Feminismo Terapeutico - Maria Fornet
Feminismo Terapeutico - Maria Fornet
María Fornet
Feminismo terapéutico
Psicología empoderadora para mujeres que buscan su
propia voz
URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
1.ª edición Octubre 2018
Introducción
I
Conecta
1. El encuentro con una misma
2. El para siempre y los ahoras
3. Creatividad como vehículo de conexión
4. La necesidad de vivir en las nubes
5. El miedo a brillar
6. Encuentra tu historia
7. No estás sola en esto
8. Eres todas
9. Sobre la pasión y la vida en valores
II
(Des)Aprende
10. El feminismo es terapéutico
11. Internaliza a tu mejor amiga
12. El yugo de la belleza
13. Lo personal es político
14. Pensamiento, lenguaje y género
15. Ambición y realismo
16. Crecimiento postraumático
17. El mito del amor romántico
III
Avanza
18. La aceptación como concepto radical: evita la evitación
19. Conoce tus ciclos
20. La importancia del trabajo pequeño
21. La vida hay que inventársela
22. La libertad se aprende ejerciéndola
23. Los pequeños actos de rebeldía
24. Atrévete a equivocarte
25. Las mujeres que ayudan a las mujeres
26. Hechos, no palabras
Agradecimientos
Introducción
Leer a otras mujeres que han logrado conectar consigo mismas y encontrar
su voz propia ha constituido la base sobre la que he cimentado la mía, de
modo que este libro es mi intento de hacerles honor a todas ellas y, de
alguna manera, también de pasaros el testigo a vosotras.
Esta obra no es un ensayo al uso, no es un manual de coaching o de
psicología, aunque podría serlo, ni tampoco es una guía. No se trata de un
libro de autoayuda ni de desarrollo personal desde el punto de vista más
convencional. La intención de esta obra no es estrictamente pedagógica: es
fundamentalmente empoderadora.
Este texto es el resultado de años de trabajo, de estudio, de amor y de
indagación. Es la consecuencia de la lectura de numerosos libros de
escritoras que me han enseñado que nuestro punto de vista es único y que
merece ser presentado alto y claro. Virginia Woolf, Sylvia Plath, Emily
Dickinson, Simone de Beauvoir, Teresa de Jesús o Alejandra Pizarnik son ya
parte de lo que yo soy. También Anna Freud, Melanie Klein o, más cerca en
el tiempo y en un tono muy distinto, Roxanne Gay, así como mi muy
admirada Naomi Woolf, Espido Freire, Laforet, Ana María Matute, las
hermanas Brontë o Margaret Atwood por nombrar a solo unas pocas.
A mis compañeras, mis clientas y mis alumnas. Por supuesto a mis
hermanas, mi madre y mis amigas y a todos los hombres que han encendido
la llama en mí, empezando por mi padre, mis hermanos y claro está, mi
marido, a todas y todos ellos les debo este libro.
Feminismo terapéutico no es un tratado académico, aunque la
investigación y mi propio bagaje como psicóloga me sirven como sólida base
sobre la que cimentar ciertas opiniones. Mi estilo no es el de coleccionar
datos ni es mi tono el científico. Todo lo que aquí recojo está escrito desde el
corazón y con una intención eminentemente práctica, que es de la única
forma en la que mi trabajo funciona: la psicóloga y la escritora que conviven
en mí bien lo saben.
La idea de mezclar psicología y feminismo se basa en la creencia de que el
enfoque de género libera y cura, puesto que las mujeres experimentamos
problemas diferentes como consecuencia directa del encorsetamiento de la
socialización de género, de la opresión a la que somos sometidas y de las
expectativas que imprimen ciertos patrones educativos sobre nosotras.
Escribo este libro desde el convencimiento de que ninguna intervención
psicológica conectará con el fondo del asunto en las mujeres si se salta la
mirada de género.
Dado que lo personal es político , este libro pretende reconocer la
desigualdad y trabajar en diferentes técnicas para conectar con nosotras
mismas y entre nosotras: echarnos una mano y empoderarnos a través de lo
que nos ofrece la psicología, el arte, la psicoterapia, el coaching y la
narrativa. Dado que lo político es personal , también este libro pretende
avivar el mensaje de un cambio social que da la sensación de haberse
estancado en los últimos años y que necesitamos mantener en constante rojo
vivo.
Este libro está dividido en tres partes igual de importantes entre ellas, y esta
estructura responde al orden natural en el que necesariamente se ha de
hacer este viaje: primero tendrás que conectar contigo misma, entender
quién eres y qué te importa, y para ello haremos uso de ejercicios prácticos y
técnicas de psicología que anticipo que te resultarán interesantes.
Estos ejercicios prácticos afianzarán ciertos conceptos básicos de
psicología y serán fundamentales para allanar el camino hasta la segunda
parte, donde nos adentraremos en las profundidades de la perspectiva de
género, un camino más reflexivo, lleno de aproximaciones psicológicas,
teorías feministas y de historias de grandes mujeres. Aquí comenzarás a
comprender cómo la socialización y el mundo en el que vives te han
empujado, a través de las expectativas asociadas a nuestro género, a ver las
cosas de determinada forma y a comportarte de acuerdo con eso, en
detrimento y a expensas de tu voz propia.
La tercera y última parte de las tres que componen este libro supone la
culminación de este camino, y tiene por objetivo ayudarte a integrar aquello
que has aprendido en las dos primeras y movilizar tus energías hacia el
camino a una versión más auténtica, más libre, de la que en realidad ya eres.
Reflexionaremos sobre el yugo de la belleza, la importancia del lenguaje y
el mito del amor romántico. También trabajaremos en tus valores,
dedicaremos tiempo a descubrir tus pasiones y lo que le da sentido a tu vida,
y conectaremos todo eso con el hecho de por qué el feminismo puede ser
terapéutico. Esta perspectiva de género no es solo el eje transversal que
atraviesa todo el mensaje de este libro, sino que mi esperanza es que se
convierta en mucho más que eso: en las gafas a través de las cuales entiendas
el mundo.
He querido hablar de visualización, de ambición y creencias porque
pienso que muchos de nuestros grandes bloqueos provienen precisamente
de todo aquello que siempre pensamos que no podríamos conseguir para
nosotras: por nuestra condición de mujeres, por la falta evidente de
recursos, por debernos a un permanente segundo plano o por tener el culo
demasiado gordo —parece broma y no lo es: la experiencia me indica que
muchas mujeres seguimos postergando sueños hasta tener un físico más
acorde con nuestra imagen del éxito, o quizá debiera decir, con la imagen
que otros quieren que tengamos del éxito—, por no tener lo que otras
tienen, qué sé yo, por cualquier cosa.
Dedicaremos también el espacio necesario al concepto de fuerza de
voluntad, a la productividad y los ciclos, a la procrastinación y a la
motivación; también al síndrome del impostor, que tanto nos ataca a
nosotras, y a qué hay de cierto en relación a la abeja reina; a la imagen
corporal y la autocosificación, donde trataré de extenderme en sus orígenes
y aquello que podemos hacer para liberarnos de su yugo y a su vez liberar a
otras, y en definitiva de tantas y tantas cosas con las que el coaching, la
narrativa y la psicología pueden ayudarte a encontrar tu voz en el mundo.
Nos lo debemos a nosotras y se lo debemos a las demás, a nuestras
madres, a nuestras hermanas, a nuestras primas y sobrinas que ya tan
pequeñas empiezan a dudar de si lo que de verdad ellas quieren es ser
princesas o quizá la vida les tenga preparada alguna otra cosa. Se lo debemos
a las que consiguieron para nosotras todo aquello de lo que ahora
disponemos, a nuestras mejores amigas y también a nuestras enemigas. Nos
lo debemos a todas. Un mundo con más mujeres conscientes y más mujeres
libres es un mundo más ético y más justo. Es un mundo indudablemente
mejor.
A lo largo de estas páginas trataré de desanudar el entramado de
pensamientos limitantes, patrones de educación y expectativas de género
que han supuesto el alto muro que ha bloqueado literalmente nuestra
capacidad de ver el gran bosque que se despliega tras él, y eso lo haremos
recorriendo un camino que se dividirá en tres partes, y que ilustraremos
poco a poco a través de ejemplos prácticos, casos reales, poemas, frases de
grandes mujeres, teorías psicológicas y todo aquello que pueda asistirnos en
este viaje.
Te invito a leer este libro siguiendo el orden en el que fue creado,
comenzando por los conceptos y ejercicios de psicología, siguiendo con el
bloque enfocado en género y acabando con la parte tercera, que tiene como
intención ayudarte a entender mejor tu conducta. Pero dicho esto, me
desdigo: si tu interés fundamental radica en cómo ligan psicología y género
y en el desaprendizaje del sexismo, comienza por el capítulo diez y una vez
acabes ese bloque, comienza con el primero. Este libro es ahora tuyo y te
pido que lo trates como tal: conquístalo, léelo en el orden que mejor te sirva,
utiliza lo que te sea útil y olvida lo que no encaje contigo.
Sea como sea, mi esperanza es que lo que he escrito pueda ayudarte a
entenderte mejor a ti misma, comprender de manera más ajustada el mundo
que te rodea y a encontrar tu voz propia.
I
Conecta
Fue Alejandra Pizarnik la que dijo que no hay nada más intenso que el
terror de perder la propia identidad, y ¿quién se atrevería a llevarle la
contraria a ella? Nada es más terrorífico que no saber quiénes somos —qué
sentimos, qué queremos, qué pensamos—, porque nada nos expone más,
nada nos hace más vulnerables o más débiles que perder el contacto con
nuestra voz, con esa realidad única e irreproducible que es, al fin y al cabo,
nuestra propia fuerza.
La búsqueda de una voz en el mundo pasa invariablemente por el
conocimiento de nuestra historia —la individual y la colectiva—, de
nuestras ansiedades y disfrutes: de lo que nos gusta y lo que nos repele, de lo
que nos hace emocionarnos y aquello que nos deja totalmente indiferentes.
Dar a la autoconciencia y al autoconocimiento la importancia que
merecen es la única manera de encontrar una paz interior duradera, de
poseer y conquistar un lugar que sea por siempre tuyo: de invertir en
relaciones que te aporten justo aquello que necesitas, elegir profesiones que
encajen con lo que más feliz te hace y no lo que nadie espera de ti, crear una
vida con un sentido superior. Es lo que en psicología positiva se llama el
higher meaning , o el poder de encontrar tu verdadero propósito en el
mundo. Es también la manera de que la vida no pase sin que te enteres, de
que conectes con el momento presente, siempre —o mejor, casi siempre—
capaz de llamar por su nombre a aquello que la vida te presenta por fuera o
que te enseña por dentro.
De las mil y una moralejas que podríamos sacar de esta historia, de las mil y
una denuncias y enseñanzas, de todas las lecturas posibles, aquí ponemos el
foco en todo lo que el autoconocimiento y la autoconciencia supusieron
para ella.
Lo había olvidado todo. Huelga decir que no es extraño que Carolyn no
recordase aquella historia: la realidad es que ella nunca estuvo allí. Al
menos, no su cabeza. Su cuerpo nunca tuvo opciones, pero su mente nunca
participó de lo que le hacían a su cuerpo. Voy a ser clara con mi posición a
este respecto: el olvido y la falta de conexión con su verdadera historia
fueron un salvavidas, un mecanismo necesario de supervivencia de una
mente con un comportamiento del todo sano. Lo que no podía ver, lo que
no estaba preparada para asimilar, desapareció de su vida como lo hacen las
hojas del suelo justo antes de un largo invierno.
Es cierto que el infierno de Carolyn Spring es un caso extremo, extremo
tanto en crueldad como en extensión en el tiempo, aunque
desgraciadamente más común de lo que pensamos, pero lo traigo a colación
para explicaros algo: la capacidad de ensombrecer ciertas partes de nuestra
historia y de nuestra forma de ser, la habilidad que desarrollamos para
acallar ciertos sentimientos incómodos acaba por tomar las riendas de todo
de la misma manera que acabó con la movilidad de Carolyn hasta dejarla
sentada en una silla de ruedas. Exige valentía, esfuerzo, tiempo y disciplina
comenzar a llamar por su nombre de pila a los fantasmas propios.
❉❉❉
Ejercicio
En el primero de los ejercicios de este libro voy a pedirte que comiences un diario, pero no
un diario cualquiera, pues este tendrás que cuidarlo al detalle. La idea es que atiendas con
mimo todo lo que le concierne. Buscarás el cuaderno que más te guste y no otro, elegirás el
diseño que mejor encaje con lo que tú exiges. Pensarás en si son rayas, cuadros o una
página blanca lo que a ti te conviene, estudiarás diferentes texturas y tamaños. En
definitiva, tratarás de que se adapte a ti y a nadie más.
En sus páginas, la regla es la siguiente: vas a capturar tres aspectos que explicaremos
con más detalle más adelante:
Pensamientos («esto no sirve para nada», «no sé qué escribir», «¿y qué es un
pensamiento?»).
Sensaciones internas y emociones (ansiedad, calma, alegría, miedo, dolor de
tripa, calambres en las piernas).
Descripciones del entorno (aspecto, olor, temperatura, y todo aquello que
pertenece al exterior del cuerpo).
Aunque son muchos los estudios a este respecto, las famosas investigaciones de
Pennebaker en el campo de la psicología y el poder sanador de la escritura ponen de
relieve los muchos beneficios que tiene el uso continuado de un diario a lo largo de la vida.
Se subrayan beneficios en bienestar, estado de ánimo, estrés, ansiedad, memoria y
muchos otros.
Valgan también para este caso los estudios de la doctora en Psicología Tasha Eurich,
quien descubrió que llevar un diario no solo nos ayuda a conectar con nuestras propias
experiencias, sino con el impacto que estas tienen a su vez en otros. En resumen, llevar un
diario nos ayuda a conocernos mejor, pero también a ser mejores.
Me gustaría recalcar la falta de necesidad de acudir a tu diario cada día, pues para
algunas esto puede ser causa de estrés. A veces, escribir sobre lo que una tiene dentro
puede abrir heridas y puertas, y no hay necesidad de forzarlo en exceso. Así que, como en
todo, busca tu ritmo: diez minutos durante la mañana, dos o tres veces a la semana;
invariablemente veinte minutos cada noche; una hora y media los domingos. Qué sé yo, lo
que a ti te funcione mejor. Pero dentro de lo errático de los patrones propios, sé constante.
Me gustaría además pedirte que fueses tan creativa con este diario como te fuera
posible: que en su creación utilizases colores, que pegases en él recortes, ideas, fotografías,
frases. Que te desprendas del yugo de la belleza —cuánto vamos a hablar de esto— y trates
de crear algo que sea un fiel reflejo de lo que hay dentro de ti en el momento en el que
tengas la página delante. Deja atrás la necesidad de crear un cuaderno bonito,
estructurado, ordenado o socialmente aceptable. Habla del presente, del pasado, del
futuro. Di la verdad y miente. Sé convencional, políticamente correcta, insultante.
Un último apunte. La expresión toma muchas formas, y solo una de ellas es la palabra
escrita, así que aprovecha todas las opciones. Dibuja con o sin sentido, juega con texturas,
humedades, mezcla con más o menos lógica la información que te llega de diferentes
lugares, de adentro y de afuera. Pinta una canción que describa lo que hiciste en el día;
escribe frases sin comas ni separaciones entre palabras ni tildes ni puntos. Pega
recortables, fotografías, trozos de revistas. Juega y sáltate tus propias reglas.
La idea es que este diario te acompañe a lo largo de lo que durará este libro y se
convierta en el bastón imprescindible en el que apoyarte durante el camino. Es el único
ejercicio de toda la primera parte que será transversal, y te invito a que mientras lees este
libro lo lleves siempre contigo. A él podrás volver cuando te surjan ideas nuevas después
de haber masticado algo que nunca antes habías leído, en él podrás explorar nuevos
conceptos y juntar cabos sueltos. Este libro tiene intención de hacerte reflexionar mucho, y
la escritura (o el dibujo, la fotografía) te puede funcionar como un ancla, como una práctica
a la que recurrir de cuando en cuando para integrar nuevos conocimientos con los
antiguos.
Queremos abrirle la puerta a todo aquello de lo que eras consciente antes y de lo que
serás consciente ahora, pero también a todo aquello que ha estado escondido. No siempre
va a resultar cómodo, pero el ejercicio activo de la creatividad, como explicaremos más
adelante, es el vehículo más directo en el camino hacia ti misma.
Y conocerte es importante, ya lo sabes. Porque si sabes quién eres, sabes qué hacer.
