandonada. Es donde están los Carpaccio (¡a mí me

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encanta Carpaccio!), donde está San Jorge... Creo que hay más de
una imagen de San Jorge... Toda la ciudad me impresiona
muchísimo, he visto algunas cosas muy increíbles en esa ciudad.
Recuerdo que, en el año 72, estuve en una Bienal. Estaba también
Alberto Greco y otros artistas argentinos: Marta Minujin, Alicia
Penalba (una escultora que vivió en París y que era extraordinaria.
Murió hace pocos años... Poco conocida en la Argentina,
realmente. Una pena...) Antes, había habido una exposición en
París... Alberto Greco, con ese arte vivo, como decía él que era su
manera (era realmente talentoso, muy espectacular), había
presentado una jaula con ratones, en París. (Lo obligaron, de alguna
manera, a quitarlos, porque era una exposición en un lugar cerrado
y eso molestaba mucho. Entonces, tuvo que sacarlos, porque hasta
podían crear un ambiente nocivo.) Y eso llevó también a esa
Bienal. En un momento dado, soltó los ratones. Hay que
imaginarse el terror de las multitudes, los gritos y Marta Minujin,
que les ayudaba a gritar escandalosamente.
I. P.: Justamente, hablando de Marta Minujin, ¿usted participó
de los happenings, aquí, en Buenos Aires?
O. O.: Estuve presente en algunos, sí, claro. Además, he
organizado happenings en mi propia casa, cuando todavía no
existían los happenings públicos.
Y -no sé- hubo cosas muy extraordinarias en Venecia, también
García Uriburu...
I. P.: ¿Tiñendo las aguas?
O. O.: Tiñó las aguas del Gran Canal. Todo fue muy
espectacular. Yo camino por Venecia hasta perderme, hasta
perderme de vista de mí misma, creo.
I. P.: Los Masaccio son tan deslumbrantes...
O. O.: Sí, y los Bellini y los Tintoretto que están volando en
todas partes, porque todos los Tintoretto vuelan, ¿no es cierto?
Parece que se quisieran ir por el aire, siempre...
I. P.: ¿Quiere comentar alguna otra ciudad?
O. O.: No mencionamos a Florencia, ¿no es verdad?
I. P.: La nombramos al pasar...

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O. O.: Hay tanto que hablar de Florencia. Florencia es


inagotable. Yo llegué a Florencia una noche, dejé las valijas en el
hotel y empecé a caminar sola. Llegué a la Piazza della Signoria
en una noche de luna. No había iluminación, había luna y era
impresionante esa Piazza, con esa Loggia dei Lanzi al costado, con
sus arcadas, con esos medallones y esa fiesta de estatuaria que hay
dentro, con esos raptos. El Rapto de las Sabinas y después Ayax,
llevando a Patroclo, y yo no los identificaba, entonces pensé: “Este
debe ser otro rapto que se produce a pie... Y, enfrente, la Signoria
misma. Y más allá...
I. P.: La Galería de los Uffizi.
O. O.: Los Uffizi. Sería imposible hablar de todo lo que hay
dentro de los Uffizi. ¡Todo es tan fabuloso en Florencia! Está la
iglesia Santa Maria Novella. Me pareció siempre una maravilla,
allí dejé una ofrenda. Fui a un Congreso, que se celebraba en el año
86, en unas abadías que quedan en lo alto de las colina. No
recuerdo el nombre, son dos abadías... Tuve que leer en el Palazzo
Vecchio algo sobre Borges, porque de la Argentina estábamos
invitados Borges y yo. Pero Borges murió justo en ese mes, era
junio del 86. Y tuve que leer dos o tres páginas sobre Borges, allí,
temblándome los pies, en medio de todos esos pajes con esas
banderas y ese salón tan amplio y tan solemne. Los pajes con esos
clarines y banderas... En ese viaje recibí muchas alegrías. Hubo
muchos encuentros muy felices con mucha gente. Conocí a Milosz,
por ejemplo.
I. P.: ¿Ah, sí?
O. O.: Sí. A [Czeslaw] Milosz, el Premio Nobel, a quien le
pareció muy bien mi disertación sobre Borges. Habían hecho la
traducción simultánea a varios idiomas... Me felicitó después.
Había quedado encantado con lo que dije... Naturalmente, uno, en
los Congresos, recibe mucho libro inútil, de los que no sabe cómo
hacer, porque evidentemente uno no puede viajar con kilos y kilos
de equipaje. Entonces metí muchas de esas cosas en una bolsa y se
las llevé como ofrenda a Santa Maria Novella. No sé si todavía las
estará leyendo...

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148 IVÁN MARCOS PELICARIC

El convento San Marco también es una maravilla, con todas esas


celdas de los monjes pintadas por Fra Angélico. El museo de Fra
Angélico también está lleno de joyas. Todo es una joya en
Florencia, desde la cúpula de Brunelleschi hasta el Baptisterio, todo
lo que uno puede ver allí...
I. P.: La casa de Miguel Ángel...
O. O.: Claro. Es interminable, es inagotable Florencia...
I. P.: A usted le ha tocado muchas veces, si no me equivoco,
disertar acerca de diferentes escritores. Ahora que usted
mencionaba el homenaje a Borges, ¿eso se ha publicado?, ¿figura
en algún sitio?
O. O.: Sí, ha salido en bastantes lugares, en primer lugar en la
Organización del congreso mundial de poetas, que tiene su sede
central en Luxemburgo. La dirige Leopold Senghor... En una
revista llamada New Europe salió publicado un homenaje a Borges.
Otro homenaje que le hicieron a Borges salió en la revista
Cuadernos Hispanoamericanos, un tomo grande de recopilaciones
de distintos artículos y notas.
I. P.: He leído que usted dijo, tiempo atrás, unas palabras en
honor a Alejandra Pizarnik que se han hecho famosas por su
belleza.
O. O.: No sé cuales son, no las recuerdo. Aparte del poema, no
recuerdo otra cosa.
I. P.: Sí, lo he...
O. O.: ¡Ah, sí!... Yo no presenté casi libros en mi vida. Nada
más que dos.
I. P.: ¡Ahí está!
O. O.: Un libro de Alejandra que se llama Los trabajos y las
noches y un libro de Norah Lange, de discursos. Son las dos cosas
que he presentado en mi vida y después de eso nada más. Mucha
gente, ahora, me pide presentaciones. Y a todo el mundo le digo
que no, por mucho que me interese lo que publiquen, porque se
enojarían conmigo mis amigos más íntimos a los que ya me he
negado.

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SI ME QUIERES MIRAR 149

I. P.: Entiendo. Ahora que usted nombra a Norah Lange, el libro


También la luz es un abismo ¿no tiene un parentesco con
Cuadernos de infancia?
O. O.: ¡Ay, yo no lo noto! Me parece muy distinto todo. Está,
simplemente, el hecho común de la infancia... Pero, hasta eso es tan
diferente y está tratado de tan distinto modo...
I. P.: Bien. Antes de nuestras conversaciones, yo no había
reparado que sus relatos, tanto los de La oscuridad es otro sol
como los de También la luz es un abismo, fueran tan
autobiográficos. Yo pensé que usted, simplemente, había tomado
algunos temas de su infancia, de su niñez, pero noto ahora que se
ciñe muchísimo a su...
O. O.: ¡Sí, sí! Los diálogos, por supuesto, no los podría
reproducir. Tengo muy buena memoria, puedo recordar el espíritu
de las cosas... La base del relato es totalmente real.
I. P.: ¿Se puede decir, de algún modo, que También la luz es un
abismo es una continuación de La oscuridad...
O. O.: Sí, por supuesto. Aun hay unos cuantos relatos de
También la luz es un abismo que quedaron en una anotación muy
sucinta, sin desarrollar, cuando publiqué La oscuridad es otro sol y
que después se fueron haciendo, con el tiempo.
I. P.: Me agradaría que usted hiciese una comparación entre una
y otra obra, si es posible.
O. O.: Yo creo que en La oscuridad es otro sol hay relatos que
son tal vez menos estrictos como relatos. Hay una llamada, si no a
la digresión, por lo menos a la prolongación de una u otra
sensación, llevada a un discurso un poco aparte del argumento en
sí. Naturalmente que tiene conexión con lo que estoy sintiendo en
el momento, con lo que estoy viviendo. Pero es una anotación
anexa -digamos-, que explaya la oportunidad, la amplía, amplía la
sensación. No sé si deforma el relato o no. Eso no me importó para
nada, porque me pareció necesario. Era como excavar más en mí
misma, dar más elementos acerca de mis miedos, acerca de mis
inquietudes infantiles. La mayoría son las cosas que perduraron en
mí a lo largo de toda la vida. De modo que, si bien están contadas
allí como si fueran del momento, ése es tal vez el comienzo, me

