Milagro Gabriel Evans - Hijo de La Luna
Milagro Gabriel Evans - Hijo de La Luna
Alta Traición
El golpe del puño del rey sobre la pulida madera del escritorio
hizo que el anciano diera un respingo— Ningún consorte se sentará
en el trono de Marissa— cada palabra pronunciada con tanto veneno
que hiso que la sangre de Arímedez se helara en sus venas.
La hermosa visión que asalto los ojos de Arímedez era aún más
sublime de lo que recordaba. La bruja sentada sobre el pequeño trono
acariciaba descuidadamente las alas recogidas del dragón, el cabello
rojo lacio caía por la espalda como si fuera un velo de fuego, los ojos
verdes ahora miraba interesados la figura del anciano frente a ella.
La risa ronca era como una caricia de fuego sobre la piel—. Vieja
serpiente, rompes mi corazón con tus palabras— un pucherito le daba
un aire inocente a la antigua bruja— y yo que pensaba que venías
para disfrutar de mi presencia.
Había dormido durante todo el día, al abrir mis ojos era ya tarde
porque la luz del sol se veía apagarse tras el horizonte. Me había
escondido en la copa de uno de esos extraños árboles que podían
caminar. En la rama más alta de uno de los leños que tenía fama de
ser el mayor malhumorado del que se tenía historia, me había
tomado mi larga siesta.
Tal vez si fuera menos yo, me habría asustado, es más, por simple
educación fingiría algo de miedo— No te enojes, señor de los
arboles—, mientras hablaba aproveche para estirar mi espalda— pero
es que eres el mejor que hay.
Ella era una buena hechicera, por mucho que algunos duden de
eso. Bueno, por lo menos conmigo lo era. Claro, quitando el hecho
de que me hacía estudiar grandes libros en la biblioteca, algunos
hechiceros sabelotodo me hablaban en idiomas extraños, los que al
final por el simple hecho de que necesitaba hacerme entender,
acababa aprendiendo a regañadientes. Luego estaban los guerreros
que vigilaban la seguridad de nuestro castillo, como si todos los
hechizos de protección que nos mantenían aislados del resto del
mundo no fueran suficientes. A estos últimos les gustaba mostrarme
distintas armas y cómo se usaban. Eso era divertido, me encanta usar
el arco y la flecha, con la espada no soy tan bueno, aunque según el
jefe de la guardia, soy rápido y difícil de golpear.
El grito potente del rey Darcko seguido por la feroz carrera sobre
su caballo negro fue suficiente para que sus guerreros se abalanzaran
sobre el enemigo.
— ¡Qué entren! — Gruño más que hablar, había cosas que eran
inevitables— la verdad no hay manera de librarme de esa molestia.
Darcko Soremto ahora si podía decir que había sido tomado por
asalto, de todos los muchachos con los que se había acostado, desde
nobles hasta pajes, nada se comparaba con quién estaba acostado
frente a la chimenea.
Darcko sabía que esa pequeña mierda terca era más dulce de lo
que dejaba entrever, aunque hubiera deseado no tener esa
responsabilidad, tenía la certeza de que no le quedaba otro remedio
más que asumirla. Llevando su carga hasta la cama, le acomodo allí
esperando tener al menos algunas horas de reparador sueño.
Tristán se sentía calentito, estaba dormido en lo que creyó era
una mullida nube, el aroma de su pareja lo envolvía ¿Podía soñar más
bonito mortal alguno?... Estaba en esas deliciosas consideraciones
cuando sintió que alguien le había robado la manta. Eso era algo
imperdonable, quién se atrevería a tal crueldad.
Darcko se puso aún más duro al notar como la pálida piel ahora
estaba marcada por las huellas rojas de sus manos. El chico no paraba
de revolverse, pero él lo sostenía con firmeza, el rey tenía la seguridad
de que si dejaba al gatito salirse con la suya en ese momento, eso sería
algo que pagaría el resto de su vida — Di las palabras— exigió
mientras paraba de darle palmas.
