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R B A

Louann Brizendine
El cerebro
femenino
«Una guía fresca e iluminadora sobre las
mujeres, y una lectura indispensable
para los hombres.» Daniel Goleman,
autor de Inteligencia emocional

r m m q 1
14a
ídiciói
L€
© d e l texto: Lominn Brizendine, 2006
Esta traducción lia sido publicada de acuerdo con
Morgan Ruad Books / Broadway Books,
una división de Randoin ¡ louse, Inc.
© de la traducción: M " José Buxó, >007
© de esra edición: 2008, RBA Libros, S. A.
Pérez Caldos, 36 - 0 8 0 12 Barcelona
[email protected] / www.rbalibros.com

Diseño de cubierta: O palw orks

Primera edición: febrero de 2007


Decimotercera edición: m ayo do 2 0 10
Catorccava edición: m ayo de 2.010

Reservados todos los derechos.


Ninguna parte de esta publicación
puede ser reproducida, almacenada
o transmitida por ningún medio
sin permiso del editor.

Ref.: O N F 12 5 0 / i .n b n : 9 7 8 - 8 4 - 9 8 6 7 - 8 0 3 - 1

Depósito legal: B . 5 4 6 2 6 - 2 0 1 0
Fotoconiposición: V íctor Igual, S. L.
Im preso por L ib erd ú p lex (Barcelona)
Para mi esposo,
Samuel Barondes

Mi hijo,
John Wbilney Brizendine

Y en recuerdo afectuoso de Louise Ann Brizendine


Agradecimientos 9
Elenco de los actores neurohormonales 15
fases de la vida de una mujer 17

E L C E R E B R O F E M E N IN O

INTRODUCCIÓN 2-3
Lo que nos hace mujeres

UNO 3 5-
El nacimiento del cerebro femenino

DOS 60
El cerebro de la adolescente

TRES 92-
Am or y confianza

CUATRO TT 7

Sexo: el cerebro por debajo de la cintura


CINCO
El cerebro de mamá

s e is 16 4
Emoción: el cerebro de los sentimientos

s ie t e 18 6
El cerebro de la mujer madura

Epílogo. El futuro del cerebro femenino 2 15


Apéndice uno. El cerebro femenino y la terapia hormonal 2.21
Apéndice dos. El cerebro femenino y la depresión posparto 241
Apéndice tres. El cerebro femenino y la orientación sexual 244

Notas 247
Bibliografía 267
índice analítico 347
Este libro tuvo sus comienzos durante mis años de educación
en las universidades de C alifornia, Berkeley; Yale; H arvard; y
el University College de Londres. Es por esto que me gustaría
dar las gracias a los profesores y compañeros que más influye­
ron en mi pensamiento durante aquellos años: Frank Beach,
M ina Bissel, Henry Black, Bill Bynum, Dennis Charney, M a ­
rión Diam ond, M arilyn Earquar, Carol G illigan, Paul Green-
gard, Tom Guteil, Les Havens, Florence Haseltine, M arjorie
Hayes, Peter H ornick, Stanley Jackson, Valene Jacoby, Kath-
leen Kells, Kathy Kelly, Adrienne Larlcin, H ow ard Levitin, Mel
Lewis, Charlotte McKenzie, David M ann, Daniel M azia, Wi-
lliam Meissner, Jonathan Muller, Fred N aftolin , George Pala-
de, R oy Porter, Sherry R yan, Cari Salzm an, León Shapiro,
Rick Shelton, Gunter Stent, Frank Thom as, Janet Thom pson,
George Vaillant, Roger Wallace, Clyde W illson, Fred Wilt y
Richard Wollheim.
Durante los años que pasé en la facultad de H arvard y en
la de C alifornia, San Francisco, influyeron en mi pensamiento
Bruce Am es, Cori Bargm ann, Regina Casper, Francis Crick,
M ary Dallm an, Herb Goldings, Deborah Grady, Joel Kramer,
Fernand Labrie, Jeanne Leventhal, Sindy M ellon, M ichael
Merzenich, Joseph M orales, Eugene Roberts, Laurel Samuels,
Carla Shatz, Stephen Stahl, Elaine Storm, M arc Tessier-Lavig-
ne, Rebecca Turner, Víctor Viau, Owen "Wolkowitz y Chuck
Yingling.
M is colegas, equipo, residentes, estudiantes de medicina y
pacientes del W omen’s and Teen G irls’ M ood and Hormone
Clinic han contribuido de muchas maneras a la escritura de
este libro: Denise Albert, Raya Almufti, Amy Berlín, Cathy
Chnstensen, Karen Cliffe, Allison Doupe, Jud y F.astwood,
Louise Forrest, Adrienne Fratini, Lyn Gracie, M arcie Hall-
Mennes, Steve H am ilton, Caitlin Hasser, Dannah Tlirsch, Su-
sie Hobbins, Fatima Imara, Lori Lavinthal, Karen Leo, Shana
Levy, Katherine M alouh, Faina N o so lo vo , Sarah Prolifet,
Jeanne St. Pierre, Verónica Saleh, Sharon Smart, Alia Spivak,
Elizabeth Springer, Claire W ilcox y Emily Wood.
También doy las gracias a mis otros colegas, estudiantes y
equipo del I.angley Porter Psychiatric Tnstitute y de la Universi­
dad de California, en San Francisco, por sus valiosas aportacio­
nes: Alison A dcock, Regina Arm as, Jim Asp, Renee Binder,
Kathryn Bishop, M ike Bishop, Alia Borik, Carol Brodsky, Marie
Caffey, Lin Cerles, Robin Cooper, Haile Debas, Andrea DiRoc-
chi, Glenn Elliott, Stu Eisendrath, León Epstein, Laura Esser-
man, Ellen Haller, Díxie Horning, M ark Jacobs, Nancy Kaltrei-
der, David Kessler, Michael Kirsch, Laurel Koepernick, Rick
Lannon, Bcv Lchr, Descartes Li, Jonathan Lichtmacher, Elaine
Lonnergan, Alan Louie, 'l'hcrcsa McGuinness, Robert M alenka,
Charlie Marinar, M iriam Martínez, Craig Nelson, Kim N o r­
man, Chad Peterson, Anne Poirier, Astrid Prackartzch, Víctor
Reus, John Rubenstein, Bryna Segal, Lynn Schroeder, John Si-
korski, Susan Smiga, Anna Spielvogel, David Taylor, Larry Te-
cott, Renee Valdez, Craig Van Dyke, M ark Van Zastrow, Susan
Voglmaier, John Young y Leonard Zegans.
M e siento muy agradecida a aquellos que han leído y he­
cho la crítica de algunos borradores del libro: Carolyn Balken-
hol, Marcia Barinaga, Elizabeth Barondes, Diana Brizendine,
Sue Cárter, Sarah C'heyette, Diane Cirrincione, Theresa Crive-
lio, Jenm fer Cummings, Pat Dodson, Janet Durant, jay G icdd,
Mei Grum bach, Dannah Hirsch, Sarah Hrdy, Cynthia Ken-
yon, Adrienne Larkin, Ju d c Lange, Jim Leckm an, Louisa Lla-
nes, Rachel Llanes, Eleanor M accoby, Judith M artin, Diane
M iddlebrook, N ancy M illiken, Cathy Olney, Linda Pastan,
Liz Pcrle, Lisa Queen, Rachel Rokicki, D ana Slatkin, M illicent
Tomkins y M yrna Weissman.
El trabajo aquí presentado se ha beneficiado particular­
mente de la investigación y escritos de M arty Altemus, Arthur
A ron, Simón Baron-Cohen, Jill Becker, Andreas Bartels, Lucy
Brown, D avid Buss, Larry Cahill, Anne Cam pbell, Sue Cárter,
Lee Cohén, Susan D avis, Helen Fisher, Ja y Giedd, Jill Golds-
tein, Mel Grum bach, And y Guay, Melissa Hiñes, N ancy H op-
kins, Sarah Hrdy, Tom Insel, Bob Jaffe, M artha M cCIintock,
Erín M cC lu re, Eleanor M accoby, Bruce M cEw en, M ichael
Meaney, Barbara Parry, Don Pfaff, Cathy R oca, David Rubi-
now, R obert Sapolsky, Peter Schmidt, N irao Shah, Barbara
Sherwin, Elizabeth Spellce, Shelley Taylor, Kristin Uvnás-M o-
berg, Sandra Witelson, Sam Yen, Kim berly Yonkers y Eliza­
beth Young.
Tam bién doy las gracias a quienes me han apoyado con
animadas e influyentes conversaciones acerca del cerebro fe­
menino durante los últimos años: Bruce Ames, Giovanna
Ames, Elizabeth Barondes, Jessica Barondes, Lynne Krilich Be-
nioíf, M arc Bcnioff, ReVeta Bowers, Larry Ellison, M elanie
Craft Ellison, Cathy Fink, Steve Fink, M ilton Friedman, H ope
Frye, Donna Furth, Alan Goldberg, Andy G rove, Eva G rove,
Anne FIoops, Jerry Jam polsky, Laurene Powell Jobs, Tom
Kornberg, Josh Lederberg, Marguerite Lederberg, Deborah
Leff, Sharon Agopian M elodia, Shannon O 'R o u rke, Ju d y R a-
poport, Jeanne Robertson, Sandy Robertson, Jo a n Ryan, Dag-
mar Searle, Joh n Searle, Garen Staglin, Shari Staglin, M illicent
Tomkins, Jim Watson, Meredith White, Barbara W illenborg,
M arilyn Yalom y Jody Kornberg Yeary.
Deseo también expresar mi agradecimiento a las fundacio­
nes y organizaciones privadas que han apoyado mi trabajo:
Lynne y M arc Benioff, la Lawrence Ellison Medical Founda­
tion, el National Center for Excellence in Women’s Health en
la UCSF, la Osher Foundation, la Salesforce.com Foundation,
la Staglin Family M usic Festival for M ental Health, la Stanley
Foundation y el Departamento de Psiquiatría de la UCSF.
Este libro fue desarrollado inicialmente gracias a la habili­
dad y el talento de Susan Wels, que me ayudó a escribir el pri­
mer borrador y a organizar grandes cantidades de material.
Tengo con ella la m ayor deuda de gratitud.
Estoy muy agradecida a Liz Perle, que me persuadió al
principio de que escribiera este libro y a otros que creyeron en
él y trabajaron duro para hacerlo realidad: Susan Brow n, Ra-
chel Lehmann-Haupt, Deborah Chiel, M arc Haeringer y Ra-
chel Rokicki. M i agente, Lisa Queen, de Queen Literary, ha
sido una gran ayuda y ha aportado muchas sugerencias bri­
llantes en todo el proceso.
M e siento especialmente agradecida a Am y Hertz, vicepre­
sidenta y editora de M organ Road Books, quien creyó en este
proyecto desde el principio y siguió pidiendo revisiones de ex­
celencia y ejecución para crear un relato en el cual la ciencia
resulte amena.
Quiero también dar las gracias a mi hijo, Whitney, que to­
leró este largo y exigente proyecto con simpatía e hizo im por­
tantes aportaciones al capítulo de los adolescentes.
Por encima de todo agradezco a mi esposo, Sam Barondes,
su sabiduría, paciencia infinita, consejo editorial, perspicacia
científica, amor y apoyo.
i. c ó in tx e iN C iJ l .A iX ) a n 'i k i í i o r ( c c a ): sopesa las opciones, toma deci­
siones. Es el centro de las preocupaciones menores y es mayor en las mu­
jeres que en los hombres.
i. c ó r t f .x p r f .p r u n t a i . ( c: p f ): la reina que gobierna las emociones y evita
que se vuelvan desmedidas. I’one freno a la amígdala. Es mayor en las mu­
jeres, y madura uno o dos años antes en las mujeres que en los hombres.
3. ín s u l a : centro que procesa los sentimientos viscerales. M ayor y más ac­
tiva en las mujeres.
4. h ipo t á l a m o : director de la sinfonía hormonal; pone en marcha las gó-
nadas. Comienza a funcionar antes en las mujeres.
5. a m íg d a l a : la bestia salvaje que llevamos dentro; núcleo de los instintos,
domada solamente por el CPF. Es mayor en los varones.
6. g l á n d u l a p it u it a r ia : produce las hormonas de la fertilidad, producción
de leche y comportamiento de crianza. Ayuda a poner en marcha el cerebro
maternal.
7. h ip o cam p o ; el elefante que nunca olvida una pelea, un encuentro ro­
mántico o un momento de ternura, ni deja que lo olvides tú. M ayor y
más activo en las mujeres.
E L E N C O DE LOS A C T O R ES N EU R O H O R M O N A LE S
(en o tras palab ras, cóm o afectan las horm on as al cerebro
de una mujer)

Los actores que tu m édico conoce:

KS'i'RÓGENO: el rey: potente, ejecutivo, a rro llad o r; a veces to ­


talm ente utilitario, a veces seductor ag resivo ; am igo de la do-
pam ina, la seroton ina, la o xito cin a, la acetilcolina y la norepi-
nefrina (las sustancias quím icas que hacen que el cerebro se
sienta bien).

p jr o g e s t e r o n a : perm anece en segundo p la n o , pero es h erm a­


na pod erosa del estrógeno; aparece interm itentem ente y a ve­
ces es una nube torm entosa que cam bia los efectos del estró ­
geno; o tras veces es un agente estab ilizad or; m adre de la
alop regn en o lo n a (el V alium del cerebro, es decir la chill pill).

testo stero n a: ráp id a, en érg ica, cen trad a, a rro lla d o ra , m as­
cu lin a, sed u cto ra, v ig o ro sa , ag resiva, in sen sible; no está para
m im os.

Los actores que tu m édico tal vez no conozca y tam bién a fe c ­


tan al cerebro fem enino:
o x it o c in a : espon josa, parece un garito ronroneante; m im osa,
providente, com o la m adre tierra; el hada buena G lin d a en El
mago de Oz; encuentra placer en ayu d ar y servir; herm ana de
Ja vasopresina (la horm ona m asculina socializante), herm ana
del estrógeno, am iga de la dopam ina (otra sustancia quím ica
que hace sentir bien al cerebro).

C.ORTISOL: crispado, abrum ado, estresado; altam ente sensible,


física y em ocionalm ente.

v a s o p r e s in a :
sigilo sa, en segundo plan o, energías m asculinas
sutiles y agresivas; herm ana de la testosterona, herm ana de la
oxitocin a (hace que uno se conecte de m odo activo, m asculi­
no, igual que la oxitocin a).

DHEA: reservorio de todas las h o rm o n as; om nipresente, dom i­


nante, m antenedora de la neblina de la vida; energética; padre
y m adre de la testosterona y el estrógeno, apodada «la h orm o­
na m adre», Z eu s y 1 lera de las h o rm o n as; fuertemente presen­
te en la juventud, se reduce hasta la nada en la an cian idad.

a n d r o st en e d io n A: m adre de la testosterona en los o vario s;


fuente de descaro; anim ada en la juventud, dism inuye en la
m enopausia y muere con los ovarlos.

a i .o p r e g n e n o l o n a : la hija suntuosa, calm ante y ap acig u ad o ­


ra de la progesterona; sin ella nos sentim os irritables; es seda­
tiva, calm ante, tran q u ilizad o ra; n eutraliza cu alq u ier estrés;
tan pronto desaparece, todo es abstinencia cargada de m al hu­
m or; su m archa repentina es la clave central del SPM , los tres
o cuatro días anteriores al periodo de la mujer.
FASF.S DE
LA VIDA DE UNA M U JE R

Las horm onas pueden determinar qué le interesa hacer al cere­


bro. Ayudan a guiar las conductas alimenticias, sociales, se­
xuales y agresivas. Pueden influir en el gusto por la conversa­
ción, el flirteo, las fiestas (como anfitrión o invitado), la
program ación de citas de juegos infantiles, el envío de notas de
agradecimiento, las caricias, la preocupación por no herir sen­
timientos ajenos, la competición, la masturbación y la inicia­
ción sexual.
PRINCIPALES C A M B IO S LO Q U E LAS MlfJP.Rfc'S IlL M -N
H O RM O N ALES V LO'» H O M B R ES N O

E l crecim ien to y d e s a rro llo del L a s c é lu la s c e r e b ra le s son


c ereb ro n o se a ltera n p o r la tes- X X , lo q u e sig n ific a m ás g e­
rosreron a elevad a de tul cereb ro nes p ara un rá p id o d e sarro llo
m ascu lin o . cereb ral y de lo s circ u ito s es­
p ecíficam en te fem en in os.

n iñ e z El estrógeno es seg reg ad o en can- E stró g en o eleva d o hasta dos


tidades m asivas d esde lo s 6 a lo s a ñ os d espués del nacim iento.
*4 meses; después la p au sa juve­
nil desconecta las h orm on as.

A um ento del esrrógeno. la pro- M á s estrógeno y m en os tesros-


gesterona y la testosterona; c o ­ teron a; los cereb ros de las ch i­
mienzo del ciclo m enstrual. cas se d esarrollan dos a ñ os an-
res que lo s d e los chicos.

M ADUREZ SEXUAL, t i estrógeno, la progesteron a y M ás concentración en las relacio­


M U JER SOLTERA la testosterona cam bian ca d a día nes, en encontrar un compañero
del mes. p ara roda la v id a y en escoger
una carrera o trabajo com patible
con los intereses de la familia.

E M B A R A 70 E n o rm e increm en to de la p ro ­ M á s c o n ce n tra ció n en el h o ­


g e ste ro n a , e stró g en o . gar, en c ó m o será abastecida
la fa m ilia ; m e n o s en la c a rre ­
ra y la co m p e ten cia .

LACIA NCIA O x ito c in a, p ro la ctin a. C o n ce n tració n e x c lu siv a e n el


bebe.

CRIANZA O xitocin a-, p ro g e s te ro n a , tes- M e n o s interés en el s e x o , m ás


tosteron a y e srrógen o c íc lico s. p reo cu p ación p o r los niños.

PERIM ENOPAUSIA C ic lo s errá tico s de esrró g en o , Interés ílu ctu a u tc cu el se x o ,


p rogesteron a y te stosteron a su e ñ o e rrá tic o , m á s fa tig a ,
p reo c u p a ció n , c a m b io de h u ­
m o r e irrita b ilid a d .

m e n o p a u s ia F.srrógeno b a jo y n a d a de p ro ­ r.l ú ltim o c a m b io b ru s c o c a u ­


g e ste ro n a . K SH /LH e le v a d o s sad o p or las h o rm o n a s.
(horm ona fo lícu lo estim ulante/
h orm on a luteinizantc).

POSM ENOPAIJSIA P ro gestero n a y e stró g e n o b a jo s M ás tra n q u ilid a d .


y constantes; o xito cin a m as ba|a.
( A M K IO S O R F B K A I I'S l-S flX ÍI-'IC Ü S C A M B IO S D L LA R EA LID A D
DI- 1 A M U JFK

[.os circu ito s c ereb rales fem eninos para la c o m u ­ M ás circ u ito s cere b ra le s p ara la c o m u n ic a c ió n ,
nicación, los sentim ientos viscerales* la m em oria com p ren sión d e e m o c io n e s, m atices s o c ia le s,
em ocional y la contención de la ira crecen sin re ­ h ab ilid ad es a lim e n ta r ia s; a p titu d p ara u tilizar
ducirse; no está presente ninguna testosterona a m b o s lad o s del c e r e b ro .
elevada m ascu lina p ara m atar todas estas célu las.

M eio ru n I o n c irc u ito s ve rb a le s y em o c io n a les. M a y o r interés en el ju e g o y la b rom a con o tra s


m u ch ach as, n o co n m u ch a ch o s.

A u m en to d e la sen sib ilid ad y cre cim ie n to de los M a y o r interés en el a tra c tiv o se x u a l, in icia tiva s
circ u iro s de e stré s, ve rb a le s, e m o cio n a les y del a m o ro s a s d e s e s p e ra d a s , d ista n c ia m ien to d e los
sexo. p adres.

M ad u re z m á s te m p ran a de lo s c irc u ito s d e torna P rim ord ial in terés en e n co n tra r p a r e ja , a m o r y


de d e cisio n e s y del c o n tro l em o cio n al. d e sarro llo de la c a rre ra .

Cxintención de lo s circuiros del estrés; c ereb ro Interés predom inante p o r el p ropio bienestar físico,
tra n q u iliz a d o p o r ln progesteron a; con traccion es p or enfrentarse a la fatiga, la náusea y el ham bre, y
cerebrales; las h o rm o n a s procedentes del feto y por n o dañar al feto; supervivencia en el lu gar de
la placenta se a p o d e ra n del cereb ro y del c u e rp o . trabajo; planteam iento d e la baja por m aternidad.

l o s c irc u ito s del esrrés siguen con ten id o s to d a ­ C o n c e n trac ió n p rin c ip a l p ara en fre n ta rse a la
vía ; lo s c irc u ito s del s e x o y la em o ció n están fa tig a; pezon es d o lo rid o s , p rod u cción de lech e,
b lo q u e a d o s p o r el c in d a d o del niñ o. q u e se realiza d u ra n te las 2.4 h oras siguien tes,

A u m en to de la fu n ción de los circ u ito s del e s­ P rin cip al in terés en el bien estar, d e s a r ro llo , e d u ­
trés. la p re o c u p a ció n y los lazos em o c io n a les. cació n y seg u rid ad de los n iñ o s; a d a p ta c ió n a l
au m en to de estrés y t ra b a jo .

Sen sib ilid ad decrecien te a l estró g en o en cie rro s Interés p rim o rd ia l en s o b re v iv ir d ía a día y e n ­
circu ito s. fren tarse a la s su b id a s y b a ja d a s e m o cio n a les.

D eclin an lo s c irc u ito s alim e n tad o s p or e stró g e ­ P rin cip al interés en c o n s e rv a r la s a lu d , au m en ­


n o , o x ito c in a y p ro g estero n a. tar el b ien estar y a su m ir n u e v o s retos.

Circuiros m enos reactivos ni estrés, m enosem o- Principal interés en hacer lo que «tú» quieres
dónales. hacer; menos interés en cuidar de los demás.
IN TRO DU CCIÓ N

LO QUE NOS H A C E M U JE R E S

M ás del 99 % del código genético de los hombres y las mujeres


es exactamente el mismo. Entre treinta mil genes que hay en el
genoma humano, la variación de monos del i % entre los sexos
resulta pequeña. Pero esa diferencia de porcentaje influye en
cualquier pequeña célula de nuestro cuerpo, desde los nervios
que registran placer y sufrimiento, hasta las neuronas que trans­
miten percepción, pensamientos, sentimientos y emociones.’
Para el ojo observador, los cerebros de las mujeres y los de
los hombres no son iguales. Los cerebros de los varones son
más grandes en alrededor de un 9 % , incluso después de la
corrección por tamaño corporal. En el siglo x ix , los científicos
interpretaron que esa diferencia demostraba que las mujeres te­
nían menos capacidad mental que los hombres. Las mujeres y
los hombres, sin embargo, tienen el mismo número de células
cerebrales. Las células están simplemente agrupadas con mayor
densidad en las mujeres, com o embutidas en un corsé, dentro
de un cráneo más pequeño.
Durante gran parte del siglo x x , la m ayoría de los científi­
cos creyeron que las mujeres eran esencialmente hombres lim i­
tados neurológicamente y en todos los demás sentidos, excepto
en lo tocante a las funciones reproductivas. Esa creencia ha se­
guido siendo el meollo de duraderos malentendidos acerca de
la psicología y fisiología femeninas. Cuando se miran un poco
más profundamente las diferencias cerebrales, éstas revelan qué
hace que las mujeres sean mujeres y los hombres, hombres.
I lisia la década de los noventa, los investigadores dedíca-
mii pina atención a la fisiología, neuroanatomía o psicología
Iciiifiimas, diferenciándolas de las de los varones. Capté esta
impresión personalmente durante mis años de estudiante de
iieurohiología en Rerkeley, a finales de los años setenta, du­
rante mi formación médica en Yale, y durante mi preparación
como psiquiatra en el Massachusetts Mental Health Center, en
la I larvard M edical School. M ientras estudié en cada una de
estas instituciones, aprendí poco o nada acerca de las diferen­
cias biológicas o neurológicas de la mujer, aparte del embara­
zo. Cierra vez que un profesor presentó un trabajo acerca del
comportamiento animal en una clase de Yale, levanté la mano
y pregunté qué resultados había dado la investigación en lo re­
ferente a las hembras según aquel estudio. El profesor se de­
sentendió de mi pregunta declarando: «N o empleamos nunca
hembras en esos estudios; sus ciclos menstruales nos em baru­
llarían los datos».
La escasa investigación de que se disponía indicaba, sin
embargo, que las diferencias cerebrales, aunque sutiles, eran
profundas. Com o residente en psiquiatría me interesó viva­
mente el hecho de que había el doble de casos de depresión en­
tre las mujeres que entre los varones.2 Nadie ofrecía razona­
mientos claros sobre esta discrepancia. Dado que yo había
cursado el bachillerato en el apogeo del movimiento feminista,
mis explicaciones personales tendían a lo político y a lo psico­
lógico. Adopté la actitud típica del decenio de los setenta sobre
que la culpa era de los patriarcas de la cultura occidental. Ellos
habrían mantenido reprimidas a las mujeres y las habrían con­
vertido en menos funcionales que los hombres. Sin embargo,
esta explicación de por sí no parecía encajar: había nuevos es­
tudios que revelaban la misma proporción de depresiones^ en
todo el mundo. Empecé a pensar que estaba ocurriendo algo
más importante, más básico y biológico.
Cierto día me impresionó saber que los ratios de depresión
ile hombres y mujeres no empezaban a divergir hasta que éstas
cumplían doce o trece años, edad en que las chicas empezaban
.1 menstruar. Parecía ser que los cambios químicos en la puber­
tad actuaban de alguna manera en el cerebro, de modo que se
desencadenaba más depresión entre las mujeres. En aquella
época había pocos científicos que investigaran semejante rela­
ción y la m ayoría de Jos psiquiatras, como yo, habían sido ins­
truidos según la teoría psicoanalítica tradicional que exam ina­
ba la experiencia de la infancia, pero no con sid érala nunca que
ruviese parte en ella la química específica del cerebro femenino.
Cuando empecé a tomar en cuenta el estado hormonal de una
mujer al evaluarla psiquiátricamente, descubrí los enormes
efectos neurológicos que tienen sus hormonas, durante diferen­
tes estadios de la vida, en Ja configuración de sus deseos, de sus
valores y del modo mismo en que percibe la realidad.
Mi primera revelación acerca de las diferentes realidades
creadas por las hormonas sexuales llegó cuando empecé a tra­
tar a mujeres afectadas por lo que denomino síndrome cere­
bral premenstrual extrem o.3 En todas las mujeres, cuando
menstrúan, el cerebro femenino cambia un poco cada día. A l­
gunas partes del mismo cam bian hasta el 25 % cada mes.4 Las
cosas se ponen difíciles a veces, pero para la m ayoría de las
mujeres los cambios resultan manejables. De todos modos, al­
gunas pacientes acudieron a mí al sentirse tan alteradas por
sus horm onas ciertos días, que no podían trabajar ni hablar
con nadie, porque o les daba por romper a llorar o por con­
testar de malos m odos.5 En la mayoría de las semanas del mes
se mostraban emprendedoras, inteligentes, productivas y opti­
mistas, pero una simple oscilación en el fluido hormonal que
llega a sus cerebros las dejaba algunos días con la sensación de
un futuro tenebroso, de odio a sí mismas y a sus vidas. Tales
ideas parecían reales y sólidas; dichas mujeres actuaban como
si éstas fueran hechos y hubieran de durar siempre, aun cuan­
do surgían solamente de sus altibajos hormonales cerebrales.
Apenas cam biaba la marea volvían a dar lo mejor de sí mis­
mas. Semejante forma extrema de SPM , que se manifiesta sólo
en un pequeño porcentaje de mujeres, me hizo ver cóm o la rea­
lidad de un cerebro femenino puede cam biar por poca cosa.
Si la realidad de una mujer podía cam biar radicalmente de
semana en semana, lo mismo podría decirse de los cambios
hormonales masivos que ocurren a lo largo de la vida de una
mujer. Yo quería tener la oportunidad de averiguar más cosas
acerca de esas posibilidades a una escala más amplia y, por
eso, en 1994 fundé la Women’s M ood and Hormone Clinic en
el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de C alifor­
nia, en San Francisco. Fue una de las primeras clínicas del país
dedicadas a observar los estados del cerebro femenino y cómo
la neuroquimica y las hormonas afectan a su humor.
Lo que hemos encontrado es que el cerebro femenino
está tan profundam ente afectado por las horm onas que pue­
de decirse que la influencia de éstas crea una realidad feme­
nina. Pueden conform ar los valores y deseos de una mujer,
decirle día a día lo que es im portante. Su presencia se siente
en cualquier etapa de la vida, desde el mismo nacimiento.
Cada estado horm onal — años de infancia, de adolescencia,
de citas am orosas, de maternidad y de m enopausia— actúa
com o fertilizante de diferentes conexiones neurológicas, res­
ponsables de nuevos pensamientos, emociones e intereses. A
causa de las fluctuaciones que com ienzan nada menos que a
los tres meses y duran hasta después de la menopausia, la rea­
lidad neurológica de una mujer no es tan constante com o la
de un hombre. La de él es com o una montaña que van gas­
tando imperceptiblemente en milenios los glaciares, el tiem­
po y los profundos m ovimientos tectónicos de la tierra. La de
ella es más bien com o el clim a, constantemente cam biante y
difícil de predecir.
La nueva ciencia del cerebro ha transform ado rápidamente
nuestro concepto sobre las diferencias básicas neurológicas en­
tre hombres y mujeres. Antes los científicos sólo podían inves­
tigar estas diferencias estudiando los cerebros de cadáveres o
los síntomas de individuos con daños cerebrales. Ahora, gra­
cias a los avances de la genética y la tecnología de imagen del
cerebro no invasiva, ha ocurrido una completa revolución en
la teoría y la investigación neurocientíficas. Las nuevas herra­
mientas, com o la tom ografía de emisión de positrones (PET) y
las imágenes de resonancia magnética funcional (IRM f), nos
permiten ahora ver dentro del cerebro humano en tiempo real,
mientras resuelve problemas, produce palabras, recoge recuer­
dos, advierte expresiones faciales, establece confianza, se ena­
mora, escucha cómo lloran los bebés, siente depresión, miedo
y ansiedad.
Com o resultado, los científicos han documentado una sor­
prendente colección de diferencias cerebrales estructurales,
químicas, genéticas, hormonales y funcionales entre mujeres y
varones. H em os aprendido que los hombres y las mujeres tie­
nen diferentes sensibilidades cerebrales ante el estrés y el con­
flicto. U tilizan distintas áreas y circuitos cerebrales para re­
solver los problem as, procesar el lenguaje, experim entar y
almacenar la misma emoción intensa/’ Las mujeres pueden re­
cordar los detalles más pequeños de sus prim eras citas y sus
enfrentamientos mayores, mientras que sus maridos apenas
recuerdan que hayan sucedido esas cosas. La estructura y quí­
mica cerebrales son las causantes de que esto sea así.
Los cerebros femenino y masculino procesan de diferentes
maneras los estímulos, oír, ver, «sentir» y juzgar lo que otros
están sintiendo. Nuestros distintos sistemas cerebrales de ope­
rar en el hombre y la mujer son en su m ayoría compatibles y
afines, pero realizan y cumplen los mismos objetivos y tareas
utilizando circuitos distintos. En un estudio alem án, los inves­
tigadores dirigieron exploraciones cerebrales de varones y mu-
|i <i ■. m u-1111.1 •, .ilicrnahan m en ta lm e n te lo r m a s a b s tra c ta s tri-
ilmtrii' m i u l r s , N o hubo d iferen cias de c o m p o r t a m ie n t o entre
linm l'n ■. v mHieres, pero h u b o d iferen cias s ig n ificativ as, espe-
■ itu ,iiih nú- s e x u a le s , en los circ u ito s cerebrales que a c tiv a r o n
ju i . i co m p leta r la tarea.* L a s m u je r e s la n zab an pistas cereb ra-
l< irl.icloriadas c o n la id en tific a c ió n visual y p a s a b a n m ás
tiem po que los h o m b re s d a n d o fo r m a a los o b je to s en sus men-
le s . Kste hecho s ig n ifica b a sim p le m e n te que las m u jere s necesi­
taban más tie m p o p ara llegar a la m ism a resp uesta. T a m b ién
m o strab a que realizan las m is m a s fu n cio n es c o g n itiv a s que los
varo nes, p ero lo hacen utilizan d o diferentes circ u ito s c e re b ra ­
les .8
Bajo un m ic r o s c o p io o un e x a m e n p o r I R M f , las diferen ­
cias entre ce re b ro s m asc u lin o s y fem en in os rev elan ser c o m ­
plejas y ex te n s a s . E n los cen tros del ce re b ro p a r a el len guaje y
el oíd o , p o r e je m p lo , las m u jere s tienen un r r % m á s de n e u ­
ro n a s que los hom bres.* El eje p rin c ip a l de la f o r m a c ió n de la
em o c ió n y la m e m o ria — el h ip o c a m p o — es ta m b ié n m a y o r en
el cerebro fe m e n in o , igual que los circu itos cereb rales para el
lenguaje y la o b s e r v a c ió n de las e m o c io n e s de los d e m á s .10
E sto sign ifica q u e las m ujeres, p o r térm in o m e d io , e x p re s a n
m e jo r las e m o c io n e s y recu erdan m e jo r los detalles de a c o n te ­
cim ientos em o c io n a le s . L o s h o m b r e s , en c a m b io , tienen dos
veces y m edia m á s de esp ac io c e r e b r a l d e d ic a d o al im p u lso s e ­
x u a l, igual que cen tros cereb rales m ás d e s a r r o lla d o s p a r a la
a cción y la a g re s iv id a d . L o s p e n sa m ie n to s s e x u a le s flo ta n en el
c ereb ro m a s c u lin o m u c h as veces al día p o r térm in o m e d io ; por
el de una m u jer s ó lo una vez al d ía. Q u iz á tres o c u a tro veces
en sus dias m ás f e b r ile s ."
E stas v a ria c io n e s estructurales b á sicas p o d ría n e x p lic a r d i­
ferencias de p e rce p ció n . Un estu d io e x p lo r ó los c e r e b ro s de
ho m b res y m u jere s, o b s e rv a n d o la escena neutra de un h o m b r e
y una m ujer q u e m a n te n ía n una c o n v e r s a c ió n . L a s á r e a s se­
x u a le s de los ce re b ro s m asc u lin o s in m ed iatam en te ch is p e a ro n ;
vieron una potencial cita sexual. Los cerebros femeninos no
mvieron ninguna actividad en las áreas sexuales y considera-
ion que la situación era sencillamente la de dos personas que
h ablaban.'1
Los hombres también tienen procesadores m ayores en el
núcleo del área más primitiva del cerebro, la am ígdala, que re­
gistra el miedo y dispara la agresión.'3 Ésta es la razón por la
que algunos hombres pueden pasar desde cero a una lucha a
puñetazos en cuestión de segundos, mientras que muchas mu­
jeres intentarán cualquier cosa para evitar el con flicto.'4 Pero
el estrés psicológico del conflicto se registra más profunda­
mente en zonas del cerebro femenino. Aunque vivimos en el
mundo urbano moderno, habitamos cuerpos hechos para vivir
en la naturaleza salvaje, y cada cerebro femenino lleva dentro
de él los antiguos circuitos de sus vigorosísim as antepasadas,
diseñadas para el éxito genético, pero manteniendo los instin­
tos profundamente instalados que se desarrollaron com o res­
puesta al estrés experimentado en el antiguo mundo salvaje.’5
Nuestras respuestas al estrés estaban diseñadas para reaccio­
nar ante el peligro físico y situaciones que amenazaran la vida.
Ahora esta respuesta al estrés hay que emparejarla con los m o­
dernos desafíos de hacer juegos malabares con las demandas
de la casa, los niños y el trabajo, sin apoyo suficiente; por eso
tendremos una situación en la cual las mujeres pueden llegar a
calificar unas meras facturas impagadas com o un estrés que
parece am enazar la vida. Esta respuesta impele al cerebro fe­
menino a reaccionar com o si la familia estuviera en peligro de
sufrir una catástrofe inminente.16 El cerebro masculino no ten­
drá la misma percepción, a menos que exista amenaza de peli­
gro físico inmediato. Estas variaciones estructurales básicas de
sus cerebros constituyen el fundamento de muchas diferencias
cotidianas en el comportamiento y experiencias vitales de
hombres y mujeres.
Los instintos biológicos son las claves para entender cóm o
estamos diseñados y son también las claves de nuestro éxito en
el día de hoy. Si se es consciente del hecho de que un estado
biológico del cerebro guía nuestros impulsos, puede elegirse
entre no actuar o actuar de modo diferente de aquel al que uno
se siente impelido. Pero primero tenemos que aprender a reco­
nocer cómo está estructurado genéticamente el cerebro feme­
nino y cómo está configurado por la evolución, la biología y la
cultura. Sin este reconocimiento, la biología se convierte en
destino y quedaremos inermes ante ella.
La biología representa el fundamento de nuestras persona­
lidades y de nuestras tendencias de com portam iento. Si en
nombre del libre albedrío — y de la corrección política— in­
tentamos refutar la influencia de la biología en el cerebro, em­
pezaremos a com batir nuestra propia naturaleza. Cuando re­
conocemos que nuestra biología está influenciada por otros
factores, incluyendo nuestras horm onas sexuales y su fluir, po­
demos evitar que el proceso establezca una realidad física que
nos gobierne. El cerebro no es nada más que una máquina de
aprender dotada de talento. N o hay nada que esté absolutamen­
te fijado. La biología afecta poderosamente, pero no aherroja
nuestra realidad. Podemos alterar dicha realidad y usar nues­
tra inteligencia y determinación ya .sea para celebrar o para
cambiar, cuando resulte necesario, los efectos do las hormonas
sexuales en la estructura del cerebro, en el com portamiento, la
realidad, la creatividad y el destino.

Los varones y las mujeres tienen el mismo nivel promedio de


inteligencia, pero la realidad del cerebro femenino ha sido a
menudo mal interpretada por entender que está menos capaci­
tado en ciertas áreas como las matemáticas y la cien cia/7 En
enero de 2005 Lawrence Summets, presidente a la sazón de la
Universidad de H arvard, sobresaltó e indignó a sus colegas —y
al público— cuando en un discurso pronunciado en el Natio-
nal Bureau o f Economic Research dijo: «Se puede ver que en
muchísimos atributos humanos diferentes — aptitud m atem á­
tica, aptitud científica— existe una evidencia bastante clara de
que, prescindiendo de la diferencia en medios —que puede ser
discutida— existe una diferencia en la desviación estándar y en
la variabilidad de una población masculina y otra femenina. Y
esto es verdad en lo tocante a atributos que están o no deter­
minados culturalmente de m odo plausible».18 El público en­
tendió que el orador afirm aba que las mujeres están, por tanto,
congénitamente menos dotadas que los hombres para conver­
tirse en matemáticas o científicas de primera fila.
Si se analiza la investigación usual, Summers tenía y no te­
nía razón. Sabemos actualmente que cuando los chicos y las
chicas llegan a la adolescencia, no hay diferencia en sus apti­
tudes matemáticas y científicas/9 En este punto dicho autor se
equivocaba. Pero en cuanto el estrógeno inunda el cerebro fe­
menino, las mujeres empiezan a concentrarse intensamente en
sus emociones y en la com unicación: hablar por teléfono y ci­
tarse con sus amigas en la calle. Al mismo tiempo, a medida
que la testosterona invade el cerebro m asculino, los m ucha­
chos se vuelven menos com unicativos y se obsesionan por lo­
grar hazañas en los juegos y en el asiento trasero de un coche.
En la fase en que los chicos y las chicas empiezan a decidir las
trayectorias de sus carreras, ellas empiezan a perder interés en
empeños que requieran más trabajo solitario y menos interac­
ciones con los demás, mientras que ellos pueden fácilmente re­
tirarse a solas a sus alcobas para pasar horas delante del orde­
nador.10
Desde edad temprana, mi paciente Gina tenía una aptitud
extraordinaria para las matemáticas. Se hizo ingeniera, pero a
los veintiocho años luchaban con su deseo de una carrera más
orientada hacia la' gente que, además, le permitiera llevar una
vida familiar. Le gustaban los rompecabezas mentales im plica­
dos en la solución de problemas de ingeniería, pero echaba de
menos el contacto diario con la gente, de modo que pensaba
en un cambio de carrera. Éste no es un conflicto insólito entre
las mujeres. M i am iga, la científica Cori Bargmann, me dijo
que muchas de sus amigas más inteligentes dejaron la ciencia
para pasar a cam pos que consideraban más sociales. Éstas son
decisiones sobre valores que en realidad están configurados
por los efectos hormonales sobre el cerebro femenino que em­
pujan a la conexión y comunicación. El hecho de que pocas
mujeres terminen dedicándose a la ciencia no tiene nada que
ver con deficiencias del cerebro femenino en las matemáticas y
la ciencia. En esto Summers realmente se equivocó. Tenía ra­
zón en cuanto a que existe escasez de mujeres en una posición
de alto nivel en ciencia e ingeniería, pero estaba totalmente de­
sencaminado al sostener que las mujeres no culminan estas ca­
rreras por falta de capacidad.11
El cerebro femenino tiene muchas aptitudes únicas: sobre­
saliente agilidad mental, habilidad para involucrarse profun­
damente en la am istad, capacidad casi mágica para leer las ca­
ras y el tono de voz en cuanto a emociones y estados de ánimo
se refiere, destreza para desactivar conflictos.11 Todo esto for­
ma parte de circuitos básicos de los cerebros femeninos. Son
los talentos con los que ellas han nacido y que los hombres,
francamente, no tienen. Ellos han nacido con otros talentos,
configurados por su propia realidad hormonal. Pero eso es el
tema de otro libro.

Durante veinte años he esperado ansiosamente algunos pro­


gresos en el conocimiento del cerebro y el comportamiento de
la mujer mientras trataba a mis pacientes femeninas. Sólo a la
vuelta del milenio comenzó a emerger esa emocionante inves­
tigación, revelando cómo la estructura, función y química del
cerebro de una mujer afectan a su humor, procesos de pensa­
miento, energía, impulsos sexuales, comportamiento y bienes-
car. Este libro constituye una guia del usuario de la nueva in­
vestigación acerca del cerebro femenino y los sistemas «neu-
rocom portam entales» que nos convierten en mujeres. Está
extraído de mis veinte años de experiencia clínica como neurop-
siquiatra. Recoge avances espectaculares en nuestra compren­
sión de la genética, la neurociencia molecular, la endocrinología
fetal y pediátrica, y el desarrollo neurohorm onal. Presenta
muestras de neuropsicología, neurociencia cognoscitiva, desa­
rrollo infantil, representación por imagen del cerebro y psi-
coneuroendocrinología. Explora la prim atología, los estudios
de animales y la observación infantil, buscando enfoques de
cómo están program ados en el cerebro femenino los com por­
tamientos concretos por una com binación de naturaleza y
educación.
A causa de este progreso, finalmente, entram os en una era
en la que las mujeres pueden comenzar a entender que su bio­
logía es distinta y cómo afecta a sus vidas. M i misión personal
ha sido educar a médicos, psicólogos, profesores, enfermeras,
farmacéuticos y sus discípulos, con el fin de beneficiar a las
mujeres y adolescentes a quienes prestan servicio. He aprove­
chado cualquier oportunidad de educar a mujeres y adolescen­
tes acerca de su sistema único de mente-cuerpo-comportamien-
10 y ayudarlas a sacar lo mejor de ellas a cualquier edad. Espero
que este libro beneficie a muchas más mujeres y jóvenes de las
que trato en la clínica. Confío en que el cerebro femenino será
contemplado y entendido com o el instrumento finamente ajus-
uido y talentoso que es en realidad.
UNO

E L N A C IM IE N TO D E L CEREBRO FE M E N IN O

Lcila era com o una abejira laboriosa que revoloteara por el p a­


tio de recreo, se comunicaba con los demás niños los conocie­
ra o no. Al decir frases de dos o tres palabras, acostum braba
utilizar su sonrisa contagiosa y los movim ientos significati­
vos de cabeza para com unicarse y, efectivam ente, lo lograba.
Lo mism o hacían las dem ás niñas pequeñas. La una decía
«D olly». La otra decía «ir de com pras». Se estaba formando
una pequeña com unidad, bullanguera a fuerza de parloteo,
juegos y fam ilias imaginarias.
Leila se com placía siempre en ver a su prim o Joseph cuan­
do éste se le acercaba en el patio, pero su alegría nunca dura­
ba mucho. Joseph se apoderaba de las piezas que sus amigas y
ella empleaban para hacer una casa. Las quería para hacer un
cohete que construía él mismo. Sus com pañeros destruían
todo lo que Leila y sus am igas habían hecho. Los chicos les da­
ban empujones, se negaban a respetar turnos y desdeñaban la
demanda de una chica de detenerse o de devolver un juguete.
Cuando la mañana acababa, Leila ya se había retirado junto
con las chicas al otro extrem o del patio. Querían jugar tran­
quilamente a «las casitas».
El sentido común nos indica que los m uchachos y las chi­
cas se portan de modo diferente. Lo vemos cada día en casa, en
los juegos y en las clases. Pero lo que la cultura no nos ha di­
cho es que, en realidad, es el cerebro el que dicta la diferencia
de dichas conductas. Los impulsos de los niños son tan inna­
tos, que rebotan si nosotros, los adultos, intentamos volverles
hacia otra dirección. Una de mis pacientes regaló a su hija de
tres años y medio muchos juguetes uniscx, entre ellos un vis­
toso coche rojo de bomberos en vez de una muñeca. La madre
irrumpió en la habitación de su hija una tarde y la encontró
acunando al vehículo en una manta de niño, meciéndolo y di­
ciendo: «No te preocupes, cam ioncito, todo irá bien».
Esto no es producto de la socialización. Aquella niña pe­
queña no acunaba a su «camioncito» porque su entorno hubie­
ra moldeado así su cerebro unisex. N o existe un cerebro unisex.
La niña nació con un cerebro femenino, que llegó completo con
sus propios impulsos. Las chicas nacen dotadas de circuitos de
chicas y los chicos nacen dotados de circuitos de chicos. Cuan­
do nacen, sus cerebros son diferentes y son los cerebros los que
dirigen sus impulsos, sus valores y su misma realidad.
El cerebro configura la manera en que vemos, oím os, ole­
mos y gustamos. Los nervios van desde nuestros órganos
sensores directamente hasta el cerebro, que efectúa toda la in­
terpretación. Un golpe grave en la cabeza en el sitio corres­
pondiente puede implicar que se pierda la capacidad de oler o
de gustar. De todos modos, el cerebro hace más que eso. Afec­
ta profundamente a cómo conceptualizamos el mundo; por
ejemplo, para pensar si una persona es buena o m ala; si nos
gusta el tiempo que hace o nos hace sentir infelices; si estamos
o no inclinados a ocuparnos de las tareas del día. N o hace fal­
ta ser neurólogo para saberlo. Si alguien se siente abatido y
toma un buen vaso de vino o un rico trozo de chocolate, su ac­
titud puede cambiar. Un día gris y nublado se puede volver ra­
diante o el enfado con una persona amada puede disiparse se­
gún el modo en que los ingredientes químicos de ese vino o de
ese chocolate afecten al cerebro. Tu realidad inmediata puede
cam biar en un instante.
Si las sustancias químicas que actúan sobre el cerebro pue­
den crear realidades diferentes, ¿qué ocurre cuando dos cere­
bros tienen diferentes estructuras? N o cabe duda de que sus
realidades serán diferentes. Los daños cerebrales, los derrames
cerebrales, las lobotomías prefrontales y las heridas en la ca­
beza pueden cam biar lo que importa a una persona. Pueden
incluso cam biar la personalidad de agresiva a mansa o de am a­
ble a arisca.
N o se trata de que todos empezamos con la misma estruc­
tura cerebral. Los cerebros de los machos y las hembras son di­
ferentes por naturaleza. Pensad en esto. ¿Qué ocurre si el cen­
tro de com unicaciones es m ayor en un cerebro que en otro?
¿Qué ocurre si el centro de la memoria em ocional es m ayor en
uno que en otro? ¿Qué ocurre si un cerebro desarrolla m ayor
aptitud para captar indicios en los demás que la que poseen
otras personas? En este caso, nos encontraremos ante una per­
sona cuya realidad dictaría que sus valores prim arios fueran la
com unicación, la conexión, la sensibilidad emocional y la reac­
tividad. Esa persona estimaría tales cualidades por encima de
todas y se sentiría desconcertada por otra, cuyo cerebro no
captara la importancia de aquéllas. En síntesis, tendríamos a
alguien dotado de un cerebro femenino.
N osotros, queriendo designar a los médicos y a los cientí­
ficos, solíam os opinar que el género fue creado culturalmente
para los humanos, pero no para los animales. Cuando estuve
en la Facultad de M edicina, en las décadas de los setenta y los
ochenta, ya se había descubierto que los cerebros animales
macho y hembra empezaban desarrollándose de modo dife­
rente en el útero, sugiriendo que impulsos tales como el em pa­
rejamiento, el embarazo, la crianza de la prole, están plasm a­
dos en circuitos del cerebro anim al.1 Sin em bargo, se nos
enseñó que para los humanos las diferencias sexuales provie­
nen principalmente de que los padres lo eduquen como m u­
chacho o muchacha. Ahora sabemos que esto no es verdad del
todo y, si retrocedemos al punto en que el asunto empezó, el
cuadro resulta más claro.
Imagínate por un momento que estas en una microcápsula
que circula velozmente por el canal vaginal, marcándose un vi­
raje cerrado en el curso del cérvix, en vanguardia del tsunami
que forma el esperma. Una vez que estés dentro del útero verás
un huevo gigantesco, ondulante, a la espera de aquel afortu­
nado renacuajo que ha tenido agallas suficientes para penetrar
por la superficie. Supongamos que el esperma que desarrolló
esa galopada lleva un cromosoma X y no Y. Voilá, el huevo
fertilizado form ará una niña.
En el término de sólo treinta y ocho semanas veríamos que
esta niña crece y pasa de ser un grupo de células que cabrían
en la cabeza de una aguja, a constituir un bebé que pesa un
promedio de tres kilos y medio, adem ás de poseer la m aquina­
ria que necesita para sobrevivir fuera del cuerpo de su madre.
Pero la mayor parte del desarrollo cerebral que determina los
circuitos específicos de su sexo acontece durante las primeras
dieciocho semanas del embarazo.
Hasta que tiene ocho semanas, todo cerebro fetal parece
femenino; la naturaleza efectúa la determinación del género
femenino por defecto. Si contando con fotografías periódicas
uno se pusiera a observar un cerebro femenino y otro masculi­
no mientras se desarrollan, podría ver que sus diagram as de
circuitos se establecen conforme al proyecto diseñado tanto
por los genes com o por las hormonas sexuales.1 En la octava
semana se registrará un enorme aflujo de testosterona que
convertirá este cerebro unisex en masculino, matando algunas
células en los centros de comunicación y haciendo crecer otras
más en los centros sexuales y de agresión.’ Si no se produce la
llegada de la testosterona, el cerebro femenino continúa cre­
ciendo sin perturbaciones. Eas células del cerebro del feto de la
niña desarrollarán más conexiones en los centros de com uni­
cación y las áreas que procesan la em oción.4 ¿Cóm o nos afec­
ta esta bifurcación fetal en el camino? Ante todo, porque esta
muchacha, por efecto de su centro de comunicación de mayor
i,imano, crecerá más habladora que su hermano. En muchos
contextos sociales, usará más form as de comunicación que él.
Por otro lado, el proceso define nuestro destino biológico con-
génito, dando color al cristal a través del cual miramos el mun­
do y nos comprometemos con él.

LEER LA EMOCIÓN EQUIVALE A LEER LA REALIDAD

La primera cosa que el cerebro femenino induce a hacer a un


bebé es precisamente estudiar los rostros.5 Un antigua alumna
mía, C ara, me trajo a su niña, Leila, para vernos en el curso de
sus visitas regulares. N os encantaba observar cóm o cam biaba
Leila a m edida que crecía; y la vim os bastante en la etapa pos­
terior al nacimiento y durante el jardín de infancia. Cuando te­
nía unas pocas semanas, Leila ya estaba estudiando cualquier
cara que se le pusiera por delante. Mi equipo y yo tuvimos m u­
cho contacto visual con ella y no tardó en devolvernos las son­
risas. Replicábam os las caras y sonidos del otro y era diverti­
do relacionarse con ella. Deseé llevármela a casa, sobre todo
porque no había tenido semejante experiencia con mi hijo.
Me encantaba que esa niña pequeña quisiera mirarme y
me habría gustado que mi hijo hubiera tenido igual interés en
mi cara; él hacía todo lo contrario. Quería m irar cualquier
otra cosa — móviles, luces y pomos de puerta— , pero no a mí.
Establecer contacto visual figuraba al final de su lista de cosas
interesantes por hacer. En la facultad me enseñaron que todos
los niños nacen con la necesidad de mirarse mutuamente, por­
que ésta es la clave para desarrollar el vínculo madre-hijo y,
durante meses, pensé que algo funcionaba muy mal con mi
hijo/’ N o se conocían en aquella época las muchas diferencias
que son específicas del sexo en el cerebro. Se creía que todos
los niños tenían circuitos adecuados para escrutar las caras,
pero ha resultado que las teorías sobre las primeras etapas del
desarrollo infantil estaban sesgadas hacia lo femenino. Son las
muchachas, no los chicos, las que tienen circuitos dispuestos
para la observación mutua. Las chicas no experim entan la
irrupción de testosterona en el útero, que reduce los centros
de com unicación, observación y procesado de la em oción, de
modo que su potencial para desarrollar aptitudes en tales terre­
nos es mejor al nacer que el de los chicos. Durante los prime­
ros tres meses de vida las facultades de una niña en contacto
visual y observación facial mutua irán creciendo en un 400 % ,
mientras que en un niño la aptitud para exam inar rostros no se
desarrolla durante ese tiempo.7
Las niñas nacen interesadas en la expresión emocional. Se
interpretan a sí mismas basándose en la mirada, el contacto y
cualquier otra reacción de la gente con quien se relacionan.
Fundándose en estas pistas las niñas descubren si son valiosas,
acreedoras a ser amadas o fastidiosas. Pero suprime las indica­
ciones que proporciona una cara expresiva y habrás eliminado
la principal piedra de toque con que un cerebro femenino con­
trasta la realidad. Observa a una niña pequeña cuando se
aproxim a a una figura que carezca de expresión. Lo intentará
todo para conseguir un gesto expresivo. Las niñas pequeñas
no toleran las caras insulsas. Interpretan que si se vuelve a ellas
una cara desprovista de emoción, es señal de que ellas están
haciendo algo malo. Tal como los perros que persiguen Fris-
bees, las niñas no soltarán una cara hasta no hacerla reaccio­
nar, Pensarán que si hacen lo que corresponde, obtendrán la
reacción que esperan. Es la misma especie de instinto que hace
que una mujer adulta persiga a un hombre narcisista o em o­
cionalmente inasequible por otra razón: «Si hago exactamente
lo que corresponde, me am ará». Ya se puede imaginar, por
tanto, el impacto negativo que ejerce en el aprecio por sí mis­
ma en pleno desarrollo la cara inexpresiva y plana de una m a­
dre deprimida; incluso la de una que haya recibido demasiadas
inyecciones de bótox.* La falta de expresión facial causa mucha
confusión en una niña y puede llegar a creer que no le gusta a
su madre, porque no es capaz de obtener la reacción esperada
a su dem anda de atención o a su gesto de afecto. A la postre
dedicará sus esfuerzos hacia caras que respondan mejor.
Cualquiera que haya educado chicos y chicas o les haya
visto desarrollarse, habrá podido ver que evolucionan de modo
distinto, especialmente porque las niñas se comunican em ocio­
nalmente de maneras que no practican los niños. Sin embargo,
la teoría psicoanalítica interpretó mal esta diferencia entre los
sexos y estableció que el más intenso escrutinio de los rostros
que practican las niñas y su impulso para com unicarse signifi­
caba que estaban más «necesitadas» de simbiosis con sus m a­
dres.9El examen más intenso de caras no indica una necesidad,
sino una aptitud innata para la observación. Es una facultad
que viene con un cerebro que, al nacer, es más maduro que el
de un niño, y se desarrolla más deprisa a lo largo de uno a
dos años.