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150 IVÁN MARCOS PELICARIC

han seguido a lo largo del tiempo. En También la luz es un abismo,


los relatos están más limpios como relatos, si se puede decir así...
I. P.: Los títulos guardan relación como en espejo, ¿no es
verdad?
O. O.: Podría ser, sí.
I. P.: Muchas anécdotas que usted ha contado a lo largo de estas
conversaciones aparecen como al pasar, brevemente, en algunos
relatos suyos. Por ejemplo, la anécdota del pañuelo de Tutankamón
o Londres y las casas similares...
O. O.: Ah, no recordaba haber contado eso...
I. P.: Me pregunto por qué las ha narrado tan escuetamente,
porque aquí, en estas conversaciones, usted se ha extendido y
realmente son anécdotas muy ricas.
O. O.: Tal vez, porque no era el tema que estaba tocando.
Entonces, justamente, es una observación anexa, un ejemplo de
algo, tal vez, pero no es el tema central.
I. P.: Quizás, se hubiera podido hacer -lo digo humildemente- de
cada anécdota...
O. O.: Un relato aparte.
I. P.: Claro. Quisiera detenerme ahora, si le parece, en algunos
pasajes de la obra y que usted realice comentarios acerca de ellos.
Soy consciente de que le quitaremos quizás un poco de misterio y
que, tomándolos así, estarán fuera de contexto, pero creo que será
interesante explayarse un poco. ¿Puede ser?
O. O.: Sí, puede ser.
I. P.: No lo quise hacer a partir de los poemas porque sería
desacralizarlos. De todas maneras, muchos de los párrafos que
señalé tienen directa relación con su poesía o con imágenes de su
poesía. He marcado muchos. Si aparece alguno sobre el cual usted
prefiere no darme explicaciones, me lo dice y seguimos adelante.
Vamos a “El cerco de tamariscos”. Usted escribe:
“Se bambolea la casa, oscila, se inclina, ya escorada, como
si quisiera arrojar a todos los viajeros, con muebles y baúles, por la
borda. No temo, porque de mí depende. Fui la última en llegar y me
quedaré para apagar las lámparas cuando no quede nadie, cuando

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todos sean como el rey y las reinas en las barajas de sacar


solitarios.
“Aún después, esta casa errante, con la que siempre tropiezo en
todas partes, seguirá apareciendo, convocada por cada verano, por
cada luz llena, porque la soledad es memoriosa y clama por
aparecidos y desaparecidos y los hace visibles.”
O. O.: Sí...
I. P.: Hay muchas cosas para señalar.
O. O.: Sí, claro, porque son párrafos muy complejos.
I. P.: Por un lado, tenemos la imagen de la casa.
O. O.: La casa que para mí siempre tuvo una vida especial y
propia. Siempre he dicho que yo viajaba en esa casa como quien
viaja en un barco. Por las noches, era como si la casa soltara las
amarras. Y, con mi hermana, contábamos historias y atravesábamos
temporales, llegábamos a islas desconocidas, nos codeábamos con
piratas, con gente antediluvianas, inventábamos miles de cosas, a
las que llegaba la casa, como un barco... Y, después, naturalmente,
a la mañana aparecíamos de nuevo allí, en ese jardín, en ese mismo
lugar, providencialmente, gracias a Dios.
I. P.: “Fui la última en llegar y me quedaré para apagar las
lámparas...”
O. O.: Fui la última en nacer, soy la menor de todos mis
hermanos. “Y me quedaré para apagar las lámparas...”, porque soy
la última sobreviviente; es decir, la casa... ¡vaya a saber si queda en
alguna otra memoria que no sea la mía! Cuando escribí eso no
estaba segura, ahora sé que la casa está todavía en pie y que seguirá
funcionando como una Biblioteca, por lo menos, o como un
Museo, o como algo.
I. P.: Sí.
O. O.: Lo de las barajas para sacar solitarios, está claro, ¿no es
verdad? El rey, mi padre. Y las reinas, todas nosotras, porque era
una casa de mujeres. El único hombre era mi padre.
I. P.: La imagen es muy buena. Vayamos a “Cosas de duendes”.
El relato me hizo recordar un poco Alicia en el País de las
Maravillas y también Sueño de una noche de verano; de hecho,
usted nombra a Puck, ¿no es cierto?

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O. O.: Ah, sí. Mientras creo que es un duende, claro. Yo creí que
era un duende hasta mucho después, hasta casi el final del cuento.
I. P.: Usted dice en un paréntesis:
“Sucederá con un amanecer en Lima, en el que una pareja
de desconocidos trata de alojarme en una jaula de conejos o en una
bañera azul, casi en un basural, a la intemperie...”
O. O.: Sí, en Lima me hice amiga de cierta gente con la que
comí una noche en el centro. Nos divertimos, conversamos. Era un
matrimonio y una señora, hermana de esta señora. Era gente pobre
pero muy simpática... (Ese “pero” sobra, ¿no es verdad?) Eran muy
simpáticos y muy divertidos. Me llevaron a conocer su casa y yo no
sé si me quisieron hacer el cuento del tesoro, pero me hablaron de
un tesoro que estaban buscando y me mostraron un plano, etc., etc.
Y así, se hizo casi el alba... y no había taxis. No había nada en qué
volver. Lo curioso es que tenían una casa muy pobre y muy
exclusivamente para ellos, yo creo que hasta dormirían en el suelo.
Entonces, me ofrecieron dormir en una jaula de conejos que había
en el jardín. Bueno, un jardín..., un terrenito que tenían delante de
la casa. Había una jaula para conejos y una bañera arrumbada allí.
Yo podía elegir: ésas eran mis comodidades.
I. P.: El texto continúa:
...“Con una enceguecedora siesta en Agrigento, en que diez
niñas vestidas de novia saltan como cabras entre las ruinas de los
templos, mientras a mí me asaltan sus hermanos menores y sus
enlutadas abuelas trepan a la copa de los nogales...”
¿Cómo es esta anécdota?
O. O.: Yo estaba en Agrigento con Iberna Codina. Habíamos
hecho un viaje por Sicilia, las dos. Fuimos a ver los templos.
Curiosamente, las novias van a fotografiarse sobre las ruinas de los
templos paganos... Las novias que acaban de casarse por la Iglesia
católica, naturalmente. Y llegaron con ese séquito de señoras
enlutadas, que acompaña siempre a las novias sicilianas. Ancianas
que casi no se pueden mover, pero las llevan entre dos o tres y
hacen que se muevan ágilmente. Son como una plaga. Cuando
llegan en montón, son casi como los termitas, o como la corrección,
en Misiones. Llegaron... Había unos nogales con nueces y, de

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pronto, veo que los ancianos y las ancianas están trepados sobre los
nogales, sacudiendo el árbol para arrancar los frutos. Y los chicos
nos asaltan a Iberna y a mí. ¡No sabíamos cómo defendernos! Por
allá lejos, cruzaron dos caballeros y entonces gritamos: ¡Manuel!,
¡Gustavo!, como si fueran nuestros maridos, y entonces se alejaron.
Pero, evidentemente, querían despojarnos de todo lo que teníamos.
I. P.: Después, sigue la alusión al hotel de Londres. Usted ya
contó el episodio, aquí escribe: “Y con una mañana desolada en un
hotel de Londres en que abro una puerta y estoy en una casa
exactamente igual, pero mi cuarto no es mi cuarto, y debo salir a la
calle y entrar nuevamente para volver a encontrarlo.”
O. O.: Sí.
I. P.: Realice un comentario acerca de los saltos en el tiempo,
que -creo- están entre los grandes aciertos del libro, ¿no es así?
Usted va y viene, continuamente.
O. O.: Sí. Yo creo con Ciorán que una de las aventuras más
extraordinarias del hombre es la de violentar el tiempo; es decir,
hacer que el tiempo -que nos maltrata tanto- no nos rija, aunque
esto sea imaginativo. Y uno de los modos es alterarlo, saltearlo,
barajarlo, que caiga de otras maneras posibles. A veces creo que el
tiempo puede ser circular, un poco como dice Eliot en el poema
“Bird” y en el poema ése: “En mi principio está mi fin...”, en el
cual se hace la relación que tiempo pasado y tiempo futuro, ambos
son presente. Y que, por lo tanto, si todo tiempo es presente, todo
tiempo es irreductible. Es decir, que el tiempo presente podría ser
una repetición de un pasado. De tal modo que la videncia, entonces,
no sería la lectura en un porvenir sino en un pasado. Me encantan
los juegos con el tiempo, siempre me han encantado. Además, me
parece que es un juego que puede llegar a tener cierta seriedad y
que da vida a muchas cosas que se fueron.
I. P.: Tiene, incluso, una carga emocional muy fuerte. Por
ejemplo, en “Feliz Nochebuena”, en donde usted, al final, llega, de
golpe, hasta Valerio.
O. O.: Claro, por supuesto. Y que, además, llega a un brindis
con el Cielo... Y, bueno, siempre he seguido brindando con el
Cielo, todas las Nochebuenas.

