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Copyright

EDICIONES KIWI, 2017

[email protected]

www.edicioneskiwi.com

Publicado en USA por Simon & Schuster Children’s Publishing Division

Avenue of the Americas 1230, New York, New York, 10020

Editado por Ediciones Kiwi S.L.

Primera edición, junio 2017

© 2017 Abbi Glines

© de la cubierta: Borja Puig

© de la fotografía de cubierta: shutterstock

© Ediciones Kiwi S.L.

Gracias por comprar contenido original y apoyar a los nuevos autores.

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los


apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta
obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el
tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la
obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.

Nota del Editor


Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y
acontecimientos recogidos son producto de la imaginación del autor y
ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, negocios,
eventos o locales es mera coincidencia.
Prólogo

—Vaya vaya, pero si es la pequeña Manda, arreglada y lista para jugar.

El agua que había estado bebiendo, eligió ese momento para ir por el camino
equivocado. Cubriéndome la boca para amortiguar mi tos seca, me alejé todo
lo que pude del aliento cálido que sentía junto a mi oreja. Estaba allí esa
noche por una simple razón: ver a Preston Drake. Toda una suerte para mí,
que cuando por fin se da cuenta de que estoy viva, decida ahogarme con el
agua.

La sonrisa divertida de Preston mientras me palmeaba la espalda no ayudó


para nada a mi humillación.

—Lo siento, Manda, no sabía que mi presencia haría que te ahogaras.

Cuando fui capaz de hablar de nuevo, me di la vuelta para mirar al chico que
aparecía en todas mis fantasías nocturnas durante el último par de años. Todo
lo que había hecho para prepararme para esta noche y estar increíble parecía
ahora inútil. Preston me sonreía. Como siempre. Lo divertía. Solo me veía
como a la hermanita inocente de su mejor amigo, Marcus Hardy. Era un
cliché. ¿Cuántas novelas románticas malas había leído sobre la chica que se
enamora desesperadamente del mejor amigo de su hermano? Innumerables.

—Me has asustado —quise explicar mi repentino ataque de tos.

Preston inclinó la botella de cerveza hacia sus labios y tomó un trago mientras
mantenía los ojos fijos en mí.

—¿Estás segura de que no ha sido mi voz increíblemente sexy susurrándote al


oído lo que ha causado tu momentánea falta de oxígeno?

Sí, probablemente había sido eso; sabía bien lo guapo que era, así que no iba
a agrandarle el ego. Cruzándome de brazos, me puse a la defensiva. Nunca
sabía cómo o qué decirle a Preston. Sentía tanto miedo de que me mirara a
los ojos y supiera que los cerraba por las noches y me imaginaba hacerle
cosas que no podía ni decir.

—Demonios, Manda —dijo en voz baja y rasposa mientras sus ojos descendían
a mis pechos. Llevaba una blusa blanca de escote bajo y un sujetador de los
que realzan, con la esperanza de conseguir que Preston viera que mi cuerpo
se había desarrollado. Además, sabía que tenía fijación por los pechos. Era
obvio, viendo las chicas con las que había salido… bueno, en realidad no salía.
Solo se las follaba. Mis pechos no eran grandes, pero un sujetador que me los
levantara y una buena postura, y ya no estaban tan mal—. Bonita blusa.

Me miraba de verdad. O a ellas; que también eran mías, así que era lo mismo.

—Gracias —respondí en un tono lo más normal que pude y que dejaba ver que
aún respiraba algo rápido.
Preston dio otro paso hacia mí, acortando la pequeña distancia que nos
separaba. Sus ojos seguían puestos a mi escote, totalmente a la vista.

—Tal vez llevar una blusa como esa no es muy inteligente, Manda. —Su voz
profunda me hizo temblar—. Oh, joder, no hagas eso. No tiembles.

Una gran mano tocó mi cintura. Su pulgar rozó mi estómago y gentilmente


empujó el borde de mi blusa hacia arriba.

—Llevo bebiendo desde las cuatro, cariño. Deberías empujarme y mandarme


lo más lejos posible, porque no creo que pueda parar.

Un suave gemido. Oh, sí. ¿Debería empezar a rogar?

Preston levantó la mirada para encontrarse con la mía. Su largo y claro


cabello rubio, en el que todas las chicas querían meter las manos, cayó sobre
uno de sus ojos. No pude evitarlo. Levanté la mano y metí el mechón suelto
detrás de su oreja. Cerró los ojos e hizo un pequeño sonido de satisfacción
con su garganta.

—Manda, eres dulce, tan jodidamente dulce, y yo no soy el tipo de chico al


que se supone que dejes acercarte tanto. —Su voz era casi un susurro
mientras sus ojos penetraban en los míos. Podía ver la leve mirada vidriosa
que confirmaba que había bebido mucho.

—Ya no soy una niña. Puedo decidir a quién dejo acercarse —respondí,
cambiando de lado mis caderas para que tuviese una panorámica más amplia
de lo que había bajo la blusa.

—Mmm, ya veo, aquí es donde creo que podrías estar equivocada, porque
pequeños cuerpos intactos como el tuyo, frescos y dulces, no deberían tentar
a chicos que solo buscan otra buena follada.

Escuchar a Preston Drake decir la palabra follar con esos labios carnosos era
bastante excitante. Era demasiado guapo. Siempre lo había sido. Sus pestañas
eran muy largas, su cara demasiado esculpida y, si sumabas eso a sus labios y
cabello, obtenías un paquete letal.

—A lo mejor no estoy tan intacta como piensas —dije, esperando que no


detectara la mentira. Quería ser una de esas chicas malas a las que a él no le
importaba llevarse a una habitación trasera y hacérselo contra una pared.

Preston bajó la boca para apenas rozar la piel de mi hombro, a la vista con
aquella blusa.

—¿Me estás diciendo que ya han jugado con estas dulzuras?

No.

—Sí —respondí.
—Demos un paseo —me susurró al oído mientras sus dientes presionaban
gentilmente mi lóbulo.

—Vale.

Preston se echó hacia atrás y señaló la puerta.

—Vamos.

Aquello no era muy buena idea. Si Rock, Dewayne o cualquiera de los amigos
de mi hermano nos veían yéndonos juntos, impedirían que pasara algo. Y
quería que pasara algo. Estar sola bajo mis sábanas, pensando en Preston
Drake, era cansino ya. Quería al hombre de verdad. Me pregunté por qué
Preston no había pensado que podían vernos. ¿Quería que los chicos nos
detuvieran? Miré a su mesa usual; Rock no nos prestaba atención. Dewayne
me guiñó un ojo y luego regresó a hablar con una chica.

Miré al barman.

—Primero tengo que pagar mi cuenta.

Preston me empujó hacia la puerta.

—Yo me encargo de tu cuenta. Ve y sube a mi Jeep.

Vale. Sí. Quería subirme en su Jeep. Eso también nos haría salir por separado.
Asintiendo, me dirigí hacia la puerta, pensando que era muy posible que
acabara de ganar la lotería.

Eché un vistazo alrededor del estacionamiento y busqué el Jeep de Preston.


Cuando no lo vi delante, me encaminé hacia la parte trasera del edificio para
ver si lo había aparcado allí. La mayoría no lo hacía porque no había
iluminación.

Caminando en la oscuridad me pregunté si aquello era inteligente. Una chica


de verdad no debería estar ahí fuera durante la noche. Tal vez sería mejor
regresar donde sí que había luz.

—No te eches atrás. Ya me estoy volviendo medio loco solo de pensar en esto.
—La mano de Preston rodeó mi cintura y me atrajo hacia su pecho. Sus manos
se deslizaron hacia arriba y cubrieron mis pechos, apretándolos y luego
tirando de mi blusa hasta que estuvo lo suficientemente baja para poder
sentir la piel expuesta del escote.

—Dulce dios todopoderoso, las de verdad se sienten tan jodidamente bien —


murmuró.

No podía respirar; las manos de Preston me tocaban, quería que tocara más.
Levantando las manos, deshice los botones de mi camisa y la dejé caer.
Encontré el broche frontal de mi sostén y rápidamente lo solté antes de que
pudiera arrepentirme. Estábamos en medio de un aparcamiento bastante
oscuro comportándome como una completa zorra.

—Diablos, nena. Sube tu trasero a mi Jeep —gruñó Preston mientras me


empujaba en una dirección con las manos sobre mis caderas. Su Jeep
apareció frente a nosotros. Estaba bastante segura de que no podíamos hacer
aquello en un Jeep.

—¿Podemos, um, hacer esto aquí? —pregunté mientras me giraba para


ponerme frente a él. Incluso en la oscuridad, se imponía su cabello claro. Sus
párpados bajaron y esas largas pestañas casi le rozaban las mejillas.

—¿Hacer qué, nena? ¿Qué es lo que quieres hacer? Porque el que me


mostraras estos hermosos pechos me está volviendo un poco loco. —Me
presionó contra su Jeep mientras bajaba la cabeza y tomaba uno de mis
pezones en su boca y chupaba fuerte antes de mover su lengua.

Nadie me había besado los pechos. La explosión inmediata fue directa a mis
bragas mientras gritaba su nombre. Eché hacia atrás la cabeza, apoyándola
en la ventana del Jeep y mis rodillas temblaron. Las manos de Preston, que
me aguantaban con fuerza, evitaron que terminara en el suelo.

—Joder —gruñó Preston y empecé a disculparme cuando sus manos tomaron


mi trasero y me levantaron. Me agarré de sus hombros y rodeé su cintura,
temerosa de que me dejara caer.

—¿Adónde vamos? —pregunté mientras nos adentrábamos más en el


aparcamiento. ¿Se había enfadado?

—Estoy llevando tu trasero hacia allí para poder quitarte la ropa y enterrar mi
pene en ese pequeño coño. No puedes hacer una mierda como esa, Manda y
esperar que un chico se controle. Esto no funciona jodidamente así, pequeña.

Iba a «follarme». Por fin. No era exactamente como quería que se refiriera a
esto cuando finalmente lo hiciéramos, pero Preston no era de los de rosas y
velas. Solo le importaba el placer. Lo sabía.

Preston extendió la mano y abrió la puerta detrás de mí. Entramos en una


habitación oscura y un poco fría.

—¿Dónde estamos? —pregunté mientras me sentaba en una caja.

—En el almacén. No te preocupes. Lo he usado antes.

¿Lo había usado antes? Oh.

Apenas podía verlo, pero sabía por las sombras de sus movimientos que se
quitaba la ropa. Primero su camisa: quería ver su pecho. Había escuchado a
muchas chicas soltando risillas al hablar de eso; decían que tenía uno de los
abdómenes más duros y marcados que habían visto. El rumor era que incluso
la señora Gunner, la esposa de uno de los miembros del consejo de la ciudad,
se había acostado con Preston. Yo no me lo creía; era demasiado joven para
tener sexo con alguien de su edad.

Escuché un crujido y empecé a preguntarme qué hacía cuando me di cuenta


de que había abierto un envoltorio de condón.

Sus manos comenzaron a recorrer el interior de mis piernas y dejó de


importarme lo de la señora Gunner o los demás rumores que había escuchado
sobre su vida sexual.

—Abre. —Su rasposa demanda tuvo un efecto incendiario. Abrí las piernas.
Sus manos se deslizaron justo por encima del borde de mis bragas. Con un
dedo recorrió el centro de mi calidez hacia abajo—. Estas bragas están
jodidamente húmedas. —La aprobación en su voz aligeró la vergüenza en la
que podría haber caído por un comentario como ese.

Sus dos manos bajaron mis bragas hasta que estuvieron en mis tobillos.
Preston se arrodilló y sacó cada uno de mis tacones por los agujeros. Luego se
puso de pie y se inclinó sobre mí.

—Me quedaré con esto.

¿Mis bragas?

—Acuéstate —dijo mientras su cuerpo se colocaba encima de mí.

Tanteé para asegurarme de que la caja era lo suficientemente grande para


poder acostarme de espaldas.

—Tienes bastante espacio, Manda. Acuéstate —repitió Preston.

No quería que cambiara de opinión o se pusiera sobrio, por eso hice lo que
había dicho. El cartón era fuerte y lleno de algo firme y pesado, porque ni
siquiera lo hundimos.

Preston bajó su boca hacia la mía y me preparaba para nuestro primer beso
cuando se detuvo. Sus labios se quedaron a centímetros de mí solo un
segundo antes de que se alejara y comenzara a besarme el cuello. ¿Qué
acababa de pasar? ¿Tenía mal aliento? Me acababa de comer un caramelo de
menta en el bar.

Las pequeñas lamidas y mordisquitos me hicieron difícil pensar con claridad


sobre eso.

Luego sus caderas descendieron y sus manos subieron mi falda hasta llegar a
mi cintura. No tuve mucho tiempo para prepararme antes de notarle
presionando mi entrada.

—Apretado, joder, joder, está tan apretado —susurró Preston, y su cuerpo


tembló sobre mí, haciendo que el agudo dolor entre mis piernas fuese un poco
más soportable—. No puedo contenerme, Manda. Joder… No puedo.
El dolor me atravesó y grité y me sacudí debajo de él. Maldijo mientras decía
mi nombre y se deslizaba dentro y fuera de mí. El dolor poco a poco comenzó
a ceder y sentí el primer temblor de placer.

—Ahh, mierda —gritó Preston y su cuerpo se sacudió sobre mí. No estaba


exactamente segura de lo que acababa de pasar, pero por los gemidos
provenientes de él, lo había disfrutado.

Cuando no volvió a moverse y su dura longitud dentro de mí empezó a salir,


me di cuenta de que había terminado. Preston se alejó mientras murmuraba
más maldiciones. Se movió, y, por lo que pude ver, estaba vistiéndose. ¿Ya?

Me senté y me bajé la falda. El hecho de estar exhibiéndome así empezó a


importarme. Cuando escuché la cremallera de sus vaqueros, me abroché el
sujetador y empecé a cerrar la blusa.

—Manda. —Su voz sonaba triste—. Lo siento.

Abrí la boca para preguntarle por qué, pues lo que acabábamos de hacer se lo
había pedido yo, cuando abrió la puerta y salió hacia la oscuridad.
1

Tres meses después…

PRESTON

El último escalón estaba roto. Necesitaba poner aquel arreglo en la parte


superior de mi lista de prioridades. Alguno de los chicos bajaría corriendo y
terminaría con un tobillo torcido, o peor, una pierna rota, si lo ignoraba.
Pasando por encima, subí por la escalera del remolque de mi madre.

Ya hacía una semana que había ido a comprobar cómo iban las cosas. El
último novio de mi madre bebía, y terminé dándole un puñetazo cuando le dijo
idiota a mi hermana de siete años, Daisy, por derramar su vaso de zumo de
naranja. Le reventé el labio. Mi madre me gritó y me dijo que me fuera. Me
imaginé que una semana sería tiempo suficiente para que lo hubiera
superado.

La puerta de tela metálica se abrió y me saludó una gran sonrisa sin dientes.

—¡Preston está aquí! —gritó Brent, mi hermano de ocho años, antes de


envolver los brazos en mis piernas.

—Hola, amigo, ¿cómo estás? —pregunté incapaz de devolverle el abrazo.


Llevaba los brazos a tope con las bolsas de provisiones para toda la semana.

—Trae comida —anunció Jimmy, mi hermano de once años, mientras salía y


cogía una de las bolsas que llevaba.

—Yo puedo. Hay más en el Jeep. Ve a buscarlas, pero cuidado con el último
escalón. Está a punto de soltarse. Tengo que arreglarlo.

Jimmy asintió y corrió hacia el Jeep.

—¿Me has traído esos cereales que me gustan? —me preguntó Daisy mientras
entraba en la sala de estar. Daisy tenía un retraso en su desarrollo del habla.
Yo culpaba a mi madre por su falta de cuidado.

—Si, Daisy May, te he traído dos cajas —le aseguré, y caminé a través de la
gastada y descolorida alfombra azul, para apoyar las bolsas en el mostrador
de la cocina. El lugar apestaba a humo de cigarrillo y suciedad.

—¿Mamá? —llamé. Sabía que estaba allí. El viejo Chevelle destartalado que
conducía estaba en el patio. No iba a dejar que me evitara. Adeudaba el
alquiler.

—Está dumiendo —dijo Daisy en un susurro.

No pude evitar fruncir el entrecejo. Siempre dormía. Si no dormía, se


encontraba fuera bebiendo.
—El idiota la dejó ayer. Se ha escondido desde entonces —dijo Jimmy
mientras ponía sus alimentos junto a los míos.

Hasta nunca. El hombre era un vago. Si no fuera por los chicos, nunca
vendría a este lugar. Pero mi madre tenía la custodia completa porque en
Alabama, mientras tengas un techo y no abuses de los chicos, entonces te los
puedes quedar. Era una jodida mierda.

—¿Has comprado litos de leche? —preguntó Daisy asombrada, mientras


sacaba los tres litros de leche de una bolsa de papel.

—Claro que sí. ¿Cómo te vas a comer dos cajas de Fruity Pebbles si no tienes
nada de leche? —pregunté, agachándome, para mirarla a los ojos.

—Peston, no creo que pueda beder todo. —Mierda, era preciosa.

Agité sus rizos y me levanté.

—Bien, entonces creo que tendrás que compartir con los chicos.

Daisy asintió seriamente como si coincidiera con que era una buena idea.

—¡Compraste rollos de pizza! ¡Sí! —ovacionó Jimmy mientras sacaba una gran
caja de su comida favorita y corría hacia el congelador.

Verlos emocionarse por comida hacía que todo estuviera bien. Cuando tenía
su edad, había pasado semanas sin nada para comer, salvo pan blanco y agua.
A mi madre no le importaba si comía o no. Si no fuera por mi mejor amigo,
Marcus Hardy, que compartía su almuerzo todos los días conmigo,
probablemente habría muerto por malnutrición. No dejaría que eso les pasara
a los chicos.

—Pensaba que te había dicho que te fueras. Ya causaste demasiados


problemas por aquí. Echaste a Randy. Se fue. No lo puedo culpar después de
que le rompieras la nariz por nada. —Mi madre se había despertado.

Puse las últimas latas de raviolis en el armario antes de girarme para


saludarla. Llevaba una bata manchada que alguna vez fue blanca. Ahora era
más de un color canela. Su cabello era una espesa maraña y la máscara para
pestañas se había corrido.

Ella era el único padre que había conocido. Era un milagro que sobreviviese
hasta la edad adulta.

—Hola, mamá —respondí y cogí un paquete de galletitas de queso para


guardarlas.

—Los estás sobornando con comida. Pequeña mierda. Solo te quieren porque
los alimentas con esas cosas caras. Puedo alimentar a mis propios hijos. No
necesito que los malcríes —gruñó mientras arrastraba los pies descalzos
hasta la silla de la cocina más cercana y se sentaba.

—Voy a pagar el alquiler antes de irme, pero sé que tienes otras facturas.
¿Dónde están?

Agarró el paquete de cigarrillos que se encontraban sobre el cenicero en


medio de su pequeña mesa marrón de fórmica.

—Las facturas están sobre la nevera. Las escondí de Randy. Se enfadaba al


verlas.

Seguro. La factura del agua y de la luz enfadaban al tío. Mi madre sí que


sabía cómo elegirlos.

—Oh, Peston. ¿Puedo comer una destas ahora? —preguntó Daisy, sosteniendo
una naranja.

—Por supuesto que puedes. Ven aquí, la pelaré —contesté, estirando mi mano
para que me la diera.

—Deja de mimarla. Vienes, la mimas y después te vas. Y tengo que lidiar con
su trasero malcriado. Necesita crecer y hacer su propia mierda. —Las
palabras ácidas de mi mamá no eran nada nuevo. Sin embargo, ver que Daisy
parpadeaba y se le llenaban los ojos de lágrimas que sabía que no iba a soltar
por temor a ser abofeteada hizo que mi sangre hirviera.

Me agaché y le besé en la cabeza antes de agarrar la naranja y pelarla.


Enfrentar a mi madre lo empeoraría. Cuando me fuera, iba a ser
responsabilidad de Jimmy que Daisy estuviera a salvo. Dejarlos aquí no era
fácil y no tenía la cantidad de dinero necesaria para ir a juicio con el caso.
Además, el estilo de vida que había elegido para asegurarme de que
estuvieran bien y cuidados no era uno que me hiciera lucir favorable en los
tribunales. No tenía más oportunidad de conseguirlos que una bola de nieve
en el infierno. Lo mejor que podía hacer era venir aquí una vez por semana,
alimentarlos y asegurarme de que las facturas se pagaran. No podía estar
cerca de mi madre mucho más.

—¿Cuándo es la próxima cita de Daisy con el doctor? —pregunté, queriendo


cambiar el tema y averiguar cuando tenía que recogerla y llevarla.

—Creo que fue la semana pasada. Porque no llamas al doctor y lo averiguas,


si estás tan malditamente preocupado. No está enferma. Solo es una vaga.

Terminé de pelar la naranja, agarré una toalla de papel y se lo acerqué a


Daisy.

—Gacias, Peston.

Me agaché a su altura.

—De nada. Cómete eso. Es bueno para ti. Apuesto a que Jimmy irá contigo al
porche si quieres.

Daisy frunció el ceño y se inclinó hacia delante.

—Jimmy no sale poque Becky Ann vive en la puerta dalado. Él cree que es
uapa.

Sonriendo, miré a Jimmy, cuyas mejillas eran de un rojo brillante.

—Demonios, Daisy. ¿Por qué tenías que ir y decírselo?

—Cuida el lenguaje frente a tu hermana —le advertí y me levanté—. No hay


razón para que te avergüences porque crees que una chica es guapa.

—No lo escuches. Está dentro de las bragas de una chica distinta cada noche.
Igual que hacía su padre. —A mamá le encantaba dejarme mal frente a los
chicos.

Jimmy sonrió.

—Lo sé. Cuando crezca voy a ser igual que Preston.

Lo golpeé en la parte trasera de su cabeza.

—Mantenla en tus pantalones, chico.

Jimmy se rio y se encaminó hacia la puerta.

—Vamos, Daisy May. Iré contigo fuera un rato.

No miré de nuevo a mi madre mientras terminaba de colocar la comida. Al


terminar cogí las facturas. Brent se sentó silencioso en el taburete del bar,
mirándome. Tendría que pasar un poco más de tiempo con él antes de irme.
Era el del medio, el que no peleaba por mi atención. Había mandado a los
otros dos fuera sabiendo que le gustaba tenerme para él solo.

—Entonces, ¿qué hay de nuevo? —pregunté apoyándome sobre la barra,


frente a él.

Sonrió y se encogió de hombros.

—No mucho. Quiero jugar a fútbol este año, pero mamá dice que es muy caro
y que sería malo porque soy un delgaducho.

Dios, era una perra.

—¿Sí? Bueno, no estoy de acuerdo. Creo que serías un gran jugador. ¿Por qué
no me consigues la información así la puedo comprobar?

Los ojos de Brent se iluminaron.


—¿En serio? Porque Greg y Joe juegan y viven en las casas de aquí al lado. —
Apuntó hacia la parte trasera—. Su padre dijo que podría ir con ellos y esas
cosas. Solo necesitaba alguien que rellenara los papeles y pagara.

—Adelante, ve y págalo. Deja que se haga daño y veremos de quién será la


culpa —dijo mi madre con el cigarrillo colgando de la boca.

—Estoy seguro de que tienen entrenadores y adultos cuidándolos así que es


raro que alguien se haga daño a esta edad —dije lanzándole una mirada de
advertencia.

—Me estás haciendo criar al grupo más penoso de malcriados del pueblo.
Cuando en unos años todos necesiten que alguien pague la fianza de la cárcel,
esa mierda dependerá de ti. —Se levantó y regresó a su cuarto.

Una vez dentro, miré a Brent.

—Ignórala. ¿Me has oído? Eres inteligente y vas a lograr lo que quieras. Creo
en ti.

Brent asintió.

—Lo sé. Gracias por el fútbol.

Me estiré y palmeé su cabeza.

—De nada. Ahora, ¿por qué no me acompañas a mi Jeep?

Amanda

Marcus, mi hermano mayor, se enfadó conmigo cuando lo decidí. Estaba


convencido de que me quedaba en casa, en lugar de ir a Auburn como había
planeado, para cuidar de mamá. No era el caso. Bueno, quizás un poco. Al
principio lo había hecho por razones completamente egoístas. Quería que
Preston Drake me hiciera caso. De hecho, tres meses antes, mi deseo se había
cumplido durante unos cuarenta minutos. Desde entonces no me había
mirado ni una sola vez. Tras varios intentos lamentables de intentar llamar su
atención, dejé de intentarlo.

Desafortunadamente, era tarde para decidir que quería ir a Auburn en lugar


de la universidad local. Sin embargo, me sentía aliviada por no irme lejos. Mi
madre lidiaba en aquel momento con la traición y el abandono de mi padre. Él
vivía a una hora de distancia con su nueva novia, mucho más joven que él y su
hija.

Irme de aquí, significaba dejar sola a mi madre en esta gran casa. Si no


hubiera tomado la decisión de quedarme e intentar que Preston me hiciera
caso, me marcharía a Auburn hoy mismo. Mi madre estaría llorando y yo
estaría enferma del estómago por la preocupación. Por el momento, ella no
era lo suficientemente fuerte como para quedarse sola. Tal vez el próximo
año.
—No puedes vivir aquí para siempre, Amanda —me dijo Marcus, mientras se
paseaba frente a mí. Estaba junto a la piscina con el nuevo número de la
revista People, dispuesta a coger algo de sol, pero apareció él—. En algún
momento vamos a tener que dejar que mamá aprenda a sobrellevar la
situación. Sé que es duro. Mírame, sigo viniendo cuatro o cinco veces a la
semana para asegurarme de que esté bien. Pero no quiero que renuncies a
tus sueños porque te sientas responsable de mamá.

Hasta ese momento me las había arreglado para mantener en secreto la razón
por la que no iba a ir a Auburn. Estaba bastante liado con todo el tema de su
prometida, Willow, y sus cursos online para estar pendiente de lo que yo hacía
o no hacía.

—Lo sé, pero tal vez no estaba lista para irme de casa. Tal vez todo esto es
por mí. ¿Alguna vez lo has pensado?

Marcus frunció el ceño y se frotó la barbilla con fuerza, lo que significaba que
se sentía frustrado.

—De acuerdo. Bien. Digamos que todavía no quieres irte. ¿Has considerado ir
en enero? ¿Adquirir experiencia con la universidad de aquí, mientras estás en
casa y luego arriesgarte?

Suspirando, puse la revista sobre mi regazo. Renunciaría a leerla hasta que él


se desahogara.

—No, no lo he considerado, porque eso es una estupidez. Puedo estudiar un


año entero aquí e irme el próximo año. A mí me vale. Conozco a la gente de
aquí y quiero estar para la boda. Quiero ayudar a Willow a planearlo. No
quiero estar a cuatro horas de distancia y perderme todo esto.

Le acababa de dar un golpe bajo. Cualquier cosa que tuviera que ver con su
boda lo suavizaba. Marcus dejó a un lado su interminable caminata y se sentó
en el extremo de la silla junto a mí.

—¿Así que todo esto es porque quieres quedarte en casa? ¿Todavía no estás
lista para irte? Porque si ese es el caso, entonces me parece bien. No quiero
que te vayas si no estás lista. No quiero que vayas a Auburn de esa manera,
pero si esto es lo que tú quieres, entonces soy feliz. Es solo que no quiero que
lo que papá hizo nos trastoque más de lo que ya lo ha hecho.

Era un buen chico. ¿Por qué no podía enamorarme de un chico bueno como
mi sobreprotector y cariñoso hermano? Había chicos como él. Conocía a
algunos. ¿Por qué me había obsesionado con un mujeriego?

—Es por mí. Te lo juro.

Marcus asintió y me dio un toque en el pie antes de levantarse.

—Bien. Ahora me siento mejor. Ya que hoy no te vas, estás invitada a la fiesta
de compromiso que los chicos nos han preparado a mí y a Low.
¿Chicos?

—¿Qué chicos?

—Ya sabes, los chicos. Rock, Preston, Dewayne, bueno en realidad es Trisha
la que más está haciendo y los chicos preparan el alcohol.

—¿Necesita ayuda? —pregunté, pensando en lo ridículo que era que estuviera


preguntando con la esperanza de estar junto a Preston en alguna parte de la
planificación.

—Sí, seguro que la necesita. ¿Por qué no la llamas?

Eso haría. Hoy mismo.

—De acuerdo. ¿Cuándo es?

—El viernes por la noche.


2

Preston

—¿Dónde pongo estas bolas grandes de papel, y qué son, de todos modos?

Trisha, la única mujer que había logrado que uno de mis amigos se casara, me
miró desde su posición en lo alto de la escalera y se rio.

—Pon la caja de los faroles en la mesa de allí, al lado de las flores —me indicó,
antes de volver a atar la cinta en el techo.

Cuando acepté ayudar con esta fiesta para Marcus y Low, pensaba que
significaba llevar la cerveza. No moverme de un lado al otro todo el día
colgando cosas. Trisha nos exigió que estuviéramos aquí a las ocho de la
mañana. Apenas nos había dado un descanso para comer. La próxima vez que
uno de mis amigos idiotas se comprometiera, no cometería el error de
ofrecerme para ayudar.

—Cinco cajas más en el camión, Preston. ¿Por qué te paras? —preguntó Rock,
mientras caminaba tras de mí y dejaba caer una caja sobre la mesa.

—Estoy intentando encontrar una manera de salir pitando de aquí.

Rock rio.

—Buena suerte con eso. Mi mujer no va a dejar que nadie se libre hasta que
esta cosa esté como ella quiere.

—Hubiera estado bien que nos avisaras de que Trisha es una nazi con estas
cosas.

Rock me golpeó la espalda.

—No, porque entonces solo estaríamos Trisha y yo. Quería que sufrierais
conmigo.

Bien. Cinco cajas más y encontraría una forma de escapar. Seguí a Rock hacia
el camión. Un pequeño Mercedes que conocía bien aparcó en la entrada.
¿Qué demonios hacía Amanda aquí? Se suponía que debía estar a buen
recaudo en la universidad. No habría venido al apartamento de la playa de los
Hardy si hubiera pensado que existía la posibilidad de que pudiera estar aquí.
Maldita sea. Esta chica me volvía loco. Empezó a coquetear conmigo hacía
unos tres meses. Y no paraba. No era alguien con quien pudiera estar
coqueteando. Mi vida era demasiado complicada para los gustos de una
inocente chica como Amanda.

La puerta de su coche se abrió y salió una pierna larga y bronceada. Me


detuve. Era débil en lo que a ella se refería. Tras un sueño muy vívido de
cómo se sentía estar con ella y cómo sabía, había cerrado los ojos y fingido
que todas las demás mujeres con las que follaba eran Amanda. Era una
escoria lamentable por hacerlo, pero… qué demonios…

Amanda se levantó y los diminutos pantalones cortos rojos que llevaba


hicieron que esas largas piernas, que terminaban en un par de tacones rojos,
parecieran infinitas. Joder, esto terminaba en una erección seguro. Llevaba
tres meses imaginándome esas piernas envolviéndome. Si me hubiera tratado
como la mierda que era, sería más fácil ignorarla, pero no lo había hecho.
Sonrió, batió sus largas pestañas y se apartó su rubia melena de la cara.
Incluso las noches que se emborrachaba en el Live Bay, de ella se desprendía
una inocencia pura.

—¡Coge una caja! —me gritó Rock, mientras sacaba otra de las cajas del
camión. No hice contacto visual con ella. No podía. Sonreiría, y yo me
convertiría en el idiota que haría lo imposible para que ella se fuera. Ignorarla
funcionaba mejor. No vería ese dulce destello coqueto en sus ojos, convertirse
en dolor cuando abriera mi boca y escupiera mentiras varias. Lo había visto
demasiadas veces este verano. Quería apartarme de todo esto, dolía
demasiado.

Cogiendo una caja, me dirigí de nuevo al apartamento de su padre. Se


encontraba directamente sobre la playa y en un lugar perfecto para la fiesta
de esta noche. El patio se abría a la piscina que habíamos reservado para una
fiesta privada.

—Hola, Preston. —Amanda estaba a mi lado.

Era implacable.

—Manda, ¿no se supone que a estas alturas deberías estar en la universidad?


—Por favor, Dios, que se vaya y se aleje de mi mente sucia.

—Este año me quedo aquí. Decidí que todavía no estoy lista para irme de
casa.

Dios, jódeme. ¿Se quedaba aquí? ¡No! Necesitaba que se fuera antes de que
hiciera algo estúpido. Como arrastrar su culo al dormitorio más cercano y
quitarle esos pantaloncitos rojos y degustar cada centímetro de ella.

—Tienes que crecer, Manda. No puedes quedarte en casa con mamá para
siempre. —Era un idiota.

No necesitaba mirarla para saber que Amanda ya no caminaba junto a mí. Lo


había hecho de nuevo. Todo lo que era capaz de hacer era herir sus
sentimientos. Tenía que dejar todo esto ya, simplemente entrar y fingir que ni
siquiera habíamos hablado. Pero no podía.

Me detuve y me di la vuelta para mirarla. Estaba de pie con las manos


cruzadas firmemente frente a ella, presionando sus pechos y —¡mierda! No
llevaba sujetador bajo esa ligera camiseta que llevaba. Podía ver sus pezones
a través de la tela. ¿Qué hacía? No debería vestirse así.
—Manda, ve a ponerte un sujetador. Sé que tus tetas no son tan grandes, pero
esa camiseta requiere un sujetador.

Sus enormes ojos verdes se llenaron de lágrimas contenidas. Aquello había


sido un puñetazo en el estómago. Odiaba que cada palabra que le decía fuera
cruel, pero debía permanecer lejos de mí. No tenía ni idea de quién era
exactamente. Nadie lo sabía. Tenía muchas caras diferentes en función de con
quién estaba. A veces ya no sabía quién demonios era.

Agachó la cabeza; su cabello largo y rubio cayó sobre los hombros. Cruzó los
brazos sobre su pecho y pasó junto a mí, entrando en el apartamento. Dejé la
caja en el suelo junto a la puerta, me di la vuelta y me dirigí a mi Jeep. No
podía quedarme allí. Tenía que ir a pegarle a algo antes de que enloqueciera.

Amanda

Hasta aquí hemos llegado. No más. No podía seguir tratando de gustarle a


Preston. Actuaba como si todavía fuera la hermana pequeña de su mejor
amigo y no me hubiera follado en la parte trasera de un club. Esto dolía cada
vez más. Ya era hora de superarlo. Olvidarlo.

Acababa de decirme cuan carente era mi cuerpo. Acababa de recordarme


cómo perdí mi virginidad. Debía olvidarlo y no mirar atrás. Además, no es que
pudiera compartir la experiencia con alguien. Ya era bastante humillante
saber que salió corriendo. Ni siquiera me había besado. La idea de besarme le
repugnaba.

No quería ver a nadie en aquel momento. Corrí hacia las escaleras en lugar
de ir a la sala, donde todo el mundo se preparaba para la fiesta. Sadie White,
mi mejor amiga, estaría aquí esta noche. No estaría sola con esta multitud de
personas. Cerrando la puerta de mi dormitorio, saqué el teléfono de mi bolso
y llamé a Sadie.

No le había contado todo. Ella no sabía que le había regalado a Preston mi


virginidad en un almacén como una puta barata.

Me avergonzaba demasiado contarle esa parte, pero sabía que habíamos


coqueteado y antes de ir hacia su Jeep a liarnos, para luego marcharse y
dejarme allí.

—Hola. —La voz de Sadie sonaba feliz y alegre. Jax, su novio estrella del rock,
estaba en la ciudad. Siempre estaba en el séptimo cielo cuando él venía de
visita. En esta ocasión venía para hacer las maletas y trasladarse juntos a
California. No quería pensar en eso.

—Sé que tu chico y tú estáis con las maletas, pero quería asegurarme de que
vienes esta noche. —No había sido capaz de enmascarar el dolor en mi voz.
Iba a darse cuenta.

—Claro que sí. ¿Qué sucede, Amanda? —Podía escuchar la preocupación en


su voz.
Tragando el nudo en mi garganta, agarré el teléfono con fuerza e intenté
controlar mis emociones.

—Simplemente no quiero estar sola. Con… todos.

Sadie suspiró.

—¿Se trata de Preston? Te juro que quiero darle una patada en el culo.

—No. Es… está bien, bueno, tal vez sí, pero es culpa mía. Debería haberme
mantenido lejos de él. Sabía que era así. —Tal vez no sabía que me follaría y
se alejaría, que nunca volvería a ser amable conmigo. Pero sabía que era un
mujeriego. Esta era su despedida.

—Allí estaré. No estarás sola. De hecho, tendrás una cita.

Dejé de parpadear para controlar las lágrimas y esperé una explicación a sus
palabras. ¿Qué quería decir con una cita? ¿Acaso iba a compartir a Jax? No…
eso no tenía sentido.

—¿Eh?

Sadie se aclaró la garganta, luego cubrió el teléfono con la mano, y la oí bajar


la voz. Esperé pacientemente a que terminara su conversación privada y me
pusiera al tanto.

—Está bien. Este es el tema. Jason, el hermano de Jax, también está aquí. Lo
conociste hace unos seis meses, ¿recuerdas? Estuvo en la fiesta de
cumpleaños que organicé para Jax en la casa de la playa.

—Claro que me acuerdo de Jason. Es difícil de olvidar. —Se parecía mucho a


Jax. Solo que él tenía una actitud más tranquila. Hablé con él esa noche, pero
no dijo mucho.

—Bueno, ha estado preguntando por ti. Sabía que estabas colgada de Preston,
algo que no puedo entender. Es guapo y todo eso, pero es un mujeriego. Jason
te volvió a mencionar hoy.

¿Le gustaba a Jason Stone, el hermano menor del rompecorazones


adolescente más grande del mundo?

—Um, bueno, vale. Creo. Quiero decir, ¿en serio? ¿Jason? Sale con modelos y
esas cosas. Lo vi en Teen Heat la semana pasada con Kipley McKnowel. No
puedo competir con eso. La he visto en varios anuncios de maquillaje.

Sadie se rio.

—Está retocada en ese comercial. No es tan fabulosa en la vida real. La


conocí. Confía en mí. Además, estuvo con ella una vez. Dijo que le faltaba
inteligencia. No le interesaba.
—Jason Stone… ¿en serio? —Me costaba comprender esto. A penas me había
acostumbrado a que Jax Stone apareciera sin avisar en mi casa del brazo de
Sadie. ¿Tener una cita con su hermano?

—Sí, en serio. Consideraré que estás interesada. —El tono divertido de Sadie
me hizo sonreír. Quizás era lo que necesitaba para superar a Preston.

No me quería. Tenía que afrontarlo.

—Está bien. Sí, quiero decir, si está seguro.

—Eres ingenua, Amanda Hardy. Solo porque no consigas a un tío que está
empeñado en acostarse con todos los Estados Unidos, no significa que no seas
preciosa, inteligente y muy atractiva para cualquier tío con dos ojos y un
cerebro. Confía en mí, ¿sí?

La pesadez en mi pecho disminuyó un poco. El dolor seguía ahí, pero la


esperanza de que pudiera seguir adelante y dejar de ser lastimada por
Preston era un alivio. Todavía no podía creer que fuera a salir con Jason
Stone. Esta noche ya no parecía tan mala.

—Confío en ti. Ahora, ¿qué me pongo?


3

Preston

Ignoré las pocas llamadas de Rock después de marcharme del apartamento


como hombre que corre por su vida. Tendría que superarlo. No podía
explicárselo. Pondría más pasta de la que había pensado en un principio, para
compensarlo. Estar tan cerca de Amanda y no ir tras ella, cayendo de rodillas
para que me perdonara por las gilipolleces que salían de mi boca, era
imposible. Odiaba verla sufrir. Odiaba hacerlo. Era un imbécil. Pero no podía
dejar que se me acercara. Ella era muy dulce e inocente.

Cerrando la puerta de mi Jeep, cogí aire con fuerza antes de dirigirme hacia
el apartamento. La música se escuchaba a través de las ventanas y llenaba el
aparcamiento. Había llegado pronto para poder darle a Rock algo de dinero y
así superar el hecho de que lo había dejado tirado.

Antes de llegar a la puerta, esta se abrió y Rock salió. Su ceño parecía más de
preocupación que de enfado. Mierda.

—¿Estás bien? —fueron las primeras palabras que salieron de su boca.

Metí la mano en mi bolsillo trasero y saqué un par de cientos.

—Toma. Es mi parte de la fiesta. Surgió algo y tuve que salir pitando.

Rock extendió la mano y lo cogió, pero no se los guardó en el bolsillo,


simplemente los mantuvo entre sus dedos.

—¿Estas metido en alguna mierda y no puedes librarte?

¿Qué? Espera… ¿Se refería a drogas?

—Um, no.

Las cejas de Rock bajaron, y me enseñó el dinero que le acababa de dar.

—Entonces, ¿de dónde diablos sacas el dinero, que nunca parece escasearte?
Porque sé de dónde vienes, chico, y no es una herencia.

Esta no era la primera vez que esquivaba la pregunta. Pero era la primera vez
que tenía que tratarla sobrio.

—No son drogas, Rock. Métetelos en el bolsillo y déjame entrar.

Rock cambió el peso del cuerpo, pero no se movió.

—Sabes que si necesitas ayuda para salir de algo, te cubriré las espaldas.
¿Verdad?
Lo había hecho desde que éramos niños. Había sido el único amigo que invité
a mi caravana, mientras crecíamos. Sin embargo solo lo hice una vez. Mi
madre estaba tan drogada que lanzó los pocos platos que teníamos por toda la
cocina, porque me había olvidado de recoger sus botellas vacías de whisky y
tirar la basura la noche anterior. Todavía recuerdo la expresión de horror en
los ojos de Rock. Había sido la primera y última vez que dejé que alguien
fuera a ese lugar.

Asentí, entré rodeándolo y me dirigí a la puerta. Me dio una palmada en la


espalda al pasar, y supe que estábamos bien.

El lugar estaba increíblemente decorado. Esas bolas de papel que había


transportado colgaban del techo; eran muy guays. Había flores en floreros
envueltos con luces blancas por todas partes. Todavía no estaba muy lleno,
pero sabía que todo el mundo llegaría pronto. Escaneé la habitación
rápidamente en busca de cualquier señal de Amanda. Aún no estaba aquí.
Tenía tiempo para tomarme una copa y encontrar una mujer a la cual
aferrarme antes de que apareciera.

En la piscina había varias mesas con camareros. Me abrí paso hacia ahí. El
aire fresco y un trago de alcohol me sentaría bien.

—Me has abandonado. Debería empujarte a esa piscina —dijo Trisha


amenazadoramente mientras caminaba hacia mí.

—Lo sé. Lo siento. Le he dado algo de dinero a Rock para compensarlo.


Surgió algo. Me tuve que ir.

Trisha rodó los ojos.

—Las putas baratas no son una emergencia. Las hay a montones.

Dejé que creyera que me había marchado para echar un polvo. Era mejor que
la verdad: que había salido corriendo porque Amanda Hardy se había
instalado a fuego bajo mi piel. Ella era en lo único que podía pensar mientras
me aliviaba bajo la ducha antes de venir hacia la fiesta.

—No me presiones. Podría desnudarme y hacer que empiece la fiesta —le


contesté con un guiño.

—No me sorprendería —respondió y se alejó.

Paré ante la primera mesa de bebidas cuando vi a Dewayne, otro de mis


mejores amigos desde que iba al colegio. Rock, Marcus, Dewayne y yo
habíamos estado juntos desde que nos castigaron a los cuatro, por pelearnos
en el recreo. Eso hizo que se formara un vínculo que nunca daría por sentado.
Necesitaba una familia. Ellos se convirtieron en una para mí.

—Pero si es el rey cobarde —dijo Dewayne—. Me presento para ayudar y tu


culo ya está huyendo. Admito que no me sorprendió. Me sorprendería más si
te quedaras y trabajaras todo el día.
—Cállate, perezoso, sé que no te quedaste todo el día —le contesté con una
sonrisa y miré al joven en smoking detrás de la barra—. Necesito un trago de
tequila.

—Comenzando fuerte, ¿eh? Joder.

Fui a responder cuando los ojos de Dewayne se abrieron y dejó escapar un


silbido. Seguí su mirada y casi me trago la lengua.

Amanda estaba allí. Vistiendo un vestido blanco corto y ajustado. Sus piernas
largas y bronceadas lo parecían aún más con las sandalias de tacón alto de
color bronce que llevaba. Su sedoso cabello rubio rizado y recogido sobre su
cabeza, mientras varios rizos que caían sueltos rozaban su cuello y dejaban
sus hombros al descubierto. Demonios.

—¿Está con Jason Stone? Joder, espero que no. Marcus se enfadará. —Las
palabras de Dewayne me dieron una bofetada en la cara. Aparté mis ojos de
ella para mirar el brazo que la sostenía. El hermano de Jax Stone le sonreía,
diciéndole algo. Le hacía reír. Ella lo miraba como si fuera fascinante. Mierda.
Una neblina roja se apoderó de mi visión y empecé a moverme. Una mano se
cerró sobre mi brazo y tiró de mí hacia atrás.

—¿Qué demonios haces? —El tono duro de Dewayne me sorprendió. ¿Qué


hacía?

—Yo, él, ella… No lo sé.

No miré a Dewayne. No podía explicar esa reacción estúpida. En cambio, me


giré hacia el camarero.

—Que sea uno doble y mantén la copa llena constantemente.

Amanda

Jason era todo lo que Preston no era; educado, le gustaba hablar conmigo, me
hacía sentir atractiva, no decía cosas malas que me hirieran, no escaneaba la
multitud en busca de una mujer para follar. Estaba conmigo. Completamente.
Era muy agradable. Me gustaba sentirme deseada.

Entonces, ¿por qué seguía mirando a Preston? Ya estaba bebiendo y Marcus


ni siquiera había llegado.

—¿Quieres algo para beber? —preguntó Jason a mi lado. Arranqué mi mirada


de Preston y la giré hacia mi cita.

—En realidad no. A menos que tú quieras —le contesté. No quería acercarme
a la barra por nada del mundo. Estar lejos de Preston era lo mejor.

—¿Trisha ha hecho todo esto? Ha hecho un trabajo fantástico. Este lugar es


mágico. Muy romántico —dijo Sadie con asombro cuando ella y Jax se
acercaron a nosotros. Se detuvieron en la puerta y dio comienzo la solicitud
de autógrafos. Necesitaba encontrar a Trisha para que pusiera fin a todo eso.
Gran parte de los allí presentes estaban acostumbrados a tener a Jax cerca,
pero sería nuevo para algunos invitados y sabía que Sadie también se había
dado cuenta.

—Sí, ha trabajado en esto durante todo el día. Ella nos dirigió y nosotros
hemos seguido órdenes —le contesté.

Sadie me agarró del brazo y me acercó.

—Preston nos mira. No parece feliz. Tenemos que movernos —susurró.

Estuve de acuerdo.

—Vamos a la playa y veréis lo que Trisha decidió hacer bajo la carpa que hay
allí. Sé que han puesto música y es donde está la pista de baile.

—Oh, espera. Marcus y Low están aquí —dijo Sadie, apuntando hacia la
puerta por la que habíamos entrado. Estaban dentro, hablando con los
invitados. Debíamos ir a hablar con ellos antes de escaparnos a la playa.

—Vamos a saludar primero —le contesté, mirando a Jason para ver si estaba
de acuerdo con esto.

—Sí, atravesemos el momento hermano mayor de una vez. Así me deshago de


los nervios ya. —El tono divertido en su voz no le quitó la expresión seria en
sus ojos. Estaba nervioso. Marcus me dejaba tener citas, siempre y cuando la
aprobara. No se ponía a respirarles en la nuca o avergonzarme.

—Irá bien. Vamos.

—No sé si deberías creerle. Tu apellido es Stone —dijo Jax, arrastrando las


palabras.

—Oh, ya basta. Sabes que lo ha superado. Míralo. Está enamorado de Willow


—contestó Sadie.

Érase una vez, Marcus estuvo loco por Sadie. Así fue como la conocí. Pero Jax
Stone fue el único hombre que consiguió el corazón de Sadie. Marcus nunca
tuvo una oportunidad. Cuando Willow entró a su vida, me alegré por él. Era
tan hermosa por dentro como por fuera. Tuvieron un gran obstáculo que
superar gracias a nuestro padre y la hermana de Willow, pero se amaban lo
suficiente. Más que suficiente. Yo quería algo así para mí también.

—Seré feliz cuando esté casado. Tal vez con un niño o dos —respondió Jax. La
sonrisa torcida en su cara aseguró que bromeaba. Bueno, tal vez un poco de
todo eso era cierto. Jax era increíblemente posesivo con Sadie. No le gustaba
que cualquier chico se acercara demasiado y Marcus lo había intentado.

Sadie rio y lo besó en la mejilla. Gracias a los tacones de aguja que llevaba, no
tenía que ponerse de puntillas.
—Voy a mudarme contigo mañana. ¿Qué más quieres?

Jax levantó una ceja ante su pregunta.

—¿De verdad quieres que te responda con audiencia?

Sadie se ruborizó y agachó la cabeza, haciendo que Jax riera.

—Vamos a ver a Marcus. Estos dos solo se van a poner más asquerosamente
dulces y tendremos que verlo si nos quedamos aquí —dijo Jason, apartándome
de Sadie y su hermano.

Marcus y Low se encontraban bajo las luces blancas que Trisha y yo


encadenamos y envolvimos alrededor de varias linternas de papel, en el
centro de la sala principal. La sonrisa en el rostro de Marcus casi me hizo
llorar. Me encantaba verlo tan feliz. Me encantaba que hubiese encontrado a
Low. Si alguien merecía un «felices para siempre», era mi hermano mayor, y
su gran corazón.

—¿Estás segura de que no me dará un puñetazo? —preguntó Jason con la


boca muy cerca de mi oído.

Asentí.

—Sí, estoy segura. Vamos.

