Conversaciones Con Olga Orozco
Conversaciones Con Olga Orozco
ISSN: 2250-4478
PRÓLOGO
PRIMER ENCUENTRO
Viernes 24 de enero de 1997
I. P.: Sí.
O. O.: Te puedo contar cosas infinitas de mi abuela...
I. P.: Cuénteme alguna anécdota, si recuerda en este momento.
O. O.: Cuento muchas cosas en La oscuridad..., eso lo sabes...
Ella tenía una creencia absoluta, también, en las cosas de la
naturaleza, en los tés de los siete yuyos, que preparaba. Tenía una
creencia absoluta en el hecho mágico. La pena, por ejemplo: si uno
la depositaba en una bolita de papel o en lo que sea, eso tenía que
desaparecer. Todo se resolvía de esa manera.
Creo que cuento también en otro lado que yo quemé una vez un
pañuelo de mamá con los motivos de Tutankamón... Un pañuelo
Channel, en la época en que se puso de moda por el descubrimiento
de la tumba de Tutankamón, en la década del veinte... El mercado
se llenó de la moda de elementos Tutankamón. No sé cómo pedí
ese pañuelo y, jugando, le quemé un pedazo. Entonces mi abuela
me dijo: “No te aflijas, esto ya se va a rehacer. Vamos a rezar.”
Tomó un cofrecito, puso el pañuelo dentro, lo tapó y me dijo:
“Dentro de quince días va a estar sano. Vamos a rezar todas las
noches.” Entonces rezábamos todas las noches... A los quince días,
abrió el cofrecito, sacó el pañuelo, estaba intacto. ¡Naturalmente
que había encargado uno exactamente igual!
Y como eso todo... Tenía grandes aciertos. Cuando yo estudiaba,
le preguntaba por las bolillas que iban a salir... Y me las decía. Y
eran las que estudiaba. Y la mayoría de las veces había un gran
acierto...
I. P.:¿Piensa que lo que usted tiene de esotérico proviene de su
abuela?
O. O.: Supongo que sí. En casa hubo un gran respeto siempre
por esas cosas. Mi tía también veía cosas... ¡No con el propósito de
verlas, porque le aterraban! Y mis hermanos también tenían, si no
videncias, intuiciones bastante intensas. Y mamá también...
I. P.: ¿Y usted, Olga?
O. O.: Y yo también...
I. P.: Más allá de lo poético, de su labor como escritora, ¿usted
cree que tiene videncias, fuertes premoniciones?
O. O.: Sí. Las tenía, sobre todo... Antes, cuando estaba atenta a
esas cosas, y cuando era muy chica. Se presentaban
sorpresivamente y yo creía que todo el mundo tenía ese tipo de
cosas. Alguna vez lo comenté con alguien, con alguna de mis
compañeras, sin duda, o -no sé- lo habré dicho en casa... Y vi que
no era así, que no todo el mundo tenía eso. Y me aisló un poco. Yo
creo que es lo que me hizo un poco tímida y apartada.
I. P.: ¿Recuerda, por ejemplo, algún hecho acerca del cual usted
haya sentido una premonición?
O. O.: Sí. Por ejemplo, una vez, yo recuerdo haberle dicho a
mamá: “Hoy, va a venir la tía Margarita y me va a traer una
muñeca; va a llegar esta tarde.” (Teníamos unas primas de mamá
que vivían en un pueblo cercano, en Victorica. ) Mamá me dijo:
“Me parece muy difícil, porque creo que la tía Margarita está
viajando por otro lado, lejos de acá.” Y yo le dije: “Debe de haber
vuelto, porque va a venir.” Y, bueno, a las cinco de la tarde
apareció la tía Margarita y me traía una muñeca. Esa fue una de las
primeras cosas que recuerdo. Después intuiciones de gente que iba
a llegar, o se iba a enfermar, o se iba a morir... O de algo que iba a
pasar... En general, pocas veces sucede con hechos amables, como
el hecho de la muñeca, ¿no? Casi siempre son hechos muy
sacudidores. Por ejemplo, cuando murió mi hermano, yo soñé con
la muerte la noche antes. Yo no sabía que mi hermano estaba muy
enfermo...
I. P.: Hábleme de Emilio, si no le molesta.
O. O: Bueno. Emilio estudiaba medicina. Era un pan de Dios,
era de una bondad ilimitada, desde muy chico. Tanto que
renunciaba a sus propias cosas (mi familia era una familia
acomodada y sobre todo en ese tiempo era muy acomodada),
renunciaba a sus propios juguetes, a sus propias cosas, en favor de
sus compañeros. Sabía que había cosas que eran importantes y que
no se podían regalar así nomás... Por ejemplo, una bicicleta: la fue
regalando pieza por pieza a un chico pobre, que era compañero de
él, del colegio. Era excelente y, además, era excelente compañero
de mi madre. Poseía un gran espíritu de justicia; eso hacía que yo le
tuviera un gran amor y al mismo tiempo temor, porque las
llega al relato, por qué se le ocurre hacer ese tipo de escritura, que
si bien es lírica...
O. O.: Bueno... Yo siempre fui memoriosa y evidentemente mi
infancia en La Pampa me marcó muchísimo. Tal vez por el cambio
grande. Hasta los cinco años yo viví en Buenos Aires. Casi a los
cinco años fui a vivir a La Pampa. Eso fue un cambio muy grande.
Y toda esa libertad que daba el aire libre, esos descubrimientos (de
los que hablaba recientemente) que tiene un chico que no vive entre
cemento, esas reuniones con todos esos compañeros que formaban
una sociedad imaginativa, etc., todo eso me llenó de
encantamiento. Esa gente a las que protegía mi abuela, esos locos
que iban y venían... Todo era de una diferencia notable frente a la
vida en una casa de Buenos Aires. Y después, al ir a Bahía Blanca,
la cosa cambió de nuevo. Cambió para mal, para mí. Me costó
mucho adaptarme de nuevo a una ciudad que para lo único que me
sirvió fue para descubrir el mar. Pero un mar medio cerrado, como
es el de Bahía Blanca. Había que ir a buscarlo...
Y siempre tuve en mi memoria..., como si tuviera que repasar
toda esa infancia... No sé si la he ido cambiando, no lo sé. Porque, a
lo mejor, la he ido cambiando con lo que he vivido después, no lo
sé... Sé que la base de las cosas es absolutamente real. Claro, están
inventados los diálogos, naturalmente...
A los trece años me empezaron terribles angustias. Esas
angustias intransferibles que son como un extrañamiento frente a la
realidad cotidiana, como la sensación de que las leyes del mundo
pueden cambiar... Pero eso sentido de una manera casi física, muy
intensa... Recuerdo hasta el momento en que eso empezó: era una
noche de verano. Yo estaba en Bahía Blanca, sola. Una noche
melancólica... La calle en la que vivía era melancólica. En la
esquina, había un bar con una luz azulada donde se reunía gente un
poco borrachina y, de repente, salieron tres hombres bajo esa luz
azulada... Y los vi caminar... Y todo me pareció de una irrealidad
como de telón pintado. Y pensé que la realidad se me iba a
deshacer. Empecé a sentir, allí, que la realidad se me iba a deshacer
o que yo me iba a deshacer, una de dos... Ese tipo de sensaciones
me asaltó, con variaciones, a lo largo de la vida, muchísimas veces,
SEGUNDO ENCUENTRO
Lunes 27 de enero de 1997
amor bastante azaroso, bastante trágico de por sí. Pero que valió la
pena porque fue un amor muy intenso... Yo no considero siempre
tan terriblemente trágica la desdicha, porque me parece que tiene la
misma intensidad que la dicha, que ya estaba jugada de antemano,
que cuando uno apuesta a una gran intensidad le espera esa otra
cara que es la otra cara de la moneda. Y entonces, bueno,
bienvenida sea, aunque tenga que venir...
