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“Al soñador que llevamos dentro.

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RUTA DE VIAJE
DE BUENOS AIRES, ARGENTINA
A CORUMBa, BRASIL.

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EL ENCUENTRO
Nosotros habíamos renunciado a nuestros trabajos, habíamos dejado
atrás a nuestra familia, nuestros amigos, habíamos viajado durante más de
7.000 kilómetros en bicicleta, nos habíamos acostumbrado a la aventura,
a tomar riesgos, a vivir el día a día, a dormir en medio de la nada, a estar
meses viajando por otro país, a cruzar la Cordillera de los Andes, a dormir
en la nieve en una carpa. Uno podría pensar que ahora viajar en una
Kombi no podía ser tan complicado, sin embargo como dijo Benedetti:
Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de repente cambiaron
todas las preguntas.

Sin embargo hay algunas preguntas a las que si tenemos respuesta y son
aquellas que nos hacen cuando paramos en alguna estación de servicio o
en la plaza de un pueblito y se acercan los curiosos a ver de donde vienen
estos “hippies viajeros”. De modo que así arranca este viaje literario, con
un compendio de las típicas preguntas que vienen a calmar las dudas más
urgentes de todos aquellos que nos cruzamos en el camino.

¿De dónde vienen?


El viaje en Kombi empezó en Buenos Aires, Argentina. Pero antes
viajábamos en bicicleta, con las cuales salimos desde Tierra del Fuego y
recorrimos más de 7.000 kilómetros entre Argentina y Chile.
¿Por qué cambiaron las bicicletas por la Kombi?
Nos encanta viajar en bicicleta pero teníamos ganas de probar otra cosa.
Siempre fantaseamos con viajar en una Kombi Volkswagen, estacionarla
frente a una playa, amanecer frente al mar, en medio de la nada. Hoy
podemos decir que cumplimos nuestro sueño. Sin embargo siempre
estamos abiertos al cambio, podemos volver a la bicicletas algún día o
quizás algún otro medio de transporte ¿quién sabe?

¿Cuánto tiempo llevan de viaje?


Estamos viajando desde el 29 de junio de 2015.
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¿Para dónde van?
La verdad es que no sabemos, nos gusta lo que hacemos y queremos seguir
viajando. Hemos armado hojas de ruta pero nunca las respetamos, así que
por el momento sólo decimos que vamos a donde nos lleve el corazón.
¿Hasta cuándo?
Tampoco sabemos, lo que si podemos decir es que además de viajar,
conocer gente y lugares estamos buscando un lugar para vivir. Así que
vamos atentos imaginando y fantaseando que forma tomaría nuestra en
vida en cada lugar por el que pasamos.
¿Qué dice la familia?
Tuvimos la suerte y alegría de que siempre nos apoyaron en esta decisión.
Con los miedos típicos que se pueden tener, que en algún punto son
los que también teníamos nosotros antes de salir de viaje: donde van a
dormir, la inseguridad, los camiones en la ruta a toda velocidad, ¿y si se
enferman? ¿Y si se quedan con la Kombi en el medio de la nada? ¿Y si
chocan?
¿Qué hacían antes de salir de viaje?
Trabajamos en agencias de publicidad. Un trabajo, a grandes rasgos,
de oficina, sentado en frente de una computadora, mandando mails,
hablando por teléfono, discutiendo, asistiendo a reuniones. En fin, no
suena muy inspirador. Pero también tuvo sus momentos buenos, gracias
a eso nos conocimos con Lau.
¿Les pasó algo malo?
Todo depende de como se lo vea. La Kombi se nos rompió muchísimas
veces, hasta llegamos a fundir el motor. Sin embargo cada vez que tuvimos
un problema, apareció una persona con ganas de ayudar y eso nos hizo
conocer mucha gente y hacer muchos amigos en la ruta.
¿Cómo hacen con el dinero?
Paramos en alguna plaza, estación de servicio o algún otro lugar que creamos
conveniente y esperamos que los curiosos se acerquen. Les mostramos la
Kombi, le contamos acerca de nuestras aventuras, y les ofrecemos nuestros
libros de viajes, postales con fotos, stickers y artesanias al crochet. Además
salimos a tocar música a la gorra en los micros, mercados y ferias. Hacemos
muchas cosas, no tenemos una fórmula exacta sino que nos

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vamos adaptando a cada lugar, a cada ocasión.
¿Dónde duermen?
La mayor parte de las veces dormimos en la Kombi, solemos estacionarla
en estaciones de servicio al costado de la ruta, en una plaza, frente a la
playa, a un rio, lago o cualquier lugar que nos resulte conveniente. Otras
veces en casas de gente que nos hospeda, ya sea porque nos invitan o
porque buscamos alojamiento gratuito a través de redes sociales como
www.couchsurfing.com. Estas páginas de Internet te permiten buscar un
lugar en el mundo, el qué quieras, y te muestra si en ese lugar hay usuarios
ofreciendo hospedaje. Para nosotros fue una gran herramienta de viaje
no sólo porque nos permitió hospedaje gratuito, sino que también nos
permitió salir del circuito turístico habitual y conocer muchos lugares
a través de la gente que lo habita. En algunas partes del relato se van a
encontrar que hacemos mención a estar forma de conseguir hospedaje,
ya sea a través de palabras como Couchsurfing o su abreviación Couch.
¿Ustedes armaron la Kombi como motorhome?
No sólo que armamos nosotros la Kombi, si no también la pintamos por
fuera, era negra y ahora es blanca y celeste. Todo lo hicimos nosotros con
ayuda de nuestra familia y amigos. Adentro la revestimos por completos
con aislante térmico y madera, cambiamos los tapizados de las puertas,
las fundas de los asientos, armamos un cama que se pliega y despliega
haciéndose sillón, armamos varios muebles para guardar todo tipo de
cosas. También le pusimos una cocina con dos hornallas, que funcionan
con una garrafa de gas de 10 kilos recargable y una pequeña bacha con
una llave de agua que usamos para cocinar e higienizarnos, el agua sale
de un tanque de 20 litros que solemos llenar en las estaciones de servicio.
¿Gasta mucho la Kombi? ¿Se rompe mucho?
Cuándo viajábamos en bicicleta los gastos eran mínimos, pero ahora con
la Kombi tenemos que generar un poco más de dinero para la gasolina y
las reparaciones que es lo más costoso. Con un litro de gasolina avanzamos
entre 8 y 10 kilómetros según el camino. En brasil los repuestos de las
Kombis no son caros y se consiguen muy fácil, pero aun así la Kombi se
rompe seguido y eso hace que los gastos aumenten.
¿Cuántos kilómetros hacen por día?

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Depende del lugar al que estemos yendo, pero solemos hacer muy pocos.
Días en los que hacemos 50 kilómetros y otros en los que llegamos a
340 kilómetros. Con la Kombi se viaja a una velocidad promedio de 60
kilómetros por hora y hay que ir frenando para que descanse porque es
un auto viejo que ya tiene 30 años.
¿Cómo los trata la gente?
Bárbaro. Nos gustan los paisajes lindos, claro que sí, pero más mágico
aún es el encuentro con el otro. Antes de salir leíamos o escuchábamos
experiencias de otros viajeros y siempre resaltaban la amabilidad de las
personas, que no hay que tener miedo, que siempre te dan una mano, que
te sorprenden. Desde el primer día de viaje lo confirmamos, la gente es
increíble y siempre está dispuesta a ayudarte.

Sin más preámbulos arranca esta aventura con el ritual de cada mañana
antes de salir a la ruta: chequeamos que estén infladas las ruedas de la
kombi, abrimos las ventanas y sacamos las cortinas, calentamos agua para
ir tomando mates en el camino, miramos que todo esté en su lugar y no
haya nada suelto adentro que se caiga durante el recorrido, gasolina ok,
aceite, ok, limpiamos el parabrisas si fuera necesario, acomodamos los
espejos, nos abrochamos los cinturones ¡y a volar!

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RÍO GRANDE DO SUL

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Entramos en Brasil antes de lo planeado. A diferencia del viaje que
habíamos hecho en bicicleta, en este viaje muchos de los destinos eran
pautados por la Kombi. Nosotros habíamos planeado hacer los primeros
meses de viaje por Argentina, conocer la región noroeste: Entre Ríos,
Corrientes, Misiones y sus Cataratas del Iguazú, y recién en ese entonces
cruzar a Brasil.
En nuestras cabezas el primer tramo por la Argentina iba a tener una
duración aproximada de seis meses. Sin embargo a menos de una semana
de salir ya estábamos en Brasil. Partimos de Buenos Aires sin revisar la
Kombi, creo que en fondo lo hicimos porque de habernos enterado todos
los problemas que tenia no hubiésemos salido y la verdad que no teníamos
dinero para hacer ningún tipo de reparación. Así que sin mas salimos a
la ruta.
Nuestro presupuesto al salir era de cero pesos. Sin embargo nuestras
familias nos dieron algo antes de partir y nuestro presupuesto ascendió
a 150 dolares. ¡Ah! Y me olvidaba que minutos antes de nuestra partida
una señora que nos vio desde el balcón de su departamento bajó y nos
compró un libro. Ella nos contó que viajó durante 20 años con su pareja
en un Mercedes 1114, pero como ya estaban viejitos habían decidido
parar. Entre lágrimas nos despedimos de ellos y de los papás de Lau. De
mis viejos ya nos habíamos despedido el día anterior.
Salimos a la ruta, agarramos la Panamericana, los viejos de Lau nos
siguieron un tramo y nos sacaron fotos. Nosotros estábamos felices y
llenos de miedo, empezaba una aventura de otras dimensiones, diferente
a nuestro viaje en bicicleta. No teníamos ni la mas remota idea de todo lo
que nos iba a suceder, todos los desafíos que nos esperaban, las situaciones
a resolver, los lugares nuevos, los amigos del camino, todo estaba por
suceder, todo era posible.
El primer día hicimos 100 kilómetros y decidimos parar en una
estación de servicio que tenía árboles y una casa rodante estacionada. Nos
instalamos al lado, la Kombi se veía ínfima comparada con la de nuestro
vecino que tenia un motorhome de última generación, sin embargo tanto
para Lau como para mi, la Kombi era una mansión. Después de haber
viajado un año en bicicleta, dormir en carpa y camas ajenas la comodidad
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que sentíamos en nuestro nuevo hogar era inexplicable.
Al día siguiente salimos a la ruta y comenzaron los sonidos extraños.
Entonces hice una de las cosas más estúpida producto de mi ignorancia
mecánica. Me tiré abajo de la Kombi y até todo lo que estaba flojo con
alambre. Unas chapitas de la ventilación, unos caños de la calefacción que
estaban en desuso. Estuve como una hora atando todo con alambre, al
terminar me senté frente al volante, orgulloso de mi arreglo y salimos a la
ruta. Por supuesto el ruido seguía exactamente igual.
Finalmente descubrimos que el sonido venía de una de las ruedas
de atrás, no era constante, por momentos frenaba, pero después volvía
a aparecer. Seguimos así durante varios kilómetros, salimos de Buenos
Aires por la extensa pampa que lo caracteriza y llegamos a Entre Ríos,
decidimos entrar en Gualeguaychú, ciudad famosa por sus carnavales de
verano. Teníamos ganas de conocer y además nos habían recomendado
un mecánico por la zona. Paramos por la oficina de turismo para buscar
un mapa del lugar y cuando cerramos la Kombi nos dimos cuenta que las
llaves habían quedado adentro. Así que empezamos la odisea de tratar de
burlar la seguridad de nuestra propio vehículo, abrir un auto no es tan fácil
como parece. Después de varios minutos de intentar y no conseguirlo, ya
nos veíamos durmiendo en la calle. Como a la media hora se me encendió
la lamparita, y con un alambre que encontré en el suelo y un pedazo de
cable armamos un dispositivo con el cual finalmente pudimos abrirla.
Ufff, menos mal porque se estaba poniendo fresco.
El dato del mecánico nos lo pasó un tal “Topo” también dueño de una
Kombi. Nos dijo que le digamos que íbamos de parte de él, que nos iba
a dar un trato “preferencial”. Llegamos al mecánico e inflando el pecho
dijimos “somos amigos del Topo”, resulta que no tenía ni idea de quien
era, le contamos que tenía una Kombi y nada, hasta le mostramos una
foto pero la cara ni le sonaba. Bueno, igual era buena onda y nos revisó la
Kombi en el momento ¿Diagnóstico? Un rulemán roto. Nos dijo que el
no hacía este tipo de arreglo, entonces le preguntamos: “¿Usted no arregla
Kombis? El Topo nos dijo que arreglaba”. A lo que nos dijo: “les repito,
yo no arreglo Kombis ni se quien es ese tal Topo”. “Pero...¿usted no es
Bautista?”, entonces vimos que se le iluminó la cara y nos dijo...”ahhh
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ustedes buscan al mecánico de acá a la vuelta”. Después de aclarado el
asunto y unas cuantas carcajadas por el mal entendido fuimos en busca
del verdadero Bautista.
La apariencia de Bautista distaba mucho de la de un héroe, pero para
nosotros lo fue: bajito, algo entrado en años por no decir viejo y perfil
bajo más bien del tipo reservado. Nos atendió en su taller que en verdad
era la vereda de su casa, después de contarle que conocimos al Topo,
nos dijo que había sido el dueño anterior de la Kombi del él pero que
se la había vendido hace unos años. Le contamos del episodio con el
mecánico de la vuelta y también el diagnóstico que había dado. Después
de levantar la Kombi y mover un poco la rueda Bautista lo confirmó: un
rulemán roto. Cabe destacar que en un auto tan viejo como el nuestro los
tornillos y tuercas están duros, por no decir imposibles de sacar. Por suerte
si había algo que le sobraba a Bautista era la paciencia, así que no hubo
tornillo oxidado que le ganara. Nos llevó él mismo en su auto a comprar
los repuestos, volvimos y después de otras dos horas de trabajo consiguió
armarla. Llegó el momento de la famosa y temida pregunta “¿cuánto es?”.
A lo que Bautista respondió “es un regalo del camino”, así fue como
empezaba la aventura, con problemas, pero con gente buena, con ángeles
del camino que nos ayudaron con todas esas situaciones que solos no
hubiésemos podido resolver. A Bautista le dimos un abrazo enorme y
después de sacarnos una foto seguimos camino. Bueno en realidad no
porque la Kombi no quería arrancar, entonces Bautista volvió a aparecer
en acción. Resulta que había una manguera de gasolina ahorcada y no
dejaba pasar combustible. Después de acomodarla, finalmente salimos a
la ruta.
Llegamos a Federación, un lugar famoso por sus aguas termales.
Además habíamos hablado con Nancy por Internet y nos había invitado
a su casa. Quedamos en encontrarnos a la vera del río, frente a un parador
muy lindo donde pasamos la noche. Por la mañana aparecieron a nuestro
encuentro otros dos viajeros de Kombi “Hernán y Ethel”, nos quedamos
charlando toda la mañana en la playa, ellos habían salido hace un par de
días de Buenos Aires, también rumbo a Brasil. Era su primer viaje, así que
estaban entusiasmadísimos y llenos de miedos. Llegó el mediodía y
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apareció Nancy, que de un momento se incorporó a la charla y parecía
que nos conocíamos de toda la vida. Nos terminó invitando a los cuatro a
su casa, que resultó no era su casa, era un hotel con pileta y todo, de ella
y su familia, así que nos dio una habitación a cada uno y a disfrutar de la
buena vida. Hernán y Ethel no lo podían creer, nosotros les contábamos
de nuestro viaje en bicicleta y de la magia del camino de la que tanto se
habla. Como si fuera poco en la entrada del hotel nos hicimos amigos de
un uruguayo que nos llevó a pasear en lancha. Resulta que había salido de
vacaciones con su esposa, pero ella le tenía miedo al agua, así que nosotros
fuimos sus copilotos en un paseo en lancha con almuerzo incluido en el
medio del río.
Al día siguiente seguimos viaje en caravana junto a Hernán y Ethel. La
Kombi empezó a joder nuevamente, la batería no cargaba, por momentos
sí y por momentos no. Ya habíamos entrado a la provincia de Corrientes,
hablamos con un par de mecánicos y el diagnóstico era el alternador. Pero
no había repuestos por la zona así que nos recomendaron cruzar a Brasil
que estaba a unos 200 kilómetros al este. Sin embargo no eran nuestros
planes cruzar por esa frontera, nosotros queríamos seguir más al norte
por Argentina. Pero como fuimos aprendiendo en este viaje, muchas
veces la Kombi marca el rumbo. Hablamos entre nosotros, hablamos con
Hernán y Ethel y decidimos cruzar todos, atrás quedaban nuestros planes
de visitar las Cataratas de Iguazú. La frontera que íbamos a cruzar era
Uruguayana. Estaba bastante lejos para tener la Kombi andando al 50%.
Los kilómetros se hicieron largos, tuvimos que hacer noche en el medio,
pero finalmente después de dos días llegamos. El papeleo en la frontera
fue tranquilo, sin mayores inconvenientes. Ya en Brasil nos despedimos
de nuestros compañeros de viaje. Ellos iban a seguir rumbo hacia la costa
y nosotros teníamos que buscar un mecánico urgente.


