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Stéphanie Thomas - Mal de Madres (2022)
Stéphanie Thomas - Mal de Madres (2022)
Prólogo
Introducción
1. Yvonne, la mujer y la maternidad en Francia
Conclusión
Bibliografía
Agradecimientos
Acerca del autor
Créditos
Planeta de libros
Prólogo
«N oshaberlo
podemos arrepentir de no tener un hijo, sí. Pero arrepentirnos de
tenido, no, ¡impensable!».
Son las dos frases categóricas que mi amiga Charlotte pronunció con
intensidad cuando le hablé del tema de mi nuevo libro, el arrepentimiento
de ser madre.
Su reacción me pareció divertida, porque me hizo pensar en la que yo tuve
cuando la vi unas semanas antes leyendo un artículo del periódico
Libération, con el título provocador, tanto atractivo como aterrador: «El
arrepentimiento de ser madre, el último tabú».1
Hablaba de la publicación en 2015, en Israel, del estudio de la socióloga
Orna Donath, Regretting motherhood (Madres arrepentidas), la primera en el
mundo en tratar el tema, y que causó revuelo cuando salió en su país de
origen y en los países en los que había sido traducido, en particular en
Alemania.
Recuerdo bien que hice una mueca cuando leí ese título tan fuerte que me
obsesionó durante varias semanas. Pero ¿de qué se trataba? Las 23 mujeres
que participaron en ese estudio, todas madres, a rmaban que se arrepentían
de haber tenido hijos, y a rmaban que si pudieran retroceder en el tiempo,
se abstendrían de haberlos tenido. Ellas habían evaluado los aspectos
positivos y negativos de su maternidad, y los segundos los superaban con
creces.
Estaba estupefacta. Aunque a lo largo de mis veinte años de encuentros y
entrevistas había escuchado muchas cosas, percibido recovecos oscuros y no
siempre confesables del alma humana, nunca me había encontrado con algo
como esto. Y como mamá, ¡no imaginaba que un sentimiento así pudiera
existir! Casi siempre se asocia la maternidad con una serie de emociones
positivas: la felicidad de anunciar el embarazo a los allegados, las lágrimas
de felicidad a la hora del nacimiento —«el día más bello de mi vida»—, el
orgullo de ver a tu hijo crecer… Asociar el arrepentimiento con la
maternidad me parecía paradójico, antinatural. Eso explica mi primera
reacción, la de mi amiga y la de muchos de los interlocutores con quienes
hablaría de este proyecto.
NOTAS
1. Rousseau, N. «Le regret d’être mère, l’ultime tabou», Libération, 10 de julio de 2016.
Introducción
O
rna Donath y su estudio están en el origen de este libro. Ella es la
precursora que sacó a la luz esta ambivalencia de la maternidad
que experimenta una gran cantidad de mujeres en todo el mundo,
a diferentes edades, en distintas culturas: el arrepentimiento de ser madre.
La socióloga enseña en la universidad Ben-Gourion de Neguev, donde lleva
a cabo investigaciones sobre las expectativas sociales a las cuales se
enfrentan las mujeres. Su estudio sobre el arrepentimiento de la maternidad
se publicó en 2015 y es fruto del trabajo que realizó entre 2008 y 2013.
Interrogó a 23 madres israelitas, de 25 a 75 años, de distintos niveles
socioprofesionales.
Según Orna Donath, esas mujeres lamentaban haber tenido hijos porque
comprendieron tardíamente que la maternidad no era para ellas. Ciertas
mujeres le con aron que les parecía que esta responsabilidad era demasiado
pesada para llevar a cuestas, aunque hacían todo por superarlo y amar a su
hijo lo mejor posible. Esta toma de conciencia puede llegar en cualquier
momento, durante el embarazo o después del nacimiento del primero, del
segundo o de otro hijo. No todas las mujeres que interrogó querían
necesariamente ser madres. Muchas de ellas estaban sometidas a presiones
de su pareja o de su familia. Para Orna Donath, mientras las mujeres que se
nieguen a la maternidad sigan siendo tratadas como egoístas, locas, «falsas
mujeres», esta decisión jamás se considerará en un contexto claro y
admitido.
Dice que vivimos en un mundo en el que la maternidad es parte del orden
natural de las cosas. Consideramos que dar vida es la meta existencial de
cada mujer. Sencillamente porque las mujeres tienen los mismos órganos
biológicos, se supone que deben tener los mismos sueños, necesidades y
capacidades. De este modo, tener un hijo ofrece a la sociedad un desenlace
feliz a la historia. Por eso, con sus testimonios, las mujeres derriban el
último tabú y destruyen ese mito. La maternidad no es un reino sagrado,
sino una relación subjetiva, vivida de manera distinta según la madre, que
puede darle alegría, amor, pero también odio, celos y arrepentimiento.
A falta de palabras, y como la maternidad se ubica más allá de la
experiencia del arrepentimiento, en el debate público o en los trabajos de las
ciencias humanas y sociales relacionados con la maternidad jamás se aborda
el arrepentimiento de haberse convertido en madre.
La mayoría de los escritos que se interesan en lo que las madres tienen que
decir hablan de sus sentimientos y experiencias como mamás de recién
nacidos, lactantes y niños pequeños, es decir, durante el periodo que sigue al
nacimiento. Las vivencias de las madres de hijos más grandes casi no son
objeto de ninguna investigación. Esto nos hace ver que solo se le brinda un
lugar muy limitado a la experiencia de las madres en el curso de los años
posteriores.
En estos últimos años, las raras veces en las que se ha abordado en internet
el tema de las mujeres que lamentan haberse convertido en madres, sus
palabras se registran con incredulidad, lo que signi ca negar lo que esas
mujeres sintieron, o suscitan la cólera y se deforma su discurso.
El trabajo de Orna Donath fue publicado en alrededor de 15 países y
comentado en todo el mundo. Pero no provocó las mismas reacciones en
todos los países, lo que sacó a la luz las percepciones que cada nación tiene
de la maternidad. Según la investigadora israelita, el sentimiento de
arrepentimiento aclara hasta qué punto la sociedad piensa en la maternidad
en términos positivos y la considera como un n en sí de la feminidad. El
caso de Alemania es interesante, porque el tema suscitó controversias y
debates acalorados durante varios meses. Después de su publicación, en las
redes sociales surgió una avalancha de testimonios de madres que
expresaban su arrepentimiento, lo que generó comentarios de una violencia
inaudita y críticas negativas de una parte de la población y de los medios de
comunicación.
