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1º Edición Abril 2021

©Kelly Myers
AMIGOS Y ENEMIGOS
Serie Buscando amor, 1
Título original: Frenemies with Benefits
Traductora: Beatriz Gómez

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes,
queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del copyright, la
reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, así
como su alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook.
Índic e

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo
Siguiente libro de la serie
Notas
Prólogo

Junio, 2009

Reviso mi reloj por vigésima vez. Se supone que debo


recoger los comestibles de camino a casa desde la escuela,
pero trato de posponer la tarea el mayor tiempo posible.

Mi madre me dio cinco dólares esta mañana. ¿Qué


demonios puedo comprar con cinco dólares? Ni siquiera me
alcanza para dos comidas sólidas en McDonalds. No es que a
mi madre le guste la comida rápida. Ella dice que necesita
cuidar su figura. En mi humilde opinión, las grasas trans son
la menor de sus preocupaciones.
Es el primer día verdaderamente caluroso del verano. Tan
pronto como terminó la clase, mis amigas Sara y Amy y yo
nos instalamos en las mesas de picnic del parque. Me recosté
en el banco y disfruté de la sensación del sol en la cara y en el
cuello. Trato de olvidar que el mes casi ha terminado. La
escuela acaba dentro de una semana, y ya lo estoy temiendo.
Sé que la mayoría de los estudiantes de secundaria se
supone que deben esperar el verano con ansias. No es que yo
sea una empollona total a la que solo le importan los deberes.
Si viviera en una casa grande con aire acondicionado y una
piscina en el patio, creedme, estaría emocionada por la llegada
del verano.
Pero no tengo esa gran casa, sino una madre soltera y un
apartamento de mierda.
Si no voy a la escuela, dispondré de dos opciones: pasar el
tiempo con mi madre, cosa que no va a suceder, o con mis
amigos en Torrins, lo cual es solo un poco mejor. Miro a Sara
mientras ella comprueba el trazo de su delineador en su
pequeño espejo de bolsillo.
Está decidida a seducir a un tipo mayor llamado Brett. Le
he advertido sobre él. Conoce a mi madre. Digamos que si se
mueve en los mismos círculos que Claire Dobbs, no puede ser
nada bueno.
Amy se inclina hacia mí y me tira de un mechón de mi liso
cabello rojo.
—Deberías teñirte el pelo de negro, Bea, te haría parecer
mayor. —Todos mis amigos quieren parecer mayores. Se tiñen
el pelo, se maquillan y se perforan la nariz. Yo no lo hago.
Cuando mi madre tenía mi edad, intentaba actuar como si
fuera una adulta. Todo lo que consiguió fue un embarazo
adolescente.

Sí, es cierto. Soy la hija de una chica de dieciséis años que


se quedó embarazada. Y ¡milagro de todos los milagros! He
logrado llegar a los diecisiete sin tener un embarazo no
deseado. Lo que básicamente significa que ya he superado
todas las expectativas de la vida.

A veces, pienso que debería dejarlo mientras pueda.


¿Quién sabe? Tal vez tener un hijo a los dieciocho años con un
imbécil que no va a quedarse a mi lado ni siquiera en el tercer
trimestre, no signifique que vaya a convertirme en una triste
desempleada que trafica con drogas solo para ganar dinero
para la compra.
Es esta estúpida ciudad. Torrins, Illinois. A treinta minutos
en coche del centro de Chicago, pero que bien podrían ser
treinta horas.

—Si me tiño el pelo de negro, todo el mundo pensará que


me he vuelto gótica —digo—. O solo hará que mi piel se vea
aún más pálida de lo que ya es. No, gracias.

No se lo confieso, pero en realidad me gusta mi pelo. Sara


y Amy se hacen mechas rubias desde que estábamos en octavo
grado, pero nunca sucumbí a la tentación. Mi pelo es
técnicamente rojo, pero me gusta llamarlo castaño porque
suena más sofisticado. Es largo y suave como la seda y, lo
mejor de todo, no se parece en nada al de mi madre. El resto
de mi cara es casi idéntico al de ella, pero el pelo es todo mío.
En realidad, podría haberlo heredado de mi padre, pero no
se quedó para comprobarlo, así que puedo decir que me
pertenece por completo.
Suspiro mientras salto del banco. Son casi las cuatro, tengo
que ir a casa, o mi madre se pondrá paranoica. Actúa como si
su apartamento fuera más seguro que las calles. Podría serlo, si
no se asociara con un grupo de traficantes de drogas.
—Os veré mañana. —Me despido de mis amigas, y ellos
me dicen adiós con la mano. Entonces Amy vuelve a su
teléfono, y Sara sigue vigilando el parque en busca de su
enamorado.
Llego a casa con una bolsa de plástico que contiene pasta y
salsa. Estuve a punto de meter una barra de chocolate en la
cinturilla de mis pantalones cortos, pero no lo hice. He visto a
Sara hacerlo unas cien veces, pero siempre me acobardo. No
quiero cometer ningún pequeño error. Tienden a convertirse en
grandes errores. Mi madre es la prueba viviente de ello.

Mi corazón se encoge cuando abro la puerta. Finn está


echado en el sofá gris. Mi madre está inclinada sobre la mesa
de naipes donde comemos, con un cigarrillo en una mano y
una lata de cerveza en la otra. Sus piernas están cruzadas y
lleva chanclas y mueve los pies. Finn la pone nerviosa.

—¡Hola, Beatrice! —Me dirige una de sus falsas sonrisas


mientras Finn hace lo mismo desde el sofá.

No soy una persona violenta, pero nunca puedo mirar a


Finn sin desear pegarle.
Mi madre antes estaba bien. Aunque nunca fue el tipo de
madre perfecta que se sale en la televisión, que lleva jerséis
tejidos a mano mientras corta manzanas para la merienda,
tenía un trabajo de camarera, sobre todo gracias a mi abuela,
que la ayudó a cuidarme.

Mi madre empezó a salir con hombres. Tengo que


reconocerlo, sabía cómo elegirlos. Cada novio era peor que el
anterior. Mi abuela se dio por vencida y ahora apenas nos
habla a ninguna de las dos. Entonces, uno de los pésimos
novios de mi madre la convenció de que podía ganar más
dinero vendiendo drogas para Finn, que trabajando como
camarera. Ese tipo tan encantador no se quedó, pero Finn, sí.

De ahí la actual charla de esta tarde. Pongo las míseras


provisiones en la encimera y me dirijo directamente a la
puerta. No pienso permanecer aquí para ver cómo Finn le
entrega más mercancía a mi madre.
—Tengo que encontrarme con alguien de la escuela. —La
mentira me sale con facilidad.

—Te veo luego, cariño —dice mi madre. Me dedica una


sonrisa agradecida. No le gusta que esté cerca cuando está
haciendo negocios. Y aun así, lo sigue haciendo.

—Sí, hasta luego, cariño. —Finn estrecha sus ojos hacia


mí, y se me revuelve el estómago.

Algún día, espero que se acerque demasiado para que


pueda rociarle con el espray de pimienta de mi llavero.

Salgo por la puerta y corro por las escaleras. Cuando estoy


afuera, me apoyo contra el costado del edificio y me siento.
Saco un libro de texto y me quedo mirando las páginas.
Tenemos exámenes pronto, y decido empezar a estudiar.

Doy un salto cuando una figura aparece a la vuelta de la


esquina.
Entonces veo quién es, y mis mejillas se vuelven de un
rojo brillante. Zach O’Malley.

No me conviene, ya lo sé. Es mayor y se graduó hace un


año. Su padre también trabaja para Finn, y tan pronto como
Zach terminó en la escuela, empezó a repartir drogas para su
padre. Odio la forma en que algunos de mis amigos hablan de
ello, como si fuera algo genial y atrevido.

—Bea. —Zach sonríe y recupero el aliento—. Pensé que te


encontraría aquí.
Se acerca y se sienta a mi lado, de modo que nuestros
hombros casi se tocan.

Sé que no es bueno. Pero tampoco es malo.


Zach es agradable. O al menos, siempre lo ha sido
conmigo cuando nos hemos encontrado.

Mira por encima de mi hombro.

—Los papeles federalistas. Qué fascinante.

Sus ojos azules se estrechan cuando sonríe. Todas las


chicas dicen que Zach está muy bueno, pero yo creo que es
más que eso. Con su pelo oscuro y su piel morena, que
siempre resalta con sus camisetas blancas, es guapo como un
héroe de un cuento de hadas. Solo que es un héroe con un lado
travieso.
—Los exámenes son la semana que viene —digo yo.

—Y apuesto a que los aprobarás todos.

—Vaya, no estoy segura. —Mi voz gotea sarcasmo—. No


sé si estoy preparada para las rigurosas exigencias del plan de
estudios del instituto Torrins.

Nuestro instituto público es uno de los peores del condado.


Es increíblemente fácil impresionar a los profesores.
Zach se lanza sobre la bolsa de plástico que lleva y luego
me ofrece una barra de chocolate.

Una sonrisa me tira de los labios. Siempre me siento


burbujeante cuando él es amable conmigo.

—Gracias.

Cuando voy a cogerla, Zach la aparta de mi alcance.


—Oh, en realidad no es para ti.

Frunzo el ceño y vuelvo a poner la mano en mi regazo.


—Tengo otros planes. —Zach se inclina hacia adelante y
sonríe, como si estuviera a punto de compartir un gran secreto
—. Voy a dejar que se derrita al sol y luego,
«‘accidentalmente», la untaré en el asiento del coche de Finn.

Le sonrío. Como la mayoría de los hombres con un


problema de masculinidad tóxica, Finn está obsesionado con
su coche.

—¿Me prometes que lo grabarás para que lo vea? —


pregunto.
—Claro, por supuesto.

Empiezo a reírme al imaginar la reacción exagerada de


Finn ante el chocolate derretido arruinando su tapicería.

Eso es lo mejor de Zach: me hace reír en los peores días.


No importa lo exagerada que sea mi madre con Finn, y no
importa lo mucho que se le ocurra drogar su cerebro con
drogas y alcohol, Zach siempre encuentra alguna manera de
bromear.
Así es como sé que no es del todo malo. Puede que no sea
bueno, pero definitivamente no es del todo malo.

Y de repente, ya no me estreso por mi madre o por el final


del año escolar. Solo me río con Zach y pienso que si nos
seguimos encontrando como hoy, puede que no sea un verano
tan horrible después de todo.
Capítulo 1

Diez años después.


Murmuro en voz baja mientras el autobús se dirige a otra
parada. Al vivir en Chicago, no hay razón para que tenga
coche, pero una vez al mes, cuando hago el viaje a Torrins en
transporte público, considero seriamente comprarme uno,
aunque solo sea para evitar el autobús.
El transporte público en Chicago es genial. El problema es
que nadie quiere dejar Chicago e ir a Torrins. Nadie excepto
yo.
Yo tampoco iría, si pudiera. De hecho, estaría muy feliz de
no tener que trasladarme a la ciudad de Torrins, o a este
maldito autobús, por el resto de mis días. Tengo un trabajo
fabuloso en el centro de Chicago, mi propio apartamento en
Lincoln Park, y todos los fines de semana almuerzo con mis
tres mejores amigas. Mi vida es genial.

Mi maravillosa vida se la debo en parte a mi abuela, quien


inexplicablemente adora Torrins. O al menos, se niega a
mudarse de allí. Algún día, la convenceré de que se instale en
la residencia de ancianos más elegante que pueda encontrar, y
yo pagaré todas sus facturas. Por ahora, Deborah Dobbs insiste
en quedarse en su ciudad natal y ser del todo autosuficiente.
Supongo que no la querría tanto si no fuera tan terca.
De todas formas, yo debería ser una santa por sufrir los
vaivenes del autobús 359 el primer domingo de cada mes.
Al menos, la calefacción funciona. El mes de enero en el
medio oeste es brutal. No ha nevado esta semana, pero anoche
la temperatura se desplomó. Estoy enfundada en mi largo
abrigo negro con aislamiento extra. Es de alta tecnología, y me
siento bien llevándolo de vuelta a Torrins. No podía
permitirme un abrigo tan bonito cuando vivía aquí, pero ahora
gracias a mi trabajo corporativo, puedo envolverme en esta
prenda tan cara como si fuera una armadura. Puedo fingir que
ya no soy la chica de Torrins.
Por fin el autobús se detiene y yo me bajo. Salgo a dar una
caminata rápida con la capucha levantada y la cabeza baja. Mi
abuela vive a unas pocas manzanas, pero nunca es divertido
encontrarse con viejos conocidos del instituto. Siempre me
pongo triste pensando en lo miserable que sería si hubiera
acabado atrapada en Torrins y no hubiera ido a ninguna parte.
Además, siempre me miran como si fuera una especie de snob.

Sé lo que estás pensando: esta chica lo es de verdad. A lo


que yo digo: tienes toda la razón. Soy una esnob. Trabajé duro
para conseguir una beca para la universidad y escapar de mis
raíces no tan glamorosas, y me felicitaré a mí misma el resto
de mi vida por haber evitado con éxito los errores de mi
madre.
Y ahora, seguro que estás pensando que necesito algo de
terapia. Bueno, ya he pasado por eso, y estoy en paz por el
hecho de estar alejada de mi madre.
Además, mi abuela me dijo una vez que la mejor terapia es
una buena broma, y siempre me he inclinado a creerla.

Abro la puerta y, tan pronto como estoy dentro, huelo el


olor ligeramente mohoso de su perfume, y la tensión se alivia
de mis hombros.
—¡Beatrice! —Mi abuela aparece en el umbral de su
cocina.

—Hola, abuela —le digo.

Me acerco y le doy un gran abrazo. Levanto mi bolso de


mano.
—Vengo con regalos: aceitunas y jamón de ese elegante
mercado de Lincoln Park.
—Me mimas demasiado. —Ella se vuelve a la cocina y yo
la sigo.

Conozco su casa como la palma de mi mano. Pasé mis


primeros años en la sala de estar de Deborah Dobb antes de
que mi mamá decidiera que nos trasladáramos. Luego regresé
a vivir con mi abuela para mi último año de secundaria. En ese
momento, su casa era un refugio seguro, el único puerto en
una tormenta. Si eso suena melodramático, entonces no has
conocido a mi madre.
Nos instalamos en su cálida cocina para comer todo lo que
yo he traído. Mi abuela es una cocinera increíble, pero me
gusta llevarle comida especial en mis visitas de los domingos.
Me cuenta las últimas noticias de su trabajo de media
jornada en una tienda de comestibles, y yo le cuento todo el
drama de mi oficina.
Trabajo vendiendo publicidad online, y los vendedores
somos las personas más insignificantes del mundo. Trato de
mantenerme al margen de todo el desorden, pero siempre me
gusta imitar algunas de las escenas más divertidas. A mi
abuela le encanta cuando hago una imitación del tipo que
trabaja en mi equipo y que trata de cerrar las ventas delirando
sobre cualquier equipo deportivo que le guste al cliente
potencial.

Mi abuela se casó con su novio de la secundaria y ha


trabajado en el mismo empleo desde que él murió de un ataque
al corazón cuando ella tenía casi cuarenta años. Nunca se
queja. Su vida es simple, pero está contenta.

No tengo ni idea de cómo alguien como Deborah pudo dar


a luz a mi desastrosa madre. La única explicación razonable es
que intercambiaron su bebé en el hospital.

Aunque eso hay que descartarlo por el parecido de las tres.


Mi madre y mi abuela tienen pelo castaño, y el mío es castaño
oscuro, pero todas tenemos los mismos ojos verdes y pómulos
altos.

A medida que pasa la tarde, mi abuela pregunta por mis


amigas. Tengo un grupo muy unido: Zoe Hamilton, Marianne
Gellar, Elena Ramírez y yo. Nos conocimos en la universidad,
y hemos navegado juntas por los altibajos de la vida desde
entonces. Mi abuela nunca vivió en una gran ciudad, siempre
dice que nunca quiso hacerlo, pero a veces, cuando le cuento
los momentos que paso en Chicago con mis amigas, creo que
vislumbro una mirada triste en sus ojos, como si se preguntara
qué podría haber ocurrido de haberlo hecho.

Tal vez estoy proyectando. Estar de vuelta en mi ciudad


natal me hace sentir angustia.

Mi abuela suspira y mira su reloj.

—Supongo que deberías regresar.


—Tengo una gran semana de trabajo por delante. —
Siempre me siento culpable por irme demasiado pronto—. El
mes que viene, me quedaré hasta tarde y saldremos a cenar,
¿vale?

—Suena genial —dice mi abuela—. Una noche fuera, solo


de chicas.
Un recuerdo agudo rebota en mi cabeza. Siempre que
preguntaba por mi padre cuando era pequeña, mi madre nunca
contestaba, pero mi abuela siempre decía: «¡Solo estamos
nosotras, las chicas, y eso está bien!».

Sé que echaba de menos a su marido, pero por mí, siempre


actuó como si fuera un golpe de suerte que solo hubiera
mujeres en la casa. Hasta que un día, ella y mi madre no
pudieron soportar la tensión. Se peleaban por todo, y un día,
mi mamá llenó una maleta y me sacó a rastras.

Me puse el abrigo y salí al frío. El sol se pone temprano a


principios de enero, y el cielo ya empieza a oscurecerse.
Reviso mi aplicación de tráfico y murmuro una maldición
en voz baja. El autobús todavía está a quince minutos de
distancia.
Mis dientes están castañeteando cuando llego a la parada,
así que decido entrar en el veinticuatro horas de enfrente para
no congelarme y beber una taza de café.
Me tomo mi tiempo para añadir nata y azúcar.
Probablemente ni siquiera me acabe la taza, pero al menos me
mantendrá las manos calientes. Veo la crema blanca disolverse
en la oscuridad del café, y la revuelvo hasta que todo tenga un
bonito color bronceado.
Pago en la caja registradora y luego recargo la aplicación
de tráfico. Todavía faltan siete minutos.

Al girar hacia la salida, me fijo en la máquina de


granizados, y siento un latido de nostalgia. Me encantaba
comprar granizados de cereza en los calurosos días de verano.

Sonrío cuando recuerdo que convencí a mi amiga Sara de


que se echara un granizado rojo en su camisa para que
pudiéramos fingir que era sangre y gastarle una broma a
nuestra amiga Amy. No funcionó. El granizado de cereza no
era el tono correcto de rojo, pero no podíamos dejar de reír esa
tarde.

Mi sonrisa se desvanece al ver una figura alta al final del


pasillo. Me da la espalda mientras examina el contenido de
una nevera, pero la forma en que su pelo oscuro se levanta en
la parte de atrás me da un escalofrío.
«No es él», me digo a mí misma. Estoy siendo paranoica.
¿Cuáles son las probabilidades de que mi adolescente
enamorado y traficante local Zach O’Malley esté en este
mismo veinticuatro horas?

Corro hacia el siguiente pasillo. Las probabilidades son


muy altas si todavía vive en Torrins.
No sé qué hizo Zach después de que me marchase. De
hecho, no lo he visto desde ese horrible verano, cuando
finalmente dejé la casa de mi madre y me mudé con mi abuela.
Durante los primeros años de la universidad, me tentaba
preguntarles a los viejos amigos sobre él, pero el orgullo me
obligaba a contenerme.
Hace años que no pienso en Zach, pero la idea de que siga
vagando por Torrins metido en actividades ilegales me
entristece. Sé que nunca quiso ese tipo de vida. O al menos,
eso es lo que me dijo cuando tenía diecinueve años. Le creí,
pero estaba tan enamorada que le habría creído si hubiera
dicho que el cielo era rosa.
Sé que debo hacer una pausa para la salida, pero no puedo
evitar mirar a la vuelta de la esquina para echar un vistazo.
Todavía no puedo ver la cara del hombre, pero mi instinto
me dice que es él. Sus hombros son más anchos, y su pelo más
corto, pero hay algo en la forma en que está de pie, con los
pies bien separados y los brazos cruzados, que me envía una
sacudida de familiaridad.

Contengo el aliento y me echo para atrás. Es hora de irse.


No estoy dispuesta a intercambiar bromas con Zach O’Malley.
He pasado diez años sin verlo, y espero pasar otros diez más.
El tipo es una mala influencia, con una buena fachada y
carisma.
Agarro mi café con una mano y levanto la capucha con la
otra mientras abro la puerta. El viento me muerde las mejillas
cuando cruzo la calle hacia la parada del autobús. Hace tanto
frío que me brotan lágrimas en los ojos. La punta de mi nariz
se me va a poner roja, siempre lo hace en un clima como este.

Me pongo de pie para esperar el autobús. Casi me


avergüenzo de cómo reaccioné solo de verlo. Fue un
enamoramiento de colegiala, nada más.

Bueno… Fue un poco más. Tuvimos una aventura el


verano después de mi primer año de secundaria. Mi madre se
estaba involucrando cada vez más con traficantes de drogas
como Finn. El padre de Zach, Dave O’Malley, era la mano
derecha de Finn. Así que Zach siempre estaba cerca.
Odié ese verano. Odiaba a mi madre, y odiaba a todos los
que estaban asociados con ella, y odiaba mi vida.
Pero nunca odié a Zach. De hecho, lo adoraba. Era
divertido y encantador. Tenía una forma de iluminar una
habitación con su sonrisa. Y cuando me miraba con sus ojos
brillantes, no podía dejar de sonreír.
Solíamos escabullirnos en el callejón del edificio de mi
madre y hablar durante horas. Me arden las mejillas al
recordar cómo solía besarme.
Nunca fue más lejos que eso, pero aun así, siento un
extraño revuelo en mi estómago cuando recuerdo ese puñado
de veces. Nunca tuvimos una cita de verdad. No es justo que
todavía me ruborice con su recuerdo.

Mi garganta se cierra en pánico cuando levanto los ojos y


lo veo, parado al otro lado de la calle. Está en el aparcamiento
del veinticuatro horas, y esta vez está frente a mí. Se encuentra
a bastante distancia, pero hasta donde puedo decir, la última
década se ha portado bien con él. Está tan guapo como
siempre.
Veo que su boca se mueve, y mi corazón empieza a latir
cuando me doy cuenta de que está pronunciando mi nombre.
Levanta la mano en señal de saludo, pero justo entonces el
autobús se detiene con un chirrido.

Salgo de mi aturdimiento y subo a bordo. Uso mi tarjeta y


me dirijo a un asiento en la parte de atrás. Me siento y miro
fijamente al frente hasta que estamos a varias manzanas de
Zach y de ese estúpido veinticuatro horas en el que jamás
volveré a entrar.

Zach puede haber sido agradable y divertido, pero


pertenece al capítulo más oscuro de mi vida. Cuando me mudé
con Deborah, dejé todo eso atrás para siempre. Pasé todo el
último año ignorando las llamadas de mi madre y trabajando
con mi abuela y el consejero de la universidad para conseguir
ayuda financiera para mis estudios.
No significa nada para mí. Fue incómodo verlo así, de
repente.
Sigo diciéndome eso a mí misma durante todo el viaje de
treinta minutos en autobús. Sigo recordándome a mí misma
que él no significa nada cuando me pongo en la línea roja.
Si todo eso es cierto, ¿por qué me duele tanto la barriga al
mirarlo? Durante el largo viaje, no puedo encontrar una
respuesta a esa pregunta.
Capítulo 2

Dejé escapar una risa falsa por milésima vez en la última


hora. Estoy en una larga llamada con un cliente prometedor, y
creo que puedo cerrar el trato hoy, pero requiere que le ría las
gracias de todos sus malos juegos de palabras.
Miro a mi representante Laura, y ella me da una señal de
aprobación. Pongo los ojos en blanco y me ajusto los
auriculares. Laura es exigente, y si no cierro el trato, no va a
aceptar ninguna excusa. Es dura, pero su actitud de «no tomar
prisioneros» es la razón por la que somos el equipo más
productivo de la oficina.
—Entiendo que tienes reservas —le digo—. Pero sus
competidores ya han gastado el doble que usted durante
meses. Necesitamos poner algo en marcha ahora para poder
empezar a ver resultados.

Ese es el secreto para vender por teléfono. No importa si


no estás diciendo nada, siempre y cuando lo digas con
confianza.
Mi cliente suelta un nuevo chiste que me hace pensar que
está casi decidido a comprar.

Ni siquiera me molesto es reírle el chiste esta vez y me


lanzo al ataque.
—Mira, Ralph, eres un experto en tu propio negocio. Yo,
no lo soy. Todo lo que sé es cómo funciona este programa de
publicidad en línea. Así que te estoy enviando los detalles de
un programa de tres meses, podemos estudiarlo juntos. Abre tu
correo electrónico, debería estar en tu bandeja de entrada.

Es un riesgo ser demasiado insistente, pero Ralph ha


estado al teléfono conmigo durante una hora. Quiere comprar,
o no habría pasado tanto tiempo hablando conmigo.

Veinte minutos después, he cerrado el trato. Laura es la


primera en felicitarme y mis compañeros de equipo me chocan
las manos.
Me instalo en mi escritorio con una sonrisa. Acepté un
trabajo de ventas en la universidad porque tenía un salario
sólido, seguro médico y un plan de ahorro. Esas cosas pueden
sonar aburridas, pero pasé toda mi adolescencia anhelando
esas responsabilidades básicas.
En los últimos años, me he abierto camino hasta formar
parte del mejor equipo de la oficina, y consigo impresionantes
cheques de comisiones cada mes. Luego salgo con mis
compañeros de equipo para celebrarlo, y veo cómo algunos de
mis compañeros de trabajo toman más chupitos de tequila de
lo que les conviene.
Es un buen trabajo, y no pienso probar otra cosa.

No crecí soñando con una carrera muy específica y


satisfactoria. Soñé con un trabajo que fuera legal. Eso es todo.

—Oye, Beatrice, ¿hora feliz a las cinco?


Levanto la vista de mi ordenador y veo a Tony inclinado
sobre mí. Es el gran fiestero de nuestro equipo. Cierra los
tratos intimidando a los clientes, lo cual no es mi estilo, pero le
funciona. Y no es tan malo. Siempre baja para tomar una copa
después del trabajo.
—Tal vez —le digo.
Tony sonríe y se va. Todavía falta una hora para las cinco,
pero ya sé que voy a terminar abandonando.

Han pasado tres días desde mi alarmante encuentro con


Zach, y sigo pensando en ello.

No es que pueda ser clasificado como un »encuentro».


Para que se llame realmente así, tendríamos que haber
hablado. O al menos estar a un metro y medio de distancia. O
hacer un contacto visual real, y no separado por el tráfico.

Fue un vistazo, no un encuentro.


Eso es lo que me he estado diciendo a mí misma desde
entonces.
No debería estar tan agitada. Llevaba años sin pensar en mi
juventud. La verdad es que es un poco deprimente. Prefiero
recordar mis divertidos años de universidad cuando por fin
empecé a sentir que iba por el camino adecuado.
En la universidad dejé de ser Beatrice Dobbs, la hija de
una madre adolescente alcohólica y traficante de drogas, y
comencé a ser yo misma. Era todo lo que quería ser. Solo
Beatrice, sin una historia triste a mis espaldas.
Siempre he sido algo optimista. Me gusta mirar el vaso
medio lleno, y sé que incluso en circunstancias difíciles,
siempre es posible reírse de algo. Tener que volver a casa con
mi madre todos los días y ver las latas de cerveza en la basura
de la cocina me hacía difícil ser optimista. Una vez que me
alejé de todo eso, me resultó demasiado fácil estar alegre.

Me estremezco al recordar que con Zach también me


resultaba fácil estar alegre. No importaba lo enojada que
estuviera con mi madre, siempre me emocionaba cuando él
aparecía. Ni siquiera pasábamos tanto tiempo juntos, pero cada
pocas semanas me encontraba con él en el parque o cuando
terminaba mi turno de camarera en el restaurante local en el
que trabajaba.

Me recuerdo a mí misma que estaba muy ocupado ese


verano porque traficaba con drogas. Su padre le obligaba, y
una vez me dijo que no quería hacerlo, pero aun así lo hacía.
No puedo engancharme con un traficante de drogas. Mi yo de
dieciséis años podía caer en eso porque era joven y miserable,
pero ahora soy una adulta. Tengo estándares.

Aunque tal vez, él ya no es un traficante de drogas. No se


veía tan mal en el veinticuatro horas el otro día. Incluso
parecía en forma y sano. Como si hiciera deporte y pasara
tiempo al aire libre.

Sacudo la cabeza y vuelvo a mi ordenador. Ni siquiera sé


cómo se veía el otro día. Apenas pude verlo. Fue solo un
vistazo. No fue para nada un encuentro.

Sin embargo, no tengo ningún correo electrónico, así que


termino pasando los últimos minutos de la jornada laboral
diciéndome que sería absolutamente poco profesional buscar
en Google el nombre de Zach O’Malley en mi ordenador del
trabajo.

No creo que él tenga un LinkedIn. Quiero decir, es posible


que lo tenga, pero me desplomaría en shock si así fuera. El día
que Zach O’Malley se convierta en un profesional impecable
será el día en que el infierno se congele.

Por otra parte, ha pasado una década. Pueden pasar muchas


cosas en diez años.
La jornada laboral llega a su fin, y todo el mundo empieza
a alejarse de sus escritorios y a recoger sus abrigos y bolsas.
Mi oficina tiene un diseño técnico muy moderno donde todas
las mesas están en hileras. Ni siquiera los altos directivos
tienen oficinas privadas porque se supone que es un
planteamiento diáfano y sin paredes, o algo así. Estoy segura
de que la disposición abierta sirve para que todos puedan ser
observados. Los vendedores solo tienden a actuar bajo presión.
—Bien, Dobbs, ¿bebidas? —Tony llama a todos por sus
apellidos. Creo que lo hace sentir como si estuviera en un
equipo deportivo.
—En realidad voy a pasar —digo—. Estoy cansada.

—Muy bien, no hay problema. —Me dice adiós con la


mano y se dirige a los ascensores.
Lo sigo, pero saco mi teléfono. Ya he dejado de pensar en
Zach. Necesito una distracción. ¿Quién sabe? Tal vez si me
desahogo, la tentación de acosarlo en Internet se desvanecerá.
Solo tengo tres amigas con las que quiero hablar ahora
mismo. Zoe está fuera de la ciudad por trabajo, y Marianne
está ocupada ensayando. Es cantante y tiene un concierto muy
pronto.

Le envío un mensaje a Elena. Habrá tenido un largo día


después de enseñar a chicos de secundaria, y estoy segura de
que no dirá que no si me ofrezco a llevar comida.

Para cuando estoy en el tren, Elena ha respondido diciendo


que por supuesto puedo encontrarme con ella en su
apartamento. Yo sonrío. Vivo en Lincoln Park, y Elena vive en
Lakeview, así que solo necesito esperar una parada más. Le
mando un mensaje de texto diciéndole que pasaré de camino
por nuestro restaurante favorito de tacos.

Ver a Zach en Torrins me dejó perpleja. Me gusta pensar


que soy una persona consciente, así que puedo admitir que hay
algo en él que me irrita un poco. Pero no tiene por qué ser así.

Todavía puedo darle la vuelta a esta semana. Lo hablaré


con Elena. Es todo lo que necesito.
El pasado, incluido Zach, es un esqueleto gigante en mi
armario. Y a veces tienes que entrar en ese armario y tener una
buena charla con el esqueleto, solo para que no te busque
más.
Capítulo 3

Me alegro de que Elena sea la que estaba disponible esta


noche. Zoe y Marianne son geniales, pero para momentos
estresantes como estos, Elena es la mejor.

Algo en sus amables ojos marrones y su naturaleza no


crítica hace que la gente quiera abrirse. He visto a personas
contarle secretos oscuros a Elena después de una hora de
conversación con ella. Nadie confía en mí de esa manera. Un
exnovio me dijo que podía ser por mis ojos de gato y los
pómulos altos. Dijo que siempre parecía que yo estaba
pensando en algún plan malvado. Era un poco dramático, pero
podría haber tenido razón, porque nunca soy la opción obvia
cuando se trata de un confidente. Sin embargo, cuando alguien
necesita amor de verdad y algo de humor sarcástico, yo soy la
chica a la que acudir.
Elena me saluda con una gran sonrisa cuando llego.

—Vengo con regalos. —Levanto la bolsa de tacos en alto,


y Elena aplaude.
—Gracias —dice—. He tenido un día muy largo.
Elena pasa sus días enseñando literatura a alumnos de
octavo grado que prefieren pasar el tiempo con las redes
sociales antes que leer cualquier libro. Cada día es una larga
jornada.

Nos instalamos en la pequeña mesa redonda que Elena ha


empujado contra su ventana. Tiene un apartamento pequeño,
pero muy bonito. Las paredes están cubiertas de postales
artísticas de museos, y hay luces brillantes colgando sobre un
tapiz de colores.

—Así que… —Elena coge un taco del plato y me dedica


una sonrisa de reconocimiento—. ¿Qué pasa?
—¿Por qué crees que pasa algo? —Abro los ojos en un
gesto de inocencia—. ¿No puedo visitar a mi querida amiga
sin un motivo?
—Algo pasa —dice Elena—. Lo noto.
Le da un gran mordisco a su taco y me mira mientras
mastica.
—¿Tienes un radar incorporado o algo así? —le pregunto
—. En serio, ¿cómo lo sabes siempre?

—Se llama empatía e intuición —dice Elena—. ¿Has oído


hablar de eso?
—Oh sí, intenté descargarlas hace unas semanas, pero
tardaban demasiado.
Elena se ríe de mi chiste y sigue comiendo. Se le da bien
esperar. A diferencia de mí, tiene paciencia a raudales.

Yo juego con mi servilleta y miro fijamente a la mesa.


—Visité a mi abuela el fin de semana pasado.

Ella levanta las cejas. Todos mis amigos más íntimos


saben de mi relación con mi abuela, así como de mi falta de
relación con mi madre. No disfruto hablando de mi pasado, y
no me salgo de mi camino para compartir toda mi triste
historia con nadie, pero me he abierto a algunas personas.
A Elena le he contado casi todo. Nunca ha sido
entrometida, y nunca ha hecho preguntas de sondeo, pero con
un café en la mano o durante la noche en el dormitorio, he
compartido detalles con Elena que nunca he compartido con
nadie más. Como he dicho, algo en ella te empuja a querer
desahogarte.

—¿De qué se trata? —me pregunta—. ¿Está bien tu


abuela?

—Sí, está bien, no le pasa nada. —Doy un suspiro—.


¿Sabes que mi madre traficaba con drogas?
Elena parece aterrorizada.

—¿Has estado con tu madre?


Sabe que no veo a mi madre desde mi primer año en la
universidad. Es consciente de que no hablo con ella y de que
tampoco hablo de ella. Incluso Elena solo me ha oído
mencionarla unas pocas veces.

—No, no —le digo—. ¿Pero te acuerdas de ese tipo?, el


que también era una especie de traficante de drogas. Al menos,
su padre lo era.
—¿Con el que saliste?

—No salimos. —Le dirijo a Elena una mirada feroz.


Nunca usé la palabra «cita» respecto a mi relación con Zach
O’Malley, de eso estoy segura.

—Lo siento, lo siento. —Elena me sonríe y levanta las


manos—. Con el que tuviste tiernos momentos románticos.

—Cuando tenía diecisiete años —digo, solo para enfatizar


lo poco importante que era dentro del gran esquema de las
cosas. En serio, debería haber algún tipo de regla que no
contabilice a la persona de la que te enamoras o besas antes de
los dieciocho años.

—No recuerdo su nombre —dice Elena—. No sé si alguna


vez lo mencionaste.

—Zach. Se llamaba Zach. —Cruzo los brazos—. Lo vi


cuando estuve en Torrins.

—Oh. —Elena me mira con suavidad—. Encontrarse con


un ex es difícil.

—No es mi ex —digo.
—Vale, no sé cómo llamarlo. —Elena se acerca y me da
una palmadita en la mano—. ¿Fue incómodo?

—Verás, es que no hablamos. No interactuamos en


absoluto.

—¿Saliste huyendo?

—No salí huyendo. —Mi boca se retuerce con una sonrisa


irónica—. Al menos, técnicamente no lo hice, solo caminé
rápido.

Elena inclina la cabeza hacia atrás y se ríe. Puedo decir


que está aliviada de que bromee sobre ello. Si yo me mostrase
muy seria, entonces ella estaría realmente preocupada.

—Realmente no fue gran cosa —digo—. Solo me sacudió


un poco.

Elena asiente con la cabeza y hace un pequeño zumbido.

—Me lo imagino.

—¿También saliste con un traficante de drogas en el


instituto? —Me pongo la capa del sarcasmo, pero mi tono no
es demasiado mordaz.

—Creí que no salías con él —responde Elena.

—Touché. —Me río y luego vuelvo a prestar atención a mi


comida—. Estaré bien.
Ella me sonríe y estira las piernas. Nos sentamos en
silencio un rato. Ya me siento mejor. Solo por decírselo a
alguien más me ha hecho darme cuenta de que no es un
problema. Vi a Zach, un chico al que besé unas cuantas veces
hace diez años. Fue un poco incómodo. ¿Y qué?

—¿Crees que todavía se droga? —Elena baja la voz en las


últimas dos palabras, como si tuviera miedo de que alguien la
escuchara.

Yo sonrío. Ella es de la Indiana rural. Creció en un hogar


sano con un montón de perros y campos de maíz. Es realmente
entrañable lo inocente e idílica que fue su infancia.
—En realidad no se drogaba, al menos no entonces —digo
—. Solo las repartía para su padre a veces.

—Oh. —Elena frunce el ceño—. ¿Crees que eso es mejor


o peor que venderlas?

—Cielos, no sabía que ibas a querer tener un debate ético,


o no lo habría sacado a relucir —digo.

Elena se ríe.
—Supongo que me siento mal si su padre lo arrastró a algo
en lo que no quería involucrarse. Era muy joven.

Elena se siente mal por todos. Nadie es un villano para


ella, sino un incomprendido.

—Yo también era joven —le digo.


—¿Pero tu madre te pidió alguna vez que distribuyeses
drogas?

Enseguida se arrepiente de haberlo preguntado. Elena se


muerde el labio inferior y mira hacia abajo tan pronto como las
palabras salen de su boca. Solo intentaba justificar las acciones
de Zach, y olvidó cuánto odio hablar de mi madre.

La pregunta queda en el aire por un momento, pero no


deseo castigar a Elena con el silencio. Estoy segura de que no
quería herirme.

—No —digo—. Ella nunca me lo pidió. Puede que si no


me hubiera mudado lo hubiese hecho, pero supongo que nunca
lo sabré. —Me encogí de hombros para indicarle que no me
importaba.

Sé que algunas personas están obsesionadas con cerrar


capítulos. Van por la vida insistiendo en tener una charla
profunda con quien les haya hecho daño. No pueden romper
con un ser querido sin mantener largas y angustiosas
conversaciones sobre cada detalle de la relación. Necesitan
que se les responda y se les explique cada pequeño detalle.

Personalmente, no creo que exista un cierre. O más bien,


no es algo que alguien pueda darte. El cierre es una excusa
para seguir interactuando con una persona con la que no
deberías interactuar. Solo tú puedes darles fin a ciertas cosas.
Aprende de tus errores, escribe un diario sobre ellos si tienes
que hacerlo, y habla con tus amigos. En mi opinión, eso es
todo lo que necesitas.

—Bueno. —Los ojos de Elena empiezan a brillar con un


gesto travieso—. ¿Cómo estaba? ¿Sigue tan guapo?
Yo no puedo evitar sonreír.
—Si te digo la verdad, mucho más que antes.
—No me sorprende. —Elena deja salir un gritito infantil
—. Siempre sales con hombres guapos.
Me río. Mi reputación de salir con los chicos más
atractivos empezó en la universidad. Estaba tan emocionada
por estar rodeada de gente con empuje, ambición e inteligencia
que me volví un poco loca. No quiero parecer arrogante, pero
suelo gustar a los hombres. No es porque sea
sorprendentemente hermosa o algo así. Creo que es porque soy
pequeña y fácil de llevar, y por mi pelo rojizo, que me hace
destacar.
En cuanto a las relaciones a largo plazo, mi suerte no es
tan buena. Me canso de los chicos rápidamente, sobre todo,
cuando no captan mi seco sentido del humor. Además, no soy
muy abierta. Sí, les he hablado a mis mejores amigos de mi
pasado, pero nunca he sentido la suficiente intimidad con un
novio como para confiarle todo eso.
—Parecía más alto —digo con la mirada perdida mientras
recuerdo el contorno de su espalda—. Un poco mayor,
obviamente.
—Me encontré con mi novio del instituto cuando estuve en
casa por Acción de Gracias —dice Elena—. Ahora tiene un
hijo, fue una locura.
—Es una locura —le confirmo.

Me siento bien al hablar así de Zach. Como si fuera algo


normal. Como si él fuera cualquier otro novio de secundaria.
Sé que no lo es. Sé que lo que tuvimos no fue un simple
romance adolescente. No hubo primeras citas inocentes en el
cine ni nos tomamos de la mano en el pasillo de la escuela. No
éramos unos ingenuos. Habíamos visto demasiado del lado
oscuro del mundo. Nuestros sentimientos por el otro eran
peligrosos y duros y un poco desesperados. Como si no
tuviéramos nada bueno en nuestras vidas, y tampoco
esperábamos que una relación pudiera serlo, así que ni siquiera
nos molestamos en empezar una verdadera. Siempre supimos
que estábamos condenados.

