Vocación Al Amor - Teología Del Cuerpo
Vocación Al Amor - Teología Del Cuerpo
Introductorio 1
La Teología del Cuerpo es el conjunto de catequesis que San Juan Pablo II
impartió en las audiencias de los miércoles en la plaza San Pedro, entre 1979 y
1984. Las escribió como respuesta bíblica a la crisis de la revolución sexual de
finales de los años 60 y que ha llevado a las generaciones posteriores a encontrarse
en una profunda crisis de identidad.
El objetivo del Papa Juan Pablo II fue ayudar a que el mensaje de Dios llegara a cada
persona, recordando que Él tiene un plan para cada hombre y cada mujer, hay una
complementariedad entre ambos y una llamada a ser Uno, a su imagen y semejanza.
Con estas catequesis, nos crea un itinerario para volver a encontrar el sentido de
nuestra existencia y a amar nuestra vocación a ser hombres y mujeres.
“Vivir la alegría de la belleza” es el mensaje final que quiso el Papa Juan Pablo II
transmitir a todos: cuando descubrimos la grandeza de la vocación a la que hemos
sido llamados, la consecuencia es un gozo interior.
Introductorio 2
Juan Pablo II
¿Quién es este hombre que ha llegado a tantos corazones?
Introductorio 3
"En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo
espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo
el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo."
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Vocación al Amor
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Taller Introductorio a la Teología del cuerpo
Vocación al Amor
1 Encuentro: Hombre originario / Lorea de Bringas , Amor Seguro
2 Encuentro: Hombre histórico / Ma. Fernanda Quinteros, Vocación al Amor
3 Encuentro: Hombre escatológico / Padre Leandro Bonnin, Vocación al Amor
4 Encuentro: Virginidad por el Reino de lo Cielos / Rebeca Barba, Amor seguro
5 Encuentro: Matrimonio , Amor y fecundidad / Lorea de Bringas
Para ver cada encuentro,
Bibliografía recomendada
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“Aunque el hombre esté tan estrechamente unido al mundo visible, sin embargo, la
narración bíblica no habla de su semejanza con el resto de las criaturas, sino
solamente con Dios («Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo
creó...»; Gén 1, 27).
“En el ciclo de los siete días de la creación es evidente una gradación precisa ; en
cambio, el hombre no es creado según una sucesión natural, sino que el Creador
parece detenerse antes de llamarlo a la existencia, como si volviese a entrar en sí
mismo para tomar una decisión: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y a
nuestra semejanza...» (Gén 1, 26).”
Fuiste objeto del pensamiento de Dios, que desde toda la eternidad quiso que
existieras .
"...debemos constatar que todo el texto, al formular la verdad sobre el hombre, nos
sorprende con su profundidad típica (...) Se puede decir que es una profundidad de
naturaleza sobre todo subjetiva y, por lo tanto, en cierto sentido, psicológica."
"El Creador al principio los creó varón y mujer" ...Las palabras que describen
directamente la unidad e indisolubilidad del matrimonio, se encuentran en el
contexto inmediato del segundo relato de la creación, cuyo rasgo característico es la
creación por separado de la mujer (cf. Gén 2, 18-23), mientras que el relato de la
creación del primer hombre (varón) se halla en Gén 2, 5-7.
"Cristo no sólo une el "principio" con el misterio de la creación, sino también nos
lleva, por decirlo así, al límite de la primitiva inocencia del hombre y del pecado
original."
"Aunque el texto yahvista sea muy conciso en su conjunto, basta sin embargo
diferenciar y contraponer con claridad esas dos situaciones originarias (…) dos
estados diversos de la naturaleza humana: status naturae integrae (estado de
naturaleza íntegra) y status naturae lapsae (estado de naturaleza caída).
Nos lleva a reflexionar que así como se heredó el pecado original, también se debe
tener en cuenta la referencia a la santa herencia de nuestros primeros padres: la
Inocencia originaria.
Cuando Cristo se refiere "al principio", nos quiere llevar a superar el límite que, en
libro del Génesis, hay entre el estado de inocencia original y el estado pecaminoso
que comienza con la caída original.
"Simbólicamente se puede vincular este límite con el árbol de la ciencia del bien y
del mal ( ...) El árbol de la ciencia del bien y del mal, como expresión y símbolo de
la alianza con Dios, rota en el corazón del hombre, delimita y contrapone dos
situaciones y dos estados diametralmente opuestos: el de la inocencia original y el
del pecado original, y a la vez del estado pecaminoso hereditario en el hombre que
deriva de dicho pecado" (nosotros)
"En el principio no era así." (Mateo 19,3). Cristo mismo intenta despertar la
conciencia del hombre a su verdadero origen y principio.
"El hombre histórico está(...), arraigado en su prehistoria teológica revelada; y por
esto cada punto de su estado pecaminoso histórico se explica (tanto para el alma
como para el cuerpo) con referencia a la inocencia original."
" Cuando Cristo (...) se refiere al "principio" (Mateo 19), con esta expresión no sólo
indica el estado de inocencia original como horizonte perdido de la existencia
humana en la historia. Tenemos el derecho de atribuir al mismo tiempo toda la
elocuencia del misterio de la redención. (...) somos testigos de que el hombre, varón y
mujer, después de haber roto la alianza original con su Creador, recibe la primera
promesa de redención.
“ (...)el "principio" debe hablarnos con la gran riqueza de luz que proviene de la
revelación, a la que desea responder sobre todo la teología. La continuación de los
análisis nos explicará por qué y en qué sentido ésta debe ser teología del cuerpo.”
La afirmación de Dios Yahvé "no es bueno que el hombre esté solo", aparece no sólo
en el contexto inmediato de la decisión de crear a la mujer ("voy a hacerle una ayuda
semejante a él")
(...)El texto yahvista nos permite, sin embargo, descubrir incluso elementos ulteriores
en ese maravilloso pasaje, en el que el hombre se encuentra solo frente a Dios, sobre
todo para expresar, a través de una primera autodefinición, el propio
autoconocimiento, como manifestación primitiva y fundamental de humanidad. El
autoconocimiento va a la par del conocimiento del mundo, de todas las criaturas
visibles, de todos los seres vivientes a los que el hombre ha dado nombre para
afirmar frente a ellos la propia diversidad.
San Juan Pablo II trata de dos características importantes que diferencian al hombre
del animal.
"El hecho de que el hombre esté "solo" encierra en sí esta estructura ontológica y,
al mismo tiempo, es un índice de auténtica comprensión."
El hombre puede comprender quién es y puede a la vez tener una vida interior que no
se puede medir ni tocar, que le ayuda a reflexionar.
2. "Este hombre (...) como sujeto de la Alianza, sujeto constituido como persona,
constituido a medida de "partner del Absoluto..." (el hombre no es el Absoluto, pero
está invitado a abrir su corazón al mayor regalo que posiblemente el Absoluto hizo al
hombre, a esta comunión)
"El hombre está solo: esto quiere decir que él, a través de la propia humanidad, a
través de lo que él es, queda constituido al mismo tiempo en una relación única,
exclusiva e irrepetible con Dios mismo." (Tengo una relación con Dios que nadie
más tiene en esta tierra. Hay algo del Amor de Dios que solamente yo puedo reflejar
y nadie más lo puede hacer en mi lugar, esta es la belleza de tener esta relación con
Dios única, exclusiva e irrepetible)
3. "El hombre 'adam, habría podido llegar a la conclusión de ser substancialmente
semejante a los otros seres vivientes (animalia), basándose en la experiencia del
propio cuerpo. Y, en cambio, como leemos, no llegó a esta conclusión, más bien
llegó a la persuasión de estar "solo". "
4. "El hombre puede dominar la tierra porque sólo él —y ningún otro de los seres
vivientes— es capaz de "cultivarla" y transformarla según sus propias
necesidades."
El ser humano ha sido elegido para tener esta relación íntima y personal con Dios.
¿ Qué es lo que me hace ser único, exclusivo e irrepetible ?
"No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él" (Gén
2, 18). Y al mismo tiempo el hombre confirma su propia soledad (Cf. Gén. 2, 20). A
continuación leemos: "Hizo, pues, Yahvé Dios caer sobre el hombre un profundo
sopor; y, dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en su lugar con carne, y de la
costilla que del hombre tomara, formó Yahvéh Dios a la mujer" (Gén 2, 21-22).
"Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada
mujer, porque del varón ha sido tomada" (Gén 2, 23).
De este modo el hombre (varón) manifiesta por vez primera alegría e incluso
exaltación, de las que antes no tenía oportunidad, por faltarle un ser semejante a él.
La alegría por otro ser humano, por el segundo "yo", domina en las palabras del
hombre (varón) pronunciadas al ver a la mujer. Todo esto ayuda a establecer el
significado pleno de la unidad originaria.
(La mujer , como presencia de Dios, en el camino del varón, para llegar juntos a la
comunión eterna de Amor, que es el cielo.)
Dale clic y disfrutá : Unidad originaria en la humanidad
(Fe de erratas: en el sopor, el paso es de la conciencia a la inconsciencia)
Esta es una explicación novedosa del Génesis, donde el Papa Juan Pablo II explica
cómo el ser humano es más imagen de Dios en la comunión que en la soledad, y
cómo el cuerpo habla la verdad de lo que cada uno es, como un ser masculino o
femenino.
"Comunión" dice más y con mayor precisión, porque indica precisamente esa
"ayuda" que, en cierto sentido, se deriva del hecho mismo de existir como persona
"junto" a una persona.
La unidad de la que habla el Génesis 2, 24 ("y vendrán a ser los dos una sola
carne"), se expresa y se realiza en el acto conyugal. (...) Sin embargo, todo el
contexto de la formulación lapidaria no nos permite detenernos en la superficie de la
sexualidad humana, no nos consiente tratar del cuerpo y del sexo fuera de la
dimensión plena del hombre y de la "comunión de las personas", sino que nos
obliga a entrever desde el "principio" la plenitud y la profundidad propias de esta
unidad, que varón y mujer deben constituir a la luz de la revelación del cuerpo.
La desnudez originaria
Audiencia General del 12/12/1979
El Papa explica la conexión que existe entre las experiencias originarias y las
nuestras en la vida ordinaria. La desnudez se presenta como clave para poder
entender al hombre en su subjetividad y a través de su relación de hombre-mujer.