«El intenso debate que conmovió a Alemania por el tema del
arrepentimiento trataba principalmente del concepto de la díada de “la
madre perfecta” y “la mala madre”, y demostró que estamos frente a una
pluralidad de sentimientos y emociones que pide a gritos ser explorada;
entre ellos, el arrepentimiento».2
Para la universitaria Barbara Vinken, quien analizó el mito de la madre
alemana en 2001, el estudio de Orna Donath conmueve a Alemania porque
revoluciona, pone en tela de juicio «la dicha de tener hijos» en una sociedad
que desde hace mucho tiempo está fundada en las tres K (Kinder, Küche,
Kirche) —que en español se traduce como «niños, cocina, iglesia»— y evoca
la representación de los valores de la familia alemana tradicional bajo el
Tercer Reich. Ochenta años después, la sociedad alemana sigue esperando
una devoción total de las madres, y les pone la vara muy alta.
NOTAS
2. Donath, O. (2019). Le Regret d’être mère. Odile Jacob. [Donath, O. (2017). Madres arrepentidas: una
mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales. México: Penguin Random House].
3. Publicado en Alemania por Ediciones Ludwig, 2016.
4. Así se le conoce a Francia por su contorno geográ co [N. de la T.].
5. Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos [N. de la T.].
6. https://www.ccomptes.fr/sites/default/ les/2017-09/20170920-rapport-securite-sociale-2017_1.pdf?
lipi=urn%3Ali%3Apage%3Ad_ agship3_pulse_read%3BC5qHwVdbSlCTTfo5W9GWig%3D%3D
1
Yvonne, la mujer
y la maternidad en Francia
A los 30 años, la abuela Vonne tenía un rostro muy delgado, dientes
grandes, ojos muy azu les y claros, cabello no y corto, ligeramente
rizado, que dejaba bien acomodado. A pesar de su escaso salario y su ropa
remendada, siempre estaba muy elegante.
Si bien les daba la misma importancia a los resultados escolares de su hijo
que a su buena presentación —era capaz de mandarlo de nuevo con el
peluquero el mismo día si su cabello no quedaba completamente al ras—,
mostraba muy poco interés por el estado de ánimo del niño. Mi padre
aprendió ortografía con ella «a reglazos». Los cuidados, los juegos y las
con dencias, el orgullo que se siente en la ceremonia de entrega de premios
de la secundaria y preparatoria, era la esfera de su marido, Raymond, nueve
años mayor que ella. Él era atento, afectuoso, protector y estaba consagrado
a su hijo.
Recuerdo un día en que la abuela Vonne —que, a diferencia de su papel de
madre, era una abuela formidable y desbordante de amor por sus nietas,
aunque tuviera mano ligera para usar el trapo mojado cuando pasábamos
corriendo demasiado cerca de ella y de su horno— me dijo: «Es muy difícil
tener un hijo. Son demasiados sacri cios. Yo le di todo a tu padre». ¿Por qué
me con aría aquello? ¿Qué le había dado? ¿Vacaciones en la playa y la
posibilidad de estudiar para ser ingeniero? Pero ¿a qué precio? Mi padre
siempre se esforzó por ser el mejor para que ella estuviera orgullosa de él y
se lo reconociera… en vano.
¿Habría sido más feliz sin él? ¿Qué hubiera hecho de su vida? Quizá
hubiera recorrido el mundo. La Gran Muralla China, la Plaza Roja, tantos
sueños vinculados con su apego al comunismo. ¿Habría tenido una mejor
carrera que solo dirigir un servicio en la compañía de seguros que la
empleaba? ¿Habría tenido «ropa hermosa» y «joyas», como le gustaba
repetir? Con la edad, estas expresiones se habían convertido en su cantinela.
NOTAS
7. Knibiehler, Y. (2017). Histoire des mères et de la maternité en Occident. Colección Que sais-je?.
Presses Universitaires de France.
8. Servicio del Trabajo Obligatorio [N. de la T.].
2
Elsie, el deseo de tener
un hijo a pesar de todo
L
a primera mujer con la que me reuní para esta exploración del
arrepentimiento de ser madre forma parte de mi círculo cercano. Se
trata de Elsie, una amiga mía. Nuestras madres tomaban clases juntas
en Schoorl, junto a Alkmaar, en los Países Bajos.
Elsie siempre dijo que ella «no quería tener hijos». Todo el mundo lo sabía:
su familia, sus amigas, los amigos de sus amigos. No había manera de que
cediera a la presión social. «No le pondré una cruz a mi “libertad”. Estoy
muy bien así; acabé una buena carrera, tengo un título de agrónoma, un
marido que amo y un o cio».
Elsie no se dejará manipular por lo que otros esperen de ella. Diez años
antes ya lo había dejado claro. No tuvo reparos en abortar, impulsada por la
convicción de que no estaba hecha para ser madre, pero este acto nada
trivial, la hundió posteriormente en la depresión. Una depresión engañosa:
no se hubiera percatado de ella si un día su médico no hubiera pronunciado
la palabra. Pero ella asegura que jamás se ha arrepentido de su decisión. A
veces calcula la edad que tendría su hijo, y la idea de imaginarse con él la
angustia. El hecho de que ella ya no esté con la persona con quien compartía
su vida en esa época le ayuda a a rmar: «Ese hijo hubiera arruinado mi
vida».
Elsie tiene 31 años. Está casada y, por supuesto, la pregunta está en boca de
todos: «¿Entonces? ¿Cuándo van a tenerlos?». Esta pregunta, formulada con
tanto entusiasmo, siempre provoca un tsunami en ella. «Yo no quiero hijos.
Mi vida está completa. Amo mi vida, la libertad que me brinda a mí y a mi
pareja. ¿Y si un día me arrepintiera? O peor, ¿y si tuviera un hijo por miedo
a arrepentirme de no haberlo tenido, y luego me arrepintiera de ese hijo
vivo, presente? Entonces, ¿qué haría? ¿Qué se hace?».
Elsie es una joven franca, alegre, espontánea. Sabe también que cuando
sencillamente dice: «No tendré hijos», la guillotina cae. La incredulidad en la
mirada de los otros. El asombro, la incomprensión, en ocasiones una especie
de compasión. ¿Cómo es posible que una mujer no quiera tener hijos?
¿Cómo puede estar satisfecha sin ese pequeño ser que mejorará su vida? Y
no falta quien diga: «Ya verás cuando seas madre, ¡lo sabrás! Entenderás lo
que te digo». «De acuerdo, entonces ¿ya no seré una mujer con un hijo, sino
una madre? Ya no seré una persona, sino solo una función?», responde
sistemáticamente a sus interlocutores.
Todos estos comentarios tienen un mensaje claro: una mujer sin hijos no es
una mujer. Una mujer sin hijos no comprende la vida. La existencia de la
mujer no es nada sin hijos. Elsie piensa que la función de ser madre
eliminaría a la persona que ella es hoy. Esta idea la paraliza. Se niega a
ponerse ese disfraz mal ajustado que jamás le quedará bien. Para ella, es uno
u otro. Ser ella misma o ser madre.