Fue sólo entrar a Brasil y empezar a ver Kombis por todos lados. Si en
Argentina eran un símbolo hippie y aventurero, en Brasil son el vehículo
del pueblo. Las usan para transporte escolar, para llevar trabajadores al
campo, para cargar mercaderías, para hacer fletes. Paramos al costado de
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una Kombi y le preguntamos si conocían algún mecánico por la zona.
Nos mandaron a uno que estaba a un par de cuadras, nos perdimos, no
cazábamos nada de portugués y menos para entender indicaciones de una
dirección.
Finalmente llegamos a una oficina mecánica, nos dijeron que
probablemente era el regulador de voltaje, el mismo diagnóstico que
nos habían dado en Corrientes, Argentina. De todas maneras nos
recomendaron probar cambiar la batería para descartar que fuera eso. Así
que fuimos para un posto de gasolina (así le dicen a las estaciones de
servicio) y me puse a sacar la batería de la Kombi y a colocar la batería
extra que teníamos. Estuve un buen rato haciendo el traspaso y fue en ese
entonces cuando se acercó nuestro primer amigo Brasilero: Diego. Había
estado en Argentina y tenía muchos amigos de nuestro país así que hablaba
un poco de español. Nos preguntó si necesitábamos algo, le contamos la
situación, nos dijo que volvía en un rato para ver si funcionaba lo de las
baterías y que sino iba a llamar a su mecánico para ver si podía hacer algo.
Lo de la batería no funcionó, ya se estaba haciendo de noche, nosotros
en un país nuevo, donde se hablaba otro idioma y Diego no aparecía. Al
rato llegó animado y dispuesto a ayudar. Nos dijo que había hablado con
el mecánico y que mañana a primera hora nos podía acompañar. Nos
preguntó si pensábamos dormir en la estación de servicio. Le dijimos que
si, nos preguntó si teníamos dinero, le dijimos que no, habíamos entrado
sin cambiar un centavo. Así que nos prestó 50 reales que vendrían a ser
unos 15 dólares y nos despidió hasta el día siguiente. Diego nos llenó
de tranquilidad, apareció en el momento justo, así que esa noche nos
relajamos, nos compramos una cerveza, cocinamos algo rico y mañana
será otro día.
Nos levantamos con lluvia, armamos un mate y al rato llegó Diego
para escoltarnos al mecánico. No podía arreglar nuestra Kombi, pero
Diego tenía un plan B y un plan C. El tercer mecánico nos dijo que
podía empezar a trabajar en ese instante y que para la tarde la podía tener
lista. El arreglo iba a costar 200 reales que son unos 70 dólares, con lo cual
nuestro presupuesto inicial de viaje de 150 dólares ya estaba en menos de
la mitad, además había que restarle los repuestos que tuvimos que
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comprar en Argentina, creo que sólo nos quedaban unos 50 dolares.
Para las cuatro de la tarde la Kombi estaba lista, Diego nos vino a
despedir y no aceptó que le devolviéramos el dinero que nos había
prestado. Nos dimos un abrazo, le dejamos uno de nuestros libros, nos
sacamos una foto bajo la lluvia y hasta siempre amigo.
La lluvia no paró durante una semana, nosotros seguíamos avanzando,
lento y con cuidado por el agua en la ruta. Así fue como volvimos a alcanzar
a Hernán y Ethel que se habían quedado en una gasolinera esperando que
la lluvia parara. Sólo habían pasado un par de días pero el encuentro entre
viajeros argentinos, en un país desconocido y gigante como Brasil, resultó
emotivo. Esa noche paró de llover, hicimos fuego bajo un cielo estrellado
y condimentamos la cena con historias de viaje. La Kombi andaba pero
calentaba mucho, así que por esa razón empezamos a andar con al tapa
del motor abierta, para ayudar a apaciguar el calor que salía. Aun así
no era suficiente y teníamos que parar cada una hora en una estación de
servicio para que enfriara. Fue en una de esas paradas que se nos acercaron
dos policías y nos pusieron una multa por 200 dólares. Resulta que
habíamos tapado la patente de la Kombi por llevar la tapa abierta y eso
estaba prohibido. A pesar de insistir y contar nuestra situación de viajeros
la multa fue implacable. Desde ese día cambiamos la patente de lugar y la
llevamos en el paragolpe para poder ir con la tapa del motor abierta y no
tener problemas.
La Kombi siguió calentando mucho hasta que finalmente se detuvo
por completo en un lugar llamado Pantano Grande. Me acuerdo que
llegamos con la Kombi echando humo y los trabajadores de la estación de
servicio en la que frenamos les daba miedo cargarnos combustible porque
pensaban que iba a explotar. Era un pueblo al costado de la ruta en algún
lugar del sur de Brasil, sin ningún atractivo turístico, lejos del mar que
con la Kombi en estas condiciones se veía como una meta imposible de
alcanzar.
A esa altura nuestro presupuesto era de 10 dólares. Hernán y Ethel
nos esperaron durante un par de días pero les tuvimos que decir que
sigan camino, ellos tenían su viaje y nosotros el nuestro, no podían hacer
nada para ayudarnos y retenerlos no tenía sentido. Así que fue como nos
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quedamos solos, sin dinero y con la Kombi rota en Pantano Grande. En
el pueblo todos se conocían, de a poco nos fuimos haciendo amigos de
las personas que trabajaban en la estación de servicio en la que estábamos
parando. Nos consiguieron un mecánico que vino a ver la Kombi. Su
diagnóstico era que el motor no tenía compresión, había que sacarlo para
ver que pasaba. ¿Costo aproximado del arreglo? 300 dólares. Nosotros
teníamos sólo 10. Le dijimos que no podíamos pagar y que queríamos
consultar con otro mecánico. La verdad es que no nos daba mucha
confianza, había visto la Kombi dos minutos y ya quería sacarle el motor.
Para colmo se llamaba Bisturí ¡mmm... con ese nombre!
Después de recorrer todo el pueblo dí con un mecánico que se
especializaba en electricidad. Vino a ver la Kombi, su diagnóstico fue que
no era nada eléctrico, mas que eso no podía hacer. Nos recomendó ir a ver
un mecánico que estaba a un par de cuadras, nos dijo que sabía mucho de
Kombis, así que para allá fui. El taller estaba cerrado, y la persona con la
que tenía que hablar se había ido a almorzar. Después de una hora volví
y el mecánico aún no había llegado, me senté a esperar hasta que alguien
me poné la mano en el hombro, era el mecánico, era Bisturí.
Le expliqué que no teníamos dinero para pagarle y que tampoco
teníamos otra opción, todos los caminos nos llevaban hacia él. Después
de meditarlo un momento nos dijo “yo los voy a ayudar” y me pidió que
lo acompañara. Fuimos a un taller que estaba en frente y habló con un
mecánico todo engrasado que estaba trabajando abajo de un auto. Le
dijo: “ellos están viajando, son argentinos, se les rompió la Kombi y no
tienen plata. Yo pongo el taller, ¿vos ponés la mano de obra?”. A lo que
respondió que sí con un simple movimiento de cabeza.
Después de eso fuimos a buscar la Kombi y la tiramos con otro auto
hasta el taller de Bisturí. El mecánico empezó a desarmar todo mientras
Bisturí hacía algunos llamados. Al rato apareció Thomas, de camisa y
con un celular en la mano continuó haciendo llamados, aparentemente
buscando más gente que se solidarizara con la causa. Pero como no
entendíamos nada de portugués todo era una gran incertidumbre para
nosotros.
Después de sacar el motor y desarmarlo el mecánico dio con el
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problema, se habían quebrado las tapas de cilindros, o mas bien
“cabezotes” como le decían ellos. Comprar una nuevas iba a salir en torno
de unos 150 dólares, nosotros no teníamos anda. Thomas seguía haciendo
llamados, en un momento le cambió la cara y esbozó algo en portugués
que por la expresión de todos los presentes era que los había encontrado.
Efectivamente así era, tapas de cilindros gratis, el donante aún no lo
sabemos pero ¡gracias universo! Como las tapas no eran iguales a las de
la Kombi también íbamos a tener que cambiar el caño de admisión, así
que Thomas continuó con los llamados hasta que también dio con uno.
Por último había que cambiar todo el aceite. Una vez mas Thomas lo
consiguió, una donación de tres litros de aceite por parte de la estación
de servicio en la que nos habíamos quedado. Y como si esto fuera poco
también nos consiguió una ducha gratis. Después de un par de días sin
bañarnos y tanto estrés venía bien un poco de agua.
Tuvimos que pasar la noche en el taller, porque la Kombi aún no
estaba lista. Al otro día tras toda una mañana de trabajo la Kombi arrancó
después de días, el sonido hizo que se me llenarán los ojos de lágrimas,
nunca imaginé que me iba a emocionar con el ruido de un motor.
La Kombi andaba, no al 100%, digamos que a un 80%. Bisturí nos
dijo que las piezas que habían conseguido no eran exactamente iguales
a las de la Kombi y que íbamos a tener que poner las correctas a unos
kilómetros más adelante. Sin embargo el arreglo iba a dar para llegar a
costa, a las ansiadas playas brasileras donde esperábamos instalarnos un
tiempo, hacer algo de dinero y terminar de arreglar la Kombi.
Al fin dejamos Pantano Grande, anduvimos durante un par de días
hasta llegar a Osorio donde nos recibió en su casa un viajero de Kombi:
Marlon. Con él pasamos un par de días muy lindos. Dejamos estacionada
la Kombi y nos relajamos de todo el estrés que habíamos vivido con su
arreglo. Conocimos Osorio y sus alrededores, visitamos el mayor parque
eólico de Brasil, subimos algunos morros con la Kombi de Marlon hasta
llegar a un excelente mirador y tomamos nuestras primeras caipirinhas de
nuestra larga estadía por el país carioca.
Marlon fue nuestro primer anfitrión en Brasil. Nos abrió las puertas de
su casa, nos contó su historia. Separado y con un hijo de 5 años, él tenía
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dos Kombis una muy vieja de los años 70, una Curuchinha, así le dicen
en Brasil a las Kombis T1, que es el modelo Volkswagen anterior a la
nuestra, tiene una punta mas puntiaguda y el parabrisas partido al medio,
una reliquia de las que casi ya no se ven. El sueño de Marlon era viajar
con su hijo en esa Kombi, pero por ahora tenía que esperar a que crezca
y termine la escuela. Al momento estaba planificando un viaje a Ushuaia
en su Kombi más nueva, la Kombi es igual a la nuestra pero le cortó el
techo y la hizo descapotable para usarla como foodtruck y vender pizzas.
Mientras escribo este libro me enteré felizmente que Marlon ya comenzó
su viaje y a estas alturas anda por Uruguay.
Salimos de Osorio rumbo a Tubarão donde nos esperaban una pareja
de argentinos que vivían en Brasil hace mas de 20 años y estaban gustosos
de recibirnos. Nos separaban 200km y la Kombi empezó a andar mal en
los primeros 50km. A los 70km ya no daba mas, no tenia fuerza, salía
humo del motor y hacia un ruido infernal. Para colmo estábamos en una
autopista en el medio de la nada. En un momento la Kombi no quiso
saber mas nada y se detuvo. Como estábamos en subida ni intentamos
empujarla. A nuestro alrededor no había nada ni nadie. Empezamos a
hacer dedo con la esperanza de que alguien nos remolcara hasta algún
lugar. Nadie paraba, pasaron 20 minutos y nada, hasta que a la media
hora se detuvo un camionero. Le preguntamos si nos podía tirar hasta una
estación de servicio y nos dijo que no estaba permitido y le podían poner
una infracción. Pero se ofreció a llevarnos a nosotros. No queríamos dejar
la Kombi ahí, así que rechazamos la propuesta. Se ve que habrá visto
nuestra cara de desesperación porque se bajó del camión y fue a ver lo que
pasaba a la Kombi. Pidió que le diéramos arranque. Nosotros no sabíamos
como explicarle que ya habíamos probado varias veces y la Kombi no iba
a arrancar. Sin embargo al no poder hacernos entender fuimos resignados
y le dimos arranque. Mágicamente la Kombi arrancó, cabe destacar que
el camionero no tocó nada, fue su sola presencia al lado del motor lo que
hizo que arrancara. Pude ver por el espejo retrovisor como Lau le daba un
abrazo al camionero. Se subió rápidamente a la Kombi y sin más salimos
antes de que se apague. La Kombi andaba fatal pero andaba, iba a servir
para salir del medio de la autopista y llegar a un lugar más