El lugar era oscuro, una vela amarillenta era toda la luz que había
en ese lugar, las ventanas estaban tapadas con andrajosas telas raídas.
La silueta de un hombre encorvado se dibujaba en las sombras— ¿Has
llegado?
El rey estaba seguro que aunque pasaran mil años nunca podría
olvidar lo bonito que se veía ese trasero respingón todavía con las
marcas de sus manos en el… Si de algo estaba seguro es que ese
mocoso estaba buscando tener problemas, fuera consciente de eso o
no.
— ¿Pasa?... pasa que eres la cosa más sexy que ha pisado este
castillo— le susurró al oído— pasa que de hoy no pasas.
—Quédate quieto— fue más una súplica que una orden, por
más que quiso el soberano darle otro tono.
Una risa ronca se le escapó a Darcko, el chico era tan sensible que
casi saltaba fuera de su piel cada vez que le daba una lamida, un beso,
pero cuando encontró sus tetillas y las succiono una por una, pudo
sentir como un chorro de semen le mojaba en medio de sus cuerpos.
Darcko lucho con todas sus fuerzas para que no se dibujara una
sonrisa tonta en su cara, pero supo que había fracasado
miserablemente al ver el rostro de espanto que puso Julián.
Una vez llegados a las puertas, el viejo Salterio fue recibido con la
dignidad propia de uno de los miembros del consejo. Los soldados les
dieron el visto bueno para entrar, Merydas intimidado por la grandeza
del lugar, bajo la capucha cubriéndose el rostro. De pronto se sintió
sucio, como si temiera que los soldados pudieran ver las manchas
dejadas por la vida en Gygoria.
Las calles eran anchas, las personas caminaban con paso
tranquilo, como si no tuvieran más preocupación que mirar los rayos
de sol al ponerse el día. Un par de niños corrieron hasta llegar junto a
la carreta, las ropas eran humildes pero los rostros se veían lósanos, los
ojos tenían un brillo que Merydas no recordaba haber tenido nunca.
—Por las calles anchas— coreaban los niños entre sus juegos—
viene un príncipe triste.
—Mi señor—, se escuchó una voz dulce que hizo que todos se
volvieran sorprendidos, dejando de lado el acalorado debate. Para los
generales aquello no podía ser otra cosa que una visión salida de las
más calientes fantasías que un hombre podía tener. Cubierto con una
pesada capa negra que le cubría de los hombros hasta los finos pies,
estaba una aparición de largo cabello plateado, ojos azules y delicada
piel color crema, justo en el lugar donde antes había estado el feroz
tigre.
El rey no dio tiempo que alguno de los presentes hiciera un
comentario que lo obligara a arrojarlo por la ventana hasta diez pisos
más abajo, en grandes zancadas llego hasta su pareja, aprisionándolo
contra su pecho, dejo claro que la cosita linda tenía dueño— ¿Qué
haces, bebé? Le pregunto sin importarle que los generales estuvieran a
punto de tragarse la lengua de la sorpresa— ¿alguien te ha molestado?
— pregunto a sabiendas que a su tigre no le gustaba ser visto por
otros en su forma humana.
Los generales se miraron unos a otros, una ventaja que dan los
años es que te hacen capaz de saber cuándo algo puede convenir— Si
fuera tan amable mi joven señor—, hablo un hombre de unos
cuarenta y cinco años, de pecho amplio y hombros capaces de
sostener al castillo —si fuera posible, el explicarnos por qué piensa que
nuestros mapas están mal.
Si Darcko pensó que para ese momento tenía una vara dentro de
su pantalón, ahora estaba seguro que sus bolas tenían un cruel color
azul, su provocativa pareja se estiraba como el gatito goloso que era.
El cabello plateado caía suelto por la espala, los suaves músculos se
movían bajo la suave piel al mover los brazos por sobre su cabeza, los
globos del delicioso trasero parecían llamar a sus manos para que los
apretara.
