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RESEÑAS

Rogelio Hernández Rodríguez, Historia mínima del Partido Re-


volucionario Institucional, México, El Colegio de México,
2016, 291 pp.

Airée Coronado López


Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente
[email protected]

C omplejo es escribir una historia sobre el Partido Revolu-


cionario Institucional (pri). Su gran incidencia en la vida
sociopolítica del país se contrapone a la escasa información
de que se dispone desde su fundación. La situación se agrava,
si se consideran los constructos sociales que se han estableci-
do a lo largo del tiempo en torno al partido, que ha sido
considerado, innumerables veces, instrumento de control y
sometimiento y, otras tantas, organismo vertical, homogéneo
y centralizado. Sin embargo, el pri nunca fue objeto de inves-
tigaciones que explicaran su funcionamiento y, por el contra-
rio, se arraigaron ideas parcialmente ciertas. La del pri, en
suma, es una historia que siempre ha estado polarizada. En
muchos casos, los intereses políticos han predominado sobre
las interpretaciones académicas en lo que atañe a la compre-
sión de su historia. Hablar del pri es hacerlo de la historia de
México, por lo que su estudio es fundamental para compren-
der muchos de los lastres, pero también de los avances, que
hemos logrado como Nación.
A causa de esta dualidad, de la que poco se trata precisa-
mente por la gran polarización, esta obra debe tenerse por
un esfuerzo plausible de esclarecer algunos mitos difundidos
sobre el pri. Puede ya decirse, cuando menos, que hay una
historia del Partido que no sólo desmitifica algunas creencias

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que circularon con el tiempo, sino que, por medio de un


discurso claro y objetivo, explica el funcionamiento y la evo-
lución del Partido que propició, en gran medida, los suce-
sos coyunturales más determinantes del siglo pasado, que
incidieron directamente en la política moderna mexicana.
El pri se ha considerado históricamente un partido de
sometimiento y control, pero no precisamente de estabilidad
política. Sin embargo, una mirada cuidadosa revela que fue
tan sólo un mecanismo más del Estado para restar poder a los
caudillos y fortalecer la autoridad central. El partido creado
en 1929 por Plutarco Elías Calles surge con el propósito de
implantar una vida civilizada que asegurara el ascenso al po-
der. Por la ausencia de una autoridad central reconocida y
una gran dispersión de poder, el Partido tuvo como primer
propósito agrupar a los revolucionarios y evitar que la presi-
dencia se decidiera por las armas o grupos que se impusieran.
En los años treinta, los partidos no eran un hecho nove-
doso en México, pues había cerca de mil, aunque no había
ninguno que agrupara a los pequeños partidos y sirviera a la
vez para fortalecer el Estado. La fundación del pri se puso
en manos de caudillos y líderes locales, todos con una carac-
terística: la mayoría había militado en algún partido o había
creado alguno. En el primer capítulo de este libro, Hernán-
dez Rodríguez destaca las ventajas de este común denomi-
nador, de entre las cuales descuella la organización que
recaía en políticos experimentados que no sólo sabían fun-
dar organizaciones, sino que también sabían cómo mante-
ner su influencia. De forma lenta, pero consistente, el
Partido fue capaz de agrupar y controlar a los caudillos para
conseguir los objetivos del ejecutivo, pero no por mucho
tiempo, pues después se comprendió que el Partido debía
convertirse en un auténtico medio de acción y expresión de
las masas. La trasformación de un organismo de caudillos a
uno de masas sería la culminación de la obra de Plutarco
Elías Calles. Con la paulatina integración de grupos de tra-
bajadores, el pri consiguió de manera natural que el Go-
bierno fuera del pueblo.

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A la inversa de lo que pudiera suponerse, el pri no era un


