Autorregulacion - Autonomia y Autoestima - 1

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AUTORREGULACIÓN, AUTONOMÍA Y AUTOESTIMA 1

FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA - AUTORREGULACIÓN

La autorregulación se puede denominar como la capacidad para gestionarse y regularse a sí mismo,


lo cual supone que se logre un equilibrio natural y espontáneo, sin necesidad de la intervención de
factores externos para lograr dicha autorregulación.

Este término es amplio porque se puede aplicar en varios campos de la vida del ser humano: uno de
ellos es el biológico. El ser humano tiene la facilidad de adaptarse a diferentes estímulos ambienta-
les y no necesita hacer modificaciones ni esfuerzos para acomodarse a estos. El cuerpo, desde su
funcionamiento fisiológico, busca la homeóstasis para lograr que se autorregule y se adapte a las
nuevas condiciones.

En el campo de los hábitos, la autorregulación juega un papel importante porque con esta habilidad
se logran cambios significativos en hábitos y rutinas. Lo anterior se debe a que la capacidad de
autorregulación permite observarse, evaluarse y emprender acciones, manteniendo la motivación
durante todo el proceso. (Campos, 2015)

La adquisición de nuevos hábitos o la modificación de los mismos se logra con mayor facilidad
cuando la persona es capaz de someterse a su deseo de trasgredir la nueva costumbre que quiere
implantar, y esto solo se consigue por medio de la autoobservación, la conciencia del error y la mo-
dificación del comportamiento.

En el aspecto emocional, la autorregulación hace referencia al manejo adecuado de las reacciones


emocionales y las respuestas ante diferentes estímulos, los cuales generan, indispensablemente,
alguna emoción como la ira, la alegría, la tristeza, entre otras.

De lo anterior podemos deducir que las personas que se consideran más exitosas son aquellas
que supieron conocer sus emociones y aprendieron a gobernarlas de forma apropiada; son los que
saben cultivar las relaciones humanas y los que conocen diversos mecanismos de motivación. Son
los que se interesan por sus respuestas emocionales y las afecciones que estas tienen hacia otros y
hacia ellos mismos. Son los que entienden que la riqueza mayor está en el interior del ser humano y
no en el exterior (Fernández, 2002). Esta es una persona autorregulada en sus respuestas emotivas.

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La autorregulación, según Bandura, es el control de nuestro propio comportamiento y un aspecto
básico en la personalidad, y lo divide en tres pasos esenciales:

1. Autobservación: nos vemos a nosotros mismos, nuestro comportamiento y empezamos a


identificar patrones de conducta.

2. Juicio: comparamos lo que vemos con un estándar ya establecido por normas o etiquetas,
pero también puede ser por cánones novedosos que pueden surgir de la lectura de un libro,
entrando a competir con otros pares o con él mismo.

3. Autorrespuesta: si la comparación con los estándares ha salido bien, la persona da res-


puestas de autorrecompensa; si por el contrario la comparación entrega un resultado negati-
vo, la consecuencia será el autocastigo. (Bandura, 1991)

Los sistemas y los planes autorregulatorios son mecanismos internos que tienen implicaciones po-
derosas para la conducta. Las personas se establecen metas de desempeño (sea correr y terminar
una maratón, o finalizar un trabajo antes de la fecha de entrega), se recompensan o se critican a sí
mismas; cambian el placer inmediato por las metas a largo plazo (demora de la gratificación). Todos
esos son sistemas autorregulatorios mediante los cuales se puede influir en el ambiente de manera
sustancial, superando el ‘control de estímulo’ (el poder de la situación). “Los mecanismos autorregula-
torios son una descripción más precisa de lo que Freud llamó ‘la transición desde el proceso primario
al secundario’” (Cloninger, 2003). Es el proceso de pasar del ello al yo, donde son los procedimientos
cognitivos los que dan la pauta para el adecuado comportamiento y el control de las pasiones.

Adquirir autorregulación es un proceso de aprendizaje, el cual puede llevarse a cabo por modelación,
siendo los padres los guías para que los niños aprendan la forma ideal de manejar diversas situacio-
nes teniendo señorío de sí. Esto empieza por la observación que hace el infante del comportamiento
de sus figuras paternas, o aquellas que son significativas, para llegar a imitar la conducta. Posterior-
mente, viene la estimulación o apoyo motivacional cuando el padre, por medio de refuerzo social,
valora la persistencia del niño ante situaciones desfavorables, facilitando el aprendizaje y aportando
recursos y medios. (González, 2002)

Los padres, especialmente, juegan un papel protagonista en la enseñanza de la autorregulación.


Zimmerman (2000, citado por González, 2002) afirma que “este proceso consta de tres fases: inicial
(que incluye tanto el análisis de la tarea como la revisión de la propia motivación, creencias y orien-
tación a la meta), ejecución y control voluntario (procesos que tienen lugar durante el trabajo sobre la
tarea) y autorreflexión (sobre el resultado y las consecuencias del mismo y que incidirá sobre la fase
inicial del siguiente comportamiento de autorregulación del aprendizaje)”. (González, 2002)

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FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA - AUTONOMÍA

Podemos definir la autonomía como la capacidad que posee una persona para realizar sus activida-
des básicas de manera independiente, teniendo en cuenta sus posibilidades y criterio. Esta habilidad
es progresiva, ya que inicia desde la autonomía física para realizar cosas por sí solo, hasta llegar a
la autonomía como principio de moralidad.