—Así que el tigre necesita amor ahí también— sonrió el rey con
crueldad. Suerte para Tristán que no podía ver la mirada depredadora
de su pareja ya que tenía la cara apretada contra el respaldar del sillón.
Una vez bañado y limpio se vistió con una fina bata de seda azul
bordada con cientos de rosas de un hermoso amarillo pálido.
Entrando en la habitación tomo el cepillo de plata y comenzó a
pasarlo por su sedoso cabello negro. Después de estar limpio y bien
peinado, se sentó sobre la cama, dejando que una de las mangas de la
bata callera dejando ver la pálida piel de su hombro. El señor Salterio
le había avisado que le visitaría a sus habitaciones después de la cena
con su majestad.
Como siempre, el viejo llegaba puntualmente, así que no hizo
esperar mucho a Merydas en esa sexy pose sobre la cama.
—No tiene por qué darme un susto así— se llevó una mano al
pecho, tratando de controlar el latido de su corazón. Halando la capa
se cubrió aún más con ella, se estaba comenzando a sentir
vulnerable— ¡Y no me llame muchacho!— se defendió tratando de
recuperar la compostura.
Tristán no pudo más que sonreír, ese chico era algo refrescante
entre tanto aristocrático trapo viejo— Eres raro— se encogió de
hombros el chico de cabello plateado.
Tristán abrió los ojos ante la sorpresa, gracias a la luz que llegaba
desde el salón de baile, puedo ver que el chico frente suyo era tan alto
como él, tenía el cabello negro suelto el cual le llegaba hasta tocar la
cintura, el cuerpo de formas finas y el rostro de apariencia tan delicada
como la suya propia. Pero de todo el cuadro, fue algo en la mirada
verde agua lo que le dijo que este chico era algo más de lo que parecía.
—Ese viejo chacal no puede tener un pariente tan hermoso
como tú— no pudo evitar que las palabras escaparan de su boca—.
Disculpa si te ofendí con lo que dije… pero es que…
La risa ahogada por una delicada mano sobre la boca, evito que
la carcajada de Merydas se escuchara hasta el salón tras ellos— No
tengo nada que disculpar, lo que dices es la pura verdad… pero a los
parientes no se les escoge.
Tristán miró largamente los ojos verde agua que estaban fijos
sobre el estanque. No pudo evitar darse cuenta de que aunque la boca
sonreía, la postura del cuerpo fuera relajada y la mirada emulara la
alegría, había bajo todo eso una gran tristeza. En ese momento
decidió que serían amigos.
Para despreciar una propuesta así, hace falta dejar de ser hombre,
dejar de estar vivo o simplemente ser un completo idiota, para
fortuna de Tristán, Darcko no era ninguna de esas cosas. Con un
rápido movimiento el rey demostró por qué era imposible derrotarlo
en una lucha cuerpo a cuerpo, en un ágil movimiento el felino acabo
debajo de su soberano.
—Eres un chiquillo desvergonzado— fingió molestia—. Creo
que es hora de que te enseñe lo que se sacan los chiquillos malcriados
como tú.
El rey cada día estaba más confundido, era increíble cómo era
posible que existiera un ser con tantas contradicciones, en un
momento lloraba como un niño chiquito, luego feroz amenazaba
con comerse al médico, y ahora era una cosita mona enrollado en las
telas de su cama, eso sin contar cuando demostraba que era casi una
enciclopedia ambulante.
—Yo quisiera por una vez que es sentir enserio—, se encogió sus
finos hombros— no fingir. Me refiero a lo que es sonreír y hacerlo
porque de verdad tienes ganas, dar un beso porque realmente lo
deseo… Hasta alguien como yo merece morir sabiendo eso.
El viejo, con solo darle una mirada al furioso animal, supo que si
no movía sus viejos huesos pronto sería mondadientes de gato. El
joven cortesano, al ver que el tigre atacaría a su benefactor, se situó
entre ambos, mientras el mayor corría como alma que lleva el diablo
entre los árboles del jardín.