organismo homogéneo, sino que se componía de varios gru-
pos que imponían diversas prácticas, ocasionando enfrenta-
mientos. Sin embargo, ninguna de estas diferencias puso en
riesgo su permanencia hasta la alternancia. Cada presidente
tenía una visión de nación y sus propios fines: Lázaro Cárde-
nas, considerado un presidente comprometido con el parti-
do; Manuel Ávila Camacho, quien estimuló la producción
industrial; Adolfo López Mateos, quien invirtió en la educa-
ción; Gustavo Días Ordaz, tenido por autoritario a causa del
Movimiento del 1968; Miguel de la Madrid Hurtado, político
incapaz de manejar las crisis internas, provocando la disiden-
cia cardenista y la salida de una gran cantidad de priistas;
Carlos Salinas de Gortari, quien privatizó de manera masiva
los bienes estatales; Ernesto Zedillo Ponce de León, quien
hizo del pri su enemigo.
El trabajo realizado por Hernández Rodríguez se divide
principalmente en etapas y coyunturas específicas del pri,
antes bien que en periodos históricos. Los primeros capítu-
los tratan del nacimiento del pri en 1929, de su transforma-
ción en 1938, su fundación y los años de letargo en el país en
1947, las reformas de 1965 y las confrontaciones suscitadas
en 1982. Las fortalezas del libro se encuentran principal-
mente en los temas que el autor es capaz de desarrollar con
mayor fluidez, lo cual se correlaciona con sus líneas de inves-
tigación: la autonomía de los gobernadores, la reforma de
1965 de Carlos A. Madrazo, el presidencialismo en México,
la alternancia partidista en México, la historia moderna del
pri y la idea de la centralización, que se desvanece a lo largo
del libro como argumento válido para justificar la perma-
nencia del pri en el poder. Sobre este último aspecto, el au-
tor es enfático, cuando aclara que si bien el pri hizo del
Presidente un subordinado, se contaba con amplios espacios
de libertad, es decir que el Partido dio muestras de autono-
mía. Esta estrategia fue funcional en el ámbito local para
atender necesidades prioritarias en las entidades. Como era
de esperarse, los liderazgos recayeron de manera directa en

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los mandatarios estatales y no en la Presidencia, como las


leyendas cuentan. Según explica el autor, el Presidente no
era exclusivamente quien se encargaba de decidir cada una
de las tareas cotidianas del partido, como tampoco de elegir
a los candidatos a los puestos de elección popular, sino que
la realidad era más compleja, pues se sostenía en mecanis-
mos de operación que yacían en estructuras locales.
Según Hernández Rodríguez ha escrito en otro sitio (“La
historia moderna del pri. Entre la autonomía y el someti-
miento”, Foro Internacional, 2, 2000, pp. 278–306), se crearon
espacios de acción política que gozaron de una inesperada
autonomía, incluso en la dirección nacional. El autor apunta
que, al descansar completamente en los órganos directivos, el
pri tuvo que entregar el propio mecanismo a cada goberna-
dor, lo que significó grandes márgenes de libertad para éstos.
El límite de dicha autonomía llegaba hasta donde los progra-
mas sociales no se vieran afectados, lo que implicaba solucio-
nar conflictos y celebrar acuerdos. De este mecanismo, se
deprende la idea del autor de que el pri funcionó en las enti-
dades de manera completamente distinta de como sucedía
en el centro del país. Fue esa autonomía la que precisamente
permitió que el pri permaneciera por tanto tiempo en el po-
der. Su funcionamiento adecuado en cada circunstancia y
zona lo convirtió en una maquina electoral que sabía cómo
ganar elecciones y, considerando las diferencias regionales,
se crearon estructuras propias adecuadas a sus condiciones.
Surge de esto la idea de una maquinaria electoral eficien-
te, porque ésta actuaba con eficacia según las necesidades
particulares que requerían los procesos de negociación inter-
na y trabajo social de los militantes. Sin embargo, las reitera-
das victorias del priismo hicieron creer que el Partido tenía
una base de apoyo que siempre le otorgaba las victorias. No
era el centralismo, según el autor, lo que hacía funcional al
Partido, sino la separación de tareas y los liderazgos locales.
La permanencia del pri también se relaciona, en gran medi-
da, con el desarrollo económico por poner en marcha los
programas sociales. Si bien los ingresos fueron inequitativos,

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se estableció un nivel de vida aceptable que permitió la con-


tinuidad del sistema y de las instituciones políticas básicas. La
realidad lo confirma, ya que hacia los años sesenta las vota-
ciones a favor del partido eran abrumadoras.
En todos los sistemas políticos hay partidos, pero éstos
se comportan de manera distinta según la ideología y los
intereses. México se caracterizó durante muchos años por
su autoritarismo, que por definición significaba una plura-
lidad limitada, un control sobre la oposición y la restricción
de la competencia y la participación ciudadana. Un partido
creado para fortalecer el Estado siempre tiene como mi-
sión preservarlo y alcanzar sus fines. Sin embargo, el pri
fue lo suficientemente sensato como para dar un margen
idóneo de maniobra a la oposición, hecho que abonó a la
estabilidad política. La estrategia del pri consistía en reali-
zar grandes reformas en materia electoral, al desatarse los
conflictos sociales. El priismo fue acertado en reformas
que permitieron la competencia entre partidos con la fina-
lidad de que fungiera como válvula de escape de presiones
locales.
A pesar de los problemas internos, el pri fue capaz de
subsistir por sus liderazgos estatales y su maquinaria electo-
ral. Contrario a lo que se cree, los triunfos, en su enorme
mayoría, no necesitaban del fraude. Sin embargo, confor-
me el país se modernizaba, la urbanización y los sectores me-
dios se extendieron y fortalecieron. Las mayorías, en
suma, se transformaron. El autor pondera las clases medias
como un parteaguas en la historia del pri. Argumenta que el
desarrollo económico fue redituable para este nuevo estrato
social, pues ya no eran los obreros y los campesinos quienes
paulatinamente iban desapareciendo, quienes se moviliza-
ban, sino las clases medias. Simultáneamente al crecimiento
de este grupo en la sociedad, los priistas comprendían cada
vez menos lo que ocurría. Fueron muchos los políticos de
distrito los que no reconocieron estos nuevos sectores como
fuerzas políticas importantes, lo que a la larga causó la deba-
cle del partido.

