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TP 1era Parte, de La Defensa Al Aparato A Deseo
TP 1era Parte, de La Defensa Al Aparato A Deseo
Teoría Psicoanalítica
1° parcial de prácticos
2017
punteos
Abril Argogliosi
TP N° 1: pág . 1 – 6 (1893)
TP N° 2: pág. 7 – 12 (1894)
TP N° 3: pág. 12 – 22 (1895)
TP N° 4: pág. 22 – 27 (1895-1896)
TP N° 5 y 6: pág. 27 – 35 (1900 ~ 1913 ~ 1916-1917)
TP N° 7 y 8: pág. 35 – 45 (1900)
Bibliografía
“Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos” (1893), AE, III, 29-40.
Comentarios introductorios
En este TP Nº1 trabajamos una conferencia dictada por Freud en 1893, donde se
dedica a comentar la primera parte o adelanto (publicado en una revista médica)
de un libro en común que se han propuesto redactar con Joseph Breuer para dar a
conocer sus descubrimientos en el campo de la histeria. El adelanto publicado lleva
el título de “Comunicación Preliminar”, y el libro, llamado “Estudios sobre la
histeria”, saldrá recién dos años después. Van a encontrar, entonces, que Freud se
presenta en esta conferencia diciendo que va a reseñar la “Comunicación
Preliminar”. Lo que se propone, en definitiva, es dar a conocer los principales
resultados y las conclusiones a las que han llegado en el trabajo con los pacientes
histéricos. Pero para eso, comienza exponiendo los antecedentes más relevantes en
este campo y de los cuales él y Breuer se consideran continuadores. La gran
novedad va a ser la presentación de un nuevo modo de entender los síntomas
histéricos, que se acompaña de un nuevo modo de intentar curarlos.
[Freud va a comenzar su trabajo postulando que los fundamentos más directos para la
génesis de síntomas histéricos han de buscarse en el ámbito de la vida psíquica, es decir,
ya no se busca fundar esos síntomas en una causa orgánica (como sostenía la psiquiatría
tradicional].
Freud va a comenzar su texto diciendo que todo lo nuevo que Freud y Breuer han
averiguado sobre la histeria se remonta a la incitación de Charcot, quien, a partir de sus
trabajos (primer mitad de 1880) respecto de la gran neurosis -histeria-, pudo demostrar allí
“una regularidad y una ley donde la observación clínica deficiente (...) sólo había visto
simulación”.
En este sentido, el aporte que más va a estimar Freud es aquel trabajo en el que Charcot
les habría enseñado a él y a Breuer a comprender las parálisis traumáticas que aparecen
en la histeria (y es de este trabajo, en última instancia, que se presenta el suyo como una
continuación).
Es así que para intentar elucidar este aporte de Charcot, Freud va ejemplificar suponiendo
a un individuo que es sorprendido por un trauma, el cual debe cumplir ciertas
condiciones: 1) debe ser grave (de forma que a él se conecte la representación de un
peligro mortal), pero 2) no ha de serlo en el sentido de que produzca el cese de la
actividad psíquica. Además, 3) debe tener una relación particular con una parte del
cuerpo. Pensemos por ejemplo en el caso de una parálisis traumática espontánea como
la que propone Freud en su texto: un madero que cae sobre la espalda de un obrero,
frente a lo cual éste se convence de que no es nada pero pasado un tiempo despierta una
mañana con el brazo que había recibido tiempo atrás el trauma dormido, paralizado.
Freud en este punto va a establecer una analogía entre los dos casos (entre la parálisis
traumática espontánea y la sugestión -parálisis- traumática -artificialmente creada-, cuyo
efecto último de ambos es el mismo en ambos: la parálisis), y a decir que si el trauma de
un caso puede ser sustituido, en otro, por la sugestión verbal, ello lo conduce a suponer
que también en la parálisis traumática espontánea una representación semejante fue
responsable de su génesis. Pero todavía falta para completar la analogía para Freud, aún,
una tercer cosa: que para que una representación (<<el brazo está paralizado>>) pudiera
provocar realmente una parálisis en el enfermo sería necesario que éste esté en un
estado de hipnosis, por lo que se puede suponer que durante el trauma era el suyo -del
obrero- un particular estado mental, afecto que Charcot se inclina a equiparar al estado
hipnótico artificialmente provocado.
De esta forma, entonces, la parálisis traumática espontánea queda explicada, así como
queda establecida su analogía entre la parálisis traumática espontánea y la parálisis
producida por sugestión, sobre la base de que la génesis del síntoma está determinada
de manera unívoca por las circunstancias del trauma.
anteriormente, así como en su repetición del antedicho experimento para explicar las
contracturas y dolores que aparecen en una histeria traumática, lo que en opinión de
Freud le permitió penetrar hondo en la inteligencia de la histeria. Pero sin embargo para el
autor el análisis de Charcot termina en esto, quedando sin elucidación el cómo se
generan otros síntomas y cómo se producen los síntomas histéricos en la histeria común
(no traumática).
Freud va a decir que Breuer prestaba asistencia médica a una joven dama que por una
etiología no traumática había contraído una histeria grave y complicada (con parálisis,
contracturas, etcétera), y que su caso tiene una gran significación para el historial de la
histeria debido a que fue el primer caso en el que el médico consiguió iluminar todos los
síntomas del estado histérico, averiguar el origen de cada uno de ellos y al mismo tiempo
hallar el camino para que ese síntoma tornara a desaparecer.
4- ¿Cuál es la “primera tesis” que presenta el texto? ¿Por qué propone una validez
universal para el esquema planteado por Charcot?
A partir de su trabajo en conjunto con Breuer sobre casos de neurosis común -no
traumática, en los cuales procedían averiguando para cada síntoma las circunstancias
bajo las cuales había aparecido por primera vez, procurando aclarar su ocasionamiento
(muchas veces siendo preciso poner a los enfermos en estado de hipnosis para poder
inquirirles por el origen de cierto síntoma, de forma que éstos puedan recuperar el
recuerdo que no poseen en el estado de vigilia), lo que descubren los autores es que tras
los fenómenos de la histeria se esconde una vivencia teñida de afecto, y que además ésta
vivencia es de tal índole que permite comprender el síntoma a ella referido; y que por
tanto, también este síntoma está únivocamente determinado.
Es esto lo que lees permite arribar a una primera tesis (sobre la base de equiparar esta
vivencia teñida de afecto a aquella gran vivencia traumática que está en la base de la
histeria traumática) respecto de que existe una total analogía entre la parálisis traumática
y la histeria común, no traumática.
De forma que en este punto Freud va a decir que el esquema de la histeria traumática
(formulado para las parálisis histéricas) propuesta por Charcot vale universalmente para
todos los fenómenos histéricos o al menos para la mayoría de ellos, pues siempre se trata
del efecto de unos traumas psíquicos que comandan de manera unívoca la naturaleza de
los síntomas así generados.
En uno de los ejemplos que utiliza Freud el síntoma de la paciente aparece como un
particular chasquido de la lengua que hacía cuando hablaba, síntoma o ruido que -Freud
pudo reconducir- se habría manifestado las primeras veces en por lo menos dos escenas
en las cuales la mujer había concebido el designio de guardar estricto silencio (de forma
que el miedo al hecho se volcó en la acción, dice Freud, algo que llamará voluntad
contraria histérica).
5- ¿Por qué señala el autor que en la determinación del síntoma por un trauma
psíquico puede intervenir una “referencia simbólica”? Mencione uno de los
ejemplos presentados.
Lo que Freud dice en este punto es que no en todos los casos resulta fácil colegir la
determinación del síntoma por el trauma psíquico, que a menudo ella [la determinación
del síntoma por el trauma psíquico] sólo consiste en una referencia simbólica entre el
ocasionamiento y el síntoma histérico; es decir que existiría para Freud un propósito de
expresar el estado psíquico mediante uno corporal, “para lo cual el uso lingüístico ofrece
los puentes” (propiciando una conversión, aunque es más adelante en este texto que la
nombra).
Lo que Freud va a decir en este punto es que cuando se pregunta acerca de la naturaleza
del nexo causal entre aquella ocasión que se averigua en la hipnosis -en la paciente, por
ejemplo, aquel afecto de terror ante la idea de despertar a su hija enferma- y el fenómeno
que permanece luego como síntoma histérico duradero -el chasquido de la lengua-, da
cuenta de que en la histeria este nexo causal es de un tipo particular; una causación
directa, que ilustrará poniendo como ejemplo la imagen del cuerpo extraño, un cuerpo que
opera como causa patológica hasta que es removido (“cessante causa cessat effectus”
dirá Breuer).
Para Freud, entonces, entre el trauma psíquico y el fenómeno histérico existe un nexo de
5
este último tipo. Dirá que Breuer mismo con su paciente hizo esta experiencia respecto de
que el intento mismo de averiguar el ocasionamiento de un síntoma es, al mismo tiempo,
una maniobra terapéutica, en el sentido de que cuando se consigue llevar al enfermo
hasta un recuerdo bien vívido (a partir de remontarnos mediante la hipnosis a la
oportunidad en que cierto síntoma apareció por primera vez, que luego de comunicado al
paciente, producirá el acudimiento en él de una serie de recuerdos referidos), junto a el
sobreviene su realidad efectiva originaria, y si se constriñe al paciente a expresar en
palabras el afecto suscitado se verá -dirá Freud- que a la par que él produce un afecto
violento, vuelve a manifestarse el síntoma de forma muy acusada (podríamos pensar en
nuestro ejemplo del chasquido de la lengua) y luego desaparece como síntoma
permanente.
Es a partir de esto que se averigua que el recuerdo de aquel suceso era muchísimo más
vivo que el de otros así como lo era el afecto a él conectado (“como acaso lo fue al
producirse la vivencia real y efectiva”, es decir, conserva su pleno afecto; p. 36-37), de
forma que resulta factible suponer que ese trauma psíquico -que sigue produciendo
efectos en le individuo- da sustento al fenómeno histérico, y llega a su término tan pronto
como el paciente se ha declarado sobre él.
En este punto Freud se pregunta, a partir de las elucidaciones antes mencionadas, qué es
lo que hace que un suceso ocurrido hace tanto tiempo siga exteriorizando de manera
continua “su imperio sobre el individuo” (p. 37), por qué tales recuerdos no sucumben al
olvido.
Para responder a este problema (respecto de las condiciones bajo las cuales se desgasta
el contenido de nuestro representar), Freud va a partir de una tesis: va a decir que si un
ser humano experimenta una impresión psíquica, en su sistema nervioso se acrecienta
algo que llamará la suma de excitación.
Ahora bien, en todo individuo -dice- para la conservación de su salud (y en esto consiste
su principio de constancia, aunque no lo nombra aún en este texto) existe el afán de
volver a empequeñecer esa suma de excitación. El acrecentamiento de la suma de
excitación acontece por vías sensoriales, su empequeñecimiento por vías motrices, de
forma que puede decirse que si a alguien le sobreviene algo, reacciona a ello por vía
motriz (modelo del arco reflejo). Es de esta reacción que depende cuánto restará de la
impresión psíquica inicial, y esta reacción, a su vez, puede tomar distintas modalidades, y
mientras más intenso sea el trauma psíquico tanto más grande será la reacción
adecuada. Pero la reacción adecuada es siempre la acción, para Freud.
