Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 23

3

HISTORIA DE LA TRADICIÓN:
TRADICIÓN MANUSCRITA -
Y TRADICIÓN IMPRESA

3.1. La tradición del texto

El conjunto de testimonios constituye, como decíamos, la


tradición textual de una obra y sólo a través de ellos podemos
: llegar hasta la forma original de ésta, tal como fuera concebida
por su autor. Pero, como advertía Giorgio Pasquali, los testi­
monios no son meros portadores de errores y variantes, sino que
poseen una específica fisonomía cultural. Por ello, la crítica del
texto ha de ir necesariamente acompañada de la historia de la
tradición, que tiene que completarla y reforzarla.
Los testimonios son efectivamente individuos históricos, con
una fisonomía propia, portadores en su seno muchas veces de
elocuentes huellas y datos respecto de dónde se compusieron,
quién los encargó o poseyó, quiénes fueron los copistas, los
impresores, los lectores, qué tipo de papel y de letra fiie utiliza­
r - d o , qué taller tipográfico, etc. Todo ello nos proporciona una
información muy interesante, por supuesto, para la historia cul­
tural, pero también muy rica y aprovechable desde la pura crí­
tica textual. Con esos datos podemos saber ya mucho acerca de
la validez y agrupación de los testimonios, según la información
que poseamos, por ejemplo, de la calidad de un determinado

77
scriptorium o de un taller tipográfico, la procedencia de los ori­
ginales о copias de que solfa servirse, la antigüedad y consisten­
cia de los soportes materiales de copia, etc.
Vittore Branca, a propósito de la obra de Boccaccio y de las>!
peculiaridades de su tradición, introdujo la distinción entre tra-f
dición caracterizada y tradición caracterizante. La primera sef
refiere al examen de los testimonios únicamente en función dell
texto crítico; la segunda, al estudio de las vías y de los modos ^
particulares a través de los cuales se desarrolló la producción y-J
la circulación de los textos de cada obra. Como estudia Branca, !
la tradición manuscrita de las obras de Boccaccio se caracterizad
a un tiempo por las continuas e imprevisibles intervenciones |
correctoras del autor y por la transmisión misma de los textos;!
normalmente obra de entusiastas aficionados y no de copistas !
profesionales. El estudio de los avatares de esa transmisión habrá!
de acompañar al puro cotejo textual de los testimonios.
El estudio de tradiciones particulares parece, por tanto, un¿
vía segura en el andar presente y futuro de la filología, sobre
todo de la filología romance, en la que operamos con textos rela­
tivamente recientes, en cuya tradición las copias están separa­
das por apenas unos cuantos años, no por siglos, como en el caso
de los textos grecolatinos, para los que más bien se creó el méto­
do lachmanniano (la obra de Jenofonte, por ejemplo, escrita en
el siglo IV а. C., prácticamente es sólo conocida por manuscribí
tos del s. XIII de nuestra era).
En este sentido, A. Varvaro ha establecido con gran clari­
dad las diferencias entre la tradición textual clásica y la roman­
ce, para las que respectivamente ha utilizado los términos de i
tradición quiescente y tradición activa [1970]. La de las obras t
griegas y latinas es en general una tradición libresca, poco den- .
sa en el sector de la misma que va del arquetipo a las copias .
humanísticas (sector, sin embargo, decisivo en cualquier tipo ¡
de reconstrucción crítica); es además una tradición de ambien- ■:
tes más bien cerrados, de profesionales (copistas o estudiosos) i
con tendencia a respetar el texto que trasladan. Las tradicio- ~
nes de textos romances son ya bien distintas, debido tanto a la ^
distancia mínima que separa al original del arquetipo (si es que
éste existe) como a la también reducida distancia entre éste y ”
los testimonios conservados. Normalmente tampoco están con­
dicionadas por scriptoria profesionales y casi siempre son ante-

78
fiores a la consolidación de una vulgata, que es fenòmeno len-
t0 y tardío.
por lo demás, la actitud del copista hada el texto suele ser aquí
ménos respetuosa. En la tradición quiescente, el copista, que se sen-
tía alejado y un tanto extraño al texto, mantenía una actitud de res-
neto hacia él, por lo que, cuando arriesgaba alguna conjetura, siem-
pre ejecutaba una restauración conservadora. En la tradición activa,
en cambio, el copista recrea el texto considerándolo actual y abier­
to’, e introduce innovaciones que, más que a restaurarlo según su
parecer, tienden a hacerlo más fácil y contemporáneo’.
Por su parte, bien diferenciadas se nos muestran la tradición
manuscrita y la tradición impresa. Son dos tipos de tradición
diferentes, que hoy conocemos mejor gracias a las aportaciones
de la codicologia y de la bibliografía textual. «

> 3.2. Los manuscritos

La producción del libro escrito a mano se extiende propia-


: mente desde los más remotos testimonios de la antigüedad has­
ta la segunda mitad del siglo XV. Aunque manuscritos hay lógi-
л camente en todas las épocas, en aquel largo período la escritura
a mano es el único modo de producción del libro.

3.2J . E lpergam ino y el p a p el

En la edad antigua, la forma más común que adopta el libro


es la del rollo de papiro, constituido por largas tiras de ese mate­
rial, en las que se escribía horizontalmente formando páginas,
que se enrollaban en torno a un palo central, formando un volu­
men. En el siglo II a.C., con la fundación de la biblioteca de
Pérgamo, comenzó a sustituirse el papiro por un nuevo sopor­
te de escritura, al que se dio el nombre áe. pergam ino, que no era
- sino piel de animal adecuadamente recortada y preparada. Con
el pergamino cambió también la forma del libro que, en lugar
de la incómoda del rollo, adoptó la del códice, es decir, de cua­
dernos cosidos entre sí.
Esta forma del códice (lat. caudex, codex ‘tronco del árbol’,
por referencia a la corteza del árbol y a sus múltiples hojas) es

79
la que de manera generalizada ha venido adoptando el libro
prácticamente la única que conoce la Edad Media. Por eso, càdì
ce es el término restrictivo que mejor conviene ai libro medies
val, en tanto que el más genérico de m anuscrito se utiliza p
todas las épocas.
El pergamino era un material costoso’, que se empleó duran:
te toda la Edad Media, preparado por los propios monjes de lof
monasterios donde se copiaban los códices o por talleres espéf
cializados. A fines del siglo Х1П, sin embargo, comenzó a ser susS
tituido por el papel, material mucho más barato y asequible, qui|
supuso un auténtico cambio en la producción y difusión del
libro. El papel procede de Oriente, de China, donde se fá b r ic a !
ba con seda o fibras de plantas. Su invención se viene atribuí
yendo a Ts’ai Lun (105 d. C.). A mediados del s. VIH se habí:
extendido ya al mundo árabe, de donde pasó a la España musuLl
mana por mercaderes genoveses que lo traían de El Cairo. En
España, el primer libro en papel es una recopilación litùrgici
del s. XI, conservada en la abadía de Santo Domingo de SHala
Como atestigua un documento de 1056, el primer centrò cí^
producción de papel fue Xátíva, al que siguieron Granada, Cór-I
doba y Toledo. :Щ
En el siglo XIV, los versos de Juan Ruiz, arcipreste de Hita,!
hablan de Toledo como un centro de abundante producción de
papel, aunque, invocando el tópico de la dificultad de decir, ase-i
gura que no sería suficiente para contener la descripción de la
tienda de don Amor:

En suma vos lo cuento por non vos detener:


do todo esto escriviese, en Toledo non ay papel. "
(c. 1269)

Hubo dos tipos principales de papel: el árabe, sin filigrana,


y el italiano, con filigrana. La filigrana es la impronta dejada en
la pasta de papel por hilos de metal que forman un determina­
do dibujo, generalmente colocado en el centro de una de las dos
mitades de la forma, de manera que queda en el medio de un
folio doblado en dos. Desde 1280 la filigrana es característica |
del papel italiano y se convierte en una especie de marca de fabri- -|
ca. Por eso se cree que es infalible como elemento identificati-* •£
vo del papel. El repertorio clásico de catalogación de filigranas %

80
, oapel es el de С. M. Briquet, que reproduce 16.112 filigra-
Ш aUe comprenden en el tiempo de l2 8 2 a 1600 [Briquet,
19.07:.
iSËBÜir
* - 22.2. El códice y su constitución

El elemento material de escritura de que está constituido el


....códice, es decir, la hoja y hojas sucesivas (ya sean en papel o en
nerearnino), aparece doblado de diferentes maneras, lo que da
nîe a distintas denominaciones del códice: in fo lio (doblado una
s o la vez), in quarto (dos veces), in octavo (tres dobleces).
- El libro manuscrito, el códice , está constituido por una suce-
r sión de cuadernos (fascículos), cada uno de los cuales está com-
~ puesto de una serie d e folios (uno o más) plegados por la mitad,
^ msertos uno dentro del otro y cosidos entre sí.
’ Folio es propiamente la mitad doblada de una de las hojas o
L - elementos que constituyen el cuaderno y bifolio es el elemento
completo. Según el número de bifolios que lo constituyan, el
cuaderno recibirá el nombre de: duerno o binión (dos bifolios
doblados o, lo que es lo mismo, cuatro folios), tem o o tem ión
__;(tres bifolios), cuaterno o cuatem ión (cuatro bifolios), quinterno
o quinión (cinco bifolios).
Páginas (en su origen, nombre que se daba a la columna de
escritura del rollo) son los rectángulos ocupados por caracteres
gráficos alineados, rodeados por márgenes, que en su sucesión
constituyen el códice. La estructura de la página viene también
definida por la presencia de títulos, letras iniciales o ilustracio-
"7iies diversas. La relación entre todos los elementos de la página
ha variado mucho desde la antigüedad a los tiempos modernos,
con la tipografía y la informática. De igual modo, la relación
entre el rectángulo de escritura y la página en sí depende, apar­
te del formato del libro, de las características del texto y de la
función para la que se haya concebido.
— En los manuscritos medievales, la disposición de ese rectán­
gulo suele venir dada por una serie de líneas, trazadas con pro­
cedimientos diversos, que delimitan los márgenes y el cuadro
de escritura. Los manuscritos más antiguos presentan una impa­
ginación (mise en page ) muy compacta, con letras y palabras muy
unidas. La scriptio continu a , ligada a la lectura en alta voz, fue
abandonada hacia el siglo VIII y progresivamente se fue implan»
tando la alternancia de negro y blanco en el sistema de signos?!
de escritura para dividir y espaciar. De todos modos, la proporli
ción negro-blanco, entre la parte escrita de la página y los espai
cios en blanco, ha cambiado con el paso del tiempo. A lo largoi
de los siglos medievales se produce un progresivo ensancha-i
miento de los márgenes en los manuscritos, debido seguramente!
a la alta valoración que se va haciendo del libro y la condición -
de sus destinatarios. Con la imprenta, sin embargo, se produce i
el fenómeno contrario y observamos cómo progresivamente!
avanza el negro sobre el blanco. ':\\Ц

3.2.3. El scriptorium y la prod ucción d el libro manuscrito

En la Edad Media, la producción del libro manuscrito estui


vo primero concentrada en los monasterios y luego pasó a desa­
rrollarse en las ciudades, donde surgió un verdadero mercado i¡
del libro. Tras la caída del imperio romano en el siglo V, la pro-J
ducción de libros encuentra refugio en los monasterios de Occi­
dente y queda reducida a una actividad no lucrativa, llevada a|
cabo por los monjes. La copia de manuscritos será una aerivi^
dad bendecida por la Regla de San Benito, que promueve el tra­
bajo manual y recomienda la lectura a lo largo de distintas horas |
del día, especialmente en Cuaresma.
Un gran número de monasterios dispondrán de un taller de;
copia de manuscritos, el scriptorium , instalado en una sala que­
da sobre el claustro. Allí los escribas trabajan bajo la dirección f
del armaritts, el monje encargado de la biblioteca. Los copistas, •
los rubricadores (que escriben los títulos en rojo), los ilumina-f
dores, los correctores y los encuadernadores colaboran en la eia- :
boración del manuscrito. Copian a menudo un modelo presta-
do por otro monasterio y muchas veces deben trasladarse a aquel ;v
lugar para reproducir un ejemplar único. A veces, los escribas se
reparten el trabajo por cuadernos, y el manuscrito puede reve-^
lar entonces la existencia de varias manos que han colaborado
en él. El jefe del taller reúne los cuadernos redactados por los
copistas, corrige sus errores añadiendo las palabras olvidadas o f
subrayando los términos erróneos, al tiempo que encarga la deco­
ración a los iluminadores, clérigos o laicos.
Luego de las primitivas y espléndidas copias de los monjes
irlandeses, la época de Carlomagno supuso una auténtica edad
■ ¿orada para el libro manuscrito, copiado ahora en una letra cla­
ra y legible, como fue la llamada escritura carolina. El empera­
dor dispuso que monasterios y catedrales estuvieran dotados de
los textos fundamentales de la Biblia, la Patrística y los clásicos
latinos. De esamanera, monasterios como Ferriéres, Saint-Benoít-
sur-Loire, Saint-Dénis, Saint-Amand, Tours con Alcuino (796-
802), Reichenau, Saint-Gail en Suiza, y las catedrales de Orlé­
ans bajo el episcopado de Teodulfo o la de Reims bajo el
arzobispo Hincmar (845-882) y las de Colonia y de Maguncia,
pasaron a ser grandes centros de copia y de iluminación de
manuscritos.
; ; - C o n las in vasion es de los n o rm an d o s, que saq uearon y des­
truyeron n u m erosos m on asterios, se paralizó un tiem po la pro-
duccíón del libro m an u scrito . D e l siglo XI al XIII, sin em b argo,
por exigen cias d e la v id a m o n á stic a y la fu n d a ció n d e n u evo s
—monasterios, se producirá un crecimiento constante de la copia
; : de obras manuscritas. En todos los monasterios benedictinos
habrá un número de libros suficiente para asegurar el servicio
religioso, por lo que cada comunidad deberá poseer al menos
un misal, los evangelios, un salterio, un antifonario, un marti­
rologio y un leccionario. En el siglo ХП1, cuando declina la fun­
dación de monasterios, muchos sci'iptoria decaen o desaparecen,
y la producción de manuscritos se irá desplazando a las ciuda-
des y universidades.