Como si pudiera oír el susurro, Marcus levantó los ojos para encontrarse con
los míos. La sonrisa en su rostro se congeló cuando movió la mirada de mí a
Jason, pero solo por un momento. La expresión sinceramente feliz regresó
cuando hizo contacto visual con Jason. Al parecer, lo aprobaba.

—No esperaba que aparecieras con una cita —dijo Marcus cuando nos
detuvimos frente a él y Low.

—Fue algo de último minuto. Jason me salvó de venir aquí sola —le expliqué.

—O tu hermana aceptó salir conmigo, cogí la oportunidad y fui a por ello —


respondió Jason.

Marcus sonrió y asintió.

—Podrías gustarme.

Low le tendió la mano a Jason.

—Soy Willow, me alegro de conocerte. Si tienes la suerte de conseguir una


cita con Amanda, entonces debes ser un gran tipo.

Jason le dio la mano a Low, entonces me miró con una sonrisa.

—He trabajado bastante en mi valentía para poder pedirle una cita. Hoy ha
sido cuestión de suerte.

¿En serio? ¿Lleva un tiempo interesado en mí? Guau. No me lo esperaba. Era


Jason Stone. Aparecía en todas las noticias y las revistas del corazón lo
adoraban.

—Genial. Nos alegra que estés aquí —le aseguró Willow.

—¿Qué hace? —preguntó Marcus, dando un paso hacia adelante, su atención


estaba en el exterior.

—Mierda —gruñó Rock, que pasó corriendo junto a nosotros en dirección a


las puertas que daban a la piscina. Marcus fue tras él. ¿Qué pasaba?

Entonces vi a Dewayne de pie entre Preston, que se apoyaba contra la barra


con una sonrisa divertida en su rostro y un tipo que le gritaba a Preston y le
apuntaba con el dedo.

Iba a seguir Marcus. Sucedía algo malo. ¿Preston había empezado una pelea?
¿Por qué hacía esto? ¿Y por qué diablos me importaba tanto?

—Espera, no vayas ahí, Amanda —gritó Low. Quería correr e ignorarla, pero
dejaría a Jason atrás. Los grandes ojos de Sadie se encontraron con los míos;
Jax y ella estaban justo detrás de nosotros dispuestos a felicitar a Marcus y a
Low. Necesitaba una razón para darles, pues pensaba salir fuera. Necesitaba
ver si Preston se encontraba bien.

—Ahora vuelvo. Puede que me necesiten. —Era lo mejor que se me había


ocurrido antes de correr detrás de Marcus.
4

Preston

Esta no era la clase de mierda que necesitaba en estos momentos. Me había


concentrado en beber para sacar a Amanda Hardy de mi sistema. Eso es todo
en lo que quería enfocarme. Eso y sus piernas. Maldita sea, sus piernas.

Entonces sucedió algo como esto. No estaba de humor para ello.

—Dile que no has tocado a su madre, Preston —exigió Dewayne delante de mí.
Actuaba como mi maldito guardaespaldas. Podía vencer a ese tipo. No
necesitaba que alguien me protegiera—. Díselo —repitió Dewayne.

No podía hacerlo. El chico que amenazaba con darme una patada en el culo y
yo sabíamos que no podía negarlo. Me había sorprendido con su madre la
semana pasada. Podía recordar su cara. No recordaba la cara de su madre,
pero sí la furia en sus ojos. Lo había visto demasiadas veces.

—¿Qué está pasando? —preguntó Rock mientras él y Marcus se acercaban


corriendo y se interponían entre el tío y yo. No tenía corazón para decirle que
su querida madre me había pagado muy bien por hacer ese show entre
sábanas ese domingo por la tarde. No me interesaban las mujeres mayores.
Las usaba. Eso era todo. Tenían dinero, y yo cumplía sus fantasías. Sin
embargo, ese tío no sería capaz de soportar la verdad.

—Intento detener una pelea —explicó Dewayne mientras Rock y Marcus se


mantenían a su lado, apartándome del hijo de una de mis clientas. Otro
motivo por el cual debería empezar a exigir no hacer negocios en sus
residencias personales. Odiaba esta mierda.

—¿Qué has hecho? —preguntó Marcus, mirándome.

Me encogí de hombros y tomé otro trago de tequila.

—El chico dice que Preston se acostó con su madre y está aquí para vengarse
—explicó Dewayne.

—Mierda —murmuró Rock y me lanzó una mirada de advertencia.

—Adelante, Preston. Explícale que eso no es así —exigió de nuevo Dewayne.

Me había hartado de todo eso y todavía no había hablado. ¿No se daban


cuenta de que había algo de verdad en eso? ¿Querían que le mintiera al chico
y lo cabreara aún más? Ese hombre y yo habíamos hecho contacto visual ese
día mientras me ponía los pantalones vaqueros y me dirigía hacia la puerta
del dormitorio de su madre mientras ella inventaba excusas para su hijo. No
me había quedado para lidiar con el drama. Simplemente me había largado lo
más rápido posible.
—Te equivocas de chico —interrumpió una voz—, este es mío. No se acostaría
con la madre de nadie teniéndome a mí cuando vuelve a casa. Así que vete.
No quiero escuchar nada más de toda esta mierda.

¿Qué demonios?

Amanda rodeó la pared de chicos que hacían guardia delante de mí y me


señaló.

—Ven, nene. Vámonos. Este tipo te confunde con otra persona y has bebido
demasiado.

¿Me había desmayado? Tal vez había bebido más tragos de lo que pretendía.

—Manda, qué demonios…

—Retrocede, Marcus. Yo me encargo de esto —le espetó, cortando la


pregunta de su más que enfadado hermano—. Vámonos, Preston. Ahora.

No la cuestioné. Dejé mi vaso, me levanté y me acerqué a ella. ¿Qué hacía?


Deslizó su mano alrededor de mi cintura y me alejó del hijo enfadado y de mis
amigos.

—Sígueme —dijo y me condujo a través de la multitud hacia las escaleras que


conducían a las habitaciones. Probablemente no era la mejor idea. No
necesitaba tener a Amanda Hardy cerca de una cama, especialmente tan
borracho como estaba en este momento. Pero, de nuevo, tal vez todo eso era
un sueño de borracho. Lo que significaba que podía despojar su pequeño
cuerpo caliente de ese vestido ajustado como el infierno y besar todos los
lugares que me atormentaban cada noche en mis sueños.

Amanda abrió una puerta y me empujó dentro de una habitación de color rosa
y blanco con volantes en la cama y un oso de peluche blanco que descansaba
sobre las almohadas. Diablos, sí. Esto era algo increíble. Amanda desnuda en
la cama. Joder me había empalmado.

—Siéntate. —Me empujó hacia la cama y luego se alejó de mí. No era el mejor
sueño que había tenido.

Se puso las manos en las caderas y me miró desde el otro lado de la


habitación. Sexy. Como. El. Infierno.

—¿Qué estás haciendo? Esta es la fiesta de compromiso de Marcus. No


puedes ir buscando pelea. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Es que todo es una broma
para ti? La vida es simplemente una gran fiesta para ti, ¿no es así? Bueno,
¡despierta! Tienes amigos allí abajo que te quieren. Se ponen de tu lado
incluso cuando saben que probablemente te acostaste con la madre de ese
pobre chico. —Se detuvo y sacudió la cabeza con disgusto—. Dios, por favor,
dime que no estaba casada. —Entonces levantó la mano para detener
cualquier cosa que pudiera decir en respuesta—. No. No me digas nada. No
quiero saberlo. Solo quédate aquí. Duerme. No arruines la noche de Marcus y
Low. Merecen ser felices. Marcus la ama, Preston. No hagas algo estúpido
como para hacerle daño.

Dejó caer las manos a su lado y soltó un suspiro. La había decepcionado. Eso
era algo bueno. Tal vez incluso le daba asco. Eso sería todavía mejor.
Necesitaba que dejara de coquetear conmigo. Necesitaba que dejara de
hacerme querer cosas que no podía tener. Porque, maldita sea, la quería.
Mucho.

—Tengo una cita que he dejado para evitar que la fiesta de testosterona se
convierta en una gran pelea. Todo porque no puedes mantener los pantalones
puestos cerca de una mujer. —Bajó la mirada mientras decía la última parte y
sus mejillas se sonrojaron. ¿La idea de que tuviera sexo la avergonzaba?

Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Su perfecto culo redondo se


tambaleaba bajo la fina tela del vestido, burlándose de mí con lo que no podía
tener. Yo nunca sería lo suficientemente bueno.

—Más vale que sea bueno para ti —le digo, lo bastante alto para que me
escuchara. Se detuvo. Me había escuchado.

Poco a poco se dio la vuelta y me miró con una expresión confusa.

—¿Qué significa eso? —me preguntó, estudiando mi cara como si tuviera


todas las respuestas que necesitaba.

—Quiere decir que me importa una mierda quien sea su hermano. Si te hace
daño, voy a matarlo.

Amanda soltó una breve y dura risa y sacudió la cabeza.

—¿En serio? ¿En serio, Preston? ¿Te importa si Jason me hace daño? Porque
me cuesta creer que te preocupas por mis sentimientos. —Entonces se dio la
vuelta y se marchó, cerrando la puerta detrás de ella.

Amanda

No iba a llorar. Iba a detener ese estúpido temblor. Un chico caliente,


atractivo y famoso me esperaba. No me hacía sentir barata y no deseada.
Cogiendo aire, enderecé mis hombros, alisé las arrugas de mi vestido y luego
caminé hacia las escaleras. Escaneando la multitud, encontré a Jason
inmediatamente. Estaba con Sadie y Jax. Probablemente hablaban de mí. De
seguro Sadie les explicaba mi comportamiento con Preston.

Hablando con huéspedes mientras me abría paso entre la multitud, mantuve


una sonrisa estampada en mi cara. Nadie sabría que lo que acababa de hacer
no solo era por Marcus. Nunca les dejaría ver que tenía sentimientos por
Preston. Mi orgullo me mantendría a salvo.

—Lo siento mucho. Me preocupaba que si no intervenía y ayudaba, se habrían


peleado y no quiero que nada arruine esta noche de Marcus y Willow —
expliqué una vez que llegué junto a Jason, antes de que alguien pudiera decir
algo.

Jason frunció el ceño, pero era uno preocupado.

—Está bien. Has hecho un buen trabajo.

—Por favor, dime que lo has encerrado en una habitación para que no pueda
salir —dijo Sadie. Estaba molesta. Podía notarlo en su voz.

—Sí, está encerrado. Es probable que en estos momentos ya esté desmayado


—aseguré.

—Lo siento. Tengo que preguntarlo, ¿el chico se había acostado con la madre
de alguien? —preguntó Jason.

Jax se acercó y le dio un puñetazo en el brazo de Jason.

—Hermano. No preguntes.

—Solo tenía curiosidad.

—Es el mejor amigo de su hermano. Olvídalo.

—No. Está bien. Puede ser uno de los mejores amigos de Marcus, pero soy
consciente de que tiene problemas. Y sí, Jason, probablemente lo hizo. Sería
difícil encontrar una mujer aquí con la que Preston no se haya acostado.

Las cejas de Sadie se dispararon y me di cuenta de lo que había dicho. Me


había delatado. Necesitaba cuidar lo que decía. Mi madre siempre decía que
«en boca cerrada no entran moscas». Era la voz de la razón. Tenía que ser
más cuidadosa con lo que soltaba.

—¿No íbamos a la playa para ver la carpa y la banda? —pregunté; necesitaba


que olvidaran lo que acababa de decir.

—Sí, así es —respondió Jax, cogiendo el brazo de Sadie y llevándola hacia la


puerta.

—Me parece una buena idea —concordó Jason y me ofreció su brazo. Metí la
mano en el hueco de su brazo y todos nos dirigimos hacia allí.

Marcus estaba de pie con Willow entre sus brazos, hablando con Dewayne,
Rock y Trisha cuando atravesamos la puerta. Cage York, el mejor amigo de
Willow, y su novia, Eva, también habían llegado. Debían haber estado
informándoles de la situación. Cage y Preston jugaban al Baseball en el
mismo equipo, se conocían bastante bien.

—Ven aquí, Amanda —me llamó Marcus. Tenía la esperanza de que olvidara lo
que acababa de hacer, pero al parecer no iba a hacerlo. No estaba segura de
lo que iba a decir, pero no me parecía bien dejar que Jason le oyera hablar de
Preston. No se encontraba aquí para defenderse y yo ya lo había golpeado lo
suficiente.

—Déjame ir a tranquilizar a mi hermano y luego me reuniré con vosotros.

Jason asintió.

—Claro.

Si Marcus frunciera el ceño con más fuerza, el pliegue en su frente se


rompería. No era una buena señal.

—No me regañes. Lo he sacado de aquí, ¿no?

—No tienes que meter tu nariz en cualquiera de las mierdas de Preston. Tiene
problemas de los que necesitas mantenerte a kilómetros de distancia.
Entiendo que intentabas salvar la fiesta, pero no me gusta que intervengas
para ayudar a Preston. Lo tenemos bajo control. Mantente alejada de sus líos.

Puede que tenga un padre ausente en su mayor parte, pero tengo a Marcus
para compensarlo. Cuando mi padre me ignora, Marcus me cuida. Le quiero,
de verdad, pero no me gusta que me digan lo que puedo o no hacer. Ya era
hora de que se apartara un poco. Tengo dieciocho años.

—Hizo una jugada inteligente. No la molestes y dale un poco de crédito. —


Cage se acercó y me defendió. Como si eso fuera a ayudar. Marcus toleraba a
Cage debido a Willow. No le importaba exactamente su opinión.

—Escucha. Vi una forma de ayudar y lo hice. No es gran cosa. No voy a tener


una charla de corazón a corazón con Preston. Así que retrocede. Soy
mayorcita. —Le disparé a Marcus una sonrisa tensa y luego lo dejé allí de pie
antes de que él o cualquiera de los chicos pudiera hablar. Tenía una cita
esperándome. No iba a perder ni un minuto hablando de Preston Drake.

Una mano salió disparada y me agarró del brazo. Miré hacia atrás y vi que era
Dewayne el que me había detenido, no Marcus. ¿Cuál era su problema?
¿También iba a sermonearme?

—Preston habla cuando está borracho. Habla mucho. Sobre un montón de


mierda. ¿Sabes lo que quiero decir? Mantén las distancias. Le quiero, pero no
es bueno para ti.

—La voz baja de Dewayne casi sonaba como un gruñido, pero escuché cada
palabra. Había hablado lo suficientemente bajo para que Marcus y los demás
no pudieran oírlo. Sentí mi cara calentarse y aparté mi brazo de su agarre.
¿Qué sabía Dewayne de Preston y yo? ¿Podría saber lo que sucedió esa
noche? Pensaba que era mi secreto. Al parecer no era así. Se me revolvió el
estómago y rogué que no estuviera a punto de vomitar. Ya era bastante malo
saber que Preston se había llevado mi virginidad en un almacén y luego había
huido, dejándome sola. Pero saber que alguien más lo sabía, era peor.

Tuve que esforzarme para no salir corriendo mientras caminaba a través de la


multitud. No sonreí y fingí que todo estaba bien. La playa oscura frente a la
carpa era mi objetivo. Necesitaba esconderme durante unos minutos mientras
ordenaba las cosas en mi cabeza.

Pude oír a Sadie llamándome desde algún lugar, pero fingí que no la
escuchaba. Corrí por la arena y las sombras.

Solo necesitaba un momento.

Las lágrimas quemaban en mis ojos y eché mi cabeza hacia atrás,


parpadeando mientras notaba la brisa del mar, en un intento de secar mis
lágrimas antes de que arruinaran mi cara. La pequeña posibilidad de que
Preston sintiera algo por mí acababa de esfumarse. Se lo había dicho a
alguien. Un momento que quería recordar, pero al mismo tiempo olvidar, no
era tan privado como pensaba. Preston había hablado de ello, en estado de
ebriedad. Dios, lo odiaba. ¿Cómo pude haber estado tan loca por él cuando no
poseía ninguna cualidad? Era la idiota más grande sobre la faz de la tierra.

—¿Amanda? —La voz preocupada de Jason me sorprendió. No hubiera


esperado que me siguiera aquí. Aunque nos habíamos visto antes, esta era
nuestra primera vez juntos sin una multitud a nuestro alrededor. Quería estar
sola. No fingiendo con mi cita.

Cogiendo aire profundamente, aparté las lágrimas y me giré hacia Jason.

—Hey, lo siento. Me afectó la multitud y todo eso. El aire fresco y un


momento tranquilo me parecieron una buena idea.

—Solo quería ver cómo estabas. Puedo irme si quieres estar sola.

Sí. Quería estar sola. Pero no podía ser grosera. Jason había sido muy
comprensivo esta noche y yo no había sido la mejor cita; era el momento de
aguantar y superarlo.

—No, me alegro de que hayas venido. Puedes disfrutar de la tranquilidad


conmigo —le sonreí. Era extraño lo parecido que era a Jax. Sin embargo, no
poseía la arrogancia de estrella de rock que tenía Jax. Él era más educado y
estudioso.

—Me gusta esconderme de las multitudes. Ha sido un hábito desde que las
multitudes se convirtieron en un problema con la fama de mi hermano. —La
sonrisa en su rostro era preciosa.

—Puedo imaginarlo. No pareces ser tan extrovertido como Jax.


Jason se rio entre dientes.

—No. Ni siquiera un poco. Siempre fue Jax al que le gustó el público.

—Entonces, ¿te vas a ir con Jax y Sadie cuando se trasladen a Los Ángeles? —
Todavía me resultaba difícil aceptar el hecho de que Sadie se iba. Iba a
echarla mucho de menos.

—Sí. Las clases también comienzan la semana que viene para mí.

Jason se iba a la universidad en California. Esa fue una de las razones por las
que no me sentía culpable por usarlo para olvidarme de Preston. Al parecer
no funcionaba muy bien.

—Bueno, creo que estoy lista para regresar a la multitud. ¿Quieres bailar? —
le pregunté, decidiéndome que ya era hora de dejar de ocultarme de la fiesta
de compromiso de mi hermano.

—Me parece bien.


5

Preston

No puedes dejar a un chico «durmiendo la mona» cuando apenas ha bebido.


Unos pocos tragos de tequila no hacen que Preston esté borracho. Yací de
espaldas en la cama y observé fijamente el ventilador blanco del techo dando
vueltas lentamente. Dejar que todo el mundo a mi alrededor pensara que solo
vivía en una fiesta constante era lo más fácil. Ocultaba la verdad. Me gustaba
fingir ser despreocupado. Siempre fue mejor que la verdad.

Dejar que Amanda Hardy pensara que era tan superficial dolía como nunca.
No quería ver la decepción y el disgusto en sus ojos. Lo único que me contuvo
para no soltar la verdad mientras continuaba y continuaba hablando sobre mi
comportamiento fastidioso, fue el hecho de que la verdad era peor.

Estirándome, cogí el osito de peluche blanco que yacía junto a mi cabeza y lo


sostuve en alto ante mi nariz. Era de Amanda. Tenía su olor. Este era el
apartamento de su lamentable padre, pero esta debía ser la habitación de
Amanda. Quedarse aquí no iba a ser posible. Únicamente pensaría en todo lo
que no podía tener. Volví a colocar el oso en su sitio y me levanté.

Marcus era mi mejor amigo. Éramos un grupo, pero Marcus era al que más
quería. Siempre parecía saber más de lo que yo quería, pero nunca decía
nada. En vez de hacerme preguntas como hacía Rock cuando éramos niños,
Marcus me traía una comida extra todos los días. Nunca lo mencionaba. Solo
lo hacía. Cuando estuve amoratado por los ataques de uno de los «novios»
borrachos de mamá, Dewayne y Rock me preguntaron por qué. Marcus
cambió de tema y se coló en la enfermería del colegio para conseguirme una
aspirina que colocaría casualmente en mis manos sin explicación.

Los chicos eran mi familia, pero Marcus era mi hermano. La sangre no


importaba. Se preocupaba cuando nadie más sabía que había algo por lo que
preocuparse. Debía dejar ir esta fascinación que tenía con su hermana.
También tenía que bajar las escaleras y celebrar todo esto con él. Había
encontrado a alguien digno de él. Estar encerrado y de mal humor porque
Jason Stone había venido con Amanda era injusto. Marcus no se merecía esto.

Bajé las escaleras y entré en la sala de estar. Cuando entré en la habitación,


Willow me sonrió y se acercó a mí. Estaba rodeada de invitados, pero su
atención se posó en mí. Podía ver la preocupación en sus ojos. Si alguien
entendía mi vida siquiera un poco, esa era Willow. También tenía un árbol
genealógico de mierda.

—Has vuelto —dijo con una sonrisa que me permitió saber que se alegraba de
que hubiera vuelto.

—Sí, supuse que las cosas se habían calmado. No quería perderme esta
noche. Lo siento por lo de antes. —Me detuve. No podía explicarle nada más.
Willow se encogió un hombro.

—No te preocupes. Los chicos solo se preocuparon porque el tipo causó un


gran revuelo. Era amigo de un invitado. Ha sido escoltado fuera.

Me acerqué al camarero y cogí una cerveza. Era más seguro que los chupitos
de tequila.

Willow elevó una ceja.

—¿Nunca has oído el dicho «licor antes de cerveza, nunca más enfermo»?

Llevé la botella a mis labios, tomé un trago, y sonreí.

—Cariño, es «licor antes de cerveza, no te preocupes».

Willow rio.

—Bueno, supongo que tú sabrás esto mejor que nadie.

—Ha estado bebiendo desde antes de que fuera lo suficientemente mayor


como para afeitarse —dijo Marcus arrastrando las palabras mientras se
acercaba por detrás de Willow y envolvía los brazos alrededor de su cintura.

Willow echó la cabeza hacia atrás y observé mientras Marcus inclinaba la


cabeza para capturar su boca con la suya. Eran tan malditamente dulces que
me ponían enfermo. También me hacían sentir celoso como el infierno. Nunca
tendría algo así. Nunca podría amar así. Jamás.

—Me alegro de que volvieras a la fiesta. Sabía que no estabas borracho


cuando Amanda te ha arrastrado arriba —dijo Marcus tras liberar los labios
de su prometida.

—Sí, supuse que le daría tiempo al tipo para marcharse o calmarse.

Marcus asintió.

—Lo acompañé a la puerta. Trisha dijo que lo sentía. Le dijo a Krit que podía
traer a unos pocos amigos. Ese era uno de ellos.

Krit era el hermano de Trisha y el vocalista de una banda. Normalmente no


tenía a la mejor multitud a su alrededor y viajaba con un grupo.

—Bueno, los amigos de Krit van subiendo de clase. Ese chico es el hijo de un
neurocirujano en Mobile.

Las mujeres siempre hablaban. Me hablaban sobre sus maridos y lo


negligentes que eran. No necesitaba oír una excusa de por qué me
contrataban, pero siempre se sentían como si tuvieran que darme una. Fue mi
primera vez con esa mujer. Normalmente, mantenía la lista de mis clientas
reducida. Tenía a las habituales, pero era la amiga de una clienta, así que
acepté.

—Entonces, ¿te acostaste con su madre? —preguntó Marcus. No hubo


incredulidad en su voz. Lo sabía. Siempre lo sabía.

Suspiré y di otro trago a mi cerveza. Por supuesto que lo había hecho. Sin
embargo, no iba a responder. Esta noche no.

—Escucha, o bailas con tu chica o voy a hacerlo yo —dije, lanzándole una


sonrisa a Willow. Ella sabía que bromeaba, pero me encantaba sacar de quicio
a Marcus.

—Retrocede, amante de pacotilla, o seré yo el que te patee el trasero —


respondió con un tono divertido.

—Bailar suena genial. También quiero ir a ver a Amanda y a su nuevo amigo.


Los vi bajar por allí —respondió Willow.

El poco buen humor que tenía se desvaneció. No iría a la pista de baile. No


podría manejar eso. Querría bailar con ella solo para ver si se sentía tan bien
como sabía que lo haría.

—Está con un Stone. Me cabrea. No necesita mezclarse con ese mundillo.


Puede que no sea una estrella de rock, pero está horriblemente cerca de ello
—gruñó Marcus.

Willow se rio y le dio una palmada en el brazo.

—Parece un buen chico. No lo juzgues por su familia.

Quería discutirle eso, «sí, deberías juzgarlo por su familia», pero mantuve la
boca cerrada. No podía mostrar ninguna preocupación. Marcus me atraparía
y entonces empujaría a Amanda hacia Jason Stone. Ni de coña iba a dejar que
su hermana se acercara a mí y no lo culpaba.

—Estoy siendo bueno —respondió Marcus—. Además, estoy seguro de que se


va pronto a Los Ángeles. Esto es solo una amistad. Amanda no parece muy
interesada. Lo cual es bueno, porque no se va a llevar a mi hermanita a Los
Ángeles con él. Le permitiré irse a cinco horas de distancia, pero eso es todo
lo lejos que la dejaré ir.

Willow suspiró.

—Necesitará espacio para respirar pronto, Marcus. Puedes quererla y


cuidarla mientras te mantengas al margen y la dejes tomar sus propias
decisiones. No es la niña de la que cuidaste toda tu vida. Ahora es una mujer.
No lo olvides.

Marcus se inclinó y besó la cabeza de Willow.

—No quiero hablar sobre familia esta noche. Solo quiero tenerte entre mis
brazos. Vamos.

Les dediqué un pequeño gesto de despedida con mi cerveza en la mano y los


observé caminar hacia las puertas que conducían a fuera.

Podría marcharme y nunca lo sabrían. De esa forma, no tendría que beber


hasta que ya no me importaran ni Amanda y ni el Jason de Mierda Stone.

—Hola, sexy. ¿Por qué no has llamado? —El arrullo vino desde detrás de mí y
miré por encima de mi hombro para ver a una morena de aspecto familiar.

—Porque soy el cabrón que nunca llama —respondí con un guiño.

Se rio tontamente e hizo desaparecer el espacio entre nosotros. Gran par de


tetas falsas. Grandes ojos marrones. Me la había follado. Era una groupie de
Jackdown. Me la había follado una noche en el club mientras Jackdown
tocaba.

—Soy del tipo que perdona —susurró en mi oreja y luego se puso delante de
mí, deslizando sus manos en los bolsillos traseros de mis pantalones vaqueros
—. Perdono de verdad.

—¿En serio? —pregunté, tomando otro trago y observándola. Era una de esas
que sabía exactamente lo que hacía. Pero claro, por lo general las groupies de
bandas eran talentosas en temas de sexo. Tenían que serlo para mantener el
interés de tipos que tenían a chicas nuevas lanzándose sobre ellos todas las
noches.

—¿Has venido con Kirt? —pregunté, mirando alrededor en busca del hermano
pequeño de Trisha.

—No. Soy amiga de Trisha, y fui a la escuela con Willow —explicó, y deslizó su
otra mano sobre la entrepierna de mis pantalones—. He venido aquí
buscándote a ti.

Seguro. Ha venido buscando acción y yo soy el primero que ha encontrado


que le interese. No era idiota.

—¿Qué tienes en mente? Podrías convencerme si haces que suene muy bien.
—Iba a tener que ser talentosa hablando sucio para conseguir que me
interesara. Mi mente todavía estaba centrada en Amanda Hardy. Necesitaba
una distracción.

Se puso de puntillas y presionó su boca contra mi oreja.

—Vuelve a entrar en una habitación conmigo y puedo recordarte lo talentosa


que es mi boca.

Ah. Sí. Era ella. La recordaba. Tenía una gran boca. Nunca me la había
follado. Solo me hizo una mamada. Podía cerrar los ojos y fingir.
Agarré su mano.

—Creo que eso suena como una idea muy buena.

Me sonrió y la guié a través de la multitud. No podía llevarla al piso de arriba.


Parecía incorrecto. Íbamos a ir al baño. Esto no llevaría demasiado tiempo.
No con la imagen que conservaba de los sueños sucios que había tenido con
Amanda.

Amanda

Me dolían los pies por los tacones que había decidido llevar si o si. Jason era
un bailarín estupendo y me hizo olvidar el resto y reír. Willow y Marcus
estaban abrazados en la esquina de la pista de baile, hablando. Me encantaba
verlos así. No iría a interrumpirlos para despedirme. Era más que probable
que viera a Marcus mañana.

—Ha sido divertido —dijo Sadie mientras ella y Jax caminaban hacia nosotros.
También habían bailado la mayor parte de la noche. Alguien se acercó, le
pidió un autógrafo a Jax y oí a Jason suspirar. Se habían mantenido al margen
durante la noche, pero ahora que parecía que nos íbamos, la gente estaba
ansiosa por acercarse a él antes de que se fuera.

—Sí, lo ha sido. No me había divertido tanto bailando desde hace mucho


tiempo —concordó Jason. Podía sentir sus ojos sobre mí, alcé la mirada en su
dirección y le devolví la sonrisa. Había sido lo suficientemente bueno para
ayudarme a no preocuparme de si Preston dormía en mi habitación o si había
vuelto a la fiesta. Pero ahora estábamos a punto de volver a atravesar el
apartamento y me preocupaba lo que pudiera encontrar.

—Tenemos un día de hacer cajas mañana o tal vez deberíamos cerrar la


puerta e irnos así —dijo Sadie con un tono anhelante. Sabía que estaba
emocionada por mudarse cerca de Jax.

—Estoy lista para quitarme estos tacones —le aseguré. Me sentía más que
lista para irme a casa.

—Vamos —dijo Jax mientras le devolvía la foto que acababa de firmar al


invitado.

Jason y yo guiamos el camino por el sendero iluminado por velas que conducía
al apartamento desde la playa. Su mano sostenía la mía y era agradable.

Cuando llegamos a las puertas cogí aire con fuerza, esperando no ver a
Preston. Rezando porque estuviera dormido.

La fiesta todavía era importante en el interior. Hablé con varias personas


mientras pasábamos y saludé con la mano a los que se encontraban
demasiado lejos. Justo antes de que alcanzáramos la puerta principal, vi en la
esquina de la habitación el desgreñado cabello rubio que era imposible pasar
por alto. Se hallaba de espaldas a todo el mundo y por las manos sobre sus
hombros, podía decir que tenía a alguien acorralado en esa esquina. Mi
estómago se retorció; apreté mi agarre sobre la mano de Jason y aceleré el
paso. Salir de allí era de repente muy importante. No quería esa imagen en mi
cabeza.

Justo cuando estaba a punto de girar la cabeza, Preston miró hacia atrás por
encima de su hombro y nuestros ojos se encontraron. La mirada vidriosa de
sus ojos era una con la que me sentía muy familiarizada. Su atención pasó de
mí a Jason, y luego me guiñó un ojo. ¿Qué hacía?

Lo miré ferozmente en respuesta, abrí la puerta y luego salí. Era un idiota. Un


estúpido, pero sexy idiota difícil de superar.

El sonido del teléfono me despertó. Frotándome los ojos, rodé y cogí el


inalámbrico que se encontraba junto a mi cama. Al parecer mi madre se había
marchado. Apenas dejaba que el teléfono sonara más de tres veces.

—Hola.

—Hola, ¿todavía dormida? —preguntó Marcus al otro lado del teléfono.

—Sí.

—Despierta, dormilona. Son más de las diez.

—Um, ¿qué quieres? —Me pesaban los ojos. Estuve levantada toda la noche
hablando con Sadie. Se marchaba esta mañana temprano para Los Ángeles y
pasarían meses antes de que la viera otra vez.

—Necesito un favor. Odio pedírtelo, pero no sé a quién más llamar.

Sentándome, cubrí mi bostezo.

—Está bien, escucho.

—Sé que no estás muy contenta con Preston después de lo que hizo en la
fiesta, pero es mi mejor amigo y necesito tu ayuda.

Mis ojos se abrieron rápidamente y me giré de golpe bajando las piernas por
el lado de la cama. Me alerté al instante.

—Sí —respondí, queriendo que continuara con ello.

—Está desmayado en mi sofá. Anoche apareció en nuestro apartamento tarde


y dijo que era un bastardo y un par de cosas más, luego entró, se acurrucó en
el sofá y se durmió. En cualquier caso, Low ha ido a buscar a Larissa y yo
estoy en el trabajo. ¿Puedes ir allí y hacer que se levante y se vaya? No quiero
que Low tenga que lidiar con él. Tendrá a Larissa, y, bueno, probablemente
vas a tener que lanzarle agua y ayudarlo a llegar a casa. Low no puede hacer
todo eso y también cuidar de Larissa. Intenté despertarlo antes de irme, pero
no se movía y llegaba tarde.

Explicarle a mi hermano las razones por las que no quería hacer eso no era
una opción. Ese era un secreto que nunca sabría. Haría eso por él una última
vez. Sin embargo, eso era todo. Después de hoy, iba a mantener las
distancias. Lo haría. Lo decía en serio.

—De acuerdo, está bien. Haré que se levante y se vaya.

—Muchas gracias. Te debo una.

No tenía ni idea.

—Así es. Adiós.

—Adiós.

Colgué el teléfono y fruncí el ceño. Ir a ver a Preston era una mala idea. Sin
embargo, no podía dejar que Willow se encargara mientras cuidaba de
Larissa.

Larissa era la hija de la hermana de Willow y mi padre. La aventura de mi


padre con la hermana de Willow casi destruyó a Marcus y a Willow cuando lo
descubrieron. Era suficientemente malo que nuestro padre estuviera
engañando a nuestra madre, pero descubrir que también tenía otra hija fue
muy difícil. Era difícil que te gustara la hermana de Willow. Incluso Willow la
odiaba. Maltrató a Willow durante años. Pero Larissa era inocente.

Willow era como una madre para Larissa. Era pequeña y también quería mi
atención. No la he visto en un par de semanas. Echaba de menos su dulce
carita. Podía llevarme a Preston y luego pasar un rato con Willow y Larissa.

Marqué el número de Willow para hacerle saber que iba a ir a su apartamento


cuando volviera con Larissa. Me levanté de la cama y decidí que olvidaría la
ducha y simplemente me recogería el pelo. No quería impresionar a nadie, de
todas formas.
6

Preston

—Levántate. —La palabra irrumpió en mis sueños cálidos y felices, seguida de


un duro golpe a mi brazo. La misma voz sexy que me estaba pidiendo que no
me detuviera, ahora me gritaba. Sacudiendo la cabeza para despejarla, me
obligué a abrir los ojos.

Amanda me miraba con un vaso en sus manos. Metió su mano en el vaso y


luego salpicó agua fría en mi cara. ¿Qué demonios?

—¿Qué estás haciendo? —dije con voz ronca, moviendo mi brazo para cubrir
mi rostro de cualquier otro ataque.

—Intento despertarte —respondió.

Estaba enfadada y preciosa. Su cabello peinado hacia atrás en una cola de


caballo; llevaba pantalones cortos y una camiseta. Sin maquillaje. Nada. Era
perfecta. Quería mirar su muy perfecto cuerpo y cara, pero tenía miedo de
que vaciara todo el vaso de agua sobre mi cabeza.

—Vamos, Preston. Levántate —rogó. Me gustaba ese sonido. Moviendo mi


brazo a un lado, le sonreí.

—Siempre podrías unirte —contesté, sin poder detenerme.

Sus ojos se abrieron y luego instantáneamente se estrecharon.

—La única razón por la que no he derramado todo este vaso de agua helada
en tu cabeza es porque Marcus adora este viejo sofá. Pero estoy a punto de
que no me importe.

Me senté rápidamente. Tan sexy como se veía allí de pie, enfadada, no quería
que me echara agua helada encima.

—Ya me levanto, cariño. ¿Por qué no dejas ese vaso?

—Bien. Ahora ponte la camisa y vete. He visto tu Jeep abajo. No necesitas que
te lleven. Adiós —respondió y luego se dio la vuelta. Su lindo y pequeño
trasero, apenas cubierto por los pantalones cortos, quedó a la vista. Era débil
y acababa de ser despertado por la protagonista de mi muy travieso sueño.

Salté y envolví los brazos alrededor de su cintura, atrayendo su espalda hacia


mi pecho. Ummm, se sentía muy bien.

—¿Qué… qué estás haciendo? —preguntó en un tono nervioso.

—Lo siento.
No sabía que iba a pedir disculpas. No tenía que disculparme, maldita sea,
necesitaba que me odiara. Pero olía tan bien y su trasero se presionaba contra
mi erección matutina y no podía dejarla ir sin asegurarme de que no me
odiaba por ser un idiota el otro día.

—¿Por qué? —preguntó en un tono cauteloso.

—Fui un idiota el otro día. No debí hablarte de esa manera. No quiero que
estés tan enfadada conmigo. Tuve un mal día y me desquité contigo. Lo siento
mucho. —Ahora era el que rogaba.

Dejó escapar un profundo suspiro y su pecho subía y bajaba bajo su ajustada


camiseta.

—Esas tetas son muy bonitas. Son reales y apuesto a que son suaves y se
sienten como el maldito cielo. —Mierda, ¿por qué había dicho eso?

Amanda se puso rígida en mis brazos. Debería dejarla ir y alejarme. Era lo


correcto. Me había disculpado y necesitábamos dejar las cosas así. Estaba en
el apartamento de su hermano. Tenía una cita con una clienta en tres horas.
Amanda era demasiado dulce para que la tocara.

—Está bien —dijo en un susurro.

Podría deslizar mis manos hacia arriba por su estómago y tomar sus tetas
justo en ese momento. Permanecía muy relajada en mis brazos. Inclinada
hacia mí. Uf, era genial. ¡NO!

Dejé caer las manos y di un paso atrás. La postura de Amanda volvió a ser
rígida. No me miró. Me quedé ahí intentando pensar en algo que decir, pero
no se me ocurrió nada.

—Ponte tu camisa y vete. Willow y Larissa vienen hacia aquí y Marcus quería
que te fueras antes de que llegaran —dijo con voz plana antes de alejarse. La
observé hasta que entró en la habitación de invitados y cerró la puerta detrás
de ella.

Me dejé caer en el sofá y me agarré la cabeza con las manos. ¿Por qué seguía
haciendo esto? Tenía que recordar que no entraba en mis límites. ¿Por qué
tenía que venir a mí tan fácilmente? ¿Acaso no sabía que no debería acercarse
a chicos como yo? No tenía que dejarme tocarla… tenía que luchar contra mí.
Pero mierda, saber que le daría la bienvenida a mi roce me volvía
malditamente loco.

Miré alrededor de la habitación buscando mi camisa y la encontré doblada al


final del sofá. Willow debía haberla doblado. Me la puse, busqué mi teléfono y
mis llaves en el bolsillo. Solo encontré mi teléfono. Probablemente las llaves
estaban en el Jeep. Debería simplemente irme y no decir nada. Tenía razones
para esconderse de mí.

Moví los pies en dirección a la puerta, pero terminé dirigiéndome a la


habitación en la que había entrado ella. No podía dejar esto así.

—Manda —la llamé y golpeé la puerta una vez, antes de abrirla.

Estaba sentada en la cama con las piernas dobladas debajo de ella, mirando
por la ventana. No se giró ni me miró.

—Lo siento —le dije, entrando en la habitación.

Se encogió de hombros y mantuvo su mirada fija en la ventana, observando el


mar.

—¿No hablarás conmigo? —le pregunté, dando unos pasos para acercarme a
la cama.

—Nuestras conversaciones normalmente no terminan bien —respondió.

Y era culpa mía.

—Lo sé.

No respondió de inmediato. La observé mientras permanecía sentada. El sol


de la avanzada mañana brillaba a través de la ventana, haciendo que su ya
perfecto rostro luciera incluso más angelical. ¿Cómo me las arreglaba
siempre para herirla? No se merecía ser herida. Su padre había roto su
mundo hacía apenas un año. Necesitaba amigos. Personas a quienes les
encantaría y no le harían daño continuamente. ¿Por qué no podía hacer eso?

—Esta vez no tienes nada por lo cual lamentarte —dijo—. Me acerqué


demasiado; te alejaste. Capté la indirecta. No hay problema. Estoy bien.
Ahora solo vete.

Maldición. No entendía a los chicos.

—Manda, retrocedí porque estaba dejando que sucediera algo que no debería
suceder. Eres demasiado buena para mí. Te das cuenta de eso, ¿no? Estoy
jodido. Mi vida es un jodido desastre. Tanto como me gustaría tocarte —
porque, cariño, eres irresistible—, pero no puedo. Nunca seré lo
suficientemente bueno para ti.

Finalmente, volvió la cabeza y se encontró con mi mirada suplicante.


Necesitaba que entendiera esto. Había dejado que jugara a este juego
demasiado tiempo y lo había disfrutado demasiado. Que flirteara conmigo era
algo que deseaba y a la vez temía.

—Vale. No quieres ser lo suficientemente bueno para mí, entonces nunca lo


serás. Merezco a alguien que quiera ser lo que necesito. Seguro que no serás
mi único enamoramiento. Serás el primero. Me enseñaste mucho acerca de
los chicos. —Se puso de pie y se acercó a mí—. Tienes razón. Merezco más.
Mucho más que un tipo que ni siquiera me besó mientras entraba y salía de
mí. Soy lo suficientemente buena para una follada rápida, ¿pero no lo soy
para besar? Lo entiendo. Lección aprendida.

¿De qué demonios hablaba? No nos habíamos acostado nunca. No olvidaría lo


que era tener sexo con Amanda Hardy.

—Adiós, Preston. Hemos terminado aquí. Fin de la conversación.

—Amanda, ¿de qué ha…?

La puerta principal se abrió, interrumpiéndome y una pequeña voz empezó a


gritar—: ¡Mana! ¡Mana! ¿Estás? —Larissa y Willow acababan de llegar.

Amanda pasó por delante de mí y fue hacia la sala de estar.

La cabeza me daba vueltas. ¿De qué malditos demonios hablaba?

—Hola, niña bonita. Te he echado de menos —ronroneó Amanda.

—Martus en el trabajo —dijo Larissa a Amanda.

—Sí, lo está.

Larissa levantó sus ojos verdes y me encontró de pie en la parte de atrás,


observándolas.

—Pweston aquí —replicó con alegría y aplaudió.

Era incapaz de pensar en mantener una conversación con la niña, después del
remolino que se había asentado en mi cabeza. Tenía que salir de aquí. No
conseguiría respuestas con Willow parada aquí entre nosotros.

—Hola, preciosa. Diviértete con Manda y Low, ¿de acuerdo? —le dije, y luego
sonrió mientras me saludaba.

—Bien —contestó.

—Gracias, Willow, por el sofá. Lo siento por aparecer aquí. No fue una buena
noche —le expliqué.

No podía decirle que había ido a comprobar cómo estaban mis hermanos y
había descubierto que mi madre se había ido durante dos días y los había
dejado solos por la noche. Tuve que ir a por ella y amenazarla con la cárcel si
no regresaba a casa. Ella me odiaba cada día más. Pero al menos ahora
estaba en casa. También me aseguré de que Jimmy tuviera un movil oculto en
su habitación para que me llamara la próxima vez que sucediera algo así.

Terminé bebiendo demasiado, enfadado conmigo mismo por no haber ido a


revisar cómo estaban antes. Me parecía cada vez más a mi madre. Tenía que
dejar de beber tanto.

—No te preocupes. Está siempre abierto si lo necesitas —respondió Willow.


—Gracias —le dije de nuevo y luego me dirigí a la puerta. No miré a Amanda.
Había terminado conmigo. Finalmente me las había arreglado para alejar a la
única mujer que podría haberme importado. Pero ¿qué había querido decir
con «lección aprendida»? Necesitaba la respuesta a eso.

Amanda

—La tensión era tan densa que podría cortarla con un cuchillo de mantequilla.
¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Willow, cuando la puerta se cerró
detrás de Preston. No quería decirle nada de todo aquello. Nunca lo
entendería. También, cabía la posibilidad de que se le escapara y se lo dijera
a Marcus, lo que sería horrible. Por más herida y enojada que estuviera con
Preston, no quería que Marcus le odiara. Marcus era una de las pocas
personas a las cuales Preston podía recurrir. No me gustaba la idea de que
estuviera solo.

—Se enfadó porque lo desperté con agua fría. Discutimos. Habéis llegado en
medio de su mal humor.

Willow no parecía creerme, pero asintió de todos modos.

—Vale. No me meteré. Pero permíteme decirte que Preston es peligroso. Es


adorable, dulce y amante de la diversión, pero algo en él es oscuro, ha tenido
un mal pasado. Lo sé porque creció en mi misma calle. Creo que pudo pasar
por cosas peores de las que yo pasé. Solo ten cuidado con eso, ¿de acuerdo?
Todavía eres joven y has estado muy protegida. No es asunto mío, pero ten
cuidado.

No había ninguna necesidad de esta advertencia. Pero asentí.

—Está bien.

—Ahora, ¿qué vamos a hacer hoy, niñas? —preguntó Willow, sonriéndole a


Larissa.

—¡Nadar! —exclamó Larissa alegremente.

—Nadar será —concordó Willow.

Tendría que pedir prestado uno de los trajes de baño de Willow. Inicié la
pregunta, cuando mi celular comenzó a sonar en mi bolso. Me acerqué a la
mesa donde había dejado mi bolso y cogí el móvil. Al mirar la pantalla, suspiré
cuando vi el nombre de Preston. ¿Qué quería?

—Hola —le dije en el tono más molesto que pude manejar.

—No puedo encontrar mis llaves. No están en el apartamento ni en mi Jeep.


¿Puedes llevarme?

Maldición. ¿Cuándo conseguiría algo de espacio entre los dos? Estaba en


todas partes. No podría superar todo esto si lo tenía cerca todo el tiempo.
—Está bien —le contesté y colgué.

Miré de nuevo a Willow, quien se hallaba allí de pie observándome.

—No puede encontrar sus llaves. Lo voy a llevar a casa. Estoy segura de que
tiene un juego de repuesto allí.

Willow se mordió nerviosamente el labio inferior. Sabía que no le gustaba


esto, pero a mí tampoco.

—Bueno, ten cuidado. Le haré saber a Marcus que tuviste que llevarle.

Entendí esa advertencia inocente. No era para mí, sino para Preston. Me
agaché y le di a Larissa un beso en la cabeza.

—Volveré más tarde. Guarda un poco de agua para mí.

—Nadar —repitió.

Sonriéndole, me dirigí a la puerta y fui hacia la planta baja. Tal vez después
de llevarlo a casa podría poner algo de distancia entre nosotros.

Preston estaba apoyado contra la puerta del pasajero de mi coche. Se había


puesto sus Oakley, con los brazos cruzados sobre su pecho, haciendo que los
músculos aumentaran. ¿Por qué, oh por qué, tenía que ser tan malditamente
guapo?

Aunque no pudiera ver sus ojos a través de las gafas de sol, sabía que me
miraba. Podía sentirlo. Y, por desgracia, me gustaba. O por lo menos le
gustaba a mi cuerpo.

—Lo siento. Alguien debió cogerlas para que no condujera. Pero no sé quién.

Quité el seguro de las puertas con el mando a distancia. No tenía que hablar
con él si no quería. Solo lo acompañaba.

Deslizándome en el asiento del conductor, me puse el cinturón de seguridad y


lo ignoré mientras entraba a mi lado. El cuero negro estaba caliente por el
sol. Inclinándome, encendí las rejillas de ventilación de los asientos para
enfriarlos. Puede que mi padre no fuera bueno para un montón de cosas, pero
era muy útil cuando necesitaba un coche. Ser propietario de varias
concesionarias Mercedes me aseguraba tener lo mejor cuando se trataba de
vehículos.

—¿Qué quisiste decir arriba sobre no besarte mientras, uh, hacía otras cosas?

¿Qué clase de juego estaba jugando? ¿Quería revivir eso conmigo?

—Exactamente lo que crees que significa, Preston. Estabas allí. Deberías


saberlo.
Me miraba. Yo no le miré. Me concentré en conducir.

—No te preguntaría si no estuviera tan malditamente confundido.

¿Qué estaba confundió? Había sido bastante específica. No me besó ni una


sola vez mientras teníamos sexo. Aquello era bastante claro y específico.

—No quiero hacer un drama de esto. Sucedió. Hemos actuado como si no


hubiera pasado hasta ahora, así que sigamos igual. ¿Vale?

Apreté el volante y me adentré en el tráfico. Ninguno de los dos dijo nada


durante unos instantes. Tal vez había decidido concederme mi petición.

—Manda, ¿estás diciéndome que nosotros… nos hemos acostado?

La incredulidad en su voz fue mi primera pista. Bueno, tal vez fue la primera
pista de la que me había dado cuenta. Me había perdido las otras. Aquellas en
las que no se explicó bien o me miraba con el ceño fruncido como si estuviera
loca. Pero lentamente fueron viniendo a mí. ¡No lo recordaba!

Creía que la humillación no podía ser mayor, pero sí, lo era. Se había olvidado
de que nos habíamos acostado. Le había dado a ese imbécil mi virginidad
como una idiota y había estado con tantas chicas que no podía ni recordarlo.
Guau. Pensaba que había superado ese rechazo, pero este nuevo
conocimiento me hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo podía?

—Manda, contéstame, por favor. Antes de que te obligue a parar el coche y


que me mires. —La voz de Preston sonaba a pánico. ¿Por qué? ¿No se
olvidaba de las chicas con las que follaba todo el tiempo? Ahora era una de
muchas.

—Solo quiero llevarte a casa e irme. No vamos a hablar sobre esto.

—Joder —gruñó Preston a mi lado y echó hacia atrás la cabeza contra el


reposacabezas—. No fue un sueño. Es un recuerdo. Mierda.

¿Un sueño? ¿De qué hablaba? Ahora era yo la confundida.

—Manda, por favor, dime que no lo hice… —Se detuvo y tragó con fuerza,
luego tomó una profunda respiración—. Por favor, dime que no… no me
acosté contigo en un cuarto de almacenamiento, sobre cajas.

No podía decirle exactamente eso. Así que no respondí. Seguí conduciendo.

—¡Joder! —rugió Preston y apretó los puños sobre las piernas.

—Ya lo hicimos. No terminó bien —le contesté.

—No digas eso. Por favor, no digas eso. —La emoción en su voz me
sorprendió. ¿Era tan importante que nos hubiéramos acostado? No fui muy
memorable para él, obviamente. Así que ¿por qué ahora sufría un colapso por
esto? Era yo la que debería estar molesta. No él.