En este punto el autor, a partir de tomar una alusión de Andersson (respecto de que “el
primero que en vez de arrojar una flecha al enemigo le lanzó un insulto fue el fundador de
la civilización” p. 38) va a decir que la palabra es el sustituto de la acción, y en ciertas
circunstancias (confesión) el único sustituto (es decir que junto a la reacción adecuada
hay una menos adecuada). Y si la reacción a un trauma psíquico está totalmente
interceptada, detenida, el recuerdo de él conserva el afecto orginario, de forma que “toda
vez que el ser humano no puede aligerarse del aumento del estímulo mediante
<<abracción>> está dada la posibilidad de que el suceso en cuestión se convierta en un
6
El mecanismo psíquico sano tiene, según Freud, otros medios para tramitar el afecto de
un trauma psíquico -por más que le sean denegadas la reacción motriz y la reacción
medainte palabras-: el procesamiento asociativo, la tramitación por medio de
representaciones contrastantes... de forma que, ya sea que la persona sana tramite la
ofensa de una manera o de otra, siempre llega al resultado de que el afecto que en el
origen estaba intensamente adherido al recuerdo pierda al fin intensidad, y el recuerdo
mismo, ahora despojado de afecto, sucumba con el tiempo al olvido, al desgaste.
En este punto Freud dice que se hallan dos grupos de condiciones bajo las cuales ciertos
recuerdos devienen patógenos (estos dos grupos, dice el editor en una nota al pie, darían
origen a la principal divergencia entre las concepciones de Breuer y las de Freud, pues el
primer grupo entraña la idea de defensa, base de toda la obra posterior de Freud, quien
muy pronto habría de rechazar la hipótesis de los estados hipnoides de Breuer. p. 39
n18):
10- ¿Cómo presenta el autor el modo de operar de la terapia por ellos propuesta?
Freud va a decir que el modo en el que opera su terapia consiste en posibilitar que
alguien que ha experimentado un trauma psíquico -sin haber podido reaccionar
suficientemente frente a él- pueda vivenciarlo por segunda vez pero en la hipnosis, de
forma que se lo constriñe ahora a completar la reacción, produciendo una aligeramiento
del afecto de la representación -antes “estrangulado”-, y con ello la cancelación del efecto
de esa representación.
Ahora bien, vale aclarar en este punto que para el autor consumando la reacción no
tramitada no se cura la histeria sino síntomas singulares de ella.
[El texto termina con una nota al pie (n19) que dice que en este período Freud solía
emplear el término “neurosis “para designar la neurastenia y lo que luego denominaría
“neurosis de angustia”.]
Bibliografía
“Las neuropsicosis de defensa” (1894), AE, III, 47-59 y 61.
Comentarios introductorios
Fechado un año después que “Sobre el mecanismo psíquico…”, vamos a ver muy
rápidamente que en este trabajo se visualiza una modificación en la teoría que
Freud venía proponiendo para comprensión de la histeria. Esto es producto de la
acumulación de su experiencia clínica y el trabajo con otras presentaciones
neuróticas (representaciones obsesivas y fobias, algunas psicosis alucinatorias),
que lo llevaron a establecer una nueva hipótesis (un “ensayo explicativo”, dice el
texto) en el origen de todo este conjunto de padecimientos que denomina aquí
“neuropsicosis de defensa”.
Sin embargo, dice el autor que menos claro está la elucidación del origen de esa escisión
de la conciencia, así como tampoco del papel que ese carácter desempeña en el armado
o ensambladura de la neurosis histérica.]
En oposición al punto de vista de Janet -el cual, dice Freud, le parece expuesto a muchas
objeciones- se sitúa el sustentado por Breuer y él mismo. Según éstos “base y condición”
de la histeria es el advenimiento (en el sentido de suceso o acontecer) de unos estados
de conciencia “peculiarmente oníricos” (p. 48) con una aptitud (capacidad, cualidad)
limitada para la asociación, a los que propone denominar estados hipnoides; de forma que
la escisión de conciencia es para Breuer secundaria, adquirida, se produce en virtud de
que las representaciones que afloran en esos estados hipnoides están segregadas,
separadas del conjunto (o intercambio, “comercio”) asociativo con el restante contenido de
la conciencia.
Freud va a decir en este momento que puede hablarse de tres formas de histeria en que
la escisión de conciencia no puede interpretarse como primaria como sostenía Janet:
Para la primera de esas formas dice Freud que consiguió demostrar que la escisión
del contenido de conciencia es la consecuencia de un acto voluntario del enfermo,
y no de una endeblez o debilidad congénita (innata) de la aptitud para la síntesis
psíquica, como sostenía Janet. Habla en este punto de la histeria hipnoide antes
mencionada y presentada por Breuer; sin embargo es importante aclarar que esto
no quiere decir que el enfermo se proponga producir una escisión de su conciencia
(en este sentido es que un acto de voluntad no implica necesariamente
consciencia), sino que su propósito es otro pero él no alcanza su meta, generando
la escisión.
Ahora bien, como en este texto Freud está interesado en el anudamiento con las
fobias y representaciones obsesivas sólo va a considerar la segunda forma de la
histeria, la cual él designará como histeria de defensa o, provisionalmente, histeria
adquirida (separándola así de la histeria hipnoide y de la histeria de retención)
sobre la base de que en ellas no cabe hablar de una tara hereditaria grave ni de
una atrofia (falta de desarrollo de cualquier parte del cuerpo) degenerativa de orden
orgánica.
A este respecto Freud dirá que en la segunda forma de la histeria, de defensa, los
pacientes gozaron de salud psíquica hasta el momento en que sobrevino un caso de
inconciabilidad en su vida de representaciones; es decir, hasta que su yo estuvo expuesto
a una vivencia, una representación, una sensación que despertó un afecto lo
suficientemente penoso como para que la persona decidiera olvidarla (“no confiando en
poder solucionar con su yo, mediante un trabajo de pensamiento, la contradicción que esa
representación inconciliable le oponía” p. 49).
Freud comienza diciendo que en las personas del sexo femenino tales representaciones
inconciliables nacen las más de las veces conectadas al vivenciar y el sentir sexuales, así
como las afectadas recuerdan sus empeños defensivos con propósito de sofocar el
asunto, pero que aún elucidado este empeño voluntario por esforzar a apartarse de los
propios pensamientos algo de este tipo, no puede asegurar que constituya un acto
patológico así como tampoco puede dar cuenta de si ese olvido deliberado se logra (o de
qué manera se logra en aquellas personas que permanecen sanas ante las mismas
influencias psíquicas); sino que sólo puede decir que en sus pacientes ese olvido no se
logró, sino que llevó a diversas reacciones patológicas que provocaron una histeria, o una
representación obsesiva, o una psicosis alucinatoria.
Es decir que para Freud en la aptitud para provocar mediante aquel empeño voluntario
uno de estos estados -todos los cuales se conectan con una escisión de conciencia-
puede “verse”, en el sentido de que se manifiesta, una predisposición patológica, que,
empero, no es para el autor necesariamente idéntica a una degeneración personal o
hereditaria.
De forma que el camino que puede hacerse desde el empeño voluntario del paciente a la
génesis del síntoma neurótico le permite a Freud hacerse de la opinón de que en estas
tres manifestaciones neuróticas -la histeria, fobias y representaciones obsesivas- la tarea
que el yo defensor se impone (tratar como no acontecida la representación inconciliable)
es insoluble para él -en el sentido de que no puede resolverse-, pues una vez que la
huella mnémica y el afecto adherido a la representación están ahí ya no se los puede
extirpar. Es por esto que para Freud va a equivaler a una solución aproximada convertir
esa representación intensa en una débil, arrancarle el afecto de forma que la
representación débil deje de plantear exigencias al trabajo asociativo.
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Ahora bien, la suma de excitación divorciada de ella tiene que ser aplicada a otro empleo.
Y es hasta este punto en el que convergen los procesos en la histeria y en las fobias y
representaciones obsesivas, a partir de aquí dirá Freud que se separan. En la histeria, por
ejemplo, el modo de volver inocua la representación inconciliable es trasponer a lo
corporal esa suma de excitación (proceso que Freud llamará conversión -al cuerpo-.
La conversión corporal puede ser para Freud total o parcial, y sobrevendrá en aquella
inervación motriz o sensorial que mantenga un nexo -íntimo o laxo- con la vivencia
traumática. Esto no es, de todas formas, sin costo: el yo consigue quedar exento de
contradicción, pero a cambio, dice Freud, “ha echado sobre sí el lastre de un símbolo
mnémico” (p. 51), un parásito (“como una inervación motriz irresoluble o una sensación
alucinatoria que (...) retorna” p. 51) que permanecerá hasta que sobrevenga una
conversión en la dirección inversa.
Es importante aclarar que una vez formado en un momento traumático ese núcleo para
una escisión histérica, para Freud su engrosamiento se produce en otros momentos (que
llamará traumáticos auxiliares), es decir, toda vez que una impresión de la misma clase,
recién advenida, consigue perforar la barrera que la voluntad había establecido (y consiga
aportar nuevo afecto a la representación debilitada e imponer así por un momento el
enlace asociativo de ambos grupos psíquicos); hasta que una nueva conversión ofrezca
defensa.
De forma que la excitación esforzada por una vía falsa (hacia la inervación corporal) dice
Freud que consigue de tiempo en tiempo volver hasta la representación de la que fue
desasida, constriñendo a la persona a su procesamiento asociativo o a su trámite en
ataques histéricos. El efecto del método catártico de Breuer residiría, entonces, en volver
a guiar la excitación de lo corporal a lo psíquico para luego forzar a reequilibrar la
contradicción mediante un trabajo de pensamiento y a descargar la excitación por medio
del habla.
Es a partir de todo lo expuesto, entonces, que Freud va a decir que no disciernen con
Breuer el factor característico de la histeria en la escisión de la conciencia, sino más bien
en la aptitud para la conversión, así como también van a sostener como una pieza
importante de la predisposición histérica -por otra parte desconocida para los autores,
dicen- la capacidad psicofísica para trasladar a la inervación corporal unas sumas tan
grandes de excitación. Y que de esta forma, con este giro (sobre la base de un
acercamiento a las definiciones que de la histeria dieron Oppenheim y Strümpell -para
éste último la perturbación histérica se sitúa en lo psicofísico, ahí donde se entraman lo
corporal y lo anímico-) Breuer y él se apartan de Janet, quien asigna a la escisión de
conciencia un papel desmedido en la característica de la histeria.
[Freud termina este apartado diciendo que esta exposición puede aducir en su favor que
permite comprender el nexo de la conversión con la escisión histérica de conciencia].
Freud comienza diciendo que si en una persona con predisposición a la neurosis no está
presente la capacidad convertidora y no obstante para defenderse de una representación
inconciliable se emprende el divorcio entre ella y su afecto, es fuerza que ese afecto
permanezca en el ámbito psíquico. De forma que la representación ahora debilitada
queda segregada, separada de toda asociación dentro de la conciencia, pero su afecto,
liberado, se adhiere a otras representaciones en sí no inconciliables, que en virtud de este
enlace falso devienen representaciones obsesivas.
En este punto el autor va a decir que en todos los casos analizados por él era la vida
sexual la que había proporcionado un afecto penoso -de la misma índole, por su parte,
que el afecto endosado a la representación obsesiva-, lo cual no excluye que en algún
caso ese afecto nazca en otro ámbito; así como va a decir que que también es
demostrable también el empeño voluntario, el intento defensivo por parte de los enfermos
ante ese afecto.
Ahora bien, a partir de esto Freud va a decir que la ventaja obtenida por el yo tras
emprender para la defensa el camino del trasporte del afecto es mucho menor que en el
caso de la conversión de una excitación psíquica en una inervación somática. Pues en en
el caso de las fobias y las representaciones obsesivas el afecto permanece sin cambio y
sin disminución; es decir, sólo la representación inconciliable ha sido sofrenada -excluida
del recordar, de forma que las representaciones reprimidas constituyen también aquí,
como en la histeria, el núcleo de un grupo psíquico segundo (aún asequible, en su
posición, sin auxilio de la hipnosis).