❉❉❉
2
El para siempre y los ahoras
Estoy segura de que has oído hablar del mindfulness, pero antes de entrar de
lleno en su concepto y, sobre todo, en cómo podemos usarlo, voy a hablarte
de Martha Graham. Graham fue una bailarina y coreógrafa que aún hoy está
considerada como una de las pioneras de la danza moderna y una de las más
grandes artistas del siglo pasado. En una ocasión, dijo: «Todo lo que importa
es el movimiento de este momento. Haz que sea importante, vital, que
merezca la pena vivirlo. No dejes que se te escurra sin notarlo, sin usarlo».
Martha sabía lo que decía. De no haberlo sabido, no habría podido bailar
durante setenta años hasta convertirse en la primera bailarina en pisar la
mismísima Casa Blanca, como tampoco habría podido llegar a ser la
primera en viajar al extranjero en calidad de embajadora cultural, o incluso
la primera en recibir la Medalla de la Libertad, la mayor condecoración que
pueda recibir un civil. Con eso y con todo, puede decirse que el mayor logro
de su vida como artista fue el haber inventado lo que los expertos
consideraron un nuevo lenguaje del movimiento, a través del cual consiguió
bailar el odio, la pasión y el éxtasis común a toda la experiencia humana. Y
todo eso lo consiguió Martha Graham siguiendo una máxima y una solo:
centrarse en el movimiento de un solo momento, puesto que solo ese podía
controlar, sin olvidar que ese movimiento contenía en sí mismo todos los
anteriores (y como te anticipé antes: todos los que vendrían después).
La historia de Martha conserva muchas similitudes con la de otra grande,
Billy Jean King, mujer pionera en casi todo, además de una de las más
grandes tenistas de la historia. Billie Jean King confirmó su maestría en cada
una de las modalidades (individual, dobles y dobles mixtos) y se convirtió
en la fundadora de la Women Tennis Association (WTA), organización
paralela a la ATP masculina, lo que la hizo pasar a la historia como una de
las principales luchadoras contra la brecha salarial entre el tenis masculino y
el femenino.
Tras lograr un total de veinte triunfos —seis en individuales, diez en
dobles y cuatro en mixtos—, dijo que consideraba la autoconciencia la
cualidad probablemente más importante para convertirse en campeona, y
tomemos como prueba de la certeza de su argumento la magnitud de sus
triunfos y el alcance de sus logros.
Estas y otras muchas mujeres demostraron con sus vidas y sus legados la
importancia de algo que hoy llamamos mindfulness en Occidente, pero que
Oriente llevaba mucho tiempo usando antes de que nosotros nos
apropiásemos del término y lo vendiésemos como algo mucho más
complicado —o quizá al revés, como algo mucho más simple— de lo que en
realidad es.
Mindfulness es un concepto que se popularizó hace unos años y que tiene
sus orígenes en las técnicas de meditación Vipassana budistas, y cuya
práctica supone tomar conciencia del momento presente, tomar conciencia
de la realidad, dejando de un lado el juicio, observando nuestros
pensamientos, nuestras sensaciones y nuestro alrededor con una actitud de
apertura y curiosidad sanas.
❉❉❉
Ejercicio
Para el ejercicio de este capítulo no necesitas más de un minuto, así que te invito a que
cierres el libro durante solo unos segundos y me acompañes en esto, ya que es una
práctica que puedes incorporar en tu día a día para salir de los enredos y las trampas que
nos pone la mente, estar más activamente comprometidas con lo que ocurre en nuestro
entorno y también en nuestro propio cuerpo.
Este ejercicio se llama «Cinco sentidos» y proporciona pautas para practicar la atención
plena rápidamente en casi cualquier tipo de situación. Todo lo que necesitas es parar un
segundo y notar lo que está ocurriendo con cada uno de los cinco sentidos.
Sigue este orden para practicar el ejercicio, y recuerda que el mindfulness no es una
práctica que debamos hacer con intención alguna en mente, no es algo que hagamos con
la vista en la meta: no tiene por qué relajarnos, calmarnos o hacernos sentir mejor. La idea
es solo estar más presentes, más conscientes y despiertas. Estaremos de acuerdo en que
esta es un arma poderosísima.
❉❉❉
3
Creatividad como vehículo de
conexión
Este material inconsciente sigue siendo parte de ti misma, tanto como aquel
material que tu mente consciente sí que acepta como propio. Actúa como
parte de un todo, y aunque está sujeto a sus propias reglas, tiene un impacto
real en nuestros afectos, nuestros pensamientos y también en nuestro
comportamiento. Jung dijo que mientras no hagamos al inconsciente
consciente, controlará nuestras vidas y lo llamaremos destino.
Huelga decir que no hay necesidad de acceder a ese material todo el
tiempo por el mero hecho de hacerlo, que los mecanismos de defensa que
reprimen ciertas cosas tienen su razón de ser y su momento. Pero, a grandes
rasgos, liberar el peso del inconsciente produce el mismo efecto que la luz
sobre los negativos del carrete durante el proceso del revelado: aclara.
Y para ese fin, la creatividad es la luz más potente.
I ’ m nobody too
No soy una gran mujer, y mis aportaciones al mundo hasta el día de hoy han
sido humildes y de un impacto más bien moderado. Por eso he dudado
mucho sobre si mi historia sería la más adecuada para ilustrar con suficiente
fuerza esto que quiero transmitiros. Pero, al fin y al cabo, mi voz, y la tuya
son tan importantes como las de otras, y es de eso de lo que quiero
convenceros con este libro. Así que sirva esto que os cuento para predicar
con el ejemplo, no quisiera caer en lo que autoras como Lidia Puigvert
denunciaron acerca de lo que el feminismo ha representado —o no ha
representado— para las mujeres no académicas, para las mujeres que no
comparten privilegios, necesidades e intereses con el resto.
«I’m nobody —dijo Emily Dickinson— […], are you nobody too? » Si tú
también eres nadie, esto es para ti. Las historias de las mujeres sin una gran
historia son tan importantes como las de cualquier otra mujer, así que
sirviéndome de este escalón, me subo al podio y también os cuento un poco
de lo mío.
A los diez años ya era evidente que yo era una niña ansiosa: me mordía las
uñas, lloraba con facilidad, tenía tendencia a aislarme y a sentirme algo
diferente a las demás. Tras una adolescencia complicada —un padre muy
enfermo y sus mil y una consecuencias en el núcleo familiar—, me convertí
en una joven con miedo, con una angustia vital tan profunda que al respirar
me oprimía el pecho.
En poco tiempo aquello tomó la forma de ataques de pánico, de tardes con
la cabeza bajo un cojín de un sofá y la perspectiva negra de un futuro
incierto. Ojalá no sepáis de lo que os hablo. Un ataque de pánico es lo más
parecido que se me ocurre al infierno —¿habéis sentido alguna vez algo
parecido? Are you nobody, too? —. Por aquel entonces, cuando sentía que la
ola llegaba y me revolvía, que la espuma que habían formado las burbujas
con la violencia del agua me nublaba el camino de salida, yo pensaba que
solo me quedaba una alternativa: luchar con todas mis fuerzas para sacar la
frente a flote, manotear como pudiese para llegar a la orilla y tumbarme
hasta que llegase la siguiente ola. Y la siguiente ola siempre llegaba.
Tardé en acabar mi carrera y cuando lo hice pensé que todo el esfuerzo
bien había merecido la pena, y que todo lo que había aprendido sobre la
mente, el comportamiento humano y sobre nuestra capacidad de resiliencia
eran herramientas que ahora tenía en mi caja, las cuales ya intuía que
acabarían por pegar todas mis piezas rotas de una manera u otra. Cuando
llegué a Londres me di cuenta de que una cosa es tapar el síntoma y otra
bien diferente liberarlo. Y ahora te explico por qué.
«Las mentes creativas son conocidas por ser capaces de sobrevivir a cualquier clase
de mal entrenamiento.»
A F
Los enemigos de la creatividad
Sylvia Plath identificó como el peor enemigo de la creatividad las dudas que
tenemos de nosotras mismas, y yo añado que es justamente mediante el
ejercicio de la creatividad que encontramos la manera de concederle a esas
dudas la atención que merecen y no más que eso.
La incomodísima tendencia a la perfección —a la que somos empujadas
permanentemente las mujeres— y la baja tolerancia a la frustración, de la
que como sociedad adolecemos, son algunos más de esos enemigos que
podemos trabajar a través del esfuerzo creativo.
En la misma línea, Rita Mae Brown, una de las más prolíficas escritoras de
misterio de todos los tiempos, dijo: «La creatividad proviene de la confianza.
Confía en tus instintos». Qué poderoso es ese mensaje: confía en tus
instintos. Siempre. Confía en ellos por encima de los de nadie.
Otro de los claros enemigos que tiene la creatividad son los patrones de
pensamientos limitantes, que en el caso que nos ocupa —nosotras— son
consecuencia directa de restrictivos sesgos educacionales. Estos han creado
un ambiente en el que las mujeres solo pueden optar a elegir entre un
puñado de cosas, o más sutilmente, son animadas a preferir unas u otras,
pero siempre entre aquellas más acordes a su género y las obligaciones que
este comporta: por ejemplo, trabajos con horarios compatibles con la
maternidad, vocaciones que tengan en cuenta desde muy al principio que en
algún momento seremos nosotras las que necesitaremos conciliar, y que
nadie nos lo pondrá fácil, con lo que probablemente alguien tendrá que
renunciar, y ese alguien será, en un porcentaje altísimo, nosotras.
Otra rama de esos pensamientos limitantes tiene que ver con algo que
afecta directamente a la inspiración, que tan directamente ligada está al
concepto de creatividad, y con cómo las mujeres en ocasiones carecen de
modelos educativos con los que poder identificarse, líderes con las que
poder compararse. Basta con ir a un museo, abrir un libro de literatura o
encender la radio para caer en la cuenta de que las voces de las mujeres,
durante siglos, han desaparecido. Alguien las ha acallado. Habrá quien aquí
me diga que este patrón, como algunos otros, ya se encuentra en medio de
un cambio, a lo que habrá que responderle que hay algo de cierto en eso,
pero que nunca esto cambió por sí solo: las cosas cambian cuando las
cambiamos nosotras.
Los muchos estudios que hasta la fecha se han hecho sobre el éxito
coinciden en confirmar una y otra vez que lo que diferencia a las personas
exitosas de aquellas que no lo son en momentos posteriores de la vida es el
disponer de una mentalidad de crecimiento —frente a lo que se ha venido a
definir como la mentalidad fija—. Aquellas que frente a una tarea para la
que desconocen la solución, frente a un fracaso o una actividad ambigua,
adoptan una mentalidad creativa (con apertura, curiosidad; con el interés
puesto en las posibilidades y no en las limitaciones) llegarán más lejos en
esta vida. Serán más felices, se sentirán más plenas, alcanzarán más metas
profesionales y personales que aquellas que no le abran al pensamiento
creativo un hueco en su vida.
Qué es el éxito para ti, cuáles son tus posibilidades reales y en qué punto te
encuentras en tu vida es algo que discutiremos, poco a poco, en lo que nos
queda de camino de aquí en adelante.
❉❉❉
Ejercicio
Espero que no hayas llegado hasta el final del capítulo pensando aún que no eres una
persona con capacidad creativa, que no crees que aprender a cultivar esta forma de vida
vaya a cambiarte un ápice, o que dedicarse a algo así es algo parecido al tiempo perdido,
pero si es el caso:
Recuerda que el ejercicio de la creatividad desdibuja tus límites, fomenta la atención
plena, ejercita la disciplina y descarga el peso de tu inconsciente, ayudándote a conectar
contigo misma a un nivel que hasta ahora puede que te fuera desconocido.
Si aún le falta peso a mi argumento, los estudios de Inmaculada Adarves-Yorno sobre la
relación entre creatividad e identidad social en la Universidad de Exeter mostraron que
cuando pedimos a las personas que creen algo en grupo lo hacen conforme a las normas
del grupo con el que están trabajando, pero si lo hacen solos —al fin y al cabo crear no es
sino un acto íntimo de revolución—, los sujetos se desvían de todas las normas. Imagina la
potencialidad de una idea de este calibre: todas las niñas del mundo, todas las mujeres
necesitan crear solas para encontrar su voz en el mundo lejos del yugo de la voz imperante.
El ejercicio que te propongo es el siguiente. A partir de hoy, te animo a que te
comprometas con el proceso creativo. Te hablo de un compromiso real, un pacto en el que
tendrás que invertir energías y esfuerzo. Cinco minutos al día o una hora, tú y solo tú sabes
qué te conviene y cuándo o cómo lo puedes hacer mejor. Darte una regla o una pauta iría
en contra de la naturaleza misma de lo que entendemos por creativo, así que valgan las
siguientes ideas para que las tomes con precaución y comiences lo más pronto que
puedas:
Escoge una, escoge tres y mézclalas, o inventa una nueva, pero atrévete. Comprométete
a hacerlo al menos durante siete días seguidos desde hoy. Para acordarte, déjate
recordatorios en sitios visibles, ponte alarmas en el móvil, haz lo que haga falta, pero no
abandones hasta el día siete. Si estás disfrutando, como creo que va a suceder, continúa
después del séptimo día.
Un mundo creativo es un mundo mejor, porque es un mundo lleno de posibilidades: un
mundo rico y diverso.
A mí crear me cambió la vida, te pido que confíes en que también puede cambiar la tuya.
❉❉❉
4
La necesidad de vivir en las nubes
Doy por hecho que no has vivido bajo una roca los últimos veinte años, y
que por ese motivo has oído a muchos pregonar sus desaboridas teorías
sobre la Ley de la atracción. Si es ese el caso, de veras lo siento: es posible
que al hablarte de visualización creativa, sin yo quererlo, sin yo poder
remediarlo, me haya topado con un alto muro. Me encuentro frente al muro
de los prejuicios y tengo intención de enseñarte cómo la visualización no
tiene nada que ver con eso que comentaremos más tarde y de lo que debes
huir como de la peste: el pensamiento mágico.
Siento ser yo la que venga a decirte que no puedes conseguir todo lo que
te propongas en esta vida, aunque entiendo que muy en el fondo tú ya lo
sabes. Que no todas las personas comienzan la partida con las mismas cartas
—las mujeres lo sabemos muy bien—; que ni siquiera tienes control absoluto
sobre ese puñado de cartas con las que empezaste. Ese control no es más que
una ilusión, que tiende a hacerse más firme conforme más percibes que las
cosas te van bien en esta vida. Ya tendremos tiempo de hablar en la segunda
parte sobre abusos y privilegios.
De modo que asumir que una puede de algún modo crear su futuro no es
más que una falacia. Una puede tomar ciertas decisiones que la pongan en la
dirección correcta, eso seguro; volver a tomar otras nuevas cuando el viento
no sople hacia donde esperábamos y nos lleve la corriente, eso también.
Podemos aceptar que siempre hay algo, por minúsculo que sea, que
podemos hacer frente a la que sea la situación que la vida nos presente, si no
para mejorar las cosas, al menos para no empeorarlas. Pero caer en la falacia
del razonamiento contrario tampoco nos llevará muy lejos: creer que todo
acontecimiento responde a la influencia del azar o de los astros, que sean
cuales sean las decisiones que hoy tomemos, al final será la suerte —el
destino, Dios, el influjo de la luna o
_________________________________________ (rellenemos aquí con lo
que corresponda)— lo que lo determine todo, hará que la falta de
responsabilidad que nos atribuimos acabe por impactar en nuestras
decisiones, en nuestro esfuerzo y, en última instancia, también en nuestra
suerte.
Son aproximaciones opuestas: el determinismo y el libre albedrío son
discusiones antiguas. De tener que elegir una opción de vida, no dudaría en
animarte a que escogieses la idea de que está en tus manos el crear tu vida y
que en ti está el tratar de escoger bien. Siempre te llevará más lejos que
abandonarte a la deriva, aunque es justo la flexibilidad en los enfoques lo
que entrena al cerebro a prepararse para todas las incongruencias y las
sorpresas con las que seguro nos toparemos antes o después por el camino,
por lo que sería ideal situarse en algún punto del contínuum entre esos dos
extremos, siempre recordando que no podemos controlarlo todo, pero que
lo que sí que podemos controlar es el empeño que le ponemos a nuestro
esfuerzo.
