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PLATERO

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no
lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal
negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las
florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un
trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal... Come cuanto le doy. Le
gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su
cristalina gotita de miel... Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco
como de piedra. Cuando paso, sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los
hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo: —Tiene acero... Tiene
acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

AMISTAD

Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre adonde quiero. Sabe Platero
que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar al cielo
al través de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredilla que va, entre céspedes, a la
fuente vieja; que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, de un
paraje clásico. Como me adormile, seguro, sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales
amables espectáculos. Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso y le
peso un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar... Él comprende bien que
lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, que he llegado a creer que sueña mis propios
sueños. Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada. De nada protesta. Sé que soy
su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres...

NOCHE PURA

Las almenadas azoteas blancas se cortan secamente sobre el alegre cielo azul, gélido y estrellado.
El Norte silencioso acaricia, vivo, con su pura agudeza. Todos creen que tienen frío y se esconden
en las casas, y las cierran. Nosotros, Platero, vamos a ir despacio, tú con tu lana y con mi manta, yo
con mi alma, por el limpio pueblo solitario. ¡Qué fuerza de adentro me eleva, cual si fuese yo una
torre de piedra tosca con remate de plata! ¡Mira cuánta estrella! De tantas como son, marean. Se
diría que el cielo le está rezando a la tierra un encendido rosario de amor ideal. ¡Platero, Platero!
¡Diera yo toda mi vida y anhelara que tú quisieras dar la tuya, por la pureza de esta alta noche de
Enero, sola, clara y dura!

NOSTALGIA

Platero, tú nos ves, ¿verdad? ¿Verdad que ves cómo se ríe en paz, clara y fría, el agua de la noria el
huerto; cuál vuelan, en la luz última, las afanosas abejas, en torno del romero verde y malva, rosa
y oro por el sol que aún enciende la colina? Platero, tú nos ves, ¿verdad? ¿Verdad que ves pasar
por la cuesta roja de la Fuente Vieja los borriquillos de las lavanderas, cansados, cojos, tristes en la
inmensa pureza que une tierra y cielo en un solo cristal de esplendor? Platero, tú nos ves,
¿verdad? ¿Verdad que ves a los niños corriendo, arrebatados, entre las jaras, que tienen posadas
en sus ramas sus propias flores, liviano enjambre de vagas mariposas blancas, goteadas de
carmín? Platero, tú nos ves, ¿verdad? Platero, ¿verdad que tú nos ves? Sí, tú me ves. Y yo oigo en
el poniente despejado, endulzando todo el valle de las viñas, tu tierno rebuzno lastimero...

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