De este modo, se busca llegar a que las acciones morales se deriven de un juicio de la persona,
donde considere lo correcto o incorrecto de un acto. (Sepúlveda, 2003)

Según las ocho etapas psicosociales de la teoría de Erikson, la autonomía inicia cuando el bebé
empieza a gatear y tiene la posibilidad de explorar el mundo por sí solo. Erikson toma las ocho eta-
pas psicosexuales de Freud y las relaciona con aspectos sociales indicados de cada período. Así,
relacionó la etapa psicosocial de autonomía versus vergüenza y duda, con la etapa anal, propia de
la niñez temprana (Cloninger, 2003). Cada crisis en el desarrollo manifiesta un fortalecimiento en las
habilidades especiales, ya sea a nivel físico o social, generando un trance que hace que la persona
se desarrolle de manera natural y se fortalezca.

“Durante el segundo año de vida, el niño desarrolla un sentido de autonomía. Este período incluye el
entrenamiento para ir al baño, en el cual Freud puso énfasis, pero también aspectos más amplios del
control de la musculatura en general (volverse capaz de caminar bien) y regulación de las relaciones
interpersonales. El niño experimenta el mundo a través de los modos de agarrarse y dejar, requiere
del apoyo de los adultos para desarrollar, gradualmente, un sentido de autonomía. Si la vulnerabili-
dad del infante no es apoyada, se desarrolla un sentido de vergüenza (de exposición prematura) y
de duda. Como en la primera etapa, un alto grado del polo positivo (autonomía) debería prevalecer,
pero algún grado de vergüenza y duda son necesarios para la salud y para el bien de la sociedad”.
(Cloninger, 2003)

Estos cambios que el infante presenta durante esta etapa del desarrollo hacen que se sienta capaz
de realizar cosas nuevas, y que ocasionalmente se niegue a recibir la ayuda de sus figuras significa-
tivas por el placer que le genera desarrollar estas actividades por sí mismo.

Durante esta etapa es muy importante el papel de los padres, quienes deben ser protectores, aun-
que no sobreprotectores. Ellos deben presentar un talante de confianza y reafirmación para generar
empoderamiento en el niño. Si por el contrario los padres o cuidadores desconfían de sus habilida-
des, pueden generar en ellos vergüenza y difidencia de sus capacidades a lo largo de la vida.

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En esta misma etapa aparece lo que conocemos como la formación de una relación recíproca, lo
cual tiene que ver con la adquisición, casi plana, del lenguaje y que le permite al niño tener una idea
más clara de lo que pasa en su contexto, tales como las ausencias momentáneas de su madre y
la predicción de su regreso. Como resultado de esto, la respuesta negativa ante la distancia de la
madre disminuye (Bowlby, citado por Berk, 1999). Esto redunda en generar un apego sano que es
base para el trabajo y el desarrollo de la autonomía.

Para Erikson, “la iniciativa agrega a la autonomía la cualidad de emprender, planear y realizar una
tarea para estar activo y seguir el curso; pero con la iniciativa se presenta la conciencia de que al-
gunas actividades son prohibidas. A veces, los niños pueden sentir confusión entre lo que quieren
hacer y lo que deben (o no deben) hacer” (Pérez, 2006). Esto se empieza a relacionar con el primer
tema explicado, la autorregulación, donde el niño empieza a entender que no puede actuar desde
sus impulsos y que, definitivamente, hay cosas que debe aprender a controlar o aplazar.

Entre los 6 y 12 años se producen cambios significativos en el crecimiento de los niños y las habi-
lidades que desarrollan en el aspecto cognitivo, social y emocional. “Estos avances se traducen en
una mejor y más realista comprensión de las emociones, una integración más cabal y profunda de
los rasgos personales y unas amistades más sólidas e íntimas que las de la primera infancia. Todo
ello redunda en una mayor autonomía personal y un reajuste profundo del autoconcepto” (Delgado,
2008). Durante este lapso de tiempo los niños son más conscientes de las bases de su compor-
tamiento. Además, de esto sale a flote la importancia que empieza a tener el sentirse eficaz para
responder a las exigencias de padres, profesores y pares.

Haciendo referencia a estos últimos. Las relaciones con los iguales son muy significativas, ya que
trabajan como espejos para medir la valía o capacidad que se posee en el desarrollo adecuado de
las normas y las relaciones sociales, así como en la adquisición de constructos morales, que son
camino a la autonomía.

