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Alrededores de la literatura hispanoamericana

Octavio Paz

Todos tenemos una idea más o menos clara del tema de nuestra conversación. Cierto, es uno y
múltiple, sus orígenes son obscuros. Sus límites vagos, su naturaleza cambiante y
contradictoria, su fin imprevisible. No importa: todas estas circunstancias y propiedades
divergentes se refieren a un conjunto de obras literarias: poemas, cuentos, novelas, dramas,
ensayos escritos en castellano en las antiguas posesiones de España en América. Ese es nuestro
tema. Las dudas comienzan con el nombre: ¿literatura latinoamericana, iberoamericana,
hispanoamericana, indoamericana? Una ojeada a los diccionarios, lejos de disipar las
confusiones, las aumenta. Por ejemplo, los diccionarios españoles indican que el adjetivo
iberoamericano designa a los pueblos americanos que antes formaron parte de los reinos de
España y Portugal. La inmensa mayoría de los brasileños e hispanoamericanos no acepta esta
definición y prefiere la palabra latinoamericano. Además, Iberia es la antigua España y
también, un país asiático de la Antigüedad. ¿Por qué usar un vocablo ambiguo y que designa a
dos pueblos desaparecidos para nombrar una realidad unívoca y contemporánea?
Indoamericano ni siquiera aparece en los diccionarios españoles aunque sí figuran
indoeuropeo e indogermánico. En cambio, esos mismos diccionarios registran una fea palabra:
amerindio. A ningún maya o quechua le ha de gustar saber que es un amerindio. De todos
modos, indoamericano no sirve: se refiere a los pueblos indios de nuestro continente: su
literatura, generalmente hablada, es un capítulo de la historia de las civilizaciones americanas.

La palabra latinoamericano tampoco aparece en la mayoría de los diccionarios españoles. Las


razones de esta omisión son conocidas; no las repetiré y me limitaré a recordar que son más
bien de orden histórico y patriótico que lingüístico. Si latino quiere decir, en una de sus
acepciones. "natural de algunos de los pueblos de Europa en que se hablan lenguas derivadas
del latín", es claro que conviene perfectamente a las naciones americanas que también hablan
esos idiomas. La literatura latinoamericana es la literatura de América escrita en castellano,
portugués y francés, las tres lenguas latinas de nuestro continente. Casi por eliminación
aparece el verdadero nombre de nuestro tema: la literatura hispanoamericana es la de los
pueblos americanos que tienen como lengua el castellano. Es una definición histórica pero,
sobre todo, es una definición lingüística. No podía ser de otro modo: la realidad básica y
determinante de una literatura es la lengua. Es una realidad irreductible a otras realidades y
conceptos, sean estos históricos, étnicos, políticos o religiosos. La realidad literatura no
coincide nunca enteramente con las realidades nación, estado, raza, clase o pueblo. La
literatura medieval latina y la sánscrita del período clásico –para citar dos ejemplos muy
socorridos– fueron escritas en lenguas que habían dejado de ser vivas. No hay pueblos sin
literatura pero hay literatura sin pueblo. Este es, por lo demás, el destino de todas las
literaturas: ser obras vivas escritas en lenguas muertas. La inmortalidad de las literaturas es
abstracta y se llama biblioteca.

La pintura está hecha de líneas y colores que son formas: la literatura está compuesta de letras
y sonidos que son palabras. Si la literatura se define por la materia que la informa, el lenguaje,
la literatura hispanoamericana no es sino una rama del tronco español. Esta fue la idea
prevaleciente hasta fines del siglo XIX y nadie se escandalizaba al oírla repetida por los críticos
españoles. Es explicable, hasta la aparición de los "modernistas" no era fácil percibir rasgos
originales en la literatura hispanoamericana. Había, sí, desde la época romántica, una vaga
aspiración hacia lo que se llamaba la "independencia literaria" de España. Ingenua
transposición de los programas políticos liberales a la literatura, esta idea no produjo, a pesar
de su popularidad, nada que merezca recordarse. La literatura hispanoamericana nació un
poco más tarde, sin proclamas y como un lento desprendimiento de la española. Aparece
primero, tímidamente, en las obras de algunos románticos. Pienso, sobre todo, en el
memorable Martín Fierro de José Hernández. La ruptura la consuman los "modernistas". Pero
los poetas "modernistas" negaron al tradicionalismo y al casticismo españoles no tanto para
afirmar su originalidad americana como la universalidad de su poesía. Los españoles, por
primera vez en nuestra historia, oyeron lo que decían los hispanoamericanos. Oyeron y
contestaron: comenzó el diálogo de dos literaturas en el interior de la misma lengua.