Es por esto que va a terminar su texto diciendo que “si en las fobias y representaciones
obsesivas están ausentes los síntomas más llamativos que en la histeria acompañan a la
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Ahora bien, es posible afirmar que esta hipótesis auxiliar se vincula con la teoría de la
abreacción sostenida en su texto anterior (“Sobre el mecanismo psíquico...” de 1893, p. 5
de este resúmen) en el sentido de ésta última se sustentaría también en la hipótesis
respecto de que si un ser humano experimenta una impresión psíquica en su sistema
nervioso -acrecentándose la suma de excitación- la conservación de su salud le exigirá
volver a empequeñecer esa suma de excitación (reaccionando, y cuando no es posible
por estar interceptada toda reacción posible al trauma psíquico, abreaccionando,
tramitando mediante la palabra el afecto suscitado por el mismo).
Bibliografía
“Sobre la psicoterapia de la histeria” (1895), AE, II, 263, 274-279, 284-309.
“Frau Cäcilie” (1895), AE, II, 90-1 n25, 95-6 n31, 188-93.
Comentarios introductorios
1- ¿Cómo describe Freud el método terapéutico del que se vale? ¿De qué modo
explica su eficacia?
Pero además, el autor va a decir que también procuraron entender la eficacia de este
método, la cual residía en que la forma en que opera su método psicoterapéutico consiste
en cancelar la acción de la representación originariamente no abreaccionada al posibilitar
a su afecto estrangulado el decurso a través del decir, llevándolo hasta su rectificación
asociativa al introducirla en la conciencia normal (en estado de hipnosis ligera) o al
cancelarla por sugestión médica.
Freud va a decir que al querer extender la aplicación del método catártico breueriano a un
radio más vasto de pacientes tropezó con la dificultad de que algunos enfermos no eran
hipnotizables -aún cuando el diagnóstico indicaba histeria y declaraba la probable
vigencia del mecanismo psíquico por ellos descrito-. De forma que al hacerle falta la
hipnosis para ensanchar la memoria debió procurarse otro camino para lograr ese
ensanchamiento.
En este punto el autor va a decir que si bien no supo a qué se debía que unos fueran
hipnotizables y otros no, si pudo dar cuenta de que en algunos pacientes el impedimento
se remontaba aún un paso atrás al rehusarse ya al intento de hipnosis, de modo que se le
ocurrió que ambos casos fueran idénticos y significaran un no querer, aunque duda sobre
atenerse a esa concepción.
Sin embargo era preciso sortear la hipnosis para obtener los recuerdos patógenos, y
Freud va a conseguirlo de una forma particular. Al preguntarles a sus pacientes si
14
Ahora bien, ese esforzar antes mencionado costaba empeños, y llevó a Freud a la
interpretación de tener él mismo que superar -mediante su trabajo psíquico- en el paciente
una fuerza que contrariaba el devenir-conciente (recordar) de las representaciones
patógenas. Y se le ocurrió que esa podría ser la misma fuerza psíquica que cooperó en la
génesis del síntoma histérico y en aquel momento impidió el devenir-conciente de la
representación patógena.
En este punto el autor va a decir que ya había tomado noticia (mediante algunos análisis
completos de los cuales disponía) de unas representaciones patógenas olvidadas y
llevadas fuera de la conciencia, en las cuales había averiguado un carácter general de
tales representaciones consistente en que todas ellas eran de tal índole que el enfermo
hubiera preferido no haberlas vivenciado, u olvidarlas. De ello se desprendía, dice Freud,
la idea de la defensa. Es decir que en todos los casos se trataba de que ante el yo del
enfermo se había propuesto una representación que demostró ser inconciliable y que
convocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo fin era la defensa frente a esa
representación inconciliable.
De modo que “el no saber de los histéricos era en verdad un... no querer saber” (p. 277),
nás o menos conciente, y la tarea del terapeuta consistiría para Freud en superar esa
resistencia de asociación mediante un trabajo psíquico, mediante una operación, un
esforzar (un empleo de compulsión psíquica), a fin de orientar la atención de los enfermos
hacia las huellas de representación buscadas. Mas no se agotará con ello según el autor,
sino que cobrará en el transcurso del análisis otras formas.
A partir de las previas elucidaciones Freud va a decir que sin embargo no se llega muy
15
lejos con el simple aseguramiento al paciente respecto de que “él sabe”, sino que es
necesario utilizar un recurso más poderoso contra la resistencia a la asociación.
Éste recurso va a tomar en este momento para él la forma de un pequeño artificio técnico
consistente en aplicar una presión sobre la frente del paciente, asegurándole que
mientras ella dure y al cabo de ella verá ante sí un recuerdo en forma de imágen, o
sobrevendrá en el pensamiento como ocurrencia, y lo compromete a comunicarle esa
imagen o esa ocurrencia, cualquiera que ella fuere, sin permitirse reservas de ningún tipo.
Luego de realizar el procedimiento y de librarlo de la presión, sobrevendrá su pregunta:
¿qué se le ha ocurrido?.
Y si bien dice Freud que esta presión sobre la frente podría sustituirse por alguna otra
señal o influjo corporal sobre el enfermo, la eficacia o la ventaja de este procedimiento
radica en que por medio de él el terapeuta puede disociar la atención del paciente de su
busca y meditación concientes, es decir, de todo aquello en lo cual pudiera exteriorizarse
su voluntad.
La enseñanza que Freud extrae de este modo de operar -utilizando el presionar la frente
del enfermo- es que la representación patógena supuestamente olvidada en realidad está
aprontada, dispuesta, siempre en las cercanías, pudiéndosela alcanzar mediante unas
asociaciones de fácil tránsito y tratándose sólo de remover algún obstáculo, obstáculo que
parece ser, también aquí, la voluntad de la persona.
Ahora bien, es importante aclarar que no siempre es un recuerdo olvidado el que aflora
bajo la utilización del artefacto (pues es raro que los recuerdos genuinamente patógenos
se hallen tan en la superficie, dirá Freud), sino que con mucha frecuencia lo que emerge
es una representación que constituye un eslabón en la cadena asociativa, situado entre la
representación de partida y la buscada, patógena (o una representación que constituye el
punto de partida de una nueva serie de pensamientos y recuerdos, a cuyo término se
sitúa la representación patógena). El autor dirá que en estos casos la presión no pone en
descubierto la representación patógena sino que se limita a señalar el camino hacia ella (y
es por ello que la representación primero despertada por aquel artificio puede ser un
recuerdo consabido, nunca reprimido).
En otros casos, por otra parte, mediante la presión se evoca un recuerdo que es
consabido por el enfermo, pero éste ha olvidado su vínculo con la representación de
partida (vínculo que se probará en la ulterior trayectoria del análisis, dirá Freud); de forma
que en este punto el autor obtiene la engañosa impresión de una inteligencia superior
que, situado fuera de la conciencia del enfermo, mantendría cohesionado con
determinados fines un gran material psíquico e instauraría un ordenamiento pleno de
sentido para su retorno a la conciencia (aún cuando en este punto Freud dice conjeturar
que esa inteligencia segunda, inconciente, es sólo una apariencia).
Ahora bien, lo que se encuentra Freud en este momento es es más bien que esto no
sucede, sino que mediante este procedimiento afloran en el enfermo pensamientos que él
no quiere reconocer como los suyos, que no recuerda -aunque admite que el contexto los
exige imprescindiblemente-; y es en ese transcurso que Freud se convence de que esas
representaciones -y no otras- producen el cierre del análisis y la cesasión de los síntomas.
En esta parte del texto Freud va a decir que sería un error desprender de lo antedicho
sobre el artificio de la presión de la frente, la conclusión o la impresión de que por medio
de la utilización de éste se lograría dominar los obstáculos psíquicos con que tropieza una
cura catártica. Dirá que no existen tales ganancias y que éste procedimiento no es más
que un ardid para sorprender momentáneamente al yo que se place en la defensa, pero
que luego éste vuelve sobre sus propósitos y prosigue su resistencia.
De forma que va a dar algunos ejemplos de los diversos modos en que puede
manifestarse ésta última: cuando a menudo los enfermos olvidan por completo el
compromiso de decir todo cuanto se les ocurra bajo la presión de la mano, sin
seleccionarlo ni dejar que lo influyan la crítica o el afecto, es decir, no cumplen su
promesa -lo cual, dice el autor, es superior a sus fuerzas-, atascándose una y otra vez el
trabajo; también va a decir que la resistencia se esconde a menudo tras singulares
subterfugios como “hoy estoy disperso”; o casos cuyos esclarecimientos más importantes
suelen venir anunciados como unos superfluos adornos, constituyendo una defensa
lograda el que las representaciones patógenas hayan de aparecer como de tan escasa
sustancia, inesenciales en su reafloramiento y enunciados sólo con resistencia; casos en
los que el enfermo procura desmentirlo en su retorno; etc.
En este punto Freud va a decir que en el retorno de imágenes uno tiene en general
menos dificultades que en el de pensamientos, y que esto se ve en los histéricos, los
cuales son en su mayoría visuales, y una vez que una imagen afloró en ellos desde el
recuerdo ésta se hace jirones, pierde nitidez, es decir que el enfermo la desmonta -por así
decir- al trasponerla en palabras, de forma que el terapeuta puede orientarse siguiendo la
propia imagen mnémica para hallar la dirección por la cual debe avanzar su trabajo; es en
este sentido que el autor va a decir que los histéricos no van a resultar tan difíciles para el
analista como la gente con representaciones obsesivas.
Es por lo antes mencionado que aún con auxilio del procedimiento de la presión el trabajo,
dirá Freud, no es fácil; con él solo se consigue la ventaja de que por sus resultados uno
averigua la dirección en que debe investigar y las cosas en que es preciso insistir al
paciente, y aunque para muchos casos basta con ello (tratándose en lo esencial de que el
terapeuta colija el secreto y se lo diga en la cara al enfermo), en otros se necesita de más
pues la perduración de la resistencia del enfermo se muestra en que los nexos
permanecen desgarrados, faltan las soluciones, apareciendo las imágenes recordadas de
forma no nítida e incompletas, faltándoles lo esencial para volverse inteligibles, es decir,
faltaba el vínculo con la persona o el tema.
17
Ahora bien, Freud se preguntará, entonces, de qué medios se dispone para superar esta
contínua resistencia. Y al respecto dirá que son escasos (“aunque son casi todos los
medios de que dispone de ordinario un ser humano para ejercer influjo psíquico sobre
otro” p. 288); uno debe decirse ante todo que la resistencia psíquica (y en particular una
constituida desde hace largo tiempo) sólo puede resolverse de manera lenta, así como es
necesario contar con el interés intelectual que empieza a moverse en el enfermo una vez
comenzado el trabajo y que esfuerza hacia atrás la resistencia que descansa sobre una
base afectiva. Por último va a decir que la palanca más poderosa reside en intentar,
después de haber uno colegido los motivos de la defensa del paciente, desvalorizarle los
motivos o aún sustituírselos por unos más poderosos.
Con esto es que cesaría, para el autor, la posibilidad de resumir en fórmulas la actividad
psicoterapéutica; se tratará entonces para él de tener en claro que puesto que el enfermo
sólo se libera del síntoma histérico reproduciendo las impresiones patológicas causadoras
y declarándolas bajo una exteriorización de afecto, la tarea terapéutica consiste sólo en
moverlo a ello (de modo que solucionada esta tarea no le resta al médico nada más por
corregir ni cancelar).
Freud va a sostener en este momento que las más de las veces no se halla en el paciente
un síntoma histérico único, sino más bien un conjunto de ellos (en parte independientes
entre sí, en parte enlazados). De forma que para él no se debe esperar un único recuerdo
traumático (y como su núcleo, una única representación patógena) sino que es preciso
estar preparado para encontrarse con series de traumas parciales y encadenamientos de
ilaciones patógenas de pensamiento.