Elena y yo terminamos nuestros tacos y charlamos un poco


más sobre nuestras vidas.
Como las dos tenemos que levantarnos temprano para ir a
trabajar al día siguiente, empiezo a prepararme para salir antes
de las ocho.
—Te veré en el brunch este fin de semana —digo mientras
me pongo mi abrigo de invierno.
—¡Si! —Elena sonríe. Le encantan las tradiciones, y el
brunch del domingo es una de sus favoritas—. Me parece
como si no hubiese visto a Zoe en años.
Me río.
—Se ha perdido un almuerzo

Zoe ha recibido hace poco un gran encargo en la empresa


de consultoría para la que trabaja. Puede hablar de ello durante
mucho tiempo. La mayoría de los consultores odian sus
trabajos, pero Zoe es una fanática. Cuando tiene un encargo
entre manos, desaparece por unas semanas.
En la puerta, me doy la vuelta y abrazo a Elena. No soy
una persona muy susceptible, pero me gusta mostrarles afecto
a mis amigas. Sobre todo, porque Elena me ha hecho sentir
mucho mejor esta noche.
—Gracias. —Le doy un último apretón y me giro para
irme.

Veo algo en sus ojos oscuros cuando cierra la puerta. No es


hasta que estoy en el tren de vuelta a mi casa que descubro lo
que es.

Preocupación. Detrás de su amable sonrisa, había mucha


preocupación.
Siento que puedo dejar de obsesionarme por haber visto a
Zach, ya que pude hablar y bromear sobre ello con Elena. Y
aun así, mi mejor amiga está preocupada por mí.
No sé qué pensar de eso.
Capítulo 4

El viernes, en el trabajo, alcancé mi cuota de ventas del


mes con dos semanas de sobra. Eso lo convierte oficialmente
en un buen día, pero de todas formas, ya iba bien antes de
cerrar la última operación.
Después de mi charla con Elena, me las arreglé para
desterrar a Zach de mi mente y seguir con mi vida. Estoy
deseando ver a mis amigas el domingo y pasar el resto del fin
de semana acurrucada en mi cálido apartamento, con un té
caliente y un buen libro. Esa es la mejor manera de pasar tu
tiempo libre durante el invierno en Chicago.
Ahora que he alcanzado la cuota, ni siquiera tengo que
estresarme por el trabajo, aunque no suelo hacerlo. Algunas
personas luchan con los altibajos en su día a día por las ventas.
Puedes tener un mes increíble y ganar una gran comisión, pero
al mes siguiente, el pozo se ha secado. Es difícil cuando parece
que no puedes llegar a un acuerdo o solo consigues pequeños
tratos. Sé que la mayoría de mis compañeros han llorado
delante de su gerente en algún momento.
Yo no. Nunca vi el sentido de llorar si puedes reírte. Los
meses malos siempre terminan, y los buenos siempre vuelven,
con el debido esfuerzo. Además, incluso durante mis peores
meses, cuando no conseguía la cuota, me pagaban un salario, y
así podía afrontar mis préstamos de estudiante, vivir en mi
propio apartamento, disfrutar de una buena comida y no tener
que agobiarme ni preocuparme por el alquiler.
Laura, mi representante, me dijo una vez que no entendía
mi autocontrol. Que no sabía si era porque yo enterraba mis
sentimientos bajo una máscara o porque no me importaba
nada.
No pude responderle. No entierro mis sentimientos; solo
encuentro más fácil bromear con lo que a los demás les
preocupa. Pasé la mitad de mi niñez condicionada por esa
clase de cosas, pero ya he terminado con eso. Y me importa mi
trabajo, aunque no me apasione.
Esto vuelve loca a Zoe. Está obsesionada con su carrera, y
siempre ha sabido que quiere ser una consultora de alto nivel
en su empresa. No le entra en la cabeza que no tenga
aspiraciones claras. No comprende que solo quiero un trabajo
de oficina estable, así que siempre está pensando en posibles
cambios de carrera para mí y tratando de que haga esos
exámenes que te dicen cuál es tu trabajo ideal.
Cuando era niña en Torrins, tan cerca y a la vez tan lejos
de la ciudad, pensé que sería increíble tomar el tren para ir a
una oficina del centro de la ciudad todos los días. No había
nada más romántico para mí que entrar en uno de esos
rascacielos con unos pantalones de vestir y una chaqueta.
Y ahora tengo que hacerlo. Quizás estaba apuntando bajo,
pero aun así llegué aquí. Para mí, ya es un milagro.
Además, cambiar de carrera es un riesgo. Cuando termine
de pagar mis préstamos estudiantiles y haya ahorrado mucho
dinero, entonces tal vez considere un cambio, pero ahora, huyo
de los riesgos como de la plaga. Ya he soportado suficiente
incertidumbre para el resto de mi vida.
A las cuatro, empiezo a recoger. En mi equipo, si tienes un
día productivo, es una tradición que puedas salir un poco antes
el viernes.

Saludo a mis compañeros de trabajo y me dirijo al


ascensor, un pequeño salto en mi camino.
Mi oficina está en el Merchandise Mart, un enorme
edificio del centro de Chicago que ocupa toda una manzana.
Eso significa que ni siquiera tengo que salir para llegar a la
línea Brown. Solo voy al piso principal, y la plataforma del
tren está justo al lado.

En la planta principal también están todos los restaurantes,


(no hay que congelarse el trasero para almorzar), y está lleno
de gente mientras camino hacia el tren.

—¡Beatrice! ¡Hey! —Las voces vienen de mi izquierda.


Incluso después de todos estos años, sé de inmediato quién es.
Zach O’Malley no está solo merodeando por Torrins. Está
aquí, en el Merchandise Mart.
Me doy la vuelta, y mi estómago da un brinco cuando lo
veo caminar hacia mí con una enorme sonrisa en su rostro.

¿Cómo es que se ve tan bronceado y saludable en pleno


invierno? No es justo.

—Beatrice. —Zach se detiene justo enfrente—. Qué


casualidad verte aquí.
Sonríe, y es como si tuviera diecisiete años otra vez. No ha
cambiado la forma en que sus ojos marrones parecen guardar
algún secreto divertido e íntimo, y la curvatura del lado
izquierdo de su boca.
—Me alegro de verte fuera de Torrins. —Sonrío, pero
inyecto un tono seco en mis palabras—. Si no te conociera
mejor, pensaría que me estás acosando.

Porque no hay forma de que esto sea una coincidencia.


Zach no está en el Merch Mart en el momento en que salgo del
trabajo. No sé cómo ha sabido dónde trabajo (Vale, gracias a
Internet, no es tan difícil, pero aun así…), y no sé por qué está
aquí, pero debe de tener una razón. Zach nunca hace nada sin
un motivo.

—Ah, vamos, Bea —dice él—. No eres la única a la que se


le permite dejar Torrins, ya sabes.

Yo sonrío y mis viejos instintos se activan. Siempre fue


fácil llevarse bien con Zach, si no me molestaba demasiado
con su astuto ingenio. En el momento en que yo me mostrase
remilgada o sensible, Zach pensaría que no podía aceptar una
broma.
—Oye, tú eres el que pasa los domingos en el veinticuatro
horas —le digo.

—Sabía que me habías visto. —Zach guiña el ojo y mi


cuerpo me traiciona con un hormigueo de excitación—.
Supongo que he envejecido bien si te dejo sin palabras, ¿eh?

Hago un espectáculo mirándolo de arriba abajo con un ojo


crítico antes de responder.

—Bueno, definitivamente has envejecido.

—Tú no —dice Zach—. Sigues siendo preciosa.

Y eso es lo que hace a Zach tan peligroso. Es todo bromas


hasta que, de repente, se pone muy serio y hace un cumplido
en el tono más inocente.
Solía dejarme sin aliento. Todavía lo hace, pero no se lo
demuestro. En su lugar, le dirijo una sonrisa fría e inclino mi
cabeza.
—Tengo que decir que me sorprende que no sigas llevando
tu camiseta blanca de siempre. —Señalo el botón azul debajo
de su chaqueta de invierno. Lleva unos vaqueros, pero viste
mucho más formal de lo que nunca le he visto.

—Pensé que esa camiseta era tu uniforme o algo así.

—Puedo ponerme una de las viejas —dice Zach—. Si es


que la echas de menos.

Pongo los ojos en blanco, pero me siento a gusto. Incluso


de adolescente, Zach tenía una forma de hacer que la gente se
relajara. Podría haber sido un gran manipulador si hubiera
querido, aunque nunca pareció interesado en serlo. En aquel
entonces, no lo estaba en absoluto. Quién sabe en qué piensa
ahora.

Él se desplaza unos pasos al lado del amplio pasillo, y yo


lo sigo, así que nos alejamos del río de gente que sale del
trabajo y se dirige al tren.

—Entonces, ¿cómo estás? —dice.

—Estoy bien —le respondo—. Te contaría todo el rollo


sobre mi trabajo, pero está claro que me has estado siguiendo.

—Admito que sentí curiosidad después de verte el fin de


semana pasado —dice Zach—. ¿Me estás diciendo que nunca
me has buscado en Internet?

Le dedico una sonrisa malvada y me inclino hacia


adelante.
—Ni siquiera una vez.

Él se pone la mano en el pecho y cierra los ojos en señal de


dolor.

—Estoy herido.

—Vivirás.
En la parte de atrás de mi cabeza, sé que es extraño que
haya aparecido aquí. Tal vez solo quiere ponerse al día, pero
aun así, podría haberme enviado un correo electrónico.
Aunque lo más seguro es que solo tenga el antiguo. De todos
modos, ¿quién aparece de casualidad en el lugar donde
trabajas? No es el comportamiento apropiado de un exnovio.
Y ni siquiera es un ex real.

Pero no estoy enfadada o frustrada. En vez de eso, casi me


estoy divirtiendo. Olvidé lo divertido que era seguirle el juego
a Zach. Él me conoce bien, después de todo. Mejor que la
mayoría de la gente. Éramos amigos antes de tener nuestra
breve aventura romántica. Zach siempre me hacía reír, incluso
cuando yo deseaba gritar a causa de un enfado con mi madre.

—Tengo que irme. —Zach mira su teléfono, y me


sorprende sentir una ráfaga de decepción. ¿Ha venido hasta
aquí y ni siquiera quiere tomarse algo conmigo? Tengo que
recordarme a mí misma que yo tampoco quiero tomarme una
copa con él. Ya no es parte de mi vida.

—Bueno, ha sido un placer verte de nuevo —digo. Me


pongo derecha y me doy la vuelta para irme.

—Eh, espera, no tan rápido. —Zach me pone una mano


suave en la parte superior del brazo y yo me quedo quieta.
Incluso a través de la gruesa capa de mi abrigo, mi cuerpo
parece cobrar vida con su roce—. Quiero saber cómo te va,
déjame llevarte a cenar alguna vez.
—Han pasado varios años. —Levanto las cejas—. Hay
mucho que contar.
Zach deja caer su mano y hace una mueca de tristeza.
Luego se encoge de hombros y me hace sonreír otra vez.

—Vamos, será divertido. Somos viejos amigos, ¿verdad?


Casi le pregunto cómo piensa pagar la cena, pero me
muerdo la lengua. Eso sería demasiado mezquino. Cuando era
un adolescente estaba sin un céntimo, como yo, pero eso no
significa que aún lo esté. De hecho, por su ropa parece lo
contrario.

Por otra parte, eso plantea la cuestión del origen de sus


ingresos. Tal vez, Finn y su padre empezaron a pagarle por
todos los recados que les hacía.

—Tal vez —digo yo—. Estoy bastante ocupada.


Es mejor dejarlo correr y no dejar que me invite con dinero
procedente de la droga. Ni siquiera le dejaría pagar la mitad.
Eso implicaría que era una cita, lo cual no iba a serlo, aunque
accediera a cenar con él.
—Aquí está mi número. —Zach saca una pequeña tarjeta
de su bolsillo y me la da—. Llámame, ¿vale?
Tomo la tarjeta, pero no la miro.
—En serio, quiero saberlo todo sobre cómo la pequeña
Bea Dobbs terminó viviendo una glamorosa vida de ciudad —
dice con un tono burlón.
—Haces que suene como si hubiéramos crecido en una
granja —respondo.
Zach suelta una carcajada.

—Ojalá.
Yo también me río. Solo Zach O’Malley podía hacerme
reír sobre mi juventud. Solo él.

—Muy bien, te llamaré. —En realidad, no puedo decir si


estoy mintiendo o no.

—Me alegro de haberte visto. —Ahí está. Los ojos


abiertos y la repentina sinceridad que me hace sentir como si
fuera la persona más importante del mundo para él. No lo soy.
Nunca lo fui en realidad.

Zach puede que domine el arte de parecer sincero, pero sé


que no debo confiar en nada de lo que dice.
—Yo también —contesto.

Le digo adiós y luego me vuelvo hacia el tren. No miro


atrás hasta que me siento arrastrada por la multitud. No quiero
mirarlo más. Se ha desvanecido en el aire, casi como si lo
hubiera imaginado.
Pero no era así. Era demasiado sólido, cálido y real. Y
demasiado familiar. Me sorprende lo bien que me sentí al
charlar con él. Como si volviera a casa después de un largo
viaje.
No leo su tarjeta hasta que me meto en el tren.

Es de una compañía llamada O’Malley Contracting. Tiene


un pequeño diseño de una casa, un número de teléfono y un
sitio web.
Así que tiene su propio negocio. Eso está bien. No puedo
imaginarlo trabajando en una oficina corporativa. Tiene una
personalidad demasiado grande para eso.

Juego con la tarjeta y me quedo mirando por la ventana


mientras la ciudad pasa ante mis ojos.
No ha cambiado, y eso es lo que me preocupa. El Zach que
conocí era guapo y encantador e incluso amable. Pero aun así
traficaba con drogas para su padre y estaba involucrado en
algunas cosas turbias.

Todavía podría estarlo. Incluso si tenía un negocio legal,


podría estar traficando al mismo tiempo. Tal vez por eso tuvo
que despedirse tan rápido. Iba a reunirse con un cliente.

Suspiro y me froto la frente. No es propio de mí sospechar


tanto de la gente, pero él no es cualquier persona. Es Zach.
Nunca supe cuán involucrado estaba en el tráfico de drogas,
pero sabía que no era del todo inocente.
Yo confiaba en mi madre. Pensaba, como todos los niños,
que ella sabía lo que era mejor y que tomaría las decisiones
adecuadas. Después de equivocarse una y otra vez, aprendí la
lección. No se puede confiar en que nadie, por mucho que lo
ames, haga lo correcto.

Mi madre intentó ponerse en contacto conmigo hace unos


años. De alguna manera encontró mi número, probablemente a
través de un viejo amigo de Torrins. Me llamó una y otra vez y
me envió largos mensajes para decirme cuánto había
cambiado, que estaba sobria y que quería hacer las paces.
Borré los mensajes y la bloqueé. Habría cambiado mi
número si no hubiera sido tan difícil.
Porque la gente no cambia. Mi madre no lo ha hecho. Y
estoy dispuesta a apostar que Zach O’Malley tampoco.
Capítulo 5

Normalmente llego al brunch puntual, pero este domingo,


llego mucho antes de las diez y media, la hora acordada.
La anfitriona me reconoce y me lleva a nuestro reservado
habitual de la esquina. Llevamos años almorzando en el
Breakfast Spot de Lincoln Park. Tiene todos los clásicos platos
de desayuno, y nunca está abarrotado como algunos de los
lugares de moda.
Me instalo en la mesa y pido un café. Todavía estoy un
poco somnolienta, ya que siempre duermo hasta tarde, pero
estoy impaciente por ver a mis amigas. Quiero pedirles
consejo sobre Zach. Su tarjeta aún está en el bolsillo de mi
abrigo.
Zoe llega al mismo tiempo que mi café. Su pelo liso y
oscuro se desliza sobre su hombro mientras se sienta frente a
mí. Observo la camiseta holgada que lleva debajo de su abrigo
de lana.
—¿Has tenido una fiesta de pijamas con Todd? —
pregunto.
Todd es el tipo con el que Zoe se ha estado viendo.
—Oh, por favor, tenéis que dejar de pincharme —dice—.
No es como si fuera mi primer novio.
Zoe no está realmente enfadada. Sus mejillas están
manchadas de un delicado color rosa, y tiene esa pequeña
sonrisa vertiginosa que siempre muestra cuando está
emocionada por alguien.
—Gracias a Dios —bromeo—. Tu novio de la universidad
era aburrido.

—Ay, ¿por qué estamos discutiendo sobre novios


universitarios? —Marianne se deja caer en la silla, sus rizos
hacen un halo de desorden alrededor de su cabeza.

Zoe parpadea sorprendida. Marianne llega solo unos


minutos tarde, lo cual es raro.
—Diez y treinta y cuatro —digo yo—. Puede que
necesitemos anotar esto como un nuevo récord.

—Ja, ja. —Marianne me mira con ironía—. Tuve que


cubrir el turno de las cinco de la mañana de alguien, y no estoy
de humor para chistes.
Marianne es una talentosa cantante e intérprete que da
conciertos casi todas las noches, pero trabaja en una cafetería
durante el día. Se desploma en su asiento y se envuelve en su
enorme chaqueta de punto mientras hace pucheros. Zoe le da
una palmadita simpática en el hombro.
Elena entra apresuradamente, solo un momento después.
Se sienta a mi lado con una gran sonrisa, y me siento cálida y
contenta al instante. Nos hemos ayudado la una a la otra a
través de muchos altibajos, y siempre pienso que somos piezas
de un rompecabezas que se unen cuando nos encontramos.

Es cursi, pero es la verdad. Mi primera semana en la


universidad fue un desastre. Sentía que no encajaba, como si
hubiera habido un terrible error. Yo era de Torrins. Mi madre
era una traficante de drogas alcohólica. No pertenecía a la
universidad.
Aun así, no iba a rendirme. Pero temía que no iba a hacer
muchos amigos.
Entonces Zoe se sentó a mi lado en una clase de
Antropología. Estaba muy arreglada, con su pelo pulcro y sus
apuntes fastidiosos, pero me di cuenta de que no era una
esnob. Trabajaba duro, y eso me gustaba.

El profesor tenía acento australiano y siempre hablaba de


la emoción de descubrir los primeros fósiles humanoides. Yo
era buena imitando voces, así que cuando la clase terminó, me
incliné hacia Zoe y murmuré con una voz australiana bastante
decente:

—Y si encuentras un cadáver en tu patio trasero, por favor


llámame de inmediato.

Zoe estaba bebiendo de una botella de agua, y se rio tanto


que se le salió el agua por la nariz.
Luego me dijo que teníamos que estudiar juntas, lo que
más tarde descubrí que era la forma de Zoe de hacer amigos.
Esa semana, me invitó a almorzar con algunas compañeras de
su dormitorio, Marianne y Elena. El resto es historia.
Después de pedir nuestra comida, Elena se vuelve hacia
nosotras. Sus ojos son brillantes y alegres bajo su diadema
roja. Probablemente lleva despierta desde las seis de la
mañana, pero no está de mal humor como Marianne.

—¿Cómo estáis? —pregunta.


—Yo estoy bien —dice Zoe—. Todd y yo fuimos a ese
increíble lugar etíope anoche.

—Ugh, ahórranos los detalles románticos de tu vida


amorosa —dice Marianne—. El resto seguimos en este
infierno absoluto… el mundo de las citas casuales.

Zoe, imperturbable por la negatividad de Marianne, saca la


lengua.
—¡He pasado mi tiempo de sufrimiento, ahora puedo
regodearme!

Marianne pone los ojos en blanco, pero sonríe.


—De cualquier forma, no necesito un novio —declara
Marianne—. Acabo de conseguir una plaza en un micro
abierto super guay en Wicker Park a finales de este mes, tenéis
que venir todas.

—¡Claro! —grita Elena.

—Llevaré a mi novio —dice Zoe, y Marianne vuelve a


poner los ojos en blanco.

Nuestra comida llega, y nos lanzamos sobre ella. Doy unos


mordiscos a mis gofres antes de decidir que es hora de hablar.

—El viernes me pasó algo bastante loco —digo.


La cabeza de Elena se dispara, como si esperara desde el
miércoles a que se le cayera el otro zapato.

—Me encontré con Zach, un chico que conocí en el


instituto.

Los ojos de Elena casi se salen de las órbitas. Zoe parece


nerviosa al mencionar el instituto. Odia romper las reglas, así
que creo que las historias de mi escandalosa juventud la
estresan mucho. Marianne tiene un sexto sentido para el
drama, así que se inclina hacia adelante y pone los codos sobre
la mesa.
—Era el chico que andaba un poco perdido, ¿no? —
Marianne baja la voz como si fuera un tema terrible.

—Vale, esto no es un programa de televisión, Marianne —


le digo—. Y todo Torrins anda un poco perdido.

—¿Qué te dijo? —pregunta Elena—. ¿Estaba en Chicago?

—Sí. —Me dirijo a los demás—. Lo vi en Torrins el fin de


semana pasado después de visitar a mi abuela, pero fue de
lejos. Luego el viernes estaba en el Merch Mart. Charlamos un
poco, nada dramático, lo juro.

Tomo un largo sorbo de mi café. Mis amigas están


sorprendidas. Traté de restarle importancia, pero aun así sonó
espeluznante que se presentara donde trabajo. Tengo el extraño
impulso de defender a Zach.

—Éramos muy buenos amigos —digo—. Creo que olvidé


lo bueno que era porque estaba muy concentrada en seguir
adelante con mi vida.

Me encogí de hombros. No sé cómo explicar la facilidad y


la camaradería que siento con Zach. La verdad es que nunca
he experimentado ese tipo de amistad con nadie más, aparte de
ellas.

—¿Y qué vas a hacer? —Elena prácticamente me está


respirando en la nuca.

—Quiere cenar para ponerse al día —le digo. Saco la


tarjeta de visita y la dejo sobre la mesa.
Zoe la coge para verla, pero Marianne frunce el ceño y
levanta la mano.
—Espera, espera, espera —dice Marianne—. No era solo
un amigo, ¿no os enrollasteis?

—Nos besamos unas cuantas veces. —Hago lo que puedo


para hablar en un tono casual—. Fue en el instituto.
Trato de no pensar en nuestro primer beso, pero este
aparece en mi mente sin ser invitado. Conocí a Zach después
de mi turno en la cafetería. Me acompañaba mucho a casa.
Estaba molesto, pero no quiso decir por qué. Nos detuvimos
en el parque cuando la tarde de verano se convirtió en noche.
Yo seguía contando chistes e historias sobre los clientes,
tratando en vano de animarlo. Siempre me hacía reír, y yo
estaba desesperada por hacer lo mismo por él. Entonces, en
ese momento mágico justo antes de que el sol se hundiera bajo
el horizonte, cuando el cielo se tiñó de violeta y rosa, se volvió
y me besó.

—Pero todavía te sientes atraída por él —dice Elena. Se


vuelve hacia las otras—. ¡Ella me lo ha dicho! —exclama—.
¡Me ha dicho que todavía es guapo!

—Las apariencias no lo son todo —dice Zoe. Ella sostiene


la tarjeta—. ¿No hizo este tipo algunas cosas turbias?

—Investigué su negocio, parece legal —digo—. Además,


era joven en aquel entonces.

Estoy molesta con Zoe por señalar lo mismo que he estado


pensando durante días. Puedo sospechar que Zach aún trafica
con drogas, pero por alguna razón, me irrita que ella sospeche
lo mismo.

—Así que vas a cenar con él —dice Marianne. Ni siquiera


es una pregunta. Marianne puede leer a una persona, y a una
amiga en particular, como si fuera un libro.
—¿Qué tiene de malo una pequeña cena? —pregunto.
Marianne me dedica una sonrisa. Elena también, pero sus
ojos todavía están ensombrecidos por un poco de miedo y
preocupación.
Me giro para mirar a Zoe, encorvada sobre su teléfono.

—Estas casas son bonitas —dice. Ella nos enseña la


pantalla del móvil. Está en la página web de Zach—. Son
proyectos enormes.

Por supuesto que Zoe, siempre tan pragmática, tiene


curiosidad por saber cómo se gana él la vida. Miro por encima
de su hombro. Visité la página web, pero solo para comprobar
si existía. Zoe está hojeando las fotos profesionales de unas
casas junto al lago, con grandes porches y jardines artísticos.
—¿Michael y tú ya estáis pensando en comprar una casa
de campo? —Le doy a Zoe un codazo de broma en las
costillas—. Eso es ambicioso.
Pasamos a otros temas, pero de vez en cuando, veo a Elena
echándome una mirada nerviosa. Ella sabe lo agitada que yo
estaba a principios de esta semana. Sabe que Zach no es solo
un viejo amigo casual, pero yo no quiero pensar lo qué es. Es
demasiado complicado.

Terminamos nuestra comida y nos vamos.


Zoe y yo vivimos muy cerca en Lincoln Park, así que
caminamos juntas unas cuantas manzanas.

En cuanto nos separamos, saco mi teléfono y la tarjeta de


visita arrugada.
Zach responde al segundo timbre.
—Beatrice Dobbs. —Su voz parece crujir de energía a
través de la línea.

—Hola —le digo—. Mi amiga cree que tus casas del lago
son muy chic, ¿puedes conseguirle un trato?
—Para una amiga tuya, seguro que puedo ofrecerle un
buen trato.
Sonrío y suelto el aliento, que se convierte en una nube
blanca en el aire frío.

—Entonces, ¿estás libre esta semana para ir a cenar?


—Claro que sí —dice Zach—. ¿Qué tal el viernes?

Dudé por un segundo. Hay algo muy serio en hacer planes


para un fin de semana. Pero no estoy segura de que él viva en
la ciudad. Puede que no quiera hacer el viaje en días
laborables.

—Claro —le digo—. Pensaré en algunas opciones y te


enviaré un mensaje de texto.

—Suena bien —dice Zach.


—De acuerdo —digo—. Te veré el viernes.
—Me alegro de que hayas llamado —dice Zach—. O
habría tenido que quedarme en tu oficina un poco más.
—Tienes suerte de que me sienta sentimental con un viejo
amigo —me burlo.

—Supongo que sí.


—Adiós, Zach. —Cuelgo.
Cuando vuelvo a mi apartamento, me desplomo en el sofá.
Solo somos dos viejos amigos que van a cenar. Algo normal.
Mucha gente se reúne con amigos del instituto para charlar. No
tiene que ser un grandioso incidente.
Me quedo durante un rato mirando por la ventana a los
árboles desnudos. Es pleno invierno, pero sigo imaginando ese
día de verano, hace mucho tiempo, cuando besé a un chico al
atardecer.
Capítulo 6

Por centésima vez, me recuerdo a mí misma que no es una


cita. No necesito preocuparme por mi aspecto o por lo que
llevo puesto. No es como si me viera por primera vez en años,
eso ya pasó.
Él dijo que todavía era preciosa. Me ruborizo al recordarlo.

Me fui a casa desde el trabajo tan pronto como pude para


prepararme para la noche. Ahora la mitad de mi armario está
extendido en mi cama. Y sigo diciéndome a mí misma que no
es una cita.
Cruzo los brazos y frunzo el ceño ante mis opciones.
Tengo un vestido verde de manga larga que se ve bien con
mallas y botas, pero llevar un vestido enviaría un cierto
mensaje: que me vestí expresamente para esta cena, que hice
un esfuerzo extra, sobre todo, en una noche tan fría.
Así que el vestido está descartado. Quiero aparentar
normalidad delante de Zach. Quiero parecer completamente
imperturbable. Cuando éramos adolescentes, él tenía la
ventaja. Era mayor y más mundano, y yo apenas podía
mantener la calma a su lado, estaba muy enamorada. Ya no soy
una niña tartamuda. Quiero rezumar sofisticación.
Tal vez quiero probarme a mí misma un poco. Tengo un
chip para ello, es verdad. Desde la universidad, he estado
decidida a mostrarle al mundo que soy mucho más que el lugar
de donde vengo. Él era amable conmigo cuando era joven,
pero siempre sentí que trataba de cuidarme. Me preguntaba si
pensaba en mí como la pobre Beatrice, con su jodida madre.
Quiero mostrarle a Zach que estoy bien ahora. Mucho mejor
que bien. Excelente.
Aunque no puedo ponerme a la defensiva. Necesito estar
tranquila y relajada. Necesito actuar como si no hubiera
pensado en esta cena durante toda la semana.
Al principio, me centré en la logística para no tener que
pensar en otros detalles. Recluté a Zoe, cuyo gusto por cenar
fuera está cerca de ser una obsesión, para que me ayudara a
elegir un restaurante. Cuando le envié un mensaje a Zach, me
dijo que no le importaba conducir hasta la ciudad, así que
elegimos un italiano en Lincoln Park, agradable, pero sencillo.
Quise preguntarle desde dónde venía para saber si aún vivía en
Torrins, pero no lo hice.

Por desgracia, una vez que acordamos el restaurante y la


hora, las siete, no tuve nada que hacer aparte de agobiarme.
No dejaba de repetirme que esta cena para ponernos al día era
una mala idea. ¿Qué iba a sacar de bueno con ella? Odiaba
pensar en mi pasado. ¿Por qué debería pasar unas horas en
compañía de alguien que podría hacer incómodas preguntas?
Estuve a punto de cancelarla una docena de ocasiones,
pero me detuve antes de enviar el mensaje de texto. Seguía
imaginando la cara de Zach, su sonrisa, el tono de su voz. Me
había hecho sentir bien, incluso en esos pocos minutos de
interacción en el Merch Mart. Eso contaba algo según mis
esquemas.

No soy estoica, ni tampoco masoquista. Si quiero algo, voy


a por ello. A pesar de que estoy estresada, deseo ver de nuevo
a Zach. Así que no voy a negarme esa oportunidad.
Mientras reviso la ropa y trato de decidir qué ponerme,
desearía haber insistido en la idea de un café, en lugar de una
comida completa. Habría bastado para que dos viejos amigos
se pongan al día. Una cena completa aumenta las
posibilidades.

La cuestión es que sé que no nos quedaremos sin cosas de


las que hablar. Eso es lo que hace a Zach tan intimidante. Qué
rápidamente podría encariñarme con él de nuevo.

Al principio, después de mudarme con mi abuela, no lo


extrañé. Nuestra relación siempre había sido fugaz e
indefinida. Cuando dejé a mi madre, estaba demasiado
centrada en los deberes escolares y en mi abuela como para
pensar en Zach.
Mi abuela no se andaba con rodeos. Me dijo que me
acogería, pero solo si yo pensaba en serio llevar mi vida por el
buen camino. No quería que me metiese en problemas con
nadie, y mucho menos con la ley. Insistió en revisar mis
deberes todas las noches para asegurarse de que los hacía, e
incluso arregló que me reuniese con el consejero escolar una
vez a la semana.

No hizo todo eso solo para ser estricta. Creo que le


aterrorizaba la idea de que yo terminase como mi madre si no
tomaba medidas drásticas.

La consejera marcó un cambio en mi vida. Me empujó a


entrar en la universidad y me ayudó a conseguir becas y ayuda
financiera. Cuando me aceptaron esa primavera, mi abuela no
podía dejar de llorar.

No fue hasta que estuve a punto de irme a la universidad


que empecé a echar de menos a Zach. Todas mis emociones
iban atrasadas. No habíamos hablado en absoluto desde el
verano anterior, pero seguía sintiendo la necesidad de
acercarme a él. De decirle un último adiós.

Pero no llegué a hacerlo. Estaba asustada, es la verdad. ¿Y


si la universidad se enteraba de que me había relacionado con
un traficante de drogas? Era un miedo absurdo, pero me
desesperaba que pudieran anular mi matrícula. Todo parecía
demasiado bueno para ser cierto, y no quería estropearlo.

Además, ni siquiera sabía qué le diría a Zach. «Oye, sé que


no hemos hablado en todo un año, y nunca estuvimos saliendo
oficialmente ni nada, pero resulta que eres mi mejor amigo en
esta lamentable ciudad».

No sería capaz, así que me fui. Lo extrañé por un tiempo,


pero pronto hice nuevas amistades, personas felices, sin
problemas y sanas. Ninguna de ellas tenía padres que los
obligaran a distribuir droga.
Ese era el principal problema con Zach. Nunca pude
superar todas las cosas dudosas que había hecho, incluso si él
no había tenido la culpa.
Unas semanas después de nuestro primer beso, descubrí
por qué estaba tan molesto ese día. Hasta entonces, su padre
solo lo había obligado a entregar droga de vez en cuando, pero
David O’Malley había establecido una norma: si Zach quería
seguir viviendo bajo su techo, tenía que dar un paso adelante.
Tenía que involucrarse más en el «negocio familiar».

Yo había usado a Zach como una manta de seguridad ese


verano, pero él también me había usado a mí. Cada vez que
discutía con su padre, venía en mi busca y me besaba como si
no hubiera un mañana.
Era romántico, pero también aterrador. Los dos estábamos
desesperados y éramos jóvenes.

Suspiro y cojo un par de vaqueros negros. No me gusta


pensar en aquel verano. Me pone de mal humor. Espero que
Zach no quiera hablar de ello en la cena.

Me pongo los vaqueros y una blusa verde oscura con


pequeñas flores blancas. Con mis botas negras, es un conjunto
sencillo, pero favorecedor.

Me paso los dedos por el pelo y siento una ráfaga de


orgullo al notar lo brillante y suave que está esta noche.
Retoco mi rímel y me pongo un poco de brillo en los labios.
Nada elegante. Apenas lo intento. No es una verdadera cita.
Respiro hondo y me recuerdo a mí misma algunas reglas
básicas. La más importante: no coquetear. No somos una
pareja romántica. Por supuesto, con Zach, la línea entre las
bromas y el coqueteo es borrosa. Tendré que hacerlo lo mejor
que pueda.
Segundo, nada de hablar del pasado. Le contaré todo sobre
mis años de universidad, mi trabajo y mis amigas. Tal vez
mencione a Deborah, pero solo respecto a una visita reciente
para verla.

Mi regla final es averiguar si todavía trafica con droga. Si


es así, no quiero tener nada que ver con él. Ya no es un
adolescente, es un adulto. Ya no puede usar a su padre como
excusa.

Me estremezco. Odiaba al padre de Zach. No veía a David


O’Malley a menudo, pero siempre me ponía la piel de gallina
en las raras ocasiones en que venía a casa a ver a mi madre y a
Finn.

Una vez Zach y yo nos besamos en el callejón contiguo,


cuando David vino en su coche abollado. Rápido como un
rayo, Zach me empujó detrás del contenedor y me dijo que me
quedara quieta y no hiciera ruido. Nunca había visto a Zach
tan serio.

Luego saltó a la acera y yo me senté en el suelo sucio.


David le preguntó a Zach dónde había estado, y después soltó
una maldición y se marcharon.

Empecé a meter mis cosas en el bolso y sonreí al recordar.


No me asusté tanto como debería. Era tan ingenua… Aunque
sabía que mi madre era traficante, pensé que eso no podía ser
algo tan malo. Suponía que Zach lo hacía de vez en cuando, y
que lo más seguro era que dejase de hacerlo pronto. Creía que
los tipos que venían a casa estaban deshechos
emocionalmente, pero que no eran malvados. Aunque estaba
claro que Zach sabía que su padre era peligroso.

Zach había sido muy dulce al haberme protegido.

No. No quiero recordar lo amable y protector que era. Ese


es el tipo de pensamiento que lleva al coqueteo. Y eso es una
violación de la regla número uno.

Me pongo mi abrigo negro y cojo mis llaves de la mesa


junto a la puerta. Es un corto paseo hasta el restaurante, así
que llegaré un poco temprano, pero está bien. No es una cita.
No tengo que pensar demasiado en mi hora de llegada.

Podría incluso llegar quince minutos tarde. No lo haré,


pero podría. Porque no es una cita.
Asiento con la cabeza, bajo las escaleras a saltos y me
marcho.
Capítulo 7

Zach me está esperando fuera del restaurante. Tiene las


manos metidas en los bolsillos, y se inclina con gesto casual
hacia el lado del edificio. Se encuentra a cierta distancia, así
que aprovecho para observar su perfil. Tiene una actitud
extraña que lo hace parecer un zorro. Mira a la gente que pasa
corriendo por la acera como si conociera un millón de trucos
que ellos no saben.
Me sorprende ver que encaja. No desentona en la ciudad.
Solo lo había visto en Torrins, así que nunca pensé que pudiera
mezclarse con facilidad en un escenario tan diferente. Sin
embargo, tiene sentido. Zach siempre estuvo cómodo en su
propia piel. Siempre supo adaptarse.
Cuando se gira y me ve, su cara se ilumina con una sonrisa
ansiosa.

—Estás aquí. —Se acerca y me da un espontáneo abrazo.


Me alejo tan rápido como puedo sin ser grosera.
—Pareces sorprendido —le digo—. No sabía que pensaras
en mí como una impresentable.
—Nada de eso. —Zach abre la puerta y me hace una seña
para que entre en el restaurante—. Simplemente escurridiza.
La camarera nos conduce hasta nuestros asientos,
escondidos en la esquina del pequeño, pero concurrido
restaurante italiano.
Me quito el abrigo y cojo el menú.
—Me gusta Lincoln Park —dice Zach—. Es bonito.
Asiento con la cabeza.
—Quería vivir aquí tan pronto como me mudara a Chicago
después de graduarme.
—Bueno, encontraste el polo opuesto a Torrins. —Toma
un sorbo de su agua—. Como siempre dijiste que harías.
Oculto mi incomodidad por su mención de Torrins con una
sonrisa descarada.
—Tú no eres tan predecible. Nunca habría imaginado que
llevarías un negocio de contratación.
Zach se encoge de hombros.

—Me gusta construir cosas, y me gusta ser mi propio jefe.


«Eso tiene sentido», pienso. No respecto al asunto de la
construcción, eso es algo nuevo, pero ser autosuficiente sí
encajaba con su personalidad. Siempre odió que le dijeran lo
que tenía que hacer. Por eso estaba resentido con su padre.
—Las fotos de tu sitio web parecen bastante ostentosas —
le digo—. ¿Qué se siente al pasar todo el tiempo en esos
barrios tan lujosos?
—La verdad, me gustaría decir algo sarcástico sobre ellos
—dice Zach—. Pero son bastante idílicos.
Me río de su respuesta. Una vez más, me sorprende lo fácil
que es estar con él. Le entiendo. El ritmo y la cadencia de su
voz me resultan muy familiares.
La camarera se acerca y hacemos nuestro pedido: pollo
para mí y pasta para Zach. Yo tomo un vino blanco, y él opta
por una cerveza.
Mis nervios resurgen cuando la empleada regresa con las
copas. Ahora sí que esto parece una cita. No me da tiempo a
pensar en eso, porque Zach empieza a hablar de Torrins, y yo
tengo otras cosas de las que preocuparme.

—Todavía vivo en Torrins —dice—. Mi plan es construir


una casa en cada suburbio elegante, y luego decidir cuáles son
perfectas para el retiro más aburrido de la historia.

—No puedo imaginar que todavía vivas allí. —No quiero


sonar condescendiente o esnob, pero no puedo evitar ser
sincera.

—Yo tampoco podría imaginar que tú lo hicieras. —La


voz de Zach es suave. También está siendo honesto—. Nunca
encajaste en aquel lugar.

—Gracias por recordarme lo rarita que era —digo en tono


ligero. Necesito hablar de la escuela para evitar el terreno
peligroso.

—Tenías un miedo extremo a hacer pellas —declara Zach


con una mueca, como si todavía estuviera decepcionado por
negarme a faltar a clase de educación física para ir a tomar un
helado con él durante la última semana del tercer curso.

—Bueno, te alegrará saber que sigo siendo así —le


respondo—. No me he cogido ni un día de baja por
enfermedad en dos años.

Zach se rasca la cabeza.


—Y trabajas en ventas, ¿verdad?

—Sí, para un programa de publicidad online. —No es un


trabajo interesante, lo sé. Normalmente no me molesta, pero
no quiero que Zach piense que soy patética.
Entonces me recuerdo a mí misma que no debería
importarme lo que un antiguo (y posiblemente actual)
traficante de drogas piense sobre mis elecciones de carrera.

—¿Cómo está tu padre? —pregunto. Eso es romper mi


regla de no hablar del pasado, pero de repente estoy
desesperada por saber si sigue involucrado en el turbio estilo
de vida de su padre.

—Muerto. —Zach se encoge de hombros y habla como si


estuviera comentando el tiempo—. Hace unos años, en
realidad.

—Lo siento. —Mis mejillas arden de vergüenza—. No lo


sabía.

—No podías —dice Zach—. No te mantienes en contacto


con nadie que te lo hubiera podido decir, como tu madre,
¿verdad?

Frunzo el ceño. ¿Cómo demonios hemos llegado a hablar


de mi madre? Es culpa mía. Fui yo quien preguntó por su
padre.

—Bueno, siento tu pérdida —digo con un aire fresco en mi


voz—. Estoy segura de que estaba orgulloso de ti por haber
empezado tu propio negocio.