—Solo estoy siendo honesta —le contesté mientras entraba en el


aparcamiento de su edificio.

—Pensé que era un sueño —dijo en voz baja. Su cabeza seguía echada hacia
atrás en el reposacabezas y sus ojos se cerraron fuertemente. Me daba algo
de pena.

—No se lo diré a Marcus. Si quisiera decírselo, ya lo habría hecho —le


tranquilicé. No podía evitarlo. Odiaba verlo tan alterado.

Preston abrió los ojos y me miró.

—No estoy cabreado porque crea que se lo vas a decir a tu hermano. —Dejó
escapar un suspiro irregular—. Pero supongo que podrías pensar eso de mí.
¿Por qué no ibas a hacerlo?

—Te acuestas con una chica diferente cada noche. Fui una de ellas una noche.
Tal vez solo la primera de la noche. ¿Quién sabe? —La amargura en mi voz no
ayudaba.

La expresión de Preston era de tortura.

—Manda. Estaba borracho. Muy, muy borracho. Me desperté a la mañana


siguiente y pensé que había sido un sueño. De hecho, he revivido eso muchas
veces en mis sueños desde entonces. Nunca me di cuenta de que… Dios, no
puedo creer que te llevara a un almacén detrás de un bar. —Se pasó la mano
por el cabello en señal de frustración.

Está bien. No podía soportarlo más. Se culpaba por esto y fue en parte culpa
mía. Fui la idiota que salió a la calle con él y permitió que sucediera lo que
sucedió. Podría haberle puesto fin.

—Pude haberlo detenido. No quise hacerlo —le dije. No iba a decirle que
durante años fantaseé con tener sexo con él. Esa era la única pieza de este
secreto que quería mantener para mí.

—¿Por qué? ¿Por qué me dejarías hacer eso? Te mereces mucho más que eso.
—Se detuvo y me miró fijamente—. Dime que no fue tu primera vez.

¿Miento? ¿O le digo la verdad? Mentir nos haría sentir mejor a los dos. O, al
menos, le haría sentir mejor a él. Yo pensaría en ello todo el tiempo.

—Decidí hacerlo. No bebí. Me encontraba completamente sobria esa noche y


elegí que fueras tú.

Preston se lanzó a abrir la puerta del coche y salió. Me senté ahí y lo observé
mientras se paseaba de un lado al otro delante del coche. Pasó las manos por
su cabello varias veces y me sorprendí deseando poder hacer eso. Me encantó
el tacto que tenía. Esa noche podría ser algo que lamentaría más tarde,
cuando conociera al chico con el que casarme, pero en ese momento no me
arrepentía. Tenía un muy buen recuerdo de Preston. Incluso sin haberme
besado y habiéndome dejado al terminar.

Me senté en el coche y vi a Preston lidiar con esta información más


dramáticamente de lo que esperaba. Cuando finalmente dejó de caminar y me
miró, abrí la puerta del coche y salí.

—Fui el primero. Esa noche. Tomé tu virginidad en un almacén de mierda


sobre un montón de cajas. —No era una pregunta. Declaraba los hechos.

Asentí.

—¿Sabías que estaba completamente borracho?

No, no lo sabía. Sabía que estuvo bebiendo, pero no que había bebido tanto.
Negué con la cabeza.

—No volveré a beber de nuevo. Eso ha sido todo. Lo juro. He terminado. —


Puso las manos sobre el capó de mi coche y bajó la cabeza—. Nunca podré
decirte lo mucho que lo siento. Deberías odiarme el resto de tu vida. Esa no
es manera de que perdieras tu inocencia. Maldita sea, Manda. Alguien tiene
que pegarme un tiro.

No podía enfadarme con él. No cuando estaba así. Cerré la puerta y me


acerqué a su lado. Tentativamente, le toqué el hombro.

—Quería que fueras tú. Ahora me doy cuenta de que para que fueras tú, la
forma en que sucedió, era la única manera posible. Así que estoy bien con
ello.

Preston levantó la cabeza y me miró.

—¿Por qué yo? ¿Por qué me elegirías?

La cruda emoción en su voz fue la única razón por la que decidí ser honesta.

—Porque confiaba en ti. Te quería a ti. Te he querido durante mucho tiempo.

Preston negó con la cabeza y se levantó.

—No me quieres, Manda. No me quieres. ¿Lo entiendes? No soy para ti.

Eso dolió. Me obligué a asentir. Lo entendía. No quería que pasara nada entre
nosotros. Tenía que seguir adelante.

—Lo sé. —Me las arreglé para decirlo con firmeza.

—No seré capaz de perdonarme.

Escucharle decir eso dolió aún más. Se había enfadado por eso mucho más de
lo que hubiera pensado. Sabía que no quería cruzar ninguna línea conmigo,
pero me daba cuenta de cuán sincero era ese deseo. Nunca tuvo intención de
permitir que pasara algo entre nosotros. Fue una comprensión dolorosa.

—No hay nada que perdonar. Obtuve lo que quería. Se acabó —le dije, luego
me giré y caminé de regreso a mi coche. Tenía que seguir adelante y olvidar
esto. Ese fue mi cierre.

No dijo nada para detenerme. Solo se quedó ahí, viendo como me alejaba.
7

Preston

Era temporada baja para mí. Aparte de los entrenamientos, estaba libre
después de las clases. El año pasado las fiestas empezaban temprano cada
día, pero este año las cosas iban a ser diferentes.

Me detuve frente a los pistas de fútbol donde jugaba cuando era pequeño. De
acuerdo con el papeleo que había rellenado para que Brent jugara, sus
entrenamientos serían aquí todos los martes y jueves a partir de las cinco y
media hasta las siete.

Caminé al lado de la valla, donde los padres observaban, sentados en sillas de


jardín. Cuando empecé a jugar al baseball, los padres venían a los
entrenamientos. Mi madre, sin embargo, nunca vino. Sabía que nunca iría a
las prácticas de Brent o a sus partidos. No quería que él se sintiera no
querido como yo. Podía cambiar eso por él. Podía estar aquí, animándolo. Él
no conocería ese tipo de rechazo y soledad.

Cuando llegué a la puerta, vi a los chicos hacer estiramientos; intenté


averiguar cuál de los pequeños era Brent. Los niños pequeños con trajes de
football y cascos, eran todos iguales.

—No pareces lo suficientemente mayor como para tener un hijo. Debes ser el
hermano mayor de alguien —dijo una voz de mujer mayor detrás de mí.

Eché un vistazo por encima de mi hombro para ver a la mamá de alguien


sonriéndome desde su silla. Se acercaba a los cuarenta años, pero vestía
como si estuviera en sus veinte. Me di cuenta por su barata y ceñida ropa que
no podía permitirse pagar mis cuotas. Además, no trabajaba en estos
momentos. Estaba aquí por Brent.

—Sí, señora. Mi hermano va a jugar este año —contesté. Las mujeres de su


edad odiaban cuando las llamaba «señoras». Me hizo sonreír. Ella daría
marcha atrás.

Me volteé hacia el campo justo cuando el entrenador grito:

—Id a por agua.

Los chicos se quitaron los cascos y salieron corriendo hacia la valla, donde
estaban las botellas de agua.

Los ojos de Brent se encontraron con los míos, hizo una pausa antes de que
una gran sonrisa estallara en su cara. Pasó la línea de agua y vino
directamente hacia mí.

—¡Preston! Estás aquí. —La emoción en su voz hizo que mi corazón doliera un
poco.
—Por supuesto que estoy aquí. Estás entrenando. No quería perdérmelo.

El pecho de Brent se hinchó.

—Voy a jugar como ofensa en la parte trasera del campo. El entrenador ha


dicho que soy rápido.

—Demonios, sí eres rápido. Eres familia mía.

La amplia sonrisa en su rostro creció.

—Tengo que ir a por agua y volver allí. ¿Estarás aquí hasta que termine?

Si hubiera tenido algún otro plan lo habría cancelado. La mirada


esperanzadora en su rostro era imposible de ignorar.

—Sí. Tú y yo vamos a ir a buscar una gran hamburguesa grasienta de queso


cuando esto termine, y luego te llevaré de regreso a casa.

Brent gritó, luego se despidió con la mano antes de correr hacia el agua. No
dejaba de mirarme sobre su hombre para asegurarse de que no me había
movido. No iba a ninguna parte.

—¿Eres familiar de Brent Carey? —El tono de sorpresa en la voz de la mujer


detrás de mí no pasó desapercibido.

Mis instintos protectores comenzaron a notarse y me di la vuelta para


mirarla.

—Sí. Es mi hermano pequeño —contesté, desafiándola a decir algo sobre él.


No me importaba si era una mujer. No iba a dejar que su maliciosa y
chismosa boca dijera o hiciera algo que dañara a Brent.

—Oh, bueno. Es que nadie viene aquí con él. Ni en el colegio. No sabía que
tenía un hermano mayor.

No se merecía una explicación. Pero maldita sea, no quería que hablara de mi


familia. Sabía lo que era que las madres de otros niños hablaran de ti y de tu
familia. Me dolió. Los niños no deberían tener que lidiar con eso.

—Lo tiene —fue mi única respuesta. Volví mi atención al campo. Brent me


observaba mientras se ponía en posición. Iba a hacer caso omiso de los
comentarios sarcásticos de idiotas que no tenían nada mejor que hacer que
hablar de otras personas.

Durante la siguiente hora y media vi entrenar a Brent. Era bueno. Más que
bueno y su entrenador tenía razón. El chico era rápido.

Necesitaba unos guantes si iba a lanzar pelotas. Podríamos ir a por unos esa
tarde.
Tras comprar los guantes de receptor y ver que Brent era un niño feliz, nos
dirigimos a Pickle Shack. Ese era el único lugar en la ciudad en el que
conseguir una buena hamburguesa. Eso y sabía que a Brent le gustaban los
juegos de máquinas en el interior.

Seguí a Brent dentro y le dije a la anfitriona que necesitábamos una mesa


para dos.

—¿Una en la esquina va bien? —preguntó, batiendo sus pestañas hacia mí.

La chica tenía como mucho dieciséis años. Maldita sea, aprendían a hacer eso
muy jóvenes. Asentí y se dio la vuelta, pavoneándose, hacia una mesa en la
esquina. Entré después de Brent, pero mis pies se detuvieron cuando mis ojos
se encontraron con los de Amanda. Estaba sentada en una mesa redonda con
otras tres chicas y dos chicos. No la había visto desde que me dejó en el
aparcamiento de mi edificio hacía ya tres días. Había pensado en ella sin
parar, pero había mantenido mi distancia. Verla allí fue una sacudida. El
tiempo lejos de ella me ayudó a lidiar con lo que había hecho, pero al mirarla
a sus ojos verdes, sabía que nunca lo superaría. Era tan malditamente dulce y
yo era el tonto más grande del mundo.

—¿Vienes, Preston? —preguntó Brent, sacándome de mi trance. Aparté mi


mirada de Amanda y me dirigí a nuestra mesa. Quería que esa noche fuera
para Brent. No necesitaba que imágenes de la expresión herida de Amanda
me persiguieran. Además, no necesitaba verla sentada tan cerca de algún
idiota que no era lo suficientemente bueno para ella. No lo conocía, pero
sabía que no era lo suficientemente bueno. Nadie lo era.

—¿Quiénes son? —preguntó Brent, mirándome con curiosidad, antes de mirar


de nuevo hacia la cabina, donde Amanda estudiaba su bebida y torcía la pajita
nerviosa.

—Ah, nadie —contesté, abriendo mi menú.

—Esa bonita chica rubia sigue mirándote —dijo Brent, un poco demasiado
fuerte.

No pude evitarlo. La miré otra vez. Brent tenía razón. Me miraba. Una
pequeña sonrisa asomó la comisura de sus muy rellenos labios. No había
besado esos labios. Ella no entendía por qué, pero yo sí. Incluso borracho,
sabía que algunas cosas eran demasiado buenas para mí. Esos perfectos
labios estaban fuera de los límites para alguien como yo. No merecía
probarlos. Le pedí a Dios que hubiera sido más inteligente en lo que
respectaba al resto de su cuerpo. En cambio, la había tomado por completo.
Tuve sueños que lo demostraban.
—Es la hermana de un amigo —expliqué, devolviendo mi atención al menú.

—¿Qué amigo? —preguntó Brent con curiosidad. Quería decirle que lo dejara,
pero no quería que se enfadara. Era sensible con cosas como estas. Nuestra
madre al no preocuparse por nadie, a excepción de sí misma, le hizo ser
cuidadoso sobre en quien situar su confianza. Normalmente, él era tranquilo.
Conmigo hablaba. Me gustaba eso.

—Marcus Hardy. No lo conoces.

Brent asintió.

—Te he oído hablar de Marcus. Mamá dice que tiene un montón de dinero.
¿Eso quiere decir que ella también tiene un montón de dinero? Porque es muy
bonita y creo que le gustas.

No pude evitar reír. Los niños eran demasiado atentos.

—Sí. Tiene dinero, pero estás equivocado en lo otro. En realidad no le importo


mucho.

Brent dejó escapar un suspiro.

—Apesta ser pobre. A las muchachas bonitas nunca les gustamos.

Maldita sea. Odiaba oírle decir algo así.

—Cuando te hagas mayor, el dinero no importará. Ahora las chicas escuchan


lo que les dicen sus madres. No siempre será así.

Brent frunció el ceño, luego se volteó hacia la mesa donde se hallaba sentada
Amanda.

—Va a salir con ese tipo. Él está susurrándole en el oído, pero ella sigue
mirándote.

Fue muy difícil ignorarla cuando Brent me daba una descripción detallada de
lo que hacía. La miré, y se puso de pie junto al grupo con el que estaba
sentada. La cabeza del chico se inclinó y le dijo algo muy cerca de su oído,
pero Brent tenía razón: su atención seguía en mí. Y me gustó. No tenía
sentido negarlo. Me encantaba. Quería su atención. Quería que me quisiera,
porque estaba completamente seguro de que la quería.

Negó a lo que el tipo dijo y luego se despidió. Me sentí aliviado. La idea de


que se fuera a alguna parte con ese tipo me enfermaba. Sabía lo que él
deseaba. No lo culpaba, pero no me gustaba.

Amanda se dirigió hacia nosotros. Mierda.

—Viene hacia aquí —anunció Brent con temor.


A mí también me sorprendió un poco. No esperaba que me saludara. Esta
noche no llevaba esos pantalones cortos. Tenía las piernas cubiertas por unos
pantalones vaqueros muy ajustados. No ayudó. Solo alimentó mi imaginación.

—Hola, Preston —dijo, sonriéndome. La mirada nerviosa en sus ojos era lo


único que delataba el hecho de que esta no había sido una decisión fácil. Miró
a Brent—. Hola, soy Amanda.

Brent le sonrió.

—Hola, soy Brent. Preston es mi hermano mayor.

Una suavidad tocó la sonrisa de Amanda. La tensión de sus nervios


desapareció. Que viera una cualidad rescatable en mí no era algo bueno.
Necesitaba que quisiera mantenerse alejada de mí, porque Dios sabía que yo
no era lo suficientemente fuerte como para decirle que no.

—Es un placer conocerte, Brent. Puedo ver el parecido.

—¿En serio? —preguntó Brent, sorprendido.

Amanda rio, lo que hizo que mi ritmo cardíaco se elevara.

—Sí, de verdad.

—¿Quieres sentarte con nosotros? —preguntó Brent, corriéndose rápidamente


para darle un poco de espacio para sentarse.

Amanda dirigió sus ojos hacia mí y pude ver la incertidumbre allí.

—Yo… em…

—A los dos nos gustaría que te unieras a nosotros si quieres —le aseguré.

Sonrió y se sentó en la mesa junto a Brent.

—¿Ya has comido? —preguntó Brent, empujando el menú en sus manos.


Ansiaba conseguir que se quedara. Fue muy divertido. El chico tenía buen
gusto.

—Podría comer un postre. Ya he comido una hamburguesa y patatas fritas —


le respondió, sonriéndole.

—Está bien. Genial —dijo Brent, tomando de nuevo el menú para verlo.

No podía dejar de mirarla. Estaba tan cerca. Había tenido tres días para
asimilar que el intenso sueño caliente que seguía teniendo de Amanda era
muy real. La había tocado. Había estado dentro de ella. Todo lo que podía
pensar ahora era que quería hacerlo otra vez, sobrio. Quería besarla y
asegurarme de que supiera lo mucho que la quería. Quería escuchar esos
sonidos sexys, que me habían estado persiguiendo en mis sueños, con
claridad para que pudiera recordarlos cuando estuviera solo.

—¿Cómo estás? —preguntó, interrumpiendo mis pensamientos acerca de lo


mucho que la quería desnuda y debajo de mí otra vez.

—Bien. Supongo. He estado pensando en algunas cosas.

Me detuve, moviendo la mirada a Brent, que leía el menú, antes de volver a


mirarla.

—Yo también. Lo siento por como resultaron las cosas.

¿Por qué se disculpaba? Yo era el que debía disculparse.

—Manda, no tienes nada que lamentar. Todo fue culpa mía.

Una pequeña sonrisa tiró de la comisura de sus labios. ¿Podrían ser más
sexys?

—Tal vez. Pero yo tampoco pensé con claridad.

—Quiero una hamburguesa con queso —anunció Brent, entregándome el


menú. Debía recordar que teníamos una audiencia. Casi había dicho algo que
Brent no necesitaba oír.

—Buena elección. Es lo que siempre como —dijo Amanda.

—Preston me trajo aquí una vez y comí una hamburguesa con queso. Estaba
buena, pero tuve que compartir mis patatas fritas con Daisy porque se le
olvidó pedirlas y a cuando me trajeron las mías también quiso. Fue molesto.

Amanda me miró.

—¿Quién es Daisy?

—Mi hermana pequeña. Preston la trata como a un bebé. Pero no lo es.

La sonrisa en el rostro de Amanda se suavizó. Le gustaba eso.

—Preston tiene algo por las mujeres. Estoy segura de que con tu hermanita
no es diferente —le dijo Amanda a Brent.

Brent asintió.

—Sí, lo sé. Mamé dice que tiene una chica diferente cada noche…

—Es suficiente, Brent —lo detuve antes de que dijera demasiado. Brent sonrió
y agachó la cabeza. Él sabía lo que había hecho.

Amanda reprimió una risa y sus ojos brillaron con diversión cuando me miró a
través de sus largas pestañas.
Amanda

Brent era adorable. Era un mini-Preston. Le escuché mientras me hablaba de


su entreno de football y cómo se acercaba su primer partido. Preston firmó y
pagó para que Brent jugara al futbol ese año y Brent se sentía
extremadamente agradecido. Algo tan pequeño era muy importante para él.
Me hizo preguntarme qué tan mal de dinero se encontraba la familia de
Preston. Sabía que creció en la parte peligrosa de la ciudad, pero no sabía
exactamente lo malo que era.

—Así que, ¿puedes venir a ver mi partido el próximo sábado? —preguntó


Brent, interrumpiendo mis pensamientos. No esperaba una invitación. Le
eché un vistazo a Preston, que me observaba de cerca, sin estar segura de
cómo responder. No quería desilusionar a Brent, pero tampoco quería que
Preston pensara que utilizaba a su hermano para llegar a él. No quería volver
a llegar a él. Ya lo había hecho. No terminó bien.

—Ehh, bueno, me encantaría ir a tu partido. Si eso está bien… con todos… —


me callé, esperando que Preston le dijera a Brent por qué esto no podía ser.

—Genial. Preston también estará allí. Puedes sentarte con él.

—Está bien, amigo, eso es suficiente. No presiones a Manda. Estoy seguro de


que tiene planes.

No fue la excusa que esperaba que Preston utilizara. Vi como el rostro de


Brent se desilusionaba y no me importó lo que quería Preston. Si le
preocupaba que estuviera allí por él, tendría que superarlo. No iba a rechazar
la invitación inocente de Brent solo para apaciguar a Preston.

—Allí estaré. ¿Puedo traer a un amigo? A él también le gusta el fútbol. —No


tenía ni idea de a quién iba a traer, pero parecía algo útil en ese momento que
Preston supiera que no planeaba ir a verlo o sentarme junto a él. Encontraría
un «amigo» después.

—¡Sí! Genial. Trae a quien quieras. —Los ojos de Brent se iluminaron. Podía
ignorar al adulto Preston, pero el niño que se parecía tanto a él, con la
esperanza inocente en sus ojos… no podía rechazar eso.

Un pequeño extracto de Wanted de Hunter Hayes sonó en mi teléfono,


avisándome de un mensaje de texto. Necesitaba la pequeña distracción.
Saqué mi teléfono de mi bolso y bajé la mirada para ver el nombre de Jason
Stone en la pantalla.

Jason: ¿Puedo llamarte?

El recordatorio que necesitaba de que acercarme a Preston Drake era una


mala idea. Jason era una buena idea. Era seguro. Miré a Preston.

—Voy a dejar que cenéis. Tengo que hacer una llamada y necesito volver a
casa. Tengo clase mañana prontito. —La sonrisa forzada de Preston no pasó
desapercibida. ¿Por qué se enfadaba? Volví a mirar Brent—. Estaré en el
partido. Haz que Preston me mande un mensaje con los detalles —dije.

Su gran sonrisa valía la incómoda situación en la que me había metido.

—Lo haré. Nos vemos —respondió Brent.

Asentí y me levanté. Me despedí con la mano y me dirigí hacia la puerta. Una


vez fuera, le envié un mensaje a Jason.

Yo: Sí.

Mi teléfono sonó justo cuando me abrochaba el cinturón de seguridad.

—Hola.

—No te estoy distrayendo, ¿verdad? —preguntó Jason.

—No, en absoluto. —Más bien me había dado una buena razón para alejarme
tanto como pudiese de Preston.

—De acuerdo, bien. ¿Cómo han ido tus primeros dos días de clases?

Salí a la casi desierta carretera. Durante el verano no se podía salir por esa
carretera a esa hora de la noche. Se necesitarían horas para conducir unos
cuantos kilómetros, pero todos los turistas se habían ido a casa para el nuevo
año escolar. Aunque el clima seguía cálido, las multitudes habían
desaparecido.

—Han estado bien hasta ahora. Sin embargo, mañana pueden cambiar las
cosas. Voy a hacer cálculo y me pone súper nerviosa. ¿Qué hay de ti? ¿Tus
clases van bien?

Jason se rio en el teléfono.

—He tenido dos clases hasta el momento, y odio las dos. Tal vez mañana será
mejor. ¿Pero cálculo el primer año? ¿En serio? Estoy impresionado.

Las matemáticas eran lo mío.

—Sí. Soy una persona de matemáticas.

—Yo también.

—¿En serio? ¿Cuál es tu especialidad?

Se produjo un silencio.

—Eh, estoy teniendo un par de discusiones con mis padres acerca de eso. Ya
te pondré al día. —Raro. ¿Sus padres discutían con él sobre su especialidad?
—. La razón por la que llamo no es para aburrirte con la charla sobre nuestros
cursos. Me preguntaba si ¿tal vez estarías libre en cualquier momento en los
próximos meses? —Terminó su pregunta con una risita divertida.

—Umm, sí… Creo que tengo algunas brechas en mi agenda —contesté,


sonriendo.

—Entonces mi siguiente pregunta es: ¿qué tan pronto tendrá una brecha tu
horario? Pensaba ir… pronto.

Esto era lo correcto. Jason me gustaba. No necesitaba alejarme ni recibir


advertencias.

—¿Qué tal el próximo fin de semana?

—Perfecto.
8

Preston

Cálculo. ¿Por qué demonios había aceptado esa clase? Superarla sería un
milagro. Mantener mis calificaciones era parte del trato para mi beca. Si
fallaba una clase, la perdería. No podía perderla. Si jugaba esta temporada de
la forma en que había jugado la anterior, debería tener cubiertos mis
próximos dos años en una universidad estatal. Primero tenía que aprobar esta
asignatura. Había estado aplazándola, pero era hora de enfrentarme a ella.

Al entrar en la habitación, busqué rápidamente un escritorio cerca de la parte


delantera. En su lugar, mis ojos se encontraron con Amanda. Reía de algo que
le decía otra chica, mientras un tipo se apoyaba sobre su escritorio mirando
directamente hacia abajo, a su camisa, mientras se reía de lo mismo. Cabrón.

Amanda estaba lo suficientemente cerca de la parte delantera. Unas chicas


me llamaron mientras caminaba hacia ella, pero las ignoré. Mantuve mi
enfoque en Amanda. Sus ojos se alzaron para encontrarse con los míos
mientras me dirigía a ella. La sonrisa en sus labios se tambaleó. Trataba de
mantener su distancia, porque era lista. Yo era un idiota por no permitirlo.
Debería dejarla huir, pero cada pequeño centímetro que se retiraba la
confundía. Era un estúpido. Sin embargo, esta comprensión no me iba a
impedir que me sentara a su lado. El otro tipo tenía que retroceder de una
puta vez. Sus ojos miraban lugares que no debería mirar. Manda necesitaba
un maldito guardaespaldas.

—Hey, Preston. —La morena que hizo reír a Amanda fue la primera en
saludarme. El tono de arrullo en su voz me resultaba familiar. Le interesaba.
Sabía cómo era yo, y aun así estaba dispuesta. Estaba acostumbrado a eso. Le
sonreí y asentí, pero no aparté los ojos de Amanda.

—Hola, Manda —dije mientras tomaba asiento a su lado.

—Preston. Um. Hola. —Esperaba esa respuesta nerviosa. No me quería cerca.


No podía culparla u ofenderme.

—¿Tomas cálculo en el primer semestre de universidad? Me impresionas. He


estado aplazándolo.

Amanda se encogió de hombros.

—Me gustan las matemáticas.

El cálculo no eran matemáticas. Era un jodido experimento de ciencia que


salió mal. Empecé a contestar cuando el tipo que estaba pie a su lado se
aclaró la garganta. Levanté la vista hacia él con un gruñido molesto. ¿Por qué
seguía allí?

—Te has sentado en mi sitio —dijo.


Eso me hizo sonreír.

—Entonces deberías haber estado sentado en él.

Volví a mirar a Amanda, cuyas brillantes mejillas color rosa me dijeron que
esto la avergonzaba. No quería hacerle esto.

—Es posible que necesite ayuda. Me alegro de que seas buena con los
números —le dije, echándome hacia atrás y poniéndome cómodo. El tipo
empezó a decir algo más y estreché los ojos en su dirección con una
advertencia silenciosa. No me movería, pero seguro que él si lo haría.

Dejó escapar un suspiro fuerte y se apartó. Chico listo.

—¿Qué estás haciendo, Preston? —susurró Amanda mientras se inclinaba


sobre mí.

—¿Qué es lo que quieres decir exactamente, Manda?

—Sabes lo que quiero decir. ¿Por qué estás sentado aquí? Pensé que
habíamos acordado mantener nuestra distancia. Después de… todo.

No quería mantener mi distancia. Puede que no llegara a tenerla de nuevo,


pero me gustaba estar cerca de ella. Me hacía feliz. Hacía que la oscuridad no
pareciera demasiado asfixiante.

—Quiero que seamos amigos —le expliqué, observándola mientras se mordía


su labio inferior con nerviosismo.

—¿Cómo podemos hacerlo?—preguntó en voz baja.

No tenía ni idea. Todo lo que quería hacer era abrazarla y conservarla a mi


lado. Sin embargo, no era una opción.

—Simplemente lo hacemos.

La mirada de preocupación en sus ojos me hizo sentir culpable. Le pedía algo


para lo que no estaba preparada. Pero yo lo necesitaba.

—De acuerdo. Si eso es lo que quieres —respondió finalmente.

El profesor entró y empezó a hablar, así que nuestra conversación terminó.


Por el momento.

No me miró durante toda la clase y me costó mirar algo que no fuera ella. ¿El
recuerdo de lo que habíamos hecho iba a volverme loco? Por norma general,
una vez que me acostaba con una chica y superaba cualquier atracción,
seguía adelante. Pero algo en Amanda me retenía. ¿Era porque estaba
borracho y los recuerdos eran borrosos?
Cuando terminó la clase, Amanda se puso de pie rápidamente, agarró sus
libros y los metió en su mochila. Tenía prisa por alejarse de mí. No era lo que
quería.

—¿Tienes otra clase? —pregunté, poniéndome de pie y estirándome.

Amanda me miró y sus ojos se concentraron en la parte baja de mi estómago.


Bajé los brazos lentamente y mi camisa volvió a cubrir el trozo de piel que
había estado mirando. El brillo apreciativo en sus ojos me hizo querer
quitarme la maldita camisa. Si eso era lo que se necesitaba para mantener su
atención, lo haría.

—Um, yo… eh… no. En este momento no —balbuceó mientras se ponía su


mochila sobre el hombro.

—¿Quieres ir a tomar un café? Esta mañana no he tenido tiempo de tomarme


uno.

Amanda miró hacia la puerta y la chica con la que había estado hablando
antes de la clase se había quedado esperándola.

—Iba a la biblioteca, pero no me importaría un poco de cafeína primero —


contestó, mirándome.

Sí. Había cedido bastante fácil.

—¿Podemos ir solos? Quería hablar contigo sobre algunas cosas.

Sus ojos se abrieron un poco y pude ver la comprensión. ¿Quería hacer como
si no hubiera pasado nada? Yo no iba a ser capaz de hacerlo.

—Está bien. Déjame que vaya a decirle a Kelsey que me reuniré con ella más
tarde.

Amanda

¿Por qué hacía esto? Me merecía el premio a la estupidez. Pero, ¿cómo se


supone que una chica diga que no a sus bonitos ojos azules? Era imposible.
Cuando se proponía llamar tu atención, era increíblemente difícil de ignorar.
No se hallaba en paz con lo que pasó entre nosotros. Sabía de qué se trataba
todo esto. Necesitaba sentirse bien con todo. Él y Marcus eran amigos.
Probablemente se sentía culpable. Cuanto antes aliviara su culpa, más pronto
podría distanciarme. Esto de ser amigos no era lo que quería. No era amigo
de las chicas. Tenía amigos. Un montón de amigos. Ninguno de ellos era
mujer.
Una vez fuera del edificio de matemáticas, cogí su brazo, lo aparté de la
multitud y lo puse bajo un roble. No había necesidad de que fuéramos a tomar
un café y fingir. Solo le daría la oportunidad de meterse más debajo de mi
piel.

—Escucha, sé lo que te preocupa. Lo entiendo. Se trata de Marcus. Así que lo


que necesites que haga para aliviar tu conciencia y para que puedas seguir
con tu feliz y despreocupada vida, solo dímelo. No pretendamos que seremos
amigos. Porque, sinceramente, no puedo ser tu amiga. Nunca funcionaría.

Se quedó en silencio mirándome cuando mi pequeña «aclaración» se convirtió


en un discurso en toda regla. No tenía intención de dejarme llevar, pero lo
había hecho. Me volvía loca mirarlo y sentir que mi cuerpo se excitaba por su
cercanía. ¿Qué tenía este chico que me hacía odiarlo?

—No se trata de Marcus. Desearía tanto que fuera eso. Pero no lo es. —
Extendió la mano, la puso en mi cintura y me acercó más a él. Oh Dios… No
era lo que esperaba—. No puedo dejar de pensar en ti, Manda. Lo intento.
Todo el maldito tiempo, pero no puedo.

Vaya. Sentí que mis rodillas flaqueaban.

—Quiero estar cerca de ti. No logro mantenerme alejado.

Doble golpe. No podía formar palabras en ese momento. Una hebra de su


cabello rubio pálido cayó en su rostro y quise apartárselo. Tocarlo. Pero no lo
hice. Me acercó aún más.

—¿Podemos ser amigos? ¿Me perdonas por esa noche?

La palabra «amigos» volvió a aparecer. Odiaba esa palabra. Nunca había sido
amiga de alguien que aceleraba mi corazón y hacía hormiguear mi cuerpo.
¿Cómo podría manejar ese tipo de relación?

—Podemos intentarlo —dije ahogadamente.

Su mano se deslizó detrás de mi espalda y se instaló en la curva por encima


de mi trasero. Los amigos no hacían eso. No se le daba muy bien eso de ser
amigo.

—Seré bueno. Te lo prometo. Seré el maldito mejor amigo que nunca hayas
tenido. —Su voz se redujo a un susurro ronco. Me estremecí por el sonido
sexy—. Mmm, voy a tener que trabajar en ello —agregó—. Sentirte temblar.
Me gusta. Voy a querer sentirlo más.

Tragué saliva e intenté controlar la emoción en mi voz.

—Los amigos no se acercan tanto, Preston —dije. Empecé a dar un paso atrás
cuando tiró con fuerza hasta acercarme de nuevo.

—No, Manda, no lo hacen. Pero no puedo dejar de quererte cerca. ¿Podemos


ser amigos cercanos? —preguntó, bajando la cabeza hasta que su aliento
cálido cosquilleó mi oreja. Cerrando los ojos con fuerza, agarré sus brazos
para mantenerme firme. ¿Qué hacía?—. Me gustas cerca. Muy cerca.

—¿Te has vuelto jodidamente loco? —La voz de Cage York rompió el hechizo
en el que había caído y encontré la fuerza para separarme de él.

—No te metas en esto, Cage —gruñó, dirigiendo sus ojos entrecerrados hacia
Cage.

—¿Y dejar que hagas que te golpeen hasta morir? Porque si la tocas, ninguno
de tus amigos te va a cubrir la espalda cuando Marcus te mate.

—He dicho que no te metas en lo que no te importa.

Cage sonrió y negó con la cabeza.

—No voy a hacerlo. Puedes ir a buscar a otra amiga con derecho. Amanda
está fuera de los límites. Si le haces daño, le haces daño a Low. No puedo
dejar que suceda eso. Así que ya ves, esto se vuelve personal.

Cage siempre había sido protector con Willow. Habían crecido juntos y eran
mejores amigos. Marcus tuvo problemas con él, pero con el tiempo empezó a
aceptarlo. Sobre todo porque Cage se enamoró de Eva.

—Somos amigos. Déjalo estar. —Se volvió para enfrentar a Cage. Esto no
pintaba bien.

—Cage, tiene razón. Somos solo amigos. Déjalo. No somos y nunca seremos
nada más que amigos. Lo prometo.

Dejó de mirar a Preston y me miró a mí. La preocupación y la incredulidad en


sus ojos cuando se encontró con mi mirada suplicante fue difícil de ignorar.
No nos creía. Pero esto no era asunto suyo.

—Bien —arrastró las palabras—, pero me aseguraré que siga siendo así.

Preston apretó los puños a sus lados.

—Lo será —le aseguré.

Asintió de nuevo. Luego se volvió y se dirigió hacia el edificio de matemáticas


del que acabábamos de salir.

—Y esa es una de las muchas razones por las que podría ser un problema que
seamos amigos. Todo el mundo sabe que no eres amigo de las chicas. —No
era como si pudiéramos decirles que ya nos habíamos acostado y superado.

—Cage York es la última persona en la tierra de la que necesitamos tomar un


consejo. Claro, nunca he sido amigo de una chica, pero nunca ha habido nadie
de quien quisiera ser amigo. Eres diferente. Quiero mantenerte cerca.
No iba a hacer lo correcto. Iba a hacer una estupidez.

—Está bien. Seremos amigos.

El rostro de Preston se iluminó con una gran sonrisa que hizo que mi estúpida
decisión pareciera brillante en ese momento.

—¿Podemos ir a por ese café? —preguntó.

—Claro. Ve delante —le contesté.

Varias chicas nos miraron mientras caminábamos por la calle en dirección a


la cafetería del campus. Las ignoró estupendamente. Lo conocía lo suficiente
como para saber que normalmente no las ignoraba del todo. Generalmente les
echaba un rápido vistazo y decidía si le interesaban o no.

—¿Qué quieres beber? —preguntó mientras nos dirigíamos hacia una mesa en
la parte trasera.

—Una de esas cosas de café con hielo. Cualquier cosa que sea mocha. —
Todavía no había probado las opciones de café aquí, así que no tenía un
pedido específico.

—Yo me encargo. La bebida más femenina que tengan —respondió con un


guiño y se volvió para dirigirse a la barra para ordenar. No había mucha
gente en el interior. Varios se encontraban fuera bajo las sombrillas, pero
dentro se hallaba casi vacío.

Mi teléfono sonó, alertándome de un mensaje de texto. Sacando mi teléfono,


bajé la mirada para ver que Kelsey me recordaba que teníamos grupo de
estudio de economía esta noche. Cuando una clase viene con un tutor
incorporado para ayudarte, sabes que estás en problemas. Tenía la intención
de estar en cada grupo de estudio que ofreciera el tutor.

—Se llama Ice Rageous, para futuros pedidos —dijo mientras ponía delante de
mí una bebida cubierta con crema batida y caramelo.

—Gracias —contesté mientras lo veía hundirse en el asiento frente a mí.

—También puedes pedir la «bebida femenina» y el hombre detrás del


mostrador sabrá lo que quieres decir. —El tono burlón de su voz me hizo reír.
Nunca había tenido una conversación real con Preston que no implicara pre-
sexo o drama. Esto era agradable.

—Lo tendré en cuenta.


Tomó un sorbo de su café y se reclinó hacia delante sobre sus codos,
mirándome.

—¿Por qué te pongo nerviosa, Manda?

¿Por qué me ponía nerviosa? ¿Cómo se suponía que debía responder a eso?
Tal vez porque había estado loca por él durante años, le había dado mi
virginidad y era precioso.

—No es así. Bueno, quiero decir, sí, pero en realidad nunca hemos hablado
antes. No de esta manera.

Puso su taza sobre la mesa, pero sus ojos nunca dejaron mi cara.

—Entonces, ¿por qué saliste del club conmigo? No puedo olvidarlo. Siempre
vuelvo al hecho de que saliste de ahí conmigo. ¿Por qué?

Si íbamos a ser amigos, tenía que ser sincera con él. Al menos lo más sincera
posible. Me esforzaba por superarlo, así que no sería una completa mentira.

—Estaba enamorada de ti. Lo había estado durante años. Quería ser a quien
llevaras a casa esa noche. No sucedió eso. Lo hicimos en tu Jeep y luego me
arrastraste al almacén. Superé mi enamoramiento después de esa noche.

No era exactamente la verdad, pero bastante cerca. No necesitaba los


detalles sangrientos. O saber que todavía lo utilizaba como fuente de
inspiración por la noche cuando necesitaba sentirlo otra vez. No compartiría
ese pedazo de información.

—¿Estabas enamorada de mí? —repitió y murmuró una maldición—. Manda,


lo siento mucho. Ojalá hubiera estado sobrio.

Me reí por primera vez desde que habíamos empezado esta incómoda
conversación.

—Si hubieras estado sobrio, seguiría viviendo en mi mundo de fantasía en el


que un día me verías y también me querrías. Esa noche por fin me deshice de
esa ilusión.

—Esa noche descubriste que eras demasiado buena para mí. —La mirada
tensa y dolorida de Preston me confundió.

—No, me di cuenta de que nunca voy a ser «esa chica», del tipo que te atrae.
Estoy bien con eso.

Se acercó y tomó mi barbilla en sus manos y me levantó la cara hasta que mis
ojos se encontraron con los suyos.

—Hay un montón de cosas que no soy. Pero créeme cuando te digo que me
atraes más de lo que es seguro para nosotros.
—¡Oye, Amanda! —nos interrumpió alguien—. No te he visto en mucho
tiempo. Y Preston Drake, deja a la hermanita de Marcus antes de que te
abofetee por ella. —Jess, la prima de Rock y la puta de la ciudad, sacó la silla
al otro lado de Preston.

—Hola, Jess —respondí.

—Vete, Jess —dijo en un tono molesto cuando su mano dejó mi cara.

—Muy delicado. Cálmate, casanova. Vas en la dirección equivocada con ella.


No es tu tipo.

—Ya lo sé. Somos amigos —espetó, recostándose en su silla y tomando un


trago de su café.

—Dejaste de venir a Live Bay y beber conmigo, Amanda. Me pregunté qué te


pasó. Nos divertimos bastante —dijo Jess, sonriéndome con un brillo travieso
en sus ojos.

Ese verano después de que Preston me dejara en ese almacén, había hecho
todo lo posible para llamar su atención, incluyendo beber y salir de fiesta con
Jess. Pero una noche, cuando un hombre se pasó demasiado con las manos y
Dewayne apareció y golpeó su rostro, fue mi última noche con Jess. Había
sido la llamada de atención que necesitaba. No era esa clase de chica. Nunca
lo sería. Por más fiestas a las que acudiera, nunca sería así. Había tenido lo
que deseaba.

—Sí, he estado ocupada —le contesté.

—¿No ibas a ir a la universidad fuera? ¿Auburn o alguna loca mierda así?

La razón principal por la que no fui, se encontraba sentado frente a mí,


escuchando cada palabra de lo que decía.

—Sí pero no quería perderme la planificación de la boda de Marcus y Willow.


Y mi madre todavía me necesita. No está lista para que la deje. Especialmente
con la boda de Marcus.

—¿Estás segura de eso? —preguntó Jess con una mirada de complicidad en su


rostro.

Probablemente le dije algo que no debería una de las noches que bebí
demasiado. Maldición. No había pensado en eso. Tal vez mi pequeño secreto
no era tan secreto como creía. No era mejor que Preston. Dewayne sabía algo.
Ahora Jess. Mierda.

—Estoy segura —contesté con una sonrisa forzada.

—Si terminaste con las veinte preguntas, Jess, hablábamos de cálculo. Puedes
irte —dijo Preston, dejando su taza sobre la mesa. Sus dedos largos y
bronceados envueltos alrededor de ella me hicieron pensar en las otras cosas
que le sentí hacer con esas manos.

—Cálculo mi culo —respondió Jess, poniéndose de pie—. Normalmente no


regresas a donde ya has estado.

El gesto molesto de Preston se transformó en una mirada furiosa y


lentamente se puso de pie.

—Lo que sea que crees que sabes, no es así. No me importa quién sea tu
primo. Amigo o no. No vas a repetir nada de esto a nadie.

Jess levantó las cejas y sus miradas chocaron.

—No iba a repetirlo. Pero no porque tu lamentable culo me amenace, sino


porque me gusta Amanda. Esa es la única razón. Porque, Preston Drake, me
encantaría verte colgado de las bolas. —Jess volvió la mirada hacia mí y me
sonrió—. Te veo por ahí, Amanda.

Asentí, pero tuve miedo de decir algo más. Yo, obviamente, le había dicho a
Jess sobre Preston y yo. Esto era humillante. ¿A quién más le conté en mis
pocas semanas de embriaguez?

Jess se dio la vuelta y se pavoneó en dirección a la puerta. Tomó todo mi valor


mirar a Preston de nuevo. Estudiaba su taza de café. Supongo que también se
preguntaba a quién más le había contado.

—No puedo creer que te ganaras la lealtad de esta chica. Es una perra
malvada —dijo finalmente, levantando la mirada para encontrarse con la mía.

Me encogí de hombros. No estaba segura de cómo lo había conseguido. Pero


nos habíamos unido con la bebida. Extraño pero cierto.

—Jess es una incomprendida. Eso es todo.

Se rio entre dientes.

—No, Manda. Jess es una zorra manipuladora y confabuladora. No tiene


mujeres amigas. Nunca.

—No es tan mala —le contesté, necesitando defenderla.

Levantó una ceja y torció la taza entorno a sus manos mientras sostenía mi
mirada.

—Nos pondremos de acuerdo en no estar de acuerdo. ¿Qué tal?

Asentí.

Dejó escapar un suspiro de cansancio.

—No sabía que tus episodios borrachos de este verano fueran con Jess. Pensé
que esas dos veces que te encontré y te llevé a casa eran casualidades. Eso
fue tu intento de rebeldía.

—Sí. Me di cuenta bastante rápido de que no era para mí.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó.

Sabía que no se hallaba preparado para esta respuesta. No quería darle algo
más sobre lo que sentirse culpable. En cambio, me encogí de hombros,
alcancé mi bebida y tomé un sorbo a través del sorbete.

—Por favor, dime que no fue a causa de lo que hice…

No quería mentirle, pero este era uno de esos casos en los que la mentira era
la mejor política.

—No, Preston. No tenía nada que ver contigo.

El alivio en su rostro hizo que me alegrara de haberle mentido.

—¿Tienes alguna clase más hoy? —preguntó.

No. Iba con Willow a escoger los vestidos de dama de honor y llevaríamos a
Larissa con nosotras para encontrarle un vestido.

—No, este es mi día más relajado de la semana.

Preston metió un mechón de pelo detrás de su oreja.

—Tengo que ir al gimnasio a trabajar con el equipo, pero ¿quieres hacer algo
más tarde? ¿Tal vez ayudarme a entender qué demonios hemos hecho hoy en
clase? Compraré comida.

Estaba decidido a hacer esto de ser amigos y también recibir tutoría gratuita.
Por mucho que quisiera pasar tiempo con él, sabía que estaba mal.

—No puedo. Me voy con Willow y Larissa a elegir vestidos de dama de honor.

Movió la cabeza hacia un lado y me llamó la atención el pelo rubio que le rozó
los hombros. Parecía uno de esos modelos retocados en una revista. Ningún
hombre debería verse tan perfecto. No era justo.

—¿Y después? Las tiendas cierran a las seis. Debes tener libre después.

Eso era cierto. Probablemente estaría en casa incluso antes, pero debía tener
un poco de auto-preservación.

—Sí, pero esta noche tengo un grupo de estudio de economía —dije,


deslizando mi bolso sobre mi hombro. Tenía que ir a casa de Willow y Marcus
para recogerlas. Necesitaba salir de aquí antes de que Preston me
convenciera de renunciar a mi sentido común.
—De acuerdo —respondió. Se echó hacia atrás en su silla y me miró con esos
sexys y deseables ojos.

Con un firme asentimiento, dije:

—Nos vemos. —Antes de caminar rápidamente hacia la puerta.


9

Preston

Por mucho que quería que Amanda aceptara mi oferta de esta noche, me
alegré de que hubiera declinado. Treinta minutos después de que me dejara
en la cafetería, había recibido una llamada de una clienta. Era soltera, en sus
cuarenta y tantos años, y ya harta de la cirugía plástica para parecer que
acababa de cumplir treinta años. Era dueña de un par de salones de lujo y se
encontraba en la ciudad por negocios. Nunca había tenido comunicación
previa con ella, pero pagaba bien, así que, cuando me llamó, fui. Los fondos
eran bajos porque acababa de pagar el alquiler de mi madre. Además de que
había tenido que cubrir el pago inicial para los aparatos de Jimmy.

Entrando en Live Bay, donde sabía que estaría al menos uno de mis amigos,
decidí que después de hacer lo que tenía que hacer, necesitaba una bebida.
Eso no solía molestarme. Podría ir, sin problema, a entretener una madurita
que pagaba. Pero cuando Amanda apareció este verano en mis sueños, tuve
que empezar a actuar. El sexo por dinero era repentinamente sucio. Era un
error. Tenía una maldita conciencia que no había pedido y todo gracias a un
par de bonitos ojos verdes y labios totalmente naturales.

Me detuve en el bar y cogí el chupito de tequila que me esperaba. Me


conocían bien por aquí. Veníamos a este lugar desde antes de tener la edad
legal para beber. Las pequeñas ciudades costeras no tenían mucho
entretenimiento. El Live Bay lo era todo.

Dewayne estaba en nuestra mesa mirándome mientras caminaba hacia ellos.


Cage tenía a Eva en su regazo, susurrando en su oído, completamente ciego
como si no existiera nadie más que ella. Desde que había aparecido en el Live
Bay y cantado esa canción unas semanas atrás, no podían apartar las manos
el uno del otro. Rara vez se les veía solos. Cage observaba cada movimiento
de ella como si fuera lo más fascinante del mundo.

—Me preguntaba si ibas a aparecer esta noche —dijo Dewayne mientras


levantaba su cerveza y me saludaba.

—Estoy aquí. ¿Dónde más puedo estar? —No dejé que la frustración se filtrara
a través de mis palabras. O por lo menos, eso creía. Sin embargo, la forma en
que Eva volvió la cabeza y me miró con curiosidad me hizo cuestionar ese
detalle.

—Me alegro de que estés aquí —dijo Cage con ese brillo conocedor en sus
ojos. Él no quería verme con cualquiera, mucho menos Amanda. Aunque Cage
no había sido de nuestro grupo mientras crecía, ahora éramos compañeros de
equipo y su mejor amiga estaba a punto de ser un miembro casado del grupo,
simplemente encajaba. Era una parte. También sabía que joder con la
hermana menor de Marcus se encontraba fuera de los límites. Me molestaba
que él pudiera estar libremente con quién quisiera. Nada ni nadie se
interponía en su camino.
—Pareces cansado —dijo Eva, todavía estudiándome.

—Estoy cansado —le contesté, mirando a Dewayne—. ¿Dónde está Rock?

—No estoy seguro. Imaginé que Trisha querría estar aquí esta noche dado
que Jackdown va a tocar. —Trisha rara vez se perdía las actuaciones de su
hermano. Prácticamente había criado a Krit, así que tenían una relación que
parecía más la de madre-hijo que de hermanos. Era como una madre
orgullosa.

—Sigue moviéndote así y vamos a tener que salir —gruñó Cage mientras
mordisqueaba la oreja de Eva. Ella se rio y se levantó.

—Entonces ven a bailar conmigo. —Le tendió la mano y él fue por voluntad
propia. Eran demasiado para mí. No necesitaba ver esa mierda.

—¿Puede Cage ser más marica? —me quejé, tomando el chupito de tequila
que la camarera había puesto delante de mí.

—Alguien está enfadado esta noche. No me digas que ahora te pone Eva. —
Dewayne arrastraba las palabras.

Ni siquiera lo miré. Intentaba provocarme. Era lo suyo.

—¿Qué te dije sobre Manda? —Podía recordar algunas divagaciones ebrias,


una noche después de que estuviera con Amanda, pero no estaba seguro de
qué era lo que había dicho.

—Más de lo que quería saber —contestó.

Lo miré.

—Tengo que saber qué es, Dewayne. Hice algo y no puedo recordar con
claridad.

Dewayne negó con la cabeza.

—Creo que lo mejor es que tengas recuerdos incompletos. No tiene sentido


que recuerdes.