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seguro. La velocidad máxima que agarraba la Kombi eran 20 kilómetros
por hora. Estaba en las últimas, salia humo negro, la gente que pasaba
nos tocaba bocina, hacía un ruido insoportable y nos pasaban hasta los
tractores. En un momento vimos un cartel de una estación de servicio
y hacia allá fuimos. Bajamos de la autopista, entramos en una calle de
tierra y comenzamos a avanzar levantando polvo y humo, mucho humo.
No parecía haber ninguna estación de servicio cerca, de hecho estábamos
en medio del campo, no se veía bien porque estaba oscureciendo.
Finalmente y después de una pequeña lomada la Kombi se apagó, con
un sonido final que fue como una expresión de agonía. Con el envión de
la bajada llegamos hasta la vera de un rio. También había una especie de
restaurante que parecía cerrado. Miramos el celular para ver si teníamos
señal y mágicamente había WI-FI libre, en el medio de la nada. Era una
red del restaurante y no tenía clave. Pregunté si podíamos usar el baño del
lugar, amablemente nos dijeron “Fica a Vontade” una de las expresiones
que más nos gustarían de Brasil. Un expresión que básicamente quería
decir que estaba todo bien. Además de baño nos dieron electricidad y
agua. La Kombi nos había llevado, moribunda, hasta el mejor lugar que
pudo, ahora nos tocaba a nosotros empezar a mover contactos, tejer lazos
y salir de esta situación que se veía bastante complicada.

Aparentemente la Kombi se había quedado en las afueras de una


ciudad llamada Torres. Esa noche hablamos con Mabel y Raúl, la
pareja de argentinos que nos estaba esperando. Estábamos a unos 100
kilómetros de su casa. Ella nos dijo que nos podía recibir y alojarnos en
su casa el tiempo que necesitáramos para arreglar la Kombi. El tema es
como llegábamos hasta ahí. Su esposo Raúl averiguó por una grúa que
nos llevara, nos iba a salir cerca de 80 dólares, nosotros no teníamos nada
pero después de meditarlo un buen rato decidimos que era nuestra mejor
opción. Íbamos a pagar con tarjeta, endeudarse no es muy agradable pero
no había alternativa si queríamos salir de ahí.
Al día siguiente nos vino a buscar la grúa junto con Raúl que había ido
en moto. Subimos la Kombi y partimos rumbo a Tubarão , donde estaba
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su casa. La Kombi nunca fue tan rápido como arriba de esa grúa. Después
de una hora llegamos y cuando fuimos a pagar resulta que la cuenta
ascendía a 160 dólares, el doble de lo que nos habían dicho. Nos pusimos
blancos, Raúl habló con el chofer de la grúa y no había ningún error en la
cuenta, lo que había pasado es que nuestro anfitriones habían calculado
100 kilómetros de grúa y eran 200 kilómetros porque tuvieron que ir a
buscarla y traerla. Ya resignados, con el motor de la Kombi fundido y
endeudados nos fuimos casi llorando a la casa de nuestros compatriotas
Argentinos.

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Salimos en busca de experiencias
extraordinarias y lo que cada día nos
enseña el viaje es que de lo que se trata la
vida es de aprender a disfrutar de las cosas
ordinarias. Que el dinero no se interponga
en tu felicidad, si es que lo mejor de la vida
casi es gratis. Compartir un almuerzo en
familia, reírse hasta las lágrimas en una
cena con amigos, ver un atardecer con la
persona que amas, correr, saltar, nadar,
cantar, para todo eso no necesitas dinero.
Se agradecido y aprende a ver todas esas
cosas que están bien a tu alrededor. Tanto
nuestras pobrezas como nuestras riquezas
comienzan en la mente, en nuestros
pensamientos. Así que basta de pesimismo,
de días grises, vamos para adelante que
hay miles de razones por las que sonreír. Y
recuerda que lo más importante en la vida,
es que los más importante sea realmente lo
más importante.

21
SANTA CATARINA
Y PARANÁ

22
Pasamos casi un mes yendo y viniendo entre Tubarão y Jaguaruna.
Tubarão es una ciudad de 100.000 habitantes en donde Mabel y Raúl
tenían su casa y Jaguaruna fue el primer lugar donde vimos el mar
Brasilero, ahí tenían una casa que alquilaban durante la temporada de
verano y usaban como casa de fin de semana el resto del año. Así que
durante la semana trabajábamos en Tubarão juntando el dinero para
pagar los arreglos de la Kombi y los fines de semana nos íbamos a relajar
a la playa, a fin de cuentas para eso habíamos ido a Brasil. Después de
un par de días conseguimos un mecánico de confianza para la Kombi.
Había que hacer todo el motor nuevo. Presupuesto estimado 1500
dólares. Hicimos de todo para conseguir el dinero, vendimos muchos
libros en Argentina, en Brasil, hacíamos envíos por correo a otros estados
de Brasil, a Chile, a Uruguay, a Ecuador, a Perú, a México. La gente nos
ayudó mucho, también vendíamos empanadas que hacíamos con Mabel
y Raúl, todo eso para pagar el motor. Hasta nos hicieron una nota en el
periódico y salimos en la tapa. Pasaron los días y aunque la Kombi estaba
lista a nosotros nos faltaba juntar unos 300 dólares. Entonces apareció
un donante, un amigo de Raúl que quería ayudar y nos dio el dinero que
faltaba. También recibimos donaciones de nuestros amigos, de familiares
y de seguidores de nuestra aventura que simplemente querían apostar por
los sueños y colaborar con la causa.
Mabel y Raúl nos hicieron sentir como en casa, fueron momentos
difíciles lejos de la familia y amigos, y ellos fueron nuestro sostén durante
esos 30 días que nos llevó poner la Kombi a punto.
Un día estábamos yendo hacia Jaguaruna en el auto de Raúl, íbamos
a pasar el fin de semana a la playa y por la mano contraria de la autopista
pasó una Kombi parecida a la nuestra, celeste y blanca como la nuestra,
decía Sueños de Ruta como la nuestra...¡era la nuestra! Iba rapidísimo, nos
pusimos blancos, por un segundo pensamos que nos la habían robado,
luego llegó la respuesta lógica, era el mecánico que la estaba probando.
Llamamos a su teléfono y efectivamente era él probando el motor nuevo.
Dice que la puso 110 km/h. Para nosotros es incomprobable, jamás
pasamos los 100km/h y en bajada. La cosa es que la Kombi andaba y
andaba bárbaro. El lunes fuimos a probarla con el mecánico y quedamos
sorprendidos, era otra. Estábamos tan entusiasmados que hasta Lau se
23
animó a manejarla.
Pasamos unos días mas con Mabel y Raúl pero la despedida era
inminente, había que seguir viaje y además probar la Kombi en la ruta.
Mabel y Raúl quedarán en nuestros corazones, una familia que nos recibió
y cuidó como si fuéramos sus hijos, sin ellos no podríamos haber seguido
viaje, sin ellos no estaría escribiendo este libro.

Las semanas siguientes las pasamos yendo de playa en playa, el camino
era pegado al mar así que las paradas para refrescarse eran frecuentes. En
Praia do Rosa pasamos una noche, conocimos una familia de argentinos
¡que nos regaló yerba! En esta zona de Brasil no hay y se sabe que el mate
para un argentino es todo. No puedo ni imaginar salir a la ruta por la
mañana sin ir tomando unos mates. En Praia do Rosa también conocimos
a “El Galgo”. Nosotros estábamos cocinando algo para almorzar en
frente de la playa y él pasaba en su auto, frenó al lado y nos pusimos a
charlar. Resulta que junto con un amigo también argentino habían ido
de Argentina a Alaska en un Fitito (un Fiat 600), ahora no estaba en el
Fitito, eso había sido hace un par de años atrás. De esa aventura de mas
de 45.000 km nació un libro que El Galgo nos regaló. Los días siguientes
me pasé leyendo ese libro, creo que no me duró ni una semana. Leer esa
historia y ver la infinidad de problemas mecánicos que tuvieron me ayudó
a comprender que los autos se rompen después de tantos kilómetros de
viaje, sobre todo si son viejos. Hay que tomarse esos momentos con calma,
todo tiene solución, siempre aparece alguien con ganas de ayudar, todo se
arregla. Lo que no tiene arreglo es malgastar la vida en cosas que no nos
hacen felices.
Volvimos a salir a la ruta, estaba lloviendo pero para nosotros es mejor
porque la Kombi no calienta tanto. Pasamos por la famosa isla de Santa
Catarina, donde se encuentra Florianopolis, uno de los lugares mas
elegidos por los argentinos en Brasil, que como no se encuentra tan lejos de
Argentina muchos se animan a ir en auto en un par de días. Como estaba
lloviendo y habíamos estado mucho tiempo parados arreglando el motor,
decidimos no entrar, Lau ya conocía porque había ido de vacaciones con
su familia, yo tendré que volver algún día para conocerla. Así fue como en
un par de días entramos al estado de Paraná y nos alejamos un poco del
24
mar para entrar a Curitiba, su capital. Ahí vivía un amigo que habíamos
conocido durante el viaje en bicicleta, así que íbamos a visitarlo a su
casa. Había dos caminos para llegar a Curitiba, el de autopista sin tantas
subidas y bajadas pero así también menos entretenido y el viejo camino
de adoquines a través de la sierra Donha Francisca. Elegimos la segunda
opción y pusimos la Kombi a prueba. Pasamos por caminos de mucha
vegetación y pueblos pequeños de los cuales ya no recuerdo el nombre.
Encontramos muchas plantaciones de bananas y gente vendiéndolas a
orillas del camino junto con otro clásico de la zona: los piñones (semillas
de Araucaria que después de cocinarlas un buen rato tienen un sabor
exquisito). Bueno, exquisito en Argentina, porque decir exquisito en
Brasil es decir que esta feo, desabrido, por suerte nos enteramos pronto de
esas sutilezas ideomáticas que te pueden meter en un gran mal entendido.
Finalmente llegamos a Curitiba, una ciudad moderna y organizada.
Fue la primer gran ciudad a la que entramos con la Kombi. Suele tener
un clima mas fresco porque esta a unos 600 metros sobre el nivel del mar.
De hecho es la capital mas alta de Brasil. Conocimos el Jardín Botánico,
el museo de Oscar Neymayer y algunas de sus avenidas principales.
Pasamos la noche en la casa de nuestro amigo Lincoln y su familia. Ahí
también estaban parando dos clicloviajeros. Antes de salir de viaje estos
chicos fabricaban alforjas para bicicleta en Buenos Aires, y eran ellos los
que habían fabricado las alforjas con las cuales habíamos hecho nuestro
primer gran viaje en bicicleta. Alforjas que habían sido una de nuestras
mayores herramientas durante un año. Fue lindo haber reencontrado a
Lincoln y encontrarlos a ellos, nos hizo sentir que de alguna manera todos
los viajes estamos interconectados.
Tanto la entrada como la salida de Curitiba fueron el primer desafío de
la Kombi, si bien las sierras no eran muy altas, las subidas eran empinadas
y en las bajadas había que clavarse al freno. Así fue como poco a poco
volvimos a acercarnos a la costa y concluimos con nuestro pequeño paso
por el estado de Paraná.