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I. P.: No sé si usted va a querer comentar uno de los apartes, en


“Cosas de duendes”, que a mí particularmente me ha llegado
mucho. Usted dice:
“(Conocí a alguien que también esperó, noche tras noche,
con el alma en suspenso, solamente la luz de una ventana, pero ya
lo ha olvidado. Quizás esa luz esté debajo de un derrumbe de
ventanas, de otra serie de apagones que significaron sus ausencias
de ayer y nuestro desencuentro para siempre.)”
O. O.: Sí...
I. P.: ¡Fabuloso! ¿Quiere hacer algún comentario o prefiere el
silencio?
O. O.: Podría hacer algún comentario, sin mencionar a la
persona. Evidentemente, es una alusión a un amor muy intenso que
duró bastante tiempo... Es la misma persona a quien está dedicado,
de algún modo, “Olga Orozco”... Son dos cosas que están unidas.
Allí, doy la sensación de que esa persona –según mi parecer- se
alejó para siempre. Tal vez no haya sido así. No sé...
I. P.: En “Solferino” usted dice:
“No sabe que estoy empezando a combinar palabras con el
mismo fin; no sabe que las combinaré durante toda mi vida, hasta
ahora, cuando puedo volver hasta entonces en todas direcciones
para contarlo.”
Señalo este pasaje porque justamente se refiere al oficio de
combinar palabras. ¿Quiere hacer algún comentario?
O. O.: Está muy dicho ahí, creo que no hay demasiado que
agregar, ¿no es cierto? De alguna manera, tiene relación con lo que
hablábamos acerca del tiempo, el hecho de poder volver y
combinarlas en todas direcciones. Es una ventaja que da
precisamente la literatura, con las posibles transgresiones del
tiempo.
I. P.: Así es. “Hogueras de San Juan”. Hay una frase, en la
página 57, que dice: “Todo tiene que ver con todo, por poco que se
escarbe.”
O. O.: Es como la red que va formando el mundo. Si uno
empieza a sacar una punta de un ovillo encuentra que todos los
hechos están relacionados, que hay hechos emparentados, que son

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SI ME QUIERES MIRAR 155

padres, abuelos, etc., de otros hechos. Y, lo mismo, si uno piensa


en el conocimiento que puede tener con las personas, a lo mejor
con cinco o seis grados de... -¿cómo podría decir?-, de relación con
una persona a otra y a otra, después de cinco o seis personas,
encontraría que puede relacionarse con casi todas las personas del
mundo... ¿Verdad? ¿Has pensado eso?
I. P.: No, no lo he pensado...
O. O.: Por supuesto, es muy difícil llegar a elegir las cinco, seis
o diez personas que sean más exactas para que todo se encadene
bien, pero sería posible. Y con los hechos sucede absolutamente lo
mismo. Yo digo, por ejemplo, que soy descendiente del no
matrimonio de mi abuela con un marino chileno, con el que estuvo
a punto de casarse. O que soy -¡qué sé yo!- descendiente colateral
de una prima de mi abuela a la que raptó un indio en un malón,
¿no?
I. P.: Sí...
O. O.: Me parece que no te he convencido de esto.
I. P.: Sí. Es interesante.
Paso ahora a “Es una promesa para las dos, Paulina”, página
70: “Lo que está claro no concuerda jamás con las palabras, que
son como serpientes indomables que se enroscan y se enroscan y lo
retuercen todo.”
O. O.: Y bien, es lo que estábamos hablando antes acerca de que
la palabra no es la cosa misma.
I. P.: Sí, es cierto.
O. O.: A pesar de eso, es lo único que tenemos para expresarlo.
Lo digo sin llegar a la exageración. Creo que ya te he hablado de la
exageración de Elizondo, ¿no es verdad?
I. P.: Sí. Pero, ¿por qué lo que está claro no concuerda jamás con
las palabras? ¿Qué es lo que está claro?, ¿las esencias?
O. O.: Lo que está claro es lo más neto, es lo que uno cree que
puede expresar con toda claridad, justamente. Y lo que no llega
nunca a poder decirse con las palabras, lo que está más nítido, es lo
que menos llega a decirse con las palabras. Es casi como la
demostración de la inocencia, por ejemplo, que es imposible.
I. P.: En otro pasaje, usted escribe:

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“No hay tijeras que unan hacia atrás la confianza, el amor, la


inocencia desgarrados. No hay taller, no hay hospital, no hay
providencia: se cerraron las puertas.”
O. O.: Eso está claramente dicho, me parece.
I. P.: Lo marqué porque otra vez encontré mucha relación con su
poesía.
O. O.: Sí. En eso es en lo que yo querría la complicidad con el
tiempo. Eso es lo que hace Hawking. Él habla de la posibilidad de
que el tiempo sea reversible. Un florero que se cae, que se rompe y
derrama el agua que contiene puede seguir el camino inverso:
recogerse los pedazos y volverse a poner en la consola donde
estaba... Yo querría esa complicidad con el tiempo, para la
inocencia, para lo desgarrado, para lo roto, lo perdido. Es como el
revés de... Yo no me acuerdo si es en Alicia en el país de las
maravillas o en Alicia a través del espejo donde la reina, que se
pincha el dedo, primero da el grito. Naturalmente, el dedo se lo
tiene que pinchar antes, pero ella primero da el grito y después se
pincha el dedo. Y dice: “¿Qué memoria es ésa que sólo recuerda
hacia atrás?”
I. P.: Página 77:
”Cuántos infortunios propagaré por cada vez que huya del
peligro y cuántos por cada momento de dicha que tendré? Y a mi
vez, ¿de quién seré mil veces el ignorante y torturado rehén.”
O. O.: A veces, he tratado de no enturbiar la alegría pensando a
quién estaré haciendo desdichado, pero uno piensa siempre que
tener alguna satisfacción muy profunda es como una especie de
robo. Se piensa que eso lo podría estar ocupando otra persona. A lo
mejor, alguien quería esto mismo que yo tengo ahora... y yo, sin
querer, se lo he arrebatado. Eso en todos los ámbitos... Desde la
persona que uno quiere y que, seguramente, alguien más quería y,
sin embargo, está contigo... Entonces, me parece que toda dicha
siembra, también, la desdicha de alguien.
I. P.: Es una actitud terriblemente fatalista. Incluso parecería que
hubiera algo así como boletos o entradas para acceder a ciertos
lugares que, una vez ocupados, no ofrecen más vacantes.
[Se interrumpe la cinta].

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O. O.: Fui la elegida, hasta que me arrepiento de eso también,


porque digo: “¡Pero esto es una jactancia! ¿Por qué fui la elegida?”
Ves, es todo un poco complicado para ser feliz...
I. P.: Me hace pensar también al verso de Museo salvaje: “Soy
mi propio rehén.”
O. O.: Sí.
I. P.: Eso es con respecto al cuerpo, ¿no es verdad? Como si
usted lo fuera transportando...
O. O.: Bien.
I. P.: “He empezado a aprender que el mundo entero es una
oculta cacería. He descubierto ya cuál será mi papel.”
Es otra vez un sino trágico...
O. O.: Sí, por supuesto, porque mi papel no es cazar a nadie...
Entonces, es dejar que me cacen. Digo, de acuerdo con todo el
contexto del relato.
I. P.: Era una torcaza, ¿no es cierto?
O. O.: Sí.
I. P.: En “Alas bajo la nieve”:
“-¿Quién eres? ¿Quién soy? -pregunté, como tantas veces
después frente al espejo, frente a una voz que vuelve, frente a algún
rostro amado que huyó, que se alejó hasta ser desconocido.”
¿Es real ese juego frente a los espejos?
O. O.: Sí, es real. Desde muy chica. Creo que cuento en alguna
otra parte, en La oscuridad es otro sol, que me ponía nombres
diferentes y, de acuerdo con esos nombres, cambiaba mi expresión,
mi cara, mi procedencia, mi historia personal, incluso. Y ese mismo
hecho lo tengo también en un poema...
I. P.: ¿Y usted se contestaba a su vez?... ¿La pregunta es
absolutamente retórica o usted se respondía?
O. O.: No, yo trataba de ponerme otras expresiones y otras
caras, para ver si encontraba la respuesta justa.
I. P.: Estamos todavía en “Alas bajo la nieve”. Usted dice:
“Ni siquiera puedo tener el consuelo de que “aquí” sea
“allá” para los que están allá, porque allá están sólo los grandes, los
que se cansaron o cumplieron la penitencia de estar “aquí”, los que
ya saben.”

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O. O.: Claro. Los mayores, los que saben todas las cosas. Yo
soy, estoy aquí, porque soy una ignorante, soy una chiquilla a la
que no dejan estar allá. Ahora, eso puede tener muchas acepciones
y tú lo puedes ver de una manera proyectada, naturalmente.
También aquí, en este mundo, estamos los que no sabemos.
I. P.: Exacto. A eso quería apuntar: la vida es una búsqueda de
perfecciones.
O. O.: Seguro... Es una búsqueda en la que recogeremos alguna
sabiduría, pero muy escasa, nunca la sabiduría completa.
I. P.: Eso está directamente entroncado con la filosofía oriental...
¿Surge de allí esa idea o es simplemente...?
O. O.: No. Yo creo que surge de cualquier tipo de religión.
Todas las promesas son para después, ¿no es cierto?
I. P.: Claro pero para el catolicismo, por ejemplo, uno está en el
mundo con vistas a su salvación...
O. O.: A su salvación, pero también las revelaciones vienen
después.
I. P.: Es verdad. Vamos a “Testigo final”. Comienza el relato
con un paréntesis:
“(Cuando estoy desvelada vuelvo a ese día envuelto en nieve y
es como si trazara una pincelada muy brillante a lo largo de la
sombría tapia que atraviesa los años más crueles, más avaros. ¡Era
tan minuciosa la blancura, tan insomne el silencio, tan invisible el
cielo a punto de existir! En esa sábana me tiendo, me acurruco y
contemplo a lo lejos las luces neblinosas, los árboles alertas, las
casas en suspenso, las ventanas con vidrios escarchados, en las que
alguna cara que yo elijo y no está aparece entre el humo azulado
con puntitos brillantes: mamá que me sonríe melancólicamente y se
persigna, papá que me saluda con la mano, la abuela que farfulla
unas palabras incomprensibles desde hace sesenta años:) –Lía, te
estoy hablando, ¿no duermes?”
Si bien está claro, mi pregunta otra vez apunta a si usted
realizaba verdaderamente estos juegos...
O. O.: Sí, por supuesto, y los sigo realizando. Son mis juegos
preferidos.