Nuestra tarea permanente es la aprender a mirar como Dios nos mira.
Génesis 2, 25, que dice así: "Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin
avergonzarse de ello" Se añade como elemento tercero, el significado de la desnudez
originaria.
“Se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la mirada interior, que crea
precisamente la plenitud de la intimidad de las personas.”
Se habla del valor puro del cuerpo y del sexo, de la manera en que debemos aprender
a mirarnos, y se comienza a explicar el significado esponsal del cuerpo. Ser don y
acoger al otro, a la creación entera como don.
Según este pasaje, el varón y la mujer se ven a sí mismos como a través del misterio
de la creación.Este verse recíproco, no es sólo una participación a la percepción
"exterior" del mundo, sino que tiene también una dimensión interior de participación
en la visión del mismo Creador: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho"
(Gén 1, 31).
Esta catequesis es una invitación a ver la creación como un don del amor de Dios, y
el más excelente es el de la persona humana: Él para ella y ella para él. Se habla del
gozo de ser "para" otros, y a la luz del otro, descubrir la identidad personal. Si se trata
del sexo sin la persona, se destruye... , y se explica el significado del sexo como un
llamado a la comunión, a ser don.
Así, pues, estas dos expresiones, esto es, el adjetivo "solo" y el sustantivo "ayuda"
parecen ser realmente la clave para comprender la esencia misma del don a nivel del
hombre. Solamente la realiza existiendo "con alguno", y aún más profundamente y
más completamente: existiendo "para alguno".
Cuando el primer hombre, al ver a la primera mujer exclama: "Es carne de mi carne
y hueso de mis huesos" (Gén 2, 23), afirma sencillamente la identidad humana de
ambos. Exclamando así, parece decir: "¡He aquí un cuerpo que expresa la
"persona"! El cuerpo, que expresa la feminidad "para" la masculinidad, y viceversa,
la masculinidad "para" la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las
personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la
existencia personal. Este es el cuerpo: testigo de la creación como de un don
fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo
donar.
En la teología del cuerpo, el significado esponsal del cuerpo no aplica solamente a los
casados, sino a todos.
Libertad que implica entender quién soy, tener dominio sobre mí (señorío de mí
mismo). El que no se conoce, el que no se posee , no puede entregarse.
Aceptar al otro, acoger al otro como don ya es vivir este significado esponsal del
cuerpo.No es tan solo la capacidad de darme sino también la capacidad de afirmar al
otro, recibiendolo como el don que es, que expresa algo único e irrepetible de Dios,
que yo no expreso.La revelación y el descubrimiento del significado esponsalicio
del cuerpo explican la felicidad originaria del hombre.
La felicidad originaria nos habla del "principio" del hombre, que surgió del Amor y
ha dado comienzo al amor. Y esto sucedió de un modo irrevocable, a pesar del
pecado sucesivo y de la muerte. Y por esto también el "principio" común del varón y
la mujer, es decir, la verdad originaria de su cuerpo en la masculinidad y feminidad,
hacia el que dirige nuestra atención el Génesis 2, 25, no conoce la vergüenza.
Esta reflexión nos exige traspasar los umbrales de la historia del hombre y llegar
hasta el estado de inocencia originaria. Para captar el significado de esta inocencia,
nos basamos, de algún modo, en la experiencia del hombre "histórico", en el
testimonio de su corazón, de su conciencia.
Lo contrario de esta "acogida" o "aceptación" del otro ser humano como don sería
una privación del don mismo y por esto un trastrueque e incluso una reducción del
otro a "objeto para mí mismo" (objeto de concupiscencia, de "apropiación indebida",
etc.).producir tal extorsión al otro ser humano en su don (a la mujer por parte del
varón y viceversa) y reducirlo interiormente a mero "objeto para mí", debería
señalar precisamente el comienzo de la vergüenza.
Cuando Cristo dijo: "¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y
mujer?" (Mt 19, 4), nos mandó y nos manda siempre retornar a la profundidad del
misterio de la creación.Y lo hacemos teniendo plena conciencia del don de la
inocencia originaria, propia del hombre antes del pecado original.Aunque una
barrera insuperable nos aparte de lo que el hombre fue entonces como varón y mujer,
mediante el don de la gracia unido al misterio de la creación, y de lo que ambos
fueron el uno para el otro, como don recíproco, sin embargo, intentamos comprender
ese estado de inocencia originaria en conexión con el estado "histórico"(actual) del
hombre después del pecado original.
Sin embargo, por ahora, el varón y la mujer están inmersos en el misterio mismo de
la creación, y la profundidad de este misterio escondido en su corazón es la
inocencia, la gracia, el amor y la justicia: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había
hecho" (Gén 1, 31).El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más
alta del don divino, porque lleva en sí la dimensión interior del don. Y con ella trae
al mundo su particular semejanza con Dios, con la que transciende y domina
también su "visibilidad" en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o feminidad,
su desnudez.
El papa Juan Pablo II describe cómo en la vida de todo ser humano, hay un conocer
al otro en intimidad que significa amarlo, y de un modo específico del significado
bíblico de este conocimiento en la convivencia matrimonial.
Se añade un breve pasaje tomado del capítulo IV del libro del Génesis.Es necesario
referirse siempre a las palabras que pronunció Cristo en la conversación con los
fariseos, al "principio", a la dimensión originaria del misterio de la creación, en
cuanto que esta dimensión ya había sido rota por el mysterium iniquitatis, esto es,
por el pecado y, juntamente con él, también por la muerte: mysterium mortis. Cristo,
al remitirse al "principio", nos lleva, en cierto modo, más allá del límite del estado
pecaminoso hereditario del hombre hasta su inocencia originaria; él nos permite
encontrar así la continuidad y el vínculo que existe entre estas dos situaciones
(soledad, unidad y desnudez originarias / la caída, la experiencia del hombre después
del pecado original).
Después de los análisis que miran al estado de inocencia originaria, nos queda el
análisis del "conocimiento y de la generación".
Temáticamente está íntimamente unido a la bendición de la fecundidad.
Es necesario observar que, según el libro del Génesis, datum y donum son
equivalentes.
Precisamente por el hecho de ser varón y mujer, cada uno de ellos es "dado" al otro
como sujeto único e irrepetible, como "yo" como persona. El sexo decide no sólo la
individualidad somática del hombre, sino que define al mismo tiempo su personal
identidad y ser concreto.Y precisamente en esta personal identidad y ser concreto,
como irrepetible "yo" femenino- masculino, el hombre es "conocido" cuando se
verifican las palabras del Génesis 2, 24: "El hombre... se unirá a su mujer y los dos
vendrán a ser una sola carne".
El misterio de la mujer
Audiencia General del 12/03/1980
Se describe la profundidad misma de la feminidad, explicando en amplitud el
concepto de la maternidad. El cuerpo de la mujer habla de un significado de
maternidad, de dar vida, de ser fecunda!
Toda la constitución del cuerpo de la mujer, su aspecto particular, las cualidades que
con la fuerza de un atractivo permanente están al comienzo del "conocimiento", de
que habla el Génesis 4, 12 ("Adán se unió a Eva, su mujer"), están en unión estrecha
con la maternidad. La Biblia (y después la liturgia) honra y alaba a lo largo de los
siglos "el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron" (Lc 11, 2). Estas
palabras constituyen un elogio de la maternidad, de la feminidad, del cuerpo
femenino en su expresión típica del amor creador. Y son palabras que en el Evangelio
se refieren a la Madre de Cristo, María, segunda Eva.
La unión conyugal
Audiencia General del 26/03/1980
Está llegando a su fin el ciclo de reflexiones con que hemos tratado de seguir la
llamada de Cristo: "¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y
mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer
y serán los dos una sola carne" (Mt 19, 4-5). La unión conyugal, en el libro del
Génesis, se define como "conocimiento": "Conoció el hombre a su mujer, que
concibió y parió... diciendo: He alcanzado de Yahvé un varón" (Gén 4, 1).
(...)en primer plano el hecho de que "Adán se unió ("conoció) a Eva, su mujer, que
concibió y parió". Este es precisamente el umbral de la historia del hombre. Es su
"principio" en la tierra. El hombre, como varón y mujer, está en este umbral con la
conciencia del significado generador del propio cuerpo: la masculinidad encierra en
sí el significado de la paternidad, y la feminidad el de la maternidad.
El contexto de ese "principio", al que se refirió Cristo, es en el que hunde sus raíces la
teología del cuerpo.
El Evangelio según Mateo y según Marcos nos refiere la respuesta que Cristo dio a
los fariseos cuando le preguntaron acerca de la indisolubilidad del matrimonio,
Cristo respondió: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y
mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer
y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre”. Luego, refiriéndose a su
pregunta sobre la ley de Moisés. Cristo añadió: “Por la dureza de vuestro corazón os
permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así” (Mt 19, 3
ss.; Mc 12, 2 ss.). En su respuesta Cristo se remitió dos veces al “principio” y, por
esto, también nosotros, hemos tratado de esclarecer del modo más profundo posible
el significado de este “principio”, que es la primera herencia de cada uno de los
seres humanos en el mundo, varón y mujer, el primer testimonio de la identidad
humana según la palabra revelada, la primera fuente de la certeza de su vocación
como persona creada a imagen de Dios mismo.
Los hombres de todos los tiempos plantean la pregunta sobre el mismo tema.
Pienso que entre las respuestas que Cristo daría a los hombres de nuestro tiempo y a
sus preguntas, frecuentemente tan impacientes, todavía sería fundamental la que dio
a los fariseos. Al contestar a sus preguntas, Cristo se remitiría ante todo al
“principio”. La situación interior y a la vez cultural del hombre de hoy parece
alejarse de ese “principio” y asumir formas y dimensiones que divergen de la
imagen bíblica del “principio” en puntos evidentemente cada vez más distantes.
Se puede decir que, en la respuesta a los fariseos. Cristo presentó a los interlocutores
también esta “visión integral del hombre”, sin la cual no se puede dar respuesta
alguna adecuada a las preguntas relacionadas con el matrimonio y la procreación.
Precisamente esta visión integral del hombre debe ser construida según el
“principio”.