I. P.: Sí, comprendo. Justamente, ahora que usted lo menciona,
es muy recurrente en su obra el tema de la otra cara, el revés,
inclusive en sus títulos; en todo siempre está el cara y ceca...
O. O.: Sí, claro...
I. P.: El revés de las cosas. ¿Cómo surge eso? No sé si
comprende la pregunta...
O. O.: Sí, sí. ¡Cómo no! Yo creo que surge también de la
incapacidad de que toda situación sea reversible. No lo es. Tiene
esa otra cara que está allí, fatal... Desde el comienzo está esa otra
cara, que es la cara de la fatalidad. En realidad, pareciera que una
de las caras es la cara del azar y la otra que le espera es la cara de la
fatalidad.
I. P.: También está “1889”, en Las muertes...
O. O.: Ah, ésa es una casa vista casi al pasar, pero que quedaba
muy cerca de mi casa. La fueron demoliendo y quedó de una
manera muy impresionante, con tres paredes donde estaban
marcadas manos, escaleras, cosas... Quedó así mucho tiempo. A mí
me impresionaba, como estar viendo casi una anatomía o una vida
entera, que está cerrada, mirándola por dentro...
I. P.: Sí, otro poema fabuloso, realmente. La vez pasada, usted
dijo, en un momento dado: “Bueno, me enamoré de Enrique
Molina”... Cuénteme de él...
O. O.: Yo preferiría no hablar de eso. Si se tratara de estar
escribiendo mis memorias, lo haría, tal vez. Pero no creo que esto
tenga ese carácter. Te puedo contar lo que quieras personalmente,
pero no para la escritura.
I. P.: Está bien.
O. O.: Te puedo hablar de él como poeta, si quieres...
I. P.: Bueno, hablemos de él como poeta...
vida misma y creo que esa casa hecha con palabras no le basta a
nadie.
I. P.: Fue un poco premeditado en ella vivir de esa manera, ¿no
es verdad?
O. O.: Sí, claro que fue premeditado. Vivía para la literatura. No
puede ser. Para escribir cartas en un día determinado, para
conectarse con tales personas en otro día determinado...
I. P.: Hubo épocas en que ella por sus obsesiones acudió mucho
a usted...
O. O.: Sí, sí, mucho. Porque yo había tenido angustias que se
asemejaban, sin duda (en la medida en que eso puede ser contable o
puede ser transferible por la palabra). Ella encontraba un
parentesco, tal vez, en ese tipo de angustias; entonces, sí, recurría a
mí, a cualquier hora, para no sentirse extraña y sola en el mundo,
para encontrar que había un parentesco con alguien.
I. P.: ¿Ustedes han viajado a Europa juntas?
O. O.: No. Ella estaba en Europa... Fue a Europa por unos
cuantos años, se quedó unos cuantos años. Estuvo...
I. P.: En Francia...
O. O.: En Francia. Estuvo trabajando allá en la revista
Cuadernos... Yo saqué una beca, en ese entonces, del Fondo de las
Artes y fui a hacer un trabajo sobre lo sagrado y lo oculto en la
poesía moderna. Fui a Francia, a España, a Italia, a Suiza –no sé-,
tal vez a algún otro país que no recuerdo... Y nos encontramos en
París, por eso. Pero no viajamos juntas.
I. P.: No sé si cabe hablar acerca de la muerte de Alejandra,
aquel misterio tan grande...
O. O.: Hay un misterio muy grande y, tal vez, unas disidencias
profundas, porque alguno de los médicos dijo que no existía una
dosis de pastillas lo suficientemente grande en el estómago, como
para matar a alguien que está acostumbrado a tomar pastillas... Hay
personas a las que le parece un desmerecimiento que uno niegue –
de alguna manera- el suicidio de Alejandra... A mí me parece todo
lo contrario, me parece que es un hecho hasta de caridad –digamos-
el querer pensar que pudo elegir.
Creo que con Saint-John Perse tengo menos que ver que
con Milosz. Recuerdo que cuando aún no había leído a Milosz le
mostré a Lisandro Galtié, que fue su gran traductor, algún poema
mío y me ha hablado de que tenía una semejanza con Milosz. Sería
sin duda una semejanza remota. Tal vez, haya llegado más cerca a
medida que lo he leído, no sé. Pero ya existía un parentesco.
I. P.: ¿Qué otros poetas piensa usted que han influido en su
poesía?
O. O.: Han influido -si es que han influido, no sé, te digo que
son parentescos- los clásicos...
I. P.: Cuando dice clásicos se refiere a San Juan de la Cruz, por
ejemplo.
O. O.: San Juan de la Cruz, Garcilaso. Tal vez la Biblia, incluso,
haya influido.
I. P.: ¿Qué opina usted de la generación del 98 española. Juan
Ramón Jiménez, por ejemplo. Hubo una época en donde ese tipo de
poesía estaba muy sobre el tapete.
O. O.: Yo creo que son imprescindibles para todo lo que vino
después, creo que tuvieron una gran influencia, aunque después esa
influencia se haya ido transformando. Sobre todo Juan Ramón, creo
que tuvo mucha influencia en la generación del 27.
I. P.: ¿A usted particularmente le atrae la poesía de Juan Ramón
Jiménez?
O. O.: Me atraía un poco cuando era muy joven, después dejó de
atraerme. Su último libro, Animal de fondo, me gusta más que los
anteriores, lo siento más cerca de mi manera de sentir.
I. P.: ¿Y los Machado?
O. O.: Los Machado, sí. Pero no tanto. El que más siento de
todos ellos es Cernuda, sobre todo el Cernuda de los primeros
libros, el de La realidad y el deseo. No de los últimos.
I. P.: De la generación del 27, que usted menciona, Lorca...
O. O.: Me parecen casos extraordinarios, tanto el de Lorca como
el de Alberti. No los siento próximos, pero yo puedo sentir lo ajeno
también, no solamente lo que se me parece.
I. P.: Seguro...
TERCER ENCUENTRO
Martes 28 de enero de 1997
O. O.: Los juegos peligrosos son (te hago un parangón, sin que
llegue a esas categorías) lo que decía Rimbaud acerca del
desarreglo de los sentidos, lo que se llega a percibir de una manera
extremada con el afinamiento de ciertas percepciones, de ciertas
cosas que uno va -¿cómo podría decirte?- raspando para agudizar...
Llegar más allá de lo posible, de lo que se puede llegar en una
simple mirada no te diría indiferente sino natural de la muerte...
Allí hay también juegos peligrosos como la cartomancia, hay
poemas acerca del sueño y de la continuación del sueño, hay otro
poema que tiene una relación astrológica, que es “Sol en Piscis”,
donde no solamente me detengo a ver las posibles variaciones de lo
que puede ser una sensibilidad pisciana sino también de lo que
pudo llegar a haber sido. Como si quisiera percibir, en esa cosa de
marejada, de dejarse llevar por el gran oleaje que tiene una persona
de Piscis, lo que pueden haber sido sus vidas anteriores, hasta sus
vidas animales... No creo que eso se perciba en el poema pero era
lo que yo sentía...