Sé justa contigo misma y también compasiva. La realidad de que la mujer
compite en una cancha diferente a la de los hombres no está en nuestra
cabeza. La brecha salarial entre hombres y mujeres en España en pleno 2017
se sitúa alrededor del trece por ciento, aunque algunos datos lo llegan a
cifrar en diez puntos más, cerca del veintitrés por ciento. Se sabe, por
ejemplo, que el salario de las mujeres es inferior en todos los niveles y que
las mujeres universitarias (25.493 euros) perciben salarios medios anuales
similares a los hombres con educación secundaria (24.895 euros). El
mensaje es otra vez claro: si quieres lo mismo que un hombre, tienes que
hacer más. Si además eres una mujer de color, que viene de una situación de
desventaja económica o de una situación de abuso, las cartas con las que
juegas la partida no tienen nada que ver con las cartas con las que juegan
otros. Y la desigualdad, ya lo veremos en detalle, llega mucho más lejos de lo
que concierne a la esfera del trabajo.
Así que no, no estás en las mismas condiciones que otros de crear tu vida.
Pero te animo a mirar qué cartas te han tocado y a encontrar maneras de
jugar con ellas tu mejor partida.
Felicidad y progreso
Esta obra se cimenta sobre el supuesto de que no hay felicidad sin progreso.
El progreso, sea este de la clase que sea y aparezca este en uno u otro ámbito
de nuestra existencia, está definido en contraposición a la sensación de
atolladero con la que todas nos hemos enfrentado alguna vez.
Un inciso aquí. Algunos libros tratarán de convencerte de que hay algo
que no funciona bien en ti. La premisa sobre la que parte este libro está bien
lejos de esa idea del progreso y ya veremos por qué. Aquí, progreso y avance
son entendidos no como un cambio, sino como una tendencia natural del
ser humano que puede ser masticada y digerida, aunque no necesariamente
evitada. La idea es que la vida en sí es progreso, que el tiempo pasa nos guste
o no, y dado que el avance es inevitable y necesario, pensar a dónde
queremos llegar, en qué tipo de personas nos queremos convertir supone
una brújula perfecta para llevarlo a cabo.
Insisto en esta idea porque entiendo que es crucial antes de reanudar el
paso: no hay nada que no funcione bien en ti, no hay nada que esté
fundamentalmente mal contigo. Eres perfecta tal y como eres. Sin peros. El
camino de la aceptación y la autoconsciencia es paradójicamente el único
que te devolverá unas riendas que solo a ti te pertenecen.
Cuando nos atascamos, cuando los días se suceden sin que tratemos de
poner sentido a todo, sin saber a dónde nos dirigimos o qué hacer para
lograrlo, el sufrimiento se instala. El progreso se presenta entonces como un
alivio: una reflexión hecha desde una óptica nueva, un café con alguien que
sirva para afianzar lazos, un correo enviado a tiempo que nos asegure una
plaza en esa conferencia que tanto ansiamos escuchar. Una decisión, la
elección del siguiente paso o en ocasiones algo mucho más sencillo: una
nueva hoja de nuestro diario. Una tarde para nosotras en la que podamos
escuchar solas aquel vinilo que hace tanto que compramos; un capítulo de
un libro que mueve algo dentro, que nos hace reconectar. Esto es progreso.
Apuntarnos a clase de arte, mudarnos de país, casarnos o divorciarnos. El
tomar conciencia de que cierta tendencia autodestructiva tiene su razón
fuera de nosotras, en el sistema y no dentro, y de que qué podemos hacer
para desde lo individual recuperar cierto poder sobre esto. Esto es también
progreso.
Cada nuevo segundo guarda una posibilidad para el progreso, pero
también para la rumia, para el atasco y la indecisión.
La visualización creativa nos permite poner claridad sobre los valores que
deben marcar la dirección de nuestros progresos: el tipo de cosas que nos
importan y aquellas que no, lo que nos mueve frente a lo que nos deja
indiferentes.
La imaginación es el arma más potente de la que dispone el ser humano.
Gracias a la imaginación somos capaces de ambicionar proyectos siempre
con un nivel de complejidad más alto, de aumentar la perspectiva a la que
nos condena la inevitable limitación de nuestros sentidos, de mirar la
imagen desde diferentes ángulos. Gracias a la imaginación, los humanos
escribimos música, libros; planeamos un futuro y sus mil opciones;
construimos edificios y hasta teorías completas. Es la imaginación la que te
deja desprenderte de este aquí y ahora y entender que, tras este, habrá otro
aquí y ahora después.
El pensamiento divergente o lateral, que dijimos que viene a ser tu
capacidad para generar ideas creativas al explorar otras posibles soluciones,
va de la mano de la imaginación. En psicología, más que hablar de
visualización, hablamos de imaginería, pero aquí utilizaré el término
visualización porque es más bonito, o eso me parece a mí, tiene un
componente más creativo, y porque me gusta más la idea de visualizar el
futuro que la de solo imaginarlo.
«No importa que los sueños sean mentira, ya que al cabo es verdad que es venturoso
el que soñando muere, infeliz el que vive sin soñar.»
R C
La visualización —o imaginería— supone ver con los ojos de la mente
algo que no está ocurriendo en el plano físico, y ha tenido varios y muy
diferentes usos en el campo de la psicología. Se ha utilizado en el
tratamiento de fobias, para mejorar la capacidad de solucionar problemas,
también como un componente más de las técnicas de relajación. Aquí
usaremos la visualización como una mayéutica, ¿acaso no es todo este libro
eso? Un método por el cual tú vas a descubrir por ti misma las verdades que
son importantes para ti.
«Nunca esperé tener ningún tipo de éxito con Matar a un ruiseñor …, de alguna
manera esperé que a alguien le gustara lo suficiente como para darme ánimos.»
H L
❉❉❉
Ejercicio
Este ejercicio es importante por muchos motivos, entre ellos porque conectar con tu Yo
del futuro puede ser tremendamente esclarecedor, terapéutico y hasta divertido, pero
también porque hacerte a la idea de que probablemente te quedan muchos años en este
planeta te puede recordar la importancia del tomar buenas decisiones hoy.
Puede que describas a alguien que tiene una vida completamente diferente a la que
ahora mismo tienes, y eso ya debería hacerte preguntarte ciertas cosas. ¿Estás viviendo la
vida que de verdad quieres o la que alguien esperaba que vivieses? Los pasos que das cada
mañana al levantarte, ¿ayudan a construir la persona que en el fondo quieres ser? Puede
que todo en tu carta sea ya muy parecido a lo que tienes ahora, excepto en una o dos
áreas: si ese es el caso, ya sabes por dónde empezar a trabajar justo hoy.
Como ha ocurrido con los ejercicios anteriores, sé creativo. Igual prefieres escribirte
además una canción o pintarte un cuadro. Sé específico, tan breve como quieras o lo
contrario, pero no pierdas detalles. Céntrate en cómo te sientes, en qué ves por tu ventana
de dentro de cinco años, en los olores que llegan desde tu cocina o desde tu casa.
Una cosa más. Si tienes problemas para visualizar, si te cuesta imaginar o salirte de la
realidad más inmediata, no te preocupes. No dejes que esto te frene, hazlo como puedas.
Como le ocurrió a Helen Keller, tú también puedes trabajar en tus habilidades y no a pesar
de tus dificultades, sino con ellas.
❉❉❉
5
El miedo a brillar
«Sin embargo, si una mujer nunca se deja ir, ¿cómo sabrá nunca lo lejos que podría
haber llegado? Si nunca se quita los zapatos de tacón alto, ¿cómo llegará a saber
hasta dónde puede caminar o cómo de rápido puede correr?»
G G
«Todas las decisiones que tomé, desde cambiar de trabajo, cambiar de pareja o
cambiar de hogar, han sido tomadas con temor. No he dejado de tener miedo, pero he
dejado de dejar que el miedo me controle. He aceptado el miedo como parte de la
vida, específicamente el miedo al cambio, el miedo a lo desconocido, y he seguido
adelante a pesar de los golpes en el corazón, que dice: retrocede, retrocede, morirás
si te aventuras también ahora…
En los últimos años he aprendido, en resumen, a confiar en mí misma. No para
erradicar el miedo, sino para seguir a pesar del miedo. No a ser insensible a los
críticos distinguidos, sino a seguir el instinto de la escritora que hay en mí. Mi trabajo
no es paralizarme anticipando el juicio, sino hacerlo lo mejor que puedo y dejar que el
juicio caiga donde sea. La diferencia entre la mujer que escribe este ensayo y la chica
universitaria sentada en su clase de escritura creativa en 1961 es sobre todo una
cuestión de nervio y audacia: el valor de confiar en mis propios instintos y el
atreverme a ser tonta. Nadie ha encontrado sabiduría sin ser antes tonta.»
E J
«Debemos creer que hemos sido dotados para algo y que eso debe ser conseguido a
cualquier costo.»
M C
❉❉❉
Ejercicio
❉❉❉
6
Encuentra tu historia
«No hay agonía más grande que guardar una historia sin contar dentro de ti.»
M A
La historia que nos contamos a nosotras mismas y al mundo define
nuestra identidad, nuestras creencias de quiénes somos y de quiénes
podemos ser. La idea de que las mujeres pueden solo dedicarse a según qué
cosas. El creer que alguien como yo solo puede formar en el futuro parte de
ciertos escenarios y no otros, gozar solo de cierta cantidad de éxito. La
sociedad patriarcal ha hecho buen uso de la repetición de historias: la idea
de que somos las mujeres las que decidimos siempre renunciar a la carrera
para quedarnos con los hijos, la interminable repetición de las denuncias
falsas, las historias que atribuyen ciertas características a la biología de la
mujer o del hombre. Las historias que contamos pueden ser verdaderas o
falsas, y a veces hasta asumimos como propias historias que nos han
contado.
Ese proceso de reelaboración de la memoria es un proceso que todos
sufrimos de manera consciente o inconsciente: todos masticamos,
maquillamos, escondemos bajo la alfombra y pretendemos haber olvidado
cuando en el fondo sabemos que no lo hemos hecho. Todos escogemos
ciertos momentos importantes de nuestra historia personal, los unimos por
una línea invisible y hacemos que mágicamente esa se convierta en nuestra
trama principal, en nuestra historia dominante.
Como psicóloga especialista en coaching y con formación específica en
técnicas narrativas conozco de primera mano el impacto que la narrativa
tiene en nuestro sentido de identidad, de valía, en el sentido de coherencia
personal. La narración de nuestra historia, de nuestros logros y problemas
nos ayuda a tomar perspectiva y externalizar aquello que dentro de nosotras
resulta abstracto y difícil de manejar. El lenguaje delimita la experiencia, y
ya hablaremos de cómo influye la perspectiva de género en todo esto.
También nos permite mirar al pasado y tomar conciencia de ciertos
momentos que se nos pueden haber pasado por alto y que nos pueden
resultar útiles a la hora de crear rutas alternativas, de dibujar líneas invisibles
que supongan subtramas que abran nuevas posibilidades. Por último, esta
perspectiva nos ayuda a entender a las personas —los personajes— dentro
de un contexto social, cultural, político e ideológico que resulta
determinante. El personaje no opera solo, no se comporta en un vacío, sino
como parte de un sistema que empuja y castiga ciertos valores.
«Se dice que la palabra está muerta cuando se pronuncia, yo digo que comienza a
vivir ese día.»
E D
El uso de técnicas del coaching narrativo te permite mirar tu vida con ojos
de contadora de historias y descubrir cómo tus propias narrativas internas se
despliegan ante tu futuro.
Sam Keen decía que cualquier proceso terapéutico debería tener como
objetivo implícito «perder la identidad» —recordamos que Pizarnik incidía
en lo terrorífico de este asunto—, y es de ahí de donde parte el proceso de
reconstrucción y búsqueda que conlleva este trabajo.
Todas nos contamos historias, las contamos todos y cada uno de los días.
Contamos historias sobre por qué las cosas no nos han funcionado en esta o
aquella relación, argumentamos razones por las que la vida nos llevó por
este camino o este otro. Nos contamos historias a nosotras mismas y se las
contamos a los demás también, y adaptamos nuestro lenguaje, nuestro tono
y la cantidad y el tipo de información que compartimos con nuestra
audiencia.
En la gran mayoría de los casos, estas narrativas no son completamente
verdad ni completamente mentira —podríamos también discutir sobre qué
es la verdad y si existe tal concepto—, pero funcionan como herramienta de
construcción de la identidad propia, y esta identidad suele permanecer
relativamente estable de una historia a otra.
A través de la escritura de nuestra vida pasada, presente y futura, podemos
abrirle las puertas a nuestra capacidad de crear nuevas realidades y
reactualizar los mitos inconscientes sobre nuestra infancia y nuestra familia,
sobre nuestros miedos más oscuros, sobre los nudos más complejos de
nuestra historia que potencialmente están bloqueando nuestro avance.
Podemos recuperar nuestra capacidad para ser observadoras y no agentes
pasivos: convertirnos en analizadoras de datos, científicas en busca de
pruebas y evidencias para constatar nuestra propia epistemología. También
explorar nuevas opciones y vías: probarnos una nueva piel con la que
sentirnos más cómodas, crear nuevas tramas que nos pongan en el camino
de la felicidad y la posibilidad, explorar los valores que dirigen a la
protagonista de nuestra historia, y construir nuevas metáforas y cuentos
alternativos que nos pongan en sintonía con aquello que tanto anhelamos.
Los ejercicios narrativos nos abren la posibilidad de dejar de nutrir una
narrativa que nos justifique ante el mundo y que probablemente no surgió
de nosotras.
Los trabajos de Epston y White, los padres de la terapia que da nombre a
esta corriente, nos enseñan cómo podemos engordar y enriquecer las tramas
narrativas que nos expliquen de una manera más justa y completa, más
global y coherente. Una narrativa que nos tenga en cuenta no solo a
nosotras, sino también al contexto: una historia que tenga en cuenta la
perspectiva de género.
La identidad narrativa nos enfrenta con la realidad del personaje principal
que hemos construido y nos anima a dilucidar las tramas en las que estamos
metidas. El uso de estas técnicas nos permite averiguar de qué recursos
dispone nuestra protagonista para superar los obstáculos con los que se
encuentra en el presente capítulo, encontrar los patrones de repetición con
los que se encuentra mi personaje en su vida. También la psicología
narrativa nos ayuda a poner luz sobre los patrones autosaboteadores —de
los que ya hemos hablado— y sobre sus alternativas empoderadoras,
enfrentándonos con la narración inconsciente —qué pensamientos
limitantes, qué creencia implícita— que los sostiene.
❉❉❉
Ejercicio
Creemos que las cosas que nos sucedieron en el pasado se registraron en nuestra mente
en forma de hechos objetivos de la vida, pero nada más lejos. La realidad es que lo que
permanece en la memoria es una reinterpretación de aquello que ocurrió: con partes
agrandadas, partes empequeñecidas y otras, directamente y como antes apuntábamos,
directamente borradas. Esta interpretación puede resignificarse con el tiempo ya que está
en permanente construcción y es justo a eso a lo que quiero invitarte en este capítulo.
Te animo a que te tomes el tiempo necesario para escribir (o también puedes conversar
con alguien de confianza) tu historia pasada, presente y futura en dos partes:
LA PRIMERA HISTORIA:
Trata de escribir tu historia desde que naciste tal y como tú la sientes. Reprodúcela de la
manera en la que tú crees que verdaderamente ocurrió. No es necesario que te extiendas
hasta el punto de acabar escribiendo tus memorias, pero trata de narrar todo aquello que
consideres especialmente importante. Presta especial atención a los siguientes detalles:
Una vez escritas ambas historias, te pido que pongas tu atención en los siguientes
detalles:
Este ejercicio puede llevarte una mañana o una tarde completa, así que hazlo tan pronto
como puedas o comprométete hoy a poner una cita en tu calendario y continúa leyendo.
❉❉❉
7
No estás sola en esto
«Para decir “yo te quiero” una debe saber primero cómo decir el “yo”.»
A R
«En la vida tienes unos cuantos sitios, o quizá uno solo, donde ocurrió algo; y
después están todos los demás sitios.»
A M
Llevo mucho tiempo trabajando con mujeres y a estas alturas sé que este
no es solo mi caso. Sé que la vergüenza es el común denominador de las
personas que no son compasivas consigo mismas, y es que la vergüenza es
una de las primeras emociones que desplegamos, muy de niños, los
humanos. La vergüenza es socializadora y tiene su utilidad en el contexto
socioeducativo de los primeros años de vida, pero en demasiadas ocasiones
nos quedamos ancladas y rápidamente formamos asociaciones indebidas: la
vergüenza es una emoción poderosa y frecuente, y pronto acabamos
sintiéndonos avergonzadas no solo por lo que hacemos mal o creemos haber
hecho, sino por todo aquello que creemos que deberíamos ser y no hemos
sido. La vergüenza y la culpa son primas hermanas.