Tristán estaba más allá de ser la dócil pareja de su rey, ahora era
un animal defendiendo el territorio que consideraba invadido. El viejo
corría. El gato, al ver que Merydas le estorbaba el paso, le dio un
empujón con las patas delanteras, teniendo cuidado de no dañarlo
con las garras. Una vez que quito el impedimento, salió en
persecución del adefesio entrometido que se hacía llamar consejero.
El tigre que había dado unos pasos hacía Darcko, se volvió para
continuar con la persecución de ese viejo fastidioso— Ni lo pienses—
fue la clara advertencia del soberano— Da un paso hacia él, y te voy a
zurrar el culo el doble de lo que ya pretendo hacer.
Tristán fue arrastrado por los pasillos hasta llegar al piso donde
estaba el ala de las habitaciones privadas del rey. Los sirvientes
conocían lo suficiente a su señor como para no molestarlo.
Merydas fue besado por segunda vez y dejado solo con una
maldita erección capas de taladras paredes. Quería a ese soldado, lo
quería con tantas ganas que le daba miedo. Él sabía lo que era ser
deseado por nobles y plebeyos, supo lo que era ser la muñeca de lujo
de una de esas casas finas de Gygoria, como también aprendió a la
dura que no era más que un juguete que podía ser desechado con la
misma facilidad con que alguien tiraba sus zapatos viejos. Pero la
sensación de desear y ser correspondido con un trato tan delicado, era
algo nuevo para él.
La sonrisa retorcida del viejo hizo que se le erizaran los bellos del
cuerpo a Merydas
—No crees que te ofrecí esa suma por que este fuera un trabajo
fácil, muchacho— Yo ganaré un reino y tú tendrás suficientes bienes
como para no necesitar ponerle el culo a nadie más… Eso me parece
un trato justo… Ambos arriesgamos el pellejo.
El tigre que estaba tirado en medio del salón se puso sobre sus
cuatro patas, un gruñido de advertencia hizo que los hombres dieran
un paso atrás, la vieja mujer no podía ni moverse. El fuerte rugido que
vino después hizo que todos salieran despavoridos de allí, cerrando la
puerta para evitar que la fiera escapara.
Por cada pasillo del castillo, desde las altas alamedas hasta las
cocinas, todos hablaban del castigo que el rey le había impuesto a su
pareja y de la furia de esta al ser encerrado tan injustamente. Al
menos los conflictos sentimentales del soberano suavizaban las
noticias que desde la frontera llegaban. Las escaramuzas se estaban
tornando en cosa sería, se hablaba de una guerra inminente. Lo que
haría que la llegada del rey se retrasara.
—Te juro que si tuvieras que morir yo mismo seré quién haga tu
transición más rápida y con la dignidad que mereces— hizo el voto
poniendo la mano en su corazón, de la manera más solemne en que
un guerrero lo podía hacer.
El chico limpio las lágrimas y sin bajarse del cómodo asiento que
le ofrecía las rodillas del guerrero, decidió enfrentar lo inevitable —El
viejo Salterio Cadiga me compró en las calles de Gygoria—comenzó
su relato— yo había tenido un cliente al que tenía que entretener
toda la noche, era un hombre violento, así que en un momento dado
comenzó a golpearme sin que eso hubiera sido aclarado en el
contrato.
—Él quería que usará mis habilidades— bajo la cara una vez más,
era horrible reconocer que tú única habilidad se limitaba a una
superficie plana— quería que sedujera a la pareja del Rey, como antes
había conseguido que otro hiciera con la reina—Merydas pudo sentir
todo el cuerpo de Julián tensarse— pero no lo hice, lo juro.
Ya habían pasado casi dos semanas desde que había salido del
castillo. Ahora, estando lejos, no podía dejar de pensar en su lindo
gatito. La mirada del chico al castigarlo, los grandes ojos azules que
reflejaban dolor y furia en las mismas proporciones. Él realmente
amaba esa mezcla entre inocencia y picardía, entre dulzura y entereza.
