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LA

CONCIENCIA
La más enigmática
de las funciones cerebrales

LAS FRONTERAS DE LA CIENCIA


Dirección científica: Javier DeFelipe

© José María Valderas por el texto


© 2017, RBA Coleccionables, S.A.U.

Realización: EDITEC
Diseño cubierta: Lloren~ Martí
Diseño interior: tactilestudio
© Ilustraciones: Francisco Javier Guarga Aragón
Fotografías: Getty Images: cubierta, 99, 133ai; Archivo RBA: 23;
Marc Lieberman: 37ai; Cordon Press: 37ad; cortesía ChristofKoch: 37b,
83; © Fumihiro Kano / Universitiit Kyoto: 71; Clay Reíd, Allen Institute;
Wei-Chung Lee, Harvard Medica! School; Sam Ingersoll, graphic artist:
119; tedxgoteborg: 127a; Caltech, Keck use, Rancho los amigos Team:
127b; Age Fotostock: 133 adb

ISBN (OC): 978-84-473-9071-7


ISBN: 978-84-473-9075-5
Depósito legal: B.19466-2017

Impreso en Liberdúplex
Impreso en España - Printed in Spain

Para México
Edita
RBA Editores México, S. de R.L. de C.V. Av. Patriotismo 229, piso 8,
Col. San Pedro de los Pinos, CP 03800, Deleg. Benito Juárez,
Ciudad de México, México
Fecha primera publicación en México: abril 2018.
Editada, publicada e importada por RBA Editores México, S. de R.L. de
C.V. Av. Patriotismo 229, piso 8, Col. San Pedro de los Pinos, CP 03800,
Deleg. Benito Juárez, Ciudad de México, México
Impresa en Liberdúplex, Crta. BV-2249, Km. 7.4, Poi. Ind. Torrentfondo
08791 Sant Lloren~ d'Hortons, Barcelona

ISBN: 978-607-9495-24-4 (Obra completa)


ISBN: 978-607-9495-28-2 (Libro)

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de


esta publicación puede ser reproducida, almacenada
o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.
SUMARIO

Introducción 7

01 Los retos de una ciencia de la conciencia 13

02 La evolución de la conciencia 47

03 El cerebro, base del yo 77

04 El futuro del estudio de la conciencia 113

Lecturas recomendadas 137

Índice 139
INTRODUCCIÓN

urante siglos, los filósofos se reservaron el estudio e interpre-


D tación de la naturaleza de la mente. Un privilegio que la cien-
cia le ha arrebatado al entrar de lleno en el ámbito del estudio del
cerebro. ¿Significa esto que la conciencia se ha visto despojada de
su aureola de misterio? Todo lo contrario. Con cada nuevo descu-
brimiento en el ámbito de la neurociencia o la biología, con cada
nueva herramienta tecnológica puesta a disposición de los investi-
gadores para escudriñar la actividad cerebral, la complejidad y su-
tileza de la conciencia se nos revela cada vez más y más asombrosa.
No es solo que se hayan encontrado trazas de actividad cons-
ciente donde se creía extinguida por completo, como en el estado
vegetativo, sino que, al posar la mirada en el reino animal, descu-
brimos numerosos y sugestivos rastros de su presencia. Siempre se
ha creído que la principal ventaja evolutiva de la conciencia era la
capacidad de analizar el entorno y planificar cómo adaptarse a él,
pero cada vez cobra más cuerpo la hipótesis de que su contribu-
ción fundamental a la condición humana es la de potenciar nues-
tra empatía y, por tanto, nuestra capacidad de cooperar. Incluso el

1 7
lenguaje, el más humano de los comportamientos sociales, puede
deberse a la conciencia. Investigaciones recientes ofrecen indicios
de que algunos primates podrían tener también una capacidad pa-
recida de proyectar a sus semejantes creencias y deseos.
En la raíz de ese halo de misterio que sigue rodeando la con-
ciencia se encuentra la experiencia subjetiva, la cualidad especial
de la vivencia consciente que solo se puede describir en primera
persona. Es decir, lo que siento al percibir un color, reconocer una
nota, sentir un dolor o un placer intenso. Este tipo de experiencias,
específicas de la conciencia, se conocen como qualia. Los qualia
constituyen un reto formidable a toda teoría científica de la con-
ciencia. Por ejemplo, cuando se afirma que el dolor tiene una u otra
causa física, queda parte de ello sin explicar. Supongamos que lo-
gramos identificar el mecanismo neural que da cuenta del dolor;
por ejemplo, la excitación de la fibra C. Pero habrá que explicar por
qué nuestra experiencia del dolor se siente de la forma en que lo
sentimos. ¿Por qué la excitación de la fibra e produce esto y no lo
otro, o no produce nada en absoluto? No está claro que se llegue a
saber, por métodos científicos, por qué la experiencia consciente
tiene las cualidades que tiene. El carácter subjetivo de la experien-
cia consciente casa mal con la objetividad que la ciencia exige.
No por ello debe abandonarse el esfuerzo. La conciencia no se
reduce a las experiencias. De hecho, existe una multitud de esta-
dos conscientes caracterizados no por sus qualia sino por la fun-
ción que desempeñan. Por ejemplo, cuando sopesamos opciones
y tomamos una decisión no estamos especialmente pendientes de
cómo nos sentimos al hacerlo, y de hecho sería extraño pregun-
tárnoslo. A este tipo de conciencia se le llama intencional, y en la
medida que está orientada a un fin, puede ser descrita de forma
objetiva. Es sobre este tipo de conciencia que la ciencia ha fijado
su mirada con especial interés. A la hora de buscar un origen físi-
co, se ha escogido, como no podía ser de otra manera, el cerebro.
Es por ello que la explosión reciente de trabajos sobre la concien-

8 1
cia coincide en el tiempo con el desarrollo de nuevas herramientas
empleadas en el estudio del cerebro. El refinamiento de las técnicas
de formación de imágenes, la aplicación del registro de una sola
célula y las diversas formas de intervención neural (por ejemplo,
la estimulación del cerebro profundo y la estimulación magnética
transcraneana) han generado nuevas formas de obtención de datos
para una bisoña ciencia de la conciencia.
De entre todas estas técnicas, tal vez las más decisivas para el
estado actual de nuestro conocimiento hayan sido las de forma-
ción de imagen, que permiten la observación directa del interior
cerebral y el estudio de sus reacciones ante diferentes conductas.
Cuando las células de un área cerebral determinada se manifies-
tan particularmente activas, su demanda metabólica se incremen-
ta y, por consiguiente, se canaliza más sangre hacia esa zona. Este
incremento en el flujo sanguíneo altera el magnetismo local, alte-
raciones que pueden registrarse mediante resonancia y traducirse
a imágenes. Esta y otras técnicas tienen la gran virtud de ser muy
poco invasivas con el sujeto observado. Antes del desarrollo de di-
chas técnicas, la mayor parte de nuestro conocimiento acerca de la
estrecha vinculación entre conciencia y cerebro provenía del exa-
men de pacientes neurológicos cuyas lesiones la habían alterado.
Gracias a él se pudo constatar, por ejemplo, que el daño producido
en estructuras evolutivamente antiguas del tronco cerebral parecía
privar completamente de conciencia a las personas, dejándolas en
un persistente estado de coma, o similar.
Incluso aceptando que la experiencia consciente no es observa-
ble directamente, la medición de la actividad cerebral permite al
menos relacionarla con aquellos estados conscientes que se dan de
forma simultánea. A estos patrones sutiles y transitorios de acti-
vidad cerebral que subyacen bajo cada experiencia consciente se
les denomina correlatos neurológicos de la conciencia. Si se acep-
ta como premisa que el cerebro es el lugar físico de la conciencia,
cualquier percepción deberá corresponderse con la actividad de

1 9
una población dada de neuronas. Parte del foco del estudio neu-
rológico de la conciencia se centra en hallar este conjunto mínimo
de episodios neuronales que den origen a un aspecto específico de
un estado consciente. No se trata de una empresa fácil. En primer
lugar, hay que evitar confundir correlación con causación. No todo
lo que sucede de forma coincidente está relacionado. De qué for-
ma una pauta neuronal determinada causa un estado consciente es
una incógnita que está muy lejos de haberse despejado. Se supone
que a medida que vayamos conociendo mejor el funcionamiento
del cerebro se aclarará cuál puede ser el mecanismo que lleva de
uno a otro. Yahí reside la segunda gran dificultad para una ciencia
empírica de la conciencia: la necesidad de disponer de un conoci-
miento profundo del cerebro del que, hoy por hoy, se carece.
Y es que a medida que nos adentramos en el estudio del rey de
los órganos, la complejidad descubierta en un plano se suma a la
complejidad hallada en el siguiente. Sin solución de continuidad
se van manifestando procesos de sorprendente elegancia. Ocupan
un lugar destacado las investigaciones en torno al córtex, el tálamo
y el estriado, que se cuentan entre las principales áreas del cerebro.
Pero un área cerebral pequeña y, hasta la fecha, bastante descono-
cida, el claustro, asoma en el horizonte. ¿Por qué? Por una razón
poderosa: con creciente claridad se advierte una estrecha vincula-
ción entre esa estructura y la conciencia. Los argumentos en favor
de dicha vinculación descansan en las conexiones bidireccionales
entre el claustro y la mayoría de las regiones del cerebro. Añadamos
que el claustro interviene en integraciones multisensoriales, una
propiedad que caracteriza al concepto de conciencia. Pero aunque
esa u otras regiones pudieran tener la llave de la conciencia, no pa-
rece verosímil que constituyan la única fuente. Diferentes aspectos
de la conciencia son probablemente generados por regiones cere-
brales diferentes. La lesión en áreas cerebrales visuales del córtex
cerebral, por ejemplo, pueden producir déficits extraños limitados
a la conciencia visual. De nuevo, despunta la necesidad de com-

10 1
prender la naturaleza y función del cerebro humano; de buscar los
principios fundamentales de su comportamiento y crear modelos
que remeden su mecanismo de acción. Estamos hablando de los
que son, posiblemente, los retos principales para la ciencia y la in-
geniería de este siglo. No por casualidad tanto la administración
estadounidense como las autoridades europeas han impulsado
sendos proyectos internacionales, la iniciativa BRAIN y el Human
Brain Project (HBP), respectivamente, para apoyar a la investiga-
ción en aquel ámbito, dar a conocer los resultados relevantes y ha-
cer aflorar sinergias entre los científicos.
Los resultados de ambos programas se espera que ayuden a
plantear teorías globales de la conciencia o, todavía mejor, a con-
firmar empíricamente alguna de las que ya existen. Algunas de las
más valoradas se centran en la relación entre conciencia e infor-
mación. No por ello postulan algún tipo de analogía entre cerebro
y computador; al contrario, ambas la rechazan de forma explícita.
El vínculo es otro: un estado consciente implica la integración de
una gran cantidad de información (por ejemplo, al reaccionar esté-
ticamente ante un lienzo con infinitos matices) en una forma única
y singular. En esta propiedad integrativa reside, según algunos, la
esencia misma de la conciencia. Tanto es así que hay quien sostie-
ne que cualquier sistema físico, ya sea orgánico o sintético, capaz
de llevarla a cabo es igualmente consciente.
De acuerdo con otra teoría destacada, la del esquema de la
atención, la conciencia es una construcción que emerge cuando el
cerebro se aplica a sí mismo el modelo que elabora para explicar
cómo los demás prestan atención a las cosas. Así, nuestro cerebro,
al observar a otro individuo observando un objeto y actuando de
acuerdo con lo que ha percibido sobre él, deduce que ha de tener
algún tipo de noción mental del objeto en sí. Atribuir a una perso-
na esta capacidad para representarse algo mentalmente, es decir,
tener conciencia subjetiva de algo, sería una buena forma de pre-
decir su comportamiento. Nuestro cerebro procede a concederse

1 11
esta atribución a sí mismo y, como resultado, surge la conciencia.
Según esta hipótesis, la conciencia vendría a ser un relato descrip-
tivo sobre un fenómeno real. La tinta con que se escribe el relato (la
actividad neural) es real; también lo es el fenómeno físico descrito
por el relato (la atención). Pero lo que no es real es el relato.
Todas las teorías de la conciencia coinciden en conceder un pa-
pel fundamental a la corteza cerebral. Esta aparece con los mamí-
feros. Se trata de una red finamente organizada y constituida por
seis capas de células. Reposa sobre el cerebro antiguo de organiza-
ción de los reflejos. Las estructuras antiguas subyacentes a la cor-
teza prosiguieron desempeñando una función clave en la conduc-
ta de mamíferos, pero su dominio del comportamiento empezó a
debilitarse a medida que la corteza cerebral se expandía y crecía
su control sobre este. La gran expansión de la corteza prefrontal se
asocia a una mayor flexibilidad en la conducta, a una mayor capa-
cidad para el autocontrol y resolución de problemas y, como cabía
esperar, a una capacidad consciente más desarrollada. Todo parece
indicar que la conciencia juega un papel fundamental en cómo el
cerebro desempeña dos de sus funciones más importantes, asa-
ber: la respuesta adecuada al dolor o al frío, a la sed y al placer; y el
aprovechamiento de las ventajas ofrecidas por la cooperación y la
sociabilidad. Por tanto, podemos añadir un nuevo frente a la cien-
cia de la conciencia: desentrañar su curso evolutivo. En este libro,
el lector encontrará información sobre este y otros retos, así como
las principales líneas de investigación futura en el ámbito de la
conciencia. ¿La conclusión? El camino que nos permitirá conocer a
fondo la conciencia no se ha recorrido todavía por completo. Pero
los decisivos pasos dados en las últimas décadas constituyen por sí
mismos auténticos triunfos de la ciencia y la curiosidad humanas.