I. P.: ¿Por qué “peligrosos”?
O. O.: Porque están bordeando. Yo te hablaba hace un tiempo,
hace dos o tres días (que me parece un tiempo largo) acerca de las
angustias, ¿verdad? Y me parece que todo esto que te estoy
diciendo ahora, acerca de extremar la carga en determinadas
sensaciones, lleva a situaciones angustiosas. Te parece que te va a
desequilibrar o que te va a sacar de un quicio, que es el regular, el
medido, el cartesiano.
I. P.: En una de las conversaciones usted mencionó, al pasar, que
tuvo temor a la locura...
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Podría ampliar aquello un poco más?
O. O.: Cuando yo sentía que la realidad se me disipaba o que yo
estaba a punto de disiparme en medio de la realidad, sabía que eso
era una cuestión mental que no iba a suceder realmente, pero que
estaba poniendo en peligro algo que estaba en mi pensamiento... Y
eso me parecía que era un mecanismo tan delicado que se podía
dañar con una nada. Era como clavar agujitas o como desviar un
camino que era el conocido, el real. Me concentraba mucho, miraba
O. O.: Sí.
I. P.: ¿Qué otros trabajos ha hecho?
O. O.: Bueno, fui actriz de radioteatro en una época...
I. P.: ¿Sí?
O. O.: Fui maestra muy poco tiempo. Ese fue el primer trabajo
que tuve, apenas me recibí. Pero duró muy poco. Me dieron tercer
grado en un colegio del sur (y del sur de la ciudad), donde tenía
alumnos de catorce, quince años. Yo tenía 17 recién cumplidos y
me escribían cartitas. Sin duda, ellos creían que eran de amor pero
eran francamente pornográficas. Terminé por renunciar, me sentía
como acosada. Además, no servía para conservar la disciplina de
esos muchachotes. Después, estuve trabajando mucho tiempo en mi
casa, corrigiendo estilo, haciendo traducciones para Losada,
corrigiendo pruebas. Después, trabajé en Fabril Editora como
secretaria técnica. Cuidaba las traducciones y todo el proceso del
libro en general: la corrección de estilo, la corrección de pruebas.
Pellegrini era el asesor literario. Trabajé hasta que la editora dejó
de publicar libros. Hubo una época de gran esplendor en Fabril
Editora... Pellegrini fue casi un futurólogo en la edición de los
libros, en la selección. Materia y antimateria fue uno de los libros
que salió prácticamente antes de que se supiera qué era ese tema.
No te digo solamente en la Argentina... Los libros de la nouvelle
vague salieron casi simultáneamente en París y acá. Después de
eso, cuando dejó de existir Fabril como editorial (quedó como
fábrica, como impresora), entré a trabajar en la editorial Abril,
trabajé en la revista Claudia muchos años... Llegué a tener unos
cuantos seudónimos, porque hubo muchos números en los que tenía
varias notas. Por ejemplo, era Valeria Guzmán para el consultorio
sentimental; Martín Llanés para la crítica de libros; Valentine
Charpentier para las biografías, en las que se me permitía hacer un
tipo de trabajo que estaba más próximo a mi propio estilo personal;
para la prosa, Carlota Ezcurra, que eran las notas frívolas; Jorge
Videla, para las notas científicas; Richard Reiner, para las notas de
ocultismo; Sergio Medina, para artículos variados... Creo que falta
algún seudónimo todavía... Ah, Elena Prados, para notas de moda.
I. P.: ¿Cuántos años trabajó en Claudia?
CUARTO ENCUENTRO
Jueves 30 de enero de 1997
I. P.: Perdido.
O. O.: Ah, sí, claro, por supuesto. ¿Y enterrarlo? ¿Qué te
parece?
I. P.: ¡Nunca se me ocurrió!
O. O.: Eso es peor. A mí sí se me ha ocurrido, pero he ido
después y he desistido. Lo he quitado.
Mi hermana y yo enterrábamos cosas. Ella enterraba joyas,
sobre todo, como si las fuera a encontrar en otro tiempo. Yo
enterraba algunas cosas con más significaciones, con
significaciones de otro tipo. Menos lujoso, digamos, más
significativas emocionalmente. Teníamos también un cementerio
de pájaros. Todo esto es una historia anexa, ¿no?... Estábamos en
Museo Salvaje...
I. P.: Sí, usted me contaba que se miraba insistentemente las
manos...
O. O.: Y a medida que iba escribiendo esos poemas, empezaban
a deteriorarse esas partes de mi cuerpo. Escribí el poema al ojo,
tuve que empezar a usar anteojos, que no había usado nunca.
Escribí el poema a la sangre y tuve en ese momento un pico de
glucosa bastante alto. Y así sucesivamente. Escribí el poema a las
manos, me luxé una muñeca. No sé si escribía esas cosas porque
presentía que iban a suceder, porque ya tenía algún síntoma (no del
todo claro) o porque me las provocaba al desafiar todas esas
zonas... Bueno, el objetivo fue ése: terminar con el extrañamiento,
digamos. Hay quienes han tomado ese libro como si fuera un asco
de mi propio cuerpo. No sé si esto será conveniente ponerlo, pero,
por ejemplo, el albacea de Cortázar hizo un comentario sobre ese
libro y me lo dio... ¿Conoces el albacea de Cortázar?
I. P.: No.
O. O.: Es un profesor, muy considerado, que vive en París.
Como profesor, hizo un estudio sobre la poesía de Girri, un poco en
contraposición con la mía, como si la poesía de Girri fuera de una
de una gran frialdad, una gran metodología y una gran
cristalización geométrica...
I. P.: Entiendo...
previa. Yo siento que una cosa está en verso cuando surge con una
música interior muy particular. De pronto, desde el comienzo,
siento que esa música no es para eso, que empieza a no aparecer la
palabra con una música paralela. No tiene por qué ser una música
demasiado rítmica tampoco... Pero hay una música, de todos
modos, en la poesía...
I. P.: Seguro.
O. O.: Y hay otras cosas que parecen cortadas verticalmente,
poemas que han sido de origen prosaico, digamos... Ahora, de
todos modos, creo que hay algún ritmo, como el que puede tener la
prosa en esos poemas escritos de manera que no son poemas...
I. P.: Retomando un poco lo que decíamos con respecto a Girri,
¿cuánto piensa usted que hay de intuitivo y cuánto de racional en la
elaboración de un poema?
O. O.: Creo que está, más o menos, en porciones semejantes.
I. P.: Estoy pensando en aquella famosa discusión respecto de
cuánto tiene el poema de oficio y cuánto simplemente de golpe
intuitivo... ¿Cuánto la hace transpirar a usted un poema?
O. O.: Mucho, realmente mucho, sí. Yo trabajo mucho los
poemas.
I. P.: Usted en sus escritos utiliza siempre el tú ¿no es verdad?
O. O.: Sí, y cuando hablo también utilizo siempre el tú. Eso
viene de mi abuela. Tanto mis hermanas como yo utilizábamos
siempre el tú.
I. P.: Es una tradición familiar, digamos.
O. O.: Sí, claro, cosa que ha causado muchas burlas en el
colegio. Los chicos empiezan con el ta te ti, y ese tipo de cosas, en
cuanto oyen hablar a una chiquita de tú, ¿no?
I. P.: ¿Para usted el uso del vos sería incompatible con la
poesía?
O. O.: No, no es incompatible. Incluso me gusta cuando lo veo
en los demás, porque toma un carácter más personal, más íntimo.