❉❉❉
Ejercicio
Para este ejercicio te voy a pedir que vuelvas a sacar tu cuaderno, que a estas alturas del
libro espero que esté empezando a coger volumen e identidad propia.
Durante estas últimas páginas hemos hablado de la compasión y su relación con la
vergüenza, de cuánto nos hemos arrepentido de ciertas decisiones, de ciertas cosas que
podríamos haber hecho y no hicimos y de aquellas que dijimos y no debíamos haber
dicho. Algunas de estas cosas pueden estar muy arraigadas, ser muy profundas y aún doler
muy dentro.
❉❉❉
8
Eres todas
Para entender el alcance de todo esto, merece la pena recordar algo que los
psicólogos sabemos, pero que no es un concepto que goce de la popularidad
que debiera: el mecanismo de borrado no existe en el cerebro.
Existe el olvido, ahí estamos todos de acuerdo. De ahí que Carolyn Spring
no recordase allá por nuestro primer capítulo todo lo que le había ocurrido
durante todos aquellos años de abuso, y de ahí que hablásemos en el capítulo
tres sobre la atención y todo eso que cae fuera del foco de nuestros sentidos.
Existe el mecanismo del olvido, al que podemos entender como una
carretera a la que apagamos las luces, pero que no por no estar iluminada
desaparece y se convierte en nada. Esta carretera estará por siempre ahí y
formará parte de lo que llamamos tendencias, y al encenderle las luces la
convertiremos en hábitos, pero no hay manera de borrar una conexión que
se hizo en un momento puntual de nuestra vida. Podemos olvidarla y
debilitarla, podemos apagarle las luces y obligar a los coches a tomar una
ruta alternativa que esté mejor iluminada, pero no podemos hacerla
desaparecer: el olvido, como tal, no existe.
Bajo esta perspectiva, aprender supone añadir. Y con aprender me refiero
a todo: cualquier cosa que nutre nuestros sentidos marca una huella, lo que
implica que el referirnos a la identidad como un concepto estable y
constante no es más que una falacia.
Mientras digo esto, mientras mastico y escribo sobre esta idea, reflexiono
y elaboro, cambio lo que pensaba hace tres segundos y me posiciono de
manera diferente a lo que creía antes. Inevitablemente cambio. Esto afecta a
mi manera de relacionarme con los demás y con el mundo, y puesto que
toda relación tiene un componente bidireccional también a su vez afecta a
cómo los demás se relacionan conmigo en función de mis creencias y
valores. No hay nada de estático en esto.
Eres todas.
Conocerte a ti misma, comprender qué implica el concepto de identidad y
las infinitas puertas que abre el proceso de aceptación de una misma supone
asumir la autenticidad desde la inconsistencia.
Esto nos obliga a rechazar la idea de que siempre hemos sido de una
manera u otra y de que siempre lo seremos: la noción de que una persona
auténtica es aquella que se comporta o siente siempre igual encorseta lo que
no puede ni debe ser encorsetado.
Cada palabra que escojo en este texto supone una elección, y cada elección
impacta en quién soy y quién no. No me convierte en una en lugar de en
otra, más bien en cada vez más una y cada vez menos otra: ese proceso de
elección constante, de evolución permanente a través de pequeñas, pero
firmes, elecciones y renuncias es a lo que yo llamo identidad. Ganar un
mayor entendimiento acerca de este proceso nos coloca en mejor posición a
la hora de encontrar —quizá sea más acertado decir aceptar— nuestra voz y
lugar en el mundo.
En este mundo voyeur en el que luchamos por que nuestra proyección social
—a través de las redes sociales y en la sociedad en general— no sea
totalmente definitoria, pienso que es necesario romper una lanza a favor de
la contribución de los testigos externos a la hora de legitimar nuestra propia
identidad. Los trabajos de Michael White en los que incluye a familiares,
modelos adecuados de conducta y amigos en sus sesiones demuestran que el
público apropiado puede lograr lo que en ocasiones no logran clínicos,
coaches y terapeutas.
La mirada del otro —que para los existencialistas, en concreto para Sartre,
sería la presencia de otra subjetividad ante la consciencia propia— nos
define en tanto en cuanto filtra lo que nosotros percibimos a través de sus
ojos, y lo hacen para bien y también para mal. Pienso que esto es
fundamental en la perspectiva de género, y es aquí donde el feminismo
vuelve a ser terapia: valga para el caso la imagen de la mujer en sociedad, la
expectativa sobre nuestro género, los límites que definen lo correcto y lo
incorrecto, lo exitoso y lo contrario. La mirada del otro limita y define
nuestra experiencia, pero también puede funcionar como un catalizador
positivo, como una puerta a nuevas perspectivas sobre nosotras mismas.
«El testimonio de las mujeres es ver lo de fuera desde dentro. Si hay una
característica que pueda diferenciar el discurso de la mujer, es ese encuadre.»
C M G
Una vez que sabes quién eres, no tienes que preocuparte más
«Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, que me sea dado
ponerme buena y no buscar lo imposible, sino la magia y la extrañeza de este mundo
que habito.»
A P
Que nos sea dado vivir en nosotras. No fantasear ni ser otras. Y dicho
esto, nos volvemos a poner manos a la obra.
❉❉❉
Ejercicio
El ejercicio que esta vez te propongo es un poco diferente a los que has estado haciendo
hasta este punto ya que, en lugar de hacerlo en tu diario como venías haciendo, te voy a
pedir que lo hagas junto con alguien con quien sientas que puedas tener una conversación
honesta. No es necesario que sea con alguien que te conozca muy bien, simplemente te
animo a que lo lleves a cabo con esa persona con quien puedas abrirte, alguien en quien
confíes y con quien puedas compartir. Hemos hablado del concepto de identidad y de
cómo no somos seres aislados, sino integrados en el mundo, y esta actividad pretende ser
un espejo de eso.
Las siguientes preguntas las he usado en infinidad de clases con mis alumnas, y en
todas y cada una de las situaciones en las que lo he hecho el resultado ha sido el mismo. Al
comenzar, estas preguntas han podido parecerles simples o irrelevantes, pero al poco de
conversar y compartir con la persona que tenían a su lado, han descubierto cosas de sí
mismas que hasta ahora nunca antes se habían planteado. El objetivo de este ejercicio es
que ganes más información y perspectiva acerca de quién eres.
1. ¿Cómo te hace sentir tu apellido?
2. ¿Qué piensas del lugar en el que naciste?
3. ¿Qué importancia tiene en tu vida la familia?
4. ¿Te educaste en alguna religión?
5. ¿Crees en Dios?
6. ¿Qué agradeces de la educación que recibiste?
7. ¿Qué no te enorgullece de tu forma de ser?
8. ¿Qué te hace explotar de orgullo de lo que has conseguido en tu vida?
9. ¿Quién es la persona a la que puedes contárselo (casi) todo?
10. ¿Tienes hermanos o hermanas?
11. ¿Qué lugar ocupas en la familia?
12. ¿Cómo te hace sentir el lugar que ocupas en la familia?
13. ¿Te satisface tu apariencia física?
14. ¿Cómo te hace sentir tu habilidad intelectual?
15. ¿Cómo te sientes con relación al lugar en el que naciste?
16. ¿Cómo te influenciaron tus padres?
17. ¿Quién es la persona que más te influenció mientras crecías?
18. ¿Qué piensas de la edad que tienes ahora?
19. ¿Cómo has cambiado en los últimos años con respecto a tus sueños y
objetivos?
20. ¿Qué piensas que dice de ti el trabajo que desempeñas?
❉❉❉
9
Sobre la pasión y la vida en valores
Esta primera parte del libro hemos masticado, nos hemos detenido, hemos
procesado y trabajado sobre conceptos psicológicos básicos. Ahora, ya a
punto de meternos de lleno en materia de género, me gustaría acabar este
primer bloque hablando de algo que pienso que vas a poder aplicar a todo:
los valores.
En un mundo en el que los eslóganes y las frases con gancho han acabado
por inundar también la escena privada, los mensajes que nos incitan a seguir
la pasión como la panacea para evitar el sufrimiento han acabado por
conseguir justo lo contrario.
Antes de adentrarnos de lleno en la discusión que sigue, quiero dejar claro
que seguir tu pasión no tiene, en principio, nada de malo; que, si tienes claro
lo que te apasiona, igual no debes escucharme en esto y simplemente ir a por
ello con todo lo que tienes. Pero hablar de las implicaciones del concepto de
pasión, urge, porque la idea de necesitar de una pasión para encontrarle el
sentido último a la vida se ha instalado en la sociedad de manera tan
arraigada que ha pasado a suponer casi un prerrequisito para una existencia
auténtica y plena. Por el contrario, yo vengo a contarte que, aunque ese
mensaje puede servirles a algunas, para otras puede incluso suponer un peso
muy pesado. Y no hablamos aquí de la pasión como actitud vital, como
manera de afrontar la vida desde la perspectiva de las ganas y el coraje, sino
de esa afición o inclinación específica a ese algo que le da sentido a todo (la
fotografía, la escritura, el arte en general, las finanzas o la política).
La realidad es que no todas tenemos una pasión única —quizá tienes
muchas, como es mi caso— y quizá no llegues a tenerla nunca, pero
tampoco el tenerla te va a asegurar que vivas una vida plena y auténtica y
que el arcoíris ilumine tu mañana cada día. Tampoco nadie te asegura que tu
pasión te vaya a hacer feliz una vez hagas de tu pasión el centro de tu vida.
Por eso mi propuesta, que no es mía, sino que coincide con lo que nos
ofrecen las terapias conductuales de tercera generación, supone una
alternativa para todas: las que tenemos pasión y las que no, las que de
cuando en cuando perdemos la ilusión y el camino, y las que queremos
conectar con nuestra verdad de nuevo.
«Los valores no son autobuses… no se supone que te tengan que llevar a ningún
sitio. Se supone que tienen que definir quién eres en realidad.»
J C
❉❉❉
Ejercicio
A estas alturas del capítulo espero que estés convencida de que tu siguiente paso es
tomarte el tiempo necesario para conocer tus valores. Ellos son el último paso de este
primer tramo de nuestro viaje, y hacer un buen trabajo a la hora de averiguarlos y llamarlos
por su nombre va a llenar tu caja de herramientas importantes para seguir encontrando tu
voz y tu lugar en el mundo.
Hay muchas maneras en las que puedes descubrir cuáles son tus valores, y es probable
que tras las últimas páginas te hayas ido cuestionando y haciendo una idea de aquello que
te importa. Pero para ponerles nombres y delimitarlos, necesitamos trabajar un poco.
Estás en una fiesta de jubilación, tienes ochenta años y te enfrentas a una presentación
Power Point con todos tus grandes momentos. Gracias a que en los capítulos anteriores
hemos hablado de imaginación, ya debes de estar más familiarizada con esta técnica y con
lo que a ti te funciona y lo que no a la hora de crear imágenes en tu mente, aunque déjame
recordarte que nada funciona para todas igual: es posible que a ti te ayude más pintar; a ti,
escribirlo todo; a ti, cerrar los ojos y verlo todo como en una película. Hay también quien
escucha la historia como si se tratara de un archivo de audio. Sea como sea, antes de
comenzar divide una hoja de tu diario en diferentes columnas que simbolicen las
diferentes áreas de tu vida a las que vas a estar mirando:
1. Salud
2. Trabajo
3. Ocio
4. Familia
5. Espiritualidad
6. Otros: incluye tantas como te resulten importantes
Vete a un lugar tranquilo y tómate tu tiempo. Cierra los ojos e imagínalo. Imagina que
estás en una fiesta de jubilación que te han preparado. Estás rodeado de la gente que
quieres, y te sientes plenamente realizada, plenamente feliz.
Para entrar de lleno en esta historia, conecta con todos tus sentidos:
Ahora, conecta con la vista: una a una se suceden las diapositivas que te han preparado
para recordarte todos tus grandes momentos, y las cosas que has cultivado en tu vida te
llenan de gozo.
En este momento, piensa:
Una vez tengas una idea clara, escríbelo todo para no olvidarte y comienza desde hoy a
plantearte cuánto estás poniendo en práctica estos valores a los que has dado nombre:
aquello que te importa con respecto a la salud, con respecto al trabajo, a la familia y en
cualquier otro ámbito importante, y no te preocupes si sientes que aún no lo tienes todo
claro: de eso se trata este camino, de que entre todas sigamos escarbando, poniendo luz,
trabajando, acercándonos a cada paso un poco más a la voz propia.
❉❉❉
II
(Des)Aprende
«El feminismo no trata de fortalecer a las mujeres. Las mujeres ya son fuertes. El
feminismo trata de cambiar la forma en que el mundo percibe esa fortaleza.»
G. D. A
10
El feminismo es terapéutico
«El equilibrio no significa evitar conflictos, implica la fuerza para tolerar emociones
dolorosas y poder manejarlas. Si disociamos excesivamente las emociones dolorosas,
restringimos la personalidad y provocamos inhibiciones variadas. De esto se
desprende que la salud mental no es compatible con la superficialidad, puesto que
esta se vincula con la renegación del conflicto interior y de las dificultades externas.
Se utiliza la renegación de manera excesiva porque el Yo no es suficientemente fuerte
para tolerar el dolor.»
M K
«El problema permaneció latente durante muchos años en la mente de las mujeres
norteamericanas. Era una inquietud extraña, una sensación de disgusto, una
ansiedad que ya se sentía en los Estados Unidos a mediados del siglo . Todas las
esposas luchaban contra ella. Cuando hacían las camas, iban a la compra, comían
emparedados con sus hijos o los llevaban en coche al cine los días de asueto, incluso
cuando descansaban por la noche al lado de sus maridos, se hacían, con temor, esta
pregunta: ¿esto es todo?»
B F
Espero que a estas alturas del libro y del capítulo no haga falta convencerte
de lo contrario: hablar de feminismo sigue haciendo mucha falta y es
importante que dejemos de lado los complejos que en los últimos años han
surgido alrededor de su uso.
Feminismo es el término correcto, y no humanismo ni igualitarismo, que
estaremos de acuerdo en que responden a luchas diferentes. Como dijo la
escritora africana Chimamanda Ngozi Adichie: «Usar la expresión genérica
supone negar el problema específico y particular de género».
Desde aquí me gustaría animarte a apropiarte del término. No voy a
dedicar media línea a explicar que las feministas no necesitan quemar
sujetadores, odiar a los hombres o cualquiera de los tópicos que se asocian a
esta causa. Y dicho esto, me desdigo: si eso es lo que consideras que hay que
hacer, hazlo. Hay varias corrientes feministas y cada una cuenta con sus
propios matices. El feminismo no es homogéneo ni constituye un cuerpo de
acción cerrado, pero sea cual sea su forma siempre expresa la lucha de las
mujeres contra cualquier forma de discriminación, y al final esa es la idea
que nos une a todas y a todos los que perseguimos un mundo más justo y
equilibrado.
Recuerda que si nos hace falta seguir hablando de feminismo es porque el
sexismo no está fuera, está dentro. Simone de Beauvoir dijo que «el enemigo
no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos».
También para esto recupero lo que expusimos en la primera parte del libro
acerca de la compasión: la problemática es compleja y los juicios rápidos no
resultan justos en este caso. Sé compasiva con las mujeres que llevan dentro
de sí el sexismo, porque esa mujer también eres tú y también soy yo. Todas
hemos colaborado de una manera u otra en algún momento a que el
problema no se haya erradicado.
Aquí una confesión dolorosa y necesaria: hasta llegar a los treinta, fui esclava
de mi propio cuerpo. Caí en todas las dietas, programas de alimentación y
estilos de vida saludables que encontré en mi camino. Caí en cada una de las
trampas de las que ahora os aviso. Aquello me consumió una cantidad
indecible de energía emocional, de tiempo y espacio mental. Las
preocupaciones somáticas son agotadoras, y de alguna manera todas lo
sabemos, porque todas hemos pasado en mayor o menor medida por esto.
No fue hasta que comencé a reparar esa relación, que está aún muy lejos
de ser perfecta, que me atreví a ocupar este espacio que ahora comparto
contigo: me lancé a enseñar mis escritos al mundo, hice espacio en mi
cabeza para algo que no fuese el conteo obsesivo, las autorreprimendas y la
vergüenza por no pesar lo que yo creía que debía pesar.
No soy la única que considera que este «negocio del descontento» es algo
que roza la categoría de conspiración. Naomi Wolf, una de mis autoras de
cabecera y responsable del increíble ensayo e Beauty Myth , expone este
tema sin dejar detalle:
«Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada por la
belleza femenina, sino acerca de la obediencia femenina. La dieta es el sedante
político más potente en la historia de las mujeres; una población loca en silencio es un
grupo tratable.»