Golpeé mi vaso sobre la mesa.

—Dime lo que te dije, maldita sea.

Dewayne se inclinó sobre la mesa con los codos y me miró.

—No. Estabas malditamente borracho. No quiero recordarlo. Es como mi


hermana pequeña, estúpido hijo de puta. Debe ser igual para ti. Todavía estoy
intentando entender cómo pudiste hacer algo con ella como si se tratara de
una puta barata. Sé que tienes problemas. Pero esa no es una excusa. Te mira
de una manera que solo puede significar que puedes hacerle daño. La has
herido y todavía te mira con esa mirada nostálgica y soñadora. Me enoja tanto
que podría matarte a golpes. ¿De acuerdo?

—Es diferente con ella, D. —No podía decirle más que eso, porque no podía
aceptarlo. No había manera de que jamás pudiera ser capaz de tener algo
más que una amistad con ella, pero necesitaba que supiera que no era como
las demás.

—Quizás. Pero es dulce. Es buena. También es inocente. Retrocede antes de


que Marcus se dé cuenta de que hay una razón por la que debería ponerte
una bala en tu cabeza.

No podía retroceder por completo. Necesitaba su amistad. Quería estar cerca


de ella.

—Ahora somos amigos. Eso es algo que tendrá que aceptar. Nada más.

—¿Amigos? Mentira.

No esperaba que me creyera. ¿Por qué habría de hacerlo?

Amanda

Cuando salí del grupo de estudio eran ya las nueve. Había sido un día
ocupado y bastante productivo. Habíamos encontrado un vestido para la niña
de las flores. Sin embargo, los vestidos de dama de honor no fueron tan
fáciles de encontrar. Planeamos ir a Mobile la semana siguiente para ver si
encontrábamos algo.

Vi un Jeep familiar aparcado en la calle. ¿Qué hacía Preston allí? Mi madre


estaba en casa. Había hablado con ella poco rato antes de llegar. ¿Llevaba allí
mucho tiempo?

Me detuve junto a él y salí. Tenía que sacarlo de allí antes de que lo viera mi
madre. Le daría un ataque si me veía dando vueltas con Preston Drake. Era
bueno como uno de los amigos de Marcus, pero eso era todo. Que no la
gustara no era un secreto.

Preston sonreía cuando me acerqué lo suficiente para distinguir su rostro. Se


echó hacia atrás para mirarme.

—Por fin estás en casa —dijo. No arrastraba las palabras, por lo que no estaba
borracho. Eso era algo bueno.

—Sí, bueno, ¿qué estás haciendo aquí?

—Ven a dar un paseo conmigo —fue su respuesta.

Miré hacia la casa. La luz de la habitación de mi madre estaba apagada y eso


normalmente significaba que ya se había tomado su pastilla para dormir. Pero
él no lo sabía.
—Mi madre me está esperando.

—Por favor —respondió.

—Mi madre…

—Está dormida —me interrumpió.

Suspirando, me moví y me quedé a un metro de distancia de él y de su Jeep.

—¿Por qué? Es tarde y estoy cansada.

—Porque quiero pasar tiempo contigo. Te he echado de menos esta noche.

¿Me ha echado de menos? ¿En serio?

—No creo que sea buena idea.

—Es probablemente una de las peores ideas que he tenido. Por favor, ven
conmigo —declaró.

Era una mujer. ¿Cómo iba a ignorar eso?

—Está bien. Pero solo un paseo corto y luego me voy a la cama.

Rodeé el Jeep y subí. No había estado en él desde la última vez que me dijo
que diera un paseo con él. Cuando lo miré, él miraba la puerta que acababa
de cerrar y sus ojos se movieron hacia mí.

—Tú… —Tragó con fuerza—. ¿Tuviste un orgasmo contra mi Jeep esa noche?

Recordaba más de nuestra noche juntos. Dudaba que termináramos de hablar


de ello pronto. Cuanto más recordaba, más quería preguntarme sobre ello;
entonces tendría que revivirlo.

Volví la cabeza para mirar fuera antes de contestar.

—Sí.

—No llevabas la camiseta puesta —respondió lentamente.

—Sí, Preston, así fue. ¿Podemos, por favor, no hablar de esto?

Preston puso el Jeep en marcha y salió de la calzada.

—Lo siento. Es solo… siguen llegándome fragmentos y acabo de recordar


claramente como venías para mí mientras te tenía contra el Jeep.

No me avergonzaría. No lo haría.
—Nadie me había hecho esas cosas. Era un hecho que iba a correrme
fácilmente —contesté.

—Solo besaba tus pechos. ¿Nadie había hecho eso? —La sorpresa en su voz
me hizo desear haberme quedado en casa. Subirme en este Jeep había sido
otro mal movimiento.

—Cambia de tema, por favor.

Preston no dijo nada más. Se dirigió a la playa pública que se encontraba


desierta a esta hora de la noche y entró en el aparcamiento de grava justo
antes de que empezara la arena. La luz de la luna sobre las olas siempre era
algo que adoraba ver. Era romántico y tanto como había deseado poderme
sentar y verlo con Preston, no quería estar así en estos momentos. Romance y
Preston tenían que mantenerse completamente separados.

Preston abrió la puerta y rodeó la parte delantera del Jeep, para luego
abrirme la mía y tenderme la mano.

—Ven a ver las olas conmigo, Manda.

—Es tarde —contesté.

—Solo unos minutos. ¿Por favor?

Cediendo, puse mi mano en la suya y dejé que me ayudara a salir del Jeep.

Solté mis sandalias con tacones en el suelo y salí descalza. Preston cerró la
puerta del Jeep, luego lo miró antes de observarme. Esa expresión intensa,
entornada, en sus ojos me dijo lo que pensaba. Saber que eso lo excitaba, hizo
que mi pulso se elevara. No pude evitar el hecho de que quería que Preston
me deseara. Que al menos se sintiera atraído por mí.

—Vamos —dijo, cogiendo mi mano y entrelazando sus dedos con los míos.
Caminamos por la orilla hasta que Preston encontró un lugar lo
suficientemente cerca como para que pudiéramos ver las olas con claridad,
pero lo suficientemente lejos como para no mojarnos.

Tiró de mí hasta que los dos estuvimos sentados.

—¿Por qué estamos aquí, Preston? —pregunté.

—No lo sé. Quería venir aquí para pensar. Es donde pienso mejor. Y quería
que estuvieras conmigo.

Mi corazón traidor se saltó un latido. Era capaz de decir las cosas más dulces.
Solo tenía que recordar que también podía decir algunas de las cosas más
humillantes. Su boca era peligrosa. En muchas, muchas maneras.

—¿Por qué yo?


Volvió la cabeza hacia un lado y me sonrió.

—No quieres la respuesta a esa pregunta.

Sí, la quería, mucho.

—Déjame ser juez en eso.

La sonrisa de Preston se convirtió en una sonrisa sexy y deslizó la mano por la


arena hasta descansar en mi rodilla desnuda.

—Porque no puedo sacarte de mi cabeza. Normalmente, después de estar con


una chica, sigo adelante. Termino. Pero tú… —Se detuvo y miró el agua,
rompiendo el contacto visual conmigo—. Eres diferente. Todavía te deseo.
Pienso en ti todo el tiempo.

Cielos. Era un caso perdido. Que ese tipo de cosas salieran de un jugador
como Preston Drake haría que cualquier mujer se derritiese. No jugaba
limpio.

—Es porque estabas borracho y no lo recuerdas. —Me lo recordé a mí misma


tanto como a él.

—No, Manda. Cuanto más recuerdo, más te deseo.

Su mano se deslizó hasta mi muslo mientras lentamente se deslizaba entre


mis piernas. Debía apartarlo. Sin embargo, no me atreví.

—Todas las noches, Manda. Cada maldita noche sueño contigo. Sobre lo dulce
que sabías. Cuan increíble te sentías. Me está volviendo loco.

Dejé de respirar cuando su mano se deslizó aún más arriba, por la cara
interna del muslo. No tenía la capacidad para formar palabras. La última vez,
Preston no me dijo cosas dulces y románticas. Solo me sacó fuera y lo
hicimos. Esta vez ponía todo su esfuerzo y no iba a ser capaz de ignorarlo.

—¿Dónde te probé, Manda?

Oh, no. No respondería a esa pregunta. No podía hacerlo. No con su mano


casi en el borde de mis pantalones cortos.

—Si fue algo como mis sueños, era jodidamente increíble. He estado tratando
tanto de mantenerme alejado. Marcus nunca estaría de acuerdo con esto. Y si
me conocieras. —Mi verdadero yo—. Huirías. No soy lo que crees. Soy mucho
peor.

Eso no podía aceptarlo. Oírlo degradarse así. Se acostaba con cualquiera. Un


montón de chicos lo hacían. Era un mujeriego. Era bueno siéndolo. La
mayoría de las chicas que conocía iban detrás de él.

—Basta. Te conozco. He estado observándote durante años. No eres peor que


Cage, y míralo. Tiene a Eva. Está locamente enamorada de él y ella lo sabe
todo acerca de sus días de playboy.

Preston recorrió con sus dedos la parte interior de la pierna de mis


pantalones cortos.

—Detenme, Manda —susurró.

¿Detenerlo? ¿Cómo iba a hacerlo? Me tenía con anticipación. ¿Cómo iba a


detenerlo?

Dejé caer mi mirada para ver desaparecer su mano por mis pantalones cortos
justo cuando la punta de sus dedos rozaba la seda de mis bragas. Había
pasado un tiempo, por lo que la reacción inmediata de cerrar los ojos y dejar
escapar un gemido de placer era de esperarse.

Preston se encontraba encima de mí, presionando mis manos sobre mi cabeza


con una de las suyas, mientras que la otra seguía burlándose de mí sin tregua.

—Voy a besarte esta vez, cariño. No puedo evitarlo —susurró mientras su


boca bajaba y cubría la mía.

Por la expresión de su rostro, esperaba que su beso fuera exigente. En


cambio, sus labios eran suaves. Casi como si me estuviera saboreando. Su
lengua se deslizó en mi boca y se enredó con la mía. Cada caricia me hacía
retorcerme para acercarme a él. No lo podía tocar. Mis manos seguían
cubiertas con una de las suyas. Así que le devolví el beso tan salvaje y sin
reservas como pude. Salió todo lo que sentía por él. El gemido que hizo vibrar
su pecho mientras movía un dedo en el interior del borde de mi ropa interior
hizo que mi cuerpo temblara. Nunca había hecho este tipo de cosas con
Preston. Solo lo había imaginado, cuando fantaseaba con hacer estas cosas.
Siempre era el rostro que veía.

—Manda, por favor, nena, dime que me detenga —rogó con voz profunda y
ronca mientras dejaba un rastro de besos desde mi boca hasta mi cuello,
donde comenzó a lamer y pellizcar la piel sensible.

—No quiero. —Me quedé sin aliento cuando su dedo penetró con facilidad la
humedad.

—Tan dulce. Tan mojada. No debería ser capaz de tocarte. No soy lo


suficientemente bueno. —Su voz torturada me excitó más. Abrí más mis
piernas y se hundió entre ellas mientras sus dedos se movían con cuidado
dentro y fuera de mí.

—Eres tan jodidamente caliente —murmuró mientras me besaba por el pecho


y finalmente soltó mis manos para que pudiera usar su mano libre para
deslizarla dentro de mi camisa. Eligió ese momento para empezar a frotar su
pulgar sobre mi clítoris. Grité y me aferré a sus brazos. Me encontraba tan
cerca.
—No —espetó y luego se fue. Mi respiración era acelerada y partes de mi
cuerpo empezaron a gritar en señal de protesta. Quería traerlo de vuelta. Que
me tocara.

—¡No! No puedo hacer esto. No debería haber comenzado. —Preston se


encontraba de pie cuando abrí los ojos. Su cara se veía feroz y no me miraba.
En su lugar, se centró en el cielo oscuro—. Está mal —dijo de nuevo, con voz
decidida.

Tiré de mi camisa hacia abajo y pude sentarme. No podía soportar el


momento. Había estado a punto de explotar cuando Preston se alejó y me dejó
fría. Mi cuerpo trataba de procesar esto. ¿Qué había hecho mal?

—Lo siento mucho, Manda. No debería haberte tocado.

Confundida, poco a poco me puse de pie, esperando que mis rodillas no


estuvieran demasiado débiles y me pudieran sostener. Una vez estuve de pie y
segura de poder hacerlo sin que me desmoronara a sus pies, lo miré a los
ojos.

—¿Por qué?

Preston negó con la cabeza y comenzó a acercarse de nuevo al Jeep. Lo miré


por un momento antes de correr tras él. Se comportaba muy raro. Empezaba
a pensar que podría dejarme aquí. Fue a su lado del Jeep, subió, y cerró de un
golpe su puerta.

El estado de confusión en que me encontraba después de que me hubiera


llevado al borde de un orgasmo se desvanecía y la ira tomaba su lugar muy
rápido. ¿Quién se creía que era? ¿Por qué era la idiota que seguía volviendo y
dejando que me hiciera daño? No quería meterme en ese estúpido Jeep con él.
Lo pasé y me dirigí hasta el paseo marítimo que llevaba a la calle. Mi casa se
encontraba a unos tres kilómetros de allí. Podía caminar. Sin problema.

—Manda, ¿qué estás haciendo? —gritó la voz de Preston. No miré atrás. Seguí
caminando hacia la carretera. Se iría con el tiempo. No necesitaba esto. No
quería esto. Odiaba la forma en que me hacía sentir cuando terminaba todo.
Los pocos momentos de cielo, no valían la pena el infierno que me hacía pasar
cuando terminaba.

—Por favor, vuelve. No puedo dejar que camines a casa. Es tarde.

Él no decidía lo que hacía. No decidía nada de mí. Preston Drake no había


hecho nada para ganar ningún privilegio en mi vida.

—Manda, lo siento. Estoy tan malditamente arrepentido. —La derrota en su


voz me hizo desacelerar.

Me giré y lo miré. Se encontraba fuera de su Jeep, caminando hacia mí.

—Parece que no puedo controlarme contigo. Lo siento. Eso estuvo mal. Tuve
que detenerlo.
10

Preston

—Si esto está tan mal, entonces para. Para de intentar acercarte a mí. Vas de
caliente a frío, Preston. Estoy tan enferma de esto. No puedo seguirte el
ritmo. No quiero hacerlo más. —La mirada furiosa que me disparó cuando
pasaba frente al Jeep había desaparecido. Ahora Amanda solo estaba
enfadada. Se había cansado de esto. No podía culparla. No merecía su
molestia. Nunca podría ser lo que quería. Pensaba que yo era como Cage y
que la chica adecuada me podría domar. No se trataba de eso. No necesitaba
que me domaran. Necesitaba una jodida salvación.

No estaría libre hasta que estuviera fuera de la universidad y tuviera un


trabajo que me diera el dinero suficiente para cuidar de mis hermanos. Hasta
entonces, nunca sería libre para tocar a alguien como Amanda. No era como
las otras chicas con las que me había liado. Ellas sabían cuál era el juego. No
significaban nada para mí. Manda era diferente. Me hacía sentir cosas, cosas
por las que había orado para no experimentar nunca, porque sería imposible
hacer algo al respecto.

—Simplemente déjame llevarte a casa. Te prometo que no pasará de nuevo.


No debería haberte traído aquí. Tenerte así de cerca me hace olvidar las
razones por las que no funcionará. Nunca funcionaremos.

Amanda se dio la vuelta y empezó a andar de nuevo hacia la carretera. Su


trasero apretado y pequeño giraba coquetamente en esos pantalones cortos
que eran siempre demasiado cortos y me volvían loco. Había fantaseado sobre
deslizar mi mano en unos de esos pantalones cortos desde hace un par de
años. Esta noche ese deseo y las ansias de saborearla se habían hecho cargo.

—Manda, por favor, no hagas esto. Dije que lo sentía. Déjame llevarte. Ni
siquiera tienes que hablar conmigo. Además, estás descalza. No puedes andar
descalza hasta casa.

Se detuvo, pero no se giró enseguida. En vez de eso, puso sus manos en las
caderas y se quedó de pie en la oscuridad. Lo pensó. No podía culparla.
También me odiaría. Jugar con ella así no estaba bien. Nunca podría hacer
más que coquetear con ella. Porque la realidad fría y dura era que en el
momento que entrara una llamada de una clienta, tendría que dejarla y no
había manera de que fuera capaz de escurrirme de su cama y meterme en la
cama con otra persona.

Finalmente Amanda se dio la vuelta y lentamente se dirigió al Jeep. No me


miró a los ojos. Ni siquiera miró hacia donde me encontraba. Mantuvo la vista
en el suelo mientras pasaba por delante de mí y abría el lado del pasajero del
Jeep y entraba.

Anduve hacia el lado del conductor y entré. Mirándola, pensé en explicarme.


Quizás simplemente decirle la verdad. Necesitaba decírselo a alguien. ¿Lo
entendería?

—No, Preston. Simplemente conduce —respondió, como si hubiera leído mi


mente. Arranqué el Jeep y salí a la calle oscura. Tenía razón. Habíamos dicho
suficiente.

Fuimos en silencio los tres kilómetros de vuelta a casa. Aparqué en su


entrada; abrió la puerta y salió, llevándose sus sandalias con ella. No me miró
ni se despidió. Cerró la puerta con fuerza. Era su forma de decirme que había
terminado lo que sea que nos proponíamos.

Tragando el repentino nudo en mi garganta, volví en mi Jeep a casa. No iba a


llorar por ella. No lo haría. Nunca la había tenido, en realidad. No me conocía.
Nunca aceptaría la verdad sobre mí. Era mejor así. Fingir que podía tenerla
de algún modo era una forma de tortura que no necesitaba. Tenía que
centrarme en mi familia y en mi carrera en el béisbol. Amanda Hardy era una
distracción que podría hacerme perderlo todo.

Amanda

—¿Qué piensas de este? —preguntó Willow mientras se paraba en la pequeña


plataforma en frente de la pared de espejos con otro maravilloso vestido de
novia blanco. Lo único que podía pensar es que era como la fantasía de todo
hombre, con su melena roja derramándose sobre su escote palabra de honor.
Era el tipo de chica que podría cambiar el rumbo de cualquier chico. Me
faltaba atractivo sexual. Era el tipo de chica de la puerta de al lado. No era
una diosa sexy como Willow. No era de extrañar que mi hermano se
convirtiera en un perro jadeando a sus pies nada más conocerla.

—Me encanta. Estás fabulosa con él. Sin embargo, sigo siendo fan del de hace
dos vestidos. Me gusta la forma en que es corto por delante y muestra tus
piernas, pero es largo por detrás. Ese es un vestido más sexy. Este haría muy
feliz a mi madre, pero cubre demasiado. Tienes cuerpo. Presúmelo en el día
de tu boda.

Willow se sonrojó y me acordé de otra razón por la que mi hermano la amaba.


Era tan completamente ciega al hecho de que era hermosa… Cada vez que le
decía un cumplido, su cara se sonrojaba como si no lo creyera o no supiera
cómo manejar la situación.

—A mí también me encantó ese. Me preocupaba que la parte delantera corta


fuera demasiado. Tu madre quiere que nos casemos en la iglesia. ¿Puedo
llevar un vestido corto como ese?

Mi madre se metía mucho en los detalles. Willow no tenía una madre para
opinar, y su hermana mayor no era una opción para ayudarle a decidir nada.
El hecho de que Tawny estuviera viviendo con mi padre y su hija lo hacía raro.
Además, Willow y su hermana no eran muy cercanas.

—Pensé que querías casarte en la playa. Creo que es el vestido perfecto para
una boda de playa.
Willow hizo girar uno de sus largos mechones de cabello alrededor de su
dedo.

—Bueno, quiero. Pero tu madre quiere que nos casemos en una iglesia. No
quería molestarla. Ha tenido mucho con lo que tratar. Y a Marcus no le
importa. Solo quiere casarse.

Willow iba a tener que aprender a alzarse contra mi madre, o mamá le


pasaría por encima. Mi madre adoraba planear y estar a cargo. A Willow le
entusiasmaba tanto complacerla que la dejaba. No iba a permitir que eso
pasara.

—Si quieres una boda en la playa, entonces ten una boda en la playa. Esta no
es la boda de mi madre. Ella no tiene que planear esto. No dejaré que planee
la mía, ya puedo decírtelo. No puedes dejar que empiece a controlar tus
decisiones. Lo hará siempre. Demonios, incluso nombrará a tus hijos por ti.
Esta es tu vida. Marcus es tuyo. No de ella. Es mayorcito y es tuyo. Toma las
decisiones. Ese vestido te queda maravilloso. A Marcus le encantará. Haz tu
boda en la playa y viste tu vestido increíblemente provocador.

Willow sonrió y se mordió el labio inferior, antes de asentir.

—Tienes razón. No debería hacer lo que otros quieren en el día de mi boda.


Esto es sobre Marcus y yo. Nadie más.

Sentí una oleada de orgullo en mi pecho porque la había convencido de seguir


a su corazón. Hacer lo que quería. Asentí, volví a sentarme en la silla y crucé
las piernas mientras esperaba que fuera a probarse de nuevo el vestido que
nos había encantado.

Mi teléfono sonó con un tono corto, dejándome saber que tenía un mensaje.
Cogí mi bolso y lo saqué.

Jason: En vez de ir ahí este fin de semana, ¿qué dirías de cenar en Nueva
York?

¿De qué hablaba? ¿Me había enviado un mensaje cuando quería mandárselo a
otra persona? No vivía en ningún sitio cerca de Nueva York.

Yo: Creo que mandaste el mensaje a la persona equivocada :)

Aquello era incómodo. Especialmente desde que él había mencionado que


venía a verme este fin de semana. Debía haber hecho planes con más de una
chica.

Jason: Estoy seguro de que le he mandado el mensaje exactamente a quién


quería hacerlo. No me ofrezco normalmente a pedirle a mi hermano su jet
para llevar a chicas en citas. Solo por las que son especiales.

Oh. ¿Quería llevarme volando a Nueva York para cenar? ¿De verdad? ¿Cómo
le contestaba a eso? Sabía que Sadie había hecho este tipo de cosas durante
el año pasado mientras terminaba el instituto en Sea Breeze y Jax recorría el
país. Pero Jason y yo solo habíamos tenido una cita. Me parecía demasiado
para una segunda cita.

Jason: El silencio no es prometedor.

Yo: Me has sorprendido. No sé qué decir. Jason: «Sí» sería una buena opción.
Me reí ante su respuesta rápida. Me gustaba este chico.

—¿Quién te tiene sonriendo así al teléfono? —preguntó Willow con una


sonrisa en su cara mientras salía del probador con el vestido que sabía que
estaba hecho para ella.

—Jason Stone —contesté.

Willow levantó las cejas.

—Saliendo con una celebridad.

—En realidad no es una celebridad. Simplemente es pariente de Jax.

Willow rio y subió a la plataforma frente a los espejos.

—Seh, diría que ser el hermano de la estrella favorita del mundo lo hace una
celebridad.

Yo: ¿Puedo pensármelo?

No estaba lista para decirle que sí. Estaba enfadada con Preston por lo de la
otra noche en la playa. No nos habíamos cruzado desde entonces, pero no
podía simplemente sacármelo de la cabeza. Una vez que la rabia se hubo
esfumado, recordaba su cara triste. La desesperación en sus ojos. Esas cosas
me hacían querer perseguirlo y preguntarle por qué.

Jason: Claro. Avísame cuando estés lista.

Yo: Gracias.

—Entonces, ¿qué te dice?—preguntó Willow.

—Quiere que salga con él pronto.

—¿Y vas a ir?

Me encogí de hombros. No estaba segura. Todo dependía de Preston. Todo


dependía de él. Si de alguna manera me perdía algo que necesitaba saber, no
quería alejarme sin saber los hechos.

—Quizás. No es seguro. Necesito pensarlo.

Willow asintió.
—Buena idea, piénsatelo. Salir con él te pondrá en el centro de atención.
Imagino que eso no es siempre divertido.

Sabía por experiencia de Sadie que no era divertido. Aún se estaba


acostumbrando a eso, pero quería cambiar de tema. No estábamos allí para
discutir mi vida amorosa, sino para encontrar el vestido perfecto para Willow.

—Es ese —dije, asintiendo en dirección al espejo. Willow se volvió para


mirarse en el espejo.

—Sí, creo que estás en lo cierto.

—Marcus será un charco a tus pies.

Willow me sonrió.

—Ahora. Necesitamos encontrarte el vestido perfecto. ¿Crees que Jason


querría venir? ¿Debería de enviarle una invitación por ti?

No había pensado en eso. ¿Seguiríamos hablando en ese momento? Era muy


posible que hubiera pasado a otra modelo para ese punto. Me encogí de
hombros y enderecé la cola de su vestido; estaba cubierta de diminutas perlas
y pesaba una tonelada, compensando la sencillez del resto del vestido.

—Entonces, ¿quieres o no? —preguntó Willow.

Me di cuenta de que aún no había contestado a la pregunta de Jason y la


boda. Sadie y Jax vendrían, así que ¿por qué no invitar al hermano de Jax?
Incluso si no estábamos saliendo entonces, estoy segura de que aún seríamos
amigos.

—Claro. Envíale una invitación.


11

Preston

Esta noche Jackdown no iba a tocar. Era una noche country. Alguna banda de
country de Tennessee estaba en el escenario. Eran buenos con las versiones
que tocaban, pero sus canciones originales también eran muy impresionantes.

Marcus volvió con una cerveza. Era muy raro encontrarlo sin Willow. Cuando
me llamó para reunirse conmigo en Live Bay para beber algo, me sorprendí.
Entonces me explicó que Willow y Amanda estarían comprando el vestido de
novia. Eso lo explicaba. Marcus rara vez iba a algún lugar sin Willow.

—¿Has visto a Amanda por el campus? —preguntó Marcus antes de tomar un


trago de su cerveza.

—Sí. Tenemos cálculo juntos. —Esa era la única respuesta que recibiría. No
quería hablar de Amanda con él. Vería a través de mí demasiado rápido.
Luego me daría una paliza.

—Nunca le diría esto, pero estoy tan contento de que no se fuera a Auburn.
Quiero disfrutar de planear la boda con Low y ella habría estado preocupada
por Amanda todo el tiempo. Sin saber si algún tipo se aprovechaba de ella o si
estaba segura. De esta manera puedo disfrutar con Low y mantener un ojo
sobre Amanda en caso que me necesite. —Casi me atraganté con mi cerveza.

No había pensado que irse tan lejos pudiera ser algo inseguro para ella.
Estaba tan ansioso por alejarla de mí, que no consideré que Auburn pudiera
ser peligroso para ella. De repente, estaba aliviado de que no se hubiera ido.
Podría ser malo para ella, pero no iba a dejar que nadie le hiciera daño.
Mierda. Iba a ser incapaz de verla marcharse el próximo otoño sin más. ¿Por
qué tenía que hacerme pensar en esto?

—¿Por qué estas tan enfurruñado? —preguntó Marcus, rompiendo mis


pensamientos.

—Lo siento. Solo pensaba en una tarea. Tengo un montón por hacer.

Marcus rio entre dientes.

—¿Todavía no has encontrado alguna chica para que las haga por ti? ¿Preston
Drake está perdiendo su encanto? Dime que no es así.

Normalmente, no hacia mis tareas. Conseguía que alguna chica de mi clase


me lo hiciera. Coquetearía lo suficiente para mantenerlas felices y quizás
follármelas al final del semestre. Lo había estado haciendo desde la
secundaria. A los chicos les encantaba este sistema, se reían mucho con él,
especialmente cuando terminaba el semestre y venía el momento de las
decepciones.
Este era un drama para el que no me sentía de humor. Desde que había
tocado y saboreado la boca y el cuerpo de Amanda, mis pensamientos se
centraban en ella. Era duro concentrarse en alguien más.

—Este año he decidido pasar del drama —expliqué.

Marcus dejó escapar un silbido.

—Nunca pensé que te oiría decir eso.

No podía decirle que había una chica que me tenía liado. Lo escuché hablar
sin parar sobre Willow, cuando se conocieron, pero ahora que había alguien
que me volvía loco a mí no podía hablarle de eso. No podía emborracharme en
frente de Marcus y derramar mis entrañas. No si quería vivir. Me mataría. No
tenía ninguna duda.

—Oye, Preston. Ha pasado un tiempo. ¿Dónde te has estado escondiendo? —


Una rubia con un par de tetas falsas gigantes se acercó a mí y acarició mi
pecho con la mano. Sí. Seguramente me había acostado con ella. Tenía todos
los síntomas y estaba bastante cómoda tocándome.

—He estado ocupado —dije con una sonrisa forzada.

—Vaya. Te he echado de menos. Ven, baila conmigo —ronroneó en mi oreja.

Iba a rechazarla cuando vi a Marcus observándome. Esperaba que dijera sí.


Eso es lo que normalmente haría. Ella sería sexo fácil. Estaba bastante buena.
Si le dijera que no, entonces Marcus empezaría a hacerme preguntas. No
quería que hiciera preguntas. Me conocía demasiado bien. Si dijera cualquier
cosa, se daría cuenta de que estaba atado a su hermana y estaría furioso.
Tenía que bailar con esa chica. No tenía porque follármela. Solo bailar con
ella. Actuar un poco como mi viejo yo, para que así nadie se preguntara por
mi repentino cambio. Además, no tenía que ser fiel a Amanda. No tenía ni una
oportunidad siquiera de tener una relación con ella. Ahora mantendría su
distancia. La había empujado demasiado la otra noche. Me levanté, coloqué
mi mano en la parte baja de su espalda, y la llevé a la pista de baile antes de
que Marcus pudiera notar que no me interesaba en absoluto.

Amanda

Seguí a Willow hacia Live Bay. Marcus le había enviado un mensaje y ella le
dijo que me traería aquí. Estaba esperándola mientras bebía una copa con
Preston. Por ese motivo estaba aquí también. Necesitaba ver su rostro otra
vez antes de responder al mensaje de texto de Jason.

Preston era como una droga de la cual parecía no poder alejarme.

—Ahí está Marcus —dijo Willow, caminando a través de la multitud hacia la


mesa que ocupaban siempre. Nadie más estaba en la mesa a excepción de
Marcus, lo cual era raro. Normalmente, los demás estaban allí también. Sabía
que Preston estaba aquí. Marcus le había enviado un mensaje a Willow. Si no
estaba en la mesa o en el bar, entonces estaba con una chica. Rechacé echar
un vistazo a la pista de baile. Todavía no. Primero necesitaba componerme.

—Hola, cariño. —Marcus sonrió a Willow y se levantó para atraerla hacia sus
brazos. Inmediatamente comenzó el besuqueo. No quería ver como mi
hermano metía la lengua en la boca de otra persona así que tomé asiento y
mentalmente me debatí entre si debía o no buscar a Preston. ¿Y si se follaba a
una chica? ¿Podría manejarlo? Es decir, no tenía ningún control sobre él,
pero, ¿dolería tanto? Sí, probablemente.

—Te he echado de menos —dijo Marcus, dejando el rostro de Willow.

—Yo también te he echado de menos, pero tengo un vestido que creo que te
va a gustar mucho —respondió y luego me echó un vistazo—. No sé como
podría con todo esto sin Amanda. Estoy tan feliz de que no se fuera.

Marcus dirigió su atención hacia mí y me guiñó un ojo.

—Yo también me alegro de que esté aquí.

—Nosotras, um… hablamos sobre el lugar de la boda y Amanda dijo que


deberíamos hacerla donde yo desee. No debo permitirle a tu madre
convencerme de lo contrario.

Marcus frunció el ceño y se giró para mirar fijamente a Willow.

—Tiene razón. Esta es nuestra boda. Pensé que te gustaba la idea de la iglesia
de mamá, pero si no quieres, entonces dímelo. Nos casaremos donde quieras.

Ese era mi hermano. Era perfecto. Tipos como él eran difíciles de encontrar.

—Quiero casarme en la playa —le dijo.

—Entonces así será. Le diré a mamá que cancele la iglesia y comenzaremos a


buscar casas de playa para alquilar.

Willow chilló, agarró su rostro y empezó a besarlo otra vez. Aparté mi


atención de ellos y miré hacia la pista de baile. No me llevó mucho tiempo
encontrar a Preston. Su cabello rubio siempre revuelto. La chica casi desnuda
con la que bailaba también llevaba un peinado curioso. Sabía que debería
alejar mi mirada, pero no podía. Quería verlo con alguien más. Sabía que él
me trataba diferente, pero deseaba ver exactamente cuán diferente.

La chica pasó sus manos por su pelo, y si él la dejaba, estaba segura de que se
pondría a perrear. No podían estar más cerca. Cuando atrajo su cabeza para
encontrarse con sus labios, moví de un tirón mi mirada. No quería ver eso.

—¿Quieres una coca cola, Amanda? —preguntó Marcus. Al girarme, vi que él


y Willow ya no se besaban. Tenía ganas de irme, pero decidí quedarme;
observar a Preston con otra chica podría ser lo que necesitaba para sacarlo
de mi sistema.
—Sí, gracias —respondí.

—¿Donde están los demás? —preguntó Willow.

Marcus asintió hacia la pista de baile.

—Preston está bailando. Dewayne está en camino. Rock y Trisha están


pasando el rato fuera. Cage y Eva probablemente en el apartamento de Cage,
donde siempre están últimamente.

Willow se rio.

—Déjalos solos. Me encanta ver así a Cage. Es tan feliz.

—Confía en mí, bebé, a mí también me encanta verlo obsesionado con alguien


más. Respiro mucho más tranquilo.

Willow rodó los ojos.

Cuando terminó la canción, volví a mirar hacia la pista de baile para ver a
Preston acercándose a nosotros con la chica siguiéndolo de cerca. Al menos
no la tocaba. Normalmente, Preston recorría el cuerpo de las chicas con las
que estaba con mucha tranquilidad.

Su concentración se hallaba en mí y me sentí extremadamente agradecida de


que la espalda de Marcus daba a la pista de baile. La camarera colocó un
posavasos y mi coca cola en la mesa delante de mí. Aparté la mirada de
Preston y tomé un trago.

—Hola, Low —dijo cuando ya había llegado a la mesa—. Amanda.

No levanté la mirada hacia él. Simplemente contesté «hola» y seguí bebiendo.

—Hola, Preston —dijo Willow efusivamente—, todavía no te he visto en el


campus. No debemos tener clases juntos.

—Supongo que no —respondió.

—Quiero una cerveza —dijo la chica mientras se sentaba en el asiento vacío a


mi lado—. Hola, soy Jill. —Tomó todo mi control no tirarla del taburete.

—Amanda. Un placer conocerte —respondí. La amabilidad entrenada era algo


innato en mí. Mi madre la había hecho entrar a la fuerza. Podía sentir los ojos
de Preston sobre mí. Me observaba. ¿Pensaba que sería grosera con ella?
¿Solo porque haya elegido follársela esta noche en lugar de a mí? Tendría que
odiar a la ciudad entera si ese fuera el caso. Se había acostado con la mayoría
de las mujeres de la ciudad.

—Oh, eres la hermanita de Marcus. Recuerdo verte con Sadie White.

¿Conocía a Sadie?
—¿De que conoces a Sadie? —Porque ella no era el tipo de amiga de Sadie.

—No la conozco. Solo sé de ella porque soy una gran fan de Jax Stone.

Eso tenía más sentido.

—Amanda está saliendo con el hermano de Jax —canturreó Willow, sonriendo


brillantemente.

—¿Sí? —preguntó la chica con voz incrédula.

—No, en realidad no —contesté, sacudiendo la cabeza y deseándole a Dios


que Willow se callara.

—Él lo está intentando con mucha insistencia. Hoy le ha enviado varios


mensajes de texto y ha hecho que sonría con ganas.

Esta era mi señal para irme. Cogí mi bolso y no hice contacto visual con
nadie.

—¿Jason Stone sigue llamándote? ¿No se marchó con Sadie y Jax? —preguntó
Marcus con curiosidad.

Mierda. No iba a poder salir de esta.

—¿Sigues hablando con Jason? —preguntó Preston, para mi sorpresa. No


esperaba que hiciera comentarios en esta conversación. No con Marcus aquí.
Miré a Marcus para responder. Ni de broma miraría a Preston. Esto no era
asunto suyo.

—Si, está en Los Ángeles. Simplemente me ha preguntado si podríamos


vernos en alguna ocasión.

Willow encubrió su risa con una tos repentina. Le lancé una mirada en la que
rogaba que por favor no dijera nada más. Lo entendió y asintió.

—¿Quiere salir contigo? —dijo la chica; Jill—. Su imagen está en todos lados
acompañado de modelos y actrices. —El tono de incredulidad en su voz era
muy chirriante; me ponía de los nervios. Sabía que no podía competir con su
elección normal de mujeres, pero asombrosamente, a Jason Stone había algo
de mí que le gustaba. Aunque Preston Drake no me deseara, Jason sí.

—Tengo que irme. Tengo que escribir un trabajo y comprobar que mamá esté
bien —dije, levantándome.

—Lo siento. No debería haberlo mencionado. No te vayas por mi bocaza. —


Willow parecía preocupada.

Le sonreí en modo tranquilizador.


—En serio, no tenía intención de quedarme. Solo pasaba a saludar. Ahora
Preston puede quedarse con mi sitio.

Le eché un vistazo a él.

—Muchas gracias por hoy. Has sido de mucha ayuda y nos lo hemos pasado
genial —dijo Willow, levantándose y dándome un abrazo.

—No hay de qué, me ha encantado —le contesté y la abracé. Luego di un paso


atrás y miré a todos los que estaban en la mesa, incluyendo a Preston, de pie
al lado Jill, mirándome.

—Hasta luego. —Me despedí con la mano, giré y me dirigí a la puerta.


Necesitaba salir de ahí lo más rápido posible. Aquello había sido una mala
idea. No debía volver allí. No durante un tiempo. Pretender que Preston no
era un mujeriego era más fácil cuando no tenía que verlo. Esta noche había
sido el recordatorio que necesitaba; debía olvidarlo.

—Manda —gritó la voz de Preston detrás de mí nada más llegar a mi coche.

¿Qué debía hacer?

Podía fingir que no lo había escuchado; abrir la puerta del coche, entrar y
marcharme. O podía esperar para saber qué quería decirme. Mi indecisión le
dio el tiempo necesario para llegar a mí. Mi plan de escapar ya no era una
posibilidad.

—¿Qué quieres? —pregunté, levantando la vista hasta encontrarme la suya.

Sacudió la cabeza; la mirada triste y confusa se había instalado de nuevo en


sus ojos. Maldita sea. Odiaba esa mirada.

—¿Vas a verle de nuevo?

Aquello era por Jason. ¿En serio?

—Probablemente —respondí y abrí de un tirón mi puerta.

—Espera, no. —Preston se acercó más a mí y bloqueó la puerta.

—¿Qué estás haciendo? —Mi impaciencia aumentaba por momentos.


Volvíamos a estar en modo caliente y frío. No podía soportarlo más.

—¿Tienes ganas de verle?

¿De qué iba todo esto? ¿Quería saber si le deseaba? ¿Nada más? Le gustaba
que la inocente y estúpida Amanda estuviera jadeando detrás de él. Bien,
pues podía besarme el trasero. Se había acabado. Ya no era inocente, gracias
a él.

—Sí, Preston. Quiero verle. Le gusto. Quiere estar cerca de mí. No me aleja.
Preston se acercó más y su expresión preocupada se transformó en un ceño
fruncido.

—¿Qué tan lejos ha llegado, Manda? ¿Te ha tocado?

Aquello no podía estar ocurriendo. Lo estaba soñando. Era imposible que


Preston fuera posesivo conmigo si no me deseaba.

—Apártate, Preston. Ya he terminado con todo esto. No puedo más.

Preston me rodeó la cintura y me atrajo hacia él.

—Siento no poder ser lo que necesitas.

Unas cuantas semanas atrás, quería demostrarle que podía cambiar. Había
creído que era la chica que lo cambiaría. Pero ahora lo sabía. No era capaz de
tocarme estando sobrio. Nunca cambiaría.

—Vale. Lo entiendo. Ahora muévete. Quiero irme a casa. —Le empujé pero ni
se inmutó.

—Quiero cambiar. Haces que quiera cambiarlo todo, pero no puedo.

Dejé escapar un suspiro pesado antes de volver a mirarlo.

—Lo sé. Un día vendrá alguien y cambiarás por ella. Será la única persona sin
la que no puedas vivir y será más importante que cualquier cosa. Cuando pase
eso, cambiarás. No soy ella. Ahora, por favor, déjame irme a casa. Hemos
terminado.

Preston apretó los dientes y sacudió la cabeza como si estuviera evitando


decir algo, luego cogió aire y se apartó del coche para dejarme entrar. Se
quedó de pie, observándome mientras cerraba la puerta. Mientras salía del
aparcamiento, se mantuvo ahí, observándome. Una vez en la carretera, eché
un vistazo por el espejo retrovisor y no se había movido. Unas semanas antes,
habría dado la vuelta, pero en aquel momento lo tenía claro. Simplemente me
apartaría después de intentarlo de nuevo y ver que no lo conseguía.
12

Preston

Amanda me evitaba y yo dejaba que lo hiciera. Uno de nosotros tenía que ser
lo bastante fuerte para evitar que la hiriera. Ella se había dado cuenta y había
puesto un vacío entre nosotros para evitar toda interacción. No la había
vuelto a ver desde que me dejó observándola como se marchaba del Live Bay,
hasta la clase de cálculo de la semana siguiente. Cuando entré en la clase, la
vi de inmediato. Estaba sentada al final del aula, rodeada por varias personas,
en lugar del asiento del frente, donde se había sentado hasta aquel momento.

Chica lista.

Me senté delante y no volví a mirarla. Solo me distraería. El imbécil que había


estado mirando su escote estaba detrás de ella. Quería girarme y asegurarme
de que no se pasaba de la raya, pero no podía.

Me debatía entre darme la vuelta y comprobarlo o mantener mi atención en la


pizarra, cuando mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y vi el nombre de
Jimmy parpadeando en la pantalla. Ese era el teléfono de emergencia que le
había dado a mi hermano, además, eran más de las nueve, debería estar en el
colegio. Algo iba mal. Cogí los libros y salí pitando de la clase.

—¿Jimmy? —pregunté nada más salir al pasillo.

—Mamá no vino a casa anoche y Daisy tiene mucha fiebre. La ha tenido toda
la noche y le he puesto trapos fríos en la cabeza, además de darle algo de
Tylenol, pero sigue creciendo. No quiere comer y solo llora.

Mierda. Salí corriendo hacia el aparcamiento.

—Vale, moja más trapos y sigue poniéndoselos sobre la piel. Consigue que
beba algo de agua con hielo y dile que voy en camino.

Odiaba a mi madre. No tenía cualidades salvables. Si algo le pasaba a Daisy


por su negligencia, la iba a matar.

—Brent, consigue un poco de agua con hielo —indicó Jimmy—. Voy a seguir
con los trapos.

—Estaré ahí pronto. Cuídala. Y llámame si empeora.

—Lo haré —le aseguró Jimmy y colgó.

Desbloqueé la puerta del Jeep y la abrí al mismo tiempo que escuché a


Amanda llamándome. Mirando hacia atrás, la vi corriendo detrás de mí.

—Preston, espera, ¿qué pasa? —preguntó con el pánico tiñendo su voz.


—Problemas familiares. Me tengo que ir —le contesté. Odiaba huir de ella
cuando era amable, pero Daisy me necesitaba.

Arranqué el Jeep, pero la puerta del lado del pasajero se abrió y Amanda dio
un salto dentro. Demonios.

—Manda, no tengo tiempo para esto. Me tengo que ir.

Asintió.

—Sí, tienes que irte —agregó—, vete.

—Entonces sal de mi Jeep —repliqué, frustrado.

—No. Nunca estás ansioso o preocupado. Nunca. Algo va mal y necesitas


ayuda.

Tenía razón, pero no la iba a llevar al remolque de mi madre.

—Manda, por favor. —El teléfono me interrumpió. Mierda—. ¿Qué? —


pregunté, poniendo el Jeep en punto muerto. No tenía tiempo para discutir
con una mujer obstinada. Mi hermanita me necesitaba. Este no era el
momento para preocuparme por mi orgullo. ¿Y qué si Amanda veía el lugar en
el que había crecido? ¿Por qué me preocupaba? Ni siquiera estaba intentando
impresionarla.

—Ha bebido agua y la ha vomitado —dijo Jimmy.

La tensión en su voz me decía que estaba asustado. Esto no era algo con lo
que los niños deberían tener que lidiar. Jimmy tenía que ser el adulto a los
once y eso me ponía furioso.

—Está bien, mantén las toallas frías y pónselas. Estaré ahí en cinco minutos.

—Vale, lo haremos —contestó y colgó.

Dejé caer el teléfono sobre el regazo y aceleré mientras salía a la carretera.

—Ponte el cinturón de seguridad, Manda.

Podía verla abrochándose el cinturón por el rabillo de mi ojo.

—¿Qué pasa? ¿Quién era? —Empezaba a entrar en pánico.

—Era mi hermano. Mi otro hermano. Tiene once años. Daisy, mi hermanita,


está enferma y mi patética madre no ha estado en casa en toda la noche.
Jimmy y Brent me han dicho que esta ardiendo y no quiere ni comer ni beber.
Han conseguido que beba un poco de agua, pero la ha vomitado.

—Oh, Dios —contestó—. De acuerdo. Todo irá bien. Tenemos que llevarla al
hospital. Ha cogida una de esas fiebres; que vomite es un síntoma de fiebre
alta. Dame el teléfono —ordenó, cogiéndolo antes de que pudiera decir nada.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Llamando a tu hermano —contestó, mientras masticaba sus uñas


nerviosamente.

—Hola, Jimmy, soy Amanda, una amiga de tu hermano. Escucha, ve al


congelador, consigue todo el hielo que puedas y luego frótaselo por la frente
de Daisy, luego por las mejillas, labios e incluso por los brazos. Enfriarla es
muy importante.

Giré por el camino que conducía hacia el remolque que odiaba con tanta
fuerza. Ni siquiera Marcus lo había visto. No traía a la gente allí, pero en ese
momento me sentía extremadamente agradecido de que Amanda hubiese
venido detrás de mí y hubiera subido al Jeep. No me sentía tan asustado con
ella aquí. Parecía nerviosa. Podía decirlo por el tono de su voz y la forma en
que se mordía las uñas, pero se mantenía calmada. No me sentía solo. Por
primera vez en mi vida, no me sentía solo.

—Buen trabajo. Sí, se derretirá rápido porque está caliente. Mantenlo sobre
ella. No, está bien, Jimmy. Va a estar bien. Casi estamos ahí. Vamos a llevarla
al hospital y conseguiremos el medicamento que necesita. Todo irá bien.

Una opresión en el pecho apareció de la nada. Mientras escuchaba a Amanda


tranquilizando a mi hermano, quise abrazarla y llorar. ¿Cuán malditamente
loco era eso? Esta chica me volvía loco.

Me detuve frente al remolque y me recordé que llevar a Daisy al hospital era


todo lo que importaba. No importaba que Amanda viera ese lugar. Podía
pensar lo que quisiera.

Amanda abrió la puerta antes de que hubiese aparcado el Jeep y corrió a


través del patio hacia la puerta del remolque sin siquiera esperarme. Corrí
detrás de ella.

No tocó, simplemente entró y llamó a Jimmy. Él entró corriendo a la sala de


estar justo cuando yo entraba en el remolque. Sus ojos fueron de Amanda a
mí, luego volvieron a Amanda.

—Está aquí atrás —le dijo.

Amanda no miró el lugar con repulsión como había esperado. No pareció


notar nada más que a Jimmy, a quién se apresuró a seguir.

—Hola, Amanda —dijo Brent, mientras nos miraba desde su lugar junto a
Daisy. Enfriaba sus brazos justo como Amanda les había dicho.

—Hola, Brent. Estás haciendo un gran trabajo —lo felicitó, luego se acercó a
la cama y tocó la frente de Daisy. Daisy la miró con ojos vidriosos y gimió.
—Vas a estar bien —la tranquilizó Amanda y me miró de nuevo—. Cógela. Nos
vamos —dijo, permaneciendo detrás de mí.

La cogí en brazos y la abracé contra mi pecho. Se acurrucó en vez de


tumbarse sin fuerzas, y ese pequeño hecho ayudó a aliviar mi miedo. No
estaba semiinconsciente. Eso era bueno.

—Vamos, chicos. Vosotros dos subid al Jeep —indicó ella y fue delante de mí
para abrirnos la puerta.

Una vez en el Jeep, Amanda le dijo a Jimmy que se sentara delante. Ella se
metió en la parte trasera y luego extendió los brazos.

—Dame a Daisy. Le abrocharé el cinturón conmigo. Puedes conducir esta cosa


más rápido que yo.

—Vale —acepté. Le di a Daisy, que fue voluntariamente con ella. No conocía a


Amanda, pero como los chicos, estaba dispuesta a confiar completamente en
ella. Era ese rostro de ángel. Era imposible para alguien con una cara como la
de Amanda, ser poco fiable.

Rodeé el Jeep y me subí. Y salimos a toda velocidad hacia el hospital.

—¿Cuánto tiempo hace que tiene fiebre, chicos? —preguntó Amanda,


mirándolos.

—Anoche estaba algo caliente y dijo que le dolía la garganta. Le di algo de


Tylenol y la puse en la cama. Durante toda la noche no ha dejado de moverse
y de llorar. Su piel se puso cada vez más caliente —explicó Jimmy.

Esperaba que Amanda preguntara por qué mi madre no había vuelto a casa. O
si había intentado llamarla. Pero no lo hizo. En cambio, asintió.

—Bien, habéis hecho un buen trabajo cuidándola. Nadie podría haberlo hecho
mejor.

Si mi hermanita no estuviese enferma sobre su regazo, le habría cogido la


cara y la habría besado. No tenía ni idea de cuánto necesitaban estos chicos
que alguien los felicitara. Nadie lo había hecho a excepción de mí. Sus elogios
significaban más de lo que ella podía saber.