Pero pierde, de alguna manera, otra cosa. Para mí, el tú no es
exclusivamente el tú, es también el yo. No sé, me parece que los
pronombres no equivalen solamente a la persona que designan,
O. O.: Sí, parezco muy fuerte, de repente hay mucha gente que
cree que soy fortísima... No, yo lloro por cualquier cosa. Soy
valiente pero lloro. No sé si recuerdas ese juego que se llama El
retrato japonés... Consiste en hacer preguntas a varias personas
acerca de otra, de quien no se ha dicho el nombre. Las personas
tienen que averiguar en quién se ha pensado y decir qué sería si
fuera tal cosa. Se obra por comparación. ¿Qué sería si fuera un
paisaje? ¿Quién sería si fuera un personaje histórico? ¿Cuál sería si
fuera una novela? ¿Qué sería si fuera una bebida?, etc. Y, cada vez
que en algún lado se hacía mi retrato, en cuanto se preguntaba:
“¿Quién sería si fuera un personaje histórico?”, había alguien que
decía: “Sería Juana de Arco, pero llorando”. “¿Qué sería si fuera un
licor?” “Sería Lacrima Christi”. ¡Yo lloro a veces con el
despertador, para no pasarme de la hora!
I. P.: Está bien... Usted hablaba de El retrato japonés... Hago
una asociación hacia lo literario, ¿le ha interesado a usted la poesía
japonesa?
O. O.: Sí, me interesa, pero no muy a fondo.
I. P.: ¿Por qué?
O. O.: Porque la veo muy delicada, la veo muy fina. Como un
rasgo ínfimo, que se pierde. No le encuentro algo sostenido.
Naturalmente, no lo puede tener con la extensión que tiene, en
general.
I. P.: Usted se refiere a los tankas.
O. O.: Claro, y los haikus.
I. P.: ¿Ha leído algo de Mishima, el novelista?
O. O.: Sí, lo he leído y me ha interesado.
I. P.: Me surge preguntarle, porque está de algún modo
relacionado, ¿usted se interesó por las novelas de Marguerite
Yourcenar?
O. O.: Sí, ella me ha interesado muchísimo y la encuentro
extraordinaria. Es una mujer inteligentísima y llena de sensibilidad.
Con una apreciación muy aguda siempre de todo. Y muy cabal.
I. P.: ¿Ha leído usted Memorias de Adriano?, ¿Opus nigrum?
O. O.: He leído casi todo de ella, creo, o bastante...
I. P.: Ni le interesa.
O. O.: No, no me interesa para nada. Todavía me gusta que me
cedan el asiento, que me aparten la silla, que me abran la
portezuela.
I. P.: ¿Cuántas veces se ha casado usted, Olga?
O. O.: Me casé dos y tuve otras dos historias muy largas.
I. P.: ¿No ha tenido hijos?
O. O.: No. Me casé una vez con Miguel Ángel Gómez, creo que
ya hablamos de él, y después con Valerio Peluffo. No tuve hijos
porque justamente con Miguel Ángel me separé a los cinco años...
Para mí, el matrimonio estaba muy deteriorado... Y con Valerio nos
casamos grandes. Nunca hubo una situación estable, segura, antes,
como para tener chicos. Ahora, no me duele. Yo nunca tuve un
sentimiento de maternidad previa. Siempre creí que el sentimiento
maternal se despertaba cuando uno estaba en camino de ser madre.
Sé que hay muchas mujeres que lo tienen un poco en el aire,
incluso hay madres solteras que buscan tener un niño, aunque sea
con un desconocido, ¿no es verdad? No, nunca tuve la ansiedad de
ser madre. Lo he lamentado, a veces, después.
I. P.: ¿En qué sentido lo ha lamentado?
O. O.: Bueno, he lamentado no haber tenido hijos después de
que pasó el momento de poder haberlos tenido...
I. P.: En Cantos a Berenice, usted escribe mucho acerca de su
gata. Quisiera que me contara un poco más prosaicamente cómo ha
llegado esa gata a su vida, su relación con ella.
O. O.: Bueno. Oí, una vez, unos maullidos lastimeros. Yo vivía
en un departamento en la calle Charcas y Ayacucho. Era una
especie de buhardilla. Desde el baño, oí los aullidos lastimeros. El
baño daba a un patio de aire. Abrí la ventana. Era un cuarto piso. Y
vi enfrente, en una terraza, un gatito que se quejaba horriblemente,
pobre. Entonces, le puse un tablón, desde mi ventana del baño hasta
la baranda de la terraza, donde estaba. Era horrible el abismo, pero
cruzó igual, porque estaba muerta de miedo y, además, estaba
enferma. Cruzó, llegó y la recibí. Tenía una patita rota, tenía
moquillo, tenía parásitos. Era un horror. Creo que los parásitos
hacían que, de pronto, se quedara tiesa, con las patas estiradas, y
trepar por todas las ruinas, subir por los restos de escalera que
quedaban, ver desde lo alto, desde lo bajo... Yo le dije: “¡Pero,
Valerio, hemos visto tantas cosas en el mundo que, si se nos
derrumba algo dentro de la memoria, es por lo menos una catedral!
¿Para qué quieres ver cada piedra? Es absurdo. Mirémoslas desde
lejos o mirémoslas desde cerca, pero no trepando, no subiendo y
bajando”... Por fin, lo convencí y miramos todo con cierta calma. Y
creo que se nos quedó bien grabado. De todos modos, quiso
quedarse a dormir en el hotel, para ver el amanecer en el Machu
Picchu. (Le habían dicho que era sensacional.) Pero a mí me
pareció que llegaba una tormenta tremebunda y se lo dije.
Entonces, volvimos a Lima. Al día siguiente, nos encontramos con
una señora, que había estado en esa excursión con nosotros, y nos
dijo: “¡Suerte que se fueron, porque hubo un temporal bravísimo!
¡Nada de ver el amanecer! ¡Nada de ver la luna! ¡Nada de ver nada!
¡En cuanto ustedes se fueron, empezó el temporal!”
I. P.: ¿Jamás pensó en tomar las ruinas de Machu Picchu como
recurso poético?
O. O.: Nunca las he tomado... Tampoco las de Teotihuacán, que
me impresionaron muchísimo... Y en Méjico he visto mucho,
porque fuimos también a Uxmal, a Chichén Itzá, a La Huerta...
Fuimos a muchos lugares en Mérida y en la península.
I. P.: ¿Conoce los países nórdicos?
O. O.: No. Valerio sí los conoció, pero yo no. Estuvimos por
hacer juntos un viaje a los países nórdicos, pero Valerio se
enfermó.
I. P.: ¿Qué le ha quedado en el tintero? ¿Qué lugares le gustaría
conocer y aún no ha visitado?