N W
«Eres preciosa. Está bien ser peculiar, no pasa nada por ser tímida.
No tienes que seguir al grupo.»
A W
13
Lo personal es político
«Una mujer necesita dinero y una habitación propia para escribir ficción.»
V W
«Lo personal sigue siendo político. La feminista del nuevo milenio no puede dejar de
ser consciente de que la opresión se ejerce en y a través de sus relaciones más
íntimas, empezando por la más íntima de todas: la relación con el propio cuerpo.»
G G
Todo conocimiento implica una responsabilidad
«Cuando todo el mundo está en silencio, incluso una sola voz se vuelve poderosa.»
M Y
Somos seres eminentemente verbales. El lenguaje nos ayuda a ver las cosas
más bellas de la vida y contribuye a nuestra capacidad para manipular y
controlar el mundo que nos rodea; analizar e incluso predecir posibles
escenarios; resolver problemas, teorizar y abstraernos de la concreción de la
experiencia; delimitar, planificar, comunicar con eficacia emociones e ideas;
obtener cooperación y hasta establecer límites entre las experiencias
nuestras y las de los otros. Y si bien todo esto es verdad, también lo siguiente
es cierto: que el lenguaje limita la flexibilidad de la conducta y es responsable
directo de buena parte de nuestro sufrimiento. Las reglas que tan bien nos
sirven para ciertas cosas, se vuelven en nuestra contra cuando perdemos el
control directo sobre ellas, y como vamos a ver explicado más a fondo en
este capítulo, eso ocurre mucho antes de lo que pensamos.
Por eso y por más, la escritora en mí grita cuando la psicóloga toma hoy el
teclado para escribir esta reflexión que tiene por intención la de reducir el
impacto de lo verbal sobre nuestra conducta sin necesidad de intervenir en
esas redes de pensamiento ya creadas. Porque pese a todo lo maravilloso que
nos ofrece el lenguaje y a la increíble posibilidad que nos regala de elevarnos
sobre la mera experiencia, las leyes que lo rigen también nos obligan a
aceptar su contracara: que las relaciones entre palabras están lejos de poder
controlarse por completo, a pesar de nuestra habilidad o del grado de
nuestra experiencia.
De alguna manera nos creemos todo lo que nos dice la mente, y a eso, en
psicología, lo llamamos fusión . Las personas nos fusionamos con lo que nos
dice nuestra mente. Da igual que eso que nos dice no traspase las tres
puertas del razonamiento socrático que tanto se han pregonado desde
determinadas corrientes psicológicas y que ya comentamos aquí antes, a
saber:
«El lenguaje, la palabra, es una forma más de poder, una de las muchas que nos ha
estado prohibida.»
V S
15
Ambición y realismo
De alguna manera contamos con que ese pensamiento nos llevará más
lejos que el contrario, y en el fondo ahí no nos falta razón. Es cuestión de
pura estadística que cuantas más papeletas compremos de aquello a lo que
aspiramos, mayores serán las probabilidades de conseguirlo. Pero aunque la
idea de que solo depende de nosotras buscar nuestra suerte puede
granjearnos un mejor futuro que el creer que no importa nada de lo que
hagamos, es un argumento falto de contexto y, sobre todo, de compasión,
porque viene inevitablemente ligado a la culpa: tú eres la responsable —que
no es más que el eufemismo de culpable — de la totalidad de tu fracaso.
Esto no es más que una falacia. Las mujeres hemos partido de una línea de
salida que está a cincuenta yardas de la línea de salida que han tenido los
hombres. Si además de ser mujer eres de color, gitana o de una religión
minoritaria en el país en el que vives, aún te encuentras más lejos. Si además
tu físico no está acorde con las expectativas del lugar en el que desarrollas tu
vida, si te faltan recursos económicos y no has tenido la suerte de gozar de
una educación y unos servicios sanitarios de primera, vuelves a perder unas
tantas yardas antes de siquiera haber comenzado la carrera que es la vida. Tu
orientación sexual, el haber crecido o no en una familia en la que se nos ha
hablado con respeto o más bien a voces, el haber sufrido una infancia
traumática o incluso la edad que tienes suman capas a la desigualdad. Y
luego, sobre la base que supone todo eso, tenemos la capacidad, la
motivación y el esfuerzo. Pero solo después de todo eso.
«No necesariamente tienes que hacer algo una vez que aceptas tu privilegio. No
necesitas disculparte por él. Tienes que entender la extensión de tu privilegio, las
consecuencias de tu privilegio y recordar que hay personas diferentes a cómo tú te
mueves y experimentas el mundo, en formas que quizá tú no conozcas nunca.»
R G
Esta idea de que no podemos conseguir cualquier cosa es, a todas luces,
agridulce, de ahí que siga gozando de tan mala prensa. Asumir que el éxito
no depende al cien por cien de nosotras colisiona con una línea de
pensamiento más neoliberal, en la que cada una se granjea su poca o mucha
suerte. Y es que es agradable pensar que todo está en una. Pero hay también
algo que es seguro: una puede tratar de jugar la mejor partida con las cartas
que le tocan. Creo que es importante volver a traer a colación la idea de que
lo personal es político , y que en nuestra mano está el comenzar a sumar para,
mucho o poco, cambiar nuestra suerte, porque cambiar nuestra suerte es
cambiar la de las otras.
Pero lo cierto es que la conclusión es siempre la misma: si eres mujer,
tienes que hacer más. Tienes que pasar por encima del modelo educacional,
de los arquetipos en los que ha incidido una y otra vez la historia, de las
expectativas de los otros, del peso de la mirada ajena, del sistema al
completo. De la exclusión del espacio público, de la opresión de lo que te
exigen las expectativas de género, que en lugar de dejarte ser te prescriben
una serie de comportamientos y gustos. Pero ya sabemos que el problema va
a mucho más: al abuso emocional, la condescendencia, la violencia
doméstica, los abusos sexuales, el miedo. Si además te vas quitando las capas
de tus muchos privilegios (el color, la religión, la situación socioeconómica o
la orientación sexual, entre otros), las cosas no hacen más que complicarse
hasta el infinito.
Ante este panorama tan halagüeño, es fácil que nos inunde la rabia y la
sensación de impotencia. Ya dijimos que la rabia es sanadora y que el
feminismo es terapéutico, pero atrincherarnos en la imposibilidad del
cambio individual tampoco nos va a traer nada bueno.
«El amor del hombre es en su vida una cosa aparte, mientras que en la mujer
es su completa existencia.» Cuando Byron escribió aquello, probablemente
no imaginó que su hija, Ada Lovelace, pasaría a la historia como la
matemática que fue. Su madre, activista política y social, y gran defensora de
los derechos de las mujeres, abrió las puertas a Ada para que explorase y,
desde luego, cuesta trabajo creer que Ada Lovelace hubiese llegado a ser lo
que fue sin el ejemplo que le brindó su madre.
A día de hoy, está considerada como la primera programadora de
ordenadores, un campo que aún sigue estando dominado por los hombres.
Ada necesitó el ejemplo de su madre de la misma manera que nosotros
necesitamos del suyo: para recordarnos que es posible el cambio.
Buena parte de mi trabajo con mujeres ha rondado alrededor del campo del
abuso y el trauma, porque por más triste que sea, esto sigue siendo cierto:
hablar de psicología y hablar de mujeres suele traer el tema del abuso al
centro de la mesa. Y no es casualidad. La Organización Mundial de la Salud
estima que una de cada tres (35%) mujeres alrededor del mundo sufren
algún tipo de violencia a lo largo de sus vidas. Los mismos datos concluyen
que las mujeres que no han gozado del privilegio de una buena educación,
que han estado expuestas a actos de violencia doméstica contra sus madres,
que han sido objeto de algún tipo de maltrato durante la infancia, o han
vivido en entornos en los que se aceptaba la violencia, los privilegios
masculinos y la condición de subordinación de la mujer corren un mayor
riesgo de ser víctimas de violencia por parte de su pareja. Una de cada tres.
Cada siete horas se viola a una mujer solo en España, cada año se
interponen cuatrocientas mil denuncias por maltrato y la media anual de
víctimas que mueren en manos de hombres es de setenta mujeres. Y aun
siendo estos los datos oficiales, podemos imaginar que en la realidad la
gravedad es aún mayor. La Organización Mundial de la Salud ha llegado a
utilizar el término pandemia. Y aún hay quién niega la evidencia y nos dice
que no tiene sentido que sigamos luchando por esto, que en otros países
están peor y que allí sí que hace falta el feminismo. Como si el hecho de que
alguien tenga un dolor mayor invalidase nuestro sufrimiento. Como si
hubiéramos conseguido llegar hasta aquí sin hacer ningún esfuerzo, a base
de no hacer ruido, de no quejarnos.
La violencia que se ejerce desde el sistema patriarcal no se limita a la
mujer, también se extiende a los hijos. Los datos indican que son casi
siempre los hombres, y no las mujeres, los que abusan física o sexualmente
de los niños. A pesar de la contundencia de los datos y la dificultad del
asunto, se sabe que las personas encargadas de lidiar con el abuso —policía,
jueces, servicios sociales— responden de manera punitiva contra las madres.
Los medios siguen presentando los casos como si fueran incidentes aislados,
y con su lenguaje perpetúan que la población caiga en la trampa de creer que
una vez más ha sido una cuestión de mala suerte, de que todo es debido al
haberse cruzado con un loco .
Por si fuera poco, de manera sistemática se atribuye responsabilidad moral
a las madres, aun no siendo ellas las que cometieron el abuso, llegando
incluso a retirarles la custodia de los hijos por no ser capaces de responder a
las expectativas de lo que se considera una buena madre. Esto dicen los
estudios, y esto es lo que yo veo cada día en mi trabajo.
Pero las cosas no siempre suceden así, como es posible que estés pensando
mientras lees estas líneas. Todas hemos pasado por situaciones en las que
nos hemos crecido, en las que la adversidad ha sacado algo en nosotras que
antes solo estaba latente. Todas conocemos a alguien que dice haber visto la
luz tras una situación en la que aparentemente esa opción estaba fuera de
sus cartas. En psicología, a esta idea solemos llamarla resiliencia, y con ella
nos referimos a la capacidad de reponerse tras un agente perturbador o un
evento estresante.
La psicología positiva lleva mucho tiempo interesada en este tipo de
experiencias y le ha dedicado muchos recursos en los últimos tiempos. Los
estudios en psicología positiva, una disciplina que está lejos de las frases
baratas de autoayuda y mucho más cerca de la investigación seria sobre todo
aquello que acerca a los individuos a la felicidad, al funcionamiento óptimo
y al encuentro con las propias fortalezas, arrojan datos fascinantes a este
respecto.
Uno de los grandes conceptos en los que la psicología positiva se ha
centrado en los últimos años es el del crecimiento postraumático, como
alternativa al conocidísimo estrés postraumático: la idea de que es
absolutamente posible utilizar el dolor de un evento traumático y usarlo
como fuel para un crecimiento positivo.
Antes de dar paso a esta explicación, quisiera dejar algo claro, porque soy
consciente de lo controvertido de este concepto. El reconocimiento de la
noción de crecimiento postraumático, aparte del ya clásico estrés
postraumático, no supone la necesidad de la elección de uno frente al otro.
Muchas personas pasan por los dos estadios, y algunas no llegan nunca a
experimentar crecimiento tras un evento estresante. No todas las personas
que han vivido un trauma o una situación difícil en su vida han encontrado
la manera de salir airosas de él ni con las fuerzas renovadas, o incluso no
han tenido forma de hacerlo.
Seguro que has oído la frase de que aquello que no te mata, te hace más
fuerte. Podría añadir que lo que no te mata, seguramente pueda dejarte una
serie de heridas difíciles de curar, un puñado de miedos complicados de
digerir y alguna que otra cicatriz. Pero los experimentos en psicología
positiva demuestran, como te decía, que puede que te dejen con algo más.
Tengo el mejor marido del mundo. Perdí la cabeza por él hace once años y
aún no la he encontrado. Al año de conocerlo, me tatué su nombre en el pie,
desafiando todas las leyes del raciocinio y quemando de una sola vez lo poco
que me quedaba de compostura. En nuestros once años ha habido más y
menos, pero no cambiaría un día de desencuentros ni ninguno de los
muchos que hemos pasado entre películas y libros en el sofá, hombro con
hombro, el uno encima del otro, siempre agarrados y haciendo camino.
Gonzalo ha sido y sigue siendo el mejor regalo de mi vida.
Es por eso que no sé qué me da la autoridad moral para escribir este
capítulo. O precisamente es por ello que tengo la autoridad moral para
escribirlo: no sé quién reparte las papeletas de la autoridad moral, así que he
decidido yo sola hacerlo. Lo que seguro que sé es que el amor romántico y la
vida en pareja pueden traer a tu vida maravillas con las que ni habías
soñado, o bien convertirla en una pesadilla. Lo vemos todos los días, por eso
en este libro no podíamos hacer la vista gorda sobre un tema que significa
tanto.
El asunto es de veras complicado. Si a mi tatuaje en el pie sumamos que
me encantan los musicales, que nada supera una tarde con las piernas en el
regazo de mi marido y Jane Eyre entre las manos, y que lloro como una
tonta cada vez que escucho e Blower’s Daughter , el enredo no hace sino
aumentar más y más.
A falta de acuerdo acerca de quién concede las papeletas sobre quién
puede decir qué y en qué contexto, me amparo bajo el poder que nos
concede Roxanne Gay de autoproclamarnos Malas Feministas y asumir
todas las incongruencias con las que nos adentramos en este mundo del
activismo de género. De la misma manera que no necesitamos dejar de
maquillarnos, usar tacones o dejar de teñirnos las canas si eso no es lo que
queremos, podemos reconocer diferencias históricas, desigualdades y
privilegios. Tampoco me interesa una bandera única ni un podio al que solo
podamos subir unas pocas. La idea es que entendamos, que mastiquemos,
que corrijamos lo que podamos y que sigamos caminando en la dirección
que nos marca una brújula que solo tenemos dentro.
El mito del amor romántico ha sido estudiado por numerosas teóricas del
feminismo a lo largo de la historia. Los procesos de socialización son
diferentes para mujeres y hombres. Las creencias y los mitos alrededor del
amor son, para las mujeres, un eje vertebrador y un proyecto vital
prioritario. Desde niñas, somos bombardeadas con propaganda que nos
incita a entender que nuestro último y más importante rol vital es encontrar
el amor romántico (heterosexual), casarnos, ser felices, tener muchos hijos y
comer perdices. Los cuentos, la literatura, el cine, las películas de Disney y
los juguetes contribuyen a crear ese imaginario colectivo en el que la única
posibilidad de vivir la felicidad absoluta y completa pasa por encontrar una
pareja y vivir juntos —en formato monógamo, heterosexual y con hijos—
hasta los restos.
Nada malo en esto. Nada malo si resulta que llegas a vivir esta estrecha
definición de felicidad, como ha podido ser, en cierto modo, mi caso. Nada
malo siempre y cuando esta incitación que parte del imaginario colectivo y
que se han encargado de formar Hollywood y Disney no se convierta en
fuente de angustia existencial, como veremos en este capítulo que ha
acabado sucediendo. Ya os adelanto que este concepto de amor romántico
tan estrecho y obligatorio está abocado al fracaso, al constreñir la expresión
real e impedir la intimidad por culpa del valor atribuido a los tradicionales
patrones de género y generar una necesidad agoniosa de encontrar el amor
con el fin de que tu vida tenga un sentido completo.
Justo gracias al movimiento para la igualdad, las mujeres han ido poco a
poco asumiendo roles más activos y dominantes en las relaciones sexuales.
Y aunque es evidente la ventaja de este cambio para las mujeres, quienes
pueden finalmente expresarse por sí mismas y desarrollar un sentido de
agencia sobre sus propios deseos, este cambio supone una ventaja para
ambos sexos.
Se ha extendido la idea de que la igualdad de género causa problemas en
las relaciones de pareja, sin embargo, los estudios confirman que las parejas
que viven juntas y trabajan activamente en la igualdad de roles en la
relación, también presentan una mayor igualdad en la obtención de
ingresos. También las investigaciones afirman que el intercambio de tareas
domésticas está asociado con una mayor estabilidad de las relaciones y con
relaciones sexuales más frecuentes. Incluso las tasas de divorcio disminuyen
cuando los esposos asumen un papel más importante en las tareas
domésticas, las compras y el cuidado de los niños.