—Debería haber llamado a Preston antes —dijo Jimmy con un suspiro,


derrotado.

—Hiciste exactamente lo que pensaste que debías hacer. La cuidaste hasta


que te diste cuenta de que necesitaba un médico. Es lo que hubiéramos hecho
todos —le dijo Amanda.

Detuve el Jeep cerca de la puerta de emergencias y aparqué. Podrían decirme


que me moviera si querían, pero primero llevaría a Daisy dentro.
Amanda me la entregó y crucé las puertas corriendo.

La enfermera de recepción me miró con la misma cara que ponía siempre que
llevaba a uno de los niños. Había estado varias veces en los últimos años.

—Regístrese, por favor —dijo ella.

—Es una emergencia. Su fiebre es muy alta —expliqué.

—Esta es la sala de emergencias. Todo el mundo aquí tiene una emergencia,


se lo aseguro. Ahora regístrese, por favor. —El tono aburrido de la mujer me
enfureció.

—Necesita un médico ahora. No puedo bajarla y registrarla, está demasiado


enferma para mantenerse en pie. —intenté no gruñir, pero aquella mujer me
estaba presionando.

—Regístrese —repitió.

Mi sangre empezó a hervir.

—¿Cuál es el problema? —La voz de Amanda interrumpió las siguientes


palabras que iban a salir de mi boca, lo cual probablemente fue algo bueno.

—Todos necesitan registrarse y tomar asiento. No parece entenderlo.

La mano de Amanda rozó mi brazo en una advertencia silenciosa, y luego se


giró y se dirigió hacia la enfermera que acababa de cruzar unas puertas
dobles.

—Hola, Diana. ¿Podrías por favor ir a decirle al Dr. Mike que estoy aquí y
traigo a una pequeña muy enferma que necesita verlo lo más pronto posible?

—Sí, por supuesto. —La enfermera me miró con Daisy en brazos y me hizo un
gesto para que me acercara—. Venid conmigo.

Amanda mostró una sonrisa de agradecimiento.

—Muchas gracias, Diana. Estamos muy preocupados por ella. Ha tenido una
fiebre muy alta durante las últimas horas.

La enfermera asintió y se apresuró a abrir de nuevo las puertas. Amanda se


acercó a mí.

—Ahora vengo. Voy a ir a comprobar que los chicos están bien y dejarlos en la
sala de estar, luego volveré.

—No han firmado ni se han registrado —dijo la mujer detrás del mostrador,
mientras se levantaba, determinada a pararnos.

La enfermera le frunció el ceño a la mujer.


—Está bien. Nos aseguraremos de obtener toda la información que
necesitamos. Amanda es sobrina del Dr. Mike.

Por una vez en mi vida, agradecí el estatus social de Amanda Hardy en este
pueblo.

—Gracias —le dije, antes de seguir, a la enfermera.

Amanda

Nunca había estado tan asustada en toda mi vida. Mantener la calma no era
un punto fuerte para mí. Normalmente me rompía en un mar de lágrimas
cuando las cosas se ponían difíciles. Pero ver el pánico en el rostro de Preston
activó algo dentro de mí. Necesitaba que fuera fuerte, y entonces me sentí
fuerte. Sabía que me necesitaba y quería estar ahí para él. Entonces vi a
Daisy y mi pánico aumentó, pero me las arreglé para mantener la calma.
Saber que todos necesitaban a alguien que les ayudara me hizo actuar como
una adulta.

Dejé a Jimmy y a Brent frente a la televisión, con refrescos y bolsas de patatas


fritas que les había comprado en la máquina expendedora, luego me dirigí de
nuevo en busca de Preston y Daisy.

Diana estaba en el escritorio cuando volví, firmando algunos papeles. Había


sido una suerte que apareciera cuando necesitaba que alguien me
reconociera. Había ido a la iglesia con Diana desde que era pequeña. Además,
había salido con el medio hermano de mi madre cuando iban al instituto.
Ahora trabajaban juntos. Bromeaba con mi tío cada vez que tenía la
oportunidad.

—Ven conmigo. Le hemos colocado una intravenosa y ya estamos haciéndole


pruebas. Mike la ha revisado antes de ir a suturar una herida en la cabeza.
Luego volverá, pero de su chequeo rápido, cree que es una bacteria. Un muy
mal caso, pero estará bien. Ahora esperamos los resultados del examen. Tan
pronto como sepamos algo, empezaremos con los antibióticos por vía
intravenosa.

Cruzamos la cortina y encontramos a Preston caminando de un lado a otro a


los pies de la cama, mientras Daisy dormía pacíficamente. Se detuvo y me
miró.

—Hola.

—Hola —contesté—. Mi tío cree que es una bacteria. Estará bien. Siéntate y
deja de caminar de un lado a otro.

—Volveré en un par de minutos para revisarla. Tengo que ir a ayudar a


colocar un hueso —dijo Diana, antes de desaparecer detrás de la cortina que
nos separaba del resto de los pacientes.
—No sé cómo agradecerte todo esto. Tú… —Paró y sacudió la cabeza—, te has
hecho cargo. Cuando la vi ahí en esa cama, tan frágil, me quedé parado. Sin
embargo tú lo has manejado todo. Luego hemos llegado aquí y le has
conseguido el mejor servicio posible.

—Me alegro de haber podido ayudar. Las emergencias no son algo con lo que
lidio bien, pero sabía que teníamos que llevarla a un médico. Por suerte, soy
familiar de uno.

Preston me miró un momento y luego, por primera vez, una pequeña sonrisa
apareció en sus labios. Esa sonrisa era mi felicidad.

—Eres increíble y ni siquiera lo sabes.

Mi rostro se puso caliente y agaché la cabeza. No era increíble, pero escuchar


a Preston decirlo como si lo dijera en serio me hizo esperar algo que sabía
que no podía tener. Había estado ahí cuando necesitaba a alguien. Estaba
agradecido. No es que me quisiera o me encontrara atractiva. Esas eran dos
cosas diferentes y necesitaba mantener eso en mi mente.

La cortina se apartó y entró mi tío Mike. Llevaba el pelo castaño corto, pero
desaliñado, de una forma que solo los jóvenes solían llevar, a pesar de sus
treinta y cuatro años.

—Aquí está mi Hardy favorita. —Tío Mike sonrió mientras se acercaba. Ese
era su chiste favorito. Especialmente ahora que odiaba a mi padre. Le
encantaba fastidiar a Marcus con que yo era la favorita.

—Oye, tío Mike. ¿Se pondrá bien? —pregunté.

—Síp. Muchos niños cogen esta bacteria. Es un mal caso. Necesita constante
supervisión y cuidado, pero estará bien después de treinta seis horas de
antibiótico. Es muy importante obsérvala y mantener fluidos en ella, así como
hacerle comer pequeñas cantidades una vez que empiece a sentirse mejor. Es
contagioso, así que tienes que mantenerla alejada de los otros niños si es
posible. La amenaza más grande es si comen o beben de los mismos platos
que ella use. Una vez que hayan pasado más o menos veinticuatros horas de
antibióticos, ya no será contagiosa.

Asentí, luego extendí la mano y apreté la de Preston. Sus dedos se


entrelazaron con los míos y me devolvió el apretón. La mirada del tío Mike
cayó hacia nuestras manos unidas antes de volver a mirar el historial frente a
él.

—Voy a imprimir la receta de prescripción ahora mismo. Queremos


mantenerla aquí un poco más para darle la primera ronda de antibióticos por
vía intravenosa antes de que os vayáis.

—Sí, por supuesto. Gracias, doctor —contestó Preston.

Tío Mike miró a Preston.


—¿Es tuya? —preguntó, moviendo sus ojos a mí y luego de vuelta a Preston.

Pensaba que Preston tenía una hija. No era de extrañar que vernos con las
manos cogidas le pareciera raro.

—No, señor. Bueno, sí. Daisy es mi hermana. La cuido cuando mi madre lo


necesita.

Tío Mike pareció relajarse un poco.

—Eso es genial. La mayoría de los chicos de tu edad no serían tan


responsables con un hermano más joven.

Preston no respondió. Esto lo hacía sentir incómodo. No sabía mucho sobre la


madre de Preston, pero sí que su remolque estaba sucio, y se había marchado
dejando a sus hijos en casa solos durante días. Aquello era suficiente para
saber que los niños dependían de Preston.

—Gracias por verla tan rápido. Te debo una —le dije, acercándome a él para
darle un abrazo rápido.

Me levantó, abrazándome y me susurró al oído:

—Ten cuidado con ese. —Luego bajó los brazos y asintió una última vez hacia
Preston antes de marcharse y cerrar la cortina detrás de él.

Me giré de nuevo hacia Preston.

—Todo irá bien. —Esta vez sonreí aliviada y me acerqué para abrazarle.
Podría no quererme, pero necesitaba abrazarlo. Llevaba un buen susto
encima, necesitaba este abrazo y yo quería dárselo.
13

Preston

Me quedé en la puerta de mi habitación observando a las dos chicas sobre mi


cama. Amanda se había quedado dormida leyéndole a Daisy, con el libro sobre
su estómago. En el momento en el que trajimos a Daisy de vuelta y encontré a
mi madre, Daisy decidió que quería estar con Amanda. Le rogó que se
quedara y cuando Amanda me miró en busca de ayuda, estuve de acuerdo con
que se quedara; era una idea estupenda. Así que Amanda había ido a recoger
unas pocas cosas, incluidos varios de sus libros de la infancia, mientras Daisy
dormía la siesta.

Eso me dejó tiempo para llamar a mi madre y conseguir que los chicos
volvieran con ella mientras yo cuidaba de Daisy. Ni siquiera discutí o fui a
verla cuando apareció para recoger a los chicos. Odiaba enviar a los chicos
con ella, pero no me los podía quedar. Tendría que conseguir una orden
judicial y mi madre era lo suficientemente vengativa como para rechazarme.
Incluso si me lo permitía, los chicos estaban mejor separados de Daisy
mientras estuviera enferma. Además, no podría hacer esto por mi cuenta. Mi
madre podría ser la peor madre, pero pasaba mucho más tiempo en casa que
yo. Cuando empezara la temporada de béisbol, estaría demasiado ocupado
como para dormir, mucho menos cuidar de los niños. Era un callejón sin
salida. Tenía que seguir recordándome que yo viví con mi madre y no tuve un
hermano mayor que me cuidara.

Las manos de Amanda se deslizaron y el libro cayó al suelo, despertándola.


Parpadeó varias veces, después giró la cabeza para mirar a Daisy, acurrucada
durmiendo plácidamente a su lado. Amanda se acercó, apartó el cabello de la
cara de Daisy y comprobó su temperatura con el dorso de su mano antes de
levantarse lentamente. Sus ojos se encontraron con los míos cuando se giró
para salir. Pasó una mano por su cabello en un intento por domarlo y luego
me sonrió.

—Supongo que también estaba cansada —susurró, mientras yo daba un paso


atrás y la dejaba salir de la habitación.

Cerré la puerta detrás de ella.

—Sí, Daisy te ha tenido muy ocupada.

Amanda rio ligeramente.

—Es una dulzura. Me ha encantado pasar tiempo con ella.

Ella no tenía ni idea de lo mucho que había significado para Daisy. Amanda
era la primera adulta que le prestaba atención.

—Gracias. No creo que lo hubiese logrado sin tu ayuda. Nunca ha estado tan
enferma. Me he llevado un susto de muerte.
Amanda me sonrió.

—Después de lo que he presenciado hoy contigo, estoy convencida de que


hubieses salido de esto. Nunca hubiese imaginado que eras tan buen hermano
mayor.

El acento burlón de su voz era sexy. Todo en ella era sexy. Y tenía una bolsa
con sus cosas así que se podía quedar a dormir. No iba a poder controlarme.
Necesitaba algo de ella. Las emociones que se arremolinan dentro de mí
estaban tomando el control. Desde la atracción al agradecimiento y luego al
alivio. Lo habíamos conseguido juntos. Quería celebrarlo. Con ella.

—Voy a ducharme e me iré a la cama, si te parece bien. ¿Dónde quieres que


duerma?

Dónde quería que durmiera y dónde iba a dormir eran dos cosas diferentes.

—Voy a hacerme una cama en el suelo de la habitación. Puedes usar el sofá. A


no ser, por supuesto, que estés dispuesta a compartirlo. Entonces estaría de
acuerdo. Soy un buen compañero de cama.

Los ojos de Amanda se ensancharon antes de que dejara escapar una risita.

—Aunque estoy segura de que eres un talentoso compañero de cama, creo


que voy a pasar. Puedo quedarme con el suelo de la habitación si quieres.

La única noche que iba a conseguir que Amanda durmiera en mi apartamento,


no iba a dormir en el suelo. La quería en mi sofá. De hecho, la quería en mi
cama, pero en este momento la ocupaba Daisy. Sin embargo, iba a
asegurarme de que Amanda usara una de mis almohadas. De ese modo, el
olor duraría un tiempo.

—No, insisto. Vas a dormir en el sofá.

Amanda me estudió durante un momento. Pude ver preocupación e


incertidumbre en sus ojos. Quería preguntarme algo y no sabía si hacerlo o
no. Esperaría y la dejaría pensar todo el tiempo que necesitara.

—¿Los chicos han llegado bien a casa? —preguntó finalmente.

No era exactamente de lo que quería hablar. Sabía adónde se dirigía esto.

—Sí, mi madre ha venido a recogerlos.

—Están, um, es decir, eh, crees que van a estar bien… allí… quiero decir… —
tartamudeó nerviosamente.

Me acerqué al sofá y me senté, después la miré.

—Tienen un teléfono. Si me necesitan, llamarán.


Amanda frunció el ceño y dio un paso hacia mí.

—¿Tu madre ha entrado a ver a Daisy?

Esta no era una vida que Amanda fuera capaz de comprender. Su padre la
había cagado y los había abandonado, pero su vida había sido malditamente
privilegiada.

—No, Manda. No lo ha hecho. No le preocupa. No hay nadie en la tierra a


quien odie más que a mi madre. ¿Es esto lo que querías saber?

Mis palabras salieron más duras de lo que tenía intención. Amanda caminó
hacia el sofá y se sentó a mi lado.

—Preston, lo siento. No quería entrometerme. Sentía curiosidad de por qué


Daisy no había preguntado por su madre. Fue raro para mí. Cuando era
pequeña y me ponía enferma, siempre buscaba a mi madre. No podía
entender por qué no preguntó por la suya.

Apoyé la cabeza en el respaldo y la giré para poder mirar a Amanda. Estaba


preocupada y claramente enfadada. Le enseñaba un mundo que ella ni
siquiera sabía que existía y ese mundo ni siquiera era la peor parte de mí.

—Eres la primera mujer que ha pasado tiempo con Daisy. Mi madre está o
borracha o dormida o fuera. Daisy ha sido criada por Jimmy. Me aseguro de
que las facturas estén pagadas y que los niños tengan comida. Luego, como
has visto hoy, si alguien se pone enfermo, me encargo yo.

—Oh dios, eso hace que me duela el pecho —susurró Amanda, frotando el
puño sobre su corazón—. Quiero acurrucarme con Daisy y abrazarla. No es de
extrañar que Jimmy actué como si tuviera veinte en lugar de once años.

La alcancé y aparté la mano de su pecho.

—Estarán bien. Yo lo estoy y no tuve hermanos mayores para ayudarme. Lo


conseguí sin la ayuda de nadie. No te enfades por ello. No son los únicos
niños que crecen en esta situación.

Los ojos de Amanda estaban llenos de lágrimas no derramadas mientras


intentaba evitar que no temblara su labio inferior. Demonios. La había hecho
llorar. No le había contado todo aquello para que llorara. Solo había
respondido a sus preguntas. Había dejado que entrara un pie en mi jodida
vida, más de lo que nadie había entrado hasta ahora.

—Eres la única persona a la que le he contado sobre los niños y mi madre. Ni


siquiera se lo he contado a tu hermano.

Amanda apretó los labios con fuerza y asintió. No respondió. Seguí intentando
no llorar. Su blando corazón no podría manejar todo aquello. Si supiera una
pequeña parte de lo que mi madre le ha hecho a esos niños y a mí, sería
incapaz de lidiar con ello.
—Ven aquí —dije, amablemente mientras la cogía de los brazos y la apretaba
contra mi pecho.

Amanda

Dejar que Preston me abrazara no fue muy inteligente, pero en ese momento,
no me importó. Necesitaba abrazarlo. No podía abrazar a Jimmy y a Brent,
pero podría abrazarlo a él. Y mañana le daría a Daisy cada segundo de mi
atención cuando no estuviera en clase. Quizás me las saltaría para estar aquí.
Ella volvería pronto con su madre. La idea de que estuviera descuidada era
dolorosa.

—Siento habértelo dicho —susurró Preston contra mi cabello mientras me


abrazaba con fuerza. Yo no lo sentía. Me había dejado entrar. Era algo que
quería. Sin embargo, cuando quise entrar, no tenía ni idea de que iba a
averiguar esto. Imágenes de Preston a lo largo de los años seguían
apareciendo en mi mente. Cuando lo conocí, había sido un niño delgado con el
cabello tan largo que lo llevaba en una coleta. Incluso con sus vaqueros
descoloridos y su camiseta desgastada no podía evitar pensar que era guapo.
Pero me preguntaba por qué su madre lo dejaba lucir así.

—Gracias por decírmelo. Por dejarme ayudar. Sé que he reaccionado como la


niña mimada que soy, pero estoy procesándolo. Quiero ir, separarlos de tu
madre y mantenerlos cerca de mí. Cuidarlos. Asegurarme de que tengan un
buen corte de pelo y ropa limpia.

El pecho de Preston retumbó por la risa y lo miré.

—¿Un buen corte de pelo y ropa limpia? —preguntó, sonriéndome.

—Sigo recordando la primera vez que te vi. Llevabas el pelo ridículamente


largo y tu ropa estaba desgastada. Eso no quitaba que fueras el niño más
guapo que había visto en mi vida, pero aun así… —Oh, mierda. ¿Había dicho
eso?

Preston inclinó la cabeza y me estudió durante un momento.

—¿Pensabas que era guapo?

Suspirando, fui a separarme, pero me sujetó con fuerza.

—Respóndeme —susurró, bajando la cabeza para que su boca estuviese cerca


de mi oído.

—Sí. Sabes que lo eres.

Preston deslizó una mano por mi espalda hasta que pudo rodear mi cintura y
después me acercó más a su pecho.

—Quizás no lo sepa —contestó, elevando su otra mano para acunar mi cara y


pasar su pulgar por mi pómulo—. Quizás estoy intentando averiguar por qué
querrías tener algo que ver conmigo.

¿Hablaba en serio?

—He estado colada por ti desde que tenía dieciséis años. Seguramente lo
sabes. No lo escondía muy bien. Nunca me he perdido uno de tus partidos de
béisbol, incluso los que jugabas fuera. Encontraba cualquier razón para
aparecer en tu camino. Y cuando conseguí tu atención, estabas borracho, pero
no me importó. Estaba dispuesta a coger lo que pudiera. Tal vez no supiera
que estabas tan borracho, pero me sentía feliz de que no me estuvieses
tratando como a una niña pequeña. Estaba cansada de tener que fantasear
contigo. Quería algo real.

Preston se quedó muy quieto. Mierda. Había hablado demasiado. Iba a


meterse en el baño y apartarse de mí.

—¿Fantaseabas conmigo?

¿En serio? ¿Eso era todo lo que había cogido de mi discurso?

—Sí —respondí, poniendo los ojos en blanco mientras intentaba apartarme,


pero solo conseguí que me apretara con más fuerza.

Preston bajó la boca hasta que estuvo contra mi mejilla.

—¿Por qué no me cuentas esas fantasías? Ya sabes, para poder entenderlo


mejor. — Su cálido aliento hizo cosquillas en mi piel y me estremecí.

—Es una mala idea —contesté.

La mano de Preston se deslizó bajo mi camisa hasta que sus dedos acariciaron
mi estómago desnudo.

—No estoy de acuerdo. Creo que es una buena idea —dijo, antes de repartir
besos contra la piel sensible detrás de mi oreja y por mi cuello.

No era fácil hilar pensamientos mientras la mano de Preston subía lentamente


por mi estómago y su boca acariciaba y daba pequeños mordiscos en mi
cuello. No recordaba de que estábamos hablando.

—Lo ves, Manda, es una buena idea. Malditamente buena —dijo, justo antes
de que su mano acunara uno de mis pechos.

Concentración. Necesitaba concentrarme. Había una razón por la que aquello


era una mala idea. Solo tenía que pensarlo bien.

—Quítate la camisa para mí —dijo Preston en un susurro ronco. Me quitó la


camiseta y la dejó caer a un lado. Sus parpados estaban bajos; estaba
increíblemente sexy. No me había dado cuenta de que eso era posible.

Con una mano, Preston desabrochó los ganchos de mi sujetador y me lo quitó.


Había estado así con él antes, pero estaba oscuro. Ahora no había oscuridad
que me cubriera y las palabras de Preston «Sé que tus tetas no son tan
grandes» volvieron a atormentarme. No tenía la copa de la mayoría de las
chicas con las que salía. Le gustaban las tetas grandes. Las mías no se
parecían a lo que estaba acostumbrado. Busqué frenéticamente mi camisa.

—Manda, no. —Preston pasó la mano por mi cabello y giró mi cabeza hacia él.
Después su boca cubrió la mía. El suave calor de sus labios mientras me
mordían y probaban, hizo que mi interior se convirtiera en mantequilla.
Deslicé las manos alrededor de su cuello y le sujeté, asustada de que se diera
cuenta de que tenía los pechos pequeños o de que no quisiera hacer esto y me
apartara.

Dejando escapar un gruñido bajo, Preston agarró mis piernas y me sentó a


horcajadas sobre su regazo. La presión de su erección contra mí, lanzó
chispas por todo mi cuerpo.

Enterré mis manos en su pelo mientras continuaba saboreándolo y


perdiéndome en la conexión que antes había negado. Sus dientes atraparon
mi labio inferior y lo mordió suavemente dando un pequeño tirón. Temblé y
me apreté más fuerte contra su excitación, causando que gimiéramos por la
sensación.

Las manos de Preston subieron por mis muslos hasta llegar a mis pechos. Una
vez más recordé lo carente que estaba en ese aspecto. Me tensé y empecé a
apartarme.

—¿Qué pasa? —preguntó Preston, acercándome, mientras yo intentaba


alejarme.

—Nada. Pero… ¿puedo ponerme la camisa?

Preston bajó la cabeza, manteniendo sus ojos fijos en los míos hasta que su
lengua salió y lamió uno de mis pezones. Después lo metió en su boca y mi
cuerpo me traicionó, lanzando fuegos artificiales. Agarré sus hombros y me
aferré mientras continuaba la lujosa atención a un pecho y después al otro.
Los gritos de placer que salieron de mi boca no eran de ayuda. La lengua de
Preston tenía completo control sobre mi cuerpo.

Cuando detuvo sus talentosos cuidados, abrí la boca para rogar por más, pero
la presión en mis cortos pantalones vaqueros me detuvo. Bajando la mirada,
vi a Preston bajar la cremallera de mis pantalones, después pasó su mano por
el satén rosa de mi ropa interior.

—¿Por qué querías ponerte la camisa, Manda? —preguntó, buscando mi


mirada.

¿Mi camisa? ¿Qué? Estaba confundida…

—¿Qué? —pregunté, hipnotizada por la forma en la que sus largas pestañas


acariciaban su mejilla mientras me miraba con hambre y un intenso brillo en
sus ojos.

—Querías ponerte la camisa. ¿Por qué?

Oh sí… mi camisa. Lo había olvidado.

—Um, eh, era solo que… —No quería decirlo. No quería sacar el tema. Solo
quería que siguiera deslizando su mano en mis pantalones. Si le recordaba
que mis tetas eran muy pequeñas para su gusto, podía ser que parara.

Cogió uno de mis pechos y pasó el pulgar por mi pezón.

—Saben tan dulces como parecen —susurró con voz ronca.

—Oh —suspiré, mirándolo tocarme.

—¿Por qué querías taparlos?

No iba a dejarlo pasar. Suspirando, intenté que sus manos volvieran a mi


pantalón. No funcionó. No iba a hacer nada hasta que le respondiera.

—Porque son más pequeños de lo que te gusta —murmuré, agachando la


cabeza para esconder la humillación de haber tenido que decir eso en voz
alta.

Preston se congeló y maldije mentalmente. Lo sabía. Iba a parar.

—Levántate, Amanda. —No era una petición. Era una orden.

Me mandaba a darme una ducha fría. Me aparté de su regazo y me puse de


pie, cruzando los brazos sobre mi pecho. Buscaría mi camisa más tarde.
Girándome, empecé a dirigirme hacia la ducha, cuando Preston agarró mis
caderas y me atrajo de vuelta.

—¿Dónde crees que vas? — preguntó.

Lo miré.

—Al baño, a enfriarme.

Preston bajó sus cejas y negó. ¿No quería que me marchara?

—Date la vuelta, Manda. —La profunda y autoritaria voz sonó sexy, pero no
quería girarme. Quería esconderme en el baño—. Por favor, cariño. Date la
vuelta —susurró en mi oído.

Sabía cómo tratarme. Eso seguro. Lentamente me di la vuelta, manteniendo


los brazos cruzados sobre mi pecho desnudo. Preston se agachó y tiró de mis
pantalones desabrochados hasta que caer a mis pies.

—Quítatelos —me dijo y lo hice sin dudar.


Se levantó de su posición relajada en el sofá y tiró de mis brazos hasta
dejarlos descansando a ambos lados. Ahuecó cada pecho con sus manos y los
sostuvo como si fueran preciosos, antes de mirarme.

—Eres jodidamente perfecta. Todo. Tu sonrisa… Tu risa puede iluminar todo


mi maldito día. La forma en la que te preocupas tanto por la gente, dejando
todo lo demás para ayudarles. Eres jodidamente sexy, tus piernas han estado
causándome horribles erecciones durante años. Tus perfectas, redondas y
suaves tetas con pezones que juro saben a caramelo son la hostia. Y luego
está esto. —Deslizó una mano entre mis piernas y pasó su dedo corazón por la
tela húmeda de mis bragas—. Joder, cariño. No hay nada mejor que esto. —
Gimió antes de cubrir mi boca con la suya y besarme fuerte y rápido. Cada
empuje de su lengua debilitaba mis rodillas. Sabía lo que él quería. Sabía lo
que yo quería y el beso salvaje aumentó más mi deseo.

Cogí su camisa y tiré hacia arriba para quitársela. Lo necesitaba desnudo. Me


separé y pasé las manos por su pecho para poder sentir cada músculo
definido. El pequeño salto de sus pectorales me hizo sonreír.

—Te quedan como tres segundos de exploración, Manda. No puedo aguantar


mucho más.

Bajé los dedos hasta el botón de sus vaqueros y lo desabroché, después


lentamente bajé la cremallera. Justo cuando empecé a tirar de él, Preston me
cogió y me besó en la boca, antes de lanzarme al sofá.

—Se ha agotado el tiempo —gruñó mientras me cubría con su cuerpo.

Abrí las piernas. Podía sentir su erección presionada contra mí entrepierna.


Ahora solo nos separaban unos vaqueros. Preston pasó la mano por mi
estómago y luego deslizó los dedos dentro de mis bragas. Cuando sus dedos
llegaron a su destino, lo agarré y me apreté contra su mano.

—Oh Dios mío, Preston —jadeé.

Dejó caer la cabeza en la curva de mi cuello y empezó a deslizar sus dedos


dentro y fuera de mí. Cada vez que volvían a entrar, me movía inquieta. Mi
cuerpo tomaba el control y solo era capaz de preocuparme por el placer.

—Eso es —dijo contra mi piel—. Déjame hacer que se sienta bien. Quiero que
te vengas contra mi mano para poder sentirlo.

Las palabras sucias me llevaron al borde. Grité su nombre, pero su boca


cubrió la mía para amortiguar el sonido. La pulsación pasó al éxtasis y mi
cuerpo tembló bajo el suyo. Sus dedos se deslizaron fuera y se apartó.
Abriendo los ojos con pánico, empecé a rogarle que volviera. Pero no se
marchaba. Se quitaba los vaqueros.

Ver a Preston Drake desnudarse era una de las cosas que una chica nunca
olvidaría. Su bóxer cayó al suelo junto a sus vaqueros y tragué… fuerte.
Aunque nos habíamos acostado antes, no había llegado a verlo desnudo. No
había visto a un chico desnudo en mi vida. Era impresionante.

Preston cogió los lados de mis bragas y las bajó, después las lanzó al suelo
con el resto de nuestra ropa.

—Eres tan hermosa —susurró con voz asombrada mientras me miraba


fijamente.

—Tú también —contesté, porque era la verdad.

Preston sonrió.

—Vas a tener que dejar de decirme cosas como «precioso» y «hermoso». Me


voy a acomplejar. ¿Por qué no puedo ser «sexy», o quizás «irresistible»?

—También eres esas cosas. Créeme. —Le sonreí.

Preston se mantuvo sobre mi cuerpo mientras me miraba.

—Esa noche. En el almacén. Nunca me perdonaré por eso. Nunca va a ser así
otra vez entre nosotros.

Extendí la mano y metí el cabello que caía frente a sus ojos detrás de su oreja.

—Pero estuvo bien. En serio, muy bien. Mejor que cualquiera de las veces que
fantaseé con ello.

Preston se congeló.

—¿Cuando dices «fantasear»… quieres decir que piensas en mí cuando te


tocas?

Mi cara se puso instantáneamente roja; había visto mi rubor y sabría la


respuesta. No ganaba nada negándolo. Asentí.

—Mierda —exhaló—. No voy a ser capaz de sacarme esa imagen de mi mente.

Inclinó la cabeza y me besó suavemente en los labios.

—Quiero estar dentro de ti. Pero si quieres que paremos aquí, lo haremos.

No. Me hallaba lo suficientemente desesperada como para atarlo si intentaba


escapar.

—También te quiero dentro de mí.

Preston se mordió el labio inferior y cerró los ojos con fuerza.

—Cariño, entre decirme que te tocas pensando en mí y que me quieres dentro


de ti, puede que explote incluso antes de estar dentro de ti.
Riendo, moví mis caderas bajo las suyas, queriendo sentirlo sin nada entre
nosotros.

—Mmm, aún no —dijo e inclinó la cabeza para besar mis labios. Después bajó
a besar cada pezón. Tiró de cada uno de ellos antes de dejar un rastro de
besos bajando por mi estómago. Cuando sus manos tocaron la parte interna
de mis muslos y las abrió más, dejé de respirar. En el primer contacto de la
lengua de Preston contra mi clítoris tuve que morderme fuertemente el labio
inferior para evitar gritar su nombre.

Agarré un puñado de su cabello mientras él continuaba probando y lamiendo.


Saber que hacía esto completamente sobrio, lo hizo incluso mejor. Mi cuerpo
empezó a temblar y supe que me acercaba. No iba a poder evitar gritar.

La boca de Preston me dejó y me encontraba a punto de rogarle cuando oí


como rasgaba un envoltorio y vi que se ponía un condón. Oh… no importaba
que hubiera parado. Quería eso.

Sus ojos se encontraron con los míos.

—Eso ha sido increíble. Nada ha sabido tan bien como tú.

Decidí que la palabras sucias eran algo en lo que sobresalía. Estaba bastante
segura de que podía llevarme al orgasmo con solo hablarme así al oído. Me
pregunté si lo intentaría en algún momento.

Cuando Preston se acercó a mí, detuvo mis pensamientos. Cerró los ojos con
fuerza mientras la punta de su erección se encontraba con mi entrada.

—No quiero hacerte daño —dijo con un susurro desigual.

—No lo harás. Por favor —rogué y elevé las caderas.

Preston se deslizó lentamente dentro de mí.

—Tan apretada. Jodido cielo.

Cuando estuvo completamente dentro, los dos gemimos. Estaba dentro de mí.
Quería que se quedara ahí. Nunca antes me había sentido tan unida a alguien.
En ese momento era capaz de ver lo desconectado que estaba la primera vez
que lo hicimos. Esta vez era tan diferente. Estaba aquí conmigo. Sintiendo
todo lo que yo sentía.

—Estas tan caliente y apretada. Quiero quedarme aquí —dijo antes de cubrir
mi boca con la suya. Su lengua entró en mi boca y chupé con fuerza.

Preston empezó a moverse. Mis caderas se movían con él mientras se


deslizaba dentro y fuera de mí. Me besó y susurró palabras de aprobación
mientras sus movimientos se hacían más rápidos y más fuertes. Subí con él.
Necesitaba más. Esta vez sabía lo que venía y lo quería.
Justo cuando mi orgasmo me golpeó, Preston agarró mis caderas y empujó
fuerte una última vez, gritando mi nombre. Fue perfecto.
14

Preston

Tras despertarme varias veces durante la noche y ver que Amanda seguía
acurrucada sobre mi pecho, fue una gran decepción despertarme solo.

Me estiré y me senté, buscando la ropa esparcida por la habitación. La de


Amanda no estaba y la mía estaba cuidadosamente doblada en la silla.
¿Cuándo se había marchado? Poniéndome de pie, cogí mis vaqueros y me los
puse, antes de ir a buscar mi teléfono para poder llamarla y averiguar a
dónde demonios había ido.

Sí pensaba que lo de anoche no había cambiado las cosas, estaba equivocaba.


Lo había cambiado todo. Mi vida estaba jodida y no existía nada que pudiera
hacer al respecto, pero no dejaría que Amanda se fuera. Ya no.

Escuché susurros y risitas provenientes de mi habitación. Seguía aquí o Daisy


hablaba consigo misma. Abrí la puerta despacio para ver a Amanda sentada
en la cama con Daisy. Hablaban en voz baja, pero lo que fuera que le dijo,
hizo reír a Daisy. Amanda iba vestida con una falda corta, por lo que cada
centímetro dorado de sus piernas se encontraba a la vista. La noche anterior
había tenido esas piernas alrededor de mí. Cerré los ojos y aparté las
imágenes. Daisy estaba allí. Tenía que mantener las manos apartadas de
Amanda frente a Daisy. Esto iba a ser difícil.

—¡Pweston! —chilló Daisy mientras sus ojos se topaban con los míos, y
aplaudía felizmente. Me habían descubierto. Las mejillas de Daisy tenían un
rosado saludable y parecía sentirse mucho mejor. La felicidad que irradiaba
su rostro hizo que mi corazón se hinchara. Amanda tenía esa mirada.

—Hola, mi Daisy May. Se ve que esta mañana estas mejor —le dije mientras
entraba en la habitación. Luché por no mirar a Amanda. Todavía no estaba
seguro de como explicarle lo que sentía. No podía decirle cómo había pagado
este apartamento y me hacía cargo de la casa de mi madre y los niños. La
perdería y tras lo de anoche sabía que esa no era una opción. No podía perder
a Amanda.

—Me estoy sintiendo mucho medor —respondió—. Y Amanda me va a ridar mi


cabeso.

—¿Sí? ¿Vas a tener una cita importante de la que no estoy enterado? —me
burlé, sentándome a su lado. Soltó una risita y sacudió la cabeza.

—Solo me gustan los ridos —respondió.

Amanda empezó a moverse y no pude aguantar más sin mirarla. Me giré y la


observé mientras se bajaba de la cama y enderezaba su falda increíblemente
corta. Necesitaba un cambio. Era demasiado corta.
—¿A dónde vas? —le pregunté.

Se encogió de hombros y retorció un mechón de cabello alrededor de su dedo;


estaba nerviosa.

—Quería dejaros algo de tiempo a solas. Tengo clase en treinta minutos.


Puedo volver más tarde, si te parece bien. Le he dicho a Daisy que rizaría su
cabello… —se fue apagando y miró hacia el suelo.

Yo seguía durmiendo cuando se había despertado, así que no habíamos


podido hablar de nada. No sabía lo que pasaba por su cabeza en este
momento, pero sabía que era necesario aclarar algunas cosas antes de dejarla
salir de mi apartamento con esa maldita falda puesta.

—Daisy May, por qué no vas a ver un poco la tele mientras te preparo algo
para desayunar y despido a Amanda para que se vaya al cole. ¿Te parece? —le
dije mientras me levantaba.

Daisy asintió y le tendí el mando a distancia de la pantalla plana que había


ganado el mes pasado en una partida de póquer.

Miré a Amanda y señalé la puerta. Caminó hacia ella y la seguí. Sí, esa falda
era demasiado corta por atrás. Si se agachaba, alguien vería ese dulce
traserito. Tendría que cambiarse. Sin duda.

Cuando la puerta se cerró detrás de mí, la agarré de las caderas y la giré,


apretándola contra la puerta de la nevera.

—No estabas cuando me he despertado —le susurré antes de besar la esquina


de su boca.

—Me he levantado temprano —respondió.

—Me he perdido el verte soñolienta y tocarte mientras esa neblina sexy


seguía en tus ojos. —Deslicé la mano por su muslo ahuecando su trasero casi
desnudo, gracias a las pequeñas bragas que llevaba—. Manda.

—Sí —respondió entrecortadamente.

—Vas a tener que cambiarte.

Se quedó quieta entre mis brazos.

—No puedo dejar que te vayas así. Me vas a volver loco. Esta falda es
demasiado corta, cariño. Los chicos van a mirarte y no quiero que lo hagan.

Una sonrisa lenta se extendió a través de sus labios rojos. Gracias a Dios. No
iba a enfadarse, pues estaba claro que no quería obligarla a nada.

—¿Estás celoso? —preguntó, como si no creyera lo que decía.


—Diablos sí, estoy celoso —le respondí, pasando la mano sobre la piel suave
de su trasero—. No voy a compartir esto. No quiero pensar que otros chicos
miren esto.

La sonrisa de Amanda se volvió más grande. Estaba a punto de romper esas


bragas y tomarla contra la nevera. El hecho de que mi hermana menor se
encontrara en la otra habitación era la única razón de que no estuviera dentro
de ella en ese preciso instante.

—Voy a cambiarme —respondió, tocando mi cara. Me besó en la mejilla y


cogió aire mientras me sonreía—. Así que, lo de anoche… ¿no era algo de una
sola vez?

Me pregunté cómo podía pensar eso. Tal vez fuera porque ya me había
acostado con ella una vez y había huido. Era normal que pensara que iba a
alejarme. No se daba cuenta de que ahora era incapaz de alejarla. Habíamos
ido demasiado lejos.

—Anoche lo cambió todo —le aseguré antes de besar la comisura de su boca


—. Nunca seré capaz de sacarte de mi sistema. Y no quiero hacerlo. Te
necesito, Manda. —Cubrí su boca con la mía y me deslicé dentro para
probarla. Esta conexión con ella era lo primero en mi vida que me daba
miedo. Nunca había tenido miedo, podía manejarlo todo. Mis hermanos sabían
que estaría ahí. Podía hacerme cargo de ellos. Podía hacer lo que fuera
necesario y sabía que me querrían. Pero esto con Amanda, si lo perdía, si la
perdía, lo perdería todo. En la jodida vida que me había tocado, ella era mi
fuente de consuelo. Con solo estar a su lado, hacía que todo lo demás
estuviera bien. Siempre había sido honesto con ella… excepto en lo único que
podía alejarla de mí. Nunca lo entendería. Incluso si lo hacía, nunca lo
aceptaría. Si supiera que me acostaba con mujeres ricas por dinero, me
dejaría. No podía saberlo.

Amanda

Jason: ¿Has pensado en esa cena en Nueva York?

El mensaje de Jason llegó durante mi clase de literatura. Me quedé mirando


mi teléfono e intenté pensar qué iba a decirle. Si tenía que decidir entre
Preston y él, entonces elegía a Preston. Me gustaba Jason y era probable que
fuera el más seguro a la hora de proteger mi corazón. Pero siendo sincera, no
me preocupaba que me hiciera daño porque sabía que no tenía ese poder.
Solo habíamos estado juntos una vez y fue en la fiesta de compromiso de mi
hermano, no habíamos seguido juntos.

Metí el teléfono en la mochila y decidí que me ocuparía de él más tarde.


Necesitaba pensar la respuesta. El profesor despidió la clase y volví corriendo
al coche para ir a casa de Preston. Le había prometido a Daisy que iba a
peinarla y, siendo sincera conmigo misma, estaba ansiosa por ver a Preston
de nuevo. Tras lo sucedido la noche anterior y aquella mañana, tenía la
impresión de seguir en un sueño.
Era increíble que Preston me mirara con esa emoción en los ojos. Que me
dijera que cambiara la ropa era algo fuerte, pero siendo sincera, si él me lo
pedía sería capaz de ponerme un pantalón de chándal. El que fuera posesivo
conmigo y no quisiera que otros chicos me miraran, hacia que mi corazón se
acelerara.

Lo malo era que seguía esperando que el despertador sonara. Seguía sin
parecerme real. En ese momento sonó el teléfono. Lo saqué de la mochila y vi
el número de Preston en la pantalla.

Sonriendo, respondí.

—Hola.

—Hola. ¿Ya has salido de clase?

¿Me estaba vigilando?¿En serio?

—Sí, acabo de salir.

—¿Vas a volver?

—Um. Eso tenía planeado. ¿Le he prometido a Daisy que iba a peinarla?

Hizo una pausa y suspiró. Oh no. Esto llegaba a su fin. Hora de despertarse.

—Lo sé. Quería asegurarme de que tus planes no habían cambiado. Tengo que
ir al gimnasio pues el entrenador me ha llamado y no puedo dejar sola a
Daisy.

Oh… no intentaba deshacerse de mí.

—Odio tener que pedirte que vengas y te quedes con ella mientras estoy
fuera.

Sonriendo, abrí la puerta y entré.

—Cuidar de ella me hace feliz. Planeaba pasar el resto del día con Daisy, así
que no es problema. Estaré ahí en un par de minutos.

Otra pausa. ¿Qué le pasaba?

—Vale. Gracias, Manda.

¿De verdad no estaba acostumbrado a que la gente le ayudara con los niños?

—No tienes que agradecerme nada. Te veo ahora. —Corté la llamada y giré en
dirección a casa de Preston.

La puerta del apartamento de Preston se abrió antes de que pudiera tocar.


Estiró el brazo, tomó mi mano, y tiró de mí. Su boca estuvo sobre la mía
inmediatamente. Esa vez era diferente a las otras veces. Había cierta
desesperación. Como si intentara aferrarse a mí. ¿Le preocupaba que
cambiara de opinión? ¿Después de haberlo perseguido durante meses? Dejé
caer mi mochila y enterré mis dedos en su pelo. Necesitaba algún tipo de
consuelo por mi parte. Estaba segura de eso, así que se lo di.

—No quiero dejarte —dijo contra mi boca mientras cerraba la puerta detrás
de mí y me presionaba contra ella.

—Estaré aquí cuando regreses —le aseguré. Luego le di un mordisco a su


labio inferior antes de acariciar su boca con mi lengua.

—Pero no quiero irme —repitió. Un rastro de pánico apareció en su voz


mientras sus manos recorrían mi estómago y ahuecaban mis pechos—. Te
deseo, Manda. Solo a ti.

No pude evitar sonreír. Aquello sonaba tan bien.

—Solo es un entrenamiento, Preston. Te daré un masaje cuando vuelvas.

Sus brazos se cerraron a mí alrededor y sentí el teléfono vibrar en su bolsillo.


Masculló una maldición y se apartó de mí. Pasó la yema del pulgar por mi
labio inferior.

—Tengo que irme. Ojalá no tuviera que hacerlo.

Este Preston empalagoso era algo nuevo. Me gustaba, pero también me


molestaba un poco. No quería que se preocupara cada vez que me dejaba,
como si las cosas pudieran ser diferentes cuando volviera. ¿Era inseguro?
Nunca hubiera pensado que Preston era un chico inseguro.

—Cuanto antes te vayas, más rápido volverás —le dije, mordiendo su dedo
pulgar—. Ahora vete.

Preston asintió y dejo caer la mano. Fue a decir algo más, pero se detuvo. Me
aparté de la puerta y le observé mientras la abría. Le sonreí de forma
tranquilizadora y una sonrisa lenta y sexy apareció en sus labios. Me gustaba
cuando sonreía. No quería que estuviera preocupado o ansioso.

Cuando cerró la puerta, me di cuenta de que no se había llevado la bolsa.


Aquello era raro. Tal vez tuviera una muda en su taquilla.
15

Preston

No podía hacerlo. Cassandra Gregory era una de mis mejores clientas. Me


había mandado muchas otras mujeres ricas. Pero maldita sea si era capaz de
dejar a Amanda en mi apartamento y entrar en la casa de la playa de esta
mujer. Sería un maldito milagro si podía llegar hasta allí. La culpa por
mentirle a Amanda y haberla dejado cuidando de Daisy era aplastante.
Recordar lo bien que se sentía estar dentro de Amanda, tenerla entre mis
brazos diciendo mi nombre mientras encontraba la liberación, era algo
completamente distinto. Nadie más podía estar a la altura. Me sentía mal. No
podía hacerlo.

Salí del aparcamiento de casa de Cassandra. Tendría que ponerle una excusa.
Cualquier cosa para dejar todo esto a un lado. Necesitaba el dinero. Jimmy
tenía otra cita con el dentista la próxima semana y necesitaría por lo menos
mil dólares para eso. Además tenía que poner ventanas nuevas en las
habitaciones de los niños. Dos de ellas estaban rotas. Jimmy me había dicho
que cuando llovía, se mojaba la pared y el suelo. Lo último que necesitaba era
que el remolque tuviera el suelo podrido.

Mi teléfono sonó. Miré la pantalla y vi el nombre de mi madre.

Mierda. No quería hablar en este momento, pero si la ignoraba, podría ir al


apartamento mientras no estaba y encontraría a Amanda.

—¿Qué? —dije con rabia. Todo era culpa suya, incluso el que estuviera en esta
situación.

—Trae a Daisy a casa. Se encuentra mejor. Y mi coche tiene un neumático


pinchado. Necesito neumáticos nuevos.

—Llevaré a Daisy a casa esta noche si creo que está bien. Y si quieres
neumáticos nuevos, consigue un maldito trabajo.

Perra estúpida, odiaba recurrir a mí para pagar las facturas, pero no le


importaba pedirme dinero.

—¿Quieres que lleve a tus hermanos con esos neumáticos? Bien. Los llevaré al
colegio, ya que odian el autobús.

Era una amenaza que mantendría solo porque era una viciosa.

Miré la casa frente a la que estaba parado. Necesitaba el dinero. Siempre


necesitaba más dinero. Debería haber guardado el dinero que le gané a
Dewayne en la partida de póquer para pagar en efectivo y no haber comprado
esa maldita televisión de pantalla plana. No hubiera sido suficiente, pero
habría ayudado.
—Te compraré los neumáticos, pero será mejor que no lleves a los chicos a
ninguna parte hasta que lo haga.

Colgué y lo lancé sobre el asiento del pasajero. Apartando todas las


emociones y bloqueando cualquier sentimiento que tuviera por Amanda, abrí
la puerta de mi Jeep y salí. Hacía esto desde hacía tres años. Podría hacerlo.
Tenía que hacerlo.

Tres horas más tarde aparqué mi Jeep debajo de casa y salí, cerrando la
puerta detrás de mí. Había tenido tiempo suficiente de camino a casa para
calmarme. Le di una patada a mi neumático y golpeé el capó con los puños.
Cogí aire con fuerza. Necesitaba respirar profundamente. Me dolía el pecho,
tenía un nudo en el estómago y el asqueroso dinero en el bolsillo pesaba más
que nunca. Antes de tener a Amanda, era fácil. Ahora era enfermizo. Yo era
un jodido hijo de puta, literalmente. Necesitaba sentir de nuevo. Necesitaba
estar cerca de Amanda. Crucé el aparcamiento y subí las escaleras de dos en
dos. Verla y abrazarla haría que todo mejorara.

La mujer que acababa de pagarme apareció en mi mente y me congelé. No


podía tocar a Amanda en estos momentos. Tenía que limpiarme; necesitaba
una ducha. La más caliente que pudiera soportar. Amanda no tenía necesidad
de estar cerca del sexo barato y sin sentido que yo acababa de tener.

Abrí la puerta y entré. La televisión en mi habitación estaba encendida y


podía oír a las chicas hablando. Antes de que se dieran cuenta de que estaba
en casa, me dirigí al cuarto de baño.

Amanda

Oí el chasquido de la puerta de entrada al cerrarse y esperé para ver si


Preston aparecía. No fue así. Daisy miraba entretenida la televisión mientras
me contaba lo que sucedía.

—Enseguida vuelvo —le aseguré. Sonrió y siguió mirando la tele.

Cerré la puerta de la habitación al salir y me dirigí a la sala. El sonido de la


ducha respondió a mi pregunta. Preston había vuelto a casa todo sudado y
quería lavarse. Qué pena, me hubiera gustado verlo sudoroso.

Me acerqué a la nevera y saqué el pollo frito y las galletas que Daisy me había
ayudado a preparar. Preston debía tener hambre después de estar en el
gimnasio durante tres horas. Encendí el horno y puse una pechuga de pollo y
una patata junto con un par de galletas en una bandeja. Luego la deslicé
dentro. No era fan del microondas. Estaba segura de que era la causa de todo
tipo de problemas de salud.

El agua de la ducha dejó de escucharse y las mariposas en mi estómago


empezaron a revolotear mientras esperaba ansiosa el volver a verlo. Era
ridículo que estuviera tan emocionada. Solo había estado fuera tres horas.

Cuando abrió la puerta del baño, salió con nada más que una toalla alrededor
de la cintura. No había palabras para esto. Nada se le comparaba. Sus ojos se
encontraron con los míos y una sonrisa apareció en sus labios.

—¡Hola! —dijo, mientras se acercaba a mí. No me moví de mi lugar en la


cocina.

—Hola —me las arreglé para responder. Mantener los ojos apartados de su
cuerpo y centrarme en su rostro era un problema.

—Algo huele bien. —Miró hacia el horno y luego a mí—. ¿Sabes cocinar?

—Tal vez.

Preston bajó la cabeza hasta que su boca estuvo sobre la mía.

—Sexy como el infierno y además cocinas, Dios, cariño, no podría haber


conseguido nada mejor.