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15 de Diciembre de 2014
SI ME QUIERES MIRAR 159

I. P.: Cuénteme un poco. Hoy en día, por ejemplo, ya que no


juega con la sábana blanca y la nieve...
O. O.: También juego, sigo jugando. Te he dicho ya que yo
resucito escenas y las pongo en la actualidad, permanentemente.
Les doy vida nueva, les doy una respiración artificial, creo que te lo
conté... Les pongo el contorno actual -no hago como con las
fotografías-, entonces tengo la sensación de que eso vive.
I. P.: Aquí, en este relato, aparece justamente la mención del
écharpe de raso Tutankamón...
O. O.: Ajá.
I. P.: Más adelante, en la página 99, se dice:
“La culpa fue de la casualidad que se llama destino y que, como
sabemos, es un niño loco que se pasea con un palo dentro de un
bazar (ella no sabe que me encerrarán con él a solas, muchas veces
más).” Trate de abrir esa imagen del bazar y del niño.
O. O.: Bueno, yo supongo que es lo imprevisto, lo que puede
suceder... Y puede ser terrible o puede no serlo, pero la mayoría de
las veces depende de una nada que sea bastante terrible, ¿no?
Depende de lo que a ese niño loco, que es el azar, justamente, se le
ocurra romper. Depende de a lo que le dé con ese palo, en ese
cuarto donde estamos solos, el azar y yo.
I. P.: Usted aquí escribe la palabra “destino”. Uno le puede dar
al término infinitas interpretaciones...
O. O.: Sí, claro.
I. P.: ¿Usted cree en el destino?
O. O.: No creo en un destino prefijado, creo en una serie de
posibilidades que se van abriendo como un abanico.
Evidentemente, si yo elijo una varilla del abanico puede suceder
esto o lo otro; es decir, son dos varillas, las dos de los costados, y
así sucesivamente. Entonces llega a ser un abanico muy grande de
posibilidades, pero, claro, uno siempre está eligiendo
reducidamente.
I. P.: Otra vez, hay un fatalismo en la idea.
O. O.: Y, de alguna manera, sí. Porque las posibilidades que uno
tiene son variadas, pero no son muchas, dependen de muchísimas
cosas.

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15 de Diciembre de 2014
160 IVÁN MARCOS PELICARIC

I. P.: También se puede pensar que Dios nos arregla las cosas de
tal manera que explotemos todas nuestras posibilidades... Casi
siempre en su pensamiento aparece el mundo como un laberinto:
según el camino que hayamos tomado, llegaremos a tal fin, bueno o
malo.
O. O.: Sí, claro. Quizás Dios nos hace ir por la buena senda.
I. P.: Eso no está descartado.
O. O.: No está descartado, para nada. Pero, a veces, nos
encontramos en un laberinto en el que la única salida es por arriba.
I. P.: Vamos a “Escrito con humo”. En la página 124, dice el
texto:
“¿Acaso ahora mismo no llevo a veces algo que se parece al
fantasma de esa corona, la opresiva vincha inexistente que yo llamo
“la sensación angelito”?”
O. O.: Eso es con referencia, justamente, a las angustias de las
que hemos hablado varias veces ya. En este caso se refieren a una
parte exclusivamente física y son las más llevaderas. Muchas veces
yo siento o he sentido una cierta opresión alrededor de la frente,
como si tuviera una cinta puesta. Todo eso me recuerda que, una
vez, en una procesión, cuando era muy chica, fui angelito, vestida
de angelito con una coronita de flores... y la coronita de flores que
tenía me dejó esa misma sensación de opresión, por eso la llamo
“la sensación angelito”.
I. P.: Aquí está planteado como que esa sensación perdura...
O. O.: Vuelve a veces, no es constante. Pero a veces tengo esa
sensación y la sigo llamando “la sensación angelito”.
I. P.: “Feliz nochebuena”, página 150:
“Laura, no te aflijas por tus granos de sal, es tu esencia misma,
la que pondrás en todo cuanto toques, y si la observas bien verás
pasar por cada grano todo el universo, aunque no sepas que Blake
dijo alguna vez algo semejante.”
O. O.: Sí, claro.
I. P.: Explíqueme, por favor.
O. O.: Blake tiene un poema en el que habla de ver desfilar todo
el universo en un grano de sal. Y está bien... Yo siempre he creído
eso también y, además, es una imagen que toma mucho la gente

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SI ME QUIERES MIRAR 161

que cree en los poderes de las cosas minúsculas. A mí, una vez, un
hombre que fue a arreglar un caño en mi casa me preguntó si yo
tenía la sensación de que me hubieran hecho algún daño alguna
vez. Yo le dije que no me sentía bien, pero que no sabía si era que
me hubieran hecho algún daño. Entonces me dijo: “Por qué no
lleva un grano de sal con usted, ese grano de sal la va a proteger. Y
si usted lo lleva siempre, a lo mejor, con el tiempo, si usted le
habla, tal vez le conteste”.
I. P.: ¿Un plomero?
O. O.: Sí, un plomero, ¿no es precioso?
I. P.: Realmente sí. En “Soltando hilo”, usted dice, en la página
161:
“Recordé otro espejo y otra casa. Siempre meto cosas dentro de
las cosas, casas dentro de las casas. Todo es así cajitas chinas,
huevos de zurcir, muñecas rusas, y ¿por qué no pétalos de rosas?
(porque “no hay el sueño de nadie” bajo tantos pétalos, “bajo tantos
párpados”). Más tarde sabré que mi perniciosa memoria es la que
envuelve y acumula, que es mucho peor que un catastro para
registrar, embalar y conservar todas las pertenencias de mi vida.
¿No tropezaré acaso dentro de mis sucesivas casas con otras
paredes, puertas y ventanas de casas donde he vivido? ¿No llevaré
a cuestas, sobre todo, esta donde ahora vivo y querré entrar en lo
impenetrable y salir por donde no hay salida y mirar hacia afuera
por donde no hay cristal?”
Un poco ya lo hemos comentado, ¿no es verdad?...
O. O.: Sí, claro. Ahora, lo de los párpados, etc., eso es una cita
de Rilke, se refiere al poema de Rilke que dice: “¡Oh rosa, pura
contradicción, voluptuosidad de no ser el sueño de nadie, bajo
tantos párpados!”
I. P.: En la página 162, usted escribe:
“¿Será eso el amor? ¿Será un juego de espejos cambiantes en el
que uno de los protagonistas se encuentra a sí mismo? Mis ojos
estuvieron hechos para perder de vista, Miguel; estuvieron hechos
para llorar.”

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15 de Diciembre de 2014
162 IVÁN MARCOS PELICARIC

He subrayado este pasaje porque toca el tema del amor, que


tanto aparece en su poesía. ¿Qué es eso del amor como un juego de
espejos cambiantes?
O. O.: Ahí lo dice, ¿no?, que cada uno se ve a sí mismo en esos
espejos cambiantes; es decir, el amor que se refleja a sí mismo...,
que para mí no es el amor, es otra cosa, es el que se busca a sí
mismo en el otro, en lugar de buscar al otro.
I. P.: ¿Cuál sería el verdadero amor?
O. O.: El que busca al otro, no el que se busca a sí mismo. El
que no arde en la propia llama.
I. P.: En su caso, ¿siempre ha sido así?, ¿ha caído en el
verdadero amor o era usted la que se buscaba, simplemente?
O. O.: Yo nunca me busqué, siempre busqué al otro. No sé
ellos...
I. P.: En realidad, si uno es muy riguroso, es muy difícil saber
hasta dónde es uno el que se busca o quiere completarse o hasta
dónde verdaderamente está haciendo resurgir al otro.
O. O.: ¿Tú crees? Yo creo que cuando buscas al otro es cuando
el amor se hace inagotable. Cuando te buscas tú mismo es cuando
el amor termina rápido, porque estás o no estás, entonces se acabó.
I. P.: Estoy de acuerdo. Un poco más adelante usted dice:
“Tampoco podía avanzar. Me quedé inmóvil, como suspendida
entre el pasado y el porvenir, como refugiada en la fragilidad del
presente.”
Allí otra vez se da el juego del tiempo.
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Quiere agregar algo más?
O. O.: Me parece que está claro. Es un juego del tiempo, pero es
un juego... Te diría sin demasiado juego, porque eso es en lo que
estamos, en la fragilidad del presente casi permanentemente. Claro
que ahí estoy jugando con ir hacia atrás o hacia adelante, porque
hay cosas para recordar, ¿no?
I. P.: Sí, obviamente. Un poco más adelante usted dice:
“‘La imaginación es una realidad a distancia’, fue después
uno de mis lemas.”

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15 de Diciembre de 2014
SI ME QUIERES MIRAR 163

O. O.: Yo creo que uno no imagina nada que no esté en alguna


parte. Creo que la imaginación es como una intuición de lo que
existe en algún lado. Aún en la religión. Uno no puede tener sed de
lo que no hay, si uno tiene sed de Dios o de la perduración del
alma, etc., es porque eso es posible en algún lado...
I. P.: Existe...
O. O.: Porque eso está marcado en alguna parte.
I. P.: Vale decir que no es nuestra necesidad la que crea al Padre
sino que, porque el Padre está, nosotros tendemos hacia Él.
O. O.: Seguro. Nuestra necesidad no es una simple pregunta,
nuestra necesidad incluye ya una cierta respuesta.
I. P.: Sí, de algún modo eso está dicho en “¿La prueba es el
silencio?”
O. O.: Sí, claro.
I. P.: En la página 175, en el relato “Jerónimo y la Farfalla”,
usted, refiriéndose a las puertas, si no me equivoco, dice:
“Las que están entornadas no sé si no son peores, no sé si no
permitirán que una mano se asome y se alargue hasta mi cuello, o
que unos ojos fosforescentes empiecen a seguirme hasta el final. El
miedo los estampa hacia adelante. ¿Acaso no tendré más de treinta
años y esa mano y esos ojos seguirán esperándome en el fondo de
un baúl, en el descanso de alguna escalera, en el recodo de
cualquier corredor?”
Esto me interesó porque evidentemente es una de sus
obsesiones.
O. O.: Sí, lo ha sido. Siempre.
I. P.: ¿Siempre?
O. O.: Siempre, ojos y manos. Aún ahora sueño con esas cosas.
I. P.: Como si continuamente la estuvieran acechando...
O. O.: Sí.
I. P.: Quizás sea difícil para usted decirlo aquí y ahora, pero
¿qué otro tipo de obsesiones la persiguen?
O. O.: No sé, tendría que repasar. Tengo muchas... Una obsesión
que tengo, en todos los sueños, es que debo cobrar algo en alguna
parte.
I. P.: ¡Eso es lindo!