En relaciones homosexuales, la situación es bastante distinta. La
investigación sugiere que las parejas del mismo sexo tienen más relaciones
iguales que sus contrapartes heterosexuales y comparten más
responsabilidades de cuidado de niños. Sigue siendo cierto, sin embargo,
que una de las dos tiende a responsabilizarse de más tareas que la otra. Un
estudio descubrió que en relación a las tareas domésticas, solo en dos casos
las parejas del mismo sexo tenían más probabilidades de compartir la
responsabilidad que las parejas heterosexuales: lavandería y tareas
relacionadas con la reparación del hogar. Para aclarar este dato es
importante recalcar que en estos casos no hubo evidencia alguna de que las
responsabilidades domésticas de género en las parejas del mismo sexo
tuvieran algo que ver con una persona que eligiera interpretar el papel del
hombre y el de la mujer .
En general, la conformidad con ideas tradicionales románticas limita la
disposición y la voluntad de una mujer para luchar por la igualdad en otros
campos que se extienden más allá del romance. Por ejemplo, un estudio
concluyó que las mujeres que describen a su pareja como cortés y protector
estaban menos interesadas en cosechar una educación superior y perseguir
puestos altos en el mundo laboral. Estos datos entran en consonancia con
aquellos que presentábamos en el capítulo en el que hablamos sobre el yugo
de la belleza, aquel en el que las mujeres que puntuaban más alto en
autocosificación puntuaban bajo en la autoeficacia relacionada con la
política, en la creencia de que ellas podían hacer algo por cambiar el mundo.
El impacto de estas ideas va mucho más allá, como estos estudios confirman,
de lo concreto.
Belén Nogueiras subrayó cómo la educación de las mujeres está enfocada
precisamente a la asunción de sus roles de esposa y madre, incluyendo el
desarrollo y cuidado de la belleza, de la capacidad de seducción y del
mantenimiento de la atención del hombre. Así, el modelo de amor
romántico que se nos propone como modelo cultural de amor durante el
proceso de socialización, implica un olvido de nosotras mismas, una
renuncia a lo personal, un desapego de lo público, que pertenece al hombre,
a través de la sumisión, la dependencia emocional y física.
Es a través de este tipo de datos que podemos entender las duras críticas
que las teóricas feministas tradicionales hicieron a la institución del
matrimonio, que ha sido considerado por muchos como una fuente de
opresión para la mujer. El amor, según ellas expusieron, no es
necesariamente opresivo, adquiere esa cualidad gracias al contexto patriarcal
en el que se produce.
Smart expresó con mucho atino que las feministas encontraron en el amor
un armamento ideológico del patriarcado por el que las mujeres se
engancharon a relaciones dependientes con hombres, celebraron un
contrato legal desfavorable —el matrimonio— y terminaron cuidando a los
niños. Simone de Beauvoir, por su lado, formuló con contundencia su
oposición al matrimonio y a este tipo de amor romántico, ya que dada la
desigualdad en la posición de ambas partes, el amor acababa por convertirse
en una maldición que confinaba a las mujeres al universo femenino.
Firestone también se unió en describir el amor romántico como el eje de la
opresión para las mujeres, y de él dijo que era «un holocausto, un infierno y
un sacrificio».
«El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras
nosotras amábamos, los hombres gobernaban.»
K M
A pesar de que los motivos por los que la violencia machista está extendida
al punto de pandemia son muchos y complejos, el hecho de que ya desde
muy pequeñas comencemos la carrera para encontrar pareja es desde luego
uno de ellos. La prisa y la presión social aprietan y trasforman el deseo en
necesidad, aumentando la probabilidad de dependencia y de decisiones
arriesgadas.
«Los hombres que quieren apoyar a las mujeres en nuestra lucha por la libertad y la
justicia deben entender que no es terriblemente importante que aprendan a llorar, sino
que lo importante es que abandonen los delitos de violencia contra nosotras.»
A D
«La mujer debe escribirse a sí misma: debe escribir sobre las mujeres y llevarlas a la
escritura, de donde han sido expulsadas tan violentamente como de sus cuerpos, por
las mismas razones, por la misma ley, con el mismo objetivo fatal. La mujer debe
ponerse en el texto, como en el mundo y en historia, por su propio movimiento.»
H C
18
La aceptación como concepto
radical: evita la evitación
Y tampoco querría que todo este trabajo que hemos hecho cayera en saco
roto. Me aterraría que cuando acabases este libro hubieses masticado,
reflexionado, meditado y madurado ciertos conceptos importantes, pero que
todo esto no se convirtiese más que en un hormigueo. Una sensación en el
estómago que te indicara que algunas cosas no funcionan, pero que no
llegase a más que a un mareo, y que al terminar de leer no tuvieses la más
remota idea de cómo movilizar toda esa energía y avanzar en el cambio
individual y colectivo.
Es justo esto en lo que quisiera que no cayésemos: en la falacia de que,
porque no somos responsables de que las cosas tengan el aspecto que tienen
hoy en día, no somos capaces de, en alguna medida, contribuir a un cambio.
Mi opinión es que podemos y debemos ser parte del cambio, al menos en la
medida en la que esté en nuestras manos. Enfadarnos y resistir mentalmente
son un buen primer paso, pero no vamos a llegar a nada si nos quedamos
encajadas en eso y no avanzamos.
Dicho esto, seré clara: las cosas tienen que cambiar a un estrato muy por
encima de lo individual para que todos los esfuerzos que hacemos lleguen a
término. Para que nuestro cien por cien de esfuerzo se convierta en un cien
por cien de resultados. Por eso estos capítulos anteriores no van a dar a un
último tercio del libro en el que me salto a la torera lo dicho y te doy las
herramientas para un cambio que solo depende de ti. Ese discurso
neoliberal y posmoderno es incongruente e injusto, y no es esa la línea que
pretende alentar este libro.
Pero yo soy psicóloga especialista en coaching psicológico y no socióloga
ni politóloga, y la experiencia me dice que, a pesar de todo esto, o quizá no a
pesar sino más bien además, sí que hay mucho que podemos hacer a nivel
individual para transformar nuestras vidas y, ya puestas, las de todas.
Psicología, coaching y feminismo bien pueden parecer cosas poco
compatibles a primera vista, pero bien visto, el feminismo no es más que una
óptica. Una perspectiva desde la que puedes abordarlo todo, incluso la
psicología, incluso el coaching, incluso las novelas que lees y que escribes,
las clases a las que acudes en la facultad o las que tú misma impartes, la
manera en la que te enfrentas a las contrataciones de tu empresa o hasta las
discusiones con tu hermano. Al fin y al cabo, el feminismo no es más que la
condición natural, el resultado inevitable del desaprendizaje del sexismo.
Caitlin Moran explica en su libro Cómo ser mujer —qué gran título, por
cierto— cómo lo que con él pretende es ser parte de lo que probablemente
sea ya una nueva ola del feminismo, y así contribuir a que el debate sobre
género se extienda a temas menos académicos y más de nuestro día a día,
que admita más visiones, más controversia y dé la bienvenida a discusiones
más agitadas. Estoy bastante segura de no estar de acuerdo con mucho de lo
que Caitlin expone en su libro, pero justo en este punto me tiene de rodillas:
hacen falta más voces, más versiones, menos dogmatismo y más diversidad
dentro de esta nueva ola, y Feminismo terapéutico nace con la esperanza de
formar parte de esta nueva ola de feminismo.
«No recuerdo haber leído ningún libro que no hable de la inestabilidad de la mujer.
Quizá porque fueron escritos por hombres.»
J A
Soy del todo consciente de que no todo el mundo es autónomo, de que a los
jefes les importa un pimiento tu momento del mes y de que hay obligaciones
que no entienden de ciclos. También yo vivo en el mundo de los mortales:
me enfrento a fechas de entrega, a reuniones, tengo clases que dar, alumnas a
las que responder y clientas que me necesitan al cien por cien, y esto es así
esté la luna menguante, me encuentre yo al final del mes o lleve siete días
lloviendo. Pero he aprendido que hay pequeños ajustes, determinados
cambios aquí y allí que pueden hacer que la diferencia sea un mundo. En mi
caso, sé que tengo más sesiones con clientas en determinados momentos del
mes, doy más clases en otros y mis necesidades de sueño cambian
considerablemente. Y no me es tan complicado ajustar ciertas cosas para
respetar eso. También sé que hay alimentos que me hacen sentir peor y que
es mejor ni olerlos, que no me apetece beber agua y lo necesito, y que
aunque hacer yoga cueste el doble, también su beneficio se multiplica. Al
final de cada ciclo soy más negativa y pesimista, tengo algo más de ansiedad
y ya no me angustio: sé que son unos días, que necesito más calma y más
mimo. Y me lo permito. Los días que me encuentro mejor, aprieto el ritmo:
cuento con que no estaré todo el mes así, por eso trabajo también por las
tardes, a veces por las noches, y no me agobio porque sé que no estaré todo
el mes al mismo ritmo.
La idea es siempre la misma, y por eso este libro se construyó de la manera
en la que se hizo: primero has de conectar, de observar y de entender, y solo
después podrás realizar determinados cambios. Comienza por rastrear y
anotar tus síntomas. Observa. Tu ciclo comienza el primer día de la
menstruación y acaba el día anterior a tu siguiente regla. Tu ciclo también
está afectado por la noche y el día y las horas de sueño (los ritmos
circadianos), la luz de cada época del año, tu alimentación, tu hidratación, el
ejercicio físico, los estresores internos, externos y otra infinidad de factores.
Hay estaciones, meses, épocas y multitud de patrones en la naturaleza, como
también los hay dentro de nosotras: los períodos mensuales, la adolescencia,
el embarazo, el posparto, la premenopausia, la menopausia. Todos te dan
una nueva perspectiva y vienen con un puñado de necesidades específicas a
las que debemos de prestar atención si no queremos que se vuelvan en
nuestra contra.
Usa tu diario, las aplicaciones de los móviles y tu propia investigación a
través de síntomas y materiales para saber cómo respondes a los diferentes
momentos de tu ciclo. Trata de separarte un poco de lo que dice tu cabeza,
de cómo se siente tu cuerpo y analiza: recuerda que sin datos, sin
retroalimentación, no podrás hacer ajustes. No desestimes el increíble valor
que para tu salud en general tiene el autorregistro.
Crea un ancla
«La valentía es la más importante de todas las virtudes, porque sin valentía no
puedes practicar ninguna virtud con consistencia.»
M A
Es a Reinhold Niebuhr a quien se le atribuye el conocido rezo a la
serenidad que con tanta eficacia han usado los miembros de las reuniones de
Alcohólicos Anónimos, y que dice así: «(Dios), concédeme serenidad para
aceptar las cosas que no puedo cambiar, valentía para cambiar las que sí
puedo y sabiduría para entender la diferencia». En el mensaje de esta frase
está escondido el secreto de todas las fuerzas duales que exigen armonía en
el universo: en el saber navegarlas, el saber apretar cuando toca y ejercitar la
aceptación y la paciencia cuando es el momento está la receta para librarnos
del sufrimiento innecesario.
Un libro debe escribirse página por página, palabra por palabra y letra por
letra. Aquel que nunca se ha enfrentado a tamaño esfuerzo se sorprendería
de la cantidad de tiempo que requiere arrancar con las primeras palabras y
acabar con el texto. Todas sabemos que exige paciencia, consistencia relativa,
motivación y una buena dosis de tolerancia a la frustración conseguir
cualquier objetivo vital que se precie. Desde obtener los estudios
secundarios hasta el día en que defiendes un doctorado, o aprobar unas
oposiciones; también el paseo por el barrio cada tarde tras el trabajo a paso
rápido para mejorar la salud, mantener un nivel adecuado de eficiencia ante
las exigencias de nuestros compromisos diarios. Las relaciones significativas,
los hijos, los mayores y también el autocuidado. Todo exige cariño y ganas
sostenidas. Pero sobre todo exige no perder de vista que es este pequeño
paso diario el que te acerca a la gran meta, este retraso de la gratificación
inmediata el que te permite conseguir las cosas que deseas y, por encima de
eso, el que te convierte en la mujer que quieres ser.
Esta idea de gratificación demorada hace referencia a la capacidad que
tenemos los individuos de no caer en la tentación de la recompensa
inmediata por la oferta de una gratificación que, aunque más lejana en el
tiempo, promete ser mayor. De esta manera, sabemos que una de las formas
más efectivas para distraernos de un placer tentador que tratamos de no
complacer en el ahora es centrarnos en otro placer, que aunque puede estar
más lejos en el tiempo, supone un refuerzo mayor. Por los estudios en el
campo, sabemos que la demora en la gratificación correlaciona
negativamente con conceptos como la adicción, la falta de rendimiento
académico e incluso la situación económica. Sabemos también que existen
algunas diferencias de género alrededor de este concepto: las mujeres
parecen haber dominado el arte de la gratificación retrasada con más
maestría que los hombres, aunque me arriesgaría a afirmar que variables
como la socialización de género influyen en este proceso, lo que a estas
alturas de lectura sabemos que no viene sin un precio.
Para desarrollar la habilidad que tradicionalmente hemos venido a llamar
fuerza de voluntad, merecía primero la pena aclarar el concepto de la
demora en la gratificación. En la misma línea, también es importante
comentar el significado de la tolerancia a la frustración, una idea cardinal de
la terapia racional emotiva de Ellis, uno de los padres de la terapia cognitiva,
y que responde a la capacidad de tolerar ciertas emociones desagradables
que surgen como resultado de la demora en la gratificación. El también
llamado hedonismo a corto plazo explica conductas que en principio
podrían parecer paradójicas, como pueden ser las conductas
autosaboteadoras que a tantas nos resultan tan familiares, o incluso la
procrastinación. El ser capaz de lidiar con la pereza del entrenamiento de los
martes a pesar de aquella lluvia de la que hablamos, de la nieve o el calor; el
navegar el miedo al fracaso cuando creamos un proyecto de principio a fin
con nuestras propias manos y mantenemos la constancia en el trabajo aun
lidiando con las emociones desagradables que aparecen durante el proceso.
Cuando trabajamos, no a pesar de emociones como el miedo o el cansancio,
la vergüenza o la ansiedad, sino con todas ellas. Nos sentamos a escribir y
hacemos un hueco para todo eso en nuestra mesa. Salimos a correr y nos
llevamos toda la pereza y la falta de ganas e incluso la ansiedad con
nosotros, no lo hacemos a pesar de ello, sino como un todo.
Y es justo a esto a lo que se dedica la psicología en general y, más
específicamente, el coaching psicológico. A entender las variables internas y
externas que mantienen lo que la persona, en este caso la mujer, considera
que necesita un cambio, y a acompañarla en el camino para que pueda hacer,
desde la esfera del individuo, lo que esté en su mano para lograrlo. A
descubrir y a entender y a remover la realidad de la clienta, ayudar a
diferenciar qué puede cambiarse y qué debe aceptarse, y a reducir el espacio
entre esa persona y aquella que en realidad ya es.
Tuve la suerte de escoger la mejor profesión del mundo cuando me decidí
a ser psicóloga, porque ya me dirán qué sentido de control de futuro tiene
una a sus dieciocho años, y cómo acertar o no acertar no depende en gran
parte de la suerte. Mis padres me dieron la posibilidad de elegir, mis
hermanos me escucharon en mis constantes diatribas sobre aquello que
quería y no quería, y por milagro o por destino, o quién sabe en el fondo por
qué, ahora puedo ayudar a otras mujeres a reducir la interferencia, el hueco,
entre lo que ya existe en su mente y lo que aún ocurre fuera. En llegar de A a
B y acompañar en ese cambio, en crear estrategias sistemáticas y una
planificación, en entender qué paso sigue a qué paso y tras ese cuál viene
después para caminar el puente que separa la situación ideal del cliente de la
situación presente, para diseñar y dar forma al gran plan de sus vidas. Y en
ese hacer y no hacer que es el camino, ver cómo florecen: cómo es el hacer el
que convierte a alguien en distinto y no el decir o solo el pensar, que ya lo
dijo Alonso Quijano en El Quijote cuando pronunció aquello de «Sábete,
Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro».
«El arte de vencer las grandes dificultades se estudia y adquiere con la costumbre de
afrontar las pequeñas.»
C B
Muchas de mis clientas se presentan en mis sesiones con lo que ellas han
identificado como serios problemas de procrastinación. En mi opinión,
nunca es un problema la procrastinación per se de lo que hablamos, aunque
la información que nos ofrece la procrastinación siempre es valiosa si es
entendida como síntoma: síntoma de la falta de claridad, la falta de
estrategia, la flaqueza de motivación y, lo más importante, de no haber
entendido cómo funciona el músculo de la tolerancia a la frustración.