Riendo, me puse de puntillas para besarle antes de dar un paso atrás y revisar
su pollo.

—Daisy me ha ayudado —le dije.

—¿En serio? Creo que hace falta que lo compruebes de nuevo —dijo con una
sonrisa maliciosa mientras me daba la vuelta.

—Necesita unos minutos más —le expliqué.

—Admiraba la vista.

Dejé que mi mirada viajara por su cuerpo húmedo, apenas cubierto y a


continuación, volví a subirla.

—Podría decir lo mismo —le dije.

Los ojos de Preston se oscurecieron y ardieron al instante.

—Si me miras así de nuevo, te meteré en el baño y te haré mía.

Di un paso hacia él.

—¿Es una amenaza o una promesa?

Preston rodeó mi cintura y tiró de mí, justo cuando se abría la puerta de la


habitación. Daisy salió saltando y sonriendo.

—Pweston —gritó en señal de saludo y luego una pequeña arruga tocó su


frente—. ¿Nonde está tu ropa?

Me tapé la boca para sofocar mi risa mientras cogía una manopla para sacar
la comida de Preston del horno.
—Bueno, Daisy May, tengo que ir a por algo de ropa. Me acabo de dar una
ducha para quitarme la suciedad.

—Te cocinamos la dena —dijo alegremente, señalando la comida que estaba


poniendo en un plato.

—Y parece deliciosa. Gracias, chicas, por cuidarme. Voy a buscar algo de ropa
y entonces vendré a comer.

—Buena idea —concordó Daisy.

Observé a Preston caminar hacia la puerta de su habitación; la vista desde


atrás era igual de increíble que la de delante. Necesitaba un ventilador.

—¿Le has contado lo de la tarta de matequilla de cacahuete? —preguntó Daisy


en un susurro cuando Preston cerró la puerta.

—No. He pensado que preferirías sorprenderlo tú, ya que has hecho casi todo
el trabajo.

Daisy aplaudió e hizo un pequeño baile. Sería imposible que le dejara comerse
la cena antes de sacar la tarta de la nevera.

—¿Por qué no me ayudas a ponerle algo para beber?

Daisy corrió al lavavajillas y sacó un vaso limpio. Luego me lo entregó.

—Creo que le gusta beder cerveza rara, porque Jimmy dijo que le gustaba,
pero no creo que sea del tipo que bede mi mamá. No le gusta que ella beba
esas cosas.

Dios la bendiga. Era tan pequeña y ya sabía mucho. No iba a ser la que le
dijera que Preston, en efecto, bebía cerveza. Pero también sabía que no iba a
haber ninguna cerveza en esa cocina.

—¿Y el té dulce que hice antes? ¿Crees que le gustará? —Tenía la esperanza
de que sí, porque solo bebería eso. Abrí la nevera y aparté las Bud Light
dejándolas en la parte de atrás, luego trasladé el zumo de naranja delante
antes de que Daisy se diera cuenta.

—Ese dulce té estaba delicioso, creo que le gustará —respondió.

Terminé de verter el té y le puse el plato sobre la mesa con la ayuda de Daisy,


justo a tiempo para que él viniese pavoneándose con una camiseta azul
ajustada que hacía juego con sus ojos y un par de vaqueros de cintura baja.
Tener ese aspecto debería ser ilegal.

Iba descalzo y sus pies estaban bronceados. Antes no les había prestado
mucha atención, pero ahora sabía que incluso tenía los pies sexy.

—¿Debo quedarme quieto hasta que termines? —bromeó Preston. Negué con
la cabeza y me encontré con su mirada divertida—. No dejes que te detenga.
Yo también lo disfruto. Por favor, continúa.

No pude evitarlo. Me eché a reír. Me había cogido comiéndole con los ojos.

—Si te vistes así es difícil no mirar —le contesté y me alejé de él para vaciar
el lavavajillas.

—¿Qué tiene de nalo su ropa? —preguntó Daisy, confundida.

Abrí la boca para decirle que nada, pero Preston se me adelantó.

—Nada, Daisy May. Creo que a Manda le gusta cómo me queda la ropa.

Levanté la cabeza y sus centelleantes ojos se encontraron con los míos.

—Si le gusta, entonces debes llevarla siempre. Es dulce, divertida y guapa.


Puedes llevarla siempre que venga a vernos.

Su vocecita emocionada me dio ganas de ir a abrazarla con fuerza y


asegurarle que me vería de nuevo. Todavía no había dicho nada sobre su
madre o mencionado el volver a casa. Eso decía más que cualquier palabra
que pudiera haber dicho. Me rompió el corazón.

—Buena idea, Daisy May. Tal vez debería llevarla todos los días, así podría
conseguir que Manda se quedara más tiempo. Seguro que podemos venir a
buscaros a ti y a los chicos y llevaros a comer una hamburguesa.

Daisy saltó con entusiasmo.

—Sí, sí, por favor. —Se giró hacia mí—. ¿Él te gusta con ota ropa, o solo con
esa? —La sinceridad de su pregunta me hizo sonreír. Iba a hacer lo que fuera
para conseguir que Preston llevara ese conjunto todos los días solo para
poder verme de nuevo. Si no lo hubiera hecho ya, se habría ganado mi
corazón en ese momento.

—En realidad, Daisy, creo que está genial siempre, simplemente esta vez me
ha cogido mirándole.

Los ojos de Daisy se agrandaron y una sonrisa estalló en su cara cuando


volvió a mirar a Preston.

—Le gustas y ella es guapa y divertida.

Daisy iba de mí a Preston. Aquello podría ser lo más dulce que me hubieran
dicho nunca.

—También huele bien y me ha conquistado ese precioso pelo rubio —agregó


Preston, echándose hacia atrás en la silla, estudiándome.

—De hecho, huele muy bien —estuvo de acuerdo Daisy—. Y su té dulce es


delicioso.

Preston asintió.

—Sí, todo lo suyo es delicioso.

Apreté los labios para no reír y apoyé una cadera en el mostrador para ver
como los dos me estudiaban.

—También puede cantar; me ha cantado todo tipo de canciones.

Los ojos de Preston se agrandaron ante la declaración de Daisy. No tenía


intención de que se lo dijera a Preston.

Le había cantado. Me lo pidió y creí que nadie le había cantado antes. La dejé
arrastrarse sobre mi regazo y le canté todas las canciones que me había
pedido.

—¿En serio? —preguntó Preston con una sonrisa pícara en su rostro—. Mmm.
No lo sabía. Supongo que ese es el factor decisivo para mí. Amanda tendrá
que cantar para decidir si quiero que siga cerca de nosotros.

Daisy parecía contenta con la idea.

—¡Sí! Lo hará. Canta muy bien.

Temía el momento en que estuviéramos solos.

El teléfono de Preston sonó y se tensó inmediatamente. La mueca divertida en


su rostro desapareció. ¿A quién esperaba?

Metió la mano en el bolsillo, descolgó su teléfono y luego dejó escapar un


suspiro.

—La llevaré a casa dentro de un rato. Déjame comer primero.

Oh, no. Era su madre. No estaba dispuesta a que Daisy volviera con esa
mujer.

—Treinta minutos.

Colgó y miró a Daisy.

—Mamá está lista para que vuelvas a casa, Daisy May. ¿Por qué no vas a
recoger tus cosas mientras termino?

La carita de Daisy se entristeció, pero no discutió. Asintió y se dirigió al


dormitorio.

La observé hasta que la perdí de vista y luego volví a mirar a Preston.


—¿Tiene que irse? —le pregunté en voz baja.

Preston frunció el ceño y asintió.

—Sí. —A él tampoco le gustaba la idea.

—¿Crees que estará bien? ¿Tu madre recordará darle los antibióticos todos
los días? Porque es muy importante que se los tome hasta que se hayan
terminado.

—Jimmy se asegurará de que se los tome todos. Es bueno en esas cosas.

Las lágrimas ardían en mis ojos; tenía que irme antes de que me pusiera a
llorar y Daisy me viera. Fui al baño y abrí el grifo para enmascarar el sonido.
La idea de enviar a Daisy de nuevo a ese sucio y viejo remolque con una
madre a la que no le importaba, me parecía horrible.

—Hey. —Preston abrió la puerta del baño y entró—. Ven aquí. —Me abrazó y
apoyó la barbilla en mi cabeza—. Sé que esto es una mierda, pero te prometo
que estará bien. Conseguiré que te dejen volver a verla. Joder, si dejas de
llorar, también le compraré un teléfono para que podáis hablar.

Asentí. Me gustó la idea.

—Vale.

—¿Vale? ¿Quieres que le compre un teléfono? —me preguntó.

—Sí.

Preston rio entre dientes.

—Hecho. Ahora deja de llorar. Puedo ir y ver cómo están más de una vez a la
semana.

No quería que se sintiera como si estuviera fallando cuando era obvio que
hacía todo lo posible para cuidarlos. Si tenía un trabajo, no sabía cuál era.
Sabía que iba a la universidad y jugaba a béisbol. Había tenido algunos
trabajos temporales, pero nada cerca de aquí. De alguna manera, había
conseguido dinero. Iba a preguntarle al respecto cuando se abrió la puerta del
baño y Daisy apareció con el ceño fruncido.

—¿Qué ocude?

No podía hacerle saber por qué había estado llorando. Sonreí y salí de los
brazos de Preston.

—Nada. Tenía algo en el ojo y he venido a ver si podía sacarlo. —Me giré
hacia el grifo y lo cerré.

—¿Por qué te abrazaba Preston?


La niña no se perdía nada.

—He sido yo el que le ha quitado lo que tenía —respondió Preston.

Daisy pareció conforme con esta respuesta, por lo que asintió.

—He recogido mis cosas; etoy lita para irme.

—Bien, mi Daisy May, déjame terminar de comer y luego nos iremos.

—Pero ¿qué pasa con su sopresa? —me preguntó Daisy mirando la nevera con
anhelo.

—Creo que ahora sería un momento increíble para su sorpresa —contesté.


Dejó caer su bolso y corrió para coger la tarta de mantequilla de cacahuete de
la nevera. Preston me lanzó una mirada inquisitiva y se limitó a sonreír.

—Hice todo el trabajo dulo. Pregúntale a Manda —le informó Daisy mientras
le tendía la tarta con orgullo.

—¿Me has hecho una tarta? —preguntó Preston con asombro en su voz
mientras se agachaba a su nivel.

—Sí, la he hecho. Con matequilla de cacahuete.

Preston se inclinó y la besó en la mejilla.

—Apuesto a que va a ser la mejor tarta que haya probado nunca.

Daisy le sonrió y en ese momento, Preston Drake fue absolutamente perfecto.


16

Preston

Me sentía inquieto. Amanda se marchó cuando fui a llevar a Daisy a casa. Dijo
que tenía que ir a cenar con su madre. La noche anterior le había dicho a su
madre que se quedaba en casa de un amigo. Me dijo que se pondría a
preguntar si no iba a casa esa noche. Todo el apartamento olía a Amanda. No
había estado a solas con ella desde que salí del trabajo. Necesitaba estar a
solas con ella. El miedo dentro de mí me comía vivo. Si alguna vez se
enteraba… No podía suceder.

Mi teléfono sonó. Me dirigí al mostrador y lo levanté. Era el Hardy


equivocado.

—Hola —dije, intentando no estar irritado porque era Marcus y no Amanda.

—Hola, ¿qué haces esta noche?

Esperar junto al teléfono a que tu hermana me llame no era algo que pudiera
decirle.

—Nada. Me quedo en casa.

—Low está estudiando para una prueba y necesita que me aleje. ¿Quieres ir a
Live Bay? Rock estará allí. Toca Jackdown y sabes que Trisha no se lo
perderá.

No. Quería quedarme aquí y esperar a Amanda. Pero si no llamaba, podría


volverme un poco loco. Necesitaba una distracción.

—Bueno, sí. Nos vemos allí.

—Me parece bien —contestó y colgó.

Me puse las botas y cogí las llaves. Iría para pasar el rato con mis amigos
hasta que llamara Amanda.

Cuando entré, el lugar ya estaba lleno. Me detuve en la barra y cogí una


cerveza antes de dirigirme a nuestra mesa. Marcus ya estaba allí. Rock y
Trisha ocupaban solo un taburete ya que ella estaba sentada en su regazo. No
veía a Dewayne por ningún lado.

—Ahí está —dijo Marcus mientras yo sacaba el taburete de su lado y me


sentaba.

—Pero… ¿durante cuánto tiempo? Tan pronto una chica se acerque, lo


perderemos para el resto de la noche —dijo Rock, arrastrando las palabras.

Marcus se echó a reír.


Intenté no estar tensa. Se darían cuenta si me comportaba diferente y
entonces todos empezarían a hacerme preguntas. No podía responderles.
Marcus era como mi hermano, pero intentaba alejarme de Amanda, me daría
algo. Nadie iba a pararme.

—Me voy a tomar la noche libre —le contesté.

—¿Alguien te dejó K.O. anoche? —preguntó Rock.

Tampoco quería hablar de eso. Aquello era difícil. Siempre había podido
hablar con ellos de chicas, pero nunca hablaría de Amanda como lo hacía del
resto.

—Simplemente no estoy de humor —expliqué y tomé un trago largo.

Un teléfono sonó y Marcus sacó el suyo.

—¿Está bien?… Sí, he estado hoy con ella… Lo siento, estoy en Live Bay. ¿Me
oyes?… Si, duerme bien, por lo que no creo que haya problema si quieres
salir… Um, no. Preston, Rock y Trisha están aquí. ¿Quieres venir a verme?…
¡Ja! Claro que sí. Te veo en un rato.

Colgó.

—Mi madre va a agotar a Amanda. Por mucho que la hubiera echado de


menos, no me gusta la idea de que se quede para cuidarla. Necesita una vida.

Era Amanda. Mi teléfono vibró.

Lo saqué y bajé la mirada.

Amanda: ¿Te parece bien si voy a Live Bay? Si no, me iré a la cama y te veo
más tarde.

Diablos, no. Necesitaba verla.

Yo: Tu hermano cree que vienes hacia aquí. Ven a calmarlo y luego
encontraremos una manera de marcharnos.

—¿Preston mirando mensajes de texto? —preguntó Rock—. ¿Desde cuando


envías mensajes de texto?

Amanda: De acuerdo. Nos vemos en unos minutos.

Me metí el teléfono en el bolsillo y levanté la mirada para ver a todos


observándome con expresión de incredulidad en el rostro. No enviaba
mensajes de texto, vale, pero ¿cuál era el problema?

—¿Qué? —pregunté, dándole un trago a la cerveza.


—Le has enviado un mensaje a alguien —respondió Marcus.

—Muy concentrado —agregó Trisha.

Con Amanda aquí, no necesitaba que vigilaran cada uno de mis movimientos.

—En realidad, son mensajes subidos de tono. Las calientas lo suficiente y


empiezan a enviarte vídeos sexy. —Guiñé un ojo y me recosté en mi asiento.

Eso era lo que esperaban de mí. Marcus se echó a reír y sacudió la cabeza.
Rock levantó las cejas y miró a Trisha.

—Si te regalo el iPhone nuevo, ¿me enviarás vídeos sexy?

Trisha rio y le susurró al oído.

Aparté la vista y miré la puerta.

Me las arreglé para seguir la conversación sin parecer desconectado.

Entonces la puerta se abrió y por fin entró Amanda.

Maldición.

Llevaba un vestido corto rojo y botas de vaquero. Iba a terminar peleándome


con alguien.

Amanda

No estaba segura de si aquello era una buena idea. Cada vez que había estado
en el Live Bay, Preston se había emborrachado y había terminado con chicas
de cuerpos de infarto a su alrededor. Me había cambiado de ropa tres veces,
intentando encontrar algo que me hiciera parecer lo bastante sexy como para
competir con las chicas a las que me enfrentaría una vez allí.
Desafortunadamente, nada de lo que tenía hacía que mis tetas parecieran más
grandes de lo que eran. Así que decidí resaltar mis puntos fuertes; a Preston
le gustaban mis piernas, así que iba a ir con eso a por todas.

Miré la mesa y los ojos de Preston ya estaban fijos en mí. Parecía… enfadado.
¿Por qué estaba enfadado? Tal vez esa no era la palabra. Parecía más bien
furioso. No estaba segura. Lo bueno era, que la única chica en su mesa era
Trisha. Había estado preparándome para algo mucho peor.

Mientras me acercaba a la mesa, alguien se puso delante de mí. Levanté la


mirada y vi la cara sonriente de Dameon Wallace. En el instituto me parecía
guapo, pero ahora ya no era así.

—Hola, Dameon —dije, dando un paso hacia un lado para esquivarlo.

—Hola, Amanda. No te he visto desde la graduación. ¿Cómo van las cosas?


Sonreí.

—Bien, gracias, ¿y tú?

La mano de Preston se cerró sobre la mía y me atrajo hacia él.

—¿Qué llevas puesto? —me susurró mientras me apartaba de Dameon.

—Un vestido —le contesté, intentando averiguar por qué me preguntaba algo
tan absurdo y por qué hacía una escena delante de mi hermano.

—Terminaré dándole una paliza a alguien esta noche por culpa de este
vestido —gruñó y me soltó—. Ve hacia la mesa. Yo me encargaré de Marcus.

Asentí y corrí hacia la mesa, intentando parecer casual, mientras Marcus me


estudiaba cuidadosamente.

—Has venido —me dijo, mirando por encima del hombro a Preston, que se
encontraba justo detrás de mí.

—Sí —fue la mejor respuesta que se me ocurrió. Les sonreí a Rock y a Trisha,
que también parecían estudiarme a mí y a Preston, con curiosidad.

—¿Quieres decirme qué ha pasado? —preguntó Marcus, con la mirada fija en


Preston.

Tenía miedo de mirar a Preston, pero no pude evitarlo. Tenía que asegurarme
de que estaba bien.

—Ese idiota estaba encima de ella y tú te has quedado aquí sentado sin hacer
nada. Alguien tenía que ir a por ella —explicó Preston en un tono molesto.

—Eso ha sido muy caballeroso por tu parte. —Trisha sonaba divertida y para
nada engañada.

Marcus se giró para mirarme.

—¿Ese chico te ha tocado? —El tono en su voz significaba que se había creído
la excusa de Preston. Aquello era bueno. Pero no quería que fuera y se
enfrentara a Dameon solo por saludar.

—Es un amigo del instituto. Coqueteamos entonces, pero nunca llegó a nada
más. Preston lo ha malinterpretado.

La tensión en los hombros de Marcus desapareció y asintió.

Me atreví a echar un vistazo a Preston, que no se había relajado en absoluto.


Estaba más cabreado aún, si era posible. Aquello había sido una muy mala
idea. Mi presencia allí iba a ser un problema.

—¿Te he quitado la silla, Preston? —le pregunté, intentando distraerlo.


Desvió la mirada hacia mí.

—No, quédate. Voy a por otra cerveza y buscaré un taburete. ¿Quieres algo?

—Una Coca Cola, por favor —le contesté.

Asintió y se dirigió hacia el bar.

—Amanda —dijo Marcus y aparté la mirada de Preston y lo miré.

—¿Sí?

—¿Por qué siento que me pierdo algo aquí? —preguntó, estudiando mi cara de
cerca.

Me encogí de hombros.

—No lo sé.

Volvió a mirar a Preston. Pedía nuestras bebidas y echaba a una chica de su


lado al mismo tiempo. Parecía muy desinteresado, lo cual me hizo sonreír. Los
ojos de Preston encontraron los míos y una sonrisa de complicidad curvó sus
labios. Sus ojos se dirigieron a mi hermano y su sonrisa desapareció.

Decidí estudiar el escenario. Jackdown acababa de entrar de nuevo y Trisha


hacía sus vítores de siempre.

—Aquí está tu Coca Cola —dijo Preston, deslizando un vaso con hielo y una
lata, frente a mí y luego puso un taburete al otro lado de Marcus. No se sentó
a mi lado. Aquello era muy frustrante. Quería decírselo a Marcus y que lo
superara. ¿Qué tan malo podía ser?

La música estaba demasiado alta para escuchar cualquier otra cosa, por lo
que nadie dijo nada mientras la voz de Krit llenaba la habitación. Tenía un
sonido suave con un toque áspero que hacía que las chicas se volvieran locas.
Debía admitir que era sexy. Nunca me había interesado por él, como habían
hecho muchas de mis amigas, pero es que siempre había sentido debilidad
por Preston. Era difícil enfocar mi atención en cualquier otra persona. Me
gustaba Dameon en el instituto, pero nunca fue algo serio.

Una chica se acercó a Preston y empezó a susurrarle al oído. Envolvió los


brazos alrededor de su cuello y los ojos de Preston se centraron en mí.
Aquello era lo que temía cuando había decidido ir allí esa noche. Las chicas
conocían a Preston y sabían que era un mujeriego. Lo adoraban por ello.
Preston se apartó de ella.

Sus ojos nunca se apartaron de los míos. Dejé caer la mirada hacia mi
refresco y contemplé el marcharme. Era demasiado duro. No podía enfadarme
con la chica por culpa de Marcus. Preston no podía actuar como si no le
interesara, por Marcus. Si yo iba a ser algo más que un punto en el radar de
Preston, íbamos a tener que decírselo a Marcus.
No podía seguir así. La reputación de Preston requería que él actuara de
cierta manera para evitar que Marcus lo cuestionase. Cogí mi bolso y me
levanté. Me despediría de Marcus y volvería a casa, donde debería haber
estado desde el principio.

Preston estaba de pie antes de que pudiera decir algo. Me detuve y lo observé
mientras empujaba a la chica y se acercaba a mí.

—Baila conmigo —me dijo al oído, dejando mi bolso sobre la mesa de nuevo,
para luego llevarme hacia la pista de baile.
17

Preston

Esa noche iba a pelearme con alguien, pero no iba a ser con un tío que se
acercara demasiado a Amanda, sería con su hermano. Me había estado
observando y le había dado una muy buena razón para sospechar algo, pero
tuve que elegir entre dejar que la chica me manoseara delante de Amanda y
ver como su rostro se entristecía, o que mi mejor amigo me golpeara; elegí los
golpes. No podía dejar que se fuera así. Estaba enfadada y había estado a
punto de salir corriendo. No iba a dejar que eso sucediera.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando la atraje hacia mis brazos una vez
estuvimos entre la multitud. Con suerte, lo suficientemente lejos para que
Marcus no pudiera vernos. Era muy probable que estuviera justo detrás de
nosotros.

—Bailando contigo —contesté, deslizando las manos sobre la curva de sus


caderas.

Sonrió.

—Eso no es lo que he querido decir y lo sabes.

Eché un vistazo por encima de mi hombro para ver si Marcus venía a por
nosotros. La costa seguía despejada. Me giré de nuevo hacia a Amanda.

—Estabas a punto de irte —dije.

Frunció el ceño.

—Sí, bueno, he visto más de lo que podía soportar.

La atraje hacia mí y me incliné para susurrarle al oído.

—Solo estoy interesado en ti. Si te hubieses ido, habría perseguido tu culo


sexy.

Se rio, deslizó una mano sobre mi pecho y luego la curvó detrás de mi cuello.

—Habría dejado que me atraparas. No hubieses tenido que correr mucho.

Estaba listo para sacarla de aquí y tenerla para mí solo. Pero eso no iba a
pasar hasta que enfrentara un gran obstáculo.

—Voy a tener que hablar de esto con Marcus.

Su sonrisa desapareció.
—Lo sé.

Quería besarla y tranquilizarla, pero ya había tentado a la suerte suficiente.


Era muy probable que Marcus, yo, o ambos, termináramos en la sala de
urgencias si me dejaba llevar por ese impulso.

—Va a enfadarse —dijo ella.

Me reí.

—No, nena. Va a estar furioso. Tan malditamente cabreado que va a ir a por


mi garganta.

Sus manos se tensaron. ¿Qué iba a hacer, intentar retenerme aquí?

—Tal vez no haga falta decirle nada. Puedo aprender a lidiar con las chicas
que se te acerquen.

No, no podía y estaba seguro de que yo no podría hacer frente a los chicos
que se le acercaran. No iba a esconderlo. Cuando ese idiota se había puesto
delante de ella, no vi nada más allá de mi nariz. No me importaba quien me
estuviera viendo o qué pensaran. Solo quería que se apartara de su lado. Si la
hubiese tocado, habría sido mucho peor.

—Quiero que los chicos sepan que estás conmigo. No me gusta que se te
acerquen.

Rio y se apretó contra mí de nuevo.

—Bueno, al menos nadie se ha pegado a mí. Por tu parte tú tenías a una chica
restregándose sobre tu espalda.

Bajé las manos hacia su trasero y lo apreté suavemente, provocando que riera
más fuerte.

—Si te hubiese tocado, las cosas habrían ido de una manera muy diferente.

—¿Ah, si? ¿Cómo es eso?

Bromeaba conmigo. Era fácil olvidar que no estábamos solos cuando me


miraba de esa manera.

—Habría. Pateado. Su. Culo.

Una mano agarró mi hombro. Era demasiado grande para ser de una mujer,
eso significaba que Marcus había venido a por mí. Los ojos de Amanda se
abrieron de par en par y empezó a negar con la cabeza.

—Yo me encargo. Todo irá bien —le aseguré. Dejó caer las manos de mi cuello
y agarró mi brazo con fuerza.
—Fuera. Ahora —dijo Marcus en un gruñido ruidoso y enfadado. Oh, sí.
Estaba furioso—. Suéltalo, Amanda —le espetó.

—No le hables así. —Levanté la voz y me paré justo frente a él. Entendía que
le molestara, pero no iba a dejar que se desquitara con ella.

—Afuera. Ahora —repitió.

Volví a mirar a Amanda mientras Marcus caminaba hacia la puerta. Se


aferraba a mí con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en mi brazo.

—Quédate aquí —le dije y negó con la cabeza.

—De ninguna manera —gritó por encima de la multitud. Empecé a moverme


hacia la muchedumbre con ella aferrada a mi brazo. Iba a tener que soltarme.
Marcus solo iba ponerse más furioso si seguía agarrándome de esa manera.

—Joder. ¿Qué demonios has hecho? —dijo Rock mientras daba un paso
delante de nosotros, justo antes de llegar a la puerta.

—Muévete, Rock —dije, apartándome de él.

—Por favor, Dios, dime que no… —Hizo una pausa y miró a Amanda—, has
hecho lo que creo —concluyó.

—Esto no es asunto tuyo. Déjame ir a hablar con Marcus —contesté.

Rock dejó escapar una carcajada.

—No esta planeando hablar contigo. Va a darte una paliza y luego encerrará a
su hermana en su habitación el resto de su vida. Espero que no tenga un
arma.

La mano de Amanda se cerró con más fuerza. No estaba seguro de si era


porque le preocupaba que Marcus me hiciera daño o que nos separara. Nunca
había peleado con Marcus, así que no estaba muy seguro de quién iba a salir
perdiendo, pero lo que sí era seguro, es que no le iba a permitir apartarla de
mí.

—Manda, chica, quédate dentro con Trisha —dijo Rock, extendiendo la mano
para coger el brazo de Amanda—. No hay razón para que salgas allí. Suelta a
Preston antes de que Marcus te vea y explote.

—No. La. Toques —dije calmadamente, intentando no alejarla de él de forma


brusca.

—Cálmate de una puta vez. Estoy intentando evitar que os vea a Marcus y a ti
peleando. No es algo que necesite ver.

Cogí aire y la miré.


—¿Quieres irte con Trisha, Manda?

Sacudió la cabeza y me apretó con más fuerza.

—No voy a hacer que se vaya. Además, ninguno de nosotros va a dejar que le
hagamos daño.

Rock sacudió la cabeza y suspiró.

—¿En qué estabas pensando? — preguntó—. Es la hermana pequeña de


Marcus. Podías follar con cualquier otra. ¿Por qué con la hermana de Marcus?

No me importaba que Rock fuera del tamaño de un oso y duro como una
pared de ladrillos. No iba a meter a Amanda en el mismo saco que el resto de
chicas con las que me había acostado. Me acerqué hasta que estuve frente a
su cara.

—Nunca más vuelvas a hablar así de ella. No es alguien a quien me esté


follando.

Abrí la puerta y salí a la calle con Amanda todavía pegada a mí.

—Tal vez deberías haber sido más amable con Rock y traerlo aquí contigo —
dijo, caminando tan cerca de mí como le era posible.

—No necesito a Rock. Todo irá bien. Pero tiene razón. Deberías soltarme.
Esto no va a ayudar a calmar el temperamento de Marcus.

Negó con la cabeza y me rendí. Marcus se paseaba frente a su camioneta.


Cuando nos vio, se detuvo y sus puños se apretaron a ambos lados.

—Suéltalo, Amanda —ordenó mientras nos acercábamos.

—No, Marcus. Escúchame. No lo entiendes. Tienes que calmarte y dejarme


explicarte.

—No necesito una explicación. Conozco a Preston desde que éramos niños.
He visto todo lo relacionado con él. Lo suficiente como para saber que no es
el tipo de chico que necesita que una chica como tú se aferre a él y lo
defienda. No lo conoces, Amanda. Yo sí.

—¡Sí que lo conozco! Sé mucho sobre él y no tienes ni idea de lo que está


pasando aquí. Yo empecé esto. Ha huido de mí durante meses. Me alejó de él
y yo seguía volviendo. Y no me está tratando como tú crees.

—No me persiguió —dije. No podía soportar escucharla decir que había


venido a mí con tanta insistencia y yo simplemente había cedido. No había
pasado así.

—No me creo que lo haya hecho —respondió Marcus con una voz
mortalmente tranquila.
—¡Sí que lo hice! Incluso una noche me aproveché de él cuando estaba
borracho —dijo Amanda, dando un paso delante de mí.

—Manda, no…

—Estaba completamente borracho y lo seguí. Ni siquiera lo recuerda. Trató


de apartarme. Fue amable conmigo, pero seguía diciéndome que no. Entonces
su hermana se puso enferma, corrí tras él a su Jeep y lo acompañé. Es tan
dulce y pequeña, Marcus. La cuidamos juntos y entonces las cosas
simplemente pasaron. Por fin atravesé sus muros y me dejó entrar. No lo
arruines. Estoy enamorada de él.

¿Qué?

Marcus cogió a Amanda y la alejó de mí. Su puño se plantó firmemente en mi


cara antes de que pudiera asimilar el hecho de que ella acababa de decir que
me amaba.

—¡Lamentable hijo de puta! —rugió Marcus y me agarró del cuello antes de


que su puño conectara con mi cara de nuevo.

Podía oír los gritos de Amanda en la distancia. Pero mi vista era borrosa y mi
cabeza estaba confusa. Me sacudí y levanté las manos para bloquear más
ataques mientras intentaba evitar que mi mundo diera vueltas.

—¡Marcus, NO! —Lloró Amanda. Mi cabeza se aclaró muy rápido. Esto la


hacía llorar. No quería que llorara.

Esta vez, cuando su puño se acercó a mí, lo bloqueé y empujé con fuerza su
pecho para conseguir que se apartara de mí. Golpearlo alteraría más a
Amanda, pero tampoco podía dejar que me noqueara.

—Confié en ti. Eres mi mejor amigo. ¿Cómo puedes liarte con mi hermana?
Cree que te ama —rugió Marcus—. Ni siquiera te conoce. Díselo, Preston. Dile
la mierda que has hecho.

—¡Cállate! —grité—. Ya has conseguido golpearme. No voy a devolvértelo y


molestarla más. —Levanté el brazo para limpiarme la sangre que corría por
mi nariz. Amanda pasó corriendo junto a su hermano y chocó contra mi
pecho.

—¡Maldición! —gruñó Marcus.

—Lo siento, lo siento mucho. —Amanda lloró contra mi pecho. Verla así me
volvía loco. ¿No podía ver lo que le hacía?

—Dame un minuto —le grité a él—. Primero déjame calmarla. Necesita la


tranquilidad de saber que no vamos a matarnos. ¿Es que no te das cuenta?

Incliné la cabeza y acuné el rostro de Amanda para poder mirarla. Mi ojo


izquierdo se cerró por la hinchazón, pero todavía podía ver su rostro surcado
por las lágrimas. Odiaba verla así. Si no empeorara las cosas, le daría unos
buenos puñetazos a su estúpido hermano por hacerla llorar.

—Estoy bien. No dejaré que me golpee más. Me ha cogido con la guardia baja.

Me quería. Sus palabras se reprodujeron de nuevo en mi cabeza. ¿Cómo


alguien tan jodidamente dulce como Amanda Hardy podía amarme?

—Solo quiero irme. Necesito conseguirte un poco de hielo, y estás sangrando.


—Hipó.

—Lo sé. Dejaré que lo hagas, pero antes déjame tratar con él, ¿de acuerdo?

Envolvió los brazos a mí alrededor y me sostuvo con fuerza. Esta era su


manera de protegerme. Nunca nadie me había protegido.

—Bueno, he visto suficiente —dijo la voz de Rock detrás de mí—. Retrocede,


Marcus.

—Es mi hermana con la que está follando, Rock. No me digas que retroceda.

—Sí, por eso te he dejado golpearle. Había pensado lo mismo. —Rock se


interpuso entre nosotros. Me miró de nuevo. Su mirada cayó sobre Amanda,
luego regresó a mi rostro—. Esto es diferente.

—Él no cambiará —escupió Marcus—. Es mi hermana. Se supone que tengo


que protegerla. Siempre la he protegido. No puedo dejarla que esté cerca de
él. No es lo suficientemente bueno.

El dolor por las palabras que sabía que eran ciertas, lanzadas por una de las
únicas personas que creía que me aceptaba, con defectos y todo, fue intenso.

Amanda giró la cabeza para enfrentar a su hermano.

—No te atrevas a decir eso. CÁLLATE, Marcus.

Rock hizo un gesto con la mano en nuestra dirección.

—¿Lo has visto? ¿Alguna vez lo habías visto aferrarse así a alguien? No te ha
devuelto los golpes y no porque no pudiera, porque si fuera una pelea real, mi
dinero estaría del lado de Preston. Lleva toda su vida peleando. No te ha
golpeado porque no le gusta hacerle daño a tu hermana. La ha protegido.

Marcus tomó varias respiraciones rápidas y duras mientras miraba a Amanda


junto a mí, antes de pasarse las manos por el pelo, en un movimiento
nervioso.

—Mierda. Pero ella ha dicho que le quiere —le dijo a Rock. Luego me miró—.
Te ama. ¿Por lo menos sabes qué hacer con eso?
Besé la cima de su cabeza.

—Cuidarlo como si fuera lo más precioso en la faz de la tierra —le contesté


con toda sinceridad.

—Demonios. Se ha vuelto todo un poeta —dijo Rock, sonriendo y sacudiendo


la cabeza—. Nunca pensé que vería este día.

Marcus se apoyó en el capó de su camioneta y cruzó los brazos sobre el


pecho, luego bajó la cabeza. Habíamos ganado. Iba a consentirlo.

—Se te cerrará el ojo por completo si no le pones algo de hielo. Marcharos, yo


me encargaré de Marcus —dijo Rock, señalando mi Jeep para que nos
fuéramos.

Quería prometerle a Marcus que nunca le haría daño, o decirle que también
la amaba. Pero no podía hacerlo. Si alguna vez se enteraba de lo que hacía
para cuidar de mi familia, le haría daño. La quería. La necesitaba. Pero, ¿la
amaba? ¿Podía amarla sin ser completamente honesto con ella?

Amanda

Preparé una bolsa de hielo mientras Preston se duchaba y limpiaba toda la


sangre de su rostro. Me encogí al pensar en su rostro maltratado. Iba a ser
difícil perdonar a Marcus. Siguió golpeando a Preston, que ni siquiera se
defendía. Sabía que Marcus iba a enfadarse, pero no sabía que sería tan
violento. Nunca lo había visto pelear con nadie, y casi nunca lo había
escuchado maldecir. Esa noche había hecho ambas cosas.

No entendía por qué no me había escuchado y me había dejado que le


explicara. Simplemente había enloquecido. Si no hubiera soltado el brazo de
Preston, no lo habría golpeado. Era culpa mía. Lo único que podría haber
hecho para protegerlo era mantenerme en la línea de fuego y me aparté
creyendo que podía conseguir que Marcus hablara. Que me escuchara.

La puerta del baño se abrió y Preston salió llevando, de nuevo, solo una toalla.
Podría acostumbrarme a eso. Sin embargo, los moratones en su cara, y su ojo
hinchado, captaron toda mi atención.

—Siéntate. Tenemos que poner algo de hielo en ese ojo —le dije antes de
empujarlo hacia el sofá.

—¿No me vas a dejar vestirme primero? —preguntó en un tono divertido.

—No. Ya hemos esperado demasiado tiempo. Siéntate.

No discutió. Se ajustó la toalla para evitar que se abriera cuando se sentara y


se recostó. Le entregué la bolsa con hielo.

—Hazlo tú. No quiero hacerte daño.


—Ojalá tuviera un bistec. Funcionaría mejor —dijo, poniéndose la bolsa sobre
el ojo. Hizo una mueca de dolor al rozarlo.

—Lo siento mucho —dije de nuevo. No podía evitarlo. Cada vez que miraba su
cara, me sentía culpable.

—Basta, Manda. —Me cogió—. Ven aquí.

Fui voluntariamente. Necesitaba sentirlo y saber que estaba bien. Además, su


pecho estaba desnudo y acurrucarme era algo que tenía muchas ganas de
hacer.

—Esperaba que Marcus viniera a por mí. Estaba como loco. No lo culpo.

Pasé los dedos sobre los músculos de su estómago.

—Fue un idiota. No puedo creer que actuara de esa manera.

Preston rio entre dientes.

—Sí, bueno, nena, hay muchas cosas de mí que no sabes. Marcus lo sabe casi
todo. Sabe lo suficiente como para no querer a su hermanita cerca de mí.

¿Qué significaba? ¿Ahora él también decía que yo era una idiota? Fui a
alejarme y los brazos de Preston se apretaron.

—¿A dónde vas? —preguntó.

Esta noche le había dicho a mi hermano que amaba a Preston. Demonios, se


lo había dicho a cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca para
escucharlo, pero Preston no me había dicho lo mismo. No había esperado que
lo hiciera. Sabía que no me amaba. Pero esperaba más que una afirmación de
su parte. Algo más que solo aceptar la molestia de Marcus como algo
justificado. Era como si estuviera de acuerdo en que yo cometía un error.

—Manda, dime lo que está mal. —Podía escuchar la preocupación en su voz.

Las lágrimas inundaron mis ojos y parpadeé para eliminarlas. No iba a llorar.
Estaba cansada de llorar por todo. No era de extrañar que Marcus me tratara
como un bebé. Actuaba como uno.

—Simplemente parece que estés de acuerdo con Marcus. Como si creyeras


que mi deseo de estar contigo es algo malo.

El cuerpo de Preston se puso rígido y luego la bolsa de hielo cayó a un lado.


Puso las manos en mi cintura y me subió a su regazo.

—Mírame, Manda —dijo suavemente.

Hice lo que me pidió y las emociones que pude ver en sus ojos fueron
suficiente. Podría no amarme, pero sentía algo muy cercano. Podía verlo.
—Nada de lo que tenemos es algo malo. No voy a mentirte: no te merezco.
Estoy muy seguro de que no soy lo suficientemente bueno para ti, pero,
siempre y cuando me quieras, soy todo tuyo.

Esa no era una declaración de amor, pero era lo más cercano que conseguiría
de Preston. Conocía lo suficiente sobre su pasado como para saber que nunca
había ido enserio con ninguna chica.

—¿Esto entre nosotros va a ser exclusivo? O es solo… —Me detuve, insegura


de cómo ponerlo en palabras. No quería decir «solo sexo», porque no se
trataba de sexo. Éramos más que eso, o al menos eso pensaba.

—Demonios sí, es exclusivo. No puedes salir con nadie más, Manda. No puedo
lidiar con eso. Esta noche estaba más que dispuesto a arrancarle los brazos a
ese chico si te tocaba.

Esto era en ambos sentidos.

—Um… ¿y tú? ¿Es exclusivo para ti? —pregunté tentativamente. Sabía que si
no podía decirme que sí, no sería capaz de hacer esto. Era muy profundo
emocionalmente.

Sonrió. Pasó la mano por mi cabello y acunó la parte posterior de mi cabeza.

—Cariño, lo único que soy capaz de ver es a ti. Es algo que nunca he
experimentado, pero ya no puedo ver a nadie más. Solo a ti.

Mi corazón se estrelló en mi pecho. Preston acercó mi cabeza lo suficiente


para que sus labios tocaran los míos. Sabía que le dolía la cara, así que le
devolví el beso suavemente. No quería hacerle daño.

—Manda, te deseo —susurró contra mis labios.

Esas no eran las dos palabras que quería escuchar, pero estaban bastante
cerca del segundo lugar. Me levanté de su regazo y me coloqué delante de él.
Dirigí mis manos a la espalda y bajé la cremallera del vestido, dejándolo caer
a mis pies.

—Santo Dios —susurró Preston.

No me había puesto sujetador y llevaba puestas las bragas más reveladoras


que poseía. Acababa de agacharme para quitarme las botas, cuando Preston
se inclinó y agarró mi brazo.

—Déjatelas puestas.

—¿Cómo voy a quitarme las bragas?

Me lanzó una sonrisa maliciosa y luego agarró mis piernas. Acariciándome


con las manos, las deslizó bajo las finas cuerdas que sostenían mis bragas y
me las sacó con un fuerte tirón.

—No quiero saber cómo has aprendido a hacer eso.

—Te compraré un montón igual a esas —prometió, atrayéndome a su regazo


mientras se quitaba la toalla.
18

Preston

—¿Podemos hacerlo así? —preguntó Amanda, con nerviosismo, mientras se


sentaba a horcajadas sobre mi regazo.

Dios, era tan malditamente inocente. Saber que había sido el único que la
había tocado, estado dentro de ella, que la había probado, empeoró mi loca
posesividad. Quería mantenerla cerca de mí y lejos de todos los demás.

—Sí, cariño, se siente muy bien de esta forma —le aseguré mientras levantaba
sus caderas—. Tendrás todo el control.

Me incliné hacia adelante y atrapé uno de sus pezones con la boca. Se


hallaban justo ahí, provocándome. No podía ignorarlos. Estaba jodidamente
seguro de ser adicto a ellos. Arqueó la espalda y dejó escapar un suave
gemido.

—Lo quiero dentro —suplicó.

Le sonreí.

—Entonces ponlo ahí.

Sus ojos se abrieron sorprendidos y luego lentamente bajó su cuerpo hasta


que la punta de mi erección tocó la entrada que los dos queríamos tanto.

—¿Solo bajo? —preguntó, mirándome de nuevo.

Si no estuviera tan increíblemente encendido, me hubiera reído.

—Sí, solo baja. —Me gustaba la forma en que sonaba.

Mordió su labio inferior mientras se movía.

—Ah, es tan bueno —gemí mientras nos atormentaba con su ritmo lento.

—Sí —jadeó—, lo es.

Se detuvo. Quería empujar de vuelta, pero me contuve. Esto iba a ser todo
para ella.

—¿Sigo así? —Respiraba rápido y duro, haciendo que sus tetas brincaran
suavemente frente a mi cara. Dios, nunca había hecho nada tan increíble
como esto.

—Sí —le aseguré.


Se hundió por completo y mis caderas se sacudieron por voluntad propia,
haciéndola gritar.

—Joder, nena —gruñí, mientras sus músculos internos apretaban mi miembro.

—Oh Dios, se siente tan bien —dijo, lanzando la cabeza hacia atrás y dándome
acceso total a su bonito cuello. Me incliné, besé y lamí muchos puntos suaves
antes de que comenzara a moverse. Levantando las caderas, dijo—: Quiero
moverme.

—Arriba y abajo, nena. Tan rápido o tan lento como quieras. Es tu cabalgata.

—Oh —suspiró y sus ojos se expandieron ante mis palabras.

Se relajó y tuve que cerrar los puños a ambos lados para contenerme y no
tomar el control. Esto me ponía jodidamente loco. Estaba tentando a ponerla
sobre la espalda y bombear hasta saciarnos los dos, per verla experimentar
esto por primera vez, era algo que nunca olvidaría.

—Preston —jadeó.

—¿Sí, nena?

—¿Puedo ir más rápido? Quiero ir más rápido.

Ah, infiernos, sí.

—Móntame tan rápido y tan duro como quieras. Si a ti te gusta, para mí es


increíble. Lo prometo. No puedes hacerlo mal.

Asintió y puso las dos manos sobre mis hombros, luego se elevó sobre mí y se
hundió de nuevo rápido.

—¡AH!

Lo hizo de nuevo, más duro esta vez. Era lo más increíble que había sentido
alguna vez. Era más caliente que antes y más suave…

¡MIERDA!

No me había puesto condón. Mierda, mierda, mierda.

Agarré su cintura cuando empezaba a coger el ritmo y la detuve.

—No, por favor —rogó, hundiéndose otra vez sobre mí—. Sí, oh Dios, Preston.

Jódeme. ¿Cómo iba a detener esto?

Levantó sus caderas y se hundió de nuevo en mí, duro y luego gritó. Estaba
tan cerca. Si no estuviera tan seguro de que yo dispararía como un maldito
cañón cuando se corriera, la dejaría terminar.

—Manda, tengo que ponerme un condón.

No se detuvo como esperaba. Levantó las caderas más rápido y se sacudió


adelante y atrás mientras hacía pequeños gemidos sexys que me ponían al
borde.

—Manda, un condón, nena. Me he olvidado del condón.

—Está bien. Tomo la píldora —dijo antes de caer de nuevo y balancear las
caderas adelante y atrás.

¿Por qué coño tomaba la píldora?

—Preston, ¡AH! Preston —gritó, agarrando mis hombros mientras empezaba a


temblar sobre mi regazo.

No pude contenerlo. Envolví los brazos a su alrededor y enterré mi cara en su


hombro mientras disparaba mi liberación en su interior.

Amanda

No quería moverme. Nunca. Preston estaba dentro de mí. Me sentía


completamente satisfecha y su boca mordisqueaba mi cuello. No había duda
de por qué a las chicas de la universidad les gustaba tanto el sexo. Nada que
haya hecho debajo de las sábanas en mi cama se parecía a esto.

—¿Por qué tomas la píldora? —preguntó Preston contra mi cuello.

Sonriendo, arqueé el cuello un poco más para que pudiera cubrir más piel.

—Por los periodos malos e irregulares. He tomado la píldora desde que tenía
dieciséis.

Nunca pensé que el hecho de tomar una pequeña píldora cada día fuera tan
práctico.

—Nunca he tenido sexo sin condón —dijo, inclinando la cabeza para mirarme
—. Estar dentro de ti sin nada entre nosotros ha sido la mejor experiencia de
mi vida.

Mi cuerpo se encendió. Saber que lo había disfrutado tanto como yo fue


incluso mejor.

Preston se inclinó y me besó.

—Sin embargo, no es seguro. Aunque haya sido la ostia no podemos hacerlo


de nuevo. Hay que protegerte… tengo protección. ¿Podemos hacer esto de
nuevo?
—Si te portas bien… —bromeé.

Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta alcanzar la parte baja.

—Puedo ser muy bueno. Tan malditamente bueno que querrás desnudarte
para mí todo el tiempo.

Riendo, moví las caderas y lo sentí semiduro dentro de mí. Oh.

—Manda, si no te bajas, pronto vamos a tener un segundo round.

Me moví un poco más en su regazo y esta vez se rio.

—Vas a matarme. Muerte por sexo con la mujer más ardiente del planeta. Es
una forma magnífica de morir.

Un golpe en la puerta me sobresaltó y Preston se tensó debajo de mí. Miré de


la puerta a él y me levantó de su regazo. Luego me dio una toalla. —Ve al
baño y date una ducha.

Me preocupó que pudiera ser Marcus. No quería que le hiciera más daño a
Preston. Enrollé la toalla a mí alrededor y me levanté.

Preston señaló el baño, y negué con la cabeza.

—Puede ser Marcus.

Preston rio.

—Bueno, que estés así no va a ayudar.

—No puedes abrir la puerta desnudo —señalé.

Se miró y rio.

—No, no puedo. —Entonces entró en la habitación.

Otro golpe y un:

—Sé que estás ahí. Abre la maldita puerta. —Nos dijo que era Dewayne.

Preston salió de la habitación con unos pantalones y señaló el baño.

—Es Dewayne y los dos sabemos que no ha venido a darme una paliza. Ve a
ducharte y no salgas en toalla.

Sonriendo, fui hacia el baño y cerré la puerta detrás de mí.

Presioné la oreja contra la puerta, queriendo escuchar lo que iba a decirle


Dewayne antes de abrir el grifo. Podría estar aquí para advertirnos de que
Marcus estaba en camino.

—¿Está aquí? —preguntó Dewayne.

—Las noticias viajan rápido.

Dewayne dejó salir una carcajada.

—Diablos, sí. Te has liado con la hermana de Marcus, eso es algo jodido.
Incluso para ti.

—Cállate, D. ¿Qué quieres, además de saber si Amanda está aquí?

—Ah, ya sabes, lo de siempre. Has dejado a Marcus preparado para darle un


puñetazo a cualquiera que lo mire de manera equivocada. Rock y yo tenemos
que evitar que lo metan en la cárcel. Así que necesito saberlo, ¿solo te la estás
follando o es más que eso?

—Es Amanda, D. No digas eso. Nunca.

Hubo una pausa.

—Así que Rock tenía razón. Para que te líes con Amanda tiene que haber una
razón mayor. Te tiene pillado.

—Me he sentido atraído por ella durante años, pero era demasiado joven. Ya
no lo es y… es diferente con ella. Todo es diferente.

Escucharlo admitir que era diferente conmigo hizo desaparecer la


preocupación de que nunca podría amarme. Saber que sentía algo lo
cambiaba todo.

—Diría que es tu problema, pero desde que éramos niños si algo iba mal con
alguno de nosotros, se convertía en asunto de todos. Solo ten cuidado. Sé
mierda que probablemente tú no. Y no es el tipo de cosas sobre las que se
construyen las relaciones. Manda no es el tipo de chica que usas un rato y la
tiras.