Lo que exaspera a Elsie por sobre todas las cosas es esa facultad que tienen
las personas de nunca ponerse a pensar si su marido querría un hijo. Todo el
mundo está convencido de que es ella, la mala mujer, quien obliga a su
marido Joris a no querer tener uno. Nadie se pregunta si, simplemente, él
quiere «lo mismo que ella». ¿Es absurdo que él también ame su vida sin
presiones y que esté satisfecho con su amor de pareja?
«No somos uno, sino dos seres distintos. Y de cualquier forma, jamás quise
tener un hijo. ¡Tú lo sabes! Ni jugar a las muñecas. Acuérdate de que siempre
preferí los Lego, dibujar, patinar sobre hielo en los canales cuando se
congelaban», me dice ella en una de mis visitas a los Países Bajos.
Comprendo que mi amiga pre era dejar que la niña que fue siga viviendo en
ella. Cuánto la comprendo, yo todavía tengo recuerdos vívidos y con
frecuencia muy precisos de mi infancia. Sin embargo, trato de percibir en
qué son incompatibles los dos.
«Soñar con tener un hijo, o no…». Lo soñamos, lo deseamos, lo
imaginamos. Los futuros padres construyen su proyecto de hijos según un
plan de vida adecuado a ideales personales, familiares y sociales, y después,
en muchos casos, el embarazo llega y hace caso omiso al proyecto
programado, dando así libre curso a sus deseos inconscientes.9
Niña, niño, pelo rizado, ojos verdes, gran sonrisa, divertido, fuerte, esbelto,
travieso y sabio… Pero resulta que no. Es rubio, de ojos azules, tiene manos
grandes de ladrón, pero correrá rápido porque tiene los pies grandes.10 Será
un poco gruñón, como su padre. Y sobre todo, no jugará en la sala porque
ese es el espacio de los padres. No va a dejar sus cosas tiradas por todos
lados.
El día del nacimiento todo cambia radicalmente. El niño de nuestros
sueños y nuestros principios cede su lugar a este niño real. La di cultad para
los padres consiste en tener que conciliar la coexistencia de su hijo
imaginado y de la cosita que acaba de cambiar su vida cotidiana. Mi gran
idea de que mis hijos jamás jugarían en la sala estalló en mil pedazos ¡desde
que mi hija comenzó a gatear! Y francamente, este principio, que venía de
mi padre, y que él sí cumplió durante toda nuestra infancia, fue imposible
mantenerlo.
La experiencia de la maternidad no se anticipa. Más allá de la intuición,
ninguna mujer puede saber qué tipo de madre será, ni tampoco qué tipo de
hijo engendrará. Por más que la mujer en ocasiones pueda sentirse
ilusionada con su maternidad, imagine sentirse plena con un hijo, muy
pocas son quienes nalmente alcanzan el nirvana las 24 horas del día, todos
los días de la semana, cuando están frente a frente con su bebé. Esas madres
existen, por supuesto, pero no son multitud. Las demás tienen miedo al
fracaso, miedo de no estar a la altura de sus hijos, pero ¿cómo saberlo sin
experimentarlo antes? ¿Cómo estar seguras de que tomamos la buena
decisión? ¿Vale más vivir con el remordimiento que con el arrepentimiento?
¿De qué sirve posponer la llegada de un hijo cuando se presenta? Cuando yo
estaba embarazada, el padre médico de un amigo me dijo: «Hay que estar un
poco loco para tener un hijo, y nunca se reúnen las condiciones ideales».
Cuando estoy a punto de terminar la escritura de este libro, recibo un
correo electrónico de mi amiga Elsie.
Lieve Stéphanie:
NOTAS
9. Alvarez, L. y B. Golse (2020). La pshychiatrie du bebé. Colección Que sais-je?. París: puf.
10. Pennac, D. (1987). La fée carabine, Gallimard. [Pennac, D. (2016). El hada carabina. Madrid:
Debolsillo].
11. «L’enfant
du double espoir» («El hijo de la segunda esperanza»), France 5, producido por Illégitime
Défense, febrero de 2021.
12. Badinter, E. (2011). Le con it. La femme et la mère. Le Livre de Poche. [Badinter, E. (2011). La
mujer y la madre. Trad. Montse Roca. Madrid: La Esfera de los Libros].
3
Coline, la elección imposible
D
espués de recibir el correo de Elsie, de inmediato pensé en la
historia de Coline, como si pudiera ser la continuidad del caso de
mi amiga.
Coline, quien parece tener apenas 40 años, aunque tiene diez más, me citó
en su departamento de soltera en París. Me gustó mucho la idea de que
tuviera ese refugio bajo los techos de la ciudad. Esa habitación para ella
misma a la que acude a escribir cuando no le toca cuidar a su hijo.
Coline cambiaba de opinión según las conversaciones que tenía con unos o
con otros, sus amigos y los profesionales de la salud. El último con quien
hablaba tenía siempre la razón. Ya no tenía ninguna libertad mental. Volvía
a recordar su infancia, la relación con su madre, el miedo a reproducir esa
relación disfuncional en la que ella mendigaba su amor.
Al cabo de dos meses y medio de darle vueltas, Coline se decidió.
Abortaría. Pero el plazo para practicar el aborto en Francia, 12 semanas de
embarazo, ya había pasado. Sin dudarlo hizo una cita en Bélgica. Era fácil,
solo tenía que cruzar la frontera. Allá se puede abortar hasta las 14 semanas.
«Me cité con una amiga a las nueve de la mañana para tomar un café en la
estación de trenes. Ella se había ofrecido a acompañarme a Bruselas. La hora
de la salida del tren se acercaba, yo estaba bien instalada en la banca, el
ruido de la estación retumbaba, hacía calor adentro y afuera helaba. Yo
bebía mi té y hablaba con mi amiga de distintos temas. De pronto le dije:
“Aquí estamos bien. No pasa nada, no iremos”. Y le seguí contando de la
última exposición que vi en París».
Al día siguiente, en Reims, Coline hizo una cita de urgencia con una
psicóloga especializada en agotamiento extremo.
«Ella me preguntó: “¿Qué signi ca para usted el aborto?”. Respondí que
tenía la sensación de que iban a arrancarme a mi bebé. Al decir esto me sentí
aliviada, incluso conmovida. Quizá por n me había salido el “instinto
maternal”. Mi vida estaría mejor. Un hijo. Quizá me colmaría… al n.