O. O.: Por ejemplo, Praga, que no he visitado. Tengo, desde
hace dos o tres años, un plan de ir a Praga y a Viena con María
Kodama, pues ella tampoco conoce Praga. Uno piensa en Praga
como en una ciudad casi de cuentos de hadas, por las películas que
ha visto y por las fotografías y libros y demás documentos que ha
visto al respecto. Lo que pasa con Praga es que todo es muy cuesta
arriba y cuesta abajo, y yo creo que las ciudades hay que
O. O.: Sí, con Alicia somos amigas desde muy jóvenes. Nos
conocimos, también, echándole yo las cartas a ella. Tenía
veintitantos años yo y ella más o menos. Hemos sido muy amigas y
hemos pasado muchos trances alegres y dolorosos muy juntas. He
pasado vacaciones largas en su campo, he escrito mucho en el
campo de Alicia. Es un sitio que me inspira muchas cosas. Hay un
gran silencio y la casa es muy extraordinaria. Es una casa del siglo
pasado, muy bien puesta, con unas paredes muy anchas, muy
anchas, y una reja, todavía, contra los malones, en la que trepan las
glicinas. Tiene un gran jardín, un monte fabuloso con árboles
centenarios. ¡Es espléndida! Y está llena de objetos muy
prodigiosos y muy elegidos. Alicia tiene muy buen gusto. Ha
viajado mucho y sabe elegir muy bien lo que la acompaña. Tiene
un espíritu muy creador para todos los arreglos, tanto como para un
arreglo de mesa como para un árbol de Navidad. Siempre está
inventando cosas novedosas, muy sutiles. Es una persona muy
inteligente, muy fina... Tenemos diferencias muy grandes en cuanto
a nuestros gustos literarios... A mí me gusta casi todo lo que le
gusta a ella, pero a ella no le gusta todo lo que me gusta a mí. Por
ejemplo, no le complace demasiado el surrealismo, ni lo que
encuentra tenebroso; es decir, lo que abarca algunas zonas muy
abismales, como Kafka y algunos otros que están más o menos en
esa línea, y que a mí me atraen particularmente, porque se asoman
a los abismos o caminan por las altas cornisas... Es una gran amiga,
Alicia, es de una gran adhesión. Yo le debo gratitud en cosas muy
importantes de mi vida.
I. P.: ¿Usted da a leer la poesía que aún tiene en proceso de
escritura?
O. O.: No... Rara vez, muy rara vez.
I. P.: Ahora, que ha nombrado circunstancialmente los malones,
¿qué opinión le merece el Martín Fierro?
O. O.: Le tengo admiración, me parece un gran poema para su
época. Ahora, en cuanto al contenido, me parece que tiene algunas
cosas muy atroces. La burla contra el negro, por ejemplo, me
parece una cosa imperdonable. Y eso de que cada pueblo tiene el
gobierno que se merece, no lo creo. La prueba la tenemos...
jamones), pasaron por el aire –ella los vio-, por encima del patio de
la casa, colgados de los jamones.
I. P.: ¿Usted suele leer libros de poetas desconocidos?
O. O.: Sí, lo hago, porque me parece que puedo ayudarles,
aunque cuando son muy jóvenes me da la impresión de que lo que
quieren es elogios. Porque uno les indica lo que está bien y lo que
puede estar mal. Y lo que está mal, siempre lo saben ya. Lo que
quieren es la lista de lo que está bien... Yo nunca tuve necesidad de
preguntarle a nadie si era bueno o malo lo que hacía; eso lo resolvía
yo sola.
I. P.: Usted se considera un poco mecenas de cierta gente.
O. O.: No, para nada.
I. P.: Lo ha sido de Alejandra, en cierta medida.
O. O.: Bueno, a cierta gente que es más joven que uno, tal vez,
la opinión le sirva para algo. Pero, ¿tú consideras que eso es ser
mecenas?
I. P.: Y sí, de alguna manera.
O. O.: Yo creo que no, que es ser un compañero de ruta un poco
más avezado, simplemente.
QUINTO ENCUENTRO
Viernes 31 de enero de 1997
tiene que exaltar a los dioses y tiene que hacer loas a las virtudes
edificantes... Entonces, bueno, bienvenido el exilio.
I. P.: Está bien. Usted ha nombrado a Rimbaud...
O. O.: Sí.
I. P.: Y creo que nunca ha mencionado a Baudelaire.
O. O.: Sí, a Baudelaire lo leo también, con placer. Pero me llama
más Rimbaud que Baudelaire. Será una cuestión de época; lo siento
más cercano en el tiempo, tal vez.
I. P.: ¿Y a Verlaine?
O. O.: Verlaine es una maravilla, pero me parece que toca
puntos menos candentes, digamos. En Verlaine encuentro una
música maravillosa. Realmente eso es fabuloso.
En poética, destaco los ensayos de Maurice Blanchot, en El
diálogo inconcluso, donde habla de la memoria del olvido, de una
manera muy particular. Además, hay una recurrencia de retornos a
la Biblia, a la antigüedad, a la consideración del nacimiento de la
novela, a partir –casi- del Quijote, y sobre todo la insistencia en la
aproximación a Mallarmé, a Nietzsche y a Kafka, de manera muy
precisa y muy envolvente.
I. P.: Usted menciona la memoria, es un tema muy recurrente en
su obra...
O. O.: Sí, es muy recurrente.
I. P.: ¿Podría explayarse un poco?
O. O.: Yo creo que la memoria es una de las armas que tengo
contra el tiempo. Mis dos armas contra el tiempo son la memoria y
la transgresión de barajar los tiempos, de alterarlos, de cambiarlos,
de darles otro orden, como si pudiera existir un tiempo circular o,
incluso, a saltos. Me parece que, de alguna manera, es un modo
también de luchar contra la muerte. Yo siento que mi memoria no
es estática, que mi memoria vive conmigo, que pasa por mis
mismas circunstancias y tal vez se transforma, no realmente en los
episodios pero si en su color, digamos, en el color de los hechos...
Hay un libro de Roland Barthes, La cámara lúcida o La cámara
blanca (lo han traducido de las dos maneras), en el que se habla de
las fotos que toman a la gente: es como si fuera casi un
fusilamiento. Bueno, mi memoria no es estática, como una
avanzar. Este señor Galtieri que abría la boca para calmar a la gente
y conformarla... Todo sonaba como a postigo que rechina. Uno
tenía siempre muy en cuenta lo paradójico de las comparaciones
posibles. No podía ser que estuviéramos hundiendo barcos, y
nosotros tan gloriosos... Además, empezaron a correr rápidamente
las voces de los padecimientos de esos pobres muchachitos, de lo
poco con que contaban, lo siniestro de todas esas penurias. Yo me
alegré cuando Menéndez terminó de una vez con aquello. Creo que
fue un gesto... no sé si decir “inteligente”, pero estuvo bien.
I. P.: Tengo entendido que la casa donde usted nació es hoy
Casa de la Cultura Olga Orozco.
O. O.: Sí.
I. P.: Quisiera que habláramos un poco del tema. ¿Cómo surge
la Casa? ¿cuáles son sus actividades?, ¿es una fundación?
O. O.: No, no es una fundación. Justamente, le faltan muchos
fondos a esa Casa. Permanentemente hay dificultades de dinero
para mantenerla, porque el Gobierno da solamente cien pesos
mensuales. ¿Cómo se puede sostener? Se han hecho concursos,
incluso infantiles, en los que yo he tenido que poner el dinero... Y,
cuando se trata de llevar personas para que den conferencias o
alguna cosa, hay personas que aceptan porque son amigas mías,
pero yo me niego a que eso suceda. No quiero que vayan por
hacerme un favor a mí.
I. P.: ¿Cómo ha surgido la idea de hacer esta Casa de la Cultura?
¿Quién fue el que la incentivó?
O. O.: La casa era una casa muy linda. No sé de quién surgió
exactamente la idea. Yo creo que fue de uno de los intendentes,
tendría que recordarlo un poco.
I. P.: ¿Cuándo se convierte en Casa de la Cultura?
O. O.: Hace tres años.
I. P.: ¡Ah!, recientemente.
O. O.: Sí, es reciente. Yo hablé con el Ministro de Educación,
hablé con el Secretario de Cultura de entonces... Dieron una cierta
cantidad para comprar la casa, porque estaba habitada. La
Intendencia dio otra suma, pero todavía hay una deuda pendiente,
cosa que me inquieta, porque pienso que si es una deuda de
O. O.: ¡ Ah, sí !
I. P.: Es increíble como pinta sus mujeres. En Ceremonia
secreta, por ejemplo.
