A Touch of Malice - Scarlett St. Clair
A Touch of Malice - Scarlett St. Clair
UN foQUE DE foRMENTo
UN foQUE QE QUELo
LA AgRESIÓN
Yo NUNGA HE…
UN TRATo
UN foQUE DE fERRoR
UNA CoNGESIÓN
LA PALASTRA QE QELFoS
UN PASEo EN EL PARQUE
UN foQUE DE ILUSTRAGIÓN
EL fEMPLo DE $ANgRI
CoNVIRTIÉNDoSE EN PoDER
EL ESGoNDITE
UN foQUE DE $oMbRA
CLUb AFRoDISIA
LA ISLA DE LAMPRI
UN CoNSEjo DE OLíMPIGoS
UN foQUE DE MIEDo
UN foQUE DE ARREPENTIMIENTo
MoNSTRUoS
RELIQUIAS
UN foQUE DE fERRoR
LA CURAGIÓN
UN foQUE DE ETERNIDAD
UN MAR DE ESTRELLAS
$EGUESTRADo Y QESENMASGARADo
UN FAVoR
PERSÉFoNE
HADES
Maldito Teseo.
Olvidando una eternidad de miseria en Tá rtaro, Hades no
descansaría hasta que su sobrino dejara de existir.
Destrozaría su alma, cortaría su hilo en un milló n de pedazos
y los consumiría. Sería la comida má s sabrosa que jamá s
había comido.
Maldito favor.
Malditos destinos.
Luchó contra las ataduras de Persé fone, sus miembros
temblaron, sus mú sculos se tensaron, pero no cedieron.
Joder. Joder. Joder.
Era poderosa, y é l habría sentido má s orgullo si no se
hubiera ido con ese semidió s bastardo. Sabía por qué lo había
hecho. Quería protegerlo, y ese pensamiento lo llenaba de un
conflicto que hacía que le doliera el pecho. La amaba mucho,
y le enfurecía que se pusiera en peligro, aunque lo
comprendiera.
¿Qué le haría Teseo?
Ese pensamiento le provocó otra oleada de furia y volvió a
luchar contra sus ataduras. Esta vez, oyó el claro chasquido
de una, y su pie quedó libre. Tiró del brazo, las venas
subieron a la superficie de su piel, la liana le cortó la muñ eca,
hasta que finalmente se rompió . A continuació n, desgarró el
resto de las ataduras y, una vez libre, se teletransportó .
Persé fone tenía la habilidad de ocultar su propia firma
energé tica personal. Aú n no había descubierto si se trataba
de uno de sus poderes o si era el resultado de haberlos tenido
inactivos durante tanto tiempo. En cualquier caso, era
imposible encontrarla, excepto cuando llevaba su anillo. Se
concentró en la energía ú nica de las piedras: la pureza de la
turmalina y la dulce caricia de la dioptasa. No se había
propuesto rastrearla cuando se lo regaló , habría sido capaz de
rastrear cualquier metal o gema preciosa con tal de
familiarizarse con ella.
Se manifestó entre ruinas.
No tardó en reconocer el lugar al que había llegado: el
derruido Palacio de Knossos. En la noche, era imposible
distinguir las detalladas y coloridas pinturas que cubrían lo
que quedaba de las antiguas murallas, o exactamente
cuá ntos kiló metros se extendían los terrenos, pero Hades lo
sabía porque había conocido este lugar en sus mejores
tiempos y a lo largo de su inevitable destrucció n.
Fue aquí donde sintió el anillo de Persé fone, pero
dé bilmente. Sabía que estas ruinas se adentraban en el
vientre de la tierra; un retorcido laberinto destinado a
confundir. Imaginó a Persé fone en algú n lugar de su interior y
su rabia le hizo entrar en el caparazó n del palacio.
Aunque estaba oscuro, sus ojos se adaptaron y, al cruzar
un suelo de mosaico azul roto, llegó a un pozo oscuro. Parecía
ser una parte del suelo que había cedido. Habló a las
sombras, ordená ndoles que descendieran. Observó a travé s
de ellas có mo la sima se convertía en otro nivel del palacio, y
luego se sumergía en un nivel aú n má s profundo.
Hades saltó , aterrizando tranquilamente sobre otro suelo
de mosaico. Aquí, el palacio estaba má s intacto: sus paredes y
habitaciones con columnas eran má s pronunciadas. Mientras
Hades se paseaba por cada una de ellas, siguiendo las
energías del anillo de Persé fone, la inquietud le invadió . Sintió
que aquí había vida, una vida antigua, y una muerte
profunda. No era extrañ o, ya que este lugar se remontaba a la
antigü edad. Cientos de personas habían muerto aquí, pero
esta muerte, en parte, era reciente: dura, aguda, á cida.