12 1
01 LOS RETOS DE UNA CIENCIA
DE LA CONCIENCIA

Durante siglos se consideró que la


conciencia era intratable desde la ciencia.
Porque ¿cómo describir con ecuaciones
qué se siente exactamente al ver un color
o reconocer una nota? En las últimas
décadas, sin embargo, adelantos en
biología y neurociencia prometen arrojar
nueva luz al mayor misterio del universo:
nosotros mismos.
n 2006, un hallazgo vino a alterar radicalmente nuestras con-
E vicciones acerca de la conciencia. Un equipo de neurocien-
tíficos británico quiso comprobar si, como se creía hasta el mo-
mento, los pacientes en estado vegetativo, que no se comunican
ni tienen capacidad alguna de movimiento, carecían de actividad
consciente. Para ello, los científicos pidieron a una mujer de vein-
ticuatro años en estado vegetativo que imaginara estar jugando
un partido de tenis, y después, que recorría su casa partiendo de
la entrada. A continuación, midieron su actividad neural median-
te una resonancia magnética funcional (RMf). Para sorpresa ma-
yúscula de los investigadores, tras la primera petición el cerebro
de la paciente mostró un nivel significativo de actividad en el área
motora. Tras la segunda, la actividad se desplazó al giro parahi-
pocampal, responsable del reconocimiento de escenas, así como
a dos zonas del córtex implicadas en el movimiento y su planifi-
cación, y en el razonamiento espacial. Dicho patrón de actividad
era, además, idéntico al de una persona sana a la que se le sometió
al mismo ejercicio. La conclusión del equipo era que la paciente

Los retos de una cien cia de la conciencia 1 15


mostraba claros indicios de ser consciente de sí misma y de su
entorno (fig. 1).
Se trata de un hallazgo que resuena mucho más allá de los es-
trechos confines de la academia. Incluso los afectados por el te-
rrible síndrome de enclaustramiento pueden, en ocasiones, co-
municarse mediante gestos mínimos tales como el pestañeo de
un ojo. Descubrir que un enfermo en estado vegetativo, incapaz
de toda expresión, es consciente de su estado, resulta abrumador.
Ysin embargo, a poco que se reflexione al respecto, el experimento
conlleva un mensaje optimista: la ciencia ha avanzado tanto en el
estudio del cerebro que se ha llegado al punto de detectar activi-
dad consciente donde en apariencia no existe. Y al detectarla, se
la ha vuelto a conectar con el mundo. En ese atisbo de conciencia
puede estar la semilla de la que, en un futuro, brote nuevamente la
persona que se creía perdida.
Este estudio se pudo realizar mediante la aplicación de una tec-
nología revolucionaria, la RMf, capaz de registrar la actividad neu-
ronal gracias a los sutiles cambios que provoca en el campo mag-
nético del cerebro. Cuando estos datos se traducen a imágenes el
resultado es bien conocido: cerebros que destellean en distintos
puntos según estemos pensando, comiendo o experimentando un
placer intenso. Junto a los paisajes cósmicos del telescopio Hubble,
los retratos de la actividad cerebral obtenidos mediante la RMf son
tal vez las imágenes científicas más icónicas de las últimas décadas.
Ahora bien, la actividad neuronal pertenece al dominio de la
física, del espacio y del tiempo, de la energía y de la masa. Senti-
mientos y pensamientos, por su parte, se inscriben en el ámbito
de la experiencia subjetiva. Pese a su disparidad, esos dos terri-
torios guardan una relación intrínseca, como se hace evidente
cuando concurren lesiones cerebrales como las de nuestro ejem-
plo. Procedemos con seguridad cuando de un trastorno mental,
psicológico, descubrimos la causa en un funcionamiento fallido
de una estructura cerebral. Esta circunstancia parece apoyar la

16 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


r F1G.1
Paciente en aparente estado vegetativo

Sujeto sano

Se puede observar que en el sujeto enfermo, con lesiones cerebrales masivas


evidentes. la imagen RMf refleja cierta actividad cerebral, aunque sea incapaz de
hablar o de moverse, ante preguntas que implicarían respuesta motora o espacial.

tesis de que mente y cerebro no son más que dos aspectos de una
misma realidad. Según esta tesis, la conciencia emergería de las
propiedades y organización de las neuronas y sus circuitos. Sin
embargo, la conciencia no aparece en las ecuaciones físicas, ni
en la tabla periódica de química, ni en los nucleótidos de nues-
tros genes. ¿Cómo puede la ciencia, con su método de observa-
ción objetiva y medición, se preguntan algunos, acceder al reino
de la conciencia, intrínsecamente privado y subjetivo? Este inte-
rrogante fundamental se ha presentado en diversas formas en la
historia de la indagación científica sobre la conciencia. La RMf y

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 17


otras técnicas para registrar la actividad cerebral prometen ayu-
dar a salvar esta distancia.

Clases de conciencia

La descripción de conciencia ha inspirado numerosas metáforas,


desde el «teatro mental» cuyo protagonista sería el yo y en cuyo es-
cenario se levantarían percepciones, experiencias y acciones, hasta
la más conocida y persistente de todas: el «yo» que fundamenta la
identidad humana individual. Hay incluso quienes sostienen que
la conciencia no es más que una ilusión, un efecto secundario de la
acción del cerebro. Ahora bien, si fuera un puro espejismo, sería el
más poderoso y universal, pues es obvio que todos sentimos poseer
una conciencia.
Una primera descripción rigurosa es la que distingue entre con-
ciencia fenoménica y conciencia de acceso. La primera es fruto del
procesamiento de los estímulos externos e incluye las experien-
cias mentales básicas. Son experiencias de este tipo las sensacio-
nes somáticas como el dolor o el hambre, las emociones y estados
de ánimo, las percepciones del color, de los sonidos ... Aunque sus
contenidos se perciban como básicos o elementales, la conciencia
fenoménica es compleja, multimodal y dinámica. Por ejemplo, la
cualidad de azul es siempre de un objeto o conjunto de objetos. La
forma, contexto, movimiento y significado de estos objetos o esce-
nas contribuyen al estado fenoménico global.
Las experiencias que integran la conciencia fenoménica tienen
la particularidad de que son inseparables de la sensación de es-
tar experimentándolas. Las propiedades subjetivas y privadas de
las experiencias fenoménicas se conocen como los qualia de di-
chas experiencias. Así, el qualia de percibir el color rojo sería esa
sensación íntima, única y transparente de estar viendo el rojo. Los
qualia se expresan naturalmente en el lenguaje de la primera per-

18 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


sona, y resulta difícil traducirlos a un discurso objetivo, en tercera
persona, que permita su medición y análisis.
La conciencia de acceso, por su parte, es el recurso a información
de alto nivel, su procesamiento e integración (incluida la informa-
ción evocada por la memoria), con el fin
de centrar la atención, el razonamien- La teoría [de la
to, la exposición, la toma de decisio- consciencia] no
nes o el control del comportamiento. discrimina entre
La conciencia fenoménica se refiere a los cerebros que se
experiencias emocionales inmediatas alojan dentro de un
derivadas de los datos procedentes de cráneo y los circuitos
los sentidos; la conciencia de acceso de silicio encerrados
refleja el pensamiento sobre qué hacer en titanio.
con esos datos. Son estados conscientes CHR1sroF KocH
de este tipo, por ejemplo, las creencias
y los deseos. En la medida en la que cumplen una función para el
sujeto, ya sea cognitiva o conductual, pueden ser descritos de forma
objetiva y general. Por ejemplo, a partir de dicha función y de la par-
ticular combinación (o combinaciones) de neuronas asociada a su
aparición. Por esa razón, la ciencia ha avanzado más en el estudio de
la conciencia de acceso que en la fenoménica.
Aunque se trata de uno de los campos de investigación más ac-
tivos dentro de la neurociencia, con la introducción constante de
nuevas técnicas y estrategias que obligan a periódicas revisiones
globales de los conocimientos, la conciencia en su conjunto cons-
tituye un reto persistente. Ello no quiere decir que no se hayan he-
cho avances fundamentales, todo lo contrario: como veremos en
los capítulos siguientes, existen teorías globales de la conciencia
altamente prometedoras. Hay quienes piensan, incluso, que en un
futuro sabremos diseñar máquinas que adquieran subjetividad.
Confían en que antes de un siglo se construyan computadores que
puedan experimentar el color rojo, oler la fragancia de una rosa,
sentir dolor o placer y enamorarse.

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 19


Los que comparten esa creencia ponen en el universo la razón
última de ello. La conciencia sería una propiedad intrínseca de la
materia, lo mismo que la masa y la energía. Organicemos la mate-
ria de una forma adecuada, como en el cerebro de un mamífero, y
florecerá la conciencia.
La creación de su versión artificial pondría sin duda un bro-
che de oro al estudio científico de la conciencia. En lo que queda
de capítulo, repasaremos los hitos principales de ese esfuerzo. No
solo porque ello enmarca los descubrimientos actuales y facilita
su comprensión, sino porque se trata de una historia fascinante
en la que confluyen disciplinas tan variadas como la neurocien-
cia, la fisiología, la computación, la filosofía e, incluso, la mecá-
nica cuántica.

DE DESCARTES A LOS ALBORES DE LA NEUROCIENCIA

La primera exposición científica que relacionaba el cerebro con la


conciencia se la debemos a Hipócrates, en el siglo v a.c. Creía que
la mente, creada por el cerebro, iba muriendo paso a paso, a medi-
da que se degeneraba el órgano. Los hombres deben saber, expuso,
que del cerebro y solo del cerebro surgen nuestros placeres, ale-
grías, tristezas, dolores y lágrimas. Sus contemporáneos, con Aris-
tóteles al frente, pensaban que la mente residía en el corazón. Los
médicos alejandrinos del siglo III a.c., al abordar la naturaleza de
los nervios, propusieron la existencia, en todos los animales, de un
fluido que correría por los nervios motores y sensoriales y sería el
responsable del movimiento y las sensaciones. Le llamaron pneu-
ma, spiritus en latín. Tal entidad carecía de peso y era intangible e
invisible. Aunque la hipótesis no era más que un recurso retórico,
nunca sometido a contraste, perduró al hacerla suya Galeno en el
siglo II d.C. Dividía este el cerebro en tres ventrículos; cada uno de
ellos era la causa de una facultad mental diferente: imaginación,

20 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


>EL PODER DEL INCONSCIENTE
Una cosa es aceptar que algunos de nuestros deseos o creencias se fi-
jan de manera inconsciente, y otra, mucho más difícil, admitir que para
actuar sobre la base de dicha creencia o deseo nuestro cerebro también
puede prescindir de la conciencia, es decir, de «nosotros». Un experi-
mento sencillo demuestra cuán equivocados estamos. A un sujeto se le
mostraron imágenes de una penique, primero, y de una libra esterlina,
después, y se le pidió que presionara una pinza tanto más fuerte cuanto
más deseara el objeto que se le mostraba. Como era de esperar, apretó
con más fuerza la pinza al mostrársele la libra, de mayor valor monetario.
En una segunda ronda, se incluyó al principio y al final de la secuencia una
máscara visual que impedía que el cerebro registrara de forma conscien-
te la imagen del penique o de la libra. Para sorpresa de los investigadores,
a pesar de haber solo percepción inconsciente el sujeto respondió de for-
ma parecida, es más, apretando más fuerte cuando la imagen subliminal
era la de una libra .

Estímulo subliminal

Máscara

100 ms
menos la
duración del
estímulo
Duración variable:
De 17,50 a 100 ms

- Representación gráfica del experimento que mostró que el cerebro también puede
actuar sin que seamos conscientes de ello.

