De Chirico - El Regreso Al Oficio
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pidos y temerarios, se atreven incluso con el hombre. ¡Ay, ay! Pero aquí hay algo que
falla, aquí empiezan los problemas, se encuentran piedras y agujeros en el camino; se
tropieza, se pone un pie en falso; hace falta apoyarse en los muros, en las farolas, en los
árboles de la avenida, de lo contrario ocurriría alguna desgracia y se acabaría patas arri-
ba como un patinador inexperto. Las manitas de los voluntariosos sienten algo en los
dedos parecido a nudos artríticos, algo así como una ligereza y una seguridad que les
falta; son semejantes al cirujano que se prepara para una operación complicada y difícil
después de estar años sin coger el bisturí, semejantes al violinista que quiere ejecutar
una sonata tempestuosa después de haber dejado dormir a su violín en el pequeño fére-
tro durante siglos enteros. Y a pesar de todo hace falta empezar. Entonces, poco a poco,
se vuelve a intentar a tientas el primitivismo; se hacen cabezas, manos, pies, troncos
que, sin pertenecer al reino del cubismo ni al del futurismo, del secesionismo o el fau-
vismo, se entumecen en equivocaciones y deficiencias púdicamente veladas por contor-
siones estilísticas.
El fenómeno ya es evidente tanto en Francia como en Italia. Todavía no sé qué
sucede en Alemania; de las pocas revistas alemanas que han llegado a mis manos hasta
ahora, Judend incluida, podría deducir que nuestros antiguos enemigos se encuentran
todavía en el statu quo ante bello; pero juraría que dentro de apenas seis meses la trans-
formación que se ha comprobado en las tierras de la Intesa lo será también en el país del
divino Wolfgang.
Y en Francia, ¡cómo no!, en el país que hasta hace poco se las daba de juez en
cuestiones de arte, en Francia los genios alabados por el bueno de Apollinaire en su li-
bro lírico sobre el cubismo se dedican a dibujar con prudencia y corde micente los pri-
meros esquemas de la figura humana. ¡Y pensar que lo que ellos hacen ahora lo hacían
otros años atrás que fueron considerados, en opinión de los primeros, unos perfectos
imbéciles! Recuerdo a ese propósito a cierto conocido mío de París, el pintor Zack, un
hebreo polaco establecido con todos sus lares y penates en la orilla izquierda del Sena;
el tal Zack pintaba cuadros parecidos a los que hoy vemos salir de las manitas de los
cubistas y de los vanguardistas arrepentidos. El señor Zack, dicho así inter nos, como
pintor no vale un pimiento; ésta también era la opinión de mi buen amigo Apollinaire y
recuerdo que cada vez que se me ocurría hablarle del polaco ni siquiera se dignaba a
hacer un comentario y estallaba en carcajadas comprimiéndose los pectorales con las
manos. Se hubiera quedado bastante sorprendido si alguien le hubiera predecido enton-
ces que en el 19 sus favoritos habrían hecho pinturas de calidad más o menos idéntica a
las del polaco ridiculizado. ¿Pero qué se le va a hacer? La historia del arte tiene sus de-
sarrollos paradójicos como los de los pueblos; no es motivo para desanimarse, el tiem-
po, óptimo juez, pondrá las cosas en su sitio.
¡Volver al oficio! No será fácil, hará falta tiempo y esfuerzo. Faltan escuelas y
profesores o, mejor dicho, existen pero están contaminadas y contaminados por el jolgo-
rio colorista que desde hace medio siglo causa estragos en Europa. En las academias
llenas de pompa subsisten métodos y sistemas; pero ¡ay, cuáles son los resultados! ¡Qué
obras, oh santos padres omnipotentes! Qué diría el peor alumno del siglo XVII si pudie-
se ver la obra maestra de algún profesor de las academias germánicas, de algún profesor
de las academias italianas o de algún cher maître de escuela de la pintura parisina. Co-
jamos por ejemplo la academia de Munich que es quizás la mejor organizada de todas y
ofrece a los alumnos los métodos más fastuosos para aprender el complicado y difícil
arte del dibujo y la pintura. Se es admitido en esa academia tras un examen práctico que
consiste en copiar a carboncillo o a lápiz una cabeza o un desnudo de pequeñas dimen-
siones. Dicha copia debe realizarse al natural.
Giorgio De Chirico. EL REGRESO AL OFICIO (1919) 3