La respuesta que Cristo dio a los fariseos exige también que el hombre, varón y
mujer, sea un sujeto que decida sobre sus propias acciones a la luz de la verdad
integral sobre sí mismo, en cuanto verdad originaria, o sea, fundamento de las
experiencias auténticamente humanas. Esta es la verdad que Cristo nos hace buscar
en el “principio”.
Cristo da otra dimensión a la esencia del problema, cuando dice: “El que mira a
una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”.
San Juan Pablo II describe cómo a veces nuestra mirada puede ser reductiva de la
persona en vez de comunicarle amor. En rigor académico se verá el contenido ético y
antropológico del "No cometerás Adulterio", y se explicará el significado de la
palabra corazón en el lenguaje hebreo, y su importancia como el centro mismo y más
profundo de nuestras decisiones.
Recordemos las palabras del sermón de la montaña: “Habéis oído —dice el Señor—
que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer
deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
“..Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella
en su corazón”. Este deseo, como acto interior, se expresa por medio del sentido de
la vista, es decir, con la mirada, como en el caso de David y Betsabé.La relación del
deseo con el sentido de la vista ha sido puesto particularmente de relieve en las
palabras de Cristo.
Durante nuestra última reflexión hemos dicho que las palabras de Cristo en el
Sermón de la Montaña hacen referencia directamente al "deseo" que nace
inmediatamente en el corazón humano; indirectamente, en cambio, esas palabras
nos orientan a comprender una verdad sobre el hombre, que es de importancia
universal.
Esta verdad sobre el hombre "histórico" (...) parece que se expresa en la doctrina
bíblica sobre la triple concupiscencia. Nos referimos aquí a la primera Carta de San
Juan 2, 16-17: "Todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne,
concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede
del mundo..."
(...) conviene observar que la misma descripción bíblica parece poner en evidencia
especialmente el momento clave, en que en el corazón del hombre se puso en duda
el don.El hombre que toma el fruto del "árbol de la ciencia del bien y del mal" hace,
al mismo tiempo, una opción fundamental y la realiza contra la voluntad del Creador,
Dios Yahvé, aceptando la motivación que le sugiere el tentador: "No, no moriréis; es
que sabe Dios que el día que de él comáis, se os abrirán los ojos y seréis como
Dios...En esta motivación se encierra claramente la puesta en duda del don y del
amor, de quien trae origen la creación como donación.Por lo que al hombre se
refiere, él recibe en don "al mundo" y, a la vez, la "imagen de Dios", es decir, la
humanidad misma en toda la verdad de su duplicidad masculina y femenina.Basta
leer cuidadosamente todo el pasaje del Gén 3, 15 para determinar allí el misterio del
hombre que vuelve las espaldas al "Padre" . Al poner en duda, dentro de su corazón,
el significado más profundo de la donación, esto es, el amor como motivo específico
de la creación y de la Alianza originaria , el hombre vuelve las espaldas al
Dios-Amor, al "Padre". En cierto sentido lo rechaza de su corazón.
Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de
higuera y se hicieron unos ceñidores (Gén 3, 7). ¿Acaso no sugiere también esta
frase el comienzo de la "concupiscencia" en el corazón del hombre? Esa vergüenza
es como la fuente primera del manifestarse en el hombre —en ambos, varón y
mujer—, lo que "no viene del Padre, sino del mundo".
Hemos hablado ya de la vergüenza que brota en el corazón del primer hombre, varón
y mujer, juntamente con el pecado. La primera frase del relato bíblico, a este
respecto, dice así: "Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos,
cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores" (Gén 3, 7).Este pasaje,
que habla de la vergüenza recíproca del hombre y de la mujer, como síntoma de la
caída (status naturae lapsae), se aprecia en su contexto.La necesidad de esconderse
indica que en lo profundo de la vergüenza observada recíprocamente, como fruto
inmediato del árbol de la ciencia del bien y del mal, ha madurado un sentido de
miedo frente a Dios: miedo antes desconocido. "Llamó Yahvé Dios al hombre,
diciendo: ¿Dónde estás?Nos damos cuenta de que aquí está en juego algo más
profundo que la misma vergüenza corporal, vinculado a una reciente toma de
conciencia de la propia desnudez. El hombre trata de cubrir con la vergüenza de la
propia desnudez el origen auténtico del miedo, señalando más bien su efecto, para no
llamar por su nombre a la causa.
Las palabras "temeroso porque estaba desnudo, me escondí" (Gén 3, 10) testimonian
un cambio radical de esta relación. El hombre pierde, de algún modo, la certeza
originaria de la "imagen de Dios", expresada en su cuerpo.Pierde también, en cierto
modo, el sentido de su derecho a participar en la percepción del mundo, de la que
gozaba en el misterio de la creación.
Dale clic y disfrutá :El ser humano alienado del amor original
Esa vergüenza, que sin duda se manifiesta en el orden "sexual", revela una
dificultad específica para hacer notar lo esencial humano del propio cuerpo:
dificultad que el hombre no había experimentado en el estado de inocencia
originaria.A través de estas palabras,"temeroso porque estaba desnudo", se descubre
una cierta fractura constitutiva en el interior de la persona humana. Su vergüenza
originaria lleva consigo los signos de una específica humillación interpuesta por el
cuerpo. En ella se esconde el germen de esa contradicción.
Con este desequilibrio interior está vinculada la vergüenza inmanente. Y ella tiene un
carácter "sexual", porque precisamente la esfera de la sexualidad humana parece
poner en evidencia particular ese desequilibrio, que brota de la concupiscencia y
especialmente de la "concupiscencia del cuerpo".
El pudor tiene un doble significado: indica la amenaza del valor y al mismo tiempo
protege interiormente este valor.
El pudor tiene la misión de afirmar la belleza del cuerpo y el don que es en sí mismo.
De aquí la necesidad de ocultarse ante el "otro" con el propio cuerpo, con lo que
determina la propia feminidad-masculinidad. Esta necesidad demuestra la falta
fundamental de seguridad (no hay confianza), lo que de por sí indica el
derrumbamiento de la relación originaria "de comunión".
A esto sigue la expresión que caracteriza la futura relación de ambos, del hombre y
de la mujer: "Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará" (Gén 3, 16).
Las palabras de Dios: "Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará" (Gén 3,
16) no se refieren exclusivamente al momento de la unión del hombre y de la mujer,
de tal manera que se convierten en una sola carne (cf. Gén 2, 24), sino que se refiere
al amplio contexto de las relaciones, aún indirectas, de la unión conyugal en su
conjunto. Estas palabras dan a entender sobre todo una infracción, una pérdida
fundamental de la primitiva comunidadcomunión de personas. Esta debería haber
hecho recíprocamente felices al hombre y a la mujer mediante la búsqueda de una
sencilla y pura unión en la humanidad,mediante una ofrenda recíproca de sí mismos,
esto es, la experiencia del don de la persona expresado con el alma y con el cuerpo,
con la masculinidad y la feminidad, y finalmente mediante la subordinación de esta
unión a la bendición de la fecundidad con la "procreación".
Después de la ruptura de la Alianza originaria con Dios, el hombre y la mujer se
hallaron entre sí, más que unidos, mayormente divididos e incluso contrapuestos a
causa de su masculinidad y feminidad.
Génesis 2, 24: "El hombre... se unirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola
carne". Partiendo de esta expresión "sacramental" que corresponde a la comunión
de las personas —del hombre y de la mujer— en su originaria llamada a la unión
conyugal, podemos establecer y como reconstruir en qué consiste el desequilibrio, la
peculiar deformación de la relación originaria interpersonal de comunión.
Dale clic y disfrutá :El amor que da significado a nuestro ser y existir
Las reflexiones que venimos haciendo en este ciclo (sobre el hombre histórico) se
relacionan con las palabras que Cristo pronunció en el discurso de la montaña sobre
el "deseo" de la mujer por parte del hombre.Las palabras de Dios-Jahvé dirigidas a
la mujer en Génesis 3, 16: "Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará",
parecen revelar, analizándolas profundamente, el modo en que la relación de don
recíproco, que existía entre ellos en el estado original de inocencia, se cambió, tras el
pecado original, en una relación de recíproca apropiación.
Quizá, aquí no se trata del hecho de que es principalmente la mujer quien resulta
objeto del "deseo" por parte del hombre, sino más bien se trata de que —como
precedentemente hemos puesto de relieve— el hombre "desde el principio" debería
haber sido custodio de la reciprocidad del don y de su auténtico equilibrio.Aunque
el mantenimiento del equilibrio del don parece estar confiado a ambos, corresponde
sobre todo al hombre una especial responsabilidad, como si de él principalmente
dependiese que el equilibrio se mantenga o se rompa, o incluso —si ya se ha roto—
sea eventualmente restablecido.
Los términos "mío... mía", en el eterno lenguaje del amor humano, no tienen
—ciertamente— tal significado. Indican la reciprocidad de la donación, expresan el
equilibrio del don. Del poseer, el ulterior paso va hacia el "gozar": el objeto que
poseo adquiere para mí un cierto significado en cuanto que dispongo y me sirvo de
él, lo uso. Es evidente que la analogía personal de la pertenencia se contrapone
decididamente a ese significado.(esponsal del cuerpo)
Debemos reflexionar una vez más sobre ellas, insertándolas lo más posible en su
dimensión "histórica" (hombre actual). El discurso de la montaña, y en especial ese
pasaje, forma parte de la proclamación del nuevo ethos: el ethos del Evangelio.La
triple concupiscencia, en efecto, es herencia de toda la humanidad y el "corazón"
humano realmente participa en ella. Cristo, que sabe "lo que hay en todo hombre"
(Jn 2, 25).
Las palabras del discurso de la montaña nos permiten establecer un contacto con la
experiencia interior de este hombre, en las diversas épocas. El hombre de nuestro
tiempo se siente llamado por su nombre en este enunciado de Cristo, no menos que el
hombre de "entonces", al que el Maestro directamente se dirigía.
La historia del "corazón" humano después del pecado original, está escrita bajo la
presión de la triple concupiscencia, con la que se enlaza también la más profunda
imagen del ethos en sus diversos documentos históricos. Sin embargo, ese interior es
también la fuerza que decide sobre el comportamiento humano "exterior" y también
sobre la forma de múltiples estructuras e instituciones a nivel de vida social.
