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ULTIMA DÉCADA N°44, PROYECTO JUVENTUDES, JULIO 2016, PP. 11-38.

LOS JÓVENES ESPAÑOLES ENTRE LA


INDIGNACIÓN Y LA DESAFECCIÓN
POLÍTICA: UNA INTERPRETACIÓN DESDE
LAS IDENTIDADES CIUDADANAS
MARÍA LUZ MORÁN*
JORGE BENEDICTO**

RESUMEN

Este trabajo analiza la reciente evolución de la implicación política de los


jóvenes españoles desde la perspectiva de las identidades ciudadanas, consi-
derando que su desafección y activismo son manifestaciones extremas de un
complejo proceso dominado por sentimientos de injusticia e indignación.
Empleando una metodología cualitativa, se muestra cómo surgen nuevas vías
de expresión y ejercicio de la condición ciudadana en las que lo colectivo se
re-define como un encuentro de singularidades, y las emociones se convierten
en el motor de la acción.

PALABRAS CLAVE: JUVENTUD, IMPLICACIÓN POLÍTICA, CULTURAS POLÍTICAS

* Doctora en Sociología. Catedrática de Sociología. Departamento de


Sociología I. Universidad Complutense de Madrid. España.
E-Mail: [email protected].
** Doctor en Sociología. Catedrático de Sociología. Departamento de
Sociología I. Universidad Complutense de Madrid. España.
E-Mail: [email protected].
Este texto forma parte del trabajo realizado dentro del Proyecto de In-
vestigación «¿Redefiniendo la ciudadanía? El impacto de la crisis so-
cioeconómica en las bases de legitimación del Estado de bienestar», fi-
nanciado por Ministerio de Economía y Competitividad (Ref. CSO2012-
30773).
12 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

OS JOVENS ESPANHÓIS ENTRE A INDIGNAÇÃO E A DESAFEIÇÃO POLÍTICA:


UMA INTERPRETAÇÃO A PARTIR DAS IDENTIDADES CIDADÃS

RESUMO

Este trabalho analisa a recente evolução da participação política dos jovens


espanhóis a partir da perspectiva das identidades cidadãs, considerando que
sua desafeição e ativismo são manifestações extremas de um processo com-
plexo dominado por sentimentos de injustiça e indignação. Usando uma me-
todologia qualitativa, é mostrado como surgem novas formas de expressão e
de exercício da condição cidadã nas que o coletivo é redefinido como um
encontro de singularidades e as emoções se tornam o motor da ação.

PALAVRAS CHAVE: : JUVENTUDE, PARTICIPAÇÃO POLÍTICA, CULTURAS


POLÍTICAS

SPANISH YOUTH BETWEEN POLITICAL OUTRAGE AND APATHY: AN


INTERPRETATION FROM CITIZEN IDENTITIES

ABSTRACT

This work provides an analysis on the recent evolution of political participa-


tion of Spanish young people from a citizen identity perspective, regarding
their apathy and activism as extreme manifestations of a complex process
driven by injustice and outrage. Through a qualitative methodology, new
ways of expressions and exercise of the citizen condition are shown, expres-
sing a re-definition of the collective as an encounter of singularities with
emotions turning into a driving force for action.

KEY WORDS: YOUTH, POLITICAL IMPLICATION, POLITICAL CULTURES


María Luz Morán y Jorge Benedicto 13

1. LA SORPRENDENTE EVOLUCIÓN DE LA IMPLICACIÓN POLÍTICA


DE LOS JÓVENES ESPAÑOLES

EN MAYO DE 2011 los medios de comunicación se hicieron eco de las


multitudinarias protestas que comenzaron en la Puerta del Sol de Ma-
drid y prosiguieron en muchas ciudades españolas. A partir de ese
momento, el Movimiento del 15-M —o de los «indignados»— pasó a
convertirse en una referencia ineludible del ciclo de movilizaciones
globales iniciado en Túnez y Egipto, que se completó simbólicamente
con Occupy Wall Street a finales de ese mismo año. Lo más sorpren-
dente fue que hasta ese momento no había indicios claros que hicieran
pensar en que fuera a producirse una movilización de este tipo a pesar
de que la crisis económica y financiera llevaba ya varios años golpe-
ando de forma brutal a la población española.
Los jóvenes, mayoritarios en el origen de las manifestaciones que
desembocaron en las acampadas, tampoco habían mostrado una impli-
cación política destacable. Por el contrario, en comparación con sus
coetáneos europeos estaban aparentemente desinteresados por las
cuestiones políticas. Por ejemplo, en 2005 solo el 22% de los españo-
les entre 15 y 24 años manifestaba estar interesado en estos temas, un
porcentaje muy reducido en comparación con el 54% de alemanes o el
43% de italianos de estas edades. Incluso una juventud tan despoliti-
zada como la británica alcanzaba el 30% de interés.1 Algo similar
sucedía con otros indicadores de politización como la baja propensión
a asociarse o las elevadas tasas de abstención electoral. Pero tampoco
puede obviarse que —con la excepción del voto— la protesta era con
gran diferencia la forma de participación que más utilizaban y la que
consideraban más eficaz para hacer oír su voz, lo que también los
diferenciaba de los jóvenes europeos.
Al mismo tiempo, hasta muy poco antes del 15-M, los medios de
comunicación habían difundido una imagen bastante negativa de la
juventud española. La presentaban como un colectivo con una cultura
individualista y hedonista, más preocupado por el disfrute inmediato,
la capacidad de consumo y el éxito individual que por los problemas
sociales. Los análisis académicos recordaban las tradicionales debili-
dades de la cultura cívica española, pero también insistían en los efec-
tos negativos de su elevada dependencia familiar, que fomentaba acti-

1 Los datos españoles corresponden al EJ104 del INJUVE y los del resto de
países europeos a la investigación EUYOUPART.
14 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

tudes conformistas y de repliegue individual, alejadas de los compro-


misos cívicos (Gaviria 2005; Gil Calvo 2002). Se interpretaba,
además, que su tendencia a la protesta tenía un carácter básicamente
reactivo y que solo era habitual entre quienes tenían más tiempo libre:
los estudiantes (Caínzos, 2006). Aunque en los últimos años de la
década ya se advertía un incremento de los indicadores de su politiza-
ción, el panorama era el de una juventud mayoritariamente distante del
ámbito político, con un grado elevado de apatía —al igual que sus
mayores—, pero también de descontento (Galais, 2012). A esta situa-
ción contribuyeron los efectos de las masivas movilizaciones de co-
mienzos del 2000 —contra la guerra de Irak y otras protestas— que
fueron sistemáticamente ignoradas por las instituciones, lo que gene-
ralizó entre los jóvenes la percepción de que el poder desoía las de-
mandas ciudadanas. Por otra parte, primero el clima de polarización y
crispación vivido entre 2004 y 2009, y después la virulencia de una
crisis económica muy mal gestionada por todos los actores institucio-
nales desincentivaron la implicación política.
En consecuencia, no es de extrañar la sorpresa que provocó el
movimiento de los indignados, no solo por su altísimo seguimiento
popular sino también por la gran cantidad de novedades que incor-
poró.2 Las «acampadas» se fueron disolviendo a lo largo del mes de
junio, pero durante todo el año 2011 persistió un elevado grado de
movilización. La actividad se trasladó a barrios y pueblos, formándose
múltiples asambleas locales que mantuvieron activo el potencial de
protesta y reivindicación contra las políticas de austeridad (Gil Calvo
2013).3

