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El cofre volador

Érase una vez un comerciante tan rico, que habría princesa despertó asustada, pero él le dijo que era el
podido empedrar toda la calle con monedas de plata, y dios de los turcos, llegado por los aires; y esto la
aún casi un callejón por añadidura; pero se guardó de tranquilizó.
hacerlo, pues el hombre conocía mejores maneras de Sentáronse uno junto al otro, y el mozo se puso a
invertir su dinero, y cuando daba un ochavo era para contar historias sobre los ojos de la muchacha: eran
recibir un escudo. Fue un mercader muy listo... y luego como lagos oscuros y maravillosos, por los que los
murió. pensamientos nadaban cual ondinas; luego historias
Su hijo heredó todos sus caudales, y vivía sobre su frente, que comparó con una montaña nevada,
alegremente: todas las noches iba al baile de máscaras, llena de magníficos salones y cuadros; y luego le habló
hacía cometas con billetes de banco y arrojaba al agua de la cigüeña, que trae a los niños pequeños.
panecillos untados de mantequilla y lastrados con Sí, eran unas historias muy hermosas, realmente.
monedas de oro en vez de piedras. No es extraño, Luego pidió a la princesa si quería ser su esposa, y ella
pues, que pronto se terminase el dinero; al fin a le dio el sí sin vacilar.
nuestro mozo no le quedaron más de cuatro perras - Pero tendréis que volver el sábado -añadió-, pues he
gordas, y por todo vestido, unas zapatillas y una vieja invitado a mis padres a tomar el té. Estarán orgullosos
bata de noche. Sus amigos lo abandonaron; no podían de que me case con el dios de los turcos. Pero mira de
ya ir juntos por la calle; pero uno de ellos, que era un recordar historias bonitas, que a mis padres les gustan
bonachón, le envió un viejo cofre con este aviso: mucho. Mi madre las prefiere edificantes y elevadas, y
«¡Embala!». El consejo era bueno, desde luego, pero mi padre las quiere divertidas, pues le gusta reírse.
como nada tenía que embalar, se metió él en el baúl. - Bien, no traeré más regalo de boda que mis cuentos
Era un cofre curioso: echaba a volar en cuanto se le -respondió él, y se despidieron; pero antes la princesa
apretaba la cerradura. Y así lo hizo; en un santiamén, le regaló un sable adornado con monedas de oro. ¡Y
el muchacho se vio por los aires metido en el cofre, bien que le vinieron al mozo!
después de salir por la chimenea, y montóse hasta las Se marchó en volandas, se compró una nueva bata y se
nubes, vuela que te vuela. Cada vez que el fondo del fue al bosque, donde se puso a componer un cuento.
baúl crujía un poco, a nuestro hombre le entraba Debía estar listo para el sábado, y la cosa no es tan
pánico; si se desprendiesen las tablas, ¡vaya salto! fácil.
¡Dios nos ampare! Y cuando lo tuvo terminado, era ya sábado.
De este modo llegó a tierra de turcos. Escondiendo el El Rey, la Reina y toda la Corte lo aguardaban para
cofre en el bosque, entre hojarasca seca, se encaminó a tomar el té en compañía de la princesa. Lo recibieron
la ciudad; no llamó la atención de nadie, pues todos los con gran cortesía.
turcos vestían también bata y pantuflos. Encontróse - ¿Vais a contarnos un cuento -preguntóle la Reina-,
con un ama que llevaba un niño: uno que tenga profundo sentido y sea instructivo?
- Oye, nodriza -le preguntó-, ¿qué es aquel castillo tan - Pero que al mismo tiempo nos haga reír -añadió el
grande, junto a la ciudad, con ventanas tan altas? Rey.-
- Allí vive la hija del Rey -respondió la mujer-. Se le - De acuerdo -respondía el mozo, y comenzó su relato.
ha profetizado que quien se enamore de ella la hará Y ahora, atención.