Veámoslo por de pronto desde el punto de vista de los oyentes directos del sermón de
la montaña, de los que escucharon las palabras de Cristo. Son hijos e hijas del
pueblo elegido, pueblo que había recibido la "ley" del propio Dios-Jahvé, había
recibido también a los "Profetas", los cuales, repetidamente, a través de los siglos,
habían lamentado precisamente la relación mantenida con esa Ley, las múltiples
transgresiones de la misma. También Cristo habla de tales transgresiones. Más aún,
habla de cierta interpretación humana de la Ley, en que se borra y desaparece el
justo significado del bien y del mal, específicamente querido por el divino
Legislador.La ley, efectivamente, es sobre todo, un medio...Cristo quiere que esa
justicia "supere a la de los escribas y fariseos".No acepta la interpretación que a lo
largo de los siglos han dado ellos al auténtico contenido de la Ley, en cuanto que han
sometido en cierto modo tal contenido, o sea el designio y la voluntad del Legislador,
a las diversas debilidades y a los límites de la voluntad humana, derivada
precisamente de la triple concupiscencia.Si Cristo tiende a la transformación del
ethos, lo hace sobre todo para recuperar la fundamental claridad de la
interpretación: "No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he
venido a abrogarla, sino a hacer que se cumpla" (Mt 5, 17).
Quien siga por las páginas del Antiguo Testamento la historia del pueblo elegido de
los tiempos de Abraham, encontrará allí abundantes hechos que prueban cómo se
practicaba y cómo, en consecuencia de esa práctica, se elaboraba la interpretación
casuística de la Ley.Ante todo, es bien sabido que la historia del Antiguo Testamento
es teatro de la sistemática defección de la monogamia: lo cual, para comprender la
prohibición "no cometer adulterio", debía tener un significado fundamental.El
abandono de la monogamia, especialmente en tiempo de los Patriarcas, había sido
dictado por el deseo de la prole, de una numerosa prole. Este deseo era tan profundo
y la procreación, como fin esencial del matrimonio, tan evidente que las esposas, que
amaban a los maridos, cuando no podían darles descendencia, rogaban por su
propia iniciativa a los maridos, los cuales las amaban, que pudieran tomar "sobre
sus rodillas" —o sea, acoger— a la prole dada a la vida por otra mujer, como la
sierva, o esclava. Tal fue el caso de Sara respecto a Abraham y también el de Raquel
respecto a Jacob .Esas dos narraciones reflejan el clima moral en que se practicaba
el Decálogo. Explican el modo en que el ethos israelita era preparado para acoger el
mandamiento "no cometer adulterio" y la aplicación que encontraba tal
mandamiento en la más antigua tradición de aquel pueblo.
Por otra parte, es muy significativa la circunstancia en que Cristo se pone de parte
de la mujer sorprendida en adulterio y la defiende de la lapidación. El dice a los
acusadores: "Quien de vosotros esté sin pecado tire la primera piedra contra ella"
(Jn 8, 7). Cuando ellos dejan las piedras y se alejan, dice a la mujer: "Ve, y de ahora
en adelante no peques más" (Jn 8, 11).Cristo identifica, pues, claramente el adulterio
con el pecado. En cambio, cuando se dirige a los que querían lapidar a la mujer
adúltera, no apela a las prescripciones de la ley israelita, sino exclusivamente a la
conciencia. El discernimiento del bien y del mal inscrito en las conciencias
humanas puede demostrarse más profundo y más correcto que el contenido de una
norma.
Como hemos visto, la historia del Pueblo de Dios en la Antigua Alianza (que hemos
intentado ilustrar sólo a través de algunos ejemplos) se desarrollaba, en gran
medida, fuera del contenido normativo encerrado por Dios en el mandamiento "no
cometer adulterio"; pasaba, por así decirlo, a su lado. Cristo desea enderezar estas
desviaciones. De aquí, las palabras pronunciadas por El en el sermón de la montaña.
Reorientar el corazón
Audiencia General del 20/08/1980
Cuando Cristo, en el sermón de la montaña, dice: "Habéis oído que fue dicho: no
adulterarás" (Mt 5, 27), hace referencia a lo que cada uno de los que le escuchaban
sabía perfectamente y se sentía obligado a ello en virtud del mandamiento de
Dios-Jahvé. Sin embargo, la historia del Antiguo Testamento hace ver que tanto la
vida del pueblo, unido a Dios-Jahvé por una especial alianza, como la vida de cada
uno de los hombres, se aparta frecuentemente de ese mandamiento.
Si, por una parte, Isaías se presenta en sus textos tratando de poner de relieve sobre
todo el amor de Jahvé-Esposo, que, en cualquier circunstancia, va al encuentro de su
Esposa superando todas sus infidelidades, por otra parte Oseas y Ezequiel abundan
en parangones que esclarecen sobre todo la fealdad y el mal moral del adulterio
cometido por la Esposa-Israel.
Cristo dice en el sermón de la montaña: "No penséis que he venido a abrogar la ley o
los Profetas: no he venido a abrogarla, sino a darle cumplimiento" (Mt 5, 17). Para
esclarecer en qué consiste este cumplimiento recorre después cada uno de los
mandamientos, refiriéndose también al que dice "No adulterarás". Nuestra
meditación anterior trataba de hacer ver cómo el contenido adecuado de este
mandamiento, querido por Dios, había sido oscurecido por numerosos compromisos
en la legislación particular de Israel. Los Profetas, que en su enseñanza denuncian
frecuentemente el abandono del verdadero Dios Yahvé por parte del pueblo, al
compararlo con el "adulterio" ponen de relieve, de la manera más auténtica, este
contenido.
Oseas, no sólo con las palabras, sino (por lo que parece) también con la conducta, se
preocupa de revelarnos [1] que la traición del pueblo es parecida a la traición
conyugal; aún más, el adulterio practicado como prostitución: "Ve y toma por mujer
a una prostituta y engendra hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra,
apartándose de Yahvé" (Os 1, 2). El Profeta oye esta orden y la acepta como
proveniente de Dios-Yahvé: "Díjome Yahvé: Ve otra vez y ama a una mujer amante de
otro y adúltera" (Os 3, 1). Efectivamente, aunque Israel sea tan infiel en su relación
con su Dios como la esposa que "se iba con sus amantes y me olvidaba a mí" (Os
2, 15), sin embargo, Yahvé no cesa de buscar a su esposa, no se cansa de esperar su
conversión y su retorno, confirmando esta actitud con las palabras y las acciones
del Profeta: "Entonces, dice Yahvé, me llamará 'mi marido', no me llamará baali.
Seré tu esposo para siempre, y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en
misericordia y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad y tú reconocerás a Yahvé"
(Os 2, 18, 21-22).
Esta imagen de la humillante desnudez del nacimiento, se la recordó el Profeta
Ezequiel a Israel-esposa infiel, y en proporción más amplia [2]: ...con horror fuiste
tirada al campo el día que naciste. Pasé yo cerca de ti y te vi sucia en tu sangre, y,
estando tú en tu sangre, te dije: ¡Vive! Te hice crecer a decenas de millares, como la
hierba del campo. Creciste y te hiciste grande, y llegaste a la flor de la juventud; te
crecieron los pechos y te salió el pelo; pero estabas desnuda y llena de vergüenza.
Pasé yo junto a ti y te miré. Era tu tiempo el tiempo del amor, y tendí sobre ti mi
mano, cubrí tu desnudez, me ligué a ti con juramento e hice alianza contigo, dice el
Señor, Yahvé, y fuiste mía...Puse arillo en tus narices, zarcillos en tus orejas y
espléndida diadema en tu cabeza. Estabas adornada de oro y plata, vestida de lino y
seda en recamado... Extendióse entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era
acabada la hermosura que yo puse en ti. Pero te envaneciste de tu hermosura y de tu
nombradía, y te diste al vicio, ofreciendo tu desnudez a cuantos pasaban,
entregándote a ellos... ¿cómo sanar tu corazón, dice el Señor, Yahvé, cuando has
hecho todo esto, como desvergonzada ramera dueña de sí, haciéndote prostíbulos en
todas las encrucijadas y lupanares en todas las plazas? Y ni siquiera eres
comparable a las rameras, que reciben el precio de su prostitución. Tú eres la
adúltera que en vez de su marido acoge a los extraños" Ez 16, 5-8. 12-15. 30-32.
La cita resulta un poco larga, pero el texto, sin embargo, es tan relevante que era
necesario evocarlo. La analogía entre el adulterio y la idolatría está expresada de
modo particularmente fuerte y exhaustivo. El momento similar entre los dos
miembros de la analogía consiste en la alianza acompañada del amor. Dios-Yahvé
realiza por amor la alianza con Israel —sin mérito suyo—, se convierte para él como
el esposo y cónyuge más afectuoso, más diligente y más generoso para con la propia
esposa. Por este amor, que desde los albores de la historia acompaña al pueblo
elegido, Yahvé-Esposo recibe en cambio numerosas traiciones.
Debemos preguntarnos sobre las razones que cambian el punto de gravedad del
pecado, y preguntarnos además cuál es el significado auténtico de la analogía: si,
efectivamente, el "adulterio", según su significado fundamental, puede ser solamente
un "pecado cometido con el cuerpo", ¿en qué sentido merece ser llamado también
adulterio lo que el hombre comete con el corazón?Las palabras con las que Cristo
pone el fundamento del nuevo ethos, exigen por su parte un profundo arraigamiento
en la antropología. Antes de responder a estas cuestiones, detengámonos un poco en
la expresión que, según Mateo 5, 27-28, realiza en cierto modo la transferencia, o
sea, el cambio del significado del adulterio del "cuerpo" al "corazón". Son palabras
que se refieren al deseo.
"Aparta tus ojos de mujer muy compuesta y no fijes la vida en la hermosura ajena.
Por la hermosura de la mujer muchos se extraviaron, y con eso se enciende como
fuego la pasión" (Sir 9, 8-9)
Para esta transformación del ethos será necesario esperar hasta el sermón de la
montaña.