»Me mudé a Lyon. Me instalé en casa de Serge. Él estaba contento con la
buena nueva. Tuve a mi bebé, no hubo problemas con el parto y, en el
momento en el que lo tuve en mis brazos, supe que me arrepentía. Pero era
demasiado tarde. Me quedé otros seis meses con el padre del niño. Era tan
amable, tan atento, que me as xiaba. Así que lo abandoné. Lo tomó muy
mal. No quiso volver a verme durante año y medio, ni a su hijo tampoco.
»El arrepentimiento que sentí me hizo recordar mi infancia y a mi madre.
Ella era muy hermosa. Conmigo se quebró. Tenía 23 años. Quiso escapar de
su familia casándose joven; de hecho, igual que mi padre. Ella se casó en
lugar de terminar la preparatoria. Mi madre era lo que podríamos llamar
una niña-madre; carecía dolorosamente de madurez. Mientras que mi padre
era muy cariñoso y amable».
Coline no se esconde. Habla de eso, ríe, escribe y vive. Ella acepta totalmente
el arrepentimiento de ser madre. Siente que empieza a caer en un abismo
desde unos días antes de que su hijo regrese a casa, los lunes cada 15 días.
«Desde el domingo, cuando sé que mi hijo vuelve al día siguiente, me da una
crisis de angustia. Sé que va a empezar una semana en la que no podré hacer
nada. Todo es demasiado complicado. Un hijo es un tirano». El tirano se
llama Gaston y es rubio, de cabello rizado, es guapo y muy amable. «Es el
retrato de su padre, pero cuando lo veo me digo que bien podría prescindir
de él y recuperar mi vida de antes. Aquella época en que tenía amantes,
tiempo para hacer lo que yo quisiera, como yo quisiera, cuando yo quisiera».
Coline duda todo el tiempo de todo, quiere hacer las cosas bien. Es
conmovedora. Quiere lo mejor para su hijo, pero ella ha cambiado. Se ha
vuelto insoportable: «Arregla tu recámara. ¿Ya hiciste la tarea? Recita el
poema. ¿7 × 8?». Se transformó en alguien que no quiere ser. Entonces
empieza a idear algún plan, recuerda ese tiempo bendito en el que no había
ningún obstáculo para su libertad de movimientos. Aparte, es difícil ser
madre soltera, incluso cada 15 días. No es su padre quien lo lleva a las
consultas médicas, a la peluquería; quien asiste a las reuniones de la escuela,
compra los regalos para los amigos, el material escolar; quien prepara la
comida para las salidas escolares, quien lo acompaña a la clase de música y
de judo, incluso cuando no le toca a ella. La semana en la que está en casa de
su padre saca buenas cali caciones porque la semana anterior estudió con
«mamá», y en casa de Coline saca las malas, porque en casa de su padre
juega con la PlayStation y ve la televisión. «Me he convertido en la madre
insoportable. Anticipo todo, voy siempre varios pasos adelante. Es agotador.
Aparte, lo que menos soporto son todos esos mandatos de ser una madre
bondadosa, que están en todos los manuales sobre la maternidad».
Entonces Coline sueña con otros horizontes. Imagina que se va. La idea le ha
pasado por la cabeza cuando ve que su hijo aplasta las frambuesas sobre el
pan y embarra chocolate encima. Cuando juega con sus tarjetas de Pokémon
y las remoja metódicamente en el yogur para pegarlas en la pared. Esa noche
irá a pasear cuando él ya esté dormido.
Observa a su hijo dormir como un ángel en medio de sus peluches, la
lamparilla de noche está prendida, se inclina sobre el rostro apacible del hijo
y besa su mejilla regordeta, lo cobija bien hasta los hombros y cierra con
cuidado la puerta de la recámara, que rechina un poco. Habrá que
engrasarla. Después, Coline se pone los tenis, su chamarra azul de algodón,
toma su bolso que está sobre la mesa de la entrada, abre la puerta y la cierra
con llave, nunca se sabe, baja las escaleras y llega a la calle.
Temo que Elsie haga lo mismo en algunos años. Pensé en contarle la historia
de Coline, pero muy pronto cambié de parecer. Como Coline, mi amiga
jamás deseó un hijo y, a pesar de todo, entró de lleno a la aventura de la
maternidad. La comparación se queda ahí. Cada historia es única.
Elsie y Coline cuestionaron su deseo de tener un hijo, recurrieron a la
píldora anticonceptiva y al aborto, dos progresos sociales que les
permitieron a las mujeres controlar la procreación. En adelante, a las
mujeres que se convierten en madres se les dice: «Tú lo quisiste, tú lo
asumes, tú te encargas». El arrepentimiento es mucho menos audible. De
este modo, las madres se autoimponen una presión extrema para responder
a las expectativas sociales. Y cuando el hijo llega, se imaginan que no tienen
más opción que ser madres perfectas y que todo debe tratarse de él. Hace
100 años, aún en tiempos de la abuela Vonne, se tenían hijos y, mal que bien,
crecían. La presión era menos fuerte, sobre todo sin la imagen de la familia
ideal.
NOTAS
13. Fives, C. (2018). Tenir jusqu’à l’aube. Gallimard.
4
Aïna, una futura madre
que ya no se pertenece
C
onocí a Aïna durante una capacitación en Pôle Emploi.14 Parecía
relajada. La capacitación se había alargado y ella miraba sin parar la
hora en su celular. Me imagino que debe ir a recoger a su hijo a la
escuela. Aprovecho cuando se dirige a la salida para marcharme también y
salgo con ella. Mientras subimos por el bulevar en dirección al metro, Aïna,
quien necesita hablar, me cuenta que vino de Madagascar para continuar sus
estudios en Francia a nales de la década de 1990. Dos de sus hermanas
están instaladas en el sureste de Francia. Me parece alegre y dinámica. Es
fácil hablar con ella.
De una cosa a otra, acabamos hablando de los hijos, del embarazo, de los
pequeños inconvenientes, y uno de sus comentarios me asombra: «A partir
del quinto mes mi vientre se hizo público. Como si yo desplegara mi vida
sexual a los ojos del mundo».
En las tiendas, Aïna no soportaba a los peatones que se permitían tocarle el
vientre sin pedirle permiso, como si fuera un «bien público», al tiempo que
la cuestionaban con una gran sonrisa sobre cómo iba su embarazo o para
saber cuántas semanas tenía. A sus ojos, ese vientre redondo era indecente.
Aïna me habla de las personas cercanas a ella, o incluso a veces de
desconocidos, que expresaban sus opiniones sobre la alimentación de la
futura madre u otras cosas, recordándole que era malo fumar, beber alcohol
o comer mariscos. La sociedad en su totalidad se inmiscuye, se apropia del
cuerpo de las madres.