21
razón y memoria. El cerebro controlaba las actividades del cuerpo
mediante el bombeo del pneuma.
René Descartes, ya en el siglo XVII, propuso una explicación de
la conciencia a medio camino entre la física y la filosofía que ha
ejercido una gran influencia posterior. Declaró que cuerpo y men-
te estaban hechos de distinta sustancia. Y debe ser así, razonaba,
porque el cuerpo, res extensa, existe en el tiempo y en el espacio,
mientras que la mente no tiene dimensión espacial. La mente cons-
taba de una sustancia etérea, un fluido que se almacenaba en un re-
ceptáculo del cerebro. A ese fluido lo llamó res cogitans y puso el
receptáculo en la glándula pineal (fig. 2A). En efecto, cuando di-
seccionó un cerebro en busca de la sede del alma, advirtió que la
mayoría de las estructuras de un hemisferio cerebral se repetían en
el otro. Pero el alma era una entidad única e indivisible, por con-
siguiente no podía instalarse en dos lugares. Por fin encontró una
ubicación singular, en el centro del cerebro, la glándula pineal, y
dedujo que tenía que residir allí. Hoy sabemos que la glándula pi-
neal se limita a producir unas sustancias relacionadas con el ritmo
circadiano, es decir, con la alternancia del día y la noche, pero la
noción de que la conciencia puede tener una sede concreta sigue
muy viva. El candidato mejor situado es el claustro cerebral, una
fina lámina de células situada debajo del neocórtex.
El fisiólogo italiano Giovanni Borelli, contemporáneo de Des-
cartes, rechazó la idea de que corriera ninguna sustancia «etérea»
por el cuerpo, y sugería que lo que se transmitía era una conmo-
ción. Para el profesor de Pisa, los nervios eran canales rellenos de
un material esponjoso. El descubrimiento de la naturaleza de la
conmoción propuesta por Borelli debería esperar al descubrimien-
to de la electricidad animal hecha por su compatriota Luigi Galvani
más de un siglo después. La fisiología concreta del cerebro recibió
un primer impulso con los trabajos del inglés Thomas Willis, quien
en el mismo siglo que Descartes y Borelli acometió las primeras di-
secciones del órgano en el Bearn Hall de Oxford. De ser una suerte

22 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


í F1G. 2
A. Dualismo cartesiano y glándula pineal

U,1,l"l'TH\'1'1\(; nm
B. Frenología ~~.\T l'H.\L l. .\ \íll'.\1a:
l'.IC(l.'l' Jl•:s.

B
A

C. Homúnculo de Penfield

Tres intentos de mostrar gráficamente cómo funciona la mente y dónde reside la


conciencia: la glándula pineal cartesiana, un diagrama simbólico de la frenología
y las funciones del córtex de Penfield .

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 23


de refrigerador del calor de la sangre, tesis común hasta entonces,
Willis, al igual que Descartes y los griegos, convirtió al cerebro en
sede de las emociones, la percepción y la memoria. Descubridor
del círculo que lleva su nombre, un anillo de vasos sanguíneos en
la base del cerebro, sus descripciones anatómicas se encuentran
en la raíz de la neurología moderna. Sobre las ideas de Willis preva-
lecieron, sin embargo, las de su compatriota el filósofo John Locke,
quien sentenció que era imposible conocer el funcionamiento in-
terior de la mente. No sería la última vez que la filosofía iba a poner
en duda que la conciencia pudiera estudiarse como un objeto más
del mundo físico.
No obstante este supuesto velo de oscuridad que cubriría los
mecanismos de la mente, a principios del siglo XIX cobró fuerza
la idea de que la corteza o córtex cerebral estaba implicada en las
facultades mentales superiores y, aún más, que constaba de áreas
funcionalmente distintas y asociadas. Los padres de esa corriente,
denominada frenología (fig. 2B), fueron los germanos Franz Joseph
Gall y Johan Cristoph Spurzheim. La frenología sostenía que la con-
figuración de la corteza, y por tanto el carácter de los individuos, se
reflejaba en la forma del cráneo y que, por tanto, era posible deter-
minar la personalidad mediante la observación atenta de la cabeza.
Aunque esta tesis ha quedado con el tiempo totalmente desacredi-
tada, la frenología tuvo el mérito de impulsar el estudio experimen-
tal del cerebro de animales, mediante lesiones cerebrales dirigidas
y la estimulación fisiológica del órgano. De ahí se pasó al estudio de
la localización de áreas corticales del lenguaje, con trabajos clási-
cos del francés Paul Broca sobre afasia motora (dificultad a la hora
de articular los movimientos propios del habla) y del alemán Carl
Wernicke sobre afasia sensorial o receptiva (dificultad a la hora de
entender el lenguaje hablado o escrito), todos ellos realizados a pa-
cientes con graves traumas cerebrales, y los del canadiense Wilder
Graves Penfield, que en una serie de famosos dibujos relacionó cada
parte del cuerpo con el área correspondiente del córtex (fig. 2C).

24 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


Yentramos así en el mundo de la neurociencia con los trabajos pio-
neros del italiano Camilla Golgi y del español Santiago Ramón y
Cajal, cuya teoría de la neurona alumbró la disciplina desde princi-
pios del siglo xx. Estos impresionantes avances en el estudio cien-
tífico del cerebro no vinieron acompañados de adelantos análogos
en el ámbito de la conciencia, de la que poco o nada hablaron Bro-
ca, Wernicke o Ramón y Cajal.

EL PARADIGMA DEL CEREBRO COMO COMPUTADOR

El discurso científico siguió ajeno a la conciencia durante décadas,


hasta la irrupción, a mediados del siglo pasado, de un nuevo campo
de investigación: la inteligencia artificial.
Su objetivo era el de crear máquinas que usaran el lenguaje, idea-
ran conceptos y abstracciones, resolvieran problemas reservados
hasta entonces a la mente humana y mejoraran esas habilidades
en ellas. Los pioneros de la inteligencia artificial pronto se vieron
ante un problema similar al que aqueja al de la conciencia. ¿Cómo
definir de forma objetiva una capacidad, la inteligencia en su caso,
que tiene lugar en el interior opaco de la mente humana?
El matemático británico Alan Turing dio una primera e influ-
yente respuesta a esta cuestión en la forma de un test de inte-
ligencia «para máquinas». Una máquina podía considerarse in-
teligente, según Turing, si podía hacerse pasar por humano tras
mantener una larga conversación con una persona. El test de
Turing, como se le conoce, más allá de si alcanza o no su objeti-
vo de capturar lo esencial de la inteligencia, no determina si la
máquina a la que somete a prueba siente o experimenta algo. Si
le preguntamos a la máquina «¿es usted consciente?», podría res-
pondernos: «claro que lo soy, ¿por qué piensa usted otra cosa?,
me está ofendiendo». Pero no lo sabemos realmente. Los compu-
tadores inteligentes del británico carecen de conciencia, por más

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 25


que esta presuponga aquella. El test de Turing pone de relieve que
inteligencia no es lo mismo que conciencia. ¿Habría alguna cues-
tión capciosa que pudiéramos formular, la única que solo un ser
consciente pudiera contestar? Los
Un computador humanos empleamos a menudo test
puede ser llamado prácticos de conciencia. Ante un trau-
«inteligente» si matismo o un accidente severo, los
logra engañar a una médicos nos preguntarán si podemos
persona haciéndole mover los ojos, las piernas; si pode-
creer que es un mos hablar. Para cerciorarse del grado
humano. de conciencia, acotará las preguntas:
ALAN TURING en qué año estamos, en qué país nos
encontramos, cuál es su profesión. En
resumen, inferimos que otro ser humano tiene conciencia como
nosotros porque su cerebro es igual que el nuestro; lo confirman
los escáneres y la observación anatómica.
Ahora bien, cuanto más alejados del nuestro se encuentran
otros sistemas, más difícil resulta avanzar en inferencias de ese
tipo. Pensemos en una abeja. Se sabe que emplea movimientos
complejos semejantes a una danza para transmitir información
clave a sus compañeras y, por ende, dispone sin duda de un cierto
grado de inteligencia. Más, ¿siente ella qué es ser abeja y volar en
busca del néctar? No hay manera de averiguarlo. Cuando nos apar-
tamos tanto de lo biológico, si un día queremos cerciorarnos de que
el superordenador inteligente ha adquirido conciencia, deberemos
desentrañar su mecanismo y descubrir cómo genera los diferentes
estados físicos que sabemos asociados a aquella.

Tecnología inspirada en la biología

Ahora bien, si el hardware de un ordenador inteligente simula-


ra las estructuras neuronales del cerebro, ¿negaríamos entonces

26 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


que pueda albergar conciencia? El estudio de la visión humana
y animal permite detectar el momento en el que el procesamien-
to inconsciente de la información da paso al consciente, y es por
ello que ha sido una de las piedras angulares de la investigación
neurológica de la conciencia. No es de extrañar por tanto que uno
de los primeros intentos de emular la acción neurológica median-
te chips se centrara en el campo de la visión. Así, en 1987, el es-
tadounidense Carver Mead propuso un chip de silicio diseñado
para imitar el procesamiento visual de la retina. Ahondando en
esa línea, en 1996, se instalaron dos chips retinianos de silicio
en un ingenio volador que sobrevolaba la Antártida y su informa-
ción ayudó al Observatorio Flare Genesis a mantener la cámara
apuntando hacia el sol. En 2000, se presentó un circuito de 16
«neuronas» de silicio capacitadas para seleccionar y amplificar
señales de entrada siguiendo el patrón impuesto por sus análogas
biológicas del córtex cerebral de los mamíferos. Ocho años des-
pués, la agencia estadounidense DARPA (siglas de Defense Ad-
vanced Research Projects Agency, o Agencia de Investigación de
Proyectos Avanzados de Defensa), impulsora de revoluciones tec-
nológicas como internet o los drones, dio luz verde al programa
Synapse, cuyo objetivo es el de desarrollar computadores diseña-
dos según los principios de la acción cerebral.
Una generación tal de chips «neuromórficos», cuya operación se
asimilara a la cerebral, podría ocupar el vacío que hay entre la com-
putación artificial y la computación natural. Se trata de un objetivo
en primera instancia plausible porque la similitud entre computa-
dores y cerebro no es tan superficial como pudiera parecer: en su
nivel más fundamental, ambos procesan los datos de una manera
binaria. Mientras que los ordenadores utilizan ceros y unos para
almacenar y manipular la información, las neuronas de nuestro ce-
rebro transmiten información también en un sistema binario, en
su caso en la forma «señal sí» y «señal no». De hecho, ya se han de-
sarrollado chips neuromórficos cuyos prototipos han dado señales

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 27


>NEURONAS DE LA RETINA YCHIPS NEUROMÓRFICOS
Uno de los primeros ensayos con el fin de emular el funcionamiento de
nuestras neuronas se ha realizado con chips neuromórficos que imitan
el sentido de la vista, concretamente, la retina y las células responsables
de transmitir al cerebro los estímulos visuales. El investigador Kwabena
Boahen y su equipo de la Universidad de Pensilvania han desarrollado

Sección del ojo


El circuito de silicio genera cuatro tipos
distintos de respuesta de las células
del ganglio !las que forman las fibras
del nervio óptico) : encendido !negro).
apagado !blanco). aumentar !gris oscuro).
disminuir !gris claro!. El impulso eléctrico
del ganglio tiene su pico, pues, según
estas cuatro respuestas .

Fotorreceptores
Iconos y bastones)

Neurona horizontal - -+-t-\-liil9l1 '"""' :, v "· =•


Neurona amacrina ---+-'lf1':'.ail't
Neurona bipolar ---->a ,JJ

Las respuestas finales se organizan igual: encendido,


apagado, aumento y disminución de la intensidad. En el
equivalente en silicio hay fototransistores !rectángulo gris
claro arriba derecha) que convierten la luz en electricidad.

28
un chip de silicio que imita la manera de procesar la información de los
conos y bastones de la retina humana. El reto no ha sido solo imitar el
procedimiento, sino también las dimensiones (0,5 mm de ancho, 0,5 gl y
el consumo energético, mucho más bajo en la retina biológica (0, 1 vatios]
que en los chips de silicio.

Las células de la retina extraen la


información del campo visual con una
red muy compleja de interconexiones con
tres patrones: exitación [flecha de una
dirección). inhibición [línea con círculo! o
conducción [flecha de doble dirección!.
En los chips de silicio, los axones y las
dendritas se sustituyen por cables y la
sinapsis la realizan los transistores.