LA ESCUCHA, LA APROBACIÓN Y SFR ESCUCHADA

Los círculos cerebrales bien desarrollados para captar signifi­


cados de caras y tonos de voz impulsan también a las niñas a
analizar muy pronto la aprobación social de los dem ás.” Cara
se sorprendía de poder llevar a su hija, Leila, a lugares públi­
cos. «Es asom broso. Nos podemos sentar en un restaurante y
Leila sabe, a los dieciocho meses, que si levanto la mano debe
dejar de estirar la suya para coger el vaso de vino. Y he obser­
vado que si su papá y yo discutimos, come con los dedos has­
ta que uno de nosotros la mira. Entonces vuelve a esforzarse
por manejar el tenedor.»
Estas breves interacciones muestran que Leila capta indi­
cios partiendo de los rostros de los padres, cosa que su primo
Joseph probablemente no habría hecho. Un estudio de la Uni­
versidad de Texas sobre niños y niñas de doce meses muestra
diferencias en los deseos y aptitudes de observación. En uno de
los casos presentados, un bebé y su madre fueron llevados a
una habitación, los dejaron solos y les pidieron que no tocaran
un objeto determinado. La madre se puso a un lado. Se graba­
ron cada movimiento, mirada y expresión. M uy pocas de las
niñas tocaron el objeto prohibido, aunque las madres no les
dijeron nunca explícitamente que no lo hicieran. Las niñas mi­
raban la cara de las madres diez o veinte veces más que los ni­
ños, esperando signos de aprobación o desaprobación. Los ni­
ños, en cam bio, se movían por la habitación y raras veces
observaban el rostro de las madres. Tocaban frecuentemente el
objeto prohibido aunque las madres gritaran «¡no!». Los ni­
ños de un año, impulsados por su cerebro masculino form ado
con testosterona, se sentían impulsados a investigar el entor­
no, incluso aquellos elementos que tenían prohibido tocar.'2
Com o quiera que sus cerebros no han sufrido una margi-
nación de testosterona en el útero y han quedado intactos sus
centros de comunicación y emoción, las chicas llegan al mun­
do con mejores aptitudes para leer caras y oír tonos vocales
hum anos.13 Igual que los murciélagos pueden percibir sonidos
que ni los gatos ni los perros captan, las niñas pueden oír una
gama más amplia de frecuencias y tonos de sonido de la voz
humana que los niños.14 Todo lo que una de ellas necesita oír
es una ligera firmeza de la voz de su madre para saber que no
debe abrir el cajón que tiene el forro de papel de fantasía. En
cambio, habrá que reprimir físicamente a un chico para pri­
varle de destruir los paquetes de la próxim a N avidad. N o es
que desatienda a su madre; es que físicamente no puede oír el
mismo tono de advertencia.
Una niña muestra también listeza para leer a través de la
expresión facial si se la está escuchando o no. A los dieciocho
meses, Leila no podía mantenerse quieta. N o podíamos com ­
prender nada de lo que intentaba decirnos, pero le hacía gestos
a rodas las personas de la oficina y desataba una corriente
de palabras que le parecían muy im portantes, buscando la
aquiescencia de cada uno de nosotros. Si nos m ostrábamos
desinteresados aunque fuera un instante o rompíamos el con­
tacto visual durante un segundo, se ponía las manos en las ca­
deras, estampaba los pies en el suelo y gruñía enfadada. «¡E s­
cuchadm e!», gritaba. La falta de contacto visual significaba
para ella que no la atendíamos. Sus padres, C ara y Charles, es­
taban preocupados porque Leila parecía insistir en meterse en
todas las conversaciones de la casa. La niña era tan exigente
que ellos pensaban que la habían mimado en dem asía, pero no
era así. Se trataba sólo de la investigación que desarrollaba el
cerebro de su hija en busca de una revalidación de la noción de
sí misma.
Ser o no escuchada le indicará a una joven si los demás la
toman en serio cosa que, a su vez, la llevará a aumentar la sen­
sación de ser o no exitosa. Aunque no estén desarrolladas sus
aptitudes de lenguaje, comprende más de lo que expresa y sabe
antes que tú si tu mente ha divagado por un instante. La niña
puede decir si el adulto la comprende. Si éste se mueve en la
misma longitud de onda, consigue efectivamente que se sienta
dotada de éxito o importancia. Si no consigue establecer con­
tacto, se siente fracasada. Especialmente Charles, su padre, se
sorprendió de la atención que requería mantener la relación
con su hija pero vio que, cuando la escuchaba atentamente,
ella empezaba a adquirir más confianza.

EMPATÍA

Este circuito superior del cerebro para la com unicación y los


tonos emocionales representa un papel tem prano en el com ­
portamiento de una niña pequeña.15 Años más tarde, Cara no
podía comprender por qué razón su hijo no se calm aba tan rá­
pidamente como su hija Leila cuando lo levantaba. Cara pen­
saba que era cuestión de temperamento, de una personalidad
más caprichosa. Pero puede que fuera también la diferencia se­
xual de los circuitos cerebrales correspondientes a la empatia.
La niña pequeña es capaz de arm onizar más fácilmente con su
madre y responder con rapidez a una conducta tranquilizado­
ra que detenga sus escándalos y llantos. Las observaciones
efectuadas durante un estudio en la H arvard M edical School
descubrieron que las niñas responden mejor que los niños a las
madres.1*
Otro estudio mostró que las recién nacidas típicas, de me­
nos de veinticuatro horas, responden más a los llantos deses­
perados de otro niño y a la cara humana que los varones recién
nacidos.17 Las niñas de hasta un año responden más a la des­
gracia de otras personas, especialmente si parecen tristes o do­
loridas.rS Cierto día me sentía un poco deprimida y se lo men­
cioné a Cara. Leila, que tenía dieciocho meses, lo captó por mi
tono de voz. Se encaramó a mi falda, jugó con mis pendientes,
cabello y gafas. Me tomó la cara entre sus manos, me clavó los
ojos y me sentí mejor enseguida. Aquella niñita sabía exacta­
mente lo que estaba haciendo.
fin esa fase, Leila se encontraba en la etapa hormonal de lo
que se llama pubertad infantil, periodo que dura sólo nueve
meses en los niños, pero veinticuatro meses en las niñas.19 Du­
rante ese tiempo los ovarios empiezan a producir grandes can­
tidades de estrógeno — com parables al nivel de una mujer
adulta— , que impregnan el cerebro de la niña. Los científicos
creen que estos flujos de estrógeno infantil son necesarios para
propiciar el desarrollo de los ovarios y el cerebro a efectos
de la reproducción.10 Pero esta gran cantidad de estrógeno
influencia también a los circuitos cerebrales que están for
mándose rápidam ente. Espolea el crecimiento y desarrollo de
neuronas, resaltando todavía más los circuitos cerebrales fe­
meninos y los centros dedicados a la observación, la comúni-
cación, incluso a la atención y la crianza.1 ' El estrógeno pre­
para los circuitos cerebrales femeninos congénitos para que di­
cha niña pueda adquirir aptitudes en matices sociales y pro­
mover su fertilidad. Por esa razón podía estar tan próxim a
emocionalmente cuando todavía llevaba pañales.

DE MAMÁ SE HEREDAN ALGO MÁS QUE LOS CENES

Por efecto de su aptitud para observar indicios emocionales,


una niña incorpora, en realidad, el sistema nervioso de su m a­
dre al suyo propio.1" Sheila vino a verme porque quería alguna
ayuda referente a sus hijos. Con su primer m arido había teni­
do dos hijas, Lisa y Jennifer. Cuando nació Lisa, Sheila estaba
todavía feliz y contenta en su primer matrimonio. Era una m a­
dre capaz y muy solícita. Cuando nació Jennifer, dieciocho me­
ses más tarde, las circunstancias habían cam biado considera­
blemente. Su esposo se había vuelto un notorio casquivano y a
Sheila la amenazaban los maridos y los novios de las mujeres
con quienes tenía asuntos su marido. Las cosas empeoraron.
El marido infiel de Sheila tenía un padre poderoso y rico, que
la am enazaba con secuestrar a las niñas si ella intentaba salir
del estado para reunirse con su propia fam ilia y obtener su
apoyo.
Jennifer pasó su infancia en este ambiente estresante. Se
volvió recelosa de todo el mundo y a los seis años empezó a de­
cirle a su hermana mayor que su amable y querido nuevo p a­
drastro estaba engañando a su madre, Jennifer estaba segura y
repetía a menudo sus sospechas. Lisa fue finalmente a hablar
con su madre y le preguntó si todo aquello era verdad. Su nue­
vo padrastro era uno de esos hombres que simplemente no son
propensos a engañar a nadie y Sheila lo sabía. N o podía im a­
ginarse por qué su hija menor se había inquietado tan obsesi­
vamente a propósito de la supuesta infidelidad de su nuevo
marido. Pero el sistema nervioso de Jennifer había captado la
insegura realidad perceptiva de sus primeros años de modo
que, incluso las buenas personas, le parecían peligrosas. Las
dos hermanas habían sido educadas por la misma madre pero
en diferentes circunstancias, por lo tanto los circuitos cerebra­
les de una hija habían grabado una madre providente y segu­
ra, y los de la otra, una madre temerosa y angustiada/3
El «entorno del sistema nervioso» que una niña absorbe
durante sus primeros dos años constituye una imagen de la rea­
lidad que la afectará el resto de su vida. Hay ahora estudios so­
bre mamíferos que muestran que tal incorporación del estrés
en contra de la calma — llam ado sello epigenético— puede
transmitirse a través de varias generaciones. Las investigacio­
nes del grupo de M ichael M eaney sobre mamíferos han mos­
trado que la descendencia femenina queda hondamente afec­
tada según lo tranquilas y solícitas que sean sus m adres.14
También se ha expuesto esta relación en las mujeres y en los
primates no humanos. Las madres estresadas se vuelven me­
nos providentes y sus hijas incorporan sistemas nerviosos es-
tresados que cam bian su percepción de la realidad. N o se
trata aquí de lo aprendido cognoscitivamente, sino de lo ab­
sorbido por los microcircuitos celulares en un nivel neurológi-
co.M Esto puede explicar por qué algunas niñas pueden tener
perfiles sorprendentemente diferentes. Parece que los mucha­
chos no pueden incorporarse en igual medida al sistema ner­
vioso de sus «m adres».ifi
Dicha incorporación neurológica empieza en el curso del
embarazo. El estrés materno durante la gestación surte efectos
en las reacciones hormonales de la emoción y el estrés, parti­
cularmente en la descendencia femenina. Tales efectos han
sido medidos en crías de cabra.17 Las crías femeninas estresa­
das de la cabra acababan sobresaltándose con mayor facilidad
y eran más inquietas y asustadizas después del nacimiento que
las crías masculinas. Además, las crías femeninas que habían
sufrido estrés en el útero mostraban mucha más angustia emo-
t ional que las que no lo habían sufrido.2S A sí pues, si eres una
niña que está a punto de entrar en la matriz, prográm ate para
ser hija de una madre no estresada, que tenga una pareja esta-
Mc y am orosa, y una familia que la respalde. Y si eres una m a­
dre que debe acoger un feto femenino, tóm alo con calma para
que tu hija tenga la posibilidad de relajarse.

NO l.UC'HES

Después de lo dicho, ¿por qué nace una niña con un aparato


tan delicadamente sintonizado para leer rostros, percibir tonos
emocionales en las voces y responder a indicios tácitos en los
demás? Piénsalo. Una máquina así está construida para rela­
cionarse. Ése es el principal quehacer del cerebro femenino y es
lo que le impulsa a hacer a una mujer desde el nacimiento. Tal
es el resultado de varios milenios de circuitos genéticos y evo­
lutivos que, en cierto tiempo, tuvieron — y probablemente si­
guen teniendo—- consecuencias reales para la supervivencia. Si
puedes leer caras y voces, puedes decir lo que necesita un niño.
Puedes predecir lo que va a hacer un macho m ayor y más agre­
sivo. Y dado que eres más pequeña, probablemente necesitas
unirte en pandilla con otras hembras para defenderte de los
ataques de un hombre colérico... o de los cavernícolas.
Si eres una mujer, has sido programada para garantizar
que mantienes la armonía social. Eso es cuestión de vida o
muerte para el cerebro, aunque no resulte tan importante en el
siglo x x i .iy Podríamos pensar así en el com portamiento de
unas gemelas de tres años y medio. Todas las mañanas las ni­
ñas trepaban a la cómoda de la otra para alcanzar los vestidos
que colgaban de sus arm arios. Una tenía un conjunto de dos
piezas rosa; el de la otra era verde. Su madre se reía cada vez
que las veía cambiarse los tops: los pantalones rosa con el top
verde y los pantalones verdes con el top rosa. Las gemelas lo
hacían sin pelearse. «¿M e prestas el top rosa? Te lo devolveré
luego y tú te puedes poner mi top verde», así se desarrollaba el
diálogo. N o es probable que la escena fuese la misma si uno de
los gemelos hubiera sido varón. Un hermano habría cogido la
camisa que quería y la hermana habría intentado razonar con
el; pero habría acabado llorando porque las aptitudes de len­
guaje de él, simplemente, no estaban tan adelantadas com o las
de ella.
Las niñas típicas, carentes de testosterona y regidas por el
estrógeno, están muy bien dotadas para mantener relaciones
arm oniosas.30 Desde sus días más tempranos viven muy felices
y a sus anchas en el reino de las relaciones interpersonales pa­
cíficas. Prefieren evitar los conflictos, porque las discordias las
colocan en una situación difícil en cuanto a su afán por per­
manecer conectadas, obtener aprobación y cuidados. El baño
de estrógeno durante veinticuatro meses de la pubertad infan­
til de las niñas refuerza el impulso por establecer lazos sociales
basados en la comunicación y el compromiso. Así sucedía con
Leila y sus nuevas amigas en el patio de juegos. Al cabo de po­
cos minutos de encontrarse proponían juegos, trabajaban jun­
tas y creaban una pequeña comunidad. Descubrieron un terre­
no común que conducía a com partir juegos y a una posible
amistad. ¿Recordáis la ruidosa entrada de [oseph? Con su lle­
gada quedaba habitualmente estropeado el día, así com o la ar­
monía buscada por los cerebros de las niñas.
El cerebro es el que establece las diferencias de lenguaje
— los generolectos— de los niños pequeños, com o ha señala­
do Deborah Taimen. En estudios del lenguaje de los niños de
dos a cinco años, observó que habitualmente las niñas hacen
propuestas de colaboración empezando sus frases con «va­
m os», com o en «vamos a jugar a las casitas». Las niñas, de
hecho, usan típicamente el lenguaje para lograr consenso, in­
fluenciando a los demás sin decirles qué han de hacer. Cuando
Leila llegó al patio dijo «ir de com pras», sugiriendo cómo po­
drían jugar juntas sus compañeras y ella. M iró alrededor y espe­
ró una respuesta en vez de seguir adelante.3' Lo mismo acaeció
cuando otra niña pequeña dijo «Dolly». Com o han observado
diversos estudios, las chicas participan juntas en la toma de de­
cisiones con el mínimo de estrés, conflicto o alarde de estatus.3*
Expresan a menudo el acuerdo con las propuestas de un com ­
pañero y, si tienen ideas propias, las plantean en forma de pre­
guntas com o «yo seré la profesora, ¿de acuerdo?». Los genes y
hormonas han creado en sus cerebros una realidad que les dice
que la relación social es el centro de su ser.
Los chicos saben emplear también este discurso para rela­
cionarse, pero la investigación muestra que en ellos no es una
característica t í p i c a . E n cam bio, usan en general el lenguaje
para dar órdenes a otros, hacer que se hagan las cosas, presu­
mir, amenazar, ignorar la propuesta de un com pañero y aplas­
tar los intentos de hablar de los demás. N o transcurría nunca
mucho tiempo desde que Joseph llegaba al patio y Leila se
echaba a llorar. A su edad, los chicos no dudan en pasar a la
acción o en apoderarse de algo que desean. Joseph se apodera­
ba de los juguetes de Leila siempre que quería y habitualm en­
te destruía cualquier cosa que Leila y las otras niñas estuvieran
haciendo. Los chicos se lo harán los unos a los otros: no les im ­
porta el peligro que entraña un conflicto. La competición fo r­
ma parte de su talante34 y siguen en la rutina de desdeñar los
comentarios o los mandatos dados por las chicas.35
El cerebro del muchacho form ado por la testosterona no
busca la relación social de la misma forma que el cerebro de la
muchacha. En realidad, aquellos trastornos que privan a la
gente de captar los matices sociales — llam ados trastornos del
espectro de autismo y síndrome de Asperger— son ocho veces
más frecuentes entre los chicos. Los científicos opinan ahora
que el cerebro típico m asculino que sólo tiene una dosis del
crom osom a X (hay dos X en una niña), queda inundado de
testosterona durante el desarrollo y, en cierto modo, resulta
más fácilmente deficitario en lo social.-16 El exceso de testoste­
rona en personas afectadas por estos trastornos puede acabar
con algunos de los circuitos cerebrales propios de la sensibili­
dad emocional y social.37

ELLA QUIERE COMUNICACIÓN, PERO SÓLO EN SUS TÉRMINOS

Hacia los dos años y medio de edad termina la pubertad in­


fantil y una niña entra en los prados más calmos de la pausa
juvenil. La corriente estrogénica que llega de los ovarios ha ce­
sado temporalmente; desconocemos cómo. Pero sabemos que
los niveles de estrógeno y testosterona se hacen muy bajos en
los años de infancia tanto en los chicos como en las chicas,
aunque las niñas tienen aún de seis a ocho veces más estróge­
no que los niños.38 Cuando las mujeres hablan de «la niña que
dejaron atrás», usualmente se están refiriendo a esa etapa. Es
el periodo tranquilo que precede al rock’n ’roll a pleno volu­
men de la pubertad. Es el momento en que una niña se dedica
a su mejor am iga, cuando ni siquiera disfruta jugando con los
chicos. La investigación muestra que esto es cierto para las ni­
ñas de entre dos y seis años de edad en todas las culturas estu­
diadas.-19
Conocí a mi primer com pañero de juegos, M ikey, cuando
tenía dos años y medio y él, casi tres. Mi familia se había tras­
ladado a una casa situada al lado de la de Mikey, en la Quince
Street de Kansas City, y nuestros patios eran contiguos. El re­
cuadro de arena se hallaba en nuestro patio y los colum pios
pasaban por encima de la línea invisible que dividía las dos
propiedades.
Nuestras madres, que pronto se hicieron amigas, vieron la
ventaja de tener dos niños jugando juntos mientras ellas char­
laban o hacían turnos para vigilam os. Según mi madre, casi
cada vez que M ikey v yo jugábam os en el área de arena, ella
renía que rescatarme porque M ikey, inevitablemente, cogía mi
pala o cubito, a la vez que se negaba a dejarme tocar los suyos.
Yo gemiría protestando, M ikey gritaría y nos arrojaría arena a
nosotras mientras su madre intentaba quitarle mis juguetes.
Las dos madres repetían estos intentos una y otra vez por­
que les gustaba pasar el tiempo juntas. Pero nada de lo que hi­
ciera la madre de M ikey — los regaños, los razonamientos a
propósito de las ventajas de compartir, la supresión de privile­
gios, los diversos castigos— podía persuadirle de cam biar su
conducta. M i madre, al final, tuvo que buscar más allá de
nuestra manzana para encontrarme otras com pañeras, niñas
que algunas veces rapiñaban, pero con quienes se podía siem­
pre razonar; que podían usar palabras hirientes, pero nunca le­
vantaban la mano para empujar. Y o había empezado a temer
las batallas diarias con M ikey y el cam bio me hizo feliz.
Continúa ampliamente ignorada la causa de que se prefie­
ran com pañeros de juego del mismo sexo, pero los científicos
especulan sobre que una de las razones puede estribar en las
diferencias cerebrales básicas.40 Las aptitudes sociales, verba­
les y la capacidad para relacionarse de las niñas se desarrollan
años antes que las de los chicos. Sus diferencias cerebrales son
probablemente la causa de que sus estilos de com unicación e
interacción sean tan diferentes. Los niños típicos se divierten
con la lucha, los simulacros de combates, los juegos rudos con
coches, cam iones, espadas, arm as y juguetes ruidosos, preferi­
blemente explosivos. Tienden también más que las niñas a
amenazar a los demás y a meterse en más conflictos, ya desde
los dos años, y están menos inclinados a com partir juguetes y
a respetar turnos que las niñas. Estas, en cam bio, no se com­
placen en los juegos rudos: si se ven envueltas en demasiados
laleos se limitarán a dejar de jugar.41 Según Eleanor M accoby,
cuando las niñas se ven presionadas en exceso por chicos de su
edad — los cuales simplemente están divirtiéndose— se retiran
del lugar y encontrarán otro juego, preferentemente uno que
no implique la participación de niños muy impulsivos.4*
Hay estudios que muestran que las niñas guardan turnos
veinte veces más a menudo que los niños, y que sus juegos de
ficción tratan habitualmente de interacciones en el cuidado y
atención de seres más desvalidos que ellas.13 Esta conducta tie­
ne por fundamento el desarrollo del cerebro femenino típico.
La agenda social de las niñas, expresada en el juego y determi­
nada por su desarrollo cerebral, consiste en formar relaciones
estrechas y bilaterales. El juego de los chicos, en cam bio, no
versa usualmente sobre relaciones, sino que consiste en el jue­
go o juguete por sí mismo así como en conceptos de rango so­
cial, poder, defensa del territorio y fuerza física.44
En un estudio efectuado en Inglaterra en 2005 fue com ­
parada la calidad de relaciones sociales entre niños y niñas de
cuatro añ o s.15 Tal comparación comprendía una escala de sim­
patía según la cual eran juzgados a tenor de cuántos de los res­
tantes niños deseaban jugar con ellos. Las niñas vencieron ro­
tundamente. Estos mismos niños de cuatro años habían sido
medidos en sus niveles de testosterona en el útero entre Jas
doce y las dieciocho semanas, mientras se desarrollaban en di­
seño femenino o masculino. Aquellos que habían tenido me­
nos exposición a la testosterona mostraban m ayor calidad en
sus relaciones sociales a los cuatro años: eran las niñas.
Algunos estudios sobre hem bras primates no humanas
también proporcionan indicios de que estas diferencias sexua­
les son innatas y requieren acciones adecuadas de preparación
hormonal. Cuando los investigadores bloquean el estrógeno en
las jóvenes hembras de primates durante la pubertad infantil,
éstas no desarrollan su habitual interés por los pequeños.46
Además, cuando los científicos inyectan testosterona en fetos
de primates hembra, a las hembras inyectadas acaban gustán­
doles más los juegos rudos y violentos que a la media de las
hembras.47 Esto es verdad también entre los humanos. Aunque
no hemos efectuado experimentos para bloquear el estrógeno
en niñas pequeñas o inyectado testosterona en fetos humanos,
podemos ver cómo opera este efecto cerebral de la testosterona
en la rara deficiencia enzimática llamada hiperplasia adrenal
congénita (H AC), que aparece en uno de cada diez mil niños.
Emma no quería jugar con muñecas y le gustaban los ca­
miones, los ejercicios físicos y los juegos de construcciones. Si
le preguntabas a los dos años y medio si era un niño o una
niña, te respondía que era un chico y te daba un puñetazo.
Luego echaba a correr y el pequeño «defensa», según la lla­
maba su madre, golpeaba a cualquiera que entrara en la habi­
tación. Ju g ab a a lanzar animales de peluche, pero los echaba
tan lejos que era difícil recogerlos. Era huraña y las niñas del
parvulario no querían jugar con ella. Andaba también un poco
retrasada respecto de las otras en cuanto al desarrollo del len­
guaje. Sin em bargo, a Em m a le gustaban los vestidos y le
encantaba que su tía la peinase primorosamente. Su madre,
Lynn, ciclista apasionada, atleta y profesora de ciencias, se
preguntaba, cuando me trajo a Emma a la consulta, si el hecho
de ser atleta había influido en la conducta de su hija. La ma­
yoría de las veces una niña com o Emma se cuenta entre diez y,
simplemente, es poco femenina. En su caso, Em m a tenía H A C .
La hiperplasia adrenal congénita hace que los fetos pro­
duzcan cantidades de testosterona, la hormona del sexo y la
agresión, en sus glándulas adrenales, a las ocho semanas des­
pués de la concepción, el momento en que sus cerebros empie­
zan a tom ar forma según un diseño masculino o femenino. Si
observamos hembras genéticas cuyos cerebros están expuestos
a aumentos de testosterona durante este periodo, vemos pre­
sumiblemente que las estructuras cerebrales y ese com porta­
miento son más similares a los de los varones que a los de las
hembras.4*1 Digo «presumiblemente» porque no es fácil estu­
diar el cerebro de un niño pequeño. ¿Puede imaginarse acaso a
un niño de dos años sentado quieto durante un par de horas en
mi .ip.itato IRM sin que le hayan sedado? Pero podem os de-
din. ii muchas cosas del comportamiento.
I I estudio de la hiperplasia adrenal congénita proporciona
pi nchas de que la testosterona, normalmente, erosiona las ro­
bustas estructuras cerebrales de las niñas. Es posible com pro­
bar que al año, las niñas con H A C , de modo com probable,
ejercitan menos contacto visual que otras de la misma edad. A
medida que estas niñas expuestas a la testosterona se hacen
mayores, se sienten mucho más inclinadas hacia las peleas, los
alborotos violentos y el juego de fantasía con monstruos o hé­
roes de acción, que a procurar cuidar a sus muñecas o vestirse
con trajes de princesas.49 También realizan mejor que otras
chicas los tests espaciales, con un éxito similar a los niños,
mientras ejecutan peor aquellos tests sobre el comportamiento
verbal, la empatia, la crianza y la intimidad, rasgos típicamen­
te femeninos.50 De esto se deduce que la conexión cerebral de
los varones y mujeres para el contacto social queda afectada
significativamente no por los genes, sino por el aumento de la
testosterona que entra en el cerebro del feto.5' Lynn se quedó
aliviada al ver que había Una razón científica que explicara al­
guno de los comportamientos de su hija, porque nadie se ha­
bía tomado la molestia de aclararle lo que sucede en el cerebro
afectado por H A C .

EDUCACIÓN DE GÉNERO

La naturaleza, ciertamente, es la que interviene con más fuer­


za para lanzar comportamientos específicamente sexuales,
pero la experiencia, la práctica y la interacción con las demás
personas puede modificar las neuronas y el cableado cerebral.
Si uno quiere aprender a tocar el piano, tiene que practicar.
Cada vez que practicas, tu cerebro asigna más neuronas a esa
actividad, hasta que finalmente has creado nuevos circuitos
entre estas neuronas de modo que, cuando te sientas en el ban­
co, tocar es ya una segunda naturaleza.
Com o padres, respondemos naturalmente a las preferen­
cias de nuestros hijos. Repetirem os, a veces hasta la náusea, la
actividad — la sonrisa de mamá o el silbido ruidoso de un tren
de madera— que hace que nuestro pequeño ría o haga muecas.
Dicha repetición fortalece esas neuronas y circuitos del cere­
bro del niño, que procesa y responde a cualquier cosa que ini­
cialmente haya captado la atención de él o ella. El ciclo conti­
núa y de este modo los niños aprenden las costumbres de su
género. D ado que una niña responde tan bien a los rostros,
hay probabilidad de que mamá y papá hagan muchas caranto­
ñas y ella se vuelva todavía mejor en la respuesta. Entrará en
una actividad que refuerza su habilidad para estudiar las ca­
ras; y su cerebro asignará más y más neuronas a esa activi­
dad.51 La educación de género y la biología colaboran para h a­
cernos lo que somos.
Las expectativas de los adultos en cuanto a la conducta de
las chicas y los chicos desempeñan un papel importante en la
configuración de los circuitos cerebrales; Wendy la podría ha­
ber estropeado a propósito de su hija Sam antba, si hubiera ce­
dido a sus propias preconcepciones acerca de que las niñas son
más frágiles y menos aventureras que los chicos.5' Wendy me
dijo que la primera vez que Samantha trepó a la escalera de
gimnasia laberíntica para bajar sola por el tobogán, inmedia­
tamente volvió la vista hacia Wendy para pedir permiso. Si hu­
biera notado desaprobación o miedo en la expresión facial de
su madre, probablemente se habría detenido, habría vuelto a
bajar y hubiera pedido ayuda a su madre, com o hacen el 90 %
de las niñas pequeñas. C uan do el hijo de Wendy tenía esa
edad, nunca se habría preocupado de observar la reacción de
su madre, ni le habría importado que Wendy desaprobara ese
gesto de independencia. Sam antha, obviamente, se sentía dis­
puesta para hacer ese salto de «niña m ayor», de m odo que
WViuly se las arregló para sofocar el miedo y dar a su hija la
aprobación que necesitaba. Dice ella que desearía haber tenido
iin.i enmara para grabar el momento en que Samantha aterri­
zo con un golpe en el trasero. Su cara se iluminó con una son­
risa que expresaba orgullo y entusiasmo e, inmediatamente,
corrió hacia su madre y le dio un gran abrazo.
F.l primer principio de la organización del cerebro consiste
en la suma de genes y hormonas, pero no podemos desatender
el ulterior esculpido del cerebro que resulta de nuestras inte­
racciones con otras personas y nuestro entorno.54 El tono de
voz, el contacto y las palabras de un progenitor o canguro ayu­
dan a organizar el cerebro del niño e influyen en su versión de
la realidad.
Los científicos siguen sin saber exactamente hasta qué pun­
to puede reformarse el cerebro que nos dio la naturaleza. Va
contra la naturaleza de la intuición, pero algunos estudios mues­
tran que los cerebros del hombre y la mujer tienen distinta sus­
ceptibilidad genética a las influencias ambientales.55 En ambos
casos, de todos modos, ya sabemos bastante para entender que
debería dejarse de lado el debate, básicamente mal planteado, de
naturaleza contra educación, puesto que el desarrollo de los ni­
ños está inextricablemente compuesto de ambas.5*5

EL CEREBRO MANDÓN

Si eres progenitor de una niña pequeña ya sabes de primera


mano que no siempre es tan obediente y buena com o la cultu­
ra nos quiere hacer creer que debería ser. M uchos padres han
visto evaporarse sus expectativas cuando llega el momento en
que su hija consigue lo que quiere.
—Vale, papá, ahora las niñas van a comer y por eso hemos
de cam biar sus vestidos — dijo Leila a su padre, Charles, que,
dócilmente, les cam bió los vestidos por ropas de fiesta— .
¡Papá, no! — chilló Leila— . ¡Los vestidos de fiesta no, los de
com ida!, y las muñecas no hablan así. Tú tienes que decir Jo
que te dije que dijeras. Ahora dilo bien.
— Está bien, Leila, así lo haré. Pero dime, ¿por qué te gus­
ta jugar con muñecas conmigo en vez de con mamá?
— Porque tú, papá, haces lo que yo te digo.
Charles se quedó un poco desconcertado por esta respues­
ta y Cara y él atónitos por el descaro de Leila.
Durante la fase juvenil no todo es calm a. Las niñas peque­
ñas no exhiben usualmente agresividad en form a de juegos ru­
dos y violentos; no luchan ni se golpean a la m anera de los
niños. Por término medio, las niñas tienen más aptitudes so­
ciales, empatia e inteligencia emocional que los chicos. Pero no
os engañéis.57 Esto no significa que los cerebros de ellas no ten­
gan circuitos adecuados para lograr rodo lo que se proponen
ni que no puedan volverse unas tiranuelas con tal de conseguir
sus propósitos. ¿Cuáles son las metas que dicta el cerebro de
una niña pequeña? Establecer relaciones, crear com unicación,
organizar y orquestar un mundo de niña en cuyo centro se en­
cuentre ella. En esto es donde se manifiesta la agresividad del
cerebro fem enino: protege lo que es im portante para él, que
siempre, inevitablemente, es la relación. La agresividad, con
todo, puede repeler a otros, lo que socavaría los propósitos del
cerebro femenino. De esta suerte, la niña anda por la delgada
línea que separa el hecho de estar segura de que se halla en el
centro de su mundo de relaciones y el de arriesgar el rechazo
de esas relaciones.
¿Os acordáis de las gemelas que com partían el armario ro­
pero? Cuando la una pedía a la otra que le prestase la cam isa
rosa a cam bio de la verde, lo planteaba de tal modo que si la
hermana se negaba, ella se consideraría desgraciada. En vez de
coger la cam isa, aquélla em pleaba su mejor surtido de habili­
dades — el lenguaje— para obtener lo que quería. Ella contaba
con que su hermana no quería ser considerada una egoísta y,
i in i.m in m \ ésta le daba la cam isa rosa. Aquélla obtenía lo
que quería, sin sacrificar la relación. Esto constituye la agresi­
vidad en rosa. La agresividad implica que ambos sexos sobre­
vivan, en pos de ese objetivo, ambos tienen circuitos cerebra­
les.^ En las niñas es simplemente más sutil, lo cual acaso sea
un modo de reflejar sus circuitos cerebrales singulares.59
La opinión social y científica sobre el buen com portamien­
to congcnito de las niñas es un estereotipo erróneo surgido del
contraste con los chicos.60 En com paración, ellas resultan per­
fumadas como rosas. Las mujeres no necesitan empujarse y,
por tanto, parecen menos agresivas que los varones. Según to­
dos los criterios, los hombres son, com o promedio, veinte ve­
ces más agresivos que las mujeres, cosa que se confirm a con
una simple ojeada al sistema de prisiones.61 Casi iba a dejar sin
mencionar la agresividad en este libro, después de haberme de­
jado arrullar por los cálidos circuiros cerebrales comunicativos
y sociales de la mujer. Estaba a punto de dejarme engañar por
la aversión femenina al conflicto, inclinándome a pensar que
la agresión no form a parte de nuestro esquema.
Cara y Charles no sabían qué hacer a propósito del auto­
ritarismo de Leila. N o se limitaba a decirle a su padre cóm o ju­
gar con las muñecas. Se ponía a chillar cuando su amiga Susie
pintaba un payaso amarillo en vez del azul que ella había or­
denado, y Dios nos librara de que la conversación no incluyera
a Leila a la hora de cenar. Su cerebro femenino exigía partici­
par en cualquier comunicación o relación que acaeciera en su
presencia. Q uedar excluida era más de lo que sus circuitos in­
fantiles podían soportar. Para su cerebro de la Edad de Piedra
— y no lo neguemos, por dentro seguimos siendo gente de las
cavernas— ser excluido significaba la muerte. Se lo expliqué a
Cara y Charles y decidieron esperar a que acabara esa fase en
vez de intentar cam biar la conducta de Leila; con razón, por
supuesto.
No quise decirles a Cara y Charles que lo que les preocupa-
ha de Leda carecía de relevancia. Sus hormonas eran estables,
se encontraban en un punto bajo y su realidad era bastante se­
rena. Cuando las hormonas vuelvan a conectarse y se acabe la
pausa juvenil, Cara y Charles ya no tendrán que habérselas
con el cerebro mandón de Leda. El cerebro audaz de ésta se
saltará los límites. La inducirá a ignorar a sus padres, encandi­
lar a una pareja, dejar la casa y convertirse en alguien diferen­
te. La realidad de una adolescente se volverá explosiva y se
intensificarán todos los rasgos establecidos en el cerebro feme­
nino durante la niñez: la com unicación, la relación social, el
deseo de aprobación y la captación de indicios acerca de qué
pensar o sentir. Tal es la época en que una muchacha se vuelve
extremadamente com unicativa con sus am igas y forma unos
grupos sociales muy bien entablados para sentirse segura y
protegida.61 Dentro de esta nueva realidad impulsada por el
estrógeno, la agresividad también representa un papel im por­
tante. El cerebro adolescente la hará sentirse poderosa, dotada
siempre de razón y ciega ante las consecuencias. Sin tal impul­
so nunca sería capaz de crecer, pero adaptarse a él no es fácil,
especialmente para la m uchacha. Cuando empieza a exp eri­
mentar su «potencial femenino» com pleto — que incluye el
síndrome prem enstrual— la rivalidad sexual y el control de
grupos de chicas suelen convertir los estados de su cerebro en
una realidad un tanto endiablada.
DOS

Drama, drama, dram a. Es lo que está sucediendo en la vida de


una adolescente y en el cerebro de una adolescente. «M am á,
no puedo de ninguna manera ir al colegio. Acabo de descubrir
que le gusto a Brian, tengo un grano enorme y no hay manera
de disimularlo. ¡Dios mío! ¿Cóm o se te puede siquiera ocurrir
que vaya?» «¿Eos deberes? Ya te dije que no voy a volver a ha­
cerlos hasta que me prometas que no me mandarás al colegio.
N o puedo soportar vivir contigo ni un minuto más.» «N o, no
he acabado de hablar con Eve. N o han pasado dos horas y no
voy a dejar el teléfono.» Esto es lo que te tocará, si tienes en
casa la moderna versión del cerebro de una adolescente.
Los años de adolescencia son una época turbulenta. El ce­
rebro de la adolescente está creciendo rápidamente, reorgani­
zando y podando los circuitos neuronales que dirigen el modo
de pensar, sentir y actuar. Está obsesionada con su aspecto.' Su
cerebro está desarrollando antiguas instrucciones sobre cómo
ser mujer. Durante la pubertad, toda la razón de ser biológica
de una muchacha es sentirse sexualmente deseable. Comienza
a juzgarse en comparación con sus iguales y con Jas imágenes
que traen los medios de comunicación de mujeres atractivas.
Dicho estado cerebral está creado por la oleada de nuevas hor­
monas que se encuentran en el lugar principal del proyecto ge­
nético de la mujer.
Atraer la atención del hombre es una forma recién descu­
bierta y apasionante de autoexpresión para las hijas adoles-
con res de mi amiga Shclly y el estrogeno de alto voltaje que corre
por sus vías cerebrales alim enta su obsesión. Las horm onas
que afectan a su capacidad de respuesta al estrés social están
por las nubes, que es de donde sacan sus ideas estrambóticas,
la elección de ropa y el porqué están constantemente m irándo­
se en el espejo. Están interesadas, casi exclusivam ente, en su
aspecto y, sobre todo, en averiguar si los chicos que pueblan
sus mundos reales y fantásticos las encuentran atractivas. G ra­
cias a Dios, dice Shclly, tienen tres cuartos de baño en su casa,
porque las chicas se pasan horas delante del espejo, inspeccio­
nando los poros, arreglándose las cejas, deseando que se encojan
los granitos que ven, que sus pechos se agranden y sus cinturas
se estrechen, todo para atraer a los chicos. Probablemente, las
muchachas estarían dedicadas a una u otra versión de las mis­
mas actividades tuvieran o no a mano los medios para influir
en su autoim agen. Las horm onas im pulsarían sus cerebros
para desarrollar estas inclinaciones, aunque ellas no vieran ac­
trices ni modelos delgadas en la cubierta de todas las revistas.
Se obsesionarían por lo que los m uchachos pensaran de su
malo o buen aspecto, porque las hormonas crean en sus cere­
bros la realidad de que lo más im portante en Ja vida es ser
atractivas para los chicos.
Sus cerebros trabajan duramente para renovar el cableado;
esto ocurre porque los conflictos aumentarán y se harán más
intensos a medida que las adolescentes intensifiquen su lucha
por la independencia y la identidad.' ¿Q uiénes son ellas, en
todo caso? Están desarrollando las partes de sí mismas que
más las convierten en mujeres: su lucha por la com unicación,
por form ar lazos sociales y por cuidar de quienes tienen alre­
dedor.’ Si los padres entienden los cambios biológicos que su­
ceden en los circuitos cerebrales de la adolescente, pueden
apoyar la autoestima y el bienestar de sus hijas durante esos
años turbulentos.4
I l.i terminado la etapa engañosa de la travesía de la niñez. Los
padres pasan más tarde a andar pisando huevos en torno de
ima criatura caprichosa, temperamental y recalcitrante. Todo
este drama se debe a que el intervalo de infancia y de la puber­
tad ha terminado: la glándula pituitaria de la hija salta a la vida
cuando los frenos químicos se sueltan en sus células hipotalá-
micas intrínsecamente propulsoras, que se habían mantenido
reprimidas desde el momento en que dieron los primeros pasos.
Esta liberación celular dispara el sistema hipotalámico-pituita-
rio-ovárico para que entre en acción. Será la primera vez desde
la pubertad infantil que el cerebro de la hija estará invadido por
niveles elevados de estrógeno. De hecho, será la primera vez
que su cerebro experimentará irrupciones de estrógeno-proges-
terona, que acuden en repetidas ondas mensuales desde sus
ovarios.5 Estas oleadas variarán día a día y semana a semana.

LAS ONDAS DE ESTRÓGENO-PROGESTERONA

2
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< Cumbre del impulso i’crbJ,
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C. A MU IO S H O ltM O N A l.U S EN I I U C L O M E N M K U A I. H U M A N O
ISTK (V ,BN <I - ------- lE S m S T rH O .VA/ A M ) n i e r v o ----------------- IMUIC.L'STI-RUMa I
I .a creciente marea de estrógeno y progesterona empieza a ali­
mentar a muchos circuitos del cerebro de la adolescente que
quedaron instalados en la vida fetal. Estos nuevos oleajes ha­
cen que todos los circuitos específicamente femeninos de su ce­
rebro se hagan más sensibles a los matices emocionales, tales
como la aprobación y desaprobación, la aceptación y el recha­
zo. Y cuando su cuerpo florece, ella no sabe cóm o interpretar
la atención sexual recién descubierta: ¿aquellas miradas son de
aprobación o de desaprobación? ¿Sus pechos son como deben
ser o están m al formados? Algunos días la confianza en sí mis­
ma es absoluta; otros pende de un hilo precario. De niña era
más capaz que un chico de entender el amplio espectro de tono
emocional en la voz de otra persona. En la etapa actual esta di­
ferencia es aun mayor.'1 El filtro a través del cual ella capta la
reacción (feedback) depende del punto del ciclo donde se halle;
algunos días el feedback reforzará la confianza en sí misma;
otros días la destruirá. Un día se le puede decir que lleva los té­
janos un poco cortos y no hará caso, pero si la coges en el día
malo de su ciclo, lo que interpretará es que le estás llamando
golfa o diciéndole que está demasiado gorda para llevar esos
téjanos. Aunque no digas tal cosa ni sea ésa tu intención, así es
como interpreta su cerebro tu comentario.
Sabem os que muchas partes del cerebro femenino — que
incluye una sede importante de la memoria y el aprendizaje
(hipocampo), el centro principal de control de los órganos del
cuerpo (hipotálamo) y el centro de gobierno de las emociones
(la am ígdala)— están particularmente afectados por este nue­
vo combustible de estrógeno y progesterona.7 El mismo com ­
bustible agudiza el pensamiento crítico y afina la capacidad de
respuesta emocional. Estos circuitos cerebrales potenciados se
estabilizarán en su forma adulta al final de la pubertad y al co­
mienzo de la etapa ad u lta/ AI mismo tiempo sabemos que los
flujos de estrógeno y progesterona hacen que el cerebro feme­
nino adolescente, especialmente en el hipocam po, experimen-
m i i,imbuís semanales en la sensibilidad ante el estrés, que
* uniiMii.inm hasta que la mujer supere la menopausia.9
Investigadores del Píttsburgh Psychobiologic Studies Center
estudiaron a jóvenes normales de entre siete y dieciséis años du-
i-iiiil- su paso por la pubertad y midieron su respuesta al estrés
y sus niveles diarios de cortisol.10 Las muchachas mostraron res­
puestas más intensas ante el estrés, mientras Jas de los chicos se
reducían. Una vez que han entrado en la pubertad, los cuerpos
y los cerebros femeninos reaccionan de modo diferente que los
masculinos ante el estrés." El estrógeno y la progesterona fluc-
tuantes en el cerebro son la causa de esa capacidad de respues­
ta diferente ante el estrés en el hipocampo de las m ujeres.11 Los
varones y las mujeres se muestran reactivos ante diferentes cla­
ses de estrés. Éstas empiezan a reaccionar más ante el estrés de
las relaciones y los muchachos, ante los desafíos a su autori­
dad. Cualquier conflicto en las relaciones hace estallar el siste­
ma de estrés de una adolescente. La adolescente necesita gus­
tar y relacionarse socialmente; un chico adolescente necesita
ser respetado y ocupar un lugar elevado en la jerarquía m as­
culina.
Los circuitos cerebrales de la muchacha están dispuestos y
alimentados por el estrógeno de form a que responda al estrés
con actividades de tutela y la creación de redes sociales pro­
tectoras/3 Aborrece los conflictos de relaciones.14 El rechazo
social dispara en grado sumo la respuesta de su cerebro al es­
trés.15 La marea alta y baja del estrógeno durante el ciclo
menstrual cambia su sensibilidad ante el estrés psicológico y
social de una semana a o tra.'6 Durante las dos primeras sema­
nas del ciclo, cuando el estrógeno es elevado, la muchacha está
más inclinada a sentirse socialmente interesada y relajada en el
trato con los demás. En las dos últimas semanas del ciclo,
cuando la progesterona es elevada y el estrógeno ha bajado, es
más probable que reaccione con irritabilidad creciente, y querrá
que la dejen tranquila.'7 El estrógeno y la progesterona replan-
it ,in todos los meses la respuesta del cerebro al estrés. La con-
lunza de una muchacha en sí misma puede ser alta durante
una semana y pender de un hilo en la siguiente.
Durante el intervalo de la primera infancia, cuando los ni­
veles de estrógeno son estables y bajos, el sistema de estrés de
una chica está más tranquilo y es más constante. Una vez que
los niveles de estrógeno y progesterona aumentan en la puber­
tad, su receptividad al estrés y al dolor empieza a crecer y se
caracteriza por nuevas reacciones del cerebro al cortisol, la
hormona del estrés . tHLa joven se estresa fácilmente, está tensa
y empieza a pensar en maneras de relajarse.

ASÍ PU11S, ¿CÓMO CALMARLA?

Estaba yo dando una clase a jóvenes de quince años acerca de


las diferencias cerebrales entre varones y mujeres. Pedí a unos
y otras que me plantearan algunas preguntas que hubieran de­
seado siempre hacerse entre sí. Los muchachos preguntaron:
«¿Por qué van juntas las chicas al baño?». Suponían que la
contestación implicaría algún elemento sexual, pero las mu­
chachas respondieron: «Es el único lugar privado de la escue­
la donde podemos hablar». Inútil decir que los muchachos no
pueden ni imaginar decirle a otro: «Qué, ¿quieres que vaya­
mos juntos al baño?».
Esta escena reproduce una diferencia cerebral preeminente
entre varones y mujeres. Com o vimos en el capítulo l , los cir­
cuitos de relación social y verbal son, por naturaleza, más v i­
gorosos en el cerebro típico femenino que en el m asculino.
Durante los años de la adolescencia la oleada de estrógeno en
los cerebros de las muchachas irá activando la oxitocina y los
circuiros cerebrales que son sexualmente específicos de la mu­
jer, sobre todo los correspondientes al habla, el flirteo y los
tratos sociales.19 Las chicas de enseñanza media que pasan el
raro en el baño están cimentando sus relaciones más im por­
tantes: las que tienen con las otras chicas.
Muchas mujeres encuentran alivio biológico en compañía
de otra; el lenguaje es el pegamento que conecta a las mujeres
entre sí. N o es de sorprender, pues, que algunas áreas verbales
del cerebro sean mayores en las mujeres que en los hombres ni
que éstas, en general, hablen mucho más que ellos. Las cifras
cambian pero, com o promedio, las muchachas pronuncian
dos o tres veces más palabras al día que los chicos. Ya sabemos
que las niñas hablan antes y que a los veinte meses tienen en su
vocabulario el doble o el triple de palabras que los niños.10És­
tos, al final, se igualan en vocabulario pero no en velocidad.
Las chicas hablan más deprisa, sobre todo cuando se hallan en
un ambiente social. A los hombres no les ha hecho siempre
gracia este perfil verbal. En la Norteamérica colonial, las muje­
res eran puestas en la picota con pinzas de madera en la lengua
o se las sometía al suplicio de atarlas a una silla que sumergían
en ríos o lagunas, casi hasta ahogarlas — castigos que no se im­
ponían nunca a los hombres— por el delito de «hablar dema­
siado». Incluso entre nuestros parientes primates hay una gran
diferencia en la comunicación vocal entre machos y hembras.
Las monas Rhesus, por ejemplo, aprenden a vocalizar mucho
antes que los machos y usan cada uno de los diecisiete tonos
vocales de su especie durante todo el día y siempre para com u­
nicarse entre sí. En cambio, los monos Rhesus machos apren­
den sólo de tres a seis tonos y, en cuanto son adultos, dejan pa­
sar días y hasta semanas sin vocalizados en absoluto.11 ¿Os
suena familiar?
Y ¿por qué van las chicas al baño para hablar? ¿Por qué
pasan tanto tiempo al teléfono con la puerta cerrada? Es que
están intercambiando secretos y cotilleos para crear lazos de
amistad e intimidad con sus pares, formando bandas muy uni­
das con reglas secretas. Hablar, decirse secretos y cotilleos, se
convierte en la actividad favorita de las chicas, en sus instru­
mentos de navegación y en alivio de Jos altibajos y el estrés de
la vid a.11
La madre de Shana se quejaba de que no podía lograr que
su hija de quince años se concentrase en el trabajo, ni siquiera
en la conversación acerca de la escuela. Tal cosa la podía leer
yo en la cara de Shana. Ya ni se hablaba de que se quedara en
la mesa durante toda la cena. La muchacha ponía cara de dro­
gada mientras estaba sentada en mi sala de espera, sin dejar de
estar pendiente del próxim o mensaje de texto que le enviaría
su amiga Parker. Las notas de Shana no habían sido brillantes
y se estaba convirtiendo en algo así como en un problema de
orden en la escuela; por tanto, le prohibieron encontrarse con
su amiga. Su madre, Lauren, le había negado también el uso del
móvil y del ordenador, pero la reacción de Shana al verse apar­
tada de sus amigas fue tan extremada — chilló, dio portazos y
empezó a destrozar su habitación— que Lauren cedió y le per­
mitió veinte minutos diarios de móvil para establecer contac­
tos. Sin em bargo, como no podía hablar en privado, Shana re­
currió a los mensajes de texto.
Existe una razón biológica para esta conducta. Al estable­
cer contacto por medio de la charla se activan los centros del
placer en un cerebro femenino.1 ’ Todavía se activan más estos
centros al com partir secretos que tengan implicaciones rom án­
ticas y sexuales. N o estamos hablando de una reducida canti­
dad de placer. Ese placer es enorme, es un grandioso flujo de
dopamina y oxitocina que constituye el m ayor y más volum i­
noso deleite neurológico que se puede obtener, aparte de un
orgasmo. La dopamina es una sustancia neuroquímica que es­
timula la m otivación y los circuitos del placer en el cerebro. En
la pubertad, el estrógeno aumenta la producción de dopamina
y oxitocina en las m uchachas.14 La oxitocina es una neurohor-
mona que dispara la intimidad y es disparada por ésta.15
Cuando el estrógeno se eleva, el cerebro de una adolescente es
impulsado a fabricar todavía más oxitocina y reforzar sus la­
zos sociales/6 A mitad del ciclo, durante la producción culmi­
nante de estrógeno, el nivel de dopam ina y oxitocina de la chi­
ca está también, probablemente, en su máximo nivel. N o sólo
está en la cumbre su cascada de palabras sino su avidez de in­
tim idad/7 La intimidad libera más oxitocina, que refuerza el
deseo de conectarse y, al hacerlo, conlleva la sensación de pla­
cer y bienestar.
Tanto la producción de la oxitocina como la de la dopami-
na están estimuladas por el estrógeno ovárico al comienzo de la
pubertad y durante el resto de la vida fértil de una mujer. Esto
significa que las adolescentes obtienen incluso más placer al
principio de sus contactos y lazos — jugando con el cabello de
la otra, cotilleando y yendo de compras juntas— del que logra­
ban antes de la pubertad/8 Éste es el mismo influjo de dopam i­
na que los adictos a la cocaína o la heroína obtienen cuando se
drogan. La combinación de la dopamina y la oxitocina forma
la base biológica de este impulso en pos de la intimidad, con su
efecto reductor del estrés. Si tu hija adolescente está siempre ha­
blando por teléfono o mandando mensajes a sus amigos, es
cosa de muchachas y le ayuda a atravesar cambios sociales es­
tresantes. Pero no debes permitir que sus impulsos dicten tu
vida familiar. A Lauren le costó meses de negociaciones conse­
guir que Shana estuviese sentada durante toda la cena de la fa­
milia sin mandar mensajes al mundo entero. Dado que el cere­
bro de una adolescente se siente tan recompensado por la
comunicación, es un hábito difícil de reprimir.

I.OS CHICOS SERÁN SIEMPRE CHICOS

Ya sabemos que los niveles de estrógeno de las muchachas au­


mentan en la pubertad y disparan los interruptores de sus ce­
rebros para hablar más, interactuar más con sus pares, pensar
más en los chicos, cuidar más el aspecto, ponerse más tensas y
emotivas. Están impulsadas por el anhelo de relacionarse con
otras chicas y otros chicos. Su aflujo de dopam ina y oxitocina,
que las hace hablar y comunicarse, las mantiene motivadas
para buscar esos lazos íntimos. Lo que no saben es que ésta es
su realidad específica por ser muchachas. La m ayoría de los
chicos no com parte este deseo intenso de comunicación verbal
y por eso los intentos de intimidad verbal con sus coetáneos
varones pueden ser decepcionantes. Las chicas que esperan
que sus am igos charlen con ellas a la manera que lo hacen sus
amigas, tropezarán con una gran sorpresa. Las conversaciones
telefónicas pueden mostrar penosos intervalos mientras ella
espera que él diga algo. A menudo, lo más que la muchacha
puede esperar es que sea un oyente atento. Quizá no se dé
cuenta de que su amigo, simplemente, está aburrido y desea
volver a su videojuego.
Esta diferencia puede ser también el meollo de la principal
decepción que las mujeres sienten durante toda su vida con sus
parejas: al m arido no le gusta el trato social y no ansia largas
conversaciones, pero no es culpa suya. En la adolescencia, sus
niveles de testosterona empiezan a salirse de los gráficos y él
«desaparece en el seno de la adolescencia», fase usada por una
psicóloga am iga mía para contar que su hijo quinceañero ya
no quiere conversar con ella, se refugia con sus com pañeros
— en persona o con juegos por cable— y se crispa visiblemen­
te ante ta idea de una cena o una salida familiar. M ás que nada
quiere que le dejen tranquilo en su habitación.
¿Por qué muchachos antes com unicativos se vuelven tan
taciturnos y monosilábicos que lindan con el autismo cuando
entran en la adolescencia? Las aportaciones testiculares de tes­
tosterona inundan los cerebros de los chicos.19 Ya hemos ex­
puesto que la testosterona hace disminuir la conversación así
como el interés por el trato social, excepto cuando implica de­
portes o seguimiento sexual.-50 De hecho, este seguimiento y las
partes del cuerpo se convierten en verdaderas obsesiones.
Cuando daba clase a jóvenes de quince años y llegaba el
momento en que las chicas hicieran preguntas a los chicos,
ellas querían saber lo siguiente: «¿Preferís a las chicas que tie­
nen un poco de pelo o mucho pelo?». Pensé que se referían a
peinados, a optar enrre el cabello largo o corto. Pero no tardé
en darme cuenta de que se referían a la preferencia de los chi­
cos por un vello púbico abundante o escaso. Los muchachos
afirmaron rotundamente: «Nada de vello en absoluto». N o
nos andemos, pues, con rodeos. Los jóvenes adolescentes están
a menudo total y decididamente consumidos por fantasías se­
xuales, partes del cuerpo de las muchachas y la necesidad de
masturbarse. Su resistencia a hablar con los adultos surge de la
idea de que por arte de birlibirloque los mayores leerán entre
líneas y adivinarán en sus miradas que el tema del sexo les ha
dominado pensamiento, cuerpo y alma.
Un muchacho adolescente se siente aislado y avergonzado
por sus pensamientos. Hasta que sus compinches empiezan a
bromear y comentar detalles de los cuerpos de las chicas, cree
que es el único abrasado por fantasías sexuales tan intensas y
vive con el constante temor de que alguien se dará cuenta de
unas erecciones que no parece poder controlar. El frenesí com­
pulsivo de la m asturbación le dom ina muchas veces al día.
Vive con el tem or de ser «descubierto». Es reacio a la intimi­
dad verbal con las chicas, aunque sueña con otra intimidad
con ellas día sí día no. Durante algunos años de la adolescen­
cia, el cerebro de la chica y el del chico tienen prioridades hon­
damente diferentes cuando se da el caso de que estén juntos.