El padre de Zach nunca se sintió orgulloso de él, incluso


cuando Zach hacía todas las cosas horribles que David le
pedía, pero tengo que entrar en una zona más segura. Nuestros
trabajos actuales son tan anodinos que nos pueden sacar de
estas aguas turbulentas del pasado.

—¿Crees que volverás a hablar con tu madre? —me


pregunta Zach.
Estoy tentada a lanzarle un improperio, pero en vez de eso
retuerzo mis labios en una sonrisa frágil.

—Lo siento, solo hablo de los problemas de mi madre con


mi psiquiatra.

—¿Vas a terapia? —Sus ojos están muy abiertos, y parece


realmente abatido.

Tengo que reírme de su conmoción.


—No, era una broma.

—Ah, muy buena. —Zach se inclina hacia atrás en su silla,


más relajado—. Probablemente te comerías a cualquier
terapeuta vivo si tratara de decirte cómo sentirte.

—No me lo comería vivo —digo—. Solo le pediría que me


devolviera el dinero.
La comida llega, y la tensión se esfuma de mis hombros.
Volvemos a bromear.

Pero tengo un nudo de malestar en mi estómago. No me


gusta que mencione a mi madre, y mucho menos que él siga
viviendo en Torrins. Está muy elegante con su camisa formal
de color blanco, y su gran reloj de pulsera, que no parece nada
barato. Y definitivamente se le ve saludable, así que no creo
que sea un adicto a nada.

Pero no puedo ignorar las banderas rojas. No se ha mudado


de Torrins. Habla de mi madre con demasiada familiaridad.
Todavía podría estar traficando.

—¿Cómo es trabajar en el Merch Mart? —El intento de


Zach de cambiar de tema no es precisamente sutil, pero lo
aprecio de todas formas.
—Me encanta —digo—. El desplazamiento hasta allí es
fácil, y todas las opciones a la hora del almuerzo son geniales.

—¿Pero qué hay del trabajo en sí? —Hay una línea entre
sus cejas.
—Soy buena en eso.

—No lo sé. —Zach levanta la vista de su pasta y me


dedica una sonrisa entrañable—. Siempre pensé que estarías
haciendo algo para cambiar el mundo.

Yo resoplo.

—No recuerdo haber sido muy activista en el instituto,


¿estás seguro de que no me has confundido con otra persona?
—Nunca lo haría. —Zach simula estar ofendido—. Eres la
única pelirroja que he conocido.

—En primer lugar, mi pelo es castaño. —Mi pelo es rojo


claro, pero creo que castaño suena mejor—. Y en segundo
lugar, sí has conocido a otras pelirrojas, mentiroso.

Zach se encoge de hombros.

—Quiero decir que eres la única pelirroja que me importa.


Ahí está. Ese encanto que siempre me golpea como un
puñetazo en el estómago. Pierdo el aliento unos segundos y mi
mente se queda en blanco.
Zach parece no darse cuenta.

—Y ya sé que no eres una activista, pero siempre hablabas


de la injusticia social, la alfabetización y todo eso.

Tiene razón. Había olvidado cuánto me había involucrado


en un programa de clases tuteladas. Había sido voluntaria en la
biblioteca local, pero sentía que algunos de los niños a los que
enseñaba merecían más recursos. Muchos de ellos tenían
padres solteros o padres que tenían que trabajar todo el tiempo.
No podían aprender a leer si nadie los ayudaba en casa.

—Me interesaban los proyectos que ayudaban a los niños a


permanecer en la escuela, eso es lo que hice al final. —Me
encogí de hombros—. De todos modos, todavía soy joven, aún
tengo tiempo para cambiar el mundo.
Decido que si trata de sacar a relucir Torrins o el pasado o
cualquier cosa relacionada con mi madre, entonces me iré. No
me importa lo deslumbrante que sea su sonrisa, y no me
importa lo cautivada que esté por la línea de su mandíbula, no
quiero hablar de Torrins. Y tampoco quiero que sea un
traficante de drogas.
—¿Conduces una camioneta por tu trabajo? —pregunto—.
Sigo imaginándote dentro de una.

—Lo hago, como en una cursi canción country. —Me


guiña el ojo—. ¿Quieres que te lleve por caminos secundarios?
—Solo si te pones un sombrero de vaquero y traes cerveza
barata.
—Por la cerveza no hay problema, pero no estoy seguro
con lo del sombrero —dice.

—Puede que yo sí me ponga un sombrero. —Sonrío sobre


el borde de mi copa mientras tomo un sorbo de vino. No me
gusta la música country, pero de repente la imagen de Zach y
mía viajando por carretera en una furgoneta tiene un enorme
atractivo.
Hemos regresado a una zona segura. Nuestras bromas de
ida y vuelta fluyen de un tema fácil a otro. Me relajo.
Cuanto más habla de su trabajo, más empiezo a dudar de
que esté metido en algo ilegal. Me dice que está llevando
cuatro proyectos a la vez, y enumera una lista de barrios
elegantes como candidatos para construir en ellos. Su
verdadero negocio consume demasiado tiempo. Seguramente,
no necesita hacer negocios por su cuenta.
Por un momento, me pregunto si solo estoy viendo lo que
quiero ver porque no quiero que esta cena termine.
En lugar de analizar ese pensamiento, sugiero que pidamos
el postre. Si puedo elegir, siempre elegiré pasar un buen rato.

Me lo estoy pasando demasiado bien como para cuestionar


a Zach.
Dicho esto, me aseguro de que dividamos la cuenta cuando
nos traigan la factura. No es una cita. No es una cita real, de
todas formas.
Mientras cogemos nuestros abrigos para irnos, ya me he
decidido. Quiero saber a dónde va esta noche.
—¿Quieres caminar un poco? —me pregunta Zach.
—Hace demasiado frío. —Lo miro directamente a los ojos
—. Podríamos ir a mi casa a tomar una copa.
Él me observa antes de sonreír.
—Te sigo.
Capítulo 8

Si no sintiera tanta atracción por Zach, me preguntaría si es


buena idea invitarlo a mi apartamento.
El problema es que me atrae, y mucho. No soy una persona
que se niega a sí misma la verdad. Zoe me diría que es un
riesgo coquetear con él. Elena se preocuparía por cualquier
consecuencia emocional. Pero Marianne me diría que fuera a
por ello. Esta noche, estoy escuchando a mi Marianne interior.
Zach y yo tenemos una química innegable.
Abro la puerta con cierta timidez. Zach me conoció de
adolescente, pero este es mi espacio adulto. Todo en mi
pequeño apartamento, desde el sofá con un diseño floral, la
máquina de café que no marcha del todo bien, hasta las
acuarelas de las paredes, me representa a mí y a mis
elecciones. Yo creé mi propia vida. Estoy orgullosa de ella y,
por muy extraño que parezca, quiero que él también lo esté.

No hemos dejado de parlotear durante todo el camino


desde el restaurante , pero cuando él entra en mi casa, me
quedo en silencio.
Zach pasea su mirada lentamente por la sala de estar. No es
grande, pero no lo comparto con nadie, así que es del tamaño
adecuado para mí.
—Me gusta —dice—. Me imaginaba que serías el tipo de
persona que mantiene su casa limpia.
Me encogí de hombros y le devolví la sonrisa.
—La mayor parte del desorden está en el armario.
—Ah, así que no eres perfecta del todo.
—No hagas eso —le suelto mientras cuelgo mi abrigo.

Zach levanta las cejas.


—¿No quieres que te felicite?
—Sabes que no soy perfecta —le digo—. Vamos, esta no
es una primera cita en la que tengas que pasar a un terreno más
profundo.
Zach deja su abrigo junto al mío y se apoya en la mesa de
la cocina mientras yo cojo una botella de vino y dos vasos. Él
baja los párpados de una forma que me produce un escalofrío
por la columna vertebral.
—A mí me parece que es una cita —afirma.

—¿Es que sabes cómo sería una cita conmigo? —Me dejo
caer en el sofá y me siento de cuclillas. Zach hace lo mismo,
con un movimiento fluido. Me maravilla su habilidad para
parecer siempre tan confiado y tranquilo. Levanta las cejas
para pedirme que me explique.

—¿No puedo saberlo? —pregunta con un gesto divertido,


y yo lucho contra el rubor.

—Éramos amigos con beneficios —le digo. Mi tono es


directo y claro. Estoy impresionada por mi seguridad. Zach no
es el único que puede mantener la compostura.

—¿Eso éramos? —pregunta Zach. Un mechón de cabello


oscuro cae sobre su frente, y quiero empujarlo hacia atrás.
Normalmente, cuando veo tipos con el pelo por encima de las
orejas, pongo los ojos en blanco y me recuerdan a los Shaggy
o a los Rocker Wannabes. Pero no puedo bromear sobre la
forma en que el pelo de Zach cae en ondas gruesas sobre sus
sienes y su cuello. La idea de tocarlo es demasiado tentadora.

—Desde luego, no eras mi novio —contesto—. No, a


menos que haya olvidado de manera misteriosa el recuerdo de
nuestra noche de graduación.

—Nunca quisiste ir al baile —dice Zach—. Dijiste que


echarían alcohol en la ponchera y que todos actuarían como
neandertales.
¿Tiene memoria fotográfica? ¿Cómo puede citarme
palabra por palabra después de tanto tiempo? Apenas recuerdo
haber dicho eso, pero mientras habla, sé que lo hice. También
sé que probablemente lo dije solo para que Zach pensase que
yo era guay. Ya había terminado el instituto, y no quería que
me tomara por una niña que aún se preocupaba por quién iba a
ser elegida reina del baile.
Me doy la vuelta hacia la mesa para verter el vino en las
dos copas. Su intensa mirada sigue cada uno de mis gestos.
Como si fuera un depredador que observa al ratón que va a
devorar.
Pero yo no soy un ratón. En todo caso, mis dientes están
igual de afilados que los suyos.

Le miro y le dirijo una sonrisa lenta y sensual, sin apartar


los ojos de su cara ni una sola vez.

—Bueno, quizá esta noche podrías compensar el no


haberme llevado al baile de graduación.

El destello de los blancos dientes de Zach tras su sonrisa


me provoca un revoloteo de mariposas en el estómago.
Siento un hormigueo y sé lo que estamos a punto de hacer.
Podemos tomarnos nuestro tiempo, pero acabo de exponerle
con toda claridad mi agenda para esta noche, y Zach no se
sorprende en absoluto.

Me quita el vino de las manos y extiende un largo brazo


sobre la parte de atrás del sofá. Me siento pequeña y frágil
sentada junto a su cuerpo musculoso.

—Mientras no esperes una limusina… —dice él.


—Por supuesto que no —le respondo—. No soy tan
exigente.

—Ya lo recuerdo. —Su mano avanza hacia mí y yo


contengo la respiración mientras él coge un mechón de mi
pelo rojo con su dedo índice.

Apostaría todos mis ahorros a que ambos estamos


pensando en lo mismo: besos robados contra la pared en el
callejón de la basura del edificio de mi madre y las barritas de
caramelo compartidas que apenas podíamos pagar. No, no soy
exigente en absoluto.

Hace tiempo que no me acuesto con nadie. No salgo


mucho porque me decepciono con facilidad. Marianne dice
que mis estándares son demasiado altos. Espero bromas
ingeniosas y conexiones brillantes en la primera cita.
Tal vez tenga razón, pero después de demasiados
encuentros aburridos para tomar café, abandoné las
aplicaciones de citas. La última vez que estuve con alguien fue
durante el verano. Era amigo de uno de mis compañeros de
trabajo, y era bullicioso e hilarante. Tuvimos una buena racha
hasta que me di cuenta de que su carácter extrovertido se debía
a su abrumadora y constante necesidad de ser el centro de
atención.

No he conocido a nadie que me haya interesado desde


entonces. Pero quiero a Zach.

Me inclino hacia adelante y, por una vez, los ojos de Zach


no están vidriosos por el sarcasmo o una travesura. Me
parpadea como si no pudiera creer lo que está pasando. Luego
mueve su mano para que su pulgar roce mi pómulo con
delicadeza.
Si usase un mando a distancia y detuviese el tiempo en este
instante, encontraría una fácil explicación de por qué estaba a
punto de besar a Zach O’Malley. Diría que no tiene nada que
ver con nuestro pasado o experiencias en común, sino con el
hecho de que él es diabólicamente guapo y yo estoy un poco
hambrienta de sexo después de un largo período de sequía. Eso
es todo.

Así que me gustaría dejar de pensar en ello, porque no es


el momento para pensar demasiado o analizar mi psique.

Presiona sus labios contra los míos, y su boca es vacilante,


pero firme. Se aparta después del primer roce, aunque solo
para ajustar su mano alrededor de mi cuello. Entonces sus
labios capturan los míos con más fuerza. Apoyo mis manos
sobre su robusto pecho y me pongo de rodillas, acortando la
distancia entre nosotros.

El calor explota a través de mi cuerpo mientras desliza su


mano alrededor de mi cintura y me atrae hacia su regazo. Me
siento a horcajadas sobre él y le enmarco el rostro con mis
dedos. La nueva posición me permite profundizar en el beso,
moviendo mi lengua dentro de su boca. Zach responde
separando mis labios con hambre.

Sus manos se mueven por mi espalda y me agarran el


trasero, y yo dejo escapar un pequeño jadeo de placer. Él es
fuerte y seguro, y me toca como si hubiera estado esperando
una eternidad para hacerlo.

Tal vez sea así.


Empiezo a tirar del dobladillo de su camisa, y de repente
estoy desesperada por sentir su piel. Deslizo mis manos frías
sobre su estómago plano y hasta su pecho, deleitándome con
su espeso vello. Él suelta un pequeño gemido y murmura mi
nombre. Luego comienza a besarme a lo largo de mi
mandíbula y hasta mi cuello, y yo sonrío por la forma en que
su lengua se mueve y juguetea con mi piel.

Sus manos se mueven hacia mi blusa y desabrocha todos


los botones mientras me da besos en la clavícula.

Se detiene para inclinarse hacia adelante y quitarse la


camisa antes de que yo también tire mi blusa a un lado.

Hacemos una pausa y nos miramos a los ojos. Él está sin


camisa, y yo solo llevo un sujetador negro. Nunca hemos ido
más lejos que ahora. Nos habíamos besado mucho ese verano,
pero nunca intentó quitarme la ropa. No tenía a nadie con
quien compararlo por aquel entonces, pero en retrospectiva,
me doy cuenta de lo respetuoso que era eso para un chico de
su edad.
Estaba loca por él, pero tampoco estaba a punto de perder
mi virginidad sin tener una conversación seria. Y Zach y yo
nunca tuvimos conversaciones serias. Todo era bromas y
diversión, sin discusiones pesadas sobre si estábamos «listos
para llegar hasta el final».
No necesito una discusión íntima ahora mismo. Estoy tan
emocionada y excitada, y muy contenta de no ser ya una
adolescente aterrorizada. Al fin, voy a poder disfrutarlo.
Me río, y Zach sonríe. Lo alcanzo y le aparto el pelo de la
cara. Me levanta la mano para que su pulgar me roce la boca.

—Ojos afilados, mejillas afiladas —murmura—. Labios


suaves.

Mi corazón se encoge en mi pecho ante sus palabras. No


tengo la capacidad de escudriñar todos mis encuentros o
relaciones pasadas, pero estoy bastante segura de que nadie me
ha mirado nunca como él lo hace ahora. Como si me viera
hasta la médula de mis huesos.
Inclino mi mejilla sobre su palma, y su aliento se recupera
con el movimiento. Entonces sus ojos empiezan a arder
cuando se adelanta y pone sus labios en los míos. Ahora está
sentado en el borde del sofá, rodeándome con sus fuertes
brazos contra su pecho.

Estoy a punto de alejarme y sugerir que nos dirijamos al


dormitorio, pero Zach actúa primero. Me coge con firmeza y
se pone en pie. Jadeo y envuelvo mis piernas alrededor de su
cintura tan fuerte como puedo mientras se dirige hacia la
puerta del dormitorio.
Es tan fuerte… Todo en él, desde sus anchos hombros
hasta su piel bronceada, habla de una vida al aire libre. Casi
puedo verle levantando a pulso materiales en una obra, con la
frente sudorosa. Y ahora es a mí a quien me levanta como si
no pesara nada.
Cuando llegamos a la habitación, nos echamos sobre la
cama. La boca de Zach revolotea sobre mi cuello, y deja salir
un soplo de aire, justo debajo de mi oreja, donde mi piel está
sensible. Me rio a carcajadas de la sensación, y él me mira,
con su peso apoyado en los codos.
—¿Cosquillas? —pregunta.
—Un poco.

—Bien. —Me dirige una sonrisa malvada antes de


sumergir su cabeza en el mismo lugar con su lengua. Mi risa
se convierte en un maullido de placer cuando su boca se
mueve más abajo, hasta la curva de mis pechos. Su mano roza
mi estómago hasta que alcanza mi pequeño, pero redondo
seno, y desliza sus dedos bajo el sostén para agarrar mis
pezones.

Gimoteo y presiono mis caderas contra él. Estoy dividida


entre quererlo de inmediato y tomarme mi tiempo para
saborear cada centímetro de su cuerpo.

Él se aparta y yo me siento para poder quitarme el


sujetador. Luego me levanto de la cama. Conmigo de pie y él
sentado, estamos más o menos a la misma altura. Sus ojos
están oscuros de deseo, y tiemblo con anticipación mientras
los pasea sobre mi torso desnudo. Me sujeta las caderas con
una mano, y con la otra me sostiene un pecho, empujándolo
hacia arriba para poder tomar el pezón en la boca. Su boca
pellizca, lame y juguetea hasta que yo comienzo a jadear.
Me separo de él y me desabrocho los pantalones sin que
deje de observarme mientras me los quito.

Sin dudarlo, me agarra el culo y me atrae hacia sí. Luego


me quita las bragas y una sonrisa se dibuja en su rostro.
—Estás húmeda.

—Lo sé —susurro.
—Beatrice. —Se inclina hacia adelante y me da un suave
beso en la boca—. Dime lo que deseas.

—Te deseo a ti. —Es la verdad. No me importa lo que


haga, solo lo deseo a él. Nunca he estado tan desesperada por
sentir el cuerpo de otra persona en mi vida.

Me levanto sobre mis codos y tiro de su brazo para echarlo


sobre mí. Lo beso mientras alcanzo sus pantalones. Él se los
quita de una patada, junto con sus calzoncillos, en cuestión de
segundos. Hurga en el bolsillo del pantalón y luego saca un
condón.
Su erección dura como una roca golpea contra el interior
de mis muslos.
Le dedico una sonrisa burlona, me agacho y le agarro la
polla. Luego le quito el condón, lo abro y se lo pongo.

Se mantiene apoyado sobre mí con sus manos, yo pongo


las mías en su espalda. Jadeo cuando empieza a entrar en mí.
Casi aúllo cuando él empuja más y más profundo, dándome
una dulce plenitud que envía nuevas olas de placer a través de
mí.
—Me siento tan bien dentro de ti… —susurra.
Yo sonrío y levanto mis caderas para atraerlo más cerca.
Con un gemido comienza a embestirme, y yo le presiono con
las piernas animándolo a ir más fuerte y más rápido.
Me encanta cuando se inclina ligeramente hacia atrás para
cambiar el ángulo y alcanzar el punto más profundo dentro de
mí, haciéndome gritar.
—Sí. —Es la única palabra que puedo pronunciar—. Sí, sí.
Sus ojos se fijan en mi cara, se agacha y me acaricia el
clítoris con una mano. De nuevo, grito mientras llego a otro
orgasmo.
Se une a mí segundos después, gimiendo a la vez que
alcanza el clímax.
Jadeamos juntos, nuestra piel se humedece con el sudor del
sexo.

Luego cae de espaldas a mi lado. Me doy la vuelta y


levanto una pierna sobre su muslo.
Mis ojos se cierran y mis extremidades se sienten pesadas
por la satisfacción. Me rodea la espalda con un brazo y me
atrae hacia él. Dejo caer mi mano sobre su pecho velludo,
admirando su virilidad.

—Beatrice —murmura—. Valió la pena la espera.


Sonrío tan fuerte que me duele la cara, y sé que si pudiera
hablar, le diría lo mismo.
Capítulo 9

Después de ir al baño, me pongo una camiseta grande y


unas bragas limpias. Luego me arrastro hacia la cama.
Zach está tumbado con los párpados cerrados y la sábana
cubriéndole desde el estómago hacia abajo.
Siento un temblor nervioso. Debo pedirle que se vaya. El
sexo improvisado es una cosa, pero que se quede a dormir es
otra muy distinta.
Pero es Zach, no un extraño que conocí en un bar. Además,
estoy tan cansada que no tengo energía para una conversación
sobre lo que esto significa.
Creo que está bastante claro de todos modos. Somos dos
personas que están reavivando una vieja aventura. Ambos nos
sentimos atraídos el uno por el otro, y está claro que
disfrutamos de la compañía mutua. No tiene por qué significar
nada más que eso.
Se ha ido cuando me despierto. Por un momento, mientras
abro los ojos ante la débil luz invernal que entra por mi
ventana, me pregunto si lo he soñado todo.
Me doy la vuelta y pongo mi mano sobre el colchón. ¿Hay
una marca de él o solo lo estoy imaginando?

Me levanto de la cama y entro descalza en la sala de estar.


Hay una nota en el mostrador de la cocina: «Tengo que
estar temprano en una obra, espero que hayas dormido bien».
La firma con una cara sonriente y su nombre.
Ese es el Zach que conozco. Era todo para mí, hasta que
dejó de serlo. Siempre tenía que salir corriendo. O bien su
padre lo llamaba, o tenía que hacer algún recado misterioso.
No voy a salir con Zach. Todavía no sé mucho sobre él ni
lo que ha estado haciendo en los últimos diez años.

Y lo que sí sé hace que me pare en seco. Por ejemplo,


sigue viviendo en Torrins y mantiene contacto con los
traficantes de droga. Eso es una bandera roja.
Pongo una cafetera al fuego. Una vez que se está
preparando, el aroma se esparce por el aire, y la familiaridad
de la rutina del sábado por la mañana me reconforta.
Es bueno que Zach se haya ido tan rápido. Él me gusta. Me
atrae. Pero no es una buena idea que me enamore de él, no otra
vez.

Entre nuestro pasado y sus posibles actividades ilegales,


una relación con Zach no sería precisamente fácil.
Me siento en mi sofá con mi taza de café recién hecho y
reflexiono. Tengo que admitir que no me habría molestado que
él todavía estuviese aquí esta mañana. Especialmente, si
hubiera estado dispuesto a participar en un segundo asalto. Me
sonrío a mí misma. Tal vez debería haberle entregado mi
virginidad ese verano. Solo si era la mitad de bueno entonces
que ahora, habría sido una primera vez memorable.

Me vuelvo a mi teléfono y trato de decidir qué debo hacer


con el día libre. Todavía es temprano, así que probablemente
podría ir a la clase de spin de las nueve en mi gimnasio.

O podría tener uno de esos increíbles días de pereza, en los


que no me pongo pantalones, y solo veo videos en Internet
durante horas y horas.
Enderezo mi columna vertebral mientras tomo mi decisión.
Puedo hacer ambas cosas. Trabajaré duro en la clase de
spinning de una hora, y luego me haré la remolona el resto del
día.
Una vez tomada la decisión, me dirijo al dormitorio para
ponerme unas mallas de deporte. Me digo a mí misma que esto
es mucho mejor que bromear delante de un gran desayuno con
Zach.
Probablemente se aburriría si se quedara. A Zach le gusta
pasar de una cosa a otra. Su mente es rápida, por eso es tan
bueno en la conversación, pero también significa que no puede
quedarse quieto.

Me pongo el abrigo y salgo por la puerta, caminando tan


rápido como puedo para no llegar tarde a la clase. Para cuando
llego al gimnasio, he decidido que hoy no debería mandarle
ningún mensaje. No hay ninguna necesidad de ser agobiante ni
parecer desesperada.

Sin embargo, podría enviarle un mensaje a finales de la


semana para decirle que lo pasé bien. Porque lo hice. Y no
estaría totalmente en contra de repetir el evento una o dos
veces. Y se lo diría sin darle importancia.

No me desmoronaré si no lo vuelvo a ver nunca más.


Sobreviví perdiéndolo la primera vez cuando era joven,
incluso para mí fue más duro, así que seguro que puedo
sobrevivir a una repetición de la historia.

Probablemente sigo siendo demasiado directa para él, y


eso es algo bueno.
Si no vuelve a ponerse en contacto conmigo, habré
esquivado una bala.

Y si me tiende la mano, será solo un puente que tendré que


cruzar.
Capítulo 10

Necesito cruzar el puente antes de lo que había creído. El


domingo por la mañana, Zach me llama.
Hoy no hemos tenido nuestro habitual brunch de amigas,
ya que Zoe está de viaje y Marianne tenía ensayo, así que
estoy acurrucada en un sillón, todavía en pijama y leyendo un
libro. Casi doy un brinco cuando veo su nombre aparecer en la
pantalla de mi teléfono.
Pero lo cojo. El domingo por la mañana es una hora
extraña para llamar; supuse que lo haría a finales de semana,
pero no me gusta jugar a las llamadas perdidas ni ninguno de
esos trucos, así que contesto enseguida.
—Habría pensado que estarías en la iglesia ahora mismo
—digo. Me recompensa el cálido sonido de su risa. Sonrío
como una idiota.
—Mis tías están allí rezando por mí, no te preocupes. —Su
voz baja me saca el aire de los pulmones, y tardo una fracción
de segundo en recuperarme.
—No es exactamente así como funciona.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta él—. No eras monaguillo.
Me río y pongo los ojos en blanco.
—Escucha, me lo pasé bien la otra noche. —Zach es muy
directo, no se anda por las ramas.
—Yo también —respondo mientras pienso cuándo lo
tendré de nuevo en mi apartamento. Creí que un rollo de una
noche podría ser suficiente, pero después de repetir en mi
mente cada detalle del viernes por la noche, tengo ganas de
más.
—He quedado con un amigo en la ciudad para almorzar,
pero luego volveré a Torrins, y se me ha ocurrido que podrías
acompañarme. —Zach duda, pero yo no digo nada. ¿En qué
diablos está pensando? ¿Cuándo he insinuado que estaría
interesada en un viaje literal por el carril de la memoria?—.
Podría dejarte en casa de tu abuela o algo así, si quieres
visitarla.
—Oh. —Mis hombros se tensan en cuanto él menciona
Torrins, pero me relajo enseguida. Al menos se refiere a mi
abuela como un motivo para ir allí. Supongo que tiene buenas
intenciones—. Eso sería agradable.

Normalmente la visito una vez al mes, pero a Deborah le


gustaría la sorpresa. Y parece que Zach no quiere tener una
cita ni nada, solo se ofrece a llevarme, lo cual es muy amable
de su parte.

—¿A qué hora? —pregunto.


—Podría recogerte sobre las dos —dice Zach—. ¿Te va
bien?
—Sí. —Suelto mi respuesta sin pensar.

Pero quiero hacerlo. Puedo hacer unas buenas compras


antes de que me recoja, y sé que mi abuela estará encantada.
Pero no invitaré a Zach a entrar. Dudo que Deborah lo
recuerde, pero si lo hace, definitivamente no tendrá
asociaciones positivas con su nombre.
—¡Genial! —El toque de emoción en la voz de Zach es
inconfundible. Entrecierro los ojos. ¿Por qué está tan excitado
por hacerme un favor?

—Bien, hasta pronto —le digo.


Después de colgar, me quedo quieta y miro fijamente al
espacio durante mucho tiempo. Mi sexto sentido es el
hormigueo. Algo le pasa a Zach. Hay algo que no logro ver.
Porque si la otra noche fue solo una conexión, ¿por qué se
esforzaría en hacer algo bueno por mí? Pero si quiere salir
conmigo en serio, me pediría una cita de verdad, ¿no?

¿Y por qué, después de dejar claro que no me gusta hablar


de Torrins, está tan ansioso por llevarme con él?

Dejo escapar un suspiro. Es posible que esté siendo


demasiado suspicaz. Solo porque solía hacer cosas negativas
cuando era adolescente no significa que ahora lo siga
haciendo.

Vuelvo a coger el teléfono y les envío un mensaje a mis


amigas. Me preguntaron cómo fue la cena del viernes, y como
nunca he podido mentirles, se lo conté todo. O casi todo. Les
dije que fue una conexión casual, pero no entré en detalles.
Pero no les confesé que no he podido dejar de pensar en él. No
estoy preparada para admitir eso ante nadie.
Así que dejé mi teléfono y me concentré en vestirme. Me
pongo unos vaqueros negros amplios y un suéter azul brillante.
Luego salgo a buscar unos dulces para mi abuela.
Unas horas más tarde, Zach aparca junto a mi apartamento.
No puedo evitar sonreír cuando veo su camioneta. No es tan
grande, ya que le sirve para cumplir su función y no para
presumir. Tiene algunas abolladuras aquí y allá, pero está en
buen estado.

Me subo a la cabina y pongo la bolsa de la compra a mis


pies.

—Hola —dice Zach—. ¿Estás impresionada por mi


varonil vehículo?

Pongo mi mano en mi frente como una actriz de una


película antigua.

—Seguro, creo que me voy a desmayar.


La risa de Zach se mezcla con el ronroneo del motor
mientras conduce hacia Lakeshore Drive.

Charlamos durante los primeros diez minutos más o


menos. Le digo qué comestibles le he comprado a Deborah:
aceitunas de lujo y pan artesanal, y él me habla del arquitecto
con el que ha almorzado. Trabajan juntos en la mayoría de sus
proyectos, y han hecho una gran amistad.

—Sé que será una sorpresa para ti que tenga un amigo con
un trabajo de verdad. —Zach habla en tono de broma, pero
hay algo afilado en sus palabras. Me está probando de alguna
manera, tratando de medir lo que realmente pienso de él.

Miro la fila de coches en la autopista.


—Estoy segura de que ambos hemos cambiado en estos
diez años.

—Tal vez tú más que yo.


Me vuelvo hacia él con los ojos bien abiertos. No tengo ni
idea de lo que está hablando, pero el sabor del miedo me llena
la boca. Todavía está traficando. Sigue enredado en el sórdido
ambiente de Torrins.

Zach me mira por el rabillo del ojo y aclara su voz.

—Me refería a que no pareces hablar con nadie de Torrins


ni vienes a menudo.

—Visito a mi abuela todos los meses. —Me pregunto si


reconoce lo furiosa que estoy. Si puede oír el tono letal de mi
voz. Mis puños están apretados con fuerza sobre mis muslos.

—¿Y tu madre? —La pregunta se dispara como un tiro, y


se queda flotando en la cabina de la furgoneta. Zach mantiene
la vista fija en la carretera, y yo hago todo lo que puedo para
mantener la calma. Aun así, mis ojos se estrechan y aprieto
tanto los labios que me duelen las mejillas.

De pronto, Zach se acerca y me toca el antebrazo, solo por


un segundo.
—Si vas a intentar saltar del vehículo en marcha, avísame
para que pueda ir más despacio.

—Lo estoy considerando. —Cruzo los brazos sobre mi


pecho, y su mano vuelve al volante.

—Pero entonces, ¿quién le traerá a tu abuela sus exquisitas


aceitunas? —Me dirige una pequeña sonrisa y un guiño. Odio
la facilidad con la que puede ser encantador para esquivar los
problemas.

—Mira, siento haber sacado el tema —dice Zach—. No


volverá a suceder.

Me froto las piernas.

—Está bien.
Me giro para mirar por la ventanilla. Se acabó la sensación
vertiginosa de las bromas y la camaradería. Ni siquiera tengo
ese hormigueo de lujuria que he estado sintiendo desde el
viernes.
Nada mata el buen humor como mi madre, Claire Dobbs.
Trato de apartarla de mi mente. Me apresuro a pensar en algo
ligero e ingenioso que decir. Alguna broma, incluso algo cursi,
pero me quedo en blanco. Nunca pude bromear sobre mi
madre. Ni sobre el tipo que la dejó embarazada a los dieciséis
años, ni sobre las arrugas que se formaron alrededor de sus
ojos verdes, tan parecidos a los míos, cuando apenas tenía
veinte años.

Mi corazón empieza a acelerarse al ver el desvío hacia


Torrins. Cuando vuelvo cada mes a visitar a mi abuela, lo hago
bajo mis propios términos. Controlo cómo llego allí y la
duración de mi visita.

Esto es diferente. Vengo con alguien que sabe demasiado


sobre lo que pasé en Torrins.

—Da la vuelta —digo—. He cambiado de opinión.

Zach me mira sorprendido, pero mantiene la compostura.

—Bea, estamos en la autopista, no puedo dar la vuelta. —


Zach cambia de carril como si aún tuviera la intención de
tomar la salida, y yo golpeo con la mano en el salpicadero.

Me quedo sin aliento y sacudo la cabeza mientras los


recuerdos horribles me bombardean. Recuerdo haber limpiado
el apartamento la mañana después de que mi madre se fuera de
juerga. Ella roncaba en el sofá y yo me arrastraba por la sala
de estar recogiendo las latas vacías. Recuerdo la horrible
sonrisa de Finn cada vez que llegaba a casa y dejaba la
mercancía para que mi madre la vendiera. Me estremezco
cuando recuerdo la forma en que me llamaba cariño.

Miro a Zach, y es demasiado. Él también entreteje los


recuerdos. La mayoría de los que tengo de Zach son buenos,
pero todos son demasiado breves. Siempre se marchaba con
una mirada de vergüenza en su rostro, como su padre lo
llamaba. Siempre se iba para hacer las mismas cosas malas
que hacía mi madre, y nunca resolvió ninguno de mis
problemas.

Ahora solo me estaba creando más.


Zach debe leer el pánico y la furia en mi cara. Murmura
una maldición antes de mirar por encima del hombro y volver
al carril central. Un coche toca el claxon, pero Zach apenas
hace una mueca. Sigue conduciendo justo después de la salida.
Espera a que la señal de Torrins esté muy lejos de nosotros
antes de hablar.
—Lo siento, no me di cuenta.
Toma la siguiente salida y se detiene en el aparcamiento de
un restaurante de comida rápida. Se gira para mirarme. Me
muerdo el labio y me miro las rodillas. Ahora que hemos
dejado de movernos, estoy avergonzada. No he sido tan
dramática sobre mi pasado en muchos años.
Aunque Zach no parece estar juzgándome.
—¿Necesitas agua? —pregunta—. ¿O simplemente
respirar por un minuto?
Curvo los labios y lo miro.
—No estoy teniendo un ataque de pánico, Zach, solo estoy
molesta.
Se ríe con ganas de mi respuesta descarada, y creo que veo
un poco de alivio en sus ojos. Prefiere que esté molesta con él
antes que triste.
—Bien, ha sido un error por mi parte, no debí haberlo
propuesto.
—No quiero hablar de ello —digo para que no pueda hacer
más preguntas. Sus ojos están tan llenos de bondad, y su pecho
se ve tan grande y cálido, que si sigue preguntándome cosas,
podría empezar a llorar y acurrucarme contra él para
consolarme. Lo cual sería patético. Odio llorar en público.

—Por supuesto —dice Zach—. Pero sabes que no es culpa


tuya. Tuviste una adolescencia difícil, ambos la tuvimos, pero
no hay nada que podamos hacer para cambiarla.

—Yo no la cambiaría. —Me encogí de hombros—. Me


hizo ser lo que soy ahora. Pero eso no significa que tenga que
ser todo kumbaya y hablar de ello durante un círculo de
confianza a la luz de las velas, ¿vale?

Zach levanta las manos y me dirige esa sonrisa burlona


que hace que se me revuelva el estómago.

—Lo prometo, nada de círculos de confianza.


Asiento y me pongo un mechón de pelo detrás de la oreja.
Me doy cuenta de que está esperando que yo decida qué hacer.
Estamos en una situación incómoda gracias a mi casi ataque
de nervios. Pero no voy a visitar a mi abuela, hoy no.
—Puedo tomar un taxi de vuelta a la ciudad —digo—. No
quiero hacerte perder el tiempo en un viaje de vuelta.
—Ni hablar. —Zach sacude la cabeza—. Creo que te debo
una cena.

—De verdad, no tienes que hacerlo —insisto.


Pero Zach ya está dando marcha atrás.
—Iremos a Ivington, está a solo unos minutos.

Ivington es uno de los suburbios más acomodados. Es uno


de esos pueblos con una adorable calle principal que parece
hecha a medida para las familias perfectas.

—No pensé que fueras del tipo que almuerza en Ivington


—digo. Mi corazón ha dejado de latir con taquicardia, y me
siento más relajada. Cuando Zach no menciona Torrins, puedo
relajarme con él.
—Construí una casa allí hace un tiempo —dice Zach—. Es
bonita, muy idílica.

Me recuesto en el asiento y sonrío.


—Sí. Idílica.
Después de todos los recuerdos de Torrins, definitivamente
me vendría bien algo idílico.
Capítulo 11

Zach aparca justo en la calle principal. Salgo de la


furgoneta y me lleva a un pequeño café. El interior es
acogedor, con mesas de madera resistentes y cómodos sillones.

Como ya había almorzado, pide un café y un panecillo,


pero de repente me da hambre, así que pido un sándwich de
pavo con sopa de tomate.
Nos instalamos cerca de una ventana. El aire frío del
exterior ha cubierto el borde del cristal con un anillo de
condensación, pero el interior es agradable y cálido.
Una vez que le doy unos mordiscos a mi sándwich,
consigo recuperar el control.
—Lo siento por la locura —digo—. No me gusta pensar en
el pasado.
—Me sorprendiste —admite Zach—. Siempre pensé que
eras intrépida.
Casi me ahogo con la sopa.
—Zach, me aterrorizaba todo, especialmente entonces.
Se encoge de hombros y agarra su taza de café.
—No sé, supongo que nunca lo demostraste.

—Sabes tan bien como yo lo arriesgado que es mostrar el


miedo en el lugar de donde venimos. —Le dedico una mirada
irónica y vuelvo a prestar atención a mi sándwich.
—Siento que te hayas asustado tanto —dice Zach. Me
mira como si lo dijera en serio.

—No es culpa tuya. —Me encuentro con sus ojos, y la


intensidad de su mirada oscura hace que se me erice el vello
de los brazos—. Nunca lo fue.

Trato de decir algo neutral después de eso, pero no puedo.


De todas formas, no importa. Me siento cómoda sentada en un
lugar tranquilo y silencioso mientras termino de comer.
Cuando acabo, miro por la ventana. El día es frío, pero es
brillante y claro, y ambos tenemos abrigos gruesos.
—¿Vamos a dar un paseo? —pregunto.
—Claro. —Zach se pone en pie y retira mi silla para que
me levante. Me parece que es algo anticuado. A pesar de su
apariencia casual y sus antecedentes, sigue siendo más
caballeroso que algunos de los chicos del fondo fiduciario que
conocí en la universidad.
—Quiero ver la casa que construiste —le digo.

Estoy encantada al ver una expresión tímida en su cara. Se


balancea sobre sus pies.

—Vamos, sé un poco presumido para mí. —Le doy un


empujón con mi y él sonríe ante el contacto juguetón.
—Si te impresiona mi trabajo, ¿me recompensarás? —Su
voz es baja y sensual y no me deja ninguna duda de a qué tipo
de recompensa se refiere.
—Tal vez. —Levanto mi pequeña nariz en el aire y lo miro
con altivez—. Pero no te emociones demasiado: tengo
estándares muy altos en lo que se refiere al diseño de casas.
—Oh, no esperaría nada menos de ti
Me abre la puerta y salimos a la acera. Me subo la
cremallera del abrigo hasta la barbilla, y estoy a punto de
enterrar mis manos en mis profundos bolsillos cuando me
agarra las yemas de los dedos.
Le miro, pero su cara es segura y confiada. No vacila en
absoluto mientras me envuelve la mano con la suya.
Sé que debería alejarme. Actuamos como una pareja, y no
lo somos.

La cosa es que es agradable sentir su mano. Es sólida y


cálida, y puedo sentir la aspereza de sus callos, pero sé lo
suaves que pueden ser sus dedos.

Así que dejé que me llevara a través de la calle principal y


luego por una bonita avenida bordeada de altos arces. Las
ramas están desnudas y hay parches de nieve en los patios,
pero imagino que en verano, el césped y las hojas deben ser de
un hermoso verde profundo.
Su casa está al final de la manzana. Él la señala, y yo me
detengo.

Es una casa hermosa. Es alta y tiene una estructura


colonial clásica, pero elegante. Las dimensiones son perfectas.
Está pintada de un azul suave, casi gris, pero tiene una gran
puerta de madera roja. Y el tejado está hecho de costosas tejas
de piedra. Sin duda, Zach ha minimizado la envergadura de su
empresa constructora. Está claro que le va muy bien si
construye casas como esta.

—¿Qué me dices? —Zach está estudiando mi cara con la


mayor atención, como si quisiera leer mi mente—. ¿Te gusta?
—Es increíble. —Estoy demasiado impresionada para
mostrarme tímida.

Zach sonríe como si hubiera esperado toda su vida para


escuchar mis elogios.