Detalle del
chip de silicio

Conducción

-Horizontal
- Bipolar - - 1 - - - - - - - - H - - - - '

ión
Amacrina

i~ Gaaglfo

endido Aumento Disminución Apagado

29
de plasticidad a la hora de adquirir nuevas habilidades, a la manera
del aprendizaje biológico.
Otra línea de investigación en la computación basada en el fun-
cionamiento cerebral son las llamadas redes neuronales. La estra-
tegia en este caso es distinta, dado que lo que se intenta es imitar
al cerebro humano no mediante el hardware sino mediante el soft-
ware. Una red neuronal está constituida por un número variable de
neuronas artificiales (hasta varios millones), que reciben una señal
de entrada y, en función de su programación, la transmiten a las
otras neuronas con las que están conectadas. La transmisión de la
señal se da si la entrada supera un valor numérico determinado,
de un modo muy similar a cómo la neurona biológica se activa (en
la jerga, «cambia su potencial de acción») al superar un umbral de
potencial eléctrico. Las redes neuronales se han dei;nostrado muy
eficientes a la hora de emular el modo en el que los seres humanos
aprendemos a, por ejemplo, reconocer formas y objetos: median-
te la captación de pautas en la información, a veces caótica, que
nos llega de los sentidos. Unos y otros, chips neuromórficos y redes
neuronales, podrían constituir el eslabón perdido de muchos pro-
yectos inacabados en inteligencia artificial y, de ese modo, abrir la
puerta a la subjetividad de las máquinas.
Finalmente, una tercera línea de investigación, acaso la más
ambiciosa, busca simular virtualmente el cerebro al completo. Así,
partiendo del estudio detallado del cerebro, los científicos cons-
truyen modelos de ordenador que remedan sus complejas redes
biológicas del cerebro con la esperanza de acometer experimentos
que les revelen in silico cómo piensa. Ya se han dado unos primeros
pasos en esta dirección con el cerebro primitivo de un gusano. Este
tipo de cerebros artificiales completos se diría que han de resolver,
de una vez por todas, la cuestión de si una máquina es capaz de
pensar o sentir. Sin embargo, aún tendrían que superar importan-
tes obstáculos para ser considerados conscientes. Podemos prede-
cir el tiempo que hará estos días, y podemos predecirlo desde el in-

30 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


>UNA COMUNICACIÓN ELECTRIZANTE
Las neuronas se comunican mediante señales eléctricas. Supongamos tres
neuronas en fila india conectadas entre sí. Para que una señal las recorra
de la primera a la última, el impulso eléctrico tiene que ser capaz de «sal-
tar» de una neurona a otra y, además, recorrer la neurona intermedia de
un extremo a otro. El modo en que esto tiene lugar es una auténtica obra
de ingeniería biológica. La primera neurona libera neurotransmisores que
recorren el fluido entre neuronas y son captadas por las dendritas de la se-
gunda. Esta captación provoca que la neurona intercambie iones cargados
eléctricamente con el medio. Ese intercambio altera el potencial eléctrico
(o voltaje] de la neurona, anteriormente en un estado de reposo. Si dicho
potencial supera un determinado umbral, se produce un fuerte y súbito
impulso eléctrico, llamado potencial de acción, que recorre el cuerpo de la
neurona y provoca la liberación, en el otro extremo, de nuevos neurotrans-
misores.

o
o
:su
u
•QI



e
¡ -40 1-----...----.ii;---
0. _50 _Umbral-----;---·-·-
-60
-70 1-----+-=---+--,

2 3 4 5
Tiempo (msl
- Representación gráfica de la relación entre potencial eléctrico [mV] y tiempo [ms] en
el potencial de acción de una neurona.

31
terior de una tormenta. Pero nunca llueve dentro de un ordenador.
Podemos simular en el interior de un ordenador un agujero negro,
pero el espacio-tiempo no se curvará. Simular algo no es realizarlo.
Tal es lo que sucede con la conciencia.
El paradigma del cerebro como computador presupone, ade-
más, que la conciencia es asunto exclusivamente del cerebro. Pero
ello está lejos de haberse demostrado. Por ejemplo, ¿qué ocurre con
las emociones? Estas resultan de la interacción entre el cerebro y
el cuerpo. Cuando nos sentimos felices, el cuerpo lo manifiesta de
una manera especial. Por tanto, habría que dotar a nuestro cerebro
virtual con un cuerpo físico o, cuando menos, con la ilusión de uno.
Hasta que los computadores no dispongan de ese input difícilmen-
te podremos considerar que sean conscientes.
De la importancia del cuerpo, y por extensión del movimiento,
en la construcción del yo, son ejemplo las ascidias, una clase de
animales marinos que se alimentan filtrando el agua y extrayendo
de ella los nutrientes. En su fase larvaria, sí presentan cerebro, que
les permite explorar su entorno y descubrir el lugar idóneo para
establecerse. Una vez asentadas, consumen su propio cerebro. El
movimiento, por tanto, constituye el centro de la función cerebral.
Desplazarse por un entorno cambiante es un cálculo difícil, el
cual, además, debe operar sin interrupción. Se trata, en fin, de un
proceso de retroalimentación que atiende no solo al objetivo pro-
puesto, sino también a la eficacia y dirección de todos los movi-
mientos componentes de la secuencia motora. La centralización de
ese complejo proceso requiere de un yo, por primitivo que pueda
resultar. Esta y otras evidencias sugieren que la conciencia puede
no ser fácilmente separable del sustrato biológico e imponen limi-
taciones a un modelo puramente computacional del cerebro y sus
propiedades.
Otros importantes inconvenientes de dicho modelo son ciertas
propiedades bien conocidas del sistema nervioso, entre ellas, su ca-
pacidad para procesar grandes cantidades de información en para-

32 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


lelo. Por ejemplo, las operaciones filtradoras de las células retinia-
nas o corticales en el proceso visual se realizan simultáneamente
en una imagen entera y, por consiguiente, no están limitadas por la
tiranía de un procesador único.

LA NEUROCIENCIA TOMA EL RELEVO

Al desligarla del raciocinio, los pioneros de la inteligencia artificial


evitaron abordar de frente la cuestión de la conciencia. La subjeti-
vidad siguió siendo campo de juego principalmente de la reflexión
filosófica. Así, en 1974 veía la luz un artículo del pensador esta-
dounidense Thomas Nagel, de título «¿Cómo es ser un murciéla-
go?», que se considera la expresión moderna por antonomasia de
la dificultad inherente en reducir la experiencia consciente a las
categorías tradicionales de la ciencia. Aunque pudiera ser que no
todos los seres vivos tuvieran experiencias fenoménicas, sostiene
Nagel, podemos esperar que los murciélagos sí la tengan, después
de todo son mamíferos que desarrollan un repertorio de conductas
complejo. Pero la fisiología de los murciélagos difiere de la fisiolo-
gía de los seres humanos. Lo que nosotros hacemos con la visión,
ellos lo hacen con un sistema semejante al radar. Puesto que esa
forma de percibir el mundo es distinta, sus experiencias percep-
tivas deberían ser diferentes, tan diferentes que, para Nagel, re-
sultan inimaginables desde nuestra perspectiva. Nosotros, que no
somos murciélagos, no podemos conocer qué sea ser un murciéla-
go. Para Nagel, todo fenómeno subjetivo se halla relacionado con
un solo punto de vista, y parece inevitable que una teoría física,
objetiva, deba abandonar ese punto de vista. Las ideas de Nagel
han gozado de notable influencia más allá incluso del ámbito filo-
sófico. No obstante, se revelaron insuficientes para impedir que,
desde principios de los años ochenta, el discurso neurocientífico
sobre la conciencia, y por ende el científico, fuera desplazando al

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 33


filosófico. Un desplazamiento que vino propiciado por el desarro-
llo previo de la ciencia cognitiva y de importantes adelantos expe-
rimentales.
Así, la revolución cognitiva de las décadas 1960 y 1970 volvió
a situar a la conciencia en el centro del estudio psicológico de la
mente. De la hibridación de esta nueva psicología científica con la
computación nacería la ciencia cognitiva, que proveería a los in-
vestigadores de modelos con los que confirmar hipótesis neuroló-
gicas sobre la conciencia. En paralelo al progreso teórico, la expe-
rimentación neurológica hizo también importantes adelantos que
hicieron que los fisiólogos se atrevieran a hablar de conciencia sin
el pudor de antaño.
El cerebro presenta dificultades adicionales a las comunes a
otros órganos en el terreno de la experimentación, pues no se parece
a nada que nos sea familiar: una bomba (como el corazón) o un filtro
(los riñones). Es por ello que el estudio de la relación entre cerebro y
mente experimentó un impulso espectacular cuando el estadouni-
dense Roger Sperry, del Instituto de Tecnología de California, abor-
dó el estudio de pacientes cuyos hemisferios habían quedado qui-
rúrgicamente separados como último recurso para controlar unos
brotes epilépticos discapacitantes. Se los denominó pacientes con el
cerebro dividido. Sperry demostró que, cuando el cirujano cortaba
el haz nervioso que conecta ambos hemisferios, estos se compor-
taban, en lo cognitivo, de una forma bastante independiente. Las
estructuras inferiores (tálamo y tallo cerebral) no se separan; de ahí
la precisión de «bastante independiente». En los sujetos con el ce-
rebro dividido, cada hemisferio experimenta por separado los estí-
mulos que le son dirigidos a él; si depositamos una llave en la mano
izquierda del paciente y un anillo en la mano derecha, colocamos al
sujeto ante dos cuadros (uno exhibe la llave y el otro el anillo) y le
indicamos que señale lo que siente, su mano izquierda apuntará a
la imagen de la llave y su mano derecha a la imagen del anillo. Un
sujeto con el cerebro dividido puede incluso realizar movimientos

34 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


>UNA VENTANA ABIERTA A LA ACTIVIDAD CEREBRAL
La resonancia magnética funcional (RMf] es una técnica para la medi-
ción de la actividad neuronal que ha revolucionado el estudio del ce-
rebro. Cuando las neuronas se activan, una de las consecuencias es
que demandan energía en forma de oxígeno. Para proporcionársela,
el cuerpo aumenta el riego sanguíneo rico en hemoglobina oxigenada.
Cuando el oxígeno se traslada a los tejidos aumenta la cantidad de he-
moglobina desoxigenada, una molécula de propiedades paramagnéticas
[es decir, que actúa como un imán]. El aparato resonador capta estos
efectos magnéticos y el software los traduce a imágenes. La RMf es
una prueba que posee muchas ventajas y no es nada invasiva, pues no
requiere inyectar contraste alguno, conectar electrodos o exponer al
cuerpo a radiación.

Estado de reposo Estado de actividad

Q Hemoglobina desoxigenada (paramagnética)


O Hemoglobina oxigenada (diamagnética)
- La diferencia de magnetismo entre la hemoglobina desoxigenada [representada en
gris] y la oxigenada [representada en negro] es la que permite realizar la RMf.

35
opuestos con las dos manos: la izquierda descuelga el teléfono, la
derecha, lo cuelga. ¿Suponía esa división cerebral la división de la
mente?
En una serie de desarrollos de principios de la década de 1990,
varios equipos de investigadores pusieron a punto una técnica ca-
paz de registrar la entrada y el procesamiento de información de
las neuronas, la ya mencionada RMf. Esta y otras técnicas similares
de medición de la actividad cerebral, como la electroencefalografía
o la tomografía por emisión de positrones (PET), permitieron a los
científicos relacionar una determinada situación exterior, captada
por el aparato sensorial del cuerpo, con los patrones de actividad
simultáneos. Ya era posible la experimentación de la conciencia,
como en el ejemplo visto en el arranque del capítulo. No es exa-
gerado decir que la irrupción de estas tecnologías ha representado
para la neurociencia lo que la invención del telescopio para nuestra
visión del cosmos.

La búsqueda de la sede de la conciencia

Muy pronto, los neurocientíficos procedieron a diseccionar la con-


ciencia mediante el estudio de situaciones que la afectasen de una
forma clara y controlable. Fue el caso del biólogo británico Francis
Crick, célebre por su condición de codescubridor de la estructura
del ADN, y su colega estadounidense Christof Koch, en la última
década del siglo xx. La forma de conciencia que propusieron estu-
diar empíricamente era la mejor definida: la de acceso. En concre-
to, Crick y Koch propusieron en un par de artículos científicos pu-
blicados en 1990 que la investigación empírica de la conciencia se
centrase, al menos inicialmente, en los estímulos visuales, ya que
por una parte se conoce bien lo que sucede en un cerebro cuando
recibe estímulos visuales del mundo exterior, y por otra hay deter-
minadas situaciones, bien conocidas también, que permiten dis-

36 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


- Tres investigadores claves en el estudio reciente de la conciencia, Francis Crick
[arriba izquierda] y Christof Koch [abajo]. que trabajaron conjuntamente en el
análisis de los correlatos neuronales, y Thomas Nagel [arriba derecha]. que
planteó con el artículo «¿Cómo es ser un murciélago?» el aspecto subjetivo de ser
organismos conscientes.