Quizás su actitud con Tristán había sido exagerada, Marissa estaba
muerta y su pareja era el Hijo de la Luna. Le era imposible engañarlo.
—Temo que sí, señor—, se puso de pie sin pensar que necesitaba
para ello el permiso del rey— Sé que lo que le voy a decir me costara
la cabeza, pero usted debe de saber esto. Muchas cosas en su vida
personal y la del reino han sido causadas por un enemigo que tiene
usted en su casa. Escuche lo que tengo que decirle, solo le pido que
deje mi ejecución en manos de Julián.
Tristán quiso creer con todas las fuerzas de su corazón que ese
enérgico hombre al menos le miraba con verdadero deseo, que no era
la manera de mantener controlado al espíritu guardián del lobo.
Dejando escapar un suave ronroneo le permitió saber lo placentero
que le era que su rey le hubiera metido ya cuatro gruesos dedos en su
íntima entrada.
Darcko estaba fuera de sí, tantos días sin entrar en su casa y ahora
era de nuevo todo suyo. Entró y salió suavemente las primeras cuatro
veces, pero cuando sintió las gotas de sangre recorrer su espalda, supo
que su tigre quería algo más que mimos dulces.
Las fogatas eran altas, las risas y el licor era pasado de mano en
mano, un violín se escuchaba alegre mientras un cerdo recibía un
digno trato sobre las brasas. Merydas veía al rey, el hombre parecía
contento mientras ladraba las últimas órdenes a los guerreros que
todavía no habían terminado de dar agua a los caballos.
La sonrisa en el rostro antes triste del chico, era como hacer que
la misma luna se pusiera verde de la envidia— ¡Oh!... ¡Tráelo! —
ordeno sin ningún cargo de conciencia— y también algo de cebollas,
quiero cebollas y sal para untarlas.
La noche era hermosa, la brisa fría mecía las hojas de los árboles
y el buen humor de los soldados recordaba más a niños que a
hombres hechos y derechos. Con toda tranquilidad Merydas le dio la
vuelta a la tienda, y mientras unos saltaban quitándose las hormigas,
el joven cortesano entraba por la parte de atrás sin ser observado, o al
menos eso pensaba.
—Eso está bien—, tomo entre las suyas una de las delicadas
manos que temblaba— si vas a estar con alguien el resto de tu vida, es
bueno que lo ames.
— ¿Pero que soy para él? — Dejo que lágrimas gruesas surcaran
su pálido rostro—Para él yo soy el agujero donde sacia sus ganas, él
que calienta su cama. Si no fuera yo sería cualquier otro. Lo único que
hace que me tolere es que no puede tener sexo con nadie más.
Poco tiempo después volvió a ver como Merydas salía, esta vez
sin la pesada capa de viaje, caminando como si nada. El chico se dirigía
a la parte donde estaba la comida que había quedado, tomando un
maltratado plato lo comenzó a llenar con varias cosas.
La suave luz de las velas hacía bailar las sombras en las paredes
suaves, las voces de los muchachos eran tan bajas que Darcko tuvo que
concentrarse para escucharlos.
El hombre más alto, ahora tan desnudo como las mismas rocas
del río, se metió dentro del agua, caminando en busca de su pareja.
Las manos grandes se encontraron con las caderas estrechas, los
luminosos ojos azules buscaron la mirada oscura de su amor.
El rey dio un paso atrás, apartándose del chico que le miraba con
ojos soñadores— Lo que te voy a decir tómalo como un voto tan
sagrado como el que pronunciaré ante todo el reino, reconociéndote
como mi príncipe consorte.
— ¿De qué hablas? — jadeo al sentir como los dedos del rey
halaban una de sus tetillas.
—Cadiga me tendió una trampa para hacerme creer que me eras
infiel con Merydas — quiso aclarar Darcko—, lo peor es que por mis
dudas te dejé sin protección.
—Tengo que ir a ver que todo esté en orden— hablo el rey con
su tono de mando que no permitía objeciones—, mientras tanto
quiero que ustedes pongan sus cosas en orden—. Dando una mirada a
la espesura del bosque, agrego— no quiero permanecer en este sitio
más tiempo del necesario.