—Es una de mis favoritas —afirma él.

Damos la vuelta, aún de la mano, y nos dirigimos de nuevo


hacia la calle principal.

—Voy a pedirte algo personal, pero, por favor, no me


arranques la cabeza de un mordisco —dice Zach.
Le dirijo una mirada mordaz. No soy un desastre
emocional.

—Intentaré mantener mis colmillos retraídos.

—¿Te avergüenzas del lugar de donde vienes?


Yo frunzo los labios. No es la primera vez que escucho
esta pregunta. La mayoría de las veces, me la hago a mí
misma. Mi instinto es ponerme a la defensiva y negarlo, pero
no puedo. Zach sabe demasiado sobre mí.

—Solía hacerlo. —Suspiro e inclino la cabeza hacia atrás


para mirar el brillante cielo azul. No hay ni una sola nube—.
En la universidad, parecía que todos tenían estas familias
perfectas y saludables, y yo me avergonzaba de no tener una
así—. Me giro para poder mirarlo directamente—. Pero ya no.
La gente que realmente me importa se preocupa por mí, y a
ellos no les importa cuáles son mis orígenes.

—Bien —dice Zach, escueto.

—Pero quiero esa vida sana en un futuro. —Las palabras


salen de mi boca antes de que me dé cuenta—. Vivir en una
calle como esta, con niños que juegan al fútbol y tal vez
algunos perros. Eso me encantaría, y lo disfrutaría cada
segundo.
Una sombra irónica surge en los ojos de Zach.

—No todos los que viven en estas casas son felices.

—Yo sí lo sería. —Hablo con confianza porque sé que es


verdad. He querido esa vida durante demasiado tiempo como
para no saberlo y apostar por ella. Elegiría a la persona
adecuada para compartirla.

—Siempre se te dio bien ser feliz —dice Zach.


Parpadeo sorprendida.

—No tanto como a ti.

Casi hemos llegado junto a la furgoneta, y la tarde se nos


escapa con rapidez. No quiero que termine. Siento que
estamos congelados en una vida diferente. Mañana tengo que
ir a trabajar como siempre, pero durante la última hora, siento
como si hubiera entrado en un universo alternativo.

—Te diré un secreto —dice Zach. Se inclina hacia abajo,


así que casi me susurra al oído—. Yo también quiero esa vida
con una casa de vallas blancas y perfectas.

Levanto las cejas. Tiene que estar bromeando, pero su cara


está muy seria.
—Te aburrirías en unos cinco segundos.

—No —dice—. No lo haría.

Me encojo de hombros y agarro la puerta de la camioneta.


Siento sus ojos en mi espalda mientras salto al asiento del
pasajero. Cuando él se pone al volante y acelera el motor, me
pregunto si me lo va a explicar. Parece tan seguro de que no se
aburrirá, que debe tener una buena razón.

Pero no dice nada. Se limita a tomar la dirección a Chicago


y enciende la radio.
Un nudo de nostalgia me atenaza el estómago. No es por
su compañía, ni siquiera por lo disgustada que estaba antes con
la idea de volver a visitar Torrins. Es porque el día ya ha
terminado.
Capítulo 12

El martes, mi abuela me llama durante mi viaje matutino.


Sonrío cuando veo su nombre. Conoce mi rutina diaria hasta la
médula, así que a veces me llama entre las siete y media y las
ocho mientras voy en el tren hacia el Merchandise Mart.
—Hola, abuela. —Cruzo las piernas y me recuesto en mi
asiento.
—Buenos días, cariño. —Ella parece andar ocupada en la
cocina, la oigo moverse y preparar el desayuno—. ¿Cómo
estás?
—Estoy bien —le respondo—. Tengo algunas sorpresas
para ti, ya las verás. —No necesita saber que compré esos
regalos especiales en mi visita frustrada. Aun así, recibirá sus
bonitas aceitunas.
—Oh, me mimas demasiado —dice como siempre.

Siento una punzada de culpa. No la mimo en absoluto. Se


merece mucho más por mi parte. Igual que Zach.

Él quiere verme de nuevo esta noche. Me envió un


mensaje de texto diciendo que estará en la zona y que puede
traer una pizza. Ni siquiera dudé antes de responder que me
parecía un buen plan.

Algo cambió entre nosotros el domingo. Antes solo me


sentía atraída por él, pero después de pasar la tarde juntos, las
viejas emociones están saliendo a la superficie. Y también
otras nuevas. Zach ha cambiado después de todo. Sigue
teniendo su sentido del humor cáustico y su actitud traviesa,
pero es un poco más responsable. Ahora tiene un horario, y
mencionó algo sobre la reunión con un contable el otro día.
Me enamoré de él cuando era una niña, y ahora me estoy
enamorando de él como una adulta.
—¿Qué has estado haciendo? —pregunta mi abuela.

—No mucho, sobre todo trabajo. —Hago una pausa. Ella


se preocupa por mi vida. Se merece algo más que vagas
respuestas—. En realidad, hace poco me encontré con un viejo
amigo de Torrins. Zach O’Malley.
Hay una pausa de silencio. Por un minuto, creo que hemos
perdido la conexión, aunque el tren aún está en la superficie.
—No sabía que todavía estabas en contacto con ese chico
—dice por fin.
Su frase está cargada de tanto significado oculto, que no sé
ni por dónde empezar. Me sorprende que se refiera a él como
«ese chico», como si estuviéramos en una mala imitación de
West Side Story.
—La verdad es que no tenía contacto con él —digo—. Nos
encontramos por casualidad, y acabamos de tener una cena
informal.
Mi abuela hace un ruido que suena como un resoplido.

—Estabas colada por él.

—De eso hace mucho. —Soy demasiado orgullosa para


decirle que todavía lo estoy un poco. De hecho, me arrepiento
de haberlo mencionado.

Pero Deborah todavía vive en Torrins. No está


exactamente en el centro de nada, pero sigue los chismes a
través de sus amigos.
—Bueno, está viviendo en Torrins —explico tratando de
mantener un tono indiferente—. Me sorprende que no te
encuentres con él todo el tiempo.
—Cariño, de ser así, no lo saludaría. —Su voz es fría
como el hielo.

—¿Por qué? ¿Qué ha hecho? —Me aterra escuchar las


respuestas, pero tengo que saber si Zach está metido en algo
turbio—. ¿Qué has oído?

—No sé si ha hecho algo —dice ella—. Solo recuerdo que


fue parte de toda esa horrorosa situación. Fue una mala
influencia para ti.

—La gente cambia. —Mi propia voz se ha endurecido.


Creo que llamarlo «mala influencia» es ir demasiado lejos. No
es que Zach me haya hecho traficar con drogas ni faltar a
clase.

—Bueno, supongo que soy lenta en perdonar cuando se


trata de ti, cariño.

Mi corazón late al ritmo de los ruidos del tren contra las


vías. Ella sabe algo más sobre Zach. Me doy cuenta.
—Me sorprende que seas amiga de él hoy en día —dice—.
Estoy segura de que es muy agradable, pero sé que aún se
mezcla de vez en cuando con gente poco recomendable.
Siento un escalofrío. Todo este tiempo no he dejado de
repetirme que no había forma de que Zach siguiera
involucrado en algo ilegal. He estado inmersa en la negación.
He estado desesperada por encontrar una manera conveniente
de engancharme con un tipo que sé que no me conviene.
—¿Qué quieres decir? —pregunto. Solo me quedan dos
paradas más para llegar al trabajo, pero no voy a permitir que
mi abuela cuelgue el teléfono hasta que yo obtenga respuestas.

Ella da un gran suspiro.

—No iba a sacar el tema, pero él va a visitar a Claire.

Casi se me salen los ojos de las órbitas. Esperaba que Zach


estuviera trabajando con Finn o con alguno de los otros
traficantes. ¿Pero qué demonios hacía pasando el rato con mi
madre?

La bilis me sube por la garganta cuando llego a la


conclusión más dramática: tiene una aventura con ella. Mi
madre no es tan mayor, y quién sabe, tal vez le gustan los
jóvenes. No creo que haya envejecido bien, pero no lo sé con
certeza. No la he visto en ocho años.
Me quedé con mi abuela durante el verano después de mi
segundo año de universidad, pero tenía prácticas en la ciudad,
así que viajaba allí a diario.
Mi madre se presentó borracha en casa de Deborah,
rogándonos que la dejásemos hablar con nosotras. Mi abuela
le permitió entrar y le dijo que se duchara. Yo ya había
terminado con mi madre, por lo que me fui a mi habitación y
no quise responderle cuando llamó a mi puerta.
A la mañana siguiente, me enfrenté a ella. Claire estaba
acurrucada en el sofá, con la cara pálida por la resaca. Su
cabello colgaba en mechones oscuros y pegajosos. Pero sus
ojos eran del mismo verde eléctrico de siempre. Los mismos
que los míos. Las drogas, el alcohol y la vida dura no pudieron
borrar su brillo.
Le dije que sería mejor para mí si no hablábamos por un
tiempo. Me mantuve firme y la vi acobardarse ante mis
palabras. Asintió con la cabeza y no se defendió. Mi madre no
era muy luchadora. Dejó que la mala vida y los hombres malos
la arrastraran.

Me fui furiosa a mis prácticas y cuando regresé esa noche,


ella se había ido.

—¿Cómo sabes eso? —Intento mantener mi voz firme,


pero me preocupa que mi abuela pueda sentir mi tensión.
—Claire y yo hablamos de vez en cuando. —Mi abuela
sigue en contacto con ella. Supongo que es más difícil para
una madre cortar amarras. Aun así, no se veían a menudo—.
Ella afirma que va a dejar el alcohol.

Las dos sabemos lo que eso significa. Mi madre lleva


diciendo que va a mantenerse sobria desde que yo tenía cinco
años. Pero nunca lo hace.

—Vale, ¿pero cuándo apareció Zach? —A medida que mi


conmoción empieza a desvanecerse, el enfado se apodera de
mí. Mi abuela me ha estado ocultando esto por alguna razón, y
estoy segura de que no es por ninguna buena.
—Tu madre me acaba de decir que él se ha pasado a
charlar con ella. Por eso me sorprende que salgas con él.

—Oh, no estoy saliendo con él. —Empujo las palabras a


través de los dientes apretados—. Confía en mí.

—¿Estás bien, cariño?

Respiro y me obligo a calmarme. No va a ayudar a nadie


que lo pague con mi abuela.
—Sí, pero me tengo que ir, mi tren está llegando al trabajo.

Mi abuela me desea un buen día, y colgamos.


Paso a zancadas por el pasillo principal del Merchandise
Mart con los ojos entrecerrados.

Estoy enfadada con Zach por no haber mencionado que


sigue siendo amigo de mi madre, pero estoy aún más enfadada
conmigo misma. No es como si estuviera ciega. Sabía que
había problemas con Zach. Sabía que era muy probable que
aún estuviera infringiendo la ley. Y yo dejé de lado esas
posibilidades solo para poder tener sexo.
No valía la pena.

Me bombardean los recuerdos de él tocándome,


besándome, sonriéndome.

Vale, quizás valió la pena. Pero no puede volver a suceder.


Me sorprende lo mucho que duele. Cuando éramos
jóvenes, creía que éramos amigos. Claro, las cosas eran
complicadas y nos atraíamos, pero antes de todos los besos
robados, teníamos una buena amistad. Y yo pensé que la
habíamos retomado.

Pero no ha sido así. No es un verdadero amigo si está


saliendo con Claire. Él sabía que no me hablo con mi madre.
Lo discutimos en la cena del viernes. Y se sentó allí,
parpadeando y sonriendo como si no fuera un chivato total.

Gruño un saludo a mi gerente y me dejo caer en la silla.


Me quito el abrigo y abro mi correo electrónico para fingir que
estoy totalmente absorta en la pantalla.
Tengo una reunión de equipo en diez minutos. Respiro
hondo para estabilizarme.
Me concentraré en mi trabajo de esta mañana. No voy a
dejar que esta pequeña traición me descontrole. ¿Es realmente
una traición si siempre sospeché de él?
Voy a mantener un actitud profesional y tranquila durante
las próximas horas. Lo llamaré durante mi almuerzo.

Luego le diré a Zach lo que pienso.


Capítulo 13

Bajo al vestíbulo del Merchandise Mart para hacer la


llamada. Está lleno de gente, pero no tanto como para que no
pueda tener una conversación telefónica.

Me las he arreglado para calmarme un poco en el


transcurso de la mañana. Hago llamadas y programas de
lanzamiento y resulta ser una mañana muy productiva.
Cuando llega mi hora del almuerzo, cambio de marcha. Es
hora de sacar a Zach de mi vida.
No voy a dejar de responder sus mensajes o llamadas.
Sería una forma adecuada de terminar con él, sin embargo,
hicimos planes para esta noche, y no quiero que se presente en
mi casa.

Así que los fantasmas están afuera. Tengo que decirle que
se acabó, y también podría pronunciar algunas palabras duras
mientras lo hago.
Siento una punzada de arrepentimiento mientras busco su
número en mi teléfono. Realmente pensé que tal vez podría
haber sacado algo bueno de esto.
Me siento en un banco contra la pared. Un flujo constante
de gente pasa a toda prisa, a almorzar o de compras. Nadie se
va a detener para espiarme.
Hago clic en su nombre y me pongo el teléfono en la oreja.
Lo coge enseguida. Es un alivio. No quiero dejar un
mensaje en el contestador. Quiero oír su voz cuando le diga
que he descubierto su pequeño y sucio secreto.
—Hola, ¿qué pasa? —Está afuera, en algún lugar, puedo
escuchar el viento y el ruido del tráfico.
—No mucho —le digo—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy en un sitio —dice Zach.
Giro mi boca en una sonrisa letal.
—¿En serio? ¿Estás seguro de que no estás con mi madre?
Silencio total. Se sorprende de que yo lo sepa. Bien.

—¿Habló ella contigo? —pregunta. No se demuestra


pánico, pero su tono es bajo y serio.
—No, Zach, nunca hablo con mi mamá, y recuerdo
perfectamente que te lo dije la semana pasada. —Mi voz gotea
de amargo sarcasmo—. Es curioso que no hayas mencionado
que tú y ella sois muy buenos amigos.
—No lo somos… —Se detiene y puedo oírlo murmurar
para sí mismo—. Nos mantenemos en contacto. Está
intentando rehacer su vida, Bea.

—No te atrevas a hablarme de ella. —Mi frase empieza


con rabia, pero en algún punto mi voz se quiebra, y suena
como si estuviera a punto de llorar. Me trago el nudo en la
garganta y parpadeo con furia.
—Siento no habértelo dicho. —Zach parece sincero, y lo
odio—. Lo siento mucho.

Me muerdo el labio. Podría terminar la conversación aquí,


pero tengo que conseguir respuestas.
—¿Por qué querías salir conmigo? ¿Estáis planeando algo
tú y ella? Porque te prometo que si estabas tratando de
colocarme droga o de pedirme ayuda, voy a…

—No, Jesús, cálmate. —Su voz es fuerte y clara, y su


firme negación alivia mis peores temores, aunque podría estar
mintiendo—. Ya no hago nada de eso, y ella tampoco.

—No quiero saber lo que ella hace o no hace, ¿de acuerdo?


—Me recuesto contra la fría pared y cierro los ojos—. Solo
quiero saber por qué me estabas acosando.
—Quería saber de ti, eso es todo —dice Zach—. Te vi en
Torrins, y sentí curiosidad, ¿vale? Me di cuenta de que no
querías hablar de tu madre, por eso no la mencioné.
Suena muy lógico saliendo de su boca. De hecho, hace
parecer que todas sus intenciones eran de lo más inocentes. Yo
soy quien está exagerando.
Los mejores mentirosos siempre suenan lógicos.

—No confío en ti ahora mismo —admito—. Y no sé si


alguna vez lo hice.

—Mira, Bea, no todos son como tú. —Ahora está frustrado


y se ha movido hacia un lugar tranquilo. No hay más ruido de
fondo—. No todo el mundo puede cortar los lazos y actuar
como si toda la gente que conoce deje de existir de repente.

—No hagas que esto gire en torno a mí.


—Tienes razón, es sobre mí. —Zach vacila, y casi puedo
palpar cómo duda respecto a lo que va a decir—. Cuando mi
padre murió, estaba triste, pero también sentí que era libre por
fin. Ahora podía dar un vuelco a mi vida. Pero también estaba
aterrorizado. Por primera vez estaba solo, y si echaba a perder
las cosas, sería culpa mía. Ya no podía culpar a mi padre.

Asiento con la cabeza a pesar de que él no puede verlo. No


puedo evitarlo; entiendo lo desalentadora que puede ser la
libertad.
—No era el único del equipo de Finn que quería una vida
mejor —dice Zach—. Sigo en contacto con tu madre y otros
que querían salir de aquello. Eso es todo. No es nada más que
eso. Como un grupo de apoyo para extraficantes anónimos.

A mi pesar, me reí. Me impresionó que pudiese contar un


chiste, aunque fuese pequeño, mientras hablaba de un tema tan
serio.

—Aun así deberías habérmelo dicho —murmuro.

—¿Habría cambiado las cosas?

—Sí. —No me arrepiento de haberme acostado con él,


pero no voy a mentir. Si hubiera sabido que hablaba con mi
madre, no lo habría hecho—. Jamás habría estado dispuesta a
que nos viésemos si hubiera sabido que tú tenías citas
semanales para tomar café con mi madre y Finn.

—No con Finn. —La voz de Zach es fría como el hielo, y


no creo que esté fingiendo su desprecio—. Primero, no
hablaría con Finn ni por un millón de dólares, y segundo, está
en la cárcel.

Levanto las cejas. El destino de Finn no me preocupa, pero


es satisfactorio saber que está encerrado.

—Él solía decir que era demasiado listo para que lo


atrapasen —murmuro. Se lo decía a mi madre cuando a ella le
entraba el pánico por un trato. Siempre supe que Finn era más
listo que la mayoría de los traficantes, pero no era infalible.

—Bueno, no debería haber sido tan arrogante —dice Zach


—. Lo vendí la semana después de que mi padre muriera.

Lo miro sorprendida.

—¿A qué te refieres?

—Trabajé con la policía —dice Zach—. Les dije todo lo


que sabía sobre él, les dije dónde estaría y lo arrestaron. Era un
caso cerrado.

—Vaya. —Por mucho que Zach estuviese decidido a


rehacer su vida, se necesitan agallas para ser un soplón.

—Fue hace mucho tiempo —explica él con naturalidad,


como si no fuera gran cosa haber derribado al hombre más
aterrador que haya conocido jamás.

—Entonces, ¿se acabó el problema de Finn?

—Se acabó —dice Zach.

Es un pequeño consuelo, pero al menos es una buena


noticia. Aunque no cambia nada. Incluso si Zach vive en
pacífica armonía con la policía, (y todavía tengo mis dudas al
respecto), aun así me engañó.

—Mira, tengo que decirte una cosa —continúa él—. Tu


madre quiere hablar contigo. Quiere hacer las paces, y me ha
pedido que la ayude, si puedo.

Mi corazón se convierte en hierro. Sabía que había algo


más en todo esto. No fue una coincidencia que Zach hubiese
hecho lo posible para charlar conmigo. Cada vez que él trataba
de indagar en mis sentimientos o escuchar mi angustia, era
para ganarse mi confianza y proponerme hablar con Claire.

—Eres un idiota —afirmo. Parezco una chica de


secundaria, pero es todo lo que se me ocurre decirle. Quiero
gritar y soltar una maldición, pero no puedo, no en medio del
Merchandise Mart.

—Vamos, Bea, no seas tan dura, tiene buenas intenciones.


—Oh, así que si tu padre estuviera vivo, te encantaría que
yo te insistiese en que te relacionaras con él —respondo.

—No es lo mismo.

—Sí, lo es —digo—. Puedes creerte la historia que quieras


sobre tratar de ser bueno y respetuoso de la ley, pero no lo
estás haciendo. No si sigues tonteando con mi madre y sus
amigos. Ella nunca irá por el buen camino.

Por un segundo, creo que Zach va a explotar de rabia. En


lugar de eso, se ríe a carcajadas.

—No estoy traficando, y tampoco tu madre. Te has vuelto


un poco crítica, ¿no?

—Tal vez siempre lo fui —le contesto.

—Sí —dice Zach—. Tal vez. Mira —continúa después de


una pausa—, tengo que volver al trabajo, pero podemos hablar
esta noche.

Me inclino y presiono mis dedos contra mi frente. Esta


conversación es agotadora, más de lo que pensé que sería.
Zach actúa como si fuera un pequeño malentendido que se
puede resolver con una simple explicación.
—Zach, no vas a venir esta noche —le digo—. Nuestros
planes se han cancelado.
—¿Por qué? Pensé que nos estábamos divirtiendo. —Una
entonación divertida impregna su voz—. Definitivamente, te
divertiste la otra noche.
—Voy a ser muy clara. —Me levanto y hablo con toda la
autoridad que puedo reunir—. No quiero volver a verte. No
quiero ver o hablar con mi madre. No me creo que ella haya
dejado el mundo de las drogas, y francamente, tampoco confío
en ti.

Si está limpio del todo, y si es cierto que ayudó a las


autoridades a arrestar a Finn, entonces estoy siendo una perra
total. Pero no soy estúpida. La gente puede actuar como si
fueran unos santos, pueden hacer todo tipo de promesas, pero
eso no significa que sean buenos. Las promesas son fáciles de
romper. Claire Dobbs me lo demostró una y otra vez a lo largo
de mi infancia. Incluso Zach rompió sus promesas, incluso
cuando no era su intención.
—Bea, entiendo que tienes problemas de confianza —dice
Zach.
Casi cuelgo. Los problemas de confianza son los que
tienes cuando un novio te engaña. Tengo algo mucho mayor.
Tengo los problemas acumulados después de que mi madre se
haya pasado toda mi vida decepcionándome de todas las
maneras posibles.
—Claro, tengo problemas de confianza. —Espero que mi
sarcasmo le queme—. Soy juiciosa. Necesito mi espacio.
Puedes llamarlo como quieras, pero déjame en paz.
Cuelgo y apago mi teléfono por si intenta llamarme o
enviarme un mensaje de texto. Todavía me queda media hora
para mi almuerzo. Es tiempo suficiente para comer un
sándwich y dejar que mi furia se evapore. Puedo hacerlo.
Regresaré al trabajo y mi vida volverá a la normalidad.
Esta mañana me he llevado una desagradable sorpresa, y
ha sido terrible, pero se acabó. Ya me ocupé de ello. Puedo
seguir adelante.
En cierto modo, eso es lo que he estado haciendo toda mi
vida adulta: pasar de las malas situaciones.
Capítulo 14

Estoy de mal humor cuando llego a casa. No tengo energía


para hacer la cena, y aunque la tuviera, no hay mucho en mi
cocina. Estaba demasiado distraída con Zach para ir a comprar
el fin de semana.
Me pongo pantalones de chándal y una vieja sudadera
universitaria. Luego busco en la nevera un poco de queso para
acompañarlo con galletas y una manzana. Es una comida
patética. Me siento en mi sofá y contemplo la posibilidad de
correr a la tienda de la esquina a por una tarrina de helado. O
podría pedir una pizza. Normalmente no lo hago los días entre
semana a menos que sea una emergencia.

Considero la situación.
Mi exnovio vuelve a mi vida, me da una noche increíble de
sexo, y luego me hace pensar que tal vez podríamos tener una
aventura divertida, solo que resulta que está confabulado con
mi madre y también tal vez trafica con drogas. ¿Se puede
considerar esto una emergencia?
Es un debate difícil, plagado de medias verdades y grandes
sospechas. Porque Zach podría ser perfectamente inocente. O
tan inocente como un tipo duro de mala vida pueda serlo.
Podría estar siendo sincero, y eso es lo que yo desearía.
Mi instinto me dice que solo lo es en parte. No sé el grado
de intimidad que tendrá con mi madre. No sé el motivo por el
que entregó a Finn. Tal vez lo hizo para hacerse con el control
del negocio.
Estoy tentada a encender mi ordenador y buscar en
Internet.

Me sobresalto cuando suena el timbre. Por un segundo,


pienso que será una de mis amigas. Que Elena, con sus súper
poderes empáticos, ha sentido mi estrés y ha venido a
visitarme. O tal vez Marianne ha reñido con una de sus
compañeras de cuarto y necesita un lugar para dormir. De
cualquier manera, me encantaría tener compañía.

—¿Hola? —pregunto por el intercomunicador.


—Soy yo.
Zach. Me quedo con la boca abierta. Maldita sea.
—Por favor, déjame subir —dice él—. Solo un segundo, te
he traído comida.

Mi estómago hace un sonido agudo con su última palabra.


El queso y las galletas no han servido de mucho.

Sin pensármelo dos veces, lo invito a subir.


Miro mi estómago, que sigue gruñendo.

—Eres un idiota — le susurro.


Cuando Zach llama a la puerta, pongo mi mejor ceño
fruncido antes de abrirle.

Para mi total irritación, él me sonríe. Sus ojos oscuros me


miran de pies a cabeza.

—Bonito chándal —dice.


Siento una breve vergüenza por mi atuendo, pero recuerdo
enseguida que no trato de impresionarle. No me importa si
piensa que soy un desastre.
Aprieto con fuerza la puerta y dudo si cerrársela en la cara,
pero él debe leer mis pensamientos porque da un paso firme
hacia adentro. Me pongo en marcha y entro en mi cocina.

—Tienes cinco minutos —digo sobre mi hombro.


Él deja la caja con la pizza en la encimera, y luego
continúa sonriéndome.

—Pareces angustiada.

Cruzo los brazos y me quedo mirándolo. Actúa como si yo


estuviera disgustada, y esa no es la cuestión.
Zach se encoge de hombros.

—Esto no tiene por qué ser un problema. No hablaré del


pasado ni mencionaré a la que «no debe nombrarse». Ahora
conozco tus reglas, y las seguiré.

—¿Se supone que esto es una disculpa? —Aprieto los


dientes. Desearía que él no llevase esa camiseta ajustada que
marca su amplio pecho. Me distrae.

—Claro —dice Zach—. Lo siento, ¿ahora podemos


relajarnos de nuevo? Por favor…
Dejo escapar un gemido de frustración y me tapo los ojos
con una mano. No puedo mirar su sonrisa arrogante ni un
segundo más.
Me pongo rígida cuando siento que se acerca. Me agarra
las muñecas con suavidad y las aparta de mi cara. Observo la
suave piel de su cuello y me muerdo el labio inferior.
—Esa ha sido la peor disculpa de la historia —murmuro.

Se inclina sobre mí hasta que su boca está junto a mi oído.


—Sabes que no soy bueno con las palabras.

Mi nariz está cerca de su pecho y casi siento el calor de su


piel.
—Puedo demostrarte cuánto lo siento —añade él.

Estoy boquiabierta. En realidad está tratando de seducirme


en este momento. Y entonces me besa, confirmando mis
pensamientos.

No es un beso suave. Zach presiona su boca contra la mía


con calor y hambre. Su lengua empuja mis labios hacia afuera
y saquea el interior. Aprieto mis palmas contra su pecho, pero
en vez de apartarlo, lo agarro de la camisa y le devuelvo el
beso.

Sus manos recorren mi espalda y se detienen en mi trasero.


Me sostiene a ras de sus caderas.

Por extraño que parezca, el olor de la pizza me devuelve a


mis sentidos. Recuerdo que está aquí a pesar de que le dije que
no viniera, y recuerdo que estoy enfadada con él e intento
sacarlo de mi vida.

Me alejo y lo empujo hacia atrás. Su camisa tiene las


marcas de mis manos.

—Se supone que no deberías estar aquí. —Jadeo en busca


de aire, pero mis pulmones no consiguen encontrarlo—. Se
acabó.
—Este beso me ha parecido lo contrario. —Zach sonríe
mientras toca con su pulgar mi labio inferior hinchado, y no
retrocedo—. ¿A ti te lo ha parecido?
Sus dedos rozan suavemente mi cara sonrojada hasta que
la palma de su mano me cubre la mejilla.

—Déjame compensarte por haberte hecho enfadar hoy —


dice—. Podemos divertirnos, y eso es todo.

Es una oferta atractiva. De hecho, si alguien me hubiera


preguntado ayer, habría dicho que es exactamente lo que
quería. Una relación divertida y nada más, sin ataduras.

Pero él habla con mi madre. Eso representa un gran


compromiso.

—No quiero verte más —susurro.


Los ojos de Zach se oscurecen con energía sensual y me
dedica una sonrisa tan malvada que me tiemblan las rodillas.

—Entonces no me mires —dice.


En un instante, Zach tiene su mano en mi cintura, me hace
girar de cara al mostrador y me presiona la espalda.

Se detiene con su mano apoyada en mi estómago, como si


estuviera esperando a ver si me aparto. Cuando no muevo un
músculo, suelta un suave zumbido de aprobación. Luego me
retira el pelo del cuello y empieza a besarme y a acariciarlo.
Un murmullo de placer se escapa de mi boca, y puedo sentir la
sonrisa satisfecha de Zach en mi piel. La sensación recorre mi
columna vertebral.

Su mano se desliza bajo mi sudadera y se mueve hacia


arriba para acariciar mi pecho. Se ríe cuando nota que no llevo
sujetador. Aprieta un par de veces antes de atrapar mi pezón
con su dedo. La tensión y la ira salen de mi cuerpo, y son
reemplazadas por un deseo crudo.
Puedo sentir su erección, dura e insistente, presionando la
parte baja de mi espalda. Instintivamente empujo mis caderas
hacia atrás.

Mis manos se dirigen a sus firmes antebrazos, y disfruto el


agarre de sus músculos mientras me sostiene a ambos lados.
Me siento segura entre sus brazos, y sé que debería estar
analizando esto para averiguar lo que significa, pero no puedo
pensar en ello ahora. Solo puedo pensar en cómo una de sus
manos se desliza por debajo de la cinturilla de mis pantalones
de chándal.

Su boca se mueve justo debajo de mi oreja, y chupa el


lóbulo antes de darle un ligero mordisco con los dientes.
Luego introduce su mano bajo el elástico de mis bragas.
Apoya la punta de su dedo ligeramente sobre mi clítoris. Yo
respiro hondo.
—Me detendré si me lo pides —murmura Zach en mi nuca
—. ¿Quieres que lo haga?

—No te detengas. —Cierro los ojos—. Por favor, sigue.

Si no lo deseara tanto, estaría enfadada conmigo misma


por rogarle. Pero todas mis reservas son ahogadas por el calor
del deseo que late a través de mí.

—Esperaba que dijeras eso. —Los dedos de Zach vuelven


a mi clítoris, y esta vez me acaricia con más firmeza—. Dios,
te deseo tanto.
—Entonces tómame —le digo—. Ahora.

Nunca he sido tímida para expresar lo que quiero en la


cama.
Zach no duda. Me acaricia con una mano y me pone la otra
en la espalda. Primero me quita la sudadera, luego me presiona
la espalda desnuda hasta que me veo obligada a extender la
mano y agarrarme a la encimera. Me apoyo con los brazos y
presiono mi trasero contra su entrepierna para poder saborear
el grueso entusiasmo de su polla.
Con un gruñido que me dice que él está igual de
desesperado, Zach comienza a desabrocharse el cinturón. Sus
rodillas golpean contra la parte posterior de mis muslos
mientras se quita los zapatos. Con una mano me bajo los
pantalones de chándal hasta que estos caen al suelo. Mi ropa
interior cae junto con mis pantalones.
Saco los pies del montón de ropa y Zach empuja sus
propios vaqueros y calzoncillos a un lado con el pie.
Dejo caer mi cabeza sobre la encimera y puedo sentir mi
coño deslizándose sobre su erección. Separo mis muslos hasta
que estoy bien abierta para él.
—Sí —digo—. Por favor.
Con un rápido movimiento, se zambulle en mi interior.
Gimoteo mientras mi cuerpo se aprieta a su alrededor con
deleite.
Agarra mi pecho en su mano y comienza a embestirme una
y otra vez con un ritmo implacable. Grito en éxtasis y me
muevo con él, desesperada por que se esfuerce más.
Me elevo a un rápido clímax, como si mi cuerpo hubiera
estado esperando todo el día para entrar en erupción. Mientras
se mueve a su ritmo rápido, desliza un dedo sobre mi clítoris,
y no deja de moverlo.
Las estrellas danzan sobre mi visión y mis gemidos se
desdibujan con sus jadeos mientras tengo un orgasmo. El
placer se extiende desde mi centro hasta mis piernas y brazos
hasta que siento un hormigueo en los pies. Me pongo de
puntillas y casi me elevo del suelo cuando él explota con su
propio orgasmo.

Ambos jadeamos mientras bajamos de nuestras alturas. Él


se desliza fuera de mí, y me tiemblan las rodillas. Antes de que
me caiga al suelo, me agarra con un brazo fuerte. Me da la
vuelta, y yo lo dejo. Apoyo mi cabeza contra su pecho. Un
brillo de sudor cubre su cuerpo, y presiono mi propia frente
húmeda sobre él. Zach acuna la parte posterior de mi cabeza
con una mano, y sostiene la parte inferior de mi espalda con la
otra.
Suspiro e inhalo su olor masculino. Huele a desodorante de
menta mezclado con sudor y algo más que no puedo
identificar. Sé que mucho después de que se haya ido, estaré
husmeando por mi apartamento en busca de su aroma.
—¿Compensa esto lo que hice antes? —pregunta.

No tengo una respuesta. De hecho, ni siquiera estoy segura


de a qué se refiere. ¿A hablar con mi madre? ¿O a no haberme
dicho que lo hacía?

Estoy demasiado agotada y satisfecha para hacer cualquier


pregunta. Así que inclino la cabeza hacia atrás y dejo que me
bese.

Unos minutos después, nos ponemos la ropa y comemos


juntos una pizza fría.
No hablamos mucho, pero al marcharse, me da un beso de
despedida. Me coge la cara con las manos y me dice que me
verá más tarde.

Me desplomo en mi cama y caigo en un profundo sopor sin


sueños.
Capítulo 15

El viernes, Zach quiere volver a verme. Para divertirse


más, según dice.
Me alegro de que la actuación de Marianne con micrófono
abierto en Wicker Park sea esta noche. Me da una excusa para
negarme. Si no tuviera planes, sé que le diría que sí.

Solo necesito sacar a Zach de mi rutina. Tendremos sexo


divertido por un tiempo, y luego, una vez que me aburra, lo
soltaré.
Debería ser una cuestión agradable y simple.
El problema es que no es nada simple, sino un juego
peligroso. Después de que tuvimos sexo en mi cocina, estuve
acribillada por la culpa durante todo el día. ¿En qué demonios
estaba pensando? ¿Sexo en la cocina?
Zach ni siquiera me dio una explicación por sus acciones.
Fue la peor disculpa de la historia.
Y aun así no puedo dejar de pensar en él cuando salgo del
trabajo y me dirijo al bar donde Marianne tiene que actuar.
Wicker Park está de moda, así que es una buena
distracción. En cuanto llego al enorme bar, veo que Zoe me
saluda desde una mesa cerca del escenario improvisado.
Pongo los ojos en blanco. Por supuesto que Zoe está en
primera fila. Se comporta como la típica madre de la artista,
sin ser realmente una madre biológica. Juraría que a veces se
cree que es la agente de Marianne.
Retiro una silla y me siento.
—Ya te pedí un trago. —Zoe empuja una cerveza hacia mí
—. Son dos por el precio de una noche.
—Gracias. —Doy un sorbo rápido—. ¿Cómo has llegado
tan pronto?
Zoe es una adicta al trabajo. Normalmente es la primera en
llegar a la oficina y la última en irse, incluso los viernes.
—Un cliente canceló una reunión —dice Zoe—. Qué pena,
de verdad, iba a clavar la presentación.
—Ya lo harás la próxima vez. —Levanto mi copa en un
brindis.
—Bueno, por supuesto. —Zoe sacude su pelo oscuro sobre
su hombro y sonríe.
Observo a la multitud en busca de Marianne. Vislumbro su
salvaje pelo dorado. Está en un rincón afinando su guitarra con
otros artistas. Le dirijo un saludo con la mano y ella me lo
devuelve.
Un minuto después, llega Elena. En lugar de su colorido
suéter con pantalones o falda, lleva mallas deportivas y una
sudadera.
—Tuve que sustituir al entrenador de baloncesto —dice
mientras suelta su bolso—. Literalmente, me pasé todo el
partido fingiendo saber lo que era un lay-up.
Me mira con curiosidad. Yo me río.

—Es cuando tiras desde la derecha hasta el aro.


Elena sacude la cabeza.
—Voy a buscar algo de beber, ahora vuelvo.
A su regreso, estoy lista para hablar de Zach. Por difícil
que sea discutir sobre este tema, sé que ya no puedo sentarme
a solas con mis pensamientos. Sigo dando vueltas en círculos.
Necesito otra perspectiva.
—Zach y yo nos hemos enrollado —digo—. Dos veces.

Zoe se atraganta con su cerveza, y los ojos de Elena casi se


salen de sus cuencas.

Ambas están sorprendidas, pero Zoe se recupera más


rápido.
—Entonces, ¿estáis juntos? —pregunta.

—No, es solo sexo —declaro—. No actúes como si nunca


lo hubieras hecho.

—¿Cómo puede ser solo sexo acostarte con alguien con


quien tienes una historia tan intensa? —pregunta Elena—. Eso
no tiene sentido.

Sonrío para cubrir mi incomodidad.


—¿Desde cuándo las hormonas adolescentes califican
como «historia intensa»?

—Ya sabes lo que quiero decir —dice Elena—. Zach no es


un tipo cualquiera.

—Tienes razón —le contesto—. Probablemente no durará


mucho.

—¿Quieres que dure mucho tiempo? —pregunta Zoe.

—No —digo—. En realidad no.


—¿Por qué no? —Zoe nunca rehúye hacer las preguntas
difíciles. Es una de sus mejores habilidades, pero puede ser
molesto cuando te está interrogando.

—No es el indicado para mí —respondo.

Podría contarles todo. Sin embargo, no digo nada.

Zoe frunce los labios ante mi reticencia y Marianne me


mira como si intentara leer mis pensamientos.

Me siento aliviada cuando el presentador comienza a


hablar por el micrófono. Cuando da paso a la primera
actuación, nos volvemos hacia el escenario.

Justo antes de que empiece el primer cantante, Zoe se


inclina hacia adelante y me susurra al oído.
—No hemos terminado con esta conversación.

Las actuaciones son agradables. A lo largo de los años,


Marianne se ha abierto camino en los mejores conciertos.
Cuando nos mudamos a la ciudad después de graduarnos, ella
iba a cualquier viejo local con micrófono abierto, así que
visitábamos barrios al azar y nos sentábamos para ver un
montón de actuaciones mediocres. Ahora es lo bastante buena
para entrar en las que requieren audiciones y e incluso pagan
un caché.

Siempre me impresiona el espíritu de Marianne. Cuando es


su turno, se sienta en el taburete y afina su guitarra. Luego
mira al público con una suave sonrisa. No hay miedo en
Marianne, no hay vacilación. Nació para actuar.

Todas nos sentamos con las mismas sonrisas en nuestras


caras mientras Marianne canta un repertorio de tres canciones.
Todos aplaudimos cuando ella termina, y Zoe suelta unos
cuantos tacos y silbidos.

Marianne hace un guiño a su mesa de fans y se baja del


escenario.

Después de todas las actuaciones, Marianne se une a


nosotras. Zoe empuja una bebida hacia ella.

—Has bordado esa canción de Bob Dylan —dice Zoe—.


Casi lloro.

Marianne se burla.

—Dices eso cada vez que canto un clásico.

Es verdad, Zoe siempre lo dice. Y nunca se le escapa una


lágrima. Zoe es la persona menos sentimental que conozco.

Elena está claramente desesperada por volver al tema de


Zach. Ella le informa a Marianne sobre la situación actual.

—Bien, quiero ver una foto —dice Marianne.

Pongo los ojos en blanco, pero les digo que vayan a su


página web y hagan clic en la pestaña que tiene una foto de su
equipo. Hacen zoom sobre Zach y dejan salir pequeños oohs y
ahs de apreciación, aunque es una foto borrosa que no le hace
justicia en absoluto.

—Entonces, ¿qué está pasando en realidad?

—Nos hemos enrollado dos veces —digo—. Puede que lo


vea de nuevo, puede que no.
—¿Cómo puedes ser tan distante? —pregunta— Es Zach.

—Elena, hace una semana, ni siquiera habrías reconocido


el nombre —señalo—. Fue emotivo verlo de nuevo, lo admito,
pero no, estoy segura de que nuestra conexión es solo física.

Una sonrisa malvada se extiende por la cara de Marianne.


—Entonces, ¿cómo es?

—Está claro que es muy bueno en la cama —interviene


Zoe antes de que yo pueda responder—. Beatrice no se
involucraría con nadie de su pasado sin un buen motivo.

Zoe tiene razón, pero la franqueza de la declaración duele.


¿Tan obvio es mi desprecio por mis raíces?
—No sabía que a Bea le gustaban los chicos malos —dice
Marianne.