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 37


tinguir y modificar de forma controlada el estado de conciencia,
ante esos estímulos visuales, de los sujetos con los que se realizase
el experimento. Más exactamente, se referían al fenómeno de la ri-
validad binocular, estudiado ya por el británico Charles Wheatsto-
ne a principios del siglo XIX.
Wheatstone ideó un aparato llamado estereoscopio, con el quepo-
día mostrar imágenes distintas a cada ojo de los individuos con los
que hiciese el experimento, de forma que cada ojo no viese más que
la imagen que le correspondiese. ¿Qué se percibe entonces? ¿Una
mezcla de ambas imágenes? ¿Solo una de la dos? El resultado fue, y
sigue siendo, sorprendente: el sujeto va viendo alternadamente una
imagen o la otra. Estaba claro que los estímulos visuales proceden-
tes de cada imagen entraban en el cerebro. ¿Qué ocurría en este para
que solo llegue a la conciencia una de ellas y luego la otra y vayan así
alternándose? En 1996, se instruyó a unos macacos para que mira-
sen por un estereoscopio y se les enseñó a revelar, mediante el mo-
vimiento de una palanca, qué imagen de las dos que el aparato les
ofrecía veían en cada momento, mientras, se observaba la actividad
de sus cerebros. Se descubrió así que los macacos experimentaban
lo mismo que los seres humanos: la alternancia de las dos imágenes.
Yobservaron entonces que los estímulos visuales correspondientes
a ambas imágenes llegaban por igual a las áreas donde se efectúa el
procesamiento más primario de las imágenes, en la parte occipital
de la cabeza; en cambio, según qué neuronas se disparasen en áreas
de procesamiento posterior de la imagen se podía predecir correcta-
mente qué palanca habían movido los macacos (fig. 3). Se había con-
seguido aislar por primera vez una actividad neuronal directamente
relacionada con la actividad consciente, es decir, se había hallado el
correlato neuronal de un estado consciente. Desde entonces se han
realizado numerosos experimentos encaminados a encontrar otros
correlatos neuronales, e incluso se han adelantado algunas regio-
nes cerebrales como sedes posibles de la conciencia. Examinaremos
más en detalle estas teorías en el capítulo tercero.

38 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


r FIG.3
Estereoscopio de Wheatstone

Contenido de la conciencia

e- -
'-'

Tiempo

Áreas neuronales y porcentaje de activación

Si se muestra una imagen distinta a cada ojo [un árbol y una cara). percibiremos
bien la una bien la otra, sin mezcla . A unos monos se les entrenó para que indicaran
qué imagen veían en cada momento. La actividad neuronal de partes de las áreas
visuales de mayor jerarquía se correspondía en un 90 % con las indicaciones
conscientes de los monos, mientras que la correspondiente a áreas más primarias
lo hacía en menor porcentaje. Esas partes constituyen, pues, un correlato neuronal
de ese estado consciente particular.

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 39


LA CONCIENCIA, ¿UN FENÓMENO CUÁNTICO?

Otra línea de investigación sobre la naturaleza de la conciencia, con-


temporánea a la neurológica de Crick y Koch, es la que abogó por una
explicación cuántica. Desarrollada por el eminente físico británico
Roger Penrose, parte de la premisa evi-
La conciencia ... es el dente de que todos los organismos bio-
fenómeno por el cual lógicos tienen que obedecer las leyes de
la misma existencia la física, sea clásica o cuántica. A pri-
del universo se hace mera vista, no parece que los mecanis-
conocida. mos biológicos dependan críticamente
RoGER PENROSE de fenómenos a escala atómica, donde
reina la física cuántica. La conciencia,
sin embargo, sería una excepción. Hay realidades mentales evi-
dentes, como el libre albedrío, que requieren de la conciencia y
que se oponen, por su misma naturaleza, a ser reducidas a un con-
junto predeterminado de reglas, es decir, a un programa. Ahora
bien, los procesos basados en la física clásica, como los biológi-
cos, son en principio computables. Ello dejaba los de tipo cuán-
tico como el único origen posible de la no computabilidad de la
conciencia. Las operaciones cuánticas tendrían lugar en ciertas
estructuras del interior de las neuronas, en particular, en la tubu-
lina presente en unos polímeros proteicos filamentosos llamados
microtúbulos.
La visión cuántica de la conciencia se ha tenido que enfrentar a
fuertes críticas. En primer lugar, se ha calculado que los fenómenos
cuánticos que pudieran darse en los microtúbulos tendrían en cual-
quier caso una duración demasiado corta como para ejercer ningún
tipo de efecto a escala macroscópica. Además, aunque el cerebro
ha de obedecer a la mecánica cuántica, como cualquier otro obje-
to del universo, no parece que ninguna de sus funciones dependa
críticamente de comportamientos cuánticos. Así, elementos tales
como los fotorreceptores, los receptores pre y postsinápticos y las

40 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


proteínas de membrana que subyacen bajo la excitabilidad neuro-
nal son de un tamaño tal que deben tratarse como objetos sujetos a
la física clásica.

LOS LÍMITES DE LA CIENCIA DE LA CONCIENCIA

Cierta mañana de la primavera de 1994, en Tucson, Arizona, un


joven filósofo australiano, David Chalmers, participaba en un con-
greso consagrado a la neurociencia de la conciencia. Las dos di-
sertaciones que precedieron a la de Chalmers resultaron ininteli-
gibles y aburridas; en palabras de Stuart A. Hameroff, responsable
del evento, «no tenían ni idea de lo que estaban hablando. Miré a
mi alrededor: la gente estaba durmiendo o mostrándose inquieta.
Yen eso llegó la tercera conferencia, la de Chalmers, de veintisie-
te años, con melena y pinta de alguien que se hubiera perdido en
la carretera, camino de un concierto de Metallica». El cerebro, co-
menzó Chalmers, plantea toda suerte de problemas para la cien-
cia. ¿Cómo aprendemos, almacenamos recuerdos y percibimos las
cosas? ¿Cómo sabemos retirar las manos del agua caliente y oímos
nuestro nombre en medio de una habitación ruidosa? A la postre,
estos eran problemas fáciles: con dinero y tiempo suficiente, los
científicos podrían resolverlos. Solo había un problema en verdad
difícil, dijo Chalmers, y era el relativo a la conciencia. ¿Por qué los
animales con cerebros complejos están dotados de conciencia?
¿Por qué no se limitan a ser simples robots, capaces de almacenar
información, responder a los ruidos y a los aromas, pero carentes
de vida interior? Un simple diodo detecta la luz sin mediar con-
ciencia alguna de estar haciéndolo, mientras que en el ser humano
esa distinción la implica necesariamente. ¿De qué forma un tejido
gris rosáceo, húmedo y de 1400 gramos, encerrado en el cráneo,
origina algo tan misterioso como la experiencia de ser alguien, y
habitar un cuerpo?

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 41


Chalmers dividió la cuestión de la conciencia en dos problemas
de dificultad contrapuesta, uno asequible o «blando» (soft, en el
inglés original) y otro difícil o «duro» (hard). El primero consistía
en explicar de qué modo el cerebro
Creo que la computa y almacena información, el
conciencia siempre segundo, de qué modo la conciencia
ha sido el tema surge de fenómenos desarrollados en
más importante el cerebro. El problema duro no es otro
en filosofía de la que desentrañar la naturaleza de la
mente [. ..], pero en conciencia, que no parece que pueda
los últimos años se identificarse con algo físico porque es,
había descuidado por definición, privada, y, en cuanto
sorprendentemente. tal, inabordable desde el punto de vista
DAVID CHALMERS científico. Chalmers escribiría: «El pro-
blema realmente duro de la conciencia
es el problema de la experiencia. Cuando pensamos y percibimos
hay procesamiento de la información, pero hay también un aspec-
to subjetivo». A continuación, citó el texto seminal de Nagel que
hemos examinado con anterioridad: «Como señalara [Nagel] en
1974, existe algo que es el ser algo así como organismo consciente».
Es importante darse cuenta que no se pone en duda que la con-
ciencia venga condicionada por hechos físicos subyacentes. Sim-
plemente, se duda de que una descripción basada en hechos físicos
y, en consecuencia, objetivos e universales, capture todos los as-
pectos de la conciencia. En estas circunstancias, la ciencia no pue-
de aplicar su método.
Otra forma de ver en qué consiste el problema es mediante un
experimento mental, es decir, un caso hipotético, sin conexión ne-
cesaria con la realidad. Imaginemos a una científica del futuro, ex-
perta en física del color, que ha vivido siempre en una habitación
en blanco y negro. Aunque esta científica, llamémosla Mary, posee
una visión normal para los colores, su confinamiento le ha impe-
dido experimentar ninguna sensación de color. En su habitación

42 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


en blanco y negro, Mary ha estudiado la ciencia del color a través
de manuales, televisión y otros medios en blanco y negro. En tales
condiciones, ha aprendido la teoría del color, la física del color y la
biología del sistema visual del cerebro. Pero no ha visto un color en
su vida. Supongamos que Mary sale un día liberada de su habita-
ción y se le ofrece un tomate maduro. ¿Qué imaginamos sucederá?
La mayoría de las personas intuyen que Mary aprenderá algo de esa
experiencia visual y exclamará algo del estilo de «!Ajá! ¡Ahora sé
qué es el color rojo!». Ahora bien, mientras estaba en la habitación
Mary conocía todos los datos físicos sobre el color, incluido el rojo.
Cuando sale de la habitación conoce algo sobre el color rojo que
antes desconocía: en qué consiste ver lo rojo. Por consiguiente, hay
al menos un aspecto del color que no se incluye es la lista de datos
físicos sobre el color, puesto que Mary los conocía todos. La expe-
riencia subjetiva del color, su quale, no puede ser objeto de descrip-
ción alguna según los términos de la física.

LA CONCIENCIA EN EL ARRANQUE DEL SIGLO XXI

No todos están de acuerdo con esa limitación. Hay quienes discu-


ten la existencia misma de los qualia, aduciendo que sus supues-
tas propiedades son incoherentes y que no son más que ilusiones
de nuestro estado de introspección. Según este punto de vista, los
qualia están en realidad compuestos de estados cognitivos funcio-
nales como los que caracterizan la conciencia de acceso. Finalmen-
te, hay investigadores que dejan los qualia abiertamente de lado, a
la espera de que hallazgos futuros puedan resolver la cuestión.
En última instancia, de lo que se trata es de la posibilidad o no
de naturalizar la conciencia, es decir, de explicarla solo con respec-
to a hechos físicos. Para la tesis naturalista, los fenómenos men-
tales serían cerebrales. En su versión moderada, sostiene que los
episodios mentales supervienen a los acontecimientos físicos. Se

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 43


recurre a este tecnicismo, «superveniencia», para expresar cier-
ta relación de dependencia de lo mental respecto de lo físico. Un
conjunto de propiedades se dice superviniente sobre un segundo
conjunto cuando ambos tipos de pro-
Apenas he dicho piedades se hallan tan estrechamente
nada con respecto a relacionadas, que no cabe diferencia
los qualia, excepto en las primeras sin que acontezca una
para dejarlos de lado diferencia en las segundas. Así, de las
y esperar que ocurra propiedades biológicas se dice que su-
un milagro. pervienen sobre las químicas, y que las
FRANCIS CRICK mentales lo hacen sobre las fisicoquí-
micas. La postura naturalista confía en
que la teoría física pueda explicar el proceso en cuya virtud los es-
tados físicos desembocan en estados conscientes.
Los modelos actuales sobre el funcionamiento de la concien-
cia no se entienden sin la historia que acabamos de bosquejar. En
mayor o menor medida, todos ellos consideran que la concien-
cia es producto de ciertos fenómenos cerebrales, una herencia
del convencimiento cartesiano de la centralidad del cerebro en la
vida mental, así como de la constatación de que ciertas lesiones
cerebrales tienen afectaciones profundas sobre nuestra vida in-
terior, un legado de los fisiólogos de Broca a Sperry. Los distintos
intentos por estudiar la mente a la luz de la computación, por su
parte, a pesar de fracasar en su intento inicial de reducir la activi-
dad mental a un conjunto de reglas, han aportado conceptos que
juegan un rol fundamental en las modernas teorías sobre la con-
ciencia, tales como información o sistema. Finalmente, la neu-
rociencia que inaugurara Ramón y Cajal, en tanto que se ocupa
del funcionamiento del cerebro, la fuente casi indiscutida de los
estados conscientes, se ha erigido en el lugar propio del estudio
científico de la conciencia.
Entre los objetivos más inmediatos de la ciencia de la concien-
cia se encuentran acotar de forma definitiva la actividad neuronal

44 1 Los retos de una ciencia de la conciencia


asociada a aquella, como primer paso para abordar la cura de los
traumas que la afectan, e identificar en qué momento del desarro-
llo humano surge y en qué especies biológicas existe. El aspecto
evolutivo del problema resulta especialmente fascinante. ¿Cuál es
exactamente la ventaja evolutiva de la conciencia que explica que
haya sido seleccionada a lo largo de la historia biológica de las es-
pecies que la presentan?
Y, sobre todo, despejar el interrogante central: en qué sentido
funciona la relación de causa (cerebro) a efecto (conciencia), al me-
nos en el caso de los estados conscientes funcionales. No hay obs-
táculo teórico alguno para que la ciencia no alcance todos estos ob-
jetivos. Y, de hecho, cuesta imaginar otros más fascinantes de entre
los que se le plantean al ser humano a principios del siglo XXI.