Es en este sentido que el autor va a sostener que el material psíquico de una histeria así
se figura como producto de por lo menos una triple estratificación. Dirá que en primer
lugar estuvieron presentes un núcleo de recuerdos (recuerdos de vivencias o de ilaciones
de pensamiento) en los cuales ha culminado el (han llevado al grado más elevado o
significativo al) momento traumático o halló su plasmación más pura la idea patógena, y
en torno a éste núcleo hallamos una gran abundancia de material mnémico de diversa
índole y que además de ser precisa su reelaboración mediante el análisis, va a presentar,
para Freud, un triple ordenamiento.
Un tercer y último tipo de ordenamiento -el más esencial, dice Freud, y sobre el
cual resulta más difícil formular un enunciado universal- es el ordenamiento según
el contenido de pensamiento, es decir, el enlace por los hilos lógicos que llegan
hasta el núcleo (con rodeos). Este ordenamiento posee para el autor un carácter
dinámico, por oposición al morfológico de las dos estratificaciones antes
mencionadas.
En este punto lo que Freud va a decir es que mientras las primeras dos estratificaciones
antes mencionadas podrían figurarse en un esquema espacial mediante unas líneas
uniformes, la marcha del encadenamiento lógico que propone su tercer estratificación se
correspondería más bien con una línea quebrada, o mejor aún, con un sistema de líneas
ramificadas, y muy particularmente convergentes, lo cual hace notable lo a menudo que
un síntoma resulta de determinismo múltiple.
9- ¿Por qué resulta más adecuado comparar a la organización patógena con una
infiltración que con un cuerpo extraño?
mismo barco...).
[Es en este sentido que Freud dirá en este punto de su texto -y mostrando cierto
distanciamiento de lo antedicho al principio del mismo (puede volverse a las páginas 15 y
16 de este mismo resúmen), teniendo en cuenta que es un texto que le llevó mucho
tiempo escribirlo- que es totalmente infructuoso avanzar en forma directa hasta el núcleo
de la organización patógena (como se procedía en el método catártico-hipnótico: yendo
hacia el síntoma a extirparlo, descargarlo), pues, aún pudiendo ser capaz uno de colegirla
el enfermo no sabría qué hacer con el esclarecimiento que se le “obsequia”, no habiendo
trabajado al respecto, no habiendo desandado las correspondientes resistencias.
De forma que al principio no restaría más que el mantenerse en la periferia del producto
psíquico patógeno, acompañando y haciendo que el enfermo cuente lo que sabe y
recuerda y superando resistencias leves aplicando el procedimiento de la presión,
moviendo en el enfermo el empeño de colaborar y dejándolo reproducir algún tiempo sin
ejercer influjo sobre él, aún a pesar de que él mismo no es capaz, dice Freud, de
descubrir importantes nexos uno debe guardarse de inhibir su reproducción de
ocurrencias que le afluyen -pues quedaría enterrado mucho de lo que luego sería preciso
liberar- así como no es lícito para el autor sobrestimar su inteligencia inconciente ni
confiarle la guía de todo el trabajo (es por esto que dirá, en última instancia, que el
terapeuta toma a su cargo la apertura de estratos más internos, el avance en el sentido
radial, mientras que el enfermo se encarga del ensanchamiento periférico).
Y si bien ese avance se produce superando resistencias de la manera ya indicada, por
regla general es preciso resolver antes otra tarea; es necesario que el analista pueda
adueñarse de un tramo del hilo lógico, apreciar el nexo lógico -algo que al paciente suele
escaparse-, pues sólo con su guía puede uno esperar adentrarse en lo interior, encontrar
los puntos que anudan los nexos de pensamientos buscados, nexos que generalmente se
encuentran rotos y el enfermo los completa como puede, y es allí donde el médico hará
bien en buscar por detrás de esos puntos débiles el acceso al material de los estratos
más hondos; así como también deberá dar cuenta que es allí donde aparece una laguna,
donde hay un salto en el trauma, que se puede conjeturar que existen motivos
inconcientes para evitar el devenir conciente de una representación, y hacia donde
deberán apuntar sus indagaciones; lo que lleva al autor a pensar, en última instancia, que
a pesar que resulta imposible convencer a los enfermos acerca de su “saber no sabido”
toda reminiscencia que aflora en el curso del análisis posee su significado, y que ésta
reminiscencia no retorna por segunda vez si ha sido tramitada.]
10- ¿Cuál es, de acuerdo al texto, “el más enojoso obstáculo” con que se puede
tropezar en el recorrido terapéutico? ¿En qué casos suele sobrevenir? (Articulen
con lo dicho en la p. 289)
La primer circunstancia radicaría en que realmente no haya nada por recoger, por
indagar (lo cual dice el autor se discierne por el gesto de calma en el enfermo).
Existen muchas chances de que ese síntoma no sea de constitución psicógena si
no hay asociaciones -de forma que esto le va a permitir diferenciar un síntoma que
tiene origen o causalidad psicógena de uno que no, pues si el síntoma tuviera
causalidad psíquica en principio las asociaciones emergerían “como a
20
borbotones”-.
El segundo caso es que se haya tropezado con una resistencia que sólo más tarde
se podrá vencer (también a esto, dice, se lee en el gesto del enfermo). En este
caso, el fracaso es “aparente”, pues resulta de alguna manera indicativo para
Freud de que allí debe trabajar.
Ahora bien, resulta posible para el autor además un tercer caso que de igual modo
significa un obstáculo pero no de contenido sino externo, y que sobreviene cuando
el vínculo del enfermo con el médico se ve perturbado: es a éste al que se refiere
Freud como “el más enojoso obstáculo”. Se trata de lo ya antes indicado respecto
de la importancia del papel que corresponde a la persona del médico en la creación
de motivos destinados a derrotar la fuerza psíquica de la resistencia (consignado
en la pp. 16 de este resúmen); y si esa relación del enfermo con el médico es
perturbada, también se deniega su buena disposición.
A partir de esto es que Freud va a decir que, en su experiencia, ese obstáculo sobreviene
en tres casos principales:
1. En primer lugar, en los casos de una enajenación personal, cuando la enferma se cree
relegada, menospreciada o ha escuchado cosas desfavorables sobre el médico. Este es
el caso menos grave para Freud pues puede superarse por la vía de la declaración y el
esclarecimiento.
3. En tercer lugar, cuando la enferma se espanta por transferir a la persona del médico las
representaciones penosas que afloran desde el contenido del análisis; ello es frecuente,
dice Freud, en muchos análisis, pues la transferencia (y esta es la primera aparición que
hace el término en la obra freudiana, aunque desde una acepción bastante restringida por
el momento) sobre el médico acontece por enlace falso.
De modo que Freud va a decir en esta parte del texto que no se puede llevar a término
ningún análisis si uno no sabe habérselas con la resistencia que resulta de los tres
hechos mencionados, y que la primer tarea consiste en volverle conciente al enfermo ese
obstáculo.
11- ¿A qué hace referencia la expresión “enlace falso” en este texto y por qué el
autor habla de una “compulsión a asociar”?
Cuando Freud habla en este momento de “enlace falso” lo hace en referencia a que en el
tercer hecho en el cual se presentifica un obstáculo en el análisis (esto es, la transferencia
de representaciones penosas -que afloran desde el contenido del análisis- a la persona
del médico) se daría primero un aflorar en la conciencia del enfermo un contenido de
deseo (aunque sin los recuerdos de las circunstancias colaterales que podrían haberlo
resituado en el pasado), y en virtud de la compulsión a asociar dominante en la conciencia
21
es que dice Freud el deseo ahora presente se enlaza a la persona del médico
despertando el mismo afecto -producto de ese enlace falso antes mencionado- que en su
momento esforzó a la enferma a proscribir ese deseo prohibido originario.
En las notas al pie en las cuales se aborda el enlace falso en Frau Cäcilie [lectura que
viene a clarificar esta noción, entendida como una de las formas que toma la
¿resistencia? - uno de los obstáculos con los que se topa el autor al aplicar el
procedimiento de la presión en la frente] Freud va sostener que el enlace falso se
constituiría en Frau por compulsión a asociar pues ante la emergencia de un afecto en el
curso del análisis (afecto que, por su parte, se halla despojado de la representación que la
originó pues esta última, devenida inconciliable para la conciencia ha sido desalojada,
reprimida) ella necesita a nivel de la conciencia poder ligarlo a algo, y es así que lo enlaza
falsamente a la persona del médico*.
En este sentido cuando Freud dice que la emergencia de enlaces falsos constituye un
reforzamiento de las resistencias de asociación lo que quiere decir es que este emerger
de enlaces falsos sobre la persona del médico va a constituir para el autor una resistencia
o un obstáculo al avance de la cura (que es preciso desandar, deconstruir, volviendo
conciente al paciente de ello).
[*La pregunta que me hago acá es... lo antedicho, ¿no nos podría hacer pensar que acá
Freud ya está comenzando a pensar el fenómeno de la transferencia? La constitución de
enlaces falsos, en el análisis -pero no solo en él- podría servir para pensar cómo es que
en el transcurso del análisis se establece una relación de un matiz particular, en la cual el
paciente transfiere al analista ciertos afectos... “lo que no se puede decir se actúa” dirá
tiempo más adelante el autor).]
2- Las páginas 188-93 nos sirven para pensar el lugar que cobra el lenguaje en la
génesis de los síntomas histéricos:
[*Frente a este desasimiento del afecto y la necesidad de ligarlo, la obsesión y las fobias
en este momento de la obra de Freud van a “construir” otras soluciones: en ellas “el afecto
permanece en el ámbito psíquico, de forma que la representación ahora debilitada queda
separada de toda asociación dentro de la conciencia, pero su afecto liberado se adhiere a
otras representaciones en sí no inconciliables que en virtud de ese enlace falso devienen
representaciones obsesivas, es decir, representaciones cargadas de un inusitado afecto
-no habla aún de desplazamiento-” (pp. 11 de este resúmen).]
Bibliografía
“Manuscrito K (1896), AE, I, 260-3.
“La protonpseudos histérica” (caso Emma) (1895), AE, I, 400-3.
+ “La etiología de la histeria” (1896), AE, III, 202-210 (omitido en TP N°2).
Comentarios introductorios
Los dos textos consignados para este práctico presentan la particular dificultad de no
haber sido pensados ni redactados para ser publicados. Ambos forman parte de los
escritos personales de Freud, motivo por el cual se los denomina “Manuscritos”. En cierta
23
medida debido a esta cuestión, algunos pasajes resultan particularmente dificultosos para
el lector y hay ideas que simplemente aparecen mencionadas pero no desarrolladas.
Además, exigen un trabajo de lectura muy al detalle, ya que si bien la extensión es
acotada, los contenidos están muy condensados.
Una vía de entrada posible a esta primera fórmula de la neurosis freudiana es “La
etiología de la histeria” (1896), conferencia de Freud que nosotros dejamos pendiente del
práctico Nº 2, y que les propongo retomar a esta altura.
En conjunto, estos tres escritos son contemporáneos y permiten sistematizar un momento
muy específico del pensamiento de Freud, por lo que se pueden articular sin problemas.
Recuerden que nosotros venimos de recorrer los trabajos que Freud realizó en conjunto
con Breuer (Práctico Nº1), para luego apreciar cómo cada vez se va apoyando más en
sus propias hipótesis (Práctico Nº2), proponiendo la existencia de un mecanismo
defensivo puesto en marcha por el Yo en el origen de los síntomas neuróticos; y
finalmente avanzando por la vía abierta por sus nuevos descubrimientos (Práctico Nº3)
luego del abandono de la hipnosis: la aparición de la resistencia de asociación, los modos
de organización del material psíquico (“triple estratificación”) y la idea del “análisis
psíquico”.
En el “Manuscrito K” van a poder apreciar cómo Freud vuelve sobre sus líneas de trabajo
(la contracción de los distintos tipos de neurosis) pero incorporando ahora una osada
hipótesis producto de la escucha de sus pacientes. En “La etiología de la histeria” el autor
se dedica a trabajar en detalle la ensambladura de la organización patógena
específicamente en el caso de la histeria y a la luz de dicha hipótesis. Finalmente, en “La
proton pseudos histérica” vamos a ver cómo la formulación teórica de los dos textos
previos se corporiza en el análisis de una de sus pacientes, Emma.
b- ¿Cuáles son las dos condiciones necesarias para que se produzcan las
aberraciones patológicas?