—No es un chico malo. —Elena se vuelve hacia mí—. Ya


no, ¿verdad? Ahora se dedica a la construcción, ¿no es así?

Paso mi dedo sobre el borde de mi vaso de cerveza. Ahora


sería el momento de confesar el lado más dudoso de Zach.
Podría decirles que todavía se relaciona con traficantes de
droga, incluida mi madre. Podría decirles que yo misma no sé
qué pensar.
Son mis mejores amigas. Me apoyarían sin importar lo que
pasara.

Aun así, la mentira me resulta fácil.

—Sí —digo—. Es un tipo malo que se ha vuelto bueno.


Elena se anima.

—Quiero conocerlo. Deberías invitarlo a salir con nosotras


alguna vez.

—¡Esta noche! —sugiere Marianne—. Podemos encontrar


un lugar para ir a bailar, ¡y podemos quedar con él allí!
Le dedico una mirada cínica.
—Ese no es su rollo, y tampoco el mío. —A Marianne le
encanta bailar, pero yo no soy muy aficionada a los clubes y
las multitudes.
—Quizá la próxima vez —dice Elena.
—¿Habéis estado escuchando? —Me río de sus miradas
inocentes—. No es nada serio, es solo una aventura.
—¡Pero pertenece a tu misterioso pasado! —dice Marianne
—. Sentimos curiosidad…

—Me encanta que uses el término «misterioso». —Sacudo


la cabeza ante la definición de Marianne sobre mi juventud.
—Ya sabes lo que quiero decir —responde ella.

—Mi pregunta es por qué estás tan empeñada en que sea


una aventura —interviene Zoe—. Está claro que él te gusta, y
solo lleváis una semana saliendo, ¿por qué no intentas algo
más?
Me encojo de hombros.
—Supongo que es por mi sexto sentido.

—¿Tu sexto sentido ha visto sus hombros? —Marianne


sostiene el teléfono con la foto de Zach, y todas nos reímos.

—Si la cosa se pone seria, prometo que lo invitaré a salir


con nosotras —digo.
Todas parecen satisfechas con eso, así que charlamos un
poco más comentando las actuaciones y nos ponemos al día
sobre nuestras semanas.
Puede que ahora estén entusiasmadas por conocer a Zach,
ya que es una figura misteriosa y distante, pero si supieran más
sobre él, no lo estarían tanto. Incluso si les hablara de lo que
hacían Finn y el padre de Zach en Torrins como si se tratase de
un simple chisme, se quedarían boquiabiertas por el horror.
No lo he investigado, pero creo que es muy probable que
el padre de Zach muriera de forma violenta. Tal vez Finn fuese
el culpable de la muerte de Dave. Finn nunca le dio mucha
importancia a la lealtad. Habría apuñalado a cualquiera por la
espalda.

Aunque Zach esté totalmente limpio, mis amigas se


escandalizarían por lo que hizo con diecinueve años. Vale,
Zach se quejaba de ello. Vale, no estaba contento por el hecho
de que su padre lo obligara a vender drogas. Pero aun así lo
hizo.
No sé por qué eso me importa tanto, pero es así. Quiero
una buena vida que esté libre de la oscuridad. Zach nunca
encajará en ella porque no puede cambiar su pasado más de lo
que yo puedo hacerlo.

Mis amigas no lo entienden, así que no me molesto en


explicárselo. Solo decido en silencio que no van a conocer a
Zach en un futuro cercano.
Capítulo 16

El control de los impulsos es la clave. Y yo estoy al


mando. Las dos veces que me acosté con Zach, no me paré a
pensar. Me limité a sumergirme en el momento y a dejarme
llevar.
El sexo con Zach es genial, pero está claro que necesito
reflexionar un poco más.
Por lo tanto, durante todo el fin de semana, busco una
excusa para explicar por qué Zach no puede volver. Necesito
establecer límites y asegurarle que solo nos estamos
divirtiendo. Eso es todo.

No debería ser demasiado difícil o complicado. Se supone


que a los chicos les gusta lo informal, ¿no?

Zach nunca ha indicado ni una sola vez que quiera algo


serio. Probablemente esté en la misma línea que yo: diversión
en la cama, nada más.
El lunes por la mañana, después de todo un fin de semana
de intentar mantener a raya mis impulsos, no me siento mucho
mejor. Todavía estoy segura de que en el momento en que vea
a Zach, todo mi control va a salir volando por la ventana.
Cuando vino a mi apartamento, incluso cuando estaba tan
enfadada con él, perdí toda mi capacidad de pensar
críticamente. Tan pronto como me besó, yo estuve perdida.

Mientras repaso mi agenda en el trabajo, no veo las


implicaciones de esto. Me he sentido atraída por muchos
chicos. Incluso he tenido una gran química con algunos. Pero
la cantidad de deseo que late a través de mí cada vez que veo a
Zach no se parece a nada que haya sentido antes.

Sé lo que dirían mis amigas.


«¡Bea, te estás enamorando de él!».
«¡Estás muy enamorada, Beatrice!».
«¡Admite tus sentimientos!».
Pero no es así. Claro, tenemos una conexión. Es física,
pero también hay afinidad personal. Fuimos amigos cuando
éramos adolescentes, mucho antes de que nos besáramos. A
pesar de eso, no es mi alma gemela.
No puede serlo. Después de todo lo que hice para dejar
atrás Torrins, después de todo el trabajo duro que he hecho
para construirme una vida fuera de donde vengo, mi alma
gemela no puede ser Zach O’Malley, el traficante de drogas
del barrio.

No es mi destino. Demonios, ni siquiera creo en el destino.


En cuanto al tipo de hombre que estoy buscando, ¿quién
diablos lo sabe?

Nunca he pensado mucho en esbozar los detalles de mi


futura alma gemela. Imaginaba que la encontraría cuando
debiese encontrarla. Él sería maduro, responsable y tendría un
buen trabajo. Imaginé que sería de una familia feliz y
saludable. Aunque tal vez no demasiado feliz. No querría
sentirme avergonzada por mis propias carencias.
Una cosa sé con certeza: Zach no es esa alma gemela. Es
demasiado complicado. Sé demasiado sobre sus peores
momentos, y él sabe demasiado sobre los míos.
Además, los dos venimos de familias desestructuradas.
¿Cómo podríamos fundar una propia sin problemas? Ninguno
de los dos sabe nada de eso.

La voz alegre de Laura, mi representante, me aparta de mis


pensamientos.
—¿Qué tienes hoy en el horno, Bea?

Oculto mi mueca ante la jerga de ventas y le respondo.

—Tengo algunos lanzamientos programados y algunos


seguimientos.
—¡Genial! —dice una vez que echa un vistazo a mi
agenda. Luego pasa a otra persona, y mi falsa sonrisa
desaparece. Como ya estoy por encima de la cuota, no me
molestará demasiado durante el resto del mes.
Estoy libre para holgazanear y meditar sobre Zach tanto
como quiera. Decido que no me comprometeré con ningún
plan hasta el último minuto. Daré respuestas inciertas y vagas
a sus mensajes hasta el viernes o el sábado, y luego lo invitaré
para una cita.

De esa manera, le dejaré claro que él no es mi prioridad.


Además, está el hecho de que ya lo hemos intentado.

Si estuviéramos destinados a estar juntos, ¿no lo habríamos


hecho todos estos años? A pesar de nuestros padres y de
nuestra juventud, ¿no habría durado nuestra relación si esta
fuera fuerte de verdad?

Pienso cómo era Zach en entonces. Siempre que estaba


cerca, era como un rayo de luz, cálido y efervescente. Podía
hacerme reír con solo mover las cejas.
La cuestión es que no solía estar cerca.

Nunca hicimos planes reales porque Zach no los cumplía.


Aparecía cuando le daba la gana.
A veces se reunía conmigo después de mi turno en el
restaurante tres noches seguidas y me acompañaba a casa.
Luego, sin decir una palabra, desaparecía durante una semana.
Yo salía de la cafetería y miraba alrededor, como una idiota,
todas las noches.
Luego, cuando al fin aparecía, yo estaba tan enamorada
que nunca me quejaba.

Ni siquiera le preguntaba dónde había estado todas esas


noches. Siempre asumí que estaba traficando con droga para
su padre y Finn. Fuese o no cierto, Zach no era alguien de
quien yo dependiera.
Lloré por eso una vez. Fue unas dos semanas después de
nuestro primer beso. Pensé que Zach me pediría que fuese su
novia oficial o que tendríamos una verdadera cita. Hubiera
sido feliz con una hamburguesa y una película.

Después de dos semanas y unas cuantas sesiones de besos


en el parque o en un callejón, estaba claro que nunca me iba a
invitar a salir. Así que me puse música triste y lloré en mi
almohada.
Al día siguiente, Zach apareció y nos besamos de nuevo,
pero mi tristeza se había ido. Había aceptado que Zach y yo no
éramos una gran pareja romántica. No éramos la historia de
amor del siglo. Y yo estaba de acuerdo con eso porque era
divertido besar a Zach, pero no quería estar atrapada con un
traficante de drogas en Torrins por el resto de mi vida.
Suena duro, pero así es como debía pensar. Zach nunca iba
a ser el novio perfecto, así que tenía que verlo como lo que
era: un chico malo con el que era divertido coquetear.
Terminamos no solo porque Zach estaba metido en el
mundo de su padre, o porque yo estaba decidida a entrar en la
universidad y alejarme de Torrins. También terminamos
porque a ninguno de los dos nos importaba lo suficiente como
para pelear por lo que teníamos. No éramos almas gemelas,
decididos a ganar por las buenas o por las malas. Y seguimos
sin serlo.

Zach nunca fue en serio conmigo. Y tampoco va en serio


ahora.

Solo tenemos algo de química. Una conexión física.

Mis amigas pueden pensar lo que quieran. Pueden contarse


historias elaboradas sobre cómo Zach fue quien me dejó y que
esta es mi oportunidad de recuperarlo o lo que sea. Pero eso no
va a suceder.
Me envió un mensaje de texto por la tarde y me preguntó
cuándo podíamos vernos de nuevo. Le respondí que aún no
estaba segura de mi agenda.
De ninguna manera iba a hacer planes un lunes para el fin
de semana. Eso le daría un cariz de «serio y comprometido».
Le daré evasivas hasta el viernes. Entonces le pediré que
venga. Tarde. Así que no cenaremos ni nada. Solo sexo.

No me asusta el compromiso. Solo sé que con Zach, es


imposible. Ya pasé por eso antes, cuando era una adolescente
con los ojos muy abiertos. Yo cometo errores, todos los
cometen. Pero nunca cometeré el mismo error dos veces.
Capítulo 17

El viernes, salgo a tomar unas copas con mis compañeros


de trabajo. Me siento un poco cansada, pero acepto la
invitación de todos modos porque si no lo hago, me iré a casa
y pensaré en Zach.
Necesito seguir viviendo mi vida. No puede ser como un
meteoro que me saca completamente de mi rutina.
Mi compañero de equipo Tony nos lleva hasta su bar
favorito donde te puedes preparar tus propios cócteles. El
camarero me da una coctelera con vodka y luego sigo a mis
compañeros de trabajo a la mesa para añadir ginger ale y
toppings. Añado un puñado de gominolas, ya que estoy más
interesada en los dulces que en la bebida.
Este es un secreto que nunca les contaría a mis amigos del
trabajo: No me gusta beber. No de la manera que a ellos les
gusta. Claro, me encanta tomar una copa para charlar en una
de las actuaciones de Marianne, o compartir una botella de
vino después de una larga semana.
Pero los vendedores no beben así. El concepto de
moderación es totalmente ajeno a ellos. No hay tal cosa como
salir a «tomar una copa». Comienzan con un trago y terminan
a las dos de la mañana, vomitando en la acera.
Estoy segura de que no todos los vendedores del mundo
son iguales, pero los que trabajan conmigo lo son. Creo que es
una combinación del estrés del trabajo y la naturaleza
extrovertida de la gente que se dedica a las ventas.
Así que salgo con mis compañeros de equipo porque son
mis amigos, y disfruto de su compañía, pero siempre me
escapo antes de que las cosas se vuelvan demasiado locas. Y si
me acorralan para tomar un trago, domino el arte de fingir.
No me interesa emborracharme. Vi a mi madre usar el
alcohol como una muleta demasiadas veces a lo largo de los
años.
Me instalo en el rincón de la mesa que Tony ha elegido y
le doy unos pequeños sorbos a mi Moscow Mule[1]. Sé que es
solo cuestión de tiempo que Tony pida más bebidas, pero el
bar está bastante oscuro y nadie se dará cuenta si tiro la mía al
suelo.
A veces me pregunto cuál es el sentido de fingir. Podría
rechazar salir con ellos. Podría beber una Coca Cola.

Supongo que me gusta pasar tiempo con mis compañeros


de trabajo. Son divertidos y encantadores. Y también, parte de
mí quiere probar que no tengo que alterar mis decisiones por
las acciones de mi madre. Yo no soy como ella. Puedo estar
cerca de la bebida sin sucumbir a la adicción.

Paso una hora más o menos en el bar charlando con Laura


y Sara, que es nueva en el equipo. Sara es muy divertida, y
también resulta que sabe todos los chismes de la oficina, ya
que ha estado en diferentes equipos durante los últimos meses.
Por un tiempo, no pienso en Zach. Solo me río y cotilleo.

Alrededor de las ocho y media, Tony se aleja para pedir la


tercera ronda de copas, y yo decido que es hora de retirarme.
Me despido rápidamente y camino hacia la puerta. Unos
minutos después, estoy en la línea del metro.
El recuerdo de las risas y la única bebida que me he
tomado comienza a desvanecerse mientras el tren me lleva al
norte.

Pensé que podría enviarle un mensaje a Zach, pero ahora


parece demasiado tarde. Sería una obvia llamada para tener
sexo. Creí que era lo que quería, pero ahora me parece un poco
grosero o insensible.

Estoy pensando demasiado en todo, eso está claro. Aunque


no veo otra opción. No hacerlo me llevó a dos grandes noches
de sexo, pero todas mis preguntas sobre Zach han quedado sin
respuesta. Todavía no estoy segura de cuándo o si dejó de
traficar. No sé por qué sigue viviendo en Torrins.

No tengo respuestas, solo me he encontrado con más


preguntas, como por qué ve a mi madre.

El tren se detiene en Fullerton y yo me bajo.


La noche es fría y amargas ráfagas de viento agitan mi
pelo. Me envuelvo en el abrigo y meto las manos en los
bolsillos.
De repente me siento muy triste y sola. Casi deseo haber
hecho planes con Zach. Pero él no insistió. Después de decirle
el lunes que no estaba segura de cómo iba a ser mi semana, no
me mandó un mensaje hasta el miércoles. Le contesté que
estaba muy ocupada en el trabajo, pero que le avisaría si tenía
tiempo.

Me llamó el miércoles por la noche, pero no contesté. No


dejó ningún mensaje.

Después de eso, hubo un silencio total. Supongo que


podría haberle enviado un mensaje, pero estaba demasiado
ocupada pensando.

Está claro que Zach no es del tipo pegajoso. Entonces,


¿por qué estoy tan decepcionada?
Subo las dos plantas hasta mi apartamento con la cabeza
gacha.

Casi doy un salto cuando veo una figura apoyada en mi


puerta.

—Hola —dice Zach. Me dirige una sonrisa, como si fuera


totalmente divertido y casual que esté merodeando fuera de mi
apartamento—. Pensé en pasarme por aquí.

Levanto una ceja.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí parado?

—No mucho.
Intento forzar la oleada de felicidad, pero no lo consigo.
Me sentía un poco sola, y ahora él está aquí. Eso significa
algo, ¿verdad?
Agarro mis llaves y abro la puerta. Me recuerdo a mí
misma la necesidad de controlar los impulsos.

Me quito el abrigo y Zach hace lo mismo. Nos sentamos


en el sofá, y por un minuto me quedo mirándolo. Tal vez el
cóctel era más fuerte de lo que pensaba, porque todo se vuelve
un poco borroso, como si hubiera caído en un sueño.

Zach se inclina hacia adelante y me acaricia la mejilla. La


neblina aumenta a medida que se acerca.

—Me has estado evitando —murmura.


Luego me besa. Sus labios son ligeros, pero cálidos y
firmes, y no quiero nada más que hundirme en el beso.

Casi sucumbo, pero entonces una voz en la parte de atrás


de mi cabeza grita: «¡Controla tus impulsos!».

Me aparto y levanto las manos. Zach me mira con


desconcierto.

—Tengo que preguntarte algunas cosas. —Mis palabras


suenan indecisas, pero sé que no puedo seguir sin respuestas.

Zach se inclina hacia atrás y estira sus brazos en la parte


superior del sofá. Me siento sobre mis pies e intento ponerme
cómoda.

—Pregúntame —dice. No parece nervioso en absoluto.


Creo que es una buena señal. O podría significar que está
acostumbrado a ser interrogado y que domina el arte de contar
cuentos.
—¿Sigues traficando con drogas? —pregunto—. ¿De
alguna manera?

Está ofendido. Lo esconde bien, pero puedo ver la presión


de su mandíbula y el endurecimiento de sus ojos. Oficialmente
he salido del territorio de la diversión y el coqueteo. No estoy
segura de que vayamos a volver.
—No. —Zach se lleva sus brazos al pecho y los cruza—.
Soy un contratista, dirijo una empresa de construcción. Como
ya te he dicho.
—Zach, tenía que preguntar —murmuro—. Sabes que
tenía que hacerlo.

Mi voz es suave y frágil, y la cara de Zach se suaviza.


—Lo entiendo —dice—. Pero he dejado esa vida atrás
para siempre.

Frunzo el ceño y fijo mi mirada en la mesa de café. Su


definición de «para siempre» y la mía son muy diferentes.
Porque mi definición de dejar algo atrás para siempre no
implica mantener contacto con traficantes, activos o no.

—¿Cuándo? —pregunto—. ¿Cuándo lo dejaste atrás?


Ahora que he empezado, necesito averiguar toda la
historia. Necesito oírle decir que no se quedó en esa vida
sórdida. Necesito saber que no es algo en lo que pueda volver
a caer en cualquier momento.

Zach deja salir su aliento en una larga exhalación. Se


inclina hacia adelante para apoyar los codos en las rodillas.
—Esta no es una conversación muy divertida, ¿sabes?

—Qué lástima. —Levanto la cabeza y presiono mis labios


en una línea firme—. Si te presentas sin ser invitado, tienes
que pagar el precio.

Zach se ríe, y veo que algo de tensión sale de sus hombros.

—En realidad fue un año después de que te fuiste —dice


—. Había intentado distanciarme de mi padre y de Finn
durante meses, pero de vez en cuando, seguía haciéndoles
favores. —Su cara se retuerce, siento una punzada en mi
pecho por su expresión de vergüenza y arrepentimiento—.
Sabía que estaba mal —continúa—, y sabía que no lo quería,
pero era mi padre. Él ordenaba o amenazaba, y yo solo podía
obedecerle. A pesar de que era lo bastante mayor para decir
que no. Y debí haber dicho que no.
—Lo entiendo —digo—. Nunca te culpé del todo. No
entonces.
Zach de repente me mira.

—Deberías culparme —dice—. Tú nunca habrías llevado


drogas, sin importar cuántas veces te lo pidiera tu madre.
Por una vez, no quiero darle una paliza por mencionar a mi
madre. En vez de eso, le dedico una sonrisa irónica.
—Di lo que quieras sobre mi madre, no era tan aterradora
como tu padre.

Zach se ríe, pero hay una sombra en su sonrisa. Dave


O’Malley había sido aterrador. Tenía el cabello oscuro de
Zach, pero las similitudes terminaban ahí. Mientras Zach se
movía con una especie de gracia atlética, Dave había rodado
por la vida como una máquina de vapor, con pasos fuertes y
hombros corpulentos. Le había encantado intimidar a la gente.

Dave empezó a aparecer mucho por casa de mi madre


hacia el final de ese verano. Siempre que estaba en nuestra
sala de estar, mi madre se acurrucaba en un rincón lo más lejos
posible, y se estremecía ante cada palabra suya.

Querían que ella hiciera algo grande. Nunca supe los


detalles, pero sabía que era malo por lo poco que pude oír. Era
un montón de mercancía, suficiente para meterla en la cárcel
muchos años si la pillaban. Y por lo que pasó justo antes de
irme, estoy bastante segura de que le habían robado la droga a
otra banda. Me estremezco. No quiero pensar en esa noche. No
en este momento.
Me concentro en Zach. Puedo ver que él también está
recordando a su padre. Ella se involucró en el tráfico de drogas
porque era débil y estaba desesperada. Dave O’Malley lo hizo
porque le gustaba esa vida. Le gustaba romper las reglas y
asustar a la gente. Era un matón con una brújula moral
fracturada.
Y Zach había crecido con eso. Me agarro las manos.
Siempre supe que Zach era bueno en su mayor parte. Pero su
lado malo, el que tenía al ser criado por Dave, siempre estuvo
presente. Y yo solo esperaba que él hubiese logrado luchar
contra esos instintos.

—Me mudé —dice Zach—. Tenía veinte años, y sabía que


era el momento. Le dije a mi padre que había terminado, y
conseguí un trabajo en la construcción para ganarme la vida.

Asiento con la cabeza. Debió de haber sido difícil para él.


A pesar de lo horrible que era Dave, era la única familia que
Zach conocía. Igual que yo nunca conocí a mi padre, Zach
nunca conoció a su madre, y no tenía hermanos.

—Incluso entonces, hice algunos tratos para él. —Zach


inclina la cabeza, y sé lo que le cuesta admitirlo—. El último
fue unos meses después de que me mudase. Alguien había
avisado a la policía, y se presentaron en el punto de entrega.
Abro los ojos de par en par. Los enfrentamientos con la
policía habían sido mi peor temor. Me aterrorizaba que
aparecieran en la casa de mi madre.
—Me escapé, pero fue un duro despertar —dice Zach—.
Le aseguré a mi padre que había acabado con aquello. Al
principio no me creyó, pero luego seguí rechazándolo cuando
me pidió ayuda.
—Eso debió de ser duro —le digo.
—Debí haberlo hecho antes. —Zach se sienta y me mira a
la cara—. A mi padre le dispararon durante un trato que salió
mal. Cuando murió, no había hablado con él en casi un año.
De todo, eso es lo que más lamento.
Aparto mis ojos de su cara. Zach, que suele ser tan bueno
en ocultar cualquier dolor real detrás de bromas y miradas
astutas, ya no esconde nada. Está mostrando su dolor para que
yo lo vea.
Y ni siquiera lo entiendo. Su padre era horrible. ¿Por qué
Zach debería arrepentirse de no haberlo visto antes de su
muerte? Es triste, pero si Zach se hubiera mantenido en
contacto, nunca habría escapado completamente de esa vida.
Podría estar en la cárcel ahora mismo. O algo peor.
No sé cómo decírselo. No es una conversación para la que
esté preparada. Y está golpeando demasiado cerca de casa. Si
mi madre muriera mañana, yo también llevaría años sin haber
hablado con ella. No habría perdón ni despedidas. Pero no
quiero nada de eso. Tal vez Zach lo quería con su padre, pero
yo no soy así.

Zach se aclara la garganta. Por un segundo, creo que va a


hablar de mi madre, y voy a tener que arruinar la noche
echándolo de mi apartamento.

—Quiero que confíes en mí, Bea, y sé que tengo un pasado


—dice Zach—. Así que no te reprocharé que todo este tiempo
sospecharas que estaba traficando para una banda. —Se
inclina hacia adelante y me da un codazo en el hombro con el
suyo—. ¿O pensabas que era mi principal empleo, y que la
contratación era solo una fachada?

Ahora está sonriendo, y no puedo evitar hacerlo también.


—Dijiste que Finn se había ido, así que pensé que alguien
tenía que ocupar su lugar como el capo de la droga —bromeo.

Zach pone los ojos en blanco y saca el teléfono de su


bolsillo. Admiro los músculos apretados de su antebrazo
mientras lo sostiene.

Se desplaza a través de las fotos de una obra en


construcción, y luego abre los mensajes de texto.
—Este es mi proyecto actual —dice—. Es una extensión
en Glen Elyn, y es grande. Demasiado tiempo para que yo esté
traficando con drogas.
Me conmueve que se tome el tiempo para demostrármelo.
Entiende que necesito pruebas concretas, y hace todo lo
posible para no ofenderse con mis preguntas.
—Gracias —digo mientras examino las fotos.

—Podría incluso llevarte allí —me propone—. Así sabrías


con seguridad que estas fotos no son falsas.
—No tienes que hacer eso, no soy tan cínica.

—Sería divertido —dice Zach—. Incluso te dejaré usar un


martillo o algo así.
Nos inclinamos hacia atrás en el sofá, y empiezo a
relajarme. Sabía que sería difícil hacerle preguntas sobre su
pasado, pero nunca pensé que sus respuestas honestas me
darían tanta tranquilidad.

Zach anuncia que tiene hambre, así que pedimos comida.


Luego me pongo un chándal, nos acurrucamos en el sofá,
vemos la televisión y charlamos sobre cosas al azar. Describo
a mis compañeros de trabajo y los últimos chismes, y él habla
más sobre su actual proyecto de construcción. Me cuenta que
él y algunos de sus empleados juegan en una liga de béisbol de
la ciudad.
Varias horas más tarde, después de que hayamos comido
hasta hartarnos y se me cierren los párpados, Zach se levanta
para irse.
Lo acompaño a la salida y me pregunto si es raro o
preocupante que haya venido hasta aquí solo para pasar el rato
conmigo y nada más. Me besa en la puerta. Comienza como
un roce, pero me inclino hacia él y sus labios se mueven con
sentimiento.

Luego retira su mano de mi cuello y se va.


Lo echo de menos en cuanto se marcha. Me dirijo al baño
con el ceño fruncido y me lavo los dientes.

Me doy cuenta de que en todo este tiempo, nunca


consideré la posibilidad de que Zach hubiese cambiado. Ya no
es el adolescente escurridizo y poco fiable. Ha crecido, tanto
como yo.
No sé qué significa eso para nosotros. Pero estoy harta de
analizarlo, así que me arrastro bajo las mantas.

Todo lo que sé es que siento mucha paz al oírle explicar


cómo es su vida ahora. La noche que pasé con él me sentí
bien, pero no fue una conexión. Y definitivamente no fue
casual.
Capítulo 18

El sábado por la mañana me despierto de buen humor. La


noche anterior fue extraña, pero también reconfortante. Ahora
sé toda la historia. Ni siquiera me di cuenta de que las
diferencias entre el Zach adolescente y el adulto me
molestaban tanto. Ahora entiendo cómo dejó a su padre e hizo
su propio camino en el mundo. Sí, cometió errores, pero
también aprendió de ellos.
En una nota más egoísta, es gratificante que ahora pueda
decirme a mí misma que no me he enganchado con un
traficante de drogas.
Todavía no entiendo por qué sigue en contacto con mi
madre y otras personas de Torrins, pero no estaba lista para
preguntárselo esa noche. Escuchar cómo consiguió al fin salir
de la influencia de su padre fue bastante estresante.

Mientras me preparaba un poco de café en la cocina, me


dije que lo más importante era que le había hecho algunas
preguntas difíciles y que él me había dado respuestas. No trató
de esquivar los problemas o de andarse con rodeos. Por una
vez, no se desvió contando un chiste. De hecho, era
sorprendente lo serio que fue. Ni siquiera Zach podía bromear
sobre algunas cosas.

Recibo un mensaje de Zoe preguntándome si quiero hacer


ejercicio y luego ir a almorzar. Ambas vivimos en Lincoln
Park, así que vamos al mismo gimnasio y a menudo nos
encontramos de improviso. Le digo con un mensaje de texto
que me parece un plan perfecto.
Termino mi café y luego me estiro como un gato frente a
mi ventana. El sol está brillando, pero sé que no hace mucho
calor. Los inviernos de Chicago son largos. Siempre espero
que la temperatura suba en febrero o al menos en marzo, pero
a menudo hace frío hasta mayo. Cuando el calor llega al fin en
verano, ha valido la pena esperar.
Después de lavar mi cafetera, veo un mensaje de Zach.
«Estoy ocupado este fin de semana en la obra, pero
¿quieres ver una película o ir a cenar la semana próxima?
Vuelvo a meter el teléfono en el bolsillo. Responderé, pero
quiero reflexionar un poco.
La ironía no se me escapa. Una invitación a cenar o una
cita para ver una película es exactamente lo que una vez quise
de Zach. Cuando era una adolescente, me habría encantado
cualquier cosa que se pareciera a una cita real.

Después de anoche, creo que podría ser divertido. O al


menos, no creo que haya nada malo en ello.
No sería como si estuviéramos saliendo en serio. Solo sería
una comida. Otra cita tal vez. No tengo que integrarlo en toda
mi vida. Solo sería hacer algo que me hace feliz.
Porque él me hace feliz, me doy cuenta de ello. Incluso
anoche, cuando estábamos hablando de temas serios, me sentí
muy feliz de que se abriera a mí. Estaba encantada de que por
fin, después de toda mi paranoia y estrés, estuviera siendo
honesto conmigo.

Obviamente, cuando no hablamos de nuestro triste pasado,


me hace aún más feliz. Tiene una forma de ser alegre sobre
todo, y cuando me mira, me ve. Ve más allá del notable pelo
rojo y mis ojos de gato, e incluso ve más allá de mi rápido
ingenio. Me ve hasta la médula.
Nunca pensé que me gustaría estar tan expuesta a alguien,
pero es así.
Tal vez podamos intentarlo. Seguiré siendo cautelosa, pero
tendremos verdaderas citas. Puedo ver lo que pasa. Estaré
preparada para abandonarlo todo si se pone complicado. Si
hay algo en lo que soy buena, es en escapar de situaciones de
riesgo.
Es posible que las viejas historias no tengan que arruinar
nuestro presente. Sé que es una posibilidad remota, pero es
posible.
Justo antes de ir a mi habitación a cambiarme de ropa,
suena mi teléfono. No reconozco el número, pero sospecho
que es uno de mis clientes. Hago la mayoría de las llamadas de
ventas desde mi teléfono del trabajo, pero a veces envío
mensajes a los clientes para concertar citas, aunque no suelo
guardar su número. No me gusta enviarlas al buzón de voz,
especialmente si es un trato que he estado persiguiendo, así
que lo cojo.
—Hola, soy Beatrice Dobbs.

—Cariño, soy yo.


Mi pecho se encoje como si una banda de hierro lo hubiera
envuelto alrededor. Por un segundo, ni siquiera puedo hablar.
Solo puedo escuchar la pesada respiración de mi madre al otro
lado de la línea.

—Siento mucho llamarte así, pero quería hablar contigo…


—¿Cómo conseguiste este número? —Ni siquiera
reconozco mi propia voz, baja y amenazante. Mi madre
también debe estar sorprendida, ya que no contesta.

Estoy considerando colgar y llamar a mi abuela para


acusarla de haberle dado a Claire mi número, cuando recuerdo
que mi madre ya lo tenía. Me llamó hacía unos años, y la
bloqueé. Debió de haber conseguido una nueva línea.

—Por favor, no me llames más o cambiaré mi número —le


dije—. ¿Lo entiendes?

—Yo solo… Cariño, por favor —tartamudea Claire.


Prácticamente puedo imaginar su labio inferior temblando, y
sus oblicuos ojos verdes llenos de lágrimas. Es difícil olvidar
una cara cuando es la misma que te saluda en el espejo cada
mañana—. Pensé que tal vez podríamos empezar de nuevo.

Solté una amarga carcajada. No hay tal cosa como empezar


de nuevo cuando se trata de la familia y las relaciones.

Cada vez que intenta reparar el daño, dice que siente lo


que me hizo pasar y que está mejor ahora. Actúa como si decir
lo siento lo compensara todo. Y entonces yo soy la mala
persona por negarme a aceptarlo.

Actúa como si no le hubiera dado suficientes


oportunidades, y le di muchas. Cuando estaba en la
secundaria, mi abuela intentó que mi madre me dejara ir a
vivir con ella por unos meses. Mi madre estaba en una relación
tóxica con otro nuevo novio, y mi abuela estaba preocupada.
Mi madre se puso furiosa y deliró sobre cómo Deborah no
confiaba en ella y que la criticaba, y luego al fin mi madre me
dijo que era mi elección.
Adoraba a mi madre. Cuando tienes doce años, te dices a ti
misma que los defectos de tus padres son solo pequeños
errores. Lo único que me importaba era cómo ella me cantaba
canciones divertidas a la hora de dormir, o cómo me dejaba
sentarme en su cama para verla maquillarse antes de salir.

Le dije a mi abuela que quería quedarme con mi madre.


Mi abuela no nos habló a ninguna de las dos durante
mucho tiempo, y nunca se ofreció a acogerme de nuevo. No
hasta que las cosas se pusieron tan mal que me escapé. Mi
abuela me llamó, como si algún sexto sentido la hubiera
alertado de mi necesidad. Le conté todo y le rogué que me
acogiera.

Anoche, Zach dijo que su mayor arrepentimiento era no


haber hablado con su padre a tiempo antes de que Dave
muriera. Mi mayor arrepentimiento es no haber dejado a mi
madre antes. Podría haberme ahorrado mucha angustia si me
hubiera ido a vivir con mi abuela la primera vez que me lo
ofreció.

—No vamos a empezar de nuevo, ¿vale? —le digo.

—Cariño, he estado trabajando muy duro —responde ella.


Aprieto mi mano alrededor del teléfono con rabia. No me
importa lo duro que haya trabajado en sí misma, debería
haberlo hecho hace años.

—Claire. —Sé que el uso de su nombre de pila le dolerá, y


en efecto, se queda en silencio—. No me llames de nuevo.

Entonces cuelgo.
Capítulo 19

En el gimnasio, corro dos millas en la cinta de correr con


tanta agresividad que supero mi mejor tiempo. Las actividades
atléticas siempre han sido mi consuelo en momentos de estrés.
En cierto modo, creo que el cardio es casi como mi terapia.
Después de la cinta de correr, hago una serie de flexiones,
sentadillas y abdominales. Cuando termino mi entrenamiento,
camino hacia donde Zoe se está enfriando en la elíptica.
Se baja y me sonríe.
—¿Lista?
—Sí —digo.

Volvemos juntas al vestuario. Me siento mucho mejor


después de haber sudado. Incluso he vuelto a ser un poco
optimista sobre una posible cita con Zach.
A menos, claro, que vuelva a hablar de mi madre. Sabe
que no debe hacer eso nunca más, ¿verdad? Siento que he sido
perfectamente clara.
Después de coger nuestras bolsas del vestuario, Zoe y yo
nos abrigamos y nos dirigimos a comer. Vamos a su mejicano
favorito a la vuelta de la esquina, así que no necesitamos
ducharnos ni cambiarnos de ropa.
Nos sentamos y Zoe coge el menú. Siempre lo examina
con especial cuidado, aunque siempre pide las mismas fajitas.
A veces las mezclo, pero siempre pido las tostadas de cerdo.
—¿Cómo fue tu semana de trabajo? —pregunto.
—Oh, perdí una operación por culpa de ese idiota de la
oficina. —Zoe tiene una relación competitiva con casi todos
sus compañeros de trabajo—. Mi jefe dijo que no podía
trabajar en dos cosas a la vez, pero casi he terminado con mi
cliente actual.
—¿Alguna vez sales de allí antes de las siete? —le
pregunto.
—Ja, ja, amo mi trabajo, así que demándame —dice Zoe
—. Tengo un perfecto equilibrio entre eso y la vida privada.
—Si con eso te refieres a que tu trabajo es tu vida, por
supuesto que lo tienes —digo—. Es perfecta.
Zoe sonríe y bebe un sorbo de agua. Sabe que solo la hago
rabiar porque me preocupo por ella.
—Bueno, ¿y tú qué me cuentas? —Zoe mueve sus cejas
oscuras—. ¿Alguna novedad sobre tu amante totalmente
casual de tu pasado?
—La verdad es que sí. —Sonrío ante su expresión
intrigada—. Puede que salgamos esta semana.

—¿Salir? —Zoe estrecha los ojos para mostrar lo poco


impresionada que está con la frase.

—Sí, es lo que haces con alguien con quien te gusta pasar


el tiempo —le digo—. Cenar, ver una película, y luego tal vez
salir.

—¿Cena y una película? —pregunta Zoe—. ¿Es una cita o


es un rollo?

Me encojo de hombros.
—¿Las dos cosas?
Zoe hace una pausa mientras llega nuestra comida. Ambas
nos lanzamos sobre ella.
—Ah, estoy tan hambrienta… —digo mientras doy mi
primer mordisco.
Zoe asiente con la cabeza.

Después de unos minutos, puedo verla preparándose para


hablar de Zach otra vez. Intento mantener la calma. No quiero
ponerme a la defensiva. Es difícil explicarles a mis amigas lo
que somos Zach y yo o adónde vamos cuando apenas puedo
explicármelo a mí misma. Ya ni siquiera sé lo que quiero.

—Entonces, ¿de qué se trata lo vuestro? —insiste Zoe.

—¿Qué?
—Si tuvieras que elegir, ¿es más bien una conexión o más
bien una cita?

Zoe no podía apagar el lado analítico de su mente aunque


su vida dependiera de ello.

—Ni siquiera ha sucedido todavía, así que ¿quién sabe? —


digo—. Creo que es solo un rollo.
Zoe deja escapar un suspiro y sacude la cabeza.

—Lo estás complicando mucho.

—En realidad, siento que lo estoy haciendo muy simple —


contesto—. Lo veré y me divertiré, eso es todo.
—Todo debe hacerse lo más simple posible. Pero no más
sencillo —dice Zoe—. Es una frase de Einstein.

—Sí, sobre las matemáticas —respondo—. La última vez


que lo comprobé, Zach no era una ecuación.
—Lo estás haciendo demasiado simple. —Zoe se
desentiende de mi comentario y continúa con su opinión—.
Estás ignorando las cosas a propósito.

—Tuvimos una charla anoche —le digo—. No es el tipo


que solía ser.
No quiero entrar en el tema de las drogas con Zoe. Sé que
Zach ya no trafica, y eso es todo lo que importa. Además, ella
se preguntará por qué me veía con él si pensaba que había una
posibilidad de que fuera un criminal.

—Me preocupaba que pudiera estar metido en lo de


Torrins, pero no lo está —digo—. Tiene su vida en orden.
—Entonces, suena genial —dice Zoe—. ¿Por qué no salir
con él de verdad?

Aprieto los dedos alrededor del tenedor mientras considero


su pregunta.

—Está demasiado conectado a mi pasado, supongo. No me


gusta eso.

—¿Pero te gusta él?


—Vale, ya basta con el tercer grado. —Sacudo mi cabeza y
señalo su plato—. Cómete las fajitas.

Zoe me obedece y se lleva a la boca pollo y verduras. Me


doy cuenta de que no lo va a dejar pasar, así que trabajo para
reunir mis pensamientos. Quiero ser honesta con Zoe.

—Me gusta —digo al fin—. Solo que tengo mis límites


sobre cuánto quiero pensar en mi pasado.

Los ojos oscuros de Zoe se suavizan. En ese momento,


puedo decir lo mucho que se preocupa por mí. Extiende su
mano y la pone sobre la mía. De repente me dan ganas de
llorar, no porque esté triste, sino porque tengo la suerte de
tener una amiga que me quiere tanto.
—No fue muy bueno, ¿verdad? —pregunta Zoe.

—Sí —digo. Agarro su mano en la mía y le doy un apretón


—. Pero ahora estoy bien, lo prometo.

—¿Y lo vas a estar si sigues viéndolo?


—No estoy segura. —Es cierto. Estar con Zach ha sido
como una montaña rusa, que sube a alturas vertiginosas para
caer en picado—. No quiero dar un paso en falso ni retroceder,
¿sabes?

—Sí —dice Zoe—. Has trabajado duro para llegar a donde


estás. No hay vuelta atrás.
A veces me pregunto cómo mis otros amigos habrían
soportado vivir mi infancia. Nunca podré saberlo con certeza.
No se sabe cómo reaccionan ciertas personas en situaciones
extremas. Mi instinto me dice que todos habrían sobrevivido,
de diferentes maneras. Marianne habría luchado sin el cariño
de sus dos padres, pero se habría apoyado en su música.
Probablemente habría escrito algunas canciones increíbles.
Mucha de la tragedia se la habría echado a las espaldas. Tiene
una piel dura y un espíritu indomable.

Elena se habría comportado más como Zach. No creo que


hubiera traficado con drogas, pero habría tenido más simpatía
por los familiares y amigos poco recomendables de la que
debería. Esa simpatía la habría metido en problemas, pero es
demasiado buena para tomar demasiadas malas decisiones. Sin
embargo, ella nunca cortaría con nadie. Elena seguiría en
contacto, como Zach.

Así es como me imagino a Elena y Marianne, aunque no


estoy segura.
Con Zoe, sí lo estoy. Hay ferocidad en ella. No somos
exactamente iguales, pero reconozco que esas mismas agallas
están enterradas dentro de mí.
Zoe habría hecho lo mismo que yo. Habría trabajado hasta
conseguir salir de allí. Y ni una sola vez miraría atrás.