3.2.4. Las bibliotecas m edievales

En España, según el estudio de R. Beer [1894], fueron unos


quinientos monasterios los que se fundaron, en muchos de los
cuales se creó un escritorio, donde se iban copiando tanto libros
eclesiásticos como clásicos para la enseñanza del latín. Los más
famosos fueron los de Santo Toribio de Liébana, León, Ovie­
do, Toledo, Ripoll, Sahagún, Cardeña, Silos o San Millán.
Una de las bibliotecas monásticas más importantes fue la del
- monasterio de Santa María de Ripoll, en Gerona, de la que hoy
se conservan unos doscientos cincuenta manuscritos, que se
guardan en el Archivo de la Corona de Aragón. En los finales

83
del siglo X, coincidiendo con Ja venida del monje Gerbert d’Au|
llac (el papa Silvestre II), la biblioteca era ya famosa por la exi|
tencia de textos de procedencia árabe y porque se habían intf!
ducido novedades científicas como el astrolabio y la numeraci^
¡i,;!;.
H IT arábiga. A mediados del s. XI había incrementado espectacular
mente el número de códices, que ya no eran sólo bíblicos y litiif
gicos, sino también patrísticos y, sobre todo, un alto número çj,
ellos destinados a la enseñanza de las artes liberales. En el sigjl
XIII, se incrementó aún con obras médicas traídas de Salernof
jurídicas de Bolonia y teológicas y filosóficas procedentes taira
b.ién de Italia. Como se ve, los fondos hubieron de ser muj¡
importantes. Destacan algunas biblias ricamente iluminada!
(como la de Sant Pere d e Rodas), los primeros textos historio!
gráficos catalanes (los Gesta com itum Barcinonensium e t г е р щ
A ragonum ), un poema latino sobre el Cid (el Carmen Campii
D octoris) y, sobre todo, los Carmina R ivipullensia , un canciojl
nero poético en latín, obra de un anónimo enamorado, que I
conecta con la tradición y maneras goliardescas y ofrece una poe- :
sia amorosa apasionada y sensual. f
La biblioteca del monasterio de Santo Domingo de Silos, en:
el siglo XIII, contenía poco más de cien libros manuscritos. Un*
1^ buena parte eran patrísticos, con obras de San Isidoro (las Eti¿
mologías), San Leandro, San Gregorio (los Diálogos), o los libros
llí d e las Sentencias. El fondo profano contenía unos cincuenta libros,"
entre los que se contaban obras de gramática y de retórica, algu-v
na obra de Aristóteles y las obras de Boecio. El monasterio dej
San Salvador de Oña vuelve prácticamente a reperir número yf!
autores: San Gregorio {Morales y Diálogos), San Isidoro y Saii^
Agustín {De civitate Dei y De doctrina christianá), aunque faltan
libros del trivium (gramática, retórica, lógica), por lo que se dedu-1
ce que allí no habían de impartirse tales enseñanzas. щ
Desde luego fue mucho lo perdido, como es el caso de la |
Biblioteca capitular de Toledo, que hubo de ser de las más famo-:
sas. El fondo antiguo está muy disperso y la que hoy se conser- ;
va como tal biblioteca capitular está constituida por la colec- :
ción de libros del arzobispo Pedro Tenorio, del siglo XIV, quel
la donó al cabildo. Los manuscritos anteriores tampoco los cono- д
cemos bien, pues el catálogo más antiguo es de 1455. Varios i
pasaron a la Biblioteca Nacional. Había libros de gramática y .
autores antiguos para la enseñanza del latín, también versiones
IK
ink 84
Ы
¡S i­
de obras arábigas y traducciones. Desde la Ética de Aristóteles,
£Almagesto de Tolomeo, tratados de geometría y de astrologia.
curioso es el caso del Auto d e los Reyes M agos , copiado en
jas dos últimas hojas de un códice en pergamino que contiene
comentario latino al Cantar d e los cantares y a las Lamenta-
: clones de Jeremías, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de
España.
En el siglo XV se produce el desplazamiento de los focos de
estudio de las escuelas y monasterios al ambiente mundano de
las cortes y bibliotecas señoriales. Esto ocurre en la medida que
los reyes y nobles se van interesando por actividades intelectua­
les tradicionalmente reservadas a los clérigos y a la iglesia. La
lectura se difunde en los estamentos laicos de la sociedad y se
ripone al alcance de una aristocracia culta, dejando de ser patri­
monio exclusivo de los letrados profesionales. Esa situación da
lUgar a la aparición de magníficas bibliotecas señoriales, de las
que tenemos amplia noticia. La mayoría son de uso personal y
de características diferentes a las monásticas, catedralicias y con-
ventuales. Su estudio ha interesado muchas veces para mostrar
4 a preocupación individual de algunos magnates por el huma­
nismo, pero también interesan como parte de la historia de la
cultura y de la historia de las mentalidades, en la medida que
‘ aportan datos sobre las formas de vida y el comportamiento de
ese grupo social, en este caso de la nobleza de la última Edad
Media. En España hubo varias importantes, como la Fernán
Pérez de Guzmán, la de don Enrique de Villena, la del conde
de Haro, la del Marqués de Santillana y naturalmente la de la
casa real, de Juan II a Isabel la Católica.
" “ Famosa fue la biblioteca que a mediados del siglo XV formó
en su palacio de Guadalajara don Iñigo López de Mendoza, pri­
mer marqués de Santillana [Schiff, 1905]. Estaba constituida
por decenas de cuidados manuscritos miniados y ornamentados
con su escudo de armas y su lema, en los que se recogía lo más
selecto y avanzado del saber de la época. Allí se encontraban,
como muestra de la moderna inquietud humanística, clásicos
griegos (Homero, Tucídides y Platón) y latinos (Cicerón, Séne-
ca, Virgilio, Ovidio, Tito Livio, Lucano, Valerio Máximo), así
como los principales autores italianos (Dante, Petrarca, Boc­
caccio, Leonardo Bruni, Pier Candido Decembrio, Giannozzo
Manetti) y algunos franceses (Alain Chartier, Roman de la Rose).