He aquí, por ejemplo, otro pasaje, en el que el autor bíblico analiza el estado de
ánimo del hombre dominado por la concupiscencia de la carne:
«...el que se abrasa en el fuego de sus apetitos que no se apaga hasta que del todo le
consume; el hombre impúdico consigo mismo, que no cesará hasta que su fuego se
extinga; el hombre fornicario. a quien todo el pan es dulce, que no se cansará
mientras no muera: el hombre infiel a su propio lecho conyugal, que dice para sí:
"¿Quién me ve? La oscuridad me cerca y las paredes me ocultan, nadie me ve. ¿Qué
tengo que temer? El Altísimo no se da cuenta de mis pecados". Sólo teme los ojos de
los hombres. Y no sabe que los ojos del Señor son mil veces más claros que el sol y
que ven todos los caminos de los hombres y penetran hasta los lugares más
escondidos... Así también la mujer que engaña a su marido y de un extraño le da un
heredero» (Sir 23, 22-32).
La descripción bíblica del Sirácida (23, 22-32) comprende algunos elementos que
pueden ser considerados "clásicos" en el análisis de la concupiscencia carnal. Un
elemento de esta clase es, por ejemplo, el parangón entre la concupiscencia de la
carne y el fuego: éste, inflamándose en el hombre, invade sus sentidos, excita su
cuerpo, envuelve los sentimientos y en cierto sentido se adueña del "corazón". Esta
pasión, originada por la concupiscencia carnal. sofoca en el "corazón" la voz más
profunda de la conciencia, el sentido de responsabilidad ante Dios. Al sofocar la voz
de la conciencia, la pasión trae consigo inquietud de cuerpo y de sentidos: es la
inquietud del "hombre exterior". Cuando el hombre interior ha sido reducido al
silencio, la pasión. después de haber obtenido, por decirlo así, libertad de acción, se
manifiesta como tendencia insistente a la satisfacción de los sentidos y del cuerpo.
Esta satisfacción, según el criterio del hombre dominado por la pasión, debería
extinguir el fuego; pero, al contrario, no alcanza las fuentes de la paz interior y se
limita a tocar el nivel más exterior del individuo humano.Y aquí el autor bíblico
constata justamente que el hombre, cuya voluntad está empeñada en satisfacer los
sentidos, no encuentra sosiego, ni se encuentra a sí mismo, sino, al contrario, "se
consume". La pasión mira a la satisfacción; por esto embota la actividad reflexiva y
desatiende la voz de la conciencia; así, sin tener en sí principio alguno
indestructible, "se desgasta".Le resulta connatural el dinamismo del uso, que tiende a
agotarse.Es verdad que, donde la pasión se inserte en el conjunto de las más
profundas energías del espíritu, ella puede convertirse en fuerza creadora: pero en
este caso debe sufrir una transformación radical.
Cuando Cristo en el sermón de la montaña habla del hombre que "desea", que "mira
con deseo"...se refiere a cada uno de los hombres que, según la propia experiencia
interior, sabe lo que quiere decir "desear", "mirar con deseo".¿Es posible que alguno
de ellos no sepa de qué se trata? Si verdaderamente no supiese nada de ello, no le
atañería el contenido de las palabras de Cristo, ni habría análisis o descripción
alguna que se lo pudieran explicar. En cambio, si sabe —se trata efectivamente en
este caso de una ciencia totalmente interior, intrínseca al corazón y a la conciencia—
entenderá rápidamente que dichas palabras se refieren a él.
Durante la última reflexión nos preguntamos qué es el "deseo", del que hablaba
Cristo en el sermón de la montaña (Mt 5, 27-28). Recordemos que hablaba de él
refiriéndose al mandamiento "No cometerás adulterio". El mismo "desear"
(precisamente "mirar para desear") es definido un "adulterio cometido en el
corazón".Cristo, al expresarse de este modo, quería indicar a sus oyentes el
alejamiento del significado esponsalicio del cuerpo, que experimenta el hombre (en
este caso, el varón) cuando secunda a la concupiscencia de la carne con el acto
interior del "deseo". El alejamiento del significado esponsalicio del cuerpo
comporta, al mismo tiempo, un conflicto con su dignidad de persona: un auténtico
conflicto de conciencia.
Aparece así que el significado bíblico (por lo tanto, también teológico) del "deseo" es
diverso del puramente psicológico. El psicólogo describirá el "deseo" como una
orientación intensa hacia el objeto, a causa de su valor peculiar: en el caso aquí
considerado, por su valor "sexual". Sin embargo, la descripción bíblica, aún sin
infravalorar el aspecto psicológico, pone de relieve sobre todo el ético, dado que es
un valor que queda lesionado. El "deseo", diría, es el engaño del corazón humano en
relación a la perenne llamada del hombre y de la mujer —una llamada que fue
revelada en el misterio mismo de la creación— a la comunión a través de un don
recíproco.Cristo, hace referencia al "corazón" o al hombre interior, sus palabras no
dejan de estar cargadas de esa verdad acerca del "principio".
El "deseo" forma parte de la realidad del corazón humano. Cuando afirmamos que el
"deseo", con relación a la originaria atracción recíproca de la masculinidad y de la
feminidad, representa una "reducción", pensamos en una "reducción intencional",
como en una restricción que cierra el horizonte de la mente y del corazón. En efecto,
una cosa es tener conciencia de que el valor del sexo forma parte de toda la riqueza
de valores, con los que el ser femenino se presenta al varón, y otra cosa es "reducir"
toda la riqueza personal de la feminidad a ese único valor, es decir, al sexo, como
objeto idóneo para la satisfacción de la propia sexualidad.Por una parte, la eterna
atracción del hombre hacia la feminidad (cf. Gen 2, 23) libera en el —o quizá
debería liberar— una gama de deseos espirituales-carnales de naturaleza sobre todo
personal y "de comunión".
En el "mirar para desear", del que trata el sermón de la montaña, la mujer, para el
hombre que "mira" así, deja de existir como sujeto de la eterna atracción y comienza
a ser solamente objeto de concupiscencia carnal. A esto va unido el profundo
alejamiento interno del significado esponsalicio del cuerpo.
"Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a
una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5, 27-28).
Cuando Cristo habla del hombre que "mira para desear", no indica sólo la
dimensión de la intencionalidad de "mirar", por tanto del conocimiento
concupiscente...Detengámonos en la situación trazada por Cristo, subrayando que
se trata de un acto "puramente interior", escondido en el corazón y detenido en los
umbrales de la mirada.
Basta constatar que en este caso la mujer —la cual, a causa de la subjetividad
personal existe perennemente "para el hombre" esperando que también él, por el
mismo motivo, exista "para ella"— queda privada del significado de su atracción en
cuanto persona, la cual, aún siendo propia del "eterno femenino", se convierte, al
mismo tiempo, para el hombre solamente en objeto:esto es, comienza a existir
intencionalmente como objeto de potencial satisfacción de la necesidad sexual
inherente a su masculinidad. Aunque el acto sea totalmente interior, escondido en el
corazón y expresado sólo por la "mirada", en él se realiza ya un cambio
(subjetivamente unilateral) de la intencionalidad misma de la existencia.
Quiero concluir hoy el análisis de las palabras que pronunció Cristo, en el sermón de
la montaña, sobre el "adulterio" y sobre la "concupiscencia", y en particular de la
última frase del enunciado, en la que se define específicamente a la "concupiscencia
de la mirada" como "adulterio cometido en el corazón".
El adulterio "en el corazón" se comete no sólo porque el hombre "mira" de ese modo
a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira así a una mujer.
Incluso si mirase de este modo a la mujer que es su esposa cometería el mismo
adulterio "en el corazón".
Al delinear esta dimensión, Cristo permanece fiel a la ley. "No penséis que he venido
a abrogar la ley y los profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla" (Mt 5,
17).En consecuencia, demuestra cuánta necesidad tenemos de descender en
profundidad, cuánto necesitamos descubrir a fondo las interioridades del corazón
humano, a fin de que este corazón pueda llegar a ser un lugar de "cumplimiento" de
la ley.Hemos constatado anteriormente que la legislación del Antiguo Testamento,
aún cuando abundaba en castigos marcados por la severidad, sin embargo, no
contribuía "a dar cumplimiento a la ley", porque su casuística estaba contramarcada
por múltiples compromisos con la concupiscencia de la carne.En cambio, Cristo
enseña que el mandamiento se cumple a través de la "pureza de corazón", de la cual
no participa el hombre sino a precio de firmeza en relación con todo lo que tiene su
origen en la concupiscencia de la carne. Adquiere la pureza de corazón quien sabe
exigir coherentemente a su "corazón": a su "corazón" y a su "cuerpo".
Cristo no sólo confirma este significado esencial ético del mandamiento, sino que
tiende a consolidarlo en la misma profundidad de la persona humana. La nueva
dimensión del ethos está unida siempre con la revelación de esa profundidad que se
llama "corazón" y con su liberación de la "concupiscencia", de modo que en ese
corazón pueda resplandecer más plenamente el hombre: varón y mujer, en toda la
verdad del recíproco "para".Liberado de la constricción y de la disminución del
espíritu que lleva consigo la concupiscencia de la carne, el ser humano: varón y
mujer, se encuentra recíprocamente en la libertad del don que es la condición de toda
convivencia en la verdad, y, en particular, en la libertad del recíproco donarse.
Como es evidente, la exigencia, que en el sermón de la montaña propone Cristo a
todos sus oyentes actuales y potenciales, pertenece al espacio interior en que el
hombre —precisamente el que le escucha— debe descubrir de nuevo la plenitud
perdida de su humanidad y quererla recuperar. La vida humana, por su naturaleza,
es "coeducativa", y su dignidad, su equilibrio dependen, en cada momento de la
historia y en cada punto de longitud y latitud geográfica, de "quién" será ella para
él y él para ella.
Cristo dice: "Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el
que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5,
27-28).Esta llamada al corazón pone en claro la dimensión de la interioridad
humana, la dimensión del hombre interior, propia de la ética y más aún, de la
teología del cuerpo.El deseo (hace referencia al deseo reductivo ), que surge en el
ámbito de la concupiscencia de la carne, es al mismo tiempo una realidad interior y
teológica, que, en cierto modo, experimenta todo hombre "histórico"(actual).Y
precisamente este hombre —aún cuando no conozca las palabras de Cristo— debe
plantearse continuamente la pregunta acerca del propio "corazón".Las palabras de
Cristo hacen particularmente explícita esta pregunta: ¿Se acusa al corazón o se le
llama al bien?