Por eso está tan preocupada por mí y por Zach. Ella siente
lo peligroso y desagradable que me resulta ahondar en mi
pasado.

Le sonrío a Zoe desde el otro lado de la mesa.

—Puedo cuidar de mí misma —le digo—. Creo que soy lo


bastante mayor como para manejar a los hombres.

Zoe se encoge de hombros.

—Todos tenemos nuestro talón de Aquiles cuando se trata


de un romance.

Sonrío ante su dramática declaración.

—¿Y cuál es el mío?

—Déjame pensar. —Zoe se lleva algo de comida a la boca


y mira fijamente al vacío por un minuto. Luego asiente con la
cabeza—. Crees que puedes reírte de cualquier cosa.
Yo parpadeo. Mi instinto inicial es preguntar qué hay de
malo en eso. La capacidad de reírse ante los contratiempos es
importante.
—Puede que tengas razón —digo—. Pero créeme, si
necesito reírme de Zach O’Malley, estoy segura de que será
algo fácil de hacer. No será mi perdición.

—¿Lo fue hace años?


—En realidad no —digo con una sonrisa—. Pero es como
la varicela. Ya la pasé, así que no puedo tenerla de nuevo.

Zoe parece dudar.


—Si tú lo dices…
Pagamos la cuenta y recogemos nuestras cosas.

—¿Quieres ir a ver una película o algo así? —pregunta


Zoe.
—Claro —le digo.

—Entonces, ¿no tienes planes con Zach?


Pongo los ojos en blanco.

—Está ocupado con una obra.


Mientras salimos a la calle, Zoe respira hondo. Su
exhalación aparece como una bocanada de vapor blanco en el
aire frío.
—Sé que no quieres mi consejo, pero te lo voy a dar de
todas formas —dice.

—No esperaría menos.


—Define la relación. —Zoe se encoge de hombros como si
le avergonzara usar una frase tan cliché—. No más de estas
cosas insípidas.
—Vaya, Zoe, ¿has considerado alguna vez cambiar de
carrera para ser columnista de Cosmopolitan? —pregunto—.
¿O quizás incluso en Teen Vogue?
Zoe sonríe ante mi sarcasmo.
—Puede ser arriesgado cuando no sabes dónde estás o qué
estás haciendo, ¿vale?
—Lo sé. —Me giro para mirarla y que así pueda ver que
hablo en serio—. Gracias.

—¿Por qué? ¿Por escupir frases sacadas de malas películas


para adolescentes?

—Sí. —No necesito decir nada más ni explicar lo mucho


que significa para mí que ella se preocupe de que yo salga
lastimada. Ella lo entiende.

Se apoya en mí para que nuestros hombros se toquen por


un segundo, y caminamos juntas por la calle.
El recuerdo de la desagradable llamada telefónica
comienza a desvanecerse. Mi madre nunca se preocupó por
mí. Lo intentó, lo sé. Pero se distraía cada vez más con sus
propias preocupaciones. Ella temía terminar sola o tener que
vivir con su madre para siempre, o se preocupaba por cómo
pagar el alquiler, así que nunca tuvo tiempo para mí.
Podría estar amargada por eso por toda la eternidad, pero
en cambio estoy agradecida de haber encontrado gente a la que
le importo. Me alegra saber sin ninguna duda que Zoe y
Marianne y Elena y mi abuela cuidan de mí. Me ayudarán si
me hago daño. Se preocuparán por mí, incluso cuando les pida
que no lo hagan.
Tal vez todo eso llegó un poco tarde, pero más vale tarde
que nunca.
Capítulo 20

Zach sugiere ir a ver una película el martes, pero tengo un


partido de fútbol. Es el segundo de la temporada. Mi equipo,
formado por varios empleados de mi oficina, son parte de una
liga que juega cinco contra cinco en un pequeño espacio
interior. Es la temporada de invierno, pero en verano, nos
desplazamos a un campo completo al aire libre.
No es nada serio, pero disfruto de la oportunidad de jugar.
Le escribo un mensaje para explicárselo, y parece que
encuentra divertido que yo siga jugando. Dice que podemos
planear algo para el miércoles o el jueves.

El martes por la tarde, me manda un mensaje para


desearme buena suerte. Me río y le doy las gracias. No hay
más respuestas vagas. Estamos en otro nivel después de
nuestra charla de corazón a corazón de la otra noche.
Justo cuando el día de trabajo termina, Tony aparece en mi
escritorio. No es el mejor jugador que tenemos, pero su puro
entusiasmo hizo que lo nombraran capitán del equipo.
—Dobbs, ¿estás lista para dominar? —me pregunta.
—Sí.
Me levanto y cojo mi bolsa para poder cambiarme en el
baño. A diferencia de Tony, no llevo la camiseta azul del
equipo todo el día para animarme. No soy tan fanática.
Compartimos el coche para ir juntos al polideportivo y
empezamos el calentamiento. El equipo está formado por
gente como yo: no somos increíbles, solo jugamos un poco en
el instituto.

Me alegro de estar jugando en un partido. Pasar el día con


Zoe fue agradable, pero después, recordé la llamada de mi
madre y me enfadé de nuevo. Cada vez que sonaba mi
teléfono, me ponía de los nervios.
Tan pronto como el juego comienza, corro por todas
partes. Me sienta bien soltar algo de adrenalina de una manera
saludable. Nunca fui una jugadora agresiva, y rara vez empujo.
Como soy más pequeña que todos los demás en el campo, eso
no me llevaría muy lejos. Pero soy tenaz, y soy rápida.
Para el medio tiempo, mi equipo lleva dos goles de
ventaja, y he tenido una asistencia.
Reboto sobre mis zapatillas y tomo un sorbo de agua
mientras Tony les da a todos una charla motivadora. Por el
rabillo del ojo veo una figura familiar. Me giro y casi caigo en
shock cuando veo a Zach caminando hacia las gradas donde
están sentados algunos aficionados.
Me saluda y se sienta, como si fuera lo más normal para él
estar allí. Como si lo hubiera esperado. Me acerco.

Sacudo la cabeza y le sonrío.

—Pensé que habías terminado con tus días de vigilarme.


—Me dijiste dónde estabas —me contesta Zach—.
Además, pensé que te gustaría que te llevara a casa.

El gimnasio está bastante lejos de mi apartamento, así que


no puedo evitar sentir un estallido de gratitud.

—Gracias.
Suena el silbato para anunciar el inicio del segundo
tiempo, y me despido con rapidez para unirme a mi equipo.
Ya no me siento tan agresiva. La adrenalina sigue ahí, pero
me hace sentir ligera y enérgica. Cada vez que recibo la pelota,
trato de hacer algo asombroso para impresionarlo. Y no puedo
dejar de mirar en su dirección. Tiene una gran sonrisa en su
rostro y comienza a conversar con la novia de Tony. Incluso
cuando está hablando con ella, mantiene sus ojos en mí.

La verdad es que es muy dulce que haya venido a verme.


Es tan dulce que ni siquiera puedo burlarme de él por ser cursi.

Cuando estaba en el instituto, me habría encantado que se


sentara en las gradas durante uno de mis partidos. Habría
parecido muy normal, como algo que harían esos adolescentes
de los programas de televisión. Por supuesto, para la última
temporada de fútbol del curso, ya habíamos terminado. Pero
fantaseé una o dos veces con que acudiera como espectador.
El otro equipo anota, haciendo que los siguientes diez
minutos sean un partido reñido. Entonces, con solo cinco
minutos restantes de juego, tengo un tiro abierto a la portería y
meto el balón en la red.
Todos me chocan los cinco, y cuando me doy la vuelta y
veo a Zach aplaudiendo y animando, mi estómago da varias
vueltas.
A veces salimos a comer con el equipo, pero hoy rechazo
la invitación. Digo que es tarde y que estoy cansada, pero en
realidad es solo que quiero estar con Zach. Nada suena mejor
que subir a su cálida furgoneta ahora mismo.
Me despido de mis compañeros y corro hacia donde él está
esperando.

—Bueno —digo—. ¿No me vas a felicitar por mi gol?


—Oh, ¿fuiste tú? —bromea.

Le doy un ligero puñetazo en el hombro antes de sacar mi


chándal de la bolsa. Me lo pongo encima de los pantalones
cortos y luego me cubro con el abrigo.

—Bien, estoy lista. —Miro hacia arriba y veo que observa


cada uno de mis movimientos. Se levanta y me tira de la cola
de caballo de forma suave.

—Te veías guapa ahí afuera —dice—. Me hizo desear


haber ido a verte jugar en el instituto.
Me quedé paralizada por un momento. ¿Cómo es posible
que esté diciendo exactamente lo que quiero oír? Enseguida
me obligo a calmarme.
—Pensaste que eras demasiado genial para ir a ver un
partido de fútbol de la escuela secundaria —le digo.

Damos la vuelta y empezamos a caminar hacia el


aparcamiento. Puedo ver su camioneta a pocos metros.

—Ya no —afirma.

Le miro. Me siento mareada, y de repente estoy


desesperada por arreglarme el cabello en un espejo para
asegurarme de que me veo bien. Sé lo que diría Zoe. Que me
comporto como si esto fuera una cita. Definitivamente, no me
estoy comportando así.

Zach me abre la puerta, (eso sí que es un comportamiento


propio de una cita), y me subo a la furgoneta. Me abrocho el
cinturón de seguridad y cruzo los brazos. Hace frío en la
cabina, pero en cuanto Zach está al volante, enciende la
calefacción.
—Gracias de nuevo por el paseo —le digo—. Lleva una
eternidad llegar a casa desde allí.

—De nada. —Zach comienza a maniobrar para salir del


aparcamiento—. ¿Tienes hambre? Podríamos parar.

—En realidad me muero de hambre. —Tengo el estómago


vacío, siempre estoy hambrienta después de un partido—.
Aunque puedo comer en casa, no quiero quitarte mucho
tiempo.

Zach me lanza una mirada extraña. Probablemente se


pregunte por qué estoy siendo tan estirada de repente. Me
duele admitirlo, pero puede que Zoe tuviera razón. El límite
entre salir en serio y solo enrollarse es confuso. No sé cómo
actuar. ¿Vamos a quedar esta noche? ¿O solo se está
esforzando por ser amable?
—Encontremos un lugar para comer —dice Zach—. Yo
también tengo hambre.

Sugiero una pizzería cercana, y él está de acuerdo.

Me sorprende lo normal que es estar sentada a su lado en


pantalones de chándal y con el pelo revuelto, un poco sudada
por un partido de fútbol. En ese sentido, no es como una cita,
sino estar con un amigo. Un buen amigo.

¿Por qué hay tantas capas con Zach?

Llegamos a la pizzería y mis preocupaciones se evaporan.


Estoy demasiado hambrienta para reflexionar sobre lo que dijo
Zoe el fin de semana pasado.
Entonces, justo cuando estamos a punto de llegar a la
puerta, Zach me coge de la mano. No me aparto, solo dejo que
me lleve hasta la acogedora pizzería.

No necesito preguntarme qué diría Zoe.


Esto es totalmente una cita.
Capítulo 21

Nos deslizamos hacia una mesa y cojo la carta del menú


con entusiasmo.
—¿Deberíamos compartir una pizza? —dice Zach.
—Mientras no te gusten las coberturas extrañas… —
respondo.
—¿Qué cuenta como una cobertura extraña? —Se inclina
hacia adelante con los codos mientras pregunta.
Me parece muy gracioso que sepa tanto sobre él, y que sin
embargo no sepa cómo le gustan las pizzas. Supongo que hace
falta más que una aventura de verano de hace diez años para
aprender una información tan crucial.
—Sardinas. —Arrugo la nariz—. Y piña.

Zach hace una mueca.


—Esas son mis favoritas.
Me quedo boquiabierta. Entonces una sonrisa se extiende
por su cara, y me doy cuenta de que está bromeando.
—Muy gracioso —replico—. En serio, tengo demasiada
hambre para que te burles de mí, venga, dime qué te gusta.
Se encoge de hombros.
—Lo que sea, no soy quisquilloso.

No me molesto en parecer educada y rogarle que me diga


lo que prefiere para que podamos pedir una pizza que nos
satisfaga a ambos. Si realmente le importara, lo diría.
—Quiero mitad queso y mitad pepperoni —declaro.
—Suena bien. —Zach aparta el menú a un lado.
Después de pedir, me sujeto la barbilla entre las manos y lo
miro con alegría. Quiero que sea así cada vez que salgamos.
Es fácil. Nos atenemos al presente, y nunca profundizamos.
Solo compartimos comida y charlamos sobre un tonto juego de
fútbol recreativo.
—Tony parece todo un personaje —dice Zach.
—Oh, sí. —Sacudo la cabeza—. Es divertido, pero a veces
lo es demasiado. Es el que siempre intenta que mi equipo se
quede fuera hasta las tres de la mañana en una noche entre
semana.
Le hablo de una salida del equipo hace unos meses donde
todos fuimos a un bar de karaoke, y Tony pidió para todos un
montón de vodkas de arándanos. Me detuve después de uno,
pero la mitad de mi equipo terminó necesitando ayuda para
llegar a casa.
—¿Así que la mayoría de tus compañeros de trabajo son
fiesteros? —pregunta Zach.
Me encojo de hombros.

—Más o menos. Básicamente, la mayoría de los


vendedores son extrovertidos, así que es una especie de
autoselección.

—Pero tú no eres extrovertida —dice Zach—. Ni una


fiestera.

—Puedo ser extrovertida. —Frunzo el ceño mientras lo


considero. Nunca entré en ninguna de las dos categorías, ni
siquiera cuando estaba en la universidad—. Es solo que a
veces necesito tiempo a solas para recargar. Y ninguna noche
de bebida vale la pena de una resaca, en mi opinión.

Zach asiente con la cabeza.


—Sabias palabras.

Observo su cara para ver si está siendo sarcástico, pero su


oscura mirada parece muy seria.

—No me importa salir de vez en cuando. —Siento que


tengo que aclararlo para que Zach sepa que no soy totalmente
patética. Tampoco es que sea abstemia—. Es solo que nunca
siento la necesidad de emborracharme hasta perder el
conocimiento.

—Bea, no necesitas defenderte, no ante mí.


Las palabras son tan suaves que apenas puedo creer que
salgan de la boca de Zach. Casi le digo que no tiene que
ponerse sentimental conmigo, que solo nos estamos
enrollando. Pero venzo la tentación. La noche ha sido buena
hasta ahora, no quiero estropearla solo porque se desvíe un
poco hacia el lado sentimental.

—Supongo que estoy acostumbrada a estar a la defensiva


—digo—. Ya que en el trabajo no siempre lo entienden.

Le dedico una sonrisa brillante, tratando de demostrarle


que soy una persona perfectamente alegre con cero problemas
subyacentes. Abre la boca para decir algo, pero antes de que
pueda hacerlo, veo que el camarero trae nuestra pizza.

—¡Oh, bien, la comida ya está aquí! —Agarro mi


servilleta y la pongo en mi regazo.
Estoy desesperada por dejar de lado todos los temas serios.
Hablar de lo mucho que mis compañeros de trabajo salen de
juerga en comparación conmigo puede ser bastante inocuo,
pero no me gusta la forma en que Zach me mira como si fuera
un animal herido. Como si mi deseo de no beber nunca
representara un trauma profundo. Quiero decir, lo es en
realidad, pero no necesita pensar en eso. No es mi novio.
Mientras mastico mi porción de pizza, trato de pensar en
algo frívolo que decir sobre el partido.

Zach se adelanta y, por desgracia, no en la línea que yo


quería.

—Yo tampoco bebo mucho —dice—. Después de la forma


en que se ponía mi padre cuando bebía, nunca me arriesgaré.
Recuerdo que tu madre solía emborracharse bastante también.

—Zach. —Dejé mi pizza y le dirigí una mirada de dolor—.


Por favor.

—Oh, claro. —Él retuerce su boca en una sonrisa amarga y


me estremezco—. Prefieres que finjamos que existimos en el
vacío.

—Me dijiste la semana pasada que podíamos divertirnos, y


hablar de nuestros padres no es divertido. —Tengo que luchar
para mantener mi tono tranquilo.
¿Por qué está haciendo esto ahora? ¿Por qué sigue
presionándome?

—Claro, podemos divertirnos —dice Zach—. Pero no voy


a sentarme aquí y actuar como si el hecho de que no bebas es
solo un dato interesante y no un resultado directo del
alcoholismo de tu madre. ¿Por qué nunca quieres hablar de
nada real?

Comienzo a temblar y cierro los ojos de golpe. Me inclino


hacia atrás contra el asiento y dejo caer mi pizza en el plato.

No puedo creer que haya sido tan estúpida. Me convencí a


mí misma de que él nunca sacaría a relucir el tema de mi
madre, solo porque le pedí que no lo hiciera. Zach no es del
tipo que hace lo que alguien le pide, sino lo que él quiere.

Respiro hondo cinco veces. No haré una escena. Ni aquí ni


ahora.

La cálida mano de Zach cubre la mía. Abro los ojos y le


dirijo una mirada tan dura como el acero. No parece molestarle
en lo más mínimo. Solo me aprieta la mano y se acerca más.

—No puedes comportarte como si tu madre no existiera.


Ella todavía existe, Bea.
Un sentimiento enfermizo de terror se infiltra en mi alma
al recordar la llamada de mi madre el fin de semana pasado.
Asumí que tenía un nuevo número, pero ahora me pregunto si
no fue una coincidencia. ¿Le dijo Zach algo que la hiciera
querer comunicarse ahora? La idea de que hable de mí con ella
a mis espaldas, mientras planea sorprenderme en mi partido de
fútbol, me da ganas de vomitar.

—Sé que ella existe —digo—. Créeme, no puedo


olvidarlo.

Por alguna razón, tal vez un profundo sentido de


autoconfianza, Zach malinterpreta mi comentario. Por la forma
en que asiente, puedo decir que piensa que estoy lista para
hablar de ella.
—Ella te hizo pasar por un momento difícil, pero eso no
significa que sea una mala persona —dice.

Una risa áspera se me escapa al escuchar sus palabras. La


carcajada me quema la garganta, y Zach frunce el ceño
confundido ante mi repentino arrebato de alegría.

—¿Un momento difícil? —pregunto—. ¿Así es como lo


llamas, cuando tenía que sostenerle la cabeza mientras
vomitaba? ¿Cuándo me hacía volver a una casa frecuentada
por traficantes de droga?

Para mi total horror, un bulto se eleva por mi esófago y las


lágrimas me pinchan los párpados. Agarro una porción de
pizza y me la meto en la boca, rezando para que la comida
empuje el bulto a su lugar.

Zach me mira desconcertado mientras mastico el enorme


bocado.

—Ella solo trataba de salir adelante. Lo hacía por ti.


—¿Es eso lo que te dijo? —Tengo que hablar a través de
otro bocado de pizza, y mis palabras confusas serían graciosas
si la escena no fuese tan agonizante.
—Ella no era perfecta, pero estaba tratando de ayudarte —
responde Zach.

No sé si está tratando de explicar cómo ve la situación con


su propio padre o si está citando directamente a mi madre. Lo
primero es bastante malo, pero la última opción me aterroriza.
—¿Sabes?, he visto a muchos hombres enamorarse de la
pequeña actuación de víctima de mi madre —digo—. Sé cómo
lo hacía para que la creyeran. Creí que ya habría perdido el
buen aspecto que tenía, pero supongo que ha tenido suerte
contigo.
—No seas tan repugnante. —La ira pulsa a través de sus
palabras. Así que tal vez no se está acostando con ella. No
importa. Todavía no tiene derecho a forzarme a tener esta
conversación.
Pero ahora que hemos empezado, no puedo parar. No voy
a dejar que se quede con sus tontas ilusiones sobre las
motivaciones de mi madre.
—Ella nunca hizo nada por mí. —Me acerco más mientras
casi escupo las palabras sobre la mesa—. Solo se preocupaba
por sí misma.
—Bea…

Me doy cuenta de que aún sostiene mi mano y la aparto de


un tirón.

—Solía pensar que traficaba con drogas para ganar dinero.


—Ni siquiera reconozco la furia en mi voz. Mis palabras
surgen de algún pozo profundo de angustia dentro de mí—.
Pensaba que ni siquiera ella era tan estúpida como para
empezar a consumir. Creí que ella se limitaba al alcohol.
Los ojos de Zach están muy abiertos y se envara. No pensó
que me sentiría tan enojada. Pensó que yo era una villana de
sangre fría, totalmente de piedra. Me molesta que piense eso.
Se suponía que me conocía mejor.
—Todo ese verano estuvo consumiendo, y nunca me di
cuenta porque estaba demasiado ocupada persiguiéndote —
digo. No es justo culparlo por mi ceguera, pero mi estado
mental no es muy generoso—. Hasta que una noche de agosto,
cuando estaba claro que nunca me invitarías a salir de verdad,
salgo de mi dormitorio, y ella está drogada con heroína, justo
en nuestro salón, y Finn y sus compinches están golpeando la
puerta.
Mi labio inferior está temblando tanto que apenas puedo
hablar, pero sigo adelante. Zach quería que me enfrentara a mi
pasado, así que ahora voy a contarle la peor noche de mi vida
solo para hacérselo pagar.
—Me escondí en el armario —susurro.

Las imágenes pasan por mi cabeza en brillantes flashes.


Los ojos de mi madre se abren de par en par mientras la
sacudo. Todo lo que hizo fue murmurar tonterías y apartarme.
Casi me desmayo de miedo cuando oí la llave girar en la
cerradura y me di cuenta de que la idiota de mi madre le había
dado a Finn una de repuesto. Me metí en el armario justo a
tiempo.

Dentro estaba muy oscuro, así que los recuerdos visuales


terminaban allí, pero los sonidos eran bastante malos.
—Le estaban gritando sobre una gran operación que le
habían encargado —dije—. Ella prometió que lo haría, y por
primera vez, me di cuenta de la gravedad del asunto. La
cantidad de drogas de las que hablaban era aterradora. Y ella
dijo que haría todo lo que le pidieran, siempre y cuando
tuviera su dosis. Y Finn también tenía un arma. No la vi, pero
la estaba apuntando, lo supe por las cosas que dijo.

Siento que la primera lágrima escapa de mis ojos y baja


por mi mejilla. Me la limpio con la mano tan rápido como
puedo.
—Esa fue la noche en que me escapé —murmuro—. Me
fui tan pronto como se marcharon, y vagué por las calles
durante horas, sin idea de dónde ir hasta que mi abuela me
llamó. Fue el único golpe de suerte que tuve cuando ella me
tendió la mano en el momento en que más la necesitaba. Había
oído rumores de lo mal que se estaba poniendo todo, y en
cuanto se lo pedí, vino a buscarme.
Miro fijamente la mesa, exhausta por el recuerdo y
avergonzada de estar llorando en un lugar público. No estoy
haciendo ruido y el restaurante no está lleno, pero aun así es
mortificante.
—Podrías haberme llamado. —La voz de Zach está llena
de emoción—. Entiendo por qué no lo hiciste, y sé que yo era
problemático en ese entonces. Pero aun así podrías haberme
llamado. Habría ido a buscarte.

Sé que está diciendo la verdad. Estoy furiosa con él por


presionarme a hablar de esto, y sé que no debería confiar en
nada de lo que dice, pero puedo decir que en este caso, está
siendo honesto. Me habría ayudado, incluso en un momento en
el que no se estaba ayudando a sí mismo.
Como si alguien pulsara un interruptor para abrir una
presa, las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos en un diluvio
sin fin. Jadeo mientras los sollozos me destrozan el pecho y
entierro la cara entre las manos. ¿Hacía solo una hora que
estaba tan feliz después de mi partido de fútbol porque un
chico me llevaba a comer?
Recuerdo algo que Marianne dijo una vez. Estábamos en
un baile en la universidad, y ella pilló coqueteando al chico
con el que había estado saliendo. Había empezado a llorar allí
mismo en la pista de baile, e insistió en que necesitaba
plantarle cara.

La tomé del brazo y le rogué que fuera al baño conmigo.


Le dije que era débil por mostrarle al chico sus lágrimas.
Marianne estrechó mi mano y declaró entre sus sollozos:
«Cuando un chico me hace llorar, debería saberlo para que vea
lo horrible que es».
En ese momento, no estuve de acuerdo. Pensé que solo era
Marianne, siendo dramática. Admiraba su habilidad para estar
tan en sintonía con sus sentimientos, pero juré que nunca
lloraría así delante de nadie.

Por fin, sentada en pantalones de chándal en esta pizzería


frente al primer chico del que me enamoré, entiendo lo que
Marianne quería decir. No puedo retener nada. Siento lo que
siento, y no me voy a molestar en ocultárselo.

Sus brazos fuertes rodean mis hombros, y dejo escapar un


pequeño gemido cuando me doy cuenta de que Zach se ha
colocado a mi lado. Me está sosteniendo, a pesar de que estoy
rígida como una tabla. Me abraza y me aprieta la cara contra
mi oreja.
—Está bien, estoy aquí —susurra—. Lo siento. Lo siento
mucho.
Me lleva unos segundos, pero no puedo negarme este
pequeño consuelo. Sé que toda esta escena es culpa suya, pero
no quiero llorar sola. Así que relajo mis hombros y me inclino
hacia él. Él me acerca hasta que apoyo la cabeza en su cálido
pecho.
Me frota la espalda, y por un segundo me recuerda cómo
me abrazaba mi abuela. Nunca le he contado a ella toda la
historia de esa noche. Sabía que le molestaría oír que mi
madre estaba involucrada en todo eso.
Mantengo los ojos cerrados mientras Zach habla con el
camarero sobre mi jaqueca. Zach le pide que envuelva el resto
de la pizza para llevar, y le entrega su tarjeta de crédito,
retirando su brazo brevemente mientras busca su cartera.

No quiero mirar. ¿Quién sabe lo que el camarero estará


pensando? Seguro que asume que estamos pasando por una
ruptura. O que estoy completamente desquiciada.

—Oye, ¿estás lista para marcharte? —El aliento cálido de


Zach me acaricia el cuello mientras murmura la pregunta.
Me limpio las mejillas húmedas y asiento con un gesto.
Zach se levanta y me ayuda a ponerme el abrigo. Mantengo la
cabeza y caminamos hacia la salida. Me toma de la mano y me
guía hacia su furgoneta. Incluso me agarra de la cintura para
levantarme, como si fuera una frágil inválida.
Veo mi cara en la ventanilla trasera mientras Zach camina
hacia el lado del conductor. Las lágrimas se han secado, pero
mis ojos están rojos e hinchados, así como la punta de mi
nariz. No había llorado tanto en mucho tiempo, y nunca había
llorado así delante de nadie, ni siquiera de mis amigos más
cercanos.

Zach arranca y conduce hacia su casa sin decir una


palabra.
—Lo siento —le digo.

Levanta las cejas y me mira de reojo.


—No te atrevas a disculparte.

Sonrío por su tono burlón.


—Sí, esto ha sido más o menos por tu culpa.
Me miro las manos, juntas en mi regazo.

—Aunque ahora estoy bien —digo.


Zach no responde, solo hace un pequeño zumbido y me
dirige una pequeña sonrisa, como si supiera algo que yo no sé.
Cinco minutos después, empiezo a llorar de nuevo. Sin
avisar, las lágrimas vuelven a brotar, y todo lo que puedo hacer
es tartamudear que nunca me comporto así mientras lloro entre
mis manos.
Sigo llorando cuando llegamos a mi edificio de
apartamentos.
Capítulo 22

Espero que Zach me deje en la acera, pero en vez de eso,


da la vuelta a la manzana y encuentra un sitio para aparcar.
—No tienes que… —murmuro mientras me acompaña a
mi apartamento.
—Sí, lo sé —dice—. A menos que no quieras que me
quede.
Me muerdo el labio y me encojo de hombros. Él es el que
arruinó nuestra cena informal, pero tampoco puedo soportar la
idea de estar sola en este momento. Es nuevo y un poco
inquietante para mí querer que alguien me consuele. Breves
abrazos con mi abuela y ocasionales conversaciones intensas
con mis amigas solían ser suficientes. Ahora anhelo horas
interminables de estar en los brazos de Zach.
No es ideal necesitarlo así, pero ahora mismo no quiero
renunciar a su presencia.
Ya no me detengo a pensar en mis acciones. Así que invito
a Zach a entrar y no me opongo cuando me sugiere que me dé
una ducha caliente mientras prepara un té.
Una vez bajo el chorro de agua caliente, me pregunto
cómo es posible que el malvado y rebelde adolescente de
cabello oscuro por el que una vez suspiré, sea ahora el tipo de
hombre que está dispuesto a prepararme una taza de té.
Entonces inclino la cabeza hacia atrás y dejo que el agua
corra por mi cabello. Me froto la cara hasta que me siento
limpia. Estará hinchada por un tiempo, pero al menos puedo
lavar todo el sudor del partido de fútbol. Me quedo en la ducha
hasta que todo el frío se ha ido de mis miembros.

Me envuelvo en una toalla y entro en mi habitación.


Escucho a Zach moviendo cosas en mi cocina, y eso me da
una extraña sensación de paz.

Ya no es tan simple. No es tan casual. Tampoco es tan


divertido. Pero de alguna manera no me importa.
Me pongo unos pantalones de chándal y una camiseta
holgada y salgo a la sala de estar. El suelo está frío bajo mis
pies descalzos, así que en cuanto me siento en el sofá, doblo
las piernas y me cubro con una manta de lana.
Zach trae una taza de té. Se la quito e inhalo el aroma de
menta con limón. Se sienta y me pone los pies en su regazo,
con manta y todo. Actúa como si fuera lo más natural del
mundo que nos sentemos así. Como si el lugar que le
corresponde estuviera a mi lado, consolándome después de un
ataque de lágrimas. Con una punzada, me recuerdo a mí
misma que él ha sido la causa. O mejor dicho, mi madre es la
culpable, pero él ha sido el catalizador.
—Ya estoy bien —le digo—. No tienes que cuidarme.

Zach me sonríe.

—Eso mismo me dijiste en la furgoneta.


Me ruborizo de vergüenza y agarro mi taza más fuerte.
Zach me da un suave apretón en las piernas.

—¿Sabes?, no tienes que avergonzarte —dice—. No por


llorar delante de mí.
Para mi total mortificación, siento otro nudo en la
garganta, esta vez por lo bien que me conoce. No tuve que
decir nada, él solo sabía que no estoy acostumbrada a llorar
delante de la gente.

Tomo un sorbo de té y controlo mi llanto.


—Te agradezco que me lleves a casa y me hagas el té —
digo—. Pero tengo que preguntarte algo.
Una cosa me ha estado molestando todo este tiempo. Todo
lo que quiero hacer es caer en los brazos de Zach y dejar que
me acune el resto de la noche, pero necesito saber algo más.

—¿Qué es? —Zach pregunta.

—¿Has estado hablando con mi madre sobre mí? —le


pregunto—. Porque en la pizzería, sonaba como si la
estuvieras defendiendo, casi como si te hubiera convencido
para ponerte de su lado. Intentó llamarme el fin de semana
pasado, y solo necesito saber si has estado hablando con ella
sobre mí.
Zach me mira fijamente las rodillas. Ni siquiera respiro
mientras espero una respuesta.

—No he estado hablando de ti con ella —dice por fin—.


No he hablado mucho con ella.

Toda la tensión se libera de mis hombros mientras dejo


salir un suspiro. Ni siquiera me di cuenta de lo devastada que
estaría si él hubiera estado en contacto regular con ella hasta
que me lo confesó.

—Si sonaba como si la estuviera defendiendo, es porque


tengo una opinión diferente sobre el asunto. —No lo dice
como si fuera un debate, ni parece enfadado. Solo lo dice
como un hecho—. Pero no te culpo ni te juzgo por no querer
discutir sobre el pasado. No hay bandos en esto. Lo estás
haciendo bien, Bea, no te juzgo por lo que hiciste.

Asiento con la cabeza. Nunca pensé que yo fuera del tipo


que necesita una reafirmación excesiva, pero me siento muy
bien al saber que él respeta mis elecciones.

—Gracias por decir eso. —Me inclino hacia adelante para


que mis codos casi descansen sobre mis rodillas—. No quiero
que pienses que soy una persona fría o sin corazón, solo tenía
que hacer lo que era mejor para mí.

Zach me mira, y hay tanta emoción en sus ojos que no


puedo volver a respirar.

—Hiciste lo correcto alejándote de tu madre —me dice—.


Pero supongo que yo estoy al otro lado.
—¿Qué quieres decir?

—Tienes que irte —dice Zach—. Yo siempre he sido el


que se ha quedado atrás.

Me golpea como un tren de carga. Lo entiendo todo. Tiene


sentido que tuviera tanta curiosidad por el trato que le di a mi
madre. Pensó que lo iba a tratar como la traté a ella. De hecho,
me he comportado con él de manera similar. Con mi política
de tierra quemada, eliminé a todos los que estaban asociados
con mi madre, excepto a mi abuela. Dejé a Zach atrás. Por
supuesto, él querría una explicación.

—Zach, tú no eres como ella. —Puse mi té en la mesa de


café y apoyé las manos en sus brazos. Necesitaba tocarlo para
hacerle saber que estoy aquí y que no me iré a ninguna parte
—. Fuiste bueno conmigo, eras un amigo, yo era joven y
estaba asustada, así que hui de todo el mundo.

Zach inclina la cabeza de manera burlona y me da


palmaditas en la mano.

—Los dos sabemos que no era el tipo más sano por


entonces.

—Bueno, sí. —Le dedico una débil sonrisa—. Pero


comparado con mi madre, eras el señor Perfecto.

—Admiro tu habilidad para seguir adelante. —Me coge la


mano y distraídamente me masajea la palma con el pulgar—.
Todavía me atasco y me persiguen las cosas que hice y la
gente con la que me relacionaba.

—Tal vez deberías mudarte de Torrins a uno de esos lindos


suburbios en los que construyes casas. —Es una broma, pero
no se ríe.
—Tal vez —dice—. Pero aun así volvería. Siempre lo
hago.

—Yo no —digo—. Supongo que somos diferentes.

—Aun así vuelves por tu abuela.


Levanto mi ceja y lo miro directamente a los ojos.

—Estoy contando los días hasta que pueda instalarla en la


mejor casa de retiro del área de Chicago.

Mi franca declaración le hace reír.


—Mira, tal vez soy un poco desalmada —digo.

Zach me levanta la barbilla con dos dedos y me besa, solo


una vez.
—No, no es así. Eres Beatrice Dobbs, y no hay nadie como
tú.

Me muevo hacia adelante en el sofá hasta que estoy


prácticamente sentada en su regazo. Me atrae hacia sí y
descanso mi cabeza contra su pecho.

Zach juega con un mechón de mi pelo, todavía húmedo por


la ducha.
—No sabía que tu cabello se ponía tan oscuro cuando
estaba mojado —dice—. Aunque todavía está rojo.

—Por supuesto —le digo—. Nunca me lo teñiré.

—Porque te hace diferente de tu madre.


Me siento derecha y lo miro alarmada.

—¿Cómo lo sabes?

Me sonríe.

—Soy un lector de mentes.

Abro los ojos. Es sorprendente lo bien que puede ver hasta


mis pensamientos más íntimos.

—Bea, estoy bromeando. —Zach presiona su frente contra


la mía—. Ya me habías dicho antes por qué nunca te lo tiñes.
Cuando éramos adolescentes.

—Oh. —Me inclino hacia atrás contra él—. Lo olvidé.

Él sonríe, y yo me acurruco en su calidez. Es conmovedor


que recuerde algún comentario al azar que hice sobre mi pelo
hace diez años. ¿Por qué nunca me había dado cuenta de lo
dulce que puede ser hasta ahora? Creía que solo tenía un
aspecto y un encanto diabólico, pero también hay algo amable
y genuino en él.
Tal vez Marianne tenía razón. Llorar delante de los chicos
puede valer la pena. A veces incluso saca lo mejor de ellos.
—No quiero ser como ella —le susurro en su camisa—.
Siempre he tenido miedo de que de alguna manera pudiera
resbalar y terminar viviendo el tipo de vida que ella hace. Es
mi mayor temor.
Zach no dice nada, solo me abraza, como si supiera que
nunca he confesado esto a nadie, y no quiero que dé una
opinión, solo necesito que me escuche.
—Por eso creo que nunca podré perdonarla —digo—. Sé
que el perdón es importante, y trato de practicarlo cuando
puedo. Pero ella… me ha hecho vivir con este miedo, y eso lo
ha dictado todo. Por ese motivo nunca tomé riesgos en mi
carrera y he decidido centrarme en mi trabajo. Estoy feliz con
mi vida. No puedo perdonarla por hacerme sentir tan asustada.
Odio que tenga el poder sobre mí, incluso cuando no la he
visto en años.

Cierro los ojos y dejo salir un aliento tembloroso. Se siente


mejor de lo que nunca imaginé decir esa verdad en voz alta. Ya
he mencionado mis miedos antes, sobre todo a mis amigas en
momentos vulnerables. Pero nunca he llegado al fondo del
asunto. Nunca he admitido ante nadie que mi madre todavía
tiene un efecto tan fuerte en mí.
Siempre pensé que sería agonizante decirlo, pero me sienta
bien hacerlo. Como si me hubiese deshecho de una carga de
cien kilos. La rabia y el miedo todavía existen, pero con solo
hablar de ello, he ganado algo de control.
Pienso irónicamente que tal vez debería intentar la terapia
después de todo.
Zach me da un suave beso en la parte superior de mi
cabeza.
—Desearía poder tomar un poco de tu miedo, solo para
liberarte de él por un instante.

Sonrío con fuerza contra su pecho. Tal vez sea mejor que
la terapia.
Empiezo a alejarme. Todo el llanto después del partido de
fútbol y el día en el trabajo me ha dejado más que exhausta.
Me duermo en sus brazos, y solo me despierto cuando
siento que me llevan a la cama.

Me deja sobre el colchón y empieza a arroparme.


Empujo más allá de las capas de somnolencia para forzar
mis ojos a abrirse. Extiendo la mano para agarrar su brazo y le
pido lo que más deseo en el mundo entero:
—¿Te quedarás?

No dice ni una palabra, solo se arrastra hasta la cama a mi


lado. En unos segundos, vuelvo a sus brazos y me duermo
profundamente.
Capítulo 23

Cuando me despierto, Zach se ha levantado de la cama. Al


principio, creo que lo he soñado todo. Luego decido que ni en
mis sueños más extraños terminaría llorando mientras me
meto una porción de pizza en la boca.
Imagino que se debe de haber ido en medio de la noche,
como la primera vez que tuvimos sexo. Me siento vacía al
pensarlo. Me pregunto si quizá lo de anoche no fue tan
importante para él. No era Zach quien lloraba a mares, después
de todo.
Entonces oigo el ruido de una sartén sobre la cocina.

Todo era real, y el hecho de que pueda oírlo en la otra


habitación lo confirma.

Me estiro y sonrío para mí misma. Qué giro de los


acontecimientos. Pasamos de estar juntos y tal vez salir a algo
mucho más serio. Y no estoy molesta por eso. De hecho, estoy
pensando que puede que haya infravalorado a Zach O’Malley.
Evalué su potencial para una relación basándome en el chico
que conocí, no en el hombre en el que se ha convertido.
Todavía no estoy segura de lo que va a pasar con nosotros,
pero siento que tenemos posibilidades.
Me dirijo a la cocina, donde él está haciendo unos huevos
revueltos.
Me muestra una sonrisa. Sus ojos son brillantes, y está
completamente vestido. Son las siete, pero parece que lleva
despierto varias horas.
—Buenos días. —Coloca el plato de huevos en la mesa, y
yo me siento—. Deberías llamar para decir que estás enferma
hoy.
Abro la boca para objetar, pero me doy cuenta de que no
tengo una buena razón. Estoy en la cuota del mes. No me he
tomado un día de baja por enfermedad en años. Y, para ser
sincera, he tenido veinticuatro horas muy emotivas.
—Bien —digo—. Supongo que tienes un plan fabuloso
para el día.
—¿Por qué tengo yo que idear el plan?
Pone una taza de café delante de mí, y le dirijo una mirada
burlona mientras tomo un sorbo.
—Tú eres quien me hizo llorar anoche —le digo—. Me lo
debes.

En lugar de parecer culpable o incómodo, Zach acerca su


silla para que su rodilla toque la mía.

—Si vas a ser tan fácil de aplacar, supongo que tendré que
hacerte llorar más.
Me besa en los labios, justo cuando dejo mi taza de café,
como si fuera lo más normal del mundo. Actúa como si fuera
una mañana normal. Me doy cuenta de entrada que quiero que
sea una mañana normal. Quiero despertarme y beber mi café
con él.

Se retira y apoya una mano en mi pierna.


—Tengo que ir antes a un sitio, pero luego puedo ir a
recogerte, y podemos pasar el rato aquí o ir a un museo o al
cine, lo que quieras.
—¿Puedo ir contigo?
Zach levanta las cejas.

—¿Realmente quieres?
Asiento con la cabeza, y no es una actuación. Tengo
curiosidad por su trabajo desde que vi su página web. Me
parece muy interesante que un tipo como Zach, que creció tan
lejos de una casa lujosa, se dedique a construirlas.