85
Junto a ellos pervivían obras representativas del pensamiento
religioso medieval (tratados de San Agustín, San Basilio o San;
Juan Crisostomo) y de sus preocupaciones por la historia y el
arte militar (Egidio de Roma, Gil de Zamora, Guido delle Colon­
ne, Honoré Bonnet). No sabemos con exactitud el número de
libros que llegó a poseer ni los que realmente han sobrevivid'
de aquella biblioteca. En su testamento dejó establecido que se
vendiesen todos a excepción de cien que dejaba a la elección de.
su heredero. Sucesivos avatares por los que atravesó la bibliote- f
ca del Infantado sólo permiten el reconocimiento de unos cuan­
tos volúmenes que fueron del Marqués. La biblioteca la custo­
diaron después sus descendientes, en 1702 sufrió un incendio ,,
que destruiría parte de ella. Por fin, a la muerte del Duque des
Osuna, XV Duque del Infantado, en 1882, pasaron aquellos:^
libros a la Biblioteca Nacional de España, donde se custodian.

3.3. La tradición impresa

La imprenta aparece precisamente en Occidente cuando eL r


manuscrito alcanzaba su mayor grado de perfección. Sus pri- |
meros pasos fueron las impresiones xilográficas (de xylo?i made-
ra’), reproducciones de un texto mediante planchas de madera :
grabadas en relieve que se estampaban sobre una superficie. ELl
paso siguiente y la gran novedad fue la utilización de tipos meta- â
licos movibles, que se podían montar y desmontar, con los que
se componía un texto que, una vez impregnados de una tinta
preparada para que no lo perforase, se plasmaba sobre el papel
La prensa, que presionaba el molde compuesto contra el papel,
con el fin de que la impresión fuese más intensa, fue otro impor­
tante elemento que se incorporó al revolucionario invento, obra I
de Johan Gutenberg, de Maguncia, hacia 1454. En España, el
primer impresor conocido es Juan Párix de Heidelberg que, hacia
1472, imprimió en Segovia el Sinodal d e Agailafiiente. A partir
de entonces proliferaron los talleres tipográficos por toda lai
Península, tanto en las ciudades de la Corona de Castilla (Sala-:
manca, Valladolid, Medina del Campo, Alcalá de Henares, Tole- -;
do, Sevilla) como en las de la Corona de Aragón (Zaragoza, Bar- ^
celona, Valencia). No hubo una concentración de esos talleres,
como sí sucedió en otros lugares (Lyon, Venecia), ni tampoco

86
los hubo particularmente potentes (corno pudo ser el de Aldo
Jyíanuzio en Venecia o el de Cristóbal Piantino en Amberes). La
Imprenta española, en términos generales, fue de pequeños talle­
res, dispersos y de no mucha calidad. Lo que no quita para que
hubiera impresores excelentes, como Juan de Junta en Burgos y
Salamanca, Arnao Guillén de Bracar y Miguel de Eguía en Alca­
lá, Jacobo y Juan Cromberger en Sevilla, Juan de Ayala en Tole­
do, Jorge Coci en Zaragoza, Carlos Amorós en Barcelona o Juan
JoÉFre y Juan Mey en Valencia [Millares Cario, 1971; Marsá,
2001; Martin Abad, 2003].

3,3,1. Los testimonios en la tradición impresa


«
Diferente a la tradición manuscrita es, pues, la tradición
: impresa. Los conocimientos que ha transmiddo la historia de la
imprenta y la bibliografía textual han hecho tomar conciencia
de los problemas específicos que a la crídca textual plantea el
texto impreso. La bibliogmfia textual o material, como ya comen­
tamos, viene a ocuparse del conjunto de datos y características
históricas, teóricas y técnicas que se desarrollan en torno a la
: transmisión de los textos impresos.
En principio, cabría pensar que el impreso tiene el mismo
" valor que el manuscrito como testimonio de una tradición, aun-
; que, como sabemos, el manuscrito es una sola individualidad,
en tanto que el impreso se multiplica en numerosos ejemplares,
como ya observaba R. Menéndez Pidal:

La elaboración y la transmisión de una obra literaria


antes de la imprenta es cosa muy distinta de lo que fue des­
pués. La tipografía hizo que la publicación de un libro,
hecha antes mediante muy escasas copias, lentas y muy dis­
tanciadas en el tiempo y en el lugar, se convirtiese en un
acto momentáneo, único y superabundante en ejemplares
[...] Por el contrarío, en la lentísima publicación manuscrita
cada ejemplar producido tiene su individualidad [1977:865].

Hay que apresurarse a decir, no obstante, que, según ha


establecido la bibliografía textual como un auténtico axioma,
los ejemplares que constituyen una edición no son idénticos,

87
particularmente en los tiempos de la imprenta manual, qüe|
van propiamente del siglo XV a mediados del XIX. La interlE
vención sucesiva de impresores, cajistas, correctores, compo_l| í1
sitores, censores, etc., alteraba en gran manera tanto la corrulf ¿í
posición del texto como su resultado final, resultado que ertH
realidad se llevaba a término a través de un proceso de elabo4|| i '
ración discontinuo. • fb í
• De esa manera, lo que comúnmente consideramos un testi-, 1
monio no puede circunscribirse a un solo ejemplar, pues a lo Jf f:
largo de la emisión o la edición, aquellas intervenciones diver- J
sas han podido introducir diferencias y variantes de un ejem :Sf
piar a otro. Ante la práctica imposibilidad de tener en consider i ;
ración todos y cada uno de los ejemplares de todas las ediciones;:! t
de una obra, se ha estimado por cálculo estadístico que de cadali ë
tirada de mil ejemplares, sería necesaria la colación de al menos | i
treinta de ellos para obtener una muestra suficientemente repre- I Й
sentativa [Stoppelli, 1987:13]. '"Щ .
Con la imprenta cambiará, pues, la condición de los testi- | 1
monios y cambiará también la tipología de los errores. En la eje- |
cución de la copia intervienen ahora muchas más personas que | L.
en Ja etapa manuscrita: el autor que presenta su autógrafo o un ff
apógrafo, el copista que lleva a cabo el llamado original de. J I;
imprenta, los impresores, los cajistas, el corrector. Aparte luego |
las censuras y aprobaciones. || 3
El llamado original de imprenta era el texto hecho copiar J ^
a un amanuense a partir del texto entregado por el autor. Esa |
copia, en la que se contemplaba ya la composición del librali
(número de páginas, columnas, líneas por página, tal vez capí- |
tulos, títulos, etc.) y que a veces volvía a revisar el autor, era 7c
también la que se presentaba para ser autorizada ante el Con- J
sejo de Castilla y rubricada folio por folio por un escribano. ^
Devuelto a la imprenta, sobre ese texto se realizaría ya toda la J
labor tipográfica y con él se trabajaría a lo largo de todo el §
proceso de impresión. Una de las primeras operaciones que |
se realizaban era la cuenta del original, en virtud de la cual se ■!
calculaba el número de pliegos de papel necesarios y se esta- Щ
blecía la disposición de formas y el orden de páginas en cada ;|
una, a partir del número de líneas ajustado del original al J
impreso.