Los estudios de la doctora en Psicología Kelly McGonigal sobre
motivación que más tarde expondría en su superventas Willpower Instinct ,
ponen de manifiesto dos ideas importantes alrededor de este concepto. La
primera está relacionada con la necesidad de llevar un registro no solo de los
éxitos, sino también de los fracasos para conseguir los resultados que nos
proponemos, y con ello resalta algo que ya hemos subrayado aquí antes: la
necesidad de aceptar, de exponernos a los eventos privados, a los que nos
gustan y a los que no. La necesidad de mirar de frente a la decepción, a la
angustia, a los pensamientos de que nunca conseguiremos que eso que tanto
nos importa no está saliéndonos como esperábamos. También en su libro, y
aquí se encuentra la segunda idea, introduce lo que viene a llamar el
«pesimismo defensivo»: el excesivo optimismo acerca del comportamiento
futuro nos abre la puerta a la falta de control en el comportamiento de hoy.
Las personas que sienten su yo presente más cerca de su futuro yo parecen
tener ventajas en motivación para caminar el puente que más atrás
comentamos. No es tanto si piensas que el comportamiento va a ser
exactamente el mismo ahora y en el futuro, sino si entiendes que será la
misma persona que tenga la experiencia futura: que esa persona del futuro
tendrá las mismas dificultades para correr contra los elementos, las mismas
ganas de levantarse los martes, que no hay forma de evitar ese pequeño
sufrimiento.
Los estudios de Keith Chen sobre la importancia del lenguaje en
comportamientos relacionados con la salud y la capacidad de ahorro vienen
a insistir en lo mismo: las sociedades que utilizan lenguas cuya separación
entre presente y futuro es menos marcada —el caso de las futureless
languages , como puede ser el mandarín— toman sistemáticamente
decisiones más responsables. El saber que será la misma persona —tú— la
que experimente el dolor de las consecuencias mañana nos ayuda a tomar
decisiones más responsables en el hoy.
Y así acabamos como comenzamos solo unas líneas atrás: con la idea de
que, para hacer de lo ordinario algo extraordinario, necesitamos reducir la
concepción de que todo pasa por hacer enormes cambios y hacer las paces
con el esfuerzo mantenido que nos requiere el trabajo pequeño.
21
La vida hay que inventársela
Encuentra tu tribu
Decía Ana María Matute que la vida hay que inventársela porque acaba
siendo verdad. Y ella sabía lo que decía, porque solo tenía once años cuando
estalló la Guerra Civil española, allá por 1936, y las consecuencias
psicológicas de vivir un trauma de tal tamaño a tan temprana edad
resonarían después en la totalidad de su obra. Pero no fue aquel el único
momento difícil de su vida. En 1952 se casó con el que sería su marido
durante los siguientes once años, un matrimonio que acabó en divorcio y
resultó en la pérdida de la custodia de su hijo durante unos años,
consecuencia de las leyes españolas de la época y de la situación de la mujer
en el mundo. Su ya desgastada situación afectiva empeoraría aun más unos
años después al caer en una profunda depresión. Matute pasó largos años de
silencio literario, pero su colorida imaginación, su pasión por las artes y la
literatura la mantuvieron a flote durante aquellos difíciles años de su vida.
De ella siempre recuerdo que la vida hay que inventarla, como también mis
padres me enseñaron a hacerlo.
«El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban,
que te saquen del pozo.
Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad.»
A M M
A mis padres debo la capacidad que tengo de inventarme la vida. Con solo
cincuenta años, mi padre quedó en una silla de ruedas de la que no volvería
a levantarse, producto de un derrame cerebral del que ningún médico pensó
que saldría. Yo tenía diez años el día que mi hermana envió a alguien a mi
clase para hacerme saber que, tras dos meses de ingreso hospitalario, mi
padre estaba de vuelta en casa. A aquello le sucedieron dieciséis años
complicados, en los que la situación en casa pasó, sin espacio para transición
alguna, del blanco al negro, hasta que un segundo derrame cerebral
terminaría por llevárselo un viernes cualquiera. Entre un suceso y otro, a
pesar de las dificultades y las complicaciones, que fueron muchas y darían
para rellenar innecesariamente tantas otras páginas —aquellas que sois
cuidadoras entenderéis de lo que os hablo—, hubo muchos momentos
felices también para todos. Muchos nuevos hábitos, muchas nuevas rutinas y
una vida nueva, en muchos sentidos más sencilla. Mis padres me enseñaron
que una se levanta un día y nada de lo que tenía ya lo tiene, que todo lo que
parecía verdad ahora resulta mentira, y que incluso así, una puede
inventarse la vida y empezar de cero.
Tengo absoluta certeza de que mi interés por las transiciones vitales, el
cambio y la adaptación conductual proviene de esta experiencia. También
mi imaginación, como también en la dificultad le ocurrió a Matute, y mi
capacidad de conectar con el concepto de privilegio, que a otros tanto
horroriza. Mi pasión por la psicología y el coaching nacieron
indudablemente ahí: ellos fueron los que me enseñaron que una necesita
crear estrategias y sistemas, y abrazar las decisiones para mover la vida en la
dirección en la que hace falta. De ellos aprendí que cuando las cosas no salen
como quieres, o como sientes que merecías, tienes que poner tu atención
constante en buscar maneras alternativas de llenar de nuevo tus días. En
crear rutinas, horarios, nuevas formas de pensar y de comportarse, en hacer
revisión sistemática de aquello que sirve y de lo que no sirve y no penar por
lo que ya no puede ser parte de tu vida. En asegurarte de que estás haciendo
todo lo que está en tu mano para, con las cartas que te han tocado, jugar la
mejor de las partidas. Y eso tiene mucho que ver con la nutrición, de hecho
tiene que ver todo con ese concepto, con aquello con lo que alimentas tu
mente y tu cuerpo, con todo a lo que le abres la puerta para que acabe por
traducirse en las líneas que componen el libro que es tu vida.
Y con esto damos por acabado este capítulo. Si sientes que tu vida está
atascada y que quieres cambiar cosas, si te sientes indecisa y confundida, si
sientes que estás entrando en una espiral de la que temes no saber cómo
salir, ten muy presente el concepto más completo de nutrición —y sí,
también el de las grasas, los carbohidratos y las proteínas—. Todos podemos
tomar la decisión consciente de mejorar nuestra nutrición desde hoy: cada
una debe elegir por dónde puede empezar en este preciso momento. Por mi
parte, prometo tomar cartas en el asunto (y convencer de paso a mi hermana
Blanca) de los comentarios tras las noticias.
22
La libertad se aprende ejerciéndola
Una vez leí que tomamos una media de dos mil quinientas decisiones al día.
Otros artículos hablan de hasta treinta y cinco mil en el caso de los adultos y
tres mil para los niños. Alrededor de ochocientas mil a lo largo de una vida.
De cualquier manera, tengo serias dudas sobre cómo un estudio puede
aproximarse con cierta rigurosidad al resultado a semejante pregunta, así
que demos por válidos cualquiera de estos datos.
La mayor parte de esas decisiones serían casi reflejos automáticos: leche o
agua en los cereales al despertarte, agua fría o templada para acompañar la
sopa del almuerzo, pimientos verdes o rojos en la ensalada. Algunas
comportan mayor complejidad, por hacer uso de varios sistemas de manera
simultánea o por requerir cierta anticipación de futuro: escoger esta o
aquella dirección en la vuelta a casa para evitar atascos, decidirme por este
mo-delo o este otro para la reunión de mañana en la oficina, planear el
horario de toda esta semana próxima. Por último —contemos con que esta
división es del todo artificiosa y admitiría muchas secciones intermedias—,
estarían todas aquellas decisiones que tienen la potencialidad de cambiar el
curso de toda una vida: la carrera que eliges, la persona con la que te casas,
el momento en el que por primera vez abrazas la posibilidad de convertirte
en madre, el lugar en el que construir tu casa, el colegio de tus hijos.
Si de veras tomamos tal cantidad de decisiones conscientes e inconscientes
cada día, cualquiera diría que a estas alturas deberíamos estar bien
entrenados. Y, sin embargo, un porcentaje altísimo de lo que veo como
psicóloga pasa precisamente por este punto: la parálisis por análisis que
producen determinadas decisiones y el miedo a que estas no vengan con
ciertos resultados asegurados.
Y pienso que si algo me ha enseñado mi trabajo es que todo pasa por
asumir de manera completa estas dos ideas: la primera es que la única
manera que tenemos de saber si una decisión era la más correcta es
decidiendo; y la segunda, aceptando la incómoda realidad de que ninguna
decisión es del todo libre, porque toda decisión se produce dentro de un
contexto.
Esta idea tiene mucho que ver con quién quieres ser, pero sobre todo con
quién no vas a ser al tomar una decisión, puesto que cada decisión implica
una renuncia, y en ocasiones no es del todo fácil acabar por reconciliarse
con esto. A nadie molesta en exceso la parte de la ganancia que trae
asegurada una elección concreta, es aquella que dejamos ir la que nos hace
dudar, la que nos hace reconsiderar si deberíamos elegir esto o aquello.
El haber elegido la carrera de Psicología y no la de Filosofía o la de
Filología Hispánica, tal como me planteé en su día, supone una auténtica
renuncia. Cierto es que siempre puedo estudiar estas otras dos unos años
más tarde, pero en nada cambiará eso el curso del principio de mi historia: el
hecho de que en aquel momento me decidiese por convertirme en
profesional de la psicología me ha abierto infinitas puertas y me ha cerrado
inevitablemente otras.
«Vi a mi vida desarrollar ramas que se extendían ante mí como el árbol de higo de la
historia. De la punta de cada rama, como un higo gordo y morado, me llamaba y
guiñaba un hermoso futuro. Un higo era un esposo y un hogar feliz con hijos, otro higo
era ser una poetisa famosa, otro higo era ser una brillante profesora, otro higo era Ee
Gee (la maravillosa editora), otro higo era Europa y África y América del Sur, otro higo
era Constantin y Sócrates y Attila y un montón de otros amantes con nombres raros y
profesiones poco convencionales, otro higo era un campeonato olímpico y debajo de
este y encima de los otros se extendían más higos que no alcancé a descifrar.
Me vi a mí misma sentada al pie del árbol de higo, muerta de hambre porque no podía
decidirme por uno de los higos. Los quería todos pero elegir uno significaba perder
todos los demás y mientras me sentaba ahí sin poderme decidir, los higos
comenzaron a arrugarse y a volverse negros para ir cayendo, uno a uno, ante mis
pies.»
S P
Las mujeres, como un país que tras largo tiempo sale de una dictadura, hace
poco que comenzaron a agarrar el volante. Sin entrar en debates ni en
muchos datos, sabemos que nuestra especie lleva en el mundo una media de
doscientos mil años. En estos doscientos mil, no es mucho suponer que las
dinámicas hombre-mujer se han mantenido relativamente invariables. Me
atrevería a decir que las mujeres prácticamente estamos estrenando
derechos y capacidad de elección. Todavía hay quien piensa que en solo
cincuenta años hemos conseguido revertir estos roles por completo, que las
mujeres no se enfrentan a más opresión que a la que las empuja su mente,
que esto no es más que una narrativa y que con las leyes ya lo hemos
conseguido todo. Que no existe un imaginario colectivo, que las expectativas
que se sujetan por medio de ese imaginario no son reales y yo, a esos que
repiten esta historia, más que ignorantes, los llamaría optimistas. Revertir
por completo doscientos mil años de especie en menos de cien es, a todas
luces, optimista.
«Somos mujeres. Somos un pueblo sometido que ha heredado una cultura ajena.»
K M
«La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se
desarrolle.»
M M
Reconocer el calambre
En la piel entrenada, la desigualdad se siente como un calambre. La
constante interrupción de las mujeres por parte de los hombres en público,
la condescendencia con la que con frecuencia somos tratadas, cuando no
menospreciadas, insultadas e incluso violentadas. La simplificación de los
personajes femeninos en la ficción mainstream , en los que históricamente
hemos ocupado el papel de mujer de, madre de o a veces solo el del adorno
sin sustancia. La representación de la mujer como instrumento en la
publicidad, la constante sexualización de las adolescentes. Estamos tan
acostumbradas a todo esto que hemos aprendido a no verlo. Y no nos culpo,
quién querría extender su brazo a sabiendas del calambre. Pero déjame
recordarnos algo: el calambre duele menos que vivir con el brazo flexionado.
Para ser capaces de ejercer la resistencia, primero tendremos que ser
capaces de reconocer el calambre. Esa incomodidad que a veces sientes ante
determinados comentarios, pero a la que no sabes ponerle nombre, es el
calambre; esa vergüenza que te da algo sobre lo que en el fondo no sabes si
deberías sentir vergüenza, esas ganas de comer o de beber por rebelarte, esa
sensación de confusión, casi de mareo cuando algo de lo que lees o escuchas
acerca de ti o de las otras no te encaja: esas son buenas maneras de acercarte
al calambre. Y no menosprecies la posibilidad que esconde: toda revolución
comienza con un calambre.
La doctora en Historia Amanda Foreman dice en uno de sus
documentales sobre la historia silenciada de grandes mujeres que «uno
puede juzgar una civilización por la manera en la que trata a las mujeres y el
grado en el que las mujeres tienen autoridad, capacidad de acción e
independencia». En esta serie, expone cómo no todas las civilizaciones en la
historia pasada han concedido a la mujer el mismo lugar, sobre cómo la
sociedad griega fue mucho más cruel que, por ejemplo, la egipcia en materia
de género, o cómo incluso en los restos encontrados de Çatalhöyük, el
conjunto urbano más grande y mejor preservado del neolítico en Oriente
Medio, se pueden ver indicios de una civilización con poca o ninguna
diferenciación basada en género, teniendo hombres y mujeres estatus
sociales parecidos. Y hace unos ocho mil años de aquello.
«El estatus de las mujeres en la sociedad se ha convertido en el estándar por el cual
se puede medir el progreso de la humanidad hacia la civilidad y la paz.»
M A
Puedes prepararte para no gustarle a todo el mundo, y eso será así incluso
si tu lucha pasa por defender la igualdad desde un feminismo cándido y
endulzado como el que con pasión defiende Emma Watson. Hay quien
también te querrá enseñar a ser feminista y dirá: si queréis que os escuchen
esta es la manera y no esta otra, así es como debéis defender el mensaje si
queréis ser tomadas en serio. Si queréis más derechos, tendréis que pedirlos
como Dios manda.
Yo misma tengo problemas con ciertas ramas del feminismo más extremo,
con algunos tonos, con algunas palabras si me apuras, y si en mi mano
estuviera haría un llamamiento para que todas tratemos de elevar el
discurso, al menos pediría eso. Que tratemos de hilar más fino, que dejemos
de repetir lo que es obvio. Pero haré hincapié en que este libro no va de eso:
este libro va justamente de lo contrario.
La idea es que te conozcas bien, reconozcas el calambre y tomes decisiones
en función de lo que tú quieres y no de lo que nadie espera de ti. Y a mí no
tienen por qué gustarme esas decisiones, ni ese tono, ni esas maneras. Al fin
y al cabo todas somos distintas y la diversidad ha de ser necesariamente
bienvenida en esta causa si quiere representar con justicia la realidad de un
mundo diverso. Yo escribo desde mi piso en Londres, tengo una situación
socioeconómica concreta y una experiencia que dicta aquello que me resulta
cómodo e incómodo, y tú partes desde la tuya y no la mía.
Pero sea el tuyo un feminismo socialmente más conservador o el de las
facciones más anarquistas, vas a tropezarte con severas críticas. Así que a
todas nos recuerdo que no podemos, no queremos y no necesitamos
contentar a todos los que nos escuchan.
« Siempre tan necios andáis que con desigual nivel a una culpáis por cruel y a otra
por fácil culpáis. ¿Pues cómo ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si
la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada?»
S J I C
«Las Guerrilla Girls son artistas activistas feministas. Usamos máscaras de gorila en
público y utilizamos datos, humor y visiones extravagantes para exponer el sesgo
étnico y de género, así como la corrupción en la política, el arte, el cine y la cultura
pop. Nuestro anonimato mantiene el enfoque en los problemas y lejos de lo que
podríamos ser: podríamos ser cualquiera y estamos en todas partes. Creemos en un
feminismo interseccional que lucha contra la discriminación y apoya los derechos
humanos para todas las personas y los géneros. Socavamos la idea de una narrativa
convencional al revelar la historia subyacente, el subtexto, lo pasado por alto y lo
francamente injusto.»