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LITORAL DE sÃo PAULO

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Los meses al viaje siempre tenía un pensamiento recurrente ¿cómo
íbamos a cruzar São Paulo? Había escuchado que hasta en avión se tardaba
más de una hora para cruzar esa enorme metrópoli. Tan sólo el estado de
São Paulo tiene la misma población que Argentina. Nosotros íbamos a
tener que cruzarlo en una Kombi que aun no nos daba confianza y que
tenía una velocidad promedio de 60 kilómetros por hora. Sin embargo
generalmente lo que uno piensa antes de salir de viaje en nada se parece a
lo que realmente sucede.
Entramos en el estado de São Paulo y fuimos rumbo al litoral,
decidimos que no queríamos visitar la capital. Así fue como llegamos
a Santos. Santos es una ciudad bastante grande pero en nada se parece
a São Paulo. Distan unos 100 kilómetros una de la otra y Santos suele
ser la escapada de fin de semana de los paulistas que quieren un poco
de tranquilidad. Las playas eran amplias pero el mar revuelto y no tan
bello como en otros lugares de Brasil. Sin embargo teníamos que hacer
algo de dinero y la Kombi había empezado a hacer un ruido extraño, así
que decidimos quedarnos. Estacionamos la Kombi en frente de la playa,
sacamos nuestros libros, nuestras postales, nuestros stickers y...nada, no
nos prestaban atención. Mientras esperábamos vender algo me tiré abajo
de la Kombi para ver si encontraba la causa del ruido ¿diagnóstico? Se
había salido un amortiguador y estaba colgando de uno de los extremos
¿solución? Hacer un nuevo agujero y volver a colocarlo. Podíamos seguir
andando pero con cuidado. Había que buscar un lugar donde nos
prestaran un taladro y dejar estacionada la Kombi para arreglarla.
En esos días conocimos a André gracias a Couchsurfing y nos fuimos
para su departamento. El edificio tenía estacionamiento, podíamos dejar
la Kombi en un lugar seguro e ir caminando a la playa que estaba en
frente. Pasamos momentos lindo en Santos pero también tuvimos una
de las mayores crisis del viaje, no podíamos generar dinero, la Kombi se
seguía rompiendo y nosotros no lográbamos relajarnos y disfrutar de la
aventura que estábamos viviendo.
La gota que rebalsó el vaso fue una mañana que intentamos vender
nuestros libros y no pudimos, después de eso fuimos a ver si algún taller
mecánico nos ayudaba con los arreglos de la Kombi. Entramos a uno
27
y no nos entendían cual era el problema. Como nuestro portugués
seguía siendo muy acotado se pusieron a levantar la Kombi con una
autoelevadora para entender lo que tratábamos de explicar. Resulta que
no la pusieron correctamente y rompieron un pedazo de la Kombi. Un
arreglo que habíamos hecho en fibra de vidrio quedó destruido y se
saltó la pintura. Para colmo nos querían cobrar 30 dólares para hacer un
agujero, les dijimos que no podíamos pagar tanto y nos echaron. Así que
nos fuimos del taller mecánico con la Kombi peor de lo que estaba, como
si fuera poco a un par de cuadras empezó a fallar el carburador y tuvimos
que parar de urgencia en una estación de servicio. Hacía mucho calor,
nosotros no entendíamos que nos estaba pasando, todo salia mal. Esa
mañana lloramos bastante en la cabina de la Kombi. Fantaseamos dejarla
tirada y volvernos a Buenos Aires en lo que sea. Extrañábamos nuestra
familia, nuestros amigos, nuestro idioma, se nos hacía muy complicado
comunicarnos en portugués y nos sentíamos solos. Nos dimos un largo y
caluroso abrazo con Lau y le pedimos al universo una ayuda, una señal,
algo, lo que sea. Volvimos al departamento de André y cuando estábamos
entrando frena una chica, era brasilera y dijo que nos había visto dando
vueltas por Santos. Había entrado a nuestro Instagram y estaba fascinada
con nuestra aventura. Nos compró un libro y nos invitó a su casa. Se
llamaba Paola, como mi hermana. Quizás ella no lo sepa pero para nosotros
fue la señal, el punto de inflexión que estábamos esperando. Desde que la
conocimos todo cambió para bien. Al día siguiente fuimos a un encuentro
de autos antiguos que había en la ciudad. Preguntamos si nos podían dar
un lugar para vender nuestros libros y aceptaron encantados. Esa mañana
conocimos mucha gente, vendimos cerca de 40 dólares y dimos con una
familia de argentinos divina que tenía un mecánico amigo dispuesto a
ayudarnos.
Esa familia nos abrió las puertas de su casa y nos contó su historia.
Tanto el padre como sus tres hijos eran músicos, la madre su fan número
uno. Habían dejado todo en Argentina y emprendieron un viaje a Brasil
sin retorno, los cinco en una Kombi. Su plan inicial no era quedarse en
Santos, pero ahí se les acabó el dinero así que haciendo música y obras
de títeres en la calle fueron sobreviviendo, las semanas pasaron y Santos

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terminó siendo su nuevo hogar. Después de un par de meses lograron
alquilar una casa en la que ahora estábamos tomando mates mientras
esperábamos que llegara el mecánico. Las horas pasaban, la charla se
extendía y el mecánico no aparecía. Lo llamamos y nos dijo si podíamos
ir hasta su casa. Fue así como conocimos uno de los barrios más pobres
y peligrosos de las afueras de Santos. El mecánico era un genio, arregló
la Kombi en la calle, en la vereda de su casa. Nosotros le alcanzábamos
las herramientas mientras jugábamos con algunos chicos curiosos que se
acercaban a ver nuestra casa rodante.
La Kombi quedó a punto, arreglamos el amortiguador, solucionamos
el tema del carburador y cambiamos el cable del acelerador que estaba a
punto de cortarse. Sólo nos faltaba una cosa, teníamos que cambiar el
pico para cargar gas porque en Brasil era diferente y en muchas estaciones
de servicio en la que no tenían el adaptador no podíamos llenar nuestro
tanque. Y la verdad es que andar a gas era mucho más económico que
con gasolina. Así que buscamos un taller que trabajara con GNV (gas
natural vehicular), nos querían cobrar 30 dólares, entonces nos fuimos a
preguntar a otro que estaba a la vuelta. Cuando estábamos llegando vimos
que nos saluda una persona, nos había visto en el encuentro de autos
antiguos y le había encantado nuestro proyecto de vida. Resulta que era
la dueña del taller, así que le pidió a su esposo que nos instale el nuevo
pico brasilero y no nos cobró nada, bueno sólo una foto y un abrazo. Algo
había cambiado, todo se alineaba de repente.
Nuestra estadía en Santos se siguió prolongando porque durante esos
días conocimos a una familia viajera con la que compartimos un buen
tramo de ruta: Viajando por la tierra: Lucas, Ayelén y su hija Alana. Con
ellos pudimos ver bien de cerca como es viajar en familia. Conocíamos
historias de viajeros con hijos, de hecho en el viaje en bicicleta nos
levantaron haciendo dedo una pareja de franceses con dos hijos, pero
esta experiencia fue diferente porque compartimos varios días juntos y
pudimos interiorizarnos en el tema.
Después de un par de días salimos en caravana a la ruta, todo iba
excelente, recorriendo playas, algún que otro río, hasta que después de
una bajada la Kombi se frenó y no avanzó más. Como era de noche la
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empujamos entre todos, la estacionamos y esperamos al día siguiente para
ver de que se trataba. Por la mañana nos pusimos a revisarla con Lucas
y no encontrábamos el problema hasta que en un momento Lau ve algo
suelto debajo, era la homocinética. El mecanismo que hace que giren las
ruedas se había salido totalmente y quedó colgado, una locura. Como no
se había perdido ningún tornillo, Lucas lo volvió a poner, sin embargo
era un arreglo temporal porque había que cambiar todos los tornillos
gastados por unos nuevos o la homocinética se iba a volver a salir.
Unos kilómetros antes de San Sebastián vivimos uno de los episodios
más extremos del viaje. Trepamos un morro durante 15 minutos, a la
Kombi le costaba pero en primera terminamos subiendo. La bajada era
empinadísima y con curvas, yo iba clavado a los frenos que empezaron a
largar olor a quemado, la bajada seguía y la Kombi ya no frenaba. Puse
el freno de mano pero no la podía detener, finalmente la apagué y la dejé
en cambio. Frenó bastante pero la bajada era tan empinada que el motor
giraba con la Kombi apagada y seguíamos avanzando, lento, a unos 15
kilómetros por hora pero directo a un paredón de un barranco. Le dije
a Lau “bajá, buscá una piedra y ponela en la rueda” la Kombi era todo
gritos y nerviosismo, Lau se bajó con la Kombi en movimiento pero no
encontraba ninguna piedra, hasta que se me ocurrió gritarle “¡Poné la
Lonely Planet!” (una guía de latinoamérica de más de 1000 páginas que
llevábamos siempre en la cabina de la Kombi). La Kombi seguía avanzando
y el paredón ya estaba a menos de tres metros, Lau manoteó la guía y la
metió en una de las ruedas, la Kombi finalmente se detuvo, frente a un
libraco todo machucado que nos salvó la vida.
Despacito y con mucho cuidado seguimos camino hasta San Sebastián
donde íbamos a intentar arreglar la Kombi. Pero antes el gran desafío del
viaje, vender algo y juntar dinero para pagar todos los gastos que estaba
generando la Kombi: gasolina y reparaciones. La familia viajera con la
que estábamos tenia el mismo desafío, ellos vendían artesanía y nosotros
nuestro libro. Lo del libro fue anegdótico porque en parte lo habíamos
escrito para financiar nuestro viaje con sus ventas, pero al primer país que
nos fuimos a meter fue a Brasil, donde se habla otro idioma y era difícil que
la gente comprara un libro en español. Aun así juntamos fuerzas entre los
30
viajeros y nos pusimos en la avenida principal de San Sebastián a vender
nuestras cosas. Estuvimos tres días parados ahí, ya nos conocían todos,
íbamos al baño en una heladería o un restaurante, nos bañábamos en la
plaza y almorzábamos y cenábamos en la vereda a la par de las mesas de
los restaurantes. Uno de esos días conocimos a María y Dino, una pareja
de sesentones que vivían en una casa rodante. Nos invitaron a su casa,
no a la rodante si no a una pequeña casita que tenían en San Sebastián,
en donde estacionaban la motorhome donde vivían. Ahí pasamos unos
días espectaculares, nos bañamos, lavamos ropa, compartimos desayunos,
almuerzos y cenas.
Como en frente de San Sebastian está Ilha Bela nos fuimos de paseo
un par de días. Cruzamos con la Kombi en una balsa. A través de Internet
acordamos hacer un intercambio por hospedaje en la isla. Nos íbamos a
alojar en un posada a cambio de unas fotos que le íbamos a tomar al lugar.
Pasamos unos días hermosos, nos llevaron de paseo en Jeep al otro lado
de la isla, porque en la Kombi no se podía llegar. Nos gustó tanto el lugar
que le dijimos al Jeep que se fuera y nos quedamos a acampar en la “Praia
Castelhanos” vimos un atardecer de película y por si eso fuera poco esa
noche hubo luna llena. Todo muy lindo pero al día siguiente tuvimos que
volver caminando y si bien el camino era entretenido, selvático y lleno
de ríos y cascadas se hizo largo. Fueron siete horas, de las cuales cuatro
fueron cuesta arriba, con el agregado del peso de las mochilas. Fue intenso
pero valió la pena, Playa Castellanos fue uno de los lugares más lindos de
los que estuvimos en Brasil.
Volvimos a San Sebastián y vimos que la homocinética se estaba por
volver a salir. Había que solucionar el problema si queríamos volver a la
ruta. Así que regresamos a la casa de Dino y María que nos ofrecieron
quedarnos el tiempo que necesitáramos para arreglar la Kombi. El
problema era más complicado de lo que pensábamos, tardamos una
semana en resolverlo. Nunca pasé tanto tiempo tirado abajo de la Kombi,
pero con al ayuda de Dino finalmente la Kombi quedó en condiciones
para salir a la ruta.
Las semanas venideras se veían prometedoras, nos separamos de los
chicos de “Viajando por la tierra” y nos fuimos rumbo al Estado de Río
31
de Janeiro, donde nos íbamos a encontrar con mi mamá que venía a
visitarnos, íbamos a compartir casi un mes de viaje con ella, viajando los
tres en la Kombi.

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“Soy viajero, y no es porque sea
multimillonario ni me haya caído una
herencia salvadora del cielo, no es porque
“tenga suerte” o sea “un previlegiado”. Soy
viajero simplemente porque lo elijo. Elijo
vivir mi vida en movimiento, porque eso
de estar siempre en el mismo lugar no me
cuadra, sentado en una oficina 8 horas por
día, 5 días a la semana definitivamente
no es para mi. Lo experimenté durante
años, pero me di cuenta de que no iba con
migo. Y no te confundas que no estoy de
vacaciones, si no es que soy viajero y eso es
muy diferente. Estar de vacaciones es una
inyección de placer momentanea, de una
semana o la sumo quince días, y yo no estoy
de vacaciones, repito: Yo soy viajero. Vivo
de viaje todos los días de mi vida y en esos
días tengo problemas, tengo situaciones
a resolver, tengo preocupaciones, tengo
que generar dinero, tengo días buenos y

33
días malos, como todo el mundo. Pero la
diferencia es que yo soy viajero y este estilo
de vida me hace conocer gente nueva, lugares
nuevos, nuevas comidas, nuevas costumbres,
nueva música. Eso no hace que mi vida sea
más fácil, sino simplemente diferente. Soy
viajero principalmente porque lo elijo y
como cualquier cosa que uno elige de forma
legítima me hace feliz y agradecido. No es
que vaya por ahí derrochando alegría las
24 horas del día, sino simplemente que
cada mañana tengo una razón por la que
levantarme, una razón que me hace feliz al
principio y al final de cada día: ser viajero.”