88
j 2 2. Composición d el libro impreso

En el taller tipográfico trabajaban dos tipos de operarios prin­


cipales* los que se ocupaban de la prensa de imprimir y los com­
ponedores. Se realizaban tres operaciones flmdamentales: la com­
posición, el casado e imposición y la tirada. El com p on ed or,
¡ sentado ante el chibalete, en el que estaban colocadas las cajas
con toda la letrería distribuida en cajetines con los tipos de ace-
i ro de cada letra, iba tomando con una mano el tipo de la letra
correspondiente y lo colocaba invertido en el aparato que suje­
taba en su otra mano (también llamado com ponedor). En él iba
formando una línea de izquierda a derecha y con las líneas suce­
sivas se constituía el molde correspondiente a las páginas de escri-
tura que, una vez bien atado por los extremos, se trasladaba aJa
prensa. шг
Los operarios que se encargaban de la prensa eran normal­
mente dos: el tirador y el batidor. Este sólo se ocupaba del entin-
tado, que realizaba con una especie de tampones semiesféricos.
: El tirador lo hacía de las demás operaciones de la prensa: colo-
caba el papel en blanco en el tímpano y lo cubría con lafrasqueta
(para impedir que la tinta rebasara los márgenes), hacía correr
el carro con el papel debajo de la prensa y presionaba haciendo
descender la barra sobre el papel, con dos golpes para imprimir
una forma y cuatro para el pliego completo.
El pliego era en realidad la unidad de escritura, que se impri-
: mía por una y otra cara y se doblaba una o varias veces (lo que
determinaba el tamaño del libro). Eso requería que el compo­
nedor dispusiera las páginas en un determinado orden y no en
■“sucesión numérica, por lo que era muy necesaria la cuenta del
original. El libro, en definitiva, no se componía página a pági­
na, una tras otra, sino, por así decir, alternándolas. Se disponía
por jbnnas, es decir, componiendo en bloque el conjunto de las
planas (firm a ) que iban a estamparse en cada una de las caras
(blanco y retiración) de un pliego
Una vez compuesta una forma y tirada la totalidad de ejem­
plares, se deshacía el molde, se limpiaban los tipos, se coloca­
ban de nuevo en la caja y se podía iniciar la composición de otra
forma. Era frecuente también dividir el original en partes y entre­
garlas a dos equipos de operarios: los dos componedores se po­
nían de acuerdo para preparar las páginas de una forma o las

89
formas de un pliego, mientras que el tirador y el batidor imp rii
mían una forma al tiempo que se componía otra.
Debido a todas esas particularidades en el proceso de corn|
posición del libro, es conveniente distinguir estos tres tipos d i
situaciones y resultados: edición, emisión y estado. Щ
Edición es el conjunto de ejemplares de una òbra impresosi h
en una composición tipográfica única o que ofrece ligeras vari¿| f
ciones. En la imprenta manual no bay reediciones, pues, debiá
do a su escasez, se tienen que ir desmontando los tipos para сопц L
poner nuevas formas. -Jj ;
, Emisión es el conjunto de ejemplares, parte de una edición*!
que forma una unidad intencionadamente planeada, antes o|
después de su puesta en venta. Puede deberse a alteración dé¡
portadas, a impresión en papel distinto en calidad o tamaño, o| £::
a desglose de partes. í:
Estado son las variaciones, no planeadas intencionadamente^!
que presentan los ejemplares de una edición, producidas durante!
la impresión, o posteriormente a la misma o a su puesta en ventali L:
Pueden ser: correcciones durante la tirada que afectan a parte de| i
los ejemplares, correcciones de erratas por medio de banderillas;!
recomposición del molde deshecho, recomposición de pliegos yaf .
impresos con añadido de alguna hoja para ampliar o completar! г
texto, o adición, supresión o alteración de hojas. i

'
3.3.3. Errores y tipografìa

En el aspecto de los errores y diferencias, debido a las carac­


terísticas que venimos comentando, hay que tener presente quel Г
el libro de la imprenta manual ofrece unas determinadas pecu-1
liaridades. Si, como quedó dicho, no se componía de una vez,
sino en sucesivas fases, tampoco era corregido de una sola vez. .
La escasez de materiales con que se trabajaba hacía que des- :
pués de la impresión de cada forma o de cada pliego, se des­
hicieran los moldes con el fin de utilizarlos para el siguiente. ~
Ello obligaba a trabajar con cierta celeridad y a no parar el pro- ".
ceso de impresión, al tiempo que impedía volver atrás e impri­
mir de nuevo la forma. Por lo demás, todos los intervinientes :
en el proceso de impresión podían ser introductores de erro­
res y variantes.

90
El amanuense, autor de la copia del originai, a pesar de su
destreza con el plumin en la copia, no dejaba de introducir inno­
vaciones en el texto. La mayoría eran yerros y descuidos, pero
también enmiendas deliberadas y errores. El cajista componía
con los tipos invertidos, por lo que no era imposible la equivo­
cación; tampoco eran infrecuentes los puros accidentes mecá­
nicos, de pérdida o caída de alguna letra al trasladar o aflojarse
la regleta o la forma; el entintado también podía ser falto o sobre­
abundante.
El corrector, p o r su p arte, era qu ien m ás intervenciones rea­
lizaba en el texto. C o n fre cu e n cia in terven ía y a en la p rep ara­
ción del origin al d e im p re n ta y lu ego , p o r su p u esto , reiterada­
mente a lo largo del proceso de im presión, revisando las fo rm as
y {os pliegos q u e se ib an co m p o n ien d o . E n no pocas ocasio n es
trataba de a ju sta r o so rte a r las reco m en d acio n es del co rrector
oficial, que n o d u d a b a en trastocar, enm endar, trasponer, añ a­
dir o incluso suprim ir.
El componedor del texto podía incurrir en el mismo tipo de
errores que el copista de un manuscrito (desde haplografías a
interferencias lingüísticas de su lengua particular). Pero hay un
tipo de interferencia peculiar del trabajo tipográfico que deriva
de justificar el margen derecho de la página [Fahy, 1988]. En
ese caso, la única solución recomendada en las imprentas era la
de aumentar el número o el espesor de los espacios en blanco
entre dos a más palabras de la línea (lo que hace ahora de for-
. ina automática el procesador de textos). Otro procedimiento
fue el de utilizar tantas abreviaturas como fuere necesario. La
tercera solución era la de intervenir sobre la grafía en determi­
nados aspectos, por ejemplo, en la geminación de consonantes
o en recurrir a recargados grupos consonanticos; o en el uso o
eliminación de la elisión vocálica. Todo ello puede introducir
diverso número de alternancias gráficas y variantes lingüísticas.
En cuanto al autor, aparentemente entregado a los impreso­
res y desentendido de su obra, en el curso de la impresión, intro­
ducía a veces variantes conscientes en el texto, que lo ya impre­
so no podía recoger. Hubo de ser una situación relativamente
fecuente, aunque no podemos cuantificar. Sabemos de algún
caso muy significativo, como el de Fernando de Herrera con sus
A notaciones a G arcilaso (1580). Herrera añade al final unos
“yerros” con trece enmiendas, pero terminada la edición y revi-

91
sada la obra con atención descubre muchos más, lo que le lley¡
a destruir y rehacer todo el primer pliego de los ejemplares tira­
dos y a incluir en los preliminares (suprimiendo otros paratex-
tos) cinco páginas de ‘Térros que se han hallado en la impresión!
[Blecua,! 970].