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164 IVÁN MARCOS PELICARIC

O. O.: Pero, ¿qué es?, no lo sé. Recorro ciudades enteras, que


conozco muy bien. Las ciudades las conozco exclusivamente de los
sueños, conozco los negocios que hay, uno al lado del otro, etc.
Hasta entro a comprar en esos negocios, para llegar a unas oficinas
infinitas, kafkianas, donde hay un señor que se llama Fopa.
I. P.: ¿Fopa?
O. O.: Fopa... y que no me paga nunca, pero está vestido con un
guardapolvo blanco, como un médico, y yo voy y le presento
papeles, unas planillas que él ya tiene ahí, también, y siempre me
pone un pretexto: que no está todo en orden, que tiene que ver, que
tiene que esperar a otro... Y me despacha. Es inmenso el edificio,
me cuesta horrores llegar. Aún ahora, me acuesto a dormir la siesta
y sueño con eso, siempre está ahí. Es un capítulo, es un capítulo de
mi libro.
I. P.: En “Una tarde en el circo”, usted habla de los ejercicios
que hacía para desaparecer.
O. O.: Sí.
I. P.: No lo leo porque todo el episodio es bastante extenso, ¿ése
era otro de sus juegos extraños?
O. O.: Sí, claro.
I. P.: Pero, ¿usted sintió alguna vez que verdaderamente
desaparecía?
O. O.: Cuando era chica creía que desaparecía. Con todos esos
esfuerzos internos que hacía, muchas veces creí que desaparecía. A
veces, hacía esos esfuerzos y hasta cerraba los ojos y entonces creía
que, quien pasaba, no me veía.
I. P.: Escribe, más adelante, en “Una tarde en el circo”:
“Cuando la Flor Azteca se retira, el señor Génoud dice que se
trata de preguntas con clave y de un juego de espejos.
“Bah, bah, bah, bah, bah’, ha murmurado el descreído señor
durante todo el espectáculo, con una sonrisa escéptica. Ha
desbaratado aparición por aparición, murmurando acerca de
excavaciones hechas en las tarimas, de cajas con doble fondo, de
hermanas gemelas, de bazares que venden objetos “preparados para
la ilusión” -así dijo, exactamente-. ¿Dónde estarán esos bazares?
Yo más bien conoceré lugares y gentes que intentarán aniquilar la

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15 de Diciembre de 2014
SI ME QUIERES MIRAR 165

mía, desmontándola pieza por pieza, tornillo por tornillo, hasta la


total desaparición, lo cual no deja de ser también una ilusión, sólo
que al revés.”
Yo sé que está claro, pero ¿a qué se refiere exactamente con “yo
más bien conoceré lugares y gentes que...”
O. O.: Bueno, las gentes que te desbaratan la posible ilusión que
tengas, pieza por pieza, justamente como dice ahí, hasta que no te
queda nada...
I. P.: Claro, pero da la sensación de que a usted le ha ocurrido
muchas veces.
O. O.: Y... Me ha ocurrido...
I. P.: Este otro pasaje, tampoco sé si lo querrá comentar...
Estamos en la página 200:
“Ya no quiero ser bombero ni santa: seré écuyère sobre un
caballo blanco (lo seré ante un sólo espectador, muchos años
después, con una especie de tutú a rayas negras y blancas, haciendo
equilibrio con un melón en alto, sólo que en el travesaño de bronce
de una cama).”
O. O.: Es un episodio autobiográfico.
I. P.: ¿Quiere hacer algún comentario o prefiere dejarlo?
O. O.: Y, no. Es eso, nomás.
I. P.: En uno de sus paréntesis, página 202, dice:
“(También tú, ocho años antes, cuando tenías ocho, estabas en
otro circo, en una ciudad donde el inolvidable payaso Frank Brown
hacía abanicos de chocolate con sus manos y los arrojaba entre los
niños, y a la salida te perderás y vagarás, desesperado, de pronto
entre la multitud desconocida y salvaje, de pronto entre las jaulas
de las fieras, esperando que alguien llegue a rescatarte.
¿Esperándome? ¿Perdida yo también hasta cerca de cuarenta años
después?)”
O. O.: Valerio me contó que, cuando tenía ocho años, le pasó
eso en el circo de Frank Brown, y yo hago la cuenta si nos
hubiéramos podido encontrar... No nos podríamos haber
encontrado nunca, por la diferencia de edad y los años que pasaron
hasta conocernos.

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166 IVÁN MARCOS PELICARIC

I. P.: En “Bujías para las emisarias”... Dicho sea de paso, este


relato es fabuloso y tiene un sentido del humor increíble, aquello de
la medusa china me hizo reír mucho, verdaderamente...
O. O.: ¡Ah, sí!
I. P.: Leo:
“¿Y no es posible que este temor me venga por adelantado desde
aquel espectáculo de autómatas que presencié en París, en plena
noche desierta y silenciosa, en la rue Vaugirard, al agacharme a
mirar por el ojo irresistible de una puerta verde?”
O. O.: Estaba con Alejandra Pizarnik... Habíamos salido a
caminar por la noche y descubrimos muchas cosas muy
sensacionales. Había pasado ya hacía tiempo la Navidad, pero igual
encontramos una vidriera a media luz... (no a media luz,
prácticamente a oscuras), en donde había todavía un árbol de
Navidad con globos color granate que brillaban y daban luz a la
vidriera misma. Algo muy misterioso. Y al lado había justamente
una casa con una puerta verde y no sé por qué dije: “Hay que mirar
por el agujero de la cerradura”. Entonces Alejandra se agachó
primero, miró, dio un grito y se echó para atrás. Luego miré yo y vi
unos autómatas. Evidentemente, alguien los manejaba, pero no se
veía la persona, parecía que realmente se movían solos. Fue muy
impresionante; además, era una calle que estaba muy desierta,
porque era tarde.
I. P.: Llegamos a “Los adioses”, al último de los relatos. Aquí,
en realidad, habría miles de cosas para señalar, porque usted hace
un manejo muy particular del texto...
O. O.: Sí.
I. P.: Usted hace mención de El Grand Meaulnes, ¿no es cierto?
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Por qué?
O. O.: Porque para mí significó mucho El Grand Meaulnes,
cuando lo leí. Y siempre tuve una cierta clave, con otra persona,
acerca del chaleco de El Grand Meaulnes en el sueño.
I. P.: Desde un punto de vista formal, es muy interesante como,
a veces -me refiero al punto de vista del narrador-, usted hace
participar al lector, lo compromete con el texto, lo hace cómplice.

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SI ME QUIERES MIRAR 167

O. O.: Sí.
I. P.: Me pareció un gran hallazgo. Eso también estaría
vinculado, supongo, a los saltos en el tiempo.
O. O.: Sí, por supuesto.
I. P.: Porque, de golpe, es una enorme evocación y uno está
inmerso en el texto.
O. O.: Sí, claro. Ahora, lo de El Grand Meaulnes es, además,
porque yo siempre he pensado que alguien tiene que salir con un...
- ¿cómo podría decir?-, con un rescate del sueño. Nunca sé si El
Grand Meaulnes rescató el chaleco de un sueño o si estuvo allí
realmente y volvió con ese chaleco...
I. P.: Si usted, hoy, tuviera que hacer un balance de su vida,
¿qué diría, más allá del poema que tiene escrito?
O. O.: Yo estoy muy conforme con la vida que tuve, a pesar de
todas las cosas tristes que también me han pasado. Pero he tenido
muchas alegrías, muchas satisfacciones. He encontrado personas
muy extraordinarias durante todo mi trayecto, personas muy únicas.
Y creo que si volviera a vivir haría algunos breves retoques, nada
más, pero que el resto lo dejaría como fue, con... -diría- el mismo
reparto, como en el teatro... Aprendería más algunas cosas que
todavía me faltan aprender, como el desapego, por ejemplo. Tal
vez, es lo que más me ha costado y lo que más me ha hecho sufrir:
mi apego, mi apego a las gentes y mi apego a las cosas. Es un
aprendizaje difícil y lo tengo que hacer todavía.
I. P.: Pero el apegarse, en realidad, ¿no es una forma de amar?
O. O.: Yo creo que sí, pero cuando todo lo amado ya no está, lo
mejor es aprender el desapego o empezar a tener un desapego hacia
los posibles lugares en donde estén, y yo sigo teniendo el mismo
miedo de morirme...
Mi balance es positivo, en el sentido que tuve una familia
muy excepcional, un poco pendulares, desde el buen humor hasta el
sentimiento trágico. Eran gentes interesantes, divertidas, llenas de
inquietudes. Tuve amigos muy extraordinarios, muy íntimos, muy
cariñosos, inteligentes -en esto voy a repetirme indefinidamente,
por lo visto-, a los que creo haber respondido de la misma manera.