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Una parte central del libro es precisamente este quiebre


entre sociedad civil y gobierno, no menos que la desestabili-
zación del pri en los años sesenta. Después de que el partido
había logrado controlar el conflicto social por años de mane-
ra eficaz, las protestas y movilizaciones se hicieron presentes
de manera inesperada. Éstas eran encabezadas principal-
mente por estudiantes y profesores, hecho que sorprendió al
gobierno, cuando se percató de que ya no era la clase obrera,
sino la media, la que estaba inconforme, paradójicamente el
sector protegido y beneficiado por el sistema.
La rigidez institucional, aunada a la incapacidad de com-
prender que la sociedad era más compleja tanto en sus de-
mandas como en composición, impidió que el pri se adaptara
y que, por el contrario, ni escuchara ni hiciera suyos los recla-
mos. En consecuencia, los años sesenta en México estuvieron
marcados por una explosión de movilizaciones y protestas
que no cesaron, por las cuales se optó por responder con
extremada violencia. El Movimiento del 1968 fue, quizá, de
las muestras más grandes del descontento social y fue el ejem-
plo más claro para explicar la falta de vías adecuadas para la
participación.
Por aquella década, el pri ya no era lo que creía ser. Se-
gún cuenta el autor, ya no representaba a la mayoría de la
población, ni sus corporaciones eran capaces de ganar con
tanta facilidad los comicios electorales. Las reformas no se
hicieron esperar y en 1977 se abrieron mayores espacios a los
partidos, permitiendo que se aligeraran los requisitos para
formarlos. Fue por entonces que la izquierda mexicana cobró
relevancia y se convirtió en otra opción política y electoral. La
reforma también proponía la obligación del Estado de finan-
ciar la operación de los partidos, con la finalidad de que no
se pusiera en riesgo su supervivencia por la falta de recursos.
Parte sustancial del libro es el ascenso de Miguel de la
Madrid Hurtado a la presidencia en 1982, período en el que
inició la sustitución de la élite política tradicional por el do-
minio de la tecnocracia, la cual buscaba principalmente la
estabilidad política y económica. El autor menciona que

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la valía de la tecnocracia no recaía en sus habilidades políti-


cas, sino en el conocimiento especializado. El derrumbe eco-
nómico hizo posible que esta nueva clase política ocupara el
poder y una fuerte inflación, el estancamiento del Producto
Interno Bruto y los restringidos ingresos públicos afectaron
gravemente los programas del Gobierno, en particular los
sociales. Paradójicamente, éste era incapaz, por primera vez
en su historia, de garantizar el crecimiento económico.
Los tecnócratas acrecentaron la crisis del priismo en mu-
chos sentidos, pues hubo un desmantelamiento de su ideolo-
gía y falta de compromiso social, así como una incapacidad
para postular candidatos y competir en elecciones. Con un
discurso que se concentraba en las formas de control del gas-
to público, la crisis del pri se agudizó y la oposición se bene-
fició. Con la llegada de la tecnocracia, la derecha se fortaleció,
porque el discurso de entonces era propio de esta corriente
ideológica, antes bien que de la Revolución. De tal suerte que
la tecnocracia es clave en el conflicto interno del priismo, pues
terminó por expulsar a los viejos priistas y dio vida a la iz-
quierda. En palabras del autor: ambos partidos sin identidad,
pero el sistema electoral ganó una opción más. Hernández
Rodríguez apunta de forma acertada que en las elecciones de
1988 no compitieron, según afirma el romanticismo político,
la izquierda y el pri, sino que compitieron el pri revoluciona-
rio, históricamente comprometido con la sociedad, y el pri
conservador tecnócrata, que no lograba embonar entre los
ciudadanos.
En estas circunstancias, el pri conservó el poder a un muy
elevado costo: la división de su partido. Las elecciones presi-
denciales lo confirmaron, pues Salinas de Gortari ganó con
el 50.5 %, resultado grave, si se lo compara con las preferen-
cias con las que contaba en el pasado, las cuales oscilaban
entre el 80 y el 90 %. Con la alternancia del año 2000 en la
presidencia, la hegemonía del pri finalizó tras setenta años.
La derrota representó un golpe muy fuerte para el partido, a
grado tal que se llegó a pensar que desaparecería. Sin em-
bargo, no ocurrió de este modo, porque la maquinaria parti-