• :

3 3 .4 . Disposiciones legales sobre el libro

Desde que se introdujo la imprenta en la Corona de Casti-|


lia, a comienzos de la década de 1470, siempre intervinieron los!
poderes políticos y eclesiásticos en la circulación y en la proli
ducción del libro [García Oro, 1995; Reyes Gómez, 2000]. Losf
Reyes Católicos tuvieron una política abierta y permisiva con e|¡
libro, al que dejaron exento de alcabalas y de impuestos, lo quii
favoreció que se establecieran aquí muchos impresores y metí
caderes europeos, particularmente alemanes. f|
Hacia 1480 aparece el privilegio de impresión de libros, quel
suponía ya la intervención real en su proceso de producción^
Junto a él, aparecía también la tasa, que fijaba el precio de ven-J
ta del libro. Los más antiguos son los concedidos a la impreü
sión de bulas. El primer libro que lo obtuvo fiie la Cura de 1Щ
pied ra y dolor d e l a y j a d a y colica renal, del médico real Juliárií
Gutiérrez, que se imprimiría en Toledo por Pedro Hagenbachf
en 1498. ;
El privilegio permitía al promotor de la edición (autor, libre->|
ro, impresor), al cual se le concedía a petición propia, ÍmprimÍr|
y comercializar una determinada obra durante un tiempo, en|
exclusiva y sin ninguna competencia. La concesión del privile- '
gio y la tasación del libro eran realizados por el Consejo Real de|
forma aislada y en respuesta a las solicitudes particulares, no
como una legislación general impuesta y requisito obligado.
La intervención de la iglesia se produce propiamente con la ;~
publicación de la bula In ter m ultíplices por el papa Inocencio 1
VIII, en 1487, dirigida a toda la cristiandad. En ella se alaba--
ban los beneficios de la imprenta como difusora de libros de|
provecho, pero se condenaba su utilización para difundir escri­
tos perniciosos para la moral y la doctrina. Por ello se establecía ■
la necesidad de la autorización eclesiástica por parte de los ordÍ- f
narios de cada lugar, previo examen, para la impresión de cual-f
■Щ
92 :' i
jer libro. Para quienes no lo cumplieran, se decretaban penas
excomunión y una sanción econòmica.
Щi :, jsfo parece que la bula tuviera efecto inmediato en Castilla,
jojide siguió circulando el libro con bastante libertad. En 1502,
ios Reyes Católicos publican en Toledo una Pragm ática sobre
impresión y venta de libros, motivada por dos razones esencia-
leg. la mala calidad material y lo poco provechoso de los libros
ue se imprimen. Para tratar de evitarlo, se regirla ahora la pro-
ducción y el comercio, estableciendo como obligatoria y previa
la licencia de impresión. Ésta podía ser concedida por el rey, por
¡ las audiencias de Valladolid y de Ciudad Real, por los arzobis­
pados de Toledo, Sevilla y Granada y por los obispados de Bur­
gosy de Salamanca. Por otro lado, los libros impresos en el extran-
; jero dejaban de circular libremente y tenían también la obligación
de someterse a examen. Aunque todo esto suponía un notable
control por parte de la autoridad eclesiástica, ésta delegaba en
algún letrado esas funciones de licencia, censura y revisión de
libros. Por lo demás, la licencia y privilegio suponía la implica­
ción del propio poder regio que, a través del órgano supremo del
Consejo Real, expedía la correspondiente cédula de licencia. Por
eso ésta se solicitaba presentando el libro como servicio al rey y
beneficio para el reino por su utilidad y provecho.
: : Con el tiempo, este sistema resultó ineficaz para controlar la
producción del libro. Por ello, en las ordenanzas que dicta el
príncipe Felipe en 1554, por las que debe regirse el Consejo
Real, una de las disposiciones se refiere al control del libro y esta­
i t ; Шесе que el Consejo sea la única instancia con capacidad de
otorgar licencias de impresión, y no las otras partes (arzobispa-
~ dos y obispados) que intervenían anteriormente:

las licencias que se dieren para imprimir de nuevo algunos


libros, de cualquier condición que sean, se den por el Presi­
dente y los del nuestro Consejo, y no en otras partes, a los cua-
;c ; les encargamos los vean y examinen con todo cuidado antes
de que den las dichas licencias.

El 7 de septiembre de 1558, en nombre del ya rey Felipe II,


|ípse publicaría en Valladolid una Praginática decisiva para la pro­
ducción y circulación de libros. El texto, en sus partes funda­
mentales, era el siguiente:

93
Nueva orden que se ha de observar en la impresión de libi1 nombre del autor y del impresor, y lugar donde se impri­
y diligencias que deben practicar los libreros y justicias. mió. Y que esta misma orden se tenga y guarde en los libros
Mandamos y defendemos que ningún librero ni ot. que, habíen ya seído impresos, se tornare dellos a hacer nue­
persona alguna traiga ni meta en estos Reinos libros-§ va impresión. Y que esta tal nueva impresión no se pueda
romance impresos fuera dellos [...], no siendo impresos coi hacer sin nuestra licencia y sin que el libro, donde se hubie­
licencia firmada del nuestro nombre [...] re de hacer, sea visto y rubricado y señalado en la manera y
Otrosí defendemos y mandamos que ningún libro ni obn forma que dicha es en las obras y libros nuevos. Lo qual
de qualquiera facultad que sea, en latín ni en romance ni ol. mandamos que se guarde y cumpla, so pena que el que lo
lengua, se pueda imprimir ni imprima en estos Remos'sjtf imprimiere o diere a imprimir o vendiere impreso en otra
que primero el tal libro u obra sean presentados en nuestrc manera y no habiendo hecho y precedido las dichas dili­
Consejo y sean vistos y examinados por la persona o perscfl gencias, caiga e incurra en pena de perdimiento de bienes
nas a quien los del nuestro Consejo lo cometieren. Y hechjf y destierro perpetuo destos Reinos. Y mandamos que en el
esto, se le dé licencia firmada de nuestro nombre y señalau nuestro Consejo haya un libro enquadernado, en que se
de los del nuestro Consejo. Y quien imprimiere o diere j ponga por memoria las licencias que para las dichas impre­
imprimir, o fuere en que se imprima libro u obra en o siones se dieren, y la vista y examen dellos y las personaba
manera, no habiendo precedido el dicho examen y aprobá| quien se dieren y el nombre del autor, con día, mes y año.
ción y la dicha nuestra licencia en la dicha forma, incurraëf {Nueva recopilación de las leyes del Reino,
pena de muerte y perdimiento de todos sus bienes, y los tale lib. VIII, tit. XVI)
libros y obras sean públicamente quemados.
Y porque, fecha la presentación y examen dicho en nues?¡¡ Con estas disposiciones, por un lado, la concesión de licen­
tro Consejo y habida nuestra licencia, se podría en el tal¡ cias de impresión quedaba centralizada definitivamente y de
libro u obra alterar o mudar o añadir, de manera que la suso4 manera exclusiva en el Consejo Real. Por otro lado, se estable­
dicha diligencia no bastase para que después no se pudiese: cía todo un protocolo que debía seguir el libro: un escribano del
imprimir en otra manera y con otras cosas de las que füeii Consejo señalaba y rubricaba cada hoja del original aprobado,
ron vistas y examinadas, para obviar esto y que no se pue|T
da hacer fraude, mandamos que la obra y Hbro original que" el cual, una vez realizada la impresión, se volvía a llevar al Con­
en nuestro Consejo se presentare, habiéndose visto y exa­ sto n algún ejemplar de los impresos, con el que ahora se
minado, y paresciendo tal que se debe dar licencia, sea sefia-í eotejaba. En tercer lugar, al frente del libro había de colocarse
lada y rubricada en cada plana y hoja de uno de los nues­ la licencia, la tasa y privilegio, si lo hubiere, además de ios nom­
tros Escribanos de Cámara que residen en el nuestro bres de autor e impresor, y lugar de la impresión. Quiere decir-
Consejo, qual por ellos fuere señalado, el qual, al fin - : se que el libro, por tanto, se imprimía en principio sin portada
del libro, ponga el número y cuenta de las hojas y lo firme: 'ni preliminares, a partir del original de imprenta que se sacaba
de su nombre, rubricando y señalando las enmiendas quei del texto entregado por el autor. Ese original, sobre el que se
en el tal libro hobiere, y salvándolas al fin. Y que el tal libro haría la impresión calculando formas y pliegos, es el que se había
o obra así rubricado, señalado y numerado, se entregue¿| K "-— ntado previamente al Consejo y sería rubricado por el escri-
para que por éste y no de otra manera se haga la tal impre-1 bano. Luego, un ejemplar impreso volvía a ser cotejado con ese
sión. Y que después de hecha sea obligado el que así lo impri­
miere a traer al nuestro Consejo el tal original que se le díoil original rubricado y, por último, se imprimían los preliminares.
¡ir con uno o dos volúmenes de los impresos, para que se veaf . Las consecuencias bibliográficas y textuales de todo ese pro­
y entienda si están conformes los impresos con el dicho ori-l teso son importantes y hay que tenerlas en cuenta a la hora de
Ь
ginal, el qual original quede en el nuestro Consejo. editar. La paginación sólo comienza con el texto de la obra, la
Y que en principio de cada libro que así se imprimiereí$]E portada
I y preliminares forman uno o varios pliegos indepen­
se ponga la licencia y la tasa y privilegio, si le hubiere, у еГ dientes, el colofón ha sido impreso antes que la portada (por lo

liSiI 94 95
¿life;
que el año que figure en ésta puede no coincidir con el de aquél, I
según el tiempo transcurrido en los trámites reseñados), es fréjf
cuente (aunque no legal) aprovechar licencias, privilegios y tasas!
para reedicion es posteriores. A lo largo de ese complejo procé-1
so se comprende que hayan podido producirse gran número dp
cambios y alteraciones en la composición del texto y en la con-4
figuración de los ejemplares de una obra [Moll, 1979:57-79]. *

3.3.5. Tradición textual y géneros literarios |

En la imprenta se editan la mayor parte de las obras litera-:]


rías españolas del Siglo de Oro. No obstante, quedarán también í
muchas manuscritas y otras se editarán bastante tiempo después!
de ser escritas. De la Edad Media, aún pudieron ser rescatadas!
algunas obras principales y extensas, como el Libro d el cavalle-Щ
то Zifar, el Libro d el Conde Lucano?', el Laberinto d e Fortiina щ
el Cancionero General, aunque la mayor parte de la producción!!
literaria quedó manuscrita o en la tradición oral. 1
La poesía de la época tuvo una transmisión muy compleja. •
Junto a las ediciones individuales, proliferaron las colecciones)!
impresas, de cancioneros, romanceros o flores poéticas. Una de l
las más importantes fue la que compuso Pedro Espinosa con eli
título de Primera p a rte de las Flores d e poetas ilustres de España.
(Valladolid, 1605), donde quiso recoger la mejor y más repre- ¿
sentativa lírica del momento, tanto en cuanto a géneros (sone-|
tos amorosos, fábulas mitológicas, poemas descriptivos, sátiras Ê
horadarías, poemas burlescos, epigramas), como en cuanto auto­
res (al lado de los viejos maestros, Herrera, Alcázar o Barahoná,
aparecen los nuevos poetas, como Góngora, Lupercio Leonar­
do, Lope, Quevedo, Arguijo, o el propio grupo antequerano).
Las nueve partes del Romancero general de 1600, ampliadas a tre- |
ce en la edición de 1604, nos ofrecerán, por su lado, los más sig- j
nificativos romances artísticos (pastoriles y moriscos, como era |
moda) de los jóvenes poetas barrocos, luego evolucionados a for- Щ
mas más Uricas y musicales, que difundirá romancerillos como
el Laberinto amoroso o la Primavera y flo r d e los mejores romances .
Tanto la edición individual como la colectiva plantean pro­
blemas particulares al editor moderno. En el caso de las anto­
logías y florilegios, aunque se hayan sucedido primeras y según-
das partes, deben tener un tratamiento semejante al de los tes­
timonios únicos y debe respetarse la ordenación de su materia.
- En el caso de los autores individuales, Begoña López Bueno ha
distinguido perspicazmente dos situaciones en que se presenta
ja tradición textual. Una es aquella en la que el autor dispone
sll obra organizándola como conjunto, que naturalmente hay
que respetar, pero que ha podido dar lugar a otros problemas
.como el de las variantes de autor o el del concepto mismo de
V original. La otra, más habitual y consustancial a la propia poe­
sía, es la transmisión dispersa, en testimonios aislados y hetero­
géneos, en colecciones de varios y no de autor. En este caso, el
problema principal que se plantea se refiere a la fase de la dis-
positio textos. Criterios de ordenación de ese conjunto poético
pueden ser el de los modelos genéricos y métricos de la época
(sonetos, canciones, etc.), genérico-temáticos (cancionero petrar-
quista), o criterios de segundo nivel, como el cronológico [López
Bueno, 2001].
Interesante es también la tradición impresa de los libros de
caballerías. Desde los últimos decenios del s. XVI, parece que
;; este género, que había gozado de alto favor de las prensas, deja
de interesar a la industria editorial en sus creaciones originales.
; : De ahí que, a finales del XVI y principios del XVII, algunos libros
de caballerías nuevos se hallen sólo en manuscrito, pues ya no
""encuentran lugar en la imprenta. Lo que sí mantiene ésta es la
■reedición de libros de éxito consagrado, como Ameláis d e Gau-
í ; ht Amadís d e Grecia , F lorisel d e Niquea, Palm erín , Prim aleón.
Pero, con el fin de abaratar su precio, los editores llevan a cabo
diversas combinaciones comerciales. Por un lado, utilizan tipos
y grabados usados, que no renuevan y que terminan muy des­
gastados; por otro, emplean para la impresión papel de baja cali­
dad y, finalmente, organizan los pliegos por capítulos, con el
propósito de venderlos también separadamente por fascículos
[Lucía Megías, 2000 ].
Las obras teatrales del Siglo de Oro plantean también parti-
- ciliares problemas de edición, que por fortuna está despejando
la erudición crítica de los últimos años, organizada en varios y
consolidados grupos de investigación que están revisando en
: profundidad y editando los textos de los principales autores (Par-
naseo, Prolope, Griso o Aula Biblioteca Mira de Amescua). Tam­
poco en el teatro podemos manejar un concepto claro de origi-