Los retos de una ciencia de la conciencia 1 45


02 LA EVOLUCION
,

DE LA CONCIENCIA

Como todo en biología, la conciencia


ha de poderse explicar a partir de
la evolución. El estudio del mundo
animal revela que no es un atributo
exclusivamente humano, aunque en
ninguna otra especie se ha desarrollado
tantísimo. Nuestra capacidad por
empatizar unos con otros podría ser
la razón.
a conciencia ha sido producto y, en cierta medida, motor de la
L evolución humana. Nos aporta capacidad de abstraer, pensa-
miento simbólico y sociabilidad. Sobre esa base, nuestro linaje ha
desarrollado una capacidad mental para representarse el mundo
que ha trascendido las meras ventajas adaptativas. Pero ¿cuál fue
el curso de evolución de la conciencia? ¿Es exclusiva de los seres
humanos? ¿Qué ventajas evolutivas presenta?
Los cuervos fabrican útiles, los chimpancés lloran a sus muer-
tos, las ratas sufren con el dolor de sus congéneres. Cuando Charles
Darwin publicó El origen del hombre (1871), la aplicación de su teoría
de la evolución al caso humano, empleó el método de comparación
con otras especies para explicar la nuestra. En su opinión, en lo to-
cante a la mente, la diferencia en los animales superiores era de gra-
do, no de clase. La ciencia moderna, como veremos, le da la razón.
A la pregunta sobre qué separa al hombre del resto de los anima-
les, suele responderse que la cultura y la conciencia. La realidad no
es tan sencilla: en diverso grado, los animales poseen los sustratos
neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos necesarios

La evolución de la conciencia 1 49
para disponer de estados conscientes, amén de la capacidad de
exhibir conductas orientadas a un fin u objetivo. Tenemos ejem-
plos de ello incluso en lo más ínfimo de la cadena de los seres, los
unicelulares. El plasmodio Physarum polycephalum presenta una
red dendrítica de estructuras tubulares, los seudópodos. Cambia
de forma a medida que repta sobre un medio de gel de agar; si el
alimento se encuentra en dos puntos diferentes, desplegará seudó-
podos que conectarán ambas fuentes nutricias. El organismo posee
otra rara destreza: halla la solución de longitud mínima entre dos
puntos de un laberinto (fig. 1).
Subiendo al nivel invertebrado, pluricelular, el cerebro de las hor-
migas constituye casi el 15 % de su masa corporal. Quizá por ese mo-
tivo, Darwin subrayó que se trataba de una de las porciones de mate-
ria más maravillosas del mundo, hombre incluido. Los humanos no
fueron la primera especie en inventar la agricultura. Esa distinción
debe reconocérsele a las hormigas, que comenzaron a cultivar han-

Í FIG. 1

Esquema de la solución del laberinto realizada por el plasmodio Physarum


polycephalum . Tras una exploración, elimina las conexiones más largas con el
alimento, pero se mantiene conectado a este por el camino más corto.

50 1 La evolución de la conciencia
gos para su alimentación hace millones de años. Los insectos socia-
les exhiben muestras extraordinarias de cooperación y división del
trabajo, conducta que asignamos a un sentido de conciencia.
Uno de los hitos científicos más notables de la historia ha sido el
descubrimiento del lenguaje de las abejas a través de la danza. Forra-
jeras y exploradoras van y vienen para comunicar la distancia, la
dirección y la calidad de las flores o los lugares de potencial anida-
miento a las otras abejas de la colmena. En un experimento, se com-
probó que los insectos señalaban fuentes cercanas en una danza cir-
cular y otras lejanas con una danza de coleteo, en forma de ocho. El
segmento de trazo recto de esta última contenía información sobre
la dirección de la fuente y la frecuencia de sus vueltas guardaba re-
lación con la distancia: a menor distancia, mayor rapidez de la dan-
za. Este lenguaje es manifestación indudable de conciencia.

EVOLUCIÓN DEL CEREBRO, EVOLUCIÓN


DE LA CONCIENCIA

Hablar de evolución de la conciencia es dar por cierto que no re-


quiere lenguaje ni conocimiento del yo, que existe en los animales
y en el feto, que no se trata de una entidad conclusa, sino que es
un proceso. Su desarrollo va indisolublemente unido a la evolución
del cerebro, que en el caso humano, en particular, es producto de
numerosos episodios de selección natural a través de una compleja
filogenia. Sin la reconstrucción de ese pasado, por tanto, no enten-
deríamos, en su plenitud, la estructura y función de la conciencia.
Un progreso clave de la evolución animal fue el desarrollo de
una estructura nerviosa longitudinal y bilateralmente simétrica,
la línea media. Sin ese eje corporal de simetría, el planeta segui-
ría ocupado por anémonas, esponjas y similares. El tránsito de una
simetría radial, la propia de los organismos citados, a una sime-
tría bilateral creó en los animales una izquierda y una derecha y

La evolución de la conciencia 1 51
su sistema nervioso. Una de las adquisiciones más importantes en
la evolución del sistema nervioso central de los vertebrados fue la
aparición en la región más rostral (en la punta, por así decir) del
cráneo, o telencéfalo, de láminas su-
Para el biólogo, perficiales de neuronas que acabarían
el ideal supremo por componer la corteza o córtex. En
consiste en resolver los mamíferos, identificamos una cor-
el enigma del propio teza especialmente compleja, de cinco
yo. o seis capas, que por su aparición tar-
SANTIAGO RAMÓN y CAJAL día en la evolución se ha llamado neo-
córtex.
La aparición de cerebros complejos entraña, además, la instala-
ción de las neuronas en su sitio correcto y la creación de intercone-
xiones apropiadas a través de las cuales se transmita información
de unas a otras a una velocidad suficiente. Esas interconexiones
han acabado adoptando la forma siguiente: el soma celular de la
neurona y sus proyecciones arborescentes, las dendritas, reciben
información de otras células. Procesada la información, se trans-
mite a lo largo del axón hasta la sinapsis; y de ahí a la siguiente
neurona.
Ese proceso de forja de los primeros cerebros complejos habría
tenido lugar, de acuerdo con el registro fósil, hace entre 520 y 560
millones de años, en la gran explosión del Cámbrico de diversidad
animal. Solo en el linaje humano, sin embargo, encontramos una
reestructuración drástica del cerebro y, por ende, de la conciencia.
Habrá pues que aguardar a la refinada complejidad del cerebro hu-
mano para explicar el desarrollo de las funciones mentales que nos
definen como seres conscientes y sociales.
Antes de ello, nos detendremos en algunos casos particulares
dentro del reino animal cuyo desarrollo cerebral y cognitivo, y algu-
nos comportamientos asociados, denotan la casi segura presencia
de una conciencia avanzada. Solo la incapacidad de los animales
para comunicar sus estados mentales de manera clara e inmedia-

52 1 La evolución de la conciencia
>LA IMPORTANCIA DEL OLFATO
El examen de dos cráneos de fósiles de las especies que precedieron a los
primeros mamíferos, procedentes de inicios del Jurásico de China, Morga-
nucodon oehleri y Hadrocodium wui, permitieron constatar que el tamaño
relativo del cerebro se expandía desde los más pequeños del género extinto
Therioherpeton hasta niveles propios de los mamíferos, con bulbos olfatorios
agrandados, neocórtex, córtex olfatorio y cerebelo. En el caso del género
Morganucodon, la diferencia de tamaño se debía en buena parte al desarrollo
de áreas del cerebro implicadas en el procesamiento del olor y del tacto, así
como en la coordinación del movimiento. Hadrocodium adquirió también un
cerebro desarrollado, sobre todo en regiones ligadas a la olfacción. Un sen-
tido mejorado del olfato podría haber sentado la base neural para una ma-
yor capacidad de habérselas con distintos tipos de información ambiental.

t Therioherpeton :ir----i--+---+----+--+----
-,µ¡

rr.--------.-~~~-6'1'
t Hadrocodium :~ : : : '1Ji!!!!}

Zaglossus ~~~r::::z:::¡::Z:::!¡: : :m-m¡ - ~A\

Felis 1=:::::z::=:=:==::::1i=
(Gatos!
Canis ..,__...__________,.......~--
IPerrosl
0,0 0,2 0,4 0,6 0,8 1,0 1,2
Cociente de encefalización

t Bulbo olfatorio
Extinto
D Cynodontia
A. Mamaliaformes
*
• Hadrocodium
Mamíferos Neocórtex
Cerebelo
-Tabla que muestra la evolución del cociente de encefalización desde los extintos
géneros como Therioherpeton y Morganucodon hasta mamíferos actuales.

53
ta impide ser más categóricos. Se trata de un ejercicio comparati-
vo fascinante que el propio Darwin habría aprobado, y para el que
contamos con un conocimiento de la historia evolutiva que habría
asombrado al gran naturalista inglés.

AVES Y MAMÍFEROS

Hace unos 400 millones de años un pez pequeño y osado saltó a


tierra firme y decidió quedarse en vez de volver al agua. Sus des-
cendientes evolucionaron en Tiktaalik roseae, cuyos restos fósi-
les se descubrieron en el Ártico canadiense en 2004. La especie
representa la transición entre organismos acuáticos y organismos
terrestres. Asentados en tierra firme, su horizonte visual se amplió
enormemente. La longitud de atenuación -distancia a la que la luz
es absorbida por el medio por donde miramos- es de decenas de
metros en aguas cristalinas, mientras que en el aire es casi infinita.
Lo que podemos ver tiene un efecto determinante sobre lo que po-
demos pensar. El tránsito de un medio a otro comportó transicio-
nes cruciales para el desarrollo de la conciencia.
Durante el Mesozoico, desde hace unos 250 millones de años
hasta hace 65 millones de años, dos grupos de reptiles, lejanamente
emparentados, los cinodontos y los dinosaurios terópodos celuro-
saurios, dieron origen, respectivamente, a mamíferos y aves. Am-
bos desarrollaron un cerebro diez veces mayor, con respecto al peso
corporal, que en el caso de sus precursores. En los dos grupos, esos
cerebros permitieron entablar interacciones sociales complejas, in-
cluidos el cuidado parental y una confianza en el aprendizaje que,
andando el tiempo, abarcaría el recurso al empleo de instrumentos.
El cerebro reptil se caracterizaba por pequeños bulbos olfato-
rios, hemisferios cerebrales estrechos y tubulares (superados en
anchura por el cerebelo) y un mesencéfalo dorsalmente expuesto.
En aves y mamíferos hay un aumento casi generalizado del tamaño

54 1 La evolución de la conciencia
del cerebro, directamente espectacular en el caso de los hemisfe-
rios cerebrales y el cerebelo, implicados en la integración sensorial
y motora.

La conciencia en las aves

De la emergencia del cerebro de las aves actuales no se sabe gran


cosa. El endocráneo de Archaeopteryx, el espécimen de ave más
antiguo conocido, del Jurásico tardío (hace unos 160 millones de
años), presenta bulbos olfatorios reducidos, grandes hemisferios
cerebrales (en contacto con un cerebelo también expandido) y ló-
bulos mesencefálicos desplazados. Las aves ofrecen, en su conduc-
ta, neurofisiología y neuroanatomía, un ejemplo llamativo de evo-
lución paralela de la conciencia. Muestran una memoria prodigiosa
de sucesos del pasado, toman perspectiva, planean el futuro, po-
seen un uso versátil de las herramientas, acuden a la reconciliación
y sienten empatía. Los cuervos de Nueva Caledonia se sirven de pa-
lillos para cazar insectos y otros componentes de su dieta. Ante la
exacta elección del palillo adecuado, algunos etólogos infieren que
los cuervos poseen conocimiento de las propiedades físicas de las
cosas y de la relación causa y efecto.
Ante tal despliegue de facultades cognitivas, se despierta la du-
da de si gozan no ya de conciencia orientada a un fin, sino inclu-
so reflexiva, es decir, conciencia de sí mismos. Para descubrir su
presencia en animales se recurre al test del espejo, introducido por
Gordon Gallup en los años setenta. Este test consiste en pintar un
motivo en el cuerpo del animal y colocarlo ante un espejo. Si el ani-
mal reconoce la presencia del motivo se considera que es capaz de
reconocer la imagen del espejo como un reflejo de sí mismo y no
como otro animal. La prueba tiene sus detractores, pero resulta in-
teresante saber que de entre los pocos animales que la han supera-
do se encuentra la urraca.