2 Sin ánimo de ser exhaustivos, algunas de estas novedades fueron las


acampadas como modalidad de protesta, la organización en red de per-
sonas y colectivos sin presencia visible de grupos organizados, la au-
sencia de líderes y la toma de decisiones de tipo asambleario, el prota-
gonismo de las nuevas tecnologías en el desarrollo y difusión de la mo-
vilización, el carácter intergeneracional del movimiento a pesar de la
mayoritaria presencia de jóvenes, y, finalmente, el predominio de rei-
vindicaciones sobre el funcionamiento del sistema social y político diri-
gidas a transformar el modo de definir e interpretar la realidad.
3 Este mantenimiento del potencial de protesta se hizo especialmente
visible, por ejemplo, con ocasión de la manifestación multitudinaria que
tuvo lugar el 15 de octubre de 2011 en repuesta a la convocatoria mun-
dial United for #Global Change celebrada conjuntamente en más de 90
países.
María Luz Morán y Jorge Benedicto 15

La espectacular irrupción del movimiento de los indignados en la


escena política española y la posterior dinámica de movilización des-
pertaron entre algunos analistas un exagerado optimismo sobre la
transformación de las bases de los vínculos ciudadanos con la política.
El tradicional cinismo político habría dejado paso a una nueva cultura
política participativa. En cuanto a los jóvenes —especialmente los de
clase media—, sobrecalificados y con problemas de integración que
protagonizaron el 15-M—, habrían pasado de considerarse una gene-
ración parásita y «pasota» a una «indignada», pero orgullosa de sí
misma (Gil Calvo 2013).
La evolución seguida en los cuatro años transcurridos desde las
acampadas en las plazas es muy compleja y excede los objetivos de
nuestro trabajo. Aunque el sentimiento de indignación que disparó las
movilizaciones de 2011 está indudablemente en el origen de algunas
transformaciones muy importantes del panorama político español,4 la
mayoría de los jóvenes sigue moviéndose entre la habitual desafección
hacia la política institucional —hoy reforzada por un intenso senti-
miento de desconfianza y descontento con el funcionamiento del sis-
tema sociopolítico— y un renacido activismo que se concreta en dis-
tintas acciones de protesta, diferentes tipos de movilización física y
virtual e incluso la puesta en marcha de algunos proyectos novedosos
de participación en la política institucional. Si queremos entender esta
oscilación entre posiciones aparentemente contrapuestas, hay que
superar los planteamientos habituales en la investigación sobre la par-
ticipación política juvenil y llevar a cabo un análisis en profundidad
de sus procesos de implicación. Ello significa indagar en las significa-
ciones colectivas que atribuyen a la política y en los fundamentos
cívicos de su participación, estrechamente conectados con las trans-
formaciones de la relación juventud-política y de los vínculos cívicos,
que se están produciendo en las sociedades de la segunda modernidad.

4 Sin duda, el surgimiento de un nuevo partido, «Podemos», en el año


2014 y el ascenso de «Ciudadanos», una organización hasta ahora con
muy poco peso electoral y limitada a Cataluña, no pueden explicarse
sin recurrir a este sentimiento de indignación y de rechazo a la política
institucional en España. En el momento en que escribimos, a pocas se-
manas de la celebración de elecciones locales y autonómicas (regiona-
les), el tradicional «bipartidismo imperfecto» –PP/PSOE– vigente en Es-
paña desde comienzos de los 80 parece estar seriamente amenazado.
16 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

En esta línea, nuestro trabajo propone interpretar la reciente evo-


lución de la implicación política juvenil en España desde la perspecti-
va de las «identidades ciudadanas». Para ello partimos de la idea de
Jones y Gaventa para quienes: «la forma en que las personas se com-
prenden a sí mismas como ciudadanos es muy probable que tenga un
impacto significativo sobre sus derechos y obligaciones y sobre si
participan o no, de qué forma y por qué» (2002:13). Por medio del
5
análisis de las identidades ciudadanas juveniles, trataremos de mos-
trar cómo la desafección y el activismo son manifestaciones extremas
de un complejo proceso dominado por sentimientos de injusticia e
indignación, en el que confluyen dos factores de singular importancia.
Por una parte, la debilidad de la concepción de «ciudadanía» predo-
minante en la cultura política española, en la que el ciudadano carece
del protagonismo que sí tienen, en cambio, las instituciones y las élites
dirigentes. De ahí las dificultades para construir socialmente la ciuda-
danía a través de experiencias concretas y de prácticas vinculadas a los
6
espacios de vida cotidiana de los jóvenes. Por otra parte, los cambios
de los mecanismos por los que estos se vinculan con la esfera pública,
derivados de unos procesos de individualización que impulsan formas
diferentes de agencia individual y de acción colectiva. El resultado
más destacable es la aparición de nuevas vías de expresión y ejercicio
de la condición ciudadana, en las que lo colectivo se re-define como
un encuentro de singularidades y las emociones se convierten en el
motor de la acción.
Pero antes de entrar en el análisis de las identidades ciudadanas
de los jóvenes españoles, debemos desarrollar con algo más de detalle
nuestra concepción de la relación entre ciudadanía e implicación polí-
tica que está en la base de toda nuestra argumentación. Este es el
propósito del siguiente apartado.

5 En nuestro trabajo, además de datos de diferentes estudios sobre la


juventud española, utilizaremos material empírico de diferentes investi-
gaciones que hemos llevado a cabo sobre la construcción de la ciuda-
danía de los jóvenes españoles desde el año 2000 hasta la actualidad.
Sus principales resultados pueden consultarse en Morán y Benedicto
(2003, 2008), Benedicto y Morán (2007; 2014), Benedicto (2013;
2014), Benedicto et al. (2014).
6 Esta conceptualización remite a la conocida idea de la ciudadanía vivida
(lived citizenship) de Hall y Williamson (1999).
María Luz Morán y Jorge Benedicto 17

2. LOS FUNDAMENTOS CÍVICOS DE LA IMPLICACIÓN POLÍTICA


JUVENIL

Al estudiar la implicación política, los enfoques clásicos de la ciencia


y la sociología políticas nos han acostumbrado a pensar desde una
perspectiva individualista y cuantitativa. Ello plantea múltiples pro-
blemas (Benedicto 2005), pero aquí solo nos interesa subrayar las
limitaciones de su concepción de las relaciones entre los ciudadanos y
el ámbito de lo político. Se privilegia la dimensión de la puesta en
acción, por lo que prácticamente se identifican politización y partici-
pación y esta última se concibe como una sucesión de actos, definidos
previamente como políticos, que realizan las personas de manera más
o menos individual, y cuyo significado e importancia están estableci-
dos a priori. Por consiguiente, apenas se suele prestar atención al pro-
ceso y dinámica de la implicación cívica, ni tampoco al contexto de
significados colectivos en el que esta se inserta.
Al contrario de lo que se sostiene desde esta perspectiva, la parti-
cipación solo adquiere su verdadera relevancia sociopolítica en la
medida en que reconozcamos que los procesos de implicación son una
de las principales formas por la que los ciudadanos hacen realidad sus
vínculos con su comunidad de pertenencia. Aceptar esta premisa im-
plica situar en el centro del análisis el debate sobre la ciudadanía en
las sociedades contemporáneas (Isin y Turner 2003) y, más concreta-
mente, recordar que para la perspectiva sociopolítica sus dos compo-
nentes fundamentales son la «pertenencia» y la «implicación». Solo
considerando ambos elementos se puede comprender cómo se articu-
lan las identidades ciudadanas de los actores y el tipo de vínculos que
establecen con la esfera pública.7
Recordemos muy brevemente que, ante todo, ser ciudadano signi-
fica formar parte de una comunidad determinada. En la ciudadanía con-
temporánea, la pertenencia se concreta en la atribución de una serie de
derechos y obligaciones reconocidos por el Estado. Sin embargo, el
análisis sociopolítico ha superado ya hace tiempo la perspectiva formal,
centrada en el reconocimiento legal de la condición de ciudadano, y
considera la forma en que esos derechos y deberes son puestos en
práctica así como el impacto de la desigualdad sobre la capacidad de
los ciudadanos para ejercerlos. Pero, además, para formar parte de una