TEMOR AL CONFLICTO

Los estudios indican que las muchachas están motivadas — en


el nivel molecular y neurológico— para remediar e incluso evi­
tar el conflicto social. El cerebro femenino tiene por finalidad
mantener la relación a toda costa. Esto puede ser especialmen­
te efectivo en el cerebro de la adolescente.-1
Recuerdo cuando Elana, la hija m ayor adolescente de mi
amiga Shelley, trasnochaba casi toda la semana con su mejor
amiga, Phyllis, y, si no lo hacía, hablaban por teléfono hasta
que tenían que irse a la cam a. Planeaban sus atavíos, hablaban
de romances con muchachos y seguían juntas la televisión con
ayuda del teléfono. Cierto día Phyllis empezó a hablar mal de
una muchacha poco querida de la clase con quien Elana había
trabado una íntima amistad en la escuela prim aria. Su maldad
incomodó y enfadó a Elana pero, apenas pensó en enfrentarse
a Phyllis, su mente y su cuerpo fueron asaltados por una olea­
da de angustia. Se le ocurrió que si le echaba en cara a Phyllis
ni siquiera una sombra de crítica, la discusión podría significar
el final de la amistad. En vez de arriesgarse a perder su amis­
tad con Phyllis, Elana decidió no decir nada.
Este es un disco que suena en el cerebro de toda mujer ante
la idea de cualquier conflicto, incluso de un pequeño desacuer­
do. El cerebro femenino reacciona con una alarma mucho más
negativa ante el conflicto y el estrés de las relaciones que el ce­
rebro masculino.32. Los hombres gozan a menudo con el con­
flicto y la competición interpersonales, incluso alardean de
ellos.3’’ En las mujeres el conflicto moverá probablemente una
cascada de reacciones hormonales negativas creando senti­
mientos de estrés, alteración y temor. El mero pensamiento de
que puede haber un conflicto será leído por el cerebro femeni­
no como una amenaza a la relación y traerá consigo la preocu­
pación de que la siguiente charla con su amiga será la última.34
Cuando una relación está amenazada o perdida, caen en
picado algunas de las sustancias neuroquímicas del cerebro fe­
menino — com o la serotonina, la dopamina y la oxitocina (la
hormona de las relaciones)— y pasa a dom inar la hormona del
estrés, el cortisol.3' La mujer empieza a sentirse angustiada,
aislada y temerosa de verse rechazada y aislada. Pronto em­
pieza ¡i buscar cualquier relación en demanda de la beneficio­
sa droga de la intimidad, la oxitocina. Experimenta sensación
de proximidad cuando fluye la oxitocina, potenciada por el
contacto social pero, en el momento en que el contacto social
desaparece y la oxitocina toca fondo, sufre una perturbación
emocional.
Tan pronto como una mujer ve heridos sus sentimientos, el
desequilibrio hormonal desencadena la temible fantasía de que
la relación está acabada. Por esa razón, Elana decidió dejar pa­
sar el comentario malicioso de Phyllis sobre su antigua amiga,
para no arriesgarse a un choque que pondría fin a la amistad.
Tal es la desazonante realidad que se plasma en el cerebro fe­
menino. Por eso la ruptura de una amistad o la simple idea del
aislamiento social resulta tan angustiosa, especialmente entre
las adolescentes. M uchos circuitos cerebrales están sintoniza­
dos para registrar la proxim idad, y cuando resulta amenazada
el cerebro hace sonar ruidosamente la alarma del abandono.
Robert Josephs, de la Universidad de Texas, ha concluido que
la autoestima de los hombres deriva mayormente de su capa­
cidad para mantenerse independientes de los demás, mientras
que la autoestima de las mujeres se sustenta, en parte, en su ca­
pacidad para conservar relaciones afectuosas con el prójim o.*6
Com o resultado, acaso pueda ser la principal causa de estrés
en el cerebro de la mujer o de la joven el temor a perder rela­
ciones de afecto y la carencia de apoyo vital y social que la pér­
dida causaría.
Una ocasión creciente de estrés y angustia en la pubertad
de una muchacha puede estar directamente relacionada con la
formación de grupos y clubes.’ 7 De hecho, la formación de
grupos puede ser efecto de su respuesta ante el estrés. Hasta
hace poco se creía que todos los seres humanos reaccionaban
ante el estrés con arreglo a la conducta de «combate o fuga»
descrita por W. B. Cannon en 1 9 3 2 .3,1 Según esta teoría, una
persona sometida a estrés o a una amenaza atacará a la fuente
Jo dicha amenaza si existe una posibilidad razonable de ven­
cer; de lo contrario, el individuo escapará de la situación amena­
zadora. De todos modos, la conducta tipo «combate o fuga»
puede no ser característica de todos los humanos. La profesora
de psicología de la Universidad de California, en Los Angeles,
Shelley Taylor, arguye que ésta es con m ayor probabilidad la
respuesta «masculina» a la amenaza y al estrés.’9
Ambos sexos, sin duda, experimentan un intenso aflujo de
sustancias neuroquímicas y horm onas cuando se encuentran
sometidos a un estrés agudo; sustancias que los preparan para
hacer frente a las demandas de una amenaza inminente.40 Este
aflujo puede hacer que los varones salten a la acción; sus mo­
dos de agresión son más directos que los femeninos. Pero el
combate puede no haber estado tan adaptado evolutivamente
para las hembras como fue para los machos, porque las hem­
bras tienen menos posibilidad de derrotar a los m achos, más
corpulentos. Incluso si estuvieran igualados en fuerza con sus
oponentes, entrar en combate podría significar que un pequeño
indefenso quedase abandonado y fuese vulnerable. En el cere­
bro femenino el circuito propio de la agresión está más íntima­
mente ligado a las funciones cognitivas, emocionales y verbales
de lo que lo está el carril varonil de la agresión, que se halla más
conectado con las áreas cerebrales de la acción física.4'
En lo concerniente a la fuga, las hembras son menos aptas,
en genera!, para escapar cuando están em barazadas, crían o
cuidan de un niño vulnerable. La investigación ha establecido
que las hembras de los mamíferos, sometidas a estrés, raras ve­
ces abandonan a sus crías una vez que han form ado lazos m a­
ternales.41 Com o resultado, las hembras parecen disponer de
algunas reacciones ante el estrés, además del «combate o fuga»,
que les permiten protegerse a sí mismas y a las crías dependien­
tes de ellas. Una de estas reacciones puede ser la de confiar en
los lazos sociales. Las hembras de un grupo social fijo están
más inclinadas a acudir a la ayuda recíproca en situaciones de
amenaza o estrés. Las hembras pueden avisarse mutuamente
dentro del grupo anticipando el conflicto, lo cual les permite
alejarse del peligro potencial y continuar cuidando sin peligro a
las crías dependientes. Esta norma de conducta se denomina
«cuida y busca amistades» y puede constituir una estrategia
particularmente femenina. Cuidar implica actividades de tutela
que fomentan la seguridad y reducen la desgracia para la hem­
bra y su cría. Elacer amistades es la creación y conservación de
redes sociales que puedan ayudar en este proceso.43
Recuérdese que nuestro moderno cerebro femenino con­
serva los circuitos antiguos de nuestras antepasadas más exi­
tosas. Al principio de la evolución de los mamíferos, las hem­
bras pudieron muy bien haber form ado redes sociales de
ayuda cuando eran amenazadas por los machos, según indican
estudios sobre algunos primates no humanos. En ciertas espe­
cies de monos, por ejemplo, si un macho es desmedidamente
agresivo con una hembra, las demás integrantes del grupo acu­
dirán a hacerle frente, se plantarán hombro con hom bro y lo
ahuyentarán a fuerza de chillidos amenazadores.44 Estas redes
de las hembras proporcionan también otros tipos de protec­
ción y apoyo. M uchas especies de hembras de primates velan y
cuidan las crías de otras, comparten información acerca de
dónde encontrar alimentos y crean normas de conducta mater­
nal para que aprendan las hembras más jóvenes.45 La antropó-
loga de la Universidad de California de Los Ángeles, Jo a n Silk,
encontró un vínculo directo entre el grado de conexión social
de los babuinos hembras y su éxito en la reproducción. En su
estudio, realizado a lo largo de dieciséis años, demostró que las
madres más conectadas socialmente tenían m ayor número
de cachorros supervivientes y mayor éxito en la transmisión de
sus genes.46
Las adolescentes empiezan a crear y practicar estas rela­
ciones de amistad durante sus charlas íntimas en los baños de
la escuela. Biológicamente están alcanzando la fertilidad ópti­
ma. Los cerebros de la F.dad de Piedra que hay en ellas están
inundados de sustancias neuroquímicas que les piden se rela­
cionen con otras mujeres para poder ayudarlas a proteger a la
prole. Su cerebro primitivo les está diciendo: «Cancelad este
vinculo y tanto vosotras com o vuestra descendencia estaréis
perdidas». Es un mensaje convincente. N o es sorprendente que
las muchachas consideren insoportable la sensación de quedar
excluidas.

F.L CEREBRO MARCHA AL COMPÁS DEL TAMBOR DEL ESTRÓGENO

Cuando Shana tenía diez años, a Lauren le resultaba más d ifí­


cil despertarla para que fuera a la escuela. Los fines de semana
Shana empezó a dormir hasta el mediodía. Lauren estaba se­
gura de que esa pauta de sueño reflejaba las m alas costumbres
de Shana: esperaba hasta último momento para acabar trab a­
jos importantes y le gustaba quedarse hasta tarde a m irar la
televisión. Shana empezaba a sentirse deprim ida porque su
mamá no paraba de llam arla gandida, pero no podía co m ­
prender por qué; estaba cansada y quería dormir, eso era todo.
M adre e hija estaban enzarzadas en permanente lucha cuando
las vi la primera vez.
En realidad, las células del sueño del cerebro de Shana ha­
bían quedado reestructuradas por oleadas ováricas de estróge­
no. El estrógeno afecta prácticamente todo lo que experim en­
ta una adolescente, incluyendo la sensibilidad a la luz y el ciclo
día-noche. Los receptores de estrógeno se activan en las célu­
las del cerebro que actúan en el núcleo supraquiasm ático
como un reloj que tuviera veinticuatro horas.47 Estos racim os
de células orquestan los ritmos corporales diarios, mensuales y
anuales, com o los de las horm onas, la temperatura del cuerpo,
el sueño y el humor. El estrógeno influencia directamente in­
cluso las células cerebrales que controlan la respiración.4,1
Pone en marcha el ciclo únicamente femenino del .sueño, así
como la hormona del crecimiento. Llegada la pubertad, el es­
trógeno marca el ritmo de todo el cerebro femenino. Los cere­
bros masculino y femenino acaban marchando según el batir
de tambores diferentes.
En las niñas de ocho o diez años — y en los niños uno o
más años después— , el reloj del cerebro empieza a cam biar las
pautas del sueño: se acuestan más tarde, se despiertan más tar­
de y, en suma, duermen más.4'-’ Cierto estudio mostró que a los
nueve años los cerebros de las niñas y los niños tienen exacta­
mente las mismas ondas cerebrales durante el sueño. A los
doce años las chicas experimentan un viraje del 37 % en sus
ondas cerebrales durante el sueño, com paradas con las de los
chicos. Los científicos llegaron a la conclusión de que los cere­
bros de las muchachas maduran más aprisa. La reducción de
las sinapsis extra en los cerebros de las adolescentes comienza
antes que en los muchachos, haciendo madurar más rápida­
mente todos sus circuitos cerebrales.'0 El cerebro femenino,
por término medio, madura dos o tres años antes que el mas­
culino. Una característica común se desarrolla en los cerebros
de los muchachos años más tarde, pero a los catorce años su
fase de sueño se adelanta hasta una hora más que la de las jó­
venes. Esc solo hecho indica el comienzo de la falta de sincro­
nía con el sexo opuesto. La tendencia femenina a acostarse y
levantarse un poco antes que los hombres constituye una dife­
rencia que durará hasta después de la m enopausia.'1
Vi a Shana y a su madre muchas veces a lo largo de ios
años. Las cosas empezaron a ser cada vez más conflictivas a
medida que Shana fue adentrándose en el nuevo ritmo que el
estrógeno establecía en su cerebro. Era el día vigesimosexto de
su ciclo y no es que Shana se limitase a gritar; es que pegaba
alaridos. «Voy a ir mañana a la playa y no puedes hacer nada
para impedirlo. Prueba a detenerme.»
— N o, Shana — respondió Lauren— , no vas a ir con ese
grupo de chicos. Ya te dije que no me gusta que malgasten tan­
to dinero y estoy casi segura de que están metidos en droga.
— N o sabes lo que dices. Eres una vieja estúpida, que no
sabe lo que es vivir. Eres fea, pesada, una Doña Perfecta. N o sa­
brías lo que es bueno, aunque te lo plantaran delante. N o pue­
des sufrir que sea más lista que tú ni más divertida que tú y lo
único que quieres es tenerme reprimida. ¡Eres una jodida idiota!
Lauren perdió los estribos. Por vez primera en la vida le
dio un bofetón a su hija.
El ciclo más notorio controlado por el estrógeno es el ciclo
menstrual. El primer día que una joven tiene el periodo puede
ser eufórico y sorprendente. Es un momento para celebrar no
en el sentido hippy de una nueva época, sino porque cada mes
el ciclo menstrual refresca y recarga ciertas partes del cerebro
de una muchacha. El estrógeno actúa com o fertilizante sobre
las células, excitando el cerebro a la vez que hace que la chica
esté socialmente más calm ada durante las primeras dos sem a­
nas. Durante esas semanas (la fase del estrógeno) se da un in­
cremento del 25 % de las conexiones en el hipocam po y ello
hace que el cerebro se muestre un poco más agudo y funcione
un poco mejor. Una se siente más lúcida, recuerda más cosas y
piensa con más rapidez y agilidad.51 M ás tarde, al sobrevenir
la ovulación alrededor del día decimocuarto, la progesterona
empieza a salir de los ovarios y a contrarrestar la fertilización
por estrógeno, actuando más bien como un herbicida sobre las
nuevas conexiones del hipocam po. Durante las últimas dos se­
manas del ciclo la progesterona hace que el cerebro al princi­
pio se sede y gradualmente se torne más irritable, menos cen­
trado y algo más lento. Ésa puede ser una de las razones
principales del cambio en la sensibilidad respecto del estrés
durante la segunda mitad del ciclo menstrual. Las conexiones
extra creadas durante las semanas en que el estrógeno está en
alza son contrarrestadas por la progesterona en las dos sem a­
nas ulteriores.53
En los últimos días del ciclo menstrual, cuando cesa la pro­
gesterona, el efecto tranquilizante desaparece de súbito, dejan­
do al cerebro momentáneamente alterado, estresado e irrita­
ble.74 En este punto se hallaba Shana cuando le gritó a su
madre. M uchas mujeres dicen que lloran más fácilmente y se
sienten más a menudo pachuchas, estresadas, agresivas, nega­
tivas, hostiles e incluso desesperadas y deprimidas en el mo­
mento anterior al comienzo de sus periodos.” En mi clínica los
llamamos los días del «llanto por los anuncios televisivos de
comida para perros», porque incluso cosas tontas y sentimen­
tales pueden desencadenar una reacción lacrimosa en ese cor­
to lapso. Al principio, este cambio brusco de humor coge por
sorpresa a muchachas como Shana. Las adolescentes creen que
todo lo que necesitan saber acerca del ciclo menstrual es acor­
darse de su T am pax y tomar Advi I o Aleve contra las molestias
menstruales, el día que empieza el flujo de sangre. A algunas
les cuesta asimilar la idea de que incluso cuando no sangran
pueden registrarse efectos cerebrales de las hormonas del ciclo.
Al llegara la edad adulta, saben cóm o componérselas. M uchas
mujeres saben que, en las semanas tercera y cuarta, los impul­
sos furiosos están comprendidos en la norma de los dos días.
Aguardan dos días y analizan si quieren seguir actuando Te­
niéndolos en cuenta.
Le llevó algunos pocos días a Shana darse cuenta de que
no debería haber hablado a su m adre en la form a en que lo
hizo. Y a medida que la progesterona fue bajando en su ciclo
y volvió a subir el estrógeno, su irritabilidad empezó a desva­
necerse. En el hipocampo le rebrotaron una vez más las cone­
xiones y sus resortes cerebrales se lubrificaron y trabajaron a
plena capacidad. N o tardó en sorprender a todo el mundo con
sus agudezas y sus observaciones ingeniosas, que le causaron
algún que otro contratiempo, porque los muchachos no podí­
an a veces estar a su altura y las chicas se las veían magras para
seguirla. El desarrollo cerebral de la mujer puede fluctuar con
los cam bios hormonales del ciclo menstrual. Una de las partes
del cerebro más sensible al estrógeno — el hipocam po— cons­
tituye una estación repetidora importante de transmisión en el
procesado verbal de los recuerdos. Ésa puede ser una razón
biológica que explica el aumento de la actividad verbal de las
mujeres durante la semana alta del estrógeno — la segunda—
dentro del ciclo.56 A veces bromeo con mis aium nas sobre si no
deberían presentarse a los exámenes orales el duodécimo día
de sus ciclos, cuando están en la cumbre de su rendimiento
verbal. Lo mismo debería valer para las adolescentes y las par­
ticipantes en el Scholastic Aptitude Test (SAT), así como para
las esposas que quieren ganar una discusión al marido.

1JGR QUÉ SE ALBOROTA EL CEREBRO DE LA ADOLESCENTE

Pensémoslo. Tu cerebro se ha mostrado bastante estable. Has


tenido un flujo constante — o falta de él— de horm onas du­
rante toda tu vida. Cierto día tomas el té con m amá, en la jo r­
nada siguiente la llamas estúpida, y, en calidad de muchacha
adolescente, lo que menos quieres es crear conflictos. A cos­
tum brabas a considerarte una muchacha agradable y, de re­
pente, parece que ya no te pudieras fiar de tu personalidad.
Todo lo que creías saber de ti misma ha quedado súbitamente
desmentido. Esto constituye una enorme brecha en la autoesti­
ma de una chica pero, en realidad, se trata de una reacción
química bastante simple, incluso en una mujer adulta. Es dis­
tinto saber o no saber lo que está pasando.
Para algunas mujeres la causa del problema es la retirada del
estrógeno y la progesterona en el cerebro, que se registra en la
cuarta semana del ciclo. Las hormonas se extinguen precipita­
damente y el cerebro empieza a reclamar sus efectos tranquili­
zantes. Si no los obtiene, se vuelve irritable, tanto que su altera­
ción muestra el mismo espectro de desarreglo que en un ataque
de apoplejía.57 Es cierto que, sin duda, ocurre en un pequeño
porcentaje de mujeres, pero no tiene ninguna gracia. El estrés y
la reactividad emocional aumentan en los pocos días anteriores
al comienzo del flujo de sangre.5" En el National Institute of
Mental Health, de Bethesda, M aryland, David Rubinow y sus
colegas han estado estudiando los cambios de talante menstrua­
les. Han encontrado pruebas directas de que las fluctuaciones de
las hormonas durante el ciclo menstrual afectan la excitabilidad
del circuito cerebral tal como lo mide el reflejo sorpresa, que
muchos de nosotros consideramos como súbito y además rela­
cionado con la respuesta al estrés. Esto ayuda a explicar por qué
las mujeres se sienten siempre más irritables durante las semanas
de máximo retroceso de las hormonas.55*
Aun cuando el 8o % de las mujeres resultan sólo ligeramen­
te afectadas por los cambios hormonales mensuales, el to %
dice que se pone extremadamente quisquillosa y que se altera
fácilmente.50 Las mujeres cuyos ovarios producen más estróge­
no y progesterona son más resistentes al estrés, porque tienen
más serotonina (sustancia química que procura sensación de
bienestar) en las células del cerebro. Las mujeres con menos es­
trógeno y progesterona son más sensibles al estrés y tienen me­
nos células cerebrales de s e ro to n in a .P a r a esas personas más
sensibles al estrés, los últimos días precedentes al comienzo de
la regla pueden ser un infierno en la Tierra. Les pueden abrumar
ideas de hostilidad, desesperados sentimientos de depresión,
proyectos de suicidio, ataques de pánico, miedo e incontrola­
bles accesos de lloros y cólera.6i Los cambios en las hormonas y
la serotonina pueden conducir a una disfunción en la sede cere­
bral del discernimiento (el córtex prefrontal) y emociones dra­
máticas e incontroladas pueden abrirse camino más fácilmente
desde las partes primitivas del cerebro.
Shana se encontraba en esta categoría. Durante una sema­
na o dos antes de su periodo estaba constantemente metida en
conflictos por hablar cuando no le tocaba e interrumpir la cla­
se. De pronto se ponía ofensiva y agresiva; un instante después
se echaba a llorar. N o tardó en desquiciarse, atemorizando a
los padres, com pañeros y profesores. Repetidas reuniones con
el director y el tutor de la escuela no lograron reprimir sus es­
tallidos de furia, y cuando sus padres la m andaron por fin a un
pediatra éste también quedó perplejo por su desaforada conduc­
ta. Fue una profesora la que se dio cuenta de que la conducta
de Shana llegaba al colmo de la agresividad durante dos sem a­
nas de cada mes/’3 El resto del tiempo se m ostraba como antes
— una típica adolescente— algunas veces temperamental e hi-
persensible, pero, en general, colaboradora. Por «instinto» la
profesora me llamó a la clínica para sugerir que Shana tenía el
síndrome premenstrual.
Los altibajos en el humor y la personalidad de Shana, aun­
que fueran extrem ados, no constituían ninguna sorpresa. En
veinte años de práctica en psiquiatría y enfermedades de la
mujer he visto centenares de muchachas y mujeres con proble­
mas similares. M uchas se reprochan a sí mismas sus estallidos
de m ala conducta. Algunas han hecho psicoterapia durante
años tratando de llegar al fondo de los m otivos de su tristeza o
cólera recurrentes. M uchas han sido usualmente acusadas de
abuso de tóxicos, malas actitudes y peores intenciones. La m a­
yoría de estas hipótesis son injustas y rodas ellas yerran el
blanco completamente.
M uchas adolescentes y mujeres adultas tienen oscilaciones
regulares y aparatosas en su humor y conducta porque, de he­
cho, la estructura de su cerebro cambia de día a día y de sem a­
na a sem ana.64 El nombre médico para una reacción emocional
extrema durante las semanas anteriores al periodo — disparada
por las horm onas de estrógeno y progesterona— se llama de­
sorden disfórico premenstrual (D D PM ).^ Algunas mujeres que
han cometido delitos mientras sufrían D D P M lo han utilizado
con éxito para su defensa en Francia e Inglaterra, alegando de­
mencia tem poral. Otras situaciones corrientes — como la mi-

<S r
graña menstrual— están causadas también por un incremento
de la excitabilidad del circuito cerebral y una disminución de la
calma, precisamente antes del comienzo de la regla.66 Investiga­
dores del National Instituto o f Mental Health descubrieron que
los cambios de emociones y humor que muchas mujeres expe­
rimentan durante el ciclo menstrual desaparecen cuando los
ovarios están bloqueados en su producción fluctuante de hor­
monas. Puede ocurrir, según concluyen, que las mujeres con
DDPM sean «alérgicas» en algún sentido o hipersensibles ante
las fluctuaciones de estrógeno y progesterona durante el ciclo.67
Hace cincuenta años un tratamiento exitoso del D D PM era la
extirpación quirúrgica de los ovarios.68 En aquel momento ésta
era la única manera de suprimir la fluctuación hormonal.
En vez de quitarle a Shana los ovarios, le di una hormona
para que tomara diariamente — la píldora de control continuo
de la natalidad— de modo que conservara el estrógeno y la
progesterona en niveles moderadamente altos, pero constan­
tes, y evitar que sus ovarios emitieran los grandes flujos de
hormonas que le alteraban el cerebro.69 Con el estrógeno y la
progesterona en niveles constantes, su cerebro se mantuvo más
tranquilo y los niveles de serotonina se estabilizaron.70 Para al­
gunas muchachas añado un medicamento como el Z oloft — lla­
mado IRSS (es decir, inhibidor de la recaptación selectiva de la
serotonma)— que, además, puede estabilizar y m ejorar la se­
rotonina del cerebro. En otras palabras, m ejorar el humor y
el bienestar.7' Al mes siguiente, su profesora me llamó para in­
formarme de que Shana había retornado a su antiguo buen ta­
lante, a su naturalidad alegre y a sacar buenas notas.

ASUNCIÓN DE RIESGOS Y AGRESIÓN F.NTRE LAS ADOLESCENTES

F.l día en que Shana gritó que quería ir a la playa, Lauren esta­
ba preocupada por el novio de su hija, Jeff. Pertenecía a una
familia permisiva muy rica y, a los quince años, Shana ya ha­
bía practicado el sexo con él. Los padres de Je ff les permitían
hacerlo en su casa, cosa que Shana había mantenido oculto a
sus padres hasta que tuvo un amago de embarazo. Com o Sha­
na seguía saliendo con él, Lauren decidió que lo mejor era pro­
curar conocerle. Y cuanto más lo conocía, más le gustaba. Je ff
no escatimaba en regalos para Shana (algo que a Lauren no le
entusiasmaba, pero no quería herir sus sentimientos) y Shana
se sentía feliz cuando lo tenía cerca. Negociaba con sus padres:
«Vamos, mamá, estoy agotada, pero si viene una hora me sen­
tiré mejor. Prometo acabar mis deberes cuando se marche». A
menudo le introducía en casa a escondidas; los dos entraban a
hurtadillas com o ladrones.
Hacía ocho meses que Shana se veía con Je ff. Un día des­
pués de decirle a Lauren cuánto le am aba, Shana apareció en
casa después del colegio con M ike, chico que juró no era más
que un am igo. Cuando Lauren subió para ver qué hacían, la
puerta del cuarto estaba cerrada. La abrió y, según dijo, los en­
contró manoseándose. Dado que había permitido a Shana te­
ner relaciones sexuales con Je ff, Lauren no supo qué hacer. Era
evidente que los impulsos sexuales de Shana se habían descon­
trolado.
Los centros emocionales de una muchacha devienen alta­
mente reactivos en la pubertad.72 El sistema de su cerebro para
controlar emociones e impulsos — el córtex prefrontal— ha
desarrollado ya muchas más células a los doce años, pero las
conexiones aún son pequeñas e inm aduras.73 Com o resultado,
los cam bios de humor de una adolescente — resultantes en par­
te del aumento de los impulsos emocionales que proceden de
la am ígdala— son más rápidos y aparatosos. Su córtex pre­
frontal es com o el viejo dial de un módem que recibe señales
de banda ancha. N o puede asumir el incremento de tráfico
procedente de la amígdala y a menudo queda sobresaturado.7'
Los adolescentes, por ende, se aferran a una idea y siguen con
ella sin pararse a considerar las consecuencias. Se quejan de
cualquier autoridad que quiera reprimir sus impulsos.
Mi paciente Jo an se quedó al norte del estado de Nueva
York el verano siguiente a graduarse en el internado donde ha­
bía estudiado. Era una alumna brillante, pero había tenido un
lío con un chico del pueblo que no había terminado la ense­
ñanza media, había estado detenido en un reformatorio y, a los
dieciséis años, había sido padre de un niño. La muchacha salió
con él todo el verano, y cuando llegó la época de volver a la
universidad, lo pensó dos veces, porque quería seguir con él.
Cuando sus padres la amenazaron con coger el coche, ir a bus­
carla y arrastrarla a la universidad, se escapó con su novio.
Luego recobró la sensatez y accedió a ir, pero pasó mucho
tiempo antes de que volviera a hablar amablemente con sus
progenitores. Para los cerebros adolescentes es difícil afrontar
estas situaciones con sentido común.
¿Te acuerdas de Romeo y Julieta? O jalá los dos amantes
hubieran sabido que sus circuitos cerebrales se hallaban en
una reconstrucción importante. O jalá hubieran sabido que sus
hormonas sexuales hacían crecer sus células cerebrales y emi­
tían ramificaciones, y que pasarían varios años hasta que se
formasen conexiones estructuralmente sólidas, una vez que
aquellas ramificaciones estuvieran enchufadas en los puntos
correctos de los córtex prefrontales maduros. De todos mo­
dos, el cerebro de Julieta habría m adurado dos o tres años an­
tes que el de Rom eo, de modo que podía haber sentado cabe­
za antes que él. Estas extensiones sin terminar — sin mielina-— ,
especialmente prominentes en las conexiones entre el centro
emocional de la amígdala y el centro de control emocional del
córtex prefrontal, necesitan estar cubiertas por una sustancia,
llamada mielina, que permite la conductividad rápida antes de
que puedan funcionar eficazmente si están sometidas a situa­
ciones de estrés.75 Esto puede no ocurrir hasta el final de la
adolescencia o el principio de los años adultos. Sin una cone­
xión rápida hasta el córtex prefrontal, los enormes trasvases
de impulsos emocionales conducen a menudo a com porta­
mientos rudos e inmediatos y a la sobrecarga del circuito.
Si se altera por una restricción paterna que le disguste
como: «ya sabemos que estuviste bebiendo en la fiesta, que an ­
das dem asiado metida entre chicos y que tus notas son m alas,
de modo que te vas a quedar encerrada en casa», la am ígdala
de la adolescente puede no saber responder otra cosa que «os
odio». Aun así, vigila los sutiles signos de rebeldía que pueden
sobrevenir: ella encontrará otros medios para desautorizarte.
Karen, antigua paciente mía — ahora profesora numeraria
de bioquím ica— me explicó una historia que ilustra esta reali­
dad de las adolescentes. Ella creció en una pequeña ciudad del
estado de Washington, donde muchos estudiantes dejaban la
enseñanza media para trabajar en las com pañías madereras
del país. Sus amigas se colocaron como cocineras o secretarias
en los cam pam entos de leñadores; o se casaron y casi inmedia­
tamente quedaron embarazadas. Cuando estudiaba segundo
curso de la enseñanza media, Karen tenía verdadera deses­
peración por marcharse de casa. Estaba decidida a ir a la univer­
sidad, idea extremada en una ciudad donde sólo los profesores,
el médico y el bibliotecario tenían una carrera universitaria.
Sus padres la acusaban de vivir en un mundo de fantasía. N o
tenían dinero para enviarla a la universidad y le preguntaban
qué pensaba hacer con un título universitario, cuando lo más
probable es que se quedase preñada apenas tuviera veinte años.
Su desdén robusteció el afán de Karen por encontrar una sa­
lida. A los dieciocho años decidió quedarse en la escuela y gra­
duarse, pero tenía edad suficiente para colocarse como mucha­
cha de alterne en uno de los bares del pueblo, frecuentados por
los leñadores que bajaban a gastarse allí su paga. Se fue a vivir
con el novio y trabajaba por la noche en el bar. Demasiado jo ­
ven para hacer topless, se las arregló para que le dieran propinas
de veinte dólares, que los clientes le metían en el sujetador.
Esa clase de trabajo no era precisamente la más adecuada
para una futura profesora de bioquímica. Karen, empero, ganó
bastante dinero para pagarse su primer semestre en la universi­
dad y, después, sus buenas notas fueron recompensadas con
lina beca completa. Ahora que Karen es madre de tres adoles­
centes, dos chicas y un chico, procura imaginar cóm o habría
reaccionado si su hija de dieciocho años le hubiera anunciado
que trabajaba en un bar de alterne. Por su parte, ella había evi­
tado todo incidente peligroso, pero su actuación com o chica de
alterne podría haber derivado en cualquier otra cosa.

Los cambios de las condiciones hormonales en los cerebros de


las chicas durante el ciclo menstrual añaden todavía más vola­
tilidad a la mezcla. Si el estrógeno y la progesterona se limita­
ran a crecer durante la adolescencia y permanecieran en aquel
nuevo nivel superior, el cerebro femenino se reajustaría per­
manentemente. Sin embargo, com o hemos visto, tales horm o­
nas llegan en oleadas. Dado que el cerebro de la adolescente
está sometido a cambios considerables, sobre todo en áreas en
particular sensibles a las oscilaciones de las hormonas, la pu­
bertad puede ser una época virulentamente impulsiva para
muchas chicas.76 Si no padece estrés en una semana favorable
del ciclo menstrual, el córtex prefrontal de la adolescente pue­
de funcionar con norm alidad.'7 En tales etapas puede mostrar
buen juicio y buena conducta, pero un leve estrés — com o una
decepción o una mala nota— pueden hacer descarrilar en un
día de SPM el córtex prefrontal, causando una respuesta emo­
cional exagerada y una conducta descontrolada — com o la de
gritar y dar portazos— , lo que en mi casa llamamos un jaleo.
Las oleadas de testosterona en los adolescentes pueden tener
efectos cerebrales similares, pero aún no se han estudiado. A
esa edad, las oleadas de hormonas hacen que un estrés ligero o
cualquier nimiedad parezcan una catástrofe.7*
Puede resultar difícil tranquilizar la am ígdala inflamada de
una m uchacha.79 M uchas de ellas se orientan hacia las drogas,
el alcohol y la comida (dejan de comer o se hartan) cuando es-
tan sometidas a estrés.80 Si eres padre o madre de adolescentes,
te toca pasar por alto mucho de lo que dicen. N o prestes oído
a retóricas impulsivas o emotivas. Es necesario conservar la se­
renidad. Las adolescentes manifiestan sus intenciones — y las
sienten— con tal pasión que son capaces de convencer aunque
no se esté de acuerdo. Lo único que se debe recordar es que los
circuitos de control de impulsos de la adolescente no pueden
controlar su aparición, Guste o no hay que proporcionar el
control que su cerebro es incapaz de mantener. Aun cuando
Joan odiase a sus padres por amenazarla con ir a buscarla y
llevársela en el coche, «mis padres hicieron lo que debían», me
dijo años después. El deber de los padres era actuar con el
buen juicio que le faltaba a ella en aquella época.

DEPRESIÓN

N o pasó mucho tiempo antes de que M ike empezara a darse


cuenta de que los impulsos de Shana estaban incontrolados. Si
había podido variar en un santiamén respecto de Je ff, también
podía cam biar de opinión acerca de él y decidió romper la re­
lación. Algunos de los amigos de Shana también estaban fu­
riosos con ella por cómo había tratado a Je ff, y Shana se esta­
ba quedando aislada. H asta entonces a Shana todo le salía
bien. Escribía en el periódico de la escuela, se tomaba en serio
la escultura e iba a disponer de un buen abanico de centros
universitarios para elegir. Los profesores estimaban su creati­
vidad y su chispa. Pero cuando M ike cortó con ella, todo cam ­
bió. Shana perdió un montón de kilos. Dejó de ir bien en la es­
cuela y abandonó el periódico escolar. Ya no escribía los textos
que le habían encomendado. N o podía concentrarse para ha-
cor sus deberes ni dormir; estaba obsesionada con su peso y su
aspecto; no era capaz de evitar que su cerebro dejara de pensar
en él. Pude verle unas pocas cicatrices en el brazo y comprendí
que se estaba haciendo cortes. Me alarmé mucho, porque ésa
es la etapa en que se duplica la proporción de depresiones en­
tre mujer y varón .8'
Los muchachos y las chicas sufren el mismo riesgo de de­
presión ante las hormonas de la pubertad. Pero a los quince
años, las muchachas sufren probablemente el doble de depre­
siones.81 La genética puede representar también un papel en la
depresión femenina.85 Por ejemplo, en ciertas famiLias que tie­
nen altas tasas de depresión, los investigadores han encontra­
do una mutación en un gen llamado C R E B -i que somete a las
adolescentes — pero no así a los chicos— al riesgo más alto de
depresión clínica.84 La madre y la abuela de Shana habían su­
frido graves depresiones en su adolescencia y una prima suya
se había suicidado. Estos hechos la situaban en serio peligro.
Shana padecía una auténtica depresión clínica. Empecé a tra­
tarla con Zoloft, permanecí en contacto continuo con ella e
hice una terapia cognitiva semanal. Entre las cuatro y las seis
semanas volvió a ser capaz de concentrarse, pasar los exám e­
nes finales y dejar de obsesionarse con Mike y su peso.

BIOLOGÍA DE [.AS MUCHACHAS MALICIOSAS

La afluencia hormonal puede volver en un periquete a unas


chicas agradables en chicas malignas, cosa que suele ocurrir
con la rivalidad sexual, tan intensa y básica entre las adoles­
centes.85 Sin embargo, esa rivalidad se desarrolla con una serie
de normas diferente a la de los chicos.**’ Las muchachas se
sienten inclinadas a reunirse en grupos, pero hay un aspecto en
el cual dichos grupos entran en guerra. Las adolescentes pue­
den ser destructivamente malignas, ya lo sabemos. Cuando las
mujeres compiten con otras mujeres usan a menudo herra­
mientas más sutiles, com o el de difundir rum ores para des­
prestigiar a una rival.*7 De ese modo, pueden borrar sus hue­
llas: «N o era m i intención hacer daño. Lo siento». Semejante
táctica disminuye el peligro de destruir el lazo que el cerebro
de la adolescente considera esencial para la supervivencia. Sin
em bargo, tam bién es esencial para ella la rivalidad sexual.
Recuerdo que cuando estaba en séptimo curso había una
chica muy guapa, a quien las otras le tenían mucha envidia,
porque los muchachos le prestaban demasiada atención. Era tí­
mida y las demás dieron por sentado que era una esnob. Cierto
día una muchacha no tan guapa, que estaba sentada justo de­
trás de ella en la clase, se sacó de la boca una bola de chicle y la
plantó en el cabello de la guapa. Sin darse cuenta, ésta empezó
a revolver el chicle formando tal enredo que el único modo de
deshacerlo fue cortarle sus seductores rizos. La reina de la m a­
licia que había puesto el chicle en el cabello de esa muchacha se
sintió triunfante. Su imperativo biológico de competir por el
atractivo sexual había logrado una victoria momentánea.
Las horm onas habitualmente asociadas con la agresión
tanto entre los varones com o las hembras son los andróge-
nos.8S Empiezan a elevarse al comienzo de la pubertad y conti­
núan hasta culminar a los diecinueve años en las muchachas y
a los veintiuno en los varones.Sy Los tres principales andróge-
nos que producen las mujeres son la testosterona, la D H EA y
la androstenediona. En un estudio de la Universidad de Utah
descubrieron en la m ayoría de las adolescentes agresivas y des­
caradas altos niveles del andrógeno androstenediona. El acné
es una buena clave de que los niveles de andrógeno de un ado­
lescente están elevados. Las muchachas con niveles elevados
de testosterona y D H EA tienden a tener relaciones sexuales
precoces.*'"3 Cuando conocí a Shana a los quince años no sólo
tenía acné y senos totalmente desarrollados, sino que desde el
ano anterior tenía relaciones sexuales.
Los impulsos agresivos pueden fluctuar con las hormonas
del ciclo menstrual. Durante algunas semanas del ciclo la ado­
lescente estará más interesada en los contactos sociales. En
otras semanas lo estará más en tener poder sobre los mucha­
chos y otras chicas.91 Esta asociación implica que las cantida­
des superiores de andrógenos, producidas por los ovarios du­
rante las segunda y tercera semanas, aumentan los niveles de
agresión en las mujeres y adolescentes.91 La empatia reducida,
la disminución de relaciones y el sentido de pertenencia se aso­
cian en ambos sexos con niveles más elevados de andrógenos.
N o podemos saberlo con seguridad, pero es posible que los ni­
veles más elevados de andrógenos de Shana en ciertas semanas
de su ciclo dispararan sus exabruptos.
Cuando los niveles de andrógeno disminuyen, no sólo se
reduce la agresividad sino que también mengua el impulso se­
xual. Las adolescentes que toman anticonceptivos orales redu­
cen la agresividad y el impulso sexual, porque reprimen los
ovarios y se produce menos andrógeno. Aun cuando tanto los
hombres como las mujeres generan testosterona, aquéllos pro­
ducen diez veces más, lo cual significa que su impulso sexual es
otras tantas veces m ayor que el de las mujeres. Los científicos
saben que probablemente no son sólo los andrógenos los que
aumentan el espíritu agresivo en las mujeres, sino también el
estrógeno. Según el mismo estudio de la LJniversidad de Utah,
las mujeres más extrovertidas, con un alto grado de autoesti­
ma, tenían niveles más elevados de estrógeno, testosterona y
androstenediona.93 También se figuraban estar por encima de
lo que las compañeras pensaban de ellas. Esas jóvenes eran
usualmente consideradas pretenciosas por las demás.
Desde luego, una hormona no provoca por sí sola ninguna
conducta. Las horm onas simplemente aumentan la probabili­
dad de que en ciertas circunstancias sobrevenga determinado
comportamiento. Y, así como no existe una sola sede de agre­
sividad en el cerebro, tampoco hay una sola hormona de la
agresividad. Sin embargo, am bos sexos necesitan cierta dosis
de agresividad para tener éxito y alcanzar poder en el mundo.
Las horm onas cambian en las adolescentes su realidad y la
percepción de ellas mismas para ser seres sexuales, positivos e
independientes en el mundo.
Durante la adolescencia los circuitos cerebrales de una chi­
ca pasan por muchas etapas de crecimiento y poda. Es como si
recibiera un nuevo surtido de cables de extensión y tuviera que
concretar cuál de ellos enchufar en cada punto. Ahora ya pue­
de empezar a manifestarse la potencia total de sus circuitos fe­
meninos cerebrales. Y ¿hacia dónde la impulsarán? E xacta­
mente hacia los brazos de un hombre.
TRES

AMOR Y CONFIANZA

Melissa, una descocada productora cinematográfica de San


Francisco, deseaba realmente enamorarse. Su carrera iba trans­
curriendo a ritmo estable y a los treinta y dos años se sentía dis­
puesta a entrar en la siguiente fase de su vida. Anhelaba una fa­
milia y la relación estable con un hombre que estuviera junto a
ella más allá de unos cuantos meses cargados de sexo.
El único problema consistía en que no parecía encontrar al
sujeto adecuado. M elissa acudía a innumerables citas concer­
tadas o se encontraba con hombres a quienes había conocido
a través de Internet, pero ninguno le quitaba la sensación de
vacío ni el apremio intenso e irracional de estar cerca de él
constantemente.
Cierta noche su mejor amiga, Leslie, llamó y le pidió a M e­
lissa que fueran a bailar salsa; M elissa no tenía ganas. Quería
quedarse en casa, relajarse y ver la tele, pero Leslie era incan­
sable y al final M elissa accedió. Se alborotó su rizado cabello
para parecer sexy, se puso una falda centelleante, sus nuevos
zapatos de tacón de cuero rojo y también se pintó de rojo los
labios para hacer resaltar la boca. Paró un taxi para ir al club
de baile.
Leslie ya estaba allí tomando un margarita cuando llegó
M elissa. Mientras se relajaban antes de invadir la pista de bai­
le, Melissa vio a un hombre alto, guapo, de facciones m arca­
das, moreno y con una mata de pelo negro, que se destacaba
en la sala. «Vaya, qué bueno está», dijo.
Se volvió hacia Leslie y Je pidió que mirase a aquel hom­
bre, pero era demasiado tarde. Él se acercaba. Melissa clavó
los ojos en el desconocido. Una onda de energía le electrizó la
espalda. Era una sensación que no había experim entado du­
rante los meses de citas fracasadas. En aquel hombre había
algo vagam ente familiar. «Hum m, ¿quien es ése?», le susurró a
Leslie mientras el córtex de su cerebro exam inaba los archivos
de la m em oria. N o encontró datos, pero todos sus circuitos de
atención estaban ya en «estado de alerta para el em pareja­
miento». ¿Estará solo o con alguien?, se preguntó. M iró alre­
dedor en busca de una de esas mujeres espectaculares que p a­
recen ir siempre adheridas a los tipos de buena estampa, pero
no vio ninguna; y él seguía aproxim ándose.
A medida que se acercaba, Melissa prestaba cada vez me­
nos atención a las palabras de su amiga. Sujetó con fuerza el
vaso que tenía en la mano. N o le quitaba la atención ni los ojos
de encima, se fijaba en todos los detalles: los zapatos de cuero
de Armani, los llamativos pantalones de pana y la ausencia de
anillo matrimonial en el dedo de la mano izquierda. Todo lo de­
más se desvanecía en la lejanía, mientras el cerebro de Melissa
anhelaba establecer contacto. Sentía que se estaba enamoran­
do. El impulso de emparejamiento la había dominado.
— H ola, soy Rob — dijo él apoyándose bastante nervioso
en la barra. Su voz era puro terciopelo— . ¿N os hemos visto
antes? — Melissa era incapaz de entender sus palabras. Sólo
podía disfrutar la sensación que le producía, su aroma a tierra
y sus diabólicos ojos verdes.
Había empezado la danza del romance, y el coreógrafo no
era ni un am igo ni un casamentero. Era la biología del cerebro
de M elissa. Ya sabemos que la simetría de los cuerpos y las ca­
ras que nos hechizan, los movimientos que nos seducen y la
palpitante pasión de lo atractivo están — todos— instalados
por la evolución en nuestros circuitos cerebrales del amor.' La
«química» a corto y largo plazo entre dos personas puede pa­
recer accidental, pero la realidad es que nuestros cerebros es­
tán programados de antemano para saberlo. N os inducen su­
til pero firmemente hacia parejas que puedan compensar nues­
tras deficiencias en la lotería de ia reproducción humana.
El cerebro de Melissa empieza a registrar la huella de Rob.
Las hormonas le brotan. Mientras él le explica que es asesor de
márketing, que vive en un loft en Potrero Hill y que acopia valor
para pedirle un baile, el cerebro de ella, más deprisa que el mejor
ordenador, evalúa las cualidades que le pueden situar en el cami­
no de convertirse en su pareja. Ya se ha encendido alguna luz ver­
de advirtiendo que es buena persona y, biim, unas cálidas ondas
avasalladoras de atracción y deseo inundan el cuerpo de Melissa,
con aflujo directo de dopamina, euforia chispeante y entusiasmo.
Su cerebro también le ha remitido un chute de testosterona, la
hormona que despierta el deseo sexual.2
A medida que habla, Rob también está tomándole de cer­
ca los puntos a M elissa. Si sus cálculos resultan positivos, ex­
perimentará una subida neuroquímica que le impulsará a ligar
con ella.3 Con sus circuitos del amor mutuamente conectados,
los dos salen a la pista y pasan las horas siguientes engancha­
dos en sudorosos ritmos de salsa. A las dos de la madrugada la
música se va apagando y el club empieza a vaciarse. Leslie se
ha ido a casa hace horas. De pie en la esquina, Melissa dice
que tienen que marcharse y se vuelve con coquetería sobre sus
altos tacones.
— Espera — dice R ob— , no tengo tu teléfono. Q uiero vol­
ver a verte.
— M ira en Google y me encontrarás — contesta ella y, son­
riendo, toma un taxi. Empieza la cacería.
Los cálculos iniciales de un romance son inconscientes para
los hombres y las mujeres y se muestran muy diferentes. En los
emparejamientos a corto plazo, por ejemplo, los hombres son
los cazadores y las mujeres quienes seleccionan. N o hacemos
estereotipos sexuales. Ésta es nuestra herencia de aquellos ante­
pasados que aprendieron durante millones de años a propagar
sus genes. Com o observó D arw in, los machos de todas las es­
pecies están hechos para cortejar a las hembras y es caracterís­
tico de las hembras seleccionar a sus pretendientes. Tal es la ar­
quitectura cerebral del amor diseñada por los que triunfaron
reproductivamente en la evolución. Incluso las figuras, las ca­
ras, los olores y las edades de las parejas que escogemos están
influenciadas por patrones establecidos milenios atrás.
La verdad es que somos mucho más predecibles de lo que
pensamos. En el curso de nuestra evolución como especie, los ce­
rebros han aprendido a identificar a las parejas más sanas, a las
que más probablemente nos darán hijos, y a aquellas cuyos re­
cursos y actitud podrán ayudar a sobrevivir a nuestra descenden­
cia.4 Las lecciones que aprendieron los hombres y mujeres pri­
mitivos están hondamente codificadas en nuestros modernos
cerebros como circuitos neurológicos del amor.5 Están presentes
desde el momento en que nacemos y en la pubertad se activan por
obra de cócteles de sustancias neuroquímicas de acción rápida.
El sistema es hábil. Nuestros cerebros identifican una pare­
ja potencial y, si se ajusta a nuestra lista ancestral de deseos,
conseguimos un aporte de sustancias químicas que nos inundan
con un impulso de atracción enfocada com o un láser. Llam é­
moslo am or o encaprichamiento. Ese es el primer paso dentro
del antiguo cam ino de em parejam iento. Se han abierto las
puertas al program a cerebral de cortejo-em parejam iento-pro­
creación. M elissa podía no haber querido conocer a nadie
aquella noche, pero su cerebro tenía otros planes que resultan
profundos y primitivos. Cuando su cerebro vio a Rob al otro
lado de la sala, partió una señal de emparejamiento y vincula­
ción a largo plazo. Y M elissa tuvo la suerte de que el cerebro
de él sintiese lo mismo. Cada uno de ellos superará la ansie­
dad, las amenazas y las alegrías turbadoras sobre las cuales tie­
nen escaso control, porque la biología está construyendo ya su
futuro com ún.
Cuando Melissa transita por las calles de la ciudad, saborea su
«batido» o navega por Internet en busca de posibles citas,
mientras espera que Rob localice su teléfono en su sitio web
— Melissa le dijo el nombre de su última película, de modo que
si es listo, la encontrará— no es fácil creer que lo que tiene
dentro de su cráneo es un cerebro de la Edad de Piedra. Sin
embargo, ésa es la verdad según los científicos que estudian la
ingeniería de la mente humana en cuanto a emparejamiento-
atracción.'’ Pasamos más del 99 % de los millones de años que
les costó evolucionar a los seres humanos viviendo en condi­
ciones primitivas. Com o resultado, según la teoría, nuestros
cerebros se desarrollaron para resolver los problemas con los
que topaban aquellos primeros antepasados humanos. El de­
safío más importante al que debían enfrentarse era la repro­
ducción. No se trataba sólo de tener niños, sino de asegurar
que vivieran suficientes años para propagar sus genes. Los
hombres primitivos cuyas elecciones de pareja produjeron más
descendencia superviviente triunfaron en la transmisión de sus
genes. Sus sistemas cerebrales específicos para la atracción y
cortejo fueron los más afortunados. Los antepasados que efec­
tuaron acciones reproductivas equivocadas no dejaron huella
en el futuro de la especie. Como resultado, los circuitos cere­
brales de los mejores reproductores de la Edad de Piedra se
convirtieron en los circuitos estándar de los humanos moder­
nos. Estos circuitos del cortejo son lo que se llama corriente­
mente «enamorarse». Podemos pensar que somos un poco
más sofisticados que Pedro o Wilma Picapiedra, pero nuestros
perfiles y equipos mentales básicos son los mismos.
Que nuestros instintos mentales no hayan cam biado en
millones de años puede explicar por qué las mujeres de todo el
mundo buscan las mismas cualidades ideales en una pareja a
largo plazo, según el psicólogo evolucionista David Buss.7 D u­
rante más de cinco años Buss estudió las preferencias en mate­
ria de varones de más de diez mil mujeres pertenecientes a
treinta y siete culturas de todas las partes del mundo, desde
alemanes occidentales y taiwaneses hasta pigmeos mhuti y es­
quimales aleutianos. Descubrió que, en todas las culturas, las
mujeres tienen menos interés en el atractivo visual de un posi­
ble m arido, y más, en sus recursos materiales y estatus social.
Rob le había contado a M elissa que era asesor de inárketing;
ele ellos los había a porrillo en San Francisco y M elissa había
visto a muchos tener que cerrar el despacho. Ella no se dio
cuenta de que semejante idea le ponía difícil establecer si Rob
era «señor Conveniente» o «señor Conveniente por ahora».
Los hallazgos de Buss pueden resultar incóm odos en una
época en que muchas mujeres alcanzan altos niveles y se enor­
gullecen de su independencia social y económica. Sin embargo
descubrió que, en todas esas treinta y siete culturas, las muje­
res valoran aquellas cualidades en una pareja mucho más que
los varones, que prescinden del patrimonio de las mujeres y de
su capacidad para prosperar. M elissa puede ser una unidad
económica independiente, pero quiere que su pareja también
proporcione ingresos. Las hembras del pájaro jardinero com ­
parten esta preferencia al escoger emparejarse con el macho
que haya construido el nido más bonito. M i m arido bromea
con que él es com o un pájaro jardinero macho, pues constru­
yó una hermosa casa varios años antes de que nos conociéra­
mos; estaba preparado y esperándome. Las mujeres, según han
descubierto algunos investigadores, buscan parejas que sean,
por termino medio, diez centímetros más altos y tres años y
medio m ayores. Estas preferencias femeninas respecto de la
pareja son universales. Com o resultado, según concluyen los
científicos, son parte de la arquitectura heredada del sistema
de selección de la pareja que hay en el cerebro femenino y se
supone que persiguen una finalidad.
Según Robert Trivers, biólogo evolucionista de vanguardia
de la Universidad Rutgers, la elección de una pareja de acuer­
do con tales atributos constituye una hábil estrategia de inver­
sió n / Las hembras humanas cuentan con un número limitado
de huevos e invierten mucho más que los machos en parir y
educar niños, por lo cual les trae cuenta ser extremadamente
cuidadosas con sus «joyas de la fam ilia». Por esta razón, M e­
lissa no se metió en la cama con Rob la primera noche, aunque
con la dopamina y la testosterona que fluían por sus circuitos
cerebrales de atracción, le resultara difícil resistir. Por esta ra­
zón también conservó cierto número de distintos sujetos en su
carné de baile. M ientras un hombre puede preñar a una mujer
con un solo acto de relación y marcharse, la mujer se queda
con nueve meses de embarazo, los peligros del parto, meses de
lactancia y la desafiante tarea de esforzarse por asegurar la su­
pervivencia del bebé. Las antepasadas que se enfrentaron con
esos desafíos a solas probablemente tuvieron menos éxito en la
propagación de sus genes. Aunque la madre soltera se haya
puesto de moda entre ciertos grupos de mujeres modernas,
queda por ver si ese modelo dará buen resultado. Incluso hoy,
en algunas culturas primitivas, la presencia de un padre tripli­
ca la tasa de supervivencia de los niños.9 En consecuencia, la
apuesta más segura para las mujeres es emparejarse a largo
plazo con varones que probablemente permanezcan a su lado,
las protejan a ellas y a los niños, y mejoren su acceso a los ali­
mentos, el techo y otros recursos.10
Melissa actuó de modo inteligente al tomarse tiempo y
asegurarse de que R ob era un buen partido. Su sueño era un
m arido a quien amar, que la amara y ad o rara.11 Su peor temor
era un hombre que pudiera serle infiel como su padre era con
su madre. Después de la noche en la discoteca, captó diversos
indicios positivos. R ob era más alto, m ayor y parecía vivir
con desahogo económico. En las letras grandes del esquema
de cosas de la Edad de Piedra, cumplía los requisitos, pero to­
davía no estaba claro si era el tipo para com partir la vida a
largo plazo.