Para Freud estas aberraciones patológicas de los estados afectivos psíquicos normales
sobrevienen con las mismas ocasiones que sus afectos-modelo (conflicto, reproche,
mortificación, etc.) siempre que la ocasión cumpla además dos condiciones: que sea de
índole sexual (condición de la sexualidad) y que suceda en el período anterior a la
madurez sexual (condición del infantilismo). En cuanto a las condiciones referentes a la
persona el autor va a sostener que la herencia es una condición adicional que facilita y
acrecienta el afecto patológico, pero que ella no comanda la elección de la neurosis de
defensa.
24
Freud va a decir en este momento de su Manuscrito que existe una tendencia defensiva
“normal” que consistiría en la renuencia a guiar la energía psíquica de forma que ésta
produzca o genere displacer (lo cual estaría en correspondencia con la ley de constancia
que sostiene el afán por mantener los niveles de excitación al nivel mínimo posible para la
conservación de la salud; pp. 5 de este resúmen), pero que esta tendencia defensiva no
puede volverse contra percepciones (debido a que éstas, dice el autor, saben
conquistarse atención), sino que sólo cuenta contra el recuerdo y representaciones de
pensar.
Esta tendencia para Freud no resulta dañina cuando se trata de representaciones que
estuvieron en su tiempo enlazadas con algún tipo de displacer pero son incapaces de
cobrar un displacer actual diverso del recordado (y en este caso, dice, puede ser
superada por un interés psíquico); sin embargo, la inclinación de la defensa se vuelve
nociva cuando se dirige contra representaciones que pueden desprender un displacer
nuevo también siendo recuerdos (como es el caso de las representaciones sexuales).
Ahora bien, para Freud la afirmación respecto de que la causa del desprendimiento de
displacer a raíz de vivencias sexuales se seguiría o sería producto de la injerencia de
casual de ciertos factores de displacer -morales, por ejemplo-, no es pasible de salir
airosa de un exámen profundo, y lo que va a sostener el autor es que la génesis de la
vergüenza debe enlazarse con la vivencia sexual mediante un nexo más hondo. De modo
que la hipótesis freudiana al respecto del carácter excepcional de las representaciones
sexuales consistiría en sostener que dentro de la vida sexual existe una fuente
independiente de desprendimiento de displacer, y que una vez presente ella es que puede
dar vida luego a las percepciones de asco, prestar fuerza a la moral, etcétera.
25
permanece reprimido;
[dos enlaces falsos (que operarían como síntomas primarios? No estoy del todo
segura), dos pensamientos: que los empleados se reían de su vestido, y que uno le
había gustado sexualmente.??]
El efecto nachträglich va a consistir en que para Freud no hay una causalidad lineal a la
hora del establecimiento del trauma psíquico. Esto quiere decir que sólo con efecto
retardado (nachträglich) un recuerdo deviene trauma; sólo aprés-coup, sólo a partir de su
articulación con una segunda escena que evoca la primera como recuerdo inconciente y
que produce, a partir de su comprensión -posibilitada en este momento por el haber
transitado ya la pubertad-, el despertar de un afecto que la vivencia por sí misma no había
despertado, provocando así un efecto traumático con efecto retardado.
De modo que lo que va a decir Freud en este momento es que la defensa alcanza ese
propósito suyo de esforzar fuera de la conciencia la representación inconciliable cuando
en la persona en cuestión -hasta ese momento sana-, están presentes unas escenas
sexuales infantiles como recuerdos inconscientes, y cuando la representación que se ha
de reprimir puede entrar en nexo lógico o asociativo con una de tales vivencias infantiles.
Bibliografía
La interpretación de los sueños” (1900):
Cap. II: “El método de la interpretación de los sueños”, AE, IV, 118-25.
Cap. V: “El material y las fuentes del sueño”, AE, IV, 186-92, 206, 290-2.
Cap. VI: “El trabajo del sueño”, Introducción, AE, IV, 285-6 y 311_. -
11° Conferencia de introducción al psicoanálisis: “El trabajo del sueño” (1916-7), AE, XV,
155-67.
“El interés del psicoanálisis” (1913), cap. II, punto A: “El interés para la ciencia del
lenguaje”, AE, XIII, 179-181.
La premisa, la gran hipótesis de la que parte Freud en este capítulo es que los sueños
son suceptibles de una interpretación, son interpretables; premisa que, dice el autor, va a
entrar en contradicción desde el principio con la doctrina dominante sobre el sueño (y aún
con todas las teorías sobre el sueño); pues interpretar un sueño, para Freud, va a
significar indicar su sentido, sustituirlo [al sueño] por algo que se inserte como eslabón de
pleno derecho -con igual título que los demás- en el encadenamiento de nuestras
acciones anímicas; pues el sueño está en lugar de otra cosa, y esa otra cosa tiene una
razón de ser para el sujeto.
Freud va a decir que las teorías científicas sobre los sueños no dejan espacio al problema
de su interpretación, pues no consideran al sueño como un acto anímico, sino que para
ellos consiste más bien en un proceso somático que se anuncia o manifiesta mediante
ciertos signos en el aparato psíquico. En cuanto a la opinión de los profanos el autor va a
decir que era muy diferente a la antesmencionada, que aunque admitía que los sueños
eran incomprensibles y absurdos, no podían decidirse a negarles todo significado. De
forma que suponían que el sueño tenía un sentido, aunque oculto y que habría que
develar para alcanzar su significado.
Freud va a decir, entonces, que los profanos desde siempre se empeñaron en interpretar
el sueño y para ello recurrieron principalmente a dos métodos diferentes por su esencia.
Esta forma de interpretar los sueños para Freud queda librada a la ocurrencia aguda, a la
intuición directa, no hay forma de establecer algún tipo de indicación del camino que ha
de llevar a la interpretación simbólica; y es en este sentido que dirá que el simbolismo se
elevó a la condición de práctica de un arte.
En este punto va a decir que una variación interesante de este procedimiento lo constituyó
la interpretación de los sueños de Daldiano, intentando corregir el carácter de traducción
puramente mecánica que predominaba en el método de descifrado. Éste no atendía sólo
al contenido del sueño sino a la persona, a las circunstancias de la vida del soñante, de
forma que el mismo elemento onírico tiene significado diferente para personas diferentes.
Pero lo esencial del procedimiento de Daldiano que remarcará Freud es que no se dirige a
la totalidad del sueño sino a cada uno de sus fragmentos por sí mismos. Ahora bien, para
Freud su propia interpretación de los sueños va a apartarse de la de los antiguos en un
punto esencial, a saber: que no quiere tomar en cuenta lo que se le ocurre al intérprete,
sino lo que se le ocurre al soñante sobre el elemento correspondiente del sueño. El saber
no estará ya en el intérprete ni en el acopio de claves fijas, sino en el sujeto.
De forma que Freud va a decir, al finalizar su explicación de los dos métodos profanos,
que para el tratamiento científico del tema éstos son completamente inservibles. Por un
lado el método simbólico es de aplicación restringida, arbitraria y no suceptible de
exposición general. Por la otra, en cuanto al método del descifrado todo estribaría en que
la “clave”, el “libro de sueños” fuese confiable y sobre eso no hay garantía alguna.
Es por esto que va a decir que él, por su parte, va a sostener que el sueño posee
realmente un significado, y que es posible un procedimiento científico para interpretarlo.
Pasará luego a explicar el modo en el que llega a este procedimiento.
d) ¿Cómo llega Freud a interesarse por el sentido de los sueños? Detalle el proceder
freudiano al interpretar un sueño.
Freud va a decir en esta parte del texto que fue en el curso de sus estudios
psicoanalíticos (a partir de los tratamientos) que dió con la interpretación de los sueños. A
través de los relatos de sueños dados por sus pacientes, Freud pudo “aprender” que el
sueño puede insertarse en el encadenamiento psíquico que ha de perseguirse cuando se
retrocede en el recuerdo a partir de una idea patológica. Ello le sugirió, entonces, tratar al
sueño mismo como un síntoma, y aplicar el método de interpretación elaborado para los
síntomas (lo pone a hablar).
Ahora bien, en cuanto al método freudiano al interpretar un sueño va a decir que ésta
Freud que requiere cierta preparación psíquica del enfermo, con el fin de conseguir de él
dos cosas: que intensifique su atención para sus percepciones psíquicas, y que suspenda
la crítica con que acostumbra expurgar los pensamientos que le afloran (también dirá que
resulta ventajoso que el paciente adopte una posición de reposo y cierre los ojos). En este
sentido, Freud va a decir que es puede observarse una diferencia entre el paciente que
adopta la posición de un hombre (o mujer) que se observa a sí mismo, y aquel del hombre
que reflexiona. En la reflexión, dice, entra más en juego una acción psíquica (y como
consecuencia, muchas veces, con ella la interrupción o la desestimación recurrente de las
ocurrencias que le vienen, luego de percibirlas), mientras que esto no sucede en la más
atenta de las observaciones de sí mismo, en la cual el individuo no tiene más trabajo que
el de sofocar la crítica.
De modo que para Freud con ayuda de este material así conquistado para la
autopercepción, puede realizarse la interpretación tanto de las ideas patológicas como de
30
En este punto Freud admite una cierta analogía de este procedimiento con el
adormecimiento (y sin duda con el estado hipnótico) en cuanto a la distribución de la
energía psíquica (la atención móvil). En el adormecimiento, dice, emergen las
representaciones involuntarias por la relajación de una cierta acción deliberada (y crítica)
que hacemos influir sobre el curso de nuestras representaciones. En el estado que se
utiliza para el análisis de los sueños y de las ideas patológicas -su proceder en la
interpretación, el reposo, el cerrar los ojos, etc.- el sujeto renuncia intencionada y
deliberadamente a aquella actividad (y es en esto que difiere de la sugestión, hay pleno
discernimiento), y la energía psíquica ahorrada (o una parte de ella) se aplica a la
persecución atenta de los pensamientos involuntarios que ahora afloran y que conservan
su carácter de representaciones (a diferencia de lo que ocurre en el adormecimiento, por
su parte). De esta forma, dice Freud, se hace de las representaciones involuntarias
representaciones voluntarias.
Por último, Freud va a terminar este capítulo diciendo que el primer paso en la aplicación
de su procedimiento enseña que no debe tomarse como objeto de la atención todo el
sueño, sino los fragmentos singulares de su contenido. El terapeuta deberá presentarle el
sueño en fragmentos, de forma que él ofrecerá para cada trozo una serie de ocurrencias
que pueden definirse como los “segundos pensamientos” de esa parte del sueño (que
luego conceptualizará como “contenido latente” del mismo); de esta forma es que se
apartará este método de interpetación de sueños freudiano del método popular de la
interpretación por el simbolismo y se aproxima al método del descifrado (pues en última
instancia, como éste, su método consiste en una interpretación en détail, no en masse; (el
sueño como “un conglomerado de formaciones psíquicas” p. 125).
todo en su interpretación lleva hacia un determinado lugar, podríamos decir que el sentido
del sueño de Freud es que está defendiendose de todas las acusaciones acerca de su
dedicarse a sus aficiones al ver adelante suyo ya realizado su libro. Pero esto no aparece
en ningún momento del sueño, sino que aparece aludido, la primera escena es una
alusión de la segunda escena, del segundo recuerdo. Es aquí que puede entreverse la
segunda operación de la elaboración onírica: el desplazamiento. El acento del sueño
aparece desplazado; cuando lo importante habría sido haber soñado con el Dr.