La sonrisa de Merydas se cortó de pronto al ver a un halcón volar
sobre el campamento y posarse sobre el hombro del rey— Tenemos
que apurarnos— le aconsejo a su amigo al ver la expresión del
soberano al abrir la nota que el ave llevaba atada a la pata.
Merydas quiso replicar, pero sabía que por la condición del tigre,
era mejor no alterarlo, la llegada del rey hizo que la conversación
quedara para otro momento.
El rey subió a su pareja en la parte de enfrente de su caballo de
batalla, el animal era grande y de constitución musculosa, capaz de
cargar a un caballero con armadura, sin apenas darse cuenta.
Acomodados ambos hombres, espero que Merydas subiera a su
propio caballo.
Los hombres aludidos dejaron salir una carcajada que hizo que
los soldados volvieran la cabeza preocupados. Después de ver que no
era nada, la tranquilidad de la noche se restituyo.
El sonido del vidrio al ser llenado con líquido hizo que el viejo
Consejero le volviera a prestar atención al próximo gobernante de
Katagaria
Esa mañana un viento frio había silbado entre las montañas que
formaban la cordillera, como si quisiera prevenir que nada bueno
encontrarían al pasar al otro lado. Los soldados eran hombre
experimentados, el paso había sido disminuido para beneficio de
Tristán, y aunque el mocoso despotricara al saber que lo trataban
como un noble más, también por Merydas.
—Mi señor— gimió al sentir las manos grandes del rey apretar
los globos de su trasero—, no podemos hacer esto ahora, tenemos
que hablar.
Tristán arqueo la espalda dejando salir un grito que hizo que las
aves nocturnas protestaran desde las ramas de los árboles cercanos.
Con el dorso desnudo estaba en manos de su señor, lo único que
podía hacer era gemir al sentir como el hombre succionaba sus
sensibles pechos que ya se notaban levemente hinchados.
El tigre rugió al venirse tan fuerte que las estrellas brillaron tras
sus parpados, la humedad del semen en su íntima entrada lo hizo
sentir fuerte, capaz de cualquier cosa por su pequeña familia. Claro
que si alguien quería algo de él, tenía que esperar hasta después de que
tomara una ligera siesta.
Un viejo soldado cuya frente tenía una cicatriz que era clara
muestra de una herida de hacha, agrego— Iré a avisar a su tío y al
Consejero Cadiga, ellos han estado buscando la manera de mantener
el reino estable… Será una gran noticia el que usted esté vivo.
El paso por aquel angosto pasillo bien podía ser frustrante, pero
de todos modos, necesario. El rey llego hasta sus dependencias
privadas, un espejo enorme, desde el cual había podido ver su reflejo
mientras hacía suyo a su joven tigre, sirve de mampara para ver dentro
sin ser visto a través del cristal mágico.
Sin poder creer lo que veía apretó los puños hasta sentir como
gotas de sangre caían en el duro suelo de piedra, el maldito de Cadiga
estaban en plena orgía con un niño que era una copia casi exacta de
Merydas, mientras su anciano tío jodía a uno de los pajes que recién
habían entrado al servicio del castillo. Su espíritu guardián no aulló su
furia ya que la venganza sería lenta, tortuosa en cada segundo que
durara.
El chico rubio de ojos casi tan azules como los de Tristán, tomo
la palabra— también hay varios nobles que se reúnen. Eleante les
ofreció puestos en el consejo.
Julián se pasó las manos por el cabello rubio claro, era difícil
disimular la ansiedad que le ocasionaba el no poder ver a Merydas—
¿Cómo están los chicos? — pregunto tratando de no parecer tan
desesperado como se sentía.
Julián sonrió, las ganas de cortar algunas cabezas hacia que sus
manos picaran—El lazo comienza a acomodarse en su lugar—
anuncio mientras revisaba que el filo de su espada estuviera al
punto— Cuando Cadiga trate de hacer algo, ya no tendrá para donde
correr.