ATRACCIÓN QUÍMICA

Si el añejo circuito cerebral de Melissa estaba explorando en


busca de patrim onio y protección, ¿qué buscaba el cerebro de
Rob en una pareja a largo plazo? De acuerdo con Buss y otros
científicos, algo completamente diferente. En todo el mundo,
los hombres prefieren esposas físicamente atractivas, de entre
veinte y cuarenta años, que sean por lo común dos años y me­
dio más jóvenes que ellos. También quieren que sus posibles
parejas a largo plazo tengan piel clara, ojos luminosos, labios
carnosos, cabello brillante y figuras curvilíneas com o un reloj
de arena . li El hecho de que estas preferencias varoniles se
mantengan en todas las culturas indica que son parte de la he­
rencia en los circuitos de sus antepasados lejanos. N o se trata­
ba sólo de que Rob tuviera debilidad por las chicas con rizos
brillantes; es que el cabello de M elissa encendía su antiguo cir­
cuito de atracción.
¿Por qué encabezan estos criterios especiales la lista de los
hombres? Desde una perspectiva práctica, todos estos rasgos,
por superficiales que puedan parecer, son sólidas señales vi­
suales de fertilidad. Los hombres podrán saberlo o no cons­
cientemente, pero sus cerebros sí saben que la fertilidad feme­
nina les ofrece la más alta remuneración reproductiva para su
inversión. Con decenas de millones de espermatozoides, los
hombres son capaces de producir un número casi ilimitado de
descendientes, en tanto que cuenten con suficientes mujeres
fértiles para mantener relaciones sexuales con e lla s.'' Com o re­
sultado, su principal quehacer consiste en emparejarse con mu­
jeres que puedan ser fértiles y reproducirse. H acerlo con muje­
res estériles supondría un derroche de su haber genético futuro.
De este modo, durante millones de años, el circuito del cerebro
varón ha evolucionado para fijarse en mujeres que den rápidas
señales visuales de fe rtilid ad .'1 La edad, desde luego, es un
factor importante; la salud es otro. El alto nivel de actividad,
el porte juvenil, los rasgos físicos simétricos, la piel suave, el
cabello lustroso y los labios abom bados por el estrógeno son
signos fácilmente observables de la edad, la fertilidad y la sa­
lud. Por tanto, no es raro que las mujeres busquen los efectos
moldeadores de las inyecciones de colágeno y el tratamiento
antiarrugas que proporciona el bótox.
Las formas son también un notable indicador de la ferti­
lidad, prescindiendo de los implantes en Jos senos. Antes de
la pubertad, varones y hembras tienen formas corporales, y
proporción entre cintura y caderas, muy sim ilares. Tan pron­
to entran en acción las horm onas reproductivas, las mujeres
sanas desarrollan formas más curvas con cinturas que son
aproxim adam ente un tercio más estrechas que las cad eras.13
Las mujeres de este tipo tienen más estrógeno y quedan em­
barazadas más fácilmente a una edad más temprana que las
que tienen cinturas de tamaño más parecido a las cad eras."5
Un talle fino da indicio instantáneo de la disponibilidad re­
productiva de una mujer, puesto que la preñez altera radical­
mente su p e rfil.'7 La reputación social es también un factor
que pesa en la evaluación que hacen los varones, puesto que
los que tienen más éxito en la reproducción necesitan tam­
bién elegir mujeres que se emparejen sólo con ellos. Los hom­
bres quieren estar seguros de su paternidad y también poder
contar con las aptitudes maternales de una mujer para ga­
rantizar que su descendencia prospere. Si M elissa se hubiera
ido inmediatamente a la cama con R o b o hubiera presumido
de la cantidad de tipos con quienes se había acostado, él, en
su cerebro de la Edad de Piedra, podría haber juzgado que le
sería infiel o que tenía mala fam a. El hecho de que se m os­
trara afectuosa en la pista de baile y se fuera a casa a una

LO O
hora decorosa en taxi, dem ostró que era toda una dam a con
la cual cabía em parejarse a largo plazo.

CALCULAR EL PELIGRO POTENCIAL

Rob dejó un mensaje en su contestador y M elissa esperó unos


cuantos días antes de contestarle. Aunque se habían besado en
su primera cita, no pensaba irse a la cama con R ob hasta no
saber algo más de él. R ob era increíblemente divertido y en­
cantador; parecía llevar una vida ordenada, pero ella necesita­
ba estar visceralmente segura de que podía confiar en él. Los
circuitos cerebrales de la ansiedad suelen dispararse al tratar
con extraños y los circuitos del miedo estaban rodando a toda
máquina en la amígdala de M e l i s s a .L a natural cautela ante
los extraños form a parte del circuito cerebral tanto de los va­
rones com o de las mujeres, pero éstas en particular, cuando
buscan pareja, dedican un tem prano y cuidadoso examen al
probable nivel de com prom iso de un hom bre.'5
La seducción y el subsiguiente abandono de la mujer sedu­
cida es una vieja pillería que se remonta a los principios de
nuestra especie. Cierto estudio estableció que muchos estudian­
tes reconocían aparentar ser más amables, más sinceros y más
dignos de confianza de lo que eran en realidad.0-0 Algunos an­
tropólogos especulan sobre que la selección natural favoreció a
los hombres que tenían maña para engañar a las mujeres y con­
vencerlas de tener relaciones sexuales.21 Las mujeres, como re­
sultado, tenían que ser más astutas para descubrir las mentiras
y exageraciones de los hombres; el cerebro femenino está bien
adaptado actualmente para esa tarea. Un estudio de la psicólo-
ga Eleanor M accoby, de la Universidad de Stanford, demostró
que las chicas aprenden antes que los varones a distinguir entre
la realidad y los cuentos de hadas o las ficciones de «querer pa­
recer».22' Al llegar a la edad adulta, las mujeres modernas han
afinado su capacidad de leer los matices emotivos en el tono de
voz, la manera de mirar y las expresiones faciales.1'
Com o resultado de esta precaución extra, el cerebro feme­
nino típico no está tan dispuesto com o el del hombre para de­
jarse avasallar por el capricho o la mera excitación del com ­
portamiento sexual.2-4 Las mujeres alcanzan la misma cumbre
romántica o más, pero suelen tardar más en confesar estar
enamoradas y son más precavidas que los varones en las se­
manas y meses iniciales de una relación /5 Los cerebros mascu­
linos tienen circuitos neurológicos diferentes para el amor. Los
estudios y las imágenes cerebrales en mujeres enamoradas
muestran mayor actividad en muchas más áreas, especialmen­
te sentimientos viscerales y circuitos de atención y memoria,
mientras que los hombres enamorados muestran más activi­
dad en áreas de procesamiento visual de alto nivel.16 Estas su­
periores conexiones visuales pueden explicar también por qué
los hombres tienden a enamorarse «a primera vista» más fá­
cilmente que las mujeres.17
Tan pronto com o una persona se enamora, se cierran las
rutas que hay en su cerebro de carácter precavido y crítico. Se­
gún Helen Fisher — antropóloga de la Universidad Rutgers— ,
la evolución puede haber creado estos circuitos cerebrales del
enamoramiento para asegurar que encontramos pareja y luego
concentrarse exclusivamente en aquella única persona. Ayuda­
rá al proceso no pensar demasiado críticamente en los defectos
de la persona amada. En su estudio sobre el estado de enam o­
ramiento, más mujeres que hombres afirm aron que no les im­
portaban mucho los defectos de los amados, y sacaron pun­
tuaciones más altas en el test del am or apasionado.18
Melissa y R o b se hablaban por teléfono casi todas las noches.
Los sábados se encontraban en el parque para pasear el perro
de Rob o en el apartamento de M elissa para saber lo que de­
cían los periódicos sobre su última película. R o b se sentía segu­
ro en su trabajo y por fin había dejado de hablar de su anterior
novia, Ruth. El ocaso de ese vínculo con Ruth le proporcionó a
Melissa el indicio de que ella no era un mero segundo plato en
la mesa y de que él estaba presto a concentrarse exclusivam en­
te en ella. Sin querer, se había ya enamorado de él, pero aún no
se lo había dicho. Empezó a ver con simpatía el afecto físico de
Rob y perm itió que sus impulsos sexuales se pusieran a tono
con su impulso amoroso.
Al cabo de tres meses, M elissa y Rob se fueron apasiona­
damente a la cam a, después de pasar un día tomando el sol en
el parque en trance am oroso mutuo. La pareja estaba cayendo
en un fogoso am or consumado.
Enam orarse es una de las conductas o estados cerebrales
más irracionales que cabe im aginar tanto entre los hombres
com o entre las mujeres. El cerebro se vuelve «ilógico» en el
umbral de un nuevo romance, ciego a las deficiencias del am an­
te. Es un estado involuntario. Estar apasionadamente enam o­
rado, o el llam ado amor enajenado, forma un estado cerebral
documentado en la actualidad. Esa suerte de am or convive en
Jos circuitos cerebrales con estados de obsesión, m anías, em­
briaguez, sed y ham bre.19 N o es una emoción, pero intensifica
o disminuye otras emociones. Los circuitos del enamoramien­
to son prim ariam ente un sistem a de m otivación que es dife­
rente del área cerebral del impulso sexual, pero tiene superpo­
siciones con la misma. Esta actividad cerebral febril funciona
sobre horm onas y sustancias neuroquímicas tales com o la do­
pamina, el estrógeno, la oxitocina y la testosterona.30
Los circuitos cerebrales que se activan cuando estam os
enamorados igualan a los del drogadicto que ansia desespera­
damente la siguiente dosis.31 La amígdala — el sistema de alerta
ante el miedo del cerebro— y el córtex cingulado anterior — el
sistema cerebral de la inquietud y del pensamiento crítico— se
ponen patas arriba cuando los circuitos del amor corren a toda
m archa.31 Algo muy parecido acontece cuando la gente consu­
me éxtasis: la precaución normal que tienen los humanos ante
los extraños se desconecta y se sintonizan los circuitos del
amor. Es decir, el am or romántico es una manera natural de
«colocarse». Los síntomas clásicos del am or temprano son si­
milares a los de los efectos iniciales de drogas como anfetami-
nas, cocaína y opiáceos: heroína, morfina y oxicontina. Estos
narcóticos disparan el circuito cerebral de la recompensa, cau­
sando descargas químicas y efectos similares a los del rom an­
ce. De hecho, hay algo de verdad en la idea de que la gente
puede volverse adicta al amor.” Las parejas románticas, espe­
cialmente en los primeros seis meses, anhelan el sentimiento
extasiado de estar juntos y pueden sentirse totalmente depen­
dientes el uno del otro. Estudios sobre el amor apasionado
muestran que este estado cerebral dura más o menos de seis a
ocho meses. Es un estado tan intenso que el interés, el bienes­
tar y la supervivencia de la persona am ada se hacen tan im­
portantes o más que los propios.
Durante esta primera fase del amor, M elissa memorizaba
intensamente cualquier detalle de Rob. Cuando ella tuvo que
ir a Los Ángeles durante una semana para mostrar en una con­
ferencia parte del proyecto de su nueva película, los dos su­
frieron con la separación. N o era simple fantasía; era el dolor
de la retirada neuroquímica. Durante las épocas de separación
física, cuando tocar o acariciar es imposible, puede crearse una
ansiedad, casi hambre por la persona amada. Algunas perso­
nas ni siquiera se dan cuenta de lo sometidos o enamorados
que están hasta que sienten ese tirón de las fibras del corazón
cuando el amado está ausente. Tenemos costumbre de pensar
que esa nostalgia es solo psicológica, pero en realidad es física.
£1 cerebro se encuentra en un estado como el de abstinencia de
las drogas. «El cariño crece con la ausencia», habría dicho tu
madre cuando sollozaras de dolor porque él estuviera ausente.
Puedo recordar los primeros días de las citas con mi marido
cuando yo ya sabía que «era el elegido», pero él todavía no.
Durante una breve separación «decidió» que debíamos casar­
nos, demos gracias a la retirada de la dopam ina y la oxitocina.
Las cuerdas de su corazón recibieron finalmente la atención de
su cerebro varonil tan suficiente e independiente, según os di­
rán sus amigos y parientes.
Durante una separación, la motivación del reencuentro
puede alcanzar niveles febriles en el cerebro. R o b estaba tan
desesperado a mitad de la semana, anhelaba tanto el contacto
físico con M elissa, que tomó un avión para verla durante un
día. Una vez producido el reencuentro, todos los componentes
del lazo am oroso original pueden reinstaurarse por obra de la
dopam ina y la oxitocina. Actividades como las caricias, los be­
sos, las m iradas, los abrazos y el orgasm o pueden reponer el
vínculo quím ico del amor y la confianza en el cerebro. El flujo
de la oxitocina-dopam ina vuelve a suprimir la ansiedad y el es­
cepticismo, además de revigorizar los circuitos am orosos del
cerebro.
Las m adres advierten a menudo a sus hijas que no se pon­
gan excesivamente pronto al alcance de un nuevo novio; tal
advertencia puede ser más sabia de lo que ellas creen. El acto de
abrazar o acariciar libera oxitocina en el cerebro, sobre todo
entre las hembras, y probablemente genera la tendencia a con­
fiar en el varón a quien abrazan.3' También aumenta la proba­
bilidad de que creas todo lo que él te cuente, sea lo que sea. La
inyección de la hormona oxitocina o dopamina en el cerebro de
un m am ífero social puede incluso inducir a una conducta
de abrazo y emparejamiento, sin el habitual requisito previo de
amor romántico y comportamiento sexual, especialmente entre
las hembras.55 Reflexiónese sobre un experimento suizo en el
cual los investigadores aplicaron un rociador nasal con oxitoci­
na a un grupo de «inversionistas» y los com pararon con otro
grupo, al que aplicaron un rociador nasal de p la c e b o .L o s in­
versionistas que recibieron oxitocina ofrecieron el doble de di­
nero que el grupo que sólo recibió el placebo. El grupo de la
oxitocina estaba más dispuesto a confiar en un extraño que fin­
gía ser asesor financiero, y se sentía más seguro de que la inver­
sión sería rentable. Dicho estudio determinó que la oxitocina
dispara los circuitos de la confianza en el cerebro.
Por un experimento sobre los abrazos sabemos también
que el cerebro libera naturalmente oxitocina después de un
abrazo de la pareja durante veinte segundos, con lo cual se se­
lla el vínculo y se disparan los circuitos cerebrales de la con­
fianza.37 Así pues, no permitas que un sujeto te abrace a menos
que te propongas otorgarle confianza. También liberan oxito­
cina en el cerebro femenino los tocam ientos, las m iradas, la
interacción em ocional positiva, los besos y el orgasm o.?s Tal
contacto puede ayudar a poner en marcha en el cerebro los cir­
cuitos del amor romántico. El estrógeno y la progesterona dis­
paran estos efectos vinculantes en el cerebro femenino, au­
mentando también la oxitocina y la dopam ina. Cierto estudio
ha demostrado que en diferentes semanas del ciclo menstrual
las hembras logran más de una sacudida agradable por efecto
de las sustancias químicas de su cerebro.39 Dichas hormonas
activan luego los circuitos cerebrales de la conducta am orosa y
tuteladora, mientras desconectan los circuitos de la precaución
y la aversión.'10 En otras palabras, si circulan por tu cerebro ni­
veles elevados de oxitocina y dopam ina, tu juicio está dañado.
Dichas hormonas cierran la mente escéptica.
En el fondo, el impulso de enamorarse está siempre latente.
De todos modos, estar enamorado requiere que le dediques es­
pacio a la persona amada en tu vida y en tu cerebro, integrán­
dola en tu propia imagen por vía de los circuitos cerebrales de
vinculación y memoria emocional. Cuando se desarrolla este
proceso se necesita menos estímulo de oxitocina y dopamina
para sostener el vínculo emocional. De este modo ya no es nece­
sario pasarse veinticuatro horas diarias am arrado en un abrazo.
F,1 impulso básico para la vinculación rom ántica está inte­
grado en los circuitos del cerebro. El desarrollo cerebral en el
útero, la suma de cuidados que se reciban en la infancia y las
experiencias emocionales determinan variaciones en los circui­
tos cerebrales del amor y la confianza en otros.4T M elissa sabía
que su padre era un mujeriego y eso la hizo todavía más es­
céptica en cuanto a enamorarse y encariñarse. La disposición
individual para enamorarse y crear una relación emocional
puede quedar afectada por las variaciones en los circuitos ce­
rebrales causadas por la experiencia y el estado hormonal del
cerebro. El estrés en el entorno puede alentar o frenar la crea­
ción de vínculos. Los vínculos emocionales y los lazos que es­
tablecemos con nuestras prim eras figuras protectoras duran
toda la vida. Esas tempranas figuras protectoras se convierten
en parte de nuestros circuitos cerebrales por vía del refuerzo
proporcionado por reiteradas experiencias de cuidados físicos
y emocionales, o por su ausencia. Los circuitos de seguridad se
basan en esas figuras protectoras predecibles y seguras. Sin
ellas no se forman en el cerebro circuitos de seguridad o éstos
son escasos. Se podrá sentir am or a corto plazo, pero la vincu­
lación emocional a largo plazo puede ser más difícil de lograr
y mantener.4*

LA MENTE EMPAREJADA

¿Cóm o se transform a en el cerebro la realidad apremiante de


«He de tenerlo todos los minutos del día», en la de «Oh, hola,
otra vez tú, cariño, ¿cómo va todo?». Los flujos hormonales
de dopam ina en el cerebro van descendiendo gradualmente. Si
dispusiéramos de un aparato IR M para observar los cambios
cerebrales que suceden cuando una mujer pasa de un estado de
am or romántico inicial a uno de emparejamiento a largo pla­
zo, veríamos que disminuye el brillo de los circuitos de recom-
pensa-placer y los apremiantes de hambre-apetencia, al paso
que se iluminan los circuitos de adhesión y vinculación, adqui­
riendo un cálido fulgor amarillo.
Ya sabemos que los sentimientos arrebatados de am or pa­
sional no duran siempre y para algunos la pérdida de intensi­
dad puede ser deprimente. Así conocí a M elissa. Fue a verme
después de haber mantenido relaciones con R ob durante un
año. Contó que, durante los primeros cinco meses, R o b y ella
tenían relaciones sexuales m aravillosas y excitantes todos los
días; que esperaban con avidez cualquier minuto que pudieran
pasar uno al lado del otro. Cuando acudió a mí vivían juntos,
trabajaban en empleos agotadores y empezaban a hablar de
matrimonio y de una familia. Sin em bargo, ella había empeza­
do a «desinflarse» a propósito de la relación. Sus sentimientos
viscerales ya no le proporcionaban en modo alguno tanta cer­
tidumbre. Se sentía alarmada por no sentir ya el mismo interés
por el sexo. N o se trataba de que hubiera encontrado ni tam­
poco deseado a nadie más. Era sólo cuestión de que, en aquel
momento, las cosas, com paradas con los primeros cinco meses
de relación, carecían de la pasión y entusiasmo que esperaba al
principio. ¿Qué es lo que ella hacía mal? ¿Era Rob el m ucha­
cho adecuado? ¿Era ella normal? ¿Podría ser feliz con él a lar­
go plazo si desaparecía la chispa sexual y los intensos buenos
sentimientos viscerales de su relación?
M uchas personas, como M elissa, creen que la pérdida de
la cumbre romántica del amor inicial es señal de que se está
hundiendo la relación de una pareja. Sin embargo, en la reali­
dad, la pareja puede estar trasladándose simplemente a una
fase importante de la relación, a largo plazo, impulsada por la
suma de diferentes circuitos neurológicos adicionales.4’ Los
científicos defienden que la «red de adhesión» es un sistema
cerebral aparte, el que sustituye la irracional intensidad del ro ­
mance por una sensación más duradera de paz, calma y com u­
nicación. A ñadidas a las sustancias químicas excitantes de pla­
cer del sistema de recompensas — como la dopam ina— , el
sistema de la adhesión y la vinculación de pareja generan re­
gularmente más cantidad de la sustancia química del empare­
jamiento — la oxitocina— , logrando que los dos busquen el
placer de la compañía del otro. Los circuitos cerebrales del
com prom iso a largo plazo y la conservación del vínculo se
vuelven más activos. Cuando los investigadores del University
College de Londres escanearon los cerebros de personas que
llevaban un promedio de dos o tres años de relación am orosa,
encontraron que, en vez de los circuitos cerebrales productores
de dopam ina propios del am or apasionado, se iluminaban
otras áreas cerebrales, tales com o las relacionadas con el juicio
crítico.44 La actividad en el circuito cerebral de la adhesión se
mantiene y revigoriza durante los meses y años siguientes me­
diante experiencias mutuamente gratas y positivas, todas las
cuales generan oxitocina.
Desde una perspectiva práctica, el viraje desde el am or
apasionado a un pacífico lazo de pareja tiene una explicación
sensata. En definitiva, el cuidado de los niños sería casi impo­
sible si los dos continuasen centrándose exclusivam ente en el
otro. El descenso del extrem ado entusiasmo am oroso y la in­
tensidad sexual parece hecho a la medida para prom ocionar la
supervivencia de nuestros genes. N o es un signo de enfria­
miento del amor, sino de su evolución hacia una fase nueva,
más sostenible a largo plazo, con vínculos creados por dos
neurohormonas: la vasopresina y la oxitocina.
La conducta de vinculación social está controlada por estas
neurohormonas, producidas en la pituitaria y el hipotálam o.45
El cerebro masculino emplea la vasopresina para la vinculación
social y parental, mientras el femenino usa primordialmente la
oxitocina y el estrógeno.46 T.os varones tienen muchos más re­
ceptores de la vasopresina, mientras que las mujeres tienen con­
siderablemente más para la oxitocina. Para que se una con éxi­
to una pareja romántica se estima que los hombres necesitan
estas dos neurohormonas.47 Estimulada por la testosterona y
disparada por el orgasm o sexual, la vasopresina incentiva la
energía, la atención y el empuje viriles. Cuando los hombres
enamorados experimentan los efectos de la vasopresina, pro­
yectan un foco tipo láser sobre su amada y la localizan activa­
mente con los ojos de su mente aunque ella no esté delante.48
Las mujeres, en cam bio, pueden vincularse con una pareja
romántica en cuanto experimenten el aflujo de dopam ina y
oxitocina suscitado por el tocamiento, la entrega y recepción
de placer sexual. Mantener mis pies calientes en la cam a quizá
no sea la responsabilidad primordial de mi marido, pero aca­
riciarme para que libere oxitocina sí que lo es. Con el tiempo,
incluso la visión de un amante puede conducir a que una m u­
jer libere oxitocina.49
El excepcional poder afectivo de la oxitocina y la vasopre­
sina ha sido estudiado con gran detalle por Sue Cárter en
aquellos pequeños mamíferos peludos llam ados ratones de la
pradera, que forman parejas vitalicias.50 Com o los humanos,
esos ratones están llenos de pasión física cuando se encuentran
y pasan dos días concediéndose un sexo prácticamente inin­
terrumpido. Pero a diferencia de los humanos, los cambios quí­
micos en los cerebros de dichos ratones pueden ser exam ina­
dos directamente en el curso de ese regocijo. Dichos estudios
muestran que el acoplamiento sexual libera grandes cantida­
des de oxitocina en el cerebro de la hembra y de vasopresina
en el del macho. Esas dos neurohormonas, a su vez, aumentan
los niveles de dopamina — el ingrediente del placer— la cual
hace que los ratones queden locos de am or el uno por el otro.
G racias a este vigoroso pegamento neuroquím ico, la pareja
queda unida para toda la vida.
Tanto en los machos com o en las hembras, la oxitocina
causa relajación, atrevimiento, vinculación y contento mutuo.
Para mantener la larga duración de sus efectos, el sistema de
vinculación del cerebro necesita repetidas, casi dianas, activi­
dades mediante la oxitocina estimulada por la proxim idad y el
contacto. Los machos necesitan ser tocados dos o tres veces
más a menudo que las hembras para mantener el mismo nivel
de oxitocin a, de acuerdo con un estudio de la investigadora
sueca Kerstin Uvnás-M oberg.5r Sin tocamiento frecuente — por
ejemplo, cuando los dos están separados— , los circuitos y los
receptores cerebrales de la dopam ina y la oxitocin a pueden
sentirse exhaustos. Las parejas pueden no darse cuenta de
cuánto dependen de la presencia física de am bos hasta que es­
tán separados por un tiempo; la oxitocina de sus cerebros les
hace volver siempre uno a otro para el placer, la com odidad y
la serenidad .yí N o es de extrañar que R ob tomase el avión
para ir a Los Ángeles.

SEXO, ESTRÉS Y EL CEREBRO FEMENINO

Los estudios sobre los ratones de la pradera han subrayado


también diferencias de vinculación entre machos y hem bras.53
En los ratones hembra el emparejamiento se produce mejor en
condiciones de escaso estrés. En los m achos, el estrés agudo
funciona mejor. Investigadores de la Universidad de M aryland
descubrieron que si una hembra de dichos ratones es sometida
a una situación de estrés, no se vinculará con un macho hasta
después de haberse em parejado con él. En cam bio, si un ratón
macho es sometido a estrés, se em parejará enseguida con la
primera hembra que encuentre.54
También entre los humanos los circuitos masculinos del
amor experimentan un impulso extra cuando los niveles de es­
trés son elevados. Después de un desafío físico intenso, por
ejemplo, los varones se ligaran pronta y sexualmente con la
primera hembra propicia que tengan a la vista. Esta puede ser
la razón por la cual los militares sometidos al estrés de la gue­
rra frecuentemente vuelven a casa con esposas. Las mujeres, en
cam bio, rechazan avances o expresiones de afecto y deseo
cuando están sometidas a estrés.5’ L a razón puede ser que la
hormona del estrés, el cortisol, bloquee la acción de la oxitoci­
na en el cerebro femenino interrumpiendo bruscamente el de­
seo de una mujer en pos de sexo y contacto físico. Para ella
nueve meses de em barazo, seguidos del cuidado de un niño en
condiciones estresantes, tiene menos sentido de lo que tiene
para él depositar rápidamente el esperma.

EL GEN DE LA MONOGAMIA

Las vidas amorosas de diferentes subespecies de ratones de la


pradera proporcionan también luces acerca de los mecanismos
cerebrales de la m onogam ia, rasgo presente sólo en el 5 % de
los mamíferos. Los ratones de la pradera son excelentes con­
sortes que forman lazos vitalicios y monógamos después de
sus cópulas m aratonianas. Los ratones de montaña, en cam­
bio, nunca se atan a una sola pareja. La diferencia, según han
descubierto los científicos, es que los ratones de la pradera tie­
nen el equivalente de un gen de la monogam ia, un diminuto
trozo de A D N del que carecen los de m ontaña.56 En cuanto su
relación con Rob se volvió más seria, Melissa empezó a preo­
cuparse: ¿Rob sería com o un ratón de pradera o com o un ra­
tón de montaña?
Hasta donde los investigadores saben, los machos huma­
nos presentan conductas dentro de un espectro que va de total­
mente polígamas a totalmente monógamas. Los científicos su­
ponen que esta variabilidad puede depender de diferentes genes
y hormonas.57 H ay un gen que codifica un tipo particular de re­
ceptor de vasopresina en el cerebro. Los ratones de la pradera
que tienen este gen cuentan en sus cerebros con más de los men­
cionados receptores que los ratones de montaña; como conse­
cuencia, son mucho más sensibles a los efectos emparejadores
de la vasopresina. Cuando los científicos inyecraron este gen
«ausente» en los cerebros de los ratones de montaña, los m a­
chos normalmente promiscuos se volvieron monógamos al ins­
tante, ligados a la pareja com o papas hogareños.51*
Los m achos que disponían de una versión más larga del
gen receptor de la vasopresina mostraban más monogamia y
pasaban m ás tiempo cuidando y lamiendo a sus cachorros.
También mostraban m ayor preferencia por sus parejas, inclu­
so cuando se daba la oportunidad de una escapada con una
hembra joven, fértil y con ganas de flirteo.59 Los machos dota­
dos de la variación más larga de genes son las parejas y padres
más responsables y dignos de confianza. El gen humano cuen­
ta por lo menos con diecisiete longitudes. Por ello, una broma
habitual entre las científicas es que deberíamos preocuparnos
más por la longitud del gen de la vasopresina que por la longi­
tud de cualquier otra cosa. Quizás algún día habrá un «equi­
po» de prueba en las farm acias, similar a la prueba de em ba­
razo, a propósito de lo largo que sea este gen para que puedas
estar segura de que te llevas al mejor hombre antes de com ­
prometerte. La monogamia masculina puede estar, por tanto,
predeterminada para cada individuo y ser transmitida genéti­
camente a la siguiente generación. Es posible que los padres
dedicados y las parejas fieles nazcan y no se hagan ni se forjen
según el ejemplo del padre.
Nuestros parientes prim ates— los chimpancés y los bono-
bos— tienen también diferentes longitudes de este gen, que de­
terminan su conducta social.60 Los chimpancés, que cuentan
con el gen más breve, viven en sociedades basadas territorial­
mente, controladas por machos que hacen frecuentes y fatales
incursiones guerreras contra los grupos vecinos. Los bonobos
están regidos por jerarquías femeninas y sellan toda interac­
ción social con un rato de frotamiento sexual. Son excepcio­
nalmente sociables y su gen muestra la versión larga.61 La ver­
sión humana del gen se parece más al bonobo. Parece que
quienes tienen el gen más largo responden mejor socialmente.
Por ejemplo, este gen es más corto en los humanos auristas,
que viven en condiciones de profundo déficit social.61 Las dife­
rencias en el compromiso de emparejamiento pueden tener re­
lación con nuestras diferencias individuales en la longitud de
este gen y en las horm onas.63
Dado que las mujeres sólo pueden tener un niño cada nue­
ve meses, anhelan form ar parejas fieles con hombres que las
ayuden a criar a esos hijos. Pero la realidad es más com plica­
da. H oy sabemos que las mujeres también hacen tram pas.64
Los investigadores han descubierto que ciertas hembras de es­
pecies «monógamas» de pájaros parecen tener aventuras am o­
rosas en busca de los mejores genes para sus crías. Los cientí­
ficos evolucionistas han supuesto durante mucho tiempo que
lo que se dice de los gorriones y los gallos es también aplicable
a los seres humanos.

LA RUPTURA

Cierta noche R ob no llamó a Melissa después de haber dicho


que lo haría. Era impropio de él y ella empezó a preocuparse.
¿Se sentiría ofendido? ¿Estaría con otra mujer? M elissa pudo
sentir físicamente su miedo. De modo extraño, el estado de
am or romántico puede reanudarse por efecto de la amenaza o
el miedo a perder a la pareja o a ser defraudado. Esto último
intensifica el fenómeno del amor apasionado en los circuitos
cerebrales tanto de los hombres como de las mujeres.65 La
mencionada región cerebral busca a la persona am ada con de­
sesperación y avidez. Se produce un decaimiento parecido al
de la abstinencia de drogas. Por momentos la propia supervi­
vencia parece amenazada y en la amígdala se dispara un esta­
do de temerosa alarma. El córtex cingulado anterior — parte
del cerebro que se ocupa de las angustias y del juicio crítico—
empieza a generar ideas negativas acerca de la pérdida de la
persona am ad a.66 En este estado de atención altamente m oti­
vada se producen ideas obsesivas de reencuentro. Semejante
estado no suscita confianza ni emparejamiento, sino la bús­
queda penosa e intensa del am ado. Melissa enloqueció por la
idea de perder a Rob. La parte de ella que había asim ilado
y ampliado sus opiniones, intereses, creencias, aficiones, tics y
carácter, sufría una aguda decadencia emocional, física y cog-
mtiva, que se alojaba profundamente en las áreas del cerebro
impulsadas por la recompensa.
Sobreviene entonces una penosa retirada de aquella ex­
pansión eufórica de la persona que se había dado rápidam en­
te durante la etapa romántico-ascendente del amor. Cuando
las mujeres experimentan la traición o la pérdida del amor,
también responden de modo diferente de los hombres. Si pier­
den el amor, los hombres abandonados son tres o cuatro veces
más propensos a suicidarse. En cam bio, las mujeres caen en la
depresión. Las mujeres defraudadas no pueden comer, dormir,
trabajar ni concentrarse; lloran sin cesar, se retraen de activi­
dades sociales y piensan en suicidarse. Por ejemplo, mi pacien­
te Louise, de dieciocho años, había sido inseparable de su no­
vio, Jaso n , hasta la tarde en que él partió hacia la universidad.
Jason terminó bruscamente la relación y le dijo que deseaba
estar libre para salir con otras chicas mientras se encontraba
fuera. Cuatro días después recibió una llam ada urgente del pa­
dre de Louise. Estaba tirada en el suelo gimiendo inconsola­
blemente, sin comer ni dormir, llamaba a Jaso n y, sollozando,
decía que prefería morir a estar sin él.
Louise sufría — literalmente— dolores por la pérdida del
amor. H asta hace poco creíam os que eran simplemente frases
retóricas como «sentimientos heridos» y «corazón partido».
Sin embargo, nuevos estudios con imágenes cerebrales han re­
velado su exactitud/’7 Según sus resultados, el rechazo daña de
veras como el dolor físico porque dispara los mismos circuitos
cerebrales. Los escaneos cerebrales de personas que acaban de
ser defraudadas por sus seres amados muestran también un vi­
raje químico desde la alta actividad del amor romántico a la
bioquímica plana de la pérdida y la pena. Melissa no había lle­
gado todavía a este punto. Si no se producen ios brotes am o­
rosos de dopamina, la reacción depresión-desesperación des­
ciende sobre el cerebro como una nube negra. Eso te sucedió a
Louise, pero no a M elissa. Rob ni siquiera se dio cuenta de que
esperaba que la llamase aquella noche y había salido a jugar al
póquer con los amigos. Cuando advirtió lo mucho que había
dañado a Melissa, se excusó y prometió llamarla siempre. El
episodio hizo que tanto Melissa como Rob se dieran cuenta de
lo esenciales que eran el uno para el otro y, de hecho, les moti­
vó para dar el paso siguiente hacia una relación permanente.
Se comprometieron.
Puede ser que el «dolor cerebral» del am or perdido actúe
com o una alarma física para alertarnos de los peligros de la se­
paración social.68 El dolor capta nuestra atención, desordena
nuestra conducta; nos motiva para afirm ar nuestra seguridad
y terminar con nuestro padecimiento. Dada la importancia
para la supervivencia humana de encontrar una pareja, repro­
ducirse y obtener alimento, cuidado y protección, es probable
que el dolor de la pérdida y el rechazo esté grabado en nues­
tros circuitos cerebrales, de suerte que lo evitemos, o por lo
menos pasemos enseguida a otra pareja, la cual nos hará levi-
tar con nuevas dopamina y oxitocina arrebatadoras. ¿Cuál es
el disparador de este subidón? El sexo.
Finalmente, todo volvió a su sitio. La mente de ella estaba
tranquila. Un masaje logró el éxito. El lugar de vacaciones era
siempre el mejor sitio. Sin trabajo, sin preocupaciones, sin te­
léfono, sin correos electrónicos. N o había otro espacio por
donde pudiera discurrir el cerebro de M arcie. Hasta tenía los
pies calientes y no necesitaba pensar en buscar calcetines. Él
era apasionado y un gran amante. M arcie podía dejarle hacer
y que todo siguiera su curso. El centro de la ansiedad del cere­
bro de ella se iba cerrando. N o brillaba tan intensamente el
área de toma consciente de decisiones. Las constelaciones neu­
roquímicas y neurológicas estaban alineándose para el orgas­
mo. Explosión.
Es contradictorio, pero la puesta en marcha sexual de la
mujer empieza con una desconexión del cerebro. Los impulsos
pueden correr hacia los centros de placer y disparar un orgas­
mo sólo en el caso de que la amígdala esté desactivada, centro
del temor y la ansiedad del cerebro.1 Antes de que la am ígdala
haya sido desenchufada, cualquier preocupación del últim o
minuto — trabajo, niños, com prom isos, servir la cena, poner la
mesa— pueden interrumpir la marcha hacia el orgasmo.
El hecho de que una mujer requiera este paso neurológico
extra puede explicar por qué tarda un tiempo promedio de tres
a diez veces más largo que el hombre corriente en alcanzar el
orgasm o.1 A sí pues, chica, dile a tu hombre que vaya despacio
y tenga paciencia, especialmente si estás intentando quedarte
embarazada. La investigación ha demostrado que el motivo
biológico de que los machos eyaculen más aprisa es que las
hembras que tienen el orgasmo después de que el varón ha
eyaculado están más propensas a concebir.
F.l sistema es delicado, pero la conexión con el cerebro es
tan directa como la actuación. Los nervios de la punta del clí-
toris comunican directamente con el centro del placer sexual
del cerebro femenino. Cuando dichos nervios son estimulados,
disparan actividad electroquímica hasta llegar a un umbral,
desencadenan un estallido de impulsos y liberan sustancias
neuroquímicas de emparejamiento y bienestar, como la dopa-
mina, la oxitocina y las endorfinas.3 ¡A h, el clím ax! Si el estí­
mulo del clítoris se interrumpe dem asiado pronto, si los ner­
vios clitóricos no son bastante sensibles o si el temor, el estrés
o la culpa interrumpen el estímulo, el clítoris se para en seco en
su camino.
Marcie vino a consultarme cuando conoció a John. H abía
tenido su primera relación larga y profunda con Glenn, a los
veintitantos años. Pero no le duró, aun cuando él era apuesto
y una pareja cóm oda con la cual se sentía totalmente segura.
M arcie había disfrutado realmente de su vida sexual y había
tenido siempre grandes orgasmos con él, pero Glenn no era el
hombre con quien quería casarse. Cuando empezó a salir otra
vez y pescó a John, descubrió que su cuerpo no respondía con
la prontitud de antes. N o se trataba de que John fuese un mal
amante o no estuviese adecuadamente equipado, sino todo lo
contrario. Era más divertido e incluso más guapo que Glenn,
pero John no era Glenn, el hombre con quien ella se había
acostumbrado a sentirse cómoda y segura. John era nuevo, de
modo que se sentía tensa con él y no podía llegar al orgasmo.
Cierto día M arcie fue al médico con una dolorosa contracción
del cuello y él le prescribió Valium para relajar el músculo. Se
tomó una píldora en la cena y, cuando se fue a la cama con
John y mantuvieron relaciones sexuales, no hubo problemas
con el orgasm o. El Valium había relajado el cerebro de ella, su
am ígdala estaba desactivada y Marcie pudo alcanzar fácil­
mente el umbral neuroquímico del orgasm o.4
Este no se producirá probablemente si no estás relajada,
com oda, abrigada y mimada. En un estudio de exploración ce­
rebral en el orgasm o femenino, los investigadores descubrie­
ron que las mujeres necesitaban estar cóm odas y tener los pies
calientes antes de sentirse embarcadas en el sexo .5 Para m u­
chas mujeres estar relajadas — gracias a un baño caliente, a un
masaje de pies, a unas vacaciones o al alcohol— mejora su ca­
pacidad para llegar al orgasm o, incluso con parejas con quie­
nes no se sienten completamente cómodas.
Es más probable que tengan orgasmos fáciles la mujeres
que estén profundamente enamoradas y en las fases iniciales
de la pasión y sientan que sus parejas las desean y adoran.6
Para algunas mujeres, el estado de seguridad ofrecido por una
relación comprometida o el matrimonio puede permitir que el
cerebro alcance el orgasmo más fácilmente que con una perso­
na nueva.7 M ientras se desarrolla el orgasm o, oleadas de o x i­
tocina hacen que el pecho y la cara de una mujer se ruboricen
porque se expanden los vasos sanguíneos. La rodea un brillo
de contento y satisfacción; el miedo y el estrés están bloquea­
dos. Sin em bargo, la manera de suceder todo esto sigue siendo
un misterio para los hombres que tenemos alrededor. C u al­
quier m ujer ha tenido la experiencia de acostarse con un tío
que pregunta: «¿Lo has pasado bien?». Para él suele ser difícil
saberlo.
A causa de la delicada interconexión de lo fisiológico y lo
psicológico, el orgasmo femenino ha permanecido esquivo a
los confundidos varones amantes y hasta a los científicos. D u­
rante decenios las mujeres se han prestado voluntariamente a
ser exploradas, filmadas, grabadas, entrevistadas, medidas,
cableadas y monitorizadas por ellos. El aliento entrecortado,
la espalda arqueada, los pies calientes, las muecas de la cara,
los gemidos involuntarios y la presión sanguínea elevada en el
orgasm o femenino... todo ello ha sido objeto de medición.
Ahora, gracias a las resonancias magnéticas (IRM ), que mues­
tran las áreas activadas y desactivadas del cerebro, sabemos
mucho más acerca de cómo controla el cerebro femenino el or­
gasmo.
Si efectuáramos una exploración por resonancia magnéti­
ca funcional (TRMf) del cerebro de M arcie, mientras se iba a la
cama con John, encontraríamos que muchos de sus circuitos
cerebrales estarían altamente activados. M ientras ella se desli­
zaba entre las cálidas sábanas, acariciaba a John y empezaban
los besos y abrazos, ciertas áreas de su cerebro se irían cal­
mando y zonas sensibles de los genitales y el pecho comenza­
rían a iluminarse. Cuando John empezara a tocarle el clítoris,
las luminosas áreas cerebrales de M arcie se pondrían rojas y, a
medida que fuera excitándose mientras le frotaba el clítoris, su
área cerebral de las preocupaciones y el temor — la am ígdala—
se desactivaría hasta aparecer con un calmo color azul. Con­
forme se fuera excitando más y lo atrajera hacia el interior de
su cuerpo, la amígdala se desactivaría completamente y los
centros de placer vibrarían en rojo hasta que — bingo— las rá­
pidas ondas palpitantes del orgasmo inundaran su cerebro y su
cuerpo.
Para un varón, los orgasmos son más sencillos. La sangre
tiene que fluir hasta un punto crucial para que se produzca el
clím ax sexual. En una mujer es preciso que se alineen las es­
trellas neuroquímicas. M ás importante aún, la mujer tiene que
confiar en el hombre con quien está.
Dado que el modelo varonil de excitación es básicamente
hidráulico — la sangre fluye hacia el pene ocasionando la erec­
ción— , los investigadores han buscado sin cesar en las mujeres
un mecanismo de semejante simplicidad. Los médicos han su­
puesto que los problemas de excitación de las mujeres derivan
del escaso fluir sanguíneo hasta el clítoris. Nunca ha habido,
empero, prueba alguna de que esto sea verdad y ningún inves-
ligador ha encontrado jamás la manera de medir cambios físi­
cos en el clítoris cuando es excitado.8 En cam bio, se han dedi­
cado a otros indicadores tales como la lubricación, usando
métodos groseros como pesar tampones antes y después de
que sujetos femeninos de investigación contemplen películas
eróticas. La interpretación científica de la reacción sexual fe­
menina sigue estando retrasada en decenios, o en siglos, con
respecto a la investigación sobre las erecciones viriles; y el pro­
greso en ese terreno sigue siendo decepcionantemente lento,
Incluso se da el caso de un reciente texto de anatom ía que om i­
tía la descripción del clítoris, al paso que dedicaba tres páginas
a la del pene.s Los médicos siguen pensando que si un hombre
no puede tener una erección, ello constituye una señal médica
de alarm a; pero nadie parece sentir la misma urgencia a pro­
pósito de la satisfacción sexual de las mujeres.
Desde la alardeada aparición del Viagra en 19 9 8 se ha
enardecido el interés científico en las diferencias de sexo. Las
com pañías farmacéuticas se han volcado intentando encontrar
una píldora o parche confiable que pueda im pulsar el deseo fe­
menino. H asta ahora han fracasado sus esfuerzos para descu­
brir un Viagra rosa para mujeres. En el año 2004, Pfizer ter­
minó oficialmente su esfuerzo de ocho años para demostrar
que el V iagra aumentaba el flujo de sangre hacia el clítoris y,
por ende, aumentaba el placer sexual de las m ujeres/0
Sabemos con seguridad que, de la misma manera que el ce­
rebro femenino 110 es una versión menor del cerebro masculi­
no, el clítoris no es un pene pequeño. El conjunto de tejidos
que rodean la abertura vaginal, la uretra y el tercio exterior de
la vagina está conectado por nervios y vasos sanguíneos hasta
el extremo del clítoris, de m odo que todos estos tejidos a la vez
son causantes de la excitación que conduce aJ orgasm o. A lg u ­
nas mujeres se refieren a esta área como su «anillo de fuego».
En contra de lo que, erróneamente, creía Freud, no existe
un orgasmo vaginal contrapuesto al clitórico. Durante casi un
siglo, la teoría de Freud hizo creer a las mujeres que eran ina­
decuadas o un tanto incompletas si «sólo» tenían orgasmos
clitóricos. Freud ignoraba la anatomía del clítoris o la del ce­
rebro femenino. Los neurocientíficos han descubierto que la
vagina está conectada con el clítoris y, por consiguiente, el or­
gasmo femenino corresponde por completo a este órgano úni­
co, el cual está conectado a su vez con los centros cerebrales
del placer. El clítoris, en realidad, es el cerebro que hay por de­
bajo de la cintura. Sin embargo, la actuación no corresponde
enteramente a la zona de debajo de la cintura, ni está total­
mente guiada por factores psicológicos. Para el neurocientífico
moderno, lo psicológico y lo fisiológico no son diferentes; son
sólo las caras opuestas de la misma moneda.

NO HACE FALTA GRAN COSA PARA ESTROPEAR LA BUENA


DISPOSICIÓN

El mal aliento, el exceso de babeo, un movimiento torpe de la


rodilla, la mano o la boca, cualquier pequeño detalle puede
reanudar la acción de la amígdala femenina, cortar el interés
sexual y el orgasm o apenas iniciado.
M alas experiencias pretéritas pueden empezar a ocupar
los circuitos cerebrales de una mujer, causando sentimientos
de vergüenza, torpeza o inseguridad. Julie, de veintiocho años,
acudió a mi consulta porque era incapaz de tener un orgasm o.
Finalmente, reveló que había sido acosada por su tío cuando
era niña y que esa experiencia le había hecho sentir rechazo
por el sexo. Se angustiaba terriblemente cuando mantenía re­
laciones sexuales, incluso con su novio entregado y enam ora­
do. Como Julie, cuatro de cada diez chicas han tenido alguna
experiencia infantil que las sobresaltó sexualmente y continuó
ocupando sus cerebros cuando mantenían encuentros sexuales
adultos. N o ser capaz de alcanzar el orgasm o es uno de los sín­
tomas más comunes. Julie m ejoró su disfrute del sexo después
Je recibir terapia tanto sexual como traum ática. Meses más
tarde me llamó para informarme de que había tenido su pri­
mer orgasm o.
Especialmente entre las mujeres, en la excitabilidad influ­
yen factores tanto biológicos como psicológicos. Las mujeres
que desarrollan múltiples trabajos acaban teniendo más dis­
tracciones que ocupan sus circuitos cerebrales y se interponen
en el cam ino del deseo sexual. Tres meses después, tras empe­
zar un nuevo trabajo que requería muchas horas, otra pacien­
te empezó a sufrir dificultades para alcanzar el orgasm o. N o
tenía suficiente tiempo para relajarse con su marido y empezó
a fingir orgasm os para evitar agraviar el ego de él. Las preocu­
paciones y la tensión del nuevo trabajo interferían en la capa­
cidad de relajarse, sentirse segura y permitir que su amígdala
se desactivase.
La interferencia de las preocupaciones y el estrés con la sa­
tisfacción sexual puede ser también una razón por la cual a las
mujeres les gustan los vibradores. Un vibrador aplicado en el
clítoris puede proporcionar en menos tiempo un orgasm o más
fácil. N o tienes que preocuparte de la relación, del ego de la
pareja, de si él eyaculará dem asiado pronto ni de qué aspecto
tienes en la cama. Otra paciente, divorciada, de cuarenta y
tantos años, se acostumbró tanto a su vibrador que, cuando
mantuvo una relación con un hombre, advirtió que éste no se
portaba tan bien como su chisme mecánico. Finalmente tomó
medidas drásticas: enterró su vibrador en el patio de atrás para
obligarse a sí misma a acostumbrarse a un pene real.
Una mujer necesita ser puesta en situación. Antes del sexo
debe haber relajación y ternura en las relaciones. La mujer no
puede estar enfadada con su compañero. El enfado con la pa­
reja es la razón más frecuente de los problemas sexuales. La
mayoría de los terapeutas sexuales dice que para las mujeres
los preliminares son todo lo que sucede en las veinticuatro ho­
ras anteriores a la penetración del pene. Para los varones, son
lo que sucede tres minutos antes. D ado que muchas partes del
cerebro de una mujer actúan a la vez, ella debe entrar en si­
tuación, ante todo, empezando por relajarse y volver a tener
relaciones positivas con su pareja. Ésta es la razón por la cual
necesita sus buenas veinticuatro horas para entrar en situa­
ción, y por la que salir de vacaciones resulta un afrodisíaco in­
tenso. A ella le permite desconectarse del estrés de la vida coti­
diana. Así pues, que los hombres ofrezcan flores, bombones y
palabras dulces, porque son de provecho. Una mujer no puede
estar enfadada con su hombre y al mismo tiempo querer tener
sexo con él. Y dile, mujer, a tu hombre, que si piensa criticarte
o empezar una discusión el mismo día en que espera pasarlo
bien, debería pensarlo dos veces. Tendrá que esperar a que pa­
sen veinticuatro horas antes de que estés dispuesta.

1'UNCIÓN DEL ORGASMO FEMENINO

Desde una perspectiva evolucionista, el orgasmo femenino no


constituye un gran misterio. N o es mucho más que una eyacu-
lación biológicamente sencilla acom pañada por un incentivo
casi adictivo a buscar ulteriores encuentros sexuales. La teoría
sostiene que cuanto mayor sea el número de inseminaciones
que efectúe un macho, más serán las probabilidades de que sus
genes estén representados en generaciones futuras. El clím ax
sexual de las mujeres es más complejo y recóndito; y puede ser
fácilmente fingido. Las mujeres no tienen necesidad ineludible
de experimentar un orgasmo para concebir, aunque ayuda que
lo experimenten.
A pesar de que algunos científicos entienden que el orgas­
mo femenino no sirve para nada, en realidad sirve para que
una mujer se mantenga tumbada después del sexo, reteniendo
pasivamente el esperma e incrementando su probabilidad de
concepción. N o digamos ya que el orgasmo es un placer inten­
so y que, cualquier cosa que nos haga sentir bien nos hace de­
sear repetirla una y otra vez, precisamente lo que se propone la
Madre N aturaleza. Otros han sugerido que el orgasmo feme­
nino evolucionó para crear un emparejamiento más sólido en-
rre los amantes, inspirando a las mujeres sentimientos de inti­
midad y confianza con respecto a sus parejas. Un orgasm o
comunica la satisfacción sexual de una mujer y su devoción
por el enamorado.
M uchos psicólogos evolucionistas han llegado también a
considerar el orgasmo femenino como una adaptación sofisti­
cada que permite a las mujeres m anipular — incluso sin darse
cuenta— a cuál de sus amantes permitirán fertilizar sus óvu ­
lo s." El aliento acelerado, los gemidos, el corazón alborotado,
las contracciones y espasmos musculares, los estados de placer
casi alucinantes que el orgasm o inspira, pueden constituir un
hecho biológico complejo con un designio funcional. Los cien­
tíficos creen que el orgasm o puede actuar com o una «compe­
tición de espermas», mediante la cual los cuerpos y los cere­
bros femeninos escogen un vencedor.'1
Se sabe de antiguo que las contracciones musculares y la
succión uterina asociadas con el orgasm o femenino tiran del
esperma a través de la barrera mucosa cervical. En un informe
publicado acerca de la fuerza de la succión orgásm ica hacia el
cérvix, un médico reseñó que las contracciones uterina y v agi­
nal de una paciente durante el sexo con un marino le habían
hecho succionar el co n d ó n /3 En el curso de la exploración, el
condón fue encontrado dentro del diminuto canal cervical.
Esto indica que el orgasm o femenino puede funcionar para es­
tirar el esperma acercándolo al óvulo. Los científicos han des­
cubierto que, cuando una mujer llega al clím ax en cualquier
momento comprendido entre un minuto antes y cuarenta y
cinco minutos después de que su enamorado eyacule, retiene
mucha más cantidad de esperma que si no experimenta el or­
gasm o.'-' I.a falta de orgasmo significa que menos esperma pe­
netrará en el interior del cérvix, portal de entrada del útero
donde está esperando el óvulo. Mientras que al hombre le preo­
cupa no satisfacer como amante a la mujer — por el temor de
que ella se aparte o no quiera volver a tener relaciones sexua­
les con él— , las mujeres orgásmicas pueden, en realidad, pro­
ponerse algo mucho más inteligente. Con sus orgasm os una
mujer decide qué pareja será el padre de sus hijos. Si el cerebro
de la Edad de Piedra que tiene M arcie piensa que John es se-
xualmente atractivo y bien parecido para ser una buena apues­
ta genética con vistas a la descendencia, sentir el orgasm o se
convierte en un asunto serio.
La biología tiene una manera de gobernar nuestras mentes
conscientes manipulando la realidad para asegurar la supervi­
vencia evolucionista, de modo que los circuitos inconscientes
del cerebro de una mujer escogerán al tipo mejor dotado,
puesto que le proporcionará orgasm os más satisfactorios. Los
ecologistas conductistas han observado que las hembras de los
animales — desde las moscas escorpión hasta las golondri­
nas— prefieren machos con alto grado de simetría corporal
bilateral, es decir, que ambos lados del cuerpo estén equilibra­
dos. La razón de que el perfecto equilibrio corporal sea im­
portante es que la traslación de genes hacia las distintas partes
del cuerpo puede estar perturbada por la enfermedad, la des­
nutrición o los defectos genéticos. Los genes defectuosos o la
enfermedad pueden causar desviación de la simetría bilateral
en rasgos como las manos, los ojos e incluso las plumas de la
cola de los pájaros, que son las características visuales sobre
las que eligen sus opciones nuestras semejantes femeninas en el
reino animal. Las hembras también quieren que el ejemplar
mejor dotado sea el padre de su descendencia. Los mejores
machos, aquellos cuyos sistemas de inmunidad son vigorosos
y suministran salud, se desarrollan con mayor simetría corpo­
ral. Las hembras que escogen pretendientes simétricos están
garantizando que su descendencia cuente con buenos genes.
Los humanos comparten esta preferencia. Según algunos
estudios, las mujeres escogen constantemente a los hombres
cuyas caras, manos, hombros y otras partes del cuerpo sean
más sim étricas.'5 N o se trata de una simple cuestión de estéti­
ca. H ay un amplio y creciente Corpus de bibliografía médica
que documenta que las personas simétricas son más sanas físi­
ca y psicológicamente que las menos simétricas. De este modo,
si el tipo con quien te citas tiene un aspecto un poco raro a tus
ojos y te desagrada, puede ser que la naturaleza te esté m an­
dando señales acerca de la calidad de sus genes.16 John resul­
taba ser el hombre mejor parecido con quien había salido
M arcie, lo cual quizá tenía algo que ver con el deseo de ella de
que fuera el padre de sus hijos.
Los científicos han razonado que si los orgasmos femeni­
nos son una manera de asegurar buenos genes para la descen­
dencia, las mujeres deberían llegar a gozar de más orgasm os
con parejas simétricas y bien guapas. En la Universidad de Al-
buquerque, los investigadores observaron a ochenta y seis pa­
rejas heterosexuales, sexualmente activas.'7 El promedio de
edad era de veinte años y las parejas habían estado convivien­
do durante dos, de modo que se habían establecido ya relacio­
nes estables. Los investigadores hicieron que cada persona
contestase privada y anónimamente a preguntas sobre sus e x ­
periencias sexuales y orgasm os. Luego tomaron fotografías de
la cara de cada persona y usaron un ordenador para analizar
los rasgos por simetría. M idieron también varias partes del
cuerpo: la anchura de los codos, las muñecas, las manos, los
tobillos, los pies, los huesos de las piernas y la longitud de los
dedos índice y meñique.
Ciertamente, la supuesta relación entre la simetría mascu­
lina y el orgasm o femenino resultó ser exacta. Los informes
aportados por las mujeres — y sus amantes— indicaron que
aquellas cuyas parejas tenían más simetría disfrutaban de una
frecuencia significativamente mayor de orgasmos en el trato
sexual que aquellas que tenían parejas menos simétricas.
Los hombres apuestos lo saben de antemano. Los estudios
muestran que los hombres simétricos pasan por periodos de
cortejo más breves antes de tener una relación sexual con las
mujeres a quienes cortejan.lS También gastan menos tiempo y
dinero en sus encuentros, Estos chicos agraciados engañan a
sus parejas más a menudo que los tipos que tienen cuerpos
peor formados. N o es esto lo que las mujeres querríamos creer.
Por el contrario, nos gusta la hipótesis de emparejamiento que
sostiene que las mujeres con parejas amables y atentas tendrán
más orgasmos. Pero la realidad es que los hombres pueden
pertenecer a dos categorías diferentes: los hay que buscan sexo
febril y otros que buscan seguridad, com odidad y crianza de
los niños. Las mujeres ansian constantemente am bas cosas
envueltas en un solo paquete pero, por desgracia, la ciencia
muestra que eso es hacerse demasiadas ilusiones.
Por supuesto, nadie es perfectamente simétrico, pero todas
estimamos que los mejor dotados son los que poseen m ayor si­
metría. Para sorpresa de los investigadores, la pasión rom ánti­
ca de las mujeres por sus parejas no aumenta la frecuencia de
los orgasmos. N o sólo ocurre esto sino que, aunque la sabidu­
ría convencional mantenga que el control de natalidad y la
protección contra enfermedades aumentan las tasas de orgas­
mos entre las mujeres — al parecer, porque permiten que se
sientan más relajadas durante el coito— , no ha aparecido rela­
ción alguna entre el orgasmo femenino y el uso de anticoncep­
tivos.'9 Por el contrario, sólo se estableció relación entre el
buen aspecto de la pareja y la alta frecuencia de orgasmos fe­
meninos durante la cópula.10 Después de todo, nuestros cere­
bros están construidos para sobrevivir en la Edad de Piedra,
que carecía todavía de anticonceptivos. En términos evolucio­
nistas, los condones y la píldora son sólo triunfos fugaces, de­
masiado recientes para haber cam biado el m odo en que expe­
rimentamos las emociones o el sexo.