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RiO DE JANEIRO

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Nuestro primer destino en Río de Janeiro iba a ser Paraty, donde nos
íbamos a encontrar con mi mamá. Ella nunca había viajado sola fuera del
país y menos a un lugar en el que se habla otro idioma. Así que tanto ella
como nosotros estábamos un poco ansiosos con el encuentro. Llegamos
a Paraty tras dos días de manejo, por su parte mi mamá iba a llegar a los
dos días. Tenía un vuelo de Buenos Aires a la ciudad de Río de Janeiro y
al bajarse del avión tenía que tomarse dos colectivos que tras cuatro horas
de viaje la iban a llevar Paraty.
Los días previos a su llegada recorrimos un poco la pequeña ciudad y
conseguimos un lugar donde quedarnos los tres. Era un camping a una
cuadra de la plaza, acordamos con el dueño hacer un intercambio, nosotros
lo ayudamos a mejorar su sitio web y a cambio podíamos quedarnos en el
camping los tres sin pagar nada. La idea era que mi mamá durmiera en la
Kombi con Lau y yo armara una carpa que llevamos siempre con nosotros
por si recibimos visitas en nuestra casa ambulante.
Pasaron los días y la ansiedad por el encuentro fue aumentando, mi
mamá estaba bastante nerviosa por el viaje y las conexiones que tenía que
hacer. Fuimos a esperarla una hora antes a la terminal de ómnibus de
Paraty, no teníamos noticias de ella porque estaba sin señal en el celular
desde que había salido de Argentina, osea hace más de 12 horas. Se me
ocurrió ir a preguntar a la empresa de ómnibus si tenían una “Eusebia
Villagra” en la lista de embarque RÍO DE JANEIRO – PARATY de
las 14:00 HS. que era el micro que iba a tomarse si todo salía como
lo planeado. Después de buscar un rato me dijo que estaba y que iba a
arribar dentro de unos 15 minutos.
La recibimos con una sonrisa de oreja a oreja y una largo abrazo. Esa
noche festejamos el encuentro con una rica cena frente al fuego y una de
las valiosas provisiones que mi mamá trajo desde Argentina: Fernet. En
Brasil casi no se encuentra y si se encuentra es carísimo. También nos trajo
varios paquetes de yerba que estaba a punto de acabarse y en esa zona de
Brasil ya no se consigue.
Nos quedamos una semana en Paraty, un archipiélago de más de 300
islas. Como en el camping había un kayak una tarde lo agarramos y
visitamos una de las islas que estaba más cerca. Una pequeña porción de

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tierra en el mar, en la que sólo había dos casitas, mucha vegetación
y una pequeña playa. Al principio mi mamá no se animaba a subirse al
kayak pero después de un rato se terminó subiendo. Al final de cuentas de
eso se trata viajar, soltar los miedos y animarse a vivir nuevas experiencias.
Durante nuestra estadía en Paraty dejamos la Kombi estacionada y
nos movimos a pie. Recorrimos su hermoso centro colonial, con calles
de piedra, puentes y casitas de todos los colores. Una noche asistimos a
la plaza principal donde todos los lunes se presenta una banda de más de
15 músicos tocando samba. Fue el mejor espectáculo musical que vimos
en nuestro paso por Brasil, terminamos bailando y tomando caipirinhas
junto a unas 80 personas en un clima de festejo y alegría.
Más al sur de Paraty, regresando unos kilómetros hacia atrás están la
fabulosas playas de Trindade, fuimos hasta allá en bus porque nos habían
dicho que el camino era imposible para la Kombi. Menos mal porque
el camino era empinadísimo. El colectivo en el que íbamos era bastante
moderno y le costaba subir, incluso gran parte del trayecto lo hizo en
primera marcha. Al costado del camino estaba lleno de carteles que decían
“Guincho” (así le dicen en Brasil a las grúas) y un número de teléfono,
se notaba que era recurrente que los autos se quedaran en la subida.
Trindade tiene unas playas hermosas. Nosotros veníamos recorriendo
playas hace un tiempo y nos habíamos acostumbrado al mar turquesa y la
arena blanca, sin embargo fue a través de la cara de asombro de mi mamá
que dimensionamos que estábamos en un lugar maravilloso. Por si las
playas fueran poco caminamos una media hora bordeando el mar hasta
llegar a unos piletones de piedra naturales, llenos de peces donde la gente
va a hacer snorkel.
Finalmente dejamos Paraty, el próximo destino era Angra dos Reis. Por
primera vez la Kombi llevaba tres viajeros en su cabina. Además de yerba
y fernet mi vieja trajo un cinturón de seguridad extra que agregamos para
viajar con ella y que aún seguimos teniendo para cuando levantamos a
alguien en el camino. Hicimos una parada a almorzar en una playa que
estaba cerca de la ruta, era tan linda que decidimos quedarnos a pasar
la noche. Esa fue la primera vez que dormimos los tres en la Kombi, un
poco apretados pero en un lugar maravilloso.

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Al día siguiente llegamos a Angra dos Reis donde a través de
Couchsurfing habíamos contactado a Leo que nos estaba esperando en su
casa que daba al mar. El trabajaba en una plataforma petrolera en donde
se internaba durante 14 días y luego tenía siete días de descanso. Ahora se
encontraba en su tiempo libre así que estaba a nuestra entera disposición.
En pocos minutos hicimos buenas migas, nos invitó a pasear en moto de
agua, así que lo ayudamos a ponerla en el mar y nos fuimos a pasear por
algunas de las islas que están frente a Angra dos Reis. En la moto tenía
lugar para tres así que fuimos él, Lau y yo, mi vieja se quedó esperando
y sacando fotos. Después de una media hora de paseo emprendimos la
vuelta, ahí fue cuando vimos a mi mamá charlando y tomando mates con
unas personas, eran los chicos de “Viajando por la tierra”: Lucas, Ayelén y
Alana. De casualidad los volvimos a encontrar. Como Leo tenía una casa
bastante grade los invitó a quedarse, así que pasamos un fin de semana
espectacular en el que nos cansamos de jugar en el agua: sky acuático (al
menos lo intentamos, porque ninguno pudo mantenerse parado más de
dos segundos), stand up paddle y dimos unos buenos paseos en kayak.
Durante esos días también aproveché para cambiar el cerbo de freno
de la Kombi que estaba roto, estuve un buen rato tirado en el suelo
pero finalmente quedó con los frenos mejor que nunca. Cabe destacar
que nosotros salimos sin ningún conocimiento de mecánica, fuimos
aprendiendo en el camino gracias a las personas con ganas de ayudar
que encontramos en la ruta y un grupo de mecánicos a los que pedimos
asesoramiento por teléfono y que más de una vez nos salvaron la vida,
como por ejemplo el maestro de Rodi, al cual nunca hemos visto en
persona pero siempre estuvo al pié del cañón y se merece un monumento.
Nos fuimos de la casa de Leo y nos volvimos a separar de la familia
viajera. Nuestro próximo destino era Ilha Grande, un lugar al que no
podíamos llegar en auto. Es paradójico porque uno de los motivos que nos
atrajo a ir fue precisamente ese, ver como se vive en un pueblo sin autos,
sin ruido, sin velocidad. Pero para ver eso tuvimos que dejar la Kombi del
lado del continente. Fue la primera vez que la dejamos estacionada en la
vía pública y nos fuimos. Y no estoy hablando de dejarla en un pueblito
del interior de Brasil, la dejamos en Angra dos Reis, una auténtica ciudad.
Preguntamos a dos personas que conocíamos y que viven en Angra, si
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nos podían guardar la Kombi, pero ninguna de las dos iba a estar en
su casa en esos días. Otra opción era un estacionamiento pago pero eran
carísimos para nuestro presupuesto de viajeros. La última alternativa era
no ir, quedarnos del lado del continente y seguir recorriendo la millonada
de playas hermosas que tiene Brasil. Entonces justo en ese momento
cuando estaba tomando forma la idea de no ir a la isla se me cruzó un
pensamiento: “Nuestro viaje empezó con el desprendimiento, soltando,
vendiendo todo lo que teníamos y eso nos trajo mucha satisfacción, mucha
libertad, muchos amigos, y ahora ¿qué estoy haciendo? Me estoy aferrando
a lo material, a una Kombi, que por mucho que la quiera no es más que
una cosa y esa cosa me está coartando la libertad, porque por miedo a
perderla, a que me la roben, a que me la rompan, me estoy perdiendo de
hacer lo que realmente quiero hacer.” Esa Kombi que nos trajo a Brasil,
ahora también nos estaba encarcelando. Dejarla ahí fue un acto de fe, de
creer en la vida, en la libertad, sucederá lo que tenga que suceder y eso
será lo mejor para nuestras vidas. Así como ese día que decidimos dejar la
casa que alquilábamos y vender todo lo que había adentro para comprar
una bicis e irnos de viaje, ahora la prueba era confiar una vez más y no
aferrarse a lo material. Así que confiando en la vida armamos nuestras
mochilas y dejamos la Kombi estacionada en la vía pública, solita durante
una semana.