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daria seguía viva. Por esos años, el partido gobernaba en más


del 50% de las ciudades capitales de los Estados y contaba con
representación en la Cámara de Diputados federal y estatal.
Hernández Rodríguez apunta que, al cabo de los años, el
pri aprendió a competir, pero nunca resolvió sus problemas
estructurales en cuanto a reglas claras y liderazgos. Con todo,
la falta de reglas ha permitido al Partido, según la coyuntura
en que se halle, competir y postular candidatos sin ser cues-
tionado. La flexibilidad, en suma, ha garantizado triunfos.
Es un hecho no puesto a discusión que, en todas sus eta-
pas, el pri ha funcionado como un recurso del ejecutivo para
ganar elecciones por medio del control de las masas. Acerta-
damente el autor describe la historia del Partido como una
permanente tensión entre el principio de sometimiento y de
subordinación, es decir una disciplina incondicional.
La victoria presidencial del pri, en 2012, se debió casi del
todo a la capacidad del Partido de postular a un líder que
proyectó capacidad y autoridad para establecer acuerdos. El
Partido aprendió del pasado, al reconocer la realidad y com-
prender que no podía continuar con prácticas arcaicas tanto
en la Presidencia como en las gubernaturas.
La maquinaria electoral y la militancia local, fortalezas
del Partido, representan en la actualidad un gran desafío a
causa de la desaprobación de la administración de Enrique
Peña Nieto. Se espera que este rechazo influya de manera
significativa en el Partido en vísperas de los próximos comi-
cios del año que corre. No son pocas las encuestas según las
cuales la popularidad del actual mandatario es la más baja
desde 1994. Las razones son diversas: mal manejo de la co-
municación, alza de los precios de los combustibles, gober-
nadores priistas relacionados con actos de corrupción, de los
cuales incluso algunos están presos hoy en día.
La sociedad, una vez más, podría dar una lección al pri.
Sin embargo, la fragmentación de la oposición, en particu-
lar la del Partido de Acción Nacional (pan), podría benefi-
ciarlos. Aún no se ha cuantificado el beneficio como para
restar votos a Andrés Manuel López Obrador, líder del Mo-

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vimiento de Regeneración Nacional (morena) y de la izquier­


da mexicana, quien ha competido en dos ocasiones por la
presidencia, en 2006 y 2012, sin éxito. Por su historia, el pri
es un constante adversario y el único partido con auténtica
presencia nacional, en todos los Estados y sus municipios. A
lo largo del tiempo, los comicios han confirmado, una y otra
vez, que está más presente de lo que sus adversarios quisieran.
Tengo para mí que faltó al autor haber ahondado en el
priismo del Estado de México, toda vez que el Partido ha go-
bernado en él desde siempre y sin alternancia alguna. Se des-
prende de este hecho que es un solo grupo que cambia de
líderes, lo cual se antoja verosímil, si se considera que el ac-
tual gobernador de la entidad, Alfredo del Mazo Maza, es
nieto de Alfredo del Mazo Vélez, quien la gobernó entre
1945 y 1961, e hijo de Alfredo del Mazo González, quien lo
hizo entre 1981 y 1986. Asimismo, su primo, el actual presi-
dente de México, Enrique Peña Nieto, la gobernó también
entre 2005 y 2011. La dinastía política ha suscitado especula-
ciones, según las cuales las elecciones no son ni libres ni equi-
tativas, es decir que en la entidad no se compite en igualdad
de condiciones. A pesar de que el pri ha resultado vencedor,
una y otra vez, en las elecciones para gobernador desde fina-
les del siglo pasado, se ha presentado una mayor competen-
cia política y mayor pluralidad de partidos en el Congreso
Estatal, lo que, con todo, no ha propiciado la alternancia.
El tema es amplio, complejo, sobre el que, sin duda, con-
vendrá volver, puesto que, según ha demostrado Hernández
Rodríguez con esta sumaria historia, el pri está presente tan-
to en la vida política como académica del país.

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