La evolución de la conciencia 1 55
Hay unas 10 000 especies de aves, que reflejan una enorme va-
riabilidad en el tamaño del cerebro. Si consideramos cuán «caro»
resulta el tejido cerebral (requiere unas 20 veces más energía por
unidad que el tejido muscular), tienen que existir poderosas razo-
nes evolutivas para que determinadas familias hayan invertido en
grandes cerebros; la evolución no suele ser derrochadora. Puesto
que córvidos y loros, hechas las debidas correcciones en razón del
tamaño corporal, tendrían unos cerebros similares a los de los pri-
mates, no hemos de sorprendernos que posean una potencia men-
tal similar a la de los monos (que no a la de los grandes simios).

El caso particular de los mamíferos.


Elefantes, conciencia y aprendizaje

La investigación reciente ha prestado atención especial al incre-


mento evolutivo del tamaño del cerebro, medido en función de la
masa del cuerpo; lo que se llama cociente de encefalización (fig. 2).
Los mamíferos son los animales que presentan un mayor cocien-
te, fruto de la expansión de la corteza cerebral. Esta expansión, el
rasgo más obvio de la evolución del cerebro de los mamíferos, vino
acompañada de un plegamiento más intenso de la superficie cor-
tical en surcos y giros. Dicho plegamiento cortical facilitaba la ex-
pansión de neuronas del córtex.
La corteza se activa durante la cognición y los procesos intelec-
tuales. Pensar, planificar, reflexionar e imaginar, demandan activi-
dad cortical. El córtex, además, almacena los recuerdos y se ocupa
del lenguaje, de su interpretación y de su producción. Toda esa ex-
pansión de esa estructura cerebral se refleja en la ampliación del
repertorio intelectual de los mamíferos.
Abundan los trabajos y relatos sobre inteligencia y conciencia de
dos grupos de mamíferos en especial, uno terrestre, los elefantes, y
otro marino, los cetáceos. La masa del cerebro del elefante, similar

56 1 La evolución de la conciencia
al humano en términos de estructuras, es de unos 5 kilogramos y
posee unos 300 000 millones de neuronas. Estos animales poseen
uno de los repertorios sociales más intensos de todas las especies;
las familias se separan solo por la muerte o captura. Yexhiben una
amplia variedad de comportamientos conscientes asociados con
el dolor, el aprendizaje, la imitación, el juego, el altruismo, el uso
de herramientas, la compasión, la cooperación, la memoria y la co-
municación; un ejemplar de elefante asiático pasó el test del espe-

r FIG. 2
' '
Delfín de tia.neos blancos'

2 4 5 6 7
Cociente de encefalización

Esquema comparativo del cociente de encefalización de algunas especies con


comportamientos complejos. El hombre aventaja a los mamíferos marinos
con notable diferencia .

La evolución de la conciencia 1 57
jo. Hemos de reparar también en el hipocampo del elefante, una
estructura vinculada principalmente a la memoria, que ocupa un
0,7% de las estructuras del cerebro; en el hombre comprende solo
0,5 % y en los delfines entre 0,1 y 0,05 %. El cociente de encefaliza-
ción del elefante oscila entre 1,13 y 2,36, por el 1,77 del orangután, el
4,95 del delfín bastardo o el 7 del ser humano.
A la manera de los humanos, los elefantes van, de forma gra-
dual, aprendiendo a desenvolverse a la par que su desarrollo físi-
co. Dedican al aprendizaje unos diez años. La mayoría de los ma-
míferos nacen con un cerebro próximo al 90 % del peso en estado
adulto; en cambio, los humanos nacen con un 28 %, algunos del-
fines con un 42,5 %, los chimpancés con un 54 % y los elefantes
con un 35 %. De lo que se infiere que los elefantes poseen la mayor
cantidad de aprendizaje, aproximándose a los humanos, y que su
comportamiento no es meramente instintivo. Los padres enseñan
a los hijos a alimentarse, a utilizar las herramientas y a saber cuál
es su lugar en la manada. Se cree que, en el desarrollo del com-
portamiento inteligente, las neuronas en huso, o neuronas de Van
Economo, desempeñan un papel central. Pues bien, lo mismo en
humanos que en primates, las neuronas en huso aparecen tam-
bién en los elefantes, ballenas y delfines.

Inteligencia submarina: los cetáceos

El cerebro del delfín posee un sistema paralímbico compuesto por


una corteza trilaminar que interviene en el procesamiento senso-
rial. El tiempo de transmisión en el tronco cerebral es más rápido
que el observado en humanos. Para interaccionar con el entorno,
se valen de un sistema de radar (ecolocación) semejante al de los
murciélagos; puesto que el sonido viaja cuatro veces más rápido
en el agua que en el aire, los científicos especulan que la celeri-
dad de transmisión podría ayudar a un procesamiento rápido del

58 1 La evolución de la conciencia
Humano
Chimpancé Babuino

Oso
Mandril Macaco

Gato

D
Elefante
Delfín

Muflón

Cabra Ualabí Pecarí


Conejo

~~
Rata Ratón
E, e~
5cm

- Distintos cerebros de mamíferos. La similitud estructural contrasta con la


diferencia de tamaños apreciable entre unos y otros.

La evolución de la conciencia 1 59
sonido. Esa dependencia estrecha del sonido se hace evidente en
la estructura cerebral. El área dedicada a la visión es una décima
parte de la observada en humanos; en cambio, la destinada a la
imaginería acústica decuplica la del cerebro humano. El calderón
común, delfín de la especie Globicephala melas, posee más neu-
ronas corticales que cualquier otro mamífero estudiado hasta la
fecha, hombre incluido. Con todas esas innovaciones anatómicas,
cabía esperar una gran salto adelante en la conciencia del entorno
y de sí mismo.
En efecto, los delfines comprenden conceptos de continuidad
numérica y discriminación entre números, facultad en la que exce-
den al resto de los animales. Los miembros del grupo se reconocen
entre sí. Por mucho que se haya exagerado sobre las facultades de
los delfines, no cabe duda de que estos mamíferos marinos desarro-
llan de forma óptima numerosas tareas cognitivas que adscribimos
a la inteligencia humana: poseen cerebros poderosos, complejos y
estructurados, comprenden símbolos en contextos experimenta-
les, crean estructuras sociales, tienen emociones, muestran con-
ciencia de sí mismos, planifican, manifiestan actitudes altruistas y
resuelven problemas.
El sistema de comunicación de los cetáceos, su lenguaje, es muy
rico. Los sonidos de las ballenas conforman un amplio repertorio.
Los defines emiten silbidos y «clics»; los silbidos son sonidos de
banda estrecha que emplea para las llamadas de contacto; los clics
son pulsos de banda ancha que se emplea en la ecolocación. Pare-
ce que serían capaces de aprender una suerte de lenguaje humano
de signos. Con todo, la precoz divergencia de la línea filogenética
precursora de humanos y delfines impide determinar qué tareas
cognitivas contrastar, por cuanto el cerebro del hombre y el cerebro
del delfín siguieron cursos evolutivos muy distintos, con faculta-
des cognitivas diferentes, propiciadas por entornos dispares. Valga
decir que los delfines, al igual que las orcas, han superado el test del
espejo en numerosas ocasiones.

60 1 La evolución de la conciencia
Los primates, a un paso del ser humano

Nuestros parientes más cercanos, los primates, pueden ya anti-


cipar el futuro, signo eminente de conciencia. Juntos, hombre y
grandes simios (chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes) for-
mamos la familia de los homínidos (fig. 3). Aunque las capacida-
des cognitivas de los primates nos son bien conocidas desde que
en 1916 Robert Mearns Yerkes los sometiera a pruebas de elección

r F1G.3
o
El último ancestro común
de chimpancés y humanos
Homínidos

Humanos

.,111C)
tiene una antigüedad de Chimpancés :,
entre 6 y 8 millones años Q.
y bonobos ID
111
111

o
111
Gorilas 3' 3'o·
o·111 111
El ultimo ancestro común
de monos y simios vivió hace Orangutanes
unos 25 millones de años

Jf
Gibones

~:r:~~~~o
Monos del
Nuevo Mundo

Tarseros J1
Lem,,es y loris
"O

.
Hace 65 millones de años
.
Hoy

Esquema que muestra el árbol filogenético de los primates y la relación ancestral


entre los grandes simios, los monos y los prosimios.

La evolución de la conciencia 1 61
múltiple, de apilamiento de cajas y otras, no fue hasta 2016 que se
constató que poseían, además, una facultad que se creía exclusiva y
característica del hombre. Conocida por teoría de la mente, es la ca-
pacidad de discernir deseos, intenciones y conocimiento en otros.
Se habían manifestado hábiles en el engaño de sus compañeros y
en el reconocimiento de sus motivos, pero se corroboró que saben
cuándo otros sostienen una falsa creencia.
Los primates, con cerebros poderosos, han dado pruebas de po-
seer un alto nivel cognitivo, que les faculta para la búsqueda de ali-
mento y para establecer lazos sociales. Algunos han desarrollado
hábiles estrategias de caza que requieren cooperación y jerarqui-
zación. El carácter grupal de su vida social, y la consiguiente ne-
cesidad de hallar un equilibrio entre competencia y cooperación,
fomentó el desarrollo de la denominada inteligencia maquiavélica,
lo que tuvo como fruto unos cerebros mejor equipados para enten-
der la causa y el efecto, concatenación necesaria para comprender
la intención de otros individuos. Dotados de capacidad de engaño
y manipulación consciente, reconocen a familiares y miembros del
propio grupo. Pueden emplear símbolos y entender aspectos del len-
guaje humano con sintaxis elemental, conceptos de número y se-
cuencia numérica.
No parece, en cambio, que los primates puedan formular pre-
guntas. También existen evidentes limitaciones en los chimpan-
cés en la comprensión de la semántica, la sintaxis avanzada, la
fonética y la pragmática, que son centrales en el lenguaje. Aun-
que durante mucho tiempo se creyó que la ausencia de habla de
los primates podía deberse a carencias anatómicas, en la actuali-
dad se cree que es porque no disponen de la circuitería cerebral
requerida para el control fino motor, el aprendizaje vocal y otros
atributos necesarios. Esta incapacidad, más que cualquier otra,
señala la frontera entre la mente del primate y la mente humana,
tanto a nivel cognitivo como en el de la conciencia. A pesar de esto
último, hay que señalar que los grandes simios, gorilas, oranguta-

62 1 La evolución de la conciencia
nes, chimpancés y bonobos, superan con éxito el test del espejo
de forma rutinaria.

EL GÉNERO HOMO, FRUTO SINGULAR


DE LA EVOLUCIÓN

Estamos en la antesala del hombre moderno. A la hora de trazar


la historia de la especie humana, contamos con un muestrario de
homínidos fósiles que nos permiten secuenciar con bastante apro-
ximación las sucesivas etapas y los distintos ensayos de la natura-
leza, la diversidad de especímenes forjada, hasta el advenimiento
de Hamo sapiens. Aun así, el recorrido empieza con una incógnita,
puesto que, aunque sabemos que hace entre doce y siete millones
de años se produjeron una serie de transformaciones evolutivas
que fueron determinantes para la bifurcación entre un linaje pri-
mate y un linaje humano, no disponemos de registro fósil de ellas.
Se entiende por último antepasado común de humanos y chim-
pancés la especie de la que emergieron, por un lado, el linaje ha-
minino (con especies que andan erguidas y de las cuales solo so-
brevivió el hombre) y, por otro, el linaje de chimpancés y bonobos.
Los homininos forman una gran diversidad de especies del Mioce-
no, con docenas de especies conocidas en el registro fósil de Áfri-
ca, Europa y Asia (fig. 4). Estas especies variaron en su anatomía y
ecología. Eran mucho más parecidas a los primates actuales que a
los humanos. Los homininos más antiguos conocidos son Sahelan-
thropus tchadensis, de Chad, y Orrorin tugenensis, de Kenia. Sahe-
lanthropus, de unos 6 o 7 millones de años de antigüedad, presen-
taba un volumen cerebral de 360 cm3, en el rango del chimpancé.
Hace unos cuatro millones de años encontramos los primeros
miembros del género Australopithecus, homininos que se adapta-
ron a la deambulación bípeda, aunque siguieron dependientes de
los árboles para protegerse y alimentarse. Su volumen cerebral era

La evolución de la conciencia 1 63
r FIG.4

~ 7 e;;.~!~:'
H. sapiens 1500 cm 3

1~
1000 cm 3
' - - - - - - - - - H. erectus

'
L . __ _ Sahelanthropus
. _ _ _ _ I- 500 cm 3

millones
de años
------------~-~----1
-7 -6 -5 -4 -3 -2 -1 o
-1.7 -0,7
Especies principales del linaje hominino, fecha de aparición y respectiva
capacidad craneal.

