La Dramaturgia Del Actor
La Dramaturgia Del Actor
La Dramaturgia Del Actor
El teatro no es un género literario. Esta afirmación, que hace algunos años resultó -en
un seminario en Caracas- polémica y hasta escandalosa, es hoy un punto de partida
en los estudios de semiótica teatral1. Dentro de este orden de cosas se dice que el teatro
no es ni más ni menos que el momento efímero en el cual se produce una relación entre
actores y espectadores2.
Lo que solemos llamar una obra o una pieza teatral hace, naturalmente, parte de la
literatura y hasta podemos hablar de un género dramático dialogado, o como se lo quiera
llamar, siempre y cuando no lo confundamos con el espectáculo. Ya el famoso
comediante italiano Angelo Beoclo, llamado Ruzzange (siglo XVI) estableció esta
diferencia con entusiasmo: "Os juro por Hércules y Apolo que mis comedias fueron
dichas de manera muy distinta a como aparecen ahora impresas, por la sencilla razón
de que muchas cosas que se ven bien en el papel se ven mal en escena”. Según
Gasparde Porres, editor "Lope (de Vega) nunca las hizo (las comedias) para imprimirlas
y el mismo Lope advierte que las compuso para hablarlas en escena y no para leídas
en los aposentos".
EL "GENOTEXTO"
La inventora del término es Julia Kristeva, la conocida semióloga francesa. Por tal
término ella entiende la matriz, configurada por una gran variedad de textos, literarios o
no, donde se gesta un texto literario. Pues bien, el genotexto de un texto escrito para el
INTERPRETACIÓN E IMPROVISACIÓN
Es posible que tal ideología jurídica o religiosa tenga que ver con el origen de esa
extrañísima idea. Parece, sin embargo, que la división del trabajo que precede y sigue
a la Revolución Industrial, aquella que ordena las relaciones de producción como
relaciones entre los que conciben y los que ejecutan, ejerció una decisiva influencia. De
todos modos, como anota Ferdinando Taviani en el artículo citado, las razones para la
implantación de la dichosa idea constituyen "una historia confusa e incluso ignorada"
pero la idea misma no puede ser considerada como un dogma teatral y el uso que de
ella se hace "no es el único posible ni el más justo"5. Contra esta idea de que el montaje
es una
traducción o una interpretación del texto, se pronuncia con gran claridad, Anne
Ubersfeld6: "Vemos como, desde un simple punto de vista teórico, el enunciado, en un
texto de teatro, si bien tienen significación, no tiene todavía sentido. Adquiere sentido
en cuanto deviene discurso, cuando vemos cómo se produce, por quién y para qué es
3 Ob. cit.
4 La improvisación en la commedia dell' Arte testimonios, articulo de Ferdinando Taviani aparecido en
"Quehacer teatral"#1.
5 Ob. cit.
6 Ob. cit.
producido, en qué lugar y en qué circunstancia. Vemos cómo, para pasar del texto de
teatro (diálogo) a texto representado, no se puede hablar de traducción ni interpretación,
sino de producción de sentido".
Ahora bien, si el texto escrito no es ni más ni menos que uno de los lenguajes del texto
del espectáculo (el cual establece una organicidad discursiva con los otros textos o
lenguajes no verbales), el concepto de dramaturgia no debe reducirse a los textos
escritos para el teatro.
Partiendo de los tipos (Arlequín, El Capitán, Pantaleón, etc.), los actores escogían un
argumento (los argumentos de la narrativa de aquella época, en Italia, abundaban en
truculentas intrigas amorosas) y a partir del argumento elaboraron un canovaccio, algo
como lo que hoy, en lenguaje cinematográfico, conocemos como guión. Este guión no
era la simple organización en acciones de las intrigas del cuento. Por el contrario, el
guión era la conversión de la materia significante narrativa en materia significante teatral
y, aunque no se lo plantearon en estos términos, los cómicos italianos eran bien
conscientes de la diferencia existente entre las dos materias o sustancias8.
El guión se valía del argumento para mostrar lo que era propio del teatro en el concepto
de ellos: la satisfacción tan inmediata como fuera posible y por cualquier medio de los
impulsos amorosos y eróticos y el espíritu vivaz, la agudeza y la falta de escrúpulos de
los criados, incluso la superioridad de escrúpulos de los criados, incluso la superioridad
Se suele reducir la creación colectiva al proceso de la elaboración del texto por los
actores y oponerla al teatro de autor. La elaboración del texto por los actores, que es
una posibilidad eventual y en ocasiones positiva de creación colectiva, no define a esta
última en absoluto. Es más, la escritura del texto (tarea profundamente relacionada con
la práctica literaria) no es, precisamente, función del actor. Su participación dramatúrgica
es en la escritura del discurso del espectáculo durante el proceso de montaje. Puede
darse (y ha habido casos extraordinarios) el actor-autor pero es preciso evitar, al
respecto, cualquier confusión. Dentro del proceso de producción dramatúrgica hay dos
etapas y dos discursos: la etapa de escritura del texto verbal y la etapa de escritura del
texto del espectáculo (algunos prefieren llamar a este último texto partitura para mejor
incluir en él los lenguajes no verbales). El actor (y és el caso de Molière) puede participar
en las dos a condición de que no las confunda: pero la creación colectiva, que funciona
La reconquista de la dramaturgia del actor (con el rigor y las precisiones que hemos
exigido antes) es, por lo tanto -pensamos-, una condición indispensable para la creación
de una dramaturgia nacional y latinoamericana y para la renovación del teatro en
general, para salvarlo de ese síndrome mortal que son las repeticiones multinacionales
de un éxito. No se trata de cambiar los resultados sino de una revolución en la materia
del quehacer teatral que permita los errores, los fracasos y los tanteos que todo nuevo
modo de producir sentido debe necesariamente afrontar para expresar una nueva época
y una nueva vida.
La tarea de una dramaturgia que quiera ponerse a la altura de esa literatura no es sólo
tarea de unos escritores de teatro. Es tarea del teatro todo y, sobre todo, es tarea de los
actores porque ellos son el teatro, siempre y cuando no se dejen reducir a la condición
de virtuosos intérpretes de concepciones que de una u otra manera les son impuestas.
Para ello es necesario pasar de la condición de histrión a la condición de actor, de la
condición de intérprete a la de creador que tiene el derecho y el deber de intervenir
(metodológicamente) en todos los niveles y aspectos del proceso de producción del
discurso del espectáculo y en las relaciones de éste con el público.
Admitimos que esto en teoría aparece relativamente sencillo pero en la práctica (además
de requerir condiciones especiales de trabajo) es azaroso y extremadamente complejo
como, por otra parte, ocurre con cualquier empeño de transformación de sentido.
[En TEATRO/CELCIT. Revista de teatrología, técnicas y reflexión sobre la práctica teatral iberoamericana.
Buenos Aires, Argentina. # 5, año 4, 1995.]