B IO L O G ÍA D E LA I N F ID E L I D A D FEM ENIN A

La M adre Naturaleza acude a todos los recursos disponibles


para estar segura de que las parejas se juntan y hacen niños.
Esto exige que el sexo acontezca en el momento oportuno del
mes.ir Por ejemplo, los olores están intensamente relacionados
con las emociones, la memoria y la conducta sexual. La nariz
de las mujeres y sus circuitos cerebrales son muy sensibles justo
antes de la ovulación; y no sólo a aromas ordinarios, sino tam­
bién a los efectos imperceptibles de las ferom onas masculinas.11
Las feromonas son sustancias químicas sociales que despiden la
piel y las glándulas del sudor de los seres humanos y otros ani­
males.13 Las feromonas alteran las percepciones cerebrales y las
emociones e influyen en los deseos, entre ellos el deseo sexual.
El cerebro cambia su sensibilidad al olor cuando la subida del
estrógeno conduce a la ovulación.14 Este proceso sólo necesita
una pequeña cantidad de una feromona: la cantidad emitida en
una centésima de gota de sudor humano es bastante para cau­
sar un efecto poderoso. N o sorprende que la industria de la
perfumería se vuelva loca intentado agregar esta sustancia a los
perfumes y a los masajes para después del afeitado.
Pero lo que la industria de los olores no sabe es que el efec­
to depende del día y hasta de la hora del ciclo menstrual.15 Por
ejemplo, antes de la ovulación, cuando las mujeres se encuen­
tran en la cúspide de su fertilidad mensual, están expuestas a
una ferom ona de las glándulas sudoríparas masculinas llam a­
da androstadienona — pariente próxim o de la androstenedio-
na— , el m ayor andrógeno que producen los ovarios, su acti­
tud se anima en el plazo de seis minutos y su agudeza mental
se afina.16 Estas feromonas transmitidas por el aire evitan que
las mujeres se pongan de mal talante durante las horas si­
guientes. Empezando en la pubertad, sólo los cerebros femeni­
nos — no los masculinos— son capaces de detectar la feromo-
na androstadienona y son sensibles a la misma únicamente
durante ciertas fases del m es." Puede ocurrir que la androsta­
dienona actúe sobre las emociones de las mujeres en la cúspi­
de reproductiva mensual para preparar el camino de interac­
ciones sociales y reproductivas. Es interesante que M arcie
mencionara en su primera visita que algo del olor de John la
había cautivado.
Jan H avlicek, de la Universidad Carlos (de Praga) ha utili­
zado el olor corporal de los hombres y la nariz de las mujeres
para desarrollar una polémica teoría acerca de las ferom onas y
el cerebro femenino.18 Encontró que las mujeres ovulantes que
ya tienen pareja preferían el olor de otros hombres m ás domi­
nantes; en cam bio, las mujeres sin pareja no mostraban esta
preferencia. Havlicek sostiene que sus hallazgos fundamentan
la teoría de que las mujeres sin pareja quieren hombres que las
cuiden y ayuden a fundar una fam ilia. Sin embargo, una vez
asegurado el hogar, sienten la necesidad biológica de m aripo­
sear con hombres que tengan los mejores genes. Estudios sobre
formas de emparejamiento en ciertas especies de pájaros, que
se pensaba se emparejaban para toda la vida, mostraron que
hasta el 30 % de las crías eran de otros machos que aquellos
que las cuidaban y vivían con las m adres.19
El mito de la fidelidad femenina recibe otro golpe con el
sucio secretito que muestran los estudios genéticos humanos:
el t o % de los presuntos padres investigados por los científicos
no tienen relación genética con los vástagos que esos hombres
están seguros de haber engendrado.30 El secreto profesional
impide que los científicos revelen a nadie esta circunstancia.
¿Por qué ocurre tal cosa? ¿Será que el cerebro femenino está
más propicio a desatar el orgasmo y a concebir con un hombre
que no sea su pareja habitual? Se cree que sentir el orgasm o
con una pareja particularmente deseable es ventajoso para la
reproducción.’ 1 Dado que el orgasmo de una mujer absorbe el
esperma hacia arriba del tracto reproductivo femenino, el o r­
gasmo con un hombre atractivo aporta m ayor probabilidad de
que ei esperma llegue al ó vu lo.31 Ese aumento de probabilidad
de concepción con una pareja atractiva puede ser la razón de
que las mujeres se sientan, en general, más atraídas por otros
hombres en la segunda semana del ciclo menstrual — precisa­
mente antes de la ovulación— que es el momento más fértil y
erótico de su mes.35
O tro estudio encontró que las mujeres que tienen amantes
paralelos empiezan a fingir el orgasmo más a menudo con sus
parejas estables.34 Fingir el orgasmo con las parejas fijas era
más común incluso entre mujeres que sostenían limitarse a flir­
tear con otros. Los hombres están biológicamente orientados a
buscar indicios de satisfacción sexual por una razón: porque
esta satisfacción garantiza la fidelidad de las mujeres. Fingir
un orgasm o puede servir para que la pareja estable de una m u­
jer no piense en su infidelidad. Fingir interés en su pareja esta­
ble es un viejo truco de los hombres para engañar a la mujer en
cuanto a la fidelidad conyugal, a veces durante muchos años
de m atrim onio. Los investigadores han dem ostrado que, cuan­
do Jas mujeres tienen aventuras extram atrim oniales retienen
menos esperma de sus parejas estables (maridos, en muchos
casos) y experimentan más orgasm os copulatorios durante las
citas clandestinas, reteniendo más semen de sus amantes secre­
tos.55 En conjunto, estos hallazgos sugieren que el orgasm o fe­
menino tiene menos que ver con que sean guapos los elegidos
para casarse, que con otras consideraciones recónditas, sub­
conscientes, primitivas de Jas dotes genéticas de los amantes
extram atrim oniales. Las mujeres no están más hechas que los
hombres para la m onogam ia.,é Están diseñadas para mantener
sus opciones abiertas y fingen orgasm os con el propósito de
apartar la atención de la pareja de sus infidelidades.
El disparador del deseo sexual para ambos sexos es la testos­
terona andrógena, sustancia equivocadam ente denom inada
por algunos «hormona masculina». En realidad es una hor­
mona sexual agresiva y tanto los hombres como las mujeres
tienen gran cantidad de ella. Eos hombres la producen en los
testículos y las glándulas adrenales; las mujeres, en los ovarios
y las mencionadas glándulas adrenales.37 Tanto en unos como
en otras, la testosterona es el combustible químico que pone en
marcha la máquina sexual del cerebro. Cuando hay bastante
combustible, la testosterona despierta al hipotálam o, enciende
sentimientos eróticos, despierta fantasías sexuales y sensacio­
nes físicas en las zonas erógenas. El proceso funciona del mis­
mo modo en hombres que en mujeres, pero existe una gran di­
ferencia entre los sexos según la cantidad de testosterona que
esté disponible para poner en marcha el cerebro.3" Com o pro­
medio, los hombres tienen de diez a cien veces más testostero­
na que las mujeres.
Hasta el flirteo está relacionado con la testosterona. E xis­
ten estudios que han demostrado que las hembras de ratas con
niveles elevados de testosterona son más juguetonas que otras
y se dejan llevar por una conducta más «lanzada», acaso el
equivalente entre roedores de la desvergüenza se xu al.'9 Entre
los humanos, el amanecer de los sentimientos y las relaciones
sexuales coincide en las chicas con sus niveles de testosterona.
Un estudio con muchachas de octavo, noveno y décimo curso
descubrió que niveles más elevados de testosterona estaban re­
lacionados con ideas sexuales y masturbación más frecuen­
tes.40 Otro estudio sobre chicas adolescentes reveló que el auge
de la testosterona era un anuncio significativo de la primera
relación sexual.4'
A pesar del agudo incremento del interés sexual, estimula­
do por la testosterona — tanto en adolescentes m asculinos
como femeninas— sigue existiendo una diferencia significativa
en su libido y su comportamiento sexual. Entre los ocho y los
catorce años, el nivel de estrógeno de una chica aumenta de
diez a veinte veces, pero el de su testosterona sólo crece alre­
dedor de cinco veces. El nivel de testosterona de un muchacho
aumenta veinticinco veces entre los nueve y los quince años.4i
Con este poderoso combustible sexual extra, es característico
en los muchachos vivir el impulso sexual tres veces más que las
jóvenes de la misma edad, diferencia que durará toda la vid a.43
Al paso que los muchachos tienen un nivel de testosterona
constantemente creciente durante la pubertad, las horm onas
sexuales de las chicas fluyen y refluyen cada semana, m odifi­
cando su interés sexual casi a diario.
Si la testosterona de una mujer cae por debajo de cierto ni­
vel, perderá completamente el interés sexual.44 Una maestra
premenopáusica, Jill, de cuarenta y dos años, acudió a mi con­
sulta para quejarse de que su falta de libido le causaba proble­
mas conyugales. Su nivel sanguíneo de testosterona era muy
bajo, por lo cual empecé a tratarla con testosterona.45 Para re­
gistrar su reacción a la hormona le pedí que tomara nota de
cuántas fantasías o sueños sexuales tenía, de cuántas veces se
m asturbaba o se interesaba por la masturbación. Si hubiéramos
registrado sólo el número de veces que tenía relaciones sexua­
les, probablemente nos hubiera dado la medida de la libido del
esposo. Le pedí a jill que volviera al cabo de tres semanas para
com probar su progreso. Durante el tiempo transcurrido entre
ambas citas, jill dobló por equivocación su dosis de testostero­
na. Tenía la cara colorada y resplandeciente cuando volvió a mi
clínica. M e explicó avergonzada su error y confesó que sus
apremios sexuales eran a la sazón tan fuertes, que corría al
baño entre las clases para masturbarse. Dijo: «Esto se está con­
virtiendo en una verdadera lata, pero ahora ya sé cómo debe de
sentirse un chico de diecinueve años».
Si Jill hubiera esperado un poco más, dentro de su ciclo
menstrual otra hormona podría haber interferido con parte de
la inundación de testosterona en su cuerpo. La testosterona es
el disparador principal que el cerebro necesita para encender el
deseo sexual, pero no es la única sustancia neuroquímica que
afecta la reacción y el interés sexual femeninos. La progestero­
na, que se eleva en la segunda mitad del ciclo menstrual, repri­
me el deseo sexual y actúa para invertir parcialmente el efecto
de la testosterona en el sistema de una mujer.46 A algunos de­
lincuentes sexuales masculinos se les dan incluso inyecciones
de progesterona para menguar su impulso sexual. Las mujeres
también tienen menos interés por el sexo cuando el nivel de
progesterona está elevado, en las últimas dos semanas de su ci­
clo menstrual.47 La testosterona crece naturalmente, junto con
los apremios sexuales, durante la segunda semana del ciclo,
antes de que se produzca la ovulación en el momento cumbre
de la fertilidad. El estrógeno no aumenta el impulso sexual por
sí mismo, pero culmina junto con la testosterona en el punto
medio del ciclo menstrual. El estrógeno tiende a hacer que las
mujeres sean más receptivas para el sexo y es esencial para la
lubricación vaginal.

LA GRAN D IV ISORIA SEXUAL

En el cerebro masculino los centros relacionados con el sexo


son el doble de grandes que las estructuras correspondientes
del cerebro femenino.4” En lo tocante al cerebro, el tamaño
crea una diferencia en la forma en que hombres y mujeres
piensan, reaccionan y viven el sexo. Los hombres tienen, lite­
ralmente, el sexo en sus mentes en m ayor grado que las muje­
res. Sienten presión en sus gónadas y próstatas a menos que
eyaculen a menudo. Los varones tienen el doble de espacio ce­
rebral y capacidad de procesamiento dedicados al sexo que las
mujeres. Mientras éstas tienen una autovía de ocho carriles y
los hombres una carrerera secundaria para procesar la em o­
ción, los hombres cuentan con un aeropuerto como el O ’Hare
de Chicago para procesar ideas sexuales, mientras las mujeres
sólo tienen el aeródromo de al lado donde aterrizan aviones
pequeños y particulares. Esto explica probablemente por qué
el 85 % de los varones de veinte a treinta años piensa en el
sexo bastantes veces al día, en tanto que las mujeres lo hacen
una vez al día, a lo sumo, y tres o cuatro veces en sus días más
fértiles.49 Esto crea curiosas interacciones entre los sexos. Es
frecuente que los chicos pidan a las mujeres tener relaciones
sexuales. N o es habitual que sea eso lo primero que surge en
las mentes femeninas.
Los cam bios estructurales en el cerebro empiezan a las
ocho semanas de la concepción, cuando la testosterona del
feto masculino fertiliza para que crezcan los centros cerebrales
relacionados con el sexo que hay en el hipotálam o.50 En la pu­
bertad se registra una nueva afluencia copiosa de testosterona
que robustece y amplía otras conexiones cerebrales del hom ­
bre, las cuales proporcionan información a los centros sexu a­
les, que incluyen los sistemas visual, olfativo, táctil y cogniti-
vo. El aumento de veinticinco veces de la testosterona, entre
los nueve y los quince años, alimenta estas conexiones sexua­
les más grandes del cerebro masculino para el resto de su ju­
ventud.
M uchas de estas estructuras y conexiones también existen
en el cerebro femenino, pero tienen la mitad de tamaño. D es­
de el punto de vista biológico, las mujeres dedican menos es­
pacio mental a las iniciativas sexuales. Su interés sexual au ­
menta y disminuye de acuerdo con sus ciclos mensuales de
testosterona. Los sistemas cerebrales que el varón tiene para el
sexo se ponen en alerta con cada onda de perfume y con cada
mujer que camina junto a él.
LO Q U E LAS M U JE R E S NO C O M P R E N D E N D E LO Q U E
E L SEXO SIGNIFICA PARA UN H O M B R E

Jane y Evan, una pareja de treinta y tantos años, me consultó


un problema familiar. Jane acababa de aceptar un nuevo em­
pleo, había ganado algo de peso y comenzaba a trabajar muy
duramente; volcaba su tiempo y energía — incluso podría de­
cirse que toda su libido— en causar buena impresión en el des­
pacho. Creyó no tener humor para volver a practicar el sexo
nunca más. Su esposo estaba perplejo, puesto que él había em­
pezado en un trabajo nuevo y exigente el año anterior y anhe­
laba el sexo incluso más que antes.’ 1 De todos modos, en cuan­
to Evan lograba estimular a Jane, a ella le agradaba el sexo y
podía alcanzar el orgasmo. Lo que pasaba es que nunca se sentía
en condiciones de que la estimularan. Es la queja más corrien­
te entre las mujeres que trabajan y vienen a mi consulta.
La cosa parece bastante inofensiva: «Cariño, estoy agotada.
N o he comido, el trabajo ha sido realmente pesado, me encan­
taría que nos acariciáramos en la cama un rato pero, de veras,
sólo tengo ganas de comer, ver la tele e ir a dormir. ¿Vale?». El
podrá decir «bueno», pero en el fondo dominará el antiguo
circuito. Acordémonos de que él está pensando en el sexo a
cada momento. Si ella no lo desea, puede indicar un declive del
atractivo o quizá que haya otro hom bre.52 En suma, el ocaso
del amor. Evan insistió en que venían a verme para que los
aconsejara como pareja porque estaba convencido de que Jane
había dejado de amarle o, peor aún, que ella tenía una aventu­
ra con otro. M ientras comentábamos las diferencias entre el
cerebro masculino y el femenino, Jan e se dio cuenta de que la
realidad del cerebro de Evan m ostraba una reacción inespera­
da ante su falta de deseo sexual. El cerebro de Evan interpre­
taba que la falta de deseo significaba «ella ya no me am a».
Jan e empezó a empatizar más con lo que el sexo significaba
para su marido.
Es lo mismo que pasa con una mujer y la comunicación
verbal. Si su pareja deja de Hablarle o de responder emocio-
nalmente, ella piensa que la desaprueba, que ella ha hecho
algo malo o que él ha dejado de quererla. Le entrará pánico
pensando que lo está perdiendo. Incluso creerá que él riene
una aventura. Jane sólo estaba fatigada y no se sentía atracti­
va, pero a Evan se le metió en la cabeza la idea de que ella ha­
bía dejado de quererle.53 Empezó a mostrarse celoso y posesi­
vo, puesto que su realidad biológica le hacía sospechar de otro
hom bre.54 Si ella no tenía relaciones sexuales con él, las tendría
con otro. Después de todo, es lo que él haría. En cuanto Jane
comprendió todo eso, le dijo a Evan que se había hecho cargo
de que el sexo era tan importante para un hombre como la co­
municación para una mujer y se rió cuando él dijo: «M agnífi­
co. Vamos a tener más comunicación masculina».
Evan comprendió que Jan e necesitaba más juegos am oro­
sos y Jan e comprendió la necesidad de Evan de tener con fir­
mación de que lo quería. De ese modo tuvieron más «comuni­
cación m asculina». Una cosa llevó a la otra y Jane se quedó
em barazada. Su realidad iba a experimentar otro viraje y el
sexo — lo sentimos, Evan— bajaría unos cuantos peldaños en
la lista de cosas por hacer. El cerebro m aternal empezaba a
imponerse.
CINCO

E L CEREBRO D E M A M Á

«La maternidad te cambia para toda la vida», me advirtió mi


madre. Tenía razón. M ucho después de mi embarazo sigo vi­
viendo y respirando para dos, enganchada a mi hijo, en cuerpo
y alma, con un cariño más intenso de lo que creía posible. Soy
una mujer diferente desde que nació mi hijo y, como médica,
valoro por qué. La maternidad te cam bia, porque transforma
el cerebro de una mujer, estructural, funcional y en muchas fo r­
mas, irreversiblemente.'
Podría decirse que es la forma en que la naturaleza asegu­
ra la supervivencia de la especie. ¿De qué otro modo podría
explicarse que alguien como yo, sin el menor interés hasta en­
tonces por los niños, se sintiera nacida para ser madre al salir
de la neblina inducida por los fárm acos en un parto difícil?
Desde el punto de vista neurológico era una realidad. Profun­
damente hundidos en mi código genético estaban los dispara­
dores de una conducta maternal básica, formados por las hor­
monas del em barazo, activados por el parto y robustecidos
por el contacto directo, físico, con mi hijo.2.
Tal como se ve en la Invasión de los secuestradores de
cuerpos — o, más exactamente en la Invasión de los secuestra­
dores de cerebros — , una madre está alterada desde dentro de
sus entrañas por el adorable pequeño forastero que lleva con­
sigo. Este es un rasgo que tenemos en común con las ovejas,
los hámsters, los micos y los babuinos. Toma por ejemplo la
hembra de un hámster sirio. Antes de dar a luz, ignora a los ca-
cburritos indefensos o incluso se los come. Tan pronto pare,
reúne a su temblorosa prole, la mantiene alimentada y calien­
te, la cuida y lame, con la intención de poner en marcha las
funciones corporales que los cachorros necesitan para asegu­
rar su supervivencia.’
Los humanos no están tan definidos biológicamente. Los
circuitos cerebrales innatos de una mujer — así como los de
otros m amíferos— responden casi siempre a consignas bási­
cas: el crecimiento de un feto en su seno, el nacimiento de la
criatura, la lactancia, el tacto, el olor y la frecuente intimidad,
piel contra p iel/ incluso los padres, los padres adoptivos, las
mujeres que han tenido problemas en el parto y no han podi­
do vincularse de inmediato con sus hijos, así como aquellas
que no han estado nunca embarazadas, pueden responder de
modo maternal después de tener contacto íntimo y diario con
un bebé/ Estas claves físicas generan nuevas pistas neuroquí-
micas en el cerebro de la madre, que crean y refuerzan los cir­
cuitos del mismo, ayudadas por una modificación química y
grandes aumentos de la oxitocina/’ Este cam bio cerebral da
origen a un cerebro m otivado, siempre atento y decididamen­
te protector, que obliga a la nueva madre a cam biar sus reac­
ciones y prioridades en la v id a / Se ligará con ese ser com o no
se ha ligado nunca con nadie. Las alternativas son la vida y la
muerte.
En la sociedad moderna, en la que las mujeres no son sólo
responsables de parir niños sino de sostenerlos económ ica­
mente, estos cambios en el cerebro crean el conflicto más pro­
fundo en la vida de una madre. Nicole, una bancaria conseje­
ra de inversiones de treinta y cuatro años, dedicó gran parte de
su vida a trabajar duramente en la enseñanza media con el fin
de ingresar en H arvard, para acceder a una prestigiosa carrera
que le proporcionase seguridad económica e independencia.
N o había nada más lejos de sus proyectos que casarse cuando
se licenció/ Después de la universidad, viajó por el mundo.
trabajó una temporada en el distrito financiero de San Francis­
co y luego entró en la Facultad de Empresariales de la Univer­
sidad de California, en Berkeley. A llí pasó cuatro años, cursó
másters en administración de empresas y relaciones internacio­
nales a fin de prepararse para una carrera en economía global.
Acabó en Berkeley a los veintiocho años y se trasladó a Nueva
York, donde consiguió trabajo com o asociada en un banco de­
dicado a las inversiones.
Cuanto más intensamente hagas algo, más células asigna
el cerebro a dicha tarea; los circuitos de Nicole estaban cen­
trados por entero en su trabajo y en el curso de su c a r r e r a .L o s
dos años siguientes significaron semanas de ochenta horas de
trabajo, pesadas pero bien remuneradas. Quería cumplir su
meta y dedicó mente, cuerpo y alma a vincularse con su carre­
ra. Pero no tardó en conocer y enamorarse de Charlie, un abo­
gado muy guapo del sur, que trabajaba al otro lado de la sala;
su cerebro empezó a repartir la asignación de células entre su
adhesión a Charlie y su carrera. De ese modo, N icole pasó el
comienzo de su tercer decenio aprendiendo a equilibrar su re­
lación — que acabó en matrimonio— con su exigente trabajo.
N o tardaría en llegar a su vida una tercera personita, y las cé­
lulas del cerebro se vieron forzadas a dividirse otra vez.

EL B E B É EN EL C E R E B R O

La biología puede invadir circuitos a pesar de nuestras mejores


intenciones y gran cantidad de mujeres experimentan los pri­
meros síntomas del «cerebro maternal» mucho antes de con­
cebir un hijo, especialmente si lo han estado intentando du­
rante un tiempo. F.l «deseo del bebé» — el ansia profunda de
tener un hijo— puede afectar a una mujer poco después de que
haya acunado al recién nacido, suave y cálido, de otra. De sú­
bito, incluso las mujeres menos inclinadas a ocuparse de los ni­
ños pueden empezar a anhelar el tierno y delicioso contacto y
olor de los bebes. Se puede atribuir a relojes biológicos pun­
tuales o a la influencia del «yo también» entre colegas, pero la
verdadera razón es que ha sobrevenido un cam bio cerebral y
ha com enzado una nueva realidad. El suave olor de la cabeza
de un niño lleva feromonas que estimulan al cerebro femenino
para que produzca la poderosa poción del am or — la oxitoci-
na— creadora de una reacción química que induce al deseo de
bebé.10 Después de visitar por primera vez a Jessica, la nueva
hija de mi hermana cuando tenía tres meses, me quedé obse­
sionada con los bebés durante largo tiempo. En cierto modo
sentí que de mi nueva sobrina se me había contagiado — literal
y físicamente— una infección: el sorpresivo ataque de la natu­
raleza que dispara el deseo de tener un niño.
En el cerebro materno, la transform ación acontece desde
la concepción y puede dom inar incluso los circuitos de la mu­
jer más dedicada a su profesión, modificando la forma en que
piensa, siente y da importancia a las cosas. A lo largo del em­
barazo el cerebro de una mujer está inundado de neurohor-
monas manufacturadas por el feto y la placenta.11 Nicole no
tardó en experim entar en carne propia los efectos de estas hor­
monas. Charlie y ella acababan de volver de un fin de semana
que habían pasado en el norte del estado de N ueva York, de­
dicados a hacer el amor, cuando empezó el proceso. Si dispu­
siéramos de un aparato de M R I que mirase en el interior del
cerebro de N icole, podríam os ver simplemente su cerebro fe­
menino normal cuando el esperma penetra en el óvulo. Al
cabo de dos semanas de haber sido fertilizado, se implanta fir­
memente en el tejido uterino y se conecta con el aporte san­
guíneo de Nicole. En cuanto ese aporte y el del feto se em pal­
man, comienzan los cam bios hormonales en el cuerpo y el
cerebro de Nicole.
Los niveles de progesterona empiezan a aumentar en el
aparato circulatorio y el cerebro de Nicole. N o tarda en notar
que sus senos se sensibilizan y su cerebro se serena. Podríamos
ver que sus circuitos cerebrales se sedan. Al mismo tiempo está
soñolienta, siente necesidad de descansar y comer más de lo
corriente. Sus centros cerebrales de la sed y el hambre se ponen
en marcha por efecto del alza de las hormonas. N icole necesi­
tará producir el doble de su volumen normal de sangre. N o
querrá estar nunca lejos de la botella de agua, del grifo ni del
cuarto de baño. Además, sus señales cerebrales relativas a la
comida, especialmente por la mañana, se volverán antojadizas
a medida que cambian las reacciones de su cerebro ante ciertos
olores, especialmente los de los alimentos. Sin proponérselo,
no querrá comer nada que cause daño a su frágil feto durante
los primeros tres meses de embarazo. Por eso su cerebro es su­
mamente sensible a los olores, una sensibilidad que le provoca
náuseas la m ayor parte del tiem po. Puede llegar incluso al
punto de vom itar todas las mañanas o, por lo menos, sentir
que desearía hacerlo, sólo porque sus circuitos cerebrales del
olor han cam biado totalmente por obra de las horm onas de la
preñez.
Nicole se esfuerza por cumplir con todas las tareas diarias
durante estos primeros meses de embarazo. F,n el trabajo lo
único que puede hacer es sentarse, contemplar la grapadora e
intentar no tirarla por los aires. Sin embargo, al cuarto mes se
registra una considerable transición. Su cerebro se ha habitua­
do a los enormes cambios hormonales, puede comer normal, e
incluso vorazmente. Tanto su cerebro consciente com o el in­
consciente están focalizados en lo que está ocurriendo en su
útero. Cuando transcurre el quinto mes, empieza a sentir pe­
queñas burbujas de gas en el abdomen; quizás al principio crea
que son las habituales regurgitaciones de gas que ocasiona una
comilona. Pero no, su cerebro las está registrando com o movi­
mientos del bebé. El cerebro maternal ha estado m odificándo­
se hormonalmente durante meses pero, hasta ese momento,
N icole no toma conciencia de que está desarrollando un bebé.
Ha estado em barazada durante casi medio año y su cerebro ha
ido cam biando y am pliando los circuitos del olfato, la sed y el
hambre, frenando las células pulsantes del hipotálam o que ha-
bitualmente disparan el ciclo menstrual. Ya está dispuesta para
que crezcan los circuitos del amor.
Con cada nueva patadita o movimiento empieza a conocer
a su bebé y fantasea a gusto acerca de cómo será tenerlo o te­
nerla en brazos. N o puede imaginarlo; de todos modos espera
con ansiedad que llegue el momento. Es también la primera
vez que Charlie puede interesarse en el desarrollo del bebé, de
sentir las pataditas y escuchar en el abdomen de Nicole los pe­
queños latidos del corazón. El bebé puede incluso responderle
con «tap-tap-tap». Los padres habitualmente fantasean con
un niño y las mujeres, con una niña.
Me acuerdo de mi intensa avidez de com idas raras y de
sentir que iba a vomitar sin remedio sólo por la vaharada de
comida grasienta. Todos esos cambios son señales cerebrales
de que algo o alguien ha invadido tu sistema. La progesterona
sube de diez a cien veces su nivel normal entre el segundo y el
cuarto mes de embarazo y el cerebro queda inundado con esta
hormona cuyos efectos sedantes son similares a los del Valium.
El efecto tranquilizante de la progesterona y el aumento
del estrógeno ayudan a proteger contra las hormonas del es­
trés durante el embarazo. Tales sustancias químicas del estilo
«lucha o huye», como el cortisol, están producidas en grandes
cantidades por el feto y la placenta, de m odo que inundan el
cuerpo y el cerebro de la m ad re.'1 Al final del em barazo, los ni­
veles hormonales de estrés son tan elevados en el cerebro de
una mujer com o estarían durante un ejercicio extenuante. De
todos modos, cosa sorprendente, estas horm onas no conducen
a sentimientos de estrés durante el em barazo.'5 Su influencia
hace que la embarazada vigile su seguridad, nutrición y entor­
no, además de estar menos sintonizada con otra especie de ta­
reas como las de preparar conferencias y organizar su agenda.
Por eso, especialmente en el último mes de em barazo, Nicole
empieza a sentirse distraída, olvidadiza y preocupada. Desde
la pubertad no han ocurrido tantos cambios simultáneos en su
cerebro. Desde luego, cada reacción de la mujer depende de su
estado psicológico y de los acontecimientos de su vida, pero
éstos son los rasgos biológicos generales de su cambiante rea­
lidad durante el em barazo/4
A l mismo tiempo, también cambian el tamaño y la estruc­
tura del cerebro de una mujer. Entre los seis meses y el final del
embarazo, los escáneres cerebrales MRT han m ostrado que el
cerebro de Lina mujer gestante se encoge.1’ Puede ocurrir por­
que algunas partes de su cerebro crecen mientras otras se re­
ducen, estado que vuelve gradualmente a la normalidad alre­
dedor de los seis meses después del parto.16 En estudios sobre
animales hemos visto que la parte pensante del cerebro — el
córtex— aumenta durante el em barazo revelando la compleji­
dad y flexibilidad de los cerebros de las hem bras.'7 Los cientí­
ficos siguen sin saber exactamente por qué cambia el tamaño
del cerebro, pero el cambio parece constituir un indicador de
la enorme reestructuración del cerebro y del cam bio metabóli-
co que están en curso.18 N o se trata de que una mujer pierda
células cerebrales. Algunos científicos creen que el cerebro de
la mujer se encoge por efecto de cam bios en el metabolismo ce­
lular exigido para la reestructuración de los circuitos del cere­
bro, que se preparan para convertir carreteras de un carril en
autopistas. De este modo, mientras el cuerpo gana peso, el ce­
rebro en realidad lo pierde: en la semana o quincena antece­
dentes al parto el cerebro vuelve a crecer en tamaño, mientras
construye amplias redes de circuitos maternales.19 Dicho de
otro modo, la primera frase del niño habría de ser: «M am á, te
encogí el cerebro».
A medida que se acerca la fecha señalada, el cerebro de N ico ­
le se preocupará casi exclusivamente por su bebé y por hacer
cá balas sobre cómo, superando el dolor y el esfuerzo físico, va
a sacar un niño sano sin matarse a sí misma ni matar al niño.
Sus circuitos cerebrales maternales se ponen en alerta m áxim a.
Saca fuerzas de flaqueza, aun cuando se sienta como una
ballena em barrancada y sólo pueda andar com o un pato. A
Charlie también le entra la preocupación, no por el proceso
del parto, sino por aspectos físicos como el del espacio para el
bebé, pintar la habitación y adquirir todo el equipo necesario,
la mayor parte del cual ya ha com prado hace meses. Se acuer­
da súbitamente de otras seis cosas que necesitarán. Los circui­
tos del cerebro de papá se conectan rápidamente para el gran
evento. Empieza la cuenta atrás del parto.
A Nicole le dieron una fecha orientativa, pero le dijeron que
podía suceder dos semanas antes o dos semanas después. Es así
porque todo niño se dispone a nacer a su aire. Esa será la pri­
mera de las muchas veces que Nicole y Charlie serán prisioneros
de la temporalizad'ón innata del programa de desarrollo de su
bebé, que raras veces coincide con lo que ellos piensan.
Finalmente llega el día. N icole rompe aguas y el líquido
amniótico baja a chorros por sus piernas. El bebé tiene la ca­
beza para abajo y está presto. El cerebro de la mamá está co­
nectado con precisión para el parto mediante una cascada de
oxitocina. Impulsado por señales que parten del feto, entera­
mente desarrollado cuando está dispuesto para nacer, el nivel
de progesterona de una mujer embarazada desciende de re­
pente y aflujos de oxitocina inundan su cerebro y su cuerpo,
haciendo que el útero empiece a contraerse.2’0
A medida que la cabeza del bebé pasa a través del canal del
parto, se disparan más aportaciones de oxitocina en el cerebro,
activando nuevos receptores y creando cientos de nuevas cone­
xiones entre las neuronas. El resultado en el parto puede ser la
euforia inducida por la oxitocina y la dopamina, así como los
sentidos hondamente incrementados del oído, tacto, vista y ol­
fato.” Un minuto antes estabas sentada como una ballena torpe
embarrancada y, un minuto después, sientes que se te sube el
útero a la garganta y no te puedes creer que sea factible el equi­
valente pélvico de expeler una sandía a través de la nariz. Para
la mayoría de nosotras, al cabo de muchas horas el sufrimiento
ha terminado; tu vida y tu cerebro han cambiado para siempre.
En el mundo de los mamíferos no tienen nada de particu­
lar estos cambios cerebrales en el parto. Tomemos por ejemplo
a las ovejas. Cuando la ovejita pasa por el canal materno del
nacimiento, los impulsos de oxitocina rehacen los circuitos ce­
rebrales de la madre en unos minutos haciéndola exquisita­
mente sensible al olor de su cría. A los cinco minutos o menos
después del parto, puede registrar el olor del recién nacido.12
Por eso luego sólo permitirá que mame su cría y rechazará a
otras que tienen olores extraños. Si la oveja no logra oler a su
cría en aquellos primeros cinco minutos, no la reconocerá y la
rechazará. El parto dispara rápidos cambios neurológicos en
la oveja que pueden ser registrados en la anatomía de su cere­
bro, su neuroquímica y su conducta.
Para la madre humana, los adorables olores de la cabeza,
la piel, el culito de su recién nacido, hacen brotar la leche del
pecho; otros fluidos corporales que la han bañado durante los
primeros pocos días quedarán químicamente implantados en
su cerebro y podrá distinguir el olor de su bebé entre todos los
demás con un 90 % de precisión.13 Ese proceso rige también
para los llantos de su hijo y sus movimientos corporales. El
tacto de la piel del bebé, el aspecto de los deditos de manos y
pies, los breves llantos y gritos entrecortados quedan ya tatua­
dos en el cerebro de la madre.24 En el plazo de horas o días,
puede embargarla un abrumador afán de protección y se esta­
blece en ella la agresividad maternal. Su fuerza y resolución de
cuidar a esc pequeño ser y de protegerlo se apoderan por com ­
pleto de los circuitos cerebrales maternos. La madre siente que
podría parar la marcha de un camión con su propio cuerpo
para proteger al bebé. Ll cerebro se le ha m odificado y junto
con él, la realidad. Tal es quizás el cambio de la realidad más
importante que ocurre en la vida de una mujer.
Ellie, madre primeriza de treinta y nueve años, había estado
felizmente casada durante dos años con un comerciante autóno­
mo cuando acudió a mi consulta. Durante el primer año de su
matrimonio había sufrido un aborto. Al cabo de seis meses vol­
vió a quedar embarazada. Poco después del nacimiento de su hija
empezó a tener «alucinaciones», según las llamó, acerca de la ca­
pacidad de su esposo para ganar dinero y la falta de asistencia sa­
nitaria. En realidad, su situación económica no había cambiado
en absoluto y no había sentido nunca esos temores. Sin embargo,
estaba encolerizada con su esposo por no proporcionarles una
casa más segura a ella y a la niña. Sus necesidades y su realidad
habían cambiado radicalmente, casi de la noche a la mañana; su
nuevo cerebro maternal protector estaba centrado en la capaci­
dad de su esposo en cuanto a la manutención de la familia.
Las madres, con su instinto agresivo y protector intensa­
mente exacerbado, se vuelven en extremo celosas en todos los
aspectos del manejo de su casa, especialmente en lo tocante a
la seguridad infantil, por ejemplo, en cuanto a poner cubiertas
a prueba de bebé en los enchufes, instalar pestillos en las puer­
tas de la cocina y asegurarse de que todo el mundo se lava las
manos escrupulosamente antes de tocar al pequeño. Igual que
un sistema global de actitud humana, los centros cerebrales de
una madre para la vista, el sonido y el movimiento están orien­
tados a monitorizar y seguir a su bebé/5 Esta vigilancia incre­
mentada puede adquirir todas las formas posibles, dependien­
do de la amenaza que una madre perciba contra la seguridad y
estabilidad de su «nido». Incluso es algo normal el replantea­
miento de las obligaciones del marido com o proveedor.
Los circuitos cerebrales maternos cambian también en
otros aspectos. Las madres pueden tener mejor memoria espa­
cial que las que no han tenido hijos y pueden ser más flexibles,
adaptables y valerosas. Tales son las habilidades y talentos que
necesitarán para custodiar y proteger a sus bebés. Si han tenido
por lo menos una camada, las hembras de rata, por ejemplo,
son más atrevidas, muestran menos actividad en los centros de!
miedo de su cerebros y se desempeñan mejor en las pruebas de
laberintos porque tienen más memoria; además son cinco veces
más eficientes para cazar p r e s a s .E s t o s cambios duran toda la
vida, según han visto los investigadores. Las madres humanas
pueden compartir esas experiencias. Semejante transformación
es válida también incluso para las madres adoptivas. En tanto
permanezcas en contacto físico continuado con el niño, tu ce­
rebro emitirá oxitocina y formará los circuitos necesarios para
hacer y mantener el cerebro maternal.17

F.T. C E R E B R O D E PAPÁ

Los futuros papás experimentan cam bios hormonales y cerebra­


les que, a grandes rasgos, se parecen a los de sus parejas emba­
razadas.iS Esto puede explicar la extraña experiencia de mi pa­
ciente Joan. Su esposo, Jason, y ella se entusiasmaron cuando su
test de embarazo dio positivo. A las tres semanas de gestación,
sin embargo, Joan empezó a sentir por la mañana violentos ma­
lestares. Al llegar al tercer mes, había mejorado gradualmente,
pero entonces, para su asombro, Jason empezó a sentir tales
náuseas por la mañana que no podía desayunar y, a duras penas,
conseguía levantarse de la cama. Perdió cerca de tres kilos en
tres semanas y temió tener parásitos. Pero lo que Jason tenía en
realidad era el «síndrome de la incubación», dolencia común de
los futuros papás (hasta el 65 % en todo el mundo), si compar­
ten con sus parejas alguno de los síntomas del embarazo.19
Según han descubierto los investigadores, en las semanas
anteriores al parto, los padres tienen una subida del 20 % en
su nivel de prolactina, la hormona de la cría y la lactancia.50 A l
mismo tiem po, su nivel de hormona del estrés — el cortisol—
se dobla aumentando la sensibilidad y la alerta. Luego, en Jas
primeras semanas posteriores al parto, la testosterona de los
varones desciende un tercio, mientras su nivel de estrógeno
alimenta más de lo corriente.5' Estos cambios hormonales con­
ducen a sus cerebros para vincularse emocionalmente con sus
indefensos pequeñuelos. Los varones con niveles inferiores de
testosterona oyen mejor el llanto de los bebés.32 N o oyen en
cam bio tan bien como las mamás los gimoteos y los padres son
más lentos que las madres en responder, aun cuando tienden a
reaccionar con la misma rapidez cuando el bebé chilla.55 Los
niveles inferiores de los hombres en testosterona hacen dism i­
nuir también su impulso sexual durante esa tem porada.54
La testosterona reprime la conducta maternal tanto en las
mujeres com o en los varones. Los padres que tienen el síndro­
me de la incubación muestran niveles más elevados de prolac­
tina que los otros y descensos más bruscos de testosterona
cuando interactúan con sus bebés.5S Según creen los científicos
puede ser que las feromonas producidas por una mujer em ba­
razada causen tales cam bios neuroquímicos en su pareja, pre­
parándole para ser un padre solícito y equipándole — secreta­
mente a través del olfato— con alguno de los mecanismos de
atención del cerebro m aternal.56

S EC U E S TR O DF. I.OS CIRCU ITO S DHL l’ LACER

A diferencia de las ovejas, la mayoría de las hembras humanas


tardan más de cinco minutos en vincularse con sus bebés, pero
ese lapso no es tan breve en los humanos. Es una buena noticia
para mujeres que, como yo, no han tenido experiencias de par­
to ideales y han sufrido anestesia, cesárea y trabajos de parto
prolongados hasta dar a luz. En el momento en que nació mi
hijo —después de treinta y seis horas de contracciones, aneste­
sia epidural y morfina— estaba bastante aturdida y tenía esca­
sa curiosidad por conocer al pequeño. N o viví la oleada de
arrebatado amor maternal que esperaba sentir inmediatamente
por mi bebé, en parte porque la anestesia y la morfina cambian
los efectos de la oxitocina. N o me sentí alerta ni protectora has­
ta haber salido de mi estado de sopor, y entonces me enamoré y
vi que dependía sin remedio de mi nuevo hijo con toda mi sen­
sibilidad y todo mi circuito maternal disparados.
«Estoy enamorada» es la expresión que emplean muchas
madres para explicar lo que sienten por sus niños. N o es sor­
prendente si se escanea el cerebro porque el amor maternal se
parece mucho al am or romántico. Ha habido investigadores
que han conectado a madres de recién nacidos con equipos de
monitoreo cerebral, les mostraron fotografías de sus niños y
luego otras de sus parejas románticas. Los escáneres revelaron
que, en respuesta a ambas fotos, se iluminaban las mismas re­
giones del cerebro activadas por la oxitocina.57 Ahora ya sé
por qué sentía tanta pasión por mi hijo y por qué algunas ve­
ces mi esposo se ponía celoso. En ambos tipos de am or hay
aportes de dopam ina y oxitocina en el cerebro que crean el
vínculo, desconectando el pensamiento juicioso y las emocio­
nes negativas, y enchufando circuitos de placer que producen
sentimientos de júbilo y apego.38 Científicos del University Co-
Uege de Londres encontraron que las partes del cerebro habi­
tualmente disponibles para form ular juicios negativos y críti­
cos de otros — por ejemplo, el córtex anterior cinguiado— se
desconectan cuando uno mira a una persona am ada.” La res­
puesta tierna y nutricia de los circuitos de oxitocina se refuer­
za mediante el sentimiento de placer creado por aflujos de
dopamina, la sustancia química propia del placer y la recom­
pensa. La dopamina se incrementa en el cerebro maternal por
el estrógeno y la oxitocina.40 Es el mismo circuito de recom­
pensa disparado en un cerebro femenino por la comunicación
íntima y el orgasm o.
Enam orarm e sin remedio de mi bebé se convirtió para mí
en un estado permanente del espíritu, reforzado cada día. Esro
no significa que no me afectaran las pruebas y tribulaciones de
cuidar al nuevo bebé, tales com o haber pasado un día entero
sin tiempo para darme una ducha o no haber podido dorm ir la
noche anterior (las madres novatas pierden un promedio de se­
tecientas horas de sueño en el primer año tras el parto).4' Se­
gún com entaba Janet, una de mis mejores am igas, que acaba­
ba de tener un niño: «Ahora ya sabes por qué se dice que un
niño cam bia tu vida, dos acaban con ella». Es buena cosa que,
en la m ayoría de los casos, el botón del placer maternal sea ac­
cionado una y otra vez, y los lazos se estrechen más cuanto
más cerca se está físicamente del bebé.41
Los crecientes vínculos incluyen los efectos de criar al niño
dándole el pecho. La mayoría de las mujeres que amamantan
a sus bebés reciben un beneficio extra: el estímulo regular de
algunos de los más agradables aspectos del cerebro materno.
En cierto estudio se dio a ratas madres la oportunidad de apre­
tar una barra y obtener una pizca de cocaína o apretar otra
barra y que un cachorro de rata viniera a chupar sus pezones.
¿Cuál creéis que preferían? Los chorros de oxitocina en el
cerebro superaron siempre la toma de cocaína.43 Puedes im a­
ginar en qué medida dar de m am ar refuerza la conducta mater­
nal; tenía que ser útil para garantizar la supervivencia de nues­
tra especie. Cuando un bebé coge el seno de la madre con sus
manecitas y chupa el pezón, desencadena flujos explosivos de
oxitocina, dopamina y prolactina en el cerebro de la madre.
Empieza a fluir la leche del seno. Al principio, todos aquellos
tirones en tus pezones secos y sangrantes te pueden hacer pensar
que será imposible superar otro día de tortura por culpa de la
lactancia. Sin embargo, después de unas cuantas semanas — si
no te has sentido arrastrada aJ harakiri— tendrás la capacidad
de sosegar a tu bebé chillón y calmarte tú misma gracias a la
lactancia. En el plazo de tres o cuatro semanas, la experiencia
empieza a ser totalmente placentera; y no sólo porque el dolor
haya cesado. Empiezas a esperar la hora de dar el pecho, a me­
nos que estés tan corta de sueño que pases el día medio dormi­
da. Pero en cierto momento de los pocos meses iniciales, po­
drás darte cuenta de que dar el pecho se ha vuelto fácil y de que
lo disfrutas de verdad. Te baja la presión sanguínea, te sientes
tranquila, relajada y te meces en olas de sentimientos de amor
por tu bebé inspiradas por la oxitocina.44
La lactancia y el am or maternos sustituyen o interfieren a
menudo el nuevo deseo de la madre por su pareja.45 Lisa me
vino a ver un año después del nacimiento de su segundo niño.
«Practicar el sexo — me dijo seriamente— , ya no figura en mi
lista de las diez cosas principales por hacer. Preferiría escoger
un buen sueno o el millón de diferentes tareas que no puedo
acabar. Pero mi esposo se pone muy irritable, incluso furioso
al ver que el sexo no es una prioridad para mí.» Le pregunté a
Lisa cómo iban los demás aspectos de su vida y me contó los
sentimientos m aravillosos que experimentaba estando física­
mente cerca y tocando a sus hijos pequeños. Las lágrimas le
inundaron los ojos cuando me explicó cuánto ama y cómo se
siente «enamorada» de sus chicos. El que tenía un año todavía
mamaba dos o tres veces al día, y ella dijo que nunca habría
imaginado que pudiera existir una relación tan plena y abne­
gada con otra persona. «Amo a mi marido — me aseguró
Lisa— , pero hay multitud de cosas más importantes en este
momento que cuidar de sus necesidades sexuales. Algunas ve­
ces desearía que me dejara tranquila.»
La experiencia de Lisa no es singular y está basada en reac­
ciones de los circuitos de su cerebro maternal. Lisa — como to­
das las mujeres que están piel con piel con niños y les dan el
pecho— tiene el cerebro inundado en oxitocina y dopamina
que la hacen sentirse am ada, vinculada física y emocionalmen­
te satisfecha. N o es raro que no necesite contacto sexual. M u ­
chos de los sentimientos positivos que obtiene gracias al trato
sexual están suscitados, varias veces al día, por la solución de
las necesidades físicas básicas de sus niños.

EL SENO LACTANTE Y E L C E R E B R O BO RR O SO

Sin em bargo, todo beneficio tiene un coste, y un efecto secun­


dario de la lactancia materna puede ser la falta de concentra­
ción mental. Aun cuando después del parto es bastante común
un estado de confusión, dar el pecho puede aumentar y pro­
longar ese ligero estado de leve extravío.1,6 Kathy, de treinta y
dos años, vino a verme alarm ada por el estado de su memoria.
Estaba cada vez más distraída y había llegado a olvidarse de
recoger en la escuela a su hijo de siete años. Todavía am am an­
taba a su hija de ocho meses y había observado que estaba más
«despistada» cada día. M e dijo: «Lo que realmente me preo­
cupa es que entro en una habitación a buscar algo y me olvido
de qué busco, no una vez sino veinte veces al día». Kathy esta­
ba alarm ada porque su madre tenía Alzheimer y pensaba que
sus despistes podían ser síntomas precoces de la enfermedad.
M ientras hablábamos, K athy recordó que también se había
vuelto olvidadiza después del nacimiento de su primer hijo y
que el estado de confusión había cesado poco después de ha­
berle destetado.
Las partes del cerebro que cuidan de la precisión y la con­
centración se ocupan de proteger y seguir al recién nacido du­
rante los primeros seis meses. Recordemos también que, apar­
te de la falta de sueño, el tamaño del cerebro de una mujer no
vuelve a la normalidad hasta seis meses después del parto.47
Hasta entonces, según Kathy descubrió, puede ser alarmante
el grado de nebulosa mental. Una distinguida científica a quien
conozco estaba espantada diez dias despucs de haber dado a
luz al descubrir que no podía reunir las palabras ni frases bá­
sicas para mantener una conversación inteligente. Con todo,
varios meses después, una vez que dejó de dar el pecho, se
mostraba tan aguda como siempre.
Para la m ayoría de las mujeres pagar los beneficios de la
lactancia con algún despiste puede resultar barato.48 Los bebés
participan de las recompensas y, en realidad, son socios decisi­
vos en el acto neurológico de la lactancia. Las hormonas libe­
radas por ésta y por el contacto de piel con piel excitan el ce­
rebro maternal para crear nuevas conexiones. Cuanto más
tiempo y más a menudo mame un bebé, en mayor grado susci­
ta la respuesta de prolactina-oxitocina en el cerebro materno.
Ln breve tiempo, una madre puede sentir que sus pechos se
animan y gotean a la vista, sonido, tacto o la simple idea fugaz
de amamantar a su bebé. La recompensa inmediata para el
niño es alimento y comodidad. La oxitocina dilata los vasos
sanguíneos en el pecho de la madre, calentando a su bebé, que
también recibe con la leche materna dosis de sustancias que le
dan bienestar. La leche ensancha el estómago del bebé mien­
tras se alimenta y libera oxitocina en su cerebro. Esto sosiega
y calma al bebé no sólo por la com ida sino por esas ondas re­
lajantes de horm onas.4'-'
Muchas madres sufren síntomas de «abstinencia» cuando
están físicamente separadas de sus bebés y sienten miedo, an­
siedad, incluso oleadas de pánico.50 Ahora se reconoce que se
trata de un estado neuroquímico más que psicológico. Puedo
recordar mi retorno al trabajo cuando mi hijo tenía cinco me­
ses y yo llevaba conmigo el extractor de leche. H1 cerebro m a­
ternal, según se ve, es un instrumento sutilmente afinado y la
separación, especialmente respecto de un bebé lactante, puede
trastornar el talante de una madre quizá por el declive en los
niveles cerebrales de oxitocina que regulan el estrés.5' La m a­
yoría de días estaba hecha polvo, pero pensaba que se debía
simplemente al estrés de trabajar en el hospital con jornada
completa e intentar llevar una casa.
Las madres lactantes experimentan también síntomas de
abstinencia cuando destetan a sus bebés. D ado que el destete
sucede a menudo coincidiendo con el retorno a un trabajo es­
tresante, las madres pueden precipitarse a un estado de agita­
ción y angustia. ¿Puedes im aginar cómo deben de sentirse la
mayoría de las madres que dan el pecho al final de ocho horas
o más de trabajo? En casa, los aflujos de oxitocina inundaban
sus cerebros cada pocas horas por efecto de la lactancia de sus
bebés. En el trabajo, el suministro de oxitocina se interrumpe,
puesto que la oxitocina dura sólo de una a tres horas en la cir­
culación sanguínea y el cerebro.51 Puedo recordar el vivo deseo
que sentía la m ayoría de los días a las tres de la tarde de m ar­
charme a casa y reunirme con mi bebé. M uchas madres re­
suelven que pueden suavizar estos síntomas extrayendo cada
vez que pueden la leche de sus senos en el trabajo. Así pueden
reducir poco a poco el hábito de dar el pecho, aunque sigan
haciéndolo por las noches y los fines de semana, para m ante­
ner la producción. Esto les permite obtener todavía aportes
agradables de oxitocina y dopam ina, además de seguir en con­
tacto con sus bebés.