Köningstein y todo lo que éste le dijo, el autor sueña con una monografía botánica.
a) ¿Aque llamamos contenido manifiesto del sueño y a qué contenido latente? ¿Qué
es el trabajo del sueño y cómo se vincula con el trabajo de interpretación?
En este punto Freud va a decir que va a retomar y a extender cuatro relaciones que
estableció en otro trabajo cuando estudió las relaciones entre los elementos oníricos y lo
genuino de ellos, a partir de comparar el contenido manifiesto del sueño, en su totalidad,
con el sueño latente que hallamos mediante la interpretación. Estas relaciones eran: de la
parte al todo, la aproximación o alusión, la referencia simbólica y la figuración plástica de
palabras.
En este sentido es que Freud va a decir que el trabajo que traspone el sueño latente en el
manifiesto se llama trabajo de sueño (el trabajo del sueño responde al mandato de la
censura onírica, la cual será, por su parte, la que esfuerza a la desfiguración onírica de los
pensamientos latentes en la producción del sueño). Y el trabajo que progresa en la
dirección contraria, el que desde el sueño manifiesto quiere alcanzar el latente, es nuestro
trabajo de interpretación. El trabajo de interpretación quiere a partir de movilizar el relato
del paciente, desarmar el sueño para llegar a los pensamientos latentes; es decir,
cancelar el trabajo del sueño.
también el hecho de que elementos latentes que tienen algo en común se aúnan en el
sueño manifiesto en función -o a partir- de vías asociativas que convergen en ese
elemento o rasgo ¿significante? (dando lugar a esas condensaciones o formaciones
mixtas).
Freud va a decir en este punto es que el material con el que el trabajo del sueño
(elaboración onírica) se encuentra son pensamientos, pensamientos que pueden ser
algunos chocantes o desagradables pero que están formados y expresados de forma
correcta, y que serán éstos pensamientos los que van a ser transportados por el trabajo
del sueño a otra forma. Pero esto no implica que se trate de una traducción palmo a
palmo a otra escritora u otra lengua en absoluto, sino que los recursos usados por el
trabajo del sueño van a ser la fusión y la combinación.
[En este punto el autor va a decir que la condensación si bien vuelve impenetrable al
sueño el tiene la impresión de que no sea producto de la censura onírica, sino que
prefiere reconducirla a factores mecánicos o económicos, pero que de cualquier modo la
censura se beneficia de ella.]
Podría pensarse que la sustitución por alusión sucede también en nuestro pensamiento
de vigilia e incluso en le chiste, pero Freud va a realizar aquí una distinción al decir que en
estos casos la alusión tiene que ser fácilmente comprensible, y el sustituto tiene que
mantener una relación de contenido con lo genuino cuyas veces hace, mientras que la
alusión por desplazamiento empleada en el sueño se encuentra entramada por medio de
lazos extrínsecos y remotos con el elemento al que sustituye, y es por esto que se vuelve
incomprensible. De modo que es en este punto -el punto en el que la censura onírica
logra hacer inhallable el camino de regreso de la alusión a lo genuino- que la censura
onírica ha logrado su meta.
La tercera operación del trabajo onírico -y la más interesante a nivel psicológico, para
Freud- es la trasposición de pensamientos en imágenes visuales. Y si bien este tipo de
trasposición no es el único al que pueden ser sometidos los pensamientos, así como
también es mucho lo que en el sueño conserva su forma y aparece como pensamiento o
como saber, sí son estas transposiciones en imágenes lo esencial en la formación del
sueño.
Es en este sentido que el autor va a establecer una analogía entre el comportamiento del
trabajo onírico y el desarrollo del lenguaje. El autor va a decir que en las lenguas más
antiguas (como la lengua del Egipto antiguo, por ejemplo) opuestos como fuerte-débil,
claro-oscuro se expresaban mediante la misma raíz (aunque esto no sucedía sólo en las
lenguas más antiguas, sino que también otras mucho más recientes y aún hoy en día
habladas habrían conservado abundantes relictos -vestigios- de este viejo sentido
contrario). Otra peculiaridad del trabajo del sueño que halla su correspondiente en el
desarrollo del lenguaje radicaría en que en la lengua del Egipto antiguo ocurría -como en
otras lenguas posteriores también- que la secuencia fonética de las palabras se invertía
conservándose el mismo sentido.
34
Inversiones como estas se producen para el autor de diversa manera por obra del trabajo
del sueño: tomando la forma de inversión del sentido (es decir, la sustitución por lo
contrario), las inversiones de la situación (de la relación entre dos personas), la inversión
en la secuencia de los hechos (de modo que lo que en el sueño la causa aparece
pospuesta, etc), así como hay sueños, dirá el autor, en que todo el orden de los
elementos está invertido, etc.
A estos rasgos del trabajo del sueño (que, por su parte, presentan mayores ventajas a la
desfiguración onírica) Freud va a llamarlos arcaicos porque son rasgos que se aplican por
igual a los antiguos sistemas de expresión (sean estas lenguas tanto como escrituras)
acarreando las mismas dificultades.
En este punto el autor va a decir que en el trabajo del sueño es cuestión de trasponer a
imágenes sensibles -la mayoría de las veces de naturaleza visual- los pensamientos
latentes vertidos en palabras. Ahora bien, nuestros pensamientos proceden de imágenes
sensoriales de esa índole, dirá Freud: su material primero y sus etapas previas fueron
impresiones sensoriales (o mejor dicho, las imágenes mnémicas de estas), y sólo más
tarde se las conectó -a aquellas impresiones sensoriales- con palabras y estas, después,
se ligaron en pensamientos. Es en este sentido entonces que el autor va a proponer aquí
que el trabajo del sueño aplica a los pensamientos un tratamiento regresivo: es decir, les
hace revertir su evolución, y en el curso de esta regresión es que tiene que dejar de lado
todo lo sobreañadido en el desarrollo progresivo desde las imágenes mnémicas hasta los
pensamientos.
El elaboración secundaria va a ser, para Freud, la cuarta operación del trabajo onírico
(elaboración onírica) y va a consistir en hacer, a partir de los resultados más inmediatos
del trabajo del sueño, algo como un todo más o menos entramado; de forma que ordena
el material según un sentido (“que a menudo implica un malentendido total”) y donde
parece necesario se efectúan intercalaciones, puentes.
En este punto el autor va a decir que no es lícito sobreestimar el trabajo del sueño pues
en estas cuatro operaciones que él ha enumerado se agota su actividad -dice: “[el trabajo
del sueño] no puede hacer más que condensar, desplazar, figurar plásticamente y
someter después el todo a una elaboración secundaria” (pp. 166)-, de modo que lo que el
sueño incluye en materia de formulación de juicios, crítica, asombro, razonamiento,
etcétera, no son operaciones del trabajo del sueño sino que casi siempre son fragmentos
de los pensamientos oníricos latentes que (más o menos modificados y adaptados a la
trama) han pasado al sueño manifiesto.
Es así que el autor va a afirmar -una vez dadas estas condiciones a las que aludimos
previamente- que el sueño manifiesto pierde importancia para ellos, y que éste interés
puesto en el trabajo del sueño debe desviarse y dirigirse más bien a los pensamientos
oníricos latentes que más o menos desfigurados se traslucen por el sueño manifiesto.
[Va a finalizar su punto diciendo que no se puede nombrar como “sueño” a ninguna otra
cosa que al resultado del trabajo onírico, o en otras palabras, el “sueño” será la forma a la
35
cual los pensamientos latentes han sido trasmudados por el trabajo onírico].
En este momento Freud también va a decir que los mecanismos de la formación del
sueño son análogos al modo en que se generan los síntomas neuróticos. Es en este
sentido que va a tratar (en el sentido de trabajar sobre él) de la misma forma al sueño y al
síntoma: poniéndolos a hablar (¿al sujeto? ¿al sueño? -figurativamente hablando-)
4. A partir del Capítulo VI, expliquen cual es la tarea novedosa que aparece con el
método freudiano de interpretación de los sueños. Teniendo en cuenta lo previo:
¿cómo debe ser leído el contenido de los sueños?
En este punto el autor va a sostener que el contenido del sueño aparece como una
transferencia de los pensamientos del sueño a otro modo de expresión (cuyos signos y
leyes de articulación debemos aprender a discernir por vía de comparación entre el
original y su traducción); como una figuración del contenido latente a otro lenguaje; como
una pictografía en la cual cada uno de sus signos ha de transferirse al lenguaje de los
pensamientos del sueño.
Es a partir de esto que Freud va a decir que sería erróneo proceder intentando leer esos
signos según su valor figural en lugar de hacerlo según su referencia signante (es decir,
según su referencia a uno o muchos contenidos latentes), y es en este punto que va a
realizar una analogía (muy interesante por cierto) entre el sueño y el rebús y a decir que
de igual forma sucede en la interpretación de un acertijo de este tipo, un “acertijo en
figuras”, cuya apreciación correcta sólo se obtiene cuando en vez de quedarnos en el
plano de la literalidad y afirmar que su composición no tiene sentido procedemos en
cambio a reemplazar cada figura por una sílaba o una palabra que aquella es capaz de
figurar en virtud de una referencia cualquiera.
De modo que las palabras así combinadas ya no carecen de sentido para el autor; un
36
sueño será entonces un rebús de esa índole, para Freud, y es en este sentido que va a
decir que sus predecesores en el campo de la interpretación de los sueños cometieron el
error de “juzgar la pictografía como composición pictórica”, considerándola a partir de ello
absurda y carente de valor.
Freud comienza diciendo que cuando habla del interés que puede sucitar el psicoanálisis
para una ciencia que se dedique a estudiar el lenguaje, entiende por lenguaje no a la
mera expresión de pensamientos en palabras, sino también al lenguaje de los gestos y
cualquier otro modo de expresar una actividad anímica -como por ejemplo, la escritura-.
Esto será así para Freud porque en el lenguaje del sueño la negación nunca se designa
en especial, en su contenido manifiesto los opuestos se subrogan uno al otro y son
figurados mediante un mismo elemento; o bien los conceptos son todavía ambivalentes
-es decir que reúnen dentro de sí significados contrapuestos- tal como supone el lingüísta
que ocurría en el caso de las reaíces más antiguas de las lenguas históricas (trabajo
sobre “el sentido antitético de las palabras primitivas” realizado por Abel y citado por
Freud, pp. 179). Otro carácter llamativo del lenguaje del sueño sería el frecuentísimo
empleo de los símbolos (que en cierta medida permitirían traducir el contenido del sueño
independientemente de las asociaciones individuales del soñante); este empleo de
símbolos se daría muy seguido, según Freud, en el caso de los órganos y desempeños
sexuales, los cuales en el sueño casi siempre experimentan una figuración simbólica en
lugar de una directa.
Ahora bien, para Freud si reparamos en que los medios figurativos del sueño son
principalmente imágenes visuales y no palabras, es más adecuado concebir o comparar
al sueño con un sistema de escritura más que con una lengua, e incluso la interpretación
de un sueño es en un todo análoga, dirá Freud, al desciframiento de una escritura figural
antigua como los jeroglíficos egipcios, pues aquí como allí hay elementos que no están
destinados a la interpretación o consecuentemente a la lectura, sino solo a asegurar
-como unos determinativos- que otros elementos se entiendan. La multivocidad (las varias
interpretaciones posibles) de diversos elementos del sueño hallaría para el autor su
correspondiente en aquellos antiguos sistemas de escritura, lo mismo que la omisión de
diversas relaciones que tanto en uno como en otro caso tienen que complementarse a
partir del contexto.
[De modo que Freud va a terminar este apartado sosteniendo que el lenguaje del sueño
37
Bibliografía
La interpretación de los sueños (1900):
Cap. II, n18, y cap. VII, punto A, AE IV, 132, y V. 529.
Cap. VII, punto B, y punto C, AE, V, 527-542 y 552-560.