Hades siguió descendiendo hasta llegar al borde de otro
pozo oscuro. El olor a muerte era má s fuerte aquí, pero
tambié n lo era el anillo de Persé fone. La rabia y el miedo se
enroscaron en su cuerpo: un pavor espeso y feroz se acumuló
en el fondo de su garganta. Los recuerdos de la noche en que
la encontró en el só tano del Club Afrodisia lo asaltaron y, por
un momento, fue como si estuviera allí de nuevo, con
Persé fone de rodillas ante é l, destrozada. Podía oler su sangre
y su mente entró en una espiral de oscuridad y violencia. Era
el tipo de ira que necesitaba, el impulso que utilizaría para
hacer pedazos el mundo si la encontraba dañ ada.
Se adentró en la oscuridad, y esta vez, al aterrizar, hizo
temblar la tierra. Al enderezarse, encontró varios pasillos
estrechos.
Un laberinto.
Tambié n estaba familiarizado con esta artesanía, ya que
reconocía el trabajo de Dé dalo, un antiguo inventor y
arquitecto conocido por su innovació n, innovació n que acabó
provocando la muerte de su hijo.
Joder, pensó Hades, girando en círculo, estudiando cada
camino. Aquí hacía má s frío y el aire estaba lleno de polvo. Se
sentía sucio y un poco sofocante. Sin embargo, podía sentir el
anillo de Persé fone, y la energía era má s fuerte en el camino
que se extendía a su derecha. Al adentrarse en la oscuridad
má s profunda, observó que algunas partes del tú nel estaban
rotas, como si hubieran sido golpeadas por un objeto grande.
Algo monstruoso había vivido
aquí. Quizá s todavía lo hacía.
Hades reunió a sus sombras y las envió por el pasillo, pero
parecieron desorientarse y se desvanecieron en la oscuridad.
Su comportamiento erizó el vello de su nuca. Había algo malo
aquí, y no le gustaba.
De repente, la pared de su izquierda explotó , hacié ndole
volar a travé s de la barrera opuesta y, al aterrizar, se
encontró de frente con un toro, o al menos con la cabeza de
uno. El resto del cuerpo era humano.
Era un minotauro, un monstruo.
Bramaba y arañ aba el suelo con una de sus pezuñ as,
blandiendo un hacha doble que estaba astillada y cubierta de
sangre. Hades se imaginaba que la criatura la había estado
utilizando para matar desde que fue encarcelado aquí, lo
cual, si tenía que adivinar por su estado: cabello enmarañ ado,
piel sucia y ojos enloquecidos, era desde hacía mucho tiempo.
La criatura rugió y blandió su hacha. Hades se apartó de
la pared y se agachó , enviando a sus espectros hacia é l. Si
hubiera sido cualquier otra criatura, su magia la habría
sacudido hasta el alma. La reacció n habitual era la pé rdida
total de los sentidos, pero al atravesar este monstruo, solo
pareció enfurecerse má s, perdiendo momentá neamente el
equilibrio.
Hades cargó , golpeando al minotauro. Volaron hacia atrá s,
chocando pared tras pared. Cuando finalmente aterrizaron,
fue en un montó n de escombros, y Hades se alejó rodando,
creando la mayor distancia posible entre ellos.
El minotauro tambié n era rá pido y se puso en pie con sus
pezuñ as. Puede que no tuviera magia, pero era á gil y parecía
alimentarse de un pozo interminable de fuerza. Rugió , resopló
y volvió a cargar, esta vez, mantuvo la cabeza baja, con los
cuernos a la vista. Hades cruzó los brazos sobre su pecho,
creando un campo de energía que hizo que la criatura se
elevara una vez má s.
Tan rá pido como se estrelló , se puso en pie, y esta vez el
gruñ ido que salió del minotauro fue ensordecedor y lleno de
furia. Lanzó su hacha, el arma cortó el aire de forma audible.
Al mismo tiempo, cargó contra Hades, que se preparó para el
impacto. Cuando la criatura se abalanzó sobre é l, Hades
invocó su magia y clavó las afiladas puntas de sus dedos en el
cuello del minotauro. Cuando se liberó , la sangre salpicó su
rostro. La criatura rugió , pero continuó corriendo a toda
velocidad contra cada muro del laberinto. El impacto contra la
espalda de Hades comenzó a enviarle un dolor agudo por la
columna vertebral. Apretó los dientes contra é l y continuó
clavando los pinchos en el cuello del minotauro una y otra
vez.