G G
De aquel período de su vida, que vivió como se vive la vida —sin saber si su
final tendría cuento de hadas—, la escritora con más ejemplares vendidos de
todo el Reino Unido y cuya riqueza se estima por encima de los seiscientos
millones de libras, enfatiza la importancia de lo que para ella supuso el
fracaso. De lo que este trajo a su vida y la enseñanza inestimable que extrajo
de él, dice:
«¿Así que por qué hablo acerca de los beneficios del fracaso? Simplemente porque el
fracaso implica el camino hacia lo no esencial. Dejé de pretender que era algo
diferente a lo que en realidad era y comencé a dirigir toda mi energía a terminar el
trabajo que me interesaba. No triunfé en nada más, pues nunca encontré la
determinación de tener éxito en otro campo que fuera de mi interés. Era libre, pues
mis más grandes miedos se habían materializado, y aún estaba con vida, y aún tenía
una hija a la cual adoraba, y tenía una máquina de escribir y una gran idea. Y
entonces el fondo que había tocado se convirtió en los fundamentos sobre los cuales
reconstruí mi vida.
Tal vez ustedes nunca fracasen a la escala que yo lo hice, pero algunos fracasos en
la vida son inevitables. Es imposible vivir sin fallar en ocasiones, a menos que vivas
tan cautelosamente que no estás viviendo en realidad, en cuyo caso, fallas por
defecto.
El fracaso me dio una seguridad interior que nunca experimenté al pasar los
exámenes. El fracaso me enseñó cosas acerca de mí misma que no hubiese podido
aprender de otra manera. Descubrí que tengo una fuerte voluntad y más disciplina de
la que esperaba. Y también descubrí que tenía amigos cuyo valor es mucho más alto
que el de los rubíes.»
J. K. R
Para empezar, Pandora no tenía una caja: tenía un jarrón. Pandora fue la
primera mujer —algo así como nuestra Eva—, y en aquel mítico recipiente
de la mitología griega atesoraba todos los males del mundo. Como presente
de boda se le regaló un pithos , una tinaja ovalada, con instrucciones claras
de no abrirla nunca. Pero Pandora, a la que sarcásticamente también se
colmó de curiosidad cuando fue creada, no pudo reprimir el deseo de saber
qué contendría aquel jarrón epónimo. Y, al abrirlo un día, escaparon de
golpe todos los males del mundo: la avaricia, la codicia, la envidia, la gula,
las enfermedades, la vejez y todos los sufrimientos que hasta el momento los
mortales desconocían. Cuando Pandora atinó a cerrarla, solo quedaba en el
fondo Elpis, el espíritu de la esperanza. La esperanza, todavía en nuestros
días, sigue siendo lo último que siempre se pierde.
Podríamos aquí pararnos a comentar cómo la representación de la mujer
como lábil, incontrolada e impulsiva que nos regaló la sociedad griega sigue
formando parte de la conciencia colectiva en nuestros días, pero el análisis
de esta historia va a ir, solo por esta vez, por este otro lado: ¿qué hacía la
esperanza dentro de una caja que contenía todos los males del mundo? No
nos queda otra que pensar que, a pesar de lo que nos han hecho pensar
desde niños, la esperanza no es siempre parte de la solución, sino gran
responsable de parte de nuestros problemas.
Y con esto vuelvo a invitarte a que pruebes cosas diferentes, a que salgas
de tus hábitos de siempre y te atrevas a cambiar aquello que no te funciona, a
sentir aquello que te duele y a atreverte a probar nuevas soluciones para
viejas angustias, porque como dijo Marguerite Duras —una más de las
muchas líneas que conforman la huella de mi propia voz—, muy pronto en
la vida es demasiado tarde.
25
Las mujeres que ayudan a las
mujeres
«Cualquier mujer que elija comportarse como un ser humano debe ser advertida de
que las multitudes que han establecido las normas sociales la tratarán como a un
chiste… Ella necesitará de su hermandad.»
G S
«En principio, me niego a hablar mal de otra mujer, incluso si ella me ha ofendido
intolerablemente. Es una posición que me siento obligada a tomar precisamente
porque soy muy consciente de la situación de las mujeres: es la mía, la observo en
otras, y sé que no hay mujer que no haga un esfuerzo enorme y exasperante para
conseguir llegar hasta el final del día. Pobres o acaudaladas, ignorantes o educadas,
bellas o feas, famosas o desconocidas, casadas o solteras, que trabajan o están
desempleadas, con hijas o sin ellas, rebeldes u obedientes, todas estamos
profundamente marcadas por una forma de estar en el mundo que, incluso cuando lo
reclamamos como nuestro, está envenenado en la raíz por milenios de dominación
masculina.
Así que me siento cercana a todas las mujeres y, a veces por una razón, a veces por
otra, me reconozco a mí misma tanto en lo mejor como en lo peor de ellas. ¿Es
posible, la gente me dice a veces, que no conozcas siquiera a una bruja? Conozco a
algunas, por supuesto: la literatura está llena de ellas y también la vida cotidiana.
Pero, aun teniendo en cuenta todo esto, estamos del mismo lado.»
E F
Caitlin Moran dice en su libro Cómo ser mujer que no nos debemos nada,
que el feminismo no debería implicar el no poder hablar mal de otras
mujeres. Y aunque entiendo que ninguna ideología tiene la capacidad de
cegarme ante la estupidez o la mezquindad de las demás, pienso que en el
fondo sí que nos debemos algo. Somos nosotras la voz silenciada, somos
nosotras las que sufren de infrarrepresentación pública, somos nosotras las
violentadas. Y, nos guste o no sea ese el caso, estamos en el mismo bando.
Huelga decir que no comulgo con cualquier manifiesto feminista que se
erija en cualquier momento desde cualquier parte del mundo. Que si alguna
mujer se despierta mañana y decide tomarse la justicia por su mano, agarrar
una metralleta y matar en nombre del feminismo, no lo hace en mi nombre.
Que no todas las ideas de todas las feministas de la historia me parecen
lógicas; que no todos los tonos, todas las opiniones y todos los alegatos que
se hacen en nombre del feminismo se acoplan al mío propio, pero incluso
así, estamos en el mismo bando. Y en contra de lo que defienden algunas
feministas liberales o posmodernas, yo sí que pienso que nos debemos algo.
No nos debemos el gustarnos, eso está claro, pero sí que nos debemos la
compasión, sí que nos debemos el echarnos una mano.
Como también a mí me la han echado.
Mis principios en Londres no fueron sencillos. Llegar a una ciudad nueva
en la que no hablas el idioma, en la que tienes a la familia lejos y hasta la
distancia de seguridad al hablar cambia, puede llegar a convertirse en una
fuente de estrés importante. Por más que traté de acelerar el paso y saltarme
el recorrido que la vida tenía planeado para mí, no pude evitarme los
primeros meses de balbuceo, las primeras entrevistas torpes, ni la vergüenza
de no conseguir lo que me había propuesto en el tiempo planeado. Por más
que luché y trabajé duro, nada cambiaba. Nada cambiaba hasta que un día lo
hizo, y lo hizo gracias a Kay.
Kay apareció en mi vida como lo hacen todas las personas importantes:
por casualidad. Por suerte. Antes de ella fueron muchos los currículos que
envié, decenas las conversaciones telefónicas en las que literalmente la pifié.
Me mudé a Londres sin hablar más inglés que aquel que habíamos
aprendido durante los años de colegio. Nadie parecía estar dispuesto a pasar
por alto mis intentos atropellados de parecer segura durante las entrevistas,
hasta que alguien decidió hacerlo un día. Y, otra vez, esa fue Kay.
A pesar de mi falta de dominio del idioma y de unos nervios que sacaron
lo peor de mí durante lo poco o mucho que duró nuestro primer encuentro,
Kay vio algo en mí. Aún hoy le debo el que decidiera aquel día hacer una
apuesta casi ciega para incorporarme a su equipo. Desde el primer día se
aseguró de que las condiciones para que mi carrera progresase estuvieran
siempre desplegadas frente a mí, y en los meses que siguieron a aquel primer
día se comprometió a supervisar mi trabajo personalmente. Pocas semanas
después de aquello, Kay tomó la decisión de incluirme en un programa de
formación para directivos que más tarde sentaría las bases de mis futuros
trabajos dirigiendo proyectos en el campo de la psicología en Londres.
Donde yo solo veía ambición y ganas, ella dibujó un camino, estructuró mis
esfuerzos, me proporcionó la ayuda que necesitaba y la confianza para
convertirme en la que me he convertido, en la que aún me sigo convirtiendo.
Los datos indican que son muchas menos las mujeres que reciben
formación por parte de sus empresas que los hombres en las mismas
posiciones. También reciben menos mentoría y coaching y esto no ocurre
solo en una dirección: no son solo las empresas las que ofrecen menos
oportunidades a las mujeres, sino que estas mismas mujeres buscan
activamente menos mentores de lo que lo hacen los hombres. La
discriminación, otra vez, se internaliza.
Mi ilusión es ser Kay para otras mujeres. En eso he convertido mi lucha
del día a día. Con mi comportamiento, a veces más acertado y otras veces
menos, trato de ser el cambio que querría ver en el mundo, y procuro tener
en mente que si no hubiera sido por Kay mi voz no sería la que hoy es. Ella
vio la llama, me concedió un espacio seguro y unos pocos medios, y a veces
eso es todo lo que una necesita. Cariño, espacio, ayuda para ganar claridad.
En un mundo en el que la competencia entre mujeres ha sido el arma más
infalible del patriarcado, la sororidad es casi una decisión política. «Divide y
vencerás» se ha colado en los chistes machistas, los cuentos, la ficción, hasta
llegar a formar parte del imaginario colectivo y hacernos creer que hay algo
casi biológico en la enemistad entre mujeres. La sororidad es así una
estrategia de empoderamiento personal y colectivo, una respuesta política a
través de la idea de que la unión hace la fuerza, un ideal firme sobre el que
cimentar nuestros esfuerzos con intención de contrarrestar la consabida
inclinación de la balanza.
Y esto no solo me lo enseñó Kay, porque no ha sido ella mi única mentora,
ni la única que influyó en que mi voz fuera la que es: mis compañeras de
trabajo, mis alumnas y mis clientas son grandes mentoras en mi día a día.
Las autoras de los libros que leo, mi familia, los personajes de la ficción a los
que admiro. Gracias a todas ellas he aprendido que, en el fondo, todas nos
debemos algo.
26
Hechos, no palabras
Desde este escritorio en el que os escribo se ven los tejados de pizarra oscura
que coronan las casas victorianas de mi calle. Durante el día contrastan con
el gris de las nubes bajas y los largos árboles que, hasta casi llegar el verano,
lucirán enclenques. Cuando llega la noche, las luces amarillas de los salones
brillan a través de las ventanas en voladizo y funcionan como escaparate
para la vida que transcurre en las primeras plantas. Las cenas a las seis sobre
la mesa del comedor, los cuadros en cada pared, el asado de los domingos,
las chimeneas que nadie enciende. Londres deja poco a la imaginación, todo
en ella está expuesto para delirio de sus admiradores, que nos contamos en
legiones.
Por eso no nos es difícil imaginar cómo, solo un siglo atrás, las cosas
debían de ser muy diferentes para esas mujeres que hoy alcanzo a ver desde
el sillón de mi escritorio. Esas mujeres que habitan el este de Londres y que
pasean pantalones de raya y chaquetas de sastre de camino al trabajo, y
cuyas antepasadas, tan solo cien años atrás, rompían cristales de negocios,
alteraban el orden público y quienes, lideradas en el este por Sylvia
Pankhurst, se convirtieron en uno de los bastiones más importantes dentro
de la lucha por el voto femenino en Occidente.
El eco de las sufragistas en este país aún resuena en cada rincón de cada
salón, de cada comedor, de cada edificio. Además de las animadas reuniones
y protestas en estos distritos, las mujeres de clase trabajadora del este de
Londres acudieron en gran número a manifestaciones y procesiones por el
centro, con frecuencia en su único día libre de la semana. Mujeres que en
muchos casos acabaron por perder a sus hijos en manos de unos maridos
que nunca cuidarían de ellos, que fueron diagnosticadas con enfermedades
mentales inventadas desde la pura conveniencia, recluidas en hospitales
psiquiátricos y encarceladas por algo tan increíble, desde la posición de lo
que hoy percibo en mi escritorio, como el voto femenino.
Y esto os lo cuento desde Greenwich, un barrio de ensueño en el sur de
Londres, Inglaterra. Un lugar que algunos podrían considerar la cuna de la
civilización del mundo. A menudo olvidamos que hay más mundo del que
literalmente vemos más allá de nuestras narices, y aunque aún queda mucho
por avanzar en muchos de los países que consideramos desarrollados, no me
pasa desapercibido que no tengo las mismas libertades que una mujer con
nueve hijos en la comunidad de judíos jasídicos de Brooklyn, o que una niña
cuyos padres han casado en Bangladesh a los doce años. Y aunque no sé si
desde aquí puedo llegar a estas y a esas mujeres, quisiera poder tenerlas a
todas en cuenta, a pesar de que es difícil agrupar en un mensaje una idea
que pueda servirnos a todas por igual.
Aun siendo ese el caso, todas compartimos algo: todas estamos en el
mismo bando. Todas, siguiendo a Tubert, hemos desarrollado nuestra
feminidad como el entrecruzamiento de la subjetividad y las imposiciones
culturales preexistentes en el orden simbólico:
Este libro partió de la idea revolucionaria de que si sabes quién eres, sabes
qué hacer. Mientras acepto mi parte de responsabilidad en que los mensajes
sensacionalistas y simples en exceso raramente funcionan como auténticos
catalizadores del comportamiento, pienso que esta bien podría ser una
excepción a la norma. Porque lo importante del comportamiento no es la
acción en sí, es lo que la acción en sí transforma: el énfasis pasa de estar en el
hacer para entrar directo a la esfera del ser. Todo lo que haces, toda decisión
que tomas te acerca inevitablemente a una versión de ti misma y te aleja de
otra, y si una no hace el ejercicio consciente de entender cómo esto ocurre,
muy fácilmente podremos haber acabado muy lejos de donde nos gustaría
estar ahora.
Quién eres, quién quieres ser y cómo llegar allí es de lo que de veras ha
tratado este libro, y espero que hayas encontrado algunas respuestas en estas
páginas. Por supuesto que un objetivo tan ambicioso como el encuentro con
una misma y la conformación —casi la elección— de la identidad nos
hubiera dado para mucho más. Pero quiero pensar que podemos haber
establecido con solidez ciertos cimientos que pueden resultarte útiles a ti y a
otras mujeres, puesto que lo que cambia en ti, cambia en el mundo. Y
también sobre eso han tratado estas páginas.
En coaching psicológico siempre trabajamos con la meta en mente. Como
psicóloga, mi objetivo es entender dónde quiere estar mi clienta y ayudarla a
reducir el espacio entre futuro y presente, bien sea en relación con un
proyecto concreto, a sus opciones laborales, a un cambio de carrera, a
problemas de relaciones o a cualquier aspecto que mi clienta considere
importante.
Por eso, este último capítulo ha de versar necesariamente sobre el futuro:
es desde allí que puedes construirte a ti misma, es desde allí que debes
elaborar el puente.
«El futuro entra en nosotros, para transformarse dentro de nosotros, mucho antes de
que ocurra.»
R M R
«Esa visión completa de las edades de la vida te hacía pensar en nuestras madres,
que nacieron con el destino escrito; en nuestras contemporáneas, que hemos sido en
gran parte luchadoras solitarias, fuertes pero también forzosamente
contemporizadoras para poder sobrevivir, y en estas chicas que han decidido acelerar
el paso, porque tienen prisa y tienen razón, y nos han obligado a las demás a andar
más rápido.»
E L
Y con esto, como es habitual con mis alumnas tras cada uno de mis
cursos, nos digo: ahora os vais afuera, de vuelta al mundo. Recordad todo lo
que hemos aprendido, todo lo que juntas hemos avanzado. Recordad que
todo conocimiento implica una responsabilidad. No olvidéis que cada
palabra, cada hazaña cuenta en vuestra vida y en la de las otras. Que aquello
que consigáis, lo consigáis para el equipo. Que aquello en lo que vencéis, lo
conquistéis para todas. Cada pequeño paso cuenta. Que la mujer
extraordinaria, como dijo Virginia Woolf, depende de la mujer ordinaria. Y
también fue ella quien dijo que «las obras maestras no son realizaciones
individuales y solitarias; son el resultado de muchos años de pensamiento
común, de modo que, a través de la voz individual, habla la experiencia de la
masa».
A través de tu voz hablamos todas, recuerda que no estás sola en esto.
El mundo necesita de tu voz propia.
Agradecimientos