O. O.: Sí, Ceremonia secreta.. Me parecen muy bien llevadas
todas sus novelas, aún dentro de esa cosa -no sé- un poco
imprevisible, un poco rozando lo fantástico o lo irreal.
I. P.: Sí. A mí me gusta mucho. Me divierte... Sé que tuvo la
oportunidad de conocer a Héctor Bianciotti.
O. O.: Sí, lo conocí en París en el año 62 y nos hicimos muy
amigos. Paseamos bastante juntos. Me acuerdo que en ese entonces
había una exposición que prepararon Octavio Paz y la mujer de
Bretón sobre arte mejicano y artesanías mejicanas. En el Grand
Palais, creo que fue... Y, bueno, ahí fuimos con Bianciotti, ése fue
uno de los paseos. Me acuerdo de muchos; él también se acordaba,
cuando estuvo hace poco en Buenos Aires. Recordaba las veces
que habíamos andado por distintos lugares... Después de años, nos
volvimos a encontrar acá... Fui a las diversas conferencias que dio.
Me parecieron muy buenas. Sobre todo una sobre la música y la
literatura. Era una conferencia muy bien llevada, con elementos de
una captación muy fina... También recuerdo otra excelente sobre
Valery y Borges: las coincidencias, las posibles coordenadas que
hay entre los dos... (A ésa la publicaron en La Nación. Creo que la
de la música también). Y habló en la Academia del Sur, también
estuve allí. Lo interrogaba Blanca Isabel Álvarez de Toledo. Habló
allí sobre Borges y otros temas. Fueron brillantes las conferencias,
realmente. Y, además, era muy conmovedor ver el entusiasmo, la
efusión y simpatía del público. Incluso de cierta gente que no había
leído nada sobre él o que no lo conocía ni siquiera de nombre. Se
habían enterado de que era un argentino que iba a entrar en la
Academia y eso bastó para que se amontonaran para verlo. ¡Él
estuvo muy simpático!
SEXTO ENCUENTRO
Martes 4 de febrero de 1997
encanta Carpaccio!), donde está San Jorge... Creo que hay más de
una imagen de San Jorge... Toda la ciudad me impresiona
muchísimo, he visto algunas cosas muy increíbles en esa ciudad.
Recuerdo que, en el año 72, estuve en una Bienal. Estaba también
Alberto Greco y otros artistas argentinos: Marta Minujin, Alicia
Penalba (una escultora que vivió en París y que era extraordinaria.
Murió hace pocos años... Poco conocida en la Argentina,
realmente. Una pena...) Antes, había habido una exposición en
París... Alberto Greco, con ese arte vivo, como decía él que era su
manera (era realmente talentoso, muy espectacular), había
presentado una jaula con ratones, en París. (Lo obligaron, de alguna
manera, a quitarlos, porque era una exposición en un lugar cerrado
y eso molestaba mucho. Entonces, tuvo que sacarlos, porque hasta
podían crear un ambiente nocivo.) Y eso llevó también a esa
Bienal. En un momento dado, soltó los ratones. Hay que
imaginarse el terror de las multitudes, los gritos y Marta Minujin,
que les ayudaba a gritar escandalosamente.
I. P.: Justamente, hablando de Marta Minujin, ¿usted participó
de los happenings, aquí, en Buenos Aires?
O. O.: Estuve presente en algunos, sí, claro. Además, he
organizado happenings en mi propia casa, cuando todavía no
existían los happenings públicos.
Y -no sé- hubo cosas muy extraordinarias en Venecia, también
García Uriburu...
I. P.: ¿Tiñendo las aguas?
O. O.: Tiñó las aguas del Gran Canal. Todo fue muy
espectacular. Yo camino por Venecia hasta perderme, hasta
perderme de vista de mí misma, creo.
I. P.: Los Masaccio son tan deslumbrantes...
O. O.: Sí, y los Bellini y los Tintoretto que están volando en
todas partes, porque todos los Tintoretto vuelan, ¿no es cierto?
Parece que se quisieran ir por el aire, siempre...
I. P.: ¿Quiere comentar alguna otra ciudad?
O. O.: No mencionamos a Florencia, ¿no es verdad?
I. P.: La nombramos al pasar...
O. O.: Ah, sí. Mientras creo que es un duende, claro. Yo creí que
era un duende hasta mucho después, hasta casi el final del cuento.
I. P.: Usted dice en un paréntesis:
“Sucederá con un amanecer en Lima, en el que una pareja
de desconocidos trata de alojarme en una jaula de conejos o en una
bañera azul, casi en un basural, a la intemperie...”
O. O.: Sí, en Lima me hice amiga de cierta gente con la que
comí una noche en el centro. Nos divertimos, conversamos. Era un
matrimonio y una señora, hermana de esta señora. Era gente pobre
pero muy simpática... (Ese “pero” sobra, ¿no es verdad?) Eran muy
simpáticos y muy divertidos. Me llevaron a conocer su casa y yo no
sé si me quisieron hacer el cuento del tesoro, pero me hablaron de
un tesoro que estaban buscando y me mostraron un plano, etc., etc.
Y así, se hizo casi el alba... y no había taxis. No había nada en qué
volver. Lo curioso es que tenían una casa muy pobre y muy
exclusivamente para ellos, yo creo que hasta dormirían en el suelo.
Entonces, me ofrecieron dormir en una jaula de conejos que había
en el jardín. Bueno, un jardín..., un terrenito que tenían delante de
la casa. Había una jaula para conejos y una bañera arrumbada allí.
Yo podía elegir: ésas eran mis comodidades.
I. P.: El texto continúa:
...“Con una enceguecedora siesta en Agrigento, en que diez
niñas vestidas de novia saltan como cabras entre las ruinas de los
templos, mientras a mí me asaltan sus hermanos menores y sus
enlutadas abuelas trepan a la copa de los nogales...”
¿Cómo es esta anécdota?
O. O.: Yo estaba en Agrigento con Iberna Codina. Habíamos
hecho un viaje por Sicilia, las dos. Fuimos a ver los templos.
Curiosamente, las novias van a fotografiarse sobre las ruinas de los
templos paganos... Las novias que acaban de casarse por la Iglesia
católica, naturalmente. Y llegaron con ese séquito de señoras
enlutadas, que acompaña siempre a las novias sicilianas. Ancianas
que casi no se pueden mover, pero las llevan entre dos o tres y
hacen que se muevan ágilmente. Son como una plaga. Cuando
llegan en montón, son casi como los termitas, o como la corrección,
en Misiones. Llegaron... Había unos nogales con nueces y, de
pronto, veo que los ancianos y las ancianas están trepados sobre los
nogales, sacudiendo el árbol para arrancar los frutos. Y los chicos
nos asaltan a Iberna y a mí. ¡No sabíamos cómo defendernos! Por
allá lejos, cruzaron dos caballeros y entonces gritamos: ¡Manuel!,
¡Gustavo!, como si fueran nuestros maridos, y entonces se alejaron.
Pero, evidentemente, querían despojarnos de todo lo que teníamos.
I. P.: Después, sigue la alusión al hotel de Londres. Usted ya
contó el episodio, aquí escribe: “Y con una mañana desolada en un
hotel de Londres en que abro una puerta y estoy en una casa
exactamente igual, pero mi cuarto no es mi cuarto, y debo salir a la
calle y entrar nuevamente para volver a encontrarlo.”