Desembarcamos en Ilha Grande, y a los cinco minutos ya estábamos
maravillados con el lugar. Una isla que no tiene autos y sólo puede
recorrerse a pié a través de calles peatonales y una infinidad de senderos a
través de una abundante vegetación que te llevan a playas paradisíacas y
miradores que te dejan con la boca abierta. Por primera vez en varios meses
de viaje no teníamos nuestra casa, la Kombi había quedado del lado del
continente. Así que tuvimos que buscar un alojamiento, llevámos la carpa
con nosotros en nuestras mochilas, pero no tuvimos que usarla porque
gracias a Couchsurfing contactamos a una persona que nos recibió en su
casa, bueno en verdad nos prestó una casita cerca del centro de Abraão,
que es el pueblo principal en donde te dejan los barcos que llegan a la isla.
Hay dos puntos en particular que nos habían dicho que no podíamos
dejar de visitar y eran Lopes Mendes y Lagoa Azul. Sólo que las caminatas
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para llegar eran muy extensas, nos gustaba la idea del trekking pero
también queríamos disfrutar del sol y la playa, así que evaluamos la
alternativa de ir en barco. Después de buscar un poco dimos con una
empresa de turismo que se ofreció a llevarnos a cambio de algunas fotos
que le sacamos al barco y al paseo en general. El primer día fuimos a Lopes
Mendes, una playa que tiene fama de ser una de las más lindas del mundo.
El barco salía a las 10:30 horas y a las 10:10 nosotros ya estábamos en
el muelle entusiasmados, sacando fotos. Embarcamos y salimos, después
50 minutos de viaje en un mar azul y cristalino llegamos a Pouso, una
playa en donde desembarcamos e iniciamos una pequeña caminata de 20
minutos que nos iba a llevar hasta la ansiada Lopes Mendes. La caminata
fue súper relajada, el paisaje nos mantuvo entretenidos con una infinidad
de plantas, pájaros y hasta algún monito que se dejó ver. Entre foto y foto
empezamos a escuchar el sonido del mar cada vez más fuerte, la arena
era blanca y la más fina que había visto en mi vida, levantamos la vista y
una postal se imprimió ante nuestros ojos. Lopes Mendes cumplía con
cada uno de los elogios que habíamos escuchado. Pasamos un hermoso
día de playa, nos metimos al mar, jugamos con las olas, almorzamos y
nos preparamos para otra pequeña caminata a otra playa cercana: Santo
Antonio. Más pequeña y solitaria, pero igual de bella, con nada que
envidiarle a la primera. La tarde fue cayendo y después de tomar unos
mates pegamos la vuelta, tras una nueva caminata de 20 minutos por
la mata atlántica llegamos al barco que nos estaba esperando. La vuelta
fue un poco movida, el mar estaba bravo y nos hizo agarrarnos fuerte de
las manos, pero después de otros 50 minutos ya estábamos con los pies
firmes sobre el muelle de Abraão.
Al otro día nos tocaba Lagoa Azul. La travesía era más grande y el
barco al que subimos también. Se llamaba Exuberante y hacía honor a su
nombre. La tripulación se presentó y nos explico las medidas de seguridad,
íbamos a estar todo el día arriba del barco así que era mejor que todo
quede claro. El mar estaba muy tranquilo y tras una hora de navegación
frenamos a unos docientos metros de una isla, había unos 4 metros de
profundidad pero el agua era tan cristalina que se podía ver el fondo, y
como si eso fuese poco comenzaron a acercarse una infinidad de peces
de diferentes tamaños y colores. Esas cosas que ves en las películas pasan
40
cuando vas a Lagoa Azul. Nos tiramos al mar desde el barco y nadamos
entre los peces. Seguimos navegando y al mediodía frenamos en Japariz,
una playa con algunos restaurantes muy pintorescos. Nosotros habíamos
llevado unos sanguchitos para comer en la playa, pero bastó con que
armáramos nuestro picnic para que unas personas con las que habíamos
estado hablando en el barco nos invitaran a almorzar. Así que podemos
dar fe de que en Japariz se come muy pero muy rico. Continuamos la
navegación, pasamos por el despampanante Saco do Céu, y tras unos
minutos más llegamos a Camiranga, una playa en la que algunos hicieron
snorkel. Mientras caía la tarde pegamos la vuelta y tras una hora de
navegación en un mar que estaba planchado, llegamos nuevamente al
muelle de Abraão.
Después de turistear un buen rato, paseos en barcos, caminatas cortas
por el pueblo, visitas a algunos mirados cercanos, llegaba la hora de la
verdad, de probar las piernas y echarnos a andar unos cuantos kilómetros
por inmensa Ilha Grande. El objetivo era Dois Ríos, una hermosa playa
del otro lado de la isla, para eso íbamos a tener que caminar a través
de la mata atlántica por unos nueve kilómetros sólo de ida y ascender a
unos 350 metros de altura sobre el nivel del mar, ya que si hay algo que
no abunda en Ilha Grande son los espacios planos. ¡Ah! y después había
que volver, todo en el mismo día. Lo que más nos preocupaba era mi
mamá, no es que nosotros seamos grandes deportistas, pero hemos hecho
unos cuantos kilómetros usando sólo nuestras piernas. A mi mamá le
gusta caminar, pero hacerlo en subida y por tanto tiempo era otra cosa,
habíamos calculado cinco horas de caminata entre ida y vuelta.
La verdad que salimos más tarde de lo deseado, entre los preparativos,
la vianda para el mediodía, la fruta para el camino, las galletitas para la
tarde, se nos hicieron las 10 de la mañana. Hay que tener en cuenta que
en las latitudes en las que estábamos oscurece totalmente a las seis de
la tarde. Así que tras una rápida elongación comenzó la aventura, los
primeros kilómetros fueron todos en subida mientras el cuerpo se fue
acostumbrando.
El día estaba hermoso, pero por momentos la mata era tan cerrada que
no dejaba pasar el sol, lo que resultó bien porque nos hubiésemos muerto
de calor. Cada tanto encontrábamos un poco de abertura en la vegetación
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y se podían apreciar unas vistas espectaculares de la isla y el continente, ya
que justo en frente de la isla se veía Angra dos Reis donde habíamos dejado
la Kombi estacionada. Entre tanto y tanto nos cruzábamos con cascadas
de agua fresca y cristalina que se convirtieron en las paradas obligadas.
Después de una hora y media de ascenso llegamos a lo que parecía
ser la parte más alta del morro, tras una nueva elongación y una buena
refrescada arrancamos la bajada. La verdad que se nos hizo liviana y tras
unos 40 minutos ya estábamos otra vez al nivel del mar pero ahora del
otro lado de la isla.
Llegamos a Dois Ríos que además de tener una hermosa playa es un
pueblo. La entrada es de película, un camino recto y plano, delimitado
por palmeras que parecieran tener 200 años. Después de atravesar toda su
exención llegamos a un conjunto de casas bastante desoladas y maltratadas
por el paso del tiempo.
La verdad es que Dois Ríos es un pueblo que se formó alrededor de un
presidio carcelario que alojaba a más de 1000 reclusos, pero que cerró en
el año 1994 y eso dio lugar a que el pueblo se fuese desvaneciendo poco a
poco hasta el día de hoy que aún viven unas cuantas familias. Pero bueno,
bueno, no me quiero ir por las ramas con los devenires de este pueblo.
Después de atravesarlo apareció una hermosa playa de arena blanca y fina,
de esa que hace ruido cuando caminas.
El mar estaba movido pero muy, muy, azul y para coronar la postal la
playa tenía un río de un lado y otro río del otro ¡ahhh por eso “Dois Ríos”!
Si el mar era bello los ríos ni te cuento, eran tan lindos que después de
almorzar en la playa decidimos pasar la tarde a la orilla de uno de ellos.
Nos bañamos en agua salada, nos bañamos en agua dulce, les dimos un
buen descanso a las piernas y nos preparamos para el regreso, otras dos
horas y media de caminata, ufff.
Saliendo nos cruzamos con dos chicos en bicicleta que se nos pusieron
hablar, y tras un pequeño intercambio de historias nos compraron uno
de nuestros libros del viaje en bicicleta (si, siempre llevamos un libro con
nosotros, hasta en el lugar más recóndito del planeta, siempre aparece
alguien dispuesto a leer nuestra historia). Charla va, charla viene se nos
hicieron las cuatro de la tarde, el sol se empezaba a ir y nosotros recién
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emprendiendo la caminata de regreso.
El ascenso se hizo leve, estábamos animados y además pudimos ver
algunos monos bien de cerca. Llegamos a la parte más alta y la noche ya
había ganado lugar, sumado a que el camino era cerrado por al vegetación
y la oscuridad se hacía presente.
En uno de los miradores pudimos ver las luces del pueblo de Abraão
ya encendidas, nosotros también tuvimos que encender una linterna
porque se veía muy poco, así que tras la pequeña luz del celular hicimos
los últimos 40 minutos de caminata.
Ya no se veía prácticamente nada más que la linterna y fue en ese
momento que empezaron a aparecer las primeras casas del pueblo,
estábamos muertos, muertos pero vivos, más vivos que nunca. ¡Legamos,
llegamos, llegamos! Que agotador, pero que lindo es hacer este tipo de
cosas, y más aún en familia.
Nuestra estadía en Ilha Grande fue maravillosa, fue uno de los
lugares que más nos gustó en nuestro paso por Brasil. Después de una
semana en la isla emprendimos el regreso, armamos nuestras mochilas
y nos tomamos el barco rumbo a Angra dos Reis. Fue ahí en donde nos
empezamos a poner ansiosos por el encuentro con la Kombi, la habíamos
dejado solita en medio de una ciudad enorme ¿estará bien? ¿la habrán
abierto? ¿nos la robaron?. Tratábamos de mantenernos positivos y que no
nos habitaran los miedos pero era inevitable. El viaje fue de una hora pero
a nosotros nos parecieron mil. Una vez en tierra firme caminamos unos
500 metros hasta donde estaba la Kombi, la ansiedad ya nos había tomado
por completo e ibamos casi corriendo, ya a los 200 metros empezamos a
verla, estaba intacta, como si la hubiésemos dejado estacionada hace 20
minutos. Bueno eso parecía desde afuera, porque cuando la abrimos nos
dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de vaciar el bidón donde
desagotamos el agua con la que lavamos los platos, así que durante dos
días anduvimos con un olor a podrido terrible ¡pero no importaba porque
la Kombi estaba intacta!
Aún quedaba una semana de viaje con mi mamá, el último destino nos
daba un poco de miedo a los tres, habíamos estado compartiendo viaje
por lugares relativamente pequeños y ahora nos tocaba entrar en una de la
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ciudades más grandes, imponentes y hermosas de Brasil: Río de Janeiro.

Llegamos a Río con los miedos típicos que nos agarran cuando vamos
a entrar a una gran ciudad. Si bien la Kombi estaba andando bien nos
daba terror la idea de quedarnos varados en el medio de una autopista
o cerca de una favela. Aún estábamos con mi mamá así que íbamos los
tres agazapados en la cabina, en la que se respiraba cierto nerviosismo
por no decir que estábamos cagados en las patas. Poco a poco nos fuimos
adentrando, el tráfico y los edificios daban cuenta de que nos estábamos
metiendo en una ciudad monstruo. En un momento empezamos a pasar
cerca de lo que parecía una favela, y en ese preciso instante la Kombi
enloqueció y la tuve que apagar y tirarme a un costado del camino.
Aunque el panorama se veía horrible, sólo se había soltado una chapita
en el carburador, fue ponerla y a seguir camino. El ambiente en la Kombi
estaba más acalorado que nunca y fue entonces cuando tras el grito de
Lau “ahí esta el cristo redentor” la cosa empezó a tomar otro rumbo. La
paranoia fue perdiendo terreno en una ciudad que empezaba a mostrarnos
sus bellezas. Fue entonces cuando pasamos por un túnel muuuy largo
que al salir dejó expuesto a la enorme montaña de roca que es el Pão
de azúcar, otro de los emblemas de Río. Así fue como llegamos hasta el
barrio histórico de Flamengo, donde teníamos una reserva en un hotel
que mi mamá se ofreció a pagar por ser los últimos dos días que íbamos a
compartir con ella, un lujo ¡gracias ma!.
Fueron días intensos de playa y caminatas por la ciudad. Anduvimos
por la canchera playa de Leblón, dónde nos descostillamos de la risa
cuando una ola me revolcó varios metros por la arena. También hicimos
un breve paso por Ipanema y terminamos en la concurrida Copacabana
dónde nos tomamos el mejor coco helado de Brasil. A la noche nos
subimos al Metro (tren subterráneo) de Río y nos fuimos al emblemático
barrio de Botafogo por una rica cervecita artesanal.
La despedimos a mi vieja entre lágrimas y aunque parecía que nuestra
retirada de la ciudad era inminente, recibimos una invitación a la casa de
un “conocido de un amigo”, era en el barrio de Santa Teresa, no estaba
lejos del hotel, pero había que subir un par de morros para poder llegar,