7 Hemos realizado un análisis más detenido de estos dos componentes de


la ciudadanía en Benedicto y Morán (2007).
18 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

comunidad política el sujeto debe sentirse miembro de ella, lo que im-


plica la existencia de algún tipo de «nosotros» ciudadano por encima de
las diferencias entre los grupos, que permita establecer vínculos de iden-
tificación con los otros y con la comunidad en su conjunto.
Por lo que se refiere al segundo componente de la ciudadanía, la
implicación, más allá de las habituales consideraciones normativas
sobre la necesidad de la misma hay que subrayar que las prácticas
cívicas son imprescindibles para que el individuo complete y active su
estatus de ciudadano. Ser ciudadano y actuar como tal son requisitos
imprescindibles de la condición ciudadana, pero su articulación en las
sociedades contemporáneas se torna extraordinariamente compleja.
Tal y como afirma Lister (2003), la ciudadanía como estatus y la ciu-
dadanía como práctica interactúan dialécticamente a través de la no-
ción de «agencia». La capacidad de agencia de los individuos se con-
vierte así en la clave que permite superar la tradicional división entre
ser un ciudadano en el sentido formal y actuar como tal.
La vinculación entre estatus y práctica resulta especialmente des-
compensada en el caso de los jóvenes. Al menos en las sociedades
occidentales, su problema no es tanto la posesión de derechos como
las condiciones de sus transiciones a la vida adulta y la ausencia de
recursos adecuados para alcanzar su condición ciudadana. Diversos
factores estructurales —clase, género, etnia, etcétera—, institucionales
y culturales crean un conjunto de oportunidades y riesgos en base al
cual deben negociar su condición de ciudadanos y la posibilidad de
llegar a convertirse en agentes activos (Furlong y Cartmel 1997; Gif-
ford, Mycock y Murakami 2014). En la mayor parte de los casos, los
jóvenes se convierten en ciudadanos a través de un proceso dinámico,
de una forma negociada, por medio de una serie de prácticas concretas
que desarrollan junto a otros (tanto se trate de acciones colectivas de
protesta o de otras más vinculadas a su vida cotidiana). A través de
estas experiencias de ciudadanía, los jóvenes hacen realidad su identi-
dad cívica y descubren nuevas formas de pertenecer y de participar.
Los «a priori» de las pertenencias formales dejan paso a un proceso
dinámico en el que las identidades toman forma en respuesta a las
prácticas y experiencias (Smith et al., 2005:440-441). En ellas, tratan
de hacerse presentes en la esfera pública y de desempeñar un papel
protagonista en los procesos en los que participan.
María Luz Morán y Jorge Benedicto 19

«Presencia» y «protagonismo» constituyen, pues, los dos requisi-


tos imprescindibles para que la ciudadanía juvenil no sea una mera
8
noción ideal asociada al modelo normativo del «buen ciudadano»,
sino un elemento de transformación de las relaciones intergeneracio-
nales. Pero para estar presentes, los jóvenes deben disponer de los
recursos y competencias necesarios para la acción y neutralizar los
obstáculos socioestructurales e institucionales que les impiden tener
9
voz y ser escuchados. En segundo lugar, el protagonismo supone
reconocer la capacidad para transformar los procesos sociopolíticos.
En este caso, el principal problema suele tener que ver con las dificul-
tades que tienen para ser reconocidos como interlocutores válidos por
parte del poder, y sobre todo para incorporarse a los procesos de toma
de decisiones (Benedicto y Morán 2003).
Las condiciones para que los jóvenes estén presentes y sean pro-
tagonistas en las arenas públicas guardan también una estrecha rela-
ción con la configuración actual de la condición juvenil. Hasta hace
poco, la implicación en cuestiones colectivas se identificaba con un
modelo de activismo centrado en organizaciones especializadas, con-
gruente con una forma de ser joven bastante pautada y previsible. En
la actualidad, las experiencias participativas son mucho más indivi-
dualizadas, de acuerdo con unas biografías en las que predomina la
incertidumbre y la búsqueda de la realización personal. Parafraseando
a Norris en su famoso «Democratic Phoenix» (2002), estaríamos tran-
sitando de las lealtades a las elecciones.
Sin caer en dicotomías simplistas que enfrentan lo viejo a lo nuevo,
es incuestionable que asistimos a una profunda transformación del con-
texto de la implicación juvenil así como de las formas de su puesta en

8 Ello supone rechazar una concepción de ciudadanía, predominante en


muchas políticas sociales y educativas, entendida como un conjunto de
normas, valores y reglas que definen un modelo de buen ciudadano
(Hart 2009) y proporcionan una identidad estable y definida en la que
los jóvenes se integran paulatinamente hasta alcanzar el estatus de adul-
to. Delanty (2003) alerta sobre los peligros de esta «concepción disci-
plinaria» de la ciudadanía en la que se educa a los jóvenes.
9 Como se ha demostrado reiteradamente en la investigación empírica, en
nuestras sociedades democráticas actuales el principal motivo de su
desafección y desinterés hacia la política institucional reside en la ex-
tendida percepción de que ésta no se preocupa por sus problemas y que
los políticos no hacen caso a sus demandas y necesidades (O’Toole et
al. 2003; Henn et al. 2007).
20 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