97
nal, pues ocurre habitualmente que el autor escribe una o
para un director de compañía, el cual suele enmendar el textd
para ajustarlo a las necesidades de representación (en esos ajus
tes puede incluso volver a intervenir el autor) y, pasado un derni
po, revender la obra a un impresor que editará la obra con nue­
vas modificaciones, de ahí podrán surgir otras ediciones, copia!
manuscritas, etc. Incluso puede ocurrir que el propio poeta refunl
da su obra en una segunda versión, o que la refundan otros autoí
res, la rehagan, la enmienden. Nos hallamos entonces ante una
tradición no sólo abierta y poblada, sino muy activa y dinámi-f
ca, y dispuesta en sucesivos estratos. Щ
El caso de las comedias de Lope de Vega puede ser paradigmi
mático. De muchas de ellas —unas cuarenta—se conserva el|
manuscrito autógrafo, autógrafo además bastante limpio y confi
pocas tachaduras, pues, como se ha dicho, es extraordinaria lai
seguridad de Lope en sus escritos, “con la mitad de los folios sint¡
una sola enmienda [...] y las correcciones que hay muestran nói
haber sido producto de una revisión posterior, sino hechas en!
el curso de la composición” [Marín y Rugg, 1962], aunque con )
una ortografía muy vacilante, como también era habitual en la,|
época. Lope escribía sus autógrafos para venderlos a los direc­
tores de compañías que, naturalmente, introducirían cambios
y alteraciones en el texto, del que sacaban copias y terminaban
por vender a los editores, sin que nuestro autor revisara los
manuscritos para la imprenta ni corrigiera pruebas. Las modi­
ficaciones introducidas no siempre eran de mayor trascendenti
cia; lo normal, como puede apreciarse en el impreso de 1618 de !
El galán de la M embrillo, era el incremento de unos cuantos erro­
res mecánicos, el añadido de alguna breve acotación (“Sale”,
“Váyase”, “Entren”, etc.), la reducción de algún pasaje del tex- ^
to, o la introducción de algún cambio de personaje para aco­
modarlo al actor.
De ahí los textos pasaban luego a publicarse en las llamadas
Partes de comedias, cada una de las cuales estaba constituida por
unas doce piezas. Las veinticinco Partes de Lope fueron publi­
cadas entre 1604 y 1647, pero de casi todas hubo más de una
publicación (primero en Madrid y luego en Barcelona), e inclu­
so de algunas pudieron todavía correr copias manuscritas. De
Servir a señor discreto, por ejemplo, hay sólo una edición reco­
&Лг ••'
gida en la Parte X I (1618), de donde salió luego una copia
f;
98
manuscrita de fines del s. XVII o principios del XVIII, con esca-
jai variantes. De El castigo sin venganza, hay un manuscrito autó­
grafo (I63 I), una edición suelta (Barcelona, 1634), una edición
jjicluida en la P ane XXI (Madrid, 1635), una edición recogida
en el volumen Doze comedias las más grandiosas que asta aora han
sulido de los m ejores y más insignes Poetas (Lisboa, 1647) (donde
"incorpora el título “ECSV. Tragedia. Quando Lope quiere, quie­
re”), У Por ú lti1110 ч п а edición suelta del XVH s. L, s.a. Tradición
Ljnás compleja presenta aún Fuenteovejuna, publicada en la Doce-
jitt parte (Madrid, Alonso Pérez, 1619), pero de la que se hacen,
en el mismo año por el mismo librero, dos impresiones, Ay B ,
sólo diferenciadas externamente por el escudo de la portada. B,
- que se hace teniendo a la vista el manuscrito original hoy per­
dido, corrige algunos errores de Д, pero introduce otros nuevos.
Lo notable es además que en la edición de A, como advirtió V.
Dixon [1971], en tanto se hacía la tirada, se introdujeron correc-
ciones en algunos de los moldes de ciertos pliegos, sin desechar
1los ya impresos: como consecuencia, aparecen pequeñas varian­
ces en diversos ejemplares de la misma edición [McGrady,
1993:28].
Otras obras teatrales plantean más bien casos de doble redac­
ción, como ocurre con algunas de Calderón. De La vida es sue­
ño parece claro que realizó dos versiones, ambas publicadas el
■'mismo año de 1636, en Zaragoza y en Madrid: la primera sería
la compuesta hacia 1631, vendida a un autor de comedias que
Lía hace imprimir años más tarde en Zaragoza; la segunda es una
edición corregida y reelaborada por el propio Calderón en 1636
e impresa en Madrid. Las comedias El agua mansa , de la que se
“ conserva manuscrito autógrafo, y Guárdate del agita mansa, trans­
mi rida en la O ctava Parte d e Comedias Nuevas Escogidas de los
mejores ingenios de España (Madrid, 1684) y que presenta largos
pasajes nuevamente introducidos (las relaciones del viaje de
Mariana de Austria para sus bodas con Felipe IV en 1648), son
dos versiones de la misma obra, la segunda seguramente refun­
dida por el propio Calderón para los festejos reales (o quizá por
el editor Juan de Vera Tarsis).
Ante situaciones como las descritas, parece que el mejor cami­
no que puede seguir el filólogo en su tarea editora es el estudio
de la tradición textual, tanto de la producción global de un autor
como de cada obra en particular. En la edición, tendrá que dar
cuenta necesariamente de esa fluctuación y estratificación
texto. Cuando se trata de versiones distintas, que pueden
obra de autores diferentes, como parece que sucede con Tan
g o m e lo fiá is y El burlador d e Sevilla , lo más aconsejable
dar cuenta de los dos textos. Se ha hecho ofreciéndolos en
ñas enfrentadas, aunque quizá fuera mejor presentarlos uno
continuación del otro; lo que no debe hacerse es fundirlos
extraer de ahí un texto nuevo supuestamente auténtico.

También podría gustarte