Dos mujeres —la historia dice que son prostitutas porque nunca se
menciona a un padre o a un marido— reclaman al mismo niño. Viven bajo
el mismo techo y parieron con unos cuantos días de diferencia. Uno de los
niños muere durante la noche, y de inmediato, a escondidas de la otra mujer,
su madre lo intercambia por el niño que está vivo. En la mañana, la madre
engañada no reconoce al niño muerto que está a su lado. En la disputa
surgen con igual medida el dolor y el enojo de estas dos mujeres. Para
resolver el asunto, deciden apelar a la justicia del rey Salomón. Después de
escucharlas, el rey propone cortar al niño vivo en dos partes iguales y darle
una mitad a cada una.
Entonces la mujer de quien era el hijo vivo, habló al rey […] y dijo:
«¡Ah, señor mío! Dad a esta el niño vivo, y no lo matéis». «Ni a mí ni
a ti; partidlo», dijo la otra. Entonces el rey respondió: «Entregad a
aquella el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre».16
NOTAS
14. Agencia gubernamental francesa de colocación [N. de la T.].
15. Donath, O. (2019). Le regret d’être mère. París: Odile Jacob, cap. 3. [Donath, O. (2017). Madres
arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales, cap. 3, México: Penguin
Random House].
16. 1 Reyes 3:26-27. Reina-Valera, 1995 (RVR, 1995).
5
Clara, el mito
de la «buena madre»
M
uchas mujeres viven su maternidad como un con icto doloroso.
Se sienten divididas entre el deseo de «hacer las cosas bien» para
su hijo, y sus deseos personales; escindidas entre el individuo
egoísta que todos llevamos dentro y el mito de la madre perfecta que se
consagra en cuerpo y alma a su pequeño, o a sus pequeños. Para ellas, el
niño no es la fuente de plenitud esperada y se vuelve un obstáculo para su
desarrollo personal. No llegan a conciliar ambos intereses.
A menudo, en el imaginario colectivo la función parental exige la
autoentrega, una forma de abnegación total. Durante mucho tiempo se
criticó a las madres que tenían muchas cosas que hacer, porque no
respetaban «el tiempo de su hijo», o bien porque deseaban meterlo
demasiado pronto a la guardería. La maternidad se vive entonces como un
deber y no como un placer. Es todo o nada. Una gran idea impuesta por la
sociedad acerca de las responsabilidades maternas que nalmente
eliminarían los placeres y los bene cios que podrían obtener de ella.
Clara cree que tuvo hijos sin haberlo pensado, porque proviene de una
familia numerosa y no concebía vivir de otra manera. Ahora se siente
atrapada en este papel. El año pasado se hizo consciente del malestar que la
carcomía desde el nacimiento de su primogénito, después de leer el libro de
Mona Chollet, Brujas.17 La autora puso en palabras lo que ella sentía.
Debido a «sus excesos», a esta «brutalidad que llevan dentro», las mujeres
deben ser dominadas. Cuando dejaron de quemarlas como brujas que
amenazaban a la cristiandad y depravaban a la sociedad, las enclaustraron.
Recluidas en la casa o explotadas en tareas ingratas, no tenían acceso a los
placeres del conocimiento, la exploración, la creación, la decisión, el
reconocimiento, la autonomía.
Hoy, eso es lo que Clara siente: que se ahoga, que se as xia, se funde,
desaparece, se desmorona, se disloca y se desgasta con el paso de los años.
Sacri có a la persona que hubiera podido ser por el papel de madre y
esposa. Nunca se dio tiempo para nada.
Desde que tomó conciencia, lo cual es difícilmente confesable, se siente
más fuerte e independiente. Pero eso también la atormenta mucho. En su
mente, la idea le da vueltas y vueltas. Ama a sus hijos, no es ni fría ni
indiferente. Sin embargo, desde hace algunos años, con frecuencia sueña que
ellos ya no están ahí, que han desaparecido. Por un segundo, en las mañanas
cuando se despierta, se siente aliviada, ligera, libre; luego comprende que
solo era un sueño.
Clara se siente atrapada. Haga lo que haga, siempre será la madre de
alguien. Se siente tan sola. Sus gestos son mecánicos. En las mañanas, abre
los ojos unos minutos antes de que suene el despertador. Se levanta más
temprano que todos los demás desde hace tanto tiempo.
Cuando era joven, Clara soñaba con dejar Poitiers para ir a París a estudiar
Bellas Artes. Tiene talento, y realmente hubiera querido cultivarlo, pero por
desgracia no tiene tiempo. A los 17 años vio la puerta de salida de ese yugo
familiar: Antoine. Iban juntos a la preparatoria. Ella lo amaba en secreto. No
fue sino hasta cuatro años después que se hicieron pareja. Él se fue a París a
estudiar y ella se quedó en Poitiers, donde obtuvo, en lugar del título de
Bellas Artes, una licenciatura en Historia.
Clara platicó con su hermana menor acerca del tema del arrepentimiento
de haber tenido hijos, pues Louise se lo preguntó. Duda sobre tenerlos. No
tiene pareja, pero el asunto la atormenta. Quiere pesar los pros y los contras
antes de lanzarse un día a la maternidad. Pero la conversación fue corta, ya
que Clara se sintió lastimada por la idea que su hermana menor tenía de
ella.
«Ella me ve como a nuestros padres. La única diferencia que sí me
concede, como mucho, es que yo trabajo, a diferencia de nuestra madre. A
sus ojos, yo caí en el patético cliché del “sueño perfecto”: un marido, una
familia numerosa, una casa, un perro y una camioneta».
Esta visión que Louise tiene de ella la enfurece. En realidad, Clara está
furiosa contra ella misma. Hubiera deseado tanto hacerse esas preguntas que
su hermana le hace hoy. Pero repite, como para tranquilizarme, que ama a
sus hijos, aunque no en esas condiciones en las que no existe para sí misma.
¿Al menos tuvo la posibilidad, puesto que la programaron para tener hijos?
NOTAS
17. Chollet, M. (2018). Sorcières, la puissance invaincue des femmes. La Découverte. [Chollet, M.
(2019). ¿Estigma o la fuerza invencible de las mujeres? Trad. Gema Moral Bartolomé. Barcelona:
Penguin Random House].
18. Winnicott, D. W. (2002). Jeu et réalité. L’espace potentiel. Colección Folio. París: Gallimard.
[Winnicott, D. W. (2017). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa].