práctica. Con muy pocas excepciones, aumenta su desinterés —cuando


no el rechazo— hacia la política formal, las instituciones encargadas de
gestionarla y los políticos. Dicha desafección no implica necesariamen-
te un recelo contra la democracia, pero sí se traduce en una menor par-
ticipación en los procesos políticos institucionalizados (voto, militancia
en partidos políticos, etcétera). Aunque se tiende a interpretar como
despolitización juvenil (Kimberlee 2002), la abundante investigación
existente no confirma la tesis de un descenso del interés de los jóvenes
por los asuntos colectivos, sino que apunta a una reconfiguración de las
relaciones jóvenes-política, entendidas esta últimas como experiencias
vividas, vinculadas a su propio recorrido vital (O’Toole et al., 2003).
Para entender mejor esta reconfiguración, hay que incorporar al-
gunos fenómenos que tienen una importancia decisiva. En primer
lugar, asistimos a una redefinición de la relación individuo-institución.
El debilitamiento de la capacidad socializadora de las instituciones
(Dubet, 2002) y la menor relevancia que tienen los compromisos
organizativos en favor de las estrategias individuales, especialmente
entre los jóvenes (Rossi 2009), traen como consecuencia que el indi-
viduo se convierta en la referencia última de la acción, mientras la
vinculación con la comunidad se singulariza perdiendo parte de su
dimensión colectiva. En segundo lugar, hay que tener en cuenta el
impacto que tienen las nuevas condiciones en las que se desarrollan
las transiciones juveniles sobre sus relaciones con la política institu-
cional. Las crecientes incertidumbres y dificultades a las que tienen
que hacer frente en sus procesos de integración (precariedad vital,
frustración de expectativas, etcétera) (Côté, 2014; Benedicto, 2014)
justifican su alejamiento de un tipo de política en la que predominan
los obstáculos para su presencia y protagonismo, y que sienten total-
mente alejada de las experiencias que dan sentido a sus recorridos
vitales (Harris, Wyn y Younes 2010).
Finalmente, en este nuevo contexto la «socialidad» y el «encuen-
tro con los otros» juegan un papel relevante en la implicación política
juvenil. A pesar de la creciente y fomentada individualización de la
vida juvenil, o precisamente a causa de ella, su presencia en acciones
colectivas está marcada por la necesidad de creación de vínculos con
otros ciudadanos, preferentemente jóvenes. En la sociedad de los indi-
viduos (Martucelli, 2007), estar con otros, encontrarse en las plazas
físicas o virtuales para poder hacer cosas juntos, es uno de los elemen-
tos característicos de una participación juvenil que puede ser puntual y
revocable, pero que siempre moviliza una gran cantidad de emociones,
María Luz Morán y Jorge Benedicto 21

y activa y desactiva vínculos que permiten compartir experiencias,


ideas y sentimientos (Perugorría y Tejerina 2013; Benski y Lagman,
2013; Castells 2012).
Todos estos factores influyen en el repertorio de formas a través
de las que se plasma la implicación política juvenil. Un repertorio
caracterizado por la pluralidad y diversificación (Harris, Wyn y You-
nes, 2010; Smith et al., 2005), que combina formas nuevas e indivi-
dualizadas con otras viejas e institucionalizadas (Hustinx et al., 2012)
en las que en las que se diluyen las barreras entre lo social y lo políti-
co, entre lo presencial y lo virtual. El resultado es un modelo de impli-
cación fluida en el que predominan las estructuras informales y las
movilizaciones ad hoc con bastantes opciones de entrada y salida
(«easy entry and easy exit»). Así los jóvenes optan por un estilo de
participación más individualizado y menos orientado grupalmente que
les permite sentirse conectados con sus iguales sin las exigencias de
las pertenencias institucionales o las identificaciones ideológicas
(Vinken y Diepstraten, 2010).
Este nuevo modelo de relaciones más efímeras con la política in-
cide directamente en las formas de expresión de la ciudadanía juvenil
en las que coexisten experiencias de presencia activa en la esfera
pública con otros momentos de alejamiento y desinterés frente a las
cuestiones colectivas. Al tiempo, buena parte de los jóvenes habita en
varios mundos políticos a la vez, combinando sus interpretaciones,
vocabularios y representaciones para así poder navegar en el espacio
público de una manera significativa, de acuerdo con sus necesidades y
circunstancias vitales (Benedicto, 2013).
Todo este conjunto de transformaciones origina una situación
ciertamente paradójica. Por una parte, los intensos procesos de indivi-
dualización que afectan especialmente a las trayectorias de las nuevas
generaciones, les empujan a considerarse como actores que tienen
capacidad de intervenir en los procesos sociales y políticos en los que
están insertas sus vidas. La individualización está en el origen del
renovado protagonismo de unos jóvenes que crean nuevas modalida-
des de implicación acordes con sus intereses, estilos de vida y formas
de pertenencia. Pero por otra parte, estos mismos procesos, asociados
a la fragmentación y atomización, impulsan la creación de identidades
alejadas de la conciencia y actividades que implica lo colectivo. Para-
lelamente, las políticas neoliberales tratan de deslegitimar las diferen-
tes formas de acción colectiva de los jóvenes (White 2007).
22 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

En todo caso, este conjunto de transformaciones está provocando


una profunda redefinición de los fundamentos cívicos de la implica-
ción política juvenil. La multiplicidad de identidades, la intermitencia
de la implicación o las nuevas formas de acción individual, sin apenas
presencia de actores colectivos que canalicen o representen los inter-
eses de los participantes, son expresiones de cómo están cambiando
los vínculos que los jóvenes mantienen con su comunidad.

La implicación ya no se define como la adhesión a la ideología de un


grupo específico (un Nosotros) sino como una acción dirigida por el in-
terés personal (un Yo) en una causa que puede eventualmente llegar a
ser colectiva, pero se origina en el nivel personal (Queniart y Jacques
2004:179).

Si hasta el momento hemos considerado que la implicación juvenil en


cuestiones colectivas era la expresión de los vínculos con su comuni-
dad, ahora debemos poner el énfasis en la dimensión personal que es
la que —en la mayor parte de las ocasiones— está en el origen de su
acción, de la definición de sus pertenencias y de la construcción de sus
identidades cívicas.

3. LAS RELACIONES DE LOS JÓVENES ESPAÑOLES


CON LO PÚBLICO: TENDENCIAS DE EVOLUCIÓN

Con este planteamiento analítico de partida que proporciona una nue-


va perspectiva para entender las siempre complejas relaciones jóve-
nes-política, vamos a retomar el caso español y su evolución durante
los años transcurridos desde inicios de siglo. Aunque resulte algo es-
quemático, a efectos de claridad expositiva, diferenciaremos entre dos
períodos: el del crecimiento económico y el de la crisis. En el primero,
que abarca desde finales de los 90 hasta el 2007/8, la positiva evolu-
ción de la actividad económica extendió la sensación de que la inte-
gración social de los jóvenes atravesaba una etapa muy favorable. Sin
embargo, la realidad era muy diferente. En concreto, aunque la incor-
poración al mercado de trabajo se aceleró, al mismo tiempo aumentó
la precariedad laboral y disminuyeron los salarios medios, hasta el
punto de que para muchos trabajar ya no suponía una garantía de
emancipación. A ello se añadió el vertiginoso aumento del precio de la
vivienda durante estos años. Todos estos obstáculos se vieron reforza-
dos por la práctica inexistencia de políticas dirigidas al fomento de su
María Luz Morán y Jorge Benedicto 23

autonomía (Jiménez et al., 2008; Du Boys-Reymond y López Blasco,


2004).
Con distintos énfasis, marcados por los condicionantes estructu-
rales, durante estos años se extendió entre amplios sectores de la ju-
ventud española una generalizada frustración de expectativas. Sin
embargo, en gran parte de los casos reconocer que tenían unos pro-
blemas comunes no se tradujo en discursos colectivos y, por tanto,
tampoco generó procesos de politización en el sentido clásico del
término. Al contrario, la respuesta más frecuente fue asumir que era
inevitable adaptarse individualmente a unas circunstancias adversas
frente a las cuales cada cual debía valerse de sus propios recursos.
Este discurso de adaptación individual, que se complementaba con la
aceptación de su falta de protagonismo colectivo, adoptaba diferentes
contornos en unos grupos sociales y otros (Morán y Benedicto, 2003),
pero en todos ellos subyacía la idea de un «pacto intergeneracional».
Este pacto consistía básicamente en aceptar la subordinación a los
adultos, reduciendo sus demandas y exigencias de protagonismo, a
cambio de asegurar una integración exitosa en el futuro. Así, los jóve-
nes asumieron la prolongación de una ciudadanía «por delegación», en
la que el disfrute de sus derechos —fundamentalmente de los socia-
les— seguía realizándose a través de la vinculación con sus progenito-
res. Al mismo tiempo, aunque se reconocían como sujetos de dere-
chos, retrasaban la asunción de sus deberes y obligaciones cívicas. La
máxima, repetida con frecuencia, «no nos toca; no nos corresponde
todavía» está perfectamente interpretada por esta joven madrileña.