—Lo sé. ¿No crees que lo sé, maldita sea?

Otro momento de silencio y entonces la puerta de la entrada se abrió y se


cerró de nuevo. Me alejé y cogí aire.

La puerta del baño se abrió y Preston entró con una sonrisa malvada en su
rostro.

—Ya que me has esperado mientras escuchabas la conversación, creo que


debería ayudarte a limpiarte y puedes enseñarme tus habilidades de canto en
la ducha. He estado esperando todo el maldito día para escucharlas.
19

Preston

Dejar que Amanda se fuera a casa fue difícil. Quería tenerla allí. Cada vez que
salía por mi puerta, me preocupaba que no fuera a volver. Que descubriera la
verdad sobre mí. Esa noche era la cena familiar en su casa. Me contó que su
hermano le había pedido que no se lo dijera a su madre. No estaba lo
suficientemente estable emocionalmente como para lidiar con ello.

No esperaba que su madre me aceptase. Sabía que yo era del lado equivocado
de la ciudad. Sabía que me había metido en problemas durante el instituto y
que Marcus tuvo que rescatarme más de una vez. A sus ojos, era un caso de
caridad de Marcus y nunca sería lo suficientemente bueno para su hija.

Mi teléfono vibró en el bolsillo, recordándome mi cita. Cada vez que tenía que
ir a trabajar, lo odiaba más. Había empezado a buscar en el periódico un
trabajo que pagara lo suficiente como para cuidar a los niños y que se
adaptara a mi horario de clases y a la temporada de béisbol, cuando se
pusiera en marcha. Hasta ahora no había nada. No calificaba para nada. Pero
no iba a renunciar. Tenía que encontrar una manera de salir de esta. Quería
ser digno de Amanda y sabía que nunca lo sería mientras continuara haciendo
lo que hacía.

Estiré la mano y cogí las llaves. Tenía que ir. Si quería mantener mi beca y
alimentar a los niños, tenía que hacerlo.

Subí por la parte posterior de la casa de ladrillo de tres pisos que pertenecía a
nuestro ilustre alcalde. Él se follaba a su secretaria y su esposa me pagaba
por el mismo servicio. Llevaba más de un año haciéndolo.

Tuve que aparcar a un kilómetro de la carretera, subir hasta la parte trasera


de la casa y usar la puerta de atrás. Ella la había dejado desbloqueada.

Al abrir la puerta, entré y me dirigí a la escalera. A veces me recibía con


alguna ridícula pieza de ropa interior y otras estaba en la cama desnuda,
bebiendo vino. Dependía de su estado de ánimo.

Llegué al primer escalón y escuché voces. Eso no podía ser bueno. Siempre
estaba sola cuando me llamaba. Me congelé y escuché. Era otra mujer. La voz
me era familiar, pero no la pude identificar. Esperaba que no hubiera invitado
a otra de mis clientas para un trío. Cobraba extra por eso y en aquel momento
no estaba seguro de poder lograrlo. Que se me levantara solo por ella iba a
ser bastante difícil. Últimamente, tenía que cerrar los ojos y fingir, era lo
único que funcionaba.
—Te veré en la reunión del comité de la semana que viene. Gracias, Janice,
por ofrecerte a ayudar. Tener tu nombre detrás de esto, siempre atraerá a
más voluntarios. —Janice era la esposa del alcalde. Estaba atendiendo a una
visita inesperada y se acercaban a la esquina. Mierda.

Me dispuse a huir, cuando la señora Hardy dobló la esquina y nuestros ojos se


encontraron. Joder.

Los ojos de Janice me encontraron y se abrieron por la sorpresa. Ella tampoco


esperaba que las atrapara.

Me quedé quieto como una estatua ante el choque de trenes que estaba
teniendo lugar. ¿Cómo iba a explicarlo? No necesitaba que esta mujer supiera
lo que hacía. Iba a encontrar otro trabajo y cuando lo hiciera, iba a ser digno
de Amanda. Que su madre supiera mi sucio secreto lo arruinaría todo; se lo
diría a Amanda. Y si alguna vez descubría lo mío con Amanda, sería el final.

—Oh, Preston. Estoy tan contenta de que estés aquí. El, um, inodoro roto está
arriba a la izquierda. Simplemente sigue por este camino. — La sonrisa
forzada de Janice y su voz aguda no fueron muy convincentes—. Ve y
arréglalo. —Agitó la mano y le sonrió a la madre de Amanda.

Los ojos de la señora Hardy seguían fijos en los míos. Ataba cabos, maldita
sea.

—Sí, señora. Creía que también había mencionado que se le había roto la
lavadora. —Yo era condenadamente mucho más convincente.

Asintió con nerviosismo.

—Sí, así es. Pero pasa y arregla el inodoro primero, es más necesario.

Asentí y me dirigí hacia las escaleras, rezando para que la señora Hardy se
creyera esta mierda.

—Que chico más agradable. Puede arreglar cualquier cosa —dijo Janice en el
mismo tono nervioso y agudo.

—¿De verdad? —preguntó la señora Hardy. El tono de su voz hizo que mi


estómago se retorciera. Lo sabía.

Malditos demonios. Lo sabía.

Amanda

Preston se había ido de nuevo. Recibió una llamada de su entrenador y tuvo


que salir de forma inesperada. Estaba de camino a su apartamento, pues
íbamos a ir a la playa. Solo quedaban un par de semanas de calor antes de
que empezara a soplar el aire otoñal, haciendo imposible disfrutar de la playa.
Me puse a leer los mensajes de texto antiguos para matar el rato, y vi uno de
Jason. Habían pasado dos semanas desde que lo había enviado. No había
vuelto a recibir más. Había estado tan absorbida con todo lo de Preston que
no me había centrado en nada más.

Yo: Siento no haber respondido. Con el inicio de las clases y todo lo demás, he
estado ocupada.

Tal vez tendría que haberle llamado. Dos semanas era más que descortés. La
respuesta de Jason apareció en la pantalla.

Jason: Está bien. He hablado con Sadie. Sé que estás saliendo con alguien. Un
tipo con suerte.

Sadie no había mencionado a Jason cuando hablamos. Parecía alegrarse por


mí, pero también me preocupaba.

Yo: Sí. Cierto. Sin embargo, debería haber contestado. Lo siento mucho.

Jason: No te preocupes por eso. Prométeme que si las cosas no salen bien, me
llamarás. Guarda este número.

Era muy dulce. Si las cosas no salían bien, estaría destrozada. No habría
llamadas para nadie.

Yo: Lo tendré en cuenta. Gracias de nuevo por la oferta. Volar a Nueva York
para cenar hubiera sido genial.

Jason: La oferta se mantiene en pie. Solo dilo.

La puerta del apartamento se abrió y Preston entró con el ceño fruncido. Solo
había estado fuera una hora y media y no había sudado mucho.

—Hola —dije, dejando el teléfono para levantarme y acercarme a él.

Levantó las manos para frenarme.

—Estoy asqueroso. Déjame darme una ducha. —No dijo nada más. Se fue
hacia el cuarto de baño y cerró la puerta. Con fuerza. ¿Estaba enfadado
porque seguía aquí, esperándole?

Mi teléfono sonó, avisándome de que tenía un mensaje nuevo. Alargué la


mano para cogerlo.

Jason: Tengo una invitación para la boda de tu hermano. Willow debe haberla
enviado pensando que había algo entre nosotros.

Yo: ¿Vas a venir?

Por favor, Dios, no. Preston no sería amable con él. No sería capaz de hablar
con él si quería mantener calmado a Preston.
Jason: Me gustaría.

¿Por qué decía eso? No podía ser grosera. Sadie y Jax venían también. La
puerta del baño se abrió.

—Lo siento, estaba de mal humor cuando he llegado —dijo Preston, saliendo
del cuarto de baño.

Levanté la vista de mi teléfono.

—Está bien. Me preocupaba que quisieras que me fuera. Puedo irme si tienes
cosas que hacer.

Preston frunció el ceño y acortó la distancia entre nosotros.

—Dios, no. Te quiero conmigo. Acabo de tener una mala tarde. Odio tener que
dejarte.

—No has estado fuera tanto rato. Tenemos tiempo para estar en la playa
antes de que se ponga el sol.

Preston se inclinó y me besó.

Sonó la alerta de mensaje nuevo.

Oh, mierda.

Preston se echó hacia atrás y miró el teléfono.

Jason: No me has dicho que no. Lo tomaré como un sí.

No me moví. Preston lo había leído. Borrarlo ahora no cambiaría eso. Ni


siquiera estaba segura de si aquello iba a suponer un problema, así que
esperé una reacción.

—¿Jason? ¿Jason Stone?

Asentí. El gruñido que salió de él me dejó claro que iba a ser un problema
muy grande.

Cogió el teléfono y yo le dejé; no había dicho nada malo.

Desplazó hacia arriba el visor y leyó nuestros mensajes. Cuando volvió de


nuevo al último, levantó la mirada para encontrarse con la mía.

—¿Es eso lo que quieres, Manda? ¿Un paseo en jet privado a Nueva York? —
Lanzó el teléfono sobre la mesa y se fue hacia su habitación. Di un salto
cuando su puerta se cerró detrás de él.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Ni siquiera me había dejado explicarme.


Simplemente se había marchado enfadado. No le había dicho qué lo quisiera,
simplemente había sido educada.

La puerta se abrió y me eché hacia atrás, sin estar segura de si debía irme o
defenderme. No estaba acostumbrada a que un hombre se enfadara conmigo.
Daba miedo. Mi padre nunca me había gritado y hasta la noche en que
Marcus se enteró de que Preston y yo estábamos juntos, tampoco me había
gritado él. Mi corazón latía apresurado y sentía náuseas.

Preston señaló a mi teléfono.

—¿Hablas con él a menudo? ¿Eh?

Negué.

—No —balbuceé.

—Está claro que sí. Tiene dinero. Tu hermano seguro que lo aprueba, si le ha
enviado una invitación para la boda.

—No sabía nada de la invitación.

Preston dejó escapar una risa dura y enfadada.

—Sin embargo, si que sabías lo del paseo en jet a Nueva York, ¿no es así?
Además, parece que has estado todo el día intercambiando mensajes con él.

—Me había olvidado de responder el último mensaje que me había mandado.


Intentaba ser educada. Es el hermano de Jax —le expliqué.

Preston se dio la vuelta y dio un puñetazo a la pared.

—Al diablo con eso, Manda. Le has escrito un mensaje, querías hablar con él.

Una lágrima rodó por mi rostro; no sabía que decirle para que entendiera la
situación. Estaba tan enfadado. Por primera vez en la historia, quería salir de
su apartamento. Quería irme a algún rincón y llorar.

Me acerqué al sofa y cogí el teléfono, luego levanté la bolsa de la playa y me


dirigí hacia la puerta. No le miré. No podía o rompería a llorar.

No quería que me viera llorar. Quería estar enfadada con él y gritarle y


decirle lo estúpido que era, pero el nudo en la garganta me lo impedía. Corrí
hacia la puerta y bajé las escaleras. Cuando llegué al último escalón, me eché
a llorar. No había sido capaz de llegar al coche. Limpiándome la cara, me
puse las gafas de sol, y me dirigí al coche.

El sonido de pasos corriendo por las escaleras me asustó y me di vuelta justo


a tiempo para ver a Preston corriendo detrás de mí.

—Manda, espera. Lo siento. No te vayas, por favor.


Una persona inteligente hubiera seguido andando. Yo no era una persona
inteligente.

La cara de pánico de Preston mientras me suplicaba que no me fuera, era más


poderosa que el sentido común.

—Soy un idiota. Dios, cariño. Lo siento mucho. Estaba enfadado y ver los
mensajes ha terminado de rematarme. No te mentiré, estoy
endemoniadamente celoso. Eres mía y él va detrás de ti. Tiene dinero y la
aprobación de tu familia. Dos cosas que yo no tengo. Me gustaría ser capaz de
llevarte a Nueva York en un maldito jet y a cualquier otro lugar que desees ir,
pero no puedo.

Esa era la única explicación que necesitaba. Lo entendía. Recorrí los pocos
pasos que nos separaban, le agarré la cara y lo besé salvajemente. Fui
posesiva. Necesitaba que entendiese que todo lo que quería era a él. No un
paseo en avión ni una cena de lujo. Gimió, enterró las manos en mi pelo y me
acercó más a él. Controlé el beso. Le mordí el labio, incité a su lengua para
que entrara y la chupé con fuerza, antes de zambullirme en su calor. Cuando
por fin rompí el beso, los dos respirábamos de forma entrecortada.

—Maldita sea —susurró.

—Nadie puede compararse contigo. Nadie. Métete eso en la cabeza —le dije,
y deslicé la mano por su pecho—. No necesito jets ni lugares de lujo. Solo te
necesito a ti.
20

Preston

Amanda se había quedado dormida sobre su estómago. Después de haber


tonteado en el agua hasta que estuvimos satisfechos, nos tiramos sobre la
toalla y tras darle crema en la espalda, se había quedado dormida.

Me quedé allí observando como dormía durante más de media hora. Reprimí
el impulso de cubrir su culo. Cada vez que sentía unos ojos mirándonos, me
aseguraba de que no la mirarán.

Tras dejarla para ir a trabajar, estaba cabreado de nuevo. Seguía buscando un


trabajo que pudiera pagar lo que necesitaba. Incluso buscaba uno de noche.
Cualquier cosa que me sacara de ese infierno en el que me encontraba.

Ver el mensaje de Jason Stone había sido lo que necesitaba para convencerme
de que Amanda se merecía más de lo que recibía. Ni siquiera podía decirle
que la amaba. Ella no me lo había vuelto a decir. Se lo había dicho a su
hermano y eso había sido todo.

Sabía que ella quería que se lo dijera, pero ¿cómo podía? ¿La quería? Sí. ¿La
necesitaba para respirar? Sí. ¿Podría imaginar mi vida sin ella? No. ¿Pero
podía estar verdaderamente enamorado de ella y al mismo tiempo engañarla?
No, eso seguro. El amor era sincero. Era puro. Yo no era ninguna de esas
cosas. Entonces, ¿cómo podía amarla?

Sus pestañas revolotearon y se abrieron lentamente. La bella durmiente se


despertaba. Me dolía el pecho con solo mirarla. Era increíble. Todo en ella lo
era.

—¿Me estás observando mientras duermo? —preguntó, sonriéndome.

—Es fascinante —le contesté.

Hundió la cara en la toalla, pero pude ver la sonrisa de satisfacción en su


rostro. Nunca pedía piropos, pero los necesitaba. Eso me sorprendió. Pensaba
que al crecer había recibido suficientes, pero en aquel momento me
preguntaba si no era así. Tenía un padre que trabajaba todo el tiempo y una
madre que estaba en todos los comités de la ciudad. ¿Acaso había sido la niña
rica en su castillo de cristal a la que habían dejado sola y que solo tenía a su
hermano para decirle lo hermosa e increíble que era, y que se merecía a
alguien mejor que un perdedor como yo?

Se incorporó y se estiró. Cada centímetro dorado de su cuerpo estaba a la


vista.

—Esta noche tengo otra cena familiar, así que voy a tener que volver a casa
pronto —dijo, con el ceño fruncido.
Tenía una cena familiar cada semana. Desde que su padre los había dejado,
nunca se la perdía. Era importante para su madre y no quería molestarla.

—Vale. Me quedaré en casa haciendo algunos trabajos de la universidad.


Esperaré a que te vayas a la cama y me mandes un mensaje picante.

Rio y se recogió el pelo en un moño. Me encantaba verla hacer pequeñas


cosas como esa. Podría sentarme y mirarla todo el maldito día y nunca
aburrirme.

—Mensaje picante, ¿eh? Pensé que se llamaba sextear—respondió.

La agarré y tiré de ella hasta tenerla sobre mí.

—Oh, sí, podemos sextear todo lo que desees. Me puedes decir todo lo que
quieres que te haga y te diré lo que voy a hacer —le susurre al oído y luego le
di un mordisco.

—Mmm, vale. Me gusta la idea —respondió.

Sonriendo, deslicé la rodilla entre sus piernas.

—Solo tienes que prometerme que manosearas ese pequeño coño para mí.

Amanda abrió la boca y me dio una palmada en el brazo.

—Eres tan malo, Preston Drake.

—Solo contigo, nena. Solo contigo.

Su teléfono comenzó a reproducir esa canción country sobre vaqueros y los


ángeles que sonaba cada vez que la llamaban. Necesitaba cambiarla.
Empezaba a sentir celos de cualquier tipo con un sombrero de vaquero.

—Es Willow —dijo, mirándome—. No sabe nada sobre nosotros. Marcus no le


ha dicho nada porque tiene miedo de que se lo diga a mamá y quiere esperar
a después de la boda, para no añadir más drama.

Mierda. Asumía que nunca se lo diría a su madre. O por lo menos, para


entonces, esperaba tener otro trabajo y ser capaz de negarlo. La señora
Hardy no tenía ninguna prueba. Lo único que le habían dicho es que había ido
allí para arreglar una tubería. Tenía que encontrar otro trabajo antes de esta
maldita boda.

—Hola —dijo—. Sip. Allí estaré. ¿Has llevado el vestido a casa? ¡Sí!
Esperemos que me vaya bien. Tengo la impresión de que he ganado peso… Si
es así, me pondré a dieta. Lo prometo… Nos vemos en un rato.

Amanda colgó y sonrió antes de apartarse de mí y ponerse de pie.

—Tengo que ir a casa y darme una ducha antes de la cena. Low traerá mi
vestido de dama de honor.

No quería que me dejara, pero también necesitaba tiempo para encontrar un


trabajo.

—Estaré esperando mi sexteo.

Amanda

Mamá estuvo rara toda la noche. Normalmente le alegraban las cenas


familiares. Adoraba a Willow y poder ayudarle en la planificación de la boda
—que ahora sería en la playa en lugar de la iglesia. Solía esperar con ganas
esos momentos.

Apenas dijo nada sobre mi vestido, que encajaba a la perfección, para mi


alivio. A pesar de estar discutiendo sobre el color de la tarta nupcial o si debía
ser de queso o chocolate, permaneció callada mirando por la ventana.

Cuando la puerta se cerró detrás de Marcus y Willow, me dirigí hacía las


escaleras.

—Tenemos que hablar.

Me detuve y miré a mi madre. Estaba de pie en la parte inferior de las


escaleras con los brazos cruzados, mirándome. Ocurría algo malo.

—Vale —le dije, bajando las escaleras y siguiéndola, de camino a la sala de


estar.

—Siéntate, Amanda.

De repente estaba muy nerviosa. El tono grave de su voz no era algo a lo que
estuviera acostumbrada. No tenía la menor idea de que iba todo aquello. A
menos que… ella supiera lo de Preston. Aquello podía ser malo, pero por lo
menos íbamos a aclarar las cosas y no tendría que ocultárselo. Además,
estaba segura de que cuando lo conociera, iba a gustarle.

—Hoy he recibido una llamada interesante de un amigo mío. Era alguien que
te ha visto en la playa.

Así que se trataba de Preston.

—¿Entonces ya sabes con quién he ido?

Asintió.

—Preston Drake.

—Escucha, mamá. Sé que no lo apruebas. Pero todo lo que sabes de él es que


su madre es de clase baja y se crió con dificultades. Se ha metido en algunos
problemas al crecer, pero ahora es diferente. Si solo…
—Se acuesta con mujeres por dinero. Es un gigoló, Amanda. Uno muy bien
pagado…

Estallé en un ataque de risa. ¿Dónde había escuchado eso? Era ridículo. Cómo
se le podía ocurrir esa locura.

—Esto no es una broma, Amanda. Lo he visto.

¿Lo ha visto? ¿Qué diablos significaba eso? ¿Cómo que lo había visto?

—Mamá, lo que sea que crees que has visto, no es así. Preston no se acuesta
con mujeres por dinero.

Mamá se sentó en la silla frente a mí.

—Fui a visitar a Janice. Ella se había ofrecido a realizar algunos trabajos en el


comité de fiestas del mar. No me esperaba y me di cuenta de que parecía algo
nerviosa. Hablamos durante unos treinta minutos. Cuando íbamos hacia la
puerta, Preston Drake subía sigilosamente su escalera. Se detuvo y me miró,
como un ciervo encandilado por los faros. Janice se puso nerviosa y se inventó
que Preston había ido a arreglar su inodoro. Ese chico no estaba allí para
arreglar nada.

Tenía que haber una explicación. No era posible que subiera por la escalera
del alcalde para acostarse con su mujer. Aquello era Sea Breeze, Alabama. No
Los Ángeles. ¿Qué demonios le pasaba a mi madre?

—¿Quieres decir que crees que Preston fue para ofrecerle sus servicios a
Janice? Eso es una locura, mamá. Es muy probable que estuviera allí para
ayudarle a arreglar su inodoro. A veces hace trabajos ocasionales.

Mi madre dejó escapar un suspiro cansado y su rostro se ensombreció.

—Me quedé un rato fuera, tras cerrar la puerta y miré por la ventana de su
dormitorio. Preston Drake estaba allí. Cerró la cortina y la sombre de Janice
apareció a su lado.

—Era una sombra, mamá.

—Al día siguiente se lo dije a Blanche. Creí que si alguien sabía algo, sería
ella. Blanche le paga a Preston por sexo. Lo ha estado haciendo desde que se
divorció de Ken. Al parecer, tiene una lista de clientas discretas entre las
mujeres ricas de esta ciudad. Preston es un gigoló de lujo que sirve a mujeres
atractivas de edad. No hace trabajos ocasionales, Amanda.

Era un sueño. Tenía que estar soñando. Aquello era una pesadilla y estaba a
punto de despertar. Sacudí la cabeza y me levanté. No podía quedarme allí
sentada y escuchar todo eso. No podía creérmelo. Preston era demasiado
bueno. Nunca me mentiría sobre algo así de importante.

—Me preocupaba que no me creyeras. Has caído bajo sus ojos de niño bonito.
¿Por qué no se lo preguntas? A ver qué te dice. Mira su reacción. Luego
vuelves y me cuentas que todo esto es una mentira.

Cogí las llaves y corrí. Preston podría explicármelo. No podía ser cierto.
21

Preston

Había estado mirando el teléfono durante la última hora, esperando que


Amanda me mandara un mensaje. Tras revisar de nuevo las páginas web de
trabajos por Internet, seguía con las manos vacías. Si hubiera estudiado
soldadura en el colegio, tendría un trabajo a estas alturas. Si no necesitara el
dinero ahora mismo, aún estudiaría eso. De esa manera, podría trabajar más
horas de las que caben en mi horario y hacer dinero más que suficiente para
cubrir nuestras necesidades.

Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Dejé el teléfono y fui


hacia la puerta. Eran más de las once. ¿Quién diablos venía a verme tan
tarde?

Cuando abrí, Amanda entró como una tromba.

—Tengo que hacerte una pregunta. Va a parecerte ridículo, pero necesito que
me escuches y luego me expliques lo equivocada que está mi madre.

Su madre. No. Dios, no. No era capaz de hablar. Mi voz había desaparecido.
Esto no podía suceder. Ahora no. No había tenido tiempo de arreglarlo.

—Preston, te has puesto pálido.

No podía mirarla. Ella lo sabía. No se lo había creído, pero lo sabía.

—Me estás asustando. Preston, mírame.

Necesitaba que lo dijera.

—¿Qué te ha dicho tu madre?

Iba a mentir. Necesitaba una mentira para salir de esta. No podía perderla.

—Me ha dicho… —Amanda dejó escapar un suspiro de frustración—. Ni


siquiera puedo creer que vaya a decir esto en voz alta.

No se lo creía. Podría convencerla de que no era cierto. Podría decirle


cualquier cosa. Las mujeres con las que trabajaba no querían que saliera la
verdad. Nunca apoyarían la historia de su madre.

—Solo dímelo —insistí, haciendo contacto visual con ella.

Se pasó la mano por el pelo y miró al sofá.

—¿Quieres sentarte? Es un poco increíble y puede que me lleve algo de


tiempo explicarme.
Era una buena idea tenerla lo más lejos de la puerta, por si salía corriendo.

—Por supuesto.

La seguí hasta el sofá y me senté en la silla frente a ella. No estaba seguro de


como sonaría mi voz y sentarme demasiado cerca podía no ser bueno, además
quería ver su rostro.

—Mi madre se ha enterado de que tú y yo estamos saliendo. Al parecer,


alguien nos ha visto en la playa. Está molesta, algo que ya me esperaba. Pero
no por la razón que yo esperaba. —Envolvía un mechón de pelo con
nerviosismo—. Mi madre te vio en casa del alcalde. Subiendo las escaleras…
—Su voz se desvaneció. Quería que dijera algo. ¿Qué podía decir? No podía
negar que había ido. Aquella era mi oportunidad para mentir; para cubrir ese
desastre, pero no abrí la boca. No pude decir nada para calmarla.

—Me ha dicho que te escondiste en la planta de arriba y que Janice estaba


muy nerviosa. Y que luego, cuando se fue, te vio por la ventana de la
habitación cerrando las cortinas y la sombra de Janice junto a ti.

De nuevo, era mi oportunidad para mentirle. Pero no pude. Las mentiras no


quisieron salir.

—Preston, di algo.

Me di cuenta, sentado allí, mirándola, que la amaba. Tenía razón. Cuando


amas a alguien, no puedes mentirle. Duele demasiado. Es un engaño que va
demasiado profundo.

—Recuerdo haberla visto —contesté por fin.

Amanda arqueó las cejas.

—¿Y? ¿Entraste en la habitación de Janice?

La verdad iba a arrancarme el corazón, pero era lo que me merecía. Lo que


siempre había merecido.

—Sí.

Amanda no dijo nada. Se sentó allí mirándome fijamente, conmocionada.


Sabía que esperaba una razón que explicara por qué me encontraba en la
habitación de Janice, una razón diferente a la de su madre. Deseaba tenerla.

—Mi madre me ha dicho que Blanche Turner le contó que te paga por
acostarte con ella. Que lo hacen muchas mujeres. Dime que no es cierto,
Preston. No me creo que hagas algo así.

Me puse de pie, porque permanecer sentado era imposible. Aquel era el


momento que había temido desde que había dejado entrar a Amanda.
—Tengo clases, béisbol, otras tres bocas que alimentar y pagar las facturas de
otra casa. Tres niños no son baratos. Tengo que asegurarme de que están
alimentados y mantener mi beca, lo que significa no perderme los
entrenamientos de béisbol y no suspender ninguna asignatura. Es más
responsabilidad de la que tienen la mayoría de los adultos, Manda.

Amanda se puso de pie.

—¿Me estas diciendo que esto es verdad? ¿Durante todo este tiempo, me has
estado dejando para ir a revolcarte con otras mujeres por dinero?

—No significan nada para mí. Lo saben. No hay emoción. Solo sexo. Es más
dinero del que podría hacer trabajando en cualquier otra cosa. Sirve para los
niños y no tengo que preocuparme por cómo voy a pagar su electricidad o
cómo voy a pagar los frenos o los neumáticos nuevos de mi madre.

Amanda sacudió la cabeza. Me destrozaba la incredulidad en sus ojos.

—¿Nunca has pensado en hablarme de esto? ¿Cuánto tiempo llevas


haciéndolo?

—Tres años.

—¿Tres años? ¿Así que empezaste a salir conmigo y me dejaste prometerte


exclusividad, diciéndome que no estarías con nadie más, mientras me dejabas
para revolcarte con otras mujeres?

—¡No! Era solo sexo. No sentí nada por ellas. Nunca. Eran un trabajo. Eso es
todo lo que han sido.

—Pero no me lo dijiste…

—No se lo he dicho a nadie, Manda. No es algo de lo que me sienta orgulloso.


Intenté alejarte. Intenté decirte que no era bueno para ti, pero no parabas.
Seguiste acercándote y te quería tanto.

—Dejaste que me enamorara de ti —dijo Amanda mientras se le escapaba un


sollozo.

Y yo me había enamorado de ella. No podía decírselo. De esta manera no.


Pensaría que lo decía para quedarme a su lado. No quería que dudara. Si se lo
decía ahora, nunca lo creería.

—Estoy buscando otro trabajo. Intento encontrar algo más que hacer. No
quiero seguir con esto. Quiero ser digno de ti. De tu amor. Solo necesito un
poco más de tiempo.

Amanda se tapó la boca mientras se le escapaba otro sollozo. Sacudió la


cabeza.

—No. Esto no funciona así. Debiste habérmelo dicho. Me has puesto en


ridículo. Pensé que lo que teníamos era especial para ti. Sabía que no me
amabas, pero pensé que te preocupabas por mí. Sin embargo, todo este
tiempo, me dejabas aquí para ir a tener relaciones sexuales con otras
mujeres. No me importa que te pagaran. Es lo que hiciste. Nunca hubiera
podido dejar que otro chico me tocara. No estando contigo. No habría sido
capaz de soportarlo. —Se limpió las lágrimas que corrían por su rostro.

—Necesitaba el dinero…

—No, Preston. Eso no es una excusa suficientemente buena para mí. Debiste
habérmelo dicho al principio. Antes de que me enamorara locamente de ti.
Nunca debiste haberme pedido exclusividad y dejarme creer que hacías lo
mismo. —Se giró y se dirigió a la puerta. Eso era todo.

¡No!

Corrí tras ella y la abracé. Era el momento de suplicar.

—Te juro que encontraré otra forma de ganar dinero. Nunca me he


preocupado por ninguna de ellas. Solo tú, Manda. Siempre has sido tú. No
salgas de aquí. No puedo perderte.

Estaba rígida.

—Cuando escogiste acostarte con otras mujeres y mentirme, en ese momento


decidiste que podrías perderme. Sabías desde el principio que si lo
averiguaba me iría, pero de todos modos lo hiciste. Déjame ir, Preston.

Me merecía eso. Cada momento de la agonía y el dolor que sentía, me lo


merecía. Dejé caer los brazos y observé con impotencia como Amanda abría la
puerta y salía sin mirar atrás.

No volvería. Aquello era nuestro final. Así como me había dado cuenta de que
no podía seguir mintiéndole porque la amaba, ella se había dado cuenta de
que no puedes amar una mentira.

Amanda

Cuando abrí la puerta de casa, mi madre estaba esperándome. La ira que


había sentido, había desaparecido, sustituida por un dolor frío y adormecedor.

—¿Y? —preguntó.

—No volveré a verle de nuevo si te comprometes a no decírselo nunca a


Marcus. No quiero que lo sepa. Si se lo dices a Marcus, volveré con Preston
Drake. No serás capaz de detenerme. Pero puedo prometerte que no hablaré
con él de nuevo si me prometes que nunca se lo dirás a nadie. Especialmente
a mi hermano. No necesita saberlo.

Mamá frunció el ceño.


—¿Sabe lo tuyo con Preston?

—Sí. Lo sabe.

No le gustó la idea.

—¿Qué se supone que tengo que decirle si pregunta por qué ya no estáis
juntos?

Me encogí de hombros.

—Dile que he cambiado de opinión y me he dado cuenta de que, después de


todo, Preston no era lo suficientemente bueno para mí. O dile que estoy
saliendo con Jason Stone. Pero no le digas la verdad.

Podía mentir sobre el por qué había terminado todo. Toda la relación había
sido una gran mentira. Parecía lo más apropiado. Pasé junto a mi madre y
subí las escaleras. No creía que pudiera dormir esa noche, pero quería estar
sola. Mi corazón roto necesitaba privacidad para llorar. Los corazones no se
dan cuenta de que les han mentido. Siguen amando de todos modos.
22

Preston

Rock estaba apoyado en mi Jeep cuando salí del gimnasio. Tenía los brazos
cruzados sobre el pecho y llevaba unas gafas de aviador negras. No le había
visto desde hacía más de una semana. Aparte de ir a clase, al gimnasio y a la
caravana de mi madre para ver a los niños, no había visto a nadie ni salido.
Tampoco había trabajado y casi no tenía dinero, pero no iba a ser capaz de
hacer lo que había estado haciendo nunca más.

—¿Me estás siguiendo? —le pregunté, echando la bolsa del gimnasio en la


parte trasera del Jeep.

—Viendo cómo estás de escondido, tenía que venir a buscarte.

Abrí la puerta.

—Bueno, pues me has encontrado.

Rock abrió la puerta del pasajero y se sentó. No me dejaría irme de allí sin
más. ¿Qué sabía? Había estado toda la semana esperando que Marcus
irrumpiera en mi apartamento y me diera una paliza de muerte. Pero todo lo
que sabía de él había llegado a través de un mensaje de texto con la hora para
probarme el esmoquin.

—He oído que Manda ha roto contigo —me dijo, estudiándome para ver mi
reacción.

—Has oído bien.

—La cosa es, que no me creo la razón. No tiene sentido para mí. Marcus se lo
cree y tal vez sea mejor así, pero yo no me lo creo.

No estaba seguro de cuál era la razón que le había dado a Marcus.


Obviamente, no era la verdad.

—No puedo evitar que creas lo que quieras.

—Simplemente, me parece que el tipo que vi tan ferozmente decidido a


posicionarse contra su mejor amigo por una chica, no se quedaría ahí parado
como si nada mientras ella le olvida y se va con otro.

Cogí el volante con fuerza. Aquello no era lo que esperaba. ¿Manda ya salía
con otro? Eso no era propio de ella.

—Esperaría que fueras a por Jason Stone y le dieras una paliza de muerte,
como querías hacerlo con Marcus. Me resulta muy difícil creer que te parezca
bien dejar que la tenga sin pelear.
¿Jason Stone? Mierda.

—Supongo que quería cosas que yo no podía darle —le corté y arranqué el
Jeep. No quería escuchar nada más.

—O tal vez eso no es lo que está pasando. Tal vez se ha enterado de tu trabajo
y no ha podido aceptarlo.

¿Cómo lo sabía?

—¿Qué quieres decir?

Rock se encogió de hombros.

—Ya sabes, el trabajo que te ha permitido cuidar de tus hermanos y también


pagar las facturas. El que mantenías en secreto y por el que tuve que hacer
un gran trabajo de detective hasta averiguarlo.

Me había seguido. Bastardo.

—¿Por qué no se lo has dicho a Marcus?

—Marcus no es mi único amigo. No tengo favoritos.

Dejé caer la cabeza sobre el respaldo y suspiré.

—¿Hace cuánto que lo sabes?

—Desde el viernes después de la fiesta de compromiso. Estaba seguro de que


traficabas con drogas y te seguí.

—¿Así que lo sabías antes de que empezara a salir con Manda?

Rock asintió.

—Sí.

—Entonces, ¿por qué demonios me dejaste salirme con la mía? No era capaz
de apartarme de ella. Alguien tenía que detenerme.

—Porque sabía que estabas enamorado de ella. Nunca te había visto


enamorado. Y Manda es una chica dulce. Pensé que si alguien podía hacer
que volvieras al camino correcto, sería ella. Pero no dejaste de trabajar y no
pude entenderlo.

—Tengo bocas que alimentar.

—Hay otros trabajos que no requieren actividad ilegal.

Dejé escapar una risa fuerte.


—Nada me paga lo suficiente y no estoy cualificado para los que sí que lo
hacen.

—Eso es porque buscas en el lugar equivocado.

Me giré hacia él.

—¿Adónde sugieres que vaya?

—Estás mirando hacia el lugar correcto ahora mismo. —Sonrió—. Vamos a


Pensacola. Conozco a un tipo al que quiero presentarte.

—¿En Pensacola?

—Si. Es el dueño de un club. Solía trabajar para él. Paga muy bien a los
gorilas. Horarios de tarde-noche y buen sueldo.

¿Un gorila?

—¿Qué tan bien paga?

Rock cerró la puerta y se abrochó el cinturón de seguridad.

—Cuanto mejor es el club, mejor es la paga. El lugar al que te voy a llevar


paga más que la mayoría, cincuenta dólares la hora y serán unas seis horas
por noche. Tantas noches como puedas manejar.

Trescientos dólares la noche. Podría trabajar de jueves a domingos por la


noche y hacer mil doscientos dólares a la semana.

—¿Crees que puedes conseguirme ese trabajo?

Rock rio.

—Ya te lo han dado. Solo voy a llevarte a conocer a tu nuevo jefe y hacer el
papeleo. Empiezas este fin de semana.

Amanda

Tras dos semanas de temerle a Cálculo porque tendría que ver a Preston,
para luego llegar y que no estuviera allí, llegué a la conclusión de que había
dejado esa clase. Aquello era bueno. No quería verlo. Seguía sin estar segura
de como reaccionaría al verle.

Mientras cruzaba el campus en dirección a la cafetería, me empezó a sonar el


teléfono. Necesitaba cafeína si iba a ir a soportar el grupo de estudio hacia el
que me encaminaba.

—Hola.

—Buenos días —me saludó la voz de Jason.


—Buenos días a ti también —le contesté.

—Pareces estar mejor esta semana.

Jason cometió el error de llamarme el día después de mi ruptura con Preston.


Cuando me preguntó cómo me encontraba, empecé a sollozar y a hablarle de
mi separación. Por supuesto dejé fuera la verdadera razón por la que
habíamos terminado. Preston no merecía mi protección, pero no podía
detenerme. Le amaba. Me había roto el corazón, pero todavía le amaba.

—Creo que funciona así. Cada semana es un poco mejor. Tal vez el próximo
mes estaré bailando en algún club.

Jason rio entre dientes.

—Sí. Bueno, no nos dejemos llevar. Los clubs no son muy seguros para una
chica soltera. Yo, por supuesto, podría acompañarte.

No había animado a Jason. Fui dolorosamente honesta con él. Seguía


enamorada de Preston. Probablemente siempre lo estaría. Pero si Jason
quería que fuéramos amigos, no me negaría. En este momento, necesitaba
amigos.

—Tendré en cuenta la oferta.

—¿Cómo va la planificación de la boda en el hogar de los Hardy? Solo quedan


dos semanas.

La boda se había apoderado de nuestras vidas. Había flores y velas por todas
partes. Era una locura. Willow era la novia más relajada que nunca hubiera
conocido. Solo sonreía y accedía a todo. Mi madre, por otro lado, era un
maldita novia al uso y eso que solo era la madre del novio.

—Creo que voy a pedirte prestado el jet y marcharme a los Cayos hasta que se
acabe. Eso o mataré a mi madre.

Jason se rio.

—Puedo dejar que me pidas prestado el avión, pero no creo que Jax tenga la
suficiente influencia como para quitarte los cargos por asesinato. Huir parece
un plan más seguro.

—Probablemente tienes razón. Me quedo con el plan A.

—Sigue pendiente lo de patearte el culo en una carrera de Go Kart. Después


de la boda, no te escapas.

Habíamos tenido una conversación sobre el Go Kart de la ciudad, cómo sabía


cuál era el más rápido y que yo no podía ganarle. No estuve de acuerdo.
Habíamos planeado ir a echar una carrera después de la boda.
—No lo he olvidado. Me estoy entrenando, Hollywood. Soy mucho para ti.

Un pitido salió de mi teléfono y lo alejé para ver el número de Jimmy


parpadear en la pantalla. ¿Por qué me llamaba el hermano pequeño de
Preston?

—Um, Jason, tengo que dejarte. Tengo una llamada en la otra línea que tengo
que atender.

—Vale, Bama. Hablaré contigo más tarde.

—Adiós —le contesté antes de colgar—. ¿Jimmy?

—Soy Brent.

—Brent, ¿estás bien?

—Estoy bien, pero mamá lleva dormida mucho tiempo y no podemos


despertarla. He llamado a Preston y no me responde. Jimmy todavía no ha
vuelto a casa del colegio y no sé si debería llamar al 911.

Corrí hacia el aparcamiento.

—¿Cuanto tiempo lleva durmiendo? —le pregunté.

—Desde ayer por la mañana.

Oh, no.

—¿No has ido al colegio ni ayer ni hoy? ¿Podría haberse levantado mientras
estabas allí?

Tenía que ser eso.

—No, no se ha movido. Nada de nada.

—Está bien, Brent. Voy en camino. Quiero que llames al 911 cuando
colguemos y les digas lo mismo, ¿de acuerdo? Luego Daisy y tú sentaros en la
sala de estar. Estaré allí en unos cinco minutos. Espérame.

—Está muerta, ¿verdad?

¿Cómo le digo a este niño que es muy probable que su madre esté muerta?
Eso o en coma.

—No lo sabemos. Puede ser que solo esté durmiendo. Llama al 911. Voy de
camino. ¿Está bien Daisy?

—Sí, está sentada a mi lado.

—Bueno. Mantenla ahí contigo. Te veo en un minuto.


—Está bien, adiós.

Colgué y marqué el número de Preston. Sonó tres veces y luego saltó el buzón
de voz.

—Soy Preston. Ya sabes qué hacer.

—Preston, soy Amanda. Brent acaba de llamarme. Tu madre no se ha


despertado en dos días. Están preocupados. He hecho que llamen al 911 y voy
de camino. Llámame en cuanto oigas esto.

Corté la llamada y aceleré.


23

Preston

Un fuerte golpe en la puerta interrumpió mi sueño. Intenté ignorarlo. No


estaba preparado para terminar ese sueño. Amanda se reía y corría hacia la
playa mientras la perseguía. No me odiaba. Aún me amaba. Al golpeteo de la
puerta se le unió el sonido del timbre y algunos gritos. Abrí lentamente los
ojos y eché un vistazo al reloj. Eran las cuatro de la tarde. Había dormido todo
el día. No había llegado a casa hasta las cuatro de la mañana. Por culpa del
café, no fui capaz de dormirme al momento, hasta que caí rendido, cuando
eran aproximadamente las siete. Entraba a trabajar a las ocho esa noche.

El golpeteo en la puerta me recordó el por qué me había despertado. Salí


tambaleándome de la cama y me dirigí hacia la puerta antes de que quien
fuera que estuviera al otro lado, la echase abajo.

Abrí y vi a Marcus al otro lado.

—Mierda, tío, me preparaba para echar la puerta abajo. Te he estado


llamando y cuando no ha funcionado, he estado dando golpes en la puerta
durante más de diez minutos.

—Dormía. Ya sabes, ahora trabajo por las noches.

—Es verdad. Me había olvidado. Escucha, tengo que decirte algo y no sé cómo
te lo vas a tomar, así que quizá será mejor que te sientes.

Parecía que no era algo por lo que quisiera que me despertaran.

—¿Qué pasa? —le exigí. No necesitaba sentarme, solo necesitaba saberlo.

—Es tu madre. Le ha dado una sobredosis. —Esperó a que reaccionase.

—¿Esta muerta esta vez? —Aquella no era su primera sobredosis.

Marcus puso su mano en mi hombro y dejó escapar un profundo suspiro.

—Sí, amigo. Esta muerta.

Me giré y me dirigí a mi habitación para ponerme algo de ropa. Los niños me


necesitarían. Me puse unos vaqueros e intenté pensar cómo meter a tres
niños aquí y cuidarlos cuando trabajaba por la noche. Sin el dinero que le
daba a mi madre y todas las demás facturas, tendría algo de más para
contratar a una niñera.

—¿Estás bien? —preguntó Marcus desde la puerta de mi habitación.

—Era una drogadicta, Marcus. Iba a pasar en algún momento. Solo necesito ir
a por los niños. Probablemente estén asustados.
El dolor en el pecho me sorprendió. No iba a lamentarme por esa mujer. No
había hecho nada por mí. Tragué la poca emoción que quedaba del pequeño
niño que residía dentro de mí y que esperaba que su madre lo amara. Me
había dado cuenta hacía mucho que eso no pasaría. No iba a derramar una
lágrima por ella.

—Los niños están bien. Amanda está con los tres. Van a ir a por helado y
luego al parque. Me mandó a buscarte. Hay algunos asuntos sobre la custodia
de los peques que te tienes que ocupar.

¿Amanda estaba con los niños? ¿Por qué? Por mucho que les gustara, ellos me
habrían llamado primero a mí.

—¿Cómo supo Amanda que tenía que ir a por los niños?

—Tu hermano más pequeño la llamó. Le dijo que tu madre no se había


despertado en dos días y Amanda dejó la universidad y fue corriendo hasta
allí. También hizo que llamara a emergencias mientras esperaba a que
llegara. No podían ponerse en contacto contigo, por lo que la llamaron.

Brent llamó a Amanda. Me dolía el pecho. Los tres estuvieron muy


disgustados cuando les conté que nunca volvería a llevarla. Daisy incluso
lloró. Pero sabían que podían contar con ella cuando no se pudieran poner en
contacto conmigo por teléfono. Un nudo se formó en mi garganta. Cogí las
llaves y me dirigí a la puerta.

—Sé que te dejó por el Stone y lo siento, amigo.

Así que eso era lo que le había dicho, que me había dejado por Jason Stone.
¿Salía con él o solo fue su forma de cubrir la verdad?

—Tenías razón. No era lo suficientemente bueno. Finalmente se dio cuenta y


también lo vio. —Abrí la puerta y bajé por las escaleras. No podía hablar de
eso con Marcus. No en ese momento.

—Si sirve de algo, todavía le importas. Estaba muy afectada y muy


preocupada por los niños.

—Los niños la adoran —fue todo lo que dije.

—¿Pero tú no?

Me paré y me giré para mirarle. Había dicho suficientes mentiras. No iba a


continuar diciéndolas para que todo el mundo se sintiese mejor.

—Siempre la querré. Siempre. —Abrí la puerta de mi Jeep y entré—. ¿Dónde


tengo que ir?

—El departamento de protección del menor te espera en la caravana.


Puse en marcha el coche y salí de allí.

Ya no tendría que pelearme con mi madre por los niños. Acababa de


simplificarlo todo. Yo no era precisamente la mejor opción para ser padre,
pero cualquier persona era mejor que ella. Y no quería que estuvieran
separados. No podía dejarlos. Arreglaría todo esto de alguna manera.

Amanda

Aguanté el cono de helado de caramelo de Daisy mientras esta corría hacia el


tobogán, para bajarse otra vez. Se turnaba entre darle un lametazo a su
helado y tirarse por el tobogán. El helado no iba a durar mucho más tiempo.
El sol lo derretía.

—¿Ya te ha llamado Preston? —preguntó Jimmy, sentándose a mi lado.

—No, pero mi hermano lo ha encontrado y está en la caravana hablando con


las personas que decidirán a dónde vais. Es un adulto y vuestro familiar más
cercano, por lo que no tendrá problemas para tener la custodia —le aseguré.
Brent y Daisy eran demasiado pequeños para entender las partes legales.
Pero Jimmy estaba preocupado y entendía sobre juzgados y leyes.

—¿Y qué pasa si no nos quiere todo el tiempo? —preguntó Jimmy.

—Os querrá.

—Nunca ha intentado llevarnos con él.

—Porque tu madre se habría peleado con él, y hubiera perdido. Además, tenía
miedo de que la pelea hiciera que llamarais la atención y os separaran de él.

Jimmy asintió.

—Sí, me lo explicó. Estoy preocupado de que ahora lo hagan.

Mi padre era amigo de dos de los tres jueces que posiblemente podrían
enterarse de este caso. Jugaban al golf cada sábado por la mañana y lo hacían
desde que era una niña. Si tenía que ir a mi padre y pedirle y suplicarle su
ayuda, lo haría.

—Te prometo que todo estará bien.

Jimmy suspiró.

—Ojalá. Sabes, Daisy te echa mucho de menos.

—Yo también os echo de menos. A los tres.

Daisy vino corriendo hacia mí, con una gran sonrisa en la cara, para darle
otro lametazo a su helado derretido.
—Será mejor que pares y te lo comas, Daisy, antes de que se derrita entero —
le dijo Jimmy.

—Me da dolor de tabeza si me lo como demasiado depisa —replicó. Jimmy


sonrió y le dio una patada a una roca con su pie—. Amanda, ¿mi mami está en
el cielo? —preguntó Daisy.

Bajé la mirada. Era la primera vez que mencionaba algo sobre la muerte de su
madre. Los chicos habían actuado como si nada importante hubiese pasado.
Brent se columpiaba solo y había decidido darle su espacio. Pero no había
traído a colación que su madre estaba muerta.

—No sé mucho sobre el cielo, Daisy. Quiero pensar que, porque trajo a estos
estupendos hijos al mundo, hay algún sitio bonito donde se ha marchado
cuando se ha acabado esta vida.

Estaba bastante segura de que la mujer se pudriría en el infierno, pero no iba


a decirle esto a su hija de siete años.

—Tampoco sé mucho sobre el cielo. Solo he ido a la escuela dominical algunas


veces, con nuestro vecinito de al lado.

Me había criado en la iglesia y yo tampoco sabía mucho sobre el cielo.

—La iglesia no tiene todas las respuestas, Daisy. Algunas veces la respuesta
que necesitamos está en nuestro corazón. Solo tenemos que escucharlo.

Daisy miró hacia su pecho y frunció el ceño.

—Nunca he escuchao mi codazón.

Jimmy rio a mi lado y le sonreí.

—Escucha atentamente y algún día finalmente escucharás algo —le dije.

Asintió, entonces se dio la vuelta y corrió hacia el tobogán.

Una vez estuvo lo suficientemente lejos, Jimmy me miró.

—Gracias por no decirle la verdad.

Sentí como las lágrimas nublaban mi vista. Era tan joven para saber tanto.

—Resulta que creo que esa es la verdad.

Jimmy sacudió la cabeza.

—No, esa no es la verdad. Creo que hay un cielo para los buenos y un infierno
para los malos. Y sabemos que mi mamá no era buena.

¿Cómo podía argumentar con él? Sabía más que yo sobre lo cruel que era su
madre. No podía sentarme ahí y decirle que su madre estaba en el cielo
cuando sabía que no era así. Tenía razón. Seguramente ha hecho que el
infierno se abriese en dos para dejarla pasar.

—Jimmy. —La voz de Preston interrumpió mis pensamientos y alcé la mirada


para verle andar hacia nosotros. Sus ojos lucían llenos de preocupación
mientras miraba a su hermano.

Jimmy se levantó y corrió para encontrarse con su hermano a mitad del


camino. Preston lo abrazó con fuerza y le susurró algo al oído. Jimmy asintió,
se dio la vuelta y me miró.

—Gracias, Amanda. Por todo —dijo Jimmy.