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15 de Diciembre de 2014
168 IVÁN MARCOS PELICARIC

Siempre digo que la amistad es uno de los espléndidos recuerdos


que me llevaré de este duro planeta.
Por lo demás, he tenido amores intensos, muy intensos, que me
han llevado a tener las mismas penas, cuando terminaron,
igualmente intensas, ¡bienvenidas sean!, puesto que tuvieron el otro
costado.
Siento no haberme aproximado un poco más a lo que quería
decir en mi poesía. Lo sigo intentando: arrojo la misma moneda
esperanzada y desesperanzada a la vez, es una mezcla. Como he
dicho alguna vez, hace una diferencia de onda pero cae siempre en
el mismo sitio; es decir, siempre apunta a buscar en lo desconocido,
a lo que todavía no he podido transferir a la palabra.
Creo haber cumplido con las virtudes teologales, en gran
medida: tengo fe, tengo esperanza, tengo caridad.
Creo haber faltado a otras cosas; por ejemplo, a las tentaciones
sensoriales, los brillos a los que se sienten tentados los ojos, los
maravillosos frutos de este mundo a los que se siente tentado el
paladar.
Siento no haber llegado nunca a una casa que marqué en un
mapa, una casa en Constantinopla, a la que no llegué nunca.
I. P.: ¿Por qué esa casa, en particular?
O. O.: No sé, me atrajo desde chica. No era un mapa, en
realidad, era un plano de una ciudad. Un plano que era más que un
plano, porque no era un plano de bases, era un plano de casas. Y
esa casa sobresalía sobre las otras. La elegí con alguien para ir a
vivir allí, alguna vez, y nunca llegamos...

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15 de Diciembre de 2014
SI ME QUIERES MIRAR 169

SÉPTIMO ENCUENTRO
Jueves 6 de febrero de 1997

I. P.: En el libro, los nombres de su familia o de sus amistades...


O. O.: Están cambiados.
I. P.: ¿Todos?
O. O.: No, todos no. Por ejemplo, el de Encarnación sigue
siendo el mismo. Algún otro, sigue siendo el mismo.
I. P.: ¿Miguel, el pobre Miguel?
O. O.: No, Miguel no. Encarnación sí, creo que es la única. A
Nanni y la Reina Genoveva, se los llamaba así... Pero en general
son otros.
I. P.: ¿Tuvo algún criterio específico al cambiar?, ¿qué la guió?
O. O.: Nada. Simplemente la asociación con lo que ellos eran.
Tal vez, todos los nombres te dicen algo siempre, ¿no es verdad? A
veces uno ha conocido una cadena infinita de Migueles, cada uno te
significa algo distinto.
I. P.: Seguro.
O. O.: Pero, a veces, un Oscar te suscita un Miguel o al revés.
I. P.: Está bien...
O. O.: Ahora, Encarnación es la misma... Hace unos tres años,
más o menos, vino a verme un muchacho que nació en La Pampa y
que estuvo haciendo muchos trabajos en el reciclaje de mi casa, de
la Casa de la Cultura. Impidió que se hicieran algunas cuantas
cosas mal hechas, como destruir del todo la parte de jardines, la
parte del cerco de tamariscos y, sobre todo, que la casa se pintara
de violeta, por ejemplo, o de rosa angelito, como si hubiera sido
una casa colonial, que no lo era. Y me trajo un libro que se había
hecho para el centenario, donde habían colocado epígrafes míos
(claro, los poetas de Toay no abundan) y estuvimos conversando.
Estaba también la biografía de mi padre, que fue intendente allí
tantos años, la foto de mi madre... Hablaba de los dos... Y siguió
pasando las páginas del libro y llegó a una donde había una foto de
una señora muy anciana, rodeada de hijos. Me detuve en la foto,
porque me llamó la atención la fisonomía de esta señora. Le habían
dado un premio por ser la madre más prolífica de la región, pero ya

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170 IVÁN MARCOS PELICARIC

había muerto hacía años. La señora había tenido dieciséis hijos. Vi


el nombre y decía: “Encarnación Díaz”. Le dije a este muchacho:
“Esta señora me salvó la vida, cuando yo tenía un año”. Me
preguntó cómo era la historia y se la conté. Al terminarla, me dijo:
“Esa señora es mi abuela”. Tomó la cuestión como un envío
especial de su abuela hacia mí, como si su abuela lo hubiera
mandado para que se convirtiera en una especie de guardián mío. Y
se ha convertido en eso, en una especie de guardián angelical,
digamos.
I. P.: En “Los adioses”, en la página 227, usted habla acerca de
la piedra. Dice:
“Ahora estoy viajando con esa piedrecita negra, lisa,
lustrosa, apretada en la mano. Me tendrán que abrir la mano por la
fuerza para saber qué tengo adentro. Recorrerá conmigo kilómetros
y kilómetros y seré casi manca durante setenta y dos horas.
Después nadie sabrá tampoco de qué se trata. Diré que es un
talismán que me regaló un mago. Pero seguirá viajando conmigo
durante largos años: kilómetros y kilómetros de papel escrito, de
papel en blanco que espera el poema, con esa piedrecita apretada en
la mano. No sé si tiene un secreto, un significado que yo ignoro. A
veces me parece que huele a algo más que a piedra fría o que late
como un pequeñísimo corazón, como si adentro hubiera un pájaro
minúsculo; a veces siento una vibración como si intentara dictarme
la palabra que trato de escribir, la palabra en cuya búsqueda
continúo escribiendo. Aún no he descubierto que esa es la palabra
que murmura todo cuanto miro.”
Quisiera, si es posible, que ampliara un poco más este párrafo
lindísimo...
O. O.: Yo viajé con esa piedrecita en la mano y tuve la mano
apretada durante tres días. Durante tres días no abrí la mano nada
más que a solas, porque no quería mostrar lo que yo llevaba. De
modo que eso no es erróneo ni es inventado. Bueno, ¿y qué puedo
decir del resto? Está bastante explícito y dicho de una manera
lírica... y así como lo había pensado. Es cierto que muchos poemas
los escribí con esa piedra en la mano y que son realmente
kilómetros y kilómetros de papel los que he recorrido en cuanto a la

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SI ME QUIERES MIRAR 171

palabra, esa palabra que se busca y que las cosas murmuran y que
uno no alcanza a entender. Esto me recuerda un poco lo que
estuvimos hablando cuando me preguntaste acerca de la palabra en
Los juegos peligrosos, qué era lo que significaban para mí los
juegos peligrosos en cuanto a la palabra, y yo, paralelamente,
mientras te hablaba, estuve recordando alguna cosa que no te dije y
que agrego ahora -tú la pondrás cuando quieras, si es que la quieres
poner-: en algún momento Hölderlin habla de la palabra como el
mayor bien que Dios nos ha dado, como si fuera lo que le da al
hombre su residencia en la tierra, digamos. Y en alguna otra parte
habla de la palabra como de lo más peligroso que Dios nos ha dado.
Heidegger junta las dos cosas, en ese escrito Hölderlin y la esencia
de la poesía, y habla de la palabra como si fuera el mayor bien y el
más peligroso... Y creo que sí, que realmente es el mayor bien y el
más peligroso. Es el mayor bien, porque nos lleva a querer acertar
con la transferencia precisa de la cosa que uno está viendo y,
entonces, toma, en la intención, la forma más pura y más delicada
posible. Pero, en la realidad, a veces se convierte en lo más torpe y
en lo más desacertado. Por eso es que hablo de los juegos
peligrosos, además de lo que significan los juegos peligrosos, que
yo he puesto como asunto y que te expliqué en su momento, ¿no es
verdad?
I. P.: Siguiendo a Hölderlin, ¿sería también un modo de atrapar
lo celestial?
O. O.: Por supuesto, es la escala para ascender.
I. P.: Exactamente. Ahora que utiliza esa imagen... Nunca hemos
hablado de Dante...
O. O.: No.
I. P.: Sin embargo, presupongo que es una de sus lecturas
favoritas.
O. O.: Sí, claro... Yo te conté que nunca tuve obstáculos para
hacer lo que yo sentía que tenía que hacer y que en mi casa no me
alentaron demasiado en algo que me podía haber dejado a mitad de
camino. Pero, cuando mi padre vio el interés que yo tenía por la
literatura, me empezó a leer a poetas italianos y me leyó a Dante,
me leyó a Leopardi, me leyó a Petrarca. De modo que me

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15 de Diciembre de 2014
172 IVÁN MARCOS PELICARIC

familiaricé con Dante, en la medida en que, a esa edad, podía


comprender algunas cosas de él. Incluso, tengo un poema -no sé si
lo recuerdas- que se llama: “Amor, ch´a nullo amato amar
perdona”.
I. P.: Es verdad.
O. O.: Que viene de Francesca...
I. P.: Paolo y Francesca, en el Infierno...
O. O.: Ahí es donde está esa frase.
I. P.: El Canto V.
O. O.: Sí, la condena. Siempre me impresionó mucho Dante...
Muchas veces, gente que conocía mi amor por él me pidió que lo
tradujera. Pellegrini me insistía en que tradujera a Dante, pero yo
pensé que era una obra apocalíptica, que era una obra para toda la
vida.
I. P.: ¿Y Leopardi? Leopardi también tiene ese sino trágico, ese
rememorar los muertos como hace usted, por ejemplo en el poema
“A Silvia”.
O. O.: Sí, que es uno de los que más me tocaron, creo. Además,
no sé, ese lirismo tan exacerbado y tan delicado a la vez...
I. P.: Hace unos días, usted dijo, un poco al pasar, que podía
hablarme del cementerio de pájaros que había realizado de chica.
Quisiera que, justamente, comentara la frase:
“Adiós, cementerio de pájaros que alojas tres canarios, un
frasco de mariposas deslucidas y asesinadas sin querer, por
ignorancia, junto al anillo de oro que Laura sepultó en un arranque
de bucanera náufraga y perseguida.”
O. O.: Sí, claro, porque las dos hacíamos enterramientos. Había
más cosas que ésas, sin duda, en ese cementerio. Los tres canarios
son los tres canarios que fueron muriendo sucesivamente. Había
una gran pajarera... Un día, yo la abrí y dejé que todos volaran. Mi
sentimiento era el de la libertad de los pájaros, después me
enseñaron que no todos vivían tan alegres, cuando estaban en
libertad, porque había muchos canarios que, evidentemente,
necesitaban un cuidado especial.
I. P.: Sí, creo que se cuenta en uno de los relatos...