Consideraciones preliminares
En lo que resta de esta primera parte del Programa de Trabajos Prácticos, nos
dedicaremos a construir lo que se denomina el “primer ordenamiento metapsicológico”,
que no es otra cosa que las formulaciones freudianas acerca del modo en que funciona el
aparato psíquico, contemplando tres aspectos: un aspecto tópico (que supone un intento
por delimitar ciertos “lugares” o “sistemas”); uno dinámico (que habla del interjuego y las
vinculaciones que pueden establecerse entre los sistemas mencionados); y un aspecto
económico (que se refiere a la intervención de cantidades, es decir, energías, en esas
transacciones). Las ideas que Freud elabora y presenta al respecto en el capítulo VII de
“La Interpretación de los sueños” van a tener una enorme relevancia, ya que van a marcar
su recorrido teórico y clínico por al menos dos décadas. Para poder avanzar en esa
dirección, vamos a seguir de cerca el armado que va proponiendo el autor en estos dos
capítulos. Pero primero, es preciso hacer un pequeño rodeo…
1. Volvamos sobre un punto central para vincular con lo que sigue, se trata de la
noción de “ombligo del sueño” que está dispersa en dos fragmentos del texto.
Tomando como referencia la bibliografía seleccionada en (1), señalen a qué
denomina Freud ombligo "ombligo del sueño” y establezcan su vínculo con la
noción de deseo.
En el capítulo II (nota al pié n18), Freud va a decir que todo sueño tiene “por lo menos un
lugar” en el cual es insondable, un “ombligo” por el que el sueño se conecta con lo no
conocido.
En el capítulo VII, por su parte, va a decir que el sueño es una formación plena de sentido
el cual las más de las veces se puede entrever mediante la interpretación, pero que aún
en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo “dejar un lugar en las sombras”,
38
En este sentido Freud va a decir que los pensamientos oníricos con que a partir de la
interpretación uno se topa deben permanecer sin clausura alguna y desbordar en todas
las direcciones dentro de “la enmarañada red” de nuestro mundo de pensamientos, y es
en este el momento en el cual Freud va a introducir la noción de deseo al decir que luego
de este desbordar de los pensamientos oníricos en todas direcciones a partir de la
interpretación, desde un lugar más espeso de este tejido se eleva luego el deseo del
sueño.
De forma que el ombligo del sueño -punto de detención de las asociaciones, límite al
trabajo de asociación- quedará aquí planteado por Freud como el lugar en la trama desde
donde se engendra el deseo (y utiliza aquí una analogía biológica al decir que el deseo
sería para el sueño el “hongo de su micelio” p. 519).
De modo que en este punto Freud va a preguntarse cómo se explica esta peculiaridad del
trabajo del sueño, cómo se ensambla dentro de la trama de los procesos psíquicos, y
examinándolo más de cerca va a reparar en que dentro de la forma en que se manifiesta
el sueño se encuentran impresos dos caracteres casi independientes entre sí:
39
Freud va a destacar una teoría del soñar, aquella propuesta por Gustav Fechner. Éste
autor había sostenido la conjetura de que el escenario de los sueños era otro que el de la
vida de representaciones de la vigilia, lo cual retoma Freud porque ningún otro supuesto
permitiría para él conceptualizar las peculiaridades de la vida onírica, a la vez que la
conjetura de Fechner pone a disposición la idea de una localidad psíquica.
Ahora bien, a partir de aquí es que Freud se separa de Fechner (pues éste pensaba que
en última instancia el aparato anímico era un preparado anatómico) y sostiene que
debemos pensar al aparato psíquico “como un microscopio compuesto, un aparato
fotográfico (...)” y a la localidad psíquica, entonces, no como una localidad anatómica sino
como un lugar en el interior de un aparato (y continuando con la analogía, dice Freud: “un
aparato en el que se produce uno de los estadios previos de la imagen” pp. 530).
En este punto el autor va a decir que sus analogías pretenden servir a la mayor
comprensión de la operación psíquica -descomponiéndola y atribuyendo diferentes
operaciones a componentes singulares del aparato-, pero que es necesario no confundir
“los andamios con el edificio” (pp. 530). Es decir que estas serán hipótesis provisionales
repecto de cómo puede pensarse o representarse ese psiquismo, pero es importante
-para el autor- no confundir el modelo con la realidad. Luego de esto, Freud comenzará
con la modelización (construcción o configuración) del aparato.
40
c) Desarrolle la modelización del aparato psíquico que Freud expone en este texto.
Al hacerlo, considere e incorpore los siguientes términos a su desarrollo:
Sistemas psíquicos – extremo sensorial/extremo motor – huellas mnémicas –
preconciente – inconciente – censura.
En este momento Freud va a comenzar con la modelización del aparato psíquico y a decir
que lo piensa como un instrumento compuesto por sistemas psíquicos (o instancias) que
poseen una orientación espacial constante, y no necesariamente un ordenamiento
realmente espacial de los sistemas, sino que bastaría con que se haya establecido una
secuencia fija entre ellos (de forma que a raíz de ciertos procesos psíquicos estos
sistemas sean recorridos por la excitación dentro de una determinada serie temporal;
aunque el autor admite la posibilidad de que esta serie pueda experimentar una alteración
en el caso de otros procesos).
De modo que este aparato psíquico que ya dijimos se encuentra compuesto por sistemas
para Freud va a tener una dirección. Esto quiere decir que toda nuestra actividad psíquica
para el autor parte de estímulos -sean estos internos o externos- y termina
necesariamente en inervaciones (es decir, con la descarga de energía), y es por esto que
Freud va a asignar a su aparato un extremo sensorial (en el cual se encuentra un sistema
que recibe las percepciones) y un extremo motor (encargado de abrir “las esclusas de la
motilidad” pp. 531). En este esquema general del aparato psíquico así planteado,
entonces, el proceso psíquico transcurriría -en general- desde el extremo de la percepción
hacia el de la motilidad. Aquí podemos verlo mejor:
En este punto Freud va a decir que el proceso del reflejo sigue siendo el modelo de toda
operación psíquica, y va a realizar una primera diferenciación respecto del extremo
sensorial al decir que de las percepciones que llegan a nosotros, en nuestro aparato
psíquico queda una huella que el autor llama huella mnémica, y a la función atinente a
esa huella mnémica la llamamos memoria. Ahora bien, si se toma en serio el anudamiento
freudiano de los procesos psíquicos a sistemas, la huella mnémica sólo puede consistir en
alteraciones permanentes sobrevenidas en -sucedidas sobre- los elementos de los
sistemas. Ahora bien, como Freud sostuvo en este punto es dificultoso suponer que un
mismo sistema (P) deba conservar alteraciones sobrevenidas a sus elementos y, a pesar
de ello, mantenerse abierto y receptivo a las nuevas ocasiones de alteración.
Es en este sentido entonces que el autor va a distribuir estas dos operaciones entre
sistemas diversos y a proponer que un sistema del aparato -el delantero o polo sensorial-
41
recibe los estímulos perceptivos pero nada conserva de ellos (y por lo tanto carece de
memoria), y que tras de él hay un segundo sistema que traspone la excitación
momentánea del primero a huellas permanentes. El cuadro del aparato psíquico que
Freud propone en este momento quedaría entonces así:
Como sabemos, de las percepciones que tienen efecto sobre el polo extremo perceptivo
(P) conservamos como duradero algo más que su contenido -dirá Freud en este
momento-; pues nuestras percepciones se revelan entrelazadas entre sí en la memoria
(sobretodo de acuerdo con el encuentro en la simultaneidad que en su momento tuvieron,
es decir, por asociación). Ahora bien, es claro que el sistema P no tiene memoria alguna
así como tampoco puede conservar las huellas para la asociación, pues sus elementos se
verían impedidos en su función si contra cada percepción nueva se hiciese valer un resto
del enlace anterior. Es esto lo que lleva a Freud a suponer que la base de la asociación
son más bien los sistemas mnémicos (Mn) (y en este sentido que la asociación no
consistiría en otra cosa que en el hecho de que que -a consecuencia de reducciones en la
resistencia y de facilitaciones- desde uno de los elementos Mn la excitación se propaga
más bien hacia un segundo elemento Mn que hacia un tercero).
Freud va a proponer en este punto la necesidad de suponer no uno sino varios de esos
elementos de Mn dentro de los cuales la misma excitación propagada por los elementos P
experimentará una fijación de diversa índole: el primero de esos sistemas Mn contendría
la fijación de la asociación por simultaneidad y en los que están más alejados el material
mnémico se ordenaría según otras clases de encuentro, otras relaciones -de semejanza u
otras-. Lo que caracterizaría entonces el valor de un sistema como el referido residiría
para el autor en sus vincularse íntimamente con los elementos del material mnémico en
bruto; en las gradaciones de la resistencia de conducción hacia esos elementos...
Antes de seguir Freud va a realizar una observación y a decir que como se dijo el sistema
P -que no tiene capacidad alguna para conservar alteraciones, y por tanto memoria
alguna- brinda a nuestra conciencia toda la diversidad de las cualidades sensoriales.
Mientras que a la inversa, nuestros recuerdos -aún los más hondos- son en sí
inconcientes, y aunque es posible hacerlos concientes es indudable que en el estado
inconciente despliegan todos sus efectos. De modo que lo que llamamos nuestro carácter
para Freud se basa en las huellas mnémicas de nuestras impresiones, y aquellas más
fuertes, las de nuestra primera juventud, casi nunca devienen concientes; pero cuando los
recuerdos se hacen de nuevo concientes lo que sucede es que no muestran cualidad
sensorial alguna o una muy ínfima en comparación con las percepciones (es por esto que
42
En cuanto al sistema que está detrás del Prcc lo llama Inconciente (Icc) porque no tiene
acceso alguno a la conciencia si no es por vía del preconciente, y al pasar por el cual su
proceso de excitación tiene que sufrir modificaciones.
Ahora bien, cuando en este punto Freud se pregunta en cuál de estos sistemas situar el
envión para la formación del sueño, va a responderse que es en el sistema inconciente. Y
43
si bien el autor luego llega a saber que esto no es del todo correcto porque que la
formación del sueño se ve precisada a anudarse con pensamientos oníricos que
pertenecen al sistema del preconciente, esto no anula la adopción del supuesto de que el
sistema inconciente es el punto de partida para la formación del sueño, sobre la base de
que a partir del abordaje del deseo onírico se encuentra con que la fuerza impulsora del
sueño es aportada por el aquél (sist. Icc).
Si es el sistema inconciente el productor del envión para la formación del sueño, como
todas las otras formaciones del pensamiento esta excitación onírica exteriorizará, para
Freud, el afán de proseguirse dentro del Prcc y alcanzar desde ahí el acceso a la
conciencia; de modo que se vuelve necesario en este punto averiguar por qué camino y
merced a qué alteración la censura abre el acceso a la conciencia de los pensamientos
oníricos.
Lo que Freud va a decir en este momento de su modelización del aparato psíquico es que
para explicar el acceso de ciertos pensamientos oníricos a la conciencia -pasando por el
preconciente- no basta recurrir a la disminución o relajación de la resistencia que ocurre
por la noche, pues si se tratara de eso recibiríamos en el material de nuestras
representaciones sueños que no mostrarían un carácter alucinatorio (no se hallarían
desfigurados, sin sus relaciones lógicas, etcétera).
Lo que ocurre para Freud es que en el sueño alucinatorio la excitación toma un camino de
reflujo: en lugar de propagarse hacia el extremo motor del aparato, lo hace al extremo
sensorial, alcanzando por último el sistema de las percepciones. De modo que si a la
dirección según la cual el proceso psíquico se continúa en la vigilia desde el inconciente la
llamamos progrediente, toma sentido para Freud la afirmación y la elucidación respecto
de que el sueño posee un carácter regrediente.