¿Cuando empezamos a sentirnos distintos? Sor Juana Inés de la Cruz tenía conciencia de su ser
americano y más de una vez llamó a México su patria pero tampoco dudó de su filiación: su
obra y su persona pertenecían a España. Hacia esos años empieza a percibirse en la
sensibilidad criolla un difuso y confuso patriotismo, una todavía obscura aspiración a separarse
de España. En el siglo XVIII los jesuitas alentaron estos sentimientos y comenzaron a
formularlos en términos de historia y política. La expulsión de la Compañía no detuvo el
proceso aunque contribuyó a desviarlo: los criollos buscaron más y más en fuentes ajenas a su
propia tradición una filosofía política que ofreciese un fundamento a sus aspiraciones
separatistas. La encontraron en las ideas de la Revolución de Independencia de los Estados
Unidos y en las de la Revolución Francesa. Sólo que estas ideas, al separarlos de España,
también los separaron de sí mismos.

Cada uno de nuestros países pretende tener una historia literaria propia. Hay excelentes poetas
y novelistas colombianos, nicaragüenses y venezolanos pero no hay una literatura colombiana,
nicaragüense o venezolana. Todas esas supuestas literaturas nacionales son inteligibles
solamente como partes de la literatura hispanoamericana. Lugones es incomprensible sin el
nicaragüense Darío y López Velarde sin el argentino Lugones. La historia de la literatura
hispanoamericana no es la suma de las inconexas y fragmentarias historias literarias de cada
uno de nuestros países. Nuestra literatura está hecha de las relaciones –choques, influencias,
diálogos, polémicas. Monólogos entre unas cuantas personalidades y unas cuantas tendencias
literarias y estilos que han cristalizado en una obra. Esas obras han traspasado las fronteras
nacionales y las ideológicas. La unidad de la desunida Hispanoamérica está en su literatura.

¿Cómo distinguir a la literatura hispanoamericana de la española? La aparente paradoja de la


literatura hispanoamericana reside en que, escrita en castellano, sería manifiesta locura llamar
escritores castellanos a Neruda, Güiraldes, Rulfo. La paradoja es aparente porque si es verdad
que las literaturas están hechas de palabras, también lo es que los escritores cambian a las
palabras. Los escritores hispanoamericanos han cambiado al castellano y ese cambio es
precisamente la literatura hispanoamericana.

Por supuesto, no basta con hablar la lengua; la cultura no es una herencia sino una elección,
una fidelidad y una disciplina. Rigor y pasión. No, las palabras que usamos los escritores
hispanoamericanos salvo los localismos y las singularidades del estilo de cada uno no son
distintas a las que usan los españoles; lo distinto es el resultado: la literatura.
¿Hay un lenguaje literario hispanoamericano distinto al de los españoles? Lo dudo. Por encima
de las fronteras y del océano se comunican los estilos, las tendencias y las personalidades. Hay
familias de escritores pero esas familias no están unidas ni por la sangre ni por la geografía sino
por los gustos, las preferencias, las obsesiones.

Es indudable la existencia de la literatura hispanoamericana: las obras están allí, al alcance de


los ojos y de la mente. Muchas de esas obras son notables y algunas entre ellas son de verdad
únicas. También es indudable que esos poemas, novelas y cuentos sólo podían haber sido
escritos por hispanoamericanos y que en esos libros el castellano, sin cesar de ser lo que es, no
es ya el mismo que el de los escritores españoles. Agregaré que la literatura latinoamericana es
una recién llegada. Es la más joven de las literaturas occidentales. Pobreza, violencia, opción,
intolerancia, pueblos anárquicos, tiranos de todos los colores y el reino de la mentira, a la
derecha y a la izquierda. También imaginación, sensibilidad, finura, sensualidad, alegría, cierto
estoicismo ante la muerte y la vida. Las naciones americanas, cualesquiera que sean sus
lenguas, son el resultado de la expansión de Occidente. Todos hablamos lenguas
transplantadas.

Es imposible reducir la diversidad de las obras hispanoamericanas a unos cuantos rasgos


característicos. ¿No ocurre lo mismo con las otras literaturas? ¿Quién podría definir qué es la
literatura francesa, la inglesa, la italiana: Racine y Chateaubriand, Pope y Wordsworth, Petrarca
y Leopardi: cada uno vive en un mundo distinto aunque haya escrito en la misma lengua. ¿Por
qué empeñarse en definir el carácter de la literatura hispanoamericana? Las literaturas no
tienen carácter. Mejor dicho: la contradicción, la ambigüedad, la excepción y la
indeterminación son rasgos que aparecen en todas las literaturas. En el seno de cada literatura
hay un diálogo continuo hecho de oposiciones, separaciones, bifurcaciones. La literatura es un
tejido de aficiones y negaciones, dudas e interrogaciones. La literatura hispanoamericana no es
un mero conjunto de obras sino las relaciones entre esas obras. Cada una de ellas es una
respuesta, declarada o tácita, a otra obra escrita por un predecesor, un contemporáneo o un
imaginario descendiente. Nuestra crítica debería explorar estas relaciones contradictorias y
mostrarnos cómo esas afirmaciones y negaciones excluyentes son también, de alguna manera
complementarias. A veces sueño con una historia de la literatura hispanoamericana que nos
contase esa vasta y múltiple aventura, casi siempre clandestina, de unos cuantos espíritus en el
espacio móvil del lenguaje. La historia de nuestras letras nos consolaría un poco del desaliento
que nos produce nuestra historia real.

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