UN BUliN C E R E B R O M A TER N A L M E R E C E O TRO

Es también común el efecto secundario de la experiencia ma­


ternal tan cálida y providente. En mi consulta no es raro escu­
char quejas sobre las madres. M e viene inmediatamente a la
memoria mi paciente Verónica, de treinta y dos años, em bara­
zada. M ientras hablaba, vi claro que su enardecida cólera con­
tra la madre se debía a la poca atención que su atareada mamá
le dedicaba a Verónica cuando era niña. Se marchaba a viajes
de negocios y la dejaba al cuidado de un canguro una semana
seguida. Cuando la niña se alteraba, la madre parecía cerrarse
emociona luiente en vez de ofrecerle cariño y apoyo. Decía que
estaba demasiado ocupada con su trabajo y mandaba a Veró­
nica a jugar a otra habitación. En ese momento en que Veró­
nica estaba esperando su primer bebé, expresó el temor de
convertirse en la misma especie de madre, absorta en su traba­
jo como directora artística de una revista. Dos generaciones de
madres trabajadoras imposibilitadas de pasar tiempo con sus
niños. ;E s motivo para estar preocupada? Probablemente sí.
Los investigadores han descubierto que si, por la razón
que sea — dem asiados niños, problem as económicos o profe­
siones— , t í o es posible dedicar suficiente tiempo a los hijos, los
vínculos entre las madres y los bebés son frágiles, cosa que
puede afectar negativamente a los circuitos de confianza y se­
guridad de la prole.51 Además, las hembras «heredan» la con­
ducta maternal de sus progenitoras, sea buena o m ala, y la
transmiten a sus hijas y nietas.54 Aun cuando el com porta­
miento en sí no puede ser transmitido genéticamente, la inves­
tigación reciente muestra que la capacidad de crianza en los ma­
míferos sí se transm ite según un tipo de herencia que los
científicos denominan ahora no genómico o «epigenético», lo
cual significa que está físicamente por encima de los genes.55
En Canadá, el psicólogo Michael M eaney descubrió que una
rata hembra nacida de una madre dedicada a las crías, pero
educada por una madre desatenta, «no» se porta com o su ma­
dre genética sino como la madre que la educó. Los cerebros de
las crías de la rata cambian según la cantidad de dedicación
que reciben. Las crías hembra muestran los mayores cambios
emocionales en los circuitos del cerebro, como la amígdala,
que usan estrógeno y oxitocina.56 Estos cambios afectan direc­
tamente la capacidad de las hembras de rata en cuanto a cui­
dar de la siguiente generación de crías. El cerebro de la rata
está construido a base de arquitectura, no de imitación. La
conducta maternal desatenta se transmite a lo largo de tres ge-
iteraciones, a menos que ocurra algún cam bio beneficioso en el
ambiente antes de la pu bertad .'7
Este hallazgo tiene enormes consecuencias, aunque sólo
sea válido en parte para los humanos: cuanto mejor cuides a tu
hija, m ejor cuidará ella a tus nietos.58 Para muchos de noso­
tros, la idea de ser exactamente iguales que nuestras madres
puede ser profundamente alarmante, pero los investigadores
están encontrando en los humanos lazos coincidentes entre ni­
veles de vinculación madre-hija con la calidad del cuidado y la
solidez de los vínculos maternales en la generación siguiente.59
I.os científicos también consideran que los entornos estresan­
tes creados entre las exigencias del lugar de trabajo y las de­
mandas del hogar pueden reducir la calidad — no digamos la
cantidad— de atención maternal que puedan dar a sus hijos.60
Y, desde luego, esta conducta puede afectar no sólo a los hijos
sino a los nietos.
Los científicos también han demostrado que un cuidado
intenso, por parte de un adulto cariñoso que infunda confian­
za, puede hacer que los niños sean más listos, sanos y aptos
para hacer frente al estrés. Poseerán estas cualidades toda la
vida y las transmitirán a las vidas de sus hijos.61 Por el contra­
rio, los niños que reciban un trato maternal desatento o insu­
ficiente sufrirán estrés, serán hiperreactivos, enfermos y tem e­
rosos com o adultos.62 Son escasos y dispersos los estudios que
com paran los efectos cerebrales causados por madres hum a­
nas intensamente pendientes de los hijos y otras que no lo es­
tán, pero uno de estos trabajos demostró que los adultos en
edad universitaria que habían sufrido una atención maternal
deficiente en la infancia m ostraban respuestas hiperactivas ce­
rebrales al estrés según las exploración por PET/’5 Los estudio­
sos encontraron que dichos adultos liberaban más cortisol
— la horm ona del estrés— en su torrente sanguíneo que aque­
llos de sus pares que habían recibido una esmerada atención
m aternal en la infancia. A quellos que habían recibido escasa
atención de sus madres mostraban aumento de angustia, sus
cerebros eran más recelosos y estaban más atem orizados. Tal
vez por esa razón, Verónica se sintiera siempre más estresada
en el trabajo y frente a los problemas de sus relaciones; por eso
creía haberse convertido en una madre aquejada de pánico.
Escucho a menudo vividos relatos acerca de las abuelas de
pacientes y de cóm o ellas eran capaces de atenderles, cuando
las madres estaban abrumadas, ocupadas o deprimidas. La
abuela paterna de Verónica la hacía sentirse muy querida,
mientras que la abuela materna se mostraba emocionalmente
tan distante com o su madre. Verónica se echó a llorar cuando
me contó que su abuela paterna dejaba los preparativos de una
cena con invitados para pintar o jugar con ella a las muñecas.
La abuela hacía tartas de arándanos con arrope caliente, ayu­
daba a Verónica a hacerse la cam a y a limpiar su habitación.
Cuando había una fiesta y Verónica necesitaba ropa, la abue­
la la llevaba de com pras y, a menudo, le dejaba com prar vesti­
dos que a ella le encantaban, pero sabía que su madre habría
prohibido.
Si se da con la frecuencia suficiente esta especie de peculiar
atención por paite de una aloinadre — sustituía de la madre— ,
superará la falta de atención en que puede haber caído la ma­
dre dem asiado estresada .6A Esa atención es suficiente para
romper el ciclo de la maternidad desatenta y permitir que la
hija dispense cuidados más celosos a sus futuros hijos. La
abuela paterna de Verónica puede haber funcionado como el
resorte que creara el cam bio generacional. Años más tarde,
cierta vez que Verónica se detuvo por la calle para presentarme
a su hija pequeña, quedó claro que tenía un verdadero vincu­
lo de amor con ella y que le había transmitido no ya el ejemplo
negativo de la madre, sino la atención y la confianza dispensa­
das por su abuela.
N icole, madre dotada de un máster en Administración de Em ­
presas por Berkeley, se debatía entre dilemas similares cuando
acudió a mi consulta. Se había vinculado tanto a su bebé que
dudaba sobre volver o no al trabajo. Tenía una buena coloca­
ción con asom brosos beneficios, sueldo elevado y muchas
oportunidades de progreso. Su marido y ella habían contraído
suficientes obligaciones económicas para necesitar los dos
sueldos. Ella tenía que volver al trabajo pero, aunque le costa­
ba dejar a su hijo en manos extrañas, desgraciadamente tenía
que hacerlo.
La m ayoría de las madres se encuentran más o menos per­
plejas si deben optar entre los placeres, responsabilidades y
presiones de los niños y su necesidad de recursos económicos
o emocionales. Sabemos que el cerebro femenino responde a
este conflicto con un aumento del estrés y la angustia, y una
mengua de la capacidad cerebral para enfrentar el trabajo y el
¿ruidado de los hijos. Esta situación mantiene a los niños y a las
madres en profunda y permanente crisis. N icole volvió a ver­
me en cuanto su hijo cumplió tres años y me dijo: «M i vida ya
no funciona en absoluto». M e contó que su hijo tenía rabietas
capaces de romper los tímpanos en la tienda de comestibles,
mientras ella tenía sólo dos horas para resolver qué hacer con
él y desempaquetar las com pras antes de correr al trabajo. Me
contó que cuando el niño estaba enfermo y su marido de via­
je, rezaba a media noche para que al hijo le bajara la fiebre de
día, de m odo que pudiera ir a la guardería y ella asistir a su
reunión de la mañana. N icole había estado ausente muchas ve­
ces aquel invierno a causa de las enfermedades del niño y la
paciencia de su ¡efe empezaba a agotarse. Estaba llegando
también la infinita serie de medias jornadas en la escuela y de­
bía rogar a las madres de la clase de su hijo que no trabajaban
que se ocupasen de él hasta que ella saliera del trabajo. Nicole
no estaba segura de que ni ella ni su hijo pudieran resistir más,
pero no podía permitirse el lujo de dejar el trabajo.
¿Está condenada la madre que trabaja? Bien, puede ser
que sí y puede ser que no. En realidad, es posible encontrar la
solución a estos problemas modernos acudiendo a nuestros
antepasados primates. Com o norma, los primates — incluidos
los humanos— son bastante prácticos en cuanto al tiempo in­
vertido en la crianza. Por ejemplo, los primates de la selva no
son madres a tiempo completo más que muy raras veces. M u ­
chas monas equilibran el cuidado de sus hijos con su «trabajo»
esencial de buscar forraje, alim entarse y reposar. También
echan una m ano, si se las necesita, para cuidar a las crías
de otras; la llam ada alopaternidad. En realidad, en épocas de
abundancia, otras mamás adoptan fácilmente y cuidan hijos
ajenos, incluso los de otros grupos y especies.65 M uchos ma­
míferos tienen esta aptitud para que las hembras se vinculen
con otras crías afines, las alimenten y cuiden. Un sugestivo es­
tudio sobre la caza entre las mujeres de la tribu de los Agtane-
gritos, de Luzón (Filipinas), subraya las funciones propias de
las redes de parientes. N o consideran práctico que las mujeres
cacen, porque se entiende que la caza es incompatible con las
obligaciones del cuidado de los niños. Se considera que las sa­
lidas a cazar estorban las funciones femeninas de lactancia,
cuidado y cría de los hijos. De todos modos, hay estudios de
culturas en las cuales las mujeres van de caza, que sugieren ex­
cepciones para confirm ar la regla. Las mujeres Agta participan
en la caza, precisamente porque hay otras disponibles para ha­
cerse cargo del cuidado de los niños. Cuando se vieron muje­
res cazando, llevaban a sus niños de pecho con ellas o habían
entregado los niños a sus madres o a sus hermanas mayores
para que los cuidaran.66
La maternidad no es necesariamente una ocupación exclu­
siva de los humanos o restringida para la madre natural en un
ambiente urbano. Desde la perspectiva del niño, la atención es
la atención, sin que importe quién es el ser afectuoso e induc­
tor de seguridad que la dispensa. N icole consiguió negociar un
horario más flexible en el trabajo, de modo que su hijo pudie­
ra ir a la guardería la mitad de los días con un amigo que vive
en la casa de al lado y las dos madres pudieran ayudarse mu­
tuamente.

F.r, EN TO R N O ID EA L D E L C E R E B R O M A 1E R N O

I.a predecibilidad es un factor ambiental que resulta esencial


para la buena maternidad de cualquier animal. N o se trata de
la cantidad de recursos disponibles, sino de la regularidad con
que pueden obtenerse. En una investigación, monas Rhesus
madres fueron colocadas con sus crías en tres ambientes dis­
tintos: una contaba con abundancia de alimentos cada día,
otra disponía de pocos alimentos también diariamente y la ter­
cera tenía muchos ciertos días y pocos otros. La cantidad de
atención que las madres dispensaron a sus crías en esos am ­
bientes fue registrada en vídeo hora a hora. Las crías del mejor
ambiente, con abundancia de alimentos, obtuvieron una aten­
ción exquisita de sus m adres; aquellas que estaban en los am ­
bientes con escasas pero constantes cantidades de alimentos
recibieron casi la misma atención. En cam bio, las del ambien­
te impredecible no sólo recibieron menos atención, sino m al­
tratos y agresiones de sus m amas. La madre y los monitos del
ambiente impredecible mostraban niveles de hormonas de es­
trés más elevados y niveles más bajos de oxitocina que sus si­
milares en los otros ambientes/’7
En un ambiente humano impredecible las madres se vuel­
ven miedosas y tímidas, y las crías muestran señales de depre­
sión. Los hijos se aferran a las mamas y están mucho menos in­
teresados en explorar y jugar con otros, características que se
prolongan en la adolescencia y la edad m adura.68 El estudio
respalda la obvia noción de que las madres se desempeñan me­
jor en un ambiente predecible. Según la prim atóloga Sarah
Hrdy, los humanos evolucionaron com o criadores cooperati­
vos en situaciones en que las madres confiaron siempre en la
atención aloniaternal de o t r a s . D e este modo, cualquier cosa
que haga una madre y hagan otras para ayudarla, dentro o
fuera de la casa, para asegurar la predecibilidad y disponibili­
dad de recursos — económicos, emocionales y sociales— pue­
de asegurar el bienestar de la prole.

VIV IR PARA DOS

Recuerdo lo asom brada que me quedé al descubrir que mi es­


tilo de vida independiente y autosuficiente no funcionaba des­
pués de tener un hijo. Siempre había creído que podría organi-
zarme y hacer la m ayor parte de las tareas maternales por mi
cuenta. Estaba m uy equivocada. D ado que el cerebro de una
madre ha am pliado virtualmente su ámbito para incluir al
hijo, las necesidades de éste se convierten en un imperativo
biológico para la madre, acaso más perentorio para su cerebro
que sus propias necesidades. Yo ya no podía program ar mi
vida con tanta precisión. N o sabía qué ayuda necesitaría de los
demás, aparte de la de nu marido. Toda nueva madre necesita
comprender los cam bios biológicos que van a suceder en su ce­
rebro y, en consecuencia, planificar por adelantado el em bara­
zo y la dinámica de su maternidad. Este desafío vital puede es­
timular el circuito cerebral para que crezca más que ningún
otro. Será crucial establecer un ambiente predecible para el
trabajo y el cuidado del niño con cariño y creatividad para
ofrecer seguridad. El desarrollo emocional y mental de una
madre depende en gran medida del contexto en el que ejerza la
maternidad.70 Será clave para tu éxito como madre saber que
necesitarás ayuda exterior para ti y que tu hijo precisará algu-
i k i s buenas alom adres.7' Si podemos crear un entorno fiable y

seguro para eJ cerebro m aternal, detendremos el efecto dom i­


nó de las madres estresadas y los hijos no menos estresados e
inseguros.
Los cam bios que ocurren en el cerebro de mamá son los
más profundos y permanentes dentro de la vida de una mujer.
M ientras el niño viva bajo su techo, su sistema GPS (sistema
de posicionamiento) de circuitos cerebrales estará dedicado a
seguir al niño amado. M ucho después de que el niño crecido
deje el nido, continúa actuando el mecanismo de seguimiento.
Acaso sea ésa la razón para que tantas m adres experimenten
intenso dolor y pánico cuando pierden el contacto diario con
aquella persona que es una extensión de su propia realidad, se­
gún su cerebro les indica.
Los psicólogos del desarrollo creen que la extremada ca­
pacidad del cerebro femenino para conectarse mediante la lec­
tura de las caras, la interpretación de los tonos de voz y el re­
gistro de los matices de la emoción, son rasgos que fueron
seleccionados evolutivamente desde la Edad de Piedra. Estos
rasgos hacen posible que el cerebro femenino capte indicios de
bebés que no hablan y prevea sus necesidades. El cerebro fe­
menino aplicará esta habilidad extraordinaria a todas sus rela­
ciones. Si está casada o emparejada con un cerebro masculino,
cada uno habitará en dos realidades emocionalmente diferen­
tes. Cuanto más sepan los dos acerca de las diferencias de las
realidades emocionales de los cerebros masculino y femenino,
más esperanzas tendremos de que esas parejas se conviertan en
relaciones y familias satisfactorias y colaboradoras, que es pre­
cisamente lo que el cerebro maternal necesita para encontrar­
se a gusto.
SETS

¿Posee alguna verdad el estereotipo cultural de que las mujeres


son más sensibles emocionalmente que los hom bres?1 ¿O que
un hombre no experimenta una emoción a menos que ésta le
golpee en la cabeza?2 M i marido decía que no nos hacía falta
un capítulo especial sobre las emociones. Yo no entendía cómo
podría escribir este libro sin él. La explicación de nuestros di­
ferentes estados de opinión radica en la biología de nuestros
cerebros.
Mi paciente Sarah estaba segura de que su marido, N ick,
estaba viéndose con otra mujer. Durante varios días estuvo ru­
miando tal idea en silencio. En primer lugar, no se sentía segu­
ra de qué era lo que sospechaba. Luego, a medida que en su
mente daba vueltas la cólera ante la posibilidad de que él la en­
gañase, su sentido visceral de la traición la superó. Dejó de
sonreír. ¿Cóm o podía él hacerle semejante cosa a su niñita y a
ella? Trajinaba abatida por la casa. N o podía com prender por
qué su marido no intentaba nunca levantarle el ánimo. ¿Es que
no podía darse cuenta de lo desdichada que era?
Nick le había parecido siempre tan estupendo a Sarah — era
guapo y talentoso— , que se sentía honrada de ser su esposa.
Cuando el dedicaba su brillantez a explicarle los pensamientos
más profundos, Sarah sentía que recibía algo precioso de él y
estaba pendiente de esos momentos en que ella le provocaba
tanto interés. Sin embargo, la situación era diferente cuando se
trataba de interacciones em ocionales. Era bastante difícil lie*
gar a él. Así pues, cierta noche, cuando Sarah rompió a llorar en
la cena, N ick se quedó petrificado. Ella no podía imaginar por
qué se sorprendió tanto. Sarah llevaba con cara larga varios
días. Evocaba todos aquellos momentos en que él la había en­
candilado y cuán m aravillosam ente le hacía sentir que de ver­
dad la am aba y se preocupaba por ella. ¿Se equivocaba Sarah
entonces, o es que ya no le gustaba? ¿Cóm o podía él m ostrar­
se tan insensible respecto de su estado emocional?
Im aginem os por un momento que tenemos un aparato de
IRM . Esto es lo que parecía haber dentro del cerebro y cuerpo
de Sarah cuando analizaba su conversación con Nick. M ien­
tras ella le pregunta si se está viendo con alguna otra persona,
el sistema visual de Sarah empieza a explorar la cara de Nick
detenidamente en busca de señales de la respuesta emocional a
su pregunta. ¿Pone él la cara rígida o la relaja? ¿Frunce la boca
o la deja inmutable? Sea com o sea la expresión de su cara, los
ojos y los músculos faciales de ella la imitarán automáticamen­
te. La profundidad y el ritmo de la respiración de Sarah empie­
zan a asemejarse a los de él. La posición y la tensión muscular
de Sarah se parecerán a las suyas y el cuerpo y cerebro de ella
reciben las señales em ocionales de él. Esta inform ación es
transmitida a través de los circuitos cerebrales de Sarah para
averiguar si hay algo com parable en la base de datos de su me­
moria emocional. Este proceso se llama «espejeo» y 110 todo el
mundo lo puede hacer igual de bien. Aun cuando la m ayoría de
estudios sobre el tema se han hecho sobre primates, los cientí­
ficos suponen que puede haber más neuronas reflectantes en el
cerebro humano femenino que en el m asculino,5
El cerebro de Sarah empezará a estimular sus propios cir­
cuitos com o si fueran suyas las sensaciones y emociones del
cuerpo del marido.'1 De este m odo, ella puede identificar y pre­
ver lo que él siente, a menudo antes de que él tenga conciencia
de ello. Imitando la respiración, imitando la postura, ella se
convierte en un detector de emociones humanas. Sarah siente
las tensiones de él en las entrañas, siente las mandíbulas apre­
tadas del marido en la tensión del cuello. El cerebro de Sarah
registra ese enfrentamiento emocional: ansiedad, miedo y pá­
nico controlado. Apenas él empieza a hablar, el cerebro de ella
estudia con detenimiento si lo que el marido dice es congruen­
te con su tono de voz. Si el tono y el contenido no coinciden,
su cerebro se activará desaforadamente. El córtex de ella, sitio
del pensamiento analítico, intentará aclarar la discordancia.5
Sarah detectará una sutil incongruencia en el tono de voz de
N ick, que es un poco más elevado de la cuenta en sus protes­
tas de inocencia y devoción. Sus ojos están demasiado fijos en
ella para hacerle creer lo que está diciendo. El significado de
sus palabras, el tono de su voz y la expresión de sus ojos no
concuerdan. Sarah se da cuenta de que él miente. A hora pone
toda la red em ocional de su cerebro, así como sus circuitos de
supresión cognitiva y emocional, al servicio de evitar llorar,
pero la presa se rompe. Las lágrimas le resbalan por las meji­
llas. La cara de N ick parece perpleja. N o ha estado siguiendo
los matices emocionales de Sarah; de lo contrario, se habría
dado cuenta de que su mujer estaba perdiendo el control.
Sarah tenía razón. Cuando N ick vino a verme com o parte
de mi asesoramiento de parejas, reveló que había estado pa­
sando mucho tiempo con una compañera de trabajo. La rela­
ción no se consum ó, pero él había atravesado la frontera en su
flirteo y estaba implicándose emocionalmente. Sarah lo sabía
con absoluta certeza, lo sentía en cada célula de su cuerpo
pero, puesto que desde el punto de vista técnico no la había en­
gañado, N ick se figuró que estaba fuera de toda sospecha.
Cuando se dio cuenta de que Sarah había interpretado a la
perfección lo que él sentía y pensaba, volvió a creer que estaba
casado con una vidente, pero ella sólo hacía lo que el cerebro
femenino es experto en hacer; leer caras, interpretar tonos de
voz y analizar los matices emocionales.
El cerebro femenino de Sarah es una máquina emocional de
.lito rendimiento; que maniobra como un E 1 5 , montada para el
seguimiento minuto a minuto de las señales no verbales de los
sentimientos ajenos más íntimos/’ En cam bio, Nick, com o la
mayoría de los varones, no es según los científicos tan apto
para leer las expresiones faciales ni los matices de emoción, es­
pecialmente los signos de tristeza y abatimiento.7 Eos hombres
sólo se dan cuenta visceralmente de que algo va mal cuando
ven llorar de veras. Por esta razón, las mujeres evolucionaron
hasta llorar cuatro veces más fácilmente que los hombres, mos­
trando un inequívoco signo de tristeza y sufrimiento que los
hombres no pueden pasar por alto.” Otras parejas como N ick y
Sarah acuden a mi consulta para que las asesore. Ella se queja
de la falta de sensibilidad emocional del h om b re— porque tie­
ne la suya sutilmente afinada-— y él se queja de que ella no p a­
rece darse cuenta de que la ama. Los cerebros masculino y fe­
menino funcionan en diferentes realidades.

R tO I.O G Í A D E LOS S EN TIM IEN TO S VISCERALES

Las mujeres saben cosas de la gente que tienen alrededor, sien­


ten visceralmente la pena de un adolescente, tas ideas vacilan­
tes de un m arido acerca de su carrera, la felicidad de un am igo
que logra una meta o la infidelidad de una esposa.9
Los sentimientos viscerales no son sólo estados emocionales
antojadizos, sino auténticas sensaciones físicas que transmiten
un significado a ciertas áreas del cerebro. En parte, el aumento
de este sentimiento visceral puede tener relación con el número
de células disponibles en el cerebro femenino para el seguimien­
to de las sensaciones corporales. Después de la pubertad, las
mismas aumentan.10 El incremento del estrógeno significa que
las chicas sienten más sensaciones viscerales y dolor físico que
los muchachos.11 Algunos científicos suponen que la mayor sen­
sibilidad corporal de las mujeres agudiza la capacidad del cere­
bro para seguir y sentir emociones dolorosas cuando éstas se re­
gistran en el cuerpo.'1 Las áreas del cerebro que siguen los senti­
mientos viscerales son más grandes y más sensibles en el cerebro
femenino, según estudios hechos con escáner.13 Por consiguien­
te, la relación entre los sentimientos viscerales de la mujer y sus
corazonadas intuitivas está fundamentada en la biología.'4
Cuando una mujer empieza a recibir datos emocionales a
través del vuelo de mariposas en su estómago o de una opresión
en las entrañas — como le pasó a Sarah cuando le preguntó por
fin a Nick si estaba viéndose con alguien más— su cuerpo en­
vía un mensaje a la ínsula y al córtex cingulado anterior. La ín­
sula es un área situada en una vieja parte del cerebro donde
primero se procesan los sentimientos viscerales. El córtex cin­
gulado anterior, que es mayor y se activa más fácilmente en las
mujeres, es un área crítica para prever, juzgar, controlar e inte­
grar las emociones negativas.'5 Si se incrementa el ritmo de la­
tidos de una mujer y se le hace un nudo en el estómago, el ce­
rebro lo interpreta como una emoción intensa.
Tener la capacidad de adivinar lo que otra persona piensa
o siente constituye, en esencia, la lectura del pensamiento. Por
lo general, el cerebro femenino tiene la capacidad de averi­
guar rápidamente los pensamientos, creencias e intenciones de
otros basándose en los menores indicios. Cierta mañana, en el
desayuno, Jane levantó los ojos y vio que su marido, Evan, es­
taba sonriendo. Él tenía el periódico en las manos, pero la mi­
rada en lo alto y sus ojos oscilaban de un lado para otro como
si no la mirara. Jane había visto ese gesto muchas veces en su
m arido, abogado, y le preguntó: «¿En qué estás pensando?».
«¿A quién estás derrotando en el tribunal en este momento?»
Evan respondió: «N o pienso en nada», pero en realidad esta­
ba ensayando inconscientemente un debate con la parte con­
traria que podría tener a última hora de aquel día; contaba con
un gran argumento y estaba deseando hacer polvo a su opo­
nente en el tribunal. Jane lo supo antes que él.
Las observaciones de Jan e eran ran detalladas que a F.van
U* parecía que estaba leyéndole el pensamiento, lo cual solía
ponerle nervioso. Jane había observado los ojos y la expresión
Iacial de Evan y deducido correctamente lo que estaba pasando
en su cerebro.16 Y más tarde, cuando él pareció vacilar — una
ligera pausa antes de hablar, rigidez en la boca, un tono bajo y
plano de voz—-, mientras hablaban de ir a la oficina, ella per­
cibió que se acercaba un gran cambio en la profesión de él. Lo
mencionó, pero Evan dijo que no había pensado en nada por
el estilo. Unos días más tarde anunció que quería dejar su bu­
fete para convertirse en juez. Las observaciones de Jane fueron
subconscientes y por ello esas ideas no se registraron más que
como sentimientos viscerales.
Los hombres no parecen tener la misma aptitud innata
para leer las caras y el tono de voz a fin de captar el matiz em o­
cional.17 Esta diferencia quedó ampliamente probada durante
las primeras semanas después de que Jane y Evan se conocie­
ran. Ella me dijo que él iba demasiado deprisa para su gusto y
que no se daba cuenta de su malestar. Una am iga de Evan le
echó una ojeada a Jane, descubrió su desagrado y previno a
Evan para que se contuviera. Él no le hizo caso y los resultados
fueron casi desastrosos.
En aquel momento, la am iga de Evan estableció una coin­
cidencia emocional con Jan e, cosa que las mujeres parecen ha­
cer naturalmente y que se ha descubierto es crucial para una
psicoterapia eficaz. Un estudio de la Universidad del Estado de
C alifornia, en Sacramento, a propósito del éxito de los psico-
terapeutas con sus clientes, probó que los terapeutas que obte­
nían m ejores resultados m ostraban m ayor congruencia em o­
cional con sus pacientes en los puntos significativos de la
terapia.1** Estas conductas reflejantes se m ostraban de forma
simultánea cuando los terapeutas se instalaban confortable­
mente en el clima en que vivían sus clientes mediante una bue­
na relación. Todos los terapeutas que mostraron estas reaccio­
nes resultaron ser mujeres. Las muchachas van adelantadas en
años a los chicos en cuanto a su habilidad para juzgar cómo
pueden evitar causar daño a los sentimientos de alguien o
cómo puede sentirse el personaje de una historia.19 Esta apti­
tud puede ser resultado de la acción de las neuronas espejo que
permiten a las chicas no sólo observar, sino también imitar o
reflejar los gestos de la mano, las posturas del cuerpo, el ritmo
de la respiración, las miradas y las expresiones faciales de
otras personas como una forma de intuición de lo que están
sintiendo.10
Ya lo hemos descubierto. Ése es el secreto de la intuición,
el punto de partida de la aptitud de una mujer para leer las
mentes. N o hay nada misterioso en ella. En realidad, los estu­
dios sobre imágenes cerebrales muestran que el simple acto de
observar o imaginar a otra persona en un estado emocional
particular puede activar automáticamente actitudes similares
en el cerebro del observador; y las hembras son muy hábiles en
esta forma de espejeo em ocional.21 A través de tal forma de
aproxim ación, Jane se figuró cómo se sentía Evan, porque ella
podía experimentar ciertas sensaciones corporales de él.
Algunas veces, los sentimientos de otras personas pueden
abrumar a una mujer. Roxy, por ejemplo, se quedaba cortada
cada vez que veía que otras personas se hacían daño — incluso
si éste era tan insignificante como pisar un pie— , como si ella
sintiera su dolor. Las neuronas espejo de R o x y sobreactuaban,
pero ella era un ejemplo en grado extremo de lo que el cerebro
femenino hace de forma natural desde la infancia e incluso en
la edad adulta: experimentar el dolor de otra persona/1 En el
Instituto de Neurología del University College, en Londres, los
investigadores introdujeron a unas mujeres en un aparato de
resonancia magnética, a la vez que soltaban breves descargas
eléctricas en las manos, algunas débiles y otras fuertes. A conti­
nuación eran utilizadas para el mismo tratamiento las manos
de las parejas de las mujeres. Se preguntaba a éstas si la descar­
ga eléctrica enviada a las manos de la pareja era débil o fuerte.
I os sujetos femeninos no podían ver las caras o cuerpos de és­
tas pero, aun así, se encendían en sus cerebros las mismas áreas
de dolor que se habían activado cuando ellas recibieron las des­
cargas, al oír que sus parejas las recibían fuertes.13 Las mujeres
estaban sintiendo el dolor. Era como ponerse dentro del cere­
bro del otro, no sólo en su lugar. Los investigadores no han po­
dido obtener respuestas cerebrales sim ilares en los varones.
M uchos psicólogos evolucionistas han supuesto que esta
capacidad para sentir el dolor ajeno y leer rápidamente los m a­
tices emocionales proporcionó a las mujeres de la Edad de Pie­
dra su aptitud para percibir conductas potcncialmente peligro­
sas o agresivas, evitar así consecuencias para ellas y proteger a
sus hijos.14 Este talento también faculta a las mujeres para pre­
ver las necesidades físicas de niños que no hablan.
Ser tan sensible emocionalmente tiene sus pros y contras.
Jan e, enérgica y valerosa, me contó que no podía conciliar el
sueño durante horas después de ver una película de acción in­
tensa. En un estudio sobre las consecuencias de ver películas
de terror, resultó que las mujeres estaban más expuestas a per­
der el sueño que los hom b res/5 May estudios que muestran
cóm o desde la infancia las mujeres se sorprenden más fácil­
mente y reaccionan con más temor cuando se mide la co n ­
ductividad eléctrica en su piel.16 Evan tuvo que corregir sus
costum bres como espectador de películas si quería que le
acom pañase Jane. De este modo, cuando él propuso que vie­
ran El Padrino se aseguró de que fuera a mediodía.

PENETRAR EN EL C E R E B R O M A S C U I JN O

En el cerebro masculino la mayoría de las emociones disparan


menos sensaciones viscerales y más pensamiento racional.17 La
reacción típica del cerebro masculino ante una emoción estri­
ba en evitarla a toda costa. Para obtener la atención emocional
de un cerebro masculino una mujer necesita hacer el equiva­
lente a vociferar: «¡Arriba el periscopio! Se acerca una emo­
ción. ¡Toda la tripulación a cubierta!».
A Jan e le costó mucho transmitirle a Evan que iba dema­
siado deprisa cuando se conocieron. Jane me contó que había
quedado escarmentada por relaciones anteriores y sentía gra­
ves temores cuando empezó a salir con Evan. Éste no prestó
ninguna atención a las señales que le mandaba de que tenía fo-
bia a compromisos aceptados por ella de buena fe. A la terce­
ra cita, él le dijo creer que era la mujer soñada. A la segunda
semana, quería que se fueran a vivir juntos y planearan el fu­
turo. Cuando Jane vino a su sesión de la sem ana, parecía tan
espantada com o el ciervo sorprendido por los faros de un co­
che. A la tercera semana, mientras comían una pizza, Evan le
hizo saber que quería casarse con ella, form ar una familia, y
que estaba seguro de que era la mujer con quien quería fun­
darla. Jane se puso lívida enseguida y corrió al baño. Hasta
que ella no dio evidentes muestras de crisis, Evan no se dio
cuenta de que se precipitaba demasiado. N o había prestado
atención al anterior aviso de su amiga y, en ese momento, se
hallaba en un profundo conflicto.
Rom per a llorar a menudo capta la atención del cerebro
masculino, pero las lágrimas casi siempre pillan por sorpresa
al hombre y 1c provocan una extremada molestia^*. Gracias a
su pericia para leer las caras, una mujer reconocerá que son
preludios del llanto los labios apretados, los pliegues alrededor
de los ojos y las comisuras tensas de la boca. Un hombre 110
habrá percibido este cuadro y, por tanto, su reacción será:
«¿Por qué lloras? Haz el favor de no arm ar tanto jaleo por
nada. Disgustarse es una pérdida de tiempo». Los investigado­
res concluyen que este guión típico significa que el cerebro va­
ronil pasa por un proceso más largo para detectar el significa­
do emocional. La mayoría de los hombres no quieren gastar
i icmpo en comprender las emociones y se impacientan porque
i.Hilan m á s/9 Este dilatado proceso puede llegar al extrem o en
i n ebros masculinos que se hayan vuelto menos com unicativos
v menos atentos a las emociones, por efecto de niveles de tes-
msterona más elevados de lo normal. Simón Baron-Cohen, de
la Universidad de Cam bridge, cree que eso es lo que ocurre en
varones con cerebro masculino extrem o, característico en el
trastorno de Asperger.30 Son incapaces de mirar una cara y no
digamos de leerla. La irrupción emocional procedente de la
cara de otra persona se registra en su cerebro como un dolor
insufrible.
I as lágrimas de una mujer pueden despertar dolor en el ce­
rebro de un hombre. El cerebro masculino registra com o im ­
potencia la cara de dolor; esa cara puede ser para ellos extre­
madamente difícil de soportar.41 La primera vez que Jan e lloró
delante de Evan, en otras ocasiones muy afectuoso, se asom ­
bró de no recibir más que un abrazo dado para cubrir las fo r­
mas y unas pocas palm adas en la espalda seguidas de un
«Bueno, vale, ya está bien». Esta conducta, aparentemente de
rechazo, se convirtió en una muralla para su relación. Los dos
me vinieron a consultar para una sesión urgente de pareja.
Kvan necesitaba expresar a Jane que verla llorar le resultaba
casi insoportable, porque cuando la veía sufrir se sentía im po­
tente para hacer nada por consolarla. Poco a poco empezaron
a trabajar para crear un com prom iso, de modo que Jan e pu­
diera obtener el consuelo que necesitaba y para que Evan ali­
viara la pena que sentía. Cuando Jan e se alterara, Evan se sen­
taría en el sofá con una caja de kleenex a mano, la acunaría
con un brazo y tendría una revista o un libro en el otro para
distraerse de su propio desasosiego. Al cabo de pocos años,
Evan ya pudo reconocer cuándo Jan e necesitaba llorar, y pron­
to pudo limitarse a abrazarla y cuidarla hasta que se hubiera
desahogado.
Ser capaz de «aguantar el tipo» durante momentos emocio­
nalmente difíciles está impreso en los circuitos femeninos, y
por eso se sienten a menudo sorprendidas ante la incapacidad
de los maridos para convivir con la tristeza o el abatimiento.
Un estudio demostró que las niñas recién nacidas, de menos de
veinticuatro horas, responden más a los llantos de otro bebé y
a las caras humanas que los niños.’ 2 Las niñas de un año son
más sensibles a la pena de otras personas, especialmente las
que parecen tristes o sufren daños.’ 5 Los varones captan los
sutiles signos de tristeza en una cara sólo el 40 % del tiempo;
en cam bio, las mujeres pueden captarlos el 90 % .u Y mientras
ellos y ellas están igualmente cóm odos junto a una persona fe­
liz, sólo las mujeres dicen sentirse cómodas junto a alguien que
esté triste.35’
Piensa en las amigas que estarán junto a ti cuando te sien­
tas triste o dolida. Te preguntarán cuándo ocurrió, qué se dijo,
si has sido capaz de dormir o comer y «si necesitas que vaya».
Para ellas los detalles son importantes. Me acuerdo de cuando
me rompí un tobillo hace pocos años y mis am igas pasaron
por casa y me trajeron un guiso que sabían me gustaba. Hicie­
ron todo lo que pudieron para evitar que me sintiera enclaus­
trada. Sabían cóm o ayudarm e. Los amigos, en cam bio, ofre­
cían un rápido «F.spero que te m ejores», antes de soltar el
teléfono o cruzar la puerta. N o se trataba de que fueran insen­
sibles a posta. M ás bien se debería a sus arcaicos circuitos. Los
hombres están acostum brados a evitar el contacto con otros
cuando ellos pasan una época emocionalmente difícil. Proce­
san a solas sus problemas y piensan que las mujeres quieren
hacer lo m ism o.’6 ¡Abajo el periscopio, inmersión a veinte bra­
zas, y a apañárselas...!
La misma aparente insensibilidad puede mostrarse en
otros intercambios emocionales. Jane y Evan se fueron a vivir
(untos y, después de unos cuantos meses libres de presiones,
Jan e se dio cuenta de que ella también quería pasar con Evan
el resto de su vida y decidió hacérselo saber. Al cabo de dos
meses de que ella soltara indirectas — hablar de niños, de com ­
prar los dos una casa, o de la ciudad donde se instalarían defi­
nitivamente— , Evan no hizo nada. En nuestra siguiente sesión,
Jan e me informó de que, presa de pánico, había optado por el
cam ino directo: «Estoy dispuesta a casarm e», le dijo una tar­
de. Evan contestó: «Estupendo, es bueno saberlo», y se fue a
ver el partido de baloncesto. Jane empezó a aterrorizarse. ¿H a­
bría cam biado de idea? ¿Acaso ya no la quería? Jane le acosó
alrededor de la casa durante tres horas, arengándole. Por cu l­
pa de su profunda frustración y humillación estalló en lág ri­
mas, preguntándole si pensaba dejarla. «¿Cóm o? — exclam ó
Evan— . ¿Cóm o has llegado a esa conclusión? Es la prim era
vez que me das indicación alguna de que estás dispuesta a c a ­
sarte conmigo. Yo iba a comprarte un anillo y preparar una
bonita cena romántica, pero me doy cuenta de que no me vas
a dejar hacerlo. De modo que, vale, ¿quieres casarte conm i­
go?» Jan e no podía comprender que él hubiera ignorado las
señales de que estaba decidida ni Evan podía entender por qué
la había alterado tanto que él no le hubiera contestado en el
acto.
¿Recuerdas a la niña pequeña que no se quedaba tranqui­
la hasta que se le hacía una expresión mímica? Si no consigues
la respuesta esperada, seguirá inquieta hasta concluir que ha
hecho algo malo, que la otra persona ya no la quiere o no le
gusta. A lgo parecido le ocurría a Jane. F.n vista de que Evan no
le pidió en el acto que se casara con él ni respondió a su pre­
gunta, Jan e concluyó que ya no la quería. En realidad, Evan
estaba simplemente intentando ganar tiempo para hacer las
cosas bien.
Sería interesante seguir a Evan y a Jane en el curso de los años
y ver qué recuerdo tienen de aquellos tiempos iniciales.’ 7 Lo
más probable es que la versión de él, aunque sin culpa alguna,
sea como los avances de una película. La versión de ella será la
película entera. Jane lo tomará como señal del declinante amor
de él. Cuando le exprese esa reacción a Evan, él no sabrá de
qué le está hablando. Para comprender sus diferencias hemos
de tener en cuenta que las emociones se almacenan como re­
cuerdos en el cerebro femenino.
Dibujemos por un momento un mapa que muestre las áreas
de las emociones en los cerebros de los dos se xo s.,H En el del
hombre las rutas de conexión entre las áreas serían caminos
comarcales; en el de la mujer, autopistas. Según investigadores
de la Universidad de M ichigan, las mujeres emplean ambos la­
dos del cerebro para responder a las experiencias emocionales,
mientras los hombres usan sólo un lado.39 Dichos científicos
descubrieron que las conexiones entre los centros emocionales
eran también más activas y am plias en las mujeres. En otro es­
tudio — éste de la Universidad de Stanford— , unos voluntarios
observaron imágenes emotivas mientras se escaneaban sus ce­
rebros. En las mujeres se encendieron nueve áreas cerebrales
diferentes y en los varones sólo dos.40 La investigación tam­
bién demuestra que es una característica de las mujeres recor­
dar los acontecimientos emocionales — primeras citas, vaca­
ciones o graves discusiones— más vividamente y durante más
tiempo que los hombres.4' Las mujeres sabrán lo que él dijo, lo
que comieron, si hacía frío en la calle o si llovió en su aniver­
sario, mientras que los hombres lo pueden olvidar todo excep­
to si ella estaba atractiva o no.42
Para ambos sexos la portera emocional es la amígdala, una
estructura en forma de almendra situada en el fondo del cere­
bro.43 La amígdala es algo así como el sistema interior de alar-
ina y coordinación del cerebro, que conecta con el resto de los
sistemas del cuerpo — vientre, piel, corazón, músculos, ojos,
cara, oídos y glándulas adrenales— , para precaverse ante los
estímulos emocionales que se acerquen. La primera estación
retransmisora hacia el cuerpo de la emoción de la am ígdala es
el hipotálam o. Com o un Estado M ayor, está a su cargo coor­
dinar la puesta en m archa de sistemas que elevan la presión de
la sangre, los landos cardíacos y el ritm o de la respiración,
adem ás de estimular la reacción de com bate o fuga después de
recibir informes del cuerpo. La am ígdala también alerta al có r­
tex — la sección de inform ación del cerebro— que evalúa la si­
tuación emocional, la analiza y determina cuánta atención m e­
rece. Si percibe bastante intensidad em ocional, el córtex indica
a la am ígdala que avise al cerebro consciente para que preste
atención. Ese es el momento en que somos invadidos por sen­
timientos emocionales conscientes. Antes de ese momento,
todo el proceso cerebral ocurre entre bastidores. El centro de
decisiones del cerebro u oficina ejecutiva — el córtex prefron-
tal— puede decidir cómo responder.
En parte, el m otivo de que la memoria de ella sea mejor
para los detalles emocionales es que la amígdala de una mujer
se activa más fácilmente por obra de los matices em otivos.44
C uanto más enérgica sea la reacción de la amígdala ante una
situación de estrés, sea accidente, am enaza, o suceso grato
com o una cena romántica, más detalles archivará el hipocam ­
po en el almacén de la memoria acerca de tal experiencia.45
Los científicos creen que, como las mujeres tienen un hipo­
cam po relativamente mayor, tienen recuerdos más claros de
los detalles de las experiencias emocionales, tanto gratas com o
ingratas; saben cuándo ocurrieron, quién estaba allí, qué tiem­
po hacía, cómo olía el restaurante, igual que una foto sensorial
detallada en tres dimensiones.46
Trece años después, Jane se acuerda de cada minuto del
día que ella y Evan decidieron casarse, pero a medida que
transcurrió el tiempo, Evan empezó a olvidarse de cóm o suce­
dió. Acostumbraban a reírse del episodio en todas las ocasio­
nes, pero ahora él la mira sin expresión cuando Jane recuerda
los detalles. Evan recuerda que Jane se puso mala la primera
vez que le habló de matrimonio, pero Evan no recuerda cómo
se lo pidió. N o guardó en la memoria ninguno de esos precio­
sos detalles. N o se trata de que Evan no quiera a Jan e, sino de
que sus circuitos cerebrales son incapaces de retener la infor­
mación, que no se graba en su memoria de largo plazo. Si ella
hubiera activado la amígdala de Evan con una amenaza contra
la relación o un peligro físico, el recuerdo habría quedado gra­
bado en sus circuitos, tal como está en los de ella.
Existen dos excepciones en las cuales los hombres regis­
tran emociones y conservan recuerdos detallados. Si la perso­
na con quien están tratando es abiertamente amenazadora o
violenta, un varón será capaz de leer la emoción tan deprisa
como una mujer.47 La respuesta de él a una amenaza agresiva
será tan rápida como la de ella y disparará una reacción mus­
cular casi instantánea. La atención de Evan estará dispuesta en
un instante si ella amenaza con abandonarle o con hacerle
daño. Jane me contó que, aunque no lo pensara, le había dicho
a Evan durante una discusión que no podía soportar más su
testarudez y que se marchaba. Evan quedó tan traumatizado
que le pidió que no le amenazase nunca con marcharse, a me­
nos que se lo propusiera de veras. Esta fue una discusión que
él no ha olvidado nunca.

E L C E R E B R O F E M E N IN O C O N V IV E MAL CON LA CÓLERA

Otra importante diferencia entre los cerebros masculino y feme­


nino radica en cómo procesan el enfado. Aun cuando los hom­
bres y las mujeres declaran que sienten la misma carga de ira, la
manera de expresarla y de agredir es más evidente en los varo­
nes.4* La amígdala es el centro cerebral del miedo, la cólera y la
agresividad, y es físicamente mayor en los hombres que en las
mujeres; en cambio, el centro de control de las mismas situacio­
nes — el córtex prefrontal— es relativamente mayor en las m u­
jeres.4'' Corno resultado, es más fácil apretar el botón de la có­
lera m asculina.50 La am ígdala varonil tiene también muchos
receptores de testosterona que estimulan y elevan su respuesta a
la cólera, especialmente después de los brotes de testosterona en
la pubertad. Por esta razón, los varones que cuentan con niveles
de testosterona elevados, incluyendo a los jóvenes, tienen limi­
tados fusibles para la cólera.51 Muchas mujeres que empiezan a
tomar testosterona se dan cuenta también de que sus reacciones
airadas se vuelven repentinamente más rápidas.51 A medida que
los varones envejecen, su testosterona se reduce naturalmente.
La amígdala se vuelve menos reactiva, el córtex prefrontal gana
más control y ellos no se enfurecen con tanta celeridad.53
Las mujeres tienen una relación mucho menos directa con
la ira. Crecí oyéndole decir a mi madre que la calidad y la du­
ración de un matrimonio podían medirse por la cantidad de
m ordeduras en la lengua de una mujer. Cuando una mujer «se
muerde la lengua» para evitar expresar cólera, no todo se debe
a las normas sociales; es en parte efecto de sus circuiros cere­
brales. Incluso en el caso de que una mujer quisiera expresar
su enfado sin am bages, a menudo sus circuitos cerebrales in­
tentarían bloquear esa respuesta para meditarla por miedo y
previsión de la represalia. Así pues, el cerebro femenino tiene
auténtica aversión al conflicto, instrumentada por el miedo de
encolerizar a la otra persona y perder la relación. La aversión
puede estar acom pañada por el súbito cam bio en algunas sus­
tancias neuroquímicas del cerebro, com o la serotonina, la d o ­
pamina y la norepinefrina, las cuales causan una insoportable
activación en el cerebro, casi con los mismos síntomas que un
ataque de apoplejía, cuando el enfado o sentimientos de con­
flicto aparecen en una relación.54
Acaso como reacción ante esta extrema incomodidad, el
cerebro femenino ha desarrollado una etapa adicional en el
procesamiento y evitación del conflicto y la cólera, como una
serie de circuitos que bloquean la emoción y la rumian, igual
que una vaca tiene un estómago extra que mastica su alimento
por segunda vez antes de digerirlo. Dichas áreas de dimensio­
nes más grandes en el cerebro femenino son el córtex prefron-
tal y el córtex cingulado anterior.55 Son la versión en el cerebro
femenino del estómago adicional, para rumiar el enfado. Como
vimos antes, las mujeres activan estas áreas más que los hom­
bres por el miedo de sufrir una pérdida o un dolor.56 En la vida
salvaje, la pérdida de relación con un macho protector y provee­
dor podría haber significado la ruina. La ocultación precavida
del enfado también puede haber salvado a ciertas mujeres y a
sus vástagos de las represalias de los hombres: si ella no se salía
de sus casillas, era más difícil que provocara la reacción des­
controlada de un varón con estallidos de mal genio.57
Los estudios demuestran que, cuando estalla un conflicto
o discusión en un juego, es característico de las muchachas de­
cidir dejar de jugar para evitar cualquier cam bio de palabras
violentas, mientras los chicos, generalmente, continúan jugan­
do con intensidad, luchan por una posición, compiten y discu­
ten horas y horas quién gana o quién tendrá acceso al juguete
ansiado.5* Si una mujer pierde los estribos aJ descubrir que su
marido tiene un lío o que su hijo está en peligro, su cólera es­
tallará en el acto y ella llegará hasta donde haga falta. De lo
contrario, evitará la ira o el enfrentamiento, de la misma ma­
nera que un varón evitará la emoción.
Las muchachas y las mujeres pueden no sentir siempre el
estallido inicial de cólera venido directamente de la amígdala
como lo sienten los hombres. Recuerdo cierta vez que un cole­
ga fue desleal conmigo y cuando llegué a casa se lo conté a mi
marido. Él se puso en el acto furioso contra mi colega y no po­
día comprender por qué yo no lo estaba. En vez de desencade­
nar una respuesta de acción rápida en el cerebro como ocurre
entre los varones, la ira en las muchachas y las mujeres se tras­
lada a través del sentido visceral de la mente, de la previsión de
conflicto-dolor y de los circuitos verbales del cerebro.59 Tuve
que rumiar aquel accidente durante un tiempo. Las mujeres ha­
blan en primer lugar con otras cuando se enfadan con una ter­
cera persona.(lüLos científicos suponen que, aunque una mujer
sea más lenta en actuar físicamente empujada por la cólera, una
vez que se ponen en marcha sus circuitos verbales más rápidos,
pueden desencadenar un aluvión de palabras insultantes que un
hombre no puede igualar.61 Es una característica de los hombres
usar menos palabras y tener menos fluidez verbal que las muje­
res. Por eso pueden quedar en inferioridad si tienen acalorados
intercambios de palabras con mujeres. Los circuitos cerebrales
de los hombres y sus cuerpos pueden desembocar fácilmente en
una expresión física de ira, estimulada por la frustración de no
ser capaces de ponerse a la altura de las mujeres.
Cuando veo a una pareja que no se comunica bien, el p ro ­
blema suele consistir en que los circuitos cerebrales del hom ­
bre le llevan frecuente y rápidamente a una reacción colérica
agresiva; la mujer se espanta y queda paralizada.61 Sus arcai­
cos circuitos le avisan que hay peligro, pero ella prevé que si
huye perderá a su proveedor y tendrá que defenderse sola. Si
una pareja permanece bloqueada en este conflicto de la Edad
de Piedra, no hay esperanzas de solución. A veces resulta efi­
caz ayudar a mis pacientes a entender las diferencias que hay
en los circuitos emocionales de la cólera y la seguridad en los
cerebros masculino y femenino.

ANGUSTIA Y D E P R E S IÓ N

Un día Sarah vino a mi consulta tem blando. N ick y ella se ha­


bían peleado a propósito de la mujer con quien él flirteaba en
su oficina. Sarah estaba convencida de que Nick había romea­
do delante de sus narices aquel fin de semana en una cena.
Cada vez que él cortaba la discusión y salía de la habitación,
en la mente de Sarah parecía ponerse en marcha un vídeo que
mostraba el divorcio, el reparto de bienes, la asignación de la
custodia del hijo, la escena al despedirse de la familia de él y el
traslado a otra ciudad. Ella pasaba un mal rato pensando en
todo eso, estaba alerta para la próxima confrontación y sentía
la seguridad de que su matrimonio se hundía.
N o era verdad. N ick estaba haciendo un gran esfuerzo,
pero la discusión hacía que el cerebro de Sarah sufriera un
trastorno neuroquímico agudo. Todos sus circuitos cerebrales
estaban en alerta roja. Nick parecía imperturbable, practicaba
regularmente todos los miércoles por la noche su juego prefe­
rido. N o parecía mostrarse incómodo cerca de ella en casa,
pero Sarah no podía dormir, lloraba todo el día y estaba cada
vez más deprimida. Según la realidad de Sarah, llegaba el fin
del mundo, pero Nick parecía mostrar una indiferencia total.
¿Por qué se sentía Sarah insegura y atemorizada mientras
Nick no lo estaba? Los varones y las mujeres tienen diferentes
circuitos emocionales en cuanto a seguridad y temor, subraya­
dos por nuestras particulares experiencias en la vida.61 En los
circuitos cerebrales está inserto el sentimiento de seguridad.
Las exploraciones ultrasónicas muestran que los cerebros de
las muchachas y las mujeres se activan más que los de los hom­
bres para anticipar el miedo o el dolor.64 Según una investiga­
ción hecha en Colum bia, el cerebro se entera de lo que es peli­
groso cuando se activan sus pistas del temor, y aprende lo que
es seguro cuando se encienden sus circuitos de placer-recom­
pensa/'5 Las hembras encuentran más dificultad que los m a­
chos en suprimir el miedo ante el peligro o el dolor anticipa­
dos.1' 6 Por eso Sarah alucinaba ella sola en casa.
La angustia es un estado que aparece cuando el estrés o el
miedo ponen en acción la amígdala, provocando que el cere­
bro acumule toda su atención consciente en la amenaza pre­
sente. La angustia es cuatro veces más corriente en las muje­
res.67 Una mujer con mucha tendencia al estrés tiene un dispa­
rador que le hace sentir angustia mucho antes que a un
hombre. Aunque no parezca un rasgo de adaptación, permite
a su cerebro centrarse en el peligro inminente y responder con
rapidez para proteger a sus hijos.
Desgraciadamente, esta intensa sensibilidad, tanto de las
mujeres adultas com o de las adolescentes, significa que son
casi el doble de propensas que los hombres en cuanto a sufrir
depresiones y angustias, especialmente en el curso de sus años
fértiles.6li Este inquietante fenómeno se muestra a través de las
culturas desde Europa, América del N orte y Asia, hasta O rien­
te M edio. Los psicólogos han subrayado unas explicaciones
culturales y sociales para este «bache de la depresión de géne­
ro ", pero cada vez más neurólogos están descubriendo que la
sensibilidad respecto del miedo, el estrés, los genes, el estróge-
no, la progesterona y la biología cerebral innata desempeñan
papeles importantes. Se cree que aumentan el riesgo femenino
de depresión muchas variaciones de los genes y los circuitos
cerebrales afectados por el estrógeno y la serotonina.6y El gen
C R E B - i, que está alterado en las mujeres proclives a la depre­
sión, tiene un pequeño interruptor que pone en marcha el es­
trógeno.70 Los científicos suponen que éste puede ser uno de
los mecanismos por obra de los cuales se pone en m archa la
vulnerabilidad femenina a la depresión en la pubertad, con los
brotes de progesterona y estrógeno. Los efectos del estrógeno
pueden explicar también por qué hay tres veces más mujeres
que hombres que sufren «depresiones de invierno» o trastor­
nos afectivos estacionales. Los investigadores saben que el es­
trógeno afecta al ritmo circadiano del cuerpo — el ciclo de sue­
ño y vigilia estimulado por la luz del día y la oscuridad— ,
desencadenando dichas depresiones en mujeres genéticamente
vulnerables.
Año tras año, los científicos localizan más variaciones ge­
néticas relacionadas con las depresiones que se dan en ciertas
fam ilias.71 Otro gen — llam ado transportador de serotonina o
5-H T T — parece disparar la depresión en mujeres que here­
dan determinada versión del mismo. Los científicos conjetu­
ran que esa variación genética puede contribuir a que la de­
presión sea más corriente entre las mujeres, puesto que su
disparador está accionado por amenazas y estrés grave.71 Ésa
puede haber sido la situación en el caso de Sarah, que proce­
día de una familia con una historia de depresiones registrada
sólo entre las mujeres. Com o sé por las muchas mujeres que
acuden a mi clínica, el estrés severo causado por la pérdida de
una relación suele presionar a mujeres genéticamente vulne­
rables hasta una situación límite que las hace caer en la de­
presión patológica.7- O tros eventos hormonales — el em ba­
razo, la depresión posparto, el síndrom e prem enstrual, la
perim enopausia— tam bién pueden trastornar el equilibrio
emocional femenino y, durante periodos difíciles, una mujer
puede necesitar ayuda farm acológica.74

C O N O C E R LA D1FF.RF.NCIA

A medida que los hombres y las mujeres entran en la mediana


y avanzada edad, ganan más experiencia de la vida y se sienten
más seguros; suelen contenerse menos para expresar una gama
de emociones más amplia, incluidas aquellas que habían repri­
mido durante largo tiempo; especialmente los varones. Pero
no hay que darle vueltas al hecho de que las mujeres tienen di­
ferentes percepciones emocionales, realidades, reacciones y re­
cuerdos que los hombres ni a que las diferencias basadas en los
circuiros y funciones cerebrales están en la raíz de muchos de­
sencuentros interesantes. Evan y Jane acabaron por conocer
sus respectivas realidades. Cuando ella se derrum baba lloran­
do por depresión, él trataba de descubrir si en algún aspecto
no se m ostraba poco receptivo. Cuando ella estaba cansada y
110 quería tener relaciones sexuales, él luchaba contra sus ins­
tintos y daba por válidas sus razones. Cuando él se volvía irri­
table y posesivo, ella se daba cuenta de que no había sido lo
bastante solícita sexualmente. Y a medida que llegaron a com ­
prenderse, todo estuvo dispuesto para el cambio. Todavía que­
daba por llegar un viraje importante en la realidad femenina.
Sylvia se levantó una mañana y decidió: «Se acabó. Hasta aquí
hemos llegado. Quiero el divorcio». Había llegado a la con­
vicción de que su esposo, Robert, era inasequible y egocéntri­
co. Estaba cansada de escuchar sus discursos y harta de sus
exigencias de que el program a de ella se acom odase al suyo.
Pero lo que realmente la sacó de quicio fue que, cuando estuvo
hospitalizada una semana por una obstrucción intestinal, él la
visitó sólo dos veces. En ambas ocasiones, Robert se limitó a
preguntar cosas acerca de la marcha de la casa.
Por lo menos, así es como Sylvia, mujer atractiva de pelo
oscuro, ojos azules luminosos y andar elástico, me lo contó du­
rante una sesión de terapia. Sentía que, desde los veintitantos
años, había pasado la m ayor parte de su tiempo cuidando de
personas desvalidas y pendientes sólo de sí mismas. Sylvia les
solucionaba los problemas, las apartaba del alcoholismo o de
situaciones opresivas y, a cam bio, la habían exprimido hasta
dejarla emocionalmente seca. A los cincuenta y cuatro años
era todavía muy atractiva y se sentía llena de energía. Lo que le
sorprendía sobre todo es que le parecía que se hubiera disipado
la niebla y pudiera ver últimamente cosas que no veía antes.
Los imperativos que habían pulsado las cuerdas de su corazón
para que acudiera a cuidar de otros se habían extinguido. Syl­
via estaba dispuesta a asumir ciertos riesgos y a empezar a ca­
minar en dirección a sus sueños. Se preguntó: «¿Qué hay en mi
vida que no funciona? Quiero sacarle más partido a la vida».
Durante años había cocinado, hecho la limpieza y educado a
tres hijos com o madre hogareña. Aunque deseaba trabajar, Ro-
bert se lo había impedido, negándole cualquier ayuda en la
casa. Durante veintiocho años había conducido el coche, ali­
mentado y am ado a sus hijos, vigilado que hicieran los deberes,
cenaran y que el hogar no se derrumbara. En cam bio, de re­
pente, se preguntaba por qué.
La historia de Sylvia se ha convertido en un rito predilecto
demasiado fam iliar: es el caso de la mujer menopáusica que se
desliga de rodo y de todos, y quiere empezar de nuevo, espe­
cialmente ahora que ciento cincuenta mil norteamericanas en-
rran cada mes en esa fase de la vida. Es un proceso que parece
desconcertante para la mujer premenopáusica y asom bra a
muchos m aridos. Una menopáusica se preocupa menos por
complacer a los demás y quiere complacerse a sí misma. Este
cam bio ha sido considerado com o una etapa del desarrollo
psicológico, pero está también impulsado probablemente por
una nueva realidad biológica, que tiene su base en el cerebro
femenino cuando éste emprende su último cambio hormonal
en la vida.
Si aplicásemos nuestro aparato de IR M al cerebro de Syl­
via, veríam os un paisaje completamente diferente del de pocos
años antes. La constancia en el flujo de los impulsos a través
de los circuitos cerebrales ha sustituido a los brotes y bajadas
del estrógeno y la progesterona causados por el ciclo mens­
trual. Su cerebro es una máquina más precisa y constante. N o
vemos los circuitos de respuesta rápida en la amígdala, que al­
teraban velozmente su visión del mundo justo antes del perio­
do, impulsándola algunas veces a ver tinieblas que no existían
o a interpretar com o un insulto algo que no lo era. Veríamos
que los circuitos cerebrales entre la am ígdala (procesador
emocional) y el córrex prefrontal (área del análisis y enjuicia­
miento de las emociones) son totalmente funcionales y cohe­
rentes. Ya no se sobreclectrizan fácilmente en ciertas épocas
del mes,' I.a amígdala se le sigue iluminando más que la de un
varón cuando Sylvia ve una cara amenazante o se entera de
una tragedia, pero ya no rompe a llorar con tanta facilidad.1
El promedio de edad de la menopausia es de cincuenta y
un años y medio. Se produce doce meses después del último
periodo de la mujer; doce meses después de que los ovarios ha­
yan dejado de producir las hormonas que impulsaban sus cir­
cuitos de com unicación y de em oción, afán de proveer y
cuidar; la necesidad de evitar conflictos a toda costa. Los cir­
cuitos siguen existiendo, pero el combustible para hacer fun­
cionar ese motor M asserati tan sensible, en cuanto a seguir las
emociones ajenas, ha empezado a agotarse, v esa creencia cau­
sa un importante viraje en cóm o percibe la mujer la realidad
que le rodea. Cuando desciende su nivel de cstrógeno, también
lo hace el de oxitocina.3 Está menos interesada en los matices
de las emociones, menos preocupada por mantener la concor­
dia; y le llega un flujo de dopamina menor respecto de las co­
sas que hacía antes, incluso conversar con sus amistades. Ya
no recibe la calmante recompensa de la oxitocina por proveer
y cuidar a sus hijitos y por ello está menos inclinada a mos­
trarse tan atenta a las necesidades personales de los demás.4
Esto puede ocurrir precipitadamente y el problema consiste en
que la familia de Sylvia no puede ver desde fuera cómo se rec­
tifican las normas internas de ella.
Hasta la menopausia, el cerebro de Sylvia — como el de la
mayoría de las mujeres— ha estado program ado por la delica­
da interacción de las horm onas, el contacto físico, las em ocio­
nes y los circuitos cerebrales que cuidan, remedian y ayudan
de cualquier forma a los que están a su alrededor.5 En el plano
sociable, se la ha apremiado siempre para que complazca a los
demás. La necesidad de establecer contactos, la capacidad y el
deseo altamente afinados de leer las emociones, pudieron al­
gunas veces empujarla a ayudar, incluso en casos desespera­
dos. Me contó las veces que había perseguido a su amiga M a-
rían por la ciudad, asegurándose de que no condujera cuando
estaba bebida. Sylvia pasó la m ayoría de sus años de cu a­
rentona tratando de complacer a un padre exigente, que se ha­
bía vuelto senil después de la muerte de su madre; ella se había
quedado con Robert convencida de que si mantenía la concor­
dia, todo el mundo permanecería dentro de la unidad fam iliar
encantado de la vida. Su matrimonio nunca había sido sólido.
Según me dijo, siempre había sentido la preocupación de que,
cuando los hijos eran jóvenes, si Robert y ella se separaban, a
los niños les ocurriría cualquier desastre.
Pero ahora que habían crecido y no vivían en casa, tam ­
poco estaban alim entados los circuitos que habían aportado
el fundamento de esos impulsos. Sylvia estaba cam biando de
ideas. Ahora deseaba ayudar a la gente a una escala más am ­
plia, fuera de la fam ilia. Oprah Winfrey, después de cumplir
cincuenta años, expresó poéticamente una especie de modelo a
seguir para las mujeres de mediana edad.