O. O.: Sí.
I. P.: Realice un comentario acerca de los saltos en el tiempo,
que -creo- están entre los grandes aciertos del libro, ¿no es así?
Usted va y viene, continuamente.
O. O.: Sí. Yo creo con Ciorán que una de las aventuras más
extraordinarias del hombre es la de violentar el tiempo; es decir,
hacer que el tiempo -que nos maltrata tanto- no nos rija, aunque
esto sea imaginativo. Y uno de los modos es alterarlo, saltearlo,
barajarlo, que caiga de otras maneras posibles. A veces creo que el
tiempo puede ser circular, un poco como dice Eliot en el poema
“Bird” y en el poema ése: “En mi principio está mi fin...”, en el
cual se hace la relación que tiempo pasado y tiempo futuro, ambos
son presente. Y que, por lo tanto, si todo tiempo es presente, todo
tiempo es irreductible. Es decir, que el tiempo presente podría ser
una repetición de un pasado. De tal modo que la videncia, entonces,
no sería la lectura en un porvenir sino en un pasado. Me encantan
los juegos con el tiempo, siempre me han encantado. Además, me
parece que es un juego que puede llegar a tener cierta seriedad y
que da vida a muchas cosas que se fueron.
I. P.: Tiene, incluso, una carga emocional muy fuerte. Por
ejemplo, en “Feliz Nochebuena”, en donde usted, al final, llega, de
golpe, hasta Valerio.
O. O.: Claro, por supuesto. Y que, además, llega a un brindis
con el Cielo... Y, bueno, siempre he seguido brindando con el
Cielo, todas las Nochebuenas.
O. O.: Claro. Los mayores, los que saben todas las cosas. Yo
soy, estoy aquí, porque soy una ignorante, soy una chiquilla a la
que no dejan estar allá. Ahora, eso puede tener muchas acepciones
y tú lo puedes ver de una manera proyectada, naturalmente.
También aquí, en este mundo, estamos los que no sabemos.
I. P.: Exacto. A eso quería apuntar: la vida es una búsqueda de
perfecciones.
O. O.: Seguro... Es una búsqueda en la que recogeremos alguna
sabiduría, pero muy escasa, nunca la sabiduría completa.
I. P.: Eso está directamente entroncado con la filosofía oriental...
¿Surge de allí esa idea o es simplemente...?
O. O.: No. Yo creo que surge de cualquier tipo de religión.
Todas las promesas son para después, ¿no es cierto?
I. P.: Claro pero para el catolicismo, por ejemplo, uno está en el
mundo con vistas a su salvación...
O. O.: A su salvación, pero también las revelaciones vienen
después.
I. P.: Es verdad. Vamos a “Testigo final”. Comienza el relato
con un paréntesis:
“(Cuando estoy desvelada vuelvo a ese día envuelto en nieve y
es como si trazara una pincelada muy brillante a lo largo de la
sombría tapia que atraviesa los años más crueles, más avaros. ¡Era
tan minuciosa la blancura, tan insomne el silencio, tan invisible el
cielo a punto de existir! En esa sábana me tiendo, me acurruco y
contemplo a lo lejos las luces neblinosas, los árboles alertas, las
casas en suspenso, las ventanas con vidrios escarchados, en las que
alguna cara que yo elijo y no está aparece entre el humo azulado
con puntitos brillantes: mamá que me sonríe melancólicamente y se
persigna, papá que me saluda con la mano, la abuela que farfulla
unas palabras incomprensibles desde hace sesenta años:) –Lía, te
estoy hablando, ¿no duermes?”
Si bien está claro, mi pregunta otra vez apunta a si usted
realizaba verdaderamente estos juegos...
O. O.: Sí, por supuesto, y los sigo realizando. Son mis juegos
preferidos.
I. P.: También se puede pensar que Dios nos arregla las cosas de
tal manera que explotemos todas nuestras posibilidades... Casi
siempre en su pensamiento aparece el mundo como un laberinto:
según el camino que hayamos tomado, llegaremos a tal fin, bueno o
malo.
O. O.: Sí, claro. Quizás Dios nos hace ir por la buena senda.
I. P.: Eso no está descartado.
O. O.: No está descartado, para nada. Pero, a veces, nos
encontramos en un laberinto en el que la única salida es por arriba.
I. P.: Vamos a “Escrito con humo”. En la página 124, dice el
texto:
“¿Acaso ahora mismo no llevo a veces algo que se parece al
fantasma de esa corona, la opresiva vincha inexistente que yo llamo
“la sensación angelito”?”
O. O.: Eso es con referencia, justamente, a las angustias de las
que hemos hablado varias veces ya. En este caso se refieren a una
parte exclusivamente física y son las más llevaderas. Muchas veces
yo siento o he sentido una cierta opresión alrededor de la frente,
como si tuviera una cinta puesta. Todo eso me recuerda que, una
vez, en una procesión, cuando era muy chica, fui angelito, vestida
de angelito con una coronita de flores... y la coronita de flores que
tenía me dejó esa misma sensación de opresión, por eso la llamo
“la sensación angelito”.
I. P.: Aquí está planteado como que esa sensación perdura...
O. O.: Vuelve a veces, no es constante. Pero a veces tengo esa
sensación y la sigo llamando “la sensación angelito”.
I. P.: “Feliz nochebuena”, página 150:
“Laura, no te aflijas por tus granos de sal, es tu esencia misma,
la que pondrás en todo cuanto toques, y si la observas bien verás
pasar por cada grano todo el universo, aunque no sepas que Blake
dijo alguna vez algo semejante.”
O. O.: Sí, claro.
I. P.: Explíqueme, por favor.
O. O.: Blake tiene un poema en el que habla de ver desfilar todo
el universo en un grano de sal. Y está bien... Yo siempre he creído
eso también y, además, es una imagen que toma mucho la gente
que cree en los poderes de las cosas minúsculas. A mí, una vez, un
hombre que fue a arreglar un caño en mi casa me preguntó si yo
tenía la sensación de que me hubieran hecho algún daño alguna
vez. Yo le dije que no me sentía bien, pero que no sabía si era que
me hubieran hecho algún daño. Entonces me dijo: “Por qué no
lleva un grano de sal con usted, ese grano de sal la va a proteger. Y
si usted lo lleva siempre, a lo mejor, con el tiempo, si usted le
habla, tal vez le conteste”.
I. P.: ¿Un plomero?
O. O.: Sí, un plomero, ¿no es precioso?
I. P.: Realmente sí. En “Soltando hilo”, usted dice, en la página
161:
“Recordé otro espejo y otra casa. Siempre meto cosas dentro de
las cosas, casas dentro de las casas. Todo es así cajitas chinas,
huevos de zurcir, muñecas rusas, y ¿por qué no pétalos de rosas?
(porque “no hay el sueño de nadie” bajo tantos pétalos, “bajo tantos
párpados”). Más tarde sabré que mi perniciosa memoria es la que
envuelve y acumula, que es mucho peor que un catastro para
registrar, embalar y conservar todas las pertenencias de mi vida.
¿No tropezaré acaso dentro de mis sucesivas casas con otras
paredes, puertas y ventanas de casas donde he vivido? ¿No llevaré
a cuestas, sobre todo, esta donde ahora vivo y querré entrar en lo
impenetrable y salir por donde no hay salida y mirar hacia afuera
por donde no hay cristal?”