—Si su rey no regresa con todas las piezas que tenía cuando se
marchó— dio de pataditas en el sucio suelo de la cabaña— juro que
yo mismo voy a devorarlo.
El joven tigre dejo de dar pataditas sobre el suelo, los ojos azules
se desviaron a la puerta de entrada. La luz del sol estaba alta en el
cielo, su hombre hacía muchas horas se había marchado— Iré por él.
Capítulo 38
Recuperando mí reino
Los ojos sesgados del felino eran capricho, furia y miedo en una
sola mirada. Un rugido profundo hizo que el techo de la rustica
edificación vibrara. De todos los presentes, Merydas fue el primer
valiente en pararse entre la salida y el enorme animal— No puedes
irte tras él—fue lo último que dijo el chico antes de dar con su culo
en el suelo, mientras el gato saltaba sobre él, cayendo limpiamente del
otro lado.
El tigre por su parte se puso sobre sus cuatro patas, extendió las
garras y mostro sus filosos colmillos, tenía que dejar claro que él
tampoco estaba allí para jugar a los soldaditos.
Los ojos del lobo de Soremto eran los de un animal que defendía
a su familia, los hombres que estaban tras la pesada puerta no tenían
ninguna idea de lo que les esperaba.
Tristán estaba cuidando la retaguardia de su compañero. Merydas
y él estaban junto a los guardias que evitaban que soldados nuevos
entraran al castillo, el lugar debía de ser tomado con el mínimo de
bajas.
Darcko no tenía que ser adivino para saber quién era capaz de
causar tanto escándalo, ese no podía ser otro más que su pequeña,
terca, malcriada y preñada pareja—. ¡Voy a zurrar ese culo! — Grito el
rey justo antes de decapitar al idiota de turno.
El piso del pasillo estaba cubierto con los soldados que apoyaban
a Cadiga, Eleante, Damarko y a Sorga, una pesada puerta de madera
era lo único que les separaba de los traidores que ya para ese
momento estaban enterados de la situación.
—Detente allí— grito Darcko justo cuando los huesos viejos del
traidor daban contra el duro piso de mármol— ¡No te atrevas!
Tristán tenía una pata sobre la espalda del que trataba de alejarse
desesperadamente sin lograr nada. Abriendo el hocico adornado con
colmillos filosos, se preparó para sacar de su miseria al traidor que se
había atrevido a volverse contra su soberano. Nadie atentaría contra
su compañero sin pagar con su vida.
Merydas sabía que sin importar donde fuera, ese terco soldado le
buscaría. Era el momento de darse por vencido, reconocer que
necesitaba de otro ser humano y de que confiaba en él.
—Si vuelves a hacer eso— golpeo con los puños el duro suelo—
juro que te cortó las bolas.
—El sanador dice que ya tuvo que haber parido—, cruzo los
brazos el soberano— su vientre es demasiado prominente.
La forma antes esbelta del tigre ahora lucía una gran panza, su
molestia era tal que comenzó a rasgar la alfombra que el rey mando a
colocar hace apenas unas semanas. El rugido del tigre se escuchó por
todo el castillo, poniendo en alerta a los guardias que custodiaban las
puertas de las dependencias privadas del soberano.
Una vez más rugió con todas sus fuerzas tratando de asustar a los
invasores que en cualquier momento podían entrar al dormitorio, si
tan solo su pareja estuviera aquí para cuidarlo.
Las horas fueron pasando, Tristán estaba sobre sus cuatro patas
con la vista fija en la puerta, los cachorros se revolvían dentro de su
vientre, no faltaba mucho para que pujar fuera necesario. Los
humanos debían irse, tenían que dejarlo solo.
Para total alivio del joven animal, escucho como todos los que
estaban en el pasillo se marchaban.
Los hombres en los campos dejaban sus faenas para ver pasar a
los jinetes, entendiendo perfectamente el apuro del soberano, noble o
campesino, un hijo era un hijo.
Fin