de 390 a 515 cm3, similar a chimpancés y gorilas, lo que apunta ha-


cia una capacidad cognitiva parecida en buena medida a la de los
grandes simios.
Australopithecus sediba, un hominino de dos millones de años
de antigüedad, descubierto en 2008, ejemplifica la dificultad de
la taxonomía paleoantropológica, pues constituye un auténtico
mosaico de piezas compartidas con diferentes especies de homi-
ninos posteriores. Algunos rasgos humanos, como el bipedismo,

64 1 La evolución de la conciencia
se adquirieron muy pronto, mientras que otros, como un cerebro
poderoso, tardaron en conseguirse. No hubo una flecha lineal en la
evolución.
Mas ¿cómo era el cerebro de estos iniciadores de nuestro linaje,
alejados de la línea de los grandes simios? ¿Cuánto podemos cono-
cer o inferir del análisis del endocráneo fósil? Sea por caso la re-
construcción del cráneo de A. sediba. Se aprecia, por ejemplo, la
anticipación de los cambios operados en el cerebro humano, como
un mayor lóbulo frontal derecho. Cierto abultamiento en el giro
frontal inferior, impensable en primates no humanos, indicaría la
existencia allí de un centro importante de interconexión neuronal,
una región que, en los humanos, se encuentra asociada al compor-
tamiento social y al lenguaje. Es decir, que lejos de un mero aumen-
to de tamaño, la remodelación del cerebro en nuestro linaje posi-
blemente vino inducida por la selección natural de determinadas
áreas vinculadas a la vida grupal. Esta tesis, que examinaremos en
detalle más adelante, se conoce como del cerebro social.
La especie humana apareció merced a una combinación de cam-
bio ambiental, fortuna genética y casualidad geológica. Cuando se
explica la evolución humana se corre el peligro de construirla como
un relato estructurado de unas poblaciones que iban acabando con
formas precedentes y eran a su vez sustituidas por otras en un pro-
ceso de aproximación creciente a nuestra especie, conciencia in-
cluida. Esa interpretación del curso evolutivo adolece, de entrada,
de una visión finalista de la evolución; esto es, los mecanismos de
la especiación serían deterministas, no aleatorios. Además, degra-
da la especie extinguida a un nivel inferior y, por ende, de impor-
tancia secundaria. Las ramificaciones laterales, como pudiera ser
Homofl,orisiensis, un hominino enano que vivió en Indonesia hasta
tiempos recientes, son tratadas con desdén.
Los primeros fósiles del género Hamo (en el que se incluye tanto
nuestra especie, H. sapiens, como otras ya extinguidas, por ejemplo
H. erectus), aparecieron en África Oriental y datan de hace 2,3 mi-

La evolución de la conciencia 1 65
llones de años. Esos especímenes iniciales apenas se distinguían,
en tamaño corporal y cerebral, de los australopitecinos, aunque
manifestaran discrepancias en el molar, lo que refleja un cambio
de dieta. Y una nota apenas subraya-
Tenemos encima de da que refleja un estadio avanzado de
los hombros el objeto inteligencia. Esos primeros homininos
más complejo del preferían claros de bosque y umbrías,
universo. con agua dulce cercana, para morar y
MICHIO KAKU preparar la comida cazada en pradera
abierta. Comienzan a fabricar herra-
mientas de piedra para desollar y cortar las piezas animales, lo que
supone añadir carne y médula ósea, ricas en energía, a una dieta
vegetal. De hecho, Hamo habilis, que vivió hace entre 2,3 y 1,4 mi-
llones de años en África Oriental va asociado a esa alimentación y
la talla de la piedra.
Su descendiente más exitoso, Hamo erectus, que apareció hace
1,9 millones, se dispersó por África y Eurasia; fue el primero en
abandonar África. Muy versátil, se adaptaba a entornos muy dis-
pares. En él convergieron una serie de características que prea-
nunciaban a Hamo sapiens, en especial un cerebro poderoso (llega
a alcanzar un volumen de 1250 cm3) y una cada vez más extendida
cooperación social. Se ha insinuado incluso que pudiera haber go-
zado de algún atisbo de pensamiento simbólico, expresado en un
motivo geométrico en zigzag descubierto en una concha de mo-
lusco de la Isla de Java, de unos 500 000 años de antigüedad. Hace
1,7 millones de años apareció H. erectus, y hace 700 000, H. hei-
delbergensis, un espécimen muy parecido a nosotros en términos
de capacidad cognitiva. Desde hace unos 400 000 años comenzó a
controlar el fuego. Se supone que H. neanderthalensis evolucionó
a partir de poblaciones europeas de H. heidelbergensis hace unos
250 000 años.
Del grado de conciencia y creatividad de los neandertales dan
cuenta sus obras: enterraban a sus muertos, sellaban las puntas

66 1 La evolución de la conciencia
de sus lanzas con savia de abedul y preparaban pigmentos con los
que adornarse. Los encuentros entre neandertales y humanos no
fueron esporádicos. Si el lector vive en Asia Oriental, hallará tres
neandertales en su árbol familiar; europeos y sudasiáticos tendrán
dos; los melanesios, solo uno.
Con H. sapiens llega el hombre moderno. Hace unos 60 000 años
partió de África rumbo a Eurasia, expandiéndose por todo el globo.
No está dilucidado, ni muchísimo menos, la cronología y los patro-
nes de las transformaciones biológicas y culturales que ocurrieron
en Europa Occidental entre hace 45 000 y 35 000 años, intervalo
crítico en la sustitución de los neandertales por H. sapiens. Nuestra
especie es la primera en mostrar un nivel elevado de pensamiento
simbólico, como demuestran las primeras estatuillas de figuras fe-
meninas y animales, así como los primeros instrumentos, de alre-
dedor de 40 000 a.c.

El cerebro humano

La especie humana que emerge en África hace unos 200 000 años
no presenta un cerebro llamativamente grande. Disfrutaba, eso sí,
de una mayor corteza de asociación, involucrada en una gran va-
riedad de procesos cognitivos. También poseía un lóbulo frontal
comparativamente grande en el que se iban a desarrollar las capa-
cidades mentales de alto nivel, las que nos definen como seres in-
dividualmente humanos. Aunque ya hemos visto que se dan casos
puntuales en otras especies animales, solo en el hombre y merced
a su tamaño cerebral confluyen la autoconciencia, el lenguaje y la
teoría de la mente. Hay en nuestro cerebro unos 86 000 millones
de neuronas. El córtex aloja al menos 1014 conexiones sinápticas.
Por otro lado, el cerebro plenamente funcional es dinámico y se
autoorganiza durante el desarrollo y el aprendizaje; una propiedad
conocida como plasticidad cerebral. Densamente empaquetadas,

La evolución de la conciencia 1 67
se calculan unas 27 000 neuronas y 1000 millones de conexiones
sinápticas por milímetro cúbico de tejido cerebral. En respuesta a
colores, movimientos, caras, perros, palabras, sonidos y muchos
otros elementos se activan diferentes grupos de neuronas, que se
reparten dispersas entre los 16 000 millones de neuronas que com-
ponen la corteza cerebral. (El cerebro del hombre adulto, con un
2% de su peso corporal, da cuenta del 20 % del consumo de energía
corporal total.)
En promedio, cada neurona recibe unas 5000 sinapsis. Aunque
solo una fracción pequeña en un tiempo dado se hallará activa,
la mayoría de las neuronas requerirá la acción simultánea de 5 a
20 sinapsis. Para transmitir información se sirven de más de un
centenar de neurotransmisores distintos. Con el tiempo, esas cone-
xiones cambian, se deshacen o se reforman.
En el curso de la evolución del sistema nervioso, no hubo reforma
de planos, sino aprovechamiento de materiales preexistentes. El ce-
rebro, ligeramente oblongo, de color rosa grisáceo y 1400 gramos de
peso, presenta en su superficie externa, o córtex, circunvoluciones
más o menos profundas. De su parte posterior pende el cerebelo,
estructura del tamaño de una pelota de béisbol, con pequeños sur-
cos cruzados. Distinguimos los nervios craneales, que vehiculan la
información procedente de los ojos, oídos, nariz, lengua y cara. Ca-
racteriza al cerebro la simetría de los hemisferios. Todos los mamí-
feros poseen un cerebro antiguo o tallo cerebral (cerebro reptiliano),
sistemas límbicos por encima del tallo cerebral (cerebro paleoma-
mífero) y, por último, el córtex, la adición más reciente. El cerebro
ha crecido por adición de nuevas capas para salir al paso de nuevos
retos del entorno. Entre las diversas hipótesis sobre la función de las
capas corticales, se ha propuesto que la capa más externa es la más
estrechamente asociada con el procesamiento consciente; las capas
subyacentes contribuyen a los procesos inconscientes (fig. 5).
Visto en retrospectiva, la evolución humana fue una transición
singular, que aconteció solo una vez entre los primates. No obstan-

68 1 La evolución de la conciencia
r F1G.s
Fórnix
Corteza cerebral

Circunvolución
-.--.e,,,,,--.-......- ci ngu lada

Tálamo -----++---'---,,,- -~-_,,.~,:-1----,..,,_- Cuerpo


Hipotálamo calloso

Glándula ----~!!!!l~lllllllifl!A-
pituitaria

Cerebelo
Hipocampo

Lóbulo frontal Corteza cerebral

Sustancia ------,,y~~fv~
gris

Cuerpo-,!'-..,....----,._
calloso
f_-lr,,l----l-"I'--'--+-- Fórnix
Núcleo -+1---1--1-----' ..¡.__..._..."-fC-4---Tálamo
caudado

Cerebelo
Lóbulo parietal
Lóbulo occipital Médula
Hemisferio , Hemisferio
espinal
izquierdo derecho

Representación gráfica de las principales estructuras del cerebro.

La evolución de la conciencia 1 69
te, nuestro indudable éxito a la hora de ocupar todas las zonas cli-
máticas y cientos de nichos ecológicos se debe más a la evolución
cultural que a la genética; ignoramos qué diferencias neurobioló-
gicas separan a una persona ahorradora de otra derrochadora, por
qué unos encuentran fáciles las matemáticas y otros incompren-
sibles, por qué una persona es vengativa y otra perdona con facili-
dad. La neurociencia aporta, de momento, fragmentos de una ex-
plicación cuya razón global se nos escapa.

EL CEREBRO SOCIAL Y LA VENTAJA EVOLUTIVA


DE LA CONCIENCIA

Cuando pensamos, pensamos siempre en algo. A eso se le llama


intencionalidad. La intencionalidad se organiza en una estructura
jerárquica. La intencionalidad de primer orden es la conciencia de
sí mismo; la intencionalidad de segundo orden es la representación
de la mente del otro, lo que a su vez implica una teoría de la mente.
Desempeña una función central en la interacción y comunicación
social. Saber, o suponer, qué pasa por la mente de otro, en cierto
modo leerle la mente, nos permite predecir, explicar, moldear y
manipular su conducta de una forma que trasciende la capacidad
de cualquier animal (excepto, tal vez, algunos primates). La lectu-
ra de la mente implica la deducción del significado de los estados
mentales internos a partir de sus signos externos.
En la medida que una teoría de la mente posibilita formas com-
plejas de interacción mutua, pudo ser el primer paso de la evolución
humana que hizo posible la cooperación generalizada. Esta capaci-
dad para la cooperación permitió a nuestros antepasados expandirse
por el planeta, en detrimento de otros homínidos y muchas especies
que se quedaron en el camino. Esa es pues una de las razones, tal vez
la más poderosa, por la que la conciencia ha sido una característica
seleccionada por la evolución: está en la base de nuestra sociabili-

70 1 La evolución de la conciencia
>PRIMATES LECTORES DE MENTE
Hasta hace poco, era una suposición ampliamente aceptada por la co-
munidad científica que los humanos son los únicos capaces de atribuir
estados mentales [deseos y creencias, por ejemplo] a otros. En un expe-
rimento realizado por Fumihiro Kano y su equipo en la Universidad de Ja-
pón se siguió la mirada de chimpancés, bonobos y orangutanes al tiempo
que los primates observaban breves vídeos. Dos vídeos mostraban una
persona que observaba la ocultación de un objeto y luego lo buscaba. Un
tercer vídeo sometía a prueba la comprensión de los primates de falsas
creencias al mostrar el cambio de lugar del objeto mientras la persona
estaba distraída. Cuando la persona se preparaba luego para la búsqueda
de los objetos, la mayoría de los primates miraban anticipadamente el
lugar donde la persona creía falsamente que estaba escondido el objeto.
Ello parece indicar que preveían un error derivado de una falsa creencia .

- Escena del vídeo que veían los macacos en el experimento que hicieron Fumihiro
Kano y su equipo. En el vídeo intervenían humanos que eran atacados por actores
disfrazados de monos. Los ch impancés, bonobos y orangutanes que observaban las
escenas empalizaban con los seres que aparecían .

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