Pero bueno, no creo que a ninguno nos importe que en ciertas cosas que
valga la experiencia, que no nos importa que no se nos tenga en cuenta,
¿sabes? (Grupo de discusión mixto estudiantes universitarios, clase me-
dia, 20-22 años, Madrid, 2004).

A cambio, las familias se comprometían a dilatar e intensificar el apo-


yo a sus hijos/as, especialmente la inversión en su formación. El obje-
tivo fundamental era acrecentar sus capacidades para asegurarles el
éxito en sus procesos de transición. Como ya hemos mencionado, la
situación favorecía la adopción de estrategias de adaptación individua-
les; pero, sobre todo, «encerraba» a los jóvenes en unos mundos muy
reducidos, los de su vida más próxima: la familia, los amigos, el ocio
o el barrio de residencia. Y, al tiempo que el trabajo perdía relevancia
en sus proyectos vitales, aumentaba su distancia frente a la esfera
24 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

pública. Como mucho, lo público se entendía como sinónimo de lo


comunitario; es decir, de lo más cercano a sus vidas cotidianas.
La consecuencia más negativa de esta falta de autonomía juvenil
fue la consolidación de una imagen pública de la juventud como un
colectivo «irresponsable y problemático» que, además los propios
jóvenes asumían como propia, contribuyendo a mantenerla y reforzar-
la. Estos dos extractos son muy ilustrativos al respecto:

Es una edad muy mala, lo único que queremos es fiestas. Entonces ese
es el problema y que no queremos asentar la cabeza y no queremos ver
la realidad.
Pues eso, que nos queremos hacer mayores para determinadas cosas,
mayores en cuanto a derechos de yo puedo esto, lo otro; y luego obliga-
ciones queremos las menos… Vivimos como en una burbuja (Grupo de
discusión mixto estudiantes de secundaria, clase media/baja, 16-18
años, Madrid, 2002).
Yo veo que los jóvenes con tener un coche, con tener un trabajo y una
novia o un novio..., e ir de fiesta… que no se implican socialmente en
nada… (Entrevista, mujer, 23 años, clase media, Madrid, 2009).

Aunque no pueda decirse que los jóvenes carecieran de competencias


cívicas,10 presentan considerables dificultades para definir el ámbito
de la pertenencia ciudadana. Por una parte, emplean una concepción
muy despolitizada de la ciudadanía, en la que el ciudadano es simple-
mente el habitante de la comunidad, y el buen ciudadano aquel que
cumple con las normas de urbanidad. Además, debido a la debilidad
simbólica del «nosotros común» ciudadano en España, la dimensión
estatal/nacional de la pertenencia está muy difuminada, frente a un
mayor peso de la pertenencia local que, en algunos casos, es compati-
ble con el salto a una ciudadanía global, cosmopolita.
Estos obstáculos para sentirse parte de una colectividad afectan
también a la propia formación del «nosotros jóvenes» que siguen ex-
presando en términos de carencias —sin trabajo, sin vivienda, sin

10 En todas nuestras investigaciones –incluso cuando hemos trabajado con


los jóvenes de menor edad y con aquellos «en situaciones de riesgo»–
sorprende que posean un nivel razonable de información sobre cuestio-
nes públicas y un vocabulario político relativamente rico. Además, ex-
presan de forma clara su condición de sujetos de derechos y tienen no-
tables competencias para orientarse en el mundo de la administración
pública con el fin de acceder a los servicios y bienes públicos que les
afectan directamente (becas, prestaciones sanitarias, ayudas sociales…).
María Luz Morán y Jorge Benedicto 25

familia propia— y, en definitiva, como un problema (Morán y Bene-


dicto, 2003).
11
En el terreno de las experiencias participativas, el denominador
común son las grandes dosis de desafección política que incorporan
que, a nuestro juicio, son consecuencia directa del escaso protagonis-
mo colectivo ya señalado. Lo más evidente y recurrente en sus discur-
sos es el desinterés por la política —siempre entendida como institu-
cional—, que con frecuencia se expresa de forma provocadora, incluso
exhibicionista.

Yo creo que tiene que cambiar la política sobre todo. A mí la política


me parece lamentable, la política de nuestro país, vamos… Yo creo que
centran en cosas demasiado sensacionalistas y que a la sociedad no le
aportan nada en vez de preocuparse de cosas importantes (Grupo de dis-
cusión mixto, jóvenes con transiciones precarias convencionales, 25-29
años, Sevilla, 2010).

El desinterés se mezcla con la desconfianza que suscita la vida de-


mocrática institucional, a la que se acusa no tanto de corrupción —un
fenómeno con mucho mayor peso años después—, sino sobre todo de
estar alejada de sus intereses y preocupaciones, de no prestar atención
a sus problemas. A partir de estos dos rasgos, se comprenden las limi-
taciones que encuentran los jóvenes para politizar sus problemas co-
munes.
Su escaso protagonismo en la esfera política convencional —no
pueden y no quieren formar parte de ella— no excluye su alta valora-
ción de estar y participar en los espacios más próximos a sus vidas
cotidianas. El «close to home» se convierte, así, en el ámbito por ex-
celencia en donde su presencia puede tener consecuencias reales, pue-
de «marcar la diferencia». Ello es debido porque es allí en donde
comprueban los efectos de su participación a corto plazo, y también
porque provoca una satisfacción personal inmediata.

11 De hecho, los jóvenes españoles poseen desde muy pronto experiencias


de participación en acciones colectivas, sobre todo en manifestaciones.
De acuerdo con los datos de la Encuesta Social Europea, recogidos en el
Informe de la Juventud en España de 2012, en el año 2010 el 20,4% de
los jóvenes españoles de 15 a 29 años afirmaba haber participado en una
manifestación autorizada, frente al 9,2% de los jóvenes del resto de los
países miembros de la UE. (INJUVE 2012:218).
26 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

Nos encontramos, pues, con que el crecimiento económico no


logró resolver buena parte de las dificultades de los jóvenes para lo-
grar su autonomía y, además, fue creciendo la percepción de que la
vida democrática estaba afectada por graves problemas. Se percibían
claramente las contradicciones que aquejaban a los jóvenes, pero la
situación de bonanza económica creó una especie de paréntesis roto
bruscamente con el estallido de la crisis (Benedicto y Morán, 2013)
que, como era de esperar, afectó al modo en que los jóvenes españoles
perciben y expresan su condición de ciudadanos. Aunque persisten
parte de los rasgos de la etapa previa, en esta nueva etapa que se ini-
cia en 2008/9 y aún hoy persiste se han producido transformaciones
significativas que debemos incorporar al análisis.
El principal cambio es el brusco paso de la promesa diferida de
éxito a la «promesa incumplida» que va a caracterizar esta nueva eta-
pa, todo ello dentro de un contexto de precariedad vital que se expresa
como bloqueo de expectativas. Esta joven adulta resume perfectamen-
te la sensación de engaño, de incumplimiento de dichas promesas:

Para encontrar trabajo, es la idea que nos vendieron cuando éramos pe-
queños: tú trabajas, o sea, tú estudia, hijo, haz una carrera, licénciate, y
ya si tienes eso te va a venir todo, te va a venir la casa, la novia, el piso,
el perro y el coche. ¡No es así! Esa es la idea que nos vendieron… Y
ahora todos tenemos no sé cuántas carreras, no sé cuántos máster, idio-
mas… Y no viene ni la casa, ni el coche, ni el perro ni nada (Entrevista,
mujer, 30 años, doctora en sociología en paro, Madrid, 2013).