19. Winnicott, D. W. (2006). La mère su samment bonne. Payot.
6
Giulia, la vana búsqueda
del instinto maternal
C
onocí a Giulia gracias a Orna Donath, con quien hablé por teléfono
para la preparación de este libro. Intercambiamos correos
electrónicos y mensajes escritos, antes de darnos cita en un parque
en París. Menuda y muy elegante, llega envuelta en su abrigo negro ceñido
en la cintura. Me parece que tiene aproximadamente 30 años. La joven
mujer, de padres italianos, me cuenta que creció en Yvelines. Conoció a su
pareja cuando aún estaba en preparatoria. Ella tenía 17 años y él 15. No se
fueron a vivir juntos pronto. Giulia tuvo algunas historias amorosas cuando
estaba en la Facultad de Derecho. Después, en una esta, por casualidad se
encontró de nuevo frente a los encantos de Bastien. Muy rápido, y contra el
consejo de los padres de Giulia, que soñaban para su hija un marido médico
o abogado —Bastien trabaja en marketing en una empresa de pernos—, los
jóvenes se instalaron en Viro ay. Son pareja desde que ella tiene 21 años y él
19.
Giulia ya tiene que irse, pero antes quiere enseñarme algo: saca su teléfono
celular de su bolsillo, me lo ofrece e insiste en que vea un documento que
lleva con ella para jamás olvidar su dolor. Al principio no comprendo de qué
se trata. Las cifras des lan bajo mis dedos.
20/02
04:55-05:45; 06:30-08:20; 10:20 (me quedo dormida con Gemma);
12:05-13:20; 14:30-15:30; 16:30-17:00; 17:50-19:30; 22:00-22:35;
23:55.
21/02
00:35 01:25 04:25 06:00; 07:05 08:50 10:50 12:30 13:15 14:30 15:00
17:10 18:55 sin parar hasta 21:20 sin parar hasta 23:20.
Es interminable, me da vértigo.
Se trata de todas las horas en las que amamantó del 9 de marzo de 2020 al 8
de mayo de 2020, una parte de la transición para el biberón. Giulia vivió el
amamantamiento como un calvario. Una alienación a su hija, a la que se
sometía. Hoy piensa que hizo bien en anotarlo, pues así lo puede compartir
conmigo. La pequeña Gemma era como un «bebé panda», me dice, pegada a
mi seno de la noche a la mañana. Habló al respecto con el personal de
Protección Maternal e Infantil de su ciudad, y ellos le dijeron: «Ya verá,
pronto lo olvidará usted».
«Me hartaba que lo tomaran tan a la ligera. Que no me escucharan. No, no
lo olvidaré. No quiero olvidarlo. Odio amamantar. Lo hice por mi hija
porque pensaba que “era lo natural”. Me estaba volviendo loca. ¡No me lo
volverán a hacer!».
NOTAS
20. Bydlowski, M. (2008). La dette de vie, itinéraire psychanalytique de la maternité. puf. [Bydlowski,
M. (2007). La deuda de vida: itinerario psicoanalítico de la maternidad. Madrid: Biblioteca Nueva].
21. Movimiento tradicionalista estadounidense creado en 1956. Actualmente, esta ONG aconseja a la
OMS y a la UNICEF. La Liga de la Leche francesa organiza cada año la «gran lactancia colectiva». Las
mujeres amamantan en público para convencer a otras mujeres de que hagan lo mismo. La ONG está
presente en 70 países.
7
Sylvie, los peligrosos límites
de arrepentirse de ser madre
C
uando hablo del tema de mi libro con mi círculo íntimo o
profesional, muchos piensan que el arrepentimiento de ser madre
implica el maltrato de las madres hacia sus hijos. Este nunca fue el
caso de las mujeres que entrevisté ni el de las que Orna Donath conoció para
su estudio. Ellas a rman que hicieron todo lo que estaba en su poder para
ocuparse de sus hijos, a pesar de su arrepentimiento. Muchas de ellas dicen
«amar» a sus hijos, y declaran que son precisamente ellas las que tienen la
culpa, y no su hijo, quien no pidió nacer.
Pero para Sylvie, el arrepentimiento de ser madre es tan grande que me
con esa que pre rió ignorar el comportamiento violento del papá, los
golpes de cinturón que a veces les daba a sus dos hijos, en lugar de correr el
riesgo de quedarse con la custodia de ellos de tiempo completo.
Una vez que él los castigó, al mayor lo dejó dos horas en el frío gélido; al
menor, el padre lo empujó con tal violencia que el yeso que tenía en la
pierna rota se quebró. Dos ejemplos entre muchos… Me quedo muda. Esta
confesión me pone incómoda. Estoy horrorizada por ellos y, al mismo
tiempo, evalúo el inmenso sufrimiento de esta madre que elige ignorar el
maltrato a sus hijos antes que «padecerlos» todos los días. Esta confesión me
hace llegar al límite del arrepentimiento maternal, en la medida en que el
sufrimiento de Sylvie es tan grande que la lleva a poner a sus hijos en
peligro.
No hay manera de detener a Sylvie. Sin embargo está calmada. Elige sus
palabras. Quiere que la comprenda bien. Las ideas se encadenan, los
sentimientos regresan, los recuerdos se atropellan. Como si hubiera
contenido 49 años de frustración, de tristeza, de incomprensión, de cólera,
de injusticia. Hablar con una desconocida por teléfono le hace bien. Sylvie
me conmueve. No se queja de su infancia ni de su adolescencia. Se apega a
los hechos. Casi desentendida.
¿Por qué llevar una vida es tan «valioso» a sus ojos? Parece que lo relaciona
con su historia.
«Mi vida comenzó cuando tenía un año. Cuando mis padres vinieron a
adoptarme a Nepal. Antes, no era nada». Tres años antes, los padres de Luna
ya habían adoptado a dos hermanos gemelos en Nepal. Su madre provenía
de una familia burguesa del este de Francia y creció en instituciones
católicas muy estrictas. Su madre había conservado un gusto desmesurado
por la obediencia y la caridad cristiana. Su padre provenía de una familia
menos acomodada, pero más alegre, aunque su propia madre era
esquizofrénica y había pasado gran parte de su vida caminando por los
corredores de hospitales psiquiátricos.
A nales de la década de 1970 los padres de Luna se conocieron, se
enamoraron, y como su madre había crecido en un ambiente de abandono,
quiso adoptar hijos para reparar eso. Adoptaron tres niños en la década de
1980 y, a partir de ahí, se destrozaron. Hasta el día de hoy. Pero como diría
Luna con una gran carcajada que oculta cierta angustia: «Así funcionan. Nos
acostumbramos».
Luna siempre tuvo la impresión de que su madre la consideraba «su cosa»
y que esperaba que su hija solo sonriera y que trabajara bien. Luna
sobresalió en ambas categorías.