Me maravillo de que a esta edad esté todavía desarrollándome,


buscando cosas y saliendo de las fronteras personales para ad­
quirir más ilustración. Cuando tenía veinte años pensaba que
habría alguna edad adulta mágica a la que llegaría, acaso los
treinta y cinco, y mi «situación de adulta» sería completa. Es
gracioso cómo esta cifra fue cambiando en el curso de los años
y cómo incluso a los cuarenta, calificados por la sociedad como
edad mediana, sigo sintiendo que no era la adulta que tenía la
certeza de llegar a ser. Ahora que mis experiencias vitales han
sobrepasado cualquier ensueño o esperanza que imaginara
nunca, tengo la seguridad de que hemos de continuar transfor­
mándonos para convertirnos en lo que tenemos que ser/’

Cuando su nivel de estrógeno descendió, también lo hizo la


oxitocina, la horm ona de la conexión y el cuidado.7 En vez de
aquellas agujas que se salían de la gráfica, los impulsos emo-
dónales, proveedores y maternales de Sylvia se convirtieron en
un rum or soso y constante. Su cerebro rumia una nueva visión
del mundo que equivale a la consigna de «no hacer prisio­
neros».
Ésa ha sido la visión que en el siglo x x i proporcionan los
antiguos circuitos cerebrales femeninos. Este cam bio de la rea­
lidad en el cerebro de Sylvia es la base de su nuevo equilibrio
recién estrenado.8 Los circuitos cerebrales no cambian tanto
en el cerebro de la mujer madura, pero el vigoroso com busti­
ble — el estrógeno— , que en el pasado lo encendía y bombea­
ba, las sustancias neuroquímicas y la oxitocina se han debili­
tado. Esta verdad biológica representa un estímulo poderoso
para seguir el camino. Uno de los grandes misterios para las
mujeres de dicha edad — y para los hombres de su entorno—
es el modo en que los cam bios de las hormonas afectan a sus
pensamientos, sentimientos y la función de sus cerebros.’

PERL M E N O PA U SIA : EL A C C ID E N T A D O C O M I E N Z O

Las hormonas de la mujer han estado modificándose durante


varios años antes de que comience la menopausia. A partir de,
aproxim adamente, los cuarenta y tres años, el cerebro femeni­
no se vuelve menos sensible al estrógeno, suscitando una cas­
cada de síntomas que pueden variar de mes en mes y de año en
año, que van desde los accesos de calor y el dolor de articula­
ciones, hasta la angustia y la depresión.10 Los científicos creen
actualmente que la menopausia se dispara por efecto de este
cambio en la sensibilidad respecto del estrógeno dentro del ce­
reb ro ." El impulso sexual puede cam biar radicalmente. Des­
ciende el nivel de estrógeno y también lo hace el de testostero-
na, el potente combustible del impulso se x u a l.'1 La estabilidad
de la visión del mundo en el cerebro femenino puede conver­
tirse en inseguridad casi diaria a los cuarenta y siete o cuaren-
la y ocho años. Los veinticuatro meses anteriores a la meno­
pausia, mientras los ovarios producen cantidades erráticas de
estrógeno antes de parar por com pleto la producción, pueden
ser un cam ino accidentado para algunas m ujeres.'3
Así se sentía Sylvia a los cuarenta y siete años, cuando lla­
mó a mi clínica para pedir hora. Era la primera vez en su vida
que veía a un psiquiatra. Corría el año anterior a que su hijo
menor partiera para la universidad y ella tenía constantes alte­
raciones de humor — incluidas la irritabilidad, las explosiones
emocionales, la falta de alegría y esperanza— , que habían em­
pezado a angustiarla. «La perimenopausia es com o la adoles­
cencia, pero sin gracia», me dijo un día. Es cierto: tu cerebro
queda a merced de hormonas cam biantes, com o lo estaba en la
pubertad con toda la capacidad de reacción psicológica — ago­
tador para los nervios— , ante el estrés, las preocupaciones por
el aspecto y las reacciones emocionales desmesuradas. Sylvia
podía estar bien en un momento dado, pero bastaría un co­
mentario inoportuno de Robert para hacerle empezar a dar
portazos por toda la casa, refugiarse en el garaje y concederse
un festival de sollozos durante una hora. Sylvia ya no podía
soportarlo más y quiso que le recetase algo para tratar sus sín­
tomas. Las restantes cuestiones con Robert tendrían que espe­
rar. Por tanto, le receté estrógeno y Z o lo ft. En dos semanas
quedó asom brada de cuánto mejor se sentía. Su cerebro nece­
sitaba ayuda neuroquímica.
Para un afortunado 15 % de mujeres, la perim enopausia
— de dos a nueve años antes de la menopausia— es com o una
brisa; pero para alrededor del 30 % puede causar incom odi­
dades serias; entre el 50 y el 60 % de las mujeres experimentan
algunos síntomas perimenopáusicos, por lo menos parte del
tiempo. Por desgracia, no hay modo de saber cómo reacciona­
rás hasta que llegue el momento.
De todos modos, hay algunas señales claras cuando se ha
cruzado el umbral. Por de pronto, tus primeros sofocos son un
signo de que tu cerebro está empezando a experimentar la re­
tirada del estrógeno.'4 Tu hipotálam o, com o reacción a la dis­
minución de estrógeno, ha modificado sus células reguladoras
del calor haciéndote sentir súbitamente encendida, incluso a
temperaturas normales. Otra señal de perimenopausia es la
abreviación de tu ciclo menstrual en un día o dos, incluso an­
tes de haber experimentado los primeros sofocos. La respues­
ta del cerebro a la glucosa cambia también espectacularmente,
proporcionándote brotes y descensos bruscos de energía, ape­
tencias de dulces y carbohidratos.15 Este descenso del estróge-
no afecta a la pituitaria, restringiendo el ciclo menstrual y vo l­
viendo errático el calendario de la ovulación y la fertilidad.
Por tanto, ten cuidado: muchas mujeres acaban con un niño
sorpresa que les cambia la vida, por efecto de la crisis de la
predecibilidad de sus ciclos.
Fundé la Women’s M ood and Hormone Clinic mucho an ­
tes de encontrarme en la perimenopausia o la menopausia, por
lo cual todo lo que había experimentado era un síndrome pre­
menstrual moderadamente molesto y un hipotiroidismo pos-
parto.16 Pero cuando me encontré en la mitad del decenio de
los cuarenta años, empecé a tener unos SPM muy malos, con
alta irritabilidad y graves cambios de humor. Al principio pen­
sé que se debía al estrés de mi trabajo y a tener responsabili­
dades directas respecto de mi hijo. Sin duda, tales realidades
fueron parte de mi síndrome perimenopáusico, pero me resistí
varios años a tomar hormonas pensando: «Oh, esto no es lo
mismo que veo todos los días en mis pacientes». ¡Cuánto me
equivocaba! A los cuarenta y siete años me encontraba en ple­
na perimenopausia. N o podía dormir bien, me despertaba tan
acalorada que a menudo tenía que cam biarme el camisón. Por
la mañana me sentía fatal: fatigada, irritable y a punto de llo­
rar por todo. Después de dos semanas de tomar estrógeno y
Z o loft me sentí milagrosamente igual que antes.
D ado que el estrógeno afecta también los niveles cerebrales
de serotonina, dopamina, norepinefrina y acetilcolina — neuro-
transmisores que controlan el humor y la memoria— no es de
sorprender que cambios notables del nivel de estrógeno influ­
yan en una amplia variedad de funciones cerebrales. En este
1
punto es donde medicamentos com o el Zoloft y otros RSS (in­
hibidores de la recaptación selectiva de la serotonina) pueden
ser eficaces, porque propulsan estos neurotransmisores en el ce­
rebro. H ay estudios que demuestran que las mujeres perimeno-
pátísicas dan cuenta de más síntomas de todas clases a sus mé­
dicos — desde el talante deprimido y los problemas de sueño,
hasta los lapsus de memoria e irritabilidad— , que las mujeres
que han pasado la m enopausia.'7 También puede ser un aspec­
to significativo el interés por el sexo o la falta de él. Jun to con
el descenso del estrógeno, la testosterona — combustible del
amor— también puede derrumbarse en esta ép o ca.'8

LA Ú LT IM A (¡IN O C R IS IS DF. LA M U J E R

M arilyn y su m arido Steve acudieron a mi consulta cuando


éste estaba a punto de volverse loco porque la mujer le recha­
zaba sexualmente. «N o me deja ya ni tocarla», declaró. M a ­
rilyn me dijo: «El sexo me gustaba mucho y me agradaría vol­
ver a sentir eso, pero cada vez que me toca o le veo aquella
mirada en sus ojos, me resulta... me resulta... irritante sin más.
N o es que no le quiera, porque sí le quiero». Los maridos pue­
den sentirse perplejos; las horm onas de un hombre 110 cam ­
bian de repente, aunque irán decreciendo y, gradualmente,
también él tendrá menos apetencias sexuales. Sin em bargo, su
cerebro no atravesará los repentinos descensos de horm onas
que sufre una mujer.
Fue buena idea que vinieran a verme, puesto que el suyo
era un problema biológico que se estaba convirtiendo rápida­
mente en conyugal. Muchas mujeres experimentan una dism i­
nución de la libido, pero sospeché que la situación perimeno-
páusica de M arilyn era un poco más extremada de lo nor­
m al.'9 M edí su testosterona y encontré que apenas tenía.10
¿Podría ser ésa la causa de su rechazo de Steve? M arilyn deci­
dió aclararlo probando la testosterona, y por ello le receté el
parche y ella se lo aplicó aquel mismo día.1 '
Aun cuando la reacción sexual cambia mucho durante es­
tos años de hormonas erráticas, el 50 % de las mujeres de
cuarenta y dos a cincuenta y dos años pierden interés por el
sexo, son más difíciles de excitar y ven que sus orgasm os son
muchos menos frecuentes e intensos/1 En la edad de la meno­
pausia las mujeres han perdido también hasta el 60 % de la
testosterona que tenían a los veinte añ o s.1 -’ Actualmente dis­
ponemos de muchas form as de sustitución de la testosterona
como parches, píldoras y geles.14
Cuando saludé a M arilyn y Steve en la sala de espera dos
semanas más tarde, Steve levantó los dos pulgares. M arilyn
dijo que en el transcurso de una semana había empezado a
sentirse menos angustiada por las proposiciones sexuales de él,
y que a la siguiente semana incluso pensó en tomar ella la ini­
ciativa. Pero no lo hizo. Sus circuitos cerebrales del deseo se­
xual habían vuelto a encenderse por efecto de un poco de com ­
bustible hormonal poderoso. O lo empleas o lo pierdes, es una
norma que vale para todo, incluidos la memoria y el sexo. El
cerebro de debajo de la cintura se oxida si no se usa.
N o todas las mujeres perimenopáusicas o posmenopáusi-
cas pierden la testosterona o el interés sexu al.15 En realidad,
«el entusiasmo posmenopáusico» es una expresión acuñada
por la antropóloga M argaret M ead. Es lina época en que ya no
hemos de preocuparnos del control de la natalidad, el síndro­
me premenstrual, los calam bres dolorosos u otros inconve­
nientes ginecológicos mensuales. Es una etapa de la vida libre
de muchos agobios y llena de posibilidades m aravillosas. Se­
guimos siendo lo bastante jóvenes para vivir la vida en toda su
plenitud y disfrutar de Jas muchas cosas buenas que la natura­
leza nos ha otorgado. Numerosas mujeres experimentan un re­
novado entusiasmo vital, incluso un deseo sexual rejuvenecido
y buscan aventuras divertidas o nuevos comienzos. Es com o
volver a vivir provistas de mejores normas. Para aquellas que
no cuenten con ese entusiasmo, el parche de testosterona pue­
de encenderlo.
En la época en que Sylvia decidió consultarme de nuevo, a
propósito de querer divorciarse de Robert — después de que él
la visitara poco en el hospital— había atravesado los últimos
capítulos de la perimenopausia y dejado de tomar estrógeno y
Z oloft. Me contó entonces que sentía como si se hubiera alza­
do un velo en su cerebro en cuanto se acabaron los ciclos mens­
truales. Siempre había sufrido mucho por el SPM y, ahora que
se había terminado, le parecía que su visión se había vuelto más
clara respecto de lo que quería hacer con su vida y lo que ya no
quería seguir haciendo. Le dijo a Robert que, aunque le seguía
respetando, se había aburrido de sus exigencias de que ella con­
tinuara cuidando las necesidades de su agenda y de mantener
su amplia vivienda. Se había acabado la impronta mensual en
sus circuitos cerebrales de los brotes de estrógeno y oxitocina,
que aseguraban su dedicación a las necesidades de otro. Desde
luego, Sylvia mantenía un profundo am or por sus hijos, pero ya
no contaba con su presencia física, con sus abrazos estimulan­
tes de la oxitocina ni con sus aportes de estrógeno que dispara­
ban sus circuitos de la tutela y las conductas correspondientes.
Naturalmente, podía seguir cumpliendo estas obligaciones,
pero ya 110 se sentía llamada a hacerlo. Sylvia se volvió hacia
Robert y le dijo: «Eres adulto y yo ya he terminado de educar
niños. Ahora me toca vivir mi vida».
Cuando sus hijos volvían a casa durante las vacaciones de
la universidad, Sylvia expresó que realmente gozaba viéndolos
y tomando parte en sus vidas, pero que estaba aburrida de que
siguieran esperando que ella les recogiera las cosas, les guisara
y les lavara la ropa. Sus hijos incluso protestaban por el modo
en que ella ponía su ropa en la lavadora o la secadora y por­
que luego no les emparejaba los calcetines. Sylvia se rió pero,
por primera vez en la vida según dijo, les disparó una réplica:
«Cuidad vosotros mismos de vuestra maldita ropa. ¡Ya es hora
de que crezcáis!».
El cerebro de mamá estaba empezando a desenchufarse.
Cuando una mujer ha puesto en marcha a todos sus hijos, sus
antiguos circuitos maternales se aflojan y puede desconectar
en el cerebro algunos de los contactos de su sistema de segui­
miento de los hijos. Cuando se corta el cordón umbilical, al
marcharse los hijos de casa, los circuitos del cerebro de mamá
quedan finalmente libres para dedicarse a nuevas tareas, nue­
vos pensamientos, nuevas ideas. M uchas mujeres, sin em bar­
go, pueden sentirse desesperadamente tristes y desorientadas
cuando sus hijos abandonan el hogar por primera vez. Estos
circuitos que evolucionaron durante millones de años en nues­
tras antepasadas, alimentados por el estrógeno y reforzados
por la oxitocina y la dopam ina, están ahora libres/"
Esta época de la vida no es tan áspera para muchas muje­
res com o lo fue para Sylvia. Lynn había estado unida en pro­
fundo y am oroso matrimonio con Don durante más de treinta
años, en la época en que sus hijos estaban en la universidad.
Lynn y Don empezaron a viajar a los lugares que siempre ha­
bían querido conocer. Sentían la satisfacción de haber educado
a dos hijos maravillosos y cabales. Lynn había disfrutado sien­
do madre pero descubrió que, después de unos cuantos meses
de sentir el corazón en un puño, cuando los hijos se fueron a la
universidad, le empezaba a gustar no tener que ocuparse de la
rutina matinal de lograr que los chicos salieran por la puerta.
Lynn era una afortunada y apreciada administradora en la
universidad. Don era ingeniero en una industria privada.
Cuanto más tiempo pasaban juntos, más florecía su relación.
Crearon años de amor y confianza mutuos para ayudarse en
esa transición vital y establecer nuevas normas para el cam ino
11111* faltaba.
La transición de la mitad de la vida no fue ni mucho me­
nos tan plácida para Sylvia. En nuestra siguiente sesión decidió
estudiar para graduarse y empezar a trabajar dos veces por se­
mana en una clínica de salud mental. Sus hijos se mostraban
un poco inquietos por estos nuevos afanes. La más joven se­
guía adelante y se adaptaba a la vida de la universidad. N o ne­
cesitaba a su madre tanto como antes, pero así y todo se que­
dó sorprendida y un poco ofendida cuando telefoneó a Sylvia
y todo lo que su madre quería contarle era a propósito de sus
nuevos proyectos y planes para volver también a estudiar. Syl­
via me contó que a ella misma le chocó no estar ya angustiada
ni interesarse por saber cómo le iba a la hija. Se sentía sor­
prendida ante su reacción ligeramente distante.
¿Qué estaba ocurriendo en su cerebro? N o se trata sólo de
que hubiera desaparecido el estrógeno y la oxitocina hubiera
disminuido: también se habían extinguido las sensaciones físi­
cas de tener que cuidar a los niños y tocarlos. Dichas sensacio­
nes, junto con el estrógeno, ayudan a reforzar los circuitos de la
crianza y aportan oxitocina al cerebro. Este proceso empieza
para la m ayoría de las madres durante la adolescencia de sus
hijos, cuando éstos se resisten a ser abrazados, besados o toca­
dos. Por esa razón, cuando se van del nido, las madres se han
acostumbrado a menos cuidado físico cercano y personal. Un
experimento sobre la conducta maternal en las ratas com probó
que se requiere el contacto físico para mantener los circuitos ce­
rebrales correspondientes a la conducta maternal activa. Los
científicos insensibilizaron el tórax, el abdomen y el área de los
pezones de unas ratas. Las madres podían ver, oler y oír a sus
crías, pero no podían sentirlas bullendo alrededor. Resultó que
los comportamientos maternales y de vinculación quedaron
gravemente perjudicados. Las madres no controlaban, lamían
ni criaban a sus cachorros en la form a en que lo haría una m a­
dre rata normal. Aunque sus circuitos cerebrales estaban orga­
nizados y dotados hormonalmente para las conductas mater­
nales y tutelares, el carecer de la retroalimentación de la sensa­
ción táctil, las conexiones del cerebro de las madres ratas para
el comportamiento típico de la crianza no se desarrollaban y, en
consecuencia, morían muchas de sus crías.17
Las madres humanas usan también esa retroalimentación
física para activar y mantener los circuitos cerebrales provee­
dores y tutelares. El contacto normal de vivir en la misma casa
proporciona ya bastantes sensaciones para mantener las con­
ductas citadas respecto de los hijos, aunque estén crecidos. Sin
embargo, una vez que dejan la casa, ya es otra historia. Si la
madre está menopáusica, las hormonas que construyeron, do­
taron y mantuvieron aquellos circuitos cerebrales desaparecen.
Este cambio no significa que los circuitos cerebrales del
cuidado hayan desaparecido para siempre. Cuatro de cada
cinco mujeres de más de cincuenta años dicen que es im por­
tante para ellas disponer de un trabajo en que puedan ayudar
a los dem ás.ifi Aun cuando el impulso inicial para muchas me-
nopáusicas parezca consistir en empezar a hacer algo en favor
de ellas mismas, la renovación que viene luego las lleva a ayu ­
dar a otros. Los circuitos del cuidado pueden renovarse fácil­
mente. Si una mujer de más de cincuenta años llega a ser ma­
dre de un nuevo bebé, el contacto físico diario hará que
aquellos circuitos resuciten en su cerebro, com o podría con­
tarte una de mis colegas después de adoptar a una niña china
cuando tenía cincuenta y cinco años. Así pues, los circuitos
permanecen y pueden ser encendidos de nuevo. En cuanto al
cerebro maternal se refiere, no se agota hasta el final.
Sin embargo, para Sylvia ésa fue una época dorada. En su
concepción del mundo, se sintió libre por fin para seguir a su
flautista de Hamelxn privado. Sylvia había emprendido sus
propios proyectos. Por obra de sus nuevas clases se había con­
vencido de que los problemas de conducta de los adolescentes
i Hiu n sus raíces en la educación prim aria y se había apasiona­
do por lograr mejoras en la manera en que los padres y los maes-
iios tratan a los escolares primarios. Com o parte de sus que-
li.iceres para conseguir un máster en trabajo social, se im plicó
n i enseñar a los profesores de prim aria dentro del sistema lo-
il de escuelas. M e contó que había vuelto también a los cul-
ios de la iglesia en la que creció y que estaba construyéndose
un estudio en el garaje para volver a pintar, actividad que ha­
bía dejado cuando se casó con Robert. En una de nuestras se­
siones casi se echa a llorar, a cuenta de la felicidad que le p ro ­
porcionaba su nueva vida. Sentía que estaba cam biando el
inundo, lo cual creaba un contraste directo con las discusiones
«.ada vez más acalorad as que em pezaban por la noche en el
momento en que Robert cruzaba la puerta.

¿ q u ién ks u s t e d y q u é h a h e c h o df , m i m u j e r ?

Al cabo de poco, Sylvia y Robert vinieron a verme juntos para


otra sesión de pareja. Las cuestiones pendientes entre am bos
habían llegado finalmente a un momento decisivo. Robert no
podía dar crédito a lo que oía. Por ejemplo: «Hazte tu maldita
cena o sal tú solo a buscarla. Por fin no tengo hambre. Ahora
lo estoy pasando bien pintando y no tengo ganas de dejar de
hacerlo». El m arido contó que Sylvia le había dado un chasco
en una fiesta dos noches antes, cuando ella hizo una indicación
acerca de invertir en ciertos valores y él le respondió que se
mantuviera fuera del debate, porque no sabía de qué estaba
hablando. Robert dijo que, después de todo, era él quien leía
Barron’s. «Vale, sigue leyéndolo — dijo ella— , y sigue perdien­
do dinero. ¿Has visto últimamente mi cartera? He ganado tres
veces más que tú, de modo que deja de humillarme.» Todo lo
que Robert decía parecía molestarla. Sylvia anunció que se
marchaba.
Cuando era más joven, había hecho todo lo posible para
evitar choques con su m arido, aunque estuviera fu r io s a ,¿ T e
acuerdas de la grabación que se pone en marcha durante la
adolescencia cuando el estrógeno gradúa las emociones y los
circuitos de comunicación, aquella que hace que una mujer se
aterre ante cualquier conflicto como si fuera una amenaza
contra la relación? Dicha grabación no deja de funcionar has­
ta que una mujer la cancela conscientemente, se le corta el su­
ministro de hormonas que la alimenta, o am bas cosas, que era
lo que ocurría entonces. Toda su vida Sylvia se había enorgu­
llecido de ser tierna, tolerante y de estar dispuesta a dejar que
su m arido ganase, especialmente cuando volvía a casa agotado
y nervioso por cidpa del trabajo. La empatia de Sylvia por R o ­
bert era efectiva. Ella guardaba la paz com o le inducía a hacer
su cerebro de la Edad de Piedra, para mantener unida a la fa ­
milia. Tener marido es buena cosa. Casadas estamos m ejor
protegidas. Tales eran los mensajes que la privaban de meterse
en conflictos. Si Robert se olvidaba de su aniversario, ella se
mordía la lengua. Si él se ponía verbalmente ofensivo después
de un largo día de trabajo, ella miraba fijamente el guiso que
estaba cocinando y no contestaba.
Pero en cuanto Sylvia llegó a la menopausia, desaparecie­
ron los filtros, aumentó su irritabilidad y su ira ya no se diri­
gió hacia aquel «estómago» suplementario para rumiar, antes
de exteriorizarse. Su ratio entre la testosterona y el estrógeno
estaba cam biando y las pistas de su cólera iban pareciéndose
más a las de un hom bre.30 Los efectos tranquilizantes de la
progesterona y la oxitocina no estaban actuando para enfriar
la cólera. Aquella pareja no había aprendido nunca a digerir ni
a resolver sus desacuerdos. En esos momentos Sylvia se en­
frentaba con Robert con regularidad aireando decenios de fu­
ria contenida.
En la siguiente sesión, quedó claro que no toda la culpa
era de Robert. Él estaba atravesando sus propios cambios vi-
u le s, más modestos, pero Sylvia seguía queriendo marcharse.
Ninguno de los dos se daba cuenta todavía de la cambiante rea­
lidad de su cerebro, la cual iba m odificando las norm as no
solo de las discusiones sino de cada una de las interacciones de
mi relación.3' Algunos estudios demuestran que las mujeres
que son infelices en el matrimonio dan cuenta de más actitudes
y enfermedades negativas durante los años de la m enopausia.31
Por eso, cuando se alza el velo hormonal y los hijos dejan la
casa, las mujeres se sienten a menudo más desdichadas de lo
que antes eran capaces de percibir. A menudo todas las des­
gracias son achacadas al marido. Sin duda, Sylvia tenía quejas
legítimas a propósito de Robert, pero la causa principal de su
infelicidad seguía sin estar clara.
A la semana siguiente me contó que su hija le había dicho:
«M am á, te com portas de modo raro y papá se está asustando.
Dice que no eres la mujer con quien ha estado casado cerca de
treinta años y que tiene miedo de que hagas alguna locura
com o coger todo el dinero y escaparte». Sylvia no estaba loca
y no iba a desaparecer con sus ahorros, pero era cierto que no
era la misma mujer. Me dijo que su marido cierta vez le gritó:
«¿Qué has hecho tú de mi esposa?». Una abultada cantidad de
sus circuitos cerebrales se había cerrado de repente y, con la
misma inminencia, Sylvia había cam biado las normas de la re­
lación conyugal.’ 3 Com o suele pasar en tales situaciones, nadie
había inform ado a Robert.
Se cree habitualmente que los hombres dejan a sus añosas,
gordinflonas y posmenopáusicas esposas para irse con mujeres
fértiles, más jóvenes y delgadas. N ada más lejos de la verdad.
Las estadísticas muestran que más del 65 % de los divorcios,
después de los cincuenta años, son iniciados por las mujeres.34
Sospecho que muchos de dichos divorcios provienen de la vi­
sión del mundo, drásticamente alterada, que tienen las mujeres
posmenopáusicas. (Pero según he visto en mi consulta podría
deberse también a que están cansadas de enfrentarse a dificul­
tades y de aguantar a maridos infieles; que han estado espe­
rando el día en que los hijos abandonen el hogar.) Aquellas co­
sas que habían sido importantes para las mujeres — la cone­
xión social, la aprobación, los hijos y el hecho de estar seguras
de que la familia permanecía unida— dejan de ser la preocu­
pación primordial de su mente. La cambiante química del ce­
rebro femenino es la causa de la modificación de la visión del
mundo que se registra en sus vidas.
En cualquiera de las ocasiones en que las hormonas osci­
lan y coartan nuestra realidad, es importante examinar los im­
pulsos y asegurarse de que son auténticos y no inducidos por
las horm onas. En la misma forma en que los descensos de es­
trógeno y progesterona antes del periodo te pueden hacer creer
que estás gorda, fea y eres insignificante, la ausencia de las
hormonas reproductivas te puede hacer pensar que tu marido
es la causa de todas tus penas. Quizá lo sea y quizá no. Tal
como Sylvia aprendió durante nuestros com entarios, si entien­
des algunas de las razones biológicas para tus cambiantes sen­
timientos y visión del mundo, tal vez puedas aprender a co­
mentarlo con él y él podrá simplemente cambiar. Se trata de un
largo proceso de educación, que es mejor empezar antes de
que acontezca el «cambio».

¿ Q U I É N UAC1I LA CUNA?

En nuestra sesión posterior a mis vacaciones de agosto, Sylvia


me dijo que, a pesar de todo, quería divorciarse. En realidad,
se había empezado a m udar de casa durante el mes que estuve
fuera. Sus amigos incluso habían comenzado a ponerla en con­
tacto con otros hombres. N o pasó mucho tiempo antes de que
se sintiera tan aburrida con ellos como estaba con Robert. Syl­
via descubrió pronto que los hombres m ayores andaban bus­
cando una enfermera adinerada, alguien que tuviera su propio
i'.m unonio y cuidara de ellos durante el resto de sus vidas. Eso
li resultaba un tanto chocante: era lo mismo que ella había
buscado en un hombre cuando era joven. En aquella época ella
quería a alguien que la cuidara y aportara sus propios fondos.
I ambién estaba presta a cuidarlo a él y a los hijos. En cam bio,
i esas alturas ni se le pasaba por la cabeza.
Sylvia seguía con esperanzas de encontrar el «hombre per-
livto» para envejecer junto a él; un compañero com o ella, un
alma gemela, alguien con quien poder hablar y com partir las
alegrías de la vida, pero sin hacerse cargo de él, cocinar, lavar
ni limpiar, como muchos de los hombres con los que salía es­
peraban de sus ex esposas. Com o decía, no tenía ningunas ga­
nas de hacer de enfermera ni tam poco quería que nadie le
robara la cartera. «Si no es a s í — decía— , en este mom ento
prefiero estar sola.» Después de todo, tenía cantidad de am i­
bos sinceros que la hacían feliz. Sylvia anhelaba una existencia
mucho menos estresada psicológicamente que la que había su-
Irido hasta entonces, siempre discutiendo con Robert.35
La disminución de las ganas de ocuparse de nadie ni de
criar a nadie después de la menopausia puede no resultar un
alivio para todas las mujeres. La investigación tiene que e x a ­
minar todavía los efectos de un nivel bajo de oxitocina que
provoca el descenso del estrógeno y puede conducir a ciertos
cam bios reales de conducta. Sin embargo, la m ayoría de las
mujeres sólo tienen una idea vaga de esos cam bios; si es que la
tienen. M arcia, de sesenta y un años, me confesó, por ejemplo,
que se sentía mucho menos preocupada por los problemas y
necesidades de su familia, amigos e hijos, menos inclinada a
cuidarlos. N adie se había quejado de este descenso de sus des­
velos, aun cuando a su esposo le sorprendía tener que prepa­
rarse muchas veces la cena. En gran parte, era algo que la
misma M arcia observaba. N o se interesaba realm ente por
la independencia em ocional recién descubierta: gastaba más
tiempo en placeres individuales, com o la investigación genea­
lógica, que le encantaba. N o había tenido un periodo mens­
trual en más de cuatro años, pero su sequedad vaginal, sus
continuos sudores nocturnos y el sueño interrumpido la ha­
bían llevado a empezar a tratarse con píldoras de estrógeno.
Tres meses después de empezar la terapia de estrógeno, retor­
naron los instintos nutricios de M arcia.’6 N o se dio cuenta de
cuán drásticamente habían cambiado en los cuatro años ante­
riores, hasta que dichos instintos volvieron a invadirla. M arcía
me contó que estaba asom brada de que una pildorita le pudie­
ra hacerla sentir como antes, con una personalidad que sólo
vagamente reconocía haber perdido. La terapia de estrógeno
pudo haber estimulado su cerebro para volver a producir ni­
veles más elevados de oxitocina, poniendo en marcha formas
familiares y filiales de conducta para alivio de su marido.

La última vez que una mujer tuvo una respuesta permanente


de estrés, por efecto de hormonas constantemente bajas, fue en
la pausa juvenil o durante los meses de em barazo, cuando las
células pulsantes del hipotálam o están cerradas y se mantiene
baja la reacción al estrés.37 Después de diez años sin hormo­
nas, una de mis pacientes posmenopáusicas me refirió que,
aun cuando su impulso sexual estaba en crisis, su marido y ella
habían dejado de pelearse cuando iban de viaje. Solía ocurrir
que viajar la estresaba pero, de repente, empezó a disfrutar
cada minuto de tener que levantarse temprano para tomar un
avión y dirigirse a un lugar desconocido. Hasta le gustaba ha­
cer las maletas y, a medida que el estrés fue desapareciendo,
sus discusiones de viaje se extinguieron.
Por lo que toca a Sylvia, poco después de que se marchara
de casa, se dio cuenta de que cesaban sus variaciones de humor
y su irritabilidad. M e contó que su trabajo con maestros de
parvulario y padres le había permitido convertirse en la perso­
na que quería ser. Empezó a prepararse para las noches que pa-
saria sola, viendo películas antiguas, tomando largos baños de
espuma y trabajando hasta altas horas en su nuevo estudio. Si
llamaban los hijos, siempre le alegraba charlar con ellos, pero
descubrió que no se involucraba tanto para ayudarles a resol­
ver sus problemas, que no se alteraba ni les daba inacabables
consejos. Al principio pensó que la razón de que su mal humor
e irritabilidad hubieran disminuido consistía en que había qui­
tado de su vida el mayor de sus problemas: su desgraciado ma­
trimonio. Se dio cuenta también, empero, de que sus sofocos
casi habían desaparecido y de que de nuevo dormía bien.
Cuando volvió a consultarme seis meses después de haber
dejado a Robert, le pregunté con prudencia si todo consistía en
que su marido estuviera fuera de su casa; si no podía ocurrir
que ella se hubiera situado en un nuevo estado hormonal den­
tro del cual su humor era más constante. Sylvia mencionó tam­
bién que se sentía menos irritable y, durante la visita, llegó a
quejarse de estar sola y no tener a nadie con quien comentar
los acaeceres de las vidas de sus hijos y la suya propia. Le su­
gerí que quizás estuviera echando en falta la com pañía de R o ­
bert y que, si volvían a pasar tiempo juntos y negociaban nue­
vas normas, acaso se daría cuenta de que su relación resultaba
más equilibrada.

S Ó L O LS C U E ST IÓ N DL E M P E Z A R

En la menopausia le falta mucho tiempo al cerebro de la mujer


para que llegue la hora de retirarse. En realidad, muchas de las
vidas femeninas apenas están llegando a la cima. Es una época
intelectualmente eufonzante en que ha disminuido la carga de
cuidar de los hijos y la preocupación del cerebro maternal. La
contribución del trabajo a la personalidad, la identidad y la rea­
lización de una mujer vuelve a resultar tan importante como
antes fuera que la dominara el cerebro maternal. Cuando Syl-
vía se enteró de que había sido admitida en un máster en tra­
bajo social, se dio cuenta de que era uno de los días más felices
de su vida. N o había tenido semejante sensación de éxito desde
que se había graduado, casado o tenido hijos.3*
En realidad, el trabajo y los logros personales pueden ser
trascendentales para que lina mujer sienta bienestar durante
esta transición de la vida. H ay estudios que han demostrado
que ciertas mujeres, en un gran momento de su carrera dentro
de esta etapa de la vida, consideraban que su trabajo era más
importante para su identidad que las mujeres limitadas a man­
tener su carrera o verla desvanecerse. Adem ás, las mujeres que
se hallaban en etapas relevantes de su carrera puntuaban me­
jor en satisfacción, independencia y rendimiento efectivo a los
cincuenta o sesenta años y sentían que su salud física era me­
jor que la de otras m ujeres.39 Después de la menopausia queda
mucho por vivir y asumir un trabajo con apasionamiento, sea
el que sea, permite claramente a una mujer sentirse revitaliza-
da y realizada.

D É JA M E TRAN Q UIL A YA

Edith me pidió hora de visita cuando su m arido, psiquiatra, es­


taba liquidando su consulta con el propósito de jubilarse. Aun
cuando tenían una buena relación la m ayoría del tiempo, lo
único que ella preveía era que él estaría constantemente inva­
diendo su espacio y solicitándole que le prestara servicio vein­
ticuatro horas diarias. Su desazón ante semejante idea le había
causado insomnios; y resultó que Edith tenía razón. Apenas él
llegaba a casa empezaba a preguntar: «¿Dónde está el almuer­
zo? ¿Has com prado mi salami? ¿Quién ha tocado mis herra­
mientas? ¿Es que no vas a lavar los platos? Llevan una hora en
el fregadero». Si no había ido a com prar porque estaba ocu­
pada, preguntaba: «¿O cupada, con qué?». Edith había estado
ayudando a la anciana amiga de su madre en las tareas do­
mésticas. H abía cuidado a sus nietos los martes. Tenía una
partida regular de bridge, citas para el almuerzo y asistía a un
club de lectura. Estaba ocupada trabajando en cosas que le
importaban. Le gustaba su libertad. Su marido estaba atónito
porque m ostrara tan poco interés en él y tuviera tanta vida
propia por vivir.
Este cam bio de conducta es el más común que se ve en mu-
jcres de sesenta y cinco o más años. Com o Edith, acuden a mi
consulta deprim idas, angustiadas c incapaces de dormir. Pron­
to descubro que los maridos se han jubilado el año anterior.
Ellas se sienten objeto de conflictos, irritadas y arrancadas de
sus trabajos y actividades.40 N o quieren vivir de este modo el
resto de sus días. Ese temor a perder la libertad puede sobre­
venir, aunque la relación matrimonial sea básicamente buena.
De alguna manera, muchas mujeres sienten que no pueden re­
negociar un contrato matrimonial que no está escrito. «C laro
que puedes — les digo— . Tu vida depende de ello.»
Semanas más tarde, después de que Edith y su marido hu­
bieran pasado un mes de vacaciones, volvió a visitarme. Con
gesto de com placencia en la cara dijo: «¡M isión cum plida! Él
ha accedido a no estar siempre dándome la lata». LTabían re­
negociado las norm as que regirían la siguiente fase de su vida.

LAS H O R M O N A S D E L CERliBKO F E M E N IN O D tS PU F.S


DE LA M EN OPAUSIA

Las hormonas del cerebro forman parte de lo que nos hace


mujeres. Son los combustibles que activan nuestros circuitos
cerebrales específicos del sexo, que derivan en conducta y ha­
bilidades típicas de las mujeres. ¿Qué ocurre en nuestros cere­
bros femeninos en la menopausia cuando perdemos ese com ­
bustible hormonal? Las células cerebrales, los circuitos y las
sustancias químicas neurológicas que se han fundamentado en
el estrógeno se reducen.4' En Canadá, la investigadora Barbara
Sherwin descubrió que las mujeres que, después de extirparles
los ovarios, seguían la terapia estrogénica sustitutiva, conser­
vaban la función memorística que tenían antes; en cam bio, las
mujeres que no recibían tratamiento sustitutivo después de la
extirpación iban perdiendo la memoria verbal, a menos que
pronto se les diera estrógeno. Esa terapia restauraba su memo­
ria hasta alcanzar niveles premenopáusicos, pero sólo en los
casos en que se comenzase inmediatamente o poco después de
la operación.41 Parece que existe un breve intervalo en que el
estrógeno proporciona los máximos beneficios protectores al
cerebro.
El estrógeno puede tener un efecto protector en muchos
aspectos del funcionamiento del cerebro, incluso sobre las mi-
tocondrias — centros energéticos de las células— , especial­
mente las que hay en los vasos sanguíneos del cerebro. Los
investigadores de la Universidad de California, en Trvine, des­
cubrieron que el tratamiento de estrógeno aumentaba la efi­
ciencia de dichas mitocondrias, explicando acaso por qué las
mujeres premenopáusicas tienen menos porcentaje de ataques
de apoplejía que los hombres de su edad.43 El estrógeno puede
ayudar a que la sangre del cerebro siga fluyendo vigorosam en­
te durante los años de la ancianidad. En Yale, por ejemplo, los
investigadores trataron a mujeres posmenopáusicas con estró­
geno o un placebo durante veintiún días y luego escanearon
sus cerebros mientras ellas efectuaban tareas de memoria. Las
mujeres que recibían estrógeno mostraban form as cerebrales
características de sujetos más jóvenes, mientras que las que no
lo recibían tenían características de mujeres mucho más vie­
jas.44 incluso hubo otro estudio del volumen cerebral en muje­
res posmenopáusicas que sugirió que el estrógeno protege par­
tes específicas del cerebro. En las mujeres que lo tomaron se
notó menos encogimiento en las áreas cerebrales correspon-
«Ilentes a la toma de decisiones, el juicio, la concentración, el
procesamiento verbal, las aptitudes de escucha y el procesa­
miento em ocional.45
1
L efecto protector que el estrógeno resulta tener en el fun-
. ionamiento del cerebro femenino constituye una razón por la
i nal los científicos están reconsiderando cuidadosamente los
resultados del Womens’ Health Initiafive, un estudio que seña­
lo que las mujeres que no empezaban a tomar estrógeno hasta
frece años después de la menopausia no obtenían los efectos
protectores del cerebro.4'’ Los científicos han dem ostrado que
un bache de cinco o seis años después de la menopausia sin es­
trógeno hace que se desvanezca probablemente la oportunidad
de aprovechar los efectos preventivos del mismo sobre el cora­
zón, el cerebro y los vasos sanguíneos.47 Un tratamiento tem­
prano con estrógeno puede ser especialmente importante tam ­
bién para la protección del funcionamiento cerebral.48
M uchas mujeres se han sentido confusas y defraudadas
por el hecho de que hace pocos años los médicos les dijeran
una cosa acerca de la terapia hormonal sustitutiva (THS) — de­
nominada actualmente T H — y ahora les digan lo contrario,
tlindándose en los resultados del W omens’ Health Institute
(WHI). Yo misma — tanto en calidad de médica, com o de mu-
jer posmenopáusica— he sido presa de este aprieto. Cóm o y
cuando empezar la T H y cuándo suspenderla, si es que hay
que suspenderla, siguen siendo cuestiones candentes tanto
para los pacientes com o para los médicos. Sin em bargo, hasta
que nuevos estudios aclaren el tema, cada paciente debe en­
contrar su propio cam ino, con un tratamiento apropiado que
incluya exámenes regulares de médicos especialistas en terapia
hormonal sustitutiva, dieta, horm onas, ejercicios y otras acti­
vidades.4^ Actualmente sostengo un intercambio completo de
informaciones con cada una de mis pacientes m enopáusicas
acerca de su genética familiar, estilo de vida, síntomas, proble­
mas de salud, riesgos y beneficios de la TH .
A pesar de las tormentas de la menopausia y de sus ajustes
hormonales, cuando envejecen, la mayoría de las mujeres per­
manecen notablemente vigorosas, lúcidas y capaces, incluso
sin la aportación de estrógeno. N o todas las mujeres necesitan
o quieren terapia hormonal; el proceso natural de envejeci­
miento no empieza a afectar al funcionamiento del cerebro fe­
menino hasta decenios después de la menopausia. Los cere­
bros de los hombres y las mujeres envejecen de modo diferente
y los primeros pierden más en el córtex que las mujeres.50
Aun cuando el cuerpo y el cerebro de cada mujer reaccio­
nan do modo distinto en los años siguientes a la menopausia,
para muchas ésa es una época de creciente libertad y control
sobre su vida. Es menos probable que nos confundamos o ac­
tuemos por impulsos. Nuestra supervivencia probablemente
ya no dependerá del chequeo periódico y no importa tanto
preocuparse por cómo nos sentimos y sí más de exteriorizar y
vivir nuestra personalidad apasionada y auténtica. Ayudar a
otros e implicarse en resolver graves problemas del mundo
pueden darnos energía. Es también una época en la que ser
abuelas nos puede aportar nuevas alegrías, a menudo carente
de complicaciones. Acaso la vida guarde parte de lo mejor
para el final. Por ejemplo, Denise, de sesenta años, había sido
siempre una mujer independiente, centrada en su carrera de
marketing, incluso mientras criaba a sus dos hijos. Según me
dijo, cuando su hija dio a luz por vez primera, Denise se sor­
prendió por las oleadas de amor que sintió por su nieto. «M e
arrebató completamente — me dijo— , cosa que no me había fi­
gurado que ocurriera. Tengo un millón de cosas que hacer en
mi vida, pero por alguna razón no me canso de este bebé. M í
hija me deja entrar en su vida como nunca. Ahora me necesita
y quiero estar a su lado.»
Puede ser que una de las razones por las cuales la evolu­
ción estructuró a las mujeres para vivir unos decenios después
del cese de su posibilidad de tener hijos consista en el especial
ometido de apoyo que las abuelas ejercen.51 De acuerdo con
I i mtropóloga de la Universidad de Utah, Kristen H aw kes, la
11); 11 ra de la abuela puede ser una de las claves del crecimiento y
supervivencia en muchas de las antiguas poblaciones humanas.51
I l.iwkes sostiene que en la Edad de Piedra los esfuerzos suple-
incntaríos de las mujeres posmenopáusicas en la plenitud de sus
l.icultades para conseguir comida extra incrementaron la tasa
de supervivencia de los jóvenes nietos. Las aportaciones y la
ivuda de las abuelas permitieron también a mujeres jóvenes
lener más hijos a intervalos más cortos, aumentando la fertili­
dad de la población y el éxito de la reproducción. Aun cuando
d promedio de vida en las sociedades de cazadores y acopla­
dores de alimentos era de menos de cuarenta años, alrededor
ile un tercio de las mujeres adultas rebasaban esa edad y mu­
llías seguían activamente en su sexto y séptimo decenio. Entre
la población cazadora y acopiadora de los Hadza, en Tanza­
nia, H aw kes encontró, por ejemplo, que las abuelas que tra­
bajaban duramente a los sesenta años, pasaban más tiempo
buscando alimentos que las madres más jóvenes, que propor­
cionaban sustento a sus nietos y aumentaban sus posibilidades
de supervivencia.51 Los investigadores han encontrado seme-
lantes efectos positivos de las abuelas entre los gitanos húnga­
ros y las poblaciones de India y Á frica.” En la Gam bia rural,
los antropólogos descubrieron que la presencia de una abuela
mejora las perspectivas de un niño para sobrevivir, mucho más
que la presencia de un padre.55 En otras palabras, las mujeres
menopáusicas tienen en rodo el mundo el cometido, propio de
las abuelas, de sustentar la vida.

¿Y A H O R A Q U É H A G O ?

I lace un siglo la menopausia era relativamente rara. Incluso a


finales del siglo x ix y principios del x x , la expectativa de vida
de las norteamericanas rondaba los cuarenta y nueve años, dos
menos antes de que el promedio de las mujeres acabe su ciclo
menstrual. Actualmente en Estados Unidos las mujeres pueden
vivir hasta muchos decenios después del fin de sus periodos.
La ciencia, sin embargo, no ha asumido del todo este cam bio
dem ográfico. Nuestro conocimiento de la menopausia es rela­
tivamente nuevo e incompleto, aunque esté progresando rápi­
damente a medida que grandes poblaciones de mujeres entran
en esa transición, antaño rara. Actualmente hay cuarenta y
cinco millones de norteamericanas que tienen entre cuarenta y
sesenta años.
H acer planes a propósito de los muchos años que quedan
después de la menopausia es, históricamente, una nueva op­
ción para las mujeres. Im aginar proyectos estimulantes escogi­
dos por ellas mismas es posible que sea una de las etapas más
deliciosas de las vidas de las mujeres en el nuevo siglo. Cabe
que en este momento hayan logrado poderío personal y eco­
nómico, además de tener una amplia base de conocimientos.
Por primera vez en su vida cuentan con m ás opciones apasio­
nantes de las que pudieron imaginar. Una estudiosa amiga
mía, Cynthia Kenyon, experta en envejecimiento, cree que, en
el futuro, las mujeres podrán vivir más de ciento veinte años,
un montón de tiempo para fantasear.56
Para Sylvia imaginar sus años posmenopáusicos significó
el redescubrimiento de Robert. Cuando volvió a visitarme a los
dos años de haberse separado de éste, me contó que, después
de haber vuelto a ser la chica que había sido antaño, sintió la
alegría de redescubrir quién era ella en realidad y, después de
haberse visto bastante con viejos que la decepcionaban, se dio
cuenta de que echaba de menos a Robert. El era la única per­
sona con quien podía hablar de ciertas cosas, incluidos sus ma­
ravillosos hijos. Cierto día Robert la invitó a cenar y decidió
aceptar. Se reunieron en un restaurante romántico, hablaron
con tranquilidad de lo que había ¡do mal y terminaron excu-
-nielóse por el dolor que se habían causado mutuamente. Tení-
iii nuevas experiencias que com partir: el trabajo y la pintura
de ella, el nuevo interés de él por las antigüedades, incluso las
divertidas aventuras y citas de ambos. Con el tiempo redescu-
I'rieron la amistad y el respeto mutuo, y se dieron cuenta de
' Imc ya habían encontrado sus almas gemelas. Sólo necesitaban
escribir de nuevo el contrato.