Las enunciaciones están impregnadas de desconcierto y frustración,


pero en algunos casos también traslucen la irritación frente a lo que
muchos entienden como una estafa generacional. Ante el bloqueo de
su integración social y cívica, siguen prevaleciendo los intentos de
adaptación individual mediante estrategias acordes con unos recursos
que reconocen ser muy diferentes. Aunque la admisión de la desigual-
dad de sus transiciones ya estaba presente antes, la crisis la hace mu-
cho más evidente. Por ello, si bien se admite la responsabilidad colec-
tiva en su gestación —se repite una y otra vez «los españoles hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades»—, se matizan los discur-
sos de responsabilidad individual ante las actuales dificultades y fra-
casos.

Es que tampoco creo que haya solo un culpable, ¿no?, porque igual en
la situación que estamos ahora yo veo que ha sido culpa general, ¿no?,
María Luz Morán y Jorge Benedicto 27

porque la gente se ha puesto a comprarse casas… (Entrevista, mujer, 23


años, clase media, Madrid, 2009).
… De todas formas, el modelo de vida que se nos impone ya no es ase-
quible... Consumir, usar y tirar… (Relato autobiográfico, mujer, 26
años, estudiante de Máster de Sociología, Madrid, 2013).

Se extiende, así, una acentuación de la inevitable pérdida de protago-


nismo en la vida pública, si es que alguna vez la tuvieron. Su margi-
nación genera una frustración que, en ciertos momentos, se torna en
indignación. Al tiempo, son mucho más conscientes de los riesgos a
los que se enfrentan, en la medida en que el pacto generacional se ha
desvanecido.
Los jóvenes emplean diversas estrategias para hacer frente a esta
nueva situación, que definen como muy dura. Sus discursos revelan
que son plenamente conscientes de cómo en poco tiempo se han visto
forzados a modificar, adaptar o a renunciar a sus proyectos de futuro,
a sus expectativas (Benedicto et al., 2014). Así, en un panorama que, a
primera vista, parecería definirse simplemente por la acentuación de
su tradicional desafección frente a lo público, surgen algunos rasgos
inéditos de sus identidades ciudadanas. De una desafección, entendida
como alejamiento y desinterés hacia un ámbito de la vida social ajeno
a sus preocupaciones, se pasa a otra desafección, entendida como des-
contento, desconfianza y malestar democrático frente a un sistema
12
social y político que no les ofrece soluciones a sus problemas.
Por ello resulta muy significativo constatar el aumento del interés
declarado por los temas políticos (similar en el conjunto de la pobla-
ción), de la exposición a los medios de comunicación convencionales
y no convencionales, y la mayor frecuencia de conversaciones políti-
cas con la familia, los amigos y en el lugar de trabajo.13 A tenor de
estos datos, parece confirmarse la tesis de que el contexto de crisis
provoca nuevos procesos de politización, aunque la política institucio-
nal sigue provocando sentimientos adversos —antes desinterés y aho-

12 Precisamente este descontento con el funcionamiento del sistema junto


al sentimiento de injusticia por las consecuencias de la crisis y la gestión
de la misma fundamentan el movimiento de los indignados (Laraña y
Díez 2012).
13 De acuerdo con los datos de los Informes de Juventud, entre 2004 y
2012 el grado de interés político juvenil aumentó un 75%, pasando del
23,2% al 40,7% (INJUVE 2012:208-214).
28 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

ra desconfianza—14 que se concretan en los partidos, los políticos y


las principales instituciones democráticas,15 pero también en los sindi-
catos y otros actores «no convencionales», como las asociaciones o las
ONGs. Tras el «boom» del asociacionismo que se produjo en España a
finales de la década de los 90 (Ariño, 2007; Morales, 2005), en esta
nueva etapa se está asistiendo a una disminución que afecta, sobre
todo, a las asociaciones de carácter sociopolítico, y que es especial-
mente acusada entre la población más joven (Jiménez, 2011; INJUVE
2012).
La acentuación de la impotencia cívica entre los jóvenes, provo-
cada por el devenir de la crisis, no excluye el surgimiento de ciertas
formas de politización, aunque sí condicione su desarrollo y sus con-
cepciones y prácticas de ciudadanía. Aun así, incluso cuando es evi-
dente que predomina la desafección, no se suele producir una salida
total —en el sentido de Hirschman (1981)— ya que la mayoría de
ellos continúa situándose y hablando desde el interior de la comunidad
política, aunque en una posición todavía más periférica que en la etapa
anterior. (Benedicto et al., 2014)

4. EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA JUVENIL:


ALGUNAS TENDENCIAS DE CAMBIO

Este proceso de reconfiguración de las identidades cívicas de los jóve-


nes que acabamos de analizar no se acaba de entender en toda su pro-
fundidad sino atendemos a las nuevas formas en que esas concepcio-
nes y compromisos ciudadanos se ponen en práctica y se expresan en
la arena pública. Como sostiene nuestra hipótesis de trabajo, la con-
junción de unas identidades ciudadanas débiles y una reformulación
de los vínculos cívicos con lo colectivo está dando lugar a nuevas
formas de ejercicio de la ciudadanía juvenil, compatibles con su pre-
sencia en la esfera pública pero marcadas por una ruptura de la vieja
lógica de la representación.

14 En un estudio realizado por el CIS en 2011 a jóvenes entre 15 y 29 años,


el 40,6% afirmaba que la política le producía en primer lugar descon-
fianza, el 16% aburrimiento y el 15,15% aburrimiento. Frente a ello, so-
lo el 11,8% decía que le provocaba interés.
15 De acuerdo con la Encuesta Social Europea, el nivel de desconfianza es
muy superior en España que en otros países también muy golpeados por
la crisis económica como, por ejemplo, Irlanda y Portugal.
María Luz Morán y Jorge Benedicto 29

Ciertamente, no se trata de cambios de última hora, simples con-


secuencias directas y pasajeras del impacto de la crisis, aunque se
hayan exacerbado en los últimos años. Por el contrario, el sentimiento
de marginación y las barreras que encuentran para hacerse oír y ser
escuchados por los adultos constituyen auténticas experiencias com-
partidas que vienen repitiéndose desde hace años. Esta sensación de
frustración colectiva, perfectamente resumida en el verbatim de estos
estudiantes universitarios, determina en gran medida cualquier mani-
festación de integración cívica por parte de los jóvenes españoles.

Es que al final no te hacen ni caso, no te hacen caso; porque no te con-


sideran como lo suficientemente importantes, ¿sabes?... (Grupo de dis-
cusión mixto estudiantes universitarios clase media, 20-22 años, Ma-
drid, 2004).