Claro que la regresión si bien va a ser una de las peculiaridades psicológicas del proceso
onírico no es propia exclusivamente de los sueños, sino que también el recordar
deliberado y otros procesos parciales de nuestro pensamiento normal corresponden una
marcha hacia atrás, pero la diferencia residiría en que en la vigilia esta retrogresión no va
más allá de las imágenes mnémicas; es decir, no puede producir la animación alucinatoria
de las imágenes perceptivas; y esto es importante.
Pero Freud se pregunta, entonces, por qué esto sí sucede en el sueño. Y va a proponer a
este respecto que quizá se deba al trabajo de condensación, producto del cual las
intensidades adheridas a las representaciones son transferidas de una a otra por obra del
trabajo del sueño, de modo que se debería a esta modificación del proceso psíquico
correspondiente la posibilidad de que el sistema de las P se invista hasta la plena
vivacidad sensorial en la dirección inversa, partiendo de los pensamientos.
se hace posible explicar para el autor el hecho de que a raíz del trabajo del sueño todas
las relaciones lógicas entre los pensamientos oníricos se pierden (o en su defecto, se
hallan desfigurados).
De acuerdo con este esquema, entonces, las relaciones entre pensamientos no estarían
contenidas en los primerso sistemas Mn, sino en otros situados mucho más adelante; por
lo que en la regresión tienne que quedar despojados de todo medio de expresarse
(excepto el de las imágenes perceptivas (y el autor dirá en este punto que “la
ensambladura de los pensamientos oníricos es resuelta, por la regresión, en su material
en bruto” pp. 537).
Ahora bien, al preguntarse qué alteración posibilita esa regresión imposible durante el día
pero posible en el sueño, Freud va a decir que se vuelve necesario atender a aquellas
otras regresiones que se producen en estados patológicos de la vigilia; regresión que se
produce a pesar de una corriente sensorial ininterrumpida en la dirección progrediente. Lo
que descubre respecto de las aluciones de la histeria y de la paranoia, así como de las
visiones de personas normales, es que de hecho corresponden a regresiones, es decir,
pensamientos mudados en imágenes, y va a sostener que sólo experimentan esa
mudanza los pensamientos que mantienen íntima vinculación con recuerdos sofocados o
que han permanecido inconcientes.
El sueño podría describirse así como el sustituto de la escena infantil, alterado por la
transferencia a lo reciente: como la escena infantil no puede imponer su renovación debe
conformarse con regresar como sueño. Es decir que la regresión sería un efecto de la
resistencia que se opone a la penetración del pensamiento en la conciencia por vía
normal, así como de la simultánea atracción que sobre él ejercen los recuerdos que
subsisten con vivacidad sensorial.
[Es en este último sentido que Freud va a decir, al finalizar el apartado, que “el soñar en
su conjunto es una regresión a la condición más temprana del soñante, una reanimación
de su infancia, de las mociones pulsionales que lo gobernaron entonces y de los modos
de expresión que disponía” pp. 542.]
3. De acuerdo al Apartado C,
a) ¿Cómo propone el texto la articulación entre los restos diurnos y el deseo onírico
inconciente? ¿Qué metáfora utiliza Freud para ilustrarla? ¿Por qué?
Freud comienza diciendo en este momento del apartado C que si bien admite la
existencia de una serie de sueños cuya incitación proviene predominantemente -y aún
exclusivamente- de los restos diurnos (entendidos estos como recuerdos recientes,
45
Es en este sentido que el autor va a usar una metáfora para clarificar su hipótesis, y dirá
que es posible que los pensamientos oníricos (o restos diurnos) desempeñen para el
sueño el papel del empresario en el sentido de que proveen la idea y el empuje para
ponerla en práctica (de modo que en el sueño los restos diurnos aportarían el contenido
sobre el cual el trabajo del sueño se monta?). Ahora bien, nada puede hacer el
empresario sin capital, por lo que necesita de un capitalista que le costee el gasto; de
modo que el capitalista que aporta el gasto (o energía) psíquico (a) para el sueño será,
según Freud -inevitablemente e independientemente del pensamiento diurno del que se
trate-, un deseo que procede del inconciente.
Un ejemplo de esta articulación entre los restos diurnos y el deseo onírico inconciente en
la formación del sueño lo puede aportar el análisis del primer sueño de Dora realizado por
Freud (al que nos remite una nota al pie de este texto, pp. 553, n12, AE, 7, pp. 76). El
autor va a utilizar su análisis del sueño para poner a prueba su tesis respecto de que el
sueño es un deseo que se figura como cumplido, y a partir de ello va a sostener que su
trabajo de interpretación da cuenta de cómo unos pensamientos diurnos concientes de
Dora no bastan para formar el sueño sino que el impulso de éste proviene de unos
pensamientos de subrogación más oscura y menos nítida en el sueño que corresponden
a una corriente contraria a la conciencia y por eso cayeron bajo la sofocación; un deseo
infantil, inconciente, de poner al padre en lugar del señor K (AE, 7, pp. 75-6).
[Ahora bien, antes de terminar el apartado Freud va a decir que aunque con las
observaciones precedentes se restringió la importancia que los restos diurnos tienen para
el sueño, resulta importante para él remarcar que es un ingrediente necesario de la
formación del sueño; de modo que no es sorpresivo que en el contenido de todo sueño se
identifique un anudamiento con una impresión diurna reciente -y a menudo indiferente-,
pues como nos enseña la psicología de la neurosis, la representación inconciente como
tal es incapaz de ingresar en el preconciente, sólo pudiendo exteriorizar ahí un efecto si
entra en conexión con una representación inofensiva que ya pertenezca al preconciente,
transfiriéndole su intensidad y dejándose encubrir por ella (a este hecho Freud lo llama
transferencia aquí (pp. 554), pero en otros textos se habrá referido a ella como
desplazamiento).
En este punto el autor va a decir que lo inconciente urde sus conexiones de preferencia
en torno de aquellas impresiones y representaciones de lo preconciente a las que
descuidó por indiferentes, de modo que si se supone que también en el sueño tiene
valimiento esa misma necesidad de transferencia/desplazamiento por parte de las
representaciones reprimidas, se logra explicar dos de los enigmas del sueño, a saber: que
todo análisis de sueños pone de manifiesto algún entrelazamiento de una impresión
reciente; y que éste elemento reciente es a menudo del tipo más indiferente. Pero además
el autor va a agregar que si estos elementos recientes e indiferentes pueden llegar con
tanta frecuencia al contenido del sueño (“en calidad de sustitutos de los más antiguos
entre los pensamientos oníricos” pp. 556) esto tiene que deberse al hecho de que son los
que menos tienen que temer de la censura de la resistencia. Y si su exenticidad de
censura nos esclarece la preferencia por los elementos triviales, la constancia de los
46
Para finalizar y sintetizar, entonces, Freud va a decir que se ve así que los restos diurnos
-asimiladas ahora a las impresiones indiferentes- no sólo toman algo “prestado” del
inconciente cuando logran participar en la formación del sueño -vale decir: la fuerza
pulsionante de que dispone el deseo reprimido-, sino que también ofrecen a lo inconciente
algo indispensable: el apoyo necesario para adherir la transferencia (desplazamiento).]
Lo que Freud va a sostener luego de estudiar el deseo onírico (el cual, como sostuvo,
deriva del inconciente y se vincula con los restos diurnos -los cuales a su vez pueden ser
deseos o mociones psíquicas de cualquier otra índole o simplemente impresiones
recientes-) es que a partir de lo elucidado no sería imposible explicar o descubrir, a través
del análisis de incluso aquellos casos extremos en que el sueño se presenta como
continuador del trabajo diurno (llevando a feliz término una tarea irresuelta de la vigilia), la
existencia de una fuente de deseo infantil o reprimida cuya convocación vino a reforzar el
empeño de la actividad preconciente.
Es en este punto que va a preguntarse por qué lo que lo inconciente ofrece al sueño no es
nada más que la fuerza pulsionante para un cumplimiento de deseo, y a sostener que la
respuesta a esta pregunta puede servir para arrojar luz sobre la naturaleza del desear.
Ahora bien, para dar cuenta de la respuesta a esta pregunta o problema el autor va a
servirse del esquema del aparato psíquico por él presentado.
Freud va a plantear, entonces, que nuestro aparato psíquico alcanzó su perfección actual
sólo a partir de haber atravesado un largo desarrollo, pero si nos retrotraemos a una
etapa más temprana de su capacidad de operación podríamos suponer que el aparato en
su primera construcción obedeció primero al afán de mantenerse en lo posible exento de
estímulos (acorde al principio de constancia postulado años atrás por el autor, consistente
en plantear que el aparato psíquico tiende a mantener la cantidad de excitación en él
contenida a un nivel bajo o por lo menos tan constante como sea posible), adoptando el
esquema del aparato reflejo que le permitía descargar enseguida por vías motrices una
excitación sensible que le llegaba desde afuera.
Ahora bien, Freud va a decir en este punto que el apremio de la vida va a perturbar esta
simple función, asediándolo primero en la forma de las grandes necesidades corporales;
excitación impuesta por la necesidad interior que buscará drenarse mediante la motilidad
(“el niño llorará” pp. 557). Sin embargo, la situación se mantendrá inmutable para Freud,
hasta el momento en el que sobreviene un cambio cuando, por algún camino (en el caso
del niño, dice el autor, por el cuidado ajeno, por la intervención de un otro con el fin de
cancelar el estímulo del niño) se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que
cancela ese estímulo interno.
De modo que un componente esencial de esta vivencia será la aparición de una cierta
percepción (por ejemplo, la nutrición) cuya imágen mnémica queda de ahí en más
asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad; de
forma que la próxima vez que esta última -la excitación- sobrevenga merced al enlace
47
antedicho, se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen
mnémica de aquella percepción y producir así otra vez la percepción misma.
Ahora bien, en este punto Freud va a decir que algo modificó esta primitiva actividad de
pensamiento en otra, secundaria, pues en última instancia el establecimiento de la
identidad perceptiva (por la corta vía regrediente en el interior del aparato) no tiene la
misma consecuencia que se asocia con la investidura de esa percepción desde afuera: “la
satisfacción no sobreviene, la necesidad perdura” dirá el autor aquí (pp. 558), para que
perdurara la investidura interior debería ser mantenida permanentemente (cosa que
sucede, dice el autor, en las psicosis alucinatorias y en las fantasías del hambre, cuya
operación psíquica se agota, dice, con la retención del objeto deseado -en la fantasía? En
la alucinación... y la fantasía de los neuróticos no conduce también a lo mismo?-).
De modo que para conseguir un empleo de la fuerza psíquica más acorde a fines, Freud
va a decir que se hace necesario la detención de la regresión, de forma que ésta no vaya
más allá de la imagen mnémica y desde esta pueda buscar otro camino que lleve al
establecimiento desde el mundo exterior la identidad perceptiva deseada; inhibición de la
regresión y desvío de la excitación consecuencia de aquella que pasarán a ser para el
autor el objetivo de un segundo sistema que gobierna la motilidad voluntaria.
Es de esto que se desprende que para Freud la actividad del pensamiento que se urde
48
desde la imagen mnémica hasta el establecimiento de la identidad perceptiva por obra del
mundo exterior no va a constituir otra cosa que un rodeo para el cumplimiento de deseo
(“rodeo que la experiencia ha hecho necesario” pp. 558); de modo que el pensar no va a
ser para el autor otra cosa que el sustistuto del deseo alucinatorio, y en el acto se vuelve
evidente para él que el sueño es un cumplimiento de deseo (“puesto que solamente un
deseo puede impulsar a trabajar a nuestro aparato psíquico” pp. 559).
Para terminar, Freud dirá: “el sueño, que cumple sus deseos por el corto camino
regrediente, no ha hecho sino conservarnos un testimonio del modo de trabajo primario de
nuestro aparato psíquico, que se abandonó por inadecuado (...)” (pp. 559).