Al mismo tiempo se presenta una segunda pregunta, más "práctica": ¿cómo "puede"
y "debe" actuar el hombre que acoge las palabras de Cristo en el sermón de la
montaña, el hombre que acepta el ethos del Evangelio y, en particular, lo acepta en
este campo?
Es preciso, darse cuenta del hecho de que la historia del ethos discurre por un cauce
multiforme, en el que cada una de las corrientes se acerca o se aleja mutuamente. El
hombre "histórico" valora siempre, a su modo, el propio "corazón", lo mismo que
juzga también el propio "cuerpo": y así pasa del polo del pesimismo al polo del
optimismo, de la severidad puritana al permisivismo contemporáneo.
"Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a
una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5, 27-28). Estas
palabras tienen un significado esencial para toda la teología del cuerpo, contenida
en la enseñanza de Cristo. Por tanto, justamente atribuimos gran importancia a su
correcta comprensión e interpretación. Ya constatamos en nuestra reflexión
precedente que la doctrina maniquea, en sus expresiones, tanto primitivas como
posteriores, está en contraste con estas palabras.
Dado que la acusación dirigida al mal de la concupiscencia es, al mismo tiempo, una
apelación a vencerlo, consiguientemente esta victoria debe unirse a un esfuerzo para
descubrir el valor auténtico del objeto, para que en el hombre, en su conciencia y en
su voluntad, no arraigue el "anti-valor" maniqueo.Si en las palabras analizadas del
sermón de la montaña el corazón humano es "acusado" de concupiscencia, a la vez,
mediante las mismas palabras está llamado a descubrir el sentido pleno de lo que en
el acto de concupiscencia constituye para él un "valor no bastante apreciado".
Maestros de la sospecha
Audiencia General del 29/10/1980
Últimamente hemos aclarado que las palabras ("Habéis oído que fue dicho: No
adulterarás. Pero yo os digo...Mt 5, 27-28) no pueden entenderse ni interpretarse en
clave maniquea. No contienen, en modo alguno, la condenación del cuerpo y de la
sexualidad. Encierran solamente una llamada a vencer la triple concupiscencia, y en
particular, la concupiscencia de la carne: lo que brota precisamente de la afirmación
de la dignidad personal del cuerpo y de la sexualidad, y únicamente ratifica esta
afirmación.
Resumiendo, se puede decir que las palabras de Cristo según Mateo 5, 27-28 no nos
permiten detenernos en la acusación al corazón humano y ponerlo en estado de
continua sospecha, sino que deben ser entendidas e interpretadas como una llamada
dirigida al corazón. Esto deriva de la naturaleza misma del "ethos" de la redención.
Sobre el fundamento de este misterio, al que San Pablo (Rom 8, 23) define
"redención del cuerpo", sobre el fundamento de la realidad llamada "redención" y, en
consecuencia, sobre el fundamento del ethos de la redención del cuerpo, no podemos
detenernos solamente en la acusación al corazón humano, basándonos en el deseo
(reductivo) y en la concupiscencia de la carne (lujuria). El hombre no puede
detenerse poniendo al "corazón" en estado de continua e irreversible sospecha a
causa de las manifestaciones de la concupiscencia de la carne y de la libido que,
entre otras cosas, un sicoanalista pone de relieve mediante el análisis del
subconsciente.La redención es una verdad, una realidad, en cuyo nombre debe
sentirse llamado el hombre, y "llamado con eficacia". El hombre debe sentirse
llamado a descubrir, más aún, a realizar el significado esponsalicio del cuerpo y a
expresar de este modo la libertad interior del don, de ese estado y de esa fuerza
espirituales que se derivan del dominio de la concupiscencia de la carne.
El hombre está llamado a esto por la palabra del Evangelio, por lo tanto, desde "el
exterior" pero, al mismo tiempo, está llamado también desde el "interior".Si el
oyente permite que esas palabras actúen en él, podrá oír al mismo tiempo en su
interior algo así como el eco de ese "principio", de ese buen "principio" al que
Cristo se refirió una vez más, para recordar a sus oyentes quién es el hombre,
quién es la mujer, y quiénes son recíprocamente el uno para el otro en la obra de la
creación.Las palabras que Cristo pronunció en el sermón de la montaña no son una
llamada lanzada al vacío. No van dirigidas al hombre totalmente comprometido en la
concupiscencia de la carne, incapaz de buscar otra forma de relaciones recíprocas
en el ámbito de la atracción perenne, que acompaña la historia del hombre y de la
mujer precisamente "desde el principio". Las palabras de Cristo dan testimonio de
que la fuerza originaria (por tanto, también la gracia) del misterio de la creación se
convierte para cada uno de ellos en fuerza del misterio de la redención. Esto se
refiere a la misma naturaleza, al mismo substrato de la humanidad de la persona, a
los impulsos más profundos del "corazón" .
Ethos y Eros
Audiencia General del 5/11/1980
Se describe el entendimiento que el mundo en general tiene del eros y de lo erótico.
Juan Pablo II invita a ampliar su significado de modo que también podamos ver,
como Platón, que también está relacionado con lo verdadero, bueno y bello. Termina
hablando de cómo el ETHOS está llamado a ordenar el EROS en aras de proteger el
verdadero amor y liberarlo.
El término "eros", además de ser nombre propio del personaje mitológico, tiene en
los escritos de Platón un significado filosófico, que parece ser diferente del
significado común e incluso del que ordinariamente se le atribuye en la literatura.
Obviamente, debemos tomar aquí en consideración la amplia gama de significados,
que se diferencian entre sí por ciertos matices, en lo que se refiere tanto al personaje
mitológico, como al contenido filosófico, como al punto de vista "somático" o
"sexual". Teniendo en cuenta una gama tan amplia de significados, conviene valorar,
de modo también diferenciado, lo que está en relación con el "eros" y se define como
"erótico".
Según Platón, el "eros" representa la fuerza interior, que arrastra al hombre hacia
todo lo que es bueno, verdadero y bello. Esta "atracción" indica, en tal caso, la
intensidad de un acto subjetivo del espíritu humano. En cambio, en el significado
común —como también en la literatura—, esta "atracción" parece ser ante todo de
naturaleza sexual. Suscita la recíproca tendencia de ambos, del hombre y de la
mujer,, al acercamiento, a la unión de los cuerpos, a esa unión de la que habla el
Génesis 2, 24. Se trata aquí de responder a la pregunta de si el "eros" connote el
mismo significado que tiene en la narración bíblica, que indudablemente atestigua la
recíproca atracción y la llamada perenne de la persona humana —a través de la
masculinidad y la feminidad— a esa "unidad en la carne" que, al mismo tiempo, debe
realizar la unión-comunión de las personas.Precisamente por esta interpretación del
"eros" adquiere importancia fundamental también el modo en que entendamos la
"concupiscencia", de la que se habla en el sermón de la montaña.
Al querer definir la relación del enunciado del sermón de la montaña con la amplia
esfera de los fenómenos "eróticos", de esas acciones y de esos comportamientos
recíprocos mediante los cuales el hombre y la mujer se acercan y se unen hasta
formar "una sola carne" (cf. Gen 2, 24), es necesario tener en cuenta la multiplicidad
de matices semánticos del "eros".Efectivamente, parece posible que en el ámbito del
concepto de "eros" —teniendo en cuenta su significado platónico— se encuentre el
puesto para ese ethos, para esos contenidos éticos e indirectamente también
teológicos, los cuales, en el curso de nuestros análisis, han sido puestos de relieve
por la llamada de Cristo al "corazón" humano en el sermón de la montaña.
Si admitimos que el "eros" significa la fuerza interior que "atrae" al hombre hacia
la verdad, el bien y la belleza, entonces en el ámbito de este concepto se ve también
abrirse el camino hacia lo que Cristo quiso expresar en el sermón de la montaña.
Esta afirmación es muy importante para el ethos y al mismo tiempo para la ética.Y
muy frecuentemente nos contentamos sólo con esta comprensión, sin tratar de
descubrir los valores realmente profundos y esenciales que esta prohibición protege;
es decir, asegura. No sólo los protege, sino que los hace también accesibles y los
libera si aprendemos a abrir nuestro "corazón" hacia ellos.
Las palabras de Cristo son rigurosas. Exigen al hombre que, en el ámbito en que se
forman las relaciones con las personas del otro sexo, tenga plena y profunda
conciencia de los propios actos y, sobre todo, de los actos interiores. Las palabras de
Cristo exigen al hombre exterior, que sepa ser verdaderamente hombre interior; sepa
ser el auténtico señor de los propios impulsos íntimos, como guardián que vigila una
fuente oculta; y finalmente, sepa sacar de todos esos impulsos lo que es conveniente
para la "pureza del corazón".
En este contexto, el Apóstol habla de los gemidos de "toda la creación" que "abriga
la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción,
para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Rom 8, 20-21).Para
esta situación es significativa la aspiración que —juntamente con la "adopción de
hijos" (Rom 8, 23)— tiende precisamente a la "redención del cuerpo", presentada
como el fin, como el fruto escatológico y maduro del misterio de la redención del
hombre y del mundo, realizada por Cristo.
(...) vemos que en el "corazón" humano es sobre todo objeto de una llamada y no de
una acusación.El camino de la llamada a la pureza del corazón, tal como fue
expresada en el sermón de la montaña, es en todo caso reminiscencia de la soledad
originaria, de la que fue liberado el hombre-varón mediante la apertura al otro ser
humano a la mujer. La pureza de corazón se explica en fin de cuentas, con la relación
hacia el otro sujeto, que es originariamente y perennemente "conllamado".
La pureza es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad interior en el
"corazón" del hombre.
El referido enunciado (Mt 15, 18-20) es importante sobre todo por razones
semánticas. Al hablar de la pureza en sentido moral,de la virtud de la pureza, nos
servimos de una analogía, según la cual el mal moral se compara precisamente con
la inmundicia. Ciertamente esta analogía ha entrado a formar parte, desde los
tiempos más remotos, del ámbito de los conceptos éticos. Cristo la vuelve a tomar y
la confirma en toda su extensión: "Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso
hace impuro al hombre". Aquí Cristo habla de todo mal moral, de todo pecado; esto
es, de transgresiones de los diversos mandamientos, y enumera "los malos
pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos
testimonios, las blasfemias", sin limitarse a un específico género de pecado.El
enunciado de Mateo 15, 18-20 no restringe la pureza a un sector único de la moral, o
sea, al conectado con el mandamiento "No adulterarás" y "No desearás la mujer de
tu prójimo", es decir, a lo que se refiere a las relaciones recíprocas entre el hombre y
la mujer, ligadas al cuerpo y a la relativa concupiscencia.