El nudo en mi garganta era doloroso. Asentí. No estaba segura de poder


hablar. Esta era la primera vez que veía a Preston desde que me marché de
su apartamento. Me mataba saber que se acababa de convertir en el guardián
de tres niños, que el mundo se encontraba sobre sus hombros y cuan solitario
debía sentirse. Maldita sea, ¿por qué tenía que amarlo tanto?

—¡Pweston! —Daisy vino corriendo desde el tobogán cuando vio a su hermano


mayor. Preston se agachó y abrió los brazos ampliamente, dejando que
corriese a estos.

—Hola, mi Daisy May. ¿Te lo estas pasando bien?

Daisy asintió y me apuntó, sujetando su helado.

—Amanda vino y nos alejó de toda esa gente. Me compó jelado y nos tajo aquí
a jugar.

Preston no alzó la mirada hacia mí. La mantuvo en Daisy.

—Suena como si hubiese salvado el día. ¿Estás lista para venir a mi casa?

Daisy asintió entusiastamente, entonces se deshizo de Preston y corrió hacia


mí.

Me rodeó la cintura con fuerza.

—Gracias por recogernos y por el jelado.

Me agaché y le di un beso a la cima de su cabeza.

—No hay de qué.

—¿Vendrás a verme? —preguntó, alejándose y mirándome suplicante.

—Sí. Hablaré con tu hermano sobre eso. Tendremos otra cita para tomar un
helado, ¿te parece?
Daisy sonrió de oreja a oreja.

—Vale. Te veré pronto —me gritó cuando salía corriendo hacia Preston, que
permanecía de pie, alejado, a una buena distancia de mí con las manos en los
bolsillos.

—Ve a buscar a Brent e id hacia el Jeep —le dijo a Jimmy y luego se dio la
vuelta para mirarme.

Me levanté y me acerqué para tirar el helado y acortar la distancia que había


mantenido entre nosotros.

—Gracias por ir a buscarlos cuando te han llamado y mandar a tu hermano


para que me despertase. Significa mucho para mí. —El tono sin vida en su voz
era tan impropio de él. Era como si toda la emoción hubiese desaparecido.
Sonaba vacío. Quería poner los brazos a su alrededor y decirle que todo iba a
estar bien. Que le ayudaría, que le quería. Pero no podía. Él nunca me había
amado. Me había mentido. Por mucho que quisiera disminuir su dolor, no era
quién para hacerlo.

—Si me necesitáis, lo único que tenéis que hacer es llamar. Os ayudaré como
pueda.

Preston asintió y miró hacia otro lado. Al parecer no quería mirarme. Odiaba
todo eso. Le echaba muchísimo de menos.

—Gracias —replicó.

Empezó a darse la vuelta, dispuesto a marcharse. No quería que se fuera


todavía. No había terminado de mirarlo. De estar cerca de él. Quería decirle
algo más. Que él lo hiciera. Esto estaba demasiado mal.

—Espera, Preston —dije antes de poder detenerme.

Se detuvo y me miró. Tenía que decirle algo. No sabía el qué. No podía decirle
que lo sentía por su madre, porque sabía que él no lo sentía. No podía decirle
que le echaba de menos, ¿por qué, qué bien haría?

—No hagas esto, Manda. Has tomado la decisión correcta. Ahora tienes tus
cenas en Nueva York y viajes en jet. Es lo que te mereces. Y yo me acabo de
convertir en el guardián de tres niños. Los quiero. Es un cambio radical en mi
vida. Y es lo que me merezco.

No esperó a que procesase sus palabras. Simplemente se marchó. Y yo le


dejé.
24

Preston

Trisha fue un salvavidas ese fin de semana. Vino al apartamento y se quedó


con los niños mientras yo trabajaba. Incluso Rock la acompañó las dos últimas
noches. Había hecho galletas para los niños y dejó que cada uno se hiciera
sus propias pizzas caseras. Parecía que se estuvieran divirtiendo tanto como
ellos. Y se negaba a que le pagara por cuidarlos.

Incluso vino a las seis de la mañana del lunes para ayudarme a prepararlos
para el colegio y trajo una caja de comida para llevar. Ellos miraron las cajas
de almuerzo como si no supieran qué hacer con ellas. Sabía a ciencia cierta
que comían comida gratis en el comedor desde el primer día de jardín de
infantes y mi madre nunca les había dado nada para comer.

Jimmy me miró cuando Trisha se la entregó y sonrió.

—Me ha hecho el almuerzo —dijo con asombro. Si no me preocupara que


Rock me diera un puñetazo, la habría besado. No tenía ni idea de lo mucho
que su amabilidad significaba para ellos.

Los dejé en el autobús escolar y estaba totalmente despierto. Mis días de


dormir se habían terminado. Cuando llegué a mi clase de las diez, me sentía
alterado por la cafeína.

Me serví otra taza de café cuando llamaron a la puerta. ¿Quién demonios era?
La dejé sobre la mesa y me acerqué a la puerta. Trisha estaba fuera, con Rock
detrás de ella. Parecía ansiosa.

—Hola. ¿Se te ha olvidado algo? —le pregunté, dando un paso atrás para
dejarlos entrar.

Trisha entró, seguido de Rock, que cerró la puerta detrás de él.

—No. Queremos hablar contigo de algo —dijo Trisha, mirando a Rock.

—Está bien, um, ¿queréis un café? —pregunté.

—No, gracias. ¿Podemos sentarnos? —preguntó Trisha.

Por lo general, debería ser menos paciente tan temprano, pero después de
todo lo que habían hecho por mí los últimos días, me abriría una vena y les
daría una pinta de sangre si eso era lo que querían.

—Claro. Sentaros. —Los dirigí hacia el sofá.

Me senté en la silla frente a ellos y tomé un sorbo de mi café, mientras


esperaba que dijeran lo que fuera que habían venido a decir.
Trisha respiró hondo.

—No sé si has notado que últimamente no hemos aparecido mucho. No hemos


ido mucho al Live Bay y nos hemos quedado en casa.

Había estado demasiado metido en mi mundo con Amanda como para notar a
nadie más. Me limité a asentir en lugar de explicar el por qué había estado
out.

—Bueno, Rock y yo llevamos seis meses intentando que me quede


embarazada. El mes pasado fuimos a un especialista y me dijeron que había
una probabilidad de un uno por ciento de que jamás concibiera. Dijo que
podíamos probar diferentes procedimientos que tenían, pero que costaría
miles de dólares por adelantado. —Hizo una pausa y miró a Rock de nuevo.
Había envuelto su brazo alrededor de sus hombros, abrazándola.

No sabía si buscaban algún comentario o qué tenía eso que ver conmigo, así
que esperé que continuaran.

—Nos hemos apuntado en la lista de adopciones, pero también cuesta miles


de dólares adoptar un bebé y te ponen en lista de espera. No es fácil y no
tenemos miles de dólares. Tendríamos que conseguir un préstamo e incluso
así, podríamos no conseguir la aprobación para uno. No hay garantía. De
todas formas, empezamos a hablar de la adopción de un niño mayor. Uno del
sistema estatal que necesite un hogar. Yo quiero una niña. —Se le llenaron los
ojos de lágrimas mientras decía la palabra «niña».

»Mi madre era muy parecida a la tuya. No quería tener nada que ver
conmigo. Se fue con uno de sus novios cuando tenía ocho años y nunca la
volví a ver. Recuerdo acostarme en la cama por la noche y fingir que había
una mamá que me quería. Que iba a venir a buscarme un día y me amaría. —
Trisha se detuvo y levantó la mano para limpiar una lágrima que rodaba por
su mejilla.

»Vi a Daisy y la quise inmediatamente. Era justo lo que quería. Una niña que
podría amar y criar como mía. Sabía que nunca separarías a los niños. Lo
entendí. Así que este fin de semana me ofrecí a quedarme aquí porque quería
pasar tiempo con ellos.

Respiró hondo y parpadeó para contener las lágrimas que llenaban de nuevo
sus ojos.

»Los quiero. Jimmy y su dulce naturaleza cuidadosa, me recuerda mucho a ti.


Y Brent es tan gracioso y encantador cuando se abre. No esperan nada y eso
me rompe el corazón. Quiero darles todo. Quiero amarlos y asegurarles que
tienen un hogar. Le rogué a Rock que viniera conmigo la noche del sábado
para quedarse con ellos. Quería que llegara a conocerlos. Él se enamoró. —
Sorbió por la nariz y le sonrió.

»Daisy lo capturó en cuestión de minutos y está de acuerdo en que Jimmy se


parece a ti, así que no pudo más que adorarlo. Y Brent simplemente te
conmueve. No puedes evitarlo. Sé que acabáis de perder a vuestra madre y
las cosas están raras. No quiero entrar en tu vida y liarlo todo. Solo quiero
saber si hay alguna posibilidad de que consideres dejar que Rock y yo nos
quedemos a los niños. Tenemos habitación. Has visto la nueva casa que
hemos alquilado. Les haría almuerzos e iría a las excursiones. Haríamos
galletas y cortaríamos nuestro propio árbol de Navidad cada año. Nunca
estarán solos. Los quiero. Los dos los queremos.

Cuando levanté la mirada, vi el esperanzado rostro de Trisha, noté las


lágrimas contenidas en los ojos de Rock y supe mi respuesta. Querían darles
lo que yo no sería capaz. Sería el hermano mayor que no se acuerda de
hacerles el almuerzo. Iría a la universidad y tenía partido, además de que
trabajaría todo el tiempo. Sabían que los amaba, pero estarían solos la mayor
parte del tiempo.

Con Rock y Trisha, tendrían padres. El tipo de padres que nunca habían
tenido. De aquellos que les darían una vida segura y feliz. Esta no era una
oportunidad que se le daba a la mayoría de los niños en su situación. Incluso
cabía la posibilidad de que el juez no me diera a los niños, sino que los
separara y los metiera en casas de acogida.

—Serían los niños más afortunados que conozco por teneros como padres —le
contesté. Trisha dejó escapar un sollozo y se tapó la boca con la mano—.
Llamaré a su trabajador social y lo moveremos.

Amanda

Era la última cena de la familia antes de la boda. Creí que mamá estaba tan
nerviosa que la cancelaría, pero no lo hizo. En cambio, pidió una tarta
increíble en la panadería de la ciudad y puso velas en la mesa.

Marcus y Willow entraron de la mano en la cocina. Marcus le susurraba al


oído y ella reía. Eran tan dulces que me dieron ganas de vomitar.
Últimamente el romanticismo me cabreaba. No había oído hablar de Daisy o
los chicos desde el día en el parque. Esperaba que Daisy me llamara, pero
sabía que estaban con Preston y les costaría hacer frente a todo.

—Vaya, mamá. Te has esmerado al máximo —dijo Marcus mientras cogía el


pastel y las velas que decoraban la mesa.

—Es la última cena antes de que esta familia pase de tres a cuatro y quería
celebrar los maravillosos nuevos cambios por venir —dijo con una sonrisa.

Había dejado a papá fuera de la lista. Fingía, como si él no existiera. Marcus


respetaba eso, hasta el punto en que mi padre ni siquiera había sido invitado
a la boda. Tampoco la hermana de Willow, Tawny. Solo venía Larissa, que
sería la niña de las flores.

—No tienes que hacer todo esto —le dijo Willow a mi madre—. Has trabajado
sin parar en la boda durante semanas. Gracias. Significa mucho.
Willow tenía un don con la gente. Mi madre era un hueso duro de roer y había
adorado a Willow desde la primera vez que la vio en una cena familiar. Yo
también, así que entendía su efecto en la gente.

Por otra parte, Willow ganó muchos puntos solo por hacer tan feliz a Marcus.
Cualquier persona que hiciera sonreír a mi hermano como ella lo hacía, tenía
que ser perfecta en todos los sentidos.

—Quiero que todo sea especial para vosotros dos —respondió mi madre e hizo
un ademán hacia la mesa—. Tomad asiento. Voy a traer la comida a la mesa.

—Te ayudaré, mamá —dijo Marcus, sacando la silla de Willow antes de seguir
a mi madre a la cocina.

Willow me miró desde el otro lado de la mesa.

—¿Puedes creerte que el sábado por la noche a esta hora, seré la señora de
Marcus Hardy?

Sonriendo, asentí.

—Sí. Era de esperar después de ver a mi hermano contigo la primera vez.


Estaba enamorado. Se notaba en toda su cara.

—Soy la mujer más afortunada del mundo —respondió.

El dolor en el pecho era algo a lo que me estaba acostumbrando. Dolía ver a


otras parejas enamoradas y felices, porque eso era lo que quería para mí. Y no
con cualquiera. Lo quería con un hombre que no quería lo mismo. Al ver la
forma en que mi hermano miraba a Willow, anhelaba ser mirada de esa
manera, por un hombre que nunca me había dicho que me amaba. Que me
había mentido y me había traicionado. Sin embargo, todavía le quería. ¿Mi
corazón nunca dejaría de quererlo?

—¿Estás bien? Pareces deprimida. —La preocupación en la voz de Willow era


evidente.

Sabía que Marcus no le había hablado de Preston y yo. Ella ni siquiera sabía
que habíamos estado saliendo. No podía decirle que me habían roto el
corazón sin posibilidad de recuperarse y que me moría por dentro. Pensaba
que me interesaba Jason Stone.

—Solo estoy cansada. Lo siento. Intentaré no ser tan deprimente.

Frunció el ceño y fue a decir algo más, cuando Marcus y mi madre volvieron a
entrar en la habitación con las bandejas de comida que habían preparado.
Mamá no había tenido tiempo para cocinar; estuvo demasiado ocupada
preocupándose por cosas como las cinta para atar a las sillas.

—Esto huele increíble —dijo Marcus mientras dejaba la bandeja llena de


pinzas de cangrejo fritas y croquetas de maíz, sobre la mesa.
—He pensado que estaría genial que fuera noche de marisco. Ya que es una
boda con temática en la playa.

Eso no tenía sentido, pero mi madre era obsesiva, así que la ignoré.

Marcus cogió algo de comida y empezó a ponérsela en el plato a Willow.


Siempre hacía cosas así. Le preparaba el desayuno por la mañana y le traía su
café. Mi hermano había sido educado para ser un caballero del sur. Mi madre
lo había logrado.

—Supongo que debería contaros de lo que me he enterado —dijo Marcus


mientras se servía su propio plato.

—¿El qué? —preguntó mamá.

Marcus me miró.

—Parece que Trisha y Rock van a adoptar a los hermanos de Preston.

—¿Qué? —No podía fingir que no me importaba, porque lo hacía.

Marcus arqueó las cejas y asintió.

—Síp. Trisha se enteró hace unos meses de que no puede quedarse


embarazada. Querían adoptar. Entonces conoció a los chicos, y ella y Rock los
quieren. Preston ya se ha puesto en marcha. El trabajador social de los niños
no cree que sea un problema. El tribunal encontrará una solución perfecta.
Preston no habría podido mantener a esos niños. Trabaja como gorila cuatro
noches a la semana, además de la universidad y el béisbol. No tiene tiempo
para criar a los niños.

Trisha y Rock serían unos padres increíbles. Y los niños estarían en la ciudad
cerca de Preston. Podría verlos cada vez que quisiera. Trisha amaría a Daisy.
Sería la mamá que Daisy se merecía.

Espera… ¿Preston trabajaba como gorila en un club? ¿Era algo que se había
inventado para cubrir la verdad o había encontrado un nuevo trabajo?

—Van a ser unos padres maravillosos. Estoy tan feliz por ellos y por los chicos
—le contesté, intentando ocultar la emoción en mi rostro. Mi madre me
observaba. Podía sentir sus ojos estudiando cada uno de mis movimientos. No
podía dejarle ver ninguna debilidad.

—Sí. Preston está de acuerdo. Le preocupaba perder a los niños porque es


muy joven. No quería que los separaran y los pusieran en casas de acogida.
Esto elimina esa posibilidad.

Asentí y cogí una pinza de cangrejo.

—¿Cuándo empezó Preston a trabajar como guardia de seguridad? —le


pregunté, intentando sonar desinteresada. Puse la pinza de cangrejo en mi
boca y tiré de la carne con los dientes mientras esperaba a que respondiera.
No miré a mi madre.

—Hace un par de semanas. Rock le ayudó a encontrarlo. Trabaja cuatro


noches a la semana y se le paga bien. Sin embargo, duerme la mayor parte de
las horas del día durante el fin de semana. Por eso nadie pudo encontrarlo el
día que murió su madre.

Marcus también estaba siendo cuidadoso. Podía sentir la tensión que


irradiaba mi madre. No le había dicho a Marcus que mamá ya lo sabía, pero
estaba bastante segura de que iba a ser capaz de averiguarlo solo por las
vibraciones que transmitía.

—Tiene sentido. Bueno, me alegro de que las cosas resulten para él —le
contesté.

Marcus se movió en su asiento y las preguntas en sus ojos fueron claras al


mirarme. Quería saber si mamá lo sabía. También cuestionaba su
participación en nuestra repentina ruptura. No podía permitir que él le
preguntara algo. Se lo contaría todo. No quería que Marcus lo supiera.
Necesitaba que creyera que esta había sido mi elección.

—Así que, cambiando de tema, mañana viene Jason. Quería llegar temprano
para poder pasar algún tiempo juntos. Si me necesitas para algo,
comunícamelo cuanto antes, porque también tengo planes con él —le dije a mi
madre.

La tensión de mi madre disminuyó y sonrió.

—Oh, me alegra escuchar eso. Estoy segura de que voy a necesitarte para
algo, pero siempre puedes traer a Jason contigo. Pueden resultar útiles sus
músculos.

—No tiene músculos, mamá. Tiene gente que levanta todo por él, desde su
equipaje a su maldito tenedor. El chico no ha hecho nunca ningún tipo de
trabajo manual en su vida. —Marcus parecía molesto.

—Tiene un gimnasio en su casa, donde entrena a diario. Os puedo asegurar


que tiene músculos —dije con dulzura, buscando la mirada de mi hermano.

—Si eso es lo que quieres, Manda. Entonces será mi invitado.

No era lo que quería. Pero nada era lo que quería. Rara vez lo era.
25

Preston

No había bebido en semanas. Pero en ese momento, lo que necesitaba eran al


menos cuatro chupitos de tequila, uno detrás del otro. Durante toda la
semana había estado preocupado por esa noche. Siempre había deseado ser
el padrino de boda de Marcus. Pero en ese momento, eso significaba caminar
por el pasillo con la dama de honor, que resultaba ser la chica de la que
estaba enamorado y que nunca podría tener; iba a ser un infierno.

Estuve toda la semana ocupado ayudando a Rock y Trisha a tener lista su casa
para la inspección. Pintamos de azul el cuarto de los niños y les compramos
literas, además de una televisión y una X-Box. Luego, pintamos la habitación
de Daisy de color amarillo pálido y Trisha insistió en colocar una cama con
dosel. Daisy dijo que su habitación era la de una princesa. Tenía una pequeña
mesa de color rosa y púrpura con dos sillas, ubicada en la esquina, con un
diminuto juego de té encima. También había una casa para las muñecas, que
tenía más habitaciones de las que cualquier muñeca podría necesitar,
completamente equipada, desde una silla alta para trabajar hasta ventiladores
de techo.

Me sentía agotado, pero también, seguro de que la inspección sería un éxito.


Sin embargo, esa noche, en lugar de trabajar, estaba allí, intentando con
todas mis fuerzas no mirar a Amanda. La había visto de refilón cuando entró
en la casa de playa que los Hardy habían alquilado para la recepción. Llevaba
un pequeño vestido rosa y zapatos de tacón a juego, haciendo que sus piernas
parecieran aún más largas. Aparté la mirada rápidamente. Mi intención era
fingir que no estaba allí. Era la única manera en la que podría conseguir
pasar esa noche.

—Preston —dijo su suave voz y me giré para verla acercándose a mí. Su pelo
permanecía suelto, en lugar de recogido como lo llevaban las otras chicas. Los
perfectos y sedosos rizos dorados colgaban por la espalda. Su muy desnuda
espalda. Apenas la cubría el vestido. Aparté los ojos del vestido, antes de que
se lo quitara y comprobara si llevaba puesto un sujetador, y me encontré con
su mirada.

—Manda —contesté. Desearía que el bar estuviera abierto. Lo necesitaba


durante el ensayo, no después.

—Me he enterado de que Trisha y Rock han conseguido a los niños. Quería
decirte que estoy feliz por todos vosotros.

Maldita sea. Iba a ser agradable y amable. ¿No entendía que me confundía?
Intentaba encontrar una manera de vivir sin ella. Esto iba a joderlo todo.
Había hecho algún progreso que ahora se iría al infierno.

—Gracias. Los niños están felices —contesté y aparté la mirada. A cualquier


lugar, que no fueran esos ojos verdes que había visto oscurecerse durante un
orgasmo y brillar risueños cuando decía algo gracioso.

—¿Estás bien? —preguntó.

¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Parecía que estuviera bien?

—Siempre estoy bien, Manda.

Podía oír cómo inhalaba con fuerza. ¿Qué esperaba que dijera? ¿La verdad?
No podría soportar la verdad.

—Eso es bueno. Me alegra oírlo. Yo, um, te veo después —balbuceó y se alejó.
La parte de atrás del vestido la exhibía hasta la parte baja de la espalda. Un
poco más y se vería su pequeño y perfecto culo. Demonios, ¿no le exigió su
hermano que llevara algo más de ropa?

Se detuvo y aparté la mirada de su culo para ver con quién se había parado a
hablar. Jason Stone. Sus brazos la envolvieron en un abrazo y la sangre en mi
cabeza empezó a golpear con furia contra mi sien. Tocaba su espalda
desnuda. ¿La había tocado en otros lugares? ¿Esos que solo yo había tocado?

Mierda.

Me dirigí hacia las puertas que conducían a la playa. Necesitaba un poco de


aire fresco y espacio. ¿Por qué lo había traído? Pensaba que la historia de que
de estaban saliendo era algo que había usado para encubrir la verdad, pero
tal vez no fuera una mentira. Tal vez había corrido directamente hacia él y su
jodido jet. Me agarré con fuerza a la barandilla de madera y dejé escapar un
torrente de palabrotas. Sabía que llegaría ese día. Verla con otra persona.
Pero no sabía que sería tan condenadamente pronto.

—¿Estás bien? Puede que necesitemos esa barandilla para la boda. Si


pudieras abstenerte de destruirla, te lo agradecería.

Me giré para mirar a Marcus. Estaba a mi lado.

—¿Por casualidad, este acto de violencia al azar, tiene relación con el hecho
de que mi hermana está aquí con Jason Stone?

No tenía sentido negarlo.

—No estoy preparado para verla tan pronto con otra persona.

Marcus se apoyó en la barandilla con los codos.

—A mí también me sorprendió un poco. Es decir, un día me dice que te ama y


lo siguiente que sé, es que habéis roto y está saliendo con Jason. Simplemente
no me parece bien. Amanda no es así de inconstante.

¿Por qué no se lo había dicho? ¿Me protegía o protegía su orgullo? Quería


creer que me protegía. Era la única persona que siempre me había protegido.
Que quiso protegerme.

—Fue prudente. No era lo suficientemente bueno para ella. Tú mismo lo


dijiste.

Marcus dejó escapar un profundo suspiro.

—No debería haber dicho eso. Eres mi mejor amigo. Te quiero como a un
hermano. Pero durante todos estos años, te he visto cambiar de chicas más
rápido de lo que te cambiabas la ropa interior y no quería que mi hermanita
fuera una de esas chicas. No quería que terminaras haciéndole daño. No eres
un mal chico. Eres un gran tipo. Eres leal. Puedes animar a toda una maldita
habitación. Siempre has cuidado mis espaldas. Si te enamorarás de una chica,
sería una mujer afortunada. —Hizo una pausa y giró la cabeza para mirarme
—. Pero nunca has dicho que amaras a Amanda. Sabía que para que le fueras
fiel, tenías que estar enamorado. Incluso después de que ella lo dijera, nunca
se lo dijiste.

No le había dicho a nadie como me sentía. Estaba cansado de guardármelo


para mí mismo. Amanda no quería escucharlo. Nunca me creería, de todos
modos. Pero podía decírselo a Marcus.

—La amo. La amaré hasta el día que me muera. Nadie va a ocupar su lugar,
jamás. Es imposible. No quiero intentarlo. Las semanas que pasé con ella
fueron las mejores de mi vida. Que me amara fue increíble. Pero la cagué.
Siempre lo hago. Es lo que mejor sé hacer.

Marcus se incorporó y apoyó una mano en mi espalda.

—No, no eres bueno en eso. Eres bueno en muchas cosas, pero meter la pata
no es una de ellas. Todos cometemos errores. Dios sabe lo que hice con Low
cuando me enteré de lo de su hermana y mi padre. Pero cuando encontramos
una persona que nos completa, no nos damos por vencidos. Sin importar lo
mal que hemos metido la pata. Hacemos lo correcto.

Me quedé mirando el agua mientras escuchaba los pasos de Marcus. No tenía


ni idea de lo que decía. Si supiera que me había acostado con mujeres por
dinero, mientras salía con su hermana, me mataría. Cuando creyó que Willow
lo había traicionado, reaccionó como lo haría cualquier hombre.

Amanda no hizo otra cosa que amarme y confiar en mí. Lo que le hice fue
mucho peor.

Amanda

—¿Tengo que estar preocupado de que mi vida esté en peligro? —susurró


Jason mientras lo llevaba a la habitación, donde podía esperar durante el
ensayo. Mi madre tenía puesto un partido de fútbol en la tele, aperitivos y
bebidas.

—No. ¿Por qué? —pregunté.


Jason rio.

—O estás completamente ciega o simplemente eres buena ignorando las


cosas. Preston salió de la casa justo después de lanzarme una mirada asesina.

Me detuve y me giré hacia las puertas dobles que se encontraban abiertas y


llevaban a la playa.

—¿Preston ha salido?

—Sí. Cuando nos abrazamos. Lo vio y algo que solo podría describirse como
furia iluminó su cara antes de que se fuera corriendo de aquí, como si lo
estuvieran persiguiendo.

¿En serio? Parecía tan desinteresado al hablar conmigo. Seguía intentando


lidiar con el hecho de que lo irritaba. Mi presencia era algo que realmente
despreciaba.

—No creo que se fuera por tu culpa. No puede soportar estar cerca de mí.
Probablemente se fue porque tenía miedo de que intentara hablar con él de
nuevo. Este fin de semana va a ser tan divertido. Tengo que caminar por el
pasillo con él. Sentarme a su lado en la recepción y ambos tenemos que hacer
los brindis.

Jason extendió la mano, tomó la mía y la apretó.

—Amanda, ese chico no te detesta. No sé lo que te ha dicho, pero puedo


jurarte que lo que acabo de ver no ha sido desinterés o disgusto. Parecía
dispuesto a apartarme para golpearme solo por tocarte. Conozco a los chicos.
Soy uno. Confía en mí.

Quería creerle. De verdad, pero era difícil. Conocía bien a Preston y podía ver
el vacío y la carencia de emoción en sus ojos cuando me miraba. Estaba
muerta para él. No había esperanza y eso dolía demasiado. No necesitaba
añadir más dolor. Iba a encontrar una manera de pasar todo esto y vivir de
nuevo.

—Me gustaría creerte, pero no puedo. Lo conozco demasiado bien. —Me


acerqué a la mesa—. Puedes tomar todo lo que quieras para beber o cualquier
aperitivo. Espero que te guste el fútbol de la conferencia sureste, porque es lo
único que vemos por aquí. Los otros equipos no son importantes en el gran
esquema de las cosas.

Jason se echó a reír.

—Así que la gente de la conferencia del sureste es tan odiosa como había
escuchado.

—No somos odiosos. Solo honestos. Los hechos son los hechos —contesté y le
guiñé un ojo.
—Los hechos, ¿eh?

—Podemos repasar los últimos diez ganadores del campeonato nacional de la


NCAA si deseas aclarar cualquier confusión. —Rock arrastró las palabras,
entrando en la habitación.

—Bien dicho. Si quieres hacer amigos, no vayas contra la conferencia del


sureste —dije, señalando hacia Rock.

—Entendido —respondió Jason.

—Ey, Amanda —dijo Brent, entrando detrás de Rock en la habitación.

—¡Ey! No sabía si te vería esta noche —le dije, y fui a abrazarlo.

Envolvió los brazos a mí alrededor y luego asintió hacia Rock.

—He venido con Rock y Trisha. Van a dejar que nos vayamos a vivir con ellos.
Jimmy y yo incluso tenemos una litera y una X-Box. Preston sigue ganándonos
en el juego de fútbol que nos compró, pero sigo practicando. Voy a ganarle la
próxima vez.

No iba a llorar. Me sentía tan feliz por ellos. Oír la alegría en su vocecita era
maravilloso.

—No tengo ninguna duda de que en algún momento vas a ganarle a tu


hermano. Confío completamente en eso.

Brent asintió y miró la mesa de comida con curiosidad.

—¿Quieres comer algo? Sírvete. Tengo que ir a ver quién tiene a la niña de las
flores. Estamos a punto de empezar.

Brent corrió hacia la mesa.

—Tráeme unas galletitas —le dijo Rock a Brent mientras salía de la


habitación.

Preston

El ensayo fue difícil por razones muy diferentes de las que temía cuando
llegué. Estar cerca de ella era duro, pero verla con él era aún más difícil. Tuve
que mantenerme bajo control mientras caminaba por el pasillo al lado de
Amanda. No llevaba sujetador. Debería llevar sujetador, maldita sea.

Durante la cena de ensayo se nos asignaron los asientos; Amanda estaba junto
a Jason y yo justo enfrente, ya que era el padrino. Fui testigo de sus bromas y
coqueteos. Ni siquiera pretendí que no me molestaba. Me pasé toda la comida
mirándolo. La siguiente vez que la llamara «Bama» cruzaría la mesa para
golpearle la cara. No podía ponerle un apodo. No era suya. ¿O sí?
Me las arreglé para pasar la cena sin causarle un daño físico a nadie. En
cuanto terminó, corrí hacia la puerta. Tenía que repetir toda esta mierda al
día siguiente. No iba a lograrlo.
26

Preston

Los Hardy celebraban el convite en un hotel en frente del lugar en el que se


celebraba la boda. Había llegado por la mañana para el desayuno, justo a
tiempo para ver a Amanda entrando por la puerta principal del brazo de Jason
Stone. Su hermano estrella de rock y Sadie White iban con ella. Perdí el
apetito por completo.

No iba a ser capaz de superar el día si no conseguía controlarme. Tenía que


controlar mis emociones. Las había estado manteniendo a raya hasta que la
noche anterior vi de nuevo a Amanda. Intentó hablar conmigo y fui grosero.
Me protegí a mí mismo. Menudo bien me había hecho.

Hablaría con Marcus. Me haría sentir mejor. Me dirigía hacia el ascensor


cuando se abrió y Marcus salió disparado. Sus ojos parecían aterrados.

—¿Has visto a Low? —preguntó, mirando hacia el vestíbulo.

—No. ¿Por qué?

Marcus maldijo y apretó los dientes.

—No sé dónde está. Tuvimos una discusión, pero se terminó. Pensé que todo
estaba bien. Luego fui a buscarla y no estaba en su habitación. Llamé a mi
madre y no está en la casa de la playa tampoco. No la encuentro por ningún
lado.

Probablemente había salido a tomar un poco el aire.

—Cálmate, hombre. La chica no va a irse a ningún lado. Estará por aquí en


alguna parte. Solo tiene que superar los nervios de la boda.

Marcus respiró hondo y asintió.

—Sí, tienes razón. La encontraré.

Y se fue por la puerta principal. No lo seguí. Por el contrario, me dirigí de


nuevo al ascensor, hacia mi habitación.

Me detuve frente a la habitación donde había visto entrar a Cage. Podía


hablar con Cage. Necesitaba hablar con alguien. Llamé a la puerta.

Se abrió y allí estaba Eva, de pie con una bata, como si acabara de salir de la
cama.

—Hola, Eva, lo siento si te he despertado —dije y entré en la habitación antes


de que pudiera alejarse. Me quedaba sin amigos con quien hablar. Cage era el
último recurso.
—¿Preston? —respondió. Sonaba más como una pregunta.

—Ella está aquí. Quiero decir, sabía que estaría aquí, pero jódeme si no
estaba preparado para verla con él. ¿Qué demonios ve en él? Es un idiota. —
Fui hasta una silla y agarré con fuerza la parte posterior. Quería golpear algo.
Cualquier cosa.

—¿Quién es ella? —preguntó Eva.

—¿Dónde está Cage? —pregunté en su lugar. No estaba allí para hablar con
ella. Necesitaba un chico al que pudiera gritarle.

—No lo sé —dijo con tristeza.

¿Qué demonios significaba eso?

—¿Acaba de salir?

—Cuando me he despertado ya se había marchado —respondió.

Low no estaba. Cage tampoco.

—Mierda. Marcus no encuentra a Low —dije.

No quería asumir nada, pero esa era la verdad.

La puerta se abrió y entró Cage. Abrió los ojos de par en par, con la ira
reluciendo en ellos, mientras nos miraba a su chica y a mí. Al parecer se había
hecho una idea equivocada.

—¿Qué demonios estás haciendo con mi chica, en mi habitación de hotel? —


preguntó Cage, con voz fría.

—He venido a buscarte. Borra la mueca de alfa estúpido de la cara. No estoy


aquí para jugar con Eva —contesté, molesto de que actuara de la misma
forma en que yo lo haría.

Cage se acercó a Eva, que se alejó de él.

—Hablaré contigo más tarde, al parecer tienes tus propios problemas —le dije
y me dirigí hacia la puerta.

Amanda

Desayunar con Sadie fue agradable. La echaba de menos. Verla de nuevo


habría hecho perfecto este día, si no fuera por el hecho de que mi corazón
estaba roto y cada vez que veía el rostro de Preston y él alejaba la mirada se
rompía de nuevo. Las fotos de la boda empezarían pronto. Tenía que ponerme
el vestido de dama de honor y arreglarme el pelo.
Me dirigí hacia las escaleras que me llevaban a la habitación, donde sabía que
Willow estaría liada, cuando vi el pelo rubio de Preston en la playa. Estaba
solo. Tenía las manos metidas en los bolsillos y miraba las olas romperse
contra la orilla.

Me quité los tacones y fui hacia él.

No pudo escuchar como me acercaba debido al viento y a las olas.

—¿Te escondes? —pregunté cuando me encontraba lo bastante cerca como


para que me oyera.

Sus hombros se tensaron. Esa fue la única pista que tenía de que me había
escuchado.

—¿Siempre será así entre nosotros? ¿Ni siquiera podemos volver a ser
amigos?

Los hombros de Preston se levantaron y cayeron mientras suspiraba.

—Nunca podré ser tu amigo, Manda.

—¿Por qué? No he hecho nada malo. Fuiste tú. Si yo puedo perdonarte, ¿por
qué no puedes tú? ¿Por qué tienes que odiarme tanto que no puedes soportar
estar cerca de mí?

Preston giró la cabeza para mirarme.

—¿Odiarte? ¿Crees que te odio?

Me encogí de hombros. Sí, eso era lo que creía. Se comportaba de esa


manera.

—No te odio, Manda. Nunca podría odiarte.

—Entonces, ¿por qué me tratas así? ¿Por qué no puedes al menos mirarme?
¿Hablarme? No te pido…

Preston me agarró y estampó su boca contra la mía con violencia. Su lengua


se hundió en mi boca, retorciéndose alrededor de la mía mientras sus manos
agarraban mi trasero y tiraba de mí, con fuerza, hacia su cuerpo. Apenas
había tenido tiempo de responder, cuando se retiró de golpe. Abrí los ojos y le
vi, de pie frente a mí, respirando con dificultad.

—Es por eso que actúo de esa manera. Porque cada vez que estás cerca de
mí, quiero agarrarte y abrazarte tan malditamente fuerte que no puedas ir a
ningún lado nunca más. Quiero besarte hasta que te olvides de lo hijo de puta
e idiota que soy. Pero no puedo. Quieres seguir adelante e intento dejar que lo
hagas.

No me había superado. Me quería. Pero no me amaba. ¿Podría vivir sin amor?


Quería lo que tenían Marcus y Willow. Pero también quería a Preston. ¿Me
dejaba llevar por el sueño de un romance de cuentos de hadas para tener mi
sueño con Preston?

—Te presentas aquí con él —gruñó—. ¿Cómo diablos puedo manejar eso?
Todo lo que puedo pensar es si te ha tocado. Me está matando. Eso,
literalmente, me está comiendo por dentro. Saber que él puede tocarte en
lugares que solo yo había tocado. Lugares que eran míos. ¡Míos! Lo jodí y lo
perdí todo.

Di dos pasos, acortando la distancia entre nosotros para poder tocarlo. Había
tomado una decisión. Preston no era como mi hermano. No le habían dado
amor. ¿Cómo esperaba que me amara si nadie le había enseñado cómo
hacerlo? Marcus podía amar fácilmente. Lo habían amado toda su vida.

Le enseñaría a Preston cómo amar. Tal vez un día también me amara a mí.
Solo necesitaba que alguien le enseñase cómo funcionaba. Cómo se siente el
querer. Enseñarle que no se basa en mentiras. Lo amaba más que a la
fantasía de lo que pensaba que era el romance. Nunca volvería a ser feliz con
nadie más que con él.

Me acerqué y puse mi mano sobre su corazón. Su músculo saltó al tacto.

—No estoy saliendo con Jason. Somos amigos. Solo amigos. Ni siquiera le he
dado un beso. Sabe que mi corazón no está disponible. Se lo he explicado y
está de acuerdo con eso. No busca nada más conmigo. Este fin de semana
sabía que iba a ser difícil para mí, así que voló para apoyarme. Nada más.

Preston respiraba con dificultad.

—¿No te ha tocado en ninguna parte? Porque estoy seguro de que te abraza


demasiado fuerte.

Sonreí y sacudí la cabeza.

—Me ha abrazado dos veces. Eso es todo.

—Tiene dinero. Tiene fama. Tiene ese maldito avión. ¿Por qué no lo quieres?

Froté su corazón con el pulgar.

—Porque te quiero.

La máscara dura en su rostro se desvaneció y sus ojos se anegaron


emocionados.

—¿Cómo? ¿Por qué? —preguntó, cubriendo mi mano con la suya—. No lo


merezco.

—No estoy de acuerdo. Eres especial, Preston Drake. Creo que he estado
enamorada de ti desde mi decimosexto cumpleaños cuando viniste a mi fiesta
en la playa con Marcus. Me guiñaste un ojo y me llamaste hermosa. Desde ese
momento me fascinaste. Luego, a medida que fui creciendo, fui queriéndote. Y
una vez que te tuve, me di cuenta de que estaba enamorada de ti.

Preston deslizó la otra mano alrededor de mi cintura y la apoyó en la parte


baja de mi espalda.

—La noche que te alejaste de mí sabiendo la verdad, sin mentiras entre


nosotros, me di cuenta de que esta loca, salvaje e intensa emoción que sentía
era amor. Nunca la había tenido. Por supuesto que quiero a mis hermanos,
pero nada como esta emoción fuera de control que no podía nombrar. Había
tenido miedo de decirte que te amaba, porque no podía creer que lo que
sentía fuera amor si no te decía la verdad acerca de mí. Te mentí porque
sabía que me dejarías si lo descubrías. No quería perderte.

Mi respiración se detuvo. Estaba casi segura de que mi corazón también lo


había hecho.

—¿Me amas?

Sonrió y bajó la cabeza hasta que sus labios se cernían sobre los míos.

—Te amo con un increíble, loco y salvaje amor. Siempre lo haré. Nadie más
puede hacerme sentir de esta manera.

Apreté mis labios contra los suyos mientras lanzaba los brazos alrededor de
su cuello. Clavó las manos en mi cintura y me levantó. Envolví las piernas a su
cintura mientras le besaba, vertiendo toda la emoción que fui capaz. Sus
manos se deslizaron bajo mi vestido y me agarró del trasero.

—Vamos, muchachos. ¿En serio? Este es el maldito día de mi boda. ¿Podéis


guardar esta mierda hasta que se acabe? —gritó la voz de Marcus por encima
del viento y nos separamos para verlo sonriendo, a unos metros de distancia.

—Es difícil resistirse a alguien como ella —gritó Preston.

—Bueno, inténtalo. Por favor. Todo el mundo se está preparando dentro.


Necesitamos al padrino y a la dama de honor. Si pudierais intentar no
besuquearos durante la sesión de fotos os lo agradecería.

Preston se echó a reír y me puso de nuevo en el suelo.

—¿Supongo que no vas a darme una paliza?

Marcus negó.

—No, pero si seguías con esa cara y enfurruñado como un bebé, iba a
golpearte por ser idiota.

—Supongo que has encontrado a la novia —dijo Preston.


¿Qué significaba eso? ¿La había perdido?

Marcus se encogió de hombros.

—Sí. Había ido a comer patatas fritas.

—¿Patatas fritas? —preguntamos al unísono.

Marcus puso los ojos en blanco.

—Sí, patatas fritas. Es una de las cosas de Cage y Low con las que estoy
aprendiendo a lidiar.

Preston apretó mi trasero y luego lo acarició.

—Ves con tu hermano. Yo iré detrás. Esta noche no es momento para hacerle
frente a la reacción de tu madre.

Me había olvidado de ella. Mierda.


27

Preston

No estaba seguro de si la boda era tan preciosa como decía todo el mundo.
Todo lo que veía era a Amanda. Podía dar fe de que iba preciosa. Era difícil
ver otra cosa. Demandaba mi completa atención.

La cena de la boda fue otra cosa. De nuevo se sentó junto a Jason, ya que era
su acompañante, y yo me senté al otro lado de la mesa como testigo.

Me sonrió tranquilizadoramente durante toda la comida. Sabía que intentaba


conseguir que dejara de mirar fijamente a Jason, pero no podía evitarlo.
Estaba enfadado y quería que se fuera.

Cuando terminó la cena más larga a la que había acudido, Jason se levantó y
felicitó a Marcus y a Low, y luego se excusó diciendo que los esperaba un
avión. Amanda dijo que lo acompañaba afuera. No los quería solos; confiaba
en ella, pero no podía decir lo mismo de Jason. Una vez fuera del comedor, me
puse de pie y fui a seguirlos. La mano de Marcus agarró mi brazo con fuerza.

—No —susurró.

—Suéltame —le advertí.

—Escúchame. No le quiere. Está siendo educada, era su invitado. No hagas


una escena. Volverá. —Marcus hablaba en voz baja para que nadie pudiera
oírle excepto yo. Sabía que tenía razón, pero no me gustaba estar aquí
esperando.

—¿Y si trata de besarla?

—Lo detendrá. Confía en ella.

Confiaba en ella, maldita sea.

Amanda volvió a entrar en la habitación, e inmediatamente me miró y articuló


un Vamos. Luego se giró para despedirse de su madre y algunos invitados.

—Espero que encontréis un rato para vernos más tarde —dijo Marcus antes
de que pudiera ponerme de pie. Él también le había leído los labios.

Asentí.

—No me lo perdería y gracias por confiármela.

Marcus sonrió.

—Eres mi padrino. ¿En quién más podría confiar?


Sonreí y me dirigí hacia la puerta. Amanda ya había salido y me esperaba. Me
sentía más que ansioso por tenerla a solas.

Dos manos salieron de las sombras y me agarraron el brazo, tirando de mí


hacia la oscuridad.

—No has sido muy agradable —me regañó, antes de besarme el cuello y
pasarme las manos por el pecho.

—Me he portado bien —le contesté, agarrando la parte inferior de esta excusa
ridícula de vestido y tirando de él hacia arriba para poder pasar las manos por
encima de su culo. Llevaba un maldito tanga. Lo había descubierto en la playa
y me volvía loco cada vez que le miraba el culo solo de pensarlo.

—No, has sido un chico malo. Me sorprende que Jason aguantara tanto. —Me
mordió el lóbulo de la oreja y levantó la pierna desnuda hasta mi costado. La
agarré por debajo de la rodilla y la levanté más.

—Se acercaba demasiado a ti y no llevas sujetador. Manda, tienes que


empezar a usarlo. Voy a ser arrestado si no lo haces.

Se rio y levantó la mano. Agarrando los tirantes de su vestido los deslizó,


hasta que sus pechos estuvieron desnudos.

—Mierda, cariño. Tengo que llevarte a mi apartamento. Ahora. Muy rápido. —


Me agaché para pellizcar sus pezones erectos con mi lengua.

—Mmm, no puedo esperar tanto tiempo y tenemos que estar aquí para
despedirlos —gimió, acercando más mi cabeza a su pezón, hasta que me lo
puse en la boca y lo chupé.

No iba a ser capaz de esperar tanto a este ritmo. Había pasado demasiado
tiempo desde la última vez que la había tocado. Estaba listo para enterrarme
en ella y esta vez no iba a salir nunca.

—Preston —jadeó.

—¿Sí, cariño?

—Ve a la playa, por ese camino. No hay casas y está oscura y vacía. Te
necesito. —Señalaba hacia la oscuridad.

¿Quería tener relaciones sexuales en una playa? Diablos, sí.

Volví a subir los tirantes y le cubrí los pechos, luego le agarré la mano y nos
dirigimos hacia la oscuridad. Caminamos hasta que la música y los ruidos
dejaron de escucharse y solo nos acompañaba el sonido de las olas.

Amanda me empujó cuando intenté acercarla a mí y cogió el botón de mis


pantalones. Tenía un brillo malicioso en los ojos cuando me miró. Soltó el
botón y abrió la cremallera, luego bajó mis pantalones y mi bóxer. Me lo quité
junto a los zapatos. Mi chica me quería desnudo, así que iba a complacerla.

Puso las manos sobre mis muslos y sacó la lengua y le dio una lamida a mi
pene. Mierda.

—Manda, bebé… Oh Dios. —Envolvió una mano alrededor de la base de mi


pene y luego la cubrió con su boca—. Bebé, ah, tú… Oh, Manda, Dios, esto es
increíble. —Renuncié a intentar detenerla. No podía formar palabras. Me
agaché, hundí las manos en su pelo y la observé con un placer delirante
mientras deslizaba mi pene dentro y fuera de su boca como si fuera un
maldito helado y no pudiera chupar lo suficientemente rápido.

—Santa… joder. Um, sí. Eso es. Es genial. —Chupó más duro cuando le alabé.
Si no estuviera a punto de explotar hubiera seguido hablando, pero
necesitaba sacar mi miembro de su dulce y pequeña boca caliente y meterla
en su interior.

Me agaché y la levanté. El chasquido que su boca hizo cuando soltó mi pene,


podría ser recordado como uno de los sonidos más calientes de la historia.

—No quiero parar —dijo con un mohín, intentando volver a ponerse de


rodillas.

—Estaba a punto de perder el control en esa boca tuya, caliente como el


infierno, y no quiero hacer eso. Quiero perderme en ti.

Amanda hizo una pequeña y linda «O» con su boca, y metí la mano bajo su
vestido para librarla de su tanga. Tiré y se rio, ante otra pieza de ropa interior
desgarrada. Le compraría más al día siguiente. Íbamos a necesitarlas.

Metí un dedo entre sus piernas, pensando que necesitaba ponerla a punto,
cuando mi mano encontró el calor húmedo.

—Te ha gustado chuparla, ¿verdad? —le pregunté con asombro mientras


temblaba contra mi mano, más que suficiente húmeda para mí—. Eso es tan
malditamente caliente —le susurré, bajando la boca para capturar la suya.
Estaba encendida y lista para mí, simplemente chupando mi maldita polla.
Mierda. Esta mujer me tenía loco. Sería su esclavo de por vida. No podía
perderla de nuevo.

Amanda

Preston abrió la cremallera de mi vestido, lo dejó caer sobre la arena a


nuestros pies y lo hizo a un lado. Cogió sus pantalones y sacó de su cartera un
pequeño paquete de aluminio. Observé cómo lo abría con los dientes y luego
deslizaba el condón sobre sí mismo. Sus dientes blancos mordieron su labio
inferior mientras intentaba colocar la protección en su lugar.

—Voy a acostarme y quiero que subas sobre mí, como cuando me montaste en
el sofá. —Se quitó la camisa, luego se recostó sobre la arena y me subí,
bajando un poco hasta rozarle.
—Ah, mierda, no voy a durar. —Respiró mientras colocaba las manos en su
pecho y le permitía guiar su erección dentro de mí. Estaba más que lista. Tan
pronto como encontró su lugar, bajé sobre él y ambos gritamos del placer. Lo
había extrañado tanto. Esta vez sabía que me amaba. Eso lo cambiaba todo.

Nos quitamos la arena lo mejor que pudimos y nos arreglamos el pelo el uno
al otro antes de dirigirnos de regreso a la casa. Podíamos ver a la gente
acumulándose en las puertas principales mientras nos acercábamos.
Habíamos vuelto justo a tiempo.

—¿Quieres ir primero para que tu madre no nos vea?

No. No quería. Quería caminar de la mano de Preston Drake y desafiarla a


decir algo al respecto. ¿De verdad le diría a todo el mundo lo de su pasado?
Porque no iba a dejar que se fuera de mi lado, así que todos se enterarían que
su hija salía con un antiguo gigoló. No estaba muy segura de sí mi madre era
así de auto-destructiva. Su círculo social se la comería con chismes al saber
esa información. Además, tendría que delatar a la esposa del alcalde y eso
causaría todo tipo de dramas.

—Quiero entrar agarrando tu mano. Estoy cansada de ocultar cosas solo


porque temo la reacción de mi madre. Estará en contra de esto, pero no me
importa. Aprenderá a lidiar con ello. Y una vez que te conozca un poco, va a
caer rendida a tu encanto. Tienes eso a tu favor. Es imposible que no le
gustes a una mujer.

Preston me atrajo hacia su pecho y acunó mi rostro entre sus manos.

—Te amo. Te amo tan jodidamente tanto que esto me consume. No te


merezco, pero me convertiré en el hombre que sí pueda merecerte. Lo
prometo. Haré que estés orgullosa de mí.

Alargué la mano y corrí mi pulgar sobre sus labios.

—Estoy y siempre estaré orgullosa de ti. Quiero que el mundo sepa que eres
mío.

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