En este marco, las expresiones cívicas más recientes por parte de los
jóvenes ofrecen algunos rasgos singulares. En primer lugar, lo más
relevante a nuestro juicio es la creciente relevancia que las emociones
tienen en las narraciones que hacen los jóvenes sobre su experiencia
pública. Los «discursos de las emociones» (Jasper, 2011) impregnan
la forma en que se refieren a sus vivencias ciudadanas, especialmente
cuando aluden a su implicación en la política de la protesta. En este
caso, es muy habitual que se mezcle la frustración ante las dificultades
para «estar presentes» en la esfera pública con la indignación ante la
actuación de las elites políticas y el desencanto ante el funcionamiento
de las instituciones.

O sea, que tengan miedo de nosotros, me parece que… Lo que pasa es


que claro, cuando sales a la calle, sacan las pistolas de goma y te tira. En
fin, el recurso de la pataleta… Pero me parece una situación que no va a
durar. O sea, dices son políticos, o sea, los políticos que hay ahora mis-
mo son políticos con fecha de caducidad, ¿vale? Me parece que la polí-
tica está… A mí me encanta la política; o sea, me encanta la política. O
sea, soy una persona muy política. Pero también es verdad que estoy
muy decepcionado (Entrevista, hombre 28 años, doctorando de clase
media, Madrid, 2013).

Otro rasgo a destacar es que la individualización de sus estrategias


personales para afrontar los nuevos retos y dificultades que les plantea
el entorno se traslada al ámbito público. Y esto es así cuanto menos en
dos sentidos diferentes. Por una parte, el ejercicio de los derechos y
30 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

deberes ciudadanos se plantea siempre como una cuestión personal,


individual. Da lo mismo que se trate del voto o de los derechos socia-
les, la referencia colectiva pierde peso en contraste con los argumentos
individuales, con los merecimientos de cada uno. Pero también la
implicación y el activismo se entienden como actividades más bien
personales. De ahí, la insistencia en la satisfacción personal que les
producen estas acciones y también la sobrevaloración de «lo cercano»,
como ámbito que garantiza una pronta verificación de los resultados
de su participación y, eventualmente, una rápida recompensa personal.
Este giro hacia el ámbito personal permea la forma que adoptan sus
discursos. Por eso, no sorprende que sus relatos se enuncien casi
siempre en primera persona del singular y que recurran con mucha
frecuencia al relato —el storytelling (Polletta 2008)— puesto que es el
género más apto para reforzar la centralidad de la experiencia que se
erige, así, como criterio clave para la atribución de significados (Du-
bet, 2010).
Esta centralidad del sujeto y de lo vivido, unida a las ya mencio-
nadas debilidades de algunas dimensiones de las identidades ciudada-
nas, explica también la frecuencia de los argumentos, relatos y justifi-
caciones en clave ética cuando se plantean su presencia en el espacio
público. En buena medida, el vocabulario colectivo de lo político se
ve reemplazado por un lenguaje de vidas y experiencias personales, de
cariz «psicologizante», en el que las constelaciones de emociones que
se ponen en juego (Benski y Langman, 2013) no ocultan las abundan-
tes contradicciones en las que los jóvenes incurren al describir, nego-
ciar o cuestionar su vinculación con la esfera política. Al igual que
ocurría con las estrategias personales que ponen en marcha en sus
vidas cotidianas, en sus expresiones de ciudadanía predomina la flexi-
bilidad de los marcos interpretativos: una mezcla de aceptación de la
realidad existente y de rechazo al mal funcionamiento del sistema
El cambio de la posición desde la que se habla, y por lo tanto de
cómo se habla, resulta aún más significativo cuando se trata de la par-
ticipación en movilizaciones colectivas. En estos casos, resulta evi-
dente que el origen de la acción se sitúa en el nivel personal y que el
motor que la impulsa, más allá de la referencia a una causa determina-
da, es la necesidad de establecer redes de contacto con otros, de hacer
posible la experiencia puntual de una existencia en común. En esta
línea, hay que subrayar —según han puesto de manifiesto varias in-
vestigaciones— cómo los indignados del 15-M insistían en que esta-
ban participando en un movimiento de «personas», no de ciudadanos,
María Luz Morán y Jorge Benedicto 31

en el que se hacían visibles problemas, y no demandas o reivindica-


ciones (Perugorría y Tejerina, 2013; Tejerina et al., 2013).16 El voca-
bulario de la política contenciosa, característico de los movimientos
sociales, en el que los actores colectivos canalizan los intereses de los
participantes deja paso a una redefinición de lo colectivo como un
encuentro de singularidades
Como era de esperar, estas nuevas formas de expresar la condi-
ción de ciudadano también tienen su reflejo en la dimensión de la
implicación cívica. Aunque siempre es difícil establecer principios
homogéneos, parece evidente que el voto sigue ocupando un lugar
destacado. Éste es concebido como un derecho, pero también como
una obligación cívica «que a nuestros padres les costó mucho obte-
ner». A pesar de que desconfían de los efectos reales de su participa-
ción electoral, hay que cumplir con ella para ser uno más. Este joven
activista de un grupo parroquial resume a la perfección el argumento
más repetido por los jóvenes españoles al referirse del voto:

Yo pienso que una persona que no va a votar…, a lo mejor soy muy ro-
tundo…, yo creo que no tiene derecho a quejarse. Yo creo que no parti-
cipas en esta sociedad... (Entrevista, hombre, 29 años, clase obrera, Ma-
drid, 2009).

Junto al voto, se tienden a destacar las formas más individuales de im-


plicación cívica; fundamentalmente, como hemos mencionado ya, aque-
llas cercanas a sus vidas cotidianas en las que su presencia puede ser
significativa. Se trata de una modalidad cercana a la «ciudadanía de los
estilos de vida» (Bennett, 1998), que da prioridad a formas y medios
que permiten una implicación directa. Pero, sobre todo, hace posible la
libertad de «entrada y salida» que facilita la discontinuidad de su acti-
vismo. En definitiva, en el caso español se confirma el argumento ex-
puesto en páginas anteriores de que se está constituyendo un nuevo
modelo de implicación más fluido, en el que los jóvenes actúan por
medio de una pluralidad de formas, espacios y significaciones.
La participación en este tipo de acciones parece tener como prin-
cipal objetivo ser reconocidos como interlocutores por el poder, aun-
que sea de forma esporádica y discontinua. En este sentido, debemos

16 A este respecto, es significativo que uno de los primeros manifiestos


difundidos al comienzo de la acampada en la Puerta del Sol comenzara
diciendo: «Somos personas que hemos venido libre y voluntariamen-
te…».
32 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