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15 de Diciembre de 2014
SI ME QUIERES MIRAR 173

O. O.: En uno de los relatos se cuenta, sí, la liberación de los


pájaros. En uno de los relatos que habla de mi sensación de
prenuncio de algunas cosas o de posible videncia, que nunca sé si
lo fue o no lo fue, pero había relaciones con cosas reales... Bueno,
tres canarios sepultamos allí. Además, también había un perro
enterrado allí, del que me he olvidado, no sé por qué, porque le
tuve mucho cariño. Había un pato... Mi hermana tenía
enterramientos de joyas. Enterró un anillo de oro, de ella, y una
boquilla de ámbar, de mi cuñado. Yo creo que sabría dónde están.
Y hay una lata, además, con algunas frases, con algunas cosas que
alguna vez querría volver a encontrar, para ver bien qué eran. Yo
creo que eran confesiones, eran confesiones de sentimientos, que
uno no podía manifestar en voz demasiado alta.
I. P.: La pregunta es un poco absurda, pero, ¿qué siente que le
falta decir en su poesía?
O. O.: Siempre me ha faltado decir lo mismo, siempre me ha
faltado decir lo indecible.
I. P.: Sí, de ahí que la pregunta es un tanto absurda. Pero, a
veces, en lo concreto, uno sabe que hubiera querido escribir acerca
de alguna persona o acerca de algo específico y no lo ha hecho.
O. O.: No, en cuanto a asuntos no, porque siempre se han ido
presentando las cosas por necesidad del momento. Entonces no
siento la carencia de un tema determinado, porque lo hubiera
escrito en el momento.
I. P.: Este otro párrafo que he marcado, en la página 230,
concluye con la siguiente pregunta:
“¿Sería ese ya el comienzo de mi fe en la unidad última de
todos, la creencia de que todos somos uno?”
O. O.: Sí.
I. P.: Allí hay una postura filosófica. Quisiera que se explayara
un poco. ¿Es su veta panteísta?
O. O.: Yo siempre he sentido nostalgias de una unidad perdida,
de algo que está muy lejos. Llámalo Paraíso, Edad de Oro, o de otra
manera... Y siento que en esa antigüedad, que no sé dónde está,
debemos haber sido todos uno. Siento, además, al otro como parte
de mí misma, siento que la piel es una especie de límite, pero que

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15 de Diciembre de 2014
174 IVÁN MARCOS PELICARIC

en algunas prolongaciones estamos muy comunicados y que todos


podemos llegar a ser uno y que, por ejemplo, en la poesía, cuando
yo uso el yo, no es mi yo el que uso, es el tú lo que estoy usando.
Creo que esto ya...
I. P.: Lo hemos hablado.
O. O.: Lo he hablado, lo he dicho, ¿no es verdad? Y bueno,
tengo un sentimiento muy especial de que alguna vez podremos
volver todos a ser uno, no sé de qué modo. Tal vez como si
fuéramos una especie de gran organismo con muchos. No lo sé.
I. P.: Cabría la posibilidad de que todos...
O. O.: Todos...
I. P.: Volviéramos a Dios...
O. O.: Si, ésa es la idea. Ese es el sentimiento. Ahora, creo que
ninguno puede volver a Dios, mientras todos no volvamos a Dios.
I. P.: Siguiendo con estos comentarios:
“Esta separación es un hachazo de fatalidad (¡ay, habrá
tantos!), y ella nunca podrá recuperar la inocencia por medio del
olvido, porque una memoria indomable, ávida, feroz, será su arma
contra las contingencias del tiempo y de la muerte.”
En realidad está muy claro y ya hemos hablado del tema de la
memoria. No sé si quiere agregar algo al respecto.
O. O.: No, me parece que no.
I. P.: Lo había marcado por las dudas... Cuando se hace un
recuento, un poco más adelante, dice:
“... El alfabeto de adelante hacia atrás, de atrás hacia
adelante...”
¿A qué se refiere exactamente? ¿Era un juego o
simplemente...?
O. O.: No sé en qué contexto está.
I. P.: Leo todo:
“¿Pero hasta dónde podrá estirarse esta cinta o esta franja
elástica que la lleva? ¿Y cuántas cosas podrá colocar en esa
inmensidad para que todo sea próximo y conocido, para que no
entren huecos insalvables ni presencias extrañas? Allí puede caber
hasta lo que creía irrecuperable o ajeno a este momento: la
chocolatera dorada con rosas esmaltadas hecha añicos y ahora

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15 de Diciembre de 2014
SI ME QUIERES MIRAR 175

recompuesta, inalterable; los animalitos dispersos de un zoológico


de madera, vueltos a reunir y apostados a lo largo del largo camino;
el alfabeto de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, varias
veces; las estatuillas de arcilla china que forman poblaciones
enteras en sus cajas de semillas de mijo; las figuras brillantes
guardadas en sobres, libros y cuadernos; las tablas de multiplicar
con sus vacíos y sus errores, el herbario que nunca logró terminar;
las alucinantes, nunca confiables muñecas...”
O. O.: Es lo que yo coloco en ese camino, para que sea conocido
lo que me acompañe. Y, a un mismo tiempo, que sea algo
inagotable, justamente para que no entre lo extraño, para que no
entre lo adverso en mi recuerdo del camino mismo, que es un
camino que de todos modos hago a desgano. Pero quiero que en esa
larga cinta, que es el camino, quepa todo lo que quiero para hacer
tiempo. Coloco el alfabeto de adelante para atrás y de atrás para
adelante, como coloco las tablas de multiplicar, que, aunque me
resuenen tan antipáticas, me son conocidas.
I. P.: Por asociación de ideas, ahora que nombra el alfabeto,
quisiera preguntarle si alguna vez ha jugado al tablero Ouija?
O. O.: No.
I. P.: ¿No cree en eso? ¿No le interesa?
O. O.: No sé cómo es, exactamente.
I. P.: Se colocan sobre una mesa las letras del alfabeto y con una
copa dada vuelta...
O. O.: ¡Ah, sí! Sí, lo he hecho. No sabía que se llamaba tablero
Ouija... Lo he hecho con mucha incredulidad, te diría. Me ha
respondido, a veces, cosas muy exactas, muy justas, pero no sé por
qué siempre creí que había un movimiento nervioso que se
apoderaba un poco de la copa y la hacía bailar. Ahora, una sola
vez... (claro, cuando uno hace pruebas demasiado estrictas con
estas cosas, como si fuera una especie de sección policial, especial,
del misterio, las cosas no pueden resultar, evidentemente), una sola
vez hicimos esa prueba con mi hermana y resultó. Nos vendamos
los ojos –mi cuñado vigilaba, porque él era más incrédulo que
nosotras-, hicimos la prueba y resultó. Algo contestó con una
palabra muy especial: era el nombre con que lo trataba, a él, una

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176 IVÁN MARCOS PELICARIC

niñera que había tenido y hubo un mensaje para él, con respecto a
una receta que le daba para un malestar que él tenía. ¿Tú lo has
hecho?
I. P.: No.
O. O.: Con todo, con Alicia Jurado hicimos casar a una amiga a
través de ese tablero...
I. P.: ¿Ah, sí? ¿Me puede contar la anécdota?
O. O.: ¡Sí, cómo no! Era una amiga que se llama Chela, Chela
Barbieri. Era viuda de Barbieri, de Vicente Barbieri. Estábamos en
el campo las tres y ella quería volver a Buenos Aires y nosotros le
insistíamos para que se quedara. Alicia –no sé por qué- tenía la
sensación de que Chela podía llegar a engranar, a ponerse de
acuerdo con un amigo de ella, que se llamaba Di Giglio. Él era
profesor de Ciencias, en Tucumán, era especialista en hongos y
había ido a visitar a Alicia en el campo, como Chela y como yo, en
esos días... Entonces, hicimos la copa con Alicia (nosotros no lo
llamábamos tablero Ouija, lo llamábamos “La copa”) y dijimos que
iba a llegar alguien que se iba a interesar mucho en Chela, alguien
que iba a ser su próximo amor. Y, ¿quién era?... Pusimos el nombre
de Di Giglio, de tal modo que Chela, que se estaba por volver a
Buenos Aires, se quedó. Después, en cada paseo que hacíamos por
el monte los cuatro, Alicia y yo encontrábamos motivo para
adelantarnos o para retrasarnos a grandes distancias. Y, bueno, se
casaron...
I. P.: ¡Bien! En el final del relato, en el final de “Los Adioses”,
escribe:
“Contra la falsa luz que no permite ver elijo lo invisible.
¿Será porque también la luz es un abismo?”.
¿Podría hacer un comentario acerca del título?
O. O.: Creo que la falsa luz es la luz de un razonamiento
supremo. Para mí, el razonamiento supremo siempre da un salto
sobre la posible explicación de cualquier cosa, llevada a un último
extremo. Creo que, si hay que dar ese salto, me quedo con la fe; es
decir, me quedo con lo oscuro, con lo que no busca una respuesta
tan clarificadora, tan luminosa, que no me dice nada, además,
porque el salto está dado igual y no lo puedo llenar con ninguna