—Puede que te aburras —dice—. Hay barro y estacas en el


suelo, pero no mucho más.
—Tengo botas de senderismo, y quiero verlo —respondo
—. Pero puedo quedarme aquí si no quieres que te acompañe.

—No. —Zach me aprieta la rodilla con urgencia y me mira


a la cara—. Quiero que vengas.

—¡Genial! —Empiezo a meterme el resto de los huevos en


la boca—. ¡Puedo estar lista en diez minutos!

Zach sacude la cabeza, pero me doy cuenta de que está


conmovido por mi entusiasmo.
—Tienes más tiempo que eso. Soy el jefe, puedo aparecer
cuando quiera.

—Pero apuesto a que quieres llegar temprano —le digo.

—Muy cierto —dice él.


Cuando termino de comer, le envío un mensaje rápido a
Laura diciendo que me desperté con una migraña mortal.

Zach lava los platos mientras yo corro a mi habitación y


me pongo unos vaqueros descoloridos, un jersey azul de cuello
redondo y mis botas de senderismo, que todavía tienen barro
seco desde la última vez que las usé, cuando Elena nos
convenció a todas para ir de acampada hace dos veranos.

Zach me observa mientras me pongo el abrigo y los


guantes. De repente, me agarra por la cintura y me acerca para
darme un beso firme. Mis brazos se enrollan alrededor de su
cuello en el acto.

Cuando se retira, suelto una risa sin aliento.

—¿A qué ha venido eso?

—A que me alegro de haberte visto fuera del veinticuatro


horas. —Me besa una vez más, y luego nos vamos.

Me sonrío a mí misma porque creo que sé lo que quiere


decir. Se alegra de haberme visto por casualidad, pero también
se alegra de que hagamos esto. Aunque no hemos definido lo
que significa «esto», me siento feliz y creo que a él también.
Es como si tuviera una segunda oportunidad de algo que ni
siquiera sabía que me estaba perdiendo.

Y ahora que soy consciente de lo mucho que quiero esto,


de lo mucho que lo quiero a él, estoy decidida a aprovechar
esta oportunidad.

Será difícil estar con alguien que esté tan familiarizado con
mi pasado. No estoy acostumbrada a que alguien sepa de todos
los rincones más oscuros de mi vida. Pero anoche me
demostró que estar con él tiene sus ventajas. Es mucho más
fácil hablar de cosas difíciles con Zach. Escucha lo que digo,
pero también entiende lo que no puedo decir. Podría ser
maravilloso tenerlo a mi lado en los altibajos.

Me obligo a concentrarme una vez que estamos en el


coche. No suelo ser de las personas que se imaginan un futuro
perfecto de golpe. Así es Elena, y a veces Marianne, cuando se
enamora. Zoe y yo siempre hemos sido más prácticas.

Con Zach, es más tentador imaginar un futuro juntos. Ya lo


conozco muy bien, y estoy emocionada de aprender nuevas
cosas sobre él.

Me resistí porque estaba aterrorizada por mi pasado, pero


anoche lo miré de frente y él estaba allí. Lo hizo bien. Ya no
me presionará más. Cuando se disculpó por haberme
molestado, me di cuenta de que lo decía en serio. Él ya sabe el
motivo de por qué insisto en mantener a mi madre lejos, y
entiendo por qué se siente diferente, pero no tenemos que
discutir por ello. Y tampoco creo que tengamos que hacerlo.

No me he sentido tan esperanzada por alguien en mucho


tiempo.
La obra se trata de la construcción de una casa en
Kenilworth. A medida que avanzamos por la autopista, me
mareo. Me siento como una niña que se salta las clases, (lo
cual nunca hice, pero imagino que se debe de sentir algo
parecido), y le hago a Zach un montón de preguntas sobre el
proyecto.

Es una edificación de cinco habitaciones, explica, y


probablemente querrán una piscina en el futuro, lo cual es
bueno, ya que acaba de contratar a un tipo que se especializa
en piscinas.

Me dice que no podré ver mucho. En invierno, la mayoría


de las veces ponen los cimientos, siempre y cuando no haya
mucha nieve. La casa no tomará forma hasta la primavera.

Pregunto sobre la arquitectura de todos modos.


—Los clientes querían algo moderno, cosa que podemos
hacer, pero no lo disfruto tanto —dice Zach—. Por suerte, el
arquitecto está de mi lado, y consiguió que se inclinaran más
por un diseño colonial clásico, con una cocina muy grande. La
gente moderna siempre quiere una cocina enorme.

—¿En serio? —pregunto.

—Sí, si la nevera no es básicamente de tamaño industrial,


les da un ataque.

—Me gustaría una cocina grande —suspiro—. Pero creo


que lo que más me importa es una chimenea. Solía leer libros
infantiles cuando era niña, y las familias siempre se sentaban
junto a sus grandes chimeneas en invierno.

Veo las manos de Zach apretando un poco alrededor del


volante. Tiene una pequeña cicatriz en uno de sus nudillos.
Debe de ser de algún accidente en una obra.

—Me gusta construir chimeneas —dice—. Grandes y de


piedra.

Una visión pasa ante mí, brillante y gloriosa. Zach y yo en


nuestra gran casa, la nieve cayendo fuera mientras yo estoy
sentada junto a un fuego crepitante. Tal vez uno o dos perros
holgazaneando cerca. Algún día, quizá incluso niños.

Pestañeo y me giro para mirar por la ventanilla. ¿Cuándo


diablos me puse tan sentimental? Debo de estar
ablandándome. Pronto me suscribiré a la revista Country
Living y diré que quiero dos niños y una valla blanca.

Aunque, para ser honesta, es verdad que quiero todo eso.


Obviamente, no me interesa ser una sosa ama de casa, pero he
soñado despierta sobre la vida de la clase media suburbana
desde que estaba atrapada en Torrins y me dijeron que las
chicas de mi vecindario no tenían ese tipo de final feliz.
Y ahora, podría ser posible. No estoy endeudada, tengo un
buen trabajo, y Zach podría ser el tipo adecuado. Así que, por
supuesto, voy a querer alcanzar ese sueño y agarrarlo con
ambas manos.
—Ya casi llegamos —dice Zach.

Aparto la valla blanca de mi mente. Necesito ir despacio.


Conduce por un camino lateral que atraviesa un montón de
árboles hasta que llegamos a una gran parcela de tierra,
bordeada de grandes arces a cada lado.
Hay unos cuantos tipos allí tomando medidas y clavando
estacas en el suelo.
—Te lo dije —ríe Zach—. No es muy impresionante.
—Hace una semana, pensé que podrías estar traficando
con drogas —bromeo—. Comparado con esa idea, esto es
extremadamente impresionante.
Zach resopla, y siento un estallido de gratitud porque
acepta mi agudo sentido del humor. Otros podían haberse
ofendido, pero Zach es capaz de reírse de sí mismo.
Saltamos de la camioneta, y él me muestra el lugar. Me
presenta a sus empleados, que son educados y nada
entrometidos.
—No parecen sorprendidos de que esté aquí —le susurro a
Zach mientras señala las piedras angulares—. ¿Con qué
frecuencia traes chicas a las obras?
—Nunca. —Zach me dirige una sonrisa de lobo—. Pero le
envié un mensaje a mi capataz diciéndole que ibas a
acompañarme y, que si se les ocurría algo, los despediría.

Me agarra por la cintura y me acerca para poder besarme


en la mejilla, a la vista de todos los demás. Es diferente besar a
alguien al aire libre y a la luz del día. Significa algo. No soy
solo alguien con quien se está enrollando. Tal vez nunca lo fui.
Zach charla con sus empleados un rato, y luego les entrega
unos planos. Volvemos a la camioneta, y ya estoy pensando
que quiero ir a un lugar cálido y besarlo. Mucho.
Ya me he puesto el cinturón de seguridad cuando Zach ve
un trozo de papel en el suelo de la cabina.

—Tengo que ir a entregarle esto a Doug —dice—. Espera,


no tardo.
Salta y lo veo cubrir el suelo con sus largas zancadas.

Su teléfono suena, y miro hacia el asiento donde lo dejó.


Nunca lo habría cogido ni en un millón de años, pero veo
el nombre sin querer. Por un segundo, mi corazón deja de latir,
y un sonido rugiente llena mis oídos.
El teléfono está en mi mano antes de que me dé cuenta.
Miro el icono del mensaje en la pantalla, y mi boca
tiembla. No por la tristeza y las lágrimas como anoche, sino de
rabia.
Si hubiera leído «Claire», podría haberlo racionalizado.
Claire es un nombre común, después de todo.
Pero guardó su información de contacto bajo su nombre
completo. Claire Dobbs. Y desde su pantalla de bloqueo,
puedo ver la primera línea de su mensaje: «¡Inténtalo de
nuevo! Por favor, tengo que verla».

A pesar de mis emociones, mis dedos se mueven con


precisión debido a la necesidad de saber la verdad.
Tiene una contraseña de cuatro dígitos. Su cumpleaños es
el tres de agosto. Lo sé porque lo pasamos juntos, hace mucho
tiempo, descansando en la hierba irregular de Torrins Park y
dándonos besos perezosos bajo el sol abrasador.
Escribo 0803. El teléfono se desbloquea.

«Oh, Zach, eres idiota», pienso.


En medio segundo, tengo la conversación entre él y mi
madre abierta. Solo me lleva unos segundos más darme cuenta
de que esto va a ser malo. Va a ser peor que malo. Va a ser
desgarrador.

Porque no son solo unos pocos mensajes. Me desplazo a


través de días y días de textos, y todos ellos son sobre mí.
Hace unas semanas, Zach le envió un mensaje diciendo
que el plan funcionaba, «que se encontró con Bea en el Merch
Mart».
Apreté mis dientes y silbé de dolor. ¿Cómo se atreve a
llamarme por mi apodo? Especialmente con ella.
Claire le envía un grupo de caritas sonrientes. Cuando
Zach le dice que hay una cena programada, ella le recuerda
que «Bea puede ser terca, no seas tan obvio».

Ese fin de semana, Zach le manda un mensaje diciendo


que la cena fue bien, pero que no me gusta hablar del pasado.
Dice que podríamos volver a salir. Es curioso, no menciona
que me haya seducido. Tal vez el sexo significó algo para él,
un pequeño beneficio por todos sus problemas.

Me cubro la boca mientras la conversación continúa.


Claire dice que está pensando en llamarme de nuevo desde un
número diferente, y le pregunta si él cree que eso puede
resultar. Zach responde que no está seguro. Sospecha que no
confío en él.
Por supuesto que no confiaba en él. Solo que me
preocupaba más que traficara con drogas. Con esos mensajes
delante de mis ojos, decido que la realidad es peor. Esto es
como una traición. Todo el tiempo estuvo siendo amable
conmigo como un favor a mi madre. Él fue el cebo que ella
puso para tratar de atraerme de nuevo. Solo para que pudiese
aliviar su propia culpa.
Está claro que he estado pesando en la conciencia de
Claire. Ella le dice una y otra vez a Zach que solo quiere
disculparse. Que necesita decirme que ella está mucho mejor
ahora.

Me encojo cuando recuerdo lo que me dijo. Le pregunté


sobre mi madre después de que Deborah dijera que estaba en
contacto con ella, y él lo minimizó muy bien. Dijo que era solo
de vez en cuando. Dijo que ella estaba trabajando en sí misma,
como parte de un grupo de extraficantes anónimos.
Me engañó, pero fui lo bastante estúpida para caer en cada
uno de sus movimientos. Incluso cuando me llevó a almorzar y
me consoló por lo nerviosa que me puse al hablar de Torrins,
fue parte de su juego para soltarme la lengua sobre mi madre.

Y cuando vino a mi apartamento y me besó y me tocó


hasta que no pude pensar más, también fue una distracción.
Quería que creyese que era inofensivo. Solo un poco de
diversión.

«Todavía no confía en mí».


Eso es lo que escribió al día siguiente de haberme follado
en mi cocina. Tenía razón. No confiaba en él, pero porque
pensaba que estaba involucrado en algún peligroso asunto de
drogas.
Probablemente solo se acostó conmigo para ganarse mi
confianza. La ironía es que solo empecé a confiar en Zach
cuando el sexo cesó y empezamos a hablar. Cuando me dijo
que había dejado de traficar para siempre, y le creí. Cuando
apareció en mi partido de fútbol y me dijo que estaba preciosa
con mi equipación.
Y anoche, cuando estaba tan enfadada con él por
preguntarme sobre mi madre que me derrumbé, y me abrazó y
escuchó. Aunque estaba frustrada, seguía confiando en él.
Quiero gritar cuando recuerdo que antes de empezar a
llorar, casi lo descubro. Hice ese comentario dando a entender
que estaba del lado de mi madre porque estaban teniendo una
sórdida aventura. En realidad no creía eso, solo quería decir
algo hiriente y despectivo, pero estaba más cerca de la verdad
de lo que podía imaginar.
No creía que había estado preguntando por mi madre con
otro motivo que no fuera el de tratar de entenderme. Era lo
bastante egocéntrica como para pensar que solo se preocupaba
por mí y quería saber por qué huía del pasado. Era como una
adolescente tonta, halagada por la atención de un chico.
El único aspecto positivo de los mensajes es que está claro
que no hay nada romántico entre ellos. O si lo hay, no lo
mencionan. Son educados y respetuosos. Zach le está haciendo
un favor a Claire porque sabe que significa mucho para ella
verme. Ella se lo agradece una y otra vez.

Luego, esta mañana temprano, le envió un mensaje de


texto diciendo que no estaba seguro de «poder seguir así».

Me quedo mirando las palabras que escribió mientras


estaba en mi apartamento:
«Beatrice necesita espacio, no voy a presionarla más».

Es suficiente, y definitivamente, es demasiado tarde.


Miro hacia arriba y lo veo acercarse a la furgoneta. Tiene
esa estúpida y encantadora sonrisa en su cara, y quiero
abofetearlo.
La ira se solidifica en mi alma, y es tan pesada e
inquebrantable como el hormigón.
Capítulo 24

La puerta se abre, y Zach entra, parloteando como un


cachorro ansioso.
—Estaba pensando que tal vez podríamos conducir
hasta…
Se congela cuando ve mi gesto. No tengo ninguna duda de
que soy una visión escalofriante. Siento que podría disparar
rayos láser por mis ojos, estoy furiosa.
Su boca se afloja cuando ve su teléfono en mi mano.

Mis manos son casi suaves mientras se lo devuelvo.


—Imbécil. —Estoy orgullosa de mí misma por lo firme
que suena mi voz. No va a haber más llanto. Las lágrimas no
me llevan a ninguna parte. Cada sentimiento de comodidad y
emoción que tuve cuando me desperté esta mañana fue solo
una broma cruel. La alfombra ha sido arrancada de debajo de
mis pies, pero moriré antes de que me vea llorar por ello.
—No es lo que piensas. —Se desploma contra el respaldo
como si ya supiera lo débil que es su argumento.
—Oh, ¿así que no has estado informando a mi madre de
cada una de mis palabras? —le pregunto—. Y tampoco has
estado merodeando por mi oficina para hacerle un favor a una
mujer que sabes que no tengo ningún interés en ver, y con una
buena razón.
—Ella ha estado trabajando en sí misma, y pensé que tal
vez merecía una segunda oportunidad.
Pongo los ojos en blanco ante sus palabras, pero él sigue
adelante, decidido a explicarse.

—Pero ahora entiendo lo que sientes —dice—. Después de


anoche, nunca te presionaría para que volvieras a contactar
con ella. Bea, me preocupo por ti.

Corté con un movimiento de mi mano cualquier


declaración equivocada que él estuviese a punto de hacer, en
un último esfuerzo por convencerme, hacer que perdonase a
mi madre o posiblemente ambas cosas.
—Me jodiste para engañarme, para que confiara en ti y así
poder obligarme a hablar con mi madre adicta, ¿entiendes lo
insultante que es eso?

La cara de Zach está pálida como una sábana, y por una


vez, no tiene nada que decir. No hay réplica ingeniosa.
Ninguna respuesta hábil.

Me desabrocho el cinturón de seguridad y me subo la


cremallera del abrigo.
—Dile a mi madre que pediré una orden de alejamiento
contra ella si me busca o intenta enviar a otro acosador tras de
mí. —No hay forma de que involucre a la ley en mi
desordenada vida familiar, pero me siento poderosa por fingir
que podría hacerlo—. Y espero que disfrutes de tu miserable
vida.

Alcanzo la puerta, pero Zach me pone una mano en el


brazo. Me sacudo y consigo abrirla.

—Déjame llevarte a casa, ¿vale? —dice—. Por favor.


—Deja de hacerte el bueno, no eres una buena persona —
le digo—. Y la peor parte es que siempre lo supe, así que es
una pena para mí, de verdad.
Salgo del vehículo y me vuelvo para mirarlo. Cuando un
animal es herido o atrapado en una trampa, se vuelve salvaje.
Ataca con sus dientes y garras, tratando de causar tanto dolor
como el que siente.
Sé que Zach me ha hecho mucho daño, porque todo lo que
quiero hacer es arremeter contra él tan fuerte como pueda.
—La razón por la que te quedaste en Torrins es porque
nunca fuiste lo bastante bueno para salir de allí —digo—. Eres
igual que Finn, mi madre, tu padre y el resto de ese estúpido
lugar.
Justo antes de dar un portazo y salir corriendo por la calle,
veo su cara de sufrimiento. Y sé que mis palabras lo han
golpeado en un punto débil.
Si no hubiera reconocido el dolor en sus ojos, sabría con
certeza que lo había lastimado al no perseguirme ni insistir en
que volviera a la camioneta para asegurarse de que llegase a
casa a salvo.
Una vez que estoy fuera de su vista, llamo a un taxi y
camino por la carretera durante diez minutos mientras espero.

Entre el aire frío y mi frenético paseo, mi ira comienza a


evaporarse. Lo usé todo para asegurarme de que Zach se
sintiera herido, pero ahora me he quedado sola y en agonía.

No quiero herir a nadie más. Solo quiero que todo vuelva a


ser como antes. Quiero borrar las últimas semanas. Era
perfectamente feliz antes de que Zach apareciese y abriera la
puerta a mi pasado para que todas mis pesadillas entraran en
mi presente. Y luego, lo peor de todo, me mostró un vistazo de
un futuro tan hermoso, que me redujo a una sensación de
felicidad esta mañana.

Era falso. Todo era falso. Y aunque le importe algo, no


cuenta nada, porque ya no puedo confiar en él. Me mintió. Le
pregunté a quemarropa si le habló a mi madre de mí, ya que
sus preguntas durante la cena habían sido tan discordantes. Me
dijo que no.

El taxi se detiene y yo subo en él justo cuando una lágrima


se escapa de mis ojos. Juré que no lloraría, pero al menos Zach
no está cerca para verlo.

Pero no quiero estar sola. El conductor me pregunta el


destino y, sin pensarlo mucho, le doy la dirección de la escuela
de Elena en Lakeview.

Me doy cuenta de lo tonto que es mi plan cuando estoy


parada afuera de la Escuela Media San Alfonso sin poder
entrar al edificio, ya que no soy un padre o un maestro, y no
tengo una razón válida para estar ahí.

No puedo evitar sonreír cuando me imagino yendo a la


secretaria de la recepción y rogándole que me deje entrar
porque mi corazón acaba de ser destrozado en un millón de
pedazos.

Me siento en un banco y le envío un mensaje a Elena. Le


digo que sé que es algo inesperado, y que no es una
emergencia ni nada, pero que estoy fuera de la escuela. Le
pregunto si tiene pronto una hora libre.

En quince minutos, Elena aparece en la puerta. Corre hacia


mí, con su abrigo volando detrás de ella.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —Sus manos revolotean
a mi alrededor, aparentemente tratando de detectar mi herida
mortal.
—¡Dije que no era una emergencia!

—¡Siempre dices que no es una emergencia cuando sí lo


es! —protesta Elena—. ¿Recuerdas cuando te caíste de tu
bicicleta?

Suspiro al recordar mi muñeca rota y mi llamada telefónica


a Elena preguntando si podía llevarme al hospital, y que no
había problema si no podía. Tiene razón. Tal vez después de la
infancia que tuve, no podría llamar a nada más una
emergencia.
—Bueno, físicamente estoy bien. —Mi labio empieza a
temblar, y me muerdo la parte interior de la mejilla. —Es
Zach.

Los ojos de Elena están llenos de tanta preocupación que


solo deseo acurrucarme en su regazo y dejar que me cuide el
resto del día.

—Vamos a mi oficina, ¿vale? —dice—. Te conseguiré un


pase de invitado y todo eso.

Elena me lleva a la escuela y me conduce a través de los


pasillos como si llevara a un niño perdido. Cuando finalmente
llegamos a su pequeña oficina, ubicada en un rincón distante,
me siento en la silla frente a su escritorio. Miro las pilas de
libros y papeles.

—¿Dejaste una clase para venir a mí? —pregunto.

—No, solo era una sala de estudio —dice Elena—. No te


preocupes por eso, alguien me cubrió.
—Lo siento mucho —digo.

Elena desecha mis disculpas con la mano.


—Dime qué pasó.

Así que le cuento todo. Empiezo con los mensajes que vi


en el teléfono de Zach, pero luego tengo que explicarle lo de
anoche para que entienda lo horrible que fue descubrir la
conversación con mi madre. Y para eso, tengo que
remontarme al verano en que tenía diecisiete años. Esta vez no
me pongo a pensar en mí, en Zach, en mi madre y en Finn. No
tiene sentido. El pasado no puede herirme más de lo que ya lo
ha hecho.

Le cuento que Zach era como un faro de alegría en una


época por lo demás miserable. Cómo su extraña lealtad hacia
su padre lo obligaba a hacer cosas malas, y cómo consiguió
liberarse de ella. Al describir la situación, casi suena como si
admirara a Zach por alejarse del lío en el que su padre lo había
metido. Supongo que lo admiro.

Cuando llego a la noche en que descubrí lo mala que era la


adicción de mi madre, no lloro. Decírselo a Zach en voz alta
de alguna manera lo hizo menos aterrador. Sucedió, y fue
horrible, pero sobreviví. Y compartir con Zach esa noche me
hizo sentir bien.

—Sentí que teníamos esta conexión —digo—. Es estúpido,


pero creí que tal vez no estábamos listos para estar juntos
cuando éramos jóvenes, pero ahora el universo se había
alineado o algo tonto como eso, y estábamos teniendo esta
segunda oportunidad.
Puedo decir que Elena, una devota amante de la astrología,
está realmente intrigada por todo el concepto de «alineación
del universo», pero no se entromete. Solo escucha en un
silencio atónito mientras llevo la historia a su abismal final.

—Solo me perseguía todo el tiempo para hacerle un favor


a mi madre —digo—. Solo intentaba que volviera a hablar con
ella.

—Oh, Bea. —Elena se acerca y me abraza. Entierro mi


cara en su pelo oscuro y la dejo sostenerme por un segundo.
Cuando se aleja, sus cejas están unidas por la
preocupación. No quiero que se preocupe por esto. No vale la
pena.
—Lo peor ya ha pasado —digo—. Fui tan horrible con él
después de ver los mensajes, que sé que no me llamará de
nuevo, y de todos modos cambiaré mi número. Solo quería
decírselo a alguien.

Elena suspira.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres increíblemente
buena en minimizar tu dolor?

—Realmente no lo soy —digo—. Deberías escuchar mis


pensamientos, es una queja constante.

—Eso es cierto —responde Elena—. Pero eres la única


persona que conozco que no se queja en voz alta cuando tiene
una muy, muy buena razón para hacerlo.
Me da un codazo en el hombro y sonríe. Me encojo de
hombros. No puedo cambiar mi forma de ser.
—Bea, significa mucho para mí que hayas venido a
buscarme después de todo esto —dice—. Pero seré sincera, no
sé ni qué decir, esta es una situación muy difícil.

—No pasa nada. —No quiero que se sienta mal—. Me iré


a casa y descansaré un poco, solo quería ver una cara amiga
primero.

—No, escucha, no te estoy abandonando —dice Elena—.


Solo digo que necesitamos refuerzos.
Levanto la cabeza. Elena está llena de energía, y en ese
momento, no puedo quererla más. Está decidida a arreglar esta
horrible situación, y aunque no lo consiga, al menos va a
organizar un buen lío.

—Vete a casa —dice—. Toma un baño. Se lo diré a


Marianne y a Zoe, y nos veremos en tu casa para una reunión
de emergencia.

Empezamos a tener «reuniones de emergencia» en la


universidad. Básicamente, si alguna de nosotras lo necesita,
todas tenemos que reunirnos y ayudarla. Nunca podemos
abusar del poder de convocar una Reunión de Emergencia.
Tiene que ser una verdadera crisis, pero una vez que la
convocas, nadie puede ignorarla.
—No sé si lo necesito —digo.

—No tienes elección —contesta Elena—. Lo hago en tu


nombre.

—No hay motivo.


—Lo hay si yo lo digo. —Elena pone su mejor voz de
maestra de escuela, y yo tengo que ceder.
Me da un último abrazo y me acompaña a la salida de la
escuela.

—Te veré esta noche —dice—. Ya lo resolveremos.


Parece tan decidida que solo asiento y me despido con la
mano.

Pero no hay nada que resolver. Zach me mintió. Caí en una


estafa. Oh, y mi madre sigue estando loca.
Aun así, será agradable ver a mis amigas. Tal vez hasta
puedan convencerme de que, con el tiempo, todo volverá a la
normalidad.
La peor parte es que no estoy segura de si quiero ser
normal. Quiero lo que tuve con Zach, aunque todo se basara en
una mentira.
Capítulo 25

Si no hubiera sido un día tan desgarrador, estaría tentada


de reírme de las diferentes reacciones de mis amigas al oír mi
versión.

Les cuento todo mientras estamos sentadas en mi sala de


estar con una botella de vino.

Cuando termino, ellas se quedan en silencio unos minutos.


—Mierda —dice Marianne—. Tu vida es una verdadera
telenovela.

—¡No la hagas sentir mal! —se queja Elena. Me da


palmaditas en la mano una y otra vez—. Nada de esto es culpa
suya.
—¿La casa que estaba construyendo estaba en Kenilworth?
—pregunta Zoe—. Es un bonito vecindario.

—Zoe, ahora no es el momento de ser detallista —bromea


Marianne.
—Solo digo que pasó de estar en la calle traficando con
drogas a dirigir un negocio exitoso, eso tiene que contar para
algo. —Zoe traga cuando ve la expresión ofendida de Elena—.
Quiero decir, él es claramente despiadado, todos los hombres
de negocios exitosos lo son, tiene sentido que haya jugado
contigo de esa manera.
—¿Pero estamos seguras de que estaba jugando? —
pregunta Elena—. Quiero decir, Bea, ¿hay alguna posibilidad
de que realmente se preocupe por ti? ¿Solo pensó que te estaba
ayudando?

La broma de Zoe nos muestra exactamente lo que piensa


de esa idea.
—Elena, sé que eres una romántica, pero el problema no es
si le importo, es que me engañó —digo—. Le pregunté a
quemarropa sobre mi madre más de una vez, y me mintió.
—Espera, ¿crees que le importas? —pregunta Marianne—.
¿Y si se ha convertido en un gran malentendido?

—Creo que la espiaba y le informaba a su madre de todos


sus movimientos —dice Zoe—. Esto no es una obra de
Shakespeare, no hay ningún malentendido.
—Sí, pero tal vez podría aclararlo —dice Elena.

—¿De qué lado estás? —pregunta Zoe—. Porque yo estoy


del lado de Bea, no del loco espía a sueldo.

—Técnicamente no fue contratado —señala Marianne—.


Tu madre no le pagó, ¿verdad?
—Yo también estoy del lado de Beatrice —dice Elena—.
Pero tal vez Zach no era tan malo, Beatrice me dijo que él la
hizo sentir mejor sobre cómo lidiar con el pasado.
—Aquí no hay bandos —digo yo. Todas se callan y me
miran, sentada con las piernas cruzadas en el suelo—. Eso es
lo que me dijo anoche cuando le pregunté si estaba del lado de
mi madre. Dijo que tenía una opinión diferente sobre cómo
luchar con el pasado, pero que no juzgaba mis elecciones
porque no había bandos.

—Oh, bueno, eso es convincente —dice Zoe.


—Beatrice. —Marianne habla despacio mientras se inclina
hacia adelante desde el sofá. Su pelo dorado brilla bajo la luz
de la lámpara—. ¿Qué sientes por Zach? Porque mencionaste
que estabas furiosa con él, pero también dijiste que te hizo
muy feliz anoche y esta mañana? Y no es que estuviera
fingiendo ser otra persona. Solo dejó fuera algunos detalles
importantes. Entonces, ¿qué sientes por él ahora?
Elena se acerca a mí, tratando de ofrecer todo el consuelo
que pueda mientras reflexiono sobre la pregunta de Marianne.
Zoe cruza los brazos y frunce los labios. Para Zoe, todo es
blanco y negro. Un golpe y estás fuera. Normalmente, lo vería
de la misma manera, pero Zoe no conoce a Zach como yo.

—No lo sé —susurro—. Estaba muy enfadada con él, pero


también lo estoy conmigo misma.
—No hiciste nada malo —dice Zoe.

Me encojo de hombros.

—Tal vez, pero he sido una cobarde. He dejado que el


pasado dicte mi vida. Mi madre ya no puede hacerme nada, y
aun así me he negado a hablar con ella por un miedo que debía
dejar atrás. Y tal vez por un poco de mezquindad también. Y
Zach… nunca intentó forzarme a hablar con ella. Solo quería
que le hablara de ello, y cuando lo hice, me sentí mucho mejor.
—La emoción me asfixia, y hago una pausa para respirar
profundamente—. Creo que lo amo.
Es Marianne, siempre fría bajo presión, quien recupera
primero la compostura.

—¿Crees que es una buena clase de amor? ¿Que podría ser


bueno para ti? Porque siempre podrías enamorarte de otra
persona. Alguien más fácil.

—No hay nadie como Zach —murmuro. Soy consciente de


lo cursi que suena, pero es verdad. Nadie puede hacerme reír
como Zach. Nadie me entiende como Zach. Y lo mejor es que
todo es fácil con él.
—Creo que solo tú puedes tomar esta decisión. —Elena
me aprieta la mano y me mira a los ojos—. Pero decidas lo
que decidas, debes saber que eres la persona más fuerte y
valiente que conocemos. Y sobrevivirás a cualquier cosa.

—Es verdad. —Marianne se limpia una lágrima y se


encoge de hombros—. Definitivamente suena como una
opción excitante, solo tienes que asegurarte de que te ruegue
que vuelvas, después de lo que hizo.

Me dirijo a Zoe, nerviosa. Ella tendrá la opinión más dura,


pero también es la opinión que más valoro. Zoe no endulza
nada.

Me mira por un momento, sus ojos oscuros brillan como la


obsidiana. Luego levanta los brazos.

—Si lo quieres, ve a buscarlo. Pero asegúrate de que sepa


que si vuelve a meterse contigo, lo mataré.
Ver a la pequeña, pero feroz Zoe amenazando a un hombre
que es casi el doble de su tamaño es demasiado. Me rio a
carcajadas, y muy pronto las demás se unen a mí.

Nos damos las buenas noches y se marchan poco después.


Prometo a mis amigas que voy a pensar las cosas y
mantenerlas informadas.

Cuando vuelvo a estar sola en mi apartamento, suena mi


teléfono. Es Zach.
Lo miro fijamente, pero dejo que suene. No tengo ni idea
de qué decirle. Si lo quiero, debería ir a buscarlo, como me
aconsejó Zoe.
Estoy enamorada de él. Pero no estoy segura de
quererlo.
Capítulo 26

Al final de la semana, hago mi peregrinaje mensual a


Torrins. Es el primer domingo de febrero, y nada me impide
visitar a mi abuela. Ni siquiera una nueva angustia.

Mientras me siento en el autobús, reflexiono sobre los


hechos. Es bueno considerar detalles concretos antes de
sumergirse en caprichos emocionales.
Zach me ha llamado durante cuatro días. Dejó un mensaje
de voz el segundo día. Dijo que no quería molestarme, pero
que quería hablar. Lo lamentaba todo, y estaba preocupado por
mí.

No dejó ningún otro mensaje de voz, pero me envió un


mensaje de texto el viernes. Dijo que todo lo que yo pensaba
era cierto. Se había acercado a mí porque mi madre se lo pidió.
Quería que me animara a perdonarla. No tenía una
justificación secreta. Solo lo hizo para ayudar a una vieja
amiga. No especificó si era yo o si se refería a mi madre.
El texto no era tan largo; estaba claro que quería hablar en
persona. No lo culpo. Cosas como conspirar con mi madre,
que está distanciada, no deben tratarse a través de mensajes.

Cuando mi abuela abre la puerta, caigo en sus brazos como


si hubiera pasado un año en lugar de un mes.
—Cariño. —Me frota la espalda—. Pareces cansada.
—Es la tristeza del invierno. —No quiero preocuparla,
sobre todo, porque mi drama involucra a mi madre. Es un tema
delicado para nosotras.
Sé que mi abuela se siente culpable por no haber podido
ayudarme antes. No sabía lo mal que se había puesto mi
madre. También sé que todavía habla con ella, pero con
límites. Mi abuela tuvo que decirle que nunca me obligaría a
llamarla, sin importar lo que pasara.
Probablemente por eso mi madre se puso creativa con
Zach. Honestamente, tengo que darle puntos a mi madre por
su tenacidad.

Mi abuela me hace una taza de té y nos ponemos a charlar.


Intenté hacer reservas para la cena como prometí, pero tiene
planes con unos amigos esta noche, así que lo posponemos.
Le hablo un poco del trabajo, y me cuenta lo último de su
noche de bingo.
Hago una pausa por un momento. No quiero compartir
todos los detalles sobre Zach, pero quiero su opinión sobre un
tema.

—Abuela, ¿crees que solo soy buena para huir? —Yo


jugueteo con el asa de mi taza de té—. ¿Crees que solo trato
los problemas dejándolos atrás?

La cara de mi abuela se suaviza, y puedo ver cuánto me


quiere por la forma en que sus ojos se llenan de amor y un
toque de tristeza.

—No, cariño, por supuesto que no —dice—. Nunca huyes


de los problemas, corres hacia las soluciones.

Me río y sacudo la cabeza.


—Es una simplificación excesiva, ¿no?
—A veces la verdad está a la vista. —Se encoge de
hombros—. No lo dejas todo atrás, no me has dejado a mí,
¿verdad? Y sé cuánto odias volver aquí.

—No lo odio. —Tomo un sorbo de té tibio—. O al menos,


estoy empezando a apreciar que este lugar me hizo ser quien
soy, y me gusta lo que soy. Así que tal vez no debería huir de
todo.

—Eso es muy sabio por tu parte —dice.


Asiento, y nos sentamos calladas un momento. Luego mi
abuela se aclara la garganta. Observo cómo se ajusta las gafas
en la nariz.
—No quiero entrometerme, pero me preguntaba si todavía
te ves con ese chico, con Zach O’Malley.

No puedo ocultar mi sorpresa cuando me encuentro con su


mirada inquisitiva.

—Lo veía —le digo—. Pero las cosas se complicaron un


poco.
—Hmm, ¿de verdad? —Ella tamborilea los dedos sobre la
mesa
—Bueno, ya sabes cómo nos gusta chismorrear a mis
amigas y a mí, y les pregunté por él. Ya que habías
mencionado que lo habías visto, y yo estaba un poco
preocupada por… bueno, por todo.
Sonrío y asiento. Mi abuela y yo podríamos tener una larga
conversación sobre todo el trauma de mi vida sin entrar en
detalles. Nos gusta mantener las cosas en orden. Puedo decir
que es difícil para ella incluso mencionar a Zach por su
nombre.
—¿Qué dijeron tus amigas? —Intenta mantener un tono
informal, pero se muere por saber lo que el remolino de
chismes de Torrins ha producido.

—Lo aman —le digo.

Mi abuela sacude la cabeza como si aún no pudiera


creerlo.

—Todo el mundo dice que ha ido recto como una flecha


durante años, y por supuesto, tiene ese gran negocio de
contratación. Y nadie lo sabe con certeza, pero todos parecen
pensar que ayudó a la policía a deshacerse de ese horrible
hombre. —Mi abuela conoce a Finn. Sabe quién es y lo que
hizo, pero no se atreve a hablar de ello. Siente demasiada
culpa por lo que tuve que soportar.

—Bueno, me alegro de que sea un héroe local —declaro


—. Era joven cuando lo conocí, pero es bueno saber que creció
bien.

—Hay algo más. —El tono de mi abuela hace que suenen


las alarmas. Lo que sea que esté a punto de decirme, es
importante—. La noche que te escapaste, la noche que te llamé
y te recogí, ¿lo recuerdas?

No puedo resistirme a levantar las cejas y dirigirle mi


mirada más sarcástica.
—Abuela, claro que me acuerdo.

—No fue una coincidencia que te llamara esa noche.

Dejé mi taza de té. Esto es una sorpresa para mí. Siempre


pensé que era el destino el que finalmente me tiraba un hueso.
—Alguien me llamó y me dijo que me necesitabas. —Los
ojos verdes de mi abuela brillan con lágrimas—. Era un niño,
o un hombre, no podría decirlo.
Siento que ya no estoy en el mundo real. Estoy en una
especie de videojuego de realidad alternativa donde todas mis
elecciones de alguna manera me llevan hasta esta persona.
Intento apartarme, pero de alguna manera sigo siendo
empujada hacia él.

—Era Zach —dice mi abuela—. Me llamó esa noche.


—¿Cómo lo sabes? —Por alguna extraña razón, estoy
susurrando, como si mi abuela me estuviera comunicando
algún secreto oficial que cambiará el mundo tal y como lo
conocemos.

—Gladys me mostró un video en su página web. —Mi


abuela agita sus manos en un cuadrado, presumiblemente para
representar un ordenador—. Estaba hablando de una casa que
estaba construyendo, y reconocí la voz.
—¿Está segura? —No necesito preguntar. En mi corazón,
sé que era él. Todo este tiempo, pensé que era parte de la jaula
que me atrapó en Torrins con mi madre, pero fue él quien me
pasó la llave.

Mi abuela asiente con la cabeza.

—Hasta el día que muera, recordaré cada detalle de esa


noche.

—Yo también. —Miro la cocina familiar, la mesa y la


tetera y las plantas de la casa que no han cambiado en más de
diez años.
No sé qué más decir a esta noticia. Es un shock, pero al
mismo tiempo, siento que debería haberlo sabido desde el
principio. ¿Cómo supo mi abuela que tenía que llamarme esa
noche? ¿Quién más sabía lo que pasaba con mi madre y se
preocupaba lo suficiente como para hacer algo al respecto?

—Gracias por decírmelo —le digo.

—No debería haber necesitado que alguien más me lo


dijera. —La voz de mi abuela está manchada de vergüenza—.
Debería haberlo sabido. Debí haber intentado contactarte
antes.

Ni siquiera tengo las palabras, pero sé que necesito aliviar


su culpa. Así que me levanto, me siento a su lado y la abrazo
durante mucho tiempo.

—Me salvaste —le digo—. No tienes nada que lamentar.

Una hora después, me paro afuera de la casa de mi abuela


y miro al cielo sereno. Está nublado, y el sol se esconde detrás
de una capa de nubes grises interminables.

Tengo que ver a Zach. No tengo ni idea de lo que le diré o


de lo que quiero de él, pero necesito verlo.
Considero visitar su sitio web y ver si su dirección está en
la lista. Entonces me pregunto si los amigos de mi abuela lo
saben.
Al final, elijo el método más simple.

Solo le envío un mensaje de texto y le pido su dirección. Él


responde en segundos. Luego me pregunta si quiero venir a
hablar un poco esta semana.
No respondo, solo escribo la dirección en Google Maps. Es
un paseo de quince minutos.
Empiezo a andar, pero a mitad de camino, echo a correr.
Estoy llena de energía nerviosa que va desde el cuero
cabelludo hasta los dedos de los pies.
Mientras corro manzana tras manzana, mi pesado abrigo se
balancea de un lado a otro, me siento como una niña otra vez.

Me siento como si tuviera diecisiete años, y es verano


(solo que es el verano más frío de todos los tiempos), y estoy
corriendo para encontrarme con Zach en el parque para poder
decirle lo mucho que significa para mí, y puedo preguntarle si
tal vez, solo tal vez, yo también significo tanto para él.
Solo que nunca corrí tras Zach de esa manera cuando tenía
diecisiete años. Estaba demasiado insegura de él, y demasiado
insegura de mí misma. Todo en mi vida me parecía un riesgo.
Mi mundo entero podría derrumbarse en cualquier momento.
Estaba demasiado aterrorizada para arriesgarme con él.
Todavía estoy aterrorizada. Solo que esta vez, mi miedo a
volver a casa en Lincoln Park y pasar el resto de mi vida
preguntándome por Zach, supera con creces mi miedo a
enfrentarme a él, al menos una vez más.
Vive en un pequeño dúplex en un callejón sin salida. Está
lejos de ser elegante, pero está limpio y es tranquilo.
Probablemente está ahorrando para su casa definitiva.
Los chicos como nosotros, que crecieron sin nada, siempre
están tratando de ahorrar. Siempre pensamos que todo lo que
ganamos puede desaparecer en cualquier momento.
No voy a dejar que Zach desaparezca. Todavía no.
Me acerco y toco el timbre.
Capítulo 27

La expresión de Zach es tan cómica que casi me río.