reconocer que la presencia de los jóvenes españoles en los últimos


veinticinco años en acontecimientos de protesta —movimiento contra
la guerra de Irak, movimiento por la vivienda digna, movimiento estu-
diantil, movimiento ecológico, plataforma anti-desahucios, movimien-
to anti-taurino, movimiento de los indignados…, constituye una expe-
riencia generacional intensa que los distingue, además, de sus coetá-
neos europeos.
Por esta razón, conviene detenerse en el particular significado
que poseen para ellos estas actividades de protesta; concretamente, las
manifestaciones y las distintas formas de ocupación del espacio públi-
co. Diversos estudios sobre movilización colectiva en España señalan
que uno de los rasgos distintivos de la vida política española es la
«normalización» de la protesta (Jiménez, 2011). Las principales cau-
sas de este hecho serían los déficits democráticos de un sistema políti-
co muy poco sensible a las demandas ciudadanas, así como la genera-
lización del recurso a las manifestaciones y concentraciones de recha-
17
zo al terrorismo. Estos mismos análisis subrayan los efectos sociali-
zadores de la generalización de este repertorio.
Sin embargo, con la excepción de la minoría de activistas tradi-
cionales, el modo en el que los jóvenes entienden su participación en
este tipo de acontecimientos difiere en parte de la concepción clásica.
Quizá lo más relevante sea que el propio formato de las manifestacio-
nes, ocupaciones o acampadas hace posible soslayar la dimensión
colectiva clásica de la implicación cívica. Ya hemos mencionado que,
en sus discursos, la movilización se presenta como una expresión de
raíz individual y, además, acotada en el tiempo y discontinua. Se trata,
así, de una implicación que prescinde de mediaciones organizativas
entre el participante y el propio acontecimiento. Una relación directa
que hacen posible las NTICS, al permitir la conexión constante, en
tiempo real, entre el acontecimiento y el potencial participante (Cas-
tells, 2012). Consideremos, por ejemplo, cómo hablan los participan-
tes en un grupo de discusión sobre el papel de internet en sus expe-
riencias de implicación cívica:

17 El punto de partida de esta forma de hacer visible el rechazo al terroris-


mo estuvo marcado por las multitudinarias manifestaciones que se pro-
dujeron tras el secuestro y asesinato por ETA del concejal del PP Miguel
Ángel Blanco en julio de 1997. Pero desde finales de la década de los
80, Gesto por la Paz comenzó a convocar concentraciones silenciosas en
plazas de muchas localidades del País Vasco después de cada atentado.
María Luz Morán y Jorge Benedicto 33

Si por lo menos te llega un mensaje de una manifestación, si no quieres


ir, por lo menos los reenvías a todo tu directorio, ¿sabes? Por lo menos
por si alguien de los que conoces quiere ir, que vaya. Y ellos harán lo
mismo, entonces… Si no voy por lo menos colaboro en que salga la in-
formación y se siga expandiendo.
…No, sí, yo creo que... que a las dos [manifestaciones] que he ido ha
sido por Internet que me han pasado. También hicimos hace poco un
apagón, que se convocó por Internet, de cinco minutos… (Grupo de dis-
cusión mixto, jóvenes de origen inmigrante latinoamericano con estu-
dios secundarios, 20-27 años, Sevilla, 2010).

Al mismo tiempo, destaca la dimensión simbólica y expresiva de la


participación, muy por encima de la utilitaria. En nuestras investiga-
ciones, se repiten expresiones que atribuyen una escasa efectividad a
las acciones colectivas, mientras que lo que se valora realmente es el
protagonismo que otorgan a quien participa en ellas. Es este rasgo lo
que las convierte en momentos clave de sociabilidad y de aprendizaje
político.

Porque allí nada más con ir las cámaras y te graban, ya sale en los me-
dios de comunicación. Con los medios de comunicación, que tiene mu-
cha potencia, ya has hecho algo. Ya ir…, y además personalmente ya
has hecho algo; ya has participado y ya has hecho algo. ¿Qué se consi-
gue o no? Yo creo que el 90% de los casos nunca se consigue nada, pe-
ro... (Grupo de discusión mixto, jóvenes con transiciones precarias con-
vencionales, 25-29 años, Sevilla, 2010).

Como anteriormente señalábamos, y también constatan Perugorría y


Tejerina (2013) en su análisis del movimiento del 15M español, lo
importante es «estar juntos», por lo que la concentración en espacios
físicos visibles sigue siendo esencial (Castells, 2012). Son, además,
movimientos de emociones, en cuyo origen está la ansiedad, el miedo,
la humillación, la indignación y la rabia que comparten jóvenes y no
jóvenes a la hora de interpretar sus propias condiciones a través de un
«marco de injusticia» (Gamson, 1995). Pero, además, la propia movi-
lización, mientras dura, genera la difusión de otro tipo de sentimientos
totalmente contrarios: alegría, entusiasmo, orgullo, esperanza… Unos
sentimientos que expresan como personas que ponen en común sus
problemas.

En las primeras etapas del 15M, emociones reflejas como la indignación


y la rabia, pero también el miedo, la ansiedad y la incertidumbre ya es-
34 Los jóvenes españoles entre la indignación y la desafección política

taban «disponibles» entre los españoles, y fueron «gestionadas organi-


zativamente» por los miembros de DRY… Sin embargo, más adelante
estas emociones reflejas se entrelazaron espontáneamente con emocio-
nes afectivas (por ejemplo, alegría, orgullo, eficacia, «empoderamien-
to»), conectadas con compromisos afectivos con personas, ideas y luga-
res (Perugorría y Tejerina, 2013:433).

5. CONCLUSIONES

El amplio corpus de material empírico proveniente de entrevistas y


reuniones grupales realizadas con jóvenes españoles en estos últimos
diez o quince años que hemos manejado a lo largo de este artículo nos
ha permitido poner de manifiesto los cambios que se están producien-
do en la vinculación de los jóvenes españoles con lo público, y más
concretamente en la forma en que se comprenden a sí mismos como
miembros de la comunidad, esto es, como ciudadanos. El análisis de
los discursos mediante los cuales expresan sus identidades cívicas y
entienden sus prácticas participativas revela cómo, en esta última
década o década y media, se ha producido una profunda redefinición
de los fundamentos cívicos de la implicación política juvenil.
La crisis sociopolítica e institucional que atraviesa España desde
finales de la pasada década ha hecho aún más visible algunos de estos
cambios al intensificarse el sentimiento de impotencia cívica y frus-
tración colectiva, la desconfianza en las instituciones políticas estable-
cidas y el malestar democrático, predominantes hoy en las débiles
identidades cívicas juveniles. Pero el proceso de transformación que
hemos tratado de cartografiar tiene raíces más profundas y tiene que
ver con la nueva centralidad que la dimensión personal posee en la
definición de las pertenencias y en la concepción de las prácticas. En
último término, todo ello termina provocando una puesta en cuestión
de la vieja lógica de la representación política ya que las identidades
cívicas juveniles se sostienen cada vez más sobre nuevas bases más
individualizadas, inciertas e inestables.
Desde una perspectiva más amplia, el análisis del caso español
permite resaltar las limitaciones de las concepciones convencionales
de la participación política juvenil, así como insistir en la necesidad de
seguir profundizando en la compleja combinación entre las transfor-
maciones de los contextos de la integración sociopolítica juvenil, la
reconfiguración de sus identidades cívicas y la flexibilización e indi-
vidualización de las formas en las que concretan sus compromisos
María Luz Morán y Jorge Benedicto 35

ciudadanos. En definitiva, la investigación sobre jóvenes y política


debería trabajar desde una perspectiva en la que la «otra cara de la
moneda» de la desafección y la indiferencia que tradicionalmente se
les ha atribuido no es el protagonismo político clásico, tal y como ha
mantenido el análisis sociopolítico, sino nuevas formas de expresión
de la condición ciudadana, más efímeras y puntuales, en las que los
fundamentos y valores tradicionales de nuestras democracias —la
igualdad, la justicia, la representación, la concepción de los derechos,
etcétera— empiezan a ser reformulados y a adquirir nuevos significa-
dos que es necesario analizar en detalle.

MADRID (ESPAÑA), MAYO 2014

RECIBIDO: ENERO 2015


ACEPTADO: FEBRERO 2015

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