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SI ME QUIERES MIRAR 177

cosa. En cambio, el salto que da la fe lo puedo llenar con un


sentimiento especial, ¿no es cierto?
I. P.: Sí.
O. O.: Creo que es algo paralelo a eso lo que quiero decir.
I. P.: Sí, se entiende. Me llama la atención que usted le reproche
a Dios sus silencios, cuando -por su poesía- no se diría que haya
sido tan silencioso...
O. O.: Bueno, no se lo reprocho, también en un poema digo que
la prueba de su respuesta es el silencio. Yo creo que no se lo
reprocho sino que corresponde exclusivamente a mi impaciencia, a
no poder esperar de este lado tanto tiempo. Pero no para que me
certifique su existencia sino para que me certifique la mía, como
digo en ese mismo poema.
I. P.: Entiendo. Una pregunta trillada: si pudiera dar algún
consejo a los que escriben, ¿qué les diría?
O. O.: Yo no le podría dar ningún consejo especial. La
insistencia, al que tenga real vocación... El no desánimo. Les daría
los consejos que da Rilke, tanto en las Cartas a un joven poeta
como en una página de Los Cuadernos de Malte, una página muy
extraordinaria, en donde habla de las muchas cosas que hay que
haber padecido, sufrido, oído, antes de poder escribir una sola
línea, tal vez, valedera. Las cosas que hay que preguntarse a altas
horas de la noche: ¿qué daría yo por hacer tal cosa?, ¿qué daría yo
por seguir escribiendo?, ¿qué daría yo por conseguir escribir una
línea, por hacer una indagación en lo secreto, en lo desconocido?...
¿Qué daría? ¿Daría un brazo o no lo daría?... Yo creo que si uno no
da un brazo, no vale nada.
I. P.: Ante todo, tiene que ser un impulso verdaderamente
irreprimible, ¿no es cierto?
O. O.: Sí, por supuesto, no sé si es un impulso irreprimible o hay
una semilla de otra naturaleza, también, dentro, porque se dan los
dos casos: el que empieza un poema como un estado de
iluminación súbita, como algo que lo empuja realmente a eso y el
que trabaja todos los días con una paciencia de artesano y sabe que
a fuerza de raspar y raspar obtiene algo de todo eso; y ése no es que
tenga un impulso irreprimible.

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I. P.: Sí, entiendo.


O. O.: Te digo no es mi caso, pero conozco casos.
I. P.: Ya me ha hablado de otras tareas que ha hecho en su vida,
pero si no hubiera podido expresarse a través de los escritos, ¿cómo
cree que se hubiera expresado?
O. O.: Yo creo que me expreso, también, a través de la plegaria.
No sé si hubiera sido monja o no. Cuando era chica quería ser
monja.
I. P.: ¡Y bombero, ha dicho por ahí!
O. O.: Claro. Quería ser santa, bombero y écuyère, las tres
cosas, que son tres condiciones -digo- para andar por el aire. Quería
ser monja cuando tenía ocho o nueve años, cosa que hizo que mi
madre me cambiara instantáneamente del colegio de monjas y me
mandara a un colegio del estado, para probar mi real vocación a esa
altura tan temprana. Evidentemente, dio resultado: cambió muy
pronto mi vocación.
I. P.: Hablando de monjas, ¿qué opina de la Madre Teresa de
Calcuta?
O. O.: Me parece una persona extraordinaria, me parece la
caridad llevada casi a un territorio de la santidad.
I. P.: Sí, indudablemente.
O. O.: La abnegación llevada al extremo del renunciamiento del
yo, ¿no es verdad?
I. P.: Sí.
O. O.: Cuando yo era chica me encantaba la danza, me
encantaba. Hubiera querido ser bailarina. Pero, indudablemente,
nunca tuve la menor condición para eso.
I. P.:Y ¿por qué bombero?
O. O.: Supongo que me atraía el traje de gala de los bomberos,
es tan llamativo. Además, había bomberos a los que veía pasar a
pie, con un impulso... como si fueran capaces de seguir un
meridiano y dar la vuelta al mundo. Esos bomberos caminadores,
frente a mi pereza para el ejercicio y para caminar, me parecían
admirables. Iban así, tan engalanados, como si fueran a una fiesta...
I. P.: En el balance de su vida, insistiendo con ese tema, ¿habría
muchas cosas de las cuales se arrepiente?

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SI ME QUIERES MIRAR 179

O. O.: La primera de la que me arrepiento es la de haber matado


esa torcaza. Yo soy culposa, de modo que hay pequeñas acciones
que me han costado mucho castigo interior, muchos
remordimientos. Son tal vez cosas ínfimas: haber tenido
desconfianza de algún prójimo, haber dicho alguna mentira, aunque
fuera piadosa. Hay muchas cosas de las que me arrepiento, sí.
I. P.: ¿Sería muy audaz mencionar los momentos más luminosos
de su vida?
O. O.: ¿Los más luminosos? Yo creo que los más luminosos de
mi vida deben de haber sido aquellos en los que tenía la impresión
de estar haciendo alguna acción heroica o –qué sé yo- los
momentos cumbres del amor, evidentemente.
I. P.: Sí. ¿Cree que hay algo que ha quedado al margen o que ha
quedado en el olvido a lo largo de estas charlas y que, quizás, para
usted es muy importante que quede asentado.
O. O.: No creo. Tal vez haya quedado algo, no algo nuevo para
decir, sino algo para redondear, algo ya dicho...
I. P.: ¿Le gusta cocinar?
O. O.: ¡Ah, me encanta cocinar! Pero, claro, yo veo la cocina
como una alquimia. Siempre me gustó cocinar. Desde muy chica
aprendí a hacer postres, por ejemplo. Cuando yo veía a mi abuela
hacer esos dulces mágicos, con los que devolvía las malas acciones
de María Teo, sin duda tomé la cocina como si pudiera suceder
cualquier evolución, cualquier transformación mágica. De modo
que yo creo que cocino con mucha intención, incluso pongo amor
mientras cocino, y pienso que puedo conciliar a los enemigos... Si
los invito juntos, pienso que puedo arreglar situaciones de
desacuerdo, a través de un postre, a través de cualquier ensalada, de
cualquier otra cosa. Me encanta cocinar y me encanta cocinar
platos pacientes -digamos-, hago platos en los que hay que picar
cosas muy pequeñitas. Tal vez eso me ayude a pensar cosas y sea
una trampa de mi tiempo. Sí, todo lo que lleva una elaboración muy
lenta y complicada es lo que más me gusta.
I. P.: ¿Sus actividades son metódicas? Es decir, el día ¿se
cumple metódicamente?

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180 IVÁN MARCOS PELICARIC

O. O.: Sí y no. No tengo un reglamento, estoy dispuesta


romperlo en cualquier momento.
I. P.: Está bien. Pero actualmente, ¿cómo sería un día suyo?
O. O.: A la mañana, levantarme, tomar el desayuno, mirar un
poco el diario –a veces solamente los titulares, para no
atormentarme demasiado-, después leer o escribir, más tarde
almorzar, dormir una siesta, levantarme, tomar un té y, en general,
seguir trabajando un rato, en lo que estaba por la mañana... Y salir
con gente amiga.
I. P.: En este momento, ¿qué lecturas está haciendo?
O. O.: Estaba por empezar a leer un libro de Jean Guitton que se
llama Dios y la Ciencia, del que he leído nada más que el Prólogo.
Pero tengo muchas cosas haciendo turno...
I. P.: ¿Sí?
O. O.: Sí, uno siempre tiene miles de cosas. El tiempo no
alcanza.

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SI ME QUIERES MIRAR 181

Obras de Olga Orozco

Desde Lejos, 1946.


Las muertes, 1951.
Los juegos peligrosos, 1951.
La oscuridad es otro sol, 1962.
Museo salvaje, 1974.
Cantos a Berenice, 1977.
Mutaciones de la realidad, 1979.
La noche a la deriva, 1984.
En el revés del cielo, 1987.
Con esta boca en este mundo, 1994.
También la luz es un abismo, 1995.
Travesias. Olga Orozco - Gloria Alcorta. Conversaciones
coordinadas por Antonio Requeni, 1997.
Se han publicado, además, diversas antologías de su poesía.

Algunas distinciones

Primer Premio Municipal de Poesía, 1962.


Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, 1980.
Primer Premio de Poesía Esteban Echeverría, 1981.
Primer Premio Nacional de Poesía, 1988.
Gran Premio de Honor de la SADE, 1989.
Láurea de Poesía de la Universidad de Turín, Italia, 1989.
Premio Gabriela Mistral (otorgado por la O.E.A.), 1995.
Premio Juan Rulfo, 1998.

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15 de Diciembre de 2014

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