Un poco ya lo hemos comentado, ¿no es verdad?...
O. O.: Sí, claro. Ahora, lo de los párpados, etc., eso es una cita
de Rilke, se refiere al poema de Rilke que dice: “¡Oh rosa, pura
contradicción, voluptuosidad de no ser el sueño de nadie, bajo
tantos párpados!”
I. P.: En la página 162, usted escribe:
“¿Será eso el amor? ¿Será un juego de espejos cambiantes en el
que uno de los protagonistas se encuentra a sí mismo? Mis ojos
estuvieron hechos para perder de vista, Miguel; estuvieron hechos
para llorar.”
O. O.: Sí.
I. P.: Me pareció un gran hallazgo. Eso también estaría
vinculado, supongo, a los saltos en el tiempo.
O. O.: Sí, por supuesto.
I. P.: Porque, de golpe, es una enorme evocación y uno está
inmerso en el texto.
O. O.: Sí, claro. Ahora, lo de El Grand Meaulnes es, además,
porque yo siempre he pensado que alguien tiene que salir con un...
- ¿cómo podría decir?-, con un rescate del sueño. Nunca sé si El
Grand Meaulnes rescató el chaleco de un sueño o si estuvo allí
realmente y volvió con ese chaleco...
I. P.: Si usted, hoy, tuviera que hacer un balance de su vida,
¿qué diría, más allá del poema que tiene escrito?
O. O.: Yo estoy muy conforme con la vida que tuve, a pesar de
todas las cosas tristes que también me han pasado. Pero he tenido
muchas alegrías, muchas satisfacciones. He encontrado personas
muy extraordinarias durante todo mi trayecto, personas muy únicas.
Y creo que si volviera a vivir haría algunos breves retoques, nada
más, pero que el resto lo dejaría como fue, con... -diría- el mismo
reparto, como en el teatro... Aprendería más algunas cosas que
todavía me faltan aprender, como el desapego, por ejemplo. Tal
vez, es lo que más me ha costado y lo que más me ha hecho sufrir:
mi apego, mi apego a las gentes y mi apego a las cosas. Es un
aprendizaje difícil y lo tengo que hacer todavía.
I. P.: Pero el apegarse, en realidad, ¿no es una forma de amar?
O. O.: Yo creo que sí, pero cuando todo lo amado ya no está, lo
mejor es aprender el desapego o empezar a tener un desapego hacia
los posibles lugares en donde estén, y yo sigo teniendo el mismo
miedo de morirme...
Mi balance es positivo, en el sentido que tuve una familia
muy excepcional, un poco pendulares, desde el buen humor hasta el
sentimiento trágico. Eran gentes interesantes, divertidas, llenas de
inquietudes. Tuve amigos muy extraordinarios, muy íntimos, muy
cariñosos, inteligentes -en esto voy a repetirme indefinidamente,
por lo visto-, a los que creo haber respondido de la misma manera.
SÉPTIMO ENCUENTRO
Jueves 6 de febrero de 1997
palabra, esa palabra que se busca y que las cosas murmuran y que
uno no alcanza a entender. Esto me recuerda un poco lo que
estuvimos hablando cuando me preguntaste acerca de la palabra en
Los juegos peligrosos, qué era lo que significaban para mí los
juegos peligrosos en cuanto a la palabra, y yo, paralelamente,
mientras te hablaba, estuve recordando alguna cosa que no te dije y
que agrego ahora -tú la pondrás cuando quieras, si es que la quieres
poner-: en algún momento Hölderlin habla de la palabra como el
mayor bien que Dios nos ha dado, como si fuera lo que le da al
hombre su residencia en la tierra, digamos. Y en alguna otra parte
habla de la palabra como de lo más peligroso que Dios nos ha dado.
Heidegger junta las dos cosas, en ese escrito Hölderlin y la esencia
de la poesía, y habla de la palabra como si fuera el mayor bien y el
más peligroso... Y creo que sí, que realmente es el mayor bien y el
más peligroso. Es el mayor bien, porque nos lleva a querer acertar
con la transferencia precisa de la cosa que uno está viendo y,
entonces, toma, en la intención, la forma más pura y más delicada
posible. Pero, en la realidad, a veces se convierte en lo más torpe y
en lo más desacertado. Por eso es que hablo de los juegos
peligrosos, además de lo que significan los juegos peligrosos, que
yo he puesto como asunto y que te expliqué en su momento, ¿no es
verdad?
I. P.: Siguiendo a Hölderlin, ¿sería también un modo de atrapar
lo celestial?
O. O.: Por supuesto, es la escala para ascender.
I. P.: Exactamente. Ahora que utiliza esa imagen... Nunca hemos
hablado de Dante...
O. O.: No.
I. P.: Sin embargo, presupongo que es una de sus lecturas
favoritas.
O. O.: Sí, claro... Yo te conté que nunca tuve obstáculos para
hacer lo que yo sentía que tenía que hacer y que en mi casa no me
alentaron demasiado en algo que me podía haber dejado a mitad de
camino. Pero, cuando mi padre vio el interés que yo tenía por la
literatura, me empezó a leer a poetas italianos y me leyó a Dante,
me leyó a Leopardi, me leyó a Petrarca. De modo que me
niñera que había tenido y hubo un mensaje para él, con respecto a
una receta que le daba para un malestar que él tenía. ¿Tú lo has
hecho?
I. P.: No.
O. O.: Con todo, con Alicia Jurado hicimos casar a una amiga a
través de ese tablero...
I. P.: ¿Ah, sí? ¿Me puede contar la anécdota?
O. O.: ¡Sí, cómo no! Era una amiga que se llama Chela, Chela
Barbieri. Era viuda de Barbieri, de Vicente Barbieri. Estábamos en
el campo las tres y ella quería volver a Buenos Aires y nosotros le
insistíamos para que se quedara. Alicia –no sé por qué- tenía la
sensación de que Chela podía llegar a engranar, a ponerse de
acuerdo con un amigo de ella, que se llamaba Di Giglio. Él era
profesor de Ciencias, en Tucumán, era especialista en hongos y
había ido a visitar a Alicia en el campo, como Chela y como yo, en
esos días... Entonces, hicimos la copa con Alicia (nosotros no lo
llamábamos tablero Ouija, lo llamábamos “La copa”) y dijimos que
iba a llegar alguien que se iba a interesar mucho en Chela, alguien
que iba a ser su próximo amor. Y, ¿quién era?... Pusimos el nombre
de Di Giglio, de tal modo que Chela, que se estaba por volver a
Buenos Aires, se quedó. Después, en cada paseo que hacíamos por
el monte los cuatro, Alicia y yo encontrábamos motivo para
adelantarnos o para retrasarnos a grandes distancias. Y, bueno, se
casaron...
I. P.: ¡Bien! En el final del relato, en el final de “Los Adioses”,
escribe:
“Contra la falsa luz que no permite ver elijo lo invisible.
¿Será porque también la luz es un abismo?”.
¿Podría hacer un comentario acerca del título?
O. O.: Creo que la falsa luz es la luz de un razonamiento
supremo. Para mí, el razonamiento supremo siempre da un salto
sobre la posible explicación de cualquier cosa, llevada a un último
extremo. Creo que, si hay que dar ese salto, me quedo con la fe; es
decir, me quedo con lo oscuro, con lo que no busca una respuesta
tan clarificadora, tan luminosa, que no me dice nada, además,
porque el salto está dado igual y no lo puedo llenar con ninguna
Algunas distinciones