A partir de estos constructos morales crece la autonomía, que no solo quiere decir tener unos crite-
rios propios para actuar, sino analizar lo que creemos es correcto y considerar si de verdad se debe
hacer o si es inadecuado. (Sepúlveda, 2003)

Cuando la persona llega a ser autónoma sigue una regla, principio o ley que es interna, propio de su
conciencia, la cual la ha interiorizado a través de un proceso de construcción progresivo e individual.
“En la autonomía, la regla es el resultado de una decisión libre y digna de respeto en la medida que
hay un consentimiento mutuo”. (Sepúlveda, 2003)

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FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA - AUTOCONCEPTO

El autoconcepto es la imagen total de nuestros rasgos y capacidades. Es “una construcción cog-


nitiva… un sistema de representaciones descriptivas y evaluativas acerca del yo que determina la
manera en que nos sentimos con nosotros mismos y guía nuestras acciones” (Harter, citado por
Papalia, 2012). En la construcción del autoconcepto se hace una sumatoria de atributos, habilidades,
actitudes y valores que el individuo cree que define quién es (Berk, 1999). El reconocimiento del yo
cada vez más tiene un componente social, ya que el niño incorpora dentro de la percepción que tiene
de sí lo que los demás piensan de él.

“El autoconcepto comienza a establecerse en los niños pequeños a medida que desarrollan la con-
ciencia de sí mismos. Se hace más claro conforme la persona adquiere capacidades cognoscitivas y
enfrenta las tareas de la niñez, la adolescencia y luego la adultez”. (Papalia, 2012)

El contenido del autoconcepto también puede partir de lo que se cree que personas importantes y
significativas piensan acerca de nosotros. (Mead, citado por Berk, 1999) Esto es conocido como el
yo reflejado o el yo social.

Entre los cinco y los siete años se produce un cambio en la manera en que los niños se autodefi-
nen, pasando de realizar una descripción de las características externas a mencionar cualidades
específicas y propias, en vez de generales. El niño descubre lo que puede hacer con referencia a su
entorno y a los múltiples escenarios con los que empieza a relacionarse, de igual forma, al cómo el
actúa sobre el ambiente; esta es una muy buena base para autodefinirse (Berk, 2000). Ya cuando
llega a los siete años logra hacer descripciones más generales y reconoce que puede tener diversas
y contrarias emociones, y empezar a ser autocrítico.

Este proceso de transformación se da en tres etapas, las cuales fueron trabajadas por Case y Fisher
(Papalia, 2012). Estas son:

1. Representaciones simples: las declaraciones que hacen sobre sí mismos son unidimensio-
nales, su pensamiento salta de un detalle a otro sin conexión aparente. No pueden reconocer
que lo que ellos desean ser es diferente a lo que realmente son (yo ideal versus yo real). No
conciben la idea de tener dos emociones a la vez, puesto que no discurren aspectos diferen-
tes de sí mismos al mismo tiempo

2. Mapeos representacionales: alrededor de los cinco años empiezan a hacer conexiones


lógicas entre dos aspectos personales o dos cualidades diferentes, sin embargo, siempre
son aspectos positivos.

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3. Sistemas representacionales: hacia los siete u ocho años el juicio de sí mismo se hace
más realista y general. El niño tiene la posibilidad de entender que es bueno para algunas
cosas y no tanto para otras. Puede llegar a comparar su yo real con el yo ideal e identificar si
está cumpliendo parámetros establecidos en comparación con otros.

Para concluir, al final de la infancia el autoconcepto es una construcción sólida, donde los rasgos
aparecen integrados en competencias (académicas, deportivas, de apariencia etc.) con cierta in-
clinación a utilizar como descriptores los rasgos internos, pero donde también se definen por las
comparaciones con los similares.

En la etapa de la adolescencia, las fuentes de autodefinición son más selectivas, aunque los padres
siguen siendo un referente importante. Entre los ocho y los 15 años los iguales tienen mayor relevan-
cia. El autoconcepto en esta etapa del desarrollo está más permeado por la retroalimentación que
reciben de los amigos cercanos. (Berk, 1999)

Dentro de la estructura de los grupos a los que los adolescentes perteneces existen diferentes roles
que cada uno de los miembros cumple: hay quienes son más conciliadores, otros que son deportis-
tas, etc. El rol que represente el joven dentro del grupo genera un impacto sobre al autoconcepto de
él mismo. Cuando esto pasa, los roles tienen influencia sobre la conducta, aun fuera del grupo, y en
la interacción con personas diferentes. (Barra, 1998)

Como podría esperarse, el autoconcepto se vuelve más complejo con el trascurrir de los años, así
como las experiencias a las que se vea sometido el adolescente. Su eficacia, belleza física, acepta-
ción y lo que pase a nivel social en su contexto cercano, impacta más severamente sobre la percep-
ción que tiene de sí mismo y de su valía, y esta pueda verse modificada o flexibilizarse de manera
adaptativa. (Cloninger, 2003)

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BIBLIOGRAFÍA

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Berrocal, P. F., & Extremera, N. (2001). La inteligencia emocional como una habilidad esencial en la
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Papalia, D. E. (2012). Desarrollo humano (Duodécima ed.). México D.F: Mc Graw Hill.

Pérez, M. (2006). Desarrollo del adolescente III: Identidad y relaciones sociales. Aguas Calientes,
México.

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ética de la responsabilidad solidaria. Revista de Psicología de la Universidad de Chile, 12 (1),
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