desgraciada; por eso no se deja que nadie se le «Érase una vez un haz de fósforos que estaban en
acerque, si no es en presencia del Rey y de la Reina, - extremo orgullosos de su alta estirpe; su árbol
Gracias -dijo el hijo del mercader, y volvió a su genealógico, es decir, el gran pino, del que todos eran
bosque. Se metió en el cofre y levantó el vuelo; llegó una astillita, había sido un añoso y corpulento árbol del
al tejado del castillo y se introdujo por la ventana en bosque. Los fósforos se encontraban ahora entre un
las habitaciones de la princesa. viejo eslabón y un puchero de hierro no menos viejo,
Estaba ella durmiendo en un sofá; era tan hermosa, que al que hablaban de los tiempos de su infancia. -¡Sí,
el mozo no pudo reprimirse y le dio un beso. La cuando nos hallábamos en la rama verde -decían-

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estábamos realmente en una rama verde! Cada Diríase que habla un ama de casa; hay un no sé que de
amanecer y cada atardecer teníamos té diamantino: era limpio y refinado en sus palabras.
el rocío; durante todo el día nos daba el sol, cuando no » -Exactamente lo que yo pensaba -asintió el balde,
estaba nublado, y los pajarillos nos contaban historias. dando un saltito de contento que hizo resonar el suelo.
Nos dábamos cuenta de que éramos ricos, pues los » La olla siguió contando, y el fin resultó tan agradable
árboles de fronda sólo van vestidos en verano; en como había sido el principio.
cambio, nuestra familia lucía su verde ropaje, lo » Todos los platos castañetearon de regocijo, y la
mismo en verano que en invierno. Mas he aquí que se escoba sacó del bote unas hojas de perejil, y con ellas
presentó el leñador, la gran revolución, y nuestra coronó a la olla, a sabiendas de que los demás
familia se dispersó. El tronco fue destinado a palo rabiarían. "Si hoy le pongo yo una corona, mañana me
mayor de un barco de alto bordo, capaz de pondrá ella otra a mí," pensó.
circunnavegar el mundo si se le antojaba; las demás » - ¡Voy a bailar! -exclamó la tenaza, y, ¡dicho y
ramas pasaron a otros lugares, y a nosotros nos ha sido hecho! ¡Dios nos ampare, y cómo levantaba la pierna!
asignada la misión de suministrar luz a la baja plebe; La vieja funda de la silla del rincón estalló al verlo-.
por eso, a pesar de ser gente distinguida, hemos venido ¿Me vais a coronar también a mí? -pregunto la tenaza;
a parar a la cocina. y así se hizo.
» - Mi destino ha sido muy distinto -dijo el puchero a » - ¡Vaya gentuza! -pensaban los fósforos.
cuyo lado yacían los fósforos-. Desde el instante en » Tocábale entonces el turno de cantar a la tetera, pero
que vine al mundo, todo ha sido estregarme, ponerme se excusó alegando que estaba resfriada; sólo podía
al fuego y sacarme de él; yo estoy por lo práctico, y, cantar cuando se hallaba al fuego; pero todo aquello
modestia aparte, soy el número uno en la casa, Mi eran remilgos; no quería hacerlo más que en la mesa,
único placer consiste, terminado el servicio de mesa, con las señorías.
en estarme en mi sitio, limpio y bruñido, conversando » Había en la ventana una vieja pluma, con la que solía
sesudamente con mis compañeros; pero si exceptúo el escribir la sirvienta. Nada de notable podía observarse
balde, que de vez en cuando baja al patio, puede en ella, aparte que la sumergían demasiado en el
decirse que vivimos completamente retirados. Nuestro tintero, pero ella se sentía orgullosa del hecho.
único mensajero es el cesto de la compra, pero ¡se » - Si la tetera se niega a cantar, que no cante -dijo-.
exalta tanto cuando habla del gobierno y del pueblo!; Ahí fuera hay un ruiseñor enjaulado que sabe hacerlo.
hace unos días un viejo puchero de tierra se asustó No es que haya estudiado en el Conservatorio, mas por
tanto con lo que dijo, que se cayó al suelo y se rompió esta noche seremos indulgentes.
en mil pedazos. Yo os digo que este cesto es un » - Me parece muy poco conveniente -objetó la
revolucionario; y si no, al tiempo. cafetera, que era una cantora de cocina y hermanastra
» - ¡Hablas demasiado! -intervino el eslabón, de la tetera - tener que escuchar a un pájaro forastero.
golpeando el pedernal, que soltó una chispa-. ¿No ¿Es esto patriotismo? Que juzgue el cesto de la
podríamos echar una cana al aire, esta noche? compra.