44
Más que para conocer lugares, se viaja para
conocerse a uno mismo. Porque si el mundo
es un sitio inmenso, el alma es un lugar
infinito. Viajar...se trata de expandir nuestras
capacidades, nuestras fronteras, se trata de
abrir puertas que algún día creímos cerradas
o quizá incluso ni siquiera sabíamos que
existián, puertas que esconden lo mejor y lo
peor que llevamos dentro. Viajar es creer en
la vida, creer en el otro, creer en uno mismo.
Viajar es uno de los mayores actos de fe que
existen en la vida, es entregarse a lo que pueda
suceder, a lo que vendrá, viajar es confiar.
Viajar es psicoanálisis en movimiento, es
terapia para el alma. Viajar desprejuicia
hasta al más prejuiciosos de los sin juicio.
Viajar nos mantiene vivos. Viajar es volar,
es soltar, es volverse loco, es volverse un niño.
Viajar es nacer dos veces. Y aunque parezca
contradictorio viajar nos acerca a la familia,
porque estando lejos es cuando uno comprende
todo aquello que tiene realmente cerca. Hay
dos cosas de las que nunca me arrepentiré en
esta vida: de haber amado y de haber viajado,
y en verdad te diría que son prácticamente la
misma cosa.
45
así que para allí salimos. La Kombi venía bárbaro, subiendo y subiendo,
pero al final, casi llegando al departamento al que nos habían invitado nos
esperaba una subida que para mi se veía imposible, tomamos fuerza con
Pimienta y a trepar. Todo en primera ¡obvio!, el camino era empinadísimo
y además tenía curvas, no podía desacelerar para doblar porque nos íbamos
a quedar a mitad de la subida, así que dale que dale, la Kombi trepaba
y entre curva y curva coleaba, me sentía un piloto de turismo carretera
haciendo piruetas, curva uno ok, curva dos ok, curva tres hay hay hay, casi
nos quedamos, y con el último impulso que le quedaba pudimos subir a
lo que era el estacionamiento del lugar al que íbamos. Todas las personas
que estaban en los alrededores se nos quedaron mirando, el ruido que
hicimos fue estruendoso, una llegada con bombos y platillos entre las
aceleradas y las coleadas de Pimienta. Valió la pena cada maniobra porque
el departamento era hermoso, la altura le daba una vista privilegiada,
podíamos ver el Cristo Redentor desde la habitación y el Pão de Azúcar
desde el living del departamento, soñado.
Pasamos una hermosa estadía en el barrio de Santa Teresa, Río de
Janeiro tiene la maravillosa característica de haber nacido entre morros,
eso le da una perspectiva increíble y única a cada rincón de la ciudad. Y si
bien sentimos que nuestro paso por Río fue corto, quedamos enamorados
de una ciudad a la que seguramente algún día volvamos encantados.
Así como entrar a Río había sido un desafío, salir también lo era.
Nuestro miedo era equivocarnos el camino y terminar en una favela.
Además el barrio en el que estábamos, Santa Teresa, tenía varias alrededor.
Nos tomó como media hora llegar a la avenida por la cual teníamos que
salir de la ciudad. Pasamos por el barrio de LAPA en donde cruzamos
varios borrachos por ser fin de semana. Era sábado y las calles del centro
de Río estaban vacías, el problema comenzó cuando nos acercamos al
puente Niteroi, única salida hacia el norte de Río. El puente es larguísimo,
exactamente 13 kilómetros. Había bastante tráfico porque empezaban las
vacaciones de invierno en Brasil y muchos cruzaban el puente para irse a
las playas más tranquilas del norte del Estado de Río de Janeiro. Como
en nuestro caso, que íbamos rumbo a Buzios, una hermosa península a
130 kilómetros de distancia. El día se hizo largo y caluroso, con el tráfico
avanzando lento, salimos cerca de las 8 de la mañana y terminamos
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llegando a la tarde a Arraial do Cabo, unos 40 kilómetros antes de
Buzios. Vimos un atardecer espectacular en una playa de arena blanca y
aguas cristalinas, muchos dicen que las playas de Arraial do Cabo son las
mejores de Brasil, pero ojo que en invierno el agua está helada.
Decidimos pasar la noche en ese lugar y continuar al día siguiente.
Por la mañana emprendimos los 40 kilómetros que nos separaban de
Buzios. Antes de llegar le escribimos a Diego, un argentino que vivía con
su familia en Buzios, que nos había encargado uno de nuestros libros.
Era dueño de una posada así que fuimos a llevarle el libro, como era la
hora en que servían el café de la mañana nos invitaron a desayunar. Nos
contó un poco su historia, había venido hace un par de años huyendo de
Buenos Aires, buscando un cambio en el ritmo de vida y la cosa había
funcionado, ahora junto a su mujer administraban una posada familiar.
La charla terminó y nosotros nos fuimos a conocer una de las tantas
playas de Buzios, al rato nos suena el teléfono, era Diego y quería que
volvamos para “charlar de algo”, así que a la tardecita fuimos. Resulta que
nos quería ofrecer trabajo en la posada. Nosotros no habíamos pensado
ni remotamente en esa posibilidad, de hecho unos días antes habíamos
hablado con Lau que veníamos avanzando lento y era hora de meterle
un poco de ritmo al viaje. Sin embargo las cosas nunca suelen suceder
como las planeamos, así que nos terminamos quedando casi dos meses
en Buzios.
No voy a contar en detalle todo lo que vivimos en ese tiempo pero
me gustaría destacar algunas anécdotas de nuestra estadía en esa hermosa
península de Río de Janeiro.
En la posada estuvimos trabajando mayormente en la recepción,
aunque también cuidábamos las plantas del jardín, limpiábamos la
pileta y hasta servimos el desayuno alguna vez. Por otro lado nosotros
cocinábamos y atendíamos la barra de tragos que estaba a orillas de la
pileta de la posada. Tanto la cocina como la barra corría por nuestra
cuenta, nos encargábamos de comprar los insumos necesarios para armar
una pequeña carta para ofrecerle a los huéspedes de la posada. Toda la
ganancia generada de la cocina y la barra quedaba para nosotros. Fueron
unas semanas muy lindas, nos relacionamos con muchas personas de
diferentes países: Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. De día atendíamos
47
la recepción y por la noche nos abocábamos a la cocina y la barra ¿platos
predilectos? Pizza, ñoquis, acompañados de cerveza, caipirinha (clásica
bebida Brasilera) o algún licuado de frutas. Por cierto que maravillosa la
fruta que encontramos en Brasil: ananá, coco, papaya, bananas de mil
variedades diferentes, mangos...una delicia.
Por esos días hicimos varios amigos, conocimos a Renzo y Ceci que
también venían viajando en Kombi desde Argentina, con ellos compartimos
anécdotas de viaje y unos mates en la playa. También conocimos a Janise
y Andrés, sabían que andábamos por Buzios y nos invitaron a su casa.
Ellos son argentinos y habían llegado a Brasil en bicicleta, más de 3.500
kilómetros de pedaleo. Tuvieron que frenar por algunos problemas de
salud y se terminaron quedando en Buzios, que dicho sea de paso está
repleto de argentinos, en las calles se habla más español que portugués.
Una tarde estábamos yendo a la casa de Janise, habíamos pasado todo
el día en la playa porque era nuestra “folga”, así le dicen al día libre en
Brasil, y nos sonó el teléfono, era el dueño de la posada y nos dice “chicos
se llevaron la Kombi de la puerta de la posada” y seguido de eso se cortó
la comunicación. Nos pusimos blancos, nos pasaron un millón de cosas
por la cabeza. Sentarse, respirar, pararse, sentarse, respirar, pensar un
poco más, no nos podíamos volver a comunicar, la llamada se cortaba,
wooowww. Entonces encaramos la vuelta a la posada, estábamos a unos
tres kilómetros, así que el regreso se nos hizo eterno. Llegamos y nos
enteramos que se habían llevado la Kombi porque “supuestamente” estaba
mal estacionada. La verdad es que estábamos estacionados en una de las
entradas de auto de la posada, pero estábamos autorizados porque era
ahí donde trabajábamos. Fuimos a buscar la Kombi y el lugar ya estaba
cerrado, pero pudimos hablar con un guardia de seguridad y efectivamente
vimos que la Kombi estaba ahí dentro, que desesperación verla y no poder
llevarla, porque no se trata sólo de un vehículo, es nuestro hogar. Tuvimos
que esperar al día siguiente para ir a buscarla y tras pagar la suma de 410
reales que son unos 140 dólares, nos devolvieron la Kombi ¡qué momento!
Estuvimos un par de días tristes porque el dinero que veníamos
juntando en la posada se nos fue en el pago de la grúa. Sin embargo por
esos días tuvimos la feliz noticia de que los papás de Lau nos venían a
visitar dentro de un mes. No era la primera vez que compartíamos viaje
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con ellos, en el viaje en bicicleta nos visitaron en la provincia de la
Rioja en Argentina.
Las semanas siguieron pasando, fuimos consolidando una pequeña
rutina, por la mañana íbamos a disfrutar de la playa y después a hacer
las compras al supermercado para la cocina y la barra de la posada. Al
mediodía almorzábamos algo livianito a orillas de la piscina y por la
tarde nos tocaba atender la recepción. Ya a eso de las siete de la tarde
comenzaban los primeros pedidos de comida, así que Lau se quedaba en
la recepción y yo me ponía manos a la obra con la cocina hasta las once de
la noche, horario en el que todo se iba tranquilizando mientras nosotros
nos dedicábamos a dejar la cocina ordenada para el día siguiente. Para
terminar la jornada nos solíamos tomar una merecida cerveza con algo
rico para cenar, a orillas de la piscina que a esa altura de la noche quedaba
sola para nosotros.
El día anterior a la llegada de los papás de Lau fue nuestro último día
de trabajo en la posada. Fue una linda y agotadora experiencia, no por
el trabajo en sí mismo si no que cuando uno se acostumbra a estar en
movimiento, al cambio, a los nuevos lugares, a las nuevas personas, cuesta
entrar en una rutina y quedarse quieto, vivir viajando se transforma en
una adicción.
Para nuestra estadía en Buzios con los papás de Lau alquilamos un
departamento muy lindo a unas cuadras de la playa. Como cada vez que
nos viene a visitar algún amigo o familiar, entramos en unas pequeñas
vacaciones, unas pequeñas vacaciones de nuestro viaje.

Pasamos una hermosa estadía con los papás de Lau, fuimos todos los
días a la playa, nos pusimos al día con las novedades de Buenos Aires,
jugamos al tejo, a la paleta, salimos a comer pizza, tomamos caipiriñas
y vino que trajeron de Argentina ¡como se extrañaba! El vino en Brasil
no es muy bueno y si es bueno no está al alcance de nuestro presupuesto
viajero. Así que cuando nos vienen a visitar nos damos esos gustitos que
compartidos con un ser querido tienen un sabor especial.
Durante los días con los papás de Lau conocimos a Diego, Juli y su
hijo Yago de seis meses. Ellos habían salido hace tres meses de Mar del
49
Plata en una furgoneta Mercedes Benz y estaban en Buzios hace un par de
días parando en una plaza con otro viajeros entre los que estaban Renzo
y Ceci, los chicos en Kombi que habíamos conocido unas semanas atrás.
Como estábamos en el departamento los invitamos a tomar unos mates,
bañarse y usar el lavarropas, algo muy valioso para un viajero cando se
está en la ruta.
El día anterior a que se vayan los papás de Lau, estábamos en la playa y se
nos acercaron dos chicos en bicicleta que nos dicen “¿Ustedes son lo chicos
de Sueños de Ruta que viajaban en bicicleta y ahora viajan en Kombi?”.
Ellos eran Facu y Pau, viajando también en una furgoneta Mercedes
Benz, nos habían conocido a través de Internet y ahora de casualidad
nos encontrábamos en una playa de Buzios. Tuvimos una hermosa charla
mientras atardecía, nos contaron que estaban parando en una plaza junto
con otros viajeros entre los que estaban Renzo y Ceci, Diego, Juli y su hijo
Yago y otra familia más que no conocíamos personalmente pero de la que
nos habían hablado.
Fue importante compartir con otros viajeros durante nuestra estadía
con los papás de Lau, porque pudieron ver que no somos los únicos locos
viajando por el mundo, hay muchos soñadores dando vueltas, incluso
familias enteras con hijos que eligen vivir viajando. Los viajeros somos
una gran comunidad, estamos comunicados a través de Internet, muchas
veces nos encontramos, compartimos algunos kilómetros, nos separamos,
nos volvemos a encontrar, intercambiamos información, intercambiamos
historias, es hermoso vivir viajando.
Los papás de Lau se fueron una madrugada entre sonrisas y lágrimas,
recibir visitas durante el viaje nos llena de energía pero las despedidas
siempre cuestan. Todo parecía que era momento de dejar Buzios, ya
estábamos hace un mes y medio y no teníamos nada que nos retuviera.
Entonces fue cuando pasamos a saludar a los viajeros que estaban parando
en la plaza, llegamos y nos enamoramos de esa cuasi comunidad callejera
que se había formado. En fin, nos terminamos quedando una semana
más. Eramos tres Kombis, dos Mercedes Benz y una noche se sumaron
Janise y su novio con las bicis, así que hicimos una cena multitudinaria
en una de las veredas de Buzios, una postal subrealistamente hippie y
hermosa. La gente pasaba caminando y podía ver una mesa de más de 15
50
personas cenando en la vía pública como si estuvieran en el living de
su casa.
Parecía que nunca iba a pasar, pero un día nos fuimos de Buzios. Por
primera vez en muchos meces nos íbamos a alejar de litoral, del mar y
la playa. La nueva ruta de viaje era hacia el oeste, rumbo a Bolivia. Nos
separaban más de dos mil kilómetros hasta la frontera, así que un nuevo
viaje estaba por comenzar.

Samba, carnaval, playa y caipirinha definen a Río en nuestro
inconsciente colectivo, sin embargo también tiene kilómetros y kilómetros
de campiñas, caminos montañosos, pequeños pueblos de gente muy
amable. Al alejarnos del litoral fue eso lo que empezamos a vivir. Un
paisaje que no estaba en nuestros planes, un paisaje lleno de perspectivas,
subidas y bajadas, tranquilidad, ríos, cascadas, rutas hermosas y solitarias.
La Kombi seguía teniendo sus mañas, calentaba y dejaba de funcionar,
había que frenar un buen rato. Como el clima se empezó a poner cada
vez más caluroso, empezamos a salir a la ruta bien temprano o bien a
la noche. Así fue como poco a poco fuimos saliendo del estado de Río
de Janeiro, donde vivimos momentos maravillosos, donde empezamos a
incorporar el portugués, relacionarnos en profundidad con las personas y
entender poco a poco el ritmo de este viaje.

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mINAS GERAIS

52
A medida que nos alejábamos del mar y nos metíamos en el interior
de Brasil el calor se intensificaba, nosotros empezamos a llevar un estilo
de vida parecido al de los camioneros, durante el día salíamos a la ruta
y por las noche buscábamos alguna estación de servicio para descansar y
darnos una buen baño. A causa de las altas temperaturas cambiamos el
hábito del mate, dejamos de tomarlo con agua caliente y empezamos a
usar el agua helada que te regalaban las estaciones de servicio para tomar
tereré (mates con agua fría). Nosotros pensábamos que el mate era una
costumbre argentina y uruguaya, pero a medida que fuimos viajando nos
dimos cuenta que está presente en otros países como: es sur de Chile,
Paraguay, Bolivia e incluso mucho lugares de Brasil.
Ya nos habían dicho que los mineros era muy amables y solidarios, fue
tan solo entrar al estado de Minas Gerais que lo comprobamos. La Kombi
no venía andando bien, le costaba trepar las montañas y por momentos
se paraba a mitad de las subidas. Así que había que respirar hondo, buscar
una sombra y esperar a que enfriara. Si hay algo que nos enseña esta
nueva forma de viajar que elegimos es a trabajar la paciencia. Fue así
como después de limpiar el tanque de gasolina, cambiar la bobina y seguir
sin encontrarle solución a las paradas obligadas de la Kombi, terminamos
en un taller mecánico de un pequeño pueblo de Minas Gerais. La cosa es
que llegamos con los justo, la Kombi no daba más, para colmo antes de
llegar al taller había una subida interminable, nosotros rezábamos para
que la Kombi no se detuviera. Casi con el último aliento la Kombi llegó,
nosotros adentro, cubiertos de tierra, transpirados y todos despeinados.
Contrario a lo que uno creería el mecánico estaba vestido de traje,
resulta que venía de una reunión política, se aproximaban las elecciones y
se estaba postulando para representar a su pueblo. Se cambió la vestimenta
y manos a la obra. Limpió el carburados, cambio algunas mangueras de
combustible, cambió el filtro de gasolina y le dió una miradita a la parte
eléctrica. Después de trabajar durante un par de horas nos dijo que no le
debíamos nada. Sólo una foto para el recuerdo y un sticker con el nombre
del taller mecánico que llevamos pegado con orgullo en el vidrio trasero
de la Kombi.

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Seguimos nuestro camino y en un pueblo llamado Camargos pasamos
un par de días en una estación de servicio abandonada que Aún tenía un
restaurante y un hotel funcionando. Ahí lo conocimos a Paulo, dueño
del hotel. Era Brasilero y había viajado por todo el mundo. Estuvo
en la Patagonia argentina viajando en Jeep, tenía mucha memoria y
estuvimos recordando lugares en los que habíamos pasado en nuestro
viaje de bicicleta. Charla va, charla viene nos enteramos que era vegano,
él se sorprendió cuando le dijimos que nosotros también. Nos invitó al
restaurante que, aunque no era vegano tenía un menú variado del que
pudimos comer: porotos, farofa, papas, ensaladas y una buena porción de
arroz. Paulo nos recomendó visitar la represa de Camargos que estaba a un
par de kilómetros, así que hasta allá nos fuimos al día siguiente a disfrutar
de un lago de aguas cristalinas. Fuimos a la casa de unos amigos de Paulo
que tenían un complejo de cabañas a orillas del lago. Nos dejaron pasar
el día con la Kombi, se entusiasmaron con el viaje y hasta nos compraron
uno de nuestros libros.
Adentrándonos en Minas Gerais muchas personas empezaron a
recomendarnos que visitáramos un lugar llamado Capitolio, teníamos
que desviarnos un poco, tomar una ruta de tierra y cruzar con la Kombi
en una balsa. Dudamos un poco, pero como casi siempre, terminamos
yendo. Ese día hacía un calor infernal, la Kombi venía bien por el camino
de tierra, masticando polvo pero avanzando. Llegó el momento de cruzar
la balsa, subimos entusiasmados junto con unos hombres que estaban en
auto y nos daban charla. A esta altura del viaje ya podíamos mantener
pequeñas conversaciones en portugués. La salida era marcha atrás, por
un camino no tan angosto, hasta llegar a la ruta. Me habré puesto un
poco nervioso porque la Kombi se me fue para un costado y me caí en
un barranco, casi se da vuelta, quedo meciéndose. Yo me quería morir,
ahora como la vamos a sacar de ahí pensaba, estaba enterradísima. No se
de donde pero aparecieron un montón de personas con ganas de ayudar.
Eran gente de campo y en pocos minutos sacar la Kombi se convirtió en su
desafío personal. Primero le ataron unas sogas y tiraron con un camioneta,
mientras otros sostenían la Kombi de costado para que no se diera vuelta.
No fue suficiente, la Kombi se movió un poco pero la soga se terminó

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cortando. Estaban por atarle una cadena, pero aparecieron más personas
así que decidieron empujar entre todos, yo estaba al volante y Lau sacaba
fotos. Eran como 10 personas empujando de frente y de costado para
que no volcara. Después de hamacarla unas tres veces terminó saliendo,
hubo aplausos y un abrazo entre Lau y yo ¡Gracias Minas Gerais por tanta
hospitalidad!

Cuando se fundió el motor de la Kombi, casi al principio del viaje,
emprendimos un proyecto que era traducir el libro de nuestro viaje en
bicicleta al portugués. Tardamos bastante y no lo traducimos por completo,
pero con la ayuda de algunas personas terminamos sacando y vendiendo
una pequeña edición de nuestro libro en portugués. Fue en Minas Gerais
que vendimos casi todos. Fue una edición artesanal, hecha a mano por
nosotros mismos. Fue linda la experiencia y nos gustaría traducir el libro
por completo algún día.

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norte de SÃO PAULO
Y MATO GROSSO DO SUL

56
Volvimos a entrar en el Estado de São Paulo, pero esta vez lejos de sus
playas. El norte de São Paulo es un lugar de grandes extensiones de campo
y pueblos pequeños. Lejos está de ser la metrópoli que uno imagina de su
capital. Es un zona donde las personas no están acostumbradas a recibir
turistas y menos argentinos. Así que al entrar a los pueblos nos miraban
como si viniéramos de otro planeta, le sacaban fotos a la Kombi y nos
preguntaban como habíamos llegado hasta ahí. Una tarde entramos a un
pueblito llamado Floreal porque la Kombi estaba muy caliente y había que
frenar a que descanse. Paramos en la plaza abajo de un árbol. Poco a poco
empezaron a acercarse los curiosos que nos mataban a preguntas sobre el
viaje, como era vivir en Argentina, si había nieve, si hacía frío. También
les gustaba que habláramos en español, así que les enseñamos algunas
palabras. A eso de las cuatro de la tarde salieron los chicos de la escuela
y un grupo de 15 chicos vino a saludarnos. Se quedaron charlando un
buen rato, nos enseñaron a jugar al truco brasilero, que aunque también
se miente, es muy diferente al de argentina y se juega con cartas de poker.
Por esos días Lau andaba con dolor de oído, así que le ofrecieron
atenderse en el sanatorio del pueblo, que estaba enfrente de la plaza. Las
mismas personas del pueblo le sacaron el turno y a las cinco de la tarde ya
la estaban atendiendo. No se como será en todo Brasil, pero al menos en
los lugares que estuvimos la salud pública funciona muy bien.
De pueblo en pueblo fue como llegamos a una pequeña ciudad llamada
Olimpia. Paramos en una estación de servicio a juntar un poco de dinero.
Nos quedamos dos días estacionados y juntamos unos 100 dólares,
suficiente para seguir unos cuantos kilómetros. En esos días conocimos
mucha gente que nos compró libros y postales, muchos de ellos nos decían
que no podíamos dejar de ir al parque acuático que estaba entrando en la
ciudad, uno de los más grandes del mundo. Nos entusiasmó la idea, así
que entramos a la página web del parque y averiguamos cuanto costaban
las entradas. Los pases para dos personas valían lo mismo que habíamos
juntado durante esos dos días. Así que sin mucha esperanza le escribimos
un mail a la administración del parque. Mensaje que hasta el día de hoy
no tuvo respuesta. También nos habían dicho que todos los domingos
se realizaba un encuentro de autos antiguos en el centro de la ciudad,
así que decidimos entrar y ver si podíamos vender algunos libros. Nos

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dejaron participar gustosos y nos dieron un lugar excelente, sin embargo
hacía mucho calor y al encuentro no fue prácticamente nadie. Nosotros
vendimos muy poco, pero fue durante esa tarde que se nos acercó una
persona y nos volvió a recomendar que vallamos al parque acuático. Le
contamos nuestra situación y nos pidió que la esperáramos un rato, iba a
ver si podía hacer algo por nosotros. Así que después de un par de llamadas
nos consiguió dos entradas. Una vez más la magia del camino se hacía
presente. Fue una hermosa experiencia estar en el parque. Entramos todos
vestidos y comenzamos a recorrerlo , al rato nos dimos cuenta que así no
íbamos a poder a entrar a ningún juego, así que hicimos lo que hacían
todos. Dejamos toda nuestra ropa y nuestras pertenencias en un locker,
nos quedamos tan sólo con el traje de baño puesto y nos fuimos a disfrutar
de la infinidad de atracciones del parque: montaña rusa, toboganes de
todas las alturas, formas y colores, piletas con agua tan salada como la del
mar muerto donde uno uno flotaba sin ningún esfuerzo por la densidad
de la sal en el agua. También había unos paseos en gomones a través de
un río artificial que habían construido. Es impresionante la cantidad de
gente que trabajó y trabaja en ese parque que es casi una ciudad en si
misma. El día estaba terminando y nosotros nos seguíamos haciendo los
distraídos ante un tobogán de más de 80 metros de altura que bien había
sido nombrado como “Everest”. Era tan alto que se veía desde la ruta
antes de entrar en la ciudad. No podíamos irnos de Olimpia sin tirarnos
de ahí. Era el único juego que no tenía fila nunca, por el respeto que
imponía. Después de meditarlo durante 15 minutos, fuimos en silencio
en dirección a la interminable escalera que había que subir. Una vez arriba
yo fui el primero, ni miré para abajo, si miraba no me tiraba. La caída
fue en menos de cinco segundos, musicalizada por un grito ahogado y
el agua pegándome a los costados ¿velocidad de descenso? 60 kilómetros
por hora. Después me quedé mirando el salto de Lau que bajó como
una bala y salió del agua toda despeinada. Fue un hermoso y atípico día
de viaje que terminamos coronando con unas cervezas en el living de la
kombi. Olimpia podría ser uno de los tantos lugares por los que pasamos,
pero gracias a su parque y las personas que nos invitaron va a quedar en
nuestros corzones.
Seguimos atravesando el Estado de São Paulo, estábamos a punto de
salir hasta que el distribuidor de la Kombi dijo no va más. Estábamos en
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una autopista y unos 500 metros para atrás había quedado una estación
de servicio. Como estábamos subiendo, decidimos bajar con la Kombi
marcha atrás. Así que despacito y con cuidado nos fuimos acercando a
la estación de servicio. Estábamos por llegar y se para al lado nuestro
una grúa, nos dijo que podía llevarnos hasta la próxima gasolinera (era el
servicio que daba la empresa que administra la autopista), le contamos la
situación al chofer y se ofreció llevarnos hasta un mecánico de un pueblito
que estaba a unos ocho kilómetros.
Después de intentar arreglar el distribuidor viejo terminamos
comprando uno nuevo y un mecánico se entusiasmó con la causa e hizo
la instalación gratis. De paso cambió un par de cables que estaban en
pésimo estado. Salimos con la Kombi al 100%.
Finalmente dejamos el enorme estado de São Paulo y entramos en el
salvaje y remoto Mato Grosso do Sul.
Unos 700 kilómetros nos separaban de la frontera con Bolivia. Nos
habían dicho que Mato Grosso do Sul era un lugar desolado, con pequeños
pueblos cada 100 kilómetros y rutas algo deterioradas.
El calor se fue acentuando a medida que avanzábamos hacia el oeste así
que nos levantábamos a las cuatro de mañana, con el cielo aún estrellado
para avanzar algunos kilómetros antes de que el sol empezara a calentar
el pavimento. La Kombi es refrigerada a aire y no es muy amiga de las
altas temperaturas. Después de un par de días de madrugar llegamos
al Pantanal, el humedal más grande del mundo, un lugar lleno de vida
silvestre, con ríos y lagunas donde habitan las pirañas y los caimanes. Esos
animales imponen respeto, así que a pesar del calor al agua la mirábamos
desde lejos. Quedaban pocos kilómetros para la frontera y teníamos dos
opciones, seguir por la ruta de asfalto en la que veníamos o tomar una ruta
alternativa de 120 kilómetros de tierra que iba por dentro de un parque
nacional que prometía mucha aventura. Como casi siempre, elegimos
la opción aventurera. El camino era desolado así que le cedí el volante a
Lau que manejó por los siguientes 100 kilómetros. De esa manera nos
adentramos en el Pantanal, vimos infinidad de pájaros, caimanes de más
de tres metros, capivaras (el roedor más grande del mundo) y atravesamos
más de 100 puentes de madera. Fue en uno de esos puentes que tuvimos
la primera y única pinchadura de nuestro paso por Brasil.
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La felicidad es un estado interno, es tomar
plena conciencian de aquellas cosas buenas
que nos suceden, que están a nuestro
alrededor, que son parte de nuestro día a
día, sólo que a veces con el devenir de la vida
nos olvidamos de lo maravillosos que son
algunos aspectos de nuestra realidad. Por eso
tenemos que frenar, hacer una pausa, mirar
a nuestro alrededor, tomar conciencia de
todas esas cosas y dejar que nos rebalsen de
felicidad. Y por último agradecer, agradecer
todos los días para que todas esas cosas nos
sigan sucediendo.

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A pesar de los 40 grados que hacía en el ambiente la Kombi andaba
bien, respondió como nunca. Manejamos durante cinco horas al rayo
del sol hasta que finalmente dimos con el río Paraguay. No había ningún
puente para cruzarlo, nos empezamos a desesperar, ya habíamos avanzado
unos 80 kilómetros por un camino de tierra en pésimo estado y volver
para atrás no era una opción. Dimos con unas personas que nos señalaron
al otro lado del río. Había una pequeña balsa con la que evidentemente
íbamos a tener que cruzar la Kombi ¿valor del servicio? 20 dólares. Era casi
todo nuestro presupuesto para llegar a Bolivia, pero no había alternativa,
así que tuvimos que pagarlo. Cruzamos sin problemas, esta vez no nos
caímos en ningún barranco. Los últimos kilómetros se hicieron largos, en
total estuvimos más de 12 horas al volante con 40 grados de calor. Casi
terminando el camino de tierra, ya llegando a Corumba, ciudad fronteriza
con Bolivia, el cielo se llenó de nubes y empezó a llover. Nosotros nos
bajamos de la Kombi y empezamos a bailar y refrescarnos bajo el agua que
caía helada. Nuestro paso por Brasil había terminado, lo sabíamos, habían
sido seis meses de infinidad de aventuras por un país enorme y salvaje.
Un viaje que nos enseñó que el secreto de la vida es que no hay
secretos, no hay fórmula de la felicidad, no hay estructuras universales
que garanticen el bienestar de nuestro corazón. Un trabajo estable, una
casa con pileta, un auto, dos hijos y un perro. Muchas veces se nos escapa
la vida corriendo detrás de estructuras que nos dijeron que nos iban a dar
la felicidad, cuando llegamos a conseguirla nos damos cuenta de que esa
no era nuestra forma, y si aprendimos algo nos vamos a dar cuenta de que
nuestra fórmula de la felicidad, nuestro secreto de la vida, es encontrarle
nuestra propia medida, nuestra propia estructura, única e intransferible.
Mientras la lluvia seguía cayendo helada, nosotros seguíamos saltando y
bailando como dos niños que se habían encontrado, que habían cruzado
sus caminos en busca de un sueño simple e infinito: vivir viajando.

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TIEMPO SUGERIDO: 25 MINUTOS.

Elegí una de las dos actividades que están en los siguientes links de YouTube:
https://youtu.be/vi8nCWhfCHk
https://youtu.be/Ztxira8OZAs

Realizá la actividad apenas t e levantes, para empezar e l día rompiendo l a


rutina, haciendo algo que nunca haces, haciendo algo diferente, salí de la zona
de confort y experimentá esa extraña sensación, fijate que te pasa con todo
eso, ¿te da pereza? ¿te da vergüenza? ¿te encanta? ¿qué sensaciones te da
realizar esta actividad? Bajalo a papel.

TIEMPO SUGERIDO: 15 MINUTOS.

Sentate, ponete cómodo y reflexioná sobre eso que sentís que te va a costar
soltar, eso que forma parte de tu zona de confort que va a ser dificil dejarlo a un
lado. P ueden ser cosas m ateriales, personas, actividades... H acé una lista,
tomate un tiempo en cada item y sentilo, tratá de vivir ese momento en dónde
sientas su falta. ¿Que sensación te da?

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