«Este embarazo vino a arrancarme todo: mis ilusiones, la construcción de
mi identidad, el sueño al que me aferraba. Lo que voy a decir es horrible,
pero una vez que sacaron a mi bebé del vientre, cuando mi hija vino al
mundo, eso me hizo descubrir nuevas sensaciones en relación con mi
cuerpo y con algo que jamás había tenido.
»El nacimiento de mi hija fue el mío propio. Nací al mismo tiempo que
ella. Surgieron emociones profundas. Comprendí que sin mis padres yo no
existía. Estaba vacía. Cuando tuve a mi hija debí llenar ese vacío y
construirme. Pienso que tenía un problema de identidad debido a la
adopción».
Como para tranquilizarme, agrega: «No es grave. En la vida siempre nos las
arreglamos. Durante mi primer año no tuve ninguna interacción. Según la
teoría de apego tan bien descrita por Boris Cyrulnik, me faltó esa alquimia
neuroquímica que se forma en la conciencia humana, en la conciencia del
yo y del otro. Yo no era más que una cosita viva en una cuna. Me
alimentaban, me cambiaban los pañales, pero nada más, jamás me tomaron
en brazos ni me acariciaron».
Luna no tuvo cuidados especí cos. Antes de su primer cumpleaños nadie
la trató como a una persona única y especial. Los gestos que le prodigaban
eran mecánicos.
«Yo sí hice todo eso con mi hija. Traté de compensar con ella el año de vida
que me había hecho falta. Pero no había afecto. No había nada. No lograba
crear el vínculo. Yo estaba ahí. Tenía la impresión de que estaba haciendo lo
que debía. No soy táctil, no soy mala. Es solo que no soy cariñosa. Creía que
estaba siendo una buena madre. Me encantaba ocuparme de ella. No tenía
ningún problema con el ritmo que me imponía esa bebé. La alimentaba, la
cambiaba, le hacía buenas papillas. ¡Ella tenía que vivir!
»Pero esa pequeña niña —¡una niña, además!— hería algo en mí, algo
íntimo. Vino a quebrar la identidad que me había construido durante 24
años. No había previsto el colapso de mi identidad con el nacimiento de mi
hija».
Al cabo de una hora y media de conversación con Luna me doy cuenta de
que no conocía el nombre de su hija. Ella la llama «la bebé» o «la niñita».
Espero que me lo diga espontáneamente. Trato de comprender esta distancia
que pone entre ella y su hija.
«Mi hija siempre quería dormir en mi cama desde que su padre y yo
decidimos separarnos. Ella tenía tres o cuatro años. Era evidente que
necesitaba contacto. Pero para mí era un in erno. Estaba estresada, estaba
irascible. El cuerpo me dolía, me sentía oprimida, con dolores musculares.
Tenía insomnio».
Una noche se dijo: «Es ella o yo. Me voy a morir. Estoy muy mal. Esto debe
parar». Luna tenía vergüenza de lo que sentía. Estaba horrorizada por sus
pensamientos. «O la as xiaba, o iba a ver a un psicólogo».
O la as xiaba o consultar a un psicólogo. Eligió la segunda opción y salvar
su vida.
Victoria habló del tema con su hija Morgane, quien acababa de cumplir 17
años. Esta estadounidense de 52 años, originaria de Luisiana, escribió un
artículo en un sitio de internet destinado a mamás, en el que revelaba, bajo
su verdadera identidad, su desesperación por haberse convertido en madre.
Antes de publicarlo tuvo una plática franca con su hija casi adulta, quien ya
pronto tendría la edad su ciente para tener a sus propios hijos. Esta
publicación tuvo una repercusión enorme en las redes sociales e incluso fue
objeto de un artículo en e Guardian (de Estados Unidos), en 2017.
Con palabras sencillas, Victoria le explicó a su hija que el papel de madre
no era para ella, que nunca había sido ni sería para ella. De inmediato le
insistió en que ella, Morgane, no tenía la culpa de nada y que en ningún
momento le reprochaba que estuviera ahí.
La conversación fue muy breve, recuerda Victoria cuando le pregunté
detalles por teléfono. Al principio, su hija lo tomó muy mal. No dijo una sola
palabra. Estaba furiosa. Confundía arrepentimiento con abandono.
«Morgane creyó primero que yo iba a abandonarla, como había hecho su
padre biológico cuando ella tenía tres años. Nunca volvió a aparecerse
porque fui yo quien lo abandonó. Era abusivo y maltratador. Yo jamás la
hubiera abandonado. Al contrario, toda nuestra historia probaba lo
contrario».
Unos meses después de esta conversación, que Victoria cali có de
«fundamental» en la relación con su hija, Morgane buscó a su madre y le
dijo que la entendía. Supo separar el arrepentimiento que sentía su madre
del amor que Victoria sentía por ella, que era indudable. Victoria es una
mamá alentadora y bondadosa a pesar de los horrores de la vida y de la
precariedad; siempre se aseguró de que a su hija no le faltara nada. Jamás le
falló.
«Estoy segura de que muchos padres, en el transcurso de sus vidas, a veces
no pueden satisfacer las necesidades de sus hijos, pero a pesar de eso no
lamentan haberlos traído al mundo. Yo siento esta maternidad como un
error enorme. Sin embargo, amo a mi hija y ella lo sabe. Si algo malo le
pasara, estaría inconsolable, querría morir».
Victoria siente una enorme culpabilidad, por una parte, por vivir ese
arrepentimiento, y por otra, por no darle a su hija lo que merece. Porque su
hija, radiante como el sol, divertida, lista y alegre, no tiene ninguna
responsabilidad por lo que sufre su madre. «Morgane y yo hablamos mucho
en esa época. Quería que supiera quién soy yo en realidad».
Para Victoria era fundamental que su hija conociera la verdad y supiera que
la amaba, por encima de todo, a su manera. Giulia piensa igual, puesto que
le escribe a su hija Gemma desde que nació para dejar rastro de todo lo que
ha pasado, para no olvidar ningún detalle de lo que siente por su hija…
Quizá nunca se lo dará, pero quiere que exista. Eso también la ayuda a
soportar ese sentimiento ilícito de arrepentimiento.
Sylvie, Clara y Ambre pudieron hablar con los padres de sus hijos, quienes
comprendieron en mayor o menor medida el sufrimiento que padecían.
Poder compartir ese sentimiento con ellos fue saludable. Para apoyarlas, un
poco desvalidos, se hicieron más presentes en la casa y ayudaron en las
tareas domésticas.
Jean, el marido de Clara, la acompaña, bien que mal, en lo que ella llama
«su viacrucis». Trata de facilitarle la vida. Ella trata de retomar su primer
amor: la pintura. Pero la realidad de lo cotidiano siempre termina por
atrapar a Clara. Creación y maternidad no siempre hacen buena pareja. El
tiempo de concentración es muy limitado cuando queremos crear en casa.
Entre el trabajo de 8:00 a. m. a 5:00 p. m., los hijos, las tareas, los
preparativos para el día siguiente, las actividades de tres hijos y las comidas,
el tiempo libre de una madre es reducido. Clara se encierra en su recámara.
«Cuando llevo dibujando apenas 30 minutos, escucho gritos y llanto en la
casa. Trato de encerrarme en mi burbuja, pero esta siempre se rompe muy
pronto, cuando un hijo o mi marido me piden intervenir y arreglar el
problema o la disputa».
Por su parte, Giulia habló con su marido y padre de su hijo, Bastien, quien
no comprendía de qué hablaba su mujer cuando le decía: «Me arrepiento de
ser madre. Lamento la maternidad». Hasta el día en que ella terminó por
espetarle: «Pero, querido, ese hijo lo hice por ti».
«Y después fui a ver a mi madre para saber si ella había vivido también lo
que yo estaba experimentando. Lloró mucho y, con un suspiro, me
respondió: “Era tu padre el que quería hijos. Ahora que lo sabes, ya no hay
que hablarlo. No debemos hacer que los demás nos repudien”. Estaba furiosa
contra todas las mujeres cercanas a mí y contra mí misma por haber creído
en el mito meloso de la maternidad feliz».
El padre de Giulia, que seguía la conversación de lejos, solo dijo: «Pero la
maternidad es algo natural…». Fin de la discusión.
«Mis padres no quisieron ver que estaba muy mal. Sufrí mucho por esa
falta de empatía de la gente a mi alrededor. Siento que estuve enferma
durante largos meses, buscando qué estaba mal en mí. Como leía todo lo
que me caía entre las manos que tenía que ver con lo que yo vivía, por n
pude ponerlo en palabras y formular lo impensable: “Me arrepiento de haber
tenido un hijo”. Y después fue como si me dieran el terrible diagnóstico:
enfermedad grave e incurable. Ad vitam aeternam.
»A menudo pienso en la película Matrix. En la píldora azul y en la píldora
roja. Sin dudarlo, yo tomaría la que me hace volver atrás. No hubiera tenido
un hijo».
Conclusión
E
lsie, Clara, Coline, Giulia, Victoria, Sylvie, Luna y Ambre… y las otras
madres que no aparecen en este libro pero que me ayudaron en mi
investigación, me permitieron abordar con matices este tema tan
complejo y prohibido del arrepentimiento materno. Esta parte del alma
humana que me era por completo ajena y desconocida en Francia hizo que
me pusiera de cierta manera la vestimenta de una arqueóloga y emprendiera
excavaciones en una nueva zona, con aprensión por lo que podría descubrir,
y también con respeto por el lugar.
A lo largo de mis encuentros con esas madres tuve que dominar el tema y
controlar las emociones que a veces surgían en mí. Expandió mis límites y
me forzó a cambiar por completo certezas muy arraigadas.
Al escucharlas traté de comprender diferentes facetas del arrepentimiento
de ser madre. Espero haber evitado centrarme en el tema de la maternidad,
incluso si en ocasiones mi experiencia de madre pudo interferir en mi
escucha. Muchas preguntas que pude formularme en el curso de mi
investigación permanecen sin respuesta. Como lo anuncié al inicio del libro,
no soy especialista y, por tanto, me abstuve de enunciar teorías a partir de
los testimonios recopilados.
De estos últimos, sin embargo, adquirí una certeza: el arrepentimiento
nace de una presión social que querría que cada mujer tuviera la vocación
de ser madre, buena de ser posible, y la experiencia de cada una de ellas
condiciona su relación con la maternidad.
La socióloga Orna Donath sacó a la luz el arrepentimiento gracias a su
estudio; otras seguirán y lograrán su cometido con valor y perseverancia.
Asimismo, disciplinas como la psicología o la losofía podrían ayudar a
arrojar luz sobre el tema.
Este libro también fue una investigación familiar e íntima. Pude tener otra
perspectiva sobre la vida de mi abuela a la luz de los testimonios del
presente. Ella permaneció libre toda su vida, cumpliendo el destino que
había elegido al hacer caso omiso, a su manera, de las convenciones sociales
y de las opiniones de los otros.
Al terminar este libro, aún no sé si la abuela Vonne se arrepintió o no de
ser madre. Solo ella podría decírmelo con sus palabras. Pero poco importa,
una cosa es cierta: la ambivalencia materna, cuyo arrepentimiento es el
paroxismo, siempre ha existido y existirá. Es la mirada de la sociedad la que
cambia al respecto.
___ (1997). Las dos hermanas y su madre. Nuevas perspectivas en la teoría del
incesto. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires.
A
ntes que nada, quisiera agradecer a Charlotte Rousseau, sin quien
este libro jamás hubiera existido. Ella me animó con entusiasmo y
delicadeza a lo largo de toda esta escritura.
A Orna Donath, por nuestros intercambios y su trabajo.
Un gran agradecimiento también a mis eles amigas psicólogas y
psicoanalistas, Adèle Assous y Céline Casagrande, que se tomaron el tiempo
de escucharme hablar del arrepentimiento de ser madre, que releyeron
conmigo los testimonios a la luz de su área de especialización. A Bernard
Golse, quien no dudó en compartir su experiencia de psiquiatra infantil y
sus referencias.
A Valérie Guénon, por su relectura aguda y sus buenos consejos siempre. A
mis amigas Ariane, de Bruselas; Cécile, de Tahití; Juliette, de París, y Caro,
de Scotto. A Sonia Kronlund, por su delidad y su espíritu de equipo.
A Lila, mi hija, que me hace crecer, llorar y reír. A mi madre, mi hermana
Florence y a mis familias, la francesa y la holandesa, ambas fuentes de
inspiración. A mi padre y a la abuela om, evidentemente. A Fabrice,
inquebrantable y honesto.
Sobre todo, agradezco desde el fondo del corazón a todas las madres que
quisieron con ar en mí y que me hicieron descubrir este aspecto de la
maternidad que yo no sospechaba.
Agradecimientos a la editora
Agradezco sinceramente a Véronique Cardi por haberme permitido hacer
este libro al seno de la editorial JC Lattès.
Agradezco a todas las personas con quienes hablé, volví a hablar y hablé de
nuevo sobre este tema que me apasiona desde hace varios años, que me
escucharon con interés, espero, y paciencia sobre todo, y que me motivaron
para iniciar este libro y llegar hasta el nal. Pienso en particular en ti, Pierre.
Agradezco a mis dos pequeños, Charlie y Leo, que me impulsan a ir
siempre más lejos para realizar mis sueños y ser la más plena de las mamás.
Acerca del autor
Stéphanie Thomas
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