» - Sí, hablemos -dijeron los fósforos-, y veamos quién » - Francamente, me habéis desilusionado -dijo el
es el más noble de todos nosotros. cesto-. ¡Vaya manera estúpida de pasar una velada! En
» - No, no me gusta hablar de mi persona -objetó la lugar de ir cada cuál por su lado, ¿no sería mucho
olla de barro-. Organicemos una velada. Yo empezaré mejor hacer las cosas con orden? Cada uno ocuparía su
contando la historia de mi vida, y luego los demás sitio, y yo dirigiría el juego. ¡Otra cosa seria!
harán lo mismo; así no se embrolla uno y resulta más » - ¡Sí, vamos a armar un escándalo! -exclamaron
divertido. En las playas del Báltico, donde las hayas todos.
que cubren el suelo de Dinamarca... » En esto se abrió la puerta y entró la criada. Todos se
» - ¡Buen principio! -exclamaron los platos-. Sin duda, quedaron quietos, nadie se movió; pero ni un puchero
esta historia nos gustará. dudaba de sus habilidades y de su distinción. "Si
» - ...pasé mi juventud en el seno de una familia muy hubiésemos querido -pensaba cada uno-, ¡qué velada
reposada; se limpiaban los muebles, se restregaban los más deliciosa habríamos pasado!."
suelos, y cada quince días colgaban cortinas nuevas. » La sirvienta cogió los fósforos y encendió fuego.
» - ¡Qué bien se explica! -dijo la escoba de crin-. ¡Cómo chisporroteaban, y qué llamas echaban!

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» "Ahora todos tendrán que percatarse de que somos
***
los primeros -pensaban-. ¡Menudo brillo y menudo
resplandor el nuestro!." Y de este modo se
consumieron».
- ¡Qué cuento tan bonito! -dijo la Reina-. Me parece
encontrarme en la cocina, entre los fósforos. Sí, te
casarás con nuestra hija.
- Desde luego -asintió el Rey-. Será tuya el lunes por la
mañana -. Lo tuteaban ya, considerándolo como de la
familia.
Fijóse el día de la boda, y la víspera hubo grandes
iluminaciones en la ciudad, repartiéronse bollos de pan
y rosquillas, los golfillos callejeros se hincharon de
gritar «¡hurra!» y silbar con los dedos metidos en la
boca... ¡Una fiesta magnífica!
«Tendré que hacer algo», pensó el hijo del mercader, y
compró cohetes, petardos y qué sé yo cuántas cosas de
pirotecnia, las metió en el baúl y emprendió el vuelo.
¡Pim, pam, pum! ¡Vaya estrépito y vaya chisporroteo!
Los turcos, al verlo, pegaban unos saltos tales que las
babuchas les llegaban a las orejas; nunca habían
contemplado una traca como aquella, Ahora sí que
estaban convencidos de que era el propio dios de los
turcos el que iba a casarse con la hija del Rey.
No bien llegó nuestro mozo al bosque con su baúl, se
dijo: «Me llegaré a la ciudad, a observar el efecto
causado».
Era una curiosidad muy natural.
¡Qué cosas contaba la gente! Cada una de las personas
a quienes preguntó había presenciado el espectáculo de
una manera distinta, pero todos coincidieron en
calificarlo de hermoso.
- Yo vi al propio dios de los turcos -afirmó uno-. Sus
ojos eran como rutilantes estrellas, y la barba parecía
agua espumeante.
- Volaba envuelto en un manto de fuego -dijo otro-.
Por los pliegues asomaban unos angelitos preciosos.
Sí, escuchó cosas muy agradables, y al día siguiente
era la boda.
Regresó al bosque para instalarse en su cofre; pero,
¿dónde estaba el cofre? El caso es que se había
incendiado. Una chispa de un cohete había prendido
fuego en el forro y reducido el baúl a cenizas. Y el hijo
del mercader ya no podía volar ni volver al palacio de
su prometida.
Ella se pasó todo el día en el tejado, aguardándolo; y
sigue aún esperando, mientras él recorre el mundo
contando cuentos, aunque ninguno tan regocijante
como el de los fósforos.

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