I I cerebro de la mujer madura es un territorio relativamente


desconocido, pero un amplio paraje abierto para que las mu-
leres lo descubran, sean creativas, colaboradoras, dirigentes
positivas de las futuras generaciones. Incluso es posible que
gocen de los años más entretenidos de su vida. Los años pos-
menopáusicos pueden ser, tanto para los hombres com o para
Lis mujeres, una época de redcfinición de sus relaciones y co ­
metidos, y de asunción de nuevos retos y aventuras juntos... y
separados.
Sé por mí misma que, tras haber criado a mi hijo, me ap a­
sionó mi trabajo; y haber hallado finalmente mi alma gemela
me hace sentir muy agradecida a la vida. Ciertamente, las lu­
chas vividas a lo largo del camino han sido penosas y también
mis principales maestras. La razón por la cual escribí este libro
ha sido la de com partir mis conocimientos acerca de las ope­
raciones internas del cerebro femenino con otras mujeres, que
recorren caminos similares, intentan ser sinceras consigo mis­
mas y comprender cóm o su biología innata afecta a su reali­
dad. Estoy segura de que me habría sido útil saber más a fon­
do lo que hacía mi cerebro durante muchas de las épocas más
imprudentes de mi vida. En cada etapa del camino podemos
comprender mejor nuestro mundo si tenemos una visión de lo
que hace nuestro cerebro. Aprender a dominar la fuerza cere­
bral femenina que tenemos nos ayudará a ser cada una la mu­
jer que deberíamos ser. Com o mujer posmenopáusica, estoy
ansiosa y más decidida que nunca a intentar cam biar la vida de
las muchachas y las mujeres con quienes tengo contacto. Des­
de luego, sigo sin poder ver lo que hay a la vuelta de la esqui­
na, pero los muchos decenios que tengo por delante parecen
estar llenos de esperanza, pasión y, al parecer, empuje. Espero
que este mapa te ayude como guía en el fascinante viaje a tra­
vés del cerebro femenino.
EPÍLO G O

Si tuviera que transmitir a las mujeres una lección aprendida


u»n la escritura de este libro, sería la de que comprender nues-
ira biología innata nos permite planear mejor nuestro futuro.
Actualmente, cuando tantas mujeres han ganado el control de
mi fertilidad y logrado la independencia económica, podemos
<.rear una hoja de ruta para el cam ino que queda. Esto signifi­
ca introducir cam bios revolucionarios en la sociedad y en
nuestra elección personal de pareja, carrera y momento opor­
tuno para tener hijos.
Desde que las mujeres consumen la década de sus veinte
.íños en formarse y consolidar su carrera, muchas profesionales
luerzan los límites de su reloj biológico y tienen hijos entre los
i reinta y cinco y los cuarenta y pico. Un amplio tanto por cien­
to de mis médicas residentes, ya en plena treintena, ni siquiera
han encontrado al hombre con quien querrían form ar una fa ­
milia, porque han estado muy ocupadas en forjarse una carre­
ra. Eso no quiere decir que las mujeres se hayan equivocado en
la elección, sino que las fases de su vida se han estirado consi­
derablemente. En la Europa de comienzos de la Edad M oderna
las mujeres empezaban a tener hijos a los dieciséis o diecisiete
años y dejaban de tenerlos antes de llegar a los treinta. Actual­
mente, en la época en que «el cerebro de mamá» se hace cargo
del poder, las mujeres están completamente dedicadas a su ca­
rrera y eso significa una lucha dura y prolongada por efecto de
la sobrecarga de los circuitos cerebrales. Las mujeres se en-
cuentran enfrentadas a los altibajos de la perimenopausia y la
menopausia con bebés y párvulos que corretean por casa. Al
mismo tiempo tienen que ocuparse de carreras absorbentes. Si
una mujer no acude a mi consulta alrededor de los treinta y cin­
co años para comentar los retos de su fertilidad y profesión, es
que vendrá alrededor de los cuarenta y cinco diciendo que no le
queda tiempo para la perimenopausia. N o puede permitirse
perder la memoria y preocuparse por estados de humor que la
entristecen, porque sus hormonas estén desbaratadas.
¿Qué significa todo esto en términos de la biología innata
del cerebro de las mujeres? N o significa que las mujeres deban
apartarse de una maternidad combinada con la profesión; sólo
significa que les conviene tener una idea de los malabarismos
que deberán hacer a partir de la adolescencia. Sin duda, no es
posible que nadie pueda ver tras la vuelta de la esquina de
nuestras vidas y prever todos los tipos de apoyo que necesita­
remos. De cualquier modo, constituye un primer paso im por­
tante para el control de nuestro destino comprender lo que
ocurre en nuestro cerebro en cada fase. Uno de los desafíos de
los tiempos modernos estriba en ayudar a la sociedad a que
apoye mejor nuestras aptitudes naturales y nuestras necesida­
des femeninas.
El propósito de este libro era ayudar a las mujeres en el
curso de los diferentes cambios que acaecen en sus vidas: son
virajes tan grandes que crean auténticas variaciones en la per­
cepción de la realidad que tiene una mujer, en sus valores y en
las cosas que merecen su atención. Si logram os entender de
qué modo están configuradas nuestras vidas por la química del
cerebro, percibiremos quizá mejor el camino que nos queda
por recorrer. Es importante visualizarlo y planear lo que ha de
venir. Espero que este libro haya contribuido a la descripción
de la realidad femenina.
H ay quien desea que no existan diferencias entre hombres
y mujeres. En la década de los setenta, en la Universidad de Ca-
Iilnmia, en Bcrkeley, la consigna entre las mujeres jóvenes era
iiuisex obligatorio», lo cual significaba que parecía política-
11 u nte incorrecto mencionar siquiera la diferencia de sexos. To-
il.ivia quedan quienes creen que para que las mujeres logren la
igualdad, la norma debe ser unisex. Sin embargo, la realidad
biológica señala que no existe un cerebro unisex. Está arraiga­
do el temor a la discriminación basada en la diferencia, y du-
i.uite muchos años quedaron sin exam inar científicamente las
nociones acerca de las diferencias de los sexos por miedo a que
l.is mujeres no pudieran reclamar la igualdad con los hombres.
I ,i pretensión, empero, de que mujeres y hombres son lo mis­
mo, a la vez que perjudica a ambos daña, en definitiva, a las
mujeres. La perpetuación de la norma masculina mítica signifi­
ca desconocer las diferencias biológicas reales de las mujeres en
gravedad, vulnerabilidad y tratamiento de las enfermedades,
también deja de lado las diferentes formas en que ellas proce­
san las ideas y, por ende, perciben lo que es importante.
Asumir la norma masculina significa también m inusvalo-
tar los poderosos recursos y talentos específicos del sexo que
tiene el cerebro femenino. Hasta el presente, las mujeres han
tenido que efectuar una intensa adaptación cultural y lingüís­
tica en el mundo del trabajo. Hemos luchado por acom odar­
nos a un mundo masculino; después de rodo, los cerebros de
las mujeres están estructurados para ser eficaces en los cam ­
bios. Espero que este libro haya sido una guía para las mentes
y la conducta vital de las mujeres, para nosotras, nuestros m a­
ridos, madres, hijos, colegas m asculinos y amigos. Q uizás esta
información ayudará a los hombres a empezar a ajustarse a
nuestro mundo.
Cuando pregunto a casi todas las mujeres que he visto en
mi consulta cuáles serían sus tres deseos primordiales si el
hada madrina m oviera su varita mágica y se los concediera, di­
cen: «Alegría en mi vida, una relación satisfactoria y menos es­
trés con más tiempo para mí». Nuestra vida moderna — la do­
ble variación de la carrera y la responsabilidad básica del ho­
gar y la familia— ha sido la causa de que dichos fines sean par­
ticularmente difíciles de lograr. Estamos estresadas por esas as­
piraciones y la principal causa de represión y angustia es el
estrés. Uno de los grandes misterios de nuestra vida es la razón
por la cual, como mujeres, estamos tan consagradas a mante­
ner el contrato social habitual que a menudo actúa contra los
circuitos naturales de los cerebros femeninos y de nuestra rea­
lidad biológica.
Durante la década de los noventa y el comienzo de este mi­
lenio se ha ido revelando un nuevo conjunto de ideas y hechos
científicos acerca del cerebro femenino. Tales verdades bioló­
gicas han constituido un vigoroso estímulo para la reconside­
ración del contrato social de una mujer. Al escribir este libro
me he enfrentado con dos voces en mi cabeza: una es la verdad
científica; la otra, la corrección política. He optado por subra­
yar la verdad científica por encima de la corrección política,
aun cuando las verdades científicas no sean siempre bien aco­
gidas.
He tratado a miles de mujeres durante los años en que mi
clínica ha funcionado. Me han explicado los detalles más ínti­
mos de los acontecimientos de su infancia, adolescencia, deci­
siones profesionales, elección de pareja, sexo, maternidad y
menopausia. M ientras los circuitos del cerebro femenino no
han cambiado mucho en un millón de años, los retos moder­
nos de las diferentes fases de la vida femenina son notable­
mente distintos de los que conocieron nuestras antepasadas.
Aun cuando existen actualmente demostradas diferencias
científicas entre los cerebros de los hombres y los de las mujeres,
la nuestra es en muchos sentidos como una Edad de Oro de Fe­
ríeles para las mujeres. La época de Aristóteles, Sócrates y Pla­
tón fue la primera en la historia de Occidente en que los hom­
bres ganaron recursos suficientes para disfrutar de ocio y
dedicarlo a iniciativas intelectuales y científicas. F.l siglo x x i es la
I'i miera etapa de la historia en que las mujeres se encuentran en
tiii.i posición similar. N o sólo disponemos de un control crítico
•.ni precedentes sobre nuestra fertilidad, sino también de medios
i\nnómiCos independientes en una economía en cadena. Los
I'i (presos científicos en la fertilidad femenina nos han dado enor­
mes opciones. Podemos escoger cuándo y cómo tener hijos — o
mi tener— durante muchos más años de nuestra vida. Ya no de­
pendemos económicamente de los hombres y la tecnología nos
Ii.i proporcionado flexibilidad para com binar las obligaciones
profesionales y las domésticas a la vez y en el mismo lugar. Estas
opciones proporcionan a la mujer el don de emplear su cerebro
lemenino para crear un nuevo paradigma, referente a la manera
en que rigen su vida profesional, reproductiva y personal.
Vivimos en el seno de una revolución en la conciencia so­
bre la realidad biológica femenina, que transform ará la socie­
dad humana. N o puedo predecir la naturaleza exacta del cam ­
bio, pero sospecho que será una modificación desde las ideas
simplistas a las ideas profundas, sobre las transform aciones
que necesitamos hacer a gran escala. Si la realidad externa es
la suma total de las maneras en que la gente la concibe, nues­
tra realidad externa sólo cam biará cuando el concepto predo­
minante de la misma se modifique. La realidad femenina son
los hechos científicos correspondientes a cóm o funciona el ce­
rebro femenino; cóm o percibe la realidad, responde a em ocio­
nes, lee las emociones de los demás, provee y cuida a otros.
Está aclarándose científicamente la necesidad de las mujeres
en cuanto a funcionar a plena potencia y a usar los talentos in­
natos de su cerebro. Las mujeres cuentan con un imperativo
biológico para insistir en que un nuevo contrato social las ten­
ga en cuenta a ellas y a sus necesidades. Nuestro futuro y el de
nuestros hijos dependen de ello.
A P ÉN D IC E UNO

I I CEREBRO FEM EN IN O Y LA T E R A l’ lA H O R M O N A L

I ii 10 0 2 , los estudios de la Women’s Health Initiative (WHI) y


de la Women’s Health Initiative M em ory Studies (W HIM S) es-
uMecieron que las mujeres que seguían terapia con un tipo es­
pecifico de hormonas durante seis años, empezando a los se­
senta y cuatro o más, experimentaban un pequeño incremento
cu el riesgo de cáncer de mama, apoplejía y demencia. Desde
(-monees la terapia hormonal femenina (TH) ha sido cada vez
in.is confusa. Los médicos se han ido retractando en masa de
lo t]ne les habían dicho a sus pacientes acerca de la terapia hor­
monal, y tanto ellos como las mujeres sorprendidas en pleno
miramiento se han sentido traicionados.'
La cuestión principal consiste en si tomar o no hormonas
durante o después de la menopausia. Las mujeres quieren saber
si los beneficios superan los riesgos personales de cada una.
I )ado que en el estudio de la WHI la mujer promedia tenía se­
senta y cuatro años y no había recibido hormonas durante tre­
ce años después de la menopausia, ¿corresponderán los resulta­
dos del estudio, a digamos, una mujer de cincuenta y un años
que está atravesando la menopausia sintiéndose fatal? ¿O co­
rresponderán a una mujer de sesenta y pico, que ha seguido y
dejado la terapia hormonal?1 Las mujeres preguntan: ¿podrá
adaptarse mi cerebro a la carencia de estrógeno? ¿Q uedarán in­
defensas mis células cerebrales si no sigo la terapia hormonal?
Dado que el estudio de la W HI no estaba concebido para
resolver interrogantes acerca de la terapia hormonal y la pro­
tección del cerebro femenino, debemos considerar otros estu
dios que han exam inado directamente los efectos del estró g f
no en el cerebro.
El efecto del estrógeno sobre las células y el funcionarme!»'
to del cerebro han sido estudiados ampliamente en roedores y
primates hembra en los laboratorios.’ Dichos estudios han
dem ostrado claramente que el estrógeno promueve la super­
vivencia, el crecimiento y la regeneración de las células ceri**
brales. Otros estudios hechos en mujeres indican numeroso»»
beneficios del estrógeno para el crecimiento de las neuronas y
el mantenimiento de la función cerebral a medida que envejM
cemos.4 Dichos estudios repasaron los cerebros de mujerrf
posmenopáusicas, algunas de las cuales seguían la T H y otra«it
no. En las mujeres que seguían la T H se evitó el deterioro usu.ll
relacionado con la edad en las siguientes áreas: el córtex prcl
frontal (área de la toma de decisiones y del juicio); el córte**
parietal (área de los procesos verbales y las aptitudes de esai
cha), y el lóbulo tem poral (área de parte del proceso emocio­
nal).5 En base a esos estudios positivos, muchos hombres de
ciencia creen actualmente que la T H debe ser calificada corrí (I
protectora contra el declive cerebral relacionado con la edad,
aun cuando esta creencia choque con los hallazgos de los WHI
y W H IM S.'’
Es importante observar que no existe un estudio a largo pla­
zo de los efectos cerebrales de la terapia de estrógeno en mujerc»
que empiezan a tomar hormonas en el momento de la meno­
pausia, alrededor de los cincuenta y un años. El Kronos Early
Estrogen Prevention Study, empezado en 2005, estaba orientado
por Fred Naftolin y sus colegas de Yale para investigar los efec­
tos de la T H en mujeres de cuarenta y dos a cincuenta y ocho
años, precisamente en la perimenopausia y menopausia. Se es­
peran resultados en algún momento posterior a z o io .7 Hastn
entonces, ¿en qué información que no sean la de los WHI y
W H IM S podemos apoyarnos para adoptar decisiones?
1'or el lado positivo, el Baltimore Longitudinal Study of
— el más prolongado estudio científico del envejecimien­
to humano en Estados Unidos— , empezado en 19 5 8 , encontró
m i mcrosos beneficios cerebrales en la T H . Dicho estudio de­
muestra que las mujeres que siguen una terapia hormonal cuen-
1 ni con un flujo sanguíneo relativamente mayor en el hipocam­
po y otras áreas cerebrales, relacionadas con la memoria
vi 1 bal.1*Se desenvuelven también mejor en tests de memoria ver­
bal y visual que las mujeres que no han sido tratadas nunca con
III. La terapia hormonal — con o sin progesterona— ayuda
t imbién a proteger la integridad estructural del tejido cerebral
previniendo el habitual encogimiento que acompaña a la edad.9
Ciertas regiones cerebrales envejecen más deprisa o más des­
pacio en los varones y otras en las hembras, igual que se desa-
111 illan con diferentes ritmos al comienzo de la vida. Ya sabemos
que los cerebros de los hombres se encogen más rápidamente
i mi la edad que los de las mujeres.'0 Tal cosa es especialmente
1 ierra en regiones como el hipocampo, la materia blanca pre-
lfontal que acelera la toma de decisiones, y el giro fusiforme,
área implicada en el reconocimiento facial." Los investigadores
de la Universidad de California, en Los Ángeles, descubrieron
1.imbién que las mujeres posmenopáusicas que seguían una tera­
pia de estrógeno estaban menos deprimidas y malhumoradas,
desarrollaban mejor los tests de fluidez verbal, auditiva y de
memoria operativa que las que no tomaban estrógeno. Tam ­
bién comprobaron que superaban a los hombres.11 Por el con-
irario, investigadores de la Universidad de Illinois encontraron
que las mujeres que no habían seguido nunca la T H mostraban
significativamente mayor deterioro en todas las áreas cerebrales
que las mujeres que la seguían.13 Descubrieron asimismo que,
cuanto más tiempo seguían la T H , tanta más materia gris o vo­
lumen de células cerebrales tenían, en comparación con aquellas
que no la seguían. Estos efectos positivos apoyaron e incluso au­
mentaron el tiempo en que una mujer seguía la TH.
Sin duda, cada mujer es un individuo singular y su cerebro
es completamente diferente no sólo del de un hombre, sino del
de otras mujeres.14 Esta diferencia dificulta los estudios de
com paración cerebral entre individuos. Una manera de sosla­
yar esta dificultad consiste en examinar gemelas idénticas. Un
estadio sueco consideró pares de gemelas posmenopáusicas,
de sesenta y cinco a ochenta y cuatro años, entre las cuales una
de ellas seguía durante muchos años la T H , mientras la otra
no. Las tratadas con la T H daban mejores resultados en los tests
de fluidez verbal y memoria operativa que sus hermanas geme­
las. Las gemelas de la T H , en realidad, mostraban un 40 % me­
nos de dificultad cognitiva, independientemente del tipo y mo­
mento del tratamiento horm onal.'5
Barbara Sherwin, de Canadá, ha estudiado también los
efectos del estrógeno en los cerebros de mujeres posmenopáu­
sicas y otras histerectomizadas durante más de veinticinco
años. Según su investigación, el tratamiento de estrógeno mos>
traba efectos protectores de la memoria verbal en mujeres sa­
nas, de cuarenta y cinco años, quirúrgicamente menopáusicas,
a quienes se había administrado estrógeno inmediatamente
después de la operación. De todos modos, no se encontró efec­
to alguno cuando el estrógeno fue adm inistrado a mujeres m a­
yores, años después de la menopausia quirúrgica. Tales hallaz­
gos sugieren que existe una época crítica para iniciar la terapia
de estrógeno después de la m enopausia.'6 Sherwin cree que di­
chos factores pueden explicar por qué no se encontró en el
W H IM S ningún efecto protector de la T H sobre el envejeci­
miento cognitivo.
Dichos estudios recientes sobre los efectos conservadores
del cerebro propios de la T H y los resultados contradictorios
de los W HI y W H IM S destacan algunas de las actuales con­
troversias que rodean a la terapia hormonal posmenopáusica y
su relación con el cerebro femenino.
(. Ute ocurre en mi cerebro cuando alcanzo la menopausia?

I i menopausia propiamente dicha sólo dura técnicamente


veinticuatro horas, el día en que se cumplen doce meses des-
l'iics de tu últim o periodo. El mismo día siguiente empieza la
llamada posm enopausia. Los doce meses precedentes a aquel
muco día de m enopausia com ponen los últimos meses de la
ILunada perim enopausia. Entre los cuarenta y los cuarenta y
u n co años, el cerebro femenino empieza la fase inicial de la
perimenopausia, entre dos y nueve años antes del día de la
m enopausia.17 En esta etapa el cerebro comienza por alguna
i .izón a m ostrarse menos sensible ante el estrógeno.18 El diá­
logo program ado con precisión entre los ovarios y el cerebro
empieza a desbaratarse. Se avería el reloj biológico que con-
ii ola el ciclo menstrual. Tal diferencia en la sensibilidad oca­
siona un cam bio de los tiempos del ciclo menstrual y los pe­
riodos empiezan a llegar un día o dos antes. También puede
causar cam bios en el fluir de la sangre menstrual. A medida
que el cerebro deviene menos sensible al estrógeno, los o va­
rios pueden intentar com pensarlo durante algunos meses pro­
duciendo incluso más estrógeno, causando un flujo menstrual
más copioso. Esta disminución de la sensibilidad al estrógeno
en el cerebro puede disparar una cascada de síntomas que va­
rían de mes a mes y de año a año, incluyendo desde sofocos y
dolor articular hasta ansiedad, depresión y niveles cam biantes
de libido.
La depresión es un problema sorprendentemente extendi­
do en la perimenopausia. Investigadores del N ational Institute
for Mental Health encontraron que las mujeres perimenopáu-
sicas sufren catorce veces más el riesgo normal de depresión.
Dicho riesgo es especialmente alto durante la perimenopausia
final, los dos años anteriores al término de la m enstruación.19
¿Por qué ocurre tal cosa? En el periodo m áxim o de cambio de
estrógeno, se han alterado las sustancias neuroquímicas y las cé­
lulas cerebrales, habitualmente apoyadas por el estrógeno, las
células de serotonina.20 Si es leve, esta depresión perimenopáu-
sica puede ser tratada a veces sólo con terapia de estrógeno.11
Como resultado, la transición a lo largo de la perimenopausia
puede constituir una época vulnerable ante la inestabilidad de
genio y la irritabilidad, por efecto de los cambios cerebrales en
el estrógeno y la sensibilidad al estrés.'1 La depresión puede
aparecer de repente incluso en mujeres que no la hayan experi­
mentado nunca.
La falta de alegría de vivir, si no se da ninguna tragedia en
la vida real, puede estar causada por un bajo nivel de estróge­
no en el cerebro, lo cual reduce las sustancias neuroquímicas
como la serotonina, que levanta el ánim o, la norepinefrina
y la dopam ina.2"3 La irritabilidad, la falta de concentración
mental y la fatiga pueden estar causadas por escasez de estró­
geno y empeoradas por la falta de sueño. Para muchas muje­
res perimenopáusicas el sueño es un problema prim ordial,
junto con los sofocos o sin ellos.24 En la vida no se da la posi­
bilidad de estar bien sin el sueño adecuado y ello es especial­
mente cierto cuando se tienen más de cuarenta años.2’ El sue­
ño constituye un tratamiento esencial de renovación para el
cerebro. Desgraciadamente, los cam bios erráticos de estróge­
no durante la perimenopausia pueden perturbar el reloj del
sueño en el cerebro femenino. Si no duermes bien durante va­
rios días, será difícil que te concentres, puedes volverte más
impulsiva e irritable de lo habitual y decir cosas que luego d e­
searías no haber dicho. Por ello, ése es un buen momento para
morderse la lengua y salvaguardar las relaciones. Según mi
experiencia, todos los síntomas de la perim enopausia pueden
ser habitualmente tratados con una com binación de estróge­
no, antidepresivos, ejercicio, dieta, sueño y una terapia cogni-
tiva o de apoyo.
l .n cuanto una mujer pasa oficialmente la m enopausia, su
. civbro comienza a adaptarse al bajo nivel de estrógeno. Para
Hinchas mujeres empiezan a am ainar los síntomas rupturistas
Je la perimenopausia aun cuando, desgraciadamente, cierto
porcentaje de mujeres lo sufren durante cinco o más años. AJ-
i’j in as mujeres experimentan fatiga, cam bios de humor, sueño
interrumpido, «nebulosa mental» y alteraciones de la memo-
i i.i. Más del 15 % siguen teniendo sofocos durante un decenio
0 más después de la m enopausia/6 Tres mujeres posmenopáu-
m c . is de cada diez padecen etapas de mal humor y depresión;

1 iclio de cada diez experimentan fatiga. (Todas las mujeres con


latiga deberían hacerse exam inar la tiroides.) Algunos estu­
dios, pero no todos, encontraron que las funciones cognitivas
iclacionadas con la edad — tales com o la memoria a corto pla­
zo— , decaen más rápidamente en los primeros cinco años pos-
icriores a la m enopausia/7
En la mayoría de los casos, el cerebro femenino se aclima-
i .i a niveles más bajos de estrógeno a medida que los ovarios
dejan de funcionar. Sin embargo, en el caso de que una mujer
premenopáusica sea sometida a una operación para quitarle el
i itero y los ovarios, se sumergirá en la menopausia sin transi-
i ion. La súbita pérdida de estrógeno, así com o de testosterona,
dispara síntomas en los que se incluyen la baja energía, la mi-
misvaloración y la reducción de la libido; así como también el
mal humor, los cam bios en el sueño y los sofocos. La m ayoría
de las mujeres que sufren histerectomías totales pueden evitar
dichos problemas si comienzan una terapia sustitutiva de es-
trógeno en la sala de recuperación o, incluso, antes de entrar
en el q u iró fan o /8 El tratamiento tem prano con estrógeno pue­
de ser especialmente importante para proteger la función de la
memoria en la posthisterectomía, com o han sugerido los estu­
dios de Barbara Sherwin.
¿Debería tomar hormonas para el cerebro y, si lo hago, que
puedo hacer para reducir el riesgo de apoplejía y de cáncer de
mama i

La m ayoría de los médicos ercen que cada mujer debería


guiarse por sus propios síntomas en la menopausia o perime­
nopausia. A muchas mujeres la T H , especialmente con estró­
geno continuado, les ayuda a estabilizar el humor y mejorar la
concentración mental y la memoria. Num erosas mujeres dicen
que la terapia de estrógeno les devuelve la agudeza mental y les
hace sentirse de nuevo atractivas.^ O tras dan cuenta de efec­
tos secundarios desagradables, tales com o hemorragia m ens­
trual, calambres, flojedad de senos y aumento de peso, efectos
que pueden llevarlas a interrumpir la terapia.
¿Cuál es, pues, el mejor consejo actualmente sobre la T H ?
La Food and Drug Administration recomienda que las mujeres
con síntomas de menopausia tomen la menor dosis de hormo­
nas posible durante el menor tiempo posible, puesto que los
científicos consideran que las dosis más reducidas son proba­
blemente más seguras. La postura sostenida en el comité eje­
cutivo de la International Menopause Society recomienda que
los médicos no cambien sus prácticas previas en la receta de te­
rapia hormonal a mujeres en la menopausia, ni que suspendan
la T H a ninguna mujer a quien le siente bien, porque ni el WHI
ni el W H IM S han estudiado mujeres durante la transición me-
nopáusica.50 Algunos científicos norteamericanos, como Fred
N aftolin, de Yale, están preocupados porque los médicos nie­
gan a las mujeres la posibilidad de tomar estrógeno preventi­
vamente, antes de que sea demasiado tarde. Afirm a él:

De este modo [...] tales síntomas menopáusicos advierten la de­


ficiencia de estrógeno que nos alerta sobre la necesidad de en­
sayar la idea de prevenir mediante un oportuno tratamiento de
estrógeno. Hemos de reconsiderar la actual postura norteame­
ricana sobre la prevención de las complicaciones menopáusi-
cas provocadas por el estrógeno y proporcionar así a las muje­
res el [tratamiento y| el rigor científico que merecen.-*1

< lertos estudios indican que si han pasado más de seis años
después de la menopausia has perdido tu margen de preven-
i ion y no deberías empezar la T H ,32 En definitiva, toda mujer
necesita com entar los riesgos y las ventajas personales con un
médico especializado en terapias hormonales. R o g e lio Lobo,
experto durante treinta años en T H , declara que «el uso apro­
piado de horm onas alivia considerablemente la preocupación
por el aumento de peligro de dolencias cardiovasculares (CV)
y cáncer de mama. El uso adecuado de las hormonas es opor­
tuno para tratar a mujeres jóvenes y sanas que tengan sín­
tomas menopáusicos, así como es oportuno emplear pequeñas
dosis de horm onas y cam biar a la terapia exclusiva de estróge­
no siempre que sea posible».”
Si estás sufriendo síntomas que alteran tu calidad de vida,
puedes considerar unos pocos años de hormonas para dar fa ­
cilidades a tu cerebro durante esta transición. N o se trata de
un problema moral ni tampoco serás una persona débil si fi­
guras en el amplio grupo de mujeres que necesitan apoyo mé­
dico para mantener lo mejor de su personalidad durante la
transición hormonal. Y no pienses que tomas hoy una decisión
que te someterá a un tratamiento especial durante los próxi­
mos cuarenta años. Puedes desear continuar la T H después de
atravesar la transición menopáusica y dejar de desearlo. G ra­
cias a numerosos descubrimientos, se dispone hoy en día de
productos científicos nuevos; Ja industria farmacéutica com pi­
te en la carrera para desarrollar productos similares ai estró­
geno, que ayuden al cerebro y los huesos sin que conlleven pe­
ligro para los senos, el corazón, el útero y el sistema vascular
femenino.54 Existen también muchos medicamentos y trata­
mientos no hormonales alternativos, que pueden ser muy efi­
caces, tales como el ejercicio, los IRSS, la soja, la dieta de altas
proteínas elevadas/bajas calorías, los com plejos de vitaminas I;
y B, la acupuntura, la reducción del estrés y la práctica de la
meditación.35 Lo inteligente es mantenerse informada y reeva-
luar tu decisión cada doce meses.
Si decides seguir la T H , debes estar preparada para un pe
riodo de ensayo y error. Las reacciones varían en gran medida
y por eso tendrás que experimentar diversos tratamientos en
tu propio cuerpo. Algunos médicos de T H prefieren empezar
con hormonas bioidénticas, que son las más parecidas a las
producidas por tus ovarios. Si por alguna razón aquéllas no te
ayudan a encontrarte mejor, deberás estudiar otros tipos de
hormonas; algunas mujeres se sienten mejor con hormonas
sintéticas, el uso de parches, píldoras, los geles, las inyecciones
o los pellets.36 Si sigues sin encontrarte bien ni mejor, no te rin­
das. Consulta a tu médico acerca de alternativas o aditivos a
las hormonas para tratar tus síntomas durante el año o dos
años siguientes, incluida la prescripción de medicamentos de
serotonina tales como Effexor, Zoloft o Prozac, tratamientos
de hierbas o terapias de ejercicios y relajación.37 El hecho es
que tú conoces mejor tus síntomas. Deja que te guíen tus sen­
timientos. Sobre todo, dado que aparecen constantemente
nuevas investigaciones, proponte comentar con tu médico
cualquier tratamiento que estés siguiendo una vez al año. Es
una idea acertada pedir hora alrededor de tu cumpleaños, para
que no te olvides.
Una de las razones principales por las que los científicos
creen que las mujeres del W HI y del W H IM S que siguieron te­
rapia hormonal sufrieron más apoplejías, demencia y ataques
de corazón, era que llevar estrógeno a vasos sanguíneos año­
sos, bloqueados y envejecidos, complicaba la situación de di
chos vasos del corazón y el cerebro, especialmente porque mu­
chas de esas mujeres eran fumadoras. Si decides seguir la
terapia hormonal, mantén la presión sanguínea baja, no fumes
I'iucnrate por lo menos sesenta minutos semanales de ejerci-
" i irdiovascular que aumente las pulsaciones; manten bajo
• i ■nlesterol, come todas las verduras que puedas, tom a vita­
minas, disminuye el estrés y aumenta tu apoyo social.
I I aumento de peso y no el funcionamiento del cerebro
. i instituye, en realidad, la mayor preocupación que las mujeres
- vpresan a propósito de la terapia hormonal y la principal ra-
"ii que ofrecen en todo e! mundo para suspender el tratamien­
to I I hipotálamo controla nuestro apetito. Dado que muchos
tli los cambios acaecidos durante la menopausia ocurren en
• <t.i arca del cerebro, algunos científicos han supuesto que las
i fluías controladoras del apetito están afectadas de modo ad ­
verso por la disminución del estrógeno. Para probar si el au­
mento de peso estaba causado por la T H , investigadores no­
n a t o s estudiaron a diez mil mujeres de cuarenta y cinco a
sesenta y cinco años, que seguían o no seguían terapia hormo-
n.il. Sus resultados mostraron que el aumento de peso no está
iclaciónado con dicha terapia. Por el contrario, encontraron
que la causa del aumento de peso son los cambios en la dieta de
una mujer y en su actividad física; y ambos tienen que ver con
los cambios en su hipotálamo durante la m enopausia.3®

NOTA S O B R E LA T E R A P IA H O R M O N A L :
I S TRÓ GENO CO N O SIN PRO G ESTERO N A

I s importante observar que la terapia sólo con estrógeno sin


progesterona es apropiada únicamente para mujeres posm eno­
páusicas que hayan sufrido histerectomías. N o es la misma
que la terapia hormonal sustitutiva (TH) con progesterona,
que se prescribe para las mujeres que tienen intacto el útero.
I xiste una importante diferencia: la T H con progesterona im­
pide que el estrógeno forme el revestimiento en el tejido uteri­
no y posiblemente produzca células cancerosas. La progeste-
roña puede tomarse en forma de píldoras, combinada con el
estrógeno o por un dispositivo intrauterino con progesterona
o gel vaginal. Aun así, la progesterona parece contrarrestar al­
gunos efectos positivos del estrógeno en el cerebro femenino.
Igual que la progesterona contrarresta el crecimiento de célu­
las no deseadas en el útero, también parece oponerse en parte
al crecimiento de nuevas conexiones en el cerebro. Com o re­
sultado, son tema de controversia los beneficios cerebrales de
la T H con progesterona. Si una mujer puede tomar sólo estró­
geno porque no tiene útero, podrá obtener siempre los benefi­
cios de aquél, con el que contaba sin cesar en el mejor mo­
mento de su ciclo menstrual, pero sin la progesterona que
causa el SPM. Algunas mujeres que no toleran la progestero­
na, pero siguen teniendo útero, pueden procurarse limpiezas
anuales del tejido uterino mediante un procedimiento llamado
dilatación y raspado o ablación endométrica. También pueden
aplicarse ultrasonidos anuales vaginales en el tejido uterino
para asegurarse de que no está creciendo. Las mujeres que to­
man dosis mínimas de T H con estrógeno no necesitan habi­
tualmente tomar progesterona aunque conserven el útero.
Hasta muchos años después de la menopausia, los proce­
sos naturales del envejecimiento no empiezan a surtir efecto en
el funcionamiento del cerebro femenino. A los cincuenta años
empieza algún deterioro de la memoria, pero en general no es
molesto. La terapia hormonal puede ayudar o no a ralentizar­
lo.59 M uchos de esos procesos de envejecimiento implican una
disminución del aporte sanguíneo y una crisis en la aptitud del
cuerpo para reparar los daños. Ahora se sabe que el estrógeno
conserva sanos los vasos sanguíneos del cerebro. Investigado­
res de la Universidad de California, en Irvine, descubrieron
que el estrógeno actuaba así mediante el aumento de la efi­
ciencia de los mitocondrios de los vasos sanguíneos cerebrales,
explicando acaso por qué las mujeres premenopáusicas tienen
menos porcentajes de apoplejía que los varones de su misma
• il,id.4° La investigación desarrollada en el Children’s Hospital
■Ir Pittsburgh, Pensilvania, demostró también una diferencia
sexual en la form a en que las células cerebrales mueren des­
pués de una agresión. Tras una agresión cerebral, permanecen
estables en las mujeres los niveles de glutationa, molécula que
.ivuda a sobrevivir a las células cerebrales tras la privación de
oxígeno; y siguen estables en ellas después de una agresión al
t erebro, pero decaen hasta el 8o % en los varones, provocan­
do mayor número de muertes de células cerebrales.41 Es po­
sible que las células de los cerebros m asculino y femenino
mueran de diferente forma, según pautas y rutas biológicas es­
tablecidas, específicas de los sexos, que pueden relacionarse
u in el hecho de que las mujeres vivan más que los hombres.4*
Aparecen también diferencias en los sexos en otros pro­
cesos de envejecimiento. El estrógeno y la progesterona, por
ejemplo, parecen ayudar a reparar y mantener los cables de
conexión entre las áreas del cerebro.13 A medida que nuestros
cerebros envejecen y nuestros cuerpos dejan de reparar tales
conexiones, perdemos materia blanca y nuestros cerebros pro­
cesan y transmiten la inform ación más lentamente, o no la
transmiten.44 De ello, resulta que algunas señales se presentan
más débiles cam biando los rumbos, normas y velocidad en
nuestros cerebros seniles.
Un proceso que a menudo se ralentiza notablemente es la
función de la memoria. El hecho es frecuente en el cerebro de
las personas m ayores, aunque no se dé ninguna enfermedad
específica ni demencia. La enfermedad de Alzheimer es una de
las del grupo de las de demencia que destruyen gradualmente
las células cerebrales y debilitan el funcionamiento mental. El
Alzheimer crea placas adhesivas en el cerebro que disminuyen
la aptitud de sus células para com unicarse mutuamente y, al fi­
nal, las matan. Aun cuando los varones tienden a ser más vul­
nerables a la pérdida de memoria relacionada con la edad que
las mujeres, resulta que las mujeres posmenopáusicas tienen
tres veces más peligro que los hombres de desarrollar la enluW
medad de Alzheimer.45 Los científicos no entienden todavi*
esta diferencia de sexo, pero sospechan que puede relación.n
se con que los cerebros de los varones ancianos tienen más rcn«
tosterona y estrógeno que los de las mujeres posmenopáusictli
que no siguen la TH . Estudios meticulosos de los cerebros en un
modelo animal de Alzheimer han mostrado niveles deficienti'*
de estrógeno.46 De todos modos, sigue siendo un misterio por
qué las mujeres son más susceptibles a esta enfermedad, incluso
después de reconocer el hecho de que, como término medio, vi
ven más tiempo.
Los estudios indican que comenzar pronto en la menopau»
sia la terapia sustitutiva de estrógeno, cuando las neuronas es­
tán todavía sanas, reduce el riesgo de la enfermedad de Alz
heimer. Sin embargo, la terapia de estrógeno no ofrece ningún
beneficio si se inicia después de haberse desarrollado la enfer­
medad, o décadas después de la menopausia.47 Las pruebas
que dan los experimentos con animales y los estudios en hu­
manos sugieren también que la terapia de estrógeno puede de­
morar los sintonías de demencia y envejecimiento cerebral en
las hembras. La idea de que la terapia de estrógeno puede ayu­
dar a prevenir algunos casos de Alzheimer en las mujeres es
atrayente, pero está por comprobar.
Para las mujeres — incluso para las que han pasado la me­
nopausia— conservar las conexiones y apoyos sociales es una
manera importante de reducir los agobios propios de vivir so­
las y hacerse mayores. Las mujeres responden al estrés de
modo diferente que los hombres48 y sacan más beneficio del
apoyo social.
Numerosas actividades pueden contrarrestar los efectos
del envejecimiento en el cerebro. Investigadores de la Universi­
dad Johns Hopkins descubrieron que mujeres y hombres de
más de sesenta y cinco años, que desarrollaban amplia varie­
dad de actividades, sufrían tasas de demencia mínimas. El ejer-
. i" tísico — com o andar o pasear en bicicleta— ayudaba;
(u ti. um bién Jo hacía el ejercicio mental com o jugar a las car-
' A medida que nuestros cuerpos envejecen, es importante
..........mecer activos en muchos niveles y la clave puede estar en
l.i iliversidad y no en la intensidad.

II \( r.K FR E N T E A O T R A P ÉR D ID A C E R E B R A L :
i \ M IN G U A D E TESTOSTERO NA

l ^'graciadam ente, la pérdida de estrógeno no es la única mer-


m.i cerebral para las mujeres en época de menopausia. A los
<mcuenta años muchas mujeres han perdido hasta el 7 0 % de
m i testosterona.50 Tal cosa no ocurro sólo porque los ovarios

dejen de producir tanta cantidad en la m enopausia, sino tam ­


bién porque las glándulas adrenales que proporcionan el 70 %
Je los andrógenos y la testosterona de una mujer — com o la
P re hormona llam ada D H EA — durante sus años de fertilidad,
lian disminuido mucho la producción, causando un cam bio
hormonal llam ado «adrenopausia».51 Después de la m enopau­
sia las glándulas adrenales, incluso con su producción dismi­
nuida, proporcionan más del 90 % de los andrógenos y la tes-
losterona de una mujer. En realidad, tanto los varones como
las mujeres sufren la pérdida de la testosterona y el andrógeno
de las glándulas adrenales a medida que algunas de las células
adrenales empiezan a morir alrededor de los cuarenta años. A
los cincuenta años, los hombres han perdido la mirad de la tes-
tosterona adrenal y el 60 % de la producida por los testículos
cuando eran jóvenes.5* Los impulsos sexuales de los hombres,
por ende, decaen a menudo en esos años. Dado que la testos­
terona es necesaria para estimular el interés sexual en el cere­
bro, la caída de la misma después de la menopausia puede ha­
cer que las mujeres tengan poco o ningún interés por el sexo.
Los varones, durante la m ayor parte de su edad adulta,
producen de diez a cien veces más testosterona que las mujeres.
Sus niveles van de trescientos a mil picogramos por mililitro,
com parados con niveles de entre veinte y setenta en las muje­
res.53 Aun cuando la testosterona de los varones baje un 3 % al
año como término medio, desde su punto más alto a los vein­
ticinco años, usualmente sigue estando a bastante más de tres­
cientos cincuenta en la edad mediana y más allá. Y trescientos
picogramos por mililitro es todo lo que los hombres necesitan
para mantener el interés sexual.5'1 Hace falta mucha menos tes­
tosterona para despertar las apetencias sexuales de una mujer,
pero ella necesita un mínimo para poner en marcha el centro
cerebral relativo al sexo. El máximo de la testosterona juvenil
de la mujer se da a los diecinueve años y, hacia los cuarenta y
cinco o cincuenta, los niveles femeninos han descendido hasta
el 70 % , dejando a muchas mujeres con niveles de testostero­
na muy bajo s.'5 En estos casos, ral como un coche que carezca
de gasolina, el centro del sexo en el hipotálamo no tiene el
combustible químico que necesita para encender el deseo se­
xual y la sensibilidad genital. Los mecanismos físicos y menta­
les de la excitación sexual se detienen.
Las quejas sobre el interés y actividad sexuales de las muje­
res son extremadamente comunes a todas las edades. Cuatro de
cada diez norteamericanas — casi la mitad— están desconten­
tas con algunos aspectos de su vida sexual y, entre los cuarenta
y los cincuenta años, esta cifra aumenta hasta seis sobre diez.5<1
Algunas de las lamentaciones más extendidas entre las mujeres,
durante y después de la perimenopausia, son la disminución del
interés y la excitación sexuales, la dificultad para lograr orgas­
mos, orgasmos más débiles y aversión al tacto físico o sexual.
Millones de mujeres ven súbitamente que su impulso sexual de­
saparece; los investigadores han encontrado modalidades sor­
prendentemente similares del proceso por todo el mundo.5' Las
razones biológicas para este declive son los profundos cambios
hormonales del cerebro. Están acabando los brotes de estróge-
no, progesterona y testosterona procedentes de los ovarios, que
.interiormente inundaban el cerebro. La producción de andró-
geno y testosterona de las glándulas adrenales y los ovarios que
surgió alrededor de la pubertad y permaneció con un nivel alto
en la mujer de veinte y treinta años, desciende alrededor del 2. %
anual hasta que a los setenta u ochenta tenemos sólo el 5 % de
lo que teníamos a los veinte años.5* La libido en las mujeres dis­
minuye con la edad a partir de la tercera década de la vida y es
más notable si se les han extirpado los ovarios.59
Las relaciones sexuales y el interés por el sexo en las muje­
res empiezan a declinar en la cuarta y quinta décadas. La m a­
yoría de las mujeres que tienen pareja sexual en la menopausia
continúan practicando el sexo. Estudios en residencias han
mostrado que la cuarta parte de las mujeres de entre setenta y
noventa años siguen m asturbándose. Para aquellas que han
experimentado un interés sexual declinante y desean ponerlo
ele nuevo en m archa, puede ser útil devolver la testosterona a
niveles más juveniles con gelcs, crem as o p íld o ras/0 Sin em­
bargo, hasta hace poco tiempo la ciencia médica 110 dedicaba
mucha atención a la deficiencia de testosterona en las mujeres.
Los médicos temían que las mujeres pudieran sufrir un exceso
de esta sustancia — tradicional mente asociada con la masculi-
nidad— y desarrollar rasgos varoniles como vello facial, agre­
sividad y voz grave. En gran medida por culpa de esta tenden­
cia, casi no se ha dedicado atención hasta los últimos años a
los efectos reales y perturbadores para las mujeres de que su
testosterona sea escasa.

Q U É HACT.R F.N CU ANTO A LAS QU EJAS SEXUALES


Y C Ó M O O B T E N E R AYUDA

Aquellas que crecieron en la cultura de las revoluciones femi­


nista y sexual o después, creen que el sexo cálido, apasionado.
satisfactoriamente orgásm ico, es algo a lo cual las mujeres de­
berían sentirse acreedoras.'” Durante las últimas dos o tres
décadas, el estereotipo de la mujer fácilmente excitable, entu­
siásticamente sexual c incluso conquistadora, ha sustituido la
imagen más tradicional de la mujer madura que tiene que ser
seducida o desinhibirse a fuerza de alcohol. Pero esa nueva mu­
jer es una ficción, igual que lo era su recatada predecesora. Des­
graciadamente, lo cierto es que muchas mujeres descubren al
comienzo de la menopausia que un buen sexo no sólo es difícil
de encontrar sino también físicamente desafiante, imposible o
poco atractivo. Podemos encontrarnos repentinamente pug­
nando con un impulso sexual bajo o inexistente, con problemas
de excitación o con la incapacidad de tener un orgasmo, cam ­
bios físicos que pueden ser sorprendentes y decepcionantes,
para decirlo de la manera más suave. En mi clínica veo todos
los días mujeres con estos problemas. M is pacientes se quejan
de que les ha sido difícil encontrar un médico enterado de la
respuesta sexual femenina, de cómo ésta puede variar con las
hormonas y de persona a persona, y de cóm o puede cambiar de
modo notable en el curso de la vida de una mujer/’1 Hasta la ac­
tualidad, la mayoría de las escuelas médicas no imparten un
curso obligatorio acerca de la respuesta sexual femenina.
Incluso los ginecólogos, que se especializan en partes del
cuerpo por debajo de la cintura, cuentan con pocas respuestas
para mujeres con problemas sexuales y a menudo no encuen­
tran motivos físicos de sus síntomas. Com o resultado tienden
a despachar esos problemas simplemente com o «parte del he­
cho de hacerse m ayor», ignorando la carga que pueden supo­
ner para las relaciones de las mujeres y su calidad de vida. Los
psiquiatras y los terapeutas de parejas pueden estar igualmen­
te mal pertrechados para ofrecer ayuda. Tienden a ver el pro­
blema com o si estuviera situado por entero en la cabeza, como
resultado del estrés en las relaciones o de problemas a largo
plazo con las relaciones íntimas. Una respuesta clásica a estas
cuestiones ha sido el psicoanálisis, que coloca a una mujer en
el sofá, entre siete y diez años, para llegar a las raíces de su
anormal «frigidez» o de su «resistencia» psicológica al sexo.6’
Este planteamiento está mal enfocado, sobre todo porque la
razón de tales sentimientos en cierta etapa de la vida no es un
conflicto psicológico, sino una respuesta normal de carácter
biológico y psicológico a los cam bios hormonales.
La terapia sustitutiva de la testosterona constituye una lla­
ve para restaurar la libido femenina. Los investigadores des­
cubrieron su eficacia hace décadas, pero la ciencia médica de
Estados Unidos ha ignorado ampliamente u olvidado tal in­
formación. Hace cuarenta años, hacia los años setenta, los mé­
dicos de la Universidad de Chicago administraron experim en­
talmente grandes cantidades de testosterona a pacientes que
sufrían cáncer de mama. Su idea era que la hormona bajaría
los niveles de estrógeno de las mujeres, que puede producir
cáncer. N o ocurrió así, pero las interesadas experim entaron un
enorme aumento de sus libidos y capacidad orgásm ica. B arb a­
ra Sherwin advirtió el mismo efecto en los años ochenta, en la
Universidad M cG ill. Sherwin sustituyó la testosterona en mu­
jeres a quienes se habían extirpado los ovarios. Aquellas que
no recibieron la hormona dieron cuenta de agudos declives en
sus libidos; las que recibieron el tratam iento inform aron de
que su interés sexual no tardó en reaparecer.6*1
Finalmente, hay estudios que empiezan a mirar por encima
de la ingle al tratar de terapias para la disfunción sexual de las
mujeres, señalando los centros del cerebro femenino que están
vinculados con el placer y el deseo. El tratamiento que funcio­
na — la sustitución de la testosterona— está ganando, por fin,
aceptación. En años recientes, los suplementos de testosterona
han constituido un tratamiento desmesuradamente corriente
entre los hombres. En cam bio, hasta hace poco, no han empe­
zado los médicos a recetar geles, parches ni cremas de testos­
terona para ellas.6'' He recetado sustitutivos de testosterona
para mujeres desde 19 9 4 Yi en su m ayoría, los resultados han
sido positivos.
Cuando las mujeres se quejan de su baja libido, la terapia
sustitutiva de testosterona les devuelve a menudo el interés se­
xual anterior.66 Ya sabemos que al recetar testosterona pode­
mos aumentar la apetencia de una mujer por masturbarse,
abreviar el tiempo previo al orgasmo y 110 aumentar necesa­
riamente su deseo del sexo con pareja.*7 En algunas mujeres la
testosterona puede m ejorar enormemente el interés sexual,
pero tal hormona puede no ser aquella panacea que creimos
tiempo atrás que m ejoraba el interés sexual de todas las muje­
res.** incluso los hombres están descubriendo que la testoste­
rona, o el Viagra, no constituyen el recurso mágico prometido
por las compañías farmacéuticas. Aun así, nadie duda de que
tener un nivel de testosterona que sea apenas medible, o no
exista — en hombres y mujeres— , puede ser causa de disfun­
ción sexual.Ay Tal situación puede ser tratada en ambos sexos
con terapia de testosterona.70 Las mujeres que se quejan de fal­
ta de interés sexual — tanto si son premenopáusicas como pos­
menopáusicas— merecen una prueba de testosterona, tal como
la que la mayoría de médicos recetarían a un varón.
Además de sus efectos en el centro sexual del cerebro, la
testosterona promueve la agudeza mental así como el creci­
miento de músculos y huesos. Por el lado de los inconvenien­
tes, puede contribuir a la pérdida de cabello, al acné, al olor
corporal, al crecimiento del vello facial y a una voz más ronca.
Pero los efectos de la testosterona en el cerebro — aumento de
la concentración mental, mejor humor, más energía e interés
sexual— son razones por las que muchos hombres y mujeres
que la toman dicen que están dispuestos a aceptar los efectos
adversos.7'
A P ÉN D IC E DOS

EL CER EBR O FEM EN IN O Y LA D EPRESIÓ N POSPARTO

Uno de cada diez cerebros femeninos estará deprimido dentro


del primer año de haber dado a luz. Por alguna razón, este xo %
de mujeres tiene cerebros que no se reequilibran por entero
después de los enormes cambios hormonales que siguen al par­
to. Los cam bios psiquiátricos posparto pueden comprender
desde melancolías de la maternidad hasta psicosis, pero el más
común es la depresión posparto.' Según se cree, las mujeres
que lo padecen sufren un aumento de la susceptibilidad gené­
tica a caer en depresión por efecto de cambios hormonales.
Ken Kendler, de la Virginia Com m onwealth University, descu­
brió que puede haber genes que alteran el riesgo de depresión
en la respuesta de una mujer a las hormonas sexuales cíclicas,
especialmente en el periodo posparto. Dichos genes influirían
en el riesgo de depresión importante en las mujeres, pero no en
los varones, porque los varones no sufren cam bios horm ona­
les significativos.1 Estos resultados sugieren que los cam bios
en el estrógeno y la progesterona intervienen para precipitar
los síntomas propios del talante entre las mujeres con depre­
sión posparto.?
Dicho to % de mujeres parecen deprimirse después del
parto por múltiples razones. El cerebro ha tenido durante el
embarazo puestos los «frenos» com o respuesta al estrés; repen­
tinamente, después del parto, vuelven a soltarse. El cerebro del
90 % de las mujeres puede volver a dar una respuesta normal
al estrés, pero es incapaz de hacerlo en el caso de mujeres vul­
nerables. El cerebro de una mujer vulnerable acaba volviéndo­
se hiperreactivo al estrés y ella produce demasiado cortisol, la
hormona del estrés.'1 Sus reflejos repentinos estarán en alza, se
mostrará nerviosa, las pequeñas cosas le parecerán problemas
enormes. Será hipervigilante con el bebé, hiperactiva e incapaz
de recobrar el sueño después de amamantar al bebé por la no­
che. N erviosa, se ajetreará día y noche, com o si tuviera el dedo
metido en un enchufe, aunque se sienta agotada.
Los conocidos predictores de la depresión después de dar
a luz comprenden una depresión previa, la depresión durante
el embarazo, la falta del adecuado apoyo emocional y un es­
trés agudo en el hogar.5 Las mujeres que sufren depresión pos-
parto también luchan con sus identidades al enfrentarse con
sus nuevos cometidos com o madres. Expresan sentimientos de
pérdida del sentido de quiénes son como individuos. Se sienten
abrumadas por la responsabilidad de tener un hijo. Se enfren­
tan con el sentimiento de que la pareja y otros seres cercanos
las abandonan porque no Jes ofrecen suficiente apoyo; con el
temor irracional de que el hijo muera; con los problemas de la
lactancia. A menudo se sienten «malas madres» pero nunca in­
culpan a su hijo. La mayoría de las madres son reacias a hablar
de sus sentimientos y atribuyen su talante a debilidad personal
más que a una enfermedad. Se esfuerzan por mantener la
igualdad con sus parejas y hacer que los padres se impliquen
en el cuidado del bebé.
La transición a la maternidad va acom pañada a menudo
de depresión y estrés. Se trata de una vida y realidad com ple­
tamente nuevas y es comprensible que la mujer se sienta sacu­
dida por la experiencia. Adem ás, en menos de un año, los
drásticos cambios hormonales de las madres han creado cam ­
bios cuantitativos varias veces en su realidad. Las mujeres que
son vulnerables a la depresión y al estrés pueden pasar una
época más difícil reequilibrándose tras estos cambios. Y si te
cuesta lograr esc reequilibrio, tu vulnerabilidad ante la depre­
sión será incrementada por un niño alborotado y la carencia
de sueño. Para algunas mujeres estas sensaciones de estrés no
llegan al m áxim o hasta doce meses después del parto. Adem ás,
los síntomas depresivos posparto a menudo permanecen ocul­
tos. Las mujeres se avergüenzan de ellos porque se presume
que han de estar felices por el nacimiento del hijo. Por tanto,
es importante comprender la com plejidad del humor depresivo
posparto com o una lucha por reequilibrar las horm onas cere­
brales, una nueva identidad, la lactancia materna, el sueño, el
bebé y la pareja.6
A lgunos científicos entienden que la lactancia m aterna
puede proteger contra la depresión posparto en ciertas muje-
res.7 D urante la lactancia las m adres muestran respuestas
neuroendocrinas y de conducta más bajas ante cierto tipo de
agentes de estrés, exceptuando posiblemente aquellos que re­
presentan una amenaza para el niño. Semejante aptitud para
filtrar los estímulos relevantes entre los irrelevantes puede con­
siderarse com o una forma de adaptación a la diada madre e
hijo; en cam bio, la ineptitud para filtrar estímulos estresantes
podría estar asociada al desarrollo de la depresión posparto.8
Constituye una buena noticia que el tratamiento esté dis­
ponible y sea efectivo. Las sustancias quím icas cerebrales
— com o la serotonina, que ayudan a apoyar el talante y el bie­
nestar— descienden sus niveles después del parto y los cere­
bros de las mamás deprimidas muestran un déficit de las mis­
mas. La medicación y las horm onas pueden ayudar a que sus
cerebros vuelvan a la normalidad. El consenso entre los exper­
tos en la depresión posparto recomienda — para las mujeres
con síntomas graves— una medicación antidepresiva com bi­
nada con otras modalidades de tratamiento, como la terapia
de apoyo verbal.’'
A P É N D IC E TRES

EL CER EBR O FEM EN IN O Y LA O RIEN TACIÓ N SEXU AL

¿Cóm o se implanta la orientación sexual en el cerebro femeni­


no? En el cerebro femenino existen muchas variantes que deri­
van en habilidades y conductas individuales. Las variaciones
genéticas y las hormonas presentes en nuestro cerebro durante
el desarrollo fetal constituyen la base del cerebro femenino.
M ás tarde, las experiencias de la vida actúan en los circuitos
de nuestro particular cerebro femenino para reforzar las dife­
rencias individuales. Una variación que aparece con frecuencia
en las mujeres es la atracción romántica por el mismo sexo. Tal
cosa se estima que sucede entre el 5 y el t o % de la población
femenina.'
El cerebro femenino tiene la mitad de probabilidades de
contar con circuitos de atracción por el mismo sexo que el ce­
rebro masculino. En consecuencia, los hombres tienen el doble
de probabilidades que las mujeres de ser gais. Biológicamente,
las variaciones genéricas y la exposición hormonal, tanto en el
cerebro masculino como el femenino, se cree que conducen a
la atracción por el mismo sexo, pero los orígenes parecen dife­
rentes en mujeres y hom bres.1 La mayoría de los estudios cere­
brales han versado sobre la diferencia entre varones gais y he­
terosexuales. Hasta hace poco, no han empezado a aparecer
estudios sobre las mujeres. La motivación sexual ocurre en
mujeres con más frecuencia que en los hombres, que hablan de
sus intereses bisexuales.3 Estudios psicosociales han demostra­
do que las lesbianas tienen más autoestima y mejor calidad de
vida que los hombres gais. Es posible que se deba a que es so­
cial mente más fácil ser lesbiana que gay.+
La orientación sexual no parece ser una cuestión de auto-
definición consciente, sino de circuitos cerebrales.5 Algunos es­
tudios de fam ilias y de gemelos aportan una clara dem ostra­
ción del componente genético en la orientación sexual tanto
masculina como femenina.6 Ya sabemos que la exposición pre­
natal a un entorno hormonal del sexo contrario — com o la tes­
tosterona en un cerebro genéticamente femenino— lleva al sis­
tema nervioso y los circuitos cerebrales a desarrollarse según
líneas más típicamente masculinas. Este entorno prenatal hor­
monal tiene efectos perdurables en rasgos del carácter como
los juegos agresivos y la atracción sexu al.7
Al mismo tiempo que recuerdos de conducta de papeles
representados por distintos sexos en la infancia se evaluaron
en un estudio la identidad genérica básica y la orientación se­
xual en mujeres expuestas a elevados niveles de testosterona
en el útero. Estas recordaron una conducta más masculina en
los juegos típicos de niños que las mujeres no expuestas a la
testosterona fetal.1* Dichas mujeres afirm aron sentir más atrac­
ción por personas de su mismo sexo y tenían más probabilida­
des de ser lesbianas o bisexuales.
Un estudio exam inó las diferencias de circuitos cerebrales
indicadas por la «respuesta sorpresa» entre lesbianas, frente a
mujeres heterosexuales. Encontraron que las lesbianas daban
una respuesta sorpresa más baja — en una franja sim ilar a la
mayoría de los hombres— , que explicaba diferencias de cir­
cuito cerebral entre las lesbianas y las demás m ujeres.9 Las
lesbianas mostraban una respuesta auditiva menos sensible,
faceta típicamente m asculina.10 Los cerebros femeninos usual­
mente rinden más que ios masculinos en los tests de fluidez
verbal. Las lesbianas mostraban giros del sexo opuesto en sus
tasas de fluidez verbal, que se movían en una franja intermedia
entre hombres y mujeres. Las lesbianas identificadas com o
«hom brunas», al contrario de las identificadas como «femeni­
nas», mostraban una franja de resultados intermedia entre va­
rones y mujeres.11 Las mujeres heterosexuales mostraban me­
jores resultados absolutos en fluidez verbal que sus homologas
lesbianas.12 Esto indica que dichas diferencias en los circuitos
verbales aparecen con frecuencia dentro del cerebro femenino.
Tales hallazgos científicos indican que la formación de los cir­
cuitos del cerebro femenino en lo relativo a la orientación se­
xual se efectúa durante el desarrollo fetal siguiendo el diseño
de los genes y hormonas sexuales de ese individuo. La conduc­
ta expresiva de sus circuitos cerebrales estará influenciada y
configurada por el entorno y la cultura.

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