—Pensé… imaginé que… —Hace una pausa e intenta
orientarse—. Pensé que ibas a venir a finales de esta semana.
—Estaba en el vecindario.

Parpadea ante mi tono ligero, casi alegre. Sé que está muy


lejos de la forma en que le hablé la última vez que estuvimos
juntos—. ¿Me vas a invitar a pasar? Es grosero hacer que la
gente se quede en la puerta.

Zach se hace a un lado y me lleva a la sala de estar. Tiene


un sofá y un enorme escritorio. Me paro en el medio de la
habitación y me giro para mirarlo. Lleva una camiseta blanca,
como solía hacer en el instituto. Levanta una mano y se la
lleva hacia la parte de atrás de su cabeza, y mis ojos son
atraídos por su bíceps. Me recuerdo a mí misma que ahora no
es el momento de distraerse. Tiene que responder algunas
cosas primero.
—Bea, quiero disculparme —dice—. Por todo.
—Espera. —Levanto la mano—. Deberías disculparte,
pero quiero decirte algo antes.
Zach cierra la boca y se queda mirándome como si yo
fuera el ser más desconcertante del mundo. Admito que ni
siquiera puedo explicar mi comportamiento. Todo lo que sé es
que tenía que verlo.
—Sé que fuiste tú quien llamó a mi abuela esa noche.
Zach deja salir una larga bocanada de aire. Lo que sea que
esperaba que dijera, no era eso. Mira al suelo y luego a mí
antes de asentir con la cabeza.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —le pregunto.
Zach se encoge de hombros.
—Nunca me diste la oportunidad.
—Zach, me salvaste la vida. —Envuelvo mis brazos
alrededor de mi torso y lo miro fijamente—. Gracias.
—Te habrías salvado a ti misma de todos modos. —Como
si necesitara demasiada energía para estar de pie, Zach cruza
hacia el sofá y se sienta—. Pero ese verano estabas muy triste,
y lo intenté lo mejor que pude, pero sabía que no podía hacerte
sentir mejor. No de forma permanente. No era lo bastante
bueno para ti.

—No digas eso. —Me quedo con los pies bien plantados
en el suelo. Así puedo sentirme bajo control. Tal vez para
poder correr si lo necesito. Siempre seré la chica que tiene un
ojo puesto en la salida, pero si alguien puede entender eso, es
Zach.
—Es verdad, o lo era en aquel entonces. —Zach me dedica
una sonrisa de pena—. Yo era un problema, pero sabía que tú
eras buena. Y no quería que te absorbiera como a mí.
Zach se inclina hacia adelante y apoya sus codos en las
rodillas. Su cabello cae hacia adelante alrededor de sus orejas.

—Estabas triste, y tu madre estaba demasiado lejos, y Finn


iba por casa de tu madre cada vez más.
Me mira, y yo me estremezco ante la repentina ira de sus
ojos.
—Finn empezó a hablar de ti, de lo bonita que eras —dice
Zach—. Si te hubiera tocado, creo que lo habría matado.
Mis rodillas tiemblan ante la intensidad de su voz. Habla
en serio, y sé por la inclinación protectora de su mandíbula
que me cuidó en ese entonces. ¿Pero todavía le importo? ¿O
solo siente una persistente atracción y lealtad por su
enamoramiento adolescente?
Porque lo que yo tengo no es un enamoramiento. Es
grande y poderoso y consume todo y me empuja a actuar
contra toda razón. Me empuja a lanzarme a sus brazos a pesar
de que me ha mentido.

—Y esa noche fue mala —dice Zach—. Yo no estaba allí,


pero mi padre llegó a casa despotricando y desvariando sobre
ello, y supe que tenía que hacer algo. Así que busqué el
número de tu abuela y la llamé.

Doy dos pasos y me coloco en el borde del sofá. Ambos


miramos fijamente al frente.
—Me sentí muy feliz cuando Finn vino y se quejó de cómo
te escapaste. —Zach me mira con ojos cautelosos, como si yo
fuera un animal tímido que podría huir si hace un movimiento
equivocado—. Casi me reí a carcajadas.

—Ojalá te hubiera ayudado —digo—. De alguna manera,


debería haberte ayudado como tú me ayudaste a mí.
—No es un juego —dice Zach—. No hay puntos ni
deudas.
Tiene razón. No hay reglas en el mundo en el que
crecimos. No hay equipos ni bandos.

Solo tenemos nuestras historias. Zach tiene una que solo él


puede contar, al igual que yo.

—Quiero que me digas por qué estabas ayudando a mi


madre —le pido.

Zach se inclina hacia adelante como si pudiera alcanzarme


para abrazarme, pero luego retrocede de nuevo.

—No hay excusa para lo que hice.


—Solo dímelo. —Necesito escuchar sus razones de su
propia boca.

—Tu madre es parte de un grupo de apoyo —dice—.


Conozco a algunos de los chicos, todos nos reunimos de vez
en cuando. Ella nunca deja de hablar de ti, de cómo te
escapaste antes de que pudiera arreglar las cosas, de cómo
quiere una oportunidad más.

No es agradable imaginar a mi madre con un montón de


tristes adictos en recuperación, quejándose de su hija que la
dejó tirada.

—Me sentí culpable —dice Zach—. Ella no lo sabe, pero


sentí que le había quitado su oportunidad al involucrar a tu
abuela. No es que me arrepienta de lo que hice. Pero aun así
me sentí culpable. Así que cuando me preguntó si la ayudaría
a acercarse a ti, le dije que lo consideraría.

Sin darme cuenta, he inclinado mi cuerpo hacia él, así que


mi rodilla casi toca su muslo.
—Todavía lo estaba considerando cuando te vi el mes
pasado en el veinticuatro horas. —Zach se aparta el pelo de la
cara—. Tan pronto como te vi, te deseé. Fue como si diez años
queriéndote me hubieran golpeado en un segundo. Así que le
dije a Claire que vería lo que podía hacer.

Oírle hablar me hace anhelar presionar mi cuerpo contra el


suyo, pero aún quiero aclarar algunas cosas.

—Lo entiendo si me estabas usando para el sexo —digo—.


Yo también te estaba usando para eso al principio.
Retuerzo mis manos en la parte inferior de mi chaqueta. Es
difícil encontrar las palabras cuando solo quiero posar mis
labios en su suave piel, pero me obligo a concentrarme.
—Pero lo otro, lo que pasó después del partido de fútbol.
Eso significó algo para mí, sentí algo. —Lo miro directamente
a los ojos. Necesito ver su cara—. Cuando pensé que tal vez
no era real para ti —le digo—. Me dolió mucho.

Veo el momento en el que su estabilidad se rompe en dos.


En un segundo está a unos centímetros de mí, y al siguiente
estoy en sus brazos. Su cara está junto a la mía, y jadeo
mientras me besa la frente, las mejillas y el cuello.
—Fue real para mí —dice—. Te prometo que todo fue
real.

Me desplomo contra él y comienzo a abrirme la cremallera


de mi chaqueta. Tengo un calor insoportable.

Zach me besa en los labios en el momento en que mi


abrigo cae al suelo. Me mete la lengua en la boca y le dejo
probar todo el sabor.
Sitúo mis piernas a ambos lados de él y dejo que mi trasero
se hunda en su regazo.

—He querido irrumpir en tu apartamento toda la semana


—dice Zach—. Y rogarte que me des otra oportunidad.
Me río, pensando en las palabras de Marianne sobre cómo
debería hacerle rogar.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Porque quería que me quisieras. —Zach pone su mano


en mi mejilla—. Sé cuánto luchas con el pasado, y quería que
estuvieras lista para esto.

—Todavía no estoy segura de estar lista —admito.


—Pero estás aquí. —Zach entierra su cara contra mi cuello
y lame un punto tierno debajo de mi oreja—. Así que no te
dejaré ir. Y nunca más te voy a mentir.
—Espera, antes de nada. —Lo empujo hacia atrás y lo
miro—. Siento lo que dije en la furgoneta sobre que no eras lo
bastante bueno, estaba muy enfadada, pero fue algo horrible de
decir y no es verdad.

Zach corta mi disculpa besándome.

—Olvídalo —dice—. Está bien, te perdoné en cuanto lo


dijiste.

Y por eso caigo en sus brazos. Porque él perdona con tanta


facilidad.
Zach me desnuda con tanta habilidad, que apenas noto que
me desabrocha los vaqueros hasta que los desliza por mis
muslos. Jadeo mientras se mueve hacia el suelo para que
pueda besar mis piernas mientras me quita los zapatos.
Ansío que me toque la piel desnuda, así que me saco la
camisa por la cabeza. Sus manos se mueven sobre mí, como si
estuviera decidido a reclamar cada espacio. Gimoteo mientras
me agarra el pecho.

Como si respondiera a mi sonido, se mueve sobre mí,


empujándome, y me acuesto sobre los cojines. En una rara
muestra de torpeza, él se demora con el broche del sostén.

—Así. —Yo sonrío—. Ya lo tengo.


En cuanto lo desengancho, me lo arranca y se lleva mi
pezón a la boca. Arqueo mi espalda para presionar mi
estómago contra su pecho desnudo y grito mientras me chupa
y lame el pezón hasta que está lleno de deseo.
Levanto mis rodillas y envuelvo mis piernas alrededor de
su cintura, tirando de él a ras de mí.
Él desliza un dedo bajo mis bragas y lo pasa por mi
humedad. Me agacho con anticipación mientras lo mueve
sobre mi clítoris, y levanta la cabeza para ver mi reacción con
una sonrisa.
—Quiero hacerte sentir así una y otra vez, todos los días
—me susurra al oído, justo cuando me introduce un dedo. Me
muevo por él, tomando con entusiasmo lo que me da.
—Zach, te quiero. —Me agarro a sus anchos hombros y
gimoteo—. Te quiero por completo.
Se agacha y me quita las bragas. Luego se coloca entre mis
piernas y me separa los muslos. Me lame una vez, y me
estremezco ante la espera. No tardaré mucho en correrme, no
cuando estoy tan desesperada por su toque.
Antes, teníamos química corporal. Nos sentíamos
innegablemente atraídos el uno por el otro.
Aún la tenemos, pero se complica por algo más profundo.
Algo con lo que nos tropezamos durante esa noche en la que
me abrazó mientras yo lloraba, y yo le dejé hacerlo.
Tenemos algo especial. Tenía que serlo para que yo
volviera con él después de que me mintiera. Sin embargo,
entiendo por qué lo hizo. No quería perderme. Y Zach siempre
va a ser un niño que creció demasiado rápido. Me quería, y
estaba dispuesto a rogar, pedir prestado, engañar o robar para
tenerme. La verdad es que yo habría hecho lo mismo por él.
Puede que sea un desastre, pero en este momento, no me
importa. Me siento muy bien cuando empieza a chupar mi
clítoris palpitante mientras me mete dos dedos dentro.
Me muevo contra su boca y pido más a gritos. Puedo sentir
el placer que se eleva en mí en grandes olas que irradian desde
mi centro.
De repente, él se aleja y yo gimo angustiada por el
repentino frío.

—Un segundo, un segundo, un segundo. —Él se lanza al


otro lado de la habitación y regresa enseguida con un condón.

—Date prisa —le susurro—. Oh, Dios, voy a correrme.


Con unos pocos movimientos rápidos, se quita los
pantalones y se pone el condón. Luego está sobre mí otra vez,
y me acaricia con sus dedos hasta que siento mi clímax
resurgir.
La dura longitud de su erección me presiona, y yo la
agarro para sujetarla.
—Beatrice —murmura—. No duraré mucho, te deseo
tanto…

Entonces se zambulle en mí y grito mientras mi orgasmo


se irradia por todo mi cuerpo, y arqueo mis caderas hacia
arriba para sentirlo tanto como pueda.
Su espalda tiembla bajo mi mano mientras llega al clímax
dentro de mí. Él entierra sus gritos de placer en mi cuello, y yo
gimoteo y suspiro como las réplicas finales del pulso de
éxtasis que me envuelve.

Zach se desliza sobre mí de modo que se reclina en el sofá,


y me arrastra hacia su pecho. Descanso mi cabeza sobre su
corazón mientras me acaricia el pelo como si fuera un gatito.
Mi cuerpo se vuelve blando contra él.
Muevo mis dedos a través del vello de su torso y dejo salir
un suspiro de satisfacción.

—Espero que no tengas planes para el resto de la noche —


dice Zach—. Porque no dejaré que te vayas de aquí hasta que
lo hagamos una y otra vez.

Inclino la cabeza hacia atrás y apoyo mi barbilla en la


mano para poder mirarlo con un travieso brillo en los ojos.
—¿No fue mi sollozo en tus brazos la otra noche lo
bastante satisfactorio para ti?
Para mi sorpresa, no me devuelve la broma. Sus ojos
oscuros se suavizan, y me aprieta más fuerte contra él.

—Puedes llorar en mis brazos cuando lo necesites —dice


—. No quiero ser yo quien te haga llorar más.
Vuelvo a enterrar mi cara en su pecho, cierro los ojos y los
vuelvo a abrir, solo para convencerme de que esto es real. Está
sucediendo de verdad.
Pasamos las siguientes horas abrazándonos y besándonos.
Luego Zach hace queso a la parrilla y sopa, y luego me lleva a
su habitación y me hace el amor, esta vez despacio y con
delicadeza. Me toca y me besa por todas partes hasta que soy
una mezcla temblorosa de terminaciones nerviosas sensibles
en sus manos.

Por fin nos dormimos con las piernas enredadas entre sí.
Es la primera vez en diez años que estoy en Torrins
después de las ocho de la noche. Cuando visito a mi abuela,
siempre me voy poco después de la puesta de sol.
Capítulo 28

Esta vez, yo soy quien se escabulle en medio de la noche.


Me llevo un coche de vuelta a mi apartamento. Quiero
quedarme en la acogedora cama de Zach. Necesito toda mi
fuerza de voluntad para separarme de su cuerpo pesado y
cálido por el sueño.
Le dejo una nota diciendo que tengo que volver al trabajo
por la mañana. Casi la firmo con la palabra «amor», pero me
abstengo. La primera vez que use esa palabra, quiero decirla
en voz alta. Quiero ver la reacción en su cara.
También me voy porque sé que necesito un tiempo a solas
para pensar. Está claro que nuestros sentimientos son reales.
Mi instinto me dice que confíe en él. Aun así, quiero tomarme
las cosas con calma para que mi cabeza aprenda a confiar en él
también.

Envié el mensaje al grupo de mis amigas. Nos apoyaron a


mí y a Zach aunque no tenían razón para hacerlo, excepto por
mis fuertes sentimientos. Merecen saberlo.
Les digo que hablamos y nos reconciliamos, y les aseguro
que hubo muchas súplicas de su parte. Elena respondió con un
largo mensaje en el que decía lo feliz que estaba por mí, que
esperaba que esto funcionase, y que nunca le perdonaría si me
traicionaba de nuevo. Zoe dijo que mientras yo fuera feliz, ella
era feliz. Pero en el momento en que él me molestara de
nuevo, ella iba a salir a buscar sangre. Marianne acaba de
enviar un emoji de berenjena.
Para cuando vuelva a mi apartamento, habré tomado una
última decisión. Es una gran decisión, pero también la
compartiré con mis amigas. Ya no me siento tan firme como
para que mi madre siga siendo un gran secreto. Ella no tiene
que ser mi punto ciego.
Así que les envié un mensaje de texto:
«Voy a llamar a mi madre mañana».
Una vez más, me apoyan sin condiciones, pero Elena
quiere saber por qué. Pregunta si Zach me dijo que lo hiciera.

Le aseguro que no lo hago por él. Lo hago por mí misma.


No quiero tener más miedo, no cuando no hay razón para ello.
Me preparo para ir a la cama y me duermo enseguida sin
soñar.

Cuando me despierto, toda la confusión emocional de la


semana pasada se ha desvanecido. Y hay un mensaje de Zach
en mi teléfono preguntando si puede venir esta noche. Sonrío y
le respondo afirmativamente.

He decidido que llamaré a mi madre a la hora del


almuerzo. Me dará tiempo suficiente para armarme de valor,
pero no tanto como para que me quede sentada titubeando
hasta que me acobarde. Y quiero hacerlo hoy. No más
aplazamientos.
Como de costumbre, puedo dedicarme al trabajo por la
mañana. Preparo mi agenda y programo los lanzamientos.

Siento que todos los aspectos de mi vida han cambiado en


las últimas semanas, excepto mi trabajo. Es un consuelo, pero
ahora pienso que un pequeño cambio es algo bueno.
Además, cambiar de carrera no da tanto miedo cuando
tengo gente en la que puedo confiar.
Cuando llega la hora del almuerzo, entro en el mismo
rincón silencioso en el que solía enfrentarme a Zach cuando
me enteré de que corría en el mismo círculo que mi madre.
Estaba furiosa y llena de dudas con respecto a él. Me había
acostumbrado tanto a creer que nada bueno podía venir de mi
pasado, que nada prometedor crecía en Torrins, que no podía
creer que Zach fuera realmente bueno.
Me senté en el banco un rato, sosteniendo mi teléfono.

Han pasado casi diez años. Siento que debería darle más
importancia a este momento. Tal vez debería estar llorando. Lo
he hecho mucho últimamente, de todos modos.

Pero mi madre siempre fue una mujer distante y difícil. No


es que esta llamada sea peor que la vez que dejó mi pastel de
cumpleaños en el horno para que se quemara porque un novio
la necesitaba para ir a recogerlo al taller. O la vez que no
estuvo ahí en mi primer día de séptimo grado porque tenía una
gran resaca.

Aunque no voy a culparla. Me niego a desperdiciar la ira


en ella. No me llevará a ninguna parte.

No sé si se merece esto. Después de todo lo que ha hecho y


dejado de hacer, no sé si tiene derecho a mi tiempo. No sé si
debería llegar a exigir mi atención.

Hace un mes, diría que todo lo que se merecía es una


eternidad en el infierno.

La cosa es que ya no creo que la vida sea solo lo que la


gente merece. Zach me ha demostrado que puede tratarse de lo
que la gente está dispuesta a dar.

No pudo cambiar mucho nuestra situación cuando éramos


jóvenes, pero estuvo dispuesto a hacer una llamada por mí. Y
yo estaba dispuesta a darle mi confianza, aunque cometiera
errores. Estaba dispuesta a darle otra oportunidad. Y me sentía
bien al darle eso.

Reviso mis llamadas hasta que llego al número de mi


madre. No respiro mientras suena el tono. Una vez. Dos veces.
—¿Cariño?

Silbo a través de mis dientes, pero me recupero


rápidamente.

—Soy Beatrice.
—Oh, Bea, cariño, ¿cómo estás? —Puedo escuchar
algunas lágrimas atrapadas en su garganta. Mi madre siempre
tuvo todas sus emociones burbujeando cerca de la superficie.
—Estoy bien. —Me aclaro la voz. No siento necesidad de
impresionarla con mi encanto o ingenio, pero ahora me
pregunto por qué no preparé al menos un borrador de lo que
quería decir—. Sé que has estado intentando contactar
conmigo, y todavía no estoy segura de si quiero hablar
contigo.

—No pasa nada. —Ella es rápida para apaciguarme. Está


luchando por encontrar un equilibrio—. No me debes nada,
pero yo sí te debo una disculpa. Un millón de disculpas.

—Bien. —Supongo que lo más educado sería decir: «No te


preocupes». Pero ella y yo probablemente ya lo hemos
superado.
—He intentado hacer las paces. —Está hablando rápido, y
se me ocurre que está nerviosa. Actúa como si estuviera
hablando con un extraño. Después de diez años, una educación
universitaria y una nueva vida en la ciudad, tal vez yo sea una
extraña para ella—. Me he esforzado mucho, pero ha sido muy
difícil saber que la persona con la que realmente necesito
hacer las paces, o más bien la persona a la que menos debería
haber herido, es a la que más daño me ha hecho.
Ahora está balbuceando, pero la dejo porque es más fácil.
Me olvidé de cómo hablaba, con todas sus palabras fluyendo
en rápida sucesión. Comienza una frase antes de terminar la
última. Por alguna razón, me sorprende que no hable como yo.
Nos parecemos tanto, que pensé que tal vez también
hablaríamos igual.

—No importa, pero tengo curiosidad, ¿qué te hizo llamar


hoy?
Puedo imaginarla abriendo sus grandes ojos verdes
mientras hace las preguntas.

—¿Zach habló contigo? Acabo de enterarme de que los


dos os habéis puesto al día, él es un chico tan dulce… y tú
siempre tuviste algo con él, ¿no es así?

—Decidí llamarte por mi cuenta —le dije.

Lo dejo así. La historia de cómo terminé sentada en este


banco haciendo esta llamada es demasiado complicada para
contarla por teléfono. Además, todavía no lo entiendo del
todo.

—Oh, eso es bueno. —Deja escapar un largo suspiro—.


Estoy tan feliz, y tengo mucho que contarte sobre lo que he
estado trabajando y cómo lo estoy haciendo, y por supuesto
estoy sobria, han pasado casi dos años.

—Eso está bien. —Me muerdo el labio y encorvo los


hombros. Una mujer que ha luchado contra la adicción la
mayor parte de su vida ha logrado mantenerse sobria por más
de un año (lo cual sé que no es una hazaña fácil), y todo lo que
puedo decir es que está bien…

Bueno… Nunca dije que fuera perfecta. Y tengo unos


cuantos pases libres cuando se trata de mi madre.

—Esperaba que pudiéramos conocernos. —Por primera


vez, las palabras de Claire van más despacio. No está segura
de cómo decirlo. No sabe si se le permite siquiera pedir esto.
Por lo que ella le consta, tengo mi dedo sobre el botón de
Finalizar Llamada, esperando que ella cruce la línea y me dé
una razón para colgar.
—Sí, eso podría ser bueno —digo.

—¡Oh, increíble! —Ella ha vuelto a su antigua energía,


bullendo de ideas—. Podríamos almorzar, o tal vez cenar.
Todavía estoy en Torrins, pero podría ir a verte… bueno,
supongo que estás en la ciudad, siempre lo olvido, parece tan
diferente allí, pero tal vez podríamos encontrarnos en algún
lugar intermedio. Oh, cariño, ¡me alegro tanto de que hayas
llamado hoy!
Una cosa sobre mi madre es que es optimista. Aprecio su
esperanza. De verdad que sí. Sé lo difícil que debe ser
mantenerla después de lo que ha pasado. Ya no soy una niña.
Sé que ella luchó como yo. Ella solo trajo la lucha contra ella
misma.
Independientemente de la culpa, creo que está siendo muy
ambiciosa con sus grandes planes para una comida completa.
Si tengo que tener una conversación con ella, no sé si podré
mantener la compostura. Hay demasiadas minas terrestres
enterradas entre mi madre y yo.
—Podría tomar un café —digo—. Puedo ir a Torrins este
fin de semana.

—Oh, café, sí, ¡eso sería genial! —Puedo oír su sonrisa, y


a mi pesar, yo también sonrío—. Conozco este lugar, creo que
te gustará, o al menos, parece un lugar que te gustará.

—Y tal vez la abuela pueda venir. —Lo digo como si fuera


una sugerencia, pero voy a llevar a Deborah. Necesitaré el
amortiguador.

—Bueno, pensé que podríamos ser solo tú y yo —dice mi


madre, con un ligero quejido en su tono.
Aprieto los dientes. Solía odiar cuando se quejaba.
Siempre quise gritarle que era una adulta, que tenía que dejar
de actuar como una niña.
Obligo a mi mandíbula a relajarse.

—Me gustaría que la abuela estuviera allí —digo.


—Oh, bueno, lo que prefieras. Estoy tan emocionada y
feliz…
—Bien, me tengo que ir, mi hora del almuerzo casi ha
terminado —digo. Hemos hecho planes para el café, y ella
mencionó hacer las paces unas cuantas veces, así que eso hará
feliz a su cómplice. Eso es suficiente para una conversación.
—¿Estás almorzando? En el Merch Mart, ¿verdad? Es muy
emocionante, pero no estoy segura de lo que haces allí, pero
tal vez puedas contármelo este fin de semana.

—Mamá, te enviaré un mensaje con los detalles, ¿vale?


—Sí, por supuesto, envíame un mensaje de texto.
—Está bien, adiós.

Sigue haciendo comentarios efusivos cuando cuelgo, pero


al menos me despedí oficialmente.

Compruebo la llamada. Casi cinco minutos. No está mal


para una hija que no ha hablado con su madre en diez años.
No es mucho, pero es algo.

Tampoco siento un nudo de temor por mi madre. Ya no me


imagino que pueda llegar a decepcionarme.
Es posible que haya cambiado para mejor, pero también es
posible que no lo haya hecho. Puede que vuelva a ir en espiral,
pero esta vez, no dependo de ella. Si me decepciona, tengo
otras personas que me sostienen. Mi abuela. Mis amigas. Zach.

Siento un pequeño aleteo de excitación cuando vuelvo a mi


escritorio. Antes de ponerme a trabajar, le envío un mensaje de
texto a Zach. Solo para hacerle saber que la llamé. Y que
preferiría que no respondiera a ningún mensaje que ella le
envíe con preguntas sobre mí. Él responde en minutos,
asegurándome que no lo hará. Si se sorprende o siente
curiosidad por mi repentino deseo de llamar a Claire, no dice
nada.
Durante toda la tarde, recibo un sinfín de mensajes de mi
madre, la mayoría de ellos diciendo lo feliz que es, y cómo
este es un gran paso en su viaje.
Pongo mi teléfono en silencio. Nadie dijo que iba a ser
fácil. Sin embargo, hoy en día, una pequeña complicación no
parece algo tan grave.
Capítulo 29

Mis amigas quieren que vaya a pasar el rato con ellas para
reconfortarme y darme su amor y afecto. Zoe promete traer un
buen vino, y Marianne me dice que cantará su última canción
original. Elena dice que solo quiere abrazarme.
Les recuerdo que solo fue una llamada de cinco minutos, y
me voy a casa.
Zach está esperando fuera de mi edificio cuando llego.
Intento acercarme a él, tranquila y serena, pero no lo consigo.
Empiezo a correr para poder saltar a sus brazos. Me levanta en
volandas y me hace girar. Cuando me deja de nuevo en el
suelo, me río.
—Obviamente necesitamos establecer algunas cosas —
dice.
Lo miro con una falsa mirada inocente.

—Oh, ¿como qué?


Me deja tirarle de la mano hacia mi edificio y luego hacia
las escaleras.
—En primer lugar, nada de escabullirse en medio de la
noche. —Me rodea la cintura con su brazo y me acerca a él
mientras caminamos—. Quiero dormir a tu lado toda la noche
y despertarme contigo.
Me doy cuenta de lo abierto y cariñoso que está siendo.
Este es un hombre que sabe lo que quiere y no tiene miedo de
decirlo.
—No tires piedras a tu tejado —digo—. Tú lo hiciste
primero.

Llegamos a mi puerta y busco las llaves en mi bolso.


—Eso fue diferente —responde.
Abro la puerta a empujones y pongo los ojos en blanco.
—¿Cómo que diferente? Tuvimos sexo, me dormí y tú te
fuiste.

—Sí, pero eso fue cuando estabas totalmente libre de


ataduras y me usabas por mi cuerpo. —Zach se quita el abrigo
y lo cuelga, luego toma el mío y lo cuelga también—. Anoche,
pensé que había dejado claro lo profundamente apegado que
estoy a cada faceta de tu ser.

—Vale, ahórrame la poesía. —Intento darme la vuelta con


una sonrisa en la cara, pero Zach se adelanta para
impedírmelo.

Me empuja contra su pecho y me besa con fuerza. Me


apoya contra la pared y levanta la cabeza para mirarme.
—¿Cuál es la segunda regla? —Lo miro y paso mis dedos
por su pelo, disfrutando de la sensación de sus suaves
mechones.
—¿Eh?

—Dijiste que la primera regla era no escabullirse en medio


de la noche —digo—. ¿Y cuál es la segunda?

—Bueno, ¿prometes cumplir con la primera regla? —


pregunta.
Levanto mi mano en el aire y pongo una cara seria.
—Juro solemnemente que nunca me escabulliré de tu cama
en medio de la noche.
Zach coge mi mano y la besa en la palma.

—Esta es la mano equivocada, se supone que debe ser la


derecha.

—Da igual —digo—. Dime la segunda regla.


—Bueno, es más bien una pregunta. —Zach me mira con
timidez—. Parece una tontería, pero llevo diez años queriendo
preguntártelo.
Pongo mis manos en su pecho y me alejo. Atrapa un
mechón de mi pelo entre el pulgar y el índice.

—Hablo en serio, Bea —dice Zach—. Quiero que seas mi


novia.

Mi corazón está a punto de estallar en mi pecho. Empiezo


a reírme y no puedo parar.

—¿Qué? —me pregunta Zach.


Respiro hondo mientras mi risa se apaga.

—Es que esto es todo lo que mi yo de diecisiete años


siempre quiso.
—Bueno, está claro que tu yo más joven tenía muy buen
gusto —dice—. Yo fui el que nunca tuvo las pelotas para
invitarte a salir.
Me encogo de hombros.

—Estabas lidiando con otras cosas. Además, nunca lo


hubiéramos logrado entonces.
—Sí, estabas demasiado empeñada en ir a una universidad
elegante.

—Y tú estabas demasiado ocupado traficando con drogas


para tu padre.

Zach inclina la cabeza hacia atrás y se ríe, y yo me pongo


de puntillas para besarlo en el cuello.

—¿Vas a sacar a relucir los errores de mi juventud cada


vez que quieras ganar una discusión? —pregunta.

—No —le digo—. Nunca lo mencionaré delante de otras


personas, eso sería incómodo.

—Oh, genial, es bueno saberlo.

Me lleva hacia la cocina y empieza a abrir mi nevera.

—¿Vas a cocinar para mí? —le pregunto.


—Soy tu novio ahora, es mi trabajo —dice.

Reflexionamos sobre nuestras opciones por un tiempo,


hasta que nos decidirnos por la pasta con salsa de tomate y
calabaza.

Empiezo a hervir el agua mientras él remueve la salsa.

Admiro sus hombros mientras se concentra. Es un tipo de


la construcción, acostumbrado a largos días levantando peso al
aire libre, y sin embargo se ve muy bien en mi cocina.

—¿No vas a preguntar por mi madre?

Zach levanta la vista, la preocupación se le queda grabada


en la frente.

—No tenemos que hablar de ella si no quieres. Ya he


decidido que cortaré el contacto si te hace sentir incómoda.
—No tienes que hacerlo —le digo.

Miro fijamente el agua hirviendo. Puedo sentir que me está


mirando.

—¿Siempre divaga sin parar, o lo hace solo conmigo? —


pregunto.

Zach se ríe.

—Ella es un poco parlanchina, pero en realidad no charlo


con ella a menudo.

—¿No lo haces?

—Sale mucho con este tipo, Bruno, que nos conoce a mi


padre y a mí desde siempre, así que estamos en contacto a
través de ese amigo en común.

Asiento y añado un poco de sal al agua. Zach se acerca y


me pone la mano en el cuello. Me da un masaje con los dedos
suaves, y me relajo.

—Tomaremos café este fin de semana. —Le dirijo una


mirada aguda—. Pero eso es todo. No soy la Madre Teresa
solo porque haya pasado unas semanas contigo.

Zach sonríe, y puedo decir que está feliz de que yo pueda


contar un chiste en una conversación sobre mi madre.

—Estaré bien, ya lo sabes —digo.

—Lo estarás, porque voy a cuidar de ti.

Entonces me levanta y me coloca sobre la mesa. Mis


piernas se balancean hacia abajo, y mis rodillas rozan sus
muslos mientras se inclina sobre mí.
—Te quiero. —Las palabras salen volando. He querido
decirlas todo el día. Quería decirlas ayer, pero ya habíamos
dicho tantas palabras sinceras, que me las guardé.

Zach parpadea con asombro.


—Entiendo si no estás listo para decirlas, pero por favor,
ten en cuenta que lo digo en serio, y que te quiero mucho.

Zach me silencia con un beso. Sostiene mi cabeza en sus


manos como si estuviera hecha de cristal de porcelana.

—No lo digas dos veces antes de que yo lo diga una vez —


me gruñe al oído—. Esa es la regla número tres.

Agarro su camisa en mis manos y me inclino hacia atrás


para poder ver su cara. Necesito ver su cara cuando lo dice.

—Te amo, Beatrice Dobbs. —Zach me sonríe—. Siempre


lo he hecho.
Epílogo

Salgo del edificio de oficinas y respiro hondo el aire


brumoso del verano. Julio es tan bueno en Chicago que ni
siquiera me molesta el calor.

Empiezo a caminar por la tranquila calle, disfrutando de la


vista del sol brillando a través de las hojas verdes. Zach me
recoge hoy, y normalmente se reúne conmigo en la esquina.
A veces echo de menos el ajetreo (y todas las opciones
para comer) del Merchandise Mart, pero desde que dejé las
ventas para trabajar en la organización sin ánimo de lucro
Youth First, me siento mucho mejor cuando salgo del trabajo.
Siento que he marcado la diferencia, aunque haya sido un
largo día ayudando a un joven de secundaria a lidiar con una
cantidad abrumadora de papeleo para solicitar paquetes de
ayuda financiera para la universidad.

Youth First se dedica a asistir a los estudiantes de bajos


ingresos a aspirar a una educación superior. Ofrecemos
asesoramiento integral, desde ensayos para la universidad
hasta tutorías y organización de viajes para entrevistas. Lo
descubrí el verano pasado, y tan pronto como se lo describí a
Zach, me dijo que tenía que solicitarlo.
Su camioneta se detiene y yo sonrío de oreja a oreja.
Incluso después de dieciocho meses juntos, nunca me canso de
ver su polvorienta camioneta.
Me subo al asiento del pasajero. Se inclina y me besa
como saludo. Hay un brillo de sudor en su frente bronceada, y
hace que mi estómago se retuerza de deseo.
Me abanico con un sobre que llevo en la mano.
—¿Tu aire acondicionado está roto?

—Tengo una sorpresa —anuncia.


—¿Es un nuevo aire acondicionado? —pregunto con una
sonrisa.
—No. —Zach me guiña un ojo mientras acelera—. Me
gusta veros a todos sudados.
Me inclino hacia atrás y bajo la ventanilla.
Observo que se dirige a la autopista.
—Por favor, no me digas que es otra cena con mi madre en
un Olive Garden.

Mi madre y yo nos llevamos tan bien como siempre. Es


decir, ella definitivamente disfruta más que yo de pasar tiempo
con Zach, pero eso tiende a suceder cuando tu hija tiene
diecisiete años de malos recuerdos tuyos.

La mayor parte del tiempo, estamos bien. A veces pierdo


la paciencia, como cuando fuimos a Olive Garden a una cena
del Día de la Madre en mayo, y le dio un ataque porque no la
llevé a un lugar más caro.

Para que conste, le encanta Olive Garden. Siempre habla


maravillas de los panes y los cócteles sin alcohol.

—No —dice Zach—. Por desgracia hoy no vamos a poder


verte hacer llorar a un camarero.

—¡Yo no fui la razón por la que lloró! —Me acerco y


golpeo el hombro de Zach. Se las arregla para atrapar mi mano
y apretarla.
—Tu comentario sobre que si sacaba los panes más rápido,
Claire dejaría de lloriquearle, fue la gota que colmó el vaso.

Pongo los ojos en blanco, pero no discuto. Probablemente


tenga razón. Y se siente demasiado bien el tacto de su piel y el
viento que sopla a través de la ventanilla abierta cuando
llegamos a la autopista.
Conducimos durante unos quince minutos. Le cuento mi
día y me describe la enorme piscina que su equipo acaba de
terminar.

Cada pocos minutos trato de adivinar la sorpresa. Supongo


que es una cena elegante, un día de playa, un viaje sorpresa de
fin de semana a París…

Zach lo niega todo, y yo no me pongo muy creativa. Zach


llama a todo una sorpresa. Una vez desatascó el desagüe de mi
ducha un sábado por la mañana y lo llamó sorpresa.

En realidad, fue algo encantador, pero yo difícilmente lo


llamaría sorpresa.

Zach conduce por la calle principal de uno de los


suburbios. Es muy bonito, con pequeños cafés y un parque en
el centro. Veo un montón de niños jugando al fútbol en la
distancia.

Doblamos en la calle Haven. Es tranquila, con una


pequeña acera enlosada, y cada casa tiene un pequeño pasillo
de piedra hasta las puertas de madera de la entrada.

La calle está desprovista de casas hacia el final, pero


escondida detrás de unos pinos hay una vieja casa gris. Parece
vacía y un poco destartalada. Tiene un gran porche que está
hundido. Pero hay una elegancia anticuada en la estructura.
Admiro las tejas inclinadas y la torrecilla de un ala.

Zach aparca fuera. Antes de que pueda siquiera formar


palabras, ha saltado del coche y camina hacia el lado del
pasajero para abrirme la puerta. Me coge la mano y me ayuda
a bajar. Tiene unas cuantas hojas de papel en la suya.

Ahí es cuando veo el cartel de «Vendido».

Jadeo y me llevo las manos a la boca.

—No lo has hecho. —Pero miro su cara, y sé que lo ha


hecho.

No puedo hablar. Solo puedo sacudir la cabeza


conmocionada, mientras me toma la mano y me lleva al medio
del patio delantero.

—Tengo planes para una pequeña remodelación. —Él


sostiene las hojas de papel para que yo pueda ver los bocetos
—. Quiero preservar el exterior, solo arreglarlo un poco. Y
luego agregar nuevas tuberías y una nueva cocina, hacer la
sala de estar un poco más grande…

—Zach, es demasiado. —Finalmente me las arreglo para


escupir las palabras. Quiero esa casa más que cualquier otra
cosa, pero es demasiado grande para que él la compre. Hemos
hablado de encontrar un hogar de ensueño algún día. Vimos
varios barrios que eran lugares ideales para los dos.

—Ya lo hice —dice Zach—. No quería esperar. Quiero que


comencemos nuestra vida juntos.

—¡Pero no puedes simplemente comprar una casa!


Zach se encoge de hombros.
—Estoy en este negocio, y he estado ahorrando durante
años. Ya que no tengo que pagar a un contratista, tiene sentido.
Yo quería esta casa. Quiero vivir aquí contigo.
Miro con asombro los planos. Ya lo veo: unas sillas
grandes en el porche, una mesa enorme donde podemos tener
cenas familiares, y una sala de estar con un techo lo bastante
alto para albergar un árbol de Navidad. En una casa así,
apuesto a que podría ser amable con mi madre, siempre que
nos visitara solo por un tiempo limitado.

—Tiene una chimenea —dice Zach—. Una grande de


piedra.

No puedo respirar cuando él pone una rodilla en el suelo.


—¡Si! —grito mi respuesta antes de que saque la caja de
su bolsillo.

—¡Déjame preguntarte!
—Mi respuesta es sí —digo—. Ahora muéstrame la
chimenea.

Zach me tira de la mano y yo lo miro con total adoración.

—¿Te casarías conmigo?


—¡Si!

Esta vez se pone de pie y me abraza. Me aferro a él y grito


de alegría mientras me hace girar por el jardín. Nuestro patio
delantero. Nuestro hogar perfecto.

Zach me deja en el suelo para que pueda ponerme el anillo.


Es un pequeño rubí, pequeño y práctico. Sabe que no me
gustan mucho las joyas, y lo que importa es el hogar que
construiremos juntos, no el anillo en mi dedo.
Lo rodeo con mis brazos y lo beso. Intento poner todo mi
amor y felicidad en él.

—Lo deseaba tanto… —susurro—. La casa, la familia y el


pueblo idílico, pero solo lo quería contigo.
Los ojos de Zach se humedecen cuando me baja al suelo y
empieza a mostrarme toda la casa.

Se aferra a mi mano todo el tiempo, y sé que no tiene


intención de soltarla.

Y yo no lo dejaría aunque lo intentara.


Siguiente libro de la serie
Me gusta jugar a lo seguro.
Y no hay nada seguro en David Russo.

Cada vez que lo veo, pone todo mi mundo patas arriba.

Él es el padre de uno de mis estudiantes. Es mayor que yo,


y tiene dos hijos. Sin embargo, me siento atraída por él.

Todavía tengo el corazón roto por mi ex y sé que lo


nuestro nunca funcionaría. Pero no puedo mantenerme alejada
de él.
Él es todo lo que siempre he deseado, pero ¿cuánto tiempo
pasará antes de que todo esto me explote en la cara?

¿Cuánto tiempo antes de que todos se enteren?


Y lo más aterrador de todo, ¿cuánto tiempo antes de que
sus hijos descubran nuestra aventura secreta?

*Rompiendo las reglas puede leerse de forma


independiente.
Notas
[1]
Cóctel hecho con vodka, cerveza de jengibre y jugo de lima, adornado con
una rodaja de lima.

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