El significado más amplio y general de la pureza está presente también en las Cartas
de San Pablo, en las que gradualmente individuaremos los contextos que, de modo
explícito, restringen el significado de la pureza al ámbito "somático" y "sexual",a ese
significado que podemos tomar de las palabras pronunciadas por Cristo en el
sermón de la montaña sobre la concupiscencia, que se expresa ya en el "mirar a la
mujer" y se equipara a un "adulterio cometido en el corazón". San Pablo pone de
relieve en el cristiano otra contradicción: la oposición y juntamente la tensión entre
la "carne" y el "Espíritu" (el Espíritu Santo): "Os digo pues: andad en Espíritu y no
deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias
contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne,
pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis" (Gál 5, 16-17).
De aquí se sigue que la vida "según la carne" está en oposición a la vida "según el
Espíritu". "Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según
el Espíritu sienten las cosas espirituales" (Rom 8, 5).
En los análisis sucesivos trataremos de mostrar que la pureza —la pureza de
corazón, de la que habló Cristo en el sermón de la montaña— se realiza
precisamente en la "vida según el Espíritu"
Dale clic y disfrutá: El nuevo significado de la pureza
"La carne tiene deseos contrarios a los del Espíritu, y el Espíritu tiene deseos
contrarios a las de la carne". Queremos profundizar hoy en estas palabras de San
Pablo tomadas de la Carta a los Gálatas (5, 17), con las que la anteriormente
terminamos nuestras reflexiones sobre el justo significado de la pureza. Pablo piensa
en la tensión que existe en el interior del hombre, precisamente en su "corazón".No
se trata aquí solamente del cuerpo (la materia) y del espíritu (el alma) como de dos
componentes antropológicos esencialmente diversos, que constituyen desde el
"principio" la esencia misma del hombre. Pero se presupone esa disposición de
fuerzas que se forman en el hombre con el pecado original y de las que participa
todo hombre "histórico".En esta disposición, que se forma en el interior del hombre,
el cuerpo se contrapone al espíritu y fácilmente domina sobre él. La terminología
paulina, sin embargo, significa algo más: aquí el predominio de la "carne" parece
coincidir casi con la que, según la terminología de San Juan, es la triple
concupiscencia que "viene del mundo". La "carne", en el lenguaje de las Cartas de
San Pablo , indica no sólo al hombre "exterior", sino también al hombre
"interiormente" sometido al "mundo" , en cierto sentido, cerrado en el ámbito de
esos valores que sólo pertenecen al mundo y de esos fines que es capaz de imponer al
hombre: valores, por tanto, a los que el hombre, en cuanto "carne", es precisamente
sensible.Así, el lenguaje de Pablo parece enlazarse con los contenidos esenciales de
Juan, y el lenguaje de ambos denota lo que se define por diversos términos de la
ética y de la antropología contemporáneas, como por ejemplo: "autarquía
humanística", "secularismo", o también, con un significado general, "sensualismo".
El hombre que vive "según la carne" es el hombre dispuesto solamente a lo que
viene "del mundo": es el hombre de los "sentidos", el hombre de la triple
concupiscencia. Lo confirman sus acciones
Este hombre vive casi en el polo opuesto respecto a lo que "quiere el Espíritu". El
Espíritu de Dios quiere una realidad diversa de la que quiere la carne, desea una
realidad diversa de la que desea la carne, y esto ya en el interior del hombre, como
en la fuente interior de las aspiraciones y de las acciones del hombre, "de manera
que no hagáis lo que queréis" (Gál 5, 17).
Pablo expresa esto de modo todavía más explícito, al escribir en otro lugar del mal
que hace, aunque no lo quiera, y de la imposibilidad —o más bien, de la posibilidad
limitada— de realizar el bien que "quiere" (Rom 7, 19).Se manifiesta en su corazón
como "combate" entre el bien y el mal.Al mismo tiempo, ese deseo nos permite
comprobar cómo en el interior del hombre la vida "según la carne" se opone a la
vida "según el espíritu" y cómo esta última, en la situación actual del hombre, dado
su estado pecaminoso hereditario, está constantemente expuesta a la debilidad e
insuficiencia de la primera, a la que cede con frecuencia, si no se refuerza en el
interior para hacer precisamente lo "que quiere el Espíritu".
"Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el Espíritu
sienten las cosas espirituales. Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito
del Espíritu es vida y paz.Por lo cual el apetito de la carne es enemistad con Dios y
no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de Dios.Y en esta perspectiva escatológica,
San Pablo pone de relieve la "justificación" en Cristo, destinada ya al hombre
"histórico", a todo hombre de "ayer, de hoy y de mañana" de la historia del mundo y
también de la historia de la salvación: justificación que es esencial para el hombre
interior, y está destinada precisamente a ese "corazón" al que Cristo se ha referido,
hablando de la "pureza" y de la "impureza" en sentido moral.
Hemos observado que entre los frutos del Espíritu el Apóstol pone también el
"dominio de sí". Es necesario no olvidarlo, porque en las reflexiones ulteriores
reanudaremos este tema para tratarlo de modo más detallado.
¿Qué significa la afirmación: "La carne tiene deseos contrarios a los del Espíritu, y
el Espíritu tiene deseos contrarios a las de la carne"?(Gál 5, 17).Esta pregunta
parece importante y fundamental en nuestras reflexiones sobre la pureza de corazón.
El autor de la Carta a los Gálatas abre ante nosotros,horizontes todavía más
amplios.En esta contraposición de la “carne” al Espíritu (Espíritu de Dios), y de la
vida “según la carne” a la vida “según el Espíritu”, está contenida la teología
paulina acerca de la justificación, esto es, la expresión de la fe en el realismo
antropológico y ético de la redención realizada por Cristo, a la que Pablo llama
también “redención del cuerpo”.Según la Carta a los Romanos 8, 23, la “redención
del cuerpo” tiene también una dimensión “cósmica” (que se refiere a toda la
creación), pero en el centro de ella está el hombre: el hombre constituido en la
unidad personal del espíritu y del cuerpo. Y precisamente en este hombre, en su
“corazón”, y consiguientemente en todo su comportamiento, fructifica la redención
de Cristo, gracias a esas fuerzas del Espíritu que realizan la “justificación”, hacen
realmente que la justicia “ abunde “ en el hombre...
Resulta significativo que Pablo, al hablar de las “obras de la carne” (Gál 5, 11-21),
menciona no sólo “fornicación, impureza, lascivia..., embriagueces, orgías” —por lo
tanto, todo lo que, según un modo objetivo de entender, reviste el carácter de los
“pecados carnales” y del placer sexual ligado con la carne—, sino que nombra
también otros pecados, a los que no estaríamos inclinados a atribuir un carácter
también “carnal” y “sensual”: “idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras,
rencillas, disensiones, divisiones, envidias...” (Gál 5, 20-21). De acuerdo con
nuestras categorías antropológicas (y éticas) nos sentiríamos propensos, más bien, a
llamar a todas las obras enunciadas aquí “pecados del espíritu” humano, antes que
pecados de la “carne”. No sin motivo habremos podido entrever en ellas más bien
los efectos de la “concupiscencia de los ojos” o de la “soberbia de la vida”, y no los
efectos de la “concupiscencia de la carne”. Sin embargo, Pablo las califica como
“obras de la carne”.Esto se entiende exclusivamente sobre el fondo de ese
significado más amplio, que en las Cartas paulinas asume el término “carne”,
contrapuesto no sólo y no tanto al “espíritu” humano, cuanto al Espíritu Santo que
actúa en el alma (en el espíritu) del hombre.
Todos los pecados son expresión de la “vida según la carne”, que se contrapone a
la “vida según el Espíritu”.
Pablo, cuando habla de la necesidad de hacer morir a las obras del cuerpo con la
ayuda del Espíritu, expresa precisamente aquello de lo que Cristo habló en el sermón
de la montaña, haciendo una llamada al corazón humano y exhortándolo al
dominio de los deseos, también de los que se expresan con la “mirada” del hombre
dirigida hacia la mujer, a fin de satisfacer la concupiscencia de la carne.Esta
superación, o sea, como escribe Pablo, el “hacer morir las obras del cuerpo con la
ayuda del Espíritu”, es condición indispensable de la “vida según el Espíritu”, de la
“vida” que es antítesis de la “muerte”, de las que se habla en el mismo contexto. La
vida 'según la carne”, tiene como fruto la “muerte”, lleva consigo como efecto la
“muerte” del Espíritu.
San Pablo escribe en la Carta a los Gálatas: "Vosotros, hermanos, habéis sido
llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a
la carne, antes servíos unos a otros por la caridad. Porque toda la ley se resume en
este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gál 5, 13-14).
En otras palabras: Pablo nos pone en guardia contra la posibilidad de hacer mal uso
de la libertad, un uso que contraste con la liberación del espíritu humano realizada
por Cristo y que contradiga a esa libertad con la que "Cristo nos ha liberado". En
efecto, Cristo ha realizado y manifestado la libertad que encuentra la plenitud en la
caridad, la libertad, gracias a la cual estamos "los unos al servicio de los otros"...La
antítesis y, de algún modo, la negación de este uso de la libertad tiene lugar cuando
la libertad viene a ser una fuente de "obras" y de "vida" según la carne. Deja de ser
la libertad auténtica, para la cual "Cristo nos ha liberado", y se convierte en "un
pretexto para vivir según la carne", fuente (o bien instrumento) de un "yugo"
-esclavitud - específico por parte de la soberbia de la vida, de la concupiscencia de
los ojos y de la concupiscencia de la carne.Quien de este modo vive "según la carne",
se sujeta -aunque de modo no del todo consciente, sin embargo, efectivo- a la triple
concupiscencia, y en particular a la concupiscencia de la carne, deja de ser capaz de
esa libertad para la que "Cristo nos ha liberado"; deja también de ser idóneo para el
verdadero don de sí, que es fruto y expresión de esta libertad. Además, deja de ser
capaz de ese don que está orgánicamente ligado con el significado esponsalicio del
cuerpo humano…
En los pasajes de la Carta a los Gálatas, el Apóstol enumera en el primer lugar entre
las "obras de la carne": "fornicación, impureza, libertinaje"; sin embargo, a
continuación, cuando contrapone a estas obras el "fruto del Espíritu", no habla
directamente de la "pureza", sino que solamente nombra el "dominio de sí", la
enkráteia. Este "dominio" se puede reconocer como virtud que se refiere a la
continencia en el ámbito de todos los deseos de los sentidos, sobre todo en la esfera
sexual; por lo tanto, está en contraposición con la "fornicación, con la impureza, con
el libertinaje", y también con la "embriaguez", con las "orgías"...Sin embargo, Pablo,
ciertamente, no se sirve, en su texto, de este sistema. Dado que por "pureza" se debe
entender el justo modo de tratar la esfera sexual, según el estado personal (y no
necesariamente una abstención absoluta de la vida sexual)
Pero ya en la primera Carta a los Tesalonicenses, Pablo escribe sobre este tema de
modo explícito e inequívoco: "La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os
abstengáis de la fornicación; que cada uno sepa mantener el propio cuerpo en
santidad y honor, no como objeto de pasión libidinosa, como los gentiles, que no
conocen a Dios" (1 Tes 4, 3-5).Y luego: "Que no nos llamó Dios a la impureza, sino a
la santidad. Por tanto, quien estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino
a Dios, que os dio su Espíritu Santo" (1 Tes 4, 7-8).
«Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» Mateo 5,8
2.La pureza, de la que habla Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5.
7-8), se manifiesta en el hecho de que el hombre “sepa mantener el propio cuerpo en
santidad y respeto, no con afecto libidinoso”. En esta formulación cada palabra tiene
un significado particular y, por lo tanto, merece un comentario adecuado.
3. El texto de la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) demuestra que la virtud
de la pureza, en la concepción de Pablo, consiste también en el dominio y en la
superación de “pasiones libidinosas”; esto quiere decir que pertenece
necesariamente a su naturaleza la capacidad de contener los impulsos del deseo
sensible, es decir, la virtud de la templanza. Pero, a la vez, el mismo texto paulino
dirige nuestra atención hacia otra función de la virtud de la pureza, hacia otra
dimensión suya —podría decirse— más positiva que negativa.
4. El autor de la primera Carta a los Corintios 12, 18-25 tiene ante los ojos el cuerpo
humano en toda su verdad; por lo tanto, el cuerpo impregnado, ante todo (si así se
puede decir) por la realidad entera de la persona y de su dignidad. Es, al mismo
tiempo, el cuerpo del hombre «histórico», varón y mujer, esto es, de ese hombre que,
después del pecado, fue concebido, por decirlo así, dentro y por la realidad del
hombre que había tenido la experiencia de la inocencia originaria...Nos parece
encontrar el testimonio de la misma vergüenza que experimentaron los primeros
seres humanos, varón y mujer, después del pecado original. Esta vergüenza quedó
impresa en ellos y en todas las generaciones del hombre «histórico», como fruto de
la triple concupiscencia (con referencia especial a la concupiscencia de la carne). Y,
al mismo tiempo, en esta vergüenza -como ya se puso de relieve en los análisis
precedentes- quedó impreso un cierto «eco» de la misma inocencia originaria del
hombre: como un «negativo» de la imagen, cuyo «positivo» había sido
precisamente la inocencia originaria.
Lo que resulta de las palabras de la primera Carta a los Corintios (6, 15-17) acerca
de la enseñanza de Pablo sobre la virtud de la pureza como realización de la vida
"según el Espíritu", es de una profundidad particular y tiene la fuerza del realismo
sobrenatural de la fe.
2. Siguiendo la referencia al "principio", hecha por Cristo, hemos dedicado una serie
de reflexiones a los textos relativos del libro del Génesis, que tratan precisamente de
ese "principio". De los análisis hechos ha surgido no sólo una imagen de la situación
del hombre —varón y mujer— en el estado de inocencia originaria, sino también la
base teológica de la verdad del hombre y de su particular vocación que brota del
misterio eterno de la persona: imagen de Dios, encarnada en el hecho visible y
corpóreo de la masculinidad o feminidad de la persona humana.Esta verdad está en
la base de la respuesta dada por Cristo en relación al carácter del matrimonio, y en
particular a su indisolubilidad. Es la verdad sobre el hombre, verdad que hunde sus
raíces en el estado de inocencia originaria, verdad que es necesario entender, por
tanto, en el contexto de la situación anterior al pecado, tal como hemos tratado de
hacer en el ciclo precedente de nuestras reflexiones.
Soy mi cuerpo
Audiencia General del 8/04/1981
1. Nos conviene concluir ya las reflexiones y los análisis basados en las palabras
pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña, con las cuales apeló al corazón
humano, exhortándole a la pureza: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero
yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su
corazón” (Mt 5, 27-28). hemos dicho repetidas veces que estas palabras,
pronunciadas una vez a los determinados oyentes de ese sermón, se refieren al
hombre de todo tiempo y lugar, y apelan al corazón humano, en el que se inscribe la
más íntima y, en cierto sentido, la más esencial trama de la historia. Es la historia
del bien y del mal.
4. Precisamente aquí aparece claro que la teología del cuerpo, cual nace de esos
textos-clave de las palabras de Cristo, se convierte en el método fundamental de la
pedagogía, o sea, de la educación del hombre desde el punto de vista del cuerpo, en
la plena consideración de su masculinidad y feminidad. Esa pedagogía puede ser
entendida bajo el aspecto de una específica “espiritualidad del cuerpo”;
efectivamente, el cuerpo, en su masculinidad o feminidad, es dado al espíritu humano
(lo que de modo estupendo ha sido expresado por San Pablo en el lenguaje que le es
propio) y por medio de una adecuada madurez del espíritu se convierte también él en
signo de la persona..El conocimiento puramente “biológico” de las funciones del
cuerpo como organismo, unidas con la masculinidad y feminidad de la persona
humana, es capaz de ayudar a descubrir el auténtico significado esponsalicio del
cuerpo, solamente si va unido a una adecuada madurez espiritual de la persona
humana.
El cuerpo,obra de arte
Audiencia General del 15/04/1981
2. Es obvio que en las obras de arte, así como en los productos de la reproducción
artística audiovisual, la citada constante destinación al don, es decir, esa profunda
inscripción del significado del cuerpo humano, puede ser violada sólo en el orden
intencional de la reproducción y de la representación; se trata en efecto —como ya se
ha dicho precedentemente— del cuerpo humano como modelo o tema. Sin embargo,
si el sentido de la vergüenza y la sensibilidad personal quedan en tales casos
ofendidos, ello acaece a causa de su transferencia a la *dimensión de la
“comunicación social”* …
En este punto no es posible estar de acuerdo con los representantes del así llamado
naturalismo, los cuales creen tener derecho a “todo lo que es humano”, en las obras
de arte y en los productos de la reproducción artística, afirmando que actúan de este
modo en nombre de la verdad realista sobre el hombre.Precisamente es esta verdad
sobre el hombre —la verdad entera sobre el hombre— la que exige tomar en
consideración tanto el sentido de la intimidad del cuerpo como la coherencia del don
vinculado a la masculinidad y feminidad del cuerpo mismo, en el que se refleja el
misterio del hombre, precisamente de la estructura interior de la persona. Esta
verdad sobre el hombre debe tomarse en consideración también en el orden artístico,
si queremos hablar de realismo pleno.
Y por eso parece que la reflexión sobre estos problemas, importantes para “crear un
clima favorable a la educación de la castidad», constituye un anexo indispensable a
todos los análisis anteriores que hemos dedicado a este tema.
2. Y aquí volvemos una vez más al problema señalado ya anteriormente: si, y en qué
medida, el cuerpo humano, en toda la visible verdad de su masculinidad y feminidad,
puede ser un tema de la obra de arte y, por esto mismo, un tema de esa específica
“comunicación” social, a la que tal obra está destinada. Esta pregunta se refiere
todavía más a la cultura contemporánea de masas, ligada a las técnicas
audiovisuales. ¿Puede el cuerpo humano ser este modelo-tema, dado que nosotros
sabemos que con esto está unida esa objetividad “sin opción” que antes hemos
llamado “anonimato”, y que parece comportar una grave, potencial amenaza de
toda la esfera de los significados propia del cuerpo del hombre y de la mujer, a causa
del carácter personal del sujeto humano y del carácter de “comunión” de las
relaciones interpersonales?
Se puede añadir ahora que las expresiones “pornografía” o “pornovisión” —a pesar
de su antigua etimología— han aparecido relativamente tarde en el lenguaje. La
terminología tradicional latina se servía del vocablo ob-scaena, indicando de este
modo todo lo que no debe ponerse ante los ojos de los espectadores, lo que debe
estar rodeado de discreción conveniente, lo que *no puede presentarse a la mirada
humana sin opción alguna.*
Es sabido que a través de todos estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible
al espectador, como al oyente o al lector, la misma intencionalidad fundamental...Y
esto está contra la dignidad del hombre también en el orden intencional del arte y de
la reproducción.
Conviene ahora que volvamos de nuevo a las palabras del Evangelio, en las que
Cristo hace referencia a la resurrección: palabras que tienen una importancia
fundamental para entender el matrimonio en el sentido cristiano y también «la
renuncia” a la vida conyugal “por el reino de los cielos”.
Junto a los otros dos importantes coloquios, esto es: aquel en el que Cristo hace
referencia al “principio” ( Mt 19, 3-9; Mc 10, 2-12), y el otro en el que apela a la
intimidad del hombre (al “corazón”), señalando al deseo y a la concupiscencia de la
carne como fuente del pecado ( Mt 5, 27-32), el coloquio que ahora nos proponemos
someter a análisis, constituye, diría, el tercer miembro del tríptico de las
enunciaciones de Cristo mismo: tríptico de palabras esenciales y constitutivas para
la teología del cuerpo. En este coloquio Jesús alude a la resurrección, descubriendo
así una dimensión completamente nueva del misterio del hombre.
4.Así, pues, al hablar de la futura resurrección de los cuerpos, Cristo hace referencia
al poder mismo de Dios viviente. Consideraremos de modo más detallado este tema.
El cuerpo glorioso
Audiencia General del 00/11/1981