Pudo notar el momento en que la criatura empezó a
perder su energía. Se ralentizó ; su respiració n llegó con
brusquedad, resoplando por la nariz y la boca, donde tambié n
goteaba sangre. Justo cuando Hades estaba a punto de
soltarlo, el minotauro tropezó , y se encontró cayendo con el
monstruo en otro pozo. Este se estrechó rá pidamente,
haciendo que Hades golpeara los lados como una bola de
pinball, sacando el aire de sus pulmones. Se retorcieron y
giraron bruscamente, hasta que ambos salieron despedidos
del tú nel hacia una sala má s grande. El minotauro aterrizó
primero, y Hades despué s, chocando con una pared que no
cedió , lo que le indicó que donde habían aterrizado no era
hormigó n ni piedra.
Adamantina, se dio cuenta.
La adamantina era un material utilizado para crear
muchas armas antiguas. Tambié n era el ú nico metal que
podía matar a los dioses.
Hades se puso en pie rá pidamente, dispuesto a continuar
la lucha con el minotauro, sin embargo, la criatura no se
levantó .
Estaba muerto.
Sus ojos se adaptaron a esta nueva oscuridad. Era de
alguna manera má s espesa. Quizá tuviera que ver con la
profundidad a la que se encontraban, o quizá fuera la
adamantina. En cualquier caso, la celda era sencilla: un
pequeñ o cuadrado con suelo de arena. A primera vista, por lo
que podía ver, no había salida, pero tendría que buscar má s.
Por el momento, su atenció n se centró en la presencia de
Persé fone. Era fuerte aquí, como si su corazó n latiera dentro
de las paredes de esta celda. Entonces lo vio: el brillo de una
de las joyas de su anillo.
Si su anillo estaba aquí, ¿dó nde estaba? ¿Qué había
hecho Teseo?
Cuando empezó a acercarse a é l, se oyó un dé bil sonido
mecá nico y una red cayó del techo, enviá ndolo al suelo.
Aterrizó con un fuerte crujido contra el suelo. Cuando trató
de invocar su magia, su cuerpo se convulsionó y la red lo
paralizó .
Nunca se había sentido tan impotente y eso le enfureció .
Se agitó y maldijo, pero fue inú til. Finalmente, se quedó
quieto, no porque no quisiera luchar, sino porque estaba
demasiado agotado para moverse. Cerró los ojos por un
momento. Cuando los abrió de nuevo, tuvo la sensació n de
haberse quedado dormido. Tardó un momento en adaptarse,
su visió n nublada incluso en la oscuridad. Mientras estaba
tumbado, con la respiració n entrecortada, notó un dé bil
parpadeo de luz a poca distancia de é l.
El anillo de Perséfone.
Comenzó a alcanzarlo, pero la red mantuvo su brazo
bloqueado. El sudor le recorrió la frente, su cuerpo perdía
fuerzas. Una vez má s, cerró los ojos, la arena del suelo le
cubrió los labios y la lengua mientras se esforzaba por
recuperar el aliento.
—Persé fone —susurró su nombre.
Su esposa, su reina.
Pensó en lo impresionante que se había visto con su
vestido blanco mientras caminaba hacia é l por el pasillo,
flanqueada por almas y dioses que habían llegado a amarla.
Recordó có mo su sonrisa había acelerado su corazó n, có mo
sus ojos verde botella, brillantes y tan felices, habían hecho
que su pecho se hinchara de orgullo. Pensó en todo lo que
habían pasado y por lo que habían luchado, en las promesas
que habían hecho de quemar mundos y amar para siempre, y
aquí estaba é l, separado de ella, sin saber si estaba a salvo.
Apretó los dientes, con una nueva oleada de ira corriendo
por sus venas. Abrió los ojos de golpe y volvió a intentar
alcanzar el anillo. Esta vez, aunque le temblaba la mano,
consiguió hacer fuerza y agarrar un puñ ado de arena y, al
dejarlo pasar por sus dedos, encontró el anillo con gemas
incrustadas.
Respirando con dificultad y temblando, se llevó el anillo a
los labios, lo guardó en la seguridad de la palma de la mano, y
se lo llevó al corazó n antes de caer en la oscuridad una vez